Está en la página 1de 712

XV JORNADAS DE ESTUDIOS SOBRE

FUERTEVENTURA Y LANZAROTE

3
4
XV JORNADAS DE ESTUDIOS
SOBRE
FUERTEVENTURA Y LANZAROTE

19 - 23 de septiembre de 2011
Puerto del Rosario

TOMO I
PREHISTORIA Y ARQUEOLOGÍA

ARCHIVO GENERAL INSULAR


CABILDO DE FUERTEVENTURA
CABILDO DE LANZAROTE
Puerto del Rosario, 2016

5
Presidente del Cabildo de Fuerteventura
Marcial Morales Martín
Presidente del Cabildo de Lanzarote
Pedro San Ginés Gutiérrez
Consejero de Cultura y Patrimonio Histórico del Cabildo de Fuerteventura
Juan Jiménez González
Consejero de Cultura del Cabildo de Lanzarote
Óscar Pérez Cabrera

© de los textos: los autores


© de la edición: Cabildo de Fuerteventura, Archivo General Insular
Diseño de cubierta: Juan Cabrera Alemán
Cuidado de la edición: Estrella Morales Chacón, Ana Elba Hernández Cerdeña
Corrección de textos: Eloy Vera Sosa

ISBN tomo I: 978-84-16071-12-8


ISBN obra completa: 978-84-16071-11-1
Depósito legal: G.C. 209-2016

Imprime: Imprenta Maxorata


Impreso en España

6
índice

7
8
PREHISTORIA Y ARQUEOLOGÍA
Páginas
Noé Villaverde Vega: Canarias y el “Círculo de las Hespérides”
(ponencia marco) ....................................................................... 15
Alfredo Mederos Martín, Gabriel Escribano Cobo: La hipótesis de
un poblamiento tardío de las Islas Canarias con gétulos des-
pués de las sublevaciones contra Juba II y Ptolomeo............... 95
José de León Hernández: ¿Las primeras escrituras de Lanzarote y
Fuerteventura nos hablan de poblamiento? Propuesta para el debate 139
Rafael González Antón, María del Carmen del Arco Aguilar, María
Candelaria Rosario Adrián, Carmen Benito Mateo, María
Mercedes del Arco Aguilar: Terracotas antropomorfas canarias
antiguas. Una propuesta iconográfica. Datos para un pobla-
miento multiétnico...................................................................... 191
Alfredo Mederos Martín, Gabriel Escribano Cobo: Gentilicios de los
primeros pobladores de las Canarias orientales: maxies y
canarii ....................................................................................... 227
Conrado Rodríguez Martín, Pablo Atoche Peña, María Ángeles Ra-
mírez Rodríguez: Estudio antropológico de la población aborigen
de Lanzarote y Fuerteventura.................................................... 295
José Juan Jiménez González: Manifestaciones rupestres y organiza-
ción tribal en Fuerteventura y Lanzarote.................................. 309
José Farray Barreto, Julián Rodríguez Rodríguez, Marcial Medina
Medina, Antonio Jesús Montelongo Fránquiz, Maximino Álva-
rez Pérez, María de las Nieves de León Machín, María Antonia

9
Perera Betancort: Registro rupestre en montañas y barrancos de
Lanzarote y su contexto arqueológico.........................................331
María Antonia Perera Betancort: La memoria imborrable de Morro
Pinacho. Inscripciones rupestres líbico-canario. Contexto
territorial y análisis................................................................... 353
Moisés Tejera Tejera, María Antonia Perera Betancort: Las manifes-
taciones rupestres de Montaña Guatisea, Lanzarote ................ 379
María Antonia Perera Betancort, Jorge Pais Pais, María de las Nie-
ves de León Machín: El yacimiento rupestre Barranco del Ca-
badero, Fuerteventura. Contenido y aportaciones a las ins-
cripciones alfabetiformes de Canarias ..................................... 401
María Antonia Perera Betancort, Antonio Tejera Gaspar: El yaci-
miento rupestre de Jacomar, Fuerteventura. Particularidades y
aportaciones a las inscripciones líbico-canarias ..................... 435
Renata Springer Bunk, María Antonia Perera Betancort: El yaci-
miento rupestre de Morrete de Tierra Mala, Pájara, Fuerteven-
tura. Descripción, análisis y contribución al conocimiento de las
inscripciones líbico-bereberes y líbico-canarias de la población
aborigen ............................................................................................ 465
María del Carmen del Arco Aguilar, María Mercedes del Arco Agui-
lar, María Candelaria Rosario Adrián, Carmen Benito Mateo,
Mercedes Martín Oval, José Domingo Acosta Peña, Rafael
González Antón, Miguel Ángel Martín Díaz: Lomo Lezque
(Puerto del Rosario, Fuerteventura). Primeros trabajos
arqueológicos ............................................................................ 489
Carmen Benito Mateo, María Mercedes del Arco Aguilar, María
Candelaria Rosario Adrián, Rafael González Antón, María
del Carmen del Arco Aguilar: Cerámicas antiguas en Rosita del
Vicario (Fuerteventura, Islas Canarias). Una propuesta
de trabajo................................................................................... 533
Gabriel Escribano Cobo, Rosario García Giménez, Alfredo Mederos
Martín: Ánfora romana bajoimperial de El Cotillo (La Oliva,
Fuerteventura) .......................................................................... 581
José Guillén Medina, Rita Marrero Romero, Cristina Ojeda Oliva,
Tinguaro Mendoza García, Marco Moreno Benítez, Ibán Suárez

10
Medina, Félix Mendoza Medina: Prospecciones arqueológicas
subacuáticas en el Bien de Interés Cultural de El Río
(Lanzarote-La Graciosa, Islas Canarias) ................................. 611
José Manuel Espinel Cejas, María del Mar Hernández Jorge: Los
“rompecabezas”: una modalidad de juego tradicional de inte-
ligencia en la isla de Fuerteventura ......................................... 631
Sanjo Fuentes Luis, Celso Hernández Valerón: Patrimonio y Educa-
ción: estrategias metodológicas para la elaboración de mate-
riales didácticos en el aula ....................................................... 664

11
12
PREHISTORIA Y ARQUEOLOGÍA

13
14
-Ponencia marco-

CANARIAS Y EL “CÍRCULO DE LAS HESPÉRIDES”*

Noé Villaverde Vega


Doctor en Arquelogía Clásica y Medieval, UA Madrid
Docteur en Littératures et civilisations antiques, U. Lyon 3 (Francia)
Mención de Doctor Europeo Académico correspondiente R.A.H.

*
Dedicado en cordial homenaje personal al Dr. Yann Le Bohec, por faltar a la cita que le
brindaron sus colegas, colaboradores y antiguos alumnos, entre los cuales me incluyo, en un
reciente Hommage. También al malogrado y entrañable amigo el Dr. Fernando López Pardo
con quien compartí esfuerzos, inquietudes, fatigas y desengaños en proyectos de investigación
arqueológica codirigidos en Marruecos, Ceuta y Melilla entre 1987 y 2003, que fueron siempre
compensados con el valor de su amistad. A ambos les adeudo un impagable ejemplo de rigor y
compromiso investigador con la arqueología y la historia del norte de África durante la anti-
güedad. Al maestro y al amigo, con todo mi afecto.

15
Resumen: los resultados de la aplicación de métodos de datación científica en
hallazgos arqueológicos de las Islas Canarias parecen indicar que el poblamiento
insular se habría originado de forma paralela al proceso de exploración y dina-
mización económica de la zona llevada a cabo por los navegantes mediterráneos
durante la Antigüedad.
Esos datos cobran fuerza tras la identificación de vajillas romanas y fragmen-
tos de ánforas de la antigüedad en la Isla de Lobos (Fuerteventura) y El Bebedero,
Buenavista e Isla de la Graciosa (Lanzarote), lo cual, unido a otros hallazgos
del archipiélago, permite plantear un estadio de contactos y acaso intentos de
colonización de Canarias por agentes del denominado “Círculo del Estrecho”.
En ese sentido se realiza un balance documental, destinado a desvelar relaciones
económicas y dinámica poblacional del archipiélago relacionado con el mundo
mediterráneo.
La evidencia canaria cierra y reformula un espacio económico y socio-cultural
cuya trascendencia, con mayor o menor grado, debe situarse entre el sur de la Pe-
nínsula Ibérica, costa atlántica africana e Islas Canarias. Su auténtica dimensión
estratégica permite ampliar la definición historiográfica “Círculo del Estrecho”,
como [Círculo de] Las Hespérides, término acuñado por los protagonistas de la
hazaña colonizadora.
Palabras clave: poblamiento; economía; Islas Canarias; Hespérides; fenicios
de Occidente; bereberes; cartagineses; romanos; arqueología; cerámicas a torno
romanas; púrpura.

*Abstract: the recent dating methods in archaeological finds from the Canary
Islands, suggest that the island settlements would have originated in parallel with
the process of exploration and economic revitalization of the area conducted by
the Mediterranean sailors in antiquity.
This evidence becomes stronger after the identification of the old roman ware
ceramics and allows us to rethink the process of contact and colonization of the
Canary Islands, carried out by agents of the so-called “Círculo del Estrecho”. In
that sense it has made a documented balance of economic and population dyna-

16
mics generated by the exploitation of its resources throughout antiquity.
The Canary evidence redefines a physical space, undoubtedly economic and
cultural, set between the South of de Iberian Peninsula, Atlantic coast of Africa
and the Canary Islands. Evidence today shows us an area whose colonization
and economic exploitation interested the historiographical institution who were
known as “Círculo del Estrecho”, whose true strategic dimension can be defined
as in ancient times as the Hesperides.
Key words: settlement; economy; Canary Islands; Hesperides; Western phoe-
nicians; carthaginians; berberians; romans; archaeology; wheel-made roman po-
ttery; purple.
*La traducción inglesa la debo a la Sra. Dª. Gloria de Grado Abejón

1. Esbozo1 de la investigación sobre el primitivo po-


blamiento canario
Las investigaciones en torno al primitivo poblamiento del archipiélago ca-
nario, desde las últimas décadas del siglo XX, se han dividido en dos corrien-
tes historiográficas que no son desde luego afines, sino más bien encontradas:
De un lado, remontando siglo y medio, se aboga por el origen prehistórico
del medio “aborigen” relacionado con grupos norteafricanos de cultura neolí-
tica que poblarían las islas en sucesivas oleadas. Estos pobladores primitivos
habrían persistido aislados hasta la conquista europea entre los siglos XIV y
XV de C. que habría forzado su integración en la modernidad2.
1
Quiero agradecer al Dr. D. R. González Antón; Dra. D.ª M.ª C. del Arco Aguilar,
catedrática del Dto. de Prehist., Antropología e H.ª Antigua de la U. de La Laguna
y técnicas del Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo de Tenerife,
Sras. D.ª M.ª del Arco Aguilar; D.ª C. Benito Mateo y D.ª M.ª C. Rosario Adrián, la
confianza otorgada para el estudio de cerámicas en Rosita del Vicario (Fuerteventura)
y parte de la bibliografía de este trabajo. Igualmente quiero agradecer al Dr. R. Gon-
zález Antón; Dra. M.ª C. del Arco; Dr. P. Atoche Peña; Dr. A. Mederos Martín; y Sra.
D.ª M.ª Á. Ramírez Rodríguez sus opiniones sobre el primitivo poblamiento canario,
artículos, fotos y visitas a yacimientos que han enriquecido mi visión de la antigüedad
en estos lares. A la Sra. D.ª C. Benito agradezco su ayuda para la elaboración de mapas
y previa lectura del texto definitivo con indicaciones de interés para mejorarlo.
2
El aislamiento insular a comienzos del siglo XV, no parece probado si se valora la
escasa incidencia de enfermedades europeas. Sólo la “modorra” afecta a la población
aborigen facilitando la conquista. Cfr. P. Atoche Peña (2003: 185). M. Moliner (1998:
369), describe la voz “modorra” como “somnolencia pesada o adormecimiento cau-
sado a veces por enfermedad”, síntomas que pueden relacionarse con la gripe, cuya

17
En tal sentido, proponen intentos de colonización del archipiélago du-
rante la prehistoria. Los más recientes, con dataciones geoarqueológicas
y cronométricas en Guatiza II (Lanzarote), son restos de ovicaprinos que
deducen una supuesta actividad antrópica entre el X al V milenio a. de C.
(L. Zöller et alii, 2003). También del yacimiento Barranco de la Monja
en Fuerteventura, procede un depósito paleontológico de un aporte fluvial
intercalado con sedimentos marinos de lapas fosilizadas (patellas), que se
asocia con un fragmento óseo de ovicaprino datado a fines del III ‒ co-
mienzos del II milenio a. de C. (J. Onrubia Pintado et alii, 1977: 368-369).
La introducción de ovicaprinos se atribuye a una actividad antrópica en
la prehistoria, pero no se conocen datos coetáneos de presencia humana en
Fuerteventura3, ni resto del archipiélago. De hecho la corriente tradicional ha
asumido que el horizonte cultural de los aborígenes canarios difícilmente pue-
de remontar antes del 500 a. de C. (M. Pellicer Catalán, 1971-72; 1975; 1986).
A pesar de la evidencia cronológica, el discurrir de navegantes de la
antigüedad en aguas isleñas ha sido considerado irrelevante para el po-
blamiento canario. En tal sentido, C. Martín de Guzmán (1985-86: 29)
denunciaba la ausencia de restos arqueológicos “aunque fueran mínimos”
de coloniales que hubieran llevado a cabo exploraciones y asentamientos
en las Islas Canarias.
No obstante, la genealogía neolítica que se pretendía para el poblamien-
to de Canarias habría provocado indirectamente la discriminación sistemá-
tica de materiales y contextos arqueológicos discordantes con el modelo
prehistórico, y por ello obviados al suponerse posteriores a la conquista
castellana del siglo XV.
Tras el hallazgo de la “piedra zanata”, escultura pisciforme con dos
ideogramas que incluyen signos del alfabeto líbico‒bereber (R. Muñoz
Jiménez, 1994), se idearon nuevas propuestas sobre el primigenio pobla-
miento canario que proponían su relación con influjos feno-púnicos en Ca-
narias (R. González Antón et alii, 1995; íd. 1998).
virulencia grave, teniendo en cuenta la mutación de virus que la provoca, justifica un
aislamiento puntual de la población insular durante el periodo medieval, pues resul-
ta extraño que otras muchas enfermedades y agentes patógenos europeos no hayan
afectado a la población pre‒castellana de las islas, como sucedió por ejemplo a los
indígenas amerindios tras el descubrimiento de América.
3
J. Onrubia Pintado et alii (1997: 365) afirman que los datos de la Cueva de Villaverde
(La Oliva, Fuerteventura), “han permitido situar la presencia de grupos humanos en
Fuerteventura en la primera mitad del primer milenio de la era” citando “Hernández
Hernández y Sánchez Velázquez, 1990”, sin embargo la secuencia cronológica del
yacimiento oscila entre 140 y 1155 de C. según esa publicación.

18
De otro lado, tras evidenciarse cierta repartición de pecios de la anti-
güedad en el litoral canario, paralelamente fueron detectados los primeros
hallazgos de cerámicas romanas en tierra firme, fragmentos anfóricos en
el yacimiento arqueológico de El Bebedero (Lanzarote) (P. Atoche Peña et
alii, 1995).
Ese último hallazgo evidenciaba que la investigación arqueológica in-
sular había prescindido durante siglo y medio de las cerámicas a torno,
fósiles directores básicos que hubieran podido desvelar la mayor o me-
nor entidad del mundo antiguo en la zona (Cfr. R. González Antón et alii,
1998: 44-46).
Aún así, cualquier testimonio relacionado con la antigüedad medite-
rránea en las Islas Canarias se seguirá obviando mientras no se maticen
los presupuestos ideológicos que pretenden una “cultura aborigen” desde
la perspectiva aislacionista (R. González Antón; Mª. C. del Arco Aguilar,
2007: 161, notas 285 y 286).
Estas evidencias reafirman la nueva corriente historiográfica que, par-
tiendo de la hipotética vinculación de las islas con procesos de actuación
colonial feno-púnicos y romanos, ha detectado indicios objetivos (P. Ato-
che Peña; J. Martín Culebras, 1996; P. Atoche Peña, 2002; R. González
Antón; Mª. C. del Arco Aguilar, 2007).
La cronología insular, en sintonía con la antigüedad mediterránea4, ha
sido determinada con datas radiocarbónicas o termoluminiscentes calibra-
das entre distintos yacimientos arqueológicos que evidencian varias fases
incógnitas del poblamiento local inscritas entre fines del segundo milenio
a de C. y siglo VII de C. (A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2002A:
43-45)5.
Alternativamente, algunas tradiciones legendarias remontando al siglo
XV, han inspirado una serie de hipótesis que suponen la repartición de gen-
tes bereberes en cada isla deportadas por el Estado romano (A. Mederos
Martín; G. Escribano Cobo, 2000: 199-225; J. Farrujia de la Rosa, 2004;
A. Tejera Gaspar, 2006: 81-105) aunque tales destierros quieran justificar-
se en un contexto de aislamiento secular6.
4
Dataciones absolutas antiguas de Canarias cfr. R. González Antón; M.ª C. del Arco
Aguilar, 2007: 36.
5
Aunque este trabajo resulta imprescindible para abordar la problemática cronológica
de Canarias, no parece acertada la seriación de dataciones medias que propone. La
limitación implícita de las secuencias cronológicas a la media puede deducir el auge
del poblamiento en época púnica, cuando en realidad la amplitud de la secuencia en
cada yacimiento no puede ser objetivamente restringida.
6
Compendio de hipótesis de varios autores y propias en A. Tejera Gaspar (2006: 82),

19
Un argumento que pone en cuestión el pretendido exclusivo origen nor-
teafricano del poblamiento aborigen de Canarias procede de la lengua o
lenguas habladas en las islas antes de la conquista castellana, pues el análi-
sis morfológico y sintáctico plantea serias divergencias respecto al tronco
lingüístico tamazight7 (L. Galand, 1990: 87-93).
En resumen, no pueden ni deben negarse paralelos o influjos comparti-
dos con el ámbito lingüístico norteafricano, pero las correspondencias con
el bereber son escasas en cuestiones fundamentales, caso de pronombres y
formas verbales, donde no es posible reconocer la sintonía con el horizonte
berberófono (L. Galand, 2001: 13-14).
Deberemos admitir además que las inscripciones isleñas denominadas
“líbico‒bereberes” sufren un impasse interpretativo, pues sin negar que
sus signos puedan relacionarse con inscripciones norteafricanas, hasta la
fecha no ha sido posible su interpretación o asimilación con los alfabetos
continentales (R. A. Springer Bunk, 2001). Además existen inscripciones
denominadas “líbico‒canarias” o según otros “líbico‒púnicas”, con signos
alfabéticos de tipo púnico y otros de tipo latino, que proceden mayoritaria-
mente de las islas orientales y que quizás deducen un panorama poblacio-
nal más heterogéneo y diversificado.
Por último, debe añadirse que el dosier relativo al poblamiento quizás
es incipiente, pues la aplicación de métodos de datación científica es costo-
sa y por tanto limitada, además, la detección de yacimientos relacionados
con el panorama más arcaico está determinado por la alteración del relieve
de las islas, por la actividad volcánica, erosión eólica e hídrica, deforesta-
ción antrópica y trabajos agrícolas de notable importancia en el paisaje8.
que no niega sus reservas por ser “arriesgadas y polémicas”. De ese modo los nombres
de cada isla estarían en relación con varias tribus norteafricanas de la antigüedad.
En mi opinión, la posible deportación de poblaciones norteafricanas no justifica una
mimética traslación étnica y política del horizonte tribal conflictivo, que resultaría
anacrónica dentro de la dinámica, sustancialmente económica del mundo antiguo.
7
Transcripción adoptada por la investigación francesa, próxima a la propuesta de dis-
tintos filólogos españoles precursores en el estudio de esa lengua, entre otros “za-
mazçigt”, “zamaçigz”, “tamasek”, “tamarçirt”. Recientemente, M. Tilmatine (2007:
93), propone la transcripción española “tamazit” y destaca el anacronismo de utilizar
un término francés en castellano. No obstante, tal propuesta debe afianzarse en el
conjunto de la investigación lingüística española ofreciendo igualmente solución al
plural “imazighen”, pues sin ser filólogo versado en esa lengua sería audaz añadir de
motu propio “imaziten”.
8
Los terrenos volcánicos de las islas son muy fértiles por su gran riqueza mineral, pero
las erupciones en repetidas ocasiones cubrieron con espesas capas de cenizas amplias

20
Un ejemplo de esa limitación de datos pudiera ser la baja cronología
del poblamiento local en Fuerteventura, la isla más próxima al continente
africano, siendo la referencia más temprana en Butihondo (Jandía), una
secuencia estimada GrA-26873: 1830 ± 40 BP = 120 ± 40 d.C. (133-229
d.C.) (Mª. C. del Arco Aguilar et alii, 2006: 36). Por tanto, es posible que
puedan localizarse yacimientos con dataciones arcaicas, aunque la presen-
cia humana, según todos los indicios, no remonta el I milenio a. de C.
En conclusión, para analizar los datos e hipótesis relativos al pobla-
miento canario (cfr. F. López Pardo; A. Mederos Martín, 2008: 333-340),
debe superarse un estadio de conocimientos incipiente y lastrado por pos-
turas historiográficas encontradas entre quienes son partidarios de situar
los orígenes del poblamiento en la “prehistoria canaria” o en el mundo
bereber, y de otros que abogan por la trascendencia colonial de la “pro-
tohistoria canaria” con aportes poblacionales diversificados y complejos
y, a tenor de los datos objetivos crecientes, no cabe duda que esto último
parece consecuente.

2. Dinámica colonial de la antigüedad en los confines


occidentales
Antes de abordar los datos relativos a la exploración, instalación o explo-
tación económica de Canarias durante la antigüedad, podemos establecer las
premisas que caracterizan la implantación colonial fenicia y romana en el área
del Estrecho para evidenciar, con cierta perspectiva, las analogías de ambos
procesos que pudieran inferirse en el devenir protohistórico de las islas.
Hoy se admite que la dinámica colonial de la antigüedad no era uni-
direccional, sino que más bien actuaba en doble sentido, en cuanto que
estructuraba el devenir de los implicados –recién llegados y nativos‒ en
torno a una serie de valores compartidos. La incidencia de la estructura co-
lonial resultaba de la adopción o identificación, con un sistema de circula-
ción de personas, ideas y artefactos, capaces de originar procesos sociales,
económicos y culturales innovadores (C. Gosden, 2004: 37).
Para algunos investigadores de la antigüedad, los primeros asentamien-
tos fenicios del Mediterráneo no pueden ser considerados coloniales por
falta de control directo, efectivo y suficiente desde la metrópoli, pero nadie
negará que dichos enclaves responden a un modelo político, económico y

zonas del país hasta momentos muy recientes. Sobre esas circunstancias y los efectos
de la deforestación antrópica y eólica, cfr. P. Atoche Peña, (2003: 184; 2010: 3); A.
Santana Santana (2003: 66-67).

21
cultural ajeno a los pueblos indígenas que apenas conocían otras formas de
organización política o social que no fueran entidades tribales o, a lo sumo,
sociedades aristocráticas.
Por ello, los primitivos establecimientos fenicios del Estrecho de Gi-
braltar fueron con propiedad enclaves coloniales9, centros urbanos estables
destinados a dinamizar la explotación económica del entorno, y dispuestos
a imponer criterios políticos y socio-culturales que transformaron la iden-
tidad de los pueblos indígenas íberos y mauritanos, insertos en un proceso
cultural “orientalizante” y luego “helenístico”, mientras los coloniales asu-
mían parte de la idiosincrasia local, que facilitaba su actuación.
Dentro de los parámetros coloniales de la antigüedad se definía un pro-
ceso civilizador universal, fluido, heterogéneo y políglota. Bajo esa co-
bertura circulaban identidades locales que cobraron ascendencia sobre
vínculos comunes, o se hibridaban con los influjos foráneos una vez rein-
terpretados por el medio indígena que, a veces, podía asumirlos también
en sentido negativo (C. González Wagner, 2001: 49-50)10. Esos sesgos re-
gionales determinaron la segmentación del espacio colonial mediterráneo
en regiones socio-culturales, a veces inmersas en procesos de integración
política.
El primer elemento crucial derivado del colonialismo en Occidente es
el reforzamiento del poder de la élite indígena, que adquiere medios y
recursos culturales originados en un centro de referencia simbólico. Ello
permitía a los estratos más poderosos auto diferenciarse del grueso de
la población local, creando oligarquías y aristocracias indígenas. De ese
modo élite y explotados no resultaban necesariamente compartimentados
entre foráneos y locales. Los dinastas ibéricos y los mauritanos y sus fami-
lias, ajenos a los parámetros de diferenciación racial y cultural del mundo
moderno, eran el resultado de un proceso colonial integrador.
Un segundo elemento de la dinámica colonial en Occidente implica
una tesitura económica expansiva, determinada por la centralidad del Me-
diterráneo como núcleo de un mercado con vocación global. Ese ámbito
mercantil estaba rodeado de periferias o “terrenos neutrales”, configurados
por desiertos meridionales, estepas septentrionales e islas de los confines
9
Toda valoración del proceso colonial atestiguado en el área del Estrecho durante la
antigüedad debe ser matizado respecto a cualquier significado de época moderna o
contemporánea. La dinámica “colonial” en estas localidades debe ser asumida como
resultado de un fenómeno socio-cultural de amplio alcance que afectó al mundo me-
diterráneo y cuyo impacto se patentiza desde un punto de vista arqueológico.
10
Alternativa divergente sería la contra-aculturación, cuando la percepción colonial
era negativa.

22
oceánicos como el archipiélago canario. En esos espacios tanto el coloni-
zador como el colonizado aspiraban al control y a establecer relaciones
recíprocas para salvaguardar sus intereses, por tanto, en la mayor parte de
los casos esas relaciones no implicaban conflictos sino, más bien, colabo-
ración y beneficios mutuos.
Los territorios periféricos podían proporcionar materias primas y ma-
nufacturas exóticas, cuyo valor se multiplicaba en el seno del mercado
globalizador, cuya clientela la componía una sociedad cosmopolita. Por
ello su exploración era inevitable dentro de la dinámica colonial, aunque el
impacto fuera gradual o limitado a una frecuentación ocasional, sin duda
proporcional a la dificultad de la empresa y a su rentabilidad.
Cabe pues suponer una rarificación de testimonios arqueológicos, con-
forme más alejados estuvieran dichos espacios periféricos respecto del
centro nuclear del mercado. En el caso del archipiélago canario los da-
tos arqueológicos del mundo antiguo resultan apenas perceptibles con los
parámetros habituales, pero por ello resultan no menos, sino acaso más
significativos. En esencia confirman los influjos diversificados y fases de
la intervención foránea, cuya interpretación singularizada debe valorarse
para determinar la configuración del mundo “aborigen” de cada una de las
Islas Canarias.
El progresivo desarrollo y proyección de las actividades económicas
tiene implicaciones socio-culturales para los ámbitos colonizados, pero no
podemos olvidar que el objetivo fundamental de la expansión no era la di-
fusión civilizadora, sino más bien el beneficio crematístico de la metrópoli
que capitalizaba los recursos obtenidos.
Las premisas del proceso colonial explican la idiosincrasia singular de
los centros fenicios de Occidente respecto a las metrópolis de Tiro o Sidón,
u otras colonias de igual origen cananeo, como Cartago, e incluso pode-
mos suponer su rivalidad para detentar o alcanzar determinados objetivos
económicos.
Entre los precedentes de la integración regional impulsada por el medio
colonial, pudiéramos situar varias etapas del horizonte cultural prehistóri-
co evidenciado sobre la orilla sur del Estrecho. Remontando al V milenio
a. de C. es posible evidenciar fases neolíticas caracterizadas por cerámicas
cardiales, más adelante, en torno al III milenio a. de C., se localizan vasos
campaniformes, monumentos megalíticos y bronce atlántico que según M.
Tarradell Mateu indican la dirección norte-sur de los contactos entre am-
bas orillas del Estrecho (N. Villaverde Vega, 2001:40-43, nota 16).
Esas etapas culturales compartidas que, en gran medida, suponen

23
contactos reiterados durante milenios que deben traducir cierta vertien-
te económica, debieron mostrar la senda ultramarina del periodo colonial
y afianzar una conciencia regional particularizada del medio foráneo allí
arraigado que en gran medida define la formulación “Círculo del Estre-
cho”, sin que ello contradiga la idiosincrasia local que pudiera percibirse
en los centros respectivos de cada orilla continental11.

3. Génesis de las Hespérides: La vocación atlántica


del medio fenicio
La estructura colonial y dinámica civilizadora de Occidente se adverti-
rá tras la remota consagración fenicia de un templo de Melqart en ambas
orillas del Estrecho12.
Según Veleyo Patérculo (Historia Romana, I, 2, 3) la fundación fenicia
de Gadir (Cádiz) remontaría al año 1101 a. de C.13, desvelando un panorama
colonial que completa Plinio el Viejo (H. N., XIX, 63) cuando precisa que el
templo de Melqart en Lixus (Colina Chumis, junto a Larache, Marruecos) era
aún más antiguo que el de Gadir, aunque tal afirmación debe matizarse.
Ambas localidades, emblemáticas del panorama religioso fenicio de
Occidente, situadas frente por frente, surgieron para capitalizar las em-
presas comerciales regionales del Estrecho de Gibraltar: Gadir en la orilla
ibérica junto a la desembocadura del río Tartessos (Gualdalquivir) y Lixus,
en la costa atlántica norteafricana (fig. 1).
A pesar de la vinculación religiosa en torno al santuario o santuarios
de Melqart, resulta evidente la preeminencia del templo de Gadir sobre el
de Lixus, si se valora el testimonio unánime de fuentes literarias y datos
arqueológicos que abundan en indicios gadiritas (F. López Pardo, 1992:
11
Sobre la percepción compartimentada del área del Estrecho entre dos espacios indí-
genas de origen íbero y mauritano, cfr. Estrabón (Geogr. XVII, 3, 2).
12
La traducción literal del dios fenicio “Melqart” es “rey de la ciudad” sin duda ha-
ciendo alusión al rey de Tiro, en origen cabeza visible de la empresa colonial en Oc-
cidente, donde como veremos sería representado, desde un punto de vista simbólico,
por el templo de Gadir.
13
Afirma patentemente Veleyo Patérculo que los tirios fundaron Gadir, en el extremo
de Hispania y término del mundo, 80 años después de la caída de Troya. Por eso puede
deducirse con precisión la fundación de la ciudad y su templo de Melqart. Datación
que aún no ha podido ser contrastada desde un punto de vista arqueológico, pero que
a tenor de la continua remontada de cronologías que están provocando las excavacio-
nes en el sur peninsular y los nuevos métodos de datación científicos aplicados a la
arqueología, no estará lejos de ser confirmada.

24
85-96). El templo de Gadir era en última instancia el centro director de las
exploraciones ultramarinas, actividades mercantiles derivadas y expansión
o influjo colonial en esos espacios periféricos, asumiendo un protagonismo
real y simbólico (E. Ferrer Albelda, 2004: 41-45)14.
Sin embargo, para conciliar la información de Plinio, es posible valorar
los procesos de hibridación entre coloniales e indígenas en torno a objeti-
vos comunes y por ello, puesto que el templo lixita se emplazó sobre una
colina que domina un paisaje singular en el extremo confín de Occidente,
podemos destacar que entre el medio indígena mauritano las cimas monta-
ñosas eran consideradas espacios sagrados inmemoriales y deidades en sí
mismas (N. Villaverde Vega, 2001: 53; 2005: 118).
En ese sentido es probable que los indígenas venerasen en la colina de
Lixus, como en otras montañas del país, una deidad astral masculina aso-
ciada al solsticio de verano y al océano15, a la naturaleza y al ciclo vital, lo
cual explica que el enclave fuera sincretizado con Melqart-Smesh (Hércu-
les Solar), pues esa asimilación propiciaba y reforzaba los intercambios y
las empresas económicas fomentadas entre fenicios e indígenas del entor-
no (fig. 2) (N. Villaverde Vega, 2005: 117-119).
La estructura colonial de los fenicios de Occidente se concreta en el
“Círculo del Estrecho”, figura historiográfica definida por M. Tarradell
Mateu (1960) para inscribir el perfil arqueológico compartido que percibió
entre ambas orillas16, cuya implantación, entre los siglos VIII y VI a. de C.,
se evidencia desmesurada tanto si se rastrea por la orilla europea como por
la africana (F. López Pardo; A. Mederos Martín, 2008: 54-56).
Por el este peninsular es segura la inclusión de la región de Murcia,
pues Mastia Tarseion, (el solar de Cartagena) como su nombre indica, era
un enclave tartésico. La isla de Ibiza, frente al levante peninsular, también
parece colonizada en el siglo VII a. de C. por gentes del Estrecho (B. Costa
Ribas, 2004: 172-173), sin duda para facilitar las relaciones comerciales
gadiritas con el Golfo de León, Etruria y Golfo de Nápoles.
Igualmente, toda la costa del sur peninsular hasta la bahía de Algeciras
14
No compartimos la matización del autor sobre los aspectos “no positivos” de la pre-
sencia fenicia en el medio indígena, como el comercio de esclavos, pues esa actividad
necesariamente planificada no podría haberse llevado a cabo sin la connivencia local.
Durante la Protohistoria y la Antigüedad, el ser humano podía llegar a ser considerado
materia prima y el esclavismo constituía una saneada fuente de recursos.
15
Quien haya contemplado una puesta de sol desde esa colina, que domina la desem-
bocadura del río Lucus y el océano Atlántico, podrá entenderlo sin dificultad.
16
Particularidades de la estructura urbana y edilicia de sus ciudades o de sus comple-
jos industriales, tipos y alcance de la circulación monetaria, o de cerámicas.

25
y desde allí la costa atlántica vecina de Gadir fue íntegramente colonizada,
evidenciándose importantes penetraciones por el río Guadalquivir hasta
Sevilla.
También existirían enclaves en el resto de la costa atlántica ibérica hasta
Galicia, cuyos sectores costeros debieron servir de base para las expedicio-
nes tartésico-fenicias en busca de estaño hasta las Islas Cassiterides (Gran
Bretaña e Irlanda) (A. García Bellido, 1953: 203, 209-213; A. Mederos
Martín; L. A. Ruiz Cabrero, 2004/2005).
La orilla africana mediterránea implicada en el “Círculo del Estrecho”,
entre los siglos VIII y VI, se extendía desde el Oranesado (Argelia) al este,
hasta la embocadura del Estrecho al oeste. Con factorías permanentes o
estacionales en Rusaddir (Melilla), Sidi Dris, Emsa, Sidi Abselam del Be-
har (Tetuán), Ceuta y Alcázar-Seguer, seguramente entre otros micro-en-
claves, pues todo ese sector costero es abrupto y está compartimentado en
pequeños valles que dificultan, aunque no impiden, ciertos contactos con
la montaña rifeña.
Sin embargo, los más antiguos asentamientos fenicios estables en la
Mauritania occidental, remontando al siglo VIII, se centraron en la costa
atlántica y riberas de los grandes valles fluviales septentrionales. El mejor
caso es la localidad emblemática de Lixus que ya hemos mencionado en la
desembocadura del Lucus, pero también otras por descubrir como Sala, en
la desembocadura del río Bu Regreg.
Desde allí hasta los confines meridionales junto al desierto, podemos
suponer lugares frecuentados como el Islote de Mogador (Esauira), donde
se emplazó una factoría estacional, visitada de forma intensa y reiterada
entre el siglo VII y mediados del VI a. de C. o poco antes, según una
reciente revisión de materiales (F. López Pardo ; M. Habibi, 1998: 57)
(fig.3). Otros lugares idóneos para enclaves marítimos fueron la desembo-
cadura del río Um er Erbía (Azemur), Safi, cerca de la desembocadura del
río Tensift y Agadir, más al sur, junto a la embocadura del río Sus17.
No obstante, teniendo en cuenta que los conflictos puntuales con los
indígenas eran impredecibles dentro de la dinámica colonial y que sin duda
17
El cabo Rhir pudiera relacionarse con la vecindad de Rhysaddir en el solar de Aga-
dir. No obstante, el nombre actual de Agadir en bereber “Ugadir”, resulta idéntico al
fenicio Gadir, “fortaleza”. La medina de Agadir junto a la playa, destruida durante el
terremoto de 1960, convertida en cementerio por respeto a los habitantes sepultados,
es un lugar idóneo para un enclave con fondeadero. Safi también posee una ense-
nada portuaria idónea como escala de la navegación. Sus entornos son susceptibles
de explotación agrícola. La desembocadura del río Sus confiere acceso al interior
continental.

26
debieron producirse ocasionalmente, el único puesto de ese sector costero
que se advierte defendido de forma natural sería el islote de Mogador, lo
cual quizás explica la intensidad de su frecuentación sobre cualquier otro
centro portuario en esa costa.
Una noticia que menciona la circunnavegación de África llevada a cabo
por los fenicios en el siglo VII a. de C., con el patrocinio del faraón egipcio
Necao II (A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2002A: 59-61), resulta
coetánea de los restos arqueológicos conocidos hasta la fecha, en Mogador.
Sin embargo, puede estimarse que las navegaciones mediterráneas ha-
bían propiciado, desde muchos siglos antes, el conocimiento de esas latitu-
des. Estrabón, (Geogr. I, 3, 2), afirmaba que los fenicios habían explorado
las costas africanas hasta las proximidad de Kèrne/Mogador18 “poco des-
pués de la guerra troyana” es decir en el siglo XI a. de C. e incluso deja
entrever que esa ruta habría sido descubierta por los micénicos (Geogr. I,
2, 31), que pudieron transmitir su información a Oriente.
Por tanto, sin descartar navegaciones de reconocimiento remontando a
la mitad del II milenio a. de C. no extraña que los fenicios y gentes bajo
su influjo socio-cultural, con navegaciones programadas o incluso con me-
dios precarios, accedieran a las Canarias desde la costa africana, Península
Ibérica o desde el mismo Gadir.
Como última instancia de la frecuentación de Canarias durante la anti-
güedad cabría suponer eventuales ensayos de introducción de flora, fauna
y gentes de orígenes no bien determinados en el archipiélago. La introduc-
ción de vegetales mediterráneos puede evidenciarse gracias a los análisis
carpológicos, polínicos y antracológicos, en los yacimientos “aborígenes”
aunque en algún caso tal evidencia puede ser neutralizada por factores na-
turales como la difusión de semillas a través de las aves.
Un indicio, en una fase previa al siglo I a. de C., remite de nuevo a Pli-
nio el Viejo (H. N., VI, 202) cuando alude a piñas y palmeras datileras en
la isla canaria (con mucha probabilidad Gran Canaria). Phoenix dactilifera
es originaria de Oriente Medio y Norte de África, por tanto su introducción
en Canarias antes del siglo I. a. de C. pudo ser facilitada por navegantes
mediterráneos (A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2002A: 184-185)
desde luego en un momento previo a la mención de Plinio.
El Pinus Canariensis (pino canario) de grandes dimensiones fue objeto
18
Kerné o Cerné, de “Cornamenta”, debe relacionarse con el nombre antiguo de Mo-
gador: “Torre de la Cornamenta”, traducida en la mención Turris Buconis o “Torre del
bucráneo” del Anónimo de Ravena III, 11, (N. Villaverde Vega, 2001: 190 ; F. López
Pardo; A. Mederos Martín, 2008: 79-82)

27
de explotación. Un tronco de pino fosilizado, con indicios de tala en el
corte, que se data en el primer milenio antes de C., está depositado en el
Jardín Botánico de Tafira (Gran Canaria). Los piñones de esta especie son
comestibles pero sin proyección económica pues su valor nutritivo y sabor
no es comparable con los piñones de Pinus pinea (pino piñonero), también
llamado “pino dulce” en Canarias. Esta última variedad, que es originaria
de la cuenca mediterránea, se encuentra naturalmente en el área del Estre-
cho, y su aprovechamiento se atestigua en niveles arqueológicos fenicios
de Lixus (I. E. Grau Almero et alii, 1995:192).
Para naturalizarse, el Pinus pinea necesita ciertas dosis de humedad y
quizás por ello sólo está difundido en los valles isleños que reciben aires
atlánticos. En Gran Canaria, donde Plinio cita las piñas, hay masas bosco-
sas de esa especie en el parque natural de Tamadaba (Agaete) y ejemplares
dispersos en Llanos de la Pez (Tejeda)19.
La recolección y consumo de piñones entre el medio local “prehistóri-
co” de las islas está documentado arqueológicamente a través del intestino
de una momia guanche enterrada en Roque Blanco y también otro hallazgo
en la Cueva de don Gaspar, (Icod de los Vinos, Tenerife) (Mª. C. Arco
Aguilar, 1984: 30-31, 99, fig. 1; íd et alii, 2000: 76-78), aunque la especie
reseñada en ambos casos es Pinus Canariensis.
Los cereales son taxones básicos para la alimentación humana que ade-
más atestiguan la práctica de la agricultura entre el poblamiento “abori-
gen”. Los yacimientos “prehistóricos” canarios conocen dos variedades de
cebada. Una con cascarilla y otra desnuda, llamada “romana”, Hordeum
vulgare y Hordeum coeleste (íd., 1984: 94). El nombre indígena era “tamo”
y “ahoren” cuando el grano estaba tostado. Este cereal parece especial-
mente mejor adaptado al terreno y al clima de las islas más occidentales,
más lluviosas y de relieve accidentado, pues al menos en los yacimientos
prehistóricos de Tenerife está muy bien representado (íd. et alii, 2000: 88).
El trigo, introducido en el archipiélago junto con la cebada en una fase
arcaica, está documentado en Gran Canaria y Tenerife, aunque las mayores
exigencias del cultivo del trigo y su menor producción parecen determinar
su condición secundaria, e incluso un posible abandono de su cultivo, por-
que en los yacimientos prehistóricos sólo está representado en los niveles
más antiguos (íd. et alii, 2000: 89).
19
Espacio repoblado en 1950, de Pinus Canariensis (pino canario) y Pinus radiata
(pino de California). En la zona se localizan dispersos pinos piñoneros (Pinus pinea)
lo cual sugiere que el bosque, antes de la repoblación de mediados del siglo XX, con-
taba con esas coníferas naturalizadas.

28
La presencia de guisantes o arvejas, Pisum sp., es precaria en compara-
ción con el consumo de habas, Vicia faba, que tras la cebada, constituye el
segundo cultivo en importancia. Las habas están representadas en la Cueva
de don Gaspar y las Palomas (Tenerife), aunque igual al trigo, poco a poco
y avanzado el tiempo disminuye su producción y consumo (íd., 1984: 126-
127; íd. et alii, 2000: 90). Habas y guisantes son del Próximo Oriente y se
difunden en el Mediterráneo en torno al II milenio a. de C.
Una evidencia fundamental, derivada de los estudios paleo-carpológi-
cos en Canarias, estriba en la determinación de taxones de vid cultivada,
Vitis vinifera en la Cueva de don Gaspar (Icod de los Vinos) a comienzos
de la Era, por tanto esta especie también fue introducida por el medio me-
diterráneo (íd., 2000: 93). Aunque los aborígenes canarios conocían la vid,
no se ha confirmado la producción de vino.
En el norte de la Península Ibérica la producción vinícola distinguía a
los hispanos civilizados de los bárbaros (Estrabón, Geogr. III,3,7). No obs-
tante, topónimos como Icod de los Vinos (Tenerife) y el arraigo tradicional
de viñas en La Palma y Lanzarote, pudiera deparar sorpresas en el futuro,
si se actúa a nivel arqueológico.
Del acebuche, Olea europea u Olea oleaster, hay una variedad “Guan-
chica” en Canarias y Madeira. Esta planta, como todos los olivos, sólo
produce olivas comestibles cuando es injertada por el olivo productivo.
El origen del taxón productivo es de Oriente Medio y en la Península Ibé-
rica fue introducido por los fenicios. La especie está representada en niveles
aborígenes de Lanzarote, Fuerteventura, Gran Canaria y Tenerife (íd., 1984:
129). En Gran Canaria son importantes los olivares de Santa Lucía y San Bar-
tolomé de Tirajana. En Lanzarote el olivo se atestigua en un estrato datado en-
tre los siglos I de C. y V. de C (P. Atoche Peña, 2009: 110-111). Algún topóni-
mo como La Oliva (Fuerteventura), también pudiera indicar el cultivo antiguo
en espacios de esa isla pues el topónimo citado por Le Canarien, remontaría a
la conquista de Fuerteventura (Aa.Vv., 2003: 225).
Fruta del mundo fenicio occidental, originaria de la Península Ibérica,
era el granado (Punica granatum) que los romanos llamaron Malum Pu-
nicum. Hasta la fecha no se confirman semillas o carbones de granado en
yacimientos arqueológicos isleños, sin embargo, textos de fines del siglo
XVII citan su uso terapeútico entre los aborígenes canarios y para la mo-
mificación en Tenerife (Mª. C. del Arco Aguilar, 1984: 51 y 128).
La higuera (Ficus carica) es un árbol mediterráneo documentado en
la Cueva de las Palomas (Icod de los Vinos) en niveles del siglo III a. de
C., y en el yacimiento de Los Cabezazos (Tegueste, Tenerife) (M.ª C. del

29
Arco Aguilar et alii, 2000A: 73 y 94). Su cultivo y consumo era habitual
entre los “aborigenes” de Gran Canaria y en Tenerife, según crónicas de la
conquista castellana. (M.ª C. del Arco Aguilar, 1984: 31).
Por último, entre plantas canarias importadas al Mediterráneo en la an-
tigüedad, existe una mención de Estrabón (Geogr. III, 5, 10), que cita a Po-
seidonios, y afirma la existencia de un árbol exótico en Gadir, interpretado
a veces con un “drago” Dracoena drago, lo cual atestiguaría intercambios
de ida y vuelta.
Partidario del drago de Gadir es R. Corzo Sánchez (1998: 27-50) que
lo reconoce en un bronce samio del siglo VIII a. de C. La iconografía, que
describe el mito de Hércules y Gerión, incluye el posible drago como em-
blema de Gadir. No obstante, A. Tejera Gaspar (2000: 369-371; 2006: 47-
52) relativiza su origen canario al patentizar taxones de drácena en la Isla
Socotora y en el Alto Atlas, donde se atestiguó la especie en 1996. Lo cual
no niega que fuera más sencillo para los navegantes gadiritas obtener dra-
gos en Canarias (M.ª C. del Arco Aguilar et alii, 2000A, 73 y 113, nota 14).
El grueso de la fauna que puede ser atribuída a la impronta colonial tam-
bién aparece en distintos “yacimientos aborígenes”. En la práctica totali-
dad de yacimientos arqueológicos excavados figuran ovicápridos y cerdos
desde épocas remotas. Los cerdos son omnívoros, prolíficos e idóneos por
su aprovechamiento alimenticio20. Las cabras depredadoras y las ovejas,
estas últimas mucho menos dañinas para el ecosistema, proporcionaban
leche, carne y pieles. El perro aparece asociado con la ganadería de ovi-
caprinos, como en El Bebedero (Lanzarote) (P. Atoche Peña et alii, 2009).
También se evidencia la rata negra, Ratus ratus, cuya difusión invo-
luntaria debió realizarse vía marítima (P. Atoche Peña, 2003: 202)21. Para
contrarrestar ratas y ratones, desde las navegaciones fenicias22, los barcos
mercantes han incluido gatos tripulantes.
Los felinos Felis felis, identificados en varios yacimientos aborígenes
de Tenerife, son en algún caso de origen norteafricano (M.ª C. del Arco
Aguilar, 1985: 87)23. También se documenta el gato en yacimientos “pre-
20
Información que nos ha proporcionado el Dr. D. Rafael González Antón.
21
En este trabajo el Dr. P. Atoche Peña propone la llegada de la rata en época romana.
Queda pues por demostrar la llegada en momentos anteriores.
22
Felis silvestris de origen africano parece haber sido domesticado en Oriente Medio
en época inmemorial. La difusión del felino doméstico en el Mediterráneo se atribuye
a egipcios y fenicios.
23
Cueva de don Gaspar; Cueva de las Palomas. Un ejemplar, estudiado por I. Sarrión,
se atribuye a Felis margarida, un pequeño gato del desierto. En la Cueva de D. Gaspar

30
históricos” de La Palma como la Cueva del Tendal y la de El Rincón (J.
Pais Pais, 1996: 462 y 489).
Gallos y gallinas, Gallus gallus, atribuidos siempre a estratos históricos
o revueltos, han sido discriminados de otros restos “aborígenes” en la mis-
ma posición estratigráfica como denuncian R. González Antón y M.ª C. del
Arco Aguilar (2007: 240, nota 411). Las gallinas y los gallos eran animales
asociados a los navegantes de la antigüedad, pues ocupaban un espacio
reducido del barco y proporcionaban proteínas en navegaciones largas. En
la Península Ibérica la introducción de estas aves de corral se atribuye al
medio colonial fenicio.
También debe plantearse el caso de la introducción de la especie huma-
na, si como parece en el momento de su descubrimiento estaban desiertas.
La mano de obra era requerida para llevar a cabo las labores de explotación
más rudas y primarias que perseguía el medio colonial. La fase más arcaica
del mundo “aborigen”, detectada hasta la fecha, procede de la sepultura
VII en Cueva de los Guanches (Icod de los Vinos, Tenerife), datada entre
1391 ‒ 698 a. de C. (R. González Antón; M.ª C. del Arco Aguilar, 2007:
36). La configuración y arraigo de una masa poblacional primitiva, expor-
tada hasta las islas con la mediación mediterránea, pudiera suponer oríge-
nes heterogéneos y cronológicamente diversificados.
Por último, deberemos acordar el grado de implicación que ejercían
los agentes coloniales sobre estos espacios territoriales atlánticos de la pe-
riferia. E. Ferrer Albelda (1998: 37-40) distingue tres tipos de variables
territoriales teóricas, que sitúa dentro de la intervención colonial del medio
fenicio del “Círculo del Estrecho”:
Una primera variable es el círculo productivo o extractivo capitalizado
por Gadir y templo de Melqart, sometido a oscilaciones expansivas, o re-
cesivas, del mercado. De ese modo, pudieron irradiarse subsidiariamente
influjos socio-culturales e incluso religiosos percibidos de forma selectiva
por el medio local no fenicio, con gradaciones e hibridaciones poco reco-
nocibles aunque tal impacto sería irreversible y perdurable.
La segunda variable, consecuencia de la anterior, definiría una idiosin-
crasia particularizada, en cierta medida nacional, asociada al espacio terri-
torial ocupado por grupos humanos que compartían elementos socio-cultu-
rales afines, como lengua o religión y acaso cultura material. Esto afectaría
sólo a los poblamientos estables.
el gato está fechado por C14: Gak-8067: 1390±110 B.P.= 560 d.C. = cal AD 427- 883
[650 AD]. Agradezco a la Dra. M.ª C. del Arco Aguilar numerosos datos bibliográfi-
cos y explicaciones relativas a la fauna y flora localizada en distintas excavaciones del
archipiélago que han facilitado este epígrafe del texto.

31
Por último, una tercera variable debe relacionarse con el poder político
ejercido por las poleis, confederaciones o sociedades fenicias del Estrecho,
cuyo número y capacidad soberana no sería fijo, sino cambiante, depen-
diendo de factores diversos, como el auge o declive de su demografía o
acontecimientos bélicos.
En tal caso, desde un punto de vista teórico cabe proponer la inserción
de Canarias dentro de la primera variable de relaciones económicas, siendo
dudosa su relación con la segunda y tercera variables de E. Ferrer Albelda.
Además, la ausencia de restos arqueológicos relacionados con la presencia
humana parece indicar que las islas estaban desiertas antes del I milenio a.
de C. cuando pudieron ser descubiertas.
Valorando dicha peculiaridad puede proponerse una cuarta variable,
aplicable a Canarias, para zonas despobladas descubiertas y potenciadas
por el medio colonial. Sus recursos naturales podían ser fomentados y ex-
plotados, aunque los agentes coloniales debieron aportar la mano de obra y
otros medios suplementarios para llevar a cabo, a largo plazo, sus objetivos
económicos.

4. La sombra púrpura del atardecer (ss. XI a. de C. – VI de C.)


La frecuentación mediterránea de Canarias entre los años 1096-950 a.
de C. está probada, desde un punto de vista arqueológico, gracias a los ha-
llazgos anfóricos en el islote de La Graciosa en la costa norte de Lanzarote.
Consiste en un cordón litoral fósil conformado con fragmentos atípicos de
cerámicas facturadas a torno. Esos materiales, recogidos y seleccionados
in situ, fueron datados por termoluminiscencia (R. González Antón; M.ª C.
del Arco Aguilar, 2007: 36).
En la playa del islote se han evidenciado también conchas del molusco
Thais haemastoma, con indicios de haber sido manipulados y triturados
desde un punto de vista antrópico (fig. 4). Ambas evidencias sugieren que
la recolección y transformación primaria del molusco procuraba la obten-
ción de tinturas purpúreas (F. García-Talavera Casañas, 2003; R. González
Antón; M.ª C. del Arco Aguilar, 2009: 9-80).
Ese hallazgo, el primero de una serie de enclaves por descubrir, confir-
ma que las Islas Canarias fueron descubiertas y dinamizadas por los feni-
cios. Sin embargo la mejor evidencia para relacionar el descubrimiento de
Canarias por el medio fenicio de Occidente, procede del nombre que las
fuentes greco-latinas atribuyen a las islas más próximas a la costa occiden-
tal del continente africano. La mención más remota es de Homero que cita

32
las “Islas Hespérides” en La Odisea (IV, 563-568). Ese relato mítico sería
redactado entre los siglos VIII y VII a. de C., aunque remontara a una tra-
dición oral más antigua. La etimología de “Hespérides” procede de la voz
griega “hesperis”=“el atardecer, o el ocaso”, que traduce literalmente la
voz fenicia “Lixus”, (Lqx) = La puesta del sol /Occidente24 (N. Villaverde
Vega, 2001: 119, nota 324).
Desde un punto de vista ideológico, la voz fenicia “Lqx” = Occidente,
confirma la concepción global del mundo mediterráneo entre dos polos:
“Oriente y Occidente”, e indirectamente ensalza la hazaña marítima que
los había conectado. La traducción “Hespérides” quizás no percibe su sim-
bolismo ideológico, pero indicaría la relación del conjunto insular con las
navegaciones exploratorias en el Extremo Occidente.
Con posterioridad las fuentes greco-latinas, entre los siglos II a. de C.
y I de C., insisten en mencionar dos islas que se describen próximas entre
sí y cercanas al continente, lo cual conviene a Fuerteventura y Lanzarote.
Al ser las más frecuentadas y conocidas, fueron percibidas desde un punto
de vista geográfico como un conjunto diferenciado del resto de Canarias
(A. Santana et alii, 2002: 199-225; A. Santana Santana; T. Arcos Pereira,
2006: 91-99).
No es hasta el siglo I de C. cuando se sitúan las “dos islas de Hespéri-
des”, mención confusa que debemos a Plinio el Viejo (H. N. VI, 201).
Más lejos de ellas todavía dícese que hay dos Insulae Hesperidum; pero
todo esto es poco seguro; así Statius Sebosus calculó en cuarenta días la
distancia existente entre las Insulae Gorgonum y las Insulae Hesperidum
navegando por delante del Atlas, y en un día de navegación la distancia
que media entre estas últimas y el Hesperu Ceras. Las noticias de las Islas
de la Mauretania no son más seguras; únicamente se sabe que hay algunas
frente a los autololes y que fueron descubiertas por Iuba quien estableció
allí talleres de púrpura gaetúlica. (Trad. A. García Bellido, 1947:150).

También Plinio el Viejo aborda la descripción de las Islas Afortunadas,


donde relata, de forma más confusa, el resto del conjunto insular canario
(H. N., VI, 202, 203). No obstante podemos advertir como Plinio, con no-
24
La denominación semita Lqx se perpetúa en lengua árabe Magreb ‟Al Aqsa” por el
conjunto regional (obsérvese la perpetuación fonética LQS). Su traducción por “lugar
donde se pone el sol”, coincide en ambas lenguas. Esta voz semita está implicada en la
raíz etimológica del sustantivo latino occidens-ntis, cuya traducción es “el poniente”,
y también del adjetivo latino “occiduus” utilizado para definir la puesta del sol “sole
occiduo” que da origen a la palabra española “ocaso” y “occidente”. (Sobre la traduc-
ción de ambos términos latinos cfr. S. Segura Munguía, 2006: 510).

33
table rigor científico, reconoce que su información procede de fuentes an-
teriores y añade que las noticias compendiadas resultaban “poco fiables”.
En resumen no parece en algún caso capaz de interpretar el conjunto de la
información recopilada (F. López Pardo, 2009: 53-78).
Por ese motivo, pese a los empeños de interpretación del párrafo
pliniano, existen serias dudas sobre su coherencia interna, y no diga-
mos si se valoran las distancias en general poco “afortunadas”25. La
distancia de 625 millas que Plinio establece entre las Islas Purpurarias y
las Islas Afortunadas da margen para toda propuesta bienintencionada,
pero a la postre hipotética, entre Canarias y Gadir.
Plutarco (Vida de Sertorio, VIII) nombra las “dos islas” de los Bien-
aventurados que veremos traduce al latín el mito griego de los Campos
Elíseos, del cual procede a su vez el nombre “Afortunadas” recogido
por Pomponio Mela (Chor. III, 102). Estas islas estaban pobladas por
“bárbaros” que conocían el mito y que demuestran cierto grado de sin-
tonía cultural con los navegantes. Las dos islas próximas al continente,
Fuerteventura y Lanzarote, serían las más accesibles y frecuentadas por
reunir buenas condiciones como bases de avituallamiento y habitación
frente a la costa africana.
Una vez presentadas las Islas Hespérides, debe valorarse la mención so-
bre las Islas de Mauretania, donde se emplazaron talleres de púrpura getú-
lica en época de Iuba II. Por ese motivo puede valorarse la información de
Plinio (H. N. VI, 201), primando las evidencias indirectas, pero objetivas,
que confirman su relación con las Canarias Orientales. Ya hemos destaca-
do la voz “Lqx,” como denominación fenicia del Extremo Occidente, por
ello cabe redundar en las sinonimias inadvertidas.
Sobre la denominación de las Islas de la Mauretania incluidas en el
relato pliniano, podemos traer a colación la cita de Estrabón (Geogr. XVII,
3, 2) que alude en pasado al pueblo grande y feliz de los “maúroi” origi-
nario de la orilla sur del Estrecho del Gibraltar. Plinio el Viejo (H. N. V,
17) también se hace eco de esa denominación al afirmar “entre los pueblos
que habitaron el país en otros tiempos, el principal era el de los mauri” que
según el mismo autor se habría extinguido por sus conflictos internos.

25
F. López Pardo (2009:60) supone errores del autor romano debido al manejo de dos
cartografías diferentes, la de Statius Sebosus y la de Iuba II. Quizás no sólo consulta
dos cartografías, sino también otros documentos suplementarios, pues la conciliación
de seis apelativos aparentemente divergentes para los mismos conjuntos insulares e
islas, pudo ser uno de los motivos de su confusión.

34
“Mauroi” resulta ser la denominación aparentemente indígena de
las gentes que habitaron la Mauretania, pero según Estrabón en el siglo
I a. de C., no era percibidos como habitantes entre las tribus nómadas,
seminómadas y montañesas de la Mauritania occidental.
Por ello para evidenciar el significado de la denominación regional,
Mauretania / Mauritania, deberemos cuestionar su raíz etimológica. La
etimología de la voz “maur”, si nos atenemos a la variante dialectal rifeña
tamazight26 que aún se habla en la ribera sur del canal del Estrecho, debe
relacionarse con la voz “maru” cuya “r” se pronuncia como una palatal,
vibrante, sonora, no alveolar (E. Ibáñez Robledo, 1949: 193).
En esa lengua, “maru” designa la “parte de la montaña donde no da el
sol”, adjetivo traducible como “espacio sombrío” o “sombreado”. Quizás
por ello la voz “mauroi” se ha relacionado con rasgos étnicos del pobla-
miento indígena como la piel morena de muchos, lo cual parece simple (N.
Villaverde Vega, 2001: 41, nota 15).
Sin embargo, a la luz de los datos filológicos, resulta más sugestivo
relacionar el significado del topónimo regional Mauritania27 como la tra-
ducción literal en lengua indígena de la palabra fenicia Lqx (el ocaso, el
atardecer, o el lugar de las sombras donde se oculta el sol). Ese confín des-
cubierto por el medio colonial, permite a los indígenas tomar conciencia de
su propia situación en la globalidad, no al revés.
Ello explicaría que los amistosos nómadas “lixitas” que aparecen guar-
dando sus ganados en las riberas del río Lucus, cuando los cartagineses
exploraron la costa atlántica africana a fines del siglo VI o inicios del V
26
Los estudios de gramática y diccionarios de español-rifeño se deben a dos inves-
tigadores españoles que desarrollaron su labor filológica entre fines del siglo XIX y
primera mitad del siglo XX, P. H. Sarrionandía Linaza (1905); E. Ibáñez Robledo
(1944; 1949).
27
El nombre latino del país, atestiguado en fuentes literarias y epígrafes, fue Maure-
tania durante el Alto Imperio, y durante el Bajo Imperio Mauritania. La historiografía
francófona en general y mi maestro el Dr. Y. Le Bohec, en particular, prefieren Mau-
retania para aludir a la región durante toda la antigüedad, distinguiéndola del estado
moderno Mauritanie/Mauritania. Sin embargo la tradición historigráfica española, re-
montando a Isidoro de Sevilla, reconoce el país como Mauritania. En ese sentido pro-
pongo limitar, en español, la utilización de Mauretania al Alto Imperio, y usar Mau-
ritania de modo general pues pese a la convicción francófona, el término Mauritania
es antiguo, no moderno, y la voz rifeña “maru”, cuya desinencia vocálica es débil, no
fuerte, acordaría mejor con la transcripción latina Mauritania. Debe además señalarse
que el tarifit, dialecto del tamazight, se habla en la montaña rifeña que según las fuen-
tes literarias era el espacio nuclear del país habitado por los mauri en la antigüedad.

35
a. de C. según el Periplo de Hannón, 6-8 (J. Desanges, 1989: 405), serían
gentes de las tribus locales, los “mauroi”.
En conclusión Lqx = Liza = Lixa = Lixos (Lixus)28, Mauritania y Hespé-
rides, respectivamente en fenicio, tamazight y griego son voces sinónimas.
El concepto aludía a toda la región, tierras e islas del confín occidental, y
sólo indirectamente, por su valor significante, se aplicará a los indígenas
implicados en el proceso colonial .
Puede suponerse que el conjunto insular definido por Fuerteventura y
Lanzarote, al margen de ser conocidas como Islas del Atardecer o del Con-
fín de Occidente, recibieran otras muchas denominaciones según la lengua
usada o por las actividades económicas allí desplegadas.
Una hipótesis, a deducir de la identificación de Fuerteventura y Lanza-
rote con las “Islas de la Mauretania”, es la propia denominación tradicional
de los habitantes de ambas islas “majos” o “majoreros”. Según L. Torriani,
autor que escribía a fines del siglo XVI, el gentilicio deriva de “Maoh” que
afirma era un antiguo nombre de la isla de Lanzarote. Este nesónimo fue
relacionado por G. Marcy (1962: 282-283; citado por A. Tejera Gaspar,
2006:92-96) con el etnónimo “*maohr” de algunas tribus norteafricanas
habitantes de la orilla sur del Estrecho de Gibraltar.
Por eso, de manera alternativa a la explicación étnica, queremos incidir
en la voz “maoh” evolucionada del término “*maohr”, en singular, cuya
raíz etimológica se advierte en el término rifeño “maru”, con un sentido
geográfico para traducir como vimos “lixitas”, término aplicado por los
fenicios a los habitantes del país del Ocaso.
Otra cuestión por resolver deriva del nombre de las Islas Purpurarias,
pues Plinio (H. N. VI, 203) afirmaba que los talleres de tinturas estaban en
las Islas de la Mauretania descubiertas, o mejor redescubiertas, por Juba II,
aunque situaría las “Purpurariae” a una distancia improbable de las “Afor-
tunadas”.
Quizás por ello fueron identificadas las más de las veces con el islote de
Mogador (Esauira, Marruecos) y supuestas peñas del entorno (P. Vidal La
Blanche, 1903: 325-329), cuya entidad resulta insignificante en compara-
ción con las dos islas orientales del archipiélago canario.
Años más tarde J. Álvarez Delgado (1945:14) formuló la hipótesis al-
ternativa que identificaba las Purpurarias con Fuerteventura, Lanzarote y
otros islotes aledaños. Aunque, cinco años después las excavaciones con
hallazgos fenicios y romanos en el islote de Mogador (J. Desjacques; P.
28
Liza en Hecateo y Lixa en Alejandro Polyhistor de la voz “Lixus”, cfr. J. Desanges
(1989: 404, 1 y 4).

36
Koeberlé, 1955), decidieron que la práctica totalidad de investigadores se
decantasen por esta última posibilidad, y desdeñasen la identificación de-
las Purpurarias en las islas orientales de Canarias.
En resumen, las Islas Purpurarias para la mayoría de los supuestos se si-
túan en el islote de Mogador y peñas aledañas siguiendo miméticamente la
escuela gala, hegemónica y meritoria en la investigación de la antigüedad
sobre el norte de África, pero no infalible. También existen autores que las
sitúan en el archipiélago de Madeira.
Los hallazgos de La Graciosa han permitido retomar la cuestión, y A.
Mederos Martín y G. Escribano Cobo (2006: 78-82), recuerdan que el is-
lote Mogador jamás fue un archipiélago incógnito, algo que afirman las
fuentes de las Islas Purpurarias, sino más bien una pequeña isla a la vista
de todos los paseantes de la playa de Esauira (fig. 5); además, ni en ese
islote ni en su proximidad, se han localizado restos que permitan deducir
la recolección o tratamiento de moluscos para púrpura (íd., 2006: 79-80,
82, 89).
Por último una mención bíblica, remontando al siglo VI a. de C. (Libro
de Ezequiel, 27-7) alude al toldo (¿sombrilla?) del rey de Tiro de “púrpura
violeta y escarlata de las costas de Elisá”, mención que precisa su encuadre
geográfico.
Amparados en esa cita, A. Mederos y G. Escribano Cobo afirman que
el color escarlata sólo procede del Thais haemastoma, molusco abundante
en las costas atlánticas norteafricanas, y por ello afirman que la púrpura
“escarlata” de “Elisá” debe relacionarse con las Islas Canarias, mejor que
con Cartago (por su fundadora la reina Elisa) o Chipre (Alysia), que hasta
la fecha han sido las zonas propuestas por los distintos estudiosos que se
han ocupado del tema (íd., 2006: 87-88).
Estamos de acuerdo con A. Mederos Martín y G. Escribano Cobo, pero
debe ampliarse su identificación al ámbito regional de Occidente, donde se
insertan las Canarias, añadiendo un criterio etimológico fundamental, pues
Elisá trascribe la voz “Lissa” en Hecateo de Mileto, y “Lixa” en Alejandro
Polyhistor = Lixus, (cfr. esas lecturas en J. Desanges, 1989: 405, 1 y 4).
En conclusión “Elisá” es otro de los sinónimos derivados de la voz semita
“Lqs”, de las Hespérides y de la Mauritania, es origen del mito los Campos
Elíseos y por tanto de las Islas de los Bienaventurados.
La dimensión mítica de Canarias en parte quizás deriva de la estrategia
comercial fenicia, pues los viveros de moluscos se mantendrían en secre-
to para monopolizar y dosificar su explotación exclusiva. La cronología
atestiguada en el pequeño islote de La Graciosa coincide con el auge de la

37
producción de tinturas suntuarias de alto precio, demandadas por los ám-
bitos del poder del mundo antiguo, cuyo comercio centralizaba Tiro entre
los siglos XIII y VI a. de C. (Libro de Ezequiel, 27-7 y 16).
Las dos islas Hespérides, identificadas con Fuerteventura, Lanzarote
e islotes adyacentes, serían las “Purpurarias” durante la etapa colonial lo
cual explica los restos de Thais haemastoma diseminados en numerosos
yacimientos aunque falta precisar cuáles produjeron tinturas: Jable de las
Caletas (La Graciosa); La Isleta-La Santa (Tinajo); El Bebedero (Teguise);
El Rubicón (Yaiza) en Lanzarote y Llano de la Cancela-Barranco de la
Torre (Antigua); Agua Ovejas-Jable Occidental (Jandía) en Fuerteventura
(A. Martín Mederos; G. Escribano Cobo, 2006: 82-83).
En conclusión, la industria de la púrpura impulsó el descubrimiento y
exploración de Canarias por el mundo mediterráneo. La especialización
fenicia en ese producto decidiría la postergación de la denominación na-
cional “canaeos”, por phoenici: “los rojos”, atribuida desde fines del se-
gundo milenio a estos navegantes orientales y sus colonias ultramarinas
por el color escarlata de las tinturas que producían y comerciaban.
Otra mención sobre la producción purpúrea en Occidente procede de
Plinio el Viejo, (H. N., IX, 61), que entre las mejores púrpuras del mundo
alude a la tintura producida en Getulia (A. Mederos Martín; G. Escribano
Cobo, 2006: 76) pero sin especificar ninguna localidad en concreto29. Se-
gún los mismos autores (íd., 78) Plinio el Viejo (H. N., V, 1, 12), al men-
cionar que la púrpura se producía en los “peñascos de Getulia”, quizás una
alusión a islas e islotes de las Canarias.
Sin negar otros enclaves productores en la costa continental, quizás el
producto facturado en el archipiélago era acaparado y reexpedido desde la
costa gétula, sitios como Mogador, desde puertos mauritanos más al norte
o incluso desde Gadir/Gades o Ebussus (Ibiza) desde donde fueron reex-
pedidos al mercado internacional.
También cabe plantear que las élites indígenas de la costa frontera, en
una primera fase del proceso colonial, quizás proporcionaran gentes que
fueron desplazadas como operarios, para ser ocupados en la recolección y
transformación primaria de los moluscos.
El poblamiento indígena del territorio continental frente a Canarias está
contemplado en el Anónimo de Ravena (III, 11), de época muy avanzada
(siglos VII y VIII de C.), aunque sintetiza la información de textos remo-
29
Se trataría de una generalización de la zona geoestratégica de donde procedían las
manufacturas y cabe también incluir en tal denominación a las Islas Canarias frente al
continente africano, en esos márgenes meridionales poblados por los gétulos.

38
tos. Distintas ciuitates aluden a las gentes gétulas emplazadas a lo largo
del litoral atlántico y Alto Atlas, cuyos topónimos podemos relacionar con
la bahía de Safi (Getullisofi) y el curso medio del río Draa, antiguo Darat
(Getulidare), situados al norte del islote de Mogador antigua Mogdul ó
Cerné (Turris Buconis). En espacios más meridionales se emplazan dos
ciuitates: Paurusi y Perora, ámbito de tribus pharusii (farusios)30.
Según Pomponio Mela (Chor. III, 10, 103) los farusios habían sido
“muy ricos cuando Hércules llegó al país de las Hespérides”, lo cual rela-
ciona directamente el auge de estas gentes con la presencia arcaica fenicia.
Entre fines del II y comienzos del I milenio a. de C. la élite guerrera de este
confín africano se permite el lujo de ostentar una aparatosa panoplia mi-
litar, propia de los guerreros-aristócratas del Mediterráneo Oriental, pues
según Estrabón, (Geogr. XVII, 3, 7), fueron expertos arqueros y condu-
cían carros armados. Tal panoplia y tácticas guerreras parecen difundidas
coetáneamente entre el medio indígena de la Península Ibérica31, cuestión
que debe relacionarse con el nivel de relaciones e intercambios sostenidos
entre ellos y los agentes coloniales.
A comienzos del siglo VI a. de C. el imperio babilonio acaba con la
independencia de las antiguas metrópolis fenicias del Líbano, salvaguar-
dadas hasta ese momento por Egipto. La toma de Tiro en 580 a. de C.
simbolizaba la caída de una época. La magnitud del suceso queda reflejada
ampliamente en La Biblia pues implicó el colapso económico del Medite-
rráneo (Libro de Ezequiel, 26: 1-21, 27: 1-36 y 28: 1-19).
Gadir había sustentado su empresa colonial en las relaciones comer-
ciales con Tiro. Expedía minerales de Tarsis: plata, hierro, estaño y plomo
(Libro de Ezequiel, 27:12) y púrpura de Elisá (Libro de Ezequiel, 27: 7)
que antes hemos identificado con el Extremo Occidente, término que en
nuestra opinión define el “Círculo del Estrecho”.

30
En el Anónimo de Ravena la mención de ciuitates debemos estimarla como alusión
a las gentes o pueblos que habitaban esas zonas, en absoluto justifica la existencia de
centros urbanos. El texto permite incluir entre los “gétulos”, seguramente sinónimo de
“autololes”, a los “daraitas” habitantes de las riberas del río Draa. La fuente, de época
tardorromana, compendia noticias mucho más antiguas. Sobre esos pueblos existen
otras noticias literarias suplementarias y muy antiguas en las fuentes greco-latinas,
cfr. F. López Pardo; A. Mederos Martín (2008: 115-134).
31
Un compendio bibliográfico sobre el periodo orientalizante y sus influjos entre los
pueblos indígenas de la Península Ibérica, y sobre la problemática de las “Estelas
del Sudoeste” y la panoplia guerrera identificada en esos grabados, cfr. M. Almagro
Basch (1966); M. Torres Ortiz (1999: 22-24).

39
La coordinación comercial de ambas orillas, centralizada por Gadir, su-
giere la expedición de minerales junto a mercaderías regionales, como las
tinturas purpúreas destinadas a los ámbitos del poder. Gadir, a su vez, dis-
tribuía en Occidente las manufacturas de lujo que Tiro fabricaba u obtenía
en Egipto, Chipre y Grecia.

5. Periplos y prepotencia de Cartago (mitad siglo VI-III


a. de C.)

Tras la caída de Tiro, el “Círculo del Estrecho” debió buscar acomodo


en el mercado de Cartago32, metrópoli hermana que contaba con una exce-
lente posición en el centro del Mediterráneo.
La antigua colonia de Byrsa iniciaba una política imperialista en Sicilia
entre 580/576 a. de C.: Cartago quería poner freno a las colonias griegas de
la Magna Grecia (parte oriental de Sicilia) que amenazaban su monopolio
económico del Mediterráneo central y las líneas con Oriente, prácticamen-
te acaparadas por los cartagineses desde su posición central en el norte de
África (W. Huss, 1990: 35-36).
El ascenso de Cartago decidiría su hegemonía política también sobre
las antiguas colonias fenicias del Estrecho, como se refleja desde mediados
del siglo V a. de C. en el primer tratado romano-cartaginés y se rubrica en
el segundo tratado romano-cartaginés (año 384 a. de C.) que prohíbe a los
romanos piratear, comerciar o fundar ciudades al oeste de Mastia Tarseion
(Cartagena) por la costa europea y del “Bello Promontorio” (Cabo Farina)
por la africana (W. Huss, 1990: 51-57).
No podemos evaluar el grado de aceptación o rechazo que esta interfe-
rencia provocaría entre los fenicios de Occidente. Sin embargo, Gadir sería
lógicamente la parte más perjudicada (N. Villaverde Vega, 2001: 42, nota
27), pero sus recursos militares serían irrelevantes para hacer frente a la
potencia en armas de Cartago.
En esa tesitura los gadiritas, para salvaguardar la dimensión económica
de su ciudad, habrían asumido la intromisión política y militar de Cartago.
O. Arteaga Matute (1994; 2001: 222) ha formulado una hipótesis sobre
la existencia de una liga púnico-gaditana dirigida por Gadir, que actuaría
como “aliada y no como súbdita de Cartago”, aunque pensamos que no le
quedaba otra salida digna.
32
Utilizaremos en la mayor parte de las veces cartagineses por púnicos, para incidir
en la diferencia de estos últimos con los púnicos del Estrecho o fenicios de occidente.

40
Lo cierto es que Cartago habría refundado Ebuso (Ibiza) (‘Jbshm) en
654/53-653/52, según Timeo (W. Huss, 1990: 34-35), aunque los colonos
cartagineses no son advertidos hasta fines del siglo VI a. de C. (B. Costa
Ribas, 2004: 188-198). También refunda Qart-Hadast (Cartagena) sobre
Mastia Tarseion con patente ánimo imperialista, pues desde allí asumiría el
control de las líneas comerciales establecidas entre el Extremo Occidente,
desde o hacia el Mediterráneo central y Golfo de León.
La potencia cartaginesa reorganiza la costa oriental del Estrecho hasta
la bahía de Algeciras (fig. 6), repoblada durante el siglo V a. de C. con
contingentes libio-fenicios (Avieno, Ora marítima, 422; F. López Pardo;
J. Suárez Padilla, 2002: 129-137). Un último argumento arqueológico que
confirma la desarticulación parcial del área del Estrecho en esa fase de
hegemonía púnico-cartaginesa, es la repartición de vajillas regionales de
inspiración helenística “tipo Kuass” (Quas).
Los talleres gadiritas que producen entre los siglos IV y II a. de C.,
según A. M.ª Niveau de Villedary Mariñas (2004: 267-274), difunden el
grueso de su producción entre el sur de Portugal y la bahía de Algeciras.
Siguiendo el trabajo citado, se advierte como las localidades al este
del Estrecho: Malaqa (Málaga), Sexi (Almuñécar), Abdera (Adra) y Baria
(Villaricos), consumen pocas vajillas gadiritas, aunque paralelamente se
difunden vajillas itálicas del golfo de Rosas, de Ibiza, o bien vajillas comu-
nes de producción local que recuerdan las producciones gadiritas llamadas
de “tipo Quas” (A. M.ª Niveau de Villedary Mariñas, 2004: 272-274). Lo
cual explica que este sector costero, cuya tradición local era afín al “Cír-
culo del Estrecho”, se incluye desde ahora en una dinámica comercial di-
vergente, seguramente mediada por Qart Hadast (Cartagena) y en último
extremo por Cartago.
Todo ello contrasta con la excelente difusión de cerámicas gadiritas en
la principal localidad de la bahía de Algeciras, Carteia, que como su pro-
pio nombre indica sería refundada bajo dominio cartaginés33, pues a tenor
de las vajillas de tipo “Quas” mantuvo un alto nivel de intercambios con
Gadir. No obstante, tal evidencia pudiera indicar que Gadir, y otras locali-
dades de su ámbito, exportaron buena parte de sus excedentes a través de
33
Podemos plantear reservas a propósito de Carteia (Cortijo del Rocadillo, San Roque,
prov. de Cádiz), enclave de la bahía de Algeciras bajo ocupación cartaginesa al menos
desde el s. IV a. de C. (F. López Pardo; J. Suárez Padilla, 2002: 137). En la zona del
foro se evidencian tipos constructivos del norte de África. El control directo de esa
localidad por Cartago es innegable pues a nadie se le escapa la importancia estratégica
de la bahía de Algeciras en el canal del Estrecho de Gibraltar para cualquier potencia
que aspire a dominar el Mediterráneo occidental.

41
los agentes de Cartago en la zona, que en la práctica pudieron monopolizar
los intercambios mercantiles más allá del canal del Estrecho.
En la orilla africana del Estrecho, Rusaddir también resulta ser una lo-
calidad de la órbita cartaginesa entre los siglos V-III a. de C. (N. Villa-
verde Vega, 2002: 1859-1860). La idoneidad de este puerto para facilitar
la navegación entre Cartago y Cartagena justifica, sin gran dificultad, su
inclusión dentro de la estrategia púnico-cartaginesa desplegada en el área
del Estrecho y Levante peninsular.
Además, también es posible suponer que Rusaddir fuera un puerto po-
tenciado, en detrimento de las navegaciones atlánticas, para atraer el flujo
comercial de recursos naturales y ganaderos vía terrestre, aportados por
los nómadas trashumantes desde el interior continental entre primavera,
verano y otoño, cuando atravesaban el curso de los ríos Draa y Muluya,
buscando el pasto de sus ganados (fig. 7).
Mientras, el resto de los enclaves mediterráneos de la costa norteafri-
cana del Estrecho, en la zona rifeña y de Gomara, desaparecen u ofrecen
muy leves indicios de frecuentación durante el periodo cartaginés, como es
el caso de algún resto de cerámica ática localizada en el solar de Tamuda
(M. Habibi, 1998: 84).
En la costa atlántica africana e islas atlánticas es donde mejor se evi-
dencia la intención cartaginesa de despojar a Gadir y al templo de Melqart
de su otrora protagonismo regional. Los cartagineses se explayan prego-
nando, a bombo y platillo, la exploración y colonización de las costas e
islas del norte de Europa y de la Mauritania occidental a fines del s. VI o
comienzos del V a. de C.34.
El Periplo de Himilcón, cuya noticia recoge Avieno (Ora marítima,
115-130), seguramente justifica la intención de Cartago para controlar el
aprovisionamiento de cinc y estaño de las Islas Oestrumnidas (¿Casitéri-
des?), ¿Islas Scilly o bien Irlanda o Gran Bretaña? Su actuación fue una
suplantación de las exploraciones y expediciones comerciales desplegadas
por los fenicios occidentales en la Europa atlántica desde comienzos del
primer milenio a. de C.
También en relación con los intentos fenicios de circunnavegar África en tiem-
pos de Neko o Necao II. Una mención indirecta supone que los cartagineses lleva-
34
Los peligros y dificultades de la ruta atlántica son descritos por los cartagineses
como descubridores de una ruta marítima que hoy se evidencia trazada y practicada
siglos antes por tartesios y fenicios de Occidente. De otra parte, los cartagineses tra-
tarán de justificar la colonización cartaginesa de la costa mauritana, donde existían
localidades como Lixus cuya fundación remontaba al siglo XI a. de C.

42
ron a cabo la circunnavegación de África (A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo,
2002A: 62-63), aunque se desconoce todo lo relativo a esa expedición.
De otro lado, el Periplo de Hannón en una lápida depositada en el tem-
plo de Baal Amón de Cartago, de la cual se conoce copia en el Codex
palatinus Graecus 398, fols. 55r-56r de Heidelberg. Fue una navegación
cartaginesa, exploratoria y colonizadora, que discurrió paralela a la costa
africana y que seguramente llegó hasta el Golfo de Guinea. Por la descrip-
ción que hace del monte de una isla con actividad volcánica, puede supo-
nerse que discurriera por aguas de Canarias (cfr. A. Chausa Sáez, 2004:
830, nota 4), fuera el Teide u otros volcanes a veces activos.
Según Estrabón (Geogr. XVII, 3,3) el Periplo de Hannón trasplantó
30.000 colonos y fundó 300 establecimientos en la costa africana. Como
es imposible que un viaje justifique la colonización súbita de la costa, esta
afirmación quizás traduce la suplantación cartaginesa de los antiguos en-
claves fenicios del “Círculo del Estrecho”.
La exclusividad que durante este periodo ejerció Cartago en el océano
Atlántico aparece también en un pasaje de Estrabón (Geogr. XVII, 1, 19),
cuando, citando a Eratosthénes, afirma que si “algún extranjero intenta-
ba navegar hacia Sardó (Cerdeña), o por las Columnas [de Hércules], era
abordado y hundido por los cartagineses”.
También, a propósito de las islas atlánticas, cabe destacar las citas de
Pseudo Aristóteles (De. Mir. Ausc. 84) y Timeo, citado por Diodoro Sículo
(V, 20, 3-4) en A. García Bellido (1953: 226-227), sobre el descubrimien-
to accidental de una isla en el océano por “naves fenicias” (¿gadiritas?),
que Cartago ordenó abandonar con la excusa de que podían ocuparla “los
etruscos” (en alusión a los romanos). De este modo se advierte que repri-
mieron cualquier iniciativa colonial que no fuera propia.
La propaganda cartaginesa contrasta con la precaria entidad arqueoló-
gica del periodo en los enclaves costeros de la Mauritania occidental, se-
gún los datos reunidos por M. Habibi (1998: 74-84) que, paradójicamente,
supone una grata adopción de la hegemonía cartaginesa por el medio lo-
cal35. Sin embargo, la rareza de los materiales cartagineses localizados no
sólo deduce un bajo nivel de intercambios comerciales entre estos centros
35
Según afirma este autor (íd., p. 75) la llegada de los cartagineses [a la Mauritania
occidental] “semble être de moins pacifique; et pourquoi pas; peut-être même désirée
par les populations locales”. Por ello, aunque el tema y la documentación aportada
resulta en su conjunto novedoso, la interpretación que traduce supone un prejuicio
subjetivo, que no explica la mínima expresión del registro atestiguado en compara-
ción con las etapas precedentes y subsiguientes a nivel regional.

43
y el Mediterráneo central, sino también traduce una cierta atonía derivada
de una merma de las expectativas económicas locales.
La actividad económica del “Lqx” entre los siglos V-III a. de C. parece
en consecuencia limitada. Entre las localidades de la costa mauritana, Quas y
Lixus, consumen vajillas facturadas en Gadir (A. M.ª Niveau de Villedary y
Mariñas, 2004: 268 y 271). Podemos deducir que ambas localidades púnicas
del Estrecho continuaban estando mejor relacionadas con Gadir.
Banasa, en el valle del río Sebú, sería una localidad creada a fines del
siglo V o inicios del siglo IV según S. Girard (1984: 86)36. En esa localidad
existe un barrio industrial con alfares, seguramente destinados a satisfacer
la demanda meridional. Las formas helenísticas que produce tienen el “aire
de familia” de Gadir y los tipos ibéricos manifiestan el origen peninsular
de los alfareros que las producen o de las gentes que las consumen (aunque
la cronología de estas producciones está por precisar).
Sin embargo, el mejor ejemplo de atonía de la costa mauritana es Mo-
gador, que resultaría desocupado o raramente frecuentado desde mediados
del siglo VI (F. López Pardo; M. Habibi, 1998: 57), dato que nadie ha
relacionado con la incidencia negativa de la implantación cartaginesa en
la zona. La frecuentación que se conoce es esporádica y de baja intensidad
entre el último tercio del siglo V y el siglo III a. de C., atestiguada por frag-
mentos de ánforas Mañá-Pascual A4 del “Círculo del Estrecho” y otro de
ánfora cartaginesa Mañá D de la segunda mitad del III a. de C. (F. López
Pardo; A. Mederos Martín, 2008: 313-314; A. El Khayari et alii, 1998: 67,
73, fig. 5/62).
Hemos aludido a la alternativa terrestre a las navegaciones atlánticas,
que consistiría en el corredor establecido por los cursos de los ríos Draa y
Muluya, enlazados en sus fuentes. De ese modo, los recursos de la Getulia,
del Alto Atlas y del Tafilalelt, e incluso las mercancías acaparadas des-
de otros ámbitos más meridionales, podían acceder hasta la mediterránea
Rusaddir, bajo dominio cartaginés, y por eso cabe suponer que tal ruta,
practicada por los nómadas, fuera potenciada por Cartago, lo cual explica
la inactividad de Mogador y el limitado dinamismo económico de la costa
atlántica mauritana en ese período.
El abandono de Mogador, próximo a Canarias, ofrece un indicio objeti-
vo de la recesión de contactos que pudo verificarse en el entorno del archi-
piélago. Entre las ánforas del litoral canario, exceptuando los fragmentos
36
En nuestra opinión, en ese yacimiento, como en otros centros estratégicamente si-
tuados de la costa atlántica y cauces fluviales, todavía no se han localizado los niveles
fenicios de época arcaica.

44
fosilizados de La Graciosa de época fenicia, no se atestiguan ejemplares
con anterioridad a la mitad del siglo II a. de C. (A. Mederos Martín; G.
Escribano Cobo, 2002A: 242).
Sólo el yacimiento de Buenavista (Lanzarote), ocupado entre el último
tercio del siglo VI y el último tercio del IV a. de C. (P. Atoche Peña et alii,
2010: 20-22), ofrece algún indicio del periodo cartaginés si se valora un
posible borde de ánfora Mañá-Pascual D (P. Atoche Peña; M.ª Ángeles
Ramírez Rodríguez, 2011: 161-162).
La “media” de secuencias cronológicas en distintos yacimientos cana-
rios (A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2002A: 43-45) que permite
deducir la incidencia de fases contemporáneas de la hegemonía cartagi-
nesa, al reducir el espacio temporal calibrado, ha podido implicar cierta
distorsión sobre la efectiva entidad del periodo, pues muchas hipótesis se
han formulado sugiriendo influjos cartagineses en las islas.

6. La eclosión de las Hespérides (ss. II - 1er cuarto I a. de C.)

El fin de la presencia cartaginesa en el área del Estrecho, debe situarse


en el contexto de la II Guerra Púnica contra los romanos (218-201 a. de
C.). La derrota militar de Cartago en la Península Ibérica fue total a partir
de 206 a. de C., cuando Escipión venció en Ilipa (Alcalá del Río, Sevilla)
a las tropas cartaginesas comandadas por los generales Asdrúbal y Ma-
gón. Esa situación, que implicaba la caída inminente de las posesiones de
Cartago en la Península Ibérica, seguramente despertó los viejos rencores
acumulados por el sometimiento gadirita a los intereses cartagineses, en
detrimento de su prosperidad (N. Villaverde Vega, 2001: 42, nota 27).
Los sufetes de Gadir y el tesorero (¿del templo de Melqart?) trataron
secretamente con Escipión la entrega de la ciudad a los romanos, pero
una vez descubiertos por los cartagineses los magistrados gadiritas fueron
crucificados. No obstante, meses más tarde, cuando el general cartaginés
Magón se embarcó con destino a Ebusus (Ibiza), sin billete de vuelta, Ga-
dir que era la capital implícita del “Círculo del Estrecho” y fundación tiria
como Cartago, en 206 se pasó al bando romano (W. Huss, 1993: 264-267).
La adhesión incondicional de Gadir a Roma, antes de finalizar la Se-
gunda Guerra Púnica, fue notablemente recompensada por la potencia lati-
na. Gadir fue considerada ciudad foederata, pacto que implicó el respeto de
sus instituciones y de su soberanía. Además, Gadir firmó con L. Cornelius
Lentulus, procónsul en Hispania (206-200 a. de C.), un pacto de hospitium
en 206 a. de C. en virtud del cual este dignatario asumía la defensa de los
intereses gadiritas en el Senado romano (A. García Bellido, 1953: 488).

45
En 201 a. de C., tras la victoria de Roma sobre Cartago, Gadir recupera
unas expectativas inusitadas de desarrollo económico. Durante los siguien-
tes cinco siglos protagonizaría intensas relaciones mercantiles con el resto
del Mediterráneo Occidental, esencialmente con Roma e Italia meridional
(Estrabón, Geogr. III, 2, 6; III, 5, 3)37. En consecuencia los gadiritas se im-
plican de nuevo en la dinamización económica del Estrecho.
En la costa mediterránea de la Mauritania occidental, se reactivan deter-
minados centros urbanos que, a imagen de Gadir, mantienen cierto grado
de autonomía política respecto a Roma o al reino mauritano, si se valora la
emisión de monedas locales.
Rusaddir conoce un súbito auge del poblamiento y de su dinamismo
económico a inicios del siglo II a. de C. (N. Villaverde Vega, 2004: 1860-
1863); en el yacimiento de Plaza de Armas a partir de esas fechas se ob-
serva un ambiente religioso y ritual similar a las tradiciones gadiritas (A.
M.ª Niveau de Villedary y Mariñas, 2006: 42-64, nota 93). En ese periodo
se advierten materiales gaditanos y costumbres gastronómicas de origen
peninsular38.
Otra localidad mediterránea potenciada en ese periodo es Tamuda (Te-
tuán) en el Valle del río Martil. Durante el siglo II a. de C. atestigua un
auge considerable del desarrollo edilicio y del registro arqueológico, pre-
dominando datos relacionados con la influencia o presencia gadirita (M.
Tarradell Mateu, 1956: 264-267).
La reactivación se advierte en el complejo de templos en Lixus, prácti-
camente abandonado entre los siglos V y III a. de C., que desde el siglo II
a. de C. conoce una grandiosa remodelación determinada por la construc-
ción del gran ábside del templo H (H. G. Niemeyer, 1989: 45-57) quizás
dedicado al dios Melqart-Smsh.
En Lixus el 70% del material rescatado, datado entre el siglo II a. de C.
hasta mediados del siglo I de C., corresponde a centros de ambas orillas del
37
La llegada de vajillas campanienses A y B del entorno de Nápoles que se difunden
durante el siglo II es frenada inicialmente por las vajillas regionales del Estrecho “tipo
Quas”, facturadas mayoritariamente en Gadir y su entorno. También como prueba
de esos contactos se difunden las ánforas vinarias greco-itálicas en ambas orillas del
Estrecho.
38
Al margen de monedas de Gadir y vajillas tipo Quas, otra evidencia derivada es la
preferencia de los caracoles “cabrilla” (Otala punctata y Otala lactea) a partir del s.
II a. de C. de Plaza de Armas. En niveles de época cartaginesa el caracol consumido
es “vaqueta” o “caracol blanco” (Cryptomphalus aspersus) de concha blanca o beig
y concha mediana o pequeña. Los caracoles “cabrilla” se difunden por el este y sur
de la Península Ibérica, sur de Francia, Baleares y suroeste de Argelia, incluso en la
actualidad son predilectos para guisos con caracoles en Cádiz y su provincia.

46
Estrecho. De forma complementaria durante el mismo periodo se atesti-
guan intercambios mercantiles intermediterráneos con el sur de Italia, área
de Cartago, Tripolitania y Grecia (H. Bonet Rosado et alii, 1995: 87-153;
H. Bonet Rosado et alii, 2001: 51-71).
Para incidir en el flujo de poblaciones de la Península Ibérica, que parti-
cipan durante este periodo en la dinamización de la orilla sur del Estrecho,
podemos aludir a las denominadas fases “mauritanas” y “púnico-maurita-
nas”39 que paradójicamente en Lixus se definen con kalathoi de proceden-
cia ibérica (íd.: 56-57, fig. 3).
Estas piezas ibéricas no son exclusivamente objeto de intercambios co-
merciales, sino utensilios rituales, como un kalathos en la UE 2005-159
(íd.: 57-59, fig. 4) del cual se afirma “ocupa una cista fundacional bajo el
edificio púnico-mauritano….construida con lajas de piedras y tapada con
tres losas, fue depositado el katathos, una cuenta de collar, restos de ani-
males domésticos, semillas de vid, cereales y plantas silvestres”, también
se admite que es una “ofrenda del depósito fundacional de la construcción
del nuevo sector urbanístico de la ladera S de Lixus”. Todo ello indica un
ritual relacionado con colonos de origen ibérico que se instalan en Lixus,
sin duda dinamizada o relacionada con centros portuarios peninsulares du-
rante ese periodo.
También se advierte la dinamización ejercida por Gadir y también por
Lixus (Templo de Melqart-Shms40) a través del numario difundido en la
costa y del interior africano (F. Chaves Tristán; E. García Vargas, 1991:
139-168). Las piezas mejor representadas en los puertos de Banasa y Tha-
39
La etapa comprendida entre los siglos II a. de C. a mediados del I de C., en estas
ciudades de origen fenicio se denomina a veces “mauritana” por la consolidación del
reino mauritano una vez desaparecida la dominación cartaginesa del país. También
púnico-mauritana según la definición de M. Tarradell (1959, 33; 1960). No obstante,
esas atribuciones deben matizarse pues tales localidades continúan evidenciando una
idiosincrasia socio-cultural fenicia o púnica del Estrecho, como Lixus, pues no es
posible suponerla una localidad “indígena”, si tenemos en cuenta además su total au-
tonomía política y económica con respecto al reino mauritano. De igual modo que no
designamos a Gadir como ciudad púnico-ibérica o ibérica, sino como centro fenicio
o fenicio-púnico del Estrecho. Ambas localidades, desde el siglo II a. de C., son cen-
tros socio-culturalmente semitas o mejor cosmopolitas y se insertan en un progresivo
proceso de romanización, determinado por la hegemonía política de Roma en la zona.
40
Recientemente se plantea que las acuñaciones de Smsh, muy abundantes en dis-
tintos centros del país, no estén relacionadas con el templo de Lixus-Smsh, sucursal
del templo gadirita en la orilla mauritana, sino con una localidad desconocida en el
entorno de Alcázarquivir pero no existen razones objetivas para admitirlo. Sobre las
monedas de Smsh de Lixus-Smsh, cfr. J. Alexandropoulos (1989: 250-254).

47
musida son de Gadir, en Volubilis al interior las monedas de Lixus-Smsh
aparecen mejor representadas y en segundo plano las de Gadir (J. Marion,
1967: 100-101; N. Villaverde Vega, 2001: 536, nota 14).
Sala, puerto en la desembocadura del río Bu Regreg, también conoce
una importante fase de expansión económica y edilicia durante el siglo II
a. de C. (J. Boube,1959/1960: 142). También en esta última localidad las
monedas mejor representadas durante este periodo son de Gadir (J. Boube,
1989: 260).
Por último, descendiendo por el litoral, se reocupa el islote de Mogador
en una fase atestiguada con tipos cerámicos del Estrecho quizás produci-
dos en Quas, Banasa o en la bahía gaditana, durante la Segunda Guerra
Púnica. También se procede a la construcción de una cisterna de “tipo pú-
nico” (F. López Pardo; A. Mederos Martín, 2008: 314) que podría mati-
zarse “gadirita”. Esas evidencias permiten suponer que la recuperación de
Mogador se llevó a cabo cuando Gadir se desentendió de la órbita política
de Cartago. La ocupación de ese lugar recupera la dinámica intensiva que
hemos atestiguado en época arcaica, desde entonces y al menos hasta me-
diados del siglo I. de C.
En definitiva, las localidades del Estrecho y de la costa atlántica afri-
cana cuyo origen remontaba al panorama fenicio de Occidente, parecen
recuperar el dinamismo económico que las había caracterizado antes del
dominio cartaginés, reimpulsando la coordinación de ambas orillas en un
proceso mercantil de vocación mediterránea41.
El auge de la frecuentación de Canarias en la tesitura económica expan-
siva de la época se deduce por varias razones. En primer lugar abundan los
datos literarios (J. Álvarez Delgado, 1945) que afirman las exploraciones
y contactos con el archipiélago desde el siglo II a. de C., momento al que
remontan las noticias de Eudoxo y Sertorio, recogidas por Posidonio (A.
Santana Santana, T. Arcos Pereira, 2006: 90-97).
Sobre la frecuencia estacional de los contactos con las Islas Canarias,
41
Tradicionalmente se ha supuesto el auge del país a la actuación política de Iuba II,
sin negarlo es posible que ese planteamiento no tenga en cuenta otros factores. En
primer lugar las cerámicas gaditanas tipo “Quas” frenaron las producciones campa-
nienses del siglo II, por esa razón los niveles arqueológicos de los establecimientos sa-
lazoneros del país se han datado con vajillas de mesa mejor difundidos durante el siglo
I. a. de C. Es posible que la reactivación de la industria salazonera pueda retrotraerse
a momentos coetáneos del siglo II a. de C. aunque su eclosión en el siglo I a. de C.
está mejor relacionada con los privilegios fiscales otorgados por Julio Caesar a Gadir/
Gades, luego confirmados por Augusto, como una concesión a sus firmes aliados los
Balbii, cfr. Del cénit al Ocaso, infra.

48
debemos a la intuición del gran maestro que fue A. García Bellido (1945:
220-223) la identificación del río Lixos citado por Estrabón (Geogr. II, 3,
4), con la desembocadura del río Draa frente al archipiélago canario, en un
sugestivo pasaje que tomó prestado de Poseidonios sobre las hazañas de
Eudoxos de Cícico, que extractado dice literalmente:
[los gadeiritai]…..usaban otros [barcos] más pequeños propios de las gen-
tes pobres a los que llamaban “hippoi”, por el mascarón de sus proas42;
con ellos pescaban a lo largo de las costas de Maurousía hasta el río Lixos.

Ello quizás explica los grabados rupestres en El Cercado (Garafía, La


Palma) (A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2002A: 94-97). Con me-
nor nitidez, aunque también en la línea descrita, existen otros ejemplos en
Barranco Hondo (Tenerife), Barranco de Tijonay (Fuerteventura) y Ba-
rranco de Balos (Agüimes, Gran Canaria) (R. González Antón; Mª. C. del
Arco Aguilar, 2007: 78-91).
Quizás el motivo principal de estas navegaciones fuera el aprovecha-
miento de los recursos pesqueros del banco canario-sahariano de gran ri-
queza piscícola, aunque debemos mantener esta vertiente económica en el
plano de las hipótesis por la ausencia, hasta el presente, de instalaciones
salazoneras estables tanto en Canarias como al sur de Sala, aunque Moga-
dor, punto centralizador del comercio en la zona, reunía condiciones para
contar con esa industria.
Sobre la llegada de navegantes a Canarias, es ilustrativa la noticia de
Plutarco (Vida de Sertorio, VIII, 3, 4, 5. Ed. R. Mª. Aguilar; L. Pérez Vila-
tela, 2004: 61-62) sobre el general Sertorio en Hispania (80 a. de C.), que
describe como oyó hablar a unos marineros que habían regresado de las
Islas de los Bienaventurados poco antes... Describe dos islas cuyas distan-
cias expresadas y las características geográficas antiguas corresponden con
Lanzarote y Fuerteventura, ambas habitadas por “bárbaros” aculturados,
pues sabían que el mito helenístico de los Campos Elíseos se situaba en
esas dos islas (A. Santana Santana et alii, 2002: 193-197), lo cual, como
antes hemos señalado, parece indudable por ser tal nombre derivado de
Elisá = Lqs.
El hallazgo de pecios en el litoral isleño atestigua el bogar de las nave-
gaciones en el archipiélago remontando al siglo II a. de C. La fecha más
temprana corresponde a un ejemplar Dressel 1A, localizado en la cala de
El Pris (norte de Tenerife) que puede datarse entre 175-110 a. de C., o en
42
En griego “caballos”, por el mascarón de proa con forma de cabeza de ese animal.

49
otros contextos 130-50 a. de C. (A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo,
2002A: 237. Anf. 18, 242).
Otro hallazgo arqueológico es una acuñación con leyenda neopúnica de
Ituci (Tejada la Nueva, Huelva) o Ebora (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz).
Esa moneda de fines del siglo III o comienzos del II a. de C. fue localizada
en Guamasa (La Laguna, Tenerife) (A. Mederos Martín, 2008: 372-374),
lo cual quizás se inscribe en la difusión de monedas de la Península Ibérica
en la costa africana del Estrecho (íd., 2002A: 98) que traduce la participa-
ción de trabajadores de origen hispano en labores estacionales43.
Inscripciones con caracteres latinos, semejantes a la cursiva pompe-
yana, pudieran estar relacionados con este periodo. En la misma línea, se
discute el símbolo localizado en el Pozo del Rubicón (Lanzarote) atribuido
a la “diosa Tanit” (Mª. C. del Arco Aguilar et alii, 2000B: 45-52), que es
una advocación de Astarté44.
En efecto, la reactivación de las actividades económicas gadiritas en
el Atlántico norteafricano desde el siglo II a. de C., que implica la con-
temporánea reexploración y explotación de Canarias, permite suponer la
traslación de las veneraciones del ámbito del Estrecho hasta los confines
insulares, en algunos casos superpuestos a posibles ecos derivados de la
primitiva presencia fenicia.
La expedición científica impulsada por el rey mauritano informa que
algunas islas estaban dedicadas a la diosa romana Iuno. Sincretización ro-
mana de Astarté o Venus Marina (N. Villaverde Vega, 2001: 55-56), lucero
del alba entre los navegantes, porque al atardecer ese planeta luciente refe-
rencia la dirección del oeste.
Entre el corpus de indicios relacionados con la presencia antigua en las
Islas Canarias, elaborado por F. López Pardo y A. Mederos Martín ( 2008:
43
Caso de Septem Fratres (Ceuta) donde se han localizado monedas de: Malaca (5),
Gades (4), Carteia (3), Carmo (1), Ilipa (1), Carthago Noua (1), Castulo (1), Caesar-
augusta (1), Bilbilis (1), Emerita (1) (cfr. E. Gozalbes Cravioto, 1987: 1062); cfr. Los
pasadores iberorromanos en forma de T, son más concluyentes de la entidad étnica de
estos trabajadores eventuales, cfr. N. Villaverde Vega (1993: 399-418).
44
Asociada con triángulos, rosetas, estrellas, palmeras, o animales como la abeja, pe-
rro, delfín, además de símbolos de la tierra, el mar y la bóveda celeste, compartidos
con otras diosas mediterráneas de la vida y de la muerte, de la naturaleza y de la fe-
cundidad (N. Villaverde Vega, 2001: 56). Partidario de su relación con el ámbito de
la religiosidad libyca o con Baal Amón, cfr. A. Tejera Gaspar; M.ª E. Chávez Álvarez
(2006: 175-194). Hay quien supone que el símbolo identificado en El Rubicón era
una marca de cantero, pero no se aportan más datos que corroboren la construcción
moderna.

50
352-374), parece convincente la mención de Plinio (H. N., VI, 202) sobre
la identificación de un templo o aedes “construido en piedra” en una de
las dos islas denominadas “Iunonia”, que pudiera consistir en un recinto a
cielo abierto o témenos.
Esos lugares estaban destinados a centralizar los intercambios mercan-
tiles y a garantizarlos bajo el amparo de una presencia sacra, representa-
da por un betilo o “piedra” de gran tamaño (F. López Pardo; A. Mederos
Martín, 2008: 182-186, fig. 6.3) y si tenemos en cuenta que la fuente infor-
mante remonta al siglo I de. C., no cabe duda de que estaría reflejando un
panorama previo a la exploración de Iuba II45.
“Canaria” recibiría ese nombre latino por la presencia de “grandes canes”
en la isla, y según Plinio llevaron dos perros a Iuba II, supuesta raza autócto-
na de cánidos, que el registro arqueológico de las islas no confirma46. En ese
sentido, entre otras explicaciones, se ha valorado la previsible abundancia de
focas monje47 o “lobos marinos” en las costas canarias durante la antigüedad.
El nombre científico del lobo “Canis lupus” aplicado al animal marino parece
más convincente para el nombre de la isla que otra hipótesis que la relaciona-
ría con los Canarii, una tribu bereber del Alto Atlas (J. J. Jiménez González,
2005: 23-28).
Quizás, sobre los “canes” cabe una explicación más compleja. El perro
era un animal consagrado a la diosa Astarté (S. Ribichini, 2000: 55-68)48,
por ello la masiva presencia de “lobos o canes marinos” en las costas, ha-
bría sido de inmediato reconocida como un augurio favorable en la men-
talidad religiosa de los marineros del Estrecho. Si se valora que Astarté /
Venus Marina, recibió culto principal en Gadir (Avieno, Ora marítima,
45
El indudable conocimiento de la zona, las denominaciones geográficas y menciones
sacras en cada isla, advertidas en el momento de la expedición de Iuba II, sugiere que la
exploración había sido preparada y se desarrolló con derroteros de épocas precedentes.
46
Arqueológicamente se han atestiguado perros, en escaso número y de entidad pe-
queña y mediana.
47
La foca monje o lobo de mar mantuvo como hábitat los promontorios e islas del
Extremo Occidente entre el canal del Estrecho e Islas Canarias. Quizás a Iuba II le
llevaron las pieles de dos focas. Las colonias residuales de estos animales hoy se re-
parten aisladas entre la costa de Melilla y el Sahara.
48
El perro era un animal asociado a los fieles de Astarté, como parte de los cultos
de fertilidad y en los oráculos, en los que desempeñaban un importante papel sus
hieródulos denominados “klbm” literalmente “canes”. En la necrópolis del cerro de
San Lorenzo al este de la antigua Rusaddir (Melilla), se localizaron respectivos askoi
de cerámica con forma de delfín y de perro, ambos animales consagrados a la diosa
Astarté cuyo culto era el principal de la localidad, cfr. N. Villaverde Vega (2002).

51
vv. 314-317) y que era la advocación común de los cabos, promontorios e
islas del Estrecho, podemos deducir un nuevo argumento para suponer que
la identificación de “Canaria” junto a las otras islas de la diosa, definía los
hitos suroccidentales del ámbito de actuación exclusiva del “Círculo del
Estrecho”.
El nombre latino de Canarias, derivado sin duda de la isla canaria, se
impondrá avanzado el periodo romano cuando Arnobio, hacia el año 300
d. C., lo utiliza para designar al conjunto del archipiélago (M. Martínez
Hernández, 2005: 55).
Otro indicio que quizás debemos relacionar con este periodo procede
del hallazgo de algunos fragmentos de vajillas a torno en Rosita del Vica-
rio49 (Antigua, Fuerteventura). Ese yacimiento, según las dataciones radio-
carbónicas llevadas a cabo, se situaría en el periodo medieval50, no obs-
tante, el conjunto de cerámicas recogidas en superficie permite atestiguar
formas medievales y modernas que por lo menos atestiguan la ocupación
intensiva del lugar hasta el siglo XVI.
Entre los materiales revueltos se aislaron escasos fragmentos de vajillas
a torno, con pastas anaranjada tostada y engobes depurados, decorados
al interior con un tosco bruñido a listas, cuyas características pueden ser
paralelizables con producciones de la antigüedad51 que hemos valorado
49
El contexto arqueológico y bibliográfico del yacimiento ha sido elaborado por el
equipo de arqueólogos del O. A. Museos de Tenerife y del Departamento de Prehis-
toria de La Laguna, que procedió a los trabajos sobre el terreno y se presenta en las
mismas Jornadas. El peritaje de las cerámicas allí localizadas fue confiado a quien
suscribe estas líneas. Entre el conjunto destacaban pocos fragmentos de platos con
borde ganchudo y bases de pie triangular y algún fragmento de paredes finas cuyas
formas recuerdan tipos ibéricos y helenísticos. Lo cual nos llevó a valoraa, como hi-
pótesis, su posible atribución antigua. Sin embargo, sólo el avance de la investigación
sobre estas producciones permitirá confirmarlo o desestimarlo.
50
GrA- 38940: 620±30 BP = 1320 d. C. (1292 de C. – 1390 de C.), información que
debemos a la Dra. D.ª M.ª C. del Arco Aguilar.
51
La producción de vajillas a torno, con barros depurados de color rojo y anaranjado
está atestiguada entre época antigua y moderna. Por ello, si nos atenemos exclusiva-
mente a las características de pastas y engobes, no es posible deducir su cronología.
Con las debidas precauciones, no conocemos formas de época moderna que puedan
identificarse con los tipos detectados en Rosita del Vicario. Sobre tipos de pasta na-
ranja micácea y roja con incrustaciones de feldespato de los siglos XV-XVIII en el
Bajo Guadalquivir, difundidos en territorios de la corona hispánica, cuya tipología se
ha consultado cfr. F. Giles Pacheco et alii; (1997: 62-64); y F. de Amores Carredano;
Nieves Chisvert Jiménez (1993: 269-235). Otra posibilidad, a valorar con análisis
de pasta, puede ser su relación con los denominados “barros pedrados, alemtejanos

52
hipotéticamente hasta que nuevos hallazgos, análisis de pastas o datacio-
nes con métodos científicos, permitan ajustar su origen y cronología con
mayor precisión.
Si tenemos en cuenta la similitud de pastas y engobes rojizos sobre bor-
des de platos, cuencos y fuentes, es posible suponer que esas piezas fueran
producidas en un único alfar, aunque no sucede así con las de paredes
finas, también de pasta rojiza pero cuyas características responden a otra
técnica más depurada.
La proyección de vajillas de tipo helenístico imitadas localmente en
alfares de la costa atlántica norteafricana desde el s. II a. C., quizás debe
relacionarse con las factorías y emporiae estacionales para la extracción de
recursos y comercio durante el periodo primaveral, estival y otoñal, apto
para la navegación. Es posible suponer que los alfareros que fabrican tipos
similares en Gadir/Gades y entorno, se desplazaran hasta otras localidades
portuarias caso de Quas (Kuass) (fig. 8) y otros centros de la costa mauri-
tana como Banasa (fig. 9) en la cuenca baja del río Sebú.
No obstante, aún está por demostrar y detectar la difusión de estos pro-
ductos locales en su entorno geográfico inmediato.
Sin embargo, la implicación de la isla de Fuerteventura en este proceso
de contactos económicos, más o menos esporádicos, durante la antigüe-
dad, parece evidente, aunque aún no está confirmado a nivel arqueológi-
co. Aunque los hallazgos arqueológicos antiguos detectados en la isla de
Lanzarote, en La Graciosa y sobre todo en la vecina islita de Lobos así lo
sugieren (noticia esta última que debemos al equipo del Museo de Tenerife
que allí trabaja, dirigidos por la Dra. D.ª M.ª del Carmen del Arco.
Teniendo en cuenta que en Fuerteventura, por toda la superficie de la
isla, se evidencian abundantes muestras de Thais haemastoma, tanto en la
proximidad de Rosita del Vicario, como en el lugar de Llano de la Cancela
en el Barranco de la Torre (Antigua) (A. Mederos Martín; G. Escribano
Cobo, 2006: 82), parece posible proponer que la Caleta de Fuste o las Sa-
linas del Carmen, enclaves costeros en su proximidad, fueran frecuentados
en ese periodo antiguo.
Por último, un hallazgo en la isla más septentrional de las Azores, ates-
tiguaría la amplitud de la dinámica comercial del “Círculo del Estrecho” en
o extremeños”, producciones de los siglos XVI y XVII que mantienen técnicas pro-
ductivas remontando a la antigüedad. Cfr. J. A. Calero Carretero (2009: 75-100); M.
A. Alba Calzado (1996: 489-502). El problema estriba en la “hipotética comerciali-
zación” de estas producciones locales extremeñas o alemtejanas en las Islas Canarias,
si bien la proximidad de la isla de Madeira, permite plantear la llegada, puntual e
indirecta, de cerámicas portuguesas en Fuerteventura.

53
el océano Atlántico, tras el periodo de dominación cartaginesa en Occiden-
te, pues así cabe interpretar el hallazgo de monedas de leyenda púnica en la
isla de Corvo, cuya datación se sitúa entre fines del siglo III o comienzos
del siglo II (W. Huss, 1990: 40).
El vacío de poder en el área del Estrecho tras la Segunda Guerra Púnica,
contrasta con el auge de la monarquía mauritana, seguramente beneficiada
en el contexto de desarticulación de la dominación púnico-cartaginesa52. El
primer monarca conocido, Baga, aparece en escena el año 204 a. de C. para
contribuir, con mayor énfasis, a la ruina cartaginesa53, enviando contingen-
tes de apoyo a Escipión (G. Camps, 1980: 80).
Las jefaturas indígenas habían sido tradicionalmente potenciadas por
el medio colonial desde su irrupción en Occidente, pues necesitaban in-
terlocutores del país para asegurar la estabilidad de las amplias zonas del
interior continental, montañas y límites semi-desérticos, que aseguraran el
drenaje de los recursos del país con regularidad.
Desde el momento en que los romanos ejercieron su hegemonía en el
Mediterráneo occidental, debemos suponer que la trayectoria política de
los reyes mauritanos se supeditó al interés del senado de la República54,
pero teniendo en cuenta las luchas desatadas entre los distintos líderes y
facciones que lo componían, debieron optar alternativamente por una di-
námica de alianzas inestables. De otro lado, al margen de la férula de los
monarcas mauritanos, en los confines más remotos persistieron tribus y
gentes como gétulos y farusios, ahora tan pobres como belicosos55.
Durante este periodo hay que suponer que las relaciones establecidas
entre Gadir y la monarquía mauritana pudieron desenvolverse con fases
52
Las potencias coloniales de la antigüedad se consideraban con derecho a designar y
potenciar los reyes entre las jefaturas tribales del país (R. Rebuffat, 1995: 23-33) y es
posible que de ese modo surgiera la dinastía mauritana, por tanto es posible suponer
que los dinastas mauritanos, de existir en esa época, se habrían mantenido subordina-
dos asumiendo las directrices de Cartago.
53
Sólo dos años después que Gadir se hubiera liberado de la tutela cartaginesa y obtu-
viera su privilegiada alianza con Roma.
54
Los dinastas y sus familias serían privilegiados con el acceso a la formación “ci-
vilizada” e incluso de la ciudadanía romana, que reforzaba su preeminencia social y
aseguraba su afinidad con el medio colonial, en este caso de la metrópoli.
55
Los gétulos relegados en la más profunda periferia, extendida entre la costa atlántica
hasta la franja meridional del actual Túnez, significaron una constante amenaza sobre
las zonas sedentarizadas hasta los primeros siglos de la era (M. Coltelloni-Trannoy,
1997: 47). Del auge que conocieron en época fenicia, pasaron al más profundo declive
cuando los cartagineses monopolizaron los intercambios de Occidente.

54
de colaboración y otras de desacuerdo, llegando incluso al enfrentamiento.
Si la caída cartaginesa había sido un factor favorable para ambos, también
es cierto que el exhaustivo control económico que Gadir ejercería sobre el
país entre los siglos II y I a. de C. pudo provocar serias controversias con
los monarcas mauritanos, que se veían comprometidos en conflictos exter-
nos como la guerra de Yugurta y guerras civiles romanas, y también some-
tidos a intentos de usurpación o secesión, como la provocada por Ascalis,
aspirante a crear un reino independiente en Tingi durante el año 80 a. de C.
Lo cierto es que en el 38 a. de C. el rey Bogud de Mauritania, aliado de
Antonio y Cleopatra, comenzó el asedio de Gadir/Gades y de su templo.
Mientras Gadir acertó en su apuesta y se situó en el partido de Octavio,
hijo adoptivo de César.
El asedio de Bogud no prosperó (Porphyrion, De Abstin. I, 25, citado
por A. García Bellido, 1953: 551) y el rey tuvo que abandonar la Mauri-
tania occidental para refugiarse con Antonio en Oriente. La Mauritania
occidental pasó a ser incluida en el reino de su hermano Boco II, que tras
el año 33 a. de C. dejó a Octavio la responsabilidad del futuro del país.

7. Del cénit al Ocaso (s. I a. de C.–primera mitad s. V de C.)


Dentro del sistema colonial antiguo, la romanidad como cultura hele-
nística no sólo asumió la conciencia ética y filosófica de Grecia, sino tam-
bién la dinámica mercantil del oriente mediterráneo. Por ambas razones su
estructura cultural no era estática, sino más bien centrada en la globalidad56
y en la dinámica de gentes e ideas de todo tipo. Su estabilidad, supeditada
a tesituras políticas o económicas cambiantes, determinaría a la larga un
gran desgaste, aunque el modelo administrativo, legislativo y socio-cultu-
ral del Imperio romano trascendería impoluto hasta la actualidad.
La hegemonía romana sobre el área del Estrecho de facto no se hizo
realmente efectiva hasta el año 78 a. de C., cuando los romanos obliga-
ron a Gadir/Gades (la actual Cádiz) a renovar el foedus que reafirmaba la
maiestas del Estado romano sobre sus propias instituciones autónomas, lo
cual implicaba su sometimiento de facto a las normas jurídicas y religiosas
romanas (L. Callegarin, 2002: 26-28).

56
Consciente de las limitaciones estratégicas del amplio territorio controlado por el
Imperio, su estructura política estaba sustentada en la superioridad táctica frente a los
“bárbaros”, pero sobre todo en la gestión de los recursos culturales integradores gene-
rados por la civilización mediterránea, sin imponerlos porque su proyección ilimitada,
en un contexto global, antes o después, eran ineludibles frente a la barbarie.

55
Podemos imaginar, por tanto, la repercusión que tal medida tradujo para
la romanidad del área del Estrecho. A imagen de Gadir/Gades, en vías de
romanización, las ciudades coloniales de la Mauritania occidental durante
el siglo II a. de C., eran ciudades-estado con un reglamento municipal y un
territorio autónomo.
Octavio Augusto, que se impuso sobre sus rivales entre el 25 o 24 a. de
C. y obtuvo el Imperio, procedió a resolver, entre otros problemas, la situa-
ción jurídica de la Mauritania occidental en la nueva estructura del Estado
romano. Las tribus nómadas y montañesas del país no podían ser incluidas
dentro del ámbito administrativo y jurídico de la civilización romana, por
ello optó por entronizar al hijo del rey númida Iuba I, que había sido edu-
cado en Roma por la propia familia imperial Juleo-Claudia.
Cuando se instituyó el reino mauritano de Iuba II, bajo protectorado ro-
mano, algunas ciudades mauritanas del Estrecho, colonias romanas y elites
municipales, prefirieron encuadrarse bajo la administración bética (Plinio,
H.N., V, 3 y 5), pero en la práctica mantuvieron un sútil equilibrio con los
polos de poder hegemónicos.
Roma, la nueva superpotencia del Mediterráneo, dispuesta a establecer
las reglas de juego a su favor cuando las autonomías locales obstaculiza-
ban la actuación del Estado. Sin contar con la progresiva y sincera adop-
ción de la romanidad entre las elites urbanas.
El reino mauretano avalado por Augusto pues, entonces, incluso las ciu-
dades hispanas del área del Estrecho adoptaron el patronazgo de Iuba II (J.
Mangas Manjarrés, 1987: 731-740) para conservar su participación en el
drenaje económico del país.
En último extremo, el Templo y Oráculo de Hércules/Melqart de Gades/
Gadir, auténtico motor de las actividades económicas desarrolladas sobre
ambas orillas del Estrecho, entre la Hispania meridional y la Mauritania
occidental hasta Canarias.
Iuba II, el nuevo rey mauretano, al asumir el control territorial del país
llevó a cabo una política pacificadora e integradora de los confines, inclui-
das las Islas Canarias (A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2002B).
Allí se llevó a cabo una importante exploración científica de tintes cos-
mográficos, que se relaciona con el traslado del meridiano cero del Orbis
Terrarum, impulsada por Agripa o por el propio Augusto (A. Santana San-
tana; T. Arcos Pereira, 2003-2007, 143-158 ).
A pesar de la política helenística y mesurada que llevó a cabo, la dinas-
tía mauretana por él inaugurada apenas se mantuvo en el poder durante 60
o 70 años. Ptolomeo, hijo y sucesor de Iuba II, fue asesinado por orden de
su primo el emperador Calígula. El emperador Claudio crearía la provincia

56
Tingitana entre el año 41 o 44 de C. (N. Villaverde Vega, 2001: 43), que
culminaba la trayectoria socio-cultural y política del territorio y sanciona-
ba su inclusión como confín occidental del Imperio.
La creación de Tingitana resultaría prematura, o al menos el poblamien-
to local resultó polarizado, a favor o en contra del Imperio romano, des-
contento que traduce la revuelta de Aedemon, liberto del rey asesinado (N.
Villaverde Vega, 2001: 43).
En el bando romano se situaron los centros urbanos de la vertiente at-
lántica al norte del país, cuyo auge económico se sustentó fundamental-
mente en la agricultura extensiva y en la exportación de sus excedentes
agrarios, casos de Tingi, Lixus, Zilil, Banasa, Tamusida, Sala y Volubilis.
El posicionamiento de los núcleos urbanos mediterráneos, Tamuda y
Rusaddir, en el partido realista sublevado, derivaría, quizás, de su función
económica ajena a la agricultura extensiva. Los entornos montañosos de
esos puertos los relacionan con la explotación de los recursos naturales,
en colaboración con las tribus montañesas, nómadas o semi-nómadas (N.
Villaverde Vega, 2001: 230 y 256).
La situación se resolvió con la victoria romana sobre las facciones re-
vueltas, saldada con la destrucción de Tamuda sobre cuyas ruinas se erige
un campamento militar, y con el probable abandono temporal de Rusaddir.
Tingitana, incluida en el “Círculo del Estrecho”, será ahora dinamizada
por Gades57 que según Estrabón (Geogr. III, 5, 3) contaba con más de qui-
nientos caballeros58, pero también intervieron Malaca y Cartago Noua. La
política fiscal romana benefició al ámbito hispano hasta inicios del siglo III
de C. (N. Villaverde Vega, 1990: 334-336).
La tasa del portorium hispanum, impuesto de la exportación, no sólo
era sensiblemente inferior a las tasas para la exportación recaudadas en
el resto del Imperio, sino que, además, la mercancía privada se enviaba
asociada con fletes annonarios que pagaba el Estado romano (cfr. N. Villa-
verde Vega, 1997, 409-412). Eso permitía 1º exportaciones masivas y 2º la
competitividad de los productos regionales del Estrecho en el Mediterrá-
neo central (Italia), donde llegaban a precios de coste.
57
Gades centralizó las expediciones annonarias de aceite bético hacia Roma que pa-
gaba el estado romano, envíos asociados con multitud de productos regionales de
ambas orillas del Estrecho, expedidas como complemento de carga, que alcanzaban
gran rentabilidad en el mercado mediterráneo al estar beneficiadas por los privilegios
fiscales concedidos por Julio César, Augusto y la familia Juleo-Claudia.
58
Según Estrabón, eso implicaba que tras Roma y Padua, contaba con más caballeros
que cualquier otra ciudad itálica. Ser “caballero” en el censo romano implicaba la
consideración de “potentado”.

57
Esas circunstancias económicas explican la rentabilidad que adquirie-
ron las producciones agrarias del Estrecho y la puesta en cultivo del trián-
gulo fértil situado entre Tingi (Tánger), Sala (Rabat) y Volubilis (F. López
Pardo, 1987: 207-208).
El flujo intenso de fletes annonarios y navíos entre Gades e Italia, tam-
bién explica la profusión de industrias de salazones tingitanas en el canal
del Estrecho, cuyos productos eran expedidos como lastre rentable, junto
a los envíos agroalimentarios. Al sur de Lixus, durante el Alto Imperio, se
producen salazón en Thamusida, Banasa y Sala.
Sin embargo, el auge económico también implicó contrapartidas y des-
equilibrios regionales. En Mogador, sólo algunas ánforas salazoneras del
tipo Beltrán IIB atestiguan ciertas visitas ocasionales al islote durante ese
periodo.
Si unimos tal evidencia a la ruina y abandono de Tamuda y Rusaddir,
en la costa mediterránea como ya hemos indicado, podemos concluir que
la explotación y el drenaje de los recursos naturales se encontró en franca
decadencia frente a las rentables actividades agroalimentarias (N. Villaver-
de Vega, 2001: 192, 289,538).
El decaimiento de las navegaciones en el entorno del archipiélago cana-
rio durante el Alto Imperio romano, parece contrarrestado por el testimo-
nio de las fuentes literarias que mencionan la extracción de púrpuras. Por
ello podemos deducir al menos la continuidad de una actividad económica
de interés colonial en la zona.
Existen al menos tres citas sobre la producción de tinturas en las costas
de Getulia e islas de la Mauretania, superado el año 45 de C. tras la crea-
ción de la provincia de Tingitana y guerras de Aedemón. Por eso debemos
volver a recordar los testimonios literarios aducidos cuando se trataron los
topónimos de las islas.
Pomponio Mela, en Chorographia, escrita a mediados del siglo I a.
de C., diez años tras la creación de la provincia, afirma sobre la púrpura
getúlica (II, 96):
El litoral de los nigritae y de los gaetuli, pueblos de vida nómada, tampo-
co [es] estéril, ya que cría múrices, que dan una púrpura excelente, tinte
preciadísimo en todas partes. “Chorographia”, II, 104., (Trad. A. García
Bellido, 1947: 42).

A mediados del siglo I de C. informa Plinio el Viejo, (H.N., VI, 201):


… dícese que hay dos Insulae Hesperidum; pero todo esto es poco seguro;
.... Las noticias de las Islas de la Mauretania no son más seguras; única-

58
mente se sabe que hay algunas frente a los autololes y que fueron descu-
biertas por Iuva quien estableció allí talleres de púrpura gaetúlica. (Trad.
A. García Bellido, 1947: 150).

Por último Silio Itálico, en el año 90 de C., medio siglo después de la


creación de Mauretania Tingitana, escribe una precisa información sobre
la púrpura getúlica:
-Albendas inuetere lanas muria Gaetulo docta- “Experta en transformar
las blancas lanas con púrpura getúlica” (Trad. A. Tejera Gaspar; M. E.
Chávez Álvarez, 2004: 237).

En ese sentido puede afirmarse que los contactos del mundo medite-
rráneo con Canarias, tras la creación de la provincia Tingitana, aún siendo
marginales y eventuales, pudieron mantener cierta continuidad. Debemos
quizás valorar la información de varios pecios anfóricos59 en la costa de
Lanzarote, Gran Canaria y Tenerife, que confirman el cursar de las nave-
gaciones en la zona:
Un ejemplar de ánfora Dressel 7-11 localizada en el Canal del Río,
entre La Graciosa y Lanzarote, es de origen bético y se data entre 25 a. de
C.-100/150 de C., y seguramente se trata de un contenedor de salazones
(A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2002: 234-235, anf. 12).
Otro ejemplar Dressel 1- Pascual 1, procede de Mogán (Gran Canaria)
y se trata de un ánfora vinaria tarraconense datada entre 10 a. de C.-100 de
C. (íd.: 236, anf. 15).
Por último, otra ánfora vinaria Dressel 2-4 procede de la Punta de Gua-
damojete (Tenerife), de origen itálico que se data entre 125 a. de C. y 150
de C.
Se advertirá que dos de las ánforas reseñadas son de origen hispano y
una de origen itálico, en consonancia con el panorama comercial del “Cír-
culo del Estrecho” entre los siglos I y II de C. cuya solidez exportadora,
centrada en los beneficios fiscales, dificultaba la penetración mercantil de
África Proconsular.
La difusión anfórica en Canarias varía avanzado el periodo romano,
como evidencian El Bebedero (Lanzarote) donde los fragmentos analiza-
dos son atípicos, salvo un borde. Las características litológicas del con-
junto permiten deducir piezas de origen itálico, africano e hispánico (P.
59
En un estricto sentido arqueológico, pecio es cualquier hallazgo arqueológico sub-
marino en cuanto que es toda nave o fragmento de la nave que ha naufragado, como
cualquier porción de lo que ella contiene y se pierde en el mar. Los hallazgos subma-
rinos aunque sean ánforas o anclas aisladas son pecios.

59
Atoche Peña et alii, 1995: 48-63) con una datación de “Contacto del nivel
IV y nivel V”, que ofrece una secuencia estimada entre 50 a. de C. a 224
de C. (A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2002A: 43).
A comienzos del siglo III de C., la nueva dinastía severiana decide la
extinción de los privilegios fiscales que beneficiaban el portorium hispano
y también prohibió la asociación de fletes pagados y expedidos por el Es-
tado. La súbita alteración de las condiciones mercantiles del Mediterráneo
occidental provocaría la ruina de Gades, que desde entonces jamás se re-
cuperó (N. Villaverde Vega, 1990; 1997).
La indefensión del “Círculo del Estrecho” frente a la ofensiva del mer-
cado externo es patente desde el año 215, cuando las importaciones de
África Proconsular inundan el mercado local asfixiando la competitividad
de los productos occidentales. Desde fines del siglo II y comienzos del III,
los nauicularii africanos del Mediterráneo central detentaron el control,
casi exclusivo, de los puertos de Roma capital.
La crisis económica sufrida por ambas orillas del Estrecho desde el
primer cuarto del siglo III, implicó la recesión económica y poblacional de
las principales ciudades hispanas de la costa sur y del Levante, tanto como
la limitación de expectativas económicas y poblacionales de la Tingitana
(N. Villaverde Vega, 2001: 58-59).
A pesar de la crisis del poblamiento, la provincia de Tingitana, desde
un punto administrativo, social, económico y cultural, continuó inserta en
la romanidad hasta el primer cuarto del siglo V de C. La hipótesis de J.
Carcopino, que suponía la reducción de límites provinciales al norte del río
Lucus en época tetrárquica, no se sostiene60. Tras incidencias puntuales se
restablecería el control romano en todo el territorio, sumido en cierto es-
tancamiento tras la recesión (N. Villaverde Vega, 2001: 61-63 y 275-281).
Los habitantes del país desde comienzos del siglo III habían sido ínte-
gramente incluidos en la ciudadanía romana tras el edicto del emperador
Caracalla. No obstante, “gentes” o entes tribales mantuvieron con Roma,
una situación más de equilibrio que de conflicto, como confirman los pac-
tos regulares que implicaban el reconocimiento de la ascendencia del em-
perador sobre las jefaturas bárbaras.
El aparato administrativo provincial centralizado en Tingi, mantuvo un
60
Esta hipótesis de J. Carcopino estaba sustentada en un estudio parcial de la docu-
mentación arqueológica, que se ha evidenciado prematuro y erróneo (cfr. N. Villaver-
de Vega, 2001: 30; 61-63; 157-168; 276-282). Sin embargo, convertida en una ficción
historiográfica, a veces se reproduce, bien por desconocimiento, o bien por autores
carentes de autocrítica y fundamento científico.

60
estrecho control fiscal, político y militar de todo el territorio hasta bien
avanzado el siglo V de C. El Laterculus de Polemius Siluius, VI, 9, lista
provincial de época teodosiana (379-375 de C.), entre las provincias his-
panas incluye en séptimo lugar la Tingitana y en octavo lugar a las tierras
situadas más allá de las Columnas de Hércules, “trans fretum, quod ab
océano infusum (terras intrat) transmittitur inter Calpen et Abinam”.
En este último caso, implicaba una reivindicación soberana sobre los
confines saharianos e islas atlánticas como Canarias, que en la práctica es-
taban marginadas del aparato provincial y de la burocracia administrativa
regular, aunque cualquier tipo de actividad llevada a cabo en esos confines,
antes o después, sería supervisada en los correspondientes centros admi-
nistrativos con implicaciones fiscales.
Desde un punto de vista económico, la producción agraria tingitana,
sin acceso al mercado mediterráneo, provocó un empobrecimiento gene-
ral del país y propició la vuelta a la explotación de los recursos naturales
derivados de la explotación maderera, silvicultura, ganadería y captura de
animales salvajes para espectáculos (íd: 60).
La Expositio totius mundi et gentium del siglo IV confirma la trata de
esclavos y la ganadería destinada a la obtención de lanas y pieles curtidas
con la participación del medio gentil (íd.: 294-295). Tampoco podemos
descartar la mediación comercial de las tribus nómadas para la obtención
de minerales preciosos como el oro61 expedido desde el África Subsaharia-
na (F. López Pardo; A. Mederos Martín, 2008, 147-149).
Desde fines del siglo III podemos considerar que Tingitana, a duras
penas y perdiendo gran parte de su potencial demográfico, conseguiría
adaptarse a las nuevas condiciones socio-económicas. La recuperación de
enclaves salazoneros y las ánforas hispanas Almagro 51 A y B (Keay XIX)
para envasado de las salazones tingitanas, inciden en iniciativas comercia-
les más limitadas (N. Villaverde Vega, 2001: 542-546).
Una serie de indicios al sur de Sala pudieran confirmar que las activi-
dades y navegaciones del Bajo Imperio, discurriendo por la costa tingitana
y hasta las Islas Canarias, pudieron ser fiscalizadas por el Estado romano.
Entre los indicios contamos con monedas constantinianas en Casablan-
ca; un epígrafe que atestiguaría una statio fiscal en Azemmur; monedas
61
En la Ceuta medieval gobernada por señoríos semi-independientes entre el siglo XI
y 1415 y en la Ceuta moderna, bajo la corona de Portugal, existieron cecas hasta el si-
glo XVI que acuñaron moneda de oro obtenido de las rutas caravaneras que, desde lo
más profundo del país, accedían hasta ese puerto mediterráneo para drenar el preciado
metal, donde podía ser intercambiado por manufacturas europeas.

61
del siglo IV en Safi; y por último la ocupación estable del islote de Moga-
dor entre el primer cuarto del siglo III y comienzos del siglo V, con indi-
cios también de actividades fiscales en ese lugar a deducir de una pesa de
plomo con monograma constantiniano entre alfa y omega (N. Villaverde
Vega, 2001: 185-194).
Los pecios anfóricos del Bajo Imperio reseñados en aguas Canarias,
confirman, desde luego, la mayor intensidad de las navegaciones estable-
cidas durante este periodo en la zona sobre épocas precedentes.
Podemos seguir suponiendo que las iniciativas corren a cargo de gentes
del Estrecho si se valora un ánfora salazonera Almagro 51C de la Hispania
meridional, datada entre 200-300 de C., que procede de Los Charcos –
Norte Playa Bastián al sureste de Lanzarote (A. Mederos Martín; G. Escri-
bano Cobo, 2002A: 230-231, anf. 2).
No obstante, entre los pecios documentados en la zona, atribuidos a
navegaciones durante el Bajo Imperio, contamos con ejemplares del Me-
diterráneo Central.
Un ánfora salazonera de Byzacena (Túnez) Keay XXXI localizada en el
Puerto de la Luz (Las Palmas, Gran Canaria), producida entre 300-420 de
C., aunque hay autores que extienden su facturación hasta el año 600 de C.
(cfr. A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2002A: anf. 17).
En el área del Estrecho existen imitaciones de este tipo ánforico, singu-
larizado como Keay VI, que se utiliza, entre otros modelos, para envasar
la producción local de salazón en alguna localidad del Estrecho durante el
s. IV de C. (N. Villaverde Vega, 2001: 544, nota 111; 550), por tanto no
puede descartarse otro origen.
Un ánfora vinaria de Mauretania Caesariensis (Argelia) Dressel 30 pro-
cedente de Fuerteventura, según qué autor datada entre 50-225/400 de C.,
(A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2002A: 236-237, anf. 16).
Por último, un ánfora ¿vinaria? “tipo Bengasi” de Tripolitania (Libia),
ejemplares que según qué autor se data entre el 70-400 de C. (A. Mederos
Martín; G. Escribano Cobo, 2002A: 235, anf. 13).
Todas esas ánforas no pudieron difundirse en aguas insulares antes del
siglo III de C. y, salvo la Keay VI, caso de evidenciarse su origen en el
“Círculo del Estrecho” durante el Bajo Imperio, confirman el sometimien-
to contemporáneo de occidente al mercado exterior, dominado por África
Proconsular (N. Villaverde Vega, 1990: 341).
En consecuencia, quizás podemos traducir esa dinámica económica va-
lorando los indicios contemporáneos del poblamiento, que precisamente

62
se atestigua en zonas de interés para determinadas actividades ganaderas
o marisqueras.
También debemos valorar los restos mobiliares obtenidos en los yaci-
mientos de El Bebedero (Tiagua, Lanzarote) y Caldereta de Tinache (Tina-
jo, Lanzarote), en ambos referidos al Estrato IV, donde proceden datacio-
nes isotópicas, con una secuencia temporal situada entre el siglo I de C. y
primeras décadas del siglo V.
Dentro de ese nivel de ocupación, el Subestrato IV-2 restringe la cro-
nología al siglo IV, entre 330-385 de C. De este modo se propone una
secuencia comprendida entre 210 y 440 de C. que dataría los niveles rela-
cionados con unas instalaciones ganaderas (P. Atoche Peña et alii, 2009:
110, 125,131-133).
La fauna doméstica recuperada corresponde sobre todo a cabras, ovejas
y en menor medida cerdos y perros. Parece ser un asentamiento pastoril62
dedicado a cría intensiva de ovicaprinos, sacrificados para la obtención de
pieles y conservas cárnicas.
Las gentes que realizaron estas actividades, si se valoran fragmentos
atípicos de ánforas romanas y objetos metálicos en cobre, bronce, hierro
etc…, junto con alguna pequeña cuenta de collar con forma bitroncocó-
nica, sobre concha de moluscos marinos (Spondylus) y varios molinos de
mano circulares (íd. pp. 110 y 115), deducen su precariedad socioeconó-
mica. Quizás se trata de simples operarios allí trasladados que no tienen
acceso directo al mercado que consume sus productos.
Pese a la precariedad de actividades, el auge del poblamiento durante
este periodo tardío se atestigua en enclaves de las islas, tanto orientales
como occidentales, aunque sin mobiliario arqueológico de origen colonial
que confirme su hipotética relación con la explotación o presencia foránea,
sólo podemos plantear su coincidencia.
En Fuerteventura, se han documentado niveles de ocupación datados
por C14 en el yacimiento de Cueva de Villaverde (La Oliva, Fuerteventu-
ra). La muestra calificada 401.CA2.Niv.II se estima comprendida entre el
año 140 de C. y 420 de C. (F. Hernández Hernández; D. Sánchez, 1990:
79-92). El nivel II se data entre 219 y 425 de C. (A. Mederos Martín;
G. Escribano Cobo, 2002A: 43), ajustándose perfectamente a las tesituras
destacadas entre el periodo severiano y el fin de la provincia bajo imperial.
En Lajura (El Hierro) hay un nivel de ocupación datado entre 256-342
de C. y en Frontera (El Hierro) entre 412-436 de C. Entre los motivos
62
Etimológicamente la palabra griega “nómada”, puede traducirse por “pastor”.

63
que deciden la frecuentación de la isla en este periodo, se ha destacado la
idoneidad de El Golfo al norte, de la costa sur y Valverde al este, para la
recolección de Thais haemastoma, con lugares como Guinea, donde las
conchas manipuladas aparecen coloreadas de rojo (A. Mederos Martín; G.
Escribano Cobo, 2006: 84).
La producción de púrpura durante el Bajo Imperio era monopolio del
Estado romano, y en la Dioecesis Hispaniarum esta mercancía debía remi-
tirse hacia el procurator baphii emplazado en la isla de Ibiza (N. Villaverde
Vega, 2001: 296). La explotación de las púrpuras en las Islas Canarias era
llevada a cabo por gentes de muy precario nivel económico y seguramente,
sólo de forma indirecta, deberán relacionarse con el aparato estatal de la
provincia de Tingitana. Por tanto, más allá de una soberanía nominal, por
ahora no puede deducirse la presencia burocrática o vinculación adminis-
trativa efectiva en el archipiélago.

8. Tras el Ocaso queda la penumbra (mitad s. V – inicios


s. VIII de C.)
La irrupción bárbara en Occidente desde el año 409 de C., que implicó
la desarticulación de las provincias hispanas inscritas en el Imperio de Oc-
cidente, justifica la distorsión de las corrientes comerciales del Mediterrá-
neo occidental, establecidas desde fines del siglo II a. de C.
En este caso provocó la desactivación mercantil, tanto del ámbito
hispano como del norteafricano. No obstante, una vez decidida la instala-
ción del pueblo vándalo en la antigua África Proconsular y convertida en
zona nuclear de su reino, la inercia comercial del Mediterráneo, disminui-
da aunque latente, fue reavivada por la corona asdinga que necesitaba in-
gentes recursos para consolidar su dominio sobre el conjunto de territorios
continentales e insulares que podía controlar desde este momento.
Los ingresos derivados del comercio habrían facilitado su defensa es-
tratégica, gravemente amenazada por los restos imperiales de Occidente,
bizantinos, visigodos y gentes de los confines. Un relato de Víctor de Vita
(Historia persecutiones, 1, 13, cfr. N. Villaverde Vega, 2001: 349-350,
nota 27) confirma que desde 455, tras la muerte de Valentiniano III, último
emperador de la dinastía teodosiana, las antiguas provincias de la dioecesis
Africae pasaron a ser consideradas unilateralmente territorios vándalos.
A ello añadiremos las islas del Mediterráneo, agrupadas en una circuns-
cripción, y por último la antigua Tingitana, donde previniendo posibles
reclamaciones legales de otros interlocutores con derechos a su dominio,
como imperiales o visigodos, fue dividida en dos circunscripciones de-

64
nominadas con apelativos indígenas: Abaritana y Getulia, incluidas desde
ahora entre los dominios reales vándalos.
La Abaritana, en la vertiente mediterránea de la antigua Tingitana,
así nombrada en honor del nombre amazight del Estrecho de Gibraltar,
“abrid” = camino o pasaje. Y Getulia, nominada por los pueblos indígenas
que habían poblado el confín meridional de Tingitana desde la más remota
antigüedad. El interés vándalo por el extremo confín occidental del mundo
entonces conocido sugiere el propósito mercantil de esta emergente poten-
cia mediterránea, sin excluir las Canarias, hipotéticamente incluidas en la
Getulia.
También los vándalos reactivaron el “Círculo del Estrecho”, pues aun-
que sólo la orilla sur se situaba bajo dominio vándalo, en la orilla norte
debieron contar con la colaboración de la oligarquía local de corte ecle-
sial, que mantuvo una autonomía al margen de los poderes políticos del
momento. La conjunción de intereses provocaría cierta regeneración eco-
nómica del área del Estrecho, que se advierte en Malaca (Málaga), Tingi
(Tanger) y Lixus (Colina Chemish, Larache), puertos seguramente coordi-
nados desde Septem (Ceuta) que ahora, como base naval vándala, mante-
nía contactos regulares con Cartago (N. Villaverde Vega, 2008: 430-448).
La reactivación del “Círculo del Estrecho”, tanto como la persistencia
de actividades económicas en la zona durante ese periodo, pudiera explicar
las bajas cronologías obtenidas en distintos yacimientos arqueológicos de
la costa tingitana y del archipiélago canario, que parecen coincidir en cier-
ta reactivación poblacional.
Un primer indicio de la perduración mercantil en la costa “gétula”, que
ha pasado casi inadvertido, es la presencia de una moneda de “Valentinia-
no III (425-455)63 o Antemio (467-472)” (N. Villaverde Vega, 2001: 416)
en Mogador, que indica actividades mercantiles en el momento de la irrup-
ción vándala o poco después.
En el segundo caso, la moneda de Antemio evidenciaría el sostenimien-
to vándalo de las líneas comerciales hasta ese confín. Para sustentar esa
hipótesis podemos añadir que la datación de esa moneda coincide con la
difusión en Septem y en Lixus de tipos de vajillas “Late roman C 3B-C”,
producidas entre 460 y 475 de C.64.
63
Otra moneda de Valentiniano III (425-455) en Zilil, localidad destruida en el mo-
mento del pasaje vándalo en la zona en torno al 426. Otra más, procedente de Banasa,
pudiera estar relacionada con la fase final de las navegaciones comerciales en el mo-
mento de la caída de la Dioecesis Hispaniarum.
64
La arribada de estas cerámicas bizantinas debe concebirse a través de Cartago, pues
los vándalos podían ofrecer tanto productos agroalimentarios como suntuarios, en

65
En Canarias las dataciones radiocarbónicas o termoluminiscentes per-
miten atestiguar lugares frecuentados durante esta época tardía, aunque
cualquier relación que pueda establecerse con el panorama colonial de la
costa frontera será hipotética, ante la ausencia de un registro arqueológico
concluyente. No obstante, algunos parecen idóneos para las actividades
relacionadas con el mar y el marisqueo de púrpuras en particular:
Cueva del Tendal (Garafía, La Palma) Nivel III. Fase II-IIIa cuya se-
cuencia cronológica se extiende entre 461 y 662 de C. (A. Mederos Martín;
G. Escribano Cobo, 2002: 45). La Palma tiene fondos rocosos adecuados
para la proliferación de los moluscos Purpura haemastoma, destacando
zonas de Fuencaliente al sur, Santa Cruz de La Palma y Puntallana al este,
Tazacorte al oeste y la Punta de Juan Adalid en Garafía al norte (A. Mede-
ros Martín; G. Escribano Cobo, 2006: 84).
Fortaleza de Chipude en el Valle Gran Rey (La Gomera) cuya secuencia
cronológica se extiende entre 436 y 600 de C. (A. Mederos Martín; G. Escriba-
no Cobo, 2002A: 45). Sobre la posible relación de esta fase con intereses eco-
nómicos foráneos, debemos añadir que en la desembocadura del Valle Gran
Rey se dan las mejores condiciones de la isla para la explotación de la púrpura
(A. Mederos Martín; G. Escribano Cobo, 2006: 84).
Tras la caída del reino vándalo, los bizantinos, enzarzados en una con-
frontación visceral con el reino visigodo, primaron los aspectos estratégi-
cos de su presencia en la zona y provocaron seguramente la extinción del
“Círculo del Estrecho”, aunque pese a todo se mantiene cierto grado de
comercio con los confines occidentales.
De Sala (Rabat), bajo dominio bizantino, procede un exagium, un qua-
drans justinianeo (527-565), figurando los Santos Patrones del Imperio,
San Jorge y San Demetrios, que seguramente indica la presencia fiscal bi-
zantina en este puerto (N. Villaverde Vega, 2001: 185, fig. 96). De Septem
(Ceuta) procede otro exagium, un semis con siglas bilingües, que atestigua
la actividad fiscal del Exarcado de África en la embocadura del Estrecho
(íd. 216-218, fig. 132), paso de las expediciones atlánticas.
Por último, también debe destacarse que, algunos años después, el go-
bernador visigodo del Estrecho seguía manteniendo cierto control o con-
tactos en la costa atlántica donde se han localizado elementos indumenta-
rios de época visigoda en Septem y Sala (N. Villaverde Vega, 2001: 496).
Algunas fuentes árabes identifican al Comes Iulianus, dirigente visi-
especial la púrpura, que quizás continuaría siendo colectada en el confín occidental y
en las Islas Canarias, en particular.

66
godo de Septem, vasallo de la casa real de Witiza, como gobernante de
varias localidades de ambas orillas del Estrecho que conocía al detalle a los
pobladores de los confines extremo-occidentales del país65 (N. Villaverde
Vega, 2001: 220, 367-370, nota 197), y también autores como Ibn-Al-Qu-
tiyya (hijo de Sara “la Goda”, nieta del rey Witiza) y Abd-Al-Hakam, lo
identifican como un comerciante (P. Chalmeta Gendrón, 1994:116).

9. Conclusiones: Del “Círculo del Estrecho” al “Círcu-


lo de las Hespérides”

El descubrimiento y las fases de exploración de Canarias hasta la fecha


se evidencian relacionadas con la protohistoria y antigüedad mediterránea.
El conjunto documental reunido no permite descartar algunos ensayos de
ocupación prehistórica de Fuerteventura, por los hallazgos de ovicaprinos
remontando varios milenios antes de C., pero lo cierto es que no ha sido
posible evidenciar un paralelo poblamiento prehistórico.
En consecuencia, resulta patente que el mundo “aborigen” de las islas
poco o nada significa antes del fundamental concurso de las navegaciones
mediterráneas y de la frecuentación colonial del archipiélago desde el pri-
mer milenio a. de C., que a la larga propiciará el poblamiento del conjunto
insular atestiguado hasta fines de la antigüedad.
Hasta hace pocos años, los planteamientos de investigadores que se ha-
bían atrevido a situar el primitivo poblamiento en sintonía con las nave-
gaciones mediterráneas, fueron desestimados por la presión científica de
otros supuestos prehistóricos y aislacionistas tradicionales, que las estima-
ban hipótesis ilusorias o por lo menos desorientadas.
Sin embargo, la relectura de las fuentes literarias, cada vez más afina-
das, y las crecientes evidencias arqueológicas en la misma dirección, con-
firman la concurrencia del mundo antiguo mediterráneo en el archipiélago
canario aunque fuera de forma tangencial. De este modo, la investigación
65
Según las fuentes árabes, en la primera entrevista que mantiene el conde D. Julián
con el general árabe Uqba ben Nafi, le relata que “en el Sus citerior (entorno del río
Sus, frente a las Islas Canarias), existían pueblos que no tenían religión y que re-
chazaban el cristianismo. Además se alimentaban de la carne de animales muertos y
bebían su sangre...”. Esto último parece el eco lejano de una leyenda similar mucho
más antigua, recogida por Plinio el Viejo, que describe el estadio de barbarie de las
poblaciones montañesas del Alto Atlas, que en el año 42 de la era, según él, se alimen-
taban con la carne de los perros, y por ello eran llamados “canarii”, cfr. J. J. Jiménez
González (2005: 85-86).

67
desplegada en los últimos decenios sobre el mundo fenicio y romano en
Canarias, se evidencia como un vuelco investigador de nuestros conoci-
mientos sobre este archipiélago atlántico.
En este trabajo se ha demostrado la coherencia interna de los textos
greco-latinos cuyas informaciones remontan a los comienzos del primer
milenio a. de C.: las islas del Ocaso, del Atardecer, del Lugar sombrío,
que traduce la voz fenicia “Lqx = Lixus o Elisá”, la griega “Hesperis” o la
tamazight “Maru”, expresan la identificación ideológica del “Occidente”
con respecto al “Oriente” mediterráneo, y sitúan las islas por primera vez
en el contexto geo-estratégico de la antigüedad.
La frecuentación y exploración progresiva de Canarias, reflejada en
las fuentes literarias de época romana, confirma de este modo que la pre-
sencia mediterránea en el archipiélago fue arcaica, intensa y perseverante
(A. Santana Santana et alii, 2002; A. Santana Santana; T. Arcos Pereira,
2003/2007, íd. 2004, íd. 2006).
Los nombres del archipiélago constituyen un compendio de cono-
cimientos seculares, y dan idea de la mayor o menor intensidad de los
contactos establecidos remontando a la primitiva presencia fenicia. Los
semitas definen su valor como meta o confín del Poniente, y evidencian las
perspectivas globalizadoras del Mediterráneo.
El descubrimiento fenicio de los confines geográficos de Occidente,
no obstante, se diluyó entre mediados del siglo VI y mediados del V a.
de C., en un contexto de fragmentación mediterránea. Entonces los mitos
griegos recogieron el eco, casi perdido, que traducen a través de leyendas
poéticas como los Campos “Elíseos”. En ese sentido podemos denunciar
la hasta ahora supuesta traslación, progresiva y anacrónica, del mito hasta
Occidente, porque la exploración fenicia había precedido a la tradición
legendaria.
De la voz fenicia Elisá procede etimológicamente la denominación de
los Campos “Elíseos”, islas dónde moraban las almas de los “bienaventu-
rados”, que a su vez constituyen el inmediato antecedente del apelativo la-
tino “Afortunadas”, que recibieron las islas redescubiertas en el transcurso
del siglo II a. de C. por los navegantes gadiritas bajo la égida de Roma. En
el siglo I a. de C. continúa la exploración del reino Mauritano.
Otra conclusión que podemos establecer deriva de la entidad de los
restos arqueológicos detectados en las islas hasta la fecha, cuya entidad
precaria es, sin embargo, creciente. Esencialmente destacan fragmentos
de ánforas de origen submarino cuya sintonía cronológica con el espectro

68
mercantil del área del Estrecho entre los siglos II a. de C. y VI de C. ha sido
puntualmente descrita a lo largo de estas páginas.
En el mismo sentido se sitúan las cerámicas a torno con fragmentos
típicos y atípicos localizados en diversos yacimientos de Lanzarote, que
implican un mínimo corpus de datos objetivos que demuestran el desarro-
llo de actividades económicas de época fenicia y romana. En esa dinámica
de hallazgos se situarían las vajillas a torno evidenciadas en Rosita del
Vicario (Fuerteventura), aunque por ahora su atribución antigua debe plan-
tearse desde el ámbito de las hipótesis.
Una vez superadas las hipótesis que suponían el aislamiento del archi-
piélago hasta época moderna, la determinación del corpus de cerámicas
a torno difundidas en las islas de época antigua, medieval y moderna, se
impone como una faceta indispensable para determinar la trayectoria pro-
tohistórica e histórica de Canarias.
Lo cierto es que “a priori” la actuación fenicia en estas islas y más tarde
de los cartagineses y romanos también tiene límites. En ese sentido pode-
mos afirmar que tales contactos en ningún caso determinan la integración
de las islas y sus gentes en la órbita civilizada del Occidente mediterráneo,
entendiendo como tal la creación de núcleos urbanos, y si hubo intentos
en esa dirección fueron prematuros. Las razones parecen contundentes, el
archipiélago canario respecto al mundo civiliado era un espacio ultra-pe-
riférico, en la vecindad del gran desierto del Sahara. Esa realidad lo con-
denaba, valga la redundancia, a un severo aislamiento y a la dependencia
exterior.
La bondad del clima de las islas y su medio ambiente natural, menos
árido que en la actualidad (A. Santana Santana, 2003: 61-76), favorecía los
cultivos pero, ni en las islas mejor dotadas, llegó a implantarse la agricultu-
ra extensiva de cereal, óleo y vid, circunstancia básica para el desarrollo y
consolidación del mundo antiguo66. El interés colonial que despertaban las
islas, debe relacionarse con la explotación eventual de los recursos natura-
les exóticos o suntuarios para el mundo antiguo. Factores que no permitían
66
El cereal aseguraba la consolidación demográfica. Los óleos, en cantidad industrial,
eran indispensables para la iluminación. Viñedo y producción vitivinícola eran sinóni-
mos de civilización. Cereal, olivo, vid y otros cultivos pueden haber sido introducidos
en las islas durante la antigüedad, pero su dimensión económica no parece sobrepasar
el nivel de la autarquía por la lejanía de las islas al mercado. El cereal extensivo sería
uno de los principales recursos económicos de Fuerteventura sólo tras el descubri-
miento de América, pues la posición confinal de Canarias varió a favor del nexo entre
el viejo y el nuevo mundo que justifica el auge mercantil y poblamiento moderno del
archipiélago.

69
sostener una dinámica recíproca de mercado, sino más bien un drenaje,
más o menos puntual, de tales riquezas para su transformación.
Tampoco cabe desestimar la situación estratégica de las islas orientales
como puntos de aprovisionamiento e incluso habitación, frente a los límites
del desierto, que los navegantes mediterráneos procuraban visitar de forma
estacional para drenar, también de forma eventual, metales u otros recursos
naturales. Debemos concluir que el horizonte arqueológico de Canarias de
la antigüedad no tendrá jamás parangón con el de otros ámbitos nucleares
del Mediterráneo, pero a tenor de los datos reunidos tampoco es posible
negar el impacto colonial mediterráneo en las islas.
Entre las causas económicas que justifican la implicación mediterránea
en la exploración y poblamiento del archipiélago canario, debemos citar la
abundancia de moluscos Thais haemastoma en sus costas, de los cuales se
obtenían tinturas purpúreas-escarlatas demandadas durante la antigüedad
por asociarse como distintivo de lujo y poder.
Los hallazgos del islote de La Graciosa no admiten otro tipo de inter-
pretación, y las fuentes literarias no dejan lugar a dudas sobre el protago-
nismo detendato por el archipiélago y entorno continental inmediato en ese
proceso mercantil durante la época fenicia y romana. También, a pesar de
las incidencias derivadas de la inestabilidad política desde el primer cuarto
del siglo V de C., lo cierto es que el interés por la púrpura pudo persistir
hasta fases avanzadas del periodo tardorromano.
El otro gran interrogante derivado de la presencia mediterránea en las
Islas Canarias, procede de su necesaria participación en la configuración
aparentemente progresiva del poblamiento aborigen, cuyo origen acaso
podría remontarse hasta fines del IIº milenio a. de C., en sintonía con el
horizonte colonial primitivo.
Por lógica económica, es posible suponer que los descubridores de es-
tas islas, si estaban desiertas, hubieran propiciado la introducción de espe-
cies, y entre ellas, por crudo que pueda parecer, contingentes humanos con
vistas a su ulterior explotación.
Sobre el origen de los primitivos isleños, la hipótesis más difundida de-
fiende la instalación de grupos norteafricanos en época romana aislados de
todo influjo exterior, planteamiento reductor que ha sustituido la supuesta
ascendencia neolítica, actualmente postergada. A favor del hipotético ori-
gen bereber se aducen un numeroso conjunto de inscripciones líbico-bere-
beres y otros indicios, como la similitud estimada entre algunos topónimos
canarios prehispánicos y voces bereberes. Sin embargo, según las opinio-
nes más autorizadas, las dificultades interpretativas de la lengua o lenguas

70
canarias en el seno del tronco lingüístico tamazigh no admiten plantea-
mientos en dicho sentido (L. Galand, 1990 y 2001).
Por el contrario, la configuración del poblamiento insular impulsado
por el medio colonial de forma progresiva, podría resultar de la suma de
aportes étnicos heterogéneos y bastante diversificados. Sin citar las con-
secuencias demográficas que hubiera podido reportar de la frecuentación
mediterránea de época romana, cuya koiné mercantil y dinamismo pobla-
cional conectaba prácticamente todos los territorios circundantes del Me-
diterráneo, entre Asia y el norte de Europa.
En primera instancia, sin duda por su proximidad, cabe centrar la aten-
ción en contingentes norteafricanos que hubieran sido desplazados hasta
estas islas, por las más variadas razones, como sugiere la denominación
“maoh” tradicional de los habitantes de Lanzarote y Fuerteventura, que
pudiera derivar del término tamazight “maru” aplicado de forma genérica,
no necesariamente étnica, por habitante del confín “occidental”.
Abundando en la complejidad del horizonte étnico del archipiélago se
situaría el polémico y profundo estudio de R. Muñoz Jiménez (1994), que
tradujo incluso alguna inscripción bilingüe líbico-canaria/neopúnica. Su
aportación más original, sin embargo, estriba en la doble lectura, ideográ-
fica y alfabética, que realizó sobre la “Piedra Zanata”, donde evidenció dos
signos inscritos en caracteres líbicos-bereberes, aunque ligados inusual-
mente (R. Muñoz Jiménez, 1994: 30, 42-48; 61-76; 108-109; 123-124;
165-176)67. Sin embargo, la mera adopción de un alfabeto supone relacio-
nes, pero no es un argumento concluyente para determinar la adscripción
étnica de un grupo humano68.
Desde un punto de vista fonético y cultural, la lectura ZNT en Tenerife
ha sido relacionada con el arraigo en la isla de gentes Zenetas de origen
norteafricano; no obstante, si es por razones fonéticas, también hipotética-
mente pudiéramos aludir a grupos insospechados de la región del Estrecho
que, en contacto con el medio fenicio de época arcaica, hubieran sido des-
plazados hasta el archipiélago69.
67
Agradezco a la Sra. D.ª Carmen Benito Mateo la visión sintetizada de este proble-
mático libro.
68
La adopción de un alfabeto “aborigen” como seña identitaria frente al medio colo-
nial púnico o romano, es también atestiguada en la Península Ibérica. Los celtíberos
de la Meseta y Valle del Ebro, son pueblos celtas indoeuropeos llegados en el I mile-
nio que adoptan el alfabeto ibérico.
69
En el sur de la Península Ibérica, en el momento de la arribada fenicia a Occidente,
se atestiguan pueblos “Cinetes” instalados en el suroeste peninsular, cfr. M. Almagro
Basch (1966: 215), Avieno, Ora Marítima, 200-214; Herodoto y Herodoro. Agradez-

71
La situación se complica si se pretende elaborar un análisis a través
de los influjos percibidos en la cultura o culturas aborígenes. Lo cierto
es que el sistema socio-cultural de los aborígenes isleños, parece de-
finido por un fenómeno generalizado de atavismo que se impone con
rasgos singulares en cada isla.
Un ejemplo serían las cerámicas carenadas de La Palma, facturadas a
mano, que recuerdan tipos del bronce final del Mediterráneo occidental.
En otro registro podemos situar prácticas funerarias sofisticadas, como la
momificación que pudo remontar al panorama fenicio70. O la introducción
de la lucha greco-romana, practicada en su variante de lucha canaria, que
relacionamos con el esclavismo y con la explotación de campeones para
los juegos de la antigüedad (N. Villaverde Vega, 2005: 112-113).
En ese sentido, sin negar la originalidad cultural de la sociedad o socie-
dades configuradas en las islas antes de la conquista castellana, podemos
destacar aspectos singulares que pudieran relacionarse con influjos forá-
neos de la antigüedad. Por poner un ejemplo queremos aludir la “Cueva
Pintada” de Gáldar (Gran Canaria) que remonta al siglo VI de C. En ese
yacimiento existen estructuras arquitectónicas facturadas en opus quadra-
tum y otras en opus uitatum, ambas técnicas edilicias de origen helenístico
cuya invención aborigen parece difícil sin el concurso mediterráneo.
El influjo de la romanidad quizás se advertiría en el sancta sanctorum
del mismo poblado aborigen de Gáldar, presidido por un fresco polícromo
que parece representar un calendario solar de doce meses compartimenta-
do en tres estaciones (es decir un año sin invierno, que resultaría una adap-
tación sui generis del clima local). Sin negar un posible calendario más an-
tiguo de casas estelares, el calendario Juliano de doce meses arraigó entre
el mundo indígena norteafricano, quizás a través de las prácticas agrarias
implantadas en el Norte de África (N. Villaverde Vega, 2001: 292)71.
Cuando M. Tarradell Mateu (1960) formuló el “Círculo del Estrecho”
co al Dr. A. Mederos Martín, la sugerencia de esta hipótesis en el transcurso de una
conversación informal. La única dificultad, en latín clásico no el tardío de Avieno, la
implicaría la traslación de C = K y no Z.
70
Agradezco dicha apreciación a R. González Antón. Las relaciones de Egipto y Ca-
naan remontan al año 2700 a. de C. En el 3er periodo intermedio (945-715 a. de C.) las
dinastías XXII y XXIII de origen libio, mantuvieron relaciones comerciales con los
fenicios del Estrecho. Necao II de la dinastía XXVI según Estrabón, Geogr. II, 3, 4,
organizó la circunnavegación de África entre 610 y 595 a. de C.
71
Incluso en la actualidad el campesinado montañés de Marruecos, para las labores
agrícolas, utiliza el calendario Juliano de doce meses, en vez de utilizar el calendario
lunar de origen islámico.

72
para poner de manifiesto la existencia de un panorama arqueológico com-
partido entre ambas orillas del Estrecho durante el periodo feno-púnico,
apenas podía suponer la enorme trascendencia del planteamiento historio-
gráfico que proponía.
Años después, definido el horizonte material fenicio y romano, se evi-
denciaría la integración de ambas orillas del Estrecho en un proceso eco-
nómico común dinamizado desde la orilla hispana durante el Alto Imperio
Romano (M. Ponsich, 1975).
La coordinación comercial de las producciones regionales destinadas a
la exportación fue organizada durante ese periodo en torno a Gades, prin-
cipal localidad del “Círculo del Estrecho” cuyo declive político, social y
económico se atestigua durante el primer tercio del siglo III (N. Villaverde
Vega, 1990, 1997). Pese a la recesión comarcal, aún podría advertirse, a
menor escala, la persistencia del “Círculo del Estrecho” durante el Bajo
Imperio (N. Villaverde Vega, 2001: 535-546).
Por último, como fenómeno de reanimación del “Círculo del Estrecho”
puede calificarse la coordinación comercial de ambas orillas, en torno a
objetivos económicos comunes, que se atestigua al menos hasta el siglo VI
de C., cuando los vándalos desplazaron al Imperio Romano de Occidente
en estos lares (N. Villaverde Vega, 2008).
La amplitud cronológica del “Círculo del Estrecho” como fenómeno
económico capaz de generar dinámicas de integración socio-cultural entre
los habitantes de la costa meridional de la Península Ibérica y el Norte
de África, coincide, en gran medida, con las cronologías obtenidas en los
distintos yacimientos arqueológicos del archipiélago canario. Por ello, las
circunstancias económicas, sociales y culturales del área del Estrecho de-
ben valorarse para analizar el devenir de Canarias.
Si tenemos en cuenta las variables formuladas para el “Círculo del Es-
trecho” por E. Ferrer Albelda (1998: 37-40), no cabe duda de que el archi-
piélago estaría inscrito dentro del ámbito “productivo o extractivo” con el
matiz añadido o cuarta variable, si tenemos en cuenta que el conjunto de
las islas, despobladas en origen, respondieran a los ecos de una actuación
colonial, tangencial y recurrente, que en modo alguno niega la originalidad
cultural y capacidad de innovación de la sociedad o sociedades isleñas
configuradas a lo largo del tiempo.
Por todo ello, la evidencia canaria cierra y reformula un espacio eco-
nómico, pero también socio-cultural, denominado por los investigadores
como “Círculo del Estrecho”, cuya auténtica dimensión estratégica y tem-
poral resulta superada.
Por ello, para abarcar la realidad del espacio dinamizado y preservar su

73
propia e intrínseca diversidad, queremos proponer la denominación “Cír-
culo de las Hespérides”, según el término helenístico “Hesperia” acuñado
por los mismos protagonistas de la exploración colonial.
Esta denominación regional persistió durante más de un milenio y hace
justicia a los marinos y gentes que protagonizaron su dinamización econó-
mica y socio-cultural: desde el núcleo primigenio de Gadir/Gades. Desde
los enclaves extremos de Rusaddir y Mogador72 (lám. IV) al oriente y al
occidente del canal del Estrecho. Y por último hasta las Islas Canarias,
cuya denominación atestiguada al menos para las más orientales, Fuerte-
ventura y Lanzarote, fue Islas de las Hespérides.

72
Hemos identificado la marca Hesperia en localidades tan alejadas geográficamente
como Mogador (Esauira, Marruecos) y Rusaddir (Melilla, Reino de España), cfr. N.
Villaverde Vega (2001: 542, notas 77, 78 y 79; 549, lám. III, 6 y 7). También en án-
foras Beltrán II o IIB localizadas en el alfar de El Gallinero, Puerto Real (Cádiz); y
en otras localidades mauretanas como Thamusida y Tingi (Tánger), que L. Lagóstena
Barrios (2001: 428-429, nº 124, 125, 126) cree identificar por marca “SPERTI”. Sin
embargo, en opinión del firmante del presente artículo, la lectura en los distintos se-
llos referenciados si se precisan los nexos y superposiciones de algunas letras, sería
en realidad “HESPERIA”, lo cual amplía el uso de esta denominación de origen a
la práctica totalidad de ambas orillas del Estrecho, más la costa atlántica africana. El
poeta Marcial, a fines del siglo I e inicios del siglo II de C., también utiliza el término
Hesperia, para denominar un producto salazonero del ámbito hispano, según cita en el
Epigramas, Libro XIII, XL, “...Hesperius scombri...”. Y también el mismo autor, en
varios pasajes, utiliza el mismo término como sinónimo de las Hispanias, según M.
Dolç Dolç, (1953: 35).

74
Figura 1. Centros fenicios arcaicos del Estrecho ss. XI-VI a. de C. Vista vía satélite de la embocadura del
Estrecho desde la vertiente atlántica. Foto: Internet. Diseño: N. Villaverde Vega. Procesamiento informá-
tico: C. Benito Mateo.

Figura 2. Vista del estuario del río Lucus y del océano Atlántico al atardecer, desde el “Barrio de los tem-
plos” de Lixus el día 22/VI/2009 (Solsticio de verano). Foto: N. Villaverde Vega.

75
Figura 3. Costa atlántica africana. Posición de Mogador e Islas Canarias. Pueblos indígenas. ss. IX-VI a.
de C. Fondo: Atlas Universal Espasa, 2009: 1719. Diseño: N. Villaverde Vega. Procesamiento informático:
C. Benito Mateo.

Figura 4. Restos de Purpura haemastoma repartidos por la playa del islote de La Graciosa. Foto: A. Mederos
Martín.

76
Figura 5. Islote de Mogador desde la playa de Esauira (Marruecos). Foto: N. Villaverde Vega.

Figura 6. Enclaves cartagineses del Estrecho de Gibraltar. ss. V-III a de C. Vista vía satélite de la emboca-
dura del Estrecho desde la vertiente mediterránea. Fondo: Internet. Diseño: Noé Villaverde Vega. Procesa-
miento informático: C. Benito Mateo.

77
Figura 7. Costa atlántica de la Mauritania occidental durante el periodo de hegemonía cartaginesa. ss. V-III
a. de C. Trayecto del curso de los ríos Draa y Muluya. Fondo: Internet. Diseño: N. Villaverde Vega. Proce-
samiento informático: C. Benito Mateo.

Figura 8. Restos de un horo alfarero en el yacimiento de Quas (Arcila, Marruecos). Foto: N. Villaverde
Vega.

78
Figura 9. Vista panorámica del sitio arqueológico de Banasa (Kenitra, Marruecos). Foto: N. Villaverde
Vega.

79
Lámina I. Vajilla de Rosita del Vicario (Fuerteventura). 1. Borde de plato. 2. Borde de plato. 3. Borde de
fuente. 4. Base de fuente con pie de sección triangular. Diseño: N. Villaverde Vega. Tratamiento informá-
tico: O. A. Museos de Tenerife.

80
Lámina II. Vajilla de Rosita del Vicario (Fuerteventura). 1. Borde. 2. Borde decorado con bandas. Diseño:
N. Villaverde Vega. Tratamiento informático: O. A. Museos de Tenerife.

Lámina III. Vajilla de paredes finas de Rosita del Vicario (Fuerteventura). 1. Borde de ¿vaso a chardón? 2.
Borde de ¿vaso a chardón? Diseño: N. Villaverde Vega. Tratamiento informático: O. A. Museos de Tenerife.

81
Lámina IV. Sellos de la marca “Hesperia”, denominación de origen de un consorcio regional del “Círculo
del Estrecho”. 1. Sello de Rusaddir en un fragmento atípico, posiblemente galbo de un ánfora. 2. Sello en
el asa de un ánfora del “Círculo del Estrecho” tipo Beltran IIB localizada en Mogador. (N. Villaverde Vega,
2001: 549).

82
Bibliografía

Aa. V.v. (2000), Toponimia de Fuerteventura, II. Catálogo Toponími-


co de La Antigua, Puerto del Rosario.
A.a. V.v. (2003), Toponimia de Fuerteventura, IV. Catálogo Toponími-
co de La Oliva, Puerto del Rosario.
ALBA CALZADO, M. A. (1996), “El bruñido en las producciones ce-
rámicas tradicionales de Estremoz (Alemtejo) y Salvatierra de las
Barras (Extremadura)”, Congreso Internacional Luso-Español de la
lengua y cultura de la Frontera, Cáceres, 1-3 de diciembre de 1994,
vol. 2, pp. 489-502.
ALMAGRO BASCH, M. (1966), Las estelas del suroeste peninsular,
Madrid.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1945), “Las islas Afortunadas en Plinio”,
Revista de Historia Canaria, 69, pp. 26-61.
AMORES CARREDANO, F. de; CHISVERT JIMÉNEZ, N., (1993), “Ti-
pología de la Cerámica Bajomedieval y Moderna Sevillana (S. XV-XVI-
II): I, La Loza Quebrada de Relleno de Bóvedas”, Spal, pp. 269-325.
ARCO AGUILAR, M.ª C. del (1984), Recursos vegetales en la Prehis-
toria de Canarias, Tenerife.
ARCO AGUILAR, M.ª C. del (1985), “Excavaciones en la Cueva de Don
Gaspar (Icod de los Vinos, Tenerife)”, Noticiario Arqueológico Hispáni-
co, 20, pp. 257-377.
ARCO AGUILAR, M.ª C. del (1987), “En torno a la cinofagia y el consumo
de felinos en la Prehistoria de Tenerife”, Gaceta de Daute, III, pp. 77-83.
ARCO AGUILAR, M.ª C. del; GONZÁLEZ HERNÁNDEZ, C.;
ARCO AGUILAR, M.ª M. del; ATIÉNZAR ARMAS, E.; ARCO
AGUILAR, M.ª J.; ROSARIO ADRIÁN, C. (2000A), “El menceya-
to de Icod en el poblamiento de Tenerife: D. Gaspar, Las Palomas y
Los Guanches. Sobre el poblamiento y las estrategias de alimenta-
ción vegetal entre los guanches”, Eres (Arqueología), 9, pp. 67-129.
ARCO AGUILAR, M.ª C. del; GONZÁLEZ ANTÓN, R.; BALBÍN
BEHRMAN, R. de; BUENO RAMÍREZ, P; ROSARIO ADRIÁN,
M.ª C.; ARCO AGUILAR, M.ª M. del; GONZÁLEZ GINOVÉS, L.
(2000B), “Tanit en Canarias”, Eres (Arquelogía), 9, pp. 43-65.

83
ARCO AGUILAR, M.ª C. del; GONZÁLEZ ANTÓN, R.; ROSARIO
ADRIÁN, M.ª C.; ARCO AGUILAR, M.ª M. del (2006), “El lugar ar-
queológico de Butihondo”, Eres (Arqueología/Bioantropología), 14, pp.
23-38.
ARTEAGA MATUTE, O. (1994), “La liga púnico-gaditana. Aproxima-
ción a una visión histórica occidental, para su contrastación con el
desarrollo de la hegemonía cartaginesa en el mundo Mediterráneo”,
Cartago, Gadir, Ebusus y la influencia púnica en los territorios his-
panos, VIII Jornadas de Arqueología fenicio-púnicas de Ibiza, Ibiza,
1993 [Trabajos del Museo Arqueológico de Ibiza, 33], pp. 23-57.
ARTEAGA MATUTE, O. (2001), “La emergencia de la ‘polis’ en el
mundo púnico occidental”, Protohistoria de la Península Ibérica,
[Ariel Prehistoria], pp. 217-281.
ATOCHE PEÑA, P. (2002), “La colonización del archipiélago canario:
un proceso mediterráneo”, World Islands in Prehistory, BAR Inter-
national Series 1095, pp. 337-354.
ATOCHE PEÑA, P. (2003), “Fenómenos de intensificación econó-
mica y degradación medioambiental en la protohistoria canaria”,
Zephyrus, 56, pp. 183-206.
ATOCHE PEÑA, P. (2006), “Canarias en la fase romana (circa s. I a.n.e.
al s. III d.n.e.): los hallazgos arqueológicos”, Almogaren, XXXVII, pp.
27-59.
ATOCHE PEÑA, P. (2009), “Estratigrafías, cronologías absolutas y perio-
dización cultural de la protohistoria de Lanzarote”, Zephirus, 63, pp.
105-136.
ATOCHE PEÑA, P. ; MARTÍN CULEBRAS, J. (1996), “Canarias en la
expansión fenicio-púnica por el África Atlántica”, II Congreso de Ar-
queología Penínsular, Zamora, septiembre de 1996, [Alcalá de Hena-
res, 1999], tomo III, pp. 485-500.
ATOCHE PEÑA, P.; RAMÍREZ RODRÍGUEZ, M.ª A. (2011), “Nuevas
dataciones radiocarbónicas para la protohistoria canaria: el yacimiento
de Buenavista (Lanzarote)”, Anuario de Estudios Atlánticos, 57, pp.
139-169.
ATOCHE PEÑA, P.; PAZ PERALTA J. A; RAMÍREZ RODRÍGUEZ, M.ª
A.; ORTIZ PALOMAR, M.ª E. (1995), Evidencias arqueológicas del
mundo romano en Lanzarote, (Islas Canarias), Arrecife.

84
ATOCHE PEÑA, P.; RAMÍREZ RODRÍGUEZ, M.ª A.; PÉREZ GONZÁ-
LEZ, S.; TORRES PLAZA, J. D. (2010), “Segunda campaña de exca-
vaciones arqueológicas en el yacimiento de Buenavista (Teguise, Lan-
zarote): resultados preliminares”, Canarias Arqueológica, 18, pp. 1-24.
BONET ROSADO, H.; FUMADÓ ORTEGA, I.; ARANEGUI GASCÓ, C.;
VIVES-FERRÁNDIZ SÁNCHEZ, J; HASSINI, H.; KBIRI-ALAOUI,
M. (1995), “La ocupación mauritana”, en ARANEGUI GASCÓ, C.
(Ed.), Lixus-2 Ladera Sur. Excavaciones arqueológicas marroco-espa-
ñolas en la colonia fenicia. Campañas 2000-2003, Saguntum, Extra-6,
Valencia.
BONET ROSADO, H.; KBIRI-ALAOUI, M.; VIVES-FERRÁNDIZ, J.;
HASSINI, H. (2001), “La ocupación púnico-mauritana”, en ARANEGUI
GASCÓ, C. (Ed.), Lixus. Colonia fenicia y ciudad púnico-mauritana. Ano-
taciones sobre su ocupación medieval, Saguntum, Extra-4, Valencia.
BOUBE, J. (1959-1960), “Découvertes récentes à Sala Colonia (Chellah)”,
Bulletin des travaux historiques et scientifiques, [1962], pp. 141-145.
BOUBE, J. (1989), “La circulation monétaire à Sala à l’époque préromai-
ne”, Lixus, Larache novembre 1989, Roma, [1992], pp. 254-265.
CAMPS, G. (1980), Les Berbères. Mémoire et identité, París [2º ed. 1987].
CHALMETA GENDRÓN, P. (1994), Invasión e islamización. La sumi-
sión de Hispania y la formación de Al-Andalus, Madrid.
CHAUSA SÁEZ, A. (2004), “Nuevos datos sobre las deportaciones
de indígenas norteafricanos a las islas Canarias en época romana”,
L’Africa romana XVI, Rabat, 2004, [Roma, 2006], pp. 829-838.
CHAVES TRISTÁN, F.; GARCÍA VARGAS, E. (1991), “Reflexiones
en torno al área comercial de Gades: estudio numismático y econó-
mico”, Gerión, Anejo III, Alimenta, Homenaje al Dr. Michel Pon-
sich, pp. 139-168.
CALERO CARRETERO, J. A. (2009), “El museo de alfarería de Sal-
vatierra de los Barros: un factor de recuperación de la artesanía del
barro extremeño-alemtejana”, Revista de Estudios Extremeños, tomo
LXI, nº I, pp. 75-100.
CALLEGARIN, L. (2002), “Considérations sur le périple sertorien
dans la zone du détroit de Gibraltar (81-78 av. J. C.)”, Pallas, 60,
pp. 11-43.

85
COLTELLONI-TRANNOY, M. (1997), Le royaume de Maurétanie sous
Juba II et Ptolomée, París.
CORZO SÁNCHEZ, R. (1998), “El drago de Cádiz en un bronce samio
del siglo VIII a. C.”, Laboratorio de Arte, 1998, pp. 27-50.
COSTA RIBAS, B. (2004) “Indígenes i colons en la protohistòria tarda-
na de les Illes” en A.a.V.v. Historia de les Illes Balears, vol. I, edi-
cions-62, Barcelona, pp. 188-247.
DESANGES, J. (1989), “Sources littéraires antiques sur Lixus”, Lixus,
Larache, noviembre 1989, París [1992], pp. 405-409.
DESJACQUES, J; KOEBERLÉ, P. (1955), “Mogador et les îles purpu-
raires”, Hesperis, 42, pp. 199-202.
DOLÇ DOLÇ, M. (1953), Hispania y Marcial. Contribución al conoci-
miento de la España antigua, Barcelona.
EL KHAYARI, A.; HASSINI, H.; KBIRI-AALAOUI, M. (1998), “Les
amphores phéniciennes et puniques de Mogador”, 1e Journées Nationa-
les d’archéologie et du patrimoine, Rabat 1998, II. Archéologie préisla-
mique, Rabat [2001], pp. 64-73.
FARRUJIA DE LA ROSA, J. (2004), “Roma y las islas Canarias: la leyen-
da de las lenguas cortadas y el poblamiento insular”, L’Africa romana,
XVI, Rabat 2004, [Roma 2006], pp. 839-856.
FERRER ALBELDA, E. (1998), “Suplemento al mapa paleoetnológico
de la península Ibérica: los púnicos en Iberia”, Rivista di studi Fenici,
XXVI, 1, pp. 31-54.
FERRER ALBELDA, E. (2004), “Los púnicos de Occidente y el Atlán-
tico”, Insulae Fortunatae. Canarias y el Mediterráneo, Santa Cruz de
Tenerife, pp. 39-47.
GALAND, L. (1990), “¿Es el beréber la clave para el canario?”, Eres (Ar-
queología), pp. 87-93.
GALAND, L. (2001), “Prólogo”, en SPRINGER BUNK, R. A. La escritu-
ra líbico-bereber en Canarias, (2º ed. 2003), Tenerife.
GARCÍA BELLIDO, A. (1945), España y los españoles hace dos mil años.
Según la “Geografía” de Strabón, Madrid [Reed. 1983].
GARCÍA BELLIDO, A. (1947), La España del siglo primero de nuestra
era (según P. Mela y C. Plinio), Madrid, [Reed. 1982].

86
GARCÍA BELLIDO, A. (1953), La Península Ibérica en los comienzos de
su historia, Madrid.
GARCÍA-TALAVERA CASAÑAS, F. (2003), “Depósitos marinos fosilí-
feros del Holoceno de La Graciosa (Islas Canarias) que incluyen restos
arqueológicos”, Revista de la Academia Canaria de Ciencias, 14, pp.
19-35.
GILES PACHECO, F.; GUTIÉRREZ LÓPEZ, J. M.; LAGÓSTENA BA-
RRIOS, L.; LÓPEZ AMADOR, J. J.; DE LUCAS ALMEIDA, J. M.;
PÉREZ FERNÁNDEZ, E.; RUIZ GIL, J. A. (1997), Aportaciones al
proceso histórico de la ciudad de El Puerto de Santa María. La in-
tervención arqueológica en la Plaza de Isaac Peral, Puerto de Santa
María.
GIRARD, S. (1984), “Banasa préromaine. Un état de la question”, Anti-
quités Africaines, 20, pp. 11-93.
GONZÁLEZ ANTÓN, R.; DE BALBÍN, R.; BUENO, P.; DEL ARCO
AGUILAR, M.ª C. (1995), La piedra Zanata, Tenerife.
GONZÁLEZ ANTÓN, R.; DEL ARCO AGUILAR, M.ª C.; DE BALBÍN
BERHMANN, R.; BUENO RAMÍREZ, P. (1998), “El poblamiento de
un archipiélago atlántico: Canarias en el proceso colonizador del primer
milenio a. C.”, Eres (Arqueología), 8 (1), pp. 43-100.
GONZÁLEZ ANTÓN, R.; DEL ARCO AGUILAR, M.ª C.; GONZÁLEZ
GINOVÉS, L.; ROSARIO ADRIÁN, M.ª C.; DEL ARCO AGUILAR,
M.ª M. (2003), “Estudio crítico sobre las inscripciones alfabéticas ca-
narias. Desde el pasado inoperante al futuro por hacer”, Eres, Arqueo-
logía/Bioantropología, 11, pp. 17-40.
GONZÁLEZ ANTÓN, R.; DEL ARCO AGUILAR, M.ª C. (2007), Los
enamorados de la Osa Menor. Navegación y pesca en la protohistoria
de Canarias, Tenerife.
GONZÁLEZ ANTÓN, R.; DEL ARCO AGUILAR, M.ª C. (2009), “Nave-
gaciones exploratorias en Canarias a finales del II milenio a. C. e inicios
del primero. El cordón litoral de La Graciosa (Lanzarote)”, Canarias
Arqueológica, 17, Anejo I, pp. 9-80.
GONZÁLEZ WAGNER, C. (2001), “Comercio, colonización e interac-
ción cultural en el Mediterráneo antiguo y su entorno. Ensayo de apro-
ximación metodológica”, Colonos y comerciantes en el Occidente Me-
diterráneo, Almería, pp. 13-56.

87
GOSDEN, C. (2004), Archaeology and Colonialism. Cultural Contact
from 5000 BC to the Present, Cambridge. (Ed. española. Arqueología y
colonialismo. El contacto cultural desde 5000 a. C. hasta el presente,
Barcelona, 2008).
GOZALBES CRAVIOTO, E. (1987), “Carteia y la región de Ceuta. Con-
tribución al estudio de las relaciones entre ambas orillas del Estrecho en
la antigüedad clásica”, I Congreso internacional El Estrecho de Gibral-
tar, Ceuta noviembre 1987, Madrid, [1988], pp. 1047-1067.
GRAU ALMERO, I. E.; PÉREZ JORDÀ, G.; IBORRA ERES, M.ª P.;
RODRIGO GARCÍA, M.ª J.; RODRÍGUEZ SANTANA, C. G.; CA-
RRASCO PORRAS, M.ª S. (2001), “Gestión de recursos y economía”,
en ARNEGUI GASCÓ, C. (Ed.), Lixus. Colonia fenicia y ciudad pú-
nico-mauritana. Anotaciones sobre su ocupación medieval, Saguntum,
Extra-4, Valencia.
HABIBI, M. (1998), “L’époque dite ‘punique’ au Maroc”, 1e Journées Na-
tionales d’archéologie et du patrimoine, Rabat 1998, II. Archéologie
préislamique, Rabat [2001], pp. 74-84.
HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ, F.; SÁNCHEZ, D. (1990), “Informe sobre
las excavaciones arqueológicas en la Cueva de Villaverde (Fuerteventu-
ra)”, Investigaciones arqueológicas en Canarias, II, pp. 79-92.
HUSS, W. (1990), Los cartagineses, [Ed. española, 1993].
IBÁÑEZ ROBLEDO, E. (1944), Diccionario español-rifeño, Madrid.
JIMÉNEZ GONZÁLEZ, J. J. (2005), La génesis de los canarios desde el
mundo antiguo, Santa Cruz de Tenerife.
JODIN, A. (1966), “Décors ibériques sur des tessons peints de Banasa”,
Bulletin d’archéologie marocaine, 6, pp. 499-503.
LAGÓSTENA BARRIOS, L. (2001), La producción de salsas y conservas
de pescado en la Hispania Romana (II a. C.-VI d. C.), Barcelona.
LÓPEZ PARDO, F. (1987), Mauritania Tingitana: de mercado colonial
púnico a provincia periférica romana, Madrid.
LÓPEZ PARDO, F. (1989), “Reflexiones sobre el origen de Lixus y su
delubrum Herculis en el contexto de la empresa comercial fenicia”,
Lixus, Larache, novembre 1989, [Roma, 1992], pp. 85-101.
LÓPEZ PARDO, F. (2009), “La isla Planasia de Statius Sebosus: elemen-
tos para la discusión”, Canarias Arqueológica, 17, pp. 53-78.

88
LÓPEZ PARDO, F.; MEDEROS MARTÍN, A. (2008), La factoría fenicia
de la isla de Mogador y los pueblos del Atlas, Santa Cruz de Tenerife.
LÓPEZ PARDO, F.; SUÁREZ PADILLA, J. (2002), “Traslados de po-
blación entre el norte de África y el sur de la Península Ibérica en los
contextos coloniales fenicio y púnico”, Gerión, 20, pp. 113-152.
LUQUET, A. (1964), “La céramique préromaine de Banasa”, Bulletin
d’archéologie Marocaine, 5, pp. 117-144.
MANGAS MANJARRÉS, J. (1987), “Iuba II de Mauritania, magistrado
y patrono de ciudades hispanas”, I Congreso internacional El Estrecho
de Gibraltar, Ceuta, noviembre 1987, Madrid, [1988], pp. 731-740.
MARION, J. (1967), “Note sur la contribution de la numismatique à la
connaissance de la Maurétanie tingitane”, Antiquités Africaines, 1, pp.
99-118.
MARTÍNEZ HERNÁNDEZ, M. (2005), La mitología. Todo sobre Cana-
rias, Tenerife.
MEDEROS MARTÍN, A.; ESCRIBANO COBO, G. (2002A), Fenicios,
púnicos y romanos. Descubrimiento y poblamiento de las Islas Cana-
rias, Madrid.
MEDEROS MARTÍN, A.; ESCRIBANO COBO, G. (2002B), “Las islas
Afortunadas de Juba II. Púnicos-gaditanos y romano-mauretanos en
Canarias”, Gerión, 20, pp. 315-358.
MEDEROS MARTÍN, A.; ESCRIBANO COBO, G. (2006), “Mare pur-
pureum. Producción y comercio de la púrpura en el litoral atlántico
norteafricano”, Rivista di Studi Fenici, XXXIV, 1, pp. 71-96.
MEDEROS MARTÍN, A.; RUIZ CABRERO, L. A. (2004-2005), “Un At-
lántico mediterráneo. Fenicios en el litoral portugués y gallego”, Byrsa,
1-4, pp. 351-409.
MOLINER, M. (1998), Diccionario de uso del español, tomo I, A-H, tomo
II, I-Z, Madrid, 1998 [2ª ed. 2002].
MUÑOZ JIMÉNEZ, R. (1994), La piedra Zanata y el mundo mágico de
los guanches, Santa Cruz de Tenerife.
NIVEAU DE VILLEDARY MARIÑAS, A. M. (2004), “La aportación de
la cultura material a la delimitación del ‘Círculo del Estrecho’: la vajilla
helenística de ‘tipo Kuass’, Los Fenicios y el Atlántico, Santa Cruz de
Tenerife 2004, [Madrid, 2009], pp. 259-296.

89
NIVEAU DE VILLEDARY MARIÑAS, A. M. (2006), “Banquetes ritua-
les en la necrópolis púnica de Gadir”, Gerión, 24, nº 1, pp. 35-64.
PAIS PAIS, J. (1996). “La economía de producción en la Prehistoria de la
isla de La Palma. La Ganadería”, Estudios Prehispánicos, 3, Santa Cruz
de Tenerife.
PELLICER CATALÁN, M. (1971-1972), “Elementos culturales de la pre-
historia canaria, (ensayo sobre orígenes y cronologías de las culturas)”,
Revista de Historia Canaria, 34 (169), pp. 47-72.
PELLICER CATALÁN, M. (1975), “Elementos culturales de la prehisto-
ria canaria, (ensayo sobre orígenes y cronología de las culturas)”, Mis-
celánea Arqueológica, II, XXV Aniversario de los Cursos de Ampurias
(1947-1971), Barcelona, pp. 145-161.
PELLICER CATALÁN, M. (1986), “Prehistoria del Archipiélago Canario”,
Historia de España I, Prehistoria, ed. Gredos, Madrid, pp. 533-545.
PONSICH, M., “Pérennité de relations dans le circuit du Détroit de Gibral-
tar”, Ausfstieg und Niedergang der römischen Welt, 2, 3, pp. 655-684.
REBUFFAT, R. (1995), “L’investiture des chefs de tribus africaines”, La
noblesse romaine et les chefs barbares du IIIe au VIIe siècle, París, pp.
23-33.
RIBICHINI, S. (2000), “Al servizio di Astarte. Ierodulia e postituzione
sacra, nei culti fenici e punici”, El mundo púnico: religión, antropolo-
gía y cultura material, II Congreso Internacional del Mundo Púnico,
Cartagena, 2000, Estudios Orientales, 5-6, [Murcia, 2004], pp. 55-68.
SANTANA SANTANA, A. (2003), “Consideraciones en torno al medio
natural canario anterior a la conquista”, Eres (Arqueología/Bioantropo-
logía), 11, pp. 61-76.
SANTANA SANTANA, A.; ARCOS PEREIRA, T. (2003-2007), “La ex-
pedición de Juba II a las Islas Afortunadas y el meridiano cero del Orbis
Terrarum”, Orbis terrarum: Internationale Zeitschrift für Historische
Geographie del Alten Welt, 9, pp. 143-158.
SANTANA SANTANA, A.; ARCOS PEREIRA, T. (2004), “Canarias en
la Historia Naturalis de Plinio el Viejo”, Fortunatae Insulae. Canarias
y el Mediterráneo, Santa Cruz de Tenerife, pp. 73-82.
SANTANA SANTANA, A.; ARCOS PEREIRA, T. (2006), “Las dos islas
Hespérides atlánticas (Lanzarote y Fuerteventura, Islas Canarias, España)
durante la antigüedad: del mito a la realidad”, Gerión, 24, nº 1, pp. 85-110.

90
SANTANA SANTANA, A.; ARCOS PEREIRA, T.; ATOCHE PEÑA, P.;
MARTÍN CULEBRAS, J. (2002), El conocimiento geográfico de la
costa noroccidental de África en Plinio: la posición de Canarias, Hil-
desheim-Zurich-Nueva York.
SARRIONANDÍA LINAZA, P. (1905), Gramática de la Lengua Rifeña,
Tánger.
SPRINGER BUNK, R. A. (2001), La escritura líbico-bereber en Cana-
rias, (2ª ed. 2003), Tenerife.
TARRADELL MATEU, M. (1956), “El poblamiento antiguo del valle del
río Martín”, Tamuda, 4, pp. 247-274.
TARRADELL MATEU, M. (1959), Lixus, historia de una ciudad. Guía de
las ruinas y de la sección de Lixus del Museo Arquelógico de Tetuán,
Tetuán.
TARRADELL MATEU, M. (1960), Marruecos púnico, Tetuán.
TEJERA GASPAR, A. (2000), “Los dragos de Cádiz y la falsa púrpura de
los fenicios”, El mundo púnico: religión, antropología y cultura mate-
rial, II Congreso Internacional del Mundo Púnico, Cartagena, 2000,
Estudios Orientales, 5-6 [Murcia, 2004], pp. 369-375.
TEJERA GASPAR, A.; CHÁVEZ ÁLVAREZ, M. E. (2004), “La púrpura
getúlica de la Mauritania Tingitana”, Purpureae Vestes. Textiles y tintes
del Mediterráneo en época romana, Valencia, pp. 237-240.
TEJERA GASPAR, A.; CHÁVEZ ÁLVAREZ, M. E.; MONTESDEOCA,
M. (2006), Canarias y el África antigua, Tenerife.
TILMATINE, M. (2007), “Los diccionarios español-rifeño y rifeño-es-
pañol: su posición en la investigación amazige y algunas advertencias
para su utilización” en P. H. Sarrionadía Linaza, E.; Ibáñez
Robledo, Diccionarios español-rifeño. 1944, rifeño-español, 1949,
[Reed. 2007], Barcelona.
TORRES ORTIZ, M. (1999), Sociedad y mundo funerario en Tartesos,
Madrid.
VILLAVERDE VEGA, N. (1990), “Comercio marítimo y crisis del siglo
III en el ‘Círculo del Estrecho’: sus repercusiones en la provincia ro-
mana de Mauritania Tingitana”, Actes du 115eme Congrès Nationale
des Sociétés Savantes, Avignón, 1990, Ve Colloque sur l’histoire et l’ar-
chéologie de l’Afrique du Nord, C.T.H.S., [París, 1992], pp. 333-347.

91
VILLAVERDE VEGA, N. (1993), “A propósito de unos pasadores en for-
ma de ‘T’ iberorromanos, localizados en Carteia (San Roque, Cádiz)
y en Septem Fratres (Ceuta)”, Espacio, Tiempo y Forma, Hª Antigua,
Serie II, 6, pp. 399-418.
VILLAVERDE VEGA, N. (1997), “Sobre la decadencia económica y
urbana de Gades en el contexto político del siglo III”, Espacio, Tiem-
po y Forma, Serie II, Hª Antigua, 10, Madrid, pp. 403-414.
VILLAVERDE VEGA, N. (2001), Tingitana en la antigüedad tardía
(siglos III-VII). Autoctonía y romanidad en el Extremo Occidente
Mediterráneo, Madrid.
VILLAVERDE VEGA, N. (2002), “Nuevos datos arqueológicos de
Russadir (Melilla): un santuario de Astarté-Venus Marina en Plaza
de Armas”, L’Africa romana XV, Tozeur 2002, [Roma, 2004], pp.
1837-1876.
VILLAVERDE VEGA, N. (2005), “Ludi en Mauretania Tingitana: orí-
genes, influjos y persistencias”, Ceuta, de la Prehistoria al fin del
mundo clásico, V Jornadas de Historia de Ceuta, pp. 107-146.
VILLAVERDE VEGA, N. (2008), “El reino vándalo-africano y la per-
sistencia mercantil del Estrecho Septegaditano (mitad s. V- primer
tercio s. VI)”, Madrider Mitteilungen, 49, Madrid, pp. 425-450.
ZEHNACKER, H. (1999), Pline l’Ancien, Histoire naturelle, París.

AUTORES CLÁSICOS

AVIENO, De Ora marítima = Ed. CALDERÓN FELICES, J.; MORENO


FERRERO, I. (2001). Rufo Festo Avieno. Fenómenos. Descripción del
orbe terrestre. Costas marinas, Madrid.
ESTRABÓN, Geografía = Ed. GARCÍA BELLIDO, A. (1945), España
y los españoles hace dos mil años. Según la “Geografía” de Stra-
bón, Madrid [Reed. 1983].
EZEQUIEL = Ed. SAVOCA, G. (1992), Guía espiritual del Antiguo
Testamento. El libro de Ezequiel, Barcelona-Madrid.
PLINIO EL VIEJO, Historia Natural = Ed. GARCÍA BELLIDO, A.
(1947), La España del siglo primero de nuestra era (según P. Mela y C.
Plinio), Madrid, [Reed. 1982] ; ZEHNACKER, Hubert (1999), Pline
l’Ancien, Histoire naturelle, París.

92
PLUTARCO, Vida de Sertorio = Ed. AGUILAR, R. Mª; PÉREZ VILA-
TELA, L. (2004), Vidas de Sertorio y Pompeyo, Madrid.
POMPONIO MELA, Chorografia = Ed. GARCÍA BELLIDO, A. (1947),
La España del siglo primero de nuestra era (según P. Mela y C. Plinio),
Madrid, [Reed. 1982].
VELEYO PATÉRCULO, Historia Romana = Ed. SÁNCHEZ MANZA-
NO, M.ª A., Veleyo Patérculo, Cayo, Historia Romana, (2000), Madrid.

93
94
LA HIPÓTESIS DE UN POBLAMIENTO TARDÍO
DE LAS ISLAS CANARIAS CON GÉTULOS
DESPUÉS DE LAS SUBLEVACIONES
CONTRA JUBA II Y PTOLOMEO

Alfredo Mederos Martín


Departamento de Prehistoria y Arqueología, UAM

Gabriel Escribano Cobo


Programa de Doctorado
Departamento de Prehistoria, Antropología e Historia Antigua, ULL

95
Resumen: a partir de los trabajos de Manuel Pellicer desde 1968, catedrático
de Arqueología en la Universidad de La Laguna, se impuso la hipótesis de un po-
blamiento escalonado de norteafricanos desde el 500 a.C., que utilizaron pequeñas
embarcaciones para alcanzar las islas. En contraposición a esta propuesta, Álvarez
Delgado desde 1964 defendió un poblamiento tardío, con el inicio de la romaniza-
ción en la Mauretania Tingitana, a partir de finales del siglo I a.C., después de la
expedición enviada por Juba II a las Islas Canarias. Esta hipótesis fue retomada por
González Antón y Tejera en 1981. En la propuesta de Álvarez Delgado, se poblarían
las islas con gétulos autololes para dedicarse a la explotación de la púrpura. En este
trabajo se evalúa si las sublevaciones de Mauros, Musulames, Cinithi y Garamantes,
en las revueltas de Tacfarinas, 17-24 d.C. contra Juba II y de Aedemon, 40 d.C.,
al morir Ptolomeo, pudieron desembocar en un proceso de deportación forzada de
población a las Islas Canarias, que resulta difícil de aceptar por ser pueblos lejanos
del este de Argelia y sur de Túnez, y en particular, el riesgo que suponía para Juba
II y Roma un traslado forzoso de pueblos no completamente pacificados, los cuales
podían hacerse fuertes en las islas.
Palabras clave: poblamiento; Canarias; Juba II; Gétulos; musulmanes; Cinithi.
Abstract: from the research of Manuel Pellicer since 1968, Professor of Archae-
ology in the University of La Laguna, was imposed the hypothesis of a North Af-
rican stepwise human settlement from 500 BC onwards, using small boats to reach
the islands. In contrast to this proposal, Álvarez Delgado since 1964 defended a
late human settlement, with the beginning of Romanization in Mauretania Tingitana
during the late first century BC, after the expedition sent by Juba II to the Canary
Islands. This hypothesis was taken up by González Antón and Tejera in 1981. In the
proposal of Álvarez Delgado, the colonization was with Gaetulians Autololes, to
pursue the explotation of the purple. This paper assesses whether Mauri, Musulami,
Cinithi and Garamantes uprisings in Tacfarinas revolts against Juba II, 17-24 AD,
and of Aedemon after Ptolemy died, could end in a process of forced deportation
of people to the Canary Islands, which it is difficult to accept because are distant
peoples from Eastern Algeria and Southern Tunisia, and in particular, the risk posed
to Juba II and Rome a forced transfer of people not fully pacified, which could be
strong on the islands.
Key words: human Settlement; Canary Islands; Juba II; Gaetuli; musulami; Cinithi.

96
1. La hipótesis de un poblamiento tardío

A inicios de los años setenta del siglo XX se planteó la hipótesis mayo-


ritaria hasta la actualidad para el poblamiento de Canarias, con la propues-
ta de Pellicer (1971-72: 48, 1975: 146 y 1986: 536) sobre un poblamiento
africano escalonado a partir del 500 a.C. Se apoyaba en la fecha sin cali-
brar del 540 a.C., procedente del nivel IV-IIIb de la Cueva del Barranco
de la Arena (Candelaria, Tenerife), que de aceptarse realmente implicaría
fechas entre los siglos VIII-VI a. C., CSIC-189 799 (760-550) 401 AC.
Por el contrario, sólo algunos autores, a partir de la hipótesis de Álvarez
Delgado (1964 y 1977: 51), propusieron un poblamiento tardío, vinculado
al inicio de la romanización en la Mauretania Tingitana, a partir de finales
del siglo I a.C., después de la expedición enviada por Juba II a las Islas Ca-
narias (González Antón, 1975; González Antón y Tejera, 1981: 34, 36-37;
Tejera y González Antón, 1984: 301 y 1987: 34; Jiménez González, 2005:
31). Este poblamiento se realizaría mediante el traslado de poblaciones
gétulas (Álvarez Delgado, 1977: 51).
Esta hipótesis de un poblamiento tardío con gétulos fue mayoritaria-
mente rechazada, señalándose por los partidarios de distintas arribadas de
población que “no puede sostenerse hoy en día a la luz de los descubri-
mientos arqueológicos, que nos señalan la presencia de varias arribadas
-y no una sola- separadas en el tiempo y que afectaron a islas diferentes”
(Navarro, 1983: 92). Por otra parte, si “se querían establecer fundaciones
(ciudades, colonias, factorías), no se explica la ausencia de testimonios
arqueológicos, aun cuando fuesen mínimos” (Martín de Guzmán, 1985-
86: 29).
También ha habido un grupo de autores que han sostenido la llegada
aislada de oleadas más recientes de pobladores, posteriores al I d.C., bus-
cándose como razón explicativa la creciente presión romana y posterior-

97
mente árabe sobre las tribus libias del centro de Marruecos (Hernández
Pérez, 1977: 85; González Antón y Tejera, 1981: 43-44; Navarro, 1983: 91
y 1991: 48; Navarro y del Arco, 1987: 106-107; Cabrera, 1989: 36).

2. La distribución de los gétulos en el Norte de África


Los gétulos, el pueblo más grande la Libia (Str., XVII, 3, 2), se extendía
desde el sur de Marruecos hasta las Sirtes (Túnez), Gaetulos acccolas Syr-
tium (Florus, II, 31), alcanzando por el sur “hasta el río Nigris, que separa
África de Etiopía” (Plin., N.H., V, 4, 30).
En Mauretania y Numidia Occidental, al este del río Muluya, ocuparon
territorios inicialmente controlados por los mauros y masésilos, “los mau-
ros (...) [el pueblo] menguado por las guerras, está reducido a unas pocas
familias. El más cercano a él había sido el de los masésilos; se extinguió de
igual modo. Ahora la ocupan pueblos gétulos: los baniuras y los autóloles,
mucho más poderosos” (Plin., N.H., V, 2, 17).
La Getulia Mauretana, desde el reino de Boco II, incluía la mayor par-
te de la costa argelina hasta la margen izquierda del río Ampsaga, actual
río el-Kebir, pues a “partir del Ampsaga está Numidia” (Plin., N.H., V,
3, 22), posteriormente denominada “Mauritania (...) Cesariensis” (Plin.,
N.H., V, 2, 19). Ya en la Numidia, en un afluente de la margen derecha
del río Ampsaga estaba Cirta, actual Constantina. La frontera de la Getu-
lia mauretana descendía hacia el sur incluyendo a Zarai-Zaratha, actual
Zraia, y Tubunae-Thobouna, hoy Tobna, hacia Beskethre, actual Beskra y
Thabudeos-Tarouda, hoy Thouda, ambas muy próximas al río Djedi, posi-
blemente el antiguo río Nigris, constituyendo la Getulia de la Mauretania
Cesariensis (Plin., N. H. XXI, 77; Desanges, 1964: 40 lám. 1 y 1980: 32).
El río Djedi desemboca en la laguna del Chott Melghir, que forma un eje
de lagunas, el Chott el Garsa en la frontera de Argelia-Túnez, el Chott Jerid
y el Chott Fejaj en Túnez hasta alcanzar el Golfo de Gabès.
Al este se encontraba la Getulia de la Numidia, y los nómadas del sur de
Túnez y la Tripolitania Occidental, cuyo control, según Desanges (1964:
46), se reservó Roma durante el reino de Juba II.
En Mauretania, al sur, se encontraban los “gétulos daras, pero en la
costa están los etíopes daratitas” en la cuenca del río Darat (Plin., N.H., V,
1, 10), actual Drâa, entrando en contacto con los etíopes, pues “los gétu-
los estaban más expuestos al sol, no lejos de la zona tórrida” (Sall., Jug.,
XVIII, 9).

98
El enorme territorio que ocupaban y la relación que parece a veces apre-
ciarse entre los gétulos de la Mauretania y los del sur de Túnez, hacen
pensar que se tratase de una gran confederación con organización tribal
segmentaria, como en la Edad Media lo fueron los Masmudi, Snhadja o los
Zenata (Fentress, 1982: 331), mencionados como natio por Mela (I, 23) o
nation[um] Gaetulicar[um] (CIL V, 5267).

3. La participación de los gétulos en los ejércitos


cartagineses, númidas y romanos
Los gétulos son descritos inicialmente como “nómadas y trotamundos”
(Sall., Jug., XVIII, 2), aunque acabaron adoptando modos de vida seminó-
madas, “unos en chozas, y otros, menos civilizadamente, de un sitio para
otro” (Sall., Jug., XIX, 5), lo que explica su gran movilidad a lo largo del
norte de África. También se indica que viven en “campamentos, gente ha-
bituada a vivir entre manadas de fieras y a hablar a los indomables leones
para calmar su furia. No tienen casas, viven en sus carros y acostumbran
a trasladarse de un lugar a otro llevando sus errantes penates” (Sil. Ital.,
Pun., III, 288-292).
Gétulos capturados fueron llevados como esclavos al circo romano du-
rante el segundo consulado de Pompeyo el 55 a.C., y luchaban con lanzas,
escudos y arcos contra los elefantes, matando a uno al clavarle una lanza
debajo de ojo (Plin., N.H., VIII, 7, 20). Los mauros también empleaban
pequeñas jabalinas, escudos de piel de elefante, y puñales, utilizando ropas
de pieles de león, leopardo y oso (Str., XVII, 3, 7). Por otra parte, tanto los
gétulos como los númidas no usaban bridas al montar los caballos siendo
considerados una “caballería desembridada” (Bell. Afr., LXI, 2), pues “ca-
balgan sin riendas” (Sil. Ital., Pun., II, 65).
Conocemos que participaron en el ejército de Aníbal el 216 a.C. (Liv.,
XXIII, 18, 1). Posteriormente, el 108 a.C., Yugurta incorporó en su ejército
a gétulos residentes en la Numidia Occidental hasta el río Muluya (Sall.,
Jug., XIX, 7), definiéndolos como “raza de hombres terrible y salvaje (...)
desconocedora del nombre de Roma”, a los que “paulatinamente los va
acostumbrando a formar filas, seguir las banderas, respetar el mando”
(Sall., Jug., LXXX, 1-2).
El reino masilo fue entregado el 105 a.C. por los romanos al herma-
nastro de Yugurta, Gauda, un hijo de Mastanábal, a quien Micipsa había
dejado como heredero del reino después de sus hijos (Sall., Iug., 65, 1). A
su muerte, hacia el 88 a.C., coincidió con el primer consulado de Lucius

99
Cornelius Sulla, líder del partido oligárquico de la aristocracia senatorial,
bajo cuya protección se situó el hijo de Gauda, Hiempsal II, que heredó
el reino masilo oriental. El reino masilo occidental lo recibió su otro her-
mano, Mastebar (Desanges, 1976/1984: 519-520), probablemente también
bajo la tutela de Sila.
Los partidarios de Mario, que se había hecho con el control de Roma el
87 a.C., el cual mantuvieron hasta el regreso y victoria de Sila el 82 a.C.,
apoyaron a Hiarbas contra Hiempsal II, protegido de Sila, aprovechando
que acababa de acceder al trono, a quien destronó y paso a gobernar el
reino masilo oriental.
Quizás en este momento los gétulos fueron capaces de articularse po-
líticamente, pues una sugerencia interesante es la de Fentress (1982: 328)
sobre la posible pertenencia a los gétulos de Hiarbas, que llegó a ser rey
masilo de la Numidia oriental, siguiendo una referencia descontextuali-
zada del “gétulo Iarbas” en La Eneida de Virgilio (Aeneid., IV, 325). Si
tenemos en cuenta que Publio Virgilio Marón había nacido en Mantua ha-
cia el 70 a.C. y comenzó la composición de su obra hacia el 29 a.C., tenía
conocimiento de estos acontecimientos africanos que habían sucedido algo
más de una década antes de él nacer.
El rey mauro Boco I, cliente de Sila, envió a su hijo Bogud contra Hiar-
bas. Ante esta situación, Sila encargó a Gnaeus Pompeius Magno, con sólo
24 años, cuya segunda mujer era nuera de Sila, sofocar la rebelión y lu-
char contra Gnaeus Domitius Ahenobarbus, gobernador de la provincia
de África. Con el apoyo de Bogud capturaron y ejecutaron a Hiarbas, pro-
bablemente en Bulla Regia el 81 a.C., restableciendo a Hiempsal II como
rey masilo oriental (Plut., Pomp., 12, 1-6), quien gobernó hasta su muerte
el 60 a.C., y probablemente reestableció también a Masinisa II, sucesor de
Masteabar, rey masilo occidental (Desanges, 1976/1984: 508), celebrando
Pompeyo su triunfo el 12 de marzo del 79 a.C. Este hecho hace presumir
que el reinado de Hiarbas, durante el cual hubo tiempo para acuñar mone-
da con su nombre, pudo durar entre ca. 86-81 a.C.
La pertenencia de Hiarbas a la confederación tribal de los gétulos y el
apoyo que había recibido entonces de “los gétulos más distinguidos de la
caballería real y con ellos los prefectos de la caballería, cuyos padres ha-
bían servido anteriormente a las órdenes de Mario y habían sido recompen-
sados con tierras y terrenos” (Bell. Afr., LVI, 3), podría explicar bien, como
sugiere Fentress (1982: 329), el rápido apoyo que le prestaron a Cayo Julio
César, sobrino de Mario, frente a Juba I, quien había sucedido a su padre
Hiempsal II en el reino masilo oriental el 60 a.C. y seguía manteniendo la
vinculación política con Cneo Pompeyo y los optimates.

100
Otro personaje que quizás pudo tratarse también de un gétulo fue Ma-
sinta y refleja la actitud de Julio César con los antiguos clientes de Mario
cuando iba a ser nombrado propretor de la Hispania Ulterior el 61 a.C.
Según Suetonio (Caes., 71), “con respecto a sus clientes. Defendió contra
el rey Hiempsal [II] a Masinta, joven de noble linaje, con tanto ardor que,
en el altercado, tiró de la barba a Juba [I], hijo del rey, e incluso, cuando
su cliente fue declarado tributario, lo arrancó al punto de las manos de
quienes se lo llevaban, lo ocultó en su casa durante largo tiempo, y luego,
cuando partió para Hispania al término de su pretura, se lo llevó en su
propia litera”.
Una campaña victoriosa realizada por Juba I a lo largo de un año contra
unas “tribus sublevadas” del desierto, quizás los gétulos, después de acce-
der como rey el 60 a.C. y antes del 47 a.C., atravesó bosques con leones
que debían ocupar los gétulos (Eliano, Nat. Anim., VII, 23), leones también
mencionados por una “cautiva que regresó de Getulia” (Plin., N.H., VIII,
16, 48).
Mientras Pompeyo proponía declarar a Juba I, “aliado y amigo” (Caes.,
B.C., I, 6, 3), los populares, a través de Gaius Scribonius Curio, proponían
que el reino masilo fuese declarado el 50 a.C. propiedad del pueblo roma-
no (Caes., B.C., II, 26, 4). Por ello, cuando Pompeyo se enfrentó contra
César el 49 a.C., Juba I, como rey cliente suyo, le apoyó.
En agosto del 49 a.C., Curión, propretor de César, desembarcó en Áfri-
ca con 2 legiones y 500 jinetes (Caes., B.C., II, 23, 1), dirigiéndose contra
Útica (Túnez), donde estaban las fuerzas pompeyanas al mando de Pu-
blius Attius Varus, reforzadas con 600 jinetes y 400 infantes enviados por
Juba I (Caes., B.C., II, 25, 3). Posteriormente se incorporó el propio Juba
I con 60 elefantes, su ejército y su guardia personal compuesta por 2.000
jinetes hispanos y galos (Caes., B.C., II, 40, 1), aniquilando a los romanos
en el campo de batalla del río Bagrada, entre los que murió el propio Cu-
rión (Caes., B.C., II, 41-42), cuya cabeza fue cortada y llevada ante Juba
I (Apian., Rom. Hist., Bell. Civ., II, 46). Éste incorporó a sus tropas a la
mayor parte de la caballería de galos y germanos que se habían retirado a
la costa durante el combate (Bell. Afr., XL, 5; LII, 5).
El 47 a.C., una vez desembarcado Julio César en África, el rey Boco de
Mauretania y Publio Sitio aprovecharon la partida de Juba I para enfren-
tarse a César, atacar Cirta (Constantina, Argelia), “la ciudad más rica del
reino” (Bell. Afr., XXV, 2) y “la capital del reino de Juba [I]” (Apian., Rom.
Hist., Bell. Civ., II, 96). También capturaron dos “fortalezas de los gétulos”
por haber “rechazado la oferta que les hizo Publio Sitio de que evacuaran

101
la plaza y se la entregaran vacía, fueron a continuación todos ellos captu-
rados y muertos” (Bell. Afr., XXV, 2-3). Esto implica que una parte de los
gétulos mantuvieron su fidelidad a Juba I, pues entonces una “parte de la
Getulia (…) estaba bajo su poder” (Dio. Cas., Hist. Rom., XLIII, 3, 3-4).
Sin embargo, la presencia directa de Julio César le permitió ir incorpo-
rando constantemente tropas gétulas a las suyas, que desertaron abando-
nando a Quinto Cecilio Metelo Pío Escipión, suegro de Pompeyo, por los
“muchos gétulos que somos clientes de Gayo Mario” (Bell. Afr., XXXV,
4), o como también recoge Dion Casio, “los gétulos y algunos otros pue-
blos vecinos, en parte por aquellos, porque habían oído que habían sido
honrados en gran manera, y en parte por el recuerdo de Mario, porque
César era su pariente” (Dio. Cas., Hist. Rom., XLIII, 4, 2).
Así, en Rúspina, actual Henxir-Tenir, Monastir (Túnez), “los gétulos no
dejan, día a día huyendo, de escaparse del campamento de Escipión y de
volver, unos, a su país, y otros, dado que ellos mismos y sus antepasados
habían disfrutado del favor de Gayo Mario y oían decir que César era pa-
riente suyo, de refugiarse en masa en el campamento de éste. Elige entre
éstos a los personajes más ilustres y los despide tras darles misivas para sus
conciudadanos en las que les exhortaba a reclutar tropas y a defenderse”
(Bell. Afr., XXXII, 3-4). Estos “desertores gétulos, que (...) César había
comisionado dándoles cartas y encargos, llegan ante sus conciudadanos.
Estos (...) abandonan al rey Juba [I] y toman todos rápidamente las armas
y no dudan en volverse contra el rey”, lo que obligó a Juba I a retirar “seis
cohortes de entre las tropas que había aportado para luchar contra César
y las envía a su reino para defenderlo de los gétulos” (Bell. Afr., LV, 1-2).
Simultáneamente, en Uzita, actual Henchir Makrceba (Túnez), “los gétulos
más distinguidos de la caballería real y con ellos los prefectos de la caballería,
cuyos padres habían servido anteriormente a las órdenes de Mario y habían
sido recompensados por éste con tierras y terrenos, y que tras la victoria de Sila
habían sido puestos bajo la autoridad del rey Hiémpsal [II], aprovechando la
ocasión (...) huyen en número cercano a los mil, con sus caballos y sus criados
hacia el campamento de César” (Bell. Afr., LVI, 3).
Todos estos datos muestran la estrecha relación que tuvieron los gétulos
con Roma, y en particular sus líderes como clientes de Mario y Julio César,
que se debió transferir a Augusto.

102
4. Los gétulos autoteles de la fachada atlántica
norteafricana
La denominación de gétulos autoteles no aparece hasta los textos de
Juba II, fuente de Plinio (Álvarez Delgado, 1946: 103). Ptolomeo sitúa la
Getulia al sur de la cordillera del Atlas Mons Maior, con los autololes a
ambos márgenes del río Subus o Tensif, indicando una población que de-
nomina autolale, frente a las islas de Autolala y Cerne.
Respecto a su distribución en la costa atlántica norteafricana, los au-
tololes han sido situados al sur de Sala (Euzennat, 1984: 378, 377 fig. 1),
entre el río Bou Regreg, al sur de Sala y Mogador (Desanges, 1962: 210 y
1980: 113; Sigman, 1984: 427, 423 mapa 2), o mejor hasta el Cabo Ghir
(Desanges, 1990: 1176), entre los ríos Tensif y Sous (Gozalbes, 2002: 85),
entre el Cabo Ghir y el río Drâa (Santana et alii, 2002: 133), entre el río
Sous y río de Oro (Avelot, 1908: 54), entre el río Drâa y río de Oro (An-
tichan, 1888: 293), o entre Mogador y Cabo Blanco (Álvarez Delgado,
1946: 109).
Se ha sugerido que su nombre debe ser un adjetivo griego con el valor
de independiente o autárquico (Desanges, 1980: 113 y 1990: 1176; Euzen-
nat, 1984: 378), mientras otros autores han tratado de identificar su pervi-
vencia en la tribu ketama de los Ait-Oulattaïa (Avelot, 1908: 57-58), en
los Ait-Hilala (Tissot, 1877; Besnier, 1904: 356), rechazado por Saavedra
(1884: 221) porque se trata de una tribu de origen árabe moderno, o en los
Chleuh (Berthelot, 1927: 264).
La mención por autores griegos sólo de los gétulos pharusios y nigri-
tas, incluyendo la Geographiae Expositio Compendiaria, ignorando a los
gétulos autololes, con excepción de Mela o Ptolomeo, a los cuales sólo los
mencionan autores latinos como Plinio, Silio Itálico u Orosio, ha llevado a
sugerir a Gozalbes (1992: 301 n. 101 y 2002: 87, 89) que estas tres denomi-
naciones corresponden realmente sólo a los gétulos autololes, que habrían
ido avanzando progresivamente hacia el norte en dirección hacia Sala. Sin
embargo, ello implicaría que no tendría sentido nombres de pueblos como
los melanogétulos, o gétulos negros, llamados así por Ptolomeo debido a
su excepcionalidad, en contraposición a los etíopes que eran mayoritaria-
mente de raza negra, si aceptamos esta asociación autololes=nigritas.
Uno de los elementos más claros de la vinculación de estas poblaciones
con Cartago es la presencia de autololes entre las tropas de Aníbal, siendo
mencionados entre los libios, en una ocasión junto a los macas de Túnez
(Sil. Ital., Pun., XV, 671) y en su primera descripción estrechamente re-

103
lacionados con pueblos del sur de Túnez, las Sirtes y Libia, como “los
macas que habitan junto al río Cínips y los batíadas” de la Cirenaica o “los
nasamones” de las Sirtes (Sil. Ital., Pun., II, 60-63), pueblos también reco-
gidos por Plinio (N.H., V, 5, 32-34). Pero los autololes, como contraste, se
les incluyen en un entorno geográfico diferente que podría ser occidental,
dentro de los “bosques de los autóloles” (Sil. Ital., Pun., II, 63), al lado de
los Baniura (Sil. Ital., Pun., III, 304).
Los autololes se les vuelve a mencionar como una “fogosa raza de pies
ligeros a la que ni un caballo al galope ni un río de torrenciales aguas
podrían aventajar, tal es su agilidad. Compiten incluso con los pájaros y,
cuando recorren volando el llano, resulta inútil buscar las huellas de sus
pisadas” (Sil. Ital., Pun., III, 305-309). Esa movilidad explica que a veces
fueran enviados como avanzadilla en cabeza de las tropas, “se presentó, en
atropellado tumulto, un nutrido batallón de autóloles que el general había
enviado por delante” (Sil. Ital., Pun., XI, 191-193).
El texto más preciso sobre la costa atlántica africana procede del periplo
de Polibio en el 146 a.C., información que fue aprovechada para redactar
el mapa de Agripa, utilizándose los datos sobre las tribus del interior (Des-
anges, 1980: 113), entre las que se incluyen los gétulos autololes. “Cuan-
do Escipión Emiliano ejercía el mando en África, el historiador Polibio,
en una flota que aquél le proporcionó, recorrió aquel sector del orbe con
fin de explorarlo (...) Agripa dice que el Lixo dista del Estrecho Gaditano
112.000 pasos; que después están el llamado ‘Golfo de Sagigi’ [laguna de
Merdja-Zerga], la población situada en el promontorio Mulelacha [Már-
mora-Sala], los ríos Sububa [Sebou] y Salat [Bou Regreg] y el puerto de
Rutubis [Azemmour] a 224.000 pasos del Lixo; que luego vienen el pro-
montorio del Sol [Cantín], el puerto de Rhysaddir [Mogador], los gétulos
autóteles, el río Cuoseno [Ksob], las tribus de los selatitos y los masatos,
el río Masathat y el río Darat (...)” (Plinio, N.H., V, 1, 9; Bejarano, 1987:
31-32, 130-131).
Existen diversas propuestas que tratan de identificar al puerto de Rhy-
saddir en Safi (Antichan, 1888: 291; Peretti, 1979: 401 n. 433; Santana et
alii, 2002: 133), Mogador (Gsell, 1913/1972/2: 178 y 1930: 260; Ramin,
1976: 22; Gozalbes, 2002: 85), Cabo Ghir (Roget, 1938: 68; Dilke, 1985:
48; Desanges, 1980: 113 y 1990: 1175; Lipinski, 1992: 189), Agadir (Mü-
ller, 1855: xxxi; Tissot, 1877: 126-127; Lenormant, 1869: 200 n. 1; de la
Martinière, 1912: 147; Berthelot, 1927: 264; Guarner, 1932: 167; Hennig,
1936: 196; Carcopino, 1943: 159; Decret, 1977: 125) o Cabo Noun (Saga-
zan, 1956: 1116).

104
Todas estas propuestas tienen su lógica, Safi sería el primer puerto im-
portante después del Cabo Cantín, mientras que otra opción no descartable
sería Agadir, en cuyo caso el promontorio del Sol sería el Cabo Ghir. Por
otra parte, la propia raíz de Rhysaddir, rs dr, es una palabra fenicia que
indica cabo prominente, y entre otros fue el nombre fenicio de Melilla,
Rhysaddir (Plin., N.H., V, 2, 18). Puesto que se menciona un puerto en un
cabo prominente, tampoco cabe descartar a algún puerto próximo a Cabo
Ghir. En el caso concreto de Mogador, el cabo prominente debió ser el
Cabo Sim, extremo sur de la bahía de Essauira. Por otra parte, rs dr podría
tener el sentido de cabo del Atlas pues los indígenas llamaban Dyris al
Atlas (Str., XVII, 3, 2) o Addirim (Plin., N.H., V, 1, 13).
El río Ksob, frente a Mogador, posible Cuoseno, también ha sido iden-
tificado por Gsell (1913/1972/2: 178; Desanges, 1980: 133-134) con el
nombre indígena de río Ivor, pues Plinio (N.H., V, 1, 13) hace referencia a
“los nativos cuentan”, indicando que “Según ellos”, “quedan allí algunas
huellas de que el lugar estuvo habitado en otro tiempo”, por la presencia de
“restos de viñas y palmerales”, coincide con la referencia en el Pseudo-Es-
cilax (112) de la producción de vino en esta región, “elaboran abundante
vino de las viñas”.

5. El levantamiento de los Gaetuli contra Juba II en


Argelia Oriental y Sur de Túnez

La primera evidencia de conflicto militar importante aparece con Lu-


cius Passienus Rufus, cónsul el 4 a.C., y procónsul en África, donde reci-
bió honores triunfales excepcionales el 3 d.C., como imperatore Africam
obtinente (CIL VIII, 16.456), según una inscripción procedente de Zama
Regia.
El cónsul Lucius Cornelius Lentulus, elegido el año 3 a.C., junto con
Marcus Valerius Messalla Messallinus, pudo morir en África entre los
años 3-5 d.C., según la hipótesis de Desanges (1969: 199-201, 203; Colte-
lloni-Trannoy, 1997: 52), actuando como legado de Creta y la Cirenaica,
quizás al tratar de realizar una entrevista con los Nasamones del Golfo de
Sirte de la Cirenaica o Syrtes Maior. Al Sur de la Gran Sirte se encontraban
no sólo los Nasamones, sino también Gétulos (Str., XVII, 3, 23).
Como posible respuesta a la muerte del procónsul, el 6/7 d.C. se ini-
ció una campaña militar desarrollada por Cossus Cornelius Lentulus, que
había sido cónsul el 1 a.C., contra los Getulos y Musulames de las Sirtes
que amenazaban Leptis Magna, “A las órdenes de Coso, reprimió a los

105
musulamos y gétulos, habitantes de las Sirtes” (Florus, II, 31). Estos Gae-
tuli y Musulamii eran grupos seminómadas según Orosio (VI, 18), “Coso,
general de César, arrinconó en un pequeño territorio en África a los mu-
solamos y gétulos, que hasta entonces vagaban a sus anchas y les obligó,
con el miedo, a mantenerse alejados de las fronteras romanas”. Fue reno-
vado durante un segundo año (Dio. Cas., LV, 28, 2) con lo que su mandato
llegaría hasta el 7/8 d.C. Después de una notable victoria “se le concedió
el sobrenombre de Getúlico” (Florus, II, 31), recibiendo de Augusto las
insignia triumphalia (Dio. Cas., LV, 28, 4).
La mención de los Musulamii, cuyo grupo principal debía encontrarse
entre Ammaedara (Haidra, Kasserine, Túnez) y Sufetula (Sbeitla, Kasse-
rine, Túnez), afectaba directamente al reino de Juba II, que debió colabo-
rar directamente con Cossus Cornelius Lentulus en su represión, ganando
honores en los años 31 (6/7 d.C.) y 32 (7/8 d.C.) de su reino, los cuales
figuran en sus monedas con la corona de oro, el cetro y el sella curulis
(Mazard, 1955: 88-89, nº 193-195).
Más al sur debían haber grupos de gétulos, que Plinio (N. H., XXI,
77) sitúa en la Mauretania Caesariensis Gaetulia. Entre los territorios que
había recibido Juba II de Augusto se incluían “porciones de la Getulia
(…) y también las posesiones de Boco y Bogud” (Dio. Cas., LIII, 26, 2;
Plin., N H., V, 1, 16). Sobre su enfrentamiento con Juba II nos informa
Dion Casio, “Los gétulos, además, estaban descontentos con su rey, Juba,
y despreciando la idea que ellos, también, deberían ser gobernados por los
romanos, se levantaron contra él. Arrasaron el territorio vecino, mataron
a muchos, incluso de los romanos” (Dio. Cas., LV, 28, 4). Según Coltello-
ni-Trannoy (1997: 49) este levantamiento de los gétulos en la Mauretania
Caesariensis fue “la señal de la revuelta general”, pero ya hemos visto
que los enfrentamientos habían comenzado al menos desde el 3 d.C. en
el Golfo de Sirte. El triunfo se asigna exclusivamente a Cossus Cornelius
Lentulus, y la colaboración militar de Juba II la conocemos sólo a través
de las monedas.
Esta autora también plantea (Coltelloni-Trannoy, 1997: 31, 78) que a
partir de entonces la Mauretania Caesariensis Gaetulia, incluyendo Tim-
gad-Thamugadi (Batna, Argelia) en el Aurés y Théveste (Tébessa, Arge-
lia), a 20 km de la actual frontera con Túnez, quedó bajo la supervisión del
procónsul de África, aunque nominalmente pertenecía a Juba II y se or-
ganizó un asentamiento forzoso de tribus por Cossus Cornelius Lentulus,
pues los Musulamii quedaron también bajo control militar romano. Otros
autores como Chausa (1994: 97), en cambio, consideran que estas “reser-
vas de indígenas” son resultado de la derrota de Tacfarinas.

106
Es posible que Juba II ya asociase al trono a Ptolomeo por la gravedad
de la rebelión, recompensa recibida y la edad que tenía el heredero, 26
años el año 7 d.C., siguiendo el modelo de Augusto, que había elegido
como heredero a Tiberio el 4 d.C., al morir su nieto Cayo César en Arme-
nia, aunque aún no se comenzasen a contabilizar a Ptolomeo como años de
reinado, al ser aún sólo el heredero oficial.

6. El levantamiento de los Mauri de Mazippa entre el


15-18 d.C. en Argelia Oriental
Aunque sólo aparece recogido por Tácito un primer levantamiento de
Tacfarinas, el 17 d.C. con los Musulamii, es probable que los Mauri, en
griego Mauroi, que se encontraban en las Montañas del Aures del oriente
de Argelia, al este de Auzea, actual Sour el-Ghozlane, estuviesen ya levan-
tados contra Juba II, cuya capital estaba relativamente próxima en la ciu-
dad costera de Iol (Str., XVII, 3, 12; Plin., N. H., V, 20), actual Cherchell
(Tipaza, Argelia). Esta ciudad ya había sido la capital de Bocco II (Solin.,
25, 2) hasta su muerte el 33 a.C., y pasó a denominarse Iol Caesarea pro-
bablemente después de la muerte de Augusto el 14 d.C. Según la numis-
mática conocemos que Juba II realizó campañas militares contra ellos los
años 40 (15/16 d.C.), 41 (16/17 d.C.) y 42 (17/18 d.C.) de su reino, y sus
triunfos se muestran con la corona de oro, el cetro y el sella curulis en sus
monedas (Mazard, 1955: 196-201, 282-283 y 287). Su líder era Mazippa,
quien “con una tropa ligera, sembraba el incendio, la matanza y el terror”
(Tac., Ann., II, 52, 2), pero sus actividades parecen haber cesado después
de la primera derrota de Tacfarinas el 17/18 d.C. (Tac., Ann., III, 20, 1), no
volviendo a ser mencionado.

7. La sublevación de Tacfarinas entre el 17-24 d.C. en


Argelia Oriental, Túnez y Tripolitania

En el año 42 del reinado de Juba II, o 17 d.C., el conflicto debió adquirir


mayor importancia cuando a la sublevación de los Mauri, se unieron los
Musulamii también asentados junto a las Montañas del Aurés del oriente
de Argelia y Túnez, al mando de Tacfarinas, TKFRN, y a los Cinithii de
Syrtis Minor (Tac., Ann., II, 52, 3) en el sur de Túnez. Estos pueblos son a
veces unificados por autores romanos como Aurelio Víctor (De Caes., II,
3) quien habla de Gaetulorum latrocinia dirigidos por Tacfarinas.
La razón principal será la instalación el 14 d.C. de la Legio III Augus-
ta en su primera base de Ammaedara, actual Haidra (Kasserine, Túnez),

107
junto a la actual frontera con Argelia, lugar que será oficialmente su base
desde el 30 d.C. Para facilitar su movilidad y el acceso al golfo de Sirte se
construyó una vía que aprovechó la ruta natural que descendía vía Cillium
(Kasserine), Thala (Thelepte) -antigua capitula de Yugurta-, el Oasis de
Capsa (Gafsa) y finalmente el Oasis de Tapacae (Gabes). Con el campa-
mento y la vía además se mostraba el deseo de impedir el acceso de las
tribus de los Cinithii o los Garamantes para atacar ciudades como Cicca
Veneria (El Kef), Zama Regia, antigua capital de Juba I junto con Cirta,
o Leptis Minor (Lemta). Se trataba de una iniciativa personal de Augusto,
pues la instalación final se produjo entre su muerte el 19 de agosto del 14
d.C. y su elevación al rango de dios el 14 de septiembre (Lassère, 1982:
13). La construcción de este camino se sigue por la distribución de los
miliarios entre Capsa y Tapacae, situados a cada milla romana de 1.481
m, recogidos por Lassère (1982: 15-19, 16 fig. 3). El problema principal
era que dificultaba o impedía las migraciones estacionales de pastores se-
minómadas de ovejas (Lassère, 1982: 21, 24), tanto de los Cinithii que
ascendían desde Gabes en el Golfo de la Pequeña Sirte, Syrtis Minor, ha-
cia la zona lacustre y de pastos del Chott el-Djerid o Lago Tritón, con su
prolongación hacia el este en dirección a Gabes del Chott el-Fejaj, que
suman 250 km de largo, como a los Musulamii que descendían a pastorear
también hacia Chott el-Djerid.
Tacfarinas, “un númida que había servido en tropas auxiliares” roma-
nas y “luego desertó”, trató de organizar un ejército y se quedaba “en el
campamento con hombres escogidos y armados a la manera romana para
habituarlos a la disciplina” (Tac., Ann., II, 52, 3).
Esta posibilidad de una batalla formal estimuló al procónsul de Roma
en África entre el 17/18 d.C., Marcus Furius Camillus, que contaba con la
Legio III Augusta, de 6.000 infantes y 300 jinetes o equites. A ellos se le
debían sumar un número próximo de tropas auxiliares, compuestas por dos
alae de caballería y cohortes de infantería, bien quingenaria de unos 500
hombres o bien milliaria, de unos 1000 hombres. No obstante, el ejército
reunido por Mauri, Musulamii y Cinithii debía ser importante porque Táci-
to consideraba a los romanos “un contingente reducido teniendo en cuenta
la multitud de los númidas y moros” (Tac., Ann., II, 52, 3), y parte de ellos
además pudieron haber sido auxiliares previamente con el ejército romano,
pues en un combate el 18 d.C. se les califica de “tropa desorganizada de
desertores” (Tac., Ann., III, 20, 2). Ello llevó a confiarse a Tacfarinas, que
“no rehusó la lucha”, quizás también porque Camillus “no era tenido por
militar experto” (Tac., Ann., II, 52, 5). Pero con la legión en el centro y a
las tropas auxiliares en las alas, consiguió derrotarlos durante el verano

108
(Tac., Ann., III, 20, 1), siendo premiado por Tiberio con las insignia trium-
phalia (Tac., Ann., II, 52, 5), que incluían la corona de oro con hojas de
laurel o corona triumphalis, el bastón de marfil, la tunica palmata decora-
da con hojas de palma y toga picta, de púrpura con un borde dorado, y el
derecho a que se le erigiese una estatua de bronce en el Foro de Augusto.
Al no mencionarse posteriormente a Mazippa, la intervención de Juba II
hace presumible que el combate fue en Argelia oriental, dentro de su reino,
en territorio de los Mauri.
Entre el 18-21 d.C. fue nombrado procónsul en África, Lucius Apro-
nius, que ya desde su llegada se encontró con que Tacfarinas había rea-
nudado sus acciones. El hecho de armas más importante fue el ataque el
18 a.C. a una cohorte romana de la Legio III Augusta, compuesta por 6
centurias de 80 hombres, 480 legionarios, que se encontraba en un fuerte
junto al río Págida, que se ha asociado con el río Tazzout por Tissot (1884:
54-56), el cual atraviesa Lambaesis (Tazoult, Argelia), propuesta intere-
sante porque en el 81 d.C. allí se instaló el campamento de la Legio III Au-
gusta y era un área fácilmente atacable desde las montañas del Aurés. La
cohorte se encontraba al mando de Decrio, probablemente un pilus prior
que comandaba la cohorte por ser el más veterano. Al considerar “aquel
asedio una vergüenza”, optó por salir del fuerte y buscar un enfrentamiento
directo, pero debido a la superioridad de las tropas de Tacfarinas, “Al pri-
mer ataque fue desbaratada la cohorte” (Tac., Ann., III, 20, 2), volviendo
los legionarios a refugiarse el fuerte, mientras Decrio moría en combate.
Conocida la noticia, Apronius optó por dar un duro castigo disciplinario
y de los supervivientes de la cohorte dio muerte a palos a la décima parte
de ellos (Tac., Ann., III, 21, 1) o decimatio. Para ello, se hacían grupos de
diez legionarios sin tener en cuenta su rango dentro de la cohorte, se sor-
teaba uno, y los nueve restantes lo mataban a palos. El siguiente ataque de
Tacfarinas a otro fortín romano en Thala (Kasserine, Túnez), a 25 km de la
actual frontera con Argelia, consiguió que la cohorte que la defendía lo de-
rrotase, quedando “los númidas (…) quebrantados y se resistían a plantear
asedios” (Tac., Ann., III, 21, 2 y 4). Los saqueos continuaron hasta que fue
sorprendido por la caballería de la Legio III Augusta y las alas de caballería
auxiliar al mando del hijo del procónsul, Lucius Apronius Caesianus, qui-
zás como tribunus laticlavius, por tener rango senatorial, que “los empujó
hacia los desiertos” (Tac., Ann., III, 21, 4), siendo premiado su padre con
las insignia triumphalia, pues se le erigió una estatua de bronce en el Foro
de Augusto (Tac., Ann., IV, 23, 1), presumiblemente el 21 d.C., al finalizar
su mandato.
Su marcha sirvió para reanudar los ataques de Tacfarinas, que “había
rehecho sus fuerzas en las regiones interiores del África”, quizás junto a

109
los Garamantes, consiguiendo irritar profundamente a Tiberio al enviar
legados a Roma “pidiendo un asentamiento para él y su ejército, y amena-
zando en caso contrario con una guerra interminable” (Tac., Ann., III, 73,
1), lo que llevó a solicitar a Tiberio del Senado que se enviase un procónsul
con experiencia militar (Tac., Ann., III, 32, 1).
La persona elegida del 21 al 23 d.C. fue Quintus Junius Blaesus, an-
tiguo gobernador de Panonia, Legatus Augusti pro Praetore provinciae
Pannoniae hasta la muerte de Augusto el 14 d.C., al que se le incorporó la
Legio IX Hispana, que había estado a sus órdenes, trasladada desde Pano-
nia, para duplicar el ejército, acompañada por la Cohors XV Voluntariorum
civium Romanorum, al mando de un Tribunus Cohortis. Estas tropas es-
taban estacionadas en Siscia (Sisak, Croacia), desde de la derrota en el
bosque de Teutuburgo el 9 d.C., controlando la frontera del Danubio, en
las actuales Austria Oriental y Hungría Occidental. En Panonia, Tiberio
había sofocado la sublevación de las tribus ilirias entre el 6 y 9 d.C., pero
la Legio VIII Augusta y la Legio IX Hispana se sublevaron contra Blaesus
exigiendo mejores condiciones de vida y el licenciamiento de los vetera-
nos (Dio. Cas., LVII, 4), conato sofocado por Druso minor, hijo de Tiberio,
y el sobrino materno de Blaesus, Sejano. Para tratar de recuperar el presti-
gio de su tío, Lucius Aelianus Seianus, Prefecto del Pretorio o comandante
de la Guardia Pretoriana de Tiberio, apoyó su nombramiento (Tac., Ann.,
III, 72, 4).
La estrategia de Blaesus fue por una parte política, siguiendo el encargo
de Tiberio que “tratara de atraerlos a la deposición de las armas a cambio
del perdón (…) Esta oferta de amistad fue aceptada por muchos” (Tac.,
Ann., III, 73, 3). Seguramente debió incluir el reparto de tierras (Rachet,
1970: 109; Lassère, 1982: 25; Coltelloni-Trannoy, 1997: 52), de las que de-
bía hablar Tacfarinas cuando solicitaba un territorio donde asentarse (Tac.,
Ann., III, 73, 1). Por otra parte, cambió la estrategia militar, ayudado por
el incremento de tropas que se duplicaron. Blaesus asumió el control de la
zona central. El legado Publius Cornelius Lentulus Scipio (CIL, V, 4329)
el sector oriental de la Syrtis Minor para evitar ataques de los Garamantes
contra Leptis Magna (Tac., Ann., III, 74, 2). Su hijo, Quintus Iunius Blae-
sus, que debía estar como tribunus laticlavius, por tener rango senatorial,
le encargó el control de la zona oriental o Numidia de Cirta (Tac., Ann.,
III, 74, 2), protegiendo la ciudad de Cirta, actual Constantina (Argelia), la
capital de Juba II (Plin., N. H., V, 1, 20), al rebautizarla Constantino en el
siglo IV d.C., la antigua capital del reino númida de Sifax (Liv., XXX, 12,
5 y XXX, 44, 12), denominada colonia Cirta Sitianorum (Plin., N. H., V,
22) por Publius Sittius, que apoyó a Julio César contra Juba I. La otra clave

110
fue no retirar las tropas durante el invierno y distribuirlas en pequeños for-
tines a cargo de centuriones al mando de una centuria de 80 hombres, hos-
tigando constantemente a los Musulamii de Tacfarinas cuando realizaban
razzias en el territorio, pese a que Tacfarinas “iba moviendo sus tiendas”
(Tac., Ann., III, 74, 3). Su mandato fue prorrogado en enero del 22 d.C.
(Tac., Ann., III, 58, 1). El éxito final lo logró cuando capturó al hermano de
Tacfarinas (Tac., Ann., III, 74, 3), si bien no se menciona ninguna batalla
importante. Aclamado por sus tropas al finalizar su mandato el 23 d.C.,
pues a la Legio IX Hispana se le ordeno regresar a Panonia (Tac., Ann., IV,
23, 2) al considerarse suficientemente pacificada la región, Tiberio conce-
dió “por última vez” el título de imperator (Tac., Ann., III, 74, 4), en parte
“en consideración a Sejano” (Tac., Ann., III, 72, 4), recibiendo las insignia
triumphalia (Vell. Pater., II, 125, 5), que incluyó el erigirle también una
estatua de bronce en el Foro de Augusto (Tac., Ann., IV, 23, 1).
Se ha tratado de justificar la prematura retirada de Blaesus como re-
sultado de la presión de los senadores propietarios de grandes dominios
agrícolas que deseaban un acuerdo con Tacfarinas, porque les perjudicaba
sus exportaciones de grano hacia Roma y sufrían robos por parte de los
rebeldes, pero también hacían negocios con él (Rachet, 1970: 105-107),
sin embargo parece haber influido más la rápida rehabilitación en Roma de
Blaesus después de su fracaso en Panonia, impulsada por Sejano.
La marcha de la mitad de las tropas supuso una reorganización de la es-
trategia hasta entonces mantenida de pequeños castella con una guarnición
de 80 hombres, muchos de los cuales tuvieron que ser abandonados. Ello
suponía también desproteger a la población rural que no participaba en la
sublevación, los cuales podían refugiarse en los castella. El nuevo procón-
sul para el año 23/24 d.C., Publius Cornelius Dolabella, que había sido
previamente legado propretor primero en Ilírico superior entre 14-16 d.C.
y después de toda la provincia de Ilírico entre 16-20 d.C. (Rendic-Mio-
cevic, 1962), en las actuales Croacia y Eslovenia. Al llegar a África se
encontró que el rey de los Garamantes enviaba tropas ligeras a caballo
para realizar saqueos en la región de las Syrtis Minor (Tac., Ann., IV, 23,
2), mientras que el hijo de Juba II, Ptolomeo, se encontraba con una nueva
sublevación de los Mauri, “ante la indolente juventud de Tolomeo” (Tac.,
Ann., IV, 23, 1). Finalmente, parte de los Musulamii que habían aceptado
las condiciones de paz ofrecidas por Tiberio y Blaesus, pensaban de nuevo
en sublevarse.
La estrategia de Dolabella fue primero reforzar los lugares estratégicos al
haber llegado Tacfarinas a asediar la ciudad de Thubuscum, Thubursicum Nu-
midarum, la actual Khamisa (Argelia), aunque podría ser también Thubursi-

111
cum Bure, actual Teboursouk (Béja, Túnez), que prefiere Rachet (1970: 118-
119) por su mayor proximidad, de cuyo asedio la liberó (Tac., Ann., IV, 24,
1-2). En segundo lugar, duras medidas contra los jefes de los Musulamii que
no respetasen el acuerdo de mantener la paz con Roma, cortándoles la cabeza
a los que intentaban sublevarse (Tac., Ann., IV, 24, 2). En tercer lugar, obligar
a Ptolomeo a movilizar a sus tropas ligeras de caballería para apoyarles contra
los Mauri y los Musulamii (Tac., Ann., IV, 24, 3).
Tuvo conocimiento que Tacfarinas había “desplegado sus tiendas y
acampado junto a un castellum semiderruido, que ellos mismos habían
incendiado tiempo atrás” en Auzea (Tac., Ann., IV, 25, 1), actual Sour
el-Ghozlane (Bouira, Argelia), quizás durante la participación de Mazippa
el 17/18 d.C. Esta localidad era denominada antes de la independencia
como Aumale, por el Duque de Aumale, Enrique de Orleans, hijo del últi-
mo rey de Francia, Luis-Felipe I, que conquistó la región de las montañas
de Aurés. No obstante, Rachet (1970: 120-121) manifiesta sus dudas por la
lejanía de Auzea del territorio habitual de los Musulamii. Este puesto con-
trolaba un paso natural por las montañas de Aurés hacia el Atlas argelino.
La información debió ser transmitida por espías a Ptolomeo, por la proxi-
midad con la capital de su reino en Iol Caesarea, lo que indica que Tacfa-
rinas había ampliado de nuevo sus acciones al territorio de los Mauri, pero
también explica que Ptolomeo fuese especialmente premiado por Tiberio.
Dolabella se trasladó con la Legio III Augusta “sin impedimenta y sin que
supieran a dónde iban” y reforzado por la caballería de Ptolomeo atacaron
al amanecer su campamento. Muertos la mayoría de los sublevados, elimi-
nada la guardia personal de Tacfarinas y capturado su hijo, prefirió morir
combatiendo el 24 d.C. (Tac., Ann., IV, 25, 1-3).
Al procónsul Dolabella se le negó las insignia triumphalia, para no
humillar a Blaesus, premiado con el título de imperator, y a su sobrino
Seianus que lo había apoyado (Tac., Ann., IV, 26, 1). En cambio, se optó
por premiar a Ptolomeo, miembro de la familia Antonia y ciudadano ro-
mano, quien de considerarse que estaba dedicado al “gobierno de unos
libertos y el imperio de unos esclavos”, libertos regios et servilia imperia
bello mutaverant (Tac., Ann., IV, 23, 1), pasó a otorgarle el Senado el título
de “rey, aliado y amigo del pueblo romano”, rex, socius et amicus populi
Romani, entregándole un senador “un bastón de marfil y una toga borda-
da” (Tac., Ann., IV, 26, 2), indicativo que recibió las insignia triumphalia
con la corona de oro con hojas de laurel o corona triumphalis, el bastón
de marfil, la tunica palmata decorada con hojas de palma y la toga picta,
de púrpura con un borde dorado. No obstante, Dolabella tuvo su desfile
militar en Roma, con “cautivos notables”, acompañado por “embajadores

112
de los garamantes, raramente vistos en la ciudad (…) a dar satisfacciones
al pueblo romano” y “el honor negado le aumentó la gloria” (Tac., Ann.,
IV, 26, 1-2).

8. La rebelión del liberto Aedemon en Mauretania Oc-


cidental al morir Ptolomeo
En contraposición con la rebelión de Tacfarinas, apenas tenemos infor-
mación sobre la protagonizada por Aedemon. En primer lugar, no sabemos
con seguridad cuando murió Ptolomeo, cuyas acuñaciones llegan hasta el
39 d.C. o año 20 de su reino. De acuerdo con Dion Casio (LIX, 25, 1 y LX,
8, 6) debió morir a inicios del 40 d.C., no obstante se han planteado fechas
del invierno del 39/40 d.C. por Carcopino (1943: 191-199), septiembre del
40 d.C. (Gsell, 1928: 285), pues Calígula estuvo fuera de Roma entre sep-
tiembre del 39 y el 31 de agosto del 40 d.C., o a lo largo del otoño del 40
d.C., entre fines de septiembre y fines de diciembre del 40 d.C. (Fishwick,
1970: 468).
Hasta fechas próximas a su muerte no hay signos de conflicto en el rei-
no de Ptolomeo y que al ser soltero, a priori, el reino debía revertir a Roma
(Gsell, 1928: 285; Coltelloni-Trannoy, 1997: 56).
Las razones de crueldad y arbitrariedad que esgrime Suetonio no pare-
cen que justifiquen su muerte (Suet., Cal., 35, 1), “lo recibió con grandes
honores, pero luego, de repente, le mandó matar, sólo porque advirtió que,
al entrar en el anfiteatro o donde él ofrecía un espectáculo, había atraído
las miradas del público por el resplandor de su manto de púrpura”, aunque
la relación había sido buena hasta entonces, “en pago a los servicios que
le habían prestado” (Suet., Cal., 26, 1). Este hecho parece ser resultado de
que Calígula envidiaba la riqueza que exhibía Ptolomeo (Dio. Cas., LIX,
25, 1), probablemente derivada del control del comercio de la púrpura.
Es posible que su muerte esté vinculada a una posible conjuración den-
tro de la familia imperial contra Calígula como se ha sugerido por Fishwick
y Shaw (1975), dirigida por Marcus Aemilius Lepidus (Suet., Cal., 24, 3;
Dio. Cas., LIX, 22, 5), el marido de su hermana Drusila, Iulia Drusilla,
desde noviembre o diciembre del 37 d.C., que falleció en junio de 38 d.C.,
con sólo 22 años, y a la que Calígula había nombrado el 37 d.C. su herede-
ra y Augusta. Suetonio (Cal., 36, 1) incluso indica que previamente “amó
a Marco Lépido (…) y que mantuvo con ellos relaciones culpables”. En la
conspiración también participaba Gnaeus Cornelius Lentulus Gaetulicus,
hijo de Cossus Cornelius Lentulus Gaetulicus, que ganó este sobrenombre

113
o agnomen después de ser procónsul en África entre el 6-8 d.C., quien fue
ejecutado hacia octubre del 39 d.C. El propio Ptolomeo era primo segundo
de Calígula y primo del futuro emperador Claudio, “primo lejano suyo
(pues también él era nieto de Marco Antonio por su hija Selene)” (Suet.,
Cal., 26, 1). Si murió en el invierno de 39/40 d.C., apenas serían 1 o 2
meses después.
Tampoco tenemos datos precisos sobre la sublevación del liberto de
Ptolomeo, Caius Iulius Aedemon, que al menos podemos situar al final del
reinado de Calígula, asesinado el 24 de enero del 41 d.C., pues Dion Casio
(LX, 8, 6) indica claramente que a Claudio se le convenció que aprove-
chase el triunfo militar previo de Calígula pues “aún no había accedido
al trono cuando la guerra había finalizado”. En cambio, algunos autores
como Rachet (1970: 128, 133) prefieren apoyarse en el texto de Plinio (N.
H., V, 1, 11), “La primera ocasión en la cual el ejército de Roma luchó en
Mauretania fue en el principado de Claudio” y en la mención de Marco
Licinius Crassus Frugi, como Legado de Claudio en Mauretania (CIL, VI,
31.721), para plantear que el levantamiento sucedió justo al final del rei-
nado del Calígula y se alargó con Claudio durante varios meses del año
41 d.C. No obstante, el texto para introducir el relato de la expedición del
legado de Claudio, Caius Suetonius Paulinus, contra los Maurii (Plin., N.
H., V, 1, 14; Dio. Cas., LX, 9, 1), que continuó hacia el Atlas del 42 d.C.,
alcanzando el territorio de pueblos nómadas como los etíopes Pharusii
(Plin., N. H., V, 1, 16) y probablemente los Getuli Darae.
Si se vincula la sublevación de Aedemon a la muerte de Ptolomeo, un
elemento importante sería saber cuando ésta se produjo, pues si falleció en
el invierno del 39/40 d.C. podría indicar una revuelta de casi 1 año como
máximo, que parece ser la opción elegida por Coltelloni-Trannoy (1997:
61), cuando sugiere que duró entre 6 y 9 meses; si su muerte ocurrió en
septiembre, se estrecha el plazo a apenas 3 o 4 meses, y si ocurrió entre
fines de septiembre y de diciembre, pudo ser de sólo 1 o 2 meses.
Es difícil valorar la entidad de la revuelta pues sólo existe una inscrip-
ción de Volubilis (Cagnat, Merlin y Chatelain, 1923: ILAfr, 634), donde
sabemos que M. Valerius Severus, había formado un cuerpo auxiliar a su
mando contra los rebeldes de Aedemon, adversus Aedemonem oppressum
bello. Este hecho ha llevado a Coltelloni-Trannoy (1997: 60) a circuns-
cribir el levantamiento de Aedemon a las “regiones occidentales” del rei-
no. El epitafio de la tumba de un soldado miembro de un destacamento o
vexillatio de la Legio X Gemina en la necrópolis de Volubilis (Carcopino,
1943: 240) no tiene necesariamente que corresponder a este momento.

114
A partir de la interpretación de Carcopino (1943: 240; Rachet, 1970: 129-
130), se ha planteado una intervención militar muy importante para sofocar la
sublevación, de unos 20.000 hombres, en la cual participarían no sólo efecti-
vos de la Legio III Augusta, sino que también se desplazarían gran parte de
las tropas de la Legio IV Macedonica y la Legio X Gemina desde la Península
Ibérica, trasladadas por mar hasta los puertos de Lixus o Tanger, apoyándose
sólo en tres epitafios de legionarios, que resultan pruebas débiles. El trabajo de
Carcopino influyó notablemente en Tarradell (1954), quien en sus excavacio-
nes de Lixus y Tamuda creyó encontrar niveles de destrucción en ambas ciuda-
des resultado de esta sublevación, aunque sin optar por atribuir su destrucción
bien a los romanos, bien al propio Aedemon. Es posible que también los haya
en Ceuta o Melilla (Villaverde, com. pers.), pero parece haberse producido an-
tes abandonos al menos parciales de zonas de estos núcleos urbanos. En todo
caso, su incidencia se circunscribe de momento al litoral mediterráneo, Lixus,
Ceuta, Tamuda y Melilla. Por otra parte, resulta dudoso que si Lixus hubiese
apoyado a Aedemon recibiese poco después el nombramiento como Colonia
por Claudio (Plin., N. H., V, 1, 2).
No deja de sorprender, si el levantamiento fue tan importante, y se pro-
dujo un traslado de una o dos legiones desde la Península Ibérica, que nin-
gún autor romano lo señale, o al menos aporte algunos datos más precisos
sobre el conflicto y de su líder, Aedemon.
Algunas referencias que a veces se adscriben a Aedemon parecen co-
rresponder a un pequeño levantamiento de los Musulamii en Argelia orien-
tal, pues se mencionan “ciertas partes de Numidia” (Dio. Cas., LX, 9, 6),
identificándolos como Musulamii (Aurelius Victor, De Caesaribus, IV, 2),
justo en el momento que Claudio dividió en dos la Mauretania con capi-
tales en Tingi y Iol Caesarea (Dio. Cas., LX, 9, 5), al acabar la campaña
de Gnaeus Hosidius Geta contra Salabus y los Mauri el 42 d.C., que había
derrotado en dos ocasiones (Dio. Cas., LX, 9, 2).

9. Conclusiones

En el poblamiento de las Islas Canarias, inicialmente debió existir un


proceso de frecuentación y evaluación de los recursos disponibles en las
islas, con un primer aprovechamiento de los recursos marinos que exigían
una mínima infraestructura para obtener aguada, comida, secar al aire el
pescado en la orilla del mar, obtener sal en el litoral volcánico donde se
acumula de forma natural, etc. Las referencias sobre la pesca a varios días
al sur de Lixus (Str., II, 2, 4) apuntan en este sentido.

115
En una segunda fase debió existir una planificación que dejó contingen-
tes variables de pobladores en las islas. El principal recurso demandado
debió ser la púrpura, como especifica claramente Plinio al hablar de Juba
II y la instalación de “tintorerías”, serían puntos donde agruparían los mo-
luscos recuperados a lo largo del litoral norteafricano e insular. Esto pudo
suceder en Mogador, pero aún más en las islas más orientales de Canarias
puesto que la zona de mayor abundancia de la púrpura comienza en latitu-
des más meridionales, a partir de Tan-Tan.
El asentamiento de un pequeño porcentaje de población era inevitable
porque es durante el invierno, y en particular el inicio de la primavera
(Plin., N.H., IX, 63), cuando las Stramonita [Thais] haemastoma se repro-
ducen, y la mejor época para capturarlas con nasas. En cambio, en verano
el tinte pierde calidad (Plin., N.H., IX, 63), tras reproducirse, ya que parte
del tinte pasa a los huevos y los moluscos tienden a ocultarse en la arena
de los fondos marinos para evitar el aumento de la temperatura del agua en
verano. Aproximadamente, un molusco daba tinte para colorear 1 gramo
de lana púrpura violeta y 0.5 gramos de lana púrpura roja (Lipinski, 1993:
9). La mejora de la navegación, a partir del inicio del verano, permitiría la
exportación de la púrpura obtenida.
La púrpura de la Getulia era la tercera enumerada entre las cuatro me-
jores púrpuras del mundo antiguo, en orden decreciente: Tiro (Líbano),
Menix (Túnez), Getulia en el África atlántica y Laconia (Grecia) (Plin.,
N.H., IX, 36, 127). Esta púrpura era utilizada por los reyes mauretanos y
númidas como símbolo real, y así Juba I “tenía la costumbre de vestir el
manto púrpura” (Bell. Afr., LVII, 5). Por otra parte, debe tenerse en cuenta
que la púrpura de Menix era explotada por los gétulos orientales del golfo
de la pequeña Sirte.
La relación de los gétulos autololes con la explotación de la púrpura
viene señalada porque se toman como punto de referencia para situar las
Islas Purpurarias durante el reinado de Juba II, “las islas de Mauretania
(Mauretaniae insularum): que unas pocas, descubiertas por Juba, están en
el meridiano (ex adverso) de los autóloles, en las cuales había establecido
factorías para teñir la púrpura getúlica” (Plin., N.H., VI, 36, 201), mencio-
nando que se recorrían cuidadosamente los “arrecifes gétulos en busca de
múrices y púrpura” (Plin., N.H., V, 1, 13).
Una vez asentados en las dos islas más orientales, y aprovechados los
islotes inmediatos como La Graciosa o Lobos, debido a la importancia del
recurso explotado de la púrpura, probablemente se hizo preciso el control,
aunque fuese mínimo, de algunas de estas islas para evitar que otros nave-

116
gantes se instalasen en ellas, los piratas pudiesen utilizarlas, como sucedía
en el Estrecho, etc. Esta razón podría explicar que se ocupasen en su to-
talidad incluso las islas más pequeñas y occidentales, como La Gomera y
El Hierro.
No obstante, todas las islas, y en particular las más occidentales, con
importantes acantilados en las costas, poseían otro bien que debió tener
similar demanda, la orchilla, un colorante vegetal. El aprovechamiento de
este recurso estimuló los contactos con las Canarias occidentales.
Teniendo en cuenta estas circunstancias, la hipótesis planteada breve-
mente por Álvarez Delgado (1977: 51) mantiene una lógica interna, al
apoyarse en las referencias en Plinio a unas Islas Purpurarias, y permi-
te sugerir una colonización al menos de las Canarias orientales en estos
momentos. En este sentido, aprovechar a las poblaciones más inmediatas
geográficamente como eran los Gétulos Darae en el valle del río Drâa y
por lo tanto con mayor facilidad de adaptación, sería la opción más simple
y de menor costo por un desplazamiento menor. No obstante, según Poli-
bio (Plin., N.H., V, 1, 9-10), las desembocaduras de los ríos Massa y Drâa
parecen estar ocupadas por Aethiopes de piel negra, situándose los Gétulos
Darae más al interior. Una segunda opción más adecuada sería recurrir a
los Gétulos Autololes, que sí se situaban en la costa entre los ríos Tensif y
Tamri, y quizás llegasen hasta la desembocadura del río Sous.
Otra cuestión es plantear que grupos de Mauri, Musulamii, Cinithii o
Garamantes de las revueltas encabezadas por Tacfarinas y Aedemon, fue-
sen trasladados desde Argelia oriental o sur de Túnez a las islas dentro de
un proceso de deportación forzada de población. Resulta dudoso que po-
blaciones que se habían sublevado contra Juba II o Roma fuesen trasladas
a las islas donde podrían hacerse fuertes, cuando uno de los objetivos de
la instalación de la Legio III Augusta en Ammaedara (Haidra, Kasserine,
Túnez) fue tener el control de las montañas del Aurés y en particular de los
asentamientos de los Musulamii y la ruta que conectaba a los Cinithii de la
pequeña Sirte con los Mauri en el occidente del Aurés. Sólo en el caso de
la de Aedemon existe como elemento favorable la proximidad geográfica,
al afectar al menos a la región de Volubilis (Marruecos), pero desconoce-
mos la entidad real de esta rebelión cuyas consecuencias se han magnifica-
do sin datos seguros suficientes.
A pesar de la viabilidad de la hipótesis de Álvarez Delgado como uno
de los momentos en los que pudo haber habido una llegada significativa
de población a varias de estas islas, otra cuestión a tener en cuenta es si las
islas estaban despobladas hasta la llegada de esta colonización planificada

117
por Juba II para las Purpurarias o si, previamente, existía población. Ob-
viamente pudieron existir previamente fases de ocupación en una o varias
de las Islas Canarias, como también sucede en Mogador, y no cabe descar-
tar deportaciones realizadas por los cartagineses antes del 205 a.C., cuando
se produjo la pérdida de Gadir en la Segunda Guerra Púnica, pues estaban
acostumbrados a realizar traslados de población.
La lógica indica que debió existir población previamente por dos ra-
zones claras. En primer lugar, la demanda e interés de explotación de los
recursos comentados existió siempre, y en particular desde época fenicia.
Este interés fenicio por la explotación y distribución de textiles teñidos con
púrpura reconocida como su principal exportación comercial (Mederos y
Escribano, 2006), hace presumible su aprovechamiento desde el inicio de
las exploraciones fenicias en el atlántico norteafricano. Otro tanto cabe
decir de los recursos pesqueros, cuya transformación era también una es-
pecialidad de estas poblaciones fenicias y púnicas (Mederos y Escribano,
1999 y 2009; González Antón y del Arco, 2007).
Todos los datos sugieren un poblamiento antiguo. Por una parte, la exis-
tencia de dataciones de carbono 14 de notable antigüedad procedentes de
las islas de Lanzarote (Atoche y Ramírez, 2011: 154-155 tablas 1-2) y
Tenerife (Arco et alii, 1992: 7, 1995: 712, 724 lám. 5 y 1997: 75; Gon-
zález Antón et alii, 1995: 30). En segundo lugar, las referencias al interés
cartaginés por una isla en el Atlántico, cuyas condiciones consideraban
suficientemente buenas como para asentar a una importante población en
caso de necesitar un último refugio (Dio. Sic., Bib. Hist., V, 19-20; Pseu-
do-Aristóteles, De Mirab. Ausc., 84), lo que apuntaría a alguna de las islas
centrales de Canarias, como Gran Canaria, fácilmente visible desde Fuer-
teventura, o Tenerife. En tercer lugar, la mención por Sertorio a habitantes
en las Islas Afortunadas (Plut., Sert., VIII, 2-5; Mederos, 2009: 106-110).
En cuarto lugar, las propias referencias de la expedición enviada por Juba
II, que indican la existencia de un templete en Junonia Maior-La Palma o
de restos de construcciones en Canaria-Gran Canaria (Plin., N.H., VI, 37,
202-205; Mederos y Escribano, 2002: 320; Santana et alii, 2002).
En cualquier caso, el acceso a los recursos más importantes del Atlán-
tico nunca fue claramente precisado por las fuentes clásicas debido a los
grandes beneficios comerciales que aportaba su comercio. En este sentido,
nunca se explicó con claridad el emplazamiento de las Islas Casitérides,
las proveedoras del estaño, hasta que se precisó en época romana, y sólo
en la zona más inmediata y controlada por Roma, en Galicia. Otro tanto
sucedió con las fuentes de oro, que podían venir tanto del norte, la región

118
de Galicia, como de la costa atlántica norteafricana. Por ello, la falta de
datos sobre los sitios de explotación de la púrpura, y en particular de las
Islas Purpurarias, tampoco debe sorprendernos.

Agradecimientos

Este trabajo se adscribe al proyecto HAR2011-29880, “La ciudad fe-


nicio-púnica de Útica (Túnez)” del Ministerio de Educación y Ciencia y
“Descubrimiento y poblamiento de las Islas Canarias (1100A6-500 DC),
de la Dirección General de Patrimonio Histórico del Gobierno de Canarias.
Queremos agradecer a N. Villaverde atender a nuestras consultas.

119
Fig. 1. Imperio romano de Augusto.

Fig. 2. Ciudades romanas del norte de África.

120
Fig. 3. Ciudades romanas de
Túnez.

Fig. 4. Montañas del Aures en el este de Argelia y la frontera con Túnez.

121
122
Fig. 5. Agusto. Prima Porta. Roma. Fig. 6. Juba II. Colección Real. Museo del Prado.
123
Fig. 7. Reino de Juba II en la Mauritania Tingitana y Caesariensis y África Proconsular romana.
124
Fig. 8. Campañas militares contra Tacfarinas, según Rachet (1970: mapa 6).
Fig. 9. Denario de plata de Juba II,
con corona, águila imperial roma-
na y cetro.

Fig. 10. Denario de plata de Juba


II y Ptolomeo.

Fig. 11. Tiberio, Carlsberg Glyptotek, Copenhagen.

125
126
Fig. 12. Ptolomeo de Mauretania, Cherchell, Museo del Louvre, París. Fig. 13. Calígula, Marino, Lago Albano, Worcester Museum, MA.
Fig. 14. Claudio, Roma, Museo Arqueoló-
gico Nacional, Madrid.

Fig. 15. Emplazamiento


de los Gétulos Autololes
en el litoral atlántico y
Gétulos Darae al interior
de la cuenca del río Drâa
según Desanges (1978).

127
Bibliografía

ÁLVAREZ DELGADO, J. (1945): “Las ‘Islas Afortunadas’ en Plinio”. Re-


vista de Historia Canaria, 11 (69): 26-61.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1946): “Púrpura Gaetulica”. Emérita, 14: 100-
127.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1977): “Leyenda erudita sobre la población
de canarias con africanos de lenguas cortadas”. Anuario de Estudios
Atlánticos, 23: 51-81.
ANTICHAN, P.H. (1888): Grands voyages de découvertes des anciens.
Librairie Ch. Delagrave. Paris.
APIANO (1985): Historia Romana. Guerras Civiles. Libros I-II. Trad. A.
Sancho. Biblioteca Clásica Gredos, 83. Gredos. Madrid.
ARCO, Mª. del C. del; ARCO, Mª. M. del; ATIENZAR, E.; ATOCHE,
P.; MARTÍN OVAL, M.; RODRÍGUEZ MARTÍN, C. y ROSARIO
ADRIÁN, C. (1997): “Dataciones absolutas en la Prehistoria de Tene-
rife”. En A. Millares, P. Atoche y M. Lobo (eds.): Homenaje a Celso
Martín de Guzmán (1946-1994). Universidad de Las Palmas de Gran
Canaria. Madrid-Las Palmas: 65-77.
ARCO, Mª del C. del; ATIÉNZAR, E. y ARCO, Mª. M. del (1992): “Ar-
queología y patrimonio en Ycod”. Ycoden, 2: 5-19.
ARCO, Mª. del C. del; ATIENZAR, E. y ARCO, Mª. M. del (1995): “Ar-
queología de la muerte en el Menceyato de Icode (Tenerife)”. I Congre-
so Internacional de Estudios sobre Momias (Puerto de la Cruz, Teneri-
fe, 1992). II. Museo Arqueológico y Etnográfico de Tenerife. Cabildo
de Tenerife. La Laguna: 709-724.
ATOCHE, P. y RAMÍREZ, Mª. A. (2011): “Nuevas dataciones radiocarbó-
nicas para la protohistoria canaria: el yacimiento de Buenavista (Lanza-
rote)”. Anuario de Estudios Atlánticos, 57: 139-170.
AURELIUS VICTOR (1975): Livre des Césars. P. Dufraigne (ed.). Co-
llection des Universités de France. Les Belles Lettres. Paris.
AVELOT, R. (1908): “L’Afrique Occidentale au temps des Antonins”. Bu-
lletin de Géographie Historique et Descriptive du Comité des Travaux
Historiques et Scientifiques, 23 (1-2): 37-80.
BARTOCCINI, R. (1958): “Dolabella e Tacferinas in una iscrizione di
Leptis Magna”. Epigraphica, 20: 3-13.

128
BERTHELOT, A. (1927): L’Afrique Saharienne et Soudanaise. Ce qu’en
ont connu les Anciens. Bibliothèque Documentaire. Les Arts et le Li-
vre. Paris.
BESNIER, M. (1904): “Géographie ancienne du Maroc (Maurétanie Tin-
gitane)”. Archives Marocaines, 1: 301-365.
CABRERA PÉREZ, J.C. (1989): Los Majos. Población Prehistórica de
Lanzarote. Cabildo Insular de Lanzarote. Arrecife-Las Palmas.
CAGNAT, R.; MELIN, A. y CHATELAIN, L. (1923): Inscriptions latines
d’Afrique (Tripolitaine, Tunisie, Maroc). E. Leroux. Paris.
CARCOPINO, J. (1943): Le Maroc antique. La suite des temps, 10. Ga-
llimard. Paris.
CÉSAR, G. JULIO (2005): Guerra Civil. Guerra de Alejandría. Guerra
de África. Guerra de Hispania. Trad. J. Calonge (Bellum Civile) y P.J.
Quetglas (Bellum Africum). Biblioteca Clásica Gredos, 342. Gredos.
Madrid.
CHAUSA, A. (1994): “Modelos de reservas de indígenas en el África ro-
mana”. Gerión, 12: 95-101.
CORPUS DE INSCRIPTIONUM LATINARUM V (1872-77): Inscriptio-
nes Galliae Cisalpine Latinae. I. Inscriptiones regionis Italiae decimae.
II. Inscriptiones regionum Italiae undecimae et nonae. Th. Mommsen
(ed.). Academiae Litterarum Regiae Borussiae. Georgium Reimerum.
Berolini-Berlin.
CORPUS DE INSCRIPTIONUM LATINARUM VI (1876-82): Inscrip-
tiones Urbis Romae Latinae. I. Inscriptiones sacrae. Augustorum, ma-
gistratuum, sacerdotum. Latercula et tituli militum. E. Bormann y G.
Hencen (eds.). II. Monumenta columbariorum. Tituli officialium et arti-
ficium. Tituli sepulcrales reliqui: A-Claudius. E. Bormann, G. Hencen y
C. Huelsen (eds.). Academiae Litterarum Regiae Borussiae. Georgium
Reimerum. Berolini-Berlin.
CORPUS DE INSCRIPTIONUM LATINARUM VIII (1881): Inscriptio-
nes Africae Latinae. I. Inscriptiones Africae proconsularis et Numidiae.
II. Inscriptiones Mauretaniarum. Th. Mommsen (ed.). Academiae Litte-
rarum Regiae Borussiae. Georgium Reimerum. Berolini-Berlin.
COLTELLONI-TRANNOY, M. (1997): Le royaume de Maurétanie sous
Juba II et Ptolémée (25 av. J.-C.-40 ap. J.-C.). Études d’Antiquités
Africaines. C.N.R.S. Paris.

129
DECRET, F. (1977): Carthage ou l’empire de la mer. Éditions du Seuil.
Paris.
DESANGES, J. (1962): Catalogue des tribus africaines de l’Antiquité
classique à l’ouest du Nil. Publications de la section d’Histoire. Faculté
des lettres et sciences. Université de Dakar. Dakar.
DESANGES, J. (1964): “Les territoires gétules de Juba II”. Revue des Étu-
des Anciennes, 66 (1): 33-47.
DESANGES, J. (1969): “Un drame africain sous Auguste. Le meurtre du
proconsul L. Cornelius Lentulus para les Nasamons”. En J. Bibauw
(ed.): Hommages à Marcel Renard. II. Collection Latomus, 102. Bru-
xelles: 197-213.
DESANGES, J. (1976): “L’Afrique romaine et libyco-berbère”. En Cl. Ni-
colet (ed.): Rome et la conquête du monde méditerranéen. 2. Genèse
d’un empire. Nouvelle Clio. P.U.F. Paris: 627-656.
DESANGES, J. (1976/1984): “El África romana y líbico-bereber”. En C.
Nicolet (ed.): Roma y la conquista del mundo mediterráneo. Nueva
Clío. Labor. Barcelona: 498-525.
DESANGES, J. (1978): Recherches sur l’activité des méditerranéens aux
confins de l’Afrique (VIe siècle avant J.C.-IVe siècle après J.C.). Collec-
tion de l’École Française de Rome, 38. Roma.
DESANGES, J. (1980): Pline l’Ancien. Histoire Naturelle. Livre V, 1-46.
1ere partie (L’Afrique du Nord). Les Belles Lettres. Paris.
DESANGES, J. (1990): “Autolatae/autololes/autoteles”. En G. Camps
(ed.): Encyclopedie Berbere. VIII. Aurès-Azrou. Edisud. Aix-en-Pro-
vence: 1175-1176.
DESANGES, J. (1997): “Un témoignage masqué sur Juba II et les troubles
de Gétulie”. Antiquités africaines, 33: 111-113.
DESANGES, J. (1998): “Gétules”. En G. Camps (ed.): Encyclopedie Ber-
bere. XX. Aurès-Azrou. Edisud. Aix-en-Provence: 3063-3065.
DILKE, O.A.W. (1985): Greek and Roman Maps. Cornell University
Press. Ithaca, N.Y.
DIODORO DE SICILIA (DIODORUS OF SICILY) (1961): Diodorus
of Sicily III. Books IV,59-VIII. C.H. Oldfather (ed.). The Loeb Classi-
cal Library. Harvard University Press-William Heinemann. Cambrid-
ge-London.

130
DIODORO DE SICILIA (2004): Biblioteca Histórica. Libros IV-VIII. Trad.
J.J. Torres Esbarranch. Biblioteca Clásica Gredos, 328. Gredos. Madrid.
DION CASSIO COCCEIANUS, L. (2004): Historia Romana. Libros
XXXVI-XLV. Trad. Mª.L. Puertas (libros XLI-XLV). Biblioteca Clásica
Gredos, 326. Gredos. Madrid.
DION CASSIO COCCEIANUS, L. (1960): Roman History. VI. Books
LI-LV. E. Cary (ed.). Harvard University Press-William Heinemann.
Cambridge, Mass.-London.
DION CASSIO COCCEIANUS, L. (1961): Roman History. VII. Books
and Fragments LVI-LX. E. Cary (ed.). Harvard University Press-Wi-
lliam Heinemann. Cambridge, Mass.-London.
ESTRABÓN (STRABO) (1932/1982): The Geography of Strabo. VIII.
Book XVII. General Index. H.L. Jones (ed.). The Loeb Classical Li-
brary. Harvard University Press-William Heinemann. Cambridge-Lon-
don.
ELIANO, C. (2002): Historia de los Animales. Libros I-VIII. Trad. J.Mª.
Díaz-Regañón. Biblioteca Básica Gredos, 139. Madrid.
EUZENNAT, M. (1984): “Les troubles de Maurétanie”. Comptes Rendus
de l’Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, 1984: 372-393.
FENTRESS, E.W.B. (1982): “Tribe and Faction: The case of the Gaetuli”.
Melanges de l’École Française de Rome, 94 (1): 325-334.
FISHWICK, D. (1971): “The Annexation of Mauretania”. Historia, 20:
467-487.
FISHWICK, D. y SHAW, B.D. (1975): “Ptolemy of Mauretania and the
conspiracy of Gaetulicus”. Historia, 20: 491-494.
FLORO (LUCIUS ANNAEUS FLORUS) (1966): Epitome of Roman His-
tory. E.S. Foster (ed.). The Loeb Classical Library. Harvard University
Press-William Heinemann. Cambridge-London.
FLORO (2000): Epítome de la Historia de Tito Livio. Trad. G. Hinojo e I.
Moreno. Biblioteca Clásica Gredos, 278. Gredos. Madrid.
GONZÁLEZ ANTÓN, R. (1975): Las cerámicas pre-hispánicas de las
Islas Canarias. Tesis Doctoral inédita. Universidad de La Laguna.
GONZÁLEZ ANTÓN, R. y ARCO, Mª.C. del (2007): Los enamorados
de la Osa Menor. Navegación y pesca en la Protohistoria de Canarias.
Museo Arqueológico de Tenerife. Sevilla-Tenerife.

131
GONZÁLEZ ANTÓN, R. y TEJERA, A. (1981): Los aborígenes cana-
rios. Colección Minor 1. Universidad de La Laguna. La Laguna.
GOZALBES CRAVIOTO, E. (1992): “Roma y las tribus indígenas de la
Mauretania Tingitana. Un análisis historiográfico”. Florentia Iliberri-
tana, 3: 271-302.
GOZALBES CRAVIOTO, E. (2002): “Los pueblos del África Atlántica en
la Antigüedad”. Eres (Arqueología), 10: 61-96.
GSELL, St. (1913): Histoire ancienne de l’Afrique du Nord. Tome II. L’état
carthaginois. Librarie Hachette. Paris.
GSELL, St. (1928): Histoire ancienne de l’Afrique du Nord. Tome VIII.
Jules César et l’Afrique. Fin des royaumes indigènes. Hachette. Paris.
GUARNER, V. (1932): “Lo que fué conocido en otros siglos sobre el Sa-
hara Occidental y el Sur Marroquí actuales”. África, 93: 165-168.
HENNIG, R. (1936): Terrae incognitae. Eine Zusammenstellung und kri-
tische Bewertung der wichtigsten vorcolumbischen Entdeckungsreisen
an Hand der darüber vorliegenden Originalberichte. I. Altertum bis
Ptolemäus. Brill. Leiden.
HERNÁNDEZ PÉREZ, M.S. (1977): La Palma prehispánica. El Museo
Canario. Madrid-Las Palmas.
LA MARTINIÈRE, H.M. de (1912): “Esquisse de l’histoire du Maroc
avant l’arrivée des Arabes”. Bulletin Archéologique du Comité des Tra-
vaux Historiques et Scientifiques, 1912: 142-184.
LASSÈRE, J.M. (1982): “Un conflict ‘routier’: observations sur les causes
de la guerre de Tacfarinas”. Antiquités Africaines, 18: 11-25.
LENORMANT, F. (1869): Manuel d’Histoire Ancienne de l’Orient jus-
qu’aux Guerres mediques. III. Phéniciens-Arabes-Indiens. A. Levy, Li-
braire-Éditeur. Paris.
LIPINSKI, E. (1992): “s.v. Ghir, Cap”. En E. Lipinski (ed.): Dictionnaire
de la Civilisation Phénicienne et Punique. Brepols. Turnhout: 189.
LIPINSKI, E. (1993): “La Industria y el Comercio de la Púrpura ‘Tiria’”.
En V.M. Guerrero Ayuso (ed.): Economia i Societat a la Prehistòria i
Mòn Antic. Estudis d’Història Econòmica, 1993 (1): 5-12.
LIVIO, T. (LIVY) (1969): Livy V. Books XXI-XXII. B.O. Foster (ed.). The
Loeb Classical Library. Harvard University Press-William Heinemann.
Cambridge, Mass.-London.

132
LIVIO, T. (1993): Historia de Roma desde su fundación. Libros XXI-
XXV. Trad. J.A. Villar Vidal. Biblioteca Clásica Gredos, 176. Gre-
dos. Madrid.
MARTÍN DE GUZMÁN, C. (1985-86): “Los problemas de la navegación
pre y protohistórica en el mar de Canarias y la fachada Atlántico-Sa-
hariana”. En F. Morales Padrón (ed.): V Coloquio de Historia Cana-
rio-Americana (Las Palmas, 1982). Vol. 4. Coloquio Internacional de
Historia Marítima. Cabildo Insular de Gran Canaria. Madrid-Las Pal-
mas: 25-144.
MAZARD, J. (1955): Corpus Nummorum Numidiae Mauretaniaeque.
Gouvernement Général de l’Algérie-Arts et Métiers Graphiques. Paris.
MEDEROS MARTÍN, A. (2009): “El periplo insular y continental nortea-
fricano de Sertorio (81-80 a.C.)”. En J.M. Candau, F.J. González Ponce
y A.L. Chávez (eds.): Libyae Lustrare Extrema. Realidad y literatura
en la visión grecorromana de África. Estudios en honor del Profesor
Jehan Desanges. Monográficos de Philologia Hispalensis. Universidad
de Sevilla. Sevilla: 99-116.
MEDEROS, A. y ESCRIBANO, G. (1999): “Pesquerías gaditanas en el
litoral atlántico norteafricano”. Rivista di Studi Fenici, 27 (1): 93-113.
MEDEROS, A. y ESCRIBANO, G. (2006): “Mare Purpureum. Produc-
ción y comercio de la púrpura del litoral atlántico norteafricano”. Rivis-
ta di Studi Fenici, 34 (1): 71-96.
MEDEROS, A. y ESCRIBANO, G. (2009) “Pesquerías púnico-gaditanas
y romano republicanas de túnidos: el Mar de Calmas de las Islas Cana-
rias (300-20 a.C.)”. En R. González Antón, F. López Pardo y V. Peña
(eds.): Los Fenicios y el Atlántico. IV Coloquio Internacional del Cen-
tro de Estudios Fenicios y Púnicos (Tenerife, 2004). Centro de Estudios
Fenicios y Púnicos. Madrid: 345-378.
MELA, P. (1987): De chorographia. En V. Bejarano (ed.): Hispania Anti-
gua según Pomponio Mela, Plinio el Viejo y Claudio Ptolomeo. Fontes
Hispaniae Antiquae, VII. Instituto de Arqueología y Prehistoria. Uni-
versidad de Barcelona. Barcelona: 1-12, 101-112.
MELA, P. (POMPONIUS MELA) (1988): Chorographie. A. Silberman
(ed.). Collection des Universités de France. Les Belles Lettres. Paris.
MELA, P. (1989): Corografía. Trad. C. Guzmán Arias. Universidad de
Murcia. Murcia.

133
MÜLLER, K. (1855): Geographi graeci minores. E codicibus recognovit,
prolegomenis, annotatione, indicibus instruxit, tabulis aeri incisis illus-
travit. I. Firmin-Didot et Sociis. col. Didot. Paris.
NAVARRO MEDEROS, J.F. (1983): “El poblamiento humano de Cana-
rias”. En M. Baez, T. Bravo y J.F. Navarro (eds.): Origen y poblamiento
de las Islas Canarias. Queimada Ed. Madrid: 85-96.
NAVARRO MEDEROS, J.F. (1991): “El poblamiento prehistórico”. En F.
Morales Padrón (ed.): Historia de Canarias. I. Prehistoria-Siglo XV.
Valencia-Las Palmas: 41-60.
NAVARRO, J.F. y ARCO, Mª.C. del (1987): Los aborígenes. Historia Po-
pular de Canarias, 1. Centro de la Cultura Popular Canaria. Tenerife.
PELLICER CATALÁN, M. (1971-72): “Elementos culturales de la pre-
historia canaria. (Ensayo sobre orígenes y cronología de las culturas)”.
Revista de Historia Canaria, 34 (169): 47-72.
PELLICER CATALÁN, M. (1975): “Elementos culturales de la prehisto-
ria canaria. (Ensayo sobre orígenes y cronología de las culturas)”. En E.
Ripoll y M. Llongueras (eds.): Miscelánea Arqueológica. II. XXV Ani-
versario de los Cursos de Ampurias (1947-1971). Barcelona: 145-161.
PELLICER CATALÁN, M. (1986): “Prehistoria del Archipiélago Cana-
rio”. Historia de España. I. Prehistoria. Gredos. Madrid: 533-545.
PERETTI, A. (1979): Il periplo di Scilace. Studio sul primo portolano del
Mediterraneo. Biblioteca di Studi Antichi, 23. Giardini editori. Pisa.
PLINIO EL VIEJO (PLINY) (1967): Natural History. 2. Libri III-VII. H.
Rackham (ed.). Harvard University Press-William Heinemann. Cam-
bridge, Mass.-London.
PLINIO EL VIEJO (PLINY) (1967/1983): Natural History. 3. Libri VI-
II-XI. H. Rackham (ed.). Harvard University Press-William Heine-
mann. Cambridge, Mass.-London.
PLINIO EL VIEJO (1987): Naturalis Historia. En V. Bejarano (ed.): His-
pania Antigua según Pomponio Mela, Plinio el Viejo y Claudio Ptolo-
meo. Fontes Hispaniae Antiquae, VII. Instituto de Arqueología y Pre-
historia. Universidad de Barcelona. Barcelona: 13-73, 113-180.
PLINIO EL VIEJO (1998): Historia Natural. Libros III-VI. Trad. A. Fon-
tán (Libro III), I. García Arribas (Libro IV), E. del Barrio Sanz (Libro
V) y Mª.L. Arribas Hernáez (Libro VI). Biblioteca Clásica Gredos, 250.
Gredos. Madrid.

134
PLINIO EL VIEJO (2003): Historia Natural. Libros VII-XI. Trad. E. del
Barrio Sanz (Libro VII), I. García Arribas (Libro VIII), A.Mª. Moure
(Libro IX), L.A. Hernández Miguel (Libro X) y Mª.L. Arribas Hernáez
(Libro XI). Biblioteca Clásica Gredos, 308. Gredos. Madrid.
PLUTARCO (PLUTARCH) (1959): Plutarch’s Lives. VIII. Sertorius and
Eumenes. Phocion and Cato The Younger. B. Perrin (ed.). Harvard Uni-
versity Press-William Heinemann. Cambridge, Mass.-London.
PLUTARCO (PLUTARCH) (1961): Plutarch’s Lives. V. Agesilaus and
Pompey. Pelopidas and Marcellus. B. Perrin (ed.). Harvard University
Press-William Heinemann. Cambridge, Mass.-London.
PLUTARCO (2004): Vidas de Sertorio y Pompeyo. R.Mª. Aguilar (trad.) y
L. Pérez Vilatela (ed.). Akal Clásica, 74. Madrid.
RACHET, M. (1970): Rome et les Berbères. Un problème militaire d’Au-
guste à Dioclétien. Collection Latomus, 110. Bruxelles.
RAMIN, J. (1976): Le Périple d’Hannon. British Archaeological Report
Supplementary Series, 3. Oxford.
RENDIC-MIOCEVIC, D. (1962): “P. Cornelius Dolabella, legatus pro
praetore provinciae Dalmatiae, proconsul provinciae Africae Procon-
sularis. Problèmes de chrnologie”. IV Internationalen Kongresses für
Griechische und Leteinische Epigraphik (Wien, 1962). Österreichische
Akademie der Wissenschaften. Wien: 338-347.
ROGET, R. (1924): Le Maroc chez les auteurs anciens. Les Belles Lettres.
Paris.
SAGAZAN, L.M. de (1956): “L’exploration par Juba II des îles Purpurai-
res et Fortunées”. Revue Maritime, 125: 1112-1121.
SALUSTIO CRISPI, C. (1997): Guerra de Jugurta. Trad. B. Segura. Bi-
blioteca Clásica Gredos, 246. Madrid.
SANTANA SANTANA, A.; ARCOS, T.; ATOCHE, P. y MARTÍN CULE-
BRAS, J. (2002): El conocimiento geográfico de la costa norocciden-
tal de África en Plinio: la posición de las Canarias. Spudasmata, 88.
Georg Olms Verlag. Hildesheim.
SIGMAN, M.C. (1977): “The Romans and the Indigenous Tribes of Mau-
ritania Tingitana”. Historia, 26 (4): 415-439.
SILIO ITÁLICO, T.C.A. (SILIUS ITALICUS) (1961): Punica. I-II.
J.D. Duff (ed.). William Heinemann-G.P. Putnam’s Sons. Lon-
don-New York.

135
SILIO ITÁLICO, T.C.A. (2005): La Guerra Púnica. Trad. de J. Villalba
Álvarez. Akal Clásica, 77. Madrid.
SOLINO, C.J. (2001): Colección de hechos memorables o el erudito. Trad.
F.J. Fernández Nieto. Biblioteca Clásica Gredos, 291. Gredos. Madrid.
SUETONIO TRANQUILO, C. (SUETONIUS) (1961): Suetonius. I. The
Lives of the Caesars. I. The deified Julius. II. The Deified Augustus.
III. Tiberius. IV. Gaius Caligula. B. Perrin (ed.). Harvard University
Press-William Heinemann. Cambridge, Mass.-London.
SUETONIO TRANQUILO, C. (SUETONIUS) (1970): De vita XII Cae-
sarum. J.C. Rolfe (ed.). Harvard University Press-William Heinemann.
Cambridge, Mass.-London.
SUETONIO TRANQUILO, C. (1991): Vida de los Doce Césares. Volú-
men II (Lib. III-IV). De Vita Duodecim Caesarum. Liber III Tiberius.
Liber IV Caligula. Trad. M. Bassols de Climent. 2ª ed. Consejo Supe-
rior de Investigaciones Científicas. Salamanca-Madrid.
SUETONIO TRANQUILO, C. (1993): Vidas de los doce Césares. II. Libro
IV. Calígula. Libro V. El divino Claudio. Libro VI. Nerón. Libro VII. Galba.
Otón. Vitelio. Libro VIII. El divino Vespasiano. El divino Tito. Domiciano.
Trad. R.Mª. Agudo. Biblioteca Clásica Gredos, 168. Madrid.
SYME, R. (1951): “Tacfarinas, the Musulamii and Thubursicu”. P.R. Cole-
man-Norton (ed.): Studies in Roman Economic and Social History in Honor of
Allan Chester Johnson. Princeton University Press. Princeton: 113-130.
SYME, R. (1951/1979): “Tacfarinas, the Musulamii and Thubursicu”. E.
Badian (ed.): Roman Papers. Oxford: 218-230.
TÁCITO, P.C. (TACITUS) (1962): The Histories, Books IV-V. C.H. Moo-
re (ed.). The Annals, Books I-III. J. Jackson (ed.). Harvard University
Press-William Heinemann. Cambridge, Mass.-London.
TÁCITO, P.C. (TACITUS) (1963): The Annals, Books IV-VI, XI-XII. J.
Jackson (ed.). Harvard University Press-William Heinemann. Cambri-
dge, Mass.-London.
TÁCITO, P.C. (1979): Anales Libros I-VI. Trad. J.L. Moralejo. Biblioteca
Clásica Gredos, 19. Madrid.
TARRADELL MATEU, M. (1954): “Nuevos datos sobre la guerra de los
Romanos contra Aedemon”. I Congreso Arqueológico del Marruecos
Español (Tetuán, 1953). Servicio de Arqueología. Alta Comisaría de
España en Marruecos. Tetuán: 339-344.

136
TEJERA, A. y GONZÁLEZ ANTÓN, R. (1984): “Las Culturas Aboríge-
nes”. En M. Barceló (ed.): Historia de los pueblos de España. Tierras
fronterizas I. Andalucía y Canarias. Argos Vergara. Madrid: 297-311.
THOMASSON, B.E. (1996): Fasti Africani, Senatorische und ritterli-
che Ämter in den römischen Provinzen Nordafrikas von Augustus bis
Diokletian. Paul Aströms Förlag. Stockholm.
TISSOT, Ch.J. (1878): “Recherches sur la géographie comparée de la
Maurétanie Tingitane”. Mémoires présentés à l’Académie des Inscrip-
tions et Belles-Lettres, 1ére Série, 9: 139-322.
TISSOT, Ch.J. (1884): Géographie comparée de la province romaine
d’Afrique. I. Géographie physique. Géographie historique. Chorogra-
phie. Imprimerie Nationale. Paris.
TOUTAIN, J. (1898): “Le territoire des Musulamii”. Mémoires de la So-
ciété Nationale des Antiquaries de France, 57: 271-294.
VELEYO PATÉRCULO, C. (VELLEIUS PATERCULUS) (1967): Com-
pedium of Roman History. Res Gestae Divi Augusti. F.W. Shipley (ed.).
Harvard University Press-William Heinemann. Cambridge, Mass.-Lon-
don.
VELEYO PATÉRCULO, C. (2001): Historia Romana. Trad. Mª.A. Sán-
chez Manzano. Biblioteca Clásica Gredos, 284. Madrid.
VIRGILIO MARÓN, P. (VIRGIL) (1967): Virgil. I. Eclogues. Georgics.
Aeneid I-VI. H. Rushton Fairclough (ed.). Revised edition. Harvard
University Press-William Heinemann. Cambridge, Mass.-London.
VIRGILIO MARÓN, P. (1992): Eneida. Trad. J. de Echave-Sustaeta. Bi-
blioteca Clásica Gredos, 166. Madrid.

Alfredo Mederos Martín: Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Ma-


drid. Facultad de Filosofía y Letras. Campus de Cantoblanco. 28.049 Madrid. E-mail: alfredo.mederos@
uam.es.
Gabriel Escribano Cobo: Programa de Doctorado Departamento de Prehistoria, Antropología e Historia
Antigua. Facultad de Geografía e Historia. Universidad de La Laguna. E-mail: escribanocobogabriel@
gmail.com.

137
138
¿LAS PRIMERAS ESCRITURAS DE LANZAROTE Y
FUERTEVENTURA NOS HABLAN DE POBLAMIENTO?
PROPUESTA PARA EL DEBATE

José de León Hernández


Doctor en Historia y arqueólogo

139
Las mismas inscripciones puede ser que nos den un día la palabra
del enigma, cuando se llegue a descifrarlas. Han sido, hasta hora, letras
muertas, pero puede que llegue el momento en que se las pueda leer…
Estas previsiones pudieran no realizarse jamás y que las inscripciones
alfabéticas no conserven un interés real. Sin embargo, son la prueba de
relaciones antiguas entre la gente del norte de África y estas islas. (Ver-
neau, 1981: 97).

Hemos querido regresar al apasionante mundo de las inscripciones al-


fabéticas presentes en las islas de Lanzarote y Fuerteventura y adentrarnos
nuevamente en él, en este caso con una vocación más metodológica y pro-
positiva, ya que el repertorio presenta ya una base objetiva y contrastada
de manifestaciones capaces de articular preguntas pertinentes relacionadas
con el origen, autores, fechas, significado y desarrollo de los grabados al-
fabéticos de estas dos islas.
Los nuevos hallazgos y las nuevas propuestas de interpretación y expli-
cación de estos grabados, no hacen sino reafirmar las posibilidades cientí-
ficas e históricas de tales manifestaciones, entendidas como un elemento
particular dentro del estudio de las primeras etapas de ocupación humana
de las islas más orientales del archipiélago y más próximas al continente
africano. Con esto no queremos decir, más bien todo lo contrario, que nos
interese analizar estas escrituras de forma aislada del o de los contextos
históricos que las originó o las hizo evolucionar, fuera o dentro de las islas,
sino que recalcamos aquí la peculiaridad y singularidad de esos grabados
en el contexto arqueológico del archipiélago y en los procesos que pudo
haber vivido el poblamiento y primeras colonizaciones de estas islas. Den-
tro de esa singularidad, serán, sobre todo, las inscripciones que hemos re-
lacionado desde el inicio de los descubrimientos con alguna variante de la
escritura latina, las que representan un hecho claramente diferenciado en

140
la arqueología canaria. Más aún, se trata de uno de los escasos ejemplos en
que podemos reconocer un hecho cultural claramente suprainsular susten-
tado no sólo en comparaciones tipológicas o formales, sino en un aspec-
to básico del hecho cultural como es la escritura: La función esencial de
nuestra propia escritura es la comunicación: los textos se redactan para
informar o advertir de ciertos hechos. La intención de que el mensaje en
cuestión llegue a un receptor, y que éste sea capaz de interpretarlo correc-
tamente, se concibe como objetivo absolutamente prioritario. (Springer,
2001: 183).
Es cierto que las escrituras en piedra asociadas a la cultura líbico bere-
ber, o amazigh, son otro ejemplo, y muy potente, de una manifestación en
este caso archipielágica, también esencial del hecho cultural y aplicable
igualmente a las dos islas aquí tratadas, pero quizás lo más singular y rele-
vante, es que las escrituras con caracteres latinos se encuentran solamente
en estas dos islas. Este hecho, tan sólo como hipótesis de trabajo y sobre
la base de algunos excepcionales hallazgos en que se encuentran ambas
escrituras asociadas en un mismo lugar, panel y con una técnica de elabo-
ración similar, podría apuntar a una relación más estrecha entre las líbicas
majoreras con las latinas, en el sentido de representar una misma lengua
o dialecto, que con las otras líbicas del resto de las islas. Si admitiéramos
que estas escrituras, y sobre todo las líbico bereber (volveremos sobre este
hecho), perviven en el interior de las sociedades aborígenes de las islas
y no son fruto de contactos aislados y ocasionales, el diferencial cultural
que representaría la larga evolución de cada isla de forma supuestamente
aislada, no haría sino ahondar en la evolución propia de cada escritura del
tipo líbico- bereber y, para el caso que nos ocupa, latinas. En cualquier
caso, sobre este particular hay voces más autorizadas en estas jornadas,
que podrán cuestionar o corregir esta afirmación.
No obstante lo relevante, a mi juicio, es que los hallazgos y el registro
arqueológico parecen apuntar a que al menos en estas dos islas ambas es-
crituras fueron hechas en un mismo contexto cultural, en un mismo tiempo
y, quizás por la misma gente, aunque, insistimos, estamos aún lejos de
dilucidar sin son testigo de una dinámica pasajera vinculada al proceso de
primer contacto y quizás poblamiento de la islas o, si por el contrario, son
una manifestación cultural más, presente en el proceso de desarrollo inter-
no de los grupos que llegan a las islas y deciden quedarse en ellas.
Antes de entrar en materia, nos parece oportuno esbozar sintéticamen-
te, el proceso de conocimiento y “reconocimiento” de estas manifestacio-
nes, no sólo como un repaso descriptivo de la historia de la investigación,

141
sobre lo que, también queremos hacer justicia, sino explicativo de cómo
ese proceso de descubrimiento ha sido consecuencia no sólo de nuevas
perspectivas y estrategias de investigación como reacción a no pocos tó-
picos y prejuicios, sino como causa, cuando no complemento, de nuevas
problemáticas en torno al pasado histórico más remoto de las islas.
Hemos querido, con este preámbulo, destacar la importancia de este
tipo de manifestaciones arqueológicas y su enorme potencial para la in-
vestigación histórica de nuestro pasado, e incluso, del pasado de nuestros
contextos histórico- geográficos próximos. Ahora bien, la intención de esta
comunicación es hacer también algunas propuestas sobre cómo ordenar las
ideas e hipótesis de trabajo que vienen afrontando el estudio de estos graba-
dos muchas veces desde interpretaciones forzadas, cuando no interesadas,
para ratificar tal o cual propuesta explicativa previa o, incluso, “olvidando”
su existencia o importancia cuando no “encajan” en determinadas crono-
logías o contextos culturales. Muchas veces, han sido también observadas
desde lecturas parciales, excesivamente escoradas a lecturas meramente
tipologistas y/o con una fuerte carga difusionista o interpretadas desde un
punto de vista meramente simbólico y cultual olvidando el sentido de co-
municación y, muchas veces funcional, de dichas manifestaciones.
En los últimos años, los grabados alfabéticos han servido de justifica-
ción de supuestas nuevas propuestas, teorías, modelos, en torno al pobla-
miento, que casi nunca son tan nuevas y que casi siempre se fundamentan
en una lectura apriorística de estas manifestaciones arqueológicas que hoy
venimos aquí a debatir. Expondremos y desarrollaremos una serie de valo-
raciones e interrogantes que nos gustaría que pudiera abrir líneas de traba-
jo, debate y contraste en la dirección de desvelar, a nuestro juicio, uno de
los enigmas de mayor interés que tiene hoy la arqueología canaria.

1. ANTECEDENTES: Los primeros hallazgos. Entre la sor-


presa, la incredulidad y la falta de perspectiva
1.1. Cuando nadie, o casi nadie, se había fijado en esas
rayas
Las islas de Lanzarote y Fuerteventura hasta finales de los setenta del
pasado siglo estaban al margen de las grandes líneas de investigación en
torno al mundo de las manifestaciones rupestres. El investigador Mauro
Hernández Pérez hace un primer intento de clasificación sosteniendo que
la mayor parte de los grabados, fundamentalmente los realizados con téc-
nica incisa, fueron elaborados con posterioridad a la Conquista. (Hernán-

142
dez, 1974: 326). Tan sólo los grandes bloques de Zonzamas, merecían un
análisis particular por su relación con la cultura de los majos, ya que se
localizaron dentro del yacimiento arqueológico de Zonzamas. Sobre estos
grabados hace mención el profesor Álvarez Delgado, identificando uno
de ellos con un posible cerdo (Álvarez, 1964). Otros grabados (Pellicer,
1968-69: 304), fueron erróneamente relacionados con formas geométricas
(el pentágono) o zoomorfas (la mariposa), hasta que en un trabajo que
publicamos en el año 1983 (ya localizados los grabados de Tindaya), pu-
dimos relacionarlos con el mundo de los grabados podomorfos (De León,
Hernández y Robayna, 1982: 83-97). En esta isla se desconocía cualquier
indicio a inscripciones alfabéticas hasta el año 1980, en que se dan a co-
nocer numerosos calcos de grabados por J. Brito y J. Espino en una expo-
sición en el Castillo de San Gabriel, destacando los alfabéticos de la Peña
del Letrero en Zonzamas y de la Peña de Luis Cabrera, cerca de Guatiza
(La Provincia, 1980: 20).
Algo similar ocurría en Fuerteventura, donde hasta la publicación de
los grabados de Tindaya (Carreño, 1979. Hernández y Martín, 1980. Cas-
tro, 1987), apenas existían referencias a manifestaciones rupestres, salvo
algún grabado dudoso recogido por el Comisario Provincial de Excavacio-
nes, Sebastián Jiménez Sánchez, para el Barranco del Valle de la Cueva
(Jiménez, 1952). Sin embargo, se había dado a conocer la existencia de dos
bloques de piedra, localizados a finales del s. XIX, aunque desaparecidos,
que tenían hipotéticos signos alfabéticos. Uno fue localizado por el mar-
qués de la Florida en Jandía (1874) y el otro por R. F. Castañeyra (1878)
en el Barranco de la Torre (Berthelot, 1980: 142-144). R. Verneau conoce
estos descubrimientos, dudando de su autenticidad. A mediados del siglo
XX, Pedro Hernández Benítez las relaciona con la escritura latina (Her-
nández, 1955: 182-186), y el propio Álvarez Delgado intenta una posible
transcripción a partir del líbico bereber (Álvarez, 1964).

1.2. Zonzamas y LuIs Cabrera. Primeras sospechas. Incre-


dulidad y el peso de los tópicos
Como hemos podido comprobar, estas dos islas no participaban del de-
bate sobre la presencia de inscripciones alfabéticas en el archipiélago, muy
centrado en las islas de Gran Canaria y El Hierro, y en menor medida de
La Palma. El descubrimiento de los grabados del Júlan en El Hierro y del
Barranco de Balos en Gran Canaria, a partir de la segunda mitad del s.
XIX, hicieron que el estudio de estas inscripciones, asociada a las culturas
aborígenes del archipiélago, representara uno de los paradigmas más im-

143
portantes de la arqueología canaria desde el citado siglo y, sobre todo, a lo
largo de todo el siglo XX. Berthelot, el propio Verneau, G. Faidherbe, D.
Wölfel, Marcy, Monod, Álvarez Delgado, Mauro Hernández Pérez, entre
otros, dedicaron su atención, desde dentro o desde fuera de las islas, al
estudio de estas manifestaciones.
El hecho de haberse descartado su presencia en las otras islas, algo que
se demostró totalmente erróneo a partir de la década de los ochenta del
pasado siglo, motivó no sólo una despreocupación por parte de los inves-
tigadores hacia este tipo de manifestaciones arqueológicas en Lanzarote y
Fuerteventura (dudándose de la veracidad de los supuestos grabados ma-
joreros del s. XIX), sino que conllevó una actitud de incertidumbre ante
los primeros hallazgos habidos en estas islas. Los grabados de la Peña del
Letrero y los de La Peña de Luis Cabrera, no sólo no fueron valorados en
su justa medida por sus descubridores, sino que los intentos que hicimos
por mostrar sus calcos en la Universidad o en el Museo Canario y nuestras
primeras discusiones con importantes arqueólogos sobre la naturaleza al-
fabética de esos grabados y su interés para el debate del poblamiento, no
fueron tomados inicialmente en consideración. Pesaban más los tópicos de
cuestionar su antigüedad por la supuesta imposibilidad de hacer grabados
incisos sin metal o la posibilidad de que algunos grabados fueran realiza-
dos por la población morisca traída de esclava después de la Conquista
y, por último, por la falta de referencias anteriores, sobre todo para las
inscripciones supuestamente latinas (excluyendo las ya citadas y desapare-
cidas de Fuerteventura)

1.3. Ya no era un hecho casual y las había en la otra isla


En el verano de 1981, realizamos un viaje a Fuerteventura, con el fin
de visitar el yacimiento de la Montaña de Tindaya, que había sido recien-
temente descubierto y dado a conocer, por P. Carreño Fuentes, D. Castro
Alfín y, sobre todo, por la publicación de los investigadores M. Hernández
Pérez y D. Martín Socas, en la que se estudiaba los grabados podomorfos
localizados en la citada montaña, así como numerosos yacimientos de su
contexto territorial. En realidad, el hallazgo de las primeras inscripciones
alfabéticas localizadas en Fuerteventura fue fruto del azar o, en todo caso,
de una curiosa coincidencia. Eran grabados podomorfos lo que buscába-
mos y precisamente nos dirigimos al Barranco del Cavadero o Barranco
Azul para identificar un supuesto podomorfo, por indicación de un anciano
de La Caldereta que nos contó la leyenda de un pie grabado en la Peña
(o Piedra) Azul, en el cauce medio del referido barranco. Nos contaba el

144
anciano que, en una roca de la Peña Azul, había un rebaje que le decían el
“Pie de la Virgen”, algo que nos llamó la atención, sobre todo por compa-
ración con una leyenda similar en el Barranco de la Peña. Cuando llega-
mos a la Piedra Azul, prospectamos todo el macizo basáltico, así como los
bordes del barranco en busca de la supuesta huella de pie, sin encontrarla.
Lo que no esperábamos, era que en ese mismo lugar existían numerosas
inscripciones alfabéticas muy similares a la de Lanzarote (Peña del Letre-
ro) y que, además, se reconocían otros grabados, en este caso elaborados
con la técnica del picado, muy similares a los motivos dibujados para los
desaparecidos de Jandía y el Barranco de la Torre.
Comprendimos rápidamente la importancia del hallazgo, en la medida
que no sólo eran los primeros de este tipo en Fuerteventura, sino que se
trataba de una misma manifestación arqueológica presente en las dos islas,
lo que reafirmaba el carácter no casual y aislado de este elemento.

1.4. Los siguientes hallazgos. Una etapa de búsquedas


sistemáticas
También en el año 1981, Pedro Hernández Camacho da a conocer unos
signos grabados en la Peña de Juan del Hierro, en Soo, que relacionamos
con la escritura líbico bereber, si bien en las inmediaciones se localizaban
signos aislados posiblemente relacionados con la otra escritura (De León,
Hernández y Robayna, 1982: 85). Durante las excavaciones arqueológicas
en la Villa de Teguise, en el año 1983, durante una visita al Barranco de
Las Piletas, con el fin de visitar el yacimiento de Guenia y los grabados
geométricos que dio a conocer J. Brito en la exposición del año 1980, una
de nuestras colaboradoras en las excavaciones, Rita Corujo, nos advirtió
de la presencia de un grabado con signos similares a los de Zonzamas, en
una cornisa del barranco. Nos acercamos al lugar y comprobamos que se
trataba de otra inscripción alfabética del tipo latino. Roberto Hernández
Bautista y Mª. A. Perera Betancor publican un artículo sobre estos gra-
bados, relacionándolos con la escritura latina, en concreto con la variante
cursiva pompeyana de la misma (Hernández y Perera, 1983). El propio R.
Hernández realiza diversos trabajos sobre estas escrituras, especialmente
para Fuerteventura. Con este autor y Mª. A. Perera desarrollamos la hipóte-
sis del origen latino de estos grabados (De León, Perera y Robayna, 1988).
En el año 1984, durante la elaboración de la Carta Arqueológica de
Fuerteventura, en el Morro de la Galera, o Degollada de la Brita, pudimos
identificar junto a un grabado barquiforme, un nuevo grabado alfabético
muy similar al hallado en la isla de Lanzarote el año anterior (De León et

145
alii, 1987: 113). En el año 1985, durante una excursión con un campo de
trabajo de jóvenes, descubrimos la importante estación de grabados alfabé-
ticos de Tenésera (De León y Perera, 1993: 457). Ya en esas fechas la bús-
queda de este tipo de inscripciones representaba una línea sistemática de
trabajo en las prospecciones de campo, multiplicándose los descubrimien-
tos, sobre todo de la mano de la continuación de la Carta Arqueológica de
Fuerteventura, bajo la dirección de María A. Perera Betancor, Margarita
Cejudo Cejas e Ignacio Hernández Díaz y con la colaboración de José A.
Vera Lima, Antonio Cabrera, entre otros. En este período se producen los
importantes hallazgos de Morro Pinacho, Montaña Blanca, Tierra Mala o
la Montaña del Sombrero.
Los primeros trabajos de síntesis que publicamos en torno a las inscrip-
ciones alfabéticas de estas dos islas, pese a plantear ya, desde la década
de los ochenta, algunas de las hipótesis centrales sobre las que se sigue
investigando en la actualidad, parecen ser desconocidos por algunos inves-
tigadores que en publicaciones recientes presentan como novedad lo que
ya está dicho y repetido, sin que se vislumbre por ahora grandes novedades
en la línea de acercarnos al origen y significado de estos grabados. En un
trabajo que presentamos a las Jornadas de Estudio en el año 1987, nos
planteamos realizar una propuesta de clasificación de los grabados de estas
dos islas, donde individualizamos el mundo de los alfabéticos, profundi-
zando en su subclasificación y en las posibles hipótesis interpretativas. Así,
tratamos sobre la posible relación de estos grabados con la cultura de los
majos, su origen, motivación, autores, cronologías, relación entre ambas
escrituras, contextos históricos de referencia (como las expansiones co-
merciales fenicias y púnicas o la romanización del norte del continente, sus
móviles económicos y estratégicos), exponiendo la necesidad de elaborar
un amplio corpus de inscripciones, con el fin de dar un soporte riguroso a
los estudios sobre los mismos y sobre las causas y consecuencias históricas
derivadas de su realización, como puede ser el proceso de descubrimiento
y poblamiento de las islas.

2. Líneas de investigación: Planteamientos críticos y


autocríticos
Paralelo a nuestros trabajos, se han venido desarrollando algunas líneas
de investigación sobre estas islas que también se han ocupado del estudio
de las primeras inscripciones recién descubiertas y su posible relación con
el poblamiento. Si bien, algunas y algunos investigadores en un principio
no profundizaron en posibles pautas interpretativas, más preocupadas y

146
preocupados por añadir nuevos hallazgos y elaborar descripciones e in-
ventarios de los grabados y motivos, poco a poco han ido tomando cuerpo
diferentes líneas de trabajo que van adelantando distintas hipótesis sobre
el significado y contexto histórico de estos grabados. Entre las líneas de
trabajo que se han desarrollado, queremos destacar las siguientes:

La que iniciamos a comienzos de la década de los ochenta un colectivo


de investigadoras e investigadores fundamentalmente originarios de estas
dos islas (M.ª A. Perera, J. de León, M. Cejudo, N. de León, M. A. Ro-
bayna, P. Hernández,…) donde, a partir de los primeros grabados dados a
conocer por J. Brito, pusimos en marcha una perspectiva de investigación
centrada en estas inéditas e importantes evidencias de la arqueología no
sólo de Canarias, sino del norte de África, sobre todo bajo la premisa de
que se trataba de un hecho no aislado y que era factible sistematizar los
hallazgos, dado que una de nuestras estrategias de investigación en ese
momento era el análisis del territorio (El Jable, Malpaís de la Corona, Car-
ta Arqueológica de Fuerteventura,...).
Por otro lado, la preocupación por introducir fundamentos teóricos a los
análisis de nuestro pasado, sobre todo desde el materialismo histórico o la
ecología cultural, nos llevó a plantear la elaboración de pautas de inter-
pretación de la arqueología de estas dos islas y, en particular, del origen y
significado de estos nuevos grabados, reivindicando, nuevamente, el acer-
camiento no sólo a la arqueología, sino a la historia del vecino continente.
En esa perspectiva valoramos la evolución de los contextos históricos y
culturales del norte de África y de las grandes culturas del Mediterráneo
clásico, los factores favorables o no (tanto ambientales, como culturales)
al hipotético poblamiento (poblamientos o despoblamientos), los factores
económicos y políticos que pudieron propiciar contactos o fenómenos de
poblamiento, los problemas de la navegación, etc.1. A comienzos de la dé-
cada de los noventa, la mayor parte del equipo se apartó de estos traba-
jos, continuando sobre todo M.ª A. Perera impulsando un nuevo equipo
de trabajo con A. Tejera, sobre todo al calor de su tesis doctoral, y con R.
Springer, para el tema específico de las inscripciones. Sobre estas líneas de
investigación nos detendremos más adelante.

1
La mayor parte de estas preguntas sobre el mundo de los grabados alfabéticos de
las islas orientales, las desarrollamos para nuestra tesina, titulada El Poblamiento de
Canarias (inédita).

147
Por nuestra parte, continuamos con las prospecciones en la década de
los noventa, con nuevos hallazgos y con algunos trabajos y publicaciones
conjuntas con M.ª A. Perera, M. Cejudo y R. Springer (Perera, Springer,
Cejudo y De León, 1999). En estos últimos años, nuestro esfuerzo investi-
gador se ha orientado hacia la arqueología “del volcán” y “del Jable”, por
lo que hemos abandonado durante un tiempo el estudio de los grabados al-
fabéticos de estas dos islas. No obstante, fruto del trabajo de campo en esos
territorios, ha sido el descubrimiento de nuevas estaciones de grabados
alfabéticos, como los de la Montaña de Ortiz. Por otro lado, y al calor del
estudio de esos territorios insulares, no hemos dejado de estudiar aspectos
relacionados con el problema del poblamiento de estas islas.

II

A comienzos de la década de los ochenta, existió un grupo de investi-


gación, el formado por los profesores A. Tejera, Fdez. Miranda y Rodrigo
de Balbín, que realizan un estudio sobre la arqueología de Lanzarote y,
dentro de él, se detiene en las recién descubiertas inscripciones alfabéticas.
Hay que decir que, por diversas circunstancias, alguno de estos investiga-
dores han seguido trayectorias contrapuestas, incorporándose, a posteriori,
a propuestas sobre el poblamiento en gran medida antagónicas, por lo que
entendemos que este grupo de investigación no tuvo continuidad.

III

A. Tejera, formando un nuevo equipo de investigación con Mª. A. Pe-


rera, continúan con el estudio de estos grabados, sobre todo en Fuerteven-
tura, planteando la importancia de los mismos sobre todo para el contexto
del poblamiento, proponiendo su denominación como líbico-canarios, a
semejanza de la caracterización que hace R. Rebuffat, para unos grabados
localizados en el yacimiento de Bu Njem, en Libia (Rebuffat, 1974-75).
En cualquier caso, creemos que con bastante prudencia sostiene las di-
ficultades que existen aún en resolver el enigma de estos grabados: Ante
esta suma de interrogantes, no parece posible por ahora rechazar ningu-
na propuesta. En contrapartida, tampoco nosotros contamos con los su-
ficientes argumentos para sostener ninguna hipótesis bien fundamentada.
(Tejera y Betancor, 1996: 116). Quizás el aspecto en el que manifestamos
más diferencias con respecto a los trabajos de estos autores es en el de una
excesiva lectura simbólica del territorio y, en particular, de las manifesta-
ciones arqueológicas en él, especialmente en el caso de las manifestacio-

148
nes rupestres. El componente cultual de muchas manifestaciones que, a
nuestro juicio, responden a motivaciones más funcionales o la relación en
ocasiones no fundamentadas de estas manifestaciones con otros elemen-
tos del contexto (posibles túmulos, canales, hitos geográficos), no queda,
muchas veces demostrada. Por otro lado, hemos manifestado, también,
nuestras dudas a denominar estas inscripciones como líbico canarias, en
correspondencia con las de Bu Njem. Quizás sería más acertado el término
latino canarias, defendido por otros autores, como veremos más adelante,
ya que líbico canarias serían, también, todas las líbicas que se localizan en
el resto del archipiélago y, en este caso, claramente asociadas a las grafías
líbico bereberes o amazigh. Creemos que, por el momento, lo más singular
es la presencia de grafías latinas en los grabados aquí analizados.
Hay que destacar, también, la colaboración de otros investigadores con esta
línea de trabajo, como R. Springer (aunque analizaremos a esta autora de for-
ma independiente) o J. A. Belmonte. También hay que apuntar el desarrollo de
trabajos de campo en algunas áreas del vecino continente y la aplicación de
estudios estadísticos.

IV

La de dos investigadores (W. Pichler2 y H. J. Ulbrich) del Institutum Ca-


narium, institución austríaca que lleva una línea de investigación centrada
en el archipiélago, sobre todo a través de su publicación Almogaren. Estos
autores inician un programa de estudio de campo, no siempre explicitados,
y de reproducción y clasificación, centrado en las inscripciones alfabéticas
en estas dos islas, especializándose W. Pichler en la isla de Fuerteventura
y J. Ulbrich en Lanzarote. Será precisamente la revista Almogaren, quien
comenzará a presentar estudios parciales o generales sobre estos grabados,
aportándose gran cantidad de calcos y reproducciones, muchos inéditos.
También publicarán en otras revistas científicas internacionales, como Sá-
hara, siempre olvidando los trabajos previos y, en ocasiones, apropián-
dose de hallazgos y propuestas interpretativas. Lo más reciente ha sido la
publicación de un libro sobre las inscripciones de Fuerteventura, donde
W. Pichler recapitula lo conocido hasta ese momento y profundiza en la
posible interpretación y naturaleza de estos grabados. Cabe destacar el es-
fuerzo de sistematización, el análisis estadístico y comparado, el conoci-
miento de algunas regiones y yacimientos del norte de África y la voluntad
de interpretación y transcripción de los grabados, aunque no profundiza
2
Poco antes de la presentación de esta comunicación falleció W. Pichler en un desgra-
ciado accidente. Manifestamos desde aquí nuestras condolencias.

149
demasiado en el estudio de los contextos históricos. Creemos que sin ex-
cluir el interés que puede tener este exhaustivo trabajo de sistematización
que realiza sobre los paneles y, sobre todo, motivos y representaciones de
signos escriturarios, adolece de una metodología rigurosa en la obtención
de la información y reproducción de los grabados, algo a lo que el mismo
hace referencia: Todas las inscripciones se visitaron varias veces y en di-
ferentes posiciones del sol. Exceptuando sólo algunas, la mayoría de las
inscripciones ofrecen, dependiendo del grado de inclinación de los rayos
solares, una imagen bien diferente. En muchos casos, los grabados son
tan poco profundos, o están tan marcadamente erosionados, que apenas
se los puede diferenciar de los surcos de la roca. Por tanto, sólo con gran
dificultad se puede ofrecer una reproducción objetiva de los mismos. Los
dibujos realizados se basan exclusivamente en diapositivas, con lo que pa-
rece garantizarse la mayor proximidad posible a la realidad. No obstante,
en el caso de algunas sucesiones de signos sobregrabados de forma espe-
cialmente marcada, sólo cabe la tentativa de una reconstrucción (Pichler,
2003: 39).
Por otro lado y como hemos dicho, no reconoce el esfuerzo y los tra-
bajos que se han llevado a cabo antes de su investigación: Si bien algu-
nas inscripciones de este tipo fueron descubiertas ya a comienzos de los
ochenta en las dos islas orientales del Archipiélago, los especialistas ape-
nas les prestaron atención (Pichler, 2003: 21). Frente a esa observación, ya
hemos citado que esos primeros trabajos no sólo se centraban en el proce-
so de descubrimiento y sistematización de las manifestaciones rupestres,
sino en las propuestas de interpretación y contextualización histórica (De
León, Hernández y Robayna, 1982; Hernández y Perera, 1983; De León,
Perera y Robayna, 1988; De León y Perera, 1995; entre otras). Sobre todo
nos sorprende este hecho ya que algunas de esas propuestas él mismo las
defiende.

Una de las vías más controvertidas, y cuya aportación al debate sobre


el origen e interpretación de las inscripciones alfabéticas ha aportado más
sombras que luces, ha sido la propuesta por el ya fallecido investigador
Rafael Muñoz, al calor del supuesto hallazgo de la piedra Zanata. Para
este autor, las inscripciones que hemos considerado como latinas (también
denominadas líbico-canarias), serían púnicas, algo que defienden también
(en cuanto a la lectura de los supuestos grabados) algunos de sus segui-
dores en el caso de la piedra Zanata (R. González Antón, C. del Arco,

150
Rodrigo de Balbín, P. Atoche, entre otros). Creemos que el problema, más
que en la lectura que hace este investigador, ha estado sobre todo en la au-
tenticidad, no sólo del propio objeto, para el caso de la piedra Zanata, sino
de la representación de algunos grabados a partir de calcos poco riguro-
sos. Esto, sin olvidar el escándalo mediático, científico e incluso político,
que generó. Rafael Muñoz se encarga de leer e interpretar algo que le han
dado por bueno. No obstante, creemos que en sí mismo gran parte de la
metodología que emplea y de la interpretación que hace, ofrece muchas
dudas. Así, en la medida que basa fundamentalmente sus valoraciones en
las reproducciones hechas por W. Pichler, nos parece un tanto contradic-
torias sus conclusiones en relación a dicho autor, ya que éste las considera
latinas y no púnicas o neopúnicas como sostiene Muñoz y que niega el
carácter latino de las mismas, y sobre todo que pudieran ser cursiva pom-
peyanas. En cualquier caso, él mismo advierte de lo poco fundamentado
que está aún (en el momento de escribir su libro) el tipo de escritura que él
denomina púnica y a la que se aferran como un clavo ardiendo y sin mar-
gen de duda otra corriente de investigación que analizaremos más delante.
Nos dice Muñoz: No soy yo quien debe hablar de la importancia de esta
serie, en la que hasta el momento no ha sido estudiada a fondo. Dejo a
los investigadores que reflexionen sobre la trascendencia que puede tener
este alfabeto en Canarias. Pero la existencia de estas grafías nos aporta
importantísimos datos religiosos y lingüísticos que tienen mucho que ver
con el campo de este estudio. (Muñoz, 1994: 25).
Aunque plantea la necesidad de profundizar en el estudio de estos gra-
bados, los argumentos que sostiene para la descripción, interpretación y
valoración de la piedra Zanata, de numerosos términos guanches, y de
los grabados que aquí nos ocupan, no nos parecen adecuadas. Una de las
conclusiones que aporta es que las inscripciones de la piedra Zanata (y
entendemos que aplicable al resto de las inscripciones), pudiera contener
un mensaje oculto: Esto ya nos lleva a un plano superior, mientras el exa-
men de los signos de la piedra, considerados en un nivel solamente ideo-
gráfico, pertenecen al nivel inferior dentro de la polisemia que genera la
inscripción, hay otro nivel superior. El nivel superior es el que pertenece
al mundo mágico, que nos indica que la piedra Zanata es un talismán en
piedra, con los mismos signos de la magia, como hemos demostrado. Pero,
aunque parezca paradógico, lo que está en el plano ínfimo de la inscrip-
ción es, a su vez, el nivel más evidente, mientras que lo que se sitúa en el
superior pertenece al plano más recóndito y críptico (Muñoz, 1994: 178).
Ante este postulado del “todo puede ser”, el especialista francés L. Ga-
land, al verse inmerso en la viva polémica sobre la piedra Zanata, hace

151
una pequeña valoración sobre estos grabados y sobre la reflexión última
de Muñoz en cuanto al contenido oculto y voluntario de la escritura que
a veces practican los tuaregs para ciertas inscripciones realizadas en talis-
manes. Nos dice Galand con cierta ironía: la lectura solo es posible por el
destinatario: el genio o el Dios, no siendo ni el uno, ni el otro, dejo mi sitio
a uno más competente (Galand, 1989).
En cualquier caso, no creo que R. Muñoz valorara en su justo alcance el
escándalo de la piedra Zanata, sobre todo porque lo que estaba en juego era
la propia autenticidad de la piedra y, en todo caso, la interesada valoración
que se hizo por arqueólogos y no por lingüistas, de formas, motivos, peces,
falos, etc. R. Muñoz manifiesta una lógica cautela ante el estudio de estos
grabados, si bien apuesta por tomar partido por una línea de interpretación:
El progreso científico consiste en romper los paradigmas, en rehacer los
modelos anteriores, creando uno nuevo. Y ello, a base de tanteos. Y con el
riesgo de equivocarse. Me refiero en concreto al método de Galand, segui-
do al pie de la letra en una Tesis Doctoral, recientemente defendida por R.
Springer. El método de Galand es riguroso: consiste en observar las series
alfabéticas líbico-bereberes, en comparar los signos con esas series; el ver
sus frecuencias, sus variantes; es un método realizado para el porvenir,
para los que viene detrás. Pero es un camino demasiado cauteloso. Jamás
correrá el riesgo de que una nueva inscripción cause un escándalo como
el que ha levantado la piedra Zanata. Creo, sin embargo, que es mejor
correr ese riesgo: hay que romper esos moldes, para que el conocimiento
avance. (Muñoz, 1994: 12).

VI

Aunque ya existían algunos antecedentes en el terreno de la investiga-


ción sobre las inscripciones de Lanzarote y Fuerteventura, sobre todo por
parte del ya citado Rodrigo de Balbín y sobre los problemas del pobla-
miento de la islas, especialmente por parte del profesor Pablo Atoche Peña
a partir de sus excavaciones en el yacimiento del Bebedero en la isla de
Lanzarote, será, sobre todo, a partir de la polémica piedra Zanata, cuando se
conforma y cohesiona un grupo de investigación directamente relacionado
con la problemática del poblamiento, a partir, sobre todo, de la expansión e
influencia fenicia en el Mediterráneo occidental y fachada atlántica norte-
africana. Este grupo de investigación, que está presente en las Universida-
des de Alcalá de Henares y de Las Palmas de Gran Canaria, gira sobre todo
en torno al Museo Arqueológico de Tenerife y a su línea editorial (ERES,
publicaciones específicas), desplegando, desde mediados de los noventa

152
del pasado siglo, múltiples iniciativas de investigación, jornadas, exposi-
ciones y publicaciones en torno al origen fenopúnico del poblamiento de
las islas y a la presencia de una importante presencia de esas culturas en el
registro arqueológico del archipiélago (cerámicas anforoides de Tenerife,
ciertos grabados rupestres en esa misma isla) y a partir de algunas fechas
absolutas, como la de la cueva de Don Gaspar en Icod, excavada por la
profesora C. del Arco3. Esta línea de trabajo se ha ido abriendo paso de
manera cada vez más diferenciada, autodefiniéndose como “innovadora”,
en el ámbito de la investigación arqueológica canaria, curiosamente sobre
un tema, el poblamiento, que ha sido un tema recurrente en los estudios del
pasado histórico de las islas: por nuestra parte, para el planteamiento de
estas hipótesis hemos escogido otro punto de mira al utilizado hasta ahora
y que nos parece novedoso: interpretar las islas desde el exterior. Es de-
cir, intentar conocer qué incentivos económicos presentaban a un posible
visitante que justificase su poblamiento posterior. Para ello, y de un modo
general, debemos insertar los acontecimientos canarios coetáneos en la
Historia Antigua desde una vocación atlántica, no solamente mediterrá-
nea como se ha hecho hasta ahora. (González, 1999: 311).
De esta manera, estos autores no sólo reorientan la valoración de buena
parte del registro arqueológico hacia una estrecha relación con las pautas
culturales de aquellos grupos humanos del Mediterráneo antiguo, sino que
de repente se multiplican los hallazgos claramente pertenecientes a dichas
culturas, con el descubrimiento o “redescubrimiento” de objetos, según
ellos, de clara factura bien fenicia o romana. Para tal valoración se apoyan
en unas cronologías antiguas que creemos habría que poner en cuestión,
pero que para dichos autores les sirven para ratificar tales hipótesis, lo que
les llevará a establecer “supuestos modelos” cuando no “teorías” sobre
el poblamiento de las islas: Todo lo que no responda a estos criterios es
atípico y seguramente es así. Pero es atípico porque falta un cuerpo teó-
rico donde situarlos y eso es lo que pretendemos realizar… Ahora bien,
¿no echamos en falta materiales no seleccionados? ¿Qué características
tenían para no ser reconocidos como aborígenes? Por ejemplo, ¿qué fue
de los materiales cerámicos a torno? Lo que no podemos es dudar de su
existencia, ni de la existencia de tantos otros materiales porque los ejem-
3
Cabe destacar las Jornadas llevadas a cabo en La Laguna, que giraban, en buena medida, en
torno a las manifestaciones rupestres y el poblamiento, o la macroexposición Fortunae Insulae.
Hay que advertir, que igual que me he mostrado contrario a que la organización de algunos
encuentros no haya realizado el esfuerzo de invitar a participar activamente a esta corriente de
estudio, también he denunciado que dicha corriente y sus autores han mantenido una línea de
exclusión para con el resto de los investigadores. Si esto se consigue en estas Jornadas, saluda-
mos desde luego la iniciativa.

153
plos hoy ya son múltiples. Por otra parte, ¿cómo explicar en el contexto
canario la presencia de materiales claramente relacionables con el Medi-
terráneo, p. e. ciertos ídolos, si han sido descontextualizados?... Nosotros
vemos un conjunto de materiales e indicios arqueológicos no valorados
adecuadamente y una situación geoestratégica del archipiélago que, a
mediados del primer milenio, le hacen susceptible de entrar en la óptica
colonial feno-púnica. (González, 1999: 310- 311).
Curiosamente, algo tan importante como los grabados aquí analizados,
sobre todo al estar precisamente en las islas que más se utilizan para rea-
firmar esos supuestos nuevos modelos de poblamiento, no ocupan un lugar
central en la preocupación de esta corriente y de estos arqueólogos (P.
Atoche, R. González, C. del Arco). No podemos negar que las inscrip-
ciones alfabéticas representan una de las manifestaciones arqueológicas
más claras, objetivas y con un gran potencial para analizar el fenómeno
del poblamiento o al menos el de los contactos exteriores en la antigüedad
clásica. Para las teorías de Pablo Atoche, sobre todo tras los últimos des-
cubrimientos en el yacimiento de Buenavista que, según él, retrasaría los
contactos e incluso un primer poblamiento hasta el s. X a. C., de la mano
de navegantes y comerciantes fenicios, estos grabados no encajan bien,
como tampoco parece cuadrar con las valoraciones que hizo R. Muñoz en
su momento, y que Atoche ha apoyado, de considerarlas púnicas o neopú-
nicas y, por lo tanto, de un contexto cronocultural posterior a las fechas
aportadas para Buenavista y anterior a la colonización romana que ha
defendido para El Bebedero. Si admitimos lo que P. Atoche admitía hasta
hace poco, es decir, una importante presencia e influencia romana en Lan-
zarote a través del registro arqueológico, de los pozos de cámara, de dis-
tintos objetos muebles o ánforas (Atoche, 2003, 1989, 1999), los grabados,
de admitir su posible relación con el latín, podrían encajar perfectamente
en esa teoría, por lo que nos sorprende la poca utilización que hace de los
mismos, sobre todo cuando de otros elementos y objetos hace una intensa
defensa sobre su procedencia romana.
Quizás haya dos razones: por un lado, la contradicción que existiría con las
tesis de Muñoz y, por otro lado, porque debilita sus propias hipótesis, que en
poco más de diez años no es que hayan revolucionado la arqueología canaria y
la propia historia del contexto norafricano, sino que ha revolucionado (y cues-
tionado) sus propias hipótesis, algo que no necesariamente es malo. En este
caso, estamos dentro de este grupo de investigadores, con uno de los que más
ha querido aportar “evidencias” materiales al registro arqueológico de aque-
llas culturas (representación de la diosa Tanit, placas decoradas con manos,
escarabeos, representación de la diosa Tuerig,...), por lo general de manera

154
indistinta y contradictoria, donde las “pruebas” no se plantean abiertamente
para su posible refutación científica. En este caso, las dataciones absolutas, el
comparativismo interesado y el “determinismo ambiental” se convierten, en sí
mismas, en el factor clave de la explicación histórica, aunque haya que cubrir
un fenómeno cronocultural de diez siglos.
Veamos, desde ese apoyo metodológico, la interpretación que hace el
profesor Atoche de todo ese amplio período de más de 1000 años, en la
vida de los pueblos que llegaron a la isla y se desarrollaron en ella: … En
la cercana isla de La Graciosa el yacimiento de “El Descubrimiento” ha
proporcionado recientemente dos dataciones obtenidas por termoluminis-
cencia que sitúa el inicio de la presencia humana en torno a los comien-
zos del primer milenio a.n.e. (1096+/- 278 a.n.e. y 950 +/- 277 a.n.e.);
su antigüedad unida al contexto arqueológico del que proceden permiten
confirmar el tránsito del II al I milenio a.n.e. como el momento a partir
del cual debió iniciarse el proceso colonizador del archipiélago canario...
En concreto, la serie de fechas que manejamos para Lanzarote proceden-
tes de El Bebedero reflejan el devenir histórico de la isla desde el siglo I
a.n.e. hasta los albores de la conquista normando-castellana, en el siglo
XIV d.n.e., permiten determinar que, con anterioridad al cambio de Era,
se habría dado una situación medioambiental de equilibrio generalizado
en la totalidad de la isla. Esa ausencia de transformaciones precede a la
presencia romana en la isla, un hecho que sirve de indicador para poder
asegurar que aunque Lanzarote fue conocida e incluso llegó a sustentar
algún enclave colonial en su territorio del tipo factoría o punto de reca-
lada, a lo largo de las centurias que transcurren desde el descubrimiento
de las islas hasta el siglo I a.n.e. sólo sería objeto de una colonización de
baja intensidad4. Por tanto, durante un largo período de tiempo en la isla
sólo se hallarían ocupados determinados enclaves costeros, aunque sin
que ello significara una explotación intensiva de los recursos terrestres,
la cual sólo se iniciaría a partir del momento en que entran en juego en
esa región del Atlántico los intereses romanos, ya en el siglo I a.n.e. En
consecuencia, fueron gentes procedentes de los ambientes romanizados
del “Círculo del Estrecho” quienes decidieron organizar la definitiva ex-
plotación económica de Lanzarote, y muy probablemente de Fuerteventu-
ra, mediante el desarrollo de una intensa actividad ganadera. Todo ello
formando parte de un proceso generalizado de intensificación económica
4
Son precisamente los últimos trabajos que hace en el yacimiento de Buenavista los que le
aportan, no sólo nuevos elementos en el registro material, sino, sobre todo, nuevas fechas que
le ayudan a cubrir esa etapa intermedia, sobre todo activa entre los siglos VI y IV a. C., relacio-
nadas claramente con el mundo fenopúnico.

155
orientada a satisfacer la demanda exterior de carnes en salazón, cueros
curtidos,… y que al menos en Lanzarote produjo como resultado la des-
trucción de suelos y la transformación del medio. (Atoche, 2007:25- 26).
El desarrollo de esta línea de investigación, y de interpretación, también
está presente en la isla de Fuerteventura, con el estudio de yacimientos
como el de Butihondo en Jandía, la Rosita del Vicario en el Barranco de La
Torre o Lomo Lezque en Puerto del Rosario (C. del Arco y R. González).
Creemos que hay muchas lagunas en las conclusiones que aportan los in-
vestigadores de esta corriente. Por ejemplo: ¿Por qué queda fuera de esos
análisis, o tienen sólo un valor relativo, el mundo de las inscripciones alfa-
béticas? ¿Qué pasa en el registro arqueológico en esos yacimientos, entre
el siglo III d. C. y el siglo XV? ¿Y con la posible reocupación de alguno de
ellos después de la Conquista?

VII

Otros investigadores como G. Escribano Cobo y M. Mederos, parecen


seguir tales pautas, aproximándose bastante al modelo de poblamiento ex-
presado anteriormente, sobre la base del contexto cultural fenicio. Estos
investigadores, no obstante, actúan de manera cada vez más independiente
con respecto al anterior equipo y con una línea de trabajo más específica en
torno a los problemas de la navegación en el Mediterráneo occidental y la
fachada atlántica norteafricana. Nuevamente, creemos que se incorporan
argumentos excesivamente forzados y poco fundamentados para apoyar
sus propuestas en torno a los primeros contactos y el poblamiento de las
islas. Para ello, utilizan ciertos elementos del registro material que son aso-
ciados a las culturas que en cada caso interesan, para demostrar supuestos
contactos e influencias. En este sentido, se recoge un amplio repertorio de
objetos de las diferentes islas (ídolos, grabados, placas, pintaderas, cuevas
pintadas, pozos, betilos,...), sin referencias cronoculturales precisas para
aseverar, en la línea de los otros autores antes citado (Balbín, González,
Arco, Atoche) su naturaleza o influencia fenicia, púnica o romana: El re-
gistro arqueológico sugiere una presencia púnica en las islas,..(López y
Mederos, 2008: 355); ... Puesto que desconocemos una tradición betílica
de las poblaciones indígenas de la fachada atlántica norteafricana, la im-
plantación y presencia de cultos betílicos en las Islas Canarias no pue-
de ser ajena a las influencias fenicio-púnicas. (López y Mederos, 2005:
358);... Un caso interesante es la posible representación de una mano
abrasionada sobre soporte móvil en una placa trapezoidal de Zonzamas
(Teguise, Lanzarote)(Atoche et alii, 1997:12, fig. 1; Arco et alii, 2000: 46).

156
Si nos atenemos a la cronología que se da al yacimiento, “la primera
ocupación de Zonzamas se produciría en un momento posterior al siglo
IV d. C. “, la cronología de la pieza sería como mínimo tardorromana o
posterior. (Mederos y Escribano, 2002: 91).
Más extremo es el caso de la iconografía de grabados rupestres bar-
quiformes en las islas para demostrar evidencias de navegación y tipos
de embarcaciones, que refrenden ciertos viajes y la presencia de ciertas
poblaciones. En relación a los grabados de El Cercado en La Palma, cree-
mos que los propios autores hacen suyos ciertos poderes extrasensoriales
utilizados abusivamente por la arqueología. Nos dicen estos investigado-
res, a partir de una serie de incisiones grabadas en la roca, que estamos
ante dos posibles hipooi fenicios: La barca más pequeña apenas presenta
datos significativos, salvo el prótomo de proa que está representado en
una posición más horizontal. La segunda embarcación, grabada de forma
más detallista, presenta mayor información orientativa sobre la arquitec-
tura naval de la embarcación. La proa está claramente individualizada,
aparentemente con un prótomo, que por todos los referentes históricos y
etnográficos conocidos suele ser la cabeza de un animal. La popa se le-
vanta mostrando trazado curvo hacia el interior. El casco del barco está
definido por dos líneas relativamente paralelas en su trazado. Este casco
es atravesado por 8 líneas verticales que pudieran representar remos, y
uno más posible que lo atraviesa la línea inferior del casco... Un problema
sería qué explicación dar a la prolongación de los trazos verticales, cinco
de los cuales son atravesados por otra línea horizontal. La respuesta más
razonable es que los barcos utilizados en la navegación atlántica general-
mente utilizaban una superestructura a modo de habitáculo, cubierta por
pieles impermeables cosidas, que permitían a un barco de borda baja pro-
tegerse de las inclemencias del tiempo y la marejada, propias del Océano
Atlántico. (Mederos y Escribano, 2005: 354).
Hay que advertir que esta forma de ver e interpretar muchos de los
grabados rupestres, entre ellos algunos signos alfabéticos, es una práctica
bastante generalizada. No queremos, no obstante, caer también nosotros
en una posición de desautorización general de lo que están haciendo los
demás investigadores. Precisamente es en reconocer los esfuerzos que se
hacen por desentrañar un problema tan apasionante y complejo como es el
poblamiento, lo que nos mueve y nos ha movido a proponer no sólo críti-
cas, sino puntos de encuentro y de diálogo y, sobre todo, porque creemos
que ya hay una importante potencialidad de datos, informaciones e hipó-
tesis, que necesitan del complemento de algunas de estas líneas de trabajo,
aunque globalmente sean tan contradictorias. En este sentido nos parece

157
interesante la línea de trabajo de estos autores en relación a la navegación y
el comercio en los contextos históricos próximos a las islas, sobre todo en
períodos tan poco estudiados, como el de la desmembración de la influen-
cia romana en el norte del continente: Finalmente, es importante señalar
que en el litoral atlántico norteafricano, entre los siglos IV-VI d.C., de
acuerdo con el registro arqueológico de Lixus.., las factorías de salazones
serán la única actividad económica que manifiesta cierto dinamismo, al
menos hasta el 525 d. C., lo que implica que se mantuvo el interés por
los caladeros del banco pesquero canario-sahariano probablemente hasta
mediados del siglo VI d. C.,... (Mederos y Escribano, 2002: 245).

VIII

Recientemente se han incorporado a estos estudios, y curiosamente en


la misma tónica de amnesia bibliográfica del Institutum5, otros investiga-
dores a caballo entre el análisis de los grabados y la reafirmación de ciertas
propuestas, que una vez más reclaman novedosas, sobre el poblamiento
de Canarias. Cabe destacar entre estos autores, J. Farrujia, que nos dice:
En función de la tesis que desarrollamos en el presente trabajo, el primer
poblamiento de las islas Canarias tuvo lugar en dos momentos cronológi-
camente diferentes, a partir de dos oleadas migratorias, tal y como se des-
prende del estudio de la inscripciones líbico-bereberes y latino-canarias y
de la cultura material indígena. (Farrujia, 2009: 25).
La vinculación de este autor, más centrado en la parte “teórica” del
poblamiento, (hecho que destacamos positivamente, al menos como inten-
ción), con los investigadores del Institutum, centrados en la reproducción y
estudio de los grabados parece, en ocasiones, más una sumatoria de cono-
cimientos y datos, que un postulado interdisciplinar coherente y asumido
por todos, como es el de la propia novedad del mismo postulado.
Nos parece un tanto contradictorio, en este sentido, que por un lado se
vincule la oleada de una escritura líbico bereber arcaica a un período pre-
romano (s. VI a. C.), planteándose, de paso, la posibilidad de determinar e
identificar antropónimos en las islas, mientras que las más modernas, las
incisas, las vincule con la ocupación romana ya asentada en el noroeste
5
Al respecto nos dice J. Farrujia sobre la investigación de los grabados alfabéticos en estas dos
islas, que retrasa a finales de los ochenta: Los primeros ejemplos de este tipo se descubrieron
a finales de la década de 1980 en Fuerteventura y Lanzarote. Tras un año de investigación de
campo realizada por uno de nosotros (Pichler, financiado por el FWF austriaco), fue posible
incrementar el corpus de inscripciones, pasándose de apenas unas pocas líneas inscritas hasta
las 240 (Farrujia, 2009: 34).

158
africano, que es donde precisamente Pichler realiza el estudio comparado
de nombres y posible antropónimos: Por consiguiente, no debe sorprender
que podamos encontrar en estas inscripciones arcaicas canarias nombres
personales que son idénticos a los de las inscripciones africanas (Farrujia,
2009: 29). Aunque este autor en casi toda su obra realiza continuas críticas
y descalificaciones a otros investigadores, tanto del pasado como del pre-
sente, y aboga por superar el déficit teórico que ha existido en la arqueo-
lógía canaria al realizar sus propias propuestas y reflexiones, creemos que
cae en lo mismo que critica. Así sobre el ya manido “callejón sin salida”
de la arqueología canaria, nos dice: ... el estudio de las manifestaciones
rupestres no ha experimentado cambios importantes con posterioridad al
franquismo, realidad que se explica por el “continuismo teórico” y por
la situación de “callejón sin salida” en que se encuentran estancados al-
gunos campos de la investigación (Farrujia, 2009: 23). Creemos que en el
callejón sin salida entran muchos investigadores cuando van construyendo
vías de interpretación cerradas, que hacen que parte de sus argumentos
sea viables sólo hasta un momento de la reflexión lógica, pero se tropiece
con argumentos o evidencias insostenibles a posteriori. Por ejemplo, no se
puede adelantar una propuesta plausible en torno a la llegada de supuestos
barcos fenicios a las islas y sustentarla, sin embargo, en los cuestionados
grabados de El Cercado, en la isla de La Palma. Si criticamos el abuso del
tipologismo o el analogismo (algo con lo que en ocasiones hay que contar
en base a ciertas evidencias como los signos escriturarios) no podemos
caer en el mismo apoyo metodológico que hemos cuestionado para defen-
der ciertas tesis. Lo mismo le ocurre con su continuada (y por lo general
certera) crítica al difusionismo, mientras nos dice: Por lo que respecta
a la escritura líbico – bereber, y a pesar de que algunos investigadores
argelinos (por ejemplo Hachid, 2000) ha defendido su origen autóctono,
lo cierto es que un alfabeto tan elaborado, sin ninguna fase previa de es-
critura pictográfica o silábica, supondría uno de los casos más ingeniosos
de invención en la historia de la humanidad... Por tanto, parece razona-
ble pensar que la escritura líbico-bereber no fue una invención local, en
el sentido estricto de la palabra, sino una adaptación creativa (Farrujia,
2009: 25).

IX

Por último, hemos querido dejar para el final de este apartado a la inves-
tigadora R. Springer, no sólo porque creo que representa una perspectiva
independiente (a pesar de sus múltiples colaboraciones), sino porque para

159
el estudio de las inscripciones alfabéticas pensamos que es la referencia
más rigurosa. En este sentido, esta investigadora, si bien se detiene más en
las inscripciones líbico bereber de Canarias y en particular de Lanzarote y
Fuerteventura, amplía su estudio al otro tipo de escritura presente en estas
islas, con lo que la metodología aplicada y el importante conocimiento que
posee de los yacimientos tanto canarios como del norte de África, suponen
una garantía para afrontar la continuación de estos estudios. Con la inves-
tigadora R. Springer han publicado M. Cejudo, J. Belmonte, José de León
y, sobre todo, Mª. A. Perera, con quien continúa llevando a cabo tareas de
inventario y análisis de estos grabados. Hay que destacar el laborioso y
riguroso trabajo de campo, con una importante preocupación en las repro-
ducciones y objetividad de las mismas, sobre todo en relación al contexto
de los propios paneles y motivos, frente a otros trabajos como los que lle-
van a cabo los investigadores del Institutum. También queremos resaltar el
trabajo de inventario y el análisis comparado que lleva a cabo, en la línea
de lo defendido por L. Galand, reclamando la necesidad de un amplio y
exhaustivo corpus (parte del cual presenta en estas mismas Jornadas), sin
dejar de reconocer las limitaciones que existen actualmente: El tema de
los motivos bereberes queda, desgraciadamente hasta la actualidad, como
una parcela muy poco estudiada, lo cual implica el que ni siquiera se dis-
pone de una recopilación a modo de corpus, y se echa en falta una siste-
matización que permita reducir esta gran cantidad de formas y símbolos e
investigar las significaciones posibles. Con ello se contribuiría, en buena
medida, a conocer bastante más sobre el significado de las manifestacio-
nes rupestres, así como acerca de los empleos a los que se han destinando
los mensajes escritos. (Springer, 2001: 190).
Quizás uno de los aspectos que se ha cuestionado de su trabajo es el ha-
ber renunciado, al menos por ahora, en profundizar hacia posibles lecturas
y desciframiento de los grabados alfabéticos, siguiendo la línea marcada
desde mucho tiempo atrás por el profesor J. Álvarez Delgado, el propio L.
Galand y otros muchos especialistas. En cualquier caso en estas Jornadas
tendremos la oportunidad de recibir directamente mejores explicaciones
de la mano de la citada autora.
En la perspectiva superadora e interdisciplinar que reclamamos, pen-
samos que un complemento imprescindible que falta a los trabajos que
desarrolla la investigadora R. Springer, es el de la introducción de nuevas
tecnologías y metodologías de análisis territorial y de reproducción. A pe-
sar de las limitaciones económicas y de la falta de apoyo a este tipo de
investigaciones, como ella misma manifiesta, pensamos que se trata más
de una reivindicación colectiva del conjunto de profesionales implicados

160
en estos estudios y de apoyar la línea de trabajo de esta investigadora con
la aplicación de nuevos métodos e instrumentos (SIG, fotogrametría, re-
producciones a partir de fotografías digitales, etc.). Queremos destacar,
también, los trabajos etnográficos que ha llevado a cabo en algunos lugares
del continente, con el fin de interpretar ciertas escrituras y su uso: Un dato
acerca de lo dificultoso de la lectura, incluso por voluntad expresa, lo
recogí durante un viaje al Ahaggar. Dibujando palabras sueltas (nombres
fundamentalmente) y haciéndolas leer alternativamente por distintas per-
sonas del grupo que me acompañaba, me comentaban los tuareg que en
ocasiones ellos cambian el orden de ciertas consonantes en un texto. Ante
mi extrañeza se limitaban a explicarme que aquello se hacía por diversión
y como un juego más, como acertijo para probar la destreza del otro, o
para garantizar que el mensaje no pudiera ser entendido por terceros,..
(Springer, 2001:184).
Al mismo tiempo, creemos que la línea de trabajo estadístico, compa-
rativo y de discriminación de numerosas escrituras canarias y del norte del
continente, como los que viene realizando J. Belmonte, podrá ir desvelan-
do el gran enigma sobre la escritura, la lengua y las influencias que estas
tienen, en origen y en desarrollo, en relación a los grabados alfabéticos de
estas islas.

Queremos al final de este repaso, citar a otros investigadores que tam-


bién se han detenido en estos grabados. Ya hemos hecho mención a J. Bel-
monte, que viene llevando a cabo un exhaustivo trabajo de recopilación y
sistematización, que será, sin duda, una base fundamental para las próxi-
mas investigaciones sobre las inscripciones alfabéticas, aunque, por el mo-
mento, más centradas en el repertorio de los líbico bereberes. Este autor,
ha aventurado una serie de hipótesis, a partir de los datos de que dispone
(series estadísticas con recurrencia de motivos), sobre el posible origen
geográfico de las escrituras presentes en las islas y las posibles vías de
penetración. También hay que destacar sus estudios de arqueoastronomía,
que juegan un importante papel de complemento explicativo e interpretati-
vo de muchos grabados, aunque, a nuestro juicio, no siempre afortunados.
No tanto por la muestra en sí, sino por la interpretación de la misma. Otros
investigadores que han llevado a cabo, en el pasado, estudios sobre las
inscripciones alfabéticas de estas dos islas, han sido el ya citado Roberto
Hernández Bautista, que aventuró algunas de las primeras hipótesis expli-
cativas, Ignacio Hernández Díaz, que publica un pequeño inventario con

161
Mª. A. Perera, J. C. Cabrera en el contexto de sus estudios generales sobre
la arqueología de Lanzarote y Fuerteventura, M. Cortés sobre las inscrip-
ciones de Zonzamas, entre otros. Más recientemente se han acercado a
esta problemática otros investigadores desde diferentes disciplinas, como
la filología (Ramírez, 2010).

3. Aspectos polémicos más importantes sobre las ins-


cripciones y su posible relación con el poblamiento
El panorama anteriormente descrito no es muy favorable a la perspecti-
va de resolver los problemas que giran en torno al origen de los grabados
y los acontecimientos que rodearon el poblamiento, o los poblamientos de
las islas. El “alejamiento” que existe entre las diferentes líneas de investi-
gación sorprende más si tenemos en cuenta que el margen de posibilidades
en el reconocimiento e interpretación (en un sentido abierto, crítico y no
sectario) de estos grabados (inscripciones alfabéticas) no debería ser tan
amplio, contradictorio y disperso. Intentaremos aquí exponer lo que cree-
mos son los aspectos que podrían sintetizar los desacuerdos, las razones
que ahondan los mismos y las razones y argumentos que sostiene cada
postura, creemos que por lo general sobre bases muy frágiles.
‒ Creemos, y así coinciden la mayoría de los investigadores6, que está
pendiente la elaboración de un corpus riguroso y completo, en el que haya
un consenso sobre ciertas pautas metodológicas. No es fácil un acuerdo
general sobre este particular, ya que muchas veces se ponen en duda, por
parte de algunos investigadores, la aplicación real de tales pautas7, presen-
tándose un panorama muy complejo y abierto, de limitaciones, que hacen
referencia a la autentificación de los propios grabados (falta de criterios en
la verificación y reproducción de los motivos).
‒ Muchas veces los investigadores utilizan el repertorio de otros en las
materias en que no son especialistas, de forma mecánica y sin contrastar.
Se observa, en algunos casos, el uso de ciertos grabados y objetos publi-
6
Ese acuerdo parece darse entre todos los investigadores, incluso, entre aquellos con quien
hemos manifestado más discrepancias: Todo ello sin entrar a valorar cómo se selecciona la
muestra, qué bibliografía se utilizó, si realizó trabajos de campo y calidad de los mismos, etc.
(González, ERES 11).
7
Es necesario, tanto en el trabajo de campo y de gabinete, el empleo de modernas técnicas de
reproducción, aplicación de SIG y bases de datos que recojan una amplia información comple-
mentaria y establezca criterios comparativos y de análisis estadísticos. También en la elabora-
ción de una serie de interrogantes básicos, previamente establecidos, desde el punto de vista de
establecer diseños explicativos.

162
cados por otros investigadores para explicar, en ocasiones de forma inte-
resada y contradictoria con los postulados de esos mismos investigadores,
ciertos modelos de poblamiento, como se puede comprobar con la repro-
ducción del grabado de la Peña del Letrero en Zonzamas, al que se le ad-
judica el siguiente comentario: Inscripción púnica de Lanzarote conocida
como Sincicavia (González, 1995: 68). Por el contrario, la utilización de
algunos argumentos en torno al poblamiento, para apoyar interpretaciones
forzadas de elementos del registro arqueológico (barcos, representaciones
de deidades, ciertas formas cerámicas, etc.). Algunos autores pecan de lo
mismo que critican, aunque para ser sinceros de alguna manera ese mal
nos contagia a todas y a todos: Fue Diego Cuscoy quien efectuó los calcos
de los grabados del Hierro, por lo que Álvarez Delgado emitió sus conclu-
siones a partir de un material de trabajo elaborado por una mano ajena a
la suya (Farrujia et al. 2009: 22, nota 19).
‒ La situación actual no sólo no parece tender a una aproximación en-
tre las diferentes corrientes de investigación en relación a los grabados
alfabéticos y el poblamiento, sino que cada vez estamos más lejos en las
posturas, y hablamos idiomas más diferentes, llegándose, por lo general, a
cuestionar la autenticidad misma de las evidencias en donde se fundamen-
tan ciertos “modelos interpretativos”, como nos ocurre, a nosotros mismos
cuando se exponen ciertos hallazgos de forma categórica y sin dejar el más
mínimo margen a la duda, sobre todo si se presentan refrendados por am-
plios equipos interdisciplinares. Esto lo podemos observar en un artículo
de la revista ERES nº 11, firmado por un numerosos equipo de investiga-
dores (González et al., ) : En el yacimiento de Cañada de los Ovejeros (El
Tanque, Tenerife), un equipo de investigación formado por personal del
Museo Arqueológico de Tenerife, de las Universidades de La Laguna y Al-
calá de Henares y del Centro de Fotografía “Isla de Tenerife”, inventarían
una piedra hincada a modo de estela que presenta motivos alfabetiformes
de filiación púnica acompañados de toros (González et al., 1995).
Hay que reconocer que algunas de estas afirmaciones, sobre todo cuan-
do se plantean de forma tan incuestionable, no ayudan a establecer espa-
cios comunes, posiciones de encuentro y la formulación de críticas cons-
tructivas. Creemos que el ser más abiertos en las interpretaciones es un
aspecto imprescindible para avanzar.
‒ Ahora bien, la reflexión anterior no quiere decir que no establezcamos
puntos en común básicos, a la hora no de describir o interpretar tal grabado,
sino de reconocerlo como tal. Como decía el arqueólogo Luis Felipe Bate,
sobre el reconocimiento común de una evidencia, nos parece aplicable a
esta idea: La pertinencia epistémica de una “teoría de la observación”, tal

163
como ha sido planteada por Gándara, reside en que debe haber un terreno
común, un lugar de encuentro, en el cual las diferentes posiciones teóri-
cas puedan trabar contacto en su disputa sobre la adecuación de cada
concepción respecto a la realidad que pretende explicar. Para decirlo de
otra manera, se trata de que, independientemente de si nuestra posición es
materialista histórica, materialista cultural, ecológico cultural, weberia-
na o lo que sea, cuando digamos “piedra tallada”, “artefacto”, “contexto
arqueológico”, “asociación contextual”, “superposición”, etc., podamos
estar de acuerdo en que designamos una misma realidad; o, aunque no
usemos los mismos términos, podamos reconocer como tal la realidad que
se designa. (Bate, 1998: 105).
‒ Cuando comienzan a multiplicarse las críticas, pocas veces construc-
tivas, es cuando nos aproximamos al estudio de esas manifestaciones y,
en particular, a los motivos, signos, conjuntos, alineaciones, ligaduras,
orientación, formas de lectura, lo que podríamos denominar “visiones y
apropiaciones de una misma piedra”, en la medida que hay dos aspectos
cuestionados por los diferentes investigadores:
Por un lado, la metodología de campo, no sólo por la técnica empleada
para realizar la reproducción, sobre todo por las limitaciones de los calcos
sobre la roca, sino por aislarse interesadamente los conjuntos, los pane-
les y, en ocasiones, los propios motivos. Este hecho hace que uno de los
aspectos fundamentales para identificar e interpretar la inscripción, como
es el alcance de la misma, la definición de cada palabra o posible texto,
su límite y la discriminación de otros elementos asociados (otros signos,
otros grabados geométricos, entre otros), puedan no ser satisfactorios. En
este caso, estaríamos ante una representación falsa del grabado y por lo
tanto de consecuencias negativas para su posible identificación, compa-
ración, asignación cronocultural y eventual lectura. Esta situación abunda
en los trabajos de los investigadores del Institutum, sobre cuyos corpus de
grabados se han basado muchos investigadores en Canarias y fuera de las
islas, como el ya citado R. Muñoz, J. Mederos o J. Farrujia, para adelantar
hipótesis sobre el poblamiento: No obstante, el análisis de las inscripcio-
nes líbico-bereberes permite hablar de una división de las islas Canarias
en dos ámbitos de influencia bereber; en épocas distintas pero solapados
geográficamente. (Farrujia, 2009: 38).
Por otro lado, la inferencia de datos a partir de analogías formales de
dichos textos, signos o palabras, con otros grabados alfabéticos en el con-
texto norafricano. El exceso a las comparaciones tipológicas fuera de con-
texto conduce a relacionar de manera a veces interesada los grabados de
estas islas con otras latitudes. Queremos ser honestos y dejar claro que

164
nosotros no escapamos a la mayor parte de estas críticas (entendidas como
autocríticas), de hecho sobre esta base formulamos nuestras primeras hi-
pótesis: Parece que todos los grabados de esta naturaleza, hasta ahora
localizados apuntan hacia un tipo de alfabeto latino denominado cursivo
pompeyano, sin que estén limitados a la región a la que el nombre alude.
(De León, Perera y Robayna, 1988: 184)
La búsqueda de inscripciones en diferentes latitudes del noroeste afri-
cano, y ahora sobre todo en el sur de Marruecos y en el Sáhara (RASD),
estelas, textos bilingües, son un ejercicio inevitable, pero que tiene que
estar vinculado al análisis de ciertos contextos y condicionantes históricos
y geográficos. Es importante, en este sentido, aplicar series estadísticas,
como se hace en los trabajos de J. A. Belmonte, y, en parte, en los de W. Pi-
chler, si no queremos caer otra vez en reduccionismos difusionistas, sobre
la base de motivos o paneles aislados a la hora de hacer las comparaciones.
En todo caso el empleo de esas técnicas no necesariamente resuelve ciertos
excesos interpretativos, en ocasiones, cargados de tendencias difusionis-
tas: Los resultados preliminares pueden apoyar una patria común para
las gentes que portan la escritura líbica al archipiélago en algún lugar
de Túnez o de la antigua Tripolitania (lo que podría explicar la doble
relación de los alfabetos canarios con el Masilio y con algunos alfabetos
del Desierto Libio), en un momento cercano al cambio de la era (S. I a.C.
a II d.C.), tiempo y lugar donde los ancestros de los aborígenes canarios
podrían haber aprendido a escribir de las poblaciones norteñas vecinas,
los númidas, y haber transmitido ese conocimiento a sus vecinos del sur a
través de las rutas comerciales saharianas (Belmonte, 2010: 8).
‒ El origen, las vías de penetración y expansión de los grabados no pue-
den ser factores secundarios en la interpretación. En ocasiones se valora la
semejanza entre ciertos yacimientos y motivos, sin que quede bien expli-
citada la forma de contacto y penetración. La semejanza entre las inscrip-
ciones del tipo latino presentes en Lanzarote y Fuerteventura, con las del
yacimiento de Bu Njem, ya nos había llamado la atención en nuestros pri-
meros intentos por establecer similitudes formales. No obstante quedaba
por explicar si dichas semejanzas apuntaban a algún tipo de relación real
en los contextos históricos de la romanización en el norte de África, y más
concretamente en Libia con las Islas Canarias. En este sentido, si bien au-
tores como Tejera Gaspar y Perera Betancor, hacen continuas referencias a
la cautela a la hora de cerrar hipótesis sobre el poblamiento, insisten en el
interés de las inscripciones de Bu Njen, para explicar el poblamiento de las
islas, aportando una referencia cronológica pero sin especificar a través de
qué vías se produjo: El poblamiento de Fuerteventura y Lanzarote puede

165
servir de argumento para explicar la antigüedad e incluso el origen de
esta escritura, ya que es, cuando menos sugerente, el que nos encontremos
ante un hecho de esta singularidad, como el de la génesis de un alfabeto
que sobre una base indígena preexistente, asumiera y adoptara algunos
caracteres latinos hasta llegar a crear unas formas propias en donde se
reflejaría la influencia de ambas tradiciones. De ser así, contaríamos con
una documentación excepcional para fijar el poblamiento de estas dos
islas, ya que la llegada de sus gentes no se habría podido producir antes
de mediados del siglo II a. C., período en que los romanos penetran en el
Norte de África. (Tejera y Perera, 1996: 116).
‒ Otro problema que queremos apuntar sobre el exceso de las identifica-
ciones meramente formales indirectamente relacionadas con los grabados,
es el que se ha venido cometiendo con otro tipo de manifestaciones rupes-
tres, los barcos (barquiformes, naviformes,...) que se han querido asociar
al fenómeno de poblamiento de las islas. Nos referimos, en particular, a los
calcos de supuestas representaciones de barcos. Creemos que en algunos
casos se ha abusado de un exceso de imaginación en la identificación de
barcos, tipología de los mismos, procedencia cultural, rutas o funcionali-
dad. Algunos de los casos más extremos son el del grabado de El Cercado
en el norte de La Palma (Mederos y Escribano), el del barranco de Adonai
cerca de Santa Cruz de Tenerife (Mederos y Escribano) o el de Barranco
Hondo, también en Tenerife (P. Atoche). Algunos especialistas en los estu-
dios de la navegación antigua en la fachada atlántica norteafricana, como
Víctor M. Guerrero Ayuso, al referirse a alguno de estos grabados, plantea
mucha cautela. En relación al de El Cercado en La Palma comenta: Pese
a todo, esta interesante muestra de iconografía náutica insular hay que
tomarla con mucha cautela, pues la conservación de los grabados no es
buena y los elementos precisamente con más capacidad diagnóstica fal-
tan en la nave mayor (Guerrero, 110). En relación a uno de los supuestos
barcos grabados de Barranco Hondo (Atoche, 2002: 344), nos dice: Todo
el conjunto requiere de un análisis más sosegado con observación directa,
pues, como sospechamos, seguramente algunos trazos fueron añadidos al
conjunto inicial y resulta de vital importancia separar lo primigenio de los
aportes más modernos (Guerrero, 114).
‒ Afortunadamente, estos excesos no se han dado con tanta frecuencia
en estas dos islas, algo que nos sorprende en la medida que existe un abun-
dante registro y una gran variedad de motivos en el campo de los grabados
barquiformes, como Pico Naos o el Quíquere en Lanzarote y, sobre todo,
Tinojay, La Galera o Gran Valle en Fuerteventura. No obstante, hay algu-
nos pocos ejemplos en estas islas que ilustran bien el esfuerzo por identifi-

166
car pruebas donde no las hay, para reafirmar sobre la base de algunos gra-
bados de barcos, ciertas “teorías” de poblamiento: En el primer grabado
de un barco (Barranco de Tinojay- Fuerteventura), que podría correspon-
der a un navío de tradición tartésica, y que es descrito por Avieno….En
el segundo caso, se trata de dos hippos (El Cercado. Garafía. La Palma)
y otro en Fuerteventura en el Barranco citado lo que ya les proporciona
una extraordinaria importancia en el panorama arqueológico de las islas.
Su adscripción tipológica nos permite relacionar estas islas con el mundo
gadirita y con la pesca, propuesta que venimos enunciando desde hace
algunos años. (González, 1999: 314- 315).
Para algunas de las líneas de investigación que hemos tratado aquí, que
defienden unas propuestas similares sobre el poblamiento de estas islas, los
grabados de barcos se han convertido en un elemento clave para reafirmar
ciertas hipótesis relacionadas con la llegada de fenicios, púnicos, béticos o
romanos, sobre todo por la facilidad, cuando no ligereza, interpretativa que
se hace de ciertos conjuntos de líneas grabados en la roca, la mayor parte de
las veces, como hemos dicho, observadas y reproducidas por otros autores. Al
respecto de esos excesos, nos dice el citado Víctor M. Guerrero: Por otro lado,
los paralelos náuticos propuestos por A. Santana y T. Arcos (2006: 89) para
algunas muestras de iconografía naval canaria son por completo inaceptables
y en algún caso rozan lo descabellado. (Guerrero, 113, nota).
‒ Una limitación para el avance de la investigación es la existencia de
auténticos reinos de taifa, con un marcado sectarismo, que no posibilita
el establecimiento de diálogos e intercambios de información. Esto se ha
podido ver en algunos encuentros especializados que se han desarrolla-
do en Canarias sobre este tema. Pensamos que se trata de actitudes por
lo general conscientes, sobre todo si observamos la ausencia de referen-
cias bibliográficas de los investigadores no afines en la mayor parte de las
publicaciones. Pensamos que aunque sólo sea para criticar o cuestionar
datos o hipótesis, lo lógico es evidenciar que, al menos, se ha leído lo
que defienden otros investigadores. Más grave es aún cuando ni siquiera
se quiere reconocer la autoría de tal dato o descubrimiento. Al referirse
a nuestro trabajo, González Antón nos dice: Emiten subliminalmente un
pensamiento ultranacionalista (León y Pererea, 1995) a partir de un texto
de G. Camps, referido a los beréberes norteafricanos, dando a entender
que puede aplicarse a la población y a las teorías al uso emitidas sobre
el poblamiento de las islas,… Ante esto ¿podemos hablar de generación
espontánea en Canarias? (González, ERES 11). Nos parecería oportuna la
crítica si se fuera más explícito al explicar qué quiere decir pensamiento
ultranacionalista ¿se trata de una teoría, de un planteamiento metodológi-

167
co, de una ideología?¿qué relación tiene este hecho con las conclusiones
que podemos obtener en nuestro trabajo sobre las inscripciones? Quizás si
hubiese dicho que le damos demasiada importancia a la evolución local de
los hechos históricos, en la línea que defiende Camps para los bereberes,
y que sería un exceso pensar que estas escrituras nacen en Canarias, sería
todo más fácil para establecer el diálogo y la crítica constructiva.
‒ Otro planteamiento que consideramos negativo, y en este caso no
vamos a destacar el sentido de desautorización que se apuntan a otros in-
vestigadores, sino en el significado del propio texto, es el pretender que lo
que se defiende en relación con el poblamiento de Canarias, y en parte con
las inscripciones, es novedoso y responde, por primera vez, al desarrollo
de una teoría propia. Volviendo al mismo autor, pero haciéndolo exten-
sible al equipo que aparece en el propio texto como integrante de dicha
teoría, se dice: Ya señalábamos en un trabajo anterior la existencia en
Canarias de dos corrientes de pensamiento arqueológico contrapuestas.
La primera, más moderna, sitúa al Archipiélago en el ámbito temporal y
geográfico de los pueblos colonizadores fenicios, púnicos y romanos para,
a partir de ellos, tratar de conocer y explicar los fenómenos de pobla-
miento y adaptación insular (Arco et al. 2000; Atoche et al., 1996 y 1999;
Balbín et al., 1994, 1995 y 2000; González et al., 1995 y 1998; González,
2000; González et al., 2001; Mederos et al., 1997; Muñoz Vicente, 2003;
Santana et al., 1999 y 2002). La segunda, sin teorización conocida… surge
como contraposición a la que entienden una estrategia de investigación
difusionista (Navarro, 1999), proponiendo el estudio del Archipiélago ais-
lado del mundo circundante (Navarro, 1997). (González, et al.,). Sólo dos
matizaciones: ¿Cómo puede la segunda corriente surgir como contraposi-
ción de una teoría que aún no existía? ¿Y quién ha dicho que esa segunda
corriente que estudia el archipiélago, lo hace de forma aislada al mundo
circundante?
Los trabajos de otros autores, creemos que pecan de ese empeño en co-
locarse la verdad absoluta sobre la base de reafirmar que estamos ante un
supuesto teórico novedoso. Esto parece pretender desautorizar, sin mayor
contraste, a las otras posiciones sobre el tema que nos ocupa, una forma de
“impresionar” a los profanos en la ciencia. J. Farrujia, creemos que abusa
de esa actitud en muchos de sus trabajos y, en particular, en los referidos a
las inscripciones y el poblamiento: Ello pone de manifiesto que el uso de
tal concepto ha estado en función de lo que se ha aprendido, de lo que se
ha visto, de lo que se admite como probable y de lo que se postula. Y todo
ello ha acontecido en un contexto científico en el que la reflexión teórica y

168
conceptual ha sido prácticamente inexistente, especialmente en el campo
de las manifestaciones rupestres (Farrujia, 2009: 43).
‒ Igual que hemos sido críticos con las visiones cerradas y categóricas
en la identificación de las evidencias en el registro arqueológico, desde
objetos vinculados “sin lugar a dudas” a deidades púnicas, desde grabados
referidos a ciertos antropónimos o desde naves mediterráneas grabadas en
las laderas de Tinojay, también creemos que hay que ser prudentes y no
establecer hipótesis absolutas para algo tan complejo como fueron los con-
textos históricos que rodearon el fenómeno del poblamiento de las islas.
En nuestra memoria de licenciatura, ya apuntábamos, cómo a lo largo de
la historia de la investigación del pasado de las islas referidas al pobla-
miento, siempre se había dado intensas polémicas que por su parcialidad y
sectarismo no habían ayudado mucho a avanzar en la resolución de uno de
los paradigmas centrales de nuestros orígenes, lo que llevaba en ocasiones
a paradojas innecesarias. Por ejemplo, quienes admitían un poblamiento
remoto, no reparaban excesivamente en los problemas de la navegación
entre las islas y el continente. Para los que defendían un poblamiento re-
ciente, en torno al inicio de la era, todo eran obstáculos por las dificultades
casi insalvables de una navegación directa por habitantes próximos a las
islas.
De la misma forma, hoy creo que se excluye y desprecia mucha in-
formación y muchos datos de interés por el sólo hecho de proceder de
tal investigador o de tal corriente de investigación. En cualquier caso, lo
que queremos advertir es que si se actuara de manera más prudente a la
hora de aventurar explicaciones y de asignar un origen cronocultural pre-
determinado a las evidencias arqueológicas, ayudaríamos a producir ese
encuentro. En última instancia, no sólo pierde el conocimiento sobre las
islas, que pienso es lo trascendente, sino pierde el peso de nuestras propias
hipótesis, ya que en ningún caso éstas pueden ser infalibles y menos aún
sobre un tema en el que tanta gente está investigando. Es difícil pensar que
estamos hablando de realidades paralelas sobre un mismo hecho, sobre
unas mismas islas. Al menos creemos que las afirmaciones defendidas por
el profesor Atoche Peña, sobre sus últimas investigaciones en Buenavista,
Lanzarote, no sólo revolucionarían la mayor parte de todo lo que sabe-
mos sobre nuestro pasado más remoto, sino que, como él mismo advierte,
buena parte de lo que se sabe sobre el mundo clásico en el Mediterráneo
occidental. Sobre la base del estudio de tres yacimientos próximos en una
pequeña isla, nos parece un exceso dichas afirmaciones, sobre todo si hay
un amplio consenso en refutar muchas de sus conclusiones. Concluye el

169
profesor Atoche en un reciente trabajo: Esas cronologías, unidas a los da-
tos materiales y cronológicos aportados por el cordón litoral de La Gra-
ciosa (García Talavera, 2003; González y Arco, 2009), plantean nuevas
posibilidades y algunos interrogantes tanto en relación con el proceso ini-
cial de colonización humana producido en el archipiélago canario como
con respecto al momento en que debió iniciarse la presencia fenicia en el
Atlántico africano. En este sentido, los datos cronológicos proporcionados
por Buenavista y La Graciosa reactivan los textos literarios que sitúan la
fundación de Gadir en el 1104 a.n.e., adquieriendo sentido hallazgos como
los producidos en Huelva y fechados a finales del siglo X a.n.e. (González
de Canales et alii, 2004), acercándose el inicio de la presencia colonial fe-
nicia en el extremo Occidente a fechas cada vez más próximas al arranque
del I milenio a.n.e. (Atoche, 2011: 142)
‒ Creemos que también hay que ser prudentes a la hora de una inter-
pretación del significado de los propios grabados en sí, tanto a nivel de su
propia simbología como del contexto espacial en que se inscriben. Pode-
mos decir que además de la corriente de investigación que pone su acento
principal en factores exógenos a las propias inscripciones, para acercarse a
los orígenes de las mismas y los fenómenos que explican su presencia en
las islas, desde diferentes propuestas de poblamiento y colonización del ar-
chipiélago, existe otra corriente de investigación, sobre todo representada
por la investigadora Mª. A. Perera y en parte A. Tejera Gaspar y J. A. Bel-
monte, donde se incide en factores endógenos a los grabados y al contexto
insular. En este sentido, creemos que hay una utilización desproporcionada
de lo simbólico y de la vertiente estrictamente iconográfica, además de una
lectura de la arqueología espacial como un todo en el imaginario colecti-
vo de aquellas sociedades, sin reparar en la enorme distancia que existen
entre el origen, motivación y significado que poseen los diferentes tipos
de manifestaciones rupestres (escrituras, juegos, representaciones simbóli-
cas, huellas de uso, marcas,...). Un ejemplo es la visión que se trasmite en
el siguiente texto: Ciertos elementos naturales singulares por su empla-
zamiento, morfología, altitud, coloración, forma, vinculación con hechos
míticos, sirven para construir espacios con sentido, ordenarlo. etc. pero a
su vez la intervención rupestre constituye igualmente un recurso simbólico
o de lenguaje para reglamentar el espacio. Es una herramienta social que
tiene un grupo concreto, con autoridad, para introducir cambios o para
mantener las formas existentes (Perera, 2010: 22)
‒ Dentro de la prudencia que reclamamos, sería conveniente no sobre-
dimensionar el papel de los grabados, igual que de otros elementos del
registro arqueológico, para explicar el fenómeno del poblamiento de las

170
islas. No podemos pensar que las inscripciones alfabéticas van a resolver
de forma satisfactoria todo el complejo proceso del poblamiento, como
parece desprenderse de ciertas afirmaciones: Frente a la afirmación, ex-
cesivamente manida, de que un viaje desde el Norte de África no habría
sido posible en la Antigüedad, de los resultados de la investigación que
acabamos de exponer se desprende el hecho de un movimiento migratorio
masivo procedente del ámbito norteafricano. (Pichler, 2003: 291).
Hay que seguir de cerca las últimas investigaciones y, sobre todo, los úl-
timos descubrimientos en el contexto geográfico próximo a las islas y en los
que pudieron provocar movimientos migratorios o viajes lejanos, motivados
por diversas circunstancias (comercio, desplazamientos militares, obtención
de materias primas,... ). Es necesario observar de cerca los últimos datos sobre
la influencia que enclaves como Lixus pudieron tener en el contexto geográ-
fico del archipiélago y el papel jugado por las poblaciones locales, primero
influenciadas por la colonización fenicia y luego púnica y romana, la presen-
cia de inscripciones en las regiones del Sáhara Occidental o los fenómenos
complejos de aculturación en el norte del Mediterráneo a lo largo del primer
milenio a.n.e. Sobre estos hecho ya escribíamos hace más de 15 años, pero
es necesario, también, valorar lo que son factores que pueden provocar un
fenómeno de arribada a las islas y de poblamiento, e incluso de colonización,
con la existencia real de tales fenómenos en el pasado o, en todo caso, con la
intensidad que esos fenómenos pudieron tener: Una cosa es el conocimien-
to que los historiadores de la antigüedad eventualmente puedan tener de un
determinado territorio y otra muy distinta la ocupación y colonización del
mismo. (Guerrero, 113, nota).
‒ Por último, frente a las valoraciones críticas que hemos hecho, las
cuales seguro se ampliarían en un esfuerzo colectivo por revisar el estado
actual del tema que nos ocupa, y como no queremos pasar por inocentes,
reconocemos que también hemos cometido errores y que hemos podido
hacer algunas valoraciones poco afortunadas. Precisamente nuestro empe-
ño en este trabajo es tender puentes a un acercamiento no necesariamente
en las hipótesis de interpretación, cosa que no tiene porqué darse, pero sí,
al menos en los datos y en el manejo de las fuentes. Las críticas que aquí
exponemos, han querido ir en esa dirección.
Por otro lado, y alejándonos un poco de los aspectos más teóricos y
metodológicos, pensamos que hay que tener un cuidado exquisito con
cualquier tipo de grabado, pero de manera particular con las inscripciones
alfabéticas, tanto en la necesidad de que los estudios apuesten por el estu-
dio y reproducción de los grabados empleando técnicas no directas sobre
la roca y sobre todo que en ningún caso, como ya ha ocurrido, se altere

171
el terreno donde se asienta o aflora el grabado. Se ha detectado la “lim-
pieza”, sin autorización, del terreno bajo algunos grabados, destruyendo
un registro arqueológico excepcional para un análisis de los grabados y
para determinar, si se dieran las condiciones adecuadas, una aproximación
cronocultural de los mismos, al menos para obtener cronologías relativas.
Creemos que el compromiso con estos frágiles testigos de nuestro pasado
en pro de su conservación, no sólo nos compete como investigadores de
los mismos y como objeto de estudio, sino como un patrimonio colectivo
de un gran valor no sólo para las islas, sino para el estudio de nuestro con-
texto geoestratégico en el pasado.

4. Algunas propuestas en positivo de por dónde debe-


ríamos empezar, o continuar

‒ Creemos que el momento actual viene caracterizado por la existencia


de un material suficiente para sentar las bases de propuestas encaminadas
a resolver, o conseguir una aproximación satisfactoria, el enigma de los
grabados alfabéticos de estas dos islas y, en particular, de los denominados
como latinos, o líbico- canarios o más recientemente (W. Pichler, J. Farru-
jia,... ), latino-canarios e, incluso, púnicos (R. Muñoz). Decimos esto a pe-
sar de que falta, como se ha dicho, un corpus completo y riguroso técnica
y metodológicamente.
‒ No parecen situarse las dudas y la polémica en la existencia de dos
tipos de inscripciones. Se reconoce como objeto específico de estudio, ha-
biendo un claro consenso en ello, dos tipos de escrituras en estas dos islas:
la propiamente líbica bereber y la que hemos denominado como latinas
(latinas canarias, líbicas canarias,... ). Además de estas dos, consideramos,
al menos para la isla de Fuerteventura, la posible existencia de otro tipo de
inscripciones de mayor tamaño, realizadas con la técnica del picado que,
por lo general, parecen leerse de forma vertical y que tiene mucha simi-
litud con los grabados calcados a final del s. XIX, hoy desaparecidos. A
pesar de la diferencia en la técnica de elaboración y en el tamaño, algunos
autores sostienen que se trata también de grabados del tipo líbico bereber
e, incluso, otros apuntan a las inscripciones latinas. En cualquier caso algo
que hay que destacar es que se localizan en el mismo contexto y, en ocasio-
nes, junto a los grabados latinos (barranco del Cavadero). Además de estas,
se han localizado otros grabados de apariencia alfabética, con la presencia
de signos relativamente modernos (Maleza de Tahíche, Buenavista) o in-
determinados (Masión-El Terminito).

172
‒ Más allá de las pautas teóricas de cada cual y de las herramientas
explicativas que se defienda, creemos que debemos establecer, al menos,
una especie de espacio común, explicitado en torno al reconocimiento de
determinadas evidencias (estableciendo grados de veracidad y refutación)
así como de ciertas preguntas e hipótesis en el apartado de las interpreta-
ciones y de los contextos históricos relacionados con las inscripciones (en-
tre ellos el del -o los- poblamientos de las islas). Creemos que este punto
de partida es básico para poder confrontar y/o cuestionar las propuestas y
las explicaciones. Dado el panorama actual de distanciamiento y falta de
comunicación, se podría recurrir a instancias intermedias (debate sobre
aspectos concretos, encuentros no presenciales, como pueden ser debates
virtuales, personas que hagan valoraciones de síntesis, etc.). Esta es una
limitación esencial ante cualquier avance plausible de la investigación so-
bre estas manifestaciones rupestres. En este sentido animamos a realizar
propuestas superadoras.
‒ Programas de intervención sistemáticos, que aborden varios temas es-
pecíficos y transversales. Sistematización en la recogida de los datos, que
partan de análisis y metodologías que cuenten con un mínimo de consenso
entre los profesionales de la arqueología y donde se establezcan algunos
elementos relevantes a inferir, desde el punto de vista cultural. Como ejem-
plo, veamos algunas de esas preguntas: cuántas escrituras, relación entre
ellas, relación con otras manifestaciones, en qué parte del territorio están,
particularidades, distancias máximas y mínimas entre ellas; vinculaciones
posibles entre Lanzarote y Fuerteventura y el continente próximo, ¿dónde
están? ¿es relevante la ubicación, la unidad de acogida, la visibilidad,...?,
¿hacia dónde se orientan,...?; ¿con qué y cómo fueron hechas?; ¿qué tama-
ño, dirección,...?; ¿en qué contexto arqueológico-registro próximo?; ¿por
qué, para qué y por quién?
‒ Desde el punto de vista del paradigma del poblamiento y los gra-
bados alfabéticos, también hay que establecer un conjunto de preguntas
previas, sobre las causas del poblamiento y la presencia de estas escrituras.
Queremos defender el carácter complejo de los procesos históricos que se
produjeron en el contexto de las islas a lo largo del primer milenio (e in-
cluso antes), los siglos inmediatamente anteriores al comienzo de nuestra
era y los primeros siglos después de la misma. Nos parece oportuno, como
propuesta, rescatar la tesis defendida en nuestra Memoria de Licenciatura,
en el sentido de optar por un esquema abierto en el que podamos (y se-
ría deseable) incorporar todas las opciones posibles interrelacionándolas y
discriminándolas en función de los nuevos datos y razonamientos, pero sin
una actitud excluyente a priori.

173
‒ Deberíamos establecer una especie de pacto conceptual, en el sentido
de porqué llamar teórico a lo que no lo es, o al menos a lo que no se ex-
plicita como tal, desde el punto de vista de una formulación en el sentido
que nos plantea el arqueólogo Felipe Bate: La teoría constituye siempre un
momento transitorio del ciclo permanente de desarrollo de la investiga-
ción científica. Por una parte, es resultado de la investigación precedente
y, como tal, sintetiza y explica diversos aspectos de los objetos reales del
conocimiento. Por otro lado, es el punto de partida de toda nueva inves-
tigación, como una heurística que permite la organización metodológica
de los procesos investigativos, para lo cual asume las funciones lógicas de
un sistema de hipótesis que se despliega en implicaciones empíricamente
contrastables, posibilitando la sistematización del proceso de búsqueda de
nuevos conocimientos (BATE, 1998: 56).
Creemos que aunque ciertas corrientes se aproximan a esta definición
en sus deseos de aventurar hipótesis y de aportar evidencias empíricamen-
te demostrables, adolece aún de determinar en dónde se sitúa la teoría, en
el plano del objeto de estudio o en el de los procedimientos metodológicos
para acceder a su conocimiento. ¿Se podría admitir una teoría del pobla-
miento? ¿No sería mejor hablar de interpretaciones sobre el poblamiento
desde una o más teorías? Creemos que centrarnos en dilucidar este hecho
ahora, aunque importante y en el futuro inevitable, no ayudaría a establecer
puntos de encuentro.
‒ También, además de profundizar en los contextos históricos del ar-
chipiélago y en las causas del poblamiento y las posibles relaciones de
los grabados alfabéticos con esos fenómenos, no podemos pasar por alto
otras de las grandes líneas de investigación que se derivan necesariamente
de estos grabados. ¿Qué consecuencias pudieron tener tras el poblamiento
y primera colonización, si admitimos que no fueron hechos puntuales y
pasajeros? Un ejemplo, que no deja de ser sugerente, son los grabados
de Bu Njem, no sólo por la similitud formal de los motivos, sino porque
apuntan a la formación de una escritura híbrida o mestiza, producto de la
convivencia de poblaciones bereberes locales, con otra estacionada du-
rante un prolongado espacio de tiempo (legiones romanas). Lo relevante
sería más la similitud de los grabados en sí, el peso explicativo del origen
aculturativo o interculturativo de dicha escritura que, en este caso, fueran
un modelo para posibles lugares de origen de las que existen en nuestras
islas. Se pudo dar en Canarias algún tipo de mestizaje en el proceso de
poblamiento o este ya venía dado de los lugares de origen de la escritura.
¿Cómo era el habla en ese entonces? ¿Las inscripciones reflejaban esas

174
formas mixtas y compuestas de hablar? ¿Hablaríamos de escrituras en...
o de escrituras de...? Siguiendo las propuestas que expusimos en nuestra
Memoria de Licenciatura, a la hora de admitir diferentes opciones y dar
veracidad a unas frente a otras en base a los nuevos descubrimientos y
las nuevas formulaciones de hipótesis, no podemos olvidar tampoco otras
posibilidades, como la que se ha apuntado en ocasiones sobre su posible
vinculación a sucesos muy posteriores como la presencia de esclavos mo-
riscos en las islas desde el siglo XV. Tampoco a otras, que seguro pueden
surgir a medida que avanzan las investigaciones. Ese es el reto, pongámos-
lo un poco más fácil.

A modo de conclusión y compromiso: se debería solicitar una apuesta


política y económica en apoyo a la investigación en un tema tan impor-
tante para nuestro pasado. Habría que proponer que se desarrollen progra-
mas específicos e implementar puntos de encuentros. Que se pongan en
marcha los mecanismos para la confección de un corpus sobre la base de
la aplicación de nuevas tecnologías aplicadas al estudio de los grabados,
desde la dimensión espacial (SIG), a las de reproducción de los grabados.
Trabajar en nuevas jornadas y sugerir nuevamente, como ya se hizo en
pasadas ediciones, una mayor proyección exterior de estas Jornadas, para
que estos debates puedan llegar a aquellos lugares donde se estudian estos
temas. Por último un toque de atención al estado de estas manifestaciones
arqueológicas que, como sabemos, son BIC por ministerio de la Ley, apo-
yando las iniciativas encaminadas a declararlas, junto a otros grabados,
Patrimonio de la Humanidad.

175
1. Grabados de la Montaña de Tindaya (Fuerteventura), final de los setenta.

2. Primer grabado alfabético de Lanzarote localizado por J. Brito (Zonzamas - años setenta).

176
3. Nuestro equipo de trabajo en 1983 realizando entrevistas.

4. Grabado alfabético de Las Piletas


(Guenia- Lanzarote).

177
5. Grabados alfabéticos del Barranco Azul o del Cavadero.

6. Calcos de los primeros grabados localizados en el Barranco Azul o del Cavadero.

178
7. Grabado alfabético de Tenésera-Lanzarote (descubierto en 1985).

8. Grabados de Te-
nésera. Se observa la
presencia de dos escri-
turas. Abajo detalle del
grabado.

179
9. Macizo rocoso donde se encuentran las inscripciones de Jacomar (Fuerteventura).

10. Grabados alfabéticos de Morro Pinacho (Fuerteventura-final de los años ochenta).

180
11. Grabados alfabéticos de la Montaña de Ortiz en la zona volcánica de Timanfaya.

12. Uno de los grabados locali-


zados más recientemente en la
Montaña de Cardona (zona vol-
cánica de Timanfaya), Julián Ro-
dríguez, José Farray y otros.

181
BIBLIOGRAFÍA

ABREU GALINDO, F. J. (1977): Historia de la Conquista de las Siete


Islas Canarias. Goya Ediciones. P. 58. Sta. Cruz de Tenerife.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1949): Petroglifos de Canarias. Publicaciones
de la Real Sociedad Geográfica. Serie B. Madrid. Pp. 3-28.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1964): Inscripciones Líbicas de Canarias. En-
sayo de Interpretación líbica. Universidad de La Laguna. Tenerife.
ATOCHE PEÑA, P. (1993): “El poblamiento prehistórico de Lanzarote.
Aproximación a un modelo insular de ocupación del territorio”. Revista
Tabona, VIII: pp. 77-92. Secretariado de Publicaciones Universidad de
La Laguna.
ATOCHE PEÑA, P., RODRÍGUEZ ARMAS, M. D. y RAMÍREZ RO-
DRÍGUEZ, M. A. (1989): Investigación: El Yacimiento Arqueológico
de El Bebedero (Teguise, Lanzarote). Resultados de la primera campa-
ña de excavaciones. Secretaría de Publicaciones de la Universidad de
La Laguna - Ayuntamiento de Teguise. P. 284. Madrid.
ATOCHE PEÑA, P. (2003): “Estudio geoarqueológico del yacimiento de
El Bebedero (siglos I a. C a XIV d. C.), Lanzarote, Islas Canarias”. Re-
vista C&G. Nº 17 (1-2). P. 91.
ATOCHE PEÑA, P. (2007): Memoria de la primera campaña de excava-
ciones arqueológicas sistemáticas en el yacimiento de Buenavista (Tia-
gua, Lanzarote). Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
ATOCHE PEÑA, P. y RAMÍREZ RODRÍGUEZ, Mª. A. (2011): “Nuevas
dataciones radiocarbónicas para la protohistoria canaria: el yacimiento
de Buenavista (Lanzarote)”. Anuario de Estudios Atlánticos. Las Pal-
mas de G. C., pp.139-170.
BALBÍN BEHRMANN, R., FERNÁNDEZ MIRANDA, M. y TEJERA
GASPAR, A. (1987): “Lanzarote Prehispánico. Notas para su estudio”.
XVIII congreso Nacional de Arqueología (Islas Canarias, 1985). Pp.
19-53. Zaragoza.
BATE, L. F. (1998): El proceso de investigación en arqueología. Ed. Crí-
tica. Barcelona.
BELMONTE, J. A., PERERA BETANCOR, Mª. A. y GONZÁLEZ GAR-
CÍA, C (2010): “Análisis estadístico y de grupos de las escrituras lí-
bico-beréberes de Canarias y el norte de África”. VII Congreso de

182
Patrimonio Histórico. Inscripciones Rupestres y Poblamiento del Ar-
chipiélago Canario. Lanzarote.
BERTHELOT, S. (1980): Antigüedades Canarias. Goya Ediciones. Santa
Cruz de Tenerife. Pp. 142-144.
BLÁSQUEZ MARTÍNEZ, J. M. (1977): “Las Islas Canarias en la Anti-
güedad”. Anuario de Estudios Atlánticos 23, 1977, pp. 35-50. Madrid.
CABRERA PÉREZ, J. C., PERERA BETANCOR, M. A., TEJERA GAS-
PAR, A. (1999): Majos. La Primitiva Población de Lanzarote. Islas Ca-
narias. Ed. Fundación César Manrique. Madrid.
CABRERA PÉREZ, J.C. (1996): La Prehistoria de Fuerteventura: un
modelo insular de adaptación. Cabildos Insulares de Gran Canaria y
Fuerteventura. Servicio de Publicaciones del Cabildo Insular de Fuer-
teventura. P. 27. Madrid.
CARREÑO FUENTES, P. (1979): “Los petroglifos de Tindaya”. Revista
Aguayro, n.º 109. Las Palmas.
CRIADO, C. y ATOCHE PEÑA, P. (2003): “Estudio geoarqueológico del
yacimiento de El Bebedero (siglos I a. C. a XIV d. C., Lanzarote, Islas
Canarias)”. Revista C. & G., 17 (1-2). Pp. 91-104.
CASTRO ALFÍN, D. (1987): “Los Petroglifos de Tindaya (Fuerteventu-
ra), consideraciones sobre sus paralelos e interpretación”. I Jornadas
de Historia sobre Lanzarote y Fuerteventura. T. II. Excmos. Cabildos
Insulares de Fuerteventura y Lanzarote.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. (1980-81): “Nuevas aportaciones a la ar-
queología de Lanzarote. La Cueva del Majo (Tiagua) y la Casa Honda
(Muñique)”. Revista del Museo Canario. XLI. Pp. 129-136. Las Palmas
de Gran Canaria.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J., HERNÁNDEZ CAMACHO, P. y ROBAY-
NA FERNÁNDEZ, M. A. (1982): “Los grabados rupestres de la Peña
del Conchero: Nuevas aportaciones a la prehistoria de la isla de Lanza-
rote”. Revista del Museo Canario. XLII. Pp. 83-97.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J., (1984): El Poblamiento de Canarias. Me-
moria de Licenciatura (inédita). Universidad de La Laguna.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. y VARIOS AUTORES (1987): “Aproxi-
mación a la descripción e interpretación de la Carta Arqueológica de
Fuerteventura, Archipiélago de Canarias”. I Jornadas de Historia sobre
Fuerteventura y Lanzarote. Tomo II. P. 159. Puerto del Rosario.

183
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J., PERERA BETANCOR, M. A. y ROBAY-
NA FERNÁNDEZ, M. A. (1988): “La importancia de las vías metodo-
lógicas en la investigación de nuestro pasado, una aportación concreta:
los primeros grabados latinos hallados en Canarias”. Tebeto I. Anuario
del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura. Pp. 129-203.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. y ROBAYNA FERNÁNDEZ, M. A. (1989):
“El Jable, poblamiento y aprovechamiento en el mundo de los antiguos
mahos de Lanzarote y Fuerteventura”. III Jornadas de Estudios sobre
Lanzarote y Fuerteventura. Tomo II. Pp. 11-107. Puerto del Rosario.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. (1990): “Los Grabados Rupestres de Lanza-
rote”. En Grabados Rupestres de Canarias. SOCAEN. P. 88.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J., ROBAYNA FERNÁNDEZ, M. A. y PERE-
RA BETANCOR, M. A. (1990): “Aspectos arqueológicos y etnográfi-
cos de la comarca del Jable”. II Jornadas de Historia sobre Lanzarote y
Fuerteventura. Tomo II. Pp. 283-321. Arrecife.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. y PERERA BETANCOR, M. A. (1993):
“Avance de la Carta Arqueológica de la isla de Lanzarote”. V Jorna-
das de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Tomo I. Servicio de
Publicaciones de los Excmos. Cabildos Insulares de Fuerteventura y
Lanzarote. P. 431. Puerto del Rosario.
DE LEÓN HERNÁNDEZ J. y PERERA BETANCOR, M. A. (1995): “Los
grabados rupestres de Lanzarote y de Fuerteventura: Las inscripciones
alfabéticas y su problemática. Nuevas aportaciones. Propuestas de cla-
sificación e interpretación”. IV Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y
Fuerteventura. Tomo II. Ed. Servicio de Publicaciones. Excmo. Cabil-
do Insular de Lanzarote. P. 455. Arrecife.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. y PERERA BETANCOR, M. A. (1996b):
“Las manifestaciones rupestres de Lanzarote”. En Manifestaciones ru-
pestres de las Islas Canarias. Dirección General de Patrimonio Históri-
co. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. P. 49.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J., TEJERA TEJERA, M., CABRERA LÓPEZ,
R., RAMÓN FERNÁNDEZ, A., TORIBIO MORALES, D., MARRE-
RO ROMERO, R., PERERA BETANCOR, M. A. y DUARTE GUI-
LLÉN, C. (2004): “La Carta Arqueológica de Tinajo. Conocimiento y
gestión municipal del patrimonio arqueológico”. XI Jornadas de Estu-
dios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Tomo II. P. 127. Pto. del Rosario.
DIRINGER, D. (1969): L´alfabeto nella storia della civiltá. C/e Giunti. G.
barberá. Firenze.

184
DUG GODOY, I. (1990): “Arqueología del Complejo Arqueológico de
Zonzamas-Lanzarote”. Investigaciones Arqueológicas en Canarias II.
Pp. 47-68. Las Palmas.
ESCRIBANO COBO, G. y MEDEROS MARTÍN, A. (1999): “Evolu-
ción histórica de puertos y ensenadas de Lanzarote y Fuerteventu-
ra”. VIII Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura. P.
463. Arrecife.
FARRUJIA DE LA ROSA, A. J. (2004): Ab initio (1342-1969): análisis
historiográfico y arqueológico del primitivo poblamiento de Canarias.
Artemisa Ediciones. La Laguna.
FARRUJIA DE LA ROSA, A., PICHLER, W., RODRÍGUEZ, A. y GAR-
CÍA MARÍN, S. (2009): “Las escrituras líbico-bereber y latino canaria
en la secuenciación del poblamiento de las islas canarias”. Revista del
Museo Canario Nº LXIV. Madrid. P. 9.
FÉVRIER, J. (1966): “Inscriptions peniques et néopuniques”. Inscriptions
Antiques du Maroc. Editions du Centre Nacional de la Recherche Scie-
nifique. 15, quai Anatole- France- Paris VIIº. P. 81.
FORTUNATAE INSULAE, (2004): Canarias y el Mediterráneo. Exposi-
ción y publicación organizada por el Organismo Autónomo de Museos.
Cabildo de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife.
FUENTES LUIS, S., MORENO BENÍTEZ, M., ASCANIO PADRÓN,
A., MENDOZA MEDINA, F., SUÁREZ MEDINA, I., GUILLÉN ME-
DINA, J. y LÓPEZ PEÑA F. (2004): “La Carta Arqueológica de San
Bartolomé, una experiencia colectiva. Descripción y valoración patri-
monial”. XI Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote.
Tomo II. Servicios de Publicaciones de los Cabildos de Fuerteventura y
Lanzarote. P. 78. Puerto del Rosario.
GALAND, L. (1989): Les Alphabets Libyques. Antiquités Africaines. Edi-
tions du CNRS. T. 25. Pp. 69-81.
GALAND, L. (1966): “Inscriptions Libyques”. Inscriptions Antiques du
Maroc. Editions du Centre Nacional de la Recherche Scientifique. 15,
quai Anatole-France-Paris VIIº. P. 76.
GONZÁLEZ ANTÓN, R. (1999): “El primer poblamiento de Canarias.
Nuevas perspectivas en la investigación arqueológica”. VIII Jornadas
de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura. P. 305. Arrecife.
GONZÁLEZ ANTÓN, R., DEL ARCO AGUILAR, Mª. C., GONZÁLEZ

185
GINOVÉS, L., ROSARIO ADRIÁN, Mª. C. y DEL ARCO AGUILAR,
Mª. M. (2004): “Estudio crítico sobre las inscripciones alfabéticas ca-
narias. Desde el pasado inoperante al futuro por hacer”. ERES. Vol. 11.
Museo de la Naturaleza y el Hombre. Santa Cruz de Tenerife.
GONZÁLEZ ANTÓN, R. y TEJERA GASPAR, A. (1981): Los Aboríge-
nes Canarios. Colección Minor. Universidad de La Laguna. La Laguna.
GONZALEZ ANTÓN, R., BALBÍN BEHRMANN, R., BUENO RA-
MÍREZ, P. y DEL ARCO AGUILAR, C. (1995): La piedra Zanata.
APÉNDICE III: SOLER JAVALOYES, V. Datación paleomagnética de
la colada volcánica donde se sitúa el yacimiento arqueológico de La
Piedra Zanata.Museo Arqueológico O.A.M.C. Cabildo de Tenerife. P.
281.
GUERRERO AYUSO, V. (2008): Las Naves de Kerné (II). Navegando por
el Atlántico durante la protohistoria y la antigüedad. Los Fenicios y el
Atlántico. Centro de Estudios Fenicios y Púnicos.
HERNÁNDEZ BAUTISTA, R. y PERERA BETANCOR, M.ª A. (1983).
La Provincia. 23 de octubre. Las Palmas de Gran Canaria.
HERNÁNDEZ BENÍTEZ, P. (1955): “Dos inscripciones latino-romanas”.
Actas del III Congreso Nacional de Arqueología, Zaragoza, pp. 182-186.
HERNÁNDEZ CAMACHO, P., CEJUDO BETANCORT, M., ROBAY-
NA FERNÁNDEZ, M. A., MIRANDA VALERÓN, J., DE LEÓN
MACHÍN, N., CABRERA ALEMÁN, J., HERNÁNDEZ BAUTISTA,
R., DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. y PERERA BETANCORT, M.ª A.
(1987): “Arqueología de la Villa de Teguise”. I Jornadas de Historia
sobre Lanzarote y Fuerteventura. Excmo. Cabildos Insulares de Lan-
zarote y Fuerteventura. Homenaje a Francisco Navarro Artiles. P. 223.
Puerto del Rosario.
HERNÁNDEZ DÍAZ, I. y PERERA BETANCOR, M.ª A.: Los grabados ru-
pestres de la isla de Fuerteventura. Cabildo Insular de Fuerteventura. s/f.
HERNÁNDEZ PÉREZ, M. (1974): “Pinturas y grabados rupestres en el
Achipiélago Canario”. En Historia General de las Islas Canarias de A.
Millares Torres. Pp. 323-330.
HERNÁNDEZ PÉREZ, M. y MARTÍN SOCAS, D. (1980): “Nuevas
aportaciones a la prehistoria de Fuerteventura. Los grabados rupestres
de la Montaña de Tindaya”. Revista de Historia de Canarias, T. XXX-
VII, pp. 13-41.

186
HERNÁNDEZ PÉREZ, M. (1981): Grabados rupestres del Archipiélago Ca-
nario. Colección La Guagua. Las Palmas de Gran Canaria. Pp. 10-12.
JIMÉNEZ SÁNCHEZ, S. (1945): “Crónica Arqueológica. Exploraciones
y excavaciones en las islas de Fuerteventura y Lanzarote”. Falange.
Las Palmas de Gran Canaria. 14 y 15-X-1945.
JIMÉNEZ SÁNCHEZ, S. (1950): “Fuerteventura y su arqueología prehis-
tórica”. Falange, 5-8-1950.
JIMÉNEZ SÁNCHEZ, S. (1952): “Principales yacimientos arqueológicos
de las Islas de Gran Canaria y Fuerteventura, descubiertos, explorados
y estudiados desde 1946 a 1951, inclusive”. Faycán. Nº 1. Las Palmas
de Gran Canaria, 1952.
JORGE GODOY, S. (1996): “Las navegaciones por la costa atlántica afri-
cana y las Islas Canarias en la Antigüedad”. Estudios Prehispánicos.
Dirección General de Patrimonio Histórico. Gobierno de Canarias. T.
4. Sta. Cruz de Tenerife.
LE CANARIEN (1980): Crónicas francesas de la Conquista de Canarias
por P. Bontier y J. Leverrier. Texto G. (Notas, introducción y traduc-
ción de A. Cioranescu). Aula de Cultura de Tenerife. P. 69.
LA PROVINCIA (1980): “Primeros petroglifos localizados en la isla”. 20
de agosto de 1980. Las Palmas de G. C. p. 20.
LÓPEZ PARDO, F. y MEDEROS MARTÍN, A. (2008): La Factoría Feni-
cia de la Isla de Mogador y los Pueblos del Atlas. Museo Arqueológico
de Tenerife. CANARQM.
MAHJOUBI, A. (1983): “El período romano y postromano en el norte de
África. Cap. 19. Parte I. El período Romano”. Historia General de Áfri-
ca. Tomo II. Antiguas Civilizaciones de África. Director del Volumen:
G. Mokhtar. Tecnos-UNESCO.
MARCY, G.: “Nota sobre algunos topónimos y nombres antiguos de tribus
bereberes en las Islas Canarias”. Anuario de Estudios Atlánticos. Nº 8.
Año 1962. Patronato de la Casa de Colón. 261. Madrid-Las Palmas.
MARTÍN CULEBRAS, J., ATOCHE PEÑA, P. y RAMÍREZ RODRÍ-
GUEZ, M. A. (2000): “Consideraciones en torno al proceso de produc-
ción lítica en El Bebedero”. Eres (Arqueología). Vol. 9 (1). Pp. 141-178.
MEDEROS MARTÍN, A. y ESCRIBANO COBO, G. (2002): “Fenicios,
púnicos y romanos. Descubrimiento y poblamiento de las Islas Cana-
rias”. Estudios Prehispánicos. Dirección General de Patrimonio Histó-
rico. Gobierno de Canarias. T. 11. Madrid.

187
MILLARES TORRES, A. (1977): Historia General de las Islas Canarias.
Tomo. III. EDIRCA. Las Palmas de Gran Canaria. P. 240.
MORALES PADRÓN, F. (1993): Canarias: Crónicas de su Conquista.
Ed. Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria. Madrid.
MUÑOZ, R. (1994): La Piedra Zanata y el mundo mágico de los Guan-
ches. Museo Arqueológico de Tenerife.
NAVARRO MEDEROS, J. F. (1997): “Arqueología en las islas Canarias”.
Espacio, Tiempo y Forma, Serie I, Prehistoria y Arqueología, T. 10.
PALLARÉS PADILLA, A. (1995): “Consideraciones en torno al Pobla-
miento de nuestras islas”. IV Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y
Fuerteventura. Tomo II. Ed. Servicio de Publicaciones. Excmo. Cabil-
do Insular de Lanzarote. P. 455. Arrecife.
PALLARÉS PADILLA, A. (2009): “El poblamiento prehistórico de Cana-
rias”. Revista del Museo Canario. Nº LXIV. Madrid. P. 79.
PELLICER CATALÁN, M. (1968-69): Sección Arqueológica. Revista de
Historia de Canarias. Pp. 304-305.
PERERA BETANCORT et al. (2004): “Arqueología de montañas en Lan-
zarote. Una herencia aborigen”. VIII Simposio sobre Centros Históricos
y Patrimonio Cultural de Canarias. CICOP. Villa de la Orotava. Pp.
42-53. Santa Cruz de Tenerife.
PERERA BETANCORT et alli (2004): “Otro lenguaje arqueológico de las
montañas y barrancos de Lanzarote. Nueva visión para adaptarla a su
correcta lectura e interpretación”. Actas del VII Congreso Internacional
de Rehabilitación del Patrimonio y Edificación. Yaiza. Lanzarote. 12-
16 julio. Pp. 174-178.
PERERA BETANCOR, M.ª A., MEDINA MEDINA, M., RODRÍGUEZ
RODRÍGUEZ, J., FARRAY BARRETO, J., ÁLVAREZ PÉREZ, M. y
MONTELONGO FRÁNQUIZ, A. (2004): “Yacimientos rupestres de
los Majos en montañas y barrancos de Lanzarote. Nuevo lenguaje ar-
queológico moldeado en el territorio”. Revista de Prehistoria y Arqueo-
logía. Tabona. Nº 13. Univ. de La Laguna. P. 215.
PERERA BETANCORT, M.ª A. y MARRERO ROMERO, R. (2001): “La
ocupación del municipio de Yaiza (Lanzarote) durante la época abori-
gen”. IX Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Tomo
I. P. 469. Puerto del Rosario.
PERERA BETANCORT, M.ª A., SPRINGER BUNK, R., CEJUDO BE-

188
TANCORT, M. y DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. (1999): “Las inscripcio-
nes líbico-bereberes de la isla de Lanzarote”. VIII Jornadas de Estudios
sobre Lanzarote y Fuerteventura. Tomo II. Arrecife. P. 489.
PERERA BETANCOR, M.ª A. (2010): “Manifestaciones rupestres de los
maxies de Lanzarote”. VII Congreso de Patrimonio Histórico. Manifes-
taciones rupestres y poblamiento. Lanzarote.
PICHLER, W. (2003): Las inscripciones rupestres en Fuerteventura. Ser-
vicio de Publicaciones. Cabildo de Fuerteventura. Puerto del Rosario.
PONS PUJOL, L. (2009): “La Economía de la Mauritania Tingitana (s.
I-III d. C.). Aceite, vino y salazones”. INSTRUMENTA. 34. Col. Lecció.
Universidad de Barcelona. Real Academia de la Historia. Ministerio de
Ciencia e Innovación. Barcelona.
RAMÍREZ SÁNCHEZ, M. (2010): “Tres décadas de debate sobre las su-
puestas inscripciones latinas de Lanzarote y Fuerteventura”. VII Con-
greso de Patrimonio Histórico. Manifestaciones rupestres y pobla-
miento. Lanzarote.
REBUFFAT, M. (1974-75): “Graffiti en “Libyque de Bu Njem” (Notes et
documents VII)”. Libya Antiqua, vol. XI-XII, pp. 165- 187.
RUMEU DE ARMAS, A. (1956): España en el África Atlántica. Instituto
de Estudios Africanos. Consejo Superior de Investigaciones Científi-
cas. Madrid.
SERRA RÁFOLS, E. (1942): “Visita de estudio a Lanzarote y Fuerteven-
tura”. Revista de Historia. Tomo VIII. Nº 58.
SPRINGER BUNK, R. A. (2001): Origen y uso de la escritura líbico-be-
reber en Canarias. Centro de la Cultura Popular Canaria (CCPC). Te-
nerife.
TEJERA GASPAR, A. y PERERA BETANCOR, M.ª A. (1996): “Las ma-
nifestaciones rupestres de Lanzarote”. En Manifestaciones rupestres de
las Islas Canarias. Dirección General de Patrimonio Histórico. Vice-
consejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. P. 107.
TEJERA GASPAR, A. y AZNAR VALLEJO, E. (1989): El Asentamiento
Franconormando de San Marcial de Rubicón (Yaiza, Lanzarote). Un
modelo de arqueología de contacto. Ed. Ayuntamiento de Yaiza.
TORRIANI, L. (1978). Descripción e Historia del Reino de las Islas Ca-
narias. Goya Ediciones. Sta. Cruz de Tenerife.

189
ULBRICH, H. J. (1990): “Felsbildforschung auf Lanzarote”. Revista Al-
mogaren. Institutum Canarium. Austria.
ULBRICH, H. (1993-94): “Neue Felsbildstationen auf der Kanarieninsel
Lanzarote”. Tomo I. Almogaren XXIV-XXV. Pp. 75-115.
ULBRICH, HANS JOACHIM (1995): “Prähispanische Ortsnamen von
Lanzarote (Kanarische Inseln)”. Revista Almogaren XXVI. Institutum
Canarium. P. 213. Austria-Germany.
VELASCO VÁZQUEZ, J., HERNÁNDEZ GÓMEZ, C. M. y ALBERTO
BARROSO, V. (2002): “Dataciones arqueológicas contra tiempos so-
ciales. Reflexiones sobre cronología y prehistoria de Canarias”. Revista
Tabona. 11. Pp. 31-46.
VERNEAU, R. (1981): Cinco años de estancia en las Islas Canarias.
Edic. J.A.D.L. La Orotava. Tenerife.
VERNET, J. (1971): “Textos árabes de viajes por el Atlántico”. Anuario de
Estudios Atlánticos. Nº 17. Madrid-Las Palmas.
VIERA Y CLAVIJO, J. (1967): Noticias de la Historia General de las
Islas Canarias. Goya Edic. Sta. Cruz de Tenerife.
WARMINGTON, B. H. (1983): “El período Cartaginés”. Cap. 18. His-
toria General de África. Tomo II. Antiguas Civilizaciones de África.
Director del Volumen: G. Mokhtar. Tecnos-UNESCO.
WÖLFEL, D. J. (1996): Monumenta Linguae Canariae. T. II. Ed. Direc-
ción General de Patrimonio Histórico del Gobierno de Canarias. Tene-
rife.

190
TERRACOTAS ANTROPOMORFAS CANARIAS ANTIGUAS.
UNA PROPUESTA ICONOGRÁFICA.
DATOS PARA UN POBLAMIENTO MULTIÉTNICO

Rafael González Antón


Arqueólogo. Director emérito del Museo Arqueológico de Tenerife.
Cabildo de Tenerife

María del Carmen del Arco Aguilar


Departamento de Geografía e Historia. ULL

María Candelaria Rosario Adrián


Arqueóloga. Museo Arqueológico. Cabildo de Tenerife

Carmen Benito Mateo


Arqueóloga. Museo Arqueológico. Cabildo de Tenerife

María Mercedes del Arco Aguilar


Arqueóloga. Museo Arqueológico. Cabildo de Tenerife

191
Resumen: en este trabajo estudiamos una serie de figuras de terracota de tradi-
ción púnica aparecidas en canarias cuyos modelos iconográficos proceden del S y
SE peninsular. Estos hallazgos vienen a confirmar la influencia de gentes medite-
rráneas en el poblamiento de Canarias. Las copias constituyen toscos remedos de
diosas púnicas e ibéricas hechas a mano que, posiblemente, fueron realizadas en
las islas por gentes punicizadas del Norte de África.
Palabras clave: religión; arqueología; terracotas; tradición púnica; Islas Cana-
rias; Gran Canaria; Fuerteventura; Lanzarote.

Abstract: in this work we study a number of punica tradition terra cotta figu-
rines found in the Canary Islands showing the iconographic pattern of South and
Southeast Iberian Peninsula, that confirms the influence of Mediterranean people
in the colonization process of the Canary Islands. The copies are rough hand made
imitations from punic and iberic goddesses that where, likely, made in the islands
by punic tradition people from North Africa.
Key words: religión; archaeology; terra cotta figurines; punic tradition; Ca-
nary Islands; Gran Canaria; Fuerteventura; Lanzarote.

192
1. INTRODUCCIÓN

Las fechas más antiguas de La Graciosa (GONZÁLEZ & DEL ARCO


2009) y Lanzarote (ATOCHE & RAMÍREZ 2011), confirman que el océano
africano fue desde la llegada fenicia a Occidente hasta época romana y aún
después el Oceanus Gaditanus (Plinio, NH 2, 227), sin secretos ni misterios,
que ofrecía a los semitas no solo la posibilidad de colonizar sus orillas, sino
también una gran variedad de recursos (FERRER 2004: 40-41, SANTANA
& ARCOS 2006). Este navegar sin secretos ni misterios, con barcos apro-
piados y con la corriente y viento favorables facilitaron el descubrimiento y
poblamiento del archipiélago (GONZÁLEZ et al. 1998).
Ahora bien, no todo fue fácil a juzgar por el tiempo que transcurrió, casi
un milenio ATOCHE 2009:126-129, durante el cual los acontecimientos
políticos y los objetivos económicos de las potencias semitas y romana en
el área mediterránea y norteafricana se sucedían procurando una situación
de inestabilidad y cambios económicos que a la postre habrían de influir en
la colonización de las islas. A ello habría que añadir los factores náuticos
que dificultaban la empresa, su situación atlántica, la lejanía de los centros
difusores occidentales, la escasez de poblados intermedios que favorecie-
ran el cabotaje y las características biogeográficas de cada isla (capacidad
de carga), que nos llevan a pensar que la empresa estuvo jalonada de acier-
tos y fracasos, de llegadas y abandonos. En todo caso, creemos que los
procesos de descubrimiento y precolonización se produjeron casi al mismo
tiempo y abarcaron gran parte del archipiélago1.
La biogeografía insular nos obliga a pensar que los núcleos primigenios de-
1
Las fechas más antiguas del archipiélago las encontramos en tres lugares bastante
distantes, en Lanzarote, islote de La Graciosa, 1096 ± 278 a.n.e. y 950 ± 277 a.n.e.,
obtenida de un fragmento cerámico por termoluminiscencia OSL (González Antón et
al., 2009: 36), Buenavista (Teguise), 960 B.C. (calibrada) (ATOCHE 2011: 139-169),
y Los Guanches (Icod. Tenerife), 820 a.C. (ARCO et al. 1997: 75).

193
bieron sufrir distinta suerte según las islas. Unos desaparecieron al no sobrepa-
sar el llamado efecto cuello de botella en la cabeza de playa (MACARTHUR
& WILSON 1967); otros abandonaron la isla y no volvieron; otros llegados
para tareas estacionales permanecieron en ellas y se reforzaron hasta consoli-
darse con la unión de otros grupos2 o con la llegada de nuevos contingentes
que, a la par que aportan sangre nueva regeneradora (RODRÍGUEZ et al.
2009: 793), permitían potenciar la explotación de los recursos insulares3. Con
el tiempo estos núcleos terminarán por convertirse en permanentes dando por
concluido el proceso, quizá ya en época romana (ATOCHE 2009: 128).
Hoy es prácticamente imposible conocer la calidad y cantidad de los
componentes de los grupos “trasplantados” a las islas a lo largo de diez o
más siglos porque ni los restos arqueológicos ni las dataciones (pocas en
número), lo desvelan con absoluta rotundidad aunque algunas excavacio-
nes y reinterpretaciones teóricas van poniendo sobre el tapete un pasado
más acorde con la historia. Aceptado que se trata de un tema general no re-
suelto, es necesario abordarlo siquiera parcialmente y a modo de hipótesis
para entender nuestra propuesta sobre los ídolos de Gran Canaria.
Para ello hay que aceptar al menos dos premisas. La primera, que proceden
de una zona definida como Círculo del Estrecho (Gadir, SE peninsular y Norte
de África), que integra comercial y culturalmente los más diversos pueblos
y etnias. La segunda, que los diferentes grupos deberán sufrir un proceso de
adaptación al nuevo medio insular donde su bagaje cultural sufrirá cambios
que se concretarán en una nueva cultura distinta a la de partida y que no se
hará patente hasta que se consolide el proceso de autodefinición del grupo. La
nueva cultura no será unidireccional sino compleja y recíproca porque tendrá
que adaptar, transformar y asimilar las distintas formas culturales de las gentes
que sucesivamente actúan sobre ella (ALVAR 1990: 11-27). En todo caso y
por lo que conocemos hasta el momento, la arqueología canaria no refleja una
transformación enriquecedora del múltiple bagaje cultural originario sino el
lento evolucionar de una sociedad casi aislada4 que en lo posible intenta man-
tener vivo aquello que los cohesiona y se adapta a las nuevas circunstancias.
2
En un primer momento, sobre todo en las islas más escarpadas, es posible que estos
pequeños grupos no tuvieran conocimiento recíproco de su existencia.
3
La utilización combinada de la agricultura, la ganadería (ovicaprinos y cerdos), la
pesca y la navegación fueron los factores determinantes que favorecieron el seden-
tarismo al permitirles disminuir la dependencia de los escasos recursos de las islas y
multiplicar los suyos propios. (RODRÍGUEZ et al. 2009: 793).
4
Las relaciones económicas con el exterior se basaron en un flujo unidireccional de
los recursos, de la periferia al núcleo, lo que impidió la “competencia” entre ambos
extremos que, de haber existido, hubiera facilitado un mayor desarrollo de las socie-
dades isleñas.

194
2. REFERENCIAS OBLIGADAS. EL ENTORNO

Según Villaverde (VILLAVERDE, 2001: 40-63) la Tingitana se distin-


gue del resto del Norte de África porque compartió tres fases culturales
con la pre y protohistoria de la Península Ibérica y esta realidad cultural y
política hemos de tenerla en cuenta a la hora de abordar el tema norteafri-
cano y, en consecuencia, el canario. De este largo periodo nos ocuparemos
especialmente de los siglos que transcurren desde el III al I a.n.e. que nos
señalan las cerámicas a torno exhumadas en el yacimiento arqueológico de
Rosita del Vicario.
Desde el s. VIII a.n.e. los asentamientos costeros norteafricanos vienen
resaltando la influencia feniciopúnica gracias al comercio y arribo de gentes
punicizadas del S y SE peninsular (GOZÁLBES 1993: 175; 2004: 201-202).
En la fachada atlántica, predominan los feniciopúnicos de Cartago y Gadir
mientras en la mediterránea gentes de los pueblos del SE. La abundante pre-
sencia de materiales arqueológicos5 confirman que se trata de un área común
de influencia púnica, que enmarca el trasiego de mercancías, pero también
posibilita el desarrollo de técnicas y manifestaciones culturales semejantes,
adaptadas en cada caso al sustrato local (KOUICI 2002: 280).
Esta convivencia multiétnica terminará por provocar cambios importan-
tes entre las tribus indígenas dedicadas al pastoreo creando una sociedad
política y culturalmente híbrida. La victoria romana en la Segunda Guerra
Púnica marcará el final del proceso con el ingreso en su órbita cultural de
las élites púnicomauretanas helenizadas mientras la mayoría de la pobla-
ción mantenía su identidad fenopúnica y bereber (VILLAVERDE 2005).
Hemos hablado de traslados de población entre ambas riberas medite-
rráneas y debemos ocuparnos brevemente de ellas porque creemos tuvo
reflejo en la cultura de las islas. La confirmación del diagnóstico tipológico
de algunas cerámicas de Rosita vendría a ampliar la presencia en las islas
de determinadas influencias formales ibéricas que ya encontramos en los
ídolos de Gran Canaria.
5
Destacan dos tipos de cerámicas de dos periodos y dos vías de penetración (SAN-
TOS 1982-83:148). La primera, ss. IV-II, desde Gadir y la fachada atlántica africana,
representada especialmente por cerámicas de barniz rojo tipo Kuass, ánforas Mañá
D y ocasionalmente por algún Kalathos ibérico (Tamuda, Lixus, Sidi Abdeslam del
Behar, Oran, Portus Magnus (Betheoua), Les Andalouses (CINTAS 1953:55), Tipasa,
Hipona (Annaba) y Cartago (KOUICI 2002: 280 y 287); y la segunda, s. II-I a.n.e. en-
tre el Levante y SE de la península Ibérica y el Oranesado, representada mayormente
por el Kalathoi, donde las urnas de Les Andalouses tienen sus paralelos en las necró-
polis ibéricas de Cabecico del Tesoro, Albufereta, Cigarralejo, Liria y la Escuera.

195
El yacimiento de Rosita del Vicario (ver BENITO et al., en estas Jor-
nadas), ha puesto sobre el tapete varios tipos de cerámicas, a torno, fa-
bricadas posiblemente en lugares distintos: platos de pescado, kalathos,
cerámicas de paredes finas y a mano de producción local. Gadir parece
ser el origen más probable de las primeras (NIVEAU 2002-2003 y 2008),
aunque no se puede descartar a Kuass. Arcila (KBIRI: 2007, lo que no sería
de extrañar si atendemos a las características de la población gaditana, fe-
nicios, después cartagineses, cruzados probablemente no solo con turdeta-
nos sino con una exótica serie de grupos humanos que pudieron frecuentar
esta ciudad o las restantes fenicias del suroeste, viajan constantemente por
tierra y mar, mediante una cierta navegación de cabotaje de altura hacia
las africanas; de bajura o de altura (…) pudieron llegar a las costas sep-
tentrionales africanas y aún más lejos6 (GARCÍA-GELABERT 2005:10).
Sin embargo los kalathoi7 permiten ampliar la posibilidad de que llegaran
desde el SE peninsular o de las ciudades del círculo del Ebro a través de
distintas conexiones marítimas que alcanzaron un gran desarrollo a partir
de Augusto: Carthago Nova-Caesarea, Carthago Nova-Rusadir; Costa an-
daluza al Oranesado y Rusadir y Malaca-Siga (GOZALBES CRAVIOTO
1993: 174-175)
Es innegable el traslado de personas entre la península y el Norte de
África, tanto de colonos campesinos como mercenarios militares (GAR-
CÍA-GELABERT 2005: 21), que alcanzó su máximo auge (79% del total,
KOUICI 2002: 278), durante la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.n.e),
cuando Aníbal, para garantizar la fidelidad de sus soldados hizo pasar las
tropas de África a la Península y las de la Península a África, afianzando
con estos medios la fidelidad y el conocimiento entre los pueblos (BLÁZ-
QUEZ, 1961), táctica que fue seguida por los romanos (Str. III, 139, 154).
Como señala Kouici (KOUICI 2002: 279), para conocer su relevancia
cultural es importante tener en cuenta que los movimientos masivos de
tropas solo son posibles cuando existe una infraestructura de hábitat, co-
mercio y servicios que convierte a los ejércitos en ciudades singulares en
miniatura. Todo ello implica transmisión de ideas, objetos, costumbres y
6
Venimos defendiendo esta opción desde hace muchos años y a la que se han sumado
otros colegas, baste recordar la bibliografía recogida en trabajos de ATOCHE 2009,
GONZÁLEZ & ARCO 2007 y MEDEROS & ESCRIBANO 2002.
7
La cerámica ibérica está ampliamente representada en distintas localidades de Ma-
rruecos: Kuass, Tamuda, Emsa, Zilil, Sidi Abdeslam del Behar, Thamusida, Banasa,
Volúbilis y Lixus, donde se ha rescatado un kalathos completo dentro de una cista
fundacional bajo un edificio púnico-mauritano (BONET et al. 2001: 56).

196
modos de vida, así como procesos de contacto y cambio cultural8. En este
contexto, se puede intuir un mestizaje aquí y allí, por las específicas rela-
ciones de los soldados con las mujeres nativas, y asentamientos estables
de soldados hispanos en África (GARCÍA-GELABERT 2005: 25).
Resumiendo, podemos afirmar que el Norte de África se convierte en
un área común (híbrida culturalmente hablando), de influencia púnica, que
enmarca el trasiego de mercancías, pero también posibilita el desarrollo
de técnicas y manifestaciones culturales semejantes, adaptadas en cada
caso al sustrato local (KOUCI 2002: 280-285).
En lo tocante a la religión las influencias entre las poblaciones sedenta-
rias debieron ser igualmente importantes. Así parece indicarlo los escasos
restos y noticias que nos han quedado. La inscripción religiosa neopúni-
ca (de) finales del s. I a.n.e. realizada posiblemente por un indígena que
se expresa en púnico, confirma el sincretismo religioso9 (GALAND et al.
1966), lo que nos lleva a pensar que la población bereber tuvo que conocer
de primera mano dioses fenopúnicos y romanos porque estaban represen-
tados en diversas localidades y ciudades10 norteafricanas: Melqart, Reshf
y Tanit11 en Lixus; Ad Mercuri y Baal-Adon o Adonis griego en Volúbilis12;
Astarté en Nador; Poseidón13 o Neptuno romano, dios cartaginés al que
8
En Tenerife (Aripe. Guía de Isora) encontramos varios paneles grabados con figuras
de guerreros númidas acompañados de caballos (BALBÍN & TEJERA 1983, GON-
ZÁLEZ et al. 2009).
9
La romanización alcanzó de distinta manera a la población indígena (en menor grado
al medio tribal montañoso), con modos de vida nómada o seminómada y con mayor
fuerza entre la población sedentaria, agrícola y comercial del tell y por ello con mayor
capacidad para integrarse en la cultura foránea (VILLAVERDE 2005:129).
10
Podríamos pensar que la política romana sobre la religión púnica fue similar a la
que siguió en la Península, permitir sus dioses y rituales hasta al menos el s. II-I a.n.e.,
ya que su conquista no pretendió modificar las estructuras existentes y menos las re-
ligiosas que fueron cambiando en un proceso de sincretismo y de asimilación de las
divinidades fenopúnicas (FERRER 2004).
11
En ARCO et al. 2005 encontramos varias referencias a diversos dioses fenopúnicos
en las islas.
12
MORESTIN (1980), piensa que el Templo B de Volúbilis estuvo dedicado a un
genios loci y se refleja un culto sencillo, poco elaborado propio de gentes autóctonas
y de extracción humilde mostrando a las claras que la gran masa de la población
indígena apenas asimiló la cultura. Perduró al menos hasta el s. I d. n. e.
13
BETHENCOURT (1991-1994. T.I: 110), señala en Tenerife, el sacrificio a Poseidón
de un niño vivo al que arrojan al mar en el momento de salir el sol durante el solsticio
de verano, basando tal afirmación en la tradición (oral) tinerfeña.

197
Hannon erige un templo en Lixus. Herodoto (II, 50), afirma, por el contra-
rio, que no se trata de un dios púnico sino libio, honran a este dios desde
siempre (EL OUAZGHARI 2005: 232-3).
Por último, al menos dos pinceladas sobre la religión de la población in-
dígena (CAMPS 1987: 144-145, EL OUAZHGARI 2005, VILLAVERDE
2005: 117-128). No nos ocuparemos en extensión porque es la más recurri-
da y posee una extensa bibliografía en Canarias (TEJERA 1988) en la que
se destaca principalmente el culto a las montañas, los astros, los árboles,
ceremonias relacionadas con la lluvia14, culto al sol y la luna, la zoolatría
(culto al carnero). Un autor árabe poco citado, León el Africano, hace refe-
rencia explícita a que eran idólatras (JUAN LEÓN EL AFRICANO 1999:
33) Los africanos fueron en tiempos antiguos, casi todos idólatras, como
los persas que adoran el fuego y el sol y tenían templos (...) dedicados en
honor de uno y otro; mantenían el fuego [sagrado]constantemente encen-
dido día y noche, cuidando que no se apagase. (...) Es cosa sabida que
los africanos de Numidia y de Libia adoraban a los planetas a los cuales
ofrecían sacrificios. Algunos de los negros veneraron a Guighimo, que en
su lengua significa “Señor del Cielo”. EL OUAZGHARI (2005:260-1),
nos dice que hay quienes piensan que la religión indígena no sintió la ne-
cesidad de realizar ofrendas, altares o inscripciones sino que el carácter
naturalista de la misma hizo que el fiel sintiera la presencia de estas fuer-
zas divinas en la totalidad de la naturaleza (…), Si esto fuera la esencia
del sustrato religioso indígena entenderíamos mucho mejor la despreocu-
pación por representar gráficamente los dioses. Sin embargo, el mismo
autor se encarga de señalarnos la presencia de distintas representaciones
idolátricas zoomorfas, bereberes idólatras que adoran a un carnero, repre-
sentado en grabados e ídolos que portaban cuerno de carnero (El Bekri,
en EL OUAZGHARI (2005:258-9).

3. REFERENCIAS OBLIGADAS. LAS ISLAS

Como hemos visto, la rápida mirada sobre las poblaciones del Norte de
África de las riberas de ambos mares permite ver su enorme complejidad
étnica y cultural. Por un lado, la población norteafricana se debate entre la
aceptación y el rechazo a los influjos exteriores por otro, la fuerte implan-
14
Una tradición ancestral recoge el ritual de la Gonja consistente en el paseo de una
cuchara vestida como una muñeca a la que llaman la novia de Anzar cantando y ro-
gando que llueva (EL OUAZGHARI (2005:251). Los rituales propiciando la lluvia y
la fecundidad Carcopino los relaciona con las antiguas civilizaciones mediterráneas
(v. CAMPS: 1987: 147).

198
tación y pervivencia de la cultura púnica que domina aún en época romana
se mezcla con otras influencias locales y foráneas como lo demuestran los
yacimientos arqueológicos.
En este contexto no parece que Canarias pueda ofrecer un panorama
muy distinto ya que la consolidación de su población depende de la llegada
reiterada de gentes desde esos territorios (GONZÁLEZ: 2006). Teórica-
mente conocemos el proceso general seguido por los materiales arqueoló-
gicos. Algunos continúan, otros decaen y otros se transforman para adap-
tarse a las nuevas necesidades cambiando su función y aspecto. El largo
aislamiento a que estuvieron sometidos en las islas a partir posiblemente
del s. IV d. n. e., agudizó el inmovilismo dificultando no solo su reconoci-
miento sino conocer su origen y rastrear su evolución15.

4. Terracotas antropomorfas. Posibles relaciones

Onrubia (ONRUBIA 2000: 46), destaca la dificultad de estudio que presen-


tan las terracotas grancanarias porque están descontextualizadas. Reconocien-
do estas dificultades, añadiremos que muchas han sido rescatadas mediante
excavación y tampoco se les ha dado explicación cultural plausible (ASCA-
NIO et al. 2002), por lo que debemos pensar que el problema es otro y lo hemos
venido señalando en distintas publicaciones. Nos referimos al excesivo uso de
la sociedad amazhig como referente exclusivo y donde nuestras terracotas no
encuentran acomodo. Pero no sólo es en esta isla donde hay ídolos, distintos
trabajos nos muestran su presencia en Lanzarote, Fuerteventura, Tenerife, El
Hierro… si bien, por el momento, nos ocuparemos de los ídolos de las islas
orientales con el objetivo de plantear que pudo haber una cierta conexión ideo-
lógica en materia religiosa entre ellas y Gran Canaria.
Somos conscientes de que la religión indígena forma parte de la supe-
restructura de un sistema político y social que hoy apenas esbozamos y que
sin conocerlo a fondo sería presuntuoso emitir conclusiones irrebatibles y
mucho menos partiendo de la analogía. Pero los arqueólogos trabajamos
con restos materiales y ante la ausencia de documentos más explícitos de-
bemos remitirnos a ellos para articular un discurso que aporte propuestas
para desentrañar ese oscuro pasado. Este es el objetivo de nuestra comu-
nicación en la que no caeremos en la tentación de confundir elementos
religiosos con sistema religioso16.
15
Este problema se agudiza con las terracotas canarias pues carecen de dataciones de C-14.
16
los elementos aislados no conforman una religión. Desde esta perspectiva, el prés-
tamo de sistemas religiosos… no puede ser confundido con el préstamo de ciertos
elementos religiosos. (ALVAR, 1993)

199
Por nuestra parte y frente a las tendencias discrepantes dominantes17
insistimos en proponer que los portadores de la cultura y por ende de las
prácticas religiosas canarias fueron poblaciones híbridas norteafricanas
como consecuencia de una fuerte y larga convivencia con distintas pobla-
ciones foráneas, fenopúnicas, ibéricas y en menor grado romana, durante
el primer milenio a.n.e (ARCO et al. 2005). En esta línea argumental de-
sarrollamos este trabajo.
Las terracotas antropomorfas constituyen más del 90% de las piezas del
catálogo si tenemos en cuenta los restos fragmentados, pies, brazos, torsos
de difícil adscripción sexual. Como tendremos ocasión de ver, nos encon-
tramos ante un tipo de figuras que presentan rasgos comunes que analiza-
dos en conjunto proporcionan un aire de familia que no sólo permite hablar
de un posible prototipo, dama sentada, del que derivan diversas formas con
accesorios específicos, sino de un sustrato religioso común que se refrenda
por la dispersión geográfica por toda la isla.
Para un mejor entendimiento de nuestra propuesta comenzaremos por
una pieza que se repite muchas veces con ligeras variantes. Se trata de una
figura femenina sentada. La cabeza simple prolongación de un largo cue-
llo, se halla desprovista de rasgos faciales, en el torso se observa el om-
bligo y junto a la axila derecha, uno de los pechos. Los brazos se reducen
a unos muñones que parecen representados solo los bíceps. Las piernas,
cruzadas, se adelantan formando un anillo18 (La Fortaleza Santa Lucía de
Tirajana. Gran Canaria). (Museo de la Fortaleza, nº Rg. 38) (Onrubia el al.,
pp. 150-151), (figs.1a y 1b ). Por nuestra parte, la definimos como figura
femenina cubierta con una tiara o capirote sentada sobre un pedestal, con
ombligo y pecho, brazos indicados y piernas cruzadas y proponemos otra
descripción. En primer lugar no se trata de un largo cuello sin cabeza, sino
de una cabeza no definida rematada con una tiara o capirote y en segundo
lugar, lo que es considerado prolongación de las nalgas un remedo de trono
o pedestal. La figura femenina cubierta con tiara o caperuza es el tipo más
repetido entre las terracotas de Gran Canaria y es en la representación del
cuerpo donde encontramos mayores variaciones.
17
Origen Mediterráneo (PÉREZ & ÁLVAREZ 1939, JIMÉNEZ 1945, MARTÍN
1984: 429-440), y origen bereber, cuyo autor de referencia es A. TEJERA GASPAR.
18
Dimensiones: Alt. 4,9 cm. Se encontró en La Fortaleza. (Sta. Lucía de Tirajana. G.
Canaria), dentro de un nicho excavado en el interior de una cueva vivienda en un
poblado de cuevas artificiales y casas de piedra asociado a un granero rupestre y a un
cementerio en cuevas naturales (Museo de la Fortaleza). Al objeto de evitar continuas
reiteraciones ONRUBIA et al. 2000, desde ahora en adelante lo presentaremos entre
paréntesis como O-2000 seguido del número de página.

200
En nuestra opinión la pieza anterior presenta claras analogías con la figura
orante de la necrópolis de Cabecico del Tesoro (M.A.P. nº inv. 2.352. Verdo-
lay. Murcia). (fig. 2) (GARCÍA 1987), considerada un producto de la simbiosis
religiosa entre los pueblos ibéricos del interior y los fenopúnicos y griegos que
se establecieron en el SE peninsular. Se trata de una figura humana, al parecer
arrodillada. Lleva un tocado alto sobre la cabeza en forma de kalathos cónico
(o de caperuza) liso o bien un tipo de peinado femenino (…) Parece estar
sobre un pequeño pedestal y se puede relacionar con las figuras femeninas en
bronce (BOCK 1994). La autora considera que el resto de figuritas que apare-
cieron en la tumba son ajenas a la diosa. Por el contrario, García (GARCÍA &
PAGE 2004: 127 y ss.), (fig. 2), la considera una gran diosa madre entronizada
a la que suma las otras figuritas completando un grupo compuesto por la figura
femenina (policromada) y a su alrededor (…) ¿damas orantes? Dos aras, una
a cada lado, lo que podría indicar que nos encontramos en el templo (…) (la
diosa tiene) la cabeza cubierta por una alta mitra o kálathos. Dimensiones:
H.: 13 cm; Plinto trono: 6,5 x 7 cm.
Si admitimos esta propuesta abrimos un camino plausible por donde
avanzar hacia la ubicación cultural de las piezas canarias hasta ahora per-
didas en el tiempo y en el espacio porque nos permitiría adscribirlas al
complejo cultural fenopúnico del Mediterráneo occidental y más concre-
tamente del SE peninsular (MONEO: 2003), cuyas terracotas tienen las
siguientes características: pequeño tamaño, hechas en serie, a mano o a
molde, macizas o huecas y están policromadas en su mayoría. Su icono-
grafía representa tanto a la mujer como al hombre y pueden ser de cuerpo
entero (entronizadas, recostadas, acostadas y de pie), y de medio cuerpo,
bustos, protomos y máscaras (SAN NICOLÁS 1992: 11).
Las terracotas necesariamente deben tener en Gran Canaria característi-
cas propias19 porque la transmisión religiosa no podemos afirmar (ni negar),
que fuese directa porque no se han encontrado materiales originales que lo
testifiquen, y los procesos de adaptación y aislamiento fueron intensos20. Aún
así creemos poder reconocer en su elevado número y pobreza formal una
característica general de la coroplastia fenicio-púnica, su profundo sentido
religioso popular y no de élite. Esta característica ayudaría a entender su
presencia en las islas y a comprender la ausencia de templos.
19
Las figuras femeninas desmesuradamente gordas, alejadas de la estilización de los
modelos mediterráneos, podrían representar el ideal de la figura femenina de Gran Ca-
naria respecto a la maternidad y reflejar el ritual de engorde previo de la mujer antes
del matrimonio como garantía de su fertilidad.
20
Por estas razones encontramos otras piezas que carecen de esta prenda y de pedestal
aunque su iconografía es similar.

201
En la prolongación desmesurada de las nalgas, vemos un remedo de
pedestal (Los Barros. Jinámar. Las Palmas de Gran Canaria) (O-2000:
Rg. 2901, p. 117), (fig.3), que en otros casos pierden esta función y se
convierten en apéndice que permite mantener inclinada hacia atrás a la
figura (Arucas; Temisas en Agüimes (O. 2000: Rg. 2856:197), (fig.4).
La terracota de Arucas (El Tabaibal. Arucas. Gran Canaria) (Onrubia
et al. 2000. nº Rg. 2843, pp. 166 y 167), (figs. 5 y 6), presenta ambos
apéndices, el pedestal, ahora colocado verticalmente prolongando la
figura y reforzando su carácter, y el apéndice posterior para mantener
la figura inclinada.
Hemos visto cómo en estas figuras va variando la parte inferior de su
cuerpo hasta convertirse en un simple apéndice que sirve para sostener
la figura en posición inclinada. Igual proceso parece suceder en el resto
del cuerpo. Con respecto al miembro superior, podemos establecer una
evolución a partir de su representación completa (Los Barros, fig 3), los
antebrazos se van adelgazando (Los Cascajos. Tara. Telde. Gran Canaria)
(Onrubia et al. 2000. nº Rg. 2880: 166 y 167), (fig.7), hasta desaparecer
para quedar únicamente el brazo (Gran Canaria. El Museo Canario) (On-
rubia et al. nº Reg. 2899, p. 93), (fig.8). Entre los exvotos púnicos de Puig
de Molins encontramos un exvoto femenino que parece sufrir parecido
proceso (adelgazamiento), y que nos sirve de referente. (Puig de Molins.
Ibiza. Islas Baleares), (fig.9).
En cuanto a los torsos con tiara o caperuza son todos femeninos y
creemos que siguen el mismo proceso de esquematismo. La figura de
La Cueva Pintada (Cueva Pintada de Gáldar. Gran Canaria) (Parque
Arqueológico Cueva Pintada. Gran Canaria). (Onrubia et al 2000. nº
Rg. 2868, p. 178), (fig. 10) es la que mejor refleja la presencia de esta
pieza que se marca claramente sobre una cabeza en la que se esboza la
cara sobre el tronco con pechos y sin brazos ni piernas. Algunas tienen
pechos (O. 2000: Rg. 2868:178), el sexo muy marcado (Hoya Molina.
Acusa Seca Artenara. Gran Canaria. (Onrubia 2000. El Museo Canario
nº Rg. 2854, p. 168), (fig.11), u ombligo21 (Risco de Gonzalo. El Porti-
chuelo de Soria. Mogán O. 2000:171). Las terracotas del yacimiento de
La Serreta (Alcoy) (JUAN 1988), (fig.12), nos ofrecen un buen reper-
torio de caperuzas y tiaras.
Junto a estas terracotas encontramos otras que han sido agrupadas por
Onrubia bajo el epígrafe Cabezas de figura humana. El análisis formal nos
lleva a considerar que nos encontramos ante tres tipos de figuraciones an-
21
Queremos señalar que son numerosas las figuras en las que aparece el ombligo por
lo que podríamos pensar que están relacionadas con la maternidad y el nacimiento.

202
tropomorfas diferentes realizadas burdamente. Las dos primeras compar-
ten un largo cuello con el extremo distal roto como si hubiera sido arranca-
do de un soporte y se diferencian en la forma de la cabeza. El primer grupo
está representado por la Cabeza de figura humana (…), bruñido en toda la
superficie, la boca, los ojos y la parte posterior de la pieza están pintados
de rojo (Cueva Pintada de Gáldar. Gran Canaria. (Parque Arqueológico
Cueva Pintada. Gran Canaria). (O. 2000. nº Rg. 77, p. 68), (fig.13). El se-
gundo por Cabeza de figura humana rematada por un receptáculo hueco.
Su cara conserva restos de pintura roja (Cueva Pintada de Gáldar. Gran
Canaria. Parque Arqueológico Cueva Pintada. Gran Canaria). (O. 2000. nº
Rg. 2878, p. 97), (fig.14); y, el tercero, el cuello es corto o apenas se dibuja,
Cabeza de figura humana. La parte superior está decorada con impresio-
nes y el rostro aparece surcado por varias líneas incisas (Cueva Pintada
de Gáldar. Gran Canaria. Parque Arqueológico Cueva Pintada. Gran Cana-
ria). (O. 2000. nº Rg. 142, p. 77), (fig.15).
En el primer grupo, reconocemos las toscas figuras de orantes de Ca-
becico del Tesoro (BOCK 1994; GARCÍA CANO & PAGE DEL POZO
2004), (fig.16), aunque varían en la forma de señalar los ojos, la nariz y
la boca. En nuestro caso con hundimiento de la superficie, en Cabecico
del Tesoro con la adición de pequeñas bolas de barro. El segundo agru-
pa lo que consideramos remedos de pebeteros o quemaperfumes (fig. 14)
(que encontramos igualmente en piezas de cuerpo entero (fig.8), que en
las islas han perdido su funcionalidad original. Serían malas imitaciones
de otras piezas griegas mucho más elaboradas y de mayor tamaño que
cuentan con una profunda tradición púnica que las difundieron por el
Mediterráneo, Península (sobre todo el área de la cultura ibérica), Car-
tago, Sicilia, Ibiza, Norte de África (Melilla, VILLAVERDE 2004), y
fachada atlántica africana (Lixus, BONET el al. 2001: 56 y ss), (MA-
RÍN 2004: 319-335), entre los s. IV y II a.n.e. El tercero agrupa lo que
reconocemos como máscaras, toscas copias de otras representadas abun-
dantemente en la coroplastia púnica donde las encontramos pintadas o
con engobe rojo.
La presencia de figuras con pebetero o quemaperfume no son exclusivas
de Gran Canaria, las encontramos también en Lanzarote y Fuerteventura si
bien la parte superior de la cabeza se ve realzada por una corona que in-
terpretamos como un remedo de kalathos (Exvotos del santuario púnico de
Es Culleram (Sant Joan de Labritja, Eivissa), (fig.17). En el primer caso, se
trata de un antropomorfo tosco (Ídolo de Zonzamas. Lanzarote), (fig.18),
que presenta dentro de la cabeza un receptáculo hueco. En el segundo, de
una figura arrodillada sentada sobre los talones y los brazos descansando

203
sobre los muslos. La cabeza está coronada y da cobijo a un receptáculo
hueco. Su iconografía de hipopótamo representa a la diosa egipcia Tueris22
(BALBÍN et al 1987), (fig.19), y su culto lo extendieron los fenicios y los
púnicos por el Mediterráneo.
Las representaciones egipcias en estas islas no acaban en las señala-
das. (Cueva Pintada de Gáldar. Gran Canaria. Parque Arqueológico Cueva
Pintada. Gran Canaria). (O. 2000. nº Rg. 182, p. 242), (fig.20), describe
en el apartado Quimeras, el torso y extremidades de una figura masculina
erguida (…) En medio del pecho se insinúa, mediante ligeras incisiones,
lo que acaso pudiera ser un rostro humano. El único brazo conservado
descansa sobre un pene erecto… Por nuestra parte creemos que se corres-
ponde con la representación itifálica del dios Bes de época Ptolemaica
(circa 330 - 30 a.n.e.) (ARROYO: 2006-7; GONZÁLEZ: 2004; GONZÁ-
LEZ & ARCO: 2007; ARCO et al.: 2009), muy popular entre las clases
más humildes desde el Próximo Oriente hasta las Columnas de Hércules
(GÓMEZ: 2002). La figura se presenta sin cabeza y en su lugar aparece
un agujero irregular ¿pebetero?, siendo la representación más corriente en
época púnica, (fig.21). No podemos olvidar que para paliar los problemas
que tenía en Occidente Cartago se vuelca hacia el vecino Egipto hasta con-
vertirla en la potencia helenística con quien más contactos ha mantenido
Cartago (FRUTOS 1991: 127-8).

5. Conclusiones

En Canarias, y desde hace algunos años, nos encontramos inmersos


en un proceso de investigación muy interesante porque hemos pasado de
analizar lo que parecía un solo espacio temporal y cultural prehistórico
(paradójicamente interpretado, en muchos casos, a partir de los datos et-
nográficos recogidos después del derrumbe de las poblaciones indígenas,
crónicas de conquista, Historias Generales y documentos administrativos
de los conquistadores), a la propuesta de otro tiempo y a una cultura pro-
tohistórica, acorde con las nuevas cronologías que proponen el C14 y la
termoluminiscencia y que nos sitúan en el ámbito temporal de la llegada
a Occidente de las grandes civilizaciones mediterráneas, obligándonos a
22
[…] la imagen recuerda a la diosa egipcia Tueris; sobre todo en Egipto, Tueris fue
una divinidad muy popular, muy utilizada en muchas ocasiones como amuleto para
proteger a la infancia y los nacimientos. Su culto se expandió por todo el Mediterrá-
neo y su imagen fue utilizada por los púnicos… En mi opinión, pues, la pieza tiene
cierta influencia egipcia y es posible que el artesano que la hiciera hubiese visto
ejemplares antiguos… (GONZÁLEZ et al. 1995: 31-32).

204
reinterpretar los materiales arqueológicos conocidos y a variar las propues-
tas anteriores.
El primer planteamiento no requería estudios de procesos de pobla-
miento y respuestas culturales adaptativas. El segundo, por el contrario,
obligaba a un replanteamiento general de los supuestos aceptados y a dar
máxima prioridad al estudio de los requerimientos señalados a partir del
reconocimiento de su profundidad temporal (ss. XI-X a.n.e. – s. II d.n.e.) y
la variedad étnica y cultural de sus protagonistas.
En este contexto, la primera parte de este trabajo se ocupa del proce-
so de poblamiento en el que se pueden intuir aciertos y fracasos para los
distintos intentos que al final culminarán con la conformación de asenta-
mientos que permiten la permanencia de la población hasta la conquista
castellana. En lo relativo a la calidad y cantidad de los componentes de los
grupos “trasplantados” a las islas, los recientes trabajos arqueológicos en
Buenavista (Teguise. Lanzarote) (ATOCHE et al. 2011), La Caldereta de
Tinache (Tinajo, Lanzarote) (ATOCHE et al. 2007) y Rosita del Vicario
(Antigua. Fuerteventura), (presentados en estas mismas Jornadas), confir-
man la presencia de gentes pertenecientes al conglomerado económico y
cultural del denominado “Círculo del Estrecho”, cuyo contingente mayo-
ritario estaría formado por poblaciones de peninsulares meridionales ade-
más de norteafricanas culturalmente híbridas (fenopúnicas-bereber). En
todo caso, su obligada adaptación a los diferentes ecosistemas insulares
terminará por conformar nuevas culturas, distintas a las de partida, cuando
se concrete el proceso de autodefinición de los grupos insulares.
A continuación abordamos la situación en el Norte de África donde se
reconoce la influencia feniciopúnica en los asentamientos costeros des-
de el s. VIII a.n.e. Se trata de un área común de influencia púnica, que
enmarca el trasiego de mercancias, pero también posibilita el desarrollo
de técnicas y manifestaciones culturales semejantes, adaptadas en cada
caso al sustrato local (KOUICI 2002: 280). En ella podemos reconocer los
distintos tipos de cerámica a torno que encontramos en el yacimiento de
Rosita del Vicario, platos de pescado, kalathoi y cerámicas de paredes finas
llegadas bien directamente desde Gadir (o desde Lixus) e, indirectamente,
desde el SE peninsular (Kalathoi), a través de distintos puertos norteafri-
canos del Mediterráneo.
En lo relativo al tema religioso destacamos la importancia de las ciuda-
des como centro de divulgación de la religión y de los dioses colonizadores
entre las tribus sedentarias amazigh. Esta población tuvo que conocer dis-
tintos dioses fenopúnicos y romanos: Melqart, Reshf, Tanit, Astarté… Se-

205
ñalamos especialmente a Tanit porque es perfectamente reconocible en las
islas a través de distintas representaciones (ARCO AGUILAR et al 2005),
y a Poseidón porque Bethencourt (BETHENCOURT (1991-1994), destaca
sacrificios de niños en su honor en Tenerife. Aunque en otras publicacio-
nes hemos reconocido otras representaciones, GONZÁLEZ ANTÓN et
al.1998; GONZÁLEZ ANTÓN & ARCO AGUILAR 2007), Tueris (BAL-
BÍN et al. 1987; GONZÁLEZ ANTÓN et al. 1995), Bes (GONZÁLEZ
ANTÓN 2004; GONZÁLEZ ANTÓN & DEL ARCO, 2007).
En lo concerniente a la población y a la cultura, no parece que Canarias
ofrezca un panorama muy distinto al descrito para el Norte de África, po-
blación púnica y romana conviviendo con población indígena, si bien ha-
bría que añadir un condicionante ausente en aquel territorio. Nos referimos
al aislamiento al que se vio sometida la población a partir del s. IV d. n. e.,
que condujo a la insularización y a la ralentización del desarrollo cultural.
Entrando directamente en el tema de las terracotas, coincidimos con
Onrubia (ONRUBIA et al. 2000), en la dificultad que encontramos a la
hora de definirlas como “ídolos”, aunque como tales han sido considerados
en la literatura científica. No obstante, creemos que el principal problema
estriba en que desconocemos su articulación religiosa y no podemos des-
entrañarla a partir de la analogía, único instrumento con el que contamos
por ahora.
Las terracotas antropomorfas constituyen más del 90% de las piezas del
repertorio de Gran Canaria y en ellas reconocemos un aire de familia que
permite hablar de un sustrato religioso común y de una forma específica
que parece constituir el modelo del que parten distintas variantes y que
definimos, como “figura femenina cubierta con una tiara o capirote sen-
tada sobre un pedestal, con ombligo y pecho, brazos indicados y piernas
cruzadas” (O. 2000: Rg. 38: pp. 150-151), y lo que describe nuestro autor
como cabeza, simple prolongación de un largo cuello (…) desprovista de
rasgos faciales, nosotros reconocemos “una cabeza no definida rematada
con una tiara o capirote”. En nuestra opinión la pieza anterior presenta
claras analogías con el tipo figura orante de la necrópolis de Cabecico del
Tesoro considerada un producto del sincretismo religioso entre los pueblos
ibéricos del interior y los libiopúnicos establecidos en el SE peninsular.
Por todo ello creemos que las terracotas canarias podríamos adscribirlas al
complejo cultural y religioso libiopúnico que se encontramos ampliamente
representado en ambas riberas del Mediterráneo occidental. En todo caso,
no debemos olvidar que las terracotas canarias adquieren en las islas carac-
terísticas propias siquiera porque los portadores de las prácticas religiosas

206
debieron ser poblaciones híbridas que posteriormente se vieron sometidas
y un dilatado proceso de aislamiento. A pesar de todo, no parecen haber
perdido las características esenciales de la coroplastia fenopúnica: su pro-
fundo sentido religioso popular y pobreza formal.
En general podemos decir que en Gran Canaria, a diferencia de los mo-
delos de referencia señalados anteriormente, la representación plástica de
las terracotas sufren un doble proceso: las figuras se deforman para recoger
el ritual conocido de “engorde prematrimonial de las mujeres” (ZURARA
[1453] Cap. LXXIX), como señal de fecundidad que se refleja en la presen-
cia de anchas caderas, grandes pechos y esteatopigia (PÉREZ SAAVEDRA
1997), y su tendencia hacia el esquematismo que termina en la mayoría de
los casos por hacer desaparecer la figura. Como hemos dicho, creemos que
lo responde a una deformación esteatopigia que llega a proporcionar a las
nalgas una prolongación plana desmesurada, podría interpretarse como un
remedo de trono o pedestal presente en los modelos originales y perdido en
estas figuras canarias. Esta evolución terminará por convertir las nalgas en
un simple apéndice que ayuda a mantener la pieza en posición inclinada.
El cuerpo queda reducido al torso con forma de placa aunque permanece la
tiara y se acentúan los órganos femeninos. Los extremos de los miembros
superiores e inferiores se adelgazan hasta desaparecer…
Junto a estas terracotas encontramos las denominadas Cabezas de fi-
gura humana, entre las cuales distinguimos tres tipos. Las dos primeras
presentan el extremo distal roto, indicación de que estaban unidas a una
base y se diferencian entre ellas en que tienen o no un receptáculo en la
cabeza. La primera nos recuerda las toscas figuras de orantes de Cabecico
del Tesoro. La segunda, interpretamos el receptáculo como recuerdo de pe-
beteros o quemaperfumes presente en piezas griegas que fueron imitadas y
difundidas por los púnicos entre los ss. IV y II a.n.e por el Mediterráneo,
Península (área de la cultura ibérica), Norte de África y fachada atlántica
africana. El tercero agrupa lo que reconocemos como máscaras, toscas co-
pias de otras representadas abundantemente en la coroplastia púnica donde
las encontramos pintadas o con engobe rojo.
Las figuras con pebetero las encontramos también en Lanzarote y Fuer-
teventura. Una de ellas es reconocida como Tueris (BALBÍN et al. 1987).
Las representaciones egipcias con pebetero no acaban en estas islas. Así en
Gran Canaria podemos reconocer la representación itifálica del dios Bes
específica de la época Ptolemeica (circa 330 - 30 a.n.e.) muy popular entre
las clases más humildes desde el Próximo Oriente hasta las Columnas de
Hércules. Los púnicos extendieron su culto por el Mediterráneo.

207
Resumiendo podemos decir que:
1º) Es necesario incluir en nuestros planteamientos teóricos a las poten-
cias hegemónicas del Mediterráneo, Fenicios, púnicos y romanos ya que
son ellas las que determinan el devenir político, administrativo y cultural
del mundo conocido.
2º) En este sentido, para tratar de conocer mejor su influencia en las
islas, debemos dedicar especial atención a la actuación de estas potencias
en el ámbito del Mediterráneo occidental, tanto peninsular como africano,
especialmente entre la población indígena del tell del Norte y fachada at-
lántica africana.
3º) El recorrido lo debemos hacer a través de la interpretación de los da-
tos históricos, la arqueología y la antropología, quienes conjuntamente nos
proporcionarán datos sobre la transformación de las sociedades coloniza-
doras e indígena en un largo proceso de hibridación vivida conjuntamente.
4º) La arqueología canaria nos está presentando yacimientos de influen-
cia mediterránea y altas cronologías que nos llevan a situar los inicios de la
colonización entre los ss. XI-IX a.n.e.
5º) En nuestro planteamiento sobre el proceso, defendemos que es ne-
cesaria la presencia de un número importante de gentes para que ésta tenga
éxito por lo que es necesario contar con distintas poblaciones que renueven
el stock genético. Por ello, el poblamiento no se hizo a partir de un solo
esfuerzo sino a través de múltiples llegadas acaecidas a través de los siglos
por lo que los colonos tuvieron necesariamente que tener distinta proce-
dencia y ser traídos por distintas gentes para cubrir objetivos que varían a
lo largo del tiempo.
6º) Que si bien, el pool poblacional está por definir con mayor preci-
sión, los contingentes más importantes debieron proceder mayoritariamen-
te de la Tingitana, especialmente indígenas hibridados y gentes claramente
punicizadas.
7º) Las terracotas canarias apuntan en general a la coroplastia medite-
rránea y en particular a la púnica, si bien podemos distinguir, por ahora,
dos tipos de influencias: la iberopúnica que pudo haber llegado a las islas
a través de Gadir o del Norte de África y la egipcia de época lágida con
recorrido norteafricano.
8º) Las terracotas canarias son imitaciones de diosas y dioses ajenos
(diosa madre, Tueris, Tanit, Bes…) que forman parte indisoluble de su
mundo religioso, si bien pudieran tener características y valores religiosos
distintos de los originales.

208
9º) La presencia de ídolos con el mismo “aire de familia” en Gran Cana-
ria, Lanzarote y Fuerteventura, indica que existía una cierta base religiosa
común entre estas islas.
10º) Por último, señalar que consideramos fundamental para entender
nuestra protohistoria tener en cuenta que la insularidad y el aislamiento re-
dibujaron y dieron nuevas formas y contenidos a la cultura y los materiales
arqueológicos primigenios.
Por todo lo anterior creemos que la cultura indígena y por ende su siste-
ma religioso, es un crisol donde se mezclan préstamos culturales de pobla-
ciones diversas que van llegando a las islas a lo largo de los siglos y donde
su propio devenir histórico y el aislamiento terminarán proporcionándole
naturaleza propia.
Somos conscientes que la religión indígena formó parte de su siste-
ma político y social que hoy apenas esbozamos y que sin conocerlo mal
podremos acercarnos a ella y mucho menos desde la analogía. Pero los
arqueólogos trabajamos con restos materiales y a ellos debemos remitirnos
para articular un discurso que aporte propuestas, aunque sean parciales,
encaminadas a desentrañar ese oscuro pasado. Este es el objetivo de nues-
tra comunicación.

209
Figura 1a.

Figura 1b.

210
Figura 2.

Figura 3.

211
Figura 4.

Figura 5.

212
Figura 6.

Figura 7.

213
Figura 8.

Figura 9.

214
Figura 10.

Figura 11.

215
Figura 12.

Figura 13.

216
Figura 14.

Figura 15.

217
Figura 16.

Figura 17.

218
219
Figura 18. Figura 19.
Figura 20.

Figura 21.

220
Bibliografía

ALVAR, JAIME. “El contacto intercultural en los procesos de cambio”.


Gerión. 8, (1990), pp.11-27.
ALVAR, JAIME. “Problemas metodológicos sobre el préstamo religioso”.
En: J. Alvar, C. Blanquez, C. G. Wagner (eds.). Formas de difusión de
las religiones antiguas. Segundo encuentro-coloquio de ARYS. Jaran-
dilla de la Vera. Diciembre, 1990. (1993).
ARCO AGUILAR, M.ª DEL CARMEN DEL, M.ª MERCEDES DEL
ARCO AGUILAR, EMILIO ATIÉNZAR, PABLO ATOCHE PEÑA,
MERCEDES MARTÍN OVAL CONRADO RODRÍGUEZ MARTÍN
y M.ª CANDELARIA ROSARIO ADRIÁN. “Dataciones absolutas en
la Prehistoria de Tenerife”. En A. Millares, P. Atoche y M. Lobo (eds.):
Homenaje a Celso Martín de Guzmán (1946-1994). Universidad de Las
Palmas de Gran Canaria. Madrid-Las Palmas. (1997), pp. 65-77.
ARCO AGUILAR, M.ª DEL CARMEN, RAFAEL González, RO-
DRIGO DE, Balbín, PRIMITIVA Bueno y M.ª CANDELARIA
Rosario. “Tanit en Canarias”. En A. Spanò (ed.): V Congresso In-
ternazionale di Studi Fenici e Punici (Palermo, 2000). III. Istituto per
la Civiltà Fenicia e Punica-Istituto di Archeologia dell’Università di
Palermo. Palermo (2005), pp. 1399-1408.
ARCO AGUILAR, Mª DEL CARMEN DEL, RAFAEL GONZÁLEZ AN-
TÓN, CANDELARIA ROSARIO ADRIÁN, M.ª MERCEDES DEL
ARCO AGUILAR, LAURA GONZÁLEZ GINOVÉS, CARMEN BE-
NITO MATEO, RODRIGO DE BALBÍN BERHMANN y PRIMITIVA
BUENO. “Algo más que canalillos y geométricos. El valor simbóli-
co de las estaciones rupestres guanches”. Canarias Arqueológica, 17
(2009), pp. 79-131.
ARROYO DE LA FUENTE, M.ª ARÁNZAZU. “Evolución iconográfica
y significado del dios Bes en los templos ptolomaicos”. Espacio, Tiem-
po y Forma. Serie II. Historia Antigua. T. 19-20 (2006-7), pp. 13-40.
ASCANIO PADRÓN, A., M. MORENO, F. MENDOZA, I. SUÁREZ y E.
MEDINA. “Intervención arqueológica en El Tejar (Santa Brígida, Gran
Canaria)”. Noticias El Museo Canario, 4, (2002), pp. 32-36.
ATOCHE PEÑA, PABLO. “La colonización del Archipiélago Canario:
¿un proceso mediterráneo?”. En W.H. Waldren y J.A. Ensenyat (eds.):
World Islands in Prehistory. International Insular Investigations. Vth

221
Deia International Conference of Prehistory (Deia, 2001). British Ar-
chaeological Reports, International Series, 1095. (2002) Oxford, pp.
337-354.
ATOCHE PEÑA, PABLO. “Estratigrafías, cronologías absolutas y perio-
dización cultural de la Protohistoria de Lanzarote”. Zephyrus LXIII
(2009), pp. 105-134.
ATOCHE PEÑA, PABLO y M.ª ÁNGELES RAMÍREZ. “Nuevas data-
ciones radiocarbónicas para la protohistoria canaria. El yacimiento de
Buenavista (Lanzarote)”. Anuario de Estudios Atlánticos, 57, (2011),
pp. 139-169.
Atoche Peña, Pablo, José Martín, M.ª Ángeles Ramírez,
Sergio Pérez y José Domingo Torres. “Primera campaña de
excavaciones arqueológicas en el yacimiento de La Caldera de Tinache
(Tinajo, Lanzarote)”, Canarias Arqueológica, 15, (2007), pp. 13-46.
BALBÍN BERHMANN, RODRÍGO DE, MANUEL FERNÁNDEZ-MI-
RANDA y ANTONIO TEJERA GASPAR. Lanzarote prehispánico. No-
tas para su estudio. C. N. A. (1987), XVIII, pp. 19-53.
BALBÍN BERHMANN, RODRIGO DE y ANTONIO TEJERA GASPAR.
“El yacimiento rupestre de Aripe. Guía de Isora. Tenerife”. Homenaje al
Prof. M. Almagro Basch, IV, (1983) pp. 245-259. Madrid.
BETHENCOURT ALFONSO, JUAN. [1880]. Historia del pueblo guan-
che. 3 vols. Francisco Lemus Ed. La Laguna. 1991-1994.
BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, JOSÉ MARÍA. “Las relaciones entre Hispania
y el Norte de África durante el gobierno Bárquida y la conquista roma-
na (237-19 a.n.e.)”. Saitabi, 11 (1961), pp. 21-43.
BOCK, S. “Thimiaterios de tradición púnica en los museos de la Región
de Murcia”. Coloquios de Cartagena.I (Cartagena 1990). Murcia. Ed.
Regional de Murcia. (1994), pp. 397-442.
BONET ROSADO, HELENA, MOHAMED KBIRI ALAOUI, JAIME
VIVES-FERRANDIZ y HICHAM HASSINI. “La ocupación púni-
co-mauritana”. En: Lixus. Colonia fenicia y ciudad púnico-mauritana.
Anotaciones sobre su ocupación medieval. En: C. Aranegui Editora
científica. SAGVUNTVM. (2001) Extra 4. Capítulo V, pp. 51-71.
CAMPS, GABRIEL. Berbères. Aux marges de l´histoire. Paris. 1980.
CAMPS, GABRIEL. Les Berbères. Mémoire et identité. Ed. Errance.
Paris. 1987

222
CINTAS, PIERRE. ‟Découverte ibéro-punique d´Afrique du Nord”.
Compte-Rendu de l´Academie de Inscriptions et des Belles Lettres,
(1953), pp. 52-57.
EL OUAZGHARI, ABDERRAHMAN. El mundo indígena y Roma en el
Marruecos antiguo: la religión durante los periodos prerromano o ro-
mano. (Tesis doctoral). Granada. (2005).
FERRER ALBELDA, EDUARDO. “Los púnicos de Occidente y del At-
lántico”. En: Fortunatae Insulae. Canarias y el Mediterráneo. Catálo-
go de la exposición. Comisarios R. González Antón y Francisca Chávez
Tristán. 15 de octubre 2004‒9 de enero de 2005. (2004), OAMC y Ca-
jaCanarias. Obra Social y Cultural. Santa Cruz de Tenerife, pp. 39-47.
FRUTOS REYES, GREGORIO DE. Cartago y la política colonial. Los
casos norteafricano e Hispano. Ed. Gráficas Sol. Écija. 1991.
GALAND, L., J. FÉVRIER, et G. VAJDA. Inscriptions Antiques du Ma-
roc. I Inscriptions Latines par L. Galand. II Inscriptions Peniques et
Neopuniques par J. FEVRIER. III Inscription Hébraïques par G. VAJ-
DA. Paris. (1966).
GARCÍA CANO, JOSÉ MIGUEL. “Una sepultura singular del Cabecico
del Tesoro. Verdolay, La Alberca, Murcia”. Anales de Prehistoria y Ar-
queología, 3. Universidad de Murcia, (1987), pp. 115-122.
GARCÍA CANO, JOSÉ MIGUEL y VIRGINIA PAGE DEL POZO. Te-
rracotas y vasos plásticos de la necrópolis del Cabecico del Tesoro.
Verdolay, Murcia. Dirección General de Cultura. Murcia. 2004.
GARCÍA-GELABERT PÉREZ y MARÍA PAZ. Movilidad entre África y
la Península Ibérica en la Antigüedad (según los textos clásicos). Hant.
XXIV. 2005, pp. 7-26.
GÓMEZ LUCAS, D. “Introducción al dios Bés: de Oriente a Occidente”.
En: Ex Oriente Lux: las religiones orientales antiguas en la Península
Ibérica. E. Ferrer Albelda (ed.) SPAL. Monografías II. 2002. Sevilla, pp.
87-121.
GONZÁLEZ ANTÓN, RAFAEL. “Nota a “Figura masculina erguida”.
En: Catálogo de la Monografía Fortunatae Insulae, Canarias y el Me-
diterráneo. (2004), pp. 275. Museo Arqueológico de Tenerife. O. A. M.
C., Cabildo de Tenerife y Caja Canarias. Santa Cruz de Tenerife.
GONZÁLEZ ANTON, RAFAEL y MARÍA DEL CARMEN DEL ARCO
AGUILAR. “Otros conceptos, otras miradas sobre la religión de los
Guanches”. Eres (Arqueología/Bioantropología). 14, 2006, pp. 9-23.

223
GONZÁLEZ ANTON, RAFAEL y MARÍA DEL CARMEN DEL ARCO
AGUILAR. “Los enamorados de la Osa Menor. Navegación y pesca en
la Protohistoria de Canarias”. Canarias Arqueológica. Monografías. 1.
Sevilla 2007.
GONZÁLEZ ANTON, RAFAEL y MARÍA DEL CARMEN DEL ARCO
AGUILAR. “Navegaciones exploratorias en Canarias a finales del II
milenio a. C. e inicios del primero. El cordón litoral de La Graciosa
(Lanzarote)”. Canarias Arqueológica. 17, (2009). Anejo 1, pp. 9-80.
GONZÁLEZ ANTÓN, RAFAEL, MARÍA DEL CARMEN DEL ARCO
AGUILAR, Mª CANDELARIA ROSARIO ADRIÁN, MARÍA MER-
CEDES DEL ARCO AGUILAR, LAURA GONZÁLEZ GINOVÉS,
CARMEN BENITO MATEO, RODRIGO DE BALBÍN BEHRMANN
y PRIMITIVA BUENO RAMÍREZ. “Grabados y poblamiento prehis-
tórico en el Archipiélago Canario”. En: Grabados rupestres de la fa-
chada atlántica y africana. Ed. Rodrigo de Balbín Behrmann, Primiti-
va Bueno Ramírez, Rafael González Antón, BAR Internacional Series
2043, (2009), pp. 211-239.
GONZÁLEZ ANTÓN, RAFAEL, RODRIGO DE BALBÍN BEHR-
MANN, PRIMITIVA BUENO RAMÍREZ y MARÍA DEL CARMEN
DEL ARCO AGUILAR. La piedra Zanata. O. A. M. C. Museo Arqueo-
lógico de Tenerife. Cabildo de Tenerife. (1995).
GONZÁLEZ ANTÓN, RAFAEL., RODRIGO DE BALBÍN BEHR-
MANN, PRIMITIVA BUENO RAMÍREZ y MARÍA DEL CARMEN
DEL ARCO AGUILAR. “El poblamiento de un archipiélago atlántico:
Canarias en el proceso colonizador del primer milenio a. C”. Eres (Ar-
queología/Bioantropología), 8, (1998), pp. 43-100.
GOZALBES CRAVIOTO, ENRIQUE. “Las rutas del comercio marítimo
entre Hispania y el Norte de África en la Antigüedad tardía”. Caminería
Hispánica. T. I. Caminería física. Actas del I Congreso Internacional.
Madrid, (1993), pp. 527-540.
GOZALBES CRAVIOTO, ENRIQUE. “Observaciones acerca del comer-
cio de época romana entre Hispania y el Norte de África”. Antiquités
Africaines. T. 29, (1993), pp. 163-176.
JIMÉNEZ SÁNCHEZ, SEBASTIÁN. “La Prehistoria de Gran Canaria”.
Revista de Historia, nº 70, (1945), pp. 178-185.
JUAN I MOLTO, J. “El conjunt de terracotes votives del santuari iberic
de la Serreta (Alcoi-Cocentaina-Penhguila)”, Sagvntvm, 21 (1988), pp.
295-329.

224
JUAN LEÓN EL AFRICANO. 1999 [893 H. 1487-88 n.e. Al-Hassan b.
Muhammad Al-Wazzan Al-Fasi Al-Garnati]. Descripción de África. Y
de las cosas notables que en ella se encuentran [Año 1550. Venecia].
Traducción y edición crítica de Luciano Rubio.
KBIRI ALAOUI, MOHAMED. “Revisando Kuass. Talleres cerámicos en
un enclave fenicio púnico y mauritano”. Sagvntvm. (2007), Extra 7, pp.
201-206.
KOUICI, N. “Los contactos entre la Península Ibérica y el norte de Áfri-
ca según los datos históricos-arqueológicos de época púnico-romana”.
Spal, 11, (2002), pp. 285-291.
MAC ARTHUR, R.H. & WILSON, E.O. The theory of island biogeogra-
phy. Princeton. Princeton U.P. (1967).
MARÍN CEBALLOS, MARÍA CRUZ. “Observaciones en torno a los pe-
beteros en forma de cabeza femenina”. En: El mundo púnico. Religión,
Antropología y cultura material. Actas del II Congreso Internacional del
Mundo Púnico. Cartagena, 6-9 de abril de 2000. Ed. A. GONZÁLEZ, G.
MATILLA y A. EGEA. (Murcia 2001-2002) (2004), pp. 319-335.
MARTÍN DE GUZMÁN, CELSO: Las culturas prehistóricas de Gran
Canaria. Madrid-Las Palmas. (1984).
MEDEROS MARTÍN, ALFREDO, GABRIEL ESCRIBANO COBO y AL-
BERTO RODRÍGUEZ CABRERO. “Manuel de Ossuna”. Revista de Ar-
queología, 21 (236), (2000), pp. 46-49.
MEDEROS MARTÍN, ALFREDO y GABRIEL ESCRIBANO COBO.
“Fenicios, púnicos y romanos. Descubrimiento y poblamiento de las
Islas Canarias”. Estudios Prehispánicos. 11. Dirección General de Pa-
trimonio Histórico. Gobierno de Canarias. Madrid (2002).
MONEO RODRÍGUEZ, TERESA. Religión ibérica. (Santuarios, ritos y divi-
nidades (Siglos VII-I a. C.). Real Academia de la Historia. Madrid. (2003).
MORESTIN, H. Le Temple B de Volubilis. Paris. (1980).
NIVEAU DE VILLEDARY y MARIÑAS, ANA MARÍA. “La cerámica ga-
ditana “tipo Kuass”: ítem cronológico para los contextos tardopúnicos del
sur peninsular”. Pyrenne, n.º 33-34, (2002-2003), pp. 175-209.
ONRUBIA PINTADO, JORGE, AMELIA RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ,
CARMEN GLORIA RODRÍGUEZ SANTANA y JOSÉ IGNACIO SÁEZ
SAGASTI. Ídolos canarios. Catálogo de terracotas prehispánicas de Gran
Canaria. El Museo Canario. Las Palmas de Gran Canaria. (2000).

225
PÉREZ DE BARRADAS, JOSÉ. Estado actual de las investigaciones
prehistóricas sobre Canarias. Introducción al estudio de la arqueolo-
gía canaria. Memoria acerca de los estudios realizados en 1938 en “el
Museo Canario”. El Museo Canario. (1939).
PÉREZ SAAVEDRA. F. La mujer en la sociedad indígena de Canarias.
CCPC. (1997).
RODRÍGUEZ MARTÍN, CONRADO, RAFAEL GONZÁLEZ ANTÓN y
MARÍA DEL CARMEN DEL ARCO AGUILAR. “La colonizaión hu-
mana de islas en la Prehistoria. Un modelo teórico para el estudio de po-
blamientos insulares”. En: BELTRÁNA TEJERA, ESPERANZA, JULIO
AFONSO-CARRILLO, ANTONIO HARCÍA GALLO y OCTAVIO RO-
DRÍGUEZ DELGADO (Eds.). Homenaje a Wilfredo Wilpred de la Torre.
La Laguna. Instituto de Estudios Canarios. (2009), pp. 785-795.
SAN NICOLÁS PEDRAZ, M.ª P. “Coroplastia fenicio-púnica”. VI Jornadas
de Arqueología fenicio-púnica (Eivissa 1991), nº 27 (1992), pp. 11-28.
SANTANA SANTANA, ANTONIO y TRINIDAD ARCOS PEREIRA.
“Las dos islas Hespérides atlánticas (Lanzarote y Fuerteventura, Islas Ca-
narias, España) durante la antigüedad: del mito a la realidad”. Gerión, 24,
nº 1, (2006), pp. 85-110.
SANTOS VELASCO, J. A. “La difusión de la cerámica ibérica pintada en
el Mediterráneo Occidental”. Cuadernos de la Biblioteca y Arqueología
Castellonenses, 9, nº 9, (1982-83), pp. 135-148.
TEJERA GASPAR, ANTONIO. La Religión de los Guanches (ritos, mitos
y leyendas). CajaCanarias. Tenerife. (1988).
VILLAVERDE VEGA, NOÉ. Tingitana en la antigüedad tardía (s. III-VIII).
Autoctonía y romanidad en el extremo del Occidente Mediterráneo. Real
Academia de la Historia. Madrid. (2001).
VILLAVERDE VEGA, NOÉ. “Nuevos datos arqueológicos de Russadir
(Melilla)”. L´Africa Romana, XV. III, (2004), pp. 1837-1876.
VILLAVERDE VEGA, NOÉ. “Lvdi en Mauritania Tingitana: orígenes,
influjos y persistencias”. V Jornadas de Historia de Ceuta. Ceuta de
la Prehistoria al fin del Mundo Clásico. Instituto de Estudios Ceutíes.
Ceuta, (2005), pp. 108-146.
ZURARA, GOMES EANNES DE [1453]. “Crónica na qual som escriptos
todollos feitos notavees que se passarom na conquista de Guinée”. En:
Manuscrito L. Maffiotte. (Instituto de Estudios Canarios).

226
GENTILICIOS DE LOS PRIMEROS POBLADORES DE
LAS CANARIAS ORIENTALES:
MAXIES Y CANARII

Alfredo Mederos Martín


Departamento de Prehistoria y Arqueología, UAM

Gabriel Escribano Cobo


Programa de Doctorado
Departamento de Prehistoria, Antropología e Historia Antigua, ULL

227
Resumen: desde comienzos del siglo XVI se han planteado relaciones con
tribus norteafricanas a partir de los nombres de algunas de las Islas Canarias o
de sus habitantes. La primera propuesta fue de Nebrija, con los Gomeros del Rif,
pues uno de los dominios de la corona española en la costa norteafricana era el
Peñón de Vélez de la Gomera. Continuó con Glas, en la segunda mitad del siglo
XVIII, que asoció a los Beni-howare con el nombre de La Palma, Benehoare, y
se consolidó con el primer libro de Berthelot, a mediados del siglo XIX, quien
introdujo relaciones para casi todas las islas incluyendo los Maghraouah con Ma-
horata o Fuerteventura, los Canarii del Atlas, los Guanseris del Djebel Ouanseris
para Tenerife o los Beny’ Bachir con los Bimbapes de El Hierro. En los últimos
años se han retomado estas relaciones en particular por Jiménez González y Teje-
ra, destacando la reciente identificación de los canes citados por la expedición de
Juba II con focas monje, lo que no coincide con Plinio que las denomina becerros
marinos. Falta, sin embargo, un estudio arqueológico e histórico detallado en es-
tos modelos que presuponen que cada isla fue poblada por una tribu norteafricana
diferente. Respecto al nombre de Canarias, creemos que deriva de la presencia
del Cabo Gannaria o Caunaria en la cartografía de Ptolomeo, actual Cabo Ghir,
un importante hito en la navegación pues desde allí los barcos cambiaban el rum-
bo de la navegación, perdiéndose la vista de la costa africana y se empezaba a
navegar en altura para dirigirse a las Islas Canarias, lo que podría explicar que
este nombre perviviese durante el Bajo Imperio y el Alto Medievo y se acabase
generalizando para todas las islas.
Palabras clave: Islas Canarias; poblamiento; tribus norteafricanas; gentilicios

Abstract: from the early sixteenth century were raised relationships with North
African tribes from the names of some of the Canary Islands or their inhabitants.
The first proposal was Nebrija with the Gomeros of the Rif, as one of the domin-
ions of the Spanish crown on the North African coast was the Peñon de Velez de la
Gomera. Glas continued in the second half of the eighteenth century, that associat-
ed the Beni-howare with the name of La Palma, Benehoare, and consolidated with
Berthelot’s first book, in the mid-nineteenth century, who introduced relations
for almost all islands including Maghraouah with Mahorata or Fuerteventura, the
Canarii of Atlas, the Guanseris of the Djebel Ouanseris with Tenerife or the Beny

228
Bachir with the Bimbapes of El Hierro. In recent years these relationships has
taken up particularly Jiménez González and Tejera, highlighting the recent iden-
tification of the dogs cited for the expedition of Juba II with monk seals, which
does not match with Pliny, who called them marine calves. It is missing, howev-
er, a detailed archaeological and historical study in these models which assume
that each island was populated by a different North African tribe. Concerning the
name of the Canaries, we believe it comes from the presence of Cape Gannaria
or Caunaria in cartography of Ptolemy, now Cape Ghir, a major milestone in
navigation because from there the ships changed the course of navigation, losing
sight of the African coast and began to sail up to go to the Canary Islands, which
could explain that this name survive during the Late Roman Empire and the High
Middle Ages and ultimately generalizing for all islands.
Key words: Canary Islands; populating; north African Tribes; ethnonyms.

1. Introducción
Una de las vías que más se ha analizado para tratar de descubrir el
origen de los primeros pobladores de las Islas Canarias ha sido el estudio
de los nombres de gentilicios y nesónimos de las islas a partir de las simi-
litudes con los nombres de tribus bereberes del norte de África (Berthelot,
1840-42/1978; D’Avezac, 1848/1999). Esta tendencia se ha acentuado en
los últimos años con el planteamiento de que cada uno de estos nombres
corresponde a un pueblo diferente del norte de África (Tejera, 2006). Es in-
teresante realizar una valoración detallada para ver qué grado de fiabilidad
tienen estas hipótesis de trabajo que gozan de una amplia aceptación, tanto
en el ámbito científico como entre el público general.

2. Gentilicios y nesónimos en fuentes romanas


Un primer aspecto que debe tenerse en cuenta es la procedencia de la
información sobre los gentilicios o nesónimos de las Islas Canarias. La
más antigua podría proceder de Seboso (Plin., N.H., VI, 37, 202) que men-
ciona Junonia, Pluvialia, Capraria, Invalle y Planasia, de las cuales re-
cientemente se ha seleccionado a Capraria (Tejera, 2001) pero, por los
nombres asignados en este periplo, parece que se trata de denominaciones

229
descriptivas de cada isla sobre rasgos que llaman la atención, caso de Plu-
vialia donde “no hay más agua que la de lluvia”, Invalle por “su suelo
ondulado” o Planasia “por su aspecto”. En el caso de Junonia, dedicada a
la diosa Astarté-Juno Caelestis, puede deberse a una denominación previa
de navegantes púnico-gaditanos o bien a que el propio Seboso dio esta
dedicación a esta diosa como protectora de los navegantes. En el caso de
Capraria, muy dudosamente puede tratarse del nombre indicativo de sus
pobladores, sino un aspecto muy llamativo de la isla, que a priori podría
ser una gran abundancia de cabras salvajes.
No obstante, se ha sugerido que su denominación provendría de Saura-
ria, como ya plantearon Saumaise (1629) y Harduin (1685), quienes sos-
tienen que por erratas de copistas se produjo una evolución de un nombre
griego original de Savrarian, isla de los lagartos o lagartaria, y escribieron
Kvrarian, perdiéndose Sa, porque la S griega se escribía como la C lati-
na. Esta isla la hemos identificado con La Gomera (Mederos y Escribano,
2002a: 175-180 y 2002b: 323-328). No obstante, la posibilidad más simple
es que describiera la presencia de cabras en la isla, lo que es igualmente
interesante pues señala que la isla estaría poblada, o bien navegantes que
la frecuentaban ocasionalmente habían dejado cabras para cazarlas cuando
recalasen para realizar aguada.
La segunda fuente utilizada es la expedición enviada por Juba II, que
también aparece recogida por Plinio (N.H., VI, 37, 203-205), la cual men-
ciona a dos de las islas citadas por Seboso, Capraria “plagada de grandes
lagartos”, lo que apoya el cambio Capraria/Sauraria, y Junonia donde “hay
un templecillo”, a las que se suman Ombrion, la lluviosa, Ninguaria por
sus “nieves perpetuas” y Canaria “por la cantidad de canes de enorme ta-
maño”. Nuevamente parecen primar denominaciones con rasgos descrip-
tivos de cada isla que llaman la atención a los expedicionarios, lo que es
importante a la hora de valorar el caso de Canaria (fig. 1).

3. Los gentilicios y nesónimos mencionados durante


la primera exploración de Canarias en el siglo XIV

El tercer nombre no está constatado hasta avanzado el siglo XIV, cuan-


do aparece Gomera. La primera referencia se ha situado en la carta portu-
lana del mallorquín Angelino Dulcert, a partir de Wölfel (1940: 68, 1965:
605, 611 y 1965/1996: 713, 721), seguida por numerosos autores (Álvarez
Delgado, 1954: 11 y 1960: 446; Navarro, 1992: 220, 226; Díaz Alayón,
Castillo y Díaz Padilla, 1995: 221; Reyes, 2004a: 55, 2004b: 82 y 2011:

230
222; Perera López, 2005: 174), sin embargo, con claridad, este mapa sólo
recoge las islas de Lanzarote o Lanzarotus Marocellus, Fuerteventura
como Forte ventura, es decir Gran Afortunada, y el islote de Lobos o Vegi
mari. No obstante, más al noreste, sitúa tres islas bajo el apelativo de Islas
San Brandani de las muchachas, la Capraria presente desde Seboso, la
Canaria desde Juba II, y una tercera sobre la que ha habido discusión en la
lectura. Según Wölfel sería Gommaria, pero Tous (1996: 13 y 1998: 9) lee
Primaria, que considera asimilable a la Planasia de Seboso, e indica clara-
mente que no comparte la lectura de Gommaria. Sí es interesante tener en
cuenta que todo este segundo grupo de islas parecen mantener las denomi-
naciones antiguas, salvo la isla de San Brandani y no se corresponde con
nuevos nombres como sucede con el grupo de las Canarias más orientales,
Lanzarote, Lobos y Fuerteventura. Tampoco Sörgel (2005: 256) acepta la
lectura de Gommaria, quien también lee Primaria, e identifica las tres con
las islas de Madeira y en particular Primaria con Porto Santo. No cabe
descartar esta hipótesis, pues como comenta Tous (1996: 15, 17 fig. 17) en
el Atlas Catalán del mallorquín Cresques Abraham de 1375 aparecen tres
islas con los nombres de Porto Sco o Porto Santo, insula de legname, o
Madeira e insule deste o Desiertas (fig. 2).
Por ello, la primera aparición segura del nombre de La Gomera es en el
Libro del Conosçimiento escrito por un fraile español hacia 1344-51 (Bon-
net, 1944: 205), o algo antes, ca. 1338-49 según Álvarez Delgado (1960:
447), donde figuran salvaje, alegrança o Alegranza, gresa o Graciosa, Ra-
chan o Roque, lançarote, veginae Bezimarin o Lobos, forte ventura, Cana-
ria, aragavia –araguia- o ¿La Palma?, infierno Tenerefiz o Tenerife, gome-
ra y fero o Hierro. Esto indica la aparición de modernas denominaciones
para todas las islas en el siglo XIV, donde sólo Canaria parece mantener la
denominación de época romana.
Según Béthencourt Alfonso (1912/1991: 61), siguiendo a Viera y Clavi-
jo (1776-83: 1, 18), el nombre de Canaria derivaría de que el cabo más in-
mediato o Cabo Bojador, se denominaba Caunaria extrema en Ptolomeo y
debió generalizarse el nombre para las islas más próximas. La explicación
obvia el propio significado que da Plinio a la presencia de perros notables
en Gran Canaria, merecedores de ser llevados a Juba II.
Sin embargo, la presencia del Cabo Gannaria o Caunaria, importante hito
en la navegación, podría explicar que este nombre perviviese durante el Bajo
Imperio y el Alto Medievo y se acabase generalizando para todas las islas
frente a los otros nombres que acabaron desapareciendo en la toponimia bajo-
medieval. Así, las Canarias serían las islas próximas al Cabo Caunaria.

231
Respecto al nombre del islote de Lobos, veginae Bezimarin, es intere-
sante el dato de Hernández (1985: 39/XI) que señala que en Cataluña se
denomina verdell mari y en las Islas Baleares, vey mari.
El Atlas Catalán del mallorquín Cresques Abraham de 1375 recoge en
cartografía estas denominaciones, Graciosa, Laregrança, Rocho, Insula de
lanzaroto maloxelo, Insula de linegi mari o Lobos, Fortoventura, Insula
de canaria, Insula de limferno, Insula de gomera e Insula de lo fero, sólo
faltando La Palma, que ya como I. de palmar figuraba en el mapa de los
hermanos Pizzigani de Venecia en 1367 (fig. 3).
Nuevamente volvemos a apreciar que el criterio básico son denomina-
ciones con rasgos descriptivos de cada isla que llaman la atención. Rocho
o Roque, linegi mari o Lobos o limferno por el volcán del Teide, mientras
en otros casos es el nombre de una embarcación, como Laregrança, el que
se usó para denominar al islote de Alegranza.
En el caso de La Gomera, como señala Álvarez Delgado (1960: 447), la
hipótesis más simple es que se le diera por la abundante presencia de goma
de almácigos, ya destacada por Abreu (1590-1632/1977: I, 15; 75), quien
indica que hay “gran copia de almácigos, de que se coge abundancia de
almáciga, provechosa para enfermedades”. Según Viera y Clavijo (1799-
1810/1982: 32-33), el almácigo o Pistacea atlántica, “Críase naturalmente
en Canaria, en Tenerife, en la Palma y con más abundancia en la Gomera”,
destacando su resina, que se obtiene haciendo una incisión en el tronco.
“Úsase de ella en los barnices, y sirve para perfumar los aposentos, dar
a la boca buen olor, fortalecer los dientes (…) es balsámica”. Otra posi-
bilidad, incluso más lógica, sería la resina de los dragos y almácigos que
recoge Frutuoso (1584-90/1964: 139), “a la isla la llamaron Gomera, por
ver aquel valle lleno de palmas altas con sus frutos y dátiles, y muchos
almácigos y algunos dragos todos soltando goma de sí”, al ser la sangre de
drago un producto más valioso y muy demandado.
Una segunda opción es la que ofrece Frutuoso (1584-90/1964: 92) quien
indica que “se llaman gomeros, como la isla Gomera de un Rey llamado
Gomer o Gomauro”. La importancia que se otorga a este rey, al que se
calificó de Gran Rey, frente a “los otros cuatro reyes”, pues el “Gran Rey,
que era de mejor entendimiento que los cuatro” (Frutuoso, 1584-90/1964:
140-141), pudo influir en la denominación, con quien contactó hacia 1449-
50 el marino vizcaíno Juan Machín (Álvarez Delgado, 1961: 177), si bien
la realidad es que el nombre ya se utilizaba en la cartografía 75 años antes,
aunque tampoco cabe descartar que el padre o el abuelo del Gran Rey tu-
viese, décadas antes, una preeminencia similar.

232
La asociación con los gomeros del Rif era una etimología demasiado
evidente para pasar desapercibida puesto que uno de los dominios de la
corona española en la costa africana era el Peñón de Vélez de la Gomera
y así, ya a inicios del siglo XVI, fue Antonio de Nebrija quien en el cuarto
libro de su segunda Década, redactado hacia 1509-13 (Martínez, 1996:
223), señale que “De estos gomeritas, que acabamos de decir que habita-
ban Libia, proviene en nuestra época el nombre de ‘Vélez la Gomera’ y de
una sola de las cinco Islas Afortunadas, la Gomera” (Nebrija, 1545/1550:
D II, IV, 3; 179 y 1545/1996: 246-247) (fig. 4-6).
Si Capraria/Sauraria podría ser La Gomera para Seboso y Plinio, Go-
mera será la nueva denominación que se impondrá a partir de ahora. Esto
implica que sólo Canaria conservó el nombre de época romana, básica-
mente por la presencia del Cabo Gannaria antes de acceder a las islas.

4. Los gentilicios y nesónimos mencionados durante


LA conquista de Fuerteventura y Lanzarote a ini-
cios del siglo XV

Con la conquista de Lanzarote en 1402 y Fuerteventura en 1404 conoce-


mos los topónimos de las islas. Para Fuerteventura, el texto de Gadifer de la
Salle indica siempre Erbanne (de la Salle, 1404-19/2003: 16, 67, 72, 135) o
Erbane (de la Salle, 1404-19/2003: 79, 112, 124, 127, 128, 139, 143), mien-
tras que el texto posterior de Béthencourt (1488-91), además de las anteriores,
muestra una mayor variabilidad como Albanne (Béthencourt, 1488-91/2003:
165), Albanye (Béthencourt, 1488-91/2003: 246, 249), Arbanne (Béthencourt,
1488-91/2003: 305), Erbanye (Béthencourt, 1488-91/2003: 246, 297, 314,
341, 385), Erbennye (Béthencourt, 1488-91/2003: 310), etc.
Ambos textos traen también el nombre de Lanzarote, Tyterogaka (de la
Salle, 1404-19/2003: 143), “la isla de Lanzarote, que en su lengua se llama
Tyterogaka” o Tytheroygaka (Béthencourt, 1488-91/2003: 349), que parece
ser un nombre compuesto.
Es interesante que ambas islas figuran como Erbania para Fuerteven-
tura y Tite para Lanzarote en Marín de Cubas (1694/1986: I, 19; 148),
también escrita Tyte (Marín de Cubas, 1694/1993: III, 5; 251), autor que
sugiere por primera vez un origen africano para los pobladores de Lanza-
rote con esta denominación, “los derroteros señalan el pueblo de Tyte en el
cabo de Cantín” (Marín de Cubas, 1694/1993: III, 5; 251).
La interpretación del nombre por Álvarez Delgado (1962: 261) apunta a
que del topónimo Las Coloradas (Yaiza) salió el nombre ti-terog-akaet “la

233
montaña colorada”, a partir del tuareg aurag o iruar “amarillo, brillante,
rojizo”, proponiendo “la rojiza montaña” o “las lomas coloradas” (Álvarez
Delgado, 1957a: 501-502). Esta línea es retomada por Reyes (2004b: 92-
93), quien sugiere la raíz RWG K, “una amarilla o cobriza enteramente”, o
posteriormente, T RWG K, titerôqqak, “una toda amarilla” (Reyes, 2011:
432), planteando que la isla debió ser poblada “sobre todo en su vertiente
más próxima a Fuerteventura, por grupos adscritos al ámbito conocido hoy
como tuareg”. Más en concreto, “exhibe la inconfundible metátesis (WR-
Gh=RWGh) que aplican sólo algunas hablas de la familia tuareg” (Reyes,
2008: 11). En otros casos, se ha planteado que sería un nombre compues-
to, titer o gaka, relacionando titer con el topónimo tetir de Fuerteventu-
ra (Loutf, 2011: 152-153), pero sin aportar una nueva lectura. La lectura
provisional que obtiene Wölfel (1965/1996: 714), “isla de los corredores
veloces”, le resulta incluso al propio autor demasiado atrevida.

5. Los gentilicios y nesónimos recuperados a finales


del siglo XVI
Las restantes denominaciones sobre gentilicios o nesónimos canarios
no van a aparecer hasta finales del siglo XVI, algo más de un siglo después
de haberse finalizado la conquista de las Canarias occidentales y casi dos
de la ocupación de las Canarias orientales.
Las dos fuentes más útiles son los textos de Torriani y Abreu, que parten
de una fuente común. En la Descripción de las Islas Canarias de Torria-
ni (1592/1940: 160 y 1592/1978: XLIX, 172) encontramos los nombres
de Chinechi para Tenerife, “Los isleños, anteriormente a la conquista, le
decían Chinechi”, Benahorare para La Palma (Torriani, 1592/1940: 196
y 1592/1978: LXVI, 221), “Esta isla fue llamada por los antiguos pal-
meros Benaho[r]are”; y Maoh para Lanzarote (Torriani, 1592/1940: 78 y
1592/1978: VIII, 37), “Los antiguos isleños la llamaron Maoh, de donde
los mismos se dijeron mahoreros”.
Otra fuente coetánea, la Historia de la conquista de las siete islas de
Canaria de Abreu, señala claramente a la antigua Mauretania Tingitana
como la región de procedencia de los primeros pobladores de Canarias, “la
Mauritania, región de donde los naturales de estas islas tengo dicho haber
venido (…) porque la gente que en ella vive es toda morena y ‘mauro’
quiere decir obscuro o negro; y porque esta gente es de color moreno, se
llaman mauros, que quiere decir morenos (…) Y, pues por los vocablos con
que se llamaron los de estas islas parece que los que a ella vinieron fueron
del cabo de Aguer para abajo a estas islas” (Abreu, 1590-1632/1977: I, 6;

234
35-36), es decir, consideraba que el punto de partida fue desde Cabo Ghir
o Agadir hacia el sur.
El texto de Abreu recoge Achineche, “Los naturales de la mesma isla de
Tenerife, en su propio lenguaje y común hablar, la llaman y nombran el día
de hoy Achineche”, siendo llamados “guanches [por] los que la conquis-
taron” (Abreu, 1590-1632/1977: III, 10; 291); Benahoare para La Palma
(Abreu, 1590-1632/1977: III, 1; 260), sin una r que figura en Torriani, “los
naturales llamaban a esta isla, en su lenguaje, Benahoare”; Mahoreros para
Fuerteventura (Abreu, 1590-1632/1977: I, 11; 60), “son llamados maho-
reros” y también para Lanzarote (Abreu, 1590-1632/1977: I, 9; 54), “Los
naturales destas dos islas, Lanzarote y Fuerteventura, se llaman mahoreros
(…) y algunos quieren decir que el nombre propio de la isla se dijo de este
nombre, maho”.
El Hierro es denominado Esero según Abreu (1590-1632/1977: I, 17; 83),
quien indica que “Andando investigando razón, por qué se llamó del Hierro
esta isla, hallé que los naturales la llamaron Esero, que en su lengua quiere
decir “fuerte”. No obstante, esta misma palabra la localizó en La Palma, “El
doceno señorío era Acero, que al presente llaman la Caldera, que en lenguaje
palmero quiere decir ‘lugar fuerte’, que parece querer significar lo mismo que
en lenguaje herreño Ecerro. Y cierto que la significación del vocablo está bien
adaptado al lugar, porque es casi inexpugnable; y así fue lo último que se ganó
de la isla. Y de esta Caldera y termino era señor un palmero que se decía Ta-
nausu” (Abreu, 1590-1632/1977: III, 3; 268).
Esta misma argumentación es utilizada por Marín de Cubas, e indica
que Eccero puede ser una característica de la isla pues se utiliza para El
Hierro, “Esta Ysla del fero fue llamada de los naturales Eccero” (Marín de
Cubas, 1694/1986: I, 20; 159), o para referirse a La Palma, “los naturales
de otras yslas llamaban a esta de La Palma Eccero y lo mismo a la de El
Hierro” (Marín de Cubas, 1694/1986: II, 19; 271), y también servía para
designar a un sector o “término” al mando de un “capitán” de la parte
más elevada de la isla, Eccero, mandado por Atanausu (Marín de Cubas,
1694/1986: II, 19; 273).
Por ello es importante que Marín de Cubas (1694/1986: II, 19; 271)
indique un segundo nombre para la isla, “los naturales herreños a su mis-
ma ysla Jieri”, que por su similitud con la palabra castellana Hierro pudo
confundirse.
Este nombre podría proceder de una denominación previa romana, isla
de Hera como ya sugirió Béthencourt Alfonso (1912/1991: 102), siguiendo
al ilustrado Martín Sarmiento recogido por Viera y Clavijo (1776-83/1967-
71/1: 69-70), a partir de Junonia Minor.

235
Otra posibilidad sería que proveniese de una palabra aborigen, en este
sentido, la más próxima sería un ere o poceta natural donde se conserva
el agua que arrastran los barrancos, fundamentales en esta isla con escasa
agua, pero también importantes a la hora de realizar aguada los marineros
de embarcaciones que denominaron después a la isla.
En esta segunda opción, la fuente más antigua es el poema de Viana
(1604: I, 6 y 1604/1986: 47), la cual menciona a “Capraria ó Hero, q[ue]
ahora llama Hierro, Que el nombre de Capraria significa En su lengua
grandeza, y Hero fuente De que le dieron titulo a la Isla”, indicando que era
la forma característica de obtener agua, “Y para proveerse, fácilmente ha-
zian Fuente pequeña, o grande a su proposito Abriendo hoyos en la arena
mobil. Vsase hasta agora llamar Heres, A semejantes partes, donde el agua
Se suele entretener” (Viana, 1604: I, 7 y 1604/1986: 48-49).
Esta hipótesis fue apoyada por Bonnet (1926: 98), que encontró en
Arico, sur de Tenerife, el topónimo Lere, contracción de El Here, y años
después por Álvarez Delgado (1941: 210) se documentó también en El Es-
cobonal (Guímar, Tenerife) el topónimo Eres o Heres, vinculándolo Marcy
(1945/1949: 359 n. 8) con el Tuareg îres.
También se ha preferido una interpretación próxima al valor que recoge
Abreu para Esero, “fuerte”, que es la preferida de Marcy (1945/1949: 360),
quien lo asocia al tuareg azeru, “muralla rocosa a pico, alta muralla rocosa
vertical”, retomada en los últimos años por de Luca (2004: 134) quien sigue
la misma raíz ZR azeru “muralla rocosa cortada a pico, vertical”, enfatizando
la dificultad de acceso a la isla de El Hierro, muy evidente desde un punto de
vista náutico (Mederos y Escribano, 1998), y coincide en gran medida con
la propuesta por Reyes (2004b: 81 y 2008: 12), ZR e-zaruh “muralla, lugar
fuerte, fortaleza” o “muralla rocosa vertical”. En cambio, el berberista Basset
(1948/1949: 361) considera que estos paralelos no tienen valor probatorio por-
que la palabra resultante es az’erou, plural iz’erân, y no aherou, plural iherân,
de relacionarse con Hero.
Finalmente, por la forma de media luna que tiene la isla, Tous (1998b:
445) ha indicado que Fero, en mallorquín equivale a herradura, enfatizan-
do la forma que tiene el contorno de la isla desde el mar. También merece
señalarse la propuesta de Régulo (1949: 356), quien señala que en italiano
y catalán se escribe Fero, pero su valor fonético es Ferro, y su traducción
al castellano, Hierro.

236
6. Gentilicios en los escritores ilustrados del siglo
XVIII

Hasta finales del siglo XVIII no conocemos el gentilicio de El Hierro,


que figura en el Diario de Viaje a la Isla de El Hierro de Urtusáustegui
(1779/1983: 41), Bimbapes, Bimbapos o Bimbaches, “en tales parajes se
congregaban los Bimbapes a celebrar sus fiestas y sacrificios”, señalando
que en el Charco de Tamaduste, “en sus cercanías cometían los Bimbapes
mil abominaciones” (Urtusáustegui, 1779/1983: 45). Respecto al uso de
los juaclos indica que “eran las casas y habitaciones de sus naturales (que
aquí se nombran Bimbaches o Bimbapos” (Urtusáustegui, 1779/1983: 38).
Como Bimbapas figuran en Viera y Clavijo (1799-1810/1982: 240), que
debe seguir el texto anterior, donde comenta que “En la del Hierro debe
llamar la atención aquellos grandes montones de cáscaras de lapas que lla-
man allí concheros (…) Parece que los bimbapas, que eran los primitivos
habitantes de aquella tierra, se congregaban en dichos sitios a celebrar sus
fiestas, haciendo quizá su principal alimento de las lapas”.

7. Tribus identificadas a partir de los gentilicios o ne-


sónimos canarios

El proceso de identificar tribus norteafricanas con los nombres conser-


vados de los gentilicios de las Islas Canarias empieza muy pronto con Ne-
brija para La Gomera, y tiene su continuidad con el trabajo de Glas (1764:
177 y 1764/2010: 202) que asoció a los Beni-howare con los Benehoare
(fig. 7).
No obstante, su trabajo es más influyente porque fue el primero que
introdujo una recopilación de palabras aborígenes del texto de Abreu, tra-
tando de interpretarlas a partir del Chelja (Glas, 1764/2010: 197-204). Para
este análisis quizás pudo consultar la Dissertatio de lengua shilhense de
Jones (1715), pues el shilja o chelja es la misma lengua, y en particular, se
valió de un “intérprete en la costa de África (…) judío de Berbería”, que
también “hablaba muy bien español” (Glas, 1764/1982: IV, 47), mientras
estableció un asentamiento comercial en la costa sahariana en Puerto Can-
sado. Este trabajo, por recoger una traducción al inglés del texto de Abreu,
tendrá una notable influencia en Europa y marcó una vía de investigación
que retomó Berthelot.
Las propuestas de D’Avezac (1848/1999) y en particular de Berthelot
(1840-42/1978) en Etnografía y Anales de la Conquista de las Islas Ca-

237
narias, sentaron las bases de la identificación de tribus norteafricanas con
los nombres de las Islas Canarias, siguiendo normalmente sugerencias de
un compañero de Berthelot en la Sociedad de Geografía, Mario Pascal
d’Avezac-Macaya, quien redactó un trabajo años después donde menciona
estas identificaciones, aunque sin desarrollar sus propias hipótesis, que sí
resumió Berthelot (fig. 8).
Así Berthelot (1840-42/1978: 162) asocia Mahorata o Fuerteventura con
el nombre “Maghraouah de una tribu bereber, que Ebn-Khaldoun hace
proceder de los Zenetah”. Gran Canaria con “los pueblos canarios, (Cana-
ru), que Plinio colocaba cerca del Atlas” (Berthelot, 1840-42/1978: 161).
Tenerife con los “guanscheris o guanseris, con la cual se designa una
tribu bereber, que habita las montañas del mismo nombre (Djebel ouan-
seris)” (Berthelot, 1840-42/1978: 160). La Gomera con “una fracción de
la antigua tribu de los Ghomerytas” (Berthelot, 1840-42/1978: 161). Los
Bimbapes de El Hierro con los “Beny’ Bachir” del Rif Central (Berthelot,
1840-42/1978: 162). Finalmente, el nombre Benahoare de La Palma, con
los “Beny Haouaràh” o tribu de los Haourithas o Haouarythas (Berthelot,
1840-42/1978: 78, 111, 161).
Debe tenerse en cuenta, como señala Berthelot (1879/1980: 76), que se-
gún las fuentes, los “bereberes [estaban] agrupados en cinco grandes con-
federaciones: los Sanhaiá, los Masmudá, los Zenethá, los Haouarah y los
Gomeráh, cuyas lenguas se dividían en tres dialectos, el chilha, el zenetha
y el tamazegt o tuareg, según León el Africano y Mármol”. Esto implica
que de las cinco grandes confederaciones, a primera vista, dos parecían
corresponderse con tribus de La Palma y La Gomera. Además, sugería otra
alternativa a los guanscheris o guanseris, a partir de modificar el nombre
“Chenetah por Zenetah, unido a la palabra Rif, y de aquí Zenet’rif, es decir,
la playa o el país de los Zenetah” (Berthelot, 1840-42/1978: 161).
Desde mediados del siglo XIX estas propuestas de Berthelot fueron
difundidas en Canarias con el nº 41 del semanario La Aurora, publicado
en 1848, y a través del manuscrito de Álvarez Rixo (1850/1991: 113), que
recogía el texto de la revista, y se generalizaron con la traducción por J.A.
Malibrán de la Etnografía y Anales de la Conquista de las Islas Canarias
en 1849.
No obstante, ya entonces, Álvarez Rixo propugnaba que debió haber
un poblamiento previo a Juba II, respecto a la “expedición mandada por
Juba, o bien otra anterior o alguna otra posterior, y de las cuales no he-
mos alcanzado a saber, hubieron de dejar colonos be[re]beres de los más
rústicos y sensibles en las Afortunadas poniendo en cada una de ellas gen-

238
te de diversas tribu, cuyo nombre conservaron; por ejemplo, Bimbachos,
Canarios, Gomeritas, etc; expedición que la precedió (…) por cuanto los
enviados por el rey Juba ya encontraron habitantes en Canaria” (Álvarez
Rixo, 1850/1991: 122) (fig. 9).
La aportación más reciente de Berthelot (1879/1980: 56) en Antigüeda-
des Canarias, introdujo algunas novedades significativas, vuelve a reafir-
mar la procedencia africana “en Tenerife, los guancheris; una emigración
de Ghomeráh en la Gomera y los haouârithes en La Palma”, pero plantea
por primera vez que el poblamiento de Lanzarote y Fuerteventura sería
tardío en el caso de los “majouâráh”, por ser “gentes venidas de África con
los árabes”, mientras sugiere dos relaciones nuevas con los canarios y bim-
bapes, pues apunta “ciertas filiaciones entre los Schellouks de Marruecos y
los Tuareg del desierto nos representen a los primitivos habitantes de Gran
Canaria y la isla de Hierro”. En esta última isla, la presencia de inscripcio-
nes alfabéticas líbicas le empujó a sugerir esa relación con los Tuareg, que
continuaban utilizando el alfabeto líbico-bereber. Los Schellouks, locali-
zados en el Marruecos occidental, mantenían la relación con los Canarii
por la similar procedencia de la cordillera del Atlas.
A finales del siglo XIX, Béthencourt Alfonso (1912/1991: 118) planteó
que sobre un sustrato poblacional previo que denomina de “iberos indí-
genas”, se superpuso una última oleada de población de “berberiscos por
su aspecto físico, costumbres e idioma (…) Y es que las islas sufrieron
una invasión de bárbaros como todos los países del imperio romano; pero
de bárbaros de los más rudo y atrasado de la costa fronteriza de África.
Aunque no se conoce una sola cita histórica respecto de dicha invasión, no
es una hipótesis caprichosa” y “pruébase por otros testimonios no menos
fehacientes. Aparte de la vecindad, del parecido físico de muchos indivi-
duos de ambos pueblos y de la conformidad de varias costumbres, hasta
coincidían en no ser marinos ni tener armas de alcance”, siendo “el estudio
de sus lenguajes es sin contradicción el mejor camino” y destacando las
“afinidades entre los idiomas guanche y bereber” (Béthencourt Alfonso,
1912/1991: 209). No obstante, advierte que las relaciones propuestas por
Glas con los Beni-Haouarah y las varias planteadas por D’Avezac, caso de
los Beny-Cheni para Tenerife, “las juzgamos muy discutibles” (Béthen-
court Alfonso, 1912/1991: 218-219) y no las asume.
Un paso adelante fueron los trabajos de Bonnet porque fue el primero
en aportar una hipótesis sobre como estos pueblos alcanzaron las islas. En
sus artículos planteó una invasión aria a las Islas Canarias que comenzaba
con la llegada de los Pueblos del Mar a Egipto durante la Dinastía XVIII,

239
Pelasgos o Pelesetas “de cabellos blondos y ojos azules”, que a pesar de
ser derrotados por Ramses III se instalaron en el Delta de Egipto (Bonnet,
1924a: 72-73).
Parte de estos Pelasgos empezaron a desplazarse progresivamente hacia
Libia y posteriormente Túnez, entre los que incluye “los Maxios ‘orienta-
les’ llamados después Moros o Mauritanos (…) los Mahu-harias [y] Go-
mer-harias” (Bonnet, 1924b: 98). Después de atravesar Argelia, penetraron
en Marruecos descendiendo desde el norte del Atlas hasta los valles de los
ríos Sus y Drâa hacia el 1200-1150 a.C., ocupando desde Tánger en el nor-
te hasta el Cabo Juby al sur. Fue desde la proximidad de la desembocadura
del río Drâa, junto al Cabo Nun, el punto desde donde partió la tribu de
los Mahu-haria usando embarcaciones, entre el 1150-1100 a.C., primero
hacia Fuerteventura, alcanzando los puertos de Las Lajas, Tegurame o los
de Tuineje, y después atravesando el canal de la Bocaina, hasta Lanza-
rote. Los Mahu los relaciona con los “Tamohu o T’mahu, con el cual los
egipcios designaron algunos ramales pelásgicos de ojos azules y cabellos
rubios que invadieron el Delta” (Bonnet, 1924b: 102-103).
El segundo grupo serán los Chahun-harias o Kahun-harias, que previa
instalación en el Atlas, donde los menciona Plinio, se desplazaron después
hacia Cabo Juby, denominado por Ptolomeo Chahun-haria extrema, alcan-
zando primero la península de Jandía en Fuerteventura, y para defenderse
de ellos los Mahu-harias construyeron la muralla de Jandía. Desde allí al-
canzaron Gran Canaria, bien por la zona de Telde en el este, o bien por el
sur (Bonnet, 1925a: 136-137).
El tercer grupo serían los Guan-sheit que desde Egipto, la región del
lago Moeris, pasaron a Argelia donde asume la identificación propuesta por
D’Avezac y Berthelot que los sitúan en las montañas de Gebel Guanxeris o
Guancheris, y en sus proximidades los Haouar-ythes. Después de alcanzar
el Cabo Juby, pasaron primero a Jandía en Fuerteventura, después al este
de Gran Canaria y finalmente se desgajó el grupo de los Haouar-ythes que
continuó hasta La Palma (Bonnet, 1925a: 138-139).
El grupo de los Haouar-ythes se habría instalado en Egipto durante el
reinado de Ramsés III en la localidad de Haouarah, localidad excavada por
Petrie (1890) con el nombre de Hawara (Bonnet, 1925a: 140-141).
En cambio, respecto a los pobladores de El Hierro, se distancia de la
propuesta de D’Avezac y Berthelot, los Beny Bachirs, sino cree que los
Bin-Ban-Tcheni, Binbache o Binbanche, originariamente se denominarían
Ben-Ben-Cheni, que traduce como “Hijos de los hijos de Tenerife” e in-

240
dicaría la ocupación de la isla por un ramal del grupo que habitó Tenerife
(Bonnet, 1926: 100).
Después de la Guerra Civil, el trabajo más influyente fue el de Georges
Marcy (1943/1962: 246-247), publicado años después de su muerte en 1946,
recuperado y comentado por Álvarez Delgado, el cual debía ser parte de su
tesis doctoral sobre La Langue des Guanches, donde pretendía demostrar “el
carácter puramente bereber del idioma de los antiguos isleños”.
A partir de mediados de los años ochenta del siglo XX, después de la
revalorización de los Canarii por Jiménez González (1985, 1990 y 2005),
se ha tratado de asociar de nuevo todos los gentilicios de cada isla con una
tribu africana (Tejera, 2001, 2004 y 2006).

8. Mahoreros (Lanzarote‒Fuerteventura)

El gentilicio de los habitantes de Lanzarote aparece por primera vez


en Torriani (1592/1940: 78 y 1592/1978: VIII, 37), “Los antiguos isleños
la llamaron Maoh, de donde los mismos se dijeron mahoreros”, frente al
nombre de Tyterogaka recogido en el siglo XV por Gadifer de la Salle
(1404-19/2003: 143).
Sin embargo, otras fuentes contemporáneas como Frutuoso (1584-
90/1964: 92) incluyen en esta denominación también a Fuerteventura, y así
señala que “Fuerteventura, que es la más larga, y Lanzarote son dos islas
poco pobladas (…) están muy juntas, como a un cuarto de legua (…) Los
moradores se llaman maforeiros, no sé por qué razón”. Pese a que creemos
que el texto es evidente, Wölfel (1965/1996: 576) cree que sólo se refiere
a los de Lanzarote y Reyes (2011: 296) sólo a Fuerteventura. La confirma-
ción la aporta el propio Frutuoso (1584-90/1964: 97) cuando comenta una
nueva etimología, “Los isleños de estas dos islas se llaman mahoreros, que
en nuestra lengua quiere decir criadores de ganado”, aunque se contradice
con lo expuesto antes de que desconocía su significado, pues debe estar
utilizando dos fuentes distintas.
Esta denominación ampliada a las dos islas aparece también en Espino-
sa y Viana. Para Espinosa (1594/1980: I, 11; 70), son “los majoreros, que
así se llaman los naturales de aquellas islas de Lanzarote y Fuerteventura”,
y según Viana (1604: I, 8), que suele seguir a Espinosa, “Despues Fuerte-
ventura, y Lançarote, Que llamauan (…) algunos Mahorata (…) Llamaron
los después los Mahoratas, Y agora por memoria Mahoreros (…) Muy
semejantes a los Africanos”, si bien el nombre que recoge también Gadifer
de la Salle (1404-19/2003: 16) en el siglo XV es Erbanne.

241
Es probable que Mahorata no correspondiese a todos los habitantes de
la isla de Fuerteventura, sino a los de la mitad norte o hasta la Península
de Jandía, pues Álvarez Rixo (1850/1991: 76) indica que “Majorata o Ma-
xorata, [es] la parte más considerable y más oriental de Fuerteventura”, o
según Manrique (1881: 376) “la mayor parte de Fuerteventura”, mientras
que Fernández Castañeyra (1887/1991: 91) precisa que se denominaba
Majorata al “Antiguo reino Septentrional”, después de realizar un cuestio-
nario etnográfico que le encargó Béthencourt Alfonso en 1884.
Berthelot (1840-42/1978: 162) asocia Majorata con el nombre “Ma-
ghraouah de una tribu bereber, que Ebn-Khaldoun hace proceder de los
Zenetah”, a sugerencia de D’Avezac (1848/1999: 157), quien los trans-
cribe como los Muharur, y Álvarez Rixo (1850/1991: 113), que los sigue,
denominándolos Magràuàh. Sin embargo, esta asignación es rechazada por
Wölfel (1965/1996: 716) quien señala que esta tribu y su radical llegó al
sur de Marruecos muy tardíamente.
No obstante, en un trabajo posterior, Berthelot (1879/1980: 66) ya men-
ciona la presencia en Egipto de los Libios Mas-Chouachs (Maces o Maxys
de Herodoto; Mazygs de Ptolomeo), que fue retomada por García Ramos
(1881: 7 n. 3, 8) para proponer a los Maxies o Maces que vivían al oeste
del lago Tritón según Heródoto (IV, 191), actual sur de Túnez, como área
de procedencia. Éstos habrían partido desde la costa africana marroquí o
sahariana, pues “desde esa costa africana, colonizada en parte por los li-
bifenicios, pasara alguna gente en lo antiguo a la isla de Gran Canaria y
algunas otras del grupo” (fig. 10).
Esta idea ha sido asumida en los últimos años por Cabrera (1996: 74),
quien indica su presencia desde el siglo VI a.C. según Hecateo de Mileto,
Tejera (2006: 96) que los restringe a la isla de Lanzarote, o Jiménez Gon-
zález (2010: 3) que los hace presentes en ambas islas.
No obstante, debe tenerse en cuenta, como señala Barrios (1991: 250-
251), que “la palabra ‘majo’ se correspondería con una variante dialectal
insular del término panberéber con el que estas poblaciones se designan
a sí mismas”, pues los Tuareg se designan a sí mismos como Amajeg o
Amazig, que en época romana corresponde a los Mazices o Mazaces y
en autores griegos como Herodoto o Hecateo a los Maxyes o Mazyes. El
valor sería “hijos del sol”, siguiendo a Marín de Cubas (1694/1986: II, 18,
255), que menciona a los “Magios o hijos de Magec”, pues “Magec que
es el sol”.
Una argumentación parecida a la primera parte de esta propuesta es se-
guida por Muñoz (1994: 199), quien señala que “Los makai, los maclies y

242
los maxyes y después los maziges parecen ser grupos de un mismo pueblo
(…) cuyo sonido k se permuta con j, z y h (…) La palabra maxyes daría
lugar a la voz canaria prehispánica magos, mahos, a la beréber amazig,
amahak y a la árabe mayis y mayus”.
A partir de un análisis lingüístico, Marcy (1943/1962: 282) identifica
una raíz mahor y la relaciona con los Mauros o Mauri, concluyendo que
“los Mahor de Fuerteventura y Lanzarote vinieron en el pasado de las ri-
beras marroquíes”. Inicialmente Cabrera (1989: 30) lo consideraba “una
hipótesis de difícil verificación”, pero poco después propone que el área
de procedencia de los majoreros sería “Marruecos meridional, valle del
Oued Sus, valle del Oued Draa” (Cabrera, 1993: 17), pues “los Mauros o
Maurusiens se asentarían inicialmente en las riberas del Atlántico, entre
las cuencas del Oued Sus y del Oued Draa, siendo desplazados tras guerras
incesantes por tribus gétulas: Autololes y Baniures” (Cabrera, 1996: 75).
El término ha sido traducido por Reyes (2004b: 85) como MZR ma-
hor=(a)mazar, “país, tierra, patria” o “el (lugar) primero” y posteriormen-
te MHR T mahar-at, “naturales, hijos del país” (Reyes, 2011: 295-296).
Este autor enfatiza la relación lingüística de Lanzarote y Fuerteventura
“con el área tuareg, sobre todo el triángulo formado por las regiones del
Ahaggar (Argelia), Meneka (Malí) y Ayr (Níger)” (Reyes, 2008: 11).
En cambio, Wölfel (1965/1996: 620) sólo interpreta maho con el mis-
mo sentido que recogen las fuentes, “envoltura de piel para el pie”. En
traducción intuitiva, Álvarez Delgado (1942: 11) interpreta majo como
“campesino u hombre de la tierra”, a partir del término indígena mahoh,
propuesta que defendió durante años, también como “paisano” o “gente
del país” (Álvarez Delgado, 1957a: 500), pero poco después, a partir del
término tuareg, imehuar o imeiien, propuso “antepasados”, “gente de tiem-
pos antiguos” (Álvarez Delgado, 1957b: 33 n. 22).
No deja de llamar la atención la similitud entre el Maoh MH que recoge
Torriani y el héroe Mahán MHN, de quien Abreu (1590-1632/1977: I, 10;
55-56) señala que “Hállase sepultura al pie de una montaña que dicen de
Cardones, que tiene de largo veinte y dos pies, de once puntos cada pie,
que era de uno que decían Mahán”, cuyo emplazamiento en Pájara se apro-
xima y visualiza el límite con la Península de Jandía.

9. Abanni (Fuerteventura)
La sugerencia más reciente sobre una tribu africana ha sido planteada
para la isla de Fuerteventura identificada con los Abanni o Abannae. Esta
tribu, que Desanges (1992b: 1756) sitúa en los Montes de Ouled Naïl, Dje-

243
bel Amour, vecinos de los Caprarienses, según Amiano Marcelino (XXIX,
5, 37), son asociados en la actualidad con los Aït-Abenn, al noroeste de
M’sila (fig. 11-12).
El nombre de la isla, Erbanne (de la Salle, 1404-19/2003: 16) o Erbane
(de la Salle, 1404-19/2003: 79), presenta una r, pero la clave es la raíz,
interpretada por Marcy (1943/1962: 273-274) como ar=lugar y bani=mu-
ralla, “el lugar de la muralla”. Un valor muy próximo a la interpretación de
Marcy lo recoge la lectura de Reyes (2004b: 79) R BN, ar-ban=ar-awan,
“el muro” o “el lugar de la muralla”, o más recientemente, R WN, ar-(n)-
wwan, “lindero de piedra” o “frontera pétrea” (Reyes, 2011: 192). En cam-
bio, Cubillo (1980: 47) lo relaciona con la raíz RBN, edificar, indicando
que en el oasis de Siwa en Egipto arban significa casa.
En la isla parecen existir al menos dos grandes muros. El más imponen-
te era el que cerraba la Península de Jandía con una legua de extensión. “La
isla de Erbania [Erbane], llamada Fuerteventura (…) en determinado lugar
sólo mide una legua, donde hay un muro grande y ancho que atraviesa todo
el país de un mar al otro” (de la Salle, 1404-19/2003: 138).
No obstante, existía otro de 4 leguas de longitud, a la altura quizás del
Barranco de la Torre, pues según Abreu (1590-1632/1977: I, 11; 60), “Es-
taba dividida esta isla de Fuerteventura en dos reinos desde donde está la
villa hasta Jandía, y la pared de ella; y el otro desde la villa hasta Corralejo,
y éste se llamó Guize. Y partía estos dos señoríos una pared de piedra, que
va de mar a mar, cuatro leguas”.
Se ha señalado un interesante paralelo en el Djebel Bani en el cauce
inferior del río Drâa por Cabrera (1996: 76) y probablemente la idea de
Erbanni esté vinculada al concepto de macizo montañoso como muralla
natural, por lo que Erbanni podría corresponder a la región montañosa de
Jandía.
Si se aceptara la correlación que propone Tejera (2006) con los Abanni,
no deja de llamar la atención que hubiese una muralla que diese nombre
a la tribu, no sólo en Fuerteventura donde se encuentra la existente en el
Istmo de la Pared (Pájara), sino también otra en Argelia, el lugar de origen
de la tribu, de dimensiones monumentales para ser el elemento que deno-
minase al pueblo.
Por otra parte, no está claro cómo se produciría la separación entre los
Caprarienses, desembarcados en El Hierro y los Abanni en Fuerteventura,
los dos extremos del Archipiélago Canario, pues deberían haber llegado
juntos ya que las fuentes los sitúan vecinos en Argelia.

244
10. Canarii (Gran Canaria)
La identificación de los Canarios con los Canarii del Atlas que cita
Plinio en su Historia Natural ya aparece con Abreu, quien señala que “En
las faldas del monte Atlas, en África, hay unos pueblos que llaman los
naturales de aquella región canarios; y podría ser que el primero que des-
cubrió esta isla fuese de aquellos pueblos, y a contemplación de su tierra la
llamase Canaria” (Abreu, 1590-1632/1977: II, 1; 147) (fig. 13-15).
Sin embargo, rechaza que su nombre procediese del tipo de perros que
allí habían, vistos durante la expedición de Juba II, “Plinio (...) llama en su
Natural Historia a esta isla Canaria, por la muchedumbre que dice había
de grandes perros en ella”. Tampoco acepta que el nombre fuese porque
comiesen carne de perro, “Otros dicen (…) que se llamó deste nombre
Canaria, porque los naturales de ella comían como canes, mucho y cru-
do. Pero ni la una ni la otra opinión parecen verdaderas” (Abreu, 1590-
1632/1977: II, 1; 146).
Esta idea es repetida en varios pasajes de su obra por el médico granca-
nario, Marín de Cubas, “afirmábanla los canarios de memoria en memoria
de que tenían hechos romances ó jácaras aún de su origen que decían haber
venido encantados en forma de aves desde Africa del monte Atlante, que
llamaban Montes Claros con grandes fábulas y ficciones” (Marín de Cu-
bas, 1694/1993: III, ; 313); y “en corridos savian de memoria las historias
de sus antepasados, que entre ellos se quedaban contaban consejas de los
montes claros de Atlante en Africa en metaforas de palomas aguilas” (Ma-
rín de Cubas, 1694/1986: II, 18; 256).
Datos que amplía, “como los reyes de Masilia de Africa á las faldas del
monte Atlante que mira al mediodía son llamados Canarios, Plinio, lib. 5,
Hist. Nat. cap. 1; y en Canaria sus reyes Guadhartemes” (Marín de Cubas,
1694/1993: III, 4; 250); “tenemos en Africa, según Plinio, los canarios”
(Marín de Cubas, 1694/1993: III, 5; 251). “Sabbatarios [judios] (...) tienen
las costumbres de los Egipcios dice Juven. Sat. 15 son fétidos ellos, y sus
habitaciones comen carne de lagartos, culebras, cocodrilos del Nilo, en la
fiesta de Ibis; Plinio dice lo mismo de los canarios, que habitan el monte
Atlante de Africa, y son Garamantes: (...) De donde fueron llamados cana-
rios” (Marín de Cubas, 1694/1993: III, 15; 315).
“Y así no es suficiente razón la de tener perros para llamarse Canarias,
porque Plinio, en el lib. 5 cap. 27, dice que los pueblos de los canarios de
Africa, cerca del monte Atlante, son llamados así porque su alimento lo
mezclan con los de los perros” (Marín de Cubas, 1694/1993: III, 5; 253).

245
Esta idea también se trasmite a Viera y Clavijo quien señala que “Sabe-
mos que en las faldas del monte Atlante hubo unos pueblos que se llama-
ron canarios (Plinio, lib. V, cap. 1)” (Viera y Clavijo, 1776-83/1967-71: I,
15; 50 n. 2). Pero advierte que sobre el “nombre de Canaria. Si los mismos
que la dieron declararon que se derivaba de canis, que en la lengua de los
romanos significaba perro, por el número y corpulencia de los que había en
la isla; si ni Juba, ni Plinio, ni Solino, ni Ptolomeo tuvieron reparo en ase-
gurarlo, ¿por qué no hemos de adherir a su autoridad?” (Viera y Clavijo,
1776-83/1967-71: I, 18; 59).
Por otra parte, es el primero en introducir la presencia de un topónimo
en la cartografía de Ptolomeo, relacionable con Canaria, que es la hipótesis
que prefiere. “Es cosa digna de admiración que, habiéndose buscado por
tantos caminos la etimología del nombre de Canaria, hasta ahora ninguno,
que yo sepa, se haya acordado del cabo que Ptolomeo y otros geógrafos
de la antigüedad llamaron la última Caunaria o Chaunaria extrema (otros
leen Gaunaria). Este cabo, según todas las apariencias, es el que en el día
se nombra de Bojador (...) del cual se creía supersticiosamente que cual-
quiera que tuviese la temeridad de doblarle no volvía jamás. (...) la isla de
Canaria está fronteriza al referido cabo de Bojador, o promontorio Cauna-
ria, y distante poco más de 30 leguas. ¿Que repugnancia habría de que en
fuerza de esta situación tomase la isla el nombre de aquel cabo, que quizá
era la mejor señal para llegar a ella? De Caunaria a Canaria es tan fácil
la transición, que yo no admitiría etimología diferente” (Viera y Clavijo,
1776-83/1967-71: I, 18; 58).
Además, este autor recupera una opinión de Nichols (1583/1963: 106),
ausente en los otros cronistas, quien señala que los canarios “Su principal
comida eran perros, cabras y leche de cabra; su pan se hacía con harina
de cebada y con leche de cabra, y se llamaba gofio”, lo que implicaría el
consumo de carne de perro entre sus habitantes, pero discrepa de ella in-
dicando que es “Inútil estudio el de los que desacreditaron a los canarios,
asegurando llamarse así porque comían a modo de canes, o perros, mucho
y crudo” (Viera y Clavijo, 1776-83/1967-71: I, 18; 60-61).
La propuesta de Abreu fue también asumida por D’Avezac y Berthe-
lot, quien señala que “Con respecto a Canaria, su nombre debe provenir
de los pueblos canarios, (Canaru), que Plinio colocaba cerca del Atlas”
(Berthelot, 1840-42/1978: 161; Álvarez Rixo, 1850/1991: 113), mientras
D’Avezac (1848/1999: 157) afirma que “los Canarii indicados por Plinio
en las orillas del Gir, pueden considerarse con alguna verosimilitud como
los antepasados o hermanos de los habitantes de la Gran-Canaria”.

246
Las dos hipótesis, ya presentadas por Viera y Clavijo, son retomadas
de nuevo por Manrique (1889: 145-146), “Canaria, más que de la latina
canis (perro), pudiera venir de Caunaria, nombre de un cabo (tal vez el
de Bojador) que trae la carta de Ptolomeo. Este cabo (Caunaria extrema)
se situaba casi enfrente del archipiélago canario. También es de gran peso
considerar que las Canarias tomaran su nombre de aquellos pueblos (cana-
rios) que, según Plinio, habitaban en las vertientes occidentales del Atlas”.
Estas dos hipótesis de Viera y Clavijo fueron defendidas también por el
editor de su obra, Alejandro Cioranescu (1967 en Viera y Clavijo, 1776-
83/1967-71: 119).
Estos Canarii son denominados Chahun-harias o Kahun-harias por
Bonnet (1925a: 136-137), quien plantea su desplazamiento desde el Atlas
hasta Cabo Juby, el cual identifica con el cabo denominado por Ptolomeo
como Chahun-haria extrema, desde donde pasarían a la península de Jan-
día en Fuerteventura y desde allí alcanzaron Gran Canaria por la zona de
Telde.
Ese mismo año, Hooton (1925/2005: 93) va a enfatizar la importancia
de la cinofagia, considerando que el texto de Plinio, “parece más bien sig-
nificar que los grancanarios, y no la isla, recibían ese nombre por comer
la carne del animal, es decir, del perro” considerando que “tal costumbre
diese nombre a los habitantes [del Atlas] y a la isla de Gran Canaria”.
Este autor va a ser el primero en señalar numerosos paralelos etnográ-
ficos en el norte de África. “Bertholon [1897: 561], que llevó a cabo un
estudio sobre el tema, establece que se circunscribe especialmente al litoral
de las dos Syrtes y a los oasis de Trípoli, Túnez y Argelia (…) En la región
de Gabes esta costumbre está muy extendida. En Trípoli, la carne de perro
se vende en las carnicerías, mientras que en el interior y en los oasis el co-
merla es normal en Souf, Djerid, en el Fezzan, en Ghat, Ghademés, Touat
y Mzab. También se practica en el oasis de Siwah, donde la carne de perro
se come cuando se intenta engordar y también como cura contra la sífilis
[Bates, 1914: 177] (…) Berthelot asegura que la práctica fue registrada por
Edrisi en el Sur de Argelia en 1207, por Aboulfeda en 1189 y por Al-Moka-
ddasi, un geógrafo árabe del siglo X”.
El tema de su uso para acelerar el engordado es interesante porque este
acto ritual se realizaba en Gran Canaria antes del matrimonio y podría
tener vinculaciones rituales pues podría estar relacionado con el culto con
Tinnit u otra divinidad femenina.
Con Marcy (1962: 249-250) las dos hipótesis ya presentadas por Viera
y Clavijo son retomadas de nuevo, por un lado, indica que “el geógrafo

247
griego Tolomeo coloca al Sur de Marruecos el promontorio Gannaria, que
parece debe situarse hacia la punta meridional del Anti-Atlas, frente a las
Canarias”, por lo que debemos intuir que lo sitúa más al norte, en torno a
Cabo Ghir.
No obstante, el aspecto que más enfatiza Marcy es la presencia de ci-
nofagia o comer carne de perro como elemento común de los Canarios
de Tafilelt, mencionado por Suetonio Paulino durante su expedición, con
los Canarios de Gran Canaria. En este sentido indica que “se conserva la
cinofagia todavía hoy en la región de Gabes y los oasis de la orilla del Sá-
hara; está [a]testiguada no sólo en Trípoli, donde la carne de perro se halla
usualmente en venta en los establecimientos de los carniceros, sino tam-
bién en Souf, en el Djerid, en el Fezzan, en Gat, en Gadamés, en el Touat y
en Mzab. Y en lo que respecta las Tafilelt precisamente, poseemos para el
pasado el testimonio veraz del Bekri, escritor del siglo XI, quien dice que
‘en Siyelmassa (es decir, en Tafilelt) se engordan los perros para comerlos,
como también se practica en Gafsa y en la región de Qastiliya (es decir, en
Tozeur y el Djerid)”, siguiendo especialmente a Hooton (1925).
En los años ochenta del siglo XX, a raíz de la revalorización de las
relaciones de Canarias con el ámbito bereber, después de la publicación
del libro Los aborígenes canarios de González Antón y Tejera (1981), se
publicaron artículos de Jiménez González (1985 y 1986: 8) donde se recu-
peraba esta relación con los Canarii del Atlas, los cuales son situados entre
el río Guir y el río Noun, y como principal novedad se trata de enfatizar
la presencia de cinofagia entre los aborígenes canarios, retomando la pro-
puesta de Marcy, inspirada por Hooton. Este aspecto sólo se desarrolla en
un trabajo posterior, comentado que “la cinofagia parece demostrada en el
yacimiento de ‘La Montañeta de Moya’ (Gran Canaria). En un recinto de
habitación aparecieron tres cráneos de perro pequeños junto a otros detri-
tus alimenticios y abundante material arqueológico asociado (…) En Tene-
rife, sin embargo, se tiene constancia de este consumo en el yacimiento de
‘Los Cabezazos’ con un porcentaje de 12.2 % sobre el total de restos óseos
cuantificados y en ‘Guargacho’, sin posibilidad estadística por aparecer
muy carbonizados junto a huesos de otros animales consumidos in-situ,
detectándose cuatro dientes de cánidos que atestiguan su presencia” (Ji-
ménez González, 1990: 48-49). El yacimiento de Guargacho, considerado
como un ara o pireo por Diego Cuscoy (1979), había sido reinterpretado
por González Antón y Tejera (1981: 182-183) como una cabaña con postes
y hogar doméstico, “similar a las cabañas que construyen los bereberes de
El Ahaggar”.

248
En una aportación posterior considera que aceptando la presencia de
restos de edificios que menciona Plinio, “la isla pudo estar habitada y que
el escritor latino o un copista anterior o posterior confundiese ‘can/canis’
con el gentilicio ‘canarii’ u otra variante” por lo que “En vez de perros, ¿se
llevaría a Juba dos de sus habitantes?” (Jiménez González, 1992: 15).
La recuperación de esta vinculación con una tribu del Atlas fue inme-
diatamente apoyada por Navarro Artiles (1986: 6) y años después por Ca-
brera (1996: 73 n. 6), García-Talavera (1996a y 1996b), de Luca (en Be-
thencourt Miranda et alii, 1996: 3), Martínez Hernández (1996: 114, 152),
Cubillo (2003: 25), Tejera (2004: 492 y 2006: 92), García García (2009:
274) o Reyes (2011: 143), sin aportar novedades, señalando incluso Tejera
que “habría que asociarlo, sin duda, con esta tribu de los canarii” y a su
juicio la información disponible “ha permitido rechazar cualquier asocia-
ción del nombre Canaria con el término latino canis, y con la forma de
alimentación de aquellos pueblos a la manera de estos animales”.
En cambio, entre los especialistas de las tribus bereberes del norte de
África, Desanges (1992: 1755) prefirió inicialmente no pronunciarse sobre
esta relación de los Canarii con la isla Canaria, pero posteriormente señala
que “Canaria, dont le nom, comme Capraria, renvoie à la faune” (Desan-
ges, 2001: 32), señalando que el nombre deriva de la presencia de canes.
Otros investigadores, como Onrubia (2003: 138), señalan que “ni Canaria
parece término aborigen” sino latino otorgado por Plinio, y “no hay ninguna
constancia de que los indígenas de Gran Canaria se llamasen a sí mismos ca-
narios”, mientras Navarro (2001: 121) indica que “todavía no hay nada con-
cluyente al respecto”.
Entre los lingüistas, Wölfel (1965/1996: 716) no la considera una pala-
bra aborigen y como tal no la incluye entre los nombres de la isla de Gran
Canaria, como tampoco después Navarro Artiles (1981) en su diccionario.
Reyes (2004b: 74, 97), aunque acepta una etimología latina, propone tam-
bién una posible lectura bereber, KNR, Kanar(-at), “vanguardia, valiente”
o “naturales (o hijos) de (la tribu de) los Canarii”, y más recientemente
“frente grande” o “frente de combate, vanguardia”, por lo que Kanar(-at)
podría equivaler a “los hijos o la tribu del frente o vanguardia” (Reyes,
2011: 144), siguiendo “las hablas nigerianas y malíes” (Reyes, 2008: 12).
Aquí parece inclinarse por otra línea de identificación de los Canarii,
su asociación con los Ganarii del país de Gana o Ganar en Senegal y Mau-
ritania, por el paso de la gamma griega al latín como C, y pronunciado
K (Fernández Gutiérrez, 2007: 193, 196). Según este autor, la fundación
del reino de Gana coincidiría hacia los siglos III-IV d.C. con la mención

249
de las Canariae Insulae de Arnobio y de la mención en el siglo II d.C.
del Cabo Gannaria en Cabo Bojador por Ptolomeo (Fernández Gutiérrez,
2007: 196). Este grupo hablaría una mezcla de lengua bereber con bantú,
señalando que entre los wolof del Senegal la palabra banot significa de
bastón (Fernández Gutiérrez, 2007: 194, 199).
Algunas de las críticas que realiza Álvarez Delgado (1962) en sus va-
loraciones al texto de Marcy siguen teniendo plena vigencia no sólo para
dicho trabajo, sino para los trabajos previos y posteriores sobre esta temá-
tica.
-“No puede considerarse como ‘etimología fantasista’ la de Plinio: Ca-
naria=‘isla de los perros’, si admitimos que valen los otros nombres del
mismo relato (Nivaria, Planaria, Pluvialia…) como expresiones de detalles
singulares de otras islas”.
-“Marcy supone que el nombre Canaria y Ganar son una forma bereber
latinizada, pero no señala la etimología bereber de la palabra: su valor
semántico y sus relaciones morfológicas”. Un problema que ha tratado de
resolver recientemente Reyes (2004b y 2011).
-“¿Podemos asegurar que el nombre Canarii del Tafilelt no es efectiva-
mente un latinismo creado antes de Plinio, o por entonces, sobre la costum-
bre de aquellos indígenas de comer carne de perro?”. Este aspecto ha sido
retomado por Gozalbes (2002: 86, 90) indicando que el propio apelativo de
Canarios no tiene que señalar el nombre de un pueblo sino una caracterís-
tica que les llamó la atención y sirvió para denominarlos. En este sentido,
considera que el nombre de los Canarii “no procedente de ninguna tribu
indígena africana sino de la anécdota referida a unos animales” y los “ca-
lificó como Canarios, puesto que vivían como perros, compitiendo por las
entrañas de las fieras”.
A estas opiniones críticas queremos sumar un argumento más, debe te-
nerse en cuenta que ninguna fuente coetánea a la conquista de fines del
siglo XV que menciona a los canarios de la isla de Gran Canaria hace
referencia a que comían perros, con la excepción del inglés Nichols ya a
fines del siglo XVI.
Finalmente, resulta discutible la importancia de la cinofagia en Gran
Canaria y por extensión en todas las Islas Canarias para ser la razón de
otorgarle este nombre a los habitantes de la isla de Canaria. Sin pretender
negarla en Tenerife, sí consideramos que se trató de un consumo ocasional
o fortuito. El yacimiento clásico ha sido Los Cabezazos (Tegueste, Teneri-
fe), donde Diego Cuscoy (1975: 332-333) indica que eran consumidos en
pequeña cantidad cuando eran cachorros o de jóvenes, y muy raramente

250
adultos, pero no presenta un análisis faunístico detallado, si se concentra-
ban en zonas de hogares o áreas de desperdicio, si habían señales de fuego
o si existían huesos con marcas de haber sido descarnados.
Si observamos la tabla de restos de fauna del yacimiento (Diego Cus-
coy, 1975: 298), los restos de cánidos son unos 2.5 kg de un total en torno
a 20 kg. Atendiendo a la distribución por estratos, frente a una mínima
presencia en el estrato Ia-Ib, aumenta a un 15 % en el estrato II, nivel que
cuenta con la ocupación más densa, incluyendo dos hogares.
El estrato III es más problemático, de sus 0.30 m de potencia, los 6
cm superiores, en contacto con el estrato II, resultan ser estériles, quizás
por una nivelación del suelo. Los 0.24 m restantes no corresponden a un
estrato horizontal, sino que incluyen hoyos y desniveles del piso, donde
se mezclaban tierra, piedras, material arqueológico, y procederían 1 kg de
huesos de perro. Diego Cuscoy (1975: 298, 300) considera que “los mate-
riales que rellenaron pozo y hoyos eran indudablemente los más antiguos y
son los que constituyen el nivel III”, sin embargo, al final insinúa si no pu-
diera tratarse de un revuelto estratigráfico pues el estrato “cabe que pueda
contener materiales más primitivos mezclados a los del estrato removido”.
Las dataciones radiocarbónicas podrían apoyar este último supuesto por-
que oscilan entre el 670 d.C. (Almagro Gorbea et alii, 1978: 180) y el 1450
d.C. (Diego Cuscoy, 1975: 300).
Particularmente interesante es el caso del complejo de cuevas Fuen-
te-Arenas, pues aunque se ha documentado algún diente suelto de cánido
y muchos huesos presentan huellas de mordeduras e impacto de caninos
al roer el hueso, o incluso huesos deformados al haber sido engullidos y
posteriormente defecados (Galván et alii, 1999: 91), no existen huesos de
perro que muestren su consumo alimenticio.
En el caso de la supuesta presencia de cinofagia en Guargacho (San Mi-
guel de Abona, Tenerife) (González Antón y Tejera, 1981: 121; del Arco,
1984: 87; Jiménez González, 1985: 199, 1986: 8 y 1990: 49; García Gar-
cía, 2007: 35), debe advertirse que Diego Cuscoy (1979: 90) sólo habla de
4 dientes de perro.
Una nueva interpretación se ha planteado en los últimos años respecto
a los canes llevados a Juba por los expedicionarios. Según estas propues-
tas, los canes no serían perros sino canis marinus, que asocian con la foca
monje (Monachus monachus), no con los tiburones (fig. 16-17).
En la redefinición de su hipótesis, Jiménez González (2005: 25, 28-29,
100 y 2008: 36-37) considera que la isla visitada sería Gran Canaria y los
dos canes capturados y llevados a Juba II serían focas monje que iden-

251
tifica como “perros de mar”, pues “no existía –prácticamente- nada más
valioso que las pieles para incentivar las expediciones predadoras”. En un
momento posterior, la tribu de los Canarii del Atlas sería trasladada a la
isla de Gran Canaria, retrasando por lo tanto la arribada de esta población,
los cuales se dedicaron a cazar a las focas monje aún presentes en la isla y
acabaron por “extinguir la especie a causa de su aprovechamiento intensi-
vo (…) quedando interrumpidos los contactos exteriores con los tratantes
mauretanos” que dejaron de venir a la isla.
Después de su primera publicación, otros investigadores han planteado
que ya habían propuesto previamente en la prensa esta relación entre los
canarii y las focas monje, con algunas variantes a la hipótesis de Jiménez
González. Según García-Talavera (2006: 78-79) estas focas monje, o lo-
bos marinos como se denominan en portugués, habrían dado el nombre al
islote de Lobos, que se trataría de la isla de Canaria citada por Plinio (fig.
18-19).
Por su parte, Cebrián Latasa (2005a: 4), fallecido en 2006, planteaba
que en un trabajo inédito suyo sobre el poblamiento de Canarias de ca.
1978, ya sugería que los canis eran realmente focas monje, propuesta que
resumió por carta al Prof. Marcos Martínez el 1-2-1993, que reproduce en
parte (Cebrián Latasa, 2005b: 4). En este trabajo sugería que fue en los
siglos II o III d.C., por la acción de los romanos, fueron traídos a las islas
norteafricanos de “Cultura Epimesolítica”, pues si el poblamiento ya lo
hubiera realizado Juba II o Ptolomeo, lo habría recogido en su obra Plinio
el Viejo, y al presuponer que las islas estaban deshabitadas y nunca visita-
das, “¿Cómo van a existir mamíferos terrestres en las Canarias antes de su
poblamiento? (…) Y pensé en las focas monje, que abundaban en las Islas
orientales”.
La hipótesis de la identificación de los canis con las focas monje tiene
varios puntos débiles. Asumiendo que era un recurso importante, lo más
lógico es que las principales colonias estuvieran en islotes pequeños como
Lobos o algunas del Archipiélago Chinijo, antes de en las islas grandes
como Gran Canaria, salvo que no existiera población alguna en ellas hasta
llegar los expedicionarios enviados por Juba II, los cuales mencionan es-
tructuras de habitación de la isla de Canaria, aunque podría asumirse que
pudieron ser estructuras temporales.
En segundo lugar, si estuviesen las focas monje tanto en el islote de
Lobos como en la isla de Gran Canaria, se asume que sería un animal
especial para ser llevado a Iol Caesarea y ser mostrados a Juba II. Sin em-
bargo, se olvida que las focas monje son frecuentes en algunos puntos del

252
Mediterráneo más cercanos a dicha capital, como por ejemplo ha ocurrido
con las Islas Chafarinas, o incluso en alguna playa del Cabo Tres Forcas,
cerca de Melilla (com. pers. N. Villaverde), y en particular, que no se trata-
ba de un animal desconocido para ser trasladado en barco desde tan lejos,
aunque fuesen ejemplares pequeños o crías. A ello se suma el hecho que
las colonias de focas monje debieron tener una distribución mucho mayor
de la que conocemos en la actualidad por las costas de Argelia, Marruecos,
Mauritania y las Islas Canarias (fig. 20).
En tercer lugar, no deja de ser una curiosa coincidencia que primero se
diera el nombre de Canaria a una isla por la presencia de canis marinus
o focas monje y años o pocos siglos después fueran trasladados desde la
cordillera del Atlas una tribu con el mismo nombre de Canarii a la isla de
Gran Canaria.
En cuarto lugar, llama la atención que un grupo que se asienta en el inte-
rior de la cordillera del Atlas, los cuales “vivían como perros” y se alimen-
taban de estos animales, cuando se trasladaron a la isla de Gran Canaria
por una ruta terrestre y marina aún por precisar, muestran desde sus inicios
una cultura material y evidencias de urbanismo mucho más desarrolladas
que en cualquier otra de las restantes islas.
Finalmente, hay un problema importante de partida que ni Jiménez
González, Cebrián Latasa o García-Talavera parecen plantearse. ¿Son
mencionadas las focas monje en el libro de Plinio el Viejo pues es un ani-
mal frecuente en la costa africana mediterránea? Obviamente sí. Los llama
en latín “becerros marinos, a los que dan el nombre de focas –vituli marini,
quos vocant phocas-, respiran y duermen en tierra” (Plin., N.H., IX, 7, 19),
no como era mencionada en griego, phōkē. Sobre ellas señala que “la foca
–vitulus- (…) pare en tierra firme y expulsa las secundinas como el gana-
do. Durante el coito se queda enlazada del mismo modo que los perros.
Pare a veces más de dos crías y las alimenta con sus ubres. No las lleva al
mar antes de doce días, acostumbrándolas poco a poco a partir de entonces.
Son difíciles de matar, salvo a golpes en la cabeza. Su forma de rugir en
un mugido –de ahí su nombre de becerros-; no obstante, entienden lo que
se les enseña al mismo tiempo que las palabras (…) Ningún otro animal es
presa de un sueño más profundo” (Plin., N.H., IX, 13, 41-42).
Habla de su piel, lo más valioso del animal, “Unos están recubiertos
de piel y pelo como las focas –vituli- y los hipopótamos” (Plin., N.H., IX,
13, 40), y el dato más interesante es el proporcionado por Suetonio (Aug.,
90, 1), pues Augusto usaba al viajar una piel de foca, pellem vituli mari-
ni, aparentemente para protegerse de los rayos, “Sentía un temor un tanto

253
enfermizo por los truenos y los rayos, hasta el extremo de que, para pro-
tegerse, llevaba siempre consigo a todas partes una piel de foca”, pero por
su grosor protector tenían un gran valor en caso de recibir un disparo de
flecha. Su dureza es resaltada por Opiano en Haliéutica (V, 376-379), que
cree resistente al tridente, “ninguna lanza de tres puntas podría capturarla.
Porque extremadamente dura es la piel que tiene sobre sus miembros, una
imponente barrera”.
En este sentido, García Vargas (2012: 131) indica que en el Edicto de
Precios Máximos de Diocleciano, del 301 d.C., el precio de la pellis vituli
marini (8.37-38) era superior incluso a de la piel de un leopardo, 1250
denarios sin confeccionar o infecta, y 1500 denarios ya confeccionada o
confecta. Es decir, que la caza de estos animales para obtener su piel era
suficientemente rentable para desplazarse a grandes distancias si eran poco
accesibles en el Mediterráneo.
El “perro de mar” o canis marinus correspondía al tiburón y así es men-
cionado por Plinio (N.H., IX, 35, 110), de cuya conducta agresiva deriva su
nombre, “un gran número de perros de mar ataca con grave riesgo a quienes
bucean en sus proximidades (…) Con los perros de mar la lucha es encarniza-
da. Se lanzan a las ingles, a los talones y a todo lo blando del cuerpo. La única
salvación posible es hacerles frente y asustarlos más a ellos, pues tienen tanto
pavor al hombre, como terror les tiene él a ellos y, por eso, la suerte se iguala
en el abismo. Cuando se llega a la superficie del agua, entonces el peligro es
doble al no haber forma de hacerles frente mientras se está intentando emer-
ger” (Plin., N.H., IX, 46, 151-152). Del mismo modo, según Opiano, “por su
voracidad y glotonería las audaces razas de los peces perro (…) A menudo se
abalanzan contra las redes de los pescadores, y atacan sus nasas, y destruyen
su botín de pesca” (Opian., Haleut., V, 365-373) Descripciones que no con-
cuerda con los perros o lobos marinos que sugiere Jiménez González (2005:
25) al intentar asociarlos con focas, aunque reconoce que con ese nombre se
mencionan a los tiburones.
No hay por qué minusvalorar la presencia de perros en la isla de Gran
Canaria, obviamente introducidos previamente por el hombre, ya que era
un animal importante, apreciado y buscado en el litoral africano pues no
sólo eran animales de compañía y en particular vigilantes del ganado, sino
que los perros eran también utilizados en la caza de animales salvajes,
como los leones, para lo cual eran entrenados, para ser llevados al circo,
y en la caza de elefantes o cocodrilos, como puede observarse en algunos
mosaicos con escenas de caza, y el ámbito de actuación era lógicamente la
costa africana.

254
Ya recoge Opiano que entre los perros “Hay otras especies impetuosas
y de valerosa fuerza, que atacan incluso a toros barbados y acometen con
violencia a los fieros jabalíes y los matan, y no tiemblan ni siquiera ante
sus soberanos los leones” (Opian., Cineg., I, 415-418) (fig. 21).
Por otra parte, era un animal que ayudaba al control de los esclavos en
el mundo romano, y probablemente ya lo hacían en Cartago, lo que po-
tenció la existencia de perros de presa, que también se utilizaban cuando
se hacían razzias de esclavos, que fue uno de los principales atractivos de
las Islas Canarias en los siglos XIII-XV, y si las islas ya estaban pobladas
pudieron utilizarse en su captura.
Aunque no eran perros muy grandes, por lo que conocemos de Teneri-
fe en el momento de la conquista, cuando estaban hambrientos eran muy
agresivos, “los hallaban de ciento en ciento muertos y comidos de perros.
Estos perros eran unos zatos, o gozques pequeños, que llamaban cancha,
que los naturales criaban, y como por la enfermedad se descuidaban de
darles de comer, hallando carniza de cuerpos muertos, tanto se encarni-
zaron en ellos, que acometían a los vivos y los acababan, y así tenían por
remedio de su desventura los naturales dormir sobre los árboles cuando
caminaban, por miedo de los perros” (Espinosa, 1594/1980: 114). También
debía haber unos perros muy agresivos en Gran Canaria, al menos en el
siglo XVII, pues Sosa (1678-88/1994: 46) habla de “los soberbios canes
que horribles se crian en ella”.
Finalmente, existía toda una serie de relatos maravillosos vinculados
con los perros, por ejemplo atribuidos a las poblaciones negras de etíopes,
“yo he averiguado que hay una raza de etíopes, entre los cuales el rey es
un perro y aquéllos atienden sus deseos: cuando emite grititos saben que
está de buen talante, pero cuando ladra se persuaden de que está irritado”
(Elian., Hist. Anim., VII, 40).

11. Conclusiones
Sin rechazar, a priori, algunas de las identificaciones propuestas, para
las que de momento no se tienen argumentos tanto positivos como nega-
tivos, sí se observan formas discutibles en el estudio de los gentilicios y
nesónimos canarios.
Según algunos de estos autores, “La nesonimia y la denominación étni-
ca de estos primigenios pobladores posibilitan la articulación de ‘analogías
históricas directas’ entre los colectivos tribales de ambas áreas, siguiendo
investigaciones históricas, arqueológicas, antropológicas y etnolingüísti-

255
cas como las desarrolladas por Sabino Berthelot, Georges Marcy, José Juan
Jiménez González y Antonio Tejera Gaspar” (Jiménez González, 2010:
2-3), a los que podríamos añadir a Abreu, Glas, D’Avezac y Bonnet. Sin
embargo, tal como ha podido observarse, las analogías son principalmente
por similitud de nombre, sin que haya un estudio arqueológico, antropo-
lógico o histórico paralelo que aporte una mínima apoyatura científica a
estas propuestas.
Entre las pocas excepciones se encuentran la defensa de la cinofagia en
Canarias para los Canarii y Guanches, esgrimido inicialmente por Jiménez
González, argumento discutible como hemos señalado pero que presenta al
menos elementos de discusión, el uso del lenguaje silbado entre los Gome-
ros por Tejera o la lectura de la inscripción de la piedra zanata por Muñoz,
seguida por González Antón, Balbín, Bueno y del Arco.
Las interpretaciones lingüísticas en muchas ocasiones han asumido las
identificaciones inicialmente planteadas por D’Avezac y Berthelot desde
mediados del siglo XIX por analogías en los nombres, y así son gene-
ralmente asumidas, con algunas excepciones, por lingüistas como Marcy
(1943/1962) o Reyes (2004b y 2011).
El trabajo de Berthelot (1840-42/1978: 162) introdujo la mayor parte de
estos paralelos, los Maghraouah de una tribu de los Zenetah con Mahora-
ta o Fuerteventura, los Canarii del Atlas (Berthelot, 1840-42/1978: 161), los
Guanscheris o Guanseris del Djebel Ouanseris para Tenerife (Berthelot, 1840-
42/1978: 160), los Ghomerytas del Rif (Berthelot, 1840-42/1978: 161), los
Beny’ Bachir del Rif Central con los Bimbapes de El Hierro (Berthelot, 1840-
42/1978: 162) y los Beny Haouaràh con Benahoare, La Palma (Berthelot,
1840-42/1978: 78, 111, 161).
En los últimos años, Tejera (2001 y 2006) ha ampliado el número de
tribus a comparar incluyendo los Caprariensis para El Hierro y los Abanni
para Fuerteventura.
La hipótesis que ha gozado de mayor aceptación ha sido la identificación
con los Canarii citados por Plinio cuando menciona la expedición de Gaius
Suetonius Paulinus hacia el Atlas el 41-42 d.C. (Plin., N.H., V, 14-15). Ini-
cialmente, a partir de Abreu (1590-1632), fue la simple similitud de nombres.
Desde el trabajo de Hooton (1925) se dio especial importancia no tanto a que
comían como perros, sino que comían perros, es decir, practicaban la cinofa-
gia, propuesta retomada con fuerza primero por Marcy (1962) y después por
Jiménez González (1986). En fechas recientes ha ganado predicamento una
nueva propuesta de Jiménez González (2005) donde los canes citados por la
expedición de Juba II en la isla de Canaria no serían perros sino canis ma-

256
rinus, que identifica con la foca monje (Monachus monachus). En un momen-
to posterior, la tribu de los Canarii del Atlas sería trasladada a la isla de Gran
Canaria, los cuales se dedicaron a cazar a las focas monje aún presentes en la
isla y acabaron por extinguirlas. Esta nueva hipótesis carece de fundamento,
entre varias razones (vide supra), porque Plinio y otros autores clásicos llaman
específicamente a las focas monje en latín “becerros marinos, a los que dan
el nombre de focas –vituli marini, quos vocant phocas-” (Plin., N.H., IX, 7,
19), reservando el nombre de “perro de mar” o canis marinus al tiburón (Plin.,
N.H., IX, 35, 110).
Las interpretaciones hasta fechas muy recientes suelen presuponer un
poblamiento continental desde la costa africana más inmediata, Marruecos
y el norte del Sáhara Occidental, y en particular el Cabo Juby, que se aso-
cia con el cabo citado por Ptolomeo, Gannaria extrema, siendo el primer
modelo planteado en detalle por Bonnet (1924-26), y por lo tanto, se presu-
pone que debió ser un poblamiento no planificado, usando embarcaciones
pequeñas desde donde saltarían a las Islas Canarias.
La hipótesis sostenida por autores como D’Avezac, Berthelot, Marcy,
Tejera, Jiménez González o Reyes, de que cada isla fue poblada por una
tribu norteafricana diferente, suele obviar que si hubo 7 arribadas diferen-
tes, o 6 si se unifican los casos de Lanzarote y Fuerteventura, que además
no tocaron a las restantes islas, fue resultado de un difícilmente explicable
poblamiento accidental o realmente hubo un poblamiento planificado que
fue dejando en cada isla a una tribu diferente por alguna de las potencias
militares y navales mediterráneas como pudieron ser los fenicios, púnicos
o romanos.
Incluso aceptándose esta segunda opción, resulta extraño que se deci-
diera optar por distribuir pueblos diferentes en cada isla, lo que favorecería
poder tratar de ser autónomos políticamente de la potencia hegemónica
que los instaló en las islas. Puede argumentarse a su favor que así se evita-
rían enfrentamientos internos dentro de las islas.
Difícilmente se instalaría a unos pobladores en islas diversas si hubiese
riesgo de sublevarse contra la potencia militar que los habría trasladado, y
menos aún si el objetivo fuese un castigo, ya que facilitaría una nueva re-
belión, aunque no podrían desplazarse fácilmente a sus regiones de origen.
La lógica presupone que debió existir un poblamiento planificado de
las distintas islas, quizás no simultáneamente, sino al menos en dos o tres
fases, por ejemplo, islas orientales, isla central de Gran Canaria, y las Ca-
narias Occidentales, asentándose incluso nueva población en islas previa-
mente pobladas pero con colonización no consolidada, donde la potencia

257
mediterránea hegemónica del momento mantuvo durante un periodo de
tiempo significativo un cierto control y contacto con estas poblaciones que
asentó en las islas.
Respecto al nombre de las Islas Canarias, desde nuestro punto de vista,
es resultado de la presencia del Cabo Gannaria o Caunaria en la cartogra-
fía de Ptolomeo, que normalmente se asocia con el Cabo Bojador desde
Viera y Clavijo en el siglo XVIII como punto límite de las navegaciones a
partir del cual no era posible retornar, o bien, vincularlo con los Ganar en
Mauritania y Senegal. En cambio, consideramos se trataba del Cabo Ghir,
un importante hito en la navegación pues desde allí se cambiaba el rumbo
de la navegación, dejándose la costa africana y empezando a navegar en
altura para dirigirse a las Islas Canarias, lo que podría explicar que este
nombre perviviese durante el Bajo Imperio y el Alto Medievo y se acabase
generalizando para todas las islas frente a los otros nombres que acabaron
desapareciendo en la toponimia bajomedieval. Así, las Canarias serían las
islas próximas al Cabo Caunaria (fig. 22-23).

Agradecimientos:

Este trabajo se adscribe a los proyectos H122011 - 29880, “La ciudad fenicio-púnica de Útica
(Túnez)” del Ministerio de Educación y Ciencia, bajo la dirección de J. L. López Castro, y a
“Descubrimiento y poblamiento de las Islas Canarias (1100 a. C.‒500 d. C.)” de la Dirección
General de Patrimonio Histórico del Gobierno de Canarias, codirigido por los autores. Que-
remos agradecer a Alicia Canto atender a nuestras consultas.

258
Fig. 1. Las Islas Canarias según el mapa de Ptolomeo. Siglo II d.C.

259
260
Fig. 2. Las Islas Canarias según el mapa de Angelino Dulcert. 1339 (Tous, 1996).
261
Fig. 3. Las Islas Canarias según el mapa de Abraham Cresques. 1375 (Tous, 1996).
Fig. 4. Antonio de Nebrija.

262
263
Fig. 5. Vista aérea del Peñón de Vélez de la Gomera.
264
Fig. 6. Emplazamiento del Peñón de Vélez de la Gomera en la costa del Rif, próximo a Alhucemas.
Fig. 7. Libro de G. Glas (1764): The History of the Discovery and Conquest of the Canary Islands.

265
Fig. 8. Sabino Berthelot.

266
Fig. 9. José Agustín Álvarez Rixo.

267
268
Fig. 10. Emplazamiento de los Maxies en el actual Túnez según las fuentes griegas (Desanges, 1962: mapa 4).
269
Fig. 11. Emplazamiento de los Abannae y Caprariensis en la región del Aurés (Argelia), Mauretania Cesariense en el siglo II
d.C. (Desanges, 1962: mapa 4).
270
Fig. 12. Emplazamiento de los Abannae y Caprariensis, junto al Chott el-Hodna, en la región del Aurés (Argelia).
271
Fig. 13. Emplazamiento de los Canarii en el este de Marruecos, al sur de Melilla y este del río Muluya, según Plinio (Desanges, 1962: mapa 10).
272
Fig. 14. Emplazamiento de los Canarii en el este de Marruecos, al sur de Melilla y este del río Muluya.
273
Fig. 15. Emplazamiento de los Canarii en el este de Marruecos, a partir del mapa de Eustache Erisson, 1829.
274
Fig. 16. Focas monje (Monachus monachus) durmiendo en tierra en el Mar Egeo.
Fig. 17. Tamaño de las focas monje según su edad según E. Sáiz.

275
276
Fig. 18. Vista del islote de Lobos desde Fuerteventura.
277
Fig. 19. Vista aérea del islote de Lobos con la costa de Corralejo, Fuerteventura al fondo.
278
Fig. 20. Distribución actual y distribución potencial de la foca monje en la antigüedad.
279
Fig. 21. Imagen de un perro de presa. Pompeya, siglo I d.C.
Fig. 22. Cabo Caunaria en la cartografía de Ptolomeo del siglo II d.C.

280
281
Fig. 23. Importancia del Cabo Caunaria o Cabo Ghir como hito en la navegación a Canarias y punto desde donde cambiaba la ruta coste-
ando para dirigirse a las Islas Canarias.
Bibliografía

ABERCROMBY, J. (1917): A Study of the Ancient Speech of the Canary


Islands. Harvard African Studies. Varia Africana, 1. Harvard University
Press. Cambridge, Mass.
ABERCROMBY, J. (1917/1990): Estudio de la Antigua Lengua de las
Islas Canarias. Mª.A. Álvarez Martínez y F. Galván Reula (eds.). Insti-
tuto de Estudios Canarios. La Laguna.
ABREU y GALINDO, A. de (1590-1632/1977): Historia de la conquista de
las siete islas de Canaria. A. Cioranescu (ed.). Goya Ediciones. Tenerife.
ALMAGRO GORBEA, M.; BERNALDO DE QUIROS, F. y FERNÁN-
DEZ-MIRANDA, M. (1978): Catálogo de yacimientos arqueológicos
con datación mediante carbono-14 de la Península Ibérica e Islas Ba-
leares y Canarias. Instituto Español de Prehistoria. Madrid.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1941a): Miscelánea Guanche. I. Bena-
hoare. Ensayos de lingüística canaria. Instituto de Estudios Cana-
rios. La Laguna.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1941b): “Etimología de ‘Hierro’. ¿’Heres’ o
‘Eres’?”. Revista de Historia Canaria, 7 (54): 210-212.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1942): “Voces de Timanfaya (notas lingüísti-
cas)”. Revista de Historia Canaria, 8 (57): 5-13.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1945): Teide. Ensayo de filología tinerfeña.
Instituto de Estudios Canarios del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas. La Laguna.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1954): “Toponimia hispánica de Canarias”.
Estudios dedicados a Menéndez Pidal. V. Madrid: 4-38.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1957a): “El ‘Rubicón’ de Lanzarote”. Anuario
de Estudios Atlánticos, 3: 493-561.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1957b): Episodio de Avendaño. Aurora histó-
rica de Lanzarote. Discurso inaugural del año académico 1957-1958.
Universidad de La Laguna. La Laguna.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1960): “Primera conquista y cristianización de
La Gomera”. Anuario de Estudios Atlánticos, 6: 445-492.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1961): “Juan Machín, vizcaíno del siglo XV,
gran figura histórica de Madera y Canarias”. Anuario de Estudios At-
lánticos, 7: 133-213.

282
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1962): “Nota sobre algunos topónimos y
nombres antiguos de tribus bereberes en las Islas Canarias por Geor-
ges Marcy. Traducción y comentarios”. Anuario de Estudios Atlán-
ticos, 8: 239-289.
ÁLVAREZ DELGADO, J. (1964): Inscripciones líbicas de Canarias. En-
sayo de interpretación líbica. Universidad de La Laguna. La Laguna.
ÁLVAREZ RIXO, J.A. (1850/1991): Lenguaje de los antiguos isleños. C.
Díaz Alayón y A. Tejera (eds.). Centro de la Cultura Popular Cana-
ria-Ayuntamiento del Puerto de la Cruz. La Laguna-Tenerife.
ANÓNIMO (1350/1877): “Libro del Conosçimiento”. Boletín de la Socie-
dad Geográfica Española. Madrid.
BARRIOS GARCÍA, J. (1991): “Notas sobre el concepto de alma entre los
antiguos majoreros y su posible pervivencia en un pueblo de Lanzaro-
te”. III Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote (Puerto
del Rosario, 1989). I. Cabildos Insulares de Fuerteventura y Lanzarote.
Madrid-Puerto del Rosario: 415-429.
BARRIOS GARCÍA, J. (1992): “Estudio de la noción de alma entre los
antiguos canarios”. I Congreso Internacional de Estudios sobre Mo-
mias (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1992). II. Museo Arqueológico y
Etnográfico de Tenerife. Cabildo de Tenerife. La Laguna: 683-690.
BATES, E. (1914): The eastern Libyans. Macmillan. London.
BÉTHENCOURT, J. de (1488-91/1980): Le Canarien. Crónicas francesas
de la conquista de Canarias. Texto B. A. Cioranescu (ed.). Cabildo In-
sular de Tenerife. Tenerife: 69-216.
BÉTHENCOURT, J. de (1488-91/2003): Le Canarien. Manuscritos, trans-
cripción y traducción. Manuscrito ‘B’. B. Pico, E. Aznar y D. Corbella
(eds.). Fontes Rerum Canariarum, 41. Instituto de Estudios Canarios.
La Laguna: 147-477.
BETHENCOURT MIRANDA, E.E.; LUCA, F.P. de y PERERA SAN-
TANA, F.E. (1996): Las Pirámides de Canarias y el Valle Sagrado de
Güímar. (Estudio histórico, etnográfico y toponímico). Imprenta Reyes.
S/C Tenerife.
BERTHELOT, S. (1840-42): Histoire Naturelle des Îles Canaries. Tome I.
Partie 1. Ethnographie. Annales de la Conquête. Béthune et Plon. Paris.
BERTHELOT, S. (1840-42/1849): Etnografía y Anales de la Conquista de
las Islas Canarias. J.A. Malibrán (ed.). Imprenta, Litografía y Librería
Isleña. Tenerife.

283
BERTHELOT, S. (1840-42/1978): Etnografía y Anales de la Conquista de
las Islas Canarias. Goya Ediciones. Tenerife.
BERTHELOT, S. (1879): Antiquités canariennes ou annotations sur l’ori-
gine des peuples qui occupèrent les Iles Fortunées, despuis les premiers
temps jusqu’à l’époque de leur conquête. Plon et C.le. Paris.
BERTHELOT, S. (1879/1980): Antigüedades Canarias. Anotaciones so-
bre el origen de los pueblos que ocuparon las Islas Afortunadas desde
los primeros tiempos hasta la época de su conquista. Goya Ediciones.
Tenerife.
BERTHOLON, L. (1897): “Exploration anthropologique de l’île de Ger-
ba”. L’Anthropologie, 8: 318-326, 399-425 y 559-583.
BÉTHENCOURT ALFONSO, J. (1912/1991): Historia del Pueblo Guan-
che. I. Su origen, caracteres etnológicos, históricos y lingüísticos. M.A.
Fariña (ed.). Francisco Lemus editor. La Laguna.
BONNET REVERON, B. (1924a): “Estudios etnográficos. Los primitivos
habitantes de Canarias. I”. Revista de Historia Canaria, 1 (3): 68-73.
BONNET REVERON, B. (1924b): “Estudios etnográficos. Los primitivos
habitantes de Canarias. II”. Revista de Historia Canaria, 1 (4): 97-104.
BONNET REVERON, B. (1925a): “Estudios etnográficos. Los primitivos
habitantes de Canarias. III”. Revista de Historia Canaria, 1 (5): 135-
141.
BONNET REVERON, B. (1925b): “Estudios etnográficos. Los primitivos
habitantes de Canarias. IV. Los Gomeros”. Revista de Historia Cana-
ria, 1 (6): 161-168.
BONNET REVERON, B. (1926): “Estudios etnográficos. Los primitivos
habitantes de Canarias. V. La isla de Here”. Revista de Historia Cana-
ria, 2: 97-104.
BONNET REVERON, B. (1944): “Las Canarias y el primer libro de Geo-
grafía medieval, escrito por un fraile español en 1350”. Revista de His-
toria Canaria, 10 (67): 205-227.
CABRERA PÉREZ, J.C. (1989): Los Majos. Población Prehistórica de
Lanzarote. Cabildo Insular de Lanzarote. Arrecife-Las Palmas.
CABRERA PÉREZ, J.C. (1993): Fuerteventura y los Majoreros. En A.
Tejera (ed.): La Prehistoria de Canarias, 7. Centro de la Cultura Popular
Canaria. La Laguna-Tenerife.

284
CUBILLO FERREIRA, A.L. (1992): “El gran descubrimiento de la Piedra
Zenata en la Isla de Tenerife”. El Día-La Prensa, Santa Cruz de Teneri-
fe, 20 de Septiembre de 1992: 52-53/X-XI.
CUBILLO FERREIRA, A.L. (1995): “La isla canaria de Tenerife y la tribu
berber de los Zanatas (I). Confirmación de una hipótesis expuesta en
el XX Congreso del Instituto Internacional de Antropología en 1980, a
Cagliari”. El Día-La Prensa, Santa Cruz de Tenerife, 26 de Noviembre
de 1995: 63/XV.
CUBILLO FERREIRA, A.L. (2003): “Prólogo de un buen libro”. En F.
Báez Santana, Alma guanche desde el Tagoror Rojo (Sábor). La histo-
ria de Gran Canaria, contada por cien guanches (siglo XV). Imprenta
Pérez Gáldos. Las Palmas de Gran Canaria: 9-28.
D’AVEZAC-MACAYA, M.P. (1848): Iles de l’Afrique. L’univers ou his-
toire et description de tous les peuples, de leurs religions, moeurs, in-
dustriae, costumes, etc. Firmin Didot Frères. Paris.
D’AVEZAC-MACAYA, M.P. (1848/1999): Historia de las Islas del África
(Canarias, Azores y Madeira). Editorial Globo.
DESANGES, J. (1962): Catalogue des tribus africaines de l’antiquité
classique a l’ouest du Nil. Publications de la section d’Histoire, 4. Fa-
culté des Lettres et Sciences Humaines. Université de Dakar. Dakar.
DESANGES, J. (1992): “Canarii”. En G. Camps (ed.): Encyclopedie Ber-
bere. XI. Bracelets-Caprariensis. Edisud. Aix-en-Provence: 1755.
DESANGES, J. (1992): “Caprarienses”. En G. Camps (ed.): Encyclopedie
Berbere. XI. Bracelets-Caprariensis. Edisud. Aix-en-Provence: 1756.
DESANGES, J. (2001): “Les îles Fortunées et leur environnement africain
d’après Pomponius Méla et Pline l’Ancien”. En C. Hamdoune (ed.):
Vbiqve amici. Mélanges offerts à Jean-Marie Lassère. Centre d’Études
et de Recherches sur les Civilisations Antiques de la Méditerraneé: 19-
34.
DÍAZ ALAYÓN, C. (1989): “Los estudios canarios de Dominik Josef
Wölfel”. Anuario de Estudios Atlánticos, 35: 363-393.
DIEGO CUSCOY, L. (1975): “La Cueva de ‘Los Cabezazos’, en el Ba-
rranco del Agua de Dios (Tegueste, Tenerife)”. Noticiario Arqueológico
Hispánico, 4: 289-335.
DIEGO CUSCOY, L. (1979): El conjunto ceremonial de Guargacho. Pu-
blicaciones del Museo Arqueológico de Tenerife, 11. Tenerife.

285
ESPINOSA, A. de (1594/1980): Historia de Nuestra Señora de Candela-
ria. [Del origen y milagros de la Santa Imagen de nuestra Señora de
Candelaria, que apareció en la Isla de Tenerife, con la descripción de
esta Isla]. Goya Ediciones. Tenerife.
FERNÁNDEZ CASTAÑEYRA, R. (1887/1991): Memoria sobre las cos-
tumbres de Fuerteventura escrita para el Dr. D. Juan Bethencourt Al-
fonso. F. Navarro Artiles (ed.). Cabildo de Fuerteventura. Puerto del
Rosario.
FRUTUOSO, G. (1584-90/1939): Saudades da Terra. Livro I. M.V. Arru-
da (ed.). Ponta Delgada. Açores.
FRUTUOSO, G. (1584-90/1964): Saudades da Terra. En E. Serra Rafols,
J. Régulo y S. Pestana (eds.): Las Islas Canarias de ‘Saudades da Te-
rra’. Fontes Rerum Canariarum, 12. Instituto de Estudios Canarios. La
Laguna.
GALVÁN, B.; HERNÁNDEZ GÓMEZ, C.M.; ALBERTO, V.; BARRO,
A.; EUGENIO, C.M.; MATOS, L.; VELASCO, J.; MACHADO, C.,
RODRÍGUEZ, A.; FEBLES, V. y RIVERO, D. (1999): “Poblamiento
prehistórico en la costa de Buenavista del Norte (Tenerife). El conjunto
arqueológico Fuente-Arenas”. Investigaciones Arqueológicas en Cana-
rias, 6: 9-257.
GARCÍA GARCÍA, A.Mª. (2007): “Una aproximación al texto 202-205
del Libro VI de Plinio el Viejo sobre las Fortunatae Insulae”. Fortuna-
tae, 18: 19-41.
GARCÍA GARCÍA, A.Mª. (2009): Juba II y las Islas Canarias. Ediciones
Idea. Sevilla-Tenerife.
GARCÍA GARCÍA, A.Mª. (2008): “El informe de Juba II sobre las For-
tunatae Insulae (Plinio el Viejo, HN, VI, 202-205)”. Tabona, 17, 2008
(2011): 141-164.
GARCÍA GARCÍA, A.Mª. (2010): “Juba II de Mauritania y las Islas Cana-
rias”. Revista de Arqueología, 31 (349): 32-41.
GARCÍA RAMOS y BRETRILLARD, R. (1881): “Dos palabras sobre los
maxos y libi-fenicios”. Revista de Canarias, 3 (51): 5-8.
GARCÍA-TALAVERA CASAÑAS, F. (1996a): “Los canarii. Evolución
histórica y geográfica de un antiguo pueblo norteafricano (I)”. El Día/
La Prensa, Santa Cruz de Tenerife, 14 de enero de 1996: V, 54-55.
GARCÍA-TALAVERA CASAÑAS, F. (1996b): “Los canarii. Evolución

286
histórica y geográfica de un antiguo pueblo norteafricano (II)”. El Día/
La Prensa, Santa Cruz de Tenerife, 21 de enero de 1996: V, 53.
GARCÍA-TALAVERA CASAÑAS, F. (2006): “Purpurarias y Afortuna-
das. La Macaronesia central en la Antigüedad”. Makaronesia, 8: 60-82.
GLAS, G. (1764): The History of the Discovery and Conquest of the Canary
Islands: Translated from a Spanish Manuscript, lately found in the Island
of Palma. With an Enquiry into the Origin of the Ancient Inhabitants. To
which is added, A Description of the Canary Islands, including The Mod-
ern History of the Inhabitants, And an Account of their Manners, Customs,
Trade, & C. R. and J. Dodsley & T. Durham. London.
GLAS, G. (1764/1982): Descripción de las Islas Canarias 1764. C. Aznar
(ed.). Fontes Rerum Canariarum, 20. Instituto de Estudios Canarios. La
Laguna.
GLAS, G. (1764/2010): La Historia del Descubrimiento y de la Conquista
de las Islas Canarias: Traducida de un Manuscrito Español, recien-
temente descubierto en la Isla de La Palma. Con un Informe sobre el
Origen de los Antiguos Habitantes -1764-. P.N. Leal Cruz (ed.). Servi-
graf. La Laguna.
GONZÁLEZ ANTÓN, R. y ARCO, Mª. del C. del (2006): “Relectura so-
bre nuestra arqueología. A propósito de los Cinithi o Zanatas”. Eres
(Arqueología), 14: 69-70.
GONZÁLEZ ANTÓN, R.; BALBÍN, R. de; BUENO, P. y ARCO, C. del
(1995): La Piedra Zanata. Cabildo Insular de Tenerife. Tenerife.
GONZÁLEZ ANTÓN, R. y TEJERA, A. (1981): Los aborígenes cana-
rios. Colección Minor, 1. Universidad de La Laguna. La Laguna.
GOZÁLBES CRAVIOTO, E. (2002): “Los pueblos del África Atlántica en
la Antigüedad”. Eres (Arqueología), 10: 61-96.
GSELL, S. (1903): “Observations géographiques sur la révolte de Fir-
mus”. Recueil des notices et mémoires de la Société Archéologique de
Constantine, 36-37: 21-52.
HARDUIN, J. [HARUINUS, Joannes] (1685): Caii Plinii Secundi Natura-
lis Historiae libri XXXVII. Franciscum Muguet. Parisiis.
HOOTON, E.A. (1925): The ancient inhabitants of the Canary Islands.
Harvard African Studies, 7. Peabody Museum of Harvard University.
Cambridge, Massachussets.

287
HOOTON, E.A. (1925/2005): Los primitivos habitantes de las Islas Cana-
rias. C. Rodríguez Martín y E. Abad (eds.). Ediciones Idea. Sevilla-Te-
nerife.
JIMÉNEZ GONZÁLEZ, J.J. (1985): “Los Canarios: Una Tribu Bereber
del Gran Atlas”. Revista del Oeste de Africa, 3-7: 198-203.
JIMÉNEZ GONZÁLEZ, J.J. (1986): “Los Canarios, Una Tribu Beréber
del Gran Atlas”. Revista de Arqueología, 67: 5-10.
JIMÉNEZ GONZÁLEZ, J.J. (1990): Los Canarios. Etnohistoria y Ar-
queología. Publicaciones del Museo Arqueológico, 14. Cabildo Insular
de Tenerife. La Laguna.
JIMÉNEZ GONZÁLEZ, J.J. (1992): Gran Canaria y los Canarios. En A.
Tejera (ed.): La Prehistoria de Canarias, 2. Centro de la Cultura Popular
Canaria. La Laguna-Tenerife.
JIMÉNEZ GONZÁLEZ, J.J. (2008): “Canarias en la Antigüedad. Las islas
de los lobos marinos”. Revista de Arqueología, 29 (324): 32-37.
JIMÉNEZ GONZÁLEZ, J.J. (2010): “Tribus norteafricanas en la Antigüe-
dad y modelos de organización social”. Inscripciones rupestres y po-
blamiento del Archipiélago Canario. VII Congreso de Patrimonio His-
tórico (Arrecife, 2010). Cabildo Insular de Lanzarote. Arrecife: 1-19.
JONES, Z. (1715): Dissertatio de lengua shilhense. En J.Chamberlayne,
Oratio dominica in diversas omnium fere gentium linguas versa. Am-
sterdam.
LÓPEZ DE GÓMARA, F. (1552/1985): Hispania Victrix, primera y se-
gunda parte de la Historia General de las Indias, con todo el descu-
brimiento y cosas notables que han acontecido desde que se ganaron
hasta el año 1551. 1ª ed. Zaragoza. Espasa Calpe. Madrid 1941. Ibe-
ria-Orbis. Barcelona.
LORENZO PERERA, M.J. (1992): Estudio etnohistórico del pastoreo en
la isla de El Hierro (Canarias). Tesis Doctoral inédita. Universidad de
La Laguna.
LOUTF, A. (2011): “La toponimia de origen guanche de Lanzarote”. En
M. Trapero y E. Santana Martel (eds.): Toponimia de Lanzarote y de los
Islotes de su demarcación. Fundación César Manrique. Madrid-Tegui-
se: 147-180.
LUCA LÓPEZ, F.P. de (2004): Notas de etnolingüística canaria. Edicio-
nes Tamusni. La Laguna.

288
MANRIQUE y SAAVEDRA, A.Mª. (1881): “Estudios sobre el lenguaje
de los primitivos canarios”. Revista de Canarias, 3 (70): 305-307, 3
(71): 329-332, 3 (72): 337-340, 3 (73): 360-363 y 3 (74): 375-379.
MANRIQUE y SAAVEDRA, A.Mª. (1889): Resumen de la Historia de
Lanzarote y Fuerteventura. Tipografía de Francisco Martín González.
Arrecife.
MANRIQUE y SAAVEDRA, A.Mª. (1889/1994): Resumen de la Historia
de Lanzarote y Fuerteventura. Cabildos Insulares de Lanzarote y Fuer-
teventura. Bilbao.
MARCY, G. (1945): “L’origine du nom de l’île du Fer”. Mélanges d’étu-
des luso-marocaines dédiés à la mémoire de David Lopes et Pierre de
Cenival. Lisboa: 215-223.
MARCY, G. (1945/1949): “El origen del nombre de la isla del Hierro”.
Revista de Historia Canaria, 15 (88): 358-360.
MARCY, G. (1962): “Nota sobre algunos topónimos y nombres antiguos
de tribus bereberes en las Islas Canarias”. J. Álvarez Delgado (ed.).
Anuario de Estudios Atlánticos, 8: 239-289.
MARTÍN RODRÍGUEZ, E. (1992): La Palma y los Auaritas. En A. Tejera
(ed.): La Prehistoria de Canarias, 3. Centro de la Cultura Popular Ca-
naria. Tenerife.
MEDEROS, A. y ESCRIBANO, G. (1998): “Fondeaderos y puertos de
La Gomera y El Hierro”. Anuario de Estudios Atlánticos, 44: 429-471.
MEDEROS, A. y ESCRIBANO, G. (2002a): Fenicios, púnicos y romanos.
Descubrimiento y poblamiento de las Islas Canarias. Estudios Prehis-
pánicos, 11. Dirección General de Patrimonio Histórico. Gobierno de
Canarias. Madrid.
MEDEROS, A. y ESCRIBANO, G. (2002b): “Las Islas Afortunadas de
Juba II. Púnico-gaditanos y romano-mauretanos en Canarias”. Gerión,
20 (1): 315-358.
MUÑOZ JIMÉNEZ, R. (1992): “Bereberes, zanatas y guanches”. El
Día-La Prensa, Santa Cruz de Tenerife, 1 de Noviembre de 1992:
46-47/IV-V.
MUÑOZ JIMÉNEZ, R. (1994): La piedra zanata y el mundo mágico de los
guanches. Museo Arqueológico. Cabildo Insular de Tenerife. Tenerife.
NAVARRO ARTILES, F. (1981): Teberite. Diccionario de la lengua abo-

289
rigen canaria. En A. Millares Torres (ed.): Historia General de las Islas
Canarias. VIII. Editora Regional Canaria. Las Palmas.
NAVARRO ARTILES, F. (1986): “Canaria, ¿topónimo aborigen?”. La
Provincia, Las Palmas de Gran Canaria, 9 de julio de 1986: 6.
NAVARRO MEDEROS, J.F. (1992): Los gomeros. Una prehistoria insu-
lar. Estudios Prehispánicos, 1. Dirección General de Patrimonio Histó-
rico. Gobierno de Canarias.
NAVARRO MEDEROS, J.F. (1993): La Gomera y los Gomeros. En A.
Tejera (ed.): La Prehistoria de Canarias, 5. Centro de la Cultura Popular
Canaria. Tenerife.
NAVARRO MEDEROS, J.F. (2001): “La arqueología y el poblamiento
humano de La Gomera (Islas Canarias)”. Boletín de la Sociedad Cana-
ria de Pediatría, 25 (2): 119-129.
NEBRIJA [MARTÍNEZ DE CALA y JARAVA], A. de (1550/1996): Se-
gunda Década. M. Martínez Hernández (ed.). Las Islas Canarias de la
Antigüedad al Renacimiento. Nuevos aspectos. Centro de la Cultura
Popular Canaria-Cabildo Insular de Tenerife. La Laguna-Tenerife: 237-
247.
NICHOLS, Th. (1583): A Pleasant description of the fortunate Ilandes,
called the Ilands of Canaria, with their straunge fruits and commodities
verie delectable to read to the praise of God. Thomas East. London.
NICHOLS, Th. (1583/1963): Descripción de las Islas Afortunadas. En A.
Cioranescu (ed.): Thomas Nichols. Mercader de azúcar, hispanista y
hereje. Fontes Rerum Canariarum, XIX. Instituto de Estudios Canarios.
La Laguna.
NÚÑEZ DE LA PEÑA, J. (1676/1994): Conquista y Antigüedades de las
Islas de la Gran Canaria, y su descripción. Con muchas advertencias
de sus Privilegios, Conquistadores, Pobladores, y otras particularida-
des en la muy poderosa Isla de Thenerife. Universidad de Las Palmas
de Gran Canaria. Madrid-Las Palmas.
ONRUBIA PINTADO, J. (2003): La Isla de los Guanartemes. Territorio,
sociedad y poder en la Gran Canaria indígena (siglos XIV-XV). Edicio-
nes del Cabildo de Gran Canaria. Madrid-Las Palmas.
PAIS, F.J. y TEJERA, A. (2010): La religión de los benahoaritas. Fundes-
culp-Fundación para el Desarrollo y la Cultura Ambiental de La Palma.
Santa Cruz de La Palma.

290
PERERA LÓPEZ, J. (2005): La toponimia de La Gomera. Un estudio so-
bre los nombres de lugar, las voces indígenas y los nombres de plantas,
animales y hongos de La Gomera. Voces indígenas. II (8). Desde 8/1
El Gabilón hasta 8/234 Guachinoche. Asociación Insular de Desarrollo
Rural. CD-Rom. Vallehermoso.
PETRIE, W.M.F. (1890): Kahun, Gurob, and Hawara. Kegan Paul, Trench,
Trübner, and Co. London.
PICHLER, W. (1992): “Die Montaña Cardones (Fuerteventura)”. Almoga-
ren, 23: 195-217.
REYES GARCÍA, I. (1986): “Contribución al estudio de la toponimia in-
dígena de Canarias”. Periferia, 2: 79-93.
REYES GARCÍA, I. (2003): El Habla Prehispánica de La Palma. Estudio
histórico-etimológico. Foro de Investigaciones Sociales. Sevilla-Tenerife.
REYES GARCÍA, I. (2004a): El habla de los antiguos gomeros. Estudio his-
tórico-etimológico. Foro de Investigaciones Sociales. Sevilla-Tenerife.
REYES GARCÍA, I. (2004b): Cosmogonía y lengua en Canarias. Foro de
Investigaciones Sociales. Sevilla-Tenerife.
REYES GARCÍA, I. (2008): “Balance de lingüística ínsuloamazighe. Con-
sideraciones heurísticas, metodológicas y dialectales”. VI Congreso de
Patrimonio Histórico (Arrecife, 2008). Cabildo Insular de Lanzarote.
Lanzarote: 1-17.
REYES GARCÍA, I. (2011): Diccionario ínsuloamaziq. Fondo de Cultura
Insuloamaziq. Sevilla-Tenerife.
SALLE, G. de la (1404-19/1980): Le Canarien. Crónicas francesas de la
conquista de Canarias. Texto G. A. Cioranescu (ed.). Cabildo Insular de
Tenerife. Tenerife: 13-67.
SALLE, G. de la (1404-19/2003): Le Canarien. Manuscritos, transcrip-
ción y traducción. Manuscrito ‘G’. B. Pico, E. Aznar y D. Corbella
(eds.). Fontes Rerum Canariarum, 41. Instituto de Estudios Canarios.
La Laguna: 3-146.
SAUMAISE, C. (1629): Plinianae exercitationes in C. Jul. Solini Polyhis-
toria. Item C.J. Solini Polyhistor ex veteribus libris emendatus. Paris.
SÖRGEL DE LA ROSA, J. (2005): San Borondón, la historia de una isla
mítica. Grafein Ediciones. Barcelona.
TEJERA GASPAR, A. (2001): “¿Qué es la Insula Capraria de Plinio?”.
Faventia, 23 (2): 43-49.

291
TEJERA GASPAR, A. (2004): “Tres etnónimos de tribus africanas en las
Islas Canarias: canarii, caprarienses, cinithi”. En C. Díaz Alayón y
M. Morera (eds.): Homenaje a Francisco Navarro Artiles. Academia
Canaria de la Lengua-Cabildo Insular de Tenerife. Puerto del Rosario:
489-503.
TEJERA GASPAR, A. (2006): “Los libio-beréberes que poblaron las Islas
Canarias en la Antigüedad”. En A. Tejera, Mª.E. Chávez y M. Montes-
deoca (eds.): Canarias y el África Antigua. Centro de la Cultura Popular
Canaria. Arafo-La Laguna: 81-105.
TORRIANI, L. (1592/1940): Die Kanarische Inseln und ihre Urbewohner,
eine unbekannte Bilderhandschrift vom Jahre 1590, im italienischen
Urtext und in deutscher Uebersetzung. D.J. Wölfel (ed). Quellen und
Forschungen zur Geschichte der Geographie und Völkerkunde, 6. K.F.
Köehler Verlag. Leipzig.
TORRIANI, L. (1592/1978): Descripción e historia del reino de las Islas
Canarias antes Afortunadas, con el parecer de sus fortificaciones. A.
Cioranescu (ed.). Goya Ediciones. Tenerife.
TOUS MELIÁ, J. (1996): El Plan de las Afortunadas Islas del Reyno de
Canarias y la Isla de San Borondón. Museo Militar Regional de Ca-
narias-Casa de Colón-Museo de Historia de Tenerife. Madrid-Las Pal-
mas-La Laguna.
TOUS MELIÁ, J. (1998a): La Gomera a través de la Cartografía (1588-
1899). Museo Militar Regional de Canarias-Cabildo Insular de La Go-
mera. Tenerife.
TOUS MELIÁ, J. (1998b): “La isla de El Hierro, de la herradura”. Estu-
dios Canarios, 43, 1998 (99): 441-449.
URTUSÁUSTEGUI y LUGO VIÑA, J.A. de (1779/1983): Diario de Viaje
a la Isla de El Hierro en 1779. M.J. Lorenzo Perera (ed.). Biblioteca de
Obras Canarias, 12. Centro de Estudios Africanos-Colectivo Cultural
Valle de Taoro. La Laguna.
VIANA HERNÁNDEZ DE MEDINA, A. de (1604): Antigüedades de las
Islas Afortunadas de la Gran Canaria. Conquista de Tenerife. Y apa-
rescimiento de la Ymagen de Candelaria. Sevilla.
VIANA HERNÁNDEZ DE MEDINA, A. de (1604/1986): Conquista de
Tenerife. A. Cioranescu (ed.). Editorial Interinsular Canaria. Tenerife.
VIERA y CLAVIJO, J. de (1776-83/1967-71): Noticias de la Historia Ge-

292
neral de las Islas de Canaria. A. Cioranescu (ed.). Goya Ediciones.
Tenerife.
VIERA y CLAVIJO, J. de (1799-1810/1982): Diccionario de Historia Na-
tural de las Islas Canarias. Índice alfabético descriptivo de sus tres
reinos: animal, vegetal y mineral. M. Alvar (ed.). Mancomunidad de
Cabildos de Las Palmas. Madrid.
WÖLFEL, D.J. (1940): Leonardo Torriani. Die Kanarischen Inseln und
ihre Urbewohner. Eine unbekannte Bilderhandschrift vom Jahre 1590.
Quellen und Forschungen zur Geschichte der Geographie und Völker-
kunde, 6. K.F. Koehler. Leipzig.
WÖLFEL, D.J. (1965): Monumenta Linguae Canariae. Die Kanarischen
Sprachdenkmäler. Eine Studie zur Vor- und Frühgeschichte Weißafri-
kas. A. Closs (ed.). Akademische Druck-VerlagSanstalt. Graz.
WÖLFEL, D.J. (1965/1996): Monumenta Linguae Canariae (Monumen-
tos de la lengua aborigen canaria). Un estudio sobre la prehistoria y la
historia temprana del África Blanca. Dirección General de Patrimonio
Histórico. Gobierno de Canarias. Tenerife.

Alfredo Mederos Martín: Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Au-


tónoma de Madrid. Facultad de Filosofía y Letras. Campus de Cantoblanco. 28.049 Madrid.
E-mail: alfredo.mederos@uam.es.

Gabriel Escribano Cobo: Programa de Doctorado. Departamento de Prehistoria, Antropolo-


gía e Historia Antigua. Facultad de Geografía e Historia. Universidad de La Laguna. Campus
de Guajara. 38.071 La Laguna. Tenerife. E-mail: escribanocobogabriel@gmail.com.

293
294
ESTUDIO ANTROPOLÓGICO DE LA POBLACIÓN ABORIGEN
DE LANZAROTE Y FUERTEVENTURA*

Conrado Rodríguez Martín


Instituto Canario de Bioantropología – OAMC, Cabildo de Tenerife

Pablo Atoche Peña


ULPGC

María Ángeles Ramírez Rodríguez


Arqueóloga

*Este trabajo se inscribe en el marco del proyecto HAR2009-08519, Canarias: colonización


humana protohistórica, bioadaptación insular y transformación medioambiental, financiado
por el Ministerio de Ciencia e Innovación. I.P.: P. Atoche.

295
Resumen: en el presente trabajo se estudian una serie de restos esqueléticos
humanos procedentes de distintas localidades de Lanzarote y Fuerteventura. El
escaso número de individuos presentes en las muestras (menos de 25 en total), así
como la dispersión geográfica del mismo en origen, y la carencia de cronología,
hace imposible una aproximación bioantropológica, demográfica y epidemiológi-
ca exacta a las poblaciones de esas dos islas, pero permite, aunque sea de modo
muy parcial, aportar alguna luz sobre la vida de las mismas.
Palabras clave: Lanzarote; Fuerteventura; osteología; antropología física; pa-
leopatología; adaptación.

Abstract: we present in this paper the results of an analysis on the human


skeletal remains coming from different archaeological places in Lanzarote and
Fuerteventura.The short number of individuals present in the samples (less tan 25
in total), as well as their geographic scattering , and the absence of chronological
data, make imposible a bioanthropological, demographic and epidemiological ap-
proach to the whole populations of those two islands, however it permits, even at
a very partial level, to give some light on their lives.
Key words: Lanzarote; Fuerteventura: osteology; physical anthropology; pa-
leopathology; adaptation.

296
1. INTRODUCCIÓN
En líneas generales, una de las consecuencias más comunes en la co-
lonización de islas por grupos humanos es el aislamiento posterior de las
mismas. Ello no significa que este fenómeno ocurra de modo sistemático,
pero cuando ocurre, y una vez que la población supera el riesgo de extin-
ción, se producirán respuestas adaptativas a un medio ambiente nuevo, di-
ferente en gran manera al del continente. A grandes rasgos estas respuestas
se dividen en dos tipos:
culturales (cambios de relación interpoblacional, sistemas de cohesión
grupal, etc.)
biológicas (adaptación medioambiental y aparición de marcadores espe-
cíficos).
Esto ha hecho que las islas, en general, se hayan convertido en autén-
ticos laboratorios para el estudio de la adaptabilidad humana en las tres
últimas décadas.
Ciñéndonos a Canarias, es obvio que las poblaciones que vivieron de
modo permanente en las siete islas del archipiélago durante más de 20
siglos, tuvieron que pasar necesariamente por los procesos anteriormente
referidos, especialmente a partir del mismo momento en que se perdió el
contacto con las fuentes de abastecimiento continentales. Naturalmente,
estos grupos tuvieron que tener un peso demográfico suficiente para que no
se produjera su extinción en algún momento desde el aislamiento hasta la
conquista europea del siglo XV, especialmente en aquellas circunstancias
que hacen declinar la población (sequías, plagas, epidemias, fenómenos
naturales de tipo catastrófico, etc.). Lo cierto, lo único cierto, y esto es un
hecho que no deja de llamar la atención a muchos investigadores, especial-
mente foráneos, es que todas las islas estaban pobladas (unas, como Gran
Canaria y Tenerife, en mucha mayor medida que las otras) en el momento
del contacto indígena-europeo durante el siglo XV.

297
Por otra parte, siempre ha sorprendido la escasez de restos humanos
hallados hasta ahora en las dos islas más orientales del archipiélago. Frente
a la ingente cantidad de restos de Tenerife o Gran Canaria, y el nada des-
deñable contingente de La Gomera, El Hierro o La Palma, Fuerteventura
y Lanzarote no suman entre las dos 25 individuos, siendo algunos pocos
de dudosa adscripción aborigen (aunque según CABRERA PÉREZ et al.,
1999: 277, esta situación es preferible al expolio sufrido por las otras islas
a lo largo de los siglos). El porqué de este hecho no ha sido aclarado has-
ta hoy de modo satisfactorio, barajándose distintas hipótesis: tratamiento
diferenciado del cadáver por parte de los habitantes de estas dos islas con
respecto a las demás, efectos de la erosión ambiental en ambas, desapari-
ción de enterramientos por las deposiciones lávicas en Lanzarote, etc. En
lo que sí coinciden con el resto del archipiélago, con la excepción quizás
de Gran Canaria, es en el muy bajo número de individuos subadultos pre-
sentes en las muestras esqueléticas. También es necesario resaltar que, sal-
vo en el caso de la Montaña de Mina en Lanzarote, la dispersión geográfica
del material estudiado es más que notable.
Por todo lo anterior, lo que decimos aquí de la población esquelética de
las dos islas se referirá tan solo a los sujetos de los grupos estudiados, sin pre-
tender ninguna extrapolación estadística, demográfica o epidemiológica a sus
poblaciones. Ello, como señala UBELAKER (1989: 136), evita errores a largo
plazo en investigaciones ulteriores.

2. MATERIAL Y MÉTODOS

Como hemos comentado, el número mínimo de individuos que se ha


determinado en la muestra objeto del presente estudio es de 24, distribu-
yéndose de la siguiente manera:
Lanzarote:
Montaña de Mina: 12
La Chifletera: 1
Tahiche: 2
Guanapay: 1
Fuerteventura:
Barranco de Esquinzo: 1

298
Cueva de Villaverde: 2 (ambos, como ya señalaran GARRALDA et
al., 1981: 677, en un estado muy malo de conservación, presentando una
fragilidad extrema).
Procedencia desconocida: 5 (se encontraban en el almacén del Museo
Arqueológico de Betancuria).
Los métodos utilizados para su estudio han sido los tradicionales en an-
tropología biológica: observación macroscópica y con lentes de aumento
de 4 y 10 X y osteo-craneometría.

3. RESULTADOS
3.1. Datos demográficos

Lanzarote
Montaña de Mina: los rangos de edad, distribuidos según el sexo, son
coincidentes con los apuntados por MARTÍN SOCAS et al., 1982, salvo en
lo referente a individuos seniles que nosotros no hemos podido observar.
Varones: 6
20-24: 1
25-29: 1
30-34: 1
35-39: 2
45-49: 1
Mujeres: 6
20-24: 1
25-29: 1
30-34: 2
35-39: 1
40-44: 1
La Chifletera: un varón de 25-29 años.
Tahiche: 2 mujeres (6-8 y 15-19 años respectivamente).
Guanapay: un varón de 40-44 años.

Fuerteventura:
Barranco de Esquinzo: una mujer de 25-29 años.

299
Cueva de Villaverde: un varón de más de 50 años y un niño de sexo
indeterminado de 4-5 años.
Procedencia desconocida (almacén del Museo Arqueológico de
Betancuria):
Varones: 2
30-34: 1
35-39: 1
Mujeres: 3
20-24: 1
30-34: 1
+ 50: 1
Con esta escasez de restos es imposible realizar las tablas de vida e
intentar reconstruir los perfiles demográficos de estas dos poblaciones. La
cosa se complica más aún al desconocer la cronología exacta de la mues-
tra. Así que, más como dato curioso que como otra cosa, nos limitaremos a
calcular los intervalos de la edad media de muerte en ambas islas:
Lanzarote: varones 35-39 años; mujeres 30-34 años.
Fuerteventura: varones 30-34 años; mujeres 25-29 años.
Estas edades medias (mayores en varones que en mujeres) son contrarios
a los observados, por ejemplo, en Tenerife donde ocurre exactamente a la in-
versa, siendo más longevas las mujeres que los hombres (SCHWIDETZKY,
1960: 79; RODRÍGUEZ MARTÍN y MARTÍN OVAL, 2009: 114).

3.2. Datos físicos


Lanzarote:
Estatura media: varones 171 cm ; mujeres 160 cm.
Robustez: varones alta o media alta; mujeres baja o media baja.
Fuerteventura:
Estatura media: varones 176 cm; mujeres 162 cm.
Robustez: varones alta o media alta; mujeres media.
Como ya señalara VERNEAU (1887: 654), la estatura media de Fuer-
teventura sería mayor que la del resto del archipiélago, especialmente
en varones. Por su parte, la de Lanzarote sería similar a la de Tenerife
(GARCÍA-TALAVERA, 1995: 182; RODRÍGUEZ MARTÍN y MARTÍN
OVAL, 2009: 59).

300
3.3. Variaciones discontinuas del cráneo

Las únicas variaciones discontinuas observadas en cráneos de Lanzaro-


te fueron huesos wormianos a nivel de las suturas escamo-parietal y sagital
en tres individuos. En Fuerteventura fueron observadas la presencia de
metopismo completo y una muesca supraorbitaria derecha en dos cráneos
masculinos, ambos procedentes del almacén del Museo Arqueológico de
Betancuria.

3.4. Marcadores ocupacionales

Lanzarote:
Se caracteriza por no presentar ningún marcador de actividad física a
nivel de los miembros inferiores (salvo una entesopatía aquílea bilateral
del varón de La Chifletera), mientras que algunos individuos de ambos
sexos muestran varios marcadores típicos como entesopatías clavicula-
res (fosa romboidea en un hombre y una mujer), banda exostótica de la
cavidad sigmoidea cubital (en un hombre y una mujer), una epitrocleitis
izquierda en un varón, y entesopatías de la tuberosidad radial, siendo este
último el marcador más frecuente con cuatro casos (dos en varones y dos
en mujeres). Todos los casos masculinos afectaban al lado derecho, salvo
la epitrocleitis, y los femeninos al izquierdo, y, excepto el de La Chifletera,
todos procedían de Montaña de Mina.
Fuerteventura:
También predominan los marcadores de miembros superiores (carilla
acromial izquierda y apertura septal bilateral en la mujer del Barranco de
Esquinzo; y una fosa romboidea clavicular derecha en el varón de Villa-
verde), frente a un solo caso de carilla de Poirier derecha en el fémur de un
varón (del almacén del Museo Arqueológico de Betancuria).

3.5. Patología esquelética

3.5.1. Traumatismos
Solo dos casos de traumatismos fueron observados en las muestras pro-
cedentes de las dos islas, ambos en Lanzarote. Una mujer de 30-34 años de
la Montaña de Mina presentaba una perforación (que podría responder a
una sinusitis frontal) de unos 9 mm de diámetro en el frontal que se acom-
pañaba de huellas de una contusión antigua en mitad del mismo hueso.
Igualmente, un individuo masculino del mismo lugar presentaba signos de

301
luxación de codo izquierdo y de muñeca derecha. Este escaso número de
traumatismos llama la atención si se compara su frecuencia con la encon-
trada en Tenerife, especialmente en lo referido a los de cráneo (RODRÍ-
GUEZ MARTÍN, 1997: 98).
3.5.2. Patología articular
La enfermedad articular degenerativa (EAD) es la patología más fre-
cuentemente diagnosticada en ambas muestras esqueléticas.
Lanzarote:
Prácticamente, todos los individuos adultos presentaban algún grado
de la misma, especialmente a nivel del miembro superior tanto en hombro
(cavidad glenoidea y cabeza de húmero, fundamentalmente afectando al
lado derecho en una proporción 3:1) como en codo (base de húmero y epí-
fisis superior de cúbito, preponderando en el lado derecho la que afecta al
húmero y en el izquierdo la del cúbito). Todos los casos eran leves o mode-
rados. Por el contrario, los miembros inferiores se veían menos afectados:
dos casos de EAD de rodilla en varones (uno moderado en la derecha y
otro muy severo en la izquierda en un varón de 25-29 años de Montaña
de Mina) y uno moderado en el tobillo derecho de una mujer. Como caso
curioso cabe citar una EAD temporo-mandibular bilateral en una mujer de
Montaña de Mina de 40-44 años.
La espondilosis también apareció con una alta frecuencia en Lanzarote,
afectando especialmente a la columna lumbar, seguida de la cervical, y, ya
muy lejos con un solo caso, la dorsal.
Fuerteventura:
Presenta casos de EAD más repartidos entre miembros superiores e in-
feriores. Así, la mujer del Barranco de Esquinzo presentaba EAD bilateral
moderada de rodilla y espondilosis dorso-lumbar; el varón adulto de la
Cueva de Villaverde veía afectados ambos hombros y codos, la mano iz-
quierda (metarcapo-falángicas), la rodilla izquierda y el tobillo; y un fémur
procedente del almacén del Museo Arqueológico de Betancuria mostraba
signos en la cabeza femoral.
Los datos arriba detallados son similares a los obtenidos en otras islas
del archipiélago, como Tenerife (RODRÍGUEZ MARTÍN, 1995: 68).
3.5.3. Trastornos circulatorios óseos
Solamente tres casos de osteocondritis disecante, en distintas fases de
evolución, aparecieron en Lanzarote: en la base de un húmero masculino
derecho de un varón y en el cóndilo medial de un fémur femenino dere-

302
cho de Montaña de Mina y en el cóndilo lateral izquierdo de un varón de
Guanapay (este caso presentaba signos de resolución de la lesión). Ningún
caso apareció en la isla de Fuerteventura.
3.5.4. Malformaciones y deformidades esqueléticas
Tan solo dos casos de malformaciones fueron diagnosticados en la
muestra objeto de estudio: Lanzarote presentaba un caso de escoliosis dor-
so-lumbar en un varón de Montaña de Mina y Fuerteventura una sacraliza-
ción completa de L5 en la mujer del Barranco de Esquinzo.
3.5.5. Metabolopatías
La única metabolopatía diagnosticada en ambas islas fue la osteopo-
rosis del adulto-anciano, afectando especialmente a la columna vertebral:
cuatro casos en Lanzarote (todos de la Montaña de Mina, afectando a dos
varones y dos mujeres) y uno en Fuerteventura (el varón de la Cueva de Vi-
llaverde). Este dato es coincidente con lo detectado en las demás islas del
archipiélago canario (RODRÍGUEZ MARTÍN y MARTÍN OVAL, 2009:
248).
3.5.6. Otra patología
Un caso de miositis osificante de probable origen traumático fue diag-
nosticado en la pelvis de un varón de 40-44 años de la Montaña de Mina.

3.6. Patología dental

Lo más llamativo en ambas islas es la ausencia absoluta de caries, una


patología que, sin ser muy frecuente en el archipiélago, salvo quizás en
Gran Canaria (DELGADO DARIAS et al., 2005: 566) sí que está presente
en el resto de las islas. Veamos la otra patología dental que se observó en
la muestra:
3.6.1. Atrición
Tanto en varones como en mujeres, y en todos los yacimientos estudia-
dos en ambas islas, la atrición dental se objetiva en adultos presentando
un grado leve o moderado (entre los grados 2 y 4 de PATTERSON, 1984:
375-377).
3.6.2. Abscesos y pérdidas dentales antemortem
Cinco casos de abscesos han aparecido en Lanzarote (Montaña de
Mina), afectando uno a un incisivo, tres a premolares y uno a un molar.
Las pérdidas antemortem son bastante frecuentes en Lanzarote presentan-

303
do nueve casos totales con pérdidas de toda la arcada maxilar en un varón
y una mujer; en la arcada mandibular en un varón mayor de 50 años; en la
hemiarcada mandibular izquierda en una mujer; y pérdida de los dientes
posteriores (premolares y molares) en cinco individuos más (tres masculi-
nos y dos femeninos) a nivel mandibular.
Por lo que respecta a Fuerteventura, solo se ha observado en la mandí-
bula la pérdida antemortem de un premolar y un molar en un sujeto mayor
de 50 años (procedente del almacén del Museo Arqueológico de Betancu-
ria) que, igualmente, mostraba un grave absceso en los molares izquierdos
y otro más pequeño, con pérdida del incisivo lateral izquierdo.
3.6.3. Hipoplasia del esmalte
Solamente dos casos en premolares maxilares fueron diagnosticados
en dos varones de Montaña de Mina (Lanzarote). En Fuerteventura no se
observó.
3.6.4. Surcos interproximales
Se objetivó la presencia de surcos entre el 2º y 3º molares derechos
maxilares en el varón de la Cueva de Villaverde.

4. CONCLUSIONES

El escaso número de individuos que componen las muestras de Lanza-


rote y Fuerteventura (especialmente de esta última) hace que no se puedan
hacer más que conclusiones muy aproximadas a lo que debió ser la vida en
aquellas dos islas en su etapa protohistórica. Además, la falta de cronolo-
gía exacta, basada en los propios restos esqueléticos, es un inconveniente
que no podemos dejar de mencionar. Por ello, nos limitaremos a hablar de
esos dos grupos sin aventurar ninguna conclusión general.
Al no ser posible construir tablas de vida y perfiles demográficos y, por
tanto, ser imposible conocer la esperanza de vida al nacimiento, señalare-
mos tan solo que la edad media de muerte en Lanzarote se sitúa en el inter-
valo 35-39 años para varones y en el de 30-34 para mujeres, similares, por
ejemplo, a los de Tenerife, mientras que en Fuerteventura es un intervalo
menor para ambos sexos.
Con respecto al aspecto físico, observamos que la estatura media de
los restos estudiados de Lanzarote es coincidente prácticamente con los de
Tenerife (171 varones y 160 mujeres), pero la de Fuerteventura es superior
(176 y 162 respectivamente). La robustez es más o menos similar.
La escasa presencia de marcadores ocupacionales en los miembros infe-

304
riores de los individuos que componen ambas muestras, frente a la notable
frecuencia de los miembros superiores, podría significar que las caminatas
no eran tan frecuentes como cabría suponer (desde luego este hecho no se
da en las islas occidentales). Quizás la actividad pastoril fuera desarrollada
de una manera distinta a la de Tenerife o a la de otras islas. Sin embargo, la
actividad con los miembros superiores fue similar.
Otro dato muy relacionado con el párrafo de arriba es la distribución to-
pográfica de la enfermedad articular degenerativa, afectando mucho más a
los miembros superiores y a la columna (espondilosis) que a los inferiores,
especialmente en Lanzarote. Ello reafirma la idea de que la actividad desa-
rrollada, tanto por varones como por mujeres, fuera mayor con los brazos
y con las manos que con las piernas.
Coincidente con los puntos anteriores es el hecho de que la práctica
inexistencia de traumatismos también es indicadora de la baja exposición
de esos grupos a riesgos de accidentes o encuentros violentos por conflic-
tos de tierra para pastoreo (como sucedía con alta frecuencia en Tenerife).
Esto los aleja de lo que sucedía en Tenerife en esa misma época de modo
casi continuado.
Al igual que sucede en las demás islas del archipiélago, estas dos mues-
tras de Lanzarote y Fuerteventura no presentan marcadores ni medidas de
stress metabólico, excepto algún caso de osteoporosis del adulto-anciano,
que sugieran deficiencias dietéticas condicionantes de mala nutrición.
A nivel dental, tanto la ausencia de caries como el bajo grado de atrición
dental podrían sugerir que en estas dos muestras esqueléticas el consumo
de productos de origen vegetal fuera menor que el de carne y productos
lácteos o, incluso, de peces y mariscos.
Es obvio que Lanzarote y Fuerteventura precisan de nuevas pesquisas
de restos humanos cuyo estudio aportará nueva luz sobre su protohisto-
ria. Es muy complicado, por no decir que del todo imposible, realizar una
aproximación bioantropológica, demográfica y epidemiológica de esas po-
blaciones con los restos de los que hoy disponemos. La arqueología puede
ofrecer datos muy importantes sobre las mismas, pero, desgraciadamente,
hasta ahora no se ven complementados con los que podría aportar la bioan-
tropología.

305
Bibliografía

CABRERA PÉREZ, J.C., PERERA BETANCOR, M.ª & TEJERA GAS-


PAR, A. Majos. La primitiva población de Lanzarote. Islas Canarias.
Teguise: Fundación César Manrique, 1999.
DELGADO DARIAS, T., VELASCO VÁZQUEZ, J., ARNAY DE LA
ROSA, M., MARTÍN RODRÍGUEZ, E. & GONZÁLEZ REIMERS, E.
“Dental caries among the prehispanic population from Gran Canaria”.
American Journal of Physical Anthropology, 128 (2005): 560-568.
GARCÍA-TALAVERA, F. “La estatura de los guanches”. Actas del I Con-
greso Internacional de Estudios sobre Momias (Puerto de la Cruz, Te-
nerife), vol. I (1995): 177-186.
GARRALDA, M.D., HERNÁNDEZ, F. & SÁNCHEZ VELÁZQUEZ,
M.D. “El enterramiento de la Cueva de Villaverde (La Oliva, Fuerte-
ventura)”. Anuario de Estudios Atlánticos, 27 (1981): 673-690.
MARTÍN SOCAS, D., CAMALICH MASSIEU, M.D., & THOVAR ME-
LIÁN, M.D. “La cueva funeraria de la Montaña de Mina (San Bartolo-
mé, Lanzarote) y su entorno”. Instituto de Estudios Canarios (50 Ani-
versario). Santa Cruz de Tenerife: Cabildo Insular de Tenerife, 1982.
PATTERSON, JR. D.K. A Diachronic Study of Dental Paleopathology and
Attritional Status of Prehistoric Ontario Pre-Iroquois Populations. Ot-
tawa: National Museum of Canada, 1984.
RODRÍGUEZ MARTÍN, C. “Osteopatología del habitante prehispánico
de Tenerife, Islas Canarias”. Actas del I Congreso Internacional de Es-
tudios sobre Momias (Puerto de la Cruz, Tenerife), vol. I (1995): 65-78.
RODRÍGUEZ MARTÍN, C. “Forensic anthropological study of cranial
fractures in the Guanche population of Tenerife (Canary Islands)”.
Journal of Paleopathology, 9, 2 (1997): 91-99.
RODRÍGUEZ MARTÍN, C. y MARTÍN OVAL, M. Guanches. Una his-
toria bioantropológica. Canarias Arqueológica. Monografías, 4. Santa
Cruz de Tenerife: Museo Arqueológico de Tenerife e Instituto Canario
de Bioantropología. Organismo Autónomo de Museos y Centros (Ca-
bildo de Tenerife), (2009).
SCHWIDETZKY, I. “¿A qué edad morían los guanches?”. En Diego Cus-
coy, L.: Trabajos en torno a la cueva sepulcral de Roque Blanco (isla
de Tenerife). Santa Cruz de Tenerife: Museo Arqueológico de Tenerife,
(1960), 2: 75-81.

306
UBELAKER, D.H. Human skeletal remains. Excavation, analysis, inter-
pretation. 2nd ed. Washington: Taraxacum, 1989.
VERNEAU, R. “Rapport sur une misión scientifique dans l’Archipel Ca-
narien”. Archives des Missions Scientifiques et Littéraries, XIII (3e sé-
rie) (1887): 569-817.

307
308
MANIFESTACIONES RUPESTRES Y ORGANIZACIÓN TRIBAL
EN FUERTEVENTURA Y LANZAROTE

José Juan Jiménez González


Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife

309
Resumen: las manifestaciones rupestres de Fuerteventura y Lanzarote per-
miten el desarrollo de comparaciones cross-culturales con ámbitos vinculados
al mundo líbico antiguo de África del Norte. De esas expresiones destacaremos
los caracteres alfabéticos y los podomorfos, generalmente emplazados en roques,
diques, pitones, montañas y márgenes de barranco, que les dan una especial rele-
vancia. Estos hitos rupestres conllevaron un elevado valor simbólico y cognitivo
para los integrantes de la comunidad tribal de estas dos islas: los majos o maxies,
como acontece con las inscripciones escriturarias y las huellas de pie que re-
presentan un binomio recurrente gráfico e iconográfico e implica a las deidades,
los antepasados y el tiempo. Además, los hallazgos alfabéticos y los podomorfos
documentados en Fuerteventura y Lanzarote muestran que sus primeros colonos
pertenecían a una misma entidad tribal proveniente del hinterland Tripolitano
(Norte de África) cercano al comienzo de nuestra Era.
Palabras clave: Arte rupestre; organización social; culturas insulares; pobla-
miento humano; Fuerteventura; Lanzarote.

Abstract: the rock art of Fuerteventura and Lanzarote allows the development
of cross-cultural comparisons in areas related with to the ancient libyan culture
from North Africa. From these expressions we highligh the alphabetic characters
and the sandals, usually placed in rocks, docks, pythons, mountains and ravines,
which give them special relevance. These milestones rock carried a high symbolic
value and a cognitive development for tribal community members of these two
islands: the majos or maxies, as happens with scriptural inscriptions and the foot-
prints that represent a recurring graphic and iconographic pairing involving dei-
ties, ancestors and time. Also, the finding alphabetic documents and sandals from
Fuerteventura and Lanzarote show that its first settlers belonged to a tribal entity
from Tripolitanian hinterland (North Africa) close to the beginning of our Era.
Key words: Rock art; social organisation; island cultures; human settlement;
Fuerteventura; Lanzarote.

310
INTRODUCCIÓN

Las manifestaciones rupestres de Fuerteventura y Lanzarote permiten


el desarrollo de comparaciones cross-culturales con ámbitos vinculados al
mundo líbico antiguo de África del Norte. De esas expresiones destacare-
mos los caracteres alfabéticos y los podomorfos, generalmente emplaza-
dos en roques, diques, pitones, montañas y márgenes de barranco, que les
dan una especial relevancia. Estos hitos rupestres conllevaron un elevado
valor simbólico y cognitivo para los integrantes de la comunidad tribal de
estas dos islas, los majos o maxies, como acontece con las inscripciones
escriturarias y las huellas de pie que representan un binomio recurrente
gráfico e iconográfico e implica a las deidades, los antepasados y el tiem-
po. Además, los hallazgos alfabéticos y los podomorfos documentados en
Fuerteventura y Lanzarote muestran que sus primeros colonos pertenecían
a una misma entidad tribal proveniente del hinterland Tripolitano (Norte
de África) cercano al comienzo de nuestra Era.
Las manifestaciones rupestres de Fuerteventura y Lanzarote están cons-
tituidas por elementos esquemático-geométricos como líneas, haces lineales
y retículas, aunque en este momento destacaremos figurativos como los po-
domorfos y caracteres alfabéticos líbico-bereberes y latino-líbicos. En el ar-
chipiélago canario esta última escritura sólo ha sido descubierta en estas dos
islas, haciendo verosímil que su primer poblamiento humano estable fuese
emprendido por un grupo étnico tribal norteafricano que conocía y practicaba
ambos alfabetos y hablaba ab origine una misma lengua de estirpe líbica. Has-
ta ahora los signos registrados se corresponden con exhortaciones nominales
relacionadas con elementos astrales y ritos de tránsito conectados con los es-
píritus de los antepasados celebrados en fechas concretas de su calendario. En
este caso parece plasmarse la conexión dinámica entre los podomorfos y los
caracteres alfabéticos. De la misma forma, proponemos que las inscripciones
alfabéticas descritas habitualmente como latino-canarias y líbico-canarias por

311
diversos autores deben ser re-nominadas como latino-líbicas atendiendo a un
contexto socio-lingüístico que refleja cómo mediante un alfabeto de raigambre
latina se expresó una lengua líbica antigua, también reproducida en las inscrip-
ciones líbico-bereberes descubiertas en ambos nichos insulares. En este primer
bloque también enunciamos los principales elementos rupestres en cada una
de estas dos islas.

1. LOCALIZACIÓN DE LOS EMPLAZAMIENTOS RUPESTRES

Las manifestaciones rupestres de Fuerteventura y Lanzarote se loca-


lizan en soportes pétreos prominentes y segregados, como montañas, ro-
ques, pitones y paredes rocosas ubicadas en los márgenes de algunos ba-
rrancos. La tipificación de su composición geológica responde a soportes
basálticos, materiales fonolíticos y augítico-olivínicos. Las formaciones
orográficas que las albergan descollan por su apariencia cromática blanca,
roja o negra, porque es más que probable que la coloración de estos encla-
ves alcanzase relevancia en lo concerniente a su selección y visualización.
También hay que estimar que en ellos o en sus proximidades existieron
fuentes que abastecían de agua a los grupos nativos que los visitaban.

2. TÉCNICAS DE EJECUCIÓN Y TEMÁTICAS RUPESTRES

En Fuerteventura y Lanzarote se emplearon técnicas de ejecución me-


diante el uso de artefactos líticos, destacando las incisiones finas y gruesas,
con y sin abrasión; el piqueteado continuo y discontinuo; las abrasiones
superficiales y profundas; y los rayados. La temática más habitual incluye
tres categorías principales: motivos geométricos –más o menos esquema-
tizados– figurativos y alfabéticos.

3. SINERGIAS Y DIVERGENCIAS CROSS-CULTURALES

Las sinergias existentes entre Fuerteventura y Lanzarote a nivel rupestre


suponen la primigenia arribada a ellas de un mismo grupo étnico tribal nor-
teafricano –los majos o maxies– cuya respectiva y paulatina divergencia
se correspondió con el desarrollo de dos modelos adaptativos subyacentes
a procesos productivos y reproductivos ejercidos en dos medio ambientes
insulares distintos sobre un trasfondo sociocultural pastoralista y también
con la segregación típica de las sociedades segmentarias amparadas en
sistemas de oposición complementaria. De este modo, los majos de Lanza-
rote habrían podido sostener el pastoreo y la agricultura de secano basada

312
en la cebada mientras los majos de Fuerteventura tuvieron que renunciar a
ella priorizando y optimizando el aprovechamiento de su cabaña ganadera.
Se estableció así una dialéctica de la diferenciación adaptativo-evolutiva
en unas islas que funcionaron como laboratorios de la conducta dando lu-
gar al modelo de organización que trae consigo la segmentariedad: el dua-
lismo y la fragmentación en facciones tribales. Ello explica la respectiva
división sociopolítica de Fuerteventura y Lanzarote en dos territorios que a
su vez fueron compartimentados en sectores más pequeños y suponían las
cabeceras de los linajes familiares y los clanes.

4. MANIFESTACIONES RUPESTRES DE FUERTEVENTURA

Las manifestaciones rupestres de Fuerteventura están constituidas por


motivos esquemático-geométricos, figurativos (podomorfos), inscripcio-
nes alfabéticas líbico‑bereberes e inscripciones alfabéticas latino-líbicas,
así como cazoletas, orificios, canales y canalillos tallados en la roca. Esos
elementos, ejecutados mediante incisiones finas y profundas, piqueteados,
deslascados y abrasiones, están ubicados en montañas que suponen las
máximas alturas de la isla y en bloques pétreos localizados en llanuras.
Habitualmente son afloramientos rocosos emergidos en los puntos eleva-
dos y medios de las montañas donde destacan en el entorno debido a su
morfología y cromatismo, pues fueron utilizadas las facies prismáticas de
las rocas basálticas y las caras meteorizadas de rocas fonolíticas.
Los emplazamientos rupestres con motivos esquemático-geométricos,
como el Morro del Cabo y Morros de Agua Salada, cuentan con haces
lineales paralelos, reticulares, entrecruzados, elementos curvilíneos y es-
caleriformes. Este elenco iconográfico es frecuente en otros enclaves como
Pie de Agua Paloma, donde –además– merecen destacarse cordiformes,
óvalos y ángulos. Algunos motivos geométricos, como el triángulo descu-
bierto en el Morro de Miregua, se encuentran orientados a hitos topográfi-
cos de Fuerteventura de forma que un vértice apunta hacia el norte en di-
rección a la Montaña de Tindaya, otro al este hacia El Castillejo y el otro al
oeste hacia el Teide (Tenerife) cuando es posible divisarlo durante el año.
Al pie del Pico de Miregua se encuentra la fuente del mismo nombre. En
el panorama esquemático-geométrico es habitual encontrar pequeños mo-
tivos cuadrangulares con aspas inscritas en su interior, situados en posición
vertical, como ocurre en Morro de Agua Salada y Castillete Grande, que
interpretamos como motivos esteliformes esquematizados enmarcados al
igual que ocurre en otras islas del archipiélago canario, donde errónea-
mente han sido denominados y considerados “dameros” al atribuirles la

313
funcionalidad lúdica del “juego de la dama” partiendo de un argumentario
ingenuo y presentista.
Los podomorfos representan las plantas de los pies y los dedos median-
te la técnica de piqueteado y están ubicados en la cima de las montañas
como sucede en Castillejo Alto, Tisajoyre y Tindaya. Los primeros están
orientados al Pico de Jandía, los segundos hacia la Montaña de Tindaya
y desde esta última se observa circunstancialmente el Teide. De hecho,
J.A. Belmonte y C. Esteban plantearon que la orientación de buena parte
de los podomorfos de Tindaya se corresponde con el ocaso solar del sols-
ticio de invierno refrendando vectores arqueoastronómicos. Sin embargo,
existe un rango significativo de podomorfos orientados hacia la estrella
Fomalhaut coincidente con un segmento de cronología astronómica que
comprende un paréntesis entre los años 100 y 1400; otro, con orientaciones
relacionadas con las paradas mayor y menor de la luna; y un tercero, con
diversos horizontes arqueotopográficos situados en Gran Canaria, Tenerife
y la propia Fuerteventura. En consonancia con esta situación, los restos
arqueológicos circundantes han sido interpretados como manifestaciones
cultuales que definen Tindaya como un santuario de montaña.
El descubrimiento de las inscripciones alfabéticas líbico-bereberes de Fuer-
teventura se produjo de forma sucesiva en Jandía, Barranco de La Torre, Mon-
taña Blanca de Arriba y Morrete de Tierras Malas, y fueron sistematizadas por
R. Springer; mientras los signos alfabéticos latino-líbicos localizados en El
Sombrero, Morro de La Galera, Morro del Valle Corto, Morro Pinacho y el
Barranco del Cavadero han sido estudiados y sistematizadas por W. Pichler.
Como estos grabadores rupestres manejaban ambos alfabetos se ha planteado
la existencia de un bilingüismo gráfico que quedó plasmado en las rocas.
La escritura que R. Rebuffat denominó «Líbico de Bu Njem» en el ya-
cimiento de Gholaia (Libia) muestra un gran parecido con los caracteres
descubiertos en Fuerteventura y Lanzarote y posibilita proponer una zona
de localización similar en el Norte de África para todos ellos. De hecho, la
horizontalidad de los textos y la morfología de algunos caracteres hicieron
sospechar a Rebuffat que había existido una influencia del alfabeto latino,
mientras su origen se correspondería con la Antigüedad norteafricana dado
que las poblaciones líbicas entraron en contacto con signos de esa escritura.
Razón por la cual, nos parece bastante apropiado tipificarlo como latino-lí-
bico en virtud del sincretismo idiomático que alberga, pudiendo afirmarse
que el primer poblamiento humano estable de Fuerteventura y Lanzarote
se produjo en momentos cercanos al inicio de nuestra Era, cuando los ro-
manos estaban ya establecidos en África Proconsular y Tripolitania.

314
5. MANIFESTACIONES RUPESTRES DE LANZAROTE

Las manifestaciones rupestres de Lanzarote ofrecen motivos esquemá-


tico-geométricos, predominando trazos lineales, reticulares, semicirculi-
formes concéntricos, como los de la Estela de Zonzamas y circuliformes
como los de la Peña de María Herrera. También destacan motivos figu-
rativos –podo­morfos– signos alfabéticos líbico-bereberes y latino-líbicos
idénticos a los descubiertos en Fuerteventura. Las expresiones rupestres de
Lanzarote conforman estaciones de grabados que, a veces, incluyen cazo-
letas, orificios y canalillos tallados en las rocas, emplazadas en barrancos,
montañas, peñas, jables y zonas de malpaís. La técnica de ejecución pre-
ponderante en Lanzarote es la incisa fina y gruesa, aunque también se en-
cuentran ejemplos ejecutados mediante piqueteado. Las principales áreas
de Lanzarote que destacan por la presencia de inscripciones rupestres se
distribuyen de la siguiente manera.
El área de El Jable ofrece multitud de enclaves rupestres, entre los que
descolla la Peña de Juan del Hierro con inscripciones líbico-beréberes y los
alrededores de la Montaña Trasera donde se localizan motivos latino-líbi-
cos. En la Peña del Letrero se encontraron grabados alfabéticos latino-lí-
bicos y en la Peña del Conchero motivos podomorfos y un conjunto de
pequeñas cazoletas. En sus proximidades, la Peña del Cuenquito contiene
inscripciones líbico-beréberes, mientras cerca de la Quesera de Zonzamas
se encuentran los podomorfos de la Piedra del Majo.
El área de Guenia alberga la Peña de Luis Cabrera con grabados líbi-
co-bereberes, la margen izquierda del barranco de las Veguetas de Guenia
caracteres alfabéticos latino-líbicos y signos sueltos de grafía líbico-be-
reber, y el barranco de Manguia grabados alfabéticos líbico-bereberes y
latino-líbicos.
En El Castillejo, en el área de Tenésera, coinciden grabados líbico-bere-
beres y latino-líbicos en uno de los paneles de esa estación.
En el área de Los Ajaches existen yacimientos rupestres que, entre
otros, contienen signos alfabéticos de ambas grafías y podomorfos; en el
sector de Haría destaca la Peña de María Herrera con grabados podomor-
fos, y en la Montaña de Ortiz se ubican una inscripción líbico-beréber y
otra latino-líbica.
Es obvio que los podomorfos conforman un elenco destacado entre las
manifestaciones rupestres de Lanzarote, la isla del archipiélago que cuenta
con el mayor número de paneles de estos grabados, detectados en la Peña

315
de María Herrera, Peña del Conchero, Peña del Majo, Pozo de la Cruz, el
núcleo poblacional de Teguise y varias estaciones de Los Ajaches, como
ya mencionamos. La técnica de ejecución de los podomorfos lanzaroteños
es el picado continuo consumado con una abrasión o pulido, mientras la
técnica de incisión procuró los caracteres alfabéticos.

6. LOS ALFABETOS DE LOS ANTEPASADOS

Las inscripciones alfabéticas existentes en Fuerteventura y Lanzarote


pertenecen a dos tipos diferentes de escritura. La primera en ser descu-
bierta fue la líbico-bereber; la otra, hallada con posterioridad, proponemos
denominarla latino-líbica, dado que mediante un alfabeto latino se está
expresando una lengua líbica antigua. Ambas grafías, radicadas en un buen
número de yacimientos, se encuentran en un contexto rupestre definido por
la presencia de incisiones geométricas y motivos podomorfos.
Las investigaciones sobre el origen de la escritura latino-líbica han pro-
movido diferentes planteamientos y sucesivas hipótesis. Por su similitud
formal, los textos documentados fueron inicialmente relacionados por J.
de León y M.ª A. Perera con una escritura latina conocida como cursi-
va-pompeyana y, luego, atendiendo a su semejanza con las inscripciones
aparecidas en el yacimiento arqueológico de Bu Njem (Libia), estudiado
por R. Rebuffat, han sido denominadas con los términos escritura prelíbica
y escritura líbica. Por su parte, H.J. Ulbrich se ha inclinado a favor de la
filiación latina señalada anteriormente, W. Pichler ha propuesto el término
latino-canario dada la presencia de un alfabeto latino que reproduciría una
lengua líbica antigua o aborigen canaria, y A. Tejera prefiere hablar de
caracteres líbico-canarios. Por nuestra parte, proponemos la denominación
latino-líbica, tal y como ya adelantamos. Y es que el yacimiento arqueoló-
gico de Bu Njem, al que se refiere Rebuffat, se corresponde con el fuerte
romano de Gholaia [Ghola] ubicado en el limes Tripolitanus para la de-
fensa de las tribus nómadas, como lo fueron Tallibari y Gheriat el-Garbia,
o las propias granjas fortificadas de Suq el-Buzra, Qasr Banat y Gheriat
esh-Shergia, en el contexto territorial del contacto interétnico protagoni-
zado en Tripolitania por ambas sociedades entre los años 101 a.C. y 47
a.C. como consecuencia de las guerras acontecidas entre Roma y Numidia
después de la caída de Cartago y la derrota de Juba de Numidia en Tapso
el 46 a.C.
Las escrituras líbico-bereber y latino-líbica están referenciadas en un buen
número de yacimientos arqueológicos de Fuerteventura y Lanzarote en los

316
cuales a veces se contemplan en el mismo panel, aunque pueden percibirse
contrastes merced a la huella dejada por las técnicas de ejecución ya que las
inscripciones líbico-bereberes suelen aparecer piqueteadas mientras las lati-
no-líbicas se promovieron con técnica incisa. Si bien los motivos alfabéticos
prácticamente no suelen superponerse, algunas muestras reflejan la solapada
influencia y mayor frecuencia de la escritura latino-líbica frente a la líbico-be-
reber, pues si en las estaciones con signos líbico-bereberes existen textos la-
tino-líbicos no ocurre igual a la inversa. Excepcionalmente ha aparecido una
muestra de inscripciones de ambas grafías practicadas con la misma técnica de
ejecución, descubriéndose también dos líneas en las que los signos aparecían
en el mismo texto. Esto constataría que sus autores conocían y empleaban
ambos alfabetos y la misma lengua líbica.
En este sentido, W. Pichler reconstruyó palabras transcribiendo los carac-
teres escriturarios gracias a su frecuencia y parecido formal, concluyendo
que se trataba de una lengua líbica antigua. Lo cual redunda y refuerza
nuestra propuesta de que los majos o maxies eran un único y mismo gru-
po de ascendencia líbica que estuvo en contacto con la Romanidad en el
hinterland de Tripolitania, que conocía ambos alfabetos y que –por consi-
guiente– su arribada a Fuerteventura y Lanzarote se produjo en un periodo
próximo al inicio de nuestra Era. Porque, además, según H.J. Ulbrich y W.
Pichler, en ambas islas se utilizaba la misma escritura, de la cual los últi-
mos trabajos de W. Pichler en Fuerteventura actualizan el estado actual de
la investigación con resultados verdaderamente sorprendentes.
Las inscripciones alfabéticas de Fuerteventura y Lanzarote fueron eje-
cutadas en paneles orientados –mayormente– hacia el este, el sur, suroeste
y oeste, con una motivación etnoastronómica, para invocar a sus espíritus,
deidades y genios protectores. Estos alfabetos de los antepasados atesora-
ban la homogeneidad lingüística de su lugar de procedencia, las técnicas
de ejecución, la memoria colectiva y el contexto arqueológico en que se
inscribe la praxis ritual del contacto humano que imbrica el mundo de los
vivos, el de los dioses y el de los muertos.
Gomes Scudero (en Morales Padrón, 1978: 439) evoca una relación oral
recogida en estas dos islas en los siguientes términos:
Tenían los de Lançarote y Fuerte Ventura unos lugares o cuebas a modo de
templos, onde hacían sacrificios o agüeros según Juan de Leberriel, onde
haciendo humo de ciertas cosas de comer, que eran los diesmos, quemán-
dolos tomaban agüero en lo que hauían de emprender mirando a el jumo,
i dicen que llamaban a los Majos que eran los spíritus de sus antepasados
que andaban por los mares i uenían allí a darles auiso quando los llama-

317
ban, i éstos i todos los isleños llamaban encantados, i dicen que los veían
en forma de nuuecitas a las orillas del mar, los días maiores de el año,
quando hacían grandes fiestas, aunque fuesen entre enemigos, veíanlos a
la madrugada el día de el maior apartamento de el sol en el signo de Cán-
cer, que a nosotros corresponde el día de San Juan Bautista.

H. Lhote planteó la relación existente entre los podomorfos y los


caracteres líbico-bereberes en muchos de los yacimientos arqueológi-
cos rupestres de África del Norte. En Fuerteventura y Lanzarote este
paralelismo es también una buena manera de comprender, explicar e
interpretar sus orígenes, la génesis y la razón de su transmisión a través
del tiempo. En este empeño contamos con certezas empíricas contras-
tadas, pues estas inscripciones alfabéticas pertenecen a dos escrituras,
líbico-bereber y latino-líbica, y en ambas islas existen los podomorfos.
En virtud de las evidencias registradas podemos afirmar que estas ex-
presiones rupestres fueron realizadas por miembros de la etnia tribal
de los majos o maxies en Fuerteventura y en Lanzarote, vinculadas de
forma dinámica con el mundo de los vivos que reclamaba, invocaba,
recibía y despedía a los espíritus de sus ancestros en conexión con sus
deidades astrales en fechas precisas de su calendario astronómico, antes
de la salida y la puesta del sol en los solsticios. Los signos y textos de
los alfabetos nominaban a las deidades y los espíritus coincidiendo con
el orto solar; los podomorfos despedían a los muertos y recordaban a los
antepasados con el ocaso del sol en los confines del horizonte marino.

7. ORGANIZACIONES TRIBALES NORTEAFRICANAS


Algunas investigaciones concuerdan en evaluar la aplicabilidad de mo-
delos de organización segmentaria entre las tribus bereberes del Atlas, con-
cluyendo que la segmentariedad estaría caracterizada por un sistema tribal
de oposición equilibrada que carece de una autoridad central e instituciones
políticas especializadas, con una distribución igualitaria del poder entre los
diversos grupos con el fin de sostener el orden, la cohesión y la unidad. Así,
la estructura segmentaria vendría dada por las siguientes especificidades:
1) Existencia de criterios genealógicos para clasificar a los colecti-
vos e individuos estableciendo un sistema de relaciones expresa-
do territorialmente. Por ello, los nombres de estos grupos o el de
sus antepasados referenciales pueden plasmarse en topónimos.
2) Sistemas de parentesco basados en una descendencia unilineal
de tipo patrilineal (aunque existen ejemplos matrilineales) y una

318
endogamia estricta que prioriza el matrimonio preferente con la
prima paralela paterna y/o materna, aunque esto no es una norma
estricta al darse también enlaces entre primos cruzados.
3) Vinculaciones que sofistican la estructura de la familia de los pri-
mos con matrimonios exogámicos, fisiones, fusiones, adopcio-
nes, pactos y alianzas, como factores externos desestabilizadores.
Las relaciones entre los niños y sus tíos maternos son más pro-
fundas que las que los vinculan con los tíos paternos, enfatizando
el respeto de que goza la madre por parte de sus hijos, descen-
dientes y la propia sociedad.
4) Quienes están vinculados con antepasados referenciales pertene-
cen a familias que mantienen en la memoria el ancestro con el
que estaban emparentados.
5) Fraccionamiento interno, actitud semejante respecto al litigio y al
peligro, orden interior y cohesión grupal anclados en un sistema
de oposición complementaria que precisa una estructura genea-
lógica empleada por familias religiosas y quienes detentan cierto
ascendiente político, y cuya motivación es demostrar un origen
noble o que se presupone como tal.
6) Oposición de todos los segmentos a un poder centralizado, de
manera que el cometido de las asambleas tribales consiste en
mantener el funcionamiento de los asuntos públicos con cierta
ascendencia sobre todos los grupos y cuyas decisiones se ejecu-
tan sin recurrir a presiones.
En este modelo segmentario, los jefes eran designados a tenor del principio
de rotación y complementariedad en un territorio neutral y ante la presencia de
un religioso o religiosa que ostentaba un papel de arbitraje y mediación sin poder
político, manifestando la división estructural del territorio tribal en dos sectores
fragmentados –a su vez– en varias facciones o distritos representados por clanes
o reagrupaciones de varios clanes. Esta división en dos mitades garantizaba el
orden en tanto que eran los mayores agrupamientos que podían incluir a los in-
dividuos, funcionando operativamente como territorios exógamos intratribales
con la finalidad de no dispersar los bienes o su aprovechamiento por parte de la
tribu. Por ello, L.B. Salem afirma que con frecuencia cada tribu está literalmente
escindida en dos mitades que recortan la solidaridad segmentaria, activada in
extremis ante un peligro exterior de gran entidad. Pero, si dicha contingencia no
pusiese en peligro la supervivencia de toda la tribu puede producirse un proceso
de fisión que implica la divergencia de una de las dos secciones respecto a la otra.

319
8. FUERTEVENTURA Y LANZAROTE: ORGANIZACIONES TRIBA-
LES ASIMÉTRICAS

Si bien en el caso norteafricano aparecen pruebas destacadas de este modelo


de organización social, las islas de Fuerteventura y Lanzarote también nos apor-
tan referencias en este sentido, respectiva y progresivamente inmersas en proce-
sos de segregación interna, nucleación asimétrica, fisión/fusión de las unidades
organizativas, segmentos de parentesco, facciones y distritos, que trajeron como
resultado unas organizaciones tribales auspiciadas por los diferentes linajes y cla-
nes establecidos en cada una de ellas. Este proceso no estuvo exento de evolucio-
nes, adaptaciones, involuciones, regresiones, rupturas, litigios, reagrupamientos
y subdivisiones en cada caso y a lo largo del tiempo.
En Fuerteventura y Lanzarote la práctica pastoralista de los majos ofre-
ció mayores garantías para la subsistencia, supervivencia y reproducción
al compartimentar cada isla en dos territorios tribales segmentarios, mien-
tras su potencial ecológico propició estrategias de competición/colabora-
ción por los recursos disponibles ensalzando el papel de sus respectivos
jefes-guerreros. Por estos motivos, el fraccionamiento de cada unidad in-
sular explicita dos secciones tribales subdivididas en facciones más pe-
queñas y conflictos relacionados con la disponibilidad de pastizales que
acabaron propiciando la construcción de muros de piedra que acotaban las
zonas de influencia pastoril de los clanes y linajes de cada isla.
Estas sociedades tribales igualitarias estaban sostenidas en principios je-
rárquicos de desigualdad al ampararse en diferencias socioeconómicas y fe-
nómenos de estratificación que poseen un correlato en el registro arqueológi-
co y etnohistórico. Desde esta perspectiva, los motivos rupestres alfabéticos,
figurativos y esquemático-geométricos, entre otros elementos del registro de
la cultura material, posibilitan inferencias sobre el nivel de desarrollo y la
dinámica propia de sus niveles de organización social, en comparación con
los grupos humanos del continente y de las demás islas del archipiélago ca-
nario, porque las tribus que poblaron Canarias en la Antigüedad procedían
del norte de África y estaban emparentadas con los grupos étnicos citados
como libios, númidas, maures y gétulos, asociados a entidades socio-geo-
gráficas más o menos extensas en diferentes momentos. Esta heterogenei-
dad sociocultural la recoge Herodoto cuando afirma que «en dicho país
[Libia] hay muchos y muy diversos pueblos», como lo manifestaron los
redactores de Le Canarien al señalar que en Canarias había gente de diver-
sas creencias y distintas lenguas, entre los que se encontraban los majos
(maxies) de Fuerteventura y Lanzarote. Esta teoría permite fundamentar

320
analogías históricas directas considerando las antiguas lenguas líbicas ha-
bladas y escritas entroncadas con la familia lingüística camito-semítica,
dada la presencia de testimonios rupestres de alfabetos líbicos en los dos
ámbitos geográficos citados, donde aconteció un devenir sociohistórico
ilustrativo de la realidad del poblamiento que abordamos.
En este contexto se promovieron insurrecciones tribales contra el poder
romano que les usurpaba y enajenaba sus territorios. Entre ellas descollan las
protagonizadas por los gétulos, las de diversas etnias que formaron la confede-
ración de los Musulames coaligados contra Roma en la provincia de África y
la guerra promovida por el númida Tacfarinas, acaecidas durante los reinados
de Juba II y Ptolomeo, así como la posterior revuelta de Aedemón, la insumi-
sión de los maures o el levantamiento de la tribu de los Macenitas. Otros tantos
acontecimientos de esta índole se dieron en los años posteriores a las incursio-
nes de Suetonio Paulino y Hosidius Geta casi a mediados del siglo I, como las
ocasionadas en tiempos de Domiciano [81-96], las acontecidas bajo Trajano
[98-117], Adriano [117-138] y Antonino [138-161], las provocadas por los
maures bajo Marco Aurelio [161-180] y Cómodo [180-192], las afrontadas en
época de Septimio Severo [193-211] y Caracalla [211-217] o también los ca-
sos conocidos en tiempos de Alejandro Severo [222-235] y Diocleciano [284-
305], entre otros. Algunos de estos incidentes pudieron estar interrelacionados
con el poblamiento de Fuerteventura y Lanzarote, protagonizado por grupos
líbicos norteafricanos trasladados al archipiélago tras sofocarse y reprimirse
sus levantamientos e insurrecciones.

9. CONCLUSIÓN

En síntesis, podemos afirmar que las manifestaciones rupestres seleccio-


nadas en este trabajo, las alfabéticas y los podomorfos, posibilitan una arti-
culación dinámica de explicación sociocultural en lo que hace al modelo de
organización tribal y, también, al poblamiento humano estable de ambas uni-
dades insulares. Además, permite considerar estas islas como laboratorios de
comportamiento adaptativo partiendo de la hipótesis de que se trataría de un
mismo grupo étnico procedente del norte de África que quedó disociado tras
su desembarco en cada una de ellas y, por lo tanto, sujeto a las incertidumbres
y a los imponderables de la insularidad: la naturaleza limitada y circunscrita,
la escasez de recursos y el aislamiento relativo.
Las manifestaciones rupestres de Fuerteventura y Lanzarote permiten
una decidida interrelación con ámbitos vinculados al mundo líbico antiguo
de África del Norte, de entre las cuales hemos destacado los caracteres al-

321
fabéticos y los podomorfos porque tuvieron un elevado valor simbólico y
cognitivo y representaron un binomio gráfico e iconográfico que implicó a
las deidades, los antepasados y el tiempo entre los miembros de la comuni-
dad tribal de estas dos islas: los majos o maxies. Además, los hallazgos ru-
pestres demuestran que estos colonos conocían y practicaban dos alfabetos
(uno líbico-bereber, el otro latino-líbico) y hablaban ab origine una misma
lengua de estirpe líbica perteneciente al hinterland Tripolitano (Norte de
África) de inicios de nuestra Era. Hasta el momento, los signos registrados
se corresponden con exhortaciones nominales relacionadas con patroními-
cos, apelativos étnicos, deidades y elementos astrales conectados con los
espíritus de los antepasados invocados en fechas precisas de su calendario.
La escritura que R. Rebuffat denominó «Líbico de Bu Njem» en el ya-
cimiento de Gholaia (Libia) denota un gran parecido con los caracteres
descubiertos en Fuerteventura y Lanzarote y posibilita aceptar una zona
de localización en el Norte de África para todos ellos. Y es que el yaci-
miento arqueológico de Bu Njem se corresponde con el fuerte romano de
Gholaia [Ghola] ubicado en el limes Tripolitanus para la defensa de las
tribus nómadas, como lo fueron Tallibari y Gheriat el-Garbia, o las propias
granjas fortificadas de Suq el-Buzra, Qasr Banat y Gheriat esh-Shergia, en
el marco territorial del contacto interétnico protagonizado en Tripolitania
por ambas sociedades entre los años 101 a.C. y 47 a.C. como consecuencia
de las guerras acontecidas entre Roma y Numidia después de la caída de
Cartago y antes de la derrota de Juba de Numidia en Tapso el 46 a.C. Y,
luego, con los efectos de la Romanidad.
En lo que hace a los podomorfos, la Montaña de Tindaya ejemplifica un rango
significativo de huellas de pie orientadas hacia la estrella Fomalhaut coincidente
con un segmento de cronología astronómica que comprende un paréntesis entre
los años 100 y 1400; otro, con orientaciones relacionadas con las paradas mayor y
menor de la luna; y un tercero, con diversos horizontes arqueotopográficos situa-
dos en Gran Canaria, Tenerife y la propia Fuerteventura.
Las sinergias rupestres existentes entre Fuerteventura y Lanzarote también
demuestran la primigenia arribada a ellas de un mismo grupo étnico tribal
norteafricano cuya respectiva y paulatina divergencia se correspondió con el
desarrollo de dos procesos adaptativos subyacentes a estrategias productivas
y reproductivas ejercidas en dos medio ambientes insulares distintos sobre el
trasfondo de un modelo sociocultural pastoralista y, también, con la segrega-
ción típica de las sociedades segmentarias amparadas en sistemas de oposi-
ción complementaria. Se estableció así una dialéctica de la diferenciación en
dos islas que funcionaron como laboratorios de la conducta dando lugar a la

322
organización y la estructura que trae consigo la segmentariedad: el dualismo
y la fragmentación en secciones tribales. Ello explica la respectiva división
sociopolítica de Fuerteventura y Lanzarote en dos territorios que, a su vez,
fueron compartimentados en sectores más pequeños que suponían las cabe-
ceras de los linajes familiares y los clanes. Por esta razón, debieron existir
criterios genealógicos para clasificar a los colectivos y a los individuos mediante
un sistema de relaciones territoriales. De ahí que los nombres de estos grupos o
el de sus antepasados referenciales pudieron grabarse en las rocas, plasmarse en
topónimos y perdurar en la memoria colectiva.
Las inscripciones líbico-bereberes suelen aparecer piqueteadas mientras
las latino-líbicas se promovieron con técnica incisa. Si bien los motivos
alfabéticos prácticamente no suelen superponerse, algunas muestras refle-
jan la solapada influencia y mayor frecuencia de la escritura latino-líbica
frente a la líbico-bereber, pues si en las estaciones con signos líbico-be-
reberes existen textos latino-líbicos no ocurre igual a la inversa. Además,
ha aparecido una muestra de inscripciones de ambas grafías con la misma
técnica de ejecución, descubriéndose también dos líneas en las que los sig-
nos aparecieron en el mismo texto. Esto constata que sus autores conocían
y empleaban ambos alfabetos y la misma lengua líbica.
Las inscripciones alfabéticas de Fuerteventura y Lanzarote fueron eje-
cutadas en paneles orientados con una motivación etnoastronómica para
invocar ancestros, espíritus, deidades y genios protectores. Estos alfabetos
de los antepasados atesoraban la homogeneidad lingüística de su lugar de
procedencia, las técnicas de ejecución, la memoria colectiva y el contexto
arqueológico en que se inscribe la praxis ritual del contacto humano que
imbricaba el mundo de los vivos, el de los dioses y el de los muertos,
porque los majos o maxies vinculaban una realidad que invocaba, recla-
maba, percibía y despedía a los espíritus de sus ancestros en conexión con
sus deidades astrales en fechas precisas del calendario astronómico. Los
signos y textos de los alfabetos nominaban a las deidades y los espíritus
coincidiendo con el orto; los podomorfos despedían a los muertos y recor-
daban a los antepasados con el ocaso en los confines del horizonte marino.
En el contexto sociohistórico norteafricano citado se promovieron in-
surrecciones tribales contra el poder romano que les usurpaba y enajenaba
sus territorios. Algunos de estos incidentes pudieron ser interrelacionados
con el poblamiento de Fuerteventura y Lanzarote, protagonizado por un
grupo tribal de estirpe líbica trasladado a estas dos islas tras sofocarse y
reprimirse sus levantamientos e insurrecciones.

323
Bibliografía

Abreu y Galindo, J. Historia de la Conquista de las siete islas de Canaria.


Edición crítica con introducción, notas e índice por Alejandro Cioranescu.
La Laguna, Goya Ediciones, 1977.
Álvarez Delgado, J. “Leyenda erudita sobre la población de Canarias con
africanos de lenguas cortadas”. Anuario de Estudios Atlánticos, 23,
1977, pp. 51-81.
Álvarez Martínez, R., Siemens Hernández, L. “La utilización litofónica
de grandes rocas naturales por los habitantes prehistóricos de las Islas
Canarias”. Tabona, VI, 1985-87, pp. 285-289.
Aznar, E., Corbella, D., Pico, B., Tejera, A. Le Canarien. Retrato de dos
mundos. I. Textos. La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 2006.
Balbín, R., Fernández, M., Tejera, A. “Lanzarote Prehispánico. Notas para
su estudio”. XVIII Congreso Nacional de Arqueología, 1987, pp.19‑54.
Belmonte, J.A. (Ed.) Arqueoastronomía Hispana. Madrid, 1994.
‒ Las Leyes del cielo. Astronomía y civilizaciones antiguas. Madrid, Ed.
Temas de Hoy, 1999.
Benabou, M. La résistance africaine à la romanisation. Paris, Université
de Paris-Sorbone, 1976.
Berthelot, S. “Notices sur les caractères hierogliphiques gravées sur les ro-
ches volcaniques aux îles Canaries”. Bulletin de la Société géographique,
IX, Paris, 1875, pp. 177‑192.
‒ Antigüedades Canarias. Santa Cruz de Tenerife, Goya ediciones, 1978.
‒ Etnografía y Anales de la Conquista de las Islas Canarias. Santa Cruz de
Tenerife, Goya Ed., 1980.
Cabrera Pérez, J.C. La Prehistoria de Fuerteventura: un modelo insular
de adaptación. Ed. del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria/Exc-
mo. Cabildo Insular de Fuerteventura, 1996.
Cabrera, J. C., Perera Betancor, M. A., Tejera, A. Majos. La población
primitiva de Lanzarote. Fundación César Manrique, 1999.
Coltellony-Trannoy, M. Le royaume de Maurétanie sous Juba II et Pto-
lómée (25 av. J.-C.-40 ap. J.-C.). Études d’Antiquités Africaines. Paris,
CNRS, 1997.
Cortés Vázquez, M. “Los petroglifos podomorfos de la Montaña de Tin-
daya (Fuerteventura): características formales y significación”. I Jorna-

324
das de Historia sobre Fuerteventura y Lanzarote. Puerto del Rosario,
1987, II: 13-64.
‒ “Los petroglifos del yacimiento de Zonzamas. Lanzarote”. II Jornadas
de Historia sobre Fuerteventura y Lanzarote. Puerto del Rosario, 1991,
pp. 329-340.
Chausa Sáez, A. ‟La relación Canarias-África en época romana. Notas do-
cumentales sobre leyendas eruditas”. El Museo Canario, LVIII, 2003,
pp. 59-68.
Desanges, J. Catalogue des tribus africaines de L’Antiquité classique à
l’ouest du Nil. Publications de la section d’Histoire nº 4, Université de
Dakar, 1962.
Dug Godoy, I. “Excavaciones en el poblado prehispánico de Zonzamas
(Isla de Lanzarote)”. El Museo Canario, XXXIII‑XXXIV, 1972-73, pp.
117‑123.
‒ “Ídolo y adornos de Tejía (Volcán de Tahiche. Isla de Lanzarote)”. El
Museo Canario. XXXV, 1974.
‒ “El poblado prehispánico de Zonzamas (Lanzarote)”. El Museo Canario,
XXXVI‑XXXVII, pp. 191‑194, 1975.
‒ “Arqueología del Complejo Arqueológico de Zonzamas, Lanzarote”.
Investigaciones Arqueológicas en Canarias II, 1990, pp. 47-68.
Hammoudi, A. “Segmentarite, stratification sociale, pouvoir politique et
saintete. Reflexions sur les theses de Gellner”. Hespéris Tamuda, XV,
1974, pp. 147-178.
Hart, D.M. “Segmentary systems and the role of “Five ‘Fifths’” in tribal
Morocco”, Revue de l’Occident Musulman et de la Méditerranee, 3,
1967, pp. 65-95.
‒ “Conflicting models of a berber tribal structure in the Moroccan Rif:
the segmentary and alliance systems of the Aith Waryachar”, Revue de
l’Occident Musulman et de la Méditerranee, 7, 1970, pp. 93-99.
Hernández Bautista, R. “Los caracteres alfabéticos líbicos bereberes del
Archipiélago Canario” en Olmedo Jiménez, M. (Ed.) España y el Nor-
te de África (Actas del I Congreso Hispano-Africano de las Culturas
Mediterráneas), Melilla, 1984, T.I, Publicaciones de la Universidad de
Granada, 1987, pp. 59-78.
‒ “Los grabados rupestres de Fuerteventura”. En Los grabados rupestres
de Canarias de Vicente Valencia y Tomás Oropesa. Viceconsejería de
Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias, 1990.

325
Hernández Bautista, R., Perera Betancor, M. A. “Primeras inscripciones
latinas en Canarias”. Periódico La Provincia, 1983.
Hernández Camacho, A., Cejudo Betancort, M., Robayna, M. A. et alii.
“Arqueología de la Villa de Teguise”. I Jornadas de Historia de Fuer-
teventura y Lanzarote, T. II, 1987, pp. 223‑294.
Hernández Díaz, I., Perera Betancor, M. A. Los grabados rupestres de la
isla de Fuerteventura. Cabildo Insular de Fuerteventura, 1992.
Hernández Pérez, M., Martín Socas, D. “Nueva aportación a la prehisto-
ria de Fuerteventura. Los grabados rupestres de la Montaña de Tinda-
ya”, Revista de Historia Canaria, XXXVII, 1980, pp. 13-41.
Herodoto. Historia. Libros III-IV. Traducción y notas de Carlos Schraeder
(Ed). Editorial Gredos, 1979.
Jiménez González, J.J. “Elementos astrales en la arqueología prehistórica de
las Islas Canarias”. Investigaciones Arqueológicas en Canarias, 2, 1990,
pp. 93-112.
‒ “Sistemas calendáricos, mitos astrales y prácticas adivinatorias en las
Islas Canarias prehispánicas”. International Symposium “Time and as-
tronomy at the meeting of two worlds”, Warszawa, Instytut Archeologii,
Uniwersytetu Warszawskiego.1992, pp. 402-418.
‒ “Canarias rupestre. Figuras, caracteres, imágenes y signos”. Revista de
Arqueología, 289, 2005a, pp.14-23.
‒ Canarii. La génesis de los canarios desde el Mundo Antiguo. Colección
Taller de Historia, 32, Tenerife, CCPC, 2005b.
‒ “La etnohistoria y Canarias en el siglo XIV”. Estudios Canarios, L-LI,
2008a, pp.49-65.
‒ “Canarias en la Antigüedad. Las islas de los lobos marinos”. Revista de
Arqueología, 324, 2008b, pp. 32-37.
‒ “Canarias etnoastronómica. El encuentro de dos mundos”. Revista de
Arqueología, 343, 2009a., pp. 32-41.
‒ “Etnohistoria y arqueología de las plantas entre los antiguos Canarios”.
Homenaje al Prof. Dr. Wolfredo Wildpret de la Torre, La Laguna, Insti-
tuto de Estudios Canarios, 2009b, pp. 603-612.
‒ “Un modelo arqueológico adaptativo en Lanzarote y Fuerteventura a
través de sus manifestaciones rupestres”. XIV Jornadas de Estudios so-
bre Fuerteventura y Lanzarote, 2009. (En prensa).

326
Le Canarien. Manuscritos, transcripción y traducción por Berta Pico,
Eduardo Aznar, Dolores Corbella, La Laguna, Instituto de Estudios Ca-
narios, 2003.
León Hernández, J. de. “Los grabados rupestres de la isla de Lanzarote”.
En V. Valencia Afonso, T. Oropesa, Grabados Rupestres de Canarias.
Santa Cruz de Tenerife. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobier-
no de Canarias. 1990, pp. 83-89.
León Hernández, J. de, Hernández Curbelo, P., Robayna Fernández,
M.A. “Los grabados rupestres de la Peña del Conchero: Nueva aporta-
ción a la Prehistoria de la isla de Lanzarote”. El Museo Canario, XLII,
1982, pp. 83‑97.
‒ “La importancia de las vías metodológicas en la investigación de nues-
tro pasado, una aportación concreta: los primeros grabados latinos ha-
llados en Canarias”. Tebeto, Anuario del Archivo Histórico Insular de
Fuerteventura, I, 1988, pp. 129‑201.
‒ “Los grabados rupestres de Lanzarote y Fuerteventura. Las inscripciones
alfabéticas y su problemática”. IV Jornadas de Estudios sobre Lanzarote
y Fuerteventura, 1995. pp. 455-535.
León Hernández, J. de, Perera Betancor, M.A. “Las manifestaciones ru-
pestres de Lanzarote”. En: Las manifestaciones rupestres de las Islas
Canarias, Dirección General de Patrimonio Histórico, Gobierno de Ca-
narias, 1996, pp. 49-105.
Lhote, H. “Varia sur la sandale et la marche chez les Touareg”. Bulletin de
L’I.F.A.N, XIV, 1952.
Marín de Cubas, T.A. Historia de las siete Yslas de Canaria, origen, des-
cubrimiento y conquista. Edición de A. Juan Casañas y M. Régulo,
proemio de J. Régulo y notas arqueológicas de J. Cuenca. Las Palmas
de Gran Canaria, 1986.
Miranda Valerón, J., Naranjo Rodríguez, R. “Centro cultual en Los Aja-
ches (Lanzarote)”. Aguayro, 1994, p. 2.
Monod, Th. “Sur quelques inscriptions sahariennes n’appartenant ni á
l’écriture arabe, ni á l’alphabet tifinag”. L’Arte e l’ambiente del Saha-
ra preistorico: dati e interpretazioni. Milano, Centro Studi Archeologia
Africana, 1993, pp. 381-385.
Morales Padrón, F. Canarias: Crónicas de su conquista. Excmo. Ayunta-
miento de Las Palmas. El Museo Canario, 1978.

327
Muñoz Amezcua, J.M. “Los grabados naviformes de Tinojay”. IV Jorna-
das de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura, II, 1995, pp. 555-616.
Nowak, H. “Archäologicsche Monumente der Kanarinsel Lanzarot, I: Mo-
nolithen, Steinfunde, Felsbilder (Monumentos arqueológicos de la isla
canaria de Lanzarote, I: monolitos, hallazgos líticos, petroglifos)”. Al-
mogaren, VIII, 1977.
‒ “Archäologische Monumente der Kanareninsel Lanzarote, II. Zonza-
mas, Casas hondas, Felsbilder “Queseras”. Almogaren, IX‑X, 1978‑79.
Pallarés Padilla, A. “Nueva teoría sobre el poblamiento de las Islas Cana-
rias”. Almogaren, VII, 1976, pp. 15-26.
‒ “Consideraciones en torno al poblamiento de nuestras islas”. IV Jor-
nadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura (Arrecife, 1989),
Arrecife, 1995, pp. 361-381.
‒ “El poblamiento prehistórico de las Islas Canarias”, El Museo Canario,
64, 2009, pp. 79-100.
Perera Betancor, M. A. “El agua en la cultura aborigen de los majos
de Lanzarote”. En La cultura del agua en Lanzarote, Islas Canarias,
MMVI, 2006, pp. 115-144.
Perera Betancor, M. A., Springer, R., Tejera, A. “La estación rupestre
de Femés, Lanzarote”. Anuario de Estudios Atlánticos, 43, Madrid-Las
Palmas, 1997, pp.19-65.
Perera Betancor, M. A., Medina, M., Rodríguez, J., Farray, J., Álvarez,
M., Montelongo, A. “Yacimientos rupestres de los majos en montañas
y barrancos de Lanzarote. Nuevo lenguaje arqueológico moldeado en el
territorio”. Tabona. Revista de Prehistoria y de Arqueología, 13, 2004,
pp. 215-247.
Pichler, W. “Die Schrift der Ostinseln-Corpus des Inschriften auf Fuerte-
ventura”. Almogaren, 23, 1992, pp. 313-453.
‒ Las inscripciones rupestres de Fuerteventura, Cabildo de Fuerteventu-
ra, 2003.
Rachet, M. Rome et les Berbères. Un problème militaire d’Auguste á Dio-
clètien. Bruxelles, Revue d’Etudes Latines, vol. 111, 1970.
Rebuffat, R. “Graffiti en Libyque de Bu Njem (Notes et documents VII)”.
Libya Antiqua, XI-XII, 1974-75, pp. 165-187.
Sadki, A. “Sur la theorie de la segmentarite appliquee au Maroc”. Hespéris
Tamuda, XXIII, 1985, pp. 105-128.

328
Sahlins, M. “The segmentary lineage: an organization of predatory expan-
sion”. American Anthropology, 63, 2, 1961, pp. 322-345.
Salem, L.B. “Interet des analyses en termes de segmentarite pour l’etude
des societes du Maghreb”. Revue de l’Occident Musulman et de la Mé-
diterranee, 33, 1982, pp. 113-135.
Springer Bunk, R. “Las Islas Canarias y sus inscripciones alfabéticas: par-
cela lejana de cultura Bereber”. Awal, Cahiers d’etudes Berberes, 3,
1987. pp. 115‑130.
‒ “Las inscripciones alfabéticas líbico-bereberes del archipiélago canario”.
En Las manifestaciones rupestres de las Islas Canarias, Dirección Gene-
ral de Patrimonio Histórico, Gobierno de Canarias, 1996, pp. 393-417.
Tejera Gaspar, A., Chausa Sáez, A. ‟Le nouvelles inscriptions indigènes
et les relations entre l’Afrique e les îles Canaries”. Bulletin Archéologi-
que du C.T.H.S. nouv. Sér.; Afrique du Nord, fasc. 25, 1999, pp. 69-74.
Tejera Gaspar, A., Jiménez González, J. J., Allen. J. Las manifestaciones
artísticas prehispánicas y su huella. Historia Cultural del Arte en Cana-
rias, T. I., Santa Cruz de Tenerife, Consejería de Educación, Universida-
des, Cultura y Deportes, Gobierno de Canarias, 2008.
Tejera Gaspar, A., Balbín Behrmann, R. de, Fernández-Miranda, M.
“Los litófonos prehistóricos de Lanzarote y Tenerife. Estudio arqueoló-
gico”. Tabona, VI, 1985-87, pp. 279-284.
Tejera Gaspar, A., Perera Betancor, M. A. “Las manifestaciones rupes-
tres de Fuerteventura”. En Las manifestaciones rupestres de las Islas
Canarias, Dirección General de Patrimonio Histórico, Gobierno de Ca-
narias, 1996, pp. 107-131.
Torriani, L. Descripción e Historia del reino de las Islas Canarias antes
afortunadas con el parecer de sus forti­ficaciones. Santa Cruz de Teneri-
fe, Goya Ediciones, 1978.
Ulbrich, H.J. “Felsbildstationen auf Lanzarote”. Almogaren, XXI/2 1990,
pp. 7-319.
Verneau, R. Cinco años de estancia en las islas Canarias, Ed. JADL,
1981.
‒ Viviendas, sepulturas y lugares sagrados de los antiguos canarios. Ar-
temisa Ediciones, Tenerife, 2005.

329
330
REGISTRO RUPESTRE EN MONTAÑAS Y BARRANCOS
DE LANZAROTE Y SU CONTEXTO ARQUEOLÓGICO

José Farray Barreto


Correos, Lanzarote

Julián Rodríguez Rodríguez


Ayuntamiento de Tías, Lanzarote

Marcial Medina Medina


Jubilado de la Corporación de Prácticos de Arrecife, Lanzarote

Antonio Jesús Montelongo Fránquiz


Licenciado en Geografía e Historia. Instituto de E.S. Las Salinas, Lanzarote

Maximino Álvarez Pérez


Licenciado en Pedagogía. Instituto de Tacoronte, Tenerife

María de las Nieves de León Machín


Licenciada en Geografía e Historia. Escuela de Arte y Diseño Superior
Pancho Lasso, Arrecife, Lanzarote

María Antonia Perera Betancort


Arqueóloga, Servicio de Patrimonio Histórico, Cabildo de Lanzarote

331
Resumen: se incorporan 15 yacimientos rupestres nuevos a la literatura ar-
queológica, compuestos preferentemente por cazoletas, canalillos y en menor me-
didad canales, que se suman a los ya dados a conocer de similar carácter y natu-
raleza localizados generalmente en laderas de montañas y márgenes de barrancos
ejecutados sobre toba volcánica, con algunas excepciones.
Palabras clave: manifestaciones rupestres; cazoletas; canalillos; canales.

Abstract: 15 new archaeological sites are added to the archaeological liter-


ature. They are mainly composed of cazoletas, canalillos and to a lesser extent
canales, which are added to those already located, with similar nature and fea-
tures, usually engraved in the volcanic stones located in the banks of gullies and
mountainsides.
Key words: rock sites; cazoletas; canalillos; canales.

332
Dedicatoria
A Pedro Gutiérrez, el de La Degollada, por su sueño de ser maxie,
por sentirse así, y porque lo va a seguir sintiendo y soñando hasta el último segundo
del último minuto, de la última hora del último día de su vida.
Ello a pesar de que su haplotipo indique otro resultado.

Se trata de estudiar un conjunto de intervenciones rupestres fundamental-


mente emplazadas en montañas y barrancos de Lanzarote y otro grupo que se
instala en diferentes unidades geográficas pero que responden a patrones de in-
tervención similar a las situadas en montañas y barrancos. Igualmente damos a
conocer 15 yacimientos rupestres que incorporamos a la literatura arqueológi-
ca localizados en diferentes salidas de campo compuestos fundamentalmente
de cazoletas, canalillos y, con menor representación, canales.
Si bien en otras publicaciones1 nos centramos en un importante número
y variedad de intervenciones rupestres ubicadas en las dos unidades geo-
gráficas que se configuran como las más relevantes, aumentamos la canti-
dad de registro de algunas de ellas. Sólo Montaña Guatisea ha sido objeto
de investigación específica, permaneciendo los demás sitios arqueológicos
sin abordar en toda su complejidad. Las frecuentes visitas, en el ejercicio
de las competencias en materia de patrimonio histórico que ostenta el Ca-
bildo Insular, a estos y otros lugares nos ha permitido aumentar el número
de intervenciones que se han ejecutado en ellas y que se suman a las ya
conocidas. Igualmente el paso del huracán tropical Delta ha dejado al des-
cubierto áreas de toba en las laderas de montañas y barrancos que hasta
2005 permanecían cubiertas de arena o cenizas volcánicas desde que la
catástrofe eruptiva de Timanfaya, Tao y Tinguaton las cubriera.
1
Perera Betancort, M. A. “Arqueología de montañas en Lanzarote: una herencia abo-
rigen”. Actas del VIII Simposio sobre Centros Históricos y Patrimonio Cultural de
Canarias. CICOP España. Santa Cruz de Tenerife 2004: 42-53; Perera Betancort, M.
A. “Otro lenguaje arqueológico de las montañas y barrancos de Lanzarote. Nueva
visión para adaptarla a su correcta lectura e interpretación”. Actas del VII Congre-
so Internacional de Rehabilitación del Patrimonio y Edificación, Yaiza, Lanzarote.
2004: 174-176; Perera Betancort, M. A, et al. “Yacimientos rupestres de los majos en
montañas y barrancos de Lanzarote: nuevo lenguaje arqueológico moldeado en el te-
rritorio”. Tabona. Revista de Prehistoria y de Arqueología. Servicio de Publicaciones
de la Universidad de La Laguna, La Laguna, Tenerife, 2004: 215-247.

333
En general, de las manifestaciones rupestres de Lanzarote, destacamos
su diseño no figurativo, si exceptuamos las siluetas podomorfas y la figura
antropomorfa del Pozo de la Cruz en San Marcial de Rubicón, término
municipal de Yaiza. Se constata un escaso margen para documentar otras
expresiones rupestres si además de las representaciones podomorfas ob-
viamos los caracteres alfabetiformes. Los motivos geométricos rectilíneos,
si bien se muestran frecuentes no resultan abundantes. Además esta expre-
sión es la que experimenta mayor posibilidad de seguir reproduciéndose
en el tiempo, por lo que se trata de una temática controvertida, dada su
abundancia, dilatada cronología y globalización de sus motivos. Es posi-
ble, centrándonos en la tipología de las intervenciones de las que nos ocu-
pamos en este trabajo, que existan condicionantes estéticos referidos a la
elección de las formas y a su estructuración dentro de un patrón enmarcado
en las formas geométricas, especialmente lineales, donde en algunos casos
está presente la simetría de la intervención. Si bien todas las representacio-
nes rupestres conllevan un alto exponente visual, que alcanza su máximo
exponente en los canales, ya que atienden al criterio de que se han elabo-
rado para ser vistos desde el espacio, para crear acontecimientos visuales,
dada la estética que alcanzan y las dimensiones de sus trazados, logrando
sus máximas en las intervenciones de la Montaña de Tenésara con 16 m de
longitud por 30 cms de ancho.
Casi a lo largo de una década, desde que en 2003 el personal técnico
de la empresa Tibicena localizara las primeras manifestaciones de canales
en Guatisea hasta hoy, hemos llevado a cabo un conjunto de estudios fun-
damentalmente centrados en el análisis formal de cuantas manifestaciones
rupestres localizamos en estas unidades y tomando como medida mínima
la unidad geológica que se elige, o la que la población maxie se vale para
organizar y estructurar su paisaje empleando para ello su componente so-
cial y económico. Reflexionamos sobre lo que cambia el paisaje cuando
adquiere la dimensión rupestre. El recurso rupestre permanece al alcance
de la población maxie quien lo emplea para estructurar su paisaje. En el
caso de los canales se emplea este elemento con claras connotaciones de
resaltar en el paisaje, de organizarlo desde la monumentalidad de la in-
tervención, ya que se interviene en el espacio para conseguir elementos
perceptibles desde lejos, monumentales en su dimensión y concepto. De
otra manera no entenderíamos sus dimensiones al carecer de operatividad
económica, técnica o funcional. A través de la intervención humana, alte-
rando el paisaje se gana o logra visibilidad de ese espacio durante largos
periodos, afectando a varias generaciones o se consigue la perpetuidad,
dado su claro componente simbólico y perdurable.

334
La intervención rupestre es un recurso de primer orden del que dispo-
nen los maxies para culturizar y hacer suyo el espacio. Una montaña inter-
venida o grabada estructura el paisaje pero un conjunto de ellas, como es
el caso que nos ocupa, se concibe como una retícula, trama u organización
que regulariza todo el espacio insular al coincidir con la geografía culturi-
zada, exceptuando los territorios volcánicos emergidos de las erupciones
volcánicas recientes. La cultura grabatoria es el vehículo para apropiarse
de la naturaleza interviniéndola para reconocerse en ella y para expresarse
a través de ella.
Como aspiramos a entender todas las expresiones rupestres de la isla,
dada su relación temática y cultural, optamos por el estudio global del es-
pacio, entender su distribución y facilitar explicaciones o respuestas a las
ausencias de intervenciones rupestres en un conjunto de montañas en las
que, aún disponiendo de toba volcánica en sus laderas y cimas, no se han
intervenido, optando por elegir otras elevaciones en las que sí se ha deter-
minado su uso aparejado a una precisa función.
Nos llama la atención la ausencia de asociación espacial entre las áreas
de asentamiento y las estaciones rupestres, preferentemente las ubicadas
en montañas y barrancos. No conocemos ningún enclave poblacional em-
butido en las laderas o márgenes de barrancos u otras unidades donde se
localicen canales, cazoletas y canalillos o almogarenes, si bien existen ex-
cepciones. En el llano de Zonzamas, al suroeste de las Peña del Majo, se
encuentran dos peñas o afloramientos basálticos en medio del jable que
acogen cazoletas y canalillos de pequeña extensión, asimismo nos llama
la atención la presencia de cazoletas y canalillos embutidos y formando
parte de la distribución de las diferentes unidades arquitectónicas de Morro
Cañón.
Igualmente planteamos que generalmente los yacimientos de grabados
rupestres no documentan la presencia de cazoletas y/o canalillos, e igual-
mente los yacimientos rupestres que no registran grabados sino, por ejem-
plo, donde se han realizado canales, cazoletas, almogarenes, etc. no se
graba en su concepto estricto. Para la materialización de estas expresiones
rupestres la intervisibilidad o visibilidad directa establecida entre los dife-
rentes yacimientos de montaña no resulta ser determinante.
A lo largo de 8 años hemos logrado inventariar un importante número
de manifestaciones rupestres que pudieran responder a un patrón determi-
nado. Contamos incluso con la ventaja de que durante las últimas décadas
la intensa actividad extractora, dado el alto consumo de rofe, arena o ceni-
za volcánica que ha demandado el urbanismo turístico, y la incidencia de

335
un huracán tropical han dejado al descubierto laderas de montaña forma-
das de toba que desde 1730–1736 permanecían cubiertas. En otros casos,
como el de las montañas Ortiz y Cardona, la presencia de manifestaciones
rupestres en su ladera sobre un roque saliente, o en su cima la intervención
rupestre ha permanecido a salvo, sobreviviendo a la catástrofe a pesar de
su proximidad a los focos eruptivos. Señalamos asimismo que las mani-
festaciones se registran básicamente en las montañas –antes que en los
barrancos– o bien las manifestaciones en éstos desaparecieron ya que la
actividad volcánica afecta con mayor ferocidad a las cotas bajas, perma-
neciendo sin tapar en su totalidad. No conocemos ninguna montaña que
haya desaparecido por las erupciones volcánicas que ha experimentado la
isla en su etapa histórica, por lo que, al contrario que para otros estudios,
contamos con cotas medias y altas en todo el territorio de las que dispuso
la población aborigen para construir o estructurar el paisaje materializando
en él su imaginario y los procesos sociales que experimentan y reflejan en
este procedimiento grabatorio.
Los canales y las cazoletas son las expresiones rupestres que más se
prestan a evidenciar la adopción de un estilo, entendido como convención,
acuerdo o norma establecida. El inventario de todas las unidades de cazo-
letas con canalillos nos permitirá contabilizar la cantidad de expresiones a
las que recurren para representarse, plasmar sus ideas y organización, para
lograr visibilidad de aspectos intangibles de esta comunidad.
Se necesita concluir todo el estudio de estas manifestaciones rupestres
con similar profundidad que la alcanzada con el trabajo monográfico de
Montaña Guatisea para poder deducir, a partir de la sistematización de los
valores rupestres, qué características rodea o presenta la población abori-
gen que como comunidad o conjunto hace uso de estas manifestaciones ru-
pestres para organizar su territorio, o bien qué tipo de sociedad resulta ser
aquella que se materializa con estas expresiones plasmadas en el territorio
atendiendo a un estilo, una norma.
Tomando como punto de partida el norte en dirección sur de la isla, in-
ventariamos nuevos enclaves que damos a conocer. El primero de ellos es
el yacimiento de La Desgraciada en la isla de La Alegranza; el Morro del
Pilón, emplazado en la cresta del macizo de Famara, a la altura del núcleo
poblacional de Órzola. En el Risco de Famara se añaden 3 nuevos yaci-
mientos, resultando uno de ellos muy peculiar por su emplazamiento en la
vereda que conduce a la Fuente de Safantía. Además existe un conjunto de
cazoletas y canalillos en el Barranco de las Pocetas en el área denominada
Rabo Burgao y en la zona de Los Picachos en un ambiente de paredes y

336
enterramientos en solapones acondicionados y cuevas naturales. Próximo
a este enclave se localiza el Risco de las Nieves, donde se sitúa un conjunto
de cazoletas en la vereda que desde la ermita de las Nieves conduce a las
Peñas del Chache. En cotas altimétricas inferiores se instala otro conjunto
de cazoletas, canalillos y canal; en la Caldera de Guanapay, sobre la super-
ficie basáltica del borde de la caldera se ha realizado un canal de 4 m de
largo con 10 cm de ancho que nos recuerda en su factura al realizado en el
borde de la Caldera de Guardilama, términos municipales de Tías y Yaiza.
En dirección sur, en la Montañeta de Uga se encuentra una estación de
cazoletas y canalillos distribuidos en dos sectores localizados en el área
norte y sur de esta elevación, a la que no le afectó las erupciones volcáni-
cas de Timanfaya. La cara oeste de la Caldera de los Medinilla consigna
un nuevo yacimiento al existir un conjunto de cazoletas y canalillos, de
la que destaca un ejemplar de ellas. En La Caldereta existe, asimismo, un
pequeño grupo de cazoletas y canalillo.
En el Barranco Valle del Pozo, uno de los que desembocan en la costa
sureste de la isla, en la zona de Los Ajaches existe sobre toba volcánica un
conjunto de cazoletas y canalillos; en el Barranco de las Fuentes de Femés
se documenta otro pequeño conjunto similar a los que se concentran en
las Atalaya de Femés en el sur insular y próximo a él en el Barranco de
las Brujas, también en Femés. Finalmente nos ocupamos de un singular
enclave denominado El Mortero que hace referencia a una piedra en la que
se ha trabajado hasta conseguir el objeto al que se refiere su denominación.
De la misma forma se ha acrecentado el registro de los yacimientos
rupestres ya conocidos, como sucede con Montaña de Guatisea, objeto de
un estudio pormenorizado en el marco de estas mismas Jornadas, Caldera
de los Medinillas, Caldera de Tinasoria, Montaña Guardilama, cima de la
Montaña de Tamia, etc.
En general, las formas de intervención rupestre de las que nos ocupamos
se localizan, atendiendo a nuestro conocimiento actual, en un conjunto de
36 montañas que se distribuyen a partir de una concentración en el frente
sur de la isla desde la Montaña de Nazaret hasta Montaña Roja atendiendo
a una distribución en gradación lineal. Se constata otra acumulación de
estas manifestaciones en la zona centro y norte de la isla, y permanece
aislada en el área norte la Montaña de los Helechos emplazada al suroeste
de La Corona, término municipal de Haría. Si comenzamos a situar cada
una de estas elevaciones a partir de la última montaña que hemos citado,
Los Helechos, las expresiones rupestres se concentran a partir de la Mon-
taña de Saga, Montaña de Nazaret, Montaña Tahiche, Montaña de Maneje,

337
Caldera de Zonzamas, Las Rosas, Montaña de Zonzamas, Montaña Mina,
Montaña Guatisea, Montaña Blanca, La Montañeta, Montaña Tesa, Cal-
dera de los Medinillas, Montaña de la Asomada, Montaña Guardilama,
La Caldereta, Tinasoria, Montaña Casa, Caldera Riscada, Las Casitas, La
Atalaya, Castillejo, Pico Redondo y Montaña Roja. Esta enumeración de
montañas constituye el frente más significativo de concentración al incluir-
se en el escenario de las intervenciones rupestres todas estas montañas de
las que permanecen ausentes la Montaña Bermeja (situada entre la Monta-
ña Tese, al norte y la Caldera de los Medinillas al sur), la Montaña Gaida
(emplazada entre la Montaña la Asomada al sur) y algunas elevaciones con
cotas menos significativas.
La concentración referida en el centro y norte insular se distribuye par-
tiendo de la Montaña Cavera situada al norte de Sóo, término municipal de
Teguise, Montaña Mosta, Montaña Timbaiba, Montaña Tisalaya, Montaña
Tamia, Montaña Tenésara, Montaña Coruja, Caldera Güigüan, Montaña
Tinache y la Montañeta de Uga. Emplazada entre ambos núcleos se en-
cuentra la Caldera de Guanapay. En este contexto permanecen sin inter-
venir las montañas Diama, Chupadero, y las otras de menor cota, todas
con presencia de los materiales geológicos –toba volcánica– para grabar,
siguiendo la superficie elegida para estas representaciones.
Con respecto a los barrancos situado al norte y alejado de los demás se
encuentra el Barranco del Hurón, en la zona sur de Los Ancones, término
municipal de Teguise. A continuación, en dirección sur se sitúa una con-
centración en el término municipal de Tías conformada por los barrancos
de El Lajial y El Varichuelo, las zonas de Las Cuestas, Los Roferos, el
Barranco de las Toscas y la zona de Las Vistas situado entre la Caldera de
las Toscas y Los Morretes en el término municipal de Tías. En la zona sur
se encuentra, en el Barranco de las Fuentes de Femés, el Barranco de las
Brujas y finalmente algo más alejado en el área de Los Ajaches se ubica el
Barranco de los Leones y el Barranco del Valle del Pozo.
Las manifestaciones rupestres que tratamos son las que responden a las
siguientes tipologías: canales, cazoletas, canalillos, cazoletas con canali-
llos, almogarenes, cúpulas, peldaños (perforación tipo cazoleta con base
plana en pared vertical), escaleras, hornacinas, asientos, veredas y graba-
dos ejecutados por percusión a través del piqueteado continuo, que pueden
responder a formas alfabéticas, geométricas, figurativas: luniformes, cru-
ciformes y astrales.
Los canales son el resultado de percutir la superficie de la toba, en me-
nor grado el basalto dispuesto en la cara del soporte intervenido o solo

338
ocasionalmente en pared o posición vertical o/y pronunciada inclinación
con una sección de media caña, con un ancho medio de 0.30 m. Los largos
varían respondiéndose a dimensiones que oscilan desde 1 a 16 m los más
largos (Montaña de Tenésara, Tinajo)
Con respecto a las cazoletas, resultantes de la excavación llevada a cabo
por percusión continua, consiguiendo un formato generalmente circular,
ligeramente elipsoidal a modo de cuenco, o cuadradas dispuestas en po-
sición horizontal cuando se sitúan en el suelo del terreno, o bien en una
pared de proyección vertical embutidas en ella o colocadas en cadena en el
propio paramento. Puede ser también perforada, cuando se le ha taladrado
en su totalidad, pudiéndose observar parte del espacio circundante a tra-
vés de ella; geminada siendo el resultado de realizar dos cazoletas anexas
conformando una sola unidad, o bien trebolada cuando adquiere forma que
tiende a la forma de la hoja de trébol.
Las cazoletas con canalillos es cuando a la práctica anterior se le han
dispuesto, formando parte de la misma unidad, un pequeño canal de dife-
rente proyección. Dentro de este apartado existen modelos o patrones es-
tandarizados que se repiten con relativa frecuencia en los diferentes yaci-
mientos que estudiamos. Ello es, por ejemplo, el caso donde los canalillos
se disponen en la parte superior de la cazoleta con recorridos simétricos y
complementarios, realizándose el segundo y/o tercero de ellos teniendo en
cuenta el ya elaborado, resultado del efecto de espejo. Otro tipo que pode-
mos aislar por su figura de patrón con el que se documenta es el canalillo
de desarrollo serpenteante surgido de una cazoleta de forma cuadrada o
rectangular. Uno de los modelos que alcanza más plasticidad visual es el
emplazado en la cota 313 m.s.n.m. de Montaña Tinasoria donde a partir
de una cazoleta rectangular se sucede un canalillo de proyección zigza-
gueante en el que se le han intercalado 6 pequeñas cazoletas entre tramos
o secciones de canalillos regulares. Con escasa frecuencia están los ca-
nalillos aislados. Otro modelo de extensa distribución en los yacimientos
estudiados es el que desde la cazoleta surgen cortos canalillos que no lle-
gan a desarrollarse, permaneciendo a modo de apéndice surgidos desde la
parte superior en cazoletas de formato cuadrado o rectángulo. Finalmente
mencionamos un prototipo vinculado espacialmente a los yacimientos de
montañas en el que a partir de una cazoleta rectangular (0.18 por 0.8 m,
por ejemplo) o cuadrangular (0.22 por 0.22 m, por ejemplo) surge a modo
de apéndice un canalillo de corto desarrollo en la parte central superior del
que surgen dos canalillos con proyección divergente, siguiendo el efecto
de espejo uno del otro, es decir simétricos, cuyos extremos finales cuentan
con un pequeño tramo recto a modo de remate o final del canalillo.

339
El almogaren es el conjunto de cazoletas y canalillos con desarrollo
laberíntico, existiendo un amplio abanico de complejidades. En algunos
casos, y una vez elegido el panel objeto de intervención, se ocupa toda
su superficie ligeramente inclinada. Ello es el caso de los yacimientos de
Montaña Maneje, Montaña Blanca, Guatisea, Tinasoria, ladera de Guardi-
lama, La Asomada, Caldera Riscada, etc. Sólo muy raramente este com-
plejo entramado de cazoletas y canalillos se dispone en una pared vertical
o de pronunciada inclinación, como puede ser el yacimiento de Montaña
Casa, en el término municipal de Yaiza. Esa misma denominación se la
facilitamos al conjunto de canales y cazoletas que en menor cuantía de
ambos elementos –cazoletas y canalillos– responden a unos canalillos de
dimensiones significativas, y preferentemente emplazados en las partes al-
tas de las montañas donde éstos pueden recorrer diversos metros. De ello
destacamos la cima de Montaña de Tinasoria,
Pormenorizando los nuevos enclaves, tenemos:
- El yacimiento arqueológico de La Desgraciada, en la isla de La Ale-
granza, que llama la atención por su conformación tipológica distanciada
de la norma de los registros emplazados en peñas, aproximándose a las
tipologías de barrancos. Localizada por Jeremías Cabrera Cabrera en 1991,
la estudiamos en septiembre de 2001 en el marco de la redacción de la
Carta Arqueológica de La Graciosa y La Alegranza.
Se emplaza en la parte sur del centro de la isla, en uno de los hornitos
que conforman un conjunto donde cada unidad se separa del suelo que se
ha sometido a cultivo de cebada en época de explotación agraria de la isla.
Igualmente el soporte lítico del yacimiento ha sido objeto de extracción
desde él y en dirección sur es perceptible la isla de Lanzarote, La Graciosa
y Montaña Clara. Posee 11 paneles distribuidos en 3 sectores compuesto
por 2, 6 y 3 paneles respectivamente.
El P1 del S1 es una plataforma volcánica (0.87 por 0.90 m) orientada al
norte en la que se ha excavado 3 cazoletas de formato circular (3 por 3 m
con 0.2 m de profundidad; 09 por 0.10 m con 0.4 m de profundidad y 0.8
por 0.9 m con 0.3 m de profundidad) de las que dos de ellas, las situadas
en la parte superior del soporte, se distancian de la tercera y se separan por
una grieta natural.
Junto a este primer panel se emplaza en su lado noroeste el P2 de mayor
tamaño (1.11 por 1.30 m), orientado al norte en el que, recorriendo casi
toda su superficie, se ha grabado con la técnica del piqueteado un moti-
vo geométrico rectilíneo con desarrollo en zigzag, ya que el trazo en su
desarrollo forma ángulos alternativos entrantes y salientes. Se trata de la

340
tipología de manifestación que más abunda y representa a este yacimiento.
En este panel la representación no es exactamente de esta tipología ya que
en dos ocasiones los vértices forman dos ángulos rectos y en otros dos agu-
dos, aunque dada su similitud con las demás representaciones responde a
este mismo estilo. El grueso del trazo alcanza unas dimensiones entre 0.2,
5 y 0,2 m.
El S2 se emplaza en la parte suroeste con respecto al sector anterior. En
él se reparten 6 paneles de los que todos menos uno (S2P5) se representan
con trazos zigzagueantes. El P1 se sitúa sobre el P2 en una superficie incli-
nada, alcanzando unas medidas de 0.74 por 0.66 m orientado al norte. En
su parte lateral inferior se ha representado una línea quebrada con técnica
del piqueteado continuo formando dos vértices y los extremos de otros dos.
A su vez el P2 de este Sector (de 1.90 por 0.90 m) con igual orientación se
representa una línea quebrada compuesta por dos vértices cuyos extremos
se prolonga. El trazo de factura gruesa alcanza anchos entre 0.1 y 0.1, 8 m.
En el lado sur se estaciona el P3 (0.875 por 0.87 m) con orientación norte
en el que se ha grabado la misma tipología geométrica conformada por
tres vértices que forman ángulos agudos, con grosores entre 0.1 y 0.1, 5 m.
El P4, orientado al nor-noreste (0.90 por 1 m) acoge a un motivo si-
milar de desarrollo en serpenteo que empieza con un trazo a modo de R
invertida para continuar con proyección quebrada formando 6 ángulos con
grosores entre 0.1 y 0.1.5 m. El P5 (0.54 por 0.98) con orientación nor-no-
reste presenta trazos geométricos rectilíneos fabricados con la técnica del
piqueteado continuo con diferentes largos que oscilan entre los 0.14 y 0.2
m de largo. El P6 se conforma por diversos soportes de colada lávica que
se separan por grietas y fisuras aunque presentan continuidad de su super-
ficie, sólo alterada por causas naturales. Su soporte alcanza unas medidas
medias (1.24 por 96 m) en las que se han intervenido grabado con similar
técnica que para las intervenciones anteriores un motivo serpenteante for-
mando seis ángulos y una línea de continuidad curvilínea a la derecha de la
figura anterior. El grosor del trazo oscila entre 0.9 y 0.1, 2 m.
El S3 posee 3 paneles emplazados en un área de menos altitud que las
anteriores.
El P1 conforma el panel más largo del yacimiento (0.55 por 2,04 m) que
con una alineación al noreste una línea de desarrollo quebrado la recorre en
toda su longitud. El grosor de la intervención oscila entre 0.1 y 0.05 m. Próxi-
mo a este soporte se encaja el P2 (0.31 por 0.34 m) que, con orientación nores-
te, es recorrido por una línea de desarrollo curvo formando en tres ocasiones
curvas que cambian el sentido del trazo. La intervención concluye con una
línea recta piqueteada en la parte inferior o baja del panel.

341
Finalmente el P3 (0.30 por 0.35) con orientación noreste posee tres tra-
zos rectilíneos con grosores que, en ningún caso, supera los 0.026 m.
- Morro del Pilón se encuentra en un saliente en dirección a Órzola en la
parte alta del Famara, próximo a Valle Grande. Se sitúa bajando una suave
loma en un ambiente de estructuras de maretas destinadas a la recogida y
almacenaje de agua de lluvia si se confirma la generalidad de uso de las
diferentes estructuras que se dispersan por la partes altas de Famara y tal
y como se desprende de la intervención arqueológica directa realizada en
dos de estas unidades arquitectónicas. Además, muy cerca de esta estación
rupestre se estaciona una estructura de piedra seca de formato elipsoidal
rodeada por una hilera de piedras hincadas con un acceso orientado al oes-
te. Igualmente se halla una estructura tumular conformada por diversas
hileras de una hilada de piedra.
El yacimiento rupestre posee dos paneles que se distribuyen en un
solo sector muy próximo entre sí. El S1P1 (29º 12’ 43.7’’, 13º 28’ 27.5’’;
648307,34 / 3232452,99) lo forma un afloramiento fijo e irregular de toba
calcárea de dimensiones cambiantes, alcanzando 2 m de largo máximo
al depender de las escorrentías que erosionan la superficie. Con formato
elipsoidal presenta una alineación este–oeste. Posee dos cazoletas (0.30
por 0.15 m con 0.15 m de profundidad y 0.25 por 0.10 m la segunda de
ellas) que se comunican entre sí por canalillos, además de ramificarse por
diversos (7) trazados a lo largo del soporte. El P2 emplazado en la parte
este del anterior lo conforma una piedra basáltica exenta con una superficie
superior de formato cuadrangular de 1 por 1 m y 0.75 m de altura. Posee
cuatro cazoletas fabricadas a partir de una formación natural.
En un área próxima a esta estación (29º 12’ 42.7’’, 13º 28’ 23.9’’;
648404,96 / 3232423,48) se documenta un interesante registro de material
arqueológico en superficie, que ocupa unas dimensiones considerables. El
uso agrario del suelo ha arruinado cualquier vestigio de módulo construc-
tivo en superficie.
- En el Risco de Famara, en la vereda que conduce a la Fuente de Safan-
tía. Se trata de un estrecho camino que pasa por la zona sur del Mirador del
Río y conduce a la Fuente de Safantía, emplazada en el Risco de Famara.
Este yacimiento ha sido localizado por Agustín Medina tratándose de tres
grandes rocas agrupadas en un solo sector. Es posible que su ubicación en
esta zona sea el resultado de un desprendimiento desde las partes altas,
con formación de andenes, conformados por niveles y bloques de toba
muy compacta. No se registra material arqueológico en superficie, aunque
Safantía constituye uno de los puntos de agua que con mayor antigüedad y

342
mayor frecuencia se citan en los textos documentales y bibliografía insular.
Agrupados en el mismo S1 se ubican los tres bloques de toba conformado,
el primero de ellos, el P1 de 1.50 por 1.30 m (la medida que se facilita en
primer lugar corresponde al largo del panel y la segunda al alto. Si existe
otra medida puntualmente se reseña su pertenencia). En la parte superior
posee 3 cazoletas. La emplazada en la parte sur es circular (0.8 por 0.8 m,
con una profundidad media de 0.5 m). En su lado norte existe otra cazoleta
(0.13 por 0.13 m con profundidad de 0.13 m) conectada a otra (de formato
elipsoidal de 0.11 por 0.10 m) a través de un canalillo curvo de 0.53 m de
largo (de 0.3 m de ancho y profundidad de 0.6 m). Esta segunda cazoleta
se une a un canalillo de escasa proyección.
El P2 muy próximo a éste, de hechura cuadrangular (1.20 por 1.20 m)
con orientación este–oeste lo compone un bloque exento que alberga una
cazoleta de forma rectangular (0.30 por 0.17 m con 0.22 m de profundi-
dad) que se encuentra fragmentada sin que se pueda observar la presencia
de más trozos del panel en el área inmediata.
El P3 situado próximo al anterior y en dirección norte, lo forma un blo-
que de significativo tamaño (2.30 por 3.20 m) con alineación este–oeste
que alberga 2 cazoletas, una en cada extremo este y oeste del soporte. La
emplazada en el área este responde a un formato rectangular (0.22 por 0.14
m y una profundidad de 0.11) separándose de la otra 1.30 m de distancia.
La segunda se presenta con forma elipsoidal (0.6 por 0.8 m de diámetro y
0.6 m de profundidad).
- En Barranco de las Pocetas, en el área denominada Rabo Burgao, se
han conservado en una superficie de toba un conjunto de cazoletas conec-
tadas por otros tantos canalillos.
- Con el nombre de Los Picachos se designa un saliente rocoso de cota
inferior a la del macizo de Famara, que surgiendo desde él se prolonga a la
altura de las Peñas del Chache. Se trata de un área muy rica por su conteni-
do arqueológico entre cuyos elementos destacamos las estructuras habita-
cionales que bordean la Mareta de las Peñas del Chache, la propia Mareta,
la pared de piedra seca y las estructuras elipsoidales que se asientan en el
Morro del Castillejo Viejo, la estructura tumular con cista central que se
emplaza en El Castillejo, saliente con el que se prolonga Los Picachos y en
menores cotas, la estructura empedrada y de piedras hincadas de Morrete
Redondo. Entre Castillete y la Mareta de las Peñas del Chache se embute
Los Picachos. Se trata de un yacimiento conformado por una pared de
piedra seca que rodea parcialmente el risco, desapareciendo en los tramos
donde la pared natural alcanza la verticalidad, solapones acondicionados,

343
cuevas naturales retocadas y modificadas con paredes de piedra seca en sus
accesos, registro arqueológico en varios lugares y zonas excavadas en la
toba volcánica. En el área que más se ha sometido a intervenir su piedra se
encuentran cuatro peldaños excavados en la roca para facilitar su acceso y
continuar el tránsito por la cumbre o borde superior del risco. En esta parte
existen diferentes rebajes de la piedra y acondicionamientos presumible-
mente para practicar inhumaciones, así como un asiento.
- En el Risco de las Nieves, en la vereda que desde la ermita de las Nie-
ves conduce a las Peñas del Chache se encuentra un conjunto de cuatro ca-
zoletas excavadas en la roca alcanzando diferentes tamaños y respondien-
do a un formato circular. En la misma superficie se registra lo que aparenta
ser dos fragmentos de canales que por su nivel de deterioro no podemos
concretar sin llevar a cabo una intervención directa en el yacimiento.
- En cotas altimétricas inferiores y en un área muy próxima en dirección
oeste, se instala otro conjunto de cazoletas y un tramo de canal.
- En la Caldera de Guanapay, en su borde noreste, se ha excavado un
canal de 0.10 m de ancho por 2 m de largo, cuña sección o caña, así como
los diferentes niveles de profundidad que va alcanzando distintos tramos
nos recuerda al que se estaciona en el borde de la Caldera de Guardilama.
Hacia el interior de la caldera y a escasos metros del canal se encuentra una
cazoleta de hechura cuadrangular.
- Montañeta de Uga alberga una estación de cazoletas y canalillos dis-
tribuidos en dos sectores localizados en el área norte y sur de esta eleva-
ción, a la que no le afectó las erupciones volcánicas de Timanfaya.
- La cara oeste de la Caldera de los Medinilla consigna un nuevo yaci-
miento al localizarse un conjunto de cazoletas con canalillos, que se añade
a los ya registrados emplazados en el área norte de la caldera. Se ha elegido
una superficie de toba de coloración blancuzca que se visualiza desde la
lejanía de manera atractiva, al resaltar en el paisaje. En este caso se trata de
cazoletas a las que de manera simétrica se les ha piqueteado dos canalillos
en su parte superior.
- En La Caldereta a escasos metros del borde sur y en un resalte de toba,
se ha confeccionado una sola cazoleta con un canalillo de desarrollo curvo.
- Barranco Valle del Pozo, una de las depresiones que desemboca en
la costa sureste de la isla, en la zona de Los Ajaches existe sobre toba
volcánica, que ha quedado al descubierto por la erosión, un conjunto de
cazoletas y canalillo que se distribuyen en un mismo sector. El P1 posee
12 cazoletas de las que exceptuando cuatro que permanecen alineadas en la
parte sur, las demás se conectan con canalillos en un desarrollo equilibrado

344
alejándose del carácter laberíntico que se da en otros casos. Las demás
representaciones siguen el mismo formato aunque se simplifican hasta re-
presentarse una cazoleta con dos pequeños canalillos a modo de los que se
registran en montañas y barrancos de Lanzarote.
- En el Barranco de las Fuentes de Femés, muy próximo a la fuente que
se emplaza más próxima al nacimiento de barranco y en una toba muy de-
teriorada, se conserva una agrupación de cazoletas y canalillos.
- En el Barranco de las Brujas de Femés, en una pequeña área tobácea
a nivel de superficie, se estaciona un conjunto de cazoletas que se separan
entre ellas, y que responden a un formato circular y elipsoidal. Se han con-
tabilizado 10 unidades, aunque parte de la superficie elegida permanece
cubierta por arenas volcánicas de erupciones antiguas procedentes de La
Atalaya que rejuveneció los suelos de Los Ajaches.
- En la cima de La Atalaya, hacia su parte sureste, se instala una cueva
natural modificada en cuya cubierta se sitúa un conjunto de 6 cazoletas
conectadas por otros tantos canalillos.
- En la vereda que desde La Degollada conduce a Maciot en el borde
izquierdo y a escasos metros de esta vía se localiza una piedra basáltica de
1.85 de alto por 1.20 de ancho en la que aprovechando un hueco natural se
le ha agrandado hasta resultar una pieza de mortero. La boca del orificio,
de formato circular de 0.14 m de diámetro, evidencia señales de uso. La
población de la zona recuerda utilizar la pieza como soporte en el que aña-
diéndole una mecha o estopa se prendía fuego que servía como señal para
las poblaciones vecinas.
Ahondado en las nuevas intervenciones que conocemos en yacimientos
referidos en otros trabajos, destacamos las que por su frecuencia o forma-
to consideramos excepcionales y necesarias a tener en cuenta para seguir
ahondando en el conocimiento de las manifestaciones rupestres de Lanza-
rote. Por ello reseñamos los nuevos elementos que conocemos en la Calde-
ra de Guardilama, localizados por Borja Arigibay en 2009.
Se trata de un bloque de toba volcánica que se ha trabajado en el lugar,
manteniéndose una parte de él en contacto con la ladera de toba de la que
se extrae. Presenta una factura de cuatro lados con un ancho de 0.30 metros
por 5 m de largo destacando por su exquisito acabado. No conocemos otro
elemento similar, resultando excepcional por el lugar en el que se encuen-
tra, porque hemos localizado piezas líticas asociadas a este trabajo en la
zona, así como material arqueológico en superficie que ha sido sepultado
por la arena volcánica de Timanfaya entre 1730 a 1736. Igualmente rese-
ñamos que, junto a este bloque cúbico, se encuentran otros ejemplares de

345
intervenciones en piedra entre las que se encuentran los canales, de los que
existen variantes de la tipología del bloque cúbico que hemos descrito. Es
probable que el bloque de mayor tamaño que hemos descrito continúe su
factura en el interior de un conjunto de olivos que se han plantado en esta
zona. Esta pieza se encuentra a 9 m de un conjunto de canales ya descritos
en otras publicaciones. Estos canales se asientan en la cresta y ladera del
borde, en cuya parte suroeste se sitúa un canal de 5 m de largo y 0.10 m de
ancho excavado en toba, junto con registro de material arqueológico muy
diseminado al permanecer sepultado por las arenas eruptivas de Timan-
faya. Recientemente, en la cima de la Montaña de Tamia, en el término
municipal de Tinajo hemos localizado un conjunto de cazoletas aisladas
y cazoletas y canalillos, así como algunos trazos geométricos. Todo ello
se emplaza en una pequeña barranquera de toba instalada en la cara sur de
dicha elevación.
En la parte sur de la ladera baja de la Montaña de Tinasoria se registran
nuevos motivos. Se trata de un grabado piqueteado continuo de desarrollo
reticular, similar a la tipología de juego, con carácter monumental. Cada
uno de los lados se ha seccionado con cuatro líneas que compartimentan la
figura cuadrangular.
Llama la atención el escaso registro de yacimientos rupestres de cazo-
letas, canalillos, canales, almogarenes, etc. que registramos para Fuerte-
ventura, frente a los que actualmente documentamos en Lanzarote. Cono-
cemos mucha menos cantidad y menor variabilidad de manifestaciones,
destacando entre los yacimientos con cazoletas:
Majada de los Negrines en Tindaya, La Oliva; Lomo Gordo en Casillas
del Ángel, Puerto del Rosario; Morro de las Piedras en los Llanos de la
Concepción, Puerto del Rosario; la Atalaya de las Brujas en Betancuria;
Rincón de Cho Cabrera en Pájara; Barranco del Rodeo en Mesque, Pájara
y Lomo de la Cueva, en la Cueva de Trequetefía, Pájara. Los yacimientos
con cazoletas y canalillos que conocemos son el de la Montaña de Es-
canfraga en La Oliva y Montaña de Tirafe en Betancuria. Finalmente los
yacimientos con canales sólo los hemos localizado en Puerto Lajas, Puerto
del Rosario, del que destacamos su actual situación muy próxima a la línea
de costa, afectándoles los cambios que experimenta el mar en sus subidas
y bajadas.

346
Paneles del yacimiento de La Desgra-
ciada. La Alegranza. S2 P6 y S3 P1.

347
Yacimiento rupestre de la Caldera de los Helechos. Haría. Presenta diversas particularidades al contener
manifestaciones en el interior de la cavidad, canales verticales y un emplazamiento aislado de los demás
yacimientos rupestres con canales.

Foto aérea de la zona en la que se registran 90 canales y 2 almogarenes en la Montaña Mina (término
municipal de San Bartolomé).

348
Vista aérea más próxima de un tramo del área donde se concentran canales rupestres de la Montaña Mina
(término municipal de San Bartolomé), utilizando una formación geológica en arco o semicircular.

Vista parcial de la columna cuadrada trabajada por las cuatro caras de la Caldera de Guardilama (término
municipal de Yaiza).

349
Material lítico con huellas de uso situado próximo a la columna cuadrada de la Caldera de Guardilama.

350
Bibliografía

CABRERA PÉREZ, J.C., PERERA BETANCOR, M. A. y TEJERA GAS-


PAR, A. Los majos. La primitiva población de Lanzarote. Fundación
César Manrique. Madrid. 1999.
PERERA BETANCORT, M. A. “Arqueología de montañas en Lanzarote:
una herencia aborigen”. Actas del VIII Simposio sobre Centros Históri-
cos y Patrimonio Cultural de Canarias. CICOP España. Santa Cruz de
Tenerife. 2004, pp. 42-53.
PERERA BETANCORT, M. A. “Otro lenguaje arqueológico de las monta-
ñas y barrancos de Lanzarote. Nueva visión para adaptarla a su correcta
lectura e interpretación”. Actas del VII Congreso Internacional de Re-
habilitación del Patrimonio y Edificación, Yaiza. Lanzarote. 2004, pp.
174-176.
PERERA BETANCORT, M. A. et al. “Yacimientos rupestres de los majos
en montañas y barrancos de Lanzarote: nuevo lenguaje arqueológico
moldeado en el territorio”. Tabona. Revista de Prehistoria y de Arqueo-
logía. Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna. La
Laguna, Tenerife. 2004, pp. 215-247.
RODRÍGUEZ FLEITAS, A. et al. “Los almogarenes prehispánicos de
Gran Canaria. Una revisión necesaria”. XIV Coloquio de Historia Ca-
nario-Americana. Las Palmas de Gran Canaria. 1999, pp. 410-431.

351
352
LA MEMORIA IMBORRABLE DE MORRO PINACHO.
INSCRIPCIONES RUPESTRES LÍBICO–CANARIO.
CONTEXTO TERRITORIAL Y ANÁLISIS

María Antonia Perera Betancort


Arqueóloga, Servicio de Patrimonio Histórico, Cabildo de Lanzarote

353
Resumen: se estudia el mayor yacimiento rupestre de contenido escriturario
que conocemos en Fuerteventura. A lo largo de 3 sectores que acogen a 107 pa-
neles ubicados en resaltes basálticos en la cresta de la cordillera cuyo punto de
máxima altitud es Rosa del Taro. Se compone exclusivamente de grafía líbico-ca-
naria. En 53 de los 107 soportes se han escrito 100 líneas, lo que nos permite
considerarlo como el enclave con mayor cantidad de unidades alfabetiformes de
las tres islas orientales.
Palabras clave: inscripciones rupestres líbico-canarias; población aborigen de
Fuerteventura.

Abstract: we study the rock site with the greatest number of writings located in
Fuerteventura. These are located in three areas comprising 107 rock sites situated
in the basaltic cliff ledges, whose highest peak is Rosa del Taro. It is exclusively
composed of lybico-canarian writings. 100 writing lines can be found in 53 of the-
se 107 rocks sites and thus it can be considered as the site with the highest number
of alphabetic inscription in the three eastern islands.
Key words: libyco-canarian inscriptions; indigenous maxies of Fuerteventura.

354
A Manuel Perdomo Aparicio,
Ex-Inspector Honorífico de Patrimonio Histórico del Cabildo Insular de Lanzarote,
por Ser y no Hacer de Inspector, por Ser Inspector más allá de los Tiempos,
por Ser de otro Tiempo, por Serlo todo el Tiempo.
Por Ser.

El yacimiento rupestre Morro Pinacho de Fuerteventura se inserta en


la cordillera que alcanza su altitud máxima en Rosa del Taro1. El ascenso
desde Degollada del Taro al enclave arqueológico se jalona de afloramien-
tos basálticos que configuran peñas o paredes pétreas resultantes de las
sucesivas coladas lávicas que las formaron, siendo estos resaltes rocosos
los que acogen a los epígrafes rupestres aborígenes.
El borde superior que corona la cadena montañosa expresa un perfil
suave y sinuoso, circunscrito por una pared de piedra seca de función pas-
toril2. En la parte norte de la misma3, en Degollada de la Rosa del Taro,
se conserva un módulo arquitectónico ganadero compuesto de dos partes
y provisto de planta de tendencia semicircular que se prolonga hacia otro
recinto de hechura rectangular4. El acceso al mismo se sitúa próximo a la
referida pared ganadera, y lo forma un dintel de piedra que contiene un
conjunto de grabados geométricos rectilíneos de alineación paralela y eje-

1
Con 593 m.s.n.m. al suroeste de Puerto del Rosario. A partir de esta altura, la cor-
dillera forma en su vertiente noreste una degollada que se extiende por el este con
Morro Pinacho, con 476 metros de altitud, continuando por Morro del Valle Corto de
458 m.s.n.m. y por Cuchillo de Goroy. En el área sureste, dicha cordillera continúa
con altitudes significativas, como Morro de los Asientos, Montañas Negras o Cuchillo
de Palomares, hasta finalizar en Punta del Morrito, de 150 m.s.n.m, extendiéndose
por una pronunciada llanura emplazada al sur del núcleo poblacional de El Matorral,
insertado en el mismo municipio de Puerto del Rosario. Entre estas dos cordilleras
citadas se encaja Barranco de Valle Corto al norte y Barranco de Jenejey, separados
por Morro de la Casa de 336 m.s.n.m, que finaliza en Solana Peinada.
2
Actualmente delimita las costas ganaderas de Valle Corto y Jenejey.
3
A una distancia de 3.60 m.
4
La unidad arquitectónica posee unas medidas de 12 por 11.20 m. Sus paredes alcan-
zan 2.10 m de altura y en el muro interior del recinto, de formato rectangular, se halla
una hornacina.

355
cución incisa 5. A la derecha de la abertura que facilita la entrada al redil,
subsiste un área empedrada, con vestigios de cimientos soterrados, cons-
tatándose con frecuencia la presencia de material arqueológico de adscrip-
ción indígena. En él destacan las piezas pertenecientes a la industria lítica
y los fragmentos cerámicos decorados, especialmente los que responden
a un tipo acanalado, perteneciente a las piezas denominadas tabajostes o
tofios6, destinadas al ordeño.
Al otro lado de la pared7 se extienden otras unidades arquitectónicas
constituidas por tres espacios, dos de composición rectangular8 y otro cua-
drangular9. A lo largo de esta pared, en dirección a Morro Pinacho, se or-
ganizan diversas unidades arquitectónicas adscritas a habitación aborigen
y a la economía ganadera, de hechura elipsoidal10. Todo ello se estaciona11
muy próximo al Sector 1 del yacimiento rupestre Morro Pinacho.
Entendemos que el paisaje, como ente construido que forma parte de
la unidad rupestre, es el resultado de una construcción socio-cultural de la
que estudiamos el periodo correspondiente a la cultura maxie. El territo-
rio lleva implícito una entidad dinámica propia y particular de esta época,
conservándose en la actualidad en diferentes grados e insertado en la con-
tinuidad del proceso diacrónico de su evolución, camuflándose y desapa-
reciendo entre otros registros. Al periodo indígena le corresponden unas
precisas características en cuanto a la distribución de los lugares en los que
se sitúan las manifestaciones rupestres y dentro de ellas su específica es-
tructuración. No olvidamos que una vez concluida la etapa de conquista de
Fuerteventura y de transformación de la sociedad en todos sus ámbitos, se
sucede otro fragmento temporal que utiliza y modifica este mismo espacio,
ordenándolo de otra manera y así sucesivamente un número determinado
de veces que no distinguimos en detalle, toda vez que, dentro de los pro-
pios periodos, este espacio resulta igualmente cambiante, probablemente
con otro sentido pero en continua transformación.

5
Este registro grabatorio resulta muy común en ambientes similares, especialmente en
estructuras ganaderas de uso comunitario, como son las gambuesas.
6
Tojios en Lanzarote.
7
A 12 m de distancia.
8
De 6.30 por 2.90 m y 3.5 por 1.80 m con una altura de 0.85 m.
9
De 4.50 por 3.20 m de lado y con una altura de 1.50 m.
10
De 9 por 3 m de diámetro. No obstante, atendiendo al registro de material arqueoló-
gico en superficie es muy probable que esta unidad se remita a periodos ya apartados
de la cultura aborigen.
11
A 35 m de distancia.

356
Concebimos este factor, más que como una dificultad, como particulari-
dad implícita en la propia materia de estudio, comportando la necesidad de
discernir las diferentes intervenciones cronológicas que se experimentan
en las piedras que integran el yacimiento rupestre. Es aquí donde intervie-
ne con determinación el trabajo de arqueología, fijando la posible configu-
ración física del yacimiento en la etapa indígena que es la que nos interesa,
sin menoscabo de la existencia de cuantos otros periodos culturales dife-
rentes lo hayan enriquecido, pero obviándolos para este trabajo aproxima-
tivo, pendiente de completar con la totalidad de las expresiones rupestres
de la isla y con otras realidades arqueológicas de la cultura aborigen.
Procede estructurar el registro de acciones o trabajos formalizados en
los soportes pétreos, fruto de ese periodo por el que mostramos interés,
plasmar su distribución interna, conjugarla con los otros sitios rupestres de
este espacio insular, con los registros de Lanzarote, plantear los posibles
sentidos que se derivan de su ubicación y configuración y proponer cómo
se relaciona éste con el contexto social en el que se embute.
Ahondando en lo expuesto, estudiamos un conjunto de elementos que
se sintetizan en la pared y estructuras ganaderas existentes, la constitución
de costa ganadera del territorio estudiado, así como los materiales arqueo-
lógicos en superficie, aunque prima entre todos ellos la materia rupestre.
Todos estos elementos, presentes en la zona desde sus orígenes, experi-
mentan una diacronía constructiva que ignoramos, así como las modifi-
caciones físicas, entendidas como enriquecimientos que se suceden por
la continuidad y vigencia de su uso. Ninguno de estos elementos citados
exhibe un cambio drástico.
Resulta probable que la pared ganadera que recorre el borde de la cordi-
llera surja en etapas subsecuentes a la conquista de Fuerteventura. Las cos-
tas pecuarias en las que se organiza el territorio durante el periodo indígena
pudieron carecer de límites físicos, tales como paredes, al no precisarse en
la documentación conservada y al existir referencias orales y documenta-
les que remiten a que las zonas de costas desplegaban otra fragmentación
insular. Estas parcelaciones pudieron remitirse a una construcción poste-
rior a 1402 respondiendo a una subdivisión de otra ya existente, al ser ésta
la tendencia que se constata a lo largo de los siglos, etc.
Este yacimiento rupestre, insertado en un ambiente ganadero que tra-
tamos, se conserva intacto. Los elementos de fondo que estudiamos no
han sido alterados, permanecen y facilitan su estudio, ya que el registro
grabatorio no se ha borrado, permanece en la superficie en la que se manu-
facturó, y sólo en algunos casos esas evidencias se han alterado con nuevas

357
aportaciones grabadas. Por el contrario, no sólo se han mantenido, sino que
no se muestran evidencias de un propósito de destrucción12.
Este yacimiento manifiesta intervenciones en la superficie de sus pie-
dras que revelan una hechura posterior a la fecha de inicio de la conquis-
ta normanda de Fuerteventura. Predominantemente se concreta en gestos
geométricos reticulados y rectilíneos sobrepuestos al trazado de caracteres
líbico–canarios pero existe previamente este testimonio, intercalándose o
yuxtaponiéndose en ocasiones al primer motivo grabado, por tanto dedu-
cimos que no se interviene para borrarlo, camuflarlo o destruirlo por parte
de la propia cultura indígena o la posterior a ella. No se actúa tachando,
raspando, golpeando o desfigurando el trazado primigenio13.
El yacimiento rupestre, como hecho arqueológico, utiliza diferentes
formas de expresión y plasma, como componente implícito en ese acto,
aspectos del imaginario, del subconsciente particular de la autora y del de
su grupo. En este ámbito insular no llama la atención la existencia de un
yacimiento rupestre con un único tipo de grafía, al existir otras unidades
similares que comparten esa exclusividad, que se concretan en Pico de la
Fortaleza, Montaña de Enmedio o Tejuate y Jacomar. Pero sí advertimos,
por lo singular y determinante que puede resultar, la actual ausencia en
esta isla de yacimientos rupestres con único repertorio de caracteres líbi-
co–bereber. Es un extremo en el que, a nuestro entender, la ausencia cobra
sentido. A ello le añadimos el resultado del recuento de la frecuencia con
la que se escribe en piedra y cuya compilación conforma los diferentes
yacimientos arqueológicos de esta isla con caracteres líbico–canario y líbi-
co–bereber. Actualmente y, dada la diferencia significativa del empleo –o
por lo menos de la conservación– de una y otra escritura, podemos hablar
de un uso residual de la forma líbico–bereber, frente al empleo mayorita-
rio del recurso del alfabeto líbico–canario. Esta disparidad de repetición
en la presencia de uno y otro sistema de escritura se relaja en la isla de
Lanzarote, al constatarse un mayor equilibrio de registro entre ambos abe-
cedarios, aunque con un claro y determinante predominio del uso de los
caracteres líbico‒canarios. La divergencia entre las dos entidades insulares
se extiende a la estructuración organizativa de los yacimientos, las unida-
12
Con ello exponemos que no probamos ejemplo alguno que advierta la existencia
de un propósito de destrozo o fractura de los motivos grabados o de superposiciones
claramente indicativas de una voluntad de borrar signos del pasado y que ello ha su-
cedido en otro tiempo igualmente pretérito.
13
En expresos paneles una multitud de trazados posteriores dificultan o impiden la
pertinente comprensión del fundamento alfabético, pero ello lo entendemos como
añadidos posteriores que no evidencian este principio destructivo.

358
des geográficas de acogida, el estilo con el que se representan las líneas
escriturarias, etc.14.
Morro Pinacho como registro arqueológico y al igual que los restantes
enclaves de la isla, exhibe un contenido rupestre claro, aparejado a otros
elementos implícitos que se evidencian y palpan, pero no se hallan escritos
como resulta de los caracteres líbico–canarios, como es su configuración
como indicador material de las ideas y del proceso social del cual surge.
Para ello es revelador determinar si en Morro Pinacho esa representación
de lo tangible –los motivos grabados– y lo intangible –lo que está presente
e implícito pero no se materializa– responde a un estilo, escenifica una
norma o convención.
En el yacimiento se localiza un grupo de paneles que demuestra una
preferencia visual del resultado grabatorio, sustentada en la forma en la
que se plasma la línea escrituraria. Ello no ocurre con el cuidado que se
manifiesta la manufactura de grabados en los soportes más complejos,
dada la cantidad de obras o intervenciones que se proyectan en su superfi-
cie. Esta organización múltiple en paneles de mayor tamaño se acentúa con
mayor intensidad en el yacimiento del Barranco del Cabadero, pudiéndose
desprender de ello una norma o estilo, probablemente derivada del con-
senso social o impuesto, con el que se representan los diversos caracteres
escriturarios y los motivos geométricos que le acompañan y/o a los que se
asocian.
Este consentimiento o aceptación de una norma o estilo se expone en el
hecho de que resultan ser diferentes manos las que intervienen en un mis-
mo escenario conformado por el yacimiento, grabando líneas de palabras
o caracteres aislados de una determinada forma. Ello no resulta totalmente
cierto, comprobándose, por ejemplo, que existen tendencias que marcan
un estilo. Si nos detenemos en las formas elegidas en Morro Pinacho para
representar un signo concreto del alfabeto líbico–canario, la “A”, ya sea
integrado, formando parte de las líneas escriturarias o representado como
signo aislado o apartado –que solo se contabiliza en una ocasión– anota-
mos que se ha realizado un total de 71 veces o recurrencias. Cuando ese
signo forma parte de una línea de escritura de proyección horizontal o de
tendencia oblicua, el pequeño surco o trazo lineal situado en su interior y
que forma parte de su representación, se sitúa en 27 ocasiones en contacto
con la raya de la derecha y solo 2 a la izquierda (además existen otras 6
veces que se representan con otras variantes, significando pequeños mo-
14
Estas cuestiones que son objeto de otro trabajo específico que abordamos y que afec-
ta a ambas islas las adelantamos en cuanto intervienen en el tema concreto de estudio.

359
dificados de la forma estandarizada del signo). Cuando la letra figura en
posición invertida, se dibuja en 4 veces con la línea interior en contacto
con el trazado rectilíneo de la derecha y en 6 casos con el de la izquierda.
Cuando ese mismo signo (A) se ha representado con un trazo horizontal,
pero con una disposición vertical del signo, es decir se ha girado 45º desde
una posición recta, se ha apuntado 19 veces con el pequeño trazo interior
en contacto con la línea inferior y solo en 2 ocasiones se vincula con el tra-
zo superior. Este símbolo se ha personificado 5 veces con alguna variante
más. Como consecuencia tenemos que mayoritariamente la letra A se ha
grabado de dos maneras: de un total de 71 veces, en 27 ocasiones se ha
reproducido en posición recta con el trazo interior en contacto con la línea
de la derecha y cuando se gira 45º se graba 19 veces de esa misma manera.
Pero además, cuando este signo se personaliza en posición invertida la po-
sición mayoritaria es la misma, numerándose en 6 circunstancias.
Ese aparente consenso social para escribir uno de los caracteres que
resulta más característico e identificativo de este alfabeto, dada su recu-
rrencia, se ha consensuado su forma concreta para representarse. Podemos
pensar que, dado que se trata de una imagen no figurativa de la que se
pudo optar por representar con un diseño o forma simétrica o de espejo,
se elige la rotación. Probablemente un cuadro de registro tipológico que
reproduzca lo que expresamos permite el correcto entendimiento de lo que
planteamos y evita una descripción engorrosa con la que nos perdemos.
Teniendo en cuenta la significativa cuantía de líneas escritas que se
anotan en Morro Pinacho y la ausencia de otra temática tallada, con la ex-
cepción de trazos geométricos rectilíneos, proponemos una concepción de
Morro Pinacho acorde y sustentada en una finalidad derivada de la escri-
tura. Se acude a Morro Pinacho a escribir, aunque ignoramos la finalidad
de este acto y su motivación primigenia. Se escribe para comunicar, y se
comunica leyendo y entendiendo o viendo. Se trata de un yacimiento que
se sustenta y se crea por el acto de escribir.
Se estructura en tres sectores atendiendo a un criterio altimétrico. El
Sector 1 se instala15 en cotas inferiores al Sector 216 y éste, a su vez, per-
manece por debajo del Sector 317 situado en la cima de la cordillera, donde
recibe el topónimo con el que hemos denominado a este yacimiento. Los
tres sectores suman 107 paneles o superficies intervenidas distribuidas del
15
28R0604218 / 3148539.
16
28R0604372 / 3148506.
17
28R0604455 / 3148515.

360
modo siguiente: el Sector (S de aquí en adelante) 1 alberga 10 paneles, de
los que 2 poseen líneas de escritura líbico–canaria; 1 aloja estos mismos
motivos alfabéticos aunque asociados a trazos geométricos rectilíneos y
curvilíneos; en 6 paneles se ha dibujado exclusivamente temática geomé-
trica rectilínea y en otro, el P4 se representa un motivo figurativo barqui-
forme con claro carácter subactual. Constituye el sector que experimenta
una superior frecuencia de intervenciones a lo largo de los siglos, aunque
para nosotras es difícil establecer una temporalidad, con excepción de la
representación de la embarcación, de factura muy posterior a la cultura
maxie18.
El S2 aloja 74 paneles participados de la siguiente manera: en 25 se
ha perfilado grafía líbico–canario, y 9 soportes acogen temática geomé-
trica rectilínea además de estos caracteres alfabéticos; 35 paneles acopian
exclusivamente grabaciones geométricas rectilíneas; 2 paneles se dedican
a temática geométrica rectilínea, reticulada y figurativa barquiformes, y
sobre las demás superficies advertimos dudas, pues en dos ocasiones ig-
noramos si responden a inspiraciones geométricas o a trazos de dos líneas
y signos líbico–canario apartados o solitarios, y en un último soporte los
trazos geométricos pudieran representar formas líbico–bereber o líbico–
canaria19.
Con respecto al último Sector, lo configuran 23 paneles de los que 14
comprenden grafía líbico–canaria, 3 paneles más ajustan caracteres de esta
grafía con expresiones de tipo geométrico; 5 superficies incluyen inspi-
raciones geométricas, algunas con muy escasa expresión y para el último
panel planteamos dudas, toda vez que los trazos admiten clasificarse como
líbico–canario o bien geométrico rectilíneos20.
Desde el punto de vista de la generalidad, disponemos que, de los 107
soportes distribuidos en 3 sectores, 53 de ellos, es decir el 50%, contienen
inscripciones líbico–canarios, de los cuales 12 paneles acogen también te-
18
El recuento o la anotación de la presencia de intervenciones subactuales o alejadas
en el tiempo de la cultura aborigen solo tiene la finalidad de evidenciar la continuidad
grabatoria después de la consolidación de la conquista normanda, con una temática
muy diferente a la primigenia.
19
De las opciones señaladas nos decantamos por considerar con mayor peso la temáti-
ca geométrica rectilínea, pues cuando la autoría de las expresiones aquí representadas
ha querido escribir, lo ha hecho. Nos inclinamos por estimar que las formas resultan-
tes posibles son el fruto de la convergencia y divergencia de trazos rectilíneos, tras-
cendiendo de esa confluencia de líneas las formas de los signos alfabéticos.
20
En este caso realizamos la misma consideración que el anterior y con similar resul-
tado.

361
mática geométrica. En 46 paneles se graba trazos geométricos rectilíneos,
de los que es necesario advertir que muchos de los casos, en 25 paneles21 los
motivos resultan pertenecer a etapas subactuales y en otras ocasiones solo
se trata de pequeños trazos rectilíneos o curvilíneos escasamente percep-
tibles. Con ello se concluye que existen 21 soportes que podemos estimar
de materia rectilínea que pudieran ser coetáneos a los perfiles alfabéticos.
La totalidad de los signos escriturarios se han consumado con la técnica
de la incisión, si bien para otras tramas de manufactura se emplea el rayado
y el golpeo o una ligera percusión, logrando que el soporte intervenido ad-
quiera una coloración grisácea, en correspondencia con el tono natural de
la roca. Si practicamos, en un ejercicio de aproximación, el cribado temáti-
co de las expresiones grabadas en relación a una adscripción cultural, a los
46 con motivos geométricos rectilíneos, curvilíneos o reticulados hemos
de restarle 25, que son los que muestran claras adscripciones subactuales
o los mínimamente intervenidos, solo se ha actuado en 21 soportes con
materia geométrica22.
Con respecto a la orientación, 41 planos se alinean al sur; 24 al oeste, 20
al suroeste, 7 al este, 6 al cenit23, 4 al noroeste y 3 al sureste. De esta forma,
85 paneles se colocan entre el sur y el oeste.
Las 53 superficies con caracteres líbico–canario contienen al menos
100 líneas, dejando a un lado los signos representados apartados, no inser-
tados en una línea manuscrita. En ellas se han representado2418 signos y
543 recurrencias aisladas o alineadas en una columna de signos25.
Planteamos que a Morro Pinacho se va a escribir, o también esta fun-
ción escrituraria se practica entre otras labores ejecutadas en este mismo
escenario. Quienes lo frecuentan sólo emplean al grabar el alfabeto líbi-
co–canario.
21
S1: P2 y 7; S2: 7, 8, 15, 16, 17, 37, 44, 46, 47, 48, 53, 56, 58, 59, 65, 66, 67, 68, 71
y 73; y S3: P3, 9 y 23.
22
Continuando con la contabilidad temática de los soportes, 3 se han ocupado con
formas barquiformes y trazos geométricos y en los 4 paneles restantes nos queda la
duda de si se trata de los mismos motivos geométricos o nos encontramos ante grafía
líbica–canaria.
23
Dos al cenit pleno, 1 con una ligera inclinación al oeste, 1 al noroeste, 1 al sur y 1
al este.
24
Este recuento posee un carácter eventual.
25
Si bien es necesario que estos valores se tomen con reserva hasta completar el es-
tudio en la isla y contrastar en el terreno, cuantas veces sean necesarias, para recabar
toda la información posible para obtener su registro final.

362
Desde todos los sectores de este yacimiento es perceptible el Pico de
la Fortaleza en el que se emplaza un único sector con dos paneles en los
que se han grabado cuatro veces la misma palabra, colocándose en dos
ocasiones en perspectiva horizontal y otras dos en vertical, conservándose
su sentido de escritura en horizontal. Igualmente se observa el Morro de
la Galera, documentándose en el mismo grafía de ambos alfabetos, pre-
valeciendo las líneas líbico–canarias y además se visiona la Montaña de
Enmedio en la que se ausenta la grafía líbico–bereber y se anotan 3 líneas
líbico–canario repartidas en dos paneles.
No sabemos si la disposición del trazado de la línea de escritura in-
terviene en la estructuración y concepción del yacimiento y su inclusión
resulta significativa en la organización del espacio y su correspondiente re-
flejo o causalidad con los procesos sociales que se desarrollan en la cultura
indígena. En el lugar del conocimiento en el que nos encontramos optamos
por no prescindir de esta variable, en tanto no podemos valorar si la per-
sona que escribe sujeta a un código consensuado con su grupo y con una
finalidad concreta, incluye en él la disposición de las líneas de escritura.
En nuestro intento de disección de la realidad rupestre, inventariamos
y catalogamos cualquier elemento que pudiera o no determinar alguna ca-
racterística del yacimiento o generar conocimiento relativo a esta materia
para cualquier isla del archipiélago. Hemos superado la etapa de pensar
que todos los fenómenos formales de un yacimiento o de una isla encie-
rran en sí mismo el conocimiento y significado de la estación. Aunque no
pensamos todo lo contrario, sí valoramos la importancia del registro y la
sistematización, pues la noción abstracta que rodea o interviene en el acto
de grabar en una peña, valiéndose solo de una de las escrituras que conoce
la población, con la funcionalidad que ésta posee por sí misma, se apoya
en una realidad concreta que es la que desmenuzamos o detallamos para
conocer en toda su extensión.
Para reproducir una línea escrituraria en una superficie pétrea concurren
varias opciones. Independientemente del proceso seguido para representar
los caracteres escriturarios en un determinado lugar del soporte elegido y
para seleccionar un panel frente al resto, para aproximarnos a su conoci-
miento hemos de utilizar cuantos recursos existan a nuestro alcance desde
el punto de vista de la técnica, superposición, yuxtaposición, orientación
de soporte y de la intervención, así como la elección en la proximidad del
contenido de otras tantas superficies, tantas como se decida. En Morro
Pinacho los 100 epigramas líbico–canarios de los que 3 de ellos se contabi-
lizan en el S1, 51 en el S2 y 46 en el 3, se dosifican de la siguiente manera:

363
La frecuencia más alta relativa al sentido de la representación de la línea
de escritura es la situación horizontal. Estas líneas se anotan en los S2 con 22
paneles26, que acogen 33 renglones en este sentido y el S3 a 12 paneles27 en los
que se han representado 23 series, resultando un total de 56 líneas.
Las líneas de perfiles alfabetiformes dispuestas en vertical se localizan en
los 3 sectores anotándose en el S128 1 línea; en el S229 constan 9 paneles con
12 líneas y el S3 engloba la misma cantidad de soportes, 930 con 15 líneas grá-
ficas que hacen un total de 28 alineaciones de signos. Con respecto al sentido
oblicuo, arrancando la línea en su parte izquierda desde una situación superior
y a la derecha la parte inferior, existen trazos que responden a este sentido
en los tres sectores con la siguiente contabilidad: El S131 acoge un panel con
2 líneas; El S232 posee 4 paneles con 6 hileras de caracteres y el S333 cuenta
con 4 paneles con 5 líneas escriturarias. En disposición diferente, en la que la
línea oblicua arranca en su extremo izquierdo desde abajo y la parte superior
responde a su proyección hacia la derecha, se ha grabado en dos paneles que
acogen 3 líneas emplazadas en el S334.
De las 100 líneas de escritura líbico–canaria que se computan en Mo-
rro Pinacho, 56 de ellas, más del 50%, se disponen en sentido horizontal;
28 en vertical y con una alineación oblicua en 11 paneles de los que en
proyección izquierda–derecha siguen una situación de arriba–abajo en 9
ocasiones con un total de 13 líneas, mientras que en el sentido diferente, el
extremo izquierdo se emplaza en la parte inferior y el derecho en el supe-
rior en 2 paneles con 3 hileras.
26
S2P6 1 línea; P9 con 1 línea; P11 con 1 línea; P13 con 2 líneas; P14 con 1 línea; P19
con 1 línea; P24 con 1 línea; P29 con 2 líneas; P30 con 1 línea; P31 con 1 línea; P32
con 2 líneas; P33 con 1 línea; P34 con 1 línea; P35 con 6 líneas; P36 con 1 línea; P41
con 2 líneas; P49 con 1 línea; P60 con 1 línea; P61 con 2 líneas; P62 con 1 línea; P63
con 2 líneas y P74 con un línea.
27
S3P1 con 1 línea; P3 con 1 línea; P4 con 1 línea; P8 con 2 líneas; P12 con 2 líneas;
P13 con 3 líneas; P15 con 1 línea; P16 con 1 línea; P17 con 6 líneas; P18 con 3 líneas;
P19 con 1 línea y P20 con 1 línea.
28
S1P3.
29
S2P25 con 1 línea; P33 con 1 línea; P42 con 2 líneas; P50 con 1 línea; P54 con 2
líneas; P55 con 1 línea; P69 con 2 líneas; P70 con 1 línea y P72 con 1 línea.
30
S3P2 con 1 línea; P3 con 1 línea; P7 con 1 línea; P8 con 1 línea, P12 con 1 línea; P15
con 2 líneas; P18 con 4 líneas; P19 con 1 línea y P20 con 3 líneas.
31
S1P1 con 2 líneas.
32
S2P27 con 2 líneas; P33 con 1 línea; P38 con 2 líneas y P52 con 1 línea.
33
S3P11 con 2 líneas; P16 con 2 líneas; P18 con 1 línea; P21 con 1 línea.
34
S3P1 con 1 línea y P10 con 2 líneas.

364
Llaman la atención algunas formas reproducidas que merecen un co-
mentario individualizado. El P29 del S2 es una superficie pétrea de peque-
ño formato35 en el que han escrito 2 líneas. La franja primera se representa
en horizontal, y aunque presenta dificultades para su clara observación,
contiene al menos 7 signos. En su parte superior se dispone otra hilera de
caracteres que se representan invertidos, dispuestos en el sentido contrario
que la primera línea que acabamos de citar. Es decir parece que la persona
que grabó se tendió en el suelo, en posición decúbito prono, o bien lo grabó
de memoria.
El S2 y S3 de este yacimiento muestra una excepcional representación
de líneas alfabéticas, de perfecta factura técnica, al contener un número
importante de signos36.
El P6137 recoge dos líneas líbico–canarias de las que una se representa
en la zona superior y otra debajo de ésta, ambas en acomodo horizontal.
Constan de 6 y 5 caracteres y de 8 y 10 recurrencias, empleándose en
ambas tangentes algunas ligaduras. El primer renglón se personifica en
sentido normal, con una posición horizontal, mientras que la banda inferior
se interpreta en estado invertido, como si fuese el reflejo de espejo de la
situada en la parte superior. Este panel se emplaza próximo a 4 más, que
igualmente contienen signos escriturarios de los que comentamos algunos.
El P6238 tiene una hilada horizontal de 9 signos y 14 recurrencias, sien-
do la más larga que conocemos para estas dos islas orientales. Sobresale
su excepcional factura, aspecto que con frecuencia se encuentra en este
y otros yacimientos. Se trata de líneas de perfecta ejecución, sin mostrar
titubeos, equivocaciones o trazos que intenten corregir el perfil del símbolo
que se representa, etc. Todos los caracteres responden a una misma medi-
da, alineados en proyección horizontal39.
El P6340 acoge dos líneas alfabéticas en colocación horizontal, una dis-
puesta sobre la otra, contabilizando la primera de ellas, la ubicada en la
parte alta, 7 signos y 10 recurrencias y la segunda 5 signos y 6 recurren-
35
0.71 por 0.22 m.
36
El patrón para ilustrar este comentario lo constituyen los P61, P62, P63 del S2 o del
S3 los P7, P10, P11, P12, P15, P16, P17, P18 o P20.
37
Con dimensiones de 0.37 por 0.67 m.
38
Situado a 3.80 m al S del P60.
39
En un panel de 0.60 por 0.36 m de longitud.
40
Emplazado a 0.10 m en dirección S del anterior y con unas dimensiones cuadrangu-
lares de 0.40 por 0.40 m.

365
cias. Destacan las ligaduras y la representación de la letra R, con presencia
excepcional en Lanzarote y con mayor presencia en Fuerteventura.
Con respecto al S3 nos fijamos en el P741, en cuyo extremo izquierdo
y conformando una línea vertical, se ha escrito un conjunto de 4 signos y
6 recurrencias con la particularidad –documentada en otras ocasiones– de
que el signo “A” se ha grabado dos veces, una de manera invertida.
El P1042 muestra una línea horizontal de la que diferenciamos dos par-
tes, con la posibilidad de que realmente se trate de dos palabras separadas
por un corto espacio. El primer tramo, situado a la izquierda, cuenta 3 sig-
nos representados con ligadura y en sentido invertido. La siguiente línea,
separada por un espacio y continuando con la proyección horizontal de la
anterior, cuenta con 6 signos y 7 recurrencias, con la particularidad de que
una letra “D” se labra invertida.
El P1143 posee 2 líneas de tendencia oblicua, una próxima a la otra. La
situada a la izquierda comporta 3 signos y 6 recurrencias representándose
3 caracteres de “A”, una de ellas invertida. La otra hilada posee 6 signos y
10 recurrencias con una de las ligaduras más frecuentes, la que une la letra
V con la R.
El P1244 recoge 3 líneas, dispuesta una de ellas en el extremo izquierdo
en sentido vertical y las otras 2 en la parte central y derecha del panel, con
desarrollo horizontal. La hilera vertical recibe 7 signos y recurrencias en
igual cantidad. A su vez la línea central tiene 6 signos y 7 recurrencias, y a
la derecha 6 signos y recurrencias.
El P1545 admite trazos geométricos rectilíneos antiguos representados
entre 3 hileras alfabetiformes y al menos 7 caracteres sueltos. La fila de
escritura que se ubica a la izquierda responde a un desarrollo vertical, for-
mada por 5 signos y 6 recurrencias empleándose para su representación 2
ligaduras. La fila central muestra 5 signos y 6 recurrencias y finalmente
la de la derecha, elaborada en posición invertida, anota 5 signos y 6 recu-
rrencias. En esta última se ha personificado la “b” invertida, con escasa
presencia en el registro del alfabeto líbico–canario de ambas islas.

41
De pequeñas dimensiones, 0.23 por 0.32 m, y orientado al oeste.
42
De 1.15 por 0.48 m.
43
De pequeño formato, 0.27 por 0.56 m y apostado a 3.80 m en dirección este del
anterior.
44
De 1.45 por 0.78 m orientado al suroeste.
45
De 0.68 por 0.50 m.

366
El P1646 se fragmenta por una fisura que condiciona la ejecución de 2
líneas alfabéticas en cada uno de los dos fragmentos en los que se divide
este soporte.
La parte superior presenta dos líneas de escritura de distinto tamaño, si-
tuada una a la izquierda de la otra y ambas en posición vertical con sentido
de escritura horizontal.
Documentamos solo una ocasión en la que las letras que conforman
una línea de signos se colocan en vertical con sentido de escritura vertical,
hallándose en el Barranco del Mojón, en la isla de Lanzarote. Por ahora en
Fuerteventura en todos los casos que conocemos, con independencia del
desarrollo de la línea, sea horizontal o vertical, el sentido de la escritura re-
sulta horizontal. Retomando este panel,47 la línea emplazada a la izquierda
de la parte superior se conserva con una ejecución muy tenue y sus caracte-
res resultan de difícil identificación. Posee 4 signos y 5 recurrencias, mien-
tras que la grabada en la parte central superior, igualmente con disposición
vertical, obtiene 6 signos y 8 recurrencias. Finalmente, la dispuesta en la
parte inferior en sentido horizontal contabiliza 4 signos y 5 recurrencias.
El P17 destaca por sus dimensiones y ocupa junto con el P18, de si-
milares proporciones, la parte más alta de Morro Pinacho48. En él se han
representado al menos 6 líneas, si bien es posible que exista otra más. La
dificultad para identificar los signos, debido al carácter tenue del trazo,
hace que no podamos estudiarlo en su totalidad con la certeza que se pre-
cisa. En cualquier caso todos los signos se graban en posición horizontal,
pudiéndose anotar 14 signos y 41 recurrencias.
El P18 se emplaza inmediatamente después del anterior siguiendo la
alineación E49. Sus 8 líneas escriturarias se disponen en sentido horizontal,
y la misma cantidad de veces en vertical. Además, existen caracteres suel-
tos dispersos por el lateral izquierdo del soporte. La cuatro hileras gráficas
horizontales cuentan con 5, 5, 4 y 3 signos y 7, 6, 5 y 3 recurrencias res-
pectivamente. Los trazados alfabéticos en vertical poseen 5, 4, 5 y 3 signos
y asimismo 5, 5, 6 y 3 recurrencias.
Finalmente, el P2050 tiene una línea en horizontal de 2 signos y 4 recu-
rrencias. La hilera situada a la izquierda posee 4 signos y 6 recurrencias y
la emplazada a la derecha 5 signos e igual cantidad de recurrencias.
46
Puesto a 3 m de distancia del anterior en dirección este.
47
De 0.30 por 0.70 m.
48
Responde a unas medidas de 2.50 por 1.40 m, orientado al sur.
49
Alcanza unas medidas de 2.10 por 2 m.
50
De 0.36 por 0.57 m con orientación suroeste.

367
Llama la atención la ausencia de signos líbico–bereber, pues si bien es
cierto que es mayoritariamente abundante la grafía líbico–canaria en los
yacimientos de la isla, al albergar un número importante de paneles, como
es el caso que nos ocupa, lo común es la presencia conjunta de ambas gra-
fías, como sucede en Barranco del Cabadero, Montaña Blanca de Arriba,
Montaña del Sombrero, Cuchillete de Buenavista, Morro de la Galera y
Morrete de la Tierra Mala.
Fuerteventura se caracteriza por albergar un conjunto de yacimientos
rupestres con un alto registro de signos, mostrándose abundantes y con-
centrados que forman verdaderos entes culturales escriturarios, en tanto se
acude a ellos para expresar, representar, anotar o documentar con uno de
los dos abecedarios presentes (Pico de la Fortaleza, Montaña de Enmedio,
Morro Pinacho o Jacomar); o con los dos alfabetos en sus epígrafes, en los
yacimientos que acabamos de citar en la anterior página.
Estos lugares son frecuentados por personas que se valen para escribir de
ambos sistemas. Pudiera ser que reserven el uso de uno de ellos para luga-
res, situaciones o tiempos determinados (el Barranco del Cabadero, Morro de
la Galera, Montaña del Sombrero, Montaña Blanca de Arriba, Cuchillete de
Buenavista o Morrete de la Tierra Mala); o bien para grabar siluetas de pies
de manera recurrente como sucede en Montaña Tindaya o con un carácter más
puntual o personalizado en Tisajoyre, Pico de la Muda, Las Peñitas, Castillete
Alto, etc. O para ambas cosas como sucede en Montaña del Sombrero (Fuer-
teventura) o en Cueva Palomas (Lanzarote).
Al menos dos enclaves arqueológicos en Lanzarote acreditan líneas escri-
tas junto a contornos de pies. En las tres peñas dispersas muy próximas entre
sí y próximas al yacimiento arqueológico de Zonzamas, en el ecosistema de
Jable, además de la presencia de estructuras arquitectónicas que se conservan
enterradas, en una de ellas se contabiliza una línea de signos líbico–bereber,
en otro de los afloramientos rocosos, (la Peña del Letrero) grafía líbico–cana-
ria y en la tercera, Peña del Cuenquito, junto a trazos geométricos rectilíneos
incisos, se han percutido siluetas de pies que posteriormente se han bruñido.
En el yacimiento de Cueva Palomas de Lanzarote existe la mayor canti-
dad de representaciones de pies que se anotan en esta isla. Se han esculpido
en un ambiente en el que básicamente se ha escrito con ambas grafías. En
el Panel 7 del Sector 1, además de otros pies, se ha golpeado para lograr
una forma que aparenta responder a una sandalia con técnica del pique-
teado continuo y sobre ella se ha escrito una línea incisa líbico–canaria.
Esta convivencia temática resulta más rara en Fuerteventura, donde las

368
reproducciones de pies monopolizan la temática de varios yacimientos51.
Sin embargo, en Montaña del Sombrero confirmamos dos figuras de pies
ejecutados con técnica del piqueteado situadas en un sector que igualmente
contabiliza signos de ambos alfabetos52, siendo por ahora el único caso que
conocemos con estas características temáticas en Fuerteventura.
Advertimos, desde el punto de vista documental o historiográfico, de
la carencia de información, directa o indirecta, sobre la coexistencia de
escritura entre la población aborigen, al tratarse de un conocimiento distin-
guido para cualquier comunidad y susceptible de reflejarse en los escritos
de cronistas e historiadores, quienes no facilitan datos sobre éstas y otras
expresiones rupestres de la población maxie. Podemos tener en cuenta esta
ausencia de testimonio para sostener que la escritura en piedra pudo res-
ponder a una práctica restringida en la sociedad aborigen, reservada a cier-
tas personas, no respondiendo a un uso habitual. En este sentido, podemos
hacer análisis cuantitativos y comparativos entre diferentes naturalezas y
funciones de las variadas tipologías de yacimientos rupestres para conocer
qué conocimiento se deriva de esta práctica grabatoria. De hecho, conta-
mos con situaciones no contradictorias pero sí contrapuestas.
Si bien en las crónicas de la conquista o en las obras de historiadores
no se hace referencia a la escritura, se ocupan de ella de manera indirecta,
al poderse encontrar implícito en sus antropónimos. No parece que tenga
sentido que sólo sepa escribir una parte de la población, tal y como sucede
en la actualidad o ha ocurrido siempre en muchas culturas, incluido ésta.
En consecuencia de esta realidad sólo esa porción sabrá leer. ¿Para quién
si no, va dirigida la palabra escrita?, ¿para el grupo de personas lectoras?,
¿por qué de unas figuras tan relevantes en la vida política y religiosa, como
Tamonante y Tibiabín, solo una de ellas es la que realiza este acto de lectu-
ra?, o es que ¿sólo se recoge implícito en su nombre que es ella la que lee?
Resulta revelador que sea una mujer, cuyo nombre aporta claras connota-
ciones de oficiante de la práctica religiosa, la que ostente esta capacidad de
leer53. ¿También tendrá un carácter restrictivo la escritura?, ¿o se trata de
una denominación taxativa sólo a la lectura de textos de aspecto religioso?
O, si el significado de su nombre se refiere a silabear, ello ¿hace referen-
cia a interpretar la información que mentalmente recibe de los dioses, no
51
Montaña Tindaya, Tisajoyre, Pico de la Muda, Las Peñitas, etc.
52
Anotamos que se inserta en Sector 2, Panel 22, muy próximo al Sector 3 que exclusi-
vamente contiene expresiones rupestres con un claro componente etnográfico, aunque
a menos de 5 m se ubica un panel en el que se ha escrito con ambas grafías indígenas.
53
Ignacio Reyes García, Cosmogonía y lengua en Canarias, 2004: 238.

369
deteniéndose para ello en la lectura de la palabra escrita?, ¿Tamonante lee
ambos alfabetos o procede a la lectura de uno, que interpreta y escribe?,
¿cada una de estas personas es especialista en uno de los dos sistemas
de escritura?, ¿resultan sinónimos los verbos ‘deletrear’, la que deletrea
(Tamonante) y ‘canturrear’, la que canturrea (Tibiabín) constatándose una
fusión en sus funciones. Ignacio Reyes García recuerda la duda que plan-
tea Juan Álvarez Delgado relativa a si Tamonante y Tibiabín resultan ser
nombres propios de estas personas o denominaciones comunes de sus car-
gos y ocupaciones.
Por ahora, aunque resulta llamativo, mostramos reservas acerca de la
ausencia de yacimientos escriturarios con exclusiva grafía líbico–bereber,
ya que todavía existen muchas posibilidades de que este hecho actual sea
pasajero, al no responder a la realidad sino que sea el resultado de un de-
ficiente conocimiento de los yacimientos rupestres, y que muchos de ellos
–o al menos algunos– permanezcan sin incorporarse a la literatura arqueo-
lógica.
Atendiendo a nuestro criterio, la temática rupestre podomorfa se remite
exclusivamente a la cultura aborigen. Su reproducción en Montaña de Tin-
daya en la que se distribuyen en cantidad significativa –cerca de 280 unida-
des– en sus cotas altas cuyas máximas alcanzan 408 m.s.n.m., cuenta con
un interesante registro arqueológico surtido de acumulaciones de piedras
que contienen cenizas y reiteración de determinadas piezas óseas de cabri-
tos y corderos, que se han sometido a un fuego constante y directo. En las
mismas partes elevadas y en ese mismo escenario existe material arqueoló-
gico en superficie y en niveles, entre el que destaca la presencia de piezas
que se adscriben de manera exclusiva a la cultura aborigen, sobresaliendo
las malacológicas y líticas trabajadas y perforadas para poder engarzarse o
suspenderse, así como unidades dentarias humanas. Asimismo se empla-
zan estructuras de piedras hincadas, algunas de las cuales rodean paneles
con reproducciones de pies. Aunque se localizan dos asentamientos en la
base de Montaña de Tindaya, denominados Los Corraletes, en el sur, y
Majada de los Negrines al oeste, entendemos que ambos enclaves gozan
de la contaminación de la sacralidad que le transfiere la simbología del pie.
Pero estas representaciones de las extremidades humanas inferiores
también se reproducen en zonas aisladas carentes de registros arqueoló-
gicos de funcionalidad residencial, documentándose en grupos, o bien
solo una pareja de pies, como sucede en Castillejo Alto, en Jandía, junto a
motivos geométricos rectilíneos, curvilíneos y reticulados; bien el de Las
Peñitas, Pico de la Muda, o en medio de las estructuras habitacionales,

370
ganaderas y mareta del asentamiento de Tisajoyre, desde donde se divisa
la Montaña de Tindaya.
Hemos insistido en que la población aborigen de Fuerteventura y
Lanzarote conocen dos sistemas escriturarios a los que recurre en algu-
nos momentos de su vida. La grafía debió ser importante para la toma
de acuerdos, establecer señalizaciones en el territorio, etc. Probablemente
respondiera además a otras atribuciones o funciones que en la actualidad
se nos escapan, aunque hacemos algunas propuestas al respecto. Si ello es
así, los signos o las palabras grafiadas representan datos importantes para
esta comunidad54. Asimismo debió de utilizarse en algunos momentos y
acontecimientos relevantes y decisivos, como pudo ser la distribución del
espacio, el nombramiento de personas para determinados cargos, o la pro-
pia conquista de la isla, donde los posibles acuerdos o pactos tuvieron tal
escala que pudieron verse reflejados en un texto a través de las leguas que
acompañaron a los conquistadores, especialmente necesario si la toma de
acuerdos contempla fechas, topónimos, personas, límites, bienes, territo-
rios, etc.
La ausencia de estos datos por parte de los historiadores probablemente
contribuye a que las iniciales reseñas escritas sobre yacimientos rupestres
y la constatación de la existencia de escritura, en Canarias en general, sean
tardías.
Nuestra opinión es que no parece que los grabados alfabetiformes res-
pondan a una actividad frecuente, a la que se recurre en muchas ocasiones
y con carácter reiterativo en algunas estaciones, estando restringida su eje-
cución, por el contrario, a determinadas personas y lugares. Pensamos así
a pesar de la cantidad de registro escriturario que pudo existir en soportes
vegetales, recordemos el Tablón de Guarazoca (de la isla de El Hierro) o
la rama de sabina localizada en La Gomera; o en la arena, fragmentos de
barro fresco sometidos a fuego, o bien en arcilla sin guisar.
En las estaciones rupestres existe una cierta unidad tipológica en cuanto
al tamaño, rasgos, signos y técnicas que se evidencian en la escritura. No
parece constatarse una estrecha relación entre la grafía líbico–canaria de
Barranco del Cabadero y Morro Pinacho, por ejemplo. En la estación del
barranco se recurre con cierta frecuencia a las ligaduras, los caracteres
se representan manejando la técnica del piqueteado continuo –ausente en
Morro Pinacho y en cualquier otro yacimiento con impronta alfabetiforme,
54
Esta representación afecta a lo que la palabra, letra o símbolo representa o comunica
en sí mismo, y al lenguaje de su ubicación, al significado de su expresión en el terri-
torio, por si tuviese algún carácter organizativo, o de otra índole.

371
con excepción de la Montañeta de Adrián– pero también la incisión.
La asociación de yacimientos rupestres que evidencian representacio-
nes alfabéticas y motivos podomorfos con yacimientos funerarios o cul-
tuales se constata en varias ocasiones. Los enterramientos en solapones
acondicionados de Pico de la Fortaleza se enlazan espacialmente con la
estación de inscripciones líbico–canaria situada en el sur de la cima, en
farallones basálticos de significativo desarrollo. Contigua a ello, en Morro
de la Galera se constata, además de la escritura líbico–canaria, la líbico–
bereber. Planteamos la relación de los yacimientos rupestres con conteni-
do alfabetiforme y podomorfo con estructuras funerarias o cultuales con
algunas reservas, derivadas de la ausencia de sondeos arqueológicos en
los referidos módulos arquitectónicos. Nos sirven de ejemplo los amon-
tonamientos pétreos que se distribuyen en la margen derecha de Barranco
del Cabadero, en la cima de la Montaña del Sombrero, Montaña Blanca
de Arriba, Cuchillete de Buenavista o en Montaña de Enmedio. Mantene-
mos prudencia con la cima del yacimiento de Jacomar, al permanecer estas
acumulaciones de piedras algo más alejadas que en los demás yacimientos,
en los que se sitúan muy cercanas, a muy escasos metros, como sucede en
Montaña Blanca de Arriba.
Los yacimientos rupestres de inscripciones más numerosos que hemos
documentado en Fuerteventura son aquellos en los que existen los dos ti-
pos de escritura. En su totalidad se ubican en lugares altos, excepto en el
yacimiento Barranco del Cabadero, que recorre la llanura nororiental de la
isla, en el curso de un barranco poco profundo. Muchas de las estaciones
rupestres alfabéticas registran, como ya hemos señalado, las dos escritu-
ras tal y como se constata en Barranco del Cabadero, Morro de la Galera,
Montaña Blanca de Arriba, Montaña del Sombrero, Cuchillete de Buena-
vista y Morretes de Tierras Malas, documentándose en las estaciones del
Pico de la Fortaleza, Montaña de Enmedio, Morro Pinacho y Jacomar solo
el tipo de inscripción líbico–canario. Todavía en reserva, hasta completar
su estudio, nos referimos a la Montañeta de Adrián con signos líbico–bere-
ber esculpidos con la técnica del piqueteado continuo.
Resultan ser mayoría los yacimientos rupestres alfabetiformes que se
restringen a afloramientos rocosos de cordilleras. Se trata de los casos de
Pico de la Fortaleza, Morro de la Galera, Morro Pinacho, Cuchillete de
Buenavista, Morretes de Tierras Malas y Jacomar; o bien en las partes altas
de montañas, como sucede en los enclaves de las montañas de Enmedio,
Sombrero y Blanca de Arriba. La excepción en cuanto al lugar elegido para
ubicar las escrituras lo constituye Barranco del Cabadero, siendo además

372
relevante por la variación de técnicas de ejecución de los códigos alfabe-
tiformes, la superposición técnica, su cantidad de contenido e incluso por
la percepción del yacimiento en horas nocturnas o al atardecer, cuando son
más visibles las representaciones que se han esculpido.
Se constata una relación de las estaciones rupestres con yacimientos
residenciales en Barranco del Cabadero, Morro de la Galera y Morretes de
Tierras Malas, donde los asentamientos se alejan, situándose en el primer
caso, a tres kilómetros en dirección suroeste, en la margen derecha del
Barranco de Tinojay y en Morretes de Tierras Malas emplazándose el más
próximo en la Montaña de Mesque, a 3.5 kilómetros en dirección sureste.
Para el caso del Morro de la Galera no conocemos asentamiento alguno
inmediato, situándose en la base suroeste el yacimiento de Lomo Gordo,
que engloba estructuras de piedras hincadas y pequeñas cúpulas55. Los tres
enclaves restantes, Montaña del Sombrero, Montaña Blanca de Arriba y
el Cuchillete de Buenavista, se embuten en un área muy poblada, aunque
ninguno de los asentamientos cercanos se emplaza en la base de estas tres
elevaciones, aunque sí estructuras pecuarias. En un ambiente ganadero,
con una unidad residencial de casa honda, se encuentra el yacimiento ru-
pestre de Montañeta de Adrián.
La población recurre a la escritura en piedra cuando necesita o desea
dejar constancia de lo escrito, con independencia del propio carácter mo-
numental o simbólico que lleva implícita la escritura en un ambiente y
espacio determinado. Pero la población pudo escribir mayoritariamente
en la arena o tierra suelta del suelo, o en paredes pétreas de barrancos para
comunicarse a través de la escritura, como igualmente se pudo recurrir a
escribir en soportes menos duraderos como las pieles, maderas o barro
fresco.

55
Se encuentran en dos paneles situados en el interior de una de las estructuras circula-
res de piedras hincadas, sobresaliendo uno de los soportes por su configuración plana
y dimensiones significativas.

373
Cabecera del Barranco Janey y pared ganadera que bordea la cordillera hasta llegar a Morro Pinacho. Se
observan sus tres sectores, que coinciden con las cotas más altas a modo de resaltes.

P7 del S3 que conserva una línea líbica canaria de 4 signos y 6 recurrencias.

374
P15 del S3 donde junto con caracteres sueltos se han representado 3 líneas, 2 de ellas en disposición vertical
y 1 horizontal.

Detalle del P15 S3 con un fragmento de la línea dispuesta en horizontal.

375
Vista general del P16 del S3. Consta de dos partes separadas por una grieta irregular. En la parte superior se
han escrito dos líneas con 4 y 6 signos, con 5 y 8 recurrencias respectivamente. El área inferior acoge una
línea de 4 signos y 5 recurrencias.

376
Bibliografía

ÁLVAREZ DELGADO, J.: Inscripciones líbicas de Canarias. La La-


guna. 1964.
BERTHELOT, S.: Antigüedades Canarias. Anotaciones sobre el origen
de los pueblos que ocuparon las Islas Afortunadas desde los prime-
ros tiempos hasta la época de su conquista. Sta. Cruz de Tenerife.
1980.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J.: “Los Grabados Rupestres de Lanzarote”.
En Grabados Rupestres de Canarias. SOCAEN. 1990, p. 88.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J.: “Los grabados alfabéticos de Lanzarote
y Fuerteventura: propuestas para continuar el debate”. VII Congre-
so de Patrimonio Histórico. Inscripciones Rupestres y poblamiento
del Archipiélago Canario. Arrecife-Lanzarote. Pendiente de publi-
cación. 2010.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J., PERERA BETANCOR, M. A. y RO-
BAYNA FERNÁNDEZ, M. A.: “La importancia de las vías meto-
dológicas en la investigación de nuestro pasado, una aportación con-
creta: los primeros grabados latinos hallados en Canarias”. Tebeto I.
Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura. 1988, pp.
129-203.
DE LEÓN HERNÁNDEZ J. y PERERA BETANCOR, M. A.: “Los
grabados rupestres de Lanzarote y de Fuerteventura: las inscripcio-
nes alfabéticas y su problemática. Nuevas aportaciones. Propuestas
de clasificación e interpretación”. IV Jornadas de Estudios sobre
Lanzarote y Fuerteventura. Tomo II. Ed. Servicio de Publicaciones.
Excmo. Cabildo Insular de Lanzarote, p. 455. Arrecife, 1995.
DE LEÓN HERNÁNDEZ J. y PERERA BETANCOR, M. A.: “Los
grabados rupestres de Lanzarote y de Fuerteventura: contexto terri-
torial y propuesta interpretativa”. Coloquio Canarias–América, Ca-
bildo Insular de Gran Canaria. Las Palmas. 1996.
DE LEÓN HERNÁNDEZ J. y PERERA BETANCOR, M. A.: “Las
manifestaciones rupestres de Lanzarote”. En Manifestaciones rupes-
tres de las Islas Canarias. Dirección General de Patrimonio Histó-
rico. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias.
1996, p. 49.

377
PERERA BETANCORT, M. A., R. SPRINGER BUNK, A. TEJERA
GASPAR: “La estación rupestre de Femés, Lanzarote”. Anuario de
Estudios Atlánticos. Madrid - Las Palmas, 43. 1997, pp.19-65.
PICHLER, W.: “Die latino-kanarische”. Schrift aus der Sicht kanar-
ischer Wissenschaftler. ICN Nr. 76, 1995, pp. 7-11.
PICHLER, W.: “The decoding of the Libyco-Berber inscriptions of the
Canary Island”. Sahara 8, 1996, pp. 104-107.
PICHLER, W.: ‟Essai des systematique de l´écriture libyco-berbère”.
Comptes rendus de CLECS XXXIII, Paris, 2000, pp. 131-139.
PICHLER, W.: Las inscripciones rupestres de Fuerteventura. Cabildo
de Fuerteventura. Puerto del Rosario. 2003.
PICHLER, W: ‟The Libyco-Berber inscriptions of the Canary Islands,
misused as a playground for specialists and amateurs”. Lettre de
l´AARS, nº 28, 2005, pp. 4-5.
PICHLER, W.: Origin and Development of the Libyco-Berber Script.
Köln. 2007.
PICHLER, W.: “Bericht über den aktuellen Stand der Erforschung
und Erhaltung der libysch-berberischen Felsinschriften auf den
Kanarischen Inseln”. Almogaren XXXIX. Wien, 2008, pp.117-135.
PICHLER, W.: Libyco-Berber inscriptions online database. Programa
Internet (Presentación de las inscripciones canarias en todas las islas
del archipiélago canario). 2009.
REYES GARCÍA, I.: Cosmogonía y lengua en Canarias. Foro de In-
vestigaciones Sociales. Islas Canarias. 2004.

378
LAS MANIFESTACIONES RUPESTRES
DE MONTAÑA GUATISEA,
LANZAROTE

Moisés Tejera Tejera


Geógrafo, Cabildo de Lanzarote

María Antonia Perera Betancort


Arqueóloga, Servicio de Patrimonio Histórico, Cabildo de Lanzarote

379
Resumen: damos a conocer las tipologías de manifestaciones rupestres, clasi-
ficadas y designadas fundamentalmente como canales, cazoletas y canalillos, en-
marcadas en la cultura maxie, y grabados de épocas subactuales que corresponden
fundamentalmente a motivos cruciformes, a partir del inventario realizado en la
llamada Montaña Guatisea, un cono volcánico de significativa envergadura situa-
do en el área central de la isla de Lanzarote, que con el paso del tiempo ha trans-
formado sus piroclastos en tobas volcánicas, el soporte elegido para representar a
más de 100 grabados plasmados en 73 paneles individualizados.
Palabras clave: canales; cazoletas; canalillos; maxie; piroclastos; tobas vol-
cánicas.

Abstract: in this paper, we present the types of rock art, classified and desig-
nated as channels and wells bowls, framed in aboriginal times, and engravings
that correspond mainly to the crossform found in the post-conquest period, from
the inventory done in the Mountain Guatisea, a huge volcanic cone located in
the central area of the island of Lanzarote, with the passage of time, its slopes
has been transformed into volcanic tuff, the support chosen to represent over a
hundred engravings reflected in 73 individual panels.
Key words: channels; bowls; small channels; maxie; piroclastos; volcanic tuffs.

380
A Andrea, por su voz satisfecha, tal y como corresponde a una persona mayor.
Porque relata la Historia con exactitud, anexando sus ideas y pensamientos,
contándolas de forma clara y precisa.

Nos centramos en las diferentes tipologías de trabajos rupestres repre-


sentadas por parte de la población aborigen en un cono volcánico del área
central de la isla de Lanzarote denominado Montaña Guatisea, tras la rea-
lización de un inventario exhaustivo, así como el análisis de las manifes-
taciones inventariadas y la asociación de elementos arqueológicos de la
cultura material de la misma, con el objeto de determinar su adscripción
cultural y, salvaguardarlos a través de las figuras de protección que ampara
la Ley del Patrimonio Histórico de Canarias. El fundamento del inventario
es el de redactar una propuesta para iniciar el expediente de delimitación
de Bien de Interés Cultural con la categoría de Zona Arqueológica por
parte del Cabildo Insular de Lanzarote, redactar una unidad didáctica, ya
concluida, sobre las manifestaciones rupestres para su inclusión en la ma-
leta didáctica sobre la cultura de la población aborigen maxie que elabora
el Servicio de Patrimonio Histórico de la citada administración insular, así
como profundizar en el conocimiento de este enunciado cultural que se
conforma como un lenguaje rupestre sustentado en laderas de montañas y
márgenes de barranco principalmente, dada la conducta que se desprende
del repertorio de estas expresiones que hemos localizado hasta la actuali-
dad en Lanzarote. Puntualmente podemos informar sobre la presencia de
canales perfilados en la Playa de Puerto Lajas en Fuerteventura, y en Arico,
en Tenerife, donde en la actualidad se aprovechan para la práctica agraria,
trasladando agua desde los depósitos hasta las tierras fértiles, previa modi-
ficación de las primigenias unidades de canales.
La primera localización de las expresiones rupestres de Montaña Guatisea
se remite a 2003, por parte de la empresa Tibicena, Gabinete de Estudios Pa-
trimoniales1, durante las prospecciones arqueológicas para la elaboración de la
Carta Arqueológica de San Bartolomé. Este registro significa el inicio o punto
1
VV. AA. (2004):”La Carta Arqueológica de San Bartolomé, una experiencia colecti-
va. Descripción y valoración patrimonial”. XI Jornadas de Estudios sobre Fuerteven-
tura y Lanzarote. Puerto del Rosario, p. 64.

381
de partida para encadenadas localizaciones en un conjunto de montañas de la
isla y, en menor medida, de barrancos en los que igualmente documentamos
este tipo de tallados rupestres.
Hasta el momento no se había realizado un inventario exhaustivo de todas
las manifestaciones, algunas de ellas muy singulares como son los canales,
cazoletas con canalillos en sus vértices, almogarenes, peldaños, asientos, etc.
en un conjunto de más de 56 yacimientos y que en este caso de la Montaña
Guatisea de la que nos ocupamos en este trabajo, las actuaciones rupestres se
colocan en la ladera de sotavento de la elevación. Esta exposición se sustenta
en el primer inventario y catálogo del trabajo rupestre que la población abori-
gen maxie confecciona en esta montaña, respondiendo a un estilo, entendido
como la repetición de una traza que responde a una técnica de ejecución y de
asociación precisa junto a otros elementos arqueológicos. La totalidad de las
expresiones rupestres que inventariamos en Guatisea las encontramos asocia-
das a un conjunto de yacimientos que se localizan en la misma unidad geo-
gráfica de acogida, además de en las márgenes de barrancos provistos de toba
volcánica en su superficie y paredes y respondiendo a la misma concentración.
Los objetivos que se han logrado con este trabajo son los que han per-
mitido localizar e inventariar todas las manifestaciones rupestres presentes
en la Montaña Guatisea, que hoy permanecen en superficie, descubiertas
de las cenizas volcánicas provenientes de las erupciones de Timanfaya;
determinar la existencia de piezas arqueológicas materiales que permitan
su asociación y adscripción cultural con las intervenciones grabadas in-
ventariadas, aportar conocimientos acerca de las nuevas temáticas de ma-
nifestaciones rupestres presentes en las Islas Canarias y, especialmente, en
Lanzarote y contribuir a un conocimiento arqueológico específico dentro
de la unidad geográfica, en el marco de los nuevos aportes de esta temática
rupestre presente en montañas y barrancos de la geografía insular. Todo
ello con el propósito de argumentar sus valores arqueológicos y preser-
varlos en el marco de un expediente de delimitación de Bien de Interés
Cultural por parte del Cabildo Insular de Lanzarote.
La metodología empleada para la realización del inventario responde al
examen de búsqueda y localización de las distintas presencias rupestres me-
diante la prospección arqueológica directa de forma sistemática como instru-
mento metodológico, haciendo uso del GPS y de los mapas topográficos.
Previo al trabajo de campo, recopilamos información bibliográfica, car-
tográfica, fotográfica y documental, y confeccionamos una ficha exclusiva
para este tipo de registro arqueológico para facilitar su estudio, con la in-
clusión de datos de localización, físicos, de conservación, etc. Durante la

382
realización del proyecto se desarrolló, paralelamente, el trabajo de gabine-
te consistente en la ejecución de las tareas relacionadas con la realización
de croquis y dibujos, cumplimentación digital de fichas, edición de mapas
con ArcGis 9.3., tratamiento de la información, etc. Finalmente, a partir de
los datos obtenidos, se abordó el contenido relacionable, una valoración
objetiva y las conclusiones de dicho estudio.
Cada ficha recoge:
División y sectorización de la ladera:
La ladera de sotavento de Montaña Guatisea, donde se localizan las
intervenciones rupestres indígenas, se divide en dos núcleos cuadriculares,
que a su vez cada uno se subdivide en cuatro sectores, atendiendo a crite-
rios generales relacionados con los accidentes geográficos como pequeñas
barranqueras, la altitud, distancia, concentración de grabados, límites, los
elementos antrópicos presentes, etc. Estos criterios comportan facilitar el
estudio pertinente.
En la ficha técnica se almacenan datos concernientes a la ubicación del
panel con respecto al núcleo y sector. A cada uno se le asigna un código
numérico que coincide y se corresponde para su identificación con el có-
digo facilitado en el anexo cartográfico, donde se describen en cada ficha
los grabados elaborados.
El panel se individualiza a tenor de las características morfológicas que
se concluyen para cada uno, derivando generalmente de los desniveles o
capas laminares de toba volcánica en la que se representan. Conjuntamen-
te, se recogen datos referentes a la relación espacial entre los múltiples
paneles, altitud en la que se sitúan, pendiente, orientación, proximidad con
otros elementos rupestres, características naturales, etc.
El sistema de coordenadas utilizado ha sido las UTM (Universal Tran-
verse Mercator). En la ficha técnica se recoge cada una de las coordenadas
de los distintos paneles permitiendo su localización. Con posterioridad los
datos se descargan en un Sistema de Información Geográfico y se plasman
en una cartografía georeferenciada general y sectorizada, donde se exhibe
su distribución espacial.
Los fundamentos referidos a las características de los grabados inventa-
riados como es su adscripción cultural, tipología y temática –según la cla-
sificación tenida en cuenta– la técnica utilizada, la distribución espacial con
respecto al panel y se realiza una descripción de cada elemento reproducido.

383
Figura 1. Mapa de división y sectorización de la ladera de sotavento de Montaña Guatisea.

384
Figura 2. Mapa de distribución del contenido rupestre localizado en Montaña Guatisea, así como las estruc-
turas tumulares asociadas.

Por ejemplo, si tomamos el panel número 7:

Panel: 420 por 430

Tabla 1. Ejemplo del panel nº 7 de sus medidas (en cm).

385
Se añade una fotografía por cada soporte o panel y el/los grabado/os
que se representan con el fin complementar su localización e identifica-
ción. Al proyecto final se adjunta un croquis y un dibujo por cada ficha que
se detiene en las medidas de longitud, anchura y profundidad.
La unidad geomorfológica de la Montaña de Guatisea como soporte
físico se localiza en el sector central de la isla de Lanzarote. Forma parte
de las alineaciones de conos volcánicos de su área oriental y pertenece al
grupo de cadenas montañosas de mayor desarrollo longitudinal y enverga-
dura. Con sus 544 metros de altitud, 284 metros de desnivel y 625 por 525
de diámetro, constituye un cono volcánico clasificado dentro de la catego-
ría morfológica en herradura de fisura nor-noreste.
Su formación tiene lugar en el segundo ciclo eruptivo subaéreo de la
isla, enmarcado dentro de la unidad geológica de la Serie III, de Fuster,
que tuvo lugar durante el Plio-Cuaternario (>0,9m.a.). Con posterioridad y
en fechas recientes se ve afectado parcialmente por las lluvias piroclásticas
de las erupciones históricas de Timanfaya, acaecidas entre los años 1730
– 1736. En su interior se localiza un yacimiento paleontológico incoado
Bien de Interés Cultural formado por dunas fósiles en las que se registran
nidos de abejas mineras, gasterópodos terrestres, piezas óseas y cáscaras
de huevos de pardelas extintas2.
Los procesos y las formas de erosión implican la relevancia de este
edificio donde los suelos se cubren de costras calcáreas o de carbonatos
formados durante el Cuaternario por la precipitación de los mismos, lo que
provoca que los piroclastos se transformen en tobas volcánicas relativa-
mente consolidadas3. Estos caliches actualmente se someten a procesos de
fragmentación por los acarcavamientos y la acción antrópica que ha tenido
lugar con la construcción de las acogidas y depósitos de Guatisea para el
abastecimiento de agua al municipio de San Bartolomé, al cual pertenece.
Dada la importancia de sus valores naturales y paisajísticos ha sido in-
cluida en los límites del Paisaje Protegido de la Geria, declarado por la Ley
12/1987, de 19 de junio, de Declaración de Espacios Naturales de Canarias
(antes Parque Natural de la Geria) y reclasificado por la Ley 12/1994, de
19 de diciembre, de Espacios Naturales de Canarias.
2
“Paleoclimatología de Lanzarote y La Graciosa”. Convenio de Colaboración del Ca-
bildo Insular de Lanzarote, la ULPGC y la Fundación Canaria Universitaria de Las
Palmas, interviniendo el Departamento de Biología, Área de Paleontología y el Servi-
cio de Patrimonio Histórico por parte del Cabildo Insular.
3
Romero, Carmen: El Relieve de Lanzarote, Excmo. Cabildo de Lanzarote. 2003, p.
172.

386
Figura 3. Suelos encalichados cubiertos por las arenas volcánicas de las erupciones históricas de Timanfaya.

La ladera objeto de estudio ha experimentado una significativa inter-


vención antrópica como consecuencia de la construcción de los depósitos
y acogidas de agua de lluvia como medio de aprovechamiento hídrico,
lo que ha supuesto, indudablemente, una pérdida irreversible del registro
arqueológico presente en su momento. Al mismo tiempo, se ha creado una
relevante infraestructura hidráulica merecedora de conservación por sus
valores etnográficos, históricos e ingenieros.
El 16 de abril de 1927, siendo alcalde de San Bartolomé José Cabrera
Torres y concejal de la misma corporación don Estanislao Salazar Carras-
co, se propone y aprueba la forma de dotar a San Bartolomé de agua y
los medios más económicos, siendo la Montaña de Guatisea [...] un lugar
propicio, por sus condiciones naturales de altura, piso de impermeabi-
lidad, equidistante situación de este pueblo [con San Bartolomé] y sus
rampas importantes, para hacer un buen depósito que aumente la garan-
tía de agua del abasto del común de vecinos, ante la insuficiencia de los
aljibes particulares [...]. (Actas de la Comisión Municipal Permanente.
Año 1927).
En la década de los años 30 del siglo XX se empiezan a ejecutar las
obras, sufriendo restauraciones y ampliaciones importantes, al menos, en
los años 50 y 60 del citado siglo XX4.
4
Conversaciones mantenidas con Miguelo Tejera (San Bartolomé). Trabajador en las

387
Las referencias orales recogidas de las personas que habitan en el área
apuntan a la existencia de aljibes y maretas enterradas por las cenizas de
las erupciones volcánicas de Timanfaya, y que en ocasiones estos depósi-
tos se distribuían hasta la costa, en la zona de Guasimeta. La importancia
de Montaña Guatisea queda patente en lo que respecta a los usos relaciona-
dos con el agua a lo largo de las distintas etapas de poblamiento de la isla;
como, en un principio pudiéramos pensar en una correlación del agua para
concebir la expresión rupestre en su vertiente cultural en la población indí-
gena y, más tarde, como lugar de disposición hídrica en la etapa histórica.

Figura 4. Depósitos, caño y acogida de Montaña Guatisea.

Con respecto a la tipificación, descripción, análisis e interpretación de


los grabados inventariados dentro de esta tipología, se clasifican y desig-
nan en: canales, cazoletas con canalillos en los vértices y/o lados; simples
y complejas, las cazoletas perforadas, cazoletas escalonadas, cazoletas
pareadas, las cúpulas, veredas excavadas y un supuesto tipo de escritura
líbico–bereber de carácter monumental.

restauraciones y ampliaciones de las acogidas y depósitos de Guatisea durante los


años 60 del siglo XX.

388
Canales:
Los canales que se representan en esta unidad geográfica se han deno-
minado de tipo A (unidades de acogida de montañas y barrancos) y, con-
cretamente, de tipo A1.
Resultan excavaciones longitudinales en la toba volcánica, dispuestas
verticalmente siguiendo la inclinación de la ladera, con pendientes aproxi-
madas entre los 30o y 40o. Se disponen paralelas entre sí aunque, en algu-
nos casos, se unen a sus contiguas. Guardan secciones en “U” y, en menor
medida, “media caña”, con sus vértices constituyendo ángulos rectos y
lomos pulidos en ocasiones, resultando bastante análogos. Los vanos entre
canales se sujetan a un tratamiento en varios conjuntos, apreciándose un
micro-piqueteado de su superficie.

Figura 5. Canales donde se intercalan cazoletas y canalillos.

Se estacionan entre dos niveles altitudinales (dos grupos, entre los 295
y 343 y los 370 y 405 metros de altitud).
Las medidas longitudinales que presentan oscilan entre los 2 metros y
pueden llegar a alcanzar los 14. En algunos casos los canales se conser-
van cubiertos por los áridos extraídos resultantes de la construcción de las
acogidas y depósitos, por lo que las mediciones reales no han sido compro-

389
badas efectivamente para evitar una intervención directa sobre el objeto o
elemento arqueológico. Exhiben trayectorias rectas o con claras tendencias
a curvaturas de direcciones, preferentemente hacia el suroeste.
Su ancho y profundidad resulta muy dispar aunque, por regla general, la
profundidad es más acusada en la parte central del trazado, al igual que su
ancho, pudiéndose documentar canales que se estrechan paulatinamente al
disminuir con la altura y la pendiente o, lo hacen, a partir de la parte central
inferior de su recorrido.
La basa pétrea fija elegida para esculpir los grabados se combina de
toba volcánica arenosa cuyo nivel de consolidación es bajo, con una signi-
ficativa fragilidad, salvo una excepción en la que existe una superficie lisa,
compacta y homogénea. En algún caso, previo al tallado de los canales, se
ha preparado la superficie del soporte o paño. Este arreglo que antecede no
resulta notorio a simple vista, aunque después de la detenida observación
se diferencia del entorno de la superficie, presentándose como un resalte
o un rebaje homogéneo de la capa superficial rocosa. En algunos casos, se
intercalan cazoletas y/o cazoletas con canalillos en los vértices y/o lados
de sus trayectorias o se coligan a las mismas.
Teniendo en cuenta la variedad de cazoletas existente y siguiendo un
modelo o patrón común que las agrupe, se han definido en: cazoletas en los
vértices y/o lados, siendo la variante simple y obtenida tras la práctica de
excavaciones en la toba volcánica con formato de plantas, por lo general,
rectangulares, cuadradas y circulares, a las que discurren de 1 a 3 unidades
de canalillos -siendo escasa la presencia de 4- hacia los vértices donde
desde el punto de vista cuantitativo resulta más pródiga la frecuencia hacia
los vértices y/o lados superiores. Predominan los canalillos que discurren
hacia el lado superior central y/o laterales que convergen y/o divergen en
distintas direcciones, describiendo trayectorias rectas, curvas, con formas
parabólicas, elípticas, etc.
Con relativa frecuencia, las distintas unidades muestran pequeñas pro-
longaciones en los extremos centrales de los lados inferiores, siendo sus
plantas más profundas en los extremos superiores, disminuyendo progresi-
vamente hacia los inferiores.
Una variante dentro de esta temática la presentan los trazos más com-
plejos y laberínticos de sus canalillos con una o varias cazoletas interco-
nectadas. En ocasiones se ha procedido a rebajar los bordes del panel y sus
huecos naturales se han intervenido artificialmente.
Un caso excepcional lo constituye un panel definido por sus largas di-
mensiones, donde se representan la mayor parte de tipos de tallados ru-

390
Figura 6. Cazoleta con canalillos en los vértices superiores y laterales de desarrollo divergente.

pestres que registra este yacimiento de Montaña Guatisea. Se trata de un


complejo conjunto de grabados formados por un canal de proyección rec-
tilínea emplazado en la parte superior y conectado a cazoletas a través de
una complicada red o trama de canalillos. Se comprueba igualmente las
cazoletas aisladas con o sin canalillos y huecos naturales intervenidos por
obra humana. Todo el conjunto se interrumpe por la ejecución de un corte
de tendencia perpendicular, que, a modo de vereda, ha afectado parcial-
mente a otras intervenciones rupestres.
Las cazoletas verticales perforadas, pareadas y escalonadas se mues-
tran como oquedades, generalmente de tendencias circulares y elipsoida-
les, perforadas en las paredes verticales de las geoformas de toba volcánica
resultantes, como consecuencia de la erosión producida por la escorrentía
superficial del agua de lluvia. Existen diferentes variedades de cazoletas
perforadas verticales, pudiéndose agrupar en hileras de cazoletas, hiladas
de cazoletas o cazoletas pareadas, en forma de escalones y cazoletas dis-
puestas de manera aleatoria sin que sepamos con certeza si ésta responde
a su correcta lectura.
Se estacionan en el límite oriental y occidental de las cotas más altas de
la ladera donde se concentran los demás grabados rupestres.

391
Figura 7. Cazoleta con prolongación en el extremo inferior-central.

Otros tipos de cazoletas son las designadas cúpulas, concebidas como


pequeñas cazoletas de formato circular de un diámetro medio aproximado
entre los 0.10 y 0.12 m, pudiéndose registrar de manera aislada o en con-
junto, alineadas o en disposición arbitraria. Esta tipología frecuentemente
se asocia a otros grabados incluidos en las tipologías descritas.
Hemos documentado un conjunto de caracteres de escritura líbico–be-
reber emplazados en las cotas medias entre las que confluyen las expre-
siones rupestres de esta montaña. Se trata de la primera vez que podemos
plantear la existencia de inscripciones rupestres de signos líbicos–bereber
que responden a un carácter monumental, que los singulariza de los forma-
tos de ejecución extensamente documentados en el archipiélago. Se trata
de una línea dispuesta en sentido vertical con tres signos y otro que se
representa apartado, a la izquierda de la línea escrituraria.
Hemos inventariado tres unidades figurativas cruciformes o geométri-
cas, de las que dos vinculamos con el periodo post-conquista de la isla y
uno a una época subactual. De ello se desprende que la ladera donde se
concentran las actuaciones grabatorias resulta objeto de utilización o reu-
tilización por las culturas asentadas con posterioridad, probablemente con
el propósito de cristianizar el lugar de manera simbólica o de contaminar

392
Figura 8. Cazoletas interconectadas por una compleja red de canalillos de desarrollo laberíntico.. Detalle
del panel.

el espacio con la carga del significado de esta figura en la cultura cristiana,


tal y como se ha constatado en otros yacimientos rupestres en las Islas
Canarias.
En el sentido perpendicular a la montaña y en el espacio en el que se
contabiliza una alta cantidad de trabajos rupestres se documenta una ve-
reda labrada en la toba volcánica en el Sector 2 del mismo núcleo, que
facilita el tránsito entre algunos de los grabados rupestres descritos.

393
Figura 9. Grafía líbica–bereber de tamaño significativo en relación a la norma de la envergadura con la que
habitualmente se representan.

Figura 10. Motivo cruciforme.

394
En Montaña Guatisea se concentran en su ladera sureste 73 paneles en
los que se han tallado uno o varios grabados, además de una vereda ex-
cavada en la toba volcánica que comunica varios motivos representados.
Predominan las cazoletas con canalillos en los vértices y/o lados, contabi-
lizadas en un total de 55 paneles, frente a los 31 soportes que documentan
cazoletas, 9 conjuntos de canales de tipo “A” con un total de 41 unidades,
contabilizándose solo dos de ellos apartados o en agrupaciones de 2 a 14
unidades, 4 paneles con canalillos independientes, 3 cruciformes y un con-
junto de caracteres líbicos-bereber de carácter monumental.
En los distintos paneles se representan diversas tipologías de grabados
rupestres, coexistiendo, frecuentemente, combinaciones de cazoletas con
canalillos en los vértices y/o lados con grupos de cazoletas o cúpulas y/o
cazoletas aisladas, canales donde se intercalan cazoletas y/o cazoletas con
canalillos, grupos de canales aislados, etc.
La concentración de intervenciones más alta se localiza en el Sector 2
del Núcleo 2, con un total de 45 paneles, donde se advierte una preparación
previa de un área de la superficie del soporte de este sector de la ladera,
evidenciada porque esta franja de acogida presenta una disparidad cro-
mática más anaranjada frente al resto del paño lítico. A excepción de esta
concentración, la situación geográfica de los grabados figurados no parece
obedecer a un criterio preestablecido, dado que el soporte donde se perso-
nifica resulta igual de uniforme a lo largo de toda la ladera, compuesto de
toba volcánica de granulometría, por lo general, arenosa y poco compacta.
La técnica empleada para su reproducción es, frecuentemente, el pique-
teado continuo, consistente en el golpeo de la superficie de la roca con un
percutor dejando un surco de sección en “U”. En casos concretos, algunas
tallas evidencian puntos de impacto de manera discontinua por lo que cabe
referir la técnica de este procedimiento técnico. La ejecución de los cana-
les resulta pareja al empleo de la técnica de la abrasión consistente en el
desgaste de la superficie rocosa por fricción. No obstante, cabe el empleo
de otras técnicas que por el soporte de toba volcánica en el que se repre-
sentan dificulta su apreciación sin el uso de instrumentos más específicos
que la observación directa desde diversos ángulos.
El contexto arqueológico asociado y relacionado con esta tipología de
intervenciones rupestres presentes en Montaña Guatisea, se registra igual-
mente en las montañas colindantes por ambos lados, Montaña Blanca al
sur y Montaña Mina al norte.
En las cotas más altas de Montaña Guatisea se asientan estructuras tipo-
lógicamente tumulares, existiendo en sus proximidades algunos grabados
formados por cazoletas con canalillos en los vértices y/o lados.

395
Esta convivencia espacial entre manifestaciones rupestres y estructuras tu-
mulares -que no han sido corroboradas por el trabajo arqueológico directo- la
constatamos igualmente en la isla de Fuerteventura. Los yacimientos rupestres
de Barranco del Cabadero, Montaña Blanca de Arriba, Montaña del Sombre-
ro, Cuchillete de Buenavista, etc. todos ellos con registro de temática rupestre
alfabetiforme líbico–bereber y líbico–canario albergan en sus proximidades
y en el mismo ambiente estructuras tumulares aunque con diferente abordaje
técnico que las que localizamos en Montaña Guatisea.
Las prospecciones arqueológicas desarrolladas no han permitido el re-
gistro de material lítico residual correspondiente a núcleos que se pueden
relacionar fácilmente con los instrumentos empleados para la ejecución
del trabajo rupestre, al contrario que en otras laderas y especialmente en el
borde del cráter de la Caldera de Guardilama, donde disponemos de cantos
rodados de diversos tamaños con huellas de uso. Algunos de estos ejem-
plares destacan por su significativo tamaño.
Siguiendo el patrón de situación de las manifestaciones rupestres em-
plazadas en otras laderas de montaña y márgenes de barrancos caracteriza-
dos por las tipologías de expresiones que mencionamos en este trabajo, no
existen otros yacimientos próximos a este enclave rupestre. El asentamien-
to más cercano es el denominado Guatisea la Vieja, también llamado Gua-
tiseya5 localizado al noroeste de la montaña del mismo nombre y sepultado
por las arenas y coladas arrojadas por las erupciones volcánicas históricas
de Timanfaya. Las consecuencias de esta catástrofe natural deben estar
distorsionando una correcta percepción y entendimiento del espacio, toda
vez que nos encontramos con un paisaje mutilado al permanecer una bue-
na parte del área que circunda la Montaña Guatisea y la propia elevación
cubiertas por cenizas eruptivas. Del mismo modo que el paso del huracán
tropical Delta en 2005 dejó al descubierto el yacimiento arqueológico de
Montaña Cardona, con registro de caracteres líbicos–canario, las extrac-
ciones de arena volcánica para su uso en las construcciones hoteleras o
turísticas que se han sucedido en décadas pasadas han sacado a la super-
ficie algunos yacimientos rupestres que permanecían sepultados y de los
que nos ocupamos en estas mismas Jornadas. En ese proceso de destape se
han destrozado, desapareciendo para siempre otras tantas manifestaciones
que sin previo registro documental no hemos podido ni guardarlas en la
memoria.
5
De Léon Hernández, J., Lanzarote bajo el volcán. Los pueblos y el patrimonio edifi-
cado sepultados por las erupciones del s. XVIII. Lanzarote, Servicio de Publicaciones
del Cabildo de Lanzarote. Casa de los Volcanes, 2008.

396
Con independencia de las propuestas que podamos elaborar con pos-
terioridad a la estructuración del conocimiento que hemos recogido de la
Montaña Guatisea, destacamos el carácter representacional que alcanzan
algunas de las manifestaciones que se plasman en esta montaña. En con-
junto y separados en paneles, es decir, de una u otra forma, dada las dimen-
siones que alcanzan las intervenciones rupestres podemos proponer igual-
mente de que se persigue una intención visual con este tipo de imágenes,
con independencia del significado de cada motivo y de su conjunto. Este
código visual se fundamenta en la elección de las formas y en la repetición
de las mismas de la que deriva el estilo instituido y seguido por la pobla-
ción que elaboró estos registros rupestres. La población indígena siguió un
patrón de formas representacionales en las que interviene de igual modo
la inversión de tiempo y trabajo que requieren la manufactura de estos
modelos. Frente a otras técnicas que pudieron emplear, optaron por el pi-
queteado continuo y la abrasión para el caso de las representaciones de los
canales, requiriendo para ello experiencia y destreza, que bien pudieron
sustituir por otras formas y técnicas con mayor rendimiento físico y tem-
poral. Como este yacimiento alcanza paralelismos técnicos y formales con
otros muchos yacimientos rupestres de esta isla es posible que nos encon-

Figura 11. Material lítico en superficie.

397
tremos ante un lenguaje común, un código que se plasma en montañas y
barrancos. Dada las similitudes ya citadas desde el punto de vista formal y
técnico podemos hablar de una igual correspondencia de contenidos. Ello
debe ser deducible de todo el estudio en conjunto de las manifestaciones
rupestres en ambos ámbitos físicos porque además contamos con el hecho
–nada despreciable– que disponemos de los elementos rupestres origina-
les, esos que fueron elaborados o puestos ahí y en esa posición, tal y como
los podemos observar hoy. En algunos casos esto sucede porque las erup-
ciones volcánicas los han protegido.
Todas estas expresiones rupestres de Guatisea pudieron responder a una
sola, es decir a una unidad, a un solo hecho arqueológico. De cualquier
forma sea en conjunto o individualizando sus paneles, estamos ante un
yacimiento rupestre, que conforma un hecho arqueológico que a través
de sus formas expresa un contenido del imaginario de la cultura aborigen.
Las manifestaciones rupestres de esta montaña resultan un indicador o un
elemento con el que la población maxie plasmó sus ideas y los procesos
sociales en los que se hallan inmersos en la época de elaboración. De ellos
deben quedar impresiones en este espacio estructurado por las condiciones
implícitas que conllevan estos procesos, especialmente en los yacimientos
en los que podemos hablar de la existencia de un estilo, adoptado volunta-
ria o impuesto a las personas que grabaron en la montañas y en otros 50 si-
tios más de la isla siguiendo un patrón similar. Las laderas de las montañas
y las márgenes de los barrancos son los escenarios elegidos en los que in-
terviene embutido en el mismo sujeto y objeto los procesos sociales que se
experimentan en aquel entonces. En cualquier caso, dadas las dimensiones
de los trabajos rupestres y la plasticidad que se alcanza, podemos pensar
si todas estas intervenciones rupestres no fueron concebidas al servicio del
ver, del mirar, de hacer muy visible su obra, dada la expresión privilegiada
que alcanzan, por ejemplo los canales y almogarenes y la realidad con que
se plasma su exponente visual.
Existe la necesidad de preservar los valores patrimoniales presentes en
Montaña Guatisea, los arqueológicos y los etnográficos con los depósitos o
maretas y el sistema de recogida del agua de lluvia. Dado el índice de pro-
tección que, por ministerio de la Ley de Patrimonio le confiere a la monta-
ña, es obligatorio delimitarla y dotarla de unas acotaciones de protección
destinadas a posibilitar su entendimiento. Para armar este expediente se
precisa desarrollar un trabajo que plasme, en este caso, el contenido rupes-
tre exteriorizado en la montaña, concadenando todos los elementos que se
estiman que han contribuido a elegir este sitio frente a otro para estructurar
ese paisaje por parte de la sociedad maxie, quien opta para ello establecer

398
como columna vertebral las intervenciones rupestres y en este caso la ver-
ticalidad de la montaña.

Agradecemos a Dina Garzón Pacheco su colaboración en este proyecto


en la realización de croquis y dibujos. Además de valorar, reconocemos la
dedicación y el disfrute de Julián Rodríguez Rodríguez por trabajar juntos
en las tareas de campo para localizar los bienes arqueológicos y los senti-
mentales de la misma; a Marcial Medina Medina, quien se ha ganado un
topónimo en las laderas de Guatisea a la que sube y baja repetidamente y a
Jose Farray Barreto por su insistencia en retratar la mejor cara de Guatisea
en lugar de plasmar el atractivo perfil de Sharon Stone, que también lo
consigue.

Fuentes y bibliografía

Archivo Histórico Municipal de San Bartolomé. Libro


de Actas Ayuntamiento de San Bartolomé. Año 1924-1936.
Archivo Histórico Municipal de San Bartolomé. Libro
de Actas Ayuntamiento de San Bartolomé. Año 1936-1951.
Archivo Histórico Municipal de San Bartolomé. Libro
de Actas Ayuntamiento de San Bartolomé. Año 1953-57.
Archivo Histórico Municipal de San Bartolomé. Minutas
del libro de Actas de la Comisión Municipal Permanente. Año 1925-26.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J.: Lanzarote bajo el volcán. Los pueblos y el
patrimonio edificado sepultados por las erupciones del s. XVIII. Ed.
Servicio de Publicaciones del Cabildo de Lanzarote. Casa de los Vol-
canes, 2008.
FALERO LEMES, M. A. y otros: Patrimonio Cultural de San Bartolomé.
Tras las huellas de Ajey. Ed. Excmo. Ayuntamiento de San Bartolomé,
2005.
Jiménez Sánchez, S.: Viaje Histórico-Anecdótico por las Islas de
Lanzarote y Fuerteventura. Ed. Canarias S.A., 1937, p. 83.
Meco Cabrera, J.: Paleoclimatología de Lanzarote y La Graciosa
(yacimientos paleontológicos). Ed. Servicio de Patrimonio Histórico
del Cabildo de Lanzarote, 2002, pp. 42-43.

399
Perera Betancort, M. A. y otros: “Yacimientos rupestres de los ma-
jos en montañas y barrancos de Lanzarote. Nuevo lenguaje arqueoló-
gico moldeado en el territorio”. Revista de Prehistoria y Arqueología.
Tabona, La Laguna, 2004, pp. 215-247.
Perera Betancort, M. A. y otros: “Otro lenguaje arqueológico de
las montañas y barrancos de Lanzarote. Nueva visión para adaptarla
a su correcta lectura e interpretación”. VII Congreso Internacional de
Rehabilitación del Patrimonio Arquitectónico y Edificación, Ed. Centro
Internacional para la Conservación del Patrimonio. CICOP, Lanzarote,
Yaiza, 2004, pp. 175-178.
ROMERO, C.: El relieve de Lanzarote. Arrecife. Ed. Cabildo de Lanzaro-
te, 2003.

400
EL YACIMIENTO RUPESTRE BARRANCO DEL CABADERO,
FUERTEVENTURA.
CONTENIDO Y APORTACIONES A LAS INSCRIPCIONES
ALFABETIFORMES DE CANARIAS

María Antonia Perera Betancort


Arqueóloga, Servicio de Patrimonio Histórico, Cabildo de Lanzarote

Jorge Pais Pais


Arqueólogo, Inspector de Patrimonio. Cabildo de La Palma

María de las Nieves de León Machín


Escuela de Arte y Diseño Superior Pancho Lasso. Arrecife. Lanzarote

401
Resumen: se estudian las características naturales y los grabados rupestres
del único barranco documentado en Fuerteventura con inscripciones mayoritaria-
mente líbico-canarias. Consta de 6 sectores en los que se ordenan 67 paneles, con
68 líneas de escritura líbico-canaria y 3 líbico-bereber. Preferentemente se han
elaborado con técnica piqueteado continuo e incisa y en menor medida rayado o
bruñido.
Palabras clave: barranco; inscripciones líbico-canario; inscripciones líbi-
co-bereber; población aborigen de Fuerteventura.

Abstract: we study the natural features and the rock sites of the only recorded
gully in Fuerteventura composed mainly of libyco-canarian inscriptions. It in-
cludes 6 sections, where 67 rock sites can be found, with 68 libyco-canary and 3
libyco-bereber inscriptions. They have mainly been made by engraving and to a
lesser extent scratching and polishing.
Key words: gully; libyco-canarian inscriptions; libyco-bereber inscriptions;
indigenous maxies of Fuerteventura.

402
Dedicamos este trabajo al Pie,
al que no encontramos pero imaginamos en Cabadero
y a los que se ausentaron de Tindaya
porque en la mente de alguien existe el vacío.

El Barranco del Cabadero, emplazado en la franja noreste de La Oliva,


constituye uno de los yacimientos rupestres más sugerentes de Canarias. Nos
apoyamos para ello en sus peculiaridades físicas naturales, de las que subra-
yamos su largo recorrido a través de una planicie árida, la conformación de
bloques basálticos de significativo desarrollo que se asientan en ciertos tramos
de las paredes y suelo de la depresión, la formación de desniveles de cotas en
los que se forman eres o chupaderos que posibilitan la presencia de agua de
lluvia en épocas de sequía1 y una peculiar coloración que adquiere el basalto
muy pulido con signos de desgaste erosivo que se refleja en su topónimo de
Barranco Azul2. De otro modo, la relevancia viene adquirida por la cantidad
de operaciones rupestres que alberga y las peculiaridades que éstas aportan
en tanto se muestran exclusivas para el ámbito de Fuerteventura y Lanzarote
desde el punto de vista técnico y en general para el archipiélago canario, si nos
remitimos a la temática alfabética.
Se trata del único lugar que conocemos de la isla que documenta líneas
de escritura líbico–canarias elaboradas con la técnica del piqueteado en su-
perficies pétreas en las que antes de grabarse estos códigos escriturarios se
han perfilado otros caracteres del mismo alfabeto pero con técnica incisa.
Resulta que es la primera vez que hemos confirmado una superposición,
documentándose con relativa frecuencia la yuxtaposición de signos.
Los grabados divulgados por Sabino Berthelot, localizados por el per-
sonal obrero que trabaja para Luis Benítez de Lugo, dispuestos en bloques
basálticos con una línea en posición vertical y otra en horizontal, perte-
necen a nuestro entender, a la grafía perteneciente a la escritura líbico–
1
Ya que se trata de un dispositivo natural que permite la recogida automática del agua
de lluvia cuando cae, el almacenamiento para su conservación y posterior uso.
2
Denominación que adquiere un tramo del barranco caracterizado por la formación
poliédrica de sus basaltos y una coloración metálica azulada, característica de escasos
barrancos de la isla.

403
canaria, bien documentada en esta isla y en Lanzarote. En concreto, los
caracteres de estos soportes, que constituyen a la vez el inicio de la investi-
gación rupestre en la isla, nos remiten a los paneles 17 y 19 del S2 de este
yacimiento Barranco del Cabadero3.
El citado hallazgo de grabados en soporte móvil en el Barranco de la
Torre, pudo producirse en el yacimiento de los Llanos del Morrito4, donde
en 1984, durante los trabajos arqueológicos5, localizamos en una piedra
que conformaba una de las estructuras habitacionales un motivo grabado
que en primera instancia y en anteriores publicaciones hemos clasificado
como antropomorfo, siendo el único de este tipo figurativo que conoce-
mos6 en esta isla. Esta tipología figurativa del asentamiento del Llano del
Morrito, se había realizado con técnica de piqueteado continuo, cuya for-
ma, atendiendo a la fotografía y al calco que cotejamos en aquel entonces,
nos recuerda a las representaciones alfabetiformes que de manera un tanto
laberíntica se refugia en diversos paneles de Barranco del Cabadero7.
Los signos escriturarios publicados por Sabino Berthelot se trabajan
con una técnica igual o similar al piqueteado continuo, y pudieron pertene-
cer a un fragmento de inscripción, grabada en un bloque exento, despren-
dido y/o fraccionado que formara parte de alguna edificación.
En general, el Barranco del Cabadero no cuenta con otros paralelos
similares en Fuerteventura y Lanzarote, configurándose como el único cu-
yos caracteres alfabetiformes se han esculpido por la técnica de percusión.
Del mismo modo en la isla concurren otros sitios rupestres que igual-
mente resultan exclusivos, como Montaña de Tindaya. Con respecto al
emplazamiento de estos motivos figurativos podomorfos, los localizamos
vertebrados en medio de un asentamiento, con una constreñida corres-
pondencia espacial con los módulos arquitectónicos habitacionales que lo
conforman, tal y como se verifica en Tisajoyre. O bien más apartados de
núcleos habitacionales y representándose como única temática como se
constata en Pico de la Muda, o Las Peñitas; asociados a trazos geométricos
3
Como igualmente reflejamos en el trabajo sobre el yacimiento rupestre de Jacomar
publicado en estas mismas Actas.
4
Tal y como recogemos en el citado trabajo paralelo que se publica en esta misma
edición.
5
Avance de la Carta Arqueológica de Fuerteventura.
6
Si exceptuamos una figura incisa que nos recuerda a las documentadas recientemente
en la isla de La Gomera del yacimiento Pie de Agua Paloma, Betancuria, Fuerteven-
tura.
7
S2P12, S2P15, S2P21 y especialmente el S6P5.

404
rectilíneos y reticulados como Castillejo Alto, en Jandía. Esa exclusividad
temática de Fuerteventura en el ámbito rupestre se transfiere igualmente
a la existencia de una sola unidad de módulos constructivos arquitectó-
nicos: el Corral de la Asamblea o la estructura soliforme de significativas
dimensiones en Tejate nos sirven de ejemplo para apreciar que la realidad
se encadena a la vez entre escenarios homogéneos y los que se expresan o
exponen con características que resultan únicas.
El 1982 un equipo de personas8 localiza determinados paneles de este
barranco9, coincidiendo en tiempo con otros reconocimientos rupestres en
Lanzarote, ya que unos meses más tarde, dábamos a conocer el enclave
Barranco Piletas10. Ambos lugares que constituyen las primeras localiza-
ciones alfabéticas líbico–canarias primigenias alojan fundamentos alfabe-
tiformes del tipo denominado líbico–canario. Así, en 1984 comenzamos
a amplificar el trabajo de campo de manera sistemática11, que igualmente
motiva otros ensayos puntuales en yacimientos rupestres que despiertan
nuestro interés con la finalidad de estructurar el trabajo rupestre que acoge.
Esta necesidad de elevar la mirada se excede al límite Isla -Fuerteventura
y Lanzarote-, siendo este trabajo producto de ello12.
Ordenamos13 el registro de intervenciones rupestres de este barranco
para facilitar una posible -que no probable- interpretación del mismo. Para
esta labor ha sido necesario ampliar el trabajo desarrollado durante el día a
horarios nocturnos, ya que es en esas condiciones de escasa o nula lumino-
sidad14 cuando el enclave muestra la existencia de un código visual que de
día languidece. Es en estas circunstancias cuando lo oculto a nuestra mira-
da se expone. Aún conociendo cada una de las unidades pétreas, el registro
grabado se transforma invisible por la meteorización de la superficie del
8
José de León Hernández, Pedro Hernández Camacho y Miguel Ángel Robayna Fer-
nández.
9
Paneles 5, 8, 11, 13 y 14 del Sector 2.
10
También conocido en la literatura arqueológica como Guenia.
11
Para la elaboración del Mapa Arqueológico de Fuerteventura y el islote de Lobos,
que finalizamos en 1996, aunque en un principio este encargo se denominó Carta
Arqueológica.
12
Actualmente trabajamos conjuntamente la isla de La Palma, mientras retomamos los
estudios en el Norte de África.
13
En este trabajo ha participado, formando parte del equipo de trabajo, Renata Sprin-
ger Bunk. En él hemos profundizado en el estudio de los caracteres líbico – bereber,
que no es objeto de esta ponencia.
14
Provistas de linternas fluorescentes para aplicar su luz en posición rasante.

405
soporte y especialmente porque la técnica empleada de la percusión conti-
nua se mimetiza muy bien en el plano elegido. El surco ancho y poco pro-
fundo, si bien adquiere una coloración diferente incluso cuando su super-
ficie permanece desprovista de líquenes, alcanza escasa protuberancia ya
sea por no resaltar sobre la superficie de la piedra o por embutirse en ella.
Ello explica el que sólo después de repetidas visitas de trabajo de campo
advertimos esta presencia grabatoria, oculta a nuestra mirada durante años
después de haber revelado por primera vez el enclave. En cualquier caso,
de existir un código visual o una norma de comportamiento variaría con
las condiciones de luz, no siendo posible percatarse ni distinguir las inter-
venciones artificiales en la piedra con luz artificial, pero sí reparar en ellas
en determinados paneles con la puesta de sol. Especialmente esto sucede
con el Panel 5 del Sector 6 al reconocerse fácilmente dada su posición y
algunas otras superficies de este citado Sector, donde sólo la incidencia del
sol de la tarde dispersándose por el plano del panel revela las insculturas
que se han ejecutado en ellas. En este ejemplo que citamos del Panel 5 del
Sector 6 se entremezcla un conjunto de líneas alfabéticas líbico–canarias
piqueteadas con trazos alfabéticos incisos, resultando un panel complejo
dado que convergen variedad de signos organizados en fila que se acercan
a otros caracteres apartados u ordenados en hileras de diferente trayectoria.
El S2 indica la existencia de unos condicionantes estéticos fundamen-
tados en la elección de los paneles preferidos, cuyas formas se repiten y se
desechan otros soportes con diferente tipología, alejada de la establecida,
configurada en una tendencia a un formato cuadrangular y rectangular de
dimensiones medias de superficie de 0,66 metros, siendo la extensión me-
dia del largo del panel 0,72 metros por 0,88 metros de altura15.
De igual manera, podemos hablar de un estilo gráfico exclusivo por ahora
de este barranco pero que nos recuerda a los motivos alfabetiformes que fue-
ron dados a conocer por Sabin Berthelot y que ya hemos mencionado.
Existe uniformidad en los signos alfabéticos, un mismo tipo de repre-
sentación gráfica, de estilo representativo, tanto si se trata de perfiles pique-
teados o incisos. Se concierta la manera de representar, de una convención
en la forma de los caracteres. Los trazos realizados por percusión resultan
inconfundibles y su tipología no es transportable a otros yacimientos de los
que conocemos en esta isla y en Lanzarote. En principio resulta una traza
15
(0.77 por 113; 0.70 por 110; 0.54 por 0.44; 0.73 por 0.52; 0.60 por 0.23; 0.45 por
0.87; 0.67 por 0.90; 0.68 por 0.14; 0.37 por 0.20; 0.65 por 1.13; 0.70 por 0.40; 0.90
por 1.40; 0.96 por 0.37; 0.56 por 1.51; 0.77 por 1.00; 0.78 por 0.63; 0.74 por 2.05;
0.85 por 1.93 y 1.24 por 0.85).

406
representacional, que podemos considerar más laboriosa, necesitándose
una inversión de tiempo mayor frente al que presumiblemente requiere
el trazado lineal para manufacturar ambos procedimientos con artefactos
líticos. Realzamos la consumación y composición de los paneles 17 y 19
del Sector 2 donde en ambos se han dispuesto líneas de letras de desarrollo
vertical con sentido de los signos igualmente en vertical. Se trata asimismo
de dos soportes de desarrollo perpendicular16, con superficie cristalizada
que destaca a la par por su bruñido natural con acabado liso y perfección
técnica con la que se han compuesto los ocho, y seis caracteres en for-
mación lineal, disponiéndose en el segundo panel -número 19- un signo
aislado en la parte superior derecha del plano.
El estilo representacional –especialmente documentado en los sectores
2, 5 y 6– se fundamenta más por la plasmación de estos signos en la su-
perficie del soporte que por la técnica empleada y la forma que adquieren
los caracteres en base a esta manufactura. En efecto, la opción de una de-
terminada composición microespacial se refleja más compleja ya que la
misma manera de ejecutar cada una de las letras le corresponde abordajes
espaciales diferentes. La superficie del panel no se interviene de igual ma-
nera, resultando una amplia variedad de formas de ocupación espacial. No
obstante, se advierten paneles que a modo de parejas resultan similares.
Con relación a la traza de ejecución de las formas alfabéticas realizadas
con la técnica del piqueteado sobre el que se ha bruñido la superficie in-
tervenida, señalamos el tiempo que se demanda invertir para transformar
la superficie del soporte y completar el proceso grabatorio, así como la
calidad del acabado, si fuera el caso, como lo es, de existir otros procedi-
mientos tecnológicos más económicos para confeccionarlos –la incisión–
reduciendo el tiempo que se precisa para ello de modo considerable17. No
parece que el factor tiempo resulte una variable determinante para la cultu-
ra autora de las expresiones rupestres del Cabadero. En determinados pa-
neles concurren superposiciones de signos alfabéticos realizados con téc-
nicas diferentes, que en todos los casos que hemos podido documentar la
práctica del piqueteado continuo se coloca sobre el trazo inciso alfabético.
Igualmente señalamos la yuxtaposición de ambos procedimientos técnicos
para grabar los caracteres de estos dos mismos alfabetos.
Puede existir la posibilidad de que se constate una analogía o similitud
16
0.75 por 2.05 metros y 0.74 por 2.05 metros.
17
Esta apreciación la ponemos en reserva toda vez que no hemos experimentado la
elaboración de los signos en soportes de iguales características ni con los mismos
objetos percutores o para practicar incisiones.

407
formal en la ordenación del yacimiento, hecho que de ser así por ahora se
nos escapa.
El catálogo rupestre que hemos elaborado, resultante de su inventario,
se ha estructurado en seis sectores, de los que cinco se emplazan en zonas
de eres o chupaderos18. En el curso del barranco se conservan tres cambios
significativos de niveles altimétricos, que a su vez integran los sectores 1,
2, 3, 5 y 6. El Sector 4 lo compone un solo panel con una línea escrituraria
líbico–canaria situada en la margen derecha del curso medio del barranco
y en una pared rocosa cuyos soportes muestran planos con multitud de
vacuolas y asperezas que contrastan con la cristalización de los minerales
en los soportes que componen los otros sectores en los que se organiza el
contenido rupestre del barranco.
Las líneas escriturarias labradas practicando un piqueteado continuo se
representan en disposición horizontal siguiendo su sentido de escritura,
inclinadas de izquierda a derecha y en estado postural vertical con avance
de ejecución de escritura en horizontal. No hemos observado ninguna cuyo
inicio superior tienda a la inclinación con arranque de derecha a izquier-
da, aunque existe la representación de los caracteres invertidos, para los
que la persona o personas que graban se sitúan o reproducen los signos
en posición de sentada o acostada y poniendo en un plano situado en una
cota inferior, como si en algunos casos escribieran en posición decúbito
prono. Es posible también que el signo se reproduzca de memoria sin que
sea correcta su lectura o escritura, dada su colocación invertida o volteada.
Igual característica documentamos en algunas superficies con formas alfa-
betiformes de otros yacimientos, especialmente en Morro Pinacho donde
se halla con cierta frecuencia la representación de la grafía girada, con una
ejecución siempre incisa.
Ignoramos por qué la hilera de signos alfabéticos de colocación hori-
zontal se adaptan verticalmente aunque conserve el sentido de escritura in-
distintamente en horizontal. Solo en un caso de Lanzarote19 hemos adver-
tido la representación de una fila de signos con desarrollo vertical donde la
grafía se ha realizado igualmente en el mismo sentido vertical de escritura.
No parece que exista en el Barranco del Cabadero una estructuración
simétrica o posición rítmica con relación a ambas opciones, aunque en al-
gunos sectores concurre una cierta especialización o frecuencia. En efecto,

18
Término con el que se conoce en la isla a la acumulación de agua de lluvia cubierta
por el sustrato arenoso del barranco.
19
Barranco de el Mojón.

408
en el Sector 1 participan nueve paneles de los que cuatro20 incluyen grafía
con seis líneas de caracteres líbico–canarios que se han personalizado en
su totalidad en disposición horizontal. En tres de los cuatro paneles en los
que se han grabado formas alfabéticas se acompañan de trazos geométri-
cos rectilíneos y en el cuarto panel contiene una fila líbico–canaria de de-
talle piqueteado, así como otra incisa. Sobre el primer caso citado, la serie
escrituraria piqueteada, del mismo modo se ha consumado con, o junto a,
trazos geométricos rectilíneos incisos; en el S2 instalado al otro lado del
barranco, en su margen derecha se ha intervenido en veintiún paneles, de
los que en 1221 se representan series líbico–canarias como temática única
disponiéndose las tiradas en sentido horizontal, oblicuo22 y en vertical. En
este mismo sector, en cinco paneles23 la forma líbico–canaria se entalla
junto a trazos geométricos rectilíneos que en su totalidad se manufacturan
con incisión. Dos soportes24 presentan motivos geométricos rectilíneos en
exclusiva, con manufactura incisa. También se contabilizan dos paneles de
dudosa adscripción temática25 toda vez que la sucesión de trazos o signos
bien pudieran pertenecer a uno u otro alfabeto.
El Sector 3 lo constituyen diecisiete paneles, de los que nueve26 poseen
trazas líbico–canarias como temática exclusiva. El sentido de las forma-
ciones lineales resulta variado, mostrándose las tres posibilidades ya re-
señadas para los sectores anteriores y respondiendo a diferentes grados
de inclinación en aquellos casos en los que la práctica resulta oblicua. En
este sector sólo en una ocasión se ha representado un perfil de escritu-
ra líbico–canaria27 asociado a rasgos geométricos rectilíneos. A su vez se
documentan cuatro paneles28 de contenido geométrico rectilíneo aislados
producidos por práctica incisa. En un soporte29 se reproducen caracteres
líbico–bereber, y acompañados de líneas geométricas rectilíneas en otra de
las superficies30. Planteamos dudas con respecto al Panel 9, pues la ausen-
20
S1P2, P7, P8 y P9.
21
S2P1, P8, P9, P10, P13, P14, P15, P17, P18, P19, P20 y P21.
22
De izquierda arriba hacia la derecha emplazada en la parte inferior.
23
S2P5, P6, P7, P11 y P12.
24
S2P4 y P16.
25
S2P2 y P3.
26
S3P1, P2, P4, P5, P11, P12, P13, P14 y P16.
27
S3P3.
28
S3P6, P7, P8 y P17.
29
S3P10.
30
S3P15.

409
cia de claridad de su intervención no permite saber si nos encontramos ante
una hilera de formas líbico–canarias, o reproducen inspiraciones geométri-
cas rectilíneas. El Sector 4 alberga un panel en el que se graba una serie de
signos líbico–canarios en posición horizontal con técnica incisa.
Los dos sectores restantes se emplazan uno frente al otro, acoplándose a
ambos lados del barranco. El Sector 5 posicionado en la margen izquierda
contiene once paneles en los que en su mayoría –en siete– se tallan signos
líbico–canarios31 y en dos ocasiones estas representaciones se asocian en
el mismo soporte a inspiraciones geométricas rectilíneas32. En el P5 y jun-
to con trazos geométricos rectilíneos que pudieran corresponder a formas
líbico–canarias igualmente contienen caracteres de ambos abecedarios. Fi-
nalmente en un solo panel se graban rasgos geométricos rectilíneos.
Frente a este sector, y en el área más próxima a la desembocadura del
barranco, se embute el S6 surtido de ocho paneles de los que cuatro33 do-
cumentan únicamente caracteres líbico–canarios, en un caso figuran inme-
diatos a inspiraciones rectilíneas34; y a su vez un soporte advierte represen-
taciones geométricas rectilíneas35.
En esta parte del barranco existe un panel36 en el cual hemos identifica-
do una figura que en otras ocasiones hemos propuesto como podomorfa.
En la actualidad albergamos dudas acerca de esta tipología y clasificación.
Se trata de una superficie situada muy próxima al actual fondo del barranco
en el que con técnica del piqueteado continuo y posterior bruñido se ha
grabado una forma en “U” que alguna vez hemos relacionado con la citada
imagen podomorfa, respondiendo a la representación del Pie de la Virgen
al que se refieren las personas que viven en el área. Recientemente hemos
podido advertir otros trazos en la misma superficie, sin embargo el surco
que se ha conservado no permite continuar o reproducir su total esquema
o gráfico. Si bien pudiera representar la silueta de un pie, lo planteamos
con todas las reservas posibles en el intento de evitar proyectar imágenes
a las intervenciones rupestres y teniendo en cuenta que cuando la cultura
aborigen ha querido o tenido que representar esta parte anatómica, logra en
su plasmación altos niveles de realismo. No por ello olvidamos la diferente
31
S5P1, P2, P6, P7, P9, P10 y P11.
32
S5P3 y P8.
33
S6P3, P4, P5 y P8.
34
S6P6.
35
S6P2.
36
S6P7.

410
funcionalidad que puede alcanzar la abstracción de una figura real, espe-
cialmente cuando ésta persigue alejarse de la realidad pudiendo igualmen-
te cumplimentar esa finalidad de representatividad si fuera tal el sentido.
Todos los sectores de este yacimiento se relacionan espacialmente con
los lugares donde el curso del barranco forma eres o chupaderos, excep-
tuando el Sector 4, que se encuentra constituido por un solo panel. Tal
es así que el S1 y S2 se encajan en el chupadero más pronunciado del
barranco, que acoge un mayor volumen de agua conservándola durante
más tiempo. Se trata de los sectores que contienen el registro más alto de
expresiones rupestres, sumando treinta y un paneles de los sesenta y siete
que encuadran este barranco. El S3 se asienta en un pequeño eres con un
aspecto físico muy cambiante durante las estaciones o épocas de lluvia,
acogiendo 17 paneles. Es a su vez en el que –exceptuando el S4 con un
solo panel– las intervenciones se confinan en una sola margen del barran-
co, la derecha. El S5 y S6 confluyen en un mismo punto de la depresión, a
ambos lados y en un área en la que asimismo se forma un eres de signifi-
cativo tamaño, aunque, tal y como ya hemos recogido, más pequeño que el
S1 y S2. Da cabida a veinte soportes líticos intervenidos.
Con respecto a la técnica, reflexionamos sobre la inversión de tiempo
y trabajo que resultan necesarios para realizar la grafía alfabetiforme, por
ahora exclusiva para los caracteres líbico–canarios, del piqueteado conti-
nuo frente a la incisión, tal y como hemos referido anteriormente, al ser
ésta última la que requiere menos tiempo para fabricar cada una de las
letras que se reproducen. El Barranco del Cabadero es por ahora el único
yacimiento rupestre en el que se constata esta técnica de factura para la
escritura. Las líneas de los signos representados se han anotado con una
proyección horizontal, vertical e inclinada, con variación en los grados de
su declive. Siendo así nos preguntamos si es importante la fabricación del
significado o si ésta prima sobre la significación misma, es decir, sobre su
efecto.
Las representaciones rupestres poseen un claro exponente visual. En el
caso de las inscripciones y, dada la posibilidad que pudiera haber tenido
la población aborigen de optar por el uso de uno u otro alfabeto, las repre-
sentaciones de estas formas gráficas nos pueden indicar o informar de los
diferentes empleos que pueden tener unas sobre las otras. Sin embargo,
entendemos que existe otro lenguaje que se deriva sólo de su presencia,
del carácter espacial que sostiene, implícito a la existencia del motivo. Por
ello, si estructuramos desde el punto de vista del espacio todas las mani-
festaciones rupestres de Barranco del Cabadero para conocer sus aspectos

411
formales: emplazamiento, disposición, forma, orientación, inclinación, ca-
racterísticas naturales del soporte, preparación previa o el objeto que se re-
presenta, teorizamos que el espacio se encuentra estructurado por la pala-
bra escrita pero también por el objeto que es empleado como soporte para
su representación. Es viable que tenga peso la decisión de elegir un panel
frente al resto o discriminar uno con respecto a otros, del mismo modo que
el empleo de determinados caracteres posea relevancia por sí mismo con
independencia de su significado intrínseco. Puede que sólo la presencia de
manifestaciones rupestres estructure el espacio, donde el código visual o
representacional de Barranco del Cabadero responda a un patrón exclusivo
de él donde todos estos elementos tengan su peso argumental y de signifi-
cado. El acto mismo de grabar revela una intención y posee una finalidad,
aunque no sabemos si es la misma que se deriva de la presencia de graba-
dos en otros sitios rupestres.
Con la estructuración de toda la presencia rupestre del barranco, así
como de las condiciones físicas naturales que intervienen con él, persegui-
mos visibilizar lo que en primera instancia se mantiene no visible -que no
oculto- ya que el proceso de plasmación de manifestaciones rupestres en
un medio se encuentra condicionado por las características de éste.
Podemos entender igualmente que en las representaciones rupestres del
barranco concurra la finalidad de su ejecución para un propósito o inten-
ción contemplativa, que el resultado de las intervenciones sea la mirada,
o bien responda a una ideología concreta que por ahora se nos escapa y
que no sólo queda reflejada en la iconografía que se desprende de cada
uno de los paneles. No parece que el resultado final de este barranco sea
el de un acto puntual en el tiempo, sino que se trata del resultado de una
práctica reiterativa durante un período dilatado. Del mismo modo resulta
posible que, dadas las características espaciales que hemos señalado en el
estacionamiento del Barranco del Cabadero concerniente a la lejanía que
mantiene con lugares de asentamiento, no responda necesariamente a este
concepto, sino que se aproxime al de “apartado”.
Desde el punto de vista general y con respecto a la designación, nos pa-
rece acertado denominar estaciones rupestres o los yacimientos rupestres,
en el sentido de evocar parada rupestre, pues a buen seguro responde a esa
realidad de pausa, estacionamiento y permanencia en el lugar, donde entre
otras finalidades se halla la grabatoria en soporte pétreo.
Si constreñimos el área delimitada en la que se emplaza la mayoría de
los yacimientos rupestres de la isla a otra más pequeña, excluyendo las zo-
nas limítrofes con escaso registro rupestre, existe un segundo cinturón que

412
va desde la Montaña de Tindaya y el Barranco del Cabadero hasta el norte
del Barranco de la Torre, concordando con el área que encierra un mayor
número de yacimientos arqueológicos residenciales de la isla.
Esta característica puede dar a entender que los lugares elegidos para grabar
se encuentran próximos a las zonas ocupadas por la población, que se asienta
en determinadas áreas inmediatas, pero separadas y parcialmente autónomas.
Sin embargo, como consecuencia, tendríamos que en estas bandas señaladas
los grandes asentamientos se vinculan espacialmente a yacimientos rupestres,
mientras que los localizados fuera de las citadas franjas o cinturones no los
relacionamos a ninguna expresión rupestre, como sucede con el asentamiento
de Los Corrales de la Hermosa, ya que en su entorno sólo conocemos la esta-
ción de El Cardón, constituida por dos paneles de representaciones rectilíneas,
que no cuentan con una clara adscripción. Es muy probable que en El Cardón
existan más yacimientos rupestres que los documentados actualmente, dada la
potencialidad del enclave.
La ausencia de yacimientos rupestres en malpaíses y jables puede ex-
plicarse por la escasez de soportes idóneos para tal fin. Sin embargo, no
encontramos esclarecimiento para la ausencia de signos alfabetiformes en
Jandía y en el área suroeste de Fuerteventura, con la única excepción del
yacimiento Morrete de la Tierra Mala.
Los diez yacimientos rupestres con grabados alfabetiformes se sitúan
en su totalidad en la franja este del centro de la isla, desde Barranco del
Cabadero hasta Jacomar, con la excepción ya mencionada del sitio Morre-
te de la Tierra Mala. Si exceptuamos esta estación y las de los barrancos
del Cabadero y Jacomar, los depósitos rupestres alfabetiformes restantes
se centralizan exclusivamente al norte del Barranco de la Torre, influyendo
en un área relativamente pequeña, aproximadamente de quince kilómetros
de largo por ocho kilómetros de ancho, donde se localizan las estaciones
Pico de la Fortaleza, Morro de la Galera, Montaña de Enmedio, Morro Pi-
nacho, Montaña del Sombrero, Montaña Blanca de Arriba y Cuchillete de
Buenavista, todas instaladas en zonas altas. Dos estaciones se localizan en
montañas y las restantes en cotas máximas de las cordilleras.
Esta concentración de yacimientos rupestres y el número de lugares no
parece corresponderse con una actividad diaria o frecuente que pudiera
realizar cualquier persona, en indeterminado momento y lugar. Aparenta
responder a una práctica restringida y ocasional, eligiéndose las mismas
estaciones para el caso de que fuera un acto reiterado como sucede en
Barranco del Cabadero, Morro Pinacho y Cuchillete de Buenavista, es de-
cir en las estaciones más numerosas. La población pudo haber subido a

413
la Montaña de Enmedio en diversas ocasiones para grabar, aunque sólo
una para reproducir códigos líbico-canarios, al registrarse éstos en escasa
cuantía. Sin embargo la alta concentración de grabados alfabetiformes en
Morro Pinacho no parece revelar un solo momento de ejecución y un de-
terminado acto, aunque fuera colectivo, sino por el contrario se trata de una
actividad reiterada, diferenciándose en que en Morro Pinacho no se graban
letras líbico–bereber, presentes en Cuchillete de Buenavista, sino signos
líbico–canarios, además de otros motivos. Por el contrario en el Barranco
del Cabadero parece que se verifica la obra de diferentes personas autoras,
en función de las tres técnicas de ejecución que se confirman, las variadas
dimensiones que registran los códigos alfabéticos y la alta presencia de
intervenciones. Parece que, aunque carezcamos de causas y no tengamos
sino impresiones para justificar esta consideración, responde a grabados
que se realizan durante largos periodos de tiempo y por distintas personas.
A pesar de la presencia de ambos alfabetos, en este yacimiento des-
taca la ausencia de líneas de signos bilingües, muy escasos por ahora en
Fuerteventura; y en Lanzarote en donde también hemos localizado una37.
Ante la abundancia de caracteres líbico–canarios frente a la grafía líbico–
bereber, en el Barranco del Cabadero se podrían registrar líneas bilingües,
siendo este yacimiento, por las circunstancias citadas, idóneo para ello. Sin
embargo, ello no se ha constatado para las tres hileras líbico–bereber que
conocemos en este enclave.
No sabemos en qué circunstancias y momentos se graban estos sím-
bolos líbicos–bereberes en este barranco, si bien aparentan ser puntuales
teniendo en cuenta, como hemos planteado, el desarrollo de esta cultura
en el tiempo y la cifra en la que se contabilizan. Si es así, su significado
debería responder a causas concretas, por lo que estarían dotados de un
importante contenido, al no corresponderse con una actividad diaria sino
por el contrario, excepcional, con un uso muy secundario en el empleo del
alfabeto líbico–bereber frente al líbico–canario. Su elaboración pudo estar
restringida a personas previamente establecidas o designadas.
Ahora bien, también podemos pensar en fases y cronologías en que se
va implantando este segundo alfabeto presentes en las islas orientales, el
líbico–canario, al igual que siempre pensamos en fases de poblamiento,
en grupos de personas conocedoras de estos alfabetos, de uno, otro, o de
ambas grafías. Posiblemente sean las mismas que llegan en una o en va-
37
Cejo Romero con una línea escrituraria en cada uno de los alfabetos en el que se
representan las mismas letras de la escritura líbico–bereber y líbico–canaria, advertida
por Juan Antonio Belmonte Avilés.

414
rias épocas concretas y en otras etapas previas de ésta en que la población
no conoce la escritura. O bien, se prohibiera su práctica, desapareciera el
motivo o las causas de su ejecución, o por el contrario respondiera a una
experiencia muy dilatada, durante todo el tiempo de vigencia de la cultura
aborigen y su ejecución resultara muy puntual, simbólica, con connotacio-
nes políticas, etc. Adentrándonos en la especulación, podríamos plantear
que para una determinada demarcación territorial no existan motivos para
pensar que se requirieran cambios frecuentes, sino puntuales y distancia-
dos en el tiempo que motivasen un aumento en el registro de grabados en
los yacimientos, o enclaves nuevos. Otra línea apuntada en otro trabajo
de estas mismas Jornadas38 es la que incide más en el aspecto residual de
la escritura líbico–bereber, frente a la que sería el primer alfabeto, el líbi-
co–canario de la población maxie, que pudieron haber creado localmente,
en el primer momento que se experimenta el proceso de poblamiento y en
contacto con la población maxie de Lanzarote, isla a la que se trasladan
con posterioridad o anterioridad. Podría igualmente ser una invención lo-
cal y crearse en contactos comparativamente frecuentes entre la población
de ambas islas. El último supuesto apunta a una formación continental del
alfabeto líbico–canario antes del traslado de su población a dos medios
insulares39, o el contacto con poblaciones romanas en el Norte de África
posibilita su creación posterior en Fuerteventura y Lanzarote, incluso en
alguna otra isla en la que hasta hoy no se ha localizado. Existen muchas
posibilidades aún abiertas en la actualidad, ya que igualmente pensamos
en la existencia de signos de ambas caligrafías escritos en otros soportes
como madera y cerámica, además de la piedra, sin olvidarnos del uso del
suelo –arena o tierra– para escribir o contabilizar.
No existe una estrecha relación entre la grafía líbico–canaria de Barran-
co del Cabadero y Morro Pinacho, por ejemplo. En la estación del barranco
con frecuencia se recurre a la formación de ligaduras, que se muestran en
menor porcentaje en Morro Pinacho.
La asociación de sitios rupestres con representaciones alfabéticas y mo-
tivos podomorfos con yacimientos funerarios o cultuales se constata en
varias ocasiones en las dos islas. Los enterramientos de Pico de la Forta-
leza se vinculan espacialmente con la estación de inscripciones líbico–ca-
naria emplazada en los farallones basálticos encajados en cotas inferiores
del flanco sur de la cima. Contigua, en el Morro de la Galera, se verifica

El referido al yacimiento Morrete de la Tierra Mala.


38

Los supuestos que planteamos aquí tienen una vigencia actual, hasta que no se intro-
39

duzcan cambios conforme perfilamos nuestro conocimiento en esta materia.

415
además de la escritura líbico–canaria, líneas líbico–bereber. Planteamos
la correlación o dependencia de las estaciones alfabetiformes y motivos
figurativos podomorfos con estructuras funerarias o cultuales con algunas
reservas derivadas de la ausencia de sondeos arqueológicos directos en
los propios módulos arquitectónicos. Nos sirven de ejemplo las diversas
estructuras tumulares que permanecen en la margen derecha de Barranco
del Cabadero, en la cima de Montaña del Sombrero, Montaña Blanca de
Arriba, Cuchillete de Buenavista, etc., manteniendo con cautela el enclave
de Jacomar, donde las acumulaciones de piedras subsisten más alejadas
que las reseñadas para las otras representaciones arqueológicas, situadas
muy contiguas, algunas a muy escasos metros, como sucede especialmente
en Montaña Blanca de Arriba o en Montaña del Sombrero.
En Barranco del Cabadero notamos una significativa presencia de li-
gaduras similares y de figuras de “A” elaboradas con trazo de doble línea
interior, menos abundante en otras estaciones. Esto pudiera responder a
que se trata de una misma autoría para este sitio en concreto, proponiendo
que las acciones grabatorias las realiza un grupo de personas y no una
individual40.
Es probable que en las estaciones también se plasme o conlleven un
carácter sagrado en la reiteración de motivos en los trazos geométricos rec-
tilíneos y curvilíneos fundamentalmente y que, antes o una vez ejecutados
como iniciación a un ritual grabatorio, o sustentando el carácter sagrado de
los yacimientos rupestres, se confeccionasen estos trazos geométricos para
luego grabar el mensaje, la inscripción líbico–bereber o líbico–canaria, o
ambas. Es relevante el hecho de que en determinados paneles las letras
líbico–canarias consumadas con la práctica de piqueteado continuo se su-
perpongan a los trazos geométricos rectilíneos y en ocasiones se intercalen
entre ellos mismos41. En Barranco del Cabadero concurren signos incisos
40
En esta estación existe reiteración de formas grabadas entre el S4 y el S5 y S6 que
planteamos que no se remite a la cultura aborigen, sino a fechas más recientes, alber-
gando preferentemente motivos geométricos rectilíneos y de tipo juegos, sin que las
características que presenta ésta última temática permita ejercitar esta función, enten-
diendo por tanto que nos encontramos ante un ejemplo de vigencia de la práctica gra-
batoria. Esta parte cultural del barranco la hemos obviado en base al trabajo de campo
desarrollado aplicando nuestros conocimientos sobre la cultura aborigen, desechando
ésta por considerar que corresponde a etapas subactuales y actuales.
41
Un buen ejemplo de ello lo podemos observar en el yacimiento de Jacomar en el
S1P2 en el que una palabra se ha grabado sobre la otra representándose ambas a dife-
rente escala, y profundidad del surco. La hilera de signos con una ligadura [ARYAI-
VRR] permanece arriba o debajo de otra de mayor tamaño [IAGVFIA].

416
líbico–canarios que no podemos documentar su superposición temática
alfabética, sino la yuxtaposición de letras de ambos alfabetos incisos o
piqueteados sobre los trazos geométricos rectilíneos incisos. No obstante,
no olvidemos la ya reseñada existencia de una superposición técnica –pi-
queteado continuo sobre el trazo inciso– para dos grafías líbico–canaria.
Resulta probable que se pueda observar con mejores técnicas que las em-
pleadas, disponiendo lupas de significativo aumento, o focos de colores
rasantes y precisar en algunos paneles del yacimiento de Barranco del Ca-
badero en los que a simple vista o a través de nuestras lentes actuales no
se evidencia claramente la intercalación o superposición que se verifica
en diversas ocasiones, sin que seamos capaces, en la generalidad de los
casos, de establecer qué signo se elabora con anterioridad, ya que existen
superficies donde es probable que aplicando otros instrumentos de análisis
visual se pueda determinar este extremo que contribuye a ampliar su co-
nocimiento.
Sin perder el carácter sagrado o sin él, las estaciones pudieran señalar
límites territoriales o marcar áreas destinadas a fines concretos. Reflejamos
la ubicación alineada de las estaciones con temática podomorfa, ya que
si bien son escasas en número como para establecer vías de paso, o para
determinar alguna otra marca en un terreno restringido para el desarrollo
de alguna ocupación o función precisa vinculada fundamentalmente con
la ganadería, o con corredores de paso para el aprovechamiento temporal
de algún recurso, esta ordenación lineal, tanteándola como hipótesis, se
podría relacionar con la posible problemática planteada con el paso de
los ganados pertenecientes al reino de Guise a través de los suelos que,
supuestamente, pertenecen al reino de Ayose para su traslado anual a Jan-
día o cualquier precisa temporada vinculada a sequía, aprovechamiento de
pastos que crecen, etc., en que por la supervivencia del grupo este itinera-
rio fuera necesario implantar, anexándose tiempos y espacios de paso de
ganado entre los dos segmentos políticos existentes en ciertos momentos
de desarrollo de la vida indígena de Fuerteventura. Las montañas de Be-
tancuria, dado su alto rendimiento ganadero también pudieron desempeñar
papeles diferentes, a pesar de su distribución física pertenecientes a ambas
formaciones políticas, de ser cierta la división de reinos por el curso del
Barranco de la Peña, en prolongación con el Barranco de la Torre.
Podría haber existido una franja de terreno marcada con un tipo de talla
en la roca que estableciera la obligación de paso para determinado ganado,
número y época de migración o marcha a suelos con pastos que posibilitara
solventar la carencia de vegetación en el norte y centro de la isla por escasez

417
de lluvia. Funcionaría como un código, identificado, reconocible y acepta-
do por la totalidad de la población, o bien impuesto por algún grupo sobre
otro. Este carácter podría señalarse a través de los yacimientos rupestres
podomorfos, situados preferentemente en partes altas, siendo Tisajoyre y
el Barranco del Cabadero42 dos particularidades o alteraciones espaciales.
Es probable que se estableciera en Tisajoyre, asentamiento localizado en
el Malpaís de la Arena, ante la ausencia de elevaciones importantes en el
área o de otros lugares idóneos para ello, ya que la Montaña de la Arena
no permite la posibilidad de grabar por su naturaleza volcánica de la serie
IV. Por su parte, la consideración de la silueta podomorfa del Barranco del
Cabadero la establecemos más vinculada, o exclusivamente asociada, a
esta estación, al emplazarse en el primer panel grabado existente a partir de
la desembocadura del barranco, y muy cerca de la actual superficie de su
fondo, pudiendo significar el paso, la entrada o el acceso a esta excepcional
estación. No olvidamos que la temática grabada constatada que establece
o marca zonas de paso en el Norte de África es la podomorfa y las inscrip-
ciones líbico–bereber.
Llamamos la atención sobre la importancia que debieron adquirir para
la población indígena insular algunas cimas de montañas a la hora de es-
tablecer barruntos y señales de tiempos atmosféricos. Hasta hace pocas
décadas determinadas cumbres resultan significativas en días concretos del
año porque en ellas se instalan nubes que son interpretadas por la pobla-
ción de la zona como determinados fenómenos del tiempo atmosférico,
eligiéndose con frecuencia para ello las de mayor altitud. La población de
Pájara acude al lugar denominado La Carrera de los Majos43 para divisar
la cima de la Montaña del Cardón y poder constatar la presencia o ausen-
cia de nubes, haciéndose corresponder este hecho con una seña de tiempo
indicativa del fenómeno preciso de la lluvia. También sabemos que ciertas
fechas, como el 24 de junio, la población o sólo algunas personas visitan
determinadas áreas para ver las nubecillas en el mar, señalando como si-
tio probable en el que se divisa este fenómeno el Corral de la Asamblea,
emplazado entre los núcleos poblacionales de Vallebrón y La Caldereta44.
Estos distritos podrían encontrarse marcados o señalados con algún código
que no necesariamente conociera la totalidad de la población, sino solo
aquellas personas relacionadas con este acto observador y con la responsa-
bilidad de ejecutar algún ritual o ceremonia de predicción.
42
Con reservas al establecerlo con registro de una imagen podomorfa.
43
Situado en el término municipal de Pájara, próximo a la Montaña del Cardón.
44
En el término municipal de La Oliva.

418
Reflexionamos, con relación a este debate, si conocemos sólo una parte
de las manifestaciones rupestres que ejecutó la población aborigen, o por
el contrario ya disponemos de casi la totalidad del registro, aunque pudiera
haber desaparecido una parte importante de él o permanece sin localizar-
se45 trabajándose por tanto con verdaderos restos arqueológicos.
Las unidades geográficas de acogida de los yacimientos rupestres de
Fuerteventura con inscripciones son preferentemente las partes altas de
montañas y cordilleras y las paredes de barrancos. Precisamente son estas
áreas las que menos han soportado la presión humana, muy activa por
una significativa ocupación de suelo en estas últimas décadas, y las que
han experimentado menor modificación natural46. Desarrollando prospec-
ciones minuciosas y reiterando esta tarea en algunas zonas, seguramente
aumentaríamos el inventario de yacimientos rupestres de esta isla poco
intervenida antrópicamente en las cotas altas y en las paredes basálticas
de barrancos y en la que ha estado ausente la actividad volcánica histórica
que modificara el espacio, como ha sucedido en Lanzarote. Esencialmen-
te disponemos del territorio que pudo utilizar la población aborigen para
establecer, conforme a su razonamiento y sociedad, los enclaves rupestres
implicados y vertebrados en el proceso social que caracterizara a la pobla-
ción de Fuerteventura. Dada la significativa dimensión insular, concurren
cuantiosas posibilidades de que se amplifique el número de yacimientos ar-
queológicos, pero probablemente no tanto como para variar las propuestas
que planteamos, que aunque resultaran erróneas, no se justificaría solo por
el conocimiento de una pequeña parte de los emplazamientos rupestres47.
Los grabados alfabetiformes o figurativos podomorfos de Fuerteventura
han sido objeto de variadas interpretaciones. Carecemos de medios para
descifrar otras tipologías de representaciones, al no hallar respuesta sa-
tisfactoria en la arqueología comparada, si bien la materia de grabados de
juegos ha sido bien tratada en diversas ocasiones, especialmente por José
M. Espinel Cejas.
45
Especialmente por las personas que hemos desarrollado arqueología de campo en
la isla.
46
De esta generalidad exceptuamos la desembocadura del Barranco de Río Cabras,
un tramo del Cabadero y algunas desembocaduras más de Jandía que han sido inter-
venidas recientemente, aunque los hemos conocido en condiciones óptimas de con-
servación, ya que la reciente ocupación de las salidas de los barrancos ha afectado a
yacimientos arqueológicos de otra naturaleza, no así a los rupestres.
47
Especialmente teniendo en cuenta que a día de hoy es una de las dos islas que han
completado su mapa arqueológico.

419
Ignoramos si el acto concreto de ejecutar un grabado en la superficie
rocosa responde a una acción consciente de añadir una expresión cultu-
ral o cultual al territorio. Si se trata, como probablemente lo sea, de un
acto consciente, programado y acordado socialmente, el lugar puede estar
concebido premeditadamente, convenido colectivamente o pactado por las
personas más relevantes del grupo. La finalidad del acto, la alianza de es-
tablecer un nuevo enclave en el que se grabe, o un grabado concreto en
una estación que ya existe, puede responder a varias razones o finalidades,
ya sea para constituir demarcaciones territoriales, motivo ya citado, como
territorio sagrado en tanto la población se reúne o acude a él para practicar
la ceremonia o formalidad, en respuesta a unos cánones y procedimientos
muy concretos, previamente establecidos, o para cualquier otro propósito
práctico vinculado con las estructuras tumulares, de enterramiento o cul-
tuales, registrándose en ellas los materiales resultantes del culto o liturgia,
a modo de lo reconocido en Lanzarote48.
Igualmente, desconocemos si el procedimiento para ejecutar los graba-
dos responde a una manifestación que se desea inmortalizar en el tiempo,
si la deliberación del lugar o paraje expresa una función simbólica o figu-
rada, si es concluyente su existencia para la comunidad y si existen pautas
de comportamiento y actuación en el territorio derivadas de un modo de
establecimiento de estas intervenciones. Puede ocurrir que la entidad de un
emplazamiento arqueológico responda a un contenido ritual y a unos fines
concretos, que se mantienen efectivos en la medida en que la validez de
la estación es dilatada y se actualiza o se trae al presente cada vez que se
procede al cumplimiento de un nuevo grabado. Resultaría viable además
que cualificadas y acordadas personas fueran las responsables de producir
los grabados y de su conservación vigilando que se cumpliera el fin a que
responde el sitio concreto.
Los conocimientos que se requieren para grabar un pie humano difieren
a los que se deben poseer para escribir. Con todo, las inscripciones que co-
nocemos en estas islas, principalmente las adscritas al alfabeto líbico–ca-
nario, no parecen responder a un texto. Tampoco, las diferentes palabras o
filas de líneas escritas que se distribuyen en un mismo soporte o en varios,
manifiestan o aparentan que sean continuidad unas de otras. Preferente-
mente parecen ser palabras cerradas, aunque en ocasiones se reproducen
signos análogos en el mismo yacimiento, e incluso en varios yacimientos
48
Nos referimos a las estructuras tumulares que no contienen inhumaciones sino mul-
titud de fragmentos de ovicápridos, situados preferentemente en la zona alta de Las
Nieves y en el macizo Famara–Guatifay.

420
se localiza la misma formación de signos. Con frecuencia las líneas de
escritura experimentan variaciones de signos dentro de ellas, sin que para
ello tengamos explicación alguna, salvo el pensamiento de que se trata de
ensayos, prácticas de recuerdos de palabras, probabilidades que se experi-
mentan hasta conseguir el contenido correcto, etc.
No parece equiparable el conocimiento necesario para obtener un gra-
bado podomorfo, cuya comprensión y pericia temática puede residir en
otros ámbitos del intelecto, con la preparación que se precisa para conocer
un alfabeto, además de tener la capacidad de esculpir o detallar sus signos
o grafía con el fin de transmitir un contenido definido, para escribir. El
conocimiento es diferente, pues es probable que para grabar una silueta de
pie se requiera otro tipo de comprensión en tanto se produce un acto sa-
cralizado, mientras que la capacidad para escribir en piedra, aunque igual-
mente pueda conllevar la carga de consagración o el carácter cultual de la
escritura, precisa además de otro saber y entendimiento.
Ignoramos la diacronía vigente de la actividad grabatoria, los tipos de
manifestaciones, las técnicas de ejecución, las superposiciones, la vincu-
lación con el espacio así como con los yacimientos arqueológicos del en-
torno, etc. Sin embargo, nos acercamos a una propuesta de estos aspectos
para cada uno de los prototipos de imágenes que comprobamos en Fuerte-
ventura, así como podemos concebir que el establecimiento de estos yaci-
mientos rupestres pudiera responder a una estrategia de marcar ciertos te-
rritorios ganaderos durante algunos periodos del año, o bien que estuvieran
establecidos por alguna causa específica vinculada con la supervivencia de
la población insular.
Los yacimientos rupestres deben permanecer relacionados directamen-
te con la estructura política, esencialmente aquellos con registro de moti-
vos alfabetiformes o podomorfos.
Algunas manifestaciones pueden remontarse a etapas en las que la isla no
había sido poblada por comunidades maxies, si bien para este extremo carece-
mos de indicadores con los que desarrollar la idea, fundamentalmente porque
pensamos que el uso de la escritura líbico–bereber se vincula directamente a
esta cultura aborigen, indistintamente de que concurra una estrecha vincula-
ción entre ella y la grafía líbico–canaria. Ciertos grabados pudieron haberse
ejecutado cuando la isla permaneció deshabitada y recibiera visitas por parte
de poblaciones norteafricanas. Presumiblemente estas personas habrían deja-
do mensajes con carácter perpetuo, no existiendo peculiaridades constatables
que nos consientan pensar en esta eventualidad. Es posible que se diera este
hecho y que estas personas grabaran tipos y motivos similares a los que con

421
posterioridad ejecutó la población maxie. Sin embargo, para mantener esta
hipótesis tenemos que descubrir o localizar trazas diferenciadoras o elementos
que pudieran viabilizar el establecer una diacronía evolutiva de las letras, o de
las estaciones, que en la actualidad parecen responder a una misma época y
cultura. Entre ellas no observamos por ahora una posibilidad que nos marque
una evolución de la representación escrituraria. En este caso hablamos sólo de
la grafía líbico–canaria, aunque es posible determinar esbozos evolutivos en
el otro alfabeto, tal y como pudiera suceder en otras de las islas canarias o en
África continental.
Algunas comunidades emplean la práctica grabatoria como procedi-
miento para resucitar o revivir el tiempo antepasado, contactar con la fa-
milia precedente o progenitora, repetir el acto que se quiere conmemorar, o
bien evocar un periodo mítico. En otras ocasiones, a través de la reproduc-
ción o ejecución de grabados y pinturas rupestres, se representan o men-
cionan las personas progenitoras. Roger Caillois49 señala que al retocar o
grabar se resucita a los seres añorados; la actualización de los grabados
o pinturas consolida la vuelta de las lluvias, la procreación de los ani-
males, el florecimiento de las plantas, etc., pudiendo significar, asimismo
una marca para establecer una zona o franja que se rige por pautas o leyes
especiales durante algunas épocas.
De la misma manera, en los yacimientos rupestres se establecen o per-
manecen durante cierto tiempo las personas chamanas o pitonisas para ad-
quirir conocimiento sobre el mundo espiritual, a la vez que en estos luga-
res retienen la sacralidad que les traspasa el lugar físico. En este sentido,
dada la distribución espacial de los yacimientos rupestres en relación con
los asentamientos, no es posible pensar que las personas de o con rango
religioso o cultual de cada asentamiento o unidad territorial habitacional
de cada uno de los grupos de linaje, sea la que permanezca en el enclave
rupestre o se desplace a él cuando las circunstancias lo requieren, porque
existe menor cantidad de yacimientos rupestres que residenciales y no po-
demos hacer corresponder a un grupo de ellos con cada estación, que sería
la que alberga motivos alfabetiformes50.
Esta reflexión no tiene por qué ser así de escueta, ya que es posible
plantear que las manifestaciones rupestres superen una significativa vigen-
cia en el tiempo, no así los asentamientos para los que podríamos facilitar
una duración o utilidad diacrónica. Pensemos por ejemplo que una de las
escrituras se practica en el momento de la llegada, estructurándose a lo lar-
49
Caillois, R. El Hombre y lo Sagrado.1996: 124.
50
Para ello nos hace falta más datos territoriales.

422
go del tiempo su ocupación en el territorio. Las consecuencias de lo que se
deriva de este hecho, puede que incluso fundacional, en lo concerniente a
organización territorial pudieran ser cronológicamente dilatadas, no así los
asentamientos, especialmente aquellos a los que le hemos proporcionado
una impronta de enclave satélite, dependiente o subordinado de otro de
mayor estructuración orgánica. Esta subordinación se manifiesta o mani-
festaba en el entorno del Barranco de la Torre, o especialmente en Jandía
donde se acoplan significativos asentamientos próximos a otras unidades
más pequeñas. Un buen ejemplo lo tenemos en los enclaves de Altos de
Miraflor, Corrales de Miraflor, Llanos de la Cancela, etc. Igualmente pen-
samos en cada una de las depresiones de Jandía con más de un yacimiento
residencial en su cabecera –en ocasiones en las degolladas– curso medio y
en la desembocadura, todos de diferente envergadura.
Ciertos yacimientos rupestres patentizan la continuidad o vigencia de la
actividad grabatoria, madurez a la vez que expresan una naturaleza etno-
gráfica vinculada en algunos casos a la actividad pastoril51. También con-
curren grabados alfabéticos de tipología reciente vinculada, en el caso del
Barranco de Jarugo, a símbolos de inspiración astral y a inspiraciones figu-
rativas barquiformes. Similar entorno se constata en el Morro de la Galera,
Degollada de la Brita, Degollada de la Sargenta52, etc. Por lo expresado, es
difícil, aunque no arbitrario, proponer órdenes y temporalidades para los
yacimientos rupestres, existiendo para cada una de las tipologías conside-
raciones variadas para relativizar su cronología.
Con respecto a la temporalización de las inscripciones rupestres de Ba-
rranco del Cabadero, establecemos como consideración general para am-
bas, que pertenecen al mismo grupo cultural, tratándose de un conocimien-
to restringido, al igual que la actividad que genera la construcción de estos
signos, dado el escaso número de yacimientos que existen. En efecto, en la
actualidad trabajamos con diez enclaves de variada composición cuantita-
tiva. Algunos contienen dos paneles, como Pico de la Fortaleza; otros aco-
gen a un número considerable, sesenta y siete en Barranco del Cabadero,
de los que en treinta y seis personalizan inscripciones líbico–canarias de
forma exclusiva, más doce paneles en los que estas inscripciones líbico–
canarias se asocian a trazos geométricos rectilíneos. Es decir, en cuarenta
y ocho paneles de los sesenta y siete de los que recoge el barranco poseen
grafía líbico–canaria; dos paneles presentan caracteres líbico–bereber y un
soporte acoge ambas formas escriturarias.
51
Como así lo han reconocido personas autoras de algunos de los grabados que hemos
documentado.
52
Éstos últimos en el municipio de Puerto del Rosario.

423
Especialmente Morro Pinacho alberga una cantidad significativa de lí-
neas de letras, tal y como podemos leer en este mismo libro de actas. Con
una cantidad media se halla la mayor parte de los yacimientos rupestres de
la isla, tales como Montaña del Sombrero, Montaña Blanca de Arriba, Mo-
rro de la Galera y en menor medida Jacomar y Morrete de la Tierra Mala.
En el caso de la Montaña de Enmedio, de los cinco paneles con los que se
constituye el enclave, sólo uno representa expresiones líbico–canario y,
con la misma cuantía, se encuentra la Montañeta de Adrián.
Los yacimientos rupestres más frecuentes en esta isla son los que do-
cumentan intervenciones de ambos alfabéticos, siendo a la vez los que
presentan un volumen medio de paneles intervenidos. En relación a esta
premisa, Barranco del Cabadero resulta una excepción al albergar una can-
tidad significativa de registros alfabéticos. Todos los yacimientos con este
contenido se emplazan en cotas altas, con igual excepción de Barranco del
Cabadero, articulado en la llanura nororiental de la isla, en el curso de un
barranco de revelador desarrollo.
Muchas de las estaciones rupestres alfabéticas contienen, como ya he-
mos señalado, las dos escrituras documentadas, siendo el caso de los yaci-
mientos Barranco del Cabadero, Morro de la Galera, Montaña Blanca de
Arriba, Montaña del Sombrero, Cuchillete de Buenavista y Morrete de la
Tierra Mala. Los enclaves Pico de la Fortaleza, Montaña de Enmedio, Mo-
rro Pinacho y Jacomar se ocupan con grafía líbico–canaria, y la Montañeta
de Adrián sólo líbico-bereber.
Bien podemos considerar Morro Pinacho un lugar excepcional dado
la abundancia de paneles cifrados en ciento siete unidades, pero especial-
mente resulta exclusivo e inigualable por la cantidad de líneas alfabéticas
líbico–canaria que contienen los cincuenta y tres paneles, que anotan cien
líneas de escritura, con un total aproximado de quinientas cuarenta y tres
recurrencias. Este recuento provisional en tanto es necesario despojar a
este yacimiento de intervenciones recientes, alejadas de la cultura abo-
rigen. Restados estos paneles que las albergan, el porcentaje de paneles
intervenidos aumentará.
Los yacimientos rupestres alfabetiformes que se acotan en afloramien-
tos rocosos de cordilleras resultan mayoría, siendo los casos de Pico de la
Fortaleza, Morro de la Galera, Morro Pinacho, Cuchillete de Buenavista,
Morrete de la Tierra Mala, Montañeta de Adrián y Jacomar; o bien en las
partes altas de montañas como sucede en las montañas de Enmedio, Som-
brero y Blanca de Arriba. La excepción en cuanto al lugar elegido para
ubicar las escrituras lo constituye exclusivamente Barranco del Cabadero,

424
siendo además único por la variación de técnicas de elaboración de los có-
digos alfabéticos que se documentan, la superposición técnica, de cantidad
e incluso la percepción del yacimiento en horas nocturnas, cuando son más
visibles las representaciones que se han esculpido por percusión.
Pico de la Fortaleza destaca al ser el único yacimiento que consigna dos
paneles en los que se han reproducido al menos cuatro veces los mismos
caracteres que conforman una idéntica línea escrituraria, contabilizando
cada una cuatro signos con cinco recurrencias dispuestas en vertical, ho-
rizontal y oblicuas. En este conjunto de yacimientos, además de las ins-
cripciones, los trazos geométricos rectilíneos se hallan bien representados.
En la llanura que se prolonga por la margen derecha de Barranco del
Cabadero se conservan tres socos pastoriles, en cuyo interior existen blo-
ques de piedra, exentos o fijos, con reproducciones de grabados de tipo
juego. Uno53 se coliga a un taller lítico con escasos fragmentos cerámicos
adscritos a la cultura indígena. En la margen izquierda de la depresión54 se
mantiene en el interior de un soco pastoril un soporte fijo con un grabado
de tipo juego, instalado horizontalmente, aunque ligeramente inclinado,
no impidiendo por ello la práctica lúdica. El motivo está perpetrado con
técnica incisa.
Al norte de estas construcciones pastoriles se contabilizan diversas
acumulaciones de piedras, a modo de estructuras tumulares, siguiendo su
modelo constructivo, conformadas por variadas hileras de piedras, algunas
hincadas, existiendo un espacio de formato con tendencia rectangular o
elipsoidal en la zona central del módulo constructivo. [Sin embargo una
reciente excavación arqueológica llevada a cabo en la Punta de Fariones
en el norte de la isla de Lanzarote y en una estructura de similar tipología
que las que aquí describimos, evidenció la ausencia de materiales arqueo-
lógicos en su interior, resultando artificial la superestructura de planta de
tendencia elipsoidal fabricada con hileras de piedra seca, en una sola hila-
da que se van superponiendo a modo de estructura tumular].
No obstante, a nuestro entender, vinculamos culturalmente ambas rea-
lidades –rupestre y funeraria o cultual– dada la estrecha relación espacial
que mantienen.

53
Situado en las coordenadas 28º 35´ 59´´ N; 13º 51´ 03´´ O, a 85 m de altitud.
54
En las coordenadas 28º 36´ 24´´ N; 13º 50´ 53´´ O.

425
1. Sector 1 y 2 con agua de lluvia corriendo el día 15 de marzo de 2011. El agua en el chupadero o eres de
este sector se conserva durante años cubierta por la arena.

2. Panel.

426
3. Panel 2 del Sector 3 con una línea incisa líbico-bereber en posición invertida.

4. Panel 14 del Sector 2 con línea vertical y signos líbi-


co-canarios en sentido horizontal.

427
5. Panel 15 del Sector 3. Signos líbico-bereber compartiendo panel con grafía líbico-canaria.

6. Panel 15 del Sector 3. Signos líbico-bereber compartiendo panel con grafía líbico-canaria.

428
7. Vista general de los sectores 5 y 6.

8. Panel 5 del Sector 5 con una línea incisa líbico-canaria (CVSMAI).

429
9. Panel 6 del Sector 5 con grafía líbico-canaria piqueteada e incisa con una superposición figurativa astral
(G MASAI).

10. Panel 10 del Sector 5, con una hilera de signos líbico-canaria incisa (IAIIRVI)

430
11. Panel 5 del Sector 6 con una línea líbico-canaria incisa (N VFIIW).

12. Paneles 5 y 6 del Sector 6, siendo el primero de ellos uno de los más complejos del yacimiento. Ver
calco adjunto.

431
13. Calco de los paneles 5 y 6 del Sector 6 con inscripciones líbico-canarias piqueteadas e incisas.

14. Panel 8 del Sector 6 con la forma figurativa en “U” o motivo podomorfo.

432
15. Registro lítico en un soco situado en el llano de la margen derecha del barranco.

433
434
EL YACIMIENTO RUPESTRE DE JACOMAR,
FUERTEVENTURA. PARTICULARIDADES Y APORTACIONES
A LAS INSCRIPCIONES LÍBICO – CANARIAS

María Antonia Perera Betancort


Arqueóloga, Servicio de Patrimonio Histórico, Cabildo de Lanzarote

Antonio Tejera Gaspar


Catedrático de Arqueología
Departamento de Prehistoria, Antropología e Historia Antigua, ULL

435
Resumen: se estudia este yacimiento rupestre peculiar por su ubicación, al
emplazarse en la posición más al sur de la isla, compuesto exclusivamente por
inscripciones líbico-canarias y un panel de motivos geométricos. Se organiza en
2 sectores de los que nos interesa el primero de ellos, con 4 paneles que contie-
nen 36 líneas escriturarias del alfabeto líbico-canario. De esos 4 paneles, solo el
número 3 alberga 21 líneas alfabéticas, incisas en un soporte pétreo de desarrollo
vertical, caracterizado por dividirse por grietas y fisuras cuyas porciones se apro-
vechan para escribir.
Palabras clave: inscripciones rupestres; líbico-canario; población aborigen
maxie de Fuerteventura.

Abstract: this singular archaeological site is studied due to its location in the
most southerly point in the island. It is exclusively comprised of libyco-canarian
inscriptions and a rock site showing geometric engravures. It is structured in two
areas, the first of them of interest, with 4 rock sites showing 36 libyco-canary
scriptural lines. Rock site number 3 includes 21 alphabetic lines, engraved verti-
cally on a rock site, divided by fissures in sections that have been used to write.
Key words: libyco-canarian inscriptions; indigenous maxies of Fuerteventura.

436
Este trabajo se lo dedicamos a Lorenza Machín Alarcón,
nacida en el Sahara, natural de Fuerteventura, vecina de La Palma,
residente en Gran Canaria, de visita en Tenerife,
que pasa sus vacaciones en Lanzarote,
frecuenta La Gomera, se traslada con asiduidad a El Hierro
y permanentemente habita en nuestros corazones.

El Barranco Valle de Jacomar encajonado en la costa sureste de Fuer-


teventura, al sur de la ensenada de Pozo Negro, recorre más de cuatro
kilómetros entre los barrancos Valle de la Cueva (sur) y Gran Valle (norte),
en los términos municipales de Antigua y Tuineje, municipio éste último
en el que se instala el yacimiento objeto de estudio. Jacomar integra uno
de los cuchillos masivos distribuidos desde el Valle de Pozo Negro hasta
Tarajalejo, separándose ambos por cauces en cuna que predominan por su
desnivelación al rebasar los 402 m.s.n.m. Si bien se trata de una depresión
de significativo desarrollo, no observamos perfil o especificidad física al-
guna que la singularice, justificándose con ello su elección para grabar en
éste y no en otros barrancos de la zona signos alfabéticos, y que podamos
barajar como variante concluyente o contributiva de distinción. Con ello
acreditamos su elección por parte de la sociedad aborigen para configurar-
se como depósito arqueológico rupestre, con independencia de que dicha
variante sea un límite territorial. Sin embargo resaltamos que las paredes
basálticas que acogen estas expresiones rupestres de Jacomar son las úni-
cas que existen de significativo desarrollo en la cabecera sur del valle.
En la actualidad en el escenario de este barranco y en su entorno se
constata la ausencia de otro contenido rupestre1.
La fracción del valle que nos interesa es la cota media de su cabecera
sur, en el mismo comienzo del cuchillo por el extremo oeste, en su arran-
que en Morro del Peñón hasta la Tablada del Valle Corto. El dispositivo
1
Excepto los de componente y naturaleza etnorupestre emplazados en otros valles que
vierten a la misma costa. Asumiendo las dimensiones del yacimiento y atendiendo a
nuestro criterio para saber con certeza si existen otros enclaves rupestres indígenas
se precisa llevar a cabo una prospección arqueológica sistemática muy extremada,
especialmente en los lugares donde la formación orográfica y física responde al patrón
de localización de la práctica grabatoria. Los trabajos desarrollados para elaborar la
carta arqueológica de esta zona, así como su reciente revisión no cumplen con este
requisito.

437
orográfico que acoge al depósito rupestre resulta un segmento de pared
basáltica, que a modo de resalte lateral se estaciona en cotas menores a
las máximas de Morro del Peñón, y que el que se enfatiza en el paisaje
con mayor fuerza, más por su coloración ocre claro que por su silueta o
estampa distintiva2.
El espacio que nos ocupa sustenta en su vertiente cultural una impronta
ganadera generalizada que domina en el paisaje insular, salpicado de di-
versas unidades arquitecturales3 diseminadas en la cabecera, laderas y des-
embocadura del valle; en partes altas del Cuchillo de los Olivos, Montaña
Majada de la Vieja, Casas de Jacomar, cima de Morro Cañón y en las cotas
354 y 259 y en la Tablada del Valle Corto. Estos elementos arquitectónicos
etnográficos registran, en ocasiones, material arqueológico adscrito a la
cultura indígena en escasa cuantía, al contrario que los depósitos arqueoló-
gicos de específica expresión habitacional como el yacimiento de Jacomar
asentado en las proximidades de la margen izquierda de la desembocadura
del propio barranco de Jacomar, en el de Valle Corto, Tablada de Valle
Corto, etc., donde el volumen de depósitos arqueológicos indígenas resulta
muy patente.
La noticia inaugural relativa a la existencia de expresiones rupestres
de Fuerteventura fue motivada por el hallazgo de Luis Benítez de Lugo,
marqués de La Florida, en 1874, de dos grabados localizados en unas cons-
trucciones monumentales de trazado laberíntico en Jandía. Este contenido
rupestre, dado a conocer por Sabino Berthelot en 1879, relata que uno
de los motivos se ha grabado en soporte pétreo móvil que conforma las
paredes de una estructura arquitectónica, concretándose que se trata de un
fragmento de inscripción lapidaria con signos grabados que ofrece seme-
janzas notables con los de la isla del Hierro4. Se compone de cinco o siete
signos en disposición vertical, aunque pensamos, a juzgar por el dibujo
que nos ha llegado, que debe corresponder a una lectura horizontal. Sabino
Berthelot recoge la información de este descubrimiento, que no comprue-
ba personalmente, asignándole un alto valor, fiel a su pensamiento de que
la población aborigen canaria conoce la escritura.
Del mismo modo publica un grabado consumado en el interior de la semilla
de un fruto de revelador tamaño, que responde a distintos motivos figurativos:
2
Teniendo en cuenta el criterio de elección que predomina en la isla para establecer los
accidentes orográficos como soporte grabatorio resulta fácil deducir dónde se localiza
este yacimiento, al proporcionar características y elementos físicos que posibilitan
esta práctica.
3
Socos, gateras, corrales, gambuesas y paredes.
4
Op. cit. 1879. P. 260.

438
soliforme, antropomorfo, triangular, curvilíneo, así como dos líneas quebradas
que rodean el contorno del hueso casi en su totalidad.
Luis Benítez de Lugo, que igualmente es el autor de este segundo ha-
llazgo, piensa que se trata de una flor imaginaria con signos jeroglíficos,
elaborados con buena técnica. Sabino Berthelot5 lo relaciona con hombres
poseedores del arte del dibujo y la escritura al tratarse de una simiente de
fruto ausente en las islas, que llegaría a este archipiélago por las derivacio-
nes de las corrientes marinas6.
Un año después de la muerte de Luis Benítez de Lugo, acaecida en
1877, Ramón Fernández Castañeyra le comunica a Sabino Berthelot el
resultado de las pesquisas arqueológicas, que le había encomendado este
investigador y político galo. Ramón Fernández Castañeyra localiza un
nuevo yacimiento rupestre en el Barranco de la Torre, situado según Sabi-
no Berthelot7 sobre las ruinas de una antigua habitación […] una piedra
de apariencia granítica de un metro de largo por 50 cms de ancho y 8 de
espesor, con un grais muy fino y presenta en su superficie signos grabados
de caracteres desconocidos.
Resulta probable que el hallazgo se produjera en uno de los poblados
del entorno del citado barranco, ya que señala que en concreto se encuentra
entre el límite de sus propiedades con esta depresión, en una piedra graní-
tica que conforma una de las estructuras del yacimiento, alcanzando 1 m
de alto por 0.50 cm de ancho y 0.8 cm de grosor. En una de las caras del
soporte se ha grabado un conjunto de seis o nueve códigos alfabetiformes.
Sabino Berthelot establece una relación tipológica de los motivos de este
grabado con el que ya había sido detectado en la península de Jandía. Los
enclaves arqueológicos susceptibles de configurarse como escenario de
este nuevo descubrimiento resultan variados, pudiendo tratarse de Tamia,
los Llanos de la Cancela, los Llanos del Morrito, los Corrales de Miraflo-
res, los Corrales de la Torre, la pared que discurre a lo largo de las márge-
nes del barranco, la Gambuesa de la Torre, los Círculos de Alares y Rosita
del Vicario, si bien nos inclinamos por una localización embutida en un
núcleo poblacional atendiendo a nuestra experiencia.
En 1984, en el Llano del Morrito, durante unos trabajos del Avance de
5
Op. cit. 1877. Pp. 261–279.
6
El libro Los Cultivos Tradicionales de la Isla de Lanzarote de Jaime Gil González,
editado por el Cabildo Insular de Lanzarote en 2005, recoge en su página 201 tres se-
millas de frutos llegadas a las costas de Lanzarote. Dos de ellas las guardaba Andrea
García de León como grato recuerdo.
7
Op. cit. 1878. P. 262.

439
la Carta Arqueológica de Fuerteventura 8 localizamos un soporte móvil con
un motivo clasificado como antropomorfo, formando parte de un módulo
residencial, siendo el único de este tipo figurativo que hemos conocido en
la isla9. El grabado antropomorfo del asentamiento del Llano del Mo-
rrito –hoy arrastrado por las máquinas excavadoras que arruinaron el
yacimiento arqueológico y cuyas piedras forman parte de los cimientos
de las construcciones turísticas de Caleta de Fuste– estaba consumado con
técnica de piqueteado continuo, sobre un panel suelto que formaba parte de
la pared de un recinto de formato circular10, que a su vez lindaba con otros
módulos constructivos, respondiendo a una tipología de base trebolada.
Ésta se asentaba en medio de una organización de estructuras modulares
que daban forma a un asentamiento complejo.
Estos primeros descubrimientos fueron recogidos en similares términos
por René Verneau11, quien tiene conocimiento de ellos por Ramón Fernán-
dez Castañeyra, quien a su vez le remite los dibujos al creer que son in-
exactas las reproducciones efectuadas por Sabino Berthelot, al menos la de
los grabados del Barranco de la Torre. Los descubrimientos son divulgados
de nuevo por Ramón Fernández Castañeyra en 188312, una vez que remite
el estudio a Sabino Berthelot.
En 1988, Francisco Navarro Artiles nos facilita copia del documento n.º
12 de Ramón Fernández Castañeyra en el que aparece, como material cur-
sado ante el Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife […] una piedra
con letreros encontrada en la Torre.
Demetrio Castro Alfín conoce el documento de Ramón Fernández Cas-
tañeyra13, sobre el que recoge que en el Museo Arqueológico de Tenerife, a
8
Publicado un extracto de la misma en Actas de las I Jornadas de Historia de Fuer-
teventura y Lanzarote. Tomo II. Arqueología, Arte y literatura. Puerto del Rosario,
1987: 65-221. Una fotografía de este grabado se reproduce en la página 204 de esta
publicación.
9
Sí exceptuamos una figura incisa que nos recuerda a las documentadas recientemente
en la isla de La Gomera y a los motivos pertenecientes al yacimiento de Pie de Agua
Paloma, en Betancuria.
10
El motivo antropomorfo representado no se muestra totalmente claro, pudiendo ser
incluso una representación de signos, con connotaciones de abstracción, similares a
los del Barranco del Cabadero, Fuerteventura.
11
Verneau, R. «Les inscriptions lapidaires de l´Archipel Canarien» Revue d´Ethogra-
phie, I. París. 1882. Pp. 273–279 y 285.
12
Op. cit. 1883. Pp. 171–172.
13
Que asimismo se lo facilitó Francisco Navarro Artiles (Castro Alfín, D. “Los Petro-
glifos de Tindaya (Fuerteventura). Consideraciones sobre los paralelos e interpreta-

440
donde llegó el material procedente de Fuerteventura, se encuentran muchas de
las piezas citadas, aunque no los grabados, como tampoco figuran éstos en la
colección de René Verneau depositada en el Museo del Hombre de París, tal y
como hemos comprobado personalmente14.
Los dibujos que se conservan de los grabados localizados por el personal obre-
ro que trabaja en la propiedad de Luis Benítez de Lugo, nos permiten plantear que
se trata de inscripciones que nos recuerdan, como detallamos más adelante, a los
signos o inscripciones líbicas–canaria y no a las líbicas–bereber como señala Mau-
ro S. Hernández Pérez15, dada su disposición y sentido de algunos paneles. Ello
responde probablemente, entre otras causas, a que en la época en que este autor
palmero los estudia no se ha publicado la existencia de otros signos escriturarios
en esta isla además de los generales líbico–bereber. De ser así, habría que consi-
derar esta referencia en la historia cronológica de la investigación de la escritura
aborigen líbico–canaria, ya que el autor, como el mismo recoge, sabe que se trata
de signos similares a los de la isla de El Hierro.
Resultan escasas las personas que en su visita a la isla advierten o se
interesan por esta temática rupestre. Entre éstas sobresale Olivia Stone16,
quien en su viaje a Fuerteventura recoge que en Casillas del Ángel un ve-
cino le informa que justo en la montaña de enfrente había una cueva que
contiene una piedra en la que, según informes, hay jeroglíficos. Probable-
mente se trata bien de la cavidad del Morro de la Galera, en cuyos bloques
basálticos que se estacionan en la parte derecha de su acceso y contienen
un rico registro de grabados geométricos tipo juegos, inscripciones líbi-
co–bereber y líbico–canaria, o con menos probabilidad pudiera tratarse
de las cavidades del Pico de la Fortaleza17, en cuyas cotas inferiores a las

ción”. 1987. P. 300).


14
Al menos no como pieza expuesta ni como registro inventariado en los fondos de
dicho Centro.
15
Hernández Pérez, M. “Grabados rupestres de Fuerteventura”. Actas del Congreso
Arqueológico Nacional. Huelva. Zaragoza. 1975. Pp. 245–248.
16
Stone, O. M. 1993. Fuerteventura 1884. P. 62.
17
Ya que es únicamente en donde se localizan oquedades visibles desde ese núcleo
de población e inscripciones, si bien desde algunas zonas de Casillas del Ángel son
perceptibles las cuevas de Risco Caído, situadas en el entorno del Barranco de Río
Cabras, en su margen izquierda a las que les hemos atribuido una función funeraria, al
localizarse en su interior algunas piezas dentarias y costillas humanas, pero no hemos
conocido inscripción alguna sino en la parte alta, en Morro Pinacho. No obstante las
inscripciones que conocemos en La Fortaleza pertenecen al alfabeto líbico – canario y
se encuentran en soportes basálticos fijos en el exterior de las cavidades, emplazadas
en cotas superiores.

441
máximas y en cuya cumbre se emplazan las cuevas y solapones funerarios,
se halla el yacimiento rupestre con registro alfabético líbico–canario.
Igualmente, a lo largo de la historia de la exploración de los yacimien-
tos rupestres, son contadas las personas que se interesan por su contenido
de signos de abecedario o inscripciones, dedicando solo pequeños párrafos
en sus textos a otras temáticas de los gestos rupestres. Si bien pensamos
que ello es así, la materia de los grabados es, a nuestro parecer, la que ha
contado con una mayor continuidad de estudio a lo largo del recorrido
investigador de Canarias ya que resulta una temática recurrente, especial-
mente en las últimas décadas.
A lo largo de la historia y a partir de los autores en los que nos hemos
detenido, otras personas también se ocupan de esta materia. Pedro Her-
nández Benítez18 considera que los grabados localizados en la península
de Jandía en 1874 por Luis Benítez de Lugo pertenecen al alfabeto latino,
considerando el soporte grabado una piedra miliaria para la que propone
una traducción sobre la base de este alfabeto, en cuyo texto se lee nueve
millas, mientras que la otra expresión constituye una línea de letras latinas
que interpreta Centum Vir Iulis Iovi Optimo Máximo, el centunviro Julio a
Julio Óptimo Máximo.
Juan Álvarez Delgado19 piensa, por el contrario, que la grafía corres-
ponde a letras líbico–bereber, planteando una trascripción a partir de la pa-
labra idyn, plural bereber de eidi con el significado de ´perro` o bien como
iudayan con el de `demonio´. A su vez considera que las expresiones reve-
ladas en 1878 por Ramón Fernández Castañeyra en el Barranco de la Torre
son igualmente letras líbico–bereber, entendiendo su lectura en extensión
vertical, correspondiéndose con el término mdlrny, probable palabra tua-
reg amadel–aranah que expresa ‘mandíbula atada’ o bien amadal–iranay
que traduce como ‘tierra mala’.
Por su parte Agustín Millares Torres20, especula que se trata de una ins-
cripción lapidaria con signos muy semejantes a los de los Letreros herre-
ños siguiendo la idea expresada con anterioridad.
Retomando las primeras expresiones rupestres constatadas para Fuer-
teventura, divulgadas por Sabino Berthelot y localizadas por el personal
obrero que trabaja para Luis Benítez de Lugo, se hallan dispuestos en blo-
18
1955. Pp. 99–104.
19
Álvarez Delgado, J. Inscripciones líbicas de Canarias. La Laguna. Santa Cruz de
Tenerife. 1964. Pp. 398–399.
20
Millares Torres, J. Historia General de las Islas Canarias. Santa Cruz de Tenerife.
1975. P. 258.

442
ques basálticos con las líneas en posición vertical y a nuestro entender en
sentido de escritura horizontal, nos parece, tal y como hemos expresado,
grafía perteneciente a la escritura líbico–canaria, bien documentada en esta
isla y en Lanzarote. Concretamente nos recuerda al Sector 2 del yacimien-
to Barranco del Cabadero, a los paneles 1721 y 1922.
Los signos escriturarios publicados por Sabino Berthelot, que formali-
zan el primer registro arqueológico rupestre de la isla, pueden estar traba-
jados con la técnica del piqueteado continuo, tratándose de un fragmento
de inscripción, por lo que podría estar en un soporte móvil, desprendido
de un panel fraccionado o no, que formara parte de una edificación. Con el
actual conocimiento que poseemos sobre las manifestaciones rupestres de
la isla hemos de pensar que no resulta probable que el motivo que adverti-
mos en 1984 en el yacimiento de los Llanos del Morrito fuera efectivamen-
te antropomorfo. El calco que conservamos de este motivo evidencia un
cierto carácter abstracto, pudiéndose corresponder con un trazado de línea
escrituraria del modo similar a cómo se emprenden los trazos escriturarios
de Barranco del Cabadero. De corresponderse con una temática figurativa
antropomorfa sería excepcional dentro del registro rupestre de esta isla,
ya que esta tipología sólo la hemos registrado en el Pie de Agua Paloma,
insertada en el Barranco de la Peña, Betancuria, y con un específico carác-
ter etnoarqueológico asociado a representaciones de lo que aparenta ser
corazones, letras “A”, reticulados y geométricos rectilíneos y curvilíneos
fundamentalmente. Similar reflexión efectuamos para los primigenios gra-
bados de Jandía y Barranco de la Torre, pues la generalidad nos permite
atribuir una mayor probabilidad a considerar ambas líneas escriturarias a
la adscripción líbico–canaria antes que líbico–bereber, ya que todo apunta
–pendiente de concluir los trabajos de las inscripciones de esta isla en la
anualidad 2012– que el carácter de la grafía líbico–bereber en Fuerteven-
tura resulta secundaria, en mayor grado que en Lanzarote, tal y como se
recoge en otro trabajo de estas mismas Jornadas. Esta particularidad de
protagonismo secundario se plantea desde el punto de vista cuantitativo,
desprendida de un recuento numérico de la presencia de la grafía líbico–
canaria. Ésta resulta proporcionalmente muchísimo más alta que la cifra
que arroja la contabilidad de los caracteres líbico–bereber. Aún así es ne-
cesario el estudio de ambos alfabetos por si de ello se deriva otra variable
que indique una supremacía a tener en cuenta además de la concisamen-
te contable. Ello puede ser así ya que si abogamos por una convivencia
21
Numerado por Werner Pichler CIII5 en Las Inscripciones rupestres de Fuerteven-
tura. 2003: 74.
22
Numerado por Werner Pichler CIII4, ídem.

443
cronológica de ambos sistemas escriturarios en las islas de Lanzarote y
Fuerteventura, atendiendo de lo que se desprende de los yacimientos ar-
queológicos alfabetiformes de ambas islas, es necesario indagar por si se
emplea un alfabeto para un propósito o materia y otro para otro destino
diferente. Resulta llamativo el que por ahora solo se registre en la isla un
yacimientos rupestre con exclusivo repertorio líbico–bereber, estando, por
otra parte, esta convivencia bien representada en Lanzarote. Es posible
también que nos encontremos ante una situación donde lo oculto o ausente
también se expone, o bien que este registro alfabético en solitario perma-
nezca sin localizar, a pesar de los trabajos de campo realizados en esta isla
y la ausencia de erupciones volcánicas o ráfagas de jable a lo largo de su
historia a partir de la primera ocupación humana que pudieron ocupar el
suelo explotado por la comunidad indígena.
Si pensamos que la escritura líbico–canaria resulta una invención insu-
lar, la población maxie cuando arriba a Fuerteventura y Lanzarote escribe
exclusivamente empleando el alfabeto líbico–bereber, acudiendo con pos-
terioridad a intervenir en los mismos lugares con su escritura vernácula,
explicándose así casi la ausencia –hasta hoy– de unidades arqueológicas
que exclusivamente contabilicen signos líbico–bereber. En corresponden-
cia con este pensamiento y de conformarse que esta escritura sea el resul-
tado de una decisión o evolución insular, no contabilizándose por tanto en
ninguna otra isla de las Canarias ni zonas del Norte de África, la población
maxie de ambas islas orientales experimentan relaciones de convivencia,
o de toma de acuerdos conjuntos. Ello, a su vez, explicaría la presencia de
epigramas líbico–canarias en ambas islas.
La distribución espacial de los yacimientos arqueológicos rupestres con
inscripciones alfabetiformes de Fuerteventura, el modo en el que éstos se
ordenan de norte a sur, así como las unidades geográficas y orográficas de
acogida cultural, arrojan peculiaridades, ya que este yacimiento incumple
la generalidad dentro de una cierta pluralidad, singularizándose por ello.
La posición geográfica y los elementos escriturarios integrantes23 de
cada enclave arqueológico de esta isla acreditan los caracteres distintivos
de Jacomar: el sitio rupestre que se posiciona en un área más septentrional
de Fuerteventura es Barranco del Cabadero, acoplado en la costa noro-
riental de la isla con trazos del alfabeto líbico–canario24 y en significativa
23
El recuento de expresiones escriturarias variará conforme revisemos la totalidad de
yacimientos en el marco del proyecto de 2012, que desarrolla una de las autoras de
este trabajo, junto a Renata Springer Bunk.
24
Esta escritura se contabiliza en cuarenta y ocho de los sesenta y siete paneles que
posee el yacimiento. En doce de estos cuarenta y ocho los signos escriturarios se aso-

444
menor cuantía con caracteres líbico–bereber25. En trayectoria suroeste se
disponen Pico de la Fortaleza26 y Morro de la Galera27 ambos en partes más
bajas que las altitudes máximas de la cresta de la misma cordillera y en
su vertiente sur–oeste, cuya cota altimétrica mayor la alcanza su extremo
oeste, el Pico de la Fortaleza con 625 m de altitud. En su flanco sureste y
apartado por un valle de corto pliegue se halla Montaña de Tejuate o de
Enmedio28, cuyos bloques rocosos se han elegido para reproducir grafía
líbico–canaria junto a un alto número de trazos geométricos preferente-
mente de proyección recta y curva. Esta montaña, emplazada en la margen
izquierda del nacimiento de Barranco de Río Cabras, a la altura del núcleo
poblacional Tejuate29, adquiere una constitución piramidal que se eleva
337 m.s.n.m. En su frente sur y a escaso espacio se sitúa Morro Pinacho30,
en el que se han elegido de soporte grabatorio los resaltes rocosos que de-
cian a temática geométrica, compuesta especialmente por trazos de proyección recta
y curva. Sólo en una ocasión la grafía líbico–canaria comparte espacio con la grafía
líbico–bereber. En general detallamos sesenta y ocho líneas alfabéticas líbico–cana-
rias, tres líbico–bereber, doce signos líbico–canario aislados, sueltos o agrupados en
dos y cuatro líneas de difícil adscripción pudiendo responder a trazos geométricos
rectilíneos o bien a líneas escriturarias líbico–canarias.
25
Documentamos dos paneles con grafía líbico–bereber y un panel con estos carac-
teres junto a signos líbico–canarios. En general contabilizamos tres líneas de signos
líbico–bereber frente a sesenta y ocho líbico–canarios.
26
Contiene dos paneles con cinco líneas líbico–canarias, que con algunas variantes
reproducen una hilera con los mismos signos.
27
Del que no disponemos de recuento final del registro alfabético, si bien ambos siste-
mas mantienen una significativa diferencia que podemos establecer provisionalmente
en veinte y cinco líneas de escritura líbico–canaria frente a cinco líbico–bereber. No
obstante hemos de aclarar un error en la denominación de este yacimiento cometido
desde que lo dimos a conocer en las I Jornadas de Historia de Fuerteventura y Lanza-
rote, toda vez que como Morro de la Galera se denomina una parte de la cordillera y
no toda. Si bien desde siempre hemos distinguido el Pico de la Fortaleza del Morro de
la Galera, ello no es suficiente ya que el borde o coronación de esta cadena montañosa
cuenta con abundante toponimia, reflejo del conocimiento, control y uso tradicional
de estos espacios de montaña.
28
Dada a conocer con este nombre en nuestros anteriores trabajos.
29
En cuya base conocimos los vestigios del asentamiento de Los Caserones, arrasado
por las obras de infraestructura de la actual red viaria, justamente en el lugar donde
se localiza la rotonda que distribuye a los vehículos en dirección a Tetir, Puerto del
Rosario y Triquivijate.
30
Se trata del mayor enclave rupestre escriturario, con ciento siete paneles de los que
en cincuenta y tres se han representado grafía líbico–canaria, contabilizándose al me-
nos cien líneas escriturarias con quinientas cuarenta y tres recurrencias.

445
limitan el remate de la cordillera Rosa del Taro, en su prolongación hacia
la costa sureste de Fuerteventura.
En recorrido sureste de Morro Pinacho se estaciona Montaña del Som-
brero31, con 306 m de altitud, en la que se consignan ambos caracteres
gráficos. Su silueta expresa una forma piramidal aislada en una llanura
surcada de pequeñas cañadas que la circundan y su cima se corona con
un afloramiento basáltico de significativo desarrollo, que resulta llamativo
por su distintiva forma de pezón o pedúnculo con una configuración po-
liédrica. Inmediata a ésta, en alineación sureste, emerge con menor cota
Montaña Blanca de Arriba, de 231 m de altura, en cuyos módulos basál-
ticos coexisten representaciones de ambos abecedarios inmediatos a mo-
tivos figurativos de espiga y barco. En último lugar en lo que respecta a
este espacio, en avance suroeste se emplaza Cuchillete de Buenavista32, de
416 m de altura prolongándose al sureste hasta concluir en Cuchillete de
Miraflores y Morros de la Cancela, donde se dispersa el conjunto mayor y
más definido de asentamientos de la isla, a la vez que se configura como
el área insular con mayor registro arqueológico, respondiendo particular-
mente como hemos adelantado a una función residencial, aunque salpicada
de módulos ganaderos, asientos, estructuras circulares de piedras hincadas,
plantas circulares de piedras hincadas empedradas, plantas elipsoidales es-
calonadas o modo de anillos superpuestos, tumulares, etc.
En Cuchillete de Buenavista se documentan ambas formas escritura-
rias, aunque primordialmente está presente la grafía líbico–canaria33.
Externamente a esta área norte y central del este de Fuerteventura don-
de concurren los yacimientos rupestres con escritura, se alojan de forma
exclusiva Morrete de la Tierra Mala en la franja suroeste de la isla, la
Montañeta de Adrián y el que nos ocupa de Jacomar, alejándose ambos de
la plantilla geográfica de disposición de yacimientos rupestres escritura-
rios. Esta ordenación refleja que existen distancias más próximas entre las
demás unidades geográficas con inscripciones, así como que éstas se dotan
de un entorno cultural más rico al coincidir con áreas con significativo
registro de depósitos arqueológicos de variada funcionalidad y naturaleza.
Llama la atención el apartamiento de Morrete de la Tierra Mala, la Monta-
ñeta de Adrián y Jacomar con respecto a otros sitios arqueológicos resul-
31
De la que no dispondremos de un recuento definitivo hasta finales de la anualidad
2012.
32
Sólo registran signos del alfabeto líbico–canario.
33
De este sitio no contamos con registro final de intervenciones alfabéticas, que pre-
sumiblemente lograremos en la anualidad de 2012.

446
tando aislados, o al menos no insertados en una estructuración próxima de
unidades arqueológicas, como así se desprende del área de los barrancos
Río Cabras y de la Torre. Igualmente advertimos la casi ausencia de expre-
siones rupestres en la península de Jandía con la excepción de Castillejo
Alto34.
Centrándonos en Jacomar, el yacimiento se asienta en un corto aflo-
ramiento rocoso que se dispone entre el valle de Jacomar, emplazado al
norte y Barranco Gran Valle, al sur. Morro del Peñón es el topónimo que
da nombre al inicio de la cresta que acoge al enclave rupestre, que con
desarrollo de cuchillo se prolonga hasta el mar, y en cuyos inicios, en su
extremo oeste, se localiza el enclave que estudiamos35.
El comportamiento espacial de los yacimientos rupestres con escritura
líbico–canaria nos revela, como hemos adelantado, que Jacomar permane-
ce alejado del centro–este insular, área con la aglomeración arqueológica
más significativa de la isla en cuanto a yacimientos residenciales, algunos
de ellos de desarrollo significativo. No parece que de su emplazamiento se
desprenda una función de marcador de zonas de paso hacia pastos comu-
nales, ya sea a la península de Jandía o a cualquiera de las costas ganaderas
que probablemente existieran en la cultura maxie, ya que la concentración
de yacimientos exclusivos con signos líbicos–canarios refleja otro código
territorial.
Si analizamos el registro de yacimientos rupestres con inscripciones
líbico–canario, dada la casi ausencia en la isla de enclaves rupestres que
alberguen exclusivamente grafía líbico–bereber, el resultado varía:
En Fuerteventura, los lugares elegidos para escribir en soporte de pie-
dra son los afloramientos rocosos emplazados en la parte alta, muy cercana
o en la misma cima de las cordilleras y montañas, exceptuando el yaci-
miento del Barranco del Cabadero. Concurren otras unidades geográficas
–por ejemplo los barrancos–, en las que se han representado otra materia,
pero no aparecen, en cambio, las inscripciones alfabetiformes. De igual
modo, esos mismos elementos geográficos, como las cimas de las monta-
34
No incluimos los registros rupestres vinculados a la cultura tradicional postconquis-
ta. El yacimiento Castillejo Alto, además de la tipología figurativa podomorfa, alberga
trazos geométricos de proyección recta, curva, así como líneas reticuladas.
35
Resulta probable estimar la existencia de más unidades en éste u otro entorno in-
sular, pues hemos de tener en cuenta la escasa probabilidad de que los yacimientos
rupestres hayan desaparecido, puesto que los accidentes orográficos que forman parte
de las unidades geográficas de acogida siguen conservándose hasta la actualidad al
emplazarse en áreas alejadas de la costa o litoral, donde el desarrollismo urbanístico
ha destruido cualquier vestigio de vida o característica física anterior.

447
Situación de los yacimientos rupestres con caracteres líbico–canario: Pico de la Fortaleza, Montaña de
Tejuate o de Enmedio, Morro Pinacho y Jacomar.

ñas o cordilleras, resultan ser los lugares seleccionados para acoger otro
tipo de motivos grabados, como los figurativos podomorfos, que además
de en estas cotas altas se sitúan también a nivel de superficie en zonas lla-
nas, formando parte de asentamientos, como se ha podido comprobar en
el complejo de Tisajoyre y en Los Risquetes, en el término municipal de
La Oliva.
Jacomar se embute en un ambiente físico caracterizado por la presencia
de cuchillos y valles con proyección al mar, en cuyo espacio inmediato
escasean las manifestaciones que delatan una ocupación de la población
maxie, más allá de la explotación ganadera de su suelo, así como del apro-
vechamiento marino con desarrollo pesquero y de recolección. Del mismo
modo, en Jacomar se constata el comportamiento generalizado por el que
las inscripciones rupestres se hallan más alejadas de los asentamientos po-
blacionales, mientras que existe una reciprocidad más estrecha con estruc-
turas tipológicamente tumulares36.
36
Estas construcciones precisan ser investigadas con metodología arqueológica di-

448
En el entorno del yacimiento, objeto de estudio, se localizan asenta-
mientos emplazados en la franja costera y en los valles lindantes, aun-
que ambas entidades se hallan más alejadas que la distancia existente,
por ejemplo, entre los Corrales de la Torre y el depósito rupestre Cuchi-
llete de Buenavista; o entre el enclave de grabados Morrete de la Tierra
Mala y la Montaña de Mesque. En el primer ejemplo citado, Cuchille-
te de Buenavista, la práctica grabatoria se recluye en los espacios altos,
mientras que el asentamiento se estaciona en el llano, próximo al curso
del Barranco de la Torre en su margen derecha. A partir de éste conti-
núa el registro de yacimientos residenciales: Corrales de Miraflor, Al-
tos de Miraflor, Llanos del Morrito, Llanos de la Cancela y Taima, en-
tre otros yacimientos con diferente nivel constructivo, como la pared
que se localiza en la margen derecha de la desembocadura del Barranco
de la Torre, la Gambuesa de la Torre, las estructuras circulares de pie-
dras hincadas de Alares, las circulares de piedras hincadas y empedradas

Situación de los yacimientos rupestres con caracteres líbico–canario y líbico–bereber: Barranco del Caba-
dero, Morro de la Galera, Montaña del Sombrero, Montaña Blanca de Arriba, Cuchillete de Buenavista y
Morrete de la Tierra Mala.

recta, mediante excavación o sondeo, toda vez que la prospección arqueológica no


permite conocer con certeza su función, que desconocemos en estos momentos.

449
Situación de los yacimientos rupestres con caracteres líbico–canario, y líbico–canario junto a líbico–be-
reber.

de Los Alares, etc. Sin embargo, en el caso del yacimiento rupestre del
Morrete de la Tierra Mala, la conexión espacial que mantiene con el asen-
tamiento más próximo, Montaña de Mesque, se sitúa en la cota máxima
de la elevación, en su cima y mucho más alejado que la distancia de los
enclaves anteriores.
La vinculación territorial más estrecha, desde el punto de vista funcional
de los yacimientos rupestres alfabetiformes, se establece con las estructuras
arquitectónicas tumulares en cuatro de las diez estaciones de grabados que co-
nocemos, y con cuevas naturales o solapones, de las que al menos tres se han
acondicionado para servir de sepultura a cuerpos humanos.
El yacimiento residencial de Jacomar evidencia una estrecha vinculación
con la actividad pecuaria, fundamentalmente con ganado en régimen de suelta,
al emplazarse en el interior de una costa ganadera tradicional, conservándose
diversas construcciones en la cima de Morro del Peñón, en las laderas de los
Montes del Valle Corto y en el suroeste del Morro de las Mochas. Algunas de
estas unidades arquitectónicas sobresalen por su alto registro arqueológico,

450
como el conjunto localizado en la margen derecha del Barranco Valle Corto37,
al este del sitio objeto de este trabajo.
Otros yacimientos arqueológicos con intervenciones rupestres próxi-
mos a Jacomar como el Cuchillo de los Olivos, situado al suroeste del
Malpaís de Toneles, el Valle de la Cueva al norte y el Barranco Valle de
Jacomar al sur38, todos en el término municipal de Antigua, poseen la im-
pronta etnográfica sobre intervenciones anteriores, respondiendo en todas
las ocasiones a una tipología de líneas geométricas. A la par, sus yaci-
mientos más próximos revelan un uso ganadero, destacando el conjunto
de cuatro unidades arquitectónicas de Montaña de Juanicón, al noreste del
componente rupestre Cuchillo de los Olivos.
En la ladera noreste que baja al Barranco de Jacomar se ubica otro si-
tio rupestre desarrollado por tres paneles de inspiraciones rectilíneas, bar-
quiformes y escritura subactual39, elaboradas con incisiones y un rayado,
apreciándose en algunas áreas trazos más antiguos que responden funda-
mentalmente a una expresión geométrica rectilínea.
Próximo a Jacomar se emplaza Morro del Peñón, configurado como
una de las elevaciones del Cuchillo del Valle Corto, que se ensambla al
sur del Valle de Jacomar y al norte del Barranco Gran Valle40. El ambiente
arqueológico de esta zona se encuentra definido por los asentamientos si-
tuados en el fondo del barranco41, así como por las estructuras ganaderas
que se colocan preferentemente en las partes altas y en las laderas de las
montañas. La ocupación de este cuchillo se materializa en ocho unidades
pecuarias, en una zona incluida en una costa ganadera y recogida en el
interior del suelo del mancomún de Tuineje42.
37
En las coordenadas 28º 15´ 58´´ N; 13º 56´ 07´´ O, a 110 m de altitud.
38
En las coordenadas 28º 17´ 20´´ N; 13º 56´ 30´´ O, a 300 m de altitud.
39
Entendemos que ninguna de estas manifestaciones rupestres se corresponde con la
cultura aborigen, estando relacionada con épocas recientes, a juzgar por la presencia
de los barcos, dos de los cuales portan en el mástil central banderas de formato rectan-
gular, y por el tipo de las representaciones escriturarias de carácter subactual.
40
En medio de estos dos valles y con un menor desarrollo se encuentra el Barranco de
Valle Corto, situándose la estación en las coordenadas 28º 16´ 28´´ N; 13º 57´ 13´´ O.
41
Preferentemente a la altura de su curso medio.
42
Los bienes comunales de Tuineje son los más extensos de la isla, correspondiéndose
con suelos de Términos que: […] no eran terrenos sin dueño sino que habían perte-
necido a particulares -los señores territoriales- y éstos habían transmitido gratuita-
mente al común de vecinos su uso y aprovechamiento, cuando no la propiedad […].
Martín Luzardo, J. P., Bienes comunales en Fuerteventura, Servicio de Publicaciones
del Excmo. Cabildo Insular de Fuerteventura, Puerto del Rosario, 2006).

451
Dado que el conocimiento del pasado es hipotético en tanto no lo pode-
mos constatar con certeza, sino mediante el uso de propuestas de trabajo,
las aquí planteadas poseen todas las reservas que precisan. En este proceso
de interpretar los espacios rupestres de Fuerteventura, y en el momento
en el que nos encontramos, resulta más viable comenzar por descartar o
discriminar las hipótesis que nos resultan menos viables, por lo que se
hace necesario sistematizar previamente el conocimiento físico adquirido
a través del estudio del espacio.
En base a la distribución cartográfica de los enclaves rupestres alfabe-
tiformes, teorizamos si esta estación de Jacomar muestra un código visual
relacionado con la actividad que suponemos debió de desarrollarse en esta
área, y en general en toda la isla, pues existen algunas diferencias que he-
mos adelantado, entre ellas, el emplazamiento alejado de la norma, según
el nivel de conocimiento que poseemos en la actualidad sobre la isla. Re-
sulta relevante que este yacimiento rupestre se halle apartado de núcleos de
población indígena, y en dirección sur, se encuentre asimismo desprovisto
de enclaves rupestres próximos. Algo similar podemos plantear para la pe-
nínsula de Jandía, en la que hasta la actualidad no se ha registrado ningún
yacimiento con escritura. Otra característica es que se trata de un pequeño
yacimiento desde el punto de vista cuantitativo con un alto registro de lí-
neas alfabéticas, no existiendo por ahora otro similar desde este punto de
vista de su porción.
Para su inventario, hemos estructurado el yacimiento siguiendo un cri-
terio espacial, deteniéndonos en cuantos aspectos formales hemos podido
advertir respecto a su soporte. El hecho de que el enclave se ordene físi-
camente en paneles nos permite establecer algunas pautas para plantear
ciertas hipótesis que, de lo contrario, no podríamos sustentar o materializar
si obviamos estos detalles físicos que se deducen del propio yacimiento.
Su aspecto estructural nos permite acercarnos a la interpretación de las ma-
nifestaciones rupestres, especialmente si abordamos su estudio de manera
individual y lo relacionamos con los demás yacimientos y lo incluimos en
el marco general de las diferentes manifestaciones culturales de la pobla-
ción maxie de Fuerteventura y Lanzarote, quienes comparten gentilicio
así como los dos sistemas escriturarios, de los que uno se comprueba, por
ahora, únicamente en estas islas dos islas canarias.
El estudio minucioso de la realidad material del yacimiento nos permite
pensar que nos encontramos ante un sitio que se concibe para escribir a
propósito, acudiéndose a él explícitamente para esta finalidad. Mayorita-
riamente la población aborigen de Fuerteventura, en mayor grado que la

452
de Lanzarote, se expresa a través de la escritura empleando el alfabeto lí-
bico–canario y solo de manera muy puntual recurre a los caracteres líbico–
bereber. Advertimos igualmente que se trata de un yacimiento que utiliza
una característica por ahora única en cuanto a su contenido, la relación que
mantiene entre su extensión y cantidad de líneas de escritura.
Trabajamos en una disciplina en la que nos acostumbramos a manejar solo
aspectos parciales, hasta el punto de que habitualmente denominamos a los
materiales que manipulamos restos arqueológicos, dando por hecho con ello
que los elementos de estudio no son sino fragmentos de un todo que ha desapa-
recido o que desconocemos y aunque del todo alcancemos a plantear algunas
nociones, no contamos con la certeza de que así sea. De ahí que recurramos a
las hipótesis de trabajo. Hemos adelantado que en Fuerteventura solo hemos
podido documentar un yacimiento rupestre que muestra de manera exclusiva
grafía líbico–bereber, como en cambio sucede, mayoritariamente, en la isla de
Lanzarote. Desde el punto de vista cuantitativo la población recurre principal-
mente al alfabeto líbico–canario para escribir, distanciándose entre sí el uso de
ambos sistemas escriturarios.
Las intervenciones rupestres resultan componentes activos de los pro-
cesos sociales que desarrolla la cultura aborigen y son el reflejo de esa rea-
lidad social que las crea. La presencia de estas manifestaciones rupestres
resulta un componente esencial en la forma en la que la sociedad aborigen
organiza y estructura el territorio, por lo que de sus características físicas y
formales se puede derivar la concepción que la población maxie proyecta
en ese espacio. La impronta rupestre es un instrumento más puesto al ser-
vicio de la organización de ese espacio para esta cultura insular. Tomamos
pues como dato interesante la lejanía de este yacimiento con respecto a
los otros escriturarios y su relación con yacimientos residenciales, su ex-
clusivo muestreo de caracteres líbico–canario, o lo que pudiera no ser lo
mismo, la casi ausencia de formas líbico–bereber.
En efecto, desde una consideración formal, el yacimiento de Jacomar
resulta una estación de corto desarrollo, ya que solo posee siete paneles
organizados en dos sectores diferenciados que se emplazan en cotas alti-
métricas diferentes43.
El S1, situado a mayor altitud, lo forman cuatro paneles de los que tres
(P1, P2 y P3) poseen inscripciones líbico–canarias y el P4 registra exclusi-
vamente temática geométrica. Estos cuatro paneles del S1 los numeramos
atendiendo a su ubicación en el espacio, siguiendo una expresión geográ-
fica, de tal manera que el P1 se instala en la parte superior y al oeste con
43
Coordenadas del S1: 28R0602575; 3128633. S2: 28R0602522; 3128641.

453
respecto al P2, encajonado en la parte inferior de P1, a 1.10 m de distancia
en posición sureste. El P3 se ubica a 0.60 m en dirección sur del P2. Con-
tinuando con una alineación sur con respecto al P3 y a 3.20 m de distancia
se halla el P4. El S2 se instala en cotas inferiores manteniendo la misma
línea del vértice del cuchillo44, y lo conforman tres paneles de los que dos
se instalan juntos, a continuación uno del otro, ocupando la alineación sur
el P2, sin mediar distancia alguna de separación del P1. El P3 se coloca a
3.80 m del P2 en dirección suroeste.
Los siete paneles que conforman los dos sectores presentan medidas
que, en ningún caso, superan los 1.50 m, siendo ésta la que alcanza el lado
mayor de largo del P3 del S3. Optamos por medir la superficie total del
soporte elegido para grabar y no sólo la que presenta un acabado más ho-
mogéneo y cristalino que facilita el acto grabatorio y se obtiene un mayor
resultado óptimo desde el punto de vista económico y plástico. Se desecha
igualmente el criterio de tomar las medidas de referencia estableciendo
solo los límites de las áreas intervenidas, ya que en todo caso pudieron
interesarse por la totalidad de la superficie disponible o por cualquier plano
del espacio elegido, como así se demuestra en otros yacimientos rupestres
en los que no se ha optado por el uso del plano más uniforme, carente de
rugosidades, grietas, fisuras, cambios de dirección, etc. Todos los soportes
seleccionados para grabar son fijos y su morfología tiende a un desarrollo
cuadrangular relativamente homogéneo45: las medidas que facilitan los tres
paneles del S2, se concretan en longitudes similares46.
Con respecto a la orientación de los paneles de este yacimiento, tres de
los cuatro soportes del S1 (P1, P2 y P3) se orientan al oeste mientras que
el P4 lo hace al sur. Dos paneles del S2 (P2 y P3) se alinean al suroeste y
el P1 lo hace al sur.
La técnica de ejecución del S1 es mayoritariamente la incisión47 y exis-
ten algunas áreas de superficies pulidas que resultan interesantes por afec-
tarle sólo una pequeña zona, siendo el caso más representativo el que exhi-
be el P1 del S1en la línea líbico–canaria situada en su parte derecha, donde
44
28R0602522; 3128641.
45
Siempre que se facilita la medida, la primera corresponde al largo y la segunda al
alto de la superficie del panel, salvo que se indique otra información. S1: P1: 1 por
0.75 m; P2: 1.30 por 1.25 m; P3: 0.93 por 1.30 m y P4: 0.37 por 0.30 m.
46
P1: 0.80 por 1.17 m; P2: 0.70 por 0.80 m y P3: 1.50 por 0.88 m.
47
En algún caso el rayado que se documenta lo desechamos para los trazos perte-
necientes al periodo aborigen, empleándose para grabar mayoritariamente en fechas
posteriores, líneas geométricas rectilíneas, y trazos reticulados.

454
se ha practicado un pulimento en una corta superficie antes de grabar un
signo (S), el tercero de una línea de cinco. Descartamos que esta frotación
se produjera por causas naturales, debido al rozamiento de una especie
vegetal que pudiera haber crecido en la base del panel. Dicho factor se ha
fundamentado en la total ausencia de materia vegetal, si bien comproba-
mos que plantas como la Nicotiana glauca crecen en grietas desprovistas
de sustrato, y en el hecho de que el pulido muy localizado se ha realizado
antes de proceder a grabar el signo alfabético referido, al no afectar a las
condiciones formales del surco que caracteriza a esta grafía.
En este Sector los motivos realizados rayando la superficie pétrea res-
ponden fundamentalmente a trazos geométricos rectilíneos y reticulados,
que atribuimos a periodos subactuales y que enseñan una coloración blan-
quecina muy diferente a la del surco que contiene grafía alfabetiforme, así
como algunos trazos geométricos rectilíneos con un vínculo espacial más
estrecho que los motivos blanquecinos de tipo reticular y rectilíneo. En
este caso, la coloración es un aspecto a tener en cuenta por lo clarificador
que resulta para ensayar la relativización de los distintos momentos en los
que se debieron llevar a cabo las intervenciones rupestres en el yacimiento.
El S2 muestra en dos de sus paneles intervenciones subactuales. El P1
ofrece incisiones muy finas y superficiales, con una coloración clara que
afecta a una pequeña figura reticulada de evidente cronología reciente. El
P2 reproduce trazos geométricos rectilíneos muy ligeros con similar tona-
lidad nacarada. Análogas características técnicas resultan extensibles a la
reproducción de una imagen de animal cuadrúpedo, de pequeño tamaño,
al que le atribuimos el mismo periodo. Esta figura se especializa porque su
cabeza se representa con tendencia trapezoidal, provista de una cornamen-
ta formada por un círculo, a modo de luna llena, recorriendo su cuerpo48
diversas líneas longitudinales.
El P3 del S2 acoge un conjunto de pequeñas incisiones lineales de de-
sarrollo paralelo, así como una figura en forma de espiga y diversos trazos
geométricos igualmente de proyección rectilínea, que en algún caso adop-
tan formas similares a los signos de tipo líbico–bereber, aunque descarta-
mos que responda realmente a convenciones escriturarias.
Reafirmamos que abordamos el estudio de este yacimiento sistemati-
zando sus contenidos técnicos, describiendo su composición desde el pun-
Aunque la forma de representación de este cuadrúpedo resulta primitiva y detallista,
48

nada alejada de los que pudiera documentarse en el Norte de África, el trazo tenue
muy superficial, unido a la coloración blanquecina y que su ubicación en el Sector
en el que mayoritariamente se concentran intervenciones subactuales hace que no lo
consideremos para este trabajo.

455
to de vista cuantitativo y cualitativo, que en otros trabajos de estas mismas
Jornadas extendemos a otros yacimientos en nuestro intento de enmarcar
el conocimiento a través de una visión lo más conjunta posible.
Con respecto al contenido escrito, centrándonos en el S1P1, éste alber-
ga dos líneas de escritura líbico–canaria formadas por cinco signos cada
una. La exfoliación de la roca afecta al último signo de la línea izquierda,
del que solo se conserva un trazo rectilíneo en la única parte en la que el so-
porte mantiene una capa superficial pétrea. Igualmente la línea emplazada
a la derecha se ve afectada por áreas lasqueadas que no permiten distinguir
si un signo representa a una letra (I) o a otra (II). En todo caso, se trata en
apariencia de la misma sucesión de caracteres, revelando de este modo
una práctica que comienza a ser habitual en el comportamiento de los ca-
racteres en los yacimientos que contienen escritura alfabetiforme de tipo
líbico–canario. En este soporte se han seleccionado para grabar las áreas
de superficie más homogéneas y lisas, desechando las rugosidades, grie-
tas y zonas desintegradas de la roca. Se han tallado dos hileras de signos
líbico–canario en disposición vertical con sentido de escritura y lectura ho-
rizontal, emplazadas en la parte inferior izquierda y en la central derecha.
El P2, cuya envergadura alcanza algo más de un metro por cada lado,
se dispone en la parte inferior del soporte anterior, el P1, y a la izquierda
del P3 y P4. Se trata de una pared vertical identificada por poseer un con-
junto de fisuras y grietas que compartimentan el soporte desmembrándolo
en fragmentos no homogéneos. La grafía alfabética se reproduce prefe-
rentemente en las partes superior central, lateral izquierdo y derecho del
panel, permaneciendo libre de intervenciones el área superior derecha y la
inferior izquierda. Posee un total de trece líneas, además de signos sueltos
o parejas de dos caracteres, realizados en lugares aislados de otras hileras
de letras. En varias ocasiones los signos alfabéticos se representan con
ligaduras y en ningún caso se repite la sucesión de caracteres. Destacamos
dos líneas escriturarias que se han superpuesto sin que se pueda determinar
cuál de ellas se ha escrito en primera instancia. Una representa siete formas
del abecedario con trazos gruesos y largos. Sobre ella o previamente a su
ejecución y con una intervención más tenue, se han grabado nueve signos
de los que todos, excepto los dos primeros representados como ligadu-
ras, comparten espacio. La organización de las líneas de escritura tiene en
cuenta la fragmentación natural del panel, siendo en cada fracción donde
se han representado los caracteres alfabéticos y es el espacio tenido en
cuenta para organizar la línea documental. En total se identifican trece fi-
las dispuestas en posición inclinada, las recluidas en la parte derecha del
panel y en posición más vertical a la izquierda y área superior central. No

456
obstante, el sentido de escritura de todas las líneas es horizontal aunque
sus desarrollos respondan a una disposición vertical, oblicua o transversal.
El P3, de 0.93 por 1.30 m presenta, como superficie, una cantidad im-
portante de fracturas y rendijas naturales que la subdivide en sesenta por-
ciones separadas por grietas, pequeños bloques pétreos que sobresalen al
conservarse desplazados, formando porciones entrantes y salientes a partir
de una superficie plana. En general resulta un plano homogéneo y liso de
coloración clara al igual que los cuatro paneles que conforman este sector,
aunque fragmentada. Esta condición repercute en el abordaje que se realiza
de la superficie rocosa.
Todas estas divisiones a las que se somete el panel por causas naturales
no poseen intervenciones rupestres, ya que éstas se asignan a todas las
áreas, excepto a la superior central, en la que la superficie de las diferen-
tes secciones en las que se divide el panel presentan un plano de iguales
características que las demás. La totalidad de los motivos reproducidos
son signos líbico–canarios con algunos reticulados o trazos geométricos
rectilíneos, caracterizados por una coloración blanquecina que contrasta
con la tonalidad de las incisiones alfabéticas semejante o más oscura que
el soporte. Se identifican veintiuna líneas escriturarias además de signos
sueltos. Especialmente en la parte inferior del panel se han realizado inter-
venciones y es asimismo en donde se concentran más hileras de caracteres,
destacando una fracción emplazada en la parte izquierda en la que se han
consumado siete líneas ordenadas en horizontal. La disposición supina de
los signos es generalmente la más frecuente, encontrándose en posición
inclinada sólo una línea, recluida en la fracción superior izquierda.
Se conservan líneas excepcionales por la claridad con la que han perdu-
rado los trazos, advirtiéndose una significativa homogeneidad en el tama-
ño y factura de las representaciones de la grafía. Este rasgo se puede hacer
extensivo a todo el yacimiento que, al contrario de otros, como Morrete de
la Tierra Mala o el Barranco del Cabadero, hay en él un espectro amplio de
las dimensiones de los signos.
Finalmente el P4 alberga motivos geométricos rectilíneos.
Con respecto al S2 defendemos que se trata de intervenciones efectua-
das en etapas posteriores a la conquista normanda de la isla y que no se
relacionan, desde el punto de vista temático y cronológico con el resto,
aunque el P3 del S2 pudiera pertenecer, en cambio, al periodo aborigen.
La representación de los signos gráficos responde a un mismo estilo,
al poseer idéntico parecido o características formales. Todos los trazos
rectilíneos que forman los caracteres presentan una inclinación similar, al

457
igual que la representación de dos signos unidos resultando una ligadura.
Del mismo modo, la totalidad de los signos A poseen la línea pequeña
del interior en la parte derecha, al contrario que en otros registros que se
representa con el trazo emplazado a la izquierda, pudiendo en este caso
optar, desde el punto de vista convencional, por una de las dos maneras que
barajan para representar este signo aislado, formando parte de la palabra o
incorporado en una ligadura.
Reconocemos que la grafía representada en este yacimiento responde al
estilo de la escritura líbico–canaria de la isla, por lo que hemos de pensar
en la dimensión social que conlleva este hecho, pues si identificamos un
estilo entenderemos que es una forma de creación y de expresión simbóli-
ca. La manera en la que se reproduce la escritura, su estilo al responder a
una repetición de las mismas formas, de dimensiones y grados de inclina-
ción similares, de idénticas maneras de acometer los signos de comienzo,
final o de aquellos que se sitúan en medio, sus trazos curvilíneos, etc. todo
ello conlleva una manera de expresión y de dimensión visual que las hacen
determinantes. El estilo de las manifestaciones rupestres alfabetiformes se
define por sus rasgos similares y repetitivos, que le confieren un carácter
identitario propio por su estrecha definición formal.
Relacionado con lo expresado, es posible que igualmente adquiera un
carácter simbólico, que por ahora se nos escapa y a la que solo nos po-
demos acercar a base de realizar las propuestas necesarias, que se han de
inferir, desde luego, del estudio minucioso del yacimiento, de la definición
de sus rasgos, de la repetida observación directa, del contraste con otros
yacimientos rupestres de igual y diferente tipología de Fuerteventura y
Lanzarote. Es este conocimiento de campo sistematizado el que nos puede
aproximar al conocimiento de la sociedad aborigen, al margen de postula-
dos subjetivistas del que tan difícil resulta despojarnos.
Desde el punto de vista cuantitativo podemos abordar dos realidades,
que no por ello deben responder a dos concepciones diferentes, de los ya-
cimientos arqueológicos con registro alfabetiforme:
- Un significativo barranco con sesenta y siete paneles de los que cua-
renta y ocho de ellos registran caracteres líbico–canario con un total de
sesenta y ocho líneas. Junto a ellas, formando parte de los mismos soportes
se han escrito tres líneas con grafía líbico–bereber.
- Un conjunto de montañas con alta frecuencia como Chuchillete de
Buenavista, y especialmente Morro Pinacho, en el que existen cien líneas
líbico–canarias, pero sin que esté presente la grafía líbico–bereber.
- Un conjunto de enclaves de contenido medio como es Morro de la

458
Galera, Montaña del Sombrero, Montaña Blanca de Arriba, Morrete de la
Tierra Mala, con un número medio de paneles escriturarios que albergan
caracteres de ambos alfabetos.
- Un yacimiento con 3 o 4 paneles49 en el que han escrito treinta y seis
líneas líbico–canarias, y otro con una sola linea líbico‒bereber.

Vista parcial de los paneles 1, 2 y 3 del Sector 1. En ellos se concentra el registro escriturario de Jacomar.

Panel 1 del Sector 1. Contiene dos líneas de escritura líbico–canaria en disposición vertical con sentido
horizontal. [IASV(I?) y IASAF].

49
Si descartamos el P4 del S1, así como todo el S2.

459
Detalle del Panel 1 con una de las líneas de caracteres líbico–canario [IASV(I)].

Detalle del Panel 2 en el que dos líneas de signos líbico–canarios se superponen. En mayor tamaño [IAG-
VFIA] albergando en su parte superior otra línea con una ligadura [ARYAIVRR].

460
Detalle de una de las fracciones del Panel 3 del Sector 1 en el que puede observarse tres filas de escritura,
destacando la realizada a mayor escala [AVBVDIYVA] con ligaduras y en su parte inferior otras hileras
más pequeñas [IAIADYI] y [ASACIIV].

Detalle de una fracción del Panel 3 del Sector 1 emplazado en el extremo inferior derecho, con una línea
alfabetiforme [MASACIYIE].

461
BIBLIOGRAFÍA

ÁLVAREZ DELGADO, J.: Inscripciones líbicas de Canarias. La Laguna.


1964.
BERTHELOT, S.: Antigüedades Canarias. Anotaciones sobre el origen
de los pueblos que ocuparon las Islas Afortunadas desde los primeros
tiempos hasta la época de su conquista. Santa Cruz de Tenerife.1980.
BELMONTE, J. A., SPRINGER BUNK, R., PERERA BETANCORT, M.
A.: “Análisis estadístico y estudio comparativo de las escrituras líbico-be-
réberes de las Islas Canarias, el noroeste de África y el Sahara”. Revista
de la Academia Canaria de Ciencias, X (núms. 2-3): 9-33. 1998.
CRIADO HERNÁNDEZ, C.: La Evolución del relieve de Fuerteventura.
Servicio de Publicaciones del Excmo. Cabildo Insular de Fuerteventu-
ra. 1991.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J.: “Los grabados alfabéticos de Lanzarote y Fuer-
teventura: propuestas para continuar el debate”. VII Congreso de Patri-
monio Histórico. Inscripciones Rupestres y poblamiento del Archipiélago
Canario. Arrecife-Lanzarote. 2010. Pendiente de publicación.
DE LEÓN J. y otras personas: “Aproximación a la descripción e inter-
pretación de la carta arqueológica de Fuerteventura. Archipiélago de
Canarias”. Actas de las I Jornadas de Historia de Fuerteventura y
Lanzarote. Tomo II. Arqueología, Arte y literatura. Puerto del Rosa-
rio. Pp. 65-221. 1987.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J., PERERA BETANCOR, M. A. y ROBAY-
NA FERNÁNDEZ, M. A.: “La importancia de las vías metodológicas
en la investigación de nuestro pasado, una aportación concreta: los pri-
meros grabados latinos hallados en Canarias”. Tebeto I. Anuario del
Archivo Histórico Insular de Fuerteventura. Pp. 129-203. 1988.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. y PERERA BETANCOR, M. A.: “Los gra-
bados rupestres de Lanzarote y de Fuerteventura: las inscripciones al-
fabéticas y su problemática. Nuevas aportaciones. Propuestas de clasi-
ficación e interpretación”. IV Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y
Fuerteventura. Tomo II. Ed. Servicio de Publicaciones. Excmo. Cabil-
do Insular de Lanzarote. P. 455. Arrecife. 1995.
DE LEÓN HERNÁNDEZ J. y PERERA BETANCOR, M. A.: “Los gra-
bados rupestres de Lanzarote y de Fuerteventura: contexto territorial y

462
propuesta interpretativa”. Coloquio Canarias–América- Cabildo Insu-
lar de Gran Canaria. Las Palmas. 1996.
HERNÁNDEZ PÉREZ, M. S.: Grabados rupestres del Archipiélago Ca-
nario. “Colección La Guagua”. Las Palmas. 1981.
HERNÁNDEZ PÉREZ, M .S.: “Las manifestaciones rupestres del ar-
chipiélago canario. Notas historiográficas”. En: Las manifestaciones
rupestres de las Islas Canarias. Las Palmas. Pp. 25-40. 1996.
PICHLER, W.: Las inscripciones rupestres de Fuerteventura. Servicio
de Publicaciones del Cabildo de Fuerteventura. Puerto del Rosario.
2003.

463
464
EL YACIMIENTO RUPESTRE DE
MORRETE DE LA TIERRA MALA,
PÁJARA, FUERTEVENTURA.
DESCRIPCIÓN, ANÁLISIS Y CONTRIBUCIÓN
AL CONOCIMIENTO DE LAS
INSCRIPCIONES LÍBICO–BEREBERES Y
LÍBICO–CANARIAS DE LA POBLACIÓN ABORIGEN

Renata Springer Bunk


Doctora en Filosofía. Investigadora

María Antonia Perera Betancort


Arqueóloga, Servicio de Patrimonio Histórico, Cabildo de Lanzarote

465
Resumen: este trabajo tiene por objetivo analizar el yacimiento rupestre de
Morrete de la Tierra Mala en Fuerteventura, cuyas manifestaciones rupestres se
corresponden con inscripciones líbico-bereberes, líbico-canarias, así como con
algunas formas geométricas. Durante los últimos trabajos de campo han sido ha-
lladas nuevas inscripciones rupestres, lo que justifica realizar una aproximación
al significado de estas grafías.
Palabras clave: manifestaciones rupestres; Fuerteventura; inscripciones líbi-
co‒bereberes y líbico‒canarias; escrituras de la población aborígen canaria.

Abstract: the aim of this study is to analyze the rock site Morrete de la Tierra
Mala in Fuerteventura, whose petroglyphs show libyco-berber and libyco-canary
inscriptions, also some geometric engravures. During recent fieldwork new in-
scriptions has been found; a reason to make an approach to the meaning of this
writings.
Key words: rock Art; Fuerteventura; libyco‒berber and libyco‒canary inscrip-
tions; ancient canary writings.

466
1. Introducción y antecedentes

El yacimiento rupestre Morrete de la Tierra Mala se conoce desde 1990


cuando fue localizado por el equipo que realizó la Carta Arqueológica de
Fuerteventura, del que formó parte una de las autoras de la presente comu-
nicación. Ha sido publicado posteriormente en varias ocasiones (SPRIN-
GER, PERERA BETANCORT, 1996: 576-598), entre otras, en relación a
la presencia de la escritura líbico-bereber, que confirma la hipótesis de un
fondo cultural bereber para la población aborigen. Las inscripciones de
este tipo comenzaron a conocerse en fechas relativamente tardías en Fuer-
teventura (y La Gomera), al menos, en comparación con las demás islas
del archipiélago, donde los primeros hallazgos se produjeron a finales del
S. XIX (El Hierro y Gran Canaria). Solo el descubrimiento de un bloque
suelto con caracteres alfabéticos (BENÍTEZ DE LUGO, FERNÁNDEZ
CASTAÑEYRA, 1883), hoy desaparecido, advirtió sobre la posibilidad
de testimonios de alguna grafía en esta isla; no obstante, esta inscripción
fue analizada y traducida como perteneciente al líbico‒bereber (ÁLVA-
REZ DELGADO, 1964:399) y al mismo tiempo como texto latino (HER-
NÁNDEZ BENÍTEZ, 1975), con lo cual la incertidumbre de su autoría
quedaba lejos de aclararse. Hoy día se adscribiría, con toda probabilidad,
a caracteres líbico-canarios, escritura de la que sus primeras manifesta-
ciones comienzan a detectarse en torno a los años ochenta del pasado si-
glo, con el registro de las inscripciones del Barranco del Cabadero (1982),
como consecuencia de los trabajos previos a la realización del Avance de
la Carta Arqueológica, documento que incrementó considerablemente el
número de yacimientos rupestres con inscripciones alfabéticas (DE LEÓN
et alii, 1987: 65-222). La presencia de esta segunda grafía se ha eviden-
ciado también en el yacimiento de Morrete de la Tierra Mala (PICHLER,
1993 y 2003) y que a causa de su problemática adscripción ha sido referida
mediante diversas denominaciones, existiendo actualmente en el ámbito

467
insular un consenso para emplear el término de líbico-canario por razones
de su más que probable autoría, procedencia y ubicación. El gran interés de
este yacimiento estriba de este modo en la presencia de las dos grafías, que
se presentan conjuntamente en diversos yacimientos rupestres de Fuerte-
ventura (Barranco del Cabadero, Morro de la Galera, Montaña Blanca de
Arriba, Montaña del Sombrero y Cuchillete de Buenavista), cuyo signifi-
cado inmediato es el de constituir un importante legado del acervo cultural
de la población que ocupa esta isla desde fechas cercanas al cambio de la
Era. Igualmente, en Lanzarote, su presencia conjunta se constata en los
yacimientos del Barranco del Mojón, Barranco Piletas, Cueva Palomas,
Castillejo 1, etc., siendo estas dos islas, hasta el momento, las únicas que
han aportado los testimonios gráficos de ambas escrituras.
La publicación y análisis de los grabados de Morrete de la Tierra Mala
responde además al proyecto de investigación Realización de un inventa-
rio de inscripciones alfabéticas en el ámbito rupestre canario, auspiciada
y financiada por la Dirección General de Cooperación y Patrimonio Cul-
tural, aprobado mediante la Resolución 28/2011. La fase IV de dicho pro-
yecto se consagra a Fuerteventura, formando el equipo investigador las fir-
mantes de la presente comunicación. Esta investigación, aún en curso, ha
permitido la localización de un significativo número de paneles con líneas
escriturarias no documentadas anteriormente, algunas con características
únicas, que se han incorporado a este yacimiento, siendo la visualización
minuciosa, apoyada con lupas y durante diferentes horarios diurnos y noc-
turnos, la que ha permitido los recientes hallazgos. Dichas particularidades
añaden complejidad al enclave, a lo que también contribuye el alto registro
de piezas arqueológicas, especialmente las pertenecientes a la industria
lítica y, en menor medida, la malacofauna y fragmentos cerámicos que se
esparcen en la misma superficie que los paneles intervenidos.

2. Ubicación

En la costa occidental de la isla desembocan numerosos barrancos, en-


tre los que se sitúan unidades montañosas de diversas alturas, de las que
ninguna sobrepasa los 300 m.s.n.m. El Morrete de la Tierra Mala cons-
tituye una de dichas prominencias (210 m.s.n.m.) que se ubica al sur del
barranco de Ajui, en la franja costera, siendo en la cima de esta formación
plutónica de gabros y dioritas principalmente, donde se emplaza la parte
central, el sector 1 de este yacimiento rupestre. La unidad de acogida se
corresponde con las superficies de diversos afloramientos líticos de la na-
turaleza señalada, generalmente de pequeñas dimensiones, así como diver-

468
sos bloques exentos que se han grabado. La técnica de ejecución elegida
para reproducir los motivos es la incisión, con un abanico de anchos que
va desde una fina línea hasta alcanzar una gruesa acanaladura e incidiendo
en la roca para lograr profundidad en el trazo.
La elección de la parte más elevada del Morrete de la Tierra Mala pro-
porciona al yacimiento un mayor campo visual sobre esta zona de la costa
y colinas adyacentes, permitiendo la observación del espacio terrestre y
marino circundante. El que el núcleo principal de los grabados se localice
en la cima nos puede indicar que se discriminaron otras áreas del accidente
orográfico para ocupar el mejor punto que pudiera destinarse al control de
la zona, pudiendo contribuir este hecho en su elección, tal y como sucede
en la mayor parte de los yacimientos de esta naturaleza. Por lo expresado,
el emplazamiento de la estación no sería gratuita, sino causal, al existir
igualmente pequeños afloramientos rocosos en otras partes de la montaña.
El enclave constituye una excepción geográfica para la norma que hemos
establecido para la isla al tratarse de la estación emplazada más al sur de
Fuerteventura, aislada del resto, siendo las más cercanas las de Montañeta
de Adrián y Jacomar, que se ubica en la costa occidental de la isla, cuando
la totalidad de ellas están en el centro y en la franja oriental y siempre más
alejadas del mar.
Desde el punto de vista funcional, el yacimiento rupestre constituye
asimismo un yacimiento arqueológico al evidenciarse en su superficie el
registro de materiales líticos, tratándose de un taller, a juzgar por la canti-
dad de piezas que se han producido en el mismo lugar. En menor cantidad
se contabilizan materiales de otra naturaleza, como el cerámico y malaco-
lógico.
Los yacimientos más cercanos son el Barranco de la Palmita y el insta-
lado en la cota de 250 m.s.n.m. de la montaña de Mesque. Éste lo compone
una estructura de planta elipsoidal fabricada con piedras hincadas, forman-
do una sola hilera e hilada dispuestas en vertical con un diámetro de 3 por
3.90 m, alineada de este a oeste. Por otra parte, en la cima de la Montaña de
Mesque, la más antigua de la isla, se conserva una unidad de asentamiento
conformada por un módulo de tendencia elipsoidal de desarrollo trebolado
y semienterrado, cuyos recintos internos convergen en un espacio o patio
central. La construcción del edificio se inicia excavando previamente el
suelo por lo que responde a la tipología de casas hondas. Vinculado es-
pacialmente a esta unidad se halla otro conjunto de recintos, presumible-
mente de destino ganadero, anexos al módulo habitacional principal que
ya hemos citado previamente. En las inmediaciones de este asentamiento

469
se encuentra un asiento compuesto por 7 piedras hincadas, en cuya base se
disponen otras tantas unidades pétreas en posición horizontal, orientándo-
se esta unidad al poniente. Advertimos del carácter aislado de este enclave
a pesar de la presencia de otros yacimientos arqueológicos con impronta
ganadera encajados en las cotas bajas de esta Montaña de Mesque, espe-
cialmente citamos el del Barranco de Ayamás, al emplazarse como unidad
arqueológica más próxima al enclave rupestre en estudio.
Algo más alejado, Llanos del Sombrero constituye un excepcional
asentamiento compuesto por un número importante de unidades habitacio-
nales de desarrollo trebolar hundidas en el suelo y fabricadas con piedras
ciclópeas, además de otras de claro destino ganadero, de desarrollo tumu-
lar, asientos, unidades circulares de piedras hincadas, estructuras circula-
res con asientos, la denominada Casa del Rey y un interesante registro de
materiales arqueológicos en superficie, especialmente localizados en cotas
bajas de la cima del interfluvio en el que se distribuye este yacimiento.
La distribución geográfica de los diez yacimientos rupestres con registro
alfabetiforme de Fuerteventura, es de diez estaciones situadas en la franja
este del centro de la isla, abarcando desde el Barranco del Cabadero hasta
Jacomar, excepto el yacimiento que es objeto del presente estudio. Obvian-
do los yacimientos del Barranco del Cabadero y Jacomar, los demás yaci-
mientos se concentran al norte del Barranco de la Torre, estacionándose en
un área relativamente pequeña, aproximadamente de quince kilómetros de
largo por ocho de ancho, lugar en el que se insertan el Pico de la Fortaleza,
Morro de la Galera, Montaña de Enmedio, Morro Pinacho, Montaña del
Sombrero, Montaña Blanca de Arriba y el Cuchillete de Buenavista, todos
emplazados en zonas altas. Dos estaciones se ubican en montañas y las
restantes en cotas altas de cordilleras, mostrando una clara preferencia por
destacar sobre el paisaje colindante. A partir del patrón insular de distribu-
ción ya expresado, la ubicación tiene lugar fundamentalmente en la franja
noreste central, desvinculándose de esa distribución Morretes de la Tierra
Mala, situado próximo al litoral de barlovento del centro de la isla y, en el
otro extremo, Jacomar, cercano a la costa de sotavento.
El hecho de que no consten yacimientos rupestres con inscripciones en
malpaíses y jables podría deberse a la escasez de soportes idóneos para tal
fin. Sin embargo, por ahora no encontramos explicación para la ausencia
de yacimientos con signos alfabetiformes en todo el territorio de Jandía y
en el área suroeste de Fuerteventura, con la única excepción de Morrete de
la Tierra Mala.

470
3. Extensión y estructura del yacimiento

La mayor agrupación de paneles se halla en la misma cima de la monta-


ña en los bloques de un afloramiento rocoso de escasa altura, que no supera
un metro y donde hemos documentado 18 paneles. Éstos se disponen de
modo irregular en varios niveles, pudiéndose diferenciar tres líneas, con
distancias entre ellas que no superan los dos metros. La numeración de
los paneles se efectúa desde la hilera emplazada a mayor cota altimétrica
siguiendo la ordenación oeste a este, de forma que son relativamente con-
tinuos 5, 5 y 8 paneles en cada nivel.
Después de las prospecciones llevadas a cabo, sumamos otros diez pa-
neles a los ya conocidos y publicados, entre ellos, dos que se encuentran a
una mayor distancia del núcleo central, al situarse en la abrupta pendiente
de la cara oeste que cae hacia el acantilado costero, aparentemente inde-
pendientes al permanecer relativamente alejados por la distancia que los
separa y por el cambio significativo de altitud. El panel 2-1 de estos dos
soportes aislados es de clara adscripción aborigen, documentándose en su
superficie inscripciones líbico–canarias, mientras que el panel 2-2 alberga
un motivo geométrico rectilíneo en forma de ajedrezado y con un carácter
reciente, como se desprende de la temática en yacimientos etnográficos, y
de la coloración de sus surcos, que resulta ser extremadamente clara.
Dada la configuración espacial del yacimiento y la significativa distan-
cia que se mantiene entre los paneles ubicados en la cima y los de la ladera,
se establecen dos grupos, denominados sector 1 y sector 2. La mayor con-
centración de los soportes intervenidos está próxima entre sí, con excep-
ción de los dos últimos referidos. En su totalidad, la superficie ocupada por
el área grabada no sobrepasa los 3 por 4 metros en el sector 1, mientras que
para el sector 2, ambos paneles se hallan a mayor distancia, separados por
aproximadamente 8 metros.
El tamaño de los paneles es variable, predominando los paños de unos
50 a 60 cm de longitud en su eje longitudinal y vertical. Frente a esta me-
dia, el soporte de menor dimensión es de 5 por 8 cm y el mayor de 120 por
80 cm. En todos los paneles se observa una elección de superficies que son
relativamente lisas, aunque en algunos han crecido líquenes.
La orientación de las superficies con intervenciones rupestres predomi-
na hacia el sur, respondiendo a esta alineación 7 paneles del sector 1 y otro
del sector 2. Dos paneles se orientan hacia el cenit, con inclinación, en un
caso, hacia el sur y otro el oeste. El oeste y el este resulta la orientación
elegida para 3 paneles, entre ellos, para uno del sector 2, que de esta for-

471
ma señala hacia el mar, mientras que el este se corresponde con otros dos
soportes. El panel 1-8 constituye una excepción ya que los motivos miran
hacia el noreste. No obstante, en este caso se ha elegido una segunda cara
de un bloque que tiene manifestaciones rupestres en otra de sus superficies.
Tres paneles son exentos, por tanto, no resultan susceptibles de orientar, al
poder haber sido movidos de su emplazamiento original. La predilección
por la alineación sur (con variantes de sureste y suroeste) puede deberse
a la intención de proteger los grabados de los efectos de los vientos do-
minantes y de las lluvias, que favorecen la aparición de líquenes sobre la
superficie pétrea. Ello facilita plantear que exista una idea preconcebida de
facilitar la perdurabilidad de los grabados, destinados a ser vistos durante
más tiempo y que la selección de la superficie no queda al azar.

4. Técnica

Los grabados han sido realizados empleando la incisión, aunque se


aprecian diferencias en relación a la profundidad y ancho de los surcos, así
como en el color de los mismos. Éste abarca un abanico cromático relati-
vamente amplio, ya que puede ir desde un tono similar al de la superficie
de la roca que lo acoge, ser más claro, en ocasiones con matices rojizos,
hasta destacar con un brillo prácticamente blanco sobre la superficie lítica.
Generalmente los surcos responden a una ejecución superficial, aunque se
aprecian diversos motivos elaborados con mayores esfuerzos, repasando
el surco hasta alcanzar una acanaladura y una profundidad que sobrepasan
los dos milímetros.
El interés del análisis de estas diferencias estriba en la necesidad de
relacionar la técnica empleada o, en su caso, los resultados obtenidos, con
los tipos de manifestaciones para establecer posibles grupos homogéneos
con idénticas características susceptibles de establecer con ellos una cro-
nología relativa de las intervenciones, pudiéndose lograr con la superposi-
ción y la yuxtaposición.
Resulta importante distinguir, en primer lugar, los grabados que se ins-
criben en el ámbito cultural aborigen de aquellos producidos en momentos
más recientes. No obstante, pese a lo que se podría pensar, los surcos de
mediana profundidad y meteorizados hasta el punto de haber adquirido el
mismo color que la superficie de las rocas no son las únicas posibilidades
para las inscripciones alfabéticas aborígenes, como el líbico–bereber. Se
observa, por el contrario, que las inscripciones líbico‒canarias, así como
los caracteres líbico–bereberes, que se reproducen en el único panel 1-9,
pueden realizarse con surcos de mediana profundidad, pero también super-

472
ficiales o muy superficiales y con tonos más claros. En todo caso, se apre-
cia una relación entre aquellos surcos más profundos y la coloración simi-
lar a la de la roca, mientras que las incisiones más superficiales destacan
por lo general con un color más claro, siendo este hecho idéntico a lo que
hemos constatado en Lanzarote. No obstante, es prematuro establecer una
hipótesis entre el color y la profundidad del surco, pues conviene tener en
cuenta que muchas incisiones muy superficiales, si no destacaran gracias a
la diferencia cromática, serían muy difícilmente visibles y probablemente
muchas pasarían inadvertidas.
Resulta difícil, aunque no imposible, separar algunos motivos de factu-
ra reciente de los trazos primigenios que se ejecutan en la superficie de la
piedra, de lo que el panel 1-9 es un claro ejemplo, con unos motivos ajenos
a las otras manifestaciones que alberga (un triángulo, algunos trazos rec-
tos, un motivo en espiral) y donde se reconoce la superposición en varios
trazos de caracteres escriturarios, en los que se advierten una coloración
netamente diferente. En estos casos, el color de los surcos se acerca a un
tono blanco que no se registra en ninguna de las inscripciones indígenas.
Una divergencia similar se aprecia en el panel 2-2, en un motivo reticulado
que adquiere una tonalidad muy clara y la misma constatación de moder-
nidad la expresamos para los paneles 1-10, 1-14 y 1-17 (una parte de las
intervenciones de este panel).
Dada la profundidad y la gama cromática media de muchos de los tra-
zos ejecutados, la localización y el reconocimiento de algunos presenta
diversos problemas, lo que explica el constante incremento del número
de paneles que ha podido tenerse en cuenta en diferentes momentos del
trabajo de campo. Es posible incluso que el yacimiento albergue más inter-
venciones rupestres de las que hemos podido documentar hasta la fecha,
porque algunas caras de las piedras permanecen cubiertas por vegetación
o por una capa de líquenes.

5. Contenido temático de los grabados

El Sector 1, compuesto por 18 paneles, presenta la siguiente variedad


temática: 14 de ellos acogen caracteres o líneas de la grafía líbico-canaria
y, en un caso, además 3 líneas líbico-bereberes (Panel 1-9); en 8 soportes
se han reproducido incisiones geométricas de los que 4 comparten dominio
con los signos escriturarios. El Sector 2, con 2 paneles, el 2-1 consta de dos
líneas líbico‒canarias de significativo tamaño, además de diversos trazos
incisos, y el 2-2 aporta como única intervención un motivo reticulado, que
por la acepción comentada consideramos que se trata de una aportación

473
posterior relacionada con la actividad ganadera de la zona y teniendo en
cuenta que este resalte pétreo que conforma el soporte del yacimiento es
un hito para el espacio circundante. Teniendo en cuenta la tipología de las
expresiones rupestres que alberga, este yacimiento se define por su con-
tenido mayoritariamente alfabético: 15 paneles con registro escriturario
sobre un total de 20.
Los motivos restantes se corresponden con formas geométricas, pre-
dominando las incisiones rectilíneas. En este registro se repiten los trazos
rectos, en ocasiones paralelos o entrecruzados. A veces, cuando los graba-
dos alcanzan unas dimensiones similares a los signos de la escritura líbi-
co-canaria, resulta problemático determinar si pertenecen a una categoría u
a otra, ya que morfológicamente pueden ser parecidos o, incluso idénticos,
especialmente cuando se trata de caracteres o trazos conformados por lí-
neas paralelas, en “V”, etc. Sin embargo, ésta es una característica a tener
en cuenta que iremos discriminando conforme completemos el estudio de
éste y de los otros yacimientos con registro alfabetiforme de las islas de
Fuerteventura y Lanzarote.
Este tipo de incisiones se han realizado en 10 de los 20 paneles, y en
5 de ellos junto a inscripciones alfabéticas, mientras que en otros tantos
resultan ser la única intervención que alberga la piedra. En cuanto a la
posible asociación entre ambos tipos de intervenciones, dichos motivos
geométricos comparten técnica y resultado con los caracteres alfabéticos
en 3 paneles: 1-4 (la intervención podría ser igualmente otro signo), 2-1 y
algunos de los presentes en el 1-9 (otros son claramente posteriores). Por
el contrario, facturas más recientes se constatan en el 1-17 en forma de una
franja superficial muy clara al margen de la inscripción y, con toda proba-
bilidad, también en el 1-10, 1-14 y 2-2 (estos soportes sin inscripciones),
que responden a un matiz en su color netamente diferente a los demás tra-
zos. De esta forma, la única propuesta para una cronología relativa es la de
considerar que, si bien una parte de las incisiones pudieran haberse gestado
al mismo tiempo que la confección de los caracteres escriturarios, otras
incisiones pertenecen a momentos cercanos a nuestras fechas. Y, teniendo
en cuenta estos hechos, descontando las más que probables intervenciones
recientes, la proporción de la escritura en este yacimiento se convierte en
tema absolutamente mayoritario. Resulta igualmente sorprendente que, en
relación a la ubicación espacial dentro del propio yacimiento, los paneles
con grabados geométrico-rectilíneos se encuentran con mayor frecuencia
en la línea inferior, mientras que en los primeros 8 paneles, éstas son casi
inexistentes (con excepción del panel 1-4, en el que ciertas líneas paralelas
podrían igualmente ser otro carácter escriturario).

474
Se constata la ausencia de formas geométricas de tipo romboidal, ar-
boriforme, escaleriforme, etc., de los que existen elevadas recurrencias en
otras islas y que añade un problema nada desdeñable para la identificación
de los motivos no alfabéticos con posibles ámbitos culturales.
El yacimiento Morrete de la Tierra Mala se revela como una estación
rupestre en la que el significado principal se fundamenta en su carácter
escriturario, con presencia de textos de dos sistemas de escritura, la líbi-
co-bereber y la líbico-canaria. En cuanto a la presencia de las dos grafías
en un mismo enclave, se presenta de forma absolutamente mayoritaria esta
última, quedando relevada la líbico-bereber a una aparición testimonial en
un solo panel, que acoge 3 líneas. Esta realidad no es excepcional, respon-
diendo a la norma que constatamos e identificamos para Fuerteventura,
donde por ahora no han sido hallados yacimientos rupestres en los que se
ha reproducido exclusivamente caracteres líbico–bereberes, al contrario de
lo que sucede en Lanzarote, donde la presencia de yacimientos con registro
líbico–bereber exclusivo (sin la otra grafía) se ha presentado en algunos
yacimientos, como en La Peña del Conchero, Peña Juan del Hierro, Peña
Luis Cabrera, etc. En términos generales podemos plantear para la isla de
Fuerteventura un carácter secundario del uso de la escritura líbico–bereber.

Panel 1-1
Se trata del soporte estacionado en el nivel más elevado y el primero en
una línea imaginaria que discurre de oeste a este. Su contenido consiste en
dos líneas de desarrollo vertical, aunque con sentido de escritura horizontal
de caracteres líbico–canarios, de las que una de ellas presenta un tamaño
medio a grande (caracteres de 7-9 cm) que sobresale sobre la roca, mien-
tras que la otra, instalada en la parte superior, apenas resulta visible y sus
caracteres alcanzan menores dimensiones.

Panel 1-2
Se ubica a continuación del 1-1 representando una línea de proyección
horizontal (con ligera inclinación) al igual que el sentido de sus caracteres
líbico–canarios de tamaños relativamente grandes. Los surcos responden a
una ejecución muy superficial y el color resultante es más claro que el tono
con el que se ha conservado la superficie rocosa.

Panel 1-3
Entre el soporte 1-2 y el 1-3 existe un espacio de 0,80 m, mientras que
los registrados como 1-3 a 1-5 se emplazan en un espacio continuado. En

475
la superficie del panel 1-3 se ha grabado una línea horizontal de signos lí-
bico‒canarios con similar sentido, con surcos superficiales, resultando ser
el color de los caracteres más albo que la roca.

Panel 1-4
Con apenas 4 cm de distancia del anterior, el panel acoge una línea
vertical líbico-canaria con una tonalidad más clara que el soporte, además
de algunas líneas paralelas, donde resulta difícil asignarlos a la categoría
de algún signo alfabético, al tratarse igualmente de líneas geométricas. Si
consideramos estos trazos rectilíneos el grabado corresponde a 7 signos, de
los que 2 se han representado ligados.

Panel 1-5
En prolongación siguiendo la línea hacia el este, su superficie consta de
2 signos de la escritura líbico–canaria, con una elaboración muy superficial
y cuyo tono cromático resulta más claro que el panel, distinguiéndose con
dificultad a determinada hora del día.

Panel 1-6
Con él comienza la siguiente línea en la que se distribuyen los paneles,
correspondiendo a una cota inferior y por tanto se sitúa al suroeste del últi-
mo panel documentado, del que se distancia 2,80 m (del 1-5). Su contenido
muestra 3 signos líbico–canarios, dispuestos en trayecto vertical con ligera
inclinación hacia la derecha la parte superior. Su tonalidad resulta más
clara que la de la piedra que los acoge.

Panel 1-7
Se dispone a continuación y al sureste del 1-6, conteniendo una fila
de desarrollo vertical y sentido de escritura horizontal con 6 signos líbi-
co-canarios realizados con hendiduras muy superficiales, que se distinguen
sobre la roca dado su tono más claro.

Panel 1-8
Formando parte del mismo bloque del anterior panel y estacionado en
una pequeña cara que se configura como grieta, ya que parcialmente se
cobija o cubre con la piedra que alberga el panel siguiente (1-9) creándose
una pequeña cavidad en la que se ha representado el motivo. Su orienta-
ción, al noreste, resulta excepcional para este yacimiento, aunque queda

476
protegido de los agentes atmosféricos que pudieran incidirle por esta situa-
ción protegida. Posee una línea de 5 signos líbico-canarios, de pequeñas
dimensiones, con cierta profundidad, y cuyo color resulta casi idéntico al
de su soporte. Se trata de la grafía más pequeña que hemos documentado
en la isla, asemejándose al tamaño que alcanza los signos líbico–bereberes
de la Peña del Conchero en el área de Zonzamas de la isla de Lanzarote,
que igualmente resultan excepcionales por su tamaño, además de por al-
bergar un signo puntiforme, único en Canarias por ahora.

Panel 1-9
A muy poca distancia del anterior (9 cms) y manteniendo la dirección al
este, permite ser considerado como el panel de mayor importancia, al con-
tener mayor número y variedad de intervenciones entre las que se docu-
mentan los caracteres líbico‒bereberes. Las hileras de signos escriturarios
se corresponden con 6 líneas verticales con sentido horizontal de escritura
líbico–canaria y una de desarrollo horizontal del mismo alfabeto o sistema,
además de 3 líneas verticales de la escritura líbico–bereber. Todas estas
manifestaciones se han grabado en una superficie de 0,60 por 0,55 cm,
lo que ha condicionado que muchos de los signos respondan a un tamaño
pequeño, que apenas sobrepasa el centímetro. El color de los caracteres
escriturarios es similar al de la superficie de la roca, en algunos trazos más
lúcido o albo que ésta. Algunas formas geométricas se reconocen super-
puestas a los signos escriturarios y con toda probabilidad se han realizado
en tiempos recientes, dado a que se desdibujan con un tono casi blanco
sobre el resto (1 triángulo, 1 motivo irregular en forma de espiral, algunas
líneas y golpes de percusión).

Panel 1-10
Su ubicación lo aleja de los demás paneles hasta ahora descritos, dis-
tanciándose 1,10 m en dirección al noreste. Acoge motivos geométricos y
escasos trazos rectilíneos.

Panel 1-11
Dispuesto en el nivel inferior de este grupo de paneles, se localiza a
3,20 m en trayectoria oeste (hacia la costa) del anterior. En este horizonte
y con algunas irregularidades, se instalan los paneles 1-11 hasta el 1-18.
El contenido de éste es de 2 o 3 signos líbico‒canario, de color más cla-
ro que la roca, respondiendo a una ejecución muy superficial. Los trazos
destacan de la superficie rocosa al representarse en el interior de una veta

477
o franja negra respondiendo a la composición natural del soporte. En éste
se ha representado una de las dos únicas veces que se documenta un signo
(R invertida) en este yacimiento, que se muestra más abundante en Fuer-
teventura que en Lanzarote, donde se localiza en los yacimientos del sur.

Panel 1-12
Se trata de un soporte de pequeñas dimensiones y exento, por tanto no
susceptible de conocer su emplazamiento original y establecer su orienta-
ción. Su superficie se recubre parcialmente de líquenes, evidenciándose así
su cambio de posición y/o localización a lo largo del tiempo. Se ha repro-
ducido con cierta profundidad una línea horizontal, al igual que el sentido
de su escritura, líbico-canaria (atendiendo a la ubicación de la piedra en la
actualidad) de 6 signos de tamaño mediano, con surcos de mediana pro-
fundidad. El color que conserva el surco es el mismo que el de la superficie
de la roca.

Panel 1-13
Se trata de otra cara de la roca que acoge al panel anterior, por lo que
igualmente presenta la misma imposibilidad para establecer su situación,
orientación y sentido de la escritura. En su superficie se identifica una línea
horizontal líbico-canaria de 9 caracteres, entre los que es posible detallar
con bastante dificultad la presencia del signo comentado (R invertida), así
como la ejecución de la letra más característica de este alfabeto (A) en
dos posiciones diferentes, algo que resulta un recurso muy común en las
dos islas al constatarse como frecuente optar por estas dos posiciones para
representar esta letra.

Panel 1-14
Permaneciendo en dirección este, se ubica a 1,60 m del panel 1-11 al-
berga unas líneas paralelas de factura superficial, formando una especie de
franja ancha, con una tonalidad más clara que el soporte propio. Es proba-
ble que estas reproducciones se remitan a épocas recientes.

Panel 1-15
A 1,50 m del 1-11 en trayectoria sureste (último soporte fijo en dicha lí-
nea) se reproduce en su superficie una línea de 3 caracteres líbico-canario,
además de otra temática geométrica rectilínea. Éstas podrían responder a
formas líbico-canarias con cierto nivel de abstracción ya que, en ocasiones,

478
la diferenciación entre ambas categorías resulta difícil, fundamentalmente
en los casos en los que se trata de varias líneas paralelas, que pueden tener
el significado de un signo y tratarse de motivos geométricos. Poseen surcos
superficiales con un tono más claro que la superficie rocosa.

Panel 1-16
Continuando en la misma alineación y separado por un centímetro del
soporte anterior, en este panel se ha grabado temática geométrica en forma
de pequeños trazos rectilíneos con ligera inclinación de derecha a izquier-
da localizados en la esquina superior derecha de la superficie disponible.
La gama de color resultante es más clara que el soporte.

Panel 1-17
En el mismo bloque, pero con orientación sur, este panel contiene 3 ca-
racteres líbico-canarios, junto a los que se aprecian líneas rectas paralelas
con un color algo más albo, por lo que podrían responder a un origen más
reciente, añadido con posterioridad al motivo original.

Panel 1-18
La intervención conservada es un trazo inciso, de color similar a la de
su superficie pétrea, localizándose a 15 centímetros del soporte precedente.

Panel 2-1
Se trata de uno de los dos paneles incluidos en este Sector separado del
anterior aproximadamente unos 200 metros. Se asienta en una pronunciada
pendiente de la ladera oeste, orientada a la costa. En este soporte se han
grabado 2 líneas escriturarias en sentido vertical de grandes caracteres que
alcanzan los 10 cm con profundos surcos del mismo color. Además de
esta intervención se registran líneas de desarrollo quebrado de la misma
profundidad y color que los signos del abecedario citado. Algunas de las
intervenciones se cubren de líquenes.

Panel 2-2
A 8,70 m del panel 2-1 se halla la superficie elegida que constituye este
panel que acoge un motivo ajedrezado de características recientes o subac-
tuales, de color muy claro y surcos extremadamente superficiales.

479
6. Significado de las inscripciones alfabéticas

Resulta llamativa la abundancia de líneas y signos escriturarios en com-


paración con las demás intervenciones rupestres, de índole geométrica, ya
que prima la presencia de los trazos alfabetiformes frente a los geométri-
cos. No resulta relevante la ausencia de motivos figurativos, ausentes en
la isla a excepción de las imágenes de podomorfos y barquiformes. Sí se
advierte, especialmente cuando comparamos los grabados de las diferentes
islas del archipiélago, que solo Fuerteventura y Lanzarote aporten hasta
la fecha testimonios de la grafía líbico-canaria, cuando en las restantes es
el líbico-bereber el que ocupa el único lugar, y en algunas de ellas con un
volumen extraordinario, como ocurre en El Hierro, Gran Canaria o Lan-
zarote. En estas dos islas de Fuerteventura y Lanzarote, con presencia de
ambos alfabetos, se impone una relación numérica muy superior de carac-
teres líbico–canarios y un carácter prácticamente excepcional de líbico–
bereberes.
La presencia conjunta en diversos yacimientos y, sobre todo, en los
mismos paneles, induce a pensar que la autoría responda a personas de una
sola población, pertenecientes al mismo ámbito cultural. Esta hipótesis se
justifica igualmente por el empleo de la misma técnica de elaboración, por
la ordenación evidente en las superficies que aparentan haberse concebido
de antemano para la redacción de líneas mediante ambas grafías, como
ocurre en Morrete de la Tierra Mala, donde en el Panel 1-9 no existe ningu-
na superposición entre ambas grafías (con excepción de un pequeño trazo
del final de un signo líbico–canario y líbico–bereber), aunque sí la temática
geométrica de tonalidad clara sobre caracteres escriturarios de ambas gra-
fías. El hecho de que en la isla no se haya podido constatar la introducción
de motivos geométricos o figurativos que se presenten de forma exclusiva
junto a la escritura líbico–canaria (permitiendo deducir una adscripción
con aquélla) nos parece un argumento adicional para que se trate de un
solo grupo social.

7. La escritura líbico‒bereber

En el panel 1-9 se documentan tres líneas verticales dispuestas en dife-


rentes alturas de 5, 4 y 3 caracteres cada una, con un total de 12 formas o
recurrencias, constituidos por 7 signos diferentes. Este corto número prue-
ba que en la inscripción no se han agotado los signos completos que figuran
en el alfabeto líbico–bereber de la isla, hecho que condiciona o dificulta la
reconstrucción del mismo. No obstante, se trata de caracteres existentes en

480
otros yacimientos de Fuerteventura y, por extensión, en los de Lanzarote,
por lo que no se observa anormalidad en relación a ellos. Los signos docu-
mentados en la inscripción de Morrete de la Tierra Mala adquieren formas
en base a líneas rectas, como suele ser habitual para las inscripciones de
este tipo de textos redactados mediante el empleo técnico de la incisión,
cuando se conocen variantes más circulares (fundamentalmente en las islas
donde predomina la técnica del picado). Otra variante, más que probable,
la constituyen dos formas opuestas mediante una rotación de 90 grados, y
que se encuentra en la primera y segunda línea de este panel.
Esta grafía se documenta en las siete islas del archipiélago, aunque con
diferente relación numérica. La Palma y Tenerife muestran escasa presen-
cia, mientras que, por el contrario, abundan en El Hierro, Lanzarote y Gran
Canaria. En el Norte de África y Sáhara se conocen en una extensión que
oscila desde las Islas Canarias a Libia y del Mediterráneo hasta Níger y
Mali. Considerando esta dispersión geográfica tan amplia, es lógico que
entre las modalidades o alfabetos existan diferencias importantes, a lo que
hay que sumar el que esta grafía permanece vigente en un marco cronoló-
gico muy dilatado. Para el archipiélago, la escritura líbico–bereber es una
de las evidencias arqueológicas capaz de señalar el probable origen de sus
habitantes, aunque en un sentido muy amplio, teniendo en cuenta el enor-
me territorio de uso. Los restos de la lengua canaria confirman igualmente
esta hipótesis: el que la lengua, en la que se han redactado estos textos,
sea una de las modalidades del bereber se viene sosteniendo desde hace
tiempo. En relación a las similitudes o mayores afinidades, un estudio es-
tadístico reciente y expuesto en el VII Congreso de Patrimonio Histórico
de Lanzarote, sitúa a las modalidades del norte de Túnez como las más
próximas (BELMONTE AVILÉS, PERERA BETANCORT, GONZÁLEZ
GARCÍA, 2010). La ausencia de caracteres puntiformes (con excepción
del yacimiento de la Peña del Conchero en Lanzarote) corrobora esta po-
sibilidad: dichos caracteres tampoco se han documentado en las modalida-
des líbicas, pero por el contrario sí en las zonas del Sáhara y, entre ellos, en
los alfabetos empleados por la población tuareg.
Algunos estudios dedicados a analizar la iconografía bereber (SPRINGER,
2008) muestran igualmente importantes relaciones entre los motivos emplea-
dos en el ámbito rupestre de las Islas Canarias y en el Norte de África y Sáhara.
Si bien en Fuerteventura, y también en el yacimiento de Morrete de la Tierra
Mala, los elementos para trazar dichas relaciones son prácticamente inexisten-
tes, la isla posee en la Montaña de Tindaya un exponente excepcional y único
para el ámbito cultural bereber, con la representación de motivos podomorfos,
que poseen un valor simbólico conocido.

481
8. La escritura líbico‒canaria

Con respecto a la escritura líbico–canaria podemos plantear la existen-


cia de repetición de algunas líneas de caracteres, como puede ser la suce-
sión AVAYI, documentada al menos cuatro veces en el Pico de la Fortaleza
(Fuerteventura), tres de ellas en el mismo panel (1-2) y una vez más en
el panel contiguo (1-1), en otros dos paneles una sola vez en cada uno en
el yacimiento rupestre de Morro de la Galera, próximo al anterior y una
variante que podemos documentar en este yacimiento de Morrete de la
Tierra Mala en dos ocasiones (AVYAYI) y en un mismo panel (1-9). En
una ocasión se ha escrito en disposición horizontal y otra en vertical, pero
los caracteres se han representado en horizontal. Es probable que de res-
ponder a un hecho repetitivo se dé en más de una palabra. En este sentido
se comprueba la reiteración de palabras en las estaciones rupestres donde
es norma que se represente esa sucesión de signos varias veces ejecutada
en el mismo panel, o en otro ya sea idéntica o con ligeras variantes, que se
traduce en un signo de menos o cambiado, permaneciendo el resto inalte-
rado. Este acto repetitivo de los símbolos de la grafía lo constatamos para
las representaciones líbico–canarias, no así para las líbico–bereberes, o al
menos no con esta frecuencia. Se trata de un aspecto que hay que tener en
cuenta, pensando en un posible uso distinto para dichas grafías.
Esta escritura es importante en cuanto nos facilita conocer o acercarnos
al conocimiento de un conjunto de aspectos mencionados en el apartado
anterior. Nos permite relacionar Fuerteventura con las demás islas del ar-
chipiélago para el estudio de su escritura líbico–bereber en la medida en
que la líbico–canaria nos aleja de las restantes, con la excepción de Lan-
zarote, siendo fundamental por tanto para establecer relaciones dentro del
archipiélago, pero también con el continente africano, donde no se han en-
contrado hasta la actualidad registros claros de la escritura líbico–canaria.
Fuerteventura y Lanzarote añaden características propias a la grafía lí-
bico–bereber de Canarias, debiendo considerarse la estrecha relación que
se establece con la otra escritura. Resulta enriquecedor cualquier aspecto
derivado de este análisis desarrollado conjuntamente, ya sea el referido a
técnicas de fabricación, estilo, estructuración de los yacimientos, como
otras consideraciones e impresiones, por otro lado y en ocasiones, nada
fácil de justificar.
Morrete de la Tierra Mala destaca por presentar una alta frecuencia de
registro líbico–bereber teniendo en cuenta la presencia numérica de pa-
neles y su comparación, por ejemplo con el yacimiento del Barranco del
Cabadero, que igualmente alberga 3 líneas de caracteres líbico–bereber

482
frente a un número mayor de inscripciones líbico–canarias. En ese barran-
co, de 67 paneles, 48 acogen símbolos líbico–canarios frente a 3 paneles
con letras líbico–bereberes. Si ello lo comparamos con el yacimiento que
nos ocupa, obtenemos que de los 20 paneles que se organizan en 2 sectores
en los que 12 paneles poseen grafía líbico–canaria, uno acoge estas líneas
de escritura con motivos geométricos rectilíneos, un panel con ambas gra-
fías y los restantes se distribuyen con temática geométrica rectilínea (en 4
soportes) reticulado (1 panel) para finalizar con otro panel que no exhibe
claramente si nos encontramos ante unos caracteres líbico–canarios o ante
motivos o trazos geométricos rectilíneos. A modo de conclusión del aspec-
to cuantitativo, el recuento de ambos caracteres reproducidos consta de 22
líneas de signos líbico–canario y de 3 líneas líbico–bereberes.

Foto 1. Vista general del sector 1 emplazado en la cima del morrete.

483
Foto 2. Panel 1-9.

Foto 3. Panel 1-9 borde izquierdo con inscripciones líbico-canarias y líbico‒bereber (centro).

484
Foto 4. Panel 1-9 detalle de la inscripción líbico-bereber junto a caracteres líbico‒canarios.

Foto 5. Panel 2-1 inscripción líbico‒canaria.

485
BIBLIOGRAFÍA

ÁLVAREZ DELGADO, J. Inscripciones líbicas de Canarias. La Laguna.


(1964).
BERTHELOT, S. Antigüedades Canarias. Anotaciones sobre el origen
de los pueblos que ocuparon las Islas Afortunadas desde los primeros
tiempos hasta la época de su conquista. Sta. Cruz de Tenerife. (1980).
BELMONTE, J.A., PERERA BETANCORT, M.A., GONZÁLEZ GAR-
CÍA, C. “Análisis estadístico y estudio genético de la escritura líbi-
co-bereber de Canarias y Norte de África”. VII Congreso de Patrimonio
Histórico de Lanzarote. (2010).
BELMONTE, J. A., SPRINGER BUNK, R., PERERA BETANCORT, M. A.
“Análisis estadístico y estudio comparativo de las escrituras líbico-beréberes
de las Islas Canarias, el noroeste de África y el Sáhara”. Revista de la Acade-
mia Canaria de Ciencias, X (núms. 2-3), (1998), pp. 9-33.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. “Los Grabados Rupestres de Lanzarote”.
Grabados Rupestres de Canarias. SOCAEN. (1990), p. 88.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. “Las inscripciones líbico-bereberes de la isla
de Lanzarote”. VIII Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteven-
tura. Arrecife. (1999), pp. 487-519.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. “Los grabados alfabéticos de Lanzarote y
Fuerteventura: propuestas para continuar el debate”. VII Congreso de
Patrimonio Histórico. Inscripciones Rupestres y poblamiento del Ar-
chipiélago Canario. Arrecife-Lanzarote. 2010 (en prensa).
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. et alii. “Aproximación a la descripción e in-
terpretación de la carta arqueológica de Fuerteventura, Archipiélago de
Canarias”. I Jornadas de Historia de Fuerteventura y Lanzarote. Puerto
del Rosario. (1987), pp. 65-221.
DE LEÓN HERNÁNDEZ, J., PERERA BETANCORT, M. A. y ROBAY-
NA FERNÁNDEZ, M. A. “La importancia de las vías metodológicas
en la investigación de nuestro pasado, una aportación concreta: los pri-
meros grabados latinos hallados en Canarias”. Tebeto I. Anuario del
Archivo Histórico Insular de Fuerteventura. Puerto del Rosario (1988),
pp. 129-203.
DE LEÓN HERNÁNDEZ J. y PERERA BETANCORT, M. A. “Los gra-
bados rupestres de Lanzarote y de Fuerteventura: las inscripciones al-
fabéticas y su problemática. Nuevas aportaciones. Propuestas de clasi-

486
ficación e interpretación”. IV Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y
Fuerteventura. Tomo II. Ed. Servicio de Publicaciones. Excmo. Cabil-
do Insular de Lanzarote. Arrecife. (1995), p. 455.
DE LEÓN HERNÁNDEZ J. y PERERA BETANCORT, M. A. “Los gra-
bados rupestres de Lanzarote y de Fuerteventura: contexto territorial y
propuesta interpretativa”. Coloquio Canarias–América- Cabildo Insu-
lar de Gran Canaria. Las Palmas. (1996).
DE LEÓN HERNÁNDEZ J. y PERERA BETANCORT, M. A. “Las manifes-
taciones rupestres de Lanzarote”. En Manifestaciones rupestres de las Islas
Canarias. Dirección General de Patrimonio Histórico. Viceconsejería de
Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. (1996b), p. 49.
GALAND, L. ‟Die afrikanischen und kanarischen Inschriften des lib-
ysch-berberischen Typus. Probleme ihrer Entzifferung”. Almogaren,
IV. Graz., pp. 65-79.
HERNÁNDEZ BENÍTEZ, P. (1955): “Culturas del Noroeste (petroglifos
canarios)”. III congreso Nacional de Arqueología. Zaragoza. (1973),
pp. 99-104.
HERNÁNDEZ DÍAZ, I., PERERA BETANCORT, M. A. Los grabados
rupestres de la isla de Fuerteventura. Puerto del Rosario (1992).
HERNÁNDEZ PÉREZ, M. S. Grabados rupestres del Archipiélago Cana-
rio. Las Palmas, “Colección La Guagua”. (1981).
HERNÁNDEZ PÉREZ, M. S. “Las manifestaciones rupestres del Archi-
piélago canario. Notas historiográficas”. En Las manifestaciones rupes-
tres de las Islas Canarias. Las Palmas. (1996), pp. 25-40.
PERERA BETANCORT, M. A., R. SPRINGER BUNK, A. TEJERA GAS-
PAR, “La estación rupestre de Femés, Lanzarote”. Anuario de Estudios
Atlánticos. Madrid-Las Palmas, 43. (1997), pp.19-65.
PERERA BETANCORT, M. A., SPRINGER BUNK, R., CEJUDO BE-
TANCORT, M., DE LEÓN HERNÁNDEZ, J. ‟Las inscripciones líbi-
co-bereberes de la isla de Lanzarote”. VII Jornadas de Estudios sobre
Lanzarote y Fuerteventura. Arrecife (1999), pp. 489-555.
PICHLER, W. Las inscripciones rupestres de Fuerteventura. Cabildo de
Fuerteventura. Puerto del Rosario (2003).
PICHLER, W. Origin and Development of the Libyco-Berber Script. Köln
(2007).
SPRINGER, R. “Las Islas Canarias y sus inscripciones alfabéticas: parcela

487
lejana de cultura bereber”. Awal (Cahiers d´Études Bereberes), 3, Paris,
(1987), pp.115-130.
SPRINGER BUNK, R.A. Origen y uso de la escritura líbico-bereber en
Canarias. Sta. Cruz de Tenerife (2001).
SPRINGER BUNK, R.A “Grabados e inscripciones rupestres del ámbito
líbico-bereber en las Islas Canarias, Norte de África y Sáhara”. Tabona
17. La Laguna. (2009), pp. 93-110.
SPRINGER BUNK, R.A. “Los orígenes de la escritura líbico‒bereber”.
Estudios Canarios, nº LIV. La Laguna. (2010), pp. 141-163.
TEJERA GASPAR, A. ‟Les inscriptions libyques-berbères des Îles Ca-
naries”. L´arte e l´ambiente del Sahara preistorico: dati e interpre-
tazioni. Vol. XXVI. Fasc. I. (Presentación de las inscripciones cana-
rias en todas las islas del Archipiélago Canario). (1993).
VALENCIA, V. “Historia de los descubrimientos e investigación de los
grabados rupestres”. En Grabados rupestres de Canarias. S/C de
Tenerife. (1990), pp. 25-35.

488
LOMO LEZQUE (PUERTO DEL ROSARIO, FUERTEVENTURA).
PRIMEROS TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS

María del Carmen del Arco Aguilar


Departamento de Geografía e Historia, ULL

María Mercedes del Arco Aguilar


Arqueóloga, Museo Arqueológico, Cabildo de Tenerife

María Candelaria Rosario Adrián


Arqueóloga, Museo Arqueológico, Cabildo de Tenerife

Carmen Benito Mateo


Arqueóloga, Museo Arqueológico, Cabildo de Tenerife

Mercedes Martín Oval


Instituto Canario de Bioantropología, Cabildo de Tenerife

José Domingo Acosta Peña


Arqueólogo, Grupo de Investigación Pycia, ULL

Rafael González Antón


Arqueólogo, director emérito del Museo Arqueológico de Tenerife,
Cabildo de Tenerife

Miguel Ángel Martín Díaz


Arqueólogo, alumno de Doctorado, Departamento de Geografía e Historia, ULL

489
Resumen: presentación de los primeros resultados de la campaña de exca-
vación realizada en Lomo Lezque (Fuerteventura). Se sitúa en el contexto del
primer proceso de conocimiento y colonización del archipiélago en la Antigüedad
en el marco del Proyecto de Investigación PYCIA. Se realiza una valoración del
conocimiento arqueológico previo del lugar, del topónimo Lezque y del conjunto
arqueológico excavado. Éste permite señalar una ocupación de largo recorrido
histórico, en la que algunas estructuras serían de época antigua y otras post-con-
quista. Con este trabajo contribuimos a reflexionar sobre la reconstrucción ar-
queológica de los lugares funerarios y de ritual en la arqueología de Fuerteventu-
ra, así como sobre los tiempos de uso de las diferentes manufacturas cerámicas y
la tecnología lítica.
Palabras clave: arqueología; Fuerteventura; colonización; asentamientos. se-
pulturas; ritual.

Abstract: this paper presents the first results of the excavation in Lomo Lezque
(Fuerteventura). It is located in the context of the first process of knowledge and
colonization of the Canary Islands and it is included in the PYCIA project. We
analyze the previous archaeological knowledge, the toponimic Lezque and with
prehispanic and postconquest structures. It is a contribution to the reconstruction
of funerary and ritual archaeology in Fuerteventura, as well as to the chronology
of pottery and litic objects.
Key words: archaeology; Fuerteventura; colonization; settlements; tombs;
ritual.

490
1. INTRODUCCIÓN

Desde hace varios años, con ocasión de la investigación en torno a la con-


textualización histórica del hallazgo de La Piedra Zanata (BALBÍN et al.,
1995a, 1995b, 2000; GONZÁLEZ ANTÓN et al., 1995), centramos una parte
de nuestra actividad en la problemática del primigenio poblamiento del archi-
piélago canario, al considerar que aquella estaba relacionada con ese episodio
y proceso histórico. Esa dedicación investigadora se explica por compartir la
certeza de que la reconstrucción cultural de nuestra comunidad indígena pa-
saba por conocer el bagaje cultural en el inicio de la ocupación en su marco
histórico, lo que debiera contribuir a la comprensión de la variada articulación
social del territorio, los problemas de adaptabilidad y, en definitiva, a la con-
formación de lo que ha venido en llamarse culturas canarias (GONZÁLEZ et
al., 1998). En este contexto nos hemos centrado en desbrozar el problema del
poblamiento antiguo de este archipiélago, tanto desde una perspectiva biogeo-
gráfica (GONZÁLEZ et al., 1995; RODRÍGUEZ y GONZÁLEZ, 2003; RO-
DRÍGUEZ et al., 2009), como cultural, trazando una hipótesis comprensiva
de las causas, el ritmo del proceso y el problema de la adaptabilidad, buscando
en el registro existente previo y con trabajos de campo los indicios que per-
mitieran su ratificación, vertebrando esa dinámica y encontrando explicación
plausible para un poblamiento antiguo así como para distintos materiales o
comportamientos de las islas (ARCO, 2004; ARCO et al., 1999, 2000a, 2000b,
2006, 2009a y b; BALBÍN, 1995a, 1995b, 2000, 2009; ATOCHE et al., 1999;
GONZÁLEZ, 1999, 2004a, b, c y d, 2005a y b; GONZÁLEZ y DEL ARCO,
2001, 2006, 2007, 2009; GONZÁLEZ et al., 1995, 1998, 2003a y b, 2009).
Así pues, durante los últimos quince años, distintos investigadores1 he-
1
Además de las citas que hemos hecho sobre la producción de nuestro equipo, las con-
tribuciones más significativas son: ATOCHE, 2002, 2003; ATOCHE Y CULEBRAS,
1999; ATOCHE et al., 1995, 1997, 1999, 2009, 2010; BELLO, 2005; FARRUJIA,
2002, 2004 y 2006; GOZÁLBES, 2000; MEDEROS Y ESCRIBANO, 1997, 1999,

491
mos venido sosteniendo y valorando, sobre diversos aspectos, que el
proceso de descubrimiento y poblamiento primigenio del archipiélago
se explica por razones poderosas de índole económica, toda vez que era
necesario ejercer el control sobre un conjunto de recursos.
Uno de ellos, el más importante, el potencial piscícola, que entra-
ría en los circuitos comerciales atlánticos y del mediterráneo, y que va
acompañado de la necesaria instalación de enclaves terrestres, pozos,
salinas y saladeros, necesitando ejercer un control efectivo del territorio.
En ello será imprescindible el establecimiento de poblaciones insulares
que posibiliten el control del espacio, terrestre y marino, y aseguren la
inserción y complementariedad en una serie de explotaciones y el avi-
tuallamiento en las estancias y recaladas en las islas. También sabemos
a partir de los trabajos arqueológicos efectuados en El Bebedero (Lan-
zarote) (ATOCHE et al., 1995) que otro de los recursos que cumplió un
papel de primer orden fue la explotación de la cabaña de ovicaprinos, al
menos durante cuatro siglos, en el intervalo del cambio de era. Y, como
hipótesis de trabajo, todos estos investigadores hemos venido señalan-
do que, de seguro, otros potenciales, como materias tintóreas, maderas,
la pez, las grasas de los lobos marinos y cetáceos, entre otros, contri-
buyeron a que el espacio canario fuese puesto en explotación y a la
circulación de sus productos, primero por y entre las comunidades pro-
tohistóricas del Mediterráneo occidental, N de África y S peninsular,
es decir, fenicios, púnicos, tartesios y gadiritas y, más tarde, entre los
seguidores de éstos, los romanos. Supone que, con las cronologías que
manejamos en la actualidad, desde los inicios del primer milenio a.C.
podemos asegurar la existencia de un fenómeno de precolonización e
instalación inmediata de poblaciones en las islas (ARCO et al., 1997,
2000; ATOCHE, 2009; ATOCHE et al., 2009 y 2010; GONZÁLEZ y
DEL ARCO, 2007 y 2009; GONZÁLEZ et al., 1995).
En ese marco constituimos hace unos años un grupo de investiga-
ción, Poblamiento y Colonización de Islas en el Atlántico (PYCIA)2, ob-

2002 y 2005; MEDEROS et al., 2000, 2001-02; MUÑOZ JIMÉNEZ, 2004; MUÑOZ
VICENTE, 2003; SANTANA y ARCOS, 2002, 2006; SANTANA et al., 2002.
2
Integrado por los firmantes de este trabajo (salvo M.A. Martín), además de por C.
Rodríguez Martín (director del Museo Arqueológico de Tenerife y del Instituto Cana-
rio de Bioantropología), A. Martín Rodríguez (colaborador del Instituto Canario de
Bioantropología) y Herminia Gijón Botella (profesora titular de Parasitología de la
Universidad de Granada).

492
teniendo un Proyecto de Investigación de I+D+I3 en cuyo seno venimos
desarrollando distintas actividades, entre las que se encuentran trabajos
de campo en Fuerteventura y los de Lomo Lezque4, cuyos primeros re-
sultados presentamos aquí.
Si seguimos un procedimiento de acercamiento al territorio desde la
categorización de una ruta náutica de cabotaje en las aguas atlánticas
africanas próximas, aceptada por la generalidad, que hemos venido en
llamar ruta costera-interior frente a una ruta exterior-atlántica (GON-
ZÁLEZ, 1999, 2004d; GONZÁLEZ Y DEL ARCO, 2007, 2009; GON-
ZÁLEZ et al., 1998; SANTANA et al., 2002), habremos de convenir
que el acceso al archipiélago se produciría por el ámbito de las Hespé-
rides5 y que en un modelo de stepping stone (KEEGAN & DIAMOND,
1987) llevaría progresivamente al centro y al área occidental. Por ello,
siguiendo esa misma dinámica seleccionamos en ese territorio algunos
de los espacios que nos parecen diagnósticos para el problema que nos
ocupa, atendiendo igualmente al hecho de que en ese contexto crono-
lógico antiguo y a los modelos náuticos correspondientes, cada una de
las áreas insulares habrían de ser percibidas como tales, conllevando la
circunnavegación, la evaluación de los potenciales territoriales y, en su
caso, el establecimiento de lugares de control y abastecimiento.
Del interés de Fuerteventura en este proceso de descubrimiento y
colonización del archipiélago no cabe dudar. Así, tras la percepción de
La Graciosa se adentrarían en un primer estrecho, El Río, luego la de-
finición de Lanzarote y un segundo estrecho, el de La Bocaina, que
perfila la proximidad de los dos ámbitos insulares, en las puertas del ar-
chipiélago (GONZÁLEZ y DEL ARCO, 2007 y 2009) y proporcionan
seguridad en el sistema de navegación siguiendo los estrechos como
conducto a un nuevo territorio, que fue usado como estrategia efectiva
de circunnavegación y de control de los mares en la Antigüedad (SAN-
TANA et al., 2002).

3
Poblamiento y Colonización de Islas en el Atlántico. Sitios y Gentes (PYCIA), Pro-
yecto C200801000096, modalidad de Investigación Fundamental, aprobado por la
Agencia Canaria de Investigación, Innovación y Sociedad de la Información del Go-
bierno de Canarias y cofinanciado por éste y con Fondos Feder (concesión, BOC nº
195 de 5 de octubre de 2009).
4
Autorizado por la Dirección General de Cooperación y Patrimonio Cultural del Go-
bierno de Canarias.
5
En el sentido de las dos islas orientales (SANTANA y ARCOS, 2006; SANTANA
et al., 2002).

493
En esa dinámica señalada, el reconocimiento y proceso de circun-
navegación del territorio insular de Fuerteventura habría llevado al re-
corrido de su costa oriental, planteando la existencia de lugares que
pudieron ser puntos de recalada, avituallamiento, quizás de instalación
a más largo plazo y vías de canalización de accesos al interior de la isla.
Son espacios que poseen diferentes características fisiográficas, coinci-
diendo en su proximidad al ámbito costero de la vertiente de sotavento,
en el que es posible el desembarco y que por su ubicación permitirían
un alto control visual del territorio, tanto terrestre como marino. Uno de
ellos es Lomo Lezque.
Como enclave arqueológico está formado por un conjunto diverso de
estructuras que se instalan en la cima de los lomos, Lomos de Lezque6,
que limitan por el N el valle del Bco. de Río Cabras, a una altitud en
torno a los 150 msm y presentando un amplio dominio visual tanto en
dirección N como S, y hacia el E, por lo que el control de los procesos
de navegación está asegurado, al igual que sobre los espacios de valle
inmediato que se muestran como vías de circulación territorial hacia el
O. Así que desde una perspectiva arqueológica todos coincidiríamos en
que pudo haber sido un punto seleccionado como asentamiento de las
poblaciones antiguas y desde una época temprana, fundamentalmente
por ese valor estratégico e integrado, con probabilidad, en un modelo
de ocupación en altura, de no excesiva entidad, que pudiera constituir
nodos de una red de control espacial del territorio insular, tanto de la
circulación exterior como hacia el interior. Todo ello sin menoscabo de
otro conjunto de potenciales que favorecieran esa instalación.

2. ANTECEDENTES EN TORNO A LOMO LEZQUE


Los referentes que nos resultan relevantes atienden a dos ámbitos.
Uno es el reconocimiento de su registro arqueográfico y otro atañe a la
interpretación del topónimo que, a la postre, va unido a la valoración de
la función social/cultual que pudo tener ese espacio.
El lugar de Lomo Lezque es conocido en la literatura arqueológi-
ca, fundamentalmente, desde que Jiménez Sánchez (1952:14) lo men-
6
En el t. m. de Puerto del Rosario, las evidencias de superficie quedan limitadas por las
siguientes coordenadas: E: Lat. 28º28’45,94’’ N. Long. 13º52’54,75’’ O, X 609.450,31 Y
3.150.822,27; 149, 70 msm. S: Lat. 28º28’45,38’’ N. Long. 13º52’57,16’’ O, X 609.384,83
Y 3.150.804,42; 144, 80 msm. N: Lat. 28º28’48,03’’ N. Long. 13º52’57,41’’ O, X
609.377,24 Y 3.150.885,85; 154, 00 msm. O: Lat. 28º28’46,98’’ N. Long. 13º53’00,14’’
O, X 609.303,50 Y 3.150.852,78; 149, 80 msm.

494
cionara como Yacimiento de Lomadas de Lesque en Puerto Cabras, y
compuesto por viviendas, tagoros, efequén o santuario, enterramien-
tos, gambuesas y concheros.
Con anterioridad, R. Castañeyra (1991[1887]: 25) mencionaría el lugar
al recoger los datos geográficos sobre Puerto Cabras cuando dice que
La primera cordillera la forman los lomos del Esque (escribimos esta palabra
según la dicen los hijos del país) en dirección de este a oeste, y en disminución
gradual da paso al tablero y cuesta de Zorita cuyo centro atraviesa el camino
que une a Puerto Cabras y Casillas del Angel.

Y comenta la antigüedad de sus construcciones pues en la referencia a


los corrales antiguos (p. 59) indica que hay restos de construcciones de
los maxos sobre el filo de los Lomos del Esque.
Son, sobre todo, de enorme interés sus aportaciones a la atribución a un
topónimo enraizado en la tradición, su relación con otros próximos y sobre
su significación cuando registra en los Vocablos de uso antiguo (p. 83) ESE-
QUEN o EFEQUEN –oratorio y ESQUEN‒ casa de majos (p. 87). Aspectos
que serán comentados por Navarro Artiles en la misma obra (p.133).
La discusión sobre la significación del topónimo es muy interesante, pues
también R. Castañeyra en el apartado de habitaciones (p. 51) señala que
Desde la época más remota se observa que los majoreros preferían las
construcciones de casas utilizando los medios que la arquitectura, según
los tiempos, ha venido proporcionándoles: no eran aficionados a vivir en
cuevas. Así es que los conquistadores hallaron pueblos formados en las
cercanías de los barrancos y en lo alto de las montañas, viviendo en casas
(lesques o goros) como dicen los pastores, hechas de piedra seca.

por lo que parecería defender la ecuación de lesque con goro y con


lugar de habitación, separándolas pues de la atribución como oratorio que
hace para esequen o efequen, ya señalada. Sobre este aspecto reflexiona en
el mismo trabajo Navarro Artiles (pp.137-138) al indicar que
el hipotético Esque sea la misma voz efequen “templo”, recogida por nues-
tros historiadores. Precisamente de efequen se sospecha que es falsa grafía
por esequen, forma documentada también. En ese caso puede pensarse
que de ésequen se pasa fácilmente a esquen por pérdida de la vocal postó-
nica. De ser cierta esta hipótesis habría que corregir las más corrientes,
efequén y efequen; y corregir la acentuación llana y aguda de esequen y
esequén, y considerar esdrújula la voz *ésequen.

495
Es posible que lesque (<* esque) esté fonéticamente relacionado con efe-
quén (<*esequén <*ésequen); y es también posible que lesque “casa de
piedra seca” esté semánticamente relacionado con efequen “templo (de
piedra seca) de forma redondeada”.
Entre las valoraciones efectuadas sobre la significación de este último,
Navarro Artiles (1981:132) recuerda que A. Cubillo (1980:45) señala que
en kabil argelino efk es hacer donación7, que en Tuareg es ekf con el mis-
mo significado, pensando que es normal que *efeken venga de lo que
hacía el pueblo en el templo, es decir, llevar donaciones para ofrecer al
dios. Navarro muestra la objeción en el error de lectura que parece exis-
tir en efequenes pues se habría leído una -f- donde había una -s- larga,
apoyándose en la variante de Abreu Galindo y los topónimos Esquén y
Esquinzo.
Por otro lado, en Wölfel (1996: 517-519) se recogen otros significa-
dos para el término efequen, que estarían ligados a la raíz faka, fuego,
luz, arder, lucir señalándose que para poder interpretar
efequen como “los fuegos, lugar del fuego”, sería menester que una nueva
fuente o una excavación nos acreditara que en estos santuarios se custo-
diaba un fuego sagrado o que al menos se obsequiaba con un holocausto.
No obstante, y por muy probable que a nosotros nos parezca, hasta ahora
no lo sabemos con seguridad, aun cuando la descripción de MyC 8 dé la
impresión de ir en esa dirección.
Por su parte, Álvarez Delgado (1965:193-194), al interpretar la inscrip-
ción bilingüe púnico-líbica de la dedicatoria del templo a Masinisa en Thu-
gga, plantea sus dudas para que la forma fsk (faŝika) sea próxima al Tuareg
tafaska “sacrificio”, encontrando
explicación por las formas guanches efequén “templo”, los topónimos
Fíquen y Fiquinico derivados del anterior, y el nombre del “sacerdote”
grancanario faicán (variantes faya, fayacanes, faiçan etcétera), derivados
de esta forma numídica faŝika por progresiva palatización ŝ>ŷ>y. Y esa
misma pérdida del ŝin líbico, con geminación compensatoria y asimila-
ción, permite acercar aquel radical al verbo tuareg fukket “purificar” (con
sufijo de estado –et) y cuyo sentido fundamental está en la misma línea
semántica de su paralelo púnico, miqdóŝ “templo” respecto de qodeŝ “sa-
cerdote”, “sagrado”, “santo”, “puro”.
7
De ese mismo término Cubillo (1980: 48) hace derivar la palabra faykán, con el sig-
nificado del que preside la donación.
8
Se refiere a la cita de Marín y Cubas sobre la práctica de fuegos sagrados, a la que
aludiremos posteriormente.

496
Debe recordarse que en todo este discurso, donde las interpretaciones
dependen de una acción cultual (hacer donación, fuegos, el que preside,
purificación) e incluso la del sistema constructivo (lesque o goro), se parte
de la noticia y primera visión gráfica al templo o fquenes proporcionada
por Torriani para Fuerteventura, que ya hemos evaluado con anterioridad
(Arco et al., 2009b: 84 y ss.)9, al igual que en Abreu Galindo para las dos
islas orientales:
El ídolo que adoraban era de piedra y de forma humana; pero quien fuese,
o qué clase de dios, no se tiene de ello ninguna noticia. Y el templo en que
hacían sacrificio se llamaba fquenes, cuya forma se ve en el dibujo (Torria-
ni, 1959 [1592]: 73).
Tenían casas particulares, donde se congregaban hacían sus devociones,
que llamaban efequenes, las cuales eran redondas y de dos paredes de
piedra; y entre pared y pared, hueco. Tenía entrada por donde se servía
aquella concavidad. Eran muy fuertes, y las entradas pequeñas. Allí ofre-
cían leche y manteca. No pagaban diezmo, ni sabían qué cosa era (Abreu,
1977 [1602]: 56-57).
Parece que la asociación del topónimo Lezque con éfequen es la que
conduciría a Jiménez Sánchez, como hemos indicado más arriba, a atribuir
a las construcciones existentes la categoría, entre otras, de efequén o san-
9
En la nota 7 de este trabajo decimos lo siguiente respecto a la representación de
Torriani: Es ésta la única representación religiosa indígena conocida y ha sido inter-
pretada por analogía (Martín, 1986: 70, 37) como remedo de los emblemas de Cova-
rrubias, sin explicar cómo L. Torriani pudo tener acceso al texto y sin contrastar que
en el “modelo” hay un laberinto y, en su centro, un caballero vestido a la usanza y
provisto de espada, mientras en Torriani no, sino un doble corredor espiraliforme con
una escultura masculina central, en posición “praxiteliana”, y brazo derecho cur-
vado, cabellos cortos, aparentemente ondulados y ceñidos, sobre pedestal con frontis
cubierto por estrigilos. Frente a aquella apreciación finalista, parece más acertado
considerar que esta iconografía redunda en la valoración efectuada por López Pardo
(2007:313, nota 30) para la observación hecha en el texto de N. Da Recco a una
estatua masculina desnuda provista de bola en la mano, como una posible figura
de Hércules con manzana que asocia a la gaditana, al santuario de Melkart y al
dios héroe de retorno del Jardín de las Hespérides, y con prototipos griegos del S. V
a. C., retomados en acuñaciones monetales posteriores, planteándose también junto
a Mederos (2008:364-366) la reflexión sobre si la población local tenía conciencia
de la mitología vinculada con el Jardín de las Hespérides. Por último, la actividad
profesional de Torriani en Portugal le pudo llevar al conocimiento del manuscrito de
Bocaccio/N. da Recco pero nada dice en su texto o, más aún, de la escultura que se
había llevado a Lisboa, por lo que, en ese caso, el ingeniero habría expresado gráfi-
camente un relato o una imagen conocida.

497
tuario. Y quizás sea la misma relación la que lleva a J.C. Cabrera (1996:
137-8)10 a señalarle, además de como modelo de asentamiento en luga-
res elevados, con un posible carácter religioso:
sobre altozanos de notables implicaciones estratégicas, su funcionalidad
se relaciona con el control estratégico del territorio, la explotación de re-
cursos, la defensa frente a agresiones exteriores y el control de la antropo-
dinamia de la zona, sin olvidar tampoco el carácter religioso de muchos de
estos enclaves montañosos.
El lugar fue recogido bajo el nº 44 en la primitiva carta arqueológica de
Fuerteventura (León et al. 1987: 83, 93), indicando que estaba formado por
Estructuras de habitación y otras construcciones y que a él podría hacer
alusión la referencia de Jiménez Sánchez a yacimientos en Lezque Alto y
Lezque de la Pila con 6 viviendas y banco votivo.
Habrá que dilucidar, pues, desde la perspectiva arqueológica la signi-
ficación y complejidad del lugar de Lomo Lezque, que ahora nos ocupa,
en el sentido de si cubrió sólo el campo de un asentamiento con finalidad
habitacional y de signo económico, o si, en su caso, se practicaron en él
también actividades cultuales, de variado signo, entre las que pudieran en-
trar aquellas que las fuentes literarias atribuyen a los éfequenes.
En este sentido cultual cobran interés también las evidencias de estructuras
constructivas de dos tipos que observamos en Lomo Lezque y que, sin duda,
son las que han conducido a señalar la existencia de enterramientos.
Unas, de diseño rectangular, marcadas por una hilera, aparentemente
somera, de piedras, que, a pesar de ese rasgo, por sus dimensiones y carac-
terísticas vienen atribuyéndose al tipo que en arqueología funeraria deno-
minamos cistas (Arco, 1976), y que tiene un amplio uso en Gran Canaria,
habiéndose recogido algunas noticias de su existencia para Fuerteventura,
si bien con una precaria documentación, pues tales registros no han sido
excavados sistemáticamente. Testimonios orales nos señalan su presen-
cia en el entorno de Corrales de la Hermosa (Pájara) en la que se habría
identificado como ajuar algunas piezas de microcerámica; y derivado de
prospecciones arqueológicas también en Playa de Juan Gómez, La Solapa
(Pájara), en el Bco. de La Torre (Antigua), en Mtña. de La Muda (Puerto
del Rosario), en Bristol, Majanicho y en el malpaís del Bayuyo (La Oliva)
(Cabrera, 1996: 364-5; Hernández, 1990:74, 75; Lecuona et al., 2008: 186-
7, 191; León et al. 1987:89, 90, 93-95, 111; Perera y Cejudo, 1995: 419,
10
También este investigador asociará el topónimo, con variable distribución en la isla,
con espacios funerarios (p. 357).

498
426). Información que es reiterada de manera constante por todos aquellos
que, de alguna manera, han trabajado en la isla, sin que se haya contribuido
con una intervención arqueológica sistemática en esos lugares.
Otras, de diseño circular, con evidencias de muretes y empedrados so-
meros que encajarían en los tipos que, sin un estudio y descripción preci-
sos en los repertorios bibliográficos que acabamos de mencionar y otros
similares, se vienen valorando como enterramientos tumulares.
Así que parecería que Lomo Lezque es uno de los espacios que mostra-
rían indicios cultuales, quizás exclusivamente de carácter funerario, o en
una vertiente más compleja como espacio en el que se articulan actividades
de cohesión social ligadas a la práctica de determinados cultos, siempre
que la atribución de lesque a éfequen, como ámbito de ritual, pudiera ser
válida.
Indudablemente, definir esa categorización y, en el marco de nuestro
proyecto PYCIA, llegar a reconocer si cumplió una función de control
espacial-territorial en época antigua y, por ende, contribuir a definir a sus
gentes, es un objetivo prioritario. Todo ello con la certeza de que el re-
gistro material superficial, donde privan los repertorios líticos de talla, la
malacofauna y, en menor medida, cerámica de variados tipos, nos estaría
mostrando una cierta amplitud temporal de la ocupación.

3. LOS TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS

Con tales presupuestos teóricos, desde finales del pasado mes de abril
y en mayo, hemos desarrollado la primera campaña de excavaciones sis-
temáticas en Lomo Lezque11, con una actividad centrada en la zona de
mayor densidad de evidencias arqueológicas (Lám. I). Si bien todavía no
contamos con resultados analíticos y estudios en detalle de los registros,
hemos querido presentar una visión preliminar de esos trabajos y realizar
algunas consideraciones sobre los mismos.

11
Nuestro agradecimiento a todos los miembros de la Unidad de Patrimonio Histórico
del Cabildo de Fuerteventura que, más allá del marco del Convenio con el OAMC
del Cabildo de Tenerife, están siempre pendientes de nosotros y nuestras necesidades,
en particular a Ignacio Hernández Díaz, Luis Lorenzo Mata y Milagros Estupiñán de
la Cruz. También a Domingo Herrera Cabrera, del Servicio Topográfico del Cabil-
do de Fuerteventura, que es con su apoyo técnico imprescindible en nuestro equipo.
No queremos olvidar tampoco la prestación desinteresada de la Consejería de Medio
Ambiente a la hora del duro trabajo de mover los derrumbes de muros y de proteger
adecuadamente el yacimiento.

499
Consideramos que la estructura arquitectónica más amplia y realzada,
con probabilidad en un periodo relativamente reciente dadas las caracterís-
ticas del desarrollo de sus muros exentos, parecería responder a un ámbito
central en el asentamiento. Tal inferencia responde, no sólo por el impor-
tante conjunto de material pétreo que se concentra en torno a ella sino
porque va asociada al mayor cúmulo de evidencias materiales de superficie
de todo el asentamiento, particularmente en el espacio meridional externo
donde se produce un declive progresivo de la ladera. Por ello denomina-
mos a esta zona Área Centro (Lám. I).
En disposición oriental a ella establecimos el Área Este, en la que se
sitúan un conjunto de estructuras diversas que se encuentran dispersas en
una amplia extensión. Las más próximas, Área Este-Sector 1, correspon-
den a los dos espacios de tendencia rectangular-oval, que hemos mencio-
nado antes como cistas. Estas dos construcciones se muestran en un ámbito
relativamente amplio, carente de estructuras arquitectónicas superficiales
así como de materiales arqueológicos, hecha la salvedad de una construc-
ción circular, con muros de escaso alzado, tipo “gran corral” que se sitúa
al SE, si bien más lejanas en posición E se posicionan otras estructuras
complejas.
Al espacio situado al Oeste inmediato de la estructura principal lo de-
nominamos Área Oeste Sector 1, y se caracteriza por presentar una zona
de cierta horizontalidad en la que se ubican el conjunto de estructuras de
tendencia circular ya mencionado, tipo túmulos, destacando la práctica au-
sencia de material arqueológico en superficie.
Por otro lado, el Área Oeste en su desarrollo meridional tiene un pro-
gresivo buzamiento hacia el Bco. Río Cabras, mayor abundancia de regis-
tro material superficial y estructuras arquitectónicas de mayor porte que las
anteriores, identificándola como Área Oeste-Sector 212.

3.1. ÁREA ESTE SECTOR 1

La excavación se centró en las dos estructuras de tendencia rectangu-


lar-oval, distantes entre si 1 m y orientadas NE-SO en línea, una en posi-
ción N (Estructura 1) y otra al S (Estructura 2). Están formadas por doble
hilera de piedras que discurren paralelamente, dejando un espacio interior
de aquella morfología, si bien el perímetro queda desdibujado por despla-
zamiento de algunas de ellas. Parecen presentar una divisoria interna por
12
Reticulamos de manera independiente cada Sector con denominación diferencial
para los ejes de coordenadas (N-S y E-O), caracterizado por cuadrículas de 1 m2.

500
línea de piedras que marca dos ámbitos desiguales. Aunque sus compo-
nentes pétreos se muestran muy superficiales han sido considerados como
manifestación de “cistas funerarias”.
Ambas tienen 1,80 m de longitud x 0,80 m de anchura (desigual en
la E.1 que también alcanza 0,95 m en la zona meridional), estando atra-
vesadas en el interior tranversalmente por una (E2) o dos (E1) hileras de
piedras y presentan un desnivel entre sus extremos de 12 cm en E1 y 18
cm en E2.
La excavación integral de E2, tanto en su interior como exterior, per-
mitiría reconocer un depósito sedimentario natural (Munsell 10YR: 6/3,
pale brown) unitario hasta alcanzar la costra base de caliche a una pro-
fundidad N/S de -82/-86 cm p0, sin alteración, con ausencia de elementos
estructurales antrópicos ni materiales de esa naturaleza en todo el paquete
sedimentario (con potencia en el área excavada entre 37/44 cm). (Lám. II)
Igual dinámica observamos en E1, que sólo excavamos en sus 2/3 sep-
tentrionales del espacio interno, presentando un relleno sedimentario si-
milar a E2, sin alteración antrópica y con una potencia máxima de 22 cm.
En consecuencia, podemos afirmar que estas dos estructuras poseen un
carácter superficial y no resultan significativas de la existencia de un espa-
cio antrópico infrapuesto y, desde luego, no pueden ser consideradas como
cistas o lugares funerarios.

3.2. Área Oeste Sector 1

En situación occidental y paralela a la gran construcción del Área Centro,


se caracteriza por ser un espacio en llano donde en una superficie de 233,5 m2
se ubican un conjunto de estructuras superficiales de piedras, de escaso alza-
do, que muestran diseños geométricos de forma circular, oval, con desarrollo
de distintas hileras de piedras, a veces muros concéntricos, espacios internos
libres de piedras o en diseño más complejo con semicírculos adosados. En el
entorno de ellas se concentran piedras que pudieran responder a sectores de
las estructuras desarticulados. Todo el conjunto muestra un aspecto diferente
a los muros más realzados del asentamiento, presentando una pátina homogé-
nea indicativa de una mayor estabilidad en el tiempo de estas construcciones
(Lám. III).
En el estado actual del lugar de Lomo Lezque, son el segundo grupo de
estructuras que por sus características pudieron haber conducido a Jimé-
nez Sánchez a señalar que en él existían enterramientos, si es que con ello
se refería a construcciones tumulares. En ese sentido, con una visión del

501
modelo funerario que se venía aplicando a Gran Canaria, éstas pudieran
corresponder a pequeños túmulos con anillo externo, sin que en su interior
se puedan observar indicios de los paramentos pétreos que conforman las
características cistas de aquél.
Contabilizamos un número mínimo de nueve estructuras, y con proba-
bilidad otras tres, más difusas, siete de ellas con una distribución periféri-
ca, a modo de semicírculo, una en situación casi central y otra, la E8, en
posición excéntrica.
En los extremos NE y NO (Lám. III), a una distancia entre si de 8 m,
se ubican dos de ellas (E1 y E5), con forma de tendencia ultrasemicircular
y mayores dimensiones (3 x 3 m y 3,40 x 4,20 m) que parecen limitar la
apertura al espacio ocupado por el resto. Así, tras la E1, en zona NE, se
sitúa la E2 en posición E, curvándose el semicírculo por el S con E3 y E9,
siendo el límite del lado O las E4 y E7, respectivamente. La zona central es
ocupada por la E6. Las E1 y E2 se sitúan en paralelo a la gran construcción
del Área Centro.
Practicamos la excavación en estas ocho estructuras, que presentan diver-
sas características (Tabla 1), pero también un conjunto de rasgos comunes.
Por un lado, es posible agrupar seis de ellas (E2, E3, E9, E4, E7, E6)
cuyos elementos murarios tienen un similar patrón, en el tipo de elementos
pétreos, dimensiones y disposición en muros con hiladas dobles de piedra,
generalmente de una sola hilera y con relleno tipo empedrado, de implan-
tación superficial, salvo en algún sector concreto de su recorrido, donde en
cinco de ellas (salvo E7) alguno de sus componentes (de una a tres piedras)
aparecen hincados en profundidad, a modo de estelas. En relación a ellas,
en profundidad y sobre el sustrato base de caliche, se define en todos los
casos una estructura de combustión (EC), de tipo plano, salvo en E9 que es
en cubeta por rebaje del caliche y en E4 donde éste parece haberse regula-
rizado previamente. El caliche como sustrato base aparece muy alterado,
a excepción de E3 (Lám. IV) por haberse preservado del contacto directo
por permanencia de un pequeño nivel sedimentario en la base. Las dimen-
siones de las estructuras de combustión están entre los 42 cm de Ø de E7
y los 74 x 80 cm de E4, y es variable también su potencia, entre los 7 cm
de E2 y E6 hasta los 24 cm de E9, caracterizándose por una coloración
grisácea-cenicienta variable13, su compactación y la práctica ausencia de
13
En una gama que va desde Munsell 7.5Y: 4/2 dark brown (E6), 10YR: 4/2, dark
grayish brown (E9), 75YR: 4/2, 4/1: brown/dark gray (E4) a 2.5YR: 2.5/1, Black (E3)
y con abundancia de pequeñas raíces, lo que implica un alto grado de contaminación
inherente.

502
unidades de carbón14 que, cuando se identifican, muestran una estructura
muy frágil, indicativo del tipo de material utilizado que presumiblemente
correspondería a algunos taxones no leñosos característicos del entorno,
como la aulaga o el espino, si bien hasta que no se efectúe su caracteriza-
ción15 es prematuro asegurarlo.
Otro rasgo significativo que las caracteriza es la práctica ausencia de
registro material, de cualquier naturaleza, siendo necesario aclarar que en
ningún caso aparecen materiales atribuibles a tiempos históricos post-con-
quista ni contemporáneos. En cuatro de las estructuras se identificaron al-
gunos elementos que formaban parte del relleno sedimentario de colmata-
ción del espacio interno de las mismas; en E6, una Patella, a nivel superior
de su EC; material lítico, malacofauna y fauna terrestre en E4, en el relleno
sedimentario del espacio S a la EC y aislado de ella; sólo en E3 una parte
del registro (fauna terrestre y una pieza lítica) se identifican en el nivel
de cierre de la EC mientras que la EC de E9 es la única que proporcionó
material en su interior, algunos restos de malacofauna y fauna terrestre,
alterados por el fuego y una pieza lítica, localizándose también en el relle-
no sedimentario de colmatación de esta estructura un fragmento cerámico
(tipología maja), dos piezas líticas y malacofauna.
Por otro lado están las E1 y E5 que muestran características comunes
al resto, al compartir los mismos rasgos constructivos en sus muros, que
adoptan forma semicircular, y por presentar infrapuestas sendas estructu-
ras de combustión. Sin embargo, diferentes en sus dimensiones externas,
tal como hemos señalado, y también en las fogatas que poseen un diseño
circular en cubeta, por rebaje del sustrato base de caliche, y son más am-
plias (0,90 x 1,04 m y 0,94 m Ø), alcanzando una potencia de combustión
de 11 cm. En el interior N de la EC de E5 se localizó un bloque prismático
hincado (20 cm de longitud x 14 cm de anchura y 11 cm de altura). De
resto, y siguiendo la dinámica de todo el conjunto no se obtuvo ningún
registro de materiales arqueológicos en el relleno sedimentario16 de ambas
estructuras.
La ubicación de piedras hincadas como límite de un sector de las es-
tructuras de combustión y su orientación pudiera ser interpretada como un
factor de control para favorecer la viabilidad del fuego y su protección de-
pendiendo de los vientos dominantes. En ese sentido (Tabla 1), en tres de
14
Sólo en E4 y E9.
15
En curso, por parte de Carmen Machado Yanes.
16
El característico de toda la zona, coloración Munsell 7.5YR:6/4, light brown, y para
las estructuras de combustión 10YR: 4/2, dark grayish brown.

503
ellas (E2, E6 y E9) se observa una instalación NNE, indicadora del origen
de los vientos dominantes; y en otras tres esa posición varía, SSO para E3
(Lám. IV), SEE para E4 y NNO para E7, orientaciones que también pu-
dieron verse como un sistema de protección para momentos de episodios
de vientos no tan frecuentes17, aunque hay que decir que E3 y E4 fueron
estructuras de larga duración, pues ocupan el segundo y tercer lugar en la
potencia del sedimento carbonoso que, además, en E4 tiene bastante exten-
sión por lo que no cabría atribuirles un desarrollo corto.
Otro rasgo que no parece baladí resaltar es que las piedras hincadas en
las fogatas pudiéramos contemplarlas como estelas. Por su aspecto así lo
parecen en todos los casos, salvo en E7. En E3 (Lám. IV) son tres piezas
dispuestas en semicírculo al SSO a un mismo nivel, de forma triangular,
situadas con apoyo en uno de sus lados y remate en ángulo, a modo de
estelas, alcanzando la mayor 44 cm de altura y la menor 28 cm. En E9 la
estela se ubicaría en el NE, y es de forma prismática (30 cm de anchura x
24 cm de grosor y altura de 47 cm), destacando por su regularidad. En E4
la estela está en posición SE, tiene forma prismática más irregular y unas
dimensiones de 58 cm de anchura. x 20 cm de grosor y una altura de 67
cm. En E6, la que ocupa la posición central en situación NNE, tiene forma
rectangular y remate a dos aguas, con dimensiones de 42 cm de altura x
34 de anchura. En E2, donde las piedras que contornean la fogata no tie-
nen un aspecto significativo en el sentido que venimos señalando, hay una
piedra (32 cm de alto x 20 cm de ancho) hincada de tendencia triangular al
exterior del perímetro en posición N. Por otro lado, en E5, que ya hemos
indicado difiere de las anteriores, la piedra indicada en el interior N de la
EC tiene forma prismática, muy regular, recordando a un pequeño betilo.
En este Sector 1 se ubica en situación externa al conjunto, en zona NE y a
una distancia de 7 m de E1, otra Estructura que denominamos E8, de distinta
tipología a las anteriores. Ocupa una superficie de 6 m2 con un empedrado de
tendencia semicircular de piedras bastante regulares y de alzado escaso (de 6
a 8 cm), salvo en su zona NNE en la que de la hilera de piedras del perímetro
externo destaca una de ellas por sus dimensiones (52 cm de ancho x 46 cm de
grosor y 38 cm de altura) y tendencia prismática que se eleva sobre las demás,
a modo de estela, y presenta en su base lateral y posterior algunos calzos. El
recorrido del empedrado va en su sector oriental en dirección NE-SO con una
longitud de 2,40 m y una anchura de 80 cm, mientras el lateral septentrional,
en el que se instala la estela lo hace en dirección SE-NO en una longitud de 3
m y una anchura entre 0,80 y 1,00 m.
17
Durante la campaña de excavación hemos disfrutado de esas situaciones.

504
Entre ambos sectores queda un espacio interno, libre de piedras y muy
abierto al SSO-SOO, que fue objeto de excavación en una superficie am-
plia, presentando un relleno sedimentario18 y ausencia de material arqueo-
lógico o indicios de alteración antrópica en la base de caliche. Ante la
eventual significación que podía mostrar la ubicación de la estela, levanta-
mos un sector del empedrado inmediato a ella en la zona SO, localizando
a 23 cm de profundidad, dos patellas, de aspecto peculiar. Una de ellas
con trabajo de remodelado en su cúspide, sobre la marca de crecimiento,
y la otra de superficie erosionada, lo que permitirá inferir un depósito de
carácter cultual. La excavación del sector NNE externo de la estela en
una extensión inmediata de 2 m2, carente de empedrado, no proporcionó
hallazgos o indicios antrópicos de modificación del espacio subyacente en
un relleno sedimentario homogéneo de 22 cm.
Por último, con la finalidad de evaluar la dinámica de los espacios inte-
restructurales de toda esta zona practicamos intervenciones en el entorno
de la zona central, abriendo un total de 7 m2, en dirección N a la E6 (cua-
drícula M12), E-O entre E6 y E7 (cuadrículas K13 a K16) y N-S entre E6
y E3 (cuadrículas I13, H13), mostrando siempre un relleno sedimentario
estéril, con potencia entre 18 cm en M12 a 27 cm en K15.
De seis de las estructuras de combustión remitimos siete muestras (Es-
tructuras 1, 3, 4, 5, 6 y 9 [dos muestras]) para su datación radiocarbónica,
aún contando con la afección de contaminación inherente, por inclusión de
raíces y porque las profundidades reales a las que se tomaron las muestras
eran escasas, oscilando entre los 15 cm de una de la Estructura 9 (Beta-
306115) y los 33 cm de la de la Estructura 4 (Beta-302466), lo que vendría
a incidir en resultados con problemas. Éstos se incluyen en la Tabla 2, de
los que habremos de comentar varios aspectos:
1) Sólo la Estructura 4 (Beta-302466), con la muestra tomada a ma-
yor profundidad real (33 cm)19, proporciona una cronología en tiem-
pos previos a la etapa de conquista, con una interceptación de la
curva de calibración en el 1010 AD.
2) El resto arroja fechas post conquista y con horquillas temporales
amplias que llevan en todos los casos desde finales del XVII o ini-
cios del XVIII (Beta-30614) hasta el 0 BP = 1950 y, también en cada
una de ellas con varios puntos de interceptación.
18
Unitario hasta la costra base de caliche, potencia de 30 cm, coloración Munsell
10YR: 5/6 yellowish brown.
19
Lo cual parece haber favorecido su mejor aislamiento de una eventual contamina-
ción inherente.

505
3) De la Estructura 9 se remitieron dos muestras (Beta-302464 y
Beta-306115), procedentes del sedimento de la estructura de com-
bustión, observándose que los resultados, también con la problemá-
tica que señalamos en el punto anterior, se muestran además inverti-
dos, de tal manera que el de la muestra más profunda (Beta-302464)
resulta más moderno que el de la muestra superficial (Beta-306115).
Sólo parece posible pues reconocer, por el momento, como cronología
válida la arrojada por la muestra de la Estructura 4.

3.3. Área Centro

De esta zona queremos presentar una síntesis de la actividad arqueológica


efectuada en el sector NO de la Estructura compleja central. Ésta muestra mu-
ros alzados que constituyen distintas dependencias de un largo uso histórico
hasta una etapa muy reciente y presenta en aquel sector evidencias del desplo-
me y arrasamiento de la arquitectura original, lo que nos llevó a pensar en la
posibilidad de una mayor preservación de las eventuales estructuras subyacen-
tes. A todo el conjunto lo denominamos Estructura 1.
Tras el levantamiento inicial del derrumbe de piedras, acometimos
la excavación sistemática del depósito infrapuesto, del que, teniendo en
cuenta el límite temporal de nuestra intervención, sólo pudimos trabajar
de manera extensiva y parcial en las últimas fases de ocupación del lugar.
Centrados en el ámbito NO de la Estructura 1, hemos trabajado en dos
zonas de la misma (N y S), respetando en esta primera intervención la ma-
yor parte de sus muros como procedimiento de percepción de la dinámica
ocupacional que en ella se realizó (Lám. V).
Respecto a los elementos estructurales de la construcción, debemos
reseñar que la parte NO del recorrido actual del muro N y el del O son
testimonio de un proceso de remodelación histórico cuya temporalidad es
difícil de definir en estos momentos; carecen de un opus sistemático (pie-
dras de diferentes dimensiones y multidireccionales), tienen relleno sedi-
mentario infrapuesto con registro material diverso y presentan alteración
por fenómenos deposicionales. Bajo ese tipo de relleno, en un sector de
la zona O se observó el rebaje del caliche, quizás para la instalación del
muro original, estando al interior el nivel de ocupación infrapuesto, por lo
que podríamos pensar en la articulación de un espacio semiexcavado tipo
casa honda. Sólo en su zona NE y en el paramento oriental se identifica
un trazado original y estable de los muros (Lám. V). Así, en el E, se ca-

506
racteriza por el levantamiento de, al menos, tres hiladas (1,03 m de altura)
de gruesos bloques basálticos, tipo bolos bien encarados y con aspecto de
sillar20, con cuñas intermedias, elevándose con cierto desplazamiento hacia
el interior y cierta curvatura en el trazado (2,30 m), lo que permite inferir
un posible cerramiento por aproximación de hiladas21, si bien las dimen-
siones de aquéllos dificultarían en apariencia esa solución, no pudiendo
tampoco aportar por el momento cuál sería la planta del diseño original de
la construcción que, en todo caso, parece mostrar en su extremo S cierta
curvatura. Por otro lado, al extremo N de este muro y en el sector E del
paramento Septentrional se adosa una estructura pétrea, tipo bancada rec-
tangular (2,28 m largo x 1,20 m ancho x 32 cm altura) (Lám.V), formada
por piedras de diversa morfología y gran volumen que el transcurso de
la excavación revelaría como coetánea del último horizonte de ocupación
estable que hemos podido definir. Esa bancada, además de apoyarse en
los dos muros conservados de la construcción original en esta zona, está
instalada sobre un nivel de sedimento que colmata la hilada de piedras más
profunda del muro E, y que se introduce bajo él, por lo que necesariamente
resulta más moderna.
Esa diacronía se muestra igualmente en el sector S inmediato a la ban-
cada y en el lateral E, donde los trabajos revelaron la existencia de dos
estructuras de combustión, con distinto desarrollo en su ubicación, pro-
fundidad y características (Lám.V). Ambas de tipo plano, la más moderna
(EC1, entre +16/+3 cm p0) presentaba el foco de más intensidad limitado
por varias piedras y la más profunda (EC2, entre +2/-5 cm p0) en asocia-
ción a una laja; el sedimento de combustión era muy fino, sobre todo en la
primera, y extremadamente blanquecino22.
En asociación a ambas aparecen conviviendo23 repertorios cerámicos
a mano tipo majo, de engobe rojo oscuro (desde el nivel más superficial
hasta -4 cm p0), que calificaríamos como cerámica tradicional, también
a torno (entre ellas, 2 piezas de tonalidad blanca exterior y vidriado verde
interior en posición infrapuesta a EC2, a -5 y -19 cm p0), junto a material
20
En situación postdeposicional, centro E, apareció uno bien escuadrado.
21
Parecería que el modelo bobias fuese de aplicación en este caso.
22
Munsell 7.5YR: 6/2, pinkish gray. Dimensiones: 66 (N-S) x 40 cm (E-O), potencia:
13 cm.
23
La convivencia de estos materiales queda asociada a las fases de ocupación de la
estructura y no a situaciones postdeposicionales, por lo que no debe entenderse como
una convivencia de materiales producto de fenómenos de esa naturaleza similares a
los que pueden observarse en superficie de muchos lugares de la isla, donde la inciden-
cia de procesos de remodelación antrópica, animal y física ha sido muy importante.

507
lítico de talla y dos fragmentos de vidrio (en relación al nivel de funciona-
miento de EC1, a + 12 cm p0).
Esas dos fases de ocupación se observan en extensión hacia el lado O (des-
de + 16 a -11 cmp0), donde junto a evidencias de combustión menos potentes
(entre +7/+1 cm p0) y en situación infrapuesta, aparece concentrado un con-
junto de materiales diversos donde destaca la abundancia de guijas de playa de
tamaño reducido24, junto a malacofauna25, fauna terrestre, repertorios líticos de
talla y la convivencia de cerámica a mano tipo maja, también de engobe rojo,
“tradicional”, y a torno (un fragmento de coloración anaranjada y otro de pasta
roja y engobe negro, ambos a + 1 cm p0).
En todos los espacios nada de metal.
Como proceso de observación de la dinámica de ocupación más antigua
testamos en el depósito del extremo S del muro E (Lám.V), observando
una tercera estructura de combustión y alcanzando una profundidad de -25
cm p0, localizándose un fragmento de cerámica maja y una pieza lítica,
material exclusivamente significativo de la continuidad del depósito.
Por otro lado, el trabajo desarrollado en la zona S de este mismo sector de
la Estructura 1, permitió también reconocer un importante cúmulo de derrum-
bes que colapsaban el espacio infrapuesto. Con estos límites, y el peligro de
derrumbamiento de los alzados más modernos, pudimos constatar un depósi-
to estable de 20 cm de potencia con una dinámica similar, definiéndose una
actividad de consumo alimentario practicada en el entorno de una estructura
de combustión26, con una mayor abundancia de detritus orgánicos, fauna ma-
rina, mayoritaria malacológica (elevado porcentaje de burgados), y terrestre,
al igual que las certezas en la convivencia de los registros materiales ya seña-
lados, con evidencias de cerámicas a mano, majas, y de engobe rojo (hasta -16
cm p027), y a torno (pasta y paredes naranja, a -10 cmp0) así como repertorios
líticos de talla.
En esta construcción hemos datado tres muestras de sedimento ceni-
ciento procedente de las tres estructuras de combustión de la zona NE que
muestran en parte una problemática similar a las procedentes del Área
Oeste-Sector1. En este sentido (Tabla 2), la muestra Beta – 302468, pro-
cedente de la Estructura de combustión 2, proporciona varios puntos de
interceptación, lo que dificulta cerrar la horquilla temporal. En este caso, el
repertorio de materiales, ya señalados, que se asocian a los niveles del que
24
En 16 cm de potencia y en un espacio inferior a 1 m2 un total de 204 guijas.
25
En ocasiones con señales de combustión.
26
Dimensiones, 1,25 m (N-S) x 0,55 m (E-O); coloración, Munsell 5YR:6/1, gray.
27
Correspondiente a la cota más profunda excavada en la zona.

508
proceden las muestras permitiría atribuir a una etapa postconquista esos
episodios de ocupación, si bien es preciso señalar que:
1) la datación de la muestra Beta–302467 pudiera ser más antigua, debi-
do a que en ella observamos también contaminación por raíces.
2) la mayor certeza en el resultado de la muestra Beta–302469, de la es-
tructura de combustión más profunda, con una interceptación a mediados
del XVII AD, por lo que de seguro las otras dos son más modernas, aunque
no podamos precisar con certeza su tiempo.
Ante estos registros parecería que estamos ante distintas fases de ocu-
pación en una etapa histórica que habrá que ir acotando. De ellas queremos
destacar esos aspectos de la cultura material que hemos ido desgranando
y que han de servirnos de reflexión. Una, la convivencia de las especies
cerámicas majas con la denominada tradicional del engobe rojo y con otras
a torno. Y otra, en ese horizonte histórico, se muestra la permanencia de
la talla lítica, tanto con prototipos macro como micro, y sobre soportes de
distinta naturaleza, basaltos y sílex.
También es significativa la disparidad que muestra este registro con lo
evidenciado en el del Área Oeste, Sector 1, donde se instalan las estruc-
turas de combustión vistas con anterioridad, con la práctica ausencia de
registro material en superficie e infrapuesto en el que, además no hay nada
que pueda llevarnos a una etapa histórica postconquista, lo que vendría a
apoyar su diacronía (es decir, su uso en etapas distintas de la ocupación del
lugar) y funcionalidad, si bien será necesario esperar a que la actuación
arqueológica permita ampliar y profundizar en el espacio excavado de la
Estructura 1 del Sector Central.

3.4. Área Oeste Sector 228

Esta zona, ubicada en posición S al Sector 1 de la misma Área, donde se


instalan las estructuras de combustión ya valoradas, corresponde a la parte
superior de la ladera del yacimiento allí donde se inicia suavemente el
declive de ésta. Tal como hemos dicho en superficie se observa una acumu-
lación importante de materiales, en ocasiones claramente asociados a un
muladar, a depósitos de vertidos durante el uso del lugar, pero también se
identifican estructuras murarias, de mayor o menor alzado. Nosotros elegi-
mos intervenir en dos de ellas, bastante arrasadas y superficiales. Aquí sólo
presentaremos una primera valoración de una de ellas, que denominamos

Espacio que fue reticulado siguiendo el trazado del Sector 1 del Área O, si bien con
28

modificación de la nomenclatura.

509
Estructura 1, situada a una distancia de 6 m del límite S de la Estructura 3
(Área O, Sector1) y en disposición paralela a ella.
Está formada por piedras irregulares que se disponen en arco de círculo
con orientación NO-E-SO con una anchura de 1,60 m en el N y de 80 cm
en el S sobre una superficie de 7 m2. Algunos de sus elementos pétreos
tienen aspecto superficial, incluso desplazados, y otros parecen hincados,
siendo sus dimensiones variables29. Este conjunto de piedras define un es-
pacio cerrado, a modo de círculo (60 cm diám.) en situación NNE, bastante
libre de piedras y otro semicircular abierto al NNO, mucho más despejado,
donde los elementos murarios estructurales desaparecen. El declive natural
del depósito sedimentario hace que se produzca en el nivel superficial una
diferencia de hasta 65 cm máximo en una distancia de 4 m, buzamien-
to que será contrastado en el proceso de excavación. Ésta se desarrolló
inicialmente sobre el espacio NNE señalado en el que se definió una es-
tructura de combustión en relación con un nivel antrópico circundante,
excavándose en extensión una superficie total de 13 m2.
La estructura de combustión (78 cm N-S, x 90 cm E-O) fue instalada
directamente sobre el caliche, adaptada en cubeta al buzamiento natural de
aquel y por rebaje en la zona NE y E y presenta una colmatación sedimen-
taria carbonosa grisáceo-negruzca30 y una potencia total de 22 cm. Durante
su funcionamiento hubo una actividad antrópica importante en su entorno
que consolidó en su inmediata periferia, particularmente en su lado N, E
y, en menor medida, al O, un cúmulo importante de detritus, y que con-
llevó al levantamiento de un murete de trazado curvo en su contorno más
próximo y diseño rectilíneo en dirección E. Este nivel antrópico se adapta
al buzamiento natural del terreno y se caracteriza por tener una potencia
de entre 21 (Cuad. C11) a 27 cm (Cuad. C12), con una alta presencia de
malacofauna, particularmente Patellas, industria lítica de talla y, en menor
cuantía fauna terrestre, cerámica, lítico pulimentado (entre él algunas pie-
zas que pudieran considerarse suntuarias) y malacológico. En el interior de
la fogata se localizó un registro similar, salvo las dos últimas referencias,
y en mayor abundancia piezas líticas. Respecto al conjunto de cerámica
registrada en esta Estructura 1 debemos señalar que, salvo un fragmento
superficial a torno de tonalidad anaranjada, es toda a mano, del tipo que
pudiéramos catalogar como maja, existiendo unos pocos fragmentos ro-
jos engobados, que encajarían en lo que viene atribuyéndose a cerámica
tradicional, por lo que volvería a estar sobre el tapete la temporalidad de
ambos tipos.
29
Más frecuentes entre 30 a 40 cm. de long. x 20 a 30 cm de ancho.
30
Munsell 10YR: 4/2 dark grayish brown.

510
Se trata pues de un espacio diferente a los vistos con anterioridad, tanto
en su propia organización estructural como por el repertorio de materiales
que se le asocian. En todo caso, el espacio excavado no proporcionó otros
indicios de tipo estructural a los observados en el entorno de la estructura
de combustión.

4. CONCLUSIONES Y UNA MIRADA AL FUTURO


Del conjunto de esta actuación arqueológica que se encuentra aún en
su primera fase queremos reflexionar sobre una serie de aspectos. El punto
de partida será que las evidencias estudiadas muestran espacios que por
sus características estructurales y materiales pueden atribuirse a distinta
funcionalidad. Dos de ellos, la E1 del Área Central y la E1 del Área Oeste,
Sector 2, parecen estar ligados a actividades subsistenciales, y un tercero
en el que se instalan nueve estructuras (Área Oeste, Sector 1) a funciones
muy probablemente cultuales.

4.1. DIACRONÍA EN EL REGISTRO ESTUDIADO Y EFICACIA DE LOS


MODELOS Y TIPOS DIAGNÓSTICOS
Aún teniendo en cuenta los problemas derivados de las dataciones y
pendientes de las que se obtengan para el resto de las estructuras así como
de los resultados de la caracterización de los materiales en su estudio por-
menorizado, el registro parece pertenecer a tiempos distintos.
En todo caso, se ha mostrado una coetaneidad de tipos materiales que en los
paradigmas de partida en nuestro ámbito canario se cuestionan o se silencian.
Uno, la convivencia de manufacturas cerámicas a mano y a torno. No
puede ser posible que sólo algunos investigadores registremos hallazgos
de cerámica a torno, lo que implica que o bien miramos con otras perspec-
tivas o bien que son siempre despreciados como postconquista. Indudable-
mente habremos de recordar que en los contextos históricos de las etapas
primigenias del poblamiento las especies cerámicas a torno circulaban,
más aún si abogamos porque no se consolidaría un aislamiento sine die
durante toda la ocupación indígena31.
En esa convivencia de manufacturas cerámicas será necesario acotar los
tipos y su uso. Así que cerámicas a torno, sin o con engobe rojo u de otra tona-
31
Debemos recordar que en la producción bibliográfica que hemos citado en la prime-
ra parte de este trabajo dentro de la línea de investigación sobre el proceso de conoci-
miento y poblamiento del archipiélago se muestra la imprescindible relación con las
actividades de fenicios, púnicos, gadiritas y romanos.

511
lidad, no tienen por qué ser despreciadas, ni siquiera de los muladares o por su
procedencia superficial. Esto parecería un precepto obvio que cobra un sentido
especial si atendemos a la diagnosis de las localizadas en Rosita del Vicario y
que traemos a estas mismas Jornadas32.
Dos, si se confirma la atribución histórica reciente de la totalidad o parte de
las cerámicas a torno de Lomo Lezque, estará sobre el tapete otra cuestión: la
de la durabilidad de la que reconocemos como maja, y en dependencia de ello,
cuanto de ese mismo fenómeno para los repertorios líticos.
Tres, el modelo constructivo de carácter superficial y su atribución sis-
temática al mundo de los majos, aunque vaya acompañado de aquellos
registros, no es un paradigma, pues en la E1 del Área Central hemos ob-
servado que la estructura subyacente es claramente diferente y atribuible,
quizás, en la fase más antigua identificada por el momento a una etapa
histórica postconquista (recordemos la fecha de 1650 AD de la EC3 de la
zona NE).
Así que, sin un claro contraste sistemático de todos estos procesos, la
diagnosis del patrimonio arqueológico insular con atribución a una etapa
indígena vs histórica por los registros materiales de uno u otro tipo seña-
lados se quiebra.
Es imprescindible pues un registro exhaustivo, amplias series de data-
ciones absolutas (recordemos lo escasas que son aún en la isla) y contribuir
de una manera sistemática a fijar la temporalización de las manufacturas
dentro de la sociedad maja e histórica, de lo que podrán derivarse intere-
santes aportaciones sobre la perduración de tradiciones, aspectos de inter-
culturalidad, fenómenos de arcaísmo y sustitución, entre otros.

4.2. DE LAS PRÁCTICAS CULTUALES


Por un lado, la cuestión historiográfica que señala a Lomo Lezque como
un lugar con registro funerario. Obviamente es posible que termine mos-
trando ese tipo de usos, pero su atribución a esa función por las estructuras
señaladas como de tipo cistas y túmulos no es válida en once estructuras
que hemos trabajado. Así que vale la pena recordar que, en este caso, el
modelo parece responder a una herencia del pasado, en el que Jiménez
Sánchez aplicó a la isla la solución funeraria registrada en Gran Canaria33.
32
Cerámicas antiguas en Rosita del Vicario (Fuerteventura, Islas Canarias). Una
propuesta de trabajo.
33
Recordemos en este sentido, el dual modelo provincial que en la práctica se efectuó
en la arqueología del momento (FARRUJIA y DEL ARCO, 2004).

512
Así que, aún con la dificultad que reconocemos al problema de las
prácticas funerarias entre los majos (ARCO, 1976; CABRERA, 1996; LE-
CUONA y ATOCHE, 2008), debiéramos sopesar la atribución de estos ele-
mentos estructurales a sepulturas y contribuir a dilucidar en esos registros
su exacta funcionalidad.
Sin embargo, tenemos ocho estructuras arquitectónicas que encierran
ocho fuegos, con usos continuados y poco registro material, y cuando lo
hay puede adscribirse a su funcionamiento en época indígena y con una
cronología segura para una de ellas (E4) de 1010 AD, careciendo de in-
dicios que muestren su uso para actividades cotidianas, más allá que el
encendido de un fuego y su mantenimiento. Su asociación a elementos
estructurales tipo estela / betilo parece diagnóstico, por lo que el registro
debe ampliarse a E8, en este caso sin fuego, pero con un probable depósito
votivo, malacofauna, infrapuesto al empedrado y bajo la estela. Con tales
evidencias, no parece arriesgado traer a colación el papel del betilo en un
espacio sagrado en el mundo semita (HUSS, 1993:340) porque entronca
con otras evidencias que ya hemos venido anotando en el mundo del ritual,
ni tampoco recordar que la asociación estelas/betilo y fuego no estaría en
soledad en el ámbito canario (GONZÁLEZ y DEL ARCO, 2007: 64-66),
no pudiendo despreciar ese conjunto de prácticas de tipo cultual. No pode-
mos olvidar tampoco que Lomo Lezque es una montaña, de altura interme-
dia en Fuerteventura y en el espacio que ocupa, de amplio control visual,
y que en su propia denominación entra en juego una probable función cul-
tual, por lo que es necesario traer a colación algunas citas suficientemente
ilustrativas:
Una próxima, la de Marín de Cubas, 1986 [1687]: 150
... sus havitaciones son cassas de piedra sola, hubolas mui grandes y
redondas las entradas/ mui pequeñas, onde hacian sus sacrificios, ofre-
cian leche, manteca, menos carne; esta fiesta o sacrificio llamaban efe-
quenes, de todos los frutos a modo de limosna recogen cierta porción
mas no es en forma de diesmo; quemaban cevada en el sacrificio, y por
el humo derecho o ladeado jusgaban la forma de mal o bien...
Contexto en el que se inserta la referencia de Gomes Scudero (1986
[XVII]: 439), si bien no alude a la denominación del espacio sagrado como
efequenes y su atribución a una construcción o espacio abierto sería, en
todo caso, comprensiva, del término que utiliza, unos lugares:
... Tenían los de Lançarote y Fuerte Ventura unos lugares o cuebas
a modo de templos, onde hacían sacrificios o agüeros según Juan

513
Leberriel, onde haciendo humo de ciertas cosas de comer, que eran
los diesmos, quemándolos tomaban agüero en lo que hauían de em-
prender mirando a el juno, i dicen que llamaban a los Majos que
eran los spíritus de sus antepasados que andaban por los mares y
uenían allí a darles auiso quando los llamaban, i éstos i todos los
isleños llamaban encantados, i dicen que los veían en forma de nu-
becitas a las orillas de el mar, los días mayores de el año, quando
hacían grandes fiestas, aunque fuesen entre enemigos, i veíanlos a
la madrugada el día de el maior apartamento de el sol en el signo de
Cáncer, que a nosotros corresponde el día de San Juan Bautista ...
Y otra, recordando lo señalado por Camps (1980:196) al mencionar los
peregrinajes y cultos que se efectúan en los lugares sagrados, entre ellos
las montañas
C’est de l’Atlas encore que Pline l’Ancien (V, 1, 7) dit qu’il brille la
Nuit de mille feux et retentit des ébats des Egipans et des Satyres qui
jouent de la flûte et du tambourin. Comment s’etonner qu’une crain-
te religieuse s’empare de ceux qui s’en approchent ? Maxime de Tyr
(VIII,7) prétend que l’Atlas est à la fois un temple et un dieu. Saint Au-
gustin (Sermones, XLV, 7) reprochait à ses ouailles la coutume qu’ils
avaient de gravir les montagnes pour se sentir plus près de Dieu.
Será necesario pues proseguir en la investigación, pues todos conoce-
mos el registro arqueológico de la isla y la existencia de estructuras simi-
lares, a modo de patrón, en distintos espacios montañosos que, en algunos
casos, se relacionan con grabados. En este sentido, una de nuestras próxi-
mas actuaciones, ya autorizada, será Montaña Blanca de Arriba.

4.3. Sobre aspectos del significado del topónimo

Cobra sentido, igualmente, contextualizar el espacio y contrastarlo con


los otros registros a los que pudiera conducir la toponimia similar en la isla
(lesque, lezque, esquén, esqué, mesque, esquinito, esquencito, esquinzo,
esquey, sesquenes…), reconociendo cada uno de esos lugares, cuya iden-
tificación hemos realizado ya a través de la cartografía y de los registros
toponínimos (Navarro Artiles, F. et al., 1999-2007), además de reflexionar
sobre su más compleja significación.
Siendo lo más general su dependencia con una unidad fisiográfica (andén,
barranco, boca de, cabezada, caldera, caleta, cantil, cuchillo, degollada, lomo,
llanos, malpaís, montañeta, morro, playa, quemados, rincón, solana, tablero, va-

514
lle), quizás valga la pena reseñar que no hemos encontrado ningún referente a la
denominación concreta de efequenes/éfequenes; que, en algunos casos, hay aso-
ciación del término a otro lugar, Guerime (Navarro et al., 2007: 156), a su pro-
pietario, Juan Viejo34 (Navarro et al., 2000: 93), al calificativo de su ubicación,
alto, abajo (Navarro et al., 2000: 93; 2004:156; 2007: 211), a sus dimensiones,
esquencito, esquencillo35, esquinito (Navarro et al., 2000: 93, 94; 2004: 111), a
su edad/tiempo, esquencito viejo (Navarro et al., 2000: 94), al de su coloración,
blanco (Navarro et al., 2004: 110); también que en su valoración como construc-
ción pudiera ayudar su asociación a algunos términos que quizás aludan a su uti-
lidad como espacio de función subsistencial/económica36, bien como potencial
de recursos, bien como lugar de almacenamiento37, madera (Navarro et al., 2004:
111)38, mijo (Roldán y Delgado, Esquencillo de Mijo, 1970: 193)39, de cultivo,
rosa (Navarro et al., 2004: 157) o de uso ganadero, corral/corrales/gambuesa/
cañada (Navarro et al., 1999: 88; 2000: 72, 133; 2001: 131; 2004: 111) y activi-
dad diversa, mudadas (Navarro et al., 2004: 157).
Indudablemente evaluar los componentes significativos desde una
orientación arqueográfica, en sus rasgos articuladores y en su eventual sig-
nificación cultual es también un objetivo de nuestra investigación.
No cabe duda que, con todo ello, contribuiremos a desentrañar una par-
te de los problemas de conocimiento que afectan a la secuencia histórica
de la isla y a los elementos de diagnosis de su patrimonio arqueológico.

34
Recogido también en Roldán y Delgado (1970: 129), Acuerdos 1617, acta 148.
35
También en Roldán y Delgado, Esquencillo de Mijo (1970: 193): Acuerdos 1626,
acta 257.
36
En este ámbito entrarían también las referencias a fuente que van asociadas a un lu-
gar, (Esquey, Esquinzo) (Roldán y Delgado, 1970: 112,1615, Acta 127 y 62, 1606, Acta
13; para Esquinzo señalamos la referencia más antigua que conocemos) y, por ello no
tienen el sentido que consideramos presentan las denominaciones que ahora destacamos.
37
Aspecto que parece tener concomitancias con las funciones que pueden atribuírsele
en Tenerife al término Auchón (Arco et al., 2000:108-109, 123-124) que se recoge en
las Datas de repartimientos, particularmente a los referentes de auchón de la cebada,
auchón de las vacas.
38
Roldán y Delgado (1970: 173), Acuerdos 1623, Acta 224, como lugar habitado, pues
sus vecinos, entre otros han de limpiar la fuente de Mesquer.
39
Acuerdos 1626, acta 257, provisto de un muro alto que se integra en una raya.

515
Lám. I. Lomo Lezque. Distribución de áreas.

516
Lám. II. Estructuras 1 y 2, cistas, del Área E, Sector 1 en proceso de excavación. (Fot. C. del Arco)

Lám. III. Área Oeste, Sector 1, con ubicación de estructuras. (Fot. C. del Arco)

517
Lám. IV. Estructura de combustión 9 del Área Oeste, Sector 1 (Fot. C. del Arco)

518
Lám. V. Área Centro, zona N de la Estructura 1 (Fot. C. del Arco)

519
520
521
BIBLIOGRAFÍA

ABREU GALINDO, Juan de. Historia de la conquista de las siete islas de


Canarias. Goya Ed. Santa Cruz de Tenerife. 1977 [1602].
ÁLVAREZ DELGADO, Juan. Inscripciones líbicas en Canarias. Ensayo de
interpretación líbica. La Laguna. 1964.
ARCO AGUILAR, María del Carmen del. “El enterramiento canario pre-
hispánico”. Anuario de Estudios Atlánticos, 22 (1976), pp. 13-124.
‒ “La explotación de la sal en los mares de Canarias durante la Anti-
güedad. Las salinas y saladeros de Rasca (Tenerife)”. En: Fortunatae
Insulae, Canarias y el Mediterráneo. Santa Cruz de Tenerife. Museo
Arqueológico de Tenerife, OAMC, Cabildo de Tenerife y Caja Cana-
rias. 2004, pp. 171-186.
ARCO AGUILAR, María del Carmen del, DEL ARCO AGUILAR, Ma-
ría Mercedes, ATIÉNZAR ARMAS, Emilio, ATOCHE PEÑA, Pablo,
RODRÍGUEZ MARTÍN, Conrado y ROSARIO ADRIÁN, María
Candelaria. “Dataciones absolutas en la Prehistoria de Tenerife”. En:
Homenaje a Celso Martín de Guzmán (1946-1994). Universidad de Las
Palmas. Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de Gáldar. Dirección Ge-
neral de Patrimonio Histórico. 1997, pp. 65-79
ARCO AGUILAR, María del Carmen del, GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael,
DEL ARCO AGUILAR, María Mercedes, ROSARIO ADRIÁN, Ma-
ría Candelaria, RODRÍGUEZ MARTÍN, Conrado y MARTÍN OVAL,
Mercedes. Los Guanches desde la Arqueología. Santa Cruz de Tenerife.
Organismo Autónomo Museos y Centros. Museo Arqueológico. Cabildo
de Tenerife. 1999.
ARCO AGUILAR, María del Carmen del, GONZÁLEZ HERNÁN-
DEZ, Cecilia, DEL ARCO AGUILAR, María Mercedes, ATIÉNZAR
ARMAS, Emilio, DEL ARCO AGUILAR, Marcelino, ROSARIO
ADRIÁN, María Candelaria. “El menceyato de Icod en el poblamien-
to de Tenerife: D. Gaspar, Las Palomas y Los Guanches. Sobre el po-
blamiento y las estrategias de alimentación vegetal entre los guanches”.
Eres (Arqueología/Bioantropología), 9 (2000a.), pp. 67-129.
ARCO AGUILAR, María del Carmen del, GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael,
DE BALBÍN BEHRMANN, Rodrigo, BUENO RAMÍREZ, Primiti-
va, ROSARIO ADRIÁN, María Candelaria, DEL ARCO AGUILAR,
María Mercedes y GONZÁLEZ GINOVÉS, Laura: “Tanit en Cana-
rias”. Eres (Arqueología / Bioantropología), 9 (2000b), pp. 43-65.

522
ARCO AGUILAR, María del Carmen del, GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael,
ROSARIO ADRIÁN, María Candelaria y DEL ARCO AGUILAR,
María Mercedes. “El lugar arqueológico de Butihondo”. Eres (Arqueo-
logía/Bioantropología), 14 (2006), pp. 23-38.
ARCO AGUILAR, María del Carmen del, GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael,
DEL ARCO AGUILAR, María Mercedes y ROSARIO ADRIÁN, Ma-
ría Candelaria. “La explotación de la sal en los mares de Canarias du-
rante la Antigüedad. Las salinas y saladeros de Rasca (Tenerife)”. En:
GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael, LÓPEZ PARDO, Fernando y PEÑA
ROMO, Victoria (Eds.): Los Fenicios y el Atlántico. Madrid. Centro
de Estudios Fenicio y Púnicos. 2009a, pp. 297-316.
ARCO AGUILAR, María del Carmen del, GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael,
ROSARIO ADRIÁN, María Candelaria, DEL ARCO AGUILAR,
María Mercedes, GONZÁLEZ GINOVÉS, Laura, BENITO MATEO,
Carmen, DE BALBÍN BEHRMANN, Rodrigo y BUENO RAMÍREZ,
Primitiva. “Algo más que canalillos y geométricos. El valor simbóli-
co de las estaciones rupestres guanches”. Canarias Arqueológica, 17
(2009b), pp. 79-131.
ATOCHE PEÑA, Pablo. “La colonización del Archipiélago Canario: ¿un
proceso mediterráneo? World Islands in Prehistory. International In-
sular Investigations. V Deià International Conference of Prehistory.
B.A.R. International Series 1095, (2002), pp. 337-354.
‒ “Fenómenos de intensificación económica y degradación medioam-
biental en la protohistoria canaria”. Zephyrus, 56 (2003), pp. 183-206.
‒ “Estratigrafías, cronologías absolutas y periodización cultural de la
Protohistoria de Lanzarote”. Zephyrus, 63 (2009), pp. 105-134.
ATOCHE PEÑA, Pablo y MARTÍN CULEBRAS, José. “Canarias en la
expansión fenicio-púnica por el África atlántica”. II Congreso de Ar-
queología Peninsular, Zamora, 1996, (1999) T. III. Primer milenio y
Metodología, pp. 485-500.
ATOCHE PEÑA, Pablo, PAZ PERALTA, Juan Antonio, RAMÍREZ RO-
DRÍGUEZ, María Ángeles y ORTIZ PALOMAR, María Esperanza.
Evidencias arqueológicas del mundo romano en Lanzarote (Islas Ca-
narias). Arrecife. Cabildo Insular de Lanzarote. 1995.
ATOCHE PEÑA, Pablo, MARTÍN CULEBRAS, José, RAMÍREZ RO-
DRÍGUEZ, María Ángeles. “Elementos fenicio-púnicos en la religión

523
de los Mahos. Estudio de una placa procedente de Zonzamas (Teguise,
Lanzarote)”. Eres (Arqueología), 7 (1997), pp. 7-38.
ATOCHE PEÑA, Pablo, MARTÍN CULEBRAS, José, RAMÍREZ RO-
DRÍGUEZ, María Ángeles, GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael, DEL
ARCO AGUILAR, María Del Carmen, SANTANA SANTANA, An-
tonio y MENDIETA PINO, C. A. “Pozos con cámara de factura antigua
en Rubicón (Lanzarote)”. VIII Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y
Fuerteventura. T. II . Arrecife (1999), pp. 365-419.
ATOCHE PEÑA, Pablo, RAMÍREZ RODRÍGUEZ, Mª Ángeles, TO-
RRES PLAZA, José Domingo y PÉREZ GONZÁLEZ, Sergio. “Exca-
vaciones arqueológicas en el yacimiento de Buenavista (Tiagua, Lan-
zarote): primera campaña, 2006”. Canarias Arqueológica, 17 (2009),
pp. 9-51.
ATOCHE PEÑA, Pablo, RAMÍREZ RODRÍGUEZ, Mª Ángeles, PÉREZ
GONZÁLEZ, Sergio y TORRES PLAZA, José Domingo. “Segunda
campaña de excavaciones arqueológicas en el yacimiento de Buenavis-
ta (Teguise, Lanzarote): resultados preliminares”. Canarias Arqueoló-
gica, 18 (2010), pp. 1-55.
BALBÍN BEHRMANN, Rodrigo de, BUENO RAMÍREZ, Primitiva,
GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael y DEL ARCO AGUILAR, María del
Carmen: “Datos sobre la colonización púnica de las islas Canarias”.
Eres (Arqueología), 6 (1995a), pp. 7-28.
‒ “The Zinete Stone”. Sahara, 7 (1995b), pp. 39-50.
‒ “Una propuesta sobre la colonización púnica de las Islas Canarias”.
AUBET SEMMLER, María Eugenia y BARTHÉLEMY, Manuela
(Eds.). Actas del IV Cong. Internacional sobre Estudios Fenicios y Pú-
nicos (2000), T.II, pp. 737-744.
‒ “Sea-Land Relationships in the Rock Art of the Prehispanic Canary Is-
lands”. En: BALBÍN BEHRMANN, Rodrigo de, BUENO RAMÍREZ,
Primitiva, GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael y DEL ARCO AGUILAR,
María del Carmen (Eds.). Rock Carvings of the European and African
Atlantic Façade. BAR. Int. S. 2043 (2009), pp. 249-274.
BELLO JIMÉNEZ, Víctor M. “Relaciones económicas en el África At-
lántica: modelos de comercio e integración cultural entre los siglos VI y
III a.C.” Eres (Arqueología / Antropología), 13 (2005), pp. 7-29.
CABRERA PÉREZ, José Carlos. La Prehistoria de Fuerteventura: un mode-
lo insular de adaptación. Cabildo Insular de Gran Canaria. Madrid 1996.

524
CAMPS, Gabriel. Berbères. Aux marges de l’ Histoire. Éditions des Hes-
pérides. 1980.
CASTAÑEYRA, Ramón FERNÁNDEZ. Memoria sobre las costumbres
de Fuerteventura escritas para el Sr. D. Juan Bethencourt Alfonso.
Transcripción, prólogo, notas e índice de Francisco Navarro Artiles.
Puerto del Rosario. Servicio de Publicaciones del Cabildo de Fuerte-
ventura. 1991 [1887].
CUBILLO FERREIRA, Antonio L. Nuevos análisis de algunas palabras
guanches. (Estudio crítico). Las Palmas de Gran Canaria. Colección
guanche. 1980.
FARRUJIA DE LA ROSA, Augusto José. El poblamiento humano de Ca-
narias en la obra de Manuel de Ossuna y Van den Heede. La Piedra de
Anaga y su inserción en las tendencias ideográficas sobre la primera
colonización insular. Madrid. Dirección General de Patrimonio His-
tórico. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias.
“Estudios Prehispánicos”, 12. 2002.
‒ Ab initio (1342-1969). Análisis historiográfico y arqueológico del pri-
mitivo poblamiento de Canarias. Sevilla. Artemisa Ediciones, Colec-
ción Árbol de la Ciencia, 2. 2004.
‒ “Roma y las islas Canarias: la leyenda de las lenguas cortadas y el po-
blamiento insular”. L’ Africa romana, 16.Mobilitá delle persone e dei
popoli, dinamiche migratorie, emigrazioni ed immigrazioni nelle pro-
vince occidentali dell’ Impero romano, Atti del XVI Convegno di Studio.
Rabat, 15-19 dicembre 2004. Roma. Carocci editore. (2006), II, pp.
839-855.
FARRUJIA DE LA ROSA, Augusto José y DEL ARCO AGUILAR, Ma-
ría del Carmen. “El tema del primitivo poblamiento humano de Ca-
narias y su inserción dialéctica en la política franquista: José Pérez de
Barradas y Sebastián Jiménez Sánchez”. MORALES PADRÓN, Fran-
cisco (Coord.). XV Coloquio de Historia Canario-Americana. Casa de
Colón, 7-11 de octubre de 2002 (2004), pp. 1172-1185.
GOMES SCUDERO, Pedro. 1978 [XVII)]. Libro Segundo prosigue la
Conquista de Canaria. En: MORALES PADRÓN, Francisco: Cana-
rias: Crónicas de su Conquista. Ed. Ayto. de Las Palmas de G. Canaria
y El Museo Canario. Sevilla: 383-468.
GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael. “El primer poblamiento de Canarias.
Nuevas perspectivas en la investigación arqueológica”. VIII Jornadas

525
de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura, T. II. Arrecife, 1999, pp.
305-338.
‒ “Los Guanches: una cultura atlántica”. En: Fortunatae Insulae, Cana-
rias y el Mediterráneo. Santa Cruz de Tenerife. Museo Arqueológico
de Tenerife. OAMC, Cabildo de Tenerife y Caja Canarias. 2004a, pp.
134-146.
‒ “Ánfora”. En: Fortunatae Insulae, Canarias y el Mediterráneo. Santa
Cruz de Tenerife. Museo Arqueológico de Tenerife. OAMC, Cabildo de
Tenerife y Caja Canarias. 2004b, p. 360.
‒ “Nota a Figura masculina erguida”. En: Fortunatae Insulae, Canarias
y el Mediterráneo. Santa Cruz de Tenerife. Museo Arqueológico de Te-
nerife. OAMC, Cabildo de Tenerife y Caja Canarias. 2004c, p. 275.
‒ “Los influjos púnicos gaditanos en las islas Canarias a través de hallazgos
relacionados con actividades pesqueras”. XVI Encuentros de Historia y
Arqueología, “Las industrias alfareras conserveras fenicio-púnicas de la
Bahía de Cádiz”, San Fernando-dic. 2000. Córdoba. 2004d, pp. 13-37.
‒ “Ídolo de barro cocido”. En: Fortunatae Insulae, Canarias y el Me-
diterráneo. Santa Cruz de Tenerife. Museo Arqueológico de Tenerife.
OAMC, Cabildo de Tenerife y Caja Canarias. 2004e, p. 297.
‒ “Ídolo de Zonzamas”. En: Fortunatae Insulae, Canarias y el Medi-
terráneo. Santa Cruz de Tenerife. Museo Arqueológico de Tenerife.
OAMC, Cabildo de Tenerife y Caja Canarias. 2004f, p. 295.
‒ “Tueris”. En: Fortunatae Insulae, Canarias y el Mediterráneo. Santa
Cruz de Tenerife. Museo Arqueológico de Tenerife. OAMC, Cabildo de
Tenerife y Caja Canarias. 2004g, p. 296.
‒ “Nueva representación de Tanit en Canarias”. Eres (Arqueología / Bioan-
tropología), 13 (2005a), pp. 137-140.
‒ “Réplica de D. Rafael González Antón”. Noticias El Museo Canario,
13 (2005b), pp. 18-19.
GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael y DEL ARCO AGUILAR, María del Car-
men. “Cerámica y pesca en Canarias”. Spal, 10. Homenaje a M. Pellicer
Catalán (2001), pp. 295-310.
‒ “Otros conceptos, otras miradas sobre la religión de los Guanches”.
Eres (Arqueología/Bioantropología, 14 (2006), pp. 9-22.
‒ Los enamorados de la Osa menor, navegación y pesca en la protohis-
toria de Canarias. En: Canarias Arqueológica, Monografías, 1. Museo

526
Arqueológico de Tenerife. OAMC del Cabildo de Tenerife. 2007.
‒ “Navegaciones exploratorias en Canarias a finales del II milenio a. C.
e inicios del primero. El cordón litoral de La Graciosa (Lanzarote)”.
Canarias Arqueológica, 17/Anejo (2009).
GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael, DE BALBÍN BEHRMANN, Rodrigo,
BUENO RAMÍREZ, Primitiva y DEL ARCO AGUILAR, María del
Carmen. La piedra Zanata. Santa Cruz de Tenerife. Organismo Autó-
nomo de Museos y Centros, Museo Arqueológico de Tenerife, Cabildo
de Tenerife. 1995.
GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael, DEL ARCO AGUILAR, María del Car-
men, DE BALBÍN BEHRMANN, Rodrigo y BUENO RAMÍREZ,
Primitiva. “El poblamiento de un archipiélago atlántico: Canarias en
el proceso colonizador del primer milenio a. C.”. Eres (Arqueología/
Bioantropología), 8 (1998), pp. 43-100.
GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael, DEL ARCO AGUILAR, María del Car-
men, ESTÉVEZ GONZÁLEZ, Fernando, DE BALBÍN BEHRMANN,
Rodrigo, BUENO RAMÍREZ, Primitiva, ROSARIO ADRIÁN, María
Candelaria, DEL ARCO AGUILAR, María Mercedes y GONZÁLEZ
GINOVÉS, Laura. “Un antes y un después en los grabados rupestres
canarios”. Primer Symposium Internacional de Arte Prehistórico de Ri-
badesella. El Arte Prehistórico desde los inicios del siglo XXI. Ribade-
sella, 2002. 2003a, pp. 457-480.
GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael, DEL ARCO AGUILAR, María del Car-
men, GONZÁLEZ GINOVÉS, Laura, ROSARIO ADRIÁN, María
Candelaria y DEL ARCO AGUILAR, María Mercedes. “Estudio crí-
tico sobre las inscripciones alfabéticas canarias. Desde el pasado ino-
perante al futuro por hacer”. Eres (Arqueología), 11(2003b), pp. 17-40.
GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael, DEL ARCO AGUILAR, María del Car-
men, ROSARIO ADRIÁN, María Candelaria, DEL ARCO AGUI-
LAR, María Mercedes, GONZÁLEZ GINOVÉS, Laura, BENITO
MATEO, Carmen, DE BALBÍN BEHRMANN, Rodrigo y BUENO
RAMÍREZ, Primitiva. “Grabados y poblamiento prehistórico en el Ar-
chipiélago canario”. En: BALBÍN BEHRMANN, Rodrigo de, BUENO
RAMÍREZ, Primitiva, GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael y DEL ARCO
AGUILAR, María del Carmen (Eds.). Rock Carvings of the European
and African Atlantic Façade. BAR. Int. S. 2043 (2009), pp. 211-229.
GOZÁLBES CRAVIOTO, Enrique. “Más allá de Cerné”. Eres (Arqueolo-
gía / Bioantropología), 9 (2000), pp. 9-43.

527
HERNÁNDEZ DÍAZ, Ignacio, PERERA BETANCORT, Antonia, CEJUDO
BETANCOR, Margarita, CABRERA ROBAINA, Antonio, GUTIÉRREZ
LIMA, J. Antonio. “Prospección de la zona Norte del municipio de La Oli-
va”. Investigaciones Arqueológicas en Canarias, II (1990), pp. 69-78.
HUSS, Werner. Los cartagineses. Ed. Gredos, Madrid. 1993.
JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Sebastián. “Principales yacimientos arqueológicos
de las islas de Gran Canaria y Fuerteventura descubiertos, explorados y
estudiados desde 1946 a 1951, inclusive”. Faycan, 1 (1952).
‒ “Nuevas estaciones arqueológicas en Gran Canaria y Fuerteventura.
Campaña de 1952, inclusive”. Faycan, 3 (1953).
KEEGAN, William F. & DIAMOND, Jared M. “Colonisation of Islands
by Humans: A Bio geographical Perspective”. In: SCHIFFER, M.B.
(ed.), Advances in Archaeological Method and Theory, 10 (1987), pp.
49-92.
LECUONA VIERA, Julia y Atoche Peña, Pablo. “Arqueología de la
muerte en la Protohistoria de Fuerteventura (Islas Canarias)”. En: ATO-
CHE PEÑA, Pablo, RODRÍGUEZ MARTÍN, Conrado y RAMÍREZ
RODRÍGUEZ, María Ángeles (Eds.). Mummies and Science. World
Mummies Research. Academia Canaria de la Historia, Ayuntamiento de
Teguise, Cabildo Insular de Lanzarote, CajaCanarias, Fundación Cana-
ria Mapfre Guanarteme y Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Santa Cruz de Tenerife. 2008, pp. 181-193.
LEÓN HERNÁNDEZ, José de, PERERA, Mª Antonia, HERNÁNDEZ,
Roberto, SANTÍS, Tomás, CABRERA, J. Antonio, ROBAYNA, Mi-
guel A., CUENCA, Julio, HERNÁNDEZ, Pedro, CEJUDO, Marga-
rita, MIRANDA, José J., DE LEÓN, Nieves y QUINTANA, Teodora.
“Aproximación a la descripción e interpretación de la carta arqueológica
de Fuerteventura. Archipiélago de Canarias”. I Jornadas de Historia de
Fuerteventura y Lanzarote, (1987), II. Puerto del Rosario, pp. 67-221.
LÓPEZ PARDO, Fernando. “Dioses en los prados del confín de la tierra:
un monumento cultual con betilos de Lixus y el Jardín de las Hespéri-
des”. BYRSA, 1-4 (2004-2005/ 2007), pp. 303-350.
LÓPEZ PARDO, Fernando y MEDEROS MARTÍN, Alfredo. La factoría
fenicia de la isla de Mogador y los pueblos del Atlas. En: Canarias Ar-
queológica/Monografías, 3. Museo Arqueológico de Tenerife. OAMC.
Santa Cruz de Tenerife. 2008.

528
MARÍN DE CUBAS, Tomás Arias. Historia de las siete islas de Canaria.
Las Palmas de Gran Canaria. Real Sociedad Económica de Amigos del
País. 1986 [1687].
MARTÍN RODRÍGUEZ, Fernando G. La primera imagen de Canarias. Los
dibujos de Leonardo Torriani. Colegio Oficial de Arquitectos de Cana-
rias. Santa Cruz de Tenerife. 1986.
MEDEROS MARTÍN, Alfredo y ESCRIBANO COBO, Gabriel. “De
Lixus a Cabo Jubi. Un recorrido por los puertos del litoral atlántico nor-
teafricano en época fenicia y púnico gaditana”. En Homenaje a Celso
Martín de Guzmán (1946-1994). Universidad de Las Palmas. Excmo.
Ayuntamiento de la Ciudad de Gáldar. Dirección General de Patrimonio
Histórico. (1997a), pp. 283-307.
‒ “Indicios de navegación atlántica en aguas canarias durante época abo-
rigen”. Revista de Arqueología, 194 (1997), pp. 6-13.
‒ “Una etapa en la ruta Mogador-Canarias: cerámica romana en Lanzaro-
te y su relación con hallazgos submarinos”. Spal, 6 (1997), pp. 221-242.
‒ “Pesquerías gaditanas en el litoral atlántico norteafricano”. Revista di Stu-
di Fenici, 27 (1) (1999a), pp. 93-113.
‒ “Ánforas canarias de tradición púnica-gaditana”. Revista de Arqueología,
220 (1999b), pp. 6-11.
‒ Fenicios, púnicos y romanos. Descubrimiento y poblamiento de las Is-
las Canarias. Estudios Prehispánicos 11. Dirección General de Patri-
monio Histórico. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de
Canarias. 2002.
‒ “El comercio de sal, salazones y garum en el litoral atlántico norteafrica-
no durante la antigüedad”. Empuries, 55 (2005), pp. 209-224.
MEDEROS MARTÍN, Alfredo, ESCRIBANO COBO, Gabriel y RUIZ
CABRERO, Luis. “Manuel de Ossuna”. Revista de Arqueología, 21 (236)
(2000), pp. 46-49.
‒ “La inscripción neopúnica de Anaga (Tenerife, Islas Canarias)”. Almoga-
ren, XXXII, XXXIII (2001-02), pp. 131-150.
MUÑOZ JIMÉNEZ, Rafael. La Piedra Zanata y el mundo mágico de los
guanches. OAMC, Cabildo de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 1994.
MUÑOZ VICENTE, Antonio. “Ánforas gaditanas de época bárcida para
el transporte de salazones. Sus influencias en modelos de las Islas Cana-
rias”. Eres (Arqueología/Bioantropología), 11 (2003), pp. 41-60.

529
NAVARRO ARTILES, Francisco. Teberite. Edirca. Las Palmas de Gran Ca-
naria. 1981.
NAVARRO ARTILES, Francisco (Coord. científico), CERDEÑA RUIZ,
Rosario y MORALES CHACÓN, Estrella (Coord. técnicas). Toponi-
mia de Fuerteventura. T. I: Catálogo Toponímico de Betancuria (1999).
T. II: Catálogo Toponímico de La Antigua (2000). T. III: Catálogo To-
ponímico de Puerto del Rosario (2001). T. IV: Catálogo Toponímico de
La Oliva (2003). T. V: Catálogo Toponímico de Tuineje (2004). T. VI:
Catálogo toponímico de Pájara (2007). Cabildo de Fuerteventura. Puer-
to del Rosario. 1999-2007.
PERERA BETANCOR, María Antonia, CEJUDO BETANCORT, Marga-
rita. “Yacimientos y lugares arqueológicos en las unidades geográficas de
acogida del término municipal de La Oliva, Fuerteventura”. IV Jornadas
de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura, T. II (1995), pp. 413-454.
RODRÍGUEZ MARTÍN, Conrado y GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael. “Co-
lonización y asentamiento en islas por grupos humanos”. Eres (Arqueo-
logía/ Bioantropología), 11 (2003), pp. 115-133.
RODRÍGUEZ MARTÍN, Conrado, GONZÁLEZ ANTÓN, Rafael y DEL
ARCO AGUILAR, María del Carmen. “La colonización humana de is-
las en la prehistoria. Un modelo teórico para el estudio de poblamientos
insulares”. En: BELTRÁN TEJERA, Esperanza, AFONSO-CARRI-
LLO, Julio, GARCÍA GALLO, Antonio y RODRÍGUEZ DELGADO,
Octavio (Eds.) Homenaje a Wolfredo Wildpret de la Torre. Instituto de
Estudios Canarios. La Laguna. 2009, pp.785-795.
ROLDÁN VERDEJO, Roberto y DELGADO GONZÁLEZ, Candelaria.
Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura, 1605-1659. En: Fontes rerum
canariarum, XVII. Instituto de Estudios Canarios. La Laguna de Teneri-
fe. 1970.
SANTANA SANTANA, Antonio y ARCOS PEREIRA, Trinidad. “El co-
nocimiento geográfico del océano en la Antigüedad”. Eres (Arqueolo-
gía/Bioantropología), 10 (2002), pp. 9-59.
‒ “Las dos islas Hespérides atlánticas (Lanzarote y Fuerteventura, Islas
Canarias, España) durante la Antigüedad: del mito a la realidad”. Ge-
rión, 24, 1 (2006), pp. 85-110.
SANTANA SANTANA, A., ARCOS PEREIRA, Trinidad, ATOCHE
PEÑA, Pablo y MARTÍN CULEBRAS, José. El conocimiento geo-

530
gráfico de la costa noroccidental de África en Plinio: la posición de
Canarias. Zürich. Olms. Spudasmata, 88. 2002.
TORRIANI, Leonardo: Descripción e historia del reino de las Islas Cana-
rias, antes Afortunadas, con el parecer de sus fortificaciones. Goya Ed.
Santa Cruz de Tenerife. 1959 [1592].
WÖLFEL, Dominik Josef. Monumenta Linguae Canariae. Traducción Mar-
cos Sarmiento Pérez. Dirección General de Patrimonio Histórico. Tene-
rife. 1996.

531
532
CERÁMICAS ANTIGUAS EN ROSITA DEL VICARIO
(FUERTEVENTURA, ISLAS CANARIAS).
UNA PROPUESTA DE TRABAJO

Carmen Benito Mateo


Arqueóloga, Museo Arqueológico de Tenerife, Cabildo de Tenerife

María Mercedes del Arco Aguilar


Arqueóloga, Museo Arqueológico de Tenerife, Cabildo de Tenerife

María Candelaria Rosario Adrián


Arqueóloga, Museo Arqueológico de Tenerife, Cabildo de Tenerife

Rafael González Antón


Arqueólogo, director emérito del Museo Arqueológico de Tenerife,
Cabildo de Tenerife

María del Carmen del Arco Aguilar


Departamento de Geografía e Historia, ULL

533
Resumen: recientemente ha sido determinada1 una serie de fragmentos cerá-
micos a torno procedentes de Rosita del Vicario (Antigua, Fuerteventura) recupe-
rados en el transcurso de los trabajos arqueológicos realizados en este yacimiento
en el año 2007 por el equipo2 que suscribe este artículo. Su caracterización, a la
espera de la continuación de los trabajos y de analíticas complementarias, nos
obliga a hacer una primera reflexión sobre su presencia en Canarias en el marco
de las investigaciones emprendidas hace más de una década por nosotros sobre el
primer poblamiento humano del archipiélago canario3.
Palabras clave: Fuerteventura; arqueología; poblamiento; cerámicas a torno.

Abstract: wheel made pottery from Rosita del Vicario (Antigua, Fuerteventura) has
been recently characterized. These fragments were recovered from this site during an ar-
chaeological excavation performed by the authores in 2007. We are waiting for the analy-
sis, however, this study leads to rethink its presence in the Canaries. This study is included
in our research project on the first human population of the Canary Islands.
Key words: Fuerteventura; archaeology; human population; wheel made pottery.
1
Agradecemos a Noé Villaverde Vega el estudio y los dibujos de las cerámicas que
acompañan este artículo los cuales fueron realizados sobre los materiales originales
de este yacimiento durante su visita al Museo Arqueológico de Tenerife en el mes de
octubre de 2010.
2
También agradecemos la colaboración de los arqueólogos Miguel Ángel Martín Díaz
y José Domingo Acosta Peña en los trabajos de campo y de Domingo Herrera Cabre-
ra, del Servicio Topográfico del Cabildo de Fuerteventura. Y muy especialmente a la
Unidad de Patrimonio Histórico del Cabildo de Fuerteventura, a Ignacio Hernández
Díaz y Luis Lorenzo Mata, por su asistencia firme y continuada durante nuestras es-
tancias en esta isla.
3
González Antón et al., 1995; Balbín Behrmann et al., 1995; González Antón et al.,
1998; González Antón, 1999; Arco Aguilar et al., 2000 a; Arco Aguilar et al., 2000 b;
Balbín Behrmann et al., 2000; González Antón et al., 2001; Rodríguez Martín et al.,
2003, 2009; González Antón, 2004 a; González Antón, 2004 b; Arco Aguilar et al.,
2005; González Antón et al., 2006; González Antón et al., 2007; Arco Aguilar et al.,
2008; González Antón et al., 2009.

534
1. Introducción
Los condicionantes específicos que afectan a todo proceso de poblamiento
humano en territorios insulares4 se acentúan especialmente en islas alejadas del
continente y pudieron disuadir a los pueblos colonizadores de su poblamiento ini-
cial, retrasando la fecha de un asentamiento efectivo. No obstante, teniendo en
cuenta que la colonización de nuevos territorios es consecuencia de un proceso
bien planificado, especialmente en ámbitos insulares5 por la complejidad que en
estos casos comporta, podemos deducir, a la luz de las más tempranas evidencias
arqueológicas, que este proceso fue iniciado en Canarias desde las islas orientales
a comienzos del I milenio a. C6. Estas fechas tan antiguas confirman la viabilidad
de la navegación hasta las islas, hecho favorecido por los factores geográficos,
técnicos y culturales, que permitieron el descubrimiento de nuestro archipiélago y
que han sido expuestos en sucesivos trabajos7. Este proceso, necesariamente largo
y discontinuo, tuvo varias fases8 en el tiempo y culminó en un momento en que
la valoración positiva de la relación costes-beneficios favoreció el poblamiento
definitivo del archipiélago. En esta empresa la motivación fue, pues, claramente
económica y la búsqueda de recursos9 el objetivo que la guió.
4
Los aspectos biogeográficos y bioantropológicos que intervienen en la colonización
de territorios insulares han sido analizados en relación al primer poblamiento del ar-
chipiélago canario desde hace algún tiempo por algunos de nosotros (González An-
tón et al., 1998; Rodríguez Martín et al., 2003; 2009).
5
Calvo Trías et al., 2002: 162 y ss.
6
González Antón, 2004b: 135; Atoche Peña, 2008: 323; González Antón et al.,
2009: 14.
7
González Antón et al., 1998, González Antón, 2004a: 15-17; 2004b: 137; González
Antón et al., 2009: 25-27.
8
González Antón et al., 1998: 47-69; Atoche Peña et al., 2001: 49-53; Santana San-
tana et al., 2006: 104; López Pardo et al., 2008: 348-352; Atoche Peña, 2008: 328-
338; Atoche Peña, 2009: 127-129.
9
González Antón et al., 1995: 14; Balbín Behrmann et al., 1995: 14-16; González
Antón et al., 1998: 56 y ss.; Atoche Peña et al., 1999a: 495-497; Atoche Peña et al.,

535
Pero no parece tarea fácil la identificación y el reconocimiento de cada
una de estas fases en el registro arqueológico del archipiélago10. Nos faltan
piezas en el puzzle, quizá algunas ni existieron11, del mismo modo que es
difícil insertar cada pieza en el lugar que le corresponde.
Las cerámicas a torno que damos a conocer en esta ocasión permiten re-
lacionar las islas con poblaciones de ambos lados del Estrecho entre los ss.
II a. C.-I d. C. A partir de su reconocimiento, hemos planteado su estudio
desde la caracterización del lugar de su hallazgo, la búsqueda de paralelos
en su entorno más inmediato, geográfico y cronológico, el contexto ar-
queológico en los que allí aparecen para intentar, por último, una propuesta
interpretativa dentro del proceso que dio lugar al primer poblamiento hu-
mano de Canarias.
Este trabajo pretende contribuir a la comprensión de nuestra historia
más lejana, aportando una probable evidencia más a la significativa lista
de elementos culturales (iconografía religiosa, espacios cultuales, pozos o
cisternas, ánforas de imitación y de importación, grabados naviformes y
alfabéticos, prácticas funerarias o hallazgos monetales)12 que insisten en la
2001: 53-56; Mederos Martín et al., 2002: 184-197; Santana Santana et al., 2002:
41; Atoche Peña, 2003: 183; 198-200; 98 y ss. González Antón, 2004a: 18; Gonzá-
lez Antón, 2004b: 137; Mederos Martín et al., 2006: 75-76; 81-89; Mederos Martín
et al., 2008: 357-363; López Pardo et al., 2008: 349-350; González Antón et al., 2009:
33; Atoche Peña, 2009: 118.
10
Dado el estado actual de los estudios arqueológicos en las islas, resulta muy difí-
cil distinguir entre colonización-poblamiento, visitas periódicas y visitas ocasionales
(González Antón et al., 1998: 48). Teniendo en cuenta que el tiempo que media entre
una y otra fase puede ser amplio y que nuestra realidad geográfica está formada por 7
islas mayores, por lo que cada isla tendrá su propio tempo. Es indudable que esta tarea
está, además, obstaculizada por el desigual quehacer de la investigación en cada una
de las islas, resultando de ello un gran desconocimiento de las mismas, a excepción,
quizá, de Tenerife y Gran Canaria. Una prueba de ello es la desproporción de las da-
taciones radiocarbónicas obtenidas en las islas, suponiendo Tenerife y Gran Canaria
más del 75% de las mismas. Fuerteventura representa el 3,6% en esta proporción
(Atoche Peña, 2008: 321, cuadro nº 2).
11
Especialmente en la fase previa al establecimiento humano: aquellos intentos de
poblamiento que no fructificaron y la frecuentación ocasional, que puede no dejar
huella en el registro arqueológico o ser débilmente perceptible (López Pardo et al.,
2008: 349), sobre todo teniendo en cuenta el alto grado de presión demográfica que
actualmente registran las islas en su franja costera.
12
González Antón et al., 1995: 31-35; 135-142; 156-171; Cabrera Pérez, 1996: 81;
Atoche Peña et al., 1997: 9; 20-26; González Antón et al., 1998: 69-78; Atoche Peña
et al., 1999a: 492-493; Atoche Peña et al., 1999b: 368-370; Atoche Peña et al., 1999c;

536
imposibilidad de separar el devenir histórico de las islas de lo que acontece
en el Mediterráneo durante el I milenio a. C.

2. El yacimiento Rosita del Vicario

El yacimiento arqueológico Rosita del Vicario (Antigua)13 se encuentra


en la zona central de la isla de Fuerteventura, en la margen derecha del
Barranco de la Torre, a algo más de 5 km de su desembocadura en la ver-
tiente oriental y en el centro de una cuenca formada por este barranco que
geomorfológicamente corresponde a un amplio valle que, en gran parte
de su recorrido, discurre entre dos cordales o cuchillos14 perpendiculares
a la costa. Al norte, el Cuchillo de Buenavista, con 416 msnm en su altura
máxima (Morros Altos), al sur, el Cuchillo de Agudo con su Atalaya de
Monte Agudo, 494 msnm.
Se localiza sobre un extenso tablero formado por depósitos de costra
caliza que actualmente definen a los suelos de tipo calcids15, los más exten-
didos en la isla, sobre todo en su llanura central. La presencia de esta capa
de “caliche” restringe el desarrollo de las raíces y la infiltración de agua
(Torres Cabrera et al., 2005: 68) por lo que la utilidad agrícola de estos
suelos es baja. A este respecto, Fuerteventura, junto a Lanzarote, carece ac-
tualmente de suelo agrícola en su mayor parte:
puede afirmarse que durante la protohistoria, tanto Lanzarote como
Fuerteventura poseerían suelos fértiles de un espesor superior al
actual, que se desarrollarían sobre terrenos donde en el presente
existen litosoles y pedregales, permitiendo la instalación de la vege-
tación arbórea […]. (Santana Santana, 2003: 67).

Arco Aguilar et al., 2000a, 2000b, 2005; González Antón et al., 2001: 300-307; Ato-
che Peña et al., 2001: 59-77; Jiménez et al., 2001: 114-116; 134-135; Mederos Martín
et al., 2002: 84-92; 94-97; 227-246; Santana Santana et al., 2002: 25-38; Farrujia de
la Rosa, 2002: 117-121; Mederos Martín et al., 2003: 152-159; 184-195; 288-291;
Muñoz Vicente, 2003: 51-55; González Antón, 2004a: 27-29; Otero Morán, 2004:
258-259; López Pardo et al., 2008: 352-374; Mederos Martín et al., 2008: 355-359.
13
UTM: 605265; 3139263. 103 msnm.
14
Criado Hernández, 2005: 46-47. Los términos “cuchillo” y “cuchillete” han sido
tradicionalmente empleados en la isla para designar una montaña o montañas de apa-
riencia larga y afilada.
15
Torres Cabrera et al., 2005: 65-68.

537
Esta pérdida16, constatada en todas las islas desde el s. XVII (Santana
Santana, 2003: 66), está íntimamente relacionada con la deforestación y
ha obligado, en las últimas décadas, al traslado de tierras fértiles a las zonas
deficitarias17.
Sin embargo, y aunque desconocemos desde cuando este lugar recibe
la denominación que hoy le identifica, el término “rosa” 18 (por “roza”),
“rosita” o “roseta” es un topónimo frecuente19 en la isla que se refiere a
suelos con capacidad agrícola20. Sólo en el municipio de Antigua se recoge
este término en 41 ocasiones21. Jiménez Sánchez alude a la denominación
“Rosita del Vicario” en este sentido destacando, además, la presencia de
junco en los años en que el yacimiento fue intervenido arqueológicamente
por primera vez:
El tablero de Rosita del Vicario, en El Junquillo de la Torre, que
corresponde a la denominación del yacimiento, llámase así por ser
un conjunto de gavias (suertes de tierras muy hermosas dispuestas
en anfiteatro, separadas unas de otras por gruesos camellones de
tierra) que la vecindad del pueblo de Antigua donó en el pasado si-
glo al vicario de su parroquia don Marcos Trujillo, […]. Conocíase
16
La erosión en Fuerteventura ha sido de tal magnitud que es imposible sustraer la
incidencia que ha tenido históricamente este fenómeno sobre cualquier asunto re-
lacionado con la implantación humana en el territorio. Las implicaciones que tiene
este hecho en la alteración y destrucción de las estratigrafías arqueológicas deben ser
convenientemente valoradas.
17
La construcción de suelos de cultivo artificiales recibe la denominación de “enare-
nados” en Lanzarote. Curiosamente, la extracción de las capas fértiles realizada con
este fin ha favorecido el descubrimiento de estratigrafías en la isla y, al mismo tiempo,
ha permitido definir aquellos estratos que han sido generados por la deposición de un
suelo de vega (Atoche Peña, 2003: 194; Atoche Peña, 2009:108; 115-117).
18
Roza. f. Terreno de cultivo constituido por un conjunto de gavias; Gavia. f. Trozo de
terreno para plantar, bordeado de un caballón de tierra llamado trastón, que se riega
por encharcamiento, generalmente con el agua de lluvia procedente de la alcogida
(Navarro Artiles et al., 1999, T. I: 29-30; Lorenzo et al., 1999: 294; 171). Roza: 3.
f. Tierra rozada y limpia de las matas que naturalmente cría, para sembrar en ella.
(Diccionario de la Real Academia Española, 2001, 22ª ed.).
19
El término “rosa” aparece de forma reiterada en las Actas de los Acuerdos del Cabil-
do de Fuerteventura del s. XVII (Roldán Verdejo et al., 2008: 26-27; 205: Acta 160,
Legajo 1, f. 220, 3 noviembre 1617 o 310: Acta 395, Legajo 3, f. 80, 22 abril 1642).
20
Agradecemos a Rosario Cerdeña Ruiz las aclaraciones y consideraciones de tipo
histórico sobre esta cuestión.
21
Navarro Artiles et al., 2000, T. II: 216-218.

538
también por El Junquillo, debido a criarse en este lugar unos matos
parecidos a la retama, que llaman junquillo (Juncus effusus Lin.),
propios de terrenos pantanosos, de tallos erectos y rollizos, emplea-
dos en la confección de esteras. En el propio Barranco de la Torre,
colindante al yacimiento arqueológico, nacía también desde antiguo
no sólo el junquillo, sino el auténtico junco, favorecido por el caudal
de agua que discurría permanentemente por el cauce del expresado
barranco. Aún es así, y tanto el junquillo como el junco crecen no
solamente en el mentado barranco, sino en el Tablero de Rosita del
Vicario, especialmente en los buenos tiempos de invierno.
(Jiménez Sánchez, 1965-66: 19-20).
Es posible que, de este modo, y a pesar de que el tipo de suelo no fuera
el más apropiado para su puesta en cultivo, fuera la presencia de agua, tan
escasa en la isla, lo que hiciera adecuada la denominación de “rosita”. Y
lo cierto es que aún hoy son visibles los surcos del arado en la zona colin-
dante al yacimiento, mostrando una notable concentración de materiales
cerámicos en este sector.

3. El Barranco de la Torre
Ya en el s. XIX, R. F. Castañeyra y S. Berthelot22 consideraban que el
Barranco de la Torre era una zona de la isla con gran interés arqueológico,
lo que confirmaría casi un siglo más tarde la investigación, destacando la
densidad de yacimientos arqueológicos inventariados en torno a su traza-
do23: Alares, Rosita del Vicario, Llanos de la Cancela, Llano del Morrito,
Esquén de la Pila o Corrales de Miraflor.
Son varios los factores que explican su importancia desde el punto de
vista del establecimiento humano. Junto a la presencia de agua24 se encuen-
22
Berthelot, 1980 [1890]: 143-144; Cabrera Pérez, 1996: 132 y ss.
23
León Hernández et al., 1987: 85-86; 91-93; 101-102; Cabrera Pérez, 1996: 132-134.
24
Actualmente se localizan en el último tramo del barranco las fuentes de los Tarajales
y de las Ovejas. En las Actas de los Acuerdos del Cabildo del s. XVII consta la fuente
de “La Torre”, que era realenga, cuyas aguas se destinaban al consumo humano de
varias aldeas: Mandaron se pregone que todos los vecinos de las aldeas de Titagay,
Triquivijate, Antigua, La Torre, Aljarde y Escague acudan a limpiar la fuente de La
Torre, desde el pósito de arriba hasta el fin de la fuente de abajo el día 13 del presente
mes, bajo pena de 600 maravedíes y 20 días de prisión. No permitirán los vecinos
que los animales beban en dicha fuente, por ser realenga y convenir al bien común
(Roldán Verdejo et al., 2008: 200, Acta 149, Legajo 1, f. 197, 5 marzo 1617. Villa
de Betancuria).

539
tra su privilegiada localización en la zona central de la isla. La prolonga-
ción natural de este barranco hacia poniente es el Barranco de Río Palmas,
convirtiendo al eje La Torre-Río Palmas en una buena vía de penetración,
por un lado, hacia las fértiles vegas del interior y, por otro, hacia la vertien-
te de barlovento de la isla. La existencia de puertos o lugares de atraque
a ambos lados de la isla, como es, a barlovento, el Puerto de la Peña, y a
sotavento, Caleta de Fustes o la ensenada de Pozo Negro, añade más im-
portancia a esta zona. Como Montaña de la Torre aparece referida la ata-
laya que servía para vigilar estos dos últimos puertos ya que Fuerteventura
careció de fortificaciones hasta 1741:
De las atalayas. Las atalayas que en tiempo de guerra existen conti-
nuamente de día y de noche, con orden de comunicar las novedades
que ocurran son las siguientes: la primera puesta en el morro de
Juan Martín, desde adonde descubre por la parte del Sud la Costa
de Tarajalejo y tarajal del Sancho. La segunda, en la Montaña de
Manintaga que registra el Puerto del gran tarajal. La tercera en la
Montaña de la torre que avista los puertos de Pozo negro y Caleta
Fustes. La quarta en la Montaña de Timanaire que reconoce Puerto
de Cabras y Puerto de Laxas. La quinta en la montaña de Tetir que
vé el Tabladillo. La sexta en la montaña de Escanfraga, que alcanza
á descubrir el Posillo, Corralejo y Puerto del tostón. Y la séptima
en la Montaña de Vitagora á la parte del Norte que atiende á los
puertos de la Peña y de Monay. (Pinto y de la Rosa, 1996: 135: Do-
cumento nº 2. Descripción de la Isla de Fuerteventura, sus fortifica-
ciones, atalayas, puertos, playas y costas por Joseph Ruiz, en 1772).
Hasta esa fecha25 la isla estaba organizada mediante un servicio de vi-
gías o atalayas naturales situadas en puntos estratégicos que daban cober-
tura visual a los distintos accesos costeros. Cabe suponer, en un territorio
insular que puede ser abordado sin dificultad, que esta red de vigilancia
costera estuviera vigente en la isla antes de la conquista normanda, por
lo que las referencias topográficas más adecuadas para aquella función
corresponderían a algún punto localizado entre el Cuchillo de Buenavista
y la Atalaya de Monte Agudo26 que, como hemos visto, delimitan al norte
y al sur, respectivamente, el tramo medio y final del Barranco de la Torre
donde se ubica Rosita del Vicario. Y aunque la toponimia es, en ambos
casos, sugerente, queremos destacar que en el Cuchillo de Buenavista se
encuentra una importante estación de grabados alfabéticos. La visibilidad
25
Rumeu de Armas, 1991: 606-608.
26
Moreno Medina, 2005: 279.

540
desde este punto es excepcional. En su ladera meridional, sobre un andén
de gran inestabilidad y muy difícil acceso se localizan, a 350 m de altitud,
grandes paredes basálticas de coloración rojiza que albergan 19 paneles
con inscripciones. Los signos, de forma mayoritaria, pertenecen al deno-
minado alfabeto latino-canario o neopúnico, pero también existen líneas en
grafía líbico-bereber en estrecha relación a aquellas27. A partir del evidente
bilingüismo que se constata en varios paneles y de analogías basadas en
las técnicas empleadas y las pátinas de los soportes, su recopilador plantea
que se trata de inscripciones realizadas en la misma época por un mismo
grupo de población, suponiendo, incluso, que algunos textos bilingües son
obra del mismo autor28.
De este barranco también proceden las primeras inscripciones de la isla
de las que tenemos referencia29 aunque hoy se encuentran perdidas. La pri-
mera30 fue hallada por L. Benítez de Lugo en 1874, asociada a numerosos
restos de estructuras y pocos años más tarde, R. F. Castañeyra identificó
una segunda piedra grabada con caracteres alfabéticos, aunque es posi-
ble que se trate de una misma inscripción31. No existe unanimidad entre
los distintos autores en la adscripción de las inscripciones, habiendo sido
planteadas diversas analogías y procedencias: como escritura celtibérica,
semítica, líbico-púnica, ibérica, o, más recientemente, líbica y latina32.

27
W. Pichler, primer recopilador del Corpus de las inscripciones de Fuerteventura, propuso
la denominación latino-canaria para estas grafías (González Antón et al., 2003: 23). No
obstante, fue R. Muñoz (Muñoz Jiménez, 1994: 24-28; González Antón et al., 2003: 24)
quien, tras poner en evidencia el carácter bilingüe de algunas inscripciones, procedió a
la lectura de las mismas (Muñoz Jiménez, 1994: 31; 33; 34, 38; 39; 40; 41) tras realizar
una equivalencia entre los signos de uno y otro alfabeto. Este último autor defendió que
se trataba de una escritura de inspiración púnica pero con valores alfabéticos distintos a
ella (Muñoz Jiménez, 1994: 27-28). La fecha propuesta por Pichler para ambas escrituras
está en torno al cambio de era (Pichler, 2003: 278-280). En cuanto a la que sería la grafía
identitaria de este grupo, este autor concluye: Todos los ejemplos mencionados arrojan luz
de forma muy clara sobre la relación existente entre los textos líbico-bereberes y latinos
en Fuerteventura, al tiempo que despejan toda duda con respecto a la dirección en la que
tuvo lugar la influencia. La escritura líbico-bereber era para los creadores de las inscrip-
ciones claramente a la que estaban habituados, y sus usos contagiaron la otra escritura,
originalmente desconocida y adicionalmente aprendida (Pichler, 2003: 283).
28
Pichler, 2003: 25; 28; 30; 76-84; 132-134; 168; 190-191; 214; 218-220; 256.
29
Berthelot, 1980 [1879]: 142-144; grabado 7, fig. 3; grabado 9, figs. 3 y 4.
30
Mederos Martín, 2005: 25-28; Pichler, 2003: 200-203.
31
Mederos Martín, 2005: 26.
32
Mederos Martín, 2005: 27-28; Cabrera Pérez, 1996: 420.

541
Según Abreu Galindo y la crónica Le Canarien, Erbania estaba dividi-
da en dos reinos gobernados, cada uno de ellos, por un rey o señor:
Estaba dividida la isla de Fuerteventura en dos reinos, uno desde
donde está la villa (Betancuria) hasta Jandía, y la pared de ella; y el
rey desta parte se llamó Ayoze; y el otro desde la villa hasta Corra-
lejo; y este se llamó Guize. Y partía estos dos señoríos una pared de
piedra, que va de mar a mar, cuatro leguas. (Abreu Galindo, 1977
[1602]: 60).
Le Canarien menciona la existencia de dos murallas en Fuerteventura.
La primera ha sido identificada en su tramo central como La Pared de
Jandía:
Pero hay un punto tal, en que no contiene más de una legua de mar
a mar. Aquella región es arenosa, y hay allí una gran pared de pie-
dra que atraviesa el país entero, de una orilla a otra. (Le Canarien,
1980 [1404]: 168-169).
La segunda estaría en la zona central de la isla:
…también tienen hacia el centro del país un muro de piedra muy
grande, que en aquel punto se extiende por todo lo ancho del país,
de un mar a otro. (Le Canarien, 1980 [1404]: 184).
De ésta hoy no queda constancia aunque, como hemos visto más arriba,
Abreu Galindo también se refiere a ella. Cabe también plantear la posibi-
lidad de que la pared o muro de piedra que citan las fuentes no correspon-
diese a una obra arquitectónica propiamente dicha sino que fuera la propia
constitución geológica del Barranco de la Torre, constituido en algunos
sectores por altas paredes de basaltos columnares, quien diera sentido al
significado de aquellos términos33. Esta división, lejos de ser arbitraria,
debió responder a una necesidad de gestionar los recursos insulares en
un territorio de marcado desarrollo longitudinal y que sigue aún vigente a
principios del s. XVII por la que Fuerteventura quedaba dividida en dos
demarcaciones, Guise y Ayose, norte y sur respectivamente34, por la línea
33
A este respecto, en el Itinerario de Antonino (Itineraria Antonini Augusti), redactado
entre los ss. III-IV d. C., queda recogido por primera vez el topónimo Parietina en la
descripción correspondiente al itinerario provincial marítimo que va desde Tingi hacia
el oriente de la Mauritania Tingitana. Este topónimo describe los imponentes acanti-
lados de este sector de la costa de Gomera (Villaverde Vega, 2001: 65-68; 246-249)
o Gómara en el Rif marroquí. Agradecemos a N. Villaverde Vega esta apreciación.
34
Ambas demarcaciones constan frecuentemente en las Actas de los Acuerdos del

542
transversal que une el Barranco de la Torre con el Puerto de la Peña:
…y se entiende que se divide Ayose de Guise por el Barranco de la
Torre a la Peña Horadada. (Roldán Verdejo et al., 2008: 169, Acta
nº 86, Leg. 1, f. 108, 20 febrero 1612. Villa de Betancuria).
La toponimia también parece redundar en la localización central de esta
división35. Nuestro yacimiento se encontraría, pues, en esta zona “fronteri-
za” delimitada por el Barranco de la Torre.

4. Primera intervención arqueológica

La denominación del barranco fue, desde el primer momento, objeto de


preocupación para S. Jiménez Sánchez, quien en 1945 realizó la primera
intervención arqueológica en Rosita del Vicario36. Efectivamente, como
este autor indica, el topónimo ya aparece en el mapa de la isla que Torriani
incluye en su obra37. El sorprendente hallazgo de la estructura principal
del yacimiento, una construcción circular de unos 12 m de diámetro y de
gruesos muros, llevó a Jiménez Sánchez a concluir que ésta era la “torre”
que da nombre al barranco, atribuyéndola, además, un carácter defensivo.
Su interior aparece dividido en dependencias de dimensiones variables.

Cabildo de Fuerteventura aún en el s. XVIII como referencia territorial para la reali-


zación de trabajos colectivos como las apañadas o la elección de cargos electos (re-
gidores cadañeros o personeros) de una y otra zona. En 1615 se produce el único
nombramiento que consta en los Acuerdos de dos alcaldes mayores en la isla, uno por
la parte de Guise y otro por la de Ayose, de forma simultánea (Roldán Verdejo et al.,
2008: 184, Acta nº 122).
35
En las proximidades del Bco. de la Torre encontramos diversos topónimos –El Diviso,
Era del Diviso o Mña. del Divisito, al norte del cauce; así como, Morritos de la Pared y
Morro de la Pared, al sur del mismo-, reforzando la información proporcionada por J.
Abreu Galindo. W. Pichler (1993c) pretende haber localizado diversos tramos de esta mu-
ralla primitiva distribuidos a lo largo del curso del Bco. de la Torre, Bco. de la Peña y en
las laderas de Tegetuno (Cabrera Pérez, 1996: 302, nota 60). A los anteriores topónimos
podríamos añadir: Morro de la Linde, La Paredeja o Los Paredones.
36
Jiménez Sánchez, 1965-66: 20-21. Según consta en nota editorial en la última pá-
gina, la publicación de estos trabajos debió realizarse en 1949 aunque tuvo lugar
20 años después de la intervención. Ello motivó la pérdida del material gráfico que
acompañaba al artículo original por lo que se repitieron las fotografías de los objetos
recuperados. No obstante, este hecho afectó, al menos, a la correlación entre texto y
láminas, y a la desaparición del dibujo de la moneda citado en el texto.
37
Torriani, 1978 [1592]: 71.

543
Un grueso pilar central, según este investigador, soportaría la techumbre
del edificio. La estructura o torre-fortaleza, semiexcavada en el suelo, se
asienta directamente sobre la capa de caliche38. Los abundantes materia-
les recuperados en esta primera campaña arqueológica, indígenas y eu-
ropeos, y a los que no hemos podido acceder de forma directa39, parecen
corresponder, según Jiménez Sánchez40, a un periodo a caballo entre los ss.
XIV-XV d. C., en relación con el momento en que tuvo lugar la conquista
normanda de la isla41. En su opinión, los conquistadores utilizaron una
construcción anterior, integrada en un poblado aborigen42 al que sometie-
ron, para levantar la fortaleza43.

5. Los castillos betancurianos

Este importante hallazgo del Barranco de la Torre sirvió como argumen-


to a Jiménez Sánchez44 para correlacionar alguna de las primeras fundacio-
38
Jiménez Sánchez, 1965-66: 23.
39
En noviembre de 2007 visitamos el Museo Canario con la expectativa de acceder
tanto a la documentación de la excavación realizada por Jiménez Sánchez como a los
objetos exhumados en el transcurso de la misma y aunque pudimos estudiar varios
recipientes y fragmentos cerámicos realizados a mano depositados en esta institución
con la referencia “Barranco de la Torre” y/o “Rosita del Vicario”, sin embargo, entre
los materiales no encontramos cerámicas a torno ni metal alguno. Aprovechamos la
ocasión para agradecer al Museo Canario, muy especialmente a M.ª del Carmen de
la Cruz, las facilidades que entonces nos concedieron para consultar estos materiales.
40
Jiménez Sánchez, 1965-66: 22.
41
La aparición de una moneda de Enrique III el Doliente, rey de Castilla entre 1390 y
1406, vendría a situar de forma precisa este momento. Al parecer, la moneda se frac-
turó al ser limpiada. (Jiménez Sánchez, 1965-66: 28-29).
42
Este investigador describe otras estructuras (Jiménez Sánchez, 1965-66: 29-33), algunas
aparentemente de gran complejidad, localizadas al este, oeste y suroeste respecto a la
edificación principal cuya existencia no hemos podido comprobar sobre el terreno. Incluso
alude a una gran construcción circular de 24 m de diámetro situada frente al yacimiento en
la margen izquierda del barranco que tampoco hemos podido localizar.
43
Jiménez Sánchez, 1965-66: 22.
44
Dice Jiménez Sánchez: “Descubrimos en los altos de un dilatado tablero colindante
al Barranco de la Torre… un monumento excepcional, soterrado y desconocido…
una torre-fortaleza que estimamos ser de comienzos del siglo XV. Ello fue sin duda
alguna uno de los tantos reductos que en sus avanzadas y en sus distintas invasiones
a la entonces llamada isla de Erbania hizo levantar Juan de Béthencourt. Esta to-
rre-fortaleza nos trae el recuerdo… de aquellos otros primeros fuertes de Rico Roque
y de Baltarahayz o Val Tarajal erigidos por los franco-normandos…” (Serra Ràfols,

544
nes defensivas normandas de Fuerteventura a las que alude Le Canarien45
con esta construcción, dando lugar a lo que desde entonces y en la litera-
tura posterior se ha venido denominando como “castillos betancurianos”.
Teniendo en cuenta que E. Serra ya había emplazado la fortaleza de Val
Tarajal en la villa de Betancuria46, sólo quedaba por ubicar Rico Roque. A
diferencia de lo expresado por Jiménez Sánchez, ya en un primer momento
aquel autor planteaba sus dudas acerca de la vinculación de este último
fuerte con la construcción aparecida en Rosita del Vicario47. Años más tar-
de48, y a raíz de la localización de la fuente de Richa Roche, propondrá la
zona de Pozo Negro, lugar más acorde con la descripción de Le Canarien,
para situar el castillo del mismo nombre.
No obstante, posteriormente otros trabajos insistirán en identificar la
estructura circular exhumada por Jiménez Sánchez en Rosita del Vicario
con algún castillo betancuriano:

1952: 523). Curiosamente, Serra da cuenta del hallazgo de Jiménez Sánchez antes de
que la monografía de este último investigador viera la luz en una publicación científi-
ca. Sin embargo, el hallazgo había sido publicado en el diario Falange en septiembre
de 1945 con el título “Crónica arqueológica. Exploraciones y excavaciones en las
islas de Fuerteventura y Lanzarote”. Además, esta información había sido notificada y
ampliada por Jiménez Sánchez a Serra Ràfols de forma epistolar (ver nota 36).
45
Después (del primer asentamiento en San Marcial de El Rubicón, en Lanzarote, los
conquistadores) pasaron a la isla de Erbania […] Y después empezaron a fortificarse,
para tener el país en sujeción […] Después nos hemos ocupado de fortificarnos, y
Bethencourt ha empezado una fortaleza en la fuerte pendiente de una montaña, sobre
una fuente de agua, a una legua de distancia de la mar, que se llama Rico Roque (Le
Canarien, 1980 [1404]: 62). En la misma crónica, y en relación a este castillo, apare-
ce el Puerto de los Jardines: El dicho señor (Jean de Bethencourt) llegó a un castillo
llamado Rico Roque, que había hecho levantar, y encontró en él una parte de sus
gentes […]. Había también otro castillo, en que se hallaba una parte de la compañía,
y con ellos Haníbal, y dicho castillo se llamaba Valtarajal. Monseñor de Bethencourt
se fue con toda su compañía y dejó abandonado Rico Roque, para recoger la mayor
cantidad de gentes con que venir a Valtarajal; y seguidamente después de su salida,
los canarios vinieron a ocupar y destruir Rico Roque; y se fueron al Puerto de los
Jardines, que está a una legua del lugar, en que se hallaban los víveres de Monseñor
de Bethencourt, y quemaron una capilla que había allí, y se apoderaron de ciertos
efectos, a saber de mucho hierro y cañones, y rompieron los cofres y los toneles y
cogieron y destruyeron todo cuanto estaba allí (Le Canarien, 1980 [1404]: 174-175).
46
Serra Ràfols, 1952: 520.
47
Serra Ràfols, 1952: 520-527.
48
Serra Ràfols, 1960: 370.

545
INVENTARIO DE YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS DE FUER-
TEVENTURA COMPROBADOS […] MUNICIPIO DE ANTIGUA.
[…] Nº 80- Rosita del Vicario. Alares. B (3,9) c. M. Diversas estruc-
turas y abundante material en superficie aborigen, restos de Castillo
Bethancuriano. (León Hernández et al., 1987: 81-85),
o con el castillo de Rico Roque:
En “Rosita del Vicario”, agrupaciones habitacionales. Material de
superficie. Entre ellas destaca la célebre “Torre” que identificamos
de Riche Roche, fundada por J. de Bethencourt. (Martín de Guz-
mán, 1990: 125-126).

Finalmente, A. Tejera49, recogiendo los trabajos citados de E. Serra,


identifica la fuente de Richa Roche con la existente actualmente en el Ta-
blero de El Saladillo, en la margen derecha del barranco de Pozo Negro. El
castillo, en su opinión, se encontraría sobre esta fuente, en la parte alta del
tablero. El Puerto de los Jardines, por último, correspondería a la desembo-
cadura del barranco, puerto natural utilizado en momentos históricos, don-
de se documenta la existencia de tres pozos50 con gran cantidad de material
cerámico51 en su entorno que, a su juicio, viene a demostrar la localización
de este antiguo puerto que cita la crónica normanda.

49
Tejera Gaspar et al., 2000: 1816-1818.
50
Tejera Gaspar et al., 2000: 1818: Uno de ellos, el construido a cielo abierto, […]
Por su forma recuerda al pozo de San Marcial del Rubicón (Yaiza, Lanzarote), ya que
como en éste se accede hasta el agua a través de un dromos escalonado. Sin embargo,
más allá de esta semejanza, la solución arquitectónica de unos (los de El Rubicón) y
otro (el de Pozo Negro) es diferente. Uno de los pozos de El Rubicón, el de la Cruz,
ha sido estudiado desde otra perspectiva en la que se ha tenido en cuenta tanto las
características constructivas del mismo como la presencia determinante de un motivo
grabado de la diosa Tanit en uno de los bloques, lo cual ha permitido adscribirlo al
ámbito cultural fenicio-púnico norteafricano (Atoche Peña et al., 1997: 16; Atoche
Peña et al., 1999b; Santana Santana et al., 2002: 34-38; González Antón et al.,
2007: 58-59; López Pardo et al., 2008: 362-364).
51
Próximo a los pozos se encuentran restos constructivos y abundante material cerá-
mico que podrían corresponder asimismo con restos de la presencia normanda (Te-
jera Gaspar et al., 2000: 1818). No obstante, el material cerámico se relaciona con
producciones de la España de los siglos XVI y XVII (Tejera Gaspar et al., 2000: 1819)
alejadas de la fecha de la fundación normanda a inicios del s. XV.

546
6. La intervención de 2007

Nuestra campaña de 2007 consistió en la prospección del sector del


valle más próximo a esta estructura exhumada por Jiménez Sánchez, su
levantamiento topográfico y la limpieza de la misma, junto a la realización
de dos sondeos practicados al exterior de la estructura principal, a unos 7
m al este de ésta, junto a un amontonamiento de piedras que delimita la
estructura por su lado oriental, en una zona que previamente consideramos
con cierta acumulación sedimentaria.
Durante los trabajos de limpieza en el interior de la estructura consta-
tamos que en la intervención de 1945 se alcanzó el nivel base configurado
por la capa natural de caliche. Por ello, la práctica ausencia de materiales
arqueológicos en esta área, junto a la imposibilidad de acceder al registro
material sustraído entonces52, nos impiden relacionar con esta estructura
los materiales aparecidos en nuestros sondeos de esta última campaña. Es-
tos sondeos mostraron un espesor sedimentario de unos 75 cm sobre la
capa de caliche. De ellos, sólo el nivel más profundo corresponde a un
horizonte de ocupación estable de unos 10 cm de profundidad que corres-
ponde a un hogar datado por C14 entre los ss. XIII-XIV d. C53. Sobre éste,
el primer nivel parece corresponder a remociones derivadas de la puesta en
cultivo de la zona en donde aparecen materiales arqueológicos de una gran
amplitud cronológica, desde el s. II a. C. a un momento próximo al cambio
de era, por un lado, y desde el s. XIII d. C. hasta el XVIII d. C.54. Nuestros
trabajos no revelaron la existencia de ninguna estructura arquitectónica.

52
Ver nota 39.
53
Muestra GrA-38940: 620±30 BP: 1292-1399 AD. Calibración (2σ). Intcal09.14c.
Radiocarbon Calibration Program (CALIB REV 6.0.0). Copyright
1986-2010, M. Stuiver and P. J. Reimer.
54
Estos materiales son el resultado de dos pequeños sondeos. La continuación de los
trabajos de excavación en esta zona puede completar o ampliar este espectro crono-
lógico. Con la finalidad de encontrar nuevas evidencias arqueológicas y plantear las
próximas intervenciones en Rosita del Vicario, el pasado mes de agosto realizamos,
en colaboración con el Instituto Andaluz de Geofísica (Área de Geofísica Aplicada,
Universidad de Granada), una prospección del subsuelo con georrádar en 3D sufra-
gada por el Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo de Tenerife. El
estudio de los datos obtenidos durante esta campaña está todavía por finalizar.

547
7. Las cerámicas a torno más antiguas

Los materiales a torno que se presentan a continuación corresponden


a una pequeña parte del registro arqueológico aparecido en los últimos
sondeos realizados en Rosita del Vicario. Es una selección que responde a
un deseo intencionado de dar a conocer aquellos materiales que, hasta la
fecha, nos han permitido intuir la profundidad cronológica del yacimiento.
Junto a estos, aparece la cerámica a mano, que representa la mayor parte
del material exhumado55.

8. Cerámica de tradición púnica

En Rosita del Vicario han sido hallados tres fragmentos de bordes56 que
corresponden a dos platos de pescado de engobe rojo57 “tipo Kuass” (fig.
1-1 y 1-2) de la forma II58 o Lamboglia 2359 y que pueden estar fechados
en el s. II a. C.

55
Aún está en proceso de estudio y pendiente de su correspondiente publicación el
estudio de la totalidad de los materiales cerámicos hallados en el transcurso de nuestra
intervención de 2007. No obstante, la cerámica a torno representa el 19% mientras
que la realizada a mano supone el 81% del total.
56
Identificados con los números de inventario RV 07 H16 I 324/295 y RV 07 H19
I 9. Los tres bordes son divergentes con labio engrosado al exterior y marcado por
acanaladura y los diámetros muy similares: 20 y 21 cm de diámetro respectivamente.
Ver nota 1.
57
Color del engobe interior: 10R: 5/8 red -RV 07 H16 I 324/295- y 5YR: 5/6 yellowish
red -RV 07 H19 I 9- (Munsell Soil Color Charts, 2000).
58
El plato de pescado es la forma más representada del horno III de Kuass (Arcila,
Marruecos), que fecha su producción entre los ss. III-II a. C. No se estampilla. El
diámetro medio de la boca de esta forma en el alfar norteafricano se sitúa en los 21
cm (Niveau de Villedary, 2003: 37-38). Los talleres gaditanos sitúan la media de los
mismos en 19,5 cm (Op. cit.: 46-48; 149). Aunque sea escasamente significativo des-
de el punto de vista estadístico, nuestras piezas se sitúan entre los dos anteriores, con
20,5 cm de media. Por otra parte, a pesar de que es indudable el origen gaditano de la
cerámica tipo Kuass, los datos más recientes sobre la producción de este yacimiento
(Kuass, Arcila, Marruecos) no certifican la fabricación local de la cerámica barniza-
da, con la excepción de un grupo muy concreto de piezas, siempre pertenecientes a
la misma forma –el plato de pescado o Forma “Kuass” II (obsérvese la similitud con
lo que ocurre en Carteia), que sí parecen ser de origen local. (Niveau de Villedary,
2008: 271; también nota 68 del presente trabajo).
59
Niveau de Villedary, 2003: 46-51, figs. 2 y 4; 315.

548
Otros cuatro fragmentos60 con engobe rojo61 correspondientes a un
cuenco y otro recipiente de tradición púnica acompañan al registro ante-
rior. Ambas piezas son difíciles de encuadrar en la tipología de las formas
VII (copas) o IX (cuencos) elaborada por Niveau de Villedary62. El primero
de ellos (fig. 1-3) presenta un borde divergente engrosado al interior que no
encontramos en la sistematización realizada por esta autora. Sin embargo,
puede tener sus paralelos en la producción de los hornos de Kuass (Arcila,
Marruecos) ya que estos cuencos presentan los bordes más rectos63. El
otro recipiente (fig. 1- 4) presenta base plana al exterior y pie ligeramente
indicado al interior, que tampoco tiene correlación con los pies de cuencos
catalogados64.
En este sentido, es una constatación la existencia de variaciones forma-
les en la producción de cerámica “tipo Kuass”65, y que ya fueron puestas
en evidencia por M. Ponsich desde el mismo momento de su primera apa-
rición en el yacimiento de Kuass (Arcila, Marruecos) en los años 6066, y
también en la caracterización de pastas y engobes:
Una de las características de esta producción es, precisamente, la
variedad de pastas que van desde los tonos amarillentos y beiges
hasta anaranjados y rojizos, mientras que los barnices tienden a
tonos rojizos y marrones. (Bonet Rosado et al., 2001: 51).
Diferencias que apuntan a la convivencia, cuando menos, de dos talle-
res localizados en ambas orillas del Estrecho67, los alfares de Kuass (Arci-

60
Números de inventario RV 07 H18 II 517/518: 2 fragmentos de borde divergente
y labio engrosado al interior. Diámetro de boca: 19 cm, y RV 07 H16 sup. 33/39: 2
fragmentos de pared divergente y pie indicado. Diámetro de base: 9 cm.
61
Color del engobe interior: 2.5YR: 4/8 red -RV 07 H18 II 517/518- y 2.5YR: 5/8 red
-RV 07 H16 sup.33/39- (Munsell Soil Color Charts, 2000).
62
Niveau de Villedary, 2003: 64-71, figs. 12-15; 71-76, figs. 16-19.
63
Niveau de Villedary, 2003: 38. Un cuenco de bordes rectos, similar a nuestro ejem-
plar, en Kbiri Alaoui, 2007: 180, fig. 150-11.
64
A este respecto, En Kuass la forma (IX, “cuencos”) no se documenta como tal, pese
a que Ponsich reúna todas las formas de cuenco bajo el epígrafe de forma L-21 y
derivados (1969ª: 63 ss.; fig. 4). (Niveau de Villedary, 2003: 77).
65
Estas variaciones vendrían a demostrar, por otra parte, que se trata de una produc-
ción artesanal elemental, no de carácter industrial (Niveau de Villedary, 2003: 171).
66
Niveau de Villedary, 2003: 38.
67
Niveau de Villedary, 2003: 168-169; Izquierdo Peraile, 2001: 144; Bonet Rosado
et al., 2005a: 135.

549
la, Marruecos) y Cádiz68, en los que se produce, principalmente, las ánfo-
ras púnicas salazoneras por excelencia Mañá-Pascual A4 o T-12.1.1.1. La
coexistencia de múltiples centros productivos ha sido planteada69 desde un
principio ya que:
en muchas ocasiones –tanto más en los casos en los que no hemos
visto personalmente las piezas- planea la duda de si realmente se
trata de ejemplares fabricados en la bahía de Cádiz o si, por el
contrario, son productos locales. Esta realidad evidencia dos cosas:
la primera que al este del Estrecho de Gibraltar, junto a la cerámi-
ca gaditana o a la procedente de otros talleres protocampanienses
mediterráneos, proliferan toda una serie de pequeños talleres más
localizados, aún por identificar; y, en segundo lugar, que todos estos
talleres beben de una misma fuente de inspiración: la producción
gaditana de “tipo Kuass”. (Niveau de Villedary, 2008: 274).
Esta cerámica surge como adaptación gaditana de las producciones áti-
cas de barniz negro del s. IV a. C., importaciones que, a partir de esta
fecha, dejan de llegar al Mediterráneo occidental70. Estos modelos griegos
son la inspiración en cuanto a formas, decoración y acabado. Las 17 for-
mas en las que se ha sistematizado la producción71, de pequeño y mediano
tamaño, comprenden, fundamentalmente, una vajilla de mesa formada por
platos, vasos o copas y cuencos (formas I-X), a la que se suman otras for-
mas singulares, de acabado más cuidado, que tienen una probable función
de carácter suntuario o ritual (formas XI-XV). Por último, dos tipos de
lámparas o lucernas conforman un servicio de iluminación de las mismas
características (formas XVI-XVII). La decoración, estampillada en el inte-
rior de los recipientes, tiende a la simplificación respecto al esquema de los
modelos áticos, utilizando, básicamente, la palmeta y la roseta en diversas
68
Para comprender la problemática planteada sobre los centros productores de esta
cerámica, consultar Niveau de Villedary, 2003: 168-169 y Kbiri Alaoui, 2007: 170.
En este sentido, los análisis físico-químicos de las pastas pueden ayudar a asignar
procedencias concretas (Bonet Rosado et al., 2005a: 134-136; Kbiri Alaoui, 2007:
172; 235-236).
69
Niveau de Villedary, 2003: 277; 2008: 268.
70
Imitaciones locales que también se producen en otros contextos y nos hablan de
la extraordinaria difusión que tuvo la vajilla ática: Con el cese de las importaciones
áticas se produce, en todo el Mediterráneo occidental, […] una proliferación espec-
tacular de producciones y talleres que apenas si alcanzan una difusión comarcal,
suficiente sin embargo, para satisfacer las necesidades de la demanda local (Niveau
de Villedary, 2003: 23).
71
Niveau de Villedary, 2003: 147.

550
variantes. El barniz negro original es sustituido por un engobe arcilloso, y
no vítreo como en las cerámicas áticas, de tonos rojizos y castaños.
La generalización de los hallazgos en la bahía gaditana caracteriza su
consideración como vajilla de uso cotidiano respecto a la identificación
como vajilla de lujo o semilujo para el caso de las producciones áticas.
Y aunque se encuentra fuera del límite de este centro productivo, se trata
de una producción de difusión regional, no dirigida a su comercialización
sino a cubrir la demanda local de vajilla doméstica de las poblaciones del
“Círculo del Estrecho”72.
Su consideración como cerámica protocampaniense sitúa el límite cro-
nológico final de este característico tipo cerámico hacia mediados del s. II
a. C., momento en el cual comienzan las importaciones generalizadas de
cerámica campaniense.
La bahía gaditana y Kuass (Arcila, Marruecos) son sus centros produc-
tores y se distribuye por el litoral meridional y el sureste peninsular, desde
el Algarve portugués hasta Cartagena, y por la costa noroccidental africa-
na, atlántica y mediterránea: Kuass, Zilil, Suiar, Lixus, Sidi Abdselam del
Behar, Emsá y Rusaddir. Aunque los hallazgos son mucho más numerosos
en la zona nuclear del Estrecho73, también aparece en el área levantina
peninsular, en contextos ibéricos74 de la zona murciana y el litoral ampu-
ritano. Y probablemente, aunque de forma mucho más difusa, lo hace en
72
Niveau de Villedary, 2008: 276-277.
73
Ferrer Albelda, 2004: 43. Desde la zona nuclear productiva, Gadir y su bahía,
Niveau de Villedary distingue distintos círculos de distribución de la cerámica “tipo
Kuass” establecidos en razón al estudio cualitativo y cuantitativo de los hallazgos
(Niveau de Villedary, 2008: 267). El primer círculo, o zona de influencia directa
de Gadir, correspondería al “Círculo del Estrecho” (Op. cit.: 270) que sensu stricto
estaría limitado a la zona más occidental o atlántica de ambos continentes: desde
el Algarve hasta el Estrecho y el Marruecos atlántico, con ramificaciones hacia el
interior (bajo Guadalquivir y Guadiana), sin despreciar las relaciones que se hayan
podido mantener con las comunidades y territorios vecinos (Op. cit.: 262-263). El
segundo círculo (Op. cit.: 272-273), limítrofe al anterior, integra los enclaves situados
al este del “Círculo del Estrecho” hasta Villaricos (Almería). La llegada de cerámicas
gaditanas a estos dos círculos responde a la difusión regional que tienen estas pro-
ducciones dentro de un circuito interno de intercambios comerciales (Op. cit.: 266;
273, nota 45). Por último, el tercer círculo responde a hallazgos puntuales del Levante
peninsular y el Mediterráneo central. En estos contextos los distintos elementos de la
vajilla “tipo Kuass” aparecen como productos subsidiarios de un circuito externo o
comercio a gran escala (Niveau de Villedary, 2003: 263; 2008: 275).
74
Niveau de Villedary, 2003: 264-266; 2008: 275.

551
el Mediterráneo central: Ibiza, Cartago, Cerdeña o Sicilia75. Es importante
destacar que, a medida que nos distanciamos del primer centro productor,
las características de las formas, pastas, recubrimientos y decoraciones en-
contradas en estas otras zonas difieren respecto a las gaditanas, que son el
modelo a copiar, reflejando todo el conjunto, sin embargo, un más o menos
cercano “aire de familia” (Niveau de Villedary, 2008: 273).
Esta producción es propia del área gaditana, con origen en una zona
considerada culturalmente como púnica76. Como indicador de la presencia
púnica-gaditana entre finales del s. IV-mediados del s. II a. C., su distribu-
ción permite dibujar el alcance de la influencia de Gadir en el Occidente
atlántico:
la cerámica “tipo Kuass” se nos presenta, por su valor de fósil guía,
cronológico y espacial, como un elemento fundamental a la hora de
delimitar el área que se puede incluir dentro del “Círculo del Estre-
cho”. (Niveau de Villedary, 2008: 272).
La cerámica de tradición ibérica en el norte de África: el kalathos.
Un fragmento de borde de un kalathos de tradición ibérica que puede
fecharse entre los ss. III-II a. C. 77 (fig. 2-1) ha sido identificado78 en nues-
tro yacimiento. Piezas semejantes procedentes del área catalana se encuen-
tran en la fase I del nivel púnico-mauritano de Lixus fechado entre los ss.
II-I a. C.:
[ ] de gran interés un kalathos completo UE 2005-159 (fig. 4) que
ocupa una cista fundacional bajo el edificio púnico-mauritano. En
el interior de esta estructura, construida con lajas de piedras y ta-
pada con tres losas, fue depositado el kalathos, una cuenta de collar,
restos de animales domésticos, semillas de vid, cereales y plantas
silvestres79. (Bonet Rosado et al., 2001: 56; 57, fig. 3: 5-7; 58, fig. 4).
75
Niveau de Villedary, 2003: 261, mapa 2; 269, mapa 3. Esta presencia centromedi-
terránea queda desdibujada en el trabajo posterior de la misma autora, quien apunta
la posibilidad de que en estos casos se trate de cerámicas de origen local impregnadas
del mismo sentido estético “púnico” que los materiales gaditanos (Niveau de Ville-
dary, 2008: 277).
76
Niveau de Villedary, 2008: 266 y nota 25; Niveau de Villedary, 2003: 280-281.
77
Nº de inventario RV 07 H16 II 613.
78
Ver nota 1.
79
De esta manera cobra significado el kalathos como contenedor de elementos simbólicos
que participaba en diversas celebraciones rituales (sobre el origen y función cultual del
kalathos en el mundo clásico, ver Lillo Carpio, 2007 [1999]: 406 y ss. [368 y ss.]).

552
Otro fragmento de borde80 (fig. 2-2) con decoración pintada a bandas
puede responder, probablemente, a este tipo de recipiente cuyos paralelos
encontramos en otro ejemplar de borde de kalathos tipo “cabeza de ánade”
hallado en una fosa púnica ritual o bothros de Rusaddir (Melilla) cuyos
materiales se fechan mayoritariamente entre los ss. IV-III a. C.81
El hallazgo de cerámica ibérica en el norte de África es un hecho des-
tacado por la investigación desde hace décadas82. La forma mejor docu-
mentada en estos contextos norteafricanos es el kalathos, la producción
ibérica de inspiración griega exportada en mayor cantidad, fabricada en la
costa catalana, área levantina y sureste peninsular entre los ss. IV-I a. C.
Cerámicas de imitación ibérica también han sido producidas en Banasa83,
Volubilis84 y posiblemente en Kuass85. En el norte de África se distribu-
ye desde la costa noratlántica y franja mediterránea hasta Cartago (Lixus,
Volubilis, Thamusida, Banassa, Kuass, Tamuda, Sidi Abselam del Behar,
Emsá, Russadir, Siga, Les Andalouses, Portus Magnus, Tipasa, Hipona,
Cartago) generalmente junto a otro tipo de formas del mismo ámbito cul-
tural como oinochoi, urnas y platos de diferentes tipos, con una presencia
muy minoritaria en estos conjuntos. Fuera de la península, los kalathoi
ibéricos también aparecen en el Mediterráneo central (Sicilia, Cerdeña,
Islas Baleares, península itálica, golfo de León), aunque en un momento
posterior (ss. II-I a. C.). La llegada temprana de estos materiales al norte
de África desde el s. IV a. C. parece apuntar a la participación de agentes
púnicos en los intercambios comerciales86.
La abundancia de esta forma en el levante peninsular revela la importan-
cia que adquiere este recipiente durante los siglos II-I a.C. en todo el ámbito
ibérico, constituyendo uno de los tipos cerámicos más representativos de esta
cultura en su fase tardía. A partir del s. II a.C. los alfares ibéricos conocen un
periodo de progresiva “industrialización” que coincide con el inicio de la
presencia romana en la península87, fecha a partir de la cual se pueden datar
los materiales ibéricos llegados al Mediterráneo central.
80
Nº de inventario RV 07 H19 II 152.
81
Villaverde Vega, 2004: 1843-44 y 1866, fig. 14-1.
82
Bonet Rosado et al., 2001: 56; Kouici, 2002: 284-285; Villaverde Vega, 2004:
1844; Lillo Carpio, 2007 [1999]: 367 [405]; Kbiri Alaoui, 2007: 201.
83
Villaverde Vega, 2001: 146 y nota 472.
84
Kbiri Alaoui, 2007: 205; Jodin, 1987: 258-259.
85
López Pardo, 1988: 743.
86
Conde Berdós, 1998.
87
Conde Berdós, 1998.

553
La interpretación de su aparición fuera de su área de origen constitu-
ye un capítulo más confuso. Algunos autores ven en estas cerámicas una
consecuencia directa de los traslados de gentes íberas por el Mediterráneo
a quienes acompañaban en forma de equipaje88, o formando parte del mer-
cenariado implicado en los diferentes conflictos bélicos que enfrentaron a
púnicos y romanos por la hegemonía en el Mediterráneo89. Otros, en cam-
bio, hablan de una función ritual para esta forma específica en relación a su
identificación como contenedor de algún producto ibérico muy valorado.
En este razonamiento pesa, indudablemente, la aparición de kalathoi en
contextos rituales o votivos, tanto en Lixus90 como en Rusaddir91 donde
han sido hallados formando parte de depósitos fundacionales de época pú-
nica. En relación a este último hallazgo, su investigador propone que:
[…] a tenor de la cerámica rescatada, el poblamiento local de épo-
ca púnica debe deducirse esencialmente colonial, en su mayoría
foráneos o indígenas aculturados en la idiosincrasia púnica concre-
tamente muchos de origen ibérico, si se valora la presencia de kala-
thoi, seguramente ofrecidos por gentes de esa procedencia, como ex-
votos en la fosa ritual aludida. (Villaverde Vega, 2004: 1859-1860).
En ambos casos se pone de manifiesto tanto la proximidad geográfica
y cultural entre las dos orillas del Estrecho como la importancia del papel
protagonizado por los púnicos como agentes en las importaciones de pro-
ducciones ibéricas desde el s. IV a. C. que se vieron intensificadas, a partir
del s. II a. C., como resultado de la hegemonía romana.

9. La cerámica de paredes finas


Tres fragmentos de cerámica de paredes finas correspondientes a dos vasos
(fig. 3) fueron recogidos en los sondeos de Rosita del Vicario92. El diámetro de
estos pequeños recipientes está en torno a los 6 cm y el grosor de sus paredes,
en ambos casos, no supera los 3 mm. Los tres fragmentos aparecen recubiertos
88
Conde Berdós, 1998.
89
Kouici, 2002: 278-279.
90
El ejemplar completo de Lixus es una producción catalana datada entre 175-125 a.
C. (Bonet Rosado et al., 2001: 56). Pero la cerámica ibérica en Marruecos hay que
entenderla como un producto minoritario y exótico, como lo indica la elección de,
precisamente, un kalathos como ofrenda del depósito fundacional de la construcción
del nuevo sector urbanístico de la ladera S de Lixus. (Op. cit.: 59; 61, figs.: 7-8).
91
Villaverde Vega, 2004: 1844.
92
Números de inventario RV 07 H16 SUP 41/42 y RV 07 H16 IB 494. Ver nota 1.

554
por un engobe de color rojo93. El estado fragmentario y las pequeñas dimen-
siones de las piezas dificultan su adscripción a tipos concretos. En cualquier
caso, se trata de dos formas muy similares, con paredes rectas y abiertas que no
presentan discontinuidad alguna respecto al borde, delimitado tan sólo por una
fina línea incisa paralela al mismo. Así, pueden corresponder, a nuestro juicio,
a alguno de estos tres tipos básicos: tipo 2, 8 o 3494, si consideramos la escasa
altura de los fragmentos conservados.
La forma 2 es una de las más típicas y ampliamente difundidas entre las
cerámicas de paredes finas, producida en Baleares y la zona ampuritana así
como en un buen número de otros centros ibéricos (López Mullor, 2008:
362). Aparece en Baleares (forma 2 A) y Tarraconense (forma 2.4), y está
datada entre finales del s. II y el s. I a. C.95
El tipo 8 tiene origen bético y se encuentra, con variantes, en Andalucía
(formas 8B/8Ba) y Baleares (formas 8/8B), teniendo sus focos productores
en ambas zonas. Es abundante en el curso medio del Guadalquivir. Puede
fecharse entre finales del s. I a. C. y los inicios del s. I d. C.96
El perfil de nuestros fragmentos puede corresponder también al tipo 34,
pero el resto de sus características97 y su frecuente vinculación a recipientes
de paredes de “cáscara de huevo”98 nos hace dudar seriamente de esta ads-
cripción99. Este tipo comparte con el anterior el mismo origen bético aunque
también pudo realizarse en el valle del Ebro. Es probable, igualmente, su fa-
bricación en Mérida. Fue una forma muy difundida por el sur y el levante
peninsular y también por el norte de África100. Está datado en el s. I d. C.101
93
Color del engobe exterior: 10R: 5/8 red -RV 07 H16 SUP 41/42 y RV 07 H16 IB
494- (Munsell Soil Color Charts, 2000).
94
En numeración arábiga según la equivalencia tipológica realizada por A. López
Mullor de la clasificación original en números romanos de F. Mayet de 1975 (López
Mullor, 2008: 344; 375; 376; 378; 379).
95
López Mullor, 2008: 345; 346, fig. 1-2 A; 362; 375; 378.
96
López Mullor, 2008: 348; 350, fig. 4-8 y 8B; 365; 367 fig. 14-8B, 8Ba; 368; 376; 379.
97
Frente a la coloración anaranjada de nuestras pastas y rojo del engobe las llamadas
cerámicas de cáscara de huevo […] de pasta blanquecina habitualmente cubierta de
un engobe gris claro, están incluidas en las diferentes variantes del tipo 34. (López
Mullor, 2008: 368).
98
Reciben esta denominación las producciones de paredes finas que presentan un gro-
sor de las mismas inferior a 0,5 mm. (Beltrán Lloris, 1990: 170).
99
López Mullor, 2008: 368; 367, fig. 14-34, 34 A; 379; Mínguez Morales, 2002: 113.
100
Beltrán Lloris, 1990: 173; López Mullor, 2008: 368.
101
López Mullor, 2008: 368.

555
A pesar de que todavía no ha sido identificado ningún taller en el valle
del Guadalquivir o el Golfo de Cádiz, parece indudable, teniendo en cuenta
la difusión de formas de paredes finas, que existió una producción de las
mismas en esta amplia zona102. La distribución desde este foco es eminen-
temente marítima,
como demuestran los hallazgos del litoral mediterráneo de la Pe-
nínsula Ibérica, las Baleares, el norte de África y las costas de Fran-
cia e Italia. (López Mullor, 2008: 372).
Considerado como un tipo característico de la cerámica romana, este
grupo está integrado en una serie muy heterogénea de servicios de mesa,
muy especialmente aquellos utilizados para beber. Los vasos (cubiletes, ta-
zas, vasos, cuencos, jarras, pequeñas ánforas) se caracterizan por la delga-
dez que presentan sus paredes. Aparecen en el s. II a. C. en Italia y pronto
se conocen por todo el Mediterráneo103. Tanto las pastas como el acabado
y la decoración exterior presentan una notable diversidad en razón a las
distintas producciones reconocidas, correspondientes a la península itálica,
Hispania o la Galia104. Las primeras manufacturas corresponden a vasos
altos, modelos inspirados en los prototipos metálicos anteriores105. Su des-
aparición a inicios del s. II d. C. en el área mediterránea se pone en relación
a la difusión generalizada del vidrio y al cambio de gusto estético106.

10. Conclusiones
A finales de los años 50 del siglo pasado M. Tarradell acuñó el térmi-
no “Círculo fenicio del Extremo Occidente” para identificar determinados
enclaves costeros situados en el sur peninsular y la orilla meridional del
Estrecho de Gibraltar fundados por colonos fenicios entre los ss. VIII-VI a.
C. que estaban caracterizados, fundamentalmente, por la presencia de ce-
rámica de engobe rojo. Ya desde un primer momento los materiales apun-
taban una relación más clara con el Mediterráneo oriental que con Cartago.
El límite geográfico de ese círculo cultural incluía, por el norte, desde la
desembocadura del Tajo a Murcia y, por el sur, desde Argelia a Mogador.
Años más tarde, M. Ponsich amplió cronológicamente el límite inicial a
102
López Mullor, 2008: 368. Beltrán Lloris, 1990: 173.
103
Beltrán Lloris, 1990: 170.
104
Beltrán Lloris, 1990: 170-186.
105
Mínguez Morales, 2002: 109.
106
Beltrán Lloris, 1990: 170.

556
época púnica y romana entendiendo que el proceso cultural había sido lide-
rado desde la Bética, calificando el norte de Marruecos como continuación
natural de España107. Esta percepción de continuidad cultural entre ambas
orillas del Estrecho108 obedece a una realidad que ha estado vigente hasta
nuestra historia más reciente.
En el área del Estrecho, en el período posterior a la derrota de Cartago
tras la Segunda Guerra Púnica (218-202 a. C.) y anterior a la constitución
de la Tingitana a mediados del s. I d. C., es clara la hegemonía romana
en las ciudades mauritanas de tradición púnica bajo protectorado romano.
Ahora bien, el papel jugado por Gadir o Gades, antes o después, imprime
un fuerte protagonismo de esta ciudad en el ambiente cultural de la zona,
que hace plenamente vigente el concepto “Círculo del Estrecho” aún en
estas fechas. El especial tratamiento que Roma dio a los gaditanos como
municipium civium Romanorum a mediados del s. I a. C.109, la circulación
mayoritaria de numerario gaditano respecto al romano o propiamente mau-
ritano en las ciudades costeras mauritanas durante los ss. II-I a. C.110 o la
denominación Fretum Gaditanum para designar al Estrecho de Gibraltar
en vigor hasta, al menos, el s. V d. C.111, nos hablan de un protagonismo
regional de muy largo recorrido:
El Atlántico fue hasta época romana, y aún después, un mar fenicio, o
mejor dicho, gaditano, en referencia a la más importante fundación del
Extremo Occidente, como así lo testimonian autores clásicos de diver-
sas épocas al referirse a él como Oceanus Gaditanus. (Plinio, NH 2,
227; Schol. Juvenal 14, 280; Isidoro, Et. 13, 15, 2) o Gaditanum mare
(Horacio, Carm. 3, 46) (Ferrer Albelda, 2004: 41).
Un buen número de evidencias arqueológicas asociadas a exploraciones
y empresas comerciales en la costa atlántica, muy posiblemente gadiritas,
han sido halladas en Mogador, identificada con la isla de Kérne, última de
las siete colonias fundadas por libiofenicios más allá de las Columnas de

107
López Pardo et al., 2008: 54-61.
108
Percepción por otra parte expresada de forma reiterada desde mediados del siglo
pasado (Gozálbes Cravioto, 1988; López Pardo, 1988: 741-742; Niveau de Ville-
dary, 2001: 320-321; 327 y ss.; 2003: 33; 2008: 260; 263; Villaverde Vega, 2001:
41).
109
Villaverde Vega, 2001: 42; 2004: 1860. La concesión de la ciudadanía romana
a Gades fue otorgada por Julio César el año 49 a. C. (García Fernández, 1991: 33).
110
Villaverde Vega, 2004: 1860.
111
Villaverde Vega, 2001: 70-71.

557
Hércules que menciona el Periplo de Hannon112, y que representaba uno de
los confines meridionales del mundo conocido para el mundo helénico113.
Este pequeño islote marca, prácticamente de forma unánime en la histo-
riografía, el límite espacio-temporal de los intereses fenicios en la fachada
noroccidental africana, aunque hay que recordar que no se ha hallado nin-
guna estructura en la isla que permita caracterizarla como factoría114.
La presencia de cerámicas de tradición púnica e ibérica en el yacimien-
to de Rosita del Vicario indicaría un interés hacia Fuerteventura por pobla-
ciones que, en el transcurso de sus actividades en la isla, pudieron dejar
signos de su paso reconocidos a partir de unos materiales que señalan el
ámbito cultural de procedencia de sus portadores, el “Círculo del Estre-
cho”, considerado éste en su doble vertiente atlántica, peninsular y norte-
africana, y su zona de influencia cultural en ambas orillas mediterráneas
y levante peninsular entre los ss. III-I a. C. Estos hallazgos permitirían
distanciar de forma muy notable la localización meridional de tales evi-
dencias en la fachada noratlántica africana.
Siguiendo a López Pardo et al. y, si aplicásemos a las Canarias el patrón
documentado en Mogador, tras una función de escala hacia el Sur en época
fenicia, el registro de aquellas actividades puede responder, cuando menos, a
una frecuentación ocasional en época púnica para aprovechar sus
recursos y finalmente una colonización de todas las islas a finales
del siglo I a. C., en época de Juba II, cuando se constata un incre-
mento en la intensidad de la ocupación de Mogador (Jodin, 1967)
y está confirmada una ocupación de parte de las Islas Canarias por
fechas de carbono 14, al menos para Tenerife y Lanzarote. (Atoche
et alii, 1995: 34; del Arco et alii, 1997; Mederos y Escribano, 2002b:
35-45) (López Pardo et al., 2008: 348).
Mogador presenta una primera fase de actividad fenicia entre mediados
del s. VII-primera mitad del s. VI a. C. (nivel IV) derivada de la explota-
112
Periplo de Hannon: traducción de C. Schrader, 1991: 102-106. El Periplo debió
realizarse antes de 485 a. C. y su redacción es posterior a la caída de Cartago (146 a.
C.), entre la segunda mitad del s. II-s. I a. C., sin excluir el s. I d. C. (González Ponce,
2004: 68; Santana Santana et al., 2006: 98).
113
González Ponce, 2004: 67-68; López Pardo et al., 2008: 91-92.
114
López Pardo, 2004: 92; López Pardo et al., 2008: 182, 376. En este sentido, es
sintomático que se aluda a Mogador como uno de los lugares de intercambio estacio-
nales sin infraestructuras estables (Ferrer Albelda, 2004: 41) para diferenciarlo del
otro tipo de asentamiento fenicio permanente.

558
ción de recursos naturales de su entorno115 y de la pesca116 pero a partir de
este momento se produce un abandono casi total en lo que correspondería
al periodo púnico (nivel III)117 sólo representado por el hallazgo de un cue-
llo de ánfora118, datado en el s. III a. C., y restos de elefante que hablan de
frecuentaciones muy esporádicas durante este periodo. Tras esta fase de
abandono119, el islote se reocupa en época romana (nivel II) en relación al
establecimiento comercial de industrias de salazón y de púrpura a instan-
cias de Juba II que recoge Plinio120 en su obra.
Las cerámicas “tipo Kuass”, cuya producción en origen121, como hemos
115
Periplo de Scilax: Los fenicios en Cerné intercambian [con los etíopes] sus mer-
cancías por pieles de cérvidos, de leones y leopardos, defensas y pieles de elefantes y
de otros animales domésticos.
116
Es indicativa la presencia de restos de túnidos y pez espada en el registro arqueoló-
gico (López Pardo et al., 2008: 181-182).
117
Jodin, 1966: 187 y ss.; López Pardo et al., 2008: 179-182.
118
Jodin, 1966: 187-188, fig. 34-c. Identificada como ánfora gaditana Mañá-Pascual
A-4 (López Pardo et al., 2008: 194-196), uno de los tipos anfóricos más frecuentes del
Estrecho vinculado al envase y transporte de productos pesqueros.
119
Algunos autores señalan que el vacío arqueológico en Mogador en este periodo
se debe a la situación del propio país (Op. cit.: 314 y ss.). Aluden a que algunos
pueblos del interior que en los textos clásicos reciben varios etnónimos y que pueden
corresponder, probablemente, a los mismos pueblos seminómadas (Op. cit.: 115-134)
-Nigritae, Gétulos, Autololes o Pharusii, pueblos localizados fuera de los marcos ur-
banos, en zonas esteparias, de media montaña, boscosas y lacustres, organizados en
marcos de tribus, con un género de vida que se califica de semi-nómada (Gozálbes
Cravioto, 2004: 105)- habrían ocasionado la destrucción de las colonias tirias fun-
dadas a lo largo de la costa libia, provocando una situación de fuerte inestabilidad
reflejada en la escasez del registro arqueológico en los territorios africanos situados
al sur de Lixus durante esta fase. En este sentido, la ausencia de población en nuestro
archipiélago eliminaría el perjuicio de sufrir ataques indígenas (López Pardo et al.,
2008: 349) facilitando, por tanto, la penetración al interior.
120
Las Islas Purpurarias que Plinio el Viejo cita en su Historia Natural (libro VI,
201, 203) en relación al establecimiento de factorías donde se transformaba la famosa
púrpura getúlica en época de Juba II, se han venido identificando tradicionalmente
con el enclave de Mogador.
121
En el epígrafe “Cerámica de tradición púnica” hemos manifestado la dificultad de
encajar algunos de los fragmentos cerámicos de Rosita del Vicario, a excepción de los
correspondientes a platos de pescado, en la clasificación realizada por Niveau de Vi-
lledary (2003) en base al estudio específico de las producciones de la bahía gaditana.
En el mismo sentido, hemos aludido a la problemática planteada, desde los primeros
intentos de sistematización, por la existencia de múltiples talleres productores de este
tipo cerámico dentro del ámbito cultural que define al “Círculo del Estrecho”. Tales

559
visto, responde a la necesidad de cubrir la demanda de vajilla de mesa de
las gentes del Estrecho, podrían corresponder al equipaje utilitario con el
que desembarca este grupo en Fuerteventura. A nivel morfológico, la rela-
tiva incidencia de platos de pescado, forma más representada de este tipo
cerámico en los yacimientos estudiados de la bahía gaditana y la vecina
costa africana, refuerza esta idea. De otra parte, su consideración como
objeto de comercio, interés subsidiario de estas producciones, implicaría
la existencia de comunidades humanas previamente asentadas en Fuerte-
ventura cuyo número garantizara la rentabilidad de los intercambios, algo
improbable en estos momentos.
Especial interés tiene el hallazgo de cerámicas de tradición ibérica por
cuanto puede sugerir la presencia de gentes o prácticas cultuales de este
origen entre el contingente o contingentes humanos llegados a Fuerteven-
tura entre los ss. II-I a. C. La aparición de kalathoi en contextos votivos
norteafricanos de época púnica, bien sean fruto de importaciones desde
el área ibérica como de imitaciones producidas en alfares marroquíes122,
apunta en aquellos lugares hacia la convivencia de poblaciones de origen
íbero y púnico. En el mismo sentido habla la presencia de cerámicas “tipo
Kuass” en contextos ibéricos del área levantina peninsular. Esta fue una
zona muy permeable a los influjos púnicos, especialmente en su franja
costera. Por ello no es de extrañar que, desde este punto, la penetración
natural hacia el interior por el río Segura permitiera una
fluída relación comercial de los gaditanos con las comunidades ibé-
ricas del sureste peninsular que participan en lo que se ha descrito
como “circuito comercial púnico”. En estos asentamientos apare-
cen con frecuencia, junto con envases del “Círculo del Estrecho”,
algunos elementos de vajilla barnizada que, poco a poco, se van
reconociendo como producciones gaditanas –entre otros, Los Nie-
tos y Verdolay en Murcia. (Niveau de Villedary 2003a: 263-266),
L’Albufereta y La Serreta en Alicante (Niveau de Villedary 2003a:
268)- (Niveau de Villedary, 2008: 275).

consideraciones nos hacen ser prudentes a la hora de adjudicar un origen productor


concreto de nuestras piezas. Así, y a la espera de las analíticas complementarias, no
podemos excluir la posibilidad de que el alfar o alfares de procedencia de nuestras
piezas sean norteafricanos.
122
No podemos confirmar que nuestros kalathoi sean importaciones peninsulares. Al igual
que ocurre en Banasa, Volubilis o Kuass, y como se explica en el apartado relativo al
estudio de la cerámica ibérica en el norte de África en este trabajo, también pueden corres-
ponder a imitaciones de modelos ibéricos producidos en suelo norteafricano.

560
Junto a estos hallazgos, la cerámica de paredes finas parece cerrar este
arco temporal en Fuerteventura. En Canarias, este último momento está
confirmado por El Bebedero (Teguise, Lanzarote), yacimiento estudiado
de forma sistemática desde los años 80 y fechado en torno al cambio de era
en relación con la presencia de gentes romanas y/o romanizadas en la isla
(Atoche Peña et al., 2011: 153) que dejan allí ánforas procedentes de tres
áreas: Bética, Campania y Túnez123.
No es casual que esta última isla haya aportado además, hasta el mo-
mento, y junto con los hallazgos cerámicos del cordón litoral de La Gra-
ciosa124, la cronología más alta del archipiélago125, confirmando el papel
preeminente que las islas orientales tuvieron en el largo proceso de coloni-
zación y posterior poblamiento de Canarias. El yacimiento de Buenavista
(Teguise, Lanzarote) ha puesto al descubierto una estructura habitacional
inmersa en una secuencia estratigráfica y artefactual con unos lími-
tes cronológicos fijados por el C14 que discurren entre los siglos X
a.n.e. y III d.n.e. (Atoche Peña et al., 2011: 156).
que ha sido vinculada a gentes que poseen diferentes elementos de proce-
dencia cultural fenicio-púnica (Atoche Peña et al., 2011: 163).
Frente al carácter excepcional que supone la presencia de producciones
cerámicas procedentes del “Círculo del Estrecho” en nuestras latitudes, sin
embargo, en el norte de Marruecos, estos tipos caracterizan e identifican
un periodo de transición púnico-mauritano hacia la ocupación romana en
el s. I a. C. Esta fase está materialmente representada por la abundancia de
cerámicas gaditanas de tradición púnica, tanto recipientes anfóricos como
elementos que conforman vajillas de mesa, en convivencia con algunos
tipos específicos de cerámica de procedencia ibérica, como el kalathos,
cerámicas finas, campaniense y común.
123
Atoche Peña et al., 1999b: 368 y ss.; Santana Santana et al., 2002: 29-34; Mede-
ros Martín et al., 2002: 238.
124
Este islote está separado de Lanzarote por un estrecho brazo de mar, El Río, en el
que han sido recuperados desde los años 60 un buen número de ánforas subacuáticas
de época romana. Una recopilación detallada de estos hallazgos puede consultarse
en Mederos Martín et al., 2002: 227-245 y una revisión de las circunstancias de los
mismos en relación a su adscripción en Chávez Álvarez et al., 2001: 319.
125
Los materiales del cordón litoral de La Graciosa conforman el registro cerámico
a torno más antiguo de Canarias, habiendo sido datado por termoluminiscencia OSL
entre el primer cuarto del s. XII a. C. y finales del s. IX a. C. La caracterización de las
pastas cerámicas establece un origen distinto al del ámbito gaditano (González Antón
et al., 2009: 13-17).

561
Las cerámicas “tipo Kuass” tienen una importancia significativa en
Lixus126. Esta ciudad, que parece conocer una gran remodelación y ex-
pansión desde el 200 a. C.127, es el punto más meridional donde ha sido
reconocida esta tipología cerámica hasta la fecha, siendo sobre todo abun-
dantes entre 200 y 130 a. C. (Aranegui Gascó, 2004: 178). Es durante la
etapa púnica (325-175 a. C.), más concretamente entre el último cuarto del
s. III a. C. y principios del s. II a. C., cuando aquí se inicia la presencia de
este tipo cerámico, cuya proporción es mayoritaria respecto a los otros ti-
pos de cerámica fina128. Durante el periodo púnico-mauritano o mauritano
(s. II a. C.- s. I d. C.), cuya primera fase se sitúa entre el 175-80 a. C.129,
coexiste con la campaniense. En este registro también aparecen ánforas,
mayoritariamente Mañá-Pascual A4, cerámica pintada (local e ibérica),
común y a mano. Posteriormente, en la segunda fase, 80 a. C.-15 d. C. 130,
las producciones “tipo Kuass” aparecen de nuevo, aunque en una propor-
ción menor, junto al repertorio anterior a excepción de la cerámica pintada
y, en convivencia, además, con la cerámica de paredes finas y la sigillata
romanas131. Esto es indicativo de la intensificación de la presencia romana
en detrimento del ambiente púnico anterior al s. I a. C.132. En la denomi-
nada fase III del nivel púnico-mauritano de Lixus, 15-50 d. C.133, también
aparece, aunque escasamente, la cerámica “tipo Kuass” dentro de las pro-
ducciones de barniz negro junto a la campaniense, más abundante, además
de la vajilla fina de mesa (terra sigillata y paredes finas), cerámica común
y de cocina y ánforas con claro predominio del tipo Dressel 7-11.

126
Bonet Rosado et al., 2005b: 134-140.
127
Aranegui Gascó, 2004: 177.
128
Bonet Rosado et al., 2005b: 141-144; Aranegui Gascó, 2005: 14.
129
Bonet Rosado et al., 2001: 51-71; Izquierdo Peraile et al., 2001: 141-168; Arane-
gui Gascó, 2001: 254; Bonet Rosado et al., 2005b: 87-140. En estos trabajos, publica-
dos los primeros con anterioridad a la sistematización de Niveau de Villedary (2003)
y el último de forma posterior, esta cerámica recibe la denominación cerámica de
imitación de barniz negro del taller de Kuass o, sencillamente, barniz negro de Kuass,
aun cuando se alude a la coloración rojiza característica de sus superficies. En cuanto
a la denominación púnico-mauritano, su origen y la conveniencia de su empleo, ver
Aranegui Gascó, 2005: 29.
130
Izquierdo Peraile et al., 2001: 141; 145-146; 148-149; Aranegui Gascó, 2001:
254-255.
131
Izquierdo Peraile et al., 2001: 145-150.
132
Izquierdo Peraile et al., 2001: 151; 153.
133
Caruana et al., 2001: 169-185; Aranegui Gascó, 2001: 255.

562
En Kuass (Arcila, Marruecos) la cerámica homónima ha sido tradicio-
nalmente vinculada a la producción del horno III, con una cronología del
s. III a. C.:
Destaca la producción del horno III donde en el nivel superior al
que aparecen las cerámicas áticas de barniz negro y asociadas a
ánforas púnicas del siglo III a. C. y a cerámicas ibéricas, se docu-
menta este tipo de cerámica. (Niveau de Villedary, 2003: 38).
Sin embargo, alguna revisión posterior rebaja esta cronología inicial
al s. II a. C.134. Igualmente, en el nivel mauritano 1 de Zilil se ha iden-
tificado este grupo cerámico junto a ánforas Mañá-Pascual A4 en torno
al s. III a. C.135
Por su parte, las importaciones ibéricas en Lixus y Kuass, protagoniza-
das casi exclusivamente por el kalathos de la zona ampuritana y de otros
talleres no identificados, son características del periodo mauritano, s. II-I
a. C. 136. El kalathos del depósito ritual de Lixus mencionado anteriormente
parece ser una ofrenda fundacional propiciatoria que sugiere la re-
ocupación de Lixus por un nuevo contingente humano. (Aranegui
Gascó, 2004: 179).
acometida tras la Segunda Guerra Púnica y que viene a coincidir temporal
y espacialmente con la expansión urbanística referida anteriormente.
Es pronto para desentrañar la naturaleza de las actividades desarrolla-
das por estos grupos humanos que pudieron dejar testimonio de su paso en
Fuerteventura. Nos parece ahora oportuno volver la mirada a Lanzarote,
con quien la isla majorera mantiene lazos indisolubles, ya evidenciados
desde la antigüedad como sugiere el topónimo Hespérides137 para designar
134
Kbiri Alaoui, 2007: 188. La presencia de cerámica campaniense A determina, a
juicio del autor, esta corrección cronológica. No obstante, en este mismo lugar el autor
reconoce que este material no aparece en estratigrafía como para situar su datación y
menos su evolución con respecto a la actividad alfarera y económica de Kuass.
135
Kbiri Alaoui, 2007: 188.
136
Bonet Rosado et al., 2005a: 97-99; 101-103; 106; Kbiri Alaoui, 2007: 201-205.
137
La consideración de dos archipiélagos diferenciados en la descripción de Plinio
el Viejo sobre las Islas Afortunadas en su Historia Natural (libro VI, 201-205), bajo
la denominación de Hespérides (Lanzarote y Fuerteventura) y Afortunadas (el resto
de las islas), parece recoger una apreciación real, tanto de la distancia como de la
disposición geográfica de uno y otro archipiélago respecto a la costa africana que, se-
guramente, procede de antiguas experiencias de navegantes y exploradores (Santana
Santana et al., 2006: 90 y ss.).

563
a estas dos islas. La notable proximidad entre ambas y su cercanía al conti-
nente africano favorecieron el temprano conocimiento de su localización,
la evaluación de sus recursos potenciales y, por último, la explotación de
los mismos. En este sentido, y aunque se trata de una fuente muy tardía, es
especialmente ilustrativa la descripción del cargamento de la expedición
genovesa capitaneada por Angiolino del Tegghia y Niccoloso da Recco
que salió de Lisboa en julio de 1341 y llegó a Lanzarote o Fuerteventura,
primeras islas avistadas, regresando
a sus domicilios en noviembre con el botín que ahora diremos. Pri-
mero trajeron cuatro hombres, habitantes de esas islas, así como
pieles de carnero y de cabras, en gran cantidad, sebo, aceite de pes-
cado, despojos de focas138 e, igualmente, maderas coloradas, […]
También trajeron cortezas de árboles, propias para teñir de rojo,
tierra roja y cosas similares. (Boccacio, 1998 [1342-45]: 33-34).
En los tiempos que corresponden a nuestro caso, y junto a los facto-
res geográficos que favorecen la importancia de este yacimiento desde el
punto de vista de un teórico establecimiento humano y que ya han sido
destacados anteriormente, sería preciso reconocer cuáles fueron los ele-
mentos que atrajeron a las distintas comunidades y posibilitaron su instala-
ción, temporal o permanente, durante amplios periodos de tiempo a tenor
del registro material hallado. Ello pasa por abordar la reconstrucción del
paisaje insular en la antigüedad y la evolución del mismo en relación a la
presencia humana. Más arriba hemos planteado la contradicción aparente
que representa la caracterización actual del suelo insular en relación al
estudio de la toponimia del yacimiento139 pero es evidente el papel que la
agricultura140 ha ejercido tradicionalmente en la fijación de las comunida-
des históricas al territorio.
Son varias las evidencias que nos hablan de unas condiciones medioam-
bientales en el pasado diferentes a las actuales en Fuerteventura y Lan-
138
La foca monje o lobo marino (Monachus monachus) formaba importantes colo-
nias en Lanzarote, Fuerteventura y la isla de Lobos, de donde procede su nombre. El
hallazgo de restos de este animal en la Cueva de Villaverde (Hernández Hernández
et al., 1988: 80; 90) denota la existencia y el aprovechamiento de una especie hoy
extinguida en Canarias por su indudable interés económico.
139
Contradicción reforzada por la constatación de que en la isla se desarrollara una
producción cerealística de exportación en ciertos periodos de bonanza climatológica
entre los s. XVII-XVIII.
140
No existe, hasta la fecha, confirmación arqueológica de antiguas prácticas agrícolas
en la isla.

564
zarote. Le Canarien, más de 1500 años después de los hechos que nos
conciernen, recoge información confusa sobre este asunto. Algunas des-
cripciones permiten inferir que estas islas eran fértiles desde el punto de
vista agrícola:
[…] Erbania, que dicen Fuerteventura, aunque el país sería muy
bueno para labrar y para hacer cualquier clase de cereales. (Le
Canarien, 1980 [1404]: 45).
La isla de Lanzarote […] Hay gran cantidad de fuentes y de cisternas,
de pastos y de buenas tierras para cultivos, y crece gran cantidad de
cebada, de que se hace muy buen pan. (Le Canarien, 1980 [1404]: 69).
Otras, en cambio, ofrecen un panorama menos prometedor en lo que
respecta a la existencia de bosques o especies arbóreas:
La isla de Lanzarote […] No hay ningún árbol, sino pequeños mato-
rrales para quemar. (Le Canarien, 1980 [1404]: 69).
Por su parte, los taxones vegetales determinados en la Cueva de Villaver-
de , entre ellos, el viñátigo y el laurel, propios de la laurisilva, o el acebuche,
141

del bosque termófilo, nos indican la existencia de un paleoambiente más hú-


medo que el actual142. En Lanzarote, la presencia de mirlo en El Bebedero143
muestra, de forma indirecta, que existían masas arboladas en la isla.
La erosión característica del paisaje actual de las islas orientales ha sido
causada por la deforestación, el sobrepastoreo y las prácticas agrícolas in-
adecuadas. A. Santana cifra en más de 13 toneladas la pérdida anual de
suelos por hectárea y añade de forma gráfica:
Las islas de Lanzarote y Fuerteventura, casi en su totalidad, y extensas su-
perficies del resto de las islas carecen de suelo agrícola o presentan espe-
sores escuálidos, siendo el afloramiento rocoso o el pedregal, la ausencia
de vegetación, la fuerte insolación y el viento los rasgos característicos del
paisaje de estos espacios. (Santana Santana, 2003: 66).
Son varios los autores que coinciden en apuntar a la acción humana
como una de las causas de la degradación ambiental de las islas orienta-
les144. De entre todas ellas,
141
De la serie de cronologías absolutas obtenidas del interior se desprende que la cue-
va estuvo en uso entre los ss. III-IX d. C. (Hernández Hernández et al., 1990: 84-85).
142
Machado Yanes, 1996: 265-269.
143
En el estrato V, fechado en la segunda mitad del s. I a. C. (Atoche Peña, 2003: 195; 202).
144
Torres Cabrera et al., 2005: 75-76.

565
el factor más importante que ha incidido en la desaparición de la
vegetación arbolada y en la degradación florística en Fuerteventura ha
sido el pastoreo intensivo y la presencia de grandes rebaños de ovicápridos.
(Cabrera Pérez, 1996: 63).

cuyo número ya destaca Le Canarien:


El país está lleno de cabras, tanto domesticadas como salvajes; y cada año
se podrán, de hoy en adelante, tomar 30.000 cabras y aprovechar la carne,
el cuero y la grasa. (Le Canarien, 1980 [1404]: 68).

Estudios paleoambientales realizados recientemente en Lanzarote re-


velan que la isla sufrió alteraciones de origen antrópico (Atoche Peña,
2003: 198) entre los ss. I a. C. y IV d. C. que han sido relacionadas con el
desarrollo de un pastoreo intensivo puesto en marcha por gentes romani-
zadas. Desde este último momento la isla presenta una pérdida importante
de la masa vegetal y la extensión del cardonal-tabaibal, coincidiendo con
la interrupción de los contactos exteriores y la reorientación de la sociedad
hacia un modelo autárquico145.
No sabemos si Fuerteventura se vio afectada desde el mismo momento
por estos procesos erosivos, pero sí podemos asegurar que el paisaje que
vemos actualmente difiere146 del que pudieron conocer los primeros grupos
humanos que se asentaron en estas islas:
Existen pocas dudas de que el paisaje vegetal que ofrece Fuerteventura
en la actualidad poco tiene que ver con el que dominaba la isla antes de
la llegada del hombre, en el que una densa cubierta arbustiva y arbórea
cubría casi toda la superficie insular. (Rodríguez Delgado, 2005: 141).

Este hecho dificulta y distorsiona, por nuestra parte, el conocimiento del


entorno, y por consiguiente, la comprensión de la naturaleza y el alcance de las
actividades económicas que en éste desarrolló el hombre en el pasado.
Estamos aún muy lejos de comprender la dinámica cultural protagoni-
zada por las antiguas poblaciones asentadas en suelo majorero. Las escasas
cronologías absolutas obtenidas en dos puntos extremos de la isla, al norte
la Cueva de Villaverde (La Oliva) y al sur, en la península de Jandía, el ya-
cimiento de Butihondo (Pájara), arrojan como fechas más tempranas el s.

145
Atoche Peña, 2003: 200-201.
146
Atoche Peña, 2003: 188.

566
III d. C. 147 y el s. II d. C. 148 respectivamente, siendo ambos enclaves, igual-
mente, lugares que conocieron una larga ocupación antrópica. A juzgar
por las primeras determinaciones de materiales cerámicos a torno cuyos
resultados preliminares aquí avanzamos, las próximas intervenciones en
el yacimiento de Rosita del Vicario aún deben aportar cronologías radio-
carbónicas de mayor antigüedad junto a evidencias estructurales y estrati-
gráficas que nos ayuden a contextualizar adecuadamente nuestras piezas.

Localización del yacimiento Rosita del Vicario (Antigua, Fuerteventura).

147
Muestra CSIC 556 401. C. A2. Nivel II. 1730 ± 50 = 220 d. C. (Hernández Her-
nández et al., 1990: 84). 140 AD- 420 AD [260 AD]. Calibración (2σ). Intcal09.14c.
Radiocarbon Calibration Program (CALIB REV 6.0.0). Copyright
1986-2010, M. Stuiver and P. J. Reimer.
148
Muestra GrA-26873. 1830 ± 40 BP = 120 ± 40 d.C. (Arco Aguilar et al., 2006:
36). 79 AD - 319 AD [180 AD]. Calibración (2σ). Intcal09.14c. Radiocarbon
Calibration Program (CALIB REV 6.0.0). Copyright 1986-2010, M. Stuiver
and P. J. Reimer.

567
Figura 1. Cerámica de tradición púnica (Rosita del Vicario, Fuerteventura). (Dibujos: N. Villaverde Vega).

Figura 2. Cerámica de tradición ibérica (Rosita del Vicario, Fuerteventura). (Dibujos: N. Villaverde Vega).

568
Figura 3. Cerámica de paredes finas (Rosita del Vicario, Fuerteventura). (Dibujos: N. Villaverde Vega).

569
BIBLIOGRAFÍA

Abreu Galindo, Fray Juan de. Historia de la Conquista de las siete islas
de Canaria. Santa Cruz de Tenerife, Goya Ed., 1977 [1602].
Aranegui Gascó, Carmen. “Conclusiones”, Saguntum Extra 4: Lixus. Colonia
fenicia y ciudad púnico-mauritana. Anotaciones sobre su ocupación me-
dieval, Valencia, Ed. Universidad de Valencia, 2001, pp. 253-255.
Aranegui Gascó, Carmen. “Lixus (Larache, Marruecos)”. Bienes Cultura-
les, 3, (2003), pp. 173-183.
Aranegui Gascó, Carmen. “Las campañas de excavaciones”, Saguntum
Extra 6: Lixus-2. Ladera sur. Excavaciones arqueológicas marroco-es-
pañolas en la colonia fenicia. Campañas 2000-2003, Valencia, Ed.
Universidad de Valencia, 2005, pp. 13-35.
Arco Aguilar, Mª del Carmen, González Antón, Rafael, Balbín Be-
hrmann, Rodrigo de, Bueno Ramírez, Primitiva, Rosario Adrián, Mª
Candelaria, Arco Aguilar, Mercedes del, González Ginovés, Laura.
“Tanit en Canarias. Iconografía”. III Congreso de Arqueología Penin-
sular (Villa Real-99), IV, Pré-história recenté da Peninsula Iberica,
(2000a), pp. 599-612.
Arco Aguilar, Mª del Carmen, González Antón, Rafael, Balbín Be-
hrmann, Rodrigo de, Bueno Ramírez, Primitiva, Rosario Adrián, Mª
Candelaria, Arco Aguilar, Mercedes del, González Ginovés, Laura.
“Tanit en Canarias”, Eres (Arqueología/Bioantropología), 9, (2000b),
pp. 43-65.
Arco Aguilar, Mª del Carmen, González Antón, Rafael, Balbín Be-
hrmann, Rodrigo de, Bueno Ramírez, Primitiva, Rosario Adrián, Mª
Candelaria, Arco Aguilar, Mercedes del, González Ginovés, Laura.
“Tanit en Canarias”. V Congresso Internazionale di Studi Fenici e Pu-
nici (Palermo, 2000). T. II, (2005), pp. 1399-1408.
Arco Aguilar, Mª del Carmen, González Antón, Rafael, Rosario
Adrián, Mª Candelaria, Arco Aguilar, Mercedes del. “El lugar de
Butihondo (Fuerteventura)”, Eres (Arqueología/Bioantropología), 14,
(2006), pp. 23-38.
Arco Aguilar, Mª del Carmen, González Antón, Rafael, Arco Aguilar,
Mercedes del, Rosario Adrián, Mª Candelaria. “La explotación de
la sal en los mares de Canarias durante la Antigüedad. Las salinas y
saladeros de Rasca (Tenerife)”. En: R. González Antón, F. López y V.

570
Peña Romo (Eds.): Los fenicios y el Atlántico. IV Coloquio del CEFYP
(Santa Cruz de Tenerife, 2004). Madrid, Centro de Estudios Fenicios y
Púnicos, (2008), pp. 297-316.
Atoche Peña, Pablo. “Fenómenos de intensificación económica y de-
gradación medioambiental en la protohistoria canaria”, Zephyrus, 56,
(2003), pp. 183-206.
Atoche Peña, Pablo. “Las culturas prehistóricas canarias en el contexto
del desarrollo cultural mediterráneo: propuesta de fasificación”. En: R.
González Antón, F. López y V. Peña Romo (Eds.): Los fenicios y el
Atlántico. IV Coloquio del CEFYP (Santa Cruz de Tenerife, 2004). Ma-
drid, Centro de Estudios Fenicios y Púnicos, (2008), pp. 317-345.
Atoche Peña, Pablo. “Estratigrafías, cronologías absolutas y periodiza-
ción cultural de la protohistoria de Lanzarote”, Zephyrus, 63, (2009),
pp. 105-131.
Atoche Peña, Pablo, Martín Culebras, José, Ramírez, Mª Ángeles. “Ele-
mentos fenicio-púnicos en la religión de los mahos. Estudio de una placa
procedente de Zonzamas (Teguise, Lanzarote)”, Eres (Arqueología), 7,
(1997), pp. 7-38.
Atoche Peña, Pablo, Martín Culebras, José. “Canarias en la expansión
fenicio-púnica por el África atlántica”. II Congreso de Arqueología Pe-
ninsular, Zamora, 1996, (1999a) T. III, pp. 485-500.
Atoche Peña, Pablo, Martín Culebras, José. “Canarias y la costa atlán-
tica del noroeste africano: difusión de la cultura romana”. II Congreso
de Arqueología Peninsular, Zamora, 1996, (1999b) T. IV, pp. 365-376.
Atoche Peña, Pablo, Martín Culebras, José, Ramírez, Mª Ángeles, Gon-
zález Antón, Rafael, del Arco Aguilar, Mª Carmen, Santana San-
tana, Antonio, Mendieta, C. A. “Pozos con cámara de factura antigua
en Rubicón (Lanzarote)”, VIII Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y
Fuerteventura. Arrecife, 1997, T. II, (1999c), pp. 365-419.
Atoche Peña, Pablo, Ramírez, Mª Ángeles. “Canarias en la etapa anterior
a la conquista bajomedieval (circa s. VI a. C. al s. XV d. C.): coloniza-
ción y manifestaciones culturales”. En: Hernández Socorro, Mª de los
Reyes (Ed.): Arte en Canarias (s. XV-XIX). Una mirada retrospectiva.
Catálogo de exposición. Madrid-Tenerife, Gobierno de Canarias, 2001,
vol. I, pp. 43-95.
Atoche Peña, Pablo, Martín, José, Ramírez, Mª Ángeles, Pérez, Sergio,
Domingo Torres, José. “Primera campaña de excavaciones arqueoló-

571
gicas en el yacimiento de La Caldera de Tinache (Tinajo, Lanzarote)”,
Canarias Arqueológica, 15, (2007), pp. 13-46.
Atoche Peña, Pablo, Martín, José, Ramírez, Mª Ángeles, Domingo To-
rres, José, Pérez, Sergio. “Excavaciones arqueológicas en el yacimien-
to de Buenavista (Tiagua, Lanzarote). Primera campaña 2006”, Cana-
rias Arqueológica, 17, (2009), pp. 9-53.
Atoche Peña, Pablo, Ramírez, Mª Ángeles, Domingo Torres, José, Pérez,
Sergio. “Segunda campaña de excavaciones arqueológicas en el yaci-
miento de Buenavista (Teguise, Lanzarote): resultados preliminares”,
Canarias Arqueológica, 18, (2010), pp. 1-55.
Atoche Peña, Pablo, Ramírez, Mª Ángeles. “Nuevas dataciones radio-
carbónicas para la protohistoria canaria. El yacimiento de Buenavista
(Lanzarote)”. Anuario de Estudios Atlánticos, 57, (2011), pp. 139-169.
Balbín Behrmann, Rodrigo de, Bueno Ramírez, Primitiva, González An-
tón, Rafael, del Arco Aguilar, Mª del Carmen. “Datos sobre la colo-
nización púnica de las Islas Canarias”, Eres (Arqueología/Bioantropo-
logía), 6, (1995), pp. 7-28.
Balbín Behrmann, Rodrigo de, Bueno Ramírez, Primitiva, González Antón,
Rafael, del Arco Aguilar, Mª del Carmen. “Una propuesta sobre la colo-
nización púnica de las Islas Canarias”. IV Congreso Internacional de Estu-
dios Fenicios y Púnicos (Cádiz, 1995), T. II, (2000), pp. 734-744.
Beltrán Lloris, Miguel. Guía de la cerámica romana. Zaragoza, Ed. Li-
bros Pórtico, 1990, pp. 170-186.
Berthelot, Sabin. Antigüedades canarias. Anotaciones sobre el origen
de los pueblos que ocuparon las Islas Afortunadas desde los primeros
tiempos hasta la época de su conquista. Santa Cruz de Tenerife, Goya
Ed., 1980 [1879], pp. 142-144.
Boccacio, G. “De Canaria y de las otras islas nuevamente halladas en el
Océano allende España”. En Hernández González, Manuel (Ed.): Cró-
nica del descubrimiento y conquista de Guinea, G. E. da Zurara. Ed.
Ayto. Puerto de la Cruz y Ayto. La Orotava. 1998 [1342-45], pp. 31-39.
Bonet Rosado, Helena, Kbiri Alaoui, Mohamed, Vives-Ferrándiz, Jaime,
Hassini, Hicham. “La ocupación púnico-mauritana”, Saguntum Extra 4:
Lixus. Colonia fenicia y ciudad púnico-mauritana. Anotaciones sobre
su ocupación medieval, Valencia, Ed. Universidad de Valencia, 2001,
pp. 51-71.

572
Bonet Rosado, Helena, Fumadó Ortega, Iván, Aranegui Gascó, Carmen,
Vives-Ferrándiz Sánchez, Jaime, Hassini, Hicham, Kbiri Alaoui, Mo-
hamed. “La ocupación mauritana”, Saguntum Extra 6: Lixus-2 ladera
sur. Excavaciones arqueológicas marroco-españolas en la colonia fe-
nicia. Campañas 2000-2003, Valencia, Ed. Universidad de Valencia,
(2005a), pp. 87-140.
Bonet Rosado, Helena, Fumadó Ortega, Iván, Aranegui Gascó, Carmen,
Vives-Ferrándiz Sánchez, Jaime. “La ocupación púnica”, Saguntum
Extra 6: Lixus-2 ladera sur. Excavaciones arqueológicas marroco-es-
pañolas en la colonia fenicia. Campañas 2000-2003, Valencia, Ed.
Universidad de Valencia, (2005b), pp. 141-153.
Cabrera Pérez, José Carlos. La prehistoria de Fuerteventura: un modelo
insular de adaptación. Madrid, Servicio de Publicaciones del Cabildo
Insular de Fuerteventura, 1996.
Calvo Trías, Manuel, Guerrero Ayuso, Víctor M., Salvà Simonet, Bar-
tomeu. “Los orígenes del poblamiento insular. Una discusión no acaba-
da”, Complutum, 13, (2002), pp. 159-191.
Caruana, Isabel, Vives-Ferrándiz, Jaime, Hassini, Hicham. “Estudio de los
materiales cerámicos de la fase púnico-mauritana III”, Saguntum Extra 4:
Lixus. Colonia fenicia y ciudad púnico-mauritana. Anotaciones sobre
su ocupación medieval, Valencia, Ed. Universidad de Valencia, 2001,
pp. 169-185.
Conde Berdós, Mª José. “Estado actual de la investigación sobre la ce-
rámica ibérica pintada de época plena y tardía”, Revista de Estudios
Ibéricos, 3, (1998), pp. 299-335 [on line] http://www.ffil.uam.es/reib3/
conde.htm [marzo-abril 2011].
Criado Hernández, Constantino. “Formas de modelado y procesos mor-
fogenéticos”. En: Rodríguez Delgado, Octavio (Coord.), Patrimonio
Natural de la isla de Fuerteventura. Puerto del Rosario, Cabildo de
Fuerteventura, 2005, pp. 45-58.
Chávez Álvarez, Esther, Tejera Gaspar, Antonio. “Los discutidos hallaz-
gos subacuáticos de ánforas romanas de las Islas Canarias”, SPAL, 10,
(2001), pp. 311-325.
Farrujia de la Rosa, A. José. El poblamiento humano de Canarias en la
obra de Manuel de Ossuna y Van Den Heede. La piedra de Anaga y su
inserción en las tendencias ideográficas sobre la primera colonización
insular, Madrid, Ed. Dir. Gral. de Patrimonio Histórico, Viceconsejería

573
de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias, Col. Estudios Prehispá-
nicos, 12. 2002.
Ferrer Albelda, Eduardo. “Los púnicos de Occidente y el Atlántico”.
En: Chaves, F., González, R. (Eds.): Fortunatae Insulae. Canarias y el
Mediterráneo. Catálogo de Exposición. Santa Cruz de Tenerife, OAMC,
2004, pp. 39-47.
García Fernández, Estela. “El ius latii y los municipia latina”, Studia his-
torica. Historia antigua, 9, (1991), pp. 29-42.
González Antón, Rafael, “El primer poblamiento de Canarias. Nuevas pers-
pectivas en la investigación arqueológica”. VIII Jornadas de Estudios sobre
Lanzarote y Fuerteventura. Arrecife, 1997, T. II, (1999), pp. 305-338.
González Antón, Rafael, “Los influjos púnico-gaditanos en las Islas Cana-
rias a través de hallazgos relacionados con actividades pesqueras”, XVI
Encuentros de Historia y Arqueología: Las industrias alfareras y conser-
veras fenicio-púnicas de la Bahía de Cádiz, (2004a), pp. 13-37.
González Antón, Rafael. “Los guanches: una cultura atlántica”, En: Cha-
ves, F., González, R. (Eds.): Fortunatae Insulae. Canarias y el Me-
diterráneo. Catálogo de Exposición. Santa Cruz de Tenerife, OAMC,
(2004b), pp. 133-146.
González Antón, Rafael, de Balbín Behrmann, Rodrigo, Bueno Ramírez,
Primitiva, del Arco Aguilar, Mª del Carmen. La Piedra Zanata. La La-
guna, Ed. OAMC, Cabildo de Tenerife, 1995.
González Antón, Rafael, del Arco Aguilar, Mª del Carmen, de Balbín
Behrmann, Rodrigo, Bueno Ramírez, Primitiva. “El poblamiento de un
Archipiélago Atlántico: Canarias en el proceso colonizador del primer
milenio a. C.”, Eres (Arqueología), 8 (I), (1998), pp. 43-100.
González Antón, Rafael, del Arco Aguilar, Mª del Carmen. “Cerámica y
pesca en Canarias”, Spal, 10, (2001), pp. 295-310.
González Antón, Rafael, del Arco Aguilar, Mª del Carmen, González
Ginovés, Laura, Rosario Adrián, Mª Candelaria, del Arco Aguilar,
Mª Mercedes. “Estudio crítico sobre las inscripciones alfabéticas cana-
rias. Desde el pasado inoperante al futuro por hacer”, Eres (Arqueología/
Bioantropología), 11, (2003), pp. 17-40.
González Antón, Rafael, del Arco Aguilar, Mª del Carmen. “Otros con-
ceptos, otras miradas sobre la religión de los guanches”, Eres (Arqueolo-
gía/Bioantropología), 14, (2006), pp. 9-23.

574
González Antón, Rafael, del Arco Aguilar, Mª del Carmen. Los enamo-
rados de la Osa Menor. Navegación y pesca en la protohistoria de Cana-
rias. Sevilla, Ed. OAMC, Cabildo de Tenerife. Canarias Arqueológica.
Monografías, 1, 2007.
González Antón, Rafael, del Arco Aguilar, Mª del Carmen. “Navegacio-
nes exploratorias en Canarias a finales del II milenio a. C. e inicios del
primero. El cordón litoral de La Graciosa (Lanzarote)”, Canarias Arqueo-
lógica, 17, anejo (2009).
González Ponce, Francisco J. “Tradición literaria y conocimiento cientí-
fico. Los Periplos en el extremo de Occidente”. En: Chaves, F., Gonzá-
lez, R. (Eds.): Fortunatae Insulae. Canarias y el Mediterráneo. Catálogo
de Exposición. Santa Cruz de Tenerife, OAMC, (2004), pp. 61-70.
Gozálbes Cravioto, Enrique. “Carteia y la región de Ceuta. Contribución
al estudio de las relaciones entre ambas orillas del Estrecho en la Anti-
güedad clásica”. Congreso Internacional Estrecho de Gibraltar (Ceuta,
1987), T. I, (1988), pp. 1047-1077.
Gozálbes Cravioto, Enrique. “La Mauritania Tingitana. De los orígenes del
reino a la época de los Severos”. En: Chaves, F., González, R. (Eds.):
Fortunatae Insulae. Canarias y el Mediterráneo. Catálogo de Exposi-
ción. Santa Cruz de Tenerife, OAMC, 2004, pp. 103-116.
Hernández Hernández, Francisca, Sánchez Velázquez, Dolores. “Informe so-
bre las excavaciones arqueológicas en la Cueva de Villaverde (Fuerteventu-
ra)”, Investigaciones Arqueológicas en Canarias, II, (1990), pp. 79-92.
Hernández Hernández, Francisca, Lomoschitz, A., Meco Cabrera, Joaquín,
Sánchez Velázquez, Dolores, del Toro, Armando. “The archaeological
site of “Cueva de Villaverde” (Fuerteventura). Holocene palaeoenviron-
ment and human occupation in a volcanic tube”. En Petit-Maire, N. (Ed.)
Deserts. Evolution passee et future. Past and future evolution. Fuerteven-
tura Workshop IGCP-252, pp. 76-90. Marseille. CNRS.
Izquierdo Peraile, Isabel, Kbiri Alaoui, Mohamed, Bonet Rosado, Helena,
Milou, Brahim. “Las fases púnico-mauritanas I (175/150 a 80/50 a. C.)
y II (80/50 a. C.-15 d. C.)”, Saguntum Extra 4: Lixus. Colonia fenicia y
ciudad púnico-mauritana. Anotaciones sobre su ocupación medieval,
Valencia, Ed. Universidad de Valencia, 2001, pp. 141-168.
Jiménez, José Antonio, Mederos Martín, Alfredo. Comisión de Antigüedades de la
Real Academia de la Historia: Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla. Extranjero.
Catálogo e índices, Madrid, Ed. Real Academia de la Historia, 2001.

575
Jiménez Sánchez, Sebastián. “El yacimiento arqueológico de El Junquillo,
en Rosita del Vicario (Barranco de la Torre, Fuerteventura). Campaña de
1945”, Revista de Historia Canaria, T. XXX, (1965-1966), pp. 19-34.
Jodin, André. Mogador, comptoir phénicien du Maroq Atlantique, Rabat,
Ed. Division des Monumets Historiques et des Antiquites du Maroc.
Études et travaux d’archéologie marocaine, vol. II. Villes et sites du
Maroc Antique, 1966.
Jodin, André. Volubilis Regia Iubae. Contribution à l’étude des civilisa-
tions du Maroc Antique préclaudien, Paris, Publications du Centre Pie-
rre Paris (UA 991), 14, 1987.
Kbiri Alaoui, Mohamed. “Revisando Kuass (Asilah, Marruecos). Talle-
res cerámicos en un enclave fenicio, púnico y mauritano”, Saguntum
extra 7, Valencia, Ed. Universidad de Valencia, 2007.
Kouici, Nassera. “Los contactos entre la Península Ibérica y el Norte de
África según los datos histórico-arqueológicos de época púnico-ro-
mana”, Spal, 11, (2002), pp. 277-296.
Le Canarien. Crónicas francesas de la conquista de Canarias, Santa
Cruz de Tenerife, Ed. Aula de Cultura de Tenerife, Cabildo de Tene-
rife, 1980 [1404].
León Hernández, José de, Perera Betancort, M.ª A., Hernández Bau-
tista, R., Santis de Paz, T., Cabrera Alemán, J. A., Robayna Fer-
nández, M. A., Cuenca Sanabria, J., Hernández Camacho, P., Ce-
judo Betancort, M., Miranda Valerón, J. J., De León Machín, N.,
Quintana Ramos, T. “Aproximación a la descripción e interpretación
de la Carta Arqueológica de Fuerteventura, archipiélago de Cana-
rias”. I Jornadas de Historia de Fuerteventura y Lanzarote, Puerto
del Rosario, T. II (1987), pp. 65-221.
Lillo Carpio, Pedro A. “El kálathos como vaso de contenido cultual”.
En: García Cano, J. M., Conde Guerri, E., Page del Pozo, V.
(Eds.): Pedro A. Lillo Carpio y la cultura ibérica. Materiales ar-
queológicos, vol. I, (2007) [1999], pp. 403-415 [365-377].
López Mullor, Alberto. “Las cerámicas de paredes finas en la fachada
mediterránea de la Península Ibérica y las Islas Baleares”. En: Ber-
nal Casasola, D., Ribera i Lacomba, A. (Eds.): Cerámicas hispano-
rromanas. Un estado de la cuestión, (2008), pp. 343-384.
López Pardo, Fernando. “Apuntes sobre la intervención hispana en el
desarrollo de las estructuras económicas coloniales en Mauritania

576
Tingitana”, I Congreso Internacional del Estrecho de Gibraltar,
Ceuta, 1987, tomo I, (1988), pp. 741-748.
López Pardo, Fernando. “Puntos de mercado y formas de comercio en
las costas atlánticas de la Lybie en época fenicio-púnica”. En: Cha-
ves, F., González, R. (Eds.): Fortunatae Insulae. Canarias y el Me-
diterráneo. Catálogo de Exposición. Santa Cruz de Tenerife, OAMC,
(2004), pp. 85-100.
López Pardo, Fernando, Mederos Martín, Alfredo. La factoría fenicia de
la isla de Mogador y los pueblos del Átlas. Sevilla, Ed. OAMC, Cabildo
de Tenerife. Canarias Arqueológica. Monografías, 3, 2008.
Lorenzo, Antonio, Morera, Marcial, Ortega, Gonzalo. Diccionario de
canarismos, La Laguna, Ed. Francisco Lemus, 1999.
Machado Yanes, Mª del Carmen. “Reconstrucción paleoecológica y et-
noarqueológica por medio del análisis antracológico. La Cueva de Vi-
llaverde, Fuerteventura”. En: Ramil-Rego, P. (Coord.), Biogeografía
Pleistocena-Holocena de la Península Ibérica, (1996), pp. 261-274.
Martín de Guzmán, Celso. “Arqueología del territorio de Fuerteventura”,
Investigaciones Arqueológicas en Canarias, II, (1990), pp. 113-134.
Mederos Martín, Alfredo. “El impacto del descubrimiento de inscripciones
alfabéticas en la arqueología canaria de la segunda mitad del siglo XIX:
la inscripción del Barranco de la Torre (Antigua, Fuerteventura)”. Tebeto.
Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, XVIII, (2005),
pp. 13-34.
Mederos Martín, Alfredo, Escribano Cobo, Gabriel. Fenicios, púnicos y
romanos. Descubrimiento y poblamiento de las Islas Canarias. Madrid,
Ed. Dir. Gral. de Patrimonio Histórico, Viceconsejería de Cultura y De-
portes. Gobierno de Canarias, Col. Estudios Prehispánicos, 11. 2002.
Mederos Martín, Alfredo, Valencia Afonso, Vicente, Escribano Cobo,
Gabriel, Arte rupestre de la prehistoria de las Islas Canarias, Madrid,
Ed. Dir. Gral. de Patrimonio Histórico, Viceconsejería de Cultura y De-
portes. Gobierno de Canarias, Col. Estudios Prehispánicos, 13. 2003.
Mederos Martín, Alfredo, Escribano Cobo, Gabriel. “Mare Purpureum.
Producción y comercio de la púrpura en el litoral atlántico norteafrica-
no”. Rivista di Studi Fenici, XXXIV, (2006), pp. 71-96.
Mederos Martín, Alfredo, Escribano Cobo, Gabriel. “Pesquerías púni-
co-gaditanas y romano republicanas de túnidos: el mar de las calmas de

577
las Islas Canarias (300-20 a. C.)”. En: R. González Antón, F. López y V.
Peña Romo (Eds.): Los fenicios y el Atlántico. IV Coloquio del CEFYP
(Santa Cruz de Tenerife, 2004). Madrid, Centro de Estudios Fenicios y
Púnicos, (2008), pp. 345-378.
Mínguez Morales, José Antonio. “Tipos y producciones en las cerámicas
de paredes finas procedentes del “municipium Augusta Bilbilis” (Huér-
meda-Calatayud, Zaragoza)”, Boletín del Seminario de Estudios de
Arte y Arqueología: BSAA, T. 68, (2002), pp. 105-130.
Moreno Medina, Claudio Jesús. Articulación territorial en espacios insu-
lares: las vías de comunicación terrestres en Canarias, siglos XVI-XIX.
Tesis doctoral. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, 2005.
Muñoz Jiménez, Rafael. La Piedra Zanata y el mundo mágico de los
guanches. Museo Arqueológico. Cabildo de Tenerife, 1994.
Muñoz Vicente, Ángel. “Ánforas gaditanas de época bárcida para el
transporte de salazones. Sus influencias en modelos de las Islas Ca-
narias”. Eres (Arqueología/Bioantropología), 11, (2003), pp. 41-60.
Navarro Artiles, Francisco, Cerdeña Ruiz, Rosario, Morales Cha-
cón, Estrella (Coords.). Toponimia de Fuerteventura. I. Catálogo
toponímico de Betancuria, Puerto del Rosario, Ed. Servicio de Pu-
blicaciones del Cabildo de Fuerteventura, 1999.
Navarro Artiles, Francisco, Cerdeña Ruiz, Rosario, Morales Cha-
cón, Estrella (Coords.). Toponimia de Fuerteventura. II. Catálogo
toponímico de La Antigua, Puerto del Rosario, Ed. Servicio de Pu-
blicaciones del Cabildo de Fuerteventura, 2000.
Niveau de Villedary y Mariñas, Ana María. “El espacio geopolítico
gaditano en época púnica. Revisión y puesta al día del concepto de
«Círculo del Estrecho»”. Gerión, 19, (2001), pp. 313-354.
Niveau de Villedary y Mariñas, Ana María. Cerámicas gaditanas
“tipo Kuass”. Bases para el análisis de la bahía de Cádiz en época
púnica, Madrid, Ed. Real Academia de la Historia. Bibliotheca Ar-
chaeologica Hispana, 21, 2003.
Niveau de Villedary y Mariñas, Ana María. “La aportación de la cul-
tura material a la delimitación del “Círculo del Estrecho”: la vajilla
helenística tipo Kuass”. En: R. González Antón, F. López y V. Peña
Romo (Eds.): Los fenicios y el Atlántico. IV Coloquio del CEFYP
(Santa Cruz de Tenerife, 2004). Madrid, Centro de Estudios Fenicios
y Púnicos, (2008), pp. 257-297.

578
Otero Morán, Paloma. “Unidad de Olontigi. Unidad de Kontrebia
Karbika”. En: Chaves, F., González, R. (Eds.): Fortunatae Insulae.
Canarias y el Mediterráneo. Catálogo de Exposición. Santa Cruz de
Tenerife, OAMC, 2004, pp. 258-259.
Pichler, Werner. Las inscripciones rupestres de Fuerteventura. Puerto
del Rosario, Ed. Servicio de Publicaciones del Cabildo de Fuerte-
ventura, 2003.
Pinto y de la Rosa, José María. Apuntes para la historia de las anti-
guas fortificaciones de Canarias, Madrid, Ed. Museo Militar Regio-
nal de Canarias, 1996 [1954].
Plinio El Viejo. Historia Natural, Libros III-VI. Madrid, Biblioteca
Clásica, 250, Editorial Gredos, 1998.
Rodríguez Delgado, Octavio. “Flora y vegetación terrestre. La trans-
formación del paisaje vegetal”. En: Rodríguez Delgado, Octavio
(Coord.), Patrimonio Natural de la isla de Fuerteventura. Puerto del
Rosario, Cabildo de Fuerteventura, (2005), pp. 141-195.
Rodríguez Martín, Conrado, González Antón, Rafael. “Colonización y
asentamiento en islas por grupos humanos: aspectos biogeográficos y
bioantropológicos”. Eres (Arqueología/Bioantropología), 11, (2003), pp.
115-133.
Rodríguez Martín, Conrado, González Antón, Rafael, del Arco Agui-
lar, María del Carmen. “La colonización humana de islas en la pre-
historia. Un modelo teórico para el estudio de poblamientos insulares”.
En: Beltrán Tejera, Esperanza, Afonso-Carrillo, Julio, García Ga-
llo, Antonio, Rodríguez Delgado, Octavio (Eds.) Homenaje a Wol-
fredo Wildpret de la Torre. La Laguna. Instituto de Estudios Canarios.
(2009), pp. 785-795.
Roldán Verdejo, Roberto, Delgado González, Candelaria. Acuerdos del
Cabildo de Fuerteventura I (1605-1700), Puerto del Rosario, Ed. Servi-
cio de Publicaciones del Cabildo de Fuerteventura, 2008.
Rumeu de Armas, Antonio. Canarias y el Atlántico. Piraterías y ataques
navales, T. III, segunda parte, Madrid, Ed. Viceconsejería de Cultura y
Deportes. Gobierno de Canarias, 1991 [1947].
Santana Santana, Antonio. “Consideraciones en torno al medio natural
canario anterior a la conquista”. Eres (Arqueología/Bioantropología),
11, (2003), pp. 61-75.

579
Santana Santana, Antonio, Arcos Pereira, Trinidad, Atoche Peña, Pa-
blo, Martín Culebras, José. El conocimiento geográfico de la costa
noroccidental de África en Plinio: la posición de Canarias. Zürich,
Spudasmata, 88. Olms., 2002.
Santana Santana, Antonio, Arcos Pereira, Trinidad. “Las dos islas Hes-
pérides atlánticas (Lanzarote y Fuerteventura, Islas Canarias, España)
durante la antigüedad: del mito a la realidad”. Gerión, 24, nº 1, (2006),
pp. 85-110.
Schrader, Carlos. “El mundo conocido y las tentativas de exploración:
los orígenes de la geografía descriptiva en Grecia”. En: Gómez Espelo-
sín, F. J., Gómez-Pantoja, J. (Eds.), Pautas para una seducción. Ideas y
materiales para una nueva asignatura: Cultura Clásica. Madrid, Edi-
ciones Clásicas, 1991, pp. 102-106.
Serra Ràfols, Elías. “Castillos betancurianos de Fuerteventura”. Revista
de Historia, XVIII, (1952), pp. 509-527.
Serra Ràfols, Elías. “Notas histórico-arqueológicas acerca de Fuerteven-
tura”. Revista El Museo Canario, XXI, (1960), pp. 367-376.
Tejera Gaspar, Antonio, Perera Betancor, Mª Antonia, Sosa Suárez,
Elena. “El castillo betancuriano de “Rico Roque” y el “Puerto de los
Jardines” de Fuerteventura”. XIII Coloquio de Historia Canario-Ame-
ricana; VIII Congreso Internacional de Historia de América (AEA)
1998, (2000), pp. 1816-1823.
Torres Cabrera, Juan Miguel, Rodríguez Rodríguez, Antonio, Tejedor
Salguero, Marisa. “Los suelos”. En: Rodríguez Delgado, Octavio
(Coord.), Patrimonio Natural de la isla de Fuerteventura. Puerto del
Rosario, Cabildo de Fuerteventura, 2005, pp. 59-79.
Torriani, Leonardo. Descripción e historia del reino de las Islas Canarias
antes Afortunadas, con el parecer de sus fortificaciones, Santa Cruz de
Tenerife, Goya Ediciones, 1978 [1592].
Villaverde Vega, Noé. Tingitana en la antigüedad tardía (ss. III-VII),
Madrid, Ed. Real Academia de la Historia. Bibliotheca Archaeologica
Hispana, 11, 2001.
Villaverde Vega, Noé. “Nuevos datos arqueológicos de Russadir (Meli-
lla)”. L’Africa romana, XV, vol. III, (2004), pp. 1837-1876.

580
ÁNFORA ROMANA BAJOIMPERIAL DE EL COTILLO
(LA OLIVA, FUERTEVENTURA)

Gabriel Escribano Cobo


Programa de Doctorado
Departamento de Prehistoria, Antropología e Historia Antigua, ULL

Rosario García Giménez


Departamento de Geología y Geoquímica, UAM

Alfredo Mederos Martín


Departamento de Prehistoria y Arqueología, UAM

581
Resumen: un ánfora romana fue hallada en la playa del Castillo de El Coti-
llo (La Oliva, Fuerteventura), ca. 1980-85. Se trata de un ánfora bajoimperial,
Dressel 23B, producida en la Bética, Málaga Occidental, destinada al comercio
de aceitunas y aceite, cuya cronología podría centrarse entre el 300-450 d.C. Su
presencia en Fuerteventura coincide con una etapa de recuperación de las facto-
rías de salazones en la costa atlántica norteafricana en Lixus, Kuass, Tahadartz y
Mogador.
Palabras clave: Fuerteventura; ánfora romana; Dressel 23B; aceite; aceitunas;
Bajoimperio.

Abstract: a Roman amphora was found in the Beach of the Castle of Cotillo
(La Oliva, Fuerteventura), ca. 1980-85. This is a Late Roman amphora Dressel
23B, produced in the Baetica, Western Malaga, for trade of olives and oil, whose
chronology could focus among 300-450 AD. Its presence in Fuerteventura coin-
cides with a recovery of fish salting factories in the North African Atlantic coast
as Lixus, Kuass, Tahadartz and Mogador.
Key words: Fuerteventura; roman amphora; Dressel 23B; olive oil; olives;
Late Roman.

582
1. Introducción

Entre los años 1964-1970 puede decirse que fue el momento de mayor
interés sobre arqueología subacuática en Canarias tanto desde los medios
de comunicación de las islas como entre los especialistas de Protohistoria
y Arqueología Clásica en España, tras el hallazgo por un buceador aficio-
nado en el islote de La Graciosa de un ánfora romana K 109, en septiembre
de 1964, recogido tres meses después por García y Bellido (1964: 56, 60)
en las páginas del periódico de tirada nacional ABC. Poco después fue
publicada formalmente por Serra Ràfols (1963-64: 231-232), quien tam-
bién la presentó en el IX Congreso Nacional de Arqueología celebrado en
Valladolid en 1965 (Serra Ràfols, 1966: 373-375, lám. 1).
En los cinco años siguientes, buceadores aficionados y pescadores lo-
calizaron una nueva ánfora romana del tipo K 109 Ágora de Atenas en La
Graciosa (García y Bellido, 1967: 27-28; Serra Ràfols, 1970: 428, lám. 1;
Pellicer, 1970: 47; Blázquez, 1977: 48-49) y la parte superior de un ánfora
Almagro 51C aparecida en Los Charcos, en el sureste de Lanzarote (Serra
Ràfols, 1970: 428, fig. 2; García y Bellido, 1970: 196), junto a 8 botijas,
inicialmente atribuidas también a época romana, que no fueron considera-
das de los siglos XVI-XVIII hasta seis años después (Pellicer, 1970).
Tras un paréntesis de diez años, fue a partir de las primeras prospeccio-
nes arqueológicas subacuáticas en Canarias, dirigidas por A. Tejera y R.
de Balbín desde 1979, cuando se comenzó a adoptar un posicionamiento
escéptico hacia la atribución romana de las ánforas de La Graciosa y Lan-
zarote. Así, dos fragmentos de nuevas ánforas romanas publicadas durante
los años ochenta, una Dressel 2-4 procedente de Punta de Guadamojete en
Tenerife (Tejera y Balbín, 1983: 10-11, lám. 1/1) y una Dressel 7-11 de El
Río de La Graciosa (Delgado Baudet, 1987: 7, fot. 9), fueron consideradas
bajomedievales o modernas, lo que contribuyó a generalizar en los años
siguientes la opinión de tratarse de hallazgos excepcionales, aislados de

583
pecios, dudosos, e incluso probablemente de los siglos XVIII o XIX (Mar-
tín de Guzmán, 1985-86: 29; Delgado Baudet, 1987: 6-7 y 1990: 40; Eddy
1994: 117; Atoche et alii, 1995: 68, 71, 76; Beltrán Lloris, 1995: 9).
Sin embargo, cuando se multiplicaron los hallazgos, tanto subacuáti-
cos al hacerse un seguimiento detallado de ellos (Escribano y Mederos,
1996a y 1996b; Mederos y Escribano, 2002), como terrestres en Lanzarote
(Atoche et alii, 1995; Criado y Atoche, 2003; Atoche, 2009: 131 tabla 6),
revisándose también opiniones previas (Atoche, 2008), se acentuó el re-
chazo por parte del Área de Arqueología de la Universidad de La Laguna,
el único existente en las Islas Canarias, tratándose de minimizar la impor-
tancia de los hallazgos (Chávez y Tejera, 2001; Tejera, Chávez y Montes-
deoca, 2006: 65-79; Chávez y Tejera, 2010: 35-36), y se sigue insistiendo
que “sin negar que algunas [ánforas] pudieran ser romanas, hay que ser
prudentes a la hora de valorar estos restos como de segura procedencia ro-
mana” pues “entre los materiales más comunes recuperados en el entorno
de estos hallazgos están presentes los anforoides y botijuelas (…) propias
de los siglos XVI al XIX” (Chávez y Tejera, 2010: 36), opiniones que sólo
nos producen perplejidad y que ponen en evidencia el paupérrimo nivel de
discusión científica existente.

2. El Puerto del Roque de Mascona o de El Cotillo

El Puerto del Roque de Mascona, situado en el noroeste de la isla de


Fuerteventura, fue el más importante de la isla con el Puerto de la Peña
(Pájara) a lo largo del siglo XVI y primera mitad del siglo XVII, siendo
utilizado durante el siglo XVI en expediciones esclavistas realizadas en la
costa atlántica africana (Lobo, 1982: 70), denominándose alternativamente
Puerto del Roque en 1599, 1602, 1604 y 1606 (Lobo, 1990-91: 74-76, 99,
123, 141) o del Roque de Mascona en 1599 y 1606 (Lobo, 1990-91: 80,
140-141). También en estos protocolos el puerto es mencionado por ser
utilizado en la exportación de ganado vacuno, cabrío, ovino y caballar ha-
cia el Puerto de Santa Cruz de Tenerife, trigo al de Santa Cruz de La Palma,
y orchilla a Gran Canaria y Cádiz (figs. 1- 6).
Durante el siglo XVII tenemos referencias sobre comercio con Madeira
en 1610 (Roldán y Delgado, 1970: 86) y Lanzarote en 1642 (Roldán y Del-
gado, 1970: 260), habiendo constancia además de una gran actividad por-
tuaria en este siglo, sin mayores precisiones, ya que se cita que arribaban
embarcaciones de numerosos puntos de origen (Roldán y Delgado, 1970:
289), complementándose con el Puerto del Tostón.

584
La decadencia del Puerto del Tostón (La Oliva) presumiblemente afectó
al Puerto del Roque de Mascona, que ya no es mencionado en el siglo XIX,
en los diccionarios de Miñano y Madoz.
El Roque de Mascona, actualmente unido a tierra por el muelle pesque-
ro, aportaba refugio a las embarcaciones que atravesaban el canal de La
Bocaina entre Lanzarote y Fuerteventura, o bien descendían directamente
por la fachada occidental de Lanzarote (figs. 7-8).

3. Descripción del ánfora

Procedencia: Playa del Castillo de El Cotillo. Norte de Fuerteventura.


Fecha: década de 1980-89.
Profundidad: 5 m
Distancia de la costa: 200 m
Tipo: Dressel 23 (Dressel, 1899: lám. II); Dressel 23B (Beltrán Lloris,
1970: 515, fig. 206/4); Keay XIIIB-XIIIC (Keay, 1984: 81, fig. 21/1), Class
26 (Peacock y Williams, 1985: 141, fig. 69); Dressel 23 (Sciallano y Sibe-
lla, 1991: 67); Dressel 23B (Berni, 1997: 59, fig. 13h).
Lugar de fabricación: Bética, Andalucía.
Utilización: transporte, almacenamiento.
Contenido probable: aceitunas, aceite.
Datación: 300-500 d.C. (Beltrán Lloris, 1970: fig. 240); 200-400 d.C.
(Peacock y Williams, 1985: 141); 290-450 d.C. (Sciallano y Sibella, 1991:
67); 290/310- d.C. (Berni, 1997: 57); 250-475 d.C. (Járrega, 2000: 613).
Morfología: 11 cm de altura máxima conservada. 25 cm de diámetro máxi-
mo conservado. 15.5 cm de diámetro de boca. Color rojo-naranja (figs.
9-12).
Depósito: colección particular en Fuerteventura.
Bibliografía: inédita.

4. Las ánforas Dressel 23

Las ánforas Dressel 23 son resultado del cambio de contenedores y dis-


minución de tamaño que se produce con las ánforas olearias en el siglo III
d.C., pasándose de unas 216 libras, de 0.3289 grs, es decir, 71 kg, a unas
80 libras, 26.312 kg (Berni, 1997: 58), que suponía unificarlo al valor de

585
la medida de un ánfora o cuadrantal de 26.25 litros. Podría ser el resulta-
do final del proceso de reducción de las Dressel 20, primero a Dressel 20
parva y finalmente a Dressel 23 como sugiere Berni (1997: 57). Frente a
la elevada uniformidad de las Dressel 20, hay una marcada variabilidad de
esta ánfora, distinguiéndose 4 variantes, 23A-D (Berni, 1997: 61-63; Járre-
ga, 2000: 606-611) o 5, XIIIA-E (Keay, 1984: 140-146), e incluso dentro
de cada variante (figs. 13-15).
Está constatada su fabricación en el valle bajo y medio del Guadalquivir, en
particular entre Sevilla y Córdoba, con 17 talleres identificados: El Tejarillo,
Arva, El Tesoro, Azanaque-Castillejo, El Judío, La Catria, Haza del Olivo,
Manuel Nieto, El Acebuchal, Casas de Picón, Cortijo de Romero, Villacisne-
ros, Malpica Sur, Tierras del Judío, Malpica, Alcorista y Las Delicias (Reme-
sal, 1991: 357, fig. 1), al que más recientemente se ha unido la propia Sevilla,
con la excavación en el Hospital de las Cinco Llagas, sede del Parlamento
andaluz (García Vargas, 2000: 242), localizándose las variantes Dressel 23A
y C. La ausencia de epigrafía en las Dressel 23, salvo en algún ejemplar de
Dressel 23C (Berni, 1997: 58), hizo inicialmente minusvalorar su importancia
en las primeras prospecciones del valle del Guadalquivir por parte de Ponsich
(1974) y Remesal (1991: 358) (figs. 16-17).
El ánfora es importante porque demuestra la continuidad de las expor-
taciones de aceite y aceitunas de la Bética a partir de Diocleciano, em-
perador entre el 284-305 d.C., que tras dividir el Imperio en tres grandes
prefecturas, Galias, Italia y Oriente, supuso una disminución de las expor-
taciones de aceite bético hacia Roma, las cuales se orientaron más hacia
la Galia, Germania (Remesal, 1986) y Britania (Carreras, 1992: 13, fig.),
donde en fechas relativamente recientes se localizaron las primeras ánforas
Dressel 23.
Su contenido, de acuerdo con dos inscripciones pintadas que conoce-
mos en Roma, era el transporte de aceitunas, olivas colombares (CIL, XV
4803a-b) y olivas sa[li]tas (CIL, XV 4.804) (Dressel, 1891), además del
presumible de aceite.
La presencia de las Dressel 23 en el pecio de Cabrera III (Guerrero y
Colls, 1982: 5, 18-20; Guerrero, Colls y Mayet, 1987; Bost et alii, 1992),
indica que ya se comercializaban al menos desde el 253 d.C., la fecha de la
moneda más tardía del barco, salvo que todas las monedas estuviesen cir-
culando algunos años después, asociadas a Dressel 20, Dressel 20 parva y
Tejarillo I. También han sido constatadas en los pecios de Femmina Morta
(Agrigento, Sicilia) del siglo IV d.C., Mateille A (Aude, Francia) del siglo
V, Sud-Lavezzi 1 (Córcega) del siglo IV y Les Catalans de Marsella del

586
siglo IV (Parker, 1992: nº 280, 398, 682 y 1117; Liou, 2000: 1069, 1071,
1073 y 1075), aunque la cronología de Les Catalans también se sugiere
alargar hasta mediados del siglo V d.C. (Járrega, 2000: 614), tratándose de
Dressel 23D, la variante más tardía (Berni, 1997: 62). También hay dife-
rentes variantes en el pecio de Port-Vendres I de fines del siglo IV e inicios
del siglo V (Berni, 1997: 58) (fig. 18).
Los hallazgos más destacables son la presencia de una gran cantidad
de Dressel 23B en las bóvedas del circo de Majencio a inicios del siglo
IV d.C., pues fue emperador entre el 306-312 d.C. (Rodríguez Almeida,
1984: 166-167, fig. 68-69) o de 1.200 ánforas Dressel 23 en las bóvedas
de la Iglesia de San Gereón de Colonia (Remesal, 1986: 31, 112) (fig. 19).
Sobre su cronología, Remesal (1991: 359-360), debido a su ausencia
de Monte Testaccio, es partidario de una datación posterior al 257 d.C., a
partir del emperador Galieno, 260-268 d.C., conviviendo con las Dressel
20 durante el tercer tercio del siglo III d.C. Actualmente se propone que
las Dressel 23A y B se fabrican entre el 250-475 d.C., mientras las Dressel
23C, corresponderían al siglo V d.C., 400-500 d.C., a partir del contexto
más tardío de Vila-roma en Tarragona (Járrega, 2000: 613-614).
En general, en la Dressel 23B se incluyen las Keay XIIIB y E, mien-
tras que en las Dressel 23D, junto a las Keay XIIID incorporan las Keay
XVII y XVIII. Las Dressel 23C, incluyen las Keay XIIIC, caracterizadas
normalmente por el arranque del asa desde el borde, y también deberían
incorporar a las Keay XIV y XV (Járrega, 2000: 616-611), además de las
Tejarillo II.

5. Análisis petrográfico

A partir de la observación directa de las láminas delgadas, en la zona


externa de la cerámica se reconoce un posible rastro de engobe, que en al-
gunos puntos está recubierto por formaciones coralinas, lo que indica que
el material ha estado sumergido en el agua de mar.
Se trata de un conglomerado artificial constituido por una pasta rojiza
muy compacta. Como desgrasantes de gran tamaño, fenocristales, apare-
cen feldespatos (cristales con caras aristadas) (fig. 20), olivinos, granates y
feldespatos (fig. 21) y óxidos de hierro, lo que podría sugerir la zona entre
Cartagena y el Mar Menor, con rocas volcánicas y subvolcánicas, que pre-
sentan feldespatos y olivinos junto con plagioclasa y augita. Pero la mejor
opción son las formaciones de peridotitas de la zona de Estepona, Sierra
Bermeja, y en Sierra Alpujata al noreste de Marbella (Málaga), donde apa-

587
recen minerales de hierro, olivinos, piroxenos, plagioclasas –feldespatos
sódico-cálcicos- y ausencia de cuarzo. Las peridotitas suelen aparecer aso-
ciadas a migmatitas y gneises bandeados con grandes cristales de feldes-
pato (Serrano y Guerra, 2004: 61, 69; Villasante, 2002: 66-70, 67 fig. 3.3)
dentro del complejo Alpujárride. La fase cementante está constituida por
materiales arcillosos, ricos en sílice (figs. 22-23).
Como elemento comparativo sólo contamos con los análisis de dos
Keay XIIIE, que pueden aproximarse a las Dressel 23B. A partir de la lá-
mina delgada de una pieza de Baelo Claudia, BO-582-10E.13, se aprecia
también la presencia de feldespato, y oolitos calcáreos. La muestra del
Museo de Ceuta, MMC/302, presenta en cambio fósiles de zonas calizas
sedimentarias, chamota aristada o cerámica molida usada como desgrasan-
te y cuarzo monocristalino (Bernal, 1994: 379). En ambos casos es posible
proponer una procedencia del Valle del Guadalquivir.
En los análisis de difracción de Rayos X, la muestra de Baelo Claudia,
BO-582-10E.13, no presenta cuarzo con porcentajes elevados de calcita
(43 %), plagioclasa (22 %) y dolomita. Una segunda muestra del Museo de
Ceuta, MMC/302, tiene porcentajes parecidos, calcita (45 %), plagioclasa
(28 %), cuarzo (23 %) y dolomita (4 %) (Bernal, 1994: 378).

Tabla 1. Distribución sintética de las muestras de cerámica romana de El Bebedero (LA=Lanzarote), anali-
zadas en Atoche et alii (1995: 48-61, 113-121).

588
La presencia del ánfora Dressel 23 ha sido propuesta en el yacimiento
de El Bebedero (Lanzarote) a partir del análisis de dos amorfos, un frag-
mento en el estrato III-IV y otro en el estrato IV, apareciendo en ambos
micaesquistos o micacita, roca compuesta de mica y cuarzo.

6. Conclusiones

Esta cerámica es la primera ánfora romana localizada en la isla de Fuer-


teventura. Previamente habíamos publicado la foto de una Dressel 30 que
nos había pasado amablemente el Dr. A. Tejera, a inicios de los años 90,
quien la creía procedente de Fuerteventura al habérsela proporcionado J.

Tabla 2. Ánforas encontradas en yacimientos subacuáticos de las Islas Canarias y presencia en yacimientos
terrestres a partir de las correlaciones propuestas para los amorfos analizados de El Bebedero. Fuentes:
Escribano y Mederos (1996a: 81-85 y 1996b: 45-46), Mederos y Escribano (2002: 229-238) y Atoche et
alii (1995: 48-61, 113-121).

589
Delgado Baudet, de la que no habíamos podido realizar un dibujo directo
de la pieza (Mederos y Escribano, 2002: 236-237, 234 fot.), pero años des-
pués la hemos localizado en una colección particular y procede del islote
de La Graciosa, de donde la extrajo su actual propietario.
En las ánforas aparecidas en las Islas Canarias con marco cronológico
dentro del Bajo Imperio, en torno a los siglos III-IV d.C., parece primar
como objeto transportado el vino, aunque la Africana II/Beltrán 56 resulta
también representativa del despegue de la explotación aceitera en la pro-
vincia de África, mientras continúan las producciones béticas de aceite y
aceitunas con la Dressel 23B. También se aprecia el papel creciente de la
Tripolitania y Sicilia, como intermediarios de las producciones egeas, caso
de las Agora de Atenas K-109, que fueron distribuidas hacia occidente.
El análisis por lámina delgada de la Dressel 23B sugiere una proce-
dencia malagueña, Sierra Bermeja en Estepona, Sierra de Alpujata al NE.
de Marbella o NW. de Benalmádena-Torremolinos, o hacia el interior del
macizo de Ronda, aunque la mayoría de talleres conocidos de este tipo de
ánforas corresponden al valle medio y bajo del Guadalquivir (tabla 2).
En este sentido se ha publicado el alfar de Huerta del Rincón (Torremo-
linos, Málaga), junto a la playa de la Carihuela, excavado entre 1990-95,
donde se fabricó Dressel 23 en los hornos O, P y R, datados en la segunda
mitad del siglo IV y la primera del siglo V d.C. por la presencia de Te-
rra Sigillata africana con formas Hayes 61, 325-450 d.C. y 67, 380-470

Tabla 3. Cronología de las ánforas romanas documentadas en las distintas Islas Canarias.

Tabla 4. Cronologías aproximadas de las ánforas romanas documentadas en las Islas Canarias.

590
d.C. (Serrano, Baldomero y Castaños, 1991; Baldomero et alii, 1997: 158,
174-177). El aceite es posible que procediera de la fértil cuenca agrícola
de Antequera, pero la cuenca baja del Guadalhorce también sería un área
adecuada.
Aunque la Dressel 23B tiene una cronología máxima entre el 260-475
d.C., puede ajustarse mejor al 300-450 d.C., es decir, los siglos IV y pri-
mera mitad del V, siendo los mejores ejemplos de Dressel 23B de inicios
del siglo IV, con el emperador Majencio entre el 306-312 d.C. Si tenemos
en cuenta que Tenerife prácticamente cubre toda la secuencia republicana,
altoimperial y bajoimperial, hace presumible que en un futuro se amplíe
el registro subacuático con ánforas altoimperiales para Fuerteventura y La
Graciosa (tablas 3 y 4).
Dentro de la dinámica comercial del litoral atlántico norteafricano, a
principios del siglo III d.C. fueron abandonadas diversas factorías de sa-
lazones en el litoral mauretano, las factorías 2, 5-6 y 9 de Lixus (Ponsich,
1988: 107, 112, 118, 129), las factorías 2-3 y 5 de Tahadartz (Ponsich,
1988: 145-149), Ras Achakar (Ponsich, 1988: 158-159), Oued Lian (Ta-
rradell, 1966: 435), Zhara (Ponsich, 1988: 160) o Alcázarseguer (Ponsich,
1988: 162), no obstante, los contactos no se interrumpen con Canarias,
siendo el mejor ejemplo una Africana IIA Grande, ca. 200-300 d.C., de
Túnez, que procede del noroeste de Tenerife (Escribano y Mederos, 1996:
84-85, 98 fig. 7).
Sin embargo, un siglo después, se inicia una notable recuperación, a
partir del 325 d.C. hasta ca. 425 d.C., con la reapertura de las factorías de
salazones 2, 5-6 y 9 de Lixus, Kuass, Tahadartz 1, Alcázarseguer, Septem
fratres-Ceuta, Rusaddir-Melilla y finalmente, por su relevancia en la ruta
hacia el sur, Mogador.
Probablemente dentro de esta recuperación durante la primera mitad del
siglo IV podemos incluir esta Dressel 23B de El Cotillo en Fuerteventura,
lo que garantiza que estas relaciones se mantuvieron constantes hasta ini-
cios o mediados del siglo V d.C.
Durante este periodo, la Dressel 23 la tenemos documentada en Sep-
tem fratres-Ceuta (Bernal, 1996: 1202-1205, 1224 fig. 12), Lixus (Mlilou,
2005: 83 fig. 8), con 7 fragmentos de borde, y Volubilis (Monkachi, 1988:
82-85; Pons, 2009: 67).
Una continuidad que también reflejan las factorías de salazones de
Lixus 1 y 3-9 o Tahadartz 1 que parecen mantenerse en uso hasta ca. 525
d.C. (Ponsich, 1988: 105, 108, 110, 112, 121, 145; Villaverde, 1992: 346).

591
Fig. 1. Fuerteventura, la isla canaria más próxima al continente africano. European Space Agency.

Fig. 2. Fuerteventura, con El Cotillo en el NW de la isla. NASA.

592
Fig. 3. Canal de La Bocaina que separa Lanzarote de Fuerteventura, posible acceso desde el este hacia El
Cotillo. Google-Earth-Grafcan.

Fig. 4. Playa y puerto de El Cotillo. Google-Earth-Grafcan.

593
Fig. 5. Playa de El Cotillo desde el castillo de El Cotillo.

Fig. 6. Vista de la playa de El Cotillo.

594
Fig. 7. Vista aérea del Puerto del Roque de Mascona o El Cotillo. Google-Earth-Grafcan.

Fig. 8. Vista del acceso al Puerto del Roque de Mascona o El Cotillo.

595
Fig. 9. Ánfora Dressel 23B de El Cotillo. Detalle de asa arrancando justo debajo del borde.

Fig. 10. Ánfora Dressel 23B de El Cotillo. Detalle de asa opuesta que arranca del cuello, ejemplo de la
variabilidad en la fabricación de estas ánforas en un mismo ejemplar.

596
Fig. 11. Ánfora Dressel 23B de El Cotillo. Detalle de asa opuesta.

Fig. 12. Ánfora Dressel 23B de El Cotillo. Vista cenital.

597
Fig. 13. Ánfora Dressel 23 dentro de la tipología de Dressel (1899).

598
Fig. 14. Variantes del ánfora Dressel 23 en comparación con Dressel 20, según Rodríguez Almeida (1984).

Fig. 15. Evolución de las ánforas olearias de Dressel 20 a Dressel 23, según Berni (1997).

599
Fig. 16. Centros productores en el valle medio y bajo del Guadalquivir de ánforas Dressel 20 y 23, según
Remesal (1991: 357, fig. 1).

600
Fig. 17. Distribución de las ánforas Dressel 23 en la Tarraconense y en particular, Cataluña, donde se han
realizado tres tesis doctorales que incluyen estas ánforas, según Beltrán Lloris (2000: 481, fig. 25).

Fig. 18. Ánforas Dressel 23 de pecios del Mediterráneo. 3. Sud-Lavezzi 1. 4. Golfo de Fos. 5. Albenga, isla
Gallinaria. 6. Les Catalans, Marsella. 7. Saint-Raphaël. 8. Cabrera III.

601
Fig. 19. Ánfora Dressel 23b de los Mercados de Trajano (Roma), según Berni (1997: 59, fig. 13h).

Fig. 20. Lámina delgada de la Dressel 23 de El Cotillo. Feldespatos.

602
Fig. 21. Lámina delgada de la Dressel 23 de El Cotillo. Olivinos, granates y feldespatos.

Fig. 22. Geología del entorno del Mar de Alborán, Andalucía Mediterránea y Cordillera del Rif según Vi-
llalain (1995) y Villasante (2002: 62, fig. 3.1). Formaciones de peridotitas en negro en el oeste de Málaga.

603
Fig. 23. Formaciones de peridotitas del oeste de Málaga entre Torremolinos y Estepona, en Sierra Bermeja,
Sierra Alpujata y Mijas, según Tubia (1994) y Villasante (2002: 67, fig. 3.3).

Agradecimientos

Queremos agradecer a E. García Vargas atender a nuestras consultas.

Este trabajo se adscribe al Proyecto “Descubrimiento y poblamiento de las Islas Canarias


(1100 a. C. - 500 d. C.)” de la Dirección General de Patrimonio Histórico del Gobierno de
Canarias, codirigido por G. Escribano y A. Mederos.

604
Bibliografía

ATOCHE PEÑA, P. (2008): “Gentes del ámbito cultural romano en la coloni-


zación del Archipiélago Canario: las evidencias arqueológicas”. En A. de
Bethencourt Massieu (ed.): Lecturas de Historia de Canarias (Las Palmas,
2006). Academia Canaria de la Historia. Las Palmas: 13-45.
ATOCHE PEÑA, P. (2009): “Estratigrafías, cronologías absolutas y pe-
riodización cultural de la Protohistoria de Lanzarote”. Zephyrus, 63:
105-134.
ATOCHE, P.; PAZ, J.A.; RAMÍREZ, Mª.A. y ORTIZ, Mª.E. (1995): Evi-
dencias arqueológicas del mundo romano en Lanzarote (Islas Cana-
rias). Cabildo Insular de Lanzarote. Irún-Arrecife.
BALDOMERO, A.; CORRALES, P.; ESCALANTE, Mª.M.; SERRANO,
E. y SUÁREZ PADILLA, J. (1997): “El alfar romano en la Huerta del
Rincón: síntesis tipológica y momentos de producción”. Figlinae Mala-
citanae. La producción de cerámica romana en los territorios malaci-
tanos. Universidad de Málaga. Málaga: 147-176.
BELTRÁN LLORIS, M. (1970): Las ánforas romanas en España. Diputación
Provincial de Zaragoza-Institución Fernando el Católico. Zaragoza.
BELTRÁN LLORIS, M. (1995): “Prólogo”. En P. Atoche, J.A. Paz, Mª.A.
Ramírez y Mª.E. Ortiz (eds.): Evidencias arqueológicas del mundo ro-
mano en Lanzarote (Islas Canarias). Colección Rubicón, 3. Cabildo
Insular de Lanzarote. Irún-Arrecife: 7-9.
BELTRÁN LLORIS, M. (2000): “Ánforas béticas en la Tarraconense. Ba-
ses para una síntesis”. Ex Baetica Amphorae (Sevilla-Écija, 1998). II.
Gráficas Sol. Écija, Sevilla: 441-535.
BERNAL CASASOLA, D. (1994): Ánforas Tardorromanas y la Dinámica
Comercial del Estrecho de Gibraltar en la Antigüedad Tardía: Análisis
comparativo de algunos contextos Mauritanos y Béticos. Tesis de Li-
cenciatura inédita. Universidad Autónoma de Madrid. Madrid.
BERNAL CASASOLA, D. (1996): “Le anfore tardo-romane attestate a
Ceuta (Septem Fratres)”. En M. Khanoussi, P. Ruggeri y C. Vismara
(eds.): L’Africa Romana. Atti del XI Convegno di Studio del Africa Ro-
mano (Cartagine, 1994). Ozieri: 1191-1233.
BERNI MILLET, P. (1997): Las ánforas de aceite de la Bética y su presen-
cia en la Cataluña romana. Instrumenta, 4. Universitat de Barcelona.
Barcelona.

605
BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J.Mª. (1977): “Las Islas Canarias en la Anti-
güedad”. Anuario de Estudios Atlánticos, 23: 35-51.
BOST, J.P.; CAMPO, M.; COLLS, D.; GUERRERO, V. y MAYET, F.
(1992): L’épave Cabrera III (Majorque). Échanges commerciaux et
circuits monétaires au milieu du IIIe siècle après Jésus-Christ. Publica-
tions du Centre Pierre Paris, 23. De Boccard. Paris.
CARRERAS MONFORTE, C. (1992): “Dressel 23 Amphorae from Win-
chester: the first evidence in Roman Britain”. Winchester Museum Ser-
vice Newsletter, 13: 12-13.
CHÁVEZ ÁLVAREZ, E. y TEJERA, A. (2001): “Los discutidos hallazgos
subacuáticos de ánforas romanas de las Islas Canarias”. Homenaje a
Manuel Pellicer. I. Spal, 10: 311-325.
CHÁVEZ ÁLVAREZ, E. y TEJERA, A. (2010): “Evidencias arqueológi-
cas de filiación romana en las Islas Canarias”. En F. Morales Padrón
(ed.): XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana (Las Palmas,
2008). Cabildo de Gran Canaria. Las Palmas: 32-42.
CORPUS DE INSCRIPTIONUM LATINARUM XV (1891): Inscriptio-
nes Urbis Romae Latinae. Instrumentum Domesticum. H. Dressel (ed.).
Academiae Litterarum Regiae Borussiae. Georgium Reimerum. Bero-
lini-Berlin.
CRIADO, C. y ATOCHE, P. (2003): “Estudio geoarqueológico del yaci-
miento de El Bebedero (siglos I a.C. a XIV d.C., Lanzarote, Islas Cana-
rias)”. Cuaternario y Geomorfología, 17 (1-2): 91-104.
DELGADO BAUDET, J. (1987): “Arqueología subacuática en Canarias”.
Revista de Arqueología, 70: 5-7.
DELGADO BAUDET, J. (1990): “La actividad arqueológica subacuática
en Canarias”. Investigaciones Arqueológicas en Canarias, 2: 31-45.
DRESSEL, H. (1899): Instrumentum Domesticum. Corpus Inscriptionum
Latinarum. XV.2. Fasciculus 1. Academiae Litterarum Regiae Borussi-
cae-Berolini apud Geortgium Reimerum. Berlin.
ESCRIBANO, G. y MEDEROS, A. (1996a): “¿Ánforas romanas en las
Islas Canarias?. Revisión de un aparente espejismo histórico”. Tabona,
9: 75-98.
ESCRIBANO, G. y MEDEROS, A. (1996b): “Canarias. Límite meridio-
nal en la periferia del Imperio Romano”. Revista de Arqueología, 17
(184): 42-47.

606
GARCÍA y BELLIDO, A. (1964): “Las islas de los Bienaventurados”.
ABC, Madrid, 5 de Diciembre de 1964: 56, 60.
GARCÍA y BELLIDO, A. (1967): Las islas atlánticas en el mundo anti-
guo. Universidad Internacional de Canarias. Las Palmas.
GARCÍA y BELLIDO, A. (1970): “Sobre las ánforas antiguas de Cana-
rias”. Homenaje a Elías Serra Rafols. 2. Universidad de La Laguna. La
Laguna: 193-199.
GARCÍA VARGAS, E. (2000): “Ánforas romanas producidas en Hispalis:
primeras evidencias arqueológicas”. Habis, 31: 235-260.
GUERRERO, V.M. y COLLS, D. (1982): “Prospecciones arqueológicas
submarinas en la bocana del puerto de Cabrera (Baleares)”. Bolletí de
la Societat Arqueològica Luliana, 2ª S., 39 (836): 3-21.
GUERRERO, V.M.; COLLS, D. y MAYET, F. (1987): “Arqueología subma-
rina: el navío romano ‘Cabrera III’”. Revista de Arqueología, 8 (74): 14-24.
JÁRREGA DOMÍNGUEZ, R. (2000): “La difusión de la producción an-
fórica bética en el área catalana durante el periodo Bajoimperial. Las
ánforas Dressel 23”. Ex Baetica Amphorae (Sevilla-Écija, 1998). II.
Gráficas Sol. Écija, Sevilla: 605-620.
KEAY, S.J. (1984): Late Roman Amphorae in the Western Merditerranean.
A typology and economic study: the Catalan evidence. British Archaeo-
logical Reports, International Series, 196. Oxford.
LIOU, B. (2000): “Las ánforas béticas en el mar”. Ex Baetica Amphorae
(Sevilla-Écija, 1998). III. Gráficas Sol. Écija, Sevilla: 1061-1110.
LOBO CABRERA, M. (1982). La esclavitud en las Canarias Orientales
en el siglo XVI (Negros, moros y moriscos). Cabildo Insular de Gran
Canaria. Tenerife-Las Palmas.
LOBO CABRERA, M. (1990-91). Los antiguos protocolos de Fuerteven-
tura (1578-1606). Tebeto. Anexo II. Cabildo Insular de Fuerteventura.
Tenerife-Puerto del Rosario.
MEDEROS, A. y ESCRIBANO, G. (1997): “Una etapa en la ruta Moga-
dor-Canarias: cerámica romana en Lanzarote y su relación con hallaz-
gos submarinos”. Spal, 6: 221-242.
MEDEROS, A. y ESCRIBANO, G. (2002): Fenicios, púnicos y romanos.
Descubrimiento y poblamiento de las Islas Canarias. Estudios Prehis-
pánicos, 11. Dirección General de Patrimonio Histórico. Gobierno de
Canarias. Madrid.

607
MLILOU, B. (2005): “La ocupación romana. III. Les amphores tardives”.
En C. Aranegui (ed.): Lixus 2. Ladera Sur. Excavaciones arqueológicas
marroco-españolas en la colina fenicia. Saguntum Extra, 6. Universi-
dad de Valencia. Valencia: 81-85.
MONKACHI, M. (1988): Eléments d’histoire économique de la Mauréta-
nie Tingitane de l’époque préclaudienne à l’époque provinciale à partir
des amphores: le cas de Volubilis. Thèse inédite du Doctorat de Archéo-
logie, Histoire et Civilisation de l’Antiquité et du Moyen-Age (option
Antiquité). Université de Provence. Aix-en-Provence.
PARKER, A.J. (1992): Ancient shipwrecks of the Mediterranean and the
Roman Provinces. British Archaeological Reports, International Series,
580. Oxford.
PEACOCK, D.P.S. y WILLIAMS, D.F. (1985): Amphorae and the Roman
economy. An introductory guide. Longman. London.
PELLICER CATALÁN, M. (1970): “Ánforas de importación halladas en
Canarias”. Anuario del Instituto de Estudios Canarios, 14-15: 43-56.
PONS PUJOL, L. (2009): La economía de la Mauretania Tingitana (s.
I-III d.C.). Aceite, vino y salazones. Instrumenta, 34. Universitat de
Barcelona. Barcelona.
PONSICH, M. (1974): Implantation rurale antique sur le Bas-Guadalqui-
vir. I. Collection de la Casa de Velázquez, 3. Madrid.
PONSICH, M. (1979): Implantation rurale antique sur le Bas-Guadalqui-
vir. II. Collection de la Casa de Velázquez. Madrid.
PONSICH, M. (1988): Aceite de oliva y salazones de pescado. Factores
geo-económicos de Bética y Tingitania. Editorial de la Universidad
Complutense. Madrid.
PONSICH, M. y TARRADELL, M. (1965): Garum et industries antiques
de salaison dans la Méditerranée occidentale. Bibliothèque de l’École
des Hautes Études Hispaniques, 36. Presses Universitaires de France.
Paris.
RAYNAUD, C. y BONIFAY, M. (1993): “Amphores africaines”. En M.
Py, A.M. Adroher y C. Raynaud (eds.): Dictionnaire des Céramiques
Antiques (VIIème s. av. n. è.-VIIème s. de n. è.) en Méditerranée nord-oc-
cidentale (Provence, Languedoc, Ampurdan). Lattes. Lattara, 6: 15-22.
REMESAL RODRÍGUEZ, J. (1986): La annona militaris y la exportación
de aceite bético a Germania. Universidad Complutense. Madrid.

608
REMESAL RODRÍGUEZ, J. (1991): “El aceite bético durante el Bajo Im-
perio”. Arte, sociedad, economía y religión durante el Bajo Imperio
y la Antigüedad Tardía. Homenaje al Prof. Dr. D. José Mª. Blázquez
Martínez al cumplir 65 años. Antigüedad y Cristianismo, 8: 355-361.
ROBINSON, H.S. (1959): Pottery of the Roman Period. Chronology. The
Athenian Agora V. American School of Classical Studies at Athens.
Princeton University Press. Princeton.
RODRÍGUEZ ALMEIDA, E. (1984): Il Monte Testaccio: ambiente, sto-
ria, materiali. Quasar. Roma.
ROLDÁN, R. y DELGADO, C. (1970): Acuerdos del Cabildo de Fuerte-
ventura 1605-1659. Fontes Rerum Canariarum, XVII. Instituto de Es-
tudios Canarios. La Laguna.
SCIALLANO, M. y SIBELLA, P. (1991): Amphores. Comment les identi-
fier?. Edisud. Aix-en-Provence.
SERRA RÀFOLS, E. (1963-64): “La primera ánfora romana hallada en
Canarias”. Revista de Historia Canaria, 29 (141-148): 231-233.
SERRA RÀFOLS, E. (1966): “Ánfora antigua en Canarias”. En A. Beltrán
(ed.): IX Congreso Nacional de Arqueología (Valladolid, 1965). Secre-
taría General de los Congresos Arqueológicos Nacionales. Zaragoza:
373-377.
SERRA RÀFOLS, E. (1970): “Más cerámicas antiguas en aguas de Cana-
rias”. En A. Beltrán (ed.): XI Congreso Nacional de Arqueología (Mé-
rida, 1968). Secretaría General de los Congresos Arqueológicos Nacio-
nales. Zaragoza: 428-430.
SERRANO LOZANO, F. y GUERRA, A. (2004): Geología regional: el
territorio de la provincia de Málaga en el ámbito de la cordillera Bé-
tica. Departamento de Ecología y Geología. Servicio de Publicaciones
de la Universidad de Málaga. Málaga.
SERRANO RAMOS, E.; BALDOMERO, A. y CASTAÑOS, J.C. (1991):
“Notas sobre la producción de ánforas en la Huerta del Rincón (Torre-
molinos)”. Baetica, 13: 149-153.
TARRADELL MATEU, M. (1966): “Contribution à l’Atlas archéologique du
Maroc: Région de Tétuan”. Bulletin d´Archéologie Marocaine, 6: 425-433.
TEJERA, A.; CHÁVEZ ÁLVAREZ, Mª.E. y MONTESDEOCA, M.
(2006): Canarias y el África Antigua. Centro de la Cultura Popular Ca-
naria. Arafo-La Laguna.

609
TUBIA, J.M. (1994): “The Ronda peridotites (Los Reales nappe): an
example of the relationship between lithospheric tickening by oblique
tectonics and late extensional deformation within the Betic Cordillera
(Spain)”. Tectonophysics, 238: 381-398.
VILLALAÍN, J.J. (1995): Estudio paleomagnético de las Béticas occiden-
tales y sus implicaciones tectónicas. Descripción de una reimanación
regional neógena. Tesis Doctoral. Universidad Complutense. Madrid.
VILLASANTE MARCOS, V. (2002): Estudio paleomagnético de las peri-
dotitas de Ronda-Málaga. Trabajo de Investigación. Facultad de Cien-
cias Físicas. Universidad Complutense. Madrid.
VILLAVERDE VEGA, N. (2001): Tingitana en la antigüedad tardía (si-
glos III-VII): autoctonía y romanidad en el extremo occidente Medi-
terráneo. Biblioteca Archaeologica Hispana, 11. Real Academia de la
Historia. Madrid.

Gabriel Escribano Cobo: Programa de Doctorado. Departamento de Prehistoria, Antropolo-


gía e Historia Antigua. Facultad de Geografía e Historia. Universidad de La Laguna. Campus
de Guajara. 38071 La Laguna. Tenerife. E-mail: escribanocobogabriel@gmail.com

Rosario García Giménez: Profesora Titular de Cristalografía y Mineralogía, Departamento de


Geología y Geoquímica, Universidad Autónoma de Madrid, Campus de Cantoblanco. 28.049
Madrid. E-mail: rosario.garcia@uam.es.

Alfredo Mederos Martín: Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Au-


tónoma de Madrid. Facultad de Filosofía y Letras. Campus de Cantoblanco. 28.049 Madrid.
E-mail: alfredo.mederos@uam.es

610
PROSPECCIONES ARQUEOLÓGICAS SUBACUÁTICAS
EN EL BIEN DE INTERÉS CULTURAL DE EL RÍO
(LANZAROTE – LA GRACIOSA, ISLAS CANARIAS)

José Guillén Medina


Arqueología Náutica. Tibicena. Arqueología y Patrimonio S. L.

Rita Marrero Romero


Arqueología Náutica. Cabildo de Lanzarote

Cristina Ojeda Oliva


Restauradora y Conservadora en Arqueología. Tibicena. Arqueología y Patrimonio S.L.

Tinguaro Mendoza García


Arqueólogo. Tibicena. Arqueología y Patrimonio S. L.

Marco Moreno Benítez


Arqueólogo. Tibicena. Arqueología y Patrimonio S. L.

Ibán Suárez Medina


Arqueólogo. Tibicena. Arqueología y Patrimonio S. L.

Félix Mendoza Medina


Arqueólogo. Tibicena. Arqueología y Patrimonio S. L.

611
Resumen: durante el mes de enero de 2011 se realizaron prospecciones y son-
deos en la zona arqueológica subacuática incoada como Bien de Interés Cultu-
ral (BIC) de El Río (Lanzarote, La Graciosa, Islas Canarias). Estos trabajos, que
fueron los primeros realizados de forma sistemática en entornos subacuáticos de
la isla de La Graciosa, pusieron de manifiesto la potencialidad arqueológica del
lugar y la existencia de yacimientos subacuáticos de tipología variada y pertene-
cientes a distintos momentos históricos.
Palabras clave: arqueología subacuática; yacimientos arqueológicos subacuá-
ticos; La Graciosa; Canarias; SIG; conservación.

Abstract: on january 2011 underwater archaeological works were carried out


at the area defined as Bien de Interés Cultural (BIC) - El Río (Lanzarote, La
Graciosa, Canary Islands). These were the first underwater archaeological works
developed sistematically in the island of La Graciosa, which highlighted the po-
tential of the archaeological area and the existence of an important variety of
underwater sites of different historical moments.
Key words: underwater archaeology; underwater archaeological sites; La Gra-
ciosa; Canary Islands; GIS; conservation.

612
1. INTRODUCCIÓN
Los trabajos desarrollados en el mes de enero de 2011en el ámbito in-
coado como Bien de Interés Cultural (BIC) con categoría de Zona Arqueo-
lógica Subacuática de El Río (La Graciosa, Lanzarote), financiados por el
Cabildo de Lanzarote y realizados por la empresa Tibicena Arqueología y
Patrimonio SLP1, tenían una doble vertiente. Por un lado, la realización de
sondeos arqueológicos subacuáticos dentro del Puerto de Caleta de Sebo,
vinculados al estudio de impacto ambiental del proyecto de construcción
de un nuevo pantalán, con el fin de determinar la existencia o no de ma-
terial arqueológico bajo los depósitos sedimentarios del puerto. Por otro
lado, valorar la potencialidad arqueológica, en varias zonas localizadas
dentro del ámbito incoado como BIC, de donde existían referencias al ha-
llazgo de materiales cerámicos desde el año 1964.
Nos parece oportuno, antes de exponer los trabajo realizados y los re-
sultados obtenidos hasta el momento, preguntarnos aunque parezca una
obviedad, qué entendemos por arqueología subacuática y por su objeto de
estudio, el patrimonio cultural subacuático. Consideramos que este posi-
cionamiento previo nos marca las posibilidades y los límites en el desarro-
llo de nuestro trabajo que, estamos convencidos, va más allá de una acti-
vidad destinada a cubrir los expedientes administrativos de los estudios de
impacto ambiental, hacia donde parece haberse orientado la arqueología
subacuática en Canarias, a finales del siglo XX y principios del XXI. Lejos
de eso, estamos convencidos del carácter de la arqueología subacuática
como generadora de conocimiento histórico y como actividad destinada a
la conservación, protección y difusión del patrimonio cultural subacuáti-
co, en la línea de lo expresado en nuestro ordenamiento jurídico, estatal y
1
En las distintas fases del trabajo participaron, aparte de las personas que firmamos
este artículo, Javier Bermúdez Páez, Fernando Hernández Páez, Melquíades Romero
Hernández y Juan Rafael Hernández Páez.

613
autonómico, y en las cartas, recomendaciones y planes nacionales e inter-
nacionales2.
En la década de los sesenta del pasado siglo uno de los padres de la
arqueología subacuática, George Bass, manifestaba que “la arqueología
subacuática debe ser llamada simplemente arqueología” (BASS, 1966).
Planteaba, por tanto, la unidad de la disciplina independientemente de que
el medio donde se desarrollase fuera terrestre o acuático. Su finalidad sería,
al margen del desarrollo de técnicas específicas de adaptación a uno u otro
medio, la aplicación de métodos de registro arqueológico para acercarnos
al conocimiento del pasado humano (GOULD, 2000). En este sentido, con-
sideramos que, ante todo, es inherente a nuestra actividad la generación de
información histórica y el desarrollo de procedimientos teóricos y metodo-
lógicos que nos permitan el acceso a dicha información.
A la idea de la arqueología subacuática como disciplina histórica habría
que añadir su carácter consustancial a la conservación3, dado que este tipo
de actuación “es siempre un trabajo de conservación preventiva” (PÉREZ,
2003). Asimismo, las técnicas de conservación y/o restauración son básicas
para la obtención de una información histórica en contextos arqueológicos
subacuáticos, que de otra manera se perderían (ZAMBRANO et alii, 2001).
Finalmente, somos conscientes del compromiso que desde la arqueo-
logía subacuática se ha de asumir para garantizar la difusión pública del
conocimiento generado y el acceso responsable al patrimonio cultural su-
bacuático in situ, que contribuirá, en la línea de lo expresado por la Con-
vención de la UNESCO para la Protección del Patrimonio Cultural Suba-
cuático de 2001, a “un mejor conocimiento, aprecio y protección de este
patrimonio”.
Podemos afirmar que el interés por la práctica arqueológica subacuáti-
ca, o por lo menos en aquellos momentos por los materiales de proceden-
cia subacuática, tiene lugar en aguas de La Graciosa. En septiembre del
año 1964 se produce el primer hallazgo de materiales conocido, en concre-
to, un ánfora localizada en Montaña Amarilla. Al año siguiente tuvo lugar
2
Cabe señalar, en este sentido, la entrada en vigor en 2009 de la Convención de la UN-
ESCO para la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático ratificado por España
y el Libro Verde del Plan de Protección del Patrimonio Cultural Subacuático Español
del Ministerio de Cultura del año 2010, que proponen las acciones prioritarias para
una tutela efectiva del Patrimonio Cultural Subacuático.
3
El Libro Verde del Plan Nacional de Protección del Patrimonio Cultural Subacuático
Español señala en su página 80: “Para garantizar la conservación del Patrimonio Cul-
tural Subacuático es preciso que los proyectos de intervención arqueológica recojan
como requisito sine qua non, la presencia de profesionales de la conservación (…)”.

614
otro hallazgo en una zona muy cercana a Montaña Amarilla, el Rincón
del Salao, donde se halló un ánfora de similares características (TOPHAM,
1965 a, b, c).
Estos descubrimientos casuales centraron durante algún tiempo el de-
bate histórico en torno al origen de dichos materiales. Fue Elías Serra Rá-
fols (SERRA RÁFOLS, 1966-64 y 1970) siguiendo las apreciaciones for-
muladas por P. Cintas quien da pie a las discusiones, caracterizando estos
materiales como ánforas romanas K109 del Ágora de Atenas, asociable a
los ss. II-III de esta Era.
Dicha atribución cultural fue modificada por Antonio García y Bellido
(1964, 1967), quien opta por clasificarlas dentro de las formas Dressel 30
y 33 o Pelichet 47, que indicarían una datación más tardía, en torno al s.
III - IV de esta Era. Si bien, con posterioridad, se aceptará la clasificación
de Elías Serra, admitiendo que “tiene un poco de los tipos Drexel 30 a 33”,
pero “no es concretamente ninguno de ellos”, siendo “más próximo (...) al
Ágora de Atenas” del “siglo III de la Era” (GARCÍA Y BELLIDO, 1970).
Las siguientes aportaciones al problema de la atribución cultural de las
ánforas no parecen modificar sustancialmente lo planteado por los autores
anteriormente citados, aunque se aprecia un retorno a la primera atribución
de Antonio García y Bellido, Dressel 30 y 33 o Pelichet 47, encuadrados
dentro de los ss. III-IV de esta Era (PELLICER, 1970; BLÁZQUEZ, 1977).
En este sentido Pellicer (PELLICER, 1970 y 1971) planteará la posibilidad
de que fuesen ánforas Dressel 33 relacionadas con un pecio en La Graciosa
del s. IV.
La aparición de los materiales anfóricos de La Graciosa y la discusión
científica generada en torno a su origen impulsan la realización de los pri-
meros trabajos arqueológicos subacuáticos en la zona bajo la dirección
de Antonio Tejera y Rodrigo Balbín, que contaron con la participación
de buzos profesionales para la realización de los trabajos (ESCRIBANO
Y MEDEROS, 1996c). Estos trabajos, que fueron subvencionados por la
Subdirección General de Arqueología del Ministerio de Cultura, fueron
realizados durante 1982 en el Rincón del Salao, Playa de la Cocina y Ca-
leta de Sebo. Esta intervención realizada por buceadores sin formación en
arqueología, supervisados por los directores, estaba más destinada a recu-
perar piezas que al análisis de los contextos. No obstante, no se conocen
los resultados de la misma dado que no existe información derivada de
dichas actuaciones (DELGADO, 1990).
Durante la década de los ochenta del pasado siglo y entre las activi-
dades desarrolladas por el Centro Nacional de Arqueología Submarina

615
(C.N.A.S), dentro de los planes de documentación del Patrimonio Cultural
español del Instituto para la Conservación y Restauración de Bienes Cultu-
rales (I.C.R.B.C), se llevaron a cabo algunos trabajos en la zona. Así entre
1985 y 1987 J. Delgado Baudet solicita autorización para intervenir en la
zona de El Río, aunque los trabajos de campo no llegaron a realizarse, que-
dando las actuaciones limitadas al análisis de los materiales procedentes de
la zona y depositados en el Museo del Castillo de San Gabriel en Lanzarote
(DELGADO, 1987).
Con posterioridad y también al amparo de los Planes de Documenta-
ción del Patrimonio Cultural español, el C.N.A.S. inicia en el año 1989
trabajos de recopilación y catalogación de los yacimientos subacuáticos y
litorales, para establecer mecanismos de protección sobre los mismos. Así,
se realiza el Inventario de yacimientos arqueológicos marítimos y litorales
de la Provincia de Las Palmas a partir, fundamentalmente, de la consulta
de fondos bibliográficos y documentales de diferentes archivos, bibliote-
cas y museos, y de las referencias aportadas por entrevistas a pescadores,
buceadores e investigadores de la isla. En el mismo son incorporados tres
yacimientos o áreas arqueológicas subacuáticas en el entorno de La Gra-
ciosa: isla de Alegranza (Teguise), costa norte de La Graciosa (Teguise)
y El Río, Rincón del Salado, Caleta de Sebo (Teguise). De todos ellos se
cuenta con la existencia de restos arqueológicos sumergidos o extracciones
de materiales por parte de buceadores así como referencias bibliográficas
de trabajos anteriores (Miñano, 1995).
Los últimos trabajos desarrollados en nuestro ámbito de intervención
tienen lugar durante el año 1993, cuando el Gobierno de Canarias inicia
el proyecto de Catalogación e Inventario de la Arqueología Submarina en
Canarias (Escribano y Mederos, 1996c), si bien el mismo se quedó
en una fase muy inicial de documentación, sin la realización de reconoci-
mientos arqueológicos.

2. AMBITO DE TRABAJO Y OBJETIVOS

La zona objeto del estudio, El Río (La Graciosa), puede considerarse


desde el punto de vista de la arqueología subacuática como una de las
más importantes del archipiélago canario, lo que le ha valido la primera
incoación como Bien de Interés Arqueológico con la categoría de Zona
Arqueológica de Ámbito Submarino en el año 2003.
El Río es una estrecha lengua de mar que separa las islas de La Graciosa
y Lanzarote, al norte y sur respectivamente, con una anchura menor a dos
kilómetros y con una profundidad máxima que no supera los veinte metros.

616
Este ámbito ha aportado, desde la década de 1960, diverso material
arqueológico de origen subacuático y distintos momentos históricos. Al-
gunos de estos materiales han suscitado, como hemos visto, un intenso
debate en torno al origen romano de los mismos. Por tanto se trata de un
espacio que puede generar una interesante información sobre el desarrollo
histórico del archipiélago canario, dada la presencia de materiales arqueo-
lógicos que pueden abarcar un amplio periodo de tiempo.
La intervención arqueológica subacuática en la Zona Arqueológica Su-
bacuática de El Río (La Graciosa, Lanzarote) tuvo una doble vertiente.
Por un lado dentro del Puerto de Caleta de Sebo y, en concreto, en el área
donde se proyecta la instalación de un nuevo pantalán se procedió a la rea-
lización de sondeos arqueológicos tendentes a:
‒ Determinar la existencia o no de materiales arqueológicos bajo los
depósitos sedimentarios acumulados en el fondo del recinto portuario.
‒ Realizar una valoración de los restos arqueológicos documentados
(en caso de existir) y sugerir las medidas oportunas que sería recomenda-
ble aplicar.
Por otro lado, se perseguía el análisis arqueológico de varias áreas den-
tro del ámbito incoado como BIC, donde existían referencias a la exis-
tencia de materiales arqueológicos, tanto por testimonios orales como por
algunas prospecciones arqueológicas realizadas a finales de la década de
1970 (BAUDET, 1990). Por tanto, en estas áreas repartidas por varios pun-
tos de la costa sur de La Graciosa se planteaban los siguientes objetivos:
‒ Determinar la presencia o no de materiales arqueológicos en áreas
donde existían referencias orales.
‒ Valorar la potencialidad arqueológica de esas zonas.

3. METODOLOGÍA

La metodología empleada para la ejecución de este trabajo estuvo de-


terminada por los objetivos planteados para la intervención y por la natu-
raleza del entorno, por lo que las estrategias variaron en función de la zona
a intervenir, de los condicionantes físicos de cada lugar y de los objetivos
planteados. Este hecho motivó el uso de sistemas de prospección tanto
indirectos, utilizando registros obtenidos por métodos geofísicos; como
directos, mediante la participación de arqueólogos.
Previo al desarrollo de los trabajos directos, se procedió a la consulta
bibliográfica, archivos, cartografía antigua y trabajos de información oral,
además de análisis de los registros sonográficos de la Ecocartografía de

617
Lanzarote, La Graciosa y del Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural
y Marino del Gobierno de España.
En los trabajos de prospección decidimos optar por el empleo de distin-
tas estrategias metodológicas, que pudieran adaptarse a la variabilidad de
los contextos arqueológicos subacuáticos a analizar, ser capaces de superar
los condicionantes físicos, en la medida de nuestras posibilidades, y ofre-
cer resultados óptimos.
En este sentido, pensamos que los procedimientos de exploración in-
tensivos tradicionales, basados en prospecciones directas por parte de ar-
queólogos subacuáticos, se perfilaban como la metodología más adecuada
para garantizar un análisis arqueológico y registro riguroso de las zonas de
estudio. Por ello, los trabajos de observación indirecta basados en proce-
dimientos geofísicos, quedaron relegados a la consulta y diagnóstico del
registro sonográfico y multihaz de la ecocartografía mencionada.
De esta forma se procedió, según las zonas, al uso de sistemas de pros-
pección intensiva con recorridos programados, sondeos4 y prospecciones
intensivas visuales mediante círculos concéntricos.
Estos métodos de prospección fueron, dependiendo de los casos, com-
binados o desarrollados en exclusiva, permitiéndonos un registro riguroso
de los yacimientos arqueológicos subacuáticos examinados. El registro de
materiales se realizó a partir del uso de GPS, DGPS y fotografías georrefe-
renciadas que posteriormente se integraron en un Sistema de Información
Geográfico (SIG), donde era volcada toda la información tanto de partida
como generada durante los trabajos.
El material arqueológico exhumado durante los trabajos desarrollados,
fue sometido al necesario proceso de desalación y estabilización previas a
las labores de inventariado. Para ello se instaló un laboratorio de campo y
se contó en todo momento con una especialista en conservación y restau-
ración que formó parte del equipo durante toda la campaña.
Antes de la realización de los trabajos se consideró necesario partir de
una definición tipológica previa de los yacimientos arqueológicos suba-
cuáticos, con el fin de sistematizar la información generada. De esta ma-
nera optamos por la división en seis tipos de yacimientos desarrollada por
4
Creemos que la realización de sondeos arqueológicos, como se ha apuntado para
otros ámbitos geográficos, debe ser necesariamente el procedimiento a emplear en
todos los estudios de impacto ambiental donde los proyectos de obras o instalación de
infraestructuras supongan la destrucción o remoción del subsuelo marino. Solo medi-
ante el empleo de este método se puede valorar las afecciones reales de tales proyectos
al patrimonio cultural subacuático.

618
Carlos de Juan (DE JUAN, 2009). Si bien esta división se planteó para un
ámbito distinto al nuestro y con otras problemáticas, creemos que en buena
parte se adaptaba a nuestra casuística. Los tipos serían los siguientes:
Tipo I: estructuras que fueron construidas en tierra y que por algún mo-
tivo, como variaciones en la línea de costas, pueden verse en la actualidad
sumergidos.
Tipo II: estructuras construidas en el medio marino relacionadas con
infraestructuras portuarias, actividades pesqueras o de otra índole. Sería
el caso de muelles, diques, algunos elementos relacionados con salinas o
estructuras pesqueras.
Tipo III: zonas con restos de actividades realizadas en el mar fruto del
desarrollo de tareas comerciales, pesqueras o de reparación. Se trata, por lo
general, de lugares donde aparecen materiales arqueológicos de naturale-
za, funcionalidad y cronología diversa distribuidos por amplias zonas, que
han sido denominados tradicionalmente como fondeaderos.
Tipo IV: naufragio disgregado o diseminado fruto de temporales y del
embate del oleaje. Estos yacimientos se sitúan, por lo general, en fondos
de ola activa, normalmente en profundidades inferiores a los -13 m, que
generan procesos posdeposicionales que se traducen en la dispersión y
fragmentación de los restos de las naves.
Tipo V: naufragios conservados en relativo buen estado, donde la inci-
dencia de los procesos posdeposicionales generados en los fondos activos
no han sido determinantes.
Tipo VI: se trataría de yacimientos que fueron subacuáticos en su for-
mación pero que en la actualidad, debido a procesos de distinta naturaleza,
se encuentran en niveles freáticos.

4. RESULTADO DE LOS TRABAJOS

A continuación realizaremos una descripción de los resultados obteni-


dos de los trabajos de prospección arqueológica subacuática desarrollados
en distintas zonas del ámbito incoado como BIC con categoría de Zona
Arqueológica Subacuática de El Río, en concreto en la zona de Espigón
de Barlovento del Muelle de Caleta de Sebo, el Rincón del Salao, Baja del
Pilar y Veril de las Anclas.
Hemos de tener en cuenta que esta intervención se desarrolló en un
mes y excedía a nuestros objetivos una valoración integral del ámbito de-
limitado como arqueológico, no obstante se realizó una aproximación a
su análisis mediante la recogida de información oral y las prospecciones

619
arqueológicas, que aportó datos de enorme interés a cerca de la presencia
de restos arqueológicos en la zona.

4.1. El Salao

Se trata de un lugar emblemático desde el punto de vista arqueológico dado


que en esta zona fue localizada en 1965 una de las ánforas que motivan el
interés por la arqueología subacuática en Canarias, y que ha suscitado no poca
polémica y numerosa bibliografía sobre la procedencia o no romana de es-
tos materiales, como se ha comentado. En dicho año Domingo Álvarez, que
contaba con 14 años, extrajo del lugar un ánfora que hoy en día se exhibe en
el Museo Sánchez Araña de Santa Lucía (Gran Canaria). Después de este ha-
llazgo parece, y según referencias orales del propio Domingo Álvarez, que se
localizaron más restos cerámicos en la misma zona.
Las informaciones existentes a la aparición de materiales arqueológicos
nos llevaron a plantear prospecciones de visu sistemáticas. Las mismas con-
sistieron en la realización de recorridos programados o prospección en calles y
prospecciones en círculos concéntricos en varios puntos de la bahía del Salao.
El ámbito de intervención se caracteriza por la presencia de arenas de
origen orgánico entre las que pueden localizarse zonas con acumulaciones
de piedra o con rocas de gran tamaño. En la parte más cercana a la orilla
aparece una plataforma de origen sedimentario de unos tres metros de al-
tura que recorre la costa paralela a la playa con la caída, que genera un
veril, hacia el sur. Las profundidades en la zona prospectada no van más
allá de los -6 m y las condiciones tanto de visibilidad como de corrientes
eran muy buenas.
En la zona conocida como El Rincón del Salao procedimos a la realiza-
ción de recorridos programados por calles. En concreto se plantearon tres
calles orientadas de noreste a suroeste, paralelas a la costa y a la trayecto-
ria del veril localizado en la orilla desde donde partió la primera calle. En
este lugar teníamos referencias a la presencia de materiales arqueológicos,
cerámicas en concreto, extraídos en diversas ocasiones.
Las prospecciones circulares fueron realizadas en dos puntos. En el Sa-
lao I fueron documentados numerosos fragmentos de cerámicas que por
su tipología podrían corresponder a época moderna, así como elementos
metálicos muy concrecionados. La prospección en el Salao II se realizó en
un punto donde supuestamente se localizaba una acumulación de lastre.
Aquí procedimos al análisis superficial de un circulo de 60 cm de diámetro
donde se localizó una acumulación de piedras que no parece corresponder

620
a factores deposicionales de origen natural, por lo que podemos considerar
que estamos ante un depósito intencional, posiblemente relacionado con
lastres procedentes de embarcaciones. En este sentido, existen referen-
cias históricas al uso de los fondeaderos de La Graciosa para el carenado
de embarcaciones durante la Edad Moderna (LE CANARIEN, 1404/1980;
GLASS, 1764). Asociados a estas acumulaciones de lastres se pudo docu-
mentar la presencia de cerámicas a torno de época moderna.
Estaríamos ante lo que denominamos un yacimiento de Tipo III, zona
con presencia de elementos arqueológicos de naturaleza, procedencia y
épocas distintas. No descartamos la existencia dentro de este ámbito de
yacimientos arqueológicos al menos del Tipo IV, dada la aparición de va-
rias ánforas de la misma tipología en la zona, hecho que sería interesante
comprobar en futuras campañas que se desarrollen en la zona.

4.2. Espigón de Barlovento DEL Puerto de Caleta de Sebo


Esta zona se localiza al este del Espigón de Barlovento del Puerto de
Caleta de Sebo. Se trata de una zona conformada por fondos de arena de
origen orgánica con la presencia de zonas con acumulaciones de piedras de
mediano tamaño a unos -13 m de profundidad.
En este lugar existían referencias al hallazgo de materiales cerámicos
en superficie lo cual nos llevó a plantear prospecciones sistemáticas. En
concreto reconocimientos en círculos concéntricos a partir de un punto
donde supuestamente existían restos cerámicos. Se realizaron dos prospec-
ciones circulares con unas condiciones muy buenas de visibilidad pero con
corrientes de marea muy fuertes que nos llevaron a planificar las inmersio-
nes en momentos en los que éstas disminuían.
Las prospecciones en esta zona pusieron de manifiesto la existencia
de materiales arqueológicos, fundamentalmente cerámicas y elementos
metálicos. Los materiales suelen concentrarse en zonas donde aparecen
acumulaciones de piedras de tamaño muy homogéneo, que parecen haber-
se generado por procesos deposicionales ajenos a la dinámica marina. En
estos lugares se documentó un cuenco entero, numerosos fragmentos per-
tenecientes a distintos recipientes y objetos de hierro muy concrecionados.
Algunos de los materiales existentes en superficie habían sido extraídos
del sedimento y colocados en una zona cercana a la escollera del espigón.
De esa zona se recuperaron dos fragmentos de cerámicas a torno de pasta
rojiza pertenecientes a dos recipientes y una botija de las consideradas de
estilo temprano en la tipología de J. Goggin (GOGGIN, 1960). La presencia
de estas acumulaciones de piedras y su asociación a restos cerámicos, que

621
podría por sus características ser del siglo XVI, nos llevó a plantear un
sondeo en esta zona. Para la ubicación de este sondeo de 2 por 2 m se eligió
una zona cercana a una de las acumulaciones de piedras. Los problemas
con las corrientes y sobre todo la falta de tiempo nos llevó a suspender
estos sondeos habiendo eliminado muy poca cobertura sedimentaria.
Los resultados de esta primera aproximación en esta zona arrojan datos
muy interesantes desde el punto de vista arqueológico. Por un lado abun-
dan restos cerámicos que parecen pertenecer a un mismo momento que,
dada la presencia de la botija de estilo temprano, podría ser el siglo XVI.
Por otra parte, esta homogeneidad en el repertorio cerámico y la existencia
de elementos metálicos y acumulaciones de piedras podría indicar la exis-
tencia de una nave siniestrada en este lugar. Por tanto sería muy interesante
ahondar en futuros trabajos en el análisis de esta zona.

4.3. Veril de las Anclas


El Veril de las Anclas se sitúa a más de una milla en dirección noreste
del Puerto de Caleta de Sebo, hacia el centro de El Río entre la isla de La
Graciosa y Lanzarote. Se trata de una estructura rocosa que desde Lanza-
rote se dirige en dirección, con zonas de discontinuidad, sureste-noroeste
hacia La Graciosa, generando un veril de unos 5m de altura.
Tras la realización de una prospección y la localización de varias anclas se
procedió a la documentación gráfica y a la toma de medidas de cinco de ellas.
Según referencias de pescadores y buceadores pueden existir al menos quince,
localizadas a lo largo del veril, pero por falta de tiempo no se pudo realizar la
comprobación. Junto a las anclas se localizaron restos de recipientes cerámi-
cos de época moderna, contemporáneos probablemente a las anclas.
Las anclas se distribuyen a lo largo de la parte baja del veril, posadas al-
gunas sobre rocas y otras sobre arena, que en casi todos los casos las cubre
parcialmente. Parece existir una homogeneidad en cuanto a su tipología y
dimensiones. Se trata de anclas de cepo de madera del tipo almirantazgo
construidas en hierro, con dos brazos y uñas y con un arganeo en su extre-
mo para atar el cabo. Podríamos decir que estos objetos serían anteriores
a finales del siglo XVIII cuando se comienzan a generalizar anclas con el
cepo de hierro. Las dimensiones de las mismas están entre los 370 y 137
cm de caña y entre 110 y 57 cm en los brazos, teniendo en cuenta que se
hallan algunas fracturadas o cubiertas de arena.
Podemos caracterizar este yacimiento por las características y tipo de
materiales localizados como Tipo III. Posiblemente se trate de una zona de

622
fondeadero de los barcos que iban a hacer aguada a la fuente de Gusa tal y
como se puede leer en algunos relatos antiguos (GLASS, 1764).

4.4. Baja del Pilar


La Baja del Pilar se localiza al noreste del Puerto de Caleta de Sebo, al
este de la Caleta de Arriba o de Los Ladrillos. Se trata de una plataforma
rocosa que penetra desde la costa en dirección este unos 300 m con profun-
didades que van de 0 a 250 cm.
Tras la realización de una prospección superficial terrestre en la Caleta de
los Ladrillos y la documentación de una gran cantidad de restos arqueológicos
en superficie de distinta naturaleza (cerámica, ladrillos, metales, etc.) y pre-
sumiblemente de procedencia subacuática, decidimos realizar una inspección
visual subacuática. Tras la realización de la misma pudimos observar gran can-
tidad de restos arqueológicos subacuáticos procedentes, dadas sus caracterís-
ticas, con toda probabilidad de un naufragio. Este hecho motivó la programa-
ción de prospecciones sistemáticas de visu, decantándonos por la prospección
en círculos concéntricos, que entendíamos era la metodología que mejor se
adaptaba a la zona que pretendíamos analizar.
Como hemos comentado, esta zona se caracteriza por la existencia de
una plataforma rocosa de escasa profundidad con algunos picos, con ex-
celentes condiciones de visibilidad y algo de corriente de marea. Sin duda
esta plataforma poco profunda y alejada de la costa suponía un peligro
evidente para la navegación. En este sentido cabe interpretar la presencia
de los materiales localizados tras los análisis arqueológicos relacionados
tanto con el cargamento como con parte de la estructura de un barco. El
yacimiento se caracteriza por la presencia abundante de pavimentos cerá-
micos, ladrillos y cerámica, concentrados en un área relativamente amplia.
Por otro lado, es muy frecuente la aparición de restos metálicos (hierro y
aleaciones de cobre) relacionados con la estructura y otros elementos de
un barco, tal vez de vapor.
En esta zona se procedió a la toma de muestras de algunos materiales
con el fin de aproximarnos tras su estudio a la procedencia de los mismos.
Los materiales muestreados fueron un ladrillo, un pavimento cerámico,
dos fragmentos de platos decorados, un borde de un lebrillo, una base de
un recipiente vidriado amarillo y un asa.
Este yacimiento podemos clasificarlo como del Tipo IV, naufragio dis-
gregado y afectado por la acción de las mareas y temporales. De momento
no hemos podido localizar datos de cuando se produjo el naufragio de

623
este barco y la procedencia y destino del mismo. El siniestro se produjo,
presumiblemente, cuando ya existía población establecida en la isla, des-
pués de 1884, dado que se encuentra muy presente en la tradición oral de
sus habitantes e incluso se conoce el nombre del mismo, quedando en la
toponimia como Baja del Pilar. Del mismo modo parece que después del
naufragio muchas personas aprovechan los restos del naufragio como ele-
mentos constructivos. Así conocemos el uso de los pavimentos cerámicos
para la construcción del techo de un aljibe y maderas para la construcción
de la techumbre de una casa.

5. CONCLUSIONES

Los trabajos de prospección con sondeo en la Zona Arqueológica Su-


bacuática de El Río desarrollados en enero de 2011, sin duda, confirman
la alta potencialidad arqueológica de las áreas del BIC analizadas (El Sa-
lao, Espigón de Barlovento del Puerto de Caleta de Sebo, Baja del Pilar y
Veril de las Anclas) y el gran interés para el conocimiento de los inicios y
desarrollo del proceso de colonización de las Islas Canarias de este ámbito
subacuático.
A continuación planteamos algunas propuestas que consideramos pri-
mordial desarrollar dentro de la zona incoada como BIC, que permitirían
reforzar su declaración como Zona Arqueológica Subacuática y desarrollar
un plan integral de uso y gestión que complementaría los valores naturales
y culturales del archipiélago Chinijo en su conjunto, así como la sostenibi-
lidad económica del mismo. Estas propuestas serían:
‒ Intensificación de los trabajos arqueológicos en varias zonas del BIC.
‒ Desarrollo de un Plan de Uso y Gestión en coordinación adminis-
traciones locales y la comunidad de vecinos, cimentado en trabajos siste-
máticos que permitan delimitar y jerarquizar los puntos de relevancia ar-
queológica dentro del BIC. El fin de este documento sería el conocimiento
científico de la zona, la protección de los restos patrimoniales y su aprove-
chamiento social y económico de forma sostenible, como complemento a
otras actividades desarrolladas en La Graciosa.
‒ Creación de la figura de Parque Arqueológico Subacuático en La Gra-
ciosa que serviría de complemento al turismo natural que en la actualidad
se desarrolla en la isla5. Siguiendo para ello el enfoque y características de
5
En sintonía con lo expresado en la Convención de la UNESCO para la Protección
del Patrimonio Cultural Subacuático de 2001 en su norma 7, donde se aboga por el
disfrute público del patrimonio cultural subacuático.

624
otros parques existentes en otros países (como el de Angra de Heroísmo,
Terceira, Azores). Así, los medios existentes para la gestión de la reserva
marina y del monumento natural, como la fiscalización en cuanto a calidad
de los trabajos y la conservación de los restos por parte de las autoridades
competentes, permitirían llevarlo a cabo sin elevados costes y con benefi-
cios socioeconómicos para la población local.

625
626
627
BIBLIOGRAFÍA

ÁLVAREZ DELGADO, J. (1967), “Hallazgos submarinos”, Revista de


Historia de Canarias XXXI, nº 153, La Laguna, pp. 198-200.
AMORES, F. Y CHISVERT, N. (1993), “Tipología de la cerámica común
bajomedieval y moderna sevillana (ss. XV-XVIII). La loza quebrada de
relleno de bóvedas”. Spal 2, pp. 269-325.
BASS, G. (1966) Archaeology Ander Water, New York, Praeger.
DEAGAN, K. (1987), Artifacts of the spanish colonies of Florida and the
Caribbean, 1500-1800. V. 1, Washington, D.C.
DELGADO BAUDET, J. (1990), “La actividad arqueológica subacuática
en Canarias”. Investigaciones Arqueológicas en Canarias, II, Tenerife,
pp. 31-45.
GARCÍA Y BELLIDO, A. (1970), “Sobre las ánforas antiguas de Cana-
rias”, Homenaje a Elías Serra Ráfols. vol. 2, Universidad de La Lagu-
na, La Laguna, pp. 193-199.
GARCÍA, J.L. (1980), “Las “ánforas romanas” son del siglo XVI y lleva-
ban aceitunas a América”, Diario de Avisos 16-1-1980, Tenerife, p. 3.
GLAS, G. (1764/1982). Descripción de las Islas Canarias 1764, Instituto
de Estudios Canarios, Fontes Rerum Canariarum, XX, La Laguna.
GOGGIN, J.M. (1960), “The spanish olive jar. An introductory study”,
Yale University Publications in Anthropology nº 62, New Haven.
GOULD. R. (2000), Archaeology and the Social history of Ships. Cambri-
dge University Press.
LE CANARIEN (1404/1980), Crónicas francesas de la conquista de Cana-
rias. Texto G. En CIORANESCU, A. (ed.). Cabildo Insular de Tenerife,
Tenerife.
PELLICER CATALÁN, M. (1970), “Ánforas de importación halladas en
Canarias”, Estudios Canarios 14-15, La Laguna, pp. 43-56.
PÉREZ , C. (2003), “La conservación del material arqueológico subacuá-
tico. El arqueólogo y el restaurador ante las primeras intervenciones”,
Monte Buciero 9. La conservación del material arqueológico subacuá-
tico, Ayuntamiento de Santoña, pp. 83-93.
SERRA RÁFOLS, E. (1963-64), “La primera ánfora romana hallada en Ca-
narias”, Revista de Historia de Canarias XXIX, La Laguna, pp. 231-233.

628
SERRA RÁFOLS, E. (1966), “Ánfora antigua en Canarias”, IX Congreso
Nacional de Arqueología (Valladolid, 1966), Zaragoza, pp. 373-377.
SERRA RÁFOLS, E. (1970), “Más cerámicas antiguas en aguas de Ca-
narias”, XI Congreso Nacional de Arqueología (1968), Zaragoza, pp.
428-430.
TOPHAM, G. (1965a), “Hallazgo de un ánfora, que puede pertenecer a la
época de las invasiones del Morato Arráez (1586)”, Antena 19-1-1965,
Lanzarote.
TOPHAM, G. (1965b), “Otra ánfora antiquísima, descubierta en aguas de
la isla”, El Eco de Canarias 21-1-1965, Las Palmas, p. 8.
TOPHAM, G. (1965c), “Una ánfora, posiblemente de origen romano, lo-
calizada y extraída en aguas de La Graciosa”, El Eco de Canarias 19-
12-1965, Las Palmas, p. 6.
VVAA (1990), La Arqueología Subacuática en España, Ministerio de Cul-
tura, Murcia.
DE JUAN, C., (2009), La prospección arqueológica subacuática. Princi-
pios y métodos, Arqueología Nàutica Mediterrània. Monografies del
CASC 8, Departament de Cultura i Mitjans de Comunicació, Gerona,
pp. 121-132
ZAMBRANO, L.C. Y BETHENCOURT, M. (2003), “Conservación y re-
gistro arqueológico en el yacimiento submarino Bucentaure II de La
Caleta, Cádiz”, PH Boletín 36, Instituto Andaluz de Patrimonio Histó-
rico, pp. 83-90.

629
630
LOS “ROMPECABEZAS”:
UNA MODALIDAD DE JUEGO TRADICIONAL
DE INTELIGENCIA
EN LA ISLA DE FUERTEVENTURA

José Manuel Espinel Cejas


Dirección General de Dependencia, Infancia y Familia, Gobierno de Canarias

María del Mar Hernández Jorge


Licenciada en Historia. Educación Primaria

631
Resumen: Fuerteventura posee una inmensa riqueza arqueológica y etnográfi-
ca, sobre todo con respecto al tema que nos ocupa: los juegos tradicionales de in-
teligencia. La antigüedad de los mismos se constata sólo con analizar los materia-
les arqueológicos y etnográficos presentes en la isla. El análisis comparativo con
materiales similares existentes tanto en Europa como en todo el norte de África
nos induce a inclinarnos definitivamente hacia un origen prehistórico sahariano,
al menos, de la mayor parte de esta tradición.
La existencia, además, de un rico material único y exclusivo de la isla, así
como una rica pervivencia, convierten a la isla en un paraíso para los investigado-
res en este campo del conocimiento científico.

Palabras claves: Fuerteventura; juegos tradicionales de inteligencia; neuróbi-


ca; rompecabezas; tecnología disruptiva; revolución neolítica; arqueoastronomía;
geometría inteligente; diseño paramétrico; innovación disruptiva; arqueología
funcional; arqueolingüística; arqueomatemáticas.

Abstract: Fuerteventura has an immense archaeological and ethnographic


wealth especially with regard to the topic that occupies us: the traditional games
of intelligence. The antiquity these is verified just by analyzing the archaeological
and ethnographic materials present in the island. The comparative analysis with
similar existing materials both in Europe and in all north Africa induces us to
incline us definitively towards a prehistoric Saharan origin, or at least, of most of
this tradition.
In addition, existence of some rich and exclusive material of the island, as well
as a rich survival, turn the island in a paradise for the investigators in this field
of scientific knowledge.

Key words: Fuerteventura; traditional games of intelligence / traditional brain


games; neurobic; puzzle; disruptive technology; neolithic revolution; archeoas-
tronomy; intelligent geometry; parametric design; disruptive innovation; func-
tional archaeology; archaeolinguistic; archaeomathematics.

632
1. Introducción

Durante las últimas Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanza-


rote (septiembre de 2007), celebradas en Puerto de Rosario, Fuerteventura,
aprovechamos la ocasión que nos brindaba el obligado desplazamiento a
esa isla para realizar, en nuestro tiempo libre, diversos trabajos de campo,
entre los que se incluían localizaciones de yacimientos etno-históricos o
arqueológicos, en busca ‒principalmente‒, de grabados rupestres asocia-
dos a construcciones pastoriles. En esa ocasión, la zona elegida para la
prospección fue la conocida como Los Pocitos, lugar situado en el Valle
Cid o Valle Sí1, en la localidad de Tefía (municipio de Puerto del Rosario).
Previamente, como casi siempre solemos hacer, procuramos localizar y
contar con la colaboración de algún informante que conozca muy bien el
lugar y zonas aledañas a fin de que nos guíe y acompañe. Para ello, justo
en vísperas de la excursión, comprometimos al informante seleccionado y
concretamos día, lugar y hora, pues siempre procuramos realizar satisfac-
toriamente la salida al campo y lograr así prospectar con mayor eficacia.
En esta ocasión, la persona seleccionada fue don José Jiménez Rodríguez,
quien se crió en dicho lugar, ya que vivió allí durante mucho tiempo, pues
su padre, don Juan Jiménez, fue el propietario de esas tierras agrícolas.
Inicialmente, nos desplazamos al lugar siguiendo una pista de tierra
hasta finalizar el recorrido en coche, en las proximidades del lugar. Al pie
del sitio dio comienzo el trayecto que ascendía la ladera donde se sitúa la
finca en la cual vivió y se crió nuestro informante. Se eligió la senda que
llevaba a una hilera de pequeñas edificaciones conocidas popularmente
1
Con respecto a los distintos nombres topónimos empleados para designar al valle,
tenemos que señalar que hemos encontrado tanto el término Valle Sí como el de Valle
Cid no sólo a nivel documental ( mapas, estudios toponímicos, etc. ) sino también a
nivel etnográfico (Juana Cabrera Montelongo, José Jiménez Rodríguez, Manuel Sosa
Roger…).

633
Don José Jiménez Rodríguez. Tefía. Nos acompañó a Los Pocitos en el Valle Sí en Tefía, donde se sitúa el
yacimiento de dameros asociados a los socos del lugar.

como soco2. Estos socos estaban construidos alineados, de manera que se


hallaban casi equidistantes altitudinalmente, a lo largo de la ladera, para
de este modo conseguir un rendimiento mayor de los pastos estacionales,
así como también los residuales y subproductos agrícolas producidos a lo
largo de todo el ciclo anual. Esta forma inteligente de aprovechamiento
intensivo iba dirigida, sobre todo, de cara a la utilización de los pastos a
medida que éstos iban siendo beneficiosos, ya que maduran y crecen antes
en las partes más bajas y soleadas de las laderas que en las zonas más altas
y umbrías. Otros aprovechamientos realizados a lo largo del ciclo anual
eran derivados de la utilización de los subproductos agrícolas obtenidos
de las diversas cosechas y cultivos, tal como acaecía con los cereales. Esto
sucedía, por ejemplo, cuando se permitía entrar al ganado a dichos cerca-

2
Socos: en la isla de Fuerteventura se denomina así a unas pequeñas construcciones
pastoriles con forma semicircular, levantadas en piedra, sin argamasa. En ocasiones,
se les solía añadir alguna cobertura vegetal y lajas de piedras para así protegerse del
sol, aunque por su altura muchas veces no era necesaria. En su interior, a menudo se
disponía de una o varias piedras lisas de un tamaño adecuado para que sirvieran de
asientos. En otras islas este tipo de estructura se denominan tagoras, tagoritas, goro-
nitas… La finalidad de estos socos no es otra que la de servir de refugio transitorio a
los pastores, sobre todo de cara a la protección de uno o varios pastores frente a las
inclemencias del tiempo (especialmente del viento), mientras se “guardaba” (se vigi-
laba) al ganado para que no pasase a otras zonas con cultivos o pastos ajenos. Según
nos informa nuestro amigo Ignacio Reyes García, se trata de una voz amaziq: [Z·K]
*
Zəkkŭh, n. vb. m. sing. lit. ‘construcción’.

634
dos tras la siega para beneficiarse también de los abundantes rastrojos3. Sin
embargo, existían otros cultivos a los que jamás se podía permitir el acce-
so directo del ganado, como era el caso de muchos frutales. No obstante,
cuando se descargaban, podaban4 o limpiaban de brotes secundarios, o se
les arrancaba manualmente las hojas “mustias”, tal y como sucedía con
las higueras y los morales, estos subproductos también eran aprovecha-
dos, pues arrancarlas tenía una triple finalidad5: la de valerse de esas hojas
como forraje, lo que se hacía justo en el momento antes de que el propio
árbol las eliminara de forma natural. De esa manera se evitaba también el
ramoneo directo, lo que supondría la ruina del propio frutal y la pérdida de
cosecha. Además, hay que añadir que a la vez que se aprovechaban esas
hojas, se lograba limpiar el árbol frutal de las posibles plagas y enfermeda-
des venideras, pues ningún calvo tiene piojos6.
Una vez situados en las inmediaciones de cada uno de los socos, bue-
na parte del día lo pasamos escrutando la zona, dando como resultado la
3
Rastrojo: se denomina así al conjunto de restos de hojas y tallos que quedan en el
terreno tras las labores de cosecha de un cultivo. Desgraciadamente, a menudo se
confunde rastrojo con restos de poco valor, por lo que muchas veces se procede a su
quema como fórmula para su eliminación y para evitar futuras plagas y enfermeda-
des. Sin embargo, el rastrojo no sólo es un recurso imprescindible para proteger el
suelo del impacto de las precipitaciones erosivas y la consiguiente escorrentía, ya que
facilita la filtración del agua a la par que evita su rápida evaporación, además, es un
recurso inestimable como subproducto para la alimentación del ganado.
4
También los restos de poda de otros frutales (ramas, brotes, pámpanos y pimpollos)
ha sido largamente aprovechado en las islas como subproductos para la alimentación
ganadera, tal y como ocurre tras las limpiezas, poda y despampanado de viñas, almen-
dros, palmas, tuneras, etc.
5
La triple finalidad de todo este proceso de laboreo está íntimamente relacionado
entre sí, pues arrancar las hojas para la alimentación del ganado supone que, a la vez,
se está limpiando el árbol de posibles plagas y enfermedades y, al mismo tiempo, se
evita el ramoneo directo del ganado, lo que supondría paralelamente pérdidas de pro-
ducción que, en el peor de los casos, supone la ruina de los propios árboles.
6
Expresión formulada por don Manuel Espinel Febles -“el Majorero”- (de 79 años de
edad en junio de 2011) durante uno de los típicos debates entre vecinos que se reúnen
al atardecer en la estancia o mentidero de la plaza de Los Mocanes (Frontera, isla de
El Hierro). Esto sucedió cuando se discutía sobre la cantidad de plagas y enfermeda-
des que achacan hoy en día a los cultivos y los campos en general. El contexto: un
interlocutor (agricultor) afirmaba que hoy hay más plagas y enfermedades que antaño
a lo que Espinel respondió: si antes se limpiaba y segaba todo…pues ni hierba había.
Tampoco leña seca…, todo se aprovechaba… ¿Cómo iban a haber plagas?...si es que
ningún calvo tiene piojos.

635
localización de un significativo número de petroglifos, la mayor parte de
ellos realizados, principalmente, en lajas sueltas. Son estos grabados, en su
mayoría, de trazo muy fino, muchos de ellos casi imperceptibles, aunque
algunos, sin embargo, fueron realizados con mayor pericia o, en determi-
nados casos, mediante la técnica de remarcado de los trazos. Con respecto
a dichos grabados, tenemos que decir que los había con diversos motivos
inscritos, entre los que predominan las inscripciones de tipo geométrico
con carácter lúdico, la mayoría de los cuales ya eran conocidos y estudia-
dos por nosotros, tales como dameros de los populares juegos majoreros de
sedrés, chascona o trique. Sin embargo, entre ellas hubo una nueva figura
geométrica que llamó poderosamente nuestra atención, pues se trataba de
la primera vez, en los más de veinticinco años que venimos trabajando este
apasionante tema, que la veíamos y, además, porque por otra parte no la
asociábamos inicialmente a ninguna otra modalidad de juego conocida, no
solamente en cuanto a damero o variante de juego, sino, ni tan siquiera, en
cuanto a variante de inscripción rupestre.

En este otro grupo, del yacimiento arqueológico


de Castillejo Grande (Pichler, 2005:32), casual-
mente aparecen las dos mismas figuras encon-
tradas en el yacimiento etnográfico de Tefía,
objeto del presente estudio.

636
Lo curioso de ésta figura geométrica es su dudosa clasificación ya que,
si tenemos en cuenta sus características, podríamos discutir si hemos de
considerarla o clasificarla tanto como de tipo cruciforme como esteliforme,
puesto que está constituida a partir de cuatro secciones de arcos alargados,
pareados y cruzados de la manera siguiente: dos de esos arcos están situa-
dos horizontalmente, unidos por sus extremos y formando un primer huso.
Los otros dos (arcos) están unidos de igual manera pero cruzando a los an-
teriores perpendicularmente, en posición vertical. De esta forma, la figura
resultante del cruce de estos dos husos ortogonales da como resultado una
especie de cruz ojival o estrella de cuatro puntas.

2. Datos técnicos del hallazgo. Dimensiones

Se trata de un pequeño bloque de basalto afanítico7 cuya forma tabular


de caras trapezoidales (poligonal) hace pensar en que, posiblemente, for-
mó parte de un dique.
En la superficie de una de sus caras aparecen presentes líquenes incrus-
tantes, lo que parece indicar que originalmente dicha cara posiblemente
estuvo con una orientación al N-NW.
Las caras planas de mayor superficie, paralelas y opuestas entre sí, es
donde aparecen realizados los grabados geométricos objeto del presente
estudio, en una de ellas aparece grabado un polígono estrellado de cuatro
puntas y por su reverso, otra inscripción en la que aparece representado un
polígono de cinco puntas o pentagrama.
‒ Peso: 4.015 gramos.
‒ Tamaño: en el bloque existen dos caras principales si tenemos en
cuenta las dimensiones de su superficie, mientras que las otras cuatro ca-
ras, por ser de menor extensión y no presentar inscripciones, carecen de
mayor interés.
La primera cara (y principal del bloque) por tener una superficie mayor,
cuyas dimensiones aproximadas son 15.5 x 17 cm. Se trata de los valores
máximos tomados en dicha cara, que es justo donde se encuentra grabado
el polígono estrellado de cuatro puntas.
La cara opuesta a la anterior, secundaria en nuestra opinión, tiene algo
menos: 15 x 17 cm, siendo éstos los valores máximos. Se trata, por tanto,
de la cara más pequeña de las dos principales, y también la más irregular de
7
Afanítico: [del griego aphanés, “oculto”] – éste término se emplea especialmente
para hacer referencia a rocas de origen magmático que no presentan cristales recono-
cibles a simple vista.

637
las dos. Ello es debido a la fractura de una de sus esquinas. Es en esta su-
perficie donde se encuentra grabado el polígono estrellado de cinco puntas
(pentagrama), correspondiendo a un juego tradicional ampliamente exten-
dido en el pasado por otras islas del archipiélago (al menos en Tenerife, La
Palma y Gran Canaria) y que ya teníamos referenciado con anterioridad.
El resto de las caras del prisma, cuatro en total, por ser de menor tamaño
y no presentar inscripciones, consideramos que carecen de interés para este
estudio, por lo que sólo daremos los siguientes valores:
Anchura máxima: 7.5 cm.
Anchura mínima: 5.2 cm.
Longitud máxima: 16.7 cm.
Longitud mínima: 11.5 cm (por estimación, ya que se encuentra afec-
tada por fractura).
El resto de los datos del bloque son los siguientes:
Color: presenta una coloración genérica de tonalidad ocre debido a la
oxidación y, parcialmente, en las zonas que presenta roturas recientes una
tonalidad gris oscura, que sin duda sería la original.
Brillo: opaco.
Tipo de material: basalto afanítico.
Dureza: entre 6 y 7 (muy dura).
Densidad: 2.77 grs./c3 (aproximadamente).
Dimensiones del grabado cruciforme (estrella de cuatro puntas):
Longitud máxima del polígono: 17,5 cm.
Longitud mínima del polígono: 18,5 cm.
Grosor del trazo: 80 µm (0,08 mm), aproximadamente.
Profundidad del trazo: 70 µm (0,07 mm), aproximadamente.
Dimensiones del grabado del pentagrama (estrella de cinco puntas):
Longitud máxima del polígono: 12 cm.
Longitud mínima del polígono: 11,2 cm.
Grosor del trazo: 80 µm (0,08 mm), aproximadamente.
Profundidad del trazo: 70 µm (0,07 mm), aproximadamente.

3. ¿Por qué los denominamos juegos de inteligencia?

Los hemos denominado juegos de inteligencia porque su praxis no


sólo supone un aspecto estrictamente lúdico, sino que al mismo tiempo

638
implican obligatoriamente una incuestionable capacidad de abstracción,
además de la necesaria elaboración de estrategias, requiriendo a su vez
concentración, así como análisis y reflexión. Incluso, para el caso que nos
ocupa, conlleva también la obligada resolución de uno o varios problemas
de índole matemático. Es, por consiguiente, no sólo un juego de habilidad
mental, sino que se trataría de un elemento procedimental valiosísimo para
el estímulo de la inteligencia, del razonamiento y de la lógica matemática,
por lo que estaríamos entrando de lleno en el campo conocido como la
neuróbica8, base fundamental que se ejercita cuando se pretende la conse-
cución positiva de un juego, en este caso, de índole matemático. Además,
como veremos posteriormente, de cara a una correcta clasificación, tal de-
nominación ha de considerarse como la más objetiva e inteligente.
Con todo lo anteriormente expuesto y a modo de nuevo argumento,
hemos de añadirle la indispensable elaboración o disposición previa del
damero de juego, cuyo esquema geométrico es, a menudo, una figura nada
sencilla que requiere incluso, en algunos casos, cierto trabajo mediante el
cual se desarrollan estructuras atípicas de formas poligonales, a veces con
apariencias abstractas y a la vez fascinantes, a modo de soporte obligatorio
donde posteriormente ha de desarrollarse el propio juego.

4. Geometría inteligente o tecnología disruptiva: ¿el


secreto de la revolución neolítica?
Siempre habíamos mantenido la sospecha de que los juegos eran algo
más que simples pasatiempos, y que detrás del propio juego, escondido
quizás en el propio diseño habría algo más… pero aún no estábamos se-
guros, pues con apenas unos indicios, carecíamos de argumentos suficien-
tes. Resultó ser algo más que una simple sospecha, era una especie de
intuición y conjetura a la vez. Luego, con los años9, descubrimos que uno
de los dameros, en su propio diseño, atesoraba sutilmente un desarrollo
aritmogeométrico cuyo significado tenía que ver con la etnomatemáticas y
la astronomía aplicada. En este caso consistía en un diseño que entrañaba
la elaboración de ajustes periódicos de un ciclo lustral, lo que implicaba
8
Neuróbica: son ejercicios que mejoran el rendimiento del cerebro pues se presume
que la estimulación sensorial y las actividades como acciones y pensamientos in-
usuales producen sustancias químicas del sistema neurobiológico que estimulan el
desarrollo y crecimiento de nuevas dendritas y neuronas.
9
En el año 2007 publicamos por primera vez el estudio aritmogeométrico y arqueoma-
temático con respecto a un damero en: Los juegos tradicionales de inteligencia en la
isla de Fuerteventura: dameros de juegos, ábacos y sistemas de cálculo astronómico.

639
el ajuste periódico de cinco años lunares con los correspondientes solares
mediante la adición de dos meses lunares complementarios. Hasta ese mo-
mento habíamos carecido de suficientes indicios, pero a partir de entonces
fuimos conscientes de la importancia que tenía el propio diseño… que,
indudablemente, era un diseño inteligente.
Con el paso del tiempo, llegó a nuestras manos un texto reciente sobre
diseño en arquitectura, el cual relacionamos inmediatamente con el tema
que nos ocupa, y comenzamos a comprender muchas más cosas, sobre
todo en la necesidad de revisar siempre todo y profundizar más aún si cabe
en diversos aspectos.
Con respecto al texto referido con anterioridad, texto que sería en su
momento el que nos hizo recapacitar sobre el diseño de los dameros, no
eran otras que las palabras del arquitecto holandés Ben van Berkel cuando
afirmaba:
El diseño paramétrico10 en sí no es tan interesante. Necesita significa-
do. Necesitamos combinar las posibilidades de lo virtual con la forma en
que la disciplina de lo real dé una nueva forma.
Ello nos trajo a la memoria la idea de que, en cuanto a los aspectos del
desarrollo de la inteligencia en el ámbito de este tipo de juegos, debíamos
tener siempre en cuenta que los dameros como tal, desde sus orígenes, al
margen de su valor estrictamente lúdico, también podían ser empleados
indistintamente como calculadora astronómica para realizar los correspon-
dientes ajustes astronómicos obligatorios a la hora de abordar la elabora-
ción de los imprescindibles calendarios agropecuarios y, además, servían
igualmente como ábacos (Espinel y García-Talavera, 2010:124-132). Todo
ello, inevitablemente, nos indujo a pensar que ese bagaje intrínseco ca-
racterístico de los dameros, nos referimos a la original e impresionante
multifuncionalidad de los mismos (aritmogeometría11, juegos, ábacos, cal-
culadoras astronómicas…) y, en especial, todo lo que conllevaría la pro-
pia trasmisión de la información simbólica implícita, necesariamente tuvo
10
Un diseño paramétrico es, generalmente, un conjunto de objetos de dibujo que con-
tiene solamente la geometría. Ésta es controlada y dirigida por relaciones geométricas
y valores de dimensión. Con un diseño paramétrico 2D p. e. un usuario puede cambiar
el valor de una restricción dimensional y la geometría se ajusta de acuerdo con ese
valor y con las restricciones geométricas existentes.
11
Estructuralmente, el diseño de los dameros encierra un significado matemático con
valores tanto de carácter aritmético como geométrico y, muchos de ellos, astronómi-
co, todo ello teniendo en cuenta sus valores computables (número de segmentos que
los conforman, intersecciones, etc.).

640
que generar y establecer cierto poder o autoridad, puesto que sin duda
permitió12 no sólo organizar sino además explotar racionalmente, producir
de forma inteligente y sustentable, pero, sobre todo, gestionar y distribuir
todos los recursos y excedentes disponibles de forma solidaria. Por ello,
suponemos que por primera vez habría frecuentes excedentes alimenticios,
fruto de esta novedosa y revolucionaria13 forma de producción agropecua-
ria. Esto significa que probablemente a partir de ese momento, tuvieron lu-
gar los primeros intercambios comerciales mediante el trueque, sobre todo
de cara a otras comunidades o colectivos próximos, dando así comienzo a
los orígenes del comercio. Esta revolución neolítica14, a su vez, creemos
que dará lugar incluso al control comunitario de la información y al presti-
gio de los más capaces y solidarios15.
12
Nos referimos aquí al avance que supuso lograr concebir y elaborar, por primera
vez, un calendario agropecuario mediante el uso del ábaco. Estos avances permitie-
ron realizar los cálculos matemáticos precisos para efectuar los ajustes periódicos
necesarios, todo ello de forma sencilla, con apenas un puñado de guijarros o semillas,
computaciones avanzadas de cifras que podían llegar, según el damero-ábaco emplea-
do, de 105 e incluso hasta 109 sólo con respecto a la base decimal. También existen
algunos dameros-ábacos que parecen indicar también el uso paralelo del sistema duo-
decimal, como el aparecido en Güímar de 11 x 11 ortogonales (1211). Ello no sólo
permitiría planificar cultivos y manejo y control ganadero, sino desarrollar eficazmen-
te una gestión agropecuaria integral (pastos, ecología, biología…).
13
El avance en la evolución humana hasta llegar al neolítico, cuando aparece por pri-
mera vez la agricultura y la ganadería, sólo se puede explicar a partir del progreso en
determinados conocimientos científicos. En especial en lo referente a la comprensión
y control del tiempo: la astronomía. Y ello sólo puede suceder gracias al impulso de
la computación, lo que permitirá por primera vez la elaboración de un calendario efi-
caz que contemple y permita sincronizar los períodos astronómicos más importantes,
permitiendo controlar los ciclos naturales tanto de animales como de plantas. He aquí
donde los dameros-ábacos-calculadoras astronómicas juegan un papel fundamental.
14
Se denomina revolución neolítica a la primera transformación radical de la forma
de vida en la historia de la humanidad. En ésta se pasa de ser nómada a sedentaria, y
de economía recolectora (caza, pesca, recolección marina, terrestre…) a productora
(agrícola y/o ganadera). En nuestra opinión, domesticar animales y cultivar sólo se
puede lograr si antes se consigue elaborar un calendario eficaz que permita también
comprender los ciclos biológicos correspondientes. Las matemáticas a partir de esos
ábacos-calculadoras astronómicas son, en nuestra opinión, la herramienta revolucio-
naria que permitió tales hitos.
15
La tradición historiográfica canaria hace amplia referencia a la arraigada concepción
de solidaridad entre individuos de la comunidad insular, no sólo a la hora del repartir
los alimentos, sino inclusive en el trabajo comunal, como el de recolección y obten-
ción de alimentos, así como los de otra índole. Quizás de ahí vengan tradiciones como

641
Paralelamente, ese nuevo recurso o innovación tecnológica, que sin
duda fue fruto de la acumulación y el procesado de ese inmenso cúmulo de
datos tras largos períodos de observación (investigación) y de desarrollo
(humano, matemático, etc.), probablemente tuvo como resultado un gran
impacto en la sociedad que los creó y, sobre todo y de manera especial, en
el desarrollo comunitario y de asunción de la propia conciencia colectiva,
con especial relevancia en las generaciones venideras. Por eso, al margen
de clasificar los dameros como simples objetos revolucionarios, debemos
profundizar y definir estos innovadores artilugios como auténticas herra-
mientas de tecnología disruptiva16. Por consiguiente, podríamos postular
en líneas generales que estos objetos fueron creados en su día a modo de
herramientas inteligentes, mediante estudios de aritmogeometría aplicada,
generando numerosos tipos de dameros. Esos dameros, que en realidad
eran instrumentos multifuncionales, suponían una cantidad tan elevada de
diseños geométricos que fue, con toda seguridad, imposible que se rea-
lizaran o surgieran en un corto período de tiempo y, mucho menos, que
sugieran por mera casualidad. La causa real hemos de buscarla, como casi
siempre, en la propia necesidad vital, la que siempre ha movido al hom-
bre, es decir: la inevitable obligación de procurar alimentos, sobre todo en
épocas de crisis de subsistencia. Por lo tanto, forzados seguramente por
una cuestión de vida o muerte, creemos que sería ése el verdadero motor,
la causa principal que generará la imperiosa necesidad del controlar los
ciclos anuales para así poder dominar los recursos y los medios de subsis-
tencia a través de la propia gestión.
A su vez, hemos de tener muy en cuenta que ese motor, la llamada crisis
de subsistencia, fue el resultado del progresivo descenso del rendimiento
de los recursos naturales disponibles. Dicha disminución probablemente
se debió, por un lado, al aumento de la población, pero por otra parte esta
crisis sin duda se vería agravada por el aumento de la presión antrópica
sobre un medio ambiente ya de por sí muy inestable, afectado sobre todo
por un cambio climático natural. Esto causaría a su vez un desequilibrio

la gallofa (gajju-ffa) en La Palma o el sistema de torna peón. Continuidad sociocultu-


ral verdaderamente amaziq que, por otra parte, no produjo ninguna contradicción con
las costumbres coloniales, lo que facilitaría esa misma continuidad.
16
El término tecnología disruptiva o innovación disruptiva (disruptive technology y
disruptive innovation en inglés) fue propuesto por primera vez por Joseph Bower y
Clayton M. Christensen en 1995 en su artículo: Disruptive Technologies: Catching
the wave. El concepto se refiere a cambios radicales e innovación en las estrategias de
gestión económica. Posteriormente, en 1997, en el libro The Innovator´s Dilemma, se
describe el término con mayor detalle junto al concepto innovación disruptiva.

642
hídrico de tal magnitud que daría como resultado que de forma paulatina se
produjera una desertización del extenso territorio del Sahara, otrora fértil.

5. Juegos de inteligencia: ¿tradición antigua en Ca-


narias?
Hemos de comenzar este apartado defendiendo la más que probable
antigüedad de esta tradición en las Islas Canarias pues, con frecuencia, en
nuestras islas se han hallado numerosos indicios que tienden a aportar ar-
gumentos en tal sentido, cuestión que aunque parece lógica a priori, y que
se tendría por obvia en otras culturas, aquí nos vemos obligados a compro-
bar en aras de un riguroso trabajo científico.
En diversos estudios arqueológicos sobre el arte rupestre del norte de
África17 se hace mención a la abundancia temprana de éste tipo de mate-
riales, asociados incluso a motivos de tradición claramente neolíticos, por
lo que las poblaciones que arribaron a las islas, necesariamente, tuvieron
que traer ya esa cultura lúdico-matemática ancestral fuertemente arraigada
y extendida por toda la geografía norteafricana. Dameros como el de la
chascona aparecen ya grabados en algunos bloques de pirámides egipcias
de hace 5000 años, lo que fue interpretado como obra de los trabajadores
durante la construcción de la misma para sobrellevar mejor los momentos
de descanso.
Otro motivo de discusión ha sido la supuesta autoría morisca. Lejos
de evitar este debate, creemos que esa posibilidad queda invalidada por
sí misma, toda vez que se analizan todos los materiales arqueolingüísti-
cos y etnográficos recogidos en islas ya que éstos no presentan rastros
de semitismos alguno18 y sí de muchos arcaísmos relícticos exclusivos de
17
Son numerosos los yacimientos arqueológicos del neolítico norteafricanos que
presentan motivos geométricos relacionados con dameros. Es el caso de Lalla Mina
Hammou, Alto Atlas (Marruecos).
18
La presencia de rasgos semíticos entre los vocablos empleados en Canarias para
designar a los numerosos juegos no está constatada, cosa que sí ocurre en España
con algunos vocablos, como sucede por ejemplo con el término arabizado Alquerque.
Junto al prefijo árabe al-, el vocablo presenta lo que parece un compuesto amaziq,
quer[d]-que[n] “tres ¿piedras?” integrado por el nombre del número cardinal kerad
“tres” y otro concepto todavía indeterminado, para el cual se pueden proponer varias
alternativas: akerkal “raya”, aqqa, nombre de acción del verbo “coger” y p. ext. “ata-
car”, o incluso aqqa, con significado de “semilla, grano, perla, cuenta...” así como
el verbo derivado haqqa “contar”. (Agradecemos a Ignacio Reyes García el haber
realizado correcciones a nuestras anotaciones originales).

643
Calco de grabados del yacimiento arqueológico de Castillejo Grande, Puerto del Rosario. En este grupo
de la estación aparecen claramente tres dameros poligonales estrellados, dos de ellos pentagramas y otro
extraño hexagrama irregular de trazo continuo (el regular sería la estrella de David que también se jugaba
en Fuerteventura).

Canarias, algunos incluso de época romana en el norte de África. Además,


la riqueza lúdica recogida en las islas parece indicar una pervivencia an-
cestral mayor incluso que la continental, sin duda fruto, en nuestra opinión,
del secular aislamiento del archipiélago.
También estamos obligados a recordar que, con respecto a la posible
antigüedad de los juegos de inteligencia, hemos de reiterar que no se tra-
ta de un hecho aislado o estrictamente exclusivo de nuestro archipiélago,
pues existe un significativo número de pruebas arqueológicas que avalan
la existencia de infinidad de juegos de inteligencia desde la más remota
Antigüedad, es decir, ya se jugaba desde hace miles de años, en todas las
civilizaciones y culturas del mundo. De ello existen múltiples pruebas de
cultura material en China, Mesopotamia, Egipto, Fenicia, Cartago, Grecia
o Roma y hasta en culturas como la celta, sahariana, líbica, cretense, íbera
o cartaginesa, por citar sólo algunas.
Y si ya existía este tipo de juegos en esas culturas desde hace miles
de años, al igual que ocurría también en diversas culturas proto-bereberes
del norte de África, en todos los períodos históricos hasta la actualidad,
incluso durante la misma de donde provienen los antiguos canarios, los
bereberes, entonces… ¿por qué tendrían que haber olvidado o abandonado
su propia cultura lúdica esos primeros pobladores de las islas? Es por ello
que insistimos en que, al contrario de lo que algunos piensan (o suponen),

644
los juegos tradicionales de inteligencia han sido también una parte impor-
tante de nuestro legado histórico y patrimonial, ya que consideramos que
han quedado innumerables pruebas en ese sentido. Esas pruebas existen
y son muy numerosas, pues las tenemos no sólo en los ámbitos arqueoló-
gico, lingüístico, etnográfico, etc. En cuanto a las arqueológicas señalar
la existencia de decenas de grabados rupestres en los que aparecen repre-
sentados multitud de dameros de juegos19 (en todas las islas) y no sólo en
posición horizontal para juego, sino incluso vertical y hasta decorando el
techo de una cueva20. Otro indicio añadido en éste sentido es la vinculación
de dichos grabados a los asentamientos precoloniales ya que la mayoría
de los grabados rupestres se sitúan claramente en contextos arqueológicos
referenciados como de filiación prehispánica, por estar integrados en yaci-
mientos o próximos a ellos, ya sean en poblados, cuevas de habitación, etc.
A lo anteriormente expuesto, hemos de añadir que en algunos hallazgos
arqueológicos de diversas islas también han aparecido algunas fichas de
juego elaboradas ex profeso… piezas que incluso en algunos casos coin-
ciden con las referenciadas a nivel etnográfico por la tradición oral. Esas
fichas ya de por sí son una prueba que garantizan, al menos, que se jugaba
y se contaba, pero… ¿cómo se prueban otros alcances o usos potencia-
les? Nosotros creemos que la propia abundancia y repetición de diversos
dameros, profusamente grabados en piedra, cuando la tradición lúdica y
oral señalan que para jugar basta con un trazado temporal en cualquier
superficie, ya sea en arena o sobre tierra, o con sutiles y perecederas mar-
cas o rayas en piedra… son de por sí indicadores de su importancia y de
un uso diferenciado al estrictamente lúdico. A todo ello habría que añadir
19
En las Islas Canarias, el número de dameros es tal que, por poner sólo un ejemplo,
en la obra Los grabados rupestres de la isla de Fuerteventura de Hernández Díaz, I. y
Perera Betancort, M.ª A. (1991), basada en la carta arqueológica de la isla entre 1987
y 1991, se tenían censadas más de 57 estaciones de grabados rupestres, de los cuales al
menos 22 tenían asociados dameros conocidos. Muchas otras inscripciones asociadas,
como estrellas, polígonos irregulares, etc., eran en realidad juegos que, sin embargo
no se computaron como tales. En cualquier caso, era tan significativa su importancia
que se observa claramente atendiendo sólo a la proporción mínima con 22 de los 57
(casi el 40% del total). Hoy, sin embargo, el número de estaciones supera con creces
el centenar y la proporción es netamente superior al haberse incorporado al inventario
de dameros nuevos polígonos antes catalogados como “geométricos”.
20
La aparición de una inscripción rupestre representando un damero en el techo de
una cueva sólo tiene una explicación: que al margen del aspecto puramente lúdico, los
dameros eran mucho más que simples juegos. Nuestras hipótesis, al respecto, ya seña-
ladas con anterioridad, se verían avaladas. La información sobre este hallazgo nos la
facilitó nuestro buen amigo José Antonio Vera Lima (Tetir, año 2007).

645
la existencia de ejemplos invalidados de por sí para su uso lúdico ya que
operacionalmente son inviables o por su tamaño excesivamente reducido,
o por estar grabados en paredes en posición vertical y, excepcionalmente
en la bóveda de una cueva.
Otras evidencias que consideramos necesario se deberían tener siem-
pre muy en cuenta, sobre todo a la hora de argumentar la antigüedad de
los mismos, son las derivadas de las investigaciones etnográficas, entre
las que se encuentran la de carácter arqueo-lingüístico, ya que contamos
con numerosos vocablos recogidos cuyos términos o voces son demasiado
arcaizantes como para obviarlos y no tenerlos en cuenta. Términos como
druque, trique, treque, chiquichasque, sedrés, chascona, dama21, bakas,
quinqas, besco, guincho, chibe, patrusco, las tres merejas… que presentan
evidentes indicios de pervivencia como para no ser tenidos en cuenta.
También en el terreno etnográfico, hemos de señalar que, afortunada-
mente, disponemos aún de centenares de viejos jugadores, repartidos por
buena parte de toda nuestra geografía insular y, además, con numerosas
variantes y modalidades, la mayoría de las cuales siguen aún vigentes en
la memoria colectiva. A esto hemos de añadirle que, en muchísimos casos,
los informantes señalan abiertamente esta tradición como heredada de los
guanches, fundamentada incluso mediante la propia tradición oral fami-
liar22. A esta riqueza antropológica hay que sumar también el hecho sig-
nificativo de que en Canarias disponemos de numerosísimos yacimientos
etnográficos, tales como bancos de piedras, ábacos rematando numerosas
superficies sobre los muros, viejas casas con dameros, lajas sueltas, socos,
21
Dama: contrariamente a lo que muchos suponen, el juego denominado dama en
Canarias no se corresponde al término hispano de origen latino. El juego de las damas
surgido en España en la Edad Media es una evolución de una variante más antigua ju-
gada en el damero de ajedrez llevado por los árabes, mientras que el empleado en Ca-
narias se corresponde exactamente con el damero antiguo, africano que aún emplean
muchos bereberes. En cuanto al término empleado para su denominación: dama, es la
misma que aún emplean también diversos dialectos camíticos, y cuya raíz, en algunos
dialectos tamashek (Tuareg) significa comer o capturar en el juego (de fichas). Ver al
respecto Espinel Cejas y García-Talavera 1989-1990/2010, 71-81/95-103.
22
En más de 28 años que llevamos investigando sobre esta parcela de nuestro patri-
monio, ningún informante ha hecho referencia a que se trate de una tradición foránea,
muy por el contrario, lo han hecho para indicarnos no sólo su antigüedad sino incluso,
en algún caso, su origen. Al respecto podemos señalar la exposición hecha de forma
espontánea, sin preguntas previas y ante una cámara de televisión, por doña Celia
Ramos Melián, quien refirió con detalle cómo su abuelo le habló del origen de esta
tradición (declaraciones efectuadas durante la grabación para un documental de TVC,
dirigido por Cirilo Leal Mujica).

646
En este caso el sedrés aparece
acompañado de un pentagrama
que también se solía emplear como
rompecabezas (Tindaya, Rosa de
Tinojay…).

cuevas, fuentes, etc. Esta grandiosa riqueza, tanto arqueológica como etno-
gráfica, no ha de extrañarnos, pues por un lado es fruto de nuestro secular
aislamiento geográfico y, por otro, de nuestra realidad histórica. Pero el
factor que consideramos realmente como elemento determinante para que
toda esta riqueza cultural deba considerarse un legado patrimonial singu-
lar, es porque creemos que se justifica debido a la rica tradición lúdica pas-
toril, herencia directa de la propia raíz africana, fruto, sin duda, de la per-
vivencia y, por otra parte, de la ausencia de impedimentos en el desarrollo
ulterior que permitieron afianzar su arraigo y la posterior continuidad en la
nueva sociedad colonial surgida tras la conquista y colonización de las is-
las. En ese sentido, hemos de recordar las palabras del antropólogo francés
especialista en juegos Roger Caillois, cuando afirmaba: las instituciones,
las lenguas, las religiones de los pueblos conquistados desaparecen, los
juegos perviven. Esto es lógico y fácilmente comprensible si pensamos
que a los nuevos poderes surgidos, los juegos no sólo no les suponían una
amenaza sino todo lo contrario. Además, ha de tenerse en cuenta cómo, a
lo largo de la historia de la humanidad, el juego ha sido una forma eficiente
de socialización e integración social, abarcando no sólo la etapa infantil y
juvenil sino también la adulta. Es por ello que estos juegos ejercieron un
importante nexo cultural identitario y comunitario, pues actuaban como
elemento de comunicación entre las partes implicadas a la vez que agluti-

647
naba e integraba al jugador en el grupo social y cultural al que pertenece,
evitando de esta manera su aislamiento, la marginación y el consiguiente
desarraigo social.
Sin embargo, y para nuestra desgracia, desde hace algunos años se vie-
nen dando y, desafortunadamente también incorporando y consolidando,
nefastas influencias exteriores, tales como la televisión, música comercial
y enlatada, Internet, Facebook, juegos de maquinitas empantalladas, video
consolas... etc., que han provocado que las actividades de ocio tradiciona-
les y, en especial, las que tienen que ver con el desarrollo de la inteligencia,
estén siendo desplazadas por unos aparatos y juegos modernos que sólo
fijan la atención. Desgraciadamente, algunos de estos juegos recientes ape-
nas ejercitan el músculo del dedo pulgar, impidiendo formar y entrenar la
mente y desarrollar la inteligencia, además de provocar un mayor desape-
go y desarraigo social, ocasiona muchos de los problemas de la sociedad
actual. Somos conscientes de nuestra insistencia pero es que el valor de la
cultura sólo se puede medir por su bagaje, por lo que la política cultural
que se desarrolle en las Islas Canarias debe encaminarse a evitar que se
pierda este importante y valioso legado cultural. Legado milenario que,
no lo olvidemos, es parte importante de nuestra identidad, de nuestras raí-
ces y de nuestra inmensa riqueza patrimonial, que es, sin duda (al menos
en este ámbito), uno de los más importantes y fecundos del planeta, pues
hasta la fecha ya tenemos localizados más de 60 juegos tradicionales de
inteligencia.

6. Clasificación de los juegos tradicionales

Para entrar a abordar la clasificación de los juegos tradicionales en ge-


neral y, dentro de ellos, los juegos de inteligencia (en particular), hemos de
aclarar primero qué criterios hemos elegido. Y es que afrontar la tarea de
elaborar su tipificación es algo complejo, pues, dentro del Estudio de los
juegos, abordar su clasificación es, sin duda, el apartado más controverti-
do, ya que existen diversas teorías y opiniones al respecto.
Ello es debido a que sin duda importan diversos aspectos que se pueden
tener en cuenta a la hora de afrontar la tarea de clasificar los juegos, como
por ejemplo: el aspecto formal. Nosotros, entre los diferentes autores, he-
mos considerado que la más competente, adecuada y conveniente es la
opinión de Roger Caillois, antropólogo francés especialista en juegos. Se-
gún este autor, los juegos pueden clasificarse en cuatro tipos, que son agón,
alea, mimicry e ilinx. Veamos a continuación cuales son:

648
Agón: son los juegos de competición en donde los antagonistas se en-
cuentran en condiciones de relativa igualdad y en el que, además, cada cual
busca demostrar su superioridad (deportes como correr, nadar, ascender
una montaña, luchar, jugar al palo, juego de la manita, juego de la pina, la
baka, etc.).
Alea: son juegos basados en una acción o decisión que no depende del
jugador. Consiste en vencer al adversario mediante la suerte, imponiéndo-
se al destino. La voluntad, la fuerza, la inteligencia quedan en un segundo
plano, pues se renuncia a ello y se abandona al destino. Se trata, por consi-
guiente, de juegos de azar, tales como: cara o cruz, pares o nones,…
Mimicry: además de un juego se trata de una ilusión temporal, cuando
menos de un universo cerrado, convencional y, en ciertos aspectos, ficticio.
Aquí no predominan las reglas sino la simulación de una segunda realidad.
El jugador escapa del mundo haciendo o creándose otro. Entre estos jue-
gos se encontrarían jugar con cuquitas (recipientes de barro en miniatura),
jugar con machanguitos y muñecas, etc.
Ilinx: son aquellos juegos que desafían el peligro e implican vértigo.
Consisten en asumir grandes riesgos mediante el intento de desafiar la
percepción de la estabilidad por un instante y de provocar o infligir a la
conciencia lúcida una especie de pánico apasionante. En cualquier caso,
se trata de alcanzar una especie de espasmo, de trance o de aturdimiento
que provoca la aniquilación de la realidad con una brusquedad extrema. El
movimiento rápido de rotación o caída provoca un estado orgánico de con-
fusión y de desconcierto (escalar un risco o una montaña de difícil acceso,
saltar con astias o lanzas, lanzarse al mar desde altos acantilados, desafiar
la lógica y la ley de la gravedad con piruetas al borde de un precipicio y
brincos peligrosos…).
Pero a esta clasificación desarrollada por Roger Caillois, en cuatro ti-
pos23 o grupos, nosotros le hemos añadido una quinta agrupación o catego-
ría, por ser la correspondiente a un tipo de juegos que no fueron incluidos
en sus estudios generales ni en ningún otro. Se trata del grupo que hemos
denominado Nous o de inteligencia. Desterramos así otras clasificaciones
hechas por diferentes autores, tales como: juegos de tablero, juegos de
mesa, etc., entre otras razones porque, lejos de ser precisas, son en extremo
ambiguas e inexactas, ya que, por ejemplo, con juegos de mesa se pueden
23
Esta clasificación en cinco grupos, basada en la de cuatro de Roger Caillois, la
realizamos por primera vez en nuestra obra Juegos guanches inéditos. Inscripciones
geométricas en Canarias (García-Talavera Casañas, F. y Espinel Cejas, J. M.: 1989,
1990 y 2010).

649
confundir actividades de ocio y juegos de azar, tales como el futbolín o el
billar -que también se juegan en una mesa-, o el dominó, los dados y la ba-
raja (cartas), que son, en realidad, juegos de azar. Tampoco consideramos
acertado su clasificación en una categoría que las globalice como juegos
de tablero, pues el monopoly, el parchís o la oca igualmente se practican en
un tablero pero son juegos de azar y, por consiguiente, nada tienen que ver
con el ajedrez, la chascona o la dama, que son juegos de inteligencia puros,
por lo que no ha lugar a integrarse en un mismo apartado.

7. Tipos de juegos de inteligencia: clasificación

Una vez hecha -y presentada- la clasificación general, hay que añadir, no


es óbice, que dentro de este apartado referido a los juegos tradicionales de in-
teligencia o habilidad mental (Nous), podamos, a su vez, volverlos a clasificar,
pues no todos los juegos de inteligencia guardan relación ni las mismas ca-
racterísticas particulares. Por poner un ejemplo, como ya hemos señalado, no
todos los juegos tradicionales de inteligencia habría que clasificarlos de igual
modo, pues dentro de este apartado, en el que se encuentran más de sesenta
juegos e infinidad de variantes diferentes, en todas las islas, tenemos unos que
son de estrategia y combate puros, otros de alineamiento y posicionamiento,
algunos otros de persecución, mientras que otros son de tipo rompecabezas
(también denominados solitarios), cuyo objetivo es lograr alcanzar la solución
de un complejo problema matemático predefinido…

8. Los rompecabezas: tipología y variantes

La primera vez que oímos hablar de rompecabezas, empleando el tér-


mino sólo haciendo referencia a un juego tradicional de inteligencia, nos
quedamos desconcertados. Nos dimos cuenta de que estos rompecabezas
se caracterizaban porque eran practicados en dameros y su característi-
ca principal era que se podían jugar en solitario; teniendo como objetivo
eliminar todas las piezas o fichas del damero pero siempre siguiendo un
orden reglamentario sencillo y estricto. He de reconocer que, en un primer
momento, nos quedamos un poco confundidos a la vez que sorprendidos.
Ello se debía a que era la primera vez que escuchábamos ese término refe-
rido a los juegos que ya conocíamos como solitarios.
Una vez que nos hubimos documentado, comprendimos entonces que
un rompecabezas podía ser cualquier tipo de juego consistente en un pro-
blema dado y cuya solución se basaba, exclusivamente en la resolución

650
del mismo mediante el desarrollo de una estrategia, cuya prueba suponía
mucha habilidad mental24.
Nuestro asombro fue aún mucho mayor cuando comprobamos que se trata-
ba asimismo de juegos inéditos, muy diferentes a todos los que existían referi-
dos en documentación etnográfica, arqueológica, historiográfica…
Comenzamos paralelamente a registrarlos y a estudiarlos, llegando muy
pronto a una serie de conclusiones, a saber:
1º.- Que las personas mayores no se equivocaban cuando empleaban
el término rompecabezas, pues estaban más cerca de la autenticidad y la
verdad objetiva que los que siguen la actual moda (foránea) de emplear el
vocablo “solitario”.
2º.- Que se trata de auténticas joyas etnográficas, relícticas25, ausentes
o desaparecidas en muchas otras culturas del mundo, pero de las cuales
nosotros disponemos aún de un rico legado patrimonial, testimonial, etno-
gráfico, arqueológico, etc.; del cual hemos censado, hasta el momento, más
de una docena diferente en la mayoría de las islas de nuestro archipiélago.
Hay que señalar que cualquier rompecabezas es un verdadero reto, pues
su dificultad lo convierte en un aliciente fundamental, un vicio sano que en-
gancha, además de un absorbente pasatiempo. Además, hay pocos placeres
comparables al de conseguir, pese a la dificultad, la resolución del mismo.
Hemos de aclarar que los rompecabezas catalogados hasta la fecha
adoptan formas geométricas bien distintas y diferenciadas, según zonas e
islas, aunque podemos agruparlas, grosso modo, en las siguientes:
Esteliformes (forma de estrellas: tetragrama, pentagrama, hexagrama,
heptagrama).

24
Debemos aclarar que dentro de esta categoría conocida como rompecabezas tam-
bién entrarían los juegos correspondientes a cualquier problema o acertijo de difícil
solución, al igual que ocurriría con algunos tipos de pasatiempos. Igualmente ocurre
con los de tipo mecánico o manuales como el stomachion (problema para volverse
loco) de Arquímedes, el tangram chino, o los rompecabezas poliédricos de madera
de tradición oriental, entre otros, pero que no los incluimos aquí por no ser objeto de
estudio.
25
Empleamos aquí el término relíctico porque la pervivencia de estos juegos tradicio-
nales de inteligencia constituyen una reliquia, una presencia excepcional con respecto
a la gran riqueza lúdica que suponemos existió hace mucho tiempo (en nuestra opi-
nión desde la Prehistoria del norte de África). A tenor de esos numerosos vestigios
arqueológicos y los pocos etnográficos existentes en multitud de países y culturas,
consideramos que se encuentran en vías de extinción.

651
De circuito (con movimientos envolventes).
Con forma semicircular (de abanico o arco iris).
De sección de arco.
Triangulares.
Fractal26.
Poligonales (tetrágonos…).
Circulares.
El mero hecho de intentar explicar por qué existen diferentes juegos o
por qué éstos adoptaron diversas formas es un asunto harto complejo. Sin
embargo, creemos que ello podría explicarse ‒al menos en parte‒ porque
permitía generar fascinación y sorpresa entre los jugadores procedentes de
distintos lugares, sobre todo al encontrarse en el campo durante las labores
propias de la actividad pastoril. Esto no sólo supone compartir los juegos,
ya fuesen propios o ajenos, sino que posibilitaba, más aún si cabe, su com-
prensión y entendimiento, fuera cual fuese su procedencia, pues compartir
nuevos juegos -con sus nuevos retos- ponía de relieve la destreza, la inte-
ligencia, el liderazgo natural, etc., además de añadir un halo de misterio y
exclusividad a unos juegos que acrecentaban el prestigio personal.

9. Aspectos matemáticos de los rompecabezas

Cuando publicamos por primera vez, en 1989, nuestro trabajo Juegos


guanches Inéditos. Inscripciones geométricas en Canarias, incluimos la
curiosidad de citar el término mazigio empleado para designar las fichas de
juego: tiddest27 (plural: tiddas), cuya raíz significa, literalmente: “análisis
combinatorio”. Hemos de reconocer aquí que, en aquel preciso momento,
no lo tuvimos lo suficientemente en cuenta, puesto que lo citamos casi
como algo anecdótico, quizás por habernos llamado la atención. He aquí
que ese detalle, inicialmente insignificante, esa pieza del puzzle o rompe-
cabezas, cada vez cobraba mayor sentido, ya que en realidad y desde el
propio origen de este tipo de juegos, nos referimos a los inicios creacio-
26
Fractal: es un objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o irregular, se
repite a diferentes escalas. Generalmente es demasiado irregular para ser descrito en
términos geométricos tradicionales, pero es auto-similar por lo que se puede describir
mediante un simple algoritmo recursivo.
27
Existen en los diferentes dialectos de la lengua tamazight múltiples términos para
referirse a las piezas o fichas de juego. Lo curioso es que algunas de ellas conservan
la misma raíz arcaizante que para designar al análisis combinatorio desde el punto de
vista matemático. (SUÁREZ ROSÁLEZ, M., 1989:37 y DALLET J. M., 1985:63).

652
nales de estos juegos, que tienen una evidente base matemática multifun-
cional.
Las fichas, en función de sus posibles movimientos, son elementos fun-
damentales para realizar análisis combinatorios en el problema matemá-
tico “abstracto” que supone el propio juego, a tenor de sus reglas y alter-
nativas logarítmicas y algorítmicas. Veamos, pues, desde el punto de vista
matemático, los aspectos implícitos en este tipo de juegos:
‒ Geometría del juego
‒ Aritmética del juego
‒ Aritmogeometría
‒ Número de segmentos
‒ Número de vértices
‒ Número total de fichas para un rompecabezas
‒ Número total de fichas para cada jugador
‒ Arqueoastronomía

10. Desde el punto de vista de La Combinatoria

La combinatoria es la rama de las matemáticas que se ocupa del estu-


dio y resolución de problemas de elección, a tenor de la disposición de los
elementos de los que se dispone, ya sea de un conjunto dado o colección
finita de objetos con respecto al problema de determinar el recuento de los
objetos de dicha colección (combinatoria enumerativa) y a la vez com-
probar si determinado objeto existe (combinatoria extremal) de acuerdo a
ciertas reglas.
Además, la combinatoria estudia y analiza todo tipo de posibilidades,
considerando tanto las opciones de repeticiones posibles como las de no
repetición, al mismo tiempo que tiene en cuenta los diversos factores de
intercambio de posición de los diferentes elementos entre sí, tanto con res-
pecto a su orden como a tenor de su ubicación específica. Estas operacio-
nes reciben el nombre de: variación, permutaciones y combinaciones.
Algunas veces, el estudio y el análisis de cómo llevar a cabo el cálculo
de objetos es considerado un campo independiente de la combinatoria, de-
nominado enumeración.
A su vez, todas las combinaciones posibles se pueden representar me-
diante números combinatorios que muestran la cantidad de posibilidades al
momento de coger una cantidad k de elementos u objetos, de un total de n
existentes en un conjunto dado (de fichas o piezas de juego, por ejemplo).
653
Teniendo en cuenta esto, es en la combinatoria donde tendrían sentido
una serie de preguntas tales como:
1.- ¿Cuántos movimientos distintos pueden hacerse?
2.- ¿Cuántas posibles combinaciones de jugadas pueden darse en una
partida?
3.- ¿Qué posibilidades tengo de solucionar el problema planteado en el
juego?
4.- ¿De cuántas formas distintas se pueden resolver las partidas, solu-
cionando el rompecabezas o solitario?

11. Rompecabezas de estrella de 4 puntas


11.1. Reglas de juego

Las reglas de juego en esta modalidad de rompecabezas, la estrella de 4


puntas, son básicamente las mismas que para la mayoría de los demás rom-
pecabezas. Este reglamento sólo dispone de tres reglas básicas y sencillas:

Imagen del grabado de una de las caras de la laja hallada en Tefía, en la que se puede apreciar claramente el
polígono estrellado formado por dos husos cruzados (foto cortesía de Ángel Lorenzo Perera).

654
1ª- Únicamente se puede mover si es para comer (eliminar) otra ficha,
lo cual se hace saltando sobre otra inmediata, tal y como ocurre en el juego
de la dama.
2ª- No debe emplearse seguido la misma ficha para comer (capturar),
sino que debe alternarse comiendo con otra ficha diferente. Es decir, no
se puede eliminar fichas saltando dos o más veces consecutivas utilizando
sólo la misma pieza para comer, pues antes de volver a mover con la mis-
ma pieza, ha de emplearse para capturar otra distinta.
3ª- Para “ganar”, lo primero que hay que lograr es eliminar todas las
fichas del damero (a excepción de la última, claro) y, a la vez, conseguir
que esa última ficha caiga o sea situada en el vértice “0”, el mismo que al
comienzo de la partida estaba libre.

11.2. Solución al rompecabezas de cuatro puntas

Durante el tiempo que ha transcurrido, cuatro años ya, hemos reprodu-


cido, estudiado y analizado las posibles jugadas y las técnicas de elabora-
ción y resolución de esta modalidad de “rompecabezas”. A priori, aunque
pudiera parecer muy sencillo, ya que es la variante más básica tanto desde
el punto de vista geométrico como aritmético, sin embargo, las posibili-
dades combinatorias son múltiples y su solución no es nada sencilla para
mentes poco habituadas a este tipo de juegos.
5 come a 7 y salta a 0
2 come a 3 y salta a 5
0 come a 1 y salta a 3
4 come a 5 y salta a 7
6 come a 7 y salta a 1
3 come a 1 y salta a 0

Con estos seis movimientos se logra finalizar la partida, eliminando las


seis fichas sin “comer” dos veces seguidas con la misma pieza y logrando
colocar la última ficha en el vértice “0”, en el cual es necesario e impres-
cindible situar la última para lograr, de forma efectiva, solucionar el pro-
blema matemático de este juego.

655
11.3. Aspectos matemáticos de la estrella de cuatro
puntas o cruz ojival
- Geometría del juego: estrella de cuatro puntas o cruz ojival.
- Aritmética del juego: 18 o 19 = 18 para el juego del tres en raya (12
segmentos + 6 fichas =18) y 19 para el caso del rompecabezas: 12 segmen-
tos + 7 fichas (19).
- Aritmogeometría: 20, de los cuales 12 son segmentos y 8 son las in-
tersecciones.
Número de segmentos: 12 segmentos.
Número de vértices: 8 vértices.
Número total de fichas para un rompecabezas: 7 fichas.
Número total de fichas para cada jugador (caso de jugar al tres en raya):
3 fichas por jugador (6 en total: 3 + 3).
- Arqueoastronomía: 12 + 7 o 12 + 8 (19 o 20).

12. Rompecabezas de estrella de 5 puntas

Inscripción situada en la cara posterior del mismo bloque. En este caso se trata del popular rompecabezas
majorero; un formidable juego tradicional de inteligencia (foto cortesía de Ángel Lorenzo Perera con trata-
miento gráfico de Alberto Crespo para resaltar el grabado).

656
Esta figura es conocida desde la antigüedad con diversas denominacio-
nes: estrella de Salomón, pentagrama, pentalfa…
Sin embargo, en las Islas Canarias a este juego se le denomina de dife-
rentes maneras; trique, la estrella, rompecabezas…
Con respecto a su praxis, actualmente quedan vivos bastantes jugadores
en diferentes islas, sobre todo en Fuerteventura y Tenerife, mientras que
en las de La Palma o Gran Canaria únicamente quedan un número muy
reducido de jugadores.

En la imagen se aprecia la disposición inicial de las fichas en el tablero para jugar la modalidad de juego del
rompecabezas, una de las diversas posibilidades que tiene este damero (foto José Espinel).

12.1. Reglas de juego

Al igual que ocurría con otros rompecabezas, las reglas de juego de esta
variante de rompecabezas (la estrella de 5 puntas) son, básicamente, las
mismas que para la mayoría de las demás modalidades o variantes. Antes
de empezar, el damero ha de tener dispuestas fichas en todas y cada una de
las intersecciones del polígono estrellado, a excepción de una de las pun-
tas, que ha de quedar libre para posibilitar el comienzo de partida.
Estas normas, claras y sencillas, son sólo tres reglas básicas:

657
1ª- Únicamente se podrá mover si es para comer (eliminar) cualquier
otra ficha, lo cual se hace saltando sobre otra inmediata, tal y como ocurre
en el juego de la dama.
2ª- No puede emplearse la misma ficha dos veces seguidas para comer,
sino que debe alternarse con otra. Es decir: no se pueden eliminar fichas
saltando dos o más veces consecutivas utilizando la misma pieza, pues
antes de volver a moverla, ha de emplearse otra distinta.
3ª- Para “ganar” lo primero que hay que lograr es eliminar todas las
fichas del damero (a excepción de la última, claro) y, a la vez, conseguir
que esa última ficha caiga o sea situada en el vértice “0”, el mismo que al
comienzo de la partida estaba libre.

12.2. Solución al rompecabezas de cinco puntas

Desde que empezamos el análisis y el estudio sobre los juegos tradicio-


nales de inteligencia en 1985, la hipótesis de que la abundante represen-
tación de estrellas de cinco puntas, también conocida como pentagrama o
estrella de Salomón, fuese algo más que una simple figura, ha ido cobrando
fuerza, reforzándose nuestra hipótesis inicial de que, al margen de otras
significaciones ancestrales, se trataba también de un juego. Esto ha venido
confirmándose no sólo a lo largo y ancho de toda nuestra geografía, pues se
ha confirmado su praxis lúdica hasta el presente al menos en Fuerteventu-
ra, Gran Canaria, La Palma y Tenerife, al igual que lo hemos documentado
en Mauritania. La diferencia es que aquí, según zonas e islas, se les conoce
con nombres diversos, mientras que en el territorio continental, los moros28
lo denominan nejma29, término que en hassanía 30 (dialecto árabe) signifi-
ca, literalmente: “estrella”.
En el tiempo transcurrido, más de una veintena de años, no sólo hemos
recogido muchas de las técnicas de juego y numerosas denominaciones
locales, sino también elaboradas técnicas de juego que nos han permitido
28
Moro es aquí empleado como gentilicio del natural de la República Islámica de
Mauritania.
29
La traducción del término nejma al hassanía así como los datos referidos a este jue-
go tradicional bidani nos la ha facilitado nuestra amiga Isabel Fiadeiro, Nouakchott
(abril de 2011).
30
El hassaniyya o hassanía es un dialecto del árabe hablado entre el sur de Marruecos,
SO de Argelia, Sahara Occidental, Mauritania y zonas de Malí, Níger y Senegal (te-
rritorio de los bidanis o Trab el Bidan). Su nombre proviene de las tribus árabes Beni
Hassan que sometieron la región. Su vocabulario es aproximadamente un 90% árabe
y 10% de influencia zenaga y tuareg (bereber), wolof, francés, y castellano…

658
dilucidar y obtener algunas soluciones al problema matemático que plan-
tea este sencillo juego. Hablar aquí de sencillo es sólo un eufemismo, pues,
sin obviar sus escasas reglas, en la realidad este juego es harto difícil y
complejo, ya que las posibilidades combinatorias de sus nueve fichas son
impresionantes y se cuenta por miles.
He aquí un ejemplo de solución al problema del rompecabezas median-
te esquema numerado del polígono estrellado31. Ésta es sólo una de las
posibles soluciones al rompecabezas de cinco puntas:
3 come a 1 y salta a 0
6 come a 5 y salta a 3
8 come a 7 y salta a 5
0 come a 9 y salta a 7
5 come a 7 y salta a 8
4 come a 3 y salta a 1
2 come a 1 y salta a 9
8 come a 9 y salta a 1

Esquema del polígono estrellado o pentagrama con sus posiciones ini-


ciales:
Con estos ocho movimientos se logra finalizar la partida, eliminando
31
Se trata sólo de una de las posibilidades combinatorias para la resolución eficaz del
problema planteado de dejar solamente una ficha en el polígono estrellado o pentagra-
ma usado tradicionalmente como damero de juego o “rompecabezas”.

659
Don Jorge Pais Pais (izq.) acompañando a don Sebastián Miranda Calero (“Chano Miranda”) de 85 años
y natural de la Roza de Tinojay (Fuerteventura), jugador excepcional de chascona, sedrés, el gato y las
palomas y fue quien nos enseñó a solucionar los rompecabezas.

las ocho fichas (todas menos la última), además sin comer dos veces se-
guidas con la misma pieza y dejando la última ficha en el vértice “0”, en
el cual es necesario e imprescindible situar la última para lograr, de forma
efectiva, solucionar el problema matemático que implica este juego. Otra
variante es la que admite cualquier otra posibilidad de posición final siem-
pre y cuando quede solamente una ficha.

12.3. Aspectos matemáticos de la estrella de cinco pun-


tas
- Geometría del juego: estrella de cinco puntas, pentagrama, estrella de
salomón…
- Aritmética del juego: 24 – 25 de los cuales 15 son segmentos además
de 10 vértices o intersecciones, de ellos pueden llegarse a ocupar un máxi-
mo de 9 para el caso del rompecabezas.
- Aritmogeometría (hipótesis): 25 resultado de sumar 15 segmentos +
10 vértices o intersecciones.

660
Número de segmentos: 15 segmentos.
Número de vértices: 10 vértices o intersecciones.
Número total de fichas para un rompecabezas: 9 fichas.
Número total de fichas para cada jugador: en el rompecabezas son 9
para un jugador, en la dama son normalmente 12 fichas para cada juga-
dor (12 x 2 = 24) más un vértice libre (24 + 1 = 25).
‒ Arqueoastronomía (2ª hipótesis): 24 (15 + 9) que son las cifras corres-
pondientes al número de segmentos que conforman la figura del esquema
poligonal estrellado de cinco puntas más la suma de las fichas correspon-
dientes para poder jugar a esta modalidad de “solitario” o rompecabezas
tradicional.
Ha de recordarse que el ciclo del planeta Venus desarrolla una órbita
aparente en la bóveda celeste en forma de estrella de cinco puntas, ya que
cada 584 días (período orbital sinódico) aparece en una posición a 72º de
la elongación anterior. Dado que en una circunferencia existen 5 lapsos de
72º, Venus regresa al mismo punto del cielo cada cinco ciclos en el trans-
curso de 8 años (menos dos días correspondientes a los años bisiestos),
que son 8 órbitas terrestres y 13 de Venus. Este período ya se conocía, al
menos, en el Antiguo Egipto y Mesopotamia.
Curiosamente, un día venusiano corresponde a 243 días terrestres, por
lo que es más largo que su año de casi 225 días (órbita sideral) pues, de una
forma extraña, Venus rota del este hacia el oeste. Para un observador en
Venus, el Sol se levantaría por el oeste para ponerse por el este.

13. Los rompecabezas, algo más que un juego: la neu-


róbica

Durante los días que estuvimos entrevistando a don José Jiménez Ro-
dríguez (Tefía), nos llamó poderosamente la atención que, habiendo juga-
do con él desde la primera jornada, él, sin embargo, en los días sucesivos
jamás jugó ni con las mismas reglas ni de la misma forma, ya que desa-
rrolló distintos juegos. Ello nos hizo caer en la cuenta, enseguida, de que
con estos hermosos dameros en forma de polígonos estrellados ocurría
exactamente lo mismo que acontecía con los otros dameros más utilizados,
los que podríamos denominar como “convencionales”; que se podían jugar
con diferentes reglas y maneras y así practicar en ellos diversos juegos en
el mismo polígono estrellado.
Hace muchos años que venimos sintiendo fascinación por este tipo de

661
juegos y hemos de reconocerlo: cada vez más. Porque mientras más pro-
fundizamos en su conocimiento, más nos convencemos de su importancia,
su versatilidad, y sobre todo sus inmensas posibilidades tanto pedagógicas
como terapéuticas.
Uno de los más recientes apartados descubiertos que pudieran servir
de eje o centro de interés para el estudio de los juegos fue, para nuestra
sorpresa, el de la neuróbica.
Se conoce como neuróbica a cualquier tipo de ejercicio mental (tam-
bién denominada como gimnasia mental o gimnasia cerebral). Ésta es de-
sarrollada mediante problemas, ejercicios, juegos y rompecabezas menta-
les que permiten mejorar el rendimiento del cerebro. El término neuróbica
fue empleado por primera vez por el neurobiólogo Lawrence Katz en 1999
para denominar a aquellos ejercicios mentales que permiten mantener al
cerebro en alerta, pues se presume que la estimulación sensorial mediante
actividades mentales, así como con acciones y pensamientos inusuales,
producen más sustancias químicas en el sistema neurobiológico del cuer-
po, lo que estimularía, en gran medida, el crecimiento de nuevas dendri-
tas y neuronas en el cerebro. Ello se deduce porque, cuando lo que se
realizan son acciones rutinarias, éstas son tan automáticas en una persona
que la mayoría de esas acciones se llegan a realizar (en gran medida) de
una forma totalmente inconsciente. Dichas acciones automatizadas o in-
conscientes es evidente que requieren una menor actividad en el cerebro,
y menos ejercicio.
Por eso se deduce que, con la ayuda de ejercicios neuróbicos, se puede
estimular eficazmente al cerebro.
Un ejemplo de ejercicio neuróbico es llevar a cabo una partida de aje-
drez, dama, Go, chascona o cualquier otra actividad que implique un desa-
rrollo de estrategia lógico-matemática que, además, conlleve una actividad
continuamente cambiante. Ello es debido a que recientemente se ha descu-
bierto que el cerebro posee una gran plasticidad, logrando una extraordina-
ria capacidad de crecer y mudar el patrón de conexiones. 
Los investigadores Lawrence Katz y Manning Rubin, autores del con-
cepto de neuróbica la definieron como la aeróbica de las neuronas, según
la cual, era cualquier forma eficaz de ejercicio cerebral, proyectado para
mantener el cerebro ágil y saludable, y que, además, sirviera para estimular
la creación de nuevos y diferentes padrones32 de actividades o conexiones
en las neuronas del cerebro. 

32
Patrón o dechado.

662
La neuróbica consistiría, por tanto, en contrariar a la rutina, obligando
a pensar, provocando el desarrollo mediante la estimulación del cerebro.
Son técnicas para mejorar la concentración, entrenando la creatividad y
la inteligencia, pues cerca del 80% de nuestro día a día está ocupado por
rutinas, que a pesar de tener la ventaja de reducir el esfuerzo intelectual,
sin embargo limitan el esfuerzo del cerebro, por lo que se hace necesario
practicar ejercicios mentales o “cerebrales” que provoquen en las personas
pensar solamente en aquello en lo que están haciendo, concentrándose ex-
clusivamente en esa tarea. Existen otros ejemplos de ejercicios cotidianos,
como cambiar de mano al ponerse el reloj o al cepillarse los dientes. Se tra-
taría de ser creativo y usar la inventiva, pues la idea es cambiar el compor-
tamiento, romper con la rutina. En definitiva, la neuróbica puede consistir
en hacer las cosas de forma completamente distinta, empleándose de este
modo el otro lado del cerebro y aumentando así la estimulación. Lo que es
indudable es que algunos juegos de estrategia ayudan a prevenir algunas
enfermedades degenerativas mentales, como el Alzheimer o la demencia
senil.

14. Conclusión

Fuerteventura posee una inmensa riqueza arqueológica y etnográfica,


sobre todo con respecto al tema que nos ocupa: los juegos tradicionales
de inteligencia. La antiguedad de los mismos se constata sólo con analizar
los materiales arqueológicos y etnográficos presentes en la isla. El análisis
comparativo con materiales similares existentes tanto en Europa como en
todo el norte de África nos induce a inclinarnos definitivamente hacia un
origen prehistórico sahariano, al menos, de la mayor parte de esta tradi-
ción. La existencia, además, de un rico material único y exclusivo de la
isla, así como una rica pervivencia, convierten a la isla en un paraíso para
los investigadores en este campo del conocimiento científico.

663
Bibliografía

Cerdeña Ruiz, R., Morales Chacón, E., et al. (2001): Toponimia


de Fuerteventura. III. Catálogo toponímico de Puerto del Rosario. 275
páginas, Cabildo de Fuerteventura.
Concepción Pérez, Julio (2008): Juegos agrarios del sur de Te-
nerife: una biografía comunitaria. Edición de Llanoazur y del Ayunta-
miento de Arona.
Espinel Cejas, José M. y González García, Dionisio M.
(1994): “El Perro y La Dama, dos juegos tradicionales de inteligencia”.
Revista Tenique nº 2, pp. 117-144. Centro Superior de Educación. Uni-
versidad de La Laguna.
Espinel Cejas, José M. (2003): “Los juegos tradicionales de inteli-
gencia en Arona”. Publicado en “Cuadernos de etnografía de Arona” nº
1, pp. 29-35. III Jornadas de Cultura Tradicional y Etnografía “Salva-
dor González Alayón. Ayuntamiento de Arona.
Espinel Cejas, José M. (2007): “Los juegos tradicionales de inteli-
gencia en la isla de Fuerteventura: dameros de juego, ábacos y sistemas
de cálculo astronómico”. XIII Jornadas de Estudios sobre Fuerteven-
tura y Lanzarote. Tomo II, pp. 99-144. Edición del Cabildo Insular de
Fuerteventura. Puerto de Rosario.
Espinel Cejas, José M. (2007): “Arqueoastronomía, matemáticas y
juegos tradicionales de inteligencia: ¿herencia de los antiguos benaho-
renses?”. Revista de estudios generales de La Palma nº 3, tomo II, pp.
47-64. Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Canarias y
Dirección Insular de Patrimonio del Cabildo de La Palma.
Espinel Cejas, José M. y García-Talavera Casañas, Fran-
cisco (2009): Juegos guanches inéditos. Inscripciones geométricas
en Canarias. 3ª edición. Coedición del Centro de la Cultura Popular
Canaria, Gobierno de Canarias, Cabildo de La Palma y Ayuntamiento
de Arona.
Muñoz Amezcua, Juan (1993): “Juegos ancestrales de los pastores
de Fuerteventura”. Boletín Informativo, número 41, p. 12, agosto de
1993. Excmo. Ayuntamiento de La Oliva. Fuerteventura.
Nuez Arbelo, David (2006): “Dameros canarios”. Revista El Menti-
dero nº 23 de abril-junio, p. 23. Boletín informativo de la Federación de
Salto del Pastor Canario.

664
Nuez Arbelo, David (2010): “Dameros y cuentas”. Revista El Men-
tidero nº 37 de abril-junio, pp. 30 y 31. Boletín informativo de la Fede-
ración de Salto del Pastor Canario.
Pichler, Werner (2004): “Die Felsbilder Fuerteventuras (I)”. Revis-
ta ALMOGAREN XXXV/2004, pp. 7-74. Institutum Canarium, Viena,
Austria.
Pichler, Werner (2005): “Die Felsbilder Fuerteventuras (II)”. Re-
vista ALMOGAREN XXXVI/2005, pp. 7-146. Institutum Canarium,
Viena, Austria.
Reyes García, Ignacio (2011): Diccionario ínsuloamaziq. Fondo
de Cultura ínsuloamaziq. 645 páginas. Santa Cruz de Tenerife. Islas
Canarias.

Agradecimientos

Isabel Fiadeiro (Nouakchott, Mauritania), José Jiménez Rodríguez (Te-


fía, Fuerteventura), Ángel Lorenzo Perera (La Orotava, Tenerife), Alber-
to Crespo Elipe (La Laguna, Tenerife), Inés del Carmen Plasencia Cruz
(La Laguna, Tenerife), Francisco García-Talavera Casañas (Santa Cruz
de Tenerife), David Nuez Arbelo (Valleseco, Gran Canaria), María del
Carmen Barrios de la Cruz (Tefía, Fuerteventura), Pedro Espinel Rodrí-
guez (Tefía, Fuerteventura), Marcos Sosa Roger y Manuel Sosa Roger
(Tefía, Fuerteventura), Juana Cabrera Montelongo (Tefía, Fuerteventu-
ra), Sebastián Chano Miranda Calero (Roza de Tinojay, Fuerteventura),
Juan Muñoz Amezcua (Corralejo, Fuerteventura), José Antonio Vera Lima
(Tetir, Fuerteventura), Gonzalo Rodríguez de Vera (Tetir, Fuerteventura),
Pedro Carreño Fuentes (La Oliva, Fuerteventura), Ignacio Reyes García
(Santa Cruz de Tenerife).

665
666
PATRIMONIO Y EDUCACIÓN:
ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS PARA LA ELABORACIÓN
DE MATERIALES DIDÁCTICOS EN EL AULA

Sanjo Fuentes Luis


Consejería de Educación, Universidades y Sostenibilidad, Gobierno de Canarias

Celso Hernández Valerón


IES TÍAS, Lanzarote

667
Resumen: en este artículo queremos presentar un modelo o estrategia de la
elaboración de Unidad Didáctica Patrimonial (UDIPA) que venimos desarrollan-
do en diferentes centros de enseñanza secundaria de Canarias, en concreto en el
Instituto de Enseñanza Secundaria de Tías (Lanzarote), en el que se toma como
referencia al patrimonio cultural como recurso educativo para impulsar desde él
la adquisición de las competencias básicas (CCBB) y favorecer así una enseñan-
za-aprendizaje más integral. Se muestra el trabajo llevado a cabo por el alumnado
de 1º de la ESO para la realización de un baúl o maleta didáctica en el que se
recogen los aspectos más representativos del patrimonio cultural de Lanzarote.
Palabras clave: Educación patrimonial; unidad didáctica; competencias bá-
sicas.

Abstract: in this article we can hold the writing of Heritage Didactic Unit as a
model. It is being developed in different Secondary Schools from Canary Islands
specifically in Tias High School (Lanzarote) where the Cultural Heritage is taken
into account as an educational resource in order to get the basic skills and on the
other hand to encourage the all-round teaching - learning.
The project made by the students from 1º ESO is also shown so as to create a
big educative suitcase where the aspects more representative from Cultural Her-
itage in Lanzarote are kept
Key words: Heritage Education; didactic unit; basic skills.

668
1. INTRODUCCIÓN

En este artículo queremos presentar un modelo de Unidad Didáctica


Patrimonial (UDIPA) que venimos desarrollando en diferentes centros de
enseñanza secundaria de Canarias, en concreto en el Instituto de Ense-
ñanza Secundaria de Tías (Lanzarote), en el que se toma como referencia
al patrimonio cultural como recurso educativo para impulsar desde él la
adquisición de las competencias básicas (CCBB) y favorecer así una en-
señanza-aprendizaje más integral. Entendemos que el uso del patrimonio
como herramienta formativa permite poner en valor las múltiples posibi-
lidades de rentabilidad social de éste, a la vez que a los docentes explo-
rar nuevas estrategias metodológicas en las que el alumnado desarrolle
un proceso de enseñanza-aprendizaje más real, holístico y cercano a su
experiencia de vida. Se muestra el trabajo llevado a cabo por el alumnado
de 1º de la ESO para la realización de un baúl o maleta didáctica en el
que se recogen los aspectos más representativos del patrimonio cultural de
Lanzarote1. Además, creemos que este modelo de operar en las aulas abre
nuevos canales de comunicación -y participación real- entre la ciudadanía
y las instituciones responsables de la salvaguarda del patrimonio. En este
sentido, esta estrategia permite que los alumnos y alumnas elaboren en-
foques y materiales educativos eficaces, creando una nueva sinergia entre
los educadores y los expertos en la gestión del patrimonio, aportando una
mirada más fresca y renovada a los planes de uso y gestión de éste.

1
Queremos dejar constancia que en este trabajo no vamos a mostrar en sí misma la
Unidad Didáctica Patrimonial (UDIPA) titulada El patrimonio de Lanzarote como
recurso educativo y el conjunto de tareas y actividades para desarrollar la misma, sino
la estrategia metodológica y la forma de operar en los centros educativos para que el
patrimonio se convierta en una herramienta útil para la docencia y desarrollar desde
él los contenidos curriculares, a la vez que el alumnado, en ese proceso de enseñan-
za-aprendizaje, conozca las claves interpretativas de su patrimonio cultural.

669
Desde un punto de vista formal, en la primera parte de este artículo
trataremos de argumentar los aspectos positivos que, a nuestro juicio, se
derivan de esa estrecha relación entre patrimonio y educación. Para ello,
haremos mención a algunas experiencias que se vienen desarrollando en
el resto del Estado español (Baleares, Andalucía o Galicia) y a nivel in-
ternacional (Venezuela, México o Colombia) en las que se han puesto el
acento ‒por ejemplo‒ en la demanda de una mayor presencia del patri-
monio cultural en los contenidos curriculares, la formulación de criterios
teóricos-metodológicos que sustenten una acertada didáctica patrimonial o
la formación del profesorado en esta temática. En relación con ello, se hará
una valoración general del estado de la cuestión en Canarias, de la mayor
o menor presencia del patrimonio en las aulas, para, ya en una segunda
parte, dar a conocer la propuesta concreta desarrollada con el alumnado
del IES Tías.

2. LA ENSEÑANZA DEL PATRIMONIO CULTURAL EN LAS AU-


LAS: UNA NECESIDAD URGENTE

Quisiéramos comenzar este artículo con una serie de preguntas introduc-


torias: ¿Para qué y para quién conservamos un bien patrimonial? ¿Quiénes
lo valoran y defienden? ¿Son eficaces los actuales modelos de gestión? o
más preciso aún ¿Se puede conservar el patrimonio sin educar? Respon-
diendo a esta última, creemos que no y, al contrario, entendemos que aque-
llos modelos de gestión que priorizan la conservación y protección frente a
las estrategias pedagógicas y/o educativas no son, precisamente, ejemplos
de eficacia y garantías de éxito. Si, como ocurre en muchas ocasiones, la
cadena genética de gestión patrimonial2 está desequilibrada, en la que se
pone el acento en la conservación/protección y se descuidan otros aspectos
como la didáctica o la educación patrimonial, poco se diferencia esa estra-
tegia de aquel coleccionismo anacrónico que marcó los inicios de la disci-
plina arqueológica y que tan nefastos resultados tuvo para la protección y
2
Por no ser objeto de este artículo, no nos detendremos en desarrollar la formulación teó-
rica de este concepto y el cambio de paradigma del modelo de gestión patrimonial que se
propone en él, solamente decir que hace referencia al orden, secuencia y prioridades que
se establecen en el modelo de gestión clásico (protección-conservación-reproducción-y,
finalmente, difusión), y que desde el punto de vista de la gestión no está resultando del
todo positiva, más bien todo lo contrario. Por esta razón, se propone equilibrar y reorientar
dicha cadena en la que la difusión/educación no sean el último eslabón de la misma sino
que, al contrario, ocupen un lugar relevante en el nuevo modelo de gestión (conocer/edu-
car-experiencia de vida/relevante-conservar) (Fuentes, 2008a).

670
conservación del patrimonio histórico (Trigger, 1992). Un coleccionismo
fetichista que ha provocado, con el paso del tiempo y conforme ha crecido
la disciplina arqueológica y el interés popular por los “objetos antiguos”,
que la gestión patrimonial haya tenido que ejercer ‒casi exclusivamente‒
la potestad sancionadora con el fin de evitar tales saqueos y custodiar los
bienes patrimoniales. Un modelo de gestión que, a su vez, ha tenido como
consecuencia negativa la inmediata lejanía y disuasión de la ciudadanía
respecto al patrimonio, pues ésta pocas veces entiende la gestión que se
lleva a cabo y, al contrario, solo percibe los perjuicios que muchas veces
supone la misma, generando todo ello en la sociedad actitudes de falta de
aprecio y desinterés por la protección y conservación del patrimonio3.
Por tanto, las preguntas formuladas más arriba nos conducen a reflexio-
nar y valorar si el esfuerzo humano ‒y los recursos económicos‒ desti-
nados para la gestión del patrimonio están dando los resultados positivos
esperados desde el punto de vista de la proyección social de este, de lo
contrario, habría que revisar el modelo descrito y proponer un cambio de
paradigma en la gestión del patrimonio que facilite la incorporación de la
ciudadanía, apostando por lo que algunos autores llaman la Gestión Par-
ticipativa del Patrimonio (García, 2009). Propósito que supone reducir el
actual déficit de participación ciudadana y apostar por una gestión más am-
plia, colectiva y consensuada con el conjunto de todos los actores sociales
de la misma (gestores profesionales, colectivos sociales, agentes cultura-
les, etc.) pero, especialmente, con la comunidad educativa, dado el alcance
y el efecto multiplicador que supone disponer de una sociedad educada en
aspectos patrimoniales.
Si bien es cierto, que en los últimos años se ha avanzado mucho en
cuanto a las técnicas de recuperación y conservación de los bienes patri-
moniales4 y esta labor se ha visto fortalecida por una legislación cada vez
más sólida que garantiza la protección de tales bienes5, quizás no se ha
3
Resulta interesante consultar el trabajo de Peñalba Josué (2005) en el que se pone de
manifiesto la evolución que ha experimentado el concepto de patrimonio cultural y las
implicaciones que conlleva para la gestión. En la actualidad “se da primacía al valor
social del bien frente al sentido de propiedad, desde el momento en que éste puede
constituir una limitación para su uso”.
4
Existe todo un repertorio de técnicas e instrumentos de análisis y recuperación del
patrimonio cultural que han sido incorporados desde otras disciplinas (la tecnología
láser, la fotogrametría o la biología molecular) que han supuesto una notable mejoría
en la conservación del mismo.
5
En el caso concreto de Canarias es la Ley 4/1999, de 15 de marzo, de Patrimonio
Histórico de Canarias.

671
avanzado todo lo deseado en cuanto a las estrategias de comunicación,
educación y pedagogía patrimonial que deben acompañar a la puesta en
escena de ese patrimonio para que este alcance la significación social que
se pretende. Por el contrario, todavía existe un grave desfase entre los “re-
sultados científicos” de las intervenciones patrimoniales -ya sean de natu-
raleza arqueológica, arquitectónica o etnográfica- y lo que los usuarios/
consumidores de conocimientos pueden llegar a entender de tales resulta-
dos. En este sentido, entendemos que habría que redoblarse los esfuerzos
en esta dirección y adaptar esos “resultados científicos” según a qué públi-
co van dirigidos, presentando y “traduciendo” los mismos para que tengan
un carácter más divulgativo. Para ello, se hace necesario entender que no
es suficiente la mera difusión de los bienes patrimoniales recuperados, sino
que esta labor debe ir acompañada de una comunicación significativa y
relevante para los futuros destinatarios.
En relación a esto último, resulta cuando menos paradójico o contra-
dictorio que ese patrimonio recuperado -que fue producido/creado en el
pasado- no se “devuelva” a la ciudadanía del presente de la manera más
didáctica posible para que pueda ser conocido, comprendido y disfrutado
por ésta, máxime aun cuando son estas las razones que justifican y guían
cualquier plan de gestión del mismo. Razones que en última instancia obe-
decen a la significación social del patrimonio y en la cual la educación
-en su amplia concepción- tiene mucho que aportar, pues el ámbito edu-
cacional adquiere una especial relevancia para sensibilizar y capacitar a la
sociedad para reconocer y reconocerse en ese patrimonio recuperado. Todo
proceso educativo supone un ejercicio de socialización -de la que no está
exenta la gestión patrimonial-, por tanto, si numerosos son los posibles
actores sociales (profesorado/alumnado) que reciban y se beneficien de ese
conocimiento patrimonial (socialización patrimonial), numerosos deberán
ser también los potenciales defensores de tales bienes patrimoniales dados
a conocer. En efecto, el patrimonio es una fuente inagotable para impulsar
un aprendizaje significativo, para crear conciencia y aumentar la autoes-
tima colectiva, más aún si hacemos que el alumnado haga propuestas de
mejora en él y esto les reporta un alto poder de protagonismo y responsa-
bilidad 6.

6
En esto último es uno de los aspectos en los que más incide el programa de educación
patrimonial, al tratar que el alumnado y profesorado elaboren propuestas creativas
para la mejora del patrimonio cultural más inmediato (Fuentes, 2007), por tanto la
metodología que sustenta el mismo se fundamenta en el llamado aprendizaje servicio
y/o participativo (Martín et alii, 2010).

672
2.1. La Educación Patrimonial como estrategia para la
conservación preventiva

Cada vez son más las instituciones y profesionales que apuestan por
una gestión más preventiva del patrimonio, tratando de conjugar las me-
didas conservacionistas y sancionadoras con estrategias más didácticas y
atractivas. A este respecto, el papel de la educación patrimonial -ya sea en
el ámbito formal o informal- es fundamental porque convierte a la socie-
dad en un ente activo para la defensa del patrimonio, entendiendo que esta
labor no es solo una función delegada al Estado o aquellas instituciones
encargadas para ello, sino que este compromiso debe alcanzar al conjunto
de la ciudadanía.
En los últimos años, este tipo de experiencias se han incrementado notable-
mente, alcanzando todos los niveles de la educación formal (especialmente en
primaria y secundaria) y superando las fronteras de los estados nacionales. Or-
ganismos internacionales como la UNESCO tienen entre sus objetivos la edu-
cación por el patrimonio a través del Proyecto Internacional del Patrimonio
en Manos de los Jóvenes7 y, para traducir en acciones concretas sus ideales, la
UNESCO inició en 1953 la Red del Plan de Escuelas Asociadas (redPEA) for-
mada por un conjunto de escuelas de todos los niveles educativos no universi-
tarios que están comprometidas con el fomento y la práctica de una educación
de calidad, la justicia social así como el respeto a la diversidad cultural y el
patrimonio como elemento importante de la misma. Esta iniciativa ha tenido
su reflejo en el Estado español en la creación del Programa Patrimonio Joven
que busca, trabajando directamente con los jóvenes, lograr involucrar indirec-
tamente a la mayor cantidad de población posible a favor de la concienciación
y divulgación del patrimonio. Sus objetivos e intercambios de experiencias se
dan a conocer a través de la celebración del Foro Juvenil Iberoamericano del
Patrimonio Mundial celebrados desde el 2009 en el que participan alumnos y
alumnas de diferentes centros educativos de España y América Latina8.
Fruto del interés que está suscitando el debate acerca de una mayor pre-
sencia del patrimonio cultural en las aulas, es la demanda que hace un gru-
po de profesores de la Facultad de CC de la Educación de la Universidad
de Santiago (Galicia) en las que han puesto el acento en la necesidad de
7
Para conocer en detalle este proyecto es interesante consultar la publicación El Patri-
monio Mundial en manos jóvenes: conocer, atesorar y actuar. Paquete de Materiales
Didácticos para Docentes editado por la UNESCO en 2002.
8
Para una mayor información consultar el enlace http://www.patrimoniojoven.com/
home.php

673
incorporar, en el marco del actual contexto de reformas del llamado plan
Bolonia de la Unión Europea, la educación patrimonial como asignatura
en la etapa de secundaria. Esta demanda se argumenta desde una doble di-
mensión: los especialistas en CC de la Educación serían los que difundie-
ran en las aulas las concepciones y valores respecto al patrimonio cultural
y los que formarían a aquellos profesionales que desarrollan su labor en el
ámbito no formal (museos, centros de interpretación, etc.) para que de este
modo las llamadas industrias culturales contaran con especialistas cualifi-
cados en la educación patrimonial (Herrero, 2008)9.
Un reclamo que también ha encontrado eco en México, concretamen-
te desde el proyecto global Arqueología, educación y patrimonio cultural
impulsado desde el Colegio de Michoacán, en el que se señala la necesidad
urgente de trabajar estrechamente con la comunidad educativa y formar
al profesorado en la temática del patrimonio histórico, especialmente en
el arqueológico; son los docentes los encargados de la transmisión de los
conocimientos que los arqueólogos producen (García Sánchez, 2011)10.
Esta vinculación entre arqueología y su proyección educativa se ha
puesto de manifiesto también en el ámbito no formal. En concreto, el Mu-
seo Arqueológico Calima Darién (Colombia) ha llevado a cabo una serie
de talleres dirigidos al alumnado de entre 7 y 12 años de edad los cuales
pudieron conocer de primera mano las colecciones allí expuestas y elabo-
rar, a través de un aprendizaje constructivista, materiales didácticos para
mejorar el discurso expositivo de dicho museo y que este se convirtiera
en un espacio más dinámico que respondiera a las necesidades reales que
demandan estos públicos (Sarmiento, 2010).
Muy próxima a esta experiencia, y no sólo desde el punto de vista geo-
gráfico, en el año 2004 el Instituto del Patrimonio Cultural Venezolano lle-
vó a cabo una iniciativa pionera que consistió en el diseño de un proyecto
de parque arqueológico y paleontológico en Taima Taima (estado Falcón)
cuyo objetivo fue elaborar un diagnóstico de la población local desde un
enfoque participativo que permitiera conocer la preocupación que esta co-
munidad tenía por su patrimonio para, a partir de esos resultados, ejecutar
la construcción de dicho parque arqueológico. Gracias a ese trabajo previo
9
Una interesante aportación sobre la relación entre patrimonio, industria cultural y edu-
cación viene recogida en el artículo de Lavado Paradinas en la revista ARSDIDAS, 2004.
10
Queremos agradecer públicamente a la Dra. Magdalena A. García, del Colegio de
Michoacán (México), coordinadora de este proyecto, la oportunidad de conocer de
primera mano esta interesante iniciativa así como la posibilidad de disponer (antes de
su publicación) del texto citado.

674
de diagnosis se pudo comprobar que los “bienes paleontológicos y arqueo-
lógicos del mundo científico son desconocidos por los habitantes de los
lugares más próximos” y, por tanto, es necesario una planificación previa
de educación patrimonial para concienciar e involucrar a la población en
su defensa y conservación (García Zaida, 2009).
Otros trabajos se han centrado en conocer la presencia del patrimonio
en los diferentes currículos educativos, tanto en primaria como en secun-
daria, y ver el desarrollo y la adecuación de estos en la práctica docente
(González y Pagés, 2005; Colón Cañellas, 2006). Resultado de esta pre-
ocupación es la creación del Observatorio de Educación Patrimonial de
España (OEOE), un proyecto financiado por el Ministerio de Ciencia e
Innovación para desarrollar entre el 1 de enero de 2010 y el 31 diciembre
de 2012, en el que se persigue llevar a cabo un análisis exhaustivo del es-
tado de la cuestión respecto al desarrollo de la educación patrimonial en la
última década en España (Fontal, 2012).

2. 2 ¿…y el patrimonio cultural de Canarias y su presen-


cia en las aulas?

Sin querer hacer un análisis exhaustivo, al no ser objeto de este artículo,


de la situación en Canarias respecto a la presencia del patrimonio en las
aulas y su desarrollo en la práctica docente, sí hay que hacer constar que
hasta la fecha no conocemos la existencia de un inventario o catálogo en
el que se recojan las publicaciones, programas o acciones que se llevan
a cabo en Canarias en relación con esta temática11. A este respecto, solo
conocemos una encuesta realizada en el 2005 por el Cabildo de Lanzarote
en el marco de la celebración del V Congreso de Patrimonio Histórico y
11
Sí existe, sin embargo, un interesante trabajo realizado por García González (2008)
en el que se llevó a cabo una serie de entrevistas orales a un extracto del profesora-
do que imparte la docencia en la isla de Gran Canaria en las áreas de Conocimiento
del Medio (Educación Primaria), de Ciencias Sociales (Educación Secundaria Obli-
gatoria) y de Geografía e Historia (Bachillerato) para conocer el estado de conoci-
miento de estos docentes acerca del patrimonio arqueológico de Gran Canaria y su
proyección en las aulas. A partir de esos resultados, se pudo detectar los siguientes
problemas: escaso interés personal y académico del profesorado por el patrimonio ar-
queológico y todo lo que supone la etapa prehispánica en la historia de Gran Canaria;
poca o baja formación científica y didáctica docente para la enseñanza del patrimonio
arqueológico insular; escasez en la frecuencia de salidas y visitas escolares a yaci-
mientos y museos arqueológicos de la isla, hecho que se corrobora en la aplicación de
una metodología todavía tradicional basada casi exclusivamente en el libro de texto.

675
dirigida al resto de los servicios de patrimonio de los diferentes cabildos
para conocer sus estrategias de difusión del patrimonio al conjunto de la
sociedad. Unos datos que revelaron, por una parte, la falta de dotación
presupuestaria para llevar a cabo estas acciones, la carencia de personal
específico para realizar las mismas y, sobre todo, la ausencia de un plan
integral en el que la educación patrimonial se considere como una apuesta
decidida para llevar a cabo la llamada gestión preventiva. Por tanto, estas
carencias impiden conocer el estado de la cuestión en las islas respecto al
patrimonio y su educación y dificulta también el que se puedan propiciar
encuentros e intercambios de esta naturaleza.
Sabemos de algunas experiencias que se han llevado a cabo en los úl-
timos años en las que se ha tratado de acercar el patrimonio cultural a la
comunidad educativa (ya sea en el ámbito formal o no formal), pero, desa-
fortunadamente, en la mayoría de las ocasiones estas iniciativas no cuentan
con el apoyo institucional y económico suficiente y, muchas veces, quedan
relegadas a acciones puntuales sin solución de continuidad en las aulas.
Muchas de las mismas surgen gracias a la buena voluntad del profesorado
que se siente preocupado por la actual situación del patrimonio y su esca-
sa presencia en las aulas, a pesar de que, como trataremos de hacer ver,
en la ESO el nuevo marco normativo posibilita que materias tan alejadas
aparentemente a la realidad patrimonial como las matemáticas o la física
permitan desarrollar contenidos patrimoniales12.
En otras ocasiones, ese acercamiento entre el patrimonio y su edu-
cación viene impulsado por los cabildos insulares, concretamente desde
los servicios de patrimonio histórico, a través de charlas en los centros
educativos o visitas guiadas a determinados yacimientos arqueológicos o
conjuntos históricos. Una estrategia muy recurrida por estos servicios es
la realización de diferentes maletas didácticas como la de el patrimonio ar-
queológico de Gran Canaria, la maleta del gofio, la de cerámica canaria,
el costurero guanche o la cultura del agua en Lanzarote en las que el ob-
jetivo principal de todas ellas es la de dar a conocer la realidad patrimonial
a la comunidad escolar y que las mismas sirvan de recurso didáctico. Sin
embargo, reconociendo positivamente esta iniciativa llevada por los cabil-
dos, hay que señalar también que muchas de las mismas se hicieron con
anterioridad al año 2006 (fecha de la entrada en vigor de la Ley Orgánica

12
En relación con esto, en otro artículo publicado en el XVII Coloquio de Historia
Canario-Americana mostrábamos cómo, por ejemplo, un estudio sobre el origen y
difusión del Juego de Palo canario permitió abordar contenidos matemáticos como los
tipos de ángulos o la longitud de la circunferencia estudiando las figuras geométricas
que se forman cuando dos personas juegan al palo (Fuentes et alii, 2008b).

676
de Educación)13 y que, por tanto, no están actualizadas ni contextualizadas
con el nuevo marco educativo en el que el desarrollo y la adquisición de
las competencias básicas juegan un papel relevante en el proceso de en-
señanza-aprendizaje, priorizando los nuevos enfoques constructivistas, las
metodologías más activas y transversales, en las que los alumnos y alum-
nas son los que construyen su propio proceso de aprendizaje partiendo de
los conocimientos previos y, sobre todo, presentando el aprendizaje como
“problema”: por descubrimiento. En definitiva, apostando decididamente
por un aprendizaje significativo14.
Por ello, demandamos una mayor relación entre los gestores del patri-
monio y la comunidad educativa, más concretamente con los docentes,
ya que son estos últimos los que trabajan directamente con el alumnado
a quienes van dirigidas esas maletas didácticas y, por tanto, conocen la
concreción y posibles adaptaciones curriculares de éstos, sus inquietudes
y capacidades. Además, el profesorado posee los conocimientos y las ca-
pacidades formativas necesarias para “traducir” a un lenguaje más legible,
más pedagógico, el resultado de las intervenciones patrimoniales que se
llevan a cabo para recuperar y conservar el patrimonio cultural.

3. UDIPA: EL PATRIMONIO DE LANZAROTE COMO RECURSO


EDUCATIVO. IES TÍAS
3.1. Nuevo marco educativo: nuevas orientaciones me-
todológicas

En la filosofía que subyace en el vigente currículo de la ESO está implí-


cita la necesidad de llevar a la práctica los conceptos y abstracciones que
se adquieren en el aula, acercarlos a la realidad del alumnado, es más, ad-
quirirlos mediante su concreción. Es por ello, que la mayoría de contenidos
que desde él se proponen tienen un carácter eminentemente procedimental.
Para este propósito, el nuevo marco normativo resultado de la aprobación
13
Recientemente el Servicio de Patrimonio Histórico del Cabildo de Lanzarote ha
llevado a cabo un proyecto de revisión y actualización de las maletas didácticas rea-
lizadas por este servicio. Este proyecto surge del convenio suscrito entre el Excmo.
Cabildo de Lanzarote, Área de Patrimonio Histórico, el Servicio Canario de Empleo y
la Unión Europea en el marco del Fondo Social Europeo y denominado “Patrimonio
2011. Recursos Didácticos”.
14
En líneas generales, ese aprendizaje se caracteriza porque el mismo sirve para utili-
zar lo aprendido en nuevas situaciones, en un contexto diferente, por lo que más que
memorizar hay que comprender. Por tanto, el aprendizaje significativo se opone de
este modo al llamado aprendizaje mecanicista.

677
de la Ley Orgánica de Educación (LOE) de 3 de mayo de 2006 pone espe-
cial atención en el desarrollo y la adquisición por parte del alumnado de las
competencias básicas (CCBB), con el fin de lograr su plena integración so-
cial y autonomía personal. De modo que en el preámbulo de la citada Ley
se recoge de manera explícita que el “fomentar el aprendizaje a lo largo de
toda la vida implica, ante todo, proporcionar a los jóvenes una educación
completa, que abarque los conocimientos y las competencias básicas que
resultan necesarias en la sociedad actual, que les permita desarrollar los
valores que sustentan la práctica de la ciudadanía democrática, la vida en
común y la cohesión social, que estimule en ellos y ellas el deseo de seguir
aprendiendo y la capacidad de aprender por sí mismos…” (LOE, 2006).
Por tanto, las competencias básicas quedan definidas como un conjunto
de conocimientos, habilidades y actitudes que debe alcanzar el alumnado
al finalizar la enseñanza básica para lograr su realización y desarrollo per-
sonal, ejercer debidamente la ciudadanía, incorporarse a la vida adulta de
forma plena y ser capaz de continuar aprendiendo a lo largo de su vida.
Las competencias básicas del currículo español se basan en las pro-
puestas hechas por la Unión Europea pero adaptadas al sistema educati-
vo español. En el currículo español quedan definidas las siguientes ocho
CCBB y sus caracterizaciones:
Competencia en comunicación lingüística. Esta competencia se refie-
re a la utilización del lenguaje como instrumento de comunicación
oral y escrita, de representación, interpretación y comprensión de
la realidad, de construcción y transmisión del conocimiento y de
organización y autorregulación del pensamiento, las emociones y
la conducta. También incluye la habilidad de expresar e interpretar
conceptos, pensamientos, sentimientos, hechos y opiniones de for-
ma oral y escrita, así como la de comunicarse de forma apropiada en
una amplia variedad de situaciones al menos en una lengua extranje-
ra al finalizar la educación básica.
Competencia matemática. Mediante esta competencia se adquiere la ha-
bilidad para la utilización de los números y sus operaciones básicas,
así como de los símbolos y las formas de expresión y razonamiento
matemático en situaciones cotidianas, de modo que se seleccionen
las técnicas adecuadas para calcular, resolver problemas, interpretar
la información y aplicar los elementos matemáticos a la mayor va-
riedad posible de contextos.
Competencia en el conocimiento y en la interacción con el mundo fí-

678
sico. La adquisición de esta competencia permite interactuar con el
mundo físico, tanto en sus aspectos naturales como en los genera-
dos por la acción humana, para comprender sucesos, predecir con-
secuencias y mejorar las condiciones de vida propia, de las demás
personas y del resto de los seres vivos. Esto implica la conservación
y mejora del patrimonio natural, el uso responsable de los recursos,
el cuidado del medio ambiente, el consumo racional y la protección
de la salud individual y colectiva.
Tratamiento de la información y competencia digital. El dominio de
esta competencia supone el ejercicio de una serie de destrezas y ha-
bilidades que incluyen la obtención crítica de información utilizando
distintas estrategias y soportes, su transformación en conocimien-
to y la adecuada transmisión mediante un conjunto de recursos que
van desde técnicas y lenguajes determinados hasta las posibilidades
ofrecidas por las tecnologías de la información y la comunicación.
La competencia comporta asimismo hacer uso habitual de los re-
cursos tecnológicos disponibles para resolver problemas reales de
modo eficaz.
Competencia social y ciudadana. Esta competencia proporciona las
destrezas necesarias para comprender la realidad social del mundo,
adiestrarse en el análisis del pasado histórico y de los problemas ac-
tuales, preparándose así para la convivencia en una sociedad plural
y contribuir a su mejora. Esto implica formar a las personas para la
asunción y práctica de una ciudadanía democrática por medio del
diálogo, el respeto y la participación social, responsabilizándose de
las decisiones adoptadas.
Competencia cultural y artística. A través de esta competencia el alum-
nado podrá apreciar, comprender y valorar de manera crítica la va-
riada gama de manifestaciones culturales y artísticas, familiarizán-
dose con éstas mediante su disfrute y su contribución para conservar
y mejorar el patrimonio cultural y artístico. Supone el dominio de
las destrezas necesarias para la expresión de ideas, experiencias o
sentimientos de forma creativa.
Competencia para aprender a aprender. Implica esta competencia el inicio
en el aprendizaje y la posibilidad de continuarlo de manera autónoma,
tomando conciencia de las propias capacidades intelectuales, de las es-
trategias adecuadas para desarrollarlas y del propio proceso de aprendi-
zaje. Son cruciales para adquirir tal competencia la motivación, la con-
fianza del alumnado en sí mismo, la autoevaluación, la cooperación, etc.

679
Autonomía e iniciativa personal. Con esta competencia se pretende, por
una parte, que el alumnado tome decisiones con criterio y desarrolle
la opción elegida asumiendo las consecuencias, adquiera habilida-
des personales como la autonomía, creatividad, autoestima, autocrí-
tica, iniciativa, el control emocional..., de modo que pueda afrontar
la adopción de soluciones distintas ante nuevos contextos. Se trata
también de que alcance la facultad de aprender de los errores.
Cada una de las áreas o materias que componen el currículo contribuye
al desarrollo de diferentes competencias y, a su vez, cada una de las CCBB
se alcanzará como resultado del trabajo en varias áreas o materias. Para
ello, la metodología debe centrarse en proyectos y tareas, en las que sea
fundamental el “saber hacer” mediante actividades variadas, de diverso
grado de dificultad y contextualizadas en la vida cotidiana, y las tareas han
de incidir en el desarrollo de las competencias que necesitan ser ejercita-
das, en los contenidos que han de ser asimilados, y en los contextos en los
que se aplican las competencias y los conocimientos.
Por todo ello, el presente proyecto de creación de la Unidad Didáctica
Patrimonial (UDIPA), El Patrimonio de Lanzarote como recurso educati-
vo, surge, precisamente, de la idea de adquirir las distintas competencias,
habilidades y conocimientos a través del trabajo en un proyecto cercano a
la realidad más próxima al alumnado -en este caso el Patrimonio Cultural y
Natural de Lanzarote- los distintos conocimientos que se van adquiriendo,
haciendo partícipes al alumnado de su aprendizaje e implicándolos en el
propio proceso de enseñanza-aprendizaje. Se trata, por tanto, de un diálogo
bidireccional en el que el patrimonio cultural es el soporte para el desarro-
llo de los contenidos y la adquisición de las competencias básicas y, a su
vez, el proceso de enseñanza-aprendizaje de los contenidos curriculares
permite conocer el patrimonio cultural.

3. 2. Objetivos comunes

a) El objetivo prioritario es el de contribuir a la adquisición de las com-


petencias básicas necesarias para lograr su realización y desarrollo per-
sonal y ejercer debidamente la ciudadanía, incorporarse a la vida adulta
y ser capaz de continuar aprendiendo a lo largo de la vida.
b) Conocer el patrimonio cultural y natural de Lanzarote para valo-
rar el medio en el que viven y tomar conciencia de su importancia,
aprecio y conservación.
c) Adquirir la seguridad y conocimiento del uso de herramientas di-

680
dácticas que le proporcionen cierta autonomía en el aprendizaje.
d) Implicar al alumnado en su propio aprendizaje y en el de sus com-
pañeros mediante el trabajo cooperativo.

3. 3. Proceso de trabajo: interdisciplinariedad en el


centro educativo

Después de transcurrido el primer trimestre del curso 2010-11, y de


acuerdo con el carácter flexivo y abierto de las programaciones de aula, el
profesorado participante en este proyecto decidió desarrollar esta UDIPA
con el alumnado de los cuatro grupos de 1º de la ESO, ya que los mismos
eran el primer año que estaban en el centro y se pretendía que esta metodo-
logía activa, y las tareas y actividades desarrolladas en la misma, impreg-
naran el devenir pedagógico de dicho alumnado durante su estancia en los
cursos siguientes en el IES Tías. Conocidos pues los grupos, y teniendo
en cuenta las distintas características de éstos y siendo coherentes con las
distintas propuestas de mejora realizadas por los equipos educativos, se
imponía una revisión de las programaciones, una actualización de sus con-
tenidos, de su secuenciación y de la metodología concreta a aplicar.
Una vez decidido el tema a desarrollar en la UDIPA, se acordó que éste
se organizara en torno a cuatro grandes ejes temáticos que de un modo u
otro definieran las claves representativas del patrimonio cultural y natural
de Lanzarote. Se decidió así que el soporte didáctico para presentar ésta
sería: un baúl o maleta didáctica compuesta por 20 paneles en formato DIN
A4, cuatro maquetas representativas (una por cada bloque temático), y un
juego educativo con motivos y preguntas de todas las secciones y materias.
Los temas en los que dividimos el proyecto fueron los siguientes:
Tema 1. La huella del viento
Bajo este título se incluyó todo lo referente a los elementos patrimo-
niales que guardaban alguna relación con la adaptación del hombre y
sus actividades al viento de la isla, (paisaje natural y artificial, zocos,
deportes náuticos y navegación, arquitectura, fuente de energía, arte
(los juguetes del viento), etc.).
Tema 2. La isla sedienta
Se insertan aquí los elementos relacionados con el agua, su almace-
namiento y obtención, de gran importancia en la vida de los lanzaro-
teños ayer y hoy (cultura del agua, arquitectura, paisaje, agricultura,
clima y situación geográfica).

681
Tema 3. Tierra de fuego
Este apartado trató lo concerniente a la tierra volcánica de Lanza-
rote, su agricultura, su fauna y flora y los efectos que en el acerbo
cultural isleño produjo el contacto intimísimo del conejero con su
tierra (volcanes, el rofe y la agricultura, paisaje, el turismo, flora y
fauna, tradiciones asociadas).
Tema 4. Las islas de la isla
Es este el bloque de contenidos más heterogéneo, pues dentro de él
se aglutinaron una serie de elementos patrimoniales de procedencia
variada (medio ambiente y biodiversidad, la cultura de la sal, indus-
tria y comercio, la cultura del mar, turismo y playas, léxico, etc.).

3. 3. 1. Distribución de los temas

Estos cuatro temas se dividieron a su vez en cuatro o cinco secciones,


para facilitar el análisis de cada uno de los elementos culturales que tienen
que ver con cada hecho natural. De modo que el material didáctico elabo-
rado sería presentado por los propios alumnos de primero de la ESO a otros
alumnos, mediante exposición oral acompañada de presentación en Power
Point. A partir de entonces se asignó un tema a cada a uno de los cuatro
grupos de 1º de la ESO. Los grupos de clase a su vez fueron divididos en
subgrupos de cuatro a seis alumnos, por afinidad entre ellos, buscando
propiciar así una mayor autonomía y comodidad a la hora de la puesta en
práctica del proyecto. A estos subgrupos se les asignó una sección dentro
del mismo tema. Cada clase trabajó una unidad temática, de modo que los
temas asignados a los grupos fueron los siguientes:
Grupo 1º A: La huella del viento
Sección 1. Los vientos alisios: origen y formación.
Sección 2. Efecto de los vientos en el paisaje: acción del viento en
el modelado y erosión.
Sección 3. La lucha del hombre contra el viento: arquitectura (orien-
tación y estructura), agricultura (eras, zocos, gerias, testes, chabo-
cos, etc.).
Sección 4. Energía eólica: aerogeneradores, molinos y molinas. De-
portes.
Sección 5. César Manrique y el viento: los juguetes del viento.

682
Trabajo de campo: salidas al Museo Agrícola el Patio y Fundación
César Manrique.
Grupo 1º B: Una isla sedienta
Sección 1. El agua en el clima de Lanzarote. El agua un recurso li-
mitado. El paisaje, las escorrentías.
Sección 2. La gastronomía de la sed (jareas, tollos, salazones, mo-
hamas, fruta deshidratada, higos porretas, higos pasaos). El vino. Se
incluye aquí un muy ilustrativo fragmento de la entrevista en Mass
cultura a Rafael Arozarena.
Sección 3. La arquitectura del agua. Las viviendas y el aprovecha-
miento del agua.
Sección 4. Obtención del agua. Infraestructuras (aljibes, maretas,
gavias...).
Trabajo de campo: visitas a la Fundación César Manrique, a mare-
tas, nateros y aljibes.
Grupo 1º C: Lanzarote tierra de fuego
Sección 1. La formación. Los volcanes.
Sección 2. El jable, el río de oro. La cultura del jable.
Sección 3. El rofe en el paisaje y su uso agrícola. Agricultura y he-
rramientas del volcán.
Sección 4. Los seres vivos. Plantas con historia (penca, cochinilla,
palmeras, orchilla, barrilla).
Sección 5. Los seres vivos animales (garzas, hubaras, pardelas,
guinchos y guirres).
Salidas: Centro de interpretación de Timanfaya, Museo Agrícola el
Patio.
Grupo 1º D: La isla de las islas
Sección 1. El mar y la sal.
Sección 2. Historias de piratas.
Sección 3. Nuestros espacios naturales.
Sección 4. Las palabras heredadas. Desde las palabras (guindar, ta-
feña, chinijo (como sustantivo y como adjetivo), papa cría, encacha-
sao, rofe, higos picones, ponte quieto (párate), lismito, pejín).
Salidas: Museo de la Piratería y las Salinas de Janubio.
Todos los grupos: El juego de la isla (ver anexo).

683
Cada grupo elaboró una serie de carteles y a su vez una batería de pre-
guntas cuya respuesta se encuentra en los carteles. Así, el juego consiste en
avanzar por un tablero con las casillas decoradas con motivos patrimonia-
les referentes a los temas trabajados en los carteles, a modo de juego de la
oca, pero en este caso el leitmotiv es la isla de Lanzarote. Para avanzar por
el tablero es necesario tirar los dados y contestar a las preguntas, para lo
que, con un reloj de arena se asigna un tiempo limitado para su búsqueda
en los carteles.

3. 3. 2 Contenidos curriculares trabajados por materias en el desarrollo


de la UDIPA

Ciencias Naturales:
Fenómenos atmosféricos. Los vientos alisios y la configuración del pai-
saje. Importancia del agua en el clima, en la configuración del paisaje y
en los seres vivos. El agua, un recurso limitado. Obtención del agua en
Canarias. El respeto por los seres vivos.
Geografía e Historia:
Los principales medios naturales. Localización en el mapa de los vien-
tos alisios, el océano Atlántico, el ecuador, los meridianos, etc. Canarias y
Azores. El medio natural canario. Valoración e interpretación de imágenes
representativas del medio. Los grupos humanos y la utilización del medio.
Lengua castellana y Literatura:
Comprensión de textos orales utilizados en el ámbito académico y so-
cial, atendiendo especialmente a la presentación de tareas e instrucciones
para su realización. Participación y cooperación en situaciones de aprendi-
zaje compartido. Uso de procesadores de texto para la realización de pre-
sentaciones y exposiciones orales. Composición de textos escritos. Com-
prensión de textos escritos.
Tecnologías:
Elaboración de ideas y búsqueda de soluciones. Distribución de tareas,
responsabilidades, cooperación y trabajo en equipo. Diseño y construcción
de maquetas. Uso de las Tic en las distintas fases del proyecto. Trabajo en
el taller con diversos materiales comerciales y reciclados. Técnicas básicas
e industriales empleadas en la construcción y fabricación de objetos.
Educación plástica y visual:

684
685
La construcción cultural de la mirada. Interés por la observación siste-
mática de las manifestaciones artísticas más representativas de la Comu-
nidad Autónoma de Canarias, desde los aborígenes hasta el arte contem-
poráneo. Experimentación y exploración de los elementos que estructuran
formas e imágenes (forma, color, textura, dimensión, etc.). Análisis, lectu-
ra y valoraciones de las formas básicas del entorno natural y cultural cana-
rio desde la arquitectura tradicional hasta nuestros días. Creación colectiva
de producciones plásticas.

3.3.3. Competencias básicas


Se han incluido en el apartado anterior solo algunos de los contenidos
impartidos a modo de ejemplo, pues dado el carácter multidisciplinar del
proyecto, son muchos y variados. Estos son contenidos procedimentales,
aquellos que tienen que ver con competencias como Aprender a aprender
o Autonomía en el aprendizaje; con la búsqueda de información y selec-
ción de esta en la red o en otros medios; contenidos relacionados con la
motivación con el compromiso adquirido en la elaboración de un material
expositivo digno, que sirviera para ser usado en el aprendizaje de otros
alumnos, se ponen en práctica estas dos competencias, además de hacerlos
partícipes del proceso de aprendizaje, el suyo y el de otros alumnos que
tengan acceso a este material. Otra de las competencias que ha tenido un
lugar destacado en nuestro proyecto ha sido la competencia digital, mu-
chos alumnos descubrieron las posibilidades de los procesadores de texto
o que internet era algo más que un lugar donde subir fotos y relacionarse
con sus iguales. Otras competencias también tuvieron especial relevancia,
como la lingüística, con el trabajo con textos, tanto orales, en las presen-
taciones, como escritos con el procesado de la información obtenida; la
social y ciudadana y la de la interacción con el medio, que son las que
centralizan los distintos ejes.
3.3.4. Proceso de trabajo: fases
3.3.4.1. Presentación

Presentación mediante la muestra de otros proyectos similares a los


alumnos dejando que estos participaran e incluso modificaran la idea pri-
migenia. Esta fase fue muy importante pues de ella dependió el grado de
compromiso que adquirió el alumnado, imprescindible para llevar a buen
puerto la actividad y que esta no descansara en el día a día enteramente
sobre el profesor/ coordinador y profesores participantes.

686
687
3.3.4.2. Toma de decisiones y planificación del trabajo
Una vez decidido el tema y el modo de expresión, se formaron los gru-
pos de trabajo y se repartieron las tareas de cada grupo, como se explicó
anteriormente. Los grupos estaban formados por cuatro, cinco y seis alum-
nos, y cada uno de ellos se encargó de una sección.

3.3.4.3. Acopio de información por parte de cada grupo


Esta fase es quizá la más importante de cara a elegir los contenidos
que queremos que trabajen nuestros alumnos desde cada materia. Para ello
cada profesor ha de proporcionar rutas didácticas para el descubrimien-
to de aquello que pretendemos que conozcan. Esto sería mediante biblio-
grafía, documentos, enlaces a Webs, vídeos documentales, exposiciones,
entrevistas, etc. Esta fase, y dado el nivel del que se trataba, con alumnos
muy poco autónomos, exigió una preparación previa en el seguimiento de
instrucciones, elaboración de claros y precisos guiones de trabajo para los
primeros momentos, esos en los que los alumnos están un poco perdidos,
pues cuesta imaginarse el resultado final. Más adelante, se fue propiciando
la autonomía en la búsqueda de información en la Red, centros de interpre-
tación, entrevistas, bibliotecas, museos, etc.

688
A todos los grupos se les impartió los contenidos mencionados, pues
formaban parte del currículo, pero se le dedicó especial atención a aquellos
que tenían que ver con el tema y la sección que había de trabajarse.
3.3.4.4. Elaboración del material expositivo, carteles, maquetas, juego y
marcadores de libros
Los carteles se trabajaron en distintos formatos, Word, PowerPoint, escritos
a mano y se trasladaron a un documento Microsoft Publisher, donde se les dio
la forma definitiva para su posterior impresión y plastificado. Cada tema tiene
cuatro carteles DIN A3, uno por cada sección. Con la información extraída y
seleccionada en las clases de Ciencias Naturales y Ciencias Sociales, se ela-
boraron los textos y todo lo relacionado con estos, síntesis, resúmenes, entre-
vistas; en la clase de Lengua castellana y Literatura se hicieron los carteles en
los procesadores de textos ya mencionados. Hay que reseñar aquí, que cada
alumno elaboró un cartel y posteriormente el grupo elegía el más apropiado o
se hacía un vaciado dependiendo de la calidad de estos, de tal manera que los
participantes se identificaran al final con el resultado. Asimismo, cada grupo
tenía que elaborar una batería de preguntas extraídas de la sección en la que
trabajó y cuya respuesta se encontraba en el cartel, para su utilización posterior
en el juego que se elaboraría en la clase de Educación plástica y visual. Por
otra parte, en la clase de Tecnologías se fabricaron las maquetas, hubo una
distribución distinta de los grupos, lo que aumentó la implicación y el grado de
participación, para elegir finalmente las mejores acabadas y que acompañarían
a los carteles en la exposición. Cada grupo trabajó en maquetas de elementos
que tenían que ver con su tema. Así, se hicieron molinos, aljibes y alcogías,
chabocos, casas tradicionales de Lanzarote, etc. Además, se fabricó un baúl
donde guardar las maquetas y los carteles. Por último, en la materia de Edu-
cación plástica y visual, se trabajaron las distintas formas y texturas, tomando
como modelos motivos inspirados en elementos del patrimonio lanzaroteño,
estos se elaboraron en folios DIN A4, se escanearon y fueron reducidos luego
para formar las casillas que constituyen el Juego de la Isla.
3.3.4.5. Exposición y presentación del producto
El resultado final fue expuesto a los alumnos de 6º de primaria del co-
legio Rafael Cedrés de Tías, así como a los alumnos de secundaria del
propio centro, desde la ESO hasta Bachillerato. La exposición contaba con
una presentación explicativa de todo el trabajo en Power point y luego los
alumnos visitantes pasaban a ver las maquetas y los carteles, siempre guia-
dos por alumnos de los grupos implicados. Finalmente, un alumno hace de

689
maestro de ceremonias y después de dar a conocer las reglas del Juego de
la Isla se pasaba a jugar. Resultó ser un éxito, los alumnos, incluso de 2º de
bachillerato, pasaron un buen rato jugando y compartiendo con sus nuevos
compañeros, con lo que uno de los objetivos del proyecto se cumplía, el de
la integración en el centro de una manera académica. La exposición pues,
se convertía en interactiva y eso, creemos, la hacía más interesante para
el alumnado que se divertía mientras aprendía. En total había cerca de 90
alumnos participantes entre todos los primeros, y fueron rotando los dife-
rentes grupos en representación de las distintas secciones para presentar el
material expositivo y hacer la exposición oral, con lo que todos se sintieron
parte importante de la actividad. Como se puede deducir de estas palabras,
el verdadero éxito estuvo en el proceso de elaboración y posterior presen-
tación y exposición.

3.4. Tagoror de estudiantes

La presentación en sociedad con la asistencia de autoridades, medios,


discursos, ágapes, etc. fue un complemento perfecto a nuestro trabajo, pues
los alumnos se sintieron valorados por su trabajo y parte de algo impor-
tante. Su trabajo y esfuerzo tuvo un sentido y, sobre todo, su aprendizaje
sirvió para elaborar algo digno de ser admirado por su comunidad.

3.5. Uso posterior del material didáctico

Al margen del carácter procedimental de este proyecto, y de que su


rentabilidad pedagógica esté en el mismo proceso de elaboración, el ma-
terial resultante fue pensado para ser usado en clase, concretamente en las
materias de Ciencias Sociales y Ciencias Naturales. Así, al baúl didáctico
le acompaña una guía para usarlo en primaria y los primeros cursos de la
educación secundaria. (Ver anexo).

3.6. La evaluación

La puesta en práctica de la maleta didáctica, con el material expositivo


y el juego por parte de los alumnos, resultó ser de gran utilidad para valo-
rar adecuadamente el grado de consecución de los objetivos y contenidos
propuestos inicialmente, sobrepasando estos y tomando relevancia otros
aspectos menos considerados en un principio, como la propia autoestima
del alumnado o la seguridad personal al sentirse valorados por el trabajo
realizado. Por lo tanto, la elaboración de estos materiales por parte del

690
alumnado nos permite, tal y como exige el actual currículo, valorar no
solo los nuevos conceptos aprendidos, sino las competencias adquiridas o
mejoradas en el descubrimiento de esos contenidos, desde las habilidades
sociales para trabajar en grupo, hasta la autonomía en el trabajo; desde
la competencia digital a la capacidad para transmitir a los demás lo que
queremos. Desde cada materia, y teniendo en cuenta los criterios de eva-
luación, se hizo un seguimiento de la evolución de los alumnos, desde la
realización de exámenes a la observación directa del trabajo diario en el
aula y, por supuesto, del trabajo individual y colectivo.
Resulta complejo trasladar a un valor numérico el trabajo en este tipo
de proyectos. En nuestro caso cada materia elaboró los criterios de califica-
ción en base a la programación y a sus propios criterios de calificación, ya
fuera mediante exámenes o el propio resultado final del trabajo individual.
Común a todas las materias fue la valoración de la creatividad, la autono-
mía personal, el esfuerzo y la actitud, el seguimiento de instrucciones y el
grado de compromiso.
Por último, como propuesta de mejora para futuros proyectos se pro-
pone la elaboración de una ficha de observación del trabajo diario con una
serie de ítems que valoren el trabajo individual y colectivo y que permi-
ta un mejor y más objetivo seguimiento y posterior evaluación de cada
alumno. Dado los límites impuestos por las ratios de alumnos y el tiempo
disponible, esta ficha evaluaría y permitiría la evaluación pero desde una
perspectiva periódica no necesariamente diaria ni in situ.

4. CONSIDERACIONES FINALES

Todo modelo educativo debe tener como prioridad la preparación para


la vida adulta, debe, por lo tanto, estar en consonancia con la sociedad en la
que se materializa. Se trata, pues, de formar ciudadanos competentes, que
puedan responder a los nuevos y cambiantes desafíos de una realidad en
permanente evolución. Para esto, es necesaria una metodología suficien-
temente participativa, donde el alumnado se implique, sea consciente y se
sienta parte tanto del propio proceso educativo, como de sus resultados.
Tres han sido los ejes a partir de los que hemos construido la presente
unidad didáctica; por un lado, la concreción de los contenidos de las dis-
tintas materias en un producto con una utilidad también concreta, haciendo
del aprendizaje de contenidos una actividad con reflejo inmediato en su
entorno y aumentando el grado de implicación del alumnado, que verá en
estos un medio para obtener resultados concretos; por otro lado, la impli-

691
cación del alumnado en el proceso enseñanza-aprendizaje y en la propia
elaboración de la unidad didáctica, con la que aprenderán otros alumnos
de su propia comunidad; por último, el trabajo interdisciplinar, entendien-
do el conocimiento como la consecuencia de la combinación de muchas
disciplinas.
Precisamente porque creemos en el alto valor pedagógico del trabajo
multidisciplinar, es por lo que consideramos que nuestra experiencia en el
aula puede ser útil en la elaboración de proyectos que pretendan la adquisi-
ción de las competencias básicas. Con el presente artículo no pretendemos
dar instrucciones de elaboración de unidades didácticas, sino que nuestro
objetivo es ofrecer un marco de actuación para la ejecución de proyectos
multidisciplinares. En este caso nuestro objeto de estudio común ha sido
el patrimonio cultural y natural de Lanzarote, pues como ya hemos dicho,
se trata de una excelente herramienta para la concreción de contenidos y
el trabajo interdisciplinar, así como para el trabajo y adquisición de las
competencias básicas.

BIBLIOGRAFÍA

Cañellas, Colón, et alii. “Educación y patrimonio. A propósito de una


investigación de campo en las Islas Baleares”. Revista de Educación.
Nº. 340. Ministerio de Educación y Ciencia. Madrid. 2006.
Colin Arámbula, Federico, Becerra Zavala, María de Lour-
des. “Educación patrimonial: una experiencia en el proyecto escolar”.
Revista para profesores de educación básica. Universidad de Xalapa.
2006. México.
Domínguez, C. y J. M. Cuenca. “Patrimonio e identidad para un es-
pacio educativo multicultural”. Revista internacional de investigación
e innovación escolar. Nº 56. Diada Editores. Sevilla. 2005.
Estepa Jiménez, Jesús, A.M. Wamba y R. Jiménez Pérez. “Fun-
damentos para una enseñanza y difusión del patrimonio desde una pers-
pectiva integradora de las ciencias sociales y experimentales”. Revista
internacional de investigación e innovación escolar. Nº 56. Diada Edi-
tores. Sevilla. 2005.
Estepa Jiménez Jesús, José María Cuenca López. “La mirada de
los maestros, profesores y gestores del patrimonio. Investigación sobre
concepciones acerca del patrimonio y su didáctica”. En Miradas al pa-
trimonio. Ediciones Trea. Gijón. 2006.

692
Fernández Salinas, Víctor. “Finalidades del patrimonio en la edu-
cación”. Revista internacional de investigación e innovación escolar.
Nº 56. Diada Editores. Sevilla. 2005.
Fontal, Olaia. “Patrimonio y Educación: una relación por consolidar”.
Aula de Innovación Educativa. Nº 208. Editorial Grao. Barcelona. 2012.
Fuentes Luis, Sanjo. “Educación, patrimonio y ciudadanía creativa: el
programa de Educación Patrimonial”. Actas del XVI Coloquio de Histo-
ria Canario-Americana. Las Palmas de Gran Canaria. 2006.
Fuentes Luis, Sanjo. “Mirando al pasado con futuro: la educación
patrimonial”. En Educación Patrimonial, propuestas creativas desde
el espacio educativo. 03/04. Consejería de Educación, Universidades,
Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. 2007.
Fuentes Luis, Sanjo. “La proyección social del Patrimonio: notas para
la construcción de una teoría de la gestión”. XII Jornadas de Estudios
sobre Lanzarote y Fuerteventura. Lanzarote. 2008a.
Fuentes Luis, Sanjo. “El patrimonio como recurso educativo: nuevos
actores, nuevas estrategias”. Actas del XVII Coloquio de Historia Ca-
nario-Americana. Las Palmas de Gran Canaria. 2008b.
Gabardón, J.F. “La enseñanza del patrimonio. Propuestas educativas
en torno al patrimonio local”. Revista internacional de investigación e
innovación escolar. Nº 56. Diada Editores. Sevilla. 2005.
García Macías, Natzín Itzaé. Arqueología y educación. Una propues-
ta didáctica para la enseñanza de la arqueología en la educación se-
cundaria. Tesis de Licenciatura. Escuela Nacional de Antropología e
Historia. México. 2006.
García González, Abilio Daniel. “Formación del profesorado en
Ciencias Sociales y su relación con el conocimiento de los escolares
sobre el patrimonio arqueológico de Gran Canaria”. Actas del XVII Co-
loquio de Historia Canario-Americana. Las Palmas de Gran Canaria.
2008.
García Sánchez, Magdalena A. “Sobre la necesidad de preparar a
los replicadores para la preservación del patrimonio en el ámbito de la
educación formal”. Ponencia presentada en el II Seminario de Avances
de Investigación del Centro de Estudios Arqueológicos de El Colegio
de Michoacán, 1 y 2 de diciembre de 2011, La Piedad, Michoacán,
México.

693
García Valecillo, Zaida. “Conexiones entre educación patrimonial
y gestión del patrimonio cultural venezolano: tres casos de estudio”. En
EDUCERE. Investigación arbitrada. 2009.
González, N. y J. Pagés. “La presencia del patrimonio cultural en los
libros de texto de la ESO en Cataluña”. Revista internacional de inves-
tigación e innovación escolar. Nº 56. Diada Editores. Sevilla. 2005.
Herrero Pérez, Nieves. “Educación patrimonial: la experiencia de
una asignatura sobre patrimonio cultural en titulaciones de CC de la
Educación”. En Patrimonios culturales: educación e interpretación.
Cruzando límites y produciendo alternativas. XI Congreso de Antro-
pología de la FAAEE Donostia, Ankulegi Antropologia Elkartea. 2008.
Lavado Paradinas, Pedro J. “Difusión, acción cultural y educación”.
En revista ARSDIDAS. Nº 3. Tenerife. 2004.
LEY ORGÁNICA 2/2006, de 3 de mayo, de Educación (BOE número 106
de 4/5/2006).
Martín García, Xus y Rubio Serrano, Laura (coord.). Prácticas
de ciudadanía: diez experiencias de aprendizaje servicio. Ministerio de
Educación. Editorial Octaedro. Barcelona. 2010.
Peñalba Llull, Josué. “Evolución del concepto y de la significación
social del patrimonio cultural”. En Arte, Individuo y Sociedad. Volumen
17. Universidad Complutense. Madrid. 2005.
Sarmiento Ordóñez, Maryluz. “La educación patrimonial: un ca-
mino para la conservación del patrimonio arqueológico: el caso de Ca-
lima-Darién, Colombia”. Actas del 2º Encuentro Latinoamericano de
Bibliotecarios, Archivistas y Museólogos-EBAM. Perú. 2010.
Trigger, Bruce. Historia del pensamiento arqueológico. Editorial Crí-
tica. Barcelona. 1992.
UNESCO. Patrimonio Mundial en Manos Jóvenes: conocer, atesorar y
actuar. Paquete de Materiales Didácticos para Docentes. 2005.

694
(Anexo)

El patrimonio de Lanzarote como recurso educativo


(Guía de uso)

IES TÍAS

695
Índice:

1. Componentes del baúl


2. Uso en la materia de Ciencias Naturales
3. Uso en la materia de Ciencias Sociales
4. Uso en la materia de Lengua castellana y Literatura
5. El juego de la Isla

696
1. Componentes del baúl didáctico

En el baúl hay 18 carteles DIN A-3, plastificados, que se ordenan en


cuatro secciones. Cada sección está dedicada a un elemento con fuerte
influencia en la cultura y el patrimonio cultural y natural de Lanzarote,
estrechamente ligados en esta isla. Además, cada sección está acompañada
por una maqueta relacionada con el tema principal de la sección. Acompa-
ña al baúl un juego del que se dan detalles más adelante. Los carteles son
los siguientes:

Sección 1
La huella del viento

Cartel 1: Los vientos alisios: Origen y formación.

697
Cartel 2: Efecto de los vientos en el paisaje: acción del viento en el moldeado y erosión.

Cartel 3: La lucha del hombre contra el viento: agricultura (eras, zocos, geria, testes, chabocos,…).

698
Cartel 4: Arquitectura (orientación y estructura).

Cartel 5: Energía eólica: aerogeneradores, molinos y molinas. Deportes.

699
Sección 2
Una isla sedienta

Cartel 1: El agua en el clima de Lanzarote. El agua un recurso limitado. El paisaje, las escorrentías.

Cartel 2: La gastronomía de la sed (jareas, tollos, salazones, mohamas, fruta deshidratada, higos porretos,
higos pasados). El vino como sustituto del agua. (Testimonio de Arozarena entrevistado por Mass cultura).

700
Carteles 3 y 4: Captación y almacenamiento del agua. Infraestructuras (aljibes, pozos, maretas, gavias).

701
Sección 3
Lanzarote tierra de fuego

Cartel 1: La formación. Los volcanes.

Cartel 2: El jable, el río de oro. La cultura del jable.

702
Cartel 3: El rofe en el paisaje y su uso agrícola. Agricultura y herramientas del volcán.

Cartel 4: Los seres vivos. Plantas con historia (penca, cochinilla, palmeras, orchilla, barrilla).

703
Cartel 5: Los seres vivos animales (garzas, hubaras, pardelas, guinchos y guirres).

Sección 4
El mar y la isla

Cartel 1: El mar y la sal.

704
Cartel 2: Historias de piratas.

Cartel 3: Nuestros espacios naturales.

705
Cartel 4: Las palabras heredadas. Desde las palabras.

2. Uso en la materia de Ciencias Naturales


Los paneles tienen el valor de contextualizar en el entorno en el que
viven los alumnos, los contenidos que se han desarrollado en cada unidad
didáctica de manera general. Cada panel aborda la relevancia que en Lan-
zarote tiene cada uno de los contenidos específicos:
‒ Fenómenos atmosféricos: los vientos alisios y la configuración
del paisaje.
‒ El agua: como recurso y modelador del paisaje.
‒ Los animales y plantas: características, adaptación al medio, bio-
diversidad, el hombre y los seres vivos.
‒ La sal, el jable y el rofe: minerales y rocas, su aprovechamiento.
Los contenidos curriculares en los que podremos trabajar con los pane-
les serían:
‒ Los animales y las plantas.
‒ La atmósfera terrestre.
‒ La hidrosfera terrestre.
‒ Las rocas y los minerales.

706
Conviene abordar primero los contenidos y que el alumno tenga los
conocimientos necesarios sobre el tema a desarrollar. Una vez dado este
paso, las pautas recomendadas serían las siguientes:
‒ Formar grupos de alumnos.
‒ Repartir un panel a cada grupo.
‒ Debatir cada grupo sobre su panel:
• buscando los conceptos que se han trabajado en clase,
• interpretando la importancia que ha tenido ese elemento
para la vida de los lanzaroteños,
• aportando ejemplos y vivencias propias.
Cada grupo expondrá al resto de la clase su panel explicándolo y argu-
mentando las conclusiones obtenidas en el debate.

3. Uso en la materia de Ciencias Sociales

Los contenidos a trabajar en el aula en la materia de Ciencias Sociales


son los siguientes:
‒ Los principales medios naturales.
‒ Localización en el mapa de los vientos alisios.
‒ El océano Atlántico, el Ecuador, los meridianos, etc. Canarias y
Azores.
‒ El medio natural canario.
‒ Valoración e interpretación de imágenes representativas del medio.
‒ Los grupos humanos y la utilización del medio.
Estos contenidos pueden ser trabajados en grupo y mediante exposicio-
nes, trabajando con cuatro grupos que expondrán al resto los contenidos
de su sección.

4. Uso en la materia de Lengua castellana y Literatu-


ra

Los contenidos a trabajar desde la materia podrían ser:


‒ Comprensión de textos orales utilizados en el ámbito académico
y social, atendiendo especialmente a la presentación de tareas e
instrucciones para su realización.

707
‒ Participación y cooperación en situaciones de aprendizaje com-
partido. Uso de procesadores de texto para la realización de pre-
sentaciones y exposiciones orales.
‒ Composición y comprensión de textos escritos.
‒ Preparación de exposiciones orales con presentaciones a partir de
los distintos carteles.
Los carteles contienen léxico de distintas disciplinas, que habría que
utilizar en la elaboración de textos relacionados con el tema de los carteles.
Los textos pueden ser desde especializados a ficticios o literarios.

5. El Juego de la Isla

El Juego de la Isla complementa a los carteles pues las cuestiones que


permiten avanzar en las casillas han sido extraídas de la información pro-
porcionada en los carteles.
REGLAS:
Objetivo: Recorrer todo el tablero lo más rápidamente posible y acabar-
lo en la casilla número 63, a la que hay que entrar con una tirada exacta. 
Normas: Pueden participar entre 2 y 4 jugadores, cada uno con una
ficha de un color determinado. El tablero está compuesto por 63 casillas
numeradas y dispuestas en espiral. 

708
Hay 24 casillas especiales: - Quince de ellas, incluidas la primera y la
última, tienen representadas la isla de Lanzarote. - En las número 6 y 12 el
diablo de Timanfaya. - En la 19, una casa. - En la 26 y 53, la reja del jardín
de cactus. - En la 31, un aljibe. - En la 42, la quesera de Zonzamas. - En la
52, el Castillo de San José. - Y en la 58, la muerte. 
Cuando se llega a alguna de estas casillas, el jugador deberá responder
a una pregunta, si su respuesta es correcta, tendrá una compensación, si no,
una penalización.
Cuando la ficha de un jugador cae en una casilla “isla”, y acierta la
respuesta, salta a la “isla” inmediatamente siguiente y vuelve a tirar. Si no,
permanece en la casilla “isla” y volverá a tirar cuando le toque su turno.
Si cae en la casilla número 6 (“el diablo de Timanfaya”) avanza hasta
el diablo siguiente y vuelve a tirar, si la respuesta es correcta. Si no lo es,
permanecerá en la casilla hasta el próximo turno.
Si cae en la casilla número 12 y la respuesta es correcta, permanecerá en
la casilla hasta el próximo turno. Si la respuesta es incorrecta, retrocederá
hasta el diablo anterior.
Si cae en la casilla 19 (“la casa”) pierde dos turnos, si la respuesta es
incorrecta.
Si cae en la casilla 26 (“la reja”) avanza hasta la 53 y vuelve a tirar,
si la respuesta es correcta. Si no lo es, permanecerá en la casilla hasta el
próximo turno.
Si cae en la casilla 53 y la respuesta es correcta, permanecerá en la ca-
silla hasta el próximo turno. Si la respuesta es incorrecta, retrocederá hasta
la casilla 26.
Si cae en la 31 (“el aljibe”) y la respuesta es correcta, permanecerá en
la casilla hasta el próximo turno. Si la respuesta es incorrecta debe esperar
a que otro jugador caiga en la misma para poder reincorporarse a la casilla
que éste acaba de abandonar.
Si cae en la casilla 42 (“la quesera”) deberá estar dos turnos sin tirar, si
la respuesta es incorrecta.
Si cae en la casilla 52 (“el castillo”) deberá estar tres turnos sin tirar, si
la respuesta es incorrecta.
Si cae en la casilla 58 (“la muerte”) deberá situarse en la casilla número
1 y comenzar de nuevo a recorrer el tablero cuando le llegue su turno, si la
respuesta es incorrecta.
La casilla final (63) sólo puede ser alcanzada con una tirada exacta. Si
un jugador tira el dado y saca un número mayor al de casillas que le faltan
para llegar a la final, deberá avanzar hasta llegar a ésta y después retrocede.

709
710
711

También podría gustarte