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CUARTO DOMINGO

La profecía de Simeón

1. LECTURA EVANGÉLICA
Cuando entraban en el templo con el niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios
diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han
visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos; luz para alumbrar a las naciones y
gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón
los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten;
y será como un signo de contradicción y a ti misma una espada te traspasará el alma”, para que se
pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». San Lucas 2, 27-35

2. PENSAMIENTOS DEL MAESTRO


De los escritos de san Juan de Ávila Sermones 64 y 75

¡Oh cuánto debemos a la Virgen! ¡Cuánto te costaría decir: «Os ofrezco, Padre, este Niño para que padezca
por los hombres; sea azotado, escupido, muerto por ellos, ¡para que con su muerte ellos vivan en la
eternidad vuestra para siempre jamás»!
Reventábale al santo José el corazón de ver aquella Señora que por esposa le había sido dada. Y cuando
consideraba que era madre de Dios, el corazón no le cabía en el cuerpo, y la ternura y lágrimas no le dejaban
hablar, y daba alabanzas a Dios, que lo ha tomado por marido de la Virgen, y se le ofrecía por esclavo.

3. MEDITACIÓN
El Eterno Padre, que había predestinado a José desde la eternidad para padre nutricio de Jesús, atesoró en su
corazón un amor incomparablemente más grande que el que han tenido y tendrán a sus hijos todos los padres
de la tierra. Amarguísimo sería, pues, sobre toda ponderación el dolor que traspasó el alma de José, cuando
oyó que el santo anciano Simeón profetizaba a María que el divino Niño había de ser puesto por blanco de
contradicción entre los hombres.
Entonces se le representó al vivo y con todas sus circunstancias la pasión dolorosa de nuestro Redentor: vio
que aquellas manecitas y pies habían de ser traspasados por crueles clavos; que aquella frente infantil se vería
coronada de espinas; que aquel dulce mirar de sus hermosos ojos se anublaría con lágrimas y con sombras
de muerte; que aquel corazón divino, lleno de sangre generosa, sería abierto con una lanza. Los futuros dolores
de María traspasada con una espada de dolor en el Calvario, ya viendo expirar a su Hijo, ya recibiéndole muerto
en su regazo, acrecentaban los de José su ternísimo esposo, tanto más, cuanto pensaba que había de
padecerlos en amarga soledad y abandono.

Pero este dolor tan acerbo de San José se convirtió luego en gozo deliciosísimo, cuando consideró el copioso
fruto de la Redención, y vio como de lejos innumerables ejércitos de mártires que llevaban palmas de triunfo,
coros brillantes de cándidas vírgenes coronadas de inmortales guirnaldas, ejércitos de pecadores que lavaron
sus estolas en la Sangre redentora, doctores de la Iglesia, santos levitas, e inmensa muchedumbre de todas
las naciones y lenguas, cantando en celestiales himnos las glorias de Jesús y las alabanzas de María.

¡Oh Patriarca Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de inflamarnos de tal
modo en el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas, que para ganarlas, tengamos en nada las penas
de la tierra y aun el sacrificio de nuestra vida. Amén.

4. EJEMPLO
El siguiente ejemplo podrá servir de norma a los que han de tomar estado de matrimonio, mayormente en
nuestros días en que sólo se atiende a los intereses y a las cualidades exteriores, cuando del acierto depende
el bienestar en la presente vida y muchísimas veces la salvación eterna.

Un joven noble, hijo de padres virtuosos que nada omitieron para formarle un corazón sólidamente piadoso,
después de haber rogado mucho a Dios para conocer bien su vocación, se persuadió de que no era llamado
al sacerdocio. No obstante, continuó haciendo con mucho fervor sus devociones particulares, confesando y
comulgando cada semana, y siendo exacto en todas estas santas prácticas. Aunque pertenecía a una
distinguida familia, relacionada con la alta sociedad, se apartó siempre de aquellas diversiones peligrosas, en
las que muchos jóvenes, atolondrados se dejan seducir del brillo exterior que tan fácilmente se pierde, y
comprometen su porvenir, eligiendo sin ningún consejo, como objeto de su amor un corazón que no conocen,
ligando ya el suyo con lazos difíciles luego de deshacer. Bien convencido de que los buenos matrimonios están
ya escritos en el Cielo, este excelente joven no se olvidaba cada día de rogar a San José que le hiciese
encontrar una compañera de una piedad sólida y a prueba de las seducciones del siglo.

Cierto día, con motivo de una buena obra que llevaba entre manos, tuvo que avistarse con una respetable
señora, que con sus dos hijas vivía muy cristianamente. Al verlas, experimentó cierto presentimiento de ser una
de aquellas dos jóvenes la destinada por Dios para compartir con él su suerte; en su consecuencia la pidió a
su madre, la cual, constándole las buenas prendas que adornaban a aquel joven, dio gustosa su
consentimiento. La señorita confesó después sencillamente, que ella desde mucho tiempo hacía la misma
súplica, y que el entrar aquel joven, presintió a la vez que Dios se lo enviaba como a quien había de ser su
futuro esposo.
Pero fue el caso que, repugnándole muchísimo al padre de la señorita aquel enlace e interponiendo toda clase
de obstáculos, pura vencerlos y conocer la voluntad de Dios en asunto de tanta trascendencia, determinaron
todos empezar la devoción de los Siete Domingos en honor de San José a últimos de mayo. El favor de este
glorioso Patriarca no se hizo esperar, pues en el siguiente agosto se celebró el casamiento con gran contento
de ambas partes. Lo que prueba que el Cielo se complace en bendecir aquellos desposorios para cuyo acierto
se ha pedido su luz y gracia, en especial si ha mediado la eficaz intercesión de aquel Santo a quien Jesucristo
se complació en estar sujeto sobre la tierra.

5. GOZOS

6. ORACIÓN
Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón al escuchar la
profecía de Simeón, al predecir los sufrimientos de Jesús y María! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría al
enterarte de la predicción de la salvación y gloriosa resurrección de innumerables almas! Por este dolor y este
gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida
justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si
es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas. Padrenuestro, Ave María y Gloria.

7. OBSEQUIO: Velar contra las tentaciones, y al sentir alguna, decir: Viva Jesús, mi amor.
JACULATORIA: Poderoso protector y padre mío Señor San José, asistidme y amparadme en la vida y en la
muerte.

Abundantísimo fruto espiritual se sacaría de esta práctica de los Siete Domingos consagrados a honrar
al excelso Patriarca Señor San José, si los obsequios y jaculatorias de cada domingo se practicaran con
cuidado en todos los días de la semana.

Simeón ¡ay! profetiza


de Jesús pasión y muerte,
y es su voz espada fuerte
que a José le martiriza.
Mas luego anuncia Simeón,
la resurrección dichosa,
y de júbilo rebosa
de José el corazón.
GOZOS DEL GLORIOSO PATRIARCA Y ESPOSO DE MARÍA, SAN JOSÉ

Pues sois santo sin igual Y de Dios el más honrado:


Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

1. Antes que hubiéseis nacido, ya fuisteis santificado,


Y ab ætérno destinado para ser favorecido:
Nacísteis de esclarecido Linaje y sangre real.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

2. Vuestra vida fue tan pura, que en todo sois sin segundo:
Después de María, el mundo no vio más santa criatura;
Y así fue vuestra ventura entre todos sin igual.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

3. Vuestra santidad declara aquel caso soberano,


cuando en vuestra santa mano floreció la seca vara;
Y porque nadie dudara, hizo el Cielo esta señal.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

4. A vista de este portento, todo el mundo os respetaba,


Y parabienes os daba, con alegría y contento;
Publicando el casamiento con la Reina celestial.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

5. Con júbilo recibisteis a María por esposa,


Virgen pura, santa, hermosa, con la cual feliz vivísteis,
Y por Ella conseguisteis dones y luz celestial.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

6. Oficio de carpintero ejercitásteis en vida,


para ganar la comida a Jesús, Dios verdadero,
Y a vuestra Esposa, lucero, compañera virginal.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

7. Vos y Dios con tierno amor daba el uno al otro vida,


vos a Él con la comida, y Él a Vos con su sabor:
Vos le disteis el sudor, Y Él os dio vida inmortal.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

8. Vos fuisteis la concha fina, en donde con entereza


se conservó la pureza de aquella Perla divina,
Vuestra Esposa y Madre digna, la que nos sacó de mal.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.
9. Cuando la visteis encinta, fue grande vuestra tristeza;
sin condenar su pureza, tratábais vuestra jornada;
estorbóla la embajada de aquel Nuncio celestial.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

10. “No tengáis, ¡oh José!, espanto –El Paraninfo decía–:


Lo que ha nacido en María es del Espíritu Santo”:
Vuestro consuelo fue tanto, cual pedía caso tal.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

11. Vos sois el hombre primero que visteis a Dios nacido;


en vuestros brazos dormido tuvisteis aquel Lucero,
Siendo Vos el tesorero de aquel inmenso caudal.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

12. Por treinta años nos guardasteis aquel Tesoro infinito


En Judea, y en Egipto a donde lo retirásteis;
Entero nos conservasteis aquel rico mineral.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

13. Cuidado, cuando perdido, os causó y gran sentimiento


Que se os volvió en contento del Cielo restituido;
De quien siempre obedecido sois con amor filial.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

14. A vuestra muerte dichosa, estuvo siempre con Vos


El mismo humanado Dios, con María vuestra Esposa:
Y para ser muy gloriosa, vino un coro angelical.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

15. Con Cristo resucitásteis, en cuerpo y alma glorioso,


Y a los Cielos victorioso vuestro Rey acompañasteis,
A su derecha os sentasteis, haciendo coro especial.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

16. Allá estáis como abogado de todos los pecadores,


Alcanzando mil favores al que os llama atribulado:
Ninguno desconsolado salió de este tribunal.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

17. Los avisos que leemos de Teresa nuestra madre,


Por Abogado y por Padre nos exhorta que os tomemos:
El alma y cuerpo sabemos que libráis de todo mal.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.
18. Vio vuestro poder, y un día el Pontífice Pío noveno
A Vos como a su Patrono toda la Iglesia confía;
Humilla, pues, la osadía del ejército infernal.
Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

Pues sois santo sin igual, y de Dios el más honrado,


Sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.

Antífona: ¡Oh feliz Varón, bienaventurado San José! A quién le fue concedido no sólo ver y oír al Hijo de
Dios, a quién muchos quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y
custodiarlo.

℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurado San José


℟. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.

ORACIÓN
Oh Dios, que, con inefable providencia, te dignaste elegir a San José para Esposo de tu Santísima Madre: haz,
te suplicamos, que al que veneramos en la tierra como Protector, merezcamos tenerle por intercesor en los
cielos. Tú que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los
siglos. Amén.

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