Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
I. Introducción
Soy honesto; estas líneas estaban preparadas para no ser leídas más que por mi mismo. Un
cierto prurito o quizás alguno que otro reflejo condicionado de esos que signaron a parte de
mi generación llenándola de temores, o un sentido exagerado de la prudencia (palabra
extraña y de múltiples significados, si la hay) hacía predecible un destino de archivo.
Pero dos circunstancias provocaron, en mí, un cambio de idea.
En primer término me despertó un particular interés la nota que con el título “El perfil
hegemónico del régimen”, Natalio Botana escribiera en el diario “La Nación” del 6 de Julio
pasado. En segundo lugar, viene forjándose en mi interior una vaga idea respecto de que
rara vez se exponen en los periódicos del ámbito provincial puntos de vistas, ajenos a las
editoriales, sobre cuestiones esenciales de la sociedad.
Explico. La última advertencia del autor porteño resultó conmovedora. Sentenció Botana,
con la precisión del agudo: “... mientras el Gobierno siga disfrutando con creces del
respaldo de la confianza....el esfuerzo por defender el patrimonio republicano del país
exigirá tenacidad, continuidad y paciencia...”; aquí una razón.
La otra es que, salvo en los medios especializados o destinados a una pequeña comunidad
de lectores, no es frecuente leer reflexiones críticas sobre la realidad, opiniones de quienes
observan en perspectiva de qué se trata; que meditan, valoran, que, en suma, realizan la
tarea que es ineludible en el intelectual inquieto.
Así, hablar acerca de la Democracia y la Constitución (y necesariamente de la República) y
reivindicar la inquietud intelectual como motor de la discusión, del cambio y del progreso
social - categorías que han quedado relegadas por los epígonos de la post- modernidad y de
la muerte de las ideologías - me parecen casi imperativos de conciencia.
Quizás dramatice. Poseo esa tendencia frente las situaciones que me resultan fastidiosas.
Quizás esto sea, nomás, la expresión de cierto escepticismo que, al menos en mi caso,
buenas razones trae.
De todas formas implica hacer honor al desafío que Botana propone, el intento de entablar
un diálogo con el lector acerca de esta apasionante y dramática relación entre Democracia y
Constitución en nuestro contexto, exponiendo las posiciones posibles y sus consecuencias y
extrayendo conclusiones que cada cual ha de tomar como bien le parezca.
Por eso, no será motivo de estas líneas complacer o disgustar con una antología y menos
una apología acerca de algo; ni un artículo llamado a engrosar curriculum. Tan sólo
resultan, los párrafos, una modesta invitación a reflexionar sobre si acaso, en esta sociedad
particular, los términos Constitución y Democracia son francamente antagónicos,
sencillamente incompatibles o necesariamente concurrentes. En otras palabras: si habremos
de aceptar la vida en Democracia bajo el imperio de la Constitución o conformarnos con la
Constitución bajo la fuerza de la Democracia; o si la Democracia ha de desplazar a la
Constitución, lo que lejos está de ser un mero juego de palabras porque es un asunto
determinante de la existencia de la República y de plena actualidad, aún cuando el problema
pueda remontarse a casi ochenta años ha.
V. Conclusión
Jamás podría permitirse que la opinión colectiva, bajo ningún concepto, derogue, cercene o
desnaturalice la construcción cultural en materia, de derechos humanos. No podría echarse
por la borda el camino transitado con dolor por el género humano con el sólo argumento de
que el mayor número así lo decide.
La Constitución es un modo de precaver que el progreso de los pueblos retroceda. Así lo
exponen el desarrollo que, desde constitucionalismo liberal decimonónico, continúa en el
constitucionalismo social del temprano y medio siglo XX y la evolución del pensamiento
hasta el reconocimiento de los llamados “nuevos derechos” de las constituciones del fin de
aquél y del nuevo milenio.
Si los derechos humanos importan que el poder de los gobiernos del Estado debe abstenerse
de menguarlos y en cambio obligarse y obligar a su observancia sin restricciones, ahí está el
Texto Constitucional para erguirse como barrera infranqueable a toda violación, aún cuando
la fuerza del que ejerce el mando reivindique el fervor y el respaldo mayoritario.
Cuando los gobiernos de los Estados pretenden, también bajo el argumento de la mayoría,
imponer órdenes injustos o inicuos, ahí estará siempre la Carta de Navegación para recordar
que debe cambiarse de rumbo.
Si la herencia ecológica o la suerte de todos se pone en juego por la acción o inacción de los
que mandan, ahí estará la Ley Fundante como un faro inexorable, anclando la desmesura
natural del poderoso o despertando al inerte.
El hombre no es libre si no le es permitido auto -determinarse en un contexto de respeto, de
igualdad de oportunidades y de seguridad futura. La Democracia es el sistema que, al
menos hasta ahora, mejor lo permite. No conozco otro.
La Constitución es la única garantía de la Democracia. Tampoco se de una mejor manera de
asegurarla.
La República es la hija dilecta de la Democracia y de la Constitución. En ella se cumple el
destino de ambas.
Deben resignarse a esa triada los apetitos que despierta el hecho del poder, la seducción y el
halago de la muchedumbre, la pseudo eficiencia del autoritarismo, el desprecio por el
diálogo y la desaprensión por el prójimo cuando no está próximo.
Deben los gobernantes observar la Constitución para preservar la calidad de la Democracia
y hacerlo escrupulosamente. Así tendremos República
Debemos todos velar por que así suceda.