Está en la página 1de 103
Coordinadora de Literatura: Karina Echevarria Autora de secciones especiales: Gabriela Comte Corrector: Mariano Sanz Coordinadora de Arte: Natalia Otranto Diagramacién: Laura Barrios Mustracién de tapa: Emiliano Villalba randan Aréoz, Maria Refugio peligraso / Maria Brandan Ardoz ; ilustrado por Emiliano Villolbo. - 2a ed. - Boulogne : Estrada, 2017. Libro digital, PDF - (Azulejos. Roja : 14) Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-950-01-2166-8 1, Narrativa Infantil Argentina. |. Villalba, Emiliano, ilus. I Titulo, CDD As63.9282 ey Coleccién Azulejos - Serie Roja 14 | © Editorial Estrada S. A, 2017 Editorial Estrada S. A. forma parte del Grupo Macmillan. ‘Avda, Blanco Encalada 104, San Isidro, provincia de Buenos Aires, Argentina Internet: www.editorialestrada.comar ‘Queda hecho el depésito que marca la Ley 11723, Impreso en Argentina. / Printed in Argentina. ISBN 978.950-01-2166:8 No se permite la reproduccién parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmision 0 la transformacién de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrenico o mecénico, mediante fotocopias, digitalizacion y otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infraccin esté penada por las leyes 11.723 y 25.446, LA AUTORA Y LA OBRA Maria BraNDAN ArAOZ nacié en Buenos Ai- res, pero tiene sus raices familiares en las pro- vincias de Salta y Cordoba. Estudio magisterio, literatura espafola, periodismo, guion de tele- visin y de cine, y se especializé en literatura infantil y juvenil. Como periodista de investigacién colaboré en diarios como La Nacién, La Prensa, y en publicaciones de la Universidad de Belgrano y del CONSUDEC. También, en revistas de Editorial Abril, como Bilfiken, y de Editorial Atlantida, como Jardincito. Fue miembro del jurado en importantes certamenes de literatura infantil y juvenil como las Fajas de Honor de la SADE, en 1992 y 1998, y el Premio Fantasia Infantil, 1995 y 1996. Actualmente es miembro activo de la “Socie- ty of children’s book writers and illustrators of U.S.A”. Entre sus premios obtenidos figuran la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores 1983, en Literatura Infantil y Juvenil, por su libro Vacaciones con Aspirina; la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Es- critores 1993, en Novela, por su obra Caso reservado; y su libro de cuentos Jestis también fue nino integra el Cuadro de Honor de Literatura Infantil y Juvenil 1999, premio nacional instituido por la Subsecretaria de Educacién y la provincia de Tucuman. Entre sus obras publicadas para chicos y adolescentes mencionamos las novelas: Vacaciones con Aspirina, Caso reservado, Enero en Mar del Sur, Vecinos y detectives en Belgrano. Detectives en Palermo Viejo, Soledad va al colegio y Detectives en Bariloche. Y sus libros de cuentos: Jesus también fue nino, Luces raras y otros misterios, La sortija y otros cuentos de terror, El globo de Magdalena, Magdalena en ef Zoo y Un carrito color sol. Ejercié como maestra en el ciclo primario y hoy sus libros se len como textos complementarios en colegios de nivel inicial, primario y secundario, en todo el pais. La autora concurre a encuentros con sus lectores y dicta talleres con docentes y padres. Refugio peligroso |5 | La obra Para Gustavo y Matias, los protagonistas de esta novela, las calles de su barrio se convierten en itinerario del delito; las casas por las que pasan a dia- rio, en guarida de peligrosos delincuentes, y su compasién hacia un pichonci- ‘to huérfano, en una trampa... Un misterio, y el suspenso que supone develarlo, resultan irresistibles para cualquiera de nosotros. Inteligencia, sagacidad 0 paciencia son cualida- des que las personas comunes y corrientes podemos poner en juego para in- dagar, investigar y descubrir enigmas y secretos. A esto se debe el éxito de la novela policial, cuyo nacimiento se puede atribuir al escritor estadounidense Edgar Allan Poe, y su popularidad, a Sir Arthur Conan Doyle, con su personaje: el famoso detective Sherlock Holmes. Para los lectores jévenes, este tipo de novela nacié cuando los escritores se animaron a poner en escena detectives niftos o adolescentes. Es el caso de Refugio peligroso, que rene los elementos de cualquier novela policial o detectivesca: dos chicos de vacaciones en el rol de osados detectives, algunos indicios, un misterio, un descubrimiento, una investigacién y una resolucién heroica. En esta novela no existen crimenes ni violencia, y la presencia mediadora de la institucién policial descarga a los protagonistas de la resolucién del caso y, por lo tanto, deja la accién a quienes les corresponde. Esto resulta muy tranquilizador para que se identifiquen los jovenes lectores: nadie estaré obli- gado a andar por la vida viviendo arriesgadas y peligrosas situaciones sin que existan adultos dispuestos a protegerlos. A pesar de que la presencia familiar no es sobreprotectora, y tanto la abuela de Gustavo como el padrastro de Matias parecen no darse cuenta de la aventura que estan viviendo los chicos, esa forma de estar resulta suficiente, porque los quieren y confian en ellos. Lo que vivieron solo fue una aventura; los chicos volverdn a la escuela, a su vida cotidiana de jugar y estudiar, a contar a todos lo que les pasé. Finalmente, por el aporte que los chicos hacen a la investigacién poli- cial, los “malos” son castigados y Gustavo y Matias descubren que no hay escenario tinico para el delito, que los sucesos del diario o de la television pueden ocurrir “acd ala vuelta” y que no existen garantias para mantenerse al 6| Maria Brandan Araoz margen, por mas que sea eso lo que los adultos desean para los nifios: a veces, como lo indica el sugerente titulo de la novela, los lugares elegidos como refu- gio también pueden resultar peligrosos. El contraste entre refugio y peligro se acentuia si tenemos en cuenta que el escenario es facilmente reconocible para los habitantes de la ciudad de Buenos Aires: el barrio de Palermo. Calles arbo- ladas y atravesadas por pasajes pintorescos, plazas de juego y negocios, casas donde vivieron personajes conocidos de la historia y la literatura, lo vuelven amigable. La sospecha del delito lo oscurece y lo vuelve extrafio, peligroso. Es necesario destacar que el marco de esta aventura es propicio para que Gustavo y Matias se conozcan, iniciando una historia de amistad que se en- trelaza con la otra: la del misterio por descubrir; y asi también puede llegar a ser un delicioso misterio esa amistad casual entre chicos de la misma edad, que provienen de diferentes lugares geogréficos y de diferentes modelos fami- ares. El cuidado de un pichén desvalido y el temor por la suerte que pueda correr uno sin el otro, los pone en igualdad de condiciones y transforma la vecindad en amistad. Y esa amistad se construye, a lo largo del relato, como permiso para la aventura y como verdadero refugio ante los peligros. El coraje necesario para convertirse en adultos Ilegara con el tiempo, después de salir sanos y salvos del incidente; por ahora, los chicos recordaran la aventura, me- jor dicho, las dos aventuras: la de enfrentar al delito y la de hacerse amigos. Refugio peligroso 17 Refugio peligroso Maria Brandan Araoz 1| Desde la terraza del Aeropuerto de Ezeiza, Gustavo con- templa absorto el avién, que se dirige hacia la cabecera de la pista y se detiene. Ahora, las turbinas rugen embraveci- das empujando al aparato en una desenfrenada carrera ha- cia el despegue. El avion se eleva y Gustavo siente un nudo en la garganta; una mezcla de emocion y tristeza. Emo- ci6n, porque quisiera estar dentro de la imponente maqui- na gris-azul. Tristeza, porque el avidn se aleja, y en él van sus padres rumbo a la lejana Espana. “Ojala que la tia Esther se cure”, piensa, “asi papa y mama podran volver pronto a casa”. Mira esperanzado a su abuela, como si ella pudiera adivinar sus pensamientos. Y algo descubre Amalia en los ojos de su nieto, porque le susurra al oido: —Volveran muy pronto, no te preocupes. Y con regalos. Gustavo imagina el tren eléctrico prometido por su papa y un brillo entusiasta asoma a sus ojos. —Si, abuela. Ya lo sé. Mas animados, los dos bajan del brazo la gran escalera. La terraza queda atras, envuelta en la neblina invernal, y también el avion gris-azul con los padres viajeros. Un bocinazo corto, seguido de dos mas largos, les re- cuerda que el Omnibus espera para Ilevarlos de vuelta a la Refugio peligroso | 11 ciudad; a la espaciosa casa de Palermo Viejo donde Gusta- vo y su abuela pasarén, juntos, ese largo y frio mes de julio. Son las siete, hilos de luz se cuelan traviesos por la persia- na entreabierta. Ya es de dia, aunque la habitacién en penum- bras invita a remolonear un rato mas. Gustavo, acurrucado debajo de las frazadas, no se decide a abandonar la cama. Se despereza, estira los brazos y las piernas, y protestando en voz baja se levanta. Va hacia el ropero y busca, con ade- man mecanico, pantalon, camisa, corbata. Se para en puntas de pie para descolgar el saco, y, de repente, Gustavo recuer- da algo importante, jimportantisimo! jEsta de vacaciones! Como pudo olvidarlo? Viva! Tira toda la ropa en la cama y revuelve en el ropero. Confia encontrar lo que busca, porque la semana pasada su mama amenazo con... |Aqui estan! Sus adorados jeans rotos y destenidos como se usan. Todavia no fueron a parar a la basura. Antes de irse, su madre estuvo a punto de comprarle unos nuevos. jJeans nuevos! Un estre- mecimiento de horror lo recorre de pies a cabeza. Seria la burla de todos sus amigos. Con sus amados pantalones y un suéter viejo del papa, Gustavo baja cantando a desayunar. —Buenos dias, querido —lo saluda carifiosa su abuela—. éTomas té o cafe? —Leche chocolatada, abuela —murmura distraido, y hue- le significativamente el aire—. gHiciste torta? —jComo me voy a hacer la tonta! Me olvidé que te gus- taba el chocolate, eso es todo. Y no esta bien que le hagas esos chistes a tu abuela —le reprocha, molesta. 12 | Maria Brandan Araoz —jTORTA! —grita el nieto—. Dije "torta’, abuela. —Esta bien, esta bien. No hay necesidad de gritar. Pero hoy hice scones. Enseguida los traigo —y va hacia la cocina con paso nervioso. Gustavo empieza a reirse. Amalia es un poco sorda, pero disimula y se ofende muchisimo cuando él la descubre. Después de un suculento desayuno (dos tazones de leche chocolatada y scones calientes bafiados con miel), Gustavo esta listo para salir. Se calza su par de patines y mira por la ventana dispuesto a dar una vuelta por el barrio. Afuera brilla el sol y es un dia frio y despejado, ideal para patinar. Entusiasmado, da una agil voltereta, se desliza veloz por el pasillo y de un preciso manotén desengancha la campera del perchero. Pasa junto a Amalia y la saluda. —Chau, abuela. Me voy a dar una vuelta. ;Qué vas a hacer de comida? —pregunta, mientras se aleja patinando rumbo a la puerta de calle. —jNo, Gustavo! —exclama aterrada la anciana—. Por fa- vor, nada de ir a patinar a la avenida. El chico contiene a duras penas la carcajada y la tranquiliza. —Esté bien, abuela. Chau. Ya afuera. —Primero voy alo de Marcelo —piensa en voz alta—. Después, vamos los dos a buscar a Enrique. Y se desliza a toda carrera hacia la esquina dispues- to a visitar a sus mejores amigos. En la primera casa nadie Refugio peligroso | 13, contesta el timbre. En la segunda, lo recibe el jardinero y le explica que se fueron todos de vacaciones. “Todos menos yo", piensa Gustavo, desanimado. Para infundirse animos da dos volteretas sequidas, corre en un solo patin, sube y baja el cor- don de la vereda, da cuatro vueltas en redondo... Agitadisimo y transpirado, se sienta en el suelo para ajustar una correa floja. Piensa en sus amigos... lejos, divirtiéndose en grande, y los quince dias de vacaciones se convierten para él en una pe- sada y aburrida carga. Ni siquiera estan sus padres. De repen- te, los extrafia; hasta siente que se ha ocultado el sol. —éEs muy dificil hacerlo? Gustavo levanta la cabeza y mira sorprendido a su inter- locutor. Desde su escasa estatura, un chico morocho y desa- rreglado lo observa con timidez y admiraci6on. —éHacer qué? —Gustavo adopta un aire fanfarron. —Lo que hiciste antes con los patines —los ojos castafos del chico brillan esperanzados—. {Me dejarias probar? Gustavo lo examina con cautela. —¢Como te llamas? —investiga. —Matias. Vivo con mi padrastro aca enfrente —aclara con orgullo—. El es sereno. —Y sefiala con su indice un edifi- cio en construccién ubicado a pocos metros. —zY para qué tienen sereno? gRobaron alguna vez? —Gustavo empieza a interesarse. —Donde estamos nosotros, no. Pero hubo un asalto ano- che, aca cerca —y agrega, dandose importancia—: Yo a ve- ces lo ayudo a Miguel a “cuidar”. 141 Maria Brandan Araoz —zY él tiene un arma? —pregunta Gustavo con aire conspirador. —No. Pero si se tiene que defender, puede usar herra- mientas: palas, fierros y cosas asi. Ademas, es muy fuerte. Gustavo lo mira en silencio. Matias parece una compania interesante, aunque todavia tiene algunas dudas. —éCuantos afos tenés? —desconfia. —Nueve —contesta el otro con humildad—. ¢Y vos? —Once —presume Gustavo y, dispuesto a seguir alar- deando, explica—: papa y mama viajaron a Espana. Cuando vuelvan me van a traer un tren eléctrico con puentes, edifi- cios, casi como los de verdad. —jQué lejos se fueron para comprarlo! Gustavo lanza una sonora carcajada. —No se fueron por eso —explica risuefio—. Es por mi tia Esther, querian visitarla porque la van a operar; esta enfer- ma y vive en Madrid. Pero no es nada grave: en cuanto se cure, papa y mama vuelven. —Igual que mi mama —explica Matias. —éVive en Espana? —se interesa Gustavo. —No, en el Chaco. Estaba enferma y tuvo que ir al hos- pital. Entonces, Miguel me trajo hasta que ella esté bien y venga a vivir con nosotros. Me lo prometio —Matias baja la vista. Durante un rato reina el mas completo silencio. Ninguno de los dos se decide a hablar. Hasta que Gustavo toma una decision. Refugio peligroso | 15 —Ponete este patin. Yo me quedo con el izquierdo. Prac- ticamos juntos, y cuando aprendas te presto los dos. Ambos se miran con alegria. Gustavo sospecha que aca- ba de encontrar un nuevo amigo y las vacaciones todavia pueden resultar largas y divertidas. Matias también esta feliz. {Un chico de once afos dispuesto a prestar sus pati- ines! No puede creer en tanta buena suerte. 16 | Maria Brandan Araoz 2 | Gustavo espera a su nuevo amigo en la placita de Serra- no y Honduras. Quedaron en encontrarse alli a las tres, para dar una vuelta o patinar por alguna calle tranquila. Mira im- paciente su reloj: son las tres y media y Matias sin aparecer. éQué le habra pasado? Cerca del arenero pasa una barra de chicos con un mandon a la cabeza; el “grandote” lo saluda. —Hola, Gustavo. ¢Qué hacés? —Estoy esperando a un amigo. ZY ustedes, van a jugar a la pelota? —Si, en la Rinconada. Necesitamos un buen arquero... évenis? Gustavo niega con la cabeza. —No puedo. Mi amigo esta por llegar. —Bueno, otro dia entonces. Chau —y el “grandote” se va. Un poco mas lejos lo siguen los otros chicos, pasando- se ruidosamente la pelota. Gustavo se acerca al bebedero, toma agua y luego observa de reojo la cuadra. “A ver si lle- ga y no me ve", piensa preocupado. En ese momento Matias cruza la calle, pasa el arco de hierro naranja y, esquivando una hamaca solitaria, se acerca despacio a su amigo. Gusta- vo levanta la cabeza del bebedero y lo descubre. —jHola! —saluda contento—. Por fin llegaste! Refugio peligroso | 17 —Si —dice el otro sin mirarlo—. Pero no me puedo quedar. —éPor qué? —Esta tarde tengo que trabajar. Me habia olvidado. —éY yo no te puedo ayudar? —pregunta Gustavo, ansioso. —Bueno... si querés —duda el otro—. gTrabajaste antes? —El afo pasado vendi rifas para los de quinto afio —se ufana—. Me fue bastante bien. —Esto es algo parecido —se entusiasma Matias—. Las que mas te compran son las sefioras. Hay que “parar” en el semaforo de Cordoba. —éQué vendés? —pregunta Gustavo. —Unos cuadernos que consigue Miguel al costo, en la fa- brica donde trabaja durante el dia (porque él es sereno del edificio de enfrente solo de noche). Algunos tienen hojas sin renglones, por eso estan baratos. Los tengo aca, {que- rés verlos? —Matias abre una bolsa de residuos y muestra a Gustavo su valioso contenido. —jSon buenisimos! gA cuanto los vendemos? —Yo te digo el precio, pero si te piden rebaja me preguntas. Sentados a horcajadas en un banco, los dos chicos discu- ten y planean la futura venta. No se ponen de acuerdo. Gus- tavo sugiere un precio mas alto. Matias niega con decision. —Si sos “carero”, nadie te va a comprar. Las “dofias” sa- ben. Vos haceme caso, si no trabajo solo. El otro acepta con humildad. Poco después, los dos se encaminan hacia la Avenida Cordoba a probar suerte. 18 | Maria Brandan Araoz Gustavo, con los patines atados y colgando del brazo iz- quierdo, ofrece cuadernos a los automovilistas de la prime- ra fila; se detiene mucho tiempo ante cada auto y, cuando quiere acordarse, el semaforo cambia a verde y el conductor arranca sin contestar. Matias, en cambio, se apura y ofrece su mercaderia a mas personas. Un hombre rubio, que mane- jaun cami6n destartalado, le compra dos cuadernos. Al rato, los chicos se rednen en la esquina. Sentados en el cordon de la vereda descansan y conversan. —jNadie me compra! —se queja Gustavo—. Ni siquiera me hacen caso. Vos como hacés? —No te pares tanto tiempo con cada auto. Ofrecé a mucha gente. Sobre todo, a las sefioras. Ellas compran, vas a ver. —éY qué les digo? —Vamos, cambi6 el semaforo —Matias se para de golpe, dejando a su amigo sin respuesta. Gustavo empieza a enojarse. ¢Por qué siguen de largo sin detenerse, ni mirar? Los cuadernos son buenos y estan en precio, mucho mas baratos que en la libreria de don Ro- que, en Gurruchaga. jY ahi si que compran! A la tarde siem- pre hay cola. Un auto verde, con la trompa un poco achatada, parece mirarlo burlon. Hay una mujer joven al volante. Gustavo, sin muchas esperanzas, decide acercarse. —Vendo cuadernos —dice, esquivandole la mirada con cierta vergiienza—. Y los chicos necesitan cuadernos gran- des. Para dibujar o lo que quieran. En los cuadernos del Refugio peligroso | 19 colegio no se puede. Ademas, estan mas baratos que en la li- breria. Por eso si no me los compran, a lo mejor aprovecho yo. Todavia tengo bastante plata de mi mensualidad y... —tra- tando de consolarse, habla para si mismo. —Gustavo Arana, ya no me reconacés? Y eso que siem- pre te puse notas altas en mi materia —lo interrumpe, muer- ta de risa. Gustavo levanta la cabeza y la mira sorprendido. De pronto, descubre quién es: jla sefiorita Julia, su profesora de plastica de tercer grado, a la que nunca mas volvié a ver! Y la saluda con una sonrisa, mientras siente como se va po- iniendo colorado. —éA cuanto los vendés? —le pregunta ella animandolo. Gustavo, mas repuesto, dice el precio dudando. “;Cuanto tenia que rebajar?”, piensa. —Esta bien —Julia parece muy conforme—. Dame cinco, porque este afio tengo alumnos particulares y a veces se ol- vidan los cuadernos en sus casas. Y mis sobrinos chiquitos se entretienen con marcadores cuando vienen a visitarme; asi, todos van a poder dibujar lo que quieran —le guifia un ojo, le extiende dos billetes nuevos, lo saluda y se va. Ahora es Matias, admirado, quien hace las preguntas. Gus- tavo decide guardar su secreto. “Después de todo”, piensa divertido, “mi amigo tampoco quiso ensefharme sus habilida- des de vendedor”. Le ha llegado el turno de presumir. —Queria que le explicara cosas —fanfarronea—. Para qué usan cuadernos los chicos, y eso. Me dio dos billetes y no quiso el vuelto. Toma —y le extiende el dinero. 20 | Maria Brandan Araoz De improviso, un hombre bajo y gordo, con aspecto se- vero, se acerca a los chicos. —Veni, pibe —dice a Matias con tono imperativo. Gustavo, un poco preocupado, los ve alejarse juntos. El hombre hace gestos y ademanes como si estuviera retando al chico. Matias lo escucha con atencién y después empieza a hablar. Sefala con el brazo hacia un costado y afirma con la cabeza. Ahora, el hombre bajo y gordo sonrie, palmeando afectuosamente a Matias en el hombro. Este se despide, co- rre y llega muy contento, como si nada. —éQué pas6? —averigua Gustavo, desconcertado—. éQué te dijo? —Me pregunto quién nos mandaba. Ahora sabe que tene- mos permiso. —éPermiso? —repite el otro sin entender. —iY... si! Esta avenida la cuidan ellos —senala una camio- neta azul estacionada en la esquina—. Pero no hay problema porque conocen a Miguel. Gustavo mira a su amigo con un nueve respeto. El sabe arreglar los lios. De golpe, nota que esta cansado y con hambre. Recuerda que su abuela le prometié hacer una tor- ta de limén para la hora del té y decide invitar a Matias a su casa. Este acepta. Silbando, los dos cruzan la Avenida Cor- doba y se internan por la calle Serrano. Refugio peligroso | 21 3 | —éTe parece que vaya? —Matias duda—. Tu abuela no me conoce, —No importa, yo le explico. Ademas, la torta de limdn le sale riquisima y hay leche chocolatada. Matias aprueba en silencio. Por dentro siente un poco de vergiienza, aunque pensar en la torta lo anima. jTiene un hambre! —Abuelaaa —llama Gustavo al llegar. Empuja la puerta de calle, que ha quedado entornada, y entra. Matias lo sigue con timidez. jLa casa es tan grande! El piso de mosaicos grises parece un espejo brillante e interminable. También hay una arana llena de luces y esos muebles antiguos que se ven en las peliculas. Empieza a arrepentirse de haber ido. Su pantalén azul nunca le habia parecido tan destefido. iSi por lo menos llevara puesta la camisa blanca de los do- mingos! ¢Qué dira la abuela de Gustavo al verlo? Sin darse cuenta se ha quedado parado frente a la escalera caracol. éY si cambiara de idea? Todavia esta a tiempo de volver a su casa. Pero no, Gustavo lo llama, le pide que no se que- de atras. Los chicos llegan a la cocina y encuentran a la abuela de- corando con merengue un bizcochuelo dorado y esponjoso. Refugio peligroso | 23 —éPuedo raspar la cacerola, abuela? —la sorprende Gus- tavo, goloso. —jJests! j|Qué susto! —Amalia pega un respingo y la cu- chara de madera vuela por los aires. Después, mas repuesta y riendo, alcanza la cacerola a su nieto, que se zambulle en ella hasta la nariz. Matias observa la escena desde la puerta sin atreverse a saludar. Su amigo, cacerola en mano, ha olvidado hacer las presentaciones. Por fin, decide acercarse por su cuenta. —Buenas tardes, seniora —dice y extiende una mano muy sucia, con timidez. —eComo estas, querido? ¢Sos amigo de mi nieto, no? —adivina ella complacida—. Veni a lavarte las manos, que ya vamos a tomar el té. Matias mira con desesperacién a Gustavo. Este, oculto tras la cacerola, no le hace ningun caso. Pero Amalia ha de- cidido echar un vistazo también a las manos de su nieto. —Gustavo, al bafio, no te hagas el desentendido. Resignados, los dos la siguen, dispuestos a obedecer. Ya en la mesa, contintian las preguntas. —éDonde estuvieron hoy? —pregunta la abuela. —En la avenida —contesta Matias con la boca llena de torta. —éComo? —Amalia cree no haber oido bien. —COMIDA, abuela —interviene Gustavo, mientras patea a su amigo por debajo de la mesa—. {No hay mas comida para él? —éA esta hora? Bueno, si tiene hambre —lo mira muy afligida—. Voy a buscar algo en la heladera. Ya vengo. 24 | Maria Brandan Araoz Apenas sale la anciana, Matias decide poner las cosas en su lugar. —zQuién dijo que yo tenia hambre? —se indigna—. No pedi mas comida. —jNo seas tontol, lo hice para disimular. Si mi abuela sabe que estuve vendiendo cuadernos en la avenida, jme mata! Como ella es un poco sorda, no te entendio. jCuida- do!, ahi viene. La abuela llega con un plato hondo, que pone frente a Matias. —Te traje una patita de pollo que sobré del mediodia. Comé tranquilo, que hay mas. El chico mira el plato con desesperacion. Después de cuatro pedazos de torta, dos vasos de leche chocolatada y un scone, jquién quiere pollo frio! Gustavo simula estar dis- traido y mira para otro lado. Amalia esboza una sonrisa cor- dial e insiste. —Comeé sin vergiienza, hijo. Es sano tener apetito. —No tengo hambre —susurra débilmente Matias. —éSi tengo fiambre? Creo que si —dice la abuela un poco extrafhada—. Algo debe de haber. Y va hacia la cocina murmurando por lo bajo: “jPobre criatura!” —jGustavo! —Matias esta desesperado—. Tu abuela en- tiende todo al revés. Y a mi ya no me entra nada. Con las mejillas coloradas y a punto de explotar de la risa, el otro apoya un dedo sobre los labios y murmura: Refugio peligroso | 25 —Metete todo en la boca y después escupis en el bafo. iShh! jViene! —Habia salame, queso y unas aceitunitas. Vos querés, Gustavito? —dice Amalia, que llega, muy satisfecha, con un plato en cada mano. —No, gracias, abuela —contesta Gustavo, atragantandose. Durante un largo rato, Matias se dedica a llenar su boca, ante la mirada complacida de la anciana. Después, hacien- do gestos extranos y con las mejillas sospechosamente in- fladas, se levanta y va hacia el bafo. Por el camino se ahoga, tose, escupe y corre para llegar mas rapido. Amalia lo ob- serva intrigadisima. —éQué le pasa a tu amiguito? gSe sentira mal? jEs que comié demasiado ese chico! Gustavo asiente con la cabeza, sin mirarla. Si dice una palabra mas, no podra aguantar la risa. Apenas puede respi- rar de tanto contenerse. Mas tarde, en el cuarto del duefo de casa, los amigos planean un programa para el dia siguiente. —éVamos con los de la placita a jugar un partido? —pro- pone Gustavo. —éLa barrita esa que te saludé hoy? —pregunta Matias. —Si, cuando vos llegaste ellos se iban. Andan con el “grandote”. Siempre jugamos en la Rinconada. A veces me toca ser arquero. —Bueno... si querés —y de pronto Matias recuerda algo importante—. Tengo que hacer la cuenta de los cuadernos 26 | Maria Brandan Araoz que vendimos. Cuando Miguel me dé mi mensualidad, te re- galo la mitad. No —aclara—, “regalo” es un decir. La plata es tuya, te la ganaste. Gustavo mueve la cabeza negando. —No, no quiero nada. Lo hice para divertirme y de paso te ayudaba. Matias lo mira con agradecimiento. Su amigo es genero- so y hasta vendié mas que él; pero le gustaria darle algo, sin que se ofenda, jclaro! Y, de repente, tiene una idea genial. —Los sabados Miguel hace un asadito. ;Querés venir? —éTe deja comer dos chorizos? —investiga el otro, esperanzado. —Si, y una morcilla también. —Entonces voy. Ahora contemos la plata, que se esta ha- ciendo de noche. Afuera, la calle empedrada se cubre de sombras y silen- cio. Hace frio y el viento agita insolente las ramas de acacias y paraisos. Desde una esquina cercana y poco iluminada avanza una moto con los faros apagados; dobla y se interna en un callejon angosto y escondido. Al llegar a la mitad del recorrido, se detiene. Un hombre petiso y gordo hace ex- trafas sefas al motorista. Un paquete deforme pasa a ma- nos del gordo, y la moto se aleja en la oscuridad de la noche. Refugio peligroso | 27 4| En los fondos del edificio en construcci6én hay una casa modesta,construida con maderas y chapas. En el frente hay una gran ventana sin rejas ni cortinas. Después de buscar indtilmente el timbre, Gustavo golpea la puerta. Ese medio- dia, su amigo Matias lo espera a almorzar. —Asi que vos sos... Gustavo —un hombre alto y corpu- lento atiende con amabilidad al chico—. Entra, pibe —dice y abre la puerta de par en par—. Matias fue a hacer unos man- dados. Enseguida viene. Gustavo entra. La habitacién es pequefia, limpia y orde- nada. En una mesa de formica, el retrato de una mujer jo- ven con un bebé en brazos sonrie al visitante. —Sentate, hijo —el hombre sefala una silla pintada de blanco y explica—: Aca no hay lujos, pero asiento tenemos. —Si, sefior —dice el chico, con timidez. —Matias me conté cémo lo ayudaste el otro dia. Eles muy buen pibe, gsabés? A la mariana va a la escuela y, a la tarde, a veces me ayuda vendiendo cuadernos. La plata no nos alcan- za, y hay que mandarle a la madre, para los remedios. Sin saber qué decir, Gustavo mira la fotografia ubicada sobre la mesa. “Esa debe ser la mama’, piensa para si, y por el rabillo del ojo espia la puerta. ¢Tardara mucho su amigo? Refugio peligroso | 29 —éNo tenés lengua, che? gO sos vergonzoso para hablar? —No, sefior. Si, sefior —contesta confundido. —Esta bien —rie—. Pero decime Miguel. Matias ya viene. Yo voy a cuidar el asado, no vaya a ser que se queme. Poco después llega Matias, con una bolsa llena de bote- llas y un pan flauta envuelto en papel madera. —Hola —saluda alegremente—. Viniste temprano. gD6n- de esta Miguel? —Recién se fue a ver el asado —y agrega, cambiando de tema-—: Cuando sali de casa me encontré con el “grandote”: nos esperan esta tarde en la Rinconada. —éDonde? —pregunta distraido Matias, mientras pone el pany las botellas sobre la mesa. —Frente al galpén del ferrocarril —aclara Gustavo—. Le decimos la Rinconada; ahi siempre jugamos a la pelota. En ese momento oyen que Miguel pide la sal. El asado esta a punto y no conviene hacerlo esperar. Después de dos suculentos sandwiches de chorizo y un buen pedazo de car- ine con ensalada, los chicos dan por terminado su almuerzo. Miguel les propone sentarse un rato al sol. El dia es tan ra- diante que, pese al frio, da pena quedarse adentro. Matias ceba un mate para Miguel y propone: —éY si nos contas lo que pas6 anoche? —Asaltaron una casa de aqui cerca. Y ya va la tercera en cuatro meses —explica Miguel, y se lleva la bombilla a los labios. —eComo fue, senor? —quiere saber Gustavo. 30 | Maria Brandan Araoz —Nada de senor, decime Miguel —lo anima el hombre, y continda—. La casa estaba vacia y cerrada porque los due- fos salieron de vacaciones. Los que entraron seguramente ya lo sabian. Esta manana, Jesus, el del almacén, encontro los vidrios rotos y avisé a la policia. Después, lo llamarona declarar, pero él no pudo ayudar en nada. Parece que han entrado de noche y tarde, porque ningtin vecino los oy6. —éY qué se llevaron? —interroga Matias. —Abrieron la caja fuerte. jQuién sabe lo que habria! Cuando aparezcan los duefos tendran que declarar lo que les falta. —2Y los otros asaltos? ¢Agarraron a alguien? —pregunta Gustavo, conteniendo la respiracién. —Todavia no. Jestis dice que la policia esta investigando. Todas las casas eran de gente importante. Esos no se me- ten en cualquier lado. Saben —y, mientras dice esto, Miguel extiende el brazo y sefala la calle desierta—. Debieron pasar por aqui cerca. Gustavo mira al hombre fornido con curiosidad y respe- to. gSe habra enfrentado con ladrones alguna vez? Se atre- ve y expresa su curiosidad en voz alta. Miguel se acomoda en la silla; parece dispuesto a contar algo emocionante. Los chicos no pierden palabra. —Hace unos meses vino un tipo con barba, sucio el hom- bre. Me dijo que buscaba trabajo y empezo a hacer pregun- tas. Por la pinta, no me parecio que buscara trabajo. Igual, le segui la corriente. A la noche vino otra vez, preguntando Refugio peligroso | 31 por el doctor del primer piso, el Gnico departamento que esta ocupado. Como no lo quise dejar pasar, sacé una nava- ja; le temblaba la mano. jSi habré matado viboras con navaja alla en el Chaco! Pero el hombre estaba como borracho, me dio lastima. Le saqué la navaja y lo eché. Era un enfermo o... jvaya a saber! Sera que uno se esta poniendo viejo. Matias se apura a cebarle otro mate, mientras Gustavo lo observa esperanzado. ¢Seguira contando otras historias? Pero Miguel parece cansado, cabecea en su silla. Entonces, Matias se levanta y hace una muda sefal a su amigo: ya es hora de dar por terminada la visita. —Los sébados Miguel duerme la siesta —susurra—. Nos vamos a jugar a la pelota? Gustavo recuerda la invitacion del “grandote” y asiente con entusiasmo. Los chicos se despiden y corren hacia la vereda. Miguel, con los ojos entrecerrados, los ve alejarse y una sonrisa espontanea ilumina por un instante su cara cansada. 32 | Maria Brandan Araoz 5 | —Menos mal que llegaron —protesta el “grandote’—. Es- tabamos por empezar. Dale, Javier, traé la pelota. Un chico pelirrojo se acerca con una pelota numero cinco en la mano. Un fuerte silbato da comienzo al partido. Al rato, la intervencién de los dos invitados empieza a hacerse notar. —Me duele la panza —se queja Gustavo cuando Matias pasa delante del arco—. Creo que me hicieron mal los dos chorizos. Gustavo se distrae y no logra atajar la pelota, que atra- viesa limpiamente la linea y marca un gol para el equipo contrario. —jGoooool! jGooool! —gritan todos. —jVos segui asi, tirandote para el otro lado! —le grita Ja- vier a Gustavo. Matias se disculpa con vergiienza. Gustavo, un poco pa- lido, aprovecha la interrupcién para sentarse en el pasto. Si ese dolor sigue, piensa, tendra que abandonar el partido. Sin embargo, las cosas mejoran. Matias consigue la pelota y ya esta a punto de hacer un gol, cuando Javier se acerca, veloz, y pone un pie certero entre las piernas del otro. Ma- tias cae, abrazado a su rodilla con una mueca de dolor. —jLe pusiste el pie a proposito! —se indigna Gustavo—. Yo te vi. Refugio peligroso | 33 —No le hice nada —dice despectivo el pelirrojo. Matias reacciona: desde el suelo arrastra a Javier, y los dos se trenzan en una agitada pelea cuerpo a cuerpo. El “grandote” y Gustavo tratan de separarlos sin éxito. La lucha termina en empate; los rivales, cansados y ma- gullados, deciden hacer las paces. Con tantas interrupcio- nes, el partido ha perdido parte de su interés, y los dos amigos deciden que ya es un poco tarde para empezar uno nuevo. Saludan a todos sin rencor y se van. Gustavo, seguido de Matias, cruza la calle Thames, que desemboca en un pasaje lateral estrecho, empedra- do, con pocos 4rboles y tres o cuatro casas de construc- ion antigua. Cerca de la esquina, dos palmeras solitarias se hacen compafiia en un jardin abandonado. Hace frio y nadie camina por aquella cuadra. Matias traza una linea imaginaria haciendo equilibrio en el cordén de la vere- da. Gustavo busca piedras de distintos tamanos; pone al- gunas en el bolsillo y arroja otras mas lejos, con ademan distraido. —Si tuviéramos algun lugar para nosotros solos —piensa en voz alta—, podriamos acampar, descubrir cosas. Antes, cerca de casa habia un terreno baldio y una noche con mis amigos cazamos sapos. Después, los soltamos. jEstaban de asustados, los pobres! —Yo conozco un lugar —susurra Matias, dejando de ha- cer equilibrio—. Pero puede ser peligroso. —éQué lugar es? —se interesa Gustavo. 34 | Maria Brandan Araoz

También podría gustarte