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Guerra civil española

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Guerra civil española
Parte de período de entreguerras
Collage guerra civile spagnola.png
Partiendo de arriba a la izquierda, en el sentido de las agujas del reloj: un
tanque republicano en la batalla de Belchite; Granollers tras ser bombardeada por
la aviación nazi en 1938; tropas durante el asedio del Alcázar de Toledo; una bomba
en el Sáhara; un cañón antiaéreo del bando sublevado durante el asedio de Madrid; y
el batallón Lincoln.
Fecha 17 de julio de 1936-1 de abril de 1939 (2 años, 8 meses y 15 días)
Lugar Españaa
Casus belli Fracaso parcial del golpe de Estado de julio de 1936
Resultado Victoria del bando sublevado e implantación de la dictadura de
Francisco Franco
Consecuencias Véanse Consecuencias
Beligerantes
Bandera de España Bando republicano
Apoyado por:

Bandera de la Unión Soviética Unión Soviética


Bandera de México México
Bando sublevado
Apoyado por:

Bandera de Alemania nazi Alemania


Bandera de Italia Italia
Bandera de Portugal Portugal
Fuerzas en combate
Ver lista
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Bajas
175 000 muertos2 110 000 muertos2
~500 000
~120 000 en retaguardia3
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Guerra civil española
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Guerra aérea durante la
Guerra Civil Española
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Guerra naval durante la
Guerra Civil Española
La guerra civil española o guerra de España,4567 también conocida por los españoles
como la Guerra Civil por antonomasia,89 o simplemente la Guerra, fue un conflicto
bélico —que más tarde repercutiría también en una crisis económica— que se
desencadenó en España tras el fracaso parcial del golpe de Estado del 17 y 18 de
julio de 1936 llevado a cabo por una parte de las fuerzas armadas contra el
Gobierno de la Segunda República. Tras el bloqueo del Estrecho y el posterior
puente aéreo que, gracias a la rápida colaboración de la Alemania nazi y la Italia
fascista, trasladó las tropas rebeldes a la España peninsular en las últimas
semanas de julio,1011 comenzó una guerra civil que concluiría el 1 de abril de 1939
con el último parte de guerra firmado por Francisco Franco, declarando su victoria
y estableciendo una dictadura que duraría hasta su muerte, el 20 de noviembre de
1975.

La guerra tuvo múltiples facetas, pues incluyó lucha de clases, guerra de religión,
enfrentamiento de nacionalismos opuestos, lucha entre dictadura militar y
democracia republicana, entre revolución y contrarrevolución, entre fascismo y
comunismo.12

A las partes del conflicto se las suele denominar bando republicano y bando
sublevado:

El bando republicano estuvo constituido en torno al Gobierno, formado por el Frente


Popular, que a su vez se componía de una coalición de partidos republicanos —
Izquierda Republicana y Unión Republicana— con el Partido Socialista Obrero
Español, a la que se habían sumado los marxistas-leninistas del Partido Comunista
de España y el POUM, el Partido Sindicalista de origen anarquista y en Cataluña los
nacionalistas de izquierda encabezados por Esquerra Republicana de Catalunya. Era
apoyado por el movimiento obrero y los sindicatos UGT y CNT, los cuales también
perseguían realizar la revolución social. También se había decantado por el bando
republicano el Partido Nacionalista Vasco, cuando las Cortes republicanas estaban a
punto de aprobar el Estatuto de Autonomía para el País Vasco.
El bando sublevado, que se llamó a sí mismo «bando nacional», estuvo organizado en
torno a parte del alto mando militar, institucionalizado inicialmente en la Junta
de Defensa Nacional sustituida tras el nombramiento de Francisco Franco como
generalísimo y jefe del Gobierno del Estado. Políticamente, estuvo integrado por la
fascista Falange Española, los carlistas, los monárquicos alfonsinos de Renovación
Española y gran parte de los votantes de la CEDA, la Liga Regionalista y otros
grupos conservadores. Socialmente fue apoyado por aquellas clases a las que la
victoria en las urnas del Frente Popular les hizo sentir que peligraba su posición;
por la Iglesia católica, acosada por la persecución religiosa desatada por parte de
la izquierda nada más estallar el conflicto y por pequeños propietarios temerosos
de una «revolución del proletariado». En las regiones menos industrializadas o
primordialmente agrícolas, los sublevados también fueron apoyados por numerosos
campesinos y obreros de firmes convicciones religiosas.13
Ambos bandos cometieron graves crímenes en el frente y en las retaguardias, como
sacas de presos, paseos, desapariciones de personas o tribunales extrajudiciales.
La dictadura de Franco investigó y condenó severamente los hechos delictivos
cometidos en la zona republicana, llegando incluso a instruir una Causa General,
todo ello con escasas garantías procesales. Por su parte, los delitos de los
vencedores nunca fueron investigados ni enjuiciados, a pesar de que algunos
historiadores14 y juristas1516 sostienen que hubo un genocidio en el que, además de
subvertir el orden institucional, se habría intentado exterminar a la oposición
política.c

Las consecuencias de la Guerra Civil han marcado en gran medida la historia


posterior de España, por lo excepcionalmente dramáticas y duraderas: tanto las
demográficas —mortandad y descenso de la natalidad que marcaron la pirámide de
población durante generaciones— como las materiales —destrucción de las ciudades,
la estructura económica, el patrimonio artístico—, intelectuales —fin de la
denominada Edad de Plata de las letras y ciencias— y políticas —la represión en la
retaguardia de ambas zonas, mantenida por los vencedores con mayor o menor
intensidad durante todo el franquismo, y el exilio republicano—, y que se
perpetuaron mucho más allá de la prolongada posguerra, incluyendo la
excepcionalidad geopolítica del mantenimiento del régimen de Franco hasta 1975.

Índice
1 Antecedentes
1.1 El Gobierno del Frente Popular (febrero-julio de 1936)
1.2 La violencia política
2 El detonante: el golpe de Estado de julio de 1936
2.1 La conspiración militar
2.2 El golpe del 17 al 20 de julio
3 Las operaciones militares
3.1 Los dos ejércitos
3.2 Julio-octubre de 1936: avance sobre Madrid y campaña de Guipúzcoa
3.3 Noviembre de 1936-marzo de 1937: la batalla de Madrid y la toma de Málaga
3.4 Marzo-noviembre de 1937: la campaña del Norte y las batallas de Brunete y
Belchite
3.5 Diciembre de 1937-noviembre de 1938: de la batalla de Teruel a la batalla del
Ebro
3.6 Diciembre de 1938-febrero de 1939: ofensiva sobre Cataluña
3.7 Febrero-marzo de 1939: la vuelta de Negrín y la resistencia de la zona
Centro-Sur
3.8 Marzo de 1939: derrota de la República
4 La guerra naval
5 La guerra aérea y los bombardeos sobre poblaciones
6 Evolución de la zona sublevada
6.1 La Junta de Defensa Nacional
6.2 El general Franco, «generalísimo» y «caudillo»
6.3 El Decreto de Unificación de abril de 1937
6.4 El nacimiento del «Nuevo Estado»
7 Evolución de la zona republicana
7.1 La reacción del gobierno a la sublevación militar
7.2 La revolución social de 1936 y el gobierno de José Giral (julio-septiembre de
1936)
7.3 El gobierno de Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de 1937)
7.4 El gobierno de Juan Negrín (mayo de 1937-marzo de 1939)
8 La dimensión internacional del conflicto y la intervención extranjera
8.1 La política de «no intervención» de Gran Bretaña y Francia
8.2 La intervención extranjera en favor de los sublevados
8.3 La intervención extranjera en favor de la República
8.4 La financiación de la guerra y «el oro de Moscú»
9 La Iglesia y la guerra civil española
9.1 La Iglesia católica en la zona sublevada
9.2 La Iglesia católica en la zona republicana
10 La represión en las retaguardias
10.1 Investigación de los crímenes
11 Consecuencias
11.1 Consecuencias económicas
11.2 Víctimas de la guerra civil
11.3 La represión franquista de la posguerra y el exilio republicano
11.4 Relaciones internacionales
11.5 Las regiones devastadas
12 Memoria histórica
13 La guerra civil en el arte
13.1 Cine
13.2 Novela
13.3 Cuento y relato
13.4 Literatura infantil y juvenil
13.5 Teatro
13.6 Poesía
13.7 Música
13.8 Revistas satíricas
13.9 Historieta
13.10 Pintura y escultura
13.11 Artes gráficas, cartelismo y revistas
13.12 Fotografía
13.13 Videojuegos
14 Véase también
15 Notas
16 Referencias
17 Bibliografía
18 Enlaces externos
Antecedentes

Portada de la Constitución de 1931


Artículo principal: Segunda República Española
En enero de 1930 el general Miguel Primo de Rivera reconoce el fracaso de la
Dictadura que había instaurado en septiembre de 1923 con el apoyo del rey y
dimite.19 Alfonso XIII nombra entonces como presidente del gobierno al general
Dámaso Berenguer, pero este no consigue devolver a la monarquía la «normalidad
constitucional» (este período fue conocido como «Dictablanda») y es sustituido en
febrero de 1931 por el almirante Juan Bautista Aznar, quien convoca elecciones
municipales para el domingo 12 de abril.20 Las elecciones son ganadas en las
ciudades por las candidaturas republicano-socialistas surgidas del Pacto de San
Sebastián de agosto de 1930 y el martes 14 de abril el rey Alfonso XIII, ante las
dudas de la Guardia Civil y del Ejército a utilizar la fuerza para frenar las
multitudinarias manifestaciones prorrepublicanas que inundan las principales
ciudades, abandona el país. En Madrid el «comité revolucionario» republicano-
socialista proclama la República y asume el poder como Gobierno Provisional
presidido por Niceto Alcalá-Zamora.21

Durante el primer bienio de la Segunda República española se aprueba la nueva


Constitución republicana y el gobierno de coalición de republicanos de izquierda y
de socialistas presidido por Manuel Azaña, formado el 15 de diciembre de 1931 tras
rechazar el Partido Republicano Radical su participación en el mismo por estar en
desacuerdo con la continuidad en el gobierno de los socialistas, profundiza las
reformas iniciadas por el Gobierno Provisional cuyo propósito es modernizar la
realidad económica, social, política y cultural españolas. El nuevo gobierno se
formó tras la elección de Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República,
quien confirmó a Manuel Azaña como presidente del Gobierno.

No obstante, el amplio abanico de reformas que emprendió el gobierno «social-


azañista» encontró gran resistencia entre los grupos sociales y corporativos a los
que se intentaba «descabalgar» de sus posiciones adquiridas: los terratenientes,
los grandes empresarios, financieros y patronos, la Iglesia católica, las órdenes
religiosas, la opinión católica, la opinión monárquica o el militarismo
«africanista». Este último organizó un fracasado golpe de Estado en agosto de 1932
encabezado por el general Sanjurjo.22 Pero también existió una resistencia al
reformismo republicano de signo contrario: el del revolucionarismo a ultranza, que
encabezaron las organizaciones anarquistas (la CNT y la FAI). Para ellos, la
República representaba el «orden burgués» (sin demasiadas diferencias con los
regímenes políticos anteriores, Dictadura y Monarquía) que había de ser destruido
para alcanzar el «comunismo libertario».23 Así se produjeron una serie de
levantamientos anarquistas (en enero, como el de Casas Viejas, y en diciembre de
1933, circunscrito este a Aragón y La Rioja) reprimidos con dureza.

La coalición encabezada por Azaña se deshace y se convocan elecciones para


noviembre de 1933, en las que votaron por primera vez las mujeres, que son ganadas
por la derecha católica de la CEDA y por el centro-derecha republicano del Partido
Republicano Radical de Alejandro Lerroux. Este forma gobierno con el objetivo de
«rectificar» las reformas del primer bienio, no anularlas, para incorporar a la
República a la derecha «accidentalista» (que no se proclamaba abiertamente
monárquica, aunque sus simpatías estuvieran con la Monarquía, ni tampoco
republicana) representada por la CEDA y el Partido Agrario, que le dan su apoyo
parlamentario.24 Cuando la CEDA entra en el gobierno en octubre de 1934 se
desencadena una fracasada insurrección socialista que solo se consolidó en Asturias
durante un par de semanas (el único lugar donde también participó la CNT), aunque
finalmente también fue sofocada por la intervención del Ejército, que trajo del
Protectorado español de Marruecos a las tropas coloniales de regulares y
legionarios y, una vez finalizada, se produjo una fuerte represión. Lo mismo
sucedió con la proclamación por el presidente de la Generalidad de Cataluña Lluís
Companys del «Estado Catalán» dentro de la «República Federal Española» el 6 de
octubre.25

La Revolución de octubre de 1934 hizo aumentar en el gobierno radical-cedista los


temores a que un próximo intento de una «revolución bolchevique» acabara
triunfando. Esto acentuó la presión sobre el Partido Radical para llevar adelante
una política más decididamente legisladora o contrarrevolucionaria.26 En última
instancia, los sucesos de octubre de 1934 convencieron a la CEDA de que era
necesario llegar a alcanzar la presidencia del gobierno para poder dar el «giro
autoritario» que el régimen, según ellos, necesitaba.27 El líder de la CEDA, José
María Gil Robles, encontró su oportunidad cuando estallaron el escándalo del
estraperlo y el del asunto Nombela que hundieron a Lerroux y al Partido Republicano
Radical, del que no se recuperaría.28 Pero el presidente de la República Alcalá
Zamora se negó a dar el poder a una fuerza «accidentalista» que no había proclamado
su fidelidad a la República y encargó la formación de gobierno a un independiente
de su confianza, Manuel Portela Valladares, quien forma el 15 de diciembre un
gabinete republicano de centro-derecha que aguanta el poder Ejecutivo hasta que
Alcalá Zamora convoca elecciones para el 16 de febrero de 1936.29

El resultado de las elecciones de febrero de 1936 fue un reparto muy equilibrado de


votos con una leve ventaja de las izquierdas (47,1 %) sobre las derechas (45,6 %),
mientras el centro se limitó a un 5,3 %. Pero como el sistema electoral primaba a
los ganadores, esto se tradujo en una holgada mayoría para la coalición del Frente
Popular.30

El Gobierno del Frente Popular (febrero-julio de 1936)


Artículo principal: Frente Popular (España)
El miércoles 19 de febrero, Manuel Azaña, el líder del Frente Popular, formaba un
gobierno que, conforme a lo pactado con los socialistas, solo estaba integrado por
ministros republicanos de izquierda (nueve de Izquierda Republicana y tres de Unión
Republicana).31 Una de sus primeras decisiones fue alejar de los centros de poder a
los generales más antirrepublicanos: el general Manuel Goded fue destinado a la
Comandancia militar de Baleares; el general Francisco Franco, a la de Canarias; el
general Emilio Mola al gobierno militar de Pamplona. Otros generales significados
como Luis Orgaz, Rafael Villegas, Joaquín Fanjul y Andrés Saliquet quedaron en
situación de disponibles.32

La medida más urgente que hubo de tomar el nuevo gobierno fue la amnistía de los
condenados por los sucesos de octubre de 1934, «legalizando» así el asalto a varias
cárceles por la multitud, pero dando cumplimiento también al punto principal del
programa electoral del Frente Popular.33 Otra de las medidas urgentes era reponer
en sus puestos a los alcaldes y concejales elegidos en 1931 y sustituidos durante
el bienio conservador.34 El 28 de febrero el gobierno decretaba no solo la
readmisión de todos los trabajadores despedidos por motivos políticos y sindicales
relacionados con los hechos de 1934, sino que, presionado por los sindicatos,
ordenaba a las empresas que indemnizaran a estos trabajadores por los jornales no
abonados.35 Asimismo, fue restablecido el gobierno de la Generalidad de Cataluña,
cuyos miembros habían salido de la cárcel beneficiados también por la amnistía.33

La «cuestión agraria» fue otro problema que el nuevo gobierno tuvo que abordar con
urgencia a causa de la intensa movilización campesina que se estaba produciendo con
el apoyo decidido de las autoridades locales repuestas y que amenazaba con provocar
graves conflictos en el campo, especialmente en Extremadura.3637 Así el 19 de abril
el ministro de Agricultura, Mariano Ruiz Funes, presentaba varios proyectos de ley,
entre ellos uno que derogaba la Ley de Reforma de la Reforma Agraria de agosto de
1935, que se convirtió en ley el 11 de junio, por lo que volvía estar en vigor
plenamente la Ley de Reforma Agraria de 1932. Gracias a varios decretos y a esta
ley entre marzo y julio de 1936 se asentaron unos 115 000 campesinos, más que en
los tres años anteriores.38 Sin embargo, continuó la alta conflictividad en el
campo, debida sobre todo a la actitud de los propietarios y a la radicalización de
las organizaciones campesinas, saldándose todo ello con incidentes violentos. El
caso más grave se produjo en Yeste (Albacete), donde a finales de mayo de 1936 «la
detención de unos campesinos que pretendían talar árboles en una finca particular
condujo a un sangriento enfrentamiento entre la Guardia Civil y los jornaleros, en
los que murieron un guardia y 17 campesinos, varios de ellos asesinados a sangre
fría por los agentes».39

La actividad del parlamento estuvo paralizada casi todo el mes de abril debido al
proceso de destitución del presidente de la República Niceto Alcalá-Zamora,
iniciado y aprobado por la izquierda, y su sustitución por Manuel Azaña, que fue
investido en su nuevo cargo el 10 de mayo de 1936, siendo sustituido al frente del
gobierno por su compañero del partido Izquierda Republicana, Santiago Casares
Quiroga,4041 quien asumiría a su vez la cartera de Guerra.

Santiago Casares Quiroga en 1931


El nuevo gobierno de Casares Quiroga continuó con la política reformista que ya
había iniciado el gobierno Azaña que consistía fundamentalmente en volver a poner
en vigor los decretos que habían sido derogados o modificados durante el bienio
radical-cedista, a los que se añadieron algunos otros.42

Uno de los problemas a los que tuvo que hacer frente el gobierno fue la oleada de
huelgas que se produjeron declaradas y sostenidas muchas veces por comités
conjuntos de la CNT y la UGT, en las que en muchas de ellas se hablaba de
revolución,43 pero ni UGT ni CNT preparaban ningún movimiento insurreccional
después de los fracasos continuos de 1932, 1933 y 1934, y la única posibilidad de
que se produjese alguno sería como respuesta a un intento de golpe militar.44

Otro de los problemas del gobierno de Casares Quiroga fue la división interna del
PSOE, el partido más importante del Frente Popular,45 que enfrentaba a los sectores
«prietista» y «largocaballerista», ya que Francisco Largo Caballero, que dominaba
UGT y el grupo parlamentario del PSOE, continuó oponiéndose a la entrada en el
gobierno de los socialistas y defendiendo el entendimiento entre las
«organizaciones obreras» para esperar el momento en que el fracaso de los
«burgueses republicanos» facilitara la conquista del poder por la clase obrera.46
Otro problema fue que el sector de la CEDA liderado por Gil Robles se decantaba por
realizar un boicot a las instituciones republicanas y por apoyar la posición
defendida de la derecha monárquica del Bloque Nacional de José Calvo Sotelo, que
propugnaba abiertamente por la ruptura violenta del orden constitucional mediante
un golpe de Estado militar en cuya preparación ya estaban colaborando (por su parte
los monárquicos carlistas aceleraron la formación de sus milicias requetés con
vistas al alzamiento militar con cuyos dirigentes mantenían contactos).47

La violencia política
Los gobiernos del Frente Popular también tuvieron que hacer frente a un aumento de
la violencia política provocada por el partido fascista Falange Española, que a
principios de 1936 era una fuerza política marginal, pero que tras el triunfo del
Frente Popular recibió una avalancha de afiliaciones de jóvenes de derechas
dispuestos a la acción violenta, y por la respuesta que le dieron las
organizaciones de izquierda. 48 El primer atentado importante que cometieron los
falangistas fue el perpetrado el 12 de marzo de 1936 contra el diputado socialista
y «padre» de la Constitución de 1931 Luis Jiménez de Asúa, en el que este resultó
ileso, pero su escolta, el policía Jesús Gisbert, murió.49 La respuesta del
gobierno de Azaña fue prohibir el partido y detener el 14 de marzo a su máximo
dirigente José Antonio Primo de Rivera, pero el paso a la clandestinidad no impidió
que siguiera perpetrando atentados y participando en reyertas con jóvenes
socialistas y comunistas.4850 También continuó realizando una labor de violencia e
intimidación contra los elementos del orden institucional de la República. En la
noche del 13 de abril, dos pistoleros falangistas asesinaban en la calle a Manuel
Pedregal, magistrado del Tribunal Supremo, como represalia por haber actuado como
ponente en el juicio por intento de asesinato a Jiménez de Asúa. El juez ya había
recibido amenazas de muerte con anterioridad por este motivo. Varios de los
implicados huyeron a Francia en avión pilotado por el entonces colaborador de
Falange, Juan Antonio Ansaldo.515253 De hecho, Falange difundió listas negras de
jueces con el propósito de intimidarlos, y su boletín clandestino No Importa
amenazó a magistrados como Ursicino Gómez Carbajo o Ramón Enrique Cardónigo, que
habían intervenido en causas con sentencia desfavorable a sus intereses.54

Los incidentes de mayor trascendencia se produjeron los días 14 y 15 de abril. El


día 14 tuvo lugar un desfile militar en el Paseo de la Castellana de Madrid en
conmemoración del Quinto Aniversario de la República. Junto a la tribuna principal
estalló un artefacto y se produjeron a continuación varios disparos que causaron la
muerte a Anastasio de los Reyes, alférez de la Guardia Civil que estaba allí de
paisano, e hirieron a varios espectadores. Derechistas e izquierdistas se acusaron
mutuamente del atentado. Al día siguiente se celebró el entierro del alférez que se
convirtió en una manifestación antirrepublicana a la que asistieron los diputados
José María Gil Robles, líder de la CEDA, y José Calvo Sotelo, líder de la derecha
monárquica, además de oficiales del ejército y falangistas armados. Desde diversos
lugares se produjeron disparos contra la comitiva que fueron respondidos,
produciéndose un saldo de seis muertos y de tres heridos. Uno de los muertos fue el
estudiante Andrés Sáenz de Heredia, falangista y primo hermano de José Antonio
Primo de Rivera.50 También resultó herido un joven tradicionalista (carlista), José
Llaguno Acha, y una muchedumbre intentó linchar al teniente José del Castillo Sáenz
de Tejada al que se le acusó de dispararle.

Entre abril y julio los atentados y las reyertas protagonizadas por falangistas
causaron más de cincuenta víctimas entre las organizaciones de izquierda obrera, la
mayoría de ellas en Madrid. Unos cuarenta miembros de Falange murieron en esos
actos o en atentados de represalia de las organizaciones de izquierda.50 También
fueron objeto de la violencia los edificios religiosos (un centenar de iglesias y
conventos fueron asaltados e incendiados)55 aunque entre las víctimas de la
violencia política de febrero a julio no hubo ningún miembro del clero.56

El aumento de la violencia política y el crecimiento de las organizaciones


juveniles paramilitares tanto entre la derecha (milicias falangistas, requetés
carlistas) como entre la izquierda (milicias de las juventudes socialistas,
comunistas y anarquistas), y entre los nacionalistas vascos y catalanes (milicias
de Esquerra Republicana de Catalunya y del PNV), aunque no estaban armadas y su
actividad principal era desfilar, provocó la percepción entre parte de la opinión
pública, especialmente la conservadora, de que el gobierno del Frente Popular
presidido por Santiago Casares Quiroga no era capaz de mantener el orden público,
lo que servía de justificación para el «golpe de fuerza» militar que se estaba
preparando.57 A esta percepción también contribuyó la prensa católica y de extrema
derecha que incitaba a la rebelión frente al «desorden» que atribuía al «Gobierno
tiránico del Frente Popular», «enemigo de Dios y de la Iglesia», aprovechando que
la confrontación entre clericalismo y anticlericalismo volvió al primer plano tras
las elecciones de febrero con continuas disputas sobre asuntos simbólicos, como el
tañido de campanas o las manifestaciones del culto fuera de las iglesias, como
procesiones o entierros católicos. Así mismo, en el parlamento, los diputados de la
derecha, singularmente Calvo Sotelo y Gil Robles, acusaron al gobierno de haber
perdido el control del orden público.56

José Calvo Sotelo hablando en un mitin en el frontón Urumea (San Sebastián), en


1935.
En la noche del domingo 12 de julio era asesinado en la calle de Fuencarral de
Madrid el teniente de la Guardia de Asalto e instructor de las milicias socialistas
José del Castillo Sáenz de Tejada58, que se dirigía a su puesto de trabajo en el
Cuartel de Pontejos, probablemente por pistoleros de extrema derecha pertenecientes
a la Comunión Tradicionalista (o de Falange Española).59 El teniente Castillo era
muy conocido por su activismo izquierdista y se le atribuía la frase «Yo no tiro
sobre el pueblo» tras haberse negado a participar en la represión de la Revolución
de Asturias, acto de rebeldía que le costaría un año de cárcel.

Como represalia, los compañeros policías del teniente Castillo, dirigidos por el
capitán de la Guardia Civil Fernando Condés, secuestraron en su propio domicilio y
asesinaron en la madrugada del día siguiente a José Calvo Sotelo, líder de los
monárquicos «alfonsinos» (que no tuvo nada que ver con el asesinato del teniente
Castillo), y abandonaron el cadáver en el depósito del cementerio de la Almudena.
En el entierro de Calvo Sotelo, el dirigente monárquico Antonio Goicoechea juró
solemnemente «consagrar nuestra vida a esta triple labor: imitar tu ejemplo, vengar
tu muerte y salvar a España». Por su parte, el líder de la CEDA, José María Gil
Robles en las Cortes les dijo a los diputados de la izquierda que «la sangre del
señor Calvo Sotelo está sobre vosotros» y acusó al gobierno de tener la
«responsabilidad moral» del crimen por «patrocinar la violencia».58

Según el estudio más completo que se ha realizado sobre las víctimas mortales como
resultado de la violencia política entre febrero y julio de 1936, antes de
iniciarse el golpe de Estado, hubo un total de 189 incidentes y 262 muertos, de
ellos 112 causados por la intervención de las fuerzas de orden público. De las 262
víctimas, 148 serían militantes de la izquierda, 50 de la derecha, 19 de las
fuerzas de orden público y 45 sin identificar. Además ese estudio constata que el
número de víctimas mortales causadas por la violencia política fue disminuyendo en
esos cinco meses.60

La violencia política de los meses de gobierno en paz del Frente Popular, de


febrero a julio de 1936, fue utilizada después por los vencedores en la Guerra
Civil como justificación de su alzamiento. Hoy en día, el debate sigue abierto,
aunque la mayoría de los historiadores opinan que en absoluto puede hablarse de una
«primavera trágica» en la que el gobierno del Frente Popular hubiera perdido el
control de la situación.61 Y la conclusión de la mayoría de ellos es clara: «La
desestabilización política real en la primavera de 1936 no explica en modo alguno
la sublevación militar [de julio de 1936] y menos aún la justifica».61 «La política
y la sociedad españolas mostraban signos inequívocos de crisis, lo cual no
significa necesariamente que la única salida fuera una guerra civil».49

Durante los primeros meses de 1936 se produjo una polarización de la política


española, en cuyos extremos se situaba la izquierda revolucionaria y la derecha
fascista, y en medio una izquierda moderada y una derecha republicana junto con un
centro anticlerical y una derecha de fuerte componente católico y monárquico (que
representaba a muchos militares, terratenientes y a la jerarquía católica que veían
peligrar su posición privilegiada y su concepto de la unidad de España). Una
división que podía remontarse al siglo xix cuando tuvo lugar el difícil proceso de
cambio que se inició en 1808 para poner fin al absolutismo que lastraba al país,
manteniendo fuertes diferencias económicas entre privilegiados y no privilegiados,
y que el moderantismo decimonónico solo consiguió superar en parte. El resultado
fue una población rural dividida entre los jornaleros anarquistas y los pequeños
propietarios aferrados a (y dominados por) los caciques y la Iglesia; unos
burócratas conformistas y una clase obrera con salarios muy bajos y, por lo tanto,
con tendencias revolucionarias propias del nuevo siglo, hacen que también entre las
clases pobres la división fuese muy acusada. También provenía del siglo xix la
tradición de que los problemas no se arreglaban más que con los pronunciamientos.
No es extraño, pues, que en una España marcada por la reciente dictadura de Primo
de Rivera e intentonas fallidas, como las de José Sanjurjo, volviese a haber ruido
de sables y se temiese un plan para derribar al nuevo Gobierno establecido. Los
acontecimientos darían la razón a los pesimistas.

El detonante: el golpe de Estado de julio de 1936


Artículo principal: Golpe de Estado en España de julio de 1936
Véanse también: Organización Territorial Militar en la España de 1936 , Guerra
civil española en Navarra y Guerra civil española en Castilla y León.
La conspiración militar
Artículo principal: Conspiración golpista de 1936

Ruta del Dragon Rapide, el avión que llevó a Francisco Franco a Tetúan donde tomó
el mando de las tropas sublevadas.62
Nada más conocerse la victoria del Frente Popular en las elecciones, se produjo un
primer intento de «golpe de fuerza» por parte de la derecha para intentar frenar la
entrega del poder a los vencedores. Fue el propio Gil Robles el primero que intentó
sin éxito que el presidente del gobierno en funciones Manuel Portela Valladares
declarase el «estado de guerra» y anulara los comicios. Le siguió el general
Franco, aún jefe del Estado Mayor del Ejército, que se adelantó a dar las órdenes
pertinentes a los mandos militares para que declarasen el estado de guerra (lo que
según la ley de Orden Público de 1933 suponía que el poder pasaba a las autoridades
militares), pero fue desautorizado por el todavía jefe de gobierno Portela
Valladares y por el ministro de la guerra el general Nicolás Molero.63

El 8 de marzo de 1936 tuvo lugar en Madrid, en casa de un amigo de Gil Robles, una
reunión de varios generales (Emilio Mola, Luis Orgaz Yoldi, Villegas, Joaquín
Fanjul, Francisco Franco, Ángel Rodríguez del Barrio, Miguel García de la Herrán,
Manuel González Carrasco, Andrés Saliquet y Miguel Ponte, junto con el coronel José
Enrique Varela y el teniente coronel Valentín Galarza, como hombre de la UME), en
la que acordaron organizar un «alzamiento militar» que derribara al gobierno del
Frente Popular recién constituido y «restableciera el orden en el interior y el
prestigio internacional de España». También se acordó que el gobierno lo
desempeñaría una Junta Militar presidida por el general Sanjurjo, que en esos
momentos se encontraba en el exilio en Portugal.64

Desde finales de abril, fue el general Mola quien tomó la dirección de la trama
golpista (desplazándose así el centro de la conspiración de Madrid a Pamplona),
adoptando el nombre clave de «el Director». Este continuó con el proyecto de
constituir una Junta Militar presidida por el general Sanjurjo, y comenzó a
redactar y difundir una serie de circulares o «Instrucciones reservadas» en las que
fue perfilando la compleja trama que llevaría adelante el golpe de Estado.65 La
primera de las cinco instrucciones la dictó el 25 de mayo y en ella ya apareció la
idea de que el golpe tendría que ir acompañado de una violenta represión.66

Mola consiguió comprometer en el golpe a numerosas guarniciones, gracias también a


la trama clandestina de la UME pero tenía dudas sobre el triunfo del golpe en el
lugar fundamental, Madrid, y también sobre Cataluña, Andalucía y Valencia.65 Así
pues, el problema de los militares implicados era que, a diferencia del golpe de
Estado de 1923, ahora no contaban con la totalidad del Ejército (ni de la Guardia
Civil ni las otras fuerzas de seguridad) para respaldarlo.67 Una segunda diferencia
respecto de 1923 era que la actitud de las organizaciones obreras y campesinas no
sería de pasividad ante el golpe militar sino que como habían anunciado
desencadenarían una revolución. Por estas razones se fue retrasando una y otra vez
la fecha del golpe militar, y por eso, además, el general Mola, «el Director»,
buscó el apoyo de las milicias de los partidos antirrepublicanos (requetés y
falangistas) y el respaldo financiero de los partidos de la derecha.68 Al gobierno
de Casares Quiroga le llegaron por diversas fuentes noticias de lo que se estaba
tramando pero no actuó con contundencia contra los conspiradores.69
Mapas que representan los planes esbozados por Mola para dar el golpe de Estado que
derribase a la Segunda República.
A principios de julio de 1936 la preparación del golpe militar estaba casi
terminada, aunque el general Mola reconocía que «el entusiasmo por la causa no ha
llegado todavía al grado de exaltación necesario» y acusaba a los carlistas de
seguir poniendo dificultades al continuar pidiendo «concesiones inadmisibles». El
plan del general Emilio Mola era un levantamiento coordinado de todas las
guarniciones comprometidas, que implantarían el estado de guerra en sus
demarcaciones, comenzando por el Ejército de África, que entre los días 5 y 12 de
julio realizó unas maniobras en el Llano Amarillo donde se terminaron de perfilar
los detalles de la sublevación en el Protectorado de Marruecos. Como se preveía que
en Madrid era difícil que el golpe triunfase por sí solo (la sublevación en la
capital estaría al mando del general Fanjul), estaba previsto que desde el norte
una columna dirigida por el propio Mola se dirigiera hacia Madrid para apoyar el
levantamiento de la guarnición de la capital. Y por si todo eso fallaba también
estaba planeado que el general Franco, después de sublevar las islas Canarias, se
dirigiría desde allí al Protectorado de Marruecos a bordo del avión Dragon Rapide,
fletado en Londres el 6 de julio por el corresponsal del diario ABC Luis Bolín
gracias al dinero aportado por el financiero Juan March, para ponerse al frente de
las tropas coloniales, cruzar el estrecho de Gibraltar y avanzar sobre Madrid.7071
Una vez depuesto el gobierno de la República, se instauraría una dictadura militar
siguiendo el modelo de la Dictadura de Primo de Rivera, al frente de la cual se
situaría el exiliado general Sanjurjo.70 «Los sublevados llevaron a cabo su acción
pretendiendo que se alzaban contra una revolución absolutamente inexistente en la
época en que actúan, inventan documentos falsos que compuso Tomás Borrás y que
hablaban de un gobierno soviético que se preparaba, y de hecho lo que representaban
era la defensa de las posiciones de las viejas clases dominantes, la lucha contra
las reformas sociales, más o menos profundas, que el Frente Popular pone de nuevo
en marcha».72

El asesinato de José Calvo Sotelo en la madrugada del 13 de julio aceleró el


compromiso con la sublevación de los carlistas y también de la CEDA y acabó de
convencer a los militares que tenían dudas, entre ellos, según Paul Preston, al
general Francisco Franco.73 Además, el general Mola decidió aprovechar la conmoción
que había causado en el país el doble crimen, y el día 14 adelantó la fecha de la
sublevación que quedó fijada para los días 18 y 19 de julio de 1936.74

El golpe del 17 al 20 de julio


El 17 de julio por la mañana en Melilla, los dos coroneles y otros oficiales que
estaban al tanto del alzamiento militar se reúnen en el departamento cartográfico y
trazan los planes para ocupar el 18 los edificios públicos, planes que comunican a
los dirigentes falangistas. Uno de los dirigentes locales de la Falange informa al
dirigente local de Unión Republicana, llegando esta información al General
Romerales, Comandante Militar de Melilla, que a su vez informa a Casares Quiroga.
Romerales envía por la tarde una patrulla de soldados y guardias de asalto a
registrar el departamento cartográfico. El coronel al mando del mismo retrasa el
registro y llama al cuartel de la Legión, desde donde le envían un grupo de
legionarios. Ante estos, la patrulla se rinde y los sublevados proceden a arrestar
a Romerales (que fue fusilado junto con el delegado del gobierno y el alcalde de
Melilla que se habían resistido a la rebelión), proclaman el estado de guerra e
inician anticipadamente el levantamiento, informando a sus compañeros del
protectorado de Marruecos que habían sido descubiertos. Esto hizo que se adelantase
en Marruecos la fecha prevista.75 En los tres días siguientes el golpe se extendió
a las guarniciones de la península, Canarias y Baleares.

Situación el 23 de julio de 1936 tras el fracaso parcial del golpe de Estado. En


azul las zonas controladas por los sublevados.76
Los militares sublevados no consiguieron alcanzar su objetivo principal de
apoderarse del punto neurálgico del poder, Madrid, ni de las grandes ciudades, como
Barcelona, Valencia, Bilbao, Málaga o Murcia (aunque sí controlaban Sevilla,
Valladolid, Zaragoza y Córdoba), pero dominaban cerca de la mitad del territorio
español, ya que controlaban prácticamente el tercio norte peninsular (Galicia,
León, Castilla la Vieja, Álava, Navarra, gran parte de la provincia de Cáceres,
incluida la capital, y la mitad occidental de Aragón, incluyendo las tres capitales
provinciales), menos la franja cantábrica formada por Asturias, Santander, Vizcaya
y Guipúzcoa, que quedó aislada del resto de la zona republicana, y Cataluña. Además
dominaban las ciudades andaluzas de Sevilla (donde el general Gonzalo Queipo de
Llano se hace con inusitada determinación con el mando de la 2.ª División
Orgánica), Córdoba y Cádiz conectadas entre sí por una estrecha franja (así como la
ciudad de Granada, pero aislada del resto), más todo el Protectorado de Marruecos y
los dos archipiélagos, Canarias (menos la isla de La Palma) y Baleares (excepto
Menorca). Fuera de esta área controlaban determinados lugares y puntos de
resistencia aislados dentro de la zona republicana como la ciudad de Oviedo (que
soportó un asedio por parte de los republicanos durante 90 días, hasta la entrada
de las tropas franquistas el 17 de octubre), el cuartel de Simancas en Gijón, el
Alcázar de Toledo o el santuario de la Virgen de la Cabeza en Andújar.77 Esta
España controlada por los sublevados era en general «la España interior, rural, de
formas sociales más retardatarias, de grandes y medianos propietarios agrarios, y
con extenso proletariado agrario también».77

De los lugares donde ha triunfado la sublevación parten las ofensivas de las tropas
rebeldes, a hacer lo que la propaganda «nacional» llamó la «Reconquista», para
tomar las ciudades en manos de la República o a liberar los lugares en manos de los
rebeldes asediados por las tropas gubernamentales, como son los casos del sitio de
Oviedo y del Alcázar toledano.

En la zona sublevada la muerte en accidente de aviación del que iba ser el jefe de
la rebelión, el general Sanjurjo, provocó que los generales sublevados decidieron
crear el jueves 23 de julio una Junta de Defensa Nacional, que quedaría constituida
al día siguiente en Burgos, y que estaría integrada por los generales Miguel
Cabanellas, que fue nombrado presidente de la Junta por ser el general más antiguo
entre los sublevados, Andrés Saliquet, Miguel Ponte, Emilio Mola y Fidel Dávila,
además del coronel Federico Montaner y el coronel Moreno Calderón. En el Decreto
n.º 1 que publicó la Junta se establecía que esta asumía «todos los poderes del
Estado» y que representaría al país ante los poderes extranjeros, aunque en las
semanas siguientes ningún país la reconoció y siguió considerando como gobierno
legítimo de España al de Madrid presidido por el republicano de izquierda José
Giral.78 El 27 de julio de 1936 llegó a España el primer escuadrón de aviones
italianos enviado por Benito Mussolini.79

Las fuerzas republicanas, por su parte, consiguen sofocar el alzamiento en más de


la mitad de España, incluyendo todas las zonas industrializadas, gracias en parte a
la participación de las milicias recién armadas de socialistas, comunistas y
anarquistas, así como a la lealtad de la mayor parte de la Guardia de Asalto y, en
el caso de Barcelona, de la Guardia Civil. El gobernador militar de Cartagena,
Toribio Martínez Cabrera, era simpatizante del Frente Popular y la marinería
también era contraria al golpe militar, lo que unido a los tumultos populares de
los días 19 y 20 hicieron fracasar el movimiento golpista en la base naval de
Cartagena y el resto de la provincia de Murcia.

La zona fiel a la República ocupa grosso modo la mitad este de la Península: la


parte oriental de Aragón (menos las tres capitales), Cataluña, Valencia, Murcia,
Andalucía oriental (menos la ciudad de Granada), Madrid, Castilla la Nueva y La
Mancha. En el oeste controlaba las provincias de Badajoz y de Huelva. Aislada de
esta zona quedaba la franja cantábrica formada por Asturias (menos Oviedo y Gijón),
Santander, Vizcaya y Guipúzcoa. El territorio leal era superior en extensión al
rebelde y se trataba, por lo general, de las zonas de España «socialmente más
evolucionadas, con importante población urbana, más industrializadas y con núcleos
de obrerismo modernos organizados».77

Así pues, el resultado del levantamiento era incierto pues tuvo éxito en unos
sitios y fracasó en otros, por lo que España quedó dividida en dos zonas: una
controlada por los militares que se habían alzado contra la República (la zona
sublevada) y otra que permaneció fiel al gobierno (la zona republicana).
Aproximadamente un tercio del territorio español había pasado a manos rebeldes, con
lo que ninguno de los dos bandos tenía absoluta supremacía sobre el otro. La
intentona de derrocar de un golpe a la República había fracasado estrepitosamente.
Ambos bandos se prepararon para lo inevitable: un enfrentamiento que iba a
desangrar España durante tres largos años. La guerra civil española acababa de
empezar.

Las operaciones militares

Mapa general del desarrollo de la guerra.


Leyenda
Zona sublevada inicial - julio 1936
Avance sublevados hasta septiembre de 1936
Avance sublevados hasta octubre de 1937
Avance sublevados hasta noviembre de 1938
Avance sublevados hasta febrero de 1939
Última zona bajo control republicano
Solid blue.png Principales centros de los sublevados
Red-square.gif Principales centros republicanos
Panzer aus Zusatzzeichen 1049-12.svg Batallas terrestres
Vattenfall.svg Batallas navales
Icon vojn new.png Ciudades bombardeadas
City locator 4.svg Campos de concentración
Gatunek trujący.svg Masacres
Red dot.svg Campos de refugiados
Véase también: Cronología de la Guerra Civil Española
Los dos ejércitos
Aunque se trata de un tema muy controvertido, la mayoría de los historiadores
calculan que un 70 % de los 15 000 jefes y oficiales en activo en 1936 combatieron
en el bando sublevado (1236 fueron fusilados o encarcelados por ser desafectos al
bando vencedor en cada lugar), mientras que, por el contrario, la mayor parte de
los 100 generales no se sublevaron. De los 210 000 soldados de tropa y suboficiales
que teóricamente formaban el ejército regular en 1936, unos 120 000 quedaron en la
zona sublevada, pero lo más decisivo fue que entre ellos se encontraban los 47 000
que formaban el Ejército de África que constituían las mejores tropas del ejército
español. La Guardia Civil, por su parte, quedó muy dividida entre los leales y los
rebeldes a la República.77

Si se considera la evolución durante la guerra el dato es muy favorable para los


sublevados, pues mientras durante ese tiempo la plantilla de jefe y oficiales del
bando rebelde fue creciendo hasta alcanzar los 14.104 efectivos el 1 de abril de
1939, la del bando republicano fue disminuyendo hasta quedar reducida a 4.771,
debido fundamentalmente al pase al bando rival de muchos jefes y oficiales en el
transcurso de la guerra. Como ha señalado el historiador Francisco Alía Miranda, de
la Universidad de Castilla-La Mancha, hay que tener presente que la mayoría de los
18.000 oficiales que había en España en julio de 1936 aplaudieron el golpe, ya que
predominaba entre ellos una mentalidad conservadora, corporativa y militarista.80
Pero hay otro factor que explica la disminución del número de jefes y oficiales en
la zona republicana y fue que más de la mitad de los que quedaron en esa zona tras
el golpe rehusaron obedecer a las autoridades republicanas, algo que no sucedió en
el bando sublevado. Así que mientras que en el bando sublevado solo 258 militares
fueron fusilados o expulsados del Ejército, en el bando republicano fueron
expulsados 4.450, de los cuales 1.729 fueron fusilados. E incluso en este bando a
muchos oficiales no se les concedió el mando de tropa por desconfiar de ellos y
solo ocuparon puestos burocráticos.81

Cartel propagandístico del bando sublevado, donde la Falange insta el reclutamiento


militar para luchar por "La Patria, el Pan y la Justicia".
Así pues, el bando sublevado no tuvo que construir su ejército sino que contó desde
el primer momento con las unidades militares (y las fuerzas de orden público)
sublevadas durante el golpe ya organizadas y dirigidas por sus mandos, entre las
que destacaba el ejército del Protectorado de Marruecos, el llamado Ejército de
África, compuesto por la Legión Extranjera y los Regulares (tropas indígenas moras
mandadas por oficiales españoles) que constituía la fuerza militar más
experimentada de todo el ejército español.82 Por otro lado las milicias carlistas
(requetés) y las milicias falangistas que apoyaron a los sublevados fueron
integradas en el ejército del que se consideraban aliadas y no enemigas (al
contrario de lo que sucedió en el bando republicano donde las milicias obreras,
especialmente las milicias confederales anarquistas, siempre desconfiaron de la
institución militar, con la excepción de las milicias comunistas).83

En el bando sublevado el ejército alcanzó rápidamente la unidad de mando y dominó


completamente la vida civil de la zona sublevada, que ellos llamaban zona
nacional.82 La muerte en un accidente de aviación en los primeros días del golpe
del general Sanjurjo, que era el militar elegido por sus compañeros para encabezar
la sublevación, hizo que el mando en la zona sublevada quedara entonces repartido
entre los generales Emilio Mola y Francisco Franco, pero solo dos meses después, el
1 de octubre, el general Franco asumió el mando único militar y político (el
general Mola murió en otro accidente de avión al año siguiente, el 3 de junio de
1937).82

«El fenómeno de la centralización militar del esfuerzo de guerra en la zona


sublevada hizo que no se permitiese nada que se asemejase a la desunión política,
al rencor entre grupos políticos y a la falta de confianza en los mandos y jefes de
la campaña, todo lo cual se manifestó especialmente en la retaguardia republicana
del norte, en Aragón y en Cataluña, que es donde se perdió realmente la guerra.
(...) A medida que la República iba perdiendo la guerra, aumentaban el hambre y las
privaciones en la retaguardia, creándose una situación infernal, con refugiados,
bombardeos, escasez y frío».84

En cuanto a la ayuda extranjera, el bando sublevado recibió armas de todo tipo y


aviones prácticamente desde el primer día por parte de la Alemania nazi y la Italia
Fascista a la que pronto se añadieron unidades militares completas (la Legión
Cóndor alemana y el CTV italiano) en un flujo continuo que nunca se detuvo a largo
de la guerra.85

Cartel propagandístico del bando republicano. Muestra al generalísimo Franco, como


la Muerte, apoyado por un general de los potencias del Eje, un capitalista y un
sacerdote.
Por su parte el bando republicano no pudo contar con prácticamente ninguna unidad
militar completa organizada y disciplinada con todos sus mandos y suboficiales y
durante los primeros meses la fuerza militar que se opuso al ejército sublevado,
tras la decisión del gobierno de José Giral de licenciar a las tropas para evitar
que la sublevación se extendiera, estuvo constituida por columnas improvisadas
integradas por unidades sueltas y por las milicias de las organizaciones obreras,
que cuando estaban mandadas por oficiales de carrera estos a menudo suscitaban
sospechas de traición entre los combatientes. Fue a partir de la formación del
gobierno de Largo Caballero el 5 de septiembre de 1936 cuando se inició el proceso
de construcción de un verdadero ejército, con la militarización de las milicias y
su integración en las Brigadas Mixtas, primer paso para la creación del Ejército
Popular que solo se logró tras la superación de la crisis de los «sucesos de mayo
de 1937» y la formación a continuación del gobierno de Juan Negrín. Pero el
ejército republicano siempre tuvo un problema estructural de difícil solución: la
falta de mandos profesionales (según los cálculos de Michael Alpert, solo un 14 %
de los militares que figuraban en el Anuario Militar de 1936 servían todavía en
1938 en el ejército de la República). Un problema que fue especialmente acuciante
en el caso de la Armada.82 Algo que reconoció el general republicano Vicente Rojo,
que escribió:83
Hemos creado un ejército con el nombre de tal, con toda la nomenclatura y sistema
de mandos de un ejército regular... pero sólo hemos subido los primeros peldaños
para alcanzar la cumbre.
Además en el bando republicano la unidad de mando solo se logró (y nunca fue
completa) a mediados de 1937 cuando el Ejército Popular estuvo completamente
estructurado y, por otro lado, solo a partir de ese momento las necesidades
militares se impusieron sobre las de la vida civil (marcada por la Revolución
Social de 1936). Y también, a diferencia del bando sublevado, era el gobierno quien
tomaba las decisiones pero siguiendo casi siempre las recomendaciones del Jefe del
Estado Mayor, el coronel y luego general Vicente Rojo, y de otros militares
leales.82

En cuanto a la ayuda extranjera la República, a causa de que Francia y Gran Bretaña


no acudieron en su ayuda y además impulsaron el pacto que dio nacimiento al Comité
de No Intervención (cuya prohibición de suministrar armas a alguno de los bandos
contendientes no fue cumplida ni por Alemania ni por Italia, a pesar de haber
firmado el acuerdo) la República tuvo que adquirir el material bélico donde pudo, a
menudo recurriendo a los traficantes de armas que en ocasiones les vendieron
material anticuado o en muy mal estado a precios astronómicos. Esto le hizo
depender de los suministros que le proporcionó la Unión Soviética, después de que
Stalin superara sus dudas sobre la ayuda a los republicanos españoles, cuyo
material bélico (armas automáticas, tanques y aviones) acompañado de instructores y
consejeros militares soviéticos, junto con las Brigadas Internacionales reclutadas
por la Internacional Comunista o Komintern, no comenzó a llegar hasta octubre de
1936 y luego las sucesivas entregas se interrumpieron en varias ocasiones en
función de la coyuntura internacional europea (que determinaron, por ejemplo, que
el gobierno francés abriera o cerrara la frontera) y del creciente bloqueo impuesto
por la Armada sublevada en los puertos republicanos.85

Monedas acuñadas por los bandos en conflicto.

25 céntimos de 1937 del bando sublevado.

5 céntimos de 1937 del bando republicano.


Julio-octubre de 1936: avance sobre Madrid y campaña de Guipúzcoa

El frente a los cuatro meses de la rebelión militar. Leyenda


Zona controlada por los sublevados
República Española
Solid blue.png Principales centros de los sublevados
Red-square.gif Principales centros de la República
Nada más conocerse el 17 de julio por la tarde que la sublevación militar había
triunfado en el Protectorado de Marruecos, el ministro de Marina José Giral (que
dos días después acabaría presidiendo el gobierno de la República tras la dimisión
de Santiago Casares Quiroga y del gobierno «relámpago» de Diego Martínez Barrio)
ordenó que varios barcos de guerra de la Marina se dirigieran al estrecho de
Gibraltar para que bloquearan las plazas de Ceuta, Larache y Melilla y evitar así
el paso a la península de las tropas coloniales. De la base de Cartagena salieron
los destructores Almirante Valdés, Lepanto y Sánchez Barcáiztegui, con orden de
navegar a máxima potencia hasta el estrecho.86 Gracias a que las dotaciones de esos
barcos se rebelaron contra sus oficiales, que estaban comprometidos en el golpe,
los sublevados no pudieron disponer inicialmente del Ejército de África, compuesto
por la Legión Extranjera y los regulares (tropas formadas por marroquíes mandados
por oficiales españoles).82

El mismo día 19 de julio en que fue sofocada la rebelión en Madrid, salieron de la


capital hacia la sierra de Guadarrama varias columnas compuestas por milicianos y
por tropas de las unidades militares que habían sido disueltas por orden del
gobierno para evitar que se pudieran sumar a la sublevación. Allí consiguieron
impedir que las columnas de los sublevados enviadas por el general Mola desde
Castilla y León y desde Navarra consiguieran atravesar los puertos de montaña de la
sierra madrileña y llegar a la capital.87 El frente norte de Madrid quedó así
estabilizado hasta el final de la guerra.88 Esta primera campaña de la Guerra Civil
fue conocida con el nombre de batalla de Guadarrama.89

Desde Barcelona, también una vez sofocada la rebelión, salieron varias columnas
formadas rápidamente por las organizaciones obreras y los partidos de izquierda
para dirigirse a Aragón. Junto con las columnas del POUM y del PSUC (y una de
Esquerra Republicana de Catalunya que salió desde Tarragona), el contingente más
importante lo aportaron las milicias confederales de las organizaciones anarquistas
(CNT, FAI, Juventudes Libertarias). La primera y más numerosa fue la columna
Durruti, así llamada porque estaba encabezada por el líder de la FAI Buenaventura
Durruti, que salió de Barcelona el día 24 en dirección a Zaragoza. Las también
anarquistas columna Ascaso y columna Los Aguiluchos de la FAI salieron en dirección
a Huesca. pero ninguna de ellas consiguió alcanzar sus objetivos de liberar las
tres capitales aragonesas (desde Valencia había salido hacia Teruel la columna de
Hierro), y el frente de Aragón quedó estabilizado, aunque los anarquistas llevaron
la revolución a la mitad oriental de Aragón donde crearon el Consejo Regional de
Defensa de Aragón.90

También desde la ciudad condal se organizó una expedición a las islas Baleares, de
las que solo Menorca continuaba republicana. La operación iniciada el 8 de agosto
al mando del capitán Bayo tuvo un éxito inicial al conseguir ocupar una franja de
la costa de Mallorca, pero el desembarco de Mallorca acabó en un completo
fracaso.90 Otro fracaso fue la ofensiva de Córdoba, «donde la situación estaba
indecisa, lo que constituyó una de las pocas iniciativas estratégicas
republicanas». Fue organizada desde Albacete por el general Miaja, cuyo jefe de
Estado Mayor era el teniente coronel José Asensio Torrado, pero el avance se detuvo
pronto (el general Miaja situó su cuartel general en Montoro) y los republicanos no
pudieron reconquistar la Andalucía occidental, en manos de los sublevados
especialmente después de la llegada de los primeras unidades procedentes del
Protectorado de Marruecos.90

La situación de bloqueo en que se encontraba el Ejército de África (la principal


fuerza de combate con que contaban los sublevados para tomar Madrid, una vez
detenidas las columnas del general Mola en la sierra de Guadarrama) se pudo superar
gracias a la rápida ayuda que recibieron los sublevados de la Alemania nazi y de la
Italia fascista. El 26 de julio llegaron a Marruecos los primeros veinte aviones de
transporte alemanes Junker, que se podían convertir fácilmente en bombarderos,
acompañados por cazas, y, cuatro días después, el 30 de julio, los primeros nueve
cazabombarderos italianos. Con estos medios aéreos el general Franco, jefe de las
fuerzas sublevadas de Marruecos, pudo organizar un puente aéreo con la península
para transportar a los legionarios y a los regulares, y además conseguir la
superioridad aérea en el estrecho. Así pues, el 5 de agosto pudo cruzarlo con una
pequeña flota llamada por la propaganda de los sublevados «Convoy de la
Victoria».10 Sin embargo, el desbloqueo completo del paso del estrecho no se
produciría hasta más tarde, cuando el gobierno republicano decidió transferir la
mayoría de sus barcos de guerra al Cantábrico, lo que según el historiador Michael
Alpert constituyó «quizá el mayor error de la Guerra Civil». Esta decisión estuvo
motivada, entre otras razones, por la negativa de Gran Bretaña, que contaba con la
flota naval de guerra más importante del Mediterráneo, a que el gobierno
republicano detuviera el tráfico neutral dirigido al territorio enemigo, por lo que
los buques de guerra republicanos no podrían impedir que los barcos mercantes
alemanes e italianos desembarcaran material de guerra en los puertos de Ceuta,
Melilla, Cádiz, Algeciras o Sevilla, controlados por los sublevados.10

Milicianas republicanas haciendo un descanso en los combates en el verano de 1936


El 1 de agosto el general Franco da la orden de que las columnas de legionarios,
moros regulares y voluntarios avancen en dirección norte desde Sevilla para
dirigirse a Madrid a través de Extremadura, teniendo el flanco izquierdo protegido
por la frontera de Portugal, cuyo régimen salazarista apoyaba a los sublevados.
Siguiendo esta ruta para llegar a la capital se unirían las dos zonas controladas
por los sublevados. Se inicia así la Campaña de Extremadura.10 La llamada «columna
de la muerte»91 a causa de la brutal represión que aplicó en las localidades
extremeñas que fue ocupando, y cuyo hecho más destacado fue la matanza de Badajoz,
avanzó rápidamente a un promedio de 24 kilómetros por día. El 10 de agosto tomó
Mérida y el 15 Badajoz, estableciendo a continuación contacto con las fuerzas
sublevadas del norte. El avance se volvió entonces en dirección noreste para
alcanzar el valle del Tajo y el 2 de septiembre caía Talavera de la Reina, ya en la
provincia de Toledo.92 El rápido avance de los sublevados hacia Madrid, unido a la
noticia de la inminente caída de Irún (con lo que el norte quedaría completamente
aislado del resto de la zona republicana), provocaron que el presidente José Giral,
sintiéndose falto de apoyos y de autoridad, presentara la dimisión al presidente de
la República Manuel Azaña. El 5 de septiembre se formaba un nuevo gobierno de
«unidad antifascista» presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, que
asumió personalmente la cartera de Guerra, con el objetivo prioritario de organizar
un ejército que pudiera detener el avance de los sublevados y ganar la guerra.93

La rapidez con que cayeron una tras otra las poblaciones en el avance por
Extremadura y el Tajo se debió fundamentalmente a que el Ejército de África estaba
integrado por las tropas mejor entrenadas y curtidas en combate (legionarios y
regulares), quizá las únicas verdaderamente profesionales en los primeros caóticos
meses de guerra.94 En cambio las fuerzas republicanas estaban integradas en su
mayoría por milicianos a los que les faltaba adiestramiento militar. «Eran
indisciplinadas y tendían a huir, presas del pánico, abandonando las armas, las
cuales constituían fusiles y piezas sueltas de artillería, dado que el desbarajuste
originado en la capital por la sublevación no permitía una adecuada planificación
militar. En julio y agosto se perdió mucho material militar. En contraste, los
sublevados se armaban cada vez más con material extranjero, aparte del que tomaban
al enemigo».92 Además los milicianos, cuya inmensa mayoría procedía de las
organizaciones obreras y los partidos de izquierda, desconfiaban de los militares
profesionales que pretendían mandarlos y por motivos ideológicos rechazaban la
disciplina y la organización militares, a excepción de los comunistas que
propugnaban la completa militarización de las milicias y la creación de un Ejército
Popular siguiendo el modelo del Quinto Regimiento organizado por ellos.95

Heinrich Himmler visitando el alcázar de Toledo junto a José Moscardó en octubre de


1940, un año y medio después del fin de la guerra civil.
El 21 de septiembre el Ejército de África tomaba el pueblo de Maqueda, a menos de
60 kilómetros de Madrid. Ese mismo día se reunían los generales sublevados en una
finca de los alrededores de Salamanca para nombrar al general Franco como mando
único y supremo de las fuerzas sublevadas. Una semana después volverían a reunirse
para dilucidar el mando político. En ese intervalo de tiempo, el general Franco
decidió desviar hacia Toledo las columnas que avanzaban hacia Madrid para levantar
el asedio del Alcázar de Toledo, donde guardias civiles y algunos pocos cadetes de
la Academia de Infantería al mando del director de la Escuela Central de Educación
Física, el coronel José Moscardó, llevaban dos meses resistiendo los ataques
republicanos.96 Esta decisión, que según algunos historiadores hizo perder a los
sublevados la posibilidad de tomar Madrid antes de que se organizase su defensa,97
ha suscitado un debate entre los historiadores. Para una buena parte de ellos fue
una decisión más política que militar, pues afianzó el prestigio del general Franco
ante sus compañeros cuando se estaba discutiendo ya el mando único político.97 «El
Alcázar encerraba un tesoro de legitimidad simbólica: academia militar, los
sitiados resistían en medio de las ruinas, con los muros de la poderosa fábrica
medio destruidos, refugiados en los sótanos. Con su liberación, Franco recibió un
enorme capital político: el Alcázar era el símbolo de la salvación de España que,
como una mártir, resucitaba del sepulcro al que la habían conducido sus
enemigos».98 Además tuvo un enorme valor propagandístico para la causa de los
sublevados. «Del Alcázar se hizo posteriormente un mito por los franquistas, cuyos
principales extremos —el episodio de los diálogos de Moscardó y su hijo en manos de
los asediadores, por ejemplo— están hoy absolutamente desacreditados».97 Sin
embargo algunos historiadores afirman que también tuvo una motivación militar.
«Parece convincente la explicación usual: el compañerismo militar y el valor
propagandístico de rescatar a los asediados en el Alcázar imponían levantar el
asedio cuanto antes. Es posible que hubiera motivos políticos, no separados de la
ambición de Franco de ser generalísimo y jefe civil, que impusieran ese gesto
heroico. Ahora bien, el hecho de tomar primero Toledo podía justificarse
militarmente: asegurar esta ciudad permitiría atacar Madrid desde el sur y el este,
protegiendo los flancos por el Tajo y contando con dos carreteras de primera
categoría en lugar de una».96 El mismo día que era levantado el asedio, el 28 de
septiembre, el general Franco era nombrado por sus compañeros de sublevación no
solo «generalísimo de las fuerzas nacionales de tierra, mar y aire», sino también
«jefe del Gobierno del Estado Español, mientras dure la guerra».97

El día 8 de octubre, el Ejército de África alcanzó San Martín de Valdeiglesias, a


unos cuarenta kilómetros de Madrid, donde tomó contacto con las fuerzas sublevadas
del norte al mando del general Emilio Mola, que acababa de finalizar la campaña de
Guipúzcoa tras tomar Irún, el 5 de septiembre y San Sebastián el 13 de septiembre,
quedando el norte republicano rodeado por tierra por los «nacionalistas». Así pues,
a principios de octubre, las fuerzas sublevadas se habían desplegado en un
semicírculo alrededor de Madrid que partía de Toledo al sur y alcanzaba el noroeste
a unos diez kilómetros al norte de El Escorial, y que se encontraba entre 40 y 55
kilómetros de la capital. Aunque las fuerzas republicanas opusieron mayor
resistencia gracias a la reorganización militar emprendida por el gobierno Largo
Caballero (con la formación de las Brigadas Mixtas al mando en su mayoría de
militares de carrera y en las que fueron encuadradas las milicias, una
militarización acompañada de la creación de la figura de los comisarios políticos),
las fuerzas «nacionales» fueron estrechando el semicírculo que atenazaba la capital
(mientras que en el norte el 17 de octubre rompían el cerco de Oviedo) y a
principios de noviembre llegaron a los barrios del sur de Madrid. «El ataque a
Madrid marcó el final del primer periodo de la guerra».99

Noviembre de 1936-marzo de 1937: la batalla de Madrid y la toma de Málaga

Puente de los Franceses, sobre el río Manzanares. Disputado puente durante la


batalla de Madrid.
A primeros de noviembre los sublevados daban por hecho la toma de la capital del
país. Radio Lisboa llegó a anunciar de forma precipitada, a comienzos de ese mes,
la caída de la ciudad (narrando incluso la entrada triunfal de Franco a lomos de un
caballo blanco).100 Ya el 5 de noviembre la columna jurídica que iba a encargarse
de la represión de los republicanos (ocho consejos de guerra, dieciséis juzgados
instructores y una Auditoría del Ejército de Ocupación), comandada por el coronel
Ángel Manzaneque y Feltrer, se agrupó en Navalcarnero -a treinta kilómetros de
Madrid- para aguardar la inminente victoria de las tropas franquistas.101
El 6 de noviembre, cuando parecía que el ejército sublevado estaba a punto de
entrar en Madrid, el gobierno de Largo Caballero decidió trasladarse a Valencia,
encomendando la defensa de la ciudad al general Miaja que debería formar una Junta
de Defensa de Madrid. «Una salida precipitada, mantenida en sigilo, sobre la que no
se dio explicación pública alguna».102 «Quienes se quedaron en Madrid no pudieron
interpretar estos hechos sino como una vergonzosa huida... sobre todo porque los
madrileños fueron capaces de organizar su defensa».103 Dos días después comenzó la
batalla de Madrid.

Dado que las fuerzas de los sublevados no eran superiores a las fuerzas
republicanas que defendían Madrid (unos 23 000 soldados), la penetración en la
capital tendría que ser rápida y en un frente muy estrecho. Una columna atravesaría
el río Manzanares al norte del puente de los Franceses y avanzaría por la Ciudad
Universitaria de Madrid para luego bajar por el paseo de la Castellana. Otra
columna cruzaría el parque del Oeste para seguir por los bulevares y llegar a la
plaza de Colón. Y una tercera cruzaría el barrio de Rosales para alcanzar la plaza
de España y la calle Princesa. Para apoyar este avance se consideraba fundamental
tomar el cerro de Garabitas en la Casa de Campo donde se podía situar la artillería
y desde allí bombardear la ciudad. El éxito de la operación dependía de que los
republicanos creyeran que el ataque se produciría por el sur y concentraran allí
sus fuerzas, pero en la noche de 7 al 8 de noviembre, precisamente en el momento
que iba comenzar la batalla de Madrid, el teniente coronel Vicente Rojo, jefe del
Estado Mayor de la defensa de Madrid, conoció los planes de los atacantes gracias a
los papeles encontrados en el cadáver de un oficial italiano del ejército
sublevado.104

Entre los días 8 y 11 de noviembre se produjeron violentos combates en la Casa de


Campo. El día 13 los sublevados ocupaban el cerro de Garabitas y dos días después
lograban cruzar el río Manzanares adentrándose en la Ciudad Universitaria. Pero de
allí no pudieron pasar gracias a la resistencia que presentaron las fuerzas
republicanas, reforzadas por la llegada de las primeras Brigadas Internacionales,
de unidades de tanques soviéticos T-26 (cuya primera intervención se había
producido en la batalla de Seseña) y de 132 aviones rusos «Moscas» y «Chatos» que
disputaron la superioridad aérea a los 117 aviones de la Legión Cóndor alemana. El
23 de noviembre el general Franco desistió de continuar el infructuoso ataque
frontal a la capital y el frente quedó ese día estabilizado.105

Tanque soviético T-26 usado por las fuerzas republicanas


«La resistencia de Madrid cambió el signo de la guerra. Ya no sería un conflicto de
rápidos movimientos envolventes, sino de batallas a gran escala, de maniobras
tácticas para alcanzar objetivos estratégicos, en las que unos cuantos centenares
de metros de terreno tendrían significado y cuyo modelo sería la Primera Guerra
Mundial, más que las campañas coloniales, única forma de guerra que los españoles
conocían de modo directo».106

Al fracasar el ataque frontal los sublevados decidieron envolver Madrid por el


noroeste concentrando sus fuerzas para cortar la carretera de La Coruña e intentar
penetrar por allí en Madrid. En el primer intento que tuvo lugar a finales de
noviembre (primera batalla de la carretera de La Coruña) solo consiguieron avanzar
tres de los siete kilómetros previstos, quedando detenido el ataque. El segundo
intento tuvo lugar en diciembre (segunda batalla de la carretera de La Coruña) y
también resultó un fracaso. El tercer y último intento (la conocida como tercera
batalla de la carretera de La Coruña) tuvo lugar a principios de enero de 1937 y
constituyó la «primera batalla importante de la Guerra Civil en campo abierto».107
Los sublevados organizaron un importante ejército, llamado División Reforzada de
Madrid, que contaba con tanques italianos, baterías antitanque para contrarrestar
los T-26 soviéticos y artillería pesada. Frente a ella los republicanos desplegaron
un ejército compuesto de cinco divisiones, cada una con tres brigadas, aunque
algunas no estaban completas y muy pocas estaban mandadas por oficiales de
infantería de carrera (para mandar las cinco divisiones se tuvo que recurrir a dos
oficiales retirados por la ley Azaña de 1931, a dos oficiales provenientes de las
fuerzas de seguridad, y a un miliciano, el comunista Juan Modesto). Entre los días
6 y 9 de enero la División Reforzada atacó hacia el norte y luego giró al este al
llegar a la carretera de La Coruña, pero las fuerzas republicanas resistieron y los
«nacionales» tuvieron que desistir en su avance.108

Fracasado el intento de envolver Madrid por el noroeste, los sublevados lo intentan


por el sureste avanzando hacia el río Jarama para cortar la vital carretera de
Valencia, por donde llegaban a Madrid la mayoría de sus suministros. La batalla del
Jarama se inició el 4 de febrero con el ataque por unidades de la Legión Española y
fuerzas regulares marroquíes, apoyadas por carros de combate, a las posiciones
republicanas. El 11 de febrero tomaban el puente de Pindoque defendido por la
compañía «André Marty» de la XII Brigada Internacional que tuvo 86 muertos. Los
sublevados prosiguieron su avance pero las fuerzas republicanas apoyadas por
unidades de tanques soviéticos dirigidos por el general «Pablo» (el general
Rodímtsev) y el dominio del aire de la aviación republicana gracias a los «Chatos»
les obligó a detenerse y renunciar a alcanzar la línea Arganda-Morata de Tajuña.
Sin embargo los republicanos no pudieron recuperar el terreno perdido y el frente
quedó estabilizado el 23 de febrero de 1937. Fue el final de la batalla del
Jarama.109

Mientras se iniciaba la batalla del Jarama, se producía la toma de Málaga por los
sublevados el 8 de febrero de 1937, gracias especialmente a la intervención de las
unidades motorizadas de la división de milicias fascistas italianas («legionari»
del CTV, Corpo di Truppe Volontarie) que había comenzado a llegar a España dos
meses antes enviada por Mussolini, imbuido de la idea de que el soldado fascista
era muy superior al combatiente «rojo». El ataque había comenzado el 14 de enero de
1937 avanzando desde Ronda por el norte, siguiendo la carretera costera avanzando
hacia Marbella por el oeste (con el apoyo de los dos modernos cruceros Baleares y
Canarias que bombardeaban desde el mar y contra los que poco podían hacer los
destructores y los más viejos y peor armados cruceros republicanos) y desde Granada
hasta Alhama por el noreste. Aunque las milicias republicanas consiguieron contener
el ataque tierra adentro, el día 5 de febrero convergieron varias columnas sobre
Málaga encabezadas por las fuerzas italianas. Esto obligó a retirarse a las
milicias a la capital pero allí faltas de mandos, de fortificaciones para la
defensa y del apoyo de la flota republicana no tuvieron más remedio que emprender
la huida hacia el este por la carretera costera de Málaga y Almería acompañadas de
miles de civiles mientras eran ametrallados y bombardeados por la aviación italiana
y los barcos de guerra de los sublevados. A los pocos días los sublevados llegaban
a Motril haciendo numerosos prisioneros y obteniendo grandes cantidades de
material.110 «Para el Gobierno republicano, la derrota demostró una profunda
ineficacia y una falta de energía moral y señaló el comienzo de la decepción de los
comunistas con respecto a la actuación de Largo Caballero como Jefe de Gobierno y
ministro de la Guerra. Las salpicaduras llegaron a los mandos que Largo había
nombrado, los cuales fueron procesados como resultado de las investigaciones
llevadas a cabo después del desastre».111

Artilleros italianos del bando sublevado disparando un cañón en la batalla de


Guadalajara.
El tercer y último intento de envolver Madrid fue una iniciativa del Corpo di
Truppe Volontarie (CTV) fascista italiano, a la que accedió el generalísimo Franco,
y que dio lugar a la batalla de Guadalajara. La idea italiana de la ofensiva era
atacar Madrid desde el noreste dirigiéndose a Guadalajara y una vez tomada esta
ciudad cortar la carretera de Valencia y entrar en la capital. Para esta operación,
en la que se seguiría la táctica de lo que los generales italianos llamaban «guerra
relámpago» (las previsiones eran que en una semana, entre el 8 y el 15 de marzo de
1937, Madrid sería conquistada), se desplegaron buena parte de los de los 48 000
soldados con que contaba entonces el CTV (integrados en cuatro divisiones con 4000
vehículos, 542 cañones y 248 aviones).112

Soldados italianos del Corpo Truppe Volontarie durante la batalla de Guadalajara


El día 8 de marzo comenzó el ataque y en la noche del 9 al 10 de marzo la 3.ª
División italiana tomaba Brihuega y el día 11 Trijueque encontrando una fuerte
resistencia de las fuerzas republicanas, entre las que se encontraban la XI y la
XII Brigadas Internacionales (de las que formaba parte el batallón Garibaldi
integrado por italianos antifascistas), apoyadas por las unidades de tanques
soviéticos y por la aviación, y ayudadas por el mal tiempo (los suelos embarrados
por la lluvia dificultaba el avance de los vehículos e impedía el despegue de los
aviones de los campos encharcados, mientras que los aviones republicanos sí
disponían de campos de aviación utilizables). El 12 de marzo las tropas
republicanas lanzaron una contraofensiva que hizo huir desmoralizada a la 3.ª
División italiana y permitió recuperar en los días siguientes Trijueque y Brihuega,
apoderándose de material abandonado por los italianos. El día 19 de marzo las
fuerzas republicanas detuvieron su avance y organizaron líneas de defensa. El 23 de
marzo terminó la batalla de Guadalajara que la prensa internacional liberal y de
izquierdas llamó la «primera victoria contra el fascismo», destacando el hecho de
que muchos «legionari» del CTV habían sido capturados por los «garibaldini» de las
Brigadas Internacionales.112

«Con la ayuda rusa la República había podido responder a la amenaza que suponía la
llegada de armamento desde Italia y Alemania para el bando nacional. El Ejército
Popular ya no consistía en bandas sueltas de milicianos con improvisados mandos.
Había demostrado saber retirarse a fortificaciones preparadas, resistiendo con
pequeñas retaguardias a la espera de refuerzos. Responder a esta técnica iba a
exigir otras capacidades de las que poseía el CTV».113

Marzo-noviembre de 1937: la campaña del Norte y las batallas de Brunete y Belchite


Véanse también: Guerra Civil Española en el País Vasco y Guerra Civil Española en
Cantabria.

Mapa de la Campaña del Norte


La batalla de Guadalajara fue el último intento del bando sublevado de tomar Madrid
y solo una semana después de su final se inició la Campaña del Norte, el ataque de
las fuerzas sublevadas contra la franja cantábrica que permanecía fiel a la
República pero que estaba aislada por tierra del resto de la zona republicana. El
objetivo de los «nacionales» era controlar sus importantes recursos mineros e
industriales (especialmente las siderurgias y las fábricas de armas), además de que
su conquista permitiría trasladar la flota sublevada al Mediterráneo para intentar
detener el tráfico marítimo que se dirigía a los puertos republicanos.114 La
ofensiva de las fuerzas sublevadas al mando del general Mola (unos 28 000
efectivos, incluidos los de las unidades del Corpo Truppe Volontarie italiano,
apoyados por 140 aviones italianos y alemanes de la Legión Cóndor) se inició el 31
de marzo de 1937 desde las posiciones alcanzadas en octubre de 1936 en la campaña
de Guipúzcoa, que se situaban a unos 35 kilómetros al oeste de San Sebastián, sobre
las defensas de Vizcaya que había organizado el gobierno vasco presidido por José
Antonio Aguirre desde octubre de 1936 tras haber aprobado las Cortes republicanas
el Estatuto de Autonomía del País Vasco. El Ejército Vasco reclutado por Aguirre
rechazaba la autoridad del general Francisco Llano de la Encomienda que era el jefe
del Ejército del Norte, que teóricamente agrupaba a todas las fuerzas de Vizcaya,
Santander y Asturias, y actuaba de forma independiente (en él no existía la figura
del comisario político y tenía pocos mandos profesionales).115

Bombardeo de Guernica, el 26 de abril de 1937


En la primera ofensiva de la campaña de Vizcaya las fuerzas «nacionales», aunque
contaban con la superioridad naval y aérea (el grueso de la flota republicana se
encontraba en el Mediterráneo y solo había un pequeño número de cazas soviéticos),
avanzaron relativamente poco debido a la fuerte resistencia que encontraron y a las
malas condiciones meteorológicas. La segunda ofensiva iniciada el 20 de abril tuvo
más éxito alcanzando cinco días después la línea Guernica-Durango. El día 26 de
abril, tras haber bombardeado Jaén y Durango los días anteriores, se produjo el
bombardeo de Guernica por aviones alemanes de la Legión Cóndor y aviones italianos
del CTV causando muchas víctimas civiles y una enorme destrucción porque además de
las bombas convencionales utilizaron bombas incendiarias. Tres días después las
fuerzas «nacionales» ocupaban la ciudad y el día 30 de abril llegaban a Bermeo.116

Artículo principal: Batalla de Bilbao


Entonces ambos ejércitos se reorganizaron (el «lehendakari» Aguirre en persona
asumió el mando supremo del ejército vasco) para atacar y defender respectivamente
el conjunto de las fortificaciones alrededor de Bilbao, el llamado «Cinturón de
Hierro», que sin embargo había perdido gran parte de su utilidad porque el
ingeniero que las había diseñado, Alejandro Goicoechea, se había pasado al bando
sublevado con los planos de las mismas. Gracias a ellos, los «nacionales» pudieron
penetrar por sus puntos débiles mientras la ciudad de Bilbao era bombardeada por la
artillería pesada y por la aviación (el 17 de junio cayeron veinte mil obuses117).
Finalmente Bilbao cayó el 19 de junio, sin que el gobierno de Valencia, presidido
desde el 17 de mayo por el socialista Juan Negrín tras superar la crisis
republicana de los «sucesos de mayo de 1937» hubiera podido organizar algún ataque
en otros frentes que hubiera dificultado la gran concentración de medios terrestres
y aéreos desplegada por los «nacionales» en la Campaña de Vizcaya.118

Por fin a principios de julio las fuerzas republicanas lanzaron una ofensiva en el
frente de Madrid para aliviar la presión del ejército «nacionalista» en el norte.
Así el 6 de julio comienza la batalla de Brunete llamada así porque la lucha por la
conquista de ese pueblo situado al oeste de Madrid por los republicanos (que
pretendía seguir después en dirección sureste para encontrarse con las otras
fuerzas gubernamentales que avanzarían desde el sur de la capital, lo que de tener
éxito obligaría a los «nacionales» a ordenar un repliegue general de sus fuerzas si
no querían verse cercados) se convirtió en el elemento central de los combates. El
ataque hacia Brunete fue lanzado por el reorganizado V Cuerpo de Ejército
republicano al mando del comandante de milicias Juan Modesto apoyado por unidades
de tanques T-26 soviéticos que ocupó la localidad casi sin resistencia, pero el
general Franco reaccionó rápidamente y envió unidades de la Legión y de Regulares
más las brigadas de Navarra y unos 150 aviones italianos y alemanes retirados del
frente del norte, deteniéndose así el ataque hacia Santander. Esto permitió a las
fuerzas nacionales realizar el contraataque.119 «Empezó así una batalla de desgaste
bajo el tremendo sol veraniego, sin sombra ni agua, que terminó arrojando un saldo
de 40 000 bajas. La dura batalla concluyó el 26 de julio, por puro agotamiento. El
Ejército Popular Republicano había retenido importantes sectores del territorio que
había conquistado... aunque perdió Brunete. (...) [La batalla de] Brunete coincidía
con el aniversario del principio de la guerra. A partir de unas cuantas columnas
sublevadas que luchaban contra milicias improvisadas se habían formado dos
ejércitos con un considerable apoyo de artillería y aviación».120

Terminada la batalla de Brunete las fuerzas «nacionales» se reorganizaron y


reanudaron la Campaña del Norte atacando Santander desde el sur por el puerto de
montaña de Reinosa y desde el este siguiendo la costa. La batalla de Santander
comenzó el 14 de agosto con el ataque a Reinosa que fue ocupada solo dos días
después y cuya fábrica de armamento no fue destruida por los republicanos en su
retirada en desbandada. La resistencia republicana en la costa también se desplomó
rápidamente ante el avance de las unidades del CTV italiano gracias especialmente a
la superioridad aérea (los republicanos no pudieron enviar aviación a aquella zona
debido a la lejanía de las bases) cuyos continuos bombardeos destrozaron y
desmoralizaron a las fuerzas republicanas mandadas por el general Mariano Gamir
Ulibarri nombrado el 6 de agosto. El 24 de agosto, solo diez días después de
iniciada la ofensiva, la ciudad de Santander (donde escaseaban los víveres y el
combustible debido al bloqueo naval de la armada sublevada) fue ocupada después de
que las fuerzas de orden público, una vez evacuados los mandos, izaron bandera
blanca.121 «La historia de la campaña de Santander es la de un continuo avance, con
ocasionales y breves resistencias. Fueron muchos los prisioneros y los que se
«pasaron», lo que daba fe del estado de desmoralización de las filas
republicanas».122

Mapa del entorno donde se desarrolló la batalla de Belchite con indicación de las
situaciones inicial y final.
La segunda ofensiva republicana para aliviar la presión de los «nacionales» en el
Norte llegó tarde pues comenzó el mismo día de la caída de Santander. Esta vez se
desarrolló en el frente de Aragón, que se mantenía prácticamente inalterado desde
el inicio de la guerra cuando las columnas de milicias confederales anarquistas y
del POUM salieron de Cataluña y ocuparon la mitad oriental de Aragón (donde crearon
un ente casi independiente llamado Consejo de Aragón) aunque no consiguieron su
objetivo de conquistar Zaragoza, y que tras los «sucesos de mayo de 1937» habían
sido incorporadas a las unidades regulares del Ejército del Este. El 24 de agosto
comenzó la ofensiva de Zaragoza cuyo propósito era romper el frente y alcanzar la
capital aragonesa, lo que obligaría al general Franco a suspender su ofensiva del
Norte. Al norte del Ebro combatían las divisiones anarquistas y al sur las
comunistas dirigidas por Enrique Líster y los dos generales internacionales Walter
y Kleber. Después de la toma de los pueblos de Codo y Quinto cercaron Belchite el
día 26, dando inicio a la batalla de Belchite el hecho bélico más destacado de la
campaña. Los «nacionales» que defendían el pueblo resistieron encarnizadamente
hasta el 3 de septiembre. Cuatro días antes los «nacionales» habían iniciado la
contraofensiva que al norte del Ebro hizo retroceder a las divisiones anarquistas y
al sur en Fuentes de Ebro, un pueblo situado a 26 kilómetros de Zaragoza, consiguió
derrotar a las unidades de tanques soviéticos BT5 y a la XV Brigada
Internacional.123

Aunque Belchite permaneció en manos de los republicanos los dos objetivos de la


ofensiva de Zaragoza no se consiguieron: ni se tomó la capital aragonesa ni se
detuvo el avance «nacionalista» en el frente norte. Tras la ocupación de Santander
se inició el 1 de septiembre la ofensiva de Asturias por la costa y por el interior
para poner fin al último territorio de la franja norte republicana. Unos días antes
se había formado en Gijón (Oviedo continuaba ocupada por los «nacionalistas» desde
el inicio de la guerra) el Consejo Soberano de Asturias y León bajo la presidencia
del socialista Belarmino Tomás, uno de los antiguos dirigentes de la Revolución de
Asturias de octubre de 1934, que intentó organizar la defensa, pero su situación
eran tan difícil como la de Santander. Los asturianos no tenían apoyo naval (solo
disponían del destructor Císcar) ni apoyo aéreo (los pocos aviones con que contaban
eran muy inferiores a los de los atacantes) y estaban sometidos al bloqueo naval de
la armada sublevada lo que había provocado problemas de abastecimientos civiles y
militares agravados por la presencia de unos 300 000 refugiados procedentes de
otras zonas ocupadas por las tropas «nacionales». Así pues la resistencia al avance
«nacionalista» fue muy difícil de mantener por la carencia de material y alimentos
y por el abandono de la zona desde aire y mar y la desmoralización de las tropas
dio lugar a retiradas desordenadas a causa del pánico. Sin embargo hasta el 21 de
octubre124 no fue tomado Gijón, el último reducto de la Asturias republicana y de
todo el norte.125 La mayoría de los prisioneros del Frente Norte fueron recluidos
en el campo de Miranda de Ebro.

Las consecuencias de la victoria «nacionalista» en la Campaña del Norte fueron muy


importantes para el curso de la guerra. «Franco pudo concentrar todas sus fuerzas
en el centro de España y en el Mediterráneo, y obtuvo el beneficio de una industria
no destruida. La victoria restableció el orgullo de Mussolini [perdido por la
derrota de la batalla de Guadalajara, que en adelante cooperaría de buena gana con
Franco. La opinión internacional juzgaba que, una vez perdido el norte, la victoria
era cuestión de tiempo».126

En noviembre de 1937 el gobierno republicano de Juan Negrín decidió trasladarse de


Valencia a Barcelona (donde desde noviembre de 1936 ya se encontraba el presidente
de la República Manuel Azaña) para «poner en pleno rendimiento la industria de
guerra» catalana, que en los meses siguientes quedó bajo la autoridad directa del
gobierno de la República, para que supliera la pérdida de las importantes fábricas
de armamento de Vizcaya, Cantabria y Asturias, y también para «asentar
definitivamente la autoridad del gobierno en Cataluña», lo que relegó al gobierno
de la Generalidad de Lluís Companys a un papel secundario.127

Diciembre de 1937-noviembre de 1938: de la batalla de Teruel a la batalla del Ebro


Véanse también: Batalla de Teruel y Batalla del Ebro.
El 12 de diciembre de 1937, la 11 División republicana al mando del jefe miliciano
comunista Enrique Líster corta las de vías de comunicación de la ciudad de Teruel
con la retaguardia «nacional». Así da comienzo la batalla de Teruel, cuya
estrategia ha sido diseñada por el Jefe del Estado Mayor republicano, el coronel
Vicente Rojo. El objetivo es conquistar este saliente que en las líneas enemigas
representaba Teruel además de impedir el ataque de los «nacionales» contra Madrid
previsto para el día 18 de diciembre y alcanzar un éxito militar como era tomar una
capital de provincia en manos de los sublevados desde el inicio de la guerra para
fortalecer la confianza interior y exterior en la causa republicana tras la derrota
de la Campaña del Norte en un momento en que la llegada de material bélico de la
Unión Soviética estaba reduciéndose a causa de las dificultades que estaba
encontrando para pasar la frontera francesa por la caída el gobierno del socialista
Leon Blum. El general Franco reaccionó inmediatamente para romper el cerco de
Teruel pero como no pudo conseguirlo en el primer intento tuvo que enviar más
fuerzas y suspender el ataque previsto sobre Madrid (con lo que uno de los
objetivos estratégicos republicanos de la ofensiva sobre Teruel se había
conseguido). Las bajas temperaturas y las nevadas dificultaron las acciones de los
dos ejércitos e impidieron que los «nacionales» rompieran el cerco, a pesar de
gozar de superioridad aérea y artillera, por lo que el coronel Domingo Rey
d'Harcourt decidió rendirse el 8 de enero y las fuerzas republicanas (la 46.ª
División al mando del miliciano Valentín González «El Campesino») ocuparon la
ciudad.128 A partir de entonces las fuerzas «nacionales» redoblaron sus ataques
para reconquistar Teruel lanzando varias ofensivas que fueron minando las defensas
y la moral de las fuerzas republicanas. El 7 de febrero de 1938 alcanzaron la línea
del río Alfambra y el 21 de febrero la ciudad estaba cercada. La División 46
mandada por «El Campesino» escapó o huyó, según las diferentes versiones, y la
ciudad fue reconquistada por los «nacionales».129 «El valor de unos soldados
bisoños mal conducidos, armados y vestidos y enfrentados por rencores políticos
[anarquistas frente a comunistas] poco podía hacer contra tropas experimentadas y
bien equipadas y, sobre todo, contra los bombardeos».130 El coronel Vicente Rojo le
escribió al ministro de Defensa de la República Indalecio Prieto sobre la retirada
de Teruel de la División 46:130
Tardaremos aún mucho tiempo para que los jefes de nuestro ejército se comporten
como es debido.

Mapa de España en julio de 1938 después de la ofensiva de Aragón y cuando comenzó


la batalla del Ebro.
Leyenda
Zona controlada por los sublevados
República Española
Solid blue.png Principales centros nacionalistas
Red-square.gif Principales centros republicanos
La batalla de Teruel mostró las debilidades del ejército republicano lo que indujo
a Franco a posponer definitivamente el ataque a Madrid para en su lugar lanzar la
ofensiva de Aragón contra Cataluña y Valencia. El ataque, que iba a extenderse por
todo el frente de Aragón, comenzó al sur del río Ebro el 9 de marzo donde el frente
se derrumbó ante la gran concentración de fuego artillero y de aviación. El día 14
el CTV tomaba Alcañiz y el 17 los «nacionales» tomaban Caspe, después de haber
«reconquistado» Belchite. Lo mismo sucedió al norte del Ebro donde tomaron Fraga el
27 de marzo y a principios de abril llegaron a Lérida (donde la 101.ª Brigada Mixta
mandada por el jefe miliciano Pedro Mateo Merino impidió que cruzaran el río Segre
por allí). Al norte de Lérida avanzaron hasta el Noguera Pallaresa y establecieron
cabezas de puente en Balaguer y Tremp. Una vez alcanzadas esas posiciones Franco
descartó dirigirse hacia Barcelona y optó por avanzar hacia el Mediterráneo al sur
de la desembocadura del Ebro, objetivo que alcanzaron el 15 de abril al llegar a
Vinaroz, con lo que la zona republicana quedó dividida en dos.131

El fracaso de la batalla de Teruel y el derrumbe del frente de Aragón provocaron la


crisis de marzo de 1938 en el bando republicano cuando el presidente del gobierno
Juan Negrín intentó que Indalecio Prieto cambiara de ministerio y dejara el de
Defensa ya que, como el presidente de la República Manuel Azaña, Prieto consideraba
que lo que había sucedido mostraba que el ejército republicano nunca podría ganar
la guerra y que había que negociar una rendición con apoyo franco-británico. Pero
al no conseguirlo Negrín le pidió a Prieto que abandonara al gobierno,132
recomponiendo a continuación su gabinete el 6 de abril y asumiendo Negrín
personalmente el Ministerio de Defensa,133 con el coronel comunista Antonio Cordón
como subsecretario de Guerra, que procedió a la reorganización de las fuerzas
republicanas agrupadas en dos grandes grupos de ejércitos, en consonancia con la
división de la zona republicana provocada por la llegada de los «nacionales» al
Mediterráneo: el GERC (Grupo de Ejércitos de la Región Centro-Sur) y el GERO (Grupo
de Ejércitos de la Región Oriental).134 Las posiciones del nuevo gobierno de Negrín
con vistas a unas posibles negociaciones de paz quedaron fijadas en su «Declaración
de los 13 puntos», hecha pública en la significativa fecha del 1º de mayo de
1938.135

Reemplazo republicano destinado al frente de Teruel


Una vez alcanzado el Mediterráneo, Franco decidió dirigir sus tropas contra
Valencia en lugar de contra Barcelona, sede del gobierno republicano, no porque
temiera, según el historiador Michael Alpert, que «Cataluña fuera un bocado
difícil» sino porque «la presencia de fuerzas alemanas e italianas en España hacía
que un posible acercamiento de Franco a la frontera francesa pudiera suscitar
tensiones internacionales».136 Se inicia así la ofensiva del Levante cuyo plan
consistía en converger sobre Sagunto (a unos 20 kilómetros al norte de Valencia)
avanzado por la costa desde Vinaroz y por el interior desde Teruel, para desde allí
tomar Valencia. La resistencia republicana fue dura especialmente cuando las
fuerzas «nacionales» tras conquistar Castellón de la Plana el 13 de junio
alcanzaron la línea de fortificaciones llamada línea XYZ que se extendía desde
Almenara, unos kilómetros al norte de Sagunto, en la costa hasta el río Turia en el
interior. Allí las tropas «nacionales» tuvieron que detener su avance.137

Mapa de la zona donde se desarrolló la Batalla del Ebro


El 25 de julio de 1938 el republicano Ejército del Ebro, uno de los dos grandes
cuerpos del ejército de que se componía el recién creado GERO, cruza en barcazas
por sorpresa el río Ebro entre Mequinenza y Amposta con el objetivo de atacar desde
el norte al ejército «nacional» que se acercaba a Valencia. Fue el inicio de la
batalla del Ebro que se convirtió para ambos bandos en una dura lucha de
desgaste.138 Aunque el paso del Ebro por Amposta en la costa fue pronto liquidado
por las fuerzas «nacionales» el grueso del Ejército republicano llegó a las puertas
de Gandesa en el interior pero no logró tomar esta localidad debido a la fuerte
resistencia que opusieron las unidades de regulares y de legionarios que la
defendían y sobre todo porque inexplicablemente la aviación republicana no protegió
el avance y la Legión Cóndor enviada rápidamente por el general Franco dominó los
aires y bombardeó y ametralló constantemente las posiciones republicanas. Así que
hacia el 2 o el 3 de agosto la maniobra republicana había fracasado ya que no se
iba a producir ninguna irrupción de unidades republicanas en el territorio dominado
por los sublevados.139 A partir de ese momento las operaciones se centraron en la
bolsa de territorio ganado por los republicanos al sur del Ebro, que estos
defendieron a toda costa mientras que los «nacionales» intentaban desalojarlos de
allí (a pesar de que algunos de los colaboradores del general Franco le aconsejaron
que abandonara el frente del Ebro una vez detenido el avance republicano y
reemprendiera la campaña contra Valencia, pero Franco pensó, sin embargo, «que con
la ayuda constante que recibía desde Alemania e Italia en aviación y artillería
pesada, con su mayor flexibilidad logística (frente a un enemigo que no podía
llevar refuerzos a sus tropas por estar cerrada la frontera francesa) y con el
virtual bloqueo marítimo de las costas, podría destruir lentamente lo mejor de las
fuerzas de la República»).140 Después de tres meses de duros combates, que causaron
más de 60 000 bajas por cada bando, los republicanos tuvieron que retirarse y
volver a cruzar el Ebro en sentido contrario. El 16 de noviembre lo hacían las
últimas unidades poniendo fin así a la batalla del Ebro, la más larga de la guerra
y que supuso una nueva victoria para el bando sublevado.141

Mientras se desarrollaba la batalla del Ebro estalló la crisis de los Sudetes de


Checoslovaquia que podía conducir a la guerra en Europa. Negrín decidió entonces
retirar las Brigadas Internacionales para conseguir una actitud favorable hacia la
República de las potencias democráticas Francia y Gran Bretaña y lo mismo hizo el
general Franco al reducir la presencia de tropas italianas (aunque conservando lo
que realmente le interesaba de la ayuda fascista italiana: la artillería, la
aviación y los carros de combate) y garantizar a Gran Bretaña y Francia que se
mantendría neutral si estallara la guerra en Europa. Sin embargo el cierre de la
crisis con los acuerdos de Múnich del 29 de septiembre de 1938, según los cuales
Checoslovaquia debería entregar los Sudetes a Hitler, supuso una nueva derrota para
la República en el plano internacional porque el acuerdo significaba que las
potencias democráticas, Francia y Gran Bretaña, continuaban con su política de
«apaciguamiento» respecto de la Alemania nazi, y si no intervenían para defender a
Checoslovaquia menos lo harían para ayudar a la República española.142143

Diciembre de 1938-febrero de 1939: ofensiva sobre Cataluña


Véanse también: Guerra Civil Española en Cataluña y Ofensiva de Cataluña.

España en febrero de 1939 después de la caída de Cataluña.


Leyenda
Zona controlada por los sublevados
República Española
Solid blue.png Principales centros nacionalistas
Red-square.gif Principales centros republicanos
Los dos ejércitos salieron muy quebrantados de la batalla del Ebro, pero los
«nacionales» lograron rehacerse rápidamente, estando, a principios de diciembre de
1938, preparados para comenzar la ofensiva de Cataluña, «que sería la última
significativa de la guerra»,144 en un momento en que tras los acuerdos de Múnich
atacar Cataluña ya no implicaba el peligro de una reacción francesa («Francia y
Gran Bretaña habían aceptado, al menos tácitamente, la continuación de la presencia
italiana en España, y solo deseaban el fin del conflicto. Por su parte, Franco
había garantizado su neutralidad en caso de una guerra general»).144

El ataque a Cataluña se retrasó a causa del mal tiempo y finalmente comenzó el 23


de diciembre, avanzando desde el sur y desde el oeste, encontrando una fuerte
resistencia durante las dos primeras semanas. Sobre el día 6 de enero, los restos
del Ejército del Ebro habían quedado casi completamente diezmados, mientras que el
otro grupo de ejércitos del GERO, el Ejército del Este, se batía en retirada. El
jefe del Estado Mayor republicano, el general Vicente Rojo, proyectó una maniobra
de diversión en la zona centro-sur para aliviar la presión sobre Cataluña, pero
fracasó (hubo que desistir del desembarco en Motril por la debilidad de la flota
republicana, «minada por la desidia, la indisciplina y la falta de una clara
dirección político-estratégica»; la ofensiva en el frente de Extremadura tuvo
escaso éxito dada la baja moral y la falta de material y de medios de transporte
que padecían los ejércitos de la zona centro-sur (GERC) al mando del general
Miaja).144

Así pues, a partir de la primera semana de enero de 1939 el avance de las tropas
«nacionales» fue prácticamente imparable (gracias de nuevo a la mejor preparación
de sus mandos intermedios —comandantes, tenientes-coroneles y coroneles—, a su
superioridad artillera y aérea por la presencia permanente de la Legión Cóndor y de
la aviación italiana y a que la flota sublevada bombardeó los puertos impidiendo la
llegada de material para las fuerzas republicanas). Los «nacionales» en su avance
hacían cada vez mayor número de prisioneros, lo que «siempre constituye un indicio
de la descomposición de un ejército».145 Artesa de Segre fue tomada el 4 de enero,
Tárrega el 15, el 21 Villafranca del Panadés, el 22 Igualada y el 24 alcanzaron el
río Llobregat. Los destrozados ejércitos republicanos se retiraron hacia la
frontera francesa acompañados por una inmensa muchedumbre de civiles y de
funcionarios y de autoridades que colapsaba las carreteras. El 26 de enero los
«nacionales» sin encontrar apenas resistencia entraban en Barcelona, abandonada por
el gobierno y las autoridades militares que cruzaron la frontera francesa el 5 de
febrero después de celebrar la última reunión de lo que quedaba de las Cortes
republicanas en el castillo de Figueras. Un día antes, el 4 de febrero, los
«nacionales» habían ocupado Gerona.146 El general Vicente Rojo Lluch comparó un año
después desde el exilio lo que había sucedido en Madrid en noviembre de 1936 y lo
que había pasado en Barcelona en enero de 1939:147
¡Qué ambiente tan distinto! ¡Qué entusiasmo entonces! ¡Y qué decaimiento ahora!
Barcelona cuarenta y ocho horas antes de la entrada del enemigo era una ciudad
muerta... [Se] perdió lisa y llanamente porque no hubo voluntad de resistencia, ni
en la población civil, ni en algunas tropas contaminadas por el ambiente.
Entre el 5 y el 11 de febrero los últimos restos de los dos ejércitos republicanos
del GERO cruzaron ordenadamente la frontera deponiendo sus armas y siendo
internados a continuación en campamentos improvisados situados en las playas
francesas a la intemperie.148

Mientras las tropas republicanas cruzaban la frontera francesa, se producía la


ocupación de Menorca por los «nacionales» gracias a la intervención británica, la
única que se produjo en la Guerra de España.149 Para impedir que la estratégica
isla de Menorca, que durante toda la guerra había permanecido bajo soberanía
republicana, pudiera caer bajo dominio italiano o alemán, el gobierno británico
aceptó la propuesta del jefe franquista de la Región Aérea de las Baleares,
Fernando Sartorius, conde de San Luis, para que un barco de la Royal Navy lo
trasladara a Mahón y negociar allí la rendición de la isla a cambio de que las
autoridades civiles y militares republicanas pudieran abandonarla bajo protección
británica. El gobierno británico puso en marcha la operación sin informar al
embajador republicano en Londres, Pablo de Azcárate (que cuando más tarde se enteró
presentó una protesta formal por haber prestado un buque británico a un «emisario
de las autoridades rebeldes españolas»). Así pues, en la mañana del 7 de febrero
arribaba al puerto de Mahón el crucero Devonshire con el conde de San Luis a bordo,
donde se entrevistó con el gobernador republicano el capitán de navío Luis González
de Ubieta, quien tras intentar infructuosamente contactar con Negrín, aceptó las
condiciones de la rendición al día siguiente. A las 5 de la madrugada del 9 de
febrero el Devonshire partía de Mahón rumbo a Marsella con 452 refugiados a bordo.
Inmediatamente Menorca fue ocupada por los «nacionales» sin que participara ningún
contingente ni italiano ni alemán. La intervención británica dio lugar a un
acalorado debate en la Cámara de los Comunes el 13 de febrero durante el cual la
oposición laborista acusó al gobierno conservador de Neville Chamberlain de haber
comprometido al Reino Unido en favor de Franco. Al día siguiente el representante
oficioso del general Franco en Londres, el duque de Alba, hizo llegar al secretario
del Foreign Office lord Halifax «la gratitud del generalísmo y del gobierno
nacional» por colaborar en «reconquistar Menorca».150

Febrero-marzo de 1939: la vuelta de Negrín y la resistencia de la zona Centro-Sur


El día 9 de febrero cruzó la frontera francesa el presidente del gobierno, Juan
Negrín, pero en Toulouse cogió un avión para regresar a Alicante al día siguiente
acompañado de algunos ministros con la intención de reactivar la guerra en la zona
centro-sur, el último reducto de la zona republicana.151 Allí se desató una última
batalla entre los que consideraban inútil seguir combatiendo y los que todavía
pensaban que «resistir es vencer» (esperando que las tensiones en Europa acabaran
estallando y Gran Bretaña y Francia, por fin, acudirían en ayuda de la República
española, o que al menos impondrían a Franco una paz sin represalias),152 pero el
cansancio de la guerra y el hambre y la crisis de subsistencias que asolaba la zona
republicana estaban minando la capacidad de resistencia de la población.143 El
problema para Negrín, que instaló su cuartel general en la finca El Poblet en la
localidad alicantina de Petrel (cuyo nombre en clave era «Posición Yuste»), era
cómo terminar la guerra sin combatir de manera distinta a la de entrega sin
condiciones. Su posición fue prácticamente insostenible cuando el 27 de febrero,
Francia y Gran Bretaña reconocieron al gobierno de Franco en Burgos como el
gobierno legítimo de España, y al día siguiente el presidente de la República
Manuel Azaña que se encontraba en la embajada española en París renunció a su
cargo.153 Le sustituyó de forma provisional por el presidente de las Cortes, Diego
Martínez Barrio, que también se encontraba en Francia.154

Mientas tanto estaba muy avanzada la conspiración militar y política contra el


gobierno Negrín dirigida por el jefe del Ejército del Centro, el coronel Segismundo
Casado, convencido de que «sería más fácil liquidar la guerra a través de un
entendimiento entre militares» por lo que había entrado en contacto a través de la
«quinta columna» con el Cuartel General del «Generalísimo» Franco para una
rendición del ejército republicano «sin represalias» al modo del «abrazo de
Vergara» de 1839 que puso fin a la primera guerra carlista (con la conservación de
los empleos y cargos militares, incluida). Algo a lo que los emisarios del general
Franco nunca se comprometieron. Casado consiguió el apoyo de varios jefes
militares, entre los que destacaba el anarquista Cipriano Mera, jefe del IV Cuerpo
de Ejército, y de algunos políticos importantes, como el socialista Julián
Besteiro, que también había mantenido contacto con los «quintacolumnistas» de
Madrid. Todos ellos criticaban la estrategia de resistencia de Negrín y su
«dependencia» de la Unión Soviética y del PCE, que eran los únicos que apoyaban ya
la política de resistencia de Negrín.154

Probablemente en conexión con la conjura casadista, el 4 de marzo se produjo la


sublevación de la base naval de Cartagena encabezada por militares profranquistas
alentados por la quinta columna que había desplegado una intensa actividad en la
base y en la ciudad. Durante el día 4 y el 5 tienen lugar combates entre los
sublevados y los resistentes republicanos. Y en medio de ellos, el almirante Miguel
Buiza ordena a la flota republicana que abandone el puerto y la dirige a la base
naval de Bizerta en el protectorado francés de Túnez, a pesar de que la sublevación
había sido dominada en Cartagena por las fuerzas republicanas el día 7 de marzo.155
156

Marzo de 1939: derrota de la República

Mapa de las dos españas en marzo de 1939


Artículo principal: Golpe de Casado
El 5 de marzo, al día siguiente del inicio de la sublevación de Cartagena, comenzó
el golpe de Casado apoderándose sus partidarios de los puntos neurálgicos de Madrid
y anunciando a continuación la formación de un Consejo Nacional de Defensa
presidido por el general Miaja. El Consejo emitió un manifiesto por radio dirigido
a la «España antifascista» en el que se deponía al gobierno de Negrín, pero no
hablaba para nada de las negociaciones de paz. Las unidades militares controladas
por los comunistas opusieron resistencia en Madrid y sus alrededores pero fueron
derrotados (hubo cerca de 2000 muertos) firmando finalmente un acuerdo de «paso de
mando del Ejército republicano al Ejército sublevado».157 Al día siguiente Negrín y
su gobierno, junto con los principales dirigentes comunistas, abandonaron España en
avión para evitar ser apresados por los «casadistas».158

Consumado el golpe de Casado, el general Franco se negó a aceptar un nuevo «abrazo


de Vergara», como Mola también lo había rechazado en el primer día del golpe de
1936, y no concedió a Casado «ninguna de las garantías imploradas casi de rodillas
por sus emisarios [que solo se entrevistaron con miembros de baja graduación del
Cuartel General], y contestó a británicos y franceses, deseosos de actuar como
intermediarios en la rendición de la República para así contener la influencia
alemana e italiana sobre el nuevo régimen, que no los necesitaba y que el espíritu
de generosidad de los vencedores constituía la mejor garantía para los
vencidos».159

Comunicado emitido por el Cuartel General del generalísimo anunciando el fin de la


guerra
Franco únicamente aceptaba una «rendición sin condiciones» por lo que solo restaba
preparar la evacuación de Casado y el Consejo Nacional de Defensa. Estos embarcaron
con sus familias el 29 de marzo en el destructor británico que los trasladó a
Marsella (el socialista Julián Besteiro decidió quedarse). Un día antes las tropas
«nacionales» hicieron su entrada en Madrid y rápidamente los sublevados en su
ofensiva final ocuparon prácticamente sin lucha toda la zona centro-sur que había
permanecido bajo la autoridad de la República durante toda la guerra (el 29 de
marzo Cuenca, Albacete, Ciudad Real, Jaén, Almería y Murcia; el 30 de marzo
Valencia y Alicante, y el 31 de marzo la ciudad de Cartagena).160161 En Alicante
desde el día 29 de marzo unas 15 000 personas, entre jefes militares, políticos
republicanos, combatientes y población civil que habían huido de Madrid y de otros
lugares se apiñaban en el puerto a la espera de embarcar en algún barco británico o
francés, pero la mayoría no lo lograron y fueron apresados por las tropas italianas
de la División Littorio, al mando del general Gastone Gambara. Muchos de los
capturados fueron ejecutados allí mismo.162

El 1 de abril de 1939 la radio del bando rebelde (Radio Nacional de España)


difundía el último parte de la guerra civil española, que decía lo siguiente:

En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas
nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos, 1º de
abril de 1939, año de la victoria. El Generalísimo. Fdo. Francisco Franco
Bahamonde.
La guerra naval
Artículo principal: Guerra Civil Española en el mar
En la guerra civil española predominaron las acciones terrestres sobre las
marítimas, y las marinas de ambos bandos evitaron las grandes acciones de guerra
por motivos políticos y estratégicos.163 Así, después de los combates por el
control del estrecho de Gibraltar de 1936, las dos flotas no tuvieron «encuentros
decisivos en el mar» y «sus estrategias se movieron en contextos muy conservadores,
tendentes sobre todo a la conservación de sus efectivos».164 El historiador Michael
Alpert, en su estudio titulado La guerra civil española en el mar, afirma que las
«dos marinas de guerra españolas tuvieron que rehacerse», pero que la
«gubernamental no consiguió estar a la altura del momento y, a pesar de contar con
la mayoría de las unidades de la flota, desempeñó un papel defensivo durante la
mayor parte de la contienda». En cambio «la Marina de los sublevados aprovechó al
máximo sus exiguos recursos y la ayuda que recibió del extranjero».165
Desde principios del siglo xx, la función primordial de la marina de guerra ya no
era destruir los barcos del enemigo, sino bloquear sus rutas marítimas y sus
puertos e impedir sus movimientos en la costa. Esto es lo que realizó cada vez con
más éxito la marina del bando sublevado, mientras que la marina que permaneció fiel
al gobierno abandonó ese objetivo después de las primeras semanas y adoptó una
posición defensiva cuyo objetivo era proteger las comunicaciones marítimas propias,
mientras los «nacionales» se esforzaban en interferirlas.166

Al principio de la Guerra Civil, la marina republicana era muy superior a la que


quedó en manos de los sublevados, pues estaba integrada por la práctica totalidad
de la Armada española de aquel entonces: el acorazado Jaime I (botado en 1914); los
cruceros ligeros Libertad (botado en 1925), Miguel de Cervantes (botado en 1928) y
Méndez Núñez (botado en 1923); dieciséis destructores en servicio o a punto de
entregar; siete torpederos; doce submarinos (del submarino Isaac Peral (C-1) al
submarino C-6 y del submarino B-1 al submarino B-6); un cañonero; cuatro
guardacostas y la casi totalidad de la Aeronáutica Naval.167168

A pesar de contar con una flota tan importante, el problema residió en que a lo
largo de la guerra no se consiguieron superar los efectos de la represión que tuvo
lugar en el momento del golpe de Estado de julio de 1936 cuando la marinería y los
suboficiales se rebelaron para impedir que los barcos se sumaran a la sublevación,
ya que la inmensa mayoría de la oficialidad era partidaria del golpe.163 En una
fecha tan avanzada como mayo de 1938, un informe presentado al presidente Juan
Negrín sobre la situación de la flota señalaba la ausencia de eficacia y de
disciplina. «En general la moral ofensiva de los mandos es pequeña y la moral de
combate de las dotaciones es baja». Además, apuntaba la presencia de la quinta
columna franquista tanto en la Flota como en la base naval de Cartagena («Moral
derrotista. Mucho fascista con entera libertad de acción», se decía). Informes
posteriores indicaban que la situación no había mejorado.169

A diferencia de lo que ocurrió con el bando sublevado, que fue apoyado por las
armadas italiana y alemana, la República solo recibió de la URSS cuatro lanchas
torpederas de clase G-5, además de unos pocos mandos y especialistas en submarinos
que, según un informe «reservado y confidencial» presentado al presidente Negrín,
eran «considerados —dentro de la Flota— como huéspedes molestos a los que hay
soportar con amabilidad. Lo mismo ocurre en la base naval de Cartagena».169 Por su
parte, Francia y Gran Bretaña solo participaron en alguna ocasión puntual para
evitar el apresamiento de buques propios por la flota «nacional».

Así pues, por encima de alguna victoria ocasional, como el hundimiento del Baleares
a principios de marzo de 1938 en la batalla del cabo de Palos, «la realidad era que
la marina republicana se había centrado en el servicio de protección del tráfico
mercante, en el mantenimiento de un canal suministrador de pertrechos de guerra y
de alimentos».170 Pero ni siquiera esa función de escolta la desempeñó con pleno
éxito, como se señalaba en un informe del servicio secreto republicano (SIM) de
enero de 1939 en el que después de afirmar la «notoria inferioridad» de la marina
de guerra republicana respecto de la Marina de los «nacionales» se decía:169
Lo cierto es que la Marina de Guerra facciosa se ha incrementado sin hostilización
por nuestra parte... y que su Marina Mercante navega sin contratiempos por todos
los mares, en tanto la nuestra, perseguida y prácticamente indefensa, es presa
fácil de los facciosos.

El submarino republicano C-3


La flota republicana y la base naval de Cartagena fueron aumentando su importancia
estratégica para la causa del bando republicano a media que aumentaban las
dificultades para el abastecimiento procedente del exterior por vía terrestre, como
consecuencia de los cierres frecuentes de la frontera francesa, por lo que el
mantenimiento del «cordón umbilical» marítimo con la Unión Soviética era vital para
los republicanos. También cobraron cada vez más importancia a medida que las
derrotas republicanas se fueron acumulando y el territorio de la zona republicana
se redujo porque, especialmente tras la caída de Cataluña a principios de febrero
de 1939, «para los combatientes republicanos la Base y la Flota eran una especie de
salvaguarda para el caso de una evacuación organizada o de última hora».171

Al principio de la Guerra Civil, la marina del bando sublevado era muy inferior a
la marina gubernamental pues solo contaba con el acorazado España (botado en 1913 y
que en julio de 1936 se encontraba en dique seco); los cruceros ligeros República,
rebautizado como Navarra, (botado en 1920 pero que se encontraba en reparaciones y
no entró en servicio hasta muy avanzada la guerra, en agosto de 1938), y el
Almirante Cervera (botado en 1928); el destructor Velasco (botado en 1923); cinco
torpederos; tres cañoneras y cinco guardacostas. Pero esta inferioridad se vio
compensada muy pronto gracias al control de los sublevados del principal astillero
de la marina en Ferrol donde estaba prácticamente terminado el crucero pesado
Canarias —que entró en servicio en septiembre de 1936— y otro, el Baleares, a punto
de ser entregado (entró en servicio en diciembre de 1936), junto con los dos únicos
dragaminas de España (el dragaminas Júpiter, que entró en servicio a principios de
1937, y el dragaminas Vulcano, que entró en servicio a finales de ese mismo
año).167172

La inferioridad inicial de los sublevados se vio compensada también con el apoyo


con que contaron prácticamente desde el inicio de la guerra de la Armada Italiana,
que participó con cruceros auxiliares y submarinos en el bloqueo de los envíos de
armamento de la Unión Soviética, y de la alemana. El escándalo producido al hundir
un submarino italiano por error un destructor británico, hizo que la Italia
Fascista dejara de participar directamente en acciones de guerra navales, cediendo
cuatro «submarinos legionarios» a los «nacionales» y vendiéndoles cuatro
destructores y dos submarinos.

Por su parte la Alemania nazi envió al Mediterráneo dos submarinos en la llamada


Operación Úrsula, hundiendo un U 34 alemán el submarino republicano C3 frente a
Málaga. Los alemanes aportaron cruceros, pero estos no intervinieron, salvo en el
bombardeo de Almería por el Admiral Scheer el 31 de mayo de 1937, efectuado en
represalia por el ataque aéreo que había sufrido el 28 de mayo de 1937 el acorazado
de bolsillo Deutschland en Ibiza. Este llamado incidente del Deutschland fue
efectuado probablemente por tripulaciones rusas, sin conocimiento por parte del
mando republicano. Pero el escándalo internacional que provocó hizo que la
República dijese que era un error y que se trataba de aviones republicanos que
creían atacar al crucero pesado Canarias. El bombardeo de Almería, que se había
producido abiertamente (exhibiendo el pabellón alemán), llegó a ser considerado
como un posible motivo para que la República declarara la guerra a Alemania
(posición defendida por el coronel Rojo e Indalecio Prieto, en búsqueda de la
generalización del conflicto a toda Europa), pero finalmente se impuso la postura
contraria de Negrín y Azaña.173

Un informe del servicio secreto republicano (SIM) de enero de 1939 señalaba la


desventaja de la marina republicana respecto de la «marina de guerra facciosa», que
contaba con «un total de cerca de 100 unidades —contando entre ellas un gran número
de cruceros auxiliares perfectamente artillados—».174

La guerra aérea y los bombardeos sobre poblaciones


Artículo principal: Bombardeos en la guerra civil española

Bombardeo de la Estación del Norte de Valencia por aviones italianos en 1937


La principal novedad en el campo de la guerra aérea de la contienda española de
1936 a 1939 fue que «por primera vez en la historia la aviación fue utilizada
intensamente en misiones de bombardeo sobre la retaguardia».175 Así «a partir de la
guerra civil española las víctimas podían estar a centenares de kilómetros de los
lugares del enfrentamiento bélico y ser sencillamente población civil
indefensa».176 Dado que la aviación militar española en julio de 1936 estaba
obsoleta esto solo fue posible porque ambos bandos recibieron ayuda de potencias
extranjeras que aportaron sus modernos bombarderos: el bando sublevado los Savoia-
Marchetti S.M.81 y los Savoia-Marchetti S.M.79 de la Aviación Legionaria de la
Italia fascista y los Junkers Ju 52 y Heinkel He 111 de la Legión Cóndor de la
Alemania nazi; el bando republicano los Katiuskas de la Unión Soviética.176

El bando sublevado utilizó en repetidas ocasiones el «bombardeo de terror», como lo


llaman Solé i Sabaté y Villarroya, cuyo único objetivo era la población civil para
desmoralizarla y empujarla a la rendición. Esta estrategia la inició en Madrid
cuando en noviembre de 1936 fracasó el ataque frontal contra la ciudad y la
continuó con el bombardeo de Durango, el bombardeo de Guernica, el bombardeo de
Lérida, los bombardeos aéreos de Barcelona en enero de 1938, los bombardeos aéreos
de Barcelona en marzo de 1938,177 el bombardeo del mercado central de Alicante, el
bombardeo de Granollers y los bombardeos sobre diversas poblaciones catalanas en
los meses finales de la guerra, especialmente los de Figueras, y cuyas víctimas
principales fueron mujeres y niños en un momento en que el ejército republicano ya
no existía en Cataluña.178 El único posible caso de «bombardeo de terror» por parte
del bando republicano fue el de Cabra en noviembre de 1938, pero todo parece
indicar que se trató de un terrible error cometido por los pilotos que confundieron
el mercadillo de la ciudad con un campamento de tiendas de campaña de una unidad
italiana que, según la orden que habían recibido, había que buscar y destruir.179

Así en cuanto a las ciudades más devastadas por los bombardeos la lista la
encabezan las tres principales ciudades republicanas, Barcelona, Madrid y Valencia,
seguidas por Tarragona, Reus, Lérida, Badalona, Granollers, Gerona, San Feliu de
Guíxols, Palamós, Figueras, Colera, Portbou y Perelló en Cataluña; Alicante,
Sagunto, Gandía, Denia y Cartagena en la costa de Valencia y Murcia; y en Vizcaya
Durango y Guernica, esta última convertida en el símbolo de las atrocidades de los
bombardeos del bando sublevado, y que tuvo un enorme impacto a nivel
internacional.180 En cuanto al número de víctimas también existe una enorme
diferencia entre las causadas por los bombardeos republicanos, unas 1100, y las
causadas por los bombardeos del bando franquista, alrededor de 9000 (Barcelona 2500
muertos; Madrid, 2000; Valencia, cerca de 1000; Alicante cerca de 500; Durango,
Guernica, Lérida, Tarragona, Granollers, Figueras y Cartagena más de doscientos
muertos cada una; Bilbao, Reus, Badalona y Alcañiz cerca de 200; Játiva más de 100
muertos; y pequeños pueblos cuyos muertos fueron inferiores a este número).181

Así fue como «la aviación se convirtió en un arma decisiva y la actuación de la


aviación italiana y alemana fue determinante en la victoria del ejército
franquista».176

Otros hitos de la guerra aérea durante la guerra civil española son que durante la
misma probablemente se efectuó el primer puente aéreo de la historia; que en los
aviones de caza empezó a primar el techo y la velocidad lo que supuso el fin de los
biplanos y además se demostró su importancia para el dominio del aire y evitar así
los bombardeos enemigos (incluso por la noche); que se realizaron ataques aéreos a
unidades navales, en puerto y en el mar; que se emplearon aviones de bombardeo en
picado para lanzar víveres y mensajes de ánimo a posiciones sitiadas, como el
Alcázar de Toledo o el Santuario de Santa María de la Cabeza, y para los
«bombardeos ideológicos», mediante el lanzamiento de octavillas y soflamas a las
ciudades que estaban en la retaguardia, como el «bombardeo del pan» sobre Alicante.

Evolución de la zona sublevada


Artículo principal: Zona sublevada

Billete emitido por el bando sublevado el 12 de octubre de 1937 con el escudo


grande de la Monarquía española.
Tras la etapa de cierta provisionalidad que representó la Junta de Defensa Nacional
formada tras la muerte en accidente de aviación del general Sanjurjo, quien debía
encabezar el Directorio militar que gobernaría el país tras derribar al gobierno
del Frente Popular, los generales y jefes sublevados decidieron nombrar un mando
único militar y político. Desde el 1 de octubre de 1936 el general Franco fue el
generalísimo de las fuerzas sublevadas y el jefe del Gobierno del Estado. Después
del fracaso de la toma de Madrid (entre noviembre de 1936 y marzo de 1937) y con la
perspectiva de que la guerra iba a ser larga, el generalísmo Franco, con la ayuda
de su cuñado, Ramón Serrano Suñer, comenzó a configurar la organización política
del «Nuevo Estado». El primer paso fue el Decreto de Unificación de abril de 1937,
por el que todas las fuerzas políticas que apoyaban el «alzamiento nacional», y
singularmente los falangistas y los carlistas, que eran quienes con sus milicias
más habían contribuido a la guerra, fueran integradas bajo un único partido,
denominado Falange Española Tradicionalista y de las JONS. El paso siguiente fue la
organización del «Nuevo Estado» que fue la tarea encomendada por el generalísimo a
su primer gobierno, nombrado el 30 de enero de 1938 (y que sustituyó a la Junta
Técnica del Estado).182

La construcción del «Nuevo Estado» fue acompañada de la destrucción de todo lo que


tuviera que ver con la República. Así en la zona sublevada, al contrario de lo que
estaba sucediendo en la otra zona (en la que se había desencadenado la Revolución),
se procedió a una «contrarrevolución», llevándose a cabo «una sistemática represión
de las personas, las organizaciones y las instituciones que en alguna forma, real
o, incluso, imaginaria, pudieran entenderse ligadas a esa República revolucionaria,
o en manos de revolucionarios, a la que se decía combatir».183

La Junta de Defensa Nacional

Mola junto al General Franco en una aparición en Burgos el 27 de agosto de 1936,


recogida por el periódico alemán Berliner Illustrierte Zeitung. Mola es el que
sobresale por la derecha.
La muerte el 20 de julio del general Sanjurjo, exiliado en Estoril, a causa del
accidente que tuvo nada más despegar el avión en el que tenía que dirigirse desde
Lisboa hacia Pamplona para ponerse al frente de la sublevación, dejó a los
generales sublevados sin el jefe que iba a encabezar el levantamiento.184 Para
suplir en parte la carencia de un mando único los generales y jefes sublevados
constituyeron en Burgos el 24 de julio una Junta de Defensa Nacional presidida por
el general de más graduación y más antiguo, Miguel Cabanellas.185 Su Decreto número
1 establecía que asumía «todos los poderes del Estado»185 y en sucesivos decretos
extendió el estado de guerra que los sublevados habían proclamado en cada sitio a
toda España (lo que sirvió de base para someter a consejos de guerra sumarísimos a
todos los que se opusieran a la rebelión militar),186 ilegalizó los partidos y
sindicatos del Frente Popular y prohibió todas las actuaciones políticas y
sindicales obreras y patronales «mientras duren las actuales circunstancias»
(Decreto del 25 de septiembre).187

Pero lo más urgente era lograr la unidad de mando militar.186 Así el 21 de


septiembre de 1936 tuvo lugar en una finca de los alrededores de Salamanca la
primera reunión a la que asistieron los generales de la Junta de Defensa Nacional,
con el añadido de los generales Orgaz, Gil Yuste y Kindelán. Allí los reunidos
discutieron sobre la necesidad del mando único de las fuerzas sublevadas y
nombraron para el cargo al general Franco pues era quien mandaba el ejército que
estaba a punto de conseguir la entrada en Madrid (el Ejército de África estaba
cerca de Maqueda a solo 100 kilómetros de la capital) y el que había obtenido la
ayuda de la Alemania nazi y de la Italia fascista, y que venía tratando con ellos.
Pero una vez decidido el mando único en el terreno militar aún quedaba por
dilucidar el mando político.188

Entonces el general Franco realizó una «jugada maestra»: ordenar que las columnas
que avanzaban hacia Madrid se desviaran hacia Toledo para liberar el Alcázar y así
levantar el cerco de dos meses al que llevaban sometidos un millar de guardias
civiles y falangistas además de algunos cadetes de la Academia de Infantería al
mando de su director, el coronel Moscardó,187 y que tenían retenidos «como rehenes
a mujeres y niños de conocidos militantes de izquierda».189 «La toma del Alcázar
agrandó la leyenda del general Franco. La famosa frase de Moscardó sin novedad en
el Alcázar, repetida ante Franco y numerosos periodistas dos días después de su
liberación, fue adecuadamente propagada. Franco era el salvador de los héroes
sitiados, el símbolo de un ejército dispuesto a ganar la guerra a cualquier
precio».190

El 28 de septiembre de 1936, el mismo día en que el Alcázar de Toledo fue liberado,


se celebró la segunda reunión de los generales en Salamanca para decidir quién
ostentaría el mando político. El elegido fue el general Franco al que sus
compañeros de sublevación nombraban no solo «Generalísimo de las fuerzas nacionales
de tierra, mar y aire», sino también «Jefe del Gobierno del Estado español,
mientras dure la guerra».98 Pero cuando fue publicado al día siguiente el decreto
n.º 138 de la Junta de Defensa Nacional con su nombramiento se había introducido un
importante cambio en el texto: se había suprimido la coletilla «mientras dure la
guerra», y al nombramiento del general Franco como «Jefe del Gobierno del Estado
Español» se le añadía «quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado». Este
decreto de 29 de septiembre de 1936 sería el fundamento de la legitimidad del poder
del «Generalísimo» durante los siguientes 39 años.187

El general Franco, «generalísimo» y «caudillo»


Véase también: Estado campamental

Fachada del Palacio de Capitanía General (Burgos)


El 1 de octubre de 1936, en el salón del trono de la Capitanía General de Burgos,
Francisco Franco tomaba posesión de su nuevo cargo, como Generalísimo del ejército
sublevado y Jefe del Gobierno del Estado.191

Un día antes el obispo de Salamanca Enrique Pla y Deniel había hecho pública una
pastoral en la que presentaba la guerra como «una cruzada por la religión, la
patria y la civilización», dando una nueva legitimidad a la causa de los
sublevados: la religiosa. Así el generalísmo, no era solo el «jefe y salvador de la
Patria», sino también el «caudillo» de una nueva «cruzada» en defensa de la fe
católica y del orden social.190

Casa del Cordón, en Burgos, sede de la Junta Técnica del Estado.


La primera ley que promulgó el generalísimo Franco fue la que creaba la Junta
Técnica del Estado (en sustitución de la Junta de Defensa Nacional), presidida por
el general Dávila (que en el verano de 1937 sería sustituido por el general
monárquico Francisco Gómez-Jordana, mucho más eficiente que su antecesor)192 y que
contaba con una Secretaría General del Jefe del Estado, cargo que desempeñó Nicolás
Franco, el hermano mayor del generalísmo. Su ocupación fue «rectificar toda la
legislación republicana volviendo las cosas a su punto anterior».187

La sede de la Junta Técnica del Estado se estableció en Burgos aunque la capital


política de la España nacional era Salamanca donde residía el poder militar, pues
allí se encontraba el Cuartel General de Franco.187

El Decreto de Unificación de abril de 1937


Artículo principal: Decreto de Unificación

Bandera de Falange Española


El siguiente paso en el afianzamiento del poder del nuevo «caudillo» se produjo
cuando tras el fracaso de la toma de Madrid (entre noviembre de 1936 y marzo de
1937) se planteó la necesidad de crear un «partido único», siguiendo el modelo de
la Dictadura de Primo de Rivera, a partir de la fusión de los carlistas y
falangistas.193

Desde el Cuartel General del Generalísimo el nuevo asesor de Franco Ramón Serrano
Súñer (cuñado del «caudillo» y antiguo diputado de la CEDA que había llegado a
Salamanca evadido de la «zona roja») propició un acercamiento entre la Comunión
Tradicionalista y Falange Española y de las JONS con vistas a su fusión, pero las
diferencias ideológicas y políticas que les separaban eran casi insalvables (pues
eran las que separaban el tradicionalismo del fascismo), y además había otro
obstáculo que era innegociable: que al frente del «partido único» se situara el
propio general Franco. Es decir, que ambas partes tenían que aceptar que la nueva
formación política quedaría supeditada al poder personal del «Generalísmo», vértice
del poder militar y político. Para apoyar esta idea se difundió desde el Cuartel
General de Salamanca el lema Una patria, un Estado, un caudillo, copia del lema
nazi Ein Volk, ein Reich, ein Führer ('un pueblo, un Estado, un caudillo').194

Se produjeron contactos entre falangistas y carlistas pero no fructificaron y todo


el proceso no dejó de crear tensiones en el seno de ambos partidos que se
tradujeron en el caso de los falangistas en los «sucesos de Salamanca» de abril de
1937, durante los cuales varios falangistas murieron en los enfrentamientos entre
los partidarios de la fusión y de la supeditación al poder militar (encabezados por
Sancho Dávila y Agustín Aznar) y los contrarios a ella (encabezados por Manuel
Hedilla).195

Finalmente, el Cuartel General de Franco decidió actuar, y el mismo día en que los
falangistas contrarios a la fusión celebraron un Consejo Nacional en el que
eligieron a Manuel Hedilla como «jefe nacional», el domingo 18 de abril,196 el
propio general Franco anunció que se iba a promulgar al día siguiente un Decreto de
Unificación de Falange y la Comunión Tradicionalista, que pasaban a estar ahora
bajo su jefatura directa como «jefe nacional» del mismo.197

Franco una semana después mandó detener a Manuel Hedilla (junto con otros
falangistas disidentes) cuando se negó a integrarse en la Junta Política del nuevo
partido como simple vocal y además comunicó a sus jefes provinciales que
obedecieran únicamente sus propias órdenes.198 «Para que no quedara duda sobre la
ubicación del poder en lo que ya comenzaba a llamarse Nuevo Estado, Hedilla fue
juzgado y condenado a muerte por su manifiesta actuación de indisciplina y de
subversión frente al Mando y el Poder únicos e indiscutibles de la España nacional.
A todos debía quedar claro que la unidad de mando militar sería en el futuro unidad
de mando político».199 Pero Franco siguió los consejos de la hermana del «Ausente»
Pilar Primo de Rivera (líder del sector «puro» de Falange), de Serrano Suñer y del
embajador alemán e indultó a Hedilla, aunque este pasó cuatro años en la cárcel y
cuando salió de ella quedó apartado de la vida política.200

En los estatutos del «partido único», publicados el 4 de agosto, se estableció que


el «caudillo» solo sería «responsable ante Dios y ante la Historia», y ante nadie
más.201

Dos meses antes, el 3 de junio, en plena Campaña del Norte el general Mola, el
«director» de la conspiración militar que había dado el golpe de Estado de julio de
1936 con el que comenzó la Guerra Civil, moría cuando el avión en el que viajaba se
estrelló en una colina del pueblo de Alcocero, cerca de Burgos.202 Mola solía
emplear el avión con frecuencia en sus desplazamientos y no existen pruebas de que
hubiera sabotaje, aunque la muerte favorecía claramente a Franco al eliminar al
«director» como rival.202 El embajador alemán escribió poco después: «Sin duda
Franco se siente aliviado por la muerte del general Mola».203

En octubre de 1937 fueron nombrados por el «Generalísmo» Franco los 50 miembros del
Consejo Nacional de FET y de las JONS, pero no pasó de ser un órgano meramente
consultivo.204 Lo mismo se podía decir de la FET y de las JONS, cuya única
actividad quedaba reducida en la práctica a efectuar propaganda.205 Sin embargo,
los dirigentes de Falange ocuparon muchos de los puestos más importantes en la
administración del «Nuevo Estado» y en el partido.203

El nacimiento del «Nuevo Estado»


Véase también: Primer Gobierno de Francisco Franco

Escudo del «Nuevo Estado».


En enero de 1938, mientras tenía lugar la batalla de Teruel, se da el primer paso
para la configuración definitiva del «Nuevo Estado» con la promulgación por el
«Generalísmo» de la Ley de la Administración Central del Estado por la que se
creaba una estructura administrativa que adoptaba la forma ministerial, y con el
nombramiento el 30 de enero de su primer gobierno en el que el propio Franco asume
la Presidencia, mientras que Francisco Gómez-Jordana (hasta entonces presidente de
la Junta Técnica del Estado) era el Vicepresidente y Ministro de Asuntos
Exteriores. Sin embargo, el personaje más destacado del gabinete era Ramón Serrano
Súñer, ministro de Gobernación y el cuñadísimo de Franco.206 En este gobierno se
prefiguró ya la amalgama ideológica que sería siempre en el futuro el franquismo:
«su conservadurismo tradicional, y su derechismo reaccionario».207

Será este gobierno el que inicie el proceso de institucionalización del «Nuevo


Estado», con la promulgación del «Fuero del Trabajo», basado en la Carta del lavoro
del fascismo italiano,208 y que constituyó la primera de las siete Leyes
Fundamentales de la Dictadura Franquista que funcionaron a modo de «constitución»
del nuevo régimen;209210 la derogación del Estatuto de Autonomía de Cataluña de
1932 y la promulgación de una serie de órdenes y decretos que prohibían el uso del
catalán en los documentos públicos y en la conversación privada;210 la Ley de
Prensa que sometía a los periódicos a la censura previa y atribuía al gobierno el
nombramiento de los directores de periódicos;210 la reintroducción de la pena de
muerte que había abolido la República;209 la aprobación de una Ley de Enseñanza
Media que garantizaba a la Iglesia católica una absoluta autonomía en la educación
secundaria.210

Según Julián Casanova el fascismo y el catolicismo fueron las dos ideologías sobre
cuya amalgama se construyó el «Nuevo Estado». El proceso de fascistización era
evidente por la exaltación del líder, el «Caudillo», como el Führer o el Duce; el
saludo brazo en alto establecido como «saludo nacional»; los uniformes y la
simbología falangista; etc. Y al mismo tiempo proliferaban los ritos y
manifestaciones religiosas católicas como las procesiones, las misas de campaña o
las ceremonias político-religiosas que imitaban supuestas formas medievales.208

El 19 de abril de 1939, diecinueve días después del «último parte» en el que Franco
declaraba «la guerra ha terminado», se celebró en Madrid el desfile de la Victoria
presidido por el «caudillo». Antes de empezar la parada militar el general Varela
le impuso «en nombre de la Patria» a Franco la Gran Cruz Laureada de San Fernando,
«que tanto había ambicionado desde sus campañas africanas y que tuvo que acabar
autootorgándosela» en un decreto firmado por él mismo y que fue leído por el
general conde de Jordana al inicio del acto. Al día siguiente el diario ABC de
Madrid titulaba su crónica: «España, en el gran desfile militar ante el Caudillo,
muestra al mundo el poderío de las armas forjadoras del nuevo Estado». Un mes
después el general Franco ofrendaba su espada de caudillo victorioso a Dios en una
ceremonia celebrada el 20 de mayo en la iglesia madrileña de Santa Bárbara y
presidida por el cardenal primado de Toledo Isidro Gomá.211

Evolución de la zona republicana


Artículo principal: Segunda República Española en guerra
La reacción del gobierno a la sublevación militar
Diego Martínez Barrio
En la tarde del viernes 17 de julio se conocía en Madrid que en el Protectorado de
Marruecos se había iniciado una sublevación militar. Al día siguiente la
sublevación se extendió a la península y las organizaciones obreras (CNT y UGT)
reclamaron «armas para el pueblo» para acabar con ella, a lo que el gobierno de
Santiago Casares Quiroga se negó.212

Por la noche de ese sábado 18 de julio Casares Quiroga presentó su dimisión al


presidente de la República Manuel Azaña y este encargó a Diego Martínez Barrio,
presidente de las Cortes y líder de Unión Republicana, que formara un gobierno que
consiguiera «detener la rebelión» sin recurrir al apoyo armado de las
organizaciones obreras. Martínez Barrio incluyó en su gabinete a políticos
moderados y dispuestos a llegar a algún tipo de acuerdo con los militares
sublevados213 y en la madrugada del sábado 18 al domingo 19 de julio, habló por
teléfono con el general Emilio Mola, «El Director» de la sublevación, pero este se
negó rotundamente a cualquier tipo de transacción. Así el «gobierno de
conciliación» de Martínez Barrio dimitió y Azaña nombró el mismo domingo 19 de
julio nuevo presidente del gobierno a un hombre de su partido José Giral, que formó
un gobierno únicamente integrado por republicanos de izquierda, aunque con el apoyo
explícito de los socialistas, que tomó la decisión de entregar armas a las
organizaciones obreras, algo a lo que también se había negado Martínez Barrio
porque, al igual que Casares Quiroga, consideraba que ese hecho traspasaba el
umbral de la defensa constitucional y «legal» de la República.214

A causa de esta decisión de «entregar armas al pueblo» el Estado republicano perdió


el monopolio de la coerción, por lo que no pudo impedir que se iniciara una
revolución social, ya que las organizaciones obreras no salieron a la calle
«exactamente para defender la República... sino para hacer la revolución. (...) Un
golpe de estado contrarrevolucionario, que intentaba frenar la revolución, acabó
finalmente desencadenándola».215

La revolución social de 1936 y el gobierno de José Giral (julio-septiembre de 1936)

Escudo del Consejo Regional de Defensa de Aragón, órgano creado durante la


Revolución social española de 1936.
Véase también: Revolución social española de 1936
La entrega de armas a los partidos y organizaciones obreras hizo que estas
constituyeran rápidamente «milicias armadas para hacer frente a la rebelión en el
terreno militar y para proceder a una profunda revolución social (desentendiéndose
de las autoridades republicanas, a las que no derribaron): incautaron y
colectivizaron explotaciones agrarias y empresas industriales y mercantiles para
asegurar la continuidad de la producción y distribución de bienes, y se hicieron
cargo del mantenimiento de las principales funciones competencia del Estado. La
producción, el abastecimiento de la población, la vigilancia, la represión, las
comunicaciones y el transporte, la sanidad, quedaron en manos de comités
sindicales, que en no pocas localidades suprimieron la moneda para sustituirla por
vales. Ante el hundimiento de los mecanismos del poder público [«un gobierno que
reparte armas es un gobierno que se ha quedado sin instrumentos para garantizar el
orden público e imponer su autoridad»], surgió en el verano de 1936 un nuevo poder
obrero, que era a la vez militar, político, social, económico».216 «En el País
Vasco, sin embargo, donde el PNV había rechazado la coalición con la CEDA en las
elecciones de febrero de 1936 y apoyado a la izquierda en la tramitación del
Estatuto de Autonomía, finalmente aprobado el 1 de octubre de 1936, no hubo
revolución social y un partido católico y nacionalista se mantuvo hasta junio de
1937 al frente de un gobierno autónomo con poder sobre poco más que el territorio
de Vizcaya».217

Los comités que surgieron por todas partes eran autónomos y no reconocían límites a
sus actuaciones,218 pero la paradoja fue que al mismo tiempo la revolución no acabó
con el Estado republicano, sino que simplemente lo ignoró y lo redujo a la
inoperancia. En Cataluña se constituyó el Comité Central de Milicias Antifascistas,
pero el gobierno de la Generalidad no fue destituido y continuó en su puesto. En
Valencia apareció el Comité Ejecutivo Popular. En Málaga y Lérida surgieron sendos
Comités de Salud Pública. En Cantabria, Gijón y Jaén, comités provinciales del
Frente Popular (Comité de Guerra de Gijón, Comité Popular de Sama de Langreo, etc).
En Vizcaya, una Junta de Defensa. En Madrid se constituyó un Comité Nacional del
Frente Popular, que organizaba milicias y la vida de la ciudad, pero junto a él
seguía existiendo el gobierno de José Giral formado solo por republicanos de
izquierda.219

Pero el gobierno Giral, a pesar de que el poder real no estaba en sus manos, no
dejó de actuar, especialmente en el plano internacional. Fue este gobierno el que
pidió la venta de armas al gobierno del Frente Popular de Francia, y al no
conseguirla, luego a la Unión Soviética, para lo cual dispuso de las reservas del
oro del Banco de España. En el plano interior destituyó a los funcionarios
sospechosos de apoyar la sublevación y dictó las primeras medidas para intentar
controlar las «ejecuciones» indiscriminadas, arbitrarias y extrajudiciales de
«fascistas» que llevaban a cabo decenas de «tribunales revolucionarios», también
conocidos como «checas», montadas por las organizaciones y partidos obreros que
habían impuesto el «terror rojo» en Madrid y en otros lugares. Así el gobierno
Giral creó los tribunales especiales «para juzgar los delitos de rebelión y
sedición y los cometidos contra la seguridad del Estado». Sin embargo estos
«tribunales populares» no acabaron con las actividades de las «checas» que
siguieron asesinando «fascistas» mediante los «paseos» (detenciones ilegales que
acababan con el asesinato del detenido y cuyo cadáver eran arrojado en una cuneta o
junto a la tapia de un cementerio) o las «sacas» (excarcelaciones de presos que
supuestamente iban a ser puestos en libertad pero que en realidad eran llevados al
paredón).220

Cuando el 3 de septiembre de 1936 el Ejército de África sublevado tomó Talavera de


la Reina (ya en la provincia de Toledo, después de haber ocupado Extremadura), y
además también caía Irún en manos de los sublevados (con lo que el norte quedaba
aislado del resto de la zona republicana), José Giral presentó la dimisión al
presidente de la República Manuel Azaña.93

El gobierno de Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de 1937)


Véase también: Sucesos de mayo de 1937

Francisco Largo Caballero


Tras la dimisión de Giral, el presidente de la República Manuel Azaña encargó la
formación de un «gobierno de coalición» a Francisco Largo Caballero, el líder
socialista de UGT, una de las dos centrales sindicales que estaban protagonizando
la revolución. Largo Caballero, que además de la presidencia asumió el ministerio
clave de Guerra, entendió este gobierno como una gran «alianza antifascista», y así
dio entrada en el gabinete al mayor número posible de representaciones de los
partidos y sindicatos que luchaban contra la rebelión «fascista» (como llamaban las
organizaciones obreras a la sublevación militar de julio). Pero el gobierno no se
completó realmente hasta dos meses después, cuando el 4 de noviembre (en el momento
en que las tropas sublevadas ya estaban a las afueras de Madrid) se integraron en
él cuatro ministros de la CNT, entre ellos la primera mujer que fue ministra en
España, Federica Montseny.221

El nuevo gobierno de Largo Caballero, autoproclamado «gobierno de la victoria»,


enseguida concluyó que había que dar prioridad a la guerra, y de ahí el programa
político que puso en marcha inmediatamente, cuya principal medida fue la creación
de un nuevo ejército y la unificación de la dirección de la guerra (que incluía la
incorporación de las milicias a las Brigadas Mixtas y la creación del cuerpo de
comisarios). Así pues, los dirigentes sindicales de UGT y CNT al aceptar e impulsar
este programa «estuvieron de acuerdo en que la implantación del comunismo
libertario, a que aspiraba la CNT, o de la sociedad socialista, que pretendía la
UGT, debía esperar al triunfo militar».222

Pero todas estas medidas no consiguieron paralizar el avance hacia Madrid del
Ejército de África y el 6 de noviembre ya estaba a punto de entrar en la capital.
Ese día el gobierno decidió abandonar Madrid y trasladarse a Valencia, encomendando
la defensa de la ciudad al general Miaja que debería formar una Junta de Defensa de
Madrid. «Una salida precipitada, mantenida en sigilo, sobre la que no se dio
explicación pública alguna».102 «Quienes se quedaron en Madrid no pudieron
interpretar estos hechos sino como una vergonzosa huida... sobre todo porque los
madrileños fueron capaces de organizar su defensa. Madrid resistió el primer embate
y rechazó los siguientes, deteniendo así el avance del ejército rebelde».103

El segundo gran objetivo del gobierno de Largo Caballero fue restablecer la


autoridad del gobierno y de los poderes del Estado.223 Pero no se resolvieron las
tensiones con los gobiernos de las «regiones autónomas» de Cataluña y el País
Vasco, ni con los consejos regionales que habían surgido en otros sitios. En
Cataluña, el gobierno de la Generalidad, que el 26 de septiembre incorporó a varios
consejeros de la CNT y del POUM por lo que el Comité de Milicias Antifascistas
quedó disuelto, organizó su propio ejército y el 24 de octubre aprobó el decreto de
colectividades, cuestiones ambas que excedían el ámbito de sus competencias. En
cuanto al País Vasco, el 1 de octubre las Cortes aprobaban el Estatuto de Autonomía
de Euskadi y el nacionalista vasco José Antonio Aguirre fue investido «lehendakari»
del gobierno vasco, entre cuyos miembros no incluyó a ningún representante de la
CNT (en el País Vasco no había habido revolución social ni apenas violencia
anticlerical y las iglesias continuaron abiertas). Aguirre construyó un Estado
«cuasi soberano» sobre el territorio vasco que todavía no había sido ocupado por el
bando sublevado y que prácticamente se reducía a Vizcaya. Además de una policía
vasca, la Ertzaina, creó un ejército propio y no aceptó el mando del general que
envió el gobierno de Madrid para ponerse al frente del Ejército del Norte. En
cuanto al Consejo de Aragón, dominado por los anarquistas, el gobierno de Largo
Caballero no tuvo más remedio que legalizarlo.224

En la primavera de 1937, tras la decisión de Franco de poner fin por el momento a


la toma de Madrid después de la victoria republicana en la batalla de Guadalajara,
se abría la perspectiva de una guerra larga y pronto estalló la crisis entre las
fuerzas políticas que apoyaban a la República.225 El conflicto fundamental fue el
que enfrentó a los anarquistas de la CNT, que defendían la compatibilidad de la
revolución con la guerra,226227 y a los comunistas del Partido Comunista de España
(PCE) y del PSUC en Cataluña, que entendían que la mejor forma de frenar la
sublevación militar era restablecer el Estado republicano y aglutinar a todas las
fuerzas de la izquierda política, incluidos los partidos de la pequeña y mediana
burguesía, por lo que debía paralizarse la revolución social y dar prioridad a la
guerra. Sin embargo, Santos Juliá afirma, en contra de la opinión de otros
historiadores, que en la primavera de 1937 entre las fuerzas que apoyaban al
gobierno de Largo Caballero «la divisora no corría entre guerra y revolución sino
entre partidos y sindicatos» porque la prioridad dada a la guerra ya se había
decidido el 4 de septiembre cuando se formó el gobierno de Largo Caballero, al que
dos meses después se sumaron los cuatro ministros anarquistas.228

La crisis estalló por los enfrentamientos iniciados en Barcelona el lunes 3 de mayo


de 1937 cuando un destacamento de la Guardia de Asalto por orden de la Generalidad
intentó recuperar el control sobre el edificio de la Telefónica en la plaza de
Cataluña, en poder de la CNT desde las jornadas «gloriosas» de julio de 1936.
Varios grupos anarquistas respondieron con las armas y el POUM se sumó a la lucha.
En el otro bando, la Generalidad y los comunistas y socialistas unificados en
Cataluña bajo un mismo partido (el PSUC) hicieron frente a la rebelión, que ellos
mismos habían provocado, y la lucha se prolongó varios días. El viernes 7 de mayo
la situación pudo ser controlada por las fuerzas de orden público enviadas por el
gobierno de Largo Caballero desde Valencia, ayudadas por militantes del PSUC,
aunque la Generalidad pagó el precio de que le fueron retiradas sus competencias
sobre orden público.229 El enfrentamiento en las calles de Barcelona fue relatado
por el británico George Orwell en su Homenaje a Cataluña.

Los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona tuvieron una repercusión inmediata en el


gobierno de Largo Caballero. La crisis la provocaron el día 13 de mayo los dos
ministros comunistas que amenazaron con dimitir si Largo Caballero no dejaba el
Ministerio de la Guerra (el PCE especialmente desde la caída de Málaga el 8 de
febrero le hacía responsable de las continuas derrotas republicanas), y que
disolviera el POUM. En este ataque a Largo Caballero contaban con el apoyo de la
fracción socialista de Indalecio Prieto, que controlaba la dirección del PSOE, que
como los comunistas querían eliminar del gobierno a las organizaciones sindicales,
UGT y CNT, y reconstruir el Frente Popular. Largo Caballero se negó a aceptar las
dos condiciones de los comunistas y al no encontrar los apoyos suficientes para su
gobierno dimitió el 17 de mayo. El presidente Manuel Azaña, que también estaba en
desacuerdo con la presencia de las dos centrales sindicales en el gobierno, nombró
a un socialista «prietista», Juan Negrín, nuevo jefe de gobierno. Al día siguiente
el órgano de la CNT Solidaridad Obrera declaraba en su editorial: «Se ha
constituido un gobierno contrarrevolucionario».230

El gobierno de Juan Negrín (mayo de 1937-marzo de 1939)


El nuevo gobierno que formó el socialista Juan Negrín en mayo de 1937 respondió al
modelo de las coaliciones de Frente Popular: tres ministros socialistas ocupando
las posiciones fundamentales (el propio Negrín, que mantuvo la cartera de Hacienda
que ya había ostentado en el gobierno de Largo Caballero, Indalecio Prieto, sobre
el que recayó toda la responsabilidad en la conducción de la guerra, al ser
nombrado al frente del nuevo Ministerio de Defensa, y Julián Zugazagoitia en
Gobernación), dos republicanos de izquierda, dos comunistas, uno del PNV y otro de
Esquerra Republicana de Catalunya.231 Según Santos Juliá, detrás de este gobierno
estaba Manuel Azaña, que pretendía «un gobierno capaz de defenderse en el interior
y de no perder la guerra en el exterior. (...) Con Prieto a cargo de un Ministerio
de Defensa unificado, sería posible defenderse; con Negrín en la presidencia, se
podían abrigar esperanzas de no perder la guerra en el exterior».232

La política del nuevo gobierno tuvo cinco ejes fundamentales, algunos ya iniciados
por Largo Caballero: la culminación de la formación del Ejército Popular233 y el
desarrollo de la industria de guerra (lo que llevó al gobierno a trasladarse de
Valencia a Barcelona en noviembre de 1937 para, entre otras razones, «poner en
pleno rendimiento la industria de guerra» catalana);127 la continuación de la
recuperación por el gobierno central de todos los poderes, con la justificación de
que la dirección de la guerra así lo reclamaba (fue disuelto el Consejo de Aragón,
último baluarte de la CNT; el traslado del gobierno de Valencia a Barcelona para
«asentar definitivamente la autoridad del gobierno en Cataluña» relegó al gobierno
de la Generalidad de Lluís Companys a un papel secundario).234 mantenimiento del
orden público y la seguridad jurídica (con Zugazagoitia en Gobernación e Irujo en
Justicia, se redujeron las ejecuciones «extrajudiciales» y las actividades de las
«checas», pero en la «desaparición» del líder del POUM el gobierno dejó hacer a los
comunistas y a los agentes soviéticos del NKVD);235 se dieron garantías a la
pequeña y mediana propiedad;236 se intentó cambiar la política de «no-intervención»
de Gran Bretaña y Francia por la de mediación en el conflicto, para que presionaran
a Alemania e Italia y cesaran en su apoyo a los sublevados, con el objetivo final
de alcanzar una «paz negociada», pero no se consiguió nada.237 El gran derrotado de
esta línea política fue el sindicalismo, tanto el de la UGT y como el de la CNT.238
Por el contrario, los que resultaron más reforzados fueron los comunistas, de ahí
la acusación lanzada contra Negrín de ser un «criptocomunista».
Mapa de la guerra civil española en julio de 1938
Las derrotas de la República en la batalla de Teruel y en la ofensiva de Aragón
provocaron la crisis de marzo de 1938. Azaña y Prieto consideraron que lo que había
sucedido mostraba que el ejército republicano nunca podría ganar la guerra y que
había que negociar una rendición con apoyo franco-británico. Frente a ellos Negrín
y los comunistas eran firmes partidarios de continuar resistiendo. La crisis se
abrió al intentar Negrín que Prieto cambiara de ministerio (habiendo declarado su
convicción de que la guerra estaba perdida, Prieto era el peor de los ministros de
Defensa posible), pero Azaña respaldó a Prieto, así como el resto de los
republicanos de izquierda y los nacionalistas de Esquerra y del PNV. Sin embargo,
estos no consiguieron articular ninguna alternativa a Negrín, y este acabó saliendo
reforzado de la crisis, con la consiguiente salida de Prieto del gobierno.132

Negrín recompuso el gobierno el 6 de abril y asumió personalmente el Ministerio de


Defensa e incorporó al gabinete a los dos sindicatos, UGT y CNT. Además José Giral
fue sustituido en el ministerio de Estado por el socialista Julio Álvarez del
Vayo.133 Las posiciones del nuevo gobierno con vistas a unas posibles negociaciones
de paz quedaron fijadas en su Declaración de los 13 puntos, hecha pública en la
significativa fecha del 1º de mayo. En ella, «el gobierno anunciaba que sus fines
de guerra consistían en asegurar la independencia de España y establecer una
República democrática cuya estructuración jurídica y social sería aprobada en
referéndum; afirmaba su respeto a la propiedad legítimamente adquirida, la
necesidad de una reforma agraria y de una legislación social avanzada, y anunciaba
una amplia amnistía para todos los españoles que quieran cooperar a la inmensa
labor de reconstrucción y engrandecimiento de España. En su intento de aparecer
ante las potencias extranjeras con la situación interior controlada, Negrín inició
gestiones infructuosas con el Vaticano para restablecer relaciones diplomáticas y
abrir las iglesias al culto».135

Negrín era consciente de que la supervivencia de la República no solo dependía del


fortalecimiento del Ejército Popular y de que se mantuviera la voluntad de
resistencia de la población civil en la retaguardia, sino también de que Francia y
Gran Bretaña pusieran fin a la política de «no intervención» o de que al menos
presionaran a las potencias fascistas para que estas a su vez convencieran al
«Generalísimo» Franco para que aceptara un final negociado. Negrín pensaba que su
política era la única posible. Como dijo en privado «no se puede hacer otra cosa».
Así pues, su idea era resistir para negociar un armisticio que evitara el «reinado
de terror y de venganzas sangrientas» (las represalias y fusilamientos por parte de
los vencedores sobre los vencidos) que Negrín sabía que Franco iba a imponer, como
efectivamente acabó sucediendo.239

Además Negrín, el general Vicente Rojo Lluch, jefe del Estado Mayor, y los
comunistas, creían posible que el ejército republicano aún era capaz de una última
ofensiva, que se inició el 24 de julio de 1938, dando comienzo así a la batalla del
Ebro, la más larga y decisiva de la Guerra Civil. Pero después de tres meses de
duros combates, se produjo una nueva derrota del ejército republicano que tuvo que
volver a sus posiciones iniciales, «con decenas de miles de bajas y una pérdida
considerable de material de guerra que ya no podría utilizarse para defender
Cataluña frente a la decisiva ofensiva franquista».143

Poco antes de que finalizara la batalla del Ebro se produjo otro hecho que también
fue determinante para la derrota de la República, esta vez procedente del exterior.
El 29 de septiembre de 1938 se firmaba el acuerdo de Múnich entre Gran Bretaña y
Francia, por un lado, y Alemania e Italia, por otro, que cerraba toda posibilidad
de intervención de las potencias democráticas a favor de la República. De las misma
forma que ese acuerdo supuso la entrega de Checoslovaquia a Hitler, también supuso
abandonar a la República española a los aliados de nazis y fascistas.143 De nada
sirvió que en un último intento desesperado de obtener la mediación extranjera
Negrín anunciara ante la Sociedad de Naciones el 21 de septiembre, una semana antes
de que se firmara el acuerdo de Múnich, la retirada unilateral de los combatientes
extranjeros que luchaban en la España republicana, aceptando (sin esperar a que los
«nacionales» hicieran lo propio) la resolución del Comité de No Intervención que
proponía un Plan de retirada de voluntarios extranjeros de la Guerra de España. El
15 de noviembre de 1938, el día de antes del fin de la batalla del Ebro, las
Brigadas Internacionales desfilaban como despedida por la avenida Diagonal de
Barcelona. En el campo rebelde, por su parte, en octubre de 1938, seguros ya de su
superioridad militar y de que la victoria estaba cerca, decidieron reducir en un
cuarto las fuerzas italianas.240

La última operación militar de la guerra fue la campaña de Cataluña, que acabó en


un nuevo desastre para la República. El 26 de enero de 1939 las tropas de Franco
entraban en Barcelona prácticamente sin lucha. El 5 de febrero ocupaban Gerona.151
Cuatro días antes, «el día 1 de febrero de 1939, en las sesiones celebradas por lo
que quedaba del Congreso en el castillo de Figueras, [Negrín] redujo los 13 puntos
a las tres garantías que su gobierno presentaba a las potencias democráticas como
condiciones de paz: independencia de España, que el pueblo español señalara cuál
habría de ser su régimen y su destino y que cesara toda persecución y represalia en
nombre de una labor patriótica de reconciliación. Pocos días después, hizo saber a
los embajadores francés y británico que estaba dispuesto a ordenar un cese
inmediato de las hostilidades si su gobierno obtenía garantías de que no habría
represalias. Pero no las recibió».241

El día 6 de febrero, las principales autoridades republicanas, encabezadas por el


presidente Azaña, cruzaban la frontera seguidos de un inmenso éxodo de civiles y
militares republicanos que marchaban al exilio. El día 9 de febrero hacía lo mismo
el presidente del gobierno, Juan Negrín, tras la salida del último soldado de
Cataluña,242 pero en Toulouse cogió un avión para regresar a Alicante el día 10 de
febrero acompañado de algunos ministros con la intención de reactivar la guerra en
la zona centro-sur. El único apoyo con el que contaba ya Negrín, además de una
parte de su propio partido (el PSOE quedó dividido entre «negrinistas» y
«antinegrinistas»), eran los comunistas.151

La dimensión internacional del conflicto y la intervención extranjera


Artículo principal: Intervención extranjera en la Guerra Civil Española

Soldados de las Brigadas Internacionales


La «guerra de España» (como la llamó la prensa internacional) tuvo una repercusión
inmediata en las complicadas relaciones internacionales de la segunda mitad de la
década de los años treinta.243 En Europa existía una pugna política, diplomática,
ideológica y estratégica a tres bandas entre las potencias democráticas, Gran
Bretaña y Francia; las potencias fascistas, la Alemania de Hitler y la Italia de
Mussolini; y la Unión Soviética de Stalin; y el «asunto español» fue enfocado por
cada Estado europeo desde sus intereses concretos.244

Los regímenes fascistas europeos (Alemania e Italia) y el Portugal salazarista


apoyaron desde el principio a los militares sublevados, mientras que la República,
tras negarle su ayuda Francia y Gran Bretaña que optaron por la política de No
Intervención, obtuvo el apoyo de la URSS y de las Brigadas Internacionales a partir
de octubre de 1936, siendo estas de mayoría ciudadanos franceses. Este «apoyo
internacional a los dos bandos fue vital para combatir y continuar la guerra en los
primeros meses. La ayuda italo-germana permitió a los militares sublevados
trasladar el Ejército de África a la península a finales de julio de 1936 y la
ayuda soviética contribuyó de modo decisivo a la defensa republicana de Madrid en
noviembre de 1936».245246

Hay un aspecto humanitario de la dimensión internacional de la Guerra Civil que no


hay que olvidar: que la mayoría de las embajadas y legaciones extranjeras de Madrid
y algunos consulados de capitales de provincia dieron asilo político a miles de
españoles de ambos bandos que se encontraban en peligro de muerte.247

La política de «no intervención» de Gran Bretaña y Francia


Gran Bretaña y Francia veían que la «guerra de España» podía complicar aún más el
difícil juego estratégico que se desarrollaba a escala europea. Por ello, la
primera orientación de la diplomacia de esas potencias fue la de procurar el
aislamiento del conflicto español. A esa estrategia se debió la política sobre la
«No-Intervención» al que se sumaron 27 países de Europa y que dio nacimiento al
Comité de No Intervención con sede en Londres.248 Estados Unidos, por su parte,
contempló la posibilidad de eludir el pacto y levantar el embargo sufrido por la
República española, motivada por la preocupación con que la Administración
Roosevelt veía el auge del nazismo; pero la oposición mostrada a ambos lados del
Atlántico por la jerarquía eclesiástica católica, deseosa de una victoria
franquista, frustró tal iniciativa.249

La «no intervención» estuvo determinada por la política británica de


«apaciguamiento» (appeasement policy) de la Alemania nazi, a la que se vio
arrastrado el gobierno del Frente Popular de Francia, que solo contaba con los
británicos ante una posible agresión alemana. Además las simpatías del gobierno
conservador británico se fueron decantando hacia el bando sublevado, ante en el
temor de que España cayera «en el caos de alguna forma de bolchevismo» (en palabras
del cónsul británico en Barcelona) si ganaba la guerra el bando republicano.244250

La idea partió del gobierno francés, consciente de que, ya que no podían ayudar a
la República (porque ello supondría abrir un gran conflicto interno en la sociedad
francesa y además enturbiaría las relaciones con su aliado «vital», Gran Bretaña),
al menos podrían impedir la ayuda a los sublevados. El gobierno británico se sumó
enseguida al proyecto, aunque el mismo «ponía en el mismo plano a un Gobierno legal
y a un grupo de militares rebeldes».250 El primer ministro galo, el socialista Léon
Blum, tras denegar a los negociadores de Largo Caballero el paso del armamento
adquirido por la República española a través de territorio francés, llegó a
exclamar: «¡Es un crimen el que todos estamos cometiendo con España!».251

Pero en la práctica la política de «no intervención» se convirtió en una «farsa»,


como la calificaron algunos contemporáneos, porque Alemania, Italia y Portugal no
suspendieron en absoluto sus envíos de armas y municiones a los sublevados.252 La
República, que a partir de octubre de 1936 comenzó a recibir la ayuda soviética,
denunció ante la Sociedad de Naciones la intervención de las potencias fascistas en
favor de los sublevados, aunque estas nunca fueron amonestadas.244

La intervención extranjera en favor de los sublevados


Ante el fracaso del golpe de Estado de julio de 1936 (en cuanto a la toma inmediata
del poder), los militares sublevados obtuvieron ayuda rápidamente de la Italia
fascista y de la Alemania nazi. Las ayudas en hombres al bando sublevado se
materializaron en la Legión Cóndor alemana (unos 6000 hombres) y el Corpo di Truppe
Volontarie italiano (un máximo de 40 000), más un contingente de combatientes
portugueses denominados Viriatos.253 Para que no hubiera duda de su compromiso con
la causa del bando sublevado, el 18 de noviembre de 1936 (en plena batalla de
Madrid), Italia y Alemania reconocieron oficialmente al «Generalísimo» Franco y a
su Junta Técnica del Estado como el gobierno legítimo de España.254 En cuanto a
armamento, según Julio Aróstegui, los sublevados recibieron de Italia y de Alemania
1359 aviones, 260 carros de combate, 1730 cañones, fusiles, y municiones para todo
ello.253

Los combatientes alemanes, italianos y portugueses eran soldados regulares a los


que se les proporcionaba una paga en su país de origen, aunque la propaganda de los
sublevados siempre los presentó como «voluntarios». Los voluntarios genuinos fueron
unos mil o mil quinientos hombres, entre los que destacaron la Brigada Irlandesa
del general Eoin O'Duffy, integrada por unos 500-900 efectivosd que habían venido a
combatir a España para «librar la batalla de la cristiandad contra el comunismo»
(aunque solo participaron en la batalla del Jarama y unos meses después volvieron a
Irlanda), y 300-500 franceses de la organización ultraderechista Croix-de-feu
(luego convertida en el Partido Social Francés) que constituyeron el batallón
Jeanne d'Arc.257e También hubo voluntarios de la Guardia de Hierro rumana, que
acudieron para la «batalla contra la bestia de color escarlata del Apocalipsis». En
menor medida, combatieron entre los sublevados algunos rusos blancos, así como
ultraderechistas, católicos y antisemitas de toda Europa.260 También hay que contar
entre los extranjeros que participaron en el bando sublevado a los miles de
marroquíes del Protectorado español de Marruecos que fueron enrolados de forma
intensiva en las tropas de Regulares del Ejército de África a cambio de una
paga.254

La razón principal de la ayuda de la Alemania nazi a Franco fue que Hitler


consideró que en la «inevitable» guerra europea que iba a estallar en los próximos
años sería mejor contar en España con un gobierno favorable encabezado por
militares anticomunistas que por uno republicano que reforzaría sus vínculos con
Francia (y con su aliada Gran Bretaña) y con la Unión Soviética.261 En la decisión
de Hitler también contaron otros dos factores, uno ideológico (según la propaganda
nazi la guerra de España era una confrontación entre «fascistas» y «marxistas»,
responsabilizando a la Unión Soviética y al «comunismo internacional» de haberla
causado)262 y otro militar (experimentar nuevas armas y nuevas tácticas, lo que se
concretó en el despliegue en la zona sublevada de una unidad aérea completa,
apoyada por tanques y cañones antiaéreos, denominada la «Legión Cóndor»).254 Se
probaron los cazas Messerschmitt Bf 109 y Junkers Ju 87 A/B y los bombarderos
Junkers Ju 52 y Heinkel He 111. Asimismo estrenó en España sus tácticas de
bombardeo sobre ciudades. Aunque no fue el único, el más famoso fue el bombardeo de
Guernica representado por Picasso en su cuadro Guernica, expuesto en el pabellón
español de la Exposición Universal de París de 1937.

Avance de tanquetas italianas del CTV durante la batalla de Guadalajara.


La razón principal de la ayuda de la Italia fascista era ganar un aliado para el
proyecto de Mussolini de construir un imperio en el Mediterráneo, y de esa forma
debilitar la posición militar de Francia y de Gran Bretaña. También como los nazis
utilizó el anticomunismo en su propaganda para justificar la intervención en la
guerra civil española.263

Aunque menos aireada, la ayuda a los sublevados por parte de la dictadura de


Oliveira Salazar de Portugal también fue importante, sobre todo en los primeros
meses de la guerra porque dejó que los militares rebeldes utilizaran sus
carreteras, ferrocarriles y puertos para comunicar la zona norte con Andalucía, y
además devolvió a la zona sublevada a los republicanos que huían de la represión.
Después Portugal constituyó una base de operaciones para la compra de armas y
además fue un firme aliado de los sublevados en la «farsa» de la «no intervención»,
a quienes siempre defendió ante el Comité de No Intervención y en la Sociedad de
Naciones.264

La intervención extranjera en favor de la República

Tanque soviético T-26B durante la batalla de Belchite, septiembre de 1937.


Stalin respondió positivamente a la petición de ayuda formulada por el gobierno
republicano, no inmediatamente sino cuando se convenció de que si la República
española era derrotada aumentaría el poder de las potencias fascistas en Europa, lo
que supondría una amenaza para la Unión Soviética (igual que para Francia, una
posible aliada). Así fue como en septiembre de 1936 Stalin decidió enviar material
bélico a la República española y ordenó además al Komintern que organizara el envío
de voluntarios, que formarían las Brigadas Internacionales.265 Por las Brigadas
pasaron un total aproximado de 40 000 hombres y el material de guerra soviético que
la República recibió, cuyos primeros envíos llegaron al puerto de Cartagena a
principios de octubre de 1936, fueron 1100 aviones, 300 carros de combate y 1500
cañones (a los que habría que añadir algunas pequeñas partidas francesas, de
artillería y aviones, y fusiles y munición mexicanos).266 Otros autores precisan
más las cifras y afirman que la URSS envió 680 aviones (cazas Chato y Mosca y
bombarderos «Katiuska»), 331 carros de combate, 1699 piezas de artillería, 60
automóviles blindados, 450 000 fusiles Mosin-Nagant, 20 486 ametralladoras y
ametralladoras ligeras DP y 30 000 toneladas de munición.267 Este material de
guerra fue acompañado de unos 2000 técnicos, pilotos y asesores militares (y
también agentes del NKVD, la policía secreta estalinista, bajo el mando de
Alexander Orlov). Asimismo envió combustible, ropa y alimentos, parte de ellos
sufragados con donaciones populares.268 Los soviéticos, como los alemanes y los
italianos, probaron armas y tácticas de combate.269270271

Bandera de las Brigadas Internacionales


Del reclutamiento y de los aspectos organizativos de las Brigadas Internacionales
se encargaron dirigentes del Partido Comunista Francés, encabezados por André
Marty, y el centro de reclutamiento se estableció en París. La inmensa mayoría de
los que se alistaron fueron verdaderamente «voluntarios de la libertad» (como decía
la propaganda republicana) llegados desde los países dominados por dictaduras y por
el fascismo, como Alemania, Italia o Polonia, pero también de los países
democráticos como Francia (que aportó el mayor número de brigadistas, unos 9000),
Gran Bretaña y Estados Unidos (con el famoso batallón Lincoln). Por tanto las
Brigadas Internacionales no fueron el «Ejército de la Komintern» como aseguraba la
propaganda del bando sublevado, instrumento de la política de Stalin.272 El centro
de entrenamiento en España se situó en Albacete y allí se organizaron las cinco
brigadas numeradas de la XI a la XV, cuya entrada en combate se produjo en la
batalla de Madrid.273

México apoyó la causa republicana de forma militar, diplomática y moral: proveyendo


a las fuerzas leales de 20 000 rifles, municiones (se habla de un aproximado de 28
millones de cartuchos), 8 baterías, algunos aviones y comida, así como creando
asilos para cerca de 25 000 españoles republicanos, dando protección, techo y
comida a miles de intelectuales, familias y niños que llegaron al puerto de
Veracruz y otros puertos del Golfo de México. Argentina cooperó en la evacuación de
asilados hacia Francia con dos buques de la Armada Argentina, el ARA 25 de mayo y
el ARA Tucumán.

Dada su cercanía, Francia colaboró con la acogida de los exiliados provenientes de


Cataluña por los Pirineos y también los llegados en barco. También colaboró con la
movilización ciudadana para la incorporación a las Brigadas Internacionales. Más
tarde los exiliados republicanos serían los que se alistarían en los batallones de
extranjeros del ejército francés para la defensa de la nación frente a la conquista
alemana en 1940 y la defensa de la Francia Libre en los territorios del norte de
África hasta la llegada de las tropas americanas y británicas, también formarían
parte de la tercera batalla de Narvik o de la liberación de París.274

Véanse también: La Nueve y España en la Segunda Guerra Mundial.


La financiación de la guerra y «el oro de Moscú»
La República financió la guerra con las reservas de oro del Banco de España que
envió a la Unión Soviética (lo que la propaganda franquista llamó el «oro de
Moscú»), menos una cuarta parte que fue vendida a Francia. El «oro de Moscú» estaba
destinado «al pago del armamento adquirido a Rusia y otros países que hubo de
abonarse siempre, mientras que las entregas alemanas e italianas [a los sublevados]
eran gratis o con pago diferido en mercancías. Se evalúa el oro salido [hacia
Moscú] en 510 toneladas, con un valor de 530 millones de dólares de la época. Hoy
sabemos que no hay más «oro de Moscú» que ese, que fue invertido en su totalidad en
la compra de armas».275

La oportunidad y el acierto de la decisión del gobierno de Largo Caballero de


depositar en Moscú la mayor parte de las reservas de oro del Banco de España (a
donde llegaron a principios de noviembre de 1936) ha sido objeto de polémica entre
los historiadores. Unos afirman, siguiendo fundamentalmente las investigaciones de
Ángel Viñas, que el gobierno republicano no tenía otra opción, debido a la
hostilidad que habían mostrado hacia la República los bancos de Gran Bretaña y
Francia, por lo que la Unión Soviética era la única que garantizaba armamento y
alimento a cambio de oro. Por el contrario Pablo Martín-Aceña, un investigador
especializado en la financiación de la Guerra Civil, cree que el gobierno de la
República decidió con precipitación antes de haber explorado otras opciones, como
Francia e incluso Estados Unidos.276

La propaganda franquista dijo que el oro del Banco de España (al que llamó el «oro
de Moscú») había sido robado por la República y entregado a Stalin sin
contrapartidas,277 pero las investigaciones de Ángel Viñas han demostrado que el
«oro de Moscú» se gastó en su totalidad en compras de material bélico. Por su parte
el Banco de Francia adquirió 174 toneladas de oro, una cuarta parte del total de
las reservas, por las que pagó a la Hacienda republicana 195 millones de dólares.
En total, entre el «oro de Moscú» (tres cuartas partes de las reservas del Banco de
España) y el «oro de París» (una cuarta parte, del que la propaganda franquista
nunca habló) las autoridades republicanas obtuvieron 714 millones de dólares que
fue el coste financiero de la Guerra Civil para la República. En Rusia no quedó
nada del oro español y las reservas estaban prácticamente agotadas en el verano de
1938. El problema fue que debido a la política de «no intervención» en muchas
ocasiones los emisarios de la República fueron estafados por los traficantes de
armas que les vendieron equipos obsoletos a precios mucho mayores del coste
real.278 Los gobiernos republicanos también fueron estafados por la propia Unión
Soviética, como ha señalado Gerald Howson, o por Polonia y otros países que
abusaron de la precaria situación republicana para venderles «chatarra bélica».279

Por su parte el bando sublevado, como no contaba con oro, sufragó la mayor parte
del coste de la guerra (unos 700 millones de dólares, una cantidad similar a la
gastada por la República) mediante créditos obtenidos de Italia y de Alemania.280
La Alemania nazi se cobró una parte del material de guerra que suministró «en
especie» (un sistema ideado por Hermann Goering) con alimentos, materias primas y
minerales españoles que llegaban a Alemania a través de dos compañías creadas con
tal fin (HISMA y ROWAK). Algo parecido ocurrió con Italia, por lo que las dos
potencias fascistas sustituyeron a Francia y Gran Bretaña como los primeros
clientes comerciales de España.281 Asimismo los sublevados también obtuvieron ayuda
económica y financiera de empresas y hombres de negocios de Gran Bretaña, Francia y
los Estados Unidos, especialmente de aquellos que más simpatizaban con la «causa
nacional» (por ejemplo, las empresas norteamericanas y británicas Texaco y Shell
les vendieron a crédito petróleo durante toda la guerra)282 o que poseían intereses
comerciales en España (como la corporación norteamericana ITT, que aportó al menos
10 millones de dólares y facilidades crediticias a cambio de conservar sus
monopolios de telecomunicaciones en el país).283 El bando sublevado también recibió
ayuda financiera de españoles ricos como Juan March, que aportó 15 millones de
libras esterlinas, o del exrey Alfonso XIII, que donó 10 millones de dólares.284285

La Iglesia y la guerra civil española


Artículo principal: Iglesia católica y guerra civil española
La Iglesia católica en la zona sublevada
Aunque la motivación religiosa no aparece en ninguno de los bandos de
pronunciamiento del golpe de Estado en España de julio de 1936,286 la conversión
del golpe de Estado en una «cruzada» o «guerra santa» en defensa de la religión, se
produjo rápidamente, lo que resultó muy oportuno para legitimar el golpe
militar.287 Esta sacralización de la guerra se acentuó sobre todo cuando comenzaron
a llegar a la zona sublevada las primeras noticias de la salvaje persecución
religiosa que se había desencadenado en la zona republicana, donde el alzamiento
militar había fracasado.288 José María Pemán, uno de los principales ideólogos del
bando sublevado escribió: «el humo del incienso y el humo del cañón, que sube hasta
las plantas de Dios, son una misma voluntad vertical de afirmar una fe y sobre ella
salvar un mundo y restaurar una civilización».289

El papa Pío XI, fotografiado en su despacho


La mayoría de los obispos españoles esperaron a que el Vaticano se pronunciara
antes de hacer pública su visión de la guerra, pero esto no ocurrió hasta el 14 de
septiembre de 1936 cuando el papa Pío XI pronunció el discurso La vostra presenza
en su residencia veraniega de Castelgandolfo en una audiencia pública a un grupo de
unos 500 católicos españoles que habían conseguido huir de la zona republicana,
muchos de ellos gracias a la ayuda de las autoridades republicanas, especialmente
de la Generalidad de Cataluña. Pero en el discurso el papa no utilizó el término de
«cruzada» para referirse al conflicto bélico en España sino el de «guerra civil»
«entre los hijos del mismo pueblo, de la misma madre patria» e hizo una exhortación
final a amar a los enemigos.290 De hecho, en la zona sublevada, del discurso solo
se publicaron aquellos párrafos que parecían ratificar la condición de cruzada de
la guerra civil y se suprimió toda la segunda parte en que se exhortaba a amar a
los enemigos. Los obispos españoles, que al principio solo conocieron el discurso
de Pío XI en esta versión propagandística, hicieron públicas inmediatamente
encendidas pastorales a favor de los sublevados, entre las que destacó la del
obispo de Salamanca Enrique Pla y Deniel, publicada el 30 de septiembre de 1936,
solo un día antes de que el general Franco fuera proclamado generalísmo y jefe del
Gobierno del Estado, bajo el título Las dos ciudades y en la que declaraba la
guerra como una «cruzada por la religión, la patria y la civilización» (cuando Pla
y Deniel conoció la versión completa no se retractó en absoluto de su pastoral,
como tampoco lo hicieron el resto de obispos).291 De esta forma «Franco contó con
el apoyo y bendición de la Iglesia católica».292 En el mismo sentido se expresó el
cardenal Isidro Gomá, arzobispo de Toledo y primado de España:
¿La guerra de España es una guerra civil? No; una lucha de los sin Dios [...]
contra la verdadera España, contra la religión católica.
La Guerra de España, 1936–1939, página 261.

El lehendakari Aguirre en el exilio francés (abril de 1939)


Se planteó un grave problema para la idea de «cruzada» defendida por el bando
sublevado cuando el Partido Nacionalista Vasco (PNV), un partido católico,
permaneció fiel a la República (por lo que en el País Vasco republicano, que
comprendía Vizcaya y Guipúzcoa, no hubo persecución religiosa, ninguna iglesia fue
incendiada ni clausurada y el culto católico se desarrolló con normalidad), lo que
debilitaba la concepción de la Guerra Civil como una «cruzada». Por eso el 6 de
agosto de 1936, solo tres semanas después del golpe de julio, el obispo de Vitoria
(cuya diócesis abarcaba entonces también Vizcaya y Guipúzcoa, además de Álava)
Mateo Múgica y el obispo de Pamplona Marcelino Olaechea, publicaron conjuntamente
una «Instrucción Pastoral» (que en realidad había sido escrita por el cardenal
primado de Toledo Isidro Gomá) en la que instaban a los nacionalistas vascos a que
pusieran fin a su colaboración con la República.293 En la «instrucción pastoral», y
en otros escritos posteriores del cardenal Gomá sobre la «cuestión vasca», se hace
referencia a los sacerdotes asesinados en las primeras semanas de la guerra por los
«nacionales», y no por los «rojos», y cuya muerte en cierta forma justifica por ser
«separatistas». El asesinato de estos sacerdotes motivó las protestas del obispo de
Vitoria Mateo Múgica Urrestarazu que fue respondida por la Junta de Defensa
Nacional con la exigencia al Vaticano de que fuera destituido de su obispado y
abandonara España, a pesar de haber apoyado el «alzamiento» (el 14 de octubre de
1936 el obispo Múgica salió camino del exilio).294 Esta «cuestión vasca» reapareció
cuando el País Vasco republicano fue ocupado por los «nacionales» en junio de 1937,
a causa de que la represión también incluyó a numerosos sacerdotes vascos
«separatistas» que fueron encarcelados por el delito de «rebelión».295

Dos meses después se hizo pública la Carta colectiva de los obispos españoles con
motivo de la guerra en España que fue redactada por el cardenal primado de Toledo
Isidro Gomá a instancias del «Generalísimo» Francisco Franco que le pidió el 10 de
mayo de 1937 que, dado que el episcopado español le apoyaba, publicara «un escrito
que, dirigido al episcopado de todo el mundo, con ruego de que procure su
reproducción en la prensa católica, pueda llegar a poner la verdad en su punto».296
La «verdad» que pretendía el general Franco que se difundiera en este documento
estaba destinada a contrarrestar la condena hecha por amplios sectores del
catolicismo europeo y americano más avanzado de los asesinatos cometidos por los
«nacionales» de catorce sacerdotes en el País Vasco y de miles de obreros y
campesinos en toda la zona sublevada, además de su rechazo a considerar a la guerra
civil española como una cruzada o guerra santa.297

El objetivo que perseguía Franco con la carta colectiva de ganarse a la opinión


católica mundial en favor de la causa del bando sublevado lo logró plenamente
porque prácticamente los obispos de todo el mundo adoptaron a partir de entonces el
punto de vista sobre la guerra civil española que manifestaba la carta colectiva,
sobre todo por la descripción que se hacía en ella de la persecución religiosa que
se había desencadenado en la zona republicana.298 Sin embargo, cinco obispos no la
suscribieron. Entre ellos se encontraba el obispo exiliado de Vitoria Mateo Múgica
Urrestarazu que «no podía firmar un documento en el que, respondiendo a la
acusación de que en la zona franquista también había una dura represión, se
elogiaban los principios de justicia y el modo de aplicarla de los tribunales
militares».299 Tampoco la firmó el cardenal Vidal y Barraquer, que era sin duda el
caso más significativo de los cinco porque se trataba tal vez de la figura más
destacada de aquel momento de la Iglesia Católica en España. La negativa a firmar
la carta se basó en que él «creía que en aquella guerra fratricida la Iglesia no
debía identificarse con ninguno de los dos bandos, sino más bien hacer obra de
pacificación».299

Coronación del papa Pío XII, marzo de 1939


El Vaticano anunció que iba a reconocer plenamente al bando sublevado, en medio del
derrumbe del frente de Aragón de la primavera de 1938, cuando comunicó que iba
nombrar un nuncio que sustituiría al «delegado papal» Ildebrando Antoniutti, que
desde julio de 1937 había detentado la representación pontificia ante el
generalísimo Franco. El designado por el papa Pío XI fue monseñor Gaetano
Cicognani. Presentó sus cartas credenciales a Franco el 24 de mayo, y un mes
después, el 30 de junio, hacía lo mismo «en solemnes audiencia» ante Pío XI el
embajador de la «España nacional» ante el Vaticano, José Yanguas Messía.300

Cuando se produjo el triunfo de los «nacionales» en la guerra, la «Iglesia


española, que se había adherido masivamente al alzamiento, se volcó con entusiasmo
en las fiestas de la victoria sobre la otra media. Y la misma Santa Sede, que
durante la mayor parte del conflicto se había mostrado tan reticiente, al final se
sumó también a las celebraciones».301 El 1 de abril de 1939, el mismo día en que
Franco emitió el famoso «último parte» en el que proclamaba «la guerra ha
terminado», el papa Pío XII (el cardenal Pacelli que el día 2 de marzo había sido
nombrado papa tras la muerte de Pío XI) felicitaba telegráficamente a Franco por su
«victoria católica»:302 Dos semanas después, el 16 de abril de 1939, Radio Vaticano
difundió un mensaje leído por el propio papa Pío XII que decía:303
Con inmenso gozo nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la Católica
España, para expresaros nuestra paterna congratulación por el don de la paz y de la
victoria, con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y
caridad, probado en tantos y tan generosos sufrimientos.
El 20 de mayo de 1939, un mes después del desfile de la Victoria presidido en
Madrid por Franco, tuvo lugar en la Iglesia de Santa Bárbara de Madrid) una
ceremonia político-religiosa «medievalizante que quería representar en forma de
drama sacro la ideología de la guerra santa que acababa de concluir» en la que el
general Franco con uniforme de capitán general, camisa azul (de Falange) y boina
roja (de los requetés) acompañado de su esposa entró bajo palio en el templo
(mientras el órgano hacía sonar el himno nacional) donde ofrendó la espada de la
victoria a Dios.304 A continuación el cardenal Gomá, que presidía la ceremonia
acompañado de diecinueve obispos (y en presencia del nuncio del Vaticano monseñor
Cicognani), bendijo al «caudillo» hincado de rodillas ante él:305
El señor sea siempre contigo. Él, de quien procede todo Derecho y todo Poder y bajo
cuyo imperio están todas las cosas, te bendiga y con amorosa providencia siga
protegiéndote, así como al pueblo cuyo régimen te ha sido confiado. Prenda de ello
sea la bendición que te doy en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Días después, el 11 de junio de 1939, es el propio papa Pío XII quien recibe en
ceremonia solemne en el Vaticano a tres mil trescientos legionarios en el marco de
una gira de celebración de la victoria por Alemania e Italia (el día antes habían
desfilado ante Mussolini), delegación encabezada por el ministro Ramón Serrano
Suñer. El pontífice bendijo a las tropas y afirmó que habían sido "los defensores
de la fe y de la civilización".306

La Iglesia católica en la zona republicana

Milicianos vestidos con ropas litúrgicas tras el saqueo de una iglesia. Madrid,
1936.
Sobre todo durante los primeros meses de la guerra en la zona republicana se desató
una salvaje persecución religiosa con asesinatos, incendios y saqueos cuyos autores
fueron «los extremistas, los incontrolados y los delincuentes comunes salidos de
las cárceles que se les sumaron», todo ello inmerso en la ola de violencia desatada
contra las personas y las instituciones que representaban el «orden burgués» que
quería destruir la revolución social española de 1936 que se produjo en la zona
donde el alzamiento militar fracasó.288 «Durante varios meses bastaba que alguien
fuera identificado como sacerdote, religioso o simplemente cristiano militante,
miembro de alguna organización apostólica o piadosa para que fuera ejecutado sin
proceso».307

En cuanto al número de víctimas un folleto de propaganda franquista editado en


París en 1937 cifró el número en 16 750 sacerdotes y el 80 % de los miembros de las
órdenes religiosas. Estas cifras se mantuvieron como las oficiales durante las dos
primeras décadas de la dictadura franquista hasta que en 1961 el sacerdote Antonio
Montero Moreno (que después sería obispo de Badajoz) publicó el único estudio
sistemático y serio que se ha realizado hasta ahora, citando por sus nombres a las
víctimas. Según ese estudio titulado Historia de la persecución religiosa en España
1936-1939308 fueron asesinados en la zona republicana 12 obispos, 4184 sacerdotes
seculares, 2365 religiosos y 263 monjas.309 Queda pendiente conocer el número de
los seglares católicos que fueron asesinados no por lo que supuestamente hubieran
hecho individualmente sino por pertenecer a una asociación confesional católica o
meramente por ser católicos practicantes.310

Lo que las investigaciones posteriores a la de Montero Moreno han aclarado es que


el mayor número de asesinatos se produjo entre julio y septiembre de 1936 cuando
los miembros del clero eran apresados y ejecutados sin ningún tipo de juicio. A
partir de la última fecha comenzaron a funcionar los tribunales populares bajo el
impulso del nuevo gobierno de Largo Caballero que dieron unas mínimas garantías
jurídicas a los detenidos y las condenas solían acabar con penas de prisión y no
con la muerte. Tras los sucesos de mayo de 1937 y la formación del gobierno de Juan
Negrín en el que el ministerio de justicia fue ocupado por el católico del PNV
Manuel de Irujo cesaron completamente los asesinatos y la mayoría de los sacerdotes
que estaban en prisión fueron puestos en libertad. Sin embargo, la prohibición del
culto público católico continuó así como otras medidas revolucionarias. solo al
final de la guerra con la desbandada del ejército republicano hacia la frontera
francesa volvieron a producirse nuevas víctimas entre los miembros del clero, entre
las que destaca el obispo de Teruel Anselmo Polanco Fontecha.311 Así pues, según el
historiador y monje benedictino Hilari Raguer, «no se puede negar la trágica
realidad de las matanzas del verano del 36, pero es confusionario pretender que el
terror hubiera durado hasta el final de la guerra».311

Las autoridades republicanas (especialmente los gobiernos autónomos de Cataluña y


del País Vasco) intentaron evitar los asesinatos de sacerdotes y religiosos, y en
general de las personas de derechas y de militares. En el País Vasco el gobierno de
José Antonio Aguirre consiguió dominar la situación y allí no hubo persecución
religiosa. En Cataluña, a pesar de que el poder efectivo lo tenían los cientos de
comités revolucionarios fundamentalmente anarquistas que habían surgido tras la
derrota de la sublevación del 19 de julio, la Generalidad presidida por Lluís
Companys consiguió poner a salvo a miles de personas de derechas amenazadas, y
entre ellas numerosos sacerdotes (empezando por la cabeza de la Iglesia en
Cataluña, el arzobispo de Tarragona cardenal Vidal y Barraquer que había sido
detenido por un grupo de milicianos) y religiosos (entre ellos 2142 monjas),312
concediéndoles pasaportes y fletando barcos franceses e italianos para que pudieran
huir al extranjero,313 aunque no pudo evitar que cientos de ellos fueran ejecutados
por ser católicos.314

José Antonio Aguirre durante un discurso en el Aberri Eguna de 1933 celebrado en


San Sebastián.
Sin embargo, a pesar de todas estas iniciativas, la Iglesia y el culto católico en
la zona republicana, excepto en el País Vasco, habían desaparecido. En un informe
interno presentado ante el Consejo de Ministros el 7 de enero de 1937 el ministro
católico sin cartera del PNV Manuel Irujo denunció que en el «territorio leal»
«todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y
absolutamente suspendido». Asimismo, afirmaba Irujo, «todos los conventos han sido
desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos» y «sus edificios, objetos
de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados o
derruidos». «Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y
fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados,
continúan aún».315 Acabado su informe Irujo pidió al resto de miembros del gobierno
de Largo Caballero que aprobaran el restablecimiento de la libertad de conciencia y
de la libertad de cultos reconocida en la vigente Constitución de 1931, pero su
propuesta fue rechazada por unanimidad por entender que la opinión pública lo
desaprobaría debido al alineamiento de la Iglesia católica con el bando sublevado,
además de aducir el viejo (y falso) argumento, pero muy extendido, de que desde los
templos se había disparado contra las fuerzas leales y contra «el pueblo».316

La excepción la constituyó el País Vasco republicano pues allí no hubo persecución


religiosa y el culto católico se desarrolló con normalidad. La razón fue que el
Partido Nacionalista Vasco (PNV), un partido católico, permaneció fiel a la
República.293

En el gobierno que formó el socialista Juan Negrín tras los sucesos de mayo de 1937
el católico y nacionalista vasco Manuel Irujo ocupó el ministerio de Justicia que
era el departamento que tradicionalmente en España se ocupaba de los asuntos
religiosos. El encargo que recibió Irujo de Negrín fue que intentara normalizar la
vida religiosa en la zona republicana.317 El primer fruto de la nueva política fue
la tolerancia al culto doméstico por lo que las misas celebradas en casas
particulares ya no fueron perseguidas ni, con algunas pocas excepciones, daban
lugar a detenciones, a pesar de que en ocasiones se convertían en reuniones
favorables a los sublevados.318

En cuanto al restablecimiento del culto público el gobierno se encontró con la


rotunda oposición de los anarquistas, por un lado, y, por otro, por la de algunos
católicos republicanos y de las autoridades eclesiásticas que pensaban que las
iglesias no se podían reabrir sin más olvidando los asesinatos y los incendios de
los primeros meses de la guerra, además de que todo ello se podría convertir en un
instrumento de la propaganda republicana.319 El gobierno llegó a enviar en secreto
a Roma a un eclesiástico para que hiciera saber al Vaticano su propósito de
normalizar la vida eclesiástica y reconciliarse con la Iglesia.320 Pero la
respuesta del Vaticano fue evasiva sin comprometerse en nada.321

Un nuevo gesto de reconciliación con la Iglesia se produjo el 17 de octubre de 1938


cuando cuatro ministros del gobierno presidieron el entierro católico del oficial
vasco capitán Vicente Eguía Sagarduy muerto en combate, al que se le dio gran
publicidad en la prensa y que tuvo gran impacto a nivel internacional.322 El paso
siguiente fue la creación el 8 de diciembre de 1938 del Comisariado de Cultos de la
República encargado de proteger la libertad religiosa y de cultos, al frente del
cual Negrín nombró a un colega católico y amigo suyo Jesús María Bellido
Golferichs, que aceptó el cargo «cumpliendo un deber de católico». Pero el culto
público no tuvo tiempo para ser restablecido a causa de la ofensiva de Cataluña que
lanzó el «Generalísimo Franco» el 23 de diciembre de 1938 y que en solo mes y medio
ocupó toda Cataluña. Así pues, la reapertura de los templos católicos en Cataluña
no fue obra de la República sino que la trajeron las tropas de Franco (cuando ya se
habían hecho los preparativos para reabrir al culto una de las capillas de la
catedral de Tarragona, los «nacionales» entraron en la ciudad el 15 de enero).323

La represión en las retaguardias


Artículo principal: Represión en la zona republicana durante la guerra civil
española
Artículo principal: Represión en la zona sublevada durante la Guerra Civil Española

Carteles propagandísticos de la guerra civil española expuestos en el Museo del


Ejército en Toledo.
Como ha destacado el historiador Fernando del Rey Reguillo, «la guerra civil,
guerra también entre paisanos y vecinos en las comunidades rurales, brindó la
oportunidad de liquidar a los adversarios a la primera de cambio, siquiera de forma
selectiva y profiláctica; unos adversarios que habían sido demonizados por el
lenguaje político durante años y que había que eliminar no ya en el frente sino en
la misma retaguardia. [...] Tanta sinrazón no fue producto del conflicto bélico sin
más. La lógica de la guerra indudablemente pesó, pero los factores que llevaron a
la quiebra de la convivencia democrática se remontaban mucho más atrás, incluso más
atrás de 1931. [...] Su expresión más dura, más cercana y, en suma, más brutal se
materializó en los universos pequeños —"en provincias"—, en los pueblos y aldeas
donde en gran medida se jugó la supervivencia y la estabilidad de la República,
esos espacios aparentemente modestos en los que las retóricas de la intransigencia
y las lógicas de la exclusión hicieron estragos entre los vecinos —paisanos todos—
una vez se vulneraron sin pudor las reglas del juego democrático».324

Posiblemente el más divulgado de los crímenes llevados a cabo por el bando


sublevado, debido a la relevancia del protagonista, sea el del poeta y dramaturgo
Federico García Lorca en el barranco de Víznar en Granada. También adquirió gran
relevancia la masacre de Badajoz, perpetrada por las tropas sublevadas tras la toma
de la ciudad. Por parte del bando republicano el crimen de consecuencias más
trágicas fueron las Matanzas de Paracuellos entre el 7 de noviembre y el 4 de
diciembre de 1936 (presos de las cárceles de Madrid, entre los que se encontraba el
dramaturgo Pedro Muñoz Seca junto otras personas, intelectuales, religiosos,
políticos y militares, que fueron asesinados, la mayoría en la localidad de
Paracuellos de Jarama). Especialmente cruel para la población fue el caso de las
localidades que fueron intermitentemente ocupadas por ambos bandos, con las
consiguientes y repetidas ejecuciones y venganzas.

En la zona bajo control de la República, los enfrentamientos entre milicias y


facciones opuestas también sirvieron de coartada a episodios de represión
sangrientos, como en el caso de las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona, narradas
por el escritor inglés George Orwell en su obra Homenaje a Cataluña, basada en su
experiencia de primera mano.

Investigación de los crímenes


Terminada la guerra, el bando republicano fue acusado por el bando sublevado de la
comisión de crímenes desde los primeros días de la guerra. Las principales
acusaciones se refieren a la persecución religiosa contra los católicos,325326 la
creación de centros de detención semiclandestinos (checas) donde se torturaba y
asesinaba a los sospechosos de simpatizar con el bando contrario327 y la
realización de asesinatos masivos como las matanzas de la Cárcel Modelo de
Madrid328 y de Paracuellos.329 El régimen franquista promovió una extensa
investigación sobre estos hechos conocida como Causa General330331 que, pese a
haber sido realizada con parcialidad y sin las suficientes garantías procesales,
contó con abundantes pruebas documentales y testificales.

Por su parte, los delitos de los vencedores nunca fueron investigados ni


enjuiciados. Numerosas voces del ámbito jurídico como Baltasar Garzón (exmagistrado
español de la Audiencia Nacional), Carlos Jiménez Villarejo (fundador de la
asociación Justicia Democrática),15 Raúl Zaffaroni (penalista y magistrado de la
Corte Suprema de Argentina),16 así como diversas asociaciones de víctimas del
franquismo y otros, sostienen que el bando sublevado cometió actos de genocidio y
crímenes contra la humanidad, ya que en la documentación ahora disponible, como los
archivos militares de la época, se demostraría que sus planes incluyeron el
exterminio y persecución sistemática de la oposición política, la violación de las
mujeres de la zona republicana,332333 la imposición de tests físicos y psicológicos
a presos para vincular su ideología con enfermedades mentales o el robo sistemático
de niños a padres republicanos para eliminar la «contaminación» ideológica, a los
que todavía se oculta su verdadera identidad.

Por considerar que dichos actos, por su naturaleza de crímenes contra la humanidad
no pueden prescribir ni ser absueltos, el magistrado-juez Baltasar Garzón inició un
proceso para investigar los hechos, basándose en el que ya había impulsado
infructuosamente contra el exdictador chileno Augusto Pinochet, afirmando que no se
buscaba «hacer una revisión en sede judicial de la Guerra Civil».17 Entre otras
consideraciones, argumentó la acusación de genocidio de acuerdo con el derecho
español,f citando al auto 211/2008 del Juzgado Central de Instrucción número dos
(caso SS-Totenkopf o Genocidio nazi), mediante el cual se consideraba delitos de
genocidio y lesa humanidad los cometidos contra los españoles recluidos en los
campos de concentración nazis con motivaciones políticas o ideológicas.1718334 La
Audiencia Nacional decidió por mayoría de votos y sin hacer ninguna valoración
acerca del carácter delictivo de los hechos denunciados, que el Juzgado Central de
Instrucción número cinco dirigido por Garzón carecía de competencia objetiva para
investigarlos, al considerar extinguida la posible responsabilidad penal de los
investigados a causa de su fallecimiento.335 Los magistrados discrepantes
consideraron que el juzgado sí era competente al ser los hechos investigados
«delitos de lesa humanidad y genocidio», por constituir una «sistemática y masiva
eliminación de adversarios políticos» tras la contienda.336

Por otro lado, está abierto un proceso en el Tribunal de Estrasburgo de Derechos


Humanos para el estudio del "dinero rojo" incautado durante la contienda, estimado
en 40 millones de euros actuales.337

Consecuencias
Esta guerra, que ha durado 989 días, ha sido una de las luchas intestinas más
largas, sangrientas, costosas y brutales de la historia moderna.
Teniente coronel Henry B. Cheadle, agregado militar de Estados Unidos, 3 de abril
de 1939338
Consecuencias económicas
El pago del gasto de la guerra por ambos bandos fue muy elevado. El haber usado el
gobierno republicano las reservas de oro para comprar armamento acabó con las
reservas monetarias de la zona republicana. El bando sublevado tuvo que abonar
mucho dinero tras finalizar el conflicto, en gran parte dejando que Alemania
explotara las reservas mineras de la Península y del África española del momento,
por lo que hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial casi no tuvieron
posibilidad alguna de obtener ingresos. España había quedado devastada en algunas
zonas, con pueblos totalmente asolados. La economía española tardaría lustros en
recuperarse: terminada la guerra, el PIB había retrocedido a niveles de 1922 y no
se recuperaría hasta principios de los años 50.339

Víctimas de la guerra civil


Artículo principal: Víctimas de la guerra civil española

Fosa común en Estépar, provincia de Burgos, con 26 víctimas del bando republicano.
La excavación tuvo lugar en el mes de julio de 2014.
El número de víctimas civiles aún se discute. Algunos afirman que la cifra se
situaría entre 500 000 y 1 000 000 de personas.3 Muchas de estas muertes no fueron
debidas a los combates, sino a la represión en forma de ejecuciones sumarias y
paseos. Esta se llevó a cabo en el bando sublevado de manera sistemática y por
orden de sus superiores, mientras en el bando republicano se produjo de manera
descontrolada en momentos en que el gobierno perdió el control de las masas
armadas.340 Los abusos se centraron en todos aquellos sospechosos de simpatizar con
el bando contrario. En el bando sublevado se persiguió principalmente a
sindicalistas y políticos republicanos (tanto de izquierdas como de derechas),
mientras en el bando republicano esta represión se dirigió hacia simpatizantes de
la reacción o sospechosos de serlo y sacerdotes de la Iglesia católica, llegando a
quemar conventos e iglesias y asesinando a obispos, sacerdotes, religiosos y
religiosas. Es incalculable la pérdida en el patrimonio histórico y artístico de la
Iglesia católica, pues se destruyeron unos 20 000 edificios —entre ellos varias
catedrales— incluyendo su ornamentación (retablos e imágenes) y archivos.341342

El número de muertos en la guerra civil española solo puede ser estimado de manera
aproximada. El bando sublevado estableció una cifra de 500 000, incluyendo además
de los muertos en combate, a las víctimas de bombardeos, ejecuciones y asesinatos.
Estimaciones recientes arrojan esa misma cifra de 500 000 muertos o algo menos, sin
incluir a quienes murieron de malnutrición, hambre y enfermedades engendradas por
la guerra. La cifra de un millón de muertos, a veces citada, procede de una novela
de Gironella, que la justifica entre los 500 000 reconocidos y otros tantos cuya
vida resultó irremediablemente destrozada. Sin embargo, Gerald Brenan escribía ya
en el prólogo de El laberinto español (1943): "Además del millón o dos millones de
muertos, la salud del pueblo se ha visto minada por su secuela de hambre y
enfermedades. Cientos de miles están todavía en la cárcel. Tanto física como
moralmente, España es una ruina".

La represión franquista de la posguerra y el exilio republicano


Artículos principales: Represión franquista y Exilio republicano.

Refugiados republicanos trabajando de agricultores en Pachuca de Soto (México), los


españoles simpatizantes de la Segunda República española huyeron a otros lugares
ante la victoria del bando sublevado.
Tras la guerra, la represión franquista inició un proceso represivo contra el bando
perdedor, iniciándose una limpieza de la que fue llamada «la España roja» y contra
cualquier elemento relacionado con la República, lo que condujo a muchos al exilio
o la muerte, produciéndose el robo de bebés de padres republicanos, que aún a día
de hoy desconocen, en muchos casos, su identidad. Durante ese tiempo, hablar de
democracia, república o marxismo era ilegal y perseguible.
El exilio forzoso de muchos represaliados antes, durante y después de la guerra es
difícil de cuantificar. Según su situación geográfica y sus preferencias políticas
se optó entre salir por mar, cruzando el océano para pasar a países
hispanoamericanos en su mayoría, o los más pudientes para ir al Reino Unido. O por
tierra cruzando los Pirineos al lado francés, país que muchos eligieron por su
cercanía con España y su creencia de buena acogida, demostrándose su error con
hechos como los campos de concentración de Bram.

El exilio republicano se produjo en tres momentos. El primero fue la campaña del


Norte (marzo a noviembre de 1937). El segundo, la caída de Cataluña (enero a
febrero de 1939), durante la cual pasaron a Francia alrededor de 400 000 personas
(una cantidad tan importante que desbordó a las autoridades francesas, que tuvieron
que improvisar diversos campos de concentración, incluso en las playas, donde los
recluidos padecieron unas duras condiciones de vida; aunque casi la mitad de ellas
acabarían retornando a España). La tercera y última oleada se produjo al final de
la guerra, en los últimos días de marzo de 1939, cuando miles de republicanos se
dirigieron a los puertos de Levante para conseguir un barco que los llevara al
exilio, pero muy pocos lo consiguieron.343 Se calcula que en el mes de marzo de
1939 solo pudieron abandonar España entre 7000 y 7500 personas, incluidos los
marinos de la dotación de la Flota que huyó a Bizerta.344

Entre los exiliados se encontraba una parte significativa de las élites


intelectuales españolas que buscaron acomodo en otros países, especialmente en
México, lo que supuso una enorme pérdida de capital humano para España. Así por
ejemplo, «en febrero de 1942 el consulado general de México en Vichy censó a 13 400
españoles de formación superior que deseaban salir de la Francia ocupada; entre
ellos 1743 médicos, 1224 abogados, 431 ingenieros y 163 profesores de los 430 que
poseía España en 1936».345

Relaciones internacionales
Las repercusiones políticas y emocionales de la guerra trascendieron de lo que es
un conflicto nacional, ya que, por muchos otros países, la guerra civil española
fue vista como parte de un conflicto internacional que se libraba entre la religión
y el ateísmo, la revolución y el reaccionarismo. Para la Unión Soviética, Alemania
nazi y el Reino de Italia, España fue terreno de prueba de nuevos métodos de guerra
aérea y de carros de combate. Para Reino Unido y Francia, el conflicto representó
una nueva amenaza al equilibrio internacional que trataban dificultosamente de
preservar, el cual se derrumbó en 1939 (pocos meses después del fin de la guerra
española) con la Segunda Guerra Mundial. El pacto de Alemania con la Unión
Soviética supuso el fin del interés de esta en mantener su presión revolucionaria
en el sur de Europa.

En cuanto a la política exterior, la Guerra Civil supuso el aislamiento de España y


la retirada de embajadores de casi todo el mundo. Solo unos pocos países
mantuvieron relaciones diplomáticas con España desde el final de la Segunda Guerra
Mundial hasta el inicio de la Guerra Fría. A partir de los años 50, las relaciones
internacionales españolas, con el apoyo de EE. UU., pasan a ser casi normales,
salvo con los países del bloque soviético.

Las regiones devastadas


Artículo principal: Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones
Durante la guerra civil española de 1936 a 1939, muchos pueblos y ciudades
resultaron total o parcialmente destruidos. Una vez finalizada la guerra, se
constituyó la Dirección General de Regiones Devastadas, que asumió la función de
reconstruirlos.

Entre muchas poblaciones devastadas, se encontraron las siguientes:

Asturias: La Foz, Oviedo, Pendones y Tarna.


Cantabria: Las Rozas de Valdearroyo.
Castellón: Benafer y Chilches.
Extremadura: Mérida.
Guadalajara: Gajanejos, Hita, Masegoso de Tajuña.
Guipúzcoa: Éibar.
Huesca: Banariés, Banastás, Huerrios, Igriés y Lascascas.
Madrid: Brunete, La Hiruela, Prádena del Rincón, Villanueva de la Cañada y
Villanueva del Pardillo.
Jaén: Lopera, Higuera de Calatrava y Santiago de Calatrava.
León: Villamanín.
Teruel: Teruel e Híjar.
Vizcaya: Guernica y Luno, Durango y, en menor medida, Baracaldo.
Zaragoza: Belchite.
Memoria histórica
Artículo principal: Ley de Memoria Histórica

Mapa de fosas de la guerra civil española. Localización geográfica de las fosas o


lugares de enterramiento en el territorio español de las que se dispone
información, representadas con símbolos de diferentes colores según la actuación
realizada sobre cada una de ellas. Fuente: Ministerio de Justicia
En 2007 el Gobierno de España aprobó la Ley de Memoria Histórica, que intenta
restaurar la memoria y dignidad de los represaliados.346 Esta incluye renombrar
vías públicas con nombres franquistas, eliminación de símbolos falangistas de
monumentos, mapas de fosas comunes y exhumación de cadáveres, etc.347

Igualmente, otras administraciones económicas han actuado en la misma línea,348


llegando a pronunciarse a favor la ONU.349

En 2020 el Gobierno de España aprobó la Ley de Memoria Democrática, expandiendo así


la Ley de Memoria Histórica de Zapatero con medidas como la creación de un banco de
ADN y un censo de víctimas, la resignificación del Valle de los Caídos o la
prohibición de la Fundación Nacional Francisco Franco.350

La guerra civil en el arte


El tema de la guerra civil es el de mayor producción literaria de toda la
historiografía española,351 así como el más polémico y generador de debate social y
político (véase memoria histórica). Aunque hay un acuerdo casi unánime en las
fechas, los denominados revisionistas próximos al franquismo, proponen la
Revolución de 1934 como inicio de la guerra. La propia declaración del estado de
guerra fue divergente en ambos bandos: el Gobierno republicano no declaró el estado
de guerra hasta casi su final (para mantener el control civil de todas las
instituciones), mientras que el Gobierno de Franco no levantó la declaración hasta
varios años después de terminada (para garantizar su control militar).

Cine
Véase Categoría:Películas sobre la guerra civil española352

Realizadas durante la propia guerra, aunque también hubo películas de ficción (las
republicanas Aurora de esperanza —Antonio Sau, Barcelona, 1937—, Barrios bajos —
Pedro Puche, Barcelona, 1937— y Nuestro culpable —Fernando Mignoni, 1938— y cinco
películas nacionales de Benito Perojo y Florián Rey rodadas en los estudios
alemanes de la UFA, de género folclórico —ambiente reconstruido en La niña de tus
ojos, Fernando Trueba, 1998—),353 fueron fundamentalmente de género documental:

Bando republicano:

España 1936 (Luis Buñuel)


Sierra de Teruel (La esperanza o L'Espoir, de André Malraux, que también escribió
una novela con ese mismo título).
Tierra de España (Joris Ivens) producción estadounidense.
Tierra y Libertad (Ken Loach)
Bando sublevado:

Noticiario Español, 32 documentales (precedentes del NODO)


¡Vivan los hombres libres! (Edgar Neville, 1939)
Romancero marroquí (1938-39), sobre la intervención de tropas marroquíes
Fueron mucho menos numerosas, debido a la menor cantidad de productoras (ocho
frente a más de cincuenta republicanas);354 aunque existen documentales portugueses
(O caminho de Madrid), italianos (Arriba Spagna. Scene della guerra civile in
Spagna) y alemanes (In Kampf Gegen den Weltfeind o Legión Cóndor).355
Defensores de la Fe (Russell Palmer, 1938)356
Durante el franquismo (hasta 1975):357

Frente de Madrid (Edgar Neville, 1939), adaptación de la novela homónima del mismo
autor358359
Sin novedad en el Alcázar (Augusto Genina, 1940) italoespañola
Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941) con guion del propio Franco
Rojo y negro (Carlos Arévalo, 1942) censurada por su crudeza, a pesar de su
orientación falangista
El santuario no se rinde (Arturo Ruiz Castillo, 1949)
Desde 1975:360Ficción:

Las largas vacaciones del 36 (Jaime Camino, 1975); del mismo autor:
Dragon Rapide, que utiliza como título el nombre del avión en el que Franco salió
de Canarias
El largo invierno
Los niños de Rusia
Una vita venduta (Aldo Florio, 1976)
Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1984) adaptación de la obra de
Fernando Fernán Gómez
La vaquilla (Luis García Berlanga, 1985)
Réquiem por un campesino español (Francesc Betriu, 1985) adaptación de la novela de
Sender
¡Ay, Carmela! (Carlos Saura, 1990)
Tierra y libertad (Ken Loach, 1995)
Libertarias (Vicente Aranda, 1996)
La hora de los valientes (Antonio Mercero, 1998)
La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999)
El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001)
Soldados de Salamina (David Trueba, 2003)
La buena nueva (Helena Taberna, 2008)
La mujer del anarquista (Marie Noelle y Peter Sehr, 2009)
Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, 2019)
Documental:

Morir en Madrid (Frederic Rossif, 1963)


La vieja memoria (Jaime Camino, 1976)
Retablo de la guerra civil española (Basilio Martín Patino, 1980); el mismo autor
previamente había tratado la posguerra en Canciones para después de una guerra
(1971) y la figura de Franco en Caudillo (1974).
La guerra civil española (Granada Televisión, 1983)
El honor de las injurias (Carlos García Alix, 2007)361
El perro negro (historias de la guerra civil española) (Péter Forgács, 2005)362
Los niños de Morelia (Juan Pablo Villaseñor, 2004, México)363
Novela
La guerra civil española en la novela364
Por quién doblan las campanas (Ernest Hemingway), se hizo adaptación
cinematográfica.
Frente de Madrid (Edgar Neville)
Línea de Fuego Arturo Pérez-Reverte
La forja de un rebelde (Arturo Barea)
Réquiem por un campesino español (Ramón J. Sender)
Contraataque (Ramón J. Sender)
La fiel infantería (Rafael García Serrano)
Plaza del Castillo (Rafael García Serrano)
Cumbres de Extremadura (José Herrera Petere)
Niebla de cuernos (José Herrera Petere)
Cuerpo a tierra (Ricardo Fernández de la Reguera)
La retaguardia (Concha Espina)
Alas invencibles (Concha Espina)
Madrid, de corte a checa (Agustín de Foxá)
Los cipreses creen en Dios (José María Gironella)
Un millón de muertos (José María Gironella)
Ha estallado la paz (José María Gironella)
El corazón helado (Almudena Grandes)
El laberinto mágico (Max Aub), serie de cinco novelas:
Campo cerrado,
Campo de sangre,
Campo abierto,
Campo del moro,
Campo francés y
Campo de los almendros.
Las últimas banderas (Ángel María de Lera)
Los que perdimos (Ángel María de Lera)
El mono azul (Aquilino Duque)
Tanguy (Michel del Castillo)
Duelo en el Paraíso (Juan Goytisolo)
La novela número 13 (Wenceslao Fernández Flórez)
Sanco Panco (Salvador de Madariaga)
Volverás a Región (Juan Benet)
Herrumbrosas lanzas (Juan Benet)
Las hermanas coloradas (Francisco García Pavón)
El otro árbol de Guernica (Luis de Castresana)
Los años únicos (Carmen Díaz Garrido)
San Camilo, 1936 (Camilo José Cela)
Mazurca para dos muertos (Camilo José Cela)
Soldados de Salamina (Javier Cercas)
Tiempo de memoria (Carlos Fonseca)
La Capitana (Elsa Osorio)
El muro (Jean Paul Sartre)
El lápiz del carpintero (Manuel Rivas)
Cuentos de Madrid (César Arconada)
Capital de la gloria (Juan Eduardo Zúñiga)
El agente confidencial (Graham Green)
Madera de héroe (Miguel Delibes)
Inquietud en el Paraíso (Óscar Esquivias)365
La mula (Juan Eslava Galán)366
Un caso de narración contrafactual es la novela En el día de hoy de Jesús Torbado.
Relatos autobiográficos de gran valor literario e histórico son:367
Homenaje a Cataluña (George Orwell)
L'Espoir o La esperanza, (André Malraux, que también dirigió la película homónima)
Los grandes cementerios bajo la luna (Georges Bernanos)
La voz dormida (Dulce Chacón) sobre la que se hizo La voz dormida, adaptación
cinematográfica
(en francés) Pas pleurer (Lydie Salvayre)
Mil días de fuego (José María Gárate Córdoba)368
Cuento y relato
Muchos de los cuentos basados en la Guerra Civil española son, según Ignacio
Martínez de Pisón, «relatos concebidos desde el compromiso explícito con uno u otro
bando»... los autores de algunos de esos relatos colaboraron muy activamente en
labores de propaganda: Arturo Barea y María Teresa León para la España republicana;
Edgar Neville, José María Pemán o Agustín de Foxá para la nacional. Sin duda, en el
fragor de la contienda fueron muchos los escritores que se adaptaron a la situación
de emergencia y alteraron su sistema de prioridades: contribuir a la victoria
bélica, aunque fuera con algo tan modesto como una narración o un poema, estaría
siempre por encima de cualquier otra consideración».369

Literatura infantil y juvenil


A pesar de lo comprometido del tema, hay tratamiento del mismo en la literatura
infantil y juvenil.370371372

Teatro
Bando sublevado:

Cruz y espada, romance patriótico en cinco retablos (José Gómez Sánchez-Reina,


Granada, 1938)
A Madrid: 682, escenas de guerra y amor (presentado como guion para una película,
Juan Ignacio Luca de Tena)
De ellos es el mundo (José María Pemán, Sevilla y Zaragoza, 1938)
Algunas obras teatrales eran radiadas, como Miaja defiende la Villa y rinde culto a
Zorrilla (Joaquín Pérez Madrigal, por Radio Nacional desde Salamanca).373

La obra en Árabe 'Yusuf Melik Ispaniya' ‫(يوسف ملك إسبانيا‬Yusuf Rey de España) (de Alí
Al Tuma ‫ علي عدنان آل طعمة‬- Sharjah/Emiratos Árabes, 2015) trata de las aventuras de
un Regular durante el conflicto español. Engañado por sus hermanos, Yusuf emprende
escapar del ejército y de España. Es herido durante una batalla, se implica en una
relación prohibida con una española, encarcelado, rehabilitado y llega a ser
sargento en la policía militar y vengarse la injusticia a la que le sometieron sus
hermanos. La obra trata de temas de religión, propaganda de guerra, el orden
colonial y relaciones interculturales. Ganó el 'Premio de Sharjah por la
Creatividad Árabe' del año 2015.

Bando republicano:

Velada en Benicarló (Manuel Azaña, no representado hasta 1980)


Noche de guerra en el Museo del Prado (Rafael Alberti, 1956) recreando el traslado
de obras del Museo del Prado en 1936
Radio Sevilla (del mismo autor, pieza satírica breve representada durante la propia
guerra)
Posteriores a 1975:

Las bicicletas son para el verano (Fernando Fernán Gómez)


Larga noche de silencio. XXI Premio Enrique Llovet de Teatro (2010) (Pedro
Montalbán Kroebel)
Poesía
Bando sublevado

Poema de la Bestia y el Ángel (José María Pemán, el juglar de la Cruzada)


Bando republicano

Canciones de guerra (Antonio Machado)


Viento del pueblo. Poesía en la guerra (Miguel Hernández)
España, aparta de mí este cáliz (César Vallejo)
España en el corazón: himno a las glorias del pueblo en la guerra (Pablo Neruda)
No Pasarán (Octavio Paz)
Música
Bando republicano

A las barricadas374
La Internacional
Bandera Roja
Posteriores a 1975

Verdades escondidas de Lucía Sócam


Republicana Lucía Sócam
If You Tolerate This Your Children Will Be Next de Manic Street Preachers
1936 un pueblo en Armas de Sin Dios
Spanish Bombs de The Clash
For Whom The Bell Tolls de Metallica
No pasarán de Los Chikos del Maíz
Si Cojo el Fusil de Sons of Aguirre & Scila
Revistas satíricas
Bando sublevado

La ametralladora (por los que posteriormente trabajarán en La Codorniz)


Bando republicano

Be negre, Papitu (ambas catalanas); dibujantes: Tísner, Kalders (en Diari de


Barcelona), Puyol (en Frente Rojo).375
La Traca (valenciana); dibujantes: Bluff (fusilado después de la guerra),
Carnicero, Méndez Álvarez, Palmer
En las trincheras llegaron a circular más de 500 cabeceras376
Historieta
Bando sublevado

Flecha
Pelayos (dibujante: Valentín Castany)
Flechas y Pelayos (producto de la fusión de ambas, paralela a la fusión de las
distintos partidos en FET y de las JONS)
Chicos (Jesús Blasco, Emilio Freixas, Alcaide, Tomás)
Bando republicano

Pionero Rojo
En la democracia

Eloy o Río Manzanares de Antonio Hernández Palacios


36-39 Malos tiempos (2007-2008) de Carlos Giménez
Las serpientes ciegas (2008) de Felipe Hernández Cava y Seguí
El arte de volar (2009) de Antonio Altarriba/Kim
El ángel de la retirada (2010) de Serguei Dounovetz/Paco Roca
Nuevas Hazañas Bélicas (2011) de Hernán Migoya con varios dibujantes
Un médico novato (2013) de Sento
Los surcos del azar (2013) de Paco Roca
Pintura y escultura
La Exposición Internacional de París de 1937 alojó un Pabellón de España gestionado
por el gobierno de la República en que, entre otros testimonios de la guerra, se
presentó el Guernica de Pablo Picasso, la Fuente de Mercurio de Alexander Calder,
La Montserrat de Julio González, El campesino catalán en rebeldía de Joan Miró,
Descubierta y Fusilados de Modesto Ciruelos, Aviones Negros de Horacio Ferrer o El
pueblo español tiene un destino que conduce a una estrella de Alberto Sánchez
Pérez.

Artes gráficas, cartelismo y revistas


Bando sublevado:
Vértice (revista)377
Jerarquía (revista)
Ilustradores: Teodoro y Álvaro Delgado, José Caballero, J.J. Acha, J. Olasagasti y
Carlos Sáenz de Tejada.
Bando republicano

Hora de España
Mono Azul
Fotomontador: Josep Renau.
Cartelista: Carles Fontseré.378
Gran difusión tuvo el sello de ayuda internacional Aidez l'Espagne, de Joan Miró.
Fotografía
Robert Capa, autor, entre muchas otras, de la polémica instantánea Muerte del
miliciano (identificado como Federico Borrell, pero que podría ser otro de los
muertos en Cerro Muriano el 5 de septiembre de 1936), convertida en icono del siglo
xx.379
Agustí Centelles
Pelayo Más, recopilador de la serie de 169 fotos Martirio del arte y la destrucción
de la Iglesia en la España roja (80 de ellas de Toledo).380
Guglielmo Sandri, teniente del ejército italiano, tomó 4000 fotografías,
recuperadas en 1992.381
Videojuegos
Algunos videojuegos cubren combates de la guerra civil española:

1936, España en llamas, un mod del juego de la Segunda Guerra Mundial, Call of Duty
2.
El juego completo Sombras de guerra.
El juego Hearts of Iron IV.382

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