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"Señas hacia lo abierto. Los estados de ánimo en la obra de Heidegger" es un ensayo del
sacerdote y poeta que propone una reflexión sobre el asombro y apunta a la
introspección a partir de las tres vías de la mística.
El libro publicado por la editorial "El Hilo de Ariadna" empieza precisamente con una
reflexión sobre el asombro, el mismo estado anímico que según los griegos hace falta
para filosofar, para que cada uno piense la vida, para que no se la cuenten los demás.
"¿Asombre de qué?" pregunta el poeta. "Del irrepetible milagro de estar vivos", se
responde.
"Heidegger habla obsesivamente del olvido del ser, sí, hace tiempo que nos olvidamos
de ser, nos olvidamos de vivir. Miramos lo que hay en la vida, pero no lo que la vida
es", dice Mujica, sacerdote y autor de decenas de poemarios y libros de ensayos, nacido
en Avellaneda en 1942.
Para leer este trabajo no hace falta ser un especialista, "mi intención cuando escribo un
ensayo es pensarlo como una novela: tiene que explicarse en sí mismo, no con las ideas
que ya se traen o que se busquen fuera de él, aquí cada concepto está aclarado, nada se
da por descontado".
-Hugo Mujica: Claro, el libro es un camino que, a través del pensar de Heidegger,
termina, nos lleva, a lo abierto, a eso que se siente ante lo inmenso, el mar, una noche
estrellada. Nos lleva a soltar, a dejar llegar, o, de nuevo a asombrarnos de estar vivos, a
sentir la gratitud. Heidegger quiere devolvernos eso: el asombro de vivir y no desde lo
abstracto o la llamada metafísica Para esto, nos dice, solo se necesita la capacidad de
asombrarse ante lo simple y de acoger este asombro como lugar que habitar.
(Foto: Pepe Mateos)
-T: ¿El pensamiento de Heidegger tiene una deuda con la poesía?
-H.M: Cuando escribe "Ser y tiempo" lo hace planeando una segunda parte que no hace
porque siente que no había logrado expresar lo que quería, el lenguaje de la metafísica -
la mera razón- ya no transmite sentido, ya no vive. El lenguaje de la razón, digamos, ya
solo repite, no crea, dice pero no habla. Es ahí que Heidegger empieza a buscar dónde
aún hay una reserva de sentido y la encuentra en el arte, en particular en la poesía de
Hölderlin, y desde allí se abre a la posibilidad de volver a darle latido a la vida, ya no
está en manos del pensar sino del sentir, ya no se trata del conceptualizar sino del crear.
-H.M: Al libro lo dividí en vía purgativa, vía iluminativa y vía unitiva, las clásicas
divisiones de la tradición mística que rastreé en la obra de Heidegger, quien afirma: "la
más extrema agudeza y profundidad del pensamiento pertenecen al genuino y gran
misticismo". A la otra fuente de sentido, además del arte, Heidegger la encuentra en la
mística, tanto occidental como oriental. A la vía purgativa la llama "deconstrucción", yo
diría que es el proceso de cortar amarras, desnudarnos, desprogramarnos, todo eso que
Hegel o Marx llamaban "alienación". En términos heideggerianos sería liberarnos de la
inautenticidad del se": "se dice", "se hace", "se usa", ese nadie o nada que decide por
nosotros, que nos hace impersonales, nos hace otros nadie de tan igual a todos. Es
clarísimo y radical como lo resume: "Al impulso de vivir no hay quien lo aniquile; a la
inclinación de ser vivido por el mundo no hay quien la extirpe". Lo original de
Heidegger es que esta decisión por una vida propia, "auténtica", no la pone en manos
del pensarnos, la deja en manos de nuestros sentimientos, de la piel, el cuerpo, la
sensibilidad, todo lo menospreciado por la tradición occidental racional. Lo racional
para él no es lo opuesto a lo concreto sino a lo vital.
-T: Uno de los planteos del libro es cómo se transita de la angustia a la serenidad.
-H.M.: Heidegger lo define así, y yo con él: "El filósofo piensa el ser, el poeta nombra
lo sagrado". Habla de lo sagrado, no de religión. La religión es una pecera dentro del
mar, lo sagrado, la mística, es el mar entero, nosotros, por un rato, sus olas. Antes
preguntaste sobre la relación de Heidegger con la poesía, ahora de ella con la religión,
pensemos que en el origen del pensar occidental se pensaba la realidad sorprendiéndose
de que estuviera ahí, de que sea, y ese brotar de todo, de la tierra, era para ellos sagrado,
porque no era un acto humano, era algo divino, el don de la vida misma. Todo eso lo
sabemos porque aparece en casi todos los textos antiguos, escritos como poemas o en
ritmos poéticos. Quiero decir, en el origen no había divisiones según las ciencias o los
géneros. Algo de eso retoma Heidegger y por eso habla de pensar y no filosofar, por
eso, para mí, Heidegger pertenece a la tradición sapiencial, a una traición que busca el
sabor y no el saber de la vida, que no piensa sobre la vida sino desde la vida, la deja
manar.
-H.M: Asumir la muerte, la mía no la de los demás, hacerse cargo de la única certeza
que tenemos en esta vida: que vamos a morir, es vivir en la verdad, abrazar nuestra
finitud, no postergarla en "sí, pero no todavía". El contrapunto de la vida es que en ella
damos nacimiento a la muerte, si lo aceptamos, es ella, la muerte la que nos da la
eternidad porque cada instante es único e irrepetible y yo consecuentemente lo llamaría
eterno. Cuando a la finitud no se la compara con una supuesta eternidad más allá de esta
vida, la vida recobra su valor, su ahora, lo que Heidegger llama "la veneración del
milagro de ser". Nuestra época oculta la muerte y con eso nos priva de la hondura de la
vida, de que se vuelva celebración de vivir y no esperanza de otra vida o desesperanza
de nada.
-T: ¿Está linkeado con esa idea de despertar que sobrevuela el libro?
-H.M: Te contesto con un texto de Heidegger, uno de los más entrañables para mí: "El
despertar es un asunto de cada hombre individual, no depende de buena voluntad o
siquiera de su destreza, sino de su destino, de aquello que le acaece o no. Pero todo lo
azaroso solo llega a poder realizarse y se realiza cuando lo hemos esperado y podemos
esperarlo. Y la fuerza de la espera solo la gana aquel que venera un misterio".
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