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INDICE Isabel y el pdjaro Tue-Tué Por qué te amo... El perfume de Rosa Sino hubiera drboles... iSocorro, le temo a la noche! La mujer de la ventana El pequefio marinero “Robo” en la jardineria VevveVvvvs El Amo del Tiempo 19 23 35 4] ByL 61 as 89 Para Denise y Joseph, mis padres, que iluminan mi camino con Ia generosidad del alma Isabel y el pajaro Tue-Tué (Cuento libremente inspirado en una leyenda chilena) A Sergio y a su estrelita ejos, muy lejos, en un valle situado en el extremo sur L® mundo, donde el cielo es tan limpio que la noche parece iluminada por miles de velitas centelleantes, vivia una nifita llamada Isabel. Isabel, junto a sus padres, vivia al pie de una colina que verdeaba en un sector préximo a La Candelaria. Su hermosa casita celeste y blanca jugaba con las §ombras de grandes encinas, en medio de una inmensa plantacién de frutas. Desde la terraza, cubierta de flores todo el afio, podian verse las montafias nevadas de la cor- dillera de los Andes. Después del mediodia, Isabel iba a pasear a La Candelaria, acompafiada de su perro, Sumba. Ambos pasaban horas caminando y corriendo, y jugaban en un pequefio ria- chuelo donde el agua helada los refrescaba del intenso calor del verano. Al atardecer, sedientos y con mucha hambre, regresa- ban a la casita para comer en familia. Una tarde, los idres de Isabel invi- taron a unos vecinos y ; disfrutaron preparando un sabroso asado. Todos comieron y f bebieron, hablaron y rieron hasta F muy entrada la noche. La fiesta estaba F en su apogeo cuando se escuché un A la mafiana siguiente, al despertar, Isabel escuché que su mam sollozaba en la terraza y salié corriendo a ver qué ocurria. —Sumba estd4 enfermo —dijo su madre—, talvez muera. Seguro que el Tue-tué nos eché un maleficio. Isabel se desesperé ante la idea de perder a su mejor amigo y se lanz6 corriendo hacia La Candelaria. Corri6 y corrié hasta perder el aliento justo cuando llegaba a un pequefio torrente. Alli se dejé caer sobre una roca con la cabeza entre las manos. —Mi pobre Sumba... —solloz6. De pronto, alzando los ojos, divisé al Tue-tué, que la miraba silenciosamente a poca distancia. — Fuiste ti quien hizo que Sumba se enfermara? —le pregunto con tristeza. —Claro que no —respondis el pajaro—. Sumba comid demasiado ayer por la tarde... Pero sanara muy pronto, no te inqui < —Desgracia- damente —suspiré el Tue- tué—, sienten mucho temor de mi... Si yo intentase comunicarme con ellos, pensarian que estoy embrujado y me echarfan para siempre de La Candelaria. Y este rinc6n es mi reino. Aqutf, entre los arboles, los animales y los riachuelos, vivo feliz. A veces vuelo hasta las cimas nevadas de los Andes para embriagarme con el aire puro y contemplar el esplendor del sol. —Ni una sola vez has hablado con los hombres? —pregunté Isabel. —jOh, si! Pero fue hace mucho. En aquel tiempo iba yo a menudo a contarles historias a ellos y sus hijos. Pero un dia, después de haber hablado, reido y cantado juntos, un terremoto destruy6 todo en la regién. Entonces creye- ron que yo les habia traido esa desgracia, y desde entonces me temen y huyen de mi... 14 : —Pero, jy la muerte del caballo de Luis? —pregunté Isabel. —Estaba muy viejo —respondié el Tue- 6— y esa tarde su alma subi6 hasta las estrellas. La acompaiié un largo rato, pero habia partido muy alto en su viaje hacia el cielo. Ahora su alma es una estrella que brilla cada noche en el cielo, junto a miles de otras que también centellean como miles de velitas. — Como es a Volar? —le pre- gunto Isabel. —Es como hablar... Uno se siente libre... —Entonces, hablame —le pidi Isabel. El Tue-tué se aproximé a ella, le hablé al oido y la hizo viajar con sus palabras como si éstas eran las alas de un pdjaro sobre el viento. Le conté infi- nidad de cosas bellas que habfa visto durante sus vuelos. 15 Cuando el frescor de la tarde hizo repentinamente tiritar de : frio a la pequefia, el pajaro se alej6, murmurdndole: a —Regresa ahora a ver a Sumba, con seguridad se encuentra mejor... Y no te olvides de volver a verme... . Cuando la nifia lleg6 a casa, encontré a su perro recu- perado. A partir de ese dia, Isabel y Sumba se paseaban cada _ tarde por La Candelaria. Alli, el Tue-tué les narraba innume-_ rables historias, todas ellas muy hermosas. Asi fue como via- jaron juntos, transportados por las alas de las palabras, sobre jas montafias, mas alla del sol, mas alla de las estrellas. Al terminar el verano, el Tue-tué le dio a Isabel una de F sus plumas. : a —Recibe este regalo, princesita —le dijo—. Con esta : E pluma podras escribir todas las historias que te he contado y 2 muchas mds. —jOh, muchas gracias! —respondié Isabel—. Usaré esta pluma para escribir, pero sera tu historia la que contaré. Todos los nifios de este pais la leeran y asi nea mas ten- dran miedo de ti. Pods conti-~ nuar viviendo en La Candelaria. Y, po: 4 la tarde, vendrds a reir y charlar con los hombres. — —Tue-tué —respondié el pajaro. —Tue-tué —replicé Isabel. Sus risas cristalinas se elevaron en el aire haciend: eco en lo mas pro- fundo de las monta: fas e irradiandose. como estelas en la superficie de las aguas. Si, es una promesa: cuando Isabel sea grande, escribiré libros que enterneceran el corazén de _~ los ae y maravillaran a los eZ Porque te ama... hermosos suefios... Te amo mucho —murmura mama, apagando la luz. EF: hora de dormirse ya, mi tesoro, que tengas —Mamié, gpor qué me amas? —pregunta Lydu, sen- tandose en su cama. — Qué crees tt? —dice mamé, sentandose a su lado. — Porque... porque soy bonita? —jOh! —dice mamé—,, estoy muy orgullosa de tener una nifita hermosa, como ti... pero no es por eso por lo que te amo. Si no, no te habria amado cuando estuviste con vari- cela, con tu cara salpicada de botoncitos rojos. —Ah, si, es verdad —responde Lydu—. Entonces me amas porque tengo buenas notas en el colegio. —jOh! —dice mamé—, estoy muy orgullosa de tus buenos resultados... pero no es por eso por lo que te amo. 19 Si no, no te amarfa cuando obtienes una baja calificacién en clases. — ,Talvez me amas porque mantengo ordenadas las cosas en mi habitaci6n? —insiste Lydu. —jOh! —dice mamd—, estoy muy contenta cuando ordenas tu pieza... pero no es por eso por lo que te amo... Si no, no te amaria esos dias en que dejas todo en desorden. —T& me amas porque soy una hija buena —insiste Lydu. —jOh! —dice mamé—, soy feliz de tener una hijita buena... pero no es por eso por lo que te amo. Si no, no te amaria cuando te peleas con tu hermana. —Pero entonces —pregunta Lydu—, gpor qué me amas? Mami se inclina hacia Lydu y la besa en la frente. ‘Te amo porque ti eres MI NINA. Porque eres UNICA. Porque ti eres TU, y hagas lo que hagas, yo te amaré SIEMPRE. ) Lydu sonrié encantada. Y pregunts: —Mamié, iy tui sabes por qué te amo? _ at El perfume de Rosa A Luis, mi abuelo, quien mejor que nailie conocta el tenguaje de tas flores. n.una casita de piedra, E muy bonita, perdida en medio de las colinas, vivia un anciano llamado Luis. Detras de su casa habfa un jardin maravilloso, que estaba rodeado por un muro cubierto de hiedra y musgo verde. El viejo Luis amaba tanto su jardin, que pasaba alli la mayor parte del tiempo. Sus ojos jamas se cansaban de admirar los colores vis- tosos de sus plantas, en torno a las cuales revoloteaban nubes de mari- posas. Sus ofdos jamds se cansaban de escuchar el gorjeo de los pajaros o el susurro de las flores... 23 __...pues en el jardin del viejo Luis jlas flores sabian hablar! Desde el amanecer hasta la t puesta del sol, ellas murmuraban, parlotea- _ -bany refan. Y desde el _ amanecer hasta la puesta de ~ sol, el viejo Luis murmuraba, parloteaba y refa con sus flores. | Los dias transcurrfan ast, en la mas completa dicha, fa: hasta que... una her- mosa mafiana, nacié en el fondo del — } jardin una_ / flor peque- fita de un J suave color rosado. a 2 a nae E * ‘ —jOh, qué princesa tan p hermosa! —excla- maron a coro las” flores que estaban. é su alrededor. | A — pequefia hada —mur- muro, inclinandose hacia ella para depositar un beso sobre su frente. En ese instante, un perfume suave y dulce salié de la flor, se insi- ud en su nariz y penetré en el jardin de su corazon. 31 ¥ el viejo Luis, maravillado, comprendio el lenguaje de Rosa... Emocionado, apreté el macetero de porcelana contra su pecho y bajé al jardin. El perfume de Rosa comenz6 a difundirse sobre las flores y, como un velo de bruma, se poso delicadamente sobre cada una de ellas. —j Qué es esto? ;Qué ocurre? —se preguntaron, extrafiadas, En ese mismo instante, el perfume penetré en sus corazones y todas las flores comprendieron el lenguaje de Rosa. Pues hay secretos que no se dicen, y sin embargo son mas bellos que todas las palabras: basta sentirlos para comprenderlos. Desde ese dia, las flores no hablan con palabras. En el jardin del viejo Luis se escucha solo el murmullo del viento en el follaje de los arboles y el gorjeo de los pajarillos. Pero ese jardin esta cubierto de mil perfumes. | Y aquel que sepa detenerse un instante para aspirar- los, comprenderd el mas dulce de los lenguajes... 32 Si no hubiera arboles... Si no hubiera Arboles, no podria trepar por las ramas ni construir cabafias en medio del follaje ni reclinarme contra un tronco para descansar a la sombra. Sino hubiera arboles, no podria pasear por el bosque, los paisajes serian mon6étonos y al mirar hacia lo alto s6lo verfa el cielo. [si no hubiera Arboles, no habria manzanas ni cerezas, niduraznos ni damascos ni nueces ni castafias. 35 itia madera para calentarme ‘carbon ni petréleo ni gas. mama no podrfa cocinarme ricos platos de comida. Si no hubiera arboles, mi casa no tendria techo ni ventanas “ni piso ni muebles. Y sin mi pequefia cama, dria dormir sobre el suelo. Si no hubiera arboles, no habria papel ni diarios ni revistas, y no tendria este libro entre mis manos. Sino hubiera arboles, no habria suficiente oxfgeno en el aire } y no podria respirar. Ningtin animal, ningtin hombre ) podria sobrevivir en la Tierra. | Sino hubiera arboles, = no podria reir ni jugar con mis amigos | ni acurrucarme en los brazos de mama. jSocorro, le temo a la noche! a noche esté muy oscura. Dentro de la casa, donde todo es silencio, de pronto resuena un grito: —jMaméa! jMamé! jTengo miedo... Mami y papa correna la pieza de Leonor y encienden la luz. Sentada en el lecho, con el cubrecama tapandole los ojos, la nifia tiembla como una hoja. —Qué te sucede, mi amor? —pregunta mamé, atin semidormida. —jHay brujas en mi dormitorio! —exclama Leonor—. jY vuelan en sus esco- bas sobre mi cama para echarme una mal- dicién! —No te inquietes —la tranqui- liza papa—. Voy a revisar todos los rin- cones 'de esta habitacién. Papa inspecciona por todas partes: bajo la cama, detras de las corti- 41 amos a dejar una lam- dida junto a tu cama mamd4-—, asi no sentiras jAsime verdn mejor! Leonor—. Y apenas haya los ojos, saltaran sobre mi para Tarme jordazarme... —jSon ellas! ;Son ellas! ;Ya llegan! —grita Fcsnce afemiodvade. Papa sé preci- pita fuera de Ja-pi . ay largo de aqui, brujas! |Vaya: campo y no vuelvan a pon pies en esta casa! Luego regresa a la habitacion. —Te a or, que esta vez no se atreverdn a volver nunca ni 1 if i i 45 —~Por qué tanto alboroto? —rezonga el abuelo saliendo de su pieza—. Crei que pasaria un fin de semana tranquilo en vuestra casa, y no he logrado cerrar los ojos. Papa y mamié le explican la situacién. ~-jPero ustedes no conocen ¢l B AB. t dice asom- brad abuelo. El queceee? ae al mismo tiempo Leonor, mama y El D.A.B., Dispositivo Anti oa Es un método infalible contra las brujas —explica el abuelo—. Por medio de él uno se vuelve invisible a sus ojos, y asi ellas creen que no hay nadie y se van sin causar dafio. 7 ——jPuedes ensefiarme como se hace, abuelo? —pre- gunté Leonor. L —Es muy ee basta con que te Ponsa el pijama... al a Después, cada uno vuelve a su cama. Un nuevo crujido se escucha en el corredor. Escondida bajo su cubrecama, Leonor retiene la respi- racion. jPareciera que la puerta se abre! La nifia siente como si un soplido entrase a la pieza, json las brujas en sus escobas! Leonor se paraliza. Las siente revolotear por encima de ella, subir, bajar, sus escobas silbando en el aire. Pero de pronto el soplo se aleja. Se han ido. jEl D.A.B. funciona! Leonor no volveré a sentir miedo en la noche. Y mafiana, en la escuela, contard a todo el mundo el secreto del abuelo. Desde ahora, las brujas, los monstruos, los lobos y todos los malos no vendran nunca mas a asustar a los ninios... AS La mujer de la ventana a1 aramba, de nuevo alli! —exclama Marco. —{Qué miras? —pregunta Trini, mientras ambos caminan en direccién a la escuela. —La anciana, alla arriba, en la ventana del segundo piso, esa que se ve iluminada por una luz tenue... Cada manana nos espfa... ;me pone los pelos de punta! Levantando los ojos, la nifia divisa una silueta inm6- vil, el mofo levantado, que parece efectivamente observar hacia la calle. —Oh, jsabes? —dice Trini—, talvez esa mujer no tenga nada que hacer y se entretiene mirando por la ven- tana. No veo por qué te inquieta tanto... —Pero es a nosotros a quienes mira —afirma Marco—. Nos espia, y eso me pone nervioso. 51 Cada majiana, los dos nifios divisan la misma silueta en la ventana del segundo piso. Marco esté cada vez mas contrariado. Un dia, no resiste mas, se detiene en la vereda, deja su mochila y... jle saca la lengua a la mujer y sale corriendo! —{le sientes orgulloso? —le pregunta Trini en el patio de la escuela. —jNo me importa! —Si... eh...-es decir... no en verdad —tartamudea Marco—. En realidad, me habia acostumbrado a verla en la ventana todas las mafianas, camino a la escuela. Y... me pre- gunto ad6nde se habra ido. Al escuchar al nino, el conserje se tranquiliza: —Ella se enfermé —explica—. Parece que no tiene nada grave, pero deberé permanecer alguin tiempo en el hos- pital, donde le haran exdmenes... Lo que me preocupa es que su gato va a morir de hambre solito en el departamen- to... —Si usted quiere, yo podria ocuparme de eso —pro- pone Marco. —Esté bien, pero para comenzar, yo te acompafiaré... Deberds poner atencién para no ensuciar ni estropear nada del departamento. —jSe lo prometo! Un suave olor a lavanda flota dentro del departa- mento de la anciana, En los muros cuelgan muchos cuadros con fotos antiguas en blanco y negro... Delante de la ven- tana, como un trono, un gran sofa rojo y negro, con un bonito cojin de encaje justo en el lugar donde ella suele apoyar la 54 cabeza.)Y tendido sobre el piano, un gato atigrado mira a Marco y matlla placenteramente. —Hola, Minino —dice el muchacho—, no temas, voy a darte de comer. xe Cada manana, Marco sale de su casa un poco mas temprano y pasa a cuidar a Minino. Limpia su pocillo, lo ali- menta y juega con él. Un dia, el conserje le comunica que la senora Montes regresard esa tarde. —Seguramente estard muy contenta de conocerte. —Talvez —responde Marco, un poco inquieto. soe —Entre, estd abierto —contesta una voz débil cuando Marco golpea a la puerta. —Buenos dias, sefiora —dice el muchacho, avanzando hacia la ventana. La sefiora Montes esté sentada en su sofa. Una gran sonrisa ilumina su rostro marcado por los afios. —Buenos dias, Marco —responde ella—. Acércate. El conserje me ha hablado de ti. Me siento muy feliz de cono- certe. Me gustaria agradecerte... 55 —Primero, me gustaria excusarme... —murmura Marco. — Pero por qué? —Por las morisquetas, por haberle sacado la lengua... —tesponde el muchacho, enrojeciendo hasta las orejas. La sefiora Montes estalla en risas. —j(Por poco te sorprendo, pequefio! —responde ella al cabo de un momento. —{Sorprenderme? ;Por qué? —Porque yo estaba preparada para respon- derte. Desgraciadamente, cai enferma antes... Mira... —y la sefiora Montes hace a Marco la mueca mas espantosa que él jamas ha visto. Ambos estallan en carcajadas. ee A partir de ese dia, Marco visita a menudo a la sefiora Montes. El nifio le habla de la escuela, de sus compafieros, de sus juegos y también de sus pequefias preocupaciones. La dama le muestra sus fotos, le cuenta pasajes de su vida o toca para él una melodia en el piano. Comparten galletas y chocolate caliente, como si fueran dos viejos amigos. Y cada mafiana, Marco se detiene delante del edificio y saca una enorme lengua en direccién a la ventana del segundo piso, al tiempo que la anciana le devuelve una nueva morisqueta. El pequefio marinero Para Jordana y Lydwina, porque el perfume de sus corazones encarta mi existencia na hermosa tarde de verano, Pedrito jugaba en la playa. Corria incansablemente hacia las olas, llenando al ras su pequefio balde para luego vaciarlo dentro de un bid6n. El agua borboteaba ale- gremente por el gollete del bidén como un torbellino que se arremolinaba dentro del recipiente. Pero, de pronto, el agua se inmoviliz6... jestaba prisionera! —j(Déjame partir, Pedrito! —suplicé el agua desde el fondo del bidon. —jNo! —exclamé el nifio—. Te guardaré conmigo. En casa te vaciaré dentro de mi pequefia piscina y asf podré jugar contigo cuanto quiera... ;Por qué te dejarfa partir? Vamos a divertirnos juntos... —Yo —teplicé el agua— nacf para ir y venir a mi gusto y para vivir con los mfos: los millones de gotas de agua que forman el mar, para que todos los nifios del mundo puedan bafiarse y navegar sobre sus olas. Algunas veces me elevo al 61 cielo y me transformo en nube, luego vuelvo a caer sobre la tierra en finas gotitas... ;Por favor, Pedrito, déjame partir! Pedrito se puso a reflexionar. Al cabo de un momento, con el dolor de su corazén, devolvi6 el agua al mar. Un roe més lejos, el nifo atrapé un pez con su red © eché en su pequefio balde rojo. El pez comenz6 a dar vueltas, a girar en redondo y luego sobre si mismo, hasta marearse. De pronto se quedé inmé- ‘vil, ;se encontraba prisionero! —jDéjame partir, Pedrito! —suplic6é desde el fondo del balde. —jAh, no! —exclamé el pequefio—. Te lle- varé conmigo. Cuando Ileguemos a casa, te pondré en un hermoso acuario, donde podré mirar cémo nadas y darte de comer. ;Por qué te dejaria partir? Vamos a divertir- nos juntos... —Yo —repuso el pez— nacf para deslizarme en el mar con los mfos, para seguir las mareas y las grandes corrientes. Algunas veces me aventuro en las profundidades oscuras para luego subir a la superficie y poder admi a rar los rayos de sol... Por favor, Pedrito, déjame partir. 64 Entonces, Pedrito se puso a teflexionar. Luego de un momento, con el dolor de su coraz6n, devolvié el Al pie de un 4rbol, Pedrito encontré / una paloma que reposaba de un largo viaje. De inmediato, la atrapo y la encerré en una jaula. El ave se puso a arrullar y batié deses- peradamente las alas. Pero, de improviso, se qued6 inmévil, jestaba prisio- nera! —jDéame partir, Pedrito! —suplico detras de los barrotes de la jaula. —jAh, no! —exclamé el nifio—. Te llevaré conmigo y en casa te pondré en un gran palomar, donde escucharé tu arrullo todos los dias. zPor qué iba a dejarte partir? Vamos a divertirnos juntos... —Yo—replicé la paloma— naci para volar por el cielo y vivir conlos mios. Algu- nas veces llevo a los hombres mensajes \ Ss de paz cs \ oR y amor, y a menudo indico la ruta hacia tierra firme a los marinos extraviados... ;Por favor, Pedrito, déjame partir! Pedrito se puso a reflexionar. Después de un rato, con el dolor de su corazén, devolvié la paloma al aire. Hagia el Gnal-delactarde, Pedrito tr@p@ a ut pequeno-barco fy se dejé llevarper lasolas. Vero la corriente logprastee lejos, my lejos de la playa, Hasta—una isla desierta- Agotado, el nin se tenai sobre la arena y se durmi6. Durdijiesusueno 1a marca se llevé muy lejos su"$Bquiena embarcacion Cuando despert6, Pedrito se puso a correr por la orilla buscando a sus padres. Dio una vuelta completa a la isla, volviendo al punto de partida. De pronto se sent, inmévil: se encontraba solo sin poder volver con los suyos: jacababa de comprender que estaba prisionero! —Buenos dias, Pedrito —murmuro la isla desierta—. Bienvenido a mi casa. Vas a poder disponer todos los dias de frutas deliciosas y dulces, bafiarte en el mar y hacer la siesta a la sombra de las palmeras. Verds, la vida es maravillosa aqui, tranquila y solitaria... — Déjame partir, isla desierta! —suplicé Pedrito, al borde de las lagrimas. —jNo! —exclamé la isla desierta—. Me quedaré con- tigo. Hace tanto tiempo que espero a un nifio para que juegue conmigo... ;Por qué te dejaria partir? Vamos a diver- tirnos juntos... —Yo —replicé Pedrito— naci para crecer junto a los mios y vivir en armonia con ellos, para reir y jugar con mis amigos. ;Por favor, isla desierta, déjame partir! La isla desierta suspiré. —Quisiera dejarte partir, pero ya no tienes barco... Jamds podrias nadar tan lejos. De repente, las aguas levantaron una gran ola que deposité la pequefia embarcacién del nifio en la orilla. —jGracias! —exclamé Pedrito al mar. —Muy bien —dijo la isla desierta—, pero ni siquiera sabes en qué direccién hay que navegar. De pronto, un pececito sacé su cabeza; —Sigueme, Pedrito, voy a mostrarte e —Gracias —respondié el nit — Perfecto! —agreg6 la isl tus padres ya dejaron de buscarte. En ese momento, se sintis ¢ —jPequefio marinero! Ya he mami. Ellos te esperan en la otra ave con un arrullo. —Gracias —respondio Pedrito —jEntonces, adids, Pedrito! = desierta, con el dolor de su coraz6n—. Que te voy a extrafiar. fi Wal eipypgrs scan —jAdiés, isla desierta! —dijo Pedrito—. Pronto vol- veré a visitarte con mis padres y nos divertiremos juntos, ya lo verds. El nifio subié a su embarcacion y se alejé. .Iba tran- quilo, sentado cmos damente. Pronto reencontraria con $ padres.{ Y mienttas © navegaba hacia ellos, ~observaba “Robo” en la jardineria De abuelo, si pudieras cumplir el suefio mas increfble de tu vida, ;qué harfas? —pregunté la pequefia Malt. —Robaria una jardinerfa —respondié Enrique, sin la menor vacilaci6n. —j(Un robo, caramba!... 3Y por qué en una jardineria? —Porque seria algo romdntico. Siempre he amado tanto a las plantas, y ellas me han correspondido... —dijo Enrique, mirando su jardin—. Me gustarfa compartir una aventura con ellas, liberarlas de su prisién. En la jardinerfa estén encerradas como en un zooldégico. —Pero eso seria ilegal y también peligroso —exclamé Malt. —Fuiste ta quien me hablé de un suefio increible —replicé Enrique—. Después de todo, no me queda mucho tiempo. Talvez ya no esté aquf el préximo invierno... —Si, lo sé, abuelo ...—-suspiré la nifia. ee 73 es una pena iM hablamos, pe: i de ejercicios - i ¥ frente a su nieta. i) . Malt apeni zee \ ee a Esa tard : H dia siguiente, su papa neria, ‘ubicada n : ¢ planos, anoté cui al ptiblico. Luego, : nardo. — | Al d fueron a vis a toda } jia operacion ea eee reece ag iles minuto a minuto—agre 6 og ee sone Sino ae : : 0, eMOS € resgo de jue noes ren los gunrdios dela Le > oC =r erecta bolita dem impre desde som- : plied mama—. ee oe un ae Esa noche, los ojos ni un minut Analizé todo con mo Guidado, y os os 3 las ae nes paso a paso. : meee Buen trabajo —se dijo finalmente al ama - a n Roble, Abel ! : . eo a a omn oble, 4 A Blanco! dijo por Te escucho bi Abed = ri- a dponde sade? Be respondié Bm _ _ —Delante de las rejas. E ote : = fee - abrir y cerrar de las portezuelas, luego el click de los alicates que cortaron los alambres de una reja. : __—iVienen los perros! —exclam6 de pronto papa. ——Arréjenles la carne y stibanse al vehiculo —ordens Enrique. = ae Silencio. —1Ya esté, Gran Roble! Primera etapa terminada —anuncié mama. i : —Muy bien, jpasen a la siguiente! En el aparato de radio se escuchaba la respiracién — entrecortada de papa. —Tienen tres minutos para neutralizar la central de alarma —explicé Enrique a Mald. Se escuché el crujido de una puerta, después el sonido de un bip electrénico y golpes sobre una caja metilica... Pero, de pronto, la alarma comenzé a sonar. —jQué mala suerte! —exclamé Enrique— jSegura- mente os cambiaron el cédigo! = _.___=—No —respondio papa—. Creo que golpeé dema- __ siado pronto. : = 80. robo verda juntillas. —jCompletamente! —confirmé Mali—. Y ahora goza tanto con su jardin... Todo gracias a usted... Muchas gracias. ——Es que soy un sentimental y las plantas pueden guardarse aqui o en otra parte mientras duren los trabajos de reorganizacion del local. ee —Vamos, carifio, llévame al jardin —pidid Enrique, mientras Malti empujaba la silla de ruedas. Y el anciano paseaba entre las flores y los Arboles, hablandoles suavemente. “Se diria que las plantas lo comprenden”, pens6 Mali, observando las corolas que Pan abrirse un poco més, y las ramas que parecian tender sus brazos hacia el abuelo, y las hojas, que murmuraban dulcemente. Enrique tenia razon, ellas le correspondfan su amor. Y asi, las plantas iluminaron sus tiltimos dias con esa dulce luz que se Ilama felicidad. El Amo del Tiempo rase una vez, en un lejano pafs de Oriente, un E rey tan sabio y tan bueno que era amado y res- petado por todos sus stibditos. Como veia que se acercaba el otofio de su vida, se puso a pensar en su suce- sor, pues no queria abandonar este mundo sin haber desig- nado a un nuevo rey que tuviese gran sabidurfa y bondad con su pueblo. Ya habia casado a sus hijas mayores con principes de buenas familias, y todas ellas se habian ido a paises extran- jeros. Sélo la menor vivia atin a su lado. Bella, dulce e inteli- gente, era el sol que iluminaba los dias de su vejez. Precisamente, el sol era el gran enigma de su vida. Sin cesar, el rey escrutaba el cielo y observaba el curso del astro dorado con el propésito de determinar la hora. Pero cuando el dia amanecia cubierto de nubes, le costaba mucho indicar- les la hora a sus ministros. Entonces, la vida en el reino se desorganizaba completamente: el Consejo no sabia en qué momento era necesario reunirse para sus debates cotidianos 89 de las ocho, los jueces dudaban sobre la hora en que iban a comenzar sus audiencias de las diez, y el cocinero no sabia en qué minuto debia dar la orden de servir las comidas. Asi las cosas, el soberano quiso resolver este pro- blema: un dia, hizo proclamar en todo el reino que daria a su hija en matrimonio al hombre que pudiera demostrar que era el Amo del Tiempo. Semanas més tarde, un gran sabio vino a pedir audiencia. —Su Majestad —dijo el visitante, con un tono Ileno de orgullo—, le he trafdo un instrumento confeccionado con mis propias manos que le permitira constatar que yo soy el Amo del Tiempo. Muy intrigado, el rey siguié al sabio a la habitacion vecina, donde éste habia hecho instalar una gran maquina. Al ver el enorme monstruo de metal, el rey trato de retroce- der, pero como era muy curioso, vencié su temor inicial para asistir a la demostraci6n de tan extrafio aparato. Entonces, el sabio hizo girar una enorme Ilave en un costado de la maquina y muchas ruedas comenzaron a girar al mismo tiempo, crujiendo y chirriando tan fuerte que su ruido se escuchaba incluso en los jardines del palacio. —jAdmire usted mi obra maestra, Su Majestad! wy KCHAG : a] kchac #8) .KCHAC | ee FC o) —exclam6 el sabio—. Sin duda, esto prueba que yo soy el Amo del Tiempo. —Sefior, ciertamente es usted un experto en mecénica, pero de ningtin modo es el Amo del Tiempo. jVayase inme- diatamente de mi palacio! —dijo el rey, y se retird sin dar mayores explicaciones. Poco tiempo después, otro sabio, mas arrogante y orgulloso que el primero, Ileg6 a pedir audiencia con el Tey. Afirmaba con mucha grandilocuencia que habia inventado la maquina més extraordinaria del mundo y Ppresenté tam- bién un monstruo de metal aun mas complejo, mas grande y bullicioso que el anterior. —Yo soy el Amo del Tiempo —dijo el sabio, incluso antes de escuchar el comentario del rey. Pero él también fue expulsado del palacio. Los sabios y sus inventos mecanicos se sucedieron por docenas, pero todos fueron rechazados por el soberano. En el reino, la gente estaba perpleja y comenzaba a murmurar siel rey no habria inventado alguna estratagema para poder conservar el trono hasta el fin de sus dias. 94 Una tarde se anuncis al rey la visita de un soplador de vidrio. Se presenté un hombre joven y bello llamado Corne- lio. Su Majestad —dijo éste—, si usted se digna con- fiarme por una noche una sala de su palacio, tendré el placer de mostrarle algo muy especial mafiana por la mafiana. El rey, asombrado por esta peticién tan poco habitual, sintié tal curiosidad que acepté de inmediato. Cornelio hizo instalar en la sala herramientas y sacos. Luego, pidié que se encendiera un gran brasero y prohibié a todos entrar al lugar durante la noche. A la mafiana siguiente, hizo avisar al rey que habia terminado su trabajo. —Su Majestad —dijo Cornelio—, he aqui el instru- mento de vidrio que he fabricado esta noche y que llamo “reloj de arena”. En efecto, el recipiente superior esta lleno de arena fina. Vea usted cémo se escurre hacia el recipiente inferior a través del cuello angosto que los une. La arena demora una hora exacta en Ilenar la parte inferior. Basta con que enseguida se dé vuelta el instrumento para medir la hora siguiente. 95, El rey, muy divertido, paso la mafiana entera obser- vando el reloj de arena de Cornelio y contando las horas, acompafiado por sus ministros. De pronto, el soberano miré al inventor y le pregunté: Cornelio, de verdad eres ti el Amo del Tiempo? —No, Su Majestad —tespondi6é el joven, inclinandose con una reverencia—, de ningtin modo podria ser el Amo del Tiempo, pues soy incapaz de dominarlo 0 gobernarlo. Yo s6lo me conformo con observar su Paso y con medirlo, por el simple placer de hacerlo. —jEscucharon eso! —exclamaron los ministros, indig- nados, y dirigiéndose hacia al tey, dijeron: —Este hombre no es mas que un embustero y un impertinente, es preciso hacerlo salir de vuestro palacio. Y por lo demas... — Basta! —los interrumpié el soberano—. Cornelio es el Unico hombre en este reino que ha comprendido que nadie puede ser el Amo del ‘Tiempo, tal como un buen Tey no es el amo de su pueblo y sdlo debe contentarse con servirlo lo mejor posible, guiarlo y protegerlo. Luego, inclinandose ante el muchacho, el rey dijo: —Cornelio, eres un hombre sabio y bueno y acabas de probarnos a todos tu gran valor. Te otorgo la mano den mi hija y, desde mariana, me sucederas en el trono. Al dia siguiente, se celebré con gran / pompa el matrimonio de la hija del \ rey con Cornelio. Este subié al trono y, gracias a qt goberné con prudencia, reino conocié muchos afio de dicha y de una prospe- ridad sin igual. Los cuentos de Danidle Daniel

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