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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA RIOJA – ESCUELA DE ARQUITECTURA – INTRODUCCIÓN AL URBANISMO 2016

DOCUMENTO DE APOYO
PARA LA UNIDAD Nº 5
EL PAISAJE URBANO
PROCESOS DE EN AMÉRICA DEL SUR
URBANIZACIÓN EN Evolución de la forma de las
AMÉRICA LATINA ciudades en Sudamérica
Y ARGENTINA Jorge E. Hardoy

Introducción
Durante las últimas décadas han sido enunciadas y
publicadas muchas teorías sobre la ciudad del futuro
UNIVERSIDAD y varias de ellas han recibido señalada atención. Por
lo general, casi ninguna de ellas parte del examen de
NACIONAL DE una situación real. En cambio, un problema
LA RIOJA inmediato, como es el proceso acelerado de
urbanización que viven los países con economías en
desarrollo, no han recibido igual interés y publicidad
DEPARTAMENTO DE CIENCIAS Y en cuanto a su influencia sobre la sociedad y las
TECNOLOGÍAS APLICADAS A LA formas urbanas del futuro. El defecto más frecuente
PRODUCCIÓN, AL AMBIENTE Y de las teorías sobre las ciudades del futuro es que
AL URBANISMO están desprovistas de un cálculo de inversión y
financiación y que, en principio, por no ocuparse
del tema, pueden dar lugar a creencias de que la
sociedad urbana del futuro no será muy diferente de
ESCUELA DE la sociedad urbana actual. Si bien eso es posible,
ARQUITECTURA aunque improbable, en las ciudades de los países
con economías desarrolladas, pueden esperarse
radicales transformaciones en la estructura de la
futura sociedad urbana de los países en desarrollo.
De subsistir las políticas neoliberales en la región nos
CATEDRA encontraríamos ante una situación sin salida, ya que
significaría el mantenimiento de estructuras de poder
INTRODUCCIÓN que no han demostrado un interés real por el cambio.
AL URBANISMO Entonces cabe preguntarse: ¿Qué sociedad urbana
producirá una urbanización sin recursos técnicos y
AÑO 2016 de inversión? ¿Qué formas y estructuras urbanas
producirá esa urbanización?
En este trabajo sintetizaré cuatro modelos que
sucesivamente muestran la evolución del paisaje
urbano de Sudamérica en relación con los procesos
sociales y económicos más significativos. Se trata,
sin duda, de generalizaciones, ya que con el tiempo
Profesor Adjunto a Cargo se produjeron en cada país variantes cada vez
Arq. Sebastián Calderón mayores derivadas del ritmo y orientación del
crecimiento urbano y en parte motivado por las
características del sitio.
La típica ciudad sudamericana tiene un origen
colonial. El origen colonial evoca la existencia de una

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cuadrícula rígidamente dispuesta sobre el terreno, independientemente de la amplitud


y de las características del sitio. Esta imagen de la ciudad colonial es correcta en la
mayoría de las fundaciones debidas a la conquista y colonización española, con la
excepción, por razones de topografía y emplazamiento y con frecuencia por su origen
espontáneo, de algunos puertos marítimos, centros mineros y, ocasionalmente, algún
centro regional. En el Brasil, conquistado y colonizado por los portugueses, fue
utilizado un modelo enteramente distinto. Holanda, Gran Bretaña y Francia
trasladaron a América sus propias ideas urbanísticas, y a veces arquitectónicas, que
no siempre pudieron adaptarse a las características ambientales en donde fueron
utilizadas. De modo que estaríamos ante un interesante ejemplo de traslado de
tecnologías en las etapas iniciales del proceso de urbanización en varias regiones de
América. En el Brasil, en las Antillas, los Estados Unidos y otras áreas este traslado de
tecnologías fue imprescindible por la inexistencia de experiencias urbanas previas
entre las culturas precolombinas.

Modelo 1: El modelo clásico de la ciudad colonial hispanoamericana

Sector I: El centro estaba organizado alrededor de la Plaza de Armas. La plaza


tenía, por lo general, la forma de una manzana cuadrada o rectangular y era idéntica
en sus proporciones a las de las manzanas construidas. Los principales edificios
estaban a su alrededor: la catedral o Iglesia Mayor, la alcaldía y, según la importancia
de la ciudad, el palacio virreinal o la residencia del gobernador. Los mejores
comercios y las viviendas de los principales vecinos –los comerciantes, mineros y
latifundistas más fuertes y los miembros principales de la administración coIoniaI–
rodeaban los otros lados de la plaza, frecuentemente bajo arcadas, o se alineaban a lo
largo de las calles vecinas. En este sector fueron construidos los conventos de las
principales órdenes religiosas, cuyos claustros, huertos y dependencias ocupaban
superficies considerables, los hospitales, los colegios y los edificios de las
universidades, en las ciudades que las tuvieron. Las viviendas de las clases
adineradas eran, por lo general, de una única planta organizada alrededor de uno, dos
y a veces hasta de tres patios de forma regular. Gradualmente fueron apareciendo en
el centro viviendas de dos plantas y con un plano casi idéntico al anterior que en
su tamaño, trabajo artesanal y portadas demostraban la posición de sus dueños. Las
oficinas públicas fueron ubicadas en la misma casa del gobernador, en el
ayuntamiento o en edificios propios. Algunas calles del sector I fueron empedradas y
tuvieron cierta iluminación. La mayor concentración de fuentes de aguas públicas y
privadas se produjo en este sector.
Sector II: Zona de transición. Fue una verdadera zona intermedia donde vivían
los empleados menores de la administración, los pequeños comerciantes, los
artesanos libres y, en conjunto, las familias blancas y mestizas de ingresos medios y
bajos. Las viviendas eran de menor tamaño y sus portales eran simples y casi
desprovistos de adornos. El número de iglesias y comercios disminuía. En el fondo de
algunas casas persistían los huertos. Las calles estaban enmarcadas por los simples
muros blanqueados y rara vez estaban empredradas. La iluminación era
prácticamente inexistente. La cuadrícula estaba parcialmente construida.
Sector III: Los suburbios. Eran de edificación dispersa, ubicada en fuinión de un
trazado que extendía el damero central. La expansión de las ciudades coloniales, aun
de los sedes virreinales y de las audiencias y de los principales puertos, fue lenta. En
1755 un tercio de la superficie intramuros de Lima estaba aún sin edificar y sólo a fines
del período colonial las construcciones extramuros de La Habana alcanzaron cierta
densificación. Las quintas de los suburbios se sucedían por varios kilómetros y servían
como lugares de veraneo de la clase adinerada o producían frutas, verdura y leña para
el abastecimiento de las ciudades. No existían en este sector servicios urbanos.

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Ocasionalmente había un convento, capilla o ermita y algún almacén en el cruce de


dos caminos.
Sector IV: Más allá de los suburbios se extendía una zona de granjas con
características muy diferentes y con explotaciones propias de la región: viñedos y
frutales en los alrededores de Santiago de Chile, Mendoza o San Juan; tambos,
olivares y explotaciones agrícolas intensivas en la vecindad de Lima; frutales,
especialmente durazneros, cultivos de trigo y maíz y campos de pastoreo en los
alrededores de Buenos Aires. Sólo residían en este sector capataces, peones
asalariados y esclavos. Los propietarios lo hacían en la ciudad.
Rara vez una ciudad superó los 100.000 habitantes durante el período colonial y
fueron muy pocas las que tuvieron más de 20.000. El sitio original pudo entonces
absorber el crecimiento poblacional sin que el entorno físico sufriera transformaciones
mayores y sin que la ciudad perdiera su unidad urbanística y arquitectónica. Los usos
residenciales, comerciales y artesanales se mezclaban en todas las calles.
La base económica de la ciudad colonial era el comercio. Todas las que alcanzaron
cierta preeminencia, como Lima, Bogotá, Quito, Cartagena, Guayaquil, Santiago de
Chile, Buenos Aires, Bahía, Pernambuco, Río de Janeiro y algunas más, eran puntos
de intercambio y de servicios de una zona rural amplia y a veces de una inmensa
región. En algunas ciudades se desarrollaron industrias florecientes: textiles, astilleros,
cerámicas, bodegas, molinos harineros, curtidurías, etc. En los centros mineros y en
los puertos de comercio internacional se registraron los crecimientos y decrecimientos
de población más vertiginosos corno lógica consecuencia de la calidad y rendimiento
de las vetas en explotación y de la cambiante política comercial de España y Portugal
con sus colonias.

Modelo 2: El modelo republicano incipiente

El modelo clásico de la ciudad colonial subsistió hasta bien entrado el siglo XIX. La
independencia de las antiguas colonias españolas y portuguesas permitió una apertura
y, por lo tanto, un mayor desarrollo del comercio exterior, el que pasó a ser controlado
por Inglaterra, Estados Unidos y Francia, pero que no fue suficiente para impulsar el
crecimiento urbano más allá del lento incremento natural de la población. Además,
casi todos los países entraron en un período de luchas civiles en las que las
posiciones personales de caudillos regionales se mezclaban con los intereses
externos y postergaron todo intento de integración nacional. Hacia 1855 Buenos Aires
no era muy diferente de la ciudad en la que se había proclamado el primer gobierno
patrio, casi medio siglo antes; el Santiago de Vicuña Mackenna no era esencialmente
diferente del que celebró el triunfo de Maipú, ni la Caracas de los primeros años del
gobierno de Guzmán Blanco de la ciudad en Ía que naciera Bolívar, casi un siglo
antes.
La transformación del paisaje urbano fue lenta, en muchas ciudades casi
imperceptible. En el Sector I fueron más frecuentes las casas de dos plantas aunque
sin modificar mayormente la planta original. En las fachadas hicieron su aparición
elementos decorativos, a veces importados, aunque con frecuencia eran
modificaciones de otros ya utilizados durante la colonia. Los escasos recursos de
inversión no permitieron la construcción de edificios nuevos para alojar a las
instituciones que creaban los nuevos gobiernos, las que debieron ubicarse en los
edificios ya existentes. Ni los servicios de agua y alumbrado ni el empedrado de las
calles y aceras eran muy diferentes de los que existían durante la colonia. Las calles y
las plazas del sector central de la Lima republicana o de “la gran aldea”, como era
llamada Buenos Aires, mantenían su imagen simple, delimitada por el plazo horizontal
de la calle y los planos verticales de las casas blanqueadas, apenas interrumpidos por
la saliente de los balcones y algún farol esquinero de hierro.

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Las transformaciones de los sectores II, III y IV fueron aún menores. El sector I se
expandió algo en detrimento del sector II y así sucesivamente, como consecuencia de
cierto crecimiento general de la población urbana y de la expansión de los grupos
exportadores y de la burocracia que, según sus ingresos, continuaban residiendo en
los sectores I o II. No existía en ninguna ciudad un servicio de transporte público, el
que, por otra parte, era innecesario dada la reducida superficie de la ciudad
sudamericana al comenzar la segunda mitad del siglo XIX. En Lima y Buenos Aires
fueron construidos ferrocarriles en la década que se inició en 1850 para conectar el
centro del a ciudad con algunos de los pueblos veraniegos vecinos. El sitio original no
sufrió modificaciones. Aún estaba en condiciones de absorber el lento crecimiento
operado durante las primeras décadas de gobiernos de las nuevas repúblicas.

Modelo 3: El modelo republicano y la primera fase industrial

El impacto de la inmigración y de la primera etapa de industrialización, dirigida a la


sustitución de productos importados por los que podían manufacturarse localmente y a
la transformación de la producción primaria nacional para el mercado externo, fue
fundamental en la transformación del paisaje urbano de las ciudades latinoamericanas.
Esta transformación se produjo a partir de 1860 ó 1870, y con creciente intensidad a
medida que se sucedían las décadas, en las ciudades de la costa atlántica, siendo
Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Montevideo, Río de Janeiro, San Pablo y Porto
Alegre, entre otras ciudades, los ejemplos más significativos. En la Argentina, Brasil y
Uruguay la expansión de una economía basada en la producción del campo –la
ganadería, los cereales o el café, según los casos– unida a programas de colonización
públicos y privados, atrajo en pocas décadas a varios millones de inmigrantes
europeos a sus puertos. El aporte inmigratorio fue decisivo en el crecimiento de la
población de las ciudades mencionadas y en la expansión de la economía,
especialmente del comercio local, de la industria de la construcción y de otras
industrias orientadas al consumo interno y especialmente al consumo local. El impacto
de la inmigración se hizo sentir mucho más tarde y siempre con menor intensidad en el
interior de la Argentina, Brasil y Uruguay y en los países del Pacífico y del norte de
Sudamérica, de más difícil acceso y con comunicaciones menos evolucionadas.
Entre 1870 y 1920 las ciudades mencionadas sufrieron una transformación de tal
índole que realmente podía hablarse de nuevas ciudades. La población de Buenos
Aires creció casi nueve veces entre 1869 y 1914; la de Rosario casi diez veces en el
mismo lapso; el crecimiento de San Pablo fue aún más acelerado.
La inmigración significó, además, el aporte de un grupo humano mejor predispuesto a
la transformación de las artesanías tradicionales en industrias, a la vez que la
incorporación de capitales, innovaciones técnicas, profesionalismo y un sentido
empresarial diferente orientado hacia una concepción capitalista. Significó también la
formación de una nueva clase social urbana con intereses diferentes y, como
consecuencia, la sucesiva incorporación de los países del área a la economía
internacional con roles dependientes claramente establecidos y de difícil mutación.
Toda esta transformación institucional, económica y social, que rompía con una
raigambre cultural secular y que produjo transformaciones políticas profundas, quedó
reflejada en el modelo de la ciudad de la primera fase industrial.1
Sector I: El centro cívico y comercial no cambió de lugar. La antiguo Plaza de
Armas continuó siendo el centro físico de la ciudad y a su alrededor se concentraban,

1
“Este pueblo (Buenos Aires) vino a convertirse durante el periodo inmigratorio en una
agregación de individuos sólo atentos al provecho particular, ninguno de los cuales estaba
dispuesto a emprender ninguna tarea sin preguntar previamente: ¿con qué ventaja?... ¿cuánto
voy yo en el asunto?”, Domingo F. Casadevall: Esquema del carácter porteño, Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires, 1967.

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como siglos antes, la Casa de Gobierno, la Iglesia Catedral y el Ayuntamiento o


Intendencia2. El comercio se extendió por las calles centrales y se especializó ante la
expansión del mercado nacional –del que las principales ciudades actuaban como
intermediarias– y especialmente del mercado local en continuo crecimiento ante el
aumento general del poder adquisitivo de la nueva población urbana. Fueron
edificados en el centro las sedes de nuevas instituciones: bancos, compañías de
seguros, diarios de influencia y distribución nacional, hoteles y clubes de imponentes
fachadas en estilo neoclásico francés, renacentista italiano, túdor inglés o neoandaluz.
Un núcleo de arquitectos e ingenieros entrenados en Europa introdujeron sus obras
más significativas al construir las mansiones de los terratenientes, los señores de la
minería, los industriales del café, del azúcar o del cacao. El sector I se modernizó; las
calles se pavimentaron, se construyeron los servicios de agua y desagües, se
instalaron las líneas de tranvías y aparecieron las estaciones ferroviarias. La simple
fachada de las calles coloniales y republicanas desapareció bruscamente. El sector I
vivió un continuo y espontáneo remodelamiento. La influencia de sus actividades se
irradió por toda la ciudad. Aún era el lugar de residencia de las clases adineradas y de
la clase media más pudiente, pero comenzó a perder su homogeneidad.
Consecuentemente, los usos del suelo se hicieron más heterogéneos y el centro
perdió su unidad arquitectónica. Se construyó sin sentido de la importancia que el
conjunto tenía para alcanzar un equilibrio formal. Los especuladores de tierra entraron
en escena. El pasado fue rápidamente reemplazado y sólo las iglesias y sus
conventos, algunas casonas muy significativas y edificios públicos escaparon a la
acción transformadora.
Sector II: El sector II de los dos modelos anteriores fue absorbido casi
totalmente por la expansión del sector I durante esta fase. Se formó así un nuevo
sector II sobre la antigua zona de quintas aunque sus límites rodearon y se mezclaron
difusamente con los del nuevo sector I. El nuevo sector II fue dedicado exclusivamente
a viviendas y a los usos complementarios: comercios de barrio, iglesias, escuelas y
algunos depósitos. Aparecieron también talleres de reparaciones y algunas pequeñas
industrias dispersas. No todo el sector II estaba provisto de agua, desagües y
electricidad ni sus calles fueron pavimentadas. El servicio de tranvías fue construido a
lo largo de las principales vías y bajo su influencia se definieron, a ambos lados, los
usos más intensos y comerciales. El nuevo sector II no tuvo una uniformidad social. En
función de las localizaciones industriales del puerto (cuando se trataba de una ciudad
con puerto), de los depósitos y del progreso de las obras públicas se produjeron las
densificaciones mayores. En algunos distritos del sector II, verdaderos bolsones de
promiscuidad, se formaron “conventillos” de hasta dos y tres plantas donde se refugió
el nuevo proletariado urbano asalariado. Fue un elemento físico desconocido hasta
entonces y que en algunos barrios aún perdura. Respondió a un grupo social también
nuevo de esa sociedad urbana dinámica y en formación. Pero en el nuevo sector II se
introdujo en gran escala la monótona expansión de la ciudad basada en la incansable
repetición del trasado colonial en el que fue incorporada una vivienda de frente
estrecho y profundidad inútil como resultado de un factor que gradualmente sería
fundamental en la conformación del paisaje urbano sudamericano: la especulación y
subdivisión de la tierra llevada a límites inagotables. Las viviendas del sector II eran,
por lo general, de una planta. Sus fachadas carecían de la sencillez colonial e
incorporaron decorados en yeso y balcones de hierro con diseños copiados del
extranjero. Vivía en el sector II la clase media en formación que trabajaba en los

2
Esta disposición de los principales edificios públicos se cumplió en Buenos Aires, Bogotá,
Lima y Quito, por ejemplo. No así en Santiago, donde ya en el siglo XVIII fue construida la
Moneda, que es la casa de gobierno y está localizada entre dos plazas a unos quinientos
metros de la antigua Plaza de Armas. Fue frecuente que la Iglesia Mayor y el Ayuntamiento de
las ciudades secundarias mantuvieran sus localizaciones frente a la plaza principal.

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bancos y comercios, en las oficinas públicas y privadas ubicadas en el sector I y que


era propietaria de los nuevos talleres, pequeñas industrias y comercios.
Sector III: La primera base industrial promovió el crecimiento de unas pocas
ciudades bien localizadas en función de las nuevas vías de comunicaciones y de
transporte. El resultado fue la pérdida de la unidad urbana mantenida hasta entonces.
Nuevos usos, aún no bien definidos, aparecieron en los nuevos suburbios a distancias
de dos, tres, cinco y más kilómetros de la ciudad vieja. Se produjo así,
espontáneamente, una zonificación imprecisa que con el tiempo fue decisiva en las
características de los barrios posteriormente incorporados a la ciudad.
Sector III a: La incipiente industrialización de los países sudamericanos se
concentró en algunas pocas ciudades, por lo general en los principales centros
nacionales y regionales que eran a la vez las capitales de Estado o de provincia y con
frecuencia los puertos exportadores. En ellos se concentró la inversión extranjera que
prefirió los préstamos a los gobiernos, la inversión en los servicios urbanos, en los
transportes fluviales, marítimos y ferroviarios, en la banca y seguros y en las industrias
de transformación de la producción primaria nacional o regional, tales como
frigoríficos, molinos harineros, textiles y plantas de procesamiento de café o en las
industrias que producían para el creciente mercado nacional, tales como las fábricas
de cerveza, de muebles, de artículos de tocador, fraccionadoras de vino, de materiales
de construcción, talabarterías, imprentas, etc. Su ubicación dentro de cada ciudad
estaba determinada por la proximidad del agua, esencial para el proceso industrial, de
los puertos, para los embarques al exterior, de las líneas ferroviarias cuando las había
o simplemente de la disponibilidad de tierra. Su localización determinó la
concentración de viviendas obreras y la formación de nuevos distritos mixtos, de
fábricas y viviendas, en los suburbios. Ni olores, ni humos, ni ruidos fueron tenidos
en cuenta. Las nuevas industrias se localizaron a veces a pocas cuadras del centro
tradicional y su presencia y la de los depósitos adyacentes produjo en poco tiempo la
obsolencia de barrios enteros. Los flujos industriales comenzaron a ensuciar los
arroyos y ríos. La expansión urbana sin controles se realizó sin consideraciones
topográficas. La localización de las nuevas industrias fue un factor importante en las
tendencias de crecimiento físico de las ciudades y en la distribución de los grupos
sociales en ellas.
Sector III b: Algunos pueblos, considerados como unidades independientes en
el modelo II, quedaron incorporados a la ciudad central por las líneas de tranvías y los
primeros ferrocarriles suburbanos.3 Algunos de esos pueblos habían sido lugares de
vacaciones en el modelo II, pero otros surgieron con tales funciones durante esta fase.
Constituyeron una anticipación física del modelo metropolitano de nuestros días. Las
áreas intermedias entre estos pueblos y la ciudad central siguieron estando ocupadas
por quintas o apenas habitadas. En ellas fueron trazados durante esos años algunos
de los principales parques metropolitanos de la actualidad.4
Sector IV: Los suburbios de la primera fase industrial tenían muchas de las
características del campo y pocas de la ciudad. Sin otro trazado definitivo que el de los
caminos que del centro partían hacia el interior y algunos caminos de acceso a las
quintas y rancheríos, sin una edificación continua y alineada, sin otros residentes que
la población marginada de la nueva sociedad y de la economía urbana en formación,
carecían los suburbios de la densidad, de las características visuales, de las

3
Por ejemplo, San Isidro, Chorrillos, Miraflores y Barrancos en relación con Lima; Flores,
Adrogué, Lomas, Temperley, Olivos, Martínez y San Isidro en relación con Buenos Aires;
Fisherton y Alberdi con respecto a Rosario.
4
El parque Cousiño en Santiago de Chile, Palermo en Buenos Aires, el parque Independencia
en Rosario, el parque Urquiza en Paraná, el parque Rodó y el parque de los Aliados en
Montevideo fueron establecidos entre fines del siglo XIX y principios del XX. En su diseño se
nota la influencia de la escuela paisajística francesa, ya que en muchos casos sus proyectistas
fueron parquistas franceses.

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instituciones y de la forma de vida propias de la ciudad que se veía a lo lejos. No eran


como los suburbios de las ciudades industriales de Europa y Estados Unidos de la
misma época. El tren suburbano y los tranvías aún no habían provocado subdivisiones
importantes en localizaciones todavía alejadas. Quintas cultivadas, mataderos,
corrales, hornos de ladrillos y terrenos vacíos se mezclaban con algunos rancheríos
improvisados en los que vivían los obreros de algunas pequeñas industrias
suburbanas.
Sector V: Las chacras se retiraron aún más. La tierra adquirió un valor potencial
en función del esperado crecimiento físico de la ciudad. Las granjas abastecían a la
ciudad con muchos de los productos de consumo diario: leche, verdura, frutas,
huevos, etc. El paisaje tenía características rurales pero mostraba una intensidad de
cultivos que lo diferenciaba de las zonas agrícolas y ganaderas. Un grupo de árboles
señalaba la ubicación de un tambo, de la vivienda de una chacra de verduras o la
ubicación de un almacén, verdadero centro social de los habitantes de este sector de
transición entre la ciudad y el campo. Más allá estaban los campos de explotación
extensiva.
Las principales ciudades argentinas, uruguayas y del sur del Brasil fueron las que
mejor se ajustaban a este modelo. Fueron también las primeras en Sudamérica en
recibir el impacto de la inmigración europea y de la industrialización. Su transformación
fue rápida y se anticipó en veinte, treinta o más años a la que sufrirían Santiago y
Bogotá, en casi medio siglo a la que tardíamente experimentarían Lima y Caracas,
transformación que sólo en los últimos años está llegando a Quito, La Paz y Asunción.
Pero la mayoría de las capitales provinciales y regionales de Sudamérica, y de
América Latina en general, no experimentaron esta primera fase industrial y el impacto
de la inmigración europea. Saltaron del modelo republicano al industrial abruptamente.
La industrialización se produjo simultáneamente o se anticipó a la migración desde las
zonas rurales del interior de cada país. Entraron sin una fase previa, preparatoria, en
un crecimiento asombroso y sin precedentes.5
La primera fase industrial provocó modificaciones totales en el paisaje natural. Se
realizaron sin considerar que en un futuro cercano la extensión de cada ciudad
alcanzaría una escala tal que haría más preciosa la conservación de los elementos
naturales. Las barrancas fueron cubiertas con edificación, los arroyos y ríos cegados o
contaminados, los árboles de las antiguas quintas destruidos y las colinas niveladas.
Nadie pensó o a muy pocos les importó que esos elementos debían ser conservados
para introducir una variante en el de otro modo monótono espectáculo de concreto,
ladrillos y asfalto. La creación de algunos parques demostró el interés que algunas
personas esclarecidas tuvieron en el mantenimiento de reservas verdes. Pronto fueron
insuficientes. Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Paraná y Asunción crecieron de
espaldas a tres de los ríos más caudalosos del continente; las márgenes del Mapocho
y del Rimac no fueron habilitadas para el uso de los habitantes de Santiago y Lima. En
Mar del Plata, la rígida cuadrícula se trazó sin consideraciones topográficas. Surgieron
ciudades veraniegas –Viña del Mar, Punta del Este, Piriápolis, Necochea, Miramar y
otras– sin considerar la necesidad de conservar las bellezas naturales de costas,
lagos, arroyos y bosques. Sólo en Montevideo y Río de Janeiro fueron intentados
proyectos en gran escala para transformar las costas en lugares de residencia y
recreación.

5
Ciudades como Caracas carecieron de una primera fase industrial como la explicada. Otros
ejemplos son Medellín, Cali, Salvador, Córdoba y Maracaibo y en menor grado Guayaquil,
Barranquilla y Mendoza, entre otros. Sin embargo, muchas de las antiguas capitales
provinciales o regionales y aun nacionales siguen siendo centros de gobierno y de servicio con
un reducido porcentaje de la población empleada en actividades industriales. Es el caso de
Quito, Asunción y La Paz entre las capitales nacionales y de Corrientes, Paraná, Salta, Mérida,
Cuzco, Trujillo, Riobamba y otras entre las primeras.

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Rápidamente la ciudad de la primera fase industrial superó las posibilidades del sitio
original. A pesar de que su población era quince o veinte veces la de la ciudad colonial
y de que su superficie era cincuenta o más veces mayor, existía aún la posibilidad de
guiar su crecimiento, de controlar su forma y de determinar los usos del suelo y sus
líneas de movimiento. Poco o nada se intentó y cuando la urbanización alcanzó, en los
años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, su expresión más avanzada hasta
ahora, no se había desarrollado una conciencia clara de lo que estaba ocurriendo y se
asistió al desencadenamiento del actual caos urbano con una total pasividad y falta de
visión.

Modelo 4: La ciudad industrial

Paulatinamente, las ventajas de localización de ciertas ciudades unida al centralismo


político característico de los gobiernos sudamericanos consolidaron la primacía de un
centro en escala nacional y, ocasionalmente, de dos, tres o más centros regionales. La
diferencia entre los rangos urbanos de la época colonial y republicana fue ampliándose
gradualmente. Mientras en el interior aún subsisten numerosas ciudades que se
ajustan al modelo 1 ó 2 y mientras las características del modelo 3 apenas se
evidencian en algunos centros regionales de los países económicamente más
desarrollados o con superficies más extensas de Sudamérica, crecieron con celeridad
sin precedentes grandes áreas metropolitanas que en extensión y población están en
camino de convertirse en algunos de los conglomerados humanos cuantitativamente
más importantes del mundo.
La urbanización contemporánea se realiza en Sudamérica sin la adecuada
industrialización. Los sistemas de transportes y comunicaciones interregionales son
precarios. Las opciones de empleo son geográficamente limitadas en cada país.
Fuerzas internas y externas mantuvieron y mantienen estructuras de poder
interesadas en hacer perdurar una economía primaria –agropecuaria y/o minera según
los países– y exportadora. Las bases de la economía y de la sociedad agraria no
sufrieron en varios países modificaciones sustanciales y el bajo desarrollo y
estancamiento de algunas regiones impulsó migraciones internas crecientes.
Además, a partir de la década de 1940, fue evidente que la disminución de la
mortalidad y las elevadas tasas de natalidad, unidas a los altos saldos dejados por la
inmigración europea producida en los años inmediatos a la Segunda Guerra Mundial,
serían la base de la explosión demográfica que experimenta actualmente Sudamérica
y en general toda América Latina. Las migraciones internas reemplazaron, como factor
de crecimiento urbano, a la inmigración europea en !os países donde ésta tuvo
importancia y constituyen en todos los países del área un aporte importante, si no el
mayor, en el acelerado proceso de urbanización que se está operando. Así fue
estructurándose una ciudad enteramente diferente de la que se produjo décadas antes
en los países industrializados con economías desarrolladas; una ciudad con un
porcentaje elevado de desempleados o sin empleos fijos, sin las viviendas y servicios
indispensables, con una estructura urbana fragmentado e inconexa, con un paisaje
urbano en el que son claramente visibles los signos de la pobreza y del decaimiento
general.
Sector I: Después de varios siglos la Plaza de Armas dejó de ser el centro
comercial de la ciudad aunque continuó siendo su centro cívico. Alrededor de la Plaza
o en su vecindad existían o fueron construidos los edificios de oficinas más
importantes destinados a los ministerios, a los bancos oficiales y privados y a otras
instituciones de gravitación nacional o regional. La Iglesia Catedral y la Curia y las
nuevas sedes del gobierno municipal mantuvieron sus localizaciones tradicionales.
Pero el centro comercial se amplió y ramificó; las actividades bancarias y financieras
en general, al expandirse con el desarrollo de los países, provocaron una intensa

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concentración de oficinas en los centros tradicionales. El centro dejó de ser el lugar


prestigioso de residencia de la clase adinerada; sus viviendas fueron demolidas para
dar lugar a casas y galerías comerciales, bancos, oficinas públicas y privadas y a toda
la gama de instituciones de una sociedad con actividades cada vez más diversificadas.
El núcleo central de este sector, verdadero hervidero humano y de tránsito durante el
día, queda vacío después del anochecer. Los hoteles, cines y teatros, los restaurantes
y confiterías prestigiaron ciertas calles del sector hasta convertirlas en verdaderos
centro lineales nocturnos, intensos y de reducida extensión. A pesar de ello
continuaron habitadas algunas casas de departamentos construidas durante los años
finales de la primera fase industrial y el sector mantuvo una alta densidad permanente
en algunos distritos.
La expansión del sector se realizó al principio a lo largo de las principales avenidas y
de calles tradicionalmente prestigiosas. Luego, por su influjo, las calles vecinas
sufrieron un proceso similar hasta que el sector I llegó a superar en extensión a la
totalidad de la planta urbana del modelo 1 e incluir a buena parte de los sectores I y II
del modelo 2.
El tránsito, la iluminación, los carteles de propaganda, los ruidos de una masa humana
en continuo movimiento, son la mejor demostración de la atracción que
alternativamente por calles y distritos sigue ejerciendo el sector I en toda la población
de la metrópoli industrial moderna y aun de su respectivo país.
Sector II: La extensión y características del sector II depende del tamaño de la
ciudad. Por lo general está dedicado a viviendas con sus correspondientes servicios
comerciales e institucionales, pero mientras en las grandes áreas metropolitanas
posee una considerable densidad y características urbanas intensas, en las ciudades
inferiores al medio millón de habitantes esas características declinan rápidamente. Sin
embargo, no puede hablarse en ningún caso de un sector homogéneo. Más bien se
trata de áreas o bolsones con usos similares pero que, por los diferentes poderes
adquisitivos de sus habitantes, presentan densidades muy diversas y una gama de
expresiones arquitectónicas variadas que van desde el “conventillo” o “callejón”,
formado durante la primera fase industrial, hasta los departamentos colectivos de alto
precio. El denominador común es el uso residencial al que está destinado. El tipo de
vivienda fue cambiando como consecuencia de modos de vida diferentes y ya no
incluye los lugares de trabajo, como era común en los modelos 1 y 2 y frecuente en el
modelo 3. La calidad y variedad de las instituciones y los contrastes entre el trazado
de algunas avenidas y la modesta estética callejera están íntimamente ligadas al
grupo social que reside en cada área. Dentro del sector II existen áreas de indudable
prestigio. Algunas estaban en formación durante las décadas del modelo 3 y fueron
consolidándose y completándose con los años. Algunas de estas áreas de prestigio
mantienen una hegemonía social y una calidad muy significativa en el diseño de sus
viviendas y en el trazado general; otras han comenzado un lento pero progresivo
deterioro. Son áreas con precios de suelo más altos que en el sector III, en general,
aunque más bajos que en el sector I.
Sector III: Más alejada del centro tradicional, rodeando e intercalándose con el
sector II, predominantemente residencial, y rodeada por el sector IV e intercalándose
con él, de usos variados e indefinidos, se observa una interrupción de la gradiente de
usos que declinaban en intensidad y variedad desde el centro hacia la periferia para
dar lugar a un mosaico de usos bastante homogéneos y físicamente restringidos a una
serie de zonas relativamente reducidas. Su localización y usos preferenciales
dependen de una serie de factores que influyen en el modelo, entre los cuales la
economía de la ciudad, la topografía, el sistema de transportes y la estructura de
clases son esenciales. En este mosaico es posible distinguir algunas zonas bien
diferenciadas.
Zona III a: Industrial. Algunas zonas industriales persisten en las mismas
localizaciones del modelo 3. A medida que cada país se industrializó y se
diversificaron y especializaron los tipos de industria, se ampliaron sus factores de

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localización. Surgieron así nuevos distritos industriales en los suburbios buscando las
ventajas de accesos rápidos para las materias primas provenientes del interior y una
mejor distribución de los productos elaborados en el mercado metropolitano. El camión
reemplazó al ferrocarril, aun en los países con redes ferroviarias importantes, como
medio de traslado de las cargas. Los servicios eléctricos, de agua y de desagüe fueron
ampliados. Las opciones de localizaciones fueron mayores. Las industrias de la
primera fase, orientadas al mercado externo, quedaron incorporadas a la mancha
urbana en crecimiento y sus localizaciones ya no son periféricas. Pero las nuevas
industrias con igual orientación buscan terrenos alejados de la congestión
metropolitana y se localizan en ciudades con buenos transportes internos y externos
dentro de la escala mayor de la región de inmediata influencia del área metropolitana.
Zona III b: Residencial de ingresos altos y medios. La expansión de las redes
de transporte público –autobuses y ferrocarriles suburbanos–, la incorporación del
automóvil y el desarrollo de los servicios de agua, desagües, electricidad,
comunicaciones, educación y sanidad, provocó un vuelco del modelo tradicional
(modelos 1, 2 y parcialmente 3) hacia un modelo con algunos puntos comunes como
el que comenzó a producirse en los Estados Unidos en la década de 1920. La
tecnología que cada país está en condiciones de utilizar y el poder adquisitivo de la
población tienen una influencia decisiva en las formas y estructuras urbanas que
fueron surgiendo espontáneamente. Se produjo así, en función de las líneas de
transporte, de las avenidas de acceso a los sectores I y II y de las rutas de acceso al
área metropolitana, una sucesión de zonas, por lo general fuera de los límites
administrativos de la ciudad central, que responden a los factores mencionados. La
edificación es aún menos densa. Predominan las viviendas unifamiliares con jardines
en distritos que a lo largo de los modelos 1, 2 y 3 fueron chacras y luego quintas de
fin de semana de la clase adinerada. Las calles son arboladas. Es común la posesión
de un automóvil por familia. Las comunidades son socialmente autocontenidas y con la
excepción de los lugares de trabajo, que siguen estando en el sector I, en el IIIa y
ocasionalmente en el II, poseen todo lo necesario para la educación, abastecimiento y
recreación de sus habitantes. Se suceden o se alternas zonas con características de
mayor o menor categoría según los ingresos de sus habitantes. La topografía y las
amenidades del sitio, unidas a una tradición a veces centenaria, impusieron esas
zonas de prestigio. Pero en todas las direcciones, a partir de su centro, la ciudad
creció en forma de estrella impulsada por la fuerza de las líneas de comunicación,
rellenadas las zonas intermedias por zonas de usos mezclados.6
Zona III c: Las migraciones del campo a las principales ciudades constituyen un
fenómeno relativamente reciente. Dieron origen a las villas miseria de la Argentina, a
las favelas del Brasil, las callampas de Chile, los rancheríos del Perú, etc. Las
migraciones se aceleraron a partir de 1930 hacia Buenos Aires, a partir de 1940 hacia
San Pablo y Río de Janeiro, a partir de 1945 hacia Lima y Santiago de Chile y de 1950
hacia Caracas; aún más recientemente hacia La Paz y Quito. Constituyen un
fenómeno característico de toda América Latina aunque con diferentes grados de
magnitud. Son un nuevo elemento de la estructura urbana. En su aceleración
influyeron razones económicas y sociales a la vez que políticas y psicológicas. Por lo
general fueron invasiones espontáneas aunque es frecuente que ahora sean
organizadas. Con frecuencia ocupan terrenos baldíos que pertenecen al Estado o a
particulares. Su localización mantuvo una cierta y obvia relación con las principales
líneas de movimiento de la ciudad y los lugares de trabajo. Los terrenos ocupados son
a veces inundables; otras veces son colinas, bordes de ríos y arroyos o desiertos,

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La forma de estrella es la habitual de las grandes áreas metropolitanas de Sudamérica: de
Santiago de Chile, Buenos Aires, Rosario, Lima, Montevideo, San Pablo y otras construidas
sobre un sitio amplio y sin grandes accidentes topográficos. En cambio, las limitaciones del sitio
impusieron una forma lineal a Caracas y Bogotá y formas fragmentadas en Quito, Río de
Janeiro y otras ciudades.

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circunstancias que hacen que estos barrios de viviendas precarias a veces penetren
hasta cerca del centro de la ciudad, como en Lima, Río de Janeiro y Caracas.
Los ocupantes son legalmente intrusos. Construyen sus viviendas con materiales
variados aunque casi siempre precarios. Carecen de los servicios públicos más
indispensables y por lo general de escuelas y del equipamiento comunitario más
elemental. A pesar de que constituyen entre el 10% y el 40% de la población de
algunas de las áreas metropolitanas más importantes de América Latina y de que en
valores porcentuales y absolutos continúan en crecimiento acelerado, ningún Estado
ha encarado en profundidad la solución de sus problemas de vivienda, educación y
sanidad, sin contar con que la falta de empleos constituye una de las raíces de la
marginalidad social y económica en que se encuentran. Las villas miseria han dejado
de ser una zona de transición para convertirse en eI medio en que pasan sus vidas
enteras grupos crecientes de población. Son una característica de las ciudades de los
países con economía en vías de desarrollo y un reflejo de los problemas de desarrollo
económico que enfrentan y de la creciente, aunque con frecuencia discontinua,
participación política de los grupos populares.
Sector IV: El borde de las áreas metropolitanas en proceso de industrialización
es indefinido y con usos mezclados y por lo general no complementados. Visualmente
carece de unidad. Se alternan distritos sólidamente construidos, aunque con
densidades bajas, con terrenos cultivados, arbolados o aun vacíos en estado casi
natural. El conjunto es una extensión sin atractivos, siempre a medio urbanizar y en
continua expansión por efectos de sucesivas subdivisiones o loteos que se lanzan al
mercado sin necesidad y sin controles ni guías. Sus habitantes, por lo general, tienen
ingresos bajos; sus lugares de trabajo suelen ser las zonas industriales (IIIa), los
centros urbanos secundarios del área metropolitana (V) y en menor grado el centro (I).
Los servicios son por lo general escasos y poco satisfactorios; el equipamiento
comunitario, disperso e insuficiente; los transportes, insuficientes, lentos y
congestionados. Socialmente parecería tener las características de una sociedad
desintegrada. Las viviendas son individuales: modestas construcciones permanentes
de una planta o simples casillas y ranchos de materiales perecederos.
Sector V: Varias aglomeraciones menores, algunas verdaderas ciudades de
tamaño mediano físicamente separadas de la ciudad central en los modelos 1 y 2 y a
veces en el 3, quedaron incorporadas a las extensas áreas metropolitanas
contemporáneas al extenderse los servicios de transporte público, aunque en muchos
casos visualmente están separadas por el sector IV. Sus funciones suelen ser
residenciales. Algunas son ciudades-dormitorio; en otras existen industrias menores o
talleres. Visualmente son copias, en escala reducida, del sector II y socialmente
poseen muchas de las facilidades de sus barrios. Administrativamente suelen
constituir gobiernos separados de escasa capacidad técnica y de inversión, lo que
dificulta la adopción de soluciones conjuntas salvo aquellas determinadas por los
niveles superiores de decisión.
Sector VI: La zona de quintas y granjas se alejó diez, quince o veinte
kilómetros, a veces aún más, del centro de la ciudad. Muchas tierras vacías
intermedias permanecen sin cultivar a la espera de ser urbanizadas. Su
fragmentación, motivada por razones especulativas, suele imposibilitar su explotación
racional y económica. La población vive muy dispersa; en su mayoría depende de la
explotación del suelo o encuentra trabajo en las granjas avícolas, en los hornos de
ladrillo o en tareas poco remuneradas. Los servicios son casi inexistentes. Constituyen
la reserva de la futura expansión urbana, pero una reserva maltratada.

A modo de conclusión
En treinta años, a veces en sólo veinte o diez años, el paisaje urbano sufrió una
transformación total. En su expansión la urbanización transformó el paisaje natural

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más allá de todo reconocimiento, al punto de que el paisaje natural constituye en las
áreas metropolitanas de Sudamérica un elemento casi inhallable. La gente no parece
darle importancia a lo que está ocurriendo. La destrucción del medio urbano donde
residen no les preocupa o consideran que no puede hacerse nada para evitarla y
tienen ideas muy limitadas sobre los valores que debe tener el medio particular que
constituye los alrededores inmediatos a en lugar de vivienda y trabajo. La población
urbana acepta con indiferencia y sin protestar el mal gusto y la fealdad que constituyen
el marco de su movimiento diario y desconoce cuáles son los elementos naturales que
la mano del hombre puede conservar y realzar para construir un medio más propicio.
La población admite pasivamente que la topografía, los ríos y arroyos, los árboles y los
bosques, los lagos y estanques, el aire, el césped, la fauna y la flora sean destruidos,
deteriorados o modificados, que los microclimas y los micropaisajes que constituyen
otros tantos aspectos diferentes y valiosos del medio físico de un área metropolitana o
de una región urbana sean nivelados con criterios uniformes. A la gente no le importa
que la expansión de sus ciudades se realice sin tener en cuenta las características de
la localización geográfica, del emplazamiento y del clima. Las urgencias de la gente
son, obviamente, inmediatas y rara vez está dispuesta a pensar que sus decisiones
afectan a las futuras generaciones. De este modo, el paisaje urbano del futuro está
siendo destruido para satisfacer ganancias privadas a corto plazo.
La importancia de un paisaje natural se realza cuando el hombre comienza a vivir
permanentemente en él. El paisaje de un parque nacional, la simple belleza formal de
una playa marítima o la monumentalidad de una cadena de montañas no constituyen
experiencias ni diarias ni frecuentes en la vida de los habitantes urbanos. Son
experiencias anuales u ocasionales, necesarias sensorialmente y por lo tanto
buscadas biológicamente, pero todo habitante urbano tiene conciencia de que
constituyen precisamente el marco opuesto al de sus experiencias diarias. Además, un
porcentaje alto de la población no tiene acceso a esas posibilidades debido a sus
escasos ingresos. Es entonces importante descubrir los valores del medio natural
inmediato en donde se está produciendo y seguirá produciéndose la urbanización,
conservarlos, realizarlos y combinarlos, no sólo porque es donde vivimos sino también
para introducir en el habitante urbano la medida de equilibrio que nuestra percepción
del espacio urbano necesita.
Básicamente el espacio urbano debería estar formado por el espacio natural –el que el
hombre descubre al iniciar su asentamiento– y el espacio creado por el hombre, la
sucesión de sólidos y vacíos con que puede definirse visualmente una ciudad. Pero ni
los límites del espacio natural y del espacio creado por el hombre dentro del espacio
urbano son tan definidos ni su intervención se ha producido satisfactoriamente.
AI explicar Ïos sucesivos modelos de la ciudad latinoamericana intenté explicar cómo
gradualmente, debido a su crecimiento demográfico y expansión física, el espacio
creado por el hombre comenzó por afectar, inutilizar y terminar por destruir esa nítida
división –lo que es natural y lo que es creado por el hombre– que tan claramente
estaba delimitada en el modelo inicial.

HARDOY, Jorge E.
LAS CIUDADES EN AMÉRICA LATINA.
SEIS ENSAYOS SOBRE LA URBANIZACIÓN CONTEMPORÁNEA.
Biblioteca América Latina. Serie Mayor Nº 8.
Capítulo IV: El Paisaje Urbano de América del Sur.
Editorial Paidós – Buenos Aires, Argentina – 1972.

Material bibliográfico seleccionado y revisado por el Arq. Sebastián Calderón para la


cátedra Introducción al Urbanismo de la carrera de Arquitectura, Universidad Nacional
de La Rioja.
Ciudad de La Rioja, Argentina, año 2016.

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