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REPORTAJE:
1612 Ese es el año en el que algunas leyendas sitúan la semilla del crimen
organizado en Japón. Por aquel entonces no se hacían llamar yakuza, no
conducían coches de lujo, ni vestían trajes caros: en realidad, eran grupos
de samuráis que defendían a los pequeños pueblos de los guerreros
renegados, mercenarios que en tiempos de paz habían decidido pasarse al
saqueo y la delincuencia. Los machi-yokku, como se llamaba a los
servidores del pueblo que luchaban contra los ronin, son parte
fundamental para entender las simpatías que siguen suscitando en parte de
la sociedad japonesa los modernos yakuza. Los machi-yokku gustaban de la
bebida y el juego, y fue esto último -si creemos la leyenda- lo que acabó
dando nombre a los yakuza: en algunos dialectos, ya significa 8; ku, 9, y sa,
3. La suma de estos números, 20, es una de las peores manos del hana-fuda,
un antiguo juego de cartas. Con el nombre por bandera, los integrantes del
grupo se catalogaban a sí mismos de perdedores: una curiosa forma de
definirse.
Ahora bien, otros afirman, en una versión que parece más fiable, que en
realidad el crimen organizado nipón desciende directamente de los kabuki-
mono, un grupo de samuráis que se distinguía por sus desmanes, su
excentricidad, sus peinados, su forma de hablar y las largas espadas que
pendían de sus cintos. Esta versión de la historia no gusta a la Yakuza, que
se considera más la hija de los defensores del pueblo que de unos chiflados
sin señor y de comportamiento anárquico que se dedicaron a sembrar el
pánico en un Japón feudal. La anécdota, lejos de ser banal, ilustra la
creencia de que este imperio del crimen (con cinco veces más efectivos que
la mafia en Estados Unidos) se ve a sí mismo como un Robin Hood
moderno que sabe cómo cuidar de los suyos por encima de cualquier otra
consideración.
La Yakuza tal como la conocemos hoy día nace a finales del siglo xix,
cuando Japón sufrió la transformación que le llevó de su pasado tradicional
a la modernidad, en términos políticos y militares. De repente, las filas de
la organización se llenaron de obreros deseosos de adquirir un nuevo
estatus. El Gobierno reclutó a muchos de ellos con el propósito de
controlar a sus adversarios políticos y los yakuza empezaron a ser usados
como fuerza de choque. Al mismo tiempo, su control de actividades como
el juego creció y su presencia en todos los ámbitos de la sociedad japonesa
se multiplicó. Antes de los años treinta, la Yakuza asesinó a ministros y
participó en varios golpes de Estado; y se reavivó después de la derrota de
los nipones en la II Guerra Mundial. Tras la invasión americana, los aliados
trataron de acabar con la organización, pero renunciaron en los años
cincuenta: la Yakuza estaba demasiada agarrada al pueblo como para que
fuera posible separarlos.
2011. Cuatro siglos después, y sea cual fuere la versión que uno desee
creer, la mafia japonesa cuenta con más de 100.000 miembros integrados
en 2.500 familias distintas y existen pocas dudas de su implicación en
muchísimos sectores de la política y la sociedad nipona con tentáculos que
se extienden por Japón, Asia y muchos otros países del mundo, incluido
Estados Unidos.
"A los seis meses empecé a sentirme más tranquilo a la hora de disparar
con mi cámara", continúa el fotógrafo. "Ya había aprendido cómo hacer las
cosas y tenía más confianza. Un día me dijeron que el individuo que tenía al
lado acababa de pasar 23 años en la cárcel. Ese tipo de cosas me
recordaban constantemente con quién estaba tratando y para qué estaba
allí".
El camino visual de Kusters está repleto de luces de neón, garitos
oscuros, tipos grandes vestidos de negro, tatuajes que cubren cuerpos
enteros y un buen montón de manos con dedos amputados, una de las
señales de identidad de la Yakuza y un recordatorio de que el bushido, el
código de honor de los samurái, sigue gobernando su mundo. "La Yakuza es
-sobre todo- una forma de vivir: los jóvenes buscan un sentimiento de
pertenencia a algo más grande, más poderoso que ellos; para los veteranos,
los jóvenes representan una oportunidad de pasar sus enseñanzas. Pero
además algunos buscan buena prensa en el mundo exterior, como si
hubieran aprendido el arte de caminar por el lado bueno y el malo de las
cosas al mismo tiempo. Lo mejor, por decirlo de alguna manera, es la
sutilidad, los detalles, que es algo que normalmente nos perdemos. Tardé
más de 10 meses en aprender a mirar... recuerdo la primera vez que tuve la
oportunidad de fotografiarles: era un viaje de cinco horas en coche a la
prisión de Niigata con varios miembros de la familia que iban a recoger a
dos yakuza que salían de la cárcel. Si hubiera un medidor de tensión en el
aire, creo que ese día se hubiera roto", dice el belga. A pesar de ello, aclara
que nunca presenció ningún acto de violencia, un elemento muy presente
en la vida de la Yakuza, y que esto le ahorró "un montón de problemas" ya
que había pactado una cobertura sin restricciones de las actividades de la
organización. "¿Si tuve miedo? Lo que daba miedo era pensar lo que estaba
pasando en realidad. A mí me enseñaron lo que yo llamo la ciencia de la
violencia: los campos de entrenamiento, los combates... Debido a los
detalles del acuerdo, estaba claro que no iba a ver peleas o nada parecido.
¿Miedo de revelar detalles delicados o secretos? De existir, lo debería tener
yo. Si digo algo que rompa nuestro acuerdo, no tengo duda de que vendrían
a por mí. Que ejercen la violencia física es algo seguro, en eso no me llevo a
engaño".
"Cuando miro atrás y pienso por qué me dejaron vivir dos años con ellos,
mi respuesta es que ahora tienen una crónica de su familia completamente
documentada. Cuando un extraño examina las imágenes, puede ver lo
malo, los rincones oscuros, pero ellos solo ven una cosa: a su familia",
remata Kusters, que acabó su trabajo en Tokio con el funeral de uno de los
grandes líderes de la familia Shinseikai, Miyamoto-san, un ritual
completamente privado al que el belga fue invitado: "Algunas de las fotos
que tomé allí son demasiado íntimas para que vean la luz, no lo sé, quizá
con el tiempo. Quién sabe, este proyecto no se ha acabado: quedan un
montón de cosas que contar".
Ritos y tradición. Jefes de todas las familias durante el funeral por uno de los grandes 'padrinos' de
Tokio. ANTON KUSTERS
Símbolos. Las manos de un 'yakuza'. Los tatuajes son parte de sus distintivos; la amputación del dedo
meñique, el resultado de la aplicación del código de honor de la familia. ANTON KUSTERS
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