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Publicado en: Revista Cubana de Ciencias Sociales, Instituto de Filosofía de La


Habana y la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, Puebla, México, año XIX,
no.32, de 2001,pp.87-102.

La reutilización del espacio fúnebre


en comunidades de economía
apropiadora

Gabino La Rosa Corzo

RESUMEN. Sobre la base del análisis del registro arqueológico pertinente y de la


argumentación a partir del estudio de los cementerios aborígenes más recientemente
investigados en la mayor de las Antillas, lo que permitió identificar los patrones que
guían el uso de los lugares seleccionados, se propone y evalúa la categoría
reutilización del espacio fúnebre en comunidades arcaicas, para identificar el
carácter reiterado de las inhumaciones aborígenes en las reducidas áreas de las
cuevas seleccionadas para tales fines.

El reconocimiento y respeto de las implicaciones que tiene la categoría


reutilización del espacio fúnebre en el proceso de investigación de las
costumbres funerarias de los aborígenes antillanos es un requisito sin el
cual se corren grandes riesgos en la interpretación de las evidencias
mortuorias.
La definición de si los aborígenes preceramistas hacían uso reiterado
de los espacios sepulcrales en cuevas con menosprecio de otras áreas
factibles de ser utilizadas para tales fines deviene en basamento de
ulteriores inferencias acerca del simbolismo de los espacios
seleccionados y de las posibilidades de interpretación del resto de
categorías que intervienen en el estudio de las costumbres funerarias
aborígenes.
Incluso, estoy convencido que si no se tiene en cuenta esta importante
cuestión, será muy difícil acceder a la aprehensión de las regularidades y
particularidades en las prácticas sepulcrales aborígenes, pues resulta
punto de partida de las explicaciones que persigan rebasar el plano de
las conjeturas. Las categorías que se emplean en una investigación o
estudio particular no son simples depósitos de
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datos, pues forman parte del desarrollo de la disciplina, y como el
conocimiento de las realidades que se estudian se enriquece diariamente,
las categorías no pueden constituirse en un sistema cerrado o acabado,
sino que cada estudio o investigación debe contribuir al enriquecimiento
y precisión del cuerpo de categorías que le corresponde.
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Moscoso (1986), en su contundente estudio acerca de la


descomposición de la comunidad primitiva en el Caribe antiguo, se vio
precisado a enriquecer y sustituir muchos de los conceptos utilizados por
la arqueología tradicional, a los que consideró como nociones
espontáneas y los sustituyó por conceptos teóricamente construidos.
El conocimiento de la comunidad primitiva, terreno principal de la
acción de los estudios arqueológicos que emprendemos, está muy lejos
de ser conclusivo, por lo que el sistema de categorías empleadas tiene
que tomarse como conjunto de herramientas del lenguaje y del
pensamiento y disponerse a enriquecerlas. La ciencia arqueológica
impide cada día más adentrarse en una problemática de la comunidad
primitiva o de las llamadas sociedades comunitarias desprovisto de
instrumentos analíticos, o sea, sin un cuerpo de categorías sobre las que
se tenga dominio o se alcance en el proceso de aprehensión de la realidad
objeto de estudio.
Como consecuencia, aspiro a que la aplicación de la categoría
reutilización del espacio fúnebre que propongo, contribuya al
desplazamiento de las deformaciones que se han producido en el
conocimiento de las costumbres funerarias como resultado de la
aplicación de presupuestos erróneos para enfrentar el trabajo de campo y
las insuficiencias que en los registros de los datos mortuorios se tienen.
Para esto, me valdré del estudio del proceso de desarrollo de la categoría
reutilización del espacio fúnebre en la mayor de las Antillas.

El conocimiento del espacio fúnebre y el


perfeccionamiento de las técnicas de excavación.

Dentro del registro arqueológico de trabajos en sitios funerarios de


aborígenes pescadores-recolectores, o sea comunidades con tradiciones
mesolíticas en Cuba, existen algunas observaciones aisladas acerca del
uso continuado de los espacios fúnebres.
Es claro que el carácter de esas anotaciones a las que se hace
referencia, varía en correspondencia al desarrollo de la arqueología como
ciencia, al perfeccionamiento de las técnicas de excavación y a la
seriedad de los que tomaron las notas de campo y divulgaron los
resultados.
Descontando los reportes de hallazgos de restos humanos aborígenes
producidos en el siglo XIX por parte de Rodríguez Ferrer (1876) y de L.
Montané de 1888
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(Harrington, 1935) en los cuales no se encuentran elementos que
permitan considerar el uso repetido de los espacios sepulcrales, es
posible encontrar referencias que se acercan a tal problemática a partir
de los primeros años del siglo XX, aunque ese reconocimiento quedaba
enmascarado en el carácter alterado que se le asignaba a los sitios, así
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como a la mezcla de diferentes evidencias. Este tipo de información será


reiterada dentro de casi todos los registros de la primera mitad del siglo,
incluyendo las primeras investigaciones sistemáticas emprendidas en el
territorio insular por el norteamericano M. Harrington (1935) quien
durante sus exploraciones y excavaciones en la región más occidental de
la Isla reportó la existencia de numerosas cuevas funerarias con
abundantes restos humanos, pero siempre en condiciones muy precarias
en cuanto a su disposición y conservación.
Por lo que puede asegurarse que los rasgos que caracterizan las
referencias de recintos funerarios aborígenes en la época, se distinguen
por: alto grado de alteración de los esqueletos, alto grado de
fragmentación de los huesos, presencia de huesos cremados y algunos
pintados de rojo.
A mi juicio, en este tipo de registro y forma de tratamiento de la
cuestión, se dan de la mano varios factores. En primer lugar, la
existencia real de que en las cuevas empleadas como cementerios por
los aborígenes los restos humanos resultaban relativamente abundantes
y como consecuencia de la reutilización del espacio, los huesos se
presentaban, preferentemente, con cierto desorden y muy fracturados.
Los restos cremados, pudieron haber sido consecuencia del mismo
proceso, que dejaba algunos insepultos y expuestos a los hogares de los
primitivos pobladores, quienes por razones que resultan superfluo
explicar, utilizaban el mismo refugio de forma cíclica durante años, sin
que por ello se deba descartar la posibilidad del uso de la cremación
dentro de las practicas sepulcrales de los aborígenes, tal y como fue
registrado por los cronistas y las referencias de la etnografía comparada
y la arqueología en otras partes del Caribe.
A estos factores, se debe sumar la ausencia de técnicas y recursos
necesarios para producir exhumaciones controladas de restos de relativa
antigüedad en condiciones que contribuyeran a la preservación de los
mismos y el carácter coleccionista o museable de la arqueología de
aquellos años, la que se interesaba más por la localización de artefactos
considerados entonces de más valor.
A la altura de los años 30 de la propia centuria, F. Ortiz (1935:255) se
quejaba de la arqueología de Cuba, la cual, según él, por falta de
sistematización científica de los descubrimientos se encontraba “llena de
ideas ya insostenibles, realmente arcaicas”. Pero ya a fines del siglo no
puede afirmarse lo mismo en cuanto a todos los campos de la disciplina,
ya que a partir de la creación de instituciones especializadas en el año de
1962, se logró un considerable avance en algunos terrenos de la ciencia
arqueológica, pero desdichadamente, en lo tocante al estudio de las
costumbres funerarias, las investigaciones emprendidas en su mayoría
obedecieron a hallazgos casuales y tareas de salvamento, más que a una
planificación científica.
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Muchos de los recintos funerarios (me refiero específicamente a los


cementerios de grupos preagroalfareros en cuevas), fueron excavados al
azar, sin formulaciones teóricas iniciales que guiaran el trabajo de
campo.
Las excavaciones practicadas por Herrera Fritot en el año de 1944 en
un abrigo rocoso en Soroa, Pinar del Río, ofrece, en la arqueología de
Cuba el primer ejemplo que permite medir la comprensión que entonces
se tenía de esta cuestión. Del lugar fueron extraídos restos de unos siete
individuos, los que según la información publicada no presentaron una
disposición natural “sino como amontonados, revueltos” (Herrera,
1970:9). De las anotaciones de la excavación y del plano de la solapa
puede comprobarse que el espacio disponible para prácticas sepulcrales
era muy reducido, inclusive, Herrera aseguró que los entierros se
localizaban en dos grandes bolsones de tierra que no tenían cada uno
más de un metro y medio cuadrado de superficie y cincuenta
centímetros de espesor, descontando 25 cm de superficie no alterada y la
capa más profunda estéril.
En una dimensión espacial semejante, el entierro de siete individuos
adultos no podía hacerse sin la alteración sucesiva de las inhumaciones
y la mezcla de sepulturas anteriores dentro de las últimas. Pero
semejante tipo de contaminación solo podría ser detectada por medio de
los sistemas y técnicas de las que se emplean hoy día.
Pudiera pensarse que la reutilización fue reconocida por Herrera,
cuando éste dijo que la alteración observada podía deberse al efecto
repetido de las inhumaciones (ibíd:17); pero resulta negado el juicio, al
concluir que todos los entierros eran secundarios, o sea, que se debían a
inhumaciones de restos de entierros primarios traídos desde otro lugar.
Es claro que esta conclusión está en correspondencia con la falta de
claridad que existía en la época acerca de la categoría entierro
secundario, ya que entonces se entendía por tal cualquier conjunto de
huesos que no presentaran articulación anatómica definida. Esta
categoría no fue debidamente conformada hasta los hallazgos
practicados por Rivero de la Calle en 1950 en la cueva funeraria de
Carbonera, en Matanzas, con el aporte y estudio del entierro secundario
más conspicuo de la arqueología de Cuba (Herrera y Rivero de la Calle,
1954).
No resulta ocioso señalar que a la luz de la información actual, los
entierros de la solapa de Soroa no debieron ser secundarios, toda vez que
en el inventario de restos hecho por el propio Herrera fueron registrados
no sólo los restos de cráneos y huesos largos, sino también abundantes
huesos irregulares, planos y cortos, tales como vértebras, falanges,
costillas, escápulas y fragmentos de pelvis, que como se sabe, son
difíciles de colectar en los típicos entierros secundarios.
La revisión cuidadosa de los planos, fotos y notas de campo de las
principales excavaciones practicadas en las décadas del 30 y 40 son
suficientemente ilustrativos de que las técnicas empleadas entonces
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ofrecían pocas ventajas para destapar y posteriormente exhumar los


restos óseos con el necesario respeto de las posiciones y relaciones de las
evidencias entre sí o las posibles connotaciones
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de la reutilización del espacio. (Dacal y Rivero de la Calle, 1972:89 y
Morales Patiño y Herrera, 1941:8).
En Cuba, no fue hasta fines de la primera mitad del siglo XX en que se
empiezan a introducir las técnicas de control estratigráfico en las
excavaciones. Un papel importante lo desempeñó en esa línea el curso
de verano dictado por García Robiou, en 1947 en la Universidad de La
Habana, recién concluidos estudios en la Universidad de Harvard con
una beca de la Fundación Guggenheim. Este trabajo fue apoyado por un
artículo dedicado a las normas y técnicas de excavación arqueológica que
fuera publicado por Alvarez Conde (1956:129).
De esta manera, de las simples zanjas y pozos de los que se iba
extrayendo todo lo que aparecía al azar, se pasaba, aunque lentamente
hacia las técnicas de control y registro estratigráfico. Para García Robiou,
la importancia de este sistema de trabajo residía en que permitía
unificar los métodos empleados y elevar el valor de los resultados
(ibíd:135).
Sin embargo, en correspondencia a los criterios de la época, aún no se
hacía distinción entre las normas de extracción para los diferentes tipos
de evidencias, incluyendo los restos humanos, lo que conllevaba a la
pérdida de información, deterioro de los huesos y la posibilidad de probar
asociaciones, relaciones y regularidades.
Es necesario reconocer que en la arqueología de Cuba se utilizó por vez
primera el registro mediante coordenadas cartesianas de las evidencias
resultantes de excavaciones en el año de 1966, con los trabajos dirigidos
por J. M. Guarch en Cueva Funche (Dacal, 1968:7).
Es precisamente la década de los años 60, en especial a partir de
fundado el Departamento de Antropología de la Academia de Ciencias, en
que se vertebran todos los trabajos que en este campo se venían
realizando bajo presupuestos científicos y como una consecuencia de ello
se emprendió el perfeccionamiento de las técnicas de excavación, así
como el interés que los espacios funerarios comenzaron a cobrar.
Si hasta esos momentos los cementerios aborígenes de los grupos no
ceramistas habían sido objeto de anotaciones casuales o excavaciones
limitadas y hechas, como todas las restantes, “de forma anárquica”
(Tabío y Rey,1979:90), se evidencia un crecimiento paulatino en la
aplicación de las técnicas más avanzadas y de un registro más riguroso.
A partir de las excavaciones practicadas en 1961 en el cementerio
aborigen Cueva de la Santa, al este de Ciudad de La Habana, y
precisamente como consecuencia de las técnicas empleadas y el registro
efectuado, y aunque los autores no se lo propusieron, será posible
definir la existencia de la reutilización del espacio , ya que el grado de
alteración de las osamentas no puede responder sólo a la escasez de
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espacio, por cuanto las excavaciones y los planos demuestran una mayor
disponibilidad en el lugar.
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Esta es en realidad la primera excavación en una cueva funeraria de
aborígenes pescadores-recolectores que ofrece una información que
permite adentrarse en la problemática sobre bases más confiables,
aunque algunas de las respuestas a las que arribaron los autores
estuvieron en correspondencia al carácter especulativo del conocimiento
acumulado en este campo hasta esos momentos. La conclusión a la que
llegaron referente a que el sitio era un cementerio dedicado solamente a
la inhumaciones de los difuntos y no a habitación humana ofreció por
vez primera en la arqueología de Cuba la argumentación de conjuntos de
entierros en áreas no domésticas, cuestión que obligó a partir de
entonces a centrar el interés en un nuevo tipo de problemática.
Pero la existencia de 34 entierros, aunque algunos de ellos totalmente
alterados y desarticulados, hizo pensar en la existencia de un entierro
colectivo, o sea, producidos al mismo tiempo, por lo que se habló de un
“sacrificio múltiple” (Torres y Rivero de la Calle, 1970:37) y la cueva fue
también identificada como “”Cueva de los Sacrificios” (Acevedo,1966), y
se afirmó que “la deposición de los esqueletos en el entierro muestra que
se trata de un complejo rito mágico-religioso”(Torres y Rivero de la Calle,
1970:37), por lo cual se estimó confirmada la idea de la existencia de
sacrificios humanos en estas sociedades comunitarias.
A pesar de los presupuestos establecidos, tales como la definición de un
área sepulcral no doméstica, mejoramiento en las técnicas de excavación
y registro, con un plano en la que fueron dibujados los restos de los
adultos y la definición de que las orientaciones no guardaban relación
con los puntos cardinales, de este trabajo se tomarían y generalizarían
los aspectos más discutibles, tales como la existencia de sacrificios
humanos, entierros colectivos y una forma particular de acentuar la
importancia del sitio, a partir, fundamentalmente, del número de
entierros destapados, al decir: “Acababa de ser descubierto el mayor
cementerio aborigen hallado en una espelunca” (Torres y Rivero de la
Calle, 1970), con lo que se acentuó un presupuesto que estimularía casi
todos los trabajos posteriores de este tipo, los cuales se verían retados a
subrayar siempre que su cementerio era el más grande.

De la observación empírica al registro razonado.

A la altura del trabajo es necesario puntualizar los elementos que


permiten proponer que el espacio funerario de Cueva de la Santa fue
reutilizado. Según consta en la documentación referente a los trabajos
arqueológicos en el lugar, puede afirmarse:
Mientras la publicación que dio a conocer los resultados de esta
investigación registra la exhumación de 8 adultos y 26 niños, lo que hace
un total de 34 individuos, en el informe de los trabajos de campo firmado
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por M. Acevedo, se aseguró que el total de individuos alcanzó la cifra de


“36 (treinta y seis)” (Acevedo, 1966).
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Esta discrepancia posiblemente explica el hecho de que en la Prehistoria
de Cuba se dijera que los entierros “pasan de la docena” (Tabío y Rey.
1979).
Por lo tanto, es necesario reconocer que la cifra de individuos
exhumados resultó imprecisa en los marcos cronológicos de las
excavaciones y de su divulgación.
Si a esta cuestión se le suman observaciones tales como la alteración
de muchos de los entierros, algunos de los cuales aparecieron , o bien
sin cráneo, sacro, coxal o extremidades inferiores; huesos como una
costilla y una mandíbula que no correspondieron a ninguno de los
esqueletos (Torres y Rivero de la Calle, 1970 y Acevedo, 1966), y que
mientras Acevedo afirma la existencia de varios entierros secundarios y
huesos cremados, cuestión que no aparece en la publicación de Torres y
Rivero de la Calle, resulta incuestionable el hecho del grado de alteración
de los restos esqueletales. Al respecto, es prudente señalar que Tabío y
Rey reconocieron la existencia de “montones de ceniza con huesos
calcinados”(1979:50).
En resumen, la presencia de huesos aislados y otros cremados y
entierros incompletos, son a mi juicio indicios claros de que el espacio
fúnebre de Cueva de la Santa fue reutilizado, aunque la arqueología de
aquellos años no pudiera plantearse la conceptualización del problema.
Es posible que algo similar sucediera con las excavaciones practicadas
en 1966 en varias cuevas sepulcrales en el Mogote de la Cueva, en Pinar
del Río, en las que se reportaron la existencia de abundantes huesos
rotos, cremados y pintados de rojo. M. Pino, quien dirigió parte de las
excavaciones considera que los restos humanos eran muy abundantes y
se encontraban muy alterados (M. Pino, comun. pers., 1999).
Pero apenas cinco años más tarde, en 1972, durante las excavaciones
practicadas en la Cueva del Perico 1, bajo la dirección de M. Pino, y a mi
juicio, como consecuencia directa de la aplicación de las entonces
modernas técnicas de excavación estratigráficas, se logró enfrentar el
fenómeno o práctica del uso continuado del mismo espacio, aún sin la
existencia de un término o categoría teóricamente construida.
La excavación practicada destapó un espacio de unos 22,65 m3 (Ibid),
del que se exhumaron, según el estudio antropológico inicial, la
cantidad de 59 individuos1, por lo que resultaba incuestionable la
observación “in situ” de que los entierros habían sido alterados por los
propios aborígenes (Pino y Alonso, 1973).

1
Según los últimos estudios realizados por la Lic. Dialvys Rodríguez, el total de individuos representados en
las muestras óseas exhumadas en esta excavación alcanzó la cifra de 162, de los cuales 7 eran fetos, 71
infantes, 22 niños, 9 adolescentes y 53 adultos (M. Pino, comun. pers., 1999). Otro dato que corrobora la
reutilización del lugar se tiene del hecho que los fechados arrojaron un uso del espacio entre el 40 A.N.E. al
600 D.N.E.
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A partir de entonces, todas las excavaciones practicadas en cuevas


funerarias en Cuba, registrarían una situación similar. Así, A. Martínez,
quien dirigió las excavaciones en Cueva Calero en 1989 aseguró: “se
pudo observar la existencia de distintos momentos de utilización de la
cueva...la destrucción de tumbas primarias para la inhumación de
nuevos cadáveres” (Martínez y Rodríguez,1989:2), pero en esta ocasión,
no sólo fue registrada la observación del hecho, sino también se aventuró
una atinada valoración, al considerar que la causa de esto podía
responder a los procesos cíclicos estacionales de estas comunidades de
economía apropiadora,
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con lo cual se aporta un juicio de carácter socio-económico fundamental
para el estudio de la cuestión.
Otras referencias, tales como la del cementerio de Canímar Abajo,
apuntan hacia el mismo tipo de regularidad, ya que sobre la disposición
alterada de los cadáveres y su relación espacial se afirmó que esto se
debía “a la extracción o remoción de los esqueletos para inhumar nuevos
individuos” (Vento y Roque, 1990:2).
También, en cementerios de grupos agroalfareros en áreas despejadas
se ha observado lo mismo. Según J.M. Guarch, de los 108 esqueletos
exhumados en el Chorro de Maita, el número de huesos aislados y
fragmentos fue muy alto, cuestión que se da de la mano con la
observación de que el 63% de los entierros estaban alterados por los
propios aborígenes (1996:17).
Bajo estos presupuestos, además de numerosas referencias que
apuntaban hacia lo mismo en cementerios aborígenes en otras latitudes,
como por ejemplo en Islas Canarias (Arco y Navarro, 1988) y en Nueva
Inglaterra (Cybulski, 1992)2, al dirigir las excavaciones en el sitio
funerario Marién 2 en julio de 1992, y habiendo comprobado que el
cementerio solo ocupaba una parte de la cueva, le presté atención a la
presencia de evidencias que probaran la “reutilización del espacio”(La
Rosa y Robaina, 1995:47).
Fue así que se comprobó que en 27 tumbas destapadas en aquella
primera jornada, además de sus correspondientes entierros primarios o
secundarios, se colectaron restos óseos dislocados de 23 individuos más.
Pero en esa ocasión tomé el término como un recurso lingüístico para
expresar una realidad, pero no en toda su dimensión, tal como lo veo
hoy, como parte de un sistema de categorías necesarias para el estudio
de los espacios fúnebres3.En la figura 1 se registra el área sepulcral del
cementerio aborigen Marien 2.

2
Aunque esto no quiere decir que exista consenso en la arqueología de otros países en cuanto a la importancia
del reconocimiento de la reutilización del espacio fúnebre, por cuanto en investigaciones como la llevada a
cabo en el cementerio de Malmok, en Aruba, no fue posible definir arqueológicamente si las alteraciones de
los entierros observadas fueron producidas por los aborígenes o eran recientes (Versteeg, et al, 1990:13).
3
Posteriormente, en 1997, se efectuó una segunda campaña en este sitio con la exhumación de doce
individuos más contenidos en diez sepulturas. 3 Plano cortesía de J. Garcell.
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Así, cuando tres años después fui invitado por el arqueólogo Jorge
Garcell y tuve la oportunidad de compartir la dirección de la excavación
en el sitio funerario denominado Bacuranao 1, que se localiza en la
Cueva del Infierno, en San José de las Lajas, provincia de La Habana, me
propuse comprobar y clasificar “in situ” el grado de alteración de cada
uno de los entierros primarios como resultado de las inhumaciones de
los propios aborígenes.

Fig. 1. Área sepulcral de Marién 2 con los resultados de las excavaciones de 1992 y
1997.

La reutilización del espacio fúnebre en Bacuranao1

Las excavaciones practicadas en el cementerio aborigen Bacuranao 1,


permitieron poner al descubierto 54 sepulturas concentradas en l6
cuadrículas de 1x1 m, de un total de 30 cuadrículas de igual magnitud
excavadas (Fig. 2)4. Una referencia inicial nos llevaría a la existencia de
unos tres entierros por m2 y que dentro del espacio fúnebre l4
cuadrículas no contenían entierros primarios.
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Durante el proceso de exhumación pudo comprobarse que muchas de las


sepulturas habían alterado entierros primarios anteriores, de los cuales,
en ocasiones se conservaban parte de los estructuras anatómicas y en
otros los restos aparecían totalmente desarticulados, pero como parte del
material de relleno que envolvía la sepultura, por lo que el estudio del
sitio devino en la validación de la categoría propuesta.

4
Plano cortesía de J. Garcell.
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El estudio antropológico de los restos óseos efectuado por el Lic. Rafael


Travieso Ruiz (1997) permitió identificar la existencia de 12 individuos
más, dado el conjunto de restos óseos colectados en las 54 sepulturas.
En esta ocasión, y tratando de perfeccionar la técnica de registro en

Fig. 2. Plano de las excavaciones practicadas en Bacuranao 1(Nota a la


edición digital: Por error de impresión, este plano no salió en la edición plana)

relación con las excavaciones practicadas en Marién 2, se decidió a partir


de la observación de los restos esqueletales, notas de campo, dibujos y
el informe antropológico, clasificar los entierros exhumados en tres
categorías en dependencia al grado de articulación anatómica y
representación de los huesos de cada esqueleto. Así, bajo la categoría de
entierro primario tipo A, fueron registrados todos los entierros que
presentaron posiciones anatómicas definidas y cuyos restos, a simple
vista, estaban articulados anatómicamente. Dentro de esta categoría se
identificaron 41 entierros.
Dentro de la categoría entierro primario tipo B fueron registrados
aquellos esqueletos que presentaban algunas alteraciones, pero que
mostraban aún cierto grado de articulación, o partes bien articuladas.
Dentro de ésta se enumeraron 13 casos. Por último, fueron registrados
en la categoría entierro primario tipo C, los restos desarticulados de
individuos que estaban asociados a uno de los entierros anteriores pero
formando parte del material de relleno de la tumba.
Así, la revisión preliminar de los restos del tipo C, puso de manifiesto
la existencia de conjuntos de huesos correspondientes a otros entierros
diferentes a los que se destapaban, pero fue el estudio y clasificación del
antropólogo físico R. Travieso, el que permitió identificar de manera
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precisa la presencia de 12 entierros, pero con muestras reducidas de la


totalidad de cada esqueleto.
La media de huesos por esqueleto en la categoría A fue de 137, lo que
está por debajo del total de huesos de un esqueleto tipo, que es de 208,
aunque como se sabe el número de huesos puede variar con la edad.
Esto se debe al grado de deterioro de los restos esqueletales en general,
dada la poca profundidad en que se hallaron los entierros, pues con
excepción de cinco sepulturas que se encontraban entre los 30 y 40 cm
de profundidad, el resto se destapó entre los 10 y los 30 cm.
Sin embargo, en la categoría B, la media de restos óseos por esqueleto
fue de 78 y en la C, fue tan sólo de 23, todo lo cual expresa la forma
gradual en que cada uno de los entierros fue removido por los propios
aborígenes. Las sepulturas de los doce individuos registrados en la
categoría C fueron removidas en diferentes ocasiones, lo que dislocó
totalmente la estructura anatómica original y dejó una media residual
de huesos muy baja.
Las reiteradas remociones del espacio trajo como consecuencia el
predominio de los llamados huesos cortos, que son los más resistentes a
este tipo de
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proceso. Los huesos planos (coxal y escápula), los huesos largos y el
cráneo se destruyen con más facilidad y de ellos en ocasiones solo
quedan fragmentos. Esta observación está respaldada además por las
prácticas exhumatorias de restos aborígenes, proceso durante el cual los
huesos señalados son los más vulnerables a las fracturas y deterioro.
En la figura 3 se registran los % de huesos y fragmentos de los
entierros de la categoría C, lo cual resulta ilustrativo del proceso
continuo de remoción de las sepulturas. De los 283 restos óseos
correspondientes a los doce individuos, 185 son fragmentos, para un
65%, mientras que los huesos completos sumaron la cantidad de 98 para
un 35 %. Pero dentro de los huesos enteros, el 84% correspondió a la
categoría de huesos cortos (metacarpianos, metatarsianos, falanges y
clavículas), ya que en definitiva son huesos menos frágiles y de pequeño
tamaño, los que se pueden desplazar con los bultos de tierra en los
procesos de reutilización (Fig. 3).
Este criterio no descarta la posibilidad de que algunos de estos restos
sean residuos de entierros primarios a los cuales se les extrajeron los
huesos largos y los cráneos para producir entierros secundarios según la
hipótesis del antropólogo físico que clasificó las muestras (R. Travieso,
comun. pers., 1998), aunque más adelante, en otro trabajo, se discutirá
esta cuestión, pues no en todos los casos parece ser así.
Pero la categoría reutilización del espacio fúnebre, como herramienta
para el análisis permite que nos adentremos en otro detalle al que no se
le ha prestado atención con anterioridad en los estudios de los espacios
sepulcrales en Cuba. Se trata que el uso reiterado del espacio no afectó
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por igual todas las partes del cementerio. En Bacuranao 1, con


independencia de la reutilización general del espacio seleccionado se

5% 4%
7%
35%

65%
84%

Hues os frag mentados Hues os cortos Hues os planos


Hues os completos Hues os irregulares Hues os larg os

Fig. 3 A la izquierda, la proporción entre huesos fragmentados y completos dentro de la


categoría C, y a la derecha los diferentes tipos de huesos dentro de los restos enteros.

puede comprobar que algunas partes específicas y muy reducidas,


fueron utilizadas de forma más continua. Los entierros se concentraron
en los espacios correspondientes a las cuadrículas C-4, con 15 entierros,
la C-3 con 14, la B-3 con 7 y la D-4 con 9. Por lo que puede afirmarse
que el 68% de los entierros se encontraban en cuatro cuadrículas de 1
m2 cada una. La relación espacial que guardan las cuadrículas entre sí,
prueba que se trata del espacio central del cementerio (Fig. 4).

Fig. 4. Esquema de la población sepultada en el cementerio aborigen Bacuranao 1. Símbolos: 1.Pared de la


cueva; 2. Excavación; 3. Piedras sueltas; 4. roca Estructural; 5. Un adulto; 6. Un infante. Esquema del autor.
(Nota a la edición digital: por error de impresión, este plano no salió en la edición plana)
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Por lo tanto, a la pregunta de ¿por qué éste y no otro el espacio de la


cueva seleccionado?, habría que añadir la de ¿por qué la insistencia en la
utilización de un área tan específica, cuando sobran dentro del espacio
sepulcral lugares donde enterrar?
Quizá la respuesta se encuentre en el campo de las formas tempranas
de religión, en cuestiones de parentesco o de jerarquías, pero es ya parte
de otro trabajo, por el momento, considero necesario agotar todas las
implicaciones de la reutilización del espacio fúnebre, principio sin el cual,
el margen de posibles errores se hace muy grande.
En relación con el uso continuado del espacio y la preferencia por el
área central del cementerio, es lícito, en primer lugar, buscar las causas
en verdades más sencillas, tales como el carácter del sistema de
asentamiento de estas comunidades,
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las que se desplazaban en función de los recursos estacionales, lo que
llevó al uso del mismo lugar para fines similares, a través de varias
generaciones. Puede acotarse además, que el centro, es precisamente el
área en que el techo del espacio fúnebre es más alto, el cual desciende
hacia la periferia, mientras que el piso del área de acceso está cubierto
por grandes rocas, por lo que las inhumaciones eran más fáciles
precisamente en el área central. Ninguno de los entierros fue localizado
fuera de la zona protegida por el alero rocoso de la dolina, por lo que el
factor de la manipulación del fardo funerario debe tomarse en
consideración en el estudio de la mayor reutilización de algunas partes
del área sepulcral. De igual forma, la presencia de rocas en el piso,
algunas a la vista y otras debajo de la superficie, debieron incidir, pues al
ser destapado un espacio y encontrado el obstáculo, debió procederse a
la reorientación de la sepultura.
Considero que los resultados hasta aquí expuestos validan la categoría
propuesta y demuestra la imposibilidad de que se puedan abordar con
seriedad cuestiones dimanantes del sistema de categorías que se aplican
para el estudio de las costumbres funerarias de los aborígenes de
tradiciones mesolíticas en Cuba, si no se le presta atención a la
reutilización del espacio fúnebre, toda vez que la misma es punto de
partida para el enfoque sistémico que demanda la complejidad del
problema a estudiar.

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