Luis, un paciente de 57 años, que manifestaba desde hace 22 años ataques de
pánico debido a una malinterpretación catastrófica de síntomas corporales, ansiedad y miedo, sumado a ideas de muerte, locura y enfermedad. La primera vez que experimentó este malestar fue a bordo de un bus, siendo un factor detonante las complicaciones laborales, educativas y sentimentales que en ese momento le afectaban. El paciente experimentó ideas de que moriría o que le pasaría algo, como perder el control o enfermarse. A esto se sumó el hecho de sentir sensaciones de ahogo, nausea, taquicardia, aumento en la temperatura corporal, sudoración palmar y facial; y una fuerte ansiedad y temor. Este conjunto de síntomas se mantuvo en el paciente durante aproximadamente 3 minutos lo que obligó al paciente a bajar del transporte público a fin de aminorar su malestar. Desde entonces, los ataques de pánico no se limitaron al transporte público sino a cualquier lugar como su hogar y el negocio familiar que administra. Luego de 12 años, para contrarrestar el malestar, el paciente buscó ayuda en una posta médica, en la cual le recetaron bromazepam por 6 meses, con una cita pendiente para ver si sigue necesitándolo, sin embargo, termina auto-medicándose durante 10 años. El medicamento no mitigó completamente su ansiedad, pero le permitió realizar sus actividades profesionales de docencia. El paciente asistió a consulta psicológica para dejar de tomar pastillas ya que ese estilo de vida no concordaba con sus expectativas de una vida saludable. Con el fin de un diagnóstico apropiado se evaluó áreas de inteligencia, personalidad, ansiedad y depresión. En los resultados de esta evaluación se encontró que tenía una inclinación a rasgos compulsivos de personalidad y una ansiedad moderada. Junto a los datos históricos relacionados se concluyó en un diagnóstico de trastorno de pánico sin agorafobia.