Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
intemporalidad y transformación
de los mitos de fundación
1
R. P. A. Dozy, Historia de los musulmanes de España, p. 86.
2
Ibid., p. 86.
3
Ibid., p. 98.
4
P. Guichard, De la expansión árabe a la Reconquista, p. 102.
5
G. Martinez-Gros, L’identité andalouse, p. 263.
al-andalus y las ciudades meridionales 23
y añade:
Los esfuerzos del rey Sabio han de entenderse como un intento de con-
vertir dicho ideal «toledano», que la Iglesia no condenaba y hasta cierto
punto incluso protegía, en una política cultural para sus reinos9.
6
E. Benbassa y A. Rodrigue, Historia de los judíos sefardíes.
7
D. Urvoy, Averroes, p. 38.
8
F. Márquez Villanueva, El concepto cultural alfonsí.
9
Ibid., p. 76.
10
L. Bolens, L’Andalousie du quotidien au sacré, p. xiv.
24 josé antonio gonzález alcantud
11
Ibid.
12
M. Chebel, Traité du raffinement, p. 19.
13
F. Maíllo Salgado, De la desaparición de al-Andalus, p. 97.
14
M. Marín, «L’art de vivre d’al-Andalous a-t-il vraiment existé ?», p. 59.
al-andalus y las ciudades meridionales 25
15
E. Gómez Carrillo, Fez, la andaluza.
16
E. Iniesta Coullaut-Valera, Al-Andalus en Blas Infante.
17
F. López Estrada, «La toma de Alhama».
18
A. de Palencia, Guerra de Granada, p. lxvi.
26 josé antonio gonzález alcantud
zado tras ésta19, hasta la guerra y expulsión de los moriscos. Período percibido
por los cronistas coetáneos como de «guerras civiles», que estuvieron precedidas
por el proceso de exotización del moro granadino, preludio de su separación
definitiva. Escribe André Stoll a este propósito:
Paradójicamente, la misma «exotización» del moro de Granada viene
así a complementar, en el nivel del imaginario colectivo de los lectores, el
destierro real de los moriscos granadinos, y preparar, implícitamente tam-
bién, su expulsión definitiva de la realidad económica y social española20.
La influencia del texto que posee dos partes, una dedicada a las guerras entre
zegríes y abencerrajes antes de la conquista, y otra a la guerra de las Alpujarras,
iluminará a los románticos y asentará la imagen del «buen moro», encarnado en
los traicionados abencerrajes, y del «buen morisco» presa y víctima del poder
real de Felipe II. El «buen moro» exotizado y perseguido acabará por nutrir el
orientalismo europeo, bien es sabido.
Al contrario de los autores románticos españoles, que debido sobre todo a la
manifiesta inclinación nacionalista, no consiguieron darle forma a la leyenda
granadina. Sus obras, en opinión de Melchor Fernández Almagro, no llegaron
muy lejos:
Los prosistas románticos no crean la obra de gran porte que Granada
podía haberles inspirado, y se atienen, como ya sabemos, a la explotación
del venero morisco de leyendas y romances23.
19
M. Garrido Atienza, Las capitulaciones para la entrega de Granada.
20
A. Stoll, «Abindarráez y Narváez», p. 169.
21
M. Barrios Aguilera, Granada morisca, la convivencia negada, p. 369.
22
M. S. Carrasco Urgoiti, El moro de Granada en la literatura, p. 68.
23
M. Fernández Almagro, Granada en la literatura romántica española, ed. C. Viñes Mollet,
p. 71.
al-andalus y las ciudades meridionales 27
Hay que añadirle que del lado autóctono tengamos que tener presente el
cerco conceptual que el costumbrismo literario estableció sobre los autores
románticos españoles, en muchas ocasiones debatiéndose entre la maurofobia y
la maurofilia. De José Zorrilla, que fue coronado poeta nacional en la Alhambra
y que a pesar de ser quien en su tiempo prestó mayor atención al orientalismo,
Almagro ha sostenido que una
enorme parte de su obra está concebida y realizada expresamente bajo tal
sugestión, también en la inspirada por tradiciones y leyendas de la España
cristiana, que él animó con tan certero instinto poético-narrativo, se vale
del mismo estilo fastuoso, más brillante que profundo24.
los mozárabes en el siglo ix. Ron Barkai ha escrito como conclusión a esa for-
mación de imágenes negativas:
Se puede afirmar que en las crónicas cristianas aparece un grado
mayor de deformación de las imágenes que el que aparece en las cróni-
cas musulmanas27.
Este fenómeno lo explica Barkai tanto por la mayor presencia del horizonte
apocalíptico en el cristianismo, como por
la historiografía cristiano-española [que] tuvo desde el principio plena
conciencia de la historia española con una particularidad propia28.
Pero donde adquiere toda su dimensión antropohistórica es en la Edad
Moderna, cuando se observa por parte de las élites la necesidad de dotar de cuar-
teles de nobleza a las ciudades andaluzas. Ya en Rodrigo Jiménez de Rada, en el
siglo xiii, se adjudicaba el origen de la fundación de muchas ciudades españolas
a un héroe cultural como era Hércules una vez que hubo vencido a Gerión. Éste
gobernaba sobre tribus indómitas, y ejercía su poder despóticamente:
Hic semiuir et semifer dicitur, in spelunca saxea, profundissima, tene-
brosa, metu Herculis se recepit, cuis aditum grauis moles cathenis appensa
ferreis protegebat, quem ipse paterno artificio fabricarat. Hic semiuir et
semifer dicitur fabulose, eo quod inmanitate orribilis et atrocitate terribilis
adiacencium horarum homines inopis cladibus infestabat et tam hominum
quam ferarum strages innumeras exercebat, quorum capita dira super-
bia destestatis postibus aiffigebat, de truncis uero miserabilus execrandam
ingluuiei rabiem saciabat29.
Los relatos de fundación son uno de los puntos más vulnerables y polémicos
de la historia de la Andalucía moderna. En ellos tuvieron que batir sus armas el
mito y la realidad. Y los ecos de ese combate, sordo y trascendente, llegan hasta
el día de hoy. A ellos contribuyeron notablemente los cronistas de los siglos xvi
y xvii, y a ellos también se tuvieron que enfrentar los arabistas españoles del
siglo xix. Su problematicidad es un pilar básico del relato histórico y antropo-
lógico andaluz. Una de las ciudades andaluzas marcadas por la excelencia de su
antigüedad fue Sevilla, sin lugar a dudas. Dice Rodrigo Caro de los orígenes de
Sevilla, que éstos eran objeto de controversias desde antiguo, ya que
los nuestros imitando aquella grandeza de ánimo de los antiguos; porque
les pareció con justa razón, que Sevilla competía con las mayores ciuda-
des del mundo, le dan origen divino, afirmando que el dios Hércules la
fundó30.
27
R. Barkai, Cristianos y musulmanes en la España medieval.
28
Ibid., p. 290.
29
R. Ximenii de Rada, Historia de Rebvs Hispaniae sive Historia Gótica, libro V, pp. 20-30.
30
R. Caro, Antigüedades y principado de la ilustrissima ciudad de Sevilla.
al-andalus y las ciudades meridionales 29
La opinión de los que dizen, que Hércules fundó a Sevilla, es tan admi-
tida del vulgo de los Sevillanos, que no solo los doctores la saben: pero
también los rudos, sobreponiendo grandes consejas. Hubo, según cuen-
tan los antiguos, quarenta y tres Hércules. Dos de ellos vinieron a España:
el Egipcio, o Líbico, y el Tebano, este vino con los Argonautas, y llegó
a Cádiz, y de allí a Gibraltar, donde fundó una ciudad de su nombre,
Heraclea; y esto fue casi mil años después que el Hércules Líbico, o Egip-
cio había venido acá; el cual es cierto que le llamaron Hércules; y por
otro nombre Ossiris, Oron Líbico. Fue un varón insigne, y valeroso que
anduvo gran parte del mundo, castigando tiranos, deshaciendo agravios,
domando monstruos31.
Trae en apoyo de esta tesis la autoridad del moro Rasis, crónica disputada más
adelante por supuesta impostura, quien habría indicado que «cuando Hércules
fundó Sevilla, fundola sobre madera, e púsole nombre Isla de Palos; e después
de grandes tiempos, pusieronle nombre Sibilla». También menciona otras hipó-
tesis de su época como la de fray Juan de Pineda que decía que Sevilla se fundó
592 años después del diluvio universal. Asocia esta opinión a Juan de Mariana.
Entre las muchas hipótesis de su época trae a colación finalmente la de aquellos
que decían que Sevilla había sido fundada por los caldeos que llegaron a España
con Nabucodonosor, o la que señalaba que su fundador fue el dios Baco, tesis
de Diego Hurtado de Mendoza. La opinión final del propio Caro, que como es
sabido estaba consagrado al estudio de las antigüedades arqueológicas sevilla-
nas, era la que sigue:
Sepa el lector a qué opinión nos inclinamos en la fundación de Sevilla,
dezimos, que es más verosímil, y llegado a razón, que los fundadores de
esta ciudad sean verdaderos Españoles Iberos, y primeros de los mortales
que a esta provincia última de Occidente vinieron después del diluvio
universal32.
31
Ibid.
32
Ibid.
30 josé antonio gonzález alcantud
Que los Españoles son sus descendientes, que el primero Rey de los
Españoles fue Hispan, el cual fundó la famosa ciudad de Sevilla, y de su
nombre se llamó Hispalis, que puso en ella el asiento de su Reyno, y que
de Hispalis tomó el nombre toda España…
De modo, que este Rey Hispano, o Hispalo, o Hispalis, que assi le lla-
man otros, precedió en antigüedad y Reyno a todas las naciones, que
después a España vinieron: y fue nuestra propia nación, descendiente de
Tubal propio, y natural Ibero, o Español33.
33
Ibid.
34
Ibid.
35
Ibid.
al-andalus y las ciudades meridionales 31
Una vez adjudicados los Campos Elíseos a Sevilla, se incluyó en este mismo
dominio a Tartessos:
Bastenos dezir, que varones doctosísimos han tenido por muy proba-
ble, que lo mismo es Tarssis, que la Tartessis Betica orillas de nuestro río
Guadalquivir, y tierra de Sevilla. Gloriase mucho, y con razón, Goropio
Becano, de este pensamiento, diziendo, que él fue el primero que rom-
pió las cárceles de esta ignorancia, dando luz a la Sagrada Escritura, y
restituyendo su antiguo honor a los Sevillanos, y Andaluzes; pues de sus
tierras se llevaron las inmensas riquezas con que se fabricó el Templo de
Salomón37.
Se colige que Sevilla era el receptáculo de esta Tartessos mítica. Las ciudades
andaluzas, comenzando por las principales, se presentan como entes urbanos
largotemporales cuya fundación no podía habitar otro espacio que el del mito,
y ahí las exégesis podían ser infinitas e hiperbólicas.
De Cádiz, otra ciudad andaluza que tuvo un gran momento de esplendor
durante el siglo xviii, pero que a finales del siglo xvii ya apuntaba a ese des-
tino, glosó sus excelencias sobre todo Gerónimo de la Concepción, un carmelita
descalzo que revindicaba para sí mismo en el frontispicio de su obra la condi-
ción de «gaditano de origen», para que no cupiesen dudas sobre su autoctonía
y a alguien se le ocurriese poner en duda sus afirmaciones bajo la especie de
la extranjeridad del relator. Hace ver que antes de su obra Emporio del Orbe
sólo un prebendado de la catedral gaditana, Juan Bautista Suárez de Salazar,
intentó llevar a cabo la narración de sus orígenes y excelencias, pero «dejole
—opina— tan imperfecto, que no habiendo pasado del dominio de los Roma-
nos, nos quedamos, como dicen, con los rudimientos de la sola infancia de esta
República». Después de seis años de estudio ofrece este libro con el que satisfa-
cer los deseos de legitimidad, grandeza y curiosidad de los gaditanos. Comienza
señalando el porqué de llamar a la obra «emporio del orbe». Remite a la autori-
dad de Estrabón y Heródoto que ya la habrían llamado a Cádiz de esta manera;
y además señala que:
36
Ibid.
37
Ibid.
38
G. de la Concepción, Emporio del Orbe.
32 josé antonio gonzález alcantud
Tras este fundador, Cádiz habría sufrido la tiranía de los Geriones. Para
librarlos de la tiranía, acudió
Osiris (a quien llama la escritura sagrada Mifraim, hijo de Cham, y
nieto de Noé) a la defensa, y habiendo penetrado el estrecho con una
poderosa armada, y vencido a Geryon en los campos de Tarifa, que fue
la primera batalla campal, que vio nuestro Español Hemisferio, se con-
vino con los tres Geryones hijos del intruso Deabo, que dieron ocasión
al monstruo de tres cabezas tan celebrado de los Poetas, y dejándolos
por Triunviros o Reyes de la Isla, se volvió Osiris cargado de riquísimos
despojos a su Reyno41.
39
Ibid.
40
Ibid.
41
Ibid.
al-andalus y las ciudades meridionales 33
42
Ibid.
43
Ibid.
44
Ibid.
45
Ibid.
34 josé antonio gonzález alcantud
46
F. Bermúdez De Pedraza, Antigüedad y excelencias de Granada, p. 27.
47
Ibid.
al-andalus y las ciudades meridionales 35
bias, que son mil y seiscientos de la creación del mundo al diluvio general,
y quatro mil a la venida de Christo, resulta por cosa averiguada, que se
fundó esta ciudad por Liberia bisnieta de Hércules, y quarta nieta de Noe,
dos mil años antes de la Encarnación de Christo […], y mil y dozientos
antes de que se fundase Roma, que no es pequeña excelencia: de suerte
que oy año de mil y sesicientos de la Encarnación de Christo, ha que se
fundò tres mil y seiscientos años48.
Estos son los cálculos fabulosos de Bermúdez de Pedraza, en cuyo apoyo sólo
puede traer la autoridad de la fábula.
Pero uno de los principales negocios en los que se encontraba inmerso Ber-
múdez era en separar los probables orígenes hebreos de la ciudad, opinión
atribuida al moro Rasis, de los fundamentos cristianos de la misma. Para des-
cartar esta disparatada hipótesis que hubiese dado al traste con las excelencias
cristianas le da naturaleza a Elvira, como un conjunto de casuchas, propias de
los judíos, frente a la magnificencia de Illiberria que identifica con la mismísima
Granada, fundación de «fenizes» que habrían llegado con Hércules Líbico. Las
pruebas de la fundación antigua de Granada-Illiberris las infiere de la autoridad
del mortero con el que estarían hechos los restos antiguos de la ciudad, amén
de la presencia de los mártires sacromontanos, y para terminar con el conjunto
de cipos romanos encontrados en el Albayzín, y los cuales niega que pudieran
haber sido trasladados desde Elvira, como algunos sostenían ya en su época. Lo
que sí le sorprende es que Granada, teniendo tanta importancia, no llamase la
atención de los tratadistas de la Antigüedad, cuestión que concibe como pura
injusticia. Bermúdez de Pedraza dirime una auténtica batalla por demostrar la
antigüedad y excelencias de Granada, en un momento y medio en el que la ciu-
dad andaluza se convertía en el auténtico torbellino de la mitografía histórica
peninsular.
También Justino Antolínez de Burgos, en 1611, dirá lo siguiente de Granada
y sus orígenes:
De cuya antigüedad y origen y por qué se llamó Granada hay varias
opiniones y grande oscuridad en averiguar la fundación de ciudad tan
ilustre; señal cierta de que ha vencido a la memoria su antigüedad y que
la tradición no ha tenido fuerzas para llegar a nuestros tiempos, impedida
con la diversidad de naciones que la poseyeron. Escogeré en tanta diver-
sidad lo más probable; escoja el lector lo que le pareciere tal, pues, tendrá
libertad para ello49.
48
Ibid.
49
J. Antolínez de Burgos, Historia eclesiástica de Granada.
36 josé antonio gonzález alcantud
No obstante, al igual que en el caso de Pedraza acaba por rechazar esta hipótesis,
haciendo sus propios cómputos:
Mostrando en qué tiempo pasaron los hebreos a España, se echará de
ver con claridad que no fundaron a Granada: Refiere Suetonio y Dión
Casio los judíos fueron echados de Roma en tiempo del emperador Clau-
dio y se derramaron por las provincias circunvecinas […] Y en ese tiempo
había muchos años que estaba fundada Granada50.
Se comprueba, pues, que en el siglo xvii quizá el punto más débil y discutible
de la fundación de Granada no estaba establecido en el mundo islámico sino en
el hebreo, hipótesis que variará con la aparición del orientalismo.
Abdallah b. Buluggin, con sus memorias del siglo xi, cuyo manuscrito fue
encontrado casualmente en la Qarawiyyin de Fez en los años cuarenta, vino a
añadir más leña al fuego de la polémica sobre la fundación. Allí dice bien claro
dos cosas. La primera que:
50
Ibid.
51
A. Ibn Buluggin, Las «Memorias» de Abd Allah.
52
Ibid., p. 84.
al-andalus y las ciudades meridionales 37
53
Ibid., p. 88.
54
A. Enrique, Tratado de la Alhambra hermética.
55
Ibid., p. 59.
56
A. Malpica Cuello, Granada. Ciudad islámica.
57
D. de Villalta, Historia de la antigüedad y fundación de la Peña de Martos, ed. J. Codes y
Contreras, libro VI.
38 josé antonio gonzález alcantud
También sitúa a una aldea o barrio de Martos como lugar de refugio de Santa
Flora, una de las más conocidas mártires cordobesas:
Habiendo estado algunos días la bienaventurada virgen Flora escon-
dida en Córdoba, por huir la maldad de un hermano suyo moro, que una
vez la hirió malamente y la quería matar por ser cristiana, después se fue a
la insigne aldea de la ciudad Tucitana llamada Ossaria; estuvo allí con una
su hermana, hasta el tiempo que volviendo a Córdoba alcanzó la gloriosa
corona del martirio, dejando también muy gloriosa la tierra de Martos
por haber residido algún tiempo en ella59.
58
Ibid., p. 18.
59
Ibid.
60
Ibid.
al-andalus y las ciudades meridionales 39
A mártires y gigantes consagraba Villalta sus primeras palabras sobre los orí-
genes de Martos.
En aquellos lugares de Andalucía donde no se pudo hacer una reivindicación
de un pasado legendario se procuró al menos ubicar la ciudad en la geografía de
la Antigüedad. Es el caso de Almería, cuyo interés colectivo era demostrar que
se trataba de la antigua Urci, en la cual habría recibido martirio San Indalecio,
varón apostólico62. A pesar de ello se reconoce que los árabes habrían refundado
la ciudad sobre sus ruinas. En apoyo a estas tesis el obispo Orbaneja trae en
1609, año de la expulsión morisca, las autoridades de Tolomeo hasta el cronicón
de Luitprando. Pero no cabe reivindicar otras leyendas de la Antigüedad como
las otras ciudades andaluzas precitadas. Ahora el horizonte es la geografía mar-
tirial de los varones apostólicos, entonces en plena expansión.
En definitiva, entre las ciudades andaluzas se establece una jerarquía de
ennoblecimientos que buscan la legitimación de cada una de ellas tanto en la
Antigüedad más remota y bíblica como en el mundo hispanorromano y neotes-
tamentario. El amor patrio, como sostenía Caro Baroja, inspiró a sus cronistas,
pero no más allá de unos límites de verosimilitud en los que resultaba de todo
punto absurdo comparar a Sevilla o Cádiz con Almería, pero no así a Sevilla y
Martos, en punto a antigüedad histórica y legitimidad inferida de la mitolo-
gía. En otras ocasiones, se interpuso algún detalle molesto como el judaísmo
atribuido por Rasis a Granada, el primer fantasma que hubo que eludir, sin
perderse por ello en la noche de los tiempos bíblicos.
61
Ibid.
62
G. Pasqual y Orbaneja, Vida de San Indalecio.
40 josé antonio gonzález alcantud
63
F. de Ocampo, «Crónica de España».
64
Ibid.
65
Ibid., p. 11.
66
A. de Morales, Continuación de la Crónica General de España.
al-andalus y las ciudades meridionales 41
rrado de todo mi trabajo, y luego dejé todo aquel cuidado, sin pensar más en
escribir cosa de esto». Sin embargo, tras la muerte de Ocampo, Morales, que
reconoce que anduvo entre sus papeles y borradores de aquél, constató que
Ocampo había avanzado poco más allá de lo ya publicado. En ese momento
decide seguir la obra del que reclama como amigo y aprovecha para tomar dis-
tancias de su manera de hacer la crónica:
Y esto —escribe Morales— le hizo a Florián, como juzgan todos los
doctos, faltar algo en el crédito de su historia. Porque aquellas cosas muy
antiguas de España, de quien no se puede ver más una uña, ó cuando
mucho un dedo, ó como él muy agudamente dice en su prólogo, la cuenca
sola del zapato: quiere que tengan el cuerpo todo entero y cumplido. Y
este defecto podría alguno notar con razón en Florián, y también que con
amor de su tierra le quiso atribuir algunos hechos, que con dificultad se
podrá creer que fueron suyos67.
Estos intentos tenían que afectar a los arabistas del siglo xix que debían aún
abrirse camino entre la pléyade de leyendas de orígenes contrarreformistas. José
Antonio Conde, con todos sus errores, que el arabismo posterior ha destacado
sobradamente, restituyó un relato sobre la conquista árabe que no enfatizaba la
«traición» ni ningún otro episodio que pudiese dar lugar a lecturas exaltadoras
del imaginario reconquistador. Las fundaciones ex novo recogen algunas leyen-
das. Es el caso de Kairuán:
No falta quien diga que Cairvan fue poblada por el Wali Moavia ben
Horeig, que al llegar al sitio de Cairvan de ahora, que era un valle de muy
espesa arboleda, acogida de salvages fieras, leones, pardos, tigres y ser-
pientes, dijo con altas voces: salid de este lugar, fieras que morais en este
valle, salid, dejad este bosque y espesa selva; y lo dijo tres veces ó en tres
67
Ibid., pp. 290-291.
68
J. de Mariana, Historia de España, ed. M. Ballesteros.
69
Ibid., p. 42.
42 josé antonio gonzález alcantud
días, y no quedó allí fiera, león, ó sierpe, que no dejase luego aquel bos-
que. Mandó á su gente cercarlo de altos muros, y fijó en medio su lanza y
les dijo: Este es, este es vuestro Cairvan70.
Cuando aborda la fundación de Fez por Muley Idriss también recoge las
leyendas sobre la idoneidad del lugar:
Cuentan que un judío, cavando los cimientos de una casa, halló una
estatua de mujer que tenía en el pecho una inscripción que decía: en este
lugar estaban los baños que habían durado mil años, se destruyeron para
edificar un templo al servicio de Dios71.
70
J. A. Conde, Historia de la dominación de los árabes en España-
71
Ibid., p. 98.
72
Ibid.
73
P. de Gayangos, Memoria sobre la autenticidad de la crónica denominada del moro Rasis,
pp. 7-8.
al-andalus y las ciudades meridionales 43
Zurita, Mármol, Rodrigo Caro y otros (la) citan á cada paso como obra
auténtica y fidedigna: autores modernos y respetables la han calificado
posteriormente de obra apócrifa y despreciable74.
74
Ibid.
75
Ibid.
76
Ibid.
44 josé antonio gonzález alcantud
Pero para don Claudio era difícil sustraerse a sus conocidas pasiones mauro-
fóbicas, que con frecuencia se le escapan, en la misma medida que los insultos
hacia don Américo:
No es imposible que «Rasis» conociera y utilizara por sí mismo la cró-
nica isidoriana, pero nuestra imaginación se resiste a representarse a un
musulmán cordobés consultando tres fuentes cristianas diferentes, para
trazar la historia hispano-gótica de Atanarico a Sisebuto81.
77
Expediente sobre el descubrimiento de una bandera árabe.
78
M. Carrión Gutiez, «D. Pascual de Gayangos y los libros».
79
D. Catalán y S. de Andrés, Crónica del moro Rasis.
80
Ibid., p. xii.
81
C. Sánchez Albornoz, «San Isidoro», p. 88.
al-andalus y las ciudades meridionales 45
82
Id., El Islam de España y el Occidente, p. 50.
83
Ibid., p. 116.
84
A. Castro, España en su historia, p. 9.
85
C. Sánchez Albornoz, Españoles ante la historia, p. 205.
46 josé antonio gonzález alcantud
86
I. Castién, «Américo Castro».
87
F. R. Ankersmit, Historia y tropología, p. 27.
al-andalus y las ciudades meridionales 47
88
M. de Certeau, Histoire et psychanalyse, p. 87.
89
F. Benslama, La psychanalyse à l’épreuve de l’Islam; y A. Hammoudi, Une saison à La Mecque.
48 josé antonio gonzález alcantud
90
M. Lualdi, Il problema della philia e il Liside platonico, p. 41.
91
A. Illuminati, «De amicitia», pp. 52-53.
92
F. Fusillo y M. Fimiani (eds.), «Philia/Stasis».
al-andalus y las ciudades meridionales 49
93
A. O. Hirschman, Les passions et les intérêts, p. 49.
94
E. Rersa, «Amizie paradossali».
95
R. A. Sharp, Friendship and Literature, p. 39.
96
M. Blanchot, L’amitié, p. 328.
50 josé antonio gonzález alcantud
97
M. Perron-Borelli, Les fantasmes.
98
J. A. González Alcantud, Lo moro.
99
G. Bayle, El tesoro de las fobias, p. 112.