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LA HUMILDAD

Jorge Cervantes Alcázar


Queridos hermanos hubiera deseado preparar para vuestra consideración un
trabajo totalmente distinto a los tradicionales, sin embargo, por más innovador que
pretenda ser, debo necesariamente remitirme primero a los conceptos científicos
sobre el tema para después pasar a los textos masónicos y procurar definir tanto
en forma profana como masónica lo que se entiende por LA HUMANIDAD.
La humildad según lo define en el Diccionario Enciclopédico Básico de la Plaza
&Janes Editores, versión 1977 seria: “Virtud que consiste en el conocimiento de
nuestra bajeza y miseria y en obrar conforme a él”. Por su parte uno de los
grandes escritores de nuestra Augusta Orden como es Luis Umbert Santos en su
libro titulado “Cincuenta Lecciones de Cultura Masónica” define a la Humildad
como “Virtud reguladora que atempera las acciones de los hombres, ajustándolas
a la insignificancia de la humana naturaleza, reprimiendo el orgullo”.
De esta manera se entiende a la Humildad como una de las virtudes más
recomendadas por la masonería, pues solo mediante la humildad y la paciencia se
pueden llegar a poseer los más altos grados en la Orden. El verdadero masón se
reconoce siempre por ser el más humilde de todos y es sabido que al hombre
humilde no se le cierra ninguna puerta, porque la humildad tiene entrada en todas
las moradas ocupadas por los hombres buenos.
El infortunio se alivia con humildad, el orgullo se ve eclipsado por la humildad.
Esta virtud es la fuente milagrosa en la que el hombre sabio encuentra la verdad y
el ignorante su consuelo.
La representación iconográfica de la humildad aparece en nuestros textos
masónicos como una mujer de dulce y noble semblante, que lleva unas alforjas en
sus hombros (el cargamento de esperanzas y felicidad que está dispuesta a
entregar a los demás) y en su canastillo con pan en la mano (sinónimo de su
deseo de compartir el alimento de sus propios conocimientos con otros seres
humanos). Viste con sencillez y camina pisando un espejo, perfumes y joyas,
como alegórica demostración por su despego a la belleza física que desaparece
con el tiempo, la vanidad y la ostentación que solo llevan a la eliminación del amor
que deberíamos insulsamente considerarnos inferior a nosotros.
Es pues hermanos la humildad una de las invisibles columnas sobre las cuales se
asienta toda la estructura filosófica de nuestra Orden, donde todos los trabajos
relacionados con la esencia del espíritu humano y el comportamiento del hombre
humilde hacia el resto de sus hermanos y seres humanos que lo rodean, tienen en
la práctica consciente y sincera de esta virtud que consiste principalmente en
trabajar en todos nuestros cometidos sin esperar jamás recompensa material ni
exaltación o idolatría por nuestros logros.
No debe confundirse sin embargo la humildad con el servilismo que es la baja
adhesión a la autoridad de otro, o como el ejercicio de mal entendido complejo de
inferioridad o la acción cobarde de no dar la cara a nuestras responsabilidades,
sino de ser el último de los hermanos aunque todos reconozcan en nosotros al
primero, de sentir felicidad con lo que obtiene a través de nuestra labor sacrificada
y de nuestro silencioso trabajo, que son hechos con tal cantidad de amor y
desprendimiento que de alguna manera repercuten favorablemente en beneficio
de nuestros hermanos de la Orden, de nuestros seres queridos y de aquellos que
rodean nuestra actividad cotidiana, mejorando sus sistemas de vida o
simplemente haciéndoles sentirse mejor, más contentos, más humanos, menos
miserables y egoístas.
Vivimos tiempos de muchas palabras, se habla mucho, se escribe mucho, sin
embargo, no se lee tanto. Se ve mucha televisión y se escuchan diariamente miles
de discursos y opiniones de toda índole y la mayor parte del tiempo sobre los
mismos temas; la situación social, el contrabando, la inmoralidad funcionaria. La
corrupción, el desmoronamiento, cotidiano de nuestra sociedad, la perdida de los
valores morales, sociales y éticos.
Los eternos salvadores, los hacedores de valores, nos llenan la cabeza de
soluciones que solo pueden ser realizados por “ellos”, por sus partidos políticos,
por sus grupos de poder y hegemonía. El hombre simple, el citadino corriente, el
ser humano de la calle, de la oficina, aquel que está identificado con cada uno de
nosotros mismos ya no sabe a qué atenerse.
Sobran los licenciados, los doctores, los especialistas, los hombres importantes
que tiene en sus manos el bienestar de miles de sacrificados citadinos que confían
en ellos, que creen en sus palabras y que ven con su estupor como uno a uno van
pasando sus imágenes corporales, sus rostros, sus palabras ofertando milagros,
soluciones a cambio de apoyo, de mayor poder, de mayor gloria, de lucimiento
personal y de endiosamiento.
El ser humano mientras más arriba sube, más le cuesta mirar hacia abajo. Tiene
menos tiempo. ¡es cada vez más importante! Pierde la capacidad de ver,
comprender y saber. Desprecia y subestima a todos. El hombre se olvidó de ser
humilde, se olvidó que es más importante escuchar que creer que uno lo sabe
todo.
Por eso los que se dicen ser poderosos, se mofan de los serenos, se ríen de los
humildes, desprecian todo lo que consideran de mejor rango a su status y su
posición. No entienden a los que no son como ellos ambiciosos, malos y
orgullosos. Por eso van quedando cada vez menos personas con juicio recto,
sano, sereno y profundo, capaces de analizar los problemas de la existencia
humana, aconsejar sana y sinceramente y hacer suyos los problemas ajenos.
Estas pocas personas, humildes de corazón y sabios de entendimiento, porque
son escasos, son buscadas y seguidas por todos aquellos que buscan la verdad.
Sin embargo, la realidad es tan sencilla … ¡Todos! a través de la humildad, de la
investigación, del estudio y la dedicación podemos llegar a ser sabios. ¡Todos
somos luz! Pero pocos son los iluminados por su propia luz. ¡Todos tenemos
dentro de nosotros algo de Buda o de Cristo!, pero hacemos que nuestra vida sea
búdica o cristiana, desdeñando las enseñanzas de ambos maestros que a su turno
vinieron a la tierra para enseñarnos que la humildad, la bondad y la obediencia
nos llevaran a la sabiduría. Debemos, tal como nos enseñaron, aprender a
MIRAR, VER Y OIR y para mirar, ver y oír es indispensable cerrar nuestras
miradas y oídos a las voces de afuera que nos inciten a ser vanidosos, egoístas,
egocéntricos y altaneros.
Es indispensable que aprendamos a acallar las voces exteriores con sus mensajes
alienantes y nuestros propios pensamientos que revelan nuestra naturaleza
humana y nos inducen a la ilusión de la vida varia y las pasiones del mundo,
donde no importan los demás seres humanos que nos rodean sino nuestro propio
bienestar y acaso el de los seres que queremos y están a nuestro lado, porque a
veces en nuestro afán de ser ¡los mejores! ¡los más brillantes! ¡los más
envidiados! ¡los más s poderosos!, llegamos a olvidar y dejar detrás de nosotros
inclusive a nuestros más queridos sin importarnos que el precio final de estas
acciones es la más espantosa soledad.
Nos aprovechamos de los débiles, de los humildes, de quienes anónimamente y
con el mejor de los desprendimientos, colaboran para que sobresalgamos,
seamos más influyentes, más ricos y poderosos.
Sobre el gran escenario del mundo se representan cada día, cada momento,
escenas del drama o comedia del gran espectáculo de la vida cotidiana. En este
escenario hay quienes representan o creen representar los papeles de estrellas,
de actores principales, mientras que condenan a otros a representar el papel de
comparsas o actores de segundo rol que carece de importancia.
Sin embargo, esta falta de humanidad hace que muchos de los que brillaron y
fueron aplaudidos en un cierto momento, cuando decae la luz que acompaño el
efímero momento de su gloria, son relegados al olvido más absoluto o si es que
fueron afortunados, a permanecen por algún tiempo en la gloria de los recuerdos.
Todos quieren ser importantes, todos quieren ser recordados por lo que dicen o
por lo que han hecho, buscando permanentemente ser reconocidos por su paso e
importancia.
Y como habríamos de comportarnos si desde niños nos han dicho que debemos
tener una gran personalidad, que debe ser los primeros. Que debemos
destacarnos entre los demás, que debemos triunfar por encima de todo y de
todos, sin importar demasiado los modos o medios para lograrlo. Pocas veces en
cambio, hemos oído que lo importante no es ser más que los otros sino cumplir de
la forma más perfecta posible nuestro papel.
Por el contario, se nos entrena a arrebatar los papeles más importantes. A
acaparar los puestos más altos, a controlar y sojuzgar a los demás y de este modo
se liberan en nuestra sociedad y en el mundo entero; las luchas internas más
lamentables en el afán de los seres humanos por conseguir dentro de nuestro
mundo social los papeles protagónicos, los cargos más representativos, las
mejores fuentes de poder, la riqueza y la gloria.
Es la eterna lucha de los “egos” de aquellos que siempre quieren estar en los
primeros lugares y en esta lucha se cometen atropellos, injusticias, violaciones y
crímenes…. Las cárceles se llenan de algunos pocos infortunados que fueron
sorprendidos en las tropelías propias de su ego, mientras que otros que
cometieron las mismas bajezas siguen apareciendo como dignos y probos
personajes, ejemplos del mundo y de la sociedad en la que se desenvuelven.
Los que dirigen la escena mundial no conocen ni comprenden que el remedio no
consiste en sacar de la escena a esos pocos que son aprehendidos, sino en hacer
ver a los personajes de este mundo de ficción, que ellos no son los que
representan, sino algo mucho más importante que no necesita de máscaras o
disfraces para representar un papel en este mundo de fantasía, que no son la
imagen que tienen de sí mismos, que esa imagen es falsa y vanamente inducida
por la trama de los juegos sociales donde prima el engaño y la mentira.
Lo importante es gracias a Dios, que detrás de este escenario que implica el
cotidiano vivir, existen los que verdaderamente sirven, los actores auténticamente
generosos que nunca se preocupan de aplauso o del reconocimiento y que se
limitan a hacer lo que tenían que hacer, sabiendo que haciendo su papel están
dando lo mejor de sí sin esperar la lisonja, el aplauso o el reconocimiento de
nadie.
La mayor parte de estos actores en la gran escena del mundo, pasan inadvertidos,
silenciosos, pero gracias a ellos la escena se desarrolla con más armonía y la
comedia no se convierte en una lucha ridícula comandada por un puñado de seres
vanidosos.
Como diría el gran maestro Jesucristo, los humildes de corazón, aquellos que
heredarán el reino de los cielos, no necesitan reconocimiento por sus trabajos, sus
cualidades o sus acciones. El ser humano hecho a la imagen y semejanza de
Dios, es mucho más que el rol o profesión que ostenta y si no se identificara tanto
con lo que quiere representar que es, se daría cuenta que su realidad es superior
a sus “títulos honoríficos”. Cada uno es lo que ES, pero no el papel que representa
SER. Su personalidad, su profesión, sus cualidades y el cúmulo de vanidades que
va acumulando, son simplemente las formas, pero ellas no expresan la esencia de
su verdadero ser central.
La falta de reconocimiento de trabajo de tus actividades no debería afectar la idea
que tiene de ti, ni la que quieres que los demás tengan de tu persona, porque tu
idea como ser humano deberías estar por encima de todas las ideas.
El vivir pendiente del reconocimiento de los demás, es estar condenado a
permanecer sufrimientos y desencantos. La falta de humildad en tus obras y
acciones hacen que poco a poco evadas la realidad y dejes de SER para
comenzar a representar un papel que no te corresponde.
Vuelve a ser tú mismo. Deja tu mal entendido orgullo. Sé simple, sereno y
humilde. No te creas importante, porque en realidad como ser humano, para Dios
ya lo eres... lo mundano es efímero. Se acaba rápidamente o en su caso no puede
ser llevado contigo cuando mueras.
“Mientras el deseo de posición y dominio sea protagonista en la vida de las
personas, tendremos asegurado el caos y la lucha permanente entre los
componentes de nuestra sociedad. Mientras no haya una formación interior
en cada persona que haga que el deseo de tener y poder ceda el deseo de lo
que uno realmente ES en su esencia intima, mas allá de las pretensiones
vanidosas y ambiciosas del ego, no habrá paz ni armonía social”.
¿Quieres ser recordado por haber sido poderoso? Bastaría que te recuerden por
tu desprendimiento, tu inmenso amor al prójimo, tu devoción de apoyo al amigo y
hermano y por sobre todo por LA HUMILDAD que rigió todos los actos de tu vida.
Sé pues humilde hermano mío y prefiere ser recordado por haber obrado con
amor en todos tus actos que ser recordado como el hombre que llegó a lo más alto
de la montaña sin importarle haber dejado tras de sí en otros seres humanos
como el, rencores, resentimientos, dolor, llanto y pena.

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