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Las cuatro patas de una mesa son un claro signo de estabilidad y firmeza y, en la tradición
hindú, para representar esa misma idea se habla más bien de las cuatro patas del toro que, en
general, es mucho más fuerte que una mesa y, además, es un animal muy relacionado con el
fundamental concepto índico de dharma. La palabra dharma puede traducirse de muchas
formas según el contexto, pero lo que nos importa aquí es su raíz etimológica de “soporte”, por
lo que el dharma es aquello que sostiene el orden natural (rta), ya sea del cosmos como de
cada ser individual. De esta forma, el dharma del agua es mojar y el del fuego quemar, y si este
orden se perdiera, el mundo entraría en confusión.
Las patas del toro, entonces, son la base de una vida plena y de una sociedad sana, ya que el
número cuatro es símbolo de totalidad o plenitud. La simbología numérica está muy presente
en toda la cosmovisión hindú, que ya desde su origen védico se nutrió de las matemáticas y la
astronomía, por lo que se podría llenar todo un libro con las referencias y los matices de cada
cifra. Para hablar del cuatro quizás alcance con decir que los Vedas, los textos revelados más
antiguos y en los que se basa toda la tradición ortodoxa, se dividen en cuatro libros llenos de
himnos de alabanza a diferentes aspectos de lo divino, fórmulas rituales, cánticos, oraciones e
incluso encantamientos.
El número cuatro también está presente en aspectos relacionados con el orden cósmico, social,
personal y espiritual, y lo podemos encontrar en los conceptos de yuga, purushartha, ashrama
y marga.
El hinduismo percibe el tiempo a fluir en grandes ciclos llamados yugas o eras que, en
conjunto, forman un ciclo de 4,3200,000 años. Los cuatro yugas son:
En conjunto, los cuatro yugas constituyen un maha yuga. Mil maha yugas constituyen un kalpa
o día de Brahma.
La cultura hindú también nos ha legado el concepto de purusharthas, que se refiere a los cuatro
grandes objetivos de la vida:
En general, podemos hablar de cuatro grandes caminos o senderos del yoga (margas). Todos
los caminos llevan al mismo punto, por lo que a menudo estos son comparados con diferentes
ríos que desembocan en un mismo mar. En un principio, parecen estar completamente
separados ya que son conocidos por nombres diferentes. Sin embargo, al ir bajando la
montaña, los ríos comienzan a unirse hasta finalmente terminar todos juntos en el océano.
Realmente lo mejor es practicar hasta cierto punto cada uno de estos cuatro senderos, dando
énfasis al aspecto que más se relacione con nuestra personalidad. Es este el camino que se
debe de proseguir con la mayor constancia, ya que es este el que se acopla a nuestra
naturaleza.