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ARTÍCULO Nº5

RESUMEN de Adela Cortina, “Bioética para el siglo XXI”.


Aunque en sus orígenes tuviera un sentido distinto, el término bioética en tanto
que saber especifico refiere, desde la década de los 70 y siguiendo a Helleger, al ámbito
sanitario. Los famosos principios del Informe Belmont, a saber, de beneficencia, respeto
y justicia, influyeron buenamente en su nacimiento, así como los grandes avances en
tecnología biomédica y sus consecuencias para la vida humana. Pero, señala Cortina, hay
un factor igualmente importante que a menudo queda relegado: la revolución de las
llamadas éticas aplicadas en las sociedades pluralistas, entre las cuales, claro, se halla la
bioética.

Esta revolución, que toma lugar, esencialmente, en países iberoamericanos, traería


consigo una ética cívica basada en la intersubjetividad y la dialógica, alejándose así del
pragmatismo utilitarista estadounidense. En efecto, en dichos pueblos, el paso del
monismo moral al pluralismo implicó la búsqueda de una ética común, de unos principios
mínimos de justicia socialmente compartidos por toda una diversidad cultural y que han
de ser descubiertos intersubjetivamente, a través del diálogo. Y es que en modo alguno
podemos hablar de valores objetivos, esto es, que existan con independencia de los
sujetos. Aplicado todo esto al ámbito de la bioética tendríamos, pues, una bioética cívica
que trabajaría de forma análoga.

Sin embargo, no es hasta comienzos del silo XXI que aparece propiamente una
bioética cívica global, para la cual Cortina reclama la colaboración con las demás éticas
aplicadas a fin de lograr una bioética efectiva y proactiva, capaz de abordar cualesquiera
retos a nivel global. Pero, ante todo, la tarea de la bioética debe ser guiada por la razón
práctica. De lo contrario, no nos sería posible reconocer a los otros como seres valiosos
por sí mismos, y por lo tanto tampoco sería posible diálogo alguno.

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