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LOS DETECTIVES

SALVAJES
ROBERTO BOLAÑO
Los detectives salvajes

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PARTE II
LOS DETECTIVES SALVAJES
Amadeo Salvatierra, calle República de
Venezuela, cerca del Palacio de la Inquisición,
México DF, enero de 1976.
Ay, muchachos, les dije, qué bueno que hayan venido,
pásenle no más, como si estuvieran en su propia casa,
y mientras ellos enfilaban pasillo adentro, más bien
tanteando porque el pasillo es oscuro y la bombilla
estaba fundida y no la había cambiado (todavía no la
he cambiado), yo me adelanté dando saltitos de alegría
hasta la cocina, de donde saqué una botella de mezcal
Los Suicidas, un mezcalito que sólo hacen en
Chihuahua, producción limitada, no crea, y del que
hasta 1967 recibía por paquete postal dos botellas al
año. Cuando volví los muchachos estaban en la sala
contemplando mis cuadros y examinando algunos
libros y yo no pude evitar decirles otra vez lo feliz que

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me hacía esa visita. ¿Quién les dio mi dirección,
muchachos? ¿Germán, Manuel, Arqueles? Y ellos
entonces me miraron como si no entendieran y luego
uno dijo List Arzubide y yo les dije pero siéntense,
tomen asiento, ah, Germán List Arzubide, mi
hermano, él siempre se acuerda de mí, ¿sigue tan
grandote y tan buenazo? Y los muchachos se
encogieron de hombros y dijeron sí, claro, no iba a
haber encogido, ¿verdad?, pero ellos sólo dijeron sí y
entonces yo les dije vamos a catar este mezcalito y les
pasé dos vasos y ellos se quedaron mirando la botella
como si temieran que de ésta pudiera salir disparado
un dragón y yo me reí, pero no me reí de ellos, me reí
de pura felicidad, del contento que me producía estar
allí con ellos, y entonces uno me preguntó si el mezcal
se llamaba así, tal como sus ojos estaban viendo y yo
le pasé la botella, todavía riéndome, sabía que el
nombre los iba a apantallar, y me separé digamos un
par de pasos para verlos mejor, Dios los bendiga, qué
jovencitos eran, con el pelo hasta los hombros y
cargados de libros, qué de recuerdos me traían, y
entonces uno de ellos dijo está usted seguro, señor
Salvatierra, que esto no mata, y yo le dije qué va a
matar, esto es puritita salud, agua de la vida, éntrenle
sin desconfianza, y para dar ejemplo me llené mi vaso
y me lo bebí de un solo trago hasta la mitad y luego les

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serví a ellos y al principio, muchachos del carajo, sólo
se humedecieron los labios, pero luego les pareció
bueno y empezaron a beber como hombres. Eh,
muchachos, ¿qué tal?, les dije, y uno de ellos, el
chileno, dijo que jamás había oído hablar de un mezcal
llamado Los Suicidas, como un poco presuntuoso me
pareció, en México debe de haber unas doscientas
marcas de mezcales, tirando por lo bajo, así que es muy
difícil conocerlas todas y menos no siendo de aquí,
pero claro, eso el muchacho no lo sabía, y el otro dijo
está bueno y dijo yo tampoco lo había oído mentar y
yo les tuve que decir que me parecía que ya no se hacía
ese mezcal, la fábrica quebró, o la quemaron, o la
vendieron a una embotelladora de Refrescos Pascual o
a los nuevos dueños les pareció que ese nombre no era
muy comercial que digamos. Y durante un rato nos
quedamos en silencio, ellos de pie, yo sentando,
bebiendo y paladeando cada gota del mezcal Los
Suicidas y pensando vaya uno a acordarse de qué. Y
entonces uno de ellos dijo señor Salvatierra, queríamos
hablar de Cesárea Tinajero. Y el otro dijo: y de la
revista Caborca. Pinches muchachos. Tenían las
mentes y las lenguas intercomunicadas. Uno de ellos
podía empezar a hablar y detenerse en mitad de su
parlamento y el otro podía proseguir con la frase o con
la idea como si la hubiera iniciado él. Y cuando

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nombraron a Cesárea yo levanté la vista y los miré
como si los viera a través de una cortina de gasa, gasa
hospitalaria para ser más precisos, y les dije no me
llamen señor, muchachos, llámenme Amadeo como
mis amigos. Y ellos dijeron de acuerdo, Amadeo. Y
volvieron a nombrar a Cesárea Tinajero.

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FIN

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