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Pertinente es reconocer que en la actualidad la tecnología es un eje transversal a la

realización personal y humana, atravesando el aprendizaje, la forma en que nos


comunicamos, la forma en la que formamos relaciones entre amigos, personas y de igual
manera, la forma en la que “hacemos derecho”, situación que fue exacerbada y
amplificada debido a la actual contignencia del COVID-19. De esta manera, se entiende
cómo a lo largo de la historia, hemos generado la necesidad de crear mecanismos
jurídicos efectivos y reales, que se asemejen a la forma en como como seres humanos,
nos relacionamos y entablamos relaciones jurídicas a través de la tecnología; situación
necesaria y urgente, que no deja de generar retos y desafíos en torno a las formas de
enfrentarlo.
Es así como surge en torno a la forma de probar un hecho jurídico, un esfuerzo adicional
por regular y legislar sobre aquellas medidas que deben ser tenidas en cuenta cuando se
refiere al uso de la tecnología, esto debido a que aunque surgen mecanismos más
efectivos y veloces, también surgen formas más informales y sencillas de tergiversar los
medios probatorios que permitan demostrar determinados hechos. Es por esto que el
legislador ha tenido que implementar medidas de respuesta, pensadas a largo plazo y que
cobijen cierta capacidad crítica en torno a determinados medios de prueba; conduciendo
así un análisis probatorio basado en menor cantidad en la presunción y el sentido común,
para acercarse a medios probatorios certeros y fiables; situación que se evidencia en
circunstancias como Frye v. Estados Unidos, caso desarrollado por la corte
Estadounidense donde se estipuló que “los métodos usados por el experto para formar
sus conclusiones científicas deberían encontrarse entre los generalmente aceptados por
la comunidad científica especializada”, postulado que fue controvertido y refutado en el
caso Daubert VS Estados Unidos, donde el estado se enfrentó a una circunstancia que
carecía de regulación en torno al análisis probatorio, situación que no impidió la respuesta
jurídica sino que por el contrario, fomentó la creación de derecho, generando así unos
““factores” para valorar la cientificidad, es decir, si son fiables probatoriamente éste tipo de
pruebas. Así, la cientificidad es el parámetro para excluir o no una prueba, y aquella es
medida por su fiabilidad”. Demostrando que la historia evoluciona y el derecho debe ir
paralelamente de forma armoniosa con esta y con las prácticas sociales, permitiéndose la
contradicción y cambio de pensamiento.
De esta manera, encontramos cómo Colombia ha ido generando regulaciones jurídicas
que permiten ser solución para la sociedad, como el Decreto 806 de 2020 que permitió
viabilizar y llevar a cabo la “justicia” y el continuo desarrollo jurisprudencial y legal, aún
encontrándose las personas confinadas en cada hogar; de esta manera, encontramos
elementos como la validación de la firma digital siendo este un mecanismo confiable de
autenticidad, o eliminando la necesidad de una autenticación notariada para permitirle a
un abogado/a o persona darle peso legal a un poder. Pero, ¿qué ocurre cuando una
situación probatoria posee pruebas de las que no se está seguro de su fidedignidad?,
¿Qué deben hacer los jueces o administradores de justicia ante una prueba en la que su
mismisidad está en duda? Estas son preguntas que el derecho debe seguir respondiendo,
cada día y en todo momento; porque la sociedad y la tecnología avanzan y evolucionan y
se debe recorrer el camino con ellas.
Es así como una solución posible para estas circunstancias se encuentra con las
particularidades de la prueba, en el qué tiene la prueba que la hace importante, qué se
quiere probar, para qué se quiere probar, dónde estuvo la prueba, quién la recibió, en qué
situación, por medio de dónde; propendiendo por la continuidad y la mismidad de las
partes de la prueba y sus principios. Actualmente, muchos jueces valoran la validez de la
prueba en torno a la cadena de custodia, quién tocó la prueba, la constancia de esta
manipulación, la fecha, la hora; desarrollando una especie de formato de seguimiento que
permita identificar el trascender de la prueba a lo largo de su existencia.
Personalmente, considero que es posible y se debe reconocer que la tecnología y los
medios electrónicos son y pertenecen cada vez más a una realidad constante y se
requiere un esfuerzo fundamentado en la regulación para poder desarrollar lo pertinente y
carente, pues, aunque se han logrado avances y mecanismos en torno a la valoración de
la validez de las pruebas electrónicas, el mundo digital y las pruebas en este avanzan a
pasos agigantados.

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