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CIVILIZACIONES PRECOLOMBINAS (PRE/antes- COLOMBINAS-Colón/ antes de Colón)

https://www.youtube.com/watch?v=kR-YMmweIeM
AZTECAS INCAS MAYAS
UBICACIÓN Desde el siglo XIV y el siglo Se desarrollaron desde el año 1438 Se distinguen tres periodos:
XVI d.C. se asentaron en la cuando el Inca Pachacuti y su Formativo: Entre el año 1500 a.C. y
zona central y sur del ejército conquistaron tierras el 300 d.C.
actual México, en cercanas a Cuzco, hasta el año Clásico: Entre el 300 y el 900 d.C.
Mesoamérica, entre las 1572, año en que fueron Postclásico: Entre el 900 d.C. y la
costas del pacífico y el derrotados por las tropas del virrey llegada de los españoles en el S.
atlántico. Francisco de Toledo. XVI.
Su dominio se expandió por más Se asentaron en los estados
de 4 mil kilómetros, incluyendo el mexicanos de Yucatán, Campeche,
altiplano de Ecuador, el Norte Tabasco, Quintana Roo y Chiapas.
Chileno, parte del Este de Bolivia y En gran parte de Guatemala Belice
parte del Norte de Argentina. y en parte de Honduras y El
Salvador.
ESTADO Era un imperio absoluto Era una teocracia donde el Inca era No tuvieron una organización
dividido en provincias adorado como Dios viviente. El política completa, estaban
tributarias dirigido por un imperio (Tawantisuyu) estaba constituidos en ciudades- estados
emperador que tenía el dividido en 4 partes según los ligas con gobiernos
poder absoluto. puntos cardinales con respecto al independientes.
Cuzco: Chinchasuyu (noroeste), La principal era la que se encuentra
Condesuyu (suroeste), Antisuyu en la península de Yucatán y luego
(noreste) y Collasuyu (sudeste). había otras repartidas al largo del
El primer Inca fue Manco Capac, imperio.
según la historia Inca. Estas ciudades formaban parte de
una civilización y cultura común.

SOCIEDAD Estaban divididos en tres La base de la sociedad Inca era el Fue muy jerarquizada. La autoridad
clases: Esclavos, plebeyos Ayllu que era un conjunto de política era el Halach Uinic, de
y nobles. personas el cual creía descender cargo hereditario por línea
Los esclavos podían de un antepasado común. masculina; el Alma Kan era el
comprar su libertad o Un Ayllu era regido por un Curaca. sumo sacerdote.
escapar de sus amos y Los nobles o familiares de los El jefe supremo delegaba la
correr hasta el palacio Real antiguos Incas formaban los responsabilidad en las autoridades
para así lograr su libertad. panacas junto con los familiares del de los poblados, los bataboop.
Los plebeyos tenían un Inca. Los bataboop eran los jefes de los
terreno que les era poblados de familias campesinas
otorgado para la que eran la unidad mínima de
construcción de sus casas. producción. Había esclavos: los
Los nobles eran nobles por pentacoop.
nacimiento, los sacerdotes
y los guerreros.
ECONOMÍA El cultivo de maíz era la No hubo moneda ni mercado, el La agricultura era la base de la
base de la economía. La intercambio comercial se realizó a economía, cultivaban maíz,
tierra era administrada por través de lazos de parentescos o algodón, frijoles, camote, yuca y
la misma comunidad, pero por reciprocidad. cacao.
había tierras reservadas La economía se basa en la Las unidades de cambio que se
para alimento del agricultura de: Hojas de coca, utilizaban eran: la semillas de
emperador y sus súbditos. algodón, tabaco, cacao, etc. cacao y las campanillas de cobre y
Era una economía agrícola Se pagaba un tributo al Inca otros materiales de trabajo
desarrollada, no conocían conocido como mita, el cual era ornamental como oro, plata, jade,
la rueda y carecían de exclusivamente mano de obra. El conchas de mar y plumas de
animales de tiro. Inca reponía a través de una colores.
redistribución.

CULTURA Eran politeístas, donde los Eran politeístas, su principal Dios Eran politeístas basados en Dioses
principales eran: era Viracocha, creador y señor de de la Naturaleza. Entre los más
Ometecuhtli y Omecihuatl todo lo viviente. Otros eran: importantes encontramos: Chac
(dioses de la creación); Pachacamac (Dios de la vida); Inti (Dios de la lluva), Kukulkán
Tláloc (dios de la lluvia); (Dios del sol, padre de los incas); (inventor de la escritura y el
Tezcatlipoca (dios del cielo Mamaquilla (Diosa de la Luna); calendario), Itzmaná (Dios de los
y la tierra), Quetzalcóatl Pachamama (Diosa de la tierra). cielos y el saber), entre otros.
(dios del viento), entre Tenían numerosas ceremonias y Los mayas confiaban en el control
otros. rituales que se relacionaban con la de los dioses respecto del tiempo y
Lo sacrificios eran parte de agricultura y la salud. de las actividades del pueblo.
la religión azteca, tanto Realizaban sacrificios de animales Sobre sale un gran planteamiento
humano como animal. El y muy pocas veces humanos. urbano.
sentido era alimentar a los Alcanzaron un nivel de civilización Muchos tipos de construcciones
Dioses. muy alto. distintas, el hallazgo de los mayas
La educación era muy Construyeron una amplia red de fue el sistema de falsa bóveda para
estricta, a las mujeres se caminos, sistemas de cubrir espacios alargados.
les enseñaba desde muy fortificaciones, grandes edificios Tenían un sistema de calendario
pequeñas a ser discretas y piramidales y templos. muy preciso, que ha sido el más
a saber cómo hacer todas Abrieron canales de regadío y conocido hasta la aparición del
las labores del hogar. emplearon fertilizantes. Gregoriano.
A los niños se les daba una Conocieron el calendario, pero Tenían un sistema de escritura
vocación guerrera, reemplazaron la escritura por los papel, dejando registro de su
enseñándoles ideales de quipus (cordeles con nudos) con lo mitología y sus tradiciones: Popol
justicia y amor a la verdad, que hubo poesía. Vuh.
se les endurecía el carácter Se utilizó el bronce. La expresión
mediante castigos severos. artística más importante eran los
Los jóvenes debían templos.
aprender baile, música,
cantos, religión, historia,
matemáticas, escritura,
entre otras disciplinas.

CONQUISTA Y COLONIZACIÓN
https://www.youtube.com/watch?v=wgcd7pVjmeQ
Hacia fines del siglo XV, la Europa renacentista en plena expansión inició la conquista y
explotación del continente americano. Las sociedades americanas sufrirán en carne propia el
impacto de la invasión y ya nada sería como hasta entonces.
España había logrado su unidad nacional con los reyes católicos, derrotando a los musulmanes
y recuperado su territorio en 1492. Fue precisamente en ese año que Cristóbal Colón logró
firmar su acuerdo comercial con la corona y lanzarse a su aventura que consistía en llegar al
Oriente por la ruta de Occidente, partiendo de la idea muy difundida ya entonces de que la
Tierra era redonda. Colón llegó a tierra un 12 de octubre de 1492*, pero nunca se enteró de
que no había llegado a la China, como él creía, sino a un continente desconocido para los
europeos al que tiempo después llamarían América.
Portugal y España se disputaban la propiedad del continente «descubierto» por Colón. Llegó a
tal punto la discusión que tuvo que intervenir el Papa Alejandro VI Borgia quien a través de la
Bula Intercaetera, de mayo de 1493, dividía los dominios españoles y portugueses a través de
una línea imaginaria trazada de Norte a Sur a 100 leguas al Oeste de las Islas Azores y de
Cabo Verde. Las tierras al Oeste de esa línea serían de España y las ubicadas hacia el Este,
de Portugal. Pero Portugal no se quedó conforme y hubo que firmar un nuevo acuerdo, el
Tratado de Tordesillas el 7 de junio de 1494 por el cual la línea se corrió a favor de Portugal a
370 leguas al Oeste de las islas del Cabo Verde. Esto les dio derecho a los portugueses para
establecerse en América y ocupar un extenso territorio que con el tiempo se llamaría Brasil.
El contacto con los europeos les trajo en lo inmediato graves consecuencias a las poblaciones
nativas. Muchos morían a causa del contagio de enfermedades que portaban los europeos y
para las que ellos no tenían defensas. Pero la mayoría de la población de las Antillas se
extinguió en apenas 20 años de contacto con los europeos, a causa de los malos tratos, los
trabajos forzados y el cambio de vida, de cultura y de religión que les impusieron los
conquistadores.
RESISTENCIA DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
https://www.youtube.com/watch?v=i8ohTuK51iI
Comúnmente se piensa que la resistencia indígena al español se limitó al proceso de conquista
que culminó en la segunda mitad del siglo XVI. Inolvidables son las descripciones de cronistas
e historiadores que narran episodios tan memorables como la caída de la ciudad de
Tenochtitlán -capital del imperio azteca- o el desbande de Cajamarca, donde Francisco Pizarro
logró apresar al Sapa Inca Atahualpa.
Sin embargo, la resistencia al europeo fue una constante del largo período colonial. A medida
que las huestes hispanas avanzaban e intentaban dominar los extensos territorios americanos,
se enfrentaron a muchos pueblos que les opusieron una tenaz lucha.
El rechazo se manifestó de diversas maneras, abarcando desde la simple resistencia pasiva
incorporada al quehacer diario, hasta la rebelión armada y generalizada. En muchas zonas
conquistadas por el español, los nativos continuaron con sus viejos ritos y creencias,
desafiando a la autoridad que intentaba imponer su religión. Estallidos locales y motines de
variada intensidad conmovían de tanto en tanto a todas las provincias de la América colonial.
Por último, en importantes regiones alejadas de los grandes núcleos urbanos, la guerra
permanente caracterizó las relaciones hispano-indígenas.
Las sublevaciones del siglo XVI se deben comprender en el contexto del proceso de conquista.
En la mayoría de ellas predominó la violencia con todos sus excesos, practicados por ambos
bandos. Por citar un ejemplo, en la guerra de Arauco en el reino de Chile, las crueldades eran
pan de cada día. Fueron numerosos los empalamientos que afectaron a los mapuches, siendo
quizás el más conocido el realizado al toqui Caupolicán. Por el otro lado, los soldados
españoles se estremecían con el sonido de las flautas, fabricadas por los mapuches con los
huesos de las canillas de hispanos capturados en combate.
Ya a partir de la segunda mitad del siglo XVI, la excesiva intransigencia de los misioneros
católicos respecto a las costumbres y creencias nativas, desencadenó diversos movimientos
locales que combinaban la violencia con rasgos milenaristas. Generalmente estas rebeliones
fueron estimuladas por hechiceros que anunciaban la llegada de nuevos tiempos. Se predicaba
el abandono del cristianismo y la vuelta a las tradiciones precolombinas a través del
restablecimiento del orden interrumpido por la conquista.
Un ejemplo de esta situación es la llamada guerra del Mixton en el norte de México (Nueva
Galicia), entre 1541 y 1542. Allí las tribus cascanes se levantaron en la región de Tlatenango y
Suchipila, quemando iglesias y cruces, matando misioneros y castigando severamente a los
indígenas que persistían en la fe católica.
Pero la evangelización no siempre fue resistida violentamente. En muchos lugares el
milenarismo actuó silenciosamente a espaldas del español, originando movimientos que
cuestionaban la dominación hispana en un plano ideológico y cultural. Quizás el caso más
conocido fue el del Taqui Ongo en el Perú de las últimas décadas del siglo XVI. Este
movimiento preconizó el enfrentamiento de los dioses indígenas con el dios cristiano, donde el
triunfo pertenecería a los primeros. De esa manera, los europeos serían expulsados del mundo
andino, iniciándose un nuevo ciclo cósmico.
A la rebelión violenta y al milenarismo hay que agregar la incorporación parcial de algunos
elementos de la doctrina católica, con el propósito de esconder la vigencia del culto a los dioses
antiguos. El sincretismo religioso de nuestros días deriva precisamente de esta reacción, que
permitió al indígena mantener parte de sus creencias bajo las formas del culto cristiano.
Si bien a lo largo del siglo XVII la religión católica fue paulatinamente asimilada en las zonas
urbanas dominadas por los españoles, en las fronteras del imperio colonial la resistencia
indígena fue un fenómeno permanente.
Cuando empleamos el término "frontera", nos referimos a lo que Céspedes del Castillo definió
como "un espacio geográfico en el que un pueblo en movimiento entra en contacto con otro u
otros de cultura muy diferente a la de aquél. Frontera es, al mismo tiempo, el proceso de
interacción entre esos pueblos y sus respectivas culturas, que en mayor o menor medida
quedan influidas unas por otras. ... La frontera que se acaba o cierra en un lugar se abre en
otro si el pueblo que la inició con su movimiento continúa desplazándose, hasta el instante en
que ese dinamismo cese".
A lo largo de todo el período colonial existieron fronteras desde el desierto del norte de México
o la selva amazónica, hasta el extremo sur de la gobernación de Chile. En estas extensas
regiones habitaban pueblos nómades o seminómades que retrasaron o imposibilitaron la
conquista española de dichos territorios.
¿Cómo estas culturas pudieron hacer frente al europeo durante tantos años? Sin duda, se
pueden enumerar muchos factores para comprender esta situación. Dejando de lado
peculiaridades de índole netamente local, se aprecian características más o menos similares
que son propias de la resistencia fronteriza.
En primer lugar habría que señalar la difícil geografía de estas áreas en disputa, cuyo perfecto
conocimiento por parte de los indígenas causó más de un dolor de cabeza a los españoles. Por
ejemplo, los chichimecas del norte de Nueva España subsistían en zonas muy áridas gracias a
un óptimo aprovechamiento de la flora y fauna del desierto, mientras los hispanos debían
desplazarse con enormes bultos que les restaban movilidad.
La estructura socio-cultural de estos pueblos, basada en múltiples jefaturas locales,
imposibilitaba al invasor concertar acuerdos de paz duraderos, pues cualquier cacique podía
transgredirlos. No sólo los españoles experimentaron este problema, sino también lo vivieron
los aztecas e incas en sus respectivas guerras expansivas.
Por otra parte, la apropiación y asimilación de elementos materiales desconocidos para los
indígenas, les permitió enfrentar con mayor eficacia al invasor. Uno de los ejemplos más
ilustrativos fue el uso que los nativos dieron al caballo, que les otorgó una mayor movilidad,
rapidez y sorpresa en la guerra y también fue incorporado al mundo ritual y a su dieta
alimenticia.
Las tácticas militares empleadas por los naturales se fueron modificando, adaptándose a una
guerra de emboscadas o "guerrillas", que evitaba la batalla a campo abierto contra las huestes
hispanas.
Estas características sin duda nos ayudan a entender mejor la larga duración de la resistencia
que opusieron mapuches, chichimecas, chiriguanos, guaraníes, mayas, apaches y navajos,
entre muchos otros.
Además de las guerras fronterizas, en los siglos XVII y XVIII se registraron numerosas
rebeliones indígenas al interior de las unidades administrativas coloniales. Estos conflictos
fueron mucho más importantes de lo que la historiografía tradicional ha querido admitir. Por
ello, los estudios monográficos sobre este tema son muy escasos. Si omitimos el caso del
célebre levantamiento de Túpac Amaru en 1780 -conflicto que cuenta con una vastísima
bibliografía- la mayoría de los otros movimientos ha permanecido casi en las tinieblas.
Muy poco se han difundido los alzamientos de Enriquillo en La Española, de los mayas del
Yucatán, de los acaxées en el actual estado de Durango, de los indios pueblo del norte de
México, de los nativos de la selva amazónica liderados por Juan Santos Atau Huallpa, de los
calchaquíes del noroeste argentino o de Túpac Catari en la Audiencia de Charcas.
Las rebeliones indígenas del período colonial se producen por diversas motivaciones que se
pueden englobar en la imposición de un sistema económico y social que había quebrado las
antiguas estructuras nativas. La resistencia germina cuando el aborigen decide rechazar dichas
imposiciones por la fuerza de las armas.
El pesado servicio personal, la mita, la encomienda, instituciones laborales donde el indígena
recibía escasos beneficios tras grandes esfuerzos, provocaron insatisfacciones. Si a ellas le
sumamos el trauma de la conquista y la aparición de líderes que ensalzaban el milenarismo,
podemos entender el estallido de numerosos motines de carácter local y de grandes rebeliones
de mayor alcance.
Sobre todo en el siglo XVIII, el clamor del indígena se dirigió contra la figura del corregidor.
Estos funcionarios, mal pagados por la corona, acostumbraban realizar los "repartos de
mercancías". Mediante este sistema se obligaba al indio a adquirir artículos que no eran de
primera necesidad (medias de seda, libros de teología, porcelana china, etc.) e incluso se lo
forzaba a endeudarse. Además, muchos corregidores actuaban despóticamente en su
jurisdicción, tolerando abusos y disponiendo de la mano de obra indígena.
La rebelión encabezada por José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru) simboliza la respuesta
indígena más radical frente a la situación descrita. No fue casual el temprano ajusticiamiento
del corregidor de Tinta, hecho que se constituyó en la señal para el alzamiento de miles de
indígenas del virreinato del Perú en noviembre de 1780.
También hubo convulsiones producto de la ubicación del nativo en la pirámide social. La
sociedad estamental colonial relegaba al aborigen a uno de los estamentos más bajos,
existiendo escasas posibilidades de integración en la sociedad liderada por el estrato
hispanocriollo. Los motines urbanos, con participación de mestizos y castas, estallaban
precisamente por estas desigualdades.
BARROCO AMERICANO
https://www.youtube.com/watch?v=S5tNZ2ZseYk
¿Qué es?
El barroco americano es un movimiento artístico europeo que surgió en el siglo XVI. Ha sido
considerado como la expresión artística del absolutismo y de la reacción católica ante la
difusión de las ideas reformistas. Se caracterizó por su estilo recargado.
¿Cómo llegó a América?
El barroco vino al continente americano por medio de los españoles, por lo que hizo que este
alcanzara su mayor expresión durante el siglo XVIII, al mezclarse con los diversos aportes
indígenas.
Características del barroco:
- Oposiciones dualistas que expresaban mediante antítesis violentas y exaltadas. Si por
un lado manifestó equilibrio y belleza, por otro se expresó lo anormal y macabro.
- Intensa espiritualidad aparece con frecuencia.
- Los pintores pretendieron siempre en sus obras la representación correcta del espacio
y la perspectiva.
- Incorporó elementos americanos, tales como un lenguaje enriquecido con expresiones
del habla local, la exaltación y vitalidad de lo nuevo, imágenes verbales y metafóricas
comparaciones.
- Representantes: Juan Correa y Miguel Cabrera.
- La pintura al igual que otras expresiones artísticas, fue un canal de comunicación entre
el mundo cristiano y el indígena.
- América (1600 aprox.): La religión determinó muchas de las características del arte
barroco. La iglesia católica se convirtió en uno de los mecenas más influyentes, y la
contrarreforma, lanzada a combatir la difusión del protestantismo, contribuyó a la
formación de un arte emocional, exaltado, dramático y naturalista, con un claro sentido
de propagación de la fe.
- Actualidad: Mucho del arte colonial ha sido una base para construcciones el día de hoy,
y para la expresión del ser humano. Siendo un puente comunicacional entre indígenas
y la fe, ayudo mucho a la iglesia. Muchas de las esculturas de las iglesias y pinturas
son del arte colonial.
- Arte mestizo: Mediante la progresiva incorporación de elementos culturales del mundo
americano, el arte adquirió un carácter propio y puso en evidencia el mestizaje cultural.
Por ello, ya no fue solo reconocido como Barroco Americano, sino también como arte
mestizo.
DISOLUCIÓN DEL ORDEN COLONIAL
https://www.youtube.com/watch?v=VE5n3y7ZVQM
Desde finales del S XV hasta principios del S XIX estuvo presente el orden Colonial en América
representado en un orden social constituidos por los conquistadores sobre las sociedades
conquistadas a partir de relaciones económicas, políticas y culturales de dominación.
A finales del S XVIII las graves tensiones internas y externas desatan “la crisis del orden
colonial”. Los vínculos que las colonias mantenían con sus metrópolis europeas se van
debilitando a partir del S XVIII.
Causas:
- Creciente autonomía económicas de las colonias: A medida que la extracción de oro
fue cediendo lugar a las producciones de ganado, cereales, azúcar, café, América fue
consolidando su mercado interno multiplicando los intercambios entre las distintas
regiones. Así las colonias se hicieron más independientes y comenzaron a
autoabastecerse. Pero el monopolio comercial seguía vigente.
- El ascenso de los criollos: El grupo de criollos más ricos y prestigiosos adquirieron
cada vez más relevancia en la sociedad colonial. Propietarios de minas y grandes
haciendas o comerciantes no podían acceder a los cargos de gobierno. Solo el cabildo
les permitía participar en la vida política.
- Crisis del monopolio comercial: El debilitamiento de los vínculos entre la metrópoli y las
colonias se puso de manifiesto también en el aumento de contrabando o comercio
ilegal. Desde mediados del S XVIII, ingleses, holandeses, portugueses, introducían
mercaderías de forma ilegal. España no podía abastecer a sus colonias, pero el puerto
de Buenos Aires seguía inhabilitado al comercio.
LAS REVOLUCIONES DE INDEPENDENCIA
https://es.slideshare.net/lclau/revoluciones-independentistas-hispanoamericanas-powerpoint
Revolución francesa, o mejor dicho, la expansión napoleónica posterior y el vacío que de ella
resultó. En todas partes se planteaba la misma pregunta respecto a la nueva base de
legitimidad para el intercambio en las transferencias interregionales y transatlánticas. Sin
embargo, las experiencias revolucionarias individuales fueron sumamente distintas si se
comparan entre sí [...]. Pese a toda esa diversidad, se aprecian entrelazamientos evidentes
entre las experiencias y no sólo en el nivel de las élites políticas, sino también en el de las
clases no privilegiadas. En estos años revolucionarios, no sólo se intercambiaron hombres,
mercancías e ideas, sino también informaciones sobre los desarrollos actuales [...]. Después de
algunas décadas de guerra, los países recién surgidos eran demasiado débiles para establecer
realmente el orden republicano. El soberano, el "pueblo", seguía siendo un nebuloso punto de
referencia. Para imponer un nuevo Estado nacional en el sentido de una comunidad de valores
duradera en una estructura étnica extremadamente heterogénea, faltaron las condiciones y la
voluntad política de las élites. Precisamente la problemática étnica, que se traslapaba con la
social, fue una característica única en su tipo de las revoluciones de independencia
latinoamericanas. Contribuyó a que las ideas de libertad, igualdad y autodeterminación que
circulaban por todo el mundo, y de las cuales también se sirvieron las élites latinoamericanas,
se cargaran con una fuerza explosiva especialmente revolucionaria, ya que la politización había
abarcado todo el espectro social. Hasta 1830 y mucho tiempo después, esta fuerza explosiva
no había podido prosperar todavía. Lo que quedó, sin embargo, fue la promesa de la
revolución, y esto no era poco.
CAUSAS
ILUSTRACIÓN
La Ilustración fue un movimiento cultural que desde Francia se extendió por toda Europa a lo
largo del siglo XVIII. Defendía el uso de la razón y la lógica como medio de conocimiento. Su
traslación a la política significó la crítica a las instituciones del Antiguo Régimen y, en especial,
a la monarquía absoluta.
Ideas: igualdad, libertad y fraternidad.
Llegan a América a través de los criollos que estudiaban en Europa.
Influyen en el pensamiento de los criollos: igualdad y libertad.
No son aceptadas por los españoles por atentar contra sus derechos.
REVOLUCIÓN FRANCESA
Ejemplo de pueblo que logra quitar la monarquía
Caídas de las monarquías absolutas: caída del poder de los reyes
Organización de las nuevas formas de gobierno
Aplicación de las ideas ilustradas
INDEPENDECIA 13 COLONIAS
Primera nación que surge después de ser una colonia
Ejemplo de revolución para América
Estados unidos fue un ejemplo para América Latina: Se quiere copiar su gobierno federal y su
economía industrial
Cumplen los ideales de una colonia que logra organizarse sin depender de su metrópolis
CRISIS DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA
El rey pierde su poder y pasa a mano de los Bonaparte (franceses), pero los españoles
desconocen la autoridad de los franceses.
Los españoles organizan la junta de gobierno y les permiten a las colonias participar,
demostrándole que son capaces de autogobernarse.
La crisis española aumentó el interés de los criollos por independizarse.
CRIOLLISMO
Deseo de los criollos por participar en las políticas de las colonias americanas
Aplicación de los conocimientos que los criollos lograban obtener a través de sus estudios en
Europa.
Interés de los criollos: Lograr sus derechos, no una sociedad igualitaria.
REVOLUCIONES
VIRREINATO DE NUEVA ESPAÑA (México)
Comienza con el levantamiento del sacerdote Miguel Hidalgo y Castilla en la ciudad mexicana
de Dolores, el 16 de septiembre de 1810, se considera el verdadero inicio de emancipación
mexicana con el grito de dolores (proclama realizada en la ciudad de Dolores realizada por el
cura Hidalgo para convocar al pueblo a la rebelión).
José María Morelos, sacerdote, Fue nombrado líder del ejercito insurgente tras la muerte de
Miguel Hidalgo, proclamando la independencia de México en octubre de 1814, redactando la
primera constitución, pero luego fue ejecutado por las tropas españolas en 1815.
Después del fracaso de las rebeliones de Hidalgo y Moreno en 1821, Agustín de Iturbide fue
nombrado virrey por la corona española, sin embargo, aliado con el patriota Vicente Guerrero
independizó a México a través del manifiesto conocido como el plan de Iguala, que establecía 3
condiciones: la independencia de México, el mantenimiento del catolicismo y la igualdad de
derechos para los españoles y los mexicanos.
VIRREINATO DE NUEVA GRANADA
Simón Bolívar protagonizó el proceso independentista de Venezuela. Se proclamó la
independencia del país el 5 de julio de 1811. En la batalla de Carabobo se consolidó la
independencia de Venezuela.
Ecuador logró su independencia de la mano de Bolívar y José Antonio de Sucre en la batalla de
Pichincha.
En Colombia el proceso emancipador inicio en julio de 1810, sin embargo, es hasta la batalla
de Bocayá que se logra alcanzar la independencia bajo la guía de Simón Bolívar.
Después de la independencia de las tres provincias de la Nueva Granada el congreso de la
Angostura decide formar una república federal llamada “la Gran Colombia”, gobernada por
simón Bolívar a quien se lo conoce como el libertador.
La gran Colombia tuvo una vida efímera debido a las diferencias entre republicanos y
federalistas.
VIRREINATO DEL PERÚ
El virreinato del Perú era de suma importancia para los españoles por ser el área en el que se
localizaba las minas de mayor producción de metales preciosos.
A pesar de que su proceso emancipador fue iniciado por José de San Martín, fue Simón Bolívar
quien a través de la batalla de Junín y la batalla de Ayacucho logra en 1824 la independencia
de este virreinato.
La batalla de Ayacucho se considera la última batalla americana por su libertad y puso fin al
movimiento independentista latinoamericano.
VIRREINATO DE LA PLATA
El congreso de Tucumán firmó el 9 de julio de 1816 la declaración de la independencia de
Argentina con la ayuda del ejército Libertador de Los Andes, comandado por Simón Bolívar.
Paraguay había logrado con anterioridad su independencia, ya que desde 1811 fue
emancipada y gobernada por Gaspar Rodríguez de Francia. Uruguay también logró
independizarse ese mismo año, e igualmente fue gobernado por un caudillo, en este caso, José
Artigas.
Bolivia fue uno de los países que más lucha tuvo para alcanzar su independencia, iniciando en
1809 y finalizando hasta 1825 con la intervención de José de Sucre.
CONSECUENCIAS
POLÍTICAS
Surgimiento del caudillo como líder (caudillismo), éstos eran militares que se proclamaban a sí
mismos como líderes en las naciones recién formadas a pesar de no tener experiencia política.
Falta de madurez política: los criollos, una vez alcanzada la independencia no supieron
administrar los asuntos estatales por su inexperiencia.
Conflictos armados: La lucha entre partidos políticos, tanto liberales como realistas y
federalistas contra republicanos.
ECONÓMICAS
Pobreza en la mayoría de las naciones recién formadas
Adopción del modelo agroexportador
Dependencia de las economías inglesa y estadounidense
Desigual distribución de las riquezas: Los caudillos se enriquecen mientras que el pueblo no
aumenta su capacidad adquisitiva ni si calidad de vida.
SOCIALES
La independencia no terminó con las divisiones sociales que existieron durante la colonia
Las clases más desfavorecidas continuaron luchando por sus derechos y garantías básicas,
sobre todo por la tenencia de la tierra.
UNIDAD CONTINENTAL (INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA)
S XIX: Finalizada la lucha de la independencia hubo varios intentos de confederación entre las
nuevas repúblicas, como la Gran Colombia, las Provincias Unidas del Centro de América y la
Confederación Perú- boliviana, pero todas fracasaron por la propia naturaleza de la crisis de la
independencia y consecuentemente con las pugnas políticas, las guerras civiles, las
intervenciones extranjeras y el recelo de las clases gobernantes a perder el poder.
Así, no se pudo llevar a cabo el proyecto federativo que el libertador Simón Bolívar promovió en
1826 en el Congreso de Panamá.
S XX: Entre los esfuerzos integradores destacan la creación de diversos organismos, como por
ejemplo el MERCOSUR.
BALCANIZACIÓN DE AMERICA LATINA
Balcanización
El término Balcanización hace alusión a las diferentes guerras y conflictos ocurridos en la
península de los Balcanes desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, que condujeron
a la conformación de múltiples estados en las distintas etapas históricas. Por ello, es utilizado,
en sentido amplio, como división de una unidad política o una sociedad. Asimismo, con
frecuencia se emplea esta expresión para destacar las fuerzas exógenas que operan en la
división, las cuales buscan debilitar una entidad, formar nuevas unidades pequeñas con
mayores limitaciones y, por lo tanto, dependientes de un actor externo (Enciclopedia de la
Política, 2018).
La idea de balcanización ha estado presente en el estudio de la emergencia y consolidación de
los estados latinoamericanos, con el fin de dar cuenta de la desarticulación de unidades
políticas mayores en fragmentos menores. Así, los procesos revolucionarios e independentistas
han sido examinados como una balcanización de las colonias hispanas en el continente
americano que, según el ideal bolivariano, debían conformar una sola nación con un mismo
origen, una lengua, unas costumbres, una religión y un solo gobierno (Blanco, 2007). Se
sostiene allí que la independencia y la creación de repúblicas produjeron un desmembramiento
del imperio colonial español en América, quebrando el sentimiento de fraternidad regional
existente entre las élites que lideraron estos procesos (Barreneche et al., 2017).
Esta concepción se replica, por ejemplo, en la idea de disolución de la Gran Colombia y la
conformación de tres estados: Venezuela, Ecuador y Nueva Granada. Se formaron a partir de
las confrontaciones entre los líderes que formulaban proyectos divergentes sobre la forma
centralista o federativa de gobierno (Blanco, 2007). Este proceso también ha sido analizado
como un particionismo que generó un trauma colectivo en América Latina y que marcó la
violencia separatista y anexionista de las posteriores guerras fronterizas (Saguier, 2017). Otros
trabajos postulan que fue el imperialismo (británico, francés o norteamericano) el promotor de
la balcanización de Latinoamérica desde el siglo XIX, discurso que, como propone Malamud
(2005), se continúa en la actualidad en relación con los obstáculos exógenos que impiden la
integración regional.
Estas miradas también estuvieron presentes en los discursos académicos y geopolíticos con
relación al proceso de consolidación de los estados nacionales. Una de las formas en que se
expresó esta idea fue la teoría de las pérdidas territoriales. Escudé y Cisneros (2000) sugieren
que la gran mayoría de los países sudamericanos han creado mitos sobre el origen del estado,
en los que expresan las enormes pérdidas territoriales que han registrado a lo largo de su
historia. Estos mitos fueron incorporados a las historias oficiales y a los textos escolares,
acompañados por términos como lamento, sufrimiento, dolor, iniquidad, despojo o tragedia.
Ejemplo de ello es el caso de Brasil que lamenta la pérdida de la provincia cisplatina (actual
estado de Uruguay), o las pérdidas de Ecuador, que presumía ocupar un ancho corredor desde
el Pacífico hasta el Atlántico. Otro ejemplo es Bolivia, que de manera persistente destaca las
porciones terrestres cedidas a Brasil, Perú, Paraguay, Chile y Argentina (Figura 1).
La idea de pérdida alude a una porción de superficie terrestre que ha sido conquistada y
controlada por un estado vecino. Desde esta perspectiva, las fronteras son el resultado de una
pérdida o escisión, en un sentido negativo. Se tiende a naturalizar la existencia de una
determinada entidad, concebida como homogénea o estática, consolidando una mirada
ahistórica. Ello se expresa, por ejemplo, en la idea de desmembramiento, que configura la
metáfora de un ser vivo a quien se le amputa un miembro, naturalizando así su pertenencia a
dicha entidad. En cambio, este enfoque nada dice respecto de la población que allí habitaba ni
de las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales que se establecían con otras
territorialidades.
REVOLUCIÓN
Cuando hablamos de Revolución, hablamos de un cambio violento y radical en las instituciones
políticas de una sociedad o de un cambio brusco en el ámbito social, económico o moral, como
es el caso de la Revolución Industrial, que se produjo en Europa (especialmente en Inglaterra)
en el siglo XVIII, y sirvió para cambiar radicalmente la estructura de la organización social. Los
hombres comenzaron a ser reemplazados por las máquinas, que producen más y cuestan
mucho menos.
Esta Revolución dio un giro en el desarrollo del mundo. Los cambios que ocurrieron gracias a
este periodo no fueron sólo tecnológicos sino también sociales, ambientales y demográficos. A
partir de ese momento podemos decir que vivimos en un mundo totalmente industrializado.
¿Cómo surge la Revolución Industrial? Podemos decir que la clave de esta revolución fue la
inmersión de la máquina de vapor de la mano de James Watt, quién pudo mejorar el
rendimiento de la máquina, desperdiciar menos vapor, y crear un condensador separado que
evitó la pérdida de energía de las primeras máquinas, de ahí en más, con el perfeccionamiento
de Watt se utilizaron en todo el continente.
En el siglo XVI creció la importancia de la industria a domicilio. Aquí los trabajadores trabajaban
en sus domicilios con sus propias herramientas, para un comerciante-empresario, que les
encargaba los quehaceres y les daba la materia prima retirando luego lo elaborado. La mayoría
de los trabajadores eran campesinos que realizaban la actividad industrial cuando dejaban las
tareas agrícolas. Era un sistema flexible, la producción se regulaba según la demanda y el
empresario no estaba obligado a tener un vínculo con el trabajador.
La industria pasa a ser la actividad económica líder. Desde la Revolución industrial la población
rural disminuye y aumenta la urbanización. La sociedad industrial comenzaba a basarse en la
industria y los servicios. Crece la producción y la productividad. Aquí la población deja de
trabajar en la agricultura ya que con menos brazos se obtenía la misma cantidad de alimentos.
La primera Revolución fue Económica y Tecnológica: El comercio se transformó a fines de la
edad media en la actividad más dinámica de la economía Europea. La revolución comercial
abrió el camino para la expansión de los intercambios inter-europeos e internacionales. Se
combina aquí el crecimiento económico, la innovación tecnológica y organizativa y las
transformaciones en la sociedad.
El crecimiento económico y el aumento de la población es posible por la innovación tecnológica
y organizativa, la tecnología se debe al uso de máquinas que reemplaza la habilidad humana y
la organizativa consiste en el nacimiento del sistema de fábricas es decir la industria fabril. A
medida que ésta última avanza, la población y la producción se concentran en las ciudades. Es
así como cambian las condiciones de trabajo y hay más empleados en las fábricas, lo cual dio
origen al proletariado industrial. La nueva clase obrera está compuesta por trabajadores
asalariados que no son propietarios de los medios de producción sino que venden su fuerza de
trabajo.
El crecimiento económico acortará la distancia entre países pobres y ricos, y calmará las
diferencias sociales de cada uno. Por otra parte, la Revolución Industrial fue una revolución
tecnológica que transforma los procesos de producción y distribución y cambia la ubicación de
la riqueza y el poder.
¿Qué papel cumplía la mujer dentro del proletariado? La actividad más característica de las
mujeres era el hilado. Cuando comenzó a utilizarse la Jenny, se veía como una amenaza para
los oficios femeninos de base familiar, ya que era una máquina sencilla, accionada por el
trabajador y en esta un solo obrero podía realizar varios hilos a la vez y el trabajo humano se
multiplicaba. Con la energía inanimada, la situación se modificó. Las mujeres pudieron realizar
tareas, antes reservadas a los hombres, pero como el trabajo femenino seguía considerándose
inferior, los salarios seguían siendo menores.
La mujer tuvo participación activa real en el mundo laboral a partir de la primera guerra mundial
en 1914. Desde ese momento, con los hombres en la guerra y sus necesidades descubiertas,
la mujer tomo el lugar de sus hombres en las fábricas y comenzó la producción de todo lo
necesario: ropa, calzado, armas, alimentos. Para la segunda guerra mundial en 1939, la mujer
había crecido precipitadamente y podía ocupar cualquier puesto de trabajo, anteriormente
asignado a hombres.
Como la jornada laboral era intensa y extensa y los trabajadores estaban acostumbrados a
trabajar con sistemas más flexibles, se comenzó a contratar a niños ya que no estaban
acostumbrados a ningún sistema, su salario era menor y eran más dóciles que los adultos. El
trabajo infantil constituye el aspecto más aberrante de las Revolución Industrial ya que las
condiciones solían ser inhumanas.
En 1802 el parlamento aprobó una ley para proteger a los niños que trabajaban en las fábricas.
Con el siglo XIX la situación mejoró y luego de varias décadas se prohibió el trabajo de los
menores en las fábricas. El progreso tecnológico depende de la capacidad inventiva de una
sociedad y de la disposición de los empresarios para adoptar nuevos métodos de producción
Joseph Schumpeter, afirmaba que los cambios económicos se originan gracias a la acción de
los empresarios innovadores que eran capaces de poner en práctica nuevas combinaciones.
Consideraba a estos empresarios innovadores como el fenómeno fundamental del
desenvolvimiento económico.
Entre los siglos XVIII y XX fueron muchísimos los cambios en la industria mundial, a la
inserción de la máquina de Watt y la creación de las industrias, se le sumaron las críticas y
posteriores mejoras de Frederick W. Taylor(2) y Henry Fayol(3) que aportaron la organización
científica y administrativa a las empresas.
Taylor elaboró una ciencia de cada operación de trabajo y la dividió en cinco principios.
Planeamiento: sustituyendo la improvisación por la ciencia, mediante la planeación del método.
Preparación-planeación: Seleccionando científicamente a los trabajadores de acuerdo a sus
aptitudes y prepararlos, entrenarlos para producir más y mejor. Control: controlar el trabajo para
certificar que el mismo está siendo ejecutado de acuerdo con las normas establecidas y según
el plan previsto. Ejecución: distribuir distintamente las atribuciones y las responsabilidades,
para que la ejecución del trabajo sea disciplinada.
Por su parte Fayol, resumió el resultado de sus investigaciones en una serie de principios que
toda empresa debía aplicar: la división del trabajo, la disciplina, la autoridad, la unidad y
jerarquía del mando, la centralización, la justa remuneración, la estabilidad del personal, el
trabajo en equipo, la iniciativa, el interés general, etc.
Entonces podemos afirmar que desde el punto de vista tecnológico la primera Revolución
Industrial implicó la utilización de nuevas fuentes de energía, de maquinas destinadas a la
producción del transporte, de sustitutos para las materias primas de origen animal y vegetal, y
las nuevas formas de organización de la producción y del trabajo, que se resume en el sistema
de fábrica.
Es así como surge el nacimiento de la empresa moderna con una organización burocrática,
diversas funciones y una estructura jerárquica y descentralizada, administrada por gerentes
asalariados y cuya forma jurídica es la sociedad anónima. Esta se construyó más que nada por
la ampliación de los mercados, ya que el volumen de producción se incrementó, convirtiéndose
en una de las instituciones características del capitalismo industrial.
Las primeras grandes empresas modernas fueron los ferrocarriles. Gracias a estos se abarató
y agilizó las comunicaciones internas en áreas donde la geografía lo permitía, ya que este se
podía construir en cualquier terreno. En Argentina, por ejemplo, (un país de vastos territorios,
cuyos centros de población y producción se encontraban aislados por enormes extensiones
desiertas), el ferrocarril podía significar la solución a profundos problemas sociales y
económicos. La gestación de su red ferroviaria empezó en 1865, creándose contratos entre
empresas inglesas y el Estado, con el fin de instalar ferrocarriles en territorio argentino. En
1867 se inauguró la primera línea férrea que contaba con el financiamiento de la provincia de
Buenos Aires, es así como comenzó el ferrocarril Oeste de Buenos Aires. En 1873 el gobierno
de la provincia de Buenos Aires se hizo cargo del mencionado Ferrocarril Oeste. En 1932,
cerca de 800 hectáreas dentro de la ciudad de Buenos Aires eran propiedad de siete empresas
ferroviarias.
Siguiendo con los ferrocarriles como las grandes empresas modernas, podemos decir que la
construcción de varias líneas ferroviarias demando inversiones de capital. El ferrocarril hizo que
se desarrollaran nuevas formas de financiación y de organización de las empresas. Para
entonces se desarrollaron instituciones financieras, nuevas formas de organizar la empresa y
comienza la exportación de capitales.
Si pensamos en el exponente más grande que tuvo la industria en cuanto a su organización no
podemos olvidarnos de Henry Ford(4) ya que fue quién conjugó todo lo aportado por sus
antecesores y puso en práctica la producción en masa (fordismo). Fue quien pudo tomar partes
de los aportes de Taylor implementando turnos, descansos y comidas viendo que si el
trabajador era cuidado mejoraba su producción.
La experiencia histórica ofrece ejemplos en los que la acción estatal impulso la
industrialización. Lo hizo a través de la protección aduanera, los incentivos a la inversión, la
construcción de transportes y servicios o la participación en la actividad empresarial. El estado
puede también asumir un papel como promotor de la industrialización. La productividad creció
gracias a la utilización de máquinas, el uso de las nuevas fuentes de energía y la nueva forma
de organizar el trabajo. Es así como de la Revolución Industrial surgió una sociedad más
disciplinada, que incremento más productividad en el trabajo y precios más accesibles en el
mercado.
La revolución industrial dividió a las naciones en dos grupos fundamentales: los países
desarrollados generadores de maquinarias e industrias y los países subdesarrollados que
fueron los generadores de la materia prima. Tal es el caso de América Latina que presentó un
gran crecimiento y hasta podría hablarse de progreso. Sin embargo este llamado “avance” se
mantuvo vinculado a la urgencia de compras de los países desarrollados de Europa y Estados
Unidos.
¿Cómo afectó la Revolución Industrial en América Latina? Uno de los primeros países
industrializados en América Latina fue la República del Paraguay, por ese entonces una trilogía
gobierna el Paraguay durante más de cinco décadas. Iniciada por José Gaspar Rodríguez de
Francia, la continúa su sobrino Carlos Antonio López, quien abdica en su hijo Francisco Solano
López. Gracias a la Revolución Industrial, la dinastía logra que el país goce de estabilidad y
una cierta prosperidad. En 1856 se inaugura el ferrocarril, primera vía férrea de Sudamérica.
También instala el telégrafo, promueve la fabricación de papel y tejidos y establece la primera
fundición de hierro de Hispanoamérica.
Hasta acá pareciera que Paraguay era un país en vías de industrializarse gracias a la obra de
estos gobiernos que se sucedieron luego de la independencia. Pero sin una clase burguesa
industrial y con un Estado cuya base eran los sectores campesinos, no había quien
desarrollase una industria que fuese orgánica de la estructura paraguaya. De hecho, es bien
conocida la historia que luego de la Guerra de la Triple Alianza (Brasil, Argentina y Uruguay
contra Paraguay, 1864-1870), esa industria desapareció.
Cuando Estados Unidos ya se había expandido y era una gran potencia industrial, su política
hacia América Latina fue de control económico y militar. El objetivo era sacar del continente a
los europeos que aún tenían colonias en América y proteger los intereses de las empresas
norteamericanas instaladas en varios países latinoamericanos. A esta relación se la conoció
como la política del “gran garrote” y fue impulsada entre otros por el presidente Theodore
Roosevelt.
Mientras el mundo se veía reflejado en su gran industrialización hubo cambios notorios en la
sociedad. La burguesía fue el grupo social que más beneficios obtuvo de los cambios
producidos por la revolución.
De nuestra famosa “burguesía nacional” podríamos decir que su momento de gloria fueron los
años ochenta, a la salida de la dictadura militar, cuando representaban más de un tercio de la
cúpula empresarial en la Argentina. La clave de este crecimiento se produjo, en gran parte, por
el vínculo peculiar que establecieron con la intervención estatal.
En su acepción corriente el término burguesía nacional es utilizado para indicar el
comportamiento y los proyectos de la clase dominante. Es un concepto político que no describe
solamente la presencia de industriales o banqueros argentinos. Se refiere a los propietarios de
los medios de producción que reúnen ciertos atributos para impulsar un modelo de crecimiento
hacia adentro semejante al que prevaleció desde los años 40 hasta los 70. Estos rasgos
incluyen jerarquizar el mercado interno, apuntalar la acumulación endógena y desenvolver
políticas económicas autónomas. Estas características están ausentes en la actualidad y por
eso se habla de reconstruir al actor de ese modelo capitalista. Lo que sí existe en estos
momentos en el país es una burguesía local, que desarrolla negocios y conductas muy
diferentes a su contraparte nacional. En la cúpula industrial ya no predominan los personajes e
instituciones del pasado, sino diversos sectores estrechamente asociados al capital extranjero.
Entre ellos juegan un rol protagónico las empresas transnacionalizadas que han buscado
contrarrestar la declinación del mercado argentino con operaciones en el exterior.
LIBRECAMBIO
Reglamento de libre comercio (1778)
Principales rutas comerciales del Imperio español con Indias
El Reglamento de libre comercio con América de 1778, cuyo nombre completo es Reglamento
y Aranceles Reales para el Comercio Libre de España a Indias, fue promulgado por el rey
Carlos III de España el 12 de octubre de 1778 en el marco de las reformas borbónicas, con el
fin de flexibilizar el monopolio comercial español existente, y para lo cual abrió al comercio 13
puertos de España con 27 de Indias.
A partir del descubrimiento de América la corona española estableció el llamado Monopolio
Comercial Español como sistema de comercio con las Indias.
Por decretos reales de 10 de enero y 14 de febrero de 1503 se creó la Real Casa de
Contratación de Indias, fijando su sede en Sevilla,1 con el fin de fomentar y regular el comercio
y la navegación con el Nuevo Mundo. Su denominación oficial era Casa y Audiencia de Indias y
estableció un asiento que monopolizó toda la actividad mercantil entre España y América.2
Las políticas económicas monopólicas provocaron tensiones entre los distintos actores
económicos del Imperio español.
El férreo dominio del comercio ultramarino gaditano se mantuvo como tal hasta 1680, cuando
se estableció que los barcos procedentes de América pudieran despachar tanto en Cádiz como
en Sevilla.
Dentro de la paulatina y lenta implementación de las reformas borbónicas, tendientes a aplicar
políticas económicas de librecambio comercial, la Casa de la Contratación se trasladó
oficialmente a Cádiz en 1717.
Un primer paso hacia la liberalización comercial fue el decreto de libre comercio de 1765 que
autorizó el comercio interno entre 5 islas del Caribe: Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico,
Trinidad y Margarita, con nueve puertos de la metrópoli: Cádiz, Sevilla, Málaga, Alicante,
Barcelona, Cartagena, Santander, La Coruña y Gijón, eliminándose también los derechos de
palmeo.
En 1768, las nuevas normas reservadas al Caribe se hicieron extensivas también a Luisiana y,
en 1770, a Yucatán y Campeche. A comienzos de 1778, se abrieron al comercio libre, Perú,
Chile y el Río de la Plata; en España, Almería, Tortosa, Palma de Mallorca y Santa Cruz de
Tenerife en Canarias.3
El 12 de octubre de 1778 el rey Carlos III firmó el Reglamento de libre comercio, que bajo las
directrices del ministro José de Gálvez redactaría Francisco de Saavedra, culminando el
proceso de librecambio iniciado en 1765.
En su introducción expone las intenciones y finalidades de su dictado:
Como desde mi exaltación al Trono de España fue siempre el primer objeto de mis atenciones
y cuidados la felicidad de mis amados Vasallos de estos Reinos y los de Indias, he ido
dispensando a unos y otros, las muchas gracias y beneficios que deben perpetuarse en su
memoria y reconocimiento. Y considerando Yo, que sólo un Comercio, libre y protegido entre
Españoles Europeos, y Americanos, puede restablecer en mis Dominios la Agricultura, la
Industria y la Población a su antiguo vigor...
El reglamento estaba compuesto por 55 artículos, amplió la libertad de comercio, habilitó a 13
los puertos metropolitanos: Sevilla, Cádiz, Málaga, Almería, Cartagena, Alicante, Tortosa,
Barcelona, Santander, Gijón, La Coruña, Palma de Mallorca y Santa Cruz de Tenerife y a 24
puertos americanos: San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo, Monte-Christi, Santiago de
Cuba, Batabanó, La Habana, Isla de Margarita, Trinidad, Campeche, Golfo de Santo Tomás de
Castilla, Omoa, Cartagena de Indias, Santa Marta, Río de la Hacha, Portobelo, Chagres, Tierra
Firme, Montevideo, Buenos Aires, Valparaíso, La Concepción, Arica, Callao y Guayaquil.
Se excluyó a Venezuela hasta 1788, para proteger los intereses de la Real Compañía
Guipuzcoana de Caracas, que se disolvió en 1785 y a México, por el temor de que la
prosperidad de este territorio provocara la despreocupación hacia otras zonas menos activas,
lo que iba contra la idea rectora del proyecto. El 29 de febrero de 1789 se amplió el comercio
libre a México. Se acompañaba con los aranceles que fijaban los precios oficiales de los
productos y los impuestos a pagar. La liberalización fue sólo relativa y la expresión no se
justificaba más que en comparación con los monopolios y las prohibiciones totales del período
precedente. Apuntaba a desarrollar los intercambios entre España e Hispanoamérica pero
dentro de un marco de protección y vigilancia.
Esta disposición fue continuada por el rey Carlos IV mediante el decreto de barcos neutrales de
1797, por el que se abrió el comercio americano a otros países de Europa. Uno de los objetivos
del reglamento fue proteger a los súbditos peninsulares y americanos contra la creciente
competencia extranjera, prohibiéndose el transporte de ciertos productos, cuando no eran
nacionales y estableciéndose un sistema arancelario diferente para productos extranjeros y
nacionales.3
Consecuencias del Reglamento
Crecimiento de los flujos comerciales
Entre 1778 y 1796, la nueva política provocó un inmediato y duradero ascenso de las
importaciones americanas. Entre 1779 y 1782, el comercio aumentó un 50 % y entre 1782 y
1787, la progresión alcanzó una media anual del 389%, con picos que alcanzaron hasta el 600
%. Hubo también periodos menos favorables, influidos por la coyuntura internacional tras la
independencia de Estados Unidos y, de manera más duradera, a partir de 1793.
En el periodo 1796 a 1808, la coyuntura internacional cambió radicalmente a raíz de algunos
acontecimientos internacionales, como el Tratado de Basilea firmado entre España y Francia
en 1795, la declaración de guerra de Inglaterra en 1796 o el bloqueo del puerto de Cádiz en
1797.
Una parte de la historiografía piensa que el Reglamento respondía a un programa previo, que
tenía como objetivo el desarrollo económico del país. Otros por el contrario piensan que la
disposición respondía únicamente al deseo de la Corona de aumentar los ingresos públicos.4
La irrupción de estas nuevas políticas fue el hecho económico más significativo de la época y
permitió la incorporación de los productos españoles a Europa. Valencia, Barcelona y Bilbao se
convirtieron en grandes puertos comerciales. También se unió Madrid con la red de puertos, y
se crearon fábricas reales que introdujeron la elaboración de manufacturas a gran escala. Uno
de los efectos de este proceso fue la progresiva especialización productiva de las zonas de la
península.
ESTADO MODERNO
https://www.youtube.com/watch?v=hYajgwcWb1k
RESUMEN
Se descubre América -> Hay una fusión de razas, culturas y conocimientos -> Se da la
expansión geográfica -> Surge el capitalismo y el mercantilismo.
Capitalismo: El hombre es explotado por el hombre.
Mercantilismo: Se produce el milagro de que el dinero genere más dinero.
En ambos hay una ruptura de valores. El hombre deja de ser el valor más preciado del hombre
y es el capital lo que más aprecia aquel. Estos acontecimientos posibilitaron el surgimiento del
Estado Moderno.
FORMACIÒN
La mayoría de los Estados modernos se desarrollaron según el proceso enunciado, pero
algunos se vieron afectados por las élites locales, que dificultaron su formación al ver su
constante pérdida de poder. En estos casos el Estado resultante se vio mal o poco
estructurado, tornándose débil en relación a los que lograron constituirse más
satisfactoriamente. En aquellos donde el proceso se desarrolló con menos problemas, el rey se
convirtió en la máxima autoridad y se crearon instituciones políticas, económicas y militares.
Los reyes y barrocos trataron de legitimar su poder monárquico mediante fundamentos legales.
Es así que se fue estableciendo que el poder absoluto de los monarcas descansaba en su
carácter sagrado como representantes de Dios en el mundo terrenal. De esta manera se
consideraba que reyes y príncipes poseían un derecho divino de gobernar debido a que su
autoridad provenía directamente de Dios. Por lo tanto, las monarquías absolutas lograron
entonces consolidar su poder gracias al apoyo que recibieron de la aristocracia y del
reconocimiento por parte de las masas populares, pues el sistema monárquico se erigió como
el garante de la paz y de la justicia.
Por otra parte Carlos V, al heredar la Corona de España y los derechos que la casa de
Habsburgo tenía en grandes territorios de Europa, intentó consolidar su ideal de unificar a
Europa bajo su dominio imperial. Sin embargo Carlos V ni su sucesor Felipe II pudieron crear
un imperio europeo debido a la fuerte oposición de los Países Bajos y Francia principalmente.
Este fracaso del proyecto imperial español fue el contexto en el que los Estados modernos
europeos se fortalecieron, ya que marcó el inicio de un orden político compuesto por  estados
nacionales soberanos.
Además, se considera que la Reforma protestante influyó de manera importante en el
desarrollo de los Estados modernos debido a que "fragmentó a Europa al quebrarse en varios
pedazos la unidad de la Iglesia Católica, pero a la vez ayudó para que en ese territorio vaya
tomando forma el Estado moderno".
Cabe destacar que el Estado moderno fue entendido de diferentes formas. Por un lado
los iusnaturalistas y filósofos cristianos consideraban que el Estado era una organización social
determinada por leyes inherentes a la naturaleza humana. Y, por otro lado, los pensadores
renacentistas y los ilustrados del siglo XVIII sostenían que el Estado era una creación racional
del hombre. Dentro de estos últimos resalta la figura de Nicolás Maquiavelo, cuyas propuestas
teóricas fueron muy importantes para la evolución del Estado moderno, puesto que influyeron
en autores como Jean Bodin y Thomas Hobbes, quienes desarrollaron concepciones teóricas y
prácticas sobre el Estado y la labor política de los gobernantes.
INSTITUCIONES
Los estados modernos se apoyaban en sus instituciones para lograr que la maquinaria estatal
pudiera funcionar. Dichas instituciones partieron del Consejo Real de la Edad Media
conectando con la curia regis, compuesta por miembros elegidos por el soberano al cual le
ofrecían su consejo. El rey fue eligiendo personas cada vez más preparadas, realizando a
poder ser un cursus honorum para que las personas más notables y preparadas ocuparan los
puestos institucionales.
SISTEMA DE JUSTICIA FEUDAL
El Derecho romano resurgió ante la necesidad de regular con fundamentos legales a la
aristocracia y a la burguesía, clases sociales que constituían las estructuras estatales
modernas. Es así que se recuperó el derecho civil clásico que reglamentaba sobre lo
concerniente a la propiedad privada. Esta recuperación y adaptación de la jurisprudencia
romana fue un indicador del fortalecimiento de los burgueses de las ciudades y por lo tanto del
tránsito que se estaba dando de la economía feudal hacia una economía cada vez
más capitalista.
La administración de justicia es considerada el objeto de la organización política e irá
adquiriendo superioridad la Justicia Real, buscando que sea única, universal y uniforme en su
aplicación (parlamentos en Francia, audiencias y cancillerías en España, jueces de paz en
Inglaterra).
BUROCRACIA
Entre los siglos XVI y XVIII debido a las múltiples competencias que los gobernantes se
atribuyeron en ámbitos políticos, militares, económicos, sociales y religiosos, 2 el Estado
moderno tuvo, para consolidar su poder, la necesidad de ejercer sus funciones indirectamente
a través de un gran número de intermediarios y burócratas. La creación de una estructura de
gobernación más compleja se debió a que a la existente se le sumaron instituciones
representativas del pueblo (como la Cámara de los Comunes en Inglaterra) y en algunos casos
también de las élites (como en Prusia, Holanda e Inglaterra con la Cámara de los Lores).
También se formaron los Parlamentos. Es así que, por una parte, el aparato estatal se
conformó por magistrados que eran miembros de la alta nobleza y que desempeñaban cargos
de validos, ministros, gobernadores, embajadores o mandos militares.
Por otra parte, cada vez se fue buscando más una burocracia especializada y jerarquizada, por
lo que el Estado requirió de funcionarios que tuvieran una preparación especial para poder
desempeñarse como servidores estatales. Estos funcionarios estaban formados en su mayoría
por la nobleza media y baja y por la burguesía letrada, pues contaban con una formación
universitaria y eran provenientes de facultades de Derecho, ya que requerían de una formación
jurídica para poder desempeñar adecuadamente sus funciones. 2 Este personal funcionó bajo el
control y la supervisión del monarca, de tal manera que la burocracia organizaba y extendía la
acción de gobierno del rey. La burocracia tuvo tal importancia que todos los Estados fundaron
universidades u otro tipo de centros educativos para formar a sus jóvenes e incluso se
expidieron leyes para evitar que estos estudiaran fuera de la jurisdicción del reino.
La venta de cargos públicos era una práctica que llegó a presentarse durante la Edad Media,
pero con la burocratización del Estado dicha práctica aumentó de manera importante entre los
siglos XVI y XVII, aunque dejó de llevarse a cabo en el contexto de la Ilustración. A través de
esta práctica las monarquías buscaban obtener ingresos adicionales que contribuyeran a
mejorar los problemas financieros estatales. Además, la venta de cargos no se desarrolló de
igual manera en todos los reinos. En el caso de Inglaterra la monarquía vendió títulos
nobiliarios en vez de cargos. Por otro lado, en España, desde el reinado de Carlos V y hasta el
de Felipe IV, los cargos que se vendieron eran poco importantes. En contraste, en Francia se
vendieron cargos administrativos y militares muy importantes que llegaron a volverse
hereditarios.
FINANZAS
Con la centralización del poder que se presentó con la formación de los Estados modernos se
desarrolló una concepción económica mercantilista, donde la capacidad de acumulación de
metales preciosos por parte de los Estados era un factor determinante de la fortaleza militar y
por lo tanto de la capacidad de imponerse a otros Estados.
Además, entre los siglos XVI y XVIII, en el contexto de los procesos de consolidación de los
Estados Modernos y del sistema mercantilista, las teorizaciones económicas se comenzaron a
configurar como una disciplina de estudio bien definida. Es por esto que se considera que los
estudios de Adam Smith son muy importantes, pues respondieron a la necesidad que surgió de
constituir un nuevo orden económico y dieron lugar al nacimiento de la Economía Política.
Los monarcas irán buscando cada vez más su independencia económica, es decir, buscando la
autofinanciación. Esto era posible gracias a los diferentes derechos exclusivos de las
monarquías, como eran las propiedades de patrimonio real (propiedad de minas e impuestos
como el que gravaba la acuñación de moneda) y a la creación de nuevos sistemas de
recaudación impositiva, como impuestos aduaneros. También se redactaron normas para el
control de la entrada y la salida de los bienes. Todo el sistema de recaudación era dirigido por
la burocracia. Esto provocó que poco a poco la presión fiscal tendiera a aumentar en todos los
países, creciendo a la vez que avanzaba la Edad Moderna, lo que dio origen a tensiones
permanentes con los súbditos. También los monarcas intentaron sortear las exenciones
fiscales de los grupos privilegiados.
Por otra parte, una consecuencia de los constantes enfrentamientos europeos fue el
surgimiento de las deudas nacionales, ya que por medio del endeudamiento público era posible
financiar las guerras emprendidas por los Estados para aumentar su poder.
EJÈRCITO PERMANENTE
El ejército pasó de ser señorial a ser estatal, mantenido con fondos estatales y buscándose que
fueran nacionales, permanentes y profesionales.Comenzaron a ser cuerpos armados cada vez
más estables al servicio exclusivo del monarca.Se puede ubicar que en las primeras décadas
del siglo XVII al inicio del proceso de profesionalización de los ejércitos europeos, siendo el
ejército de la República Holandesa uno de los primeros que comenzaron a profesionalizarse
eficazmente.
Sin embargo la profesionalización militar se dio paulatinamente y de maneras particulares en
cada Estado. Todavía dominaban en el ejército moderno los mercenarios, que solo luchaban
por dinero. Este predominio mercenario en los ejércitos comenzará a decaer tras la Paz de
Westfalia. En cuanto al generalato, oficiales y la soldadesca, se buscó mejorar su instrucción y
disciplina, aunque las academias militares no se crearían hasta el siglo XVIII. Otro rasgo
fundamental de modernidad fue que poco a poco los ascensos dentro del ejército se fueron
asociando más a los méritos profesionales que al origen social de los individuos.
Tecnológicamente, la evolución más importante del ejército fue el espectacular desarrollo de
la artillería.
La función del ejército era buscar la estabilidad interior del estado y la hegemonía en el exterior.
Es así que el ejército era considerado principalmente como una manera de solucionar el
problema social que representaban los delincuentes, vagabundos y desempleados, quienes
solían conformar las tropas de los ejércitos. Y, a pesar de las dificultades que los Estados
europeos tuvieron para poder centralizar el poder militar y consolidar ejércitos profesionales, es
indudable que estos fueron muy importantes en el fortalecimiento de las monarquías, como en
los casos de Brandeburgo-Prusia y de Rusia.
DIPLOMACIA
La diplomacia tuvo a dos figuras representativas: los cónsules (representantes de los intereses
de un grupo de determinada nacionalidad residente en el extranjero) y
los embajadores (representantes enviados con una misión precisa, que representaban a su
país y a su rey). Se tendió mucho al establecimiento de una diplomacia permanente que se
organizó en cancillerías que contaban con sedes fijas al lado de los monarcas. Entre las
principales misiones de los diplomáticos estaban el informar sobre el estado de las demás
naciones, la negociación y el espionaje.
CONSECUENCIAS
 El nacimiento del nacionalismo: Los reyes usaron el nacionalismo como un instrumento
para la formación de un estado centralizado al unir al pueblo bajo una misma bandera y un
mismo idioma.
 La creación de los estados liberales.
 Surgimiento de las monarquías absolutistas y las monarquías parlamentarias.
 La formación de instituciones estatales (indicadas ut supra).
 La estatalización del ejército.
 El uso de nuevos sistemas económicos como el mercantilismo, y posteriormente
la fisiocracia y el capitalismo.
CAUDILLISMO
https://www.youtube.com/watch?v=qZo4prsNDTs
El caudillismo fue un fenómeno político y social surgido durante el siglo XIX en Latinoamérica.
Consiste en la llegada de líderes carismáticos a cada país cuya forma de acceder al poder y
llegar al gobierno estaba basada en mecanismos informales y difusos de reconocimiento del
liderazgo por parte de las multitudes, que depositaban en «el caudillo» la expresión de los
intereses del conjunto y la capacidad para resolver los problemas comunes. El caudillismo fue
clave para la dictadura y para las luchas entre los partidos políticos decimonónicos.
El poder de los caudillos se basaba en el apoyo de fracciones importantes de las masas
populares. Este apoyo popular se tornaba en su contra cuando las esperanzas puestas en el
poder entregado al caudillo se veían frustradas, y se decidía seguir a otro caudillo que lograra
convencer de su capacidad de mejorar el país o la provincia.
Este fenómeno se dio en América Latina durante prolongados períodos de su
historia republicana; en algunos casos desembocó en fuertes dictaduras, represiones a la
oposición y estancamiento económico y político, pero en otros canalizó las primeras
modalidades democráticas y federales en las repúblicas latinoamericanas, así como proyectos
de desarrollo autónomo frente a las expresiones políticas neocoloniales.
CAUSAS
A veces, para acceder al poder, los caudillos se rebelaban aliándose con militares, deponían al
gobernante actual, disolvían el Congreso y se autoproclamaban presidentes provisionales.
Después de un corto plazo se elegía un nuevo congreso y se convocaba a elecciones
presidenciales. En las elecciones salía elegido el caudillo que había presidido anteriormente
la revolución y deposición del antiguo gobernante o diputados.
Los principales partidarios de los caudillos, aparte de sus hombres de armas de confianza,
fueron los miembros de las clases enriquecidas. Así, estos aseguraban un flujo de dinero para
el Estado del caudillo de turno y este se comprometía a darles beneficios.
El caudillismo se desarrolló principalmente en México, pero no completamente, ya que sufrió
ciertos detalles a partir de su desarrollo que no fueron siempre positivos (donde hubo una gran
cantidad de presidentes militares en cincuenta años); en Chile con el gobierno de José Miguel
Carrera a comienzos de la república; en Perú, donde hubo tres grandes «periodos de
militarismo»: a los inicios de la república, durante la reconstrucción nacional después de la
guerra con Chile, y tras el oncenio de Leguía; en Argentina con el gobierno de Juan Manuel de
Rosas; en Colombia con el gobierno de Pedro Alcántara Herrán que promovió a la vez la
constitución de 1843; y también en Bolivia, Paraguay, Ecuador y Venezuela.
Algunos de los caudillos de mayor influencia fueron: José Gervasio Artigas en Uruguay (la zona
que correspondió a la Unión de los Pueblos Libres); Juan Manuel de Rosas en
la Confederación Argentina; José Gaspar Rodríguez de Francia Paraguay; Miguel Hidalgo y
Costilla, José María Morelos, Vicente Guerrero, Antonio López de Santa Anna, Emiliano
Zapata y Francisco Villa (José Doroteo Arango Arámbula) en México; José Antonio
Páez, Antonio Guzmán Blanco y José Tadeo Monagas en Venezuela; Getulio
Vargas en Brasil, Francisco Franco en España; y Salazar en Portugal y Pedro Domingo
Murillo Bolivia.
CONSECUENCIAS
La inestabilidad política actual es consecuencia de cómo fue organizado el Estado al nacer la
vida republicana, sin base nacional, y también debido a los sucesivos años de enfrentamientos
políticos presididos por las diferentes facciones que se disputaban el poder en ese entonces.
De esta forma, las repúblicas se constituyeron sobre una base inconsistente, sobre un Estado
embrionario, desorganizado económicamente, caótico en el orden político y sin planes de
gobierno que sigan disciplina y orden. Por esta razón, la democracia no es totalmente efectiva y
se realiza un uso inadecuado de las conquistas del liberalismo, en vez de un correcto uso de la
libertad.
El orden impuesto por la fuerza dentro del caudillismo ha quedado como herencia. Además,
ciertas características del caudillismo prosiguen hasta la actualidad. El caudillo, que buscaba
gloria y poder, intentaba con sus obras ganarse la simpatía de la población y desprestigiar al
máximo al anterior gobernante; así, reorganizaba el gobierno a su antojo y consideraba como
malo todo lo que el gobernante anterior hubiese hecho. Hoy en día, muchos gobernantes
desprestigian aquello gestado por sus antecesores y lo abandonan, buscando el propio
beneficio, o tal vez como una estrategia para su obligada participación en las
siguientes elecciones.
Por otro lado, es importante resaltar que, al hablar de caudillismos, se habla también de
consolidación de fuertes regionalismos, que mermaron el casi inexistente estado-nación. Así,
hoy en día aún existen algunos de esos fuertes regionalismos, especialmente en el sur andino,
que, a pesar de no ser una consecuencia directa del caudillismo, ayudó a que se solidificaran
algunos de ellos. Por esta razón, algunas veces los planes unificadores resultan insostenibles.
POLÌTICAS CAUDILLISTAS
Los caudillistas latinoamericanos se formaron a partir de experimentar la desigualdad que
estaba ocurriendo en el momento de que los españoles llegaron al Nuevo Mundo imponiendo
sus reglas de conquista, explotación, evangelización y colonialismo.
Los caudillos expresaron intereses regionales combinados con sus ambiciones
personales. Agustín Gamarra, por ejemplo, representó los intereses del sur andino,
especialmente del Cuzco, mientras que Andrés de Santa Cruz, los de Bolivia y Arequipa. Para
tener una mejor comunicación en un país mal comunicado establecieron alianzas con
hacendados.
En la actualidad la presencia de caudillos en la política de algunos países latinoamericanos se
da a través de los partidos políticos populistas, donde el líder político o presidente del partido
actúa como «agente mesiánico», quien es visto como único líder natural, quien tiene el derecho
de regir las riendas de un partido así como el único capacitado para gobernar el país y salvarlo,
más no permitiendo que otros agentes o líderes asciendan a la palestra, generándose así
disputas internas, inclusive con violencia por lograr tener el poder de mando; es por ello que se
concibe a la política como una actividad pública y violenta, dado que los que se afilian a un
partido político entran con la firme idea de lograr ser un caudillo en potencia en un futuro más
cercano, para lo cual sabe que debe enfrentase a otros caudillos en potencia para el logro de
su fin, que significa liderar y ser dirigente distrital, provincial, regional o nacional.
En Venezuela estuvieron José Antonio Páez, Antonio Guzmán Blanco, Juan Crisóstomo
Falcón, José Tadeo Monagas, Cipriano Castro, y Juan Vicente Gómez, representando una
posición de estado cuasi feudal. El caudillismo venezolano fue una manera de organizar la
sociedad y de restablecer la estructura de poder durante el siglo XIX al no poder centralizar esa
estructura de poder. Los caudillos fueron los que mantuvieron cierto orden de convivencia
dentro de una sociedad dispersa y disgregada. Pero los caudillos no tenían un proyecto social
transformador; eran como figuras pasajeras dentro de ese proceso histórico en casi todo el
mundo.
ESTADO OLIGÁRQUICO
LA OLIGARQUÍA EN AMÉRICA LATINA
I. Introducción.
Una vez que los países de América Latina se emanciparon del yugo colonizador europeo, allá
por los inicios del siglo XIX, a través de los distintos procesos libertarios independentistas
gestados a lo largo de todo el continente latinoamericano, experimentaron un proceso político
de total inestabilidad política debido al vacío de poder que surgió inmediatamente que se
obtuviera la independencia, lo que dio lugar para el surgimiento del caudillaje militarista, en sus
inicios. Sin embargo, una vez reestructurado el Estado y alcanzada una suerte de estabilidad
política, surge un nuevo orden político caracterizado por concentrar el poder en manos de unas
pocas personas, es decir de una élite. Esta élite se sostiene sobre la base de la posición de
dominio económico que tiene y/o del prestigio del linaje de sus miembros. Surge así un sistema
de gobierno denominado oligarquía que se extiende desde los años 1880 hasta la década de
1930 y, en algunos casos, hasta la década de 1960 [como el caso de Perú].
II.Idea de Oligarquía.
Según el diccionario de la Real Academia Española, por oligarquía se entiende como “gobierno
de pocos”, “forma de gobierno en la cual el poder supremo es ejercido por un reducido grupo
de personas que pertenecen a una misma clase social” y como el “conjunto de algunos
poderosos negociantes que se aúnan para que todos los negocios dependan de su arbitrio”.
Cavarozzi sostiene que la oligarquía es una clase política del capitalismo [1978: 13]. En cambio
Ansaldi indica que “el concepto de oligarquía designa una forma o un modo de ejercicio de la
dominación política por un grupo minoritario perteneciente a clases sociales que detentan
poder económico y social” [1992: 3]. Para este último, la oligarquía no es una clase social, sino
una categoría política.
Por nuestra parte, consideramos que la oligarquía como forma gobierno será entendida mejor
si la enfocamos desde la postura u óptica del poder político. En efecto, si tomamos como punto
de referencia el poder político, diremos que la oligarquía no es otra cosa que una forma de
gobierno que es ejercida por un reducido número de sujetos que se cohesionan en función a
sus intereses económicos o sociales ya sea de clase, fracción o grupo sociales o familiares
para ejercer la dominación de la población de manera exclusiva, es decir prescindiendo de la
participación democrática de las mayorías, a través del mecanismo oficial, como es el Estado;
centralizando y descentralizando el poder político en función a clientelismo y conveniencias;
copando el aparato estatal burocrático con funcionarios no según sus capacidades sino en
base a criterios discriminatorios como apellido, prestigio, amistad, dinero, etc.
III.Características.
• La oligarquía ha sido una forma de gobierno o dominación en América Latina que se ubica
entre los años 1880 y 1930 – 40, en el caso del Perú, tuvo vigencia hasta la década de 1960
(1968), que capturó el Estado para beneficios de sus intereses económicos.
• La base social sobre la que se sostiene se circunscribe o delimita comprende únicamente a
quienes conforman la burguesía, a los terratenientes, hacendados, gamonales, mineros y
comerciantes. Es decir, como sostiene Ansalni, se trata de una base social angosta.
• La designación o incorporación de los funcionarios públicos a la esfera de la administración
pública o de las burocracias se efectuaba en función al linaje, parentesco, amistad, prestigio,
poder económico y de quienes tenían la condición de notables que por lo general formaban
parte de la burguesía. Es decir que la gran mayoría de la población no tenía la posibilidad de
acceder a un cargo público
• El establecimiento de pactos de combinación de centralización y descentralización del poder
político mediante clientelismo, burocracia y mecanismos de control intraoligárquico. Esta
característica señalada por Ansalni, quiere decir que la Oligarquía al mismo tiempo que
concentraba el poder en la centralización, es decir en la capital – por lo general- por motivos de
interés clientelista político desconcentraba o trasladaba ciertas facultades o cuotas de poder
político a las capitales de provincias o departamentos para que sean ejercidas por los socios de
la oligarquía, es decir por otros miembros que la conformaban, a fin de que éstos satisfagan
sus intereses pero a cambio de mantener y defender también los interés de la cúpula
• Una limitación efectiva de los derechos a sufragar, elegir y ser elegido. En efecto, siendo que
la oligarquía concebía el gobierno para sí misma, es decir para asegurar la protección de sus
intereses, es obvio que no tenía ningún interés de permitir que quienes no formaban parte de
ella y que, además, constituían la inmensa mayoría, tengan la posibilidad y opción de poder
decidir el futuro del Estado. Definitivamente si se reconocía el derecho universal al sufragio y a
elegir y ser elegido, más que un problema jurídico, constituía una amenaza contra las
estructuras oligárquicas, puesto que, siendo tan pequeñas, en términos de conformantes y
adeptos, fácilmente serían derrotadas si se hubiese permitido y garantizado un proceso
electoral limpio y transparente.
• El gobierno se estructura sobre la base del autoritarismo, paternalismo y verticalismo. Cuando
se hace mención a que es autoritario se está sentenciando que se trata de una organización
que está decidida a mantener el poder a través del empleo de mecanismos contrarios a la
libertad, en realidad, en las sociedades oligárquicas no se reconocía el derecho a la libertad de
elegir y ser elegidos. Por paternalista entendemos a la situación mediante la que la Oligarquía
ejerce el poder combinando decisiones arbitrarias, con elementos sentimentales y concesiones
graciosas. Al respecto Ansaldi sostiene que el paternalismo oligárquico se caracteriza por tener
una doble dimensión: a) transmisión de la dominación central sobre los espacios locales y de
moderación del autoritarismo estatal y b) equilibrar intereses nacionales y locales. En realidad,
cuando se habla de transmisión se está haciendo hincapié en que se traslada cierta cuota de
poder a las ciudades del interior del país para que sea ejercida por otros oligarcas; en el caso
del equilibrio de intereses, se refiere a los intereses de los oligarcas que detentan el poder
central y los de la provincia; es decir se trata de interese oligárquicos. Respecto al verticalismo,
como sostiene el autor antes citado, se refiere a la forma organizativa de las burocracias que se
encuentran jerarquizadas.
IV. Los regímenes oligárquicos en Perú, México, Argentina y Chile:
Particularidades o diferencias:
– El Estado oligárquico peruano:
• se edificó sin definir su estructura organizativa. De allí que los intereses públicos no se
encontraban separados de los intereses privados. De igual modo no tuvo una estructura
centralizada. En efecto, con excepción de algunas ciudades, el poder del Estado no se
relacionaba directamente con la población, sino que interactuaba con los gamonales y los
poderes locales quienes ejercían el poder con criterio privatístico [López Jiménez 1997: 126]
• Se caracterizó por ser excluyente respecto a las clases populares, sobre todo de los
campesinos, en todos los ámbitos: social, de género, racial y étnico. Como sostiene López
Jiménez “las doctrinas racistas fueron la ideología implícita del Estado Oligárquico” [1997: 128]
• No tuvo el monopolio de la violencia legítima como todo Estado moderno. Esta estuvo en
mano de los gamonales que se organizaban privadamente como fuerzas paralelos al ejército
oficial.
• Se caracteriza por ser un Estado intervencionista.
– El Estado oligárquico Mexicano:
• Se presenta como una contradicción interna al definirse como liberal y oligárquico a la vez. Se
dice que en el ámbito de las relaciones jurídico políticas, es liberal, defiende la igualdad política
de los ciudadanos y reconoce la libertad de pensamiento y de cultos. Concibe al individuo como
el principio rector de la sociedad mientras que el Estado debe limitarse a garantizar y promover
los intereses de los particulares [Leal 1974: 703). Adopta la forma de Republica Democrática,
Representativa y Federal; sin embargo, en la práctica jamás fue democrática
• Se advierte una hegemonía de la fracción liberal-terrateniente (Leal 1974: 709] conformada
por civiles y militares, identificados ideológica y políticamente con el liberalismo. Este sector de
la población, aunque de orígenes modestos, como los abogados, los pequeños propietarios
rurales, los comerciantes de provincia, se ha transformado, en un grupo de grandes
terratenientes. Se diferencian de los demás señores de la tierra, por su homogeneidad política
e ideológica, por su organización nacional y por sus propósitos transformadores [Leal. 710]
• Se trata de un Estado liberal oligárquico.
– El Estado oligárquico Argentino:
• Se presenta desde tempranamente [1898] como un estado homogéneo, en términos
weberianos, y posteriormente se consolida estructuralmente. Tiene una cúpula brillante que
tiene una ideología positivista que sostiene que la solución de los diversos problemas de la
Nación se encuentra en el progreso técnico y material [ 153
• Se advierte el dominio de la violencia legítima [López Chirico 1985: 160] Se crea en 1901 las
Fuerzas Armadas de Argentina consolidando así el monopolio de la violencia legítima [López
Chirico 1985: 161].
• Se trata de un Estado liberal que promueve la economía de mercado
–El Estado oligárquico chileno:
• Es un Estado, cuya oligarquía se caracteriza por ser altamente represiva y, de igual modo,
declaradamente excluyente respecto a los opositores o disidentes.
• La oligarquía estuvo constituida o conformada básicamente por terratenientes y mineros, en
un inicio.
• Las decisiones políticas se discutían en el Parlamento.
• Se trata de un Estado Autocrático fuerte y centralista.
–Semejanzas :
• Una primera semejanza, conforme lo sostiene Cavarozzi [1978: 5] viene a ser el
establecimiento “de patrones de dominación social a las actividades orientadas a la explotación
de productos primarios y las acciones de las instituciones estatales”
• Una segunda semejanza se manifiesta en el sentido de que el establecimiento de formas de
dominación oligárquica por parte de los terratenientes no provocó actos contestatarios
suficientemente fuertes capaces de poner en riesgo el sistema instaurado [Cavarozzi 1978: 5].
Esto debido a que los mecanismos democráticos representativos eran casi nulos y, además,
por la neutralización que producían las políticas excluyentes.
V. La exclusión social del Estado Oligárquico en América Latina
La exclusión, como se ha dicho ha sido una de las características de la oligarquía en América
Latina. La exclusión es un mecanismo estructural de un modelo antidemocrático. La exclusión
ha caracterizado a los Estados oligárquicos –incluso en México que se declaró liberal
oligárquico y que en la práctico fue esto último- como autoritarios, en tanto que explícita o
implícitamente han negado a las grandes mayorías el derecho a intervenir en la vida política de
cada país. Así por ejemplo, solamente podían votar, en principio solamente los varones,
mayores de 21 años y además que fuesen alfabetos. Las mujeres y los analfabetos estaban
confinados a sufrir el desencanto de un régimen absolutamente discriminatorio, básicamente
por razones de seguridad de los intereses que defendía, como es el interés de la oligarquía.
Con esto se impidió el debate político nacional, la formación de partidos políticos y, en última
instancia, fue un duro obstáculo para que se forje tempranamente la democracia. La exclusión
en todo su sentido, causó que los Estados de América Latina no hayan asimilado prontamente,
menos que trasladaran a la praxis, las ideas liberales que llegaron de Europa a inicios del siglo
XIX. Esta forma de gobernar, manteniendo al margen a la gran mayoría de la población, es uno
de los factores que explican nuestro subdesarrollo. Pues, mientras en Europa, la oligarquía
había sido, diremos, ya desterrada, en nuestra América Latina empezaba a implantarse. Claro
queda que esto es consecuencia del vacío de poder que vivieron nuestros países luego de que
se independizaran. Aquí se encuentra la explicación de nuestro retraso.

PRINCIPIO SOCIAL Y CONFLICTO DE LA CIUDADANIA POLITICA

C IU DADANÍAS M ODERN AS O C ONT EM PORÁNEAS


Las ciudadanías del presente, en América Latina, surgieron de los procesos políticos de
autonomización y/o de independencia que dieron origen a los Estados actuales y/o a sus
antecesores. Lo hicieron en dos fases distinguibles. En ambas, los efectos incluyentes e
igualadores del sistema republicano contrastaron con la resiliencia de desigualdades antiguas,
y la escasez de caminos para una integración social menos asimétrica. Pero, mientras que en
la primera el contraste fue poco menos que extremo; en la segunda tuvieron lugar un proceso
de inclusión efectiva (aunque no lineal), y un cuestionamiento (aunque no necesariamente
exitoso) de los núcleos más importantes de desigualdad.
La primera fase comienza con las autonomías e independencias, que se extienden por las
tres primeras décadas del siglo XIX; y continúa con la lenta consolidación de los Estados
latinoamericanos republicanos durante el resto del siglo XIX. Por el modo en que se
combinaron los regímenes políticos y la capacidad estatal, propongo calificar a estas etapas de
las ciudadanías modernas como excluyentes, porque la administración europea es
reemplazada por órdenes nominalmente republicanos que alteran sólo parcialmente la
asimetría de la dominación social y política. Recién entrada la segunda mitad del siglo XIX el
cambio se acelera, cuando la vinculación de la región con la economía global presione a las
organizaciones estatales para desarrollar un nivel mayor de poder infraestructural.
Una segunda fase se abrió, con pocas excepciones (acaso sólo la de Uruguay) recién
pasadas las primeras décadas del siglo XX, cuando los Estados latinoamericanos se vieron
obligados a afrontar las consecuencias de la reorganización global que produjeron las guerras
interimperiales y las crisis de los países centrales, al mismo tiempo que se intensificaban las
tensiones crecientes producidas por los reclamos políticos y sociales de sus ciudadanos.
Propongo calificar a estas etapas como incluyentes, porque no es difícil encontrar procesos de
ampliación de la participación política efectiva; sostenidos por aumentos de capacidad estatal
que produjeron mejoras de la condición social, o de inserción menos subordinada de las
mayorías en las oportunidades de progreso económico material, urbano y rural. Mezcladas con
ambas aparecieron o reaparecieron cuestionamientos de las asimetrías étnicas, que podrían
ser entendidos como reclamos de redefinición de las fronteras simbólicas de la ciudadanía.
C IU DADANÍAS EXC LU YENT ES
En la etapa colonial tardía, los Imperios Español y Portugués entraron en una espiral que les
sería catastrófica. Ambas coronas se habían embarcado (con diferentes intensidades) en el
aumento del control metropolitano de los territorios y poblaciones americanas, lo que produjo
fuertes reacomodamientos y crecientes tensiones con las élites y subélites locales. Pero
procesos de impacto global, como la hegemonía británica y la independencia norteamericana,
ofrecieron mecanismos políticos y comerciales alternativos que se entrelazaron de modos
complejos con las pujas internas entre las élites americanas y con los conflictos entre estratos
por la redefinición del poder social. Finalmente, las guerras desatadas por la Revolución
Francesa pusieron en crisis de sobrevivencia a los dos centros imperiales.
Los nuevos Estados desarrollaron construcciones institucionales en un universo de opciones
finito (GUERRA, 2001; ANNINO y GUERRA, 2003; CHIARAMONTE, 2004). Las élites
americanas dominantes, con más o menos información y perspectiva, no estaban dispuestas a
flexibilizar mucho las relaciones de castas (lo mínimo indispensable para garantizar
legitimidad); y eran propensas a seguir capturando predatoriamente el conjunto de dispositivos
estatales. Difusa o explícitamente, buscaban poder hacia arriba y orden hacia abajo (LYNCH,
2008; MURILO DE CARVALHO, 1995). Con pocas excepciones (Chile), los arreglos políticos
fueron altamente inestables tanto en legitimidad como eficacia.
Los modelos de ciudadanía que derivaron de estos nuevos arreglos reflejaron estas tramas y
tensiones (SÁBATO, 1999). La política, en primer lugar, quedó fuertemente restringida a las
notables locales, incluso en las regiones en donde las coaliciones independentistas habían sido
más amplias (la Gran Colombia y el Río de la Plata). Junto a la esperable exclusión política de
los blancos europeos, los nuevos Estados se presentaron como los herederos institucionales
del tributo indígena, mientras trataban con cautela y ambigüedad la emancipación de los
esclavos. Aunque la estructura social sufrió los reacomodamientos de una larga guerra (con
excepción de Brasil, Centroamérica y el Caribe), no hubo transformaciones radicales. La nueva
institucionalidad hizo desaparecer progresivamente las castas en la ley, mientras que en la
práctica creó repúblicas políticamente oligárquicas y socialmente segmentadas según clivajes
de relativa continuidad con el pasado.
Luego de las independencias, detrás de las innumerables rebeliones y pequeñas guerras
entre regiones, ciudades, y “partidos” (pequeños grupos de notables con sus clientelas), por la
apropiación de las escasas oportunidades que dejaban los fugaces dispositivos estatales y las
limitadas economías poscoloniales, las nuevas ciudadanías tuvieron un carácter
extremadamente parcial y restrictivo, sentando o reasentando las bases de la “exclusión
resiliente” característica de los Estados territoriales latinoamericanos (ANSALDI y GIORDANO,
2012a).
El impulso transformativo más importante vendrá recién en la segunda mitad del siglo XIX,
cuando las nuevas unidades político-territoriales ingresen (voluntariamente o no) a la fase de
cambio económico global en los orígenes de la “coyuntura larga” del presente (ARRIGHI,
1999). Para la región, la fase expansiva del comercio global generó crecientes mercados para
materias primas antiguas y nuevas, así como destinos atractivos para numerosos capitales en
busca de oportunidades de multiplicación. Los viejos centros se reincorporaron a circuitos
rentables, y muchas áreas marginales adquirieron centralidad. Las precarias burocracias
estatales fueron objeto de crédito de finanzas progresivamente globales, y multiplicaron sus
funciones. La nueva afluencia produjo transformaciones sociales novedosas otra vez, como la
ola de inmigrantes de Europa, el Medio Oriente y Asia Oriental, que reconfiguraron a los
sectores asalariados urbanos y rurales. La valorización de las tierras, finalmente, produjo
enfrentamientos geopolíticos que terminaron de consolidar las fronteras de los Estados
latinoamericanos actuales.
La etapa recicló asimetrías antiguas y produjo otras nuevas. La suerte de las élites
latinoamericanas dependió de los nuevos centros de poder, en un orden “neocolonial” en el que
la mayor independencia política relativa se combinó con formas nuevas de heteronomía
financiera y comercial. Mientras tanto, el cambio asestó golpes finales a una buena parte de las
dinámicas sociales de la posindependencia. En pocas décadas el mundo poscolonial dejó paso
a un mundo más parecido al del presente que al del pasado. Pero si los cambios suavizaron
clivajes antiguos y generaron clivajes nuevos, no alteraron dramáticamente una matriz social y
política de extrema desigualdad. Los Estados, aún afianzados como burocracias, siguieron bajo
el control, permanentemente disputado, de élites pequeñas con costumbre predatorias. Detrás
de las frecuentes disputas entre cliques liberales y conservadoras, las poliarquías
latinoamericanas mantuvieron una marcada tibieza republicana y una aplicación tenue y
selectiva de principios de libertad o igualdad, que la historiografía latinoamericana caracterizó
como regímenes oligárquicos (ANSALDI y GIORDANO, 2012a).
Esta modernización excluyente, sin embargo, fue tanto el punto de llegada de las
transformaciones poscoloniales como el punto de partida de las tensiones de la ciudadanía
moderna. No es difícil ver esto en los nuevos sectores populares que exigieron participación; en
los movimientos campesinos que resistieron la proletarización; en las élites subalternas que
reclamaban participación política; o en las fracciones de las élites que reclamaban cambios
culturales. Las “soluciones” a estas tensiones de ciudadanía tendieron a parecerse en toda la
región. Los nuevos Estados fueron constituyendo modelos de participación política más amplia
que las del Antiguo Régimen, aunque no mucho menos selectiva y excluyente. La fluidez
socioeconómica, a su vez, era sin duda mayor a la de la sociedad de castas; pero generaba,
con pocas excepciones, oportunidades de movilidad social ascendente muy limitadas.
El “modelo excluyente” admitió variaciones de intensidad importantes, que dependieron de
los tipos de segmentación socioeconómica y de las restricciones de acceso al aparato estatal
oligárquico. Fue socialmente más segmentado en las regiones en donde la población indígena
y africana ocupaban un rol importante en el funcionamiento de las economías de exportación.
Fue políticamente más excluyente en donde las élites necesitaban de un control más directo
del aparato estatal para garantizar rentabilidad económica y orden social. Estas
diferenciaciones se produjeron, muchas veces, al interior de los países, como en los casos de
México (entre el centro, norte y sur), Brasil (entre el nordeste y el sur), o Argentina (entre el
noroeste y la región pampeana).
Desde el punto de vista de la participación política, se trató de poliarquías muy limitadamente
incluyentes. Los regímenes políticos estaban formalmente abiertos a la competencia electoral,
organizados por constituciones garantes de controles, y contaban mayoritariamente con
sufragio universal masculino. Los gobiernos y las burocracias públicas, sin embargo, estaban
colonizados por élites pequeñas; las elecciones estaban organizadas de modo de limitar al
máximo la incertidumbre; y el equilibrio de poderes era una fachada para pactos
interfaccionales. El clientelismo y la corrupción heredados de la colonia fueron continuados en
mecanismos de cooptación que, limitadamente, contribuían a legitimar al sistema político. Pero
las repúblicas eran esencialmente asuntos plutocráticos.
Desde el punto de vista de las tensiones sociales, las ofertas de igualdad continuaron
estando esencialmente restringidas, configurando modelos de ciudadanía material fuertemente
asimétricos. Las repúblicas contaban con complejos de derecho liberal individualista e
igualitario. Pero relaciones de género y étnicas tradicionalistas, y oportunidades económicas
monopolizadas por grupos minoritarios, convivieron con sectores populares muy precariamente
vinculados a la economía monetaria, tanto rural como urbana, y frecuentemente sujetados por
modos serviles y esclavistas. La fragmentación económica y social será uno de los aspectos
más resilientes de la desigualdad latinoamericana, desde entonces y hasta el presente.
C IU DADANÍAS INC LU YENT ES
A pesar de los graves conflictos que supuso, a veces de manera progresiva y a veces por
medio de rupturas violentas, a medida que avanzó el siglo XX los Estados latinoamericanos se
convirtieron en vehículos de ampliación de la ciudadanía. Los sistemas políticos se abrieron a
un número creciente de actores; y la institucionalidad republicana de sus poliarquías tendió
(con grandes altibajos) a prevalecer. El elemento universalista de sus sistemas de derechos,
por su parte, comenzó a erosionar (a veces de modo fugaz y temporario, otras veces de
manera decisiva) la herencia de segmentación social. Finalmente, con éxitos polémicos,
aparecieron tejidos productivos capitalistas más diversificados e incluyentes, mientras una
nueva generación de políticas sociales atacó por primera vez las desigualdades materiales.
Una vez más, fueron las crisis políticas y económicas de los países centrales las que
facilitaron la ruptura de los equilibrios nacionales entre élites, así como entre clases dominantes
y grupos subalternos, que sostenían los regímenes de ciudadanía excluyente. La Primera
Guerra Mundial (1914-1918), la Crisis Financiera de los años 1930 y la Segunda Guerra
Mundial (1939-1945) alteraron, una tras otra y cada una a su modo, los factores políticos y
económicos sobre los que se asentaban estos equilibrios. Los “órdenes conservadores” de
América Latina perdieron estabilidad y legitimidad, abriéndose procesos de transformación
sociopolítica de notable profundidad en una buena parte de la región.
La modalidad más frecuente de manifestación política de estos cambios fue la aparición de
nacionalismos difusamente populares que disputaron el control del Estado para usarlo como
mediador y garante de un pacto social menos desigual. Los “gobiernos populares” usaron
recursos estatales para forzar la ampliación de la ciudadanía, distribuyendo la renta, la
infraestructura o la protección social. Amalgamados por nociones generales de justicia política
y social, estos nuevos arreglos fueron caracterizados por las ciencias sociales de la época, a
veces de modo descriptivo y otras de modo peyorativo, como populismos (TOURAINE,
1988; LACLAU, 2005). Se trató frecuentemente de coaliciones que se construyeron alrededor
de una lectura crítica de las insuficiencias de los capitalismos latinoamericanos y de las
herramientas clásicas del desarrollo económico, que le aportaron a muchos de estos episodios
el neologismo, clave para la historia latinoamericana, de “desarrollismo” (PREBISCH,
2008; CARDOSO y FALETTO, 1977; SUNKEL y PAZ, 2004). Por primera vez, organismos de
proyección regional, como la CEPAL, FLACSO y CLACSO, proporcionaron ámbitos para la
discusión regional comparativa de estrategias de abordaje de los problemas comunes
(BIELSCHOWSKY, 1998; FRANCO, 2007).
Los episodios de apertura democrática y desarrollismo incluyente, sin embargo, enfrentaron
formidables obstáculos y generaron procesos sólo fugaces e inestables de ampliación de la
ciudadanía. Las condiciones de construcción de consenso para esta ampliación fueron
esquivas, y poderosas coaliciones de intereses contrarios bloquearon a menudo las
transformaciones. La dificultad para consolidar políticas de largo plazo agravó las tensiones
inherentes a procesos que demandaban redistribuciones importantes de poder político,
económico y social. El nuevo tipo de guerra de baja intensidad que caracterizará a las cuatro
décadas que van desde 1950 a 1990 - la Guerra Fría - implicó emprender el desarrollo y la
democratización en el marco de los estrechos límites que las coaliciones gobernantes en el
Estado hegemónico de la región, los EE.UU., consideraba compatibles con sus preferencias
estratégicas y sus nociones de seguridad nacional (LIVINGSTONE, 2009).
Los nacionalismos populistas y desarrollistas, no obstante, pueden caracterizarse como
momentos en que las tensiones de ciudadanía abrieron el juego a procesos política y
socialmente más incluyentes. Aún a pesar de fuertes polarizaciones producidas por la
confrontación con las élites más conservadoras, las intervenciones (general, aunque no
exclusivamente) reaccionarias de las fuerzas armadas, y los estrechos límites impuestos por el
control hegemónico norteamericano, consiguieron ampliar los sistemas políticos, dándoles un
carácter más efectivamente poliárquico. Las políticas económicas y sociales de estos Estados
ampliados, provistos de mayores recursos y con nuevos instrumentos de capacidad estatal,
enfrentaron la segmentación, tanto material como simbólica, que había caracterizado a las
sociedades latinoamericanas desde la etapa colonial. ¿Con cuánto éxito? Se pueden
mencionar algunos marcadores significativos: integración física del territorio; aumento de la
población en condiciones de participar del sistema político como electores o elegidos
(incluyendo en muchos casos el voto femenino y de analfabetos); mejora de las condiciones
materiales de vida (alfabetización, reducción de la morbilidad y mortalidad); incorporación de
elementos de multiculturalidad (idiomas, religiones) en las narrativas oficiales.
Los matices a esta caracterización general son muchos; y todos merecerían una larga
discusión, inviable en un artículo corto. Me gustaría sólo proponer una caracterización muy
general, a partir de rasgos nacionales específicos, a defecto de un próximo trabajo más
detallado.
Las aperturas incluyentes se produjeron tempranamente en Uruguay y México, en el primero
como correlato modernizador de la hegemonía política urbana (1903-1916); y en el segundo
como resultado de la Revolución (1910-1920) y de sus herencias más decisivas (1930s-1960s).
Ambos casos podrían tomarse como “modelos” para procesos de apertura incluyente,
gradualista o explosiva, que tendrían lugar en otras partes de la región. En ambos casos,
dieron lugar a transformaciones de largo plazo que tendieron a perder fuerza e intensidad
(México), o quedaron truncos como correlato de la profundización de conflictos políticos y
sociales (Uruguay).
En pocos lugares de América Latina se produjeron revoluciones que combinaran inclusión
política, modernización material y desegmentación simbólica, con proyección de largo plazo,
como la Revolución Mexicana. Acaso el proceso más comparable haya sido el de Bolivia,
desde 1943, pero más decididamente entre 1952 y algún momento de la década de 1960,
donde sendas coaliciones cívico-militares nacionalistas y socialmente transversales ensayaron
el relanzamiento de la construcción del Estado y de la economía nacional en sentidos
incluyentes.
Es más polémico el caso de Cuba, en donde los bloqueos a las aperturas liberal-
democráticas de los años 1930 fueron seguidos por una revolución nacionalista (1959) que se
orientó hacia el socialismo en los años 1960. La república socialista transformó radicalmente la
estructura social, construyendo una ciudadanía que, desde la perspectiva clásica, tiene
elementos, acaso contradictorios, de desegmentación social y concentración del poder político.
Respecto de las revoluciones nacionalistas populares de la región, el modelo cubano fue una
referencia político-institucional polar por, al menos, dos o tres décadas; por lo menos hasta su
pérdida de equilibrio económico y probablemente de legitimidad política, como correlato del fin
de la Guerra Fría. ¿Se trata de una forma intensa de ciudadanía? ¿O una forma paradójica? El
autor de estas líneas no está seguro.
Al otro extremo de los polos referenciales se podría encontrar la apertura liberal-
democrática, moderadamente incluyente, de Costa Rica. Importantes cambios políticos y
sociales que tuvieron lugar gradualmente desde 1936, pero más decididamente desde los años
’40, produjeron ampliación de la ciudadanía. Venezuela pareció seguir un camino parecido al
de Costa Rica, luego de 1945, con la refundación política de una poliarquía estable y un Estado
con recursos de capacidad visiblemente por encima de sus necesidades. Con el correr del
tiempo, sin embargo, el régimen político democrático del país perderá legitimidad y afrontará
espirales crecientes de protesta política y social.
La mayoría de las aperturas de la región fue políticamente fugaz o inestable, incluso
paradójica o contradictoria, aunque sus efectos sociales puedan haber favorecido la ampliación
y/o desegmentación de la ciudadanía material. En algunos casos nacionales, procesos
gradualistas de largo plazo quedan truncos por efectos, como en Uruguay, del autoritarismo
político de los años 1970 y 1980. Es probablemente el caso de Brasil, que exhibe un proceso
que puede ser leído como ampliación gradual de su ciudadanía (MURILO DE CARVALHO,
1995), con coyunturas clave en la republicanización de su régimen político a caballo del siglo
XX; el relanzamiento del Estado federal en los años 1930; y su efectiva nacionalización en los
años 1950. El golpe de Estado de 1964 y las dictaduras subsiguientes congelan o reorientan
este proceso en sentido autoritario y excluyente. De modo parecido, aunque con mayor
dramatismo, puede leerse el caso de Chile. El proceso de apertura e inclusión en anillos
concéntricos que arranca en los años 1920, tiene un cierre violento en 1973.
Muchas aperturas fueron aún menos sustantivas que las citadas (El Salvador, 1930);
quedaron truncas más rápido (Guatemala, 1945-1954); fueron más tenues (Ecuador, 1925-
1930 y 1933-1935; Colombia, 1934-1948; El Salvador, 1950-1960); o quedaron subsumidas en
procesos de violencia política en las que perdieron sustentación y consistencia (Panamá, 1968;
Perú, 1968; Nicaragua, 1979). Un “modelo” de estos ciclos de inclusión política fugaz, sobre el
trasfondo de una desegmentación social inconclusa, fue acaso el de Argentina, con sendos
procesos calificables como incluyentes en 1916-1930, 1943-1955 y 1973-1976, todos
socialmente inconcluyentes y frenados por cierres políticos violentos. En algunos casos,
finalmente, es difícil otorgar el carácter de aperturas incluyentes, en cualquiera de sus
dimensiones políticas o sociales, a los procesos políticos del siglo XX en países como
Honduras, Paraguay, o la República Dominicana.
Todos los episodios incluyentes del siglo XX fueron frecuentemente inestables desde el
punto de vista político, quedando truncos en la violencia de la confrontación interna y externa; o
fueron insuficientes desde el punto de vista social, quedando reducidos a aspectos y formas
superficiales o parciales de desegmentación de la ciudadanía. Hacia los años 1970 y 1980, con
la posible excepción de Costa Rica, los inicios de inclusión o ampliación ciudadana habían
quedado congelados en procesos de burocratización y elitización política, como en México o
Venezuela; o en el autoritarismo de coaliciones cívico-militares que usaron estrategias de
terrorismo de Estado como herramienta de exclusión política o inclusión política selectiva, como
en el Cono Sur (ver ROUQUIÉ, 1984; O’DONNELL, 1996; ANSALDI y GIORDANO, 2012b).
C IU DADANÍAS INC LU SION ISTAS
El presente de América Latina es, en el sentido de la periodización aquí propuesta, una
continuación recargada de la fase incluyente de la ciudadanía. La “inclusión”, una palabra
políticamente significativa en la región, se transformó en un objetivo explícito de gobierno;
razón por la cual propuse hablar de “inclusionismo” (ANDRENACCI, 2012). Un modo de
abordarla es colocando sus orígenes en la etapa de las transiciones democráticas
(O’DONNELL, SCHMITTER y WHITEHEAD, 1986), en las cuales la mayor parte de la región
latinoamericana se reencontró con sus tradiciones republicanas. En algunos casos esto implicó
la caída de gobiernos explícitamente autoritarios, fueran estas dictaduras militares o gobiernos
civiles de partidos-Estado. En otros casos implicó procesos de cambio en democracias de
fachada, que en la práctica ocultaban un control plutocrático u oligárquico de los arreglos
políticos (CAVAROZZI, 1991). Cuando estos nuevos regímenes se consolidaron, iniciaron a su
vez un proceso de reformas jurídicas, económicas y sociales que, en la mayor parte de los
países, implicó una expansión de la ciudadanía más decidida que en el pasado.
Muchas de las causas de este “presente largo” fueron, una vez más, exógenas. Los cambios
sufridos por las economías con las crisis de los modelos de desarrollo desde fines de los años
1970 (THORP, 1998), y los cambios en los contextos de la política global con el fin de la Guerra
Fría a fines de los años 1980, y las consecuencias en las prioridades de los EE.UU. para la
política latinoamericana (DOMÍNGUEZ, 1998), representaron un cambio ambiental en las
condiciones de funcionamiento para los Estados de la región.
El fin de la Guerra Fría abrió inesperadamente el camino a una despolarización y una
sustancial reducción de la violencia en las relaciones políticas. El hegemon regional relajó su
control directo de las situaciones políticas nacionales, abandonó su bloqueo sistemático, directo
o indirecto, a las experiencias políticas progresistas, y le quitó sostén económico y militar a una
gran parte de los arreglos autoritarios que eran sus aliados estratégicos. Los Estados
territoriales latinoamericanos comenzaron a canalizar conflictos por medio de su propia
institucionalidad, comenzando una notable rueda de consolidación de sus sistemas
poliárquicos.
Pero el cambio económico produjo, por su lado, un efecto paradójico. Los procesos
desarrollistas no habían conjurado la intensidad de la dependencia externa ni los desequilibrios
internos de las economías capitalistas latinoamericanas. Aunque no de manera lineal, as crisis
de los años 1980 implicaron fuertes secuelas de freno del crecimiento, aumento del desempleo
y multiplicación de la pobreza en la mayoría de los países de la región (MARQUES-PEREIRA,
1993) y facilitaron la deslegitimación de los arreglos dominantes, facilitando el camino del
cambio político.
En una primera etapa, en la segunda mitad de los años ‘80 y en casi todos los ‘90, los
gobiernos que surgieron de los desplomes de las dictaduras o de las implosiones de los
arreglos democráticos limitados afrontaron el cambio económico con estilos autoritarios que
limitaron el alcance efectivo de la democratización, e instrumentos de política económica
neoclásica que agudizaron los efectos sociales negativos de las propias crisis. La etiqueta de
“neoliberalismo” es a menudo utilizada para estos procesos. De modo más preciso, los arreglos
políticos de la transición dieron lugar a democracias delegativas que produjeron ciudadanía de
baja intensidad (O’DONNELL, 1993, 1994). Las democracias delegativas eran poliarquías de
tipo peculiar, en las cuales las reglas de participación estaban limitadas por la posición
hegemónica de un poder ejecutivo sobredimensionado y plebiscitario, basado en una coalición
de gobierno restringida. Las opciones de política económica y social de los años 1990, por su
parte, fallaron (con la polémica excepción de Chile) en abordar los problemas de sociedades y
territorios extremadamente desiguales y fuertemente segmentados, al punto de hacer ilusorias
(o hipócritas) las expectativas de la democratización. Esta baja intensidad de la ciudadanía -la
escasa o segmentada llegada efectiva del Estado a los ciudadanos por medio de la
participación política, la ley, el acceso a las oportunidades económicas y la infraestructura
social- agudizó por un tiempo las asimetrías de la democracia delegativa, haciendo difícil de
sostener la legitimidad ciudadana de muchas repúblicas recientemente refundadas o
ampliadas.
Pero en una segunda etapa, desde fines de los años 1990, o principios del siglo XXI, los
factores se recombinaron de modo virtuoso. Arreglos más representativos y democracias
generalmente menos limitadas comenzaron a abordar, en un contexto económico más propicio
y con mayor autonomía estatal, el problema de la inclusión ciudadana efectiva. Con algunos
altibajos y especificidades, el proceso ha sido sorprendentemente homogéneo, y en muchos
aspectos independiente del signo ideológico de las coaliciones de gobierno, aunque las
coaliciones con predominio de nacionalismos progresistas hayan sido más agresivamente
“inclusionistas” en sus elecciones de políticas públicas (ARNSON, JARA y ESCOBAR, 2009).
El sistema político no perdió sus modos delegativos, pero se hizo más abierto, estable y
participativo. Del mismo modo, el despliegue de políticas económicas y sociales más
incluyentes que la región consiguió lanzar en el contexto global favorable de la primera década
del siglo XXI, permitió atacar un poco más decididamente las segmentaciones sociales
históricas de la región. El acceso a los servicios públicos básicos, a la protección social y a los
recursos monetarios a través del crecimiento del empleo y del gasto público contribuyeron a
reducir notablemente la pobreza y parte de la desigualdad material. Mientras tanto,
transformaciones jurídicas permitieron profundizar estos procesos, atacando algunas de las
bases más importantes de la desigualdad étnica, de género y sexual. La segmentación,
latinoamericana, zócalo de la idea de “exclusión”, sufrió importantes cuestionamientos, y fue
objeto de algunas de las intervenciones empíricas más significativas de la historia de la región.
La interpretación de las razones, alcances y potencialidades de estas democracias
“neodesarrollistas” (DRAIBE y RIESCO, 2007; PINTO, 2008; BRESSER PEREIRA, 2011) o
“inclusionistas” (ANDRENACCI, 2012) es, por supuesto, polémica. Los procesos fueron
emprendidos por coaliciones políticas heterogéneas, con rangos de alcance y éxito variables.
El crecimiento económico siguió siendo heterónomo y vulnerable a los ciclos globales reduce
los márgenes políticos y financieros de los Estados. La inclusión promovida por el gasto
público, sin complejización sustantiva de las matrices productivas, ni institucionalización
efectiva de los derechos sociales, es parcial y reversible. Las “desigualdades enredadas” de
América Latina no se desenredarán con facilidad (COSTA, 2011).
Además, hacia fines de la primera década del siglo XXI, el cambio de ambiente
macroeconómico global produjo daños en los factores subyacentes a estas transformaciones
positivas, dejando al descubierto algunas de sus limitaciones y contradicciones. En los 2010s
volvieron a la mesa, despiadadamente, todos los viejos fantasmas: la fragilidad del desarrollo
económico, la precariedad de las capacidades estatales, y la consecuente volatilidad de la
inclusión socioeconómica. Las nuevas crisis también tensionaron los límites de las poliarquías,
con Nicaragua, Venezuela, Honduras, Paraguay y Brasil navegando aguas institucionalmente
opacas. ¿Se trata de una nueva coyuntura crítica, capaz de congelar o neutralizar las
transformaciones incluyentes de la primera parte del siglo XXI? Es demasiado pronto para
responder.
CONSTRUCCION DE LAS FORMAS DE IDENTIDAD NACIONALES: PATRIA- NACIÓN Y
ESTADO
¿Qué es ser ciudadano?, y, ¿qué significa ser miembro de una comunidad política? El
concepto de ciudadano y su rol dentro de una comunidad han sido objeto de debate desde la
antigua Grecia. La ciudadanía no es un concepto analítico claro y estable, sino que ha sido
constantemente modificado a través de las prácticas políticas, y acomodado de acuerdo con las
cambiantes situaciones históricas.
El concepto 'ciudadano' se deriva del latín civis o civitas, es decir, miembro de una ciudad-
Estado antigua, especialmente de la república romana. Empero, civitas es una representación
romana del término griego: polites, miembro de una polis griega. Los polites (concepción
aristotélica) era la persona que, viviendo en la ciudad, participaba en los procesos políticos y
económicos, alguien que podía gobernar y, a su vez, ser gobernado. Asimismo, históricamente
la ciudadanía fue concebida como la demarcación de una comunidad urbana de iguales. Para
los griegos no existía una clara distinción entre lo moral y lo legal. El ciudadano era,
esencialmente, un ser político, de lo cual se desprendían obligaciones tanto morales como
legales.
La ciudadanía era un privilegio hereditario que, además, incluía el derecho al voto -de elección
y de nombramiento o a ser jurado- y, en general, a participar en los debates políticos como
miembros iguales de la comunidad. Pero dado que la polis se basaba en un principio
restringido de igualdad, esta configuración social excluía a la mayor parte de la población de
participar en los asuntos públicos.
Así pues, desde sus orígenes, el término 'ciudadano' conllevó la exclusión porque no todos
estaban en posesión del mismo. De hecho, la mayoría de los habitantes de Atenas incluidos los
extranjeros -como el propio Aristóteles- no tenían derecho a participar de los beneficios que
otorgaba la ciudadanía, ya que una ciudadanía que fuese más amplia o inclusiva tenía menos
recursos para ofrecer a todos los ciudadanos. Por consiguiente, debía limitarse. En este orden
de ideas, los griegos prefirieron una ciudadanía que condujese a la exclusión con el fin de
restringir los recursos sociales y los derechos políticos a un pequeño número de personas
privilegiadas. Así que la exclusión podría tomar la forma de ostracismo del territorio geopolítico
o subordinación a la condición de no ciudadano, así como compartir el destino de los esclavos,
las mujeres y los niños (Lape, 2010).
Con base en lo anterior, el significado de ciudadano como sujeto de derechos políticos que
participa de forma activa en los procesos de autogobierno popular es el primer y más antiguo
significado de ciudadanía, por lo que 'ciudadanía' es conceptualmente inseparable de la
gobernanza política. Este viejo ideal de ciudadanía como autogobierno popular sigue
desempeñando un papel importante en el discurso político moderno y ha servido, a menudo,
como fuente de inspiración e instrumento político para lograr una mayor inclusión y
participación democrática en la vida política. Sin embargo, por esa misma razón, el concepto de
ciudadanía es con frecuencia políticamente amenazante para muchos gobernantes que
intentaron o intentan suprimir o redefinir dicho concepto.
Este fue, por ejemplo, el caso de los romanos donde la ciudadanía llegó a tener un significado
diferente al establecido por Aristóteles para los griegos. En principio, la ciudadanía romana
también llevaba consigo el derecho a participar en la asamblea legislativa, la cual había sido el
sello distintivo de la ciudadanía ateniense, pero a medida que la participación en dicha
asamblea se hizo cada vez más concurrida y poco práctica para la mayoría de los habitantes
imperiales, la ciudadanía romana se convirtió, esencialmente, en un estatuto jurídico que se
definió por la pertenencia a la comunidad política romana, es decir, la res publica (Smith, 2004).
La res pública proporcionaba el derecho a la tutela judicial por parte de los soldados romanos y
de los jueces a cambio de la lealtad a Roma. Por consiguiente, el individuo era visto ante los
ojos de la ley como un ser legal, sujeto de derechos, otorgándole un reconocimiento más fuerte
a la ciudadanía, la cual fue comprendida como una cuestión de igualdad formal ante el dominio
público. No obstante, no existía una relación tan fuerte entre política y ciudadanía que se
derivase de las prácticas reales de autogobierno.
Sin embargo, y a pesar de lo anterior, la concepción romana de ciudadanía trataba de
preservar el vínculo -con el énfasis griego de la participación en la vida pública-, pero más
conectado con la necesidad de una regulación legal de los derechos de propiedad en una
sociedad más compleja que la polis griega. Así, en la sociedad romana, la ley y la propiedad se
convirtieron en los indicadores fundamentales de la 'ciudadanía', lo que significó la participación
de la comunidad en el desarrollo del denominado Common law.
No obstante, la concepción moderna de ciudadanía se ha suscitado gracias a las revoluciones
anti-monárquicas que dieron origen a las primeras repúblicas modernas, incluyendo la efímera
Commonwealth del siglo XVII y la república francesa de finales del siglo XVIII, así como los
Estados Unidos. Por lo que en el siglo XVIII, en Francia y América del Norte, el concepto de
ciudadano se entendió una vez más como aquel que concebía a una persona involucrada en
los procesos políticos de autogobierno, al igual que ocurría en el imperio romano.
A su vez, la concepción de ciudadano implementada por estos nuevos Estados tiene su origen
en las experiencias de las ciudades-Estado italianas del Renacimiento, las cuales habían
logrado tanto su independencia como una medida significativa del concepto de autogobierno
popular. Empero, a diferencia de las ciudades-Estado italianas renacentista, los ciudadanos de
las 'repúblicas modernas' rechazaron los gobiernos de las familias monárquicas y aristocráticas
hereditarias -caso Medici u Orsini-, en favor de una comunidad más igualitaria en lo que a
política se refiere, implementando el concepto de democracia participativa. Por otra parte, en
las repúblicas modernas, la autonomía de los ciudadanos no se llevó a cabo en ciudades-
Estado, sino dentro de los denominados Estados nacionales (Roche, 1992).
Los Estados nacionales fueron conformados por poblaciones sustancialmente más grandes, y
sus ciudadanos no podían estar cara-a-cara y tener conocimiento el 'uno del otro' como ocurría
en la asamblea ateniense o romana, por lo que solo se encontraban vinculados a través de
lazos simbólicos. Estas 'comunidades imaginadas' podían participar de forma activa en el
autogobierno, en todo caso, tan solo a través de la utilización de los sistemas de
representación que se convirtieron en un rasgo distintivo de las sociedades modernas.
Por tanto, la forma básica de la ciudadanía moderna se basó en la idea universalista de
igualdad jurídica, al mismo tiempo que se cambió el significado de ciudadanía -como
demarcación exclusiva de un grupo privilegiado de personas- por la inclusión continua del
pueblo (δῆμος), haciendo a la democracia más expansiva y menos exclusiva.
II
El concepto moderno de ciudadanía surgió con la creación de un sistema internacional de
Estados y se ha formalizado e institucionalizado a través del ordenamiento jurídico de cada uno
de ellos. Por ende, la ciudadanía moderna nace de ciertos derechos y obligaciones que el
Estado les otorga a las personas que se encuentran bajo su autoridad y jurisdicción. Asimismo,
con el desarrollo de las estructuras administrativas avanzadas del sistema de gobierno
nacional, el Estado fue capaz de movilizar a la ciudadanía con base en el nacionalismo. Por
eso, el nacionalismo consiste en una demanda colectiva de 'nación ' lo que implica
psicológicamente un reclamo de 'grupalidad', que por lo general se articula en una definición y
legitimación del grupo y de sus límites basados en la interdependencia histórica, territorial,
lingüística, religiosa o cultural, entre sus miembros. Todo esto viene aunado a un mensaje de
diferenciación intergrupal, así como de reclamaciones territoriales.
Por esta razón, el nacionalismo implica un proceso de construcción social, por lo que las
diferencias existentes entre los miembros de los diferentes grupos están dotadas de significado
psicológico, de tal manera que las categorías se convierten en parte de un programa cognitivo
de representación colectiva en el que el grupo ahora pasa a ser una 'unidad', mas no una
masa, con una percepción diferenciadora de otras unidades (Smith, 2002).
La nación de hecho constituye la categoría más frecuentemente invocada para la construcción
de 'identidad' a pesar de la difusión masiva de los discursos trans y supranacionales. Para
muchos, 'nación ' es un punto de estabilidad y referencia en un mundo en constante
movimiento, donde la fragilidad de los vínculos sociales y la inseguridad existencial contribuyen
a los sentimientos de impotencia e ineficacia. Pero como la 'nación ' es necesariamente una
comunidad imaginada, su cohesión debe definirse y ejecutarse en términos de símbolos y
valores que, a su vez, implican una definición normativa de los criterios de inclusión.
Es por ello que la nación es, particularmente, sensible a las amenazas en contra de sus valores
y creencias fundamentales. El deseo de excluir a los miembros de ciertas categorías sociales
se basa en la idea de que la nación debe ser protegida contra las personas que potencialmente
podrían poner en cuestión los valores vistos por la mayoría de la población nativa como los
bloques fundamentales de cohesión nacional.
La construcción de 'nación ', por tanto, implica una redefinición constante de lo que es y de lo
que no es comunidad política. En el plano legal, los procesos de inclusión y exclusión se basan
en dos mecanismos regulativos básicos: la nacionalidad y la ciudadanía. Tanto la nacionalidad
como la ciudadanía se refieren al Estado-nación. Ambos identifican la situación jurídica de una
persona en términos de membrecía estatal.
Difieren, sin embargo, ya que cada término se refiere a un marco legal diferente. Mientras que
la nacionalidad se relaciona a la dimensión jurídica internacional en el contexto de un sistema
de un Estado a otro, la ciudadanía se limita en gran medida a la dimensión nacional. De
acuerdo con el derecho internacional, cada Estado puede determinar quién es considerado un
ciudadano de dicho Estado. Por ello la nacionalidad es un componente esencial de la
ciudadanía, en el sentido de que es un principio fundamental para el acceso a ella,
distinguiendo entre aquellos a los que se les otorgó el derecho a los beneficios y a la
protección, y aquellos a quienes se les niegan los mencionados derechos.
Con base en lo anterior, la nacionalidad es entendida como una especie de 'exclusión desde
afuera'. El estatuto jurídico de la ciudadanía implica el reconocimiento de las características
específicas de los ciudadanos por parte del Estado y constituye la base formal de los derechos
y responsabilidades de la persona en relación con este, definiendo los criterios legales e
institucionales que confieren los derechos civiles, políticos y sociales a las personas y grupos
indicados en función de su pertenencia a un Estado-nación (Roche, 1992). Por tanto, la
ciudadanía lleva a cabo una función de asignación dentro de los límites políticos construidos
por el propio Estado en el que se controla el acceso a los escasos recursos, además de dar
legitimidad a las jerarquías sociales entre los diferentes grupos dentro de la sociedad.
Así las cosas, las luchas por la inclusión dentro del círculo de la ciudadanía son tanto la lucha
por el acceso a los recursos como las luchas por su significado y pertenencia, aunadas a la
lucha por el reconocimiento social. En la construcción de 'nación ', la nacionalidad y la
ciudadanía son cuestionadas y debatidas con el fin de definir o redefinir las fronteras y el
contenido de la pertenencia a la comunidad política.
En el sentido más general, la concepción moderna de ciudadanía se ha fundado en la idea de
que la pertenencia a una sociedad debe basarse en un principio de igualdad formal. Por lo
general, los derechos derivados de la pertenencia a un Estado-nación incluyen los derechos
civiles, políticos y sociales. Esta distinción clásica tripartita de la ciudadanía fue introducida por
el sociólogo inglés Thomas H. Marshall en su ensayo seminal: "Ciudadanía y clase social", el
cual fue publicado originalmente en 1950. En dicho ensayo, su concepción de ciudadanía era
de carácter progresista, ya que argumentó que estas dimensiones de la ciudadanía debían ser
desarrolladas como parte del proceso de modernización de la industria capitalista y de las
sociedades occidentales de finales del siglo XVII (Marshall, 1998).
El camino progresivo a través del cual Marshall llegó a este concepto de ciudadanía, según él,
comenzó con la adquisición de los derechos civiles, seguida de los derechos políticos y,
finalmente, los sociales. Los derechos civiles y políticos se concedieron por primera vez en
respuesta a la demanda de una clase capitalista emergente y fueron ampliados más tarde a la
clase obrera. "Estos ayudaron a garantizar la libertad del ejercicio coercitivo del poder
necesario para el florecimiento de las relaciones capitalistas" (Marshall, 1998, 8).
En cuanto a la dimensión civil de los derechos de ciudadanía esta incluye los derechos de
propiedad, libertad individual y protección legal. De acuerdo con Marshall,
[...] el elemento civil está compuesto por los derechos necesarios para la libertad individual - la
libertad personal, libertad de expresión, de pensamiento y de fe, el derecho a la propiedad y a
entablar contratos válidos, y el derecho a la justicia (1998, 10).
En tanto, los derechos políticos se refieren a la participación en el ámbito público e incluyen el
derecho de los ciudadanos a votar y a participar en el proceso político. "Por el elemento político
me refiero al derecho a participar en el ejercicio del poder político, como miembro de un cuerpo
investido de autoridad política o como elector de los miembros de ese cuerpo" (Marshall, 1998,
11).
Por su parte, los derechos sociales incluyen los ingresos y las oportunidades de vivienda digna,
así como el derecho a la salud y a la educación para todos los ciudadanos. Los derechos
sociales llevaron a cabo los derechos puramente formales de la ciudadanía (cívica y política) al
aliviar las desigualdades estructurales del capitalismo y, por tanto, tenían la intención de
provocar efectos de ecualización y una mayor igualdad de oportunidades sociales.
Sin embargo, la teoría de la ciudadanía de Marshall ha sido severamente criticada sobre todo
por su hipótesis de un camino progresivo y político de los derechos sociales, así como su
parcialidad al centrarse en la clase obrera masculina durante la Revolución Industrial en Gran
Bretaña. La teoría de Marshall es de hecho silenciosa ante aspectos como la raza, el género y
los derechos de las personas cuyas tierras fueron colonizadas.
Empero, la teoría de Marshall ha sido tan influyente que muchos académicos y activistas
políticos la equiparan a una ciudadanía genuina con la plena posesión de los tres tipos de
derechos; además, utilizan su teoría como un marco de referencia para el estudio de los
derechos políticos y la gobernabilidad democrática, así como una base normativa para la
formulación de reclamaciones hacia tres instituciones de las sociedades modernas que
participan en la regulación de la ciudadanía, a saber: los sistemas jurídicos, los
gubernamentales y los sistemas de protección social de las democracias occidentales
modernas.
Debido a que los derechos de ciudadanía son multidimensionales y multicapas, es útil describir
con más detalle cómo funcionan estos derechos en la sociedad. Hohfeld ha desarrollado una
teoría de los derechos relacionada con las libertades, reclamaciones, poderes e inmunidades, a
la que Janoski se refiere con el fin de clasificar los diferentes derechos de ciudadanía. Así, para
Janoski, la libertad se ejerce sin obligar a los otros a cooperar. Una reclamación impone un
deber que corresponde a los demás con el fin de defender determinado derecho. En
consecuencia, una reclamación requiere de la cooperación y está limitada, en tanto que la
libertad es relativamente abierta (Janoski, 2002). Los poderes son entendidos como los
controles de cooperación que pueden imponerse a los demás, mientras que las inmunidades
son exactamente lo opuesto, es decir, mecanismos para poder escapar del control coercitivo
del Estado1. Para el propósito de este artículo, nos reservamos tres categorías de derechos:
libertades, reclamaciones y poderes, los cuales son esenciales para poder ilustrar la diferente
naturaleza de los 'derechos' de la ciudadanía.
Los derechos civiles como la libertad de religión o culto, de expresión, el debido proceso, a
menudo son articulados como las libertades, en el sentido de que se refieren a la capacidad de
las personas para actuar como les plazca, siempre y cuando los demás no se vean
perjudicados. Los derechos políticos suelen reclamarse como poderes. Al votar, los ciudadanos
cooperativamente controlan la agenda para la acción política. Con la celebración de los
comicios electorales, los ciudadanos controlan a los otros ciudadanos de forma directa. A su
vez, los derechos sociales, finalmente, son invocados en las solicitudes de una buena
educación y una variedad de servicios de asistencia social que requieren los deberes
correlativos de los demás.
Si bien la idea de ciudadanía hoy en día puede ser universal, su significado no lo es. Las
definiciones de lo que implica ser ciudadano son diferentes en varios contextos nacionales, ya
que las leyes nacionales sobre quién es un ciudadano varían de Estado a Estado. Las
concepciones occidentales de ciudadanía han evolucionado a partir de, y continúan siendo
enmarcadas por, las dos grandes tradiciones del concepto ciudadanía, es decir, los
planteamientos republicanos y liberales sobre esta. La teoría liberal es minimalista. El
liberalismo pone un fuerte énfasis en el individuo como actor social autónomo y, por
consiguiente, los derechos liberales reflejan, principalmente, las libertades individuales. Por tal
motivo, se pretende que el papel del Estado sea el de proteger la libertad de sus ciudadanos,
especialmente, mediante la protección del derecho a la propiedad privada y la eliminación de
los obstáculos al libre intercambio entre los individuos en el mercado. Así las cosas, las
concepciones liberales tienden a defender una concepción más pasiva de ciudadanía, ya que
entienden los derechos de ciudadanía, principalmente, como libertades y no implican una
responsabilidad colectiva y de participación (Shuck, 2002).
Por el contrario, las concepciones republicanas sostienen que la ciudadanía debe incluir
derechos y prácticas de participación política para lograr el bien común, haciendo hincapié en
una participación más activa. Las teorías republicanas pusieron un mayor énfasis en los
derechos individuales y colectivos sumados a la responsabilidad y solidaridad. Entonces, se
articulan los derechos de ciudadanía como poderes y reclamaciones, por lo que hacen un
mayor énfasis en el papel del conflicto y la contestación en la expansión de este tipo de
derechos. Estas tradiciones se han elaborado, con el tiempo, en una serie de diferentes
enfoques, incluyendo sus variaciones comunitarias2.
El comunitarismo destaca el predominio de la comunidad (sociedad, nación) sobre sus
miembros. La principal preocupación de la ciudadanía comunitaria es una sociedad
cohesionada, organizada en torno a un conjunto común de valores que se espera que todos los
miembros de la comunidad posean. La buena sociedad se construye a través del apoyo mutuo
y la acción de grupo en lugar de, y a través de, opciones atomistas y de libertad individual. Las
obligaciones para con la sociedad pueden predominar sobre los derechos, ya que su objetivo
es construir una comunidad fuerte basada en los principios de identidad común, reciprocidad,
participación e integración (Dagger, 2002).
Si bien es útil en la comprensión de las diversas teorías y prácticas de la ciudadanía en gran
parte de los Estados democráticos, esta teoría no capta adecuadamente la naturaleza
cambiante de la ciudadanía en el siglo XXI. La realidad de la emigración y la inmigración, la
formación de organismos supranacionales y transnacionales como la Unión Europea, la
formación de nuevos Estados sucesores, el movimiento de las poblaciones de refugiados y la
codificación de las normas internacionales de derechos humanos han desafiado la
comprensión moderna de pertenencia y han contribuido a repensar el significado de
ciudadanía. Muchas de estas tendencias recientes que ponen en cuestión puntos de vista
tradicionales acerca de la ciudadanía pueden observarse, por ejemplo, en el África sahariana,
Croacia, Irak y la ex-Yugoslavia.
III
En las últimas dos décadas, dos procesos principales desafiaron al Estado-nación como la
única fuente de autoridad de la ciudadanía y la democracia: la globalización y la
posmodernidad. Estas presiones gemelas difuminaron los límites de los derechos y las
obligaciones de la ciudadanía y las formas de democracia asociadas a ella, por lo cual debió
ampliarse el concepto de ciudadanía.
La concepción de la ciudadanía como un mero estatus celebrada bajo la autoridad de un
Estado ha sido impugnada y ampliada para incluir diversas luchas sociales y políticas de
reconocimiento y redistribución como instancias de reclamación de decisiones y, por tanto, por
extensión, a la ciudadanía (Isin & Turner, 2002, 2).
En los países occidentales, por ejemplo, los principales problemas sociales tales como la
situación de los inmigrantes; los refugiados; la igualdad de género; la injusticia ambiental o la
pobreza extrema han sido recientemente enmarcados en lo que a ciudadanía se refiere, a
diferencia de la concepción propuesta por Marshall que los dejaba de lado. Este nuevo
lenguaje de la ciudadanía es el resultado de lo que se ha denominado la 'revolución de los
derechos'. Desde la década de 1990, la cuestión del reconocimiento colectivo sobre la base de
notificaciones de grupo o acciones afirmativas ha ampliado el alcance de los derechos en
juego, por ejemplo, a través de las reclamaciones sobre derechos étnicos, culturales,
lingüísticos y de discapacidad. El reconocimiento colectivo se basa en simbologías y
motivaciones materiales donde los grupos luchan por la inclusión y la pertenencia, ya sea
mediante la búsqueda de diferenciación de los demás con el fin de afirmar su identidad o, en su
defecto, abogando por los principios de igualdad y la no diferenciación. Tales tensiones entre
demandas de igualdad y especificidad son un elemento central en los debates actuales sobre el
papel de los derechos colectivos -o de los derechos de grupo- en la ciudadanía.
Al reclamar los derechos de grupo, las minorías tienen por objeto corregir una situación en la
que se sienten en desventaja, ya sea porque se enfrentan a un trato injusto o a desventajas
estructurales, o porque no están satisfechas con el estatus simbólico de su grupo en relación
con un grupo de referencia dominante, incluyendo, por ejemplo, las reclamaciones contra la
discriminación a favor de la autonomía política. Dado que los derechos de grupo no se
conceden de manera no problemática y consensuada, por lo general implican el debate político,
la lucha social y la movilización colectiva. Por tanto, las reclamaciones de grupo que se
formulan como derechos ciudadanos le confieren a la ciudadanía un componente orientado a
procesos y activos.
Así las cosas, la reclamación de los grupos se define y, a su vez, se definen a sí mismos en
relación con otros grupos en una sociedad estructurada por los diversos principios de la división
social que organizan la subordinación de los grupos. Para conceder derechos a los miembros
del grupo, los límites del grupo deben definirse con la menor ambigüedad posible y los criterios
adoptados para definirlos se encuentran regularmente en el centro del debate político. Por
tanto, gracias a los derechos que reclaman, los grupos sociales se construyen como agentes
políticos dotados de un estatuto particular a través del cual se les reconoce como una unidad
políticamente relevante.
En términos más generales, estas luchas han llamado la atención sobre las prácticas de la
ciudadanía informal que van más allá del voto, incluyendo el compromiso cívico, la participación
en los movimientos sociales y de protesta, ayuda a los vecinos o las acciones que han sido
hasta ahora asociadas a la esfera privada, como la participación de la familia en un sinnúmero
de actividades, en especial, actividades sin ánimo de lucro. Asimismo, en la actualidad, existe
un consenso creciente de que la ciudadanía también debe ser definida como un proceso social
por el cual los individuos y los grupos sociales participan en la reivindicación, la ampliación o la
pérdida de sus derechos (Isin & Wood, 1999).
Sin embargo, cada vez más, reivindicar los derechos sobre el nombre de un grupo no es solo
un proceso social, sino también una fuente y el marcador de la identidad social. En diversas
ocasiones muchos grupos se articulan en torno a las reivindicaciones que emanan de las
minorías étnicas, por ejemplo, al igual que la identificación con los grupos étnicos, religiosos o
lingüísticos en una forma subnacional o transnacional de las identidades de los ciudadanos y el
significado que atribuyen a su experiencia de ciudadanía. En función de los grupos a los que
pertenecen o a los que se sienten conectados, la pertenencia al Estado-nación puede ser
impugnada o defendida.
IV
En los últimos diez años, el interés académico se ha centrado mayormente en la ciudadanía
como el resultado de procesos de interacción entre las diferentes formas de pertenencia, por
ejemplo, la articulación entre la pertenencia (étnica) al Estado-nación y la identificación a
ciertos subgrupos (LGBTI, religiosos, entre otros) o entre lealtades supranacionales, nacionales
o regionales o, más generalmente, entre los principios de la 'diferencia' e 'igualdad'.
La manera en que estas interacciones dan forma a los patrones de acceso y la exclusión de los
derechos de los ciudadanos en los diferentes contextos políticos se ha convertido en un tema
clave para los estudios sobre ciudadanía3. Si bien los enfoques metodológicos y disciplinarios
son muy diversificados en el emergente campo del estudio de la ciudadanía, investigadores de
diversas disciplinas y ámbitos políticos como la educación, el bienestar, las relaciones
internacionales, la migración (por mencionar tan solo algunos) comparten la misma
preocupación urgente: repensar el agente político (individual y de grupo) en estas nuevas
condiciones económicas, sociales y culturales que hacen posible la articulación de nuevas
reclamaciones y la forma, y el contenido, de los derechos de la ciudadanía (Isin & Turner,
2002).
Para el estudio de este proceso de redefinición y reconfiguración de la ciudadanía, Turner
propone un marco conceptual basado en tres ejes fundamentales de ciudadanía: medida,
contenido y profundidad. El alcance de la ciudadanía en un Estado-nación está determinado
por las reglas y normas de inclusión y exclusión, la definición de cómo deben establecerse los
límites de pertenencia dentro de una comunidad política o entre las diversas comunidades
políticas. El contenido de la ciudadanía se refiere a la combinación específica de los derechos y
responsabilidades de la ciudadanía en un contexto determinado, que regula la forma de
distribuir los beneficios y cargas de la membrecía. Se espera que un Estado moderno y
democrático defienda una combinación de los derechos y obligaciones de la ciudadanía, a
pesar de que la combinación precisa y la profundidad de estos derechos varían de un Estado a
otro. Por último, la práctica de la ciudadanía depende de su profundidad, es decir, sobre cómo
deben ser comprendidas y acomodas las identidades de los miembros de una comunidad
política. Una ciudadanía 'fuerte' prescribe ciudadanos educados, activos y participativos,
mientras que una ciudadanía 'débil' se basa en una visión minimalista de los miembros de una
comunidad política, que solo tienen derecho a los derechos pasivos de la protección legal y la
participación formal a través de la votación o el pago de impuestos.
En este orden de ideas, Tilly propuso una visión que abarca las complejidades del concepto
moderno de ciudadanía, mediante la descripción de esta como una identidad relacional-
histórica, cultural, pública y contingente. Es histórica, porque llama la atención acerca de que la
actualización depende de la trayectoria de los recuerdos, la comprensión y los medios de
acción en la construcción de la ciudadanía. Los Estados-nación a menudo usan otros lazos ya
existentes (por ejemplo, los mitos fundacionales, distorsiones históricas, entre otros), como
base para nuevas formas de ciudadanía o como base para la forma de exclusión ciudadana. La
etnia o la imputación de nacionalidad proporcionan ejemplos de ello. La ciudadanía es
relacional en el sentido de que localiza las identidades en las conexiones entre los individuos,
los grupos y el Estado, más que en las mentes de las personas particulares o las poblaciones
enteras. La ciudadanía es cultural, insiste Tilly, porque las identidades sociales se apoyan en
los conocimientos compartidos y sus representaciones. Y, por último, la ciudadanía es
contingente, ya que se refiere a sus prácticas como una interacción estratégica susceptible de
ruptura y no como una expresión directa de los atributos de un actor (Tilly, 1996).
Así las cosas, la ciudadanía debe entenderse como un proceso social históricamente
embebido,
así como un principio de organización de la interacción social entre los individuos, los grupos
sociales y el Estado. La mayoría de los estudios sobre ciudadanía se centran en la regulación
de la ciudadanía desde una perspectiva legal, política o económica. Estudian, por ejemplo, las
consecuencias sociales y políticas de estos mecanismos reguladores para grupos sociales
específicos o el impacto de las políticas públicas en ámbitos relevantes para la ciudadanía
como son la educación, el bienestar, la migración o las relaciones internacionales. Aquí, hemos
optado por un enfoque diferente para el estudio de la ciudadanía: se analiza como una nueva
generación de ciudadanos de a pie que le da sentido a su experiencia ciudadana, como
miembros de los Estados-nación.
Asi mismo, debemos partir de la suposición de que las naciones deben ser entendidas como
construcciones mentales, como una 'comunidad imaginada' políticamente, que se representa
en la mente y los recuerdos de los sujetos nacionalizados como unidades políticas soberanas y
limitadas que pueden convertirse en ideas rectoras muy influyentes incluso en ciertas
ocasiones con consecuencias tremendamente graves y destructivas, por ejemplo, la Alemania
nazi.
Además, se supone que las identidades nacionales -concebidas como formas específicas de
las identidades sociales- son discursivamente, por medio del lenguaje y otros sistemas
semióticos, producidas, reproducidas, transformadas y destruidas. La idea de una comunidad
nacional específica se convierte en realidad en el ámbito de las convicciones y creencias a
través de cosificar discursos figurativos continuamente lanzados por los políticos, intelectuales
y gente de los medios, los cuales son difundidos a través de los sistemas de educación, la
comunicación en masa, la militarización, así como a través de los encuentros deportivos, entre
otros.
V
Con base en lo anterior, es necesario incluir la noción de habitus de Pierre Bourdieu, ya que la
identidad nacional se puede considerar como una especie de habitus, es decir, como un
conjunto de ideas comunes, conceptos o esquemas de percepción, a saber: (i) de las actitudes
emocionales relacionadas intersubjetivamente y compartidas dentro de un grupo específico de
personas; (ii) así como de las disposiciones conductuales similares; (iii) ambas interiorizadas a
través de la socialización nacional. Al mismo tiempo, el 'habitus nacional' también tiene que ver
con las nociones estereotipadas de otras naciones y su cultura, historia, entre otros. Las
actitudes emocionales a las que Bourdieu se refiere son las que se manifiestan hacia lo
nacional dentro del grupo. A su vez, las disposiciones conductuales incluyen tanto
disposiciones hacia la solidaridad con un grupo de nacionales propios, así como la disposición
para excluir a los 'otros' de este colectivo construido (Bourdieu, 1994).
Así pues, la construcción discursiva de las naciones y de las identidades nacionales siempre va
de la mano con la construcción de la diferencia-singularidad y unicidad. Tan pronto como se
eleva a un nivel imaginario colectivo en la construcción de la uniformidad y la construcción de la
diferencia se viola la variedad y multiplicidad pluralista y democrática de homogeneización
interna del grupo. En palabras de Benhabib, cada búsqueda de la identidad incluye
diferenciarse de lo que no se es; las políticas de identidad siempre y necesariamente son una
política de la creación de la diferencia (Benhabib, 1996).
En efecto, no hay tal cosa como una única identidad nacional en un sentido esencialista, sino
más bien que las diferentes identidades se construyen discursivamente en función del contexto,
es decir, según el ámbito social, el ajuste de la situación del acto discursivo y el tópico en
discusión. En otras palabras, las identidades nacionales no son completamente consistentes,
estables e inmutables. Estas son, por el contrario, dinámicas, frágiles, 'vulnerables' y a menudo
incoherentes. Sin embargo, también asumimos que hay ciertas relaciones (de la transferencia y
la contradicción) entre las imágenes de la identidad que se ofrecen por las élites políticas o los
medios de comunicación y los 'discursos cotidianos' sobre las naciones y las identidades
nacionales.
En este orden de ideas, las naciones para Anderson (1998) son 'comunidades imaginadas'. Los
miembros, incluso de los países más pequeños, no saben que la mayoría de sus
conciudadanos no cumplen con todos los requisitos y ni si quiera escuchan o apoyan a los
otros. Y, sin embargo, están convencidos de que pertenecen a una única comunidad nacional,
entre otras cosas, porque ellos leen en gran medida los mismos periódicos, ven ampliamente
los mismos programas de televisión, escuchan ampliamente los mismos programas de radio,
comen de los mismos alimentos, y así sucesivamente, por lo que las naciones son percibidas
como limitadas y, por tanto, separadas de las naciones vecinas, ya que ninguna nación se
identifica con la humanidad en su totalidad.
Así pues, la nación es percibida como una comunidad de similares y considerada como
soberana, lo que en parte se remonta a sus raíces seculares, en la era de la Ilustración y de la
Revolución Francesa, cuando el Estado soberano se llegó a equiparar y simbolizar al concepto
de libertad. La construcción de la identidad nacional se basa en el énfasis en una historia
común y la historia siempre tiene que ver con el recuerdo y la memoria, a saber, el concepto de
'memoria colectiva' de Halbwachs, entendido como la recolección selectiva de los hechos
pasados -que se cree- que son importantes para los miembros de una comunidad específica,
con el fin de identificar una conexión entre los discursos más bien teóricos sobre la identidad
nacional y los mitos, símbolos y rituales de la vida cotidiana. A su vez, la conciencia nacional
hace uso de los símbolos de los grupos (a partir de las diferentes áreas de la vida cotidiana) y
define las estructuras convencionalizadas como las normas específicas de cada grupo que se
presentan en el nivel simbólico en forma de re-presentaciones, simbolizaciones y
manifestaciones teatrales, así como en objetos y materiales.
Por ello, la memoria colectiva, de acuerdo con Halbwachs, mantiene la continuidad histórica
recordando los elementos específicos del archivo de la 'memoria histórica'. El concepto de
Halbwachs es de particular interés para una aproximación analítica de la construcción
discursiva subjetiva de la identidad nacional, especialmente, porque la historia nacional les dice
a los ciudadanos de una nación qué y cómo recordar y, además, cuáles 'acontecimientos'
hacen una conexión con la denominada 'narrativa nacional' (Halbwachs, 1992), como, por
ejemplo, la muerte de Lincoln, en el caso de los Estados Unidos o el grito de independencia,
para el caso colombiano.
Mientras Halbwachs se centra en el concepto de memoria, Stuart Hall hace hincapié en el
papel de la cultura para la construcción de las naciones y de las identidades nacionales. Hall
describe las naciones no solo como construcciones políticas, sino también como sistemas de
representaciones culturales por medio de los cuales una comunidad imaginada puede ser
interpretada. En este enfoque, las personas no solo son ciudadanos por la ley, sino que
también participan en la formación de la idea de nación y de cómo se representa en la cultura
nacional. Así, una nación es una comunidad simbólica construida discursivamente.
Por tal motivo, una cultura nacional es un discurso, una forma de construir significados que
influyen y organizan tanto nuestras acciones como nuestras percepciones de nosotros mismos.
Debido a que las culturas nacionales construyen identidades creando significados de lo que es
'nación ' con lo cual, a su vez, nos podemos identificar, ya que están contenidos en las historias
que se cuentan acerca de la nación, en los recuerdos que vinculan su presente con su pasado
y en las percepciones de lo que se construye (Hall, 1996).
En una línea similar, Uri Ram afirma que la nacionalidad es un relato, una historia que la gente
dice acerca de sí misma con el fin de dar sentido a su mundo social. Por tal motivo, las
narrativas nacionales no surgen de la nada y no operan en el vacío. Son, más bien, producidas,
reproducidas y difundidas por los actores en contextos concretos, es decir, institucionalizados.
Los diseñadores de las identidades nacionales y las culturas nacionales tienen por objeto la
vinculación política dentro del Estado-nación y la identificación con la cultura nacional (Ram,
1994), de modo que la cultura y el Estado se convierten en idénticos. Todas las naciones
modernas son, de acuerdo con Hall y Ram, culturalmente híbridas: las comunidades y
organizaciones se integran y relacionan en nuevos términos espacio-temporales debido a los
procesos actuales de cambio tales como la homogeneización global y el surgimiento paralelo
de identidades locales y grupos específicos, según los sociólogos en tribus urbanas.
En lo que se refiere a la relación entre las identidades nacionales como un habitus interiorizado
y su construcción discursiva, al menos un punto necesita ser enfatizado. Si consideramos las
identidades nacionales solo como construcciones discursivas que se componen de las
narrativas nacionales de identidad específicamente construidas, la cuestión sigue siendo el por
qué alguien va a reproducir una construcción discursiva específica dada.
A esta cuestión, Martin ofrece una respuesta convincente; para decirlo en pocas palabras, los
canales de la narrativa de la identidad y sus emociones políticas para que puedan impulsar los
esfuerzos para modificar el equilibrio de poder tienen que transformar la percepción del pasado
y del presente, cambiando la organización de los grupos humanos y creando otros nuevos,
alterando culturas, haciendo hincapié en ciertas características y sesgando sus significados y
lógica. Entonces, la identidad narrativa trae una nueva interpretación del mundo con el fin de
modificarlo (Martin, 2010).
Sin embargo, se supone que no solo se trata de representaciones y discursos sobre la
identidad nacional, sino también de la identidad nacional como un impulso de una estructura
interiorizada que influye en mayor o menor medida en las prácticas sociales de los ciudadanos.
Esto nos lleva de nuevo al concepto de habitus introducido anteriormente de Bourdieu. En este
punto de vista, el habitus nacional puede entenderse tanto como un resultado estructurado
('opus operatum') que como fuerza de formación ('modus operandi'). En su ensayo
"Repensando el Estado" (1994), Bourdieu describe la contribución del Estado o, más
precisamente, de sus agentes políticos y representantes en la creación de la identidad nacional
de la siguiente manera: a través de los sistemas de clasificación (sobre todo en función del
sexo y la edad) inscritos en la ley, a través de procedimientos burocráticos, las estructuras
educativas y los rituales sociales, las estructuras mentales y los moldes estatales contribuyen a
la construcción de lo que se designa comúnmente como la identidad nacional.
De acuerdo con Bourdieu, es en gran medida a través de las escuelas y del sistema educativo
que las formas estatales entronizan la percepción, la categorización, la interpretación y la
memoria histórica, las cuales sirven para determinar la orquestación del habitus que, a su vez,
es la base constitutiva de una especie de sentido común nacional (Bourdieu, 1994).
Por último, debemos referirnos a la dimensión histórica de los actos discursivos; así, el enfoque
histórico-discursivo trata de integrar toda la información disponible sobre los antecedentes
históricos y las fuentes en las que los 'eventos' discursivos originales están incrustados, así
como las formas en que los tipos y géneros de discursos particulares están sujetos a un cambio
diacrónico, lo que supone una relación dialéctica entre determinados acontecimientos
discursivos y las situaciones, instituciones y estructuras sociales en las que están inmersos, a
saber: por un lado, los contextos situacionales, institucionales y sociales dan forma y afectan
los discursos y, por otro, los discursos influyen en la realidad social y política. En otras
palabras, el discurso constituye la práctica social y es, al mismo tiempo, constituido por ella.
Por tanto, a través del discurso los actores sociales constituyen conocimientos, situaciones,
roles sociales, así como las identidades y las relaciones interpersonales entre los diversos
grupos sociales que interactúan dentro del Estado-nación. Además, los actos discursivos son
socialmente constitutivos en un sinnúmero de maneras.
Finalizando, en primer lugar, los actos discursivos juegan un papel decisivo en la génesis,
desarrollo y construcción de ciertas condiciones sociales. Por ello, los discursos pueden servir
para la construcción de las identidades nacionales al estilo de Ram. En segundo lugar, podrían
perpetuar, reproducir o justificar un determinado statu quo social (y de las identidades
nacionales en relación con el mismo). En tercer lugar, juegan un papel decisivo en la
transformación del statu quo (y las identidades nacionales relacionadas con el mismo). Y en
cuarto lugar, las prácticas discursivas pueden tener un efecto en la destrucción o
desmantelamiento del statu quo (y de las identidades nacionales relacionadas con el mismo).

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