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TESTIMONIO PRESENTADO AL

FORO  SOCIAL MUNDIAL DE PORTO ALEGRE.

Kiva Maidanik, enero 2003

Camaradas, amigos:  esta fórmula introductoria en la ANS de los años 80 me


parece  adecuada para empezar:  combinando el pluralismo con el privilegio de estar aquí,
en la ciudad donde por primera vez la humanidad del Siglo XXI supo encontrarse con su
futuro (se trata de la visión más optimista),que constituye para mí –uno del siglo pasado- un
gran honor y una gran suerte.  

1- Les ruego me perdonen tres cosas:

-el idioma

-el hecho de que no estoy representando a nada ni a nadie, por lo menos entre los
vivos, salvo a mí mismo y un trozo de historia pasada

-y por último, el fenómeno incomprensible, aún para mí mismo, de que me


designaran para presentar mi testimonio personal, pues mi propósito inicial fue participar
en la mesa sobre el imperio.  Y es que mi biografía no tiene nada de heroico –no participé
en los movimientos de liberación, no pasé por cárceles, ni por torturas, no fundé nada que
parezca amplio o sólido.  Sin embargo, sometiéndome a una suerte de disciplina, decidí
aprovechar este encargo –o accidente- para contar, partiendo de mi propia experiencia
personal, apoyándome en algo sobre mis coetáneos, sobre el sector de mi generación otrora
más identificado con los valores de izquierda. Lo que entre otras cosas ayudará, tal vez, a
entender o sentir la historia trágica de mi país[1].  País que no existe ya en la realidad del
Siglo XXI, pero que supo imprimir su huella en la trayectoria del siglo pasado, en la
persistencia y destino de los valores que constituyen hoy la razón de ser imborrable de
Nuestro Movimiento.

2- Un par de cosas sobre mi Currículo Vitae:  Nací en 1929.  Soy de esos exsoviéticos ya


envejecidos no golpeados directamente por las dos mayores guerras de exterminio que
sufrió mi país en los años 30 y 40 (del Siglo XX).  La mayor parte de mi vida la pasé en
Moscú (en la escuela, la universidad, institutos de investigación científica de la Academia
de Ciencias)  Otros años en Ucrania, Praga, América Latina.  Lo particular de mi vida es
que fue condicionada por dos impactos: aquél de la guerra revolucionaria de España y el
del encuentro con la revolución cubana, con el Che.  Entré en la Juventud Comunista en
diciembre de 1942, y en el PCUS en 1953, del cual  fui separado en 1982; posteriormente
me devolvieron el carnet.  Soy casado, tengo dos hijos y tres nietos.  Mi trabajo principal,
en su mayor parte, ha sido el científico[2], enfocado, creo yo, en el discurso actual.  Ahora
estoy aquí, esforzándome por comprender el mundo nuevo (del Siglo XXI).  Es todo.

3- Ahora lo esencial, de interés común.  Pertenezco a la franja más joven de una generación


inicialmente muy numerosa y muy rara, que creció, históricamente,  en el proceso de la
stalinización cada vez más forzada de una guerra implacable que hizo la estadocracia post-
revolucionaria contra las realizaciones políticas -y en gran parte sociales- de la revolución
anticapitalista popular de 1917 –y sobre todo, contra la gente de esa revolución.  Pero por
varias razones, esta generación se sentía sobre todo hija legítima, continuación directa,
precisamente, de la revolución del 17 –ya muerta (fuera de la conciencia popular) y
hermanada con otra viva – la de España.  Sus relaciones con el régimen se basaron en el
famoso lema de los curas decimonónicos: “No haga lo que yo hago; haga lo que yo
diga”.  Creía en la palabra del poder, no en sus hechos reales.  Pero a pesar de eso, fue sin
duda la mejor generación de nuestra historia, en despegue vertical, entusiasta y algo irónica,
inteligente y desinteresada, internacionalista, hasta el meollo, dispuesta a morir o a asaltar
el cielo en aras de valores  de justicia social y bienestar universal. A la larga, esta
generación de hombres y mujeres nuevos se hizo incompatible con el sistema stalinista,
pero antes de deshacerse de Stalin, ellos fueron eliminados, diezmados.  Una sola cifra: de
los jóvenes nacidos entre 1923-25, sólo sobrevivió el 3%.  Los otros, al igual que sus
hermanos mayores, murieron por salvar a su país –y también la humanidad entera- del talón
de hierro de los precursores del bushismo actual (ya en aquél entonces a punto de tener y
aprovechar las armas atómicas).  Eso fue hace 60 años en punto (2 de febrero de 1943)
cuando rompieron, en Stalingrado, la columna vertebral de los aspirantes al imperio global
–y la población de la exURSS, recogiendo lo poco que les quedaba de su dignidad – ya la
están conmemorando...

No se trata solo de un Réquiem generacional; es que tanto los sobrevivientes de esa guerra
como sus hermanos menores, jugaron un papel importante en nuestra historia
posterior.  Primero como guardianes y renovadores de los valores del humanismo
revolucionario; la gente del deshielo de los años 60, y de la perestroika.   La mayor parte de
la historia soviética es la historia de su fracaso, de nuestro fracaso.  Primero fracasaron las
esperanzas de la postguerra inmediata, junto con las realizaciones reales –la ruptura del
monopolio atómico y la reconstrucción del país–; el sistema entró en un proceso de
involución política absoluta, hacia una situación de irreversibilidad completa. 

Después de la muerte de Stalin, tuvimos la impresión de que las cosas, los procesos, iban a
tomar su rumbo original según las normas de la democracia y el bienestar
internacionalista.  Los años de empalme de los 50 y 60 fueron los mejores al respecto:
Festival de la Juventud (58), reformas en el campo y en las pensiones, construcción masiva
de viviendas, la ruptura cósmica, y lo más importante, la acogida triunfal y espontánea del
Ché y de Fidel Castro; fueron los hitos del proceso de renovación, del regreso que muchos
creímos ya irreversible, y que apoyamos como pudimos –yo, por ejemplo, en mis
conferencias públicas y artículos, en la lucha en los pasillos de las estructuras
conservadoras de PCUS, y vs la posición pro-Stalin del Partido Comunista Chino.

Pero de nuevo, el proceso real tomó el rumbo inverso.  Ya a mediados de los años 60
tuvimos la sensación de que algo no cuajaba, sentimos un malestar creciente.  Las primeras
señales llegaron a Praga, de la esfera económica y social, lo que ocasionó aquella política
con la masacre en Checoslovaquia y la ofensiva a intelectuales y la destitución de
Dubcek[3]. No podíamos apreciar desde Praga lo que realmente estaba pasando. Pero fue
precisamente allí, en Praga, donde se selló el destino de la renovación socialista de los 60 y
de la mejor alternativa del siglo en su totalidad. Los tanques nuestros aplastaron la
revolución democrática y social.  Nosotros sentimos sus estragos en cuerpo propio. Fueron
los peores momentos de los errores –hay que decirlo- del post Stalinismo, comparable solo
con un día de febrero de 1990.  Aún no me daba cuenta que los tanques, la opción del
poder, constituyeron solo una parte del desastre, completado por la posición de la enorme
mayoría de la población que había creído en las boberías infames de la propaganda
oficial.  La ruptura entre un grupo de “nosotros” y el bloque “de ellos”, resultó
infranqueable.

Fue en aquél entonces (1968-69), que en relevo de la gran esperanza vino la conciencia del
fracaso total en cuanto a la situación nacional.  Pero las conclusiones era diversas.  Unos
encontraron otros ideales (y parcialmente, valores) y pasaron a la lucha, activa o pasiva,
contra el régimen existente.  Otros –centenas de miles- se atrincheraron en las estructuras
del poder para influenciarlo desde adentro.  Otros aun, se dedicaron a identificarse con (el
poder); y otros, ya no centenas sino más bien varios grupos o individuos sueltos, prefirieron
el camino escapista, salvaguardando los valores anteriores.  Cambiaron el terreno de su
actividad.  Fue mi opción (no del todo segura ni tranquila): nos pusimos al servicio de los
que seguirían la lucha  fuera de las fronteras del país.   Es decir, nos esforzamos en
contribuir a la elaboración de nuevas teorías y estrategias, muy racionalmente, y ayudar la
práctica  de los movimientos de izquierda real en el Tercer Mundo, y en especial, en
América Latina.   Ello nos puso en confrontación más o menos aguda con la línea de las
estructuras oficiales, pero sin entrar en choque frontal y total contra ellas.  (Los mayores
líos, con los partidos comunistas de América Latina). 

A partir de ese momento, mi historia personal se individualiza casi por completo Cada una
de estas opciones y de modo particular, en su conjunto, resultaron desfavorables para el
futuro de la izquierda renovadora nacional.  Fueron los años de un así llamado
“estancamiento”.  Se rechazaron todas las variantes de la renovación.  La estadocracia
nuestra festejaba su luna de miel con la estabilidad, el consumo y el enriquecimiento
personal o la incitación a ello.   En quince años dejamos de ser un país en desarrollo
alternativo –igual que hace 50 años dejamos de ser un país con trayectoria hacia el
socialismo. 

Fue en aquél entonces –y no en 1991- cuando se evaporó el resto de la ideología, de los


valores socialistas en la conciencia de la mayoría aplastante de la gente que se resignó.  A
pesar de eso, en alguna profundidad del subconsciente, quedó una cierta nostalgia por el
pasado.  Los valores de la sociedad capitalista no eran reconocidos como legítimos.  La
gente, incluso cuando vivía según los valores de ésta,  lo hacían sin transformar la
necesidad en virtud, el poder las practicaba, pero encubiertas bajo el manto de la hipocresía,
sin exhibirlas con cinismo.  Así pasaron quince años sin pena ni gloria, sin azañas y ni
martirio.

Pero tan fuerte fue el espejismo de algunos, la nostalgia adentro, que una vez que se
presentó algo como una nueva, enésima posibilidad de re-arrancar, fuimos con armas y
equipaje, la mayoría de la generación X a adherimos al proceso originado desde arriba, con
un programa embrionario cuya implementación tanto esperamos durante 20 años.  Lo
perdimos, y con él, como lo entendimos más tarde, se perdió toda posibilidad. Estamos en
el mundo de Alicia:    “hay que correr rápido para mantenerse donde se está”.  Y otra vez
perdimos.   Las masas de los 80, a diferencia de las de los 60, quedaron pasivas en su
mayoría; y la minoría intelectual salió con otra opción –a favor de los valores del
mercado,  el espejismo del mercado, las ilusiones del mercado,  ganó la batalla contra el
poder dividido e incapaz, que no quiso ni supo movilizar a las mayorías que hubieran
podido movilizar.

Los de izquierda tenemos la misma responsabilidad.  Nos vimos divididos,


desconcentrados, desbordados, estirados por distintos valores, sin entender bien la prioridad
real de cada uno.  Quizás la raíz de uno de los mayores errores estuvo en la incomprensión
de la élite dirigente.   Así que perdimos otra vez, al lado del centro gorbachoviano frente al
bloque del segundo escalón de nomenclatura republicana (convertir gran parte del aparato y
la crema de la intelectualidad, más el hombre fuerte, entre fin de agosto y fin de
diciembre[4]): la élite económica hizo lo que hoy quiere hacer la élite venezolana:
destruyeron la casa para deshacerse de la figura que la había simbolizado.   

Han pasado once años. Resultados más notables:

1)      No hay país.


2)      El papel de lo que fue la URSS en el mundo cayó verticalmente.

3)      Industria arruinada, la ciencia, la educación, la salud; inyección de petrodólares.

4)      Nivel de vida de las mayorías siempre por debajo de los niveles de 1990.  La
expectativa de vida en hombres, bajó de  79 a 69 años (índice de desarrollo
humano)  Polarización social acercándose hacia la de América Latina.

5)      La corrupción, el reparto resulta ser un proceso constituyente principal.

6)      Elementos de la democracia real aplastados.

7)      La sociedad civil languidece.

8)      En esta última fase, el pueblo se resignó, se negó a luchar, depositó toda su confianza
en el poder supremo, lo que se combinó con la apreciación bastante realista de su actual
situación.

9)      Ante la ofensiva imperial, posición de colaboración y entrega.

10)  Guerras genocidas apoyadas por la mayoría

Etc., etc.

Todo eso constituye una parte esencial de la verdad, pero no toda la verdad.  Es que la
resignación del pueblo, su negativa a luchar, su segregación, es no solo por problemas
puramente históricos y psicológicos (fuga de la libertad, regreso a las tradiciones), no solo
por la debilidad inherente a la izquierda, sino por:

-el restablecimiento del nivel de vida de pre-crisis, cierto crecimiento económico a partir de
1999;

-porque basta que la situación no empeore para que la población se sienta aliviada;

-porque la mayoría se adaptó a la nueva situación, se acostumbró  a ella, restringiendo sus


necesidades y buscando toda clase de ingresos suplementarios.

De tanto estar sumergidos en la hediondez, ya no se huele.  Es precisamente este aspecto de


la situación el que está planteando nuevos problemas difíciles a diversos grupitos de
izquierda.  Y es por eso que buscamos contactarnos, a pesar de todos los fracasos y
desilusiones, con las masas organizadas que están luchando (no sólo adhiriéndose a) por los
mismos valores, “aínda” por nuevos métodos, con nuevos programas, hasta con una mística
distinta: la del siglo XXI.    La época de cierta desesperación ha quedado atrás.  Nuevas
tareas de acción conjunta se imponen con una fuerza inesperada e insólita –que a veces
parece ser aquella de anteayer. 

Creemos que la fuerza del movimiento alternativo la constituyen varios vectores:

1)      la combinación más adecuada entre lo tradicional y lo nuevo en el movimiento,


priorizando lo nuevo

2)      la unidad basada más en valores que en intereses, y no en ideologías

3)      su internacionalismo, o si quieren, globalismo social y solidario.

Para la gente de mi generación es sumamente importante no exagerar (sin resignarse) sus


posibilidades de aporte, ni querer o intentar imponer nuestros gustos y formulaciones a
otras generaciones.  Mucho menos a la juventud, porque ellos actúan y están en la
actualidad, obedeciendo al presente, en función de la reacción del presente.

Nosotros, queramos o no, estamos también arrastrando la experiencia y la inercia del


pasado.  A veces, eso puede ser útil: la historia va por ciclos y algo del pasado puede
transformarse en futuro con mayor facilidad que el presente, y de modo particular, el
pasado inmediato.  Pero, en la mayoría de los casos (y tomando en cuenta ciertas
tradiciones de la izquierda), esa inercia del pasado puede resultar dañina.  Y  a
nosotros  incumbe la responsabilidad de no inhibirles ni cargarlos demasiado con el
sentimiento de la venerabilidad; de prestarles oído, de no dejarnos arrastrar por el pasado.  

De todos modos: la prioridad de lo nuevo y la unidad, me parecen ser palancas principales


para transformar este reto que está saliendo de sus pañales, en una fuerza alternativa
principal de este mundo, y creadora de otro.  Que sea posible.  Solo así seremos posibles
nosotros. 

Porto Alegre, 23 de enero de 2003


 

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