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Conclusión Individual de Aldana Sol Grinhauz

Se considera inimputable a aquella persona que en el momento de cometer el


acto delictivo no fue capaz ni de comprender, ni de dirigir sus acciones. Ahora
bien, ¿el adolescente en conflicto con la ley penal, tiene acaso noción alguna
de estas leyes? ¿Comprende la criminalidad de su acto?

Como futura Licenciada en Psicología debo ir más allá de la culpabilidad o


inculpabilidad del adolescente en conflicto con la ley penal, sino que me veo
obligada a rastrear los motivos que llevaron a este joven a cometer el acto
delictivo. Debo entretejer el camino que lo condujo hacia eso, y sumergirme en
la verdadera raíz del problema. Un problema que supera las puertas del
instituto Manuel Belgrano, un problema que nos acontece a todos, un problema
social: un problema que ES NUESTRO PROBLEMA. Ante esto, la sociedad
niega este alarmante hecho para mantener su supuesto equilibrio. Entonces,
¿qué ocurre con los negados? ¿Qué ocurre con los que quedan fuera del
sistema? ¿Pueden acaso volver? Estas mismas preguntas son las que se
plantean los adolescentes internados en el instituto: ¿Cómo tejer un futuro que
se presenta vacío de oportunidades? Aquí es donde empieza a jugar como rol
determinante la función del psicólogo. Es el psicólogo quien debe funcionar
como agente de cambio, como nexo entre el adolescente y la sociedad, es el
psicólogo quien “…debe activar la concientización de que existe una población
en riesgo, y que ésta no necesita del castigo o de la caridad, sino de un
adecuado tratamiento.”1 Es este mismo quien debe encontrar al adolescente
que yace encerrado detrás de lo que la sociedad etiquetó como “delincuente”

Como lo plantea Basaglia2, no se debe reducir al adolescente al acto


social cometido. Si tomamos del discurso jurídico el concepto de peligrosidad,
la entendemos como la probabilidad de cometer o volver a cometer un acto
delictivo. Ante esto, debemos tener en cuenta que no contamos herramientas
desde la ciencia para predecir un comportamiento futuro. Teniendo en cuenta
esto, y en relación al artículo expuesto: ¿podemos etiquetar a un adolescente
en conflicto con la ley penal de por vida, dando por supuesto que si lo hizo una
1
Osvaldo Varela, Ps. Forense pág 11
2
Basaglia, F. (1987) “Los crímenes de la paz”. Ed. Siglo XXI.
vez lo volverá a hacer? ¿Acaso está destinado a ser siempre un “delincuente”?
Por otra parte, Basaglia considera que una persona peligrosa es aquella que ha
sido vulnerada en sus derechos básicos. Si recordamos los derechos del niño,
el principio primero establece que: “El niño gozará de una protección especial y
dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por
otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y
socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad
y dignidad. Al promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que
se atenderá será el interés superior del niño.” A partir de lo dicho ¿se
prevalece la seguridad del adolescente en conflicto con la ley penal o, por el
contrario, se prioriza el objetivo implícito de la sociedad que es asegurarse el
control, velando por la seguridad de “los buenos” y manteniendo encerrados a
“los malos”? ¿Es acaso la sociedad, fabricante de “delincuentes” a medida?
¿Es acaso la sociedad quien condena a este adolescente a ser considerado
persona peligrosa y a ser estigmatizado bajo el sello de delincuente? ¿Somos
acaso nosotros, en tanto actores de la sociedad, los que ponemos este sello?
Ante esto, no debemos olvidar que estos adolescentes forman parte del
sistema y son producto de nuestra sociedad, es decir, son “nuestros
adolescentes”. Esto nos conduce a tomar conciencia de que estos jóvenes, aún
estando en condiciones de privación de su libertad, son menores de edad y que
como tal, debe garantizársele el cumplimiento de sus derechos.

Si recordamos las características que estos jóvenes suelen mostrar,


vemos adolescentes que cargan a menudo con el rótulo de “delincuentes”,
adolescentes cuya mediación simbólica en los actos (delictivos) se ve
dificultada, llevando entonces a un actuar impulsivo. Actuar inverso a los
dictámenes legales, en consecuencia, sancionables. Para poder alejarnos de
aquellos posicionamientos que tienden a la estigmatización y marginalización
de estos chicos, al llamado “control social”, debemos adquirir un rol en donde la
Institución en su totalidad actúe a favor de escuchar al joven, y, no obstante, de
que el propio sujeto utilice la palabra, se responsabilice incluso se ella. Esto
apunta directamente a instaurar la mediación simbólica entre la impulsión del
acto (dentro de ellos el acto delictivo, el acto violento, etc). Para alcanzar este
logro se debe poner el énfasis en la interdisciplinariedad, donde el trabajo del
psicólogo da su aporte crucial, junto al esfuerzo conjugado de los otros
profesionales, e incluso de los demás elementos que participan de la
Institución, para que se produzca así una intervención a favor la propuesta
recién planteada. No sólo se debe acceder a la simple aplicación de sanciones
o medios punitivos, sino que se debe buscar de manera eficiente y eficaz la
reinserción de estos jóvenes al sistema social, no ya como sujetos que en sus
actos “amenazan” la vigencia del pacto social, sino que, habiendo sido
intervenidos en el seno de una Institución que procuró su rehabilitación, se
inserten ahora como sujetos que puedan asumir plenamente, no solo sus
derechos, sino las obligaciones que les competen. Ello implica tener confianza
en la palabra, hacerla instrumento (mediación simbólica).

Entonces, a partir de lo expuesto, estamos en condiciones de


preguntarnos si bajar la edad de imputabilidad favorece la reinserción de estos
jóvenes o, por el contrario, se está apelando al castigo sin la correspondiente
concientización de sus actos. Encerrar a un joven sin que este comprenda la
criminalidad de lo que hizo, y sin que este pueda acceder a la mediación
simbólica antes de apelar a la acción desmedida, no tiene sentido, ya que sólo
se logra que el joven se sienta aún más aislado y más perdido, impidiendo todo
tipo de aprendizaje y dejando de lado los ya nombrados derechos del niño.

Para finalizar, quiero hacer mención a una parte del artículo en el cual se
afirma que: “La iniciativa (refiriéndose a bajar la edad de la imputabilidad de
menores) (…) establece medidas para "fomentar el sentido de responsabilidad
personal y de integración familiar y social del joven". ¿Se puede incentivar la
responsabilidad personal, si el joven no tiene las herramientas para tomar
conciencia de lo que hizo? ¿Se puede fomentar la integración familiar y social
del menor, estando este preso? En otras palabras, las propuestas para reducir
la edad penal funcionan como una cortina de humo para que el estado no se
sienta obligado a fortalecer las medidas para prevenir la incidencia de conflictos
de adolescentes con la ley, ante el hecho innegable de que la reducción real de
la criminalidad sólo es posible en la medida que se garanticen plenamente el
acceso a servicios de salud y de educación de calidad; que se amplíe la
oportunidad de acceder a espacios de recreación, esparcimiento o formación
para el trabajo; que el Estado cumpla con la obligación que le marca la
Convención de los Derechos del Niño, de desarrollar programas para apoyar a
la familia y la comunidad en el cumplimiento de sus funciones referidas a criar y
educar a sus hijos en un ambiente de confianza y comprensión.

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