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CONVERSACION EN LA
PLAYA
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Autor: Victor Arbulu
Depósito Legal:
ISBN: 978-84-9981-322-6
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Capítulo I
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De pronto, de esos cadáveres, cuya miasma envolvía
el lugar, como mariposas que salen de su crisálida
emergieron a la superficie dos formas que sorprendidas se
miraron por horas hasta que a uno le ocurrió decir algo.
- ¿Cuál es tu nombre? - pregunté
- Jacinto Torrealba
- El mío es Pedro Angulo, pero mis amigos me
llaman...o mejor dicho, me llamaban Perico.
- Imaginé que si algún día moría me quemaría por
siglos en brasas ardientes y no siento nada. Siempre creí en
esas ideas bíblicas – dice Jacinto
- Si, es así esta vida ¿o muerte? tal como dices. Ahora
por lo menos podemos hablar... ¡la soledad es mala viejo!
- En eso tienes razón. Siempre fui aficionado a la
buena conversación.
- Y yo que no podré jamás tocar esa piel tan rica de
las mujeres. Sabrosas, apetitosas. Ese fue mi vicio hasta que
me junté con Clara. Allí me tuve que plantar.
- ¿Te dolió el viaje?
- Eres curioso viejo. ¿Acaso periodista?
- Acertaste. Soy periodista. Por eso estoy aquí.
¿Cómo fue lo tuyo?
- Si te refieres al momento en que me despacharon
para este lugar, te diré que sentí como un aguijón y un dolor
que se elevaba con rapidez y cuando pensé que ya no iba a
resistir de pronto éste cesó como si no hubiera pasado nada.
Tengo la impresión de haber atravesado un túnel.
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- Mira, para allá -señala Jacinto- cerca a ese
montículo.
- Parece que tenemos compañía. Vamos.
- Sí, veamos quién es.
- ¿Y esos a qué se acercan? ¿Vivos o como yo? me
pregunto y a pesar que el virazón sopla con fuerza ellos ni se
inmutan. Me pongo de pie.
- ¡Hey tú! -exclama Jacinto.
- ¿Quiénes son ustedes? -pregunto.
- Amigos viejo. Amigos -contesta Perico.
Ya cerca mío noto sus figuras ondeantes; pero dudo.
Perico se acerca a aquel con las manos estiradas y le
atraviesa de lado a lado.
- ¡Sí, son como yo! – exclama Leonardo.
- Bienvenido al club -dice Perico
Rompe la tensión y empezamos a reír. No sabíamos
si era del sarcasmo de Perico. De estar soñando. De saber
que no estábamos solos. No sé; pero nos sentimos mejor.
- Mi nombre es Leonardo Córdoba
- El mío Pedro Angulo
- Jacinto Torrealba. Para servirte hijo -y hablé así,
porque aquel era joven; y yo, mayor que ambos.
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Nos sentamos en ruedo, y con el inmenso escenario
marino, con el viento silbando en nuestros oídos,
empezamos a conversar.
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Capítulo II
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- ¿Ya tienes el recorrido? –preguntó el Coronel
- Sí señor. Lo tengo todo apuntado.
- Recibiré presiones de todo tipo. No es la primera
vez; pero a mi me gusta estar seguro si hay que pelear. Estoy
cansado que en éste país unos malos hijos de la patria estén
por allí matando con la impunidad que les da el uniforme.
¿Qué carajo se han creído que somos los peruanos? ¿Unos
huevones que no tenemos la mínima dignidad para
protestar?
- ¿Están dispuestos?
- Este...Coronel...no sé, esto puede agravar las cosas -
dijo el Teniente
- A mi tampoco me agrada esto señor; pero es la
única manera que empiecen a castigar a tantos violadores.
Aquellos que creen que le van a ganar a la subversión
degollando ancianos y niños. Usted ha visto las fotos. Si no
paramos esto, este país va a rebalsar de cadáveres. Estoy
seguro que hago lo que es correcto.
- ¡No quiero mariconadas ahora carajo! -le cojo del
cuello a este hijo de puta- o estás conmigo o te mueres
cabrón ¿Has entendido?
- Sí...entendido...co...Coronel... -asentí temblando
- Algunos socios del diario que leyeron esto me
pidieron que lo retuviera. Que hablara con usted. Que lo
convenciera para que morigerara.
-¡No te escucho!
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-¡Entendido mi Coronel! -y aquel le soltó
chisporroteando de furia.
- ¿Y usted que hizo? -pregunté temeroso.
- Les dije que cuando vine a trabajar acá, una de las
condiciones fue que iba a ejercer mi puesto como tal. Y si
querían ellos decidir qué publicar, que pusieran a otro
director. ¿Qué opinas Jacinto?
- Es una cuestión de principios. Nuestra obligación
es informar.
- ¿Y tú? -preguntó con fiereza al Mayor Gavilán
- Estoy con usted Coronel -contesté rápidamente.
- Sigue investigando sobre eso Jacinto. No me falles.
- No señor director. No voy a defraudarlo.
- ¿Y cómo fue? -preguntó ansioso
- Recibieron la carta -dijo el Teniente Coyote
- ¡No podemos fallar carajo! No podemos fallar.
Abandoné el despacho y estaba satisfecho que el
director estuviera conmigo. Gruñón. Fastidioso. Tirano
muchas veces; pero en el fondo compartíamos el
sentimientos de hacer las cosas derechas, como deben ser.
- ¿Quién ha estado metiendo la mano por aquí? -
interrogué molesto- Tenía unas fotos y ya no están.
- ¿Te refieres a estas? - contestó Gualberto que se
paró de su escritorio dejando de teclear
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- No jodas pues zambo. Deja de meter la mano entre
mis papeles.
- ¡Uyy, que quisquilloso! Si sólo las tomé para
revisarlas. Te las iba a regresar.
- Pide permiso primero.
- Ya pues caramba. ¡No te molestes!
- Disculpa Gualberto. Es que estoy un poco
nervioso.
- Me imagino, después del reportaje
Tembló antes de dirigirse al teléfono que timbraba
con insistencia. Al fin se decidió. ¿Aló, quien habla? ¡Váyase
al infierno! ¿Con Aurora de Torrealba? ¡Soy yo amor! Dile a
tú marido que no siga con sus mentiras ¡le va ha pesar! ,
sabemos dónde anda ¿no querrá que le pase nada a Rocío?
¡Es horrible Jacinto! Cálmate amor, ya voy para la casa. Si
vuelven a llamar, corta. ¿Rocío? ¿Quién es usted? ¿Aló?
¿Aló?
- ¿Por qué no me lo habías dicho? - y le acaricia los
cabellos suavemente.
- No quería que tuvieras más problemas de los que
ya tienes
-Han estado amenazando a mi mujer. Si están así es
porque he tocado carne zambo. Sino ¿por qué han
reaccionado? Deben estar asustados.
- Tienes que cuidarte Jacinto.
- ¿Qué? ¿Se salvó? ¿Cómo que se salvó? - preguntó
furioso el Coronel
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- Me voy a comer algo por allí. ¿Me acompañas
Gualberto?
- No, todavía tengo que terminar la redacción de un
reportaje, y quiero hacerlo, antes que se vaya la transpiración.
- ¡Inspiración zambo!
- Eso mismito Jacinto
- Ya vuelvo -y pienso que Gualberto es muy
ocurrente. Cogí mi saco, me lo crucé al hombro y salí del
local del diario.
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- ¡Que se diviertan! -dijo Clarita cerrando la puerta
tras nosotros.
Ya a solas, Clarita se acerca a la niña y le pregunta:
- ¿Quieres ver televisión?
- No. - contestó - No hay películas para niños
- ¡Já, já, já! - Se rió y se enterneció mirándola tan
sonrosada y con el cabello atado con una cinta por detrás y
esas pestañas enormes como los de su mamá. Va a ser una
mujer muy hermosa cuando crezca pensó.
- Vamos a mi dormitorio -dijo la niña
- ¿Te leo un cuento?
- No. Vamos a jugar a las muñecas
- Niña, ya estoy muy grande para eso -sonrió Clarita
- Eso no importa. Mi abuelita dice que los grandes
también tienen un pedacito de niñez en su corazón.
- Tu abuela es muy sabia Rocío. Vamos pues.
Entraron las dos a la habitación y allí estaba su casa
de muñecas y muñecos. Clara piensa que sus padres la
mimaban y la querían bastante por ser hija única. El señor es
periodista y alguna vez he leído sus reportajes sobre los
problemas de la violencia. ¡Cosa tan fea! y otra vez leí sobre
denuncias a unos militares que había destruido un
pueblito...quisieron enjuiciarlo creo. ¡Hay que tener sangre
en las venas para meterse con los militares! Se sentaron en la
cama y ella tenía en sus manitos una Barbie. Mira ¿No es
linda? Es muy bella, pero hay que vestirla. ¿Qué ropita le
ponemos? No lo sé, cualquiera. ¡No Clarita! tienes que
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vestirla de acuerdo a la ocasión. ¿Cómo así? Es que Barbie
tiene un novio, el muñeco Kent, se van a comer, a bailar y él
la recogerá en su auto nuevo. Entonces vistámosla así Rocío.
Y le pongo un vestido de gala, con lentejuelas minúsculas,
unos zapatitos de cenicienta y un collar de perlas, le cepilla el
rubio cabello, un poquito de perfume y ¡ya! dijo Rocío ¿Y al
novio? ¡A ese vístelo tú! Toma su ropa. Al guapo muñeco ya
lo tengo en las manos y a su elegante terno y veo su
sonriente cara y no se parece en nada a mi novio y me río
¿Por que te ríes Clara? preguntó la niña. Me acordaba de una
persona. ¡Deja de hacer esas muecas payaso! y no podía dejar
de reírme de Perico. Era tan gracioso que a pesar que le
había tirado arroz él seguía. ¡Clarita de mi vida! ¡Si tú te vas
que será de mí! y poníase a tararear esa canción y yo
agarrándome el vientre de la risa. ¡Anda por favor dime que
sí! pedía Perico. Así que se puso dura pensó Leonardo.
Déjame verlo Clarita dijo Rocío y cogió a Kent ¡Oh quedó
muy lindo! listo para la cita. ¡Basta Perico! , basta, que la
gente nos mira. ¡Que sepan cuánto te quiero! y puse mis
rodillas en el suelo y con el riesgo de hincarme, con mis
manos en el pecho le rogué que me aceptara y ella muerta de
vergüenza ¡qué atrevimiento! y ay Dios, me quema la cara
por esos que pasan y se burlan y le digo ¡Párate! Irán a cenar
y luego a bailar dijo Rocío. ¡Primero el sí! dijo Perico. ¡No
me hagas pasar vergüenza Perico! ¡El sí Clarita, quiero el sí!
Este coche los llevará a su fiesta y con delicadeza Rocío
coloca a la pareja en el asiento. Está bien sí, sí; pero por lo
que más quieras ponte de pie. ¡Lo sabía, lo sabía! y la tomé
de la cintura y del brazo y di vueltas con ella danzando
mientras se reía y yo la besaba por primera vez. Al
separarnos por un instante le susurré te amo Clarita. Yo
también loco, yo también. ¿Y cuándo será la boda? Y voltea
a verla y ella con los muñecos en su pecho. Noto que se está
durmiendo. Soñolienta le cambió de ropa vistiéndola con su
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pijama y la acostó. Salió del dormitorio luego de darle un
beso de buenas noches.
Escuchó desde el diván el auto de los señores. Apagó
la televisión y esperando que entraran. La puerta se abrió y
los dos con rostros de satisfacción ingresaron.
- Hola Clarita. ¿Y la niña?
- Duerme señora. Duerme
- Aquí tienes Clarita -le dio un sobre
- Gracias señora. Me retiro.
- Te llamaremos pronto
- Cuando guste señora -y cogió su cartera para irse-
Adiós
Cuando Clara se fue, él se sentó en el sofá y
sacándose los zapatos estiró los pies sobre la alfombra.
- ¿Te gustó la película?
- Sí, muy buena mujer. Me ha relajado mucho
- Aquí tienes café -dijo ella.
- Hace tanto tiempo que no disfrutaba del cine
- Es que te dejas absorber demasiado por el trabajo
- Si, se termina una cosa y sale otra y tengo que
cubrir las noticias y además el director tiene mucha
confianza en mi labor.
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- Es peligroso Jacinto. Tú sabes como están las cosas
por aquí. Esos últimos artículos, no creo que les haya
gustado nada a las fuerzas armadas.
- Digo la verdad cariño. No me gusta; pero así es.
Ellos creen que el país es su cuartel y que pueden hacer lo
que se les venga en ganas. Demasiada gente exige un poco
de justicia.
- Lo sé, y por eso te quiero; pero tienes que pensar
en nuestra hija. Ella sufriría mucho si algo te sucediera
- No se equivocó - se entristeció Perico
- Dejemos esta conversación. El día ha sido
excelente. No hay que turbarlo.
- Sí amor -le observó con sus ojos verdes y él sabía
leer el sentido de esa mirada
- ¿Qué hay mujercita?
- Esa película tan romántica...tan sugestiva me ha
abierto la imaginación...
- A mi también -y nos hemos acercado besándonos y
ahogándonos casi al pegar nuestros labios.
- La nena está dormida -dijo ella, separándose
suavemente
- ¿Y?
- Ya nos arreglaremos para no hacer ruido - se rió
deliciosamente- vamos
Cogidos de la mano ingresamos a nuestro dormitorio
y la sentí cálida, muy cálida y era algo que siempre me
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gustaba sentir, pero las tribulaciones y preocupaciones a
veces nublaban esos sentimientos hacia la mujer que
adoraba.
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Capítulo III
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caray, que unos soplones estén detrás de mí y observo para
todos lados y empiezo a sospechar de varios, pero no estoy
seguro. Caminé hacia el paradero de autos y sin pensarlo dos
veces tomé un taxi. ¡No lo pierdas, no lo pierdas! Le pedí al
chofer que saliera de Lima y ya fuera le dije que me dejara en
un paradero alejado. Allí cogí un coche hasta Miraflores.
Bajé en Javier Prado y me perdí en medio de la gente que
esperaba sus carros. Cogí otro coche hasta el centro de Lima
¿Dónde está? ¿Dónde está? Entró en ese taxi celeste. Está
seguro Teniente. Sí, síguelo. Y pienso pendejito, nos estás
haciendo sudar, sudar bastante, pero ya caerás. En veinte
minutos ya se había metido por el centro de la ciudad,
mientras las pistas se llenaban de vehículos y en la avenida
Abancay se habían atascado muchos carros. Jacinto salió
rápidamente del taxi y se perdió por la Biblioteca Nacional.
¿Dónde se metió? No lo sé. El auto sigue allá. ¡Y el maldito
tráfico conchasumadre! vociferó el Teniente bajando de un
carro negro. Caminó por entre los coches y en medio del
humo, el ruido, las bocinas llegó al auto celeste. Se acercó
por el lado del chofer. ¿Dónde se fue tu pasajero? ¿Cómo?
¿Dóndeeee contesta? ¿Que le pasa idiota? ¿Está loco? El
Teniente se dio la vuelta y abrió la puerta metiéndose
violentamente. No estoy jugando conchatumadre! ¿Por
dónde se fue? ¡Lárguese de aquí cara...! y ya no pudo
terminar porque observé que un brillo me pegaba en la cara,
tragué saliva, y casi allí mismito me orino... Se...se... fue por
allá... la Biblioteca Nacional, por allá se fue. Y el Teniente se
acerca bufando al recinto. Está furioso. Los carros empiezan
a moverse. ¿Dónde está Teniente? No lo sé, ahora sí lo
perdimos. Vámonos entonces. Estoy cerca de la dirección.
Son las siete y media, daré una vuelta por aquí hasta que sea
la hora piensa Jacinto.
- ¿Atacamos Coronel?
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- Paciencia Teniente. Paciencia con esos serranos de
mierda. Espere mi orden.
Ocho en punto pienso, es hora de entrar y así lo
hago. El café era pequeño y las mesas de acrílico redondas
estaban ocupadas por personas que conversaban en
murmullo. ¿Cuál de ellos será? Recorrí con mi vista por
todas las mesas.
- Torrealba venga
Me acerqué a la mesa de donde provenía el llamado.
Allí estaba aquel. Tomé asiento.
- Gracia por venir
- ¿Quién es usted?
- Eso es secundario. Sólo le diré que he sido militar.
Que estuve allá en Umaru. Que nunca aprobé la muerte de
esos campesinos.
- Ese sí que tenía cojones -dijo Perico
En la oscuridad habíamos recibido información que
los subversivos estaban en Amaru. Podemos destruirlos dijo
Pantera, es nuestra oportunidad. Pero Coronel y ¿qué
haremos con la gente de la comunidad? Usted y sus
sentimentalismos capitán; tenemos la oportunidad de acabar
con esos hijos de puta.
El aliento de nuestras bocas se perdía en medio de la
helada noche y agazapados detrás del collado, las caras no se
veían. Sólo las pupilas de los soldados, pupilas tristes, de
odio, de atormentados, y en los oficiales, principalmente en
el Coronel se notaban que despedían fuego. Con sigilo un
grupo fue rodeando el pueblo. Los terrucos no habían
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puesto vigías. Se estaban confiando. El Coronel piensa que
el agua está cargada y el pez se mueve y se confunde en ella,
entonces hay que bebérsela toda, para que no quede nada.
Esa es la repuesta a la estrategia de los terrucos. Pican, pican
y se esconden, joden y joden como la pulga, si como la
guerra de la pulga, nos quieren desangrar poco a poco, ni les
interesa el tiempo, su guerra es prolongada, hasta que el
perro sea débil, se enflaquezca tanto que no pueda resistir
una ataque en oleadas de las pulgas. Yo lo sé, los he
estudiado. Desde aquí distingo las casuchas de adobes y las
luces de velas y candiles que se escurren de las ventanas de
algunas. Hay silencio.
- Coronel creo que es suficiente
- Usted sólo obedezca capitán. Aquí mando yo
¿entendido?
- Pero señor ¡No hemos encontrado a nadie!
- ¿Y eso que prueba? Dentro de estos sarnosos
deben estar escondidos
- ¿Los mataron a todos? -preguntó Leonardo
- Escuche Jacinto. Me remuerde la conciencia al
recordar a tanto infeliz asesinado. Usted es el único que
podría hacer conocer al mundo acerca del responsable de
esas muertes.
- ¿Cómo sé que no esta mintiendo?
- No tengo nada que perder. Sólo tengo mi palabra.
La documentación que le he dado es real y es que hay gente
en las fuerzas armadas que no comparte la estrategia de tierra
arrasada o guerra sucia. Denúncielos Torrealba. Confío en
usted.
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- Es un enorme riesgo.
- Hágalo por esa gente inocente. Por su esposa e hija.
Para que no sufran por el infierno de la guerra.
- ¿Cómo sabe de ellas?
- Lo sabemos todo de usted. Es algo de rutina.
Ahora tengo que irme. Nunca más volveré a verlo
Me tendió una mano helada que se la estreché sin
dejar de lado un presentimiento.
No pude dormir. La información recibida
demostraba que la matanza fue planeada por un Coronel
desquiciado. Hice con febrilidad el reportaje. Cuando lo
terminé, satisfecho, me fui a dormir.
Llegué a la redacción del diario con los ojos
hinchados. Había tomado abundante café. Me dirigí hacia
mi despacho y allí empecé a dar los últimos retoques a la
noticia. Al finalizar, bebí una taza de café y mientras iba
sorbiendo, cogía diarios y los leía rápidamente hasta que un
titular del Clarín me llamó la atención: "Militar retirado se
suicida de una balazo en la sien". Casi tiro el café al piso;
dejé la taza en el escritorio y abrí el diario. Allí estaba, era él,
el hombre con quien conversé ayer. Por eso dijo que seria la
primera y última vez que nos veríamos. ¡Pobre hombre!
estaba angustiado.
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Nos arrastramos por la colina con nuestros rifles y
metralletas apuntando y ¡Ahora, ataquen! Comenzamos a
disparar mientras que por detrás, segundos después se
escuchó la descarga del otro comando hacia la gente que
huía desesperada por el cerro para protegerse sin saber que
allí estaba su muerte. Un griterío de dolor remeció el lugar.
No contestaron los disparos y les incendiamos las casas,
matamos a sus mujeres a los niños los degollaron porque a
los subversivo hay que matarlos desde que son chiquitos y a
las mujeres embarazadas también, porque la subversión se
encuentra en el vientre de la madres y a los hombres le
aplastamos las cabezas a culatazos como serpientes antes que
nos muerdan el calcañal y los campesinos pedía perdón, que
no los matáramos, que eran inocentes y era una orgía de
sangre por todos lados. Ese lugar se inundó con lagunas de
sangre. La tierra se cubrió de escarlata. Era tanta la
intensidad que la noche alumbró una luz bermeja y los
collados y el cielo se tiñeron de rojo. Era parte de una danza
de los uniformes con los rostros y los ojos de rubí y acero
ardiente que iluminó el lugar mientras los animales chillaban
y les matamos también para que no digan quien fue y luego
de acabar con todos sin decir nada, sólo hablando el
lenguaje de los fusiles, de las granadas, las balas y con las
filudas hojas que sostenían las AKM despanzurramos y
despanzurramos. Los intestinos salían como culebras y
reptaban al lado de ellos y los viejos con las arrugadas caras
soltaban alaridos débiles y el llanto se diseminaba por
doquier, porque así era la sierra, de mucho llanto, mucho
dolor; lloran los ríos, lloran los cerros, lloran las cochas,
lloran de tanto llorar las nubes pero el llanto más espantoso
es el de estos comuneros.
- ¡Qué bárbaros!- exclamó Perico
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- A ver si esto te quita el buen humor -dijo
Leonardo
- Lo peor de todo es que días después nuestros vigías
avistaron la columna que estábamos persiguiendo.
- ¡Qué terrible por Dios! -exclamó Jacinto
- Coronel, hemos cometido un grave crimen-
exclamó el capitán.
- ¿Y qué quiere que haga? Estamos en guerra y esta
tiene su costo. Y hay que pagar pues. Para esos somos
soldados. Para matar. Somos guerreros capitán. No lo olvide.
- ¿Cuando descubran los cuerpos qué diremos?
- ¿Qué hizo? -preguntó Jacinto
- ¡Suicidio colectivo capitán! ¡Qué brillante idea!
¡Diremos que fue un suicidio colectivo!
- Apenas volví a Lima, pedí mi baja
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-¿Qué te sucede? ¿Ah? -y pienso que muchos
remilgos caramba y uno es hombre. Enciendo un cigarro
chupo una bocanada profundamente.
- No te enojes Perico
- Es que no me gusta que me rechaces así.
- No es rechazo; sino que tengo miedo. Si seguimos
así vamos a terminar haciendo eso...
- ¿Haciendo qué?
- Esas cosas...
- ¿Sexo? ¿Te refieres a eso?
- ¡Ay no seas tan brusco!
- Pero así se llama eso. Ya sabes que te tengo unas
ganas.
- A mi también me gustaría, pero ¿no crees que debe
formalizarse algo?
- ¿Trabajo intelectual? -pregunta Leonardo
- ¡Nada de eso! Le ayudaba a vender libros a mi tío.
En mis ratos libres - se rió estruendosamente y la brisa
marina secuestraba sus carcajadas y las olas se golpeaban
entre sí y el susurro de la ventisca volaba rasante en la arena.
- ¿Que formalidad?
- Casarnos por ejemplo
- A eso sí que todavía no se me ha pasado por la
cabeza Clara
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- Entonces ¿cuáles son tus intenciones conmigo?
- Yo te quiero mucho, pero eso de casarnos ni de
vainas. Soy muy joven todavía Clara. ¿Lloras? ¡Por favor
Clarita! ¡No lo tomes así! ¡Yo te quiero mucho!
- ¿De verdad Pedro? ¿De verdad?
- Sí, tontita. Sí y deja de lagrimear
- La adoraba a la Clara y hubiera vivido con ella
muchos años; pero ya vez qué perra es la vida carajo.
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ver/ que en la plazuela de Huanta/ amarillito flor de
retama/ amarillito/ amarillando / flor de retama. Por allí
empezó el asunto ¿No? murmuró casi Jacinto arqueando sus
cejas. Y es que uno se ponía a pensar lo que realmente
sucedía por allá, por esas tierras tristes, porque había oído
que los militares habían realizado cosas terribles, pero que
los subversivos también dice Leonardo. ¿Y estaba buena?
preguntó Perico. Tan buena, digo que hasta me volví como
ella. La sangre del pueblo tiene rico perfume/ la sangre del
pueblo tiene rico perfume/ huele a jazmines, violetas/
geranios y margaritas/ a pólvora y dinamita/ ¡carajo! / ¡A
pólvora y dinamita! / ¡Carajo! / A pólvora y dinamita...y
luego los aplausos, porque la canción tenía un fuerza como
para removerte el corazón. Aunque debes saber que fue
acomodada por los camaradas ya que al principio fue para
recordar la lucha de los huantinos en defensa de la educación
pública a fines de la década del sesenta dijo Jacinto. Tocaron
otros grupos más y al concluir la gente empezó a retirarse
lentamente del auditorio. Estaba satisfecho por haberla visto.
Iba bajando las gradas cuando sentí que una mano me
aprisionaba ligeramente el brazo al llegar abajo, volteo y era
Juan Barrientos, sonriente mientras sus achinados ojos se
empequeñecían dándome la mano. Compañero de la
universidad. Entramos juntos el mismo año.
- Ese fue tu pase seguro para conocerla- dice Perico
- ¡Hola Leonardo! ¿Que te pareció la presentación de
los grupos?
- Bastante buena Juan...pero ¿y tú? Te has perdido
mucho tiempo. ¿Qué sucedió?
- Dejé de estudiar un semestre por razones de
trabajo. Estaba recontra misio. A propósito ¿qué vas ha
hacer ahora?
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- Irme a casa.
Vine aquí por unos amigos. Son músicos. Los Puka
Amaru. Hemos quedado tomar unos tragos cerca nomás.
-¿Les conoces? -entorné los ojos
- No a todos; pero si a Florentino y Patricia -
contestó Juan
Un estremecimiento me vino de repente pienso ¡qué
suerte! la conoce. Es la única mujer del grupo y con voz
entrecortada le digo.
- ¿Por qué me preguntaste si tenía algo que hacer?
- Es que quiero invitarte para ir con ellos a un bar de
por aquí.
- ¡Claro! -dije con énfasis, pero cuando me cuenta de
mi sobresalto guardé un poco de compostura y mas
ceremonioso le dije- Sí Juan, acepto.
- Allí vienen
Se acercaron y Juan intentó presentarme; pero en ese
momento sacaban sus instrumentos fuera, donde un auto les
esperaba. Los acomodaron allí, en la maletera y en la parrilla
de la parte superior del carro. Algunos subieron y ella se
quedó con dos músicos y se volvieron.
- ¡Discúlpanos Juan! -dijo Florentino
- ¡No te preocupes hermano! Lo entiendo -
dirigiéndose hacia mí agregó- Les presento a Leonardo
Me dieron la mano y yo no le quité la vista a ella.
Tenerla así, tan cerca me alegraba de veras.
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- ¿Vamos? -dijo mi amigo
- Vamos -asintieron todos
Empezamos a caminar mientras Juan hablaba con
Florentino y yo al lado de ella.
- Me gustó como cantaron
- Que bien -dijo sin entusiasmo. Por lo visto no me
recordaba.
Llegamos al jirón Quilca. A esa hora circulaban los
parroquianos por los bares del lugar. El asfalto se veía
deteriorado y algunas manchas de aguas negras cubría la
zona y la música salía de las viejas rockolas. Cruzamos la
pista y entramos al Rincón de los Recuerdos. Las mesas del
primer ambiente estaban ocupadas así que fuimos al
siguiente que se hallaba en un desnivel y cerca del baño. El
piso tenía una capa de aserrín húmeda, alfombra para los
restos del alcohol de los bebedores. Nos sentamos en la
mesa.
- Me olvidaba –dijo Juan- hoy es cumpleaños de
Florentino.
- Felicitaciones -y le estreché la mano a Florentino.
- Tu reportaje ha seguido dando en el blanco Jacinto.
Te felicito.
- Gracias señor director.
Al muchacho que se acercó a la mesa a atendernos le
pedimos cervezas y cigarrillos.
- Por fin el Ministro ha aceptado que hubo algo más
que ese ridículo cuento del suicidio
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Nos servimos la cerveza y brindamos. El añejo
equipo de sonido dejaba oír música de Leo Dan. Estuvimos
sorbiendo en medio de la charla la cerveza. Pedíamos más
cada vez que esta se terminaba. Al principio conversamos
trivialidades sobre los estudios. Florentino era estudiante de
Literatura en San Marcos; pero había dejado de estudiar
hacía dos años para dedicarse a la música y Martín estaba en
un Instituto Tecnológico y Patricia seguía la carrera de
Educación en La Cantuta. Luego la conversación empezó a
girar en torno a la poesía. Resultó que Florentino era poeta.
- ¿Te gusta Vallejo? -inquirió a boca de jarro.
- Sí, mucho. Aunque se presta a diversas
interpretaciones.
- Es que él era profundo -dijo Florentino-trasladó su
l sufrimiento por los oprimidos en sus versos. Bebió un vaso
y luego se puso a recitar:
Niños del mundo/ si cae España -digo, es un decir-
si cae/ del cielo abajo su antebrazo que asen/ en cabestro,
dos láminas terrestres; / niños que edad la de las sienes
cóncavas/...
Trataba de oírlo, pero mis pensamientos eran para
ella y cuando levantaba el vaso de cerveza imaginaba que
estaba sorbiendo en mis labios la humedad de Patricia. Juan
se envolvía en una charla sobre narrativa.
- Si viejo -decía a Florentino- Podrá, ser un
magnífico escritor; pero es un reaccionario.
- En eso estoy de acuerdo -pero definitivamente él
renovó la literatura peruana. Rompió con una tradición.
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- Puede ser que ideológicamente esté ubicado en la
derecha. Pero es uno de los pocos que han escarbado el país
con realismo -dije
- Estoy de acuerdo contigo -prorrumpió Florentino -
brindo por ello.
- Pero creo que después de la Guerra del Fin del
Mundo se ha trabado -opinó Juan- La Historia de Mayta
donde presenta a una izquierda como un grupillo de
oportunistas y renegados es mala. Hasta los pone como
maricas. Para él son una mierda.
- Pero es que hay una izquierda que ha sido y sigue
siendo eso: Reformos y rosados. Enemigos del pueblo. Una
tanda de palurdos hijos de puta -exclamó Patricia
Me sorprendí por la dureza de su observación. Y
dolía un poco porque siempre había estado mi inclinación
por allí, aunque no veía distingos, No entendía esos
términos como "reformistas" o "rosados". No veía muchas
diferencias entre un Barrantes y un Javier Diez Canseco o un
Rolando Breña. Eran lo mismo. Claro también estaban los
otros, los que estaban en armas.
- La verdadera izquierda está combatiendo -dijo
cortante Martín.
- Sí pues, ellos están haciendo la revolución. Esa
empresa que requiere de gigantes.
- Si te refieres a quienes pienso. Yo estoy en
desacuerdo.
- ¿Por qué? -preguntó Patricia con interés
- No creo en la violencia -contestó Leonardo.
40
- Pero como cambiaste después compadre-dijo
Perico
- A nadie le gusta -dijo Martín- Pero la lucha de
clases así lo impone. A la burguesía burocrática que maneja
el Estado hay que expulsarla por la violencia.
- El maoísmo es la única ideología que se mantiene
incólume pese a la crisis de los países de Europa del Este y el
social imperialismo soviético. -dijo Juan
- Allí soltaron prenda entonces -dijo Jacinto
- Era la primera vez que les oía sobre eso del
maoísmo.
- Me extraña tu falta de conocimiento. Debes saber
que el presidente Mao -opinó Patricia- vaticinó que por la
traición del revisionismo, en la ex- URSS, se estaba
construyendo un capitalismo de estado. Abandonando
principios fundamentales del marxismo-leninismo
- Fue genial -dijo Florentino- predijo ante de su
muerte todo eso. No habrá otro como él.
- ¿Tiannanmen? -pregunté
- Es resultado de la traición del Partido Comunista
Chino al Maoísmo
- ¡Caracho! estos rojos han vivido más traiciones que
la pitrimitri -exclamó Perico
- ¿Qué no hay socialismo allá?
- No. Es un capitalismo de estado. Y Tiannanmen
fue la respuesta de una juventud que está en contra de la
conducción de esos burócratas. Saben bien que fue contra
41
un Ministro. Al final el renegado Ten Siao Ping con la
gerontocracia los asesinaron - señaló Martín y agregó- perros
miserables.
- No se equivocó el Presidente cuando empezó con
Lin Piao la revolución cultural -dijo Florentino-. Había que
liquidar la influencia del revisionismo que se había
encaramado en el Comité Central con Liu Shao Qui y Teng
Siao Ping. Bombardear el cuartel general de la burguesía fue
la consigna. Una lástima que luego de su muerte subiera el
traidor Hua Kuo Feng que luego empezó a desmontar la
revolución cultural, derrotando al grupo de Shangai que
lideraba Chan Chin, la viuda del presidente Mao. Ella
defendía correctamente su pensamiento. Lo peor es que el
miserable Teng Siao Pin subiera al poder.
- ¡Una lástima! -dijo Patricia
- Un retroceso para el movimiento revolucionario -
agregó Juan
- Pero de todas maneras creo que Tiannanmen ha
sido el inicio de una nueva revolución. Que el revisionismo
tarde o temprano será aplastado
- Tienes razón Patricia. Salud por eso
Golpeamos nuestros vasos alegres y yo con un nudo
en el cerebro por lo que habían dicho mis chinófilos
compañeros de mesa y me sentía mareado pues en mi cabeza
revoloteaban los nombres aludidos en esa verbalización
oriental: Hua Teng Ping, Siu Chin Piao, Li Po, Liu Pia Qui y
el sólo verla a ella allí tan mona hacía que revivieran mis
deseos.
- Te traía loco la camarada ¿No Leo?
42
- Sí Perico ¡me gustaba tanto!
43
Capítulo IV
44
- Era una bailarina de primera mi Clara -dijo Perico
suspirando
- Claro que a ti no te interesaba el baile
Las parejas bailaban al son de la salsa y en la pista
también y una vueltita y dos, un pasito pa' delante y uno pa'
atrás y los sonidos de trompetas, timbales y el piano se le
metía a uno en la sangre y yo me encontraba bien arrecho,
excitadísimo y Clara allí mismo, moviéndose bonito, un
golpecito pa' acá, un golpecito pá allá y su cinturita y ¡eso!
¡Goza! y esos pechazos tan bien distribuidos de la barriga
para arriba. Terminó la pieza en la mesa y ella reía y
bebimos bastante cerveza y ella ¡Ayyy Perico! que me duele
la cabeza un poco
- Creo que necesitas aire. Es por lo que hemos
tomado. Salgamos
- Sí, vámonos. Pero me he divertido una barbaridad
Ya fuera empezamos a andar de regreso tomados de
la mano cuando en un lugar oscuro de la calle la atraje hacia
mí y comencé a acariciarle y besarle como a ella le gustaba y
de pronto nos quedamos mirando y Clara con los labios
abiertos dejaba salir jadeos de aguantada
- Vamos a mi casa -disparé
- Sí Perico. Sí - y se pegó a mí y antes que se echara
para atrás, pesqué un taxi.
- Te iba todo de maravilla ¿no es cierto?
- Sí, todo estaba saliendo bien
- Hasta San Martín, avenida Perú por favor
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El auto partió raudo mientras atrás nos besábamos
con fuerza y así estuvimos apachurrándonos y piensa
Perico un tigre en la cama Perico, tienes que hacerla gozar
Perico, pero no tan bruto Perico, a la pobrecita le va a doler,
tienes que ser delicado Perico, sino se le viene una
hemorragia y la cagas Perico, pero ésta es tu noche Perico
por fin va ha ser tu mujer Perico y el fierro que calentaba a
mil grados por hora. La voz del chofer me sacó de eso
- Ya estamos en la avenida Perú.
- Cuadra treinta y dos por favor
- Okey, señor
- Y cuando estábamos cerca le pagué y bajamos en la
misma esquina. Se oía la música de los restaurantes que
funcionaban a esa hora. Vivía en una habitación alquilada.
Una sola puerta estaba a la entrada del corredor por donde
se llegaba a las habitaciones. Ingresamos
- Me muero de vergüenza Perico
- No te preocupes. Aquí nadie le importa lo que el
vecino haga con tal de que no frieguen
Caminamos hasta el fondo; pasamos por varias
puertas hasta que llegamos
- Aquí es -introduje la llave y abrí la puerta- entra.
- Enciende la luz -dijo ella
El cuarto era pequeño, pero lo suficiente para mi
uso, mis enseres, mi mesita, dos sillas, un estante y la cocina.
Sobre una caja de madera estaban mis trastos y al fondo, la
cama, donde ella ya se había sentado.
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Me acerqué a Clara que temblaba y suavemente la
eché. Comenzamos a acariciarnos poco a poco y unos
minutos después la tenía calatita para mí solito.
- ¿Así que empezó a realizarse tu sueño Perico? -dijo
Jacinto
- Ni crea don Jacinto. Ni crea-dije
47
- No te preocupes -le besó en la frente y abordó
luego su coche. Antes de encender revisé mi la pistola.
Estaba cargada, y era algo que siempre hacía. Prendió el
motor y se puso en marcha. Sintonizó la estación de noticias:
"...en la noche del viernes atentados en la comisaría
de Chorrillos. Dos policías muertos y un terrorista fue el
saldo de este criminal ataque..."
Apagué el radio hastiado de oír al locutor ese. ¿Qué
demonios sabe de guerra antisubversiva? En los paraderos
pude ver mujeres y hombres esperando el transporte. Cerca
a la avenida Tarapacá me detuve y pensé ¡que mala suerte!
¡Bonita hora para que se pare ese cacharro! ¡Oiga! grité,
¡quítese de allí! ¡No puedo señor! se ha malogrado contestó
Timoteo, que estaba debajo de la capota abierta moviendo
algunos chicotes. El Mayor Basombrío sacó su pistola y miró
por el espejo retrovisor y recién allí tuvo un presentimiento.
Puso en reversa el auto y aceleró quemando y chirriando las
llantas al verse atravesado por el carro y tuve que frenar
bruscamente y el camarada Timoteo, junto conmigo;
percutamos por delante quebrándole el parabrisas y él se
lanzó ahora para el frente y una cascada de balas le cayó por
todo el carro y varios proyectiles se incrustaron en su
cuerpo. Chocó el coche que estaba delante golpeándose la
frente el timón. Abrí la puerta con dificultad y vimos cuando
se tiró a la pista, arrastrándose. Ignacio apareció de pronto
con una Smith Wesson y le vació el tambor sobre el cuerpo y
él con voz languideciente sólo pensó en su madre y Rebeca
apuntó a su cabeza y le clavó el tiro destrozándole el cráneo
e hizo tremolar y estirarse y morir con los ojos bien abiertos
en medio del mapa de sangre que lentamente se formaba.
¡Muere Perro asesino! exclamó. El Toyota se detuvo justo
frente a ella y subí velozmente. El último encendió un
paquete y lo lanzó entre el auto y el oficial muerto.
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Aceleramos y más allá pudimos sentir la explosión. El auto,
dicen quedó destrozado y del militar sólo encontraron trozos
de hueso y piel esparcidos. La onda expansiva cuarteó en su
camino viejas paredes de adobe, he hizo estrellar en
pedacitos muchos vidrio de puertas y ventanas. Se oyeron
gritos mientras una mujer embarazada por la impresión,
echaba por la acera un extraño y sanguinolento ser fuera de
tiempo.
- ¡En las narices de la reacción! –Exclamó Rebeca
ahora que estamos resguardados en un lejano lugar- ¡una
victoria para el partido!
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Capítulo V
50
- ¿Qué dices si voy a buscarte a tu periódico mañana
a las seis de la tarde?
- Me parece buena hora. Te espero
- Excelente hombre. Nos vemos mañana. Un abrazo.
- Igualmente
- ¿Te casaste?
- Sí, en Venezuela, una guajira viejo. Duró como diez
años pero nos cansamos así que decidimos divorciarnos.
Luego; la vida se hizo pesada para mí en ese país así que me
dispuse a regresar.
La observaba mientras me atragantaba con el humo
gris de mi cigarro y este iba desapareciendo entre mis dedos.
Ella dormía. Estuve así largo rato. Hasta que se volteó y
abriendo los ojos se restregó suavemente. Se levantó de la
cama tapándose con la sábana y se acercó a darle un beso.
Se inclinó y él viró su cara rechazándola. ¿Qué tienes Perico?
¿Cuántos pasaron por allí? ¿Ah? ¿A qué te refieres? ¡No te
hagas la estrecha carajo! ¡No sé de qué hablas! ¡Contesta
zorra! ¡Nunca me habías tratado así Perico! y se apretó las
manos junto al pecho. ¿Crees que soy un pelotudo? ¿Me has
visto la cara de huevón? ¡Entonces habla pues! ¿Cuántos
pasaron por allí? Yo...yo....puedo explicarte Perico...por
favor....tuve un novio hace mucho tiempo. Se aprovechó de
mí y luego se fue
- Un chasco Perico -dijo Leonardo
- ¿Por qué no me dijiste?
- Tuve miedo
51
- ¡Y yo!... ¡qué imbécil!.. -y ladeaba lentamente su
cabeza de un sitio a otro
- ¡Te quiero Perico!
- ¡Me engañaste carajo! Yo que te creía pura y tú con
todos esos remilgos y que el matrimonio y la formalidad y
¡san puta que te parió! Y me dijiste que eras virgen
- ¡Si sólo quería esto, lo hubieras buscado en la calle!
-atacó ella
- ¡Vístete y lárgate!
Y ella conteniendo los sollozos se fue vistiendo
- Eres como él. Ya lo obtuviste y chau. Se acabo
todo. ¿Es qué siempre va ha ser así todo el tiempo? Al
siguiente ya no le diré que fue uno, sino dos...
- ¡Cállate!
- ¡No me callo! ¿Quienes se han creído que son
ustedes? Te creí diferente pero no eres mejor que otros. ¡Si
sólo querías esto, lo hubieras buscado en la calle! -atacó ella
- ¿Pero por que me mentiste?
- ¿Acaso yo te pregunté con quien te habías
acostado?
- Es diferente pues. Tú eres mujer...y yo...
- ¿Un hombre? No me hagas reír.
- Vete. Andate de una vez.
- Me voy Pedro. Me voy
52
Y cuando Clara se dirigió a la puerta
- Espera...espera Clara
- ¡Apártate! - De sus ojos salieron llamas
No tuve el valor para retenerla. Le di pase y salió
hasta la calle. Cogió el primer taxi que vio.
- Observé como se alejaba, confundido.
Tremendamente confundido compadre
- ¿Le duele algo señorita? -preguntó el chofer
- No es nada...nada -y en silencio iba derramando
gruesas lágrimas que se escurrían como la garúa de aquella
mañana.
59
- Lárguese de aquí. Por lo visto la señorita no quiere
saber nada de usted.
- Oye grandote tu no me vie... ¡Ayyy!
- Te madrugó el grandulón -dijo Leonardo
- ¡Le rompió la nariz! ¡Abusivo!
Y estaba allí tirado chorreando sangre que se
mezclaba con mis mocos y observé como ella le daba de
carterazos al grandote.
- ¡Pobrecito mi amor! ¡Pobrecito!
- ¡Ayyyyyay! ¡Ayyyyyay!
- Me imagino que exagerabas Perico
- Las chelfas son unas sentimentales -sentenció-. Mi
Clara no era la excepción.
- Eso me pasa por meterme en esto. ¡Váyanse los dos
al carajo! - vociferó el grandulón.
- ¿Me perdonas Clara?
- No, todavía no.
- Creo...creo--empecé a toser- que voy a
morir...tienes que perdonarme.
-Todo un artista Perico. Todo un artista
- Sí, mi amor te perdono. Te perdono. -y limpié de
su nariz la sangre que le habían sacado.
- Gracias. Gracias... ¿Todo volverá a ser como antes?
60
- No tan rápido Perico. No tan rápido. Vas a tener
que hacer méritos.
Me comencé a parar.
- Lo que tú quieras Clarita. Lo que tú quieras.
- Y caracho que casi me había volado la ñata el
grandote, pero estaba feliz y si no fuera porque me dolía la
carabina me hubiera puesto a bailar allí mismo. De veras
mano, allí mismo.
61
debajo de un toldo algunas mesas donde los parroquianos
bebían en amena conversación.
Nos sentamos y pedimos dos cervezas.
- ¿Paola? Se terminó con ella todo. Ahora que lo veo
desde lejos me hace gracia.
Guillermo piensa, Paola era una de esas hembras que
dejaban boquiabiertos a los muchachos con sólo su andar y
era un suertudo en esa época Jacinto. Flaco, esmirriado,
aunque con cara de inteligente, que por lo demás lo había
sido sacándose sus primeros puestos en el colegio.
- Ella estuvo muy enamorada de ti.
- Sabes que esos amores de juventud no duran
mucho
Te la habías tomado en serio Jacinto. ¿Y que será de
ella?
- Se casó. Estuvimos unos buenos tiempos juntos.
Hasta que se cansó y se largó con otro.
- ¿Con quién?
- Con Pacho Bustamante. Se hizo mujer de él.
- O sea que todo quedó en la promoción. El padre
de Pacho tenía sus negocios y al hijo nunca le faltó nada.
Vienen mareaditos ¿No? Amor...te presento a un
viejo amigo de colegio: Guillermo Santisteban. Mis respetos
señora dijo Guillermo. Siéntense que les traeré un poco de
café. Buena idea cariño; hemos tomado algo pero no como
para no saber lo que hacemos. Mientras su esposa se va a
preparar el café seguimos conversando. ¿Qué fue del
62
Cachito Beingolea? Creo que se fue a trabajar a Argentina.;
no he vuelto a saber de él.
- El abandono de Paola me zamaqueó fuerte...me da
vergüenza decírtelo... aunque pocos lo saben.
- ¿Saber qué?
- Me chocó tanto, que casi me suicido...
- No te puedo creer...aunque algo debió haber
pasado para que aún estés aquí en tierra...Salud por eso
Salud y pienso en lo cómico y patético que fue esa
época de mi vida; claro, distinta a la de ahora. Luego del
plantón de Paola me volví loco y comencé a beber. Durante
un tiempo me fui de casa. Iba de un lugar a otro, de bar en
bar, sin que mi familia o amigos pudieran detener mi estado
depresivo. Visitaba los lugares más tétricos e inimaginables.
Estuve así perdido durante meses hasta que una intoxicación
me regresó a casa. Mi hermano mayor me dio una requintada
bárbara y ya en casa estuve por un tiempo en abstinencia
alcohólica; claro sin salir aún del estado de ansiedad.
Encerrado en mi habitación lloraba desconsoladamente,
viendo la foto de Paola; abrazándola a mi pecho. Hasta que,
por un amigo que vino a visitarme, me enteré que se casaba
con Bustamante. Vi a mí alrededor caos, desorden, dejadez,
desolación, mierda y todas las mezclas de desgracias juntas.
La alucinación envolvía mi mente y la habitación empezaba a
girar alrededor mío hundiéndome en un vértigo
incontrolable. Observé mí avejentado rostro en el espejo y
me dije: no sufrirás más Jacinto, no sufrirás, y ella, la
responsable de todo esto, cargará en su conciencia tu destino
trágico.
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- Señora. Su esposo, y mi amigo es un hombre
ejemplar.
- Si Guillermo. Tómese su café.
- Siempre primer puesto en el colegio. Algunos
muchachos lo envidiaban, pero él no se dejaba; hasta que lo
conocieron bien y Jacinto se los ganó a todos. Así era él,
timidón, pero buena gente.
Mi mujer me mira con ojos de ternura.
- Usted tiene suerte señora. Tiene una linda hija...un
esposo ejemplar... mientras yo -y empezó a sollozar-
...perdónenme...pero no puedo contener mi tristeza...la mujer
que quise y sigo queriendo... dejó de amarme.
- Cuanto lo lamento
- No te maltrates así Guillermo
- No...necesito hablar... Nos divorciamos... por eso
regresé al país. Lo que más me lastima...es que no pudimos
tener hijos... -y se bebió el café de un sorbo, derramando su
tristísima mirada sobre la alfombra, en medio de la pena
que envolvía a mi mujer.
- Recuerda que no me gusta hacer esto
- Vamos hombre. Un favor se paga con otro
- Sólo lo hago por mi hermana.
- No me vengas con cuestiones familiares. Sabes muy
bien que si estás allí; como funcionario del servicio de
inteligencia, es por mí.
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- Okey. Lo reconozco; pero lo que ahora estoy
haciendo es extra-oficial. Así que no me metas en nada. Te
voy ha ayudar; pero si te ponen la soga al cuello, lo sentiré
mucho pero hasta allí quedamos.
- Eres un hijo de puta Guillermo -expresó el
Coronel
- Lo mismo pienso de ti -le dije
Estamos en la avenida Arenales y las luces de neón
verdes, magenta, rojizas, brillaban en el frontis de las casas
comerciales. ¿Qué hay que llevar Patricia? Son revistas.
¿Podrás mañana? Hummm... mañana... sí, creo que sí.
Gracias Leonardo; eres un ángel dijo ella mecánicamente sin
imaginar que me había ruborizado. Pasamos el edificio del
Seguro Social, el centro comercial, da la vuelta por Risso, y
ella dice vivo a tres cuadras de aquí y yo le digo que me bajo
porque estoy para el otro lado y ella en un papelito le doy mi
dirección y lo tengo bien cogido de los cojones pienso y
Leonardo, éste es tu teléfono, Okey ¿a qué hora? y ella a las
ocho y Leonardo, allí estaré. Detuvo el auto donde le
indiqué. Me apeé del vehículo y desde allí observé como se
alejaban las luces rojas del coche.
- ¿No te diste cuenta?
- Intuía; pero creo que dejé que me llevara.
65
Capítulo VI
68
Después de la reconciliación, para mí ha sido todo
chongueo. Pucha que salíamos para todos sitios. Qué al cine,
donde ella por una película de terror se pegaba fuertemente a
mí, cerrando sus ojos de avellana con mucho miedo yo
diciéndole que los abriera porque para eso habíamos venido
y que no era justo que pagara entradas para ver la película y
no hacerlo. También veíamos películas cómicas de esa que a
mi me gustan y la condenada Clara reía de tal forma que
había que cerrarle la boquita porque metía un escándalo y
uno que otro decía shuuuuuu y ¡carajo! que yo me reía de
sólo verla tan riquita a mi Clara. Tan alegre don, porque nos
divertíamos horrores con ella. Otras veces íbamos al parque
de las Leyendas y le hacía bromas con los animales y ella que
se mataba de la risa. Mira esos gorilas, parecen esos generales
con uniforme que se sentaban al lado del presidente en los
desfiles; llenos de condecoraciones de no se sabe qué,
porque carajo la mayoría de guerra las hemos perdido por
huevonazos y porque muy pocos Graus o Bolognesis hemos
tenido y mira Clara esa cara del chimpancé y ella les tiraba
maní y más allá le decía que en vez de esos papagallos tan
lindos, con esos colores tan bonitos, verdecitos, rojos,
amarillito como patitos recién salidos de su cascarón a esas
aves tan hermosas había que soltarlas más bien enjaular a
tanto diputado de mierda hablador caracho, sí porque suave
se la llevaban con tanto palabreo mientras la gente esta que
se muere de hambre y mira esa jirafa que se parece a esas
señoras empingorotadas y pitucas que entran con la criada al
centro comercial donde yo hago de guachimán; todas ellas
olorosas, bien vestidas; con unos carrazos del año siguiente y
sus maridos embajadores, políticos, empresarios, narcos, etc.,
Porque yo no seré muy leído y escribido pero allí tiene uno
su corazón y habla como la gente del pueblo, lo que le viene
primerito al pecho y es que así uno quiera no se le puede
pasar por allí lo que viene sucediendo por estas tierras
caramba; habráse visto . Mira Clara, en esas jaulas vacías se
69
debería meter a tanto matasiete que para tirando bombas por
todos sitios y ahora sí que me ponía serio. Como seguía yo
diciendo, también nos tirábamos nuestros bailongos. Unas
en discotecas cuando había plata y otras en fiestas públicas
que se organizaban en alguna plazoleta de Lima. Tomaba
cerveza en vasitos de plástico y nos pachangueábamos de lo
más chévere. Lo que no me gustaba de ella es que en otras
oportunidades casi a rastras me llevaba a la iglesia donde se
metía a rezarle al santo de su devoción y para mi, que no soy
tan católico, apostólico ni romano, no me gustaba porque
me daba vergüenza que un granuja jodido como yo ingresara
a manchar la casa de Dios que ya tan llena debía de estar con
tanto pecador suelto por las calles. Pero tenía que hacer el
esfuerzo porque sino ella se resentía conmigo y seguramente
se metía un rezo para justificarse con el Todopoderoso
porque sabrán que mi Clara quiso ser monjita y pienso que si
así hubiera sido yo habría tenido que buscar otra cueva o
sino meterme de cura carajo, porque he oído, aunque no me
consta que algunos padrecitos, con tanta oración y tanto
rezo no cubre sus necesidades y han tenido que írselas a
buscar como sea. Buscar las grutas no santas para calmar sus
ansiedades ¡no me consta! ¡no señor!; pero había que ponerse
a imaginar , que no hacer lo que ustedes ya saben es como
dejar de respirar, de comer ¿quién puede aguantar eso? y
comos les seguía diciendo nos divertíamos con la Clara
porque también nos íbamos a los juegos mecánicos y ella le
gustaba no sé si ahora también; pero le gustaba subir a la
montaña rusa y yo tenía que acompañarla a pesar que me
daba un miedo y las canillas empezaban a temblequearse don
y ya arriba me pegaba como sanguijuela, bajábamos,
subíamos a una velocidad que me revolvía el cerebro, el
estómago, los intestinos como si me hubiera metido una
tranca y un día me sucedió una desgracia porque hice llover
desde arriba el almuerzo y el desayuno del día sobre las
cabezas de los que miraban como los coches se iban por los
70
carriles y al final cuando terminó y bajé de el juego vi a
varios con cara de querer asesinarme y yo conchudo porque
no tenía otra cosa que hacer me escurría con ella. De todos
modos como jóvenes que éramos, a nuestra manera nos
divertíamos, con pocas monedas en el bolsillo y lateando a
veces, pero nos alegrábamos juntos. Mucho caramba,
mucho.
71
mío!! Yo que quiero casarme cuanto antes y un miserable
borracho que aparece en medio de todo esto. ¡Lo único que
faltaba!
- Puedes dormir en el diván Guillermo.
- Luego de ese intento ridículo de suicidio, me puse a
pensar seriamente en lo que estaba haciendo, así es que me
decidí por estudiar periodismo. Creo que me salvó la
profesión.
- Salud por eso.
Observo en la mesa una fila de cervezas, colillas de
cigarrillos, siento que la cabeza me da vueltas y le propongo
a Guillermo.
- Vámonos ya.
- ¿Para dónde?
- A mi casa Guillermo. A mi casa
- Sí Jacinto. En este estado no creo que pueda
regresar a mi departamento. Disculpa la molestia.
- Ninguna Guillermo. Ninguna molestia.
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- ¿Seguimos hasta el fondo?
- Sí, iremos más atrás
Dejando un halo de partículas finísimas el auto
partió de allí y hemos seguido avanzando. Los perros
ladraban a nuestro paso y unos niños con las caritas sucias y
el cabello apelmazado por el sudor nos observaban
extrañados.
- Me detendré aquí -y paró el auto. Cerca a una
vegetación densa que salía de una hondonada.
- Abre la maletera -dijo
Observé que de esta casucha salía una mujer con un
hijo en brazos. Hablaron brevemente; mientras tanto sin
decirle nada había sacado otra caja y se la dejé al pie de ella.
Me alejé un instante por la curiosidad de saber cómo en
medio de un lugar tan seco e inhóspito podía haber una
vegetación así y al subir por una corta cuesta, ante mis ojos
apareció el pantano. Estaba cubierto de hojas de corazón y
un flores violetas que se desperdigaban por toda la superficie
y alzo mis pupilas al firmamento y algunas manchas de
nubes comienzan a ser despejadas por el sol cuando escucho
el llamado de Patricia. Regreso rápidamente.
- Dos puntos más y habremos terminado.
Así lo hicimos; llegamos a dos chozas más y
repetimos lo que habíamos hecho hasta ahora. Antes de salir
del lugar paramos en una fonda. Allí pedimos gaseosas que
sorbimos con avidez. Desde ese lugar distinguí en una pared
de adobe una inscripción hecha con pintura rojas, que estaba
descolorida por el tiempo y el sol: ¡Viva el Presidente
Gonzalo! ¡Viva el Partido Comunista Peruano! ¡Viva la
Guerra Popular!
75
Capítulo VII
80
acercó y se sentó colocando una rodilla sobre el sofá; al lado
mío .Le di el vaso y bebimos sin apuro, lentamente, sin dejar
de observarnos.
- El vino está muy bueno.
- Es de Ica. Lo traje hace poco
- ¡Ahhh!...helado está excelentemente bien Patricia.
- Así que ha picado contigo- dijo Timoteo
- Sabes que en la guerra todo vale -dijo Rebeca
- El calorcillo empieza a trepar por mi cabeza Leo.
- Si todos fueran como tú, el mundo cambiaría
Patricia.
- ¡Volaría! deberías haber dicho viejo - habló Perico
- Esta bien que lo captes...pero sin concesiones...-
dijo Timoteo
- ¿Estás celoso? -preguntó divertida- mi sacrificio no
llega hasta eso
Nos besamos por unos segundos. Ella se separó
bruscamente.
- Lo mataré si te toca -dijo Timoteo
- Mi corazón solo late por dos cosas: el Partido y tú
–dijo Rebeca, tomando por un segundo, la mano del fiero
Timoteo.
- Una gran pendeja la camarada - exclamó Perico
- No debe ser...creo... que estamos yendo rápido Leo
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Otra vez nos acercamos como imantados y nos
besamos con más fuerza, mientras el vino se había volcado
al piso.
- Te creo Rebeca. Te creo -dijo emocionado
Timoteo
- Leo...-musitó
- ¿Qué?
- ...hazme el amor...
82
lona y unos focos alumbraban el lugar. Algunas palomas
dormían en los altos de la iglesia.
- Ya pues Clara. Deja de llorar.
- Es que eres un criminal Pedro.
- ¿Pero a quién he matado? ¡No exageres por Dios!
- Aunque sea con el pensamiento ¿Acaso no quieres
matar a nuestro hijo?
- No es así
- Sí. Tú lo has dicho.
- Por favor entiéndeme -y le tomo de la muñeca
- ¡Suéltame! ¡No me toques Pedro! ¡Quiero que te
vayas!
- Y cada vez que le quería hablar, me largaba
- No tienes nombre. Mejor que te haya conocido
ahora así. ¡Vete te digo!
- Bien. Si así lo quieres. Me voy. Ojalá no te
arrepientas de esto -y decidido me puse de pie y me largué.
Pasé por el lado donde las bancas de los ajedrecistas estaban
ocupadas por los jugadores. Voltee por la avenida Wilson y
en el camino iba pensando que eres una mierdecita Perico
¿Cómo le vas a decir eso a Clara? ¿No la quieres acaso?
¿Como pedirle que mate a esa criaturita? ¡Qué cobarde eres!
¡Qué cobarde!
Me encuentro ahora en el Hotel Riviera. Me detengo
por un momento. El reflejo de mi figura se posa en los
vidrios de la puerta. Pienso que estas desconocido Perico.
83
Tienes miedo ¿no es verdad? Sí, sí lo tienes...es que no
conociste a tu viejo ¿y que culpa tiene ese niño o niña que
puede nacer? Nada de nada. Estás actuando mal Pedro
Angulo. No seas estúpido. Tú la quieres muchísimo.
Muchísimo. ¿Casarte? Tendrás que casarte. Sí .Vuelve Perico,
regresa Pedro. ¿Y cómo a mantengo? Va a estar bien fregado
todo pienso, pero Dios proveerá, si eso es, además dicen que
los niños nacen vienen con un pan bajo el brazo, y espero
que se venga con un panetón caray. Aspiré el aire, feo por lo
contaminado y me digo tienes que ir donde ella, donde Clara
que es tu amor.
- ¿Y volviste? -inquirió Leonardo.
- Ese es otro asunto que les contaré luego.
84
Capítulo VIII
85
Hojeo el diario y al encontrar mi foto comienzo a
temblar de ira. Cuando él viene, se lo tiré a la cara del
tenientito de mierda que no había cumplido con lo que se
ordenó.
- ¡Incapaz! ¡Un incapaz! -exclamé con desprecio
- Coronel. Ya le he dicho que fue un accidente. No
nos imaginamos que ese negro iba abrir el sobre.
- ¡No me interesan tus excusas!
- ¡Coronel! -ingresó el capitán- . Disculpe que entre
así.
- ¿Qué sucede?
- Parece que el Ministro de Defensa va a dar una
conferencia de prensa dentro de dos horas.
Esperé con impaciencia. Torrealba, Torrealba, me
estás jodiendo la vida. La carrera. El ascenso, yo que quiero
ser algo, algo...No me puede liquidar así...no señor...no lo
hará...no sabe con quién se ha metido...no sabe...
A la hora señalada el Ministro apareció ante cámaras
mientras el Coronel veía por el televisor de la oficina, en la
que se hallaba con sus hombres de confianza. El Ministro
decía a los periodistas que si hubo excesos daría todas las
facilidades para que se investigara y se castigara a los
responsables de la muerte de campesinos en Umaru.
- Se sigue levantando polvo -dijo el Coronel entre
dientes.
- ¿Qué piensa hacer señor? -preguntó el Mayor
86
- Ya veremos...ya veremos
- ¿Y hubo investigación? -pregunto Leonardo
- Fue pura pantalla -contesté- . Nada se hizo.
- Me imagino que uno tiene que hacerse a la idea que
aquí se mata y punto. Y que eso de esperar a sancionar
culpables está muy lejos ¿No don? –dijo Perico.
- Así es. En estas partes del mundo; es más fácil que
nosotros volvamos a la vida, a que se dicte una sanción
contra oficiales criminales. Esa es pura verdad Perico. La
pura verdad...
88
- Así que usted está saliendo con mi hija
- Si don Virgilio. Yo la quiero mucho a la Clara.
Y los ojos del viejo se clavaron con la desconfianza
de siempre que posee un padre cuando un ave rapiñera
quiere llevarse una presa.
- Ella ya tiene su edad y espero que las cosas sean
serias.
- Son muy serias, don Virgilio. Yo a su hija la respeto
y mis intenciones incluyen matrimonio.
Allí se les iluminó los ojos al viejo y a la madre
también.
- ¡Qué gusto escucharlo así Pedro! Ya me estaba
temiendo que fuera un sirvengüenza, de esos aprovechados
que sólo quieren a la mujer para pasar el rato.
- Pero papá. Con Pedro las cosas son serias.
- Si es así como dicen tienen mi bendición.
Y la mamá contenta me invitó unos pastelitos. Eran
pobres; pero buena gente. Les caí en gracia a ellos.
- ¿Y lo del embarazo?
- Esa es otra historia viejo. Ahorita se las cuento.
89
El deseo de olvidar Guillermo, no puedo ir recordando
episodios tristes. Vaya que fueron tristes, cuando pienso en
lo que le pasó a ese Gualberto me da escalofrío dice Perico.
Murió en mis brazos. Estimaba al negro. ¿Quienes crees que
fueron? Esos a quienes yo he ido denunciando por medio de
mis reportajes. ¿A tanto puede llegar la barbarie Jacinto? Así
es; es una muestra de degradación moral de los hombres.
Los subversivos también han llegado a eso ¿ellos también no
son tan culpables? Tengo una opinión sobre eso, aquí hay
culpables desde el que ve matar a una persona indefensa y
no dice nada, hasta el que participa directamente. En esto de
la vida no hay ideologías que valgan ¿no Jacinto? dijo Perico.
Atacas al ejército Jacinto. Nunca ha sido de mi agrado la
fuerza bruta; no voy a cambiar ahora.
90
Capítulo IX
91
gente ligada con la subversión y algunos ómnibus de
transporte se habían estacionado al costado de la pista y
algunos policías con pasamontañas subían a los carros y
pedían documentos de identidad. Cerca de allí había un
camión verde petróleo donde los sospechosos eran subidos.
Por suerte nuestro coche no fue detenido. Pasamos de largo.
En el camino me vendaron y dimos vuelta
recorriendo las empolvadas calles de algún distrito. Ahora
nos hemos detenido. Bajamos y yo detrás de ellos. La casa
era común; a medio construir. Nos abrieron la puerta. Ya
dentro me quitaron la venda. La luz del foco alumbraba
tenuemente. Había unas bancas de madera y al fondo un
escritorio.
Patricia apareció del corredor que había a un lado. Su
rostro denotaba afabilidad.
- Siéntate - y señaló una de las bancas.
Se abrió la puerta nuevamente y aparecieron otras
dos personas.
- Nos ponemos de pie -dijo uno de ellos
- Era el mando político.
No tenía más de treinta años, bigotes, cabellos lacios,
prieto y mirada inteligente. Pronunció un mecánico discurso
de entrada.
Con la guía del Marxismo-Leninismo-Maoísmo el
Pensamiento Gonzalo instalaron la reunión. Patricia se sentó
al lado de él y ella fue la encargada de establecer una
coartada. Luego, presentó al camarada Marco Antonio
enviado por la dirección regional del partido.
92
- Gracias camarada Rebeca
El otro que iba a ser incorporado se hallaba a mi
lado. Tenía la vista perdida y noté que estaba agitado. Joven,
no más de veinte años. Marco Antonio habló del país, de la
crisis del estado burocrático, del gobierno al que definió
como fascista; de los éxitos en la demolición del aparato
militar del estado. De la necesidad de desarrollar el odio de
clase. Las ideas de Gonzalo el más grande marxista leninista
maoísta de la tierra; se mantenían sólidas, poderosas,
inmarcesibles.
Siguió hablando sobre las tareas del partido; de su
forma organizativa, de las obligaciones de los miembros del
partido con el estatuto; de la subordinación incondicional a
la dirección central. También habló sobre las sanciones a los
traidores, soplones, o sujetos antipartido que se iban contra
la línea: desde la suspensión hasta el ajusticiamiento. No
había tolerancia con la traición.
Al finalizar recibió los informes sobre nuestra labor
de colaboradores y luego de deliberar se decidió
solemnemente incorporarnos en el partido en el nivel de pre-
militancia. Me hicieron el juramento.
- Y te rebautizaron ¿dices?
- Sí, me pusieron Rodrigo Carpio -contestó
Leonardo.
94
Capítulo XI
97
En el diario nos dimos cuenta inmediatamente que la
amenaza era directamente contra nosotros por haber
difundido revelaciones sobre Umaru. El director se hallaba
en su oficina; desde fuera podía notar que estaba
preocupado. Su secretaria salió con una cara tensa, y me
miró sacudiéndose la mano como diciendo “te lo dije”. Voy
a hablarle me dije.
- Buenos días ¿Se puede?
Volvió sus ojos hacia mí y exclamó:
- No creo que sean buenos; pero pasa y siéntate
- Me imagino que ya se había enterado el hombre del
asunto -dijo Perico
¿Me quedaré aquí en éste escritorio? preguntó el
Coronel. Claro que sí, ya sabes que arriba no están muy
contentos con lo que hicieron tú y tus hombres. Ellos tienen
con la publicidad, un arma para presionar. Lo sé señor
director. Saben que a mí me gusta la acción para sacarles la
madre de esos hijos de puta. Sí, pero guárdate tus energías;
puede ser que tu tío sea parte del Estado Mayor del ejército y
te va a defender como sea de cualquier tipo de acusación
que se haga contra ti; ¡pero por Dios! no abuses de tu suerte.
Algunas entidades del Estado ha recortado publicidad que
tenían comprometido con el diario y nuestros anunciadores
privados están preocupados Jacinto. No sé que decirle señor;
quizá pueda hacer algo. Ya bastante castigo tengo conque
me hayan traído a Lima ¿creen que soy como esos
burócratas que se rascan las pelotas detrás de un escritorio?
¡No carajo! ¡No quiero morirme así, sin nada que hacer!
Somos de la misma promoción y porque te conozco te
aconsejo así; deja que las cosas se calmen, que la prensa deje
de hacer escándalo por unos cuantos serranos muertos; la
98
gente de éste país es cojuda; olvida fácilmente. No, sólo
quería compartir un poco las preocupaciones; sé que estás
muy metido en estas investigaciones; pero no abandones
otras; la noticia no sólo está en muertes y masacres Jacinto.
Creo que entiendo el mensaje señor director.
El hombre tiene razón para estar así; caramba que no
todos los días, uno está sometido a este tipo de presiones.
Voy a preparar algo que no tenga que ver con crímenes
piensa Jacinto.
Allí sentado veo a Hugo que limpia su cámara. "Mi
arma de trabajo" como dice él. Salir a caminar por la ciudad,
presto a disparar con su flash y coger desprevenido desde
mujeres guapas moviendo sus traseros envueltos en
pequeñísimas minifaldas o un asalto en plena vía. Tiene buen
ojo para eso. Los caza al vuelo.
- ¿Para dónde Jacinto?
- Al centro. De día, ahora y luego en la noche Hugo.
- El centro histórico. Haremos un paseo por el
centro histórico que está tapado con muchísima basura - dijo
Hugo.
99
El día previsto cogimos un ómnibus interprovincial y
viajamos hasta el centro en Huancayo. En la calle Real
logramos contactarnos con un enlace de la base del partido
que nos dio instrucciones. Rebeca estaba más ansiosa que
nunca y cuando alquilamos un cuarto de hotel estuvimos allí
matando el frío con algo de sexo.
- Tiraba mucho la camarada.
- ¡Uff! me dejó sin aire
La ciudad estaba militarizada. Destacaron a dos
militantes para el operativo. Con ellos fuimos hasta un
pueblito fuera de la ciudad donde en la noche vimos los
planos de la torre que volaríamos. Nos mostraron el objetivo
y la hora. Luego sacaron a Rebeca a hablar aparte.
- ¿Tiene el nombre del soplón?
- Sí, tenemos que buscar una reunión con él. Puede
ser un obstáculo para los planes
- Y me dejaron pernoctar en la casita de allá. Rebeca
salió con ellos.
Nos llevaron a una casa de seguridad. Anunciaron
que una enviada de la Comisión Militar daría información
sobre los operativos en todo el centro del país.
Se reunió con ellos. El responsable político, el
camarada Arsenio y el camarada Pavel de Lima que traía la
confirmación sobre el infiltrado.
Instalaron la reunión con la presencia del Comité
Especial del Centro. Coordinaron las acciones. Al terminar
dejaron que se fueran desplazando hacia sus puntos de
seguridad menos uno: el camarada Braulio.
100
- Camarada Braulio siéntese-dijo Rebeca
- Si camarada
- ¿Cómo se siente en el partido? -preguntó Pavel
- Feliz camarada. Muy orgulloso de dar mi sangre
por el partido y su jefatura.
Rebeca cogió una silla y se puso delante de él
mientras Pavel daba un rodeo. Arsenio miraba temeroso y le
temblaban las pupilas
- ¿Por qué te demoraste allá? -trató de averiguar Leo
- Tuvimos que resolver con uno que se había salido
del camino
- ¿Y que piensa de lo que vamos a hacer pronto?
- Extraordinario camarada Arsenio. El golpe será
contundente y ayudará en el avance en otras ciudades del
país.
- ¿Qué opina de la traición al partido?
- Una conducta grave.
- ¿Sabe que hemos detectado a un camarada que
informó a la policía sobre algunas acciones nuestras en un
momento de debilidad?
- No lo sabía
- ¿Qué se debería hacer con él?
- El estatuto es claro camarada. La traición se paga
con la muerte.
101
- Cosa que usted haría cumplir ¿No es verdad?
- Sí camarada Rebeca -comenzó a sudar
- Por eso estamos conversando con usted camarada
- No entiendo.
- Quiero que nos ayude a resolver este problema
- Estoy a sus órdenes camarada.
Sonrió maliciosamente
- Sabía que iba a colaborar con esa tarea
- Un honor camarada un honor
- La jefatura estaría orgulloso de usted
- Gracias ca... ¡Ca...aggggggggg!
En ese instante Pavel ya le había cruzado una cuerda
por el cuello a Braulio y lo comenzó a estrangular y este trató
desesperadamente de zafarse; pero la técnica era perfecta.
Los nudos de la cuerda le quebraron la nuez rápidamente.
De la boca empezó a correr un hilillo mientras sus ojos se
salían de sus cuencas. Antes de expirar pudo escuchar
débilmente de los labios de la camarada Rebeca:
- No podía esperar menos de usted camarada.
- Y te lo contó todo como había sido Leonardo
- Si Perico. Me dijo como lo habían matado
- ¡Ay mamita, que miedo! Estos terrucos operaban
casi como la mafia
102
- Mas o menos. Ella me contó y lo entendí como un
mensaje
103
choques de latón y ruidos broncos de motores que requieren
urgente revisión.
En la esquina entre Abancay y Colmena hay
vendedores de bebidas calientes. Cruzamos la pista y Hugo
va pegando su mochila contra su cintura.
Allí esta su carreta sobre la cual hay dos baldes
grandes de los que brota vapor por lo caliente que debe
estar; y se condensa en el aire dejando el olor a membrillo y
manzana y unos ojillos de roedor miran nuestras cosas y
mastican de manera imperturbable un pan mientras que en la
otra cogen el vaso de quinua que el vendedor anuncia
estimulando a tomarla, que es vitamínica, que da mucha
energía y como nos interesa calentarnos un poco le pedimos
que nos sirva dos vasos y al frente se empiezan a desplazar
los cochecitos que van siendo sacados de unos caserones
para ubicarse en el lugar de costumbre y ofrecer sus
mercancías a la gente que se anima a comprar en cualquier
punto de la ciudad, en el suelo, debajo de una sombrilla,
entre el humo y el barullo de un colmenar. Hugo lanza el
primer tiro mientras que los vendedores, al notar que han
sido fotografiados y que alguien se interesa por ellos, hacen
una mueca mostrando sus dientes amarillentos y sarrosos
por un instante para luego apagarse y ponerse a tono con el
plomo día que se inicia.
Hemos sorbido poco a poco, mirando a nuestro
alrededor, los carritos de ambulantes que pasan arrastrando
mujer, hijos; cargando a los más pequeños y algunos
soñolientos, se agarran de las faldas de sus madres.
Terminamos de beber y el estómago se ha entibiado
un poco y las manos pierden su gelidez por un momento y
el hombrecito, rechoncho, prieto, con pómulos que tratan de
salirse de su faz, nos ofrece la "yapita" y vacía en nuestros
104
vasos un poco más de quinua y nosotros agradecidos y
pienso que Jacinto debe comenzar con el hombre mientras
yo le tomo algunas fotos.
- ¿Cómo dices Hugo? A ya entiendo
Y Hugo empieza a buscar el mejor ángulo. Se
distancia un poco y dispara otro tiro sobre los que están
bebiendo alrededor de la carreta.
- Señor, estoy haciendo un reportaje sobre personas
como ustedes y quisiera que me contara algunas cosas.
- Ah bueno, como no; pero me pongo hablar
mientras estoy chambeando porque como usted sabe naides
puede dejar de trabajar y sino se muere de hambre. Que le
puedo contar señorcito, baste saber que me vine de allacito
nomás de Puno, porque nací por Desaguadero y que me
llamo Desiderio y que me vine a Lima porque allá las cosas
se han venido poniendo fello desde que tengo la memoria, es
decir desde siempre; fregao señorcito , por eso me vine,
porque allá o te mata el hambre o te mata tanto
ensañamiento que hay entre los terrucos y los polecías; con
decirle que mi padrecito se murió atravesao con un bala en el
ojo y mi madre se fue por el dolor de haberlo perdido. Algún
día me regresaré para allá, para mi pueblo. Por ahora no, y ya
no le sigo, porque me trae el recuerdo, y los recuerdos traen
penas.
- Ni me dio tiempo de preguntar hombre; pero como
testimonio vale.
Luego de despedirnos de él, nos retiramos de allí.
Vamos hacia Azángaro y cuidémonos porque aquí te
pueden quitar la cámara, aunque uno se acostumbra de haber
caminado tanto por estos lares. En el otro lado está la
105
Casona de San Marcos y al dar el rodeo nos hemos apostado
cerca de carretillas donde se escucha el crujir de las frituras
de pescado y el humo grasiento que se va acercando a
nuestros olfatos y el olor de café y de desperdicios que se
hallan amontonados al pie de botes de basura que están
rotos por debajo. Observa como de los callejones, por calle
Sandia se aparecen unas cabecitas mugrientas que como
cuervillos o buitrecillos empiezan a ver si algún desconocido
se desplaza por allí y cuando esto sucede le hacen una ronda
y le meten las manos por todos lados allí cogen de lo que
sea hasta que el pobre hombre lucha con ellos para que no
se lleven su paga y se le rompe el pantalón y sale
despavorido y gritando mientras que los mocosos corren por
los callejones que hay por allí. Más disparos de Hugo para
retratar a ese producto nacional que son las "pirañas".
106
ataques simultáneamente, porque se trabajaba así, con visión
estratégica como decían los mandos.
Nos perdimos con el grupo especial durante un
tiempo. La idea era atentar en algún lado y retiramos hacia
otro lugar. Me fascina estar con ella, su carácter decidido; su
energía envidiable, siempre estaba ansiosa, en todo, cuando
hablaba de su jefatura, cuando se preparaba meticulosamente
un plan, cuando leía un texto de Mao a quien lo consideraba
un grande entre grandes y decía que le habría gustado
conocer China como lo habían hecho dirigentes del partido;
íbamos de sitio en sitio, en pareja. Llegábamos a casas de
seguridad. Pasábamos de lujosos hoteles, a cuartuchos
miserables, hostales sin estrellas. A veces se reunía con
Timoteo que tenía fija su vista sobre mí. Creo que intuía
algo.
- Con tremendos cuernos que tenía en la tutuma.
Cualquiera- dijo Perico.
107
Capítulo XII
108
El Coronel se dio cuenta de eso. Llamó a un joven
oficial y le dijo:
- Teniente. Mi esposa se encuentra un poco
indispuesta. No puedo atenderla por el momento; como verá
estoy conversando con oficiales del Comando. Le pido que
se ocupe de ella.
- ¿Cómo señor?
- Yo que sé. Hable con ella o sáquela a bailar. Venga
se la presentaré.
Se acercaron a mi mesa.
- ¡Qué bueno que te desocupaste querido!
- Sólo por un instante. Te presento al Teniente
Núñez
Saludó indiferente. Sólo le interesaba que él se
quedara con ella. Se sentó y luego de estar diciendo algunas
naderías por cinco minutos; se retiró.
- Ya vengo querida
- Bien. Te espero
Vio que se alejaba. La tristeza circuló lentamente por
su rostro. Viró hacia el Teniente que adornaba su cara con
una sonrisa
- ¿Bailamos señora?
Prestó atención a la música y era un vals. Salió a la
pista; y comenzaron a danzar.
109
Al terminar se sentaron. El Teniente empezó su
charla. Se acercó Virginia Lara, esposa de un comandante, a
nuestra mesa. Núñez se comportó caballeroso y encantador.
El Coronel volvió a la mesa para decirle a su mujer
que regresaban a casa. Se pusieron de pie y salimos. Mariella
llevaba en su mano la tarjeta con el teléfono y dirección del
Teniente que en un gesto audaz le había dado.
- ¿Aló?
- ¿Teniente Daniel Núñez?
- Sí. El habla
- Soy Mariella de Cisneros
- ¡Señora! que gusto oírla
- Quisiera verlo -dijo temblando
- Usted tiene mi dirección. La esperaré.
En casa luego que su marido se durmió pensaba que
cuando terminaría la guerra porque de verdad era una guerra
no declarada; pero todo el mundo había cambiado y le
recordaba mencionar a veces a su esposo que tenemos que
exterminarlos a todos y vivía en un miedo permanente;
pensando que un día vendría a comunicarle que estaba
muerto y las pesadillas le rondaban siempre y cuando él se
iba de campaña quedaba sola con sus hijos a quienes quería
pero por un instante comenzó a sentirse que se le iba la
juventud, y que iba a morir así, como una triste ama de casa
y esa no era la vida que soñó algún día.
110
Dentro de la búsqueda de historias nos encontramos
con una interesante, de un dirigente que vivía en un
asentamiento humano.
- Es decir una invasión -dijo Perico
- ¿Y como se llamaba?-preguntó Leonardo.
- Los Laureles Jacinto-dijo Hugo- está por los
Olivos.
Así que nos fuimos para allá y es una realidad que no
se puede soslayar piensa Hugo y aquí también hay violencia,
mucha violencia.
Nos señalaron una choza amarillenta donde vivía
Eleuterio Quispe que salió cuando tocamos su puerta. De
rostro sereno y quemado por el sol al chocar nuestras manos
sentimos el grosor de sus callos. Aceptó dar un testimonio.
- Pues mire señor periodista; mi nombre es Eleuterio
Quispe; vine aquí impulsado por no tener donde cobijar a
mis hijos y a mi mujer. Es que el sueldo como profesor de
escuela pública no alcanza, a pesar que durante cinco años
nos hemos esforzado por estudiar para ser algo y llevarle
enseñanza al pueblo; pero nosotros con modernas técnicas
pedagógicas qué podíamos exigirle a alumnos que vienen
con un poco de agua como desayuno y que juntan sus
cabezas en escuelas de ladrillos y esteras. Y es verdad que la
educación en estos sitios del señor es insultante porque si
hay poca gente que puede poner a sus hijos en La Recoleta o
la Inmaculada o el San Agustín también hay muchos que no
pueden darle ni siquiera una educación tan paupérrima como
se les da en escuelitas fiscales. ¿Y quien tiene la culpa? pues
señor todos esos que durante ciento sesenta años han
111
gobernado el país a espaldas del pueblo y que han mamado
de la ubre estatal como condenados y ahora disfrutan sus
cuentas corrientes secretas en Gran Caimán o Aruba o
Panamá o Suiza. Como se ha visto pues señores si ni
educación puede tener la gente ¿cómo puede venirse a hablar
de desarrollo, de paz? ¿Están locos? No señor, eso no es
justo y le digo porque no podemos tener ni siquiera un
pedazo de tierra ¿cómo pues? tanta tierra botada y hasta en
el himno dicen que somos libres; pero somos más esclavos
que nadie señor. Usted dice que es periodista, ¿está grabando
no? Bueno espero que cumpla con publicar; que no digan
que somos delincuentes señor. Donde usted está parado
señor, en medio de ese polvo que nos lo hemos comido
como nunca usted verá que han caído muchos; han vaciado
su sangre y su sudor por conquistar estos lugares ¿Qué no
son nuestras? Los papeles dicen que no, pero nuestros
derechos sí, que somos propietarios señor. Somos
reconquistadores señor; por qué aquí en nuestra propia tierra
no podemos tener un sitio para nuestros hijos ¿Qué tenemos
diferente de los demás? Tenemos ojos, boca, cerebro, somos
iguales como ante el Dios Todopoderoso porque verá que
somos muy creyentes señor. Por allí dicen que somos
subversivos y a nosotros nos da risa porque como dicen:
hablan por hablar. ¿Cómo llegamos por aquí? Pues un buen
día nos reunimos todos los que no teníamos donde dormir y
nos pusimos a planear que pampa nos iríamos a tomar para
vivir con nuestras mujeres y nuestros hijos y poco a poco
fuimos reuniendo gente necesitada como nosotros y
formamos nuestra asociación y vinimos a ver por aquí y nos
gustó la extensión y nuestro corazón palpitaba por el deseo
de pisar estas tierras que ya la sentíamos nuestra; ya la
sentíamos aquí cerca en el corazón señor; escriba eso por
favor; y entonces con Deodato Quispe, Anselmo Gómez,
Julián Seclén, Pablo Armacanqui, Samuel Canchari y
Tomasa Andamayta y Cirilo Chuquillanqui y Rosaura y su
112
servidor dirigimos esas tomas. Nos organizamos bien y un
día, después de fiestas, de navidad, cuando se celebraba el
nacimiento del Niño Jesús nos metimos como quinientos
entre mujeres y niños que también participaron y entonces
señorcito tomamos todo esto y nos plantamos con las
banderas y esteras; éstas las doblamos y nos clavamos en la
tierra y empezamos a marcar poco a poco donde serían los
límites, casi al pie del cerro ese que está a su espalda señor y
aquella vez era de noche señor; las estrellitas cómo se
alegraban que la gente recuperara su dignidad y la acequia
que corre cerca, a unos metros de aquí arrastrando sus aguas
nos hablaba, en murmullo nos felicitaba porque era así, así lo
creemos, cuando el hombre se hace otra vez hombre se va
uniendo con la naturaleza y las florecitas que crecían en la
ribera abrieron sus capullos para tomar aire seguramente y
en la noche se notaba alguito de sus maravillosos colores y
la brisa nos correteaba como jugando y los grillos con sus cri
- cris nos ofrecieron una musical bienvenida, saltando de un
lado para otro y daba gusto señor...espere un momento y
luego sigo.
Hugo apagó la grabadora y Eleuterio Quispe se alejó
hacia unas terrosas caras de pobladores de allí que estaban
parados al lado de una casucha de esteras como las tantas de
allí.
115
creo que sí, claro del lado de la gente pobre eso no interesa
porque allí se mezclan cholos, indios, chinos, ponjas, de todo
pero por arriba no. Allí tienes que ser de un apellido alemán,
inglés o italiano para poder ser aceptado. Pues claro que esa
gente desprecia por el color; y es verdad eso que dicen que si
a un blanco le ven con guantes se piensa que es por elegancia
y si más bien se le ve a un negro, es porque es choro . Así es
y algún día yo voy a tener que regresarme a mi tierra, contigo
por supuesto; pero va a pasar bastante tiempo para poder
hacerlo. Haremos el intento algún día. Y cuando he
terminado de trabajar y he salido, veo como por esas calles
bien cuidadas, rodeadas de jardines y de flores violetas,
azulinas, moradas, carmín, y con un sol esplendoroso
cayendo suavemente en sus pétalos; se desplazan unos
gringuitos en bicicletas, sonrientes, con sus cabezas doradas
y sus sonrosadas mejillas despreocupadas. Y da gusto verlos
así, al fin y al cabo son muchachos y si desconocen lo que
pasa por otros lugares donde los niños tienen que romperse
el alma, no es culpa de ellos. Nacieron así, y no les acuso de
nada; porque eso sí, el problema no es tenerle envidia a los
que tienen dinero; no, eso no; sino que todos pudieran tener
la oportunidad de mejorar su vida un poquito, que ya no
haya tanta gente muriendo por no comprarse un
medicamento o tanto tuberculoso o gente sin techo.
116
La atraje hacia mí. Besé sus labios con fuerza y luego
dirigimos nuestra vista hacia el mar que en esos momentos
alzaba sus brazos para recibir al sol que caía lentamente
dejando alrededor un halo anaranjado. Una sombra se
esparcía entre el vaivén de las aguas oscilando de arriba hacia
abajo. Como el cuerpo sudoroso del Teniente Núñez.
El se durmió y ella se puso a fumar
compulsivamente, tenía un cargo de conciencia y no sabía
porque había hecho el amor con este hombre que quizá
podía no tener rostro o el haberse demorado tanto en
sentirse así, disfrutar y sus hijos, están chicos aún, no
entienden no saben que ella no sólo es la mujer a quien ellos
llevan sus quejas, sus reclamos. Odiaba a su marido, no tenía
idea, le tenía miedo, sí, eso sí. ¿Y por qué se arriesgaba así?, a
la deshonra, a dejarlo en ridículo, a él, un tipo tan duro en el
arma, que subía hacia un puesto importante en las fuerzas
armadas, por qué y volteaba a mirar a Núñez ¿qué pensaría
de ella? Seguro que sólo es una mujer angustiada
sexualmente, insatisfecha; la oportunidad de encamarse con
ella, de darse el lujo de decir por allí que mientras recibe las
órdenes de su jefe, le da la vuelta por otro lado vengándose
al tener a su mujer. Una aventura nada más, una aventura.
120
Capítulo XIII
121
Y este fin de semana saldremos con los niños y mi
mujer de paseo y ella qué bien papi, qué lindo, y mi esposa,
ya era hora que te preocuparas un poco por nosotros
querido.
- Yo te voy a enseñar a ser hombre.
Se acercó donde estaba el niño con su carita
sonrosada y secada al frío, labios amoratados que dejaron
escapar un silencioso pedido de indulgencia. El Coronel
levantó el brazo con el arma.
"¡Bang! ¡Bang!" oí gritar a Ernestito que salió con un
pequeño arma de juguete y acercándose a mí, me saludó feliz
y le saludo como militar; apenas tiene cinco años pero es
todo un machito. Mariella exclama que no le gusta que el
niño se acostumbre a la violencia y ya bastante tengo con el
padre de mis hijos metido en el ejército pensando que algún
día oiré la noticia que ha sido muerto por los subversivos.
- ¡No lo haga Coronel! ¡No lo haga!
Y aquel no quiso escuchar porque tiré del gatillo y de
pronto el alma de la víctima voló al cielo atravesando en su
ascenso las escarpadas rocas de los andes que se amorataban
de dolor.
- Traté de detenerlo pero me encañonó- dijo el
capitán.
- ¿Y los otros? ¿Dejaron que lo hiciera? -inquirió
Jacinto.
Son ustedes unas hienas, le dije a Gavilán y el Lince
y ellos dicen que para qué te haces problema si podemos
obtener buenas ubicaciones dentro de la fuerza.
122
El local comunal habíase levantado con esteras, palos
de eucalipto, cañas guayaquil. Se había colgado una
petromax que diseminaba su luz blanca en el ambiente.
Delante, en una mesa hecha de madera rústica, los dirigentes
hablaban para la gente allí reunida.
- ¡Hay que mantener la toma de la tierra con la
violencia! - exclamó Belisario.
- Sí, pero no hay que olvidar que tenemos que iniciar
acciones legales para la expropiación y para ello hay que
contactarnos con parlamentarios -propuso Eleuterio Quispe,
el secretario general. Endurecía su rostro prieto por el sol
candente que se derramaba en esas tierras en verano.
- ¡Nada tenemos que hacer con el oportunismo! Esos
parlamentarios corruptos. Lo único que van a hacer es
usarnos como masa para las elecciones. Sólo desean nuestros
votos.- profirió un poblador de apellido Llerena.
La asamblea comenzó a agitarse. Los pobladores
escuchaban algo molestos esa perorata de Llerena; aunque
sentían simpatía por Eleuterio por la prudente forma de
proceder. Los otros eran bastante radicales y parecía que
estaban luchando contra alguien, por sus gestos adustos, su
voz con tono belicoso.
- Si seguimos con los planteamientos de los
compañeros Llerena y Belisario podemos abortar el trabajo
hasta ahora hecho. Es verdad que hay que usar la fuerza en
ciertos casos; pero esta no puede ser una forma permanente
de conducta. El violentismo no conduce a nada.
Rebeca recibió el informe.
123
- Hay unos perros revisionistas, oportunistas que
están adormeciendo a las masas llevándolo por el camino de
la conciliación y el reformismo -dijo el camarada Paulo
- Sí, son una traba para el desarrollo del partido y el
crecimiento de la conciencia de las masas para la lucha
revolucionaria-agregó mecánicamente el camarada Antenor.
- Entonces hay que eliminarlo-dijo Rebeca
- ¿Cómo que eliminarlo? -preguntó Rodrigo
Rebeca se dio cuenta el tono de Rodrigo y trató de
explicar a que se refería.
- Es decir, hay que evitar que sea dirigente. Hay que
convocar a elecciones para la Junta Directiva
- ¡Ah! era eso -exclamó Rodrigo
La reunión se realizaba en una choza del
asentamiento. Alrededor de una mesa y unas velas que
dejaban oscilar sus llamas azules, verdes y anaranjadas.
124
- No me meto en tu vida y te pido que no lo hagas
con la mía.
- ¿Estás loca?- se alteró el hermano- ¿Quieres
arruinarle la carrera a tu marido?
- Pero él sólo lo está haciendo con esas barbaridades
que lo acusa la prensa.
- ¿No confías en él? La prensa miente
-¿Estás seguro que están mintiendo?
- Claro Mariella, es una campaña para desprestigiar al
ejército.
- Tú no eres neutral, siempre vas a opinar a su favor.
Te pido que pero no te metas en esto.
- Te has calentado la cabeza con ese joven oficial. ¿Y
si tu marido se enterara?
- Salvo que tú se lo digas.
- No tengo interés en hacerlo Mariella. ¿Por qué te
has puesto así? Parecía que todo iba bien entre ustedes.
- Si quieres saberlo te lo diré. La primera causa de
todo esto es que me tiene. Soy mujer y me estoy pudriendo
así. Los militares son muy machos pero en el fondo, el no
cumple el papel de esposo. Su carrera ha sido brillante,
llegará a ser comandante general de las Fuerzas Armadas.
¿Pero qué gano con eso?
- No seas estúpida, ganas prestigio, posición social,
un buen futuro para tus hijos. ¿Y amor? Esas son cojudeces
Mariella, de amor no se vive todo el tiempo. Pues a mi sí me
llena.
125
- Esa es la única razón
- No dijo ella
- Me voy al Comando Conjunto-dijo el Coronel.
- ¿Vendrás a comer?
- No, no vendré.
- Luego que se fue de casa ingresé a su oficina para
acomodar sus papeles y encontré cosas que tú también debes
saber
- ¿De qué hablas Mariella?
- No mientas tú también.
- El sadismo del Coronel es tal, que colecciona sus
hazañas- dijo el capitán.
- ¿Cómo qué? -preguntó Jacinto
- ¡Fotos! Encontré fotos de él, ¡cuando está
disparándole a una mujer embarazada en el vientre! A otro
campesino lo está degollando con un cuchillo. Tiene todo el
rostro pintado y en sus ojos se refleja una mente y alma
desquiciada.
- La guerra es así -trató de justificar mi hermano
- ¡Es un monstruo! ¡Un monstruo! No es el hombre
del que me enamoré. No es él. ¡Cambió completamente!
¡Cambió! -se cubrió el rostro con sus manos y se puso a
sollozar.
- Tienes que dejar a ese muchacho. Te estás jodiendo
la vida Mariella.
126
- No lo haré
- Está bien. Sí sigues así, tendré que tomar mis
precauciones
- ¿A qué te refieres?
- Puede pasar. El general Rubio lo recibirá en este
instante.
- ¿A qué debo tu visita?
- No es oficial general.
- Te escucho
- Mariella. No nos volveremos a ver -dijo el Teniente
- ¿Por qué amor?
- Me envían para el sur...a Puno.
- Gracias General. Estoy en deuda con usted -y
pensé que por fin me desaparecería durante un buen tiempo
al Teniente ese.
Siempre es bueno estar bien con estos perros del
servicio de inteligencia pensó el general.
127
Capítulo XIV
- Me fui a Ayacucho
- ¿De un momento a otro?- preguntó Leonardo
- Tuve mis razones
Estaba sentado en mi oficina, cuando de pronto
ingresó Marcos.
- Hay que cubrir una noticia-dijo excitado
- ¿Qué sucedió? -preguntó Jacinto
- Creo que han matado a un dirigente de los
Laureles- dijo Hugo que entró detrás de Marcos.
- Vayan inmediatamente-dijo el Director.
Saqué mi grabadora. Hugo ya tenía alrededor del
cuello su cámara. Salimos velozmente. Llegamos abajo y
cogimos la camioneta Bronco que utilizábamos cuando
íbamos a las zonas marginales. Todavía sigue en su casa. ¿No
hay nadie alrededor? No. Chao Dorita dijo Eleuterio. ¡Carajo
mira el cartelito que le pusieron! dijo Hugo. Leí « ¡Así
mueren los perros reformistas! ¡Viva el PCP!» Sí, este es
crimen de los terrucos exclamó Jacinto. ¡Puta que vida más
jodida! Exclamó Perico. Cuando salga te lo echas dijo Paulo.
Chao papá. Chao hijo. Ssshhh allí está. Tómale más fotos
Hugo. Eleuterio salió con su mochila rumbo a su trabajo, se
detuvo un instante, revisó su bolso; se dio cuenta que se
128
había olvidado algo. ¡Dispara ya! Caramba tengo que volver.
¡Está regresando! Se volvió a la casa y le digo a mi mujer que
me he olvidado mi libro de actas. Aquí está Eleuterio.
Gracias cariño. ¿Y por qué lo matarían? preguntó Jacinto. Se
acercó Tomasa y dijo bajo, esos malditos fueron. ¿Quiénes?
Los violentistas, se la tenían jurada. Ya sale otra vez. Ahora
sí, échatelo. Suenan varios disparos. Hugo dirige su vista
girando alrededor del cuerpo. La sangre se ha escurrido en la
tierra. ¡Muere perro! y le caen por todo el cuerpo las balas y
Eleuterio se hunde en tierra, se arrastra dejando las huellas
de sangre mezclada con la superficie que se la chupa como
esponja. Dispara por este lado Hugo dice Jacinto, que se vea
el orificio de la bala. Y le apunta a la cabeza y le descerraja el
tiro de gracia. Felicitaciones camaradas, felicitaciones.
Gracias camarada Rebeca, gracias. Ese perro no volverá a
fregar por aquí dijo Llerena.
130
de bienvenida y me sentí feliz por la hospitalidad de los
míos. Yo los consideraba así.
- Aquí hay que moverse con pies de plomo Jacinto.
Los militares deben estar saltones por eso de las
investigaciones. Pero caramba, estamos obligados a realizar
nuestro trabajo; por eso nos metimos de periodistas ¿No?
- Consigue una movilidad.
- Tengo -dijo Abelardo.
Tendremos que salir al amanecer.
En la primera noche que pasé en Ayacucho dormí
ligeramente porque estaba ansioso por saber de cerca la
verdad. Qué había quedado de esa comunidad realmente.
Por la mañana, muy temprano, cuando la mujer de
Abelardo aún dormía, salimos de la casa. Una camioneta
estaba estacionada en la puerta. Subimos con nuestras cosas.
Dimos una vuelta por la ciudad antes de
abandonarla. Un camión con soldados enfundados pasó por
nuestro lado.
Hora después ya estábamos viajando por caminos
sin asfalto. Los paisajes eran hermosos y uno se quedaba
pensando como estos lares la bestialidad y el terror se
paseaban orgullosos pisoteando todo lo que crecía en la
tierra.
131
- ¡Detente!
Vi que detrás de unas rocas aparecieron unos
hombres con machetes, pistolas y rifles. Eran ellos, los
cumpas y me empezaron a temblar las canillas .Volteé a
mirar si podía escapar por algún sitio pero no...era imposible
huir ni dejando este asno viejo y lento.
- ¡Así que eres un colaborador de estos perros
asesinos!
- ¡No señor! No es así, yo sólo comercio nomás
señor cumpita.
- ¡Qué cumpita ni nada! Hace dos días te vimos
ofreciendo víveres a una patrulla.
- Me crucé con ellos señor y me iba pa' otros pueblos
a vender mis quesitos, mis dulces en calabazas como ves ahí
mi chankaka y yerbas para las pachamancas la marmaquilla y
también humitas chicha de molle y pa' calentarse caña
señores, caña, la más suave y caliente que se pueda conocer
y chalona pa' calmar el hambre y coca pa' resistir el frío y la
helada. Ellos vieron y pidieron un poco y les di porque les
tengo miedo... como a ustedes...
- ¿Así? Ya te enseñaremos a saber a quien debes
tenerle más miedo.
- Abelardo, mira ese hombre que viene en asno.
Parece comerciante.
- Sí, creo que eso es.
Detuvimos la camioneta a unos metros del
hombrecito. Bajamos del carro. Y aquel piensa que en medio
de la tarde fría pero clara se acercan esos hombres que se
132
han venido imprudentemente a buscar algo en esta tierra de
nakajs. Yo me tengo que ir atravesando la pampa, llevando
mi carga por el ichu y no quiero encontrarme con ellos. No
me pueden matar tanto.
¡Espera! Somos amigos le grité y trató de huir, pero
se detuvo cuando oyó decir a Abelardo ¡Somos periodistas!
Y él se detiene y sin dejar la bufanda que envolvía su cara
dijo:
- Ustedes no son de acá.
- Abelardo le dijo que era ayacuchano y yo de Lima.
Con eso se tranquilizó.
- Oiga, usted, el de Lima. ¿El señor Belaúnde sigue
gobernando allá?
- Vaya que estás retrasado buen hombre. Estamos en
1992.
- ¿Tanto tiempo ha pasado entonces?
- ¿A qué se refiere?
- ¡Marcial Kunto! Colaborador de los reaccionarios
y genocidas. Tu mismo te has delatado. ¡La sanción por tu
crimen, es la muerte!
- ¡No por favor! ¡No me maten! –gritó quebrando las
estribaciones de los collados que rodeaban a los senderistas.
- ¡El partido te enseñará a que no te pongas a
colaborar con el enemigo!
Y en ese instante me han agarrado con ambas manos
y me han jalado de los brazos y uno se ha acercado y ha
133
puesto una faca en mi garganta y de un tajo me echó al suelo
y después ya no recuerdo.
- Parece que estuvieras muerto
- Lo estoy señores, lo estoy.
- No bromees viejo. Te lo digo por la cara de susto -
dijo Abelardo.
- ¿Pa' que han venido por acá? ¿No han oído a los
Wamanis llorar? Eso es malo. Váyanse.
- ¿Y de veras era un qarqacha? -inquirió Leonardo
- Eso es lo que dijo Abelardo.
- Al tratar de señalarnos la ruta que debíamos tomar,
notamos un enorme tajo en su garganta, pero él, impasible,
no parecía darse cuenta.
- No van a poder avanzar con ese carro. Se
quedarían atascados.
- Necesitamos llegar a Umaru -dijo Abelardo.
- Entonces traten de ir por otro camino
- ¿Dónde está eso hombre?
- ¿Ven esos collados? Sí. Detrás, donde el día
empieza a morir, por abajo, pasando por riachuelos helados
que juntan las lágrimas de los cerros y le murmullan al oído.
Por ahí encontrarán lo que están buscando.
Volteamos a ver en la dirección y Abelardo dice que
creo que tiene razón el hombrecito. Regresé mi vista hacia él
por última vez, ¿cuál es tu nombre?
134
- Marcial Kunto...pa' servirlo.
- ¿Y qué hacemos con el carro?
- Tendremos que ocultarlo hasta nuestro regreso
Abelardo.
- Sí, tienes razón.
- Mira allá, creo que es un buen lugar para dejar el
carro.
Volteé a mirar donde Abelardo indicaba y
efectivamente, era apropiado para dejar el vehículo y
continuar nuestra marcha. Una cueva al pie del cerro
rodeada de rocas enormes.
- Marcial gracias.-volteo a mirarle- Gracias por su
ayu..... ¿Dónde está?
- No lo sé -contestó Abelardo- Se esfumó.
Y ambos en panorámica recorrimos con nuestra vista
de un lado a otro cubriendo todo el paisaje y nada.
- Y Abelardo, sin extrañarse para nada de lo
sucedido dijo:
- Hemos hablado con la muerte Jacinto... Con la
Muerte...Vámonos ya. Vámonos.
Con nuestras mochilas, los rollos y la grabadora y el
agua para matar la sed, caminamos envueltos en el poncho
de la noche. Bufábamos por el frío, así que tuvimos que
detenernos para poder calentarnos con algo. Nos
introdujimos en una cueva que iluminamos con una linterna.
Dentro encendimos fuego y calentamos café. Saqué de una
135
alforja un poco de pan y queso que guardé antes de venir
para acá y comimos, comimos en silencio.
- Hay que dormir -sugirió Abelardo.
Y ya estaba cabeceando así que me recosté sobre la
mochila a modo de almohada; por un instante, las sombras
que se formaban con la fogata cubrieron en lugar y figuras
espectrales empezaron a danzar en las paredes de la caverna.
Cerré mis pupilas y así estuve largo rato hasta que sentí una
patada sobre mi costado. Lancé un aullido.
- ¡Levántense terrucos!
Abrí mis ojos y vi que una bestia cabeza negra tenía
cogido a Abelardo, de los cabellos, tirando hacia atrás;
pegándoselo a sus rodillas. En su brazo derecho sostenía un
enorme fusil y de los ojos de fuego detrás de los
pasamontañas y los uniformes verde oscuro gritaron.
- ¡Así que aquí se estaban escondiendo! ¡Dónde están
los demás!
- ¡No somos lo que piensa! -grité y un culatazo cayó
en mi boca sangrándomela en un instante. Me cogí con una
mano la sangre que caliente empezaba a salir.
- ¡Es verdad! ¡Somos periodistas! -exclamó Abelardo.
- ¿Quién te ha preguntado perro?
Y vi cómo le hundieron la bota en el vientre y
Abelardo se amorató por la falta de aire, dejando escapar sus
ojos de las cuencas llenas de lágrimas.
136
- ¿Dónde están tus camaradas?- se arrodilló uno de
ellos echándome su aliento alcoholizado en mi rostro -
¡Habla concha de tu madre!
- ¡No lo sé!
- ¡Habla! ¡Habla perro!
- ¡Tienen que creerme!
Me rompieron la ropa por el pecho, dejándolo al
descubierto mientras me sostenían por detrás. Sacó de la
fogata un leño cuya punta estaba candente.
- ¿Vas a hablar?
- ¡No sé! ¡Yo sólo soy periodista!
Y me clavó el leño en el pecho y mis alaridos
ensordecieron a los que estaba allí y el olor a carne quemada
empezó a ascender mezclándose con las sombras de la
cueva. Me desmayé.
- ¡Levántate! ¡Levántate!
- ¡Soy periodista! ¡Soy periodista!
- ¡Basta! ¡Basta Jacinto!
Me dio un golpe con el dorso de su mano y
reaccioné.
- ¿Qué pasó?... ¿qué pasó?...habían militares y...
- Ha sido sólo una pesadilla.
- ¡Ufff... que alivio! ¡Qué alivio!
137
- Tenemos que irnos. Ya va a amanecer. Te calenté
un poco de café.
- Y me lo sorbí de un tirón oteando de reojo el
crujido de los leños que chisporroteaban consumiéndose
lentamente.
Allá está Umaru, dijimos desde arriba. Y era verdad,
a pesar de lo que había sucedido se podían observar restos
de lo que fue una comunidad. Mientras descendíamos
Abelardo iba fotografiando el lugar. La bajada era lenta y
poco a poco iba apareciendo ante nosotros chozas
calcinadas, restos de animales, una quijada de lo que alguna
vez fue un carnero, ollas de arcillas quebradas, sal regada en
los umbrales, pellejos de cabra y frazadas de lana de oveja
quemados, y de vegetación apenas quedaba un huarango que
se sostenía penosamente sobre un tallo herido con fuego,
sangre pegosteada en la tierra aún y pensé en eso que había
sido la justificación de aquel Coronel: suicidio colectivo.
138
Capítulo XV
141
Alquiler, alimentos, ropa, medicinas, huevonazo
Perico, huevonazo, sueldo, plata, plata, plata y más plata. Y
veo alrededor del cuartito y sólo miseria, miseria de la más
miserable carajo, una mesa con la pata coja, una cama, la
cocinilla, los platos y sigo dándole vueltas a mis ojos por
todo; desplazo mis pupilas como las cucarachas que asoman
asquerosas por debajo del desagüe, del lavadero, veo a Clara
con su barriga y la depresión me hunde cada vez más, cada
vez más.
- Sólo una taza de té para mí y un pedazo de pan.
Pero le daba a las mañas para traerle leche, huevos y un poco
de carne para Clara. Adiós a las jaranas; adiós a las
borracheras de padre señor mío. Juntar para ella y para el
niño.
Escuche que me llamaban, así que ingresé .La oficina
quedaba en el segundo piso de el Centro Comercial. No era
mi horario de guardianía. Se sentía fresco allí en medio de un
escritorio sobre el que había varios papeles regados y el
contador Alvizuri sentado detrás, escribiendo algo y al
frente, su secretaria, sentada cruzando sus piernotas cerca a
una computadora tecleando velozmente dando vistazos de
vez en cuando a unos largos pliegos de papeles llenos de
números.
- ¿Adelanto? -y me observa levantando sus pupilas
sobre sus lentes y debajo de su arrugada frente.
- Sí señor. Verá Usted, señor. Mi mujer está
esperando un niño y o pensé que me podrían dar un
adelanto. Se vienen gastos fuertes señor.
- Ajá, y usted cree que somos una beneficencia
142
- Un momento, con todo el respeto que se merece el
cargo que usted tiene -piensa hijo de puta- Respetos
guardan respetos. No pido ningún regalo. Sólo un adelanto
por mi trabajo.
- No se acostumbra dar adelantos.
- Hablaré con el gerente
- ¿Quieres pasar sobre mi autoridad? - clavó sus ojos
de rata sobre mí.
- No es eso señor.
- Voy a hacer una excepción. Hablaré con el gerente.
- Gracias señor.
- No se confunda. Le digo que hablaré con él. No sé
si aceptará lo del adelanto. Pero antes tiene que dejar
constancia de su pedido. Presente una solicitud con tres
copias, referidas al adelanto.
Eso de la solicitud me pareció una tontería. Me está
meciendo me dije y ya no insistí. Alguna otra forma debía
haber.
143
- Yo también. Esta tierra maltratada sigue siendo
hermosa de todos modos.
- Jacinto...mira con disimulo detrás tuyo
Así lo hice. Solté un libro que llevaba en la mano y
volteé a recogerlo, al tenerlo en la mano observé al frente
rápidamente y había un tipo que leía su periódico y miraba
para acá. Un soplón pensé, esta vigilando. Ojalá que el avión
parta ya. Se está retrasando demasiado.
- Hay que tener mucho cuidado
- Sí hombre. Claro que sí.
Minutos antes de anunciar la salida del avión.
Aparecieron cinco hombres vestidos de civil. Se identificó
como miembro de la policía y pidieron nuestros
documentos.
- Aquí tiene. Soy periodista
El que los dirigía leyó un segundo. Nos miró
nuevamente.
- Abra sus maletas
- ¿Cuál es el cargo?
- Es cuestión de rutina. Hágame caso
- No tiene ninguna orden
Miró a un lado; luego a otro. Observé brillar sus
pupilas. Tenían impermeables. Sacó debajo de ello un
revolver. Entre dientes exigió:
- Abra sus maletas
144
Los otros me la quitaron rápidamente. Forcejeé con
ellos; pero eran más y el revolver seguía frente a mí. Sacaron
la cámara y quitaron el rollo que tenía puesto. Hurgaron
más y encontraron más rollos. Se los metieron al bolsillo.
Cogieron la grabadora y sacaron el casete que tenía puesto y
otros más que hallaron.
- Es una advertencia Torrealba. Queremos que
nunca más vuelva por aquí.
- La sangre se me vino a la cara. Ardía de indignación
- Me imagino. Unos abusivos esos rayas - exclamó
Perico
Abelardo se echó sobre ellos. Cogió a uno por las
solapas, pero lo cachearon fuertemente. Me abalancé y me
cogieron de ambos brazos; se acercó uno de los esbirros y
clavó su puño en mi vientre. Quedé sin respiración y caí de
rodillas cogiéndome con la mano donde me habían
golpeado. Estuve así mientras ellos se iban alejando raudos.
Se acercaron algunos que estuvieron observando el incidente
y ayudaron a pararme. Abelardo comenzó a reanimarse. Se
cogió la nuca y logró ponerse en pie.
- ¡Que desgraciados! -dijo Abelardo
- Sí, son unas basuras
En ese momento anunciaban la salida de mi avión
- Es una lástima. Todo el trabajo hecho para nada -
dijo Abelardo
- Te malograron los resultados de tus investigaciones
-dijo Leonardo
145
- No te preocupes por eso
- ¿A qué te refieres?
- Se llevaron rollos y casetes vacíos. Los originales
los envié como encomienda para Lima. No he perdido nada.
- ¡Qué mosca! ¡Qué mosca Jacinto!-dijo Perico- los
hueveaste bien bacán viejo...bien bacán -y comencé a reírme
146
Capítulo XVI
147
permitieran despistar si nos seguían. Cada quien haría su
labor de una manera sincronizada de acuerdo al plan.
- La hora será a las siete p.m. Ya saben todos lo que
tienen que hacer, dijo el camarada Anastasio; el mando
político esta vez; mientras Timoteo quedaba como mando
militar.
Cada grupo se encargó de su responsabilidad. Luego
de capturados los autos debíamos esperar en un punto antes
de entrar en la fase de ejecución del operativo. Haciendo de
pareja de enamorados con Rebeca cogimos un taxi en la
Plaza Unión
- Hasta Independencia por favor -dijo ella
- Cobro cinco soles -
- Está bien -asentí
Subimos al automóvil y este se empezó a mover por
la avenida Túpac Amaru. Veinte minutos después nos decía.
- Esta es la entrada de Independencia
- Voltee señor. El lugar a donde vamos está
subiendo, a unas diez cuadras
El auto volteó a la derecha y cogió la avenida en la
cuesta. Al subir íbamos desplazando las casas del lugar.
- ¿Hasta aquí?
- Siga nomás. Yo le aviso
La zona era oscura apenas se podía percibir el
chisporroteo de las luces de las casas a lo lejos y los postes
mortecinos.
148
- Deténgase -ordenó Rebeca
El coche frenó y el chofer giró su testa para vernos.
Se encontró con el caño de la metralleta en la cara.
- ¿Un asalto? ¡Por Dios! Tengo hijos
- Ven para este lugar -dijo Rebeca-. Por encima del
asiento. ¡Obedece carajo!
El hombre comenzó a gimotear mientras se pasaba
para el asiento trasero.
- Cálmate hombre. No sucederá nada contigo -le dije
- ¡Por favor, este carro es lo único que poseo!
- Sólo lo necesitamos para esta noche.
Me pasé para adelante cogí el timón. El chofer
lloraba.
- ¡Cállate, estúpido! ¡No te pasará nada!
- Déjenme salir entonces
- ¡Te quedas donde estás! ¡Agáchate!
- ¡Noooo! ¡Nooooo!
- ¡Agáchate mierda! ¡Agáchate o te quemo! -le
amenazó. Me estaba poniendo nerviosa y provocaba darle
un tiro en la boca para que deje de abrirla.
- ¿Subimos más?
Segundos después nos desplazamos más alto. La
oscuridad completa. Al terminarse el asfalto cogimos un
camino pedregoso. Única vía que podían pasar tantas cargas
149
sin ser vistos. Llegamos a un descampado. Pudimos ver un
letrero que decía: "Cementerio".
Bajé del carro. Fui hacia atrás y abrí la maletera. El
chofer salió tomándose la nuca con ambas manos y mirando
a tierra.
- Al suelo -dije; mientras yo le apuntaba con la
metralleta. Rodrigo dejó la pistola a un lado y empezó a liar
sus manos, bajándole los brazos detrás de la espalda; luego
los pies y al final le colocó una venda en la boca.
Antes de irnos le advertí:
- Si te encuentran por aquí; ni nos menciones. Jamás
nos viste. Jamás. Sino -y le puse el cañón cerca a la cabeza
mientras que aquel cobarde cerró los ojos y comenzó a
temblar.
- Déjalo ya. Vámonos -le dije a Rebeca.
151
guinda o no se que color de mierda se había puesto en la
tutuma. Con alhajas y todo.
- ¿En que le puedo servir?
- Ayúdeme a llevar mis paquetes a mi auto
- Ah sí, perdone.
Y muy acomedido me acerqué a coger sus paquetes y
llevárselo colocándolos dentro de su auto, un Renault plata
precioso.
- Es que estoy renovando mi servicio y por eso estoy
sin empleada por estos días. Gracias jovencito.
- No hay de qué señora.
- ¿Y usted? desde cuando trabaja aquí
- Hace dos años
- ¿Sabe algo de refacciones eléctricas?
- Un poco
- ¿Y de dónde?- inquirió Leonardo
- Por lo menos donde estudié me dieron esos cursos
básicos. Y me dediqué a cachuelear en eso algunas veces.
Aunque no me gustaba, por eso lo dejé.
- ¿Está seguro?
- Conozco algo señora
- Si desea ganarse algo venga a mi casa uno de estos
días, que deseo reparar unas cosa.
152
Me dio una dirección, en Miraflores, cerca al
malecón. Tenía unos aires aristocráticos; la ñorsa. La vi partir
y me dije que mis ruegos habían sido oídos.
Un sábado me propuse ir temprano. Cogí algunas
herramientas que las tenía empolvadas y me dirigí hacia allá.
En donde vivía, las casonas eran antiguas, pero reservaban
ese encanto de los antiguos señoríos. Me acerqué hasta la
calle y poco a poco fui leyendo los números de las casas
hasta que di con ella. Tenía un bonito jardín fuera y unas
rejas enormes. Toqué el timbre y por el intercomunicador
me preguntaron qué quería y dije que buscaba a la señora
Enriqueta de Orbegoso; y era de parte del joven que le cargó
los paquetes en el centro comercial. Poco después me abrían
la reja. Era una joven provinciana que dijo:
- La señora espera
Al ingresar detrás de ella pensé que algo debo
llevarme pa' lo del asunto del chiquilín, y es que al margen de
lo que puedan decir yo esperaba un machito y el nombre se
me había cruzado varias veces por mi cabeza.
- ¿Cómo está joven Pedro? Qué gusto verlo de
nuevo
- Señora de Orbegoso -el placer es mío- estrené
hipócritamente la mejor de mis sonrisas.
- Florencia. Anda donde la costurera y me traes lo
que le encargué hacer.
- Ya mismito voy señora
Mientras que la mujer mandaba a la criada yo me
quedé observando los cuadros que estaban colgados en las
paredes de la sala. Acerqué mis ojos a uno de ellos y decía
153
Sabogal y otro de una tal Camino Brent ¿quién diablos sería
ese? seguramente le habría comprado a uno de esos que
venden en el óvalo de Miraflores. Una enorme araña colgaba
al centro de la sala. Los sillones tapizados de azul metálico,
el piso con una alfombra donde te hundías suavemente.
Plata es lo menos que le falta.
- ¿Y bien joven? El problema que tengo es que se
para apagando las luces en el momento que uno menos se
imagina. Y ojo que esto no es por los atentados de torres ni
nada. Debe ser de aquí.
- Debo revisar la llave general señora. ¿Dónde está?
- Déjeme pensar. Creo que en la cocina
- ¿Puedo ir a ver?
- ¿Se insinuó la señora?
- Me comporté como un puto, viejo
- Claro. Para eso le había pedido que venga. Siga ese
camino.
Y yo me fui para la cocina. Allí abrí la llave principal
y dime cuenta que los fusibles eran muy delgados, para
soportar la tensión de la corriente utilizada; entonces los
cambié por unos más resistentes.
- Ya terminé señora
- Allá en mi dormitorio también tengo otro
problema. La lámpara de noche.
- Te matas demasiado Perico. Deberías descansar-
dijo Clara
154
Me fui hasta su cuarto y allí me dejó unos minutos
mientras revisaba la lámpara. La cama era enorme y era bien
ostentosa. Desarmé la lámpara, y la volví a armar. El
mecanismo de encendido fallaba pero bastó un ajuste para
que empezara a funcionar. La señora apareció con una bata
bastante atractiva que se me hizo un ¡Glup! Traía una
bandeja con una botella y dos copas.
- ¿Y cómo está eso?
- Ya lo reparé. Mire como enciende.
- Eres muy bueno Pedro.
- Siéntate.
- Gracias señora
- No me digas señora. Me hace sentir demasiada
vieja. Dime Enriqueta
- Bueno gracias Enriqueta
- Así que me senté en el borde de la cama. Ella me
sirvió una copa de vino y comenzamos a conversar. Cruzó
las piernas y la bata se le chorreó. Realmente no estaba nada
mal. Luego comenzó a decirme que se había casado dos
veces, y que el primero murió en un accidente y lo amó
demasiado; luego el segundo que no duró mucho tiempo y
que desde hacía años estaba muy sola. Y sin querer sirve que
te sirve, ya nos habíamos mandado la botella y ambos nos
pusimos eufóricos.
- ¿Y tú Pedro?
- ¿Yo qué?
- ¿Tienes a alguien?
155
- Bueno sí. Se llama Clara. Vamos a tener un hijo
- Debe ser bello eso. Nunca pude tener uno.
- Será bello, pero es bastante responsabilidad.
Ella reía.
- ¿Qué sucede?
- Creo que me duele la cabeza.
- Me iré señora
- ¡No! no te vayas
- Puso una mano en mi mejilla. Me quedé mudo
- La tía si que estaba angustiada
- Hace tiempo...hace tiempo -y se iba acercando- no
estoy... con un hombre...
- Y ¡Zas! ya me estaba jeteando. Y no sabía que
responder y además tenía el licor bien subido y hacía tiempo
que no lo podía hacer con Clara por la barriga y entonces
que se me paró todititito. Minutos después estábamos
tirando de lo más rico.
- ¿Y después?
- Me quedé dormido
Al despertar, volteo a mirar al costado y noto que
ella me observa. Se había tirado un "polvo" como nunca.
Sobresaltado me puse de pie rápidamente y comencé a
cubrir mi humanidad toda con mis trapos.
- ¿No te gustó?
156
- Estee...señora...no es que me haya gustado... es que
está mal. Yo tengo mujer y ya le puse esas cositas en la
cabeza
- Qué bien Perico. Con esto podré seguir comprando
más cositas para el bebe. Soy tan feliz contigo
- No seas tonto. Sólo contigo ha sido satisfacer un
deseo de hace tiempo.
- Me tengo que ir
- Espera
Se acercó a donde estaba su cartera y sacó el dinero.
- Esto es por tu trabajo
- Y me soltó un billetote grande
- Y esto es un obsequio por haberte portado bien
conmigo
- Un polillo viejo, un polillo de la peor especie
- No puedo aceptar...; si no fuera porque tengo
necesidad
- No seas tonto llévale a tu mujercita
Cogí mis cosas y un poco cabizbajo me salí del
dormitorio. Ella me llamó y dijo:
- Esto queda entre nosotros
- Sí, eso espero
- ¿Puedes venir otra vez?
157
- No sé...no sé
- Si me das lo que quiero...ya sabes... puedo ser
bastante generosa contigo.
- Adiós señora
- Adiós Pedro
- Me ardía la plata en el bolsillo don. Sí que me ardía.
Era como si hubiera perdido la virginidad. Me remordía la
conciencia. Lo peor es que me había gustado. No lo podía
negar no lo podía negar.
- Eres un santo Perico. Buscando cualquier cosa para
tu mujercita...cualquier cosa...-dijo Clara al ver el dinero.
- Un canallita ¿no Perico?
- Cuando me recuerdo me viene aguijones a la
conciencia.
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Capítulo XVII
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- El plan avanza sin contratiempos -señala Rebeca
- Tenemos que informar algo de último momento -
expresó Basualdo-. Ha habido cambios inesperados. Lo ha
decidido el comité del partido
- ¿A qué cambios te refieres? -inquirió Rebeca
clavándole los ojos al encargado de la casa de seguridad del
partido.
- La operación continúa. Lo que ha sido modificado
es el punto de ataque. Aunque parece que es a pocos metros
del anterior.
- ¿Cómo lo sabremos? -pregunté con insistencia
- Lo sabrá usted camarada cuando hablen con el
primer contacto de mañana.
- ¿Estaban locos esos? Meterse con tanta gente
inocente. -exclamó casi indignado Perico-. No te imagino ser
parte de eso Leo.
- Tienes razón -dije
Al día siguiente en la hora convenida partimos hasta
el punto. No había podido dormir esa noche que fue la más
larga de mi vida. Llegamos a San Isidro; avenida Canaval. La
seis y treinta y estacionamos en una zona de aparcamiento.
Pasó un patrullero por nuestro lado. Ni una sola sospecha.
- Yo bajo -dijo Rebeca- Caminó hasta un puesto de
periódicos. Allí habló unas palabras con el mensajero del
partido y volvió.
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- ¿Fue en el Centro Comercial de San Isidro? Vaya
esto me sorprende. Aunque yo trabajé en otro, en el de
Miraflores.
- Debió haber sido terrible -señaló Jacinto.
- No puedo aceptar eso -exclamé
- ¿Estás loco? No puedes detenerte ahora. El partido
quiere más impacto. Ayer mostraron esos perros de la
DINCOTE a quince camaradas por la televisión. El golpe
debe ser contundente, brutal. Hay que quemarle las plantas a
la reacción.
- Causaría muchas muertes. Tú lo sabes mejor.
- Lo sé. Pero las órdenes no se discuten; se acatan.
- Yo no voy Rebeca.
- ¿Qué te sucede ahora?
- No estoy de acuerdo simplemente
- Y crees que después de haber participado en todo
este plan te puedes tirar para atrás
- Lo siento Rebeca. No puedo.
Sacó la pistola apuntándome dijo:
- Avanza hasta el otro punto
- ¡No te creo capaz!
- ¿Crees que no? -y rastrilló el arma
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- Tuve que salir del estacionamiento y avanzar hasta
una calle que daba de frente a la comercial. Desde allí
teníamos que disparar si aparecía la policía.
Cinco minutos para las siete de la noche. Hemos
llegado. El centro comercial se halla ubicado en una
esquina. Mis ojos se clavan en la gente que camina por allí.
Son muchos debajo de una fuerte iluminación. Los neones
de los letreros de los comerciales le dan a la noche un tono
festivo. Veo mujeres y muchos niños que salen del centro y
los carritos de mercaderías son llevados cerca de los coches
estacionados en la playa de la comercial. Timoteo se acerca
con el otro coche. Tiene que pasar por nuestro lado.
- Lo lamento Rebeca. No puedo participar
- ¡Eres un cobarde!
- Mátame si deseas pero tendré que impedir esta
carnicería.
- Abrí la puerta del carro y me apeé.
- Por lo visto, ella no tuvo el valor para matarte –dijo
Jacinto.
Dentro de la playa ya está el otro carro. Piensa
rápido Leo, tienes que detenerlos. Allí veo el otro carro
estacionado. Un Daewoo donde está el grupo de
contención. Salí hasta la entrada y no me di cuenta que se
acercaba una pareja de policías.
¿Qué hace ese idiota? pensó Timoteo. Estaba en la
entrada de la playa y sacó la cabeza por la ventanilla del
Toyota, gritando:
- ¡Retírate de allí!
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- ! ¡No lo haré! ¡No entrarán!
Rebeca no atinaba a nada. Estaba confundida.
Timoteo sacó el revólver y al ver que hacía eso extraje la
pistola que cargaba. Sentí en ese instante que se incrustaban
en mi cuerpo muchas agujas. Volteo a ver y son unos
policías que rodilla en tierra disparan
- ¡Alto carajo!
Rebeca bajó del coche y les echó una ráfaga que los
tumbó como muñecos. Timoteo sintió las sirenas de la
policía y tuvo que salir de allí furioso.
- ¡Perro traidor! -vociferó Timoteo
El auto del grupo de contención salió presuroso. Se
detuvo al lado de Rebeca que sostenía mi cabeza
ensangrentada y ella al verlos dijo:
- ¡Súbanlo!
- ¡Es un traidor!
- ¡Súbanlo imbéciles!
Uno de ellos bajó y llegando hasta donde estaba me
cogió del brazo y con Rebeca me subieron al coche.
Empezaron a llover las balas y Rebeca soltó también el
plomo de su arma.
- ¡Explotará el auto! ¡Vamos! ¡Vamos!
El auto arañó la acera al salir aceleradamente.
Segundos después oyeron detrás una estruendosa explosión
que hizo volar los vidrios de la comercial y de los edificios
aledaños. La policía no pudo seguirlos porque la pista fue
cubierta por llamaradas de fuego. Los gritos se oían a cientos
164
de metros de allí. Los bomberos llegaron minutos después
para contener el incendio de algunos autos de la playa
- ¿Por qué le trajimos? -inquirió Anastasio-Pudimos
haberlo matado.
Su presencia daría muchas pistas -dijo Rebeca, que
sostenía mi cabeza, en el asiento trasero. Mi respiración era
dificultosa.
Anastasio volteó y dirigiéndome una mirada
fulminante vociferó:
- ¡Traidor! ¡Traidor! El auto no explotó donde
establecimos.
- Se está muriendo –dijo Rebeca.
- En ese momento pensé que había hecho lo
correcto.
Apreté con fuerza las manos de Rebeca
- No podemos estar todo el tiempo con este traidor
–dijo Juan Carlos que iba al timón.
-Lo dejaremos en una playa, ya que estamos yendo
para el sur. Fuera de Lima -propuso Anastasio- . Pero
muerto, bien muerto.
En la dirección a Pucusana, tomamos una entrada
hacia el mar.
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- ¿Cómo lo descubriste?
¿Dónde esta mi maletín de trabajo? ¡Que idiota! Lo
dejé en la oficina del licenciado. Me volví hacia la oficina de
aquel. La puerta estaba abierta así es que entré. En ese
instante vi que el licenciado cogía mi solicitud y la rompía.
Al notar que yo estaba allí, enmudeció unos segundos; para
luego vociferar:
- ¿No sabe usted llamar para ingresar a una oficina?
- Usted jamás pensó en ayudarme -le dije con ira
contenida
- ¿A que se refiere?
- Había olvidado mi maletín. Por eso regresé. ¿Por
qué hacerme preparar una solicitud que nunca iba a servir?
- No le comprendo
Me acerqué al escritorio y le quité de las manos casi,
la solicitud rota.
- ¡Me refiero a esto! ¡A esto!
- ¡No grite!
- ¡Grito cuando quiero!
- ¡Fuera de esta oficina miserable!
- Me voy - y me iba acercando-.Me voy de esta
oficina. Me voy porque usted apesta licenciado.
- Es usted un pobre diablo Pedro Angulo. Me
importa un comino su problema, su mujer, y su hijo.
- ¿Y qué hiciste?
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- Le rompí el hocico.
Cayó para atrás. Reaccionó rápidamente tocándose la
boca y un hilillo de sangre recorría la comisura de sus labios.
- ¡Está despedido! ¡Está despedido!
- No le voy a dar ese gusto licenciado. Yo me voy.
¡Renuncio! ¡Renuncio!
Abrumado por todo lo sucedido; no le conté nada a
Clara para no preocuparla. Salía todos los días como si fuera
a trabajar. Pensándolo bien, creo que no debí perder el
trabajo; al fin y al cabo era el único empleo que tenía.
- Ese día que llegué en la tarde a casa me encontré
con la secretaria del licenciado ése.
Clara le había servido un café. Cuando entré, ambas
me quedaron observando por un instante. Al acercarme más
noté que Clara había llorado.
- ¿Cómo está Pedro?
- Ya usted ve señorita. Mal.
- Lamento interferir, pero pensé que su esposa sabía.
- No quería preocuparla en ese estado.
- El licenciado fue injusto con usted. Me dio tal
coraje su actitud que tuve que ver al gerente general. El es
muy buena persona. Le conté lo sucedido y llamó al
licenciado. Este aceptó que había cometido una falta con
usted. Puede volver al centro comercial.
- ¿No me está mintiendo?
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- Claro que no. Preséntese mañana. Es más, le darán
el adelanto que solicitó.
Caramba y yo que había perdido la fe en la gente,
pero uno se equivoca también ¿no Jacinto? Esa mujer es una
santa caracho.
- Hay poca gente como esa -opinó Leonardo.
Luego que se fue aquella bondadosa mensajera, lloré
largamente y mi Clara no dejaba de consolarme. De veras
que me llegó al bobo.
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- No sé.
- Guillermo, espero que me hagas un favor.
- El que quieras Jacinto. Para eso somos amigos.
- He estado metido en una serie de investigaciones
sobre violaciones de derechos humanos de mucha gente,
principalmente campesinos.
- Sé algo de eso. Eres valiente para meterte con los
militares. Sabes que esos son una basura. Claro, no todos.
- Eso creo. No todos. Hay gente que está en
desacuerdo con la barbarie y son de allí mismo, de dentro.
De allí me han dado esas informaciones.
- ¿Se podría saber quienes?
- Sería peligroso si revelara quienes son mis
informantes Guillermo. Espero que me entiendas.
- Claro que sí.
Otra vez me han comenzado a golpear. Caía sobre la
arena mojada y volvía a levantarme. Sentí el chasquido
doloroso cuando me partieron la nariz y comencé a sangrar.
- ¡Habla hijo de puta! ¿Quién fue el soplón? ¿Quién?
Negaba con movimientos de cabeza y otra vez me
golpean con dureza.
- ¡Déjenme que yo hago hablar a este sarnoso! -grité;
y cogí del cuello de la camisa a Torrealba. Ya le habíamos
atado los brazos por detrás. Entramos al mar hasta donde el
agua se nivelaba con nuestras cinturas y hundí su cabeza
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mientras el miserable trataba de zafarse. Luego de un minuto
saqué su cabeza.
- Vomitaba agua salada. Era desesperante
- ¡Qué salvajismo por Dios! -exclamó Perico
- ¡Habla perro! ¡Habla! ¡El soplón, quién fue el
soplón!
- ¡No lo sé! Nunca me dijo su nombre - y pienso que
aún si se los dijera estos miserables me van a matar.
- ¡Ya está aflojando éste conchasumadre! ¡Húndelo
otra vez! -ordenó el Coronel
Otra vez sumergen mi cabeza y mi cerebro está a
punto de reventar. Por lo menos estoy seguro que estos
asesinos me van a seguir recordando si muero.
- Guillermo, aquí te dejo la copia de todo el resultado
de mis investigaciones; con detalles de quienes dirigieron
operativos para exterminar algunas comunidades del campo.
- ¿Y qué hago con él?
- Si me sucede algo lo enviarás a las instituciones
cuyas direcciones están en este sobre.
- Me lo dices como si fueras de verdad a morirte. -
profirió Guillermo.
- El informe es muy completo. Vaya que quería
hundirme el desgraciado ese.-expresó el Coronel.
- Qué hermoso submarino -exclamó Gavilán.
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Agitaba mi torso, pisaba fuerte contra el fondo para
soltarme, pero era una fuerza superior a la mía. Sacan mi
cabeza otra vez y vomito un chorro, ahogándome, tratando
de tomar aire en medio de silbidos asmáticos.
- ¡Habla Torrealba!
- Ya les dije... ¡no lo sé!
Y otra vez le hemos hundido la cabeza pero por más
minutos y cuando le hicimos emerger, nos dimos cuenta que
estaba muerto. Le arrastramos a la orilla.
- No tiene pulso -dijo el Teniente, que se había
arrodillado a verificar si aún vivía.
- ¡Así tenías que terminar conchatumadre! -gritó uno
de ellos- y me incrustó un patadón rompiéndome las
costillas.
- Traigan una pala y empiecen a cavar. Hay que
enterrarlo pronto- dijo el Coronel
Prepararon el hoyo metros más allá y luego de
arrastrarme me depositaron allí. El Mayor cogió su pistola y
acercándose al borde del hueco me disparó a la cabeza.
- Larguémonos de aquí -ordenó el Coronel.
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Capítulo XVIII
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- Qué Leo, que amor mío...qué...
- Que estás loca...estás loca...
- Puede ser -dijo. Se puso de pie y disparó varios
tiros al lado de su cabeza sin atravesarle. Viró hacia el auto y
Rebeca comenzó a correr hacia su mundo.
- ¡Yo hubiera querido perforarlo! -exclamó con
desprecio Anastasio. Cogimos nuevamente la carretera y nos
perdimos en la azulada noche que cubría nuestra retirada.
- La camarada no tuvo valor para matarte -dijo
Perico-. ¿Y volvió?
- No lo sé. A veces, cuando escucho ruidos de motor
pienso que puede ser ella, pero no es así...-dijo melancólico.
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El Coronel lo leyó con avidez. En verdad era un
informe completo.
- ¡Diablos! ¿Cómo lo obtuviste?
- De la manera más fácil. El me la dio.
- Reconozco que eres hábil Guillermo.
- Gracias cuñado. Espero que más adelante me
retribuyas el favor.
- Con creces Guillermo. Con creces. Mi ascenso a
general de brigada es un hecho. Un hecho.
Mariella ingresó en ese instante.
- ¿Quieren que les prepare café?
- Claro que sí querida-dijo el Coronel
- También yo quiero hermana.
Volvió con el café. Mientras lo servía se oyó una
detonación y los hijos del Coronel entraron corriendo,
bastante asustados. Al ver a su padre se abalanzaron y este
los cobijó llenándoles de besos.
- No se asusten hijos. Esto terminará algún día.
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EPILOGO
FIN
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