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J ua n M a l p a rt i d a

GERALD BRENAN EN EL
LABERINTO ESPAÑOL
Residente en La Alpujarra de 1919 a 1934, Gerald Brenan deja España
durante la Guerra Civil y, como buen partidario de la República, no regresa
a vivir en la tierra de sus amores hasta los cincuenta. Autor de una serie
larga de libros sobre España, sus gentes y paisajes, sus letras y su historia,
su mirada ilumina con clarividencia el “laberinto español”.

G
erald Brenan (Malta, 1894-Alhaurín el Grande, Málaga,
1987) ha sido uno de los escritores ingleses del siglo XX más com-
plejos en su lucha por formalizar su obra. Fue poeta, novelista,
ensayista literario, historiador y memorialista, pero quiso ser, sobre
todo, poeta y novelista, sin conseguirlo a pesar de sus denodados esfuerzos y
de los buenos momentos de algunas de las tres novelas que tellana) hay que sumar la biografía Juan de la Cruz (1973) y el
publicó. En cambio, sin habérselo propuesto nunca de manera erudito estudio sobre la copla. Sabemos, gracias a su biógrafo Jo-
profesional, resultó ser uno de los más grandes hispanistas: obras nathan Gathorne-Hardy,1 que dedicó muchos años a investigar
como El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de una gran la persona y la obra de Teresa de Jesús, pero no logró escribir su
tragedia: la Guerra Civil (1943; en España, 1962, Ruedo Ibérico, biografía y, finalmente, quemó todos los numerosos materiales.
París), Al sur de Granada (1957; en España, 1974) e Historia de la Es curioso que, siendo un especialista en la materia, pasara
Literatura española (1951; en España, 1984), pueden considerarse tan deprisa sobre la figura de la gran escritora mística en su
aportaciones ejemplares en su género. Sin embargo, a pesar de mencionada historia de la literatura española.
su erudita y lúcida incursión en la historia de España, no volvió La complejidad de Brenan es de orden biográfico, porque
a retomar el tema, salvo de manera mucho más liviana, aunque los diez libros que publicó (exceptuando las mencionadas no-
con observaciones valiosas, en La faz de España (1950; en Espa- velas) son el testimonio culto, cuando no claramente erudito, de
ña, 1996), resultado del viaje realizado con su esposa, la poeta una mente ordenada y lúcida; es más: de un verdadero escritor
norteamericana Gamel Woolsey, por algunos lugares españoles en el que se alían la imaginación y el rigor. Por otro lado, pocos
en 1949, antes de establecerse definitivamente en nuestro país. ensayistas e historiadores han escrito tan bien, y pocos han
Su interés por la literatura española fue, quizá, más constante: a tenido una cultura tan completa. Cualquier lector de La faz de
la importante obra mencionada (que en inglés es en realidad España puede observar que a sus dotes de observación de la vida
Historia de la literatura del pueblo español, ya que se remonta a la cotidiana suma conocimientos de historia y literatura, pero
literatura latina realizada por autores nacidos en la Península
y abarca la producción en gallego y catalán, además de la cas- 1 El castillo interior, El Aleph, Barcelona, 2003. Tomo varios datos de este valioso libro.

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también de geología y botánica: el campo de Brenan no es un interioridad inaccesible y enigmática, pero, hombre dual, otras
lugar donde hay accidentes geográficos, cultivos y árboles, de lo impulsaban hacia la plaza pública, hacia el presente de la
manera genérica, sino que conoce al detalle toda su variedad y historia. Se aisló durante varios años en una gris aldea de las
características. Lo diré con otras palabras: Gerald Brenan es un Alpujarras, huyendo de su familia y de la mentalidad eduar-
verdadero ensayista, un espíritu libre, alejado de lo académico diana, que arrastraba los atosigantes modos victorianos, pero leía
pero no del saber. Su perspicacia y capacidad para unir la idea a Gibbons, Bertrand Russell y Virginia Woolf, además de al cas-
al ejemplo, para comparar periodos distantes u obras de cultu- tizo Menéndez Pidal. Si los románticos solían ser progresistas
ras aparentemente separadas es reveladora y admirable. Por otro o reaccionarios, Brenan difícilmente encaja en ninguno de
lado, fue un hombre tocado por un refinado escepticismo, ade- estos marbetes. Tras el estallido de la Guerra Civil se marcha a
más de ser ajeno a toda actitud maniquea, cualidades éstas que Inglaterra, pero no se entrega a escribir una novela heroica so-
han otorgado a su obra un lugar alto y una mínima influencia, bre la pasión constructiva/destructiva de los españoles sino un
salvo, es cierto, en algunos historiadores ingleses, como Raymond erudito estudio histórico con el que quiso explicar y explicarse
Carr y Paul Preston. Entre los españoles, a pesar de cierta re- ese estallido sangriento. No obstante, a cierta pregunta de
tórica sobre su figura, apenas si encontramos huellas de su Raymond Carr contestó que no era la historia sino la novela la
presencia, quiero decir, de sus libros. En parte se ha debido a lo que podía acceder a la verdad, pensando tal vez en que un his-
tardío de su publicación en España, algo que no siempre se jus- toriador puede ser discutido y refutado por otro respecto a cier-
tifica por la censura franquista ya que es, una vez más, prueba tos hechos pero el novelista, digamos Tolstoi, por el que sentía
de cierta dejadez e indiferencia. Torrente Ballester, que prolo- gran admiración, no puede ser refutado: logró perdurar gracias
gó en 1984 la edición española de Historia de la literatura española, a que en sus mejores momentos supo mostrarnos un pedazo irre-
le rinde un discreto homenaje, pero aclara que él no la recomen- ducible de la realidad, fuera la Historia (La guerra y la paz) o el
daría como libro de texto (asomando, a pesar del elogio previo, espíritu atribulado de una enamorada fiel a su fatalidad (Anna
la mirada académica que supone mera opinión o extravagancia Karenina). Aunque debo hacer hincapié en que esta respuesta
los trabajos que no se adaptan a la árida y estéril tradición hay que entenderla también en el orden biográfico: Brenan, gran
profesoral al uso). Julio Caro Baroja, que fue amigo suyo, admirador de Pérez Galdós, estaba escribiendo una inmensa
apenas si dice nada de él en su libro de memorias Los Baroja... novela, Segismundo, basándose en la amplia investigación que
¿Para qué seguir? había llevado a cabo, pero, como tantos otros trabajos suyos,
Casi por inercia, se habla de la visión romántica que Gerald fue sometido al fuego purificador, y al parecer con el mejor
Brenan tuvo de España. De hecho, hay razones para pensarlo: de los criterios.
Brenan fue un apasionado lector de los románticos ingleses y El mismo Brenan dijo de sí mismo que era un romántico en
franceses, y, en cuanto a la historia se refiere, en todos sus libros cuanto a las ideas y sentimientos y un clásico en cuanto al estilo.
lo vemos referirse al espíritu de los pueblos (ciertamente, a la Es decir: un romántico rectificado. Ese estilo no fue mera cás-
Fichte). Aunque es obvio que amaba el paisaje español y gus- cara o retórica sino una actitud mental y espiritual no menos
taba de sus gentes, no tuvo nunca una noción idealizada de los potente que la que informaba a su romanticismo. Brenan sentía
españoles, como de ningún pueblo. Le gustaba pensar, con poca atracción por la vida ordinaria y burguesa (en la que se
Napier, que los españoles tienen más virtudes y menos vicios crió); era idealista y, siguiendo el manifiesto de Walden de Henry
que otras gentes pero que sus virtudes suelen ser pasivas y sus Thoreau y el ejemplo de Rimbaud, se escapó de casa a los 18
vicios, activos. Los españoles son soñadores y realistas, poco años, recorriendo en invierno y a pie, en compañía de su amigo
introspectivos, impulsivos y honestos, sinceros y destructivos, Hope-Johnstone, y en parte en solitario, Francia, Italia y Yugosla-
independientes, alegres y generosos, tercos y de poca imagina- via: más de 2,500 kilómetros de ascesis y penalidades no ajenas
ción, afirma aquí y allá, pero este tipo de aseveraciones son el a su posterior interés por Santa Teresa y San Juan. Pero Brenan,
resultado de una observación minuciosa de nuestros comporta- lector voraz capaz de no perder su jornada de lecturas ni en las
mientos y de una lectura atenta de nuestra literatura. Brenan no trincheras, leyó, sobre todo, la Decadencia y ruina del imperio ro-
dice que éstas y otras características sean inamovibles sino que mano, una de sus obras recurrentes. Sin duda, aquel gesto tem-
han caracterizado a los españoles hasta ahora. A esto hay que prano, como el hecho de vivir casi la totalidad de su vida fuera
añadir que Brenan vivió, sobre todo, en poblaciones pequeñas, de las grandes ciudades, puede percibirse como un rechazo de
y, como en el caso de Yegen, en una aldea que apenas si había la vida burguesa y una apuesta por los valores del espíritu, es
cambiado en cientos de años. Los otros lugares fueron Churria- decir: por aquella parte de la cultura y de nuestra sensibilidad
na, un pequeño pueblo en la Hoya de Málaga, y Alhaurín el que se relaciona con lo permanente y trascendente. Brenan era
Grande. Pero los retratos y observaciones que nos ofrece en Al ateo, o al menos no creía en un dios, aunque no carecía de sen-
sur de Granada hay que compararlos con las reflexiones históricas sibilidad religiosa. Quizá, si no fuera un anacronismo excesivo,
y del orden de las ideas que lleva a cabo en El laberinto español se podría hablar de politeísmo. De hecho, su relación con la
desde la restauración (1874) al comienzo de la Guerra Civil (1936). naturaleza es ajena a la tradición católica y, hay que decirlo
Ciertas características de su personalidad lo atraían hacia esa rápidamente, opuesto a la actitud española. Aunque algún

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aspecto de su personalidad era irlandés, y de ahí tal vez la in- eso: la clase trabajadora, en gran medida, se había convertido al
mediata simpatía que sintió por lo andaluz –acaso como le ha anticatolicismo (del que participa la tendencia a la blasfemia,
ocurrido a otro notable hispanista, Ian Gibson–, en su devoción esa oración al revés mencionada por Antonio Machado) y encon-
por la naturaleza y por el paisaje era profundamente inglés, y tró en el anarquismo, tanto el obrero industrial catalán como el
esta forma inglesa de ser es una desviación más del cristianismo campesinado andaluz, el sustento de ideales de pureza y de críti-
romano. Para Gerald Brenan la naturaleza estaba llena de dio- ca de los estamentos del poder que necesitaba. Traigo a colación
ses, de revelaciones, además de ser un objeto de contemplación. sólo este aspecto para resaltar la preocupación de Brenan por
El laberinto español es una obra excepcional que, según creo, interpretar la gran crisis española no sólo desde aspectos del
apenas si dejó huella en los historiadores españoles que han tra- orden de las ideas y de los hechos inmediatos, sino de lo que, en
tado el mismo tema: cuando lo citan suelen pasar por encima. ocasiones, sustenta a las ideas y a los hechos. La concepción bal-
Un poeta y novelista, estimado como culto, prometedor escritor cánica de España arriba mencionada se ejemplifica para Brenan
y sagaz conversador por gente como Lytton Strachey, Virginia especialmente en el siglo XIX para desembocar en los palos de
Woolf, Arthur Walley, Roger Fry, Duncan Grant, E.M. Foster, ciego de la Segunda República y, finalmente, en la Guerra Civil.
es decir por lo que se llegó a conocer como el grupo de Blooms- La inteligente descripción y análisis que tan tempranamente hace
bury, debuta con una obra de historiador que marcaría y seña- Brenan –comparable sólo, en su momento, a la expresada por
laría caminos a los nuevos hispanistas ingleses. Brenan participa George Orwell– de la ausencia de entendimiento y tolerancia
de la idea definitoria (pero no definitiva) de Ortega y Gasset de entre las distintas facciones políticas y sociales de la República,
una España invertebrada; la causa es histórica: llamamos Espa- así como de la falta de respeto hacia una idea de Estado, debería
ña a un conjunto de “pequeñas repúblicas, hostiles o indiferen- hacernos reflexionar sobre algunos automatismos de nuestros
tes entre sí, agrupadas en una federación de escasa cohesión”, días, en los que asistimos, tanto desde algunas autonomías como
escribe Brenan. Los antiguos reinos cristianos y las taifas de la desde las insatisfacciones bizantinas de algunos grupos, a la
etapa musulmana habrían seguido alimentando nuestra difícil desvalorización del amplio marco constitucional que los españo-
relación con el vecino, a veces acicateada por el carácter inde- les nos otorgamos en 1978. Son muchos los matices y compleji-
pendiente e indisciplinado del español, amante del terruño dades de esta obra de Brenan, que sólo tomo al paso, pero su
como identidad inmanente antes que de una idea supratribal relectura nos haría, sin dejar de ser soñadores e independientes,
motivada por el deseo político. La ciudad-Estado griega, la más sensatos, tolerantes y sabios, también más optimistas sobre
tribu árabe y el municipio medieval habrían estado viviendo por nuestro presente. No hace mucho se lamentaba otro historiador
debajo de las ideas, en el sentido de las creencias orteguianas, dedicado en parte a nuestros asuntos, John Elliot, de que fuéra-
minando el deseo de trascender las necesidades particulares mos tan pesimistas teniendo sin embargo una realidad política
hacia un fortalecimiento de la idea de nación. y social de la que sentirnos orgullosos (la actual). Creo que Elliot
Para Brenan, la unidad política de España en los siglos XVI y tiene razón, pero yo matizaría su afirmación: somos ciertamen-
XVII era inexistente: bajo un mismo rey vivían media docena de te pesimistas, pero siempre que estemos pensando en los otros:
reinos con sus leyes y Cortes. La unidad la otorgaba en realidad la introspección y el examen de conciencia, como muy bien
la Iglesia, en la que se ampararon en gran medida las libertades supo Brenan, escasean. Pero antes de cerrar este aspecto, no
personales y locales frente a los abusos del Estado y de las quiero olvidar que el autor de El laberinto español pensaba que la
clases altas. También se encargaron de apoyar, a través del derecha pudo evitar la guerra con sólo tener un poco de pacien-
carlismo, en el primer tercio del siglo XIX, los fueros vascos y cia. El comunismo era prácticamente inexistente en nuestro país
catalanes que los borbones habían abolido o minimizado con su en 1936 y los partidos de izquierda habían fracasado, unos con-
giro centralista. Tras la disolución de las congregaciones reli- tra otros. Más tarde, Brenan creyó que la solución para España
giosas y la confiscación de sus bienes en 1835, la influencia de los era una monarquía parlamentaria, con un gobierno socialista
jesuitas franceses se impuso en la península, pero no a favor de que durara un cierto tiempo, sin duda con el fin de que llevara
las clases bajas sino de las pudientes. No tardarían en poseer a cabo reformas sociales inexcusables.
más de un tercio del capital del país. La gente más humilde fue Yo sí aconsejaría a los estudiantes (y a los profesores) que
sintiendo que la Iglesia la había abandonado entregándose a las tuvieran por libro de texto la Historia de la literatura española de
clases medias y altas, poseedoras de las riquezas españolas. Gerald Brenan. No porque esté de acuerdo en todos sus puntos,
Brenan afirma que ahí comenzó el profundo divorcio entre la ni mucho menos, sino porque posee diversos valores que sue-
Iglesia y el pueblo llano causante, en parte, de las agresiones len escasear y que son más importantes que las ausencias o debi-
que, desde los mismos católicos, sufrieran la Iglesia y el clero lidades de éstas o aquellas ideas o gustos. La prosa de esta obra
hasta que la dictadura franquista les dio a éstos protección y po- es admirable: un estilo rápido pero no telegráfico, capaz tanto
deres notables. Las clases trabajadoras, afirma Brenan, habían de ricas descripciones como de conceptos brillantes y claros, y
dejado de ser creyentes mayoritariamente a principio de siglo. apenas sin notas, algo que la descalifica ante el mundo univer-
No extraña pues la constatación de Azaña, ya en los años trein- sitario y que los lectores agradecemos. Es evidente que su autor
ta, de que España había dejado de ser católica. Pero no fue sólo se ha leído la bibliografía de la que habla, y es muy abundante.

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Cosa rara, denota familiaridad con otras literaturas (la francesa, ha aprendido, de la mano de Montaigne, a eliminar o mitigar la
la italiana, la árabe, la rusa), además de con la inglesa. Brenan superstición del pasado. En esto, y no es lo único, tiene algún
argumenta, seduce y nunca es pedante. Leyéndole, nos dan ga- paralelismo con Marguerite Yourcenar.
nas de leer, de releer, de hablar con el prójimo. En fin, bendito Que Brenan inicie su repaso a nuestra literatura con los perio-
sea por haber escrito la más útil de todas las historias de la lite- dos romano y visigodo, seguidos inmediatamente por el árabe,
ratura española que conozco, y por una doble y noble razón: ama explica de algún modo la noción que tuvo de la literatura como
la literatura y logra hacer que sus obras sean, por muy lejanas vasos comunicantes más allá de las lenguas. Gerald Brenan
que estén en el tiempo, contemporáneas nuestras, incluso aun- sintió pasión por la literatura realista y por la novela decimonó-
que sea para rechazarlas. Por otro lado, acompañando a Brenan nica: no le conmovieron las vanguardias, aunque se interesara
se aprende, aunque no siempre se compartan los juicios, a rela- por la obra de Joyce. La poesía épica y la picaresca (intentó
tivizar los valores canónicos. No al modo de Pound, que tenía varias novelas inspiradas en el vagabundeo pícaro) le acercaban
la mala educación y la vanidad de tutearse con Homero y Dan- al dato concreto y primario de la existencia. Ese tono estoico,
te, sino con la actitud de un apasionado lector de Historia que poco dado a ensoñaciones o, si se dan, rápidamente rectificadas
por los hechos, es el que amaba y el que le hace va-
lorar al Arcipreste de Hita por haber hablado del
amor no como debía de ser sino como lo veía sin
traicionar su experiencia: “una poesía en la que la
vista y la inteligencia se mantienen en asociación y
en la que hay poco sitio para lo ingenuo y lo inocen-
te”. Poco más adelante, en una nota, nos encontra-
mos unos de esos saltos magníficos de Brenan al
comparar el libro del Arcipreste con una de las no-
velas italianas que más le gustaban, La conciencia de
Zeno, de Italo Svevo, obra con la que solía poner a
prueba el gusto de sus amistades. Esta Historia... es
rica en deducciones generales a partir de una obra
o de un conjunto de obras. Por ejemplo, al repasar
a Jorge Manrique, que le parece el clásico ejemplo
del poeta menor que por un conjunto de circunstan-
cias afortunadas da forma exacta a lo que aproxima-
damente estaban diciendo todos sus contemporá-
neos, se separa un poco y afirma: “La nota elegíaca
es rara en la poesía española, que procura eludir
todos los temas íntimos con excepción del amor y
hasta trata éste de manera un tanto impersonal.” No
es casualidad, añado por mi cuenta, que Antonio
Machado, quien tenía a Manrique “en su altar”, sea
uno de esos elegíacos (ni que en cierta poesía actual
de tono realista, cercana a la experiencia, se halle el
elemento nostálgico aunque, en cambio, la intimi-
dad esté tratada como un cliché). En Machado hay
nostalgia pero no verdadera intimidad; para encon-
trarla, en España y en nuestro siglo, hay que acudir,
sobre todo, a Cernuda y Jaime Gil de Biedma. Pero
volvamos a Don Geraldo. Allí donde los profesores
pondrían ochenta pulcras notas y los alumnos y lec-
Ilustración: LETRAS LIBRES / Justo Barboza

tores en general acabarían odiando al Arcipreste y


sus trotaconventos, Brenan, con la elegancia de
quien sabe la nota que toca, nos recuerda que el te-
ma de Manrique es un recurso manido de la Edad
Media, notable en la Chanson de Roland y en el poe-
ma de Villon Ballade des dames du temps jadi, pero, re-
macha, “el poema de Villon tiene una mordacidad

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que lleva a Baudelaire y a la poesía personal del siglo XX”, mien- nan, a pesar de que no saca las debidas consecuencias, no pare-
tras que el poema de Manrique es “resignado y sentencioso”, ce ignorar esa dimensión: libro escrito “con la pluma de la
restando importancia a la enfatización de la vida, asunto habi- duda sobre el papel de la convicción [...] puede casi decirse que
tual en el estoicismo popular español. el autor lo escribió en colaboración con sus lectores”. He aquí
Antes de valorar otros aspectos de su lectura de la literatura la tan cacareada “obra abierta”.
española, no puedo dejar pasar algo que he mencionado antes Me entregaría con gusto a la cita y la paráfrasis, pero quizás
en el Brenan andarín y viajero: el profundo conocedor y obser- es ya suficiente para mostrar, siquiera sea al sesgo, el valor de
vador de la naturaleza y el paisaje. ¿Qué crítico, y no digamos esta obra. Con todo, aunque sea para cerrar el libro, quiero
ya historiador, nos dirá, tras recordarnos que Ausias March abrirlo una vez más. Brenan, admirador del Guzmán de Alfarache,
nace en la pequeña y blanca villa de Gandía, lo siguiente?: señala que “Guzmán es Charles Chaplin visto por un ministro
“Es decir, en un paisaje de naranjos y palmeras, con el azul Me- calvinista del siglo XVI”. A Boscán, afirma, excelente prosista
diterráneo batiendo la baja playa y los montes rosados y violetas que no tenía el don de la poesía, cabría compararlo en su papel
recortándose a lo lejos en el horizonte”. Lo curioso es que esa introductor en el siglo XVI con el de Ezra Pound para la lengua
descripción jamás la hubiera hecho March, pues “nunca inglesa y el primer tercio del siglo XX. Si bien la naturaleza apa-
menciona a la naturaleza como no sea en sus aspectos siniestros rece en la literatura española como escenario o telón de fondo,
y nunca describe tampoco el aspecto de su dama. Sin duda, su con connotaciones de soledad o de tristeza, en Juan de la Cruz
puritanismo se sentía ofendido por la belleza demasiado paga- halla una familiaridad real con su belleza. ¿Y Góngora? El
na”. Sus reflexiones sobre la literatura de los siglos XVI y XVII, autor de las Soledades fue guiado, sobre todo, por su sensibilidad
aunque a veces injustas por lo limitado (Quevedo, Gracián), son y no cree el ensayista inglés que tuviera ideas conscientes al
valientes y penetrantes: de hecho, hay algunos pasajes que respecto. No fue Rousseau ni Wordsworth: no podía creer en la
podrían ser temas de variados ensayos, si hubiese buenos ensa- unión con la naturaleza salvo como una parte de la poesía per-
yistas. Si en algún momento señala que el natural estoicismo dida en la infancia y que el poeta adulto apenas vislumbra: Gón-
español adopta una forma sentenciosa, aquí afirma que ese mis- gora levanta ante la naturaleza una lengua artificial en la que la
mo carácter acompaña a “cierta sequedad de la imaginación”, a visión de la divina inmanencia (pagana) habría sido sustituida
diferencia de lo que ocurre en la literatura inglesa, en la que la por una estética y una poética: el poema “es una interpretación
imaginación es central. Para Brenan, de todas las literaturas más de esa búsqueda incesante: la recherche du temps perdu”.
europeas, la española es la más homogénea. La explicación se De las muchas consideraciones de Brenan sobre el ser y el es-
apunta apenas: de manera general, esas obras expresarían más a tar de los españoles, sobre sus ideas, formas y creencias, no se le
un pueblo que a un autor, porque éste habría estado interesado, escapó, viniendo de una cultura como la inglesa y siendo tan buen
sobre todo, no en expresar una cultura o un conflicto individual lector de la francesa, que “un rasgo de la literatura española que
sino un determinado mundo moral: una sociedad. debe llamar la atención de cualquier lector es la carencia de car-
Es ya una vieja disputa dirimir entre la Celestina (1499) y el tas, diarios, memorias de carácter personal y biografías”. Es cier-
Quijote (1605) a la hora de situarlas en lo más alto de la novelís- to. No fue su caso, precisamente: a ese libro cimero, mezcla de
tica española. Brenan se inclina hacia la obra de Fernando de descripción etnológica, estampa y memoria que es Al sur de Grana-
Rojas por considerarla más perfecta, algo indiscutible. Al com- da, hay que sumar Una vida propia y Memoria personal (1920-1970).2
pararla con algunas obras de Shakespeare, observa que los per- De creer a Jonathan Gathorne-Hardy, y hay buenas razones para
sonajes del autor inglés son más vastos que la vida misma. Sha- hacerlo, su obra epistolar, tres o cuatro veces más amplia que su
kespeare se entrega a su desbordante imaginación creando fi- obra publicada, es de un valor tan alto como lo ya conocido, ade-
guras que “sólo pueden vivir en su propio mundo”; De Rojas más de que tiene el doble valor de incursionar en su compleja
nos muestra a personajes sin un carácter determinado porque personalidad (el laberinto Brenan) y de explayarse, y uso bien el
han sido devorados por la pasión, “una fuerza catastrófica más término porque algunas de sus cartas tienen cincuenta o sesenta
poderosa que ellos”, y esa operación de mostrarlos a través de páginas, sobre mil temas no tratados en sus libros. En un diálogo
aquello que los consume los perfila desde una realidad irrecu- mantenido con alguien que le sale al paso en su viaje por España
sable que parece habérsele impuesto al poeta. Ciertamente, la de 1949, Brenan le dice que en “la Europa Federal del futuro,
capacidad dramática, economía de movimientos y riqueza de consideraremos completamente natural el tener una segunda
lenguaje hace de la Celestina una obra duradera, pero Brenan, en patria […] la patria de nuestros ideales, de nuestro superego. […]
su análisis del Quijote, olvida la singularidad y modernidad de Usted y yo, con nuestra admiración hacia el país del otro, somos
la segunda parte de dicha obra y con ello, aunque sus reflexio- los precursores de ese sistema”. También algunos escritores cum-
nes siempre poseen valores poco habituales, son en este caso in- plen esa misión: Brenan es, puede ser, el escritor introspectivo y
necesariamente limitadas. La Celestina es, en su perfección, una agudamente observador, tolerante y apasionado, imaginativo
cima que se cierra, mientras que la célebre obra de Cervantes, y enamorado de la naturaleza que nos ayude a corregir y enri-
sin duda lejos de ser formalmente perfecta, abre un nuevo mundo quecer nuestra sensibilidad y nuestro imaginario. ~
literario del que seguimos alimentándonos. No obstante, Bre-
2 Recogidos ambos por la Editorial Península bajo el título de Autobiografía, Barcelona, 2003.

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