«El pasaje evangélico de este encuentro narra el camino de la familia de Nazaret
a Jerusalén para la fiesta de Pascua. Pero en el viaje de regreso, los padres se dan cuenta de que su hijo de 12 años no está en la caravana. Después de tres días de búsqueda y temor, lo encuentran en el templo, sentado entre los doctores intentando debatir con ellos», destacando que a la vista del Hijo, «María y José se sorprenden y la Madre le manifiesta su aprehensión diciendo: tu padre y yo te buscábamos angustiados». Dos elementos fundamentales reflejados en la actitud de los padres: «el asombro y la angustia». «En la familia de Nazaret nunca ha faltado el asombro, ni siquiera en un momento dramático como el de la pérdida de Jesús: es la capacidad de sorprenderse ante la gradual manifestación del Hijo de Dios», haciendo hincapié en que cada uno de nosotros está llamado a «maravillarse» ante la gracia de Jesús, al igual que lo hicieron los doctores del templo «por la inteligencia y las respuestas del pequeño» (v. 47). Asombrarse y maravillarse de las cosas de Dios es lo contrario de dar todo por sentado, es lo contrario de interpretar la realidad que nos rodea y los acontecimientos de la historia sólo según nuestros criterios. Sorprenderse es estar abierto a los demás, comprender las razones de los demás: esta actitud es importante para sanar las relaciones comprometidas entre las personas, y también es indispensable para sanar las heridas abiertas dentro de la familia», exhortándonos a «buscar siempre el lado bueno de cada persona» a pesar de los problemas o diferencias que podamos tener. En cuanto al segundo elemento reflejado en la lectura Evangelio, «la angustia que María y José experimentaron cuando no pudieron encontrar a su Hijo», manifiesta la centralidad de Jesús en la Sagrada Familia: «La Virgen y su esposo habían recibido a ese Hijo, lo custodiaban y lo veían crecer en edad, sabiduría y gracia en medio de ellos, pero sobre todo crecía dentro de sus corazones; y, poco a poco, aumentaban su afecto y comprensión por él. Por eso la familia de Nazaret es santa: porque estaba centrada en Jesús, a Él se dirigían todas las atenciones y preocupaciones de María y José». esa angustia que sintieron en los tres días de la pérdida de Jesús debe ser también nuestra angustia cuando estamos lejos de Él: «Debemos sentirnos angustiados cuando durante más de tres días olvidamos a Jesús, sin rezar, sin leer el Evangelio, sin sentir la necesidad de su presencia y su amistad consoladora. María y José lo buscaron y lo encontraron en el templo mientras enseñaba: es sobre todo en la casa de Dios donde podemos encontrar al divino Maestro y aceptar su mensaje de salvación. En la celebración eucarística tenemos una experiencia viva de Cristo; él nos habla, nos ofrece su Palabra que ilumina nuestro camino, nos dona su Cuerpo en la Eucaristía de la que tomamos fuerzas para afrontar las dificultades de cada día», invitando a todos a volver a casa con estas dos palabras: sorpresa y angustia; y preguntarnos… «¿Yo sé sorprenderme cuando veo las cosas buenas de los demás, y así resolver los problemas familiares? ¿Me angustio cuando me alejo de Jesús?». Ahora preguntémonos por nuestra labor de padre. La verdad es que no es fácil ser un buen padre; sin embargo, existen principios básicos de gran utilidad. Muchos han hallado que los sabios consejos de la Biblia los han beneficiado enormemente tanto a ellos como a sus familias. 1. Saque tiempo para su familia ¿Cómo les demuestra a sus hijos que son importantes para usted? Seguramente ya hace mucho por ellos a fin de que tengan comida y techo. No haría esos sacrificios si sus hijos no le importaran. Aun así, si no les dedica suficiente tiempo, pueden pensar que usted se preocupa más por otras cosas —como el trabajo, los amigos o sus aficiones— que por ellos. ¿Cuándo debe comenzar un padre a pasar tiempo con sus hijos? El vínculo de la madre con su bebé empieza antes de que este nazca. A las dieciséis semanas de la concepción, la criatura ya empieza a oír. En esta etapa, el padre también puede iniciar su propia relación con el bebé. ¿Cómo? Escuchando los latidos de su corazón, sintiendo sus pataditas, hablándole y cantándole. En tiempos bíblicos, los hombres participaban activamente en la educación de sus hijos. Dios los animaba a dedicarles tiempo con regularidad, como lo demuestra el pasaje de Deuteronomio 6:6, 7: “Estas palabras que te estoy mandando hoy tienen que resultar estar sobre tu corazón; y tienes que inculcarlas en tu hijo y hablar de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino y cuando te acuestes y cuando te levantes”. 2. Los buenos padres saben comunicarse Escuche con calma y no critique, Saber comunicarse con los hijos implica saber escucharlos y aprender a no reaccionar de manera exagerada ante lo que dicen. Si sus hijos temen que usted pierda los estribos y los critique con severidad, no se sentirán con la libertad de expresar lo que piensan y lo que sienten. Pero si los escucha calmado, les demostrará que se interesa de corazón por ellos y será más probable que se abran con usted. Los sabios y prácticos consejos de la Biblia han demostrado ser útiles en diversos campos de la vida diaria. Por ejemplo, Santiago 1:19 dice: “Todo hombre tiene que ser presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar, lento en cuanto a ira”. Cuando los padres aplican este principio, la comunicación con sus hijos mejora. 3. Discipline a sus hijos con amor y elógielos Cuando discipline a sus hijos debe hacerlo porque los ama y quiere que les vaya bien en la vida, no porque se siente decepcionado o enfadado. Disciplinar abarca aconsejar, corregir, educar y castigar cuando sea necesario. Ahora bien, la disciplina surte un mejor efecto cuando el padre tiene la costumbre de elogiar a sus hijos. Un antiguo proverbio dice que “las palabras dichas a su tiempo” son como “manzanas de oro con adornos de plata”. Los elogios enriquecen el carácter del niño, pues hacen que se sienta reconocido y valorado. Si busca oportunidades para elogiar a sus hijos, los ayudará a elevar su autoestima y les dará un incentivo para que no dejen de hacer lo que es correcto. “Padres, no estén exasperando a sus hijos, para que ellos no se descorazonen” (Colosenses 3:21). 4. Ame y respete a su esposa La forma de tratar un hombre a su esposa tendrá un gran impacto en sus hijos. En un libro sobre desarrollo infantil, varios expertos comentan: “Una de las mejores cosas que un padre puede hacer por sus hijos es respetar a su esposa. [...] Los padres que se respetan y lo demuestran ante sus hijos les brindan un buen ambiente donde crecer” (The Importance of Fathers in the Healthy Development of Children). “Esposos, continúen amando a sus esposas [...;] que cada uno de ustedes individualmente ame a su esposa tal como se ama a sí mismo” (Efesios 5:25, 33). 5. Enséñeles con el ejemplo a amar a Dios Los padres que aman sinceramente a Dios pueden dejar a sus hijos un preciosísimo legado: una relación íntima con su Padre celestial. Tras décadas de duro trabajo y sacrificios para criar a seis hijos, Antonio, que es un cristiano católico, recibió la siguiente nota de una de sus hijas: “Querido papá: Solo quiero darte las gracias por haberme enseñado desde niña a amar a Dios, al prójimo y a mí misma, es decir, a ser una persona completa. Me demostraste tu amor por Dios y por mí. Gracias por haber puesto a mi amado Dios en primer lugar en tu vida y por habernos tratado como regalos de Dios”. “Tienes que amar a Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza vital. Y estas palabras que te estoy mandando hoy tienen que resultar estar sobre tu corazón” (Deuteronomio 6:5, 6). Es obvio que ser padre va más allá de los cinco puntos aquí tratados y que por más que uno se esfuerce es imposible ser un padre perfecto. No obstante, si aplica estos principios con amor y equilibrio, seguro que podrá ser un buen padre. Dejemos atrás nuestras soberbias y dejemos de intentar encontrar la utilidad de Dios. Busquemos con perseverancia a Cristo, pero sabiendo que no es nuestra voluntad la que le encontrará, sino la Gracia de Dios mismo. Por último, dejemos la cotidianidad que nos adormece