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Los crustáceos (Crustacea; del latín crusta, ‘costra’ y aceum, ‘relación o naturaleza de algo’)

son un extenso subfilo de artrópodos parafilético, con más de 67 000 especies


(probablemente, faltan por descubrir hasta cinco o diez veces este número).1 Incluyen varios
grupos de animales comestibles, como las langostas, los cangrejos, los langostinos, los
camarones y los percebes.

Los crustáceos son fundamentalmente acuáticos y habitan en todas las profundidades y en


distintos medios, como el mar, el agua salobre y el agua dulce. Unos pocos han colonizado el
medio terrestre, como la cochinilla de la humedad (isópodos). Los crustáceos son uno de los
grupos zoológicos con mayor éxito biológico, tanto por el número de especies vivientes como
por la diversidad de hábitats que colonizan; dominan los mares, como los insectos dominan la
tierra.

Los primeros crustáceos conocidos en el registro fósil datan de mediados del Cámbrico, se
trata de los géneros Canadaspis y Perspicaris hallados en el yacimiento de Burgess Shale.2
Numerosos restos fósiles pertenecientes a las clases Branchiopoda, Maxillopoda y
Malacostraca aparecen a finales del Cámbrico. Cephalocarida es la única clase de la que no se
ha encontrado registro fósil.3

Como casi todos los artrópodos, los crustáceos se caracterizan por poseer un exoesqueleto
articulado, formado principalmente de quitina, un carbohidrato.

Una característica propia y definitoria del grupo es la presencia de la larva nauplio, provista de
un ojo naupliano en alguna etapa de su vida, que puede ser sustituido más tarde por dos ojos
compuestos. Son los únicos artrópodos con dos pares de antenas y apéndices birrámeos.
Tienen al menos un par de maxilas y pasan por periodos de muda e intermuda para poder
crecer. Todos, excepto los de la infraclase Cirripedia, son de sexos separados. A la ciencia que
estudia a los crustáceos se le denomina carcinología.

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