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Jonathan Haidt
los ricos son en general más felices que la clase trabajadora, pero
solo por poco, y parte de esta relación es correlación revertida: la
gente feliz se hace más rica porque, como en el mercado
matrimonial, son más atractivos a los demás.
Para los adultos, el mayor flujo de oxitocina –aparte del del parto
y maternidad- llega del sexo. La actividad sexual, especialmente
si incluye caricias, tocamientos extensos y orgasmos, se vuelca
en los mismos circuitos que se usan para vincular a padres e
hijos.
Hay varias razones por las que el amor humano puede hacer
sentir incómodos a los filósofos. Primero, porque el amor
apasionado es notorio por hacer a la gente ilógica e irracional, y
los filósofos occidentales han considerado desde siempre que la
moralidad se basa en la racionalidad. (…) Una segunda
motivación es el miedo a la muerte (…) Las culturas humanas van
hasta muy lejos para construir sistemas de significado que
dignifiquen la vida y convenzan a la gente de que sus vidas tienen
más significado que la de los animales que mueren alrededor de
ellos
El progreso social que lleva a la felicidad individual surge, pues, del
perfeccionamiento de un mercado de acciones recíprocas que reprime
las prácticas abusivas y de engaño (lo que a su vez se evidencia en el
éxito del grupo social perfeccionado frente a otros grupos sociales). En
una sociedad donde se penaliza a los que engañan, los individuos
podrán comportarse de forma que busquen su propia felicidad al
tiempo que faciliten a otros el obtener la suya (reciprocidad). Esta
“hipótesis de la felicidad” se opondría a lo que Haidt llama la
“hipótesis de la virtud” basada en la “ética del carácter”, esencialmente
cristiana.