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“La hipótesis de la felicidad”, 2006.

Jonathan Haidt

  La felicidad es algo que se define muy vagamente. En general, viene


a significar el cese de las quejas y lamentaciones, y por tanto, la
solución al problema humano en la medida en que se manifiesta en un
individuo dado y en un momento dado. El psicólogo social Jonathan
Haidt nos informa de que ayudar a la gente a encontrar la felicidad
y el significado es precisamente la meta del nuevo campo de la
psicología positiva.

  Es decir, se trata de la misma tarea de los antiguos filósofos y


maestros de la sabiduría, y está bien que así sea porque
los antiguos pueden haber sabido poco de biología, química y
física, pero muchos de ellos eran buenos psicólogos

  ¿Qué novedades nos aportan las opiniones de Haidt, basadas en las


numerosas experiencias extraídas de leer mucho, hablar mucho y
obtener sorprendentes resultados en los laboratorios de la ciencia del
comportamiento?

La versión final de la hipótesis de la felicidad es que la felicidad


viene de entre varias cosas. La felicidad no es algo que puedes
encontrar, adquirir o conseguir directamente. Tienes que
conseguir las condiciones correctas y entonces esperar (…) Vale
la pena esforzarse en lograr las condiciones correctas entre uno
mismo y los demás, entre uno mismo y su trabajo, y entre uno
mismo y algo más grande que uno mismo. Si consigues mantener
estas relaciones correctamente emergerá un sentido de finalidad
y significado.

  También da datos más concretos.

La felicidad es uno de los aspectos de la personalidad más


heredables. Los estudios de gemelos [comportamientos y
experiencias de personas con la misma dotación genética criados
en ambientes distintos] muestran generalmente que del 50 al 80 %
de la variabilidad entre la gente en sus porcentajes de niveles de
felicidad pueden ser explicados por diferencias en sus genes más
que por las circunstancias en la vida.

Los optimistas son, en su mayor parte, gente que ha ganado la


lotería cortical [en la estructura de sus cerebros]. Tienen un alto
nivel de felicidad.

Un buen matrimonio es uno de los factores de la vida más


fuertemente y consistentemente asociados con la felicidad. Parte
de este aparente beneficio llega de la correlación reversible: la
felicidad causa el matrimonio: la gente feliz se casa antes y
permanece más tiempo casada que la gente con una situación de
menor felicidad porque ambos son más atractivos en el flirteo y
porque es más fácil vivir con ellos como esposos.

  Las intuiciones emotivas (de donde se alimenta nuestra percepción


de la felicidad) son la clave del comportamiento humano, según Haidt.

[Hay] seis emociones “básicas” conocidas por componer


expresiones faciales distintivas: alegría, tristeza, miedo, furia,
asco y sorpresa.

   Para explicarnos la relación entre tales intuiciones emotivas y


nuestra naturaleza racional recurre a una conocida metáfora acerca de
un jinete, que representa la racionalidad, intentando guiar a un
elefante, que es el conjunto de intuiciones emocionales. Los procesos
cognitivos racionales están bajo nuestro control (el jinete), pero los
procesos emocionales (el impacto que en nuestra conciencia hacen
las sensaciones de alegría, tristeza, miedo, furia, asco y sorpresa),
en tanto que son intuitivos, funcionan automática y casi
incontrolablemente (el elefante).

El sistema automático fue modelado mediante selección natural


para desencadenar respuestas fiables y rápidas (…) El sistema
controlado, en contraste, es visto mejor como un consejero. Es
un jinete situada en la espalda del elefante para ayudar al elefante
a hacer mejores elecciones

  En la vida social, dejarnos llevar por las intuiciones puede hacernos


desgraciados, ya que éstas, a su vez, están en función de actitudes
sociales heredadas genéticamente de nuestros antepasados
cazadores-recolectores cuyas metas en la vida tenían más que ver
con la supervivencia y la reproducción de la especie en un medio muy
diferente al nuestro que con una idea de felicidad propia de la cultura
actual.

El elefante se cuida más del prestigio que de la felicidad, y mira


eternamente a los otros para calcular qué es el prestigio. El
elefante perseguirá sus metas evolutivas incluso cuando la mayor
felicidad pueda ser hallada en otra parte.

  En ocasiones, podremos hallar la felicidad cuando razón y emoción


se encuentren. Pero hemos de desconfiar de tales excepciones.

Las epifanías pueden cambiar la vida, pero la mayor parte de ellas


se disuelven en días o semanas. El jinete no puede simplemente
cambiar y entonces mandar al elefante que siga con el programa.
El cambio duradero puede llegar solo volviendo a entrenar al
elefante, y esto es difícil de hacer. Cuando la psicología de
autoayuda tiene éxito en ayudar a la gente, esto no se debe al
momento inicial de revelación sino porque encuentran maneras
de cambiar el comportameinto de la gente durante los meses
siguientes. Mantienen a la gente implicada con el programa el
tiempo suficiente para reentrenar al elefante.

  Este control de las emociones es lo que siempre han buscado los


antiguos maestros de la sabiduría. Haidt marca tres posibles métodos
actuales para alcanzar la felicidad -la armonía entre razón y emoción-
y una de ellas es la meditación, una técnica para relajar la mente
descubierta en la Antigüedad que a algunas personas parece dar
grandes resultados.

Como dijo Buda: “cuando un hombre conoce la soledad del


silencio y siente la alegría de la quietud, está entonces libre del
temor y del pecado”

   Pero no todas las personas dominan estas técnicas y tampoco


parece que todos los que las dominan vivan tan satisfactoriamente. El
segundo de los métodos que señala Haidt es nada menos que el
“Prozac” u otros productos farmacológicos de efectos estimulantes
parecidos. Tampoco dan resultado a todo el mundo y, además, suelen
tener efectos secundarios poco recomendables.

  De modo que nos queda el tercero, el más importante de todos para


un psicólogo:

Una gran parte de la terapia cognitiva consiste en entrenar a los


clientes en atrapar sus pensamientos, escribirlos, nombrar las
distorsiones y entonces hallar formas alternativas y más precisas
de pensamiento. (…) El cliente aprende a usar un conjunto de
herramientas: éstas incluyen desafiar los pensamientos
automáticos y comprometerse en tareas simples, tales como salir
a comprar el periódico en lugar de quedarse en la cama todo el
día rumiando. Estas tareas son asignadas como deberes a hacer
cada día. (…) Con cada reencuadre y con cada simple tarea
cumplida, el cliente recibe una pequeña recompensa, un pequeño
impacto de alivio o placer. Y cada instante de placer es como un
cacahuete dado al elefante para reforzar el nuevo comportamiento
(…) Muchos terapeutas combinan la terapia cognitiva con
técnicas prestadas directamente del conductismo para crear lo
que ahora se llama “terapia cognitivo-conductual”

    (La referencia a "quedarse todo el día rumiando"  tiene que ver


con un habitual síntoma de infelicidad: los pensamientos negativos y
obsesivos de los que el individuo no puede desprenderse, a los que da
vueltas y vueltas constantemente y que limitan su acción y bloquean
sus gratificaciones; es como el gusto por lamentarse y no hacer nada)

   Ya hemos visto que, de acuerdo con lo que sabemos de la


naturaleza humana, el individuo cuenta con una predisposición para
ser feliz y por tanto, también cuenta con una predisposición para el
control de los instintos que puede ser mayor o menor. Dentro del
control de los instintos destaca el fenómeno de "posponer la
gratificación", como es el caso de los niños que se abstienen de comer
golosinas a la espera de darse una opípara merienda mucho más
gratificante un ratito después.

Los niños que eran capaces de superar el control del estímulo y


posponer la gratificación durante unos pocos minutos extra eran
mejores para resistir la tentación como adolescentes,
concentrarse en sus estudios y controlarse a sí mismos cuando
las cosas no iban como ellos querían. ¿Cuál era su secreto? Gran
parte de ello era estrategia –las maneras en que los niños usaban
su limitado control mental para derivar su atención (…) Los niños
que tenían éxito eran aquellos que miraban más allá de la
tentación o eran capaces de pensar en otras actividades
agradables. Estas habilidades mentales son un aspecto de la
inteligencia emocional –una habilidad para comprender y regular
los propios sentimientos y deseos. Una persona emocionalmente
inteligente tiene un jinete habilidoso que sabe cómo distraer y
manejar al elefante sin tener que comprometerse en un conflicto
directo de voluntades.

  Detengámonos aquí en el hecho de que, tanto la predisposición


genética, como la predisposición por origen traumático, chocan con el
ideal actual de libertad y autonomía a la hora de regir nuestras propias
conductas. El psicoanálisis es célebre por haber propagado la idea de
que

cualquier cosa que te afecte está causada por sucesos de tu


infancia (…) Sin embargo, Aaron Beck encontró poca evidencia
de esto en la literatura científica o en la propia práctica clínica que
funcionaba de acuerdo con este punto de vista

   Contando con el conocimiento de nuestra propia predisposición para


la felicidad, y con el conocimiento de nuestra propia predisposición
para buscar la felicidad mediante el autocontrol de los instintos (todo lo
cual forma parte de nuestro “estilo cognitivo”), llegamos después a
experimentar que la principal fuente de felicidad procede de la
interactuación social.

El primer paso a dar es hacer lo que puedas, antes de que golpee


la adversidad, para cambiar tu estilo cognitivo. Si eres un
pesimista, considera la meditación, la terapia cognitiva o incluso
el Prozac. Las tres cosas pueden hacer que estés menos sujeto a
la rumiación negativa, más capaz de guiar tus pensamientos en
una dirección positiva, y en consecuencia más capaz de resistir la
adversidad futura, encontrar significado en ello y crecer a partir
de ello. El segundo paso es cuidar y construir tu red de apoyo
social.

La felicidad no llega desde dentro, como Buda


y Epicteto suponían, o siquiera de una combinación de factores
externos e internos. La correcta versión de la hipótesis de la
felicidad (…) es que la felicidad viene de entre las dos cosas.

  Como psicólogo social y experimentador, Haidt también hace


observaciones desapasionadas acerca de quiénes obtienen las más
altas cuotas de felicidad. Ya hemos visto que hay personas
predispuestas a la felicidad por su temperamento. Pero también
vemos que

la gente religiosa es más feliz, de promedio, que la no religiosa.


Este efecto viene de los lazos sociales que son consecuencia de
participar en la comunidad religiosa, tanto como de sentirse
conectados con algo más allá del propio yo.

  Algunos se esperanzan en que no solo la vida religiosa puede hacer


feliz a la gente, sino también el compromiso social y el altruismo no
religiosos, pero de nuevo se presenta aquí

el problema de la correlación revertida [que supone que] la gente


congenitalmente feliz es más simpática desde el comienzo, así
que su trabajo altruista voluntario puede ser una consecuencia de
su felicidad, no la causa

  Así como que

los ricos son en general más felices que la clase trabajadora, pero
solo por poco, y parte de esta relación es correlación revertida: la
gente feliz se hace más rica porque, como en el mercado
matrimonial, son más atractivos a los demás.

  Dadas estas dificultades para determinar la causa y el efecto se


agradecen algunas aportaciones descriptivas acerca de la felicidad.
Muy interesante es la descripción del “estado de flujo”.

Csikzentmilhalyi descubrió que hay un estado que muchas


personas valoran más que la comida y el sexo. Es el estado de
total inmersión en una tarea que supone un desafío aunque entra
dentro de nuestras habilidades (…) Lo llamó el “flujo” porque se
siente frecuentemente como un movimiento sin esfuerzo: el flujo
sucede y tú vas con él. Sucede con frecuencia durante el
movimiento físico –esquiar, conducir rápido en un circuito o jugar
deportes de equipo (…) Puede suceder también durante
actividades creativas solitarias como pintar, escribir o hacer
fotos. Las claves para el flujo: tienes que contar con las
habilidades para cumplir el desafío y recibes inmediato feedback
sobre cómo lo estás haciendo a cada paso (principio de
progreso). Logras impresiones de sentimiento positivo con cada
nota correctamente cantada o con cada pincelada en el lugar
correcto.(…) Las gratificaciones son actividades que te
comprometen enteramente, te vigorizan y te permiten perder
autoconsciencia. Las gratificaciones pueden llevar al flujo.

  Una de las observaciones más originales de Haidt es la que se


refiere al “sentimiento de elevación”

La gente responde emocionalmente a los actos de belleza moral,


y estas reacciones emocionales implican calor o sentimientos
agradables en el pecho y deseos conscientes de ayudar a otros o
convertirse ellos mismos en mejores personas (…) La elevación
moral parece ser diferente de la admiración por la excelencia no
moral. (…) Ser testigos de acciones extraordinariamente hábiles
da a la gente el impulso y la energía de intentar copiar esas
acciones. La elevación, en contraste, es un sentimiento más
calmo, no asociado con signos de activación fisiológica. Esta
distinción podría explicar un enigma sobre la elevación: aunque
la gente dice que quiere hacer buenas obras, en dos estudios
donde les dimos la oportunidad (…) no encontramos que la
elevación hiciera a la gente comportarse de forma muy diferente.

  Esta diferenciación entre el placer que se encuentra en la admiración


por la belleza moral y la activación de sentimientos morales (que no
se produce en consecuencia) parece tener que ver con que
el sentimiento de elevación produce un efecto tan relajante que
desmotiva la actuación cuando se percibe. Se ha detectado el influjo
de la hormona oxitocina en el sentimiento de elevación.
La oxitocina causa vinculación, no acción. La elevación puede
llenar a la gente con sentimientos de amor, confianza y apertura,
haciéndolas más receptivas a nuevas relaciones; sin embargo,
dado su sentimiento de relajación y pasividad, podría ser menos
viable para comprometer a las personas en el altruismo hacia los
extraños.

Para los adultos, el mayor flujo de oxitocina –aparte del del parto
y maternidad- llega del sexo. La actividad sexual, especialmente
si incluye caricias, tocamientos extensos y orgasmos, se vuelca
en los mismos circuitos que se usan para vincular a padres e
hijos.

  Es decir, la oxitocina es una hormona que circula por el organismo


humano en determinadas situaciones, que se encuentra en principio
relacionada con la maternidad y la lactancia, pero que actúa tanto en
mujeres como en hombres cuando tienen lugar episodios emocionales
relacionados con la afectividad (lo que incluye el amor sexual) y la
vinculación altruista.

   Si el “sentimiento de elevación” promoviera la acción altruista y no


solo el vínculo afectivo derivado de ésta, en tal caso la humanidad
habría aprendido a ser plenamente feliz hace milenios, pues los
sentimientos de elevación, al producirse, desencadenarían acciones
altruistas que a su vez despertarían más sentimientos de elevación,
creándose un bucle de feedback automático. Pero como no es así,
entonces lo que la humanidad necesita es construir mecanismos
culturales que estimulen acciones emocionalmente gratificantes de
carácter altruista. La búsqueda de ese tipo de mecanismos está
probablemente relacionada con la historia de las religiones.

La influencia de la vastedad y belleza de la naturaleza hace que el


yo se sienta pequeño e insignificante, y cualquier cosa que
reduzca el yo crea una oportunidad para la experiencia espiritual

El amor cristiano se focaliza en dos palabras clave: cáritas y


ágape. Cáritas es una especie de intensa benevolencia y buena
voluntad; ágape es una palabra griega que se refiere a una
especie de amor espiritual, altruista sin sexualidad, sin vincularse
a una persona en particular (…) Como en Platón, el amor cristiano
es amor despojado de su particularidad esencial, de su foco en
una persona específica

  El amor sexual, así como el amor de la maternidad (el primero que


conoce todo individuo), son modelos de vinculación altruista
placentera que la cultura ha manipulado, en el arte y la religión, de
forma que tomen formas diversas aplicables a muchas más
situaciones. En sus manifestaciones más instintivas, la maternidad y
el amor sexual solo pueden abarcar una pequeña extensión de la
experiencia vital de las personas, de ahí que los antiguos maestros de
la sabiduría tratasen de hallar nuevos caminos derivados. Además, el
amor sexual suele confundirse con las pasiones sexuales.

Hay varias razones por las que el amor humano puede hacer
sentir incómodos a los filósofos. Primero, porque el amor
apasionado es notorio por hacer a la gente ilógica e irracional, y
los filósofos occidentales han considerado desde siempre que la
moralidad se basa en la racionalidad. (…) Una segunda
motivación es el miedo a la muerte (…) Las culturas humanas van
hasta muy lejos para construir sistemas de significado que
dignifiquen la vida y convenzan a la gente de que sus vidas tienen
más significado que la de los animales que mueren alrededor de
ellos

[En Platón] la naturaleza esencial del amor como un vínculo entre


dos personas es rechazado; el amor solo puede ser dignificado
cuando se convierte en una apreciación de la belleza en general

  Haidt mismo identifica la pasión sexual con el amor en general,


cuando muchos podemos opinar que no hay una relación tan clara
entre el amor sexual y el amor de la maternidad al que toma
inconscientemente como modelo. Los antiguos tardaron mucho en
reconocer la forma de amor no pasional (probablemente por causa de
que una cultura masculina ancestral rechaza la feminización que
implica el amor de estilo maternal como inconveniente para
enfrentarse a la agresividad de la guerra constante entre grupos) y
Haidt es uno de los que rechazan también la idea clásica de que el
origen del amor se produce en la era cristiana (una era
“feminizadora”), ya que denomina “amor” a ciertos mitos pasionales de
la Antigüedad
El amor es muy celebrado por los poetas desde Homero en
adelante. El amor lanza el drama de la Iliada, y la Odisea acaba
con el retorno de Odiseo a Penélope

  Lo de Helena es más bien un arrebato pasional cuyas trágicas


consecuencias aleccionan a la humanidad en adelante, mientras que
Penélope es un ejemplo de fidelidad conyugal y un símbolo del retorno
al hogar: en ninguno de estos casos se dan las características de
embelesamiento romántico (idealización del otro, altruismo,
pacificación… evocaciones de la maternidad) que caracterizarán el
amor caballeresco medieval de origen cristiano que parte de las
concepciones ya mencionadas de cáritas y ágape (ambas, a su vez,
vinculadas al amor de la maternidad originario)

El mito moderno del verdadero amor implica las siguientes


creencias: el verdadero amor es un amor apasionado que nunca
se debilita; si estás verdaderamente enamorado, deberías casarte
con esa persona; si el amor acaba, debes dejar a esta persona
porque ya no es verdadero amor; y si puedes hallar la persona
correcta, tendrás amor verdadero para siempre.

  Mientras que la biología nos muestra que las experiencias amorosas


son episodios concretos vinculados a diversas funciones reproductivas
(sexo por mutua voluntad y cuidado en común de las crías), la
idealización del amor pretende extender la experiencia a la práctica
totalidad de la vida. El verdadero amor no se extingue y se
transforma en una prolongada expresión de camaradería.

Se define el amor de camaradería como “la afección que sentimos


por aquellos con quienes nuestras vidas están estrechamente
entrelazadas”. El amor de camaradería crece lentamente a lo
largo de los años a medida que los amantes aplican sus vínculos
y sistemas de cuidado mutuo y a medida que comienzan a confiar
el uno en el otro, cuidando y confiándose mutuamente.

  Éste sería ciertamente el amor cristiano, donde la elevación lleva


también a la acción (porque la “elevación” es mediatizada por
mecanismos culturales que promueven el verdadero amor) y que no
se confunde con los estallidos pasionales de naturaleza
exclusivamente sexual… pero Haidt no cree que tal cosa exista

El amor apasionado no se convierte en amor de camaradería. El


amor apasionado y el amor de camaradería son dos procesos
separados y tienen diferentes recorridos temporales.

  En lo que se refiere a los modelos afectivos entramos ya en el


universo de las preferencias culturales. Jonathan Haidt no puede
menos que hacer sus propias elecciones al respecto

Aunque me gustaría vivir en un mundo en el cual todo el mundo


irradie benevolencia hacia los demás, preferiría vivir en un mundo
en el cual hubiera al menos una persona que me amase
específicamente y a quien yo amase en respuesta

  Podemos extraer del libro de Haidt, pues, entre otras, la conclusión


de que los sentimientos de vinculación afectiva relacionados con la
hormona oxitocina son los más viables socialmente, pues implican
placer derivado del bien ajeno, en lugar de placeres egoístas que
implican privación o incluso sufrimiento para los demás, pero que, por
desgracia, la experimentación de ese tipo de placeres no conduce
necesariamente a la acción altruista, y por ello la “hipótesis de la
felicidad” nos lleva a dar por sentado que los bienes afectivos serían
un bien más de los que se obtendrían en la interacción social y nunca
consistir en la base de una forma de vida, de una cultura. Varias
afirmaciones más del autor van en este sentido:

La investigación en la evolución del altruismo y la cooperación ha


descansado en gran parte en estudios en los cuales se
escenifican juegos entre diversas personas (o personas
simuladas en un computador). En cada ronda del juego una
persona interactúa con otro jugador y puede elegir entre ser
cooperativo (y en consecuencia se hace más grande el pastel que
comparten) o egoísta (cada uno toma para sí tanto como sea
posible del pastel tal como está) (…) A largo plazo y a lo largo de
una gran variedad de entornos compensa cooperar mientras se
permanezca vigilante del peligro de ser engañado.

  Es decir, la obtención de felicidad en sociedad se obtiene mediante


un juego constante de intercambio de gratificaciones y bienes donde la
desconfianza y la mutua vigilancia se convierten en factores capitales.
Esto, como hemos visto, se aplica también al amor.

La gente con sabiduría es capaz de hallar un equilibrio entre sus


propias necesidades, las de los otros y las necesidades de
personas o cosas más allá de su interacción inmediata
(instituciones, el entorno, o la gente que puede ser afectada
adversamente más tarde). 

Darwin propuso que los grupos compiten, como los individuos, y


que en consecuencia los rasgos psicológicos que hacen
exitosos a los grupos –tales como patriotismo, valor y altruismo
hacia los otros miembros del grupo- deberían expandirse como
cualquier otro rasgo. Pero una vez que los teóricos evolutivos
comenzaron a probar sus predicciones rigurosamente, usando
computadores para modelar las interacciones de los individuos
que usaban diversas estrategias (tales como puro egoísmo frente
a la reciprocidad), entonces llegaron a apreciar la seriedad del
problema de los tramposos. (…) Quienquiera que acumule los
mayores recursos en una generación va a producir más hijos en
la siguiente, así que el egoísmo es adaptativo y el altruismo no.
(…) La única solución al problema de los tramposos es (…) el
altruismo de parentesco (portarse bien con aquellos que
comparten tus genes) y el altruismo recíproco (portarse bien con
aquellos que te corresponderán en el futuro)

Al hacer a la gente desde hace tiempo sentir y actuar como si


fueran parte de un solo cuerpo, la religión reduce la influencia de
la selección del individuo (la cual nos modela para ser egoístas) y
nos hace que actúe en nosotros la selección de grupo (la cual
modela a los individuos para trabajar por el bien común)

  De todo esto, Haidt obtiene una conclusión conservadora acerca de


cómo opera el altruismo desde el punto de vista de la selección de
grupo y su atención a los intereses particulares

La selección de grupo crea adaptaciones genéticas y culturales


interrelacionadas que promueven la paz, armonía y cooperación
dentro del grupo con el propósito expreso de incrementar la
capacidad del grupo para competir con otros grupos
El amor y el trabajo son cruciales para la felicidad humana
porque, cuando se desenvuelven correctamente, nos sacan de
nosotros mismos y nos conectan con la gente y los proyectos
más allá de nosotros mismos. La felicidad viene de hacer estas
conexiones de forma óptima.

   El progreso social que lleva a la felicidad individual surge, pues, del
perfeccionamiento de un mercado de acciones recíprocas que reprime
las prácticas abusivas y de engaño (lo que a su vez se evidencia en el
éxito del grupo social perfeccionado frente a otros grupos sociales). En
una sociedad donde se penaliza a los que engañan, los individuos
podrán comportarse de forma que busquen su propia felicidad al
tiempo que faciliten a otros el obtener la suya (reciprocidad). Esta
“hipótesis de la felicidad” se opondría a lo que Haidt llama la
“hipótesis de la virtud” basada en la “ética del carácter”, esencialmente
cristiana.

Cuando la moralidad se reduce a lo opuesto al propio interés, la


hipótesis de la virtud se hace paradójica: en términos modernos,
la hipótesis de la virtud dice que actuar contra el propio interés es
actuar en el propio interés

Sería ingenuo pensar que hacer lo correcto siempre hace sentir


bien. La prueba real de la hipótesis de la virtud es ver si es cierta
incluso en nuestra restringida comprensión moderna de la
moralidad como altruismo

   En realidad, la “hipótesis de la virtud” (obrar por el interés ajeno)


no tendría por qué ser paradójica: se trata de crear dos mercados de
acciones recíprocas en lugar de uno solo. Para Haidt y su “hipótesis
de la felicidad”, la moralidad consiste en intercambiar tanto bienes
materiales como afectivos de acuerdo con una serie de reglas que
aportarían seguridad (evitar el engaño); mientras que para la
“hipótesis de la virtud”, la moralidad consiste en intercambiar bienes
afectivos (el placer derivado del amor) con independencia del
intercambio de bienes materiales (donde el propio interés quedaría en
segundo término). Por supuesto, el objeto de hacer el bien es también
“egoísta”: se trata de recibir la mayor cantidad posible de bienes
afectivos (no materiales)… pero ambos “mercados” son
independientes y funcionan en base a reglas diferentes: “A” puede
obrar altruistamente con “B”, al proporcionarle bienes materiales (en
un mercado) y a cambio recibir bienes afectivos de “C” (en el otro
mercado). “B” podría decir que “A” obra sin recibir recompensa a
cambio, pero en realidad la recompensa (no material) la recibe de un
tercero, “C” (en las religiones teístas, “C” puede ser “Dios”, un ser
imaginario que se complace con el altruismo… de la capacidad de
autosugestión de “A” dependerá en este caso que el obrar por el amor
de Dios le resulte o no gratificante).

  Haidt equipara ambos tipos de bienes y los pone en el mismo


mercado. La ventaja del sistema de la “hipótesis de la virtud” (o
“ética del carácter”) es que en el mercado de la virtud los bienes
afectivos carecen de coste material (esencialmente, se trata de
manifestaciones conductuales convincentes: gestos, palabras,
representaciones de actos… no muy diferentes de las experiencias
que proceden del mundo del arte) por lo que, en una cultura regida por
este tipo de principios éticos la abundancia de bienes gratificantes no
materiales podría llegar a ser casi infinita y difícilmente mensurable
más allá de la propia satisfacción personal. Los bienes materiales son
mucho más costosos y al ser más fácilmente cuantificables también
presentan muchas dificultades para que se obtenga la reciprocidad
buscada. De hecho, la obsesión por la reciprocidad en bienes
materiales es fácil que alcance proporciones neuróticas (considérese
la preocupación a nivel político por la igualdad en cuanto a distribución
de bienes de consumo, o considérense los fenómenos
tipo potlatch observados por los antropólogos en las culturas primitivas
en las que personas o grupos se enzarzan en interminables
ofrecimientos recíprocos de bienes materiales a fin de afirmar su
prestigio).

  En suma: darse amor mutuamente es barato, mientras que los bienes


materiales pueden llegar a ser muy costosos. Añádase la precisión de
que, más allá del sencillo umbral de los bienes imprescindibles para la
supervivencia, la acumulación de bienes materiales está relacionada
sobre todo con el prestigio y el estatus social, lo que supone que la
demanda de bienes materiales puede resultar ilimitada de acuerdo con
las pautas culturales del momento, sobre todo si se basan en actitudes
de reciprocidad e igualdad (igualdad que implica una constante
medición para verificar si se da o no tal equiparación en cantidades).
   El modelo social que resulta del rechazo a la “hipótesis de la
virtud” desconfía de las fórmulas cristianas altruistas (el que
la caridad y el ágape puedan extenderse a todos los ámbitos de la
vida, y el que el amor apasionado se transforme en amor
de camaradería), y en lugar de ello la felicidad habría de transcurrir
dentro de las pautas marcadas en una sociedad fiscalizada por
estructuras que garanticen el juego limpio y la reciprocidad (la
felicidad viene de entre varias cosas). Por eso Haidt también
defiende el conservadurismo político (principios de autoridad y lealtad
que impongan un orden al que el ciudadano pueda atenerse con
firmeza, librándose de la desorientación).

Una sociedad sin conservadores perdería muchas de sus


estructuras y constricciones sociales que Durkheim mostraba
que eran tan valiosas. 

  Y sin embargo, su estudio de la naturaleza de la felicidad y el más


preciado componente de éste (las compensaciones afectivas del
amor) nos muestra unas grandes posibilidades que,
desgraciadamente, un marco conservador inamovible nos impediría
desarrollar.

  La obtención de bienes afectivos, de acuerdo con lo que sabemos de


la experimentación del “sentimiento de elevación”, exige no la
producción de bienes materiales, sino el perfeccionamiento moral en el
sentido de la manifestación pública y convincente del mutuo altruismo.
Tales bienes afectivos los experimentaríamos como resultado de la
puesta en juego de estrategias psicológicas asentadas culturalmente
(la vieja tarea de los “maestros de sabiduría” de la Antigüedad).
Personas con la erudición, la capacidad deductiva y la experiencia de
Jonathan Haidt serían de mucha ayuda a la hora de determinar cómo
tales estrategias (las antiguas y las nuevas que surjan) podrían
hacerse más efectivas.

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