El éxito o el fracaso de cualquiera en la vida depende en gran medida de sus
actitudes y motivaciones. Esto es muy cierto en el evangelismo. Actitud es toda posición o perspectiva tomada por una persona, que manifiesta su sentir o estado de ánimo. Puede ser también el sentimiento mismo. Nuestra opinión o sentimiento respecto de una persona se refleja en nuestra actitud hacia tal persona. Puede ser de temor, de amor, hostil, condescendiente, indiferente, interesada, amistosa, amenazadora … la lista no tiene fin. Nuestras actitudes pueden atraer a la gente hacia Dios o alejarla de Él. Somos nosotros los que elegimos cuáles habrán de ser. El amor atrae. Fue el amor de Jesús lo que atrajo a la gente hacia Él. También es la revelación del amor de Dios la que nos atrajo a nosotros. El amor sincero vale más para ganar la gente para Cristo, que lo bien que podamos predicar, enseñar o testificar. El amor tiene una elocuencia muy suya. Nuestras actitudes revelan ese amor que es tan esencial para un evangelismo eficaz. Es el amor a Dios y el amor a los demás. Mientras más profundo sea nuestro amor a Dios y a los demás, mayor dinamismo mostraremos en los métodos que usemos. El amor a Dios es la clave que los atraerá a Cristo. Este amor a Dios y a los demás nos ayuda también a vernos en la perspectiva correcta y hallar el lugar que nos corresponde dentro del plan de Dios. En la misma medida que le permitamos al amor convertirse en la fuerza dominante de nuestra vida, podremos adoptar las actitudes correctas: 1) hacia Dios, 2) hacia los demás, 3) hacia nosotros mismos.
Actitudes hacia Dios
Si estamos asociados a Dios en la obra del evangelismo, es de suma importancia que tengamos actitudes correctas hacia Él. Si le servimos únicamente por temor o por un sentido del deber cristiano, hemos dejado de percibir lo que es el corazón del Evangelio: las buenas nuevas del amor de Dios al hombre (Juan 3:16). Mientras mejor comprendamos cuánto Dios nos ama, más lo amaremos a Él. Nuestra actitud cambia de temor a confianza, de rebeldía a una alegre disposición de hacer cualquier cosa que El desee que hagamos. Le dedicamos nuestra vida a Él en una confianza nacida del amor y nos rendimos a su voluntad. Mientras más amemos a Dios, mayor será nuestro deseo de estar con Él, de hablar con Él en la oración, y de compartir su obra. Le agradeceremos más sus muestras diarias de amor, y buscaremos maneras de demostrarle esa gratitud. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Esta actitud de alegre respuesta al amor de Dios le facilita a Él la tarea de guiarnos y obrar a través de nosotros. También despeja las líneas de comunicación entre nosotros, nos proporciona fe para esperar respuesta a nuestras oraciones y nos mantendrá fieles a nuestra tarea cuando los resultados no sean alentadores. Mientras más amemos a Dios, mayor será nuestro deseo de hablarles a otros respecto de Él. Esto nos trae al recuerdo la novia sulamita en el Cantar de los Cantares. Se mostraba tan entusiasmada en la descripción de su amado, que todas las damas que la oían deseaban conocerlo