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La pena de muerte

¿Una solución?

Henry Herrera

NRC: 2284

“La pena de muerte es la guerra


de una nación contra un
ciudadano cuya destrucción es
para los jueces necesaria o útil.”
Cesare Beccaria

Mucho se ha debatido en el mundo, a lo largo de toda la historia, acerca de la


pena de muerte como sanción penal. Teniendo en cuenta la importancia del tema
y los variados fundamentos que sustentan posiciones muchas veces contrarias en
torno al asunto. El propósito general al escribir este ensayo es reflexionar acerca
de la polémica que estamos viviendo hoy en día con las personas que son
condenadas a la pena capital, más conocida como la pena de muerte, y discutir si
es necesaria en nuestra sociedad o si puede ser una solución para disminuir la
delincuencia en nuestro país y en el mundo finalmente, expresare mi posición
como estudiante acerca del tema.

¿Qué pasaría si en Colombia hubiese la pena de muerte?


Muchas veces vemos en el noticiario, en los periódicos y en otros medios de
comunicación asesinatos, violaciones, secuestros y otros tipos de delitos y nos
preguntamos ¿Qué pasaría si en Colombia hubiese la pena de muerte? Según la
abogada Johana padilla:

Si la pena de muerte existiese como un orden jurídico instituida en nuestro


país ,tal vez la sociedad pensara dos veces antes de cometer algún delito
pues esto daría cierto temor al infringir la ley, pero yo considero que no es
viable en este país pues atenta contra nuestra constitución política y también
con el derecho a la vida que es un derecho internacional humanitario,
teniendo en cuenta que la iglesia también juega un rol muy importante en
nuestra sociedad ya que la mayoría de las personas creen en la existencia
de una ley divina . Nuestro sistema penal sufriría un cambio radical en
cuanto a su manera de sancionar a los infractores de la ley y los servidores
del aparato judicial (policías, jueces, fiscales, defensores, entre otros)
entrarían a revaluar sus conceptos y su manera de aplicar la ley penal en
Colombia.

Colombia es un país controversial donde su sistema cultural depende del


entorno donde se encuentre viviendo y las religiones practicadas de las
personas, en los últimos 6 años el régimen penal ha tenido cambios los cuales
han sido implementados paulatinamente en cada una de las regiones de
acuerdo a su nivel de cultura y aceptación. Por lo cual si la pena de muerte
existiese en Colombia generaría controversias y desagrado para la sociedad
sin mencionar a todas aquellos que no están a su favor.

¿Es necesaria la pena de muerte en Colombia?, ¿Que habría que


hacer para que se rija correctamente?
Muchos son los argumentos a favor y en contra de la pena de muerte,  sin
embargo la aplicación de este castigo no garantiza que disminuya la
delincuencia. Esto sin duda nos lleva a una gran polémica ¿Es necesario?,
según Beccaria “la abolición de la pena de muerte, la cual ni impide los
crímenes ni tiene un eficaz efecto disuasorio, por ello se interesó en la
prevención de los delitos, que según él se conseguía más por la certeza de la
pena que por su severidad “ en cierta parte es cierto ya que para cualquier
criminal pasar la vida en la cárcel con privación de libertad era peor que una
condena a muerte, mientras que la ejecución no sirve como disuasorio para el
criminal, dado que las personas tienden a olvidar y borrar completamente los
recuerdos de un acto traumático y lleno de sangre. En Colombia y en casi todo
el mundo siempre va haber un gran conflicto al decir que es necesaria ya que
la iglesia es la primera en contraponerse en medio de esta ley, porque nos
sostenemos en lo que dice la biblia, y en Colombia no es la excepción, La
Biblia dice que Dios es el único que nos da y quita la vida. Algunas personas
piensan que pagar con la vida de otros es la solución, ya que se libraron de un
peso más para la sociedad, pero la verdad es que lo que hicieron es quitarle la
vida a una persona que no merecía vivir pero tampoco merecía que otra
persona le quitara la vida, el merece un castigo que pague por lo que hiso de
una forma de que recapacite de lo que hiso y no lo vuelva a hacer. Por esto no
es necesaria la pena de muerte. En caso que fuese necesaria habría que
reformar la constitución política, reformar a nuestro sistema policial, judicial y
penal.
Espero haber dado una visión global sobre la cuestión de la pena de muerte en
Colombia. Sin embargo, nos parece que debemos concluir este ensayo con una
breve reflexión personal sobre las alternativas a la pena de muerte. Es evidente,
que la alternativa más clara que se presenta es la prisión. Ello es así, puesto que
la pena de muerte, en teoría, debe ser aplicada a los delitos más graves. Por lo
tanto, las alternativas que plantean los abolicionistas del Derecho Penal, tales
como plantear determinados delitos del ámbito civil, no son posibles para los
delitos que corresponden a la sanción capital.

Creemos que es necesaria la abolición de la pena de muerte, pero sin embargo,


tampoco creemos que la prisión sea una alternativa realmente válida. La
alternativa que está vigente en algunos países es la cadena perpetua, con la cual
se siguen teniendo los mismos problemas que con la pena de muerte, puesto que
no respeta muchos de sus derechos.

La cuestión de la prisión, lleva consigo un debate tan fuerte como el que hemos
planteado a lo largo del ensayo. Se ha escrito sobre estas instituciones, sobre sus
defectos y sus necesidades. Hoy en día, sigue planteando serios problemas,
sobretodo en el marco de los Estados democráticos, y en concreto de aquellos
que se denominan de derecho y sociales. Ello es así, porque hemos pasado,
como apunta Focault de una sociedad del espectáculo a una sociedad de la
vigilancia. Si bien hace tiempo que los castigos ya no son públicos, si es cierto,
que en algunos países la "pena de muerte sigue siendo un espectáculo a abolir en
el mundo". Ahora bien, si esta abolición conlleva la aparición de las instituciones
carcelaria, cuyo objetivo es el de disciplinar, y por tanto, conseguir los
comportamientos que el país desee; no creemos que esta opción sea válida,
puesto que se ponen en juego los derechos del individuo.

El problema, o mejor dicho, las soluciones deberían centrarse en la etapa anterior


al delito, en la prevención, y no después. Las respuestas posteriores al delito, tales
como la pena de muerte y la cadena perpetua, no son más que el reflejo del
fracaso del Estado en llevar a cabo sus funciones. Y este fracaso recae sobre la
vida y libertades de un sujeto.
Referencias

BECCARIA, C, Dels Delictes i de les Penes, Barcelona, Ed. 62, 1989

FOCAULT, Michel, Vigilar y Castigar, Madrid, Siglo XXI Editores, 1998

Abogada Padilla, Johana, Graduada de derecho CUC, 2006


Anexos
Capítulo 28. De la pena de muerte
Esta inútil prodigalidad de suplicios, que nunca ha conseguido hacer
mejores a los hombres, me ha obligado a examinar si es la muerte
verdaderamente útil y justa en un gobierno bien organizado. ¿Qué derecho
pueden atribuirse éstos para despedazar a sus semejantes? Por cierto no el
que resulta de la soberanía y de las leyes. ¿Son éstas más que una suma
de cortas porciones de libertad de cada uno, que representan la voluntad
general como agregado de las particulares? ¿Quién es aquel que ha
querido dejar a los otros hombres el arbitrio de hacerlo morir? ¿Cómo
puede decirse que en el más corto sacrificio de la libertad de cada particular
se halla aquel de la vida, grandísimo entre todos los bienes? Y si fue así
hecho este sacrificio, ¿cómo se concuerda tal principio con el otro en que
se afirma que el hombre no es dueño de matarse? Debía de serlo si es que
pudo dar a otro, o a la sociedad entera, este dominio.

No es, pues, la pena de muerte derecho, cuando tengo demostrado que no


puede serlo, es sólo una guerra de la nación contra un ciudadano, porque
juzga útil o necesaria la destrucción de su ser. Pero si demostrase que la
pena de muerte no es útil ni es necesaria, habré vencido la causa en favor
de la humanidad.

[...]

No es útil la pena de muerte por el ejemplo que da a los hombres de


atrocidad. Si las pasiones o la necesidad de la guerra han enseñado a
derramar la sangre humana, las leyes, moderadoras de la conducta de los
mismos hombres, no debieran aumentar este fiero documento, tanto más
funesto cuanto la muerte legal se da con estudio y pausada formalidad.
Parece un absurdo que las leyes, esto es, la expresión de la voluntad
pública, que detestan y castigan el homicidio, lo cometan ellas mismas, y
para separar a los ciudadanos del intento de asesinar ordenen un público
asesinato. ¿Cuáles son las verdaderas y más útiles leyes? Aquellos pactos
y aquellas condiciones que todos querrían observar y proponer mientras
calla la voz (siempre escuchada) del interés privado o se combina con la del
público. ¿Cuáles son los sentimientos de cada particular sobre la pena de
muerte? Leámoslos en los actos de indignación y desprecio con que miran
al verdugo, que en realidad no es más que un inocente ejecutor de la
voluntad pública, un buen ciudadano, que contribuye al bien de todos,
instrumento necesario a la seguridad pública interior, como para la exterior
son los valerosos soldados. ¿Cuál, pues, es el origen de esta
contradicción? ¿Y por qué es indeleble en los hombres este sentimiento, en
desprecio de la razón? Porque en lo más secreto de sus ánimos, parte que,
sobre toda otra, conserva aún la forma original de la antigua naturaleza,
han creído siempre que nadie tiene potestad sobre la vida propia, a
excepción de la necesidad que con su cetro de hierro rige el universo.

¿Qué deben pensar los hombres al ver a los sabios magistrados y graves
sacerdotes de la justicia, que con indiferente tranquilidad hacen arrastrar a
un reo a la muerte con lento aparato; y mientras este miserable se
estremece en las últimas angustias, esperando el golpe fatal, pasa el juez
con insensible frialdad (y acaso con secreta complacencia de la autoridad
propia) a gustar las comodidades y placeres de la vida? 
 

¡Ah! (dirán ellos), estas leyes no son más que pretextos de la fuerza,
y las premeditadas y crueles formalidades de la justicia son sólo un
lenguaje de convención para sacrificarnos con mayor seguridad,
como víctimas destinadas en holocausto al ídolo insaciable del
despotismo.

El asesinato, que nos predican y pintan como una maldad terrible, lo


vemos prevenido y ejecutado aun sin repugnancia y sin furor.
Prevalgámonos del ejemplo. Nos parecía la muerte violenta una
escena terrible en las descripciones que de ella nos habían hecho;
pero ya vernos ser negocio de un instante. ¡Cuánto menos terrible
será en quien no esperándola se ahorra casi todo aquello que tiene
de doloroso! 
 

Tales son los funestos paralogismos que, si no con claridad, a lo menos


confusamente, hacen los hombres dispuestos a cometer los delitos, en
quienes, como hemos visto, el abuso de la religión puede más que la
religión misma.

Si se me opusiese como ejemplo el que han dado casi todas las naciones y
casi todos los siglos decretando pena de muerte sobre algunos delitos,
responderé que éste se desvanece a vista de la verdad, contra la cual no
valen prescripciones, que la historia de los hombres nos da idea de un
inmenso piélago de errores, entre los cuales algunas pocas verdades,
aunque muy distantes entre sí, no se han sumergido. Los sacrificios
humanos fueron comunes a casi todas las naciones. ¿Y quién se atreverá a
excusarlos? Que algunas pocas sociedades se hayan abstenido solamente,
y por poco tiempo, de imponer la pena de muerte me es más bien favorable
que contrario; porque es conforme a la fortuna de las grandes verdades,
cuya duración no es más que un relámpago en comparación de la larga y
tenebrosa noche que rodea los hombres.

[...]

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