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El concepto de la actividad psicológica

Vygotsky buscó y encontró en Marx una teoría social de la actividad humana (Tatigkeit)
que se oponía al naturalismo y a la receptividad pasiva de la tradición empirista. Marx
atrajo a Vygotsky con su concepto de la actividad histórica concreta que actúa como
generadora de distintas formas de conciencia humana. En primer lugar, señaló la naturaleza
histórica de la experiencia humana, debido a que los seres humanos emplean muchos
conocimientos, experiencias e instrumentos simbólicos que se transmiten, por herencia no
biológica y de generación en generación. El segundo aspecto de la experiencia humana es
su deuda con el entorno social y con las experiencias de otras personas. Por ello, la
experiencia humana está presente en dos planos distintos: el plano de los sucesos reales y el
plano de sus esquematizaciones cognitivas internas.

Además, Mead hizo una importante distinción entre estímulos y objetos: en lugar de
limitarse a percibir estímulos y responder a ellos, los seres humanos interaccionan con
objetos. A diferencia de los estímulos, los objetos no son algo dado: son construidos, y esto
sólo es posible debido a que los estímulos del entorno adoptan determinados significados
en el curso de la actividad humana, que es social por naturaleza. Para Vygotsky, el
desarrollo psicológico era un proceso lleno de trastornos, crisis y cambios estructurales, que
se puede observar desde una perspectiva microgenética (reestructuración del pensamiento y
de la conducta) y Microgenética dedicada a la formación de un sistema de funciones
psicológicas correspondiente a todo el sistema de medios simbólicos disponibles en una
cultura dada.

Finalmente, Lev Vygotsky y Reuven Feuerstein propuso una dicotomía radical entre el
aprendizaje directo donde el niño interacciona con el entorno (observación, ensayo y error o
condicionamiento) y el aprendizaje mediado que se da con un adulto alguien más
capacitado (entre el entorno y el niño), modificando radicalmente las condiciones de la
interacción. El mediador selecciona, modifica, amplifica e interpreta objetos y procesos
para el niño. Para qué la interacción se convierta en mediada se deben cumplir
determinados criterios:

 Intencionalidad/reciprocidad donde el mediador hace la situación interactiva pase a


ser una experiencia intencional. Esta intencionalidad tiene dos focos: uno es el
objeto y el otro el niño

 Trascendencia: para que sea eficaz no es necesario que sea ni consciente ni


deliberada

 Significado: cuando el mediador imbuye de significado los estímulos, los sucesos o


la información

Discusión:
La actividad educativa se contempla como un proceso que modifica de una manera radical
esos mismos fundamentos (Vygotsky, 1978). Coincidimos en que está muy limitada lo que
menciona el autor, puesto que deja de lado aquellas personas que no reciben educación
formal y sin embargo, hay algunas personas que han desarrollado funciones psicológicas
superiores, gracias a su experiencia (conocimientos previos) o en conjunto con otros. Y
para poner de manifiesto el texto nos menciona que es evidente entre personas de
sociedades prealfabetizadas tradicionales, que recurren a un número relativamente limitado
de instrumentos simbólicos, y personas de sociedades industrialmente desarrolladas que, a
través del sistema de educación formal, están expuestas a una amplia gama de instrumentos
simbólicos que no sólo llegan a ser indispensables como instrumentos cognitivos sino que,
hasta cierto punto, forman la «realidad» misma del individuo moderno. Pero, consideramos
que debe tomarse en cuenta el contexto (económico, social, cultural, político) y la historia
de vida de cada sujeto. 

Los instrumentos psicológicos más antiguos mencionados por Vygotsky se encuentran


fósiles psicológicos como echar suertes, hacer nudos y contar con los dedos, pero
coincidimos es que aún se siguen utilizando. Concluimos que los mediadores deben tomar
en cuenta los criterios que Lev Vygotsky y Reuven Feuerstein proponen para que el sujeto
tenga un buen aprendizaje.  

Bibliografía:

Kozulin, A. (2000) Instrumentos psicológicos. Paidós, España, pp. 23-32 y 77-85

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