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LA CHICA

DEL BURDEL

E.I. Castilloveitia

1ª edición: 2022

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, bajo las


sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de este
libro por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización escrita de los
titulares del copyright.

© 2022 La chica del burdel

© 2022 Elba Iris Castilloveitia Corrección:

Aura Rodríguez y Alexa C. Pérez Maquetación y diseño de portada: Aura


Rodríguez

ISBN: 9798794657234

www.agenteliterariopr.com

A ti, que te fuiste de prisa

sin tiempo para despedidas.

A ti, que no pudiste verme

alcanzar mis metas.


A ti, que ya no estás pero tu

recuerdo sigue en mi memoria.

A ti, padre, dedico este libro, este sueño hecho realidad.

Ella se convirtió en la marioneta de un ser sin corazón, sin alma, con tal
de salvar a quien más amaba.

La chica del burdel 1

DECISIÓN DIFÍCIL

Chantal

Hay cosas en la vida que uno muchas veces quisiera cambiar. Momentos que
desearías no vivir jamás, pero están ahí para hacerte más fuerte. La vida te
obliga a actuar en contra de tu voluntad, hacer cosas que jamás imaginaste
por ver feliz a quien amas y, sobre todo, con salud. El destino me ha puesto
en una encrucijada y aquí estoy, sentada en la cama, rodeada de facturas
médicas que son demasiado costosas para poder pagarlas. Lágrimas surcan
mis mejillas mientras pienso cómo sacar a mi hijo adelante.

Nos mudamos a Alemania hace ocho años, vivíamos bien, hasta que mi
esposo José sufrió un accidente donde perdió la vida. Él trabajaba en un
reconocido banco alemán llamado Deutsche Bank, era asesor y ganaba lo
suficiente como para tener nuestros lujos. Aquel día había salido tarde por
una auditoría, estaba exhausto y se quedó dormido 11

Elba Castilloveitia mientras manejaba, impactando un enorme árbol.

El auto quedó inservible y mi esposo murió en el acto. Me volví una mujer


soltera, a cargo del hogar y de mi hijo, y al salir el acta de defunción, el
banco se quedó con los ahorros que tenía guardados, quedando casi en la
calle. Todo me vino encima, sentí el mundo colapsar en un abrir y cerrar de
ojos.
Comencé a buscar trabajo en lo que fuera necesario, pero parecía que todas
las puertas se cerraban. Me sumergí en una evidente depresión por meses.

Mi hijo Ezequiel tenía tres años cuando su padre falleció, meses más tarde
enfermó y al llevarlo al médico le diagnosticaron Leucemia. Al parecer la
vida me pasaba factura por todo lo que había hecho. Quizá Dios me encontró
tan vil que merecía la misma muerte en ese instante. Me ahogaba…

Echy, mi único hijo estaba con Leucemia.

No sabía qué hacer, mi esposo muerto, mi niño enfermo y yo sin trabajar.


Conseguir empleo en Alemania era sumamente difícil. Buscaba todos los
días en Internet, en la bolsa de empleo y no conseguía nada. Caminaba por
los centros comerciales buscando algún letrero donde solicitaran personal,
pero era en vano. Sentía tanta frustración y enojo que me sofocaba.
Necesitaba un empleo de inmediato o mi hijo podría morir, el tratamiento era
costoso y el plan de salud no me servía para mucho. Lloré noches enteras
por sentirme en un callejón sin salida. Sin embargo, una idea descabellada
comenzó a tomar fuerza en mi cabeza, sentía que era mi única escapatoria, mi
oasis en medio del desierto, mi salida. Sin pensarlo más, tomé mis cosas y
caminé a la casa de mi amiga, la cual quedaba a dos cuadras de la mía.

—Anita, ayúdame —le supliqué a mi única compañía, mi esperanza—.


Necesito trabajar, estoy desesperada, las cuentas suben, hay que pagar la 12

La chica del burdel casa o si no nos desalojan, el tratamiento de mi hijo es


costoso. No tengo nada. —Lloré desconsolada en los brazos de mi amiga de
toda la vida.

—Chantal, no sé qué decirte, solo hay una opción

—Anita hizo silencio para tomar el valor de decirme.

—¿Cuál? Dime, por favor —inquirí desesperada.

—Eh... No creo que te guste —advirtió con tristeza.


—Mi hijo está enfermo y hago lo que sea por él

—aseguré mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas como tantas
veces en estos últimos meses.

—Trabaja para Paschá. —Un silencio sepulcral se adueñó del momento. Me


llevé las manos al rostro desesperada y un suspiro escapó de mi pecho.

—¿Paschá? ¿El burdel? —pregunté incrédula en un hilo de voz—. Tenía la


misma idea, pero quería dejarla como última opción, la más lejana posible.

—Chantal, perdóname, pero no veo otra opción

—se disculpó encogiéndose de hombros.

—Si no hay más opción, Paschá será —afirmé con una triste sonrisa en mis
labios.

El Paschá era el burdel más grande del mundo.

Estaba ubicado en Alemania y constaba de once pisos. Cada uno era


dedicado a un propósito diferente. Medité durante toda la noche la el
trabajar en ese lugar. No me quedaba otra opción, era trabajar ahí o ver
morir a mi hijo lentamente.

—¿Que debo hacer ahí? —pregunté armándome de valor.

—Solo vístete bien provocativa, maquíllate y sonríe. Sonríe aunque mueras


por dentro, la sonrisa atrae a los clientes —respondió tranquilamente.

—¿Puedes quedarte con Echy hoy?

—Claro, no hay problema, ten mucho cuidado, protégete. Recuerda, aunque


te paguen, tú pones las reglas y al que no le guste que pida otra dama de 13

Elba Castilloveitia compañía —concluyó para darme fuerzas y valentía.


—Gracias, mi amiga, gracias —dije con los ojos cristalizados por las
lágrimas que amenazaban por salir nuevamente.

Me vestí coquetamente, me maquillé, me puse un traje corto a mitad de


muslo de color rojo carmesí como mis labios, cremallera en la parte de atrás
y tacones altos color negro. Mi cabello negro caía como cascadas sobre mi
espalda. Tomé mi cartera con par de cosas que podría necesitar y me
presenté ante el gerente general del burdel. El camino se me hizo largo por
los nervios que sentía, aunque era un trayecto relativamente corto.

Al llegar al burdel me detuve frente al majestuoso edificio, un logo con el


nombre Pascha identificaba el lugar. Suspiré mirando el edificio,
debatiéndome si entrar o volver a mi casa. La imagen de mi hijo pasó por mi
mente, y justo fue el impulso que me hizo dar varios pasos hacia adelante y
abrir las gigantescas puertas del lugar.

—Buenas noches —saludé tímidamente. La recepcionista me miró de arriba


hacia abajo. No era una recepcionista cualquiera, su vestimenta era
demasiado provocativa, que constaba de un corsette rojo bastante ajustado al
cuerpo el cual oprimía sus enormes pechos.

—¿Eres nueva? —preguntó escudriñándome con la mirada.

—No… Solo quiero hablar con el gerente del burdel. Estoy buscando
empleo.

—Este lugar no es para niñas fresitas como tú.

—Eso lo puedo decidir yo, ¿no? —reviré mirándola fijamente a los ojos.

—Si es lo que quieres... Espera un momento

—concluyó con voz cortante.

La chica se puso de pie y contoneando sus 14


La chica del burdel caderas se perdió por unas puertas que quedaban al lado
izquierdo de su escritorio. Recorrí toda la oficina con mi mirada. Me
asombró la cantidad de cuadros eróticos que había por toda la oficina. No
pude evitar sonrojarme ante la forma tan explícita de mostrar la sexualidad.
Me pregunté si estaba tomando la decisión adecuada o sin lugar a duda será
una decisión que cambiaría por completo mi vida.

Pasaron varios minutos hasta que el ruido los tacones sobre el impoluto
suelo de mármol me hizo levantar la cabeza.

—Puedes pasar, el señor Schneider te recibirá inmediatamente.

Entré con timidez por las puertas que la recepcionista me había señalado. La
oficina era bastante amplia, con un majestuoso escritorio tallado en caoba en
su centro. Frente al escritorio divisé dos butacas acojinadas con terciopelo
negro.

Las paredes estaban pintadas de un color crema oscuro e igual a la oficina


anterior se mostraban diversos cuadros sacados de algún libro de kamasutra.

—Buenas noches, señorita. Mi nombre es Fremont Schneider. ¿A qué se


debe su visita?

—preguntó el elegante caballero frente a mí. Era un señor alto, como de unos
cincuenta y tantos años, ojos azules y una canosa cabellera que denotaba que
alguna vez fue rubio. Tenía una voz tan varonil que podría derretir a
cualquier chica.

—Buenas noches. Estoy buscando empleo

—confesé rápidamente, como si de vida o muerte se tratase. La vergüenza en


mi rostro me hizo evadir la mirada. Extendió su brazo señalando la silla
frente a mí para que tomara asiento.

—¿Cuál sería su especialidad? —Me escudriñaba con la mirada. Tuve que


alzar mis ojos, confundida 15
Elba Castilloveitia de momento, habiendo olvidado que me encontraba en un
burdel. Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios.

—Eh... ¿Qué opciones tengo? —pregunté descolocada luego de imaginar la


serie de opciones que podría encontrar en un burdel. Mi pregunta era
realmente estúpida. Schneider me miraba fijamente, provocándome un
intenso rubor en las mejillas.

—Veo que no estás acostumbrada a este estilo de vida —expresó al ver mi


reacción.

—Por favor, necesito el trabajo. Mi hijo está muy enfermo y no tengo opción
—admití con lágrimas en los ojos.

—Bueno, eres muy hermosa y eso es un punto a tu favor. Piensa muy bien lo
que quieres hacer. A la vez que entras es difícil salir. Con tu belleza puedes
trabajar en lo que quieras fuera de este lugar. Quien entra aquí queda
marcada para siempre y es algo que estoy seguro que no quieres. —Asiento
calladamente—. En este lugar puedes hacer lo que quieras, lo importante es
satisfacer al cliente y darle un servicio de excelencia. Tenemos gran
variedad de servicios: sexo anal, vaginal y oral, sexo lésbico,
sadomasoquismo, striptease, sexo grupal, bailes y masajes eróticos. ¿En qué
te quieres especializar?

—repite tranquilamente.

Sentí los colores subir a mi rostro nuevamente, por un segundo quise abrir la
puerta e irme, pero mis pies estaban anclados al suelo.

—Puedo comenzar con bailes y masajes sensuales, striptease, y luego…


quién sabe

—respondí sonrojada.

—Muéstrame lo que sabes y quítate la ropa como si fueras una profesional


—solicitó descaradamente mientras se levantaba para poner una música
sensual.
16

La chica del burdel Me paré lentamente de la silla, bajé la cremallera de mi


vestido quedando en ropa interior. Luego, procedí a moverme como bien me
parecía.

Comencé a bailar, pero su mirada llena de lascivia me molestó. Tenía sus


ojos clavados en mí. Se echó hacia atrás en su silla reclinable cruzando los
brazos sobre su pecho. Me sentía expuesta, llena de vergüenza por hacer
algo que jamás había hecho antes.

—Muéstrame de lo que eres capaz de hacer, nena.

En realidad, estaba bloqueada, no sabía cómo moverme, pero necesitaba el


trabajo. Me armé de valor y eché a un lado el miedo. Si realmente quería el
trabajo tenía que enfocarme en lo que quería lograr. Comencé a moverme
sensualmente por la oficina sin pudor alguno. El señor Schneider me miraba
lleno de lujuria, sus ojos brillaban con picardía y malicia. No pude evitar
fijarme en su abultado miembro que comenzaba a ser evidente bajo sus
pantalones.

—Vamos, perra, chúpamelo —zanjó bajando la cremallera de su pantalón y


sacando su enorme miembro.

Me arrodillé y cumplí los deseos de ese hombre; su miembro me daba asco,


me repugnaba, pero tenía que hacerlo. No puedo evitar preguntarme en
cuántas vaginas había estado metido su miembro y cuántos fluidos ajenos
estaba probando.

—Bien, ahora muéstrame un baile sensual. —Su voz me trajo a tierra.

Me levanté y moví mis caderas sensualmente.

Extendí una mano para acariciar mis senos y con la otra introduce dos dedos
dentro de mí. No puedo evitar dar un respingo y por primera vez en mi vida,
me siento sucia, violada. Lo peor era que no podía demostrar que estaba
inconforme. No podía 17
Elba Castilloveitia demostrar todo lo que me repugnaba hacer esto.

—Lo haces muy bien para ser novata. Estás contratada. Puedes vestirte.

Sus palabras hicieron que un suspiro saliera de mi interior. Mientras me


ponía la ropa el señor Schneider procedió a explicar cosas del lugar.

—Ahora bien, aquí usted pone las reglas, usted elige lo que permite a los
clientes hacer o no. Sus ganancias son suyas, lo único que usted paga es la
habitación donde ofrecerá sus servicios. Son ciento cincuenta y cinco euros
semanales. Se le facilitaran condones y lubricantes, la lencería la puede
comprar usted o elegir de nuestro cuarto de vestuario la que considere
adecuada. Todas las facilidades del burdel estarán a su disposición o a
petición del cliente. ¿Entendido? —Se giró para buscar unos papeles en el
archivo—. Este es su contrato, fírmelo y cuando esté lista puede comenzar a
trabajar. ¿Dudas?

—Ninguna, señor. —Firmé el documento que había puesto frente a mí,


agradeciendo por la oportunidad.

—Ah, importante. Su habitación será la 423. —

Abrió el cajón izquierdo de su escritorio y sacó una llave dorada. Luego, me


la entregó junto con una tarjeta blanca que incluía un código—. Bienvenida
al Paschá.

El señor Schneider me dio un recorrido por los predios para que conociera
los diferentes pisos y las funciones de cada uno. El lugar era inmenso. El
primer piso estaba dedicado solo a propósitos administrativos. Allí estaba
ubicada la oficina gerencial, contabilidad, recursos humanos y otras que, a
mi entender, eran comunes. El segundo piso estaba dedicado a la comunidad
LGBTT. El tercero era para hacer orgias. Me quede asombrada al ver una
enorme pared translucida donde se podía 18

La chica del burdel apreciar lo que hacían. Se escuchaban gemidos casi


imperceptibles que quedaban encerrados entre las cuatro paredes de la
habitación. Grupos de hasta ocho personas en una habitación. Abrí mis ojos,
escéptica. Había personas fuera de esas paredes observando como si se
tratase de una exhibición de algún zoológico. En algunas esquinas había un
tipo de asiento en forma de S, donde algunas personas se masturbaban.

Caminamos por un largo pasillo para regresar al ascensor y seguir con los
otros pisos del burdel.

Antes del ascensor pude notar una pared rosada con tres orificios en su
superficie. En ellos los hombres introducían su pene para obtener sexo oral.
Los hombres no veían a la persona que les proporcionaba el placer oral,
mientras del otro lado había tanto mujeres como hombres dispuestos a
ofrecer placer. Cuando entramos al ascensor y el señor Schneider me
informó que no entrarían al cuarto y quinto piso ya que están dedicados al
alojamiento de las damas de compañías, prostitutas o como sea que le
llamaban. Ya en el sexto piso me enseñó en dónde debía sentarme a esperar
por algún cliente. Consistía en una sala de espera con asientos acojinados y
un enorme televisor que cubría casi toda la pared.

El séptimo piso me dejo aterrada. Cada habitación parecía una sala de


torturas. Había una pared donde podías escoger el tipo de látigo que
quisieras, ya sea por largo, ancho, por cantidad de púas en su punta. En fin,
todo lo que quisieras para torturar a tu pareja lo podías encontrar allí. Mi
cara de terror se intensifico al ver una jaula metálica, la persona
prácticamente quedaba con la cabeza por fuera y su cuerpo comprimido en
su interior. Había cadenas de distinto grosor, esposas, sogas que caían del
techo. Definitivamente aquel piso era para 19

Elba Castilloveitia acróbatas. No puedo evitar sonreír ante mis ocurrencias,


que sabía perfectamente que estaban fuera de la realidad.

El teléfono del señor Schneider sonó.

—Diga —respondió tranquilamente—. Sí, voy enseguida. Chantal, debo


volver a la oficina, puedes seguir sola los pisos restantes, pero antes le voy
a mostrar su habitación en el cuarto piso. ¿Me acompaña? —Asentí girando
sobre mis talones para seguir a mi nuevo jefe.
Mi habitación estaba bien equipada, era amplia, con una enorme cama,
jacuzzi, columpio, una camilla de aspecto ginecológico. También vi un
armario que contenía toallas, preservativos, lubricantes, esponjas
vaginales…, cosas propias del oficio.

—Eso es todo por hoy, usted elige cuándo comenzará —concluyó Schneider
rompiendo el silencio—. Los pisos que faltaron los podemos recorrer más
tarde, si usted me lo permite. De hecho, son los pisos más entretenidos. El
octavo es para las bailarinas, como un cabaré con bailarinas exóticas. El
noveno es la zona vip de nuestros miembros del burdel, donde eligen una
habitación lujosa para estar con su dama de compañía todo el tiempo que
deseen. El décimo piso es el lugar de las fantasías, ese lugar donde tu
fantasía se hace realidad y donde lo imposible se vuelve posible. Y, por
último, el piso número once, es un bar con casino, donde las meseras van sin
ropa atendiendo a nuestros clientes. Es un lugar amplio, capaz de satisfacer
los gustos de todos nuestros clientes. Fue un placer tenerte aquí, Chantal,
espero verte pronto. ¿Comenzarás hoy, cierto?

—Gracias, pero hoy solo vine a solicitar, ver cómo es el ambiente. No estoy
lista para comenzar.

Mañana en la noche estaré aquí. —Sin más, di 20

La chica del burdel media vuelta para para salir de aquel lugar lleno de
pasiones

prohibidas,

placeres

ocultos

aberraciones sexuales.
Llegué a mi casa y fue corriendo al baño, aún sentía las manos de aquel
señor sobre mi cuerpo, quería sacarme todas esas sensaciones, sacar de mis
pensamientos las imágenes de las parejas teniendo sexo por todos lados. Ni
pensar que a partir de mañana ese sería mi trabajo, pero todo fuera por el
bienestar de mi hijo.

21

22

La chica del burdel 2


LA CHICA DEL SUPERMERCADO
Rodrigo

Me encontraba en la cancha de baloncesto tirando a la deriva el balón,


viendo cómo daba vueltas y vueltas en el aire para luego rebotar en el suelo.
Me sentía cansado de la vida, de llevar una rutina que no me conducía a
ningún lugar. Estaba harto de mis padres, de ser quien era. Justo cuando
pensaba que mi vida estaba bien, que era feliz, siempre tenía que pasar algo
que me obligaba a retroceder y caer en la mierda de la cual había salido
tantas veces.

Estaba tan envuelto en mis pensamientos que no me di cuenta cuando mi


amigo entró. Me lanzó un pedazo de papel que había tirado en las gradas
para que reaccionara. Lo miré con cara de pocos amigos para luego cambiar
mis facciones a una de sorpresa.

Antonio era mi amigo de la infancia, mi mejor amigo, diría que el único que
he tenido. Ha estado siempre en las buenas y en las malas, aunque por un

tiempo

solo

conversábamos

mediante

23

Elba Castilloveitia mensajería instantánea.

—Hey —chocó mi mano a modo de saludo y luego se sentó a mi lado—. Me


enteré de que habrá una fiesta mañana, cerca del burdel. ¿Vamos?
—No me interesa, ve tú si quieres —respondí con desgano mientras lanzaba
el balón nuevamente.

—No seas amargado, así nos conseguimos unas putas para pasar un buen
rato. —Me levanté malhumorado para quedar frente a mi amigo.

—Mira, Antonio, esas mujeres no sirven, son una escoria, deberían juntarlas
todas y quemarlas vivas.

Se acuestan con todo el mundo y puedes terminar con una enfermedad de


trasmisión sexual por un rato de placer. ¿Eso es lo que quieres? ¿Terminar en
una cama desahuciado por estar detrás de una mujer que sabrá Dios con
cuántos ha estado?

Entiende, no vale la pena.

—¿No has visto las mamacitas que entran y salen de ahí? —continuó él en un
intento por convencerme. Puse mis ojos en blanco, mi amigo no tenía
remedio.

—No me convencerás, esas mujeres no valen nada. Están ahí con todos, no
se aman, ni se respetan. Jamás andaría con una, son unas zorras que le abren
las piernas a cualquiera por dinero

—zanje malhumorado.

Antonio era demasiado mujeriego. Podía tener la muchacha más hermosa y


perfecta como novia, pero él buscaba la manera de ser infiel y trataba de
ligar con otras. Solo tuvo una novia que, según sus palabras, amó con toda su
alma, pero lo engañó, y desde entonces dice que, como lo engañaron y
jugaron con sus sentimientos, a él no le importarían los sentimientos de las
chicas con las que esté.

—Así de aborrecido no encontrarás novia. Mejor vayamos por unas


cervezas bien frías, ¿vale?

—Vale
24

La chica del burdel Caminamos al supermercado que quedaba al cruzar la


calle. Al abrir la puerta, una hermosa chica de cabello negro azabache, tez
blanca y ojos vivaces color miel salía. Era una chica hermosa, llevaba un
jean rasgado y una blusa de botones negra. Nuestras miradas se cruzaron por
un rato, me sonrió y luego siguió su camino. Giré para seguir observándola,
pero esta vez a su perfecto trasero.

—Hey, llamando a Rodrigo a tierra. Uno, dos, tres… Rodrigo, ¡aterriza! —


me golpeó la nuca, divertido para captar mi atención.

—¡Es hermosa! —confesé embelesado.

—Lo es —afirmó Antonio sin darle importancia, animándome a entrar al


supermercado—. Vamos por las cervezas.

Volvimos a la cancha para seguir platicando cuando, luego de varios


minutos, vi la misma chica pasar con un atuendo mucho más provocativo. El
silbido de mi amigo me hizo girar la cabeza tan rápido que si mi cuello fuera
de galleta me hubiese degollado.

—¿Será la chica del supermercado otra vez?

—pregunté confundido—. Tal parece que vive cerca, porque se cambió muy
rápido —concluí sin dejar de mirarla. Ella caminaba coquetamente hacia…
¿el burdel?

—Parece que tú angelito no es muy santo que digamos —se burló Antonio.

—¡Cállate! —le di un fuerte codazo en las costillas, dejándolo sin aire.

—¿Vamos al burdel? Así ves a tu angelito y sales de dudas —añadió con su


voz entrecortada a causa del codazo.

—Déjate de cosas, no cambiaré de pensar —zanje tras levantarme para


regresar a mi casa, ya era tarde y tenía cosas que hacer en mi habitación, 25
Elba Castilloveitia aunque muchas veces preferiría no llegar. Mi amigo se
ofreció a llevarme, podía caminar unas cuantas cuadras, pero las cosas no
estaban muy bien y no podía exponer mi vida.

La luz estaba apagada, por lo que deduje que mi madre estaba encerrada en
su habitación y mi padre había salido para revolcarse con cualquier puta del
camino. No hice más que poner un pie dentro de mi casa cuando la voz de mi
madre me ensordeció. Estaba sentada en el mueble tranquilamente, su
cabello desordenado y sus profundas ojeras bajos sus ojos mostraban la
infelicidad de los últimos meses. No pude evitar dar un brinco al escuchar su
voz reclamándome.

—¿A estas horas llegas? ¿Qué te crees? Todo el día en la calle y no haces un
divino, no ayudas. Con veintiocho años no haces nada, eres un holgazán.

Mira a ver si consigues un trabajo. Me tienes harta, Rodrigo.

Decidí ignorarla y seguir a mi habitación. Mi madre siempre con su genio,


siempre con lo mismo.

Quería que todo el día estuviera trabajando. Sus regaños hacían de mi


convivencia en la casa un verdadero infierno, sin contar las veces que mi
padre llegaba borracho, muchas de ellas con manchas de labial en su ropa y,
sin embargo, mi madre no decía nada; aceptaba sus infidelidades con el fin
de no quedarse sola y seguir teniendo un apoyo económico.

A veces solía parecer duro y cortante, pero no entendía cómo había mujeres
sin dignidad, que no se valoraban, que preferían estar con un hombre que las
maltrataba y humillaba con tal de no estar solas. Muchas no se daban el lugar
que se merecían.

Si un hombre no te valora es porque no te ama, el amor no se mendiga. El


que ama, no lástima, no humilla, ni agrede, ni ofende, no traiciona. No se 26

La chica del burdel puede vivir con un amor que solo te destruye.
Mi padre, en un principio, era un hombre recto, que amaba a mi madre de
verdad. Se le notaba en cada gesto, cada mirada, era un hombre que infundía
respeto, pero un día todo cambió, empezó a beber y beber hasta quedarse
dormido en cualquier esquina. Comenzaron los insultos a mi madre, el
maltrato físico y psicológico, ahí se fue deteriorando mi familia, cada día
nos separamos más y más.

Entré a mi habitación y puse la música a todo volumen. No quería escuchar


los insultos de mi madre, no quería saber nada de ella, ni de mi padre.

Hacía varios meses que nos mudamos a esta ciudad, buscando olvidar
momentos tristes en nuestra familia. Antes lo tenía todo, amigos, novia, un
empleo humilde, pero que me ayudaba a vivir el día a día.

Apagué el reproductor de música y tomé el teléfono para llamar a Antonio,


cuando vi que tenía varios mensajes de Angélica. Ella era una chica
divertida. La conocí en una fiesta, se había tropezado con un chico y quedó
tirada en medio de la gente. La ayudé a levantarse y desde ahí nos hicimos
muy buenos amigos. Salíamos y nos divertíamos en actividades y
campamentos; era el alma de la fiesta. En fin, al mudarme no la vi más.

Nuestro único medio de comunicación eran los mensajes que me envía por
WhatsApp. Dejé el celular a un lado y la imagen de la chica del
supermercado vino a mi mente. Era hermosa, muy hermosa, pero ¿trabajará
en el burdel? No toleraba esas chicas y ninguna que no se amara, ni a su
cuerpo. Una muchacha tan hermosa con toda una vida por delante, vender su
cuerpo, arriesgándose a contraer alguna enfermedad… No podía ser, quizás
estaba equivocado. Sacudí mis pensamientos, 27

Elba Castilloveitia porque sería capaz de ir al burdel solo a jalarla por el


cabello y mostrarle que había empleos mejores que ese.

Busqué nuevamente el celular para llamar a Antonio.

—Hola de nuevo —saludé.


—¿Qué hay? No me digas que irás conmigo a la fiesta —mencionó Antonio
divertido.

—¿Crees en el amor a primera vista? Te confieso que la chica del


supermercado no ha salido de mis pensamientos

—suelto

pensativo

mientras

enrollaba el cable de los audífonos una y otra vez entre mis dedos.

—No me digas que te han flechado —comentó en tono burlón—. Vamos a


esa fiesta, dale, no tienes que estar con ninguna, solo miras y ya.

—Está bien, iremos, solo porque quiero estar seguro de que esa chica no es
una de ellas —acepté no muy convencido.

Mi estómago rugió exigiendo alimento, pero no quería levantarme solo por


no escuchar los reclamos de mi madre nuevamente. Luego de un rato
escuchando música el hambre era tanta que me levanté y me fui a la cocina.
Me preparé un sándwich y me senté a engullirlo sin quitar la música. ¡Estaba
delicioso! Mi madre entró a la cocina para buscar algo en la nevera.

—Rodrigo, ¿puedes ir al supermercado? Necesito tomates y otras cosas.

—Okey… —asentí quitándome los audífonos para escuchar mejor lo que


decía.

Mi madre tomó un papel e hizo un listado de las verduras que necesitaba que
luego me entregó.

Caminé hacia el supermercado deseando toparme con la chica del cabello


azabache. Vaya suerte la mía cuando entré y la vi venir. Tenía una mirada 28
La chica del burdel tímida pero a la vez seductora, un cuerpo envidiable
para cualquier chica, pechos bien formados, cintura pequeña y unas anchas
caderas. ¡Es perfecta! ¡Es hermosa! Me observó, se le escapó una sonrisa y
continuó de largo. Tal parece que no me acompañará en el supermercado.
Sacudí mis pensamientos y entré por el encargo de mi madre, si no llegaba a
tiempo este podría ser mi último día de vida. Tomo todo lo que mi madre
había puesto en la lista para no demorarme.

—Mamá, llegué —le dije al regresar y dejar las cosas sobre la mesa.

Así, sin más, me di un baño y me encerré nuevamente en mi habitación hasta


que Morfeo me sedujo y caigo rendido en sus brazos.

29

30

La chica del burdel 3

EL PRIMER DÍA

Chantal

Había ido al supermercado a comprar unos jugos para mi hijo. Al salir, un


chico bastante lindo se quedó mirándome. Al principio no supe cómo
reaccionar, solo sonreí y seguí de largo. La verdad, el chico era muy guapo,
alto, de complexión atlética, de ojos verdes, nariz fina, unos labios que
daban ganas de morder y el cabello lacio que caía sobre su frente. Era
encantador. Pero por ahora no podía darme el lujo de tener algún romance.
Me tenía que enfocar en trabajar y obtener el dinero para el tratamiento de
mi hijo. No podía enamorarme y menos para que ese alguien se sintiera mal
cuando señalaran a su pareja como una puta.

«No puedo estar con nadie, esa es mi meta, no envolverme con nadie. Daré
todo el placer que exijan, pero hasta ahí. El corazón queda fuera y mis
sentimientos quedan nulos desde hoy.»
31

Elba Castilloveitia Llegué a mi casa, guardé los jugos en la nevera y me


apresuré a vestirme lo más sensual posible, con buen maquillaje y cabello
perfecto. Caminé hacia la habitación de mi hijo para darle su beso de buenas
noches.

—Te amo —susurré mientras le dejaba un beso en la frente.

—Mami, no te vayas, quédate —suplicó con ojos llorosos.

Se me rompía el alma cada vez que me suplicaba de esa forma, sobre todo
con su carita triste. Lo amaba tanto, si fuera por mí me quedaba a consentirlo
día y noche.

—Solo serán tres horas. Anita te cuidará. Te amo. —Le di un último abrazo
con otro beso y salí al burdel.

Iba caminando en la dirección correcta cuando escuché un silbido. No le di


importancia y continué.

Ya eran las seis de la tarde, por lo que esperaba estar de regreso a casa
como a las nueve y media de la noche.

Una vez en la entrada del burdel sonreí hacia los dos guardias de la entrada.
Me crucé con el señor Schneider, quien me dio un ligero saludo con la
cabeza y siguió de largo. Caminé hacia mi habitación, donde puse el código,
seguido de la llave y pasar la tarjeta. Aquel espacio tenía más seguridad que
el presidente de los Estados Unidos.

Sonreí ante mis pensamientos y por fin entré a la habitación. Guardé mis
cosas en el armario, excepto la llave y la tarjeta. Me detuve a pensar sobre
lo que haría y decidí que quería bailar. Me vestí con una lencería demasiado
provocativa para mi gusto y un antifaz para evitar ser reconocida. Luego subí
al octavo piso y comencé mi trabajo. Lo primero que se veía era una gran
tarima en forma rectangular donde las chicas hacían sus bailes sensuales. Me
32
La chica del burdel dejé llevar y comencé a moverme sensualmente imitando
a las demás. Mientras bailaba fui tocando mis partes ante la mirada lujuriosa
de varios hombres, los cuales no despegan sus ojos de mi cuerpo. Era un
lugar amplio, lleno de mesas redondas donde se sentaban los clientes con
bebidas alcohólicas en sus manos, tenía tubos, columnas, trapecios y un sin
fin de cosas para incitar al sexo y probar la creatividad al bailar. Sin
embargo, allí el hombre no podía manosear a las bailarinas, solo dejar
dinero en los encajes.

Un hombre regordete, con barba de días, no dejaba de mirarme desde mi


entrada, se acercó y dejó doscientos cincuenta euros en la liga que tenía
puesta en mi muslo junto a una nota. Seguí bailando y otro caballero, alto, de
tez blanca y ojos redondos escondidos detrás de unas gafas, puso trescientos
cincuenta euros más en mi pierna. Le sonreí y él me guiñó un ojo con
picardía. Le resté importancia, y así, con naturalidad, continuaron
acercándose hombres para dejarme dinero. Algunos lo lanzaban para que me
doblara a recogerlo.

Al final de la noche ya tenía mil ochocientos treinta y nueve euros. Jamás


pensé que ganaría tanto por un rato bailando. Tomé la nota y leí: Eres
preciosa, cómo desearía un buen masaje, tenerte frente a mi junto a tus
sensuales movimientos,

quisiera saborearte y hacerte muchas cositas ricas.

Decliné la oferta y decidí que me iba a casa. La verdad no estuvo nada mal,
pero me sentía exhausta. Salí del burdel y al pasar por el supermercado vi al
chico de la tarde entrando.

Nuestras miradas hicieron conexión, le sonrió y seguí de largo.

Tan pronto llegué a casa avancé a ver a mi niño.

—¡Mami, llegaste! —exclamó mi pequeño 33

Elba Castilloveitia corriendo a mis brazos.


—Sí, mi amor, ¿estás bien? ¿Comiste? Esperaba que estuvieses dormido.

—Sí, mami, Anita me dio cereal.

—¿Cereal? —pregunté mirando a Ana.

—Sí, cereal, pero fue de merienda, se comió toda la cena —se defendió mi
amiga.

—Entonces, ya es hora de dormir, jovencito

—dije con cariño, recostando a mi hijo en la cama y tapándolo con la cobija


para que no le diera frío.

—Un rato más, mami.

—Debes descansar, tu cuerpo necesita fuerzas.

Lo abracé y besé como si fuera a verlo por última vez. Me quedé un instante
mirándolo con ternura, mientras miles de pensamientos corrían por mi mente.
Cuando me di cuenta de que se había quedado profundamente dormido, fui a
la sala junto a mi amiga.

—¿Cómo te fue?

—Bastante bien, solo bailé y gané un buen dineral. Me hicieron varias


ofertas, pero las rechacé todas.

—¿En serio? Pero si aceptas las ofertas es mucho más —sugirió Anita
mirando todo el dinero que saqué de mi cartera—. ¡Es demasiado! Aunque
he hecho mucho más —se llenó de orgullo.

—Ya te dije que solo bailé. Es incómodo que te estén mirando con ojos
brillantes llenos de lascivia.

Estaba ansiosa por salir de ahí.


—Te acostumbrarás. Y pensar que eras la primera en criticarme —señaló
con sorna.

—Es diferente, Ana. Tú lo tienes todo, naciste en cuna de oro. No entiendo


cómo puedes hacer esto.

Si tu madre se entera, te meterás en un gran lío.

—Lo sé, pero confío en ti. Lo hago por placer, me gusta. Admito que soy una
ninfómana sin remedio.

Por cierto, ¿harías sexo grupal? —preguntó de 34

La chica del burdel golpe, dejándome sin palabras y ruborizada—.

Cuando tengas la oportunidad o te lo propongan, me dejas saber y lo


hacemos. ¿Te parece?

—¿Y que te estén mirando a través de las paredes acristaladas? Estás loca.
Nunca he hecho eso y no creo que lo vaya a hacer —respondí apenada.

—Siempre hay una primera vez. La sensación es demasiado fuerte.


Imagínate, tener uno dentro de la vagina, otro en tu trasero y alguien
acariciando tus senos o besándote. Es lo mejor que hay. —Su mirada se
tornó oscura mientras miraba el techo y mordía su labio inferior—. Una vez
unas chicas, María y una tal Jesica, me pidieron que hiciéramos un quinteto
con unos morenos. Estaban divinos, sin mencionar que su burundanga estaba
por encima de las expectativas. Me vine como seis veces y quería más.
Desde entonces amo hacer ese tipo de orgías. Créeme, si pruebas te
encantará y no querrás hacer nada más.

La miré con incredulidad. Ella no entendía que para mí esto era difícil, que
lo hacía por necesidad, no por gusto. Lo único que me motivaba a seguir era
mi hijo, y si podía evitar tener relaciones, mejor.

Me dedicaría a bailar, dar masajes, sexo oral, todo menos penetración, al


menos era mi pensar.
—Iré a dormir. Estoy exhausta —me despedí, en realidad me sentía
demasiado cansada.

—Y eso que solo bailaste. Espera a que te toque uno de esos hombres
calentones que no te dan tregua. Morirás. Bueno, iré a trabajar, luego te
cuento —añadió ella para luego darme un beso y salir de mi hogar.

Antes de dormir me puse a pensar en lo que Ana me proponía y sus


sugerencias pecaminosas. Por otro lado, debía aprender de todo y Ana
podría enseñarme poco a poco. Ella llevaba varios años en 35

Elba Castilloveitia esto y sería una gran maestra. Me perdí en mis


pensamientos hasta quedar inconsciente en un profundo sueño.

—¡Mami, mami! —El gritó de mi hijo me despertó.

Corrí a su habitación y los colores dejaron mi rostro al ver que la sangre


brota de su nariz y estaba ardiendo en fiebre. Agarré el teléfono con una
rapidez surrealista y marqué al médico de cabecera de la familia. Mis dedos
tiemblan mientras presionaba los números.

—Doctor, mi hijo está ardiendo en fiebre y está sangrando por la nariz, está
bañado en sudor, no sé qué hacer —dije desesperada al escuchar su voz al
otro lado de la línea, aferrando mi hijo contra mi pecho—. No tiene fuerzas,
está pálido —terminé ya con lágrimas en los ojos.

—Iré enseguida, cálmese —dice el médico tranquilamente, como si nada


estuviese pasando.

Busqué paños para remojarlos en agua fría y ponerlos sobre la frente de mi


hijo. Miraba el reloj y los minutos parecían eternos, hasta que por fin llegó.
Tras checar los signos vitales de mi pequeño, procedió a medicarlo para
estabilizar su temperatura y que dejara de sudar.

—Estará bien, pero si continúa con la fiebre deberá llevarlo al hospital para
un mejor tratamiento. —El doctor hizo unas anotaciones en papel y me lo
pasó—. Aquí tiene unas pruebas de laboratorio, es importante que se las
haga y luego vaya cuanto antes al pediatra.

—¿Eso es todo? —pregunté incrédula.

—Sí, sería todo —añadió tranquilamente.

—Gracias, doctor —agradecí resignada. ¿Qué más podía hacer? Odiaba ver
a mi hijo enfermo, daría lo que fuera por ser yo la que estuviese así y no él.
Le pagué al doctor y me quedé toda la noche 36

La chica del burdel al pendiente de Echy.

El sonido de la puerta me hizo dar un respingo.

Dejé suavemente a Echy en la cama y me asomé. No podía ser otra persona


sino Ana, mi única amiga.

Mi casa era como si fuera la de ella también, casi parecía que vivía aquí. Le
agradecí, porque sin ella no sabría qué sería de mí; era un gran apoyo.

—Hola, querida. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

—preguntó al ver mi cara y mis profundas ojeras.

—No dormí muy bien. Echy se puso mal en la noche, llamé al médico y
ahora es que la fiebre está cediendo. Tal vez luego lo lleve al hospital.

—¿Hoy no trabajarás? —indagó mientras buscaba algo en la nevera para


tomar.

—No sé, no quiero dejarlo solo.

—No te preocupes, lo cuidaré. Cualquier cosa te marco al celular. Por


cierto, me enteré de que hay una fiesta cerca del burdel. ¿Vamos?

—¿Cómo se te ocurre? Mi niño está enfermo


—zanjé.

—Lo dejamos con mi mamá, ella sabe qué hacer, anda. —Anita no me iba a
dar tregua, así que acepté para evitar que siguiera invitándome, total,
siempre terminaba convenciéndome.

Ana llamó a su madre. Hace varios años el hermano de mi amiga falleció de


Leucemia, por lo que la mamá de Anita, al enterarse de la enfermedad de mi
hijo, le tomó mucho cariño. Lo cuidaba con amor y esmero, como si fuera su
propio hijo, por lo que no tenía la menor duda de que sería bien cuidado,
sobre todo si estaba enfermo.

37

38

La chica del burdel 4


LA FIESTA
Rodrigo

La alarma me despertó. Tendría una entrevista de trabajo gracias a un tío mío


que laboraba en un hospital. Tres años atrás me había graduado de tecnólogo
médico, pero no lograba conseguir trabajo, país eran sumamente difíciles.
Los nervios me consumían, pero tenía que intentarlo para ser alguien de
provecho en la sociedad y no un parásito, como decía mi madre.

Al llegar al hospital fue grata mi sorpresa cuando vi la chica del


supermercado con un niño pequeño en brazos. Observé la tierna imagen y, de
la nada, tuve deseos de correr a besarla. Sacudí mis pensamientos y me
presenté con el guardia de seguridad, quien me indicó cómo llegar al área de
recursos humanos. Caminé lentamente hacia las puertas y toqué suavemente
la superficie para captar la atención de la recepcionista, que estaba absorta

en

su

computador

trabajando

39

Elba Castilloveitia apresuradamente.

—Buenos días. —La chica levantó la mirada y me brindó una hermosa


sonrisa.

—¿En qué le puedo ayudar, joven? —preguntó con su mirada fija en mis
ojos.
—Me llamo Rodrigo Leduc Mattei y tengo una entrevista. Es para tecnólogo
médico —respondí con cierta timidez.

—Oh, sí… Buenos días, te estaba esperando.

Tenemos una plaza disponible en el área del laboratorio. El requisito


principal es que tenga varios meses de experiencia.

—Trabajé en el Burglengenfeld por seis meses, mi último período en la


universidad.

—Perfecto, el señor Leduc nos dio muy buenas referencias de usted, no lo


haga quedar mal. Este es el contrato temporero por tres meses, si pasa el
período probatorio será citado para un nuevo contrato y nuevos términos.
Por favor, léelo y firmarlo. —Tomé el documento y firmé cada uno de los
papeles frente a mí luego de leerlos minuciosamente. Salí feliz de la oficina,
después de tanto tiempo por fin tenía un empleo.

Al salir vi que la chica seguía en la misma posición con el niño en brazos.


Un sentimiento desconocido se instaló en mi pecho, mismo que me hizo
acercarme. Verla ahí sola, con un niño en brazos, debía ser agotador.

—Hola. —Le sonreí amablemente y vi cómo sus mejillas se teñían de


rosado.

—Hola —respondió tímidamente, aferrando al niño con cierta fuerza.

—¿Necesitas algo? Debes estar cansada.

Disculpa mi atrevimiento, pero no debe ser fácil…

—hice silencio unos segundos, no quería parecer sofocante.

—Gracias, pero estaré bien. —Una triste sonrisa 40

La chica del burdel se dibujó en sus labios.


Tuve ganas de abrazarla y decirle tantas cosas, mas no me atreví. Me retiré,
pero algo me hizo ir a comprar un chocolate caliente y un pastel de limón.

Bajé a la cafetería y luego de hacer una corta fila de cinco personas el


dependiente me atendió. Me entregó el pastel de limón, el cual se veía
delicioso, y el chocolate caliente que olía exquisito. Subí de nuevo a la sala
de espera y aquella chica seguía en la misma posición de antes. Dudé en
acercarme, pero al final hice a un lado la timidez.

—Toma, te hará soportar el frío. —Le sonreí dejando la bolsa de papel con
el chocolate caliente y el pastel de limón a su lado y me marché sin decir
más.

Esa chica tan hermosa y al parecer la vida no la estaba tratando bien, se veía
triste con esas profundas y oscuras bolsas bajo sus ojos. No se veía bien,
pero aun así era hermosa. Su voz y su rostro quedaron grabados en mi mente.

Recordé que hoy era la fiesta a la que Antonio me había invitado. Busqué el
atuendo que entendía adecuado y me decidí por un pantalón ajustado casual
color crema, una camisa azul claro de botones con mangas hasta los codos,
cinturón y zapatos color marrón. Puse todo sobre mi cama y me senté frente
al computador a verificar mis redes sociales. Apagué la máquina y tomé el
celular para llamar a Antonio. Acordamos que estaríamos en el lugar a las
nueve de la noche. Por lo menos la fiesta era cerca del burdel, no dentro
como creía.

Llegamos a la fiesta y mi amigo se estacionó presumiendo su Audi color


blanco. Nos bajamos y pedimos unos tragos al cruzar las puertas. La música
sonaba muy fuerte, apenas podía escuchar lo que Antonio me decía. En eso,
vi llegar a la chica de cabello azabache junto a otra chica que parecía 41

Elba Castilloveitia su hermana. Su amiga era muy guapa también, tenía ojos
verdes, cabello rojizo y sensuales labios.

Antonio quedó mudo al verla y se puso realmente serio.


—¿Estás bien? Tu actitud cambió desde que llegó esa chica. ¿Pasa algo que
no sé?

—¿Te acuerdas de la chica que te conté? La que me engañó. Fue ella —soltó
con un ápice de rencor en su voz.

Quedé en silencio por varios segundos, no podía creerlo. Mi amigo estaba


mal y todo por una mujer.

Quién lo diría, siempre había una que pegaba hondo, pero mi amigo era un
hueso duro de roer.

No lo creería jamás de él.

—Bueno, ya estamos aquí así que disfrutemos de la fiesta y ya. Hoy no me


voy sin saber su nombre

—dije señalando a la chica de pelo azabache con mi bebida.

—Hoy no cuentes conmigo, no me quiero acercar a la zorra de mi ex —


sentenció resentido tomando un vaso lleno de vodka en su mano dispuesto a
olvidar todas sus penas.

—Antonio, ¿llegaron a hablar luego de que te fue infiel? ¿No crees que pudo
haber sido un malentendido?

—Me engañó, se burló de mí. Jamás pensé que Ana, mi Ana, estuviese
saliendo con el que fue su jefe. Jamás lo pensé, jamás lo imaginé. —Antonio
arrastraba las palabras con tanta rabia que según salían de sus labios le iban
desgarrando el alma.

Tenía la mirada vacía y fija en el suelo, pero en sus ojos se podía observar
unas indiscretas lágrimas que delataban cuánto le dolía el recuerdo.

—Vamos a bailar, la noche es joven —lo animé para cambiar de tema y


relajar el ambiente.
Me acerqué a la chica de cabello azabache y mi amigo fue a buscar una
despampanante rubia que 42

La chica del burdel no dejaba de mirarlo desde que llegamos.

—Parece que el destino se empeña en cruzarnos

—le susurré cerca de su oído regalándole mi más hermosa sonrisa.

—Tal parece que sí. —Me devolvió la sonrisa.

—Y tu niño, ¿está mejor? —pregunté realmente preocupado—. ¿Comiste el


pastel y bebiste el chocolate caliente?

—Son muchas preguntas, ¿no crees? —se le dibujó una sonrisa tímida—. Sí,
la respuesta es sí para ambas preguntas. Gracias, en serio —pasó su mano
por su largo cabello para acomodar algunos mechones rebeldes.

—¿Bailamos? —Nos miramos fijamente mientras ella sopesaba su decisión.


En un segundo nuestras almas se hicieron una. Aquella mirada hizo que los
sentimientos navegarán por el torrente sanguíneo hasta anclarse justo en el
centro de mi corazón, una tan intensa que nos decíamos mucho sin mover los
labios.

Bailamos pegados al ritmo de la música, que en ese momento era una balada
suave. Los latidos de mi

corazón

se

dispararon,

galopaban

apresuradamente sin darme tregua y mi respiración agitada delataba los


nervios que la chica me provocaba. La sensación de electricidad recorría
todo mi cuerpo, algo que jamás había sentido.
—¿Cómo te llamas? —me atreví a preguntar para acallar el silencio del
momento.

—Chantal.

—Chantal —repetí para grabarlo en mi mente—.

Bonito nombre. Soy Rodrigo y estoy a tus órdenes

—le sonreí y ella me devolvió la sonrisa—.

¿A qué te dedicas? ¿Trabajas? ¿Estudias?

—Traté de buscarle conversación, pero me respondió a medias o con


respuestas breves. Sentí que no me tenía la suficiente confianza. Por más 43

Elba Castilloveitia que intenté, fue imposible. No lograba derribar la


barrera.

—Creo que debo irme —soltó con rapidez para luego alejarse de mí y
correr hacia su amiga. Me dejó descolocado, no pensé que aquellas
preguntas tan sencillas le fueran a molestar.

—¡No te vayas, quédate! —le grité sobre la música, pero fue en vano.
Quería conocerla mejor, era una chica que me atrapó desde el primer
instante. Realmente deseaba formar una bonita amistad con ella y tal vez algo
más. Sin embargo, ella no me respondió y se marchó.

Salimos de la fiesta y sentí que algo cambió en mí desde el instante en que


invité a Chantal a bailar. Sus ojos quedaron grabados en mi alma y desde ese
día quise escribir una bella historia junto a ella.

44

5
NO VALES NADA
Chantal

Decidí llevar mi niño al hospital y allí, por razones desconocidas, me


encontré con el chico de ojos verdes. En realidad, él me encontró a mí. Fue
tan lindo conmigo, me regaló un chocolate caliente y un pastel de limón que,
él sin saberlo, era mi favorito. Mi rostro debió parecer todo un poema.

—¿Necesitas algo? —preguntó sin dejar de mirarme a los ojos.

—No, estoy bien —fue mi plana contestación.

En realidad, estaba cansada, tenía hambre y frío, pero no pensaba decirle la


verdad a un desconocido. Tampoco podía ir a comprar algo porque podía
perder el turno. De todas formas, ese chocolate y pedazo de pastel me sentó
de maravilla.

Por la tarde mi hijo se sintió mucho mejor y lo dejé con la madre de Anita
para poder ir a la fiesta.

No estaba muy convencida, pero decidí complacer a mi amiga. Allí nos


estábamos divirtiendo hasta que 45

Elba Castilloveitia vimos llegar a Rodrigo junto a otro joven. Anita se puso
nerviosa, me habló para irnos, pero esta vez era yo quien no quería. Me
sorprendí al verlo nuevamente, al parecer el destino se empeñaba en
juntarnos. Me senté un rato a tomar una bebida gaseosa, no era de beber
alcohol. Observaba el horizonte sintiendo el aire golpear mi rostro, cuando
escuché un susurro en mi oreja. Al voltear vi que se trataba del chico de ojos
verdes.

—Parece que el destino se empeña en cruzarnos.


—Su voz seductora en mi oído hizo que los vellos de mi cuerpo se erizaran.
Sentía mis mejillas arder ante los pensamientos impuros que enviaba mi
cerebro a mi entrepierna.

—Tal parece que sí —fue mi tímida y escueta respuesta.

Aquel chico tenía algo que me hacía sentir insegura, nerviosa. Me invitó a
bailar y nuestros ojos se conectaron de una manera especial, como si me
quisiera decir tantas cosas a través de una mirada, una llena de magia, algo
que jamás había experimentado. Todo iba perfecto hasta que me preguntó a
qué me dedicaba, si trabajaba o estudiaba. La magia se extinguió y quedé sin
palabras. No tenía claro el motivo, pero no quería decirle la verdad. De
pronto sentí miedo de perderlo, de que no quisiera saber de mí. Me alejé sin
darle explicación alguna.

Ya era de madrugada, así que decidí dejar a mi hijo con la madre de Ana
hasta el día siguiente por su condición, el sereno de la noche podría
afectarlo.

Opté por llamar a la mama de Anita para saber cómo se encontraba mi hijo.
Era tarde, por lo que sabía estaba dormido.

—Ana, voy a aprovechar para ir a trabajar un rato. Necesito dinero, entre el


doctor y el hospital quedé sin nada.

46

La chica del burdel

—Vamos, te acompaño. También estaba pensando ir. Mi habitación es la


442, por si algún día necesitas algo de emergencia o algún consejo

—me guiñó el ojo.

—Perfecto, gracias, amiga.


Llegamos al burdel, el área de las bailarinas estaba cerrada, por lo que tenía
que pensar qué haría hoy. Caminé parsimoniosamente al área donde los
clientes elegían las chicas y me senté lo más coqueta posible. Al cabo de
unos minutos, el caballero que me había puesto la nota el día anterior, el día
del baile, estaba justo frente a mí.

—Tenemos algo pendiente. Creo que me debes un masaje, preciosa. —Me


dio una miraba con malicia, pero como era mi trabajo, le sonreí. Me
extendió la mano para ayudarme a ponerme en pie, y la tomé con cautela.

—¿Qué deseas realmente? —le pregunté coqueta mordiendo mi labio


inferior.

—Te pedí la otra noche que quería un masaje erótico junto a tus sensuales
movimientos y algo más. En fin, quiero que bailes solo para mí. Te pagaré
bien si haces lo que te pido.

—¿Cómo te llamas?

—Dante.

—¿Tienes alguna habitación elegida o vamos a la mía?

—Me parece bien la tuya. —Me tomó de la cintura y nos dirigimos al


ascensor.

Caminamos en silencio hasta la habitación, una vez ahí le mencioné mis dos
reglas principales: no besos, usar protección siempre. No tenía la menor
idea de cómo dar un masaje y mucho menos uno erótico, pero me las
ingeniaría. Puse una música suave

sensual

comencé
a

bailar

provocativamente. El hombre no se perdía ninguno de mis movimientos, me


devoraba con la vista.

47

Elba Castilloveitia

—Hazme un striptease —sentenció.

Sentía los colores subir a mi rostro, pero no podía demostrar lo mucho que
me avergonzaba. Así que, al ritmo de la música, me desvestí con calma,
bailando y moviéndome al ritmo de la música.

Llevaba puesto un camisón ceñido al cuerpo con encajes, el cual mostraba


bastante piel. Poco a poco fui bajando un manguillo, luego el otro, mientras
movía mis caderas de forma provocativa. Acaricié el borde del camisón
rosando mis senos con los dedos. Dante bajó su mano y comenzó a frotarse
su miembro de manera provocadora sin dejar de mirarme. Me solté el
camisón, cayendo al suelo y haciendo un cerco alrededor de mis pies. Dante
no se perdía ninguno de mis movimientos. Palmeó el borde de la cama para
que me acercara.

—Ahora, nena, ven. Quiero mi masaje. Házmelo boca arriba —exigió con
una descarada sonrisa.

Al acercarme, un repugnante olor emanaba de su miembro. Era totalmente


asqueroso, apestaba, daba asco. Me armé de valor y empecé con el masaje
que quería. Me llené las manos de aceite aromático y me dirigí a sus piernas,
subí hasta los muslos, luego su cadera, después a su pecho, cuello y cabeza,
obviando sus geniales por razones lógicas.

Al extender mis brazos para masajear sus sienes, mis pechos quedaron
demasiado cerca de su rostro.
Dante se aprovechó y mordió uno de mis pezones, provocando que un grito
de dolor escapara de mis labios. Me aparté.

—Vamos, te faltó algo. No seas floja, hazme todo lo que sepas hacer —
reclamó señalando sus geniales para que los tocara. Hice lo que me pidió,
llevando mis manos a su erecto miembro. Él dejó caer sus manos sobre las
mías tan fuerte que me asusté.

—Así, perra, de arriba hacia abajo. Así, una y 48

La chica del burdel otra vez. —Hice lo que me pidió hasta que se corrió en
mis manos—. Ya es suficiente, pero ni te creas que no me verás más. Este
coño será mío, preciosa

—zanjó mirándome con deseo y apretando con fuerza mi coño. Me pagó por
mis servicios y quedé sorprendida al ver el dineral que dejó sobre la cama.

Me apresuré a vestirme para buscar otro cliente, luego me senté en el área de


espera. La chica que estaba a mi lado me miró con curiosidad. Era hermosa,
tenía un tatuaje en su abdomen, un pequeño corazón partido por la mitad. Era
rubia, de baja estatura, ojos color miel, blanca y muy voluptuosa.

—Eres nueva, ¿verdad? Me llamo María. —No pude evitar preguntarme si


era la misma María de quien me habló Ana.

—Mucho gusto, soy Chantal. Y sí, soy nueva, aunque si fuera por mí, jamás
estaría en este lugar.

¡Es asqueroso!

—Me gusta este trabajo, puedo vivir como reina.

Pero ten cuidado, hay hombres que se obsesionan contigo y no te dejan en


paz. Por más que te niegues te siguen acosando. Ten mucho cuidado, cuídate.

—Noté que iba a decir algo más, pero en eso vino un joven y se la llevó.
Me quedé pensando en sus palabras. Tendría que andarme con cuidado de
los maniacos sexuales.

Estaba envuelta en mis pensamientos cuando un señor alto, de piel blanca y


ojos de color verde se detuvo frente a mí. Lo miré con más detalle y su
aspecto me recordó a alguien, pero no sabía a quién.

—¿Me complacerás? —preguntó mirándome de arriba a abajo como si fuera


un exquisito manjar.

—¿En qué le puedo ayudar? —moví los labios con amabilidad.

49

Elba Castilloveitia

—Quiero una buena mamada con penetración al estilo perrito.

Acepté la propuesta y fijamos ochocientos euros por el servicio. Me tomó de


la mano y caminamos hacia mi habitación. Al llegar me empujó a la cama
con brusquedad. Lo miré con odio, pero no le importó. Sin perder tiempo
comenzó a desvestirse y dar órdenes como si de eso dependiera su vida.

—Tócate, mastúrbate, quiero verte. Anda, no seas tímida, mamita. —Puse


mis ojos en blanco, esos tipos lo único que querían era mandar y sentir que
tenían el control.

Recordé en seguida las palabras del señor Schneider, que lo más importante
era satisfacer al cliente, así que obedecí. Me quité la ropa con sensualidad y
él se sentó en una silla frente a mí.

Comencé por tocarme para incitarlo, primero mis pechos, mi abdomen


plano, luego mi coño. El hombre no dejaba de mirar cada uno de mis
movimientos. En un punto se sacó su miembro para luego levantarse de la
silla y meterlo en mi boca.
Era enorme, dieciocho centímetros de largo y bastante grueso. Lo follé con
mi boca, su sabor era amargo. Lo hice tan rápido como pude, quería que se
corriera para poder largarme.

—No, aún no me harás venir. ¡Ponte en cuatro, perra! —ordenó poniéndose


un preservativo.

Obedecí sin pensarlo mucho y sin piedad sentí cómo lo empujó dentro de mi
ano sin piedad. Grité de dolor, porque de placer era imposible. Cada
embestida era como una puñalada, ardía, me sentía violada, sucia. Tener
sexo por necesidad y no por amor era el acto más vil y asqueroso que podía
tener el ser humano. Lágrimas se arremolinaron en mis ojos, no podía más. Y
justo en ese instante sentí un líquido caliente bajar por mis muslos. Agradecí
a Dios que el hombre se corrió y me dejó en paz.

50

La chica del burdel

—Toma, puta, esto es lo que te mereces —soltó arrojándome unas monedas


al suelo.

—Hey, acordamos ochocientos euros —aclaré mirándolo con rabia.

—No vales ni la mitad de un centavo.

La rabia se instaló en mi pecho. Sus palabras hicieron hervir mi sangre, así


que, en un momento de pura ira, tomé el jarrón que decoraba la esquina de la
habitación y se lo lancé con todas mis fuerzas, rajándole la cabeza. El jarrón
se hizo añicos, pero era lo de menos. Aquella noche había hecho el dinero
suficiente como para pagar el cuarto cinco veces junto al jarrón.

—¡Maldito, eres un maldito! —grité con indignación. Tenía rabia, le había


entregado mi ano, tengo un dolor infernal, un escozor que de seguro duraría
días y no quería pagarme lo acordado.

—Y tú una puta, y las putas no valen nada


—espetó mirándome con desprecio.

—Si no valemos nada como dices, ¿qué vienes a hacer aquí? No habría
putas si no existieran tipos como tú, asquerosos y viles que solo piensan en
su placer, sin importarle el dolor de los demás.

¡Lárgate!

Las lágrimas comenzaron a caer como torrentes de mis ojos, lágrimas de


frustración, de infelicidad, me sentía sucia y vacía, esto no me llenaba, pero
mi hijo era lo que me motivaba a seguir. Me encerré en la habitación y no
quise atender más clientes por esa noche.

51

52

La chica del burdel 6

CONFESIÓN

Rodrigo

Luego de la fiesta llegué a mi casa y puse mi alarma a las cinco y media de


la mañana. A veces cuando me sentía demasiado estresado daba unas vueltas
por el parque, y estos últimos días estaba sobrecargado. Hoy era mi primer
día en el trabajo, me habían llamado del hospital para decirme que me fui
seleccionado como el nuevo tecnólogo médico en el laboratorio. Estaba feliz
con este trabajo, esperaba poder ayudar a mi madre y luego ahorrar para
comprarme un auto. El que había en casa era de mi padre y muy pocas veces
me lo prestaba. Él decía que yo era un irresponsable que le destruiría el auto
por mí falta de madurez. ¡Era absurdo!

Con veintiocho años no había logrado mucho en mi vida, en realidad me


sentía un don nadie, alguien que no servía para nada. Mi autoestima estaba
por el suelo, pero fue infundada por los 53
Elba Castilloveitia constantes insultos de mis padres. Me decían a cada
instante que no servía para nada, que no hacía nada bien, que era un parásito,
entre otras cosas que prefiero no recordar. Esas palabras fueron
destruyéndome psicológicamente. Decidí estudiar y me gradué, pero al
mudarnos acá, todo cambió, todo fue tan diferente que, en vez de progresar,
me estanqué. Mi vida se convirtió en una eterna monotonía. Si no hubiera
sido por mi amigo, Antonio, realmente no sé si estaría vivo. Era el único
capaz de sacarme de este infierno que era mi hogar, si se le podía llamar así.

Estaba terminando de prepararme para ir al trabajo. Escuché el motor del


auto de mi padre al llegar, por lo que me apresuré, ya que no quería
encontrármelo y mucho menos escuchar sus alaridos tan temprano. Salí de mi
cuarto con la camisa aún abierta y justo cuando estaba por abrir la puerta
principal, me estampé contra él. Tenía la cabeza vendada y su camisa
manchada de sangre.

No pude evitar preocuparme al verlo, a pesar de no tener una buena relación.

—¿Estás bien?

—Es algo sin importancia —chocó su hombro con el mío al entrar. Su


aliento me golpeó el rostro: alcohol mezclado con tabaco. Traté de contener
la respiración, era un olor demasiado desagradable.

Me giré y lo vi dirigirse a su habitación. Su caminar era inestable, iba de


lado a lado, vacilante.

—¿Sin importancia? Parece que por poco te mueres y es sin importancia. Me


imagino

—completé en tono sarcástico. Mi padre se detuvo para darme una mirada


llena de enfado mientras se desabrochaba la camisa.

—Piensa lo que quieras, no te daré explicaciones, ni a ti ni a tu madre. Hago


con mi vida lo que me dé la gana. —Se giró para continuar su camino.

54
La chica del burdel

—Papá…, solo me preocupo por ti. Es todo.

—Basta, te dije que no tengo que darte explicaciones y menos a alguien


como tú, que no es capaz de mantenerse solo. Basta de hacer preguntas, que
al final sé que no te importan. Me tienes harto, Rodrigo. Ya es hora de que
busques un empleo y te largues de aquí. Ya estás demás. —Su rostro se había
desfigurado por el enojo, tanto que pensé que en cualquier momento sacaría
el cinturón para golpearme como tantas veces había hecho.

—Ya tengo empleo —espeté entre dientes—. Para tu información, hoy es mi


primer día de trabajo. Tío Israel abogó por mí y gracias a él me emplearon
—le expliqué satisfecho mientras terminaba de abrochar los botones de mi
camisa.

—Vaya escoria, mi hermano sigue siendo el mismo alcahuete contigo.


¡¿Acaso nunca podrás salir adelante por tus propios méritos?! —gritó con
odio refiriéndose a mi tío.

—Podrás decir lo que quieras, pero tú mismo sabes que mi tío siempre ha
estado cuando más lo he necesitado. Ha sido un padre cuando tú en lo único
que piensas y te hace feliz es la bebida y estar con mujeres. Mi tío me ha
demostrado lo que es ser un padre. No como tú, que estoy seguro de que
deseas y le pides a Dios todos los días para que me muera.

Decir todo esto hizo que mi ser respirara de nuevo. En ocasiones el rencor
era tanto que se convertía en un costal que me aprisionaba el pecho,
dejándome sin fuerzas, sin aire. Mi tío Israel era la persona que más amaba,
respetaba y admiraba en la vida, siempre había estado al pendiente de mí y
de mi madre. Sus consejos me servían para no salirme del camino y tomar
decisiones equivocadas.

—Es que lo sabes… Eres un pendejo que no sirve 55

Elba Castilloveitia para nada. Solo ocasionas desgracias, muerte y dolor,


todo lo arruinas. Ni novia tienes. ¡Ja! ¿Qué novia te va a querer si de seguro
hasta impotente eres? Y, por último, deja de preguntar y meterte en mi vida,
que lo que me pase no es problema tuyo.

—¡Papá, ya basta de insultos! Si te pregunto sobre lo que te pasó es porque


me importas, no porque me interese lo que hagas o dejes de hacer con tu
vida. Es más, me voy, aquí no se puede vivir, si tan mal hijo soy, si soy una
basura, ¿para qué me engendraron?, ¿por qué no me dieron en adopción o me
mataron? —Di un portazo y me detuve a esperar a mi amigo. Ayer Antonio se
ofreció a llevarme al hospital y no pude negarme. Pasaron varios minutos
cuando vi el Audi blanco detenerse frente a mí. Me subí al auto sin decir
nada.

—¿Qué pasó? —preguntó mi amigo al observar mi rostro serio.

—Tan solo le pregunté a mi padre qué le había pasado, por qué llegó con la
cabeza vendada. Me insultó y me dijo cosas que… duelen demasiado, ya
sabes, ese tipo de palabras que te forman un hueco en el corazón y hacen que
ardas de dolor. Parece que no soy su hijo, que me tuvo por obligación

—concluí con tristeza, perdiendo mi mirada por la ventana del auto.

—No pienses eso, sus razones tendrá para ser así. —Me dio una palmada en
mi hombro para luego emprender la marcha hacia mi trabajo—.

Cambiemos de tema, mejor dime qué pasó entre tú y la chica de ojos miel —
onduló sus cejas repetidas veces.

—Te dije que no me iría sin saber, aunque fuera su nombre y lo logré —una
estúpida sonrisa se escapó de mis labios.

—Estás cayendo hondo, mi amigo. Tu sonrisa te delata. Su número, ¿lo


conseguiste?

56

La chica del burdel


—Eh… Lo olvidé, en realidad creo que metí las cuatro patas y bien hasta el
fondo.

—¿Y eso por qué?

—Le pregunté sobre su oficio, su pasatiempo y me dejó. Se fue casi


corriendo de mi lado, al parecer la pregunta no le agradó.

—Es una pregunta normal, no creo que hayas cometido un error. Tendrá
algún secreto que no quiere que nadie sepa —añadió Rodrigo con el
semblante pensativo.

—Lo único que sé es que me dejó solo y salió corriendo del lugar. Por
cierto, cuéntame de esa chica de ojos verdes. Noté que desde que esas
chicas llegaron cambiaste totalmente. Me tienes intrigado. —Su rostro se
ensombreció por un momento y los ojos se llenaron de lágrimas, quedando
en silencio por varios segundos—. Lo siento, creo que no debí…

—No te preocupes. Es que Ana…, la chica del cabello rojo, fue mi novia,
por ella soy como soy. La amé como no tienes idea. Creo que es la única
mujer que he amado en mi vida. —Hice silencio ante su confesión, no sabía
cómo responderle—. Sé que nunca te he contado los detalles, pero su
traición dolió tanto que preferí enterrarla en el fondo de mi alma para jamás
recordarla. Pero, aun así, duele, y duele mucho. Al verla ayer todo revivió
dentro de mí, no sabía cómo reaccionar, verla tan feliz y hermosa…, quise
volver a tenerla. Parece que el pasado ha regresado para confrontarme y
creo que no saldré ileso de esto. —Algunas lágrimas escaparon de los ojos
de mi amigo, jamás lo había visto tan decaído y frágil. Sin darme cuenta ya
habíamos llegado al hospital. La conversación hizo el trayecto demasiado
corto.

—¿Qué te parece si hablamos cuando salgas del trabajo? Necesitas sacar


todo eso que llevas dentro, 57

Elba Castilloveitia de lo contrario los resentimientos no te dejarán ser feliz.


Cuentas conmigo, ¿lo sabes? —sentencié poniendo mi mano sobre su hombro
en señal de apoyo. Abrí la puerta del auto, puse un pie afuera y me dispuse a
bajar—. Gracias. —Giré y me dispuse a comenzar mi nuevo empleo.

Llegué al laboratorio y el nuevo jefe me dio las reglas del lugar. Estaba
emocionado, por fin tenía un trabajo referente a lo que había estudiado. Por
fin sería alguien en la vida. El día transcurrió normal, entre pequeñas tareas,
análisis, muestras de sangre y pacientes impacientes. Al final de la jornada
mi supervisor quedó complacido con mi labor. Al salir del hospital, ya
Antonio me estaba esperando. Éramos inseparables.

—¿Todo bien? ¿Qué tal tu primer día?

—Mejor de lo que pensé. A mi supervisor le agradó mi trabajo. Hay que


brindar por este nuevo empleo. Vamos por unas cervezas bien frías, que
también tenemos mucho de qué platicar.

Llegamos a un bar, pequeño y acogedor. Sus muebles eran rústicos y desde


las ventanas se podía observar un hermoso paisaje. El olor a alcohol
embriagaba tan solo con estar allí. No había tantas personas, pedimos dos
cervezas y nos sentamos en una mesa redonda que quedaba con una hermosa
vista panorámica de fondo. La mesera fue muy amable. Le pedimos dos
cervezas frías y aperitivos.

Era un ambiente agradable y tranquilo.

—Ahora sí, cuéntame los detalles —lo miré atento. Apoyé mi codo en la
mesa y con mi mano sostuve mi barbilla. La brisa de la naturaleza golpeó mi
rostro.

—Bueno… como te dije, Ana fue mi novia. La amé como no te puedes


imaginar. Fueron los tres años más hermosos de mi vida. Ella era hermosa,
teníamos una relación especial y única. Ambos 58

La chica del burdel trabajábamos con el abogado Toluchet, mi tío. Lo


ayudaba en tareas sencillas dentro del despacho, así ganaba un dinero
adicional mientras estudiaba.
Ella era su asistente, aunque muchas veces me decía que no quería estar ahí.
Ana se convirtió en mi todo. Me enamoré como un loco desquiciado de ella.
Toluchet comenzó a pedirle que se quedará para completar unos pendientes y
así adelantar el trabajo. Cada vez que la iba a buscar notaba que era un
abogado diferente al que ella estaba atendiendo.

Me extrañó y le pregunté, pero ella me dijo que había creado una sociedad
con varios abogados y que ella tenía que hacer el documento oficial para la
firma. Era extraño, porque nunca me dijeron nada de esta supuesta sociedad.
Un día fui a buscarla mucho más temprano, quería invitarla a comer por
celebración de nuestro tercer aniversario. Cuando llegué…, escuché unos
gemidos dentro de la oficina, me acerqué con cuidado de que no notaran mi
presencia y la vi. Estaba sentada sobre el escritorio, desnuda, con las
piernas muy abiertas mientras uno de los abogados le daba sexo oral. Me
quedé estupefacto, inmóvil, no podía creer lo que veía. Me sentí traicionado,
desilusionado. La insulté, le dije muchas cosas hirientes y no quise saber
más de ella. ¡Es una maldita zorra! —mi amigo nuevamente tenía lágrimas en
los ojos. No había duda de que aquella mujer le pegó hondo, se había
clavado en el fondo de su corazón. Comprendí su actitud el día de la fiesta.

—¿No dejaste que te explicara? —pregunté.

—¿Para qué? ¿Qué me iba a decir?, ¿que los pendientes se los hacían a ella?
¡Ja! Pues no

—Antonio jugaba con el tarro de cerveza en sus manos. Sus ojos estaban en
un punto fijo de la mesa—. Hasta la fiesta no supe nada de ella y, como te
dije, removió todo dentro de mí. El tiempo no ha 59

Elba Castilloveitia logrado que la olvidé. Cuánto desearía volver a tenerla.

—Antonio, creo que debes cerrar círculos. Quizás eso te ayude a olvidar. Si
su amor fue tan fuerte como dices, tal vez puedan perdonarse y empezar de
cero —lo aconsejé tranquilamente—. El destino ha vuelto a reunirlos.
Aprovecha esa oportunidad que te regala la vida y habla con ella. Las cosas
pasan por una razón, quizás ahora sea su momento para estar juntos. —
Antonio se quedó pensativo ante mi comentario. Era arriesgarse o ver al
amor de su vida pasar como estrella fugaz ante sus ojos.

60

7
AMIGOS
Chantal

Me sentía frustrada, hacer algo que me costaba tanto trabajo, algo que no
gusta solo para ser tratada como basura y ser pisoteada no valía la pena.
Muchos en el maldito burdel se creían ser dueños de mí, nada más porque
pagaban por un rato. Se creían que estaba aquí por placer, sin imaginar que
cada una de nosotras tenía su propia historia. No tenían ni un ápice de
compasión por nosotras. Exigían que los hiciéramos llegar a la cúspide del
placer sin importar el dolor. Lágrimas caían de mis ojos mientras recordaba
al mal nacido de mierda. Maldita la hora en que acepté. Solo me reconforta
saber que pude romperle el jarrón en su cabeza y borrarle la estúpida y
sínica sonrisa que tenía en su asquerosa boca. Era un inepto. No me pagó lo
acordado y me lanzó unas monedas como si fuera una indigente. ¡Maldito,
mil veces maldito!, me repetía una y mil veces con lágrimas de rabia y 61

Elba Castilloveitia coraje.

Habían pasado casi tres horas desde que saqué al viejo idiota de mi
habitación. Decidí salir a caminar y tomar un poco de aire, no podía seguir
en aquel cuarto. El olor me sofocaba y las luces neones me estaban
mareando. No podía más, así que llamé a Anita para saber dónde estaba, ya
que habíamos acordado que debía esperarla.

—¿Estas ocupada? —mi voz salió en un hilo.

—No, ya estoy por salir.

—Te espero en el parque que está al lado de la cancha. —Mi voz se quebró,
ya no aguantaba más.

Quería llorar y llorar y sacar todo lo que se estaba acumulando en mi pecho.


—¿Estás bien? —la escuché preguntar con un aire de preocupación. En
tantos años de amistad me conocía como la palma de su mano.

—Creo.

—Lágrimas

comenzaron

caer

descontroladas al suelo. Era difícil ocultar algo doloroso, algo que, por más
que intentase, me hacía sentir miserable. Mi alma rota ya no aguantaba más.

—Claro que no lo estás, te conozco demasiado.

Espérame, enseguida voy para allá. —Escuché cómo se alejaba del teléfono
para terminar la llamada, dejándome sola con mis pensamientos.

Caminé con pasos lentos hacia el parque y me senté en un banquillo bajo la


sombra de un árbol.

El día estaba fresco, pero el cielo anunciaba que pronto empezaría a llover.
Sentía mi pecho apretado; la vida se había ensañado conmigo y no entendía
el motivo. Todo conspiraba para dejarme sola y con miles de problemas que
afrontar. ¿Por qué no era yo quien tuviera leucemia? ¿Por qué mi hijo debía
pasar por esto siendo tan pequeño? No era justo.

Mis pensamientos comenzaron a torturar mi 62

La chica del burdel mente con suma lentitud. Cada uno era cual punzadas que
se clavaban en el centro de mi pecho.

La brisa surcó mi rostro y por un instante me pregunté si acaso sería una


señal divina. Mi vida era un asco, jamás pensé que llegaría a esto, vender mi
cuerpo. Si tan solo hubiese otra alternativa, si tan solo alguien me ayudara.
Mis ojos no cesaban de destilar lágrimas de impotencia, frustración y
vergüenza. Me sentía sucia, manchada, humillada.

Bajé mi cabeza tratando de ocultar el llanto. El cielo al parecer me entendía.


Su tono, ahora de un gris oscuro, dejaba saber que estaba por llover con
fuerza. El ambiente se notaba triste y frío, al igual que mi alma. De pronto
sentí una mano posarse sobre mi hombro, levanté la cabeza secando mis
lágrimas con el dorso de mi mano. Pensé que por fin Anita había llegado,
pero no. Junto a mí estaba el chico de los ojos verdes y sonrisa encantadora.
Al verme, sus ojos mostraron un ápice de preocupación. Traté de evadir su
mirada para que no notase mis ojos enrojecidos, pero fue demasiado tarde.

—¿Estás bien? —preguntó Rodrigo. Lo miré pensando que era un espejismo.


¿Qué hacía tan temprano por el parque? Por su vestimenta deduje que estaba
ejercitándose.

—Sí —respondí escuetamente. Pasé mis dedos por mis ojos para enjugar las
lágrimas que no cesaban.

—¿Segura? Esas lagrimas me dicen lo contrario.

¿Quieres hablar?

Desvié la mirada hacia el suelo. Una extraña sensación recorrió mi piel,


como si al mirarlo pudiese descubrir todo lo que había en mi interior.

Rodrigo tomó con delicadeza mi rostro para que lo mirara y con su dedo
pulgar quitó mis lágrimas.

—Aunque sientas que tu mundo colapsa sobre 63

Elba Castilloveitia ti, recuerda que mañana será un nuevo día, donde el sol
volverá a brillar con más fuerza. No dejes que nada opaque tú sonrisa, que
nada quite tu resplandor. Muchas veces tenemos que pasar un túnel oscuro y
frío antes de volver a ver la luz. No lo olvides. —Me guiñó un ojo mientras
colocaba un mechón de pelo detrás de mi oreja en un tierno gesto. Aquello
me dejó descolocada.
—Gracias —susurré, y una débil sonrisa escapó de mis labios.

—Te acuerdas de mí, ¿verdad? Soy Rodrigo, el chico de la fiesta.

—Claro que sí —respondí apartando la mirada.

Observé mi bolso, no encontraba nada más interesante que jugar con la


costura. Aquel chico me provocaba nervios y no sabía la razón.

—¿Te parece si te invito un café? Aquí cerca hay una cafetería —me invitó,
y justo nuestros ojos conectaron.

— No puedo, en realidad estoy esperando a mi amiga. —Me excusé tomando


mi bolso y quedé sobre mis pies para marcharme.

—¿Me das tu número? —preguntó con su mejor sonrisa—. ¿Me permitirás


ser tu amigo? Quizás luego pueda invitarte un helado, ¿sí?

—No sé, ¿para qué quieres ser amigo de una desconocida? —pregunté algo
incómoda, aquel chico tenía algo que me hacía sentir ligeramente insegura.
Estaba en un momento de mi vida en el que no quería relacionarme con
nadie. Todo era demasiado complejo como para complicar más con todo el
que se me acercara.

—Las grandes amistades no nacieron tomadas de las manos. Al contrario, en


muchas ocasiones se han llevado de la patada antes de hacerse amigos.

Dame la oportunidad, para mí sería un honor ser tu amigo. —Sus palabras


llenas de seguridad me 64

La chica del burdel hicieron sonreír. —Por otro lado, quiero ser tu amigo
porque este chico ha quedado hipnotizado ante tal magnitud de belleza. ¿Qué
dices? ¿Amigos?

—completa extendiendo su mano para concluir el tema.

—Sabes, no lo sé —respondo con temor.


—Inténtalo, y si no te gusta mi amistad, ahí lo dejamos, ¿te parece? Me ves
cara de soquete, pero en realidad soy todo un amor.

—Okey —sonrío, y por primera vez mi sonrisa es sincera.

—Te ves linda sonriendo, deberías mostrar esa perfecta dentadura más a
menudo. No me gusta que las princesas lloren y mucho menos una tan
hermosa como tú. —Acunó mi barbilla con sus dedos para que lo mirara a
los ojos. Aquel gesto hizo que me sonrojara nuevamente y que mis defensas
colapsaran por completo.

Ana llegó justo a tiempo para quedar boquiabierta ante lo que veían sus ojos.

Intercambió una sonrisa con Rodrigo, quién dio media vuelta para
marcharse. Pero, cuando me dispuse seguir mi camino junto a Ana, su voz me
sacó de mis pensamientos.

—Chantal… ¿Me das tu número? —me preguntó con una expresión de pena
por la insistencia.

—No te rindes, ¿verdad? —Sonreí sin pensarlo mientras anotaba mi número


en un arrugado papel que encontré en mi cartera. Tras dárselo, cada cual
siguió camino. Mi amiga inspeccionó cada movimiento con atención.

—¿Ese es el chico de la fiesta? —Puse los ojos en blanco. Aún no asimilaba


lo que había pasado y ya me interrogaba.

—Sí —respondí tajante.

—¿Sí y ya? ¿Así de plano? ¿Qué pasó? Cuéntame, está súper guapo. Si no lo
quieres me avisas, que a 65

Elba Castilloveitia este me lo llevo de gratis. —Su comentario me hizo reír.

—Solo quiere ser mi amigo. Es todo.

—Ay, sí, y ahora tú te la crees. Te miraba diferente —dijo emocionada


dando algunas palmadas. Ella era capaz de ver cosas donde no las había, y
muchas veces tenía razón.

—Sí, me imagino… Tal vez de lástima. Me encontró llorando hace un rato


—zanjé evadiendo la mirada de mi amiga.

—¿Y porque estabas así?

—¡Por todo! —espeté con rabia.

—Explícate. No me gusta que me cuentes cosas a medias y lo sabes.


Además, con tantos años de amistad deberías confiar más en mí, ¿o no?

—cuestionó algo resentida.

—Estoy harta de todo, de esta mierda de vida que me ha tocado vivir, de que
mi hijo esté enfermo, de que muchos clientes se crean que no valgo nada, que
una va ahí por placer. Eso me enoja, me da rabia. Son tan egocentristas…
Hoy le lancé un jarrón a uno en la cabeza y se la rajé

—confesé.

—¿Qué? ¿Estás loca? Pueden demandar.

—Pues que demanden, tuve que aguantar su apestoso miembro. Aún siento
náuseas. Me rompió el trasero y, para completar, no me pagó. ¿Puedes
creerlo? No me pagó el desgraciado, arrojó unas cuantas monedas al piso
como si yo fuera una indigente. No sabes cuánto coraje y odio siento hacia
ese hombre. Es un desgraciado, un degenerado, un…

—Te

acostumbrarás

—me

interrumpió

tranquilamente soltando una sonora carcajada.


—Para mí no es nada gracioso. Me tocó el ser más despreciable que he
conocido en mi perra vida.

Me dijo que valía menos que un centavo. ¿Te parece 66

La chica del burdel bien?

Caminamos a la casa de la mamá de Anita para buscar a mi hijo. Al llegar


noté que estaba mucho más animado que cuando lo dejé el día anterior, cosa
que le agradecí al cielo. Su semblante ya tenía color y su hemorragia nasal
estaba bajo control.

—¡Mami, llegaste! Te extrañé —exclamó emocionado mientras se arrojaba a


mis brazos.

Definitivamente, escuchar su vocecita era mi puerto a tierra. Verlo, sentirlo y


abrazarlo me hacía olvidar todo. Él era la vitamina que necesitaba para
continuar.

—Mi amor, también te he extrañado —confesé mientras le daba un beso en


la frente y lo abrazaba contra mí.

—¿Me llevas al parque? —Le di una mirada a Ana, recordando que un rato
antes me encontré al chico en el parque. Ana solo se encogió de hombros en
respuesta.

—Dale, iremos en la tarde, te lo prometo. Solo necesito que me des unas


cuantas horas para dormir. Mami está muy cansada. —Me apresuré a vestirlo
y luego le di las gracias a Irene, la madre de Ana, por cuidarlo.

—Si quieres puedes descansar en la cama de Ana, luego te vas más


tranquila, así atiendo al niño un par de horas más en lo que duermes —me
sugirió al ver que iba a salir de la casa con mi hijo.

Su petición me tomó por sorpresa.


—No quiero causar molestias, Irene. Has hecho tanto por nosotros, no voy a
tener cómo pagarte por tanto —expresé con sinceridad.

—Cariño, lo hago con gusto. Ustedes son como mi familia también. Y no


tienes que preocuparte por nada, tu niño estará bien aquí. Te lo aseguro.

—Tomó a mi hijo en brazos y de inmediato me hizo señas para que subiera a


la habitación.

67

Elba Castilloveitia Luego de tres horas de descanso me arreglé nuevamente


para llevar a mi hijo al parque. Allí trepó el tobogán una y otra vez, se
lanzaba feliz y emocionado. Reía sin parar en cada una de sus travesuras. Me
hizo corretearlo por todo el parque pero, aunque era agotador, lo amaba y
quería que fuera un niño feliz. Era un tiempo que no cambiaría por nada del
mundo.

El médico había mencionado que su condición estaba en etapa temprana,


gracias a Dios fue detectado a tiempo. Tenía que estar alerta ante cualquier
situación, si se cansaba mucho le suspendía cualquier actividad para darle
un baño y acostarlo a descansar. El médico fue claro: era una enfermedad
progresiva y debía estar alerta. Mi mayor preocupación era conseguir el
donante de médula ósea. No me imaginaba mi vida sin ese niño. Era mi todo,
mi luz en medio de la oscuridad, mi pedacito de cielo, mi refugio en medio
de las tormentas que amenazaban con destruirme. Luego de que mi esposo
murió, Echy se había transformado en mi única alegría.

Corrí hacia mi niño, lo tomé en mis brazos y lo abracé con fuerza. Mientras
tenía su cabecita sobre mi hombro, vi en la distancia a Rodrigo con su
mirada fija en mí. Sentí cómo los colores subían a mi rostro mientras, en
algún rincón, un calor sofocante comenzaba a envolverme.

68

8
LA PRIMERA CITA
Rodrigo

Me encontraba perdido mirando a lo lejos el perfil de Chantal. En la mañana


parecía deprimida y triste, pero junto a ese niño era otra. Sus ojos brillaban,
se veía totalmente diferente. Me quedé absorto en su belleza. Nuestros ojos
se conectaron, la vi bajar su cabeza sonrojada y no tuve más remedio que ir
hacia donde se encontraba. Cada vez que sus mejillas se tornaban de aquel
color rosado me daban ganas de correr a besarla, tenerla en mis brazos y
mimarla hasta que el sol dejara de brillar.

Su timidez me derretía.

Caminé hacia ella sin perder la conexión. Era hermosa, me atraía como imán
a un metal. Sus ojos color miel tan hipnotizantes, su cabello azabache que
caía sobre su espalda y esa timidez que llamaba mi atención cada vez más.
Ese misterio que la envolvía, en vez de alejarme, me llevaba a ella.

—Hola de nuevo. ¿Es tu hijo? —pregunté 69

Elba Castilloveitia observando al pequeñín que estaba a su lado.

—Sí, se llama Ezequiel.

—Ezequiel, mi amigo —dije tratando de sonar amigable y revolcando los


mechones de pelo que caían sobre su frente.

—Mami, ¿quién es este señor? No podemos hablar con extraños —dijo con
inocencia—.

—Él es mi amigo… desde hace muy poco. Se llama Rodrigo —respondió


Chantal con un atisbo de sonrisa en sus labios.

—No debes hablar con extraños, te pueden llevar


—el niño miró a su madre con advertencia.

—Si me llevo a tu mamá, ¿no te pondrías triste?

—me dirigí al pequeño, quien se escondía detrás de la falda de su madre y


me miraba desafiante.

—¡No! No te llevarás a mami —exclamó él con los ojos llorosos.

—Te la devolveré. Préstamela, ¿sí? —dije de forma divertida.

—¡No! Mami es mía y no te la presto —soltó enojado mientras se aferraba a


las piernas de Chantal.

—Parece que tendré un gran problema con este chico —confesé mientras
acariciaba el cabello del niño—. ¿Me aceptas un helado? —le pregunté esta
vez a Chantal, dando por sentado que aceptaría.

—Está el niño, lo dudo —negó.

—A ver, chico, ¿vamos por un helado? —Los ojos del niño pasaron de
seriedad a iluminarse de emoción.

—Mami, helado, rico —habló con alegría repentina mientras aflojaba una
enorme sonrisa.

—No fue tan difícil, así que esta será nuestra primera cita. —La miré a los
ojos mientras le extendía mi brazo para que se colgara de él. Ella me miró
con duda, pero al final aceptó.

—No vale, jugaste sucio —dijo con diversión en 70

La chica del burdel sus ojos mientras caminábamos a la heladería—. No me


dejaste alternativa y a los niños se les cumplen las promesas. Por mi hijo lo
que sea.

Llegamos a la heladería y ambos pedimos de coco, coincidimos en que era


nuestro sabor preferido. El niño comió uno de vainilla.
—A ver, cuéntame de ti. Ya sé que tienes un niño hermoso. ¿Eres casada? —
pregunté en un intento de conocerla un poco más.

—Mi esposo murió hace varios años. Quedé sola con mi niño, él se ha
convertido en mi todo, mi cable a tierra. —La miré embelesado, estaba
amando cada gesto, su voz, cada parte de ella.

—Lo siento. —Quedamos en silencio, pero no era incómodo, al contrario,


era un intercambio de miradas donde nuestros ojos querían decir lo que no
se podía expresar con palabras—. ¿Quieres salir conmigo mañana? —rompí
el silencio que emergía, a la vez que entrelazaba mis dedos con los suyos.

—No sé, depende de la hora. —Puso un mechón de su negra cabellera detrás


de su oreja.

—A esta misma hora ¿Qué dices? —insistí con la esperanza de que aceptara.

—Déjame pensarlo, tengo que buscar quién cuide del niño, no lo puedo
exponer. —Miró a su hijo con ternura y luego se inclinó para besar su
cabello.

—Me llamas para confirmar, espero que aceptes.

—Perfecto. Ahora, si me disculpas, debo marcharme. Mi hijo debe


descansar. —Se levantó de la mesa para marcharse.

—¿Te acompaño? —Le tomé de la mano y sentí una electricidad recorrer mi


cuerpo. Estaba seguro de que ella sintió lo mismo. Nuestros ojos se
conectaron como aquella vez en la fiesta. Una mirada tan profunda donde las
palabras se dicen con la mirada y los labios callan lo que el corazón 71

Elba Castilloveitia quiere gritar. Una mirada que pareció ser eterna pero que
solo duró par de segundos.

—Está bien —asintió vencida.


Caminamos hacia su casa, el niño se quedó dormido en su regazo, así que
decidí cargarlo para que no se esforzara. Al llegar a la casa, Chantal abrió la
puerta y me llevó hasta la habitación para que recostara al niño en su cama.
Se veía tan tierno, hermoso, parecía un angelito, y por primera vez…

deseé tener una familia.

Salí tras despedirme con suma amabilidad y fui a buscar a mi amigo, que lo
había dejado en la cancha. Le había dicho que fuéramos a jugar baloncesto
luego de que me dejó en mi casa. No quería estar dentro de aquellas paredes
y aguantar los insultos de mis padres. Mientras caminaba llevaba una tonta
sonrisa en mis labios.

Sencillamente no podía esconder mi dentadura. Era un sentimiento que jamás


lo había experimentado, ni siquiera cuando me hice novio de Liana.

—Hey, parece que te sacaste la lotería, mi amigo

—bromeó Antonio mientras me lanzaba el balón.

—Casi, si esa chica me hace caso estoy seguro de que habré ganado el
premio mayor.

—No me digas que te atrapó. Eso sería una novedad. Además, hace mucho
que no sales con nadie.

—Me tiene idiotizado —confesé sonriendo.

Estuvimos jugando hasta alrededor de las ocho de la noche. Estaba famélico


y ya mi estómago estaba exigiendo alimento. Nos dirigimos hacia una
cafetería que vendía exquisitos sándwiches para pedir dos.

—¿Qué has pensado sobre cerrar ciclos con esa chica? —le pregunté dando
una gran mordida a mi sándwich.

—No lo sé, tengo miedo.

72
La chica del burdel

—¿Miedo a qué? En el amor hay que arriesgarse para saber qué sucede. No
puedes basar todo en una suposición y perder la oportunidad de ser feliz.

Si en realidad la amas deberías luchar por ella, o por lo menos hacer el


intento de entender la situación y ser amigos.

—No creo que pueda perdonarla, a pesar de que aún la amo. Entiende, fue
mi primera novia. No es tan fácil olvidar el primer amor. Es duro ver a quien
amas teniendo sexo con otro. Saber que te engañó, sin un ápice de compasión
ni respeto —soltó su sándwich sobre el plato y tomó un sorbo de su gaseosa.

—Tal vez tuvo sus razones. Habla con ella, atrévete. Es más, sé dónde
encontrarla. Es la mejor amiga de Chantal y estuve con ella antes de venir
para acá. Podemos hacer una cita doble —sugerí tratando de animarlo a mi
amigo.

—Suena bien, pero si ella no quiere podríamos dañar la cita de ustedes.

—No te preocupes por eso. Es más, le llamaré a ver qué dice. —Sin más,
tomé el celular que descansaba sobre la mesa y marqué el número de
Chantal.

—¡Hola! —Escuché su voz al otro lado del auricular, tan hermosa como ella.

—¡Hola! Es Rodrigo —respondí como si no me reconociera—. No sé cómo


podría sonar esto justo ahora, pero te extraño, a pesar de haberte dejado en
tu casa hace par de horas —mis labios formaron una sonrisa amplia,
mientras Antonio me hacía burlas como niño divertido—. Oye, ¿te gustaría
salir al cine mañana en la tarde? Si no quieres ir sola conmigo, puedes llevar
a tu amiga e invito a Antonio. —Le guiñé el ojo a mi amigo en complicidad.

—¿Sería como una doble cita? De cualquier 73

Elba Castilloveitia modo, te confirmo luego, primero debo buscar quién me


cuide el niño.
—Está bien, esperaré tu respuesta. —Colgué con una sonrisa.

—Veo que te han conquistado. Tus ojos te delatan. Siento decirte, querido
amigo, que estás tremendamente jodido —se burló dando algunas palmadas
en mi espalda.

Caminábamos

hacia

mi

casa

hablando

relajadamente, cuando vi el auto de mi padre salir a toda prisa. No le di


importancia porque él acostumbra a irse a esas horas y llegar por la mañana
con la peste a alcohol. Agradecí a Dios por no tener que lidiar con él ni
verle la cara. Cada día mi rencor hacia él era mayor, y sabía que no debía
actuar ni pensar así, pero su actitud me obligaba. Al entrar vi a mi madre en
una esquina de la cocina, con una mejilla hinchada, llorando en el suelo.

—Mamá, ¿qué tienes? —corrí hacia ella preocupado, tropezando con la


mesa del comedor.

—No pasa nada.

—¿Por qué tienes la mejilla así? ¿Papá te pegó?

—Me caí y me golpeé con la pata de la mesa.

—No sabía que la pata de la mesa tuviera dedos

—argumenté con sarcasmo—. Papá te pegó,

¿verdad? —Mi madre se desbordó en llanto mientras temblaba


descontroladamente.
—No, no es su culpa, fue mía por no saber entenderlo. No vayas a hacer
nada. Si tu papá nos deja quedaríamos en la miseria. Ignóralo, por favor

—suplicó con lágrimas en los ojos.

—¿Que lo ignore? ¡Casi te mata y quieres que lo ignore! —grité


encolerizado—. ¿Cómo pretendes que ignore a alguien que te maltrata y te
humilla?

Mamá, por Dios, ya basta de aguantarlo. Tantos años y él es igual de


prepotente, igual de cínico. Él no va a cambiar, si nuestra vida es un infierno,
74

La chica del burdel seguir junto a él será mucho peor. Mamá, es hora de que
te levantes, seques tus lágrimas y sigas, basta de humillaciones.

—Pero hijo… —el llanto ahogó sus palabras.

—No, mamá, le tienes que poner un alto y es ya.

—No lo dejaré —espetó decidida.

La miré con una mezcla de confusión y rabia, y sin decir más me encerré en
mi habitación. Ella prefería seguir con mi padre, a pesar de sus
humillaciones y su maltrato emocional y físico. No quería dejar a un hombre
que no tenía corazón ni sentimientos. El sonido del móvil me sacó de mis
pensamientos. El número de Chantal aparecía en la pantalla.

—Hola —respondí cortante.

—¡Hola! —Escuchar su voz fue como encontrar un oasis en medio del


desierto. Su voz hizo que todo el enojo que sentía se esfumara.

—Perdona —me disculpé de inmediato—. ¿Qué decidiste? ¿Iremos a la


cita? —esta vez pregunté con repentina emoción. Quería estar a su lado,
aquella chica despertaba en mí tantas cosas que me descolocaba al punto de
sentir confusión. Me desconocía.
—Ana está insegura, cree que no es buena idea.

No es fácil lidiar con un pasado que creías olvidado.

—Creo que deben hablar, es todo —argumenté con seguridad.

—¿Conoces su historia? Ella no me ha querido contar bien, solo me dijo que


fue un ex.

—Antonio me conto algo, pero es mejor dejarlo así, que ellos resuelvan. Si
aún hay amor deben arreglar las diferencias. —Tras un par de segundos en
silencio, decidí hacer una pregunta que aún quedaba en el aire—. ¿En qué
trabajas?

—Em… Yo… cuido a mi niño. Y a veces limpio algunas casas. —Su voz
vacilante me hizo dudar de 75

Elba Castilloveitia sus palabras.

—¿Cómo sobrevives? La vida en Alemania es dura, el costo de vida es muy


elevado y los trabajos brillan por su ausencia, es difícil conseguir uno.

Limpiando casas no creo que deje mucho.

—Debo colgar… Te hablo más tarde.

Quedé descolocado, una vez más evadía ese tema. ¿Por qué siempre que le
preguntaba sobre su oficio me esquivaba? ¿Qué escondía esta chica que se
colaba bajo mi piel? Todos estos años me había cerrado al amor, no porque
no quisiera, sino porque sentía que no aún no me tropezaba con la persona
correcta. Sin embargo, con Chantal todo se sentía correcto, que ella era por
quien tanto había esperado. Y no la pensaba dejar ir.

76

9
CATEDRA INVERTIDA
Chantal

Quedé desconcertada ante la petición de Rodrigo. Primero me pidió una cita


y luego me sugería una cita doble para que invitara a Ana. La idea no me
desagrada, pero no estaba segura de que mi amiga aceptara. Además, tendría
que buscar quién cuidase a mi hijo, gracias a Dios estaba mucho mejor, pero
no me podía confiar.

El sonido de una puerta cerrarse me trajo de vuelta a la realidad. Al mirar


me di cuenta de que Ana había llegado.

—Precisamente estaba pensando en ti. —Me levanté de la cama y caminé


hasta el tocador para mirarme al espejo.

—¿A qué se debe el honor? ¿Qué te traes?

—preguntó divertida mientras colocaba una sexy lencería sobre la cama. La


miré extrañada.

—¿Y eso? —pregunté observando el conjunto sobre la cama. Era precioso,


color negro, con unos 77

Elba Castilloveitia manguillos finos y escote pronunciado, todo era de


encajes, lo cual dejaba al descubierto la piel y nada a la imaginación.

—¿Qué te parece? Es que hay un cliente que me llama la atención, siempre


usa máscara y no he visto su cara, pero quisiera algo más con él. Su misterio
me envuelve, me trata con cariño, no es como otros. —Mi amiga tomó la
lencería en sus manos y la extendió frente a su rostro, observándola una y
otra vez.

—¡Por Dios, Anita! Esos hombres no toman a ninguna de las que trabajan
allí en serio. ¿Cómo crees que se fijará en ti? —La miraba por el espejo
mientras cepillaba mi cabello alborotado.

—Es que con este es diferente, me busca todos los días, me da detalles… Es
lindo, ¿sabes? Nadie me ha tratado así en años —dijo con un ápice de
tristeza en su mirada.

—Es una fachada. No te ilusiones, no quiero que sufras por amor. Luego
tendré que estar de paño de lágrimas. Lo siento, es mi pensar y no quiero
tener que decir te lo dije. Te quiero mucho y quiero que estés bien. —Al
terminar el cepillado me giré para mirarla a los ojos—. ¿Adivina qué?
Rodrigo me invitó a salir, así que tengo una cita, o mejor dicho, tenemos. Él
quiere que tú me acompañes para él invitar a su amigo.

—¿Tenemos? Eso está difícil. Y para completar…

con su amigo. ¿Antonio? ¡Jamás! ¿Estás loca?

—giró sobre sus pies para marcharse.

—Es solo un día. Dale, por favor. —La sujeté por el brazo antes de que
saliera. Hice un leve puchero para convencerla, mirándola como el Gato con
Botas cuando quería algo.

—No hagas eso, Chantal. Ya te dije que no.

Jamás tendré el valor de mirar a los ojos a Antonio, jamás podré dialogar
con él.

78

La chica del burdel

—No digas jamás, si no dialogas con él no sabrás su sentir. Cuéntame tu


historia, soy toda oídos.

¿Qué te da miedo? —Las lágrimas se asomaron en los ojos de mi amiga, y un


ápice de culpa se instaló en mi pecho.
—Ya te dije, fue mi novio —espetó alterada.

—¿Por qué terminaron? Dime, ¿acaso tantos años de amistad no han servido
de nada? ¿No confías en mí? —le cuestioné justo como ella lo hizo conmigo
el día anterior.

—Sí confió en ti y lo sabes, es solo que… no quiero hablar y punto.

El brillo que Ana tenía en los ojos hace un momento había desaparecido. Su
mirada se tornó vacía, apagada. Quedamos en silencio varios segundos.

—Él no quiere saber de mí nunca más —finalizó, y una lágrima solitaria


resbaló por su mejilla. Me apresuré a abrazarla.

—¿Estás segura? ¿Cómo sabes que no quiere saber nada de ti? ¿Acaso ahora
eres vidente? La gente con el tiempo suele cambiar de opinión respecto a las
personas. Ana, no sé qué ocurrió entre ustedes. Muchas veces tenemos que
enfrentar eso que nos duele para poder seguir hacia adelante.

No podemos cargar toda la vida con errores del pasado, con cosas que nos
atormentan y nos hacen sentir miserables. Hay que soltar y dejar ir. —La
abracé por la espalda con ternura, ella se giró y me abrazó con fuerza, yo
dejé que sus lágrimas humedecieran mi hombro.

—No es fácil. Antonio cree lo peor de mí y si supiera que…

—¿Qué? Llora todo lo que quieras, las lágrimas purifican y liberan. A veces
necesitamos llorar para poder sanar y seguir con la frente en alto.

Cuéntame todo, quizá pueda ayudarte en algo.

79

Elba Castilloveitia

—Nada, olvídalo. No me siento preparada para enfrentar mis miedos, mi


pasado.
—¿No confías en mí? No estás sola. Estoy para ti y lo estaré siempre, como
en todos estos años.

—Volvió a llorar desconsolada.

» Es que lo amé por completo, me entregué a él, fue el amor de mi vida. Era
de esos amores que sabes que nunca los podrás olvidar porque de alguna
manera te marcan. Pero… el destino nos separó. No merecía su amor y él no
merecía a alguien como yo. Cuando lo conocí pensé que era igual a su tío,
tan solo con mirarlo sentía un odio apabullante emerger de mi ser. Con el
tiempo me demostró que me amaba de verdad, que me quería bien y yo,
como una estúpida, me enamoré. Su tío me chantajeaba con destruir a mi
padre. Yo amaba a mi padre, él era mi adoración, no quería que nadie lo
dañara y tuve que ceder a cosas que no quería hacer constar de salvar a mi
padre.

—Lo que cuentas es demasiado fuerte. Creo que deben hablar, aunque sea.
Solo para aclarar las cosas y luego cada uno decide. Vamos a ir, valdrá la
pena —insistí mientras buscaba mi móvil para llamar Rodrigo.

—¿Qué haces? Dile que no iré —avisó al verme marcar el número de


Rodrigo. Negó mientras sujetaba mi antebrazo para evitar que le marcara,
pero me solté de su agarre y marqué el número haciéndole burlas divertida.

—¡Hola! —La voz de Rodrigo al otro lado del teléfono puso mis sentidos en
alerta. ¡Cómo anhelaba escucharlo!

—Hola —un escueto saludo salió de mis labios, no quería mostrar mi


emoción al escucharlo. No quería ilusionarlo con algo que no tenía
esperanzas.

—Si te digo que no has salido de mis pensamientos, ¿me crees? —Sus
palabras hicieron 80

La chica del burdel que mi rostro ardiera, agradecí que por teléfono no
podía ver mis reacciones.
—No te creo —sonreí—. Te llamo para decirte que mi amiga aceptó.

Observé a Ana, quien me miraba con odio en ese instante. Le saqué la lengua
y le lancé un beso. Ella me sacó el dedo del medio.

—Antonio se pondrá contento —concluyó.

Cortamos la llamada y tuve que aventarle una almohada a Anita, quien dio un
respingo porque se había quedado pensativa mirando la pared.

—¡Eres una maldita! —replicó indignada en tono divertido y haciéndose la


enojada.

—No te hagas, yo sé que en el fondo quieres arreglar las cosas. Ana, ve y


que sea lo que Dios quiera. Cambiando el tema, ¿me cuidas a Echy?

Necesito algo de dinero. —La miré suplicante para luego sacar del clóset la
ropa que me pondría. Hoy iría más provocativa que otros días. Me decidí
por un traje corto color negro que quedaba a mitad del muslo, un escote
pronunciado y en la espalda un corte en v, con tela transparente en los
costados.

Era ideal para seducir a cualquiera.

—Sabes que no hay problema. —Guardó la lencería que me había mostrado


en su bolso para luego volver a dejarse caer en la cama a mirar las estrellas
tornasoles que adornaban el techo.

—Gracias, por eso te quiero tanto —admití dándole un beso, tomándola


desprevenida—. Ella me miró con odio, fingiendo cara de hastío mientras
sonreía.

Caminé parsimoniosamente hacia el burdel y subí al octavo piso para bailar


un largo rato. La imagen de Rodrigo me golpeó la mente, por lo que no pude
evitar sonreír. De repente, recordé su interés por saber a qué me dedicaba, y
la sonrisa 81
Elba Castilloveitia desapareció al instante. En realidad me preocupaba, no
quería que pensara mal de mí o que creyera que era una cualquiera. Al salir
del ascensor me topé con el señor al que le rompí el jarrón en la cabeza. Me
miró de una forma tan oscura que me provocó un escalofrío por toda mi
espalda.

—Mira a quién tenemos aquí —me señaló mientras daba una vuelta a mi
alrededor, como león asechando a su presa—. Mira lo que me hiciste, zorra.
¡Me las pagarás! —vociferó enojado mientras me agarraba con fuerza del
antebrazo.

—Suéltame, usted se lo merecía por estafador, mentiroso y puerco —escupí


palabras llenas de odio y rencor.

—Ah, ¿sí? Vamos a la habitación para saldar deudas. ¡Perra! —me zarandeó.

—Con usted no voy ni de aquí a la esquina.

¡Suéltame ya! —grité con ganas de darle una patada en los geniales. Eché mi
cabeza hacia atrás en un intento de evitar inhalar su desagradable aliento
alcoholizado.

—Atención todos, observen bien a esta. Es una timadora, de sexo no sabe un


carajo. Es una mojigata, basura y sin experiencia. —Sentí mis ojos arder con
lágrimas de rabia que no pretendía soltar.

El malnacido me estaba humillando y no lo podía permitir.

—Timadora no. Usted es despreciable, váyase por el hueco de la letrina de


la que salió y déjeme en paz. De hombre usted no tiene un pelo y lo que tiene
entre las piernas no se puede diferenciar de una vagina. —Traté de aplastar
su ego de sopetón.

Me solté de su agarre bruscamente, mañana tendré las marcas de sus


asquerosas manos.

—Eres una… —me miró con odio, uno casi palpable.


—Soy tu dama de compañía predilecta, 82

La chica del burdel amorcito. Conmigo disfrutas sacar el maní que tienes por
pene, que, por cierto, ni cosquillas hace.

Acéptalo, no sirves como hombre, eres un asco —lo miré con desprecio.
Quería matar su ego de hombre poderoso y arrogante, aplastarlo cual
cucaracha por todo lo que me dijo en la habitación la otra noche.

—Esto lo vas a pagar, te lo juro. —Decidí ignorarlo y caminé con gracia al


área de bailarinas.

Mover el cuerpo me haría bien y distraería mi mente por buen rato.

Le tenía una rabia increíble a ese hombre, sus palabras encolerizaron lo


profundo de mi ser. No iba a darle el gusto de pisotearme y humillarme.

Subí al escenario y bailé, dejando todo ahí, toda mi frustración, mi coraje,


mis temores y dudas. Bailé de todas las formas posibles hasta que mi cuerpo
no pudo más. Esa noche tuve muchas ofertas y ya llevaba una ganancia de
tres mil euros solo por bailar.

Revisé mis ofertas y una de ellas captó mi atención. Un padre me pedía ser
la primera vez de su hijo. Pensé que era una locura, pero todo aquel sitio era
la perdición, así que acepté la oferta sin pensarlo demasiado. No tenía nada
que perder, de todas formas los chicos vírgenes solían terminar rápido.
Quizá tendría suerte.

El chico se encontraba sentado en el borde de la cama. Noté que no se veía


nervioso, como muchos en su primera vez. Mi mente maliciosa comenzó a
maquinar. Si de verdad el chico era virgen, le daría cátedra de cómo se
practicaba el sexo. Sonreí para mis adentros, iba a llevarlo a la cúspide del
placer sin necesidad de penetración si era posible.

—Ven, relájate —lo halé hacía mí. Comencé a acariciarlo mientras lo


desvestía con cuidado. Trató de besarme, pero lo esquivé—. No son
permitidos los besos —le advertí.
83

Elba Castilloveitia

—Es una regla estúpida, ¿no crees? Las reglas se hicieron para romperse —
me trató de convencer.

Comenzó a besar mi cuello mientras a la vez acariciaba mi espalda. Lo dejé


desnudarme y tocar a su gusto. Jugaba con el borde de su pantalón hasta que
se lo bajé lentamente, rozando mi boca en su miembro erecto.

—No las romperé. Los besos son para los enamorados y en este lugar lo
menos que hay es amor, solo diversión y placer —reviré mirándolo a los
ojos. El chico me miró descolocado, ya le había quitado su pantalón y se
encontraba solo en bóxer.

Se echó para atrás contemplándome.

—Uf, eres linda. Quiero que te pongas en cuatro, mi amor. —Lo miré
desconcertada, era imposible que un inexperto diera órdenes. Me estuvo
extraño, pero obedecí. Se paró detrás de mí y comenzó a introducir sus
dedos dentro de mí, mientras su otra mano acunaba mis senos. Me retorcía
de placer, aquel chico sabía muy bien lo que hacía.

—Para ser inexperto lo haces bien.

De repente, me dio una nalgada y salté de sorpresa ante lo inesperado.

—Mi padre cree que es mi primera vez, si supiera… En la escuela tengo a la


chica que me da la gana. Ahora acuéstate y abre bien tus piernas.

Obedecí sin remedio, total, él era el cliente, aunque su padre me hubiese


pagado. Separé mis piernas como solicitó.

—Eres linda, completita. —Se mordió el labio, luego se inclinó y comenzó a


darme sexo oral. Tenía una habilidad extrema, y pensar que le iba a dar
cátedra, cuando aquel muchacho me la estaba dando a mí.
Sonreí ante mi ignorancia. ¡Cátedra invertida!

84

10
CITA DOBLE
Rodrigo

Estaba nervioso, dentro de un par de horas sería la tan esperada cita doble.
Me encontraba ansioso por ver a Chantal otra vez. Ella logró dejar al niño
con la madre de su amiga y ambas llegarían en cualquier momento. Les
propuse buscarlas, pero se negaron. Mi amigo Antonio estaba mucho más
nervioso, se movía de lado a lado por toda la casa, no se estaba quieto,
miraba el reloj cada segundo y sus uñas poco a poco iban desapareciendo.

—Tranquilo, todo estará bien —traté de calmarlo, ya que su nerviosismo era


extremo, jamás lo había visto de ese modo.

—¿Y si ella no quiere hablar? —preguntó sin dejar de mirar por la ventana.

—Si no quiere, por lo menos lo intentaste. ¡Y ya cálmate!

El timbre sonó y Antonio corrió al baño. Me 85

Elba Castilloveitia apresuré a abrir la puerta, solo para encontrarme con dos
bellezas frente a mí. En realidad, la luz de una opacaba la otra. Chantal era
perfecta y eso no se discutía.

—¡Hola! —saludé a ambas dándole un beso en la mejilla a cada una, sin


dejar de mirar a Chantal de la cabeza a los pies. Se veía hermosa, realmente
hermosa. Tenía puesto un pantalón rasgado azul oscuro con una blusa de
cuello alto color amarillo y unas sandalias de plataforma. Si antes me
parecía hermosa, vestida de esa manera era una diosa—.

Adelante —busqué las palabras adecuadas que se me habían escapado junto


al aliento luego de ver a Chantal. Ella me sonrió y Ana entró cabizbaja.

—¿Nos vamos rápido? —preguntó Chantal mientras ojeaba la casa.


Agradecí que mi madre estaba en esos días que no salía de la habitación, de
lo contrario ya estuviese insultándome.

—Como ustedes quieran.

Nuestros planes eran ir al cine, ordenar pizza y luego reunirnos en la casa de


Chantal para hablar cómodamente. La idea era conocernos mejor y que Ana
y Antonio arreglaran sus diferencias.

—Vámonos

—espetó

Ana,

dejándonos

descolocados. Antonio salió del baño y, al ver a Ana, un brillo especial


apareció en sus ojos. Chantal y yo nos miramos con complicidad y nos
pusimos de acuerdo para dejarlos solos el mayor tiempo posible.

Fuimos al cine en el auto de Antonio. Las chicas se decidieron por una


película animada a la que nos quedó de otra que aceptar. Era graciosa y no
pude evitar perderme en las facciones de Chantal al reír, su amplia sonrisa
acaparaba todo el lugar. Era la primera vez que la veía reír así. Al darse
cuenta de mi mirada bajó la cabeza en un movimiento rápido y, aunque
estaba oscuro, estuve casi seguro de que 86

La chica del burdel sus mejillas cambiaron de color. Mientras Chantal se


envolvía en la película mi atención era para ella, de vez en cuando le
susurraba algo a su amiga en el oído y volvía a perderse en la gran pantalla.
En cierta ocasión no pude contener mis ganas de tocarla.

—Te ves hermosa cuando ríes así —le confesé mientras rozaba su mejilla
con dos dedos.

Nuestras miradas se conectaron de una forma hipnotizante y nuestros rostros


se fueron acercando poco a poco. Nuestros labios se encontraron y el mundo
dejó de girar, esa unión perfecta de dos almas que se funden en un beso. Me
olvidé de todo, solo éramos ella y yo. Nos separamos lentamente sin
desconectar nuestros ojos, pero nuevamente sentí el deseo de probarla.
Besaba exquisito, sus labios estaban hechos a mi medida. En ese momento
no tuve dudas de que Chantal era la chica por la cual había esperado tanto.

Mientras, Antonio y Ana no dejaban de estrangular sus sentimientos.


Pareciera que en cualquier momento se matarían con la mirada, pero en
ambos se marcaba aquella expresión que delataba lo que realmente sentían.

—Antonio, acércate y háblale, así no sabrás qué sucede. Si algo he


aprendido en la vida es que en el amor hay que arriesgarse. Quien no se
arriesga no gana. —La película se acabó y Ana y Antonio no se decidían a
hablar. Tuve la urgencia de alentar a mi amigo, no soportaría verlo sufrir por
un amor que no supo cuidar.

—No me atrevo, ella está tan… seria, quizá me ignore.

—Inténtalo, tal vez ella piense igual que tú. —

Antonio miró en dirección a Ana y sus ojos chispearon al encontrarse. Se


armó de valor y caminó hacia ella. Chantal y yo decidimos que era el 87

Elba Castilloveitia momento de dejarlos solos para que resolvieran sus


problemas, por lo que nos fuimos a la pizzería que estaba junto al cine.

—Estarán bien —afirmé mientras tomaba la mano de Chantal. Ella me sonrió


y luego caminamos hacia una banca, justo frente al ventanal de la pizzería.

—Siento lo del beso —se disculpó mirando el suelo.

—No sientas algo que para mí fue perfecto y mágico —acuné su barbilla con
mis dedos para que me mirara.

—No soy la mujer que crees y no quiero que sufras por mí culpa. —Sus
ojos, inquietos, no dejaban de observar a las personas que entraban al local.
—Déjame decidir esto, Chantal. Estoy dispuesto a amarte por el resto de mis
días. Si fuera necesario sería capaz de dar mi vida por ti, por favor no me
niegues.

—Rodrigo, de verdad no soy lo que piensas, no merezco a alguien como tú.


No insistas, solo puedo ofrecerte mi amistad. Eres un gran chico… pero no
puedo. Entiéndeme. —Giró su cabeza evadiendo mi mirada. En realidad, no
la entendía, me correspondió al beso momentos antes, estaba seguro de que
le gustaba tanto como ella a mí, pero

¿por qué se rehusaba de esa manera a tener algo más?

—Desde la primera vez que te vi en el supermercado supe que ibas a


cambiarme la vida.

Dame una oportunidad, déjame demostrarte que soy un buen chico.

—Es que no eres tú. Soy yo la que no te merece, la que no es capaz de amar.
Por favor, no insistas.

—Se levantó para irse, pero en ese momento nos llamaron para entregarnos
las pizzas.

88

La chica del burdel De camino a la casa de Chantal noté que Ana y Antonio
ya se sonreían y el ambiente tenso que había entre ellos se había disipado.

—Parece que estos dos se arreglaron —susurré en la oreja de Chantal


tomando las pizzas de la cajuela del auto.

—Dios quiera, ella es muy buena y, por lo que sé, quiso a ese muchacho
demasiado —señaló mientras abría la puerta de la casa para luego dejarme
entrar con las pizzas.

—Sí, se merecen la oportunidad. —Dejé las cajas sobre la mesa—. ¿Me


darás una oportunidad a mí?
—pregunté divertido mientras arrugaba mis labios para pedir un beso.

—¡Ya dije que no! —sentenció mientras un atisbo de sonrisa se asomaba en


sus labios. Algo me decía que a ella no le era indiferente, que por más que
se negara, su corazón ya me pertenecía.

—¿Por qué no quieres? ¿No soy suficiente para ti? ¿Es eso?

—Ya te dije —puso sus ojos en blanco—. Déjalo ahí, por la paz, ¿okey? No
quiero que nada arruine esto.

—Okey —levanté mis manos en señal de rendición. Lo mejor por el


momento era no insistir, pero la iba a conquistar. Era un juramento.

Toda la noche la pasamos hablando y divirtiéndonos. La cita doble, a pesar


del rechazo de Chantal, resultó todo un éxito. Antonio se veía feliz, relajado,
y Ana lo miraba de esa forma tan evidente cuando la llama del amor está
viva. Bien dice el refrán que donde hubo fuego, cenizas quedan.

—Es hora de irnos —anuncié.

—Opino igual, ya es tarde. —Antonio, quien antes no había despegado los


ojos de Ana, observó el reloj de muñeca que traía y fue cuando nos dimos
cuenta de que era poco más de la una de la 89

Elba Castilloveitia madrugada.

—Como quieran.

Ana susurró algo al oído de Antonio y este le tomó la mano para dejarse
guiar hasta alguna habitación.

—Cambio de planes, me buscas antes de que vayas al trabajo. —Mi amigo


me lanzó las llaves del auto y se apresuró a subir las escaleras junto a Ana.

Miré a Chantal, negaba divertida en una esquina mientras los veía subir.

—Espero que la próxima vez sea yo el que suba


—le susurré al oído, tomándola por la cintura mientras ella me daba
pequeños empujones para que saliera.

—Ya te ibas, adiós. —Me empujó con fuerza para dejarme fuera del umbral.
Fruncí mis labios pidiendo un beso, pero en cambio recibí un suave portazo.

Al llegar a casa no dudé en enviarle un mensaje: Este sin duda ha sido uno
de mis mejores días.

Me encantas y lucharé por ti hasta que me des un sí.

No insistas.

Sabes que tarde o temprano serás mía.

Te costará toda la vida.

¿Me estás dando esperanzas?

No, solo que morirás esperando.

No importa, esperaré todo lo que sea necesario.

¡Me encantas! Que descanses, princesa.

90

La chica del burdel Igualmente, buenas noches.

Guardé el celular y no puedo evitar sonreír. Me estaba sintiendo como un


adolescente con las hormonas revueltas. Esta chica se había metido muy
dentro de mí y la iba a conquistar.

91

Elba Castilloveitia 92

La chica del burdel 11


SENTIMIENTOS
Chantal

El beso de Rodrigo me dejó deseando más. Fue tan tierno y especial que no
dudé en corresponderle. Sin embargo, me dejó descolocada al confesarme
sus sentimientos. No supe si aceptar o hacerlo desistir de la absurda idea. El
creía que no estaba a mi altura… Si supiera que era yo quien no lo merecía,
la que no podía estar con un chico tan especial como él. ¿Qué pasaría si se
enterase de que trabajaba en un burdel, que? ¿Qué pasará cuando se entere
que opté por la vida fácil? Mis ojos se llenaron de lágrimas, no podía
enamorarme ni hacer que nadie se enamorara de mí.

Tan pronto Rodrigo se marchó subí a mi habitación. Iba a darme una ducha,
luego retomaría una lectura olvidada y por último me acostaría a dormir. De
pronto, el sonido del celular captó mi atención. Un mensaje de Rodrigo
acababa de 93

Elba Castilloveitia entrar, no pude evitar sonreír. De verdad estaba sintiendo


tantas cosas por él, pero no podía exponer mis sentimientos, no podía. Me
perdí en mis pensamientos hasta que la inconsciencia me sedujo y caí
rendida en un profundo sueño.

Escuché unas risas provenientes de la habitación de Ana, lo que me hizo


despertar y recibir un par de rayos de sol en mis ojos. Recordé en seguida
que Antonio se había quedado a dormir. ¡Qué barbaridad! Sonreí ante el
recuerdo y me dispuse a preparar desayuno para los tres. En eso, escuché la
bocina de un auto. Me asomé y corrí a arreglar mi cabello desprolijo tras
comprobar que era Rodrigo.

—Adelante. —Abrí la puerta con timidez en un intento de esconderme detrás


de la misma. Sentí vergüenza al recibirlo sin haberme arreglado. Tenía un
camisón de dormir bastante ancho y un short debajo. Tampoco tenía algo de
maquillaje y mi cabello estaba alborotado.
—Buenos días —saludó con efusividad mientras extendía una rosa frente a
mí, colocándola frente a mis ojos, gesto que me derritió por completo, pero
hice todo mi esfuerzo por disimular. Tomé la flor como si no me importara,
formé una sonrisa algo hipócrita y giré hacia la cocina. Con el rabillo del
ojo vi que me miraba de forma extraña, pero no le di importancia; sabía que
estaba desarreglada, pero no tanto—. ¡Estás hermosa! —se apresuró a decir
mientras me daba un beso en la mejilla. Puse mis ojos en blanco.

—Por Dios, ¡estoy horrible! Visto de abuelita fashion —respondí divertida


señalando mi atuendo—. ¿Gustas desayunar? —invité con una sonrisa
sincera. Verlo tan temprano reanimó todo mi espíritu, de manera extraña me
sentí viva.

—Por supuesto, y aún más si es para estar más 94

La chica del burdel tiempo contigo —dijo en tono seductor. Su voz hizo que
imaginara cosas perversas y deseara probar más allá que solo sus labios.
Rodrigo se dio cuenta de mi semblante y en un descuido agarró mis nalgas
con fuerza.

—¡Atrevido! —advertí dándole la espalda para seguir preparando el


desayuno, pero me ignoró y me abrazó por la cintura. Sentí su evidente
excitación palpitar fuerte en mi trasero—. Rodrigo…

—susurré girándome para quedar frente a sus ojos.

Él aprovechó la oportunidad para robarme un apasionado y delicioso beso


que me dejó descolocada y a la vez implorando por más. Lo separé
bruscamente—. ¡No! Ya te dije que tú y yo no podemos estar juntos. Basta —
sentencié molesta, disimulando mis ganas. Rodrigo me estaba llevando al
límite. Sin embargo, no podía dejarme dominar por mis sentimientos, no
podía dejarme llevar, porque al final ambos terminaríamos sufriendo.

—Me has correspondido. Sé que sientes igual, tus besos, tu mirada, todo te
delata. Chantal, por favor… —suplicó tomándome otra vez por la cintura. En
eso, Ana y Antonio bajaron por las escaleras y nos separamos al instante.
Ellos, al percatarse de nuestras miradas, sonrieron.
—Buenos días —dijeron al unísono, se miraron, para luego reír como
dementes.

—Parece que la pasaron súper bien. —Comencé a servir los desayunos con
calma sobre la mesa. Junto a los huevos revueltos con tocino puse una taza
de café. Tomaron asiento mientras se miraban con complicidad.

—Uf, mejor de lo que te imaginas —me sonrió Ana con picardía.

—Antonio, si no avanzas llegaré tarde. ¡Ponte a comer! —exigió Rodrigo


con seriedad.

95

Elba Castilloveitia

—¿Ustedes están bien? —preguntó Ana mientras ondulaba sus cejas de


forma divertida y señalando a Rodrigo con sus labios.

—Mejor de lo que crees —respondió él con sarcasmo al notal el gesto de mi


amiga.

La alarma de mensajes de mi celular sonó con estribillo. Al mirar la pantalla


vi un mensaje de Rodrigo. Lo leí extrañada:

Tú y yo tenemos mucho de qué hablar.

Ni te creas que se va a quedar así.

Lo vi sonreír con ternura y me dieron ganas de besarlo y no dejarlo nunca


más.

Luego del desayuno, Rodrigo y Antonio se marcharon y quedé sola con Ana,
quién dentro de un par de horas me acompañaría a buscar a mi hijo.

—Ahora sí, cuéntame todo con lujo de detalles


—pedí mirándola fijamente. Ella no pudo disimular su sonrisa y el brillo en
sus ojos. Subimos a la habitación donde se lanzó a la cama como niña
pequeña.

—Admito que sigue siendo el mismo de hace años. Me ama, sé que aún me
ama. Su forma de hacerme el amor, tan sutil, delicado, tan cariñoso, es tan…
—un suspiro salió de sus labios.

—Me confundes. ¿Y el chico del que me hablabas ayer? Espero que no


juegues con los sentimientos de ninguno —traté de poner mi mejor cara
maternal.

—No estoy jugando, Chantal. Hoy todo mi ser cobró vida. Al principio
ninguno se atrevía a dar el primer paso. Cuando al fin nos atrevimos todo se
fue dando y… hasta hicimos el amor. —admitió sonrojada, algo poco común
en ella.

—Cuéntame, ¿qué pasó para que se alejaran de esa forma? —quise saber,
porque su historia me 96

La chica del burdel tenía intrigada.

—Me obligaron a hacer cosas que no debía. Un día Antonio llego y me


descubrió. Es todo. No sabes cuán arrepentida me siento. Lo perdí por
estúpida, por no hablar de lo que sabía, por miedo. No sabes cuánto odio a
Brandon. Con él aprendí lo que era el miedo. Aprendí lo que era levantarte
pensando que en cualquier momento tu padre podría faltarte.

Aprendí que el mayor traidor es el más cercano a ti.

—¿Quién es Brandon? ¿El tío de Antonio?

—Sí, ese mismo, el hombre más infeliz que hay sobre la faz de la tierra.
Amiga, él me hizo hacer cosas que jamás pensé, cosas de las que me
arrepiento. Pero… tenía tanto miedo de que le hiciera algo a mi padre. Tenía
tanto miedo de que me matara. Era una niña, estaba comenzando a vivir y él
se aprovechó de eso. Y ahora… Antonio me perdonó, me siento viva otra
vez —admitió mientras abrazaba su almohada.

—Estoy feliz por ti, de verdad. Te mereces ser feliz.

—¿Y tú? Cuéntame, ¿qué pasó con Rodrigo? Se nota que está loquito por ti
—me miraba atenta.

—Me pidió una oportunidad, dice que quiere algo más conmigo.

—Eso es bueno. Y tú, ¿qué le contestaste?

—preguntó tomando su celular y enviando un mensaje de texto.

—Le dije que no merece a alguien como yo.

—Pero, Chantal, eres muy buena persona. No te menosprecies. A leguas se


nota que te cae muy bien y tú a él ni se diga. La forma en que te mira, la
forma en que te agarraba por la cintura cuando bajamos a desayunar, es
lindo, muy lindo. Yo que tú me daría una oportunidad.

—Anita, él no merece a una chica que se acuesta con cualquiera.

97

Elba Castilloveitia

—¿Pretendes

dejarlo

pasar?

¡Por

Dios!

Reacciona. Ese hombre te quiere de verdad.


—Anita, por favor no le digas en qué trabajo.

Solo le dije que cuidaba de mi hijo y de vez en cuando limpiaba casas.

—¿Limpiar casas? Solo recuerda que las mentiras tienen patas cortas. —
Miró el reloj en la pared y se levantó apresurada para ir al burdel.

Me dejé caer en el sofá y mis pensamientos se fueron lejos, muy lejos. Una
estúpida sonrisa se dibujó en mi rostro al recordar a Rodrigo. «¿Y si le doy
una oportunidad? ¿Si dejo que las cosas pasen y que sea lo que Dios quiera?
Quizás Dios me está dando la oportunidad de volver a enamorarme, de
volver a sentirme viva.» El timbre del móvil me hizo volver a la realidad.
Sonreí ante el mensaje.

¡Qué habilidad tenía de escribirme cuando pensaba en él! Tan solo con un
saludo mi corazón palpitaba acelerado.

Estoy loco por verte.

¡Qué cursi!

Tú me pones cursi.

Ajá, ahora soy la culpable.

Eres la culpable…

desde el día que te cruzaste en mi camino.

Bah, jajaja.

Invítame a desayunar mañana para redimir tu culpa.

98

La chica del burdel Te puedo invitar,


pero no tengo nada que redimir.

No me siento culpable.

Eres difícil, pero aun así te conquistaré.

Pierdes tu tiempo.

No lo pierdo, lo invierto.

Adiós.

Ana salió al burdel y yo aproveché para ir a su casa a buscar a mi hijo. Ya


me hacía falta su sonrisa, su voz y verlo corretear alegre por toda la casa. El
trayecto fue corto, Ana vivía en un multipisos justo detrás de mi casa. Al
llegar, Echy corrió hacia mí para luego saltar y quedar prendido a mis
brazos.

Lo abracé con tanta fuerza como si mi vida dependiera de ello.

—Mami, te extrañé —dijo emocionado—. No quiero que trabajes más, me


haces mucha falta

—hizo un puchero de esos que me doblegaban.

—Mi amor, es para estar bien, para que no te falte nada.

—Prefiero que no haya nada y que tú estés conmigo siempre.

Sus palabras hicieron un taco en mi garganta.

No supe qué decir y las lágrimas comenzaron a rebelarse en contra de mi


voluntad, bajando apresuradas por mi rostro.

—Te amo, y te prometo que no te volveré a dejar.

No sabía cómo cumplir esa promesa, pero algo debía hacer. Su tristeza me
tambaleaba, me ponía entre la espada y la pared. Si me quedaba por verlo
feliz, ¿cómo podría pagar su tratamiento? Verlo morir no era opción. Por
otro lado, si seguía en ese 99

Elba Castilloveitia absurdo trabajo jamás podría ser feliz y tampoco mi hijo.
Me encontraba en una encrucijada, me sentía impotente. Ana y su madre me
miraban con tristeza desde una esquina. Ellas sabían lo que implica cuidar
de una persona con leucemia. Ellas me comprendían mejor que nadie.

100

La chica del burdel 12


VERDAD
Rodrigo

Pasaron varios meses luego de aquella cita doble. Entendía que lo mejor era
esperar, pero me propuse conquistar a Chantal. No era un capricho, la
amaba, por más loco que sonara o el corto tiempo, se había colado bajo mi
piel, se había adentrado en mi alma. Estaba muy consciente de que sería
difícil sacarla de mis pensamientos. En estos meses nos habíamos hecho muy
buenos amigos, reímos, salimos y pasábamos días enteros juntos. Me di
cuenta de que estaba perdidamente enamorado y estaba seguro de que ella
sentía algo por mí. No era un creído, pero lo sabía, su mirada la delataba, el
brillo de sus ojos no lo podía disimular.

Echy era un niño especial, muy inteligente y Chantal una madre muy
responsable. Por cualquier cosa que le sucedía al niño, lo lleva a evaluar
por el médico. Le dije que no era bueno ser tan 101

Elba Castilloveitia sobreprotector y fue tema para una tercera guerra


mundial. ¡Era admirable! Todo lo que hacía era por ver a su niño feliz. Y
eso, en ocasiones, me provocaba una silenciosa necesidad de haber tenido
unos padres como lo era ella con su hijo.

Por otro lado, Ana y Antonio iban muy bien, están felices y se veían
animados; salían y compartían con nosotros. Formaban una hermosa pareja.
Cuando confronté a Antonio para que me contara cómo había resuelto sus
problemas y, de paso conocer la versión de Ana, quedé desconcertado.
¡Cómo podía haber tanta maldad en el mundo! Su historia era digna de
plasmarse en un libro. El Licenciado Toluchet era un abogado reconocido y
muy prominente que era amigo y abogado de la familia de Ana, y para
rematar, de Antonio. Toluchet le había echado el ojo a Ana desde que era
una adolescente, y cuando cumplió la mayoría de edad la empleó en su
despacho. Estaba encantado, se había obsesionado tanto con ella que ideó un
plan para que no se negara a estar con él íntimamente. Le dijo que su padre
estaba en negocios turbios y que pronto iría a la cárcel por hacer cosas
ilícitas. Ana estaba en sus manos. Ella amaba inmensamente a su padre y no
permitiría que nada le pasase. Ella quedó descolocada y como amaba a su
padre haría cualquier cosa que ese abogado le pidiera. No contaba con que
le pediría tener relaciones sexuales con él y otros amigos luego de horas
laborables. Si cumplía, su padre estaría libre, pero si no hacía lo que le
pedían refundirían a su padre en la cárcel fuera inocente o no. El ruido del
motor de un auto me sacó de aquella historia tan turbia e injusta. Vi a mi
padre llegar nuevamente borracho, todo desprolijo. Escuché gritos, así que
corrí a la habitación de mi madre.

102

La chica del burdel

—¡Papá, no! —grité con fuerza justo en el momento en que alzaba su


cinturón para golpear a mi madre—. No le pegarás, ya basta. —Cubrí a mi
madre con mi cuerpo para que no la alcanzara.

—Rodrigo, apártate. Esto es entre tu madre y yo.

—Ella no te ha hecho nada. Ha estado aquí para ti y no merece seguir


aguantando tus mierdas.

—¿Qué piensas hacer? ¿Acusarme con la policía?

Eres un bueno para nada, siempre lo has sido.

—Sus palabras fueron como un puñal clavado en el pecho. Traté de cerrar


mis oídos, no quería escuchar para no sentir.

—¿Bueno para nada? Uno aprende de lo que ve y tú eres un perfecto ejemplo


—escupí con sarcasmo y rabia.

—¡Eres un ingrato, malagradecido!

Sacó el puño y me lo pegó en medio de la cara.


Quedé adolorido y casi inconsciente por unos segundos. No podía creer que
mi padre, me había golpeado. Me levanté como pude y le hice frente.

Jamás volvería a tocarme, y así sin más le devolví el golpe, olvidando que
era mi padre. Le pegué tan fuerte que cayó sentado en el suelo.

—Tú… maldita zorra, lárgate de mí vista. Esto no se va a quedar así, se las


cobraré, se los juro. —Se agarró su mejilla hinchada y caminó como pudo
hacia su habitación. Mi madre temblaba y no podía contener las lágrimas.

—¿Estas bien? —me preguntó sin dejar de mirarme—. Lo siento tanto… —


me tomó el rostro entre sus manos.

—Mamá, vámonos de aquí. Esto no es vida.

Ahora que trabajo podemos conseguir algo mejor.

Por favor —supliqué teniendo en cuenta que tal vez sería en vano.

Decidí salir a caminar, ya era tarde, por lo que el ambiente comenzaba a


refrescar. Necesitaba tomar 103

Elba Castilloveitia aire, dentro de mi casa me sofocaba. Tantas situaciones,


tantas peleas me estaban consumiendo.

No supe cómo ni porqué terminé de pie frente a la puerta de la casa de


Chantal. Una vez ahí toqué el timbre, Chantal salió y su rostro quedó
descompuesto al verme.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien? Mírate, tienes esa mejilla hinchada, ven a
ponerte algo para bajar la inflamación.

Me tomó de la mano y me llevó a la sala donde, luego de pocos segundos,


apareció con un botiquín de primeros auxilios. Sacó una bolsita que contenía
alcohol y empezó a pasarla por la herida. Luego colocó hielo en un paño y
me hizo sujetarlo para que bajara la hinchazón.
—Otra vez problemas con mi padre —confesé mirando la impoluta pared
blanca detrás del televisor—. Solo defendí a mi madre. Odio que la lastime,
que le haga daño. A mí me puede decir, lo que quiera, golpearme, matarme
lo que sea, pero a mi madre no. Ella es indefensa.

—Qué desgraciado. Todo estará bien, no te preocupes. ¿Quieres algo de


comer? —ofreció amablemente.

—No tengo hambre, pero gracias.

—Rodrigo, las cosas siempre suceden por alguna razón. Tal vez este
proceso con tu padre es solo para que salgan de ahí y puedan vivir en un
mejor lugar. Todo obra para bien, aunque muchas veces no lo entendamos,
aunque a veces queramos dejarlo todo. —Me acarició con dulzura y no pude
evitar sentir la necesidad de abrazarla, de aferrarme a ella y no soltarla
nunca. Me hacía sentir completo y seguro a su lado. Ella siempre tenía las
palabras correctas en el momento exacto.

—Chantal…, ¿quieres ser mi novia? —pregunté de golpe pero con cuidado,


mirándola embelesado.

104

La chica del burdel Sabía su respuesta, pero ¿qué más daba? ¿Qué podía
pasar?

—Ya hablamos de eso y sabes mi forma de pensar —zanjó con aparente


molestia ante mi pregunta.

—Pero, Chantal…

—No empieces otra vez o rompo mi amistad contigo. Tú decides —cruzó los
brazos contra su pecho y me miró con una ceja alzada. Dio media vuelta para
buscar algo en la nevera, sacó un jugo de naranja y me lo ofreció. Negué con
la cabeza.
—¿Dónde está Echy? —pregunté cambiando de tema. Lo menos que quería
en ese momento era incomodar a Chantal con mis propuestas impertinentes.

—Se durmió, se está cansando muy seguido. Me tiene preocupada —


comentó con su mirada triste hacia el contenido en su vaso.

—Tranquila, estará bien —traté de calmarla acariciando su negra cabellera.

—No, no estará bien. Tú no comprendes —espetó alterada levantándose del


sofá y pasando sus manos por su cabeza.

—¿No comprendo qué? Echy es muy activo, es normal que un niño se canse
luego de jugar tanto.

—Me levanté para estar a su altura y la tomé por la cintura en un acto


cariñoso.

—Echy tiene Leucemia —sentenció con evidente dolor en su rostro—.


¿Cómo puedes decirle a una madre que todo estará bien? ¿Cómo crees que
me siento al verlo enfermo, sentir que es la última vez que estará a mi lado?
¡Dime! —Me miraba con sus ojos llenos de lágrimas. No supe qué
responderle, perder a un ser amado dolía más que nada, pero el dolor de una
madre al saber que en cualquier momento podía perder a su hijo no tenía
comparación.

105

Elba Castilloveitia

—Chantal… Dios mío, no sabía de esto, perdóname. Pero ¿por qué me lo


dices ahora? Creí que éramos amigos y que confiabas en mí —le recuerdo.
En todo el tiempo transcurrido ese niño se había convertido en mi alegría.
No me imaginaba

-sin él.
—Perdóname por no decirte, pero a veces prefiero creer que todo está bien.
Pensar que venció la enfermedad, pero no… En cualquier momento puede
recaer, en cualquier momento se me puede ir

—su voz se quebró. Acorté la distancia y la abracé.

Sentí la impotencia invadir mi cuerpo, el desespero de no poder hacer nada.

—No estás sola, me tienes a mí y estaré junto a ti pase lo que pase. Recuerda
que Echy es un guerrero. ¡Mírame, Chantal! —pedí tomándola por la barbilla
para que me mirara—. Echy saldrá de esto. Ya verás. —Besé su cabeza con
ternura y la apoyé a mi pecho. Le tenía que demostrar que no estaba sola.

Tenerla así, apoyada en mí, me hizo entender lo débil y quebrada que


llevaba su alma. Entendí que, muchas veces, quien se veía fuerte era quien
más necesitaba. Hay sonrisas que tan solo son una máscara para ocultar lo
que hay en el interior.

106

La chica del burdel 13

ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

Chantal

La amistad con Rodrigo era cada vez más estrecha. No podía negar que me
sentía atraída por él, pero tampoco había cambiado de pensar.

Mientras trabajara en el burdel no quería tener ninguna relación. No estaba


en mis planes lastimar a nadie, sobre todo porque nadie merece sufrir y ser
señalado por estar con una prostituta.

Un par de meses atrás estuve por dejar el trabajo, en realidad no me sentía


nada bien conmigo misma. Aquellos hombres creían que una no se cansaba,
que siempre estaba lista y dispuesta.
Era duro, muchas veces, luego de varios clientes, el ardor y escozor en mi
vagina era tan intenso que dolía. Eran tantas las ocasiones en las que tenía
que fingir un orgasmo solo porque ellos creían que con eso me dejaban
satisfecha. Qué pobres ignorantes, pensando que únicamente por llevarnos a
la cima 107

Elba Castilloveitia del placer lo es todo.

Nunca faltaba el hombre que pedía servicios y hablaba mal de su esposa o


parejas actuales solo para justificar sus actos. Eran tan viles y asquerosos.
Uno me contó una vez que su esposa estaba postrada en cama y él necesita
satisfacer sus necesidades. «Animales. Si amaran de verdad, pensarían
primero en el bienestar de su pareja y no en su placer.» Muchos llegaban
exigiendo satisfacer todas sus fantasías, me tachaban como basura o trataban
de hacerse la víctima de una relación fracasada. Si estás buscando sexo en
un burdel, el culpable eres tú, no tu pareja. Excusas para sentirse menos
culpable. Excusas solo para justificarse. No se daban cuenta de que sus
excusas no me importaban. Lo que realmente quería era acabar rápido y
obtener mi dinero. En estos meses me había dado cuenta de lo deteriorada
que estaba la sociedad. El sexo se había convertido en lo primordial,
olvidaban aspectos mucho más importantes como el amor y el respeto.
Echaban a la basura años de relación solo por un rato de placer.

Estaba sentada con las piernas cruzadas esperando algún cliente y envuelta
en mis pensamientos. Nuevamente, el señor al que le rompí el jarrón en la
cabeza estaba frente a mí. En todos estos meses no se había rendido. Me
acusó con la gerencia señalando que yo era una novata sin experiencia, que
no servía, que era poco profesional. Si supiera cuánto lo detestaba.

—Te tengo una propuesta. —Me miró descaradamente de arriba hacia abajo.
Pasó la lengua por su labios para luego morderse el inferior.

—No pienso hacer negocios con usted —zanjé decidida y evadí su mirada
llena de lascivia.

108
La chica del burdel

—Te daré mucho, te conviene.

—El dinero es lo de menos. No me interesa nada que venga de usted. —Me


puse de pie para marcharme. Su presencia me abrumaba, no quería que me
dirigiera la palabra.

—Vas a aceptar quieras o no —dijo mientras me tomaba del antebrazo con


fuerza. Su agarre me hizo tambalear.

—He averiguado de ti, vi que tienes un hijo. Un hermoso niño de ojos verdes
y cabello rubio. Sé dónde lo cuidan —una malvada sonrisa se formó en sus
labios.

Una marea de sentimientos se apoderó de todo mi cuerpo. La vida no podía


ser injusta conmigo, proteger mi hijo de los lazos de la muerte para que
viniera este desgraciado a chantajearme justo con él. ¿Qué se creía? Por mi
hijo era capaz de convertirme en una leona, defenderlo con uñas y dientes.

—Con mi hijo no te metas, desgraciado

—respondí con los dientes apretados de tanto odio que sentía en esos
momentos.

—Acepta mi propuesta o tu hijo pagará las consecuencias, o mejor aún, tu


amiguita, que está divina.

—Déjalos en paz, son lo único que tengo. ¿Qué quieres? —pregunté


derrotada. Este viejo decrépito me daba miedo, algo en su mirada me hacía
entender que no jugaba.

—Quiero una noche entera contigo. Me dejarás hacerte lo que quiera y tú me


harás lo que te pida, todo lo que se me antoje.

—Si no te gustó aquella vez, tampoco te serviré en esta. ¡Déjame tranquila!

—Oh, sí, sí me servirás o tu hijo pagará las consecuencias.


—… Acepto —lo miré desafiante—. No quiero 109

Elba Castilloveitia que le hagas daño a mi hijo, está enfermo. Si tengo que
doblegarme a cambio de su bienestar, lo haré.

—Perfecto, mañana a las ocho de la noche. Ponte tu mejor lencería,


preciosa. —Rozó mi rostro con dos dedos y, en una respuesta automática,
giré el rostro para apartarme. El hombre soltó una risa burlona y se marchó.

Suspiré con alivio y volví a tomar asiento en el salón de espera. Luego de


varios minutos se me acercó un moreno de mediana estatura, guapísimo.

El hombre me miró con desgarbo, como si fuera un exquisito manjar frente a


sus ojos.

—Buenas noches —saludó cortésmente.

—Buenas noches —le regalé una sonrisa tal como Ana me había aconsejado
cuando comencé aquí.

—Preciosa, ¿me permitirías pasar un rato agradable contigo? —preguntó con


profunda amabilidad, detalle que me dejó asombrada. Los hombres de aquí
no eran nada amables, al contrario, eran déspotas, mandones y me trataban
como si fuera la peor persona del mundo, como si fueran mis dueños y
pudieran hacer contigo lo que les viniera en gana.

—Por supuesto.

Luego de llegar a varios acuerdos nos dirigimos a la habitación, donde una


luz tenue nos recibía. El chico me ayudó a desvestirme con cuidado y, al
verme

desnuda,

paseó

su
mirada

sin

remordimiento. Humedeció sus labios con su lengua sin perder contacto


visual conmigo y me hizo acostarme en la cama boca abajo. El moreno
comenzó a masajear mi cuello, luego fue bajando por mi espalda lentamente.
Sus manos recorriendo todo mi cuerpo, provocando en mi piel una sensación
agradable. En un momento disipó todo el cansancio físico y emocional que
traía. Cada caricia hacía que miles de pulsaciones eléctricas 110

La chica del burdel recorrieran cada rincón de mí. En algún punto me tomó
de la mano con cuidado y nos dirigimos al jacuzzi, allí tomó una pequeña
barra de jabón en sus manos comenzó a pasarlo por mi cuerpo con sutileza.
Me tenía hipnotizada.

—Abre tus piernas —solicitó por lo bajo.

Su tono seductor llegaba a mis oídos como una hermosa melodía. Me ayudó
a levantarme y poner una pierna en el borde del jacuzzi, luego la acarició
hasta llegar a mi entrepierna. Allí se inclinó y probó mi sabor. Casi de
inmediato sentí que la estabilidad me abandonaba, su lengua recorría cada
rincón de mi sexo. El placer me lleva cielo, aquel hombre lo hacía muy bien,
era perfecto. Por un instante me sorprendí a mí misma deseando que todos
los clientes fueran así, pero sacudí esos pensamientos y cerré los ojos,
entregándome por completo al placer que me regalaba.

—Eres tan perfecta —le escuché murmurar.

Me tomó de la mano para llevarme de nuevo a la cama luego de habernos


secado el cuerpo, y una vez allí, sobre las sábanas, sacó su miembro erecto.

¡Santa mierda! Menudo tamaño el que tenía. Sin decir mucho lo balanceó
sobre mi rostro hasta meterlo en mi boca mientras se inclinaba para seguir
dándome sexo oral. Esta vez, en una perfecta posición 69. Introdujo dos
dedos en mi vagina y con sutiles movimientos hizo que me desbordara de
placer.
—No voy a penetrarte, aunque te veas apetecible.

Sé que para muchas este lugar es un infierno y que solo lo hacen por
necesidad. Eres preciosa, cualquier hombre moriría por tenerte cada noche a
su lado, pero, sin amor, el sexo se convierte en un mecanismo de
supervivencia, ¿no crees? Se satisface una necesidad, como animales. ¿Te
parece mejor si te cuento algunas cosas de mi vida?

111

Elba Castilloveitia

—S-sí, claro. —Me levanté para buscar algo ligero que ponerme mientras
ocultaba mi sorpresa, pero él se adelantó y me extendió su mano. Buscó una
bata de seda que estaba perfectamente acomodada en una silla y me ayudó a
vestirme.

Luego él se vistió tranquilamente, y me hizo señas para sentarnos en la


pequeña mesa redonda con dos sillas que había dentro en la habitación.

—¿Quieres algo de tomar? —preguntó con el teléfono de la habitación en


mano para llamar al servicio de comidas. Asentí pidiendo solo un jugo de
naranjas.

—Me llamo George. Imagino que te preguntarás porqué soy diferente al


resto de hombres que viene aquí, ¿verdad? —Asentí.

—En realidad, me has dejado muy sorprendida.

Me pagas un dineral para luego decirme que no quieres terminar. Es extraño


—admití llevándome las manos al cabello para amarrarlo.

—Muchas lo encuentran raro, pero para mí no lo es. Mi madre, todas las


noches, nos dejaba solos para ir a trabajar. Nunca nos quería decir a mi
hermanita de siete años y a mí en qué trabajaba. Un día la seguí y descubrí
que trabajaba en un bar. Era uno pequeño, en las afueras de Alemania. La vi,
bailaba en ropa interior haciendo poses que no dejaban nada a la
imaginación… —sus ojos se humedecieron y evadió la mirada.

»Esa noche sentí mi mundo desmoronarse por completo. Mi mamá, la luz de


mis ojos, era una prostituta. Lloré y me tragué todo eso que sentía.

Me volví rebelde. Hasta que un día mi mamá no llegó a casa. Preocupado, la


busqué en aquel bar, pregunté por ella. Un señor de barba y anteojos me
informó que la habían baleado. Me dijo unas palabras que quedaron
grabadas en mi alma: “Ella solo era una marioneta del destino”. En aquel
112

La chica del burdel momento no entendí sus palabras. El señor continuó


hablando y me dijo que ella, todas las noches, llegaba con lágrimas en sus
ojos porque no quería separarse de sus hijos. Trabajaba en ese lugar para
sacarnos hacia adelante. Me sentí miserable, fui demasiado cruel esa última
vez que la vi. Todavía me arrepiento tanto. En fin, ¿cuéntame por qué estás
aquí?

—Mi hijo tiene leucemia. No tengo cómo pagar su tratamiento. Y pues…


aquí estoy —admití entristecida.

—Lo siento mucho. Si necesitas algo, sea lo que sea, me puedes contactar.
—Anotó su nombre y número de teléfono en un pequeño trozo de papel y me
lo entregó—. Ha sido un placer estar contigo.

Espero que tu niño mejore.

—Gracias. —Tomé el papel y lo guardé en mi bolso. George se puso en pie


y, tras darme una última mirada junto a una sonrisa sincera, se marchó.

Sonrío con alivio y organicé mis cosas para irme a casa. Revisé mi celular y
noté que tenía varios mensajes de Ana. Pobre, hacía rato que me estaba
esperando. Bajé apresurada hasta encontrarme con ella frente a la entrada
del burdel.

—¿Te fue bien? —fue su pregunta al cruzar las puertas.


—Mucho mejor de lo que pensé. Quisiera tener más clientes como el último
—confesé.

—No me digas que te tocó George. —Asentí con la cabeza—. ¡Que


suertuda! Todas se lo pelean. Es un dios griego, te trata bien y lo mejor, te
paga demasiado bien. Pero no sueñes, él no repite.

—Pues a mí me ha dejado su número por si necesito cualquier cosa.

—¿Qué? Mientes. —Saqué el pequeño papel y se lo mostré. La sonrisa de


Ana iluminó su rostro tal 113

Elba Castilloveitia como si hubiese ganado la lotería—. Por cierto,

¿segura de que no piensas contarle a Rodrigo de esto?

—No puedo, no me atrevo. Solo somos amigos, pero no quiero perder su


amistad. En cambio, tú deberías decirle a Antonio. Ya estuvieron separados
por una infidelidad, si te vuelve a cachar no tendrás otra oportunidad.

—Ya he pensado en eso. No quiero perderlo, lo amo —sentenció.

—¿Entonces? Decídete, es tu relación o el burdel.

Debes darte una oportunidad, si puedes dejar esta vida, hazlo, no necesitas
hacer esto y lo sabes.

—Tienes razón, lo haré, pero mientras tanto guardaremos el secreto. ¡Por


favor!

—Solo recuerda, Antonio ni nadie merece que lo engañes.

—¡Un burro hablando de orejas! —se burló—.

Pero te prometo que no vendré más. Tanto tiempo separados y ahora que lo
encontré no quiero perderlo nuevamente.
—Cambiando de tema, sabes que el idiota aquel me está chantajeando. ¡Lo
odio!

—¿Quién? ¿Al que le rajaste la cabeza?

—Sí, y dice que le hará algo a mi hijo o a ti. Si los toca me moriría. Ustedes
son lo único que tengo.

—No le hagas caso, no hará nada.

—¿Y si de verdad lo hace? No me voy a arriesgar, Ana. Terminé aceptando


su propuesta, no quiero que les haga daño. No me perdonaría que algo les
pase.

—Okey, pero ten cuidado y prométeme que te cuidarás.

—Lo haré. Me citó para mañana a las ocho de la noche. Tengo miedo —
susurré con la mirada caída.

—Ponle alguna condición, dile que lo harás en el cuarto de paredes


translúcidas o con algún 114

La chica del burdel espectador. Puede ser una trampa, tal vez se quiera
vengar.

—Lo sé, no descarto ninguna de las posibilidades. Pero entiende, debo


hacerlo por ustedes, no soportaría que algo les pasara por mi culpa.

Al llegar a la casa me percaté que en la puerta había una nota. La tomé y leí:
Nuestra cita mañana a las 8:00

No la olvides. Te divertirás.

Se la entregué a Ana con manos temblorosas. No quería ir, realmente no


quería, pero ¿y si cumplía su amenaza y lastimaba a mi hijo? Me lamentaría
el resto de mis días. Y de eso sí estaba segura.

115
Elba Castilloveitia 116

La chica del burdel 14


NOVIOS
Rodrigo

Estaba desesperado, ansioso por ver a Chantal y perderme en su mirada


color miel. La llamé durante todo el día, pero no respondía, le envié
mensajes y tampoco. Estaba preocupado, nada más imaginar que algo malo
le pudiese pasar. Sin más decidí ir a su casa, sin importarme la hora. Me
hacía tanta falta verla, escuchar su voz, verla reír.

Toqué el timbre y Ana abrió la puerta, pero la expresión facial que traía me
dejó inquieto. Miré a Chantal y el aliento escapó de mi cuerpo al verla toda
descompuesta, con sus ojos enrojecidos.

—¿Qué pasa, mi amor? ¿Estás bien? —pregunté preocupado una vez llegué a
su lado.

—Sí. Solo que no tuve una buena noche.

—¿Segura? ¿Echy está bien?

—Sí. —Me quedé observándola, pero no era la misma Chantal de siempre.


Se veía pálida, ojerosa, 117

Elba Castilloveitia triste y como si fuera poco, estaba temblando—.

Estoy bien, aunque creo que me agarró un virus

—dijo mirando a Ana.

—Sí, eso es. Agarró un virus, de seguro en las visitas al hospital donde ha
llevado a Echy —Ana me miró algo nerviosa, mientras tomaba apresurada
un papel arrugado de sobre la mesa.

—¿Quieres algo? ¿Un medicamento? ¿Algo de comer? —le pregunté. Lo más


que quería en ese momento era que estuviese bien.
—Estoy bien. No tengo hambre. —Le di un beso en la cabeza, creyendo en
sus palabras.

—Propongo que veamos una película.

—Ana, ¿te apuntas?

—Yo paso, voy a salir con Antonio.

—Tú te lo pierdes.

—Además, veré una mejor, será triple equis en vivo y a todo color —avisó
divertida mientras tomaba su bolsa para salir. Chantal y yo nos miramos con
complicidad y reímos ante su comentario.

—Estaba loco por verte —le digo por fin, acunando su barbilla con mis
dedos. Ella me miró con una media sonrisa—. Tú a mí no, ¿verdad?

—pregunté esperanzado.

—No empieces, Rodrigo —evadió.

—A veces quisiera que el mundo se detuviera para estar junto a ti, todo el
día, así como ahora. No quiero que el tiempo corra, Chantal. —La recosté
sobre mi pecho, acariciando su rostro con mis dedos—. Quiero que lo
intentemos.

—Rodrigo…, no sigas —se apartó de mi lado.

—Ha pasado el tiempo y lo que siento por ti cada día es más fuerte, cada día
te amo más. Tengo que tragarme todo lo que siento solo por tus miedos.

Dame una oportunidad, te amo. No quieres que te lo diga, no quieres nada


conmigo, pero es una 118

La chica del burdel verdad que aunque la acalle el viento la gritaría a viva
voz. Es algo que no puedo ocultar. No me hagas sufrir más, por favor —la
miraba a los ojos para que en ellos pudiera ver que no mentía, para
demostrarle lo que realmente sentía.

—Te he dicho que no soy la mujer que crees. No puedo estar con nadie en
estos momentos.

Entiéndeme.

—Los

ojos

de

Chantal

se

entristecieron. Sabía que me quería, pero había algo que la alejaba—.


¿Podemos cambiar de tema?

—preguntó incomoda. Cada vez que le tocaba el tema se ponía nerviosa.


Algo ocultaba que no la dejaba aceptar mi propuesta.

—Como quieras —solté con cierto enfado. Por más que insistía ella no
quería ceder, era obstinada, terca.

—Si una prostituta se fijara en ti, ¿qué harías?

—me preguntó de repente, dejándome atontado. No entendí el motivo de su


pregunta.

—¿Por qué la pregunta?

—Es que… tengo una amiga en WhatsApp que está enamorada. Es una
trabajadora sexual y tiene miedo de la reacción del chico que le gusta. Ella
lo ama, lo desea con todas sus fuerzas, pero es algo difícil de aceptar. Ella
no se atreve a decirle lo que es. —Oh, ya veo. Qué fuerte. Bueno, yo jamás
andaría con una prostituta. Son mujeres que no se respetan, que no se
valoran. Podrían pillar una enfermedad que arruine sus vidas y peor aún,
contagiar a quien dicen amar. Deberían cogerlas a todas y abandonarlas en
una isla desierta y luego mandar una bomba nuclear para que mueran todas.

—¡Rodrigo! ¿Cómo puedes pensar así? Son seres humanos y muchas están
ahí por necesidad, no por gusto. Muchas tienen una familia que mantener. No
puedes juzgar a alguien por su estilo de vida. Tienes 119

Elba Castilloveitia que ir más allá y ver cuál es su historia. Debes ver qué la
llevó a convertirse en prostituta.

—Siempre he juzgado a esas mujeres. No entiendo cómo pueden tener sexo


con cualquiera, cómo pueden estar con uno hoy y otro mañana sin amor y
hasta sin deseo.

—Y si te dijera que soy prostituta… —Abrí los ojos, confundido—. ¿Qué


harías? Contéstame.

— Chantal, tú no eres de esas, te conozco, eres diferente. Eres una mujer


excelente, buena madre, inteligente, una mujer que jamás se involucraría en
una bajeza como esa.

—Esa no fue la pregunta. Si te dijera que soy prostituta, ¿qué harías? —tenía
los ojos clavados en cada una de mis facciones. En cierta forma me
intimidaba.

—Yo… en realidad no sabría. Te amo, y saber algo así me destruiría por


completo. Has sido mi puerto seguro en estos meses. No quisiera perderte
por nada del mundo, Chantal. Si fueras una prostituta no te lo perdonaría
nunca. Si me consideras tu amigo, no serías capaz.

Me pareció ver un atisbo de duda o de preocupación en sus ojos, pero me


sonrió aferrándose a mi cuello. Me abrazó con tanta fuerza que casi sentí el
aire abandonar mis pulmones. Era un abrazo que significaba tanto en esos
momentos.
Quizás era un acto para aferrarse a la esperanza de que juntos construiríamos
un mejor mañana.

Luego de la conversación nos envolvimos en la película que estábamos


viendo. Era intrigante, pero no tanto como el rostro de Chantal.

—La película está en el televisor, no en mi cara

—dijo divertida.

—Pero tu cara es más interesante.

—¿Sí? —se mordió el labio inferior, dándome unas ganas inmensas de


devorarla por completo. La 120

La chica del burdel miré y sin previo aviso la besé, con ansias, primero
delicado para luego volverse apasionado. Nos besamos como si el mundo se
fuera a terminar, hasta que la puerta se abrió de golpe y una Ana muy
sonriente apareció por el umbral. Nuestra burbuja estalló en miles de
partículas de colores. Sonreímos nerviosos.

—¡Wow! Ustedes sí que se están divirtiendo.

Después me lo niegas, perra. —Chantal sonrió con las mejillas enrojecidas y


le lanzó un almohadón.

—Hazla entrar en razón —le digo a Ana—, a ver si hace feliz a este
mendigo que suspira por su amor. —Le robé otro beso a Chantal frente a la
mirada divertida de Ana y Antonio quien apareció junto en ese instante.

—Antonio se va a quedar —avisó Ana de lo más tranquila.

—Vaya novedad, mejor avisa el día que no se quede —reviró Chantal.

—¿Y yo puedo quedarme?

—Claro —me dice Chantal con una expresión tranquila—, pero duermes en
el cuarto de Echy.
—Me da miedo dormir solito, mejor contigo y te cuido —hice un leve
puchero.

—No sueñes —sentenció la mujer por la que suspiraba.

Pasamos el resto de la noche conversando.

Antonio y yo éramos un dúo explosivo, aunque la compañía de las chicas


formaba un ambiente aún más ameno. Hasta que nos dimos cuenta de lo tarde
que era, así que debía marcharme.

—Ya debo irme.

—No te vayas todavía —suplicó Chantal con sus labios fruncidos. Me


acerqué y sin más le mordí su labio con suavidad.

—Solo si me das un sí. Es mi condición —susurré sobre su boca mirándola


a los ojos.

121

Elba Castilloveitia

—Rodrigo… —De repente vi su rostro iluminarse, seguido de una sonrisa


—. Acepto, acepto ser tu novia—. Mis dientes quedaron al descubierto, por
fin había escuchado lo que tanto había esperado.

Nos volvimos a fundir en un apasionado beso, justo a la altura de las


mejores telenovelas de romance. La abracé y le juré que nunca se libraría de
mí. Una ráfaga de felicidad se instaló en mi pecho. Tanto tiempo esperando
este momento y por fin Dios me lo había concedido. Amaba a esa mujer
desde el primer momento que se cruzó en mi camino, haría todo lo que
estuviese en mis manos para hacerla feliz. Ella merecía eso y mucho más.

122

La chica del burdel 15


ULTRAJADA
Chantal

Hacía tanto tiempo que no me sentía así, tan feliz, viva. Rodrigo me hacía
sentir especial, tanto, que todo a mi alrededor se detenía cuando estaba a su
lado. ¿Y qué decir de sus besos? Eran el calmante para mi dolor, me
transportaban a una dimensión desconocida donde solo nos teníamos el uno
al otro. Él me brindaba esa paz en medio de la adversidad.

El timbre de la puerta me sacó de mis pensamientos, corrí para abrirla,


pensando que era Rodrigo, pero no encontré a nadie, solo una caja en el
suelo envuelta en papel de regalo con una moña roja y una nota en un papel
amarillo. Leí la nota: A solo horas de que cumplas mis fantasías, te espero a
las ocho.

Toda mi alegría se esfumó en un momento, 123

Elba Castilloveitia recordar la maldita cita con ese degenerado me


provocaba náuseas. «Maldita sea», pensé, reventando la caja contra el piso.
¡Si tan solo tuviese alguna opción!

Abrí la caja con cuidado, encontrándome con una lencería que consistía en
un minivestido de cuero ceñido y de tiras a los lados dejando al descubierto
bastante piel. No podía negar que era bonito. Me fijé en un segundo atuendo
y al instante un escalofrío recorrió mi cuerpo. Una enorme correa de cuero
se ajustaba al cuerpo envolviendo el área de los pechos y la vagina. Al
parecer estaría vestida con tirantes. Por último, la caja contenía un frasco
con hormigas y otro con gusanos. Sentí mi estómago revolverse y las ganas
de expulsar lo poco que había ingerido durante el día. ¿Que tenía en mente
aquel sujeto? ¿Acaso pensaba matarme y echarme las hormigas y los gusanos
para acelerar mi descomposición? Lo maldije una y otra vez mientras miraba
el reloj de pared que colgaba en la sala, ese maldito reloj que se empeñaba
en marchar lo más rápido que podía, acercándome cada vez más a una cita
maldita.
Estaba nerviosa, me imaginé las mil formas en que el sujeto me cogería esa
noche. Mil formas en que me mataría y luego echaría los gusanos y las
hormigas para que acabaran conmigo. Necesitaba despejar mi mente, la
ansiedad y la incertidumbre me estaban consumiendo. Lo único que podía
darme un poco de sosiego en ese momento era Rodrigo. Busqué mi celular
dentro de mi bolso para enviarle un mensaje de texto. Me dejé caer sobre la
mullida cama.

Rodrigo, no sabes cuánto te extraño.

Yo a ti, princesa.

124

La chica del burdel Si quieres, cuando salga de trabajar, paso por tu casa.

No voy a estar, saldré con Ana y su mamá.

¿Puedo ir con ustedes?

No, es noche de chicas.

Bueno, te seguiré extrañando.

Besos, xoxoxo.

Dejé descansar el celular en mi pecho mientras suspiraba. Necesitaba de él


para calmar mis nervios y la incertidumbre. No podía perdonarme por
mentirle a Rodrigo. Mi primera mentira. Una relación debe estar
fundamentada en la confianza, sin ella no hay nada. Ya le estaba fallando, y
lo que mal empieza, mal termina.

...

Iba desbocada por los pasillos del lujoso burdel.

Una sensación de angustia, miedo e impotencia hacía mella dentro de mí,


abriéndose paso cual corriente de un río embravecido. Llevaba una caja en
mis manos, la ropa me la pondría en mi habitación antes de ir a la sala de
espera.

Una vez dentro, me desnudé y me puse el vestido de cuero. Me quedaba


demasiado ajustado para mi gusto. Una banda bajo mis senos hacía que
resaltaran mucho más. Me veía realmente seductora, provocativa. Me miré al
espejo y sonreí, dibujé esa sonrisa falsa que me había acompañado desde
que comencé a trabajar. Caminé al área de siempre y allí me encontré con
María, quien me regaló una sonrisa débil. Noté de inmediato sus 125

Elba Castilloveitia moretones por todo el cuerpo y marcas de correazos en


sus pantorrillas. «De seguro tuvo muy buena noche», pensé con sarcasmo.

Levanté mi vista al sentir una presencia a mi lado. Mis ojos conectaron con
el desgraciado que me miraba con desgarbo junto a su sonrisa maliciosa.

—¿Preparada

para

una

noche

intensa?

—preguntó sonriendo descaradamente. Sentí al instante unas tremendas


ganas de abofetearlo. Mi corazón galopaba con tanta prisa que pensé que iba
a salirse por mi boca—. Veo que sí —respondió al ver que mis labios
estaban clausurados. Me tomó del brazo con brusquedad halándome hacia él.
Una oleada de enojo y rencor me dominó.

—Ten más cuidado, que me lastimas.

Respétame, de lo contrario me voy —me quejé con suma seriedad.

—¿Respeto? A las mujeres como tú no se respetan. Al contrario, hay que


domarlas para que aprendan.
—Eres un desgraciado. Ah, por cierto, el pago es por adelantado, para que
no vuelvas a estafarme.

El sujeto soltó una gran carcajada que hizo que mi enojo creciera. Una vez
en la habitación, puso el dinero en la mesa que estaba junto a la cama. Lo
tomé y guardé bajo llave, cerciorándome de que no viera dónde lo guardaba.

—¡Que comience el juego! —exclamó con emoción. Podía ver la diversión


en sus ojos. El pánico se apoderaba de mí mientras sentía un frío
desagradable recorrer mis piernas de abajo hacia arriba—. La lencería que
te compré te sienta de maravilla —declaró mientras rozaba sus dedos en mi
brazo y me miraba de arriba hacia abajo relamiéndose—. ¿No hablas?
Modela para este papacito, mi amor. Si no quieres hablar, te haré 126

La chica del burdel hablar, y no solo eso, gemir y gritar también

—finalizó mientras pasaba su lengua por mi cuello y halaba mi cabello con


fuerza.

Quise apartarlo, su olor a alcohol inundaba mis fosas nasales provocándome


náuseas, pero era imposible.

—Hueles muy bien —dijo con su nariz pegada a mi cabello y el cuello, a la


vez que jugaba con los agujeros laterales de mi atuendo.

Me acarició y lamió mi cuello con desespero.

Tuve ganas de empujarlo, me sentía horrible.

—Ven, preciosa —solicitó mientras agarraba mi trasero con firmeza.

Comenzó a desvestirme mientras sus manos viajaban por todo mi cuerpo. Me


sentía sucia, tenía asco de él y de mí misma por aceptar tal bajeza. Me
dejaba manipular como si fuera un títere en manos de su dueño, moviéndome
a su antojo.

—No sabes cuánto deseaba este momento


—confesó con sus labios contra mi cuerpo.

Acunó mis senos con sus manos bruscamente, hasta el punto de sentir dolor.
Luego me llevó a la cama, donde me acostó sin un ápice de cuidado. Lo miré
con odio, pero a él no le importó. Me tenía a su merced y haría conmigo lo
que le diera la gana.

Pasaba sus manos por todo mi cuerpo una y otra vez, hasta que se subió
sobre mí para ponerme su asqueroso miembro en mi boca. Me tenía
asfixiada.

Luego puso su boca en uno de mis senos mientras con la mano acariciaba el
otro. Bajó su mano por mi abdomen hasta colar sus dedos dentro de mí. Lo
maldije nuevamente.

—Estás seca, cariño —se burló—. No importa, te mojarás quieras o no.

De inmediato buscó el lubricante y embarró sus manos para echarlo sin


piedad, dejando mi coño y mi ano lleno de esa cosa resbalosa que
comenzaba a 127

Elba Castilloveitia odiar.

—Ven aquí —demandó colocándose entre mis piernas y adentrándose en mí


con brusquedad, sin compasión.

Cada estocada me dolía hasta el alma. Era un demente, un pervertido. Me


sentía ultrajada, la ansiedad carcomía mis entrañas, quería que acabará ya.

—¡Ponte en cuatro!

—No.

—Hazlo o verás. ¡Obedece! —exigió dándome una fuerte cachetada.

Me levanté aturdida y me alejé de él lo más rápido que pude. Su rostro se


desfiguró ante la rabia, haciendo que el poco valor que tenía se escurriera
como agua entre mis dedos.
—Hazme caso, porque con tan solo una llamada tu hijo pagará por tu
rebeldía —amenazó tomando su teléfono que descansaba sobre la mesa.

—No, por favor no…

—¡Obedece, carajo!

Obedecí resignada, no podía arriesgar a mi hijo, no podía quedarme sin él.


Me acomodé de la forma que quiso, sin dejar de sentir la rabia e impotencia.

—Me gusta cuando te pones en esta posición, me da un ángulo perfecto.

Comenzó a lamer mi ano y mi coño, y cuando se sintió satisfecho me invadió


sin piedad por el trasero. Un grito de dolor salió de mi garganta. La
frustración me había transformado en su presa, dolía respirar, al punto de
sentir como si el aire abandonara mis pulmones. De repente, todo oscureció
a mi alrededor, dejándome en una total inconciencia.

128

La chica del burdel 16

APARENTE RAZÓN

Rodrigo

Mi ansiedad por saber de Chantal aumentaba con el pasar de los minutos.


Tal parecía que la tierra se la hubiese tragado. Estaba desesperado por tener
noticias de ella. No había nada que calmara mis nervios y no quería parecer
molesto, pero tuve que llamar a Ana para que me diera noticias.

—¿De casualidad Chantal está contigo?

—pregunté esperanzado tan pronto me respondió.

Pero el silencio al otro lado de la línea me puso peor. Ella me había dicho
que era noche de chicas, y era obvio que sí, pero necesitaba oír su voz,
aunque fuera un escueto saludo.
—Eh… Ella… Ella salió un momento a comprar unas cosas para nuestra
noche de chicas.

—¿Pero está bien? Es que tengo un muy mal presentimiento.

—Sí, claro, ella está muy bien. No tienes de qué 129

Elba Castilloveitia preocuparte —aseguró Ana.

—Dile que la amo y que no se olvide de mí.

—Le daré tu mensaje tan pronto llegue. Cuídate.

Corté la llamada quedando un poco más tranquilo y me recosté en la cama,


sumergiéndome en mis pensamientos, extrañándola. En eso, recibí un
mensaje de texto que me dejó sorprendido, así que respondí con una
llamada.

—¡Hola, bombón! —escuché de inmediato.

Era Angélica, por estar pendiente a Chantal había olvidado contestar sus
mensajes. Ella siempre ha sido una gran amiga, siempre a mi lado aun en los
momentos más oscuros y difíciles. Aunque muchos decían que siempre ha
estado enamorada de mí, sabía que no era cierto. Ella me había enseñado lo
que es tener una amistad incondicional.

—Hey, ¿cómo estás? —pregunté alegre, levantándome de la cama para


observar por mi ventana.

—Te tengo una estupenda noticia. —Aunque no la podía ver, sabía que
sonreía y que estaba de muy buen humor.

—No me digas que te vas a casar y seré tu padrino —dije en tono divertido.

—Bobo, no tengo con quién. Quisiera poder decirte que me voy a casar, pero
mi vida sigue siendo tan monótona y aburrida como siempre.

Nadie estaría dispuesto a compartir su vida conmigo y mis cinco perros.


—¿Cuántos? —pregunté atropelladamente.

—Son cinco bellos perritos, Alana, Sophy, Mateo, Bebo y Pqui.

—Angélica, la encantadora de perros. Ahora resulta que eres la competencia


de Cesar Millán

—una fuerte carcajada salió de mi garganta.

—Deja de burlarte y préstame atención. —Su 130

La chica del burdel tono serio me hizo reír más.

—Ajá, ¿qué noticia es la que me tienes entonces?

—traté de fingir seriedad, pero me era imposible.

—Pronto iré a visitarte —anunció con emoción y alegría. Por breves


segundos no supe qué decir, sentí una mezcla de felicidad e incertidumbre.

Estaba contento, pero a la vez miedo de presentarle a Chantal. ¿Por qué


sentía esta sensación en mi pecho?

—No te agrada la idea —puntualizó al notar que me había quedado en total


silencio.

—No es eso, es que…, bueno, en realidad también te tengo una noticia —le
dije finalmente, con cierto temor a su reacción, porque no quería lastimarla y
mucho menos que se alejara de mí.

—¿Cuál?

—Ya tengo novia —confesé tan rápido como si mi vida dependiera de ello.
Esta vez, Angélica es la que queda en total silencio—. ¿Estás ahí? —Me
removía incómodo, al parecer la noticia no le resultó agradable.

—¿Novia? —escuché su voz quebrarse y salir apagada—. Nunca me


hablaste de nadie más.
—finalizó con seriedad, como un reclamo.

—Es que pasó tan de prisa que cuando me di cuenta estaba sumergido hasta
el fondo —me justifiqué.

—Entiendo… Me voy, debo colgar.

—Angélica, no enganches, por favor. —No me hizo caso, dejándome


descolocado. No le encontraba sentido a reacción, aunque, si lo pensaba
mejor… eso me daba a entender que lo que tanto decían era cierto. Ella era
mi amiga y no quería perderla por el simple hecho de tener una novia, al
contrario, quería que se llevara bien con Chantal, que fueran buenas amigas.

La llamada de Angélica hizo que recordara a mi 131

Elba Castilloveitia hermano Jaden Manuel. Él siempre estuvo enamorado de


ella, pero mi amiga nunca le hizo caso. Me llevaba dos años, de hecho, hoy
estaría cumpliendo sus treinta y uno. Era un gran hermano, pero su amor por
Angélica era un secreto a grandes voces que lo llevó hasta la muerte. Un
secreto que se gritaba en el silencio de su mirada. El ex de Angélica estaba
obsesionado con ella y no permitía que nadie se le acercara. Tuvo problemas
con mi hermano y un día le dio una golpiza que lo dejó postrado en cama por
varios meses. Cierto día pidió hablar con Angélica y toda la familia y luego
cerró sus ojos para siempre.

Jaden era un gran hermano, siempre estaba para mí y yo para él. Teníamos
mucho en común, aun siendo tan diferentes. Su muerte hizo estragos en mi
familia, mi papá se dio a la bebida, convirtiéndose en un ser despreciable,
sin escrúpulos, maltratante y prepotente. Mi madre se hundió en una
depresión hasta el sol de hoy. Había días en que se encerraba y no quera
salir más, tal como el día en que planificamos la cita doble. A raíz de su
muerte fue que mis padres decidieron dejarlo todo y mudarse a este lugar. La
muerte de mi hermano era un tema intocable en la familia. Nadie mencionaba
siquiera su nombre. El Manuel era en honor a mi padre, con eso de que el
primer hijo debe llamarse como el padre, algo tan estúpido a mi pensar.

Las lágrimas nublaban mis ojos ante el recuerdo.


Jaden fue un buen muchacho y no merecía el final que tuvo. La vida fue
demasiado injusta para él.

Amar y no ser correspondido es el peor castigo que se le puede dar a quien


se ama de verdad.

Ahora venían a mi mente muchas cosas. Por fin entendía por qué mi padre no
me soportaba. Me di cuenta de que me culpaba de su muerte, que tal vez 132

La chica del burdel el parecido con mi hermano le traía su recuerdo.

Aun así, no le daba derecho a maltratar, humillar a mi madre o a mí. No tenía


culpa de que Jaden se hubiera enamorado de la persona equivocada. No
tenía culpa de que le hayan dado una golpiza. No tenía culpa de que el ex de
Angélica fuera un narco y mucho menos era culpable de parecerme a él.

De repente, un extraño pensamiento me invadió: si Angélica viene y su ex la


persigue, confirmaría que es un psicópata y no dudaría en hacer algo terrible.
Sacudí mis pensamientos ante lo absurdo.

Estaba en un momento de mi vida donde lo menos que quería eran


problemas, donde poco a poco me había encontrado a mí mismo. Chantal era
la responsable del cambio, la amaba y no deseaba que nada ni nadie
empañara mi felicidad. Decidí olvidar todo y poner el reproductor de música
para perderme en cada una de las melodías.

133

Elba Castilloveitia 134

La chica del burdel 17


ULTRAJADA
PARTE II

Chantal

Desperté con un fuerte ardor en mi trasero, me sentía aturdida, desorientada.


Al ojear la habitación me encontré con la mirada lasciva del degenerado.

¡Maldito! Estaba sentado en una silla frente a la cama,

observándome

fijamente.

Su

mano

acariciaba su miembro de arriba hacia abajo.

—Veo que por fin despiertas. Te estoy esperando desde hace rato. Ni te
creas que esto se acabó

—rompió el silencio de la fría habitación con su voz seca.

Unas ganas de llorar invadieron mi alma. No quería seguir, lo único que


deseaba era que se marchara. Estaba indispuesta para continuar y mucho
menos con ese hombre que hacía que todo mi cuerpo temblara de miedo y
pavor.

135

Elba Castilloveitia
—Ponte la segunda lencería, la de tiras. —Saqué el extraño atuendo del
cajón y caminé hacia el baño. Quería estar sola y tratar de que mis nervios se
estabilizaran—. ¿Para dónde vas? —me preguntó apresurado mientras se
levantaba de la silla y me halaba por el brazo. Lo miré desafiante por encima
de mi hombro.

—A cambiarme —zanjé soltándome de su agarre.

—Quiero que lo hagas frente a mí.

No tenía opción, por lo que comencé a ponerme el extraño atuendo de


correas. Una marea de sensaciones embestía mi pecho. La repugnancia hacia
ese hombre, el coraje, la humillación que me estaba provocando me tenía al
borde.

—Muy bien, te ves preciosa. ¡Arrodíllate! —Lo miré confundida—. ¡Qué te


arrodilles! —gritó halándome hacia el piso—. Pensándolo bien, este atuendo
no sirve de nada. —Buscó una tijera y cortó cada una de las correas.

Lo miré descolocada desde el suelo. Todo lo que me costó ceñirme de esa


lencería para que la fuera a destrozar sin piedad. Me dejó desnuda. Mis ojos
se quieren salir de sus órbitas al ver que sacó la fusta nuevamente. Me
levanté apresurada, huyendo de lo inminente, pero me tomó del cabello y me
lanzó de nuevo al piso para que me arrodillara como él quería.

—Esto es por dormirte cuando apenas comenzaba a divertirme —alzó la


fusta y me pegó con fuerza—. Y esto es por negarte a ponerte en cuatro antes
de dormirte. Ahora ven —finalizó halándome del cabello para luego
arrojarme a la cama sin un ápice de cuidado.

Parecía una muñeca de trapo en sus manos. Una lágrima escurridiza se


escapó de mis ojos. Una lágrima de odio y desprecio por ese ser que me
tenía a su merced.

136

La chica del burdel


—¡Abre tus piernas! —espetó.

Sacó un enorme vibrador de no supe dónde y me lo introdujo sin el mínimo


cuidado, llevándolo a lo más hondo de mi ser. El vibrador comenzó a salir
con sangre. Aún no me tocaba el periodo, pero lo hizo con tanta rudeza que
me lastimó. Este ser tan déspota acabaría con mi vida, mi dignidad y mis
fuerzas. Sentía que tocaba fondo, esta vida no era para mí, pero aun así
pensar en mi hijo me daba las fuerzas para continuar con este martirio que
me tenía al borde de la locura.

—Ahora caes en periodo. ¡Es que no puedo contigo! Ven acá. —Me haló
otra vez y me empujó al suelo para que me arrodillara.

—No, por favor. —Mi suplica fue en vano. Alzó la fusta y me golpeó con
fuerza. Sentí mi espalda arder de dolor, como si mi piel quedara impregnada
de la fusta con cada azote. Traté de aferrarme al suelo, buscando algo que
aliviara el dolor.

—Aquí tú no decides nada, soy tu dueño y me obedeces.

Volvió a pegarme con la fusta y no pude evitar retorcerme del dolor. Las
lágrimas se acumulaban en mis ojos, pero no las dejé salir. No podía
demostrar mi debilidad.

—Me recuerdas a mi estúpida esposa, eres igual de floja —escupió alzando


la fusta nuevamente—.

Vuelve a la cama, falta lo mejor y lo más rico.

Aunque…, antes quiero hacer algunas cositas más.

Con mi espalda ardiendo de dolor me levanté del suelo como pude. Caminé
lentamente y me senté en la cama. No encontraba la forma para acostarme,
mi espalda sangraba o esa era la sensación que tenía.

—Avanza —vociferó. Me acosté y él se acomodó a mi lado. Pasó su mano


por mi cuerpo en lo que parecía ser una caricia—. ¿Por qué eres tan 137
Elba Castilloveitia perfecta?

Se detuvo en mis pezones, mordió su labio y se inclinó llevando uno a su


boca. Luego hizo lo mismo con el otro. La repulsión hizo que me alejara un
poco, pero él me sujetaba con fuerza para atraerme más a él. Se subió sobre
mí y al instante sentí la falta de aire. Lamió todo mi cuerpo, mi boca, el
cuello y bajó lentamente hacia mi ombligo.

Puso mis brazos sobre mi cabeza y los sujetó con fuerza. Y de esa forma me
invadió con brusquedad.

Cada estocada dolía como el demonio.

Se detuvo un instante y una sonrisa maquiavélica apareció en su rostro.

—Busca los frascos que te envié. —Lo miré extrañada, pero obedecí
tomando el frasco con gusanos y hormigas—. Solo pon todos esos insectos
en mi pene.

Estuve a punto de vomitar.

—¡Qué asco! Me niego.

—Obedece o ya verás. —Recordé la fusta y obedecí. Puse los gusanos sobre


su pene junto a las hormigas, las cuales comenzaron a esparcirse por toda la
cama—. Quiero que me mires. El placer es indescriptible, sentir como estos
insectos rozan mi pene, es un cosquilleo tan placentero —explicaba como si
me importara—. Espero que hayas guardado para ti o por lo menos te puedo
dejar un par de estos.

Me mostró uno de los gusanos más grandes.

«Dios mío, este hombre es un monstruo, un psicópata y un puerco», pensé


mientras lo miraba con asco. Las náuseas y el malestar estomacal volvían
una y otra vez. El malnacido se retorcía de placer hasta que llegó a eyacular
sobre la cama. Me tira un beso desde su posición para luego levantarse y
meterse a la ducha. Suspiré, inhalando la mayor cantidad de aire posible,
dando gracias a Dios de 138

La chica del burdel que la tortura terminó. Me quedé parada frente a la cama,
mirando cómo los gusanos y las hormigas caminaban a su antojo sobre las
sábanas.

La puerta del baño se abrió de golpe. El hombre se paseó por la habitación,


desnudo, mientras buscaba su ropa hasta que por fin comenzó a vestirse
tranquilamente.

—Eso es todo por hoy, espero que lo hayas disfrutado tanto como yo. Me
llamo Manuel Enrique, para que no me olvides. —Se acercó a mí y acarició
mi rostro, pero me alejé de su tacto con rabia—. Así enojada me dan ganas
de hacerte mía una y mil veces más, preciosura. —Me besó a la fuerza.

—Bueno —lo aparté al instante—, espero que te haya gustado, porque es la


última vez que me tienes. Eres un puerco asqueroso.

—Eso está por verse. —Luego abrió la puerta de la habitación y se marchó.

Corrí a echarle seguro a la puerta, suspiré y me dejé caer al suelo. Las


lágrimas querían salir y esta vez me permití llorar. La impotencia fluía por
todos los poros de mi cuerpo. No podía más.

Tan pronto se fue me metí en la ducha. Todo me dolía, las piernas, glúteos,
tenía moretones por todo el cuerpo y la marca de la fusta en mi espalda. Sé
que las heridas tardaran en sanar. Dejé caer el agua desde mi cabeza para
relajarme. Deseaba que todo rastro de ese hombre se desvaneciera. Lo
maldije una y otra vez. No quería recordar su olor ni su presencia. ¿Cómo
lograba excitarse con gusanos?

Tras que degenerado, practicaba el incesto, porque con sus propios


hermanos gusanos buscaba placer.

Luego de un rato busqué el celular y vi un sinnúmero de llamadas de Rodrigo


y sus tropecientos mensajes de texto. Pero hubo uno en particular que llamó
mi atención porque venía de la 139

Elba Castilloveitia madre de Anita. Me preocupé al instante, mi hijo estaba


delicado de salud y podía tener recaída en cualquier momento.

Me vestí de prisa, tomé mis cosas y salí de la habitación la cual comenzaba


a sofocarme. Miré el reloj solo para notar que ya pasaban las doce de la
madrugada. Cuatro horas de sufrimiento junto a ese psicópata que ahora
sabía su asqueroso nombre: Manuel Enrique. Traté de despejar mi mente y
llamé a la mamá de Anita a pesar de la hora.

—Disculpa, vi el mensaje ahora. ¿Cómo esta Echy? —dije tan pronto


escuché su voz al otro lado de la línea.

—Hace varias horas se puso mal, muy débil, sin fuerzas y empezó a sangrar
por la nariz. —La información recibida cayó como un balde de agua fría
sobre mi cabeza. ¿Sería el principio del fin?

Me apresuré a la casa de Anita y tan pronto tuve a mi hijo en brazos pude


notar que estaba ardiendo en fiebre. Irene me prestó su auto para poder
llevarlo al hospital. Mi madre siempre me repetía que todo a tiempo tiene
remedio y con esta enfermedad cada minuto contaba. En el hospital nos
atendieron con suma rapidez, y tras varios estudios y análisis de sangre,
llegó la inesperada noticia.

—El cáncer ha avanzado de manera rápida.

Habrá que darle dos quimioterapias semanales y su única salvación, bajo


estas circunstancias, es un trasplante de médula ósea. Debe ser cuanto antes
o… si no lamentablemente su hijo podría morir.

Las palabras del galeno frente a mí fueron como agujas incrustadas fríamente
en mi pecho. Mi sangre se congeló ante el temor y la impotencia. No podía
hacer nada, solo esperar, quizá rezar. Sentía el mundo desmoronarse bajo
mis pies. Miles de 140
La chica del burdel pensamientos bombardeaban mi mente. Estaba
angustiada y la desesperación comenzaba a emerger de mi interior como
agua en proceso de ebullición.

Ana llegó al hospital presintiendo lo peor, luego de enterarse de la situación.


Ella tuvo un hermano que murió de Leucemia, entendía mi dolor y, más que
eso, sabía las etapas que pasan los pacientes con este tipo de cáncer. Me
abrazó y no pude disimular mi dolor en mi espalda lastimada.

—Perdón, ¿qué te paso? —preguntó enseguida al darse cuenta de mi gesto y


los moretones en mis brazos.

—Estoy bien —traté de sonar convincente, pero el dolor que sentía en todo
el cuerpo era insoportable, como punzadas que traspasaban mi piel, un dolor
tan agudo que me desesperaba. Me alcé la blusa para mostrarle la espalda y
su rostro desencajado no tuvo precio.

—No me digas que fue… —Me miró desconcertada, llevándose las manos a
la boca.

—Sí, y no sabes cuántas cosas más me hizo. Fue horrible —confesé con el
alma y mi voz desgarrada—. Es un asqueroso. Le gusta la formicofilia.
¿Sabes lo que es eso? —Me miró sin entender, como si jamás hubiera
escuchado dicha palabra—. A ese cerdo le provoca placer las picadas de
hormigas y se excita con el roce de los gusanos en sus genitales.

—¡Por Dios! ¡Qué asco!

—Aún siento náuseas y asco al recordar su tacto.

Ana, ya no quiero trabajar en esto, no quiero.

—Tienes que buscar empleo en otros lugares, pero mientras tanto debes
seguir ahí. Y ahora más

—me echó una mirada triste.


—Lo sé, y no tengo más opción. Me dedicaré al baile, no más propuestas por
ahora. Aunque con 141

Elba Castilloveitia George podría hacer la excepción —le guiñé un ojo sin
mucho ánimo—. Ana, no quiero que nada le pase a Echy, es mi vida. Hago
esto por él, porque lo amo. Es horrible sentir cómo todo por lo que he
luchado, aquello que quiero preservar se va alejando y no puedo hacer nada.
Es duro, tratar de sobrevivir en contra de tu voluntad, para al final darte
cuenta de que es en vano. Mi hijo es la luz de mis ojos, mi felicidad, y no es
justo verlo apagarse lentamente sin poder hacer nada.

—Lo sé, cariño. Por cierto, Rodrigo está desesperado, quiere que lo llames,
le escribas o lo cites para verte.

Me había olvidado totalmente de Rodrigo.

¿Cómo iba a ocultar mis marcas? Me llevé las manos al rostro en un gesto de
desesperación.

—No, no puede verme así. ¿Qué excusa le podría dar? Él no puede enterarse
de mi trabajo, jamás

—continué al estar consciente de que la verdad tarde o temprano saldría a la


luz.

—¿Qué piensas hacer o decir? Esos hematomas son difíciles de ocultar —


señaló mis golpes.

—Le diré que me caí por unas escaleras y listo.

Solo sígueme la corriente, por favor —le supliqué.

—Amiga, sabes que cuentas conmigo y que no estás sola. Te apoyo en lo que
decidas.

—Gracias. Ahora mi única preocupación es Echy, no quiero perderlo.


Entiendo que conseguir un donante está demasiado difícil. Solo hay que
esperar y que Dios disponga.

—Me haré todas las pruebas para saber si soy compatible. —Ana me abrazó
con fuerza y no pude evitar llorar en su hombro por un corto tiempo—.

Tranquila, todo estará bien. Dios no da cargas que no podamos llevar y


nuestro príncipe saldrá de esto, ya lo verás.

142

La chica del burdel

—¿Y si no? ¿Y si mi hijo se muere? No podría soportar algo así, Ana, no


podría.

Me deshice en lágrimas, pensar en perder a mi hijo era algo que no podía


soportar. El tono del celular captó mi atención. Lo miré y el nombre en la
pantalla me dejó en peor estado.

143

Elba Castilloveitia 144

La chica del burdel 18


LA VISITA
Rodrigo

Chantal no aparecía, estaba totalmente angustiado. Se suponía que su noche


de chicas hubiese culminado. No entendía por qué se estaba alejando de mí o
ignoraba mis mensajes. Di varias vueltas por toda la habitación,
desesperado, como si algo le estuviese aconteciendo. Tomé el teléfono y
marqué su número.

—Hola —escuché su melodiosa voz. De inmediato sentí cómo mi pulso se


aceleraba.

—¿Chantal?

—Sí, soy yo. —Su voz se escuchaba apagada, lo cual hizo que mis alarmas
dispararse.

—¿Estas bien? Me tienes angustiado, hace más de doce horas que no se de ti.
No sabes cuánto te he extrañado, me haces mucha falta.

—Lo siento, pero te dije que ayer era noche de chicas y eso significa estar
desconectada del 145

Elba Castilloveitia mundo. Además, Echy se puso mal y lo traje al hospital.


Estoy muy preocupada por él, el medico no me da muchas esperanzas —
mencionó con tristeza en su voz.

—¿Por qué no me llamaste para estar contigo?

—No te quería importunar. No te preocupes, estará todo bien.

—Por supuesto que iré. Eso no está en discusión.

¿Entendido? —sentencié decidido a ir a su encuentro.


El camino se me hizo demasiado largo. Al llegar donde Chantal la encontré
toda descompuesta, su cabello desprolijo recogido en un moño, unas oscuras
ojeras adornaban sus ojos. Noté que algo andaba mal con ella. Su mirada me
alertó. Me pareció ver una mueca de dolor en su rostro al poner mi mano en
su espalda. Esos ojos color miel reflejaban algo más que en el momento no
pude descifrar.

—¿Te pasa algo más aparte de lo de Ezequiel?

—pregunté inspeccionando cada una de sus reacciones. Estaba tensa, apenas


era capaz de hablar conmigo.

—No me pasa nada —zanjó fríamente.

—¿Estás segura? Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea —le di
una mirada preocupada.

—¡Maldita sea! Ya te dije que estoy bien, ¿puedes dejar de preguntar? —Su
actitud me pilló por sorpresa—. Solo estoy preocupada.

—Hey, solo quiero saber si estás bien, que no te pase nada. —Tomé su mano
entre las mías poniéndome en cuclillas para quedar a la misma altura—.
Eres mi vida, y si tú estás incompleta, mi corazón estará incompleto. Eres mi
complemento

—acuné su barbilla con mis dedos para que me mirara a los ojos, y vi los
suyos cristalizados—, y 146

La chica del burdel quiero ser quien reúna los pedazos de tu corazón hecho
trizas. Quiero ser quien vende tus heridas y te haga feliz. Chantal, te amo —
finalicé dándole un tierno beso en sus labios y pasando un brazo por detrás
de ella para acercarla más a mí.

—Perdóname, no debí…

Puse un dedo sobre sus labios para que no dijera nada mientras con la otra
recogí una lágrima que bajaba por su mejilla.
—No tengo nada que perdonar y sabes que estoy para ti.

Sus lágrimas me conmovieron y por un momento sentí un nudo formarse en


mi garganta.

Verla toda descompuesta me hizo sentir miserable.

Era un sentimiento de protección que de pronto estaba emanando con


rapidez.

Chantal se levantó para atender al niño que lloraba porque le molestaba el


suero que le habían administrado. La contemplé perdiéndome en cada una de
sus facciones. La forma en que hablaba, su mirada triste, su sonrisa tímida,
su cabello alborotado recogido en ese moño desprolijo, toda ella era
perfecta. Fue entonces cuando me percaté de la cantidad de moretones que
tenía en el brazo.

—¿Qué te pasó en el brazo? —El rostro de Chantal se puso rojo y sus manos
comenzaron a moverse inquietas.

—Eh…, me-me caí.

—Pero ¿cómo?

—Ayer, luego de que te escribí los mensajes de texto. Iba tan envuelta
bajando las escaleras que salté un escalón y caí llevándome todo lo que tenía
frente a mí.

—Lo siento tanto. Aunque cuando llamé a Ana me dijo que estabas muy bien
—expresé dudando de sus palabras.

147

Elba Castilloveitia

—Pudo ser peor, así que estaré bien —se acercó para depositarme un corto
beso en mis labios.
—Cuando no estés conmigo, por favor mantente comunicada. Ayer me sentía
al borde de un colapso de nervios. Te extrañaba, y no poder hablar contigo
por ningún medio era desesperante. No lo vuelvas a hacer, por favor.

—Lo siento, no volverá a pasar.

—Quiero que esto que tenemos esté basado en la comunicación y en la


confianza. Quiero que esto que sentimos sea eterno y hermoso —añadí
perdiéndome en sus ojos miel. Su mirada seguía triste, asumí que por el
estado de salud de Echy.

Salí del frío cuarto del hospital y perdí mi mirada en los ventanales. Desde
arriba se podía ver la gente caminando de un lado a otro, en afanes diarios,
los carros apresurados corriendo por la avenida como antorchas encendidas.
Mientras unos allá abajo se preocupaban por cosas pasajeras, cosas
efímeras que no valían la pena, acá en este hospital había personas viendo a
sus hijos o familiares

morir,

deseando

siquiera

una

oportunidad para estar más tiempo con ellos.

Quizás había personas expirando su último aliento, deseando tener una


oportunidad más para hacer lo que debieron haber hecho. Muchos dicen que
la vida suele ser injusta, pero no lo es, solo te da lo que necesitas en su
tiempo y está en ti tomarlo o dejarlo. Dicen que los últimos tres minutos
nuestra vida pasan como una película ante nuestros ojos.

Son tres minutos donde lo único que queremos es regresar el tiempo a ese
momento al que no le dimos importancia. Es por eso por lo que se debe vivir
la vida de tal forma que cada minuto cuente, decir lo que sientes, no callarte
nada y sobre todo no vivir con el “si hubiera hecho”.

148

La chica del burdel Con lentitud me dirigí a la cafetería, el frío estaba


haciendo estragos en mi cuerpo, temblaba y necesitaba algo caliente en mi
estómago. Compré dos chocolates calientes y un pastel de limón que tanto le
gustaba a Chantal. De camino observé un anuncio que leía:

SE NECESITAN DONANTES DE MÉDULA ÓSEA, SALVE UNA VIDA.

No lo había pensado, pero yo podría ser ese donante que tanto necesitaba el
niño. Llegué a la habitación y Chantal se encontraba dormida junto a la cama
del niño. No pude evitar sentir tristeza por ella. La llamé en apenas un
susurro y le entregué el chocolate con el pastel.

—Debo irme, te veo mañana. Te amo —la besé con ansias, impregnándome
de su aroma.

—Wakala. —Una vocecilla nos sacó de nuestra nube.

Nos separamos y Chantal corrió hacia su pequeño. Salí de la habitación


riendo, luego de darle un beso a ambos.

Angélica llegaría en un par de horas. No conocía a nadie en la ciudad, por lo


que me tocó buscarla al aeropuerto. Acordamos que se quedaría en mi casa.

Mi papá y ella no se llevaban, sin embargo, con mi madre había formado una
buena relación, incluso, mamá la defendía más a ella que a mí.

Estaba esperando frente a la puerta donde salían los pasajeros cuando sentí
unas manos taparme los ojos. Un olor a vainilla inundó mis fosas nasales y al
instante supe que era ella.

—Hola, bombón —se abalanzó sobre mí casi haciéndome caer.


—Hola —le respondí con emoción. Se veía 149

Elba Castilloveitia preciosa, el tiempo no pasaba por ella. Tomé sus maletas
y caminamos hacia el auto—. ¿Tienes hambre? —le pregunté al abrir la
cajuela.

—Sí, estoy famélica.

—Perfecto, así vamos y nos ponemos al día de todo. ¿Te parece?

—Estupendo.

Fuimos a un restaurante de comida rápida que quedaba cerca y hablamos de


todo como grandes amigos que éramos.

—¿En tu casa todo está bien?

—Mis padres pelean mucho. Mi papá es un abusador con mi madre y


conmigo —admití con vergüenza

—Lo siento, Rodrigo. Quizá deberías hablar con tu padre, ya estás


demasiado grande para que te maltrate. Independízate.

—No lo sientas. Quiero que mi madre lo dejé y nos vayamos, pero se rehúsa.
No quiero que en un arranque la mate. Tampoco puedo irme solo y dejarla a
su merced. Si ella no quiere irse, yo tampoco la dejaré sola.

—Es un peligro, don Quique nunca me ha caído muy bien que digamos. Te
confieso que hace años…

—hizo silencio por unos segundos, sopesando si continuar—. Bueno, nada,


olvídalo.

—¿Hace años qué? —pregunté alterado.

—Hace años, cuando tu hermano Jaden aún vivía, tu padre me pidió un favor.
Me había pedido que lo ayudara a colocar unas cosas en el armario que
había en el ático. Me estuvo extraño, pero acepté. El asunto es que cuando
me alcé para colocar las cosas, tu padre se pegó a mí lo suficiente como
para… —Angélica se quedó callada.

—Continúa, sea lo que sea puedes contarme. No importa que sea mi padre.

—Se pegó tanto a mí que sentí su erección en mi 150

La chica del burdel trasero. Me viré para encararlo y ponerlo en su lugar,


pero me sujetó y me agarró el trasero con fuerza. Le di una patada en los
genitales y salí rápido de allí.

—Mi padre es un desgraciado y mi madre no quiere hacer una denuncia en la


policía. Me da rabia cada vez que escucho sus gritos en la habitación, cada
vez que veo sus moretones me siento impotente. No la puedo ayudar si ella
no quiere que la ayuden.

Angélica puso una mano sobre mi hombro en señal de apoyo. Que estuviera
conmigo me reconfortaba bastante.

—¿Y tu novia? No es que me agrade el hecho de que tengas novia, pero debo
darte mi aprobación

—admitió con sinceridad.

—Está en el hospital —respondí tranquilamente.

—¿En el hospital? ¿Porqué?

—Su hijo está delicado de salud. Tiene leucemia y su única esperanza es un


trasplante de médula ósea.

—Lo siento mucho. Qué triste… Esa maldita enfermedad del cáncer está
acabando con todos.

—Quiero tanto a ese niño, tan solo tiene cuatro años y ha pasado por
demasiadas cosas — dije pensando en lo injusta que podía parecer la vida
—.
Chantal… es especial. —Una tonta sonrisa se dibujó en mi rostro.

—Ya veo, te tiene idiotizado.

—Se ha convertido en mi vida. Ella es el principio y el final de mis días, es


como el sol que ilumina cada mañana. —La mirada de Angélica se
ensombreció por un instante.

—Estoy ansiosa por ver a tu mamá. ¿Nos vamos?

—cambió de tema poniéndose en pie para salir.

—Vamos.

Con Angélica me sentía muy bien. A lo largo de 151

Elba Castilloveitia los años nuestra amistad no había cambiado. Me sentía


orgulloso de tener una amiga tan hermosa e inteligente como ella. Había
aprendido el valor de lo que era una amistad, no basada en el tiempo sino en
la calidad. Mi amistad con ella era de esas donde, sin decir nada y con solo
una mirada, ya sabías todo.

152

La chica del burdel 19


NO TE MEREZCO
Chantal

Me sentía exhausta. Era mi segundo día en ese frío hospital. El médico de


Echy me explicó que estaba haciendo todo lo posible por conseguir un
donante. Me dijo que tenía que esperar, ya que los que se habían ofrecido no
eran compatibles. La desesperación comenzaba a emerger dentro de mí como
si un fuego se extendiera sobre un bosque. El dolor de Echy me consumía por
dentro, cada aguja incrustada en su piel hacía que sintiera un punzante dolor
en mi pecho.

—Mami, ¿cuándo nos vamos? Quiero jugar con mi trencito.

—Ya pronto, cuando estés mejor —le sonreí con cariño.

—¿Me iré con papá al cielo? —Sentí mi pecho arder ante sus palabras.

—No, mi amor, tú te quedarás conmigo. No me 153

Elba Castilloveitia vas a dejar sola.

—Te amo, mami —se aferró a mi cuello con dulzura.

Sus palabras hicieron que mi ser cobrara vida, que recargara energías de un
lugar desconocido que hacía mucho dejó de existir para mí. Escuchar ese te
amo tan sincero de los labios de mi hijo me inyectaron esperanzas.

—También te amo, mi amor —lo abracé para dejarle sentir que todo estaría
bien. Comencé a cantarle hasta que se quedó profundamente dormido.

La puerta se abrió y un guapo Rodrigo apareció en el umbral de la puerta.


Venía acompañado de una hermosa chica. Era rubia, ojos verdes, delgada y
bonita.

—Hola, mi amor —me saludó con una sonrisa.


Entró y se inclinó para depositar un beso sobre mis labios.

—Hola, te he extrañado —confesé sonriendo.

—¿Cómo está el niño? —preguntó enseguida, ojeando a mi hijo dormido


sobre la cama.

—Está igual. Me preguntó que si se iba a morir

—mi voz salió quebrada.

—Mi amor, todo estará bien —pasó su mano sobre mi cabello con
delicadeza—. No pienses en cosas negativas… Te voy a presentar a una
amiga.

—Lo miré arqueando una ceja con un ápice de desconfianza—. Chantal, ella
es Angélica, mi mejor amiga.

—Mucho gusto —le sonreí.

—Igualmente —respondió, y su mirada me puso en alerta.

—Tengo que salir un momento, pero vengo rápido —anunció Rodrigo


mientras giraba para salir.

—¿Por qué tan rápido? —pregunté antes de que 154

La chica del burdel abandonara la habitación.

—Es un asunto aquí en el laboratorio donde trabajo. Vengo ya.

Angélica y yo nos miramos y sonreímos. Un incómodo silencio comenzó a


reinar en la habitación.

—¿Desde cuándo se conocen? —me atreví a preguntar.

—Alrededor de nueve años. Nos conocimos en una fiesta. Para aquel


entonces tenía dieciocho años y él diecinueve. Yo había ido con un novio, se
llamaba Ektor. El tipo se desapareció y como no quería aburrirme me fui a la
pista de baile. Jaden, el hermano de Rodrigo, me hizo compañía en la pista.
Nos divertíamos, bailamos y bailamos sin parar. De repente, una chica
alterada me empujó adrede y caí en el centro ante la mirada de todos.

Jaden agarró la chica que no dejaba de decirme cosas. Luego supe que era su
ex. De repente, vi una mano extendida hacia mí, al levantar la mirada vi a
Rodrigo. Me ayudó a pararme y limpiar el desastre que tenía en mi ropa.
Desde ese día nos hicimos grandes amigos —una boba sonrisa se dibujó en
sus labios.

La miré algo consternada, un sentimiento extraño se metió en mi pecho.


Angélica se dio cuenta de que su sonrisa la estaba delatando de algo y trató
de fingir seriedad.

—Rodrigo es todo un caballero, es especial

—completé para ver su reacción.

—Sí que lo es, y vale la pena. No lo sueltes, porque si no cualquiera te lo


podría arrebatar.

—Sus palabras estaban despertando algo en mí que jamás había sentido.


¿Celos? Deseché la idea al instante.

En ese instante Rodrigo entró sonriente como siempre, últimamente traía muy
buen humor.

155

Elba Castilloveitia

—Te extrañé —me apresuré a decir.

—¿Qué les parece si en estos días nos reunimos en la casa de Rodrigo? —


sugirió Angélica muy animada.
—Me parece bien. Mi madre ya no está tan fría conmigo últimamente y papá
nunca está. ¿Qué dices, Chantal?

—Estaría perfecto, pero primero quiero que Echy se recupere y para eso
podrían pasar semanas.

—No creo, pronto tendrás una sorpresa. —Lo miré extrañada, lo único que
quería era que mi hijo estuviese bien. Sería el mejor regalo que me podría
dar la vida.

Irene llegó en esos momentos para relevarme, así podría ir a comer algo y
darme un buen baño.

Me levanté y Rodrigo se ofreció para acompañarme a la casa junto a


Angélica. En el auto iba callada, envuelta en un mar de pensamientos. Mi
mirada se perdía por la ventanilla observando los paisajes que desaparecían
rápidamente. Estaba cansada, quería que todo acabara de una vez. Rodrigo
estacionó el auto frente a mi casa. Le sonreí y emprendí mi recorrido hacia
el baño. Una vez en mi cuarto me desvestí para sumergirme en la bañera y
dejar que el agua cayera sobre mi cabeza. Era relajante. Al ver mis manos
arrugadas supe que era hora de salir.

Me enrollé una toalla alrededor de mi cuerpo y con otra envolví mi cabello


mojado. Quedé inmóvil al ver a Rodrigo parado en el umbral de la puerta.
Me congelé al recordar las marcas de mi espalda y muslos que el aún no
había visto.

Sentí el miedo batallar con el poco valor que me quedaba.

—¿Qué haces aquí? —pregunté algo enojada.

—Quería darte una sorpresa. Bueno, en realidad, saber que estás aquí solita
y desnuda hace que mi mente retorcida cobre vida.

156

La chica del burdel


—¡Fuera!

Se acercó lentamente, pero puse mis manos sobre su pecho para que se
detuviera.

—¿Y si insisto?

Dio un paso hacia adelante y me haló por la cintura, pegándome a él. Me


eché hacia atrás empujándolo levemente y la toalla se arremolinó en mis
pies. Me miró con deseo, sin percatarse de mis marcas. Comenzó a besarme
con sutileza y poco a poco logró doblegarme. Me dejé llevar por inercia.

Envolví mis manos alrededor de su cuello, besándolo con intensidad una y


otra vez. Su cuerpo comenzaba a reaccionar y yo sentía arder todo mi
interior, derritiendo como lava todo a su paso.

—Chantal, te amo. Me vuelves loco —susurró sobre mis labios. Su aliento


en mi oreja hizo que los vellos de mi cuerpo se erizaran.

—Tu a mí —respondí. Envuelta en deseo le quité su camisa y comencé a


desabrochar su pantalón.

Sonreí con timidez.

—Eres preciosa —afirmó acariciando mi piel—.

Eres perfecta.

Caminamos hacia la cama con cuidado, sin dejar de besarnos. Me dejé caer
y con desespero continuó besando mis labios y cada centímetro de mi
cuerpo.

Se colocó entre mis piernas y sin temor probó mi sabor. Su lengua


recorriendo mi interior me hacía retorcer de placer, me transportaba a las
nubes. Un ambiente de éxtasis me envolvía como fuegos artificiales
explotando sin control en diferentes colores. Volvió a besarme con
intensidad y yo aproveché para acostarlo y tomar el control. Me subí a su
cuerpo y comencé a frotar mi clítoris sobre su miembro. Sus manos
acariciaban mi trasero con posesión.

Rodrigo me excitaba en gran manera, lo amaba, lo deseaba. Pero, de repente,


me encontré 157

Elba Castilloveitia comparándolo con los hombres del burdel y me odié. No


debía hacer eso, todo lo que estaba experimentando se esfumó, se arrancó de
raíz de mi ser. El deseo se evaporó como gota de agua bajo el caliente sol.
Me detuve y me levanté apresurada.

Rodrigo me miró descolocado.

—¿Qué pasa, mi amor? Lo estabas haciendo perfecto —aseguró con sus ojos
dilatados aun por el deseo.

—Tengo que volver al hospital —sentencié, tratando de disimular las ganas


de llorar junto al nudo en mi garganta.

—Vamos a acabar. Por favor, quiero sentirlo dentro de ti —suplicó.

—No, te dije que no.

Se levantó enojado y comenzó a vestirse. Su rostro desencajado me hizo


sentir miserable.

Rodrigo no merecía esto. Él era un buen hombre, lindo y tierno, cualquier


chica moriría por él. Pero no podía…, no podía. Me senté en la cama con mi
espalda pegada al espaldar, flexioné mis rodillas y las rodeé con mis brazos.
Sentí un inmenso deseo de llorar, no era justo ser así con Rodrigo.

—Perdóname, Rodrigo. No te merezco —alcancé a decir.

Su mirada desconcertada no se apartaba de mí.

Se acercó preocupado y puso su mano en mi espalda. Disimulé el dolor


evadiendo su mirada y le sonrío con mi piel escociendo ante su tacto. Inhalé
para tratar de aplacar el dolor.
—Está bien, no es nada. Si te merezco o no, lo decido yo.

Depositó un beso sobre mis labios, aunque no podía esconder la desilusión


en sus ojos. Caminó hacia la puerta decidido a dejarme sola y cerró tras de
sí. Un suspiro cargado de alivio salió de mis labios, así que me levanté
rápidamente para buscar 158

La chica del burdel mi ropa. Luego me dirigí hacia el ropero, cuando sentí la
puerta abrirse nuevamente. Eché una mirada, solo para encontrarme con el
rostro descolocado de Rodrigo.

—Chantal, ¿y todas esas marcas? —preguntó acercándose con ligereza. Abrí


mis ojos con gran nervio, ¿qué excusa me podía inventar?

—Ya te dije que me caí.

—Me estás mintiendo. Quiero que confíes en mí.

Estas marcas no parecen de haberte caído —rozó suavemente la forma de la


marca con sus dedos mientras la analizaba pensativo.

—Me caí, y si no me crees, no me creas

—sentencié tratando de que me dejara tranquila y se olvidara de las malditas


marcas.

—¿Por qué eres así? ¿A que le temes? Ya te he dicho que estoy para ti.
Puedes confiar en mí

—respondió alterado, estaba molesto por mi actitud y no lo culpaba—. Te


espero abajo —completó para luego marcharse.

Respiré profundo. Las lágrimas y la frustración querían emerger de mi


interior para atormentarme.

No podía hablarle de las marcas, pero tampoco quería seguir mintiendo.


Rodrigo no merece a alguien como yo. No lo merecía. Una lágrima rebelde
escapó de mis ojos, la atajé limpiándola con mis dedos. Estaba cayendo en
un pozo frío y profundo donde el único que podría salvarme ya no iba a
estar.

159

Elba Castilloveitia 160

La chica del burdel 20


RUPTURA
Rodrigo

La actitud de Chantal me dejó desorientado. No entendía el motivo de su


reacción. Quería entender, pero me costaba demasiado. De regreso al
hospital estuvo ausente, deseé poder colarme en su mente para saber sus más
íntimos pensamientos. Estaba nerviosa, se veía triste. Extendí mi mano y la
dejé sobre su rodilla, ella me miró y un atisbo de sonrisa se dibujó en sus
labios.

—Todo estará bien, te lo prometo —alcance a decir, concentrado en


conducir, ya era tarde y había demasiado tráfico.

Cuando bajé de la habitación de Chantal, Angelica me miraba preocupada.


Me conocía perfectamente y sabía que algo me estaba pasando.

Desde ese mismo instante no había dejado de bombardearme con preguntas


que no tenía el valor de contestar. Preguntas cuyas respuestas me eran
desconocidas porque aún no entendía por qué 161

Elba Castilloveitia Chantal actuó de esa manera.

Al entrar a la habitación, Irene nos miró con alegría, gesto que nos llamó la
atención.

—Chantal, el médico quiere hablar contigo

—alcanzó a decir emocionada—. Quizá ya apareció un donante.

—¿Tan rápido?

—Ve, que no pierdes nada.

—Te acompaño —dije mientras tomaba su mano para salir de la habitación.


Al llegar donde el médico, este nos esperaba con una sonrisa.
—Les tengo muy buenas noticias. Ya hemos conseguido un donante. Su hijo
pronto saldrá de este hospital y podrá hacer las actividades de un niño
normal. Eso sí, habrá que estar pendiente a cómo reacciona su cuerpo,
teniendo en cuenta que es un trasplante y no todas las personas reaccionan
igual.

—¿Cuándo será el procedimiento?

—Mañana temprano. —El rostro de Chantal se iluminó ante la noticia.

Luego de leer el anuncio en la pared el día anterior, sentí la inquietud de


hacerme las pruebas para verificar si era compatible con el niño. Sin
embargo, el doctor me dijo que no lo era, por lo que había que seguir
esperando algún donante. Aun así, estaba sorprendido, ya que había
aparecido el donante mucho antes de lo esperado.

Desde que pasó lo de la habitación no habíamos vuelto a tocar el tema. Me


sentía inquieto, ansioso por saber lo que había en la cabecita de Chantal.

Quería saber el motivo de su rechazo e indiferencia, pero aún no encontraba


el momento indicado para cuestionarle.

—Chantal, necesitamos hablar —rompí el silencio.

—No ahora, Rodrigo. No quiero, además, ya te 162

La chica del burdel dije que me perdonaras. Es todo.

—Para mí no es todo. Te necesito en mi vida, no quiero perderte —confesé

—Eso está por cambiar —dijo sin más.

—¿Qué quieres decir con eso? Chantal, ¿qué me ocultas? ¡Por el amor de
Dios, confía en mí! Te prometo que te entenderé y te ayudaré en lo que sea.
Por favor, no te alejes de mí. Te amo y lo sabes.

—Hay cosas que no se pueden cambiar, Rodrigo.


Hay cosas que marcan a uno para siempre. Por más que intente cambiar, el
pasado será más fuerte, derribando lo mucho o lo poco que hayamos
construido. Vamos a dejarlo hasta aquí, por favor.

—Sus palabras fueron como un puñal directo a mi pecho.

—¿Me estás diciendo que quieres terminar?

—Es lo mejor.

—Chantal, pero ¿por qué? No llevamos ni siquiera una semana juntos. No


me hagas esto, por favor.

—No mereces a alguien como yo. No soy suficiente. Estoy decidida, busca a
alguien que te merezca, que esté a tu altura.

—Para mí eres la mujer más perfecta que hay sobre la faz de la tierra. Eres
mi complemento, quien, a pesar de mis imperfecciones, me ve como nadie
más lo haría. —Una lágrima comenzó a rodar por mi rostro, la limpié
apresurado para evitar que Chantal la notase.

—No me conoces, no soy quien crees —culminó apartándose de mi lado


para luego entrar al cuarto de Echy.

Angélica observaba la escena de lejos. Venía con una botella de agua en sus
manos y una revista de modas.

—Rodrigo —me llamó.

163

Elba Castilloveitia Me encontraba en cuclillas junto a la puerta. Mis manos


cubrían mi rostro. Tenía frustración, el frío atacaba mi interior, no un frío
literal sino el de mi alma vacía ante la decisión de Chantal. No la entendía.

—Rodrigo —volvió a llamarme, poniendo su mano sobre mi hombro.


Las lágrimas ahogaban mi garganta, no podía responderle. En este momento
lo único que quería era estar con Chantal, apoyarla en algo tan importante,
quería estar en sus alegrías como en sus tristezas. Angélica me tomó de la
mano para que me levantara.

—Ven para acá. —Y sin decir nada más, me abrazó en un intento de aliviar
el dolor de mi alma y dejándome llorar en su hombro—. Todo estará bien.
No es fácil para ella esta situación, dale un poco de tiempo.

—Me dejó —susurré con mi voz quebrada.

—Su mirada grita que te ama, creo que es ilógico que se separen. Ustedes
son el uno para el otro. No te rindas, lucha. Solo dale su espacio, por lo
menos en lo que su hijo se recupera —dijo suavemente sin aflojar su abrazo.

Mis pensamientos no me daban tregua. No estaba dispuesto a perder a


Chantal, quería estar con ella y eso iba a hacer. Entré a la habitación y verla
descompuesta atendiendo a su hijo me quebró aún más. Su mirada fría me
paralizó.

—¡Vete! —gritó para que me fuera, sin darme oportunidad de acercarme—.


Necesito estar sola, por favor. —Esta vez su mirada angustiada me hizo
obedecer. Me giré y salí de allí.

La tarde se me hizo larga y la noche una eternidad. Me hacía falta estar con
ella, sentir su aliento, su olor, su cercanía o tan solo escuchar su voz.

164

La chica del burdel No sabes cuánto te extraño.

Fue mi confesión a través de un mensaje de texto. Luego de tanto esperar, vi


mi celular parpadear. Mi decepción fue evidente cuando me percaté de que
se trataba de Antonio.

Al día siguiente llamé al trabajo para decir que no llegaría. Era la operación
para el trasplante de médula ósea de Echy y quería acompañar a Chantal en
todo momento, aunque no me volteara a ver.

Cuando la vi, mi corazón se detuvo por un instante.

Se veía toda descompuesta, su ropa desprolija, sus ojos enrojecidos, a


leguas se notaba que había llorado. No tuve dudas de que sus lágrimas eran
porque su amor era tan profundo como el mío por ella. Nuestras miradas se
conectaron en un intento de gritar lo que nuestros labios callaban.

—Chantal… —Pose mi mano sobre su hombro pensando que se iba a


apartar, pero no lo hizo, y aquello me dio ánimos para continuar—. Me has
hecho tanta falta. Casi doce horas sin ti y me han parecido eternas. —Ella me
miró con sus ojos llenos de lágrimas.

—Rodrigo… —La callé poniendo mis dedos sobre sus labios.

—Quiero estar contigo y te acompañaré quieras o no. Sobre nosotros… Si


no quieres ser mi novia, lo entiendo, pero por lo menos acepta seguir siendo
mi amiga. Quiero estar cerca de ti, y cuando te sientas lista damos el
siguiente paso. Te esperaré todo el tiempo que sea necesario. —Deposité un
beso en su frente y la atraje hacia mí para envolverla en mis brazos.

—Perdóname, Rodrigo. Ya te he dicho, no quiero lastimarte, luego podría


ser peor.

165

Elba Castilloveitia

—No me importa, acepta mi propuesta y después veremos.

—Está bien, seamos amigos. —Su respuesta animó mi espíritu y, sin


pensarlo, la besé en los labios.

—Hey, a-mi-gos —enfatizó girando su rostro.

—Cuando Echy se recupere quiero que vayamos a El Puente de Bastei, te


encantará. Tiene unas vistas hermosas. Podremos respirar el aire puro que
nos provee la naturaleza, estar en paz aunque sea por unos instantes. ¿Qué
dices?

—Perfecto, por mí no hay problema.

—También quiero que conozcas a mi mamá.

Quizás antes de que Angélica se vaya podemos hacer una reunión en mi casa.
¿Te parece?

—Ya les dije que iré tan pronto mi hijo se recupere. —Esta vez sonrió de
una forma tan mágica que disipó toda la nube negra que tenía en mi alma.

Llevaron a Echy al quirófano. Chantal se encontraba preocupada, caminaba


de un lado a otro, desesperada. La observé sintiéndome impotente, solo estar
ahí, dándole la mano y brindándole mi apoyo.

—Tranquila, él estará bien. Es un niño fuerte, un guerrero.

—Lo sé, pero ¿y si todo sale mal? No soportaría…

—No pienses negativo. Lo peor ya pasó, que era conseguir el donante —la
interrumpí para sacarla de esos pensamientos.

Dos horas después las puertas de la sala de espera se abrieron.

—¿Familiares

de

Ezequiel

Demetrious?

—preguntó el doctor con un informe en sus manos.

Chantal caminó apresurada hacia él.


—Sí, soy su madre.

166

La chica del burdel

—El trasplante ha sido un éxito. El niño ha sido trasladado a observación.


Hay que tenerlo bien vigilado para ver cómo responde su cuerpo.

—¡Gracias al cielo! —exclamó Chantal, luego giró a verme con una


deslumbrante sonrisa y envolvió sus brazos alrededor de mi cuello.

Los días pasaron rápidamente. Echy respondió muy bien al trasplante y fue
dado de alta del hospital. El donante resultó ser un señor mayor, agradable y
bromista. Chantal no dejó de agradecerle al señor Roberto por salvar la vida
de su hijo. Retomé mi amistad con Chantal, con eso me conformaba por el
momento. Acordamos que, mientras no estuviera segura, seríamos buenos
amigos. Angélica se adaptó muy bien en mi casa, ayudaba a mi madre día y
noche, tanto en la limpieza del hogar como en la cocina. Era muy buena en
todo lo que hacía.

Uno de esos días, cuando llegué de trabajar, Angélica se encontraba trepada


en una escalera de cuatro escalones, limpiando la parte superior del clóset
de su habitación. Era nuestra costumbre hacernos bromas de vez en cuando,
por lo que entré sigilosamente y moví la escalera con el pie para asustarla.
Ella dio un respingo y, perdiendo el balance, cayó sobre mí. Reímos como
dementes, pero, sin darle tiempo al tiempo, nuestras miradas se conectaron
de una forma extraña y ella se acercó a mis labios y me besó.

—¿Qué haces? —me levanté echándola un lado con cuidado. Un incómodo


silencio se instaló entre nosotros. Vi los colores subir a su rostro, bajó su
cabeza, apenada para que no lo notara, pero era tarde.

—Si no me hubieses movido la escalera, no me caía —se defendió.

167
Elba Castilloveitia

—Me la debías. Pero no estoy hablando de eso.

Angélica, no te ilusiones conmigo. No podemos estar juntos y lo sabes —


añadí con seguridad.

Aunque su beso me dejó aturdido, no quería tener nada con ella, era mi
amiga y así seguiría siendo.

—Rodrigo, debemos hablar de algo —insistió siguiéndome a mi habitación.

—Ya te dije lo que pienso.

—Me vas a escuchar y punto —demandó—. No te voy a decir que lo siento,


no te voy a decir que me perdones o que lo olvides. Me gustó besarte

—confesó en un hilo de voz, pero lo bastante fuerte para que llegara a mis
oídos.

—Dejémoslo ahí, ¿está bien? No quiero perder tu amistad. Siempre has


estado conmigo en los momentos más difíciles, me has apoyado, aconsejado
y te lo agradezco. Pero… no quiero nada más contigo. Entiéndelo.

—¡Escúchame! —solicitó ya alterada ante mí falta de atención—. Desde el


día que te conocí todo cobró sentido. Ese día estaba decepcionada de todo,
quería acabar con mi vida. Estaba esperando que acabará esa dichosa fiesta
para llegar a mi casa y ahorcarme. Estaba harta de vivir. Tú llegaste y lo
cambiaste todo. Rodrigo, lograste en un instante lo que mi ex no logró en
cuatro años de relación.

Gracias a ti aprendí lo que es tener una amistad verdadera, lo que es ser


parte de algo, sentirse querida y no marginada. Gracias a ti volví a nacer.

Has estado para mí en estos nueve años y le has dado un nuevo rumbo a mi
historia. No te pido una oportunidad, sé que tu corazón tiene dueña y no
pienso interponerme a eso. Chantal solo quiere tu amistad, mientras me
tienes a mí, loca por ser algo más —una lágrima escapó de sus ojos,
haciéndome sentir muy mal—. Olvida el beso si quieres, pero no cambies
conmigo ahora que sabes la verdad.

168

La chica del burdel

— No podría, tranquila —alcancé a decir.

Su confesión fue demasiado fuerte para mí, como una ráfaga de viento que te
hace tambalear.

Aun así, no iba a echar a un lado su amistad. Tantos años y nunca me había
dado cuenta de sus sentimientos. Prefería creer que su verdadero amor
siempre fue mi hermano. ¡Que tonto había sido!

169

Elba Castilloveitia 170

La chica del burdel 21


CASI PERFECTO
Chantal

Es imposible amar con el alma rota, hecha mil pedazos. En el amor se da


todo o nada o al final las partes pueden salir lastimadas. Rodrigo me tenía
con el alma dividida. Lo amaba, deseaba estar con él, pero, por otro lado, no
quería estar mintiéndole…, no quería lastimarlo. No podía entregar algo
sintiéndome incompleta. Primero necesitaba sanar mi corazón para poder
mantener el suyo intacto. Debía amarme, aceptarme, para así entregarme por
completo. Por lo tanto, era mejor no seguir con la falsa relación. La vida me
obligaba, una vez más, a actuar en contra de mi voluntad, a luchar en contra
de mis sentimientos.

El sonido de mi celular me sacó de mis cavilaciones, trayéndome de vuelta a


la tierra y una estúpida sonrisa se dibujó en mi rostro.

171

Elba Castilloveitia Buenos días, princesa.

Buenos días.

Te escribo solo para que sepas que te extraño.

El día está excelente.

Sí, un día tan perfecto para que me acompañes a donde te dije hace par de
semanas. ¿Qué dices?

¿El Puente de Bastei?

Sí, el trayecto es algo largo, pero te encantará.

En 30 minutos estaré en tu casa.


Fui a la habitación de Ana para decirle que cuidase del niño. Echy, ya estaba
mucho mejor.

Tenía tanta energía que al parecía que había cinco chicos en la casa. Me
sentía muy feliz porque pronto podría dejar el burdel. Todavía faltaban unos
tres mil doscientos euros para cubrir los gastos del hospital, una semana o
dos más de trabajo y terminaba por fin.

—Ana, ¿me cuidas al niño? Tengo una cita con Rodrigo.

—Sabes que sí, no sé para qué preguntas. Hoy no tengo trabajo, así que
puedo —respondió con una sonrisa.

Ana había conseguido empleo en un despacho de abogados importantes.


Tenía muy buenas referencias, debido a que su padre era un prominente
jurista en Alemania. Se le hacía fácil conseguir empleo, sin embargo, no me
explicaba sus razones para trabajar en el burdel.

—Gracias, amiga, te quiero —dije agradecida.

—¡Que disfrutes! —respondió con picardía.

172

La chica del burdel Al poco tiempo el timbre sonó, abrí emocionada y un


ramo de rosas blancas, mezclado con cuatro centaureas apareció frente a mi
rostro. Las centaureas se consideraban la flor nacional de Alemania, una flor
de pétalos alargados y suaves, parecida a los claveles.

—¡Están hermosas! —expresé fascinada.

—No tanto como tú —dijo Rodrigo mientras me miraba extasiado y me


sujetaba la mano con delicadeza.

—No empieces —dije con una sonrisa nerviosa.

—¿Nos vamos? —preguntó en tanto extendía su brazo a fin de que me


colgara de él.
En el auto todo fue risas. Me dediqué a cambiar las estaciones de radio, en
tanto él manejaba concentrado. Encontré unas baladas que me encantaron, así
que decidí dejar dicha estación.

—Esa música me duerme —se quejó al escuchar el fondo.

—Esa música quita la tensión, relaja todos los sentidos.

—Por lo tanto, me dormiré —aseguró con una sonrisa.

Eso hizo que me quedase embelesada por su gesto. Su perfecta dentadura y


sus dos hoyuelos, en ambos lados de su boca, lo hacían ver muy atractivo. Lo
podía admitir, me tenía rendida a sus pies.

Nos bajamos en la ciudad de Rathen donde tomaríamos una larga ruta que
nos llevaría hacia El Puente de Bastei. Desde el valle, la montaña de roca de
arenisca del Elba se veía impresionante. Grandes peñascos en tonos
marrones y grises sostenían el puente. Mi boca se abrió ante la majestuosa
creación del río Elba. Era maravilloso, a pesar de que la brisa se coló bajo
mi piel haciéndome tiritar de frío.

173

Elba Castilloveitia

—Cierra la boca o te entrarán moscas —dijo en tono divertido.

—¡Es hermoso! —confesé sin dejar de observar el panorama frente a mí.

—Sé que te iba a encantar —afirmó con satisfacción —, pero es mejor verlo
desde arriba.

—¿Desde arriba?

—Sí, ven —respondió mientras me haló del brazo vigorosamente para que
lo siguiera.
Luego de caminar un largo rato subimos al puente. Todo desde arriba se veía
diferente. No pude evitar pensar en la similitud de esa impresionante vista
con la vida misma. Muchas veces cuando estamos en el valle de los
problemas, nuestras situaciones nos ciegan y vemos el panorama de forma
incorrecta. Sin embargo, si subimos y miramos el mismo problema desde
otro ángulo, nos daremos cuenta de que no era tan complicado como
creíamos. El valle me hacía ver lo imposible ante nuestros ojos. La cima, en
cambio, me hacía entender que todo tiene solución en la vida y que los
problemas solo son pequeñeces que nos ayudan a crecer y son fundamentales
para madurar y ser mejores seres humanos en la vida.

—Chantal… —la voz de Rodrigo me sacó de mis pensamientos.

—Dime —dije antes de inhalar el aire puro que nos regalaba la naturaleza y
cerrar los ojos para dejarme llevar. Se sentía paz. El sonido del viento
mezclándose entre las hojas de los árboles tenía un efecto que relajaba todos
mis sentidos.

—Parece que te he perdido.

—¿Quién no se pierde aquí? Es tan perfecto y hermoso —admití con una


sonrisa.

—Te ves preciosa cuando sonríes —dijo de una forma que me hizo sonrojar.
Lo miré perdiéndome en sus ojos color aceituna. Se acercó de forma lenta,
174

La chica del burdel me besó y no pude más que dejarme llevar porque lo
amaba. Lo necesitaba, me hacía falta.

—Besas tan perfecto. ¡Cuánto desearía que fueras mi novia! Así, luego de un
tiempo, poder llevarte al altar y que seas mía para siempre

—expresó con dulzura.

—¡¿Estás loco?!
—Loco por ti… Tal vez —sonrió sin dejar de mirarme.

Volví a perderme en la hermosa vista del Puente de Bastei.

—¿Sabes que Bastei significa fortaleza?

—No lo sabía.

—Es la fortaleza de este lugar, así como tú eres mi fortaleza. Por ti me he


superado, he tratado de ser mejor persona, mejor hijo —admitió con
sinceridad—. Quiero ser capaz de merecer tu amor.

—Quien no te merece soy yo. Tú eres perfecto

—dije con convicción mientras le acariciaba el rostro con el dorso de mi


mano, perdida en sus ojos—. Por ahora no me siento capaz de amar. No
puedo amar a alguien sintiéndome incompleta, sintiendo esta inseguridad que
ahoga mi pecho.

—Cuando estés lista para amar ten por seguro que te estaré esperando —
completó rozando mis labios en un delicado beso—. Ven, vamos a comer
algo, estoy famélico.

Me tomó de la mano y me ayudó a bajar la empinada colina. El camino de


regreso se hizo corto. Mientras perdía mi vista en la vegetación, Rodrigo no
despegaba su mirada de mí. Lo hacía como águila asechando a su presa, su
intensidad me sonrojaba.

Era alrededor de las ocho de la noche cuando llegué a mi casa. Me hallaba


exhausta. Él me acompañó hasta a la entrada, me tomó por la cintura y volvió
besarme.

175

Elba Castilloveitia

—¡Se ven tan bonitos! —exclamó Ana, interrumpiéndonos mientras bajaba


las escaleras.
—¿Te quedas? —le pregunté a él con ganas de más.

—No puedo, debo hacer algo en mi casa.

Me robó otro beso y girando sobre sus talones se marchó. A los pocos
segundos la alarma de mi móvil sonó y miré a Ana con escepticismo.

Gracias por regalarme tu compañía.

Gracias a ti por apoyarme.

Para mí ha sido un placer presumir tan hermosa compañía.

Buenas noches.

Buenas noches, que tus sueños sean tan gratos como para mí tu compañía.

Otra vez tuve la estúpida sonrisa extendida en mi cara, no lograba controlar


las expresiones de mi rostro. Era frustrante no querer sonreír y disimular
pero, a la vez, los mismos sentimientos se oponían a mi voluntad.

—Explícame… ¿Estás o no estás con Rodrigo?

—La pregunta de mi amiga me puso en alerta.

—No estamos.

—¡¿No están?! ¿Y el beso? ¿La tonta sonrisa que traes en la cara qué?
Necesito explicación y es para ya —pidió con urgencia.

—Ana, tú sabes que lo quiero y la razón por la cual no estoy con él.

—¡Eres tan boba! Date una oportunidad, no puedes tomarlo y dejarlo así
como así —dijo convencida—. Va a pensar que juegas con sus 176

La chica del burdel sentimientos.


—Quizás en un par de semanas sea diferente. Él dijo que me va a esperar el
tiempo que sea necesario —expliqué—. Esta semana me enfocaré en buscar
una vacante, quizás en la bolsa de empleo pueda encontrar algo. Ayúdame
para el despacho de abogados.

—Hablaré con mi jefe a ver qué me dice

—respondió a fin de tranquilizarme.

—Te lo agradeceré, mientras, no me queda de otra que seguir en ese lugar.

—Como creas, sabes que te apoyo en todo lo que decidas —dijo al entender
—. ¿Irás hoy?

—Hoy no. Llamaré a Irene mañana para que me cuide el niño. Cambiando de
tema, ¿cómo vas con Antonio?

—Todo va bien —contestó pensativa.

—¿Así y ya? Hay algo más, desembucha. ¿Qué te traes? —No le creí ni por
un segundo.

—Quiere casarse conmigo, pero le dije que no.

No creo en el matrimonio, eso de estar con alguien a través de un papel no


va conmigo —expresó con seriedad.

—Eso es lindo, Ana. Es una promesa, un pacto hasta que la muerte los
separe. Eso significa que te quiere de verdad, ¿no crees?

—Conmigo no va. Son cursilerías —negó de forma categórica.

—Ay, amiga… ¡No cambias!

Nos echamos a reír, luego nos lanzamos a mi cama para seguir conversando
y ponernos al tanto sobre nuestras vidas en esos últimos días.
La alarma de mensajes de mi móvil volvió a sonar. Lo tomé apresurada
creyendo que sería Rodrigo, pero la sonrisa que tenía desapareció al
instante. Los colores huyeron de mi rostro, dejándome tan pálida que sentí
que las fuerzas 177

Elba Castilloveitia abandonaron mi cuerpo. No podía ser, ¿cómo era posible


que el desgraciado tuviese mi número? Me paré rápidamente y caminé por
toda la habitación.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó Ana con preocupación.

—No lo estoy. Mira —le pedí extendiendo mi celular hacia ella para que
leyera el mensaje.

Quiero tu trasero rozando mi pene, ahora.

Manuel Enrique (mi nombre para que sepas cuál cliente te solicita)

—¿Vas a ir?

—Claro que no. ¡Que se vaya al carajo! —negué descolocada—. Un día tan
perfecto no puede acabar así —dije al sentir que mi vista se nublaba.

—Si esto sigue tendrás que llamar a la policía.

Eso es acoso.

—¿Qué prioridad le darán a una prostituta?

—pregunté con ironía.

—La ley es ley —respondió en el momento en que la pantalla parpadeante


anunciaba un nuevo mensaje.

Sé que vives cerca,

tienes diez minutos para llegar.


Miré a Ana con el rostro desencajado. No podía creer que eso me estuviese
pasando a mí.

—¿Qué hago? —le pregunté. No quería aceptar esa oferta.

—Irás, por ahora… Toma. —Ana me tendió unas pastillas blancas.

—¿Qué es eso? —pregunté sin dejar de mirar el contenido de la pequeña


bolsa trasparente.

—Rohypnol, una droga que te sacará de apuros.

Solo debes seducir al viejo y se lo echas en la 178

La chica del burdel bebida. Verás que en segundos cae rendido a tus pies y
no de amor —me guiñó un ojo.

Había creado un excelente plan, pero aun así no quería ir. Lo último que
deseaba era salir luego del fantástico día que pasé junto a Rodrigo. Decidí
mandarle un mensaje al desgraciado para ver si podía zafarme.

Lo siento, no iré.

Escribí con dedos temblorosos, la adrenalina corría por mi torrente


sanguíneo. Estaba asustada.

Vendrás, te lo aseguro.

No iré y punto.

¿Segura?

Sí.

Concluí la conversación preocupada por su por su reacción. Si el plan A no


funcionaba usaría el plan B. Le di a enviar y dos minutos después sonó el
timbre de mi casa.
179

Elba Castilloveitia 180

La chica del burdel 22


PELIGRO
Rodrigo

Me sentía feliz. La cita con Chantal salió tal y como había pensado. Las
montañas de rocas de arenisca del Elba le encantaron. Sus facciones, su
rostro de asombro… todo quise enmarcarlo. Quedé mucho más enamorado
de ella luego de verla disfrutar el panorama de aquel majestuoso lugar.

Llegué a mi casa envuelto en una nube hasta vislumbrar un camino de sangre


que cubría las losas italianas desde la cocina hacia el cuarto de baño. Quedé
en shock al ver la cantidad de sangre derramada sobre el suelo. Había
vidrios esparcidos por toda la cocina. Temí lo peor.

—¡Mamá! ¡Mamá! —grité preocupado, con temor de que mi madre ya no


existiera.

—Estoy aquí —respondió en un hilo de voz.

Sentí el aliento volver a mi cuerpo. Estaba sentada en el piso con su cabeza


recostada sobre la 181

Elba Castilloveitia tasa del inodoro, el líquido carmesí brotaba a borbotones


de su pie.

—¿Qué ha pasado? Fue mi padre, ¿verdad?

—pregunté con la sangre hirviendo de rabia.

—Sí... Discutimos como siempre, le aventé los vasos de cristal que había en
la mesa. Él se enojó y me haló por el cabello casi arrastrándome y me hizo
caminar sobre ellos. Como me tenía tan agarrada no podía mirar al suelo y…
me corté. Sería mejor que me matará de una vez, no quiero vivir esto… ya
me tiene harta.
—No pienses así, mamá, nuestra relación no será la mejor, pero yo te
necesito. Quiero que estés bien.

—Hijo, ya no quiero vivir —confesó entre sollozos.

—Ya te dije lo que debemos hacer. Vámonos lejos de ese hombre. Déjalo
que muera solo y se aborrezca de su vida. Tú no mereces esto y mucho
menos quitarte la vida por un imbécil que no vale un céntimo. Hazlo por ti,
denúncialo, que lo refundan en la cárcel. No me importa que sea mi padre.

—Rodrigo, tu padre es muy poderoso, tiene muchos contactos. No podemos


hacer nada, de lo contrario nos buscará y matará donde quiera que estemos.

—Por lo menos lo intentas. Como quiera, si no escapas te matará aquí. Hay


que intentarlo, no puedes, mejor dicho, no podemos seguir con este martirio
—le supliqué, por lo que el llanto tomó presa a mi madre. Tapó su rostro con
sus manos, avergonzada y desconsolada—. Ven, hay que curarte eso.

Tomé su mano para ayudarla a levantarse.

Buqué el alcohol y luego de limpiar las heridas vendé su mano después de


poner un poco de antibiótico a fin de que no se infectara.

182

La chica del burdel

—Mucho mejor. Gracias, hijo —dijo por lo bajo.

—¿Angélica dónde está? —pregunté al no verla en casa.

—Fue al supermercado, creo que ha demorado más de la cuenta. Esa


muchacha me ha ayudado tanto. No sé qué haré cuando se vaya —murmuró
lo último más para sí—. ¿Por qué no te casas con ella?

—Su pregunta me tomó por sorpresa.


—Ella para mí siempre será mi amiga. No puedo verla con otros ojos y está
consciente de eso.

—Hace mucho no invitas a nadie para acá.

Quisiera que algún día me dijeras que por fin vas a formar tu vida junto a
alguien.

—Hablando del tema, antes de que Angélica se vaya quiero traer unas
amistades. Hay alguien que quiero que conozcas —le guiñé un ojo y le
sonreí.

—No me digas que tienes alguien… —se llevó las manos a la boca en gesto
de sorpresa.

—Sí, mamá, me gusta una chica que me ha robado el aliento. Ha pasado por
muchas cosas y no quiero presionarla. Me tiene perdidamente enamorado. La
quiero para mí por el resto de mis días. —Una sonrisa se dibujó en mis
labios a medida que le confesaba mis sentimientos.

—Me alegro de que tu corazón y tu vida por fin se estén encaminando. —Se
acercó a mí poniendo su mano en mi rostro con ternura—. Perdóname por las
veces que te he tratado mal. He sido muy mala madre.

—Olvida eso, ¿sí? Tenemos la vida por delante para enmendar nuestros
errores. No te tortures ahora.

—Necesito sacar todo esto de mí interior, necesito que me escuches —pidió


con seriedad—.

Desde que Jaden murió mi alma se fue con él. Solo he deseado que estuviera
vivo, poder cuidarlo, verlo llegar a ser un hombre de bien. Sin embargo, te
he 183

Elba Castilloveitia echado a un lado, desquitando toda la rabia y la


frustración sobre ti.
»Mi amor, no es que no te ame, es solo que la muerte de tu hermano me hizo
olvidar cómo amar.

Le cuestiono a Dios miles de veces por qué se lo llevó, trato de entenderlo,


pero no puedo, es difícil enfrentarse a la vida sintiéndote vacía, sintiéndote
rota. A veces despierto con la esperanza de verlo allí dormido o paseándose
por la casa como hacía, haciendo sus bromas, pero no… Soy una ilusa.

—No hay nada que perdonar. Además, la vida me ha enseñado que cada
persona tiene una historia y es esa historia la que moldea sus acciones. La
muerte de mi hermano me dolió, pero la vida continúa. No puedo echarme a
morir por eso, no puedo rendirme cuando tengo tantas cosas por las que
luchar —dije con firmeza—. Mamá, creo que debes hacer lo mismo, seguir
adelante, porque al final estoy seguro de que Jayden hubiese querido que
seamos felices.

La puerta se abrió interrumpiendo nuestra conversación.

Vi

cómo

Angélica

entraba

apresurada, luego cerró la puerta con la misma premura. Su pecho subía y


bajaba rápidamente como si hubiese estado corriendo.

—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —pregunté levantándome de la mesa. Corrí


hacia a ella y tomé los bolsos que llevaba en sus manos—. Ven, siéntate.

—He pasado el susto más grande de mi vida

—contó asustada—. Unos hombres encapuchados venían detrás de mí en la


calle. Sentí que me perseguían. Caminé lo más rápido que pude hasta que
logré perderlos. No sé para dónde se fueron,
¡pero fue horrible! Espero no volver a pasar por algo así en el resto de mi
vida.

—Cálmate, ya estás aquí, es lo importante. Ahora 184

La chica del burdel toma esto. —Le di un vaso con agua.

La inquietud de pronto asaltó mi mente. Chantal solía caminar de noche por


las calles, a veces al supermercado, otras a casa de Ana. No quería que nada
le pasara. Decidí enviarle un mensaje: Chantal, por favor,

no salgas de noche.

La calle está peligrosa. Si te sucede algo, muero.

Pasaron minutos, unos que se convirtieron en horas sin recibir respuesta. Una
extraña sensación me oprimió el pecho. Temí lo peor. La llamé y su teléfono
estaba apagado, así que decidí marcar a Ana al ver que no respondía.

—¿Se

encuentra

Chantal?

—pregunté

desesperado al oír su voz.

—Sí, está muy bien. Ya se fue a dormir —dijo, pero algo en su tono voz no
se escuchaba apropiado.

—¿Estás bien? Te escuchas extraña.

—Sí…

—No te escuchas muy convincente… Confiaré en tu palabra y, por favor, si


salen tengan cuidado. La calle está llena de maleantes, las pueden asaltar o
algo peor. Tengan cuidado —insistí antes de colgar el teléfono.

Sentía que algo no estaba bien. Ana se escuchaba muy nerviosa.

185

Elba Castilloveitia 186

La chica del burdel 23


NUEVO EMPLEO
Chantal

Miré a Ana descolocada. ¿Quién podría ser a esa hora? No acostumbraba a


recibir visitas a las diez, casi once de la noche. El timbre seguía sonando
con insistencia, mientras yo miraba a mi amiga con preocupación. Ella se
adelantó y abrió la puerta en tanto yo observaba desde la distancia. Un
desgarrador grito salió de su boca, la miré aterrada ante aquel sonido. Dos
tipos encapuchados la tomaron del brazo con vigor. Ella luchó por soltarse
del agarre, pero era imposible. Un tercer sujeto entró para tomarme a la
fuerza. Nos superaban en altura y fuerza, por lo que corrí en otra dirección.

—¿A dónde vas? —preguntó molesto—. ¿Cuál de las dos es Chantal? —


inquirió mientras sacaba un arma para luego apuntarme con ella. Miré a Ana,
que meneó su cabeza en negación para que no hablara, pero no quería que
saliera lastimada.

187

Elba Castilloveitia

—Soy yo, ¿para qué me quieren? —pregunté con temor.

—Nosotros no, hermosa. Nuestro jefe quiere que te llevemos con él.

—No sé quién es tu jefe ni lo que quiere. Solo quiero que nos dejen en paz
—pedí intentando recuperar la compostura.

—Lo que opines o desees no nos importa. Te llevaremos quieras o no, y a


esta lindura de acá también —dijo uno de los tipos que acariciaba a Ana
descaradamente.

—A ella la dejas en paz —zanjé enojada—. Si tu jefe me quiere a mí, será a


mí. Ella no tiene nada que ver. Anda, llámalo. Dile que voy, pero a mi amiga
y a mi hijo no los toca.

Los miré desafiante sintiendo cómo el corazón palpitaba con fuerza fuerte
dentro de mi pecho.

Uno de los tipos sacó su teléfono y habló.

—Jefe, la chica dice que dejemos a su amiga o ella se queda aunque la


matemos. ¿Qué hacemos?…

Okey, perfecto… El jefe dice que te quiere solo a ti, tu amiga se queda, por
ahora. Chompi viene a recogernos, vamos —terminó de decir mirando a sus
compañeros.

—Quédate tranquila, por favor. Si no llego, cuida de Echy. Te quiero, y por


favor, por nada del mundo le digas nada a Rodrigo —le pedí de forma
encarecida a mi amiga.

Luego de un largo rato se escuchó el rechinar de unas llantas. Los sujetos me


tomaron con fuerza, llevándome casi a rastras. Sentí un dolor agudo en mi
brazo por los fuertes apretones. Me subieron en un lujoso auto y arrancaron a
toda velocidad.

—¿Para dónde me llevan? —pregunté esta vez con miedo.

—No te asustes, hermosa. El jefe solo quiere pasar un rato divertido contigo.

188

La chica del burdel El fortachón a mi lado me miró con lascivia y me


acarició mi muslo derecho.

—¡Asqueroso! —me alejé de su tacto como si me hubiesen hincado con un


alfiler.

Llegamos a un lugar que no era el burdel sino una casa enorme con un
camino en tierra que alcanzaba su entrada. La propiedad estaba alejada de la
ciudad, parecía ser un terreno abandonado, su pintura estaba descuidada. El
miedo aumentaba y con cada segundo que pasaba los latidos de mi corazón
iban más de prisa. Era muy joven para morir. Me sentaron en una silla, luego
me amarraron las manos a la espalda.

—Hola, Chantal.

Una conocida voz se escuchó detrás de mí. Todos mis sentidos se pusieron
en alerta.

—¿Qué quieres? —pregunté fríamente.

—Tú sabes lo que quiero —dijo mirándome con deseo.

—¿Por qué aquí? ¿Qué me vas a hacer? —me atreví a preguntar, aterrada
ante las posibles respuestas que enviaba mi cerebro y las otras tantas que
podría recibir de su parte.

—Nada que no sepas. Te pedí algo y desobedeciste, ¿verdad? Aquí nadie


escuchará tus gritos. —Se rio de forma siniestra y su mirada me dio pánico.
Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo—. Eres la puta más bella e
inteligente del burdel, por eso me encantas —se inclinó para susurrármelo al
oído.

—Déjame ir, por favor… —supliqué con mi voz quebrada.

—No te preocupes, es sencillo, tú me obedeces y yo concedo todas tus


peticiones, pero antes…

tenemos que jugar —completó la frase en tanto iba pasando su mano por
todo mi cuello y bajando hacia mis senos. Su tacto quemaba de forma tal que
189

Elba Castilloveitia traté de evadirlo.

—Eres un miserable —escupí con indignación—.

¿Por qué de tantas me escoges a mí? ¿Por qué?


—pregunté desesperada. Odiaba a ese viejo, lo odiaba.

—Ya te dije, para mí eres la única puta que vale la pena. Eres diferente y eso
me encanta. Vestida así decente te ves más deseable.

Pasó su nariz por mi cuello y cabello. Quería empujarlo, sacármelo de


encima, pero no podía.

Estaba atada con una soga tan gruesa que me lastimaba.

—¿Sabes? Vestida no me sirves.

Procedió a cortar mi blusa con unas tijeras y todo el resto de mi ropa,


dejándome totalmente expuesta. Las lágrimas comenzaron a salir y lo único
que deseaba era golpearlo.

—Te dije que quería rozar mi miembro en tu hermoso trasero, ¿no es así? —
No contesté, las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. Él se acercó
y desató mis manos—. ¿Verdad?

—preguntó en voz alta mientras me haló del cabello—. ¡Contéstame!

—Sí —respondí en apenas un susurro.

—Pero antes debes pagar por ser desobediente.

¡Arrodíllate! —ordenó empujándome hacia el suelo.

Caí de rodillas golpeándome y de inmediato sentí el frío.

—No, otra vez no, por favor…

Las lágrimas se escapaban de mis ojos. Me arrodillé sin remedio, sacó su


fusta y me golpeó una y otra vez, como aquella vez en el burdel. Cada golpe
dolía mucho más que el anterior. Sentía que mi piel se quedaba impregnada
en cada latigazo.

—¡Basta! ¿Qué quieres de mí? ¡Es suficiente!


—grité con desespero—. Hago lo que quieras, por favor, ya para.

190

La chica del burdel

—No, claro que no es suficiente, pero me gusta que me supliques, que te


arrastres como lo que eres, una porquería y buena para nada. —Volvió a
golpearme con la fusta, luego me haló y me empujó a la cama que quedaba en
el centro de la habitación—. Ahora verás, ¡ponte en cuatro!

—exigió y luego de obedecerlo me penetró sin piedad. Dolía, quemaba


como los mil demonios, cada estocada eres un dolor agudo que destrozaba
todo mi interior. Me tomaba a su antojo, tan vulnerable como las hojas de un
árbol ante un viento recio.

—Ya es todo. ¡Lárgate! —dijo mirándome con desprecio al derramarse


sobre mi trasero—.

¡Luciano, Pedro! Lleven a esta mujer de vuelta a su casa. —Me miró


fijamente—. ¿Te quedó claro?

Quién manda aquí seré yo, y si quiero no te vas a negar, zorra maldita. La
próxima vez no voy a ser tan bueno contigo. Una más y te mato a ti, a tu
amiga o al mocoso baboso de tu hijo. Te veo en el burdel —advirtió lo
último en un tono repulsivo, dio media vuelta y se marchó.

—Estoy desnuda. ¿Cómo regreso? —dije por lo bajo.

Lo vi alejarse haciendo caso omiso a mis palabras. Busqué la manta de la


cama y me cubrí con ella, luego los tipos entraron y me cargaron hacia la
camioneta. Perdí mi mirada por la ventanilla del auto, todo estaba muy
oscuro, no se veía nada, excepto árboles y matorrales. Aún sentía mi corazón
martillar con fuerza y percibía el cuerpo adormecido por todos los golpes y
el bestialismo con el que me penetró. Los sujetos me dejaron frente a mi casa
tal cual le ordenaron. Cuando entré vi a Anita esperándome preocupada en el
sofá.
—¿Estás bien? —dijo corriendo a abrazarme. Me aparté con la certeza de
que su tacto dolería—. Tan 191

Elba Castilloveitia pronto te fuiste Rodrigo llamó. Le dije que ya estabas


dormida.

—Gracias por cubrirme. En cuanto a lo otro, necesito librarme de ese tipo


asqueroso. ¡Lo odio!

—exclamé con mis dientes apretados.

—¿Qué te hizo?

—Lo del mensaje, literal. ¡Es un bruto! Maldigo el día en que me enredé con
él. Sea maldito mil veces —espeté con rabia—. Te juro que me las pagará,
no me importa que sea el presidente, un alto ejecutivo o un narco. Se va a
arrepentir de hacerme todo lo que me ha hecho.

El enojo y el odio crecían como enredadera envolviendo mi alma,


oscureciendo cualquier atisbo de luz. No quería pensar en nada, solo
deseaba llorar y sacar toda la rabia contenida que tenía en mi pecho. Me
sumergí en la bañera dejando que las lágrimas se mezclaran con el agua.

***

Me levanté temprano en la mañana. Sentía el cuerpo entumecido a causa de


los golpes. Aun así tenía que encontrar un empleo como diera lugar, ya no
soportaba estar en ese burdel. No quería seguir con esa doble vida,
sintiéndome una basura, sintiendo que era la peor mujer del planeta.

En la bolsa de empleo conseguí varias ofertas que me interesaron. Eran


cinco en total, por lo que estaría toda la mañana en diferentes entrevistas.

Visité cuatro de esos lugares, deseando que alguno se apiadara de mí y me


ofreciera trabajo.
Ya estaba cansada de tocar puertas y recibir un no por respuesta. Era
frustrante, una ciudad tan grande pero sin oportunidades laborales. Casi me
rendía cuando llegué a mi última esperanza. Frente a mí se hallaba una
hermosa mansión y un cartel 192

La chica del burdel pegado a su portón principal que leía: SE

SOLICITAN MUCAMAS. La casa era enorme, autos lujosos adornaban una


amplia marquesina y en la parte trasera divisé lo que parecía ser una alberca
con agua cristalina. ¡Era impresionante! Me aminé y toqué el timbre del
portón, luego salió un elegante señor vestido de traje, parecía ser el
mayordomo.

—Buenos días, ¿en qué le puedo ayudar?

—Sí…, disculpe... Es por el anuncio —señalé apuntando hacia el


informativo pegado en la compuerta.

—Pase. —El hombre abrió el portón de la lujosa residencia para dejarme


pasar—. En seguida le digo al Señor Weiss que le atienda. Mi nombre es
Andrés.

—Gracias.

Mientras esperaba me perdí admirando todo el interior. Las puertas de la


entrada principal eran de un fino cristal que daba la impresión de romperse
en miles de partículas con tan solo tocarlo. Al costado de la elegante puerta
había dos sillas en terciopelo color crema y frente a ellas una enorme
escalera en espiral con un impoluto suelo en mármol. Andrés llegó junto a
otro caballero, se veía un señor recto, elegante, de buen porte. Su seriedad
me cohibió por un instante.

—Buenos días, joven. —El hombre se quedó largo rato mirándome, no


entendí el motivo—. Soy Benoit Weiss. Tengo la impresión de que la he
visto antes —confesó pensativo, evaluándome.

—No creo…
—Bueno, no importa. Estoy buscando mucamas y asistentes de servicio, pero
no para esta casa. Soy gerente del prestigioso Hotel Braindenbacher.

—Sí, leí el anuncio en la bolsa de empleo.

Necesito un trabajo urgente. Tengo toda la documentación al día y puedo


empezar desde ya 193

Elba Castilloveitia

—dije con confianza.

—Excelente, eres muy bonita… Creo que también me puedes servir como
camarera en el restaurante del hotel. Repórtate mañana a las nueve de la
mañana. Lleva todos tus documentos y ve lista para empezar. Se te proveerá
el uniforme, ve con zapatos cerrados, por favor.

—Muchas gracias, no sabe cuán importante es para mí esto. Estaré


eternamente agradecida.

Miré mi reloj, marcaba las once de la mañana. El camino a mi casa era lejos
así que decidí esperar por un autobús que me llevaría casi directo a las
puertas de mi hogar. Una marea de sentimientos comenzó a brotar en mi
interior. Pensamientos fugaces, sueños que empezaron a apoderarse de mi
alma en los que añoraba acabar con la doble vida en ese burdel.

194

La chica del burdel 24

AUTOFLAGELACIÓN

Rodrigo

Me encontraba sumido en mis pensamientos.

Extrañaba demasiado a Chantal, tan pronto saliera de trabajar iría a su casa a


darle una sorpresa.
Faltaban pocos minutos para hacerlo y poder correr hasta ella.

—Hey, despierta. ¿Estás bien? —preguntó mi amigo Luis al lanzarme una


bola de papel al rostro.

—Sí, claro, ansioso por irme, ya tú sabes

—respondí devolviéndole la bola con una sonrisa.

—Me dio la impresión de que ya te fuiste, por la expresión que traes estás
como en el octavo planeta

—dijo en tono divertido.

—El amor, el amor… Estoy enamorado. Jamás pensé llegar a eso, pero me
ha tocado hondo y no quiero que termine —admití.

—Tienes razón, el amor es hermoso, lo malo es cuando no te corresponden.


Ya ves, Arelys ni 195

Elba Castilloveitia siquiera voltea a verme.

Arelys era una compañera de trabajo a quien Luis veía con ojos de borrego
enamorado, sin embargo, ella tenía otros intereses y mi amigo no era uno de
ellos.

—Tranquilo, es cuestión de tiempo. Ya verás.

—Vi la hora y me despedí—. Bueno, me voy, ya es hora.

No lo pensé mucho y salí apresurado hacia la casa de Chantal. En el camino


compré rosas rojas y una caja de chocolates. Quería darle una sorpresa,
deseaba enamorarla mucho más.

Llegué tocando el timbre como de costumbre.

Una Chantal despeinada me abrió la puerta y no pude evitar sonreír. Se veía


hermosa así, desarreglada y con todo su cabello revuelto. Su expresión
parecía un poema al verme.

—Esto es para ti, la mujer más importante que hay en mi vida. Sé que solo
somos amigos, pero acéptalo —dije y ella en respuesta sonrió.

Tomó los detalles, colocó los chocolates sobre la mesa y las flores en un
envase con agua. Cuando desocupó sus manos la abracé con ansias, lo que
produjo que una mueca de dolor en su rostro.

—Perdón… ¿Estás bien? ¿Qué tienes? ¿Te lastimé? —pregunté preocupado.

—Sí, estoy bien —respondió restándole importancia.

No pude descifrar su gesto, lo que sí pude sentir era que su reacción me


había descolocado. Su sonrisa se esfumó después de la pregunta y un atisbo
de tristeza apareció en sus ojos.

—Ven —la halé hacia mí y la besé con todas las ganas del mundo. La amaba
más que a mi propia vida. El plan de amigos con ella no me quedaba.

—Eres tan lindo, Rodrigo. Tus detalles y tu forma de ser conmigo me


encantan. Sé que lo haces 196

La chica del burdel con sinceridad, aun así, sabes que no te merezco.

—No digas más eso, que lo decido yo. Para mí tu eres mi todo, te amo,
aunque tú no me dejes amarte… No quiero perderte nunca. Por favor, no
repitas eso. —Una sonrisa apareció en sus labios y me sentí aliviado—. No
quiero que te menosprecies, vales mucho más de lo que crees. Además,
vengo a invitarte a mi casa, obvio que en plan de amigos, aunque no me
estaría mal presentarte como mi novia. Angélica se va en dos días y quiere
compartir con nosotros. ¿Qué dices?

—Me parece bien, pero me asusta conocer a tus padres —confesó con
pudor.
—Será a mi mamá, porque mi padre nunca está en mi casa y cuando llega es
estando borracho, con marcas de labial en su ropa y perfume de mujer. Es un
desgraciado —dije irritado al recordarlo.

—No hables así de tu padre —me retó Chantal mirándome con seriedad.

—Lo único que hace es humillar y maltratar a mi madre y a mí cuando puede.


Me tiene harto. Te juro que si continúa yo mismo lo mato —terminé de decir
encolerizado.

—No digas eso, es tu padre. ¡Cuánto daría para que mi padre viviera! Me
hace mucha falta. Muchas veces quisiera abrazarlo o hablar con él, pero no
está. Solo tengo a mi madre a cientos de kilómetros y es como si no la
tuviera por la distancia que nos separa. La extraño. —Su mirada se posó en
el marco de la puerta, como si viera una película justo ahí.

—Conmigo no es igual —le expliqué—. De verdad, odio a mi padre. Es un


maldito desgraciado, no tiene derecho a golpear a mi madre, a humillarla.
Ayer llegué y todo el baño y la cocina estaban llenos de sangre. ¿Puedes
creerlo? Mi mamá no quiere hacer nada al respecto, prefiere quedarse
sumisa ante sus arrebatos.

197

Elba Castilloveitia

—¿Has hablado con él? Quizás… hay algún motivo para su actitud.

—Mira, Chantal, que se vaya al carajo con todas sus actitudes, a mí no me


importa —dije frustrado y Chantal pasó su mano sobre las mías para
tranquilizarme.

—Está bien, dejemos el tema. Mejor dime a qué hora es lo de tu casa.

—Por la tarde. —Ella asintió de acuerdo.

—Me había olvidado decirte que conseguí otro empleo.


—¿Otro? ¿Dónde? —pregunté intrigado—. Pensé que no tenías trabajo…
¿Cómo que otro?

—Mmm… ¿Acaso limpiar casas no es trabajo?

—contestó con una sonrisa temblorosa y noté sus nervios al instante—. Es


que vi unos anuncios en la bolsa de empleo y salí a buscar. No puedo seguir
así, necesito salir del hoyo en que me encuentro.

—Es una buena noticia, espero que todo salga muy bien. —La volví a
abrazar con fuerza y sentí cómo se tensaba ante mi roce, añadido al gesto de
dolor en su rostro—. ¿Qué tienes? Confía en mí.

—Estoy bien, no te preocupes.

—Claro que no lo estás —dije con cierta molestia.

Decidido, me acerqué a ella y le levanté la blusa por la parte de atrás.


Quedé congelado al ver las marcas tan horrendas que tenía en su piel.

Cruzaban toda su espalda, estaban rojizas y en carne viva.

—¿Qué te pasó? ¡¿Quién te ha hecho esto?!

—pregunté horrorizado.

—Nada y nadie —respondió secamente, como si no tuviese la menor


importancia.

—¡¿Nada?! ¿Así no más?… Dime de una jodida vez lo que te pasó. ¿No
confías en mí? Soy tu amigo.

—El silencio se coló entre nosotros como un alto muro que aísla todo. La
miré esperando una 198

La chica del burdel respuesta, pero no soltó ninguna palabra—.

Chantal, por favor… ¿Quién te hizo esto?


—No es eso…, es que yo… Yo…

—¿Tú qué? —pregunté desesperado.

—Me autoflagelo —respondió con rapidez. No pude creer lo que me decía.

—¿Por… por qué? —logré preguntar ante el desconcierto—. Explícame —


le pedí y una versión descompuesta de ella, totalmente devastada, apareció
frente a mí. Sus ojos se llenaron de lágrimas. No sabía cómo evitar su dolor
o lo que fuera que estuviese sintiendo—. ¿Por qué? Dime de una jodida vez,
Chantal.

—Lo hago por culpa. Me siento culpable de la muerte de mi esposo, por la


enfermedad de Echy…

Soy un desastre de persona —respondió con su voz quebrada.

Pasé la mano por mi cabello en un intento de encender la neurona que faltaba


para entenderla en esos momentos. «¿Qué estupidez es la que estás
diciendo?», pensé antes de respirar profundo para calmarme.

—Chantal, no debes hacer eso. No es tu culpa que tu esposo haya muerto y


mucho menos que tu hijo se enfermara. Son cosas que pasan porque Dios lo
decidió así, solo hay que aceptarlo. No vuelvas a hacerlo. —Posé mi mano
por detrás de su cuello para acercarla a mí. Besé su frente y luego la abracé
con delicadeza. No podía creerlo, pero de repente mi cerebro comenzó a
recordar las marcas de la vez pasada, todos esos moretones—. Las marcas
que tenías en el hospital, ¿eran de lo mismo o de verdad te caíste? —Me
miró con el rostro confundido.

—Me caí —dijo en voz apenas audible.

—No mientas más, por favor. Dime la verdad.

199
Elba Castilloveitia El sonido de la puerta nos hizo girar y vimos entrar a una
Ana muy feliz. No dudé en reprocharle.

—¿Por qué no me dijiste que Chantal se autoflagela? —le pregunté en tono


serio.

—Se auto… ¿Qué?

—Lo que oyes. ¿Por qué no me dijiste, Ana? Mira su espalda —pedí alzando
nuevamente la blusa de Chantal para que la observara bien.

—¡Santo cielo! Mujer, ¿qué te paso? —se llevó las manos a la boca—. ¿Por
qué no me dijiste? ¿No confías en mí? Tantos años y me ocultas una verdad
tan grave. —Ana se mostró muy ofendida y regresó a su habitación.

—¿En serio no le habías dicho? —la miré con escepticismo.

—Nadie sabe, solo tú y ella ahora.

Chantal perdió su mirada por la ventana como si allí fuera a encontrar


respuestas o una justificación para su autoflagelación.

—Me debo ir. Cuídate, y no hagas eso, por favor

—deposité un tierno beso en su frente y uno fugaz en sus labios.

—No lo haré, perdóname…, no… —Pero puse mis dedos sobre sus labios
para que no continuará, ya lo hecho, hecho estaba, y no podía hacer nada
para cambiarlo.

—Mañana por la tarde vengo a buscarte para ir a mi casa, ¿de acuerdo? —la
miré a los ojos y luego deposité un corto beso en su mejilla.

Salí de su casa sintiéndome impotente, descolocado ante su confesión. Sus


palabras retumbaban en mi mente una y otra vez. Una chica tan bonita, tan
perfecta que lo tenía todo… ¿Cómo era capaz de hacer algo así? Quería
meterme dentro de su cabeza para saber qué ocurría y así poder ayudarla a
salir de aquello. La muerte de un ser querido podía ser lo suficientemente
fuerte para 200

La chica del burdel incidir en su actuar, pero tanto como para llegar a
sentirse culpable sonaba extraño. Faltaba una pieza, mientras tanto, solo
tenía la certeza de que mientras tuviera vida, lucharía para que Chantal fuese
feliz.

201

Elba Castilloveitia 202

La chica del burdel 25


SORPRESA
Chantal

Rodrigo descubrió mis marcas, aquellas que el desgraciado Manuel me


propinó con la fusta. No pude disimular el dolor que sentí cuando me abrazó,
pero tenía que inventar una excusa razonable o podría perderlo.

—¿Qué te pasó? —preguntó preocupado.

No supe qué responder. Él me miraba confundido mientras mi cerebro


lanzaba posibles respuestas que al llegar a mi boca rechazaba decir.

Solo se me ocurrió que me autoflagelaba y me sentí culpable, miserable, tal


vez egoísta. Él había sido todo un caballero conmigo, atento, detallista, un
buen amigo. Sin embargo, yo solo le proporcionaba una mentira tras otra.

No me sentía bien, no era justo para él, pero

¿qué más le podía decir? Jamás le diría que era una prostituta con un viejo
sádico obsesionado detrás y 203

Elba Castilloveitia que, para completar, me amenazaba con hacerle daño a


las personas más importantes de mi vida.

No podía, lo perdería para siempre. Rodrigo era demasiado importante para


mí y deseaba estar junto a él. Las lágrimas invadieron mis ojos ante eso, ya
no podía más con esas mentiras que me torturan lentamente.

—Con que te autoflagelas… —Ana sonrió mientras bajaba las escaleras al


percatarse de que Rodrigo se había marchado.

—Tú más que nadie conoces la causa —respondí herida.

—Sí, amiga, lo sé, lo siento… era broma.


—Por cierto, te ganaste el premio a la reina del drama. Te pasaste, por poco
me rio frente a Rodrigo. Te debo una.

—Si me pasa algo así con Antonio espero que hagas lo mismo —advirtió.

—El drama no se me da, eso te lo dejo a ti.

—¿Cómo se te ocurrió eso? ¿Autoflagelarse? ¡Por Dios, Chantal! Estás loca


—se mofó mientras caía sentada junto a mí en el sofá.

—Era lo único que se me ocurrió, lo único que podía creer. ¿Qué le hubieses
dicho tú?

—En realidad, no sé… Te aconsejo algo, dile la verdad. Lo vas a perder si


sigues con tantas mentiras. Hasta yo me estoy metiendo en problemas por tu
culpa, ayer también le mentí al decirle que estabas dormida. Me gustan como
pareja, si realmente te quiere te entenderá y te ayudará a salir adelante. No
puedes seguir con el engaño. Recuerda lo que te dije la otra vez: las mentiras
tienen patas cortas. Todo se descubre y es mejor que se entere por ti a que se
entere por alguien más. Piénsalo.

Sabía que sus mensaje era el correcto, pero me negaba a pensar en eso, así
que para distraerme de 204

La chica del burdel la realidad le solté lo que vino a pedirme Rodrigo.

—Cambiando de tema, quiere presentarme a su mamá mañana.

—¡Me alegro! ¿Ves? Ese chico te quiere de verdad y no merece tus mentiras.
Eso es señal de que quiere algo serio contigo. Dile la verdad antes que sea
tarde.

—Lo pensaré, tal vez luego de la cena en su casa

—dije con miedo.

—Cuando sea, pero hazlo —concluyó ante mis dudas.


—¿Te dije que conseguí empleo en el Hotel Braindenbacher?

—¡Amiga, esa es una excelente noticia!

—exclamó emocionada—. ¿Te pagarán mucho?

Dudo que ganes igual que en el Burdel, pero algo es algo.

—Hablé con el dueño pero no me dijo, quizá mañana cuando llene el


contrato. Me imagino que debe ser el sueldo mínimo.

—Tonta, era lo primero que debías preguntar

—dijo negando.

—Estaba tan feliz que no se me ocurrió.

—Apuesto a que volverás al burdel, como mucama te van a pagar una


miseria —advirtió para que no me hiciera ilusiones.

—No importa, sobreviviré —murmuré para convencerme—. Lo que me


pareció raro fue que cuando me vio se quedó un largo rato mirándome como
si me hubiese visto en algún lugar.

—Quizás en el burdel.

—¡Qué vergüenza! Espero que ahí no haya sido.

***

En mi nuevo trabajo el señor Weiss me dio el uniforme y me asignó varias


tareas, entre ellas tenía 205

Elba Castilloveitia que estar a cargo de cinco habitaciones. Estas eran


enormes, todas tenían un gran baño, por lo que debía limpiar cada área en su
totalidad. Había pasado varias horas de lado a lado mientras realizaba las
tareas asignadas cuando, de momento, tuve un presentimiento. Era agobiante,
como si algo fuese a acontecer. No podía evadir el compromiso que tenía ya
que Angélica se había portado muy bien conmigo y con Echy. No quería
defraudarla cuando se había esmerado por la cena. Sin embargo, la última
vez que me sentí así recibí la noticia del accidente de mi esposo y mi vida
cambió, me sumergí en una profunda depresión que, gracias a Dios, con el
tiempo pude salir de ella.

Pero ahora… ¿qué ocurriría?

Al salir del trabajo ya Rodrigo me esperaba afuera. Me había enviado un


mensaje temprano para decirme que iría por mí a buscarme y me pareció
perfecto.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó al verme, apresurándose para abrirme la


puerta del auto.

Justo cuando iba a entrar me tomó por la barbilla y depositó un corto beso en
mis labios. Luego cerró tras de mí y se apresuró a ponerse al volante.

—Me ha ido bien, aunque es agotador. Lo bueno es que me dejan propinas


remuneradas y eso me ayuda mucho —respondí con simpleza.

—Me alegro tanto por ti. Y respecto a conocer a mi madre, ¿cómo te


sientes?

—Extremadamente nerviosa —admití.

—Todo estará bien, te lo prometo.

Apretó mi mano con el fin de reconfortarme. No duramos mucho en llegar a


mi casa cuando Rodrigo se estacionó frente a la entrada.

—¿No quieres entrar? —pregunté al ver que no tenía intención de bajarse.

—No puedo, Angélica me dijo que la ayudara con 206

La chica del burdel algo.

—Bueno, si es así… como que me voy a poner celosa de ella.


—Sabes que solo tengo ojos para ti. —Sonrió y me tomó de la barbilla con
dulzura para acercarme a él en un gesto que me dejó blanda—. Paso por ti
más tarde.

—Perfecto, me envías un mensaje cuando estés de camino. Te quiero.

Salí del auto y me quedé parada a un lado para observarlo. Me gustaba su


sonrisa y sus facciones tan varoniles.

—Entra —pidió con una sonrisa. No aguanté más y di la vuelta al carro, abrí
la puerta del lado del conductor y lo besé con intensidad.

—Lo siento, pero hace rato moría por hacerlo

—dije saboreándome los labios y me aparté.

En respuesta, él me haló hasta sentarme sobre su regazo. Me besó con tanta


pasión que sentí que el aire escaseaba de mis pulmones.

—Uf, me has dejado en estado vegetativo… Besas como una diosa. Me


encantas —dijo haciéndome sonrojar y me dirigí hacia mi casa—. Paso por
ti en tres horas —informó y se marchó.

Esas tres horas fueron las más largas de mi vida.

Quería que ese día acabara. Estaba decidida a confesarle la verdad y me


sentía demasiado nerviosa. No sabía cómo reaccionaría, pero perderlo no
estaba en mis planes. Decidí descansar un rato, no quería pensar más, no
deseaba seguir con ese sentimiento que me carcomía por dentro.

No supe en qué momento me quedé profundamente dormida, solo escuché el


timbre de mi celular a lo lejos, extendí mi brazo y lo tomé en mis manos. Vi
que era Rodrigo, por lo que desperté aturdida.

—Hola —respondí con mi voz adormilada.

207
Elba Castilloveitia

—¿Estás lista?

—Dame quince minutos —le dije al caer en cuenta de que se me hacía tarde,
colgué el teléfono y corrí darme una ducha. Me vestí rápidamente y bajé las
escaleras. Justo en el último escalón escuché el timbre de la puerta sonar.
Abrí con rapidez y un perfecto Rodrigo se asomó.

—¡Qué hermosa estás! —Sonreí con las mejillas rojas ante el cumplido—.
¿Estás lista para irnos?

—Vestida sí, emocionalmente… de aquí a mil años —dije con nerviosismo.

—¿Tanto así? Mis padres tienen sus problemas, pero frente a las visitas se
comportan. De todas formas solo estará mi mamá. Ella no pelea cuando está
sola. —Me guiñó un ojo y me tomó de la mano para emprender el camino
hacia su casa.

La brisa acariciaba nuestros rostros, por lo que cerré los ojos tratando de
encontrar en ella la paz que necesitaba. Mi corazón latía desbocado ante la
marea de pensamientos que no me daban tregua.

Llegamos a su casa y una señora de mediana estatura, cabello canoso y ojos


color aceituna iguales a los de Rodrigo nos recibió en la puerta.

Unas profundas ojeras negras delataban su cansancio o tal vez el dolor que
lleva su alma.

—Mamá, ella es Chantal —se apresuró a decir él—. Es… el amor de mi


vida —susurró en su oído lo suficientemente alto para que pudiese
escucharlo.

Sentí que los colores subieron a mi rostro y bajé la cabeza avergonzada. No


sabía dónde meter la cara ante una confesión como esa.

—Mucho gusto, soy Julietta. Estás en tu casa


—expresó con una amplia sonrisa. Su voz era amable y angelical.

—Mucho gusto, señora.

—Nada de señora, me haces sentir más vieja.

Mejor dime July. Desde hoy ya te considero una 208

La chica del burdel hija.

Sus palabras hicieron que mis nervios se disiparan por un momento. No


sentamos en un mullido sofá y no puedo evitar mirar las fotografías de la
pared. En las fotos estaba Rodrigo de bebé junto a su mamá y otro niño, un
poco mayor con quien tenía mucho parecido. En otra observé a un señor
bastante guapo sosteniéndolo de la mano, supuse que era el padre.

—¿Ese señor es tu padre? —pregunté con inocencia sin dejar de observar la


foto.

—No, ese es mi tío. En realidad si ha sido como un padre para mí.

—Nadie creerá que eres su sobrino, te pareces demasiado, hasta en las


orejas —señalé divertida, luego miré de reojo a Julietta, quien se sonrojó
por breves instantes.

—La cena está lista, todos a la mesa, por favor

—la voz de Angélica nos interrumpió—. Espero que les guste, la hicimos
con mucho amor.

La comida trascurrió de forma divertida. Julietta contó anécdotas de cuando


Rodrigo era pequeño.

Las bromas y las risas no se hicieron esperar, fue una conversación amena y
relajada que nos hizo olvidar todos los problemas por un instante.

Pasado un rato el sonido de un auto nos hizo callar por un instante. Un


profundo silencio invadió el comedor, extendiendo cierta incomodidad.
Rodrigo y su madre intercambiaron miradas que solo ellos entendieron. La
mirada de ella se ensombreció, mientras que la de él mostró un ápice de
preocupación mientras Angélica jugaba con su comida en el plato, cabizbaja.

—Es mi padre, ha llegado —explicó Rodrigo, tomó mi mano y la apretó


para infundirme confianza.

El ambiente relajado que había se esfumó, 209

Elba Castilloveitia tornando todo tenso, dando paso al temor y a la


preocupación. Aquello me desconcertó. Luego unos fuertes y firmen pasos se
escuchaban cada vez estaban más cerca. Bajé la vista a mis manos que, con
dedos temblorosos, no dejaban de jugar con la servilleta que estaba junto a
mi plato. Los pasos se detuvieron en la puerta del enorme comedor. No me
atreví a levantar mi mirada, ni siquiera a gesticular alguna palabra.

—Chantal, te presento a mi padre. —La voz de Rodrigo rompió el silencio y


no me quedó de otra que levantar mi mirada suavemente.

La sangre se drenó de mi rostro. No podía creer lo que mis ojos estaban


viendo. No podía creer que su padre fuera el mismo viejo sádico que estaba
obsesionado conmigo. Sentí que el aire escapa de mi cuerpo, que iba a
desfallecer ante la dura y cruel realidad.

—¿Estás bien? —preguntó Rodrigo al ver que estaba temblando y a punto de


desmayarme.

—S-sí… sí… —respondí tartamudeando en apenas un susurro.

El viejo me miró de una forma que no supe explicar. Un brillo en sus ojos
apareció, luego curveó su boca en una aparente sonrisa. No pude ocultar los
nervios que me provocaba su presencia.

—¡Vaya, tienes la casa llena de putas! Hijo, estás aprendiendo de mí. Pensé
que eras homosexual

—escupió con ironía sin apartar la mirada de mí.


Rodrigo se levantó para encararlo, lo halé para tranquilizarlo, pero su madre
se puso de pie de inmediato.

—Basta, Manuel. No empieces. Tenemos visita

—zanjó Julietta.

—No veo ninguna —dijo sin despegar sus ojos de mí—. Hijo, creo que
deberías conocer bien a las que quieres de novias antes de traerlas a la casa.
Anda, 210

La chica del burdel dile quién eres —me pidió en tono de burla.

Sentí un espeso nudo formarse en mi garganta y lágrimas de impotencia


asomarse en mis ojos. No podía con eso, era demasiado. Caminé hacia la
puerta olvidándome de todos. Rodrigo fue tras de mí, me sujetó por la mano
para que no me fuera.

—Llévame a mi casa —le rogué con las lágrimas resbalando por mis
mejillas.

211

Elba Castilloveitia 212

La chica del burdel 26


DUDAS
Rodrigo

La reacción de Chantal me dejó aturdido. Sabía que mi padre no le caía bien


a muchas personas, pero con ella fue algo diferente, como si en realidad se
conocieran. Me sentía molesto por la insolente actitud de él. Sus palabras
taladraron mi mente, quise sacarlas, pero no pode. Tan pronto regresara a
casa tendríamos una seria conversación. Ella era mi novia, bueno, mi amiga,
pero pronto sería algo más. Así me lo había jurado.

—Chantal, ¿estás bien? No le hagas caso al inepto de mi padre. Él es así,


áspero, duro y con el cerebro ahogado por el alcohol —dije tomándola de la
mano.

Verla agarrotada de llanto por culpa de mi progenitor me dolía.

—Rodrigo… yo…

—No digas nada, todo va a estar bien. Estoy 213

Elba Castilloveitia contigo porque te amo y eso no va a cambiar.

—Debes escucharme, por favor. No soy lo que tú crees —dijo con tanto
dolor que me molesté.

—No empieces con eso, Chantal. ¡Basta!

—Es que yo…

—Tú nada, tú eres mi princesa, mi niña bonita, mi amada y eso no cambiará,


aunque mi padre se oponga. ¿Entendido?

—Sí —respondió en un hilo de voz con su cabeza mirando al suelo y las


lágrimas escurriendo por sus mejillas.
—Me tengo que ir rápido, mañana me espera un largo día. Tendré que llevar
a Angélica al aeropuerto y más tarde iré a trabajar. Por la noche mi mamá me
mantendrá ocupado. Te extrañare —le dije antes de robarle un beso.

No era la misma desde que vio a mi padre. Se notaba ausente, sus manos
temblaban. No quería dejarla, pero debía irme. No hice más que llegar a la
casa y la molesta voz de mi padre llegó a mis oídos.

—¿Dónde la dejaste? ¿En la casa o en el burdel?

—preguntó con sarcasmo y tuve ganas de propinarle un golpe.

«¿Cómo se atreve?» pensé indignado.

—Eso a ti no te importa —respondí enojado.

—Apuesto que prefirió el burdel, de hecho, hace su trabajo muy bien —


continuó diciendo en tono burlón. El coraje estaba invadiendo mi cuerpo
como agua que sube de nivel hasta derramarse.

—Con Chantal no te metas. Ella no es así. Ella no es de las que tú frecuentas


—le advertí con los dientes apretados.

—¿Tú crees? —respondió para luego reírse de forma burlona hasta hacerme
perder el juicio. Lo tomé por la camisa y le di un golpe que lo dejó
sangrando por la nariz.

—No te metas con ella o me las pagarás una a 214

La chica del burdel una, por ella, por mi madre y por mí. ¡No me importa
que seas mi padre!

—Ya te darás cuenta de que lo que te digo es verdad —espetó mientras se


limpiaba la sangre que brotaba de su nariz—. Solo cuídate que no se te
pegue una enfermedad. He visto cómo se revuelca con todos en ese burdel.
¡Es una prostituta!

—¡Cállate! Ella jamás haría algo así.


—¿Tú crees? Eres un iluso —siguió riéndose forma burlona—. Ve a Paschá,
compruébalo por tus propios ojos. No te miento, tu novia es una puta.

***

“Prostituta. Puta”. Las palabras de mi padre sonaban con fuerza en mi


cabezas. No podía ser, seguro era una calumnia infundada por el alcohol en
su sangre. Chantal no me haría algo así. Ella sabía que detestaba a ese tipo
de mujeres. Ella no podía ser una de ellas, no lo soportaría. Le había
entregado mi vida entera desde el mismo momento en que la vi salir por la
puerta del supermercado.

Ese día supe que era especial.

Las palabras de Chantal en múltiples ocasiones venían a mi mente: “No soy


lo que crees, no te merezco”. Aquella vez que me dijo de su amiga
prostituta… ¿Se refería a ella? ¿Sería verdad? ¿Sería eso por lo que ella era
así? No podía ser, me rehusaba a aceptarlo. Mi Chantal no podía ser una
prostituta. Ella era mi todo. ¿Qué haría si eso fuera verdad? ¿Qué haría si
resultase ser cierto lo que dijo mi padre? No concebía una vida sin ella,
quien me había cambiado, quien me hizo entender que la vida no se basaba
solo en pasarla bien y disfrutar sino en los sacrificios que en ocasiones
debías hacer por los que amas, darlo todo sin esperar nada a cambio y luchar
por los sueños que son el motor 215

Elba Castilloveitia que te impulsa.

—Rodrigo, ¿estás bien?

El golpeteo de la puerta me trajo de vuelta a la tierra. Mi madre se


encontraba bajo el umbral mirándome con preocupación.

—Escuché todo.

—Mamá… —sollocé—. Ella no puede ser una de esas. La amo demasiado y


no puedo concebir la idea que sea una de esas que se acuestan con todos.
—Deberías hablar con ella. Tal vez sean mentiras de tu padre.

—Lo dijo con tanta seguridad —respondí pensativo y con los ojos nublados.

Ella me abrazó por primera vez después de tantos años, lo que me hizo sentir
ese consuelo que solo una madre sabe dar a sus hijos. Me refugié en sus
brazos y lloré como un niño pequeño.

—Mañana será otro día.

—Si es verdad… no podría perdonarla, no podría

—susurré con pesar.

Mi madre salió de la habitación dejándome solo con mis pensamientos,


envuelto en lágrimas y en confusión. La incredulidad por un lado, la
incertidumbre por el otro, ambas luchaban acaparando todo, dejaban a su
paso un vacío ante la inminente pérdida de Chantal. Un vacío que ya me
estaba ahogando, me sofocaba y no podía hacer nada.

Angélica me despertó. Me hallaba tan abrumado que olvidé poner la alarma.

—Si no te levantas perderé el vuelo, no querrás soportarme una semana más


—dijo a modo de broma.

—Angie, perdón, es que…

—Sí, ya sé. No fue fácil tu noche, pero anda a prepararte, hablamos por el
camino.

216

La chica del burdel Angélica tenía la habilidad de saber lo que me pasaba


sin decirle nada. Me conocía tan bien que aun cuando no tenía palabras para
explicarme ella ya lo sabía todo. Era como si tuviese la capacidad de entrar
a mi corazón e inspeccionar lo que estuviese en mal estado.

De camino al aeropuerto el silencio prevaleció.


—Sé lo que te sucede, pero quiero que me cuentes. Habla —pidió con su
mirada fija en mí.

—Siempre he odiado a las putas. Mi papá dice que ella es una.

—No le hagas caso a tu padre —negó con la cabeza—. ¿No escuchaste?


Cuando llegó dijo que tenías la casa llena de putas. Incluyó a tu madre y a
mí. —Lo sé, pero no despegaba su mirada de Chantal y me dio la impresión
de que ya se conocían.

—No te dejes derrumbar por comentarios de gente que no vale la pena. Tu


padre lo que quiere es que seas un infeliz como él —expresó su punto.

—¿Y si es verdad lo que dice? —pregunté temeroso.

—¿La amas?

—Con todas mis fuerzas —admití.

—Pues si la amas la perdonarás. El amor verdadero es capaz de cambiar


nuestro pensar. El amor lo perdona todo, es capaz de borrar las heridas que
tú crees que son imposibles de sanar y pintar tu mundo de un nuevo color.
Aun cuando crees que todo está terminado el perdón es la clave para seguir
adelante. Los rencores destruyen el alma y envejecen el corazón. Si ella
decidió ser eso que dice tu padre… alguna razón debió tener.

Rodrigo, sabes que puedes contar conmigo, me tienes a mí, siempre estaré
para ti. No lo olvides.

Nos mantendremos en contacto. Te quiero.

Angélica me abrazó en señal de apoyo y sin más 217

Elba Castilloveitia tomó su equipaje y caminó al área de abordar. Pero la


duda seguía asfixiándome, no podía continuar mi día así. Tenía que encarar a
Chantal, que me dijera de una vez y por todas si era cierto o no. Manejé y me
detuve frente a su casa, decidí tocar bocina para avisar que estaba ahí. Miré
el reloj y… ¡Maldición!

Había olvidado que a esa hora debía en su trabajo.

Cuando me dispuse a irme vi que la puerta de la casa se abrió. Apagué el


motor y me bajé apresurado.

—Chantal, pensé que estabas en el hotel.

—Hoy es más tarde, iré al restaurante.

—Entiendo.

El silencio se hizo presente, no me atrevía a preguntar, no podía. La


contemplaba de pies a cabeza y la imagen de ella como prostituta no llegaba
a mi mente. No lograba imaginarme dicha escena. Imaginármela con poca
ropa, en poses seductoras y acostándose con todo el que le pidiera favores
sexuales era algo que no concebía mi mente, algo que no estaba dispuesto a
aceptar.

—Pensé que no te volvería a ver —elevó la comisura de sus labios en una


tímida pero dolida sonrisa.

—¿Por qué pensabas eso? Yo en cambio solo quería verte, robarte un beso.

—Rodrigo…

No me importó su reacción y la besé. En pocos segundos invadí su boca con


mi lengua. Necesitaba su néctar en mi vida o moriría. La besé con ansias,
como si mi vida dependiera de ello. La amaba y no quería perderla. Chantal
se separó y sus suaves mejillas se tornaron color de rosa. La miré
confundido.

—Sé que también sientes lo mismo. ¿Por qué lo haces? ¿De verdad eres
una… prostituta?

No sé por qué tuve que preguntar en ese preciso 218


La chica del burdel momento, pero ya no aguantaba más. Ella me miró
descolocada ante mi pregunta, su cuerpo se tambaleó y sentí que en cualquier
momento caería.

La sostuve con fuerza para que no cayera y la ayudé a sentarse en el sofá.

—¿De dónde sacas eso? —preguntó confundida.

—¿Eres o no? Chantal, sácame de esta duda que me está aniquilando. Por
favor, dime que no es verdad… Dime que no eres una de ellas.

—¡Chantal, ya estás tarde! —dijo Ana interrumpiéndonos al asomarse por


las escaleras—.

No puedes llegar tarde a tu nuevo trabajo.

—Sí, lo sé. Gracias —le respondió ella sin mirarme.

—Contéstame. No me dejes con dudas —pedí anhelando una explicación


que me sacara de la incertidumbre.

—No soy eso que dices, no es lo que crees y punto.

Dio media vuelta y subió a su habitación sin despedirse. Quedé aún más
desconcertado. La duda no se disipó, al contrario, siguió latente. Si no me lo
quería decir lo vería por mis propios ojos.

219

Elba Castilloveitia 220

La chica del burdel 27


DESEO
Chantal

Rodrigo se marchó y las lágrimas comenzaron a caer sin control de mis ojos.
Lloraba desconsolada, no podía creer que ya sabía lo que hacía. El
malnacido tuvo que habérselo dicho. ¡Era un desgraciado! «¿Ahora qué
haré?», pensé devastada.

Amaba a Rodrigo, pero había mentido demasiado y no podía remediarlo.


Una relación cimentada en la mentira jamás podría terminar bien. Verlo
frente a mí, todo descompuesto ante la incertidumbre, era como si me
estuviesen rompiendo el corazón en pequeños trozos imposibles de volver a
juntar.

—Amiga, ¿por qué estás así? ¿Qué pasó ayer?

—preguntó Ana al verme con los ojos enrojecidos e hinchados por el llanto.

Ella no sabía nada de lo acontecido. Tan pronto llegué de la cena me encerré


y no quise hablar con nadie. Estaba desconcertada, aún no podía creer 221

Elba Castilloveitia que el depravado de Manuel fuera el padre de Rodrigo.


De tanta gente en el planeta, ¿por qué tenía que ser él? ¿Por qué?

En ese momento no supe si continuar o dejarlo todo. No podría mirarlo a la


cara, tampoco saludar a su madre. Me sentía decepcionada de mí misma,
había empezado por una necesidad que aún necesitaba

saldar,

pero

no

podía
seguir

engañándolo.

—Cuéntame,

¿qué

pasó?

—repitió

Ana

preocupada.

—Todo se resume en una sola oración… El depravado es el papá de


Rodrigo.

—¡¿Qué?! —su tono casi rompió mis tímpanos.

—Todo fue un desastre —respondí en un hilo de voz.

—¿Qué harás? De seguro él le dirá. ¡Oh, Dios mío! ¿Por eso Rodrigo te
estaba reclamando?

—Así es —admití para mi propia vergüenza.

—¿Qué le dijiste?

—Nada, tú siempre llegas a tiempo, en el momento justo.

—Amiga, te dije que debías decirle la verdad antes que fuera tarde, antes
que otra persona se lo dijera.

—Lo sé, lo sé, pero jamás pensé que esto fuera a pasar. Aún estoy incrédula
—le confesé exasperada en un intento de ahogar mis lágrimas.
—Esto está demasiado fuerte… No sé ni qué decirte.

—No digas nada. Me basta con que me apoyes y estés junto a mí… Bueno,
se me hace tarde, no debo pensar tanto.

Salí apresurada hacia el hotel. Por el camino iba envuelta en mis


pensamientos, hasta que decidí enviarle un mensaje a Rodrigo para tantear el
ambiente. Me hacía falta.

222

La chica del burdel Me haces falta, quiero verte.

Parecía irreal, pero era la pura verdad, lo necesitaba en mi vida. La alarma


de mensajes sonó enseguida:

Tenemos una conversación pendiente.

También te extraño.

Ven a mi casa en la noche, te preparo algo de comer.

Tengo compromiso con mi madre.

Será solo un momento, te lo prometo Quiero verte.

Y yo a ti…

Estaba ansiosa por ver entrar a Rodrigo por la puerta con su perfecto
atuendo, aunque no importa lo que se pusiera, siempre estaba hermoso. Me
tenía cautivada.

Las horas en el trabajo pasaron demasiado lentas, al contrario del día


anterior que fueron más rápidas que de costumbre. Me sentía nerviosa,
Rodrigo quería una explicación, pero no sabía si era capaz de dársela. Su
beso de hacía rato me dejó deseando más. Debía demostrarle que realmente
me importaba, debería inventar algo que lo aferrara a mí. Parecía un gesto
egoísta, pero en tan poco tiempo se había convertido en mi apoyo, en mi
vida. No podía permitir que me dejara, lo amaba y lo necesitaba.

Entre tareas y tareas consumí el tiempo para irme a mi hogar. Me sentí feliz
al saber que era hora 223

Elba Castilloveitia de marcharme. Llegué con prontitud a casa, arreglé la


mesa y preparé una rica y saludable cena.

Minutos después el timbre sonó alertando de su llegada. No pude evitar


sentir mi pulso acelerarse a la expectativa de lo que podía acontecer.
Respiré hondo y abrí la puerta con una deslumbrante sonrisa.

—Hola, mi amor —me apresuré a decir envolviendo mis manos alrededor


de su cuello. Me miró extrañado.

—Me sorprendes, estás muy cariñosa… ¿Qué te traes? —dijo secamente.

—Nada, estar contigo, verte. Te he extrañado demasiado —confesé con la


incertidumbre aflorando en mi pecho.

—Yo también a ti. —Estiré su mano hacia mí y me acerqué a él con


posesividad.

—No quiero perderte, eres importante para mí y no sabes cuánto —admití


mirando sus ojos y perdiéndome en el mar de emociones que se acumulaban
en mi pecho sin control.

—Si te pierdo mi vida no volverá a ser igual. Te amo y lo sabes, Chantal.

Nuestras miradas se conectaron, lentamente nuestros rostros se fueron


acercando hasta que nuestros labios hicieron contacto. Miles de mariposas
revolotearon despavoridas dentro de mi estómago. Una electricidad
apabullante recorrió todo mi cuerpo. Me dejé llevar profundizando ese beso,
uno tierno que pasó a delicado y luego a intenso, donde todo a mi alrededor
dejó de existir.
El deseo comenzó a inundar nuestros cuerpos, cada roce, cada caricia era
especial, mágica. Sentí toda la incertidumbre desaparecer por un momento y
me separé para observarlo. Sus pupilas dilatadas me miraban con hambre.

—No te detengas, por favor. Te necesito 224

La chica del burdel

—suplicó sujetándome por la cintura con fiereza.

Volvimos a fundirnos en un beso, uno desesperado, cargado de la urgencia de


probarnos y hacernos uno.

—Te deseo tanto —dije mientras lo despojaba de su camisa.

—Y yo a ti —susurró contra sus labios.

Dejamos que el deseo hiciera lo propio, nos desvestimos con rapidez


aferrándonos el uno en el otro. Quedé expuesta ante él, pero esa vez no sentí
vergüenza, como si lo conociera de toda la vida. No sentía repugnancia ni
nada de lo que me atormentaba en aquel asqueroso burdel.

—Eres tan hermosa —susurró acariciando mis senos con ternura.

Sonreí y los probó de una forma tan tierna que me enloqueció de placer. Me
arqueé para darle más acceso. Su tacto en mi piel se sentía delicioso, en
respuesta acaricié su torso desnudo mientras él me llenaba de su esencia, de
su aroma. Me senté a horcajadas sobre él, saboreando sus labios con locura.
El roce de su excitación en mi clítoris me estaba llevando al límite. Quise
tenerlo dentro de mí y ver cómo en cada estocada me llevaba al cielo.

Repetimos una y otra vez, entregándonos el uno al otro con pasión. Su


mirada mientras hacíamos el amor era fascinante, me sentía amada, deseada,
me hacía sentir que le importaba. Nos dejamos ir envueltos en un halo de
pasión, juntos llegamos a la cúspide del placer, me hizo explotar haciendo
vibrar todo mi ser con él derritiéndose por completo dentro de mí. Nos
quedamos abrazados entre besos y mimos.
—Me encanta este lunar que tienes en la espalda

—me dijo al tocarlo.

—Odio ese lunar, si fuera por mí hace mucho lo hubiese borrado.

225

Elba Castilloveitia

—Adorna tu espalda perfectamente, te hace ver más sexy —señaló mientras


me acariciaba—. Estuvo deliciosa la cena —comentó en tono divertido.

—Te comiste el postre primero.

—Quiero repetir. —Su forma seductora de decirlo me derritió por completo


—. Después de esto tan intenso, ¿aceptas ser mi novia? —Lo miré
desconcertada ante la pregunta.

—¿No te rindes? No pongamos títulos y vivamos el momento. No me gustan


las ataduras. —Vi la desilusión en sus ojos, pero estaba decidida.

—Eres tan perfecta que quiero que todo el mundo sepa que eres solo mía.
Llevarte de la mano a todo lugar, ver juntos cada atardecer y ver a nuestros
hijos crecer mientras nos hacemos viejos.

Me haló hacia él con fuerza para luego recorrer mi piel desde mi oreja hasta
el cuello con su nariz.

Una exquisita sensación por todo mi cuerpo me envolvió, no quería


apartarme nunca más de él. No quería que terminara.

226

La chica del burdel 28


TU CULPA
Rodrigo

Mientras trabajaba me sumergí en un mar de sentimientos, mis pensamientos


no me daban tregua. Ya faltaba poco para irme, pero noté que tenía un
mensaje de Chantal donde me invitaba a su casa. Por un momento me negué
porque tenía compromiso con mi madre, pero su insistencia me hizo ceder,
algo poco común en ella. A la hora de demostrar sus sentimientos solía ser
fría, se retraía con facilidad, y no sabía si era por miedo, timidez, o
simplemente porque no lo sentía en ese momento.

Hacer el amor con ella fue mágico. Tenerla tan cerca y fundir nuestros
cuerpos a un ritmo apabullante resultó extraordinario. Quedé mucho más
enamorado, mucho más perdido en ella. De camino a su casa iba decidido a
encararla. Quería preguntarle directamente si era una puta… pero no pude.
Ella me recibió tan cariñosa que todas mis dudas se disiparon. Sabía que
muchas veces el 227

Elba Castilloveitia miedo la paralizaba al punto de no atreverse a


expresarme su amor como quisiera. Aun así, estaba dispuesto a esperarla el
tiempo que fuese necesario para verla feliz conmigo.

La alarma de un nuevo mensaje me hizo desviar la mirada de la carretera.


Busqué el móvil y leí su contenido:

Tu novia es una PUTA.

Lo borré y me concentré en conducir. Mi padre quería molestarme, él nunca


se había interesado por mí, nunca le había importado lo que hiciera o dejara
de hacer. No entendía cuál era su insistencia en decir que Chantal era una
puta. Ella no era de esas, pero si lo fuera… Si lo fuera no sabría cómo
reaccionar. No tenía la menor idea de cómo lograría perdonar sus mentiras.
Proseguí la ruta hacia mi casa con la música a todo volumen, pero la imagen
de Chantal desnuda bajo mi cuerpo vino a mi mente. El recuerdo del vaivén
de nuestras caderas moviéndonos a un ritmo desenfrenado bailaba a mi
memoria de forma vívida. De lo que estaba seguro era de mi amor por ella.
Desde que entró a mi vida lo cambió todo y no quería perderla. Estaba
dispuesto a todo, porque el amor es así, ¿no? Nuevamente el sonido de mi
celular captó mi atención. Reduje la velocidad y observé la pantalla donde
apareció un nuevo mensaje:

Ella tiene un lunar en la espalda.

Comencé a recordar cada detalle de su cuerpo, su suave piel bajo mi tacto,


su firme y plano abdomen, sus piernas torneadas y bronceadas por el sol. Su
cabello largo cayendo a un lado de su rostro mientras estaba a horcajadas
sobre mí, gesto que la hacía ver mucho más sensual. De tan solo 228

La chica del burdel recordarla mi cuerpo empezó a reaccionar. Y sí, poseía


un bello lunar casi en el hueco de la espalda, un

perfecto

lunar

ovalado.

Sacudí

mis

pensamientos, no podía hacer caso a esos mensajes, no podía seguir


torturándome con algo que no podía ser verdad. Decidí enviarle un mensaje
a Chantal, no aguantaba ni un minuto más sin ella.

Me dejaste loco, te extraño.

También te extraño.

Mi cuerpo y mi alma exigen otra dosis de tu cuerpo.


Mi cuerpo también necesita de tu olor y cercanía.

¿Qué me has hecho, Chantal?

Lo mismo que tú a mí.

Te amo.

Mi teléfono sonó y contesté con la esperanza de que fuera Chantal con su


bella voz. La chillona voz de Angélica me sacó de mi error.

—Hola, bombón.

— Hola, Angie. ¿Cómo estuvo tu viaje?

—A pesar de la turbulencia y el susto que pasamos en cierto momento, pude


llegar bien.

—¿Susto? —pregunté preocupado.

—Sí, en un momento sentimos que el avión se iba a caer, pero fue efecto de
la misma turbulencia.

—¡Qué horrible!

—Ni lo digas, de verdad me asusté. Lo único bueno es que a mi lado venía


un chico muy 229

Elba Castilloveitia agradable. —La escuchaba intrigado, que aceptase que


alguien le agradara era novedad—. Era moreno, alto, cuerpo de atleta y con
una sonrisa encantadora.

—¿Estás suspirando por un chico? Me pones celoso. Nadie me va a robar a


mi amiga.

—Tonto, sabes que eres número uno en mi lista de amigos y eso no va a


cambiar.
—¿Y el negro ese?

—No es negro, es moreno —dijo con molestia.

—Da lo mismo.

—Okey, ya… Cuéntame, ¿cómo está Chantal?

—Está muy bien, hermosa, radiante, atractiva, deslumbrante, perfecta y todos


los sinónimos que puedas adjudicarle a la palabra belleza —dije con una
sonrisa.

—Con tantos adjetivos me dará envidia. Espero que algún día alguien piense
igual de mí. ¡Sería hermoso!

—Ya tienes a tu negro —respondí con diversión.

—No es negro y se llama Dave.

—Sería tan tierno tener muchos sobrinos negritos correteando por toda la
casa.

—¡Basta con eso!

—Está bien, pero anota que seré el padrino de tu boda.

—Soñador.

Y así, sin más, me cortó la llamada. Estaba seguro de que en esos momentos
se hallaba sonriendo. Apostaba que en ese avión pasó algo más, ya que ella
estaba muy emocionada. Merecía ser feliz y no andar ilusionada con alguien
que jamás podrá corresponder a su amor, como yo.

Llegué a mi casa, apagué el motor del auto y me bajé con calma. Agradecía a
Antonio por regalarme uno de los tres autos que había en su casa. Le dije la
230
La chica del burdel intención que tenía darle una cantidad mensual por el
auto como si fuera alquilado, pero se negó. Al caminar hacia la entrada me
pude percatar que desde lejos se escuchaban los gritos ensordecedores de la
discusión que tenían mis padres. No me atrevía meterme, pero sí debía estar
alerta ante los arrebatos de mi padre. Siempre que peleaba terminaba
agrediendo a mi madre y ya no se lo iba a permitir, mucho menos en ese
momento que la relación con mi madre se estaba fortaleciendo.

Entré a la habitación tratando de ignorar las voces al otro lado del pasillo.
La de mis ellos quedaba frente a la mía, por lo cual era imposible no
escuchar.

—¡Me iré lejos de ti, ya me tienes harta! —gritó mi madre alterada.

—Claro que no te vas —despotricó mi padre en respuesta—. Todo esto lo


construí para ti y mis hijos. Todo me lo debes a mí, gracias a mis negocios, a
mi esfuerzo, tienes todo esto a tus pies.

Eres una ingrata.

—¿A tus negocios? Querrás decir tu prostíbulo.

No puedo olvidar el desfile de putas que traías a tu casa. La paseabas por mi


cara como si mis sentimientos hubiesen caducado. Tus negocios destruyeron
nuestra familia y cuando te destituyeron por despilfarrar el dinero en cosas
que no valían la pena te hundiste en la bebida y junto a ti hundiste nuestro
hogar. ¿Crees que algo valió la pena? No voy a dejar que sigas
destruyéndome, ya no. Quédate con todo lo que construiste, pero no con mi
dignidad.

—¡Cállate!

Un golpe contundente me hizo correr a su habitación.

231

Elba Castilloveitia
—Mamá, ¿estás bien? —pregunté al verla sujetarse la cabeza y con un hilo
de sangre en su labio inferior.

—Estaré bien —dijo limpiándose la sangre.

—Ya vino el defensor de las putas y el defensor de las damas de la noche,


las que no valen nada.

Son tan flojas en la cama que tienen que hacerlo con todos para ver quién las
elogia. —espetó mi padre en tono irónico.

—Aquí el que no vale eres tú. Deja de insultar a las mujeres que más amo.
¡Ellas no son putas!

—Lo verás con tus propios ojos y luego me darás la razón. Apártate de ella
antes de que te arrepientas —advirtió sardónico.

—¡Te odio! Odio ser tu hijo.

—Da igual, para mí tú no eres nadie, nunca lo has sido. Por tu culpa Jaden
murió, por tu culpa me quedé sin mi hijo.

—No tengo culpa de que se haya enamorado de la persona incorrecta —dije


con coraje.

—Es tu culpa por ser amigo de esa. Gracias a Dios que ya se fue.

—No digas eso, es una muchacha buena igual que Chantal —intervino mi
madre en su defensa.

—¿Chantal? A ver cuánto les dura su perspectiva de ella.

—A ti nunca te ha importado mi vida, no entiendo por qué quieres que me


aleje de la única persona que amo.

—Es por tu bien —espetó dando un portazo y saliendo de la habitación.

Quise salir tras de él, pero mi madre me lo impidió.


—Déjalo, tarde o temprano se ahogará en su propio excremento.

232

La chica del burdel Salí de la habitación de mi madre hecho una fiera. Mi


padre provocaba que toda mi sangre hirviera. Él no era un hombre, era una
bestia.

Respiré para controlarme antes de encerrarme mi habitación, tomar un libro


que tenía olvidado y comenzar a leer. La lectura tenía un efecto relajante.

233

Elba Castilloveitia 234

La chica del burdel 29


VENGANZA
Chantal

Estaba acostada en mi cama, me había dado un baño y esperaba que Morfeo


me sedujera para caer rendida en sus brazos. Tomé mi celular a fin de
navegar por Internet y mirar mis redes sociales.

Con todos los últimos sucesos en mi vida no había podido revisar ni los
correos electrónicos. Una llamada entrante de un número desconocido me
hizo dejar lo que estaba haciendo para contestar.

—Te espero mañana a las ocho de la noche en la habitación de siempre. —


Sentí la sangre congelarse en mis vasos sanguíneos ante la exigencia.

—¿Quién es? —pregunté imaginando la respuesta.

—Tu cliente favorito —dijo con sarcasmo.

—No iré —sentencié con temor de que hiciera otra locura.

—Sí irás —dijo con seguridad, haciendo que 235

Elba Castilloveitia todos los vellos de mi cuerpo se erizaran. Las palabras


se quedaron atoradas en mi garganta, un nudo espeso se formó impidiéndome
respirar con facilidad—. Ya sabes, mañana a las ocho de la noche en la
misma habitación.

Corté la llamada.

«¿Por qué ese desgraciado me tiene que amargar el momento? ¿Por qué no
puede dejarme en paz?», pensé con rencor. El teléfono volvió a sonar, esta
vez lo miré con desconfianza.

«¡Maldición!», exclamé para mis adentros descolgando el teléfono.


—¿Quién te crees para colgar así? —preguntó furioso.

—¿Quién se crees usted para decirme lo que debo hacer? Usted no es nadie.
Debería respetar la amistad que tengo con su hijo —dije con orgullo.

—Mi hijo es una basura y dudo que sea hijo mío.

Lo odio y no me importa lo que haga o deje de hacer contigo. Disfrútalo


mientras puedas porque tu jueguito no te va a durar —advirtió con un tono
oscuro.

—Maldito —exclamé con dientes apretados—. Yo amo a su hijo y no pienso


separarme de él.

—Aw… ¡Qué bonito! La nena enamorada de su príncipe —respondió con


sarcasmo—. Eso está por verse. No te quiero con él ni con nadie. Solo serás
mía —espetó y luego cortó la llamada.

Me quedé con el teléfono en la mano durante un rato. No podía creer todo lo


que me había dicho, no podía creer que esto me estuviese pasando. ¿En qué
momento había llegado a eso? Todo se había salido de mis manos y estaba a
un paso de perder al hombre que amaba. Lo peor era que no sabía cómo
decirle la verdad luego de haber alimentado una relación con tantas
mentiras.

Luego de esa inesperada llamada no encontraba 236

La chica del burdel cómo conciliar el sueño. Sentía miedo, impotencia,


incertidumbre, tristeza; sentía que mi vida se iba hundiendo en un profundo
abismo poco a poco. Di muchas vueltas en mi cama porque el sueño se me
había espantado.

No supe en qué momento me quedé dormida, pero el insistente sonido de la


alarma me avisó que ya era la hora de levantarme. Debía ir a trabajar al
hotel. Llevaba casi una semana en ese empleo y el supervisor había quedado
encantado con mi trabajo. Me dijo que, si seguía así, pronto podría ponerme
en otras áreas con mayor responsabilidad y más remuneradas. La puerta de
mi cuarto se abrió y una radiante Ana apareció bajo el umbral.

—Buenos días —saludó muy alegre, por lo que sonreí ante su mirada. Tenía
una alegría que contagiaba a cualquiera.

—¿Por qué tan contenta?

—El día está perfecto y hermoso para acurrucarse con quien amas. Ay,
perdón, eso lo hice toda la noche —expresó divertida.

—¿Se están cuidando?

—Por supuesto, un bebé no está en nuestros planes —respondió mientras


buscaba en mis cajones algo de ropa para ponerse.

—El viejo ese quiere verme otra vez —dije cansada.

—Ay, no, mi amiga. No puedes seguir dejándote chantajear por ese hombre.
Si se lo permites seguirá y seguirá. Debes poner un alto y es ya.

—Pero ¿cómo? No puedo hacer nada, al parecer tiene muchas influencias.


Ya viste la otra vez, por poco nos matan y no quiero pasar por eso de nuevo.

—¿A qué hora te citó? —preguntó con curiosidad.

—Hoy a las ocho de la noche.

237

Elba Castilloveitia

—Te acompaño —dijo como si eso resolviera todo. Me negué.

—No, no quiero que tengas problemas con Antonio.

—Ya sé, tengo el teléfono de María.


—¿María? —pregunté con desconfianza.

—Sí, ella me ha ayudado muchas veces. Solo debes… premiarla. ¿Tienes el


sedante que te di la otra vez?

—Claro, no llegué a usarlo. —Asintió ante mi respuesta.

—Perfecto, ve treinta minutos antes y planifica algo con ella. Lleva el


sedante, tu lencería, antináuseas, en fin, todo lo que creas que puedas
necesitar.

—Estoy totalmente nerviosa. Ese viejo me pone mal, me descontrola.

—Todo estarás bien, confía en mí y en María

—completó guiñándome un ojo.

Según pasaban las horas, mi intranquilidad y mis nervios aumentaban. La


incertidumbre de ese encuentro me consumía. Había pensado tantas cosas
para escabullirme, pero el miedo llegaba y me paralizaba, me hacía actuar
de forma contraria a lo que sentía.

Justo media hora antes de la pautada me encontraba en la recepción


esperando a mi nefasto cliente. Sentí que me tocaron el hombro. Observé a
mi lado y mi topé con una mirada de ojos azules bastante expresivos. Me vio
insegura.

—Tú debes ser Chantal, me llamo María.

—Sí, mucho gusto. Ana me habló de ti.

Noté que estaba perdida como en una nube, como… ¿drogada? No creí que
pudiera ser buena idea pedirle ayuda, pero aun así decidí seguir con el plan
trazado en mi mente.

—Hola —sus ojos enrojecidos se fijaron en mí.

238
La chica del burdel

—¿De casualidad Ana te llamó?

—¿Ana? —Se puso la mano en su frente tratando de recordar—. Ah, sí, Ana.
Ya me contó algo. ¿Qué tienes en mente?

—Como él me quiere a mí, voy a entrar, te quedas con el sedante y vas


preparando las bebidas.

Luego vienes y te unes en nuestra habitación, ¿vale?

Me siento extremadamente nerviosa.

—Tranquila, todo saldrá bien. Déjamelo a mí, hubo un tiempo que solo tenía
ojos para mí. Quizá pueda hechizarlo con mis atributos nuevamente.

Le di el Rohypnol y lo guardó bajo su sostén. Se marchó a su habitación


mientras que yo me quedé para esperar a mi cliente. A las ocho Manuel se
apareció frente a mí. Su mirada hacía que cada hueso de mi delgado cuerpo
se tambaleara.

—¿Nos

vamos,

jovencita?

—preguntó

amablemente extendiéndome la mano.

Su actitud me descolocó por completo. Miré su palma con desprecio y seguí


mi camino. Observé de reojo cómo me miraba, tenía una sonrisa de
satisfacción que deseé borrarla de un manotazo.

—No deberías depreciar la mano de tu amo.


—¿Amo? ¡Por Dios! Amo tienen los perros y yo no soy tu perra —expresé
ofendida.

—Oh, sí, claro que sí, lindura —dijo agarrando mi barbilla con su asquerosa
mano—. Hoy no te maltrataré. Te lo prometo. Te lo haré con tanto amor que
me pedirás más.

No supe cómo reaccionar ante sus palabras, si alegrarme o preocuparme.

—¡Cínico! Te creerás tú que voy a disfrutar contigo.

—Haré que disfrutes y al final te tengo una sorpresa muy agradable —dijo
cauteloso.

—Ahórrese sus sorpresas, no me interesan.

Se rio con malicia haciendo que todo mi cuerpo 239

Elba Castilloveitia deseara correr lejos de ahí. Era horrible, un miedo tan
apabullante que congelaba cada gota de mi sangre. Llegamos a la habitación
donde una tenue luz la alumbraba.

—La luz está perfecta para una velada romántica,

¿no? —Mi mirada habló lo que mis labios callaron.

No pensaba dirigirle la palabra. Mientras tanto, el siguió en su agobiante


monólogo—. Ven, preciosa.

Me extendió su mano de nuevo para que la tomara, y como lo ignoré me


rodeó para pararse detrás de mí y agarrarme por la cintura. Me pegó a su
cuerpo y comenzó a lamer mi oreja y mi cuello de tal forma que sentía que
me ahogaba en su saliva.

—Me das asco —logré articular.

—¿Te doy asco? Esto no te dará asco —dijo quitándose la camisa y el


pantalón. Lo miré aterrada—. Ven aquí —me haló bruscamente pegándome a
su enorme erección, obligándome a coger su pene en mis manos—. ¿Ves? Si
cooperas los dos disfrutamos.

Empezó a desvestirme y no pude evitar cerrar mis ojos ante su tacto. Me


sentía impotente, como una muñeca de trapo, un títere al cual podía
manipular.

—Es la última vez que acepto. ¡La última! —zanjé cansada de sus manos
inquietas sobre mi cuerpo.

—¡Ya cállate! Esto se termina cuando yo quiera.

No te librarás de mí, te cité porque te tengo una propuesta. —Abrí mis ojos
con sorpresa. «¿Qué se traerá entre manos?», pensé con amargura—.

Relájate, primero lo primero, cariño —me empujó levemente a la cama


donde se dejó caer sobre mí.

Sentir su aliento en mi cara me dio repulsión.

Empezó a jugar con mis pezones y lo empujé tratando de huir de él—. No


desobedezcas, no te conviene —advirtió sacando la fusta y colocándola 240

La chica del burdel sobre la mesa contigua a la cama.

Volvió a halarme y esa vez probó todo mi cuerpo con su lengua. Luego sacó
su miembro y lo puso en boca. Lo metió tan profundo que sentí que me
atragantaba.

—Dale, dame todo el placer que sabes dar

—exigió.

Me moví lentamente, pero él quería más. Traté de evadirlo, sin embargo, él


me halaba por el cabello evitando que me despegara. Tenía náuseas y todo
mi estómago estaba revuelto a causa del mal sabor que tenía.

—Ven.
Volvió a halarme, esta vez dejándome boca arriba en la cama, echó mis
piernas una para cada lado y se colocó entre ellas. Su miembro erecto dentro
de mi ser provocó un intenso dolor en todo mi vientre. Lágrimas escaparon
de mis ojos mientras deseaba que terminara. Maldije a María por no llegar.
Estaba tan drogada que de seguro lo olvidó. En ese instante tocaron a la
puerta. Tres ligeros toques nos alertaron.

—No me digas que tienes visita —vociferó Manuel acudiendo a abrir la


puerta y sentí alivio al escuchar la cantarina voz de ella en el umbral.

—Buenas noches, caballero. Hoy hay especial en el burdel, dos por el


precio de una. Tienes la oportunidad de escoger dos trabajadoras sexuales y
una copa de whisky de la más alta calidad a buen precio —dijo ella de
forma provocativa.

—No deseo nada —expresó de mala manera apresurándose a cerrar la


puerta. Rogué a todos los santos que dejara pasar a María—. Aunque…

pensándolo bien, entra. Sería un privilegio tener a mis dos putas favoritas
juntas.

Sentí el alivio llegar a mi pecho. Ella le dio la bebida y me guiñó un ojo en


señal de complicidad.

241

Elba Castilloveitia

—Denme un segundo —pidió él sacando su celular y tocando la pantalla


repetidas veces—. Listo

—dijo dando un gran sorbo a su bebida junto a una perversa sonrisa—. Con
que dos por el precio de una. Bueno, será de una porque está… —Me señaló
con desprecio, volvió a dar un enorme sorbo a su bebida y luego de varios
segundos cayó rendido a mis pies, tal como Ana me había dicho.
—¿Ahora qué hacemos? —pregunté nerviosa en tanto me ponía la ropa de
forma apresurada.

—No sé… —admitió María pensativa y nos quedamos mirando el cuerpo


inerte de Manuel en la cama mientras pensábamos en nuestro siguiente paso
—. ¡Ya se! Ayúdame.

Juntas lo arrastramos como pudimos al piso número dos, destinado para los
transexuales. María tenía muy buenos amigos en ese lugar, en especial Paulo.
Lo atamos de manos y de pies, lo pusimos inclinado hacia el frente con sus
piernas ligeramente separadas y totalmente expuesto. Paulo y sus amigos se
encargarían de él, tan pronto despertara o quizás antes.

242

La chica del burdel 30


INTRIGADO
Rodrigo

Tenía un nuevo mensaje de texto en mi celular.

Al abrirlo la rabia se apoderó de mí. Mi padre no se daría por vencido hasta


alejarme por completo de Chantal.

Ven al burdel El Paschá a las diez.

Habitación 423.

Decidí no responder el mensaje, pero me dejó intrigado. No podía creer lo


que me sugería, yo ir a un burdel. ¡Ja! Odiaba a la gente que trabajaba ahí,
ese tipo de persona me causaban repulsión, personas que mentían, muchos
engañando a sus esposas, ocultando su verdadera identidad por temor a ser
descubiertos.

El día anterior había escuchado algo de un prostíbulo en el cual mi padre


trabajó por muchos 243

Elba Castilloveitia años, ¿sería ese? Mi madre nunca me contó sobre ese
trabajo, quizás por vergüenza o quién sabe. Solo sabía que todo lo que había
escuchado me dejó descolocado. Tantos años y enterarte de que tu padre ama
lo que tú odias era repulsivo. En definitiva, no debía ser hijo de alguien así.
No podía concebir que tuviese a un explotador sexual por padre. Otro
mensaje me llegó:

Anda, ve y compruébalo con tus propios ojos.

Releí el mensaje, miré el reloj y me di cuenta de que eran las ocho y media
de la noche. Decidí llamar a Chantal para confirmar las mentiras de mi
padre, pero su celular parecía apagado. Ante eso, resolví llamar a Ana, era
la que me iba a sacar de esa maldita duda que me estaba aniquilando de a
poco.

—¿Ana?

—¿Rodrigo? ¿Todo bien?

—Sí, lo que pasa es que me urge hablar con Chantal. ¿Me la pasas? —pedí
con voz tranquila.

—Eh… no estoy en casa. Lo siento.

—Qué pena, su celular está apagado, no sé cómo conseguirla.

—Lo siento, ¿es urgente?

—No, pero quería escucharla. Gracias.

Mi estrategia falló.

«¿Cómo sé si ella está en la casa o no?» pensé, pero luego sacudí mis
pensamientos y la intriga hizo estragos dentro de mi cabeza. El burdel
quedaba cerca, así que para salir de dudas decidí tomar el coraje de acudir y
saber de una vez y por todas si Chantal era o no una prostituta. Llamé a mi
mejor amigo, necesitaba a alguien que me apoyara en ese momento, que me
diera fuerzas en caso de resultar cierto. Además, él conocía ese lugar. Nos
244

La chica del burdel encontramos y sin dilatarme más le dije:

—Antonio, necesito un favor.

—¿Cuál?

—Necesito que me acompañes al burdel.

—¿Qué? —el asombro brotó en su voz—. ¿Tan mal te trata Chantal? —


preguntó mofándose de mi petición.
—Quiero comprobar de una vez si ella trabaja ahí. No quiero que sea cierto,
no quiero —admití en un susurro.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Es mi padre, lo dice con tanta seguridad que temo que sea cierto.

Abrí mi celular en la carpeta de mensajes y se los mostré.

—¿Qué harás si es verdad? —preguntó con cierta lástima.

—No lo sé. Tengo miedo de lo que puede pasar.

Solo sé que la amo y saber algo así me destruirá por completo. Es la única
mujer que he amado. Ella es el amor de mi vida.

—Eso está fuerte, muy fuerte, mi amigo. Mejor no te adelantes a los hechos.
Hay que ver si es cierto o no —dijo en tono tranquilizante. Un profundo
suspiro salió de mi interior.

La incertidumbre volvió a tomarme por rehén. Si la veía con otro, si de


verdad estaba en eso…

—Te acompaño, vamos.

Llegamos al burdel y ya los nervios junto la ansiedad me tenían al límite.


Antonio iba a mi lado, dándome directrices sobre lo que debía y no debía
hacer, explicándome con lujo de detalles cada uno de los pisos del lujoso
burdel. Me asombré de la forma tan abierta de explicarme las cosas.

—Hay que subir al octavo piso, donde se encuentra la recepción del


prostíbulo.

Lo miré sorprendido. Nos paramos frente a un 245

Elba Castilloveitia elevador y no pude evitar presionar el botón varias veces


para que acabara a llegar. Al abrirse las puertas vi una chica de cabello
negro, parecida a Chantal, vestida de forma provocativa que no se contuvo
de comerme con la vista. Decidí ignorar lo sugestivo de su mirada y entré al
elevador junto a mi amigo.

—Aquí es —Antonio rompió el silencio al detenerse el ascensor en el


octavo piso.

Miré a mi alrededor y solo vi chicas vestidas con ropas sensuales. Ese lugar
era un verdadero paraíso para aquellos que preferían esa vida llena de
lujuria y placeres. En cambio, para mí resultaba ser un lugar deprimente,
lleno de muchachas tan hermosas, jóvenes con toda una vida por delante,
envueltas en esa doble vida. ¿Cómo llegaban a eso?

Estaban arriesgando todo por un poco de placer o peor aún, por dinero que
destruía sus vidas. ¿No les importaba contraer una enfermedad? ¿Qué tenían
en la cabeza? Negué a cuestionarme todo aquello.

Al llegar a la recepción una muchacha como de diecinueve años se me


acercó. Vi la intención en sus ojos, pero tan solo su roce me repugnó.

—Con bombones como tú lo hago de gratis —dijo al mirarme


seductoramente de arriba hacia abajo.

—Gracias, pero no vine a eso —dije de forma inflexible y la chica me miró


extrañada, por lo que traté de ignorar su reacción y me alejé.

—Ya veo, pero si eres gay estás en el piso equivocado, papacito —agarró
mi barbilla y le dio un ligero apretón.

La mirada que le di dijo todo lo que sentía en ese momento. Seguí ojeando el
lugar para ver si lograba dar con Chantal. Al no verla decidí caminar hacia
la habitación 423. Tomé el ascensor y bajé al cuarto piso. Leí los números en
cada una de las puertas hasta que vi la que estaba buscando.

246

La chica del burdel Mi corazón agitado bombeó la sangre a una velocidad


apabullante. Latía tan apresurado que parecía haber corrido un maratón. La
puerta número 423 estaba frente a mí y justo cuando fui a tocar mi teléfono
comenzó a sonar con insistencia.

Descolgué al instante.

—Hola.

—Hola, hijo. Necesito que vengas pronto a la casa, no me estoy sintiendo


bien. —La voz de súplica de mi madre me hizo olvidar a Chantal por un
momento.

Si estaba o no detrás de aquella puerta no lo iba a saber, por lo menos no ese


día. En ese instante solo me importó mi madre. Miré de nuevo debatiéndome
entre tocar o girar sobre mis talones y volver hasta que me decidí por la
última opción.

Llamé a Antonio para decirle que me tenía que ir, pero no respondía. Debía
haber ido por una aventura, aunque desde que estaba con Ana era otro. Ya no
habla de mujeres, su único tema giraba alrededor de ella. Estaba enamorado
como un loco y no quería admitirlo.

Caminé parsimonioso hasta el elevador, pero al abrirse la puerta no pude


creer lo que mis ojos estaban viendo. Mi quijada cayó ante la sorpresa y mi
boca se abrió en una perfecta O.

247

Elba Castilloveitia 248

La chica del burdel 31


DESCUBIERTA
Chantal

—Paulo, te lo encargamos. Hazlo pagar todas las que me ha hecho —pidió


María.

—Nos ha hecho —le corregí viendo la situación del miserable de Manuel.

—No te preocupes, querida, que con este va a gozar en cantidad —Paulo


señaló su erecto miembro, mostrándolo sin pudor alguno.

—Hazle pagar por todo, doblégalo hasta que pida clemencia por cabrón e
hijo de puta —solicité con rabia—. Ah, y grábalo todo y me envías el vídeo.

Salimos de esa habitación que parecía una sala de torturas. Iba feliz y de
regreso subimos al ascensor.

—Creo que me debes algo —comentó María. La miré extrañada hasta que
recordé que debía premiarla—. ¿Ana no te ha dicho que a cambio de favores
ella me da sexo oral?

249

Elba Castilloveitia

—¡¿Qué?! Pídeme lo que sea, pero eso jamás

—sonreí escéptica y alarmada.

—Cálmate, es broma. Solo quería ver tu reacción.

Se echó a reír como demente y se quedó mirándome de una forma extraña.


Quise ignorarla, pensé que su actitud era por la droga que corría por sus
venas o tal vez estaba alucinando. De momento se acercó a mí y estampó un
beso sobre mis labios, la separé, pero ya era tarde. La puerta del elevador se
abrió y no pude creer quién estaba frente a mí.

—¿Chan… Chantal? —Su rostro estaba pálido, tuvo que sujetarse a la pared
ante la sorpresa. Me miró fríamente y luego a María con desprecio.

—Rodrigo… —logré articular descolocada tras largo periodo de silencio.


Estaba estupefacta.

Traté de sujetarlo para que no se cayera, pero él se liberó de mi agarre como


si mi tacto le quemase.

—No me toques. Jamás pensé que tú… que tú fueras…

—No es lo que crees. Yo… hay…

—¿Tu qué? —me interrumpió. Su rostro denotaba su desilusión, todo atisbo


de amor se desapareció—. ¿Qué me vas a decir, que me has estado
engañando? ¿Que solo he sido un juego para ti? —No es lo que crees, debes
escucharme —pedí tratando de tomar su mano.

—¿Para qué? ¿Para que sigas engañándome?

¿Para que me hagas creer que me amas y luego sigas revolcándote con todo
el que se te cruza en el camino?

—Por favor, déjame hablar. —Las lágrimas se juntaban en mis ojos. Traté de
aguantar, pero el nudo en la garganta era insoportable.

—Jamás pensé que fueras una de esas. Quise creer que eran calumnias de mi
padre, pero no —

dijo con su voz quebrada—. Tanto que me jacté 250

La chica del burdel diciendo que jamás iba a salir con una prostituta, que las
odiaba y mírame… Apuesto a que te burlabas de mí, apuesto a que tan
pronto salía de tu casa corrías a revolcarte con el mejor postor. ¡Niégalo!
Ten el valor de negarlo. Se me desgarra el alma porque yo a ti te amaba.
—Déjame explicarte, no es como tú crees

—supliqué, pero mis intentos fracasaron.

—Ahora entiendo por qué nunca me contestabas los mensajes ni atendías mis
llamadas. ¿Por qué no fuiste sincera, Chantal? ¿Por qué? —Rodrigo se
desplomó en llanto frente a la mirada atónita de María que estaba inmóvil
escuchando la discusión.

Ver a Rodrigo tirado en el suelo me rompió el alma.

Jamás quise lastimarlo, jamás quise que eso sucediera.

Antonio se acercó tomando a Rodrigo del brazo para ayudarlo a levantarse.


Nunca lo había visto de esa manera, aun así lo entendía. Le destrocé la vida
sin piedad, mis mentiras destruyeron el amor que me había entregado.

—Ven, vámonos, estas muy alterado —Antonio lo haló del brazo para que se
incorporara, luego me miró con compasión y lo entendí. Rodrigo no dijo
nada más y vi cómo de sus ojos escaparon varias lágrimas.

—Lo siento —fue lo único que alcancé a decir ante su mirada


recriminatoria.

Caminé hacia mi habitación asignada del burdel por inercia, sin lograr
ordenar mis pensamientos.

Rodrigo me había descubierto y lo peor: besando una mujer. Había


lastimado al hombre que me había demostrado lo que era amor
incondicional.

¿Cómo pude ser tan ingrata? ¿Cómo pude hacerle eso? Rodrigo no me
perdonaría. No tenía excusas, aunque como quiera ya lo había perdido. La
almohada se empapó de mis lágrimas y aquella fría 251

Elba Castilloveitia habitación fue testigo de una noche de nostalgia donde el


frío se coló en mi alma, donde sentí que ya nada importaba.
Decidí pasar la noche en esa habitación, volver a esa hora sería muy
peligroso. Mis ojos estaban hinchados, rojos de tanto llorar, no soportaba
más dolor en mi pecho. En la mañana llegué a mi casa, caminé desganada
hacia mi cuarto y tomé la fotografía que nos tomamos en las montañas de
roca de arenisca. Nos veíamos tan felices, radiantes, el brillo en nuestros
ojos delataba el amor que nos teníamos. «No quiero perderte», susurré
pasando mi dedo índice por la imagen de Rodrigo. Tomé el celular para
enviarle un mensaje: Perdóname.

Fue lo único que sentí decir. Ya todo estaba terminado.

***

—Amiga, ¡buenos días! —Ana abrió la puerta con ímpetu y esa alegría que
siempre la caracterizaba—.

¿Qué tienes? Pareces un espectro —su semblante palideció al verme


descompuesta.

—Todo se acabó, me descubrió.

—No me digas que el viejo ese te delató.

—Lo perdí, lo perdí… —pronuncié entre sollozos a la vez que mis ojos se
deshacían en lágrimas. Ya no aguantaba más esa angustia, debía verlo a
como diera lugar. Tenía que hacer que me escuchara.

Miraba el celular una y otra vez para ver si me respondía y mientras más
pasaba el tiempo, más sentía mi vida derrumbarse ante lo incierto.

—Dale tiempo, debe recuperarse. Ha sido un golpe fuerte para él. —Miré a
Ana con mis ojos 252

La chica del burdel cristalizados—. Tranquila, ya verás que con el tiempo te


busca. Lo que estás viviendo lo pasé con Antonio hace varios años. Lo
amaba y nos íbamos a casar. Mi padre quería que trabajara junto a su mejor
amigo en el bufete Aritmendi. Los continuos chantajes de mi jefe, quien me
amenazaba con destruir a mi padre, me doblegaron. Amaba a mi padre y no
quería que nada le aconteciera, él era mi adoración, aun así lo mataron. —
Las lágrimas mojaron las mejillas de mi amiga—. Fueron tantas las veces
que intenté hablar con Antonio. Quería contarle la verdad y darnos un
tiempo, pero tampoco quería lastimarlo más. Luego de la muerte de mi
padre, Antonio fue el único que me entendía, con él podía ser tal y como era,
con el me sentía viva, las primeras caricias que disfruté y con quien hacer el
amor no era tortura. En fin, anímate, que todo pasa, nada es eterno.

—Es que duele tanto…

—Sé que duele, pero la vida continua. Anímate, vámonos de compras.


Necesito lencería nueva y algunos jugueticos —una sonrisa se escapó de mis
labios ante su intento de animarme.

—Te acompaño, así no pienso tanto en lo que no tiene remedio.

Ana dio unas palmaditas emocionada y corrió a su habitación para


cambiarse de ropa. Me levanté de la cama, luego fui al closet. A los pocos
minutos me encontraba mirándome al espejo y no me reconocí. Estaba hecha
un desastre, realmente parecía un espectro. Negué con la cabeza y sonreí al
recordar las palabras de mi amiga. Luego de tanto rebuscar me decidí por un
jean largo, una blusa rosada, sencilla y de mangas y botas. Hacía mucho frío.

Ir de compras fue una terapia y la compañía, mejor. Al bajar por las


escaleras eléctricas un chico 253

Elba Castilloveitia bastante guapo se quedó mirando a Ana. Esta lo vio


sonrojada y le devolvió una tímida sonrisa. Le di un codazo en un intento de
recordarle que tenía novio, a lo que rodó los ojos para luego girar a ver el
chico.

Luego de andar por varias tiendas decidimos que era hora de regresar. Al
llegar a la casa la realidad cayó sobre mí como una gran roca
aniquilándome.
Decidí escribirle una carta a Rodrigo porque podía ser un buen medio para
desahogarme y sacarlo todo.

Querido Rodrigo:

Tal vez suene irónico, pero a tu lado aprendí lo que verdaderamente


significa amar. Contigo todo ha sido diferente. Me enseñaste a amar sin
esperar nada a cambio, a entregarme por completo sin complejos. Sé que te
fallé, pero todo lo que viví junto a ti fue hermoso.

No quiero que acabe, no quiero que termine algo que puede ser eterno.

Entré a ese maldito burdel solo por necesidad. Tras la muerte de mi esposo
quedé sin nada, los ahorros que tenía se fueron en su funeral. No conseguía
trabajo, fue duro, ¿sabes? Jamás deseé una vida como la que he llevado,
pero cuando a Echy le diagnosticaron su enfermedad me vi desesperada. No
entendía por qué la vida se ensañaba contra mí, vi mi mundo colapsar como
una avalancha llevándose todo a su paso. Ana me sugirió que esa era la
única salida y no me quedó de otra que aceptar. Entiéndeme, estaba
desesperada. Mi hijo, lo único que me queda, se iba a morir si no recibía un
buen tratamiento. Traté de salir tantas veces, pero tu padre con chantajes
volvía a hacerme caer. No quería, Ana es testigo de todo.

Rodrigo, te amo y no te miento. Eras tú el que se empeñaba en ignorarme.


¿Cuántas veces te dije que no te merecía? ¿Cuántas veces te dije que era
quien tu creías?

Y si no tuve el valor de decirte fue porque no quería lastimarte, porque te


amo y no quería perderte.

Ya es tarde, ya sabes la verdad y solo puedo tener la 254

La chica del burdel esperanza de que me perdonarás, o quizá tenga que


aferrarme al recuerdo de lo que fue, pero hoy ya no es.

Perdóname por no ser quien creíste. Mi corazón seguirá siendo tuyo.


Te Ama, Chantal.

Cerré la carta y la sellé con un beso esperando que, al recibirla, deseara


dialogar conmigo, con el gran anhelo en lo profundo de mi corazón de que
me pudiera perdonar.

255

Elba Castilloveitia 256

La chica del burdel 32


DESAHOGO
Rodrigo

El reloj marcaba las tres de la mañana sin que lograse conciliar el sueño.
Daba vueltas encerrado en mis pensamientos. Habría dado lo que fuera por
no haber presenciado aquella escena que dolía como navajas afiladas
incrustándose en mi pecho.

La traición hería sin compasión, nunca había pensado que ella me estuviese
engañando tan vilmente. ¿Cómo no pude darme cuenta? Tanto tiempo que
pasamos y no capté las señales que me daba: su inseguridad, su miedo. No
eran otra cosa que el silencio gritándome que me alejara. Sin embargo, no
quise hacerlo, no quise dejarla porque la amaba. El destino me dejó sin
nada, hundido en un profundo abismo, consumiéndome hasta las lágrimas.

La imagen de Chantal junto a esa mujer me repugnaba. Tras que me engañó,


lo hizo con una 257

Elba Castilloveitia mujer. ¡Por Dios! ¿Cómo no me di cuenta? Traté de


calmarme, pero la imagen me atormentaba. Quería correr, irme lejos, quizá
donde nadie me encontrara, donde nadie se burlara de mi dolor.

«¿Por qué, Chantal?», me pregunté una y otra vez, cabizbajo, en tanto me


sujetaba la cabeza con las manos.

Decidí ir al bar y tomar un par de copas para ver si así lograba ahogar mis
penas, sofocar el dolor que me estaba matando sin clemencia. En cuanto
llegué, pedí un tequila bien cargado. Ya no me importaba nada, había
perdido a la única mujer que había amado. Tomé una, dos, tres, no supe
cuántas copas más porque perdí la cuenta. Solo bebí hasta que me sentí
mareado, e hizo su trabajo, porque logré olvidar mis penas por esa noche,
pero no reconstruir mi corazón mutilado. Al día siguiente desperté tirado en
un terreno solitario ubicado cerca de mi casa. No supe cómo había logrado
llegar ahí, por lo que me levanté aturdido y caminé hacia mi hogar.
—Rodrigo, ¿dónde has estado? ¡Mira cómo estas! —exclamó mi madre
tomándome de la mano al cruzar la puerta. Me llevó como pudo hasta la
ducha, donde dejó caer el agua helada sobre mi ebrio cuerpo.

—Mamá, Chantal me engañó… Ella me engañó

—sollocé sentándome en el suelo de la bañera. Las lágrimas se mezclaron


con el agua que caía sobre mi cuerpo, estaba quebrantado hasta la medula.

—Ya pasará, solo deben hablar —dijo ella mirándome con ternura mientras
me echaba agua helada sobre la cabeza, tal como si fuera un niño pequeño.

—Jamás la perdonaré, no puedo —zanjé arrastrando las palabras ya que el


alcohol no permitía que hablara con claridad.

258

La chica del burdel

—El amor todo lo perdona y el tiempo es un gran aliado.

Al salir de la ducha me ayudó a quitarme la ropa mojada y a ponerme otra


seca y limpia. Me pidió que descansara, dejándome solo en mi habitación,
en la que no tardé en beberme mis lágrimas sumergido en mis pensamientos
hasta que quedé profundamente dormido.

La mañana siguiente sentí la ausencia de Chantal al abrir los ojos. Su


mensaje de buenos días no había llegado como de costumbre, eso hizo que
un nudo se me formara en la garganta. Levanté la vista y vi a mi padre frente
a mí. Tenía un aspecto desprolijo, la camisa toda desaliñada con manchas
rojas en las mangas. También tenía su rostro rasguñado, como si hubiese
peleado con un gato salvaje, pero lo pasé por alto. Desvié la mirada, lo
menos que deseaba en ese momento era hablar con él. —Por tu aspecto veo
que ya comprobaste la verdad —dijo con una simpleza que hizo que lo viese
con rabia—. Te dije que era una puta y no me quisiste creer, qué mejor que
lo vieras con tus propios ojos.
—Lárgate, no quiero oír tus argumentos —espeté con molestia. Sus palabras
calaron dentro de mi mente y no quería escucharlas de nuevo.

—No te pierdes de nada, es bien floja en la cama.

Estuve más veces con ella de las que te imaginas

—admitió como si nada.

—Ya basta, ¡vete!

Me levanté apresurado y salí de la habitación porque todo me sofocaba. Me


subí en mi auto, conduje sin rumbo por horas hasta que llegué a una playa
donde la brisa refrescaba la tarde y el sonido del oleaje relajaba mi mente.
Me senté en la arena 259

Elba Castilloveitia donde rodeé mis rodillas y puse mi rostro entre ellas. Me
permití llorar al máximo, sacar toda la rabia, el coraje que tenía por dentro.
Me permití volver a ser un niño para llorar sin preocuparme.

Luego de un rato levanté la vista y divisé dos niños jugar con la arena.
Estaban entretenidos con castillos, lo que me hizo envidiar su manera
relajada y despreocupada. Cómo deseaba ser un niño como ellos, tan
inocentes, ajenos a lo que la vida implica. Observé que de momento
empezaron a discutir.

—Tu dijiste que si jugaba contigo en tu castillo de arena me prestarías la


pala para sacar más arena y hacer mi muralla —dijo el niño en tono molesto.

—No, ahora no te lo puedo prestar. Tengo que construir la mazmorra donde


secuestran a las princesas —expresó la niña relajadamente mientras
excavaba en la arena sacando más.

—Me engañaste, ¡eres una tramposa! Me mentiste —gritó él cruzándose los


brazos contra su pecho.

—No seas llorón, toma —resolvió la niña entregándole la pala.


Al rato ambos estaban felices y el enojo se había olvidado. Deseé que mi
problema con Chantal se resolviera así de fácil. Mi orgullo era tan grande
que dudé que pudiese pasar algo así. Ni soñarlo, por más que la amaba ella
me mintió matando la confianza y el amor que le había entregado.

Me quedé horas en aquella playa desolada, desahogando toda mi tristeza. Al


ver que era tarde regresé al auto. Sentí el dolor menguar, pero aun así mi
pecho seguía vacío. Encendí el teléfono y vi todos los mensajes de Antonio
que entraron de golpe. Los ignoré, no tenía cabeza para ellos y continué
sumido en mis pensamientos. Sin embargo, después de un rato, el teléfono
empezó a 260

La chica del burdel sonar con insistencia y lo contesté desganado.

—Dime —dije secamente.

—Tengo algo para ti.

—No quiero nada ni espero nada.

—No te estoy diciendo si quieres o no, te lo llevaré como quiera —expresó


Antonio cortando la llamada y dejándome desconcertado.

No aguantaba berrinches de ninguna clase.

Prefería ignorar cuando me sentía decaído que estar encima diciéndome lo


que debía o no hacer, cosa que le agradecía en el alma. Era un gran amigo,
pero amaba que respétese cuando quería estar solo, por lo que dicha actitud
me sorprendió.

Al llegar a casa Antonio ya me estaba esperando.

—Lo siento, sé lo que es sentirse traicionado por quien amas, duele


demasiado. Sé que en este momento solo quieres la soledad para pensar y
llorar. Tan pronto quieras hablar sabes dónde encontrarme. Toma, te envían
esto.
Me extendió un sobre blanco que no tenía nada escrito por delante ni por
detrás, solo estaba bien sellado. Lo vislumbré con indiferencia y lo tomé en
mis manos. No me inmuté en abrirlo, simplemente lo guardé en un oscuro
cajón.

261

Elba Castilloveitia 262

La chica del burdel 33


TIEMPO
Chantal

Había pasado varios días sin saber nada de Rodrigo ni de su padre. Me


encontraba doblando ropa en mi habitación, envuelta en mis pensamientos,
cuando Ana entró corriendo a la casa, como si la viniesen persiguiendo.
Estaba agitada y su rostro drenado de todo color.

—¿Qué tienes, que pasó? —le pregunté algo preocupada.

—Amiga, es horrible —me miró con tristeza y sus ojos llenos de lágrimas.

—¿Qué? —pregunté esta vez con desespero.

—María… Mataron a María.

Llevé mis manos a la boca con sorpresa, incrédula ante la noticia.

—¿Cómo? Debes estar equivocada.

—No, claro que no. Tenemos un amigo en común, Paulo, y me lo acaba de


confirmar… ¡Es horrible!

263

Elba Castilloveitia Mi sangre se congeló ante la noticia y el recuerdo de días


antes me llegó de golpe. «¿Quién habrá sido? ¿Rodrigo, por celos?», pensé y
negué ante aquella idea, era absurdo, él no sería capaz de hacer algo así,
pero su padre…

—Paulo dice que la encontraron desnuda en posición fetal. Se cubría su


rostro con las manos.

Tenía horrendas marcas en su espalda parecidas a las tuyas. Era como si la


hubiesen golpeado muchas veces con una fusta, así como a ti —explicó
tragando con dificultad—. Tenía… Tenía un… un tubo curveado, un extremo
en su vagina y-y… otro en su ano. La asfixiaron con un cable alrededor de su
cuello. Paulo dice que antes de hallarla muerta discutió con alguien, pero no
se sabe con quién, ni quién fue el último que estuvo con ella. De seguro
investigaran en las cámaras del burdel.

—Es extraño, pero creo que hay alguien que tenía motivos para matarla…
Manuel Enrique, el papá de Rodrigo.

—¿Y por qué?

—¡Acuérdate! Ella me ayudó a deshacerme de él la última vez, quizá la mató


en venganza —expresé consternada.

—¡Qué horrible! Chantal, debes cuidarte —pidió asustada.

—Lo haré. Manuel es capaz de todo, tengo mucho miedo —confesé.

—Si tus cicatrices son igual a las de ella quizá puedan ayudar a refundir en
la cárcel al viejo ese.

—Tal vez, pero no será suficiente —dije con rabia—. Ese hombre tiene
muchos contactos y es capaz de sobornar a quien sea con tal de salirse con la
suya.

El timbre de la puerta sonó y nos miramos preocupadas. Ana se levantó para


abrir.

264

La chica del burdel

—¿La señorita Chantal Nicole Amadeus?

—inquirió una voz desconocida. Era un señor panzón con cara regordeta y un
bigote que parecía una brocha.

—Soy yo —respondí con timidez y con mi corazón latiendo desbocado.


—Estamos investigando la muerte de María de los Ángeles Altierri. ¿La
conoce?

—Sí —mi voz apenas era un susurro.

—Debido a que usted fue una de las últimas personas que compartió con ella
en estos días necesito que nos acompañe a la delegación para que rinda su
declaración. —Ante esas palabras miré a Ana con preocupación y con mi
alma pidiendo auxilio.

—Yo voy contigo —dijo rápidamente al entender mi mirada.

En la delegación me pidieron una declaración detallada de mi último


encuentro con ella. Le expliqué tal cual sucedió todo, dejando en claro que
no tuve que ver nada con su muerte. Ana me miraba nerviosa a través del
cristal.

—¿Crees que la señorita María de los Ángeles tenía algún enemigo?

—Par de veces la vi con marcas y moretones, pero no le di importancia,


pensé que le gustaba el sadomasoquismo… ¿Tiene fotos de las marcas en la
espalda de María? —me atreví a preguntarle.

—Las llegué a ver, pero no tengo fotos.

—¿Serán

iguales

estas?

—pregunté

poniéndome de pie para quitarme la blusa para mostrarle las marcas en mi


espalda, unas que apenas estaban comenzando a desvanecerse.
—Es correcto, bastante parecidas… Hasta me atrevería a jurar que fueron
hechas con el mismo objeto.

265

Elba Castilloveitia

—Una fusta con una bola de acero en la punta

—reconocí—. Las marcas de ella y las mías tienen un solo nombre —dije
decidida a denunciar de una vez al desgraciado—. El señor, si se puede
llamar por ese título, fue Manuel Enrique Leduc.

El detective abrió sus ojos con sorpresa.

—¿Está segura de eso?

—Más que segura. Las últimas semanas me ha estado amenazando y le puedo


mostrar los mensajes que aún tengo guardados —comenté con odio—.
Pienso que pudo matar a María por venganza.

Leyó cada uno de mis mensajes y su cara dio a entender que no creía lo que
estaba escuchando de mis labios. Parecía que Manuel Enrique tenía muy
buena reputación, pero con su familia, y con las mujeres a su alrededor, era
todo lo contrario. Era un señor sin escrúpulos, déspota y sin corazón. Si era
así, sería muy difícil acusarlo por asesinato.

***

Los días pasaban rápidamente, unos que se convirtieron en semanas y luego


en meses. Perdí todo contacto con Rodrigo, luego de ser descubierta no supe
más de él, ni siquiera si había leído mi carta, aquella que le escribí con la
esperanza de una reconciliación. Por lo que podía ver, su orgullo era más
grande que el amor que dijo que me tenía.

Ya eran cuatro meses de haberlo perdido, cuatro meses en los que mi cuerpo
lo extrañaba. A veces miraba al horizonte y me preguntaba dónde estaba, qué
era de su vida, si estaba bien o si encontró a quién amar. Era consciente de
que le había fallado de la peor manera posible, mis mentiras lo destruyeron,
lo alejaron de mí de una forma que jamás imaginé.

266

La chica del burdel Extrañaba todo de él, su olor, su aliento, su cercanía, la


forma en que me besa, su manera tan paternal de cuidarme. Mi cuerpo lo
aclamaba tanto como el aire que respiraba. Por eso aún me preguntaba cómo
pude ser tan estúpida, por qué continúe con algo que nos iba a lastimar. El
tiempo cura las heridas, solo esperaba que algún día Rodrigo me pudiese
perdonar. Entendía que debía ser difícil para él aceptar que era una puta, sin
embargo, su reacción dolía. Ya no quería pensar en él, me hacía daño, era
como poner el dedo sobre una llaga que no cura, como echar alcohol a una
herida abierta. ¡Dolía! Desde que me descubrió solo había deseado que las
cosas fuesen diferentes, pero me tocaba aceptarlas y resignarme.

No fui más al burdel, me dediqué a mi hijo, a darle todo mi amor y mi


tiempo. Agradecí a Dios que Echy venció la enfermedad, que era un niño
feliz, su cabello ya estaba largo, sonreía a diario, no se quejaba de nada y
sus mejillas pálidas habían adquirido un color rosado. Amaba a ese niño.

Mi vida en esos cuatro meses había tomado otro rumbo. Me sentía feliz, a
pesar de no tener a Rodrigo. Hacía poco menos de dos semanas que me
enteré de que me encontraba embarazada, miré la prueba de embarazo como
por tres horas. Estaba en negación, no lo podía creer, tenía miedo de que el
bebé que venía en camino fuese de Manuel. No entendía lo que pudo haber
pasado si me estaba cuidando. Había pensado en todo para no tenerlo, no
quería un hijo de Manuel, no del hombre que me complicó la existencia. Por
otro lado, en el Hotel Braindenbacher poco a poco fui ganándome a mis
superiores, quienes habían visto en mí los deseos de progresar y salir
adelante. Fui escalando peldaños, haciéndome de mis cosas hasta que pude
267

Elba Castilloveitia comprarme un auto, ¡mi primer auto! Estaba tan


emocionada que salí con Ana a correr por las calles de Dusseldorf.
En una tarde lluviosa, el señor Weiss me llamó a la oficina. Habíamos
creado una conexión especial, me trataba como una hija, con cariño, y si
necesitaba de cualquier cosa ahí estaba siempre para resolver. Era una
relación extraña, pero me sentía bien. Era un hombre recto.

—Gominola, ¿cómo estás?

Sonreí ante su manera de llamarme. Era un apodo que me dio porque en su


oficina siempre había un pequeño cofre con unas deliciosas gomitas en forma
de osos. ¡Eran deliciosas! A cada rato me encontraba comiéndolas detrás de
la puerta, a escondidas. Me miraba y se echaba a reír. Me decía que le
recordaba mucho a su pequeña hija cuando tenía seis años.

—Me siento muy bien, gracias —respondí serena.

—Te llamo para darte esto. —Colocó un sobre blanco entre mis manos que
miré con cautela—.

Anda, ábrelo, no te daría nada para hacerte daño.

Observé al señor Weiss con temor antes de sonreír. Abrí el sobre y encontré
una cantidad de tres mil ochocientos euros. Me quedé estupefacta.

Era un poco más de lo que me faltaba para pagar el tratamiento de mi hijo.

—No puedo aceptarlo —dije con lágrimas invadiendo mis ojos. Él se


levantó de su silla y se situó detrás de mí.

—Quiero que saldes el tratamiento de tu hijo y con el resto te compres


cualquier cosa que necesites. Tómalo como un bono por tu excelente trabajo
en este hotel. No he tenido quejas sobre tu persona y eso habla muy bien de
ti. Te lo mereces.

Me levanté de la silla y lo abracé en gratitud.

268

La chica del burdel


—Gracias, que Dios le pague por todo.

***

Era viernes por la tarde. Estaba feliz porque mi mamá vendría a visitarme
unos días. Ya no tenía deudas y con el dinero que me había dado el señor
Weiss pude comprar cosas para Echy y el bebé que venía en camino. Hacía
tanto que no veía a mi madre que estaba muy ansiosa, quería abrazarla hasta
que no pudiésemos respirar. Mi celular comenzó a sonar con insistencia, lo
tomé sin mirar el número en pantalla. Las únicas que podrían llamarme era
Ana y de vez en cuando mi madre desde el otro lado del mundo.

—Hola —respondí descolgando la llamada.

—No te creas que me he olvidado de ti, me debes una, mejor dicho, unas
cuantas.

Se cortó la llamada dejándome paralizada por unos minutos. La sangre


quedó congelada en mis venas al escuchar esa voz que hacía más de cuatro
meses no oía. Después de la muerte de María no había sabido nada del caso.
Ana no tocaba el tema del burdel, ni el de Rodrigo. Creía que el viejo inepto
estaría detrás de las rejas, pero no. Tal como imaginé, Manuel era muy
influyente y al parecía ser capaz de pagar lo que fuese para que no lo
encerraran en la cárcel.

269

Elba Castilloveitia 270

La chica del burdel 34


DISTANCIA
Rodrigo

Cuando los policías llegaron a buscar a mi padre fue toda una sorpresa. No
podía creer que lo acusaran de asesinato. Aunque, siendo un hombre
déspota, mujeriego y prepotente, se podía esperar lo que fuese.

—Buenas tardes. ¿Es usted el señor Manuel Enrique Leduc? —inquirió el


detective frente a la puerta de mi casa. El rostro de mi padre quedó
desencajado.

—Sí,

dígame

—respondió

aparentando

tranquilidad, pero lo conocía y estaba muy nervioso.

—Debe acompáñenos, usted es sospechoso de matar a María de los Ángeles


Altierri.

—¿Qué? Yo no hice tal cosa —dijo mi padre con firmeza—. ¡Suéltenme! —


exclamó evadiendo el agarre de los guardias.

En ese momento recordé cómo había llegado el 271

Elba Castilloveitia día anterior. Sacudí mi cabeza ante tales pensamientos,


realmente no pensaba que pudiera ser un asesino. Para salir de dudas busqué
la camisa que él tenía en el cuarto. En efecto, había rastros de sangre en ella.

—¡Rodrigo! ¡Rodrigo! —me llamó mi padre con desesperación.


—Dime —le respondí luego de ocultar la camisa.

—Ve al banco y retira una fuerte cantidad de dinero. Estos no me encerrarán


así porque sí. ¡Son unos ineptos! Dicen que con dinero baila el mono,

¿no? Pues los haré bailar —espetó para sí.

Caminé incrédulo ante su petición, cogí las llaves del auto, eché la camisa en
un bolso negro y me dirigí al banco, pero antes le entregué la camisa a la
policía. Ellos sabrían qué hacer con ella. No me importaba que fuera mi
padre, no me importaba nada, así mi madre se libraría de él.

Fui al banco y retiré el dinero que me había indicado. Se lo di en la


comisaría sin que nadie me viera. Él llamó a uno de los guardias y, luego de
hablar en voz baja por un rato, le entregó todo el dinero. El guardia salió y
pasado uno minutos soltó a mi padre sin explicación alguna.

Luego de ese incidente pasaron meses. Mi padre no salía de casa, al parecer


estaba rehabilitado, cosa que me extrañó. Fui a la comisaría a investigar y
me dijeron que el caso se había caído.

—¿Analizaron la camisa que les entregué?

—pregunté.

—No, aún no.

—Pero ¿cómo? Son unos incompetentes

—expresé con molestia—. Dígame quién es su superior.

—No podemos decir eso.

—¿No pueden o no quieren? De todos modos, averiguaré quién es y estarán


tras las rejas por 272

La chica del burdel vendidos —espeté para luego salir de la comisaría


enojado.
La duda me consumía, quería que el culpable pagara. Si era mi padre, lo
aceptaría tranquilo. Al llegar a mi casa lo vi sentado en el sillón de la sala.

Lo miré de reojo, disponiéndome a caminar directo a mi habitación.

—Con que quieres entregarme, ¿eh? —me dijo con prepotencia levantándose
para después de encararme. Con mi rostro sorprendido, decidí ignorarlo, sin
embargo, algo me detuvo.

—Si eres culpable, paga. No voy a cubrir tus fechorías —le respondía con
frialdad para seguir a mi destino. El dio una zancada y logró agarrarme con
fuerza.

—No seas ingrato. Te he dado todo lo que necesitas, nunca te ha faltado nada
—soltó con veneno—. Cada vez lo confirmo, debiste haber muerto tú en vez
de Jayden.

—Sí, claro…, me has dado todo —contesté irónico ignorando lo último—.


¿De qué vale tenerlo todo si no tengo lo que realmente cuenta que es el amor
de un padre? ¿Cuántas veces he necesitado un consejo? Nunca has estado,
¿así que de qué te jactas ahora que ya he crecido si cuando necesité de ti no
estuviste?

Me sentía dolido, enojado, frustrado. No pude evitar sacar todo lo que


concebía en ese momento.

Mi padre se quedó mirándome serio, pero no dijo nada. Giré sobre mis
talones y me alejé. Me encerré en mi habitación, tomé mi libro y me envolví
leyendo hasta que el dolor menguó. Me quedé mirando el techo de mi
habitación como tantas veces. ¿Por qué todos me traicionaban o me mentían?
¿Qué había hecho para merecerlo? No era justo pasar por eso una y otra vez.
En esos meses había aprendido que no podía confiar ni en mi 273

Elba Castilloveitia sombra, la gente a mi alrededor podía destruirme.

¿De qué valía entregar mi corazón para que no se valorara?


Decidí blindar mi corazón, envolverlo en una armadura donde no lo
volvieran a dañar. Se había acabado el Rodrigo bueno, se había terminado lo
de preocuparme por la gente. Si estaban para mí, lo estaría para ellos, pero
si no, me importaría un bledo sus vidas. Chantal destrozó mi vida cuando
descubrí lo que era amar, cuando empecé a confiar en alguien. Vino y
arrancó lo que sentía de raíz como huracán que derriba al árbol más fuerte.
Hizo que me volviera mucho más frío que antes. Había veces que sentía su
ausencia, en las que deseaba perderme en su mirada color miel hasta llegar a
lo profundo de su corazón. Pero amar no servía de nada si era solo para
sufrir.

Decidí tomar aires nuevos, escapar de la realidad que me asfixiaba, que


hacía que me hundiese en un agujero negro donde correr era imposible. En
esos meses había decidido irme lejos, quizás con mi amiga durante un
tiempo. Respirar nuevos aires me haría muy bien. Llegué al hogar de
Angelica y ella me recibió con una radiante sonrisa, esa que ya no sabía dar.

—¡Hola, mi amorzote! —gritó emocionada, corriendo a abrazarme.

—Hola, Angie —respondí de forma escueta sin emoción alguna.

—Cualquiera diría que estás aquí obligado. ¿Qué tienes? —preguntó al ver
que no le respondí la broma.

—Vine a escapar de mi triste realidad… No quiero que empieces con


preguntas, por favor.

—Okey, solo cuéntame… ¿Cómo está Chantal?

—¿Qué te estoy diciendo? Para mí esa mujer murió, quiero sacarla de aquí
—señalé mi pecho 274

La chica del burdel dándome varios golpes.

—Lamento decirte que has caído tan hondo que creo que será imposible.

—Ayúdame, eres mi amiga, ¿no?


—Sí, pero no soy exorcista. Bueno…, ni un exorcismo te sacará la sombra
de Chantal de tu vida

—dijo con firmeza, giró sobre sus talones para marcharse. La tomé del brazo
y la besé. Solo quería borrar el amargo sabor de los labios de Chantal de mi
boca. Me empujó enseguida—. Suéltame, ¿qué te pasa? Estaba loca por un
beso tuyo, pero no en este estado, no ahora —espetó.

Todos mis pensamientos se esfumaron y mi cabeza quedó vacía. No supe por


qué la besé, asumí que fue un impulso, sin embargo, su reacción me descoló.
Su mirada enojada se cruzó con la frialdad de la mía. No supe cómo
disculparme. Ella sentía más que una amistad por mí y no era justo que yo
jugara con sus sentimientos sólo por olvidarme de Chantal. Me mostró la
habitación y me hundí en la cama mirando el techo adornado de estrellas
tornasoles. Varias horas después escuché golpes en la puerta.

—Baja a cenar —dijo Angélica en un tono que me hizo saber que aún estaba
enojada.

—¿Estarás enojada conmigo el resto de la vida?

¿Me perdonas? —La miré y le acaricié la mejilla—.

Eres mi única amiga, no te quiero perder a ti también.

—Tú sabes que no puedo estar enojada contigo, pero no quiero que me uses
solo por despecho.

¿Entendido?

—Palabra de honor —alcé mi mano derecha como si estuviese


juramentando.

Ella sonrió y entendí que todo estaba perdonado.

El resto de la tarde la pasamos viendo películas.

Extrañaba a mi amiga. Podía pasar el tiempo que 275


Elba Castilloveitia pasara sin vernos, pero al reencontrarnos era como si
nunca nos hubiésemos alejado.

—¿Me vas a decir ahora qué pasó con Chantal?

No me puedes ocultar la causa que te tiene tan deprimido.

—Nos dejamos.

—Ajá, ¿así de plano? ¡Es obvio! Eso ya lo sé —me dio un manotazo en la


frente en modo de juego—.

Quiero saber por qué.

—Me engañó, es una prostituta —respondí entre dientes.

—¿Qué? —preguntó llevándose las manos a la boca.

—Lo que oíste.

—¿Te explicó sus razones?

—No la dejé.

—Estás perdiendo una gran mujer por idioteces

—dijo mientras negaba.

—¿Idioteces? ¿Cómo te sentirías si descubres que quien amas se ha acostado


con medio país?

Hasta con tu padre —cuestioné con el conocido nudo en la garganta.

—No sé qué decirte...

—No ha sido fácil, es la única mujer que en verdad he amado.


—Si de verdad la amaras no estarías aquí debatiéndote entre perdonarla o
no. Todos merecemos una oportunidad. El amor verdadero perdona y olvida,
lucha por lo que quiere. El orgullo es un muro que te aleja de quien te
importa

—expresó con convicción.

—Quiero tomar distancia, olvidarla. Han sido cuatro meses en que no la he


sacado de mi mente.

—Esa es la parte más difícil, tomar distancia…

Quizá mientras tú la extrañas ella te está olvidando.

¿Acaso eso es lo que quieres? —preguntó con seriedad.

276

La chica del burdel

—No, pero sería lo mejor.

—No, lo mejor sería que dejaras las niñerías y fueras a hablar con ella. No
es justo, estás perdiendo un gran amor por tonterías —repitió.

—No son tonterías. Además, qué sabes tú, por algo estás sola —contrataqué
y me arrepentí al instante al ver la decepción en sus ojos. Me di cuenta de
que me había equivocado otra vez.

—Solo habla y entiéndela. No te digo más

—respondió—. Y si estoy sola es porque me enamoré de un idiota como tú.

Dio media vuelta y se marchó dejándome descolocado. Me quedé meditando


sus palabras, a fin de cuentas no perdía nada. ¿Quizás debía darle una
oportunidad a Chantal?

277
Elba Castilloveitia 278

La chica del burdel 35


MIEDO
Chantal

La llamada heló mis venas. No podía aceptarlo, no lo haría, estaba decidida.


Manuel solo lo hacía para chantajearme, con todo el odio que me tenía era
capaz de lastimarme demasiado esta vez. No lo podía permitir y más estando
embarazada. Mi pequeño vientre ya se comenzaba a formar, por lo que no
quería que nada le pasara. Podía admitir que le tenía mucho miedo a las
represalias que podía tener Manuel, pero no pensaba volver al asqueroso
burdel.

—Amiga, estás pálida. ¿Te sientes bien?

—preguntó Ana al verme inmóvil.

Estaba perdida en mis pensamientos con el celular en la mano, tratando de


digerir e internalizar las palabras del viejo sádico.

—Tengo miedo, mucho miedo —confesé poniendo el teléfono en la mesa con


la mirada en un punto fijo en la pared.

279

Elba Castilloveitia

—¿Por qué lo dices? Estabas muy bien.

—Manuel volvió a llamar.

—Ve a denunciarlo y que te vigilen durante esa cita.

—Aún no me ha dicho hora ni fecha, pero estoy decidida y no pienso ceder


diga lo que diga.

Además, en mi estado, no creo que deba ir.


—¿Qué has pensado acerca del bebé? Si no lo quieres conozco a un
ginecólogo que practica abortos y te puede ayudar.

—Ana, no inventes. Estoy segura de que es de Rodrigo, no lo perdería nunca


—dije decidida—. Al principio dude, pero según mis cuentas es de Rodrigo.
¿Te imaginas? Un bebé de ambos

—expresé soñadora—. Además, el aborto es un asesinato. Es una vida que


llevas dentro, un pedacito de ti que te acompañará el resto de la vida.

¿Cómo puedes ser tan insensible? Este bebé no tiene culpa de nada.

Ana me observó con incredulidad. La entendía, tenía miedo de que yo


estuviese equivocada y que el bebé fuese de Manuel. Estaba segura de que
era de Rodrigo porque con su padre siempre me protegí, sin embargo, con
Rodrigo todo se dio tan natural y con tanto amor que no tuvimos tiempo de
cuidarnos. ¿Qué más le podía pedir a la vida? No lo tenía a él, pero sí podía
tener a ese niño que ya amaba con todas mis fuerzas, estaba segura de eso.

—Está bien, perdóname. No debo meterme en eso, es tu decisión, es tu hijo


—dijo a modo de disculpa. En eso escuché unos veloces pasos acercarse.

—Mami, te amo —dijo Echy con emoción al entrar a mi habitación y


lanzarse a la cama—.

¿Puedo dormir contigo?

—Mmm, no sé. —Puse la mano en mi barbilla como si estuviese pensando


—. Tres en una cama 280

La chica del burdel van a estar apretaditos, ¿no crees?

—¿Tres? —preguntó contando con sus dedos.

Miró a Ana entrecerrando sus ojos y dijo—: Ella que se vaya con su novio.

—Ana, ya sabes, te vas con tu novio —le guiñé un ojo y nos echamos a reír.
—Pero no me refiero a Ana, mi amor. Somos tres.
—¿Rodrigo viene otra vez?

—No. —Vi la desilusión en sus ojos ante la respuesta.

—¿Entonces? Somos tú y yo, ¿por qué dices que tres?

—Porque aquí adentro tienes un hermanito.

Echy abrió su boca con incredulidad.

—¿Te lo comiste? —Sonreí ante su inocencia.

—No, claro que no.

—¡Hola, soy Echy! —dijo para luego pegar su oído a mi panza y esperar una
respuesta.

—No te va a responder —le aclaré con cariño, acariciando el cabello


húmedo que caía sobre su frente.

—Rafa dice que su mamá va a tener un bebé.

Dice que un día se comió una semilla de naranja y que al otro día le salió
una pipa enorme con un bebé. ¿Tú también te comiste la semilla de naranja?

—Miré a Ana sonriendo. Rafael era un vecinito de Ana que solía jugar con
Echy cuando Irene lo cuidaba. Se hicieron muy buenos amigos.

—Tu mamá no se la comió, se la enterraron

—comentó Ana con malicia y mi niño la miró confundido.

—¡Ana! —la reprendí ante su broma—. Creo que usted ya debe irse a
dormir, ¿vale? —le hablé con dulzura a mi hijo.

—Okey. —Se lanzó sobre mí enredando sus pequeñas manos alrededor de


mi cuello.
—Te amo —deposité un beso en su frente, lo 281

Elba Castilloveitia coloqué sobre la cama y acaricié su cabello hasta que se


quedó profundamente dormido.

Me estaba preparando para dormir cuando el sonido de mi teléfono captó mi


atención. Lo tomé mirando la pantalla parpadeante y me di cuenta de que era
el mismo número desconocido, por lo que lo puse en silencio, sin embargo,
la intermitencia de la luz alumbraba toda la habitación, así que lo apagué.
Me olvidé del celular y de Manuel, traté de conciliar el sueño. Por suerte,
Ana no iba a salir y se quedaría en casa toda la noche, eso me dio más
tranquilidad.

Por la mañana los gritos de Ana me despertaron de golpe.

—¡Chantal! ¡Chantal! Levántate, tienes que ver esto.

—¿De qué hablas? Déjame dormir —respondí tallando mis ojos.

—No, corre, tienes que ver esto —me zarandeó para que me levantara. La
pereza corría por mis huesos, quería seguir durmiendo.

—¿Ver qué? —pregunté adormilada y ella me haló para llevarme casi a


rastras por las escaleras.

Al llegar a la sala el pánico se apoderó de cada poro de mi piel, de cada


fibra de mi ser. Un gran afiche con la imagen de María, muerta y desnuda,
estaba pegado a mi puerta principal y alrededor se encontraban varias notas
de amenaza. El afiche era horripilante de ver. Una María bañada en sangre,
rasguñada, con el cable alrededor de su cuello y su rostro morado hizo que
un escalofrío recorriera todo mi cuerpo. Peor me sentí al leer la nota que lo
acompañaba:

Mientras más me ignores,

más pronto estarás como ella


282

La chica del burdel

—No puede ser. ¿Cómo pudo entrar? —llevé mis manos al rostro con
impotencia.

—Tenemos que hacer algo, te ayudaré en lo que sea. Este tipo tiene que
pagar por todo lo que ha hecho. No puede quedar sin castigo. Además, en tu
estado, estas amenazas pueden afectar al bebé

—dijo Ana con miedo.

—No sé qué pensar ni hacer. Tengo mucho miedo —admití con manos
temblorosas—. Se ha obsesionado conmigo de la peor manera.

—De verdad que está obsesionado contigo. Te dejó como quince notas.

—Exagerada, solo son seis. Todo porque lo ignoré anoche y no voy a ceder.

—Lee este —pidió Ana pasándome una de las notas.

Querida Chantal:

Más vale que aceptes,

te pueden pasar muchas cosas que podrías lamentar el resto de tu vida

—¡Que se pudra! —exclamé con rabia haciendo una bola de papel y


lanzándola al piso.

—Este señor no está jugando. ¿Qué piensas hacer? —preguntó nerviosa.

—No sé, la policía está comprada por él. No se puede confiar en nadie.
Estoy totalmente bloqueada.

—Vamos a denunciarlo, alguien íntegro debe de haber allí.


—¡Es como buscar una aguja en un pajar!

Luego de tanto pensar decimos ir a la comisaria.

Ana se fue al baño un momento y yo me paré en el barandal buscando mi


celular en el bolso. Me encontraba algo distraída, envuelta en mis
pensamientos, cuando tropecé con alguien.

283

Elba Castilloveitia

—¿Necesitas ayuda?

Un chico trigueño, con una hermosa sonrisa, peinado hacia atrás y una barba
bien arreglada, estaba frente a mí, mirándome con curiosidad. Sus ojos
marrones quedaron fijos en mí y por un momento me sentí intimidada.

—No… Eh…, bueno, sí… —respondí algo nerviosa sin entender por qué. El
chico sonrió al ver mi torpeza. Ana se acercó y se detuvo a mi lado para
reconfortarme.

—Dime en qué te ayudo.

—Vine a… Vine a hacer una denuncia —completé rápidamente.

—Sígueme, has dado con la persona correcta

—me guiñó un ojo y me regaló una perfecta sonrisa.

Me llevó a un cuarto aislado, donde había una serie de instrumentos para


tomar las declaraciones, entre ellos una máquina de escribir y una
grabadora. Ana me observaba por un cristal.

—Soy el teniente Dylan Westbrook, estoy a su disposición. Soy nuevo aquí,


empecé hace tres días
—dijo extendiéndome su mano—. Voy a grabar su declaración. A la cuenta
de tres empiezas.

Grabando en uno, dos, tres…

—Mi nombre es Chantal Nicole Amadeus.

Quiero denunciar al Señor Manuel Enrique Leduc por asesinar a María de


los Ángeles Altierri, por acoso sexual, violación y extorsión. He recibido
múltiples amenazas por no ceder ante sus deseos.

Me ha amenazado con hacerle daño a mi hijo y a mi mejor amiga. Estoy muy


asustada. Ya no quiero ceder más ante sus constantes chantajes ni quiero
regresar a ese lugar detestable donde me sometió.

—Finalicé mi declaración con las lágrimas escapando de mis ojos cual aves
en cautiverio anhelando libertad.

—Su declaración es fuerte y directa, ¿está segura 284

La chica del burdel de eso?

—Estoy completamente segura, al igual que no tengo la menor duda de que


Manuel tiene a toda la policía de su lado. Tengo pruebas. Si quiere puede ir
a mi casa, no sé cómo, pero entró anoche y puso un afiche de su víctima
desnuda en la puerta de mi casa junto a todas las amenazas… Ayúdeme, por
favor. Hay que hundirlo en la cárcel —supliqué con mis ojos cristalizados.
El joven me miró con compasión y un atisbo de esperanza germinó dentro de
mí.

—Haré todo lo que esté a mi alcance. Ya me presenté, pero lo recalco. Me


llamo Dylan Westbrook, este es mi número —me tendió una tarjeta—.
Cualquier cosa que necesite o le pase me contacta inmediatamente. Estaré a
su disposición.

—Gracias. Estoy desesperada porque termine esta horrible pesadilla. Ya no


aguanto más, de verdad.
Salí de la oficina sintiendo que todo mejoraría pronto, que Manuel dejaría
de molestar.

—Amiga, ¿cómo te fue? ¿Qué te dijo? —Ana se acercó después de


esperarme ansiosa.

—Que trataría de ayudarme.

—¿Ves? No todo el mundo es malo aquí —dijo con una sonrisa.

—Veremos. Por ahora noté sinceridad en sus palabras, quizá se pueda


confiar en él… Parece que es nuevo en esta comisaria.

—Aparte de que está bien guapo —opinó Ana ondulando sus cejas.

—No cambias —respondí negando mientras caminaba hacia la salida de la


comisaría.

285

Elba Castilloveitia 286

La chica del burdel 36


ENCUENTRO INESPERADO
Rodrigo

Llegué a la ciudad de Dusseldorf de madrugada.

Agradecí a Angélica por el buen trato en las últimas dos semanas. Fueron
geniales y me ayudó a despejar mi mente y no pensar tanto en Chantal. Al
regresar recordé que tenía que pasar por la comisaría para ver el estatus de
la investigación.

Quería ver a mi padre tras las rejas por abusador, mal padre y hasta por
asesino. Me avergonzaba de ser su hijo. Lo odiaba con todas mis fuerzas y
esperaba nunca convertirme en un ser sin escrúpulos como él.

Estaba envuelto en mis pensamientos cuando la vi. Venía hablando


relajadamente con su amiga.

Traía su cabello negro suelto el cual caía como cascadas en su espalda y su


sonrisa al hablar era mucho más bella que antes. No comprendía qué hacía
allí, pero me agradó verla. Ella no notó mi presencia, pero cuando Ana me
vio se quedó 287

Elba Castilloveitia mirándome estupefacta como si estuviese viendo un


fantasma. Chantal siguió el rumbo de su mirada y su rostro palideció al
verme. Noté que tenía el vientre abultado, estaba... ¿embarazada? Miles de
interrogantes asaltaron mi mente. Pensé que yo podría ser el padre, pero no.
Ciertamente, cualquiera en ese burdel podría ser el padre. Una ráfaga de ira
me sacudió de momento.

Evadí su mirada y caminé lo más rápido que pude para alejarme de ella.
Estaba descolocado, tantos meses que habían pasado y ahora, al verla, todos
los recuerdos afloraban en mi mente uno a uno. Era algo más fuerte que yo.
No lograba imaginar lo feliz que podía ser, entonces caí en tiempo y me
pregunté si ella me habría olvidado, si pudo superarme. Me distancié para
olvidarla y no pude. ¿Acaso, mientras pensé que me extrañaba, logró
olvidarme? No y mil veces no, había sido tan estúpido, pero aún no superaba
que fuera una puta.

No podía entender por qué siendo tan bella decidió ese camino. Sacudí mis
pensamientos y me dirigí al interior de la comisaria. Tenía que encontrar los
agentes a los que les entregué la camisa. Después de unos minutos
recorriendo varias oficinas logré dar con ellos. Lamentablemente, recibí la
misma respuesta de meses atrás.

—Lo sentimos, pero el caso está cerrado.

Caminé desganado hasta la puerta de salida, cuando una voz desconocida me


llamó.

—Hey, disculpe. ¿Está interesado en el caso del Señor Leduc?

—Sí —respondí extrañado.

—Hace poco una muchacha vino a denunciarlo.

—¿Sí? ¿Quién? —pregunté con intriga y con la corazonada de que fue


Chantal.

—Una joven muy hermosa, cabello negro, ojos miel.

288

La chica del burdel

—Chantal —repetí su nombre por lo bajo.

—¿Perdón?

—No, nada, de seguro conozco a la joven.

¿Estaba embarazada?
—Creo que sí —su afirmación aclaró mis dudas.

—Le prometí ayudarla y lo haré. ¿En qué te puedo servir? —preguntó el


agente con interés.

—Verás, hace varios meses traje una camisa que tenía manchas de sangre y
creo que debe estar relacionado con un asesinato. Pero, por lo que veo, aquí
son unos incompetentes y aún no la analizan.

—No todos. ¿Dónde está la camisa?

—No sé, supongo que en el cuarto de evidencias.

Se la entregué hace como cuatro meses a unos agentes.

—¿¡Cuatro meses!? Eso es para que el caso ya estuviese resuelto —exclamó


con molestia—. No se preocupe, este caso será esclarecido pronto, lo
prometo. Soy el nuevo agente de investigaciones de la ciudad. Comencé hace
tres días. Estoy a su disposición. Cualquier cosa, esta es mi tarjeta.

Miro la tarjeta que decía:

Teniente Dylan Westbrook

División de Investigaciones

Dusseldorf, Alemania

—Muchas gracias. Espero que pronto todo se aclare. Quiero que el culpable
pague por todo lo que ha hecho. Es lo menos que pido.

—No se preocupe, haré todo lo que este en mis manos. De hecho, voy a casa
de las muchachas que acaban de salir de mi oficina. Tienen evidencia
contundente sobre un crimen.

—¿Qué les paso? ¿Están bien? —El agente me miró estupefacto.

—¿Usted conoce a esas muchachas?


289

Elba Castilloveitia

—Sí, Chantal fue mi novia.

—Lo siento, pero me da tristeza lo que un ser lleno de tanta maldad puede
hacer con otra persona. A leguas se ve que es una chica demasiado buena. —
Sus palabras me dejaron algo confundido, pero no le di más importancia y
me despedí nuevamente.

—Cualquier avance le dejaré saber.

Salí satisfecho de la comisaría y me dirigí a mi casa. Por primera vez sentía


que mi esfuerzo daría frutos. En el auto pensaba en lo bella que se veía
Chantal y como si de un flash se tratase me acordé de la carta que me había
enviado con Antonio hace meses atrás. Corrí a mi habitación y abrí el cajón
donde la había dejado.

Tomé la carta en mis manos, la abrí y comencé a leerla. Un mar de


emociones se acumuló en mi pecho. ¿Cómo pude ser tan egoísta? Por orgullo
me alejé de ella, todo por lo que dirían. La abandoné siendo la única mujer
de la cual me había enamorado. No le di la oportunidad de defenderse
cuando descubrí su engañó y ahora estaba solo, sin nada. El enojo y el rencor
se convirtieron en espinas tan arraigadas en mi corazón, repeliendo toda
clase de sentimientos positivos tales como el amor y la esperanza que podía
llegar a albergar. Me encerré en mí mismo, me metí en una coraza para que
nadie más volviera a dañarme.

¡Qué iluso había sido! ¿Cómo no fui capaz de darle la oportunidad de hablar
siquiera? Saber las razones que ella tuvo para entrar a ese burdel me
hicieron sentir el hombre más vil y miserable. La dejé sola con todo. Quizás
en el momento que más me necesitaba. Podía ayudarla con los gastos
médicos de Echy, podía ayudarla a pagar sus cuentas. Si me hubiese dicho
desde el principio le habría dado todo mi sueldo para que no pisara más 290
La chica del burdel ese maldito burdel. Peor saber que estaba siendo
chantajeada por mi padre. Me imaginaba su desespero, sus ganas de huir, de
llorar. Pero no, me engañó, prefirió callar y seguir con su doble vida. La
rabia se apoderó de mi ser y golpeé la pared hasta lastimar mis nudillos.
Traté de justificar mi decisión, pero mis pensamientos no me daban tregua.
Tuve un concepto tan equivocado de ella, aun así, sería capaz de volver, de
apoyarla en todo incluyendo ser un buen padre para sus hijos.

Unas ganas inmensas de llamarla invadieron mi pecho. ¿Con qué cara podría
saludarla? De seguro ella era feliz junto a alguien más. Quizá su vientre
abultado me confirmaba que había rehecho su vida y yo no ocupaba un lugar
en su corazón. Tan solo de pensarlo una punzada se instaló en mi pecho, un
dolor tan agudo que costaba respirar. Sacudí mis pensamientos, si de verdad
me quería, no creo que estuviese con alguien más.

Di vueltas en mi cama tratando de conciliar el sueño, pero me resultó


imposible. Chantal se había metido en mi cabeza. No paraba de pensar en
ella, en los bellos momentos que vivimos. No dejaba de pensar en lo
estúpido que fui al perderla. Mis propias palabras, “jamás andaré con una
prostituta”, taladraban mi mente. Mi orgullo me hacía pensar en lo que dirían
los demás. Pero…, ¿de qué vale lo que piense la gente? La felicidad la
construye uno mismo. Es uno quien forja su camino y las decisiones del
presente serán las que marquen el destino. Si quieres algo de verdad, hay
que luchar por ello.

291

Elba Castilloveitia 292

La chica del burdel 37


ENTENDIENDO LAS COSAS
Chantal

Iba caminando junto a Ana, distraída como siempre, cuando me detuve en


seco al ver que ella miraba pasmada hacia una dirección. Nuestros ojos
chocaron y la colisión de miradas hizo que todo mi cuerpo se tambaleara:
era Rodrigo, que se veía más guapo que antes. Él evadió mi mirada con
rapidez, tal vez por culpa o porque ya le daba igual verme o no. Lo que
tuvimos fue algo tan fugaz que ya no le importaba. Quizás haya sido fugaz
para él, pero para mí fue tan intenso que aún mi alma lo anhelaba. Aún el
recuerdo de su cuerpo sobre mío estaba presente, mi piel aún lo extraña.

Mientras bebía una taza de café mañanero su recuerdo era latente. Hoy era
uno de esos días que lo extrañaba demasiado, días en que quisiera estar
aferrada a sus brazos y no soltarlo nunca.

El timbre de la puerta retumbó por lo bajo y abrí sin mirar por el pequeño
orificio. Mi quijada cayó ante la sorpresa, la última persona que esperaba
ver estaba parada frente a mí. Lo miré descolocada, sin 293

Elba Castilloveitia saber cómo reaccionar. Me quedé estática observándolo


sin hacer nada por algunos segundos que se sintieron eternos.

—Chantal, debemos hablar —pidió amablemente sin dejar de mirarme a los


ojos y rompiendo el silencio que se colaba entre nosotros.

—Fuiste claro hace cuatro meses y no tengo nada que hablar contigo.

—Perdóname.

—¿Qué te crees? Cuatro meses que me han parecido años y ahora vienes con
ese cuento. Bah…, por favor. —Traté de cerrar la puerta, pero él me lo
impidió al colar un pie en medio.
—Solo te pido que me escuches.

—Habla —respondí fríamente.

Sin hacer conexión con sus ojos me aparté hacia un lado para que pudiera
entrar. Mi orgullo quería hacerse notar, quería ocultar mis verdaderos
sentimientos.

—Perdóname. Perdóname por no darte la oportunidad de hablar aquel día.


Desearía que me entendieras, me sentí engañado, defraudado, eras la luz de
mis ojos y al verte besando a esa mujer yo…, yo no…, no supe cómo
reaccionar. Sentí mi mundo colapsar, lo vi venirse abajo sobre mí,
aplastando todo sentimiento, todos mis sueños, esos que quería realizar junto
a ti. Estos meses han sido un calvario y ayer, cuando te vi, ya no pude más y
por eso estoy aquí.

—Es fácil pedir perdón cuando has humillado y herido fríamente sin saber la
verdadera razón. Es fácil pedir perdón sin saber cómo has dejado el corazón
que puse en tus manos. Te entregué mi corazón cuando apenas estaba
comenzando a restaurarse —confesé con el alma dolida en apenas un
susurro.

—Empecemos de cero, intentemos escribir una 294

La chica del burdel nueva historia. —Tomó mis manos con cariño, pero
evadí su tacto como si quemara, apartándome de él.

—No sé si quiero intentarlo.

Mi voz salió quebrada y no tuve el valor de mirarlo a los ojos. Lo que sentía
me estaba aniquilando

por

completo,

solo
deseaba

deshacerme en lágrimas para olvidar todo, incluyendo el haberlo conocido.

—¿Por qué no me miras? Dime de frente que ya no sientes nada por mí. Ten
el valor de negar que me amas. Ten el valor de negar que me extrañas

—me retó acunando con sus dedos mi barbilla para que lo mirara a los ojos.

—No puedo con esto —mi voz se rompió mientras una lágrima resbalaba
por mi mejilla.

Rodrigo se acerca y la limpió con sus dedos.

—¿Con qué no puedes? Te fallé y te estoy pidiendo perdón. Si lo que quieres


es que me arrodille, lo hago. Solo dime qué quieres y lo hago sin importar lo
difícil que sea —dijo con sus ojos suplicantes, una mirada tan triste que me
quebraba el alma.

—No es cuestión de disculparse, es cuestión de dignidad. Me dijiste tantas


cosas que me dolieron en lo profundo, cosas que aún laten en mi mente y que
me hacen entender que no nos merecemos.

—Chantal, por favor… Estaba molesto, dolido.

Tú sabes que uno bajo enojo es capaz de decir cosas que duelen. No quise
lastimarte en ningún momento. No quise perderte. —Se arrodilló en el piso
para quedar a mi altura, ya que me había sentado. Los nervios hacían que
todo mi cuerpo se tambaleara—. Déjame demostrarte que puedo ser mejor,
que somos el uno para el otro, que junto a mí puedes ser feliz. Sabes que no
todo fue mi culpa, también debiste confiar en mí.

—Ajá. ¿Cómo confiar en alguien que dice que 295

Elba Castilloveitia odia a las prostitutas? ¿En alguien que dijo que las
mandaría a una isla desierta y luego les pondría una bomba nuclear para que
desaparezcan? Eres tú quien debe entenderme, tuve miedo de perderte,
aunque… como quiera te perdí.

—No, Chantal, no me has perdido. Por eso estoy aquí, porque te amo. Eres
lo único y más puro que tengo la vida. Si tú no estás mi vida no tiene sentido.
Eres mi todo, mis pensamientos te pertenecen, eres mi deseo, mi motivo de
vivir.

Tomó mis mejillas entre sus manos y me besó con ansias, con todo el deseo
contenido de cuatro meses. Lo extrañaba tanto que me dejé ir, me dejé llevar
por ese beso tan deseado por ambos. Nos separamos lentamente con nuestros
corazones desbocados.

—Rodrigo, son tantas cosas…

—Estoy dispuesto a escuchar y entender cada una de ellas. —Su mirada


aceituna se mezcló con la mía, una mirada tan profunda que desnudaba el
alma y delataba la sinceridad en sus palabras—. Ya leí en tu carta que
empezaste en eso por Echy y que a pesar de que querías dejar esa vida no
podías porque mi padre te chantajeaba.

—Sí, pero desde que me descubriste ya no volví.

Por eso aquella vez busqué trabajo en el hotel.

Quería salir del burdel.

—Si tengo que ayudarte en tus gastos, lo haré. Si tengo que darte mi sueldo
completo, te lo daré, pero por favor no vuelvas a eso. Te amo y estoy para ti,
para lo que necesites, para cuidarte, apoyarte, protegerte. Solo permíteme
ser parte de tu vida.

Escribamos una nueva historia, de esas que son felices para siempre.

Me atrajo hacia él para luego atrapar mis labios entre los suyos. Lo miré y
no supe si aceptar o darle tiempo. Era mejor decirle toda la verdad de una
vez 296
La chica del burdel y que conociera quién era su padre en realidad.

—Hay muchas cosas que debes saber. La primera es que yo… estuve varias
veces con tu padre —giré el rostro porque no encontraba la forma de mirarlo
a los ojos.

—Lo sé. Él se ha encargado de restregarme en la cara que eras una…, que te


acostaste con él en muchas ocasiones.

—No es como crees. Me ha amenazado desde la primera vez que se


obsesionó conmigo, tanto, que las veces que me he negado ha dicho que le
hará daño a Echy y a Anita. He estado con él por miedo.

Desde hace tiempo he tratado de dejar ese burdel, he deseado cambiar de


vida, pero no he podido.

Cuando lo intentaba, una llamada de tu padre, una nota con otra amenaza,
cualquier cosa hacía para que volviera.

—Es un miserable. Con todas las mujeres es igual, un cínico y machista, se


cree que las puede usar a su antojo.

—También, las veces que he estuve con él me golpeaba. ¿Te acuerdas de mis
marcas? —Rodrigo me miró con su rostro desconcertado, asintiendo—.

Me las hizo él con una fusta. Si me negaba, me pegaba y dolía, dolía mucho.
Tu padre me da miedo.

—Es un animal, pero tranquila, ya no te pasará nada. Estás conmigo y


prometo cuidarte, aunque sea lo último que haga en esta vida. Juntos
planificaremos algo para que lo encierren. Ya me tiene harto con sus abusos,
primero con mi madre y ahora contigo también.

—No es tan fácil. ¿Sabes que fui a la comandancia a denunciarlo por sus
amenazas?
Pensé que ya no volvería a molestar, pero me llamó hace tres días para
pedirme una cita. Me negué, las próximas veces no quise responder a sus
llamadas y 297

Elba Castilloveitia le resté importancia. Así que me acosté a dormir y al otro


día toda la sala de mi casa estaba llena de notas y un afiche con la foto de
María muerta pegada en la puerta principal. Tuve que denunciarlo, porque
tengo un hijo por el cual luchar y otro que viene en camino —toqué mi
vientre abultado.

—Sabes que te apoyaré en todo. Solo te pido que tengas la confianza de


contarme lo que sea.

—También estoy segura de que mató a María.

—¿Tu novia?

—Vete a la mierda. ¡Jamás! —zanjé—. Ella me ayudó a drogar a tu padre. El


beso que viste no significó nada, ella me besó de repente justo cuando las
puertas de elevador se abrieron. Jamás estaría con una mujer.

—No digas jamás. Ya conoces el dicho, nunca digas de esta agua no beberé,
porque más adelante te puede dar sed. Me tienes de ejemplo. Tanto que
decía que no iba a estar con una trabajadora sexual y mírame, estoy
perdidamente enamorado de una, bueno, eras. Créeme que cuando te vi
besando a esa mujer pensé que no te fui suficiente en la cama aquella vez y
por eso… —Puse mis dedos sobre sus labios para que se callara, luego le
deposité un tierno beso.

—Siempre fuiste suficiente, más de lo que merecía. Te amo, Rodrigo. Desde


hoy prometo que nunca te ocultaré nada. Prometo que sea lo que sea te lo
diré. No sabes cuánto odié mi vida en ese burdel, pero no podía dejarlo,
necesitaba el dinero.

Es horrible, esos hombres que van ahí se creen que las chicas son de palo,
que no sienten ni padecen, que no tienen corazón ni sentimientos. Hacen con
nosotras lo que les da la gana y luego muchos de ellos nos lanzan el dinero al
suelo como si fuésemos animales. Es cruel trabajar ahí. Crees que todas 298

La chica del burdel están ahí por placer, pero te equivocas. Muchas allí
tienen familia, esposos, hijos que mantener, pero el dinero no les da y tienen
que recurrir a la doble vida que conlleva ser una trabajadora sexual. Muchas
están ahí por necesidad, otras por amenazas y solo un mínimo porcentaje lo
hace por placer. Rodrigo, es doloroso… duele que te penetren una y otra vez
sin estar bien lubricada por falta de deseo, duele que te traten sin compasión
alegando que para eso estás ahí, que te traten como basura. Muchas veces
tuve que fingir un orgasmo para que me dejaran tranquila, porque muchos se
creen que si no hacen llegar a la mujer al orgasmo es porque no sirven.

Tienen un ego mal infundado. ¿Sabes? La mayoría de ellas lo único que


quiere es que el hombre se corra y las dejen en paz.

—¿De verdad? —alcanzó a decir descolocado ante todo lo que le contaba.

—Sí, tal como lo oyes. Lo único que quieren es que se corran para recoger
su dinero y largarse. El sexo sin amor y sin atracción no complementa, lo que
da es asco.

—Chantal, perdóname. He tenido una versión tan distorsionada acerca de la


prostitución, pero aun así no la apoyo. Por dinero pueden contraer una
enfermedad, y ¿de qué le servirá el dinero? De nada.

—Lo sé, en fin…

—¿Estamos juntos entonces? —preguntó para cambiar de tema.

—Lo estamos —afirmé y un brillo especial apareció en sus ojos.

299

Elba Castilloveitia 300

La chica del burdel 38


MALAS NOTICIAS
Rodrigo

Enterarme de todo lo que se vive en un burdel de los labios de Chantal me


dejó descompuesto.

¿Cómo pude ser tan insensible? Siempre creí que cada prostituta estaba ahí
por mero gusto, porque no tienen dignidad ni amor propio. La historia de
Chantal me había abierto los ojos y me hizo sentir muy mal.

A pesar de todo, luego de su confesión y de relatarme toda la verdad me


sentí más tranquilo.

Jamás pensé que iba a caer tan bajo, pero amaba a Chantal con toda mi vida.
Decidí enterrar mi orgullo y seguir adelante junto a ella. No me importaba ya
lo que dijera la gente, total, ellos no me daban nada. Ella llegó para cambiar
mi perspectiva de la vida, para hacerme entender que cada persona tiene una
historia. Una que muchos no entenderían porque hay que vivirla en carne
propia para entenderla. Me enseñó que no se puede 301

Elba Castilloveitia juzgar por las apariencias ni por lo que tus ojos puedan
percibir a simple vista. Tantas veces que repetí que no estaría con una
prostituta y terminé con una, una que me dejó perdidamente enamorado. Ella
me hizo entender que cada persona vale sin importar a qué se dedique. Me
enseñó que todos somos iguales sin importar la raza, el color o posición
económica.

El ruido de la puerta de mi habitación al abrirse me trajo de vuelta a la


tierra.

—Antonio te está esperando abajo —me informó mi madre al asomar su


cabeza.
—¿Desde cuándo él se queda abajo y no viene a matarme a almohadazos? —
Así era Antonio, cada vez que iba a mi casa se paseaba por ella como bien
le parecía y mi madre lo trataba como si fuese un hijo más—. Dile que suba.

Corrí ponerme un pantalón, ya que me encontraba en bóxer.

—Hey, ¿qué pasa, hermano? ¿Cómo estás?

—pregunté tan pronto entró a mi habitación. Me sonrió, pero aquella sonrisa


no llegaba a sus ojos.

—Estoy bien —un atisbo de tristeza aparece en su rostro.

—No parece, cuéntame. Si estás aquí es por algo.

—Es que… Me siento mal, peleé con Ana, descubrí que me oculta cosas.

—¿Como cuáles? —pregunté sorprendido.

—Ella volvió conmigo, pero tenía una doble vida.

Trabajaba en el burdel algunas veces. ¡Es una traidora! Después de que la


perdoné y volvimos a estar juntos, sigue siendo una puta.

—¿Estás seguro? Ella dijo que cambió cuando volvió contigo.

—Una puta nunca deja de ser puta —sentenció enojado, con la mirada fija en
la impoluta pared de mi habitación.

302

La chica del burdel

—No digas eso.

—Lo digo, y cuida que tu Chantal no sea como Ana porque por algo son tan
amigas.
—Hablé con Chantal y ella no volverá a eso.

—Solo te digo que no te confíes. La puta será puta, son adictas al sexo, así
que no las defiendas.

—Hay circunstancias que te hacen ver las cosas diferentes y hasta meditar en
lo equivocado que puedes estar en ocasiones.

—Te desconozco, Rodrigo. Eras el primero en decir que no estarías jamás


con una y mírate. Si me lo cuentan, no lo creo. Tal vez los marcianos te
secuestraron y te cambiaron. —Me tomó por los hombros para zarandearme
—. ¿E.T., que hiciste con mi amigo? Devuélveme a mi amigo, marciano
asqueroso —dijo en tono medio divertido.

—Más respeto con E.T., es un marciano tierno.

—Ven, acompañarme a ahogar mis penas.

Quiero tomar hasta perder la conciencia.

—No dejaré que te hundas, eh —le advertí dándole un golpe en su hombro.

Estuvimos un par de horas bebiendo en una cantina que quedaba cerca de


casa. Cuando sentí que mi amigo ya estaba algo pasado de tragos, lo tomé
del brazo y lo metí en el auto a la fuerza para llevarlo a su casa. Durante el
camino balbuceaba cosas sin sentido. Su amor por Ana lo torturaba. Al
llegar me aseguré de que estuviera cómodo en su cama. No quería que nada
le pasara a mi amigo.

—Duerme, bello durmiente —le murmuré divertido. Giré y me marché sin


hacer ruido.

Al llegar a casa los gritos de mi padre hacia mi madre se escuchaban a


kilómetros. Esta vez no me iba a quedar con brazos cruzados, tenía que
defender a mi madre. Mi corazón se detuvo al ver a mi padre halando del
cabello a mi madre, quién se retorcía de dolor.
303

Elba Castilloveitia

—¡Suéltala! —le grité con rabia.

—Ya llegó el defensor de los inválidos, ¿o será de las putas? ¿Por qué
siempre llegas a estorbar? Te juro que un día llegarás y la encontrarás con la
sangre saliendo por todos los agujeros de su cuerpo

—espetó. Sus ojos desorbitados y llenos de odio estaban clavados en mí.


Me detuve justo en frente de mi madre, haciendo un muro de protección con
mi cuerpo.

—Lo harás, sí. ¿Como mataste a la chica del burdel? O vas a negarlo. Tú
mataste a María.

—No sé de qué hablas.

—Sí que lo sabes, tenemos pruebas y te denunciaré para que te encierren por
depravado y abusador.

En un acto que no vi venir, de alguna forma mi padre me hizo a un lado y


terminó empujando a mi madre, por lo que cayó golpeándose la cabeza con
el filo de un escalón que había detrás.

—¡Mamá! —grité corriendo hacia ella al ver el hilo de sangre que salía de
su cabeza y se extendía por su cuello—. ¡Mamá, responde!

La movía una y otra vez, pero ella no reaccionaba. Llamé a emergencias


médicas y en poco tiempo el paramédico llegó. Mientras hacía lo suyo me
hizo las preguntas de rutina.

—Mi padre la empujó, ella trastabilló golpeándose la cabeza —miré en


dirección de mi padre, quien ya se había ido.

—¿Ha pasado esto antes?


—En varias ocasiones ha sido lastimada por mi padre, pero ella no ha
querido hacer nada por miedo. Una vez comenzó a hacer las maletas, pero
luego desistió.

304

La chica del burdel

—Eso es muy grave. La llevaremos al hospital, está perdiendo mucha


sangre.

Me subí a la ambulancia junto a ella. Me sentía nervioso. No quería perder a


mi madre, no ahora que nuestra relación era más estrecha. Llegamos al
hospital y una enfermera le tomó los signos vitales.

Luego la llevaron al área de emergencia. Me escabullí a su lado, ya que tenía


que quedarme en la sala de espera pero tenía privilegios de ser empleado
del hospital.

Llamé a Chantal, angustiado. Necesitaba de un pilar a mi lado que me


reconfortara.

—No podré ir a verte. Mi madre está en el hospital, tuvo un accidente. Estoy


en el mismo donde trabajo.

—Voy enseguida.

Cortó la llamada y en menos de veinte minutos ya se encontraba a mi lado.


Al verme se echó a mis brazos, dándome todo el apoyo que necesitaba en
ese momento. Las palabras sobraban, solo la necesitaba a ella.

—¿Qué le pasó? —preguntó al verme más tranquilo.

—Mi padre —dije fríamente.

—Él no puede seguir haciendo daño, sus amenazas, chantajes, sus maltratos,
la muerte de María… ¿Qué sigue?
—Mi padre está poseído por el demonio. ¿En qué momento se convirtió en
un ser tan despreciable?

—dije tratando de asimilar todo.

—¿Familiares de Julietta Mattei Ducke? —se presentó el doctor con un


informe en sus manos.

—Soy su hijo. ¿Cómo está? —pregunté apresurado, temiendo lo peor.

—Ella se encuentra en cuidados intensivos, perdió demasiada sangre. Tiene


una contusión cerebral severa. El golpe puede causar desde 305

Elba Castilloveitia amnesia parcial, paraplejia o puede quedar en estado de


coma por un tiempo.

—¿Tanto así?

—El golpe fue demasiado fuerte, suerte tiene de estar viva. Le estaremos
haciendo unos estudios para ver el cuadro clínico más detallado y cómo ha
quedado realmente. Estén preparados para lo peor.

Lo siento. —El doctor se retiró dejándome mal. No podía creer que mi


mamá pudiera quedar en estado de coma sabría Dios hasta cuándo.

Las horas pasaban una tras otra mientras me sumergía en la angustia e


incertidumbre. No podía imaginar a mi madre en estado vegetal, no podía y
no quería imaginar mi vida sin ella. Recordé a mi tío Israel, quien era un
gran apoyo y amigo de mi madre, así que decidí llamarlo para que esté al
tanto de los acontecimientos. Para mi sorpresa, llegó en menos de diez
minutos.

—Tío, que bueno que llegaste rápido. Te presento a mi novia, Chantal.

—No es el mejor lugar, pero me alegra conocerte, preciosa. —Mi tío y


Chantal estrecharon sus manos cordialmente. El rostro de Chantal se sonrojó.
—Chantal, gracias por estar aquí. Sé que por tu embarazo es difícil, pero te
necesitaba. ¿Puedes quedarte con ella en lo que voy a la comisaría? —le
pregunté a mi tío, quien afirmó enseguida—. Él se quedará un rato.

—Ten cuidado, por favor.

Me despedí dándole un beso en la frente y salí en su auto a la comisaría.

—Buenas tardes, quiero hacer una denuncia

—dije una vez allí.

El agente Dylan Westbrook me miró amablemente y en su rostro aprecié una


leve expresión de asombro.

306

La chica del burdel

—Pase por acá. —Me llevó a una habitación apartada para tomarme la
declaración y dejarla grabada. Me senté frente a una cámara y a la cuenta de
tres empecé a declarar.

—Quiero acusar a mi padre Manuel Enrique Leduc por maltrato físico y


psicológico hacia mi madre Julietta Mattei Ducke.

—La declaración la debe hacer ella.

—Sí, pero no puede. El desgraciado la acaba dejar en estado de coma. Él no


puede seguir suelto.

No puede seguir haciendo daño.

—Se tomarán medidas muy pronto, ya tenemos evidencias suficientes y


testigos que lo hundirán en la cárcel.

—Gracias. —Extendí mi mano hacia el agente despidiéndome de él y


regresé al hospital.
Chantal, al verme, corrió hacia mí, aferrándose a mis brazos.

—Gracias a Dios que llegaste —dijo temblando.

—¿Estas bien? —le pregunté al darme cuenta de que mi padre había llegado.
Él observaba a Chantal de una forma enfermiza, prácticamente se la comía
con los ojos. No pude evitar protegerla, poniéndome frente a ella.

—¿Con que cara vienes aquí? —le pregunté.

—Es mi esposa, ustedes son mi familia y los amo

—trató hacerse la víctima, observando fríamente a mi tío.

—Sí, claro… El esposo ideal, el padre perfecto. Se me olvidaba —


completé con ironía.

—Ustedes son los que insisten en hacerme parecer como el malo de la


historia y es una vil calumnia. —Una sonrisa maquiavélica se dibujó en sus
labios.

—¡Mentiroso! ¡Púdrete! Tus mentiras no te durarán por mucho tiempo. Te lo


juro —sentencié.

307

Elba Castilloveitia Estaba harto de sus palabras llenas de veneno.

Se rio de forma burlona, giró sobre sus pies y se marchó, no sin antes chocar
su hombro con el de mi tío y decir unas palabras entres dientes, las cuales
escuchó solo él. Suspiré profundamente tan pronto se marchó, sintiendo
cómo el aire regresaba a mis pulmones.

308

La chica del burdel 39


HOSPITAL
Chantal

Rodrigo me dejó al pendiente de su madre en lo que iba a la comisaría.


Estaba enfocada leyendo un libro cuando sentí la presencia de alguien frente
a mí. Levanté la mirada y mi cuerpo se contrajo al ver a Manuel. Cuando
Rodrigo me dijo que lo acompañara no pensé en encontrarme a su padre
aquí, siendo lo más lógico. Solo pensé que Rodrigo me necesitaba y tenía
que darle todo mi apoyo.

—Nos volvemos a encontrar, preciosa —dijo en tono irónico. Su voz heló


cada gota de sangre que corría en mis venas.

Guardé silencio. Israel había salido por una jarra de agua con hielo, por
tanto, me encontraba sola en la habitación.

—Estás más hermosa y esa barriga te sienta muy bien. ¿De quién es? —
preguntó en tono burlón—.

¿De Rodrigo? No, no, ya sé, es mío. ¿Seré padre?

¡Qué emoción! —Estaba a punto de estallar, estaba 309

Elba Castilloveitia enojada, quería golpearlo para que se callara.

¿Cómo podía ser tan cínico? Tan sarcástico. Lo odiaba, y cada minuto que
pasaba el sentimiento era mayor—. Dime, zorra, ¿de quién es? —su
semblante cambió, sus ojos eran más oscuros.

—Eso no es de tu incumbencia. —Me levanté de la silla, dispuesta a


encararlo.

—Ay, verdad, te habrás acostado con tantos que no sabes quién es el padre.

—Tú no sabes nada, déjeme en paz.


—Mira, Chantal, me estás sacando de mis casillas. Me debes una y tarde o
temprano me las pagarás. ¿Te crees que me he olvidado de lo que me hiciste
junto a la muerta de María? La viste muy bien en la foto que te envié,
¿verdad? Pues así vas a quedar tú si sigues negándote, todo lo que le hice a
ella fue lo que sus amiguitos transexuales me hicieron. Me sodomizaron sin
piedad, sin un ápice de compasión.

—Como si tuvieses piedad con nosotras. Eres un abusador. Bien merecido


que lo tenías y te mereces mucho más que eso —escupo mientras me halaba
fuerte del brazo.

—¡Cállate! ¿Sabes lo que es que te entierren un consolador de casi cuarenta


y cinco centímetros completo en tu ano? ¿Sabes lo que es que te metan el
pene en la boca casi atragantándote? ¿Qué te den con una fusta? Estuve dos
semanas sin poder caminar, dos malditas semanas por tu culpa.

—Sonreí, nada más de imaginar la escena me daba risa—. Me las pagarás


una a una. Te juro que si vuelves a negarte te las verás conmigo. Créeme
cuando te digo que te lamentarás. No estoy jugando y en ese momento en que
te coja no me importará que estés esperando a un bastardo. —Esto último lo
dijo con desprecio y sobre mi oído para que nadie más lo escuchara.

310

La chica del burdel

—Suélteme, no tienes ningún derecho sobre mí.

Eres un depravado, ojalá te encierren pronto para que pagues por todas las
que has hecho.

Se echó a reír y su risa infernal erizó todos los vellos de mi piel. Su aspecto
daba asco y su dentadura amarilla hacía que me dieran arcadas.

—Se creerán ustedes que me atraparán tan fácil.


Mírame, estoy aquí luego de dejar a mi esposa en estado de coma. ¿Crees
que la policía me hará algo?

Sueña, preciosa, sueña.

—Dicen que cada guaraguao tiene su pitirre y a cada cual le llega su hora.
En el cielo hay un Dios justo que todo lo ve.

—No me importa, no creo en Dios. Tú preocúpate y más te vale que aceptes


la próxima vez que te llame. No sabes de qué soy capaz.

—Sé muy bien de que eres capaz, pero escucha bien, ya no te haré caso, haz
lo que te dé la puta gana.

—¿Aunque lastime a tu hijo? —susurró en mi oído.

Pensar que podía dañar a mi hijo fue como echarme un balde de agua fría en
todo el cuerpo.

Cuando iba a responder apareció Rodrigo e Israel, por lo que agradecí en


silencio que estuviesen allí conmigo. Mi cuerpo estaba tenso y tembloroso, a
punto de desvanecerse a causa del pánico que me provoca ese hombre.
Manuel cruzó varias palabras con Rodrigo, el ambiente se había vuelto
demasiado tenso. Noté que su mirada estaba cargada de desprecio hacia
todos. Miró a su hermano desafiante y luego de decir algo entre dientes se
marchó. Minutos después el doctor vino a certificar el cuadro clínico de la
mama de Rodrigo. Era oficial que había quedado en estado de coma.

Los días pasaron y la madre de Rodrigo seguía en la misma condición, no


mejoraba, pero tampoco 311

Elba Castilloveitia empeoraba. Rodrigo la iba a visitar día tras día. Se


sentaba junto a su cama y comenzaba a hablarle por horas hasta que se
acababa el tiempo de visitas. En muchas ocasiones llegábamos al hospital e
Israel estaba sentado en una silla cerca de Julietta. Se notaba que la quería
mucho. Se veía agotado.
Rodrigo le pidió que fuera a descansar en varias ocasiones, pero se negó.
No quería dejar a Julieta sola.

Anita me llamaba para contarme de su mal de amores con Antonio. Él había


cortado con ella porque descubrió que visitaba el burdel y se sintió
nuevamente traicionado. Me constaba que ella dejó esa doble vida y ahora
sólo se dedicaba a su trabajo en el despacho de abogados.

Mi embarazo iba muy bien, no tenía mala barriga, solo las náuseas
mañaneras. Rodrigo aún no me indagaba nada al respecto, no me preguntaba
sobre el padre de mi hijo ni qué iba a hacer para reconocerlo, solo que me
apoyará en todas las decisiones que tomara. Estar junto a él me daba
seguridad, tranquilidad y confianza. No lo quería perder, por eso decidí
hablar siempre con la verdad, aunque fuera difícil decirla o entenderla.

Habían pasado casi dos semanas desde el accidente. Estaba en la habitación


junto a Julietta sentada a su lado, con el libro de siempre entre mis manos.
Manuel entró de golpe haciendo que la puerta chocara con la pared. Di un
respingo ante el estruendo. En estas dos semanas Manuel no se había
aparecido ya que Rodrigo prohibió a todo el personal del hospital que lo
dejarán entrar.

—¿Qué haces aquí?

—Es mi esposa, ¿no?

—Lárgate, por tu culpa está ahí. Eres un cínico.

¿Cómo puedes ser tan descarado?

—No me voy y punto.

312

La chica del burdel


—¡Enfermera! —grité, pero Manuel corrió a taparme la boca con sus
asquerosas manos. Le mordí el dedo anular para que me soltara, lo hice tan
fuerte que sangró.

—¡Perra! Mira lo que me hiciste. —Me encogí de hombros sin darle


importancia y traté de concentrarme en el libro que tenía en mis manos.

—Te lo mereces, idiota —dije entre dientes mirando mi libro.

—Te anotaré otra más a tu lista. —Me paré para encararlo, reventando el
libro al piso.

—No te tengo miedo —lo reté con la mirada, aunque en realidad mi corazón
estaba acelerado y moría de miedo.

—Ya verás, perra. Ya verás. Te crees segura porque Rodrigo te defiende,


pero pronto dejará de hacerlo. Vas a necesitar otro defensor.

La máquina a la cual estaba conectada la mamá de Rodrigo comenzó a sonar


con insistencia. Llamé a las enfermeras y no tardaron en llegar. Manuel se
marchó apresurado, pero sus palabras dejaron una mancha en mi mente,
como si un hoyo negro me estuviese absorbiendo. No sabía qué iba a pasar,
cuando ese hombre estaba cerca mi vida se tambaleaba peligrosamente.

313

Elba Castilloveitia 314

La chica del burdel 40


VOLVIENDO A VIVIR
Rodrigo

Ver a Chantal con su hermosa barriga, la cual apenas comenzaba a formarse,


me emocionaba. Se veía hermosa. Aún no le preguntaba nada relacionado a
su embarazo porque no sabía cómo abordar el tema. No quería ofenderla por
algún comentario de mi parte, solo deseaba estar el resto de mi vida junto a
ella y eso incluía sus dos hijos.

No me importa quién era el padre, ni su pasado, solo vivir el presente para


juntos construir un futuro. A veces la miraba y me hacía ilusión que ese bebé
fuera mío. Tener un pedacito de nuestro amor sería el mayor regalo de la
vida.

Cada vez que veía a mi padre cerca de ella me hervía la sangre, lo único que
deseaba era verlo muerto. Y era consciente de que por más cosas malas que
hiciera no debía pensar así, pero el solo hecho de ver cómo Chantal
reaccionaba cuando mi padre estaba cerca me confirmaba lo mala persona
315

Elba Castilloveitia que era él y cómo la acosaba sin piedad. Parecía un


pequeño conejito asustado ante un lobo feroz.

Lamentaba mucho tener que exponerla, pero no tenía quién me ayudara. Solo
no podía. Aunque…

Angélica. Ella podría ser una gran ayuda. ¿Cómo no lo pensé antes? Me di
una cachetada mental y decidí llamarla para ponerla al tanto de todos los
acontecimientos.

—Hola, bombón. —Su saludo telefónico siempre era el mismo.

—Angie, ¿cómo estás?


—No estoy mejor porque no tengo una gemela.

Me tienes olvidada.

—He tenido muchos problemas, necesito que me ayudes.

—Cuéntame, ¿cómo está todo? ¿Arreglaste tus diferencias con Chantal? ¿Tus
padres están bien?

—Con Chantal estoy bien. La que está mal es mi mamá.

—¿Cómo? ¿Qué le pasó a July?

—Lleva casi tres semanas en coma a causa de una contusión cerebral severa.

—¿En serio? ¿Por qué no me habías dicho?

Tengo teléfono y sabes que July ha sido como una madre para mí —dijo
enfadada.

—Todo fue muy rápido.

—En tres semanas tuviste tiempo demás para llamarme —espetó—. Por
cierto, no me digas que fue tu padre.

—Así es.

—Lo siento, de verdad. ¿Fuiste a la comisaría?

¿Denunciaste? Hay que pedir una orden de protección.

—No había pensado en eso. Bueno, hablamos acá, ¿cuento contigo?

—Tonto, eso no se pregunta. Pediré permiso en el trabajo y tomaré el primer


vuelo que salga para 316

La chica del burdel allá.


—Gracias, no esperaba menos de ti. Te quiero.

Al llegar al hospital vi enfermeras y doctores saliendo de la habitación de


mi madre. Chantal se encontraba en una esquina con su cabeza inclinada y
las manos sobre ella. Estaba preocupada, nerviosa, había miedo en su
mirada.

—¿Qué pasó? —pregunté nervioso esperando lo peor.

—Tu mamá…

—¿Mi mamá qué?

—Se puso mal y tuve que llamar a las enfermeras, la máquina no dejaba de
pitar, estaba completamente alterada, su pulso estaba acelerado.

—¿Por qué? ¿Algo más que deba saber?

—Sí… Tu papá estuvo aquí. Él es el culpable de que tu madre se alterara.

—¿Qué? Dejé muy en claro que no quería al malnacido de mi padre por


aquí, no quiero que asome ni un puto cabello en este cuarto. ¡La va a matar!

—Lo sé. Tú sabes cómo es él. Llegó de repente, creyéndose dueño de este
lugar, con derechos, alegando que es su esposa la que está internada.

Luego me dijo tantas cosas que me dio pavor

—confesó. La abracé con cierta fuerza y deposité un beso en su frente.

—¿Te hizo algo? ¿Estás bien?

—Solo me dijo cosas y me agarró tan fuerte del brazo que sentí que me lo
iba a arrancar.

—Desgraciado

—escupí
con

los

puños

apretados—. Debes irte a tu casa. Debes descansar.

—No quiero separarme de ti ni dejarte solo.

—Estaré bien, además, en tu estado no debes exponerte demasiado. Te


pueden hacer daño las emociones fuertes. De todas formas mañana Angélica
viene a ayudarme.

317

Elba Castilloveitia

—Tengo tanto miedo —dijo ella en un hilo de voz.

—No dejaré que nada te pase. Siempre estaré junto a ti pase lo que pase.
Estoy contigo y te cuidaré. Te lo prometo —respondí abrazándola por la
cintura y besando su cabeza.

— Gracias. —Sus ojos estaban nublados por las lágrimas.

—Mi única condición es que seas sincera conmigo. Qué me cuentes todo lo
que él te diga o haga. Te protegeré, aunque tenga que matarlo con mis
propias manos.

—No quiero que le haga daño a Echy, ni a Ana

—comentó hundiendo su nariz en mi cuello y abrazándome con fuerza por la


cintura.

—Nada te pasará. Te lo prometo —repetí aferrándola más—. Quiero ver a


mi madre —dije tomando a Chantal por la mano para que me acompañara.
—Vamos.

Entré junto a Chantal a la habitación, tomé la mano de mi madre entre las


mías y comencé a hablarle como siempre.

—Mamá, sé que te he fallado tantas veces. Quizá no he sido un buen hijo,


pero te necesito. Necesito que estés conmigo en las buenas y en las malas,
que aún de grande me regañes cuando haga las cosas mal. Quiero que veas
tus nietos nacer y crecer, que me los cuides como tantas veces cuídate de
Jaden y de mí. Cuántas veces estuviste para nosotros

¡Cuántas veces te desvelaste cuando estábamos enfermos! Siempre has


estado para nosotros, aunque en un momento pensé que me odiabas. En
realidad no me odiabas, me insultabas solo para desahogar la frustración que
llevabas dentro. Te desquitabas conmigo sin yo tener culpa de nada, pero
todo esto está olvidado. No me dejes, por 318

La chica del burdel favor.

Una lágrima rodó por mi mejilla cayendo encima de su mano. Chantal, a mi


lado, me acariciaba la espalda dándome consuelo. De repente sentí que mi
madre apretó mi mano. Miré bien su rostro y luego a nuestras manos
entrelazadas. Un atisbo de sonrisa se dibujó en su rostro y poco a poco abrió
sus ojos. Sorprendido, moví la vista hacia Chantal y le sonreí. Me incliné y
abracé a mi madre con delicadeza.

—Te extrañé. No vuelvas a dejarme —le supliqué mientras las lágrimas


escapaban de mis ojos.

—Te amo, mi hijo —fue lo único que pudo articular ya que se encontraba
muy débil.

—No hables, descansa —pedí acomodando su almohada con cariño.

—Rodrigo, ella es buena —dime mi madre mirando a Chantal con ternura y


una suave sonrisa—. No la pierdas por nada del mundo.
—Ella es mi todo y lo sabes. —Le di un beso en la frente a mi madre y
nuevamente se quedó dormida.

Angélica llegó temprano en la mañana tal como me había dicho. Al vernos


me abrazó y saludó a Chantal con un beso en la mejilla.

—Mamá despertó anoche —dije emocionado.

—¡Qué bueno! —exclamó abrazándome—. Ni te creas que me iré en tres


días. Me iré solo cuando sienta que tu mamá esta restablecida, que no me
necesita.

—Gracias, por lo menos lo peor ya pasó.

—Así es. —Angélica miró a Chantal y se percató de su embarazo—. ¿Vas a


ser papá? —preguntó con sorpresa.

—Seremos padres —dije rápidamente para que Chantal no se sintiera mal.


Me miró confundida, había olvidado contarle lo del embarazo a Angélica y
pedirle que fuese discreta.

319

Elba Castilloveitia

—¡Seré tía! Desde ahora te digo, seré la madrina.

¡Qué emoción! —exclamó dando saltos como canguro epiléptico por toda la
habitación. Luego acarició el pequeño vientre de Chantal, hablándole de
forma mimada.

Tomé a Chantal por la cintura y le di un beso en la frente, quería que se


sintiera segura y tranquila.

Por ella era capaz de todo, amaba cada pedazo de ella, cada célula de su
cuerpo y a ese pequeño ser que se estaba formando dentro.

—¿Qué nombre le pondrás? —preguntó Angélica.


—Aún no sé siquiera si es varón o niña. Tengo cita con el médico en tres
días.

—Ojalá sea una hermosa niña, así la podré consentir, ponerle lazos enormes
en su cabecita, vestidos hermosos y hacerla toda una princesa cada día. Si
tengo que mudarme para acá lo haré, para ser una tía a tiempo completo. —
La emoción de Angélica era contagiosa.

El celular de Chantal hizo ruido y giramos hacia ella, quien, al contestar, se


mostró con el rostro pálido.

—¿Qué? ¿Cómo es posible? —La vi pasar su mano desesperada por su


rostro como tratando de encontrar alguna solución. Cortó la llamada y su
mirada se nubló por las lágrimas.

320

La chica del burdel 41


LA LLAMADA
Chantal

—Hola.

— ¿Chantal?

—¿Qué pasó? —pregunté con un mal presentimiento instalado en mi pecho.

—Es que… Echy no aparece por ningún lado.

—¿Cómo es posible? ¿Estás segura?

—Ven rápido.

Ana colgó la llamada y tuve que salir apresuradamente del hospital. Rodrigo
me siguió descolocado.

—Chantal, aguarda… ¿Qué pasa?

—Echy. No aparece.

—Hay que llamar a la policía —comentó preocupado.

—Se pueden tardar demasiado, son unos incompetentes.

—¿Qué harás entonces?

—No sé, pero debo irme.

321

Elba Castilloveitia

—Chantal, estamos juntos y no te voy a dejar sola con todo.


El teléfono volvió a sonar y miré a Rodrigo con temor. Él me regresó la
mirada con un ápice de preocupación. Un número desconocido se reflejaba
en la pantalla y se lo mostré. Mi corazón comenzó a latir con fuerza.

—Diga…

—Te tengo una propuesta, tu niño a cambio de ti. La voz de Manuel al otro
lado de la línea captó mi atención. Mis piernas fallaron y tuve que sujetarme
de Rodrigo para no caer. Su voz hizo que las fuerzas abandonaran mi cuerpo.
Rodrigo me arrebató el teléfono de mala manera.

—¿Quién habla? —preguntó en tono áspero—.

Cortaron. ¿Sabes quién era?

—Tu padre, él tiene a mi niño. No quiero que le haga nada a mi hijo. Es todo
lo que tengo. No puede ser… Tengo mucho miedo.

Rodrigo dio un golpe en la pared maldiciendo.

Cerré los ojos ante su arranque de ira, nunca lo había visto de ese modo.

—No le hará nada, pero tenemos que ir a la comisaría o idear algún plan
para que lo atrapen.

—Pero ¿cuál? Eso puede tardar mucho y yo quiero a mi hijo conmigo.

—Lo tendrás.

Sentía mi corazón arrugarse dentro de mi pecho, comprimirse al punto de


doler. Si llegaba a perder Echy no sabía qué sería de mi vida. Cada segundo
era indispensable, la decisión estaba en mis manos, pero tenía miedo. Ese
miedo que te paraliza, que te bloquea impidiendo que te muevas y luches por
lo que quieres.

Llegamos a mi casa, subí de prisa a mi habitación y sobre mi cama vi una


nota hecha con 322
La chica del burdel letras de periódicos que decía: TU NIÑO O TÚ

La angustia me estaba tomando presa. Esperaba que no le hiciera nada a mi


hijo, así que estaba lista para hacer lo que él me pidiera. Verifiqué mi
celular para tener más respuestas cuando vi otro mensaje: No te pongas
difícil, acepta y ahorramos tiempo.

La imagen de Echy ante ese depravado me aterraba. ¿Y si lo violaba? ¿Si lo


golpeaba? Sacudí mis pensamientos y comencé a dar vueltas por toda la
casa. Los nervios no me dejaban tranquila. Tomé el celular y contesté su
mensaje:

Acepto, pero deja a mi niño.

Su respuesta no se hizo esperar haciendo colapsar la única parte de mi


cuerpo que se hallaba fuerte. Me pasó una dirección que me pareció extraña,
la anoté en un arrugado papel y la puse sobre la mesa. Busqué en Google
Maps para saber la ubicación exacta y me sorprendí al ver que el lugar era
casi en la frontera de Alemania, específicamente en la ciudad de Múnich.
¿Múnich?

¡Por Dios! Tantos lugares y él quería ir tan lejos. Si tomaba un bus desde
Dusseldorf hasta Múnich me tardaría nueve horas en llegar. Sin embargo, si
tomaba el tren eran solo cuatro horas. Me decidí por el tren.

—Chantal, ¿estás bien? —indagó Rodrigo al verme tan nerviosa.

—Sí —le sonreí con tristeza mientras evadía su mirada.

—Quédate tranquila, todo estará bien. Los nervios pueden afectar al bebe
que viene en 323

Elba Castilloveitia camino. Por favor, cálmate. Te ayudaré, recuperaremos a


Echy juntos.

—No me pidas que me tranquilice. Es mi hijo,


¿Puedes entenderlo? ¡Mi hijo! Mantente al margen, por favor.

No quería que, por un paso en falso, a mi hijo le pasara algo. Después de


varios intentos convencí a Rodrigo de que se quedará tranquilo y se fuera a
su casa a dormir, porque yo estaría bien. Tan pronto se fue, me apresuré a
cambiarme de ropa y tomar todo lo necesario para ir a Múnich. Llegué al
terminal donde tomaría un tren, estaba nerviosa y aterrada.

¿Por qué escogió una ciudad tan lejos? ¿Qué se traería entre manos?

Cuatro horas después llegué a la impresionante ciudad. Observé el lugar con


detenimiento y no pude evitar sentirme extraña. No conocía a nadie, no sabía
a dónde ir. Puse la ubicación en el GPS y seguí las instrucciones. Un camino
en tierra se extendía frente a mí, era solitario y tenebroso. Dudé si seguir o
girar y salir despavorida hacia Dusseldorf. Lo único que me daba valor era
mi hijo.

—Su ubicación está a la derecha —avisó la voz en el GPS.

Mis ojos se querían salir de sus órbitas al ver la estructura deprimente que
tenía frente a mí. Era una pequeña cabaña que aparentaba estar abandonada.
Su madera rústica estaba apolillada y solo se escuchaba el rechinar de la
madera bajo mis pies al caminar. Al lado de la cabaña había un gran
despeñadero como de doscientos metros de altura.

El que cayera por allí difícilmente podría sobrevivir.

Todo se veía oscuro, inundado por un silencio sepulcral. Sentía una fría
mirada sobre mí, alguien me estaba vigilando, luego sentí pasos que hicieron
que mi corazón dejara de latir por un instante.

—¡Por fin llegas! —La voz de Manuel me hizo dar 324

La chica del burdel un respingo, con una mano me agarró por la cintura y la
otra la rodeó alrededor de mi cuello para inmovilizarme.

—Mi hijo, ¿dónde está? —es lo primero que logré articular.


—Él no está aquí, pero está muy bien. ¡Camina!

—gritó al empujarme al interior de la cabaña.

Adentro era cálido, un espacio reducido que constaba con una habitación, un
baño y una mini nevera de esas que usan en las oficinas. Miré todo la zona en
busca de alguna oportunidad de escapar, pero no vi nada, solo una pequeña
ventana corrediza; con mi embarazo no iba salir por allí.

—Bien, te mostraré todo lo que me hicieron los transexuales por tu culpa.


Sentirás el mismo dolor, hasta que pidas clemencia y aun así dudo que me
apiade de ti —advirtió con una sonrisa en su rostro.

Sacó un enorme vibrador como de treinta pulgadas, una fusta, unas esposas y
una soga. Ver todo eso me aterró aún más.

—Primero, quiero saber que Echy de verdad este bien. ¿Dónde lo tienes?

—Está en Dusseldorf.

—Mientes, déjame hablar con mi hijo. —Me solté de su agarre tratando de


escapar pero él me sujetó con fuerza. Sacó su celular y marcó un número que
no logré descifrar. Sentí alivio al escuchar la dulce voz de mi hijo.

—Ahora que sabes que tu hijo está bien, podemos empezar. No se te ocurra
hacer alguna tontería, tan solo una orden y los sesos de tu niño volarán.

—No, por favor… Lo que tú digas. —Mi vientre abultado ya comenzaba a


dolerme mientras sentía cómo algo en mi interior comenzaba a desgarrarse.

—Ven, quiero verte desnuda.

Me quitó la ropa de mala gana dejándome 325

Elba Castilloveitia totalmente expuesta. Amarró mis manos sobre mi


abdomen con una soga bastante gruesa, tan fuerte que dolía. Luego me haló
con fuerza y me arrojó a la cama.
—Mi bebé…

—No me importa tu jodido hijo bastardo

—escupió dándome con la rodilla en el vientre para luego empezar a


desvestirse. Me retorcí de dolor.

—Quiero hablar con mi hijo y estar segura de que está a salvo. No haré nada
hasta que mi hijo esté en mi casa junto a Ana —logré articular.

—No estás en condición de exigir nada, mujerzuela.

— Pues mátame, pero no haré nada si no me pruebas de que está sano y a


salvo.

—Mira, putita, te tengo muchas ganas y de verdad quiero divertirme contigo


un buen rato. No me lo pongas difícil.

—La condición era yo a cambio de mi hijo y aquí estoy.

Manuel tomó el celular y llamó resignado.

—Chompi, lleva el niño con Ana y me avisas cuando esté allá.

Media hora después el teléfono sonó afirmando que Echy estaba con Ana.
Suspiré sintiendo un gran alivio. Miraba con cautela para buscar una brecha
por donde escapar, pero al parecer era imposible.

Mi teléfono comenzó a sonar con insistencia, pero no podía responder, así


que miré a Manuel y él me pasó el teléfono dejándolo en mi oreja mientras
lo sujetaba.

—¡Ana! ¿Qué ha pasado?

—Unos tipos enmascarados trajeron a Echy.

Dijeron que ya tienen lo que quieren. ¿Estás bien?


—Por favor, cuídalo, no lo dejes solo ni…

—Manuel no me dejó continuar.

—Ahora que sabes que está en tu casa podemos 326

La chica del burdel empezar.

Pasó su mirada sobre mi cuerpo desnudo. Quise taparme, ocultarme de él.


Me sentía avergonzada y mi cuerpo temblaba como una hoja. No sabía qué
sería de mí dentro de los próximos minutos. Mi vientre dolía cada vez más y
un líquido carmesí comenzaba a bajar por mis piernas.

— No, mi bebé —sollocé. No quería perder a ese bebé que se estaba


formando en mi vientre. Estaba casi segura de que era de Rodrigo, fruto de
nuestro amor, aquella vez donde nos entregamos con pasión y deseo.

Manuel, que ya se había quitado el pantalón, comenzó a tocarse para levantar


su miembro.

Luego se inclinó para tratar de besarme pero lo esquivé. No quería su boca


sucia en la mía. Me besó por el cuello, bajó por mis pechos y se detuvo en
mis pezones. Giré mi cabeza y cierre los ojos. Subió de nuevo para intentar
besarme a pesar de mi negación.

—Anda, déjame besarte.

—Jamás —fruncí mis labios en una fina línea impidiendo que me besara.

Se dio por vencido y comenzó a tocarme, primero mis senos acariciándolos


bruscamente. Su tacto era asqueroso. Me removí incómoda sobre la cama al
sentir un fuerte dolor en mi vientre, ya no podía más. Las fuerzas me
abandonaban, el dolor era constante.

—Mi… Mi bebé…

—No me importa tu bebé, ya te lo dije —soltó, y acto seguido golpeó mi


barriga nuevamente pero más fuerte.
El intenso dolor me hacía desfallecer, no soportaba más. Era agobiante tener
sobre mí a ese cerdo y pensar que mi bebé… «Dios, por favor salva a mi
bebé, no quiero perderlo», rogué con lágrimas 327

Elba Castilloveitia contenidas.

—Te voy a poner en la misma posición que me dejaste en aquella habitación


—me haló y me inclinó sobre una mesa que llegaba a mi cintura.

Era una posición demasiado incómoda por mi embarazo.

—No puedo. —Las punzadas en mi vientre eran más constantes e intensas.


Un hilo de sangre comenzó a resbalar por mis piernas sin control.

—¡Eres una floja! —espetó para luego tomar una fusta y golpearme las
nalgas. Cada golpe ardía, quemaba, y ya no soportaba más. Las esperanzas
de que Dios enviara un ángel a salvarme se esfumaron.

Perdí todo atisbo de esperanza.

Hasta que un fuerte golpe se escuchó afuera.

Manuel se asustó, buscó rápidamente sus pantalones y, tomando un arma,


salió a revisar.

—¡Auxilio, alguien que me ayude! ¡Auxilio!

—grité, con un nuevo destello de esperanza para ser escuchada.

328

La chica del burdel 42


RESCATE
Rodrigo

Regresé al hospital, pero preocupado por Chantal. Un mal presentimiento se


apoderó de mi pecho, y justo esto me hizo regresar a su casa. La busqué y no
estaba, la llamé pero no me respondió.

Luego de que volvimos a estar juntos ella no había vuelto a ignorarme. ¿Le
habría pasado algo? A menos que… No, ella no podía regresar al burdel.

Me lo prometió. Mi mente no dejaba de pensar en las posibles razones por la


cual no me contestaba.

Llegué a su casa y Ana abrió. Su rostro mostraba pura preocupación.

—¿Has sabido algo de Echy? —me preguntó angustiada.

—No, vengo por Chantal. —Ella me miró extrañada, como si me estuviese


saliendo otro ojo en la cara.

—No está.

329

Elba Castilloveitia

—La acabo de traer, ¿cómo me dices que no está?

—No está, pero encontré esta dirección sobre la mesa junto a su cama y este
otro papel que parece una amenaza.

—¿Múnich? —la miré confundido y me eché el pedazo de papel al bolsillo.

—Tal vez alguien le dijo que Echy está allá.


¿Quién sabe?

—¿Por qué no me dijo nada? Ella sabe que la acompañaría hasta el final del
mundo si es necesario y la protegería de quien sea. ¿Por qué no confió en
mí?

Golpeé la pared con ímpetu, lleno de enojo. Sin embargo, el mal


presentimiento se hizo más fuerte.

Decidí ir a Múnich cuanto antes.

—¿Qué harás?

—Iré y la buscaré hasta debajo de las piedras, pero la traeré de regreso.

—Te acompaño —comentó Ana buscando su bolso.

—No, tú quédate por si hay noticias del niño —le pedí dando media vuelta
para marcharme.

No podía arriesgarme a ir solo y sin armas. Solo una persona era capaz de
ayudarme en este momento, así que opté por ir a la comisaría rogando por
encontrarme con el teniente Dylan Westbrook. Él era mi única salvación.
Tomé mi auto y conduje lo más rápido que pude.

—Buenas

tardes.

¿Se

encuentra

Dylan

Westbrook? —pregunté amablemente al guardia de turno una vez llegué en


tiempo récord.
—¿Quién le busca?

—Rodrigo Leduc.

—Un momento, por favor. —El guardia tomó el teléfono, marcó un número
de cuatro dígitos y habló. —El Señor Rodrigo Leduc lo solicita…

330

La chica del burdel Westbrook dice que puede pasar. Su oficina está a la
izquierda.

Le agradecí y caminé rápidamente a la oficina donde vi al agente frente a su


escritorio llenado alguna información en su computador.

—Buenas tardes —lo interrumpí—. Necesito su ayuda. ¡Es urgente!

—Dime, ¿en qué te ayudo?

—Han secuestrado al hijo de mi novia. No sé si te acuerdas de la chica. Ella


parece que fue a buscar a su hijo sola y me temo lo peor. Estoy preocupado,
además está embarazada.

—¡Cómo olvidar esa chica! Era preciosa

—resaltó, mientras una punzada cargada de celos se instaló en mi pecho—.


¿Tienes algún sospechoso o algún lugar específico donde haya ido?
¿Sospechas de alguien que le quiera hacer daño?

—Sí, mi padre. Está obsesionado con ella.

Encontré esta dirección en su cuarto, es en Múnich.

—¿Múnich? Eso está fuera de mi jurisdicción.

No puedo llegar.

—Por favor, haga el intento, mi novia y su hijo corren peligro.


—Hablaré con mi supervisor, tranquilo, te ayudaré.

—Gracias, aquí espero.

El teniente entró a una oficina, habló varios minutos con un señor de pelo
canoso y bigote ancho y regresó.

—Mi jefe me da permiso, pero dice que es bajo mi responsabilidad. Le dije


que no había problema.

Lo importante aquí es que a esa chica y su hijo no les suceda nada. Tenemos
que apurarnos, el viaje es largo, son cuatro horas en tren.

Caminé a la estación del tren junto a él, sentía el corazón desbocado, la


adrenalina estaba en todo su apogeo.

331

Elba Castilloveitia

—Esta es la dirección y esta es la otra nota que estaba en la cama —le


entregué las notas una vez sentados en el vagón del tren.

— Tu hijo o tú —leyó el teniente en voz alta y luego me miró preocupado—.


Siempre piden dinero por rescate, en cambio aquí la quieren a ella…

Interesante —se quedó callado un momento, como si lo estuviese asimilando


—. ¿Ella participa de cosas ilegales? ¿Le debe un favor a alguien?

—No —respondí con seguridad.

—Que sepas —reviró con cierta desconfianza.

—Estoy seguro. Es que… ella… —no encontraba cómo decir que ella fue
una prostituta acosada por un depravado sexual. ¿Cómo podía entender que
mi novia fue una puta? Era la primera vez que me invadía esta sensación—.
Es que ella… es acosada por un depravado sexual. Un tipo que está
obsesionado y que lamentablemente es mi padre.
El agente abrió sus ojos como pescado ante tal confesión.

—El caso del señor Leduc está bastante avanzado. Las manchas de sangre en
la camisa coinciden con la de la víctima. Te prometo que pronto estará tras
las rejas.

—Sí, pero que sea antes de que mate a mi novia.

¡Está en peligro! —exclamé apretando fuerte los puños.

El tren nos dejó en la estación de Múnich.

Caminamos uno cerca del otro hacia la dirección escrita en el papel. Luego
de dar un par de vueltas desorientados, y sin tener nada de referencia, vimos
una cabaña junto a un despeñadero. Este lugar parecía sacado de una
película de misterio. Mi corazón empezó a latir de prisa, temiendo lo peor.

—Te quedas detrás de mí, no hagas ruido

—indicó Dylan. Sacó un arma y me la pasó. Lo miré sorprendido, jamás


había usado un arma. Negué 332

La chica del burdel con la cabeza, pero el agente me insistió.

—Entendido —hablé en voz baja para no alertar a quien estuviese dentro de


esa cabaña.

—Está cargada, solo halas del gatillo y listo

—aclaró por lo bajo.

El agente se colocó a un lado de la puerta. Su arma entre sus manos apuntaba


hacia arriba. Giró el picaporte, pero estaba cerrado. Debido a la oscuridad
del lugar trastabilló haciendo que un pedazo de madera se desprendiera y
cayera al suelo.

El silencio era tal que el simple pedazo fue un estruendo, a lo que Dylan
negó con un atisbo de sonrisa en sus labios. Pocos segundos después se
escucharon unos pasos y vimos el picaporte de la puerta girar. Tan pronto se
abrió vi la cabeza de mi padre asomarse. Con un rápido movimiento Dylan
lo sujetó por el cuello, apuntándole en la cabeza con el arma.

—Hasta aquí llegaste, Leduc —sentenció. Mi padre lo miró confundido, casi


sin poder respirar ante su agarre.

—¡Auxilio!

Reconocí la débil voz. De inmediato entré a la diminuta habitación. Al ver la


sangre temí lo peor.

Chantal se encontraba atada, pálida y un manantial de un líquido carmesí


bajaba por sus piernas.

— Mi bebé… —articuló en apenas un susurro.

Lágrimas de impotencia bajaban por su rostro.

—Todo estará bien. —La desaté, cubrí su cuerpo con una sábana y eché su
ropa en su bolso.

—Me duele mucho, ya no puedo más.

—¿Por qué viniste sola? Te dije que podía acompañarte —le reclamé
ajustando bien la sábana para que no se le cayera y la ayudé a levantarse.

—Es que… —Chantal se desvaneció, pude reaccionar a tiempo y tomarla


entre mis brazos.

333

Elba Castilloveitia En eso se escuchó un fuerte disparo, así que dejé a


Chantal sobre la cama con sumo cuidado y salí a revisar. Afuera vi a Dylan
doblado en el suelo mientras que mi padre huía apresurado.

—¿Estas bien? —le extendí la mano para ayudarlo.


—Sí, el desgraciado me dio en las pelotas. Le disparé, pero no pude
alcanzarlo por la oscuridad.

—Déjalo. Ahora lo que importa es que Chantal llegue a un hospital cuanto


antes. ¿Habrá algún taxi o ambulancia que llegue a este lugar?

—Me pareció ver un hospital aquí cerca. —Dylan llamó a una ambulancia
para ser llevados de inmediato.

Chantal cada vez se veía peor, estaba mucho más pálida y la temperatura era
elevada. Estaba preocupado por ella, no quería que nada malo le pasara. Al
llegar al hospital los paramédicos se llevaron a Chantal por unas puertas
negras. Me pidieron que me quedara en la sala para llenar los documentos de
relevo de responsabilidad y otras cosas más.

—Necesito que le den prioridad a mi novia. Está embarazada —notifiqué a


la enfermera quien escribía en un papel.

—Ya fue trasladada al área de maternidad. El doctor Ladovic estará a cargo


de la paciente y es una excelente obstetra. Puede permanecer en la sala de
espera en lo que establecen el cuadro clínico. No se preocupe, todo estará
bien —indicó la enfermera tranquilamente.

Me quedé en aquella sala mientras a Chantal le hacían los exámenes


necesarios para establecer su situación. Los minutos comenzaron a correr
lentamente, las horas parecían eternas. Fijé mi mirada por la ventana del frío
hospital mientras meditaba en la vida y en cómo puede cambiar en un 334

La chica del burdel instante. Desde arriba se podían ver a las personas
caminando de un lado a otro, envueltas en sus pensamientos, en afanes
diarios. Algunos se veían preocupados mientras otros sonreían sin pesar
alguno. Me pregunté si aquellos que sonreían estaban fingiendo, si su sonrisa
era una máscara para ocultar su dolor. El sonido de mi teléfono me sacó del
trance.

—Hola.
—Rodrigo, te llamo para ver si tienes noticias de Chantal. Estoy muy
preocupada. Por lo menos el niño ya está aquí.

—Una buena noticia al menos.

—No me digas que le pasó algo a mi amiga. No lo soportaría —la voz de


Ana se quebró, se notaba angustiada.

—Ella… bueno, realmente no sé cómo está

—confesé en un hilo de voz.

—Rodrigo…

—Cuida bien al niño. Chantal parece que perderá al bebé. Cuando la


encontré estaba muy mal, estaba sangrando, con dolor abdominal y cuando
toqué su frente estaba ardiendo en fiebre. Pude traerla al hospital junto a
Dylan, pero aún estamos en Múnich.

—Mantenme informada, por favor.

—Claro, no hay problema —respondí y luego terminé la llamada.

Las puertas negras se abrieron y mi corazón comenzó a galopar de prisa. Un


doctor de mediana estatura, piel blanca y con unos lentes vino hacia mí con
una de las enfermeras. Sus rostros denotaban cansancio y hablan entre ellos.

—¿Familiares de Chantal Nicole Amadeus?

—Soy su novio —respondí enseguida.

—Lamento informarle que la joven ha perdido al bebé debido a un


traumatismo abdominal.

335

Elba Castilloveitia
—¿A qué se refiere?

—Tal parece que recibió un fuerte golpe en su abdomen. La presión del


golpe provocó un hematoma retroplacentario. Este hematoma surge cuando el
útero y la placenta se separan y entra sangre al saco del líquido amniótico
del bebé. Era una niña —completó el médico. No puedo evitar sonreír de
medio lado, aunque con gran pena, al escuchar que era niña. Hubiese sido
perfecto.

—¿Cómo está ella?

—Llegó muy débil. Le practicamos un sonograma abdominal para ver el


estado del bebé y escuchar sus latidos, pero estaban demasiado débiles y la
presión de la joven estaba descendiendo con rapidez. Había que tomar una
decisión, era ella o la bebé. Logramos normalizar su presión arterial, pero la
criatura no resistió. Tuve que hacerle una cesárea. Pueden verla y despedirse
en el Nach dem Tod. La joven esta estable y se encuentra en el área de
recuperación.

El médico se retiró dejándome desorientado.

¡Chantal, perdió el bebé! Me recosté de la pared tratando de asimilarlo.


Todo por culpa de mi padre que seguía. El Nach dem Tod era una cuarto frío
donde se colocaban a todos los bebés que morían al nacer. En una habitación
continua le permitían a la madre despedirse. También le ofrecían registrarlo
al crear su acta de nacimiento y de difusión.

¡Mi madre! La recordé de inmediato, por lo que tomé el celular para llamar
a Angélica.

—Hey.

—Angie, te llamo solo para decirte que tengas mucho cuidado. Necesito que
cuides muy bien a mi madre, vigílala como si fuera tu vida, no te separes de
ella, por favor. ¡Las quiero! —y sin más terminé la llamada.

336
La chica del burdel Intentaba calmarme, pero la preocupación que sentía en
mi pecho era insoportable. Mi padre no podía seguir haciéndole daño a las
personas que amaba, él debía pagar por todo lo que había hecho y cuanto
antes mejor.

337

Elba Castilloveitia 338

La chica del burdel 43


CORAJE
Chantal

Desperté con el frío colándose entre mis huesos.

Abrí los ojos y solo vi unas impolutas paredes blancas. Una bolsa con un
líquido transparente colgaba en un pedestal cerca de mí. El líquido corría
por un tubo de plástico lentamente hasta infiltrarse en mis venas. Vagos
recuerdos llegaban a mi mente, el rostro de Rodrigo, mis manos atadas, mi
desnudez, sangre, Echy desaparecido, Manuel…

Mi cuerpo se removió ante el recuerdo de ese miserable. Las lágrimas


comienzan a bajar por mis mejillas. ¿Cómo llegué aquí? Toqué mi vientre,
esperando encontrarlo abultado, pero percibí una flacidez que me
desconcertó. Me removí inquieta nuevamente y un dolor agudo me atravesó.
Me di cuenta de que tenía una incisión de cuatro centímetros en mi vientre.
«¡Dios, mi bebé!», grité para mis adentros mientras sollozaba envuelta en
lágrimas. Mis pechos dolían y goteaban.

339

Elba Castilloveitia

—Echy y mi bebé, ¿dónde está mi bebé? —le pregunté a la enfermera que


recién entraba para verificar mis vitales. Ella solo me dirigió una sonrisa
sutil.

—Su novio está afuera, ¿lo hago pasar?

—Por favor —respondí en un susurro.

Rodrigo entró rápidamente. No tenía claro lo que pasaba conmigo, y lo peor,


no tenía a mi bebé.

—¿Por qué estoy aquí? ¿Dónde está mi bebé? ¿Y


Echy? —le pregunté bebiendo mis lágrimas que caían como manantial.

Rodrigo se veía extenuado, tenía unas oscuras bolsas bajo sus ojos. Me dio
lástima que estuviese ahí conmigo, él no tenía por qué preocuparse por mí, y
aun así, la expresión sombría en su rostro lo decía todo.

—¿Mi bebé se fue? —pregunté temiendo lo peor—. ¡Dime qué pasó, dime!
—exigí desesperada.

Sus ojos se cristalizaron y evadió mi mirada.

—Echy está bien, pero tu bebé… —hizo una pausa para mirarme con
cautela.

—¿Mi bebé qué?

—Murió. Era muy pequeña, sus latidos estaban débiles. El médico dijo que
fue a causa de un traumatismo abdominal.

—¿Era niña? —Él asintió—. ¡Maldito Manuel! Te juro que me levantaré y


yo misma lo mataré. Le cortaré las bolas para que no sea tan miserable. Me
aseguraré de que los perros se coman su pene para que jamás vuelva a tocar
una mujer. Te lo juro

—sentencié con mi voz quebrada.

—Él…

—¿Qué? Dime que lo mataron.

—No, al contrario, escapó. Debemos tener mucho cuidado.

—Maldito. Quiero levantarme de aquí. —Hice el esfuerzo para levantarme,


pero la herida dolía y 340

La chica del burdel Rodrigo me sujetó.

—Chantal, no puedes. Debes esperar, y aún estamos en Múnich.


Pude percibir un atisbo de miedo en sus ojos. La rabia estaba apoderándose
de mí. El miedo que le tenía a Manuel se estaba tornando en coraje. Me
sentía como una leona a quien le arrebatan su cachorro. En ese momento era
capaz de despedazar a Manuel si lo tuviese en frente.

—No me importa —miré fríamente los ojos de Rodrigo—. Que tu padre se


prepare, le mostraré quién es Chantal. Se lamentará de haber hecho que
perdiera a este bebé —advertí.

Ni yo misma me conocía, pero un hijo era un hijo, estuviese en el vientre o


ya nacido. Lo perdí, las lágrimas no me lo devolverán, pero la venganza
podía ser digerida aun estando fría, ¿no? En su sufrimiento estará mi
satisfacción. Juré que se lamentaría.

Tres días después estaba sentada en la sala de mi casa viendo una película
junto a Ana y Rodrigo. El dolor de sentir mi vientre vacío y la sensación en
mis pechos resentidos no menguaba. Mi pensamiento se trasladó al Nach
dem Tod, esa pequeña habitación donde cargué a mi pequeña.

Era tan hermosa, inocente, ajena a todo. Una pequeña que murió sin saber
qué era vivir. Su cuerpecito frío cabía en mi mano. La contemplé con
lágrimas en mis ojos. Sus manitas formadas, su piernitas…, su cabello era
apenas una capa de terciopelo azabache. Era perfecta. Lágrimas y más
lagrimas humedecían mis mejillas. ¿Quién le quita a una madre el dolor de
perder un hijo? Saber que no lo podría alimentar, que no vería sus primeros
341

Elba Castilloveitia pasos ni escuchar sus primeras palabras… ¿Quién quita


el dolor de no verle crecer y convertirse en un ser de bien? Mi vida se
permeaba de odio haciendo que mi corazón se endureciera ante el dolor. Mi
mente viajó hacia aquella cabaña y cada detalle comenzó a renacer. Un plan
se formaba, pero lo único que necesitaba para llevarlo a cabo era regresar al
burdel. ¿Cómo le diría a Rodrigo que volvería? Mi vida era mucho más
tranquila sin ir a ese asqueroso lugar. No había tenido noticias de Manuel
durante los días que estuve internada en el hospital. Seguramente estaba
oculto.

—¡Chantal! Hola —Rodrigo chasqueó sus dedos frente a mi nariz. Estaba


perdida en mis pensamientos y no prestaba atención a lo que me decía—.
Hey, despierta —me miró divertido.

—¿Qué te parece tan gracioso? —pregunté molesta.

—Tal parece que los extraterrestres te secuestraron y no pensaban


devolverte.

—¿Qué? Chistoso —comentó Ana entre risas.

Rodé mis ojos y me levanté igual de molesta.

Últimamente mi humor estaba por el piso, no soportaba que nadie me hiciera


una mínima broma.

—Hey, espera. ¿Para dónde vas? Ven, aquí

—pidió Rodrigo mientras me halaba del brazo para que me sentara


nuevamente a su lado.

—¿Qué quieren de cenar? Hoy cocinaré yo.

—Ana se dirigió a la cocina, a la vez que cambiaba de tema. Rodrigo y yo


nos miramos.

—Lo que sea estará bien.

—Perfecto, cocinaré Eisbein. —Rodrigo abrió los ojos en señal de sorpresa


y no pude controlar una sonrisa.

—Eso es muy elaborado para hacerlo tú —dijo Rodrigo en tono divertido.

—Hey, más respeto. Nunca dudes de mis 342


La chica del burdel habilidades culinarias —respondió mi amiga
apuntándole con el cuchillo.

—Acuérdate que la última vez por poco quemas la casa —le recordé.

—La excepción no hace la regla, ya verán que se chuparán los dedos de tan
exquisito que me quedará.

Miré a Rodrigo y deseé contarle de mi decisión.

Él seguía muy concentrado en la película. Me quedé absorta en sus


facciones, su perfil, su pelo lacio peinado cuidadosamente hacia un lado. Se
veía tan perfecto, definitivo era como un dios griego. Me armé de valor,
tenía que decirle.

—Rodrigo.

—Dime —respondió con su mirada fija en el televisor.

—Voy a volver al burdel —comenté rápidamente, como si mi vida


dependiera de ello. Rodrigo me miró desconcertado y Anita no pudo
disimular su sorpresa.

—¿Qué? De ninguna manera.

—No te estoy pidiendo permiso, te estoy notificando que voy a regresar al


burdel.

—¿Por qué?

—Debo hacerlo, es todo.

—¿Y si te matan como a esa amiga tuya?

—Es un riesgo que correré —dije con frialdad.

—Si regresas te olvidas de mí para siempre.


¿Entendiste? —Sentí de inmediato una puñalada en mi pecho, pero no podía
echarme para atrás. No quería perder a Rodrigo, no otra vez, sin embargo,
debía hacerlo.

—Confía en mí, no es por gusto. Solo voy a vengarme de tu padre.

—La venganza nunca es buena, mientras te enfocas en destruir, el odio y el


rencor te destruyen a ti. Si lo vas a hacer, procura cavar dos tumbas 343

Elba Castilloveitia

—comentó él con voz extraña mientras lo miraba perpleja.

—La satisfacción será dulce.

—Desiste de eso, es absurdo. No quiero que te pase nada malo. Te amo. —


Tomó mi rostro entre sus manos y besó mis labios con dulzura, gesto que me
hizo sentir floja, pero no podía ceder. Evadí su beso y me aparté.

—No es absurdo. Si quieres dejarme, déjame, pero ya decidí lo que haré —


finalicé con seguridad.

—Chantal, deja eso, por favor. Seamos felices,

¿sí? —pidió mientras me sujetaba por la cintura para atraerme hacia él. Hice
una mueca de dolor.

—¿Crees que seré feliz sabiendo que perdí a mi niña por culpa de un
demonio como tu padre?

Ayúdame, sé que es tu padre, pero es un desgraciado y tiene que pagar por


todo el daño que ha hecho.

Nos quedamos en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos.


Estaba decidida y él no estaba de acuerdo. ¿Qué procedía? ¿Terminar? Me
llevé las manos a la cabeza con frustración. No quería perderlo, no otra vez.
Un impulso hizo que me acercara a él.
—Ayúdame —repetí contra sus labios. —Nos perdimos en una intensa
mirada y nos fundimos en un beso profundo, nos saboreamos con deseo
mientras él acariciaba con sus manos inquietas mi espalda bajo la blusa—.
No quiero perderte

—confesé mirándolo a los ojos.

—Hey, cuidadito, que estoy justo aquí —la voz de Ana captó nuestra
atención.

—Como si pudiera tener sexo ahora. ¡Por Dios!

Tengo dolor abdominal y diez puntos de sutura. No creo que sea buen
momento para esas cosas —le dije exasperada mientras Rodrigo me miraba
con una sonrisa maliciosa.

344

La chica del burdel

—Pues no me calientes de esa forma —advirtió él con mirada pícara.

—No

te

estaba

calentando,

te

estaba

convenciendo —aclaré dándole otro beso en los labios.

—Sabes que me encantas, eres mi debilidad, Chantal, pero no estoy de


acuerdo respecto a vengarte. Las cosas pueden salir mal.
—Me arriesgaré, no puedo vivir tranquila sabiendo que tu padre está al
asecho. Me las pagará, te lo juro por mi hijo —lo miré fríamente, hablaba
muy en serio y no era juego.

—Okey, si vas a hacer esta locura, te acompañaré. No te dejaré sola.

345

Elba Castilloveitia 346

La chica del burdel 44


PESADILLA
Rodrigo

Levanté mi vista mientras me dirigía por un camino de tierra hacia una


cabaña que parecía estar abandonada. La niebla a mi alrededor me impedía
ver con claridad. Mis pasos eran sigilosos. Prestaba atención para no
tropezar con las rocas que cada vez eran más grandes y afiladas. El camino
se hacía largo a pesar de estar a solo unos cuantos pies de llegar. Mientras
más cerca estaba por llegar, más oscuro era mi entorno. Escuchaba voces
que se perdían en el silencio, provocando eco al colarse por el gran
despeñadero justo al lado de la pequeña cabaña.

El miedo se apoderaba de mí, sentía mis rodillas tiritar y mi corazón latir


apresuradamente. Tenía un mal presentimiento respecto a Chantal, el amor de
mi vida. Me acerqué a la puerta con cuidado, la madera crujía bajo mis pies
por lo que debía ser discreto. Cualquier movimiento en falso podía 347

Elba Castilloveitia provocar un estridente sonido que alterara a quien quiera


que estuviese ahí. Afuera estaba muy oscuro, pero dentro de la cabaña se
veía una tenue luz. Miré por un pequeño orificio y logré ver a mi padre
desnudo y de espalda. Luego vi a Chantal, amarrada a la cama con un hilo de
sangre brotando de su boca mientras él la sodomizaba. La tocaba por todo su
cuerpo, la acariciaba y besaba, mismos besos que ella evadía mientras le
insertaba objetos en su vagina como si fuera cualquier cosa. Mirarlo me
causó profunda repulsión. ¿Cómo era posible que ese señor fuera mi padre?
Me sentía impotente, mi Chantal estaba sufriendo y tenía miedo.

Chantal miró hacia mi lugar, dándose cuenta de mi presencia. El orificio en


la pared era bastante amplio como para observar la mitad de mi rostro desde
el otro lado. Llevaba largo rato tras esa pared, inmóvil, tiritando de miedo.
Ella se removió inquieta en la cama, con sus ojos suplicantes en mí.

Se me desgarró el alma al ver su sufrimiento, así que me armé de valor y


sigilosamente abrí la puerta. Al instante, y por el ruido, mi padre giró a ver.
Quedó pasmado ante mi presencia, pero su mirada desencajada y llena de
odio me aterró. De todas formas, por Chantal era capaz de dar mi vida, de
darlo todo.

Nuestras miradas se cruzaron para gritar a los cuatro vientos el odio que
sentíamos. Él se lanzó sobre mí con un afilado cuchillo que tenía sobre una
pequeña mesa cerca de la cama.

—Te voy a matar, Rodrigo.

—El que va a morir aquí es otro —dije con seguridad.

Él comenzó a moverse, tratando de enterrarme la filosa navaja, pero yo me


esquivaba con destreza.

Un movimiento en falso me dio la oportunidad de sujetarlo por el cuello y la


navaja cayó al suelo.

348

La chica del burdel Manuel me propinó un fuerte golpe en el estómago que


me hizo perder la fuerza por completo. Se escapó de mi agarre. Chantal
observaba nuestra pelea con impotencia, sus manos atadas no le permitían
ayudarme. Sus ojos están razados de lágrimas por el miedo.

Me encontraba en el suelo retorciéndome de dolor, por lo que mi padre, en


un ágil movimiento, tomó el cuchillo y caminó hacia Chantal. ¿Qué le haría?
Lo alzó y lo clavó tres veces en su pecho.

—¡No! —grité con desespero. Mi padre sonrió.

—Eso te dolerá más que la misma muerte.

—Eres un maldito miserable. —Comencé a ver la cama teñirse de rojo


carmesí y una Chantal inerte y pálida—. ¡Chantal! —grité con mis ojos
nublados por las lágrimas, no podía creer que mi padre le enterró el puñal
sin piedad.
Todo el dolor que sentía, la rabia, la frustración, se convirtió en un poder
infernal, una fuerza del más allá que me puso de pie. Miré a mi padre con
odio, esta vez no era yo el que estaba actuando, así lo sentía. Él giró para
salir huyendo, así que lo seguí, la oscuridad me impedía ver con claridad,
pero percibía el sonido de sus pasos. Me lancé sobre él, lo golpeé hasta el
cansancio. Mis nudillos dolían, los tenía enrojecidos y ensangrentados, pero
no me importó, seguía descargando mi rabia sobre él, golpe tras golpe sin
darle tregua. Rodamos por una pendiente, sentía que estaba muy cerca del
despeñadero. No me importó, quería matarlo por haberme quitado a la única
mujer que había amado.

—¡Eres un cobarde, debes morir! —espetó lanzándome una gran roca que
logré esquivar con agilidad. Se puso en pie tratando de huir de mis golpes.
Me levanté de prisa y lo seguí, pero él agarró un gran tarugo y me golpeó
haciéndome tambalear.

Traté de estabilizarme, sin embargo, nuevamente 349

Elba Castilloveitia me embistió y… caí por el despeñadero.

Abrí mis ojos asustado y me di cuenta de que todo había sido una horrorosa
pesadilla, una que se sintió muy real. Mi cuerpo aún temblaba bajo las
sábanas, estaba tenso, bañado en sudor y mi corazón latía tan apresurado que
parecía haber corrido un maratón. Me senté en la cama con mi espalda
apoyada al cabezal. Traté de tranquilizarme hasta lograr estabilizar mi
respiración agitada.

Conté hasta diez, luego miré el reloj y noté que eran las tres y media de la
madrugada. Después de aquella pesadilla la sensación era amarga, por lo
que tomé el celular junto al reloj sobre la mesita y decidí enviarle un
mensaje a Chantal: Solo quiero decirte que te amo y si algo llega a
sucederte muero.

Dejé el celular nuevamente sobre la mesa de noche, me recosté y miré el


techo envuelto en mis pensamientos. Mi corazón aún latía de prisa, el sueño
fue tan real que mis vellos seguían erizados.
Ver a Chantal bañada de sangre con un puñal clavado en su pecho era lo
último que desearía ver en mi vida. Mejor dicho, es algo que no quería que
jamás sucediera. Di vueltas en mi mullida cama hasta que logré conciliar el
sueño.

El sonido de la lluvia me despertó. Me levanté con pereza, el frío que se


colaba en mi habitación era tan placentero que invitaba a seguir en la cama.

Escuché a mi madre y a Angélica conversar relajadamente en la cocina. El


aroma a café inundó mi nariz. Luego de despertar del coma, mamá
continuaba cada vez mejor. Angélica la ayudaba 350

La chica del burdel bastante, era un gran apoyo para ella en medio de este
caos. De hecho, había pensado en pedir un traslado para trabajar aquí, en
Dusseldorf cerca de nosotros.

Me levanté con pereza y verifiqué mi celular, mis redes sociales y la bandeja


de mensajes. Vi uno de Chantal y decidí abrirlo.

También te amo.

No pasará nada si estás conmigo, lo sé.

Esta mujer confiaba a ciegas en mí y no podía defraudarla. Estaba pensado


en ir a la comisaría junto a ella y hablar con el teniente Dylan para ver cómo
podíamos hacer en cuanto a la captura de mi padre. Mientras él siguiera
suelto ni Chantal ni mi madre estarían seguras.

351

Elba Castilloveitia 352

La chica del burdel 45


DE REGRESO AL BURDEL
Chantal

Observaba la lluvia copiosa caer por mi ventana.

La suave brisa que se colaba me hizo llenar mis pulmones de aire puro. Miré
mi celular y un mensaje de Rodrigo apareció en la pantalla, enviado a las
tres y media de la madrugada. Me asombró que quizá no tuvo una buena
noche. Le envié una corta respuesta y volví a perder la vista por la ventana.
El sonido de la lluvia tenía un efecto relajante para mis sentidos. Hoy era
uno de esos días en que el exterior reflejaba mi alma.

Era el día de regresar al burdel. Rodrigo no estaba muy de acuerdo, pero


necesitaba encontrar la forma de vengarme de Manuel. Desde la última vez
en Múnich no había tenido noticias de él, quizá debía estar enterado de que
la policía lo buscaba.

Algún lugar secreto debía tener. ¡Maldito Manuel!

El hecho de recordarlo hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. No podía


estar tranquila al saber que 353

Elba Castilloveitia seguía vivo.

Salí de la habitación y preparé una taza de café, me senté a beberlo mientras


observaba en el televisor las noticias de la mañana. Recordé entonces que
debía ir a la comisaría, así que me puse un jean apretado, una camiseta
sencilla color blanco y unas zapatillas deportivas. Conduje tomando las
debidas preocupaciones. Mi mente era una zona de guerra donde mis
pensamientos no daban tregua. Estacioné el auto y caminé hacia la oficina.
Cuando estaba cerca me di cuenta de que el agente me observaba por las
ventanas acristaladas.

Luego de ponerse en pie me hizo pasar.


—Chanta, ¿cómo has estado? —con un ademan me invitó a sentarme—. Veo
que te ves mucho mejor que la última vez —completó mientras rodeaba su
escritorio y tomaba asiento frente a mí.

—Gracias a Dios muy bien —respondí. Coloqué mi bolso en una silla vacía
que estaba a mi lado y crucé mis piernas.

—Me alegra saber que te estás recuperando

—observó cada uno de mis movimientos—.

Disculpa por no haberme quedado allá más tiempo, pero ya sabes, trabajo es
trabajo.

—Físicamente estoy recuperada, pero mi alma está rota, se ha quebrado en


tantos pedazos que es imposible restaurarla. Te agradezco que hayas
ayudado a Rodrigo, sin su ayuda tal vez hoy no lo estuviese contando.
Gracias, de verdad.

—No tienes nada que agradecer, es parte de mi trabajo. Además, el mundo


lamentaría perder a una mujer tan fuerte y hermosa como tú. —Se levantó
para poyarse en la pared sin dejar de mirarme.

Sentí mis mejillas arder ante el halago.

—Estoy aquí porque quiero saber cómo va la investigación de Manuel


Enrique Leduc. Necesito verlo preso o muerto para estar tranquila 354

La chica del burdel

—respondí rápidamente para cambiar el tema.

—Nuestros agentes están tras su paradero, pero al parecer se lo ha tragado


la tierra. Desapareció desde el día en que te rescatamos.

—¿Qué puedo hacer? Temo por la seguridad de mi hijo, la de Ana y la mía.


Ustedes son unos incompetentes, tienen todas las pruebas para culparlo y
encarcelarlo y me dicen que no logran dar con su paradero. ¿Pueden entender
que tengo miedo? —espeté alterada.

—Le podemos dar una orden de protección

—ofreció tranquilamente.

—¿Usted cree que eso es suficiente? Si viene a aparecer el viejo ese frente a
mí juro que tomaré la justicia en mis manos, lo haré sufrir vilmente hasta
verlo desangrarse y luego no vengan a querer encarcelarme por lo que haga,
porque lo haré como defensa propia —respondí muy molesta, sin dejar de
mirarlo.

—No hagas nada de lo que te puedas lamentar.

—Por no lamentar es que lo quiero ver muerto, para que no le dé tiempo de


hacerle algo a mi hijo como ya intento una vez. Debo actuar primero

—completé al ponerme en pie y dando media vuelta salí de su oficina.


Caminé varios pasos cuando algo vino a mi miente, por lo que me detuve—.
Mire, teniente, conseguiré a Manuel, ya sea en el burdel o en donde sea.
Cuando lo tenga lo llamaré y espero que sus agentes estén listos para
encarcelarlo.

Tenemos que idear un buen plan para atraparlo.

¿Qué le parece?

—Me parece bien, ¿Por qué no entras y dialogamos al respecto? —Giré


nuevamente y tomé asiento—. ¿Qué tienes en mente? —indagó.

—Puedo drogarlo, usar de esas drogas que causan sueño.

—¿En dónde piensas encontrarlo?

355

Elba Castilloveitia
—En el burdel. Es un adicto al alcohol y a las putas. Él me va a encontrar,
estoy segura de que está vigilando cada uno de mis pasos e incluso sabe
dónde vivo. Seré la carnada.

—Si es así, quiero que sepas que no estás sola.

Contaras con la protección del departamento de policías por completo. Eso


sí, te pondremos un micrófono para que estés comunicada con nosotros.

—No creo que sea necesario. Tan pronto tenga a Manuel rendido, le llamaré.

Salí de la oficina decidida a acabar con esto de una vez. Muchas ideas
aparecían en mi mente, el odio estaba haciendo su trabajo. Todo lo que me
hizo regresaba a mi memoria, sus amenazas, su maltrato, el secuestro de
Echy, la perdida de mi bebé, su lista era larga, ya era hora de que comenzara
a pagar por todo. Al llegar a mi casa vi que Ana preparaba algo de comer.

—Necesito

conseguir

droga

—le

pedí

rápidamente. A ella por poco se le caía el sándwich ante mi petición.

—¿Qué? ¿Desde cuando eres usuaria?

—Idiota, no es para mí.

—No seas tan cariñosa, tus palabras hieren —se hizo la ofendida—. ¿Para
Manuel? ¿Estás segura de eso?

—Claro que sí, más que segura diría yo. Quiero Escopolamina y Rohypnol,
por si acaso.
—¿Escopolamina? Eso es muy fuerte, debes tener mucho cuidado.

—Lo sé, y tengo que planear bien cómo vengarme, no sea que la tortilla se
vire en mi contra. —Mi corazón bombeaba de prisa ante todo lo que mi
mente maquiavélica tramaba. Lo único que deseaba en ese momento era
encontrar paz—.

Bueno, ¿me puedes ayudar con eso?

—Claro, tengo un amigo en el bar de aquí al lado 356

La chica del burdel que las vende. No será difícil —aseguró dando una
mordida a su sándwich—. ¿Qué harás en realidad?

—Hacerlo confesar, bajo los efectos de esa droga hará lo que quiero. Según
leí esa droga deja a la gente sin voluntad propia y hacen todo lo que les
dicen. Luego… no sé si lo mate o llame al agente Westbrook.

—Amiga, das miedo. Te desconozco.

—Más miedo da él, ha jugado con lo que más he amado, ¿no? Pues ahora
que se atenga a las consecuencias. Desde que murió mi bebe no soy la
misma. La sed de venganza clama desde mi interior. Tengo claro que es un
arma de doble filo, pero todo sea por mi paz.

El timbre de la puerta se escuchó insistente.

Miré a Ana confundida. Al abrir vi a Rodrigo, su rostro denotaba angustia.

—Chantal, no puedes vengarte, desiste de eso, por favor —suplicó.

—¿Qué te pasa? Dijiste que me ibas a apoyar —le recordé.

—Sí, pero no lo hagas. Tengo un mal presentimiento, todo puede salir mal y
no quiero perderte. Echy y yo te necesitamos —tomó mi mano con pena.

—Tranquilo, mi amor, todo va a estar bien. Será por nuestra seguridad, te lo


prometo — respondí acariciando su mejilla.
—Piensa bien las cosas, si te pasa algo me muero.

—Solo serviré de anzuelo para que la policía lo atrape. Hablé con el agente
Westbrook en la mañana, me dará el apoyo necesario. Solo actuará tan
pronto lo llame. Tú no harás nada.

—Chantal, pero déjame ayudar —pidió casi en un susurro.

—¡No, ya te dije! Si tu padre te ve por allí cerca 357

Elba Castilloveitia podría sospechar. —Rodrigo se aferró a mí en un intento


de hacerme recapacitar—. Mi decisión es firme. Te amo y no dejaré que te
involucres en esto.

—¿Cuándo lo harás?

—Hoy mismo.

Me encontraba en el lujoso salón de baile del burdel. El contraste de las


luces neones con la luz tenue de fondo molestaba mi vista. Me puse mi mejor
lencería y subí al escenario. Decenas de hombres lujuriosos observan cada
uno de mis movimientos. Comencé por moverme sensualmente por todo el
escenario, el dinero en la liga de mi muslo cada vez era mayor. Observé a
todos lados para ver si lograba dar con Manuel, pero no lo encontraba, solo
a un hombre al fondo con sus mismas características. Llevaba puesto un
gorro rojo y unas gafas oscuras. Mi piel se erizó al observarlo. Tenía su
mirada fija en mí y entonces me dio la impresión de que debía ser él. Mi
corazón se aceleró, tan de prisa que lo sentía hasta en la punta de los dedos.
Bajé con cautela del escenario y al pasar frente a él me acorraló contra la
pared sin darme tregua.

358

La chica del burdel 46


ORDEN DE PROTECCIÓN

Rodrigo

Chantal estaba molesta conmigo porque no estaba de acuerdo en que


regresara al burdel ni que insistiera en la venganza. La pesadilla del día
anterior me tenía aún espantado. Fue tan horrible que no había podido estar
tranquilo. Sentía que debía hacer algo para protegerla. ¿Pero qué? Llamé al
agente Westbrook para pedirle su opinión y me citó en una cafetería que
quedaba cerca de la comisaria.

—Necesito que me ayude a proteger a Chantal.

No quiero que nada le pase. Ella está obsesionada con la venganza, mi padre
es muy inteligente y siento que las cosas le pueden salir al revés. —Le hice
señas al mesero para que nos trajera dos cafés.

—Ella ya tiene una orden de protección, ante cualquier cosa extraña nuestros
agentes actuarán.

—Eso no es suficiente, necesito que esté vigilada todo el día. —El mesero
puso los cafés frente a 359

Elba Castilloveitia nosotros y mostró sus blancos dientes en una sonrisa—.


Gracias —le respondí con amabilidad.

—Ella tiene un buen plan para atrapar a tu padre. Bueno, eso me dio a
entender, cuando lo tenga nos llamará para que lo arrestemos. Rodrigo, todo
lo que hablemos queda entre nosotros. El caso de tu padre ha sido muy
difícil ya que él compró a algunos de nuestros agentes y no se sabe quién
esté con él realmente. Puede que haya algún infiltrado dentro de la comisaría
y no quiero que nuestro plan falle. Solo te pido que te calmes y confíes en
ella.

—dijo tranquilamente dando un sorbo a su café.


—¿Calmarme? ¿Mi novia está en peligro y me pides calmarme? ¡Ve a calmar
a tu madre!

—vociferé poniéndome de pie y echando a perder mi café por el movimiento


brusco. Dejé dinero sobre la mesa y salí enojado del lugar.

Ya en el auto me arrepentí de mi comportamiento, pero sus palabras fueron


tan tranquilas que me dejaron fuera de mi base. Estaba consciente de que en
estos momentos Dylan era el único que me podía. ¿Cómo pude? Yo y mi
jodido temperamento. Decidí disculparme, así que marqué su número.

—Agente Dylan Westbrook —escuché decir al otro lado del auricular.

—Es Rodrigo —respondí con cierto temor en mi voz—. Disculpa mi actitud


de hace un momento, pero compréndeme, tengo los nervios alterados.

Estoy muy sensible. Mi novia, mi madre y las personas en mi entorno corren


peligro, mientras mi padre anda por ahí haciendo no sé qué cosas. —Me
sinceré, no debía actuar de esa forma tan impulsiva con la única persona que
podía ayudarme.

—No hay problema, pero sabes que por ahora no podemos hacer nada. Resta
esperar, seguir buscándolo o esperar que salga de su cueva.

360

La chica del burdel

—Lo entiendo. Gracias, nos mantenemos en contacto. —Corté la llamada


quedando mucho más tranquilo.

Busqué a Echy en casa de Irene. Le había prometido que lo llevaría al


parque a jugar soccer.

—Hola, campeón —le dijo tan pronto lo vi correr hacia mí con emoción.
—¡Rodrigo! —exclamó con alegría el pequeño.

Nos despedimos de Irene y salimos tomados de la mano hacia el parque que


quedaba a unas cuadras de mi casa.

—¿Cómo has estado? Veo que has crecido mucho, ya estás bien fuerte.

—¡Así como Hulk! —dijo en tono divertido.

—No te veo verde, deja ver, abre tu boca. Hulk,

¿estás ahí? Parece que se fue a pasear. —Hice una mueca de frustración.

—Oh, no, mira. –—De pronto me dio un puñetazo en el centro de la barriga.

—¡Ouch, estás fuerte de verdad! —me quejé al mismo tiempo que me


sostenía la barriga en forma divertida.

—¿Ves? Hulk sigue dentro. No te confíes.

Reí ante las ocurrencias de este niño, con él no se podía discutir, siempre
tenía la razón. Luego de jugar por largo rato decidí llevarlo a comer.

—Hey, campeón. ¿Tienes hambre?

—No.

—¿Seguro? Tu barriga dice lo contrario.

—Dice que quiere pizza —susurró en mi oído, como si de un secreto se


tratara.

—Tendré que preguntarle a tu mamá a ver si puedes. —Puso mi mano en la


barbilla, pensativo.

—No, no lo hagas, mejor guárdame el secreto, 361

Elba Castilloveitia
¿sí? Por favor —suplicó formando un leve puchero.

—Okey, queda entre nosotros, pero a cambio quiero un abrazo de oso.


¿Vale?

—¡Sí! ¡Pizza!

Fuimos a la pizzería y cuando estuvo lista nos sentamos a engullirla


alegremente. Al terminar, llevé a Echy de regreso con Irene ya que Chantal
empezaba en el burdel y no sabía a qué hora llegaría.

Vi a Angélica correr hacia mí tan pronto estacioné el auto frente a casa.


Estaba asustada y con sus ojos enrojecidos.

—Rodrigo, ha pasado algo. —De inmediato temí lo peor.

—¿Mamá está bien? —cuestioné desesperado.

—Sí, pero… tu padre estuvo aquí. Vino buscar no sé qué cosas. —Angélica
bajó la cabeza con temor.

—¿No dijo a dónde iría?

—¿Tú crees que iba a decir algo? No seas tan iluso.

—Claro, no quiere que sepamos nada, pero tarde o temprano caerá, te lo


aseguro.

Al entrar pude ver a madre, estaba sollozando en una esquina, el miedo se


reflejaba en sus ojos. Al verme se lanzó a mis brazos con desesperación.

—Mamá, cálmate. Todo estará bien. —Le acaricié la espalda mientras ella
hundía su cabeza en mi pecho.

—Rodrigo, ten cuidado con él, es muy malo, muy malo —respondió en un
susurro. Mi madre estaba colapsando y su estado de nervios la hacía parecer
una demente.

—¡Mamá, mírame! Estoy aquí, nada te pasará, te 362

La chica del burdel lo prometo.

La miré a los ojos tomando su rostro entre mis manos y luego la abracé con
seguridad. Traté de tranquilizarla, pero su miedo la hacía tiritar cada vez
más. Angélica me miraba con lágrimas en sus ojos, estaba asustada ante la
situación, sin saber qué hacer. Saqué mi celular y llamé a la persona
indicada.

—Teniente, necesito que vengas a mi casa. Mi padre estuvo aquí —le


notifiqué de inmediato.

Diez minutos después el timbre de la puerta sonó. Angélica se levantó para


abrir de inmediato, mientras yo me quedaba con mi madre para cuidarla del
estado de shock.

—Angie, ¿quién es? —le pregunté.

—Dice que es el teniente Dylan —respondió insegura, sin despegar la vista


del visitante.

—Voy enseguida.

Al llegar a la sala vi que Angélica permanecía junto a Dylan. Él le sonreía


mientras le comentaba algo que no logré escuchar, pero al parecer causaron
un efecto en ella que la hizo sonrojarse.

—¿Todo bien? —pregunté mientras notaba cómo Angélica me echó una


mirada nerviosa.

—Aquí, conociendo a tu hermana.

—No es mi hermana —mis labios se curvaron en una sonrisa—, es mi mejor


amiga de toda la vida.
Por ella mato, te lo aseguro —advertí en tono divertido.

—Mucho gusto. Teniente Dylan Westbrook, estoy a su disposición, preciosa


—le guiñó un ojo y le extendió su mano.

—Mucho gusto. Angélica.

Con timidez mi amiga le estrechó la mano. Sus miradas se conectaron por un


largo rato, por lo que hice ruido con mi garganta para captar la atención.

Angélica se sonrojó de nuevo y se fue a la 363

Elba Castilloveitia habitación junto a mi madre. Dylan no le despegaba la


mirada hasta que se perdió.

—Pues… Eh… ¿Me dijiste que tu padre estuvo aquí? —Sonreí ante su
reacción. Mi amiga lo dejó embobado.

—Así es, y mi mamá entró en un estado de shock. Tiene mucho miedo de lo


que mi padre es capaz de hacerle.

—No te preocupes. Vamos a tener vigilancia las veinticuatro horas en esta


casa. Dame un momento

—pidió mientras tomaba su celular y marcaba un número—. Sí, necesito que


me envíes tres guardias para que le den protección a una familia… ¡Es
urgente! No quiero errores esta vez.

En menos de cinco minutos tres agentes armados estaban frente a mi casa.

364

La chica del burdel 47


ATRAPADO
Chantal

El hombre de la gorra me tenía acorralada contra la pared. Miré a todos


lados, pero cada persona allí presente estaba absorta en los sensuales bailes.
Al parecer en ese momento Manuel y yo éramos invisibles. Trataba de
soltarme de su agarre pero no podía, era mucho más fuerte que yo. Mi
corazón comenzó a latir con fuerza.

—Por fin nos volvemos a encontrar. Llevo días viniendo a este lugar para
buscarte. No sabes cuánto deseaba este momento. Para mí es un placer
saludarte, preciosa. —Me tenía pegada a la pared y su aliento alcoholizado
chocaba en mi rostro—.

Tengo muy buenas ideas en mi cabeza y vas a hacer lo que diga o te


lamentarás —comentó mientras me sujetaba con fuerza.

—Olvídalo, tú y yo no tenemos nada que hablar

—respondí para que no sospechara de mis intenciones.

—Ningún olvídalo, tú y yo tenemos un asunto pendiente. No pude terminar


contigo en Munich por gente inoportuna, pero aquí nadie me lo 365

Elba Castilloveitia impedirá, ¿o me equivoco? —Negué con la cabeza


evadiendo su mirada.

—Deja las cosas así, por la paz. Por favor…

—supliqué.

—Nada de dejar las cosas. Ahora mismo subiremos a la habitación y


continuaremos lo que dejamos. Te quiero para largo rato. Espero que no me
salgas con una de las tuyas y que esta vez podamos disfrutar.
—¿Disfrutar? Sí, verdad, es tan exquisito hacerlo contigo. ¡Me encanta tanto!
—respondí con sarcasmo.

—Oh, sí, claro que te encantará. Ven.

Me agarró del brazo con brusquedad y caminamos por el desierto pasillo


que conducía al ascensor. Me llevaba casi a rastras, pero cuando veía a
alguien venir, soltaba su agarre y me tomaba de la mano con dulzura. Todo
un hipócrita. Una vez dentro del ascensor presionó el botón número 4, el
piso de mi antigua habitación. Mientras ascendía, Manuel se pegaba a mi
trasero y se movía descaradamente. Sentía su erección en mis nalgas, traté de
despegarme, pero me haló por la cintura y me pegó mucho más a él. Cuánto
lo odiaba.

Rodeaba sus brazos alrededor de mi cintura como si fuera de su propiedad y


pasaba su lengua por mi cuello y mi oreja. Sentí unas ganas tremendas de
vomitar y su aliento de alcohol mezclado con humo de cigarro lo volvía
peor.

Llegamos a la habitación, marqué el código de acceso y deslicé la tarjeta. Al


abrir la puerta Manuel me lanzó a la cama sin dejarme asimilar siquiera que
habíamos entrado. Su mirada llena de maldad se cruzó con la mía, el silencio
se coló en la habitación y el ambiente se tornaba espeso. Por lo menos había
dejado la escopolamina preparada sobre un paño. Solo me faltaba el
momento 366

La chica del burdel adecuado para lograr mi objetivo.

—Te ves deliciosa en esa cama —espetó humedeciendo sus labios y


mirándome como si fuera un manjar exquisito—. Te trataré muy bien hoy, te
lo prometo, solo si cooperas —prometió acariciando mi rostro con sus
dedos, a lo que giré mi rostro.

—¿De qué vale que me trates bien si tu alma está podrida? ¿Crees que me
sentiré satisfecha de estar con una porquería como tú?
—¡Cállate! —gritó para luego darme una cachetada—. ¿Ves?, quiero ser
bueno contigo, pero no te dejas. Eres una ingrata.

—¡Hipócrita! —Estaba envuelta en un oleaje de ira, solo quería zafarme de


él, golpearlo, cortarle sus genitales hasta verlo desangrarse lentamente.

—Te repito, seré muy bueno contigo esta vez. No te mataré como maté a tu
amiguita. Te quisiera hacer lo mismo que me hicieron los transexuales por tu
culpa, pero no. Mejor te disfruto de vez en cuando y listo. Me quedo contigo
para futuras ocasiones. ¿Te parece?

—Te creerás tú —resoplé con la rabia invadiendo mi ser como un cáncer,


como esa densa oscuridad que se cuela en la noche permeándolo todo. El
recordar que perdí a mi bebé, que secuestró a mi único hijo, sus maltratos,
todo lo que me había hecho me llenaba más y más de odio y rabia.

—Báilame —pidió mirándome con deseo—.

Báilame tan sensual como lo hacías en el escenario y desnúdate poco a poco.

Si quería vengarme tenía que obedecer a todas sus peticiones y ser


extremadamente cuidadosa para que no desconfiara de mí. Así que comencé
a bailar de lado a lado por toda la habitación. La melodía Partition de
Beyoncé sonaba de fondo, la cual me incitaba a seguir moviendo y
contorneando 367

Elba Castilloveitia mis caderas sin pudor alguno ante la vista lujuriosa de
Manuel. Él se sentó al borde de la cama y me observaba con deseo. Lo miré
a los ojos y le sonreí, una sonrisa hipócrita de esas que no llegan, de esas
que son solo una fachada. Lo acaricié y lentamente le quité su camisa con
sensualidad. Manuel cerró sus ojos ante el roce de mis manos en su piel. Le
acaricié su pecho mientras continuaba con mi baile.

—Ve y desnudándote, quiero verte —solicitó abriendo sus ojos y


recostándose en la cama apoyado en sus brazos.
Obedecí, en un sexy movimiento me fui desprendiendo del sostén. Él me
miraba con lujuria mientras yo tocaba mis senos con sensuales movimientos
que lo estaban volviendo loco. Me pegué a su cuerpo y le ofrecí tocarme.

—Acércate más. —Hice caso de nuevo al colocarme a horcajadas sobre él,


rozando mi vagina con su evidente bulto. Sentí de pronto que introdujo sus
dedos en mí mientras con su otra mano recorría mi espalda desnuda. Tuve
que disimular mi cara de repulsión, me aparté con disimulo y me separé a
varios centímetros donde continué lo mío.

Se quitó el pantalón, saca su miembro erecto y comenzó a masturbarse.


Luego se levantó de la cama para quedarse detrás de mí, acunando mis senos
con sus manos y pegando su miembro en mi trasero.

—Ven, preciosa. Quiero algo más —dijo depositando un beso húmedo en mi


cuello. Me eché a un lado y lo incité a cerrar sus ojos. Por un momento pensé
que se negaría, pero estaba tan excitado con mis movimientos que aceptó sin
reparos. Lo llevé a la cama y, una vez recostado, le puse una venda en sus
ojos.

—Ahora quiero que sientas el placer correr por 368

La chica del burdel todo tu cuerpo y te entregues por completo a mí, sin
poder verme. —Él sonrió y me sentí liberada. Tan pronto le puse la venda
tomé la escopolamina que tenía lista en un paño y la dejé sobre su rostro
para que lo inhalara. En par de segundos perdió su voluntad.

Me bajé apresuradamente y busqué mi celular.

Era un momento épico y debía ser grabado. Si era posible tenía que
plasmarlo en papel para un libro de historia.

—¿Cómo te llamas? —decidí probar si la droga estaba funcionando.

—Manuel Enrique.

Sonreí ante mi éxito.


—¿Qué haces aquí?

—Busco placeres con putas.

—¿Por qué me quieres a mí? —pregunté con intriga.

—Porque eres una puta diferente, lo haces muy bien a pesar de ser novata.

Su respuesta sincera me confundió, frente a la gente solía decir que era una
porquería y basura.

Me sorprendí, bajo los efectos de esta droga Manuel actuaba normal, pero
sumiso. Una brillante idea iluminó mi cerebro.

—Manuel, ¿me dejas pintarte? —le pregunté divertida.

—Por supuesto.

Le tomé la palabra, así que busqué mi maquillaje y comencé mi obra de arte.


Al finalizar, una cara divertida de payaso estaba plasmada en su rostro.

Sonreí al verlo.

—Ahora que estás tan hermoso, quiero que me bailes.

Él comenzó a bailar, pero sin ritmo y disparejo por toda la habitación.


Mientras bailaba lo estuve grabando con el celular.

369

Elba Castilloveitia

—A ver, Manuel, ¿cómo hace el perrito?

—Manuel se puso en cuatro y gateó por todo el suelo, ladraba y sacaba la


lengua. Ya no aguanté más y estallé en una sonora carcajada—. Okey, así
está bien. Siéntate —le señalé la silla—. Quiero que me cuentes lo que te
hicieron mis amigos en el piso dos.
Manuel me miró desencajado mientras intentaba recordar. «Esta droga es un
éxito, no hay duda», pensé.

—Una chica demasiado guapa vino aquí y me ofreció una bebida diciendo
que era una oferta del burdel. Le creí y lo bebí, pero parece que me dormí.

Desperté en una habitación con tres tipos, atado e inclinado hacia el frente,
con mi ano quedaba expuesto. Tenía una manzana en la boca, supe después
que ellos se la metieron por el trasero antes. Uno comenzó a tocarme, quitó
la manzana y metió su pene en mi boca. Era tan grande que casi me atraganté.
Quería escupir, escaparme, pero si lo intentaba me penetraban el ano en una
estocada larga y dolorosa. Sentía náuseas, quería vomitar, pero ellos no
tuvieron clemencia. Me tuvieron así como por cuatro horas. Al soltarme juré
que me vengaría de cada uno de ellos y empecé por tu amiga. —Manuel
hablaba tranquilo y con seguridad.

—¿Qué le hiciste a María? —continué con mis preguntas mientras grababa.

—Cuando subía en el ascensor me la encontré.

No le di tiempo a reaccionar, solo la cogí por un brazo y la llevé al cuarto de


sadomasoquismo.

Amarré sus manos al espaldar de la cama. La desnudé para jugar un rato con
ella, así cual gato juega con un ratón antes de darle la estocada final.

La acaricié, la probé una y otra vez, la penetré hasta el cansancio. Hice que
se tragara toda mi leche y no 370

La chica del burdel le di oportunidad de escupir. Luego comencé a torturarla,


le corté los pezones y su clítoris, luego la golpeé unas… cuarenta y cinco
veces con la fusta.

Ella ya no podía sostenerse, estaba débil, pálida y sangraba demasiado. Pero


no me importó, abrí sus piernas y le introduje un tubo curveado que entraba
perfectamente por su ano y su vagina. Ella se retorcía de dolor mientras yo
me reía. Cuando me cansé, enrollé un cable en su cuello y lo apreté hasta que
dejó de respirar.

Su confesión hizo que los vellos de mi piel se erizaran. Eran aterradoras sus
palabras, como escena sacada de una película de terror, pero no, esto era la
cruda realidad. Tenía un asesino frente a mí, despiadado y sin corazón.

—Perfecto, no más preguntas. Ahora, ¿qué te parece si jugamos otro juego


muy divertido? ¿Me permites atarte?

—Sí.

Sonreí, este era mi jaque mate. Tomé la soga que había comprado y amarré
sus piernas a la silla y sus manos a su espalda.

—Ahora sí, todo mío. —Detuve la grabación y él me miró con una tonta
sonrisa que me hubiese hecho dejarlo en libertad, pero lo dejé atado y me
escabullí al baño para llamar a Dylan—. Teniente, ya tengo listo a Manuel,
venga a buscarlo.

En lo que el teniente llegaba me di un buen baño para sacarme los rastros de


ese hombre. Tomé el celular y me aseguré de guardar bien su baile, sus
gestos de perro divertidos y la confesión.

371

Elba Castilloveitia 372

La chica del burdel 48

AMÁNDONOS

Rodrigo

Recibir una llamada tan tarde en la noche me sobresaltó. Me quedé pasmado


contemplando la luz parpadeante en la pantalla de mi celular.

—Buenas noches —respondí adormilado.


—Llamo para informarte que hemos capturado a tu padre. Chantal fue muy
astuta para atraparlo.

—¿En serio? ¿Chantal y las personas que amo ya no corren peligro?

—Ya no, además, tenemos el video donde tu padre confiesa el asesinato de


María de los Ángeles

—completó el teniente con satisfacción.

—Eso es tremenda noticia. Me quitas un gran peso de encima. Muchas


gracias.

—Agradécelo a tu novia, lo que tiene de linda lo tiene de inteligente y


valiente.

Era temprano en la mañana. Me levanté y me enfundé apresuradamente en un


mahón ajustado con una camisa azul marino de botones para ir a ver 373

Elba Castilloveitia a Chantal. Estaba ansioso por ver a mi princesa, quería


abrazarla, besarla, hacerle sentir lo importante que era para mí. Tenía la
sensación de que desde este momento nuestras vida iban a cambiar para
bien.

Al llegar a la casa de Chantal noté que todo estaba en silencio, por lo que
supuse debía estar dormida. Toqué el timbre e insistí mientras miraba el
reloj porque no quería llegar tarde a mi trabajo.

Las tardanzas eran inaceptables para mí. La puerta se abrió y una Chantal
adormilada y despeinada apareció frente a mis ojos. Nos miramos por varios
segundos y unas ganas avasalladoras de hacerla mía me invadieron. Me
contuve y la abracé como si hubiese pasado un siglo sin saber de ella.

—Lo hiciste, atrapaste tu peor pesadilla —dije emocionado. La envolví en


mis brazos dándole todo mi apoyo.
—En cierto momento lo dudé, pero luego todo se me dio en bandeja de plata.
Lo até y llamé al teniente Dylan, sólo faltó ponerle una moña de regalo. —
Chantal sonreía con evidente felicidad.

—Te amo. Ahora no habrá nada que pueda impedir que seamos felices.
Quiero compartir mi vida contigo. ¿Qué dices?

La sonrisa de Chantal se borró por un momento.

Se soltó de mi agarre y dio un par de pasos hacia atrás para luego darme la
espalda. Su actitud me dejó confundido, con el cuerpo frío ante su lejanía.

—Rodrigo… ¿Con qué cara voy a mirarte? Me acosté con tu padre, te dejé
sin él enviándolo a la cárcel. Mirarte a ti es… como verlo a él —dijo
apenada. La miré con la boca abierta.

—No me compares, no soy igual. Estoy tan feliz como tú, va a pagar por
todo lo que ha hecho. Ya era hora, ¿no? —La halé hacia mí tomándola de la
mano. Su cercanía era un oasis, un refugio en 374

La chica del burdel medio de la tormenta más despiadada—. No te alejes de


mí, sabes que te necesito —confesé y le di un casto beso en sus labios.

—Es que… —Puse mis dedos sobre sus labios para callarla.

—Es que nada. Te amo y me amas. Ya mi padre no hará nada por lastimarte y
estaremos tranquilos.

Quiero ser feliz a tu lado —le repetí mientras me perdía en el olor


almendrado de su cabello—. ¿Te parece si en la tarde paso por ti? Quiero
que vayamos a la playa, ver el atardecer juntos.

—Rodrigo…

—No digas nada, solo acepta. —Ella sonrió, pero su mirada de pronto
estaba vacía, triste—. ¿Qué tienes? Si tú no estás bien, no puedo estarlo yo.
Chantal, te amo, y quisiera que te metieras dentro de mí para que te des
cuenta de lo profundo de mis sentimientos. ¿Sabes qué? No iré a trabajar, me
quedaré contigo todo el día. No me quiero separar de ti —puse un mechón
rebelde detrás de su oreja.

—No es necesario, estaré bien —curveó sus labios en una aparente sonrisa
—. Anda, ve a trabajar —me dio pequeños empujones hasta dejarme fuera
de su puerta.

—Me botaste con estilo, pero me las cobraré.

Mi comentario le sacó una sonrisa y aquello bastó para iluminar mi día. Le


lancé un beso que ella simuló atrapar y salí directo a mi trabajo.

...

El día transcurrió sin contratiempo, aunque lo sentí lento, tal vez por las
ganas inmensas de ver a Chantal. Tan pronto dio la hora de salida fui a verla
a toda prisa.

—¿Lista para nuestra aventura romántica? —le pregunté en tono divertido


mientras ondulaba las 375

Elba Castilloveitia cejas.

Ella me regaló una sonrisa y se lanzó a mis brazos para besarme. Me dejé
llevar por el impulso, el beso se fue tornando más profundo y las caricias no
se hicieron esperar. Nuestras lenguas comenzaron a danzar jubilosas y probé
su sabor a menta. A los pocos segundos mi excitación comenzó a protestar
dentro de mis pantalones, palpitando para ser liberada.

—Rodrigo, te amo —susurró en mis labios.

Esas dos palabras fueron la chispa que terminó de encender la hoguera. La


cargué con sus piernas enredadas en mi cadera hasta la habitación. Metí mi
mano bajo su blusa, acariciando su piel desnuda, luego la dejé con cuidado
sobre la cama y me quité la correa. Nuestras miradas colisionaron cargadas
de deseo. Me incliné y volví a besarla mientras le quitaba la blusa de un
tirón. Verla tan perfecta sobre la cama me hizo desearla más. La contemplé
unos segundos y sin más me acerqué a sus pechos para echarlos en mi boca.
Escuché al instante sus gemidos delicados ante mis caricias y el roce de mi
lengua en sus pezones.

—Eres tan perfecta —susurré en su oído.

Sin decir nada se sentó al borde de la cama y sacó mi excitación para


probarla. Un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral. Cerré mis ojos
entregándome al placer que me generaba, sintiendo un cosquilleo tan intenso
que pronto acabaría derramado. Me separé y abrí sus piernas colando mi
lengua en su sexo. Chantal jadeaba, gemía y verla así me excitaba aún más,
así que introduje dos dedos dentro de ella para moverlos una y otra vez
haciéndola delirar de placer.

—No pares, no pares, por favor. —Escuchar aquella suplica de sus labios
me llenó de satisfacción. Acepté sin esfuerzo y continué el 376

La chica del burdel movimiento con mayor intensidad hasta que se corrió en
mis dedos. Chantal estaba extasiada, aun así, me coloqué entre sus piernas y
me adentré en ella.

—Eres deliciosa. —Mientras la embestía, me incliné para saborear de


nuevo sus pezones y jugar con ellos.

Comencé a moverme lentamente, estocada tras estocada el placer iba


aumentando de manera indescriptible. Ella gemía, jadeaba y se aferraba a mí
clavando sus uñas en mi espalda. La sentí temblar bajo mi cuerpo, así que
arremetí más fuerte haciéndola gritar de gusto. Nos entregamos a cada una de
las sensaciones que nos brindaba el sexo hasta que juntos llegamos al
clímax.

—Te extrañaba tanto —confesé mirándola a sus ojos color miel—. Te amo.

Nos fundimos en un cálido beso y en pocos segundos ya estaba listo para


volverla a llevar a la cúspide del placer. No quería separarme de ella, el
tiempo nunca era suficiente.

—Esto me gusta —expresó mirando mi miembro erecto que palpitaba


desesperado. Ella lo sostuvo en su mano mientras me miraba de forma
pícara, luego se dejó caer sobre mí y me adentré de nuevo.

Tomé el control al escucharla gemir. Sus senos danzaban al compás del


vaivén de sus caderas agitadas. Mi vista se deleitaba, ver su mirada dilatada
y sus ojos ardiendo de deseo era glorioso.

Hacerla mía una vez más, mi mayor perdición.

—Rodrigo —murmuró y no tuve dudas que por tercera vez alcanzaría el


cielo. Al poco tiempo cayó exhausta sobre la cama. La miré con una sonrisa
de satisfacción mientras acariciaba su cabello.

—Me encanta verte tan cachonda. —Un ligero rubor apareció en sus mejillas
y palmeó mi hombro con diversión.

377

Elba Castilloveitia

—¿Ya no iremos a la playa? —preguntó adormilada.

—¿Qué más da? Esto estuvo mejor.

De pronto mi teléfono comenzó a sonar, respondí sin mirar la pantalla.

—Hola.

—Ven a verme a la cárcel cuando puedas.

Necesito hablar contigo.

—No tengo nada que hacer allá. Hasta nunca

—corté la llamada sintiéndome descolocado.


Chantal me miró confundida.

—¿Quién era?

—Mi padre —respondí fríamente perdiendo mi mirada en el techo. La sentí


tensarse a mi lado—.

No temas, ya no podrá hacer nada. Te lo prometo.

—No me preocupa ya. De hecho, quiero que veas el vídeo. Te dije que me
vengaría y lo hice. ¿Qué mejor venganza que mandarlo a prisión?

Chantal buscó su celular y me mostró la grabación. A pesar de todo recuerdo


negativo no pude evitar reír al ver a mi padre haciendo de perrito y con cara
de payaso.

378

La chica del burdel 49


HASTA LUEGO
Chantal

Hacer el amor con Rodrigo, como todas las veces, fue mágico. Aun así, tenía
tantas interrogantes que realmente necesitaba sentirme libre. Quería amarlo
por completo, entregarme toda y no a medias. Lo amaba, como jamás pensé
que amaría de nuevo. Cuando murió mi esposo me cuestioné mil veces si era
capaz de volver a amar. Y

allí estaba, pensando en un hombre que se coló bajo mi piel como si nada,
deseando pasar el resto de mis días junto a él.

Había tomado decisión, y aunque doliera, aunque me consumiera por dentro


el dolor, lo haría para sanar. Dicen que si dos almas están destinadas a estar
juntas lo estarán sin importar el tiempo. Un conocido refrán dice que si amas
algo debes dejarlo libre, y si vuelve es tuyo, de lo contrario nunca lo fue.
Dejaré el tiempo pasar para reparar mi alma.

Me iré lejos junto a mi hijo, donde pueda 379

Elba Castilloveitia encontrarme a mí misma. Volveré a Estados Unidos, junto


a mi madre. Ella me necesitaba, últimamente su salud era delicada.
Aprovecharía para sanar mis heridas y volver a ser la Chantal que una vez
fui.

—¡Amiga! —la voz de Ana interrumpió mis pensamientos trayéndome de


vuelta a la tierra—. Te tengo una noticia. —Pude notar sus nervios.

—Ya sé, terminaste con Antonio —traté de adivinar. En los últimos días ella
y Antonio no lograban ponerse de acuerdo en nada, por lo que suponer una
ruptura no era tan difícil. Ana se sentó a mi lado.

—No, chica, algo mejor, por decirlo así.


—¿Mejor que dejarte? ¿Desde cuándo una ruptura es agradable? —cuestioné
en tono divertido para molestarla.

—Contigo no se puede, no quise decir eso. Me refiero a una buena noticia.

—Escúpela.

—Vas a ser tía.

Abrí mis ojos con sorpresa. Eso no me lo esperaba. La mirada de Ana


brillaba por la emoción, así que no me contuve y la abracé con fuerza. De
repente recordé la niña que perdí por culpa del viejo decrépito de Manuel y
mis ojos se nublaron.

—Me alegro mucho por ti, amiga. De verdad que te lo mereces. Un hijo es el
mayor regalo de la vida.

—Así es. —Volvimos a abrazarnos, esta vez dejando que las lágrimas
cayeran.

—¿Le dijiste a Antonio? —El semblante de Ana palideció por un momento.

—Me acabo de enterar.

—¿Por qué te pones así? —puse mi mano sobre la suya—. Todo estará bien,
ya verás.

—Es que tengo miedo, no sé si pueda lidiar con 380

La chica del burdel un embarazo sola. No sé si Antonio lo aceptará, no sé si


seré buena madre siquiera. Por lo menos te tendré a ti, sé que me vas a
apoyar y serás una buena tía. ¿Verdad?

El silencio hizo su espacio entre nosotras. La miré apenada, ya que aún no le


había dicho mi decisión.

—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?


—Te tengo que contar algo.

—¿Qué?

—Me voy —escupí de prisa, como si la vida dependiera de ello.

—¿Qué? ¡No puedes hacerme esto!

—¿Por qué no?

—Tienes tu vida aquí. Rodrigo te ama y eres mi única amiga. Chantal, no


puedes dejarme. —Ana se echó a llorar desconsoladamente. No pude evitar
sentir un nudo en mi garganta.

—Hey, mírame. Tú harás tú vida junto a Antonio y tarde o temprano tendré


que hacer la mía, no podemos estar pegadas para siempre. Sé que llevamos
largos años de amistad, pero estaré para ti, pase el tiempo que pase, viva en
el final del mundo o a tu lado. Ya no llores, por favor. Ven acá.

—La abracé mientras sus lágrimas caían en mi camisa. Entendía su reacción,


ella era un pilar importante en mi vida, tanto como yo para ella. La
extrañaré, pero era necesario irme.

Rodrigo:

Quizás al leer esta carta me encuentre lejos. Seré breve y espero que me
entiendas y respetes mi decisión.

Te amo con toda mi vida, pero necesito tiempo para sanar y olvidar todo lo
malo que viví estos últimos meses. No me siento completa y no puedo
entregar algo 381

Elba Castilloveitia a medias. En el amor se da todo o nada. Solo te pido que


me comprendas, quiero reencontrarme a mí misma, por mí, y para que te
sientas orgulloso de la mujer que tienes a tu lado. No quiero que en algún
momento te avergüences por lo que en un momento fui. No es un adiós, tan
solo es un hasta luego, sé que estamos destinados a encontrarnos. Te amo, no
lo olvides nunca.

Chantal

P.S.: Mi corazón seguirá siendo tuyo, más allá de las estrellas, desde ahora y
por siempre.

Era consciente de las lágrimas que rodaban por mis mejillas al escribir. El
dolor de tener que alejarme una vez más del amor de mi vida me consumía,
pero es necesario. Solo esperaba poder sanar mi alma y recuperar mi
dignidad, la que perdí el día que decidí ser la chica de burdel.

Seguro que muchos pensarían que mi decisión era estúpida. Sabía que
Rodrigo me amaba y que ya no tenía una doble vida, pero necesitaba
desaparecer de Alemania para encontrar a la Chantal que se perdió en el
camino. Las despedidas duelen, por eso decidí escribir la carta. El adiós por
escrito duele menos que aquel que se dice de cara a cara.

Estaba decidida, me marcharé, cruzaré los mares y que el tiempo se encargue


de repartir suerte.

Horas antes de partir decidí que era hora de enfrentar a Manuel. Quizá
mirarlo a la cara me haría sentir libre, o burlarme para mostrarle quién ganó
la batalla. Quería decirle tantas cosas guardadas que de no hacerlo
terminaría asfixiándome.

Eran las diez de la mañana y me encontraba sentada en un amplio salón con


varias mesas y dos sillas para cada una. En ese lugar los confinados recibían
sus visitas semanales. Mis manos sudaban, 382

La chica del burdel estaba nerviosa. No sabía cuál sería la reacción de


Manuel al verme, pero debía afrontarlo.

La puerta se abrió y el guardia puso frente a mí a un Manuel distinto. Se


notaba más delgado, tenía grandes bolsas oscuras bajo sus ojos y su aspecto
era deplorable.
—Mira a quién tenemos aquí, Chantalsita —dijo con su voz cargada de
frustración y resentimientos.

—Hola,

Manuelito

—sonreí

mirándolo

fijamente—. ¿Qué se siente estar en la ratonera donde hace mucho debiste


estar? —usé el mismo tono.

—Eres una… —Su mirada llena de odio me intimidó por un instante, pero
no lo demostraré.

—¿Una qué? —interrumpí—. Soy la mujer que fue capaz de hacer lo que
muchos dudaron. Una mujer decidida a destruir a su peor pesadilla. ¿Te
parece poco? —alcé el tono de mi voz, haciendo gestos exagerados con mis
manos. Quería que todos se enteraran de la clase de basura que era ese
hombre—. Mírate, eres una porquería, no vales nada, un puerco. Sí, así
como una vez me lo dijiste a mí. ¿Te acuerdas? —Manuel se recostó del
espaldar de su silla cruzando sus brazos en su pecho y mirándome fijamente
como si no le importaran mis palabras—. Dime, ¿qué se siente? —Me
incliné hacia adelante apoyando mis dos manos sobre la mesa.

—No estaré aquí toda la vida, y cuando salga te buscaré hasta debajo de las
piedras. Te mataré sin un ápice de misericordia. ¡Maldita, perra!

—¿Me matarás? —solté una carcajada—. No me digas, el día que lo intentes


ya estarás muerto. —Me levanté para darle la espalda y marcharme, pero sus
próximas palabras hicieron detenerme.

—¿Para eso viniste? ¿A burlarte?

—No, fíjate, vine a darte sexo oral. ¡Ops! Se me 383


Elba Castilloveitia olvidaba, lo tienes tan pequeño que apenas roza mis
labios. —Volví a girar mientras escuchaba los murmullos y risas distantes.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en mis labios y con mi cabeza erguida salí
del lugar.

Suspiré al salir por la puerta de esa deprimente cárcel. Me sentí liberada al


decir todo lo que tenía aprisionado en mi pecho. Se sintió jodidamente bien,
ver su cara desencajada y llena de ira. Había callado tantas veces por miedo
o por evitar situaciones… Ahora sentía mi alma liberada, lista para empezar
una nueva vida donde me volvería a encontrar.

384

La chica del burdel 50


NEW YORK
Rodrigo

Ana llegó llorando a mi casa. No entendía sus razones para estar tan
desconsolada, pensé que se había peleado con Antonio y que necesitaba de
mis consejos.

—Se ha ido, haz algo por favor. No dejes que se vaya —sollozaba.

—¿De qué hablas? No te entiendo. ¿Antonio se fue?

—Chantal… Chantal se fue. —Sus palabras fueron como un balde de agua


fría. Mi corazón dejó de latir mientras trataba de asimilar lo que mis oídos
escuchaban.

—¿Estás segura? Eso no puede ser verdad. Ella no me puede dejar. Nos
amamos, anoche hicimos el amor y fue especial. Ella no puede irse.

La incredulidad me tomó preso. No quería creer que se había ido, que me


había abandonado. Le dije mil veces que juntos podríamos afrontar lo que
385

Elba Castilloveitia fuera. Miré al cielo pensando que alguien allá arriba
podría escucharme y bajar a contestar cada una de las preguntas que se
estaban aglomerando en mi pecho.

—Se ha ido. Te dejó esta carta, toma —me extendió un papel doblado por la
mitad.

Al principio me rehusé, pero la intriga de saber sus motivos me hizo


extender mi brazo y tomarla.

Con dedos temblorosos abrí la carta y leí.

—¿Tiempo? ¿Para qué? —cuestioné confundido.


—Lee bien, se siente rota, vacía, dice que no puede entregar algo
incompleto. En el amor se entrega todo o nada.

No podía asimilarlo, no podía creer que una vez más me quedaría sin ella.
Comencé a caminar por toda la casa a la vez que me pasaba las manos por la
cabeza, desesperado y repitiendo en mi mente que todo era una estupidez.

—¿A dónde se ha ido? —logré articular con mi voz quebrada.

—A Estados Unidos. Me pidió que no la busques, que respetes su decisión.


Rodrigo, dale tiempo, de todas formas si están destinados a estar juntos lo
estarán pase el tiempo que pase.

Ana se marchó dejándome destrozado y lloroso como un niño. Me sentía


devastado, creí que, al encerrar a mi padre, podríamos ser felices y seguir
adelante con nuestras vidas. Pero no, el destino tenía que insistir en
separarnos cuando lo único que queríamos era amarnos.

El dolor se acumulaba en mi pecho mientras los días sin ella transcurrían


lentamente. A veces me sentía tranquilo abrigando la esperanza de que
regresaría, pero había días en que mi desespero por verla me frustraba. En
ocasiones deseaba correr a buscarla y tenerla en mis brazos para que nunca
más se alejara. Comencé a refugiarme en la bebida 386

La chica del burdel porque era lo único capaz de aliviar mis penas.

Pasaban los días y su recuerdo me torturaba sin contemplación, días sin


poder dormir bien, buscando una explicación para acostumbrarme a vivir sin
ella.

Todo me recordaba a Chantal, sus canciones, su perfume, hasta las cosas más
simples. Me preguntaba mil veces si estaría bien, si me estaría extrañando, si
le haría tanta falta como ella a mí.

Deseaba que alguien me mostrara cómo podía vivir sin ella, que alguien
tuviera la osadía de decirme que hacer sin sus besos y sin sus caricias.
Unos golpes en la puerta me sobresaltaron.

—Hey, brother… ¿Cómo te sientes? —preguntó Antonio al ver mi semblante


descompuesto una vez cruzó la puerta.

—Destrozado, siento que una parte de mi vida se fue. No me siento completo


sin ella.

—Olvídala, busca en qué distraerte. Te hará bien

—sugirió con lástima.

—No me pidas que la olvide cuando mi corazón lo tiene ella, cuando en mi


mente solo está su recuerdo. Ya no puedo más, créeme que intento, pero se
aferró tanto a mi alma que no puedo olvidarla.

387

Elba Castilloveitia 388

La chica del burdel

DOS AÑOS DESPUÉS...

389

Elba Castilloveitia 390

La chica del burdel Había pasado mucho tiempo desde su partida.

Me seguía cuestionado las mismas preguntas como si fuera un disco dañado


que repite la misma canción. No dejé de pensar en ella, de desear
encontrarla para no soltarla jamás. Ana y Antonio habían sido mi única
compañía, si no fuera por ellos mi vida hubiese tomado otro rumbo. Quizás
estaría al borde de la locura o hubiese atentado contra mi vida. ¿De qué
valía vivir si no tenía lo que amaba?
Hacía un año y tres meses Dios les dio a Ana y Antonio la dicha de ser
padres de un hermoso varón, era hermoso, un niño regordete, con ojos
verdes y cabello negro como su padre al que decidieron llamar Jacob. Era
feliz por ellos, aunque al principio sentí algo de envidia. Antonio tenía a la
mujer que amaba a su lado y con un hermoso hijo.

Cada día le preguntaba a Ana por Chantal, pero ella solo me daba escuetas
contestaciones que no me convencían del todo, respuestas que no
alimentaban mi esperanza de que regresara algún día y poder estar juntos.

—Ana… —la llamé para captar su atención.

—Ya vienes… —respondió con voz cansina—. Sé lo que vas a preguntar y


sí, ella está muy bien.

—Negué sonriendo. En estos dos años habíamos formado una bonita amistad
y me pude dar cuenta por qué mi amigo estaba tan enamorado de esa mujer.

—Por favor, dime dónde encontrarla. Iría hasta el fin del mundo por ella.
Quiero verla —le pedí abrigando la esperanza de ablandar su corazón.

—Okey, te lo diré. Creo que ya es hora de que se vuelvan a ver, además


estoy segura de que ella no te ha olvidado. —Ana apuntó una dirección en un
papel y luego de volver a meditarlo me lo entregó—.

Espero que Chantal no me mate por esto. Me 391

Elba Castilloveitia suplicó y me hizo prometer que no te diría nada

—confesó preocupada.

—No te preocupes, cuando la vea le diré que contraté un detective privado o


a los agentes especiales que buscan gente desaparecida —sonreí divertido.

—Ajá, y ella siendo tan ilusa te creerá

—respondió con sarcasmo.


—No me pelees, deséame suerte. Hoy mismo si es posible volaré a Estados
Unidos. —Le di un eufórico beso en la mejilla y corrí a buscar en las
aerolíneas el próximo vuelo a New York.

Navegué por internet hasta encontrar un boleto a buen precio. El vuelo


estaba pautado a salir en tres horas. Sin aspavientos preparé mi equipaje que
solo constaba de una muda de ropa y llamé a Antonio para que me llevara al
aeropuerto. Una vez ahí busqué el área designada para abordar el avión y me
detuve a mirar la ciudad por el ventanal acristalado. La ciudad se veía
enorme. Entré, tomé asiento, cerré los ojos y le permití a mi mente viajar al
futuro donde no dejaba de imaginar la reacción de Chantal. Estaba ansioso,
me sudaban las manos.

No me importaban las razones que tuvo para dejarme, no me importaba nada


del pasado, solo la quería a ella y construir un mundo a su lado, uno donde
fuéramos felices por siempre.

La azafata anunció que habíamos llegado a suelo estadounidense. Miré por la


ventana del avión y todo se veía impresionante. La imponente Estatua de la
Libertad se alzaba en la costa de New York.

Me bajé con evidente ansiedad, recogí el equipaje y llamé a un taxi.


Mientras iba sentado en la parte trasera del auto perdí la vista por la
ventana. Estaba 392

La chica del burdel en medio de una enorme ciudad de enormes rascacielos


y calles abarrotadas de gente. Solo se escuchaba el bullicio y los sonidos de
los autos que corrían como antorchas por la carretera. Letreros, anuncios,
afiches pegados en los edificios, todo increíble. En un punto el taxista me
indicó que más adelante no podía pasar, por lo cual decidí caminar.

Iba por las calles leyendo el papel ya arrugado que me había entregado Ana.
La dirección me ubicó frente a un edificio enorme con un pequeño cartel que
decía Archstone Midtown West. Era un edificio majestuoso que constaba de
cuarenta y un pisos con cuatrocientos cuarenta apartamentos. No podía creer
que estuviera en la ciudad de New York, la más poblada de los Estados
Unidos. Llegué hasta el ascensor donde presioné el número 39 y una vez en
el piso busqué el apartamento #315. Me detuve frente a la puerta y pulsé el
timbre decidido. Miré a mi alrededor, no había nadie ni se escuchaba nada,
solo un silencio sepulcral tal que si lanzaba un alfiler haría estruendo.

Después de dos años, cruzar el océano para reencontrarme con el amor de mi


vida me hizo sentir repentinos nervios incontrolables. ¿Cuál será la reacción
de ella al verme? ¿Huirá de mí? ¿Me hablará? Sentía mi corazón latir
desbocado. Sin pensarlo, y con manos temblorosas, pulsé nuevamente el
timbre del apartamento. Perdí la mirada en el impoluto suelo de mármol
mientras esperaba, hasta que escuché pasos al otro lado. Mi corazón iba
como un tren a toda marcha, cortando con rapidez el aire de mis pulmones.

La puerta se abrió y me decepcionó al ver una señora mayor sosteniendo una


niña de ojos grises en sus brazos. La señora me miró confundida.

—¿Le puedo ayudar en algo, joven? —Su voz amable me trajo de vuelta.

393

Elba Castilloveitia

—S-sí. Sí. ¿Aquí vive Chantal? —pregunté inseguro.

—Ella…

Una de las puertas interiores se abrió y vi a Chantal salir. Al instante mi


corazón dio un vuelco mientras me contenía por correr hacia ella.

Nuestras miradas se conectaron mientras caminaba confundida hacia mí.

—¿Rodrigo? ¿Eres tú? —preguntó llevándose las manos con sorpresa a la


boca. Vi sus ojos llenarse de lágrimas junto a un atisbo de brillo.

—Chantal…, te he extrañado —confesé tratando de romper el silencio de


nuestro repentino encuentro. Me acerqué para rodearla con mis brazos, pero
ella me evadió por instinto.

—Tenemos mucho de qué hablar —dijo con seriedad. Su mirada me hizo


estremecer.

Esperaba no haberme equivocado en venir.

394

La chica del burdel 51


CON EL ALMA ROTA
Chantal

Me sorprendió ver a Rodrigo parado en la puerta de mi apartamento. En


realidad era de mi madre.

Tuve que restregarme los ojos para asimilar la realidad y darme cuenta de
que no era un simple espejismo. En estos años no había podido sacarlo de mi
mente. Sus ojos quedaron grabados en mi alma, tatuados en mi corazón. Por
más cosas que hice para olvidarlo todo fue imposible. Mi alma le pertenecía
y la de él a mí. Lo amaba con todo mi corazón y lo amaría el resto de mis
días. De eso estaba segura.

—¿Rodrigo? ¿Eres tú? —fue lo único que logré articular al ver su perfecto
rostro frente a mí.

No supe cómo reaccionar, lo que sí sabía era que estaba feliz de tenerlo
frente a mí, mirándome, inspeccionando cada centímetro de mi cuerpo,
buscando algo que le indicara que aún era suya. Me sentí muy mal al evadir
su abrazo, pero no sería 395

Elba Castilloveitia capaz

sintiéndome

culpable

de

haberlo

abandonado. Fui egoísta, pero era necesario para reencontrarme.

—Tenemos que hablar —le dije seriamente, gesto que lo dejó paralizado, y
de verdad lo entendía. No estuvo en mí actuar así, pero no sabía qué hacer
luego de dos años. Le debía una disculpa, aunque…

no tenía claro lo que pasaría con nosotros, ni siquiera si existirá un nosotros.

—Chantal, te he extrañado tanto. No me importa nada de lo que haya pasado,


solo quiero que construyamos un futuro juntos. No tienes que disculparte por
nada, entiendo tus razones. Solo te pido que volvamos a intentarlo, que
dejemos atrás todo y escribamos una nueva historia, que tracemos en
nuestras vidas un nuevo destino —se apresuró a decir con voz temblorosa y
ojos cristalizados.

—Dame un segundo —le pedí para cambiarme de ropa. Con rapidez me puse
un pantalón largo, una camisa gruesa y unas zapatillas deportivas. En Nueva
York ya se sentía el frío invernal—. Vamos a dar una vuelta mientras
conversamos por el camino

—sugerí al tomar mi celular y un poco de dinero que tenía guardado.

Caminamos en silencio hasta una pequeña cafetería que quedaba cerca.

—¿Quieres un café? —Negó con la cabeza—.

¿Chocolate caliente? ¿Agua? ¿Soda?

—Chocolate está bien —respondió tímidamente.

Lo miré para regalarle una sonrisa y fui a comprar dos chocolates y un pastel
de limón. Al llegar dejé todo sobre la mesa, Rodrigo sonrió al ver el pastel.
De repente, nuestras miradas se conectaron y el silencio nos envolvió. La
intensa mirada de Rodrigo hizo que mi rostro se sonrojara.

Bajé la cabeza y puse un mechón de cabello detrás de mi oreja.

396

La chica del burdel


—Rodrigo —rompí el silencio sin saber por dónde dirigir mis palabras—.
Durante estos dos años todo dentro de mí ha cambiado. No soy la misma.
Incluso tenerte frente a mí me hace sentir extraña. Te siento como un
desconocido. —Mis manos no dejaban de jugar con el servilletero sobre la
mesa. Estaba muy nerviosa y él no ayudaba para nada al tener sus ojos
puestos solo en mí. Su mirada desencajada tenía un ápice de tristeza que me
lastimaba el corazón. No quería lastimarlo—.

Rodrigo, si vine para acá fue porque me sentía vacía. Quería olvidar todo lo
que viví al otro lado del mundo. No ha sido fácil y… cuando siento que lo
estoy superando, apareces de la nada para arrastrarme de nuevo a mi pasado.

—¿Tan superficial fue todo lo que viviste conmigo? —su pregunta fue como
una cachetada—.

¿Acaso lo nuestro no significó nada para ti? Te amo con todas las fuerzas de
mi corazón. Superé mis miedos a la alturas para encontrarme contigo. No
esperaba que me fueras a rechazar de este modo.

Me siento tan dolido, Chantal —confesó con sus ojos nublados por las
lágrimas mientras que mi corazón se achicaba cada vez más.

—Solo necesito tiempo.

—¿Dos años no te fueron suficientes? Porque para mí han sido eternos.

—Rodrigo… —puse mi mano sobre la suya, pero la apartó como si mi tacto


quemara.

—No me entiendes. Te amo como a nadie en la vida. Te necesito cerca de mí


y tú simplemente me rechazas —se quejó dolido.

—No te estoy rechazando, solo te digo que me siento diferente a tu lado,


como si estuviera con un extraño. —Miré sus ojos tristes que me observaban
suplicantes.

—Si te soy un extraño comencemos de nuevo, 397


Elba Castilloveitia seamos amigos, volvamos a empezar, pero quiero estar
contigo el resto de mi vida. Quiero ayudarte a superar el pasado. Quiero ser
quien te sostenga cuando estés a punto de caer o aquel que cuando caigas te
ayude a levantar. No me alejes de ti, déjame estar a tu lado.

Lo miré con lágrimas en mis ojos, ya no podía contener el nudo que se


formaba en mi garganta.

—El tiempo me ha hecho entender que todo lo que pasó fue necesario para
hacerme más fuerte.

Me hizo entender que de los errores se aprende.

Cada golpe de la vida te hace madurar, te hace crecer y apreciar los


momentos fugaces en que fuiste feliz. Aprendí que nada es eterno, que lo que
crees difícil acabará y volverás a sonreír. ¿Sabes? Si tuviera dinero me
gustaría ayudar a todas esas chicas a dejar esa vida. Quizás aquellas que al
igual que yo solo entraron por necesidad pero se les hace difícil salir. Lo
que se vive en ese lugar es terrible, sí tienes buena paga, pero tu dignidad y
autoestima como mujer desaparecen. Lo que se vive en ese lugar es tan
horrible, Rodrigo. Tú no sabes lo que es sentirse usada, pisoteada,
manoseada por cuanto hombre entra ahí. Es horrible que te miren como carne
y que hagan contigo lo que quieren para luego mirarte con desprecio o tirarte
unas monedas al piso como si fueras una basura. No es fácil. Traté de
salirme tantas veces, pero tu padre me hacía volver con chantajes. Me sentí
sucia y…, no merecías alguien como yo —finalicé perdiendo mi vista por la
ventana.

—Entiendo que no haya sido fácil. Déjame estar a tu lado y ayudarte a


superar lo que te falte.

Déjame estar contigo de ahora en adelante. Créeme cuando te digo que no me


importa nada malo de tu pasado. Solo quiero amarte y comprenderte. Te amo
—acarició mi mejilla con ternura.

398
La chica del burdel

—¡Es que no puedo! —alcé la voz y me levanté de la mesa sintiendo mi


corazón oprimido. Rodrigo no tardó en levantarse para quedar a mi altura.

Me costaba respirar, por lo que no dudé en salir para tomar aire fresco, a
pesar de escuchar sus pasos apresurados tras de mí.

—Chantal… —me llamó tomándome de la mano con delicadeza—. Te amo y


quiero que lo grabes en tu mente. —Acunó mi rostro entre sus manos y me
besó con posesividad. Me dejé llevar porque lo anhelaba tanto como él—.
Si no quieres que esté a tu lado, lo entiendo, pero no pretendas que saque
todo lo que tengo en mi pecho, no puedes borrar mis sentimientos. Me
regreso a Alemania, siento haberte incomodado pero mi cuerpo reclamaba tu
presencia, yo solo… no podía más.

Me soltó de su agarre y no supe si salir corriendo o quedarme. Una parte de


mi quería estar a su lado mientras que la otra necesitaba alejarse de todo lo
que sufrí. Tenía miedo de enfrentarme con mi pasado.

—Perdóname —es lo único que logré articular para luego darle la espalda y
caminar hacia mi apartamento.

El cielo se había tornado de un tono gris mientras las finas gotas de lluvia
caían sobre mi cabeza, terminando mezcladas con mis lágrimas.

«Lo perdí, pero es lo mejor», traté de consolarme.

Llegué a mi apartamento y mi madre me observó confundida.

—¿Qué tienes? Ese muchacho es…

—Rodrigo —la interrumpí en un susurro.

—¿Qué te dijo? Se ve que te ama, vino desde Alemania a buscarte a pesar


del tiempo que ha pasado. En tu lugar, me sentiría feliz.
—No es tan fácil, mama. Algo cambió dentro de mí. Me sentí como una
extraña a su lado, lo 399

Elba Castilloveitia rechacé. No sé qué hacer, lo amo, pero no puedo estar


con él.

De pronto comencé a llorar desconsoladamente.

—¿Le dijiste lo de Ali…?

—¡No, mamá! No creo que me perdone que le haya ocultado algo tan
importante por dos años.

—Sabes que nunca estuve de acuerdo con tu absurda idea de mantener el


secreto. Aun así, respeté tu decisión. Eres adulta y sabes lo que haces.

Escuché mi teléfono sonar antes de lograr responder. Al mirar la pantalla vi


que era Ana.

—Amiga, ¿cómo estás?

—Te dije que no le dijeras dónde encontrarme

—le reclamé.

—Discúlpame, pero ya ha pasado tanto tiempo que pensé que era el


momento adecuado. Chantal, lo amas y no has podido olvidarlo. No entiendo
por qué insistes en alejarte cuando tu corazón le pertenece. Sabes muy bien
que tu corazón exige su otra mitad. No puedes evadir tu destino. Por cierto,

¿dónde está Rodrigo? ¿No está contigo?

—No.

—¿Qué pasó?

—Se fue.
—¿Se fue o lo botaste? No dejes que se vaya, es el amor de tu vida, no lo
dejes escapar. ¡Serás estúpida! Si estuviera allá te arrastraría del cabello
hasta que lo aceptes en tu vida. Eres una buena pendeja.

—Gracias por el cumplido, pero ¿ya para qué?

Que haga su vida en Alemania, me quedo aquí para hacer la mía.

—No puedes hacer eso, él viajó por ti. Es que tenías que ver la cara de
felicidad que puso cuando le di tu dirección, no tenía precio, había que
enmarcarla. Sus ojos se iluminaron como un niño 400

La chica del burdel en navidad. Te ama de verdad, no puedes hacerle esto.

—Lo siento, me duele, pero ya es muy tarde

—respondí con angustia.

—¡Ve y búscalo! —exigió mi madre desde la cocina, quien al parecer estuvo


escuchando mi conversación con Ana. Dejó todo sobre el tope de la cocina y
se sentó a mi lado—. Hija, debería buscar a ese muchacho. Lo amas. Te he
visto en estos dos años mirando su foto con melancolía. Te he visto derramar
tantas lagrimas día y noche. Es hora de que seas feliz. —Me haló hacia ella
para abrazarme con ternura.

401

Elba Castilloveitia 402

La chica del burdel 52


SER PADRE
Rodrigo

Estaba esperando el próximo vuelo rumbo a Alemania. Me sentía frustrado,


viajar a Estados Unidos con la esperanza de tener una reconciliación con
Chantal y todo para nada. Había perdido la ilusión y la poca esperanza que
quedaba, cayendo todo al suelo para quebrarse como pequeños cristales.
Pensé que su amor por mí era igual o más grande que el mío. ¡Cuánto me
equivoqué! Sentía mi corazón triste y un espeso nudo en mi garganta, quise
llorar, sacar todo el amor que sentía acumulado en mi pecho por esa mujer,
pero no era posible. Por más que le supliqué, por más que le dije que juntos
podríamos enfrentar todo, se negó.

Si tan solo me hubiese dado una oportunidad. Si tan solo hubiese echado a un
lado el pasado para estar junto a mí.

Las lágrimas comenzaron a nublarme la vista.

Sabía que tan pronto abordara el avión esto 403

Elba Castilloveitia quedaría en el olvido. Mi corazón le pertenecía, le


entregué mi alma y solo con ella me sentía completo. Quité las lágrimas de
un manotazo y me puse de pie. El vuelo estaba próximo a salir. Le notifiqué a
mis amigos para que me fueran a recoger al aeropuerto, dejando en claro la
hora y el número de vuelo.

—¡Rodrigo! —Una voz conocida me llamó. Mi corazón dio un vuelco


mientras mis ojos buscan a la dueña. Sentí mi boca secarse al verla parada a
varios pies de distancia llamándome suplicante—.

¡Rodrigo! —hizo un gesto desesperado con la mano para captar mi atención.

Chantal aligeró su paso entre la gente, esquivando cada persona con


destreza. Su gesto me hizo sentir confundido y feliz a partes iguales. Al
llegar enrolló sus brazos alrededor de mi cuello.

—No puedes irte —dijo agitada mientras unía sus labios a los míos y nos
fundimos en un intenso beso.

—Chantal, mi Chantal… Te amo, no sabes lo que me hiciste sentir al


rechazarme. Eres mi todo, sin ti no estoy completo, te necesito en mi vida —
confesé abrazándola a pesar de temblar de emoción.

—No te puedes ir. Estos dos años sin ti han sido… una agonía. Te he tenido
presente día a día, desde la mañana al atardecer. Además, hay algo que debo
confesarte —añadió con rostro serio.

—Dime lo que sea, por favor —le pedí desesperado.

—No es el mejor lugar. Mejor olvídate de viajar y vamos a un lugar más


tranquilo y relajado. Es importante lo que te diré.

Fuimos en su auto a un lugar apartado, era un parque que quedaba a unas


cuadras de su apartamento. Nos sentamos en una banca frente a una fuente
que se iluminaba con distintos colores.

404

La chica del burdel

—Tienes mi atención.

—No sé cómo decirte esto… Yo… Tú… Bueno, en realidad nosotros…

—¡Dime, por favor! —solté con ímpetu.

—Tienes una hija —escupió sin más. Su confesión me dejó con la boca
abierta y sin palabras por varios segundos. Entonces entrelazó su mano con
la mía.

—¿Qué… dices?
—Tres meses, luego de llegar a Estados Unidos, comencé a sentirme mal.
Todo me caía mal, tenía vómitos constantes, nauseas. No importaba lo que
comiera

siempre

terminaba

en

el

baño

devolviéndolo todo. Fueron unos meses difíciles. Mi mamá se preocupó y


me insistió para que fuera al médico. Me hizo unos análisis de sangre,
incluyendo una prueba de embarazo. Para mi sorpresa… la prueba salió
positiva, esta vez no tuve dudas. Sabía que era tuyo y lo amaría, porque era
el único pedazo de ti que me quedaba. —Hablaba con tranquilidad, como si
la noticia fuera sencilla de asimilar.

—Tú me tienes por completo, si insistes en dejarme es porque así lo quieres,


pero dime,

¿dónde está? ¿Cómo se llama? —pregunté ansioso.

—Es una niña preciosa. ¡Se parece tanto a ti!

Perdóname por ocultarte algo así. Perdóname, por favor, por ser tan egoísta.
Entiéndeme, quería sanar mis heridas, quería estar bien conmigo antes de
estar contigo. ¿Me… perdonas?

—Ya te dije que no me importa el pasado. Quiero una vida junto a ti hasta el
final de mis días.

—Acuné su barbilla con mis dedos y la besé con intensidad, perdiéndome en


su aliento con olor a menta que tanto me gustaba—. Te Amo —completé y
ella sonrió en mis labios.
Llegamos a su casa como dos adolescentes 405

Elba Castilloveitia enamorados tomados de las manos.

—Espera un momento —solicitó mientras se perdía en una de las


habitaciones. A los pocos segundos salió con una niña de ojos grises, piel
blanca y cabellera castaña oscura. Tal como dijo su madre, era hermosa.

—Ella es Aleisha, tu hija. Saluda a papi, mi amor

—le dijo a la niña, quien escondió su rostro en el cuello de Chantal.

—Hola, Aleisha, soy papi —respondí en tono infantil tratando de creer mis
propias palabras.

Extendí mi brazo para rodear a Chantal. Era tan grande lo que sentía que no
pude contener lágrimas de emoción—. Te prometo que lucharé por hacerlas
feliz. Por cierto, ¿dónde está Echy?

—Está haciendo tareas con un amigo del colegio.

Se aburre mucho aquí solo, así que cuando me pide salir le doy permiso.

—Me imagino, debe estar grandote.

—Así es, se cree todo un hombre. Es muy inteligente, en el colegio saca puro
diez —dijo orgullosa.

—Lo de inteligente tuvo de quién sacarlo y acabo de comprobarlo.

Chantal enchinó sus ojos sin comprender.

—¿Cómo que acabas de comprobarlo?

—Eres demasiado astuta e inteligente, me has aceptado de nuevo en tu vida,


otra en tu lugar se perdería a este tipo tan guapo —respondí en tono
divertido. Ella me dio un manotazo en el brazo—.
¡Ouch! Por lo visto estás más fuerte —me quejé.

—Si quieres… te muestro dónde tengo mi fuerza

—respondió pícara mientras me guiñó un ojo.

—Me agradaría comprobarlo, y de paso mostrarte un par de trucos de


fuerzas que he aprendido —le seguí el juego.

—Ten, toma la niña, cárgala. —Me negué de 406

La chica del burdel pronto con temor—. ¡Cárgala, por el amor de Dios!

—exigió al ponerla en mis brazos.

—Creo que va a llorar, no me conoce. —Extendí los brazos para entregarle


a la niña que comenzaba a hacer pucheros.

—Es tu hija, tranquilízala —ordenó como si fuera tan fácil.

—Pero tú eres su madre y apenas se enteró hace poco que tiene padre. No
podemos traumatizarla así, anda, toma.

Chantal tomó a la niña en sus brazos y sacó uno de sus pechos para
amamantarla. Me pareció una escena tan tierna que me hizo pensar en los
milagros de la vida. Aún no asimilaba que esa niña de un año y medio más o
menos fuese mía. La pequeña se durmió en brazos de Chantal y la seguí para
ver cómo la dejaba en su cuna.

—¿Ves?, no es tan difícil.

—Para ti, pero yo no tengo pechos —hice un gesto con mis manos como si
estuviera sosteniendo mis pechos. Ella sonrió—. Ahora necesito que me
muestres tu fuerza —la tomé por la cintura con posesividad.

—No podemos aquí, mi mama está ahí. Ven, vamos a un lugar mejor —
respondió tomándome de la mano para luego halarme casi a rastras fuera del
apartamento.
Chantal me guio por unas escaleras hasta llegar a la azotea del edificio.

—¿Aquí? Espero que no me vayas a lanzar para comprobar tu fuerza. Mejor


ya no quiero saber

—retrocedí varios pasos sin despegar mi mirada de sus ojos color miel.

—Bobo, claro que no. Siempre quise hacerlo al aire libre. ¿Tú no? —La
miré divertido.

—Sería interesante intentarlo. —Rodeé su cintura con mis brazos y ella se


dejó atraer mientras 407

Elba Castilloveitia nos fundíamos en un intenso beso—. Te extrañé

—confesé contra sus labios.

Todo lo que tenía acumulado por estos dos años afloró sin espera. Me dejé
llevar. La azotea era amplia, se podía observar toda la ciudad de Nueva
York. El atardecer caía sobre la ciudad pintando el cielo de tonos
anaranjados, plasmando una bella obra de arte.

Nos besamos lentamente y la fui acercando a una pared que había en el


centro de la azotea. La acorralé mientras la besaba con posesividad, sin
darle tregua a escapar de mi agarre. Ella comenzó a tocar mi miembro sobre
el pantalón. Estaba listo, palpitando fuertemente por sentirlo dentro de ella.

Me bajó la cremallera y lo acarició de forma sensual. Su tacto me tenía


desesperado, se sentía delicioso. Por fin lo sacó y comenzó a saborearlo
lentamente, con delicadeza, mientras crecía peligrosamente en su boca,
relamiendo cada centímetro. Ver sus ojos cargados de deseo me llevaba al
límite. Cada lamida me transportaba al cielo, caía y volvía a elevarme, pero
con más intensidad.

—¿Te gusta mi fuerza? —preguntó juguetona.

—Creo que no eres tan fuerte como creí


—respondí tentándola por más.

—Te mostrare mejor mi fuerza. —Esta vez ella metió todo el miembro en su
boca y comenzó a masturbarme con la boca. Su rapidez y agilidad hizo que
me estremeciera.

—Esto… es… delicioso —confesé derramándome en su boca.

—Pero creo que no es suficiente —me guiñó un ojo y se mordió los labios
con tanta sensualidad que me provocó querer más de ella sin dudarlo ni un
segundo. Su juego seductor estaba acabando con mi cordura.

408

La chica del burdel Sin importarle nada se quitó todo y quedó


completamente desnuda. La miré con lujuria, amaba esta mujer y sus
ocurrencias estaban haciendo que perdiera lo único cuerdo que tenía, si era
que quedaba algo. La contemplé incrédulo, estaba titiritando de frío y ella
tan tranquila como si estuviese en una isla tropical. Esta chica quería
matarme de placer y lo estaba logrando. Me dejé llevar y comencé por
acariciar sus senos, deseé probarlos. Ella se arqueó para darme mejor
accesibilidad. Me arrodillé poniendo una de sus piernas sobre mi hombro,
metiendo mi lengua en su sexo, acariciando su culo totalmente expuesto.

Sus gemidos eran una dulce melodía que llenaba mis oídos. Lentamente, me
empujó hacia un muro haciéndome sentar. Se acomodó a horcajadas sobre mí
y continuó torturándome deliciosamente, pero esta vez uniendo nuestros
sexos con delicadeza. La sentí vibrar sobre mí y me derretí dentro de ella
nuevamente. Llegamos juntos a la cúspide del placer, tocamos el cielo y
caímos de sopetón como en una montaña rusa.

Luego de amarnos bajamos como dos adolescentes que acaban de cometer


alguna travesura. La amaba, y locuras como esa hacía que me perdiera más
en mis sentimientos.

409
Elba Castilloveitia 410

La chica del burdel 53


MIEDO
Chantal

Ana me alentó a buscar a Rodrigo al aeropuerto.

No quería contradecirme, pero ya estaba resignada a perderlo, a enterrar ese


amor profundo y desterrarlo de mi corazón. Ana me pasó los datos y
agradecí a Dios haber llegado a tiempo. Justo cuando iba a presentar su
boleto de avión, lo llamé.

Luego de ese inesperado encuentro todo fue una marea de sentimientos.


Presentarle a nuestra hija, hacer el amor en la azotea. ¡Sí, en la azotea! La
adrenalina corría por mis venas, era una marea intensa que se desbordaba
como un tsunami arrasando todo en mi interior. Nos amamos, envueltos en
deseo, en ese éxtasis lujurioso que nos hacía desear más.

—Me debes una salida a la playa, ¿te acuerdas?

—preguntó divertido mientras bajábamos por las escaleras hacia mi


apartamento. Me haló por la mano acorralándome contra la pared para
devorar 411

Elba Castilloveitia mis labios con necesidad.

—Lo sé, y cuando suceda te recompensaré el tiempo perdido —respondí


coqueta.

—Esta Chantal de ahora está muy traviesa y me encanta —me susurró al


oído. Sonreí y nos volvimos a besar con vehemencia.

—Te amo —completé para luego seguir hacia el apartamento entre risas,
tomados de la mano—.

Cuéntame cómo están todos por allá. ¿Tu mamá, Angélica?


—Ellas están bien, demasiado bien diría yo.

Angélica por fin encontró el amor y mi mamá es otra, no parece la mujer de


unos meses atrás. Luego que mi padre fue encerrado su actitud cambió, es
más alegre, siempre tiene una sonrisa en sus labios…, es una mujer segura
de sí misma. A veces pienso que mi tío tiene mucho que ver en este cambio.
Ha estado muy al pendiente de nosotros, pero más de mi madre y su mirada
tiene un brillo especial. Agradezco tanto todo lo que hace por nosotros. Amo
más la mujer en que se ha convertido mi madre.

—Por lo menos no está sola. Tu tío, aunque no lo conozco, se nota que es una
persona muy distinta a tu padre. Lo más importante es que los quiere
sinceramente. Ella es muy valiente.

—¿Volverás conmigo a Alemania?

Mi cuerpo se tensó ante aquella pregunta. Tenía mi vida completa en


Alemania, sería hermoso volver, pero el miedo a la incertidumbre apretaba
mi pecho.

—No sé, es una pregunta que no me he planteado. No creo que pueda…


Siento que si regreso todo el pasado caerá sobre mí para aplastarme de
nuevo.

—Si temes por mi padre sabes que no es problema, está encerrado y no he


vuelto a saber de 412

La chica del burdel él —me dijo con un aire de seguridad—. ¿Sabes? Mi tío
me regaló una hermosa casa a orillas de la playa.

Es enorme, puedes vivir conmigo. Además, quiero casarme algún día y


cuando eso suceda no quiero que nada le falte a mi hermosa familia.

Puse un mechón de cabello rebelde detrás de mi oreja mientras miraba al


suelo. Me hice la desentendida, ignorando su comentario.
—Lo pensaré, en realidad extraño a mi amiga y quiero que conozca a su
sobrina.

—No se diga más, vente conmigo, sé que estarás bien.

Tenía miedo de regresar, tal vez era tonto, pero se sentía como si al regresar
todo se fuera a repetir.

Tantas cosas que había olvidado y no quería que afloraran en mi memoria ni


un instante.

—¿Quieres conocer Nueva York? —le pregunté tomándolo por sorpresa. En


realidad quería disfrutar el mayor tiempo posible junto a él.

—Sería perfecto, solo por estar contigo antes de irme —respondió en mi


oído, con sus manos en mi cintura. Sentí alfileres incrustarse en mi pecho al
escuchar sus palabras.

Salimos tomados de la mano y lo llevé a caminar por las calles abarrotadas.


Veíamos la gran cantidad de anuncios pegados a los edificios. ¡Eran
incontables! Tomamos un ferry para dirigirnos a la Estatua de la Libertad;
hacerlo junto a la persona que amaba parecía un sueño. Compramos los
boletos de entrada y subimos unas largas escaleras para llegar a lo alto de la
estatua. Desde adentro se podía observar toda la ciudad y el mar que bañaba
sus playas. Era realmente hermosa la vista desde arriba. Estaba de espaldas
a Rodrigo, él me sujetaba por la cintura pegando su hombría en mi cadera.
Se sentía perfectamente mágico, la brisa golpeaba mi rostro y el aroma de
Rodrigo inundaba mis fosas 413

Elba Castilloveitia nasales. Tenerlo tan cerca de mí me daba paz, me sentía


segura e invencible a su lado.

—Chantal, ¿quieres casarte conmigo? —preguntó de manera repentina al


colocar una caja de terciopelo negro frente a mis ojos. Me sorprendí.

No esperaba dicha propuesta, a pesar de su indirecta minutos antes.


—Yo… Eh… No sé qué decir…

—Solo hay dos opciones, sí o no.

Lo observé por lo que se sintió un largo rato, aturdida por el mar de


emociones que afloraban en mi pecho. Rodrigo no despegaba su vista de mí,
lo que me hacía sentir nerviosa y con el corazón desbocado.

—¿Aceptas ser mi esposa, Chantal? —preguntó con una deslumbrante


sonrisa.

—¿Acepto? —pensé en voz alta. Rodrigo me miró divertido.

—La respuesta está en tu interior, pero te adelanto que si aceptas me harías


el hombre más feliz en el planeta. No, del universo.

—Acepto —dije con cierto temor, sin romper el contacto visual. Tomó mi
rostro entre sus manos y me besó con dulzura.

—No quiero que te vuelvas a separar de mí. Te amo, y te lo demostrare hasta


que mi corazón deje de latir, hasta el último aliento de mi vida.

Solté un gran suspiro sintiéndome feliz en sus brazos. Estaba dispuesta a


intentarlo, ya era hora de volver a empezar y superar los miedos. Tenía claro
que quería una vida junto a Rodrigo y de su mano escribiríamos un nuevo
comienzo.

414

La chica del burdel 54


INESPERADO
Rodrigo

Desde que decidí ir a buscar a Chantal a Estados Unidos decidí que quería
tenerla junto a mí el resto de mis días. Dos años fueron suficientes para
darme cuenta de que era mi otra mitad, que era la mujer que tanto había
esperado. Iba decidido a preguntarle si se quería casar conmigo desde el
principio, pero su actitud me lo impidió, dejándome devastado,
desilusionado. Vi mis esperanzas caer y hacerse pedazos frente a mí. Sin
embargo, cuando creí todo perdido, escuchar su voz justo cuando iba a
volver a Alemania lo cambió todo. Su voz fue un oasis en medio de mi
desierto, porque así lo sentía.

Mi vida sin ella estaba seca.

Estuvimos todo el día juntos, caminando por las calles de Nueva York.
Cuando ya era de noche decidimos regresar al apartamento.

—Ahora puedo regresar feliz a Alemania

—declaré.

415

Elba Castilloveitia

—No te vayas, por favor quédate. —La voz suplicante de Chantal hizo que
mi corazón se arrugara. Me sentía dividido. Quedarme en América no estaba
en mis planes. Mi mamá me necesita y no podía dejarla sola.

Una llamada nos interrumpió. Era un número desconocido pero pude


distinguir que su código era de Alemania.

—¿Hola? —respondí apresurado, creyendo que había pasado algo con mi


madre.
—¿Hijo? —La voz entrecortada erizó cada vello de mi cuerpo.

—¿Qué quieres? —cuestioné fríamente. En todo este tiempo el rencor hacia


mi padre no había menguado ni un ápice. Dos años en que lo menos que
quería era tener noticias de él.

—¿Puedes venir a verme? Necesito hablar contigo y si traes a tu novia,


mejor.

Sentí mi rostro arder de la rabia. ¿Cómo era capaz de llamar? Justo ahora
que veía un lindo futuro con Chantal… ¿Por qué ahora venía a dañarlo todo?

—¿Qué te crees? Claro que no iré. ¡Púdrete!

—escupí realmente enojado.

—Por favor, es urgente. Me estoy muriendo.

La voz de mi padre se escuchaba débil. Chantal me miraba atenta.

—Mucho te tardaste. Adiós —terminé la llamada sin una pizca de


arrepentimiento.

—¿Quién era? ¿Qué paso? —preguntó ella al ver mi rostro contraído.

—Mi padre… Quería que fuéramos a verlo. —Vi a Chantal palidecer—. No


te preocupes, no iremos si no te sientes tranquila.

—Debemos ir —soltó luego de asimilar la noticia.

Su respuesta me tomó por sorpresa.

416

La chica del burdel

—¿Estás segura? No es necesario que hagas esto.


—Debo enfrentar mis miedos, no puedo seguir huyendo de un pasado que
debo enfrentar, ¿no? —

dijo con seguridad—. No quiero verlo, pero es necesario para cerrar ciclos
y seguir hacia adelante.

—Vamos juntos, no estarás sola.

Habían pasado varios minutos desde que llegamos a suelo alemán. Me sentía
feliz de regresar a este lugar. Decidimos viajar en taxi para darle la sorpresa
a mi mamá, estaba ansioso por verla, por saber cómo estaba. Ya era de
noche y al llegar a la casa todo parecía estar en orden. Una tenue luz se
podía distinguir en una de las habitaciones. Abrí la puerta delantera con mis
llaves y entré con sigilo.

Le hice señas a Chantal y a los niños para que guardaran silencio. Luego me
acerqué a una de las habitaciones y di un ligero toque.

—¡Rodrigo! —exclamó Angélica emocionada mientras mi mamá se acercaba


con incredulidad.

—Te hemos extrañado. —Me abrazó con sus ojos nublados de alegría. Mi
tío se encontraba a su lado, me miraba de una forma extraña y con un brillo
peculiar en sus ojos.

—Solo fue una semana, mamá. Cálmate —me separé un poco para mirarla
mejor.

—Para una madre la distancia de un hijo es el peor castigo —volvió a


abrazarme.

—Tengo una sorpresa, espérenme aquí.

Busqué a mi hija con enorme emoción. Deposité un casto beso en los labios
de Chantal y la tomé de la mano para llevarla con mi madre.
—Mamá, traje a Chantal. —Ella se llevó las manos a la boca con asombro
—. Y esta hermosa niña es tu nieta, Aleisha —completé con mi hija en 417

Elba Castilloveitia brazos.

—¡Qué preciosura! Déjame cargarla —pidió Angélica interrumpiendo. La


niña comenzó a llorar mientras mamá no dejaba de mirarme. Al parecer no
podía creer que fuera abuela.

—¿Esa niña es mi nieta? ¿Cómo?

—Es una larga historia que luego les contaremos

—comentó Chantal.

—Me alegro tanto de que estés retomando tu vida y junto a la mujer que
amas. Pensé que siempre te tendría de solterón conmigo. Me equivoqué, eres
un buen hijo y serás un gran padre.

—Una lagrima rodó por su mejilla. Mi tío pasó la mano por su espalda para
calmarla.

—Hay algo más… —hice una pausa antes de continuar—. Hemos decidido
casarnos, aún no tenemos fecha, pero ya está decidido.

—¡Ay, hijo, me alegro tanto! Lo mereces, ya era hora de que salieras del
hoyo y vieras claridad en tu vida.

—Sabes que tienes todo mi apoyo y cuentas conmigo para lo que necesites
—comentó mi tío con el rostro iluminado, luego me dio un abrazo.

—Gracias. Siempre has sido como un padre para mí y te lo agradezco con


todo mi corazón.

—¡Es grandioso! Todo esto es realmente grandioso —alzó la voz Angélica


con evidente alegría.
—Pero hay otra cosa. También viajé porque Manuel quiere vernos. Llamó a
Rodrigo hace horas atrás —habló Chantal con tranquilidad. El rostro de
todos cambió drásticamente.

—No es fácil, hijo, pero tal vez sea necesario.

Para ser lo que soy hoy tuve que enfrentarlo y perdonarlo. En mi caso fui yo
la que se acercó, aunque no tenía culpa de nada solo fui una víctima.

A él no le importo mi visita, sin embargo me sentí 418

La chica del burdel liberada, si no quiere perdonar es problema de él.

—Hizo tantas cosas que perdonar es tan difícil…

—confesé pensativo.

—Perdonar es difícil, pero el perdón hace libre y sana —completó mi


madre.

Llegamos a la cárcel estatal de Dusseldorf a las diez de la mañana. El


guardia nos hizo anotarnos en un grueso libro. Luego nos llevó a una
habitación blanca y amplia. El sonido de una maquina se escuchaba
insistente en intervalos de varios segundos. Mi padre estaba con sus ojos
cerrados y una bolsa con un líquido transparente que colgaba de un pedestal.
El suero intravenoso caía lentamente. Se veía demacrado, enjuto, su piel
estaba pegada a sus huesos, por un momento lo desconocía.

—Manuel, tienes visita —le anunció el guardia con voz gruesa y potente. Al
vernos, una sonrisa se asomó en sus labios. Lo miré desconfiado.

—Hijo, qué bueno que has venido —su voz se escuchaba débil.

—Habla —respondí cortante. Extendió su mano para tomar la mía pero me


aparté.

—Solo quiero pedir perdón por el daño que les he causado. Fui un cretino,
un hijo de puta con todos los que me han rodeado y ahora la vida me pasa la
factura. Creo que… esto es lo que mucho llaman karma. No sabes todo lo
que sufro en esta celda, alejado de las personas que amé.

—Tu no amaste a nadie.

—Esto aquí es un infierno, se ha vuelto un calvario. Al principio traté de


sobornar a algunos, pero me ignoraron. Todo el poder que tenía lo perdí.
Todo lo he perdido y he quedado sin nada.

—Su mirada fría se había vuelto triste y melancólica—. Ya no puedo vivir


con esto. Solo 419

Elba Castilloveitia puedo pensar en todo el daño que he hecho, rogar para
ver si alguien se apiada de mí y clava una daga en mi corazón aligerando así
mi muerte.

Una lágrima escapaba de uno de sus ojos. Al principio pensé que era
mentira, que fingía, pero me equivoqué. Mi papá estaba arrepentido, sus
gestos y sus palabras lo delataban.

—Perdóname… Sé que fui un mal padre, un mal esposo. No quiero morir


sintiendo esta carga sobre mis hombros, sintiendo que todo se desmorona
lentamente. —Chantal se encontraba callada a mi lado, quizás esperando el
momento justo para hablar.

—¿Mal padre? —reí con ironía—. Has sido pésimo. No, simplemente no
fuiste padre y encima una terrible persona. Todos estos años me has acusado
de ser un bueno para nada. Crecí solo, sin nadie a mi lado porque tú
brillabas por tu ausencia.

Me culpaste de la muerte de mi hermano cuando no tuve nada que ver. Mi


hermano fue mi único apoyo en todo momento. No tengo culpa de que se haya
enamorado de la persona equivocada. No tengo culpa de que haya muerto.

—Solo te pido que me perdones. —Su tono de súplica dio lástima.


—¿Qué me dices de todo el sufrimiento al que sometiste a mi madre? ¿Por
qué has sido tan cruel con ella si siempre ha estado para ti? No merecía tu
trato tan cruel y despiadado —inhalé lento y profundo.

—No me hagas reír, tu madre es una zorra. Me engaño con tu tío, tú no eres
mi hijo —espetó. Tuve que sostenerme ante la noticia. No podía creer sus
palabras, eso no podía ser cierto.

—¿Por qué tanta maldad? ¿Por qué insistes en destruir lo único bueno que
tengo? —cuestioné indignado.

420

La chica del burdel

—Pregúntale a tu madre, aclara tus dudas.

Chantal —dirigió su mirada hacia ella extendiendo su mano para que se


acercara al borde de la cama.

Ella miró su mano de reojo pero decidió permanecer en el mismo lugar—,


¿me perdonas? Sé que no lo merezco, pero quiero morir tranquilo.

—No

creo

que

pueda

—respondió

sinceramente—. Has sido mi infierno en esta vida y tus demonios se ha


entremezclado con mi alma, secándome por dentro.

Mi padre trató de tocar su mano, pero ella la retiró como si quemara.


Chantal giró para irse y la tomé de la mano. Su mirada se tornó triste, se
soltó repentinamente de mi agarre y salió apresurada del lugar dejándome
solo con mi padre.

—Lo siento, pero mereces lo que te está pasando.

Adiós —concluí. Salí tras Chantal y la encontré con su cabeza recargada en


la pared.

—¿Estás bien? —acaricié su mejilla.

—Siento que dos años lejos de aquí no fueron suficientes, que no sirvieron
de nada. Perdí el tiempo, ¿comprendes? Recordar todo fue como una bomba
estallando en mi interior y arrasando todo a su paso. Como tener una película
frente a mí, torturándome. ¿Estás bien tú? No es fácil enterarte de algo así,
tan fuerte y de repente.

—No sé si sentirme feliz o llorar. Mi tío ha sido bueno conmigo siempre. Ha


estado en las buenas y malas. Ha sido un ejemplo digno de imitar. Lo quiero,
pero tengo que estar seguro de que no es una mentira de mi padre. No quiero
que dañe el concepto que tengo de mi madre.

—Estaba moribundo, creo que no se pondría con esas.

—¿Y lo dices tú? Si fuera verdad… no sé cómo reaccionaría. No tengo nada


en contra de mi tío, 421

Elba Castilloveitia pero habría vivido toda mi vida engañado por mi madre.
¿Crees que es justo? Todos me mienten.

—Trata de asimilar las cosas con calma. No es fácil, pero ya no eres un


niño. Tienes que escuchar a tu madre, ver qué argumentos tiene y luego tomas
tu decisión.

422

La chica del burdel 55


ACLARANDO LAS COSAS
Rodrigo

Salimos de la cárcel y fuimos directo a la casa. Al entrar nos sorprendimos


con la imagen de mamá y mi tío besándome con pasión. Nos quedamos
callados unos segundos.

—¡Mama! —exclamé luego de lo que pareció ser suficiente. Mi mamá se


sobresaltó para luego apartarse con rapidez.

—Rodrigo, es hora de que te explique algunas cosas y…

—¿Qué me vas a explicar? ¿Qué me has engañado todo este tiempo? ¿Qué he
sido un iluso al no darme cuenta? Por Dios… —cuestioné con la voz
quebrada.

—Por favor, cálmate —pidió mi tío con cariño.

—No me pidas que me calme, me han mentido.

Todos me mienten. Tan bueno para nada soy que me tratan como si fuera un
niño. No, tío, ya crecí, soy un hombre, debías haberme dicho esto antes.

423

Elba Castilloveitia

—No estaba en mis manos contarte esto —Israel le dio una mirada fugaz a
mamá.

—Si callé fue por miedo, hijo. Tu padre… Manuel no quería que te
enteraras.

—Además ya sé que soy hijo tuyo, tío —dije mirándolo fijamente. Él bajó la
mirada mientras que mi madre abrió sus ojos. Al parecer pensaban que me
refería solo a su relación.

—Hijo, siéntate, es hora de hablar —solicitó mi tío al tomar de la mano a mi


madre para que se sentara junto en él. Obedecí sentándome en el mueble con
Chantal a mi lado, brindándome su apoyo.

—Rodrigo, tu madre y yo tenemos una larga historia juntos. Antes de que se


enredara con tu padre, ella fue mi pareja. Nos amábamos como no tienes
idea, pero mis padres nunca estuvieron de acuerdo con nuestra relación,
decían que Julietta era muy poca cosa para mí. Se pusieron de acuerdo y me
enviaron a un internado en España para terminar mi carrera en medicina.
Estuve tres años lejos. Fueron tres años difíciles, extrañaba a tu madre
demasiado. Ella era mi vida y mi razón de vivir. Los años pasaron
lentamente y cuando por fin regresé vi que se había casado con Manuel. —
Mi madre bajó su cabeza apenada—. La amaba, y verla con mi hermano me
dolió, trastocó lo profundo de mi alma dejándome devastado.

—Hijo, tu padre… Manuel me dijo que Israel se había marchado con a otra
mujer. Me dijo que todo lo que Israel me había dicho era una vil mentira. No
tenía dónde buscarlo ni reclamarle, solo esperar a que el tiempo pasara y ver
si era verdad o no. Yo también lo amaba con el alma y lo amo.

—¿Por qué te casaste con Manuel si amabas a mi tío? —cuestioné.

—Manuel comenzó a ponerme en contra de 424

La chica del burdel Israel y luego, con palabras bonitas, me fue enamorando.
Poco a poco caí en su trampa. Me casé con Manuel y a sus padres no le
importó, nunca entendí la razón.

—Claro, ellos pensaban que eras otro juguetito de mi hermano. Y lo fuiste en


cierto modo.

—concluyó mi tío.

—Me casé con Manuel y al año quedé embarazada. Pero Israel estaba
clavado en mi pecho a pesar de todas las mentiras y la cizaña que había
inventado Manuel en su contra. —Mi madre miró a mi tío y una lágrima bajó
por su mejilla.

Israel acarició su espalda para tranquilizarla—.

Cuando… Cuando Israel regresó y lo vi… toda la armadura que me había


puesto durante todos esos años cayó al suelo. Tu hermano estaba recién
nacido. En esos tres años todo había cambiado excepto lo que tenía
acumulado en mi corazón.

—En cambio —agregó mi tío—, le reclamé a mi hermano para saber por qué
lo hizo, y solo dijo que siempre me envidio por ser el favorito y consentido
de nuestros padres. Algo que fue mentira porque ellos nos amaban por igual,
incluso a él lo dejaban siempre hacer lo que le diera la gana mientras yo
tenía que seguir las normas al pie de la letra. Luego traté de hablar con tu
madre, pero ella no quería saber de mí. Quise explicarle que había sido una
mentira de mi hermano, pero no quiso escucharme.

—Un año después, en una reunión familiar, Israel me sorprendió


agarrándome de la cintura y diciéndome la verdad que me reusaba a
escuchar.

Aclaramos las cosas y empezamos a vernos a escondidas. Entonces quedé


embarazada de ti.

Cuando tenías once años Manuel nos descubrió y comenzó a portarse hostil y
déspota conmigo.

Llegué a pensar en cierto punto que quizás estuvo enamorado de mí, pero al
descubrirnos todo 425

Elba Castilloveitia cambió.

—Si hubiese estado enamorado de ti no te hubiese maltratado como lo hizo


—comenté.

—Tu padre supo de inmediato que el hijo que esperaba no era suyo.
Chantal permanecía a mi lado escuchando aquella historia. De vez en cuando
me apretaba la mano o acariciaba mi espalda para darme paz, una que de
momentos quería huir de mi cuerpo.

—Si amabas a mi tío, ¿por qué aguantaste tanto?

Fueron treinta años, mamá. Treinta años en ese maldito infierno.

—Una vez te dije que no podía abandonar a tu padre porque quedaríamos sin
nada, en la ruina, además Manuel era alguien muy influyente y nos podía
mandar a matar también. Tenía miedo.

—Pero, mamá, prefiero no tener nada que vivir apartado o lejos de la


persona que amo —señalé mirando a Chantal, quien me devolvió una
sonrisa.

—Perdónanos por ocultarte algo así, pero tu padre… o sea, Manuel no


quería que nadie se enterara de que tú no eras su hijo. Quería guardar las
apariencias. Me amenazó tantas veces con llevarte lejos de mí que preferí
permanecer a su lado a pesar de no amarlo y de todas sus humillaciones. Si
te alejaba de mí jamás lo hubiese superado.

—Aguantaste tanto…

—Hijo, ya sabes nuestra historia, en tus manos está si nos perdonas o no —


concluyó mi madre.

—Tío, te agradezco que siempre estuviste junto a mí, me apoyaste y me has


ayudado en todo. Has sido como un padre y has estado ahí. Ahora…

entiendo todo. No les guardo rencor, en cambio los perdono.

Nos dimos un fuerte abrazo y todo quedó olvidado. Mi madre lloraba de


alegría por haberse 426

La chica del burdel quitado un gran peso de encima. Seguimos hablando de


diversos temas como si nada hubiese pasado.
—¿Para cuándo se casan? —la pregunta de mamá captó nuestra atención.

—Aún no tenemos fecha —responde Chantal con una radiante sonrisa.

—De hecho, ya nos tenemos que ir. Quiero mostrarle algo a Chantal —
comenté mirándola de reojo.

El teléfono sonó interrumpiendo nuestra conversación. El alguacil de la


cárcel donde se encontraba Manuel informó que había muerto. Nos
quedamos en shock por un instante. Jamás imaginamos que fuera a morir tan
pronto. Según el alguacil lo encontraron en la cama de aquel hospitalillo
bañado en sangre. El cáncer que se lo estaba comiendo por dentro le
provocó una hemorragia interna. Relató que horas antes de su deceso sus
gritos eran aterradores.

—Es triste la forma en que murió. —Mamá negó con la cabeza mientras un
ápice de tristeza se asomaba en su mirada.

—La vida da lo que siembras, y é cosechó solo maldad. Con sus actos se
encargó de alejar a todos.

Su odio, rencor y su prepotencia hicieron que terminara solo y abandonado.


Tantos sentimientos negativos acumulados que se convirtieron en un feroz
cáncer que acabó con lo poco que quedaba de él —comentó Israel con un
atisbo de pena.

Quedamos en silencio varios segundos. Chantal me extendió la mano y no


dudé en tomarla.

—¿Estás bien? —me preguntó al verme pensativo.

—Sí, a pesar de todo lo que hizo me siento algo triste. No soy quién para
desear el mal. Muchas veces le grité y le dije muchas cosas hirientes, pero
427

Elba Castilloveitia se las merecía en su momento. Eran verdades que tenía


que escuchar, aunque se negara. En fin, la vida da lo que tú das, ¿no? Esto le
tocó, hay que aceptarlo.

Luego de despedirnos de mis padres llevé a Chantal a la casa que me había


regalado Israel. Era una enorme y preciosa, con vistas al mar. En la parte
baja las paredes eran acristaladas. Al entrar te encontrabas con una estancia
de mullidos muebles, un televisor y una elegante mesa de centro. Luego, a la
derecha, estaba el comedor y al fondo la cocina. A la izquierda había una
puerta que daba a la habitación de lavar la ropa y por el cual podías tomar la
vereda hacia la playa.

—¡Es hermosa! —exclamó Chantal en un gesto de lo más tierno.

—Aquí es donde quiero que vivamos, si estás de acuerdo.

—¡Me encanta!

—Nos podemos casar mañana mismo si quieres.

—Mejor en un par de meses. Quiero que sea una boda sencilla, pero sin
perder ningún detalle.

—Me encanta tu idea —la rodeé por la cintura y besé su cuello. Sentí su piel
erizarse ante mi tacto.

—Te amo, ¿te lo dije? —comentó ella en mi oído.

—No lo suficiente —respondí halándola para tenerla sobre mi regazo.

—Te amo, te amo, te amo y te amaré hasta que mi corazón deje de latir, hasta
mi último aliento.

—Yo también a ti, princesa. Si hubiese otra vida luego de esta, ten por
seguro que te buscaría hasta encontrarte y seguir amándote.

428

La chica del burdel FIN


429

Elba Castilloveitia 430

La chica del burdel EPÍLOGO

Chantal

Tres días después de regresar de Nueva York me encuentro en la cama


abrazada junto al hombre que amo. El timbre de la casa suena, haciendo que
nuestra perfecta burbuja de amor se reviente.

Miramos el reloj y nos percatamos de que apenas eran las dos de la tarde.
Rodrigo me da un tierno beso en mis labios y suelta mi mano.

—¿Quién te está visitando? —indagué con pesar, sintiendo el frío colarse en


mi piel.

—Será Antonio, mi tío o mamá, nadie más sabe que estamos aquí. Iré a abrir.

Se levantó de prisa y fue hacia la puerta mientras yo lo seguía con cuidado al


bajar las escaleras. Me senté en el mueble y quedé absorta mirando el mar a
través de la ventana acristalada.

—Eres una ingrata y mala amiga. ¿Cómo te atreves a no llamarme e


informarme de tu vida? Me dejaste en ascuas luego de decirte que buscaras a
Rodrigo. No te lo perdonaré.

431

Elba Castilloveitia Ana entraba con euforia y pasos agigantados hasta mí. La
miré con cara divertida.

—Lo siento, pero han sido tantas cosas, una tras, que no tuve tiempo.

—¿No tuviste tiempo? Van casi cuatro meses desde que llegaste —afirmó
exagerando.
—Llegamos hace dos días por la noche, ya que a las diez teníamos que ir a
la cárcel. ¡Eres una exagerada! —respondí divertida por sus gestos.

—Deja verte. ¡Estas hermosa! —Me hizo girar sobre mis pies dando una
vuelta—. ¿Los niños?

—preguntó buscándolos con la mirada por toda la zona.

—Angélica se ofreció a cuidarlos, ya se encariñó con Aleisha —comenté


sintiendo algo de culpa.

—No es justo, quería verla primero. Además, seré su titi favorita.

—Llegaste en modo drama, ya tranquilízate. Por cierto, quiero darte las


gracias por ser mi cómplice a lo largo de todos estos años y guardar todos
mis secretos. Gracias por apoyarme y cuidar de mi Echy cuando lo
necesitaba. No sé qué hubiese hecho sin ti. Eres la mejor amiga del mundo
—confesé abrazándola con fuerza—. ¿Sabes una cosa? Te extrañé un mundo.

—Me vas a hacer llorar, no me halagues tanto.

También te extrañé. Te quiero, pedazo de tonta.

Sonreímos y luego nos dirigimos hasta los muchachos. Rodrigo no


despegaba su vista de mí mientras conversaba con Antonio, quien sostenía a
su hijo en brazos. ¡Era un niño hermoso! El timbre volvió a sonar y miré a
Rodrigo con asombro.

—¿Y ahora? —cuestioné. Él se encogió de hombros y se dirigió hasta la


puerta. Mi hijo entró corriendo y me abrazó.

—¡Mami, Angélica nos compró helado! —dijo emocionado y feliz.

432

La chica del burdel


—Estos niños son unos angelitos, cuando necesites que los cuide solo
avísame —se ofreció ella.

Angélica venía acompañada de Dylan, el agente que me ayudó a atrapar a


Manuel. Quedé sorprendida al verlos juntos, pero me alegré de que por fin
haya encontrado el amor.

—Él es mi novio, ¿lo reconoces?

—¿Cómo no reconocerlo? —me acerqué y deposité un beso en la mejilla de


Dylan—. Fue el único que nos ayudó y no se dejó manipular por Manuel.

—Estamos felices, es mi complemento perfecto

—añadió él.

—Por cierto, Julietta dijo que venía en breve con Israel.

—Parece que todos nos extrañaban de verdad

—comentó Rodrigo poniendo su mano en mi cintura mientras sostenía a


nuestra hija con la otra.

—¡Claro que los hemos extrañado! De eso no hay duda. —Antonio le dio un
leve empujón a Rodrigo como ya era costumbre de ellos.

Luego de un rato, y tal como Angélica nos había anunciado, llegó Julietta
junto a Israel. Cuando todos estuvieron reunidos Rodrigo me tomó de la
mano y nos paramos frente a todos.

—Permiso, deseo toda su atención, por favor

—pidió él levantando una mano—. Ya que estamos aquí

reunidos

quiero
oficializar

nuestro

matrimonio, que será dentro de un mes.

—¿Que? ¿Ves que eres una ingrata? —Ana me miró haciéndose la indignada,
pero con una gran sonrisa en sus labios—. Seré la dama de honor

—exigió. Yo me encogí de hombros sonriendo.

—Eso merece un brindis —gritó Antonio. Buscó rápidamente una botella de


vino y comenzó a servir—. ¡Brindemos!

433

Elba Castilloveitia

—Por el amor y la felicidad —alzó la voz mi amiga.

—¡Salud! —respondieron todos al unísono mientras chocan sus copas


sonriendo.

El día tan esperado había llegado. Estaba nerviosa, era un día especial
cargado de sueños que ya comenzaban a flotar en el aire cual burbujas.

Sueños y metas que regirían nuestro camino de ahora en adelante. El cielo se


había pintado de un azul intenso, sonriente y feliz, así como me sentía.

Jamás imaginé que podría tener un día de ensueño donde me sentiría como
una princesa de un cuento de hadas.

Mi mamá había llegado horas atrás de Estados Unidos. Estaba emocionada,


como si fuera la primera vez que me casaba. Sus ojos cristalizados delataban
su emoción.
—Espero que seas muy feliz. Te lo mereces

—acomodó mi vestido y arregló mi cabello que caía en ondas sobre mi


espalda.

Para esta ocasión escogí un vestido corto que me quedaba un poco más
arriba de las rodillas, era entallado hasta la cintura, sus mangas apenas
tapaban mis hombros dando un toque de elegancia.

Una corona de flores blancas sujetaba un corto velo que caía sobre mi
rostro.

—¡Estas hermosa! —exclamó con lágrimas en sus ojos. ¿Por qué estos
momentos siempre eran tan emotivos?

Israel nos prestó su residencia para poder hacer la ceremonia y la recepción.


Siendo médico tenía una casa hermosa con un enorme patio en donde podría
construir una mansión si quisiera. En el centro del patio había un hermoso
gazebo decorado 434

La chica del burdel con flores blancas y dentro se apreciaba un atril con dos
bellos arreglos florales, uno a cada lado. Desde el atril hasta la entrada de la
residencia había una larga alfombra blanca por donde tenía que caminar
hasta llegar a Rodrigo. La alfombra estaba decorada por hermosas flores
blancas separadas por varios pies de distancia. Todo era hermoso. Sentía
que mi pecho iba a estallar de felicidad. Rodrigo me esperaba dentro del
gazebo con su traje de etiqueta negro y en el bolsillo derecho una flor
blanca. Se veía mucho más guapo que de costumbre o…,

¿serían mis ojos de enamorada? Mi dama de honor era Angélica mientras


que a Antonio y Ana los escogí como padrinos de mi boda. Los vestidos de
las damas eran color crema con una ligera cola que caía tras sus rodillas.

Mientras caminaba lentamente hacia Rodrigo mi vida comenzó a pasar como


una película ante mis ojos. En estos últimos años mi vida había cambiado,
era más madura, llena de sueños y nuevos bríos. Sobre todo había aprendido
que muchas veces no debes juzgar a las personas por su apariencia, posición
social, vestimenta o por lo que sea, porque al final cada persona tiene una
historia.

Cada persona está en este mundo con una misión y a veces las mismas
dificultades y los problemas son tantos que pueden perder el enfoque en el
camino aparentando algo que no son. El tiempo siempre es un gran aliado y
nos enseñó que cada persona tiene una historia, una que muchas veces le
lleva a cometer errores o actuar en contra de sus principios. Nos enseñó que
el amor conlleva sacrificio, pero el sacrificio muchas veces no es suficiente
para alcanzar lo que queremos, porque realizar nuestras metas sin mover un
solo dedo no es posible para triunfar.

435

Elba Castilloveitia Estaba lista para entregarme al hombre que amaba. Jamás
pensé que llegaría este momento, siempre creí ser poca cosa para Rodrigo,
un muchacho tan bueno como él. Hoy podía decir que valió la pena todo. Mi
hijo estaba más saludable que nunca y era feliz. Dios me dio la bendición de
tener una niña hermosa fruto del inmenso amor entre Rodrigo y yo. A pesar
de todo lo que había pasado me sentía feliz, por lo que me entendía hacia
adelante dejando atrás un pasado que me quiso atrapar y hacer infeliz.

Rodrigo me ofreció su mano al llegar junto a él.

Su deslumbrante sonrisa iluminó mi interior cual radiantes rayos de sol que


penetran por una ventana. Quizás en un momento su mundo tambaleó y dudó
de seguir conmigo, pero nuestro amor fue más fuerte y aquí estábamos,
uniendo nuestras vidas para el resto de nuestros días.

—¡Estás hermosa! —susurró al tomar mi mano.

El sacerdote comienza la ceremonia. Escucharlo hablar me tenía


desesperada. ¿Por qué los sacerdotes hablaban tanto? Solo deseaba el final
feliz y marcharme junto al amor de mi vida.

—Puede besar a la novia —concluyó.


Suspiré aliviada. Rodrigo me miró a los ojos y luego depositó un delicado
beso en mis labios. Sentí mis piernas debilitarse, tal vez por los nervios o
porque sus besos me excitaban demasiado.

Al salir del gazebo todos los presentes nos echaron confeti y serpentinas. La
música comenzó a sonar mientras los invitados se acercaban a felicitarnos y
darnos sus mejores deseos.

—Hijo… —la voz de Julietta captó nuestra atención—. El mejor consejo


que les podría dar es que luchen día a día por cultivar su amor. No dejen que
el tiempo socave sus sentimientos. Los días no serán color de rosa, pero
juntos pueden lograr lo 436

La chica del burdel que se propongan. No se rindan, hablen, lleguen a un


acuerdo, sigan tomados de las manos hasta lograr sus metas. Que no les falte
nunca la comunicación, la confianza, el amor y el respeto.

Son elementos claves para llegar a la eternidad juntos. Chantal, gracias por
llenar a mi hijo de felicidad y darle una nueva razón para luchar.

Julietta e Israel nos dieron un fuerte abrazo. Las lágrimas que tanto quería
evitar no tardaron en recorrer mi mejilla.

—Amiga, te deseo lo mejor del mundo. Te mega amo. —Sonreí ante la


efusividad de Ana, siempre tan alegre y expresiva.

—Gracias por todo, y si digo todo es todo.

—No tienes que agradecer, eres mi amiga y para eso están las amigas, ¿no?
Sabes que, aunque me dejes el hombro lleno de mocos, siempre estaré para
ti. —Nos abrazamos un largo rato ya que no sabía cuándo volvería a verla.

En la recepción bailamos, reímos y disfrutamos como hacía tiempo no


ocurría. Me sentía tan feliz, tanto que en un momento sentí que el pecho iba a
estallar de tanta felicidad. Antonio hizo el brindis de la ceremonia, Angélica
y Dylan se encontraban bailando y cuando paraban iban a correr tras los
niños que no dejaban de jugar por todo el lugar. Se veían felices.
—¡Es hora de lanzar el ramo! —gritó Rodrigo captando la atención de todos.
Las chicas se pusieron una junto a la otra. Lancé el ramo y este cayó en las
manos de Angélica, quien no tardó en mirar a Dylan sonrojada y recibir un
guiño de su parte.

—¡Atención! —Rodrigo me tomó de la mano—.

Queremos agradecerles por estar aquí. Es un honor para nosotros tener su


amistad. Quiero tomar estos minutos para dirigirme a mi esposa Chantal —lo
437

Elba Castilloveitia miré desconcertada—. Chantal, quiero decirte que estoy


dispuesto a hacerte feliz, a darte lo que necesites, aunque muchas veces no lo
digas. Te amaré y lucharé por ti cada día. Contigo aprendí que el que ama no
se rinde, que muchas veces hay que matar el orgullo para poder seguir
adelante. Si no hubiese estrangulado mi orgullo y mi odio hacia cierto tipo
de personas no estuviera aquí. Aprendí que cada cual escoge el camino que
cree más fácil y que no se puede juzgar a las personas por lo que son, y que
cada una de ellas es valiosa. Chantal, gracias por iluminar mis días, por
darle color y alegría. Te Amo…

Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

—¡Beso, beso, beso! —pidieron a gritos todos.

No tuvieron que esperar mucho puesto que Rodrigo ya estaba devorando con
ansias mis labios.

Nos despedimos para ir a nuestra luna de miel.

Israel nos había regalado boletos para ir a Escocia.

Estaba emocionada cual niña pequeña. El auto que nos llevaría al aeropuerto
estaba lleno de globos dorados que decían Chantal y Rodrigo. Al montarnos
algunos de los globos comenzaron a reventarse, provocándome

pequeños
sustos.

Rodrigo se echó a reír y lo miré divertida. Mientras el auto se ponía en


marcha comenzamos a lanzar los globos restantes por la ventana los cuales
se perdían en el cielo. El último globo estalló en mis manos y una nota salió
de su interior: El camino puede estar lleno de espinas, pero el amor será el
bálsamo que los hará soportar el dolor.

Miré a Rodrigo sorprendida y él me sonrió. Me recosté en su hombro y el me


envolvió la cintura con sus cálidos brazos.

438

La chica del burdel

—Te amo —susurré en su oído.

—Yo te amo mucho más. Si hubiese otra vida luego de esta te buscaría para
seguir junto a ti, porque sin ti me hubiese quedado en la oscuridad, jamás
hubiese conocido lo que es amar.

439

Elba Castilloveitia 440

La chica del burdel CAPÍTULO ESPECIAL

Aquí frente a mi ventana, mirando el atardecer que cae sobre la ciudad,


medito en lo que ha sido mi vida. Es asombroso como muchas veces nos da
más de lo que merecemos. Mi vida en un momento dado no fue fácil, luchar
en contra de las adversidades con tal de poder salvar a mi hijo de una muerte
segura. Dios nunca te abandona en tus peores batallas. Te da las
herramientas precisas para poder cruzar al otro lado. En el camino puso a un
hombre maravilloso para ayudarme. Rodrigo ha sido mi pilar, mi refugio
cuando ya no puedo más, cuando las fuerzas se me agotan y no puedo
continuar. Es un hombre excepcional que me ha hecho una mejor persona. Me
trata como una reina y su vida gira en mi entorno. No tengo dudas de que
tomé la mejor decisión de mi vida al casarme con él. Ya son diecinueve años
en que tome la decisión más importante de mi vida. Diecinueve años de altas
y bajas donde puedo decir que soy más que bendecida. Tengo una hermosa
familia. Ezequiel ya es todo un hombre y está próximo a graduarse de
medicina. Decidió estudiar oncología pediátrica para así poder ayudar a
niños que están pasando por lo mismo que el pasó. Aleisha se ha convertido
441

Elba Castilloveitia en una mujercita hermosa, fuerte y decidida.

—Mamá, voy a salir con Jacob y unas amistades.

—La voz de mi hija me saca de mis pensamientos.

Jacob es como otro hijo para mí, casi hermano de mi hija y su mejor amigo.
Es el hijo de Ana y Antonio y le he tomado un cariño especial.

—Ve, pero ten cuidado, pórtense bien

—respondo ya con el corazón desbocado. Cada vez que mis hijos dicen salir
siento mi pecho oprimido hasta que los veo llegar sanos y salvos.

—Ay, mama, siempre dices lo mismo y nunca ha pasado nada. Además, ya no


somos niños.

—Sabes que te amo, al igual que amo a tu hermano. Ustedes son mi vida, mi
adoración, y si algo les llega a pasar, muero. Y para mí siempre serán mis
niños.

—¡Por Dios! No seas trágica, mamá —zanja girando sobre sus talones para
marcharse no sin antes darme un beso en la mejilla.

—Te amo —completo y la veo salir de la habitación.

Me dispuse a tomar un buen baño para salir a la fundación Valórate, una que
decidí crear con la ayuda de Rodrigo para poder ayudar a chicas que
sufrieron un camino difícil como el que tuve. Les ayudamos a conseguir
empleo y le proveemos cosas esenciales para el diario vivir, ayudándolas a
dejar esa vida que trae tantas consecuencias físicas y psicológicas. Tomo mi
bolso para salir cuando siento unas manos alrededor de mi cintura.

—Hola, preciosa. Estaba pensando que quizá podríamos salir a cenar esta
tarde. —La voz ronca de Rodrigo me hace girar para mirarlo a esos ojos
color aceituna que tanto me gustan.

—Me parece perfecto, pero solo si me acompañas a la fundación —pido


enredando mis brazos en su cuello y depositando un tierno beso en 442

La chica del burdel sus labios.

—Lo que tú quieras —contesta. Me mira con sus ojos cargados de deseo.
Sus manos recorren mi espalda hasta posarse en mis nalgas.

Fuimos a la fundación y de camino le escribo a Aleisha para informarle que


regresaríamos en buen rato. Hemos desarrollado la costumbre de mantener
una buena comunicación entre nosotros.

Hoy la sociedad está tan deteriorada que las familias no podrían subsistir sin
una buena dosis de comunicación.

—Te digo que yo puedo hacer lo que me dé la gana, ¡ya soy mayor de edad!
—Los gritos de Aleisha nos alertan.

—Es por tu bien. Eso que quieres hacer está mal

—escucho la voz de Jacob y miro a Rodrigo extrañada.

—Debo hablar con mi hija —espeto al dar un paso para subir a la


habitación.

—No, espera…—Rodrigo me sujeta por la mano para que me calme—.


Hemos pasado una hermosa velada, no quiero que nada opaque este día. Por
favor, piensa bien lo que harás o dirás. No quiero que te pelees con Aleisha.
—Mi mirada desafiante lo dice todo.
Me suelto del agarre y me dirijo a la habitación de mi hija. Al pegarme a la
puerta no puedo evitar escuchar lo que hablaban en susurros.

—Ali, no puedes entrar a ese lugar.

—¿Por qué no? ¿Quién me lo impide?

—Puedes pillar alguna enfermedad —continua Jacob.

—Sé cuidarme.

—Aleisha, no entres a ese burdel.

Siento al instante mi corazón colapsar dentro de mi pecho. No puede ser. Por


Dios, no puede ser que mi hija quiera ser una…, una… No, pero ¿desde 443

Elba Castilloveitia cuándo? Si apenas cumplió sus dieciocho, siempre me ha


dicho todo y no entiendo ese cambio repentino de tener una vida fácil. A ella
nunca le ha faltado nada, ni le faltará. No quiero que se repita mi historia, no
con ella.

Lágrimas comienzan a salir de mis ojos mientras una película de mi vida


pasa frente a mí. Imaginar a mi hija en una situación tan similar me oprime
de forma brutal. Me sujeto a la pared al sentir las fuerzas abandonar mis
piernas.

—Chantal… Amor, ¿qué ocurre? Estás pálida.

Necesitas un médico.

—No te preocupes, estoy bien. —Rodrigo me toma de la mano para


ayudarme a llegar a nuestra habitación.

—¿Qué escuchaste?

—Rodrigo, ella quiere entrar al burdel.

Así sin más me desbordo en llanto e impotencia.


Mis palabras descolocan a Rodrigo, quien cae sentado a mi lado en lo que
logra reaccionar y asimilar lo que le había dicho.

—¿En qué fallé como madre? —cuestiono luego de eternos segundos en


silencio.

—Tu no fallaste. A los hijos uno los instruye y ellos se encargan de forjar su
futuro. No podemos controlarlos, ellos toman sus decisiones.

—Tal vez si le hubiese hablado de mi pasado…

Ninguno de los dos conoce lo que fui, ninguno sabe lo cruel que es esa vida.

—Hay que dejarlos que aprendan solos, aconsejarlos, pero dejarlos que
vivan para que se hagan fuertes y maduren. Pero, hey, tampoco estoy de
acuerdo.

—Lo sé, pero ¿por qué esa vida? Puede escoger cualquier otra cosa, ¿por
qué quiere entrar al burdel? ¿Por qué?

Las horas comienzan a pasar lentamente 444

La chica del burdel mientras sopeso la forma en que hablaría con mi hija. No
sería fácil, pero es necesario.

—Mamá. —Mi corazón da un vuelco al sentir su presencia en mi habitación


—. ¿Estás bien? Papá dijo que querías verme y hablar conmigo sobre algo.
¿Pasa algo? —pregunta con timidez.

—Aleisha, no pude evitar escuchar tu discusión con Jacob. —Palidece y


desvía su mirada de mis ojos.

—Mamá, yo…

—¿Tú sabes lo que esa vida conlleva? ¿Por qué quieres entrar ahí? No te
falta nada, sea mucho o poco siempre tienes lo que quieres porque nosotros
nos hemos encargado de que a ninguno de ustedes les falte algo. Ali, tienen
lo necesario para vivir, tienen una cuenta en el banco que le hicimos con
mucho cariño y no es necesario que entres a trabajar en un burdel.

—Mama, quiero independizarme, tener mi auto, mi casa, ser alguien. Ahí


pagan muy bien —se justifica.

—Claro que pagan bien, pero no mereces esa vida. Ahí te humillan, te
maltratan, te tratan como basura, allí no eres nadie. Algunos se obsesionan
contigo y no te dejan ni respirar. Todos son malos tratos, te agobian con sus
cosas. Cargarías con un título que a nadie le gusta, créeme. No mereces eso.

Ali, las mejores cosas se consiguen con esfuerzo y dedicación, la vida fácil
puede costarte muy caro en un futuro. La vida fácil te aleja de las personas
que quieres, te hunde, y cuando quieras amar y entregarte a un hombre de
verdad no podrás porque te sentirás poca cosa para el que sea.

—Hablas como si… hubieses trabajado ahí.

—Lo hice —confieso en un hilo de voz—. Y por eso cree la fundación.

Mi hija abre sus ojos y queda casi inmóvil.

445

Elba Castilloveitia

—¿Me estás queriendo decir que tú fuiste una de ellas?

—Sí, y no es una vida de la que me sienta orgullosa. Entré cuando estaba sin
trabajo y a tu hermano le habían diagnosticado leucemia. Estaba
desesperada, él podría morir en cualquier momento y necesitaba un buen
tratamiento, ¿comprendes?

Ali, eres una chica hermosa, llena de vida, de sueños y metas y la vida en el
burdel no es para ti, ni debería ser para ninguna mujer, joven o adulta.

Sabes que te amamos con todo el corazón, pero por favor desiste de esa idea
loca de trabajar en el burdel. —La miro con ternura tratando de descifrar esa
mirada tan expresiva que poseía—. Si quieres puedes trabajar con nosotros
en la fundación para que veas que la vida allí no es como crees.

—Mamá… No sé qué decir. Perdóname por pensar a la ligera y querer un


camino tan fácil.

—Pensé que estabas harta de nosotros y por eso querías irte lo más rápido
posible.

—¿Cómo se te ocurre? Claro que no. —La envuelvo en mis brazos para
tenerla conmigo y brindarle mi amor—. Lo siento, lo siento mucho. Te amo,
mamá. Gracias.

—No tienes nada que agradecer. Por ustedes lo mejor, no lo olvides. Ven,
hay que preparar la cena.

Hoy es Navidad y quiero que sea especial.

Juntas nos dirigimos a la cocina donde preparamos un rico pernil asado con
papas al horno y vegetales salteados, de postre un pastel de limón.

Luego de cenar nos reunimos en la estancia para platicar y entregar nuestros


regalos. Aleisha recibió un dije de corazón que adentro contenía una foto
familiar a un lado y su foto de cuando era bebé en el otro. Rodrigo me regaló
una pulsera en oro blanco con diamantes y él recibió un Apple Watch última
versión para sincronizar con su iPhone. El regalo de 446

La chica del burdel Ezequiel permaneció bajo el árbol ya que no pudo asistir
por sus compromisos en el hospital. Lo miro con tristeza deseando poder
abrazar a mi hijo como todos los años, y creo que mi semblante era evidente,
porque Rodrigo no tardó en colocarse tras de mí para depositarme un beso
en el cabello.

—¡Mamá, llegué!

Me levanto como resorte al escuchar esa voz tan familiar. Mi hijo había
llegado. Él corre hacia mí y me abraza con fuerza. No puedo evitar llorar de
felicidad. La familia está completa.

—Por poco no llego, pero pude cambiar el turno con mi amigo porque él
odia estos días —señala sin más.

—Me alegro de que estés aquí. Me hacías falta

—Rodeo su cuerpo con mis brazos y deposito un beso en su frente. Mi


familia es todo lo que tengo y lo que más amo.

Hay cosas que te marcan para bien o para mal.

En el momento son difíciles de asimilar, quizá duelan y sientas tu corazón


sangrar con cada latido dentro de tu pecho. Aun así, no es el final, al
contrario, es momento para levantar tu cabeza, pararte firme y convencerte
de que cada final tiene un nuevo comienzo. Resurge como el ave fénix, alza
vuelo de entre las cenizas y vive.

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Elba Castilloveitia 448


AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecer a esas personas que te ayudan a crecer, que cuando caes te
extienden la mano y te ayudan a levantar. A todas esas personas que creyeron
en mí, que me motivaron cada día a seguir mis sueños, a intentarlo una vez
más, que cuando dude de mí vieron el potencial que me negaba a ver.

Muchas veces los sueños se escurren de nuestras manos solo porque no


creemos en nosotros mismos. Muchas veces el miedo nos paraliza y dejamos
todo porque no creemos en lo que podemos llegar a alcanzar. Es allí donde
están esas personitas especiales que te dan palmadas en el hombro, que te
dan una palabra de aliento, quizá cosas insignificantes, pero que a su vez
tienen gran peso sobre tu vida. Quiero decir gracias a todos por apoyarme,
creer en mí, animarme, por decirme que siguiera adelante, que podía llegar
lejos. Gracias a mi amigo Jorge Luis Almodóvar por ser el primero en decir
“Si lo quieres, hazlo” y por estar cuando he pensado rendirme. Gracias
Gladys Plaza por darme ese empujoncito para publicar este libro. Gracias
Nanny Baez por escuchar mis ideas y mis locuras cada vez que salíamos a
dar una vuelta por ahí.

Gracias a todos los que me leen, no saben lo feliz que me hace cada uno de
sus comentarios. Gracias por darle una oportunidad a La chica del burdel.

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