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1Q84, invención y sentido

Emmanuel Ruiz C
.
Desde hace unos años, Murakami es objeto de la vieja polémica sobre si lo
que hace es o no literatura. Y es cierto que el que se aproxime a él haría
mal buscando el estilo suave de Proust o la minuciosidad artesanal de
Austen. Tampoco hallará, para usar referentes culturales propios de la
literatura japonesa, la penetración y complejidad de Tanizaki, el alucinado
bisturí de Akutagawa, la filigrana de síntesis y elusiones de Kawabata; ni
siquiera el sangriento patetismo, tan occidental, de Mishima. La prosa
artística nunca ha sido un propósito de Murakami (o bien, sólo ha conocido
pésimos traductores: no lo creo).
Lo anterior ha servido en múltiples ocasiones para que varios críticos
afirmen que se trata de un escritor light (whatever that means). Pues bien,
aun en el supuesto de que su trabajo no sea “literatura” (o lo que unos
grupos entienden por tal), resulta innegable que Murakami es “algo”. Algo
significativo para los millones de lectores que tiene alrededor del mundo.
Si su prosa adolece de defectos visibles como repeticiones,
explicación pormenorizada de cosas obvias, etc., es en el efecto hipnótico
de sus historias y en el trazado de sus extravagantes personajes donde acaso
sea preciso buscar las claves de su éxito.
En todo caso, y a pesar de la muy dispar recepción crítica que ha
tenido, 1Q84 es Murakami de principio a fin. Es sencillo detectar sus
obsesiones y constantes en cada rincón. Así, la adolescente extraña, en
contacto con un mundo mágico, infaltable en sus novelas, se llama aquí
Fukaeri. El joven inseguro que oculta más de lo aparente se llama Tengo
Kawana y es una de las dos voces narrativas desde donde se va tejiendo la
historia. Un personaje menos visto en novelas previas es la mujer joven de
fuerte carácter y claras convicciones (acaso la Creta Kanoo de Crónica del
pájaro que da cuerda al mundo), que aquí se llama Aomame y es la otra
voz que hilvana la trama. Con la narración de estos dos personajes que se
buscan sin saberlo y se acercan sin quererlo, nos aproximaremos a la
extraña secta llamada Vanguardia y a esa especie de mundo alterno
bautizado casi desde el inicio como 1Q84 por Aomame.
Otros procedimientos familiares están presentes: el mundo que deja
de ser familiar para convertirse en un lugar lleno de sorpresas y peligros; la
mujer extraviada a la cual se encontrará pasando por varias vicisitudes en
un plano distinto del que solemos llamar realidad, un lugar carente de
certezas donde las cosas siempre ocultan un filo, una segunda cara.
Hasta aquí lo que podríamos llamar convenciones del autor. Pero
también hay cosas nuevas. A diferencia de las tramas del Murakami joven,
aquí se abordan temas de mayor relevancia y amplitud social: la religión,
las asociaciones de individuos que comparten métodos y fines, el abuso
físico y sexual a las mujeres, la apostasía de la fe y la búsqueda de una
individualidad forjada en contra de unos valores familiares impuestos, por
mencionar algunos ejemplos. Se trata de una novela donde la violencia no
sólo es fantástica o sugerida o tal vez metafísica, sino muy concreta y
brutal: Aomame, personaje central, es una asesina que mata por convicción
y con base en una idea personal de justicia.
Dentro de este caleidoscopio de puntos de vista, Murakami parece
sugerir que el mundo está conformado por agrupaciones de individuos que,
ajenos a la ley o a la “razón de Estado”, van perfilando sus intereses y las
maneras adecuadas para conseguirlos; algunas veces se trata de meras
asociaciones amistosas donde se comparten aficiones y se palia la soledad
(como la relación de Aomame con Ayuki, una agente de la policía de
tránsito), pero otras veces estas sociedades toman en sus manos la
resolución de problemas complejos, como la secta Vanguardia o como el
grupo al que pertenece Aomame, o en el trato de reescribir la novela de
Fukaeri que le es propuesto a Tengo Kawana para hacerla ganar un premio
literario. Diversas formas de asociación, diversos fines y métodos para
enfrentar problemas comunes.
1Q84 presenta un mundo cada vez menos familiar y más inquietante,
regido por potencias irracionales, donde quien se aventure a creer en lo
increíble y a actuar sin seguir los parámetros de la lógica tendrá la
probabilidad más alta de supervivencia, y en el cual no sólo hay
manifestaciones físicas (dos lunas en el cielo) sino también etéreas y hasta
morales.
Repetición de palabras y frases, acento obsesivo, banalidad al cien
por cien de todas las palabras y elocuencia de charlatán vulgar, pueden ser,
como quería Nabokov, elementos característicos del estilo de Dostoyevski.
No obstante, y aunque Nabokov rechine los dientes en su tumba, nadie
discutirá la importancia del genial epiléptico en la historia de la literatura.
De aquellos que lo siguieron nació lo mejor de la primera literatura del
siglo XX: Woolf, Joyce, Faulkner. También se ha hablado del estilo “feo”
de un escritor muy distinto (el único que, en vez de seguir la sombra del
subjetivismo, prefirió escribir algo totalmente nuevo) y fundamental: me
refiero a Franz Kafka, a quien Murakami presta un homenaje muy directo
en el título de una de sus mejores novelas (Kafka en la orilla) y muchos
indirectos, dispersos aquí y allá en su trabajo.
Hace poco, hablando con una investigadora y especulando sobre las
causas del éxito de Murakami, ella opinó que se debía a que reflejaba la
manera en que los jóvenes ven las cosas. Yo me quedé pensando que la
lógica a la que apela este autor se parece mucho a la del Mahabharata,
donde lo divino, lo que ocurre en otro plano, lo no racional, explica y
justifica cosas que racionalmente parecen disparates. Si esa es la manera de
ver las cosas de los jóvenes, entonces, como en 1Q84, este acaso ya no sea
el mundo que conocíamos.
Al final, esa es la puerta que Murakami muestra en medio de la era
del desencanto y lo que constituye, acaso, el corazón de su conexión con
tanta gente. El mundo siempre puede ser distinto de como lo pensamos;
siempre puede sorprendernos. Lo que en estos tiempos no es poco decir. Se
trata de una idea que encierra mucha esperanza.

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