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cualitativa
Norman K. Denzin e
Yvonna S. Lincoln (Coords.)
HERRAMIENTAS UNIVERSITARIAS
OBRAS PUBLICADAS
y M alcolm T ig h t
Manual de
investigación cualitativa. Vol. I
Norman K. Denzin e
Yvonna S. Lincoln (Coords.)
Título original en inglés:
The Sage Handbook of Qualitative Research
Im preso en E spaña
Printed in Spain
Volumen I E l c a m p o d e la in v e s t ig a c ió n c u a lit a t iv a
Prólogo a la edición en castellano. Prefacio. Introduc
ción general (Capítulo 1). Introducción al Volum en I.
C apítulos 2 a 7.
R. Bishop, C. G. C hristians, N. K. Denzin, M. Fine, D.
J. Greenword, M. Levin, Y. S. Lincoln, L. T. S m ith y
L. Weis.
Volumen II P a r a d ig m a s y p e r s p e c t iv a s e n d is p u ta
Prólogo a la edición en castellano. Introducción al Vo
lum en II. C apítulos 8 a 14.
J. Donnor, D. Foley, E. G. Guba, J. L. Kincheloe, G.
Ladson-B illings, Y. S. Lincoln, P. M cLaren, V. Olen-
sen, K. Plum m er, P. Saukko y A. Valenzuela.
Volumen V E l a r te y la p r á c tic a d e la in te r p r e ta c ió n , la e v a
lu a c ió n y la p r e s e n t a c ió n
Prólogo a la edición en castellano. Introducción al Vo
lum en V. C apítulos 36 a 42. Introducción a la p arte
final. C apítulos 43 y 44.
Z. Bauman, I. Brady, N. K. Denzin, J. D. Engels, S.
J. Hartnett, P. Hodkinson, D. R. Holmes, E. R. House,
Y. S. Lincoln, G. E. Marcus, L. Richardson, J. K.
Sm ith, E. A. St. Pierre y K. Stewart.
*
Indice
P r e f a c io .................................................................................................... 23
3. E s tu d io s c o m p o s ic io n a le s , e n d o s p a r te s . Sobre la
teorización y el análisis críticos acerca de la
(in ju stic ia social
Michelle Fine y Lois Weis ................................................................ 155
4. C a m in a n d o s o b r e te r r e n o r e s b a la d iz o . La investigación
de los pueblos nativos en la era de la incertidum bre
L in da Tuhiwai S m i t h ....................................................................... 190
5. H a c ia u n a in v e s t ig a c ió n lib r e d e la d o m in a c ió n
n e o c o lo n ia l. El enfoque k au p ap a m áorí en la creación
de conocimiento
R u ssell B is h o p .................................................................................... 231
6. L a é t ic a y la p o lít ic a e n la in v e s t ig a c ió n c u a lit a t iv a
Clifford G. C h ristian s ....................................................................... 283
7. L o s C o m ité s d e C o n d u c ta É tic a y e l c o n s e r v a d u r is m o
m e to d o ló g ic o . Los cuestionam ientos del paradigm a
fenomenológico
Yvonna S. L in c o ln ............................................................................. 332
L o s c o m p ila d o r e s d e l M a n u a l,
N o rm a n K . D e n zin e Y von n a S. L in c o ln ....................................... 365
L o s a u to r e s d e l V o lu m e n I ................................................................. 367
Prólogo a la edición en castellano
De las nuevas form as de conocer
y de p ro d u c ir conocim iento
Iren e V a s ila c h is d e G ia ld in o
c e i l -p i e t t e ( C o n icet, ARGENTINA)
3.3. L a in v e s t ig a c ió n in d ig e n is t a
3.4. E l e n fo q u e k a u p a p a m a o r í
1 C entrándose en la agenda fem inista, Olesen (2000, pág. 215) hace un llam ado
a que «una academ ia incisiva enm arque, dirija y utilice la pasión en interés de tra b aja r
sobre los graves problem as en m uchas áreas de la salud de la mujer».
vamos a la actu al generación de investigación y pensam iento crítico,
interpretativo, desde la indignación a la acción política progresista, a
la teoría y el método que conectan la política, la pedagogía y la ética
con la acción concreta sobre el m undo? Q uerem os que la nueva edición
lleve la investigación cualitativa al nuevo siglo. Queremos que apuntale
un proyecto democrático, comprometido con la ju sticia social en u n a era
de incertidum bre. Al mismo tiempo, querem os autores capaces de es
cribir capítulos que aborden tem as concretos y prácticos, pero que ta m
bién critiquen el campo y tracen un m apa de tem as, debates y d esarro
llos cruciales, ya sean consolidados o em ergentes.
XXX
El fu n d a m e n ta lis m o m eto d o ló g ic o
La estructura de la obra
La e stru ctu ra del M anual va de lo general a lo específico, y del
pasado al presente. El Volumen I comprende u n a topografía del campo,
partiendo de las tradiciones de investigación cualitativa en la un iv er
sidad; luego incorpora el tem ario de la teoría crítica y el análisis de la
(injusticia social, la investigación de los nativos en la «era de la incer-
tidumbre», la resistencia a la dom inación neocolonial en el contexto
máorí y la política y la ética del trabajo de campo. El Volumen II aísla
lo que consideram os el conjunto de los principales p aradigm as h istó ri
cos y contem poráneos que actualm ente e stru c tu ra n e influencian la
investigación cu alitativa en las hum anidades. Los capítulos p asan de
un repertorio de paradigm as en com petencia (el positivismo, el neopo
sitivismo, el constructivism o, la teoría crítica) a perspectivas in te rp re
tativas específicas (la etnografía crítica, el discurso fem inista, la teoría
crítica de la raza, los estudios culturales, el hum anism o crítico y la te
oría queer).
El Volumen III se concentra en las principales estrateg ias de in
vestigación (históricam ente los métodos de investigación) que los in
vestigadores pueden utilizar en estudios concretos. Los colaboradores
de esta p arte unen su exposición con d istin tas estrateg ias de investi
gación específicas (la etnografía perform ativa, el estudio de casos, la
etnografía pública, la práctica in terp retativ a, la teoría fundam entada,
la etnografía crítica, el testim onio, la investigación-acción participa-
tiva, la investigación clínica) a los tem as m ás generales relacionados
con la ju sticia social. Esos capítulos exploran extensam ente la historia
y los usos de tales estrategias.
La cuestión de los métodos comienza ju n to con el diseño de un
proyecto de investigación cualitativa. Siem pre partim os de u n investi
gador situado socialmente, que va desde u n a preg u n ta de investigación
a un paradigm a o perspectiva, y se dirige después al m undo empírico
para responderla. U na vez posicionado de esta m anera, el investigador
puede elegir en tre un amplio repertorio de métodos, que pueden em
plearse eventualm ente p a ra cualquier tipo de estudio. E n el Capítulo
15, Ju lian n e Cheek observa agudam ente que los in terro g an tes que ro
dean la práctica y la política vinculada con el financiam iento de la in
vestigación cualitativa, a m enudo re su ltan fundam entales. E n té rm i
nos globales, el financiam iento p a ra este tipo de investigación se to rn a
m ás difícil a m edida que el conservadurism o metodológico gana espacio
bajo la capa de regím enes políticos neoliberales.
El Volumen IV exam ina métodos de recolección y análisis de m a
terial empírico. E n tre otros, la investigación n arrativ a, la investigación
centrada en el arte, la en trev ista y la observación, el uso de artefactos,
los documentos y los registros del pasado, la etnografía Online, la au-
toetnografía y la etnografía visual, las perspectivas in te rp re ta tiv a s,
las metodologías foucaultianas, el análisis de textos y conversación, y
los grupos focales. El Volumen V está consagrado al a rte y la práctica
de la interpretación, de evaluación y de presentación de resultados. In
cluye los criterios p a ra ju z g ar la pertinencia de los m ateriales cu alita
tivos en u n a era de relativism o, el proceso de interpretación, la escri
tu ra como método de investigación, las poéticas del lugar, la poiesis
cultural, la poesía investigativa y las políticas del testim onio, la eva
luación cu alitativ a y la transform ación de las políticas sociales. Los
tre s últim os capítulos del Volumen V especulan sobre el futuro y las
prom esas de las ciencias sociales y la investigación cu alitativ a en u n a
era de incertidum bre global.
R esp u esta a a lg u n a s c r ít ic a s
2 E stos criterios van de los que respaldan los pospositivistas (variaciones sobre
las ideas de validez, verosim ilitud, credibilidad y confiabilidad) a las preocupaciones
de perspectivas p o sestru ctu ralistas y fem inistas que enfatizan textos perform ativos,
colaborativos y evocativos que generan relaciones éticam ente responsables en tre los
investigadores y los sujetos investigados.
un acuerdo acerca de lo que es «bueno» o «malo», o lo que es banal, o
emancipatorio, lo cual complica tan to el análisis como la in te rp re ta
ción. C onstantem ente, estos investigadores ponen a p rueba la d istin
ción entre lo «real» y lo construido, con el entendim iento de que todos
los eventos y las interpretaciones e stá n m ediadas y hechas realidad a
través de prácticas m ateriales e interactivas, a trav és del discurso, la
conversación, la escritu ra y la narrativ a; a trav és de artículos científi
cos y relatos realistas, posrealistas y perform ativos.
Este grupo de personas tra b a ja, al mismo tiem po, en el centro y
en los m árgenes de estas formaciones interdisciplinarias y tran sn acio
nales em ergentes, que cruzan las fronteras que sep aran la com unica
ción, la raza y la etnicidad, la religión, los estudios sobre las m ujeres,
la sociología, la historia, la antropología, la crítica literaria, las ciencias
políticas, la economía, el trabajo social, el cuidado de la salud y la edu
cación. E ste trabajo se caracteriza por un silencioso cambio de pano
rama, u na conversación transdisciplinaria, u n a transform ación p rag
mática de las prácticas, las políticas y las costum bres.
Es en esta coyuntura (la difícil, compleja encrucijada en la que
convergen el neoliberalism o, el pragm atism o y el posmodernism o) que
esta revolución silenciosa e stá ocurriendo. E sta revolución se define a
partir de las políticas de representación, la cual se p reg u n ta qué es lo
representativo en el texto y cómo éste h a de ser juzgado. Hemos dejado
atrás el m undo del realism aJngenuo, y ahora sabemos que un texto
no refleja el mundo, sino que lo crea>jEs más: no hay un m undo externo
o un árbitro final (la experiencia vivida, por ejemplo) respecto del cual
se puede ju zg ar el texto.
El pragm atism o es central p a ra esta conversación, porque con
siste, en sí mismo, en u n a preocupación teórica y filosófica firm em ente
asentada en la tradición posrealista. Como tal, es u n a posición teórica
que privilegia la práctica y el método sobre la reflexión y la delibera
ción. C iertam ente, el posm odernism o en sí mismo no tiene u n a incli
nación a privilegiar el discurso o el texto por sobre la observación; m ás
bien, como tam bién ocurre con el posestructu ralism o , el posm oder
nismo nos exige sim plem ente que le prestem os al discurso y a lo per-
formativo ta n ta atención como a la observación o cualesquiera otros
métodos de trabajo de campo, y que reconozcamos que nuestro s dis
cursos constituyen el vehículo p a ra com partir n u e stras observaciones
con aquellos que no están con nosotros en el campo.
Es precisam ente la an g u stia que sentim os al reconocer los pode
res ocultos de los discursos lo que nos deja en el um bral del posm oder
nismo y señ ala el advenim iento de problem as que nos conciernen a
todos. Es verdad que la investigación cualitativa, in terp retativ a de hoy
en día se desarrolla en el marco de ám bitos discursivos rivales. N ues
tra historia del campo ubica siete m om entos h a sta el presente (y, en
el futuro, un octavo y un noveno). Todos estos m om entos conviven en
el presente, com pitiendo y definiéndose en tre sí. E ste discurso se
m ueve en v arias direcciones al m ismo tiem po y, como resu ltad o , se
abren nuevos espacios, posibilidades y formaciones p a ra los métodos
de investigación cualitativa, al tiem po que otros tan to s se cierran.
H ay quienes m arginan y politizan las versiones posm odernas y
posestructurales de la investigación cualitativa, tom ándolas por u n a
forma de corrección política, relativism o radical, n a rra tiv a del s e lf o
charla de café. Algunos condenarán este M anual por no dedicarles su
ficiente atención a la aproxim ación m ás práctica y básica al trabajo de
campo y a los textos que nos enseñ an cómo e stu d iar el m undo «real».
O tros, incluso, p edirían u n a versión canónica, pero flexible, de este
proyecto, que volviera sobre la escuela de Chicago o sobre versiones
form ales, analíticas, re a listas m ás recientes. O tros criticarán la for
mación desde adentro, alegando que al privilegiar el discurso por sobre
la observación no se ofrecen criterios adecuados p ara evaluar el trabajo
in te rp retativ o , dejando abierto el in te rro g a n te acerca de qué hacer
cuando no se tienen m ás elem entos que la voz y la interpretación. M u
chos exigen un marco de referencia norm ativo p a ra ev alu ar su propio
trabajo. Lo cierto es que ninguno de estos deseos podrá satisfacerse fá
cilmente en el corto plazo. El debate, las contradicciones y las tensiones
filosóficas hacen que se esté m uy lejos de lograr consenso en alguno de
estos tem as.
Si bien no estam os haciendo historia, cada uno de los capítulos
n a rra la historia de un subcampo. N u estra intención y la de nuestros
colaboradores es a p u n ta r al futuro y preguntarnos qué ocurrirá con los
métodos de investigación cualitativa de aquí a diez años. Por supuesto
que muchos académicos dentro de nuestro campo todavía tra b a ja n en
marcos de referencia procedentes de m om entos anteriores. Y está bien
que así sea, pues no hay u n a única m an era de hacer investigación in
terp re ta tiv a , cualitativa. Todos somos bricoleurs in terp retativ o s a tra
pados en el presente, trabajando contra el pasado a m edida que nos
movemos hacia un futuro político intenso y desafiante.
¿Qué revolución?
Resumiendo, u n a única tesis com puesta de v arias p artes orga
niza n u estra lectura del lu g ar en el que hoy se en cu en tra el campo de
la metodología de investigación cualitativa. E n p rim er lugar, si este
proyecto se h a transform ado es porque el m undo con que se en fren ta
la investigación cualitativa, dentro y fuera de la academ ia, se h a tra n s
formado. Y tam bién se h a transform ado debido a la creciente sofisti
cación, tan to teórica como metodológica, de los investigadores cuali
tativos de todas partes. La separación y la diferencia, la violencia y el
terror definen el día a día de la economía política global. Vivimos en
un mundo poscolonial o neocolonial. Es necesario p en sar el objeto de
la investigación m ás allá de la nación o del grupo local.
En segundo lugar, éste es un m undo en el que los textos etnográ
ficos circulan como m uchas otras m ercancías en la economía m undial
digitalizada. Puede que la etnografía sea uno de los discursos princi
pales en el m undo neomoderno. Pero, de ser así, ya no sería posible
dar por sentado qué se entiende por etnografía, ni siquiera en la in
vestigación cu alitativ a re a lista tradicional (Snow, 1997, pág. 97).3
3 Según Jam eso n (1990, pág. 166), el texto re a lista co n stru ía su versión del
Tanto global como localm ente, varios procesos judiciales h a n borrado
la distancia personal e institucional en tre el etnógrafo y aquellos sobre
los que escribe. Ya no nos pertenecen las notas de campo que realiza
mos acerca de quienes estudiam os. No contam os con ninguna g a ra n tía
indiscutible a la hora de e stu d iar algo o a alguien. Hoy en día, los su
jetos estudiados cuestionan el modo como se escribió sobre ellos, y m ás
de u n etnógrafo h a sido llevado a los tribunales.
o E n tercer lugar, éste es u n proyecto con conciencia de la probl
m ática de género. Teóricos fem inistas, poscoloniales y queer cuestionan
la lógica tradicional del texto n arrativ o etnográfico heterosexual que
reflexivam ente sitú a el s e lf de género neu tro (o m asculino) del etnó-
y grafo, en el marco de un relato realista. Hoy en día no existe u n a iden
tid ad etnográfica consolidada. El etnógrafo tra b a ja con u n a realidad
«híbrida». E xperiencia, discurso y autocom prensión colisionan con
asunciones culturales m ás am plias, que tienen que ver con la raza, la
etnia, la nacionalidad, el género, la clase y la edad. U na identidad de
term in ad a nunca es posible. El etnógrafo siem pre debe preguntarse,
no ya ¿quién soy?, sino ¿dónde, cuándo, cómo soy? (Trinh, 1992, pág.
157).
A En cuarto lugar, la investigación cualitátiva'supone u n proyecto
científico, pero tam bién conlleva u n proyecto m o ral,'u n proyecto ale
górico, un proyecto terapéutico. La etnografía es mucho m ás que el re
gistro de la experiencia hum ana. El etnógrafo escribe pequeños cuen
tos morales: cuentos que hacen mucho m ás que celebrar la diferencia
cultural o revivir otra cultura. El relato del investigador funciona como
u n a viga de sostén, u n p ilar que, p ara decirlo con W illiam Faulkner
(1967, pág. 724), va a ayudar a los hom bres y a las m ujeres a sobrevivir
y prevalecer en los años iniciales del siglo xxi.
E n quinto lugar, si bien es cierto que el campo de la investigación
cu alitativa se define por constantes ru p tu ra s y quiebres,, nuestro pro
yecto tiene u n centro, que se encuentra, a su vez, en movimiento: el
compromiso h u m an ista con la justicia social, puesto en acción a la hora
de estu d iar el m undo social desde la perspectiva del individuo en Ínter-
[facción. De este principio bro tan las políticas progresistas y radicales
de la acción que sostienen los investigadores fem inistas, clínicos, étni
cos, críticos, queer, y los investigadores provenientes de los estudios
m undo «al p rogram ar [...] a sus lectores; al entrenarlos en nuevos hábitos y prácticas
[...]. Tales n a rra tiv a s tien en por objetivo últim o la construcción de la m ism a categoría
de R ealidad [...]. Del m undo real, “objetivo” o “externo”, que en sí mismo es histórico,
pueden salir modificaciones decisivas en otros modos de producción, o en estadios pos
teriores de este mismo». El nuevo texto etnográfico produce sus propias versiones de
la realidad y enseña a los lectores a incorporar esta m irada del m undo social.
culturales y de la teoría crítica de lo racial. Si bien m uchas com unida
des interpretativas circulan en el campo de la investigación cualitativa,
todas ellas se encuentran unidas en este punto.
i En sexto lugar, los m om entos séptim o y octavo de la investiga
ción cualitativa se definirán por el trabajo que h ag an los etnógrafos al
implementar todos estos presupuestos. E stas situaciones proveen las
condiciones para las transform aciones de la investigación cualitativa
en el siglo xxi. Por últim o, vislum bram os un giro perform ativo en la
investigación cualitativa, en el que los escritores pondrán en acto sus
textos frente a los otros.
Relatos del M an u al
Muchas de las dificultades que hem os encontrado al desarrollar
esta obra son com unes a cualquier proyecto de ta m a ñ a m agnitud.
Otras surgen de las tensiones y contradicciones esenciales que operan
en nuestro campo en este mom ento histórico. Como ocurrió a m enudo
cuando trabajábam os en las ediciones anteriores, m uchas veces los a u
tores «indicados» p a ra cada capítulo no estab an disponibles, no ten ían
tiempo o estaban comprometidos con otros proyectos. Por consiguiente,
buscamos otros, que term inaron siendo mucho m ás «indicados» de lo
que habíam os pensado en un comienzo. E xisten pocas redes que inclu
yan todas las disciplinas que pretendíam os cubrir. Tuvimos la suerte
de contar con un comité editorial que, en m ás de u n a ocasión, nos in
dicó una dirección de trabajo de la que nosotros no habíam os tenido
conciencia previam ente. En especial, estam os agradecidos con Michelle
Fine, quien nos contactó con la com unidad de indigenistas de N ueva
Zelanda, en p a rtic u la r con L inda T uhiw ai S m ith y R ussell Bishop.
Si bien esta vez conocíamos un poco mejor el terreno, todavía había
espacios por los que avanzábam os a tie n ta s, sin sab er bien a quién
exactamente consultar sobre algo. Nos enfrentam os con anteojeras dis
ciplinarias y generacionales, incluyendo las n u estras, y descubrimos
que cada uno de los tem as e stá rodeado por d istin tas tradiciones, con
sus respectivas com unidades in terp retativ as. A m enudo fue difícil su
perar estas diferencias y, en esos m omentos, nuestros «puentes» p a re
cían construcciones im provisadas. Tam bién tuvim os que arreg lárn o s
las solos con u n a inm ensa diversidad de estilos de pensam iento
respecto de u n a cantidad de tem as basados en creencias, fronteras con
ceptuales e ideologías disciplinarias, epistem ológicas, de género, de
raza, étnicas, culturales y nacionales.
E n muchos casos, entram os involuntariam en te en luchas políti
cas sobre quién debía escribir ta l o cual capítulo, o sobre cómo u n ca
pítulo debía ser escrito o evaluado. Es claro que estas disp u tas mués-
tra n la n a tu ra lez a política del proyecto y el hecho de que cada capítulo
sea un espacio potencial, si no real, p a ra m últiples interpretaciones.
M uchas veces, las políticas de la significación se pusieron en juego
cuando tratábam os de negociar y encontrar el rum bo a trav és de zonas
cargadas de emoción. E n m ás de u n a ocasión, estuvim os en desacuerdo
a la vez con un autor y con un miembro del comité editorial. A menudo,
nos encontram os a rb itra n d o en tre m irad as ed itoriales en fren tad as,
trabajando las su tu ra s entre construcción de sentido y diplomacia. L a
m entablem ente, en muchos casos hemos herido sentim ientos, incluso
hemos roto am istades de años. Por esos m om entos, pedimos perdón.
Con la claridad de la m irad a retrospectiva, podemos ver ah o ra que
hay m uchas cosas que haríam os de otro modo hoy en día, y nos discul
pamos por el daño que hayam os hecho.
Nosotros, ta n to como nuestro equipo de autores y asesores, tu v i
mos que esforzarnos mucho p ara definir térm inos como teoría, p a r a
digm a, epistem ología, marco de referencia in terpretativo, m ateriales
em píricos contra d atos y estrategias de investigación. En este proceso,
incluso descubrim os que el mismo térm ino investigación cu a lita tiva
tiene diferentes significados p a ra d istin tas personas.
Dejamos de lado la intención de ser comprehensivos, incluso con
un libro de texto de alrededor de 2000 páginas m anuscritas. Discutimos
con los autores sobre las fechas de entrega y sobre la cantidad de páginas
que les correspondería. Tam bién discutimos sobre la conceptualización
de cada capítulo, y descubrimos que lo que p ara nosotros era evidente,
no lo era necesariam ente p ara los demás. Tam bién discutimos u n a vez
que los capítulos ya estaban term inados y les pedimos paciencia a los
autores al tiempo que les encargábam os u n a últim a revisión.
A gradecim ientos
E ste M anual no existiría sin sus autores y sin los m iem bros del
comité editorial que, con generosidad, dio mucho de su tiem po y de sus
ideas al proyecto, en ocasiones debiendo cum plir con plazos ajustados.
Les agradecem os a todos nuestros colaboradores y a los m iem bros del
comité editorial, cuyos nom bres aparecen citados en las prim eras p á
ginas de este M anual. E stas personas tuvieron la capacidad de ofre
cernos, a la vez, un compromiso sustancial con el proyecto en el largo
plazo y u n a asistencia de em ergencia, en el corto plazo.
H ay todavía otras deudas, in ten sam en te personales y h a sta ho
gareñas. E ste M an u al n unca h u b ie ra sido posible sin la ayuda, el
apoyo, la sabiduría y el aliento de nuestro s editores de Sage: Alison
M udditt, M argaret Seawell y Lisa Cuevas Shaw. Es im presionante su
comprensión de nuestro campo, de su h istoria y de su diversidad, y sus
ideas respecto de la im agen que debía te n e r el proyecto fueron m uy
valiosas. Su energía nos m antuvo en movimiento. Es más: siem pre que
nos cruzábam os con u n problem a, Lisa estab a allí p a ra asistirnos, con
su n a tu ra l buen hum or. Ju d y Selhorst, A strid V irding y C laudia Hoff-
m an condujeron el proyecto durante su fase de producción con la gracia
y el hum or que les son usuales. A isha D urham , G ra n t Kien, Jam es
Salvo y Li Xiung nos ofrecieron su talen to fuera de serie como correc
tores. Y Ravi B alasuriya diseñó la ta p a de la edición en inglés.
Tam bién querem os agradecer a las siguientes personas e in sti
tuciones por su asistencia, apoyo, perspicacia y paciencia: n u estras res
pectivas universidades y departam entos, especialm ente al decano Jan e
Conoley, al decano adjunto E rn e st Goetz y al jefe de d ep artam en to
B ryan R. Colé, todos de la universidad de Yvonna, quienes facilitaron
este trabajo de m an era significativa. E n U rbana, David Monje fue la
persona sine q u a non. Su buen hum or y estado de ánim o m antuvo
nuestros archivos en orden, y a todos los involucrados coordinados. Sin
David, que heredó el lugar de Jack B ratich, el proyecto nunca hubiera
llegado a térm ino.
N orm an tam bién agradece de todo corazón el apoyo m oral, in te
lectual y financiero brindado por el decano Ron Y ates del College de
Comunicación, y a P au la Treichler y Bruce W illiams, ex directora y di
rector actual, respectivam ente, del In stitu to de Comunicación. T am
bién agradece a N ina R ichards y Tom G aler-U nti, que m antuvieron en
orden la contabilidad. C laudia Hoffman, de le editorial Sage, ayudó a
llevar el proyecto a la fase de producción. Le estam os infinitam ente
agradecidos, a ella tan to como a D. J. Peck, A. J. Sobczak, Ju d y Sel
h o rst y K athleen P aparchontis por su excelente trabajo d u ra n te las
fases de revisión, corrección y composición de los índices. N uestros es
posos, K ath erin e R yan y Egon G uba, nos ay u daron a conservar el
rumbo, escucharon n u e stras quejas y desplegaron su ex trao rd in aria
paciencia, tolerancia y apoyo.
Por fin, hay dos grupos de personas que fueron pródigam ente ge
nerosas con su tiem po y energía, brindándonos su experiencia y cui
dadosa capacidad de lectura cuando necesitábam os orientación espe
cial. El prim er grupo corresponde a n uestro Comité Internacional de
Asesores, cuyos nom bres figuran en las prim eras páginas de este M a
nual. El segundo grupo se compone de lectores especialm ente in v ita
dos, cuyos nom bres se detallan a continuación. Sin la ayuda de todas
e sta s personas, a m enudo nos habríam os encontrado faltos de una
comprensión exhaustiva de los muchos métodos, tradiciones y perspec
tivas representados en esta obra. Querem os agradecer, por lo tanto, la
importante contribución de los lectores especiales de este proyecto:
Bryant Alexander, Tom Barone, Jac k Z. B ratich, S u san Chase, Shing-
Ling S arina C hen, N adine Dolby, S u san Finley, A ndrea F o n tan a,
Jaber G ubrium, Stephen H a rtn e tt, Stacy H olm an Jones, Steve Jones,
Ruthellen Josselson, Luis Mirón, Ronald J. Pelias, John Prosser, Johny
Saldaña, P aula Saukko, Thom as Schw andt, P atrick S lattery y Linda
Tuhiwai Smith.
—N orm an K. Denzin
U n iversidad de Illinois en U rbana-C ham paign
—Yvonna S. Lincoln
U n iversidad de Texas A & M
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Introducción general
La investigación cualitativa como
disciplina y como práctica
N o r m a n K . D e n zin e Y v o n n a S . L in c o ln
1 Recordemos la lectu ra hecha por bell hooks (1990, pág. 127) de la fam osa foto
de Steven Tyler haciendo trabajo de campo en la India aparecida en la portada de Wri-
ting Culture (Clifford y M arcus, 1986). E n e sta im agen se ve a Tyler sentado a cierta
distancia de tre s personas de piel negra. U n a de ellas, u n niño, asom a la cabeza desde
un canasto. U na m ujer aparece oculta bajo las som bras de un sombrero, y u n hombre,
con un chal blanco y negro a cuadros sobre los hombros, con los codos sobre las rodillas,
y las manos al costado de la cara, m ira fijam ente a Tyler, quien escribe en u n diario
de campo. Un trozo de te la blanca cuelga de sus lentes, quizás p a ra protegerlo del sol.
Esta m ancha de blanco señ ala a Tyler como el escritor m asculino blanco estudiando a
la pasiva gente de color. Sin em bargo, la m irad a del hom bre del chal a cuadros indica
un deseo o u n a atracción, al menos, por Tyler. E n cambio, la m irada de la m ujer está
completamente oculta en las som bras y ta p a d a por las palab ras del título, im presas
sobre su rostro.
C u estion es de d efin ición
_JPor propio derecho, la investigación c u alitativ a constituye u n
» camposdó investigación que entrecru za disciplinas, áreas y objetos de
estudio.-/Una compleja e interconectada fam ilia de térm inos, conceptos
' y presupuestos rodean el concepto de investigación cu a lita tiva . Estos
incluyen tradiciones asociadas con el fundacionalism o, el positivismo,
el posfundacionalism o, el pospositivismo, el posestructuralism o y m u
chas perspectivas de investigación cu alitativ a o métodos vinculados
con estudios culturales e in terp retativ o s (los capítulos correspondien
tes al Volumen II discuten esos paradigm as).3 Existen bibliografías ex
h au stiv as e independientes u n as de otras, de los muchos métodos y
enfoques que caen en la categoría de investigación cualitativa, tales
como el estudio de casos, la política y la ética, la investigación partici-
pativa, los métodos de entrevista, la observación p articipante, los m é
todos visuales y el análisis interpretativo.
En Am érica del Norte, la investigación cu alitativ a opera en u n
campo histórico complejo que intercala, al menos, ocho m om entos h is
tóricos, que com entarem os detallad am en te a continuación. Estos mo
m entos se superponen y operan sim u ltán eam en te en el presente.4 Los
/ definim os como los períodos tra d icio n a l -(1900-1950); m o d ern ista , o
edad dorada (1950-1970); el d esd ib u ja m ien to de los géneros (1970-
10 E n el puerto, las bocas de los dos cañones enorm es del Potem kin se deslizan
suavem ente en dirección de la cám ara. U na leyenda nos habla de «el b ru tal poder m i
lita r que exhiben las arm as del barco». U na legendaria secuencia final de tres tom as
m uestra, en p rim er lugar, la e sta tu a de u n león dormido, luego u n león en el momento
de d esp ertar del sueño, y por últim o u n león que ruge, símbolo del pueblo ruso (Cook,
1981, pág. 167). E n e sta secuencia, E isen stein u tiliza el m ontaje p a ra expandir el
tiem po, lo que le otorga u n a duración psicológica a esta terrible escena. Al prolongar
la secuencia, m ostrando al bebé en el carrito, los disparos de los soldados, un guante
m anchado de sangre de la m adre, el carrito al borde de la escalera, el director sügiere
u n nivel de destrucción de g ran m agnitud.
En los textos basados en las m etáforas del m ontaje, el patchw ork
y la im provisación jazzística, hay m uchos elem entos operando al
mismo tiempo: diferentes voces, perspectivas, puntos de v ista y án g u
los de visión. Al igual que los textos perform ativos autoetnográficos,
los trabajos que u tiliz a n el m ontaje crean su significado m oral y al
mismo tiem po lo rep resen tan . V an de lo personal a lo político, de lo
local a lo histórico-cultural. Se tr a ta de textos dialógicos, que exigen
un público activo y generan espacios de intercam bio en tre el escritor y
el lector. De este modo, hacen mucho m ás que situ a r al Otro bajo la
mirada de las ciencias sociales (véanse, de este M anual, A lexander,
Capítulo 16; H olm an Jones, Capítulo 30). f o t <•' vv. -
El foco de la investigación cu alitativa es, inherentem ente, mul-
timetodológico (Flick, 2002, págs. 226-227). De cualquier modo, el uso
de m últiples métodos, o la triangulación, refleja u n intento por asegu
rar una com prensión en profundidad del fenómeno en cuestión. ^ a re
alidad objetivaos inasible^conocemos u n a cosa sólo m ediante sus re
presentaciones. La triangulación, de este modo, no es u n a e strateg ia o
nina h e rra m ie n ta de validación, sino u n a a lte rn a tiv a de validación
(Flick, 2002, pág. 227). La combinación de m últiples prácticas m eto
dológicas, m ateriales em píricos, perspectivas y observadores en un
único estudio se entiende mejor, entonces, como u n a estrateg ia que po
tencia el rigor, la am plitud, la complejidad, la riqueza y la profundidad
de una investigación dada (Flick, 2002, pág. 229).
En el Capítulo 38 de este M anual, Richardson y St. Pierre discuten
la utilidad del concepto de triangulación, asegurando que la figura cen
tral de la investigación cualitativa debería ser el cristal y no el triángulo.
Los textos genéricam ente híbridos, propios de la fase posexperim ental,
tienen, en verdad, m ás de tres lados. Como los cristales y el montaje de
Eisenstein, el solo de ja z z o las piezas de un p atch w ork, estos textos
«combinan sim etría y sustancia con u n a infinita variedad de formas,
sustancias y transm utaciones... Los cristales crecen, cambian, se modi
fican...Son prism as que reflejan externalidades y las refractan en su
propio interior, creando diferentes colores, patrones y escalas, arroján
dolos en diferentes direcciones» (Richardson, 2000, pág. 934).
En el proceso d e c ristá liz a c ió n ,e l escritor n a rra varias veces el
mismo relato, desde diferentes puntos de vista. Por ejemplo, en Thrice-
Told Tale (1992), M argery Wolf utiliza la ficción, sus notas de campo y
un artículo científico para dar tres diferentes perspectivas de la misma
serie de experiencias en u n a aldea de nativos. Sim ilarm ente, en su obra
Fires in the M irror (1993), A nna Deavere Sm ith presenta una serie de
piezas performáticas basadas en entrevistas con personas que habían es
tado involucradas en un conflicto racial que tuvo lugar en Crown Heights,
Brooklyn, el 19 de agosto de 1991. La obra tiene num erosas partes de
diálogo, incluyendo conversaciones con miembros de pandillas, oficiales
de policía, muchachos y m uchachas anónimos. No hay, pues, un relato
«correcto» del hecho. Cada narración, como la luz al golpear un cristal,
refleja una perspectiva distinta sobre este incidente.
M irada como u n a forma cristalina, como u n m ontaje o como u na
perform ance creativa sobre un tem a central, la triangulación puede to
m arse como u n a form a de validez o bien como úrtaraítérnativa de ella.
El método de triangulación im plica la proyección sim u ltán ea de re a li
dades m últiples y refractarias. C ada u n a de las m etáforas «trabaja»
generando u n a sim ultaneidad, en lu g ar de u n a secuencia o u n a n a rra
ción lineal. Los lectores y el público en general son invitados a explorar
las dim ensiones paralelas de un contexto, a sum ergirse en nuevas re
alidades que deben ser com prendidas, y a fundirse con ellas.
E ste bricoleur metodológico tiende a realizar u n g ran núm ero de
ta re a s diferentes, desde en trev istas h a sta procesos de autorreflexión
e introspección intensivas. El bricoleur teórico lee y m aneja com pren
sivam ente los muchos paradigm as de interpretación (feminismo, m a r
xismo, estudios culturales, constructivism o, teoría queer, etcétera) que
(pueden aplicarse a un problem a p articu lar. Eso no significa, p a ra él,
que estos paradigm as puedan in teg rarse o sintetizarse. Es decir, uno
no puede a lte rn a r fácilm ente entre paradigm as que im plican sistem as
filosóficos globales, cada uno con sus propias ontologías, epistemologías
y metodologías. Estos paradigm as rep resen tan , adem ás, sistem as de
creencias que nuclean a quienes los em plean en torno de determ inadas
visiones del mundo. En contraste, las perspectivas son sistem as menos
desarrollados, en tre los cuales uno puede m overse fácilm ente. El in
vestigador como bricoleur teórico tra b a ja en tre (y dentro de) perspec
tivas y paradigm as que compiten entre sí y se superponen unos a otros.
ELbricoleur interpretativo concibe la investigación como u n pro
ceso interactivo, conform ado ta n to por su h isto ria personal, por su
raza, género y clase social como por h istorias de las personas en el con
texto de investigación. El bricoleur crítico hace hincapié en la n a tu ra
leza dialéctica y herm enéutica de la investigación interdisciplinaria,
sabiendo que las fronteras que an tañ o sep arab an a las d iscip lin astra-
dicionales ya no tienen vigencia (Kincheloe, 2001, pág. 683). El brico
leur político sabe que la ciencia es poder, dado que todos los descubri
m ientos científicos tie n e n im plicaciones políticas y no existe una
ciencia libre de valores. El investigador persigue u n a ciencia social cí-
vica^Jiasaxla en u n a política de la esperanza (Lincoln, 1999). El brico
leur narrativ o 'y con orientación de género tam bién sabe que todos los
investigadores crean relatos sobre los m undos que h a n estudiado. Por
lo tanto, las n a rra tiv a s, o relatos que los científicos producen son in
formes redactados en el marco de determ inadas tradiciones n arrativas,
m uchas veces definidas como paradigm as: el positivismo, etneepositi-
vismo, el constructivism o, etcétera.
La in v e s t ig a c ió n c u a lit a t iv a c o m o s it io p a r a m ú ltip le s
p r á c tic a s in te r p r e t a t iv a s
R e siste n c ia a lo s e s t u d io s c u a lit a t iv o s
E x p e r im e n ta lism o d e m e to d o lo g ía m ix ta
Seale y otros (2004) polem izan con lo que consideran los excesos
del posmodernismo rom ántico y del «todo vale» antim etodológico que
asocian con nuestro proyecto. A seguran que a m enudo el enfoque que
nosotros valoram os sólo produce «investigación cu alitativ a de baja ca
lidad y resultados de investigación b a sta n te estereotipados y cercanos
al sentido común» (pág. 2). En contraste, proponen u n enfoque p rag
mático, basado en la práctica, en cuyo centro se en cu en tra la práctica
de la investigación. A firm an que la investigación im plica «un compro
miso con una variedad de factores y personas: m ateriales de investi
gación [...], teorías sociales, discusiones filosóficas, valores, métodos,
pruebas [...] [y] participantes» (pág. 2). (En realidad, este enfoque es
bastante parecido al nuestro, sobre todo a n u e stra idea de la investi
gación cualitativa como bricolage.) La metodología situ ad a de Seale y
otros rechaza la pretensión antifundacionalista de que sólo existen ver
dades parciales y que la línea divisoria en tre hecho y ficción se h a que
brado (pág. 3). Estos académicos creen que esta línea divisoria no ha
colapsado y que los investigadores cualitativos no deberían aceptar re
latos que no concuerden con los hechos mejor contrastados (pág. 6).
E xtrañam ente, esta argum entación a favor de los procedimientos
pragmáticos reproduce u n a v ariante del modelo basado en la evidencia
y sus críticas a las sensibilidades p o sestru ctu ralistas y perform ativas,
y puede utilizarse p a ra apoyar políticam ente la m arginalización m e
todológica de las posiciones asum idas por muchos de los colaboradores
de este libro.
XXX
XXX
R e a lis m o c r ít ic o
E l p e r ío d o t r a d ic io n a l
F a s e m o d e r n is ta
E l d e s d ib u ja m ie n to d e lo s g é n e r o s
L a c r is is d e la r e p r e s e n t a c ió n
U n a le c t u r a d e la h is t o r ia
Fase 1: e l in v e s tig a d o r
F ase 2: p a r a d ig m a s in t e r p r e t a t iv o s
C u a d r o 1.1 E l p r o c e s o d e in v e s t ig a c ió n
Positivismo, neopositivismo
Intepretativismo, constructivismo, hermenéutica
Feminismo(s)
Discursos con orientación racial
Teoría crítica y modelos marxistas
Modelos procedentes de los estudios culturales
Teoría queer
Diseño
Estudio de casos
18 Éstos son, por supuesto, los térm inos de n u e stra interpretación de estos p a
radigmas y estilos in terpretativos.
Etnografía, observación participante, etnografía performativa
Fenomenología, etnometodología
Teoría fundamentada
Historias de vida, testimonios
Métodos históricos
Investigación-acción, investigación aplicada
Investigación clínica
Entrevista
Observación
Artefactos, documentos, registros
Métodos visuales
Autoetnografía
Métodos de manejo de datos
Análisis asistido por computadora
Análisis textual
Grupo focal
Etnografía aplicada
Fase 3: E s tr a te g ia s d e in v e s t ig a c ió n y p a r a d ig m a s
in te r p r e ta tiv o s.
F a s e 5: E l a r te y la p o lít ic a d e la in t e r p r e t a c ió n
y la e v a lu a c ió n
yA j f . :T c0c n y
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Introducción al Volumen I
D e fin ic ió n del cam po
E l m o d e lo b io m é d ic o d e é t ic a 4
E tica
Incapacidad p ara ver a los seres hum anos como cria tu ra s so
ciales ubicadas en espacios cu ltu rales, políticos e históricos
complejos.
Violación de la libertad académ ica por no p erm itir el avance
de ciertos tipos de investigación.
Aplicación inapropiada de la Comm on R ule en la evaluación
del daño potencial.
Aplicación excesivam ente restrin g id a de la regla del consen
tim iento informado.
C onclusiones
Como C hristians, apoyamos u n a ética fem in ista y com unitaria;
el autor, siguiendo a Sm ith y Bishop, hace un llam ado a u n a relación
^olaborativa, no opresiva y b asada en la confianza en tre los investiga-
adores y los sujetos estudiados. U na ética ta l presupone que los inves
tigadores están comprometidos a reforzar la responsabilidad personal,
§1 cuidado de los otros, el valor de la expresividad personal, la capaci
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La reforma de las ciencias sociales
y de las universidades a través
de la investigación-acción
D a v y d d J . G re e n w o o d y M o rten L e v in
nes privadas, las com unidades que rodean a la universidad y las dis
tin ta s organizaciones públicas y privadas) está m arcada por u n com
portam iento autodestructivo ta n to a nivel político como a nivel econó
mico.
U n gran núm ero de científicos sociales u n iv ersitario s escriben
sólo sobre ellos mismos o p a ra ellos mismos, tra ta n d o de perm anecer
al m argen de debates públicos y cuestiones sociales relevantes. Con
frecuencia, escriben sus trabajos con térm inos y conceptos incom pren
sibles ta n to p a ra las personas «investigadas», como p a ra aquellos que
deseen u tilizar los resultados de la investigación fuera de la universi
dad. Que los filósofos, los m atem áticos o los musicólogos actúen de esta
m anera se corresponde con su im agen de h u m an istas que conservan y
enriquecen ideas y producciones de valor hum ano, in d ep en d ien te
m ente de su aplicabilidad directa. Que los científicos sociales h ag an lo
mismo, a p e sa r de que afirm en e stu d ia r y com prender el funciona
m iento de la sociedad, es algo m ás problemático.
P a ra decirlo de m an era m ás directa, la m ayor p a rte de las disci
plinas dentro de las ciencias sociales se h a n ap artad o del compromiso
social. Lo h an hecho m ediante la afirm ación de que a la «ciencia» que
producen no le in te re sa n las aplicaciones p rácticas de los descubri
m ientos. El único gesto de compromiso social posible, entonces, se re
duce a la típica declaración de intenciones de las asociaciones profe
sionales. Como consecuencia de este alejam iento, las ciencias sociales
h an tenido que pagar un precio m uy alto que se refleja en los escasos
fondos que el Gobierno asig n a a la investigación académ ica en este
campo.1
E stas observaciones conducen a las siguientes preguntas: ¿Cómo
es posible que los científicos sociales sean ta n «políticos» dentro del
cam pus pero ta n apolíticos en relación con la sociedad en general? ¿Por
qué el conocimiento creado por la investigación de las ciencias sociales
conduce sólo en m uy contadas ocasiones a la solución de problem as so
ciales im portantes? ¿Por qué es ta n común la falta de compromiso con
la sociedad entre los científicos sociales? En este capítulo intentarem os
a clarar alguno de estos puntos. Buscamos explicar la desconexión que
existe entre las políticas in te rn a s de las prácticas profesionales en las
ciencias sociales convencionales (como la sociología, la antropología,
las ciencias políticas y m uchas ram as de la economía) y los grupos ex
ternos, teniendo en cuenta que muchos de estos grupos son los que pro
veen el apoyo financiero e institucional necesario p ara la supervivencia
P e r s p e c tiv a s m a r x is ta s o n e o m a r x is t a s
P e r s p e c tiv a s d e la s o c io lo g ía d e la s p r o f e s io n e s
P e r s p e c t iv a d e l d e s a r r o llo h is t ó r ic o
E l c o n o c im ie n t o d e la c ie n c ia s o c ia l
E l sab er
S a b e r cóm o
S a b e r c o le c tiv o
2 Techné tam bién puede in terpretarse como la racionalidad técnica que se encuen
tra en la cabeza y las m anos de los expertos, pero, en el contexto de este ensayo, denota
la clase de conocimiento necesario p a ra llevar adelante procesos de transform ación cua
lificados, y, por lo tanto, no está relacionada con la posición de poder de los expertos.
Flyvbjerg busca u n a solución a los actuales dilem as de las cien
cias sociales proponiendo u n a relación m ás cercana con la ph ronesis.3.
La argum entación es que la techné y la phronesis constituyen el «know-
how» necesario p a ra el cambio organizacional, la reform a social y el
desarrollo económico regional. Al igual que nosotros, Flyvbjerg no le
otorga ninguna prioridad especial a la epistem e, la form a convencional
de conocimiento explícito y teórico que actualm ente predom ina en las
ciencias sociales académ icas.
La distinción entre epistem e, techné y ph ronesis se b asa en tres
clases de conocimiento. N inguna es superior a la otra; las tre s son for
m as de conocimiento igualm ente válidas en contextos particulares. La
clave aquí, entonces, es que estas tre s form as de conocimiento poseen
la m ism a validez si se las contextualiza y despliega de m an era ade
cuada.
La epistem e se centra fundam entalm ente en form as contem pla
tivas de conocimiento que buscan com prender las operaciones eternas
e inalterables del mundo. Las fuentes de la epistem e son m últiples (es
peculativas, analíticas, lógicas y experienciales), pero su foco está siem
pre puesto en las verdades e tern as, m ás allá de su m aterialización
eventual en situaciones concretas. Por lo general, los tipos de comple
jidad que se en cuentran en la epistem e tom an la form a de enunciados
definicionales, conexiones lógicas, modelos y analogías. Al desplegarse
principalm ente en discursos teóricos, la epistem e es altam en te autó
nom a y a p u n ta a elim inar la m ayor cantidad posible de referentes em
píricos p a ra alcanzar el e sta tu s de verdad general.
E ste significado de epistem e se en cu en tra m uy cercano al uso co
tidiano del térm ino teoría ; en cambio, no sucede lo mismo con las no
ciones de techné y phronesis. La techné es u n a de las dos clases de co
nocimiento que existen m ás allá de la epistem e. Surgida de la episteme
poética de A ristóteles, la techné es u n a forma de conocimiento inhe
rentem ente productiva y orientada a la acción y al análisis de lo que
debería hacerse en el m undo p ara au m en tar la felicidad hum ana. Las
fuentes de la techné son m uchas y necesariam ente im plican u n invo-
lucram iento con el m undo a p a rtir de la experiencia. P a ra citar a
Flyvbjerg, «la techné es, entonces, a rte sa n ía y arte; como actividad, es
concreta, variable y dependiente del contexto. El objetivo de la techné
es la aplicación del conocimiento y las habilidades técnicas de acuerdo
con u n a racionalidad pragm ática in stru m en tal, lo que Foucault define
como “u n a racionalidad práctica gobernada por u n objetivo conciente”»
(Flyvbjerg, 2001, pág. 56).
L a in v e s t ig a c ió n - a c c ió n c o m o « c ie n c ia » 4
P r a g m a tis m o
L a p r á c ti c a c ie n tífic a b a s a d a en la in v e stig a c ió n -a c c ió n
5 U na crítica al positivism o ciego de esta clase fue central p a ra las ideas de los
Consideram os necesario in terv en ir fuertem ente en la organiza
ción de las universidades y las profesiones académ icas p a ra errad icar
esta creencia. P a ra ponerlo de m an era m ás sencilla: las ideas episte
mológicas que subyacen a la investigación-acción no son nuevas; sim
plem ente h a n sido dejadas de lado por los investigadores sociales con
vencionales (y los intereses sociales a los que éstos sirven de m anera
consciente o inconsciente), que h a n rechazado el compromiso de la u n i
versidad con el cambio social.
I n v e s tig a c ió n c o g e n e r a tiv a
principales pensadores sociales cuyos trab ajo s dieron origen a las ciencias sociales
(Adam Sm ith, K arl M arx, M ax Weber, Em ile D urkheim y Jo h n Dewey, en tre otros).
U na buen a fuente de críticas actuales es Jam es Scheurich (1997).
< P ara que la investigación cogenerativa tenga lugar, la colaboración
debe basarse en la interacción entre el conocimiento local y el profesio-
> nal. A diferencia de la investigación y la consultoría social convenciona-
nj les, la investigación-acción no privilegia el conocimiento profesional
frente al conocimiento local. D ada la complejidad de los problemas en
carados, sólo los participantes locales, con años de experiencia en una
c situación particular, tienen la información y el conocimiento suficientes
O sobre dicha situación como p a ra diseñar procesos efectivos de cambio
n; social. Esto no significa, sin embargo, que romanticemos el conocimiento
local y desacreditem os el profesional. Ambas form as de conocimiento
2 son esenciales para la investigación cogenerativa.
>
o»
"O V a lid e z, c r e d ib ilid a d y c o n fia b ilid a d
re
C La validez, la credibilidad y la confiabilidad en la investigación-
5 acción se evalúan de acuerdo con la voluntad de los interesados locales
de a ctu a r según los resultados de la investigación, arriesgando su in
terés en pos de la «validez» de sus ideas y el grado en que los resultados
j 3g alcanzados colman sus expectativas. Así, el conocimiento contextual
cogenerado re su lta válido si provee g a ra n tías p a ra la acción. La pre
tensión central de validez se basa en la factibilidad de la actividad em
prendida p ara logar un cambio social, y la prueba es si la solución real
alcanzada puede resolver o no el problem a.
Cóm o t r a ta r con e l c o n o c im ie n to c e n tr a d o en e l c o n te x to
5
IV
La comunicación efectiva del conocimiento centrado en el con-
texto a n te un público de académ icos o de otros potenciales usuarios
constituye un proceso complejo. La investigación-acción está íntim a-
•S m ente ligada a la acción en contexto, lo que im plica dificultades consi-
| derables p ara com unicar y a b strae r los resultados de u n a m an era com
prensible p a ra quienes no h a n participado del proyecto, como por
ejemplo aquellos grupos que se enfrenten a situaciones com parables
cu
pero no idénticas. Precisam ente por ser cogenerado, el conocimiento
g incluye un conocimiento y un proceso de análisis locales. Por lo tanto,
o al e sta r profundam ente ligado con el contexto local, la com paración de
los resultados de los distintos casos y la creación de generalizaciones
p resen tan todo un desafío.6
N
6 P a ra u n desarrollo exhaustivo de estos puntos, véase Robert Stake (1995).
C o m p a ra c ió n y g e n e r a liz a c ió n
L as r e la c io n e s e n t r e la s c ie n c ia s s o c ia le s y la in g e n ie r ía y la
c o o p e r a c ió n e n tr e la u n iv e r s id a d y la in d u s tr ia : e l « a s tille r o
O ffsh o re» 7
8 Levin pudo observar de cerca este proceso porque participó como miembro del
comité de dirección local en el proyecto. R ecuerda claram ente que, al comienzo, había
m uy poca conexión en tre la ingeniería y las ciencias sociales.
ñía. Pero la generación de conocimiento basada en la investigación sig
nificaba poco p a ra la gente de la em presa y p ara los ingenieros m iem
bros del equipo, que no com prendían ni valoraban este tipo de trabajo.
La prim era oportunidad p a ra el conocimiento propio de las cien
cias sociales se presentó cuando los investigadores sociales organizaron
una asam blea de búsqueda9 p ara tr a ta r los problem as de la organiza
ción del trabajo en la p la n ta de producción. E sta asam blea tuvo resu l
tados que captaron la atención tan to del sindicato local como de la ge
rencia, dem ostrando que las ciencias sociales ten ía n capacidades que
representaban oportunidades im portantes p ara el aprendizaje y la pla
nificación colaborativa en la compañía. E n esta ocasión, los investiga
dores pudieron, por prim era vez, incluir a un núm ero considerable de
empleados provenientes de distintos niveles de la organización en el
mismo proceso de producción de conocimiento.
Luego de esta experiencia, comenzó a profundizarse la coopera
ción entre la universidad y el astillero. En el m om ento de com enzar el
proyecto, la com pañía estab a desarrollando un program a de formación
de liderazgo. G racias a los científicos sociales, los funcionarios de la
compañía en traro n en contacto con otras formas de llevar adelante pro
gram as de esta clase, lo que les fue de gran utilidad. U na vez que co
nocieron tales program as, pudieron organizar m ejor su actividad de
desarrollo organizacional. Además, consideraron que sería bueno otor
gar algún tipo de certificado universitario a los em pleados de la com
pañía que p articip aran del program a de capacitación. De este modo,
el program a fue diseñado por medio de un diálogo en tre la universidad
y la em presa y, finalm ente, uno de los científicos sociales del equipo lo
dirigió. E ste program a otorgaba reconocimiento universitario oficial a
los participantes que decidían d ar u n exam en formal. De esta m anera,
el program a de liderazgo enriqueció los conocimientos form ales de los
participantes, y con su articulación con la universidad, les otorgó re
conocimiento m ás allá del contexto del astillero.
El program a fue exitoso y dem ostró que la colaboración en tre la
com pañía y la universidad podía ser provechosa p a ra am bas partes.
Los académicos pudieron experim entar profesional y pedagógicamente
con contextos reales, m ien tras que la com pañía tuvo acceso a ideas in
novadoras provenientes de la universidad y de o tras com pañías. U n
efecto secundario in teresan te fue que el astillero decidió in v ita r a di
rectivos de p la n ta s vecinas a particip ar de su program a de e n tre n a
m iento. La em presa reconoció que su propio fu tu ro dependía de las
La in v e s t ig a c ió n c o la b o r a tiv a p a r a la tr a n s fo r m a c ió n
o r g a n iz a c io n a l d e n tr o d e la s p u e r ta s d e la u n iv e r s id a d
10 Greenwood fue miem bro del comité doctoral de Reynolds y trabajó con él en
les se privilegian las je ra rq u ía s y la dominación de territorios, los cam
bios iniciados por los e stu d ian tes o por los profesores ayudantes son
poco frecuentes, lo que hace que este caso sea p articu larm en te in tere
sante.
E n el mom ento de inicio del proyecto, Reynolds estab a empleado
como profesor ayudante en Introducción a la Física, u n curso obligato
rio p a ra los e stu d ian tes que desean in g resar a la c arrera de medicina.
Por esta razón, este curso funciona como u n m ecanism o de filtro en el
competitivo proceso de acceder a la profesión m édica y hace que los
alum nos posean un alto interés en aprobarlo. Esto tam bién significa
que la facultad posee un poder considerable sobre la vida de los e stu
diantes, y este curso, en particular, u n a clientela g aran tizad a m ás allá
de la calidad de su enseñanza.
Debido a u n a reform a general llevada a cabo a fines de la década
del sesenta, este curso se dicta en lo que se denom ina u n «formato au-
totutorial». Los alum nos tra b a ja n con los m a te ria les de estudio si
guiendo su propio ritm o (con ciertos lím ites). H acen experim entos y
estu d ian en u n centro de aprendizaje donde pueden hacer consultas y
donde dan exám enes sobre cada u n id ad (con frecuencia repetidas
veces) h a sta alcanzar el dominio de la m ateria. A p esar del formato
ap aren te m e n te flexible y am able, el curso gozaba de poco prestigio
entre los estudiantes. El nivel alcanzado en exám enes nacionales es
tandarizados era bajo; los alum nos y los profesores se sen tían m al y el
departam ento de física m ostraba preocupación.
La e stru ctu ra del cuerpo docente incluía u n profesor a cargo, un
profesor «sénior», que en realidad dirigía la cátedra, y algunos ayudan
tes graduados, entre los cuales estab a Reynolds (que tra b a jab a como
profesor ayudante m ien tras desarrollaba su tesis doctoral en educa
ción). Como había escuchado h a b lar de la investigación-acción y la en
contraba coherente con su visión del mundo, Reynolds les propuso a
los profesores a cargo que in te n ta ra n hacer u n a evaluación y u n a re
form a del curso poniendo en práctica e sta form a de trabajo. Con la
ayuda de Greenwood, obtuvieron el financiam iento de la vicepresiden
cia p a ra program as académicos.
A continuación, tuvo lugar un proceso largo y complejo que Rey
nolds condujo con destreza y que involucró por u n tiem po extenso a los
estudiantes no graduados, los ayudantes, los profesores y los miembros
e sta investigación. Sin em bargo, las ideas, los procesos y las in terpretaciones aquí
ofrecidas son exclusivam ente de Reynolds. Debido a que Reynolds se encuentra ac
tu alm en te trab ajan d o en la reform a de la educación m edia, no h a podido desarrollar
u n a escritu ra posterior de su trabajo, así que le pedimos al lector interesado que con
sulte directam ente su disertación.
del comité de doctorado de Reynolds. E ste proceso comenzó con la eva
luación de las principales dificultades que los estu d ian tes ten ían con
el curso, siguió con la selección de un nuevo texto y term inó con la re
alización de u n a prueba piloto con el program a revisado. Reynolds con
dujo este proceso con paciencia y coherencia. Por medio de reuniones
y debates, los profesores, los instructores, los ayudantes y los estu d ian
tes colaboraron en el rediseño del curso.
U na de las cosas que descubrieron fue que el curso se h ab ía
vuelto inviable, en p arte por su propia n atu raleza. Los nuevos concep
tos de la física se incorporaban al plan de estudios, sin an tes elim inar
otros m ateriales m ás antiguos p a ra hacerles lugar. De este modo, el
curso h abía adquirido u n a dim ensión inm anejable p a ra los estu d ian
tes. Los p articip an tes enfrentaron estos problem as y exam inaron la
posibilidad de elegir un nuevo libro de texto.
A pesar de los e stresan tes conflictos que surgieron, el grupo se
m antuvo unido y llevó adelante el proceso h a sta que el curso estuvo
com pletam ente rediseñado. Luego se realizó u n a p ru eb a piloto que
tuvo como resultado u n a mejora drástica en los puntajes obtenidos por
los estu diantes en exám enes nacionales y un aum ento considerable en
la aceptación del curso.
Reynolds n arró el proceso por escrito apelando a sus notas y d ia
rios, y redactó el borrador de su disertación. Envió el borrador a sus
colaboradores p a ra que lo com entaran y revisaran , y les explicó la re
visión que él mismo llevaría a cabo. Tam bién les ofreció la posibilidad
de agregar sus propios com entarios en un últim o capítulo, utilizando
su nombre real o, si lo preferían, un seudónimo.
E sta revisión produjo algunos cambios significativos en la diser
tación y consolidó el propio proceso de aprendizaje del grupo. F in a l
mente, muchos de los colaboradores estuvieron presentes el día en que
Reynolds defendió su disertación y p articiparon de la discusión. H asta
donde sabemos, ésta fue la prim era defensa «colaborativa» de u n a di
sertación doctoral en la U niversidad de Cornell. Luego, esa clase de
defensas con los colaboradores presentes se repitió con otros d isertan
tes (Boser, 2001; G rudens-Schuck, 1998).
A pesar de que el proceso fue extrem adam ente estresan te, los re
sultados fueron excelentes p a ra los estudiantes. Hubo u n a propuesta
de extender este enfoque p a ra reform ar los program as de otros cursos,
pero los adm inistradores de la universidad no estaban preparados para
acom pañar este proceso, pese al éxito evidente de este caso puntual.
Quizás, la reform a del program a de un curso universitario no p a
rezca u n cambio social im portante, pero nosotros pensam os que tiene
poderosas consecuencias. E ste caso dem uestra que es posible llevar a
cabo una reform a basada en la investigación-acción dentro de u n a or
ganización profundam ente jerárq u ica y burocrática. El valor del cono
cim iento de los d istintos p a rtic ip a n tes estuvo p resen te d u ra n te todo
el proceso, y el hecho de que todos e stu v iera n in teresad o s en obtener
buenos resultados ayudó a que el proceso pu d iera continuar. Que u n a
reform a como ésta haya tenido éxito d em u estra que aquellos que des
c a rta n la posibilidad de reform ar las universidades de m an era signi
ficativa e stá n equivocados. Desde ya, tam b ién es cierto que u n caso
exitoso aislado necesita u n a e strateg ia m ás am plia p ara contribuir al
cambio institucional.
A unque el m aterial presentado es modesto, creemos que los dos
casos pueden servir p ara darle al lector u n a idea general del tipo de
p ostura que defendemos dentro de la investigación social.
¿E s p o s ib le e s t e ca m b io ?
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3
Estudios composicionales,
en dos partes
Sobre la teorización y el análisis críticos
acerca de la (in ju sticia social
M ic h e lle F in e y L o is W eis*
1 E stam os en deu d a con N orm an D enzin por am p liar n u estro pensam iento
sobre este punto. Véase M au lan a K arenga (1982), quien teorizó sobre el Black arts
movement como reacción al a rte europeo «alto».
las interacciones relaciónales dentro de este contexto m ás amplio y en
evolución.
Es im portante señalar que n u e stra noción de los estudios compo
sicionales sitú a al escritor/investigador en u n a posición rotativa; es
decir, los estudios composicionales proporcionan a los investigadores la
oportunidad y la obligación de ser al mismo tiem po fundam entados y
analíticam ente oscilantes entre el compromiso y la distancia; compro
metidos explícitam ente con u n a profunda contextualidad pero capaces
de abrazar perspectivas cam biantes, de modo de alcanzar la composi
ción completa. N u estra teoría del método, entonces, invita al investi
gador a situ a rse de m an era m últiple: fundam entado, comprometido,
reflexivo, versado en el discurso académico, informado respecto de las
circunstancias externas y capaz de moverse entre la teoría y la vida «en
el suelo». Ya se tra te de u n a escuela, de u n a prisión, de u n barrio, de
un centro de a rte y cultura, de un centro com unitario, de u n a in stitu
ción religiosa o de lo que fuere, invitam os a los investigadores/escritores
a viajar entre la teoría «en las nubes», por así decir, y las prácticas co
tidianas de los individuos que viven en las com unidades en cuanto ne
gocian (y negociamos), les otorgan (y les otorgamos) sentido y modifican
(y modificamos) sus (nuestros) posicionamientos y circunstancias. Este
método sugiere, así, un individuo articulado, in telectu al y personal
m ente flexible y comprometido, que realm ente disfruta y resp eta aque
llo que los otros tienen p ara decir. La responsabilidad de m anejar estas
interacciones/narraciones y todo aquello a lo que nos hemos venido re
firiendo como «datos», entonces, nos corresponde en gran medida.
Ofrecemos, en este capítulo, u n a breve m irad a sobre dos diseños
composicionales que hemos elaborado en otros trabajos (Fine y otros,
2004; Weis, 2004): un análisis longitudinal de hom bres y m ujeres blan
cos de clase obrera seguidos por Lois Weis d u ra n te quince años, en los
que sus vidas, sus historias y sus hogares m u estran las costuras de las
formaciones económicas y raciales de la clase obrera contem poránea
de los Estados Unidos; y un proyecto de investigación-acción partici-
pativa que h a coordinado M ichelle Fine, en el que jóvenes de distritos
urbanos y suburbanos ap ren d en a ser investigadores críticos de la
«desegregación» a través de un análisis de la raza, la etnicidad, la clase
y la oportunidad en sus propias escuelas y en la región m etropolitana
de N ueva York. Al p re se n ta r estas dos piezas ju n ta s, sostenem os que
ambos proyectos e stá n fundam entalm ente arraigados en lo que llam a
mos estudios composicionales, esto es, en la investigación etnográfica
diseñada p a ra com prender de qué m an era las formaciones nacionales
y globales, así como las interacciones relaciónales, se filtran a través
de las vidas, las identidades, las relaciones y las com unidades de jóve
nes y de adultos, refractando en últim a instancia sobre las formaciones
más grandes que p a ra em pezar les dan origen.
Class R eunión
A p esar de los llantos de «adiós a la clase obrera» (Gorz, 1982) y
de la afirm ación de su eclipse completo debido a la carencia de «repre
sentaciones directas de la interacción en tre los trab ajad o res en la te
levisión estadounidense» (Aronowitz, 1992), yo (Lois) ofrezco Class
Reunión (2004), un volum en que tom a como objeto a la clase obrera
estadounidense blanca en el últim o cuarto del siglo XX e in te n ta expli
car su reconstrucción. M ediante el argum ento de que no podemos dar
por perdida a la clase obrera blanca por el simple hecho de que los hom
bres blancos ya no tengan acceso a empleos m anuales fijos y bien pagos
en el sector formal (Edwards, 1979), empleos que creaban u n lugar dis
tintivo p a ra el trabajo en las negociaciones en tre el capital y el trabajo
(Apple, 2001; H unter, 1987), y que no podemos d a r por supuesto que
esta clase pueda ser entendida sólo como u n tapiz que in teg ra sin cos
tu ra s a la gente a trav és de la etnicidad, la raza y el género (Bettie,
2003), exploro de m an era em pírica y longitudinal la reconstrucción de
esta clase tan to en el plano discursivo como en el plano del com porta
m iento dentro de u n a reestructuració n económica radical y con base
global (Reich, 1991, 2002).
La obra comienza en 1985 con m i investigación etnográfica del
colegio Freew ay High (W orking C lass W ithout Work: H igh School Stu-
dents in a D e-In du strializin g Economy; Weis, 1990) y culm ina con una
serie de e n trev istas de seguim iento in ten siv as a estos mismos e stu
diantes en el período 2000-2001. De esta m anera, rastreo a u n grupo
de hijos e hijas de trabajadores de «Freeway Steel» a lo largo de un pe
ríodo de quince años. El libro original, W orking C lass W ithout Work
(1990), explora la formación de la identidad en estu d ian tes varones y
m ujeres de clase obrera blanca en relación con la escuela, la economía
y la fam ilia de origen, captando las complejas relaciones en tre la edu
cación secundaria, la capacidad h u m an a y la formación de la concien
cia colectiva dentro de un contexto social y económico radicalm ente
cam biante. E n dicho volumen sugiero que las m ujeres jóvenes exhiben
«una crítica apenas vislum brada» en relación con los roles de género
tradicionales en la fam ilia de clase obrera, y que los hom bres jóvenes
e stá n m aduros p a ra u n a conciencia de N ueva D erecha dados su r a
cismo estridente y su postura de machos dom inantes en u n a economía
que (al igual que aquellas que inm ortalizaron las m erecidam ente ce
lebradas películas The Full M onty y The M issing Postm an [W alkerdine
y otros, 2001]) les ofrece m uy poco.
Quince años m ás tarde, vuelvo a encontrarm e con estos mismos
estu d ian te s en C lass R eunión, un estudio basado rig u ro sam en te en
n u e stra teoría del método ta l como fue esbozada con an terio rid ad en
este trabajo. A través de u n a m irada cuidadosa sobre los años en la se
cu n d aria y los años como jóvenes adultos (entre los 18 y los 31 años)
de los hijos y las hijas del proletariado in d u strial en el «Rust Belt» del
nordeste de los E stados Unidos,* capto y teorizo la reelaboración de
esta clase en el m arco de u n a economía global to talm en te re e stru ctu
rada. A travesando las vidas de estos hom bres y m ujeres en línea con
nuestro método m ás amplio de etnografía composicional, sostengo que
la recomposición de esta clase puede ser entendida sólo a través de u na
atención clara y explícita a cuestiones que se arrem olinan alrededor
de las teorías de la condición de blanco, de la m asculinidad, de la vio
lencia, de las representaciones y de la economía. Reflexionando acerca
del trío de m ovim ientos teóricos y analíticos que presen tam o s aquí
como m arca de nuestro trabajo (trabajo profundo dentro de u n grupo,
en este caso a lo largo de u n período de quince años; análisis relació
nales serios entre y dentro de grupos fronterizos relevantes; y conexio
nes estru ctu rales am plias con disposiciones sociales, económicas y po
líticas), sostengo que el rehacerse de la clase obrera blanca puede ser
entendido sólo en relación con construcciones m arcadas por el género
dentro de ese grupo y la construcción de «otros» relevantes fuera de sí
mismo (en este caso, afroam ericanos y yem eníes, p a rtic u la rm e n te
hom bres), así como con cambios profundos en grandes formaciones so
ciales, en p a rticu lar la economía global.
* El «Rust Belt» (o «cinturón de óxido») es el nom bre con que se designa a una
región situ a d a en el nordeste de los E stados Unidos. La designación adquirió popula
ridad d u ra n te la década de 1970, cuando esa an tig u a zona in d u strial atravesó un pe
ríodo de declinación. [T.]
posicionan a las fu tu ras esposas en relaciones subordinadas de dife
ren te tipo; y (c) nociones construidas de «otros» raciales (Weis, 1990).
A través de un compromiso cuidadoso con los datos recogidos en 2000-
2001, sostengo aquí que son las m an eras en que los hom bres blancos
individuales de clase obrera sim ultán eam en te se sitú a n a sí m ismos y
son situados con respecto a estos tre s ejes principales las que determ i
n an (al menos h a sta cierto punto) tan to dónde se en cu en tran quince
años m ás ta rd e como cuáles son los contornos m ás am plios de la cul
tu ra blanca de clase obrera. E n el caso de estos hom bres, específica
m ente, es en el hecho de desasirse de aquellas que son definidas dentro
de los grupos de pares en la escuela secundaria como formas culturales
m asculinas norm ativas o ta l vez hegem ónicas que comenzamos a ver
a los jóvenes (en este caso, hom bres jóvenes) en cam in arse h acia la
adultez. Al ra s tre a r el tira y afloje de las form as culturales hegem óni
cas ta l como son definidas en la escuela secundaria, sugiero aquí que
es dentro de ese tira y afloje (tal como es vivido dentro de la nueva eco
nomía global, acom pañando mecanismos de clasificación m ás estrictos)
que podemos com enzar a en ten d er ta n to la form a generalizada de la
nueva clase obrera como las posiciones individuales den tro de esa
clase, así como potencialm ente fuera de ella.
E n esa sección, nos encontram os, con intenciones ilu stra tiv a s,
con Je rry y con Bob. Ambos se encontraban en la clase avanzada en la
secundaria; in teg rab an un grupo de veinte estu d ian tes (dentro de u n a
promoción de 300), y eran los únicos estu d ian tes que específicam ente
aspiraban a realizar cursos preparatorios p ara el ingreso a la un iv er
sidad. Por lo tanto, ya estab an fuera (al menos h a sta cierto punto) de
la cultura dom inante de la clase obrera blanca m asculina, ta l como es
descrita en W orking C lass W ithout Work (Weis, 1990). Jerry , u n de
p o rtista estrella, vivió en la escuela secu n d aria básicam ente dentro
del grupo de alum nos destacados. Bob, por su parte, no. Cuando lo co
nocí, a sus dieciséis años, Bob am aba las b an d as de heavy m etal y
usaba sus cam isetas. A m enudo se m etía en peleas y, con frecuencia,
fum aba m a rih u a n a y se em borrachaba. M anifestaba u n a serie de ac
titu d es y com portam ientos que lo colocaban directam ente dentro de la
m asculinidad hegem ónica de clase obrera exhibida d u ran te los años
de la escuela secundaria por los e stu d ian te s de Freew ay. La m ayor
p arte de sus amigos estab an en las clases de los alum nos menos aven
tajados, y eso le dejaba a él poco tiem po o interés p a ra sus pares de la
clase avanzada. A la larga, de todas form as, ambos hom bres se d istan
ciaron de la c u ltu ra n o rm ativ a de la ju v e n tu d m asculina b lanca de
clase obrera. Je rry es ahora profesor de m atem áticas y Bob está te r
m inando su c a rre ra de médico veterin ario en la que probablem ente
sea la facultad de v eterin aria m ás prestigiosa de los Estados Unidos.
Jerry: Me crié en el segundo distrito, el prim er distrito es definiti
vamente de la clase m ás baja, que es m ás baja que la mayoría en
Freeway, pero es [donde] vivo ahora, es sim ilar a donde me crié,
diría tal vez un poquito más, tú sabes, si me hubiera criado en un
barrio de clase media baja, diría que tal vez donde vivo ahora es de
clase media. De modo que es un pequeño escalón m ás arriba... Mi
padre estaba definitivamente orgulloso de mí; esperaba eso de mí
y siem pre me felicitaba, y creo que lo hice sen tir m uy orgulloso.
Todos mis herm anos fueron a la universidad. Ninguno de ellos ob
tuvo ta n buenos resultados como yo. Yo soy un poco m ás serio que
ellos... Sí, es extraño que nuestro grupo de cinco a diez personas
m ás cercanas [que no incluía a Bob] que estaban ju n ta s en ese
grupo avanzado tuvieran todos creencias y objetivos sim ilares, y
que todos quisiéram os ir a la universidad y ten er éxito. Y ésa es
una minoría. Si m iras a la promoción [de Freeway High] en general,
no hallarías tanto éxito, pero en ese grupo, no lo sé. Eramos todos
muy competitivos entre nosotros, pero aun así éramos amigos.
L ois: ¿Qué crees que ocurrió con algunos de los chicos que no es
ta b an en esa clase [avanzada]?
J e rry tra ía consigo varios elem entos que le perm itieron apostar
por u n a forma no hegem ónica de m asculinidad de clase obrera blanca,
ya desde la escuela media. Aunque ten ía n u n a pertenencia sólida a la
clase obrera blanca con trabajo m anual, sus padres tra b a jaro n p ara
inculcarles a sus hijos u n a fuerte ética del trabajo. Sólo esto, sin em
bargo, no es suficiente p a ra explicar el reposicionam iento de clase de
Jerry. Muchos de los padres de Freew ay (aunque no todos, por cierto)
ten ían u n a fuerte ética del trabajo vinculada al trabajo m anual, y m u
chos deseaban en la década de 1980 que sus hijos siguieran en la es
cuela (Weis, 1990), con la convicción de que la educación era la única
posibilidad de asegurarse el futuro económico. Pero el salto de Je rry
se dio cuando su m oderada inteligencia (sea lo que sea u n a «inteligen
cia moderada», lo cierto es que puede te n e r consecuencias m uy im por
tan tes) lo llevó a las clases avanzadas en la escuela m edia, y cuando él
se tomó m uy en serio esas clases d u ra n te los siguientes seis años. El
mismo, y tam bién la m ayoría de los alum nos de las clases avanzadas
a quienes entrevisté a m ediados de la década de 1980, adm ite que b á
sicam ente in teractu ab a sólo con este grupo de alum nos y que la m ayo
ría de ellos in teg rab an un grupo formado en relación con los estu d ian
tes de las clases menos aventajadas. P a ra los hombres, esto significaba
elaborar u n a forma de m asculinidad forjada centralm ente en torno a
los logros académicos, antes que en la destreza física, el sexismo y el
racismo, que ta l como sugerí anteriorm ente eran las norm as valoradas
en Freew ay High. Esto no significa que Je rry no tu v iera en m ente ca
sarse con u n a m ujer como su m adre, que pudiera cuidarlo. E n efecto,
la evidencia sugiere que de hecho ten ía en m ente a u n a m ujer así, con
la cual se relacionó d u ra n te los años del secundario. Pero, a lo largo
de su tercera década de vida, cambió esa opinión y ahora participa en
la vida fam iliar, donde lleva a cabo u n a gran p arte de la actividad do
m éstica. Por ejemplo, se ocupa por completo de cocinar (algo de lo que
no se oía h a b lar en la generación de su padre), m ien tras que ella «lim
pia». La clase avanzada alen tab a la formación de u n a m asculinidad de
clase obrera diferente, exenta en muchos aspectos de la forma ya es
bozada como hegem ónica en tre esta facción de clase. La m ayor parte
de los veinte estu d ian tes de la clase avanzada socializaron sólo entre
sí a lo largo de un período de seis años. Los jóvenes varones pudieron
de esa m an era p lan tarse sólidam ente en un tipo de m asculinidad di
ferente, y casi todos ellos (excepto dos) así lo h acían ya a m ediados de
la década de 1980, cuando me encargué de hacer mi p rim er trabajo.
Las clases avanzadas, de hecho, les p erm itían a los jóvenes varones de
clase obrera forjar u n a m asculinidad diferente de aquella que estaba
in cru stad a en su c u ltu ra de género y de clase en el sentido m ás amplio
(y tam bién los a len tab an a forjarla). Es significativo el hecho de que
las clases avanzadas no incluyeran a ningún estudiante afroam ericano
ni a ningún portorriqueño (a diferencia del colegio en su totalidad), y
sólo a dos yem eníes, un varón y u n a m ujer, a pesar de que la re p re
sentación de estu d ian tes de color en el colegio era mucho mayor. La
m ujer m encionada es de herencia m ixta (yemení y vietnam ita), y creció
en la zona «blanca» de la ciudad. Así, el núcleo de la cu ltu ra masculi-
n ista en la clase avanzada no estab a formado en relación con personas
de color ni con m ujeres posicionadas como «menos que» de la m ism a
forma precisa como ocurría en la configuración cu ltu ral de clase m ás
am plia, o en el código contradictorio de respeto a n tes descrito. M ás
bien, y de m anera sim ilar a los hom bres de fam ilias profesionales de
los que habla Bob Connell (1993, 1995), los hom bres de este pequeño
segm ento de la clase obrera poseen u n a m asculinidad dom inante g ra
bada en torno al aspecto académico, y ofrecen u n a a lte rn ativ a d istin ta
a la explosiva m asculinidad hegemónica que im pregnaba a la juventud
blanca de Freew ay en la década de 1980 y a las relaciones culturales
de clase (en sentido amplio) en la época. El esfuerzo de Jerry , el apoyo
de sus padres, su relación con el deporte, su personalidad ganadora y
su inteligencia p u ra le perm itieron a p a rta rse de la ficción de clase en
la que había nacido. J e rry e stá casado hoy con u n a joven m ujer prove
niente de u n a rica fam ilia suburban a, y su origen de clase es hoy casi
invisible.
El espacio del que disponem os no perm ite u n análisis intensivo
de Bob, quien, al revés que Jerry , vivió u n a form a hegem ónica de m as
culinidad de clase obrera en la escuela secundaria a p esar de e sta r en
la clase avanzada. Es suficiente decir que Bob se apartó de allí cuando
se embarcó en u n a trayectoria que lo llevó en últim a instancia a la cua-
sifinalización de un prestigioso program a de educación en v eterinaria.
Trabajando contra y con la im agen de su padre (un inútil que m antenía
una relación distan te con su hijo), Bob no desea «estancarse». Viviendo
en u n a casa de propiedad de la iglesia, alq u ilad a por u n a pequeña
sum a de dinero a u n a fam ilia obviam ente pobre, la m adre de Bob a u
m entaba el ingreso fam iliar, con el que nunca podía contarse, tom ando
a un niño adoptivo tra s otro. Como joven y como adolescente, Bob ca
minó en tre las grietas del sistem a de adopción fam iliar, escuchando
su m úsica, em borrachándose y fum ando m a rih u an a a m enudo, invo
lucrándose en peleas y em barazando a su novia de 17 años cuando
te n ía 18. Con un trabajo en Home Depot donde g anaba el salario m í
nimo y su posterior ingreso al ejército, Bob parecía te n e r u n a trayec
toria de vida claram ente previsible, en cuanto a que viviría profunda
y articuladam ente las form as m asculinistas hegem ónicas de la clase
obrera en la economía de principios del siglo xxi. Irónicam ente, la es
tad ía de Bob en el ejército interrum pió esto, ofreciendo un espacio den
tro del cual su m atrim onio resultó b ru talm en te term inado, él fue a p a
drinado por el sargento de su pelotón y fin alm en te encontró a Dios
(Weis, 2004). Hoy, deseoso de u n a relación hom bre-m ujer en la cual se
tome seriam ente su rol como protector, Bob asegura que su esposa (aun
cuando tiene u n a buena educación y es hija de u n profesor u n iv ersita
rio) q u erría cocinar pasteles, tejer colchas y finalm ente «abrir u n a li
b rería cristiana». Que su esposa esté de acuerdo con esto o no puede
ser tem a de debate, pero me g u staría a rg u m en tar que, por v arias r a
zones, su acuerdo es irrelevante p a ra el propósito del análisis en curso.
Bob ha sido catapultado, o se h a catapultado a sí mismo, a trav és de
cualquier frontera de clase que pudiera existir p ara u n hom bre de su
origen social. No im porta qué fan tasías se haga o deje de hacerse Bob
acerca de la fu tu ra actividad de cocina de p asteles de su esposa, el
hecho es que ella, nacida en el seno de u n a fam ilia profesional, tuvo
u n a educación avanzada, posee un m á ster y está haciendo u n docto
rado en ciencias; tiene un trabajo y, según adm ite el propio Bob, com
p arten a diario las ta re a s del hogar. Él es, de hecho, totalm ente res
ponsable de sus hijos adolescentes cuando éstos lo visitan , algo que
ocurre a m enudo (todo el verano y dos fines de sem ana por mes a pesar
de que él vive a tre s horas de distancia de ellos). Bob se h a ap artad o
de la representación de la m asculinidad del núcleo de la clase blanca
obrera m asculina de su escuela secundaria. Al igual que Jerry , Bob se
dirige a u n nuevo espacio dentro de la economía, m uy diferente de
aquel que ocupaban sus padres y sustancialm en te diferente del de la
m ayoría de sus pares. Significativam ente, ambos hom bres e stá n físi
cam ente distanciados de Freew ay, au n cuando J e rry vive (al menos
por el momento) en el lím ite de un suburbio de clase obrera blanca.
Pese a ello, ambos hom bres h a n cruzado real y m etafóricam ente el
puente que une a la clase obrera de Freew ay con el resto de la sociedad.
Je rry es u n respetable profesor de secundaria y, al mom ento de la es
c ritu ra de este trabajo, Bob se h a b rá convertido en veterinario, g ra
duado de u n a de las mejores facultades de v eterin aria del país.
E n térm inos de n u e stra teoría y método de estudios composicio-
nales, C lass Reunión nos perm ite indagar en la relación en tre las eco
nom ías de gran escala y las relaciones sociales en las identidades gru-
pales e individuales, p a ra excavar así las relaciones psicológicas
sociales «entre» géneros y razas, ta l como son n a rra d a s por hom bres
blancos, y p a ra explorar las variaciones m atizadas en tre estos hom
bres. Así, hemos llegado a percibir identidades tallad as en relación, en
solidaridad y en oposición con otros grupos m arcados y, de m an era to
davía m ás im portante, en relación con lo que la economía «ofrece» a lo
largo del tiem po. Es en el tira y afloje de la vida de estos hom bres,
tan to dentro de las form as m asculinistas hegem ónicas de la escuela
secundaria como en la actualización de dichas form as en la economía
reestru ctu rad a, que podemos com enzar a en ten d er el rehacerse de la
clase obrera blanca. De m anera significativa, p ara los hom bres de clase
obrera blanca las luchas por a seg u rar el dominio simbólico en u n a eco
nomía siem pre frágil se posan en el fulcro vacilante de la je ra rq u ía r a
cial y de género (Weis, 2004).
P a ra u n a construcción alte rn ativ a de estudios composicionales,
diseñados con algunos de los mismos compromisos epistemológicos, re
currirem os a un estudio cualitativo de base am plia acerca de la justicia
racial y la educación pública, realizado por Michelle Fine y otros cole
gas a trav és de un diseño participativo con jóvenes. E n este caso, asis
timos al diseño composicional en el estudio crítico de las oportunidades
académ icas según la raza, la etnicidad y la clase dentro y a trav és del
á re a m etro p o litan a de N ueva York, investigando en p a rtic u la r los
modos en que la ju v en tu d blanca, afroam ericana, latin a, afrocaribeña
y asiático-am ericana se conceptualiza a sí m ism a y conceptualiza sus
oportunidades, su «lugar» en los E stados Unidos y en sus escuelas, en
las fractu ras (muy reveladoras) de las je ra rq u ía s sociales.
E l d is e ñ o , e n r e s u m e n
¿ S e p a r a d o s y d e s ig u a le s ? L a v id a in t e r io r d e la s e s c u e la s
« d e se g r e g a d a s»
U n a n o ta a c e r c a d e la j u s t ic ia s o c ia l y lo s e s t u d io s
c o m p o s ic io n a le s
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4
Caminando sobre
terreno resbaladizo
La investigación de los pueblos nativos
en la era de la incertidumbre
L in d a T u h iw a i S m ith
Introducción
Los espacios que existen entre las metodologías de investigación,
los principios éticos, las regulaciones institucionales y los sujetos h u
manos, como individuos y actores organizados en com unidades, cons
titu y en un terreno resbaladizo. Se tr a ta de u n terren o complicado y
cam biante que puede jug arles m alas p asad as tan to a los investigado
res como a los sujetos investigados. Por lo general, los investigadores
cualitativos aprenden a reconocer este terreno y a negociar con él de
diversas m aneras: los estudios de grado, la adquisición de u n en ten d i
m iento profundo de aspectos metodológicos y teóricos, los diversos
aprendizajes, experiencias y prácticas, las conversaciones con colegas,
la revisión de los pares, la docencia. Las dificultades epistemológicas
de la investigación (en lo que respecta a sus paradigm as, sus metodo
logías y su impacto) tienen un rol significativo en el proceso de tra n s
form ar esos espacios en zonas ricas de m atices; estos espacios son, al
mismo tiempo, lugares de peligro p a ra el viajero cualitativo despreve
nido. Pues no sólo las bulliciosas com unidades m in o ritarias que se en
cu en tran «allá afuera», en los m árgenes de la sociedad, e stá n acercán
dose al reino de la investigación con nuevas m etodologías y
aproxim aciones epistem ológicas. Sus vecinos tam b ién e stá n cam
biando su com portam iento. P a ra d ar un ejemplo concreto, la búsqueda
de nuevos conocimientos científicos y tecnológicos nos h a planteado la
cuestión de qué es lo que consideram os científicam ente posible y éti
cam ente aceptable. El regreso al discurso m odernista e im perialista
del descubrim iento, «la caza, la carrera y la acumulación» alrededor
del p lan eta p a ra tra z a r el m apa del genom a hum ano o c u ra r enferm e
dades a trav és de la ingeniería genética, tien en u n im pacto sobre el
trabajo de los científicos sociales cualitativos. El discurso del descubri
miento habla a través de la globalización y la m ercantilización del co
nocimiento. Los que «cazan, corren y acum ulan», sin duda, quieren
ganar. Pero hay más: m erodeando en los rincones, existen fuerzas con
servadoras que in te n ta n d esestab ilizar cualq u ier acción o rien tad a
hacia la ju sticia social que se forme en ese terren o resbaladizo. E stas
fuerzas no toleran el debate público, desaprueban las visiones a lte r
nativas y no tienen ningún interés en la riqueza o la complejidad de la
investigación cualitativa. Lo que exhiben, m ás bien, es u n a nostalgia
por el regreso de un paradigm a de investigación simple, acorde con su
ideal de u n a vida igual de «simple».
Con frecuencia, estas corrientes complejas se cruzan y son expe
rim entadas en com unidades específicas que se en cu en tran en los m á r
genes de u n a sociedad. A lgunas com unidades indígenas constituyen
ejemplos de grupos que h a n sido históricam ente vulnerables a la in
vestigación y que, en m uchos sentidos, continúan siéndolo. Por otro
lado, esta s com unidades tam b ién h a n sido capaces de re s istir como
grupo y h an podido reform ular la investigación según sus propios in
tereses. E ste capítulo exam ina la urdim bre de problem as en torno a
las metodologías, la ética, las instituciones y las comunidades, echando
mano a perspectivas indígenas. Llegando a ellas, y con frecuencia ta m
bién partiendo de ellas, en este capítulo abordam os nociones com ún
m ente aceptadas sobre las relaciones entre la metodología, la ética, las
dem andas institucionales y las com unidades en las que vivimos y con
las que investigam os. E n este capítulo no querem os h a b lar de la com
plejidad del m undo y de n u e stra im potencia p a ra transform arlo. Lo
que deseam os, en cambio, es describir de un modo positivo lo que las
com unidades h a n conseguido luego de lu ch ar y esforzarse.
La in v e s t ig a c ió n in d ig e n is t a y lo s e s p a c io s d e s d e lo s q u e h a b la
C u a d ro 4.1 S u s tr a to s c o r p o r a tiv o s d e la in v e s t ig a c ió n
L a in v e s t ig a c ió n d e lo n a t iv o e n la e c o n o m ía d e l c o n o c im ie n t o
L a é t ic a y la in v e s t ig a c ió n
Aroha ki te tangata Respetar a las personas. Permitir que las personas de
finan su propio espacio y encontrarse con ellas en sus
propios términos.
He kanohi kitea Es importante encontrarse con la gente cara a cara, es
pecialmente cuando se presenta la idea de la investiga
ción, «dar la cara» ante la comunidad antes de enviar
cartas y materiales largos y complicados.
Titiro, whaka- Mirar y escuchar (y sólo después, quizás, hablar). Este
rongo... kórero valor enfatiza la importancia de la mirada/observación
y de la escucha, de modo de desarrollar la comprensión
y encontrar un lugar desde el cual hablar.
Manaaki ki te Compartir, recibir, ser generosos. Éste es un valor que
tangata apuntala un abordaje colaborativo a la investigación,
que permite que el conocimiento fluya en ambos senti
dos y que reconoce al investigador como alguien que
está aprendiendo y no simplemente como alguien que
reúne u observa datos. También facilita el proceso de
«devolución», de compartir los resultados y dar un cierre
si el proyecto, no la relación, lo requiere.
Kia tupato Ser prudentes. Esto sugiere que los investigadores nece
sitan ser políticamente astutos, culturalmente seguros y
reflexivos con respecto a su posición de extraños/conoci
dos. También es una advertencia a extraños y conocidos
respecto de que, en la investigación comunitaria, las cosas
pueden ser desarmadas sin que el investigador sea cons
ciente de ello o sin que ello le sea dicho directamente.
Kaua e takahia te No pisotear el «mana» o dignidad de una persona. Esto
mana o te tangata está relacionado con el hecho de informar a la gente y
de advertirle que no debe ser paternalista o impaciente
porque la gente no sabe lo que el investigador puede
saber. También es una advertencia respecto de cosas
simples, como el modo en que los occidentales utilizan
el ingenio, el sarcasmo y la ironía como estrategias dis
cursivas, o como el lugar donde uno se sienta. Por
ejemplo, las personas máoríes se ofenden cuando al
guien se sienta en una mesa destinada a la comida.
Kaua e mahaki No ostentar con el conocimiento. Esto se relaciona con
encontrar maneras de compartir el conocimiento, de ser
generosos con el conocim iento sin ser presum idos o
arrogantes. Compartir el conocimiento es empoderar un
proceso, pero la com unidad tiene que em poderarse a
sí misma.
De m anera similar, el principio y la práctica del consentimiento in
form ado presenta problemas reales p ara investigadores e investigados.
Fine, Weis, W eseen y Wong (2000) ya han analizado que «el formulario
de consentimiento se encuentra en la base contradictoria de la institu-
cionalización de la investigación» (pág. 113). El formulario en sí puede
ser, sostienen las autoras, «una h erram ien ta cruda, u n a conciencia, que
nos recuerda nuestra responsabilidad y nuestra posición» (pág. 113). Afir
m an que un formulario de consentimiento hace concretas las relaciones
de poder entre investigadores e investigados, y esto puede ofrecer des
afíos p ara ambos; algunos participantes querrán com partir sus historias
m ientras que otros pueden sentirse obligados a compartirlas.
El form ulario en sí mismo puede ser la base del diálogo y de la
mediación, pero de todas form as la persona individual que participa
en la investigación debe com pletarlo y firm arlo. El principio del con
sentim iento inform ado se basa en el derecho de los individuos a otor
garle un consentim iento a la participación u n a vez que h a n sido infor
mados acerca del proyecto y creen que entienden en qué consiste éste.
E n algunas jurisdicciones, este derecho no necesariam ente se aplica a
los niños, los presos y las personas que tienen alguna enferm edad m en
tal. De todas formas, el derecho es individual. No obstante, ¿qué ocurre
si la participación en un proyecto de investigación les revela a los in
vestigadores, a sabiendas o no, inform ación colectiva (proveyendo, por
ejemplo, el ADN, el modo de preparación de u n m edicam ento o reve
lando secretos profesionales de hom bres y m ujeres, como puede ocurrir
en sociedades como las com unidades aborígenes au stralian a s, donde
el conocimiento de los hom bres y el conocimiento de las m ujeres se en
cuentra estrictam ente diferenciado?
La investigación con niños ya h a abierto la posibilidad de que los
secretos fam iliares, especialm ente, las historias de m altrato, requieran
que se lleven a cabo acciones m ás allá de la simple recolección de datos.
U na de las preocupaciones de las com unidades indígenas respecto del
principio del consentim iento inform ado está relacionada con la filtra
ción de conocimientos sujetos a la protección colectiva a trav és de la
participación individual en la investigación, con la consiguiente tra n s
ferencia de conocimiento hacia científicos y organizaciones de todo el
mundo. E ste proceso debilita el conocimiento indígena, com partido de
m an era colectiva, y es especialm ente arriesgado en u n a época de bús
queda y recolección de datos. O tra preocupación concierne a la n a tu
raleza de lo que significa realm ente e sta r informado p ara personas que
pueden no e sta r alfabetizadas o bien educadas, que pueden no h ab lar
la lengua del investigador y que pueden no ser capaces de diferenciar
la invitación a p articip ar en u n a investigación de la obligación forzosa
a firm ar form ularios oficiales p a ra los organism os gubernam entales
de promoción social.
El apego a principios universales es u n a de las dificultades res
pecto de los códigos éticos de conducta p a ra la investigación. No se
tra ta sólo de que los conceptos de respeto, beneficencia y justicia hayan
sido definidos a través de ojos occidentales; hay otros principios que
inform an los códigos éticos que pueden ser problem áticos bajo ciertas
condiciones. E n algunos contextos indígenas, esta cuestión se enm arca
m ás en torno al concepto de derechos hum anos an tes que en torno a
principios o valores. No obstante, ya sea que se tra te de principios, de
valores o de derechos, hay algo que en todos los casos se ap u n tala. Los
códigos éticos en su m ayoría son p a ra proteger al individuo, no al co
lectivo. Los individuos pueden ser «abordados» por los investigadores
aun cuando u n a com unidad señale que no ap ru eb a un proyecto. De
m an era sim ilar, la invocación a la beneficencia, la afirm ación «salve
mos a la hum anidad» realizada an tes incluso de que la investigación
haya sido com pletada, son utilizados p a ra proporcionar el im perativo
m oral de que ciertas form as de investigación deben ser apoyadas a ex
pensas ya sea del individuo o del consentim iento de la comunidad. A
m enudo se da por supuesto que la investigación es beneficiosa sim ple
m ente porque está enm arcada como investigación: sus beneficios son
considerados m anifiestos porque las intenciones del investigador son
«buenas». E n u n a revisión de la bibliografía de investigaciones sobre
la salud relacionadas con los indígenas au stralian o s, I. A nderson,
Griew y McAullay (2003) sugieren que se h a prestado poca atención al
concepto de beneficio de los investigadores, y que se le p resta todavía
menos atención a la evaluación del beneficio de la investigación. U na
consecuencia de la falta de guías en esta área, sostienen, es que «en
ausencia de cualquier o tra guía, los valores que g u iarán ta l opinión re
flejarán los del comité de ética, en cuanto opuestos a los de la com uni
dad indígena en la cual se tiene intenciones de llevar a cabo la inves
tigación» (pág. 26).
U na dificultad m ás significativa, a la que ya se h a aludido, puede
ser expresada en térm inos de «quién» gobierna, regula, in terp reta, san
ciona y m onitorea los códigos éticos de conducta. ¿«Quién» es respon
sable si las cosas salen terriblem ente mal? ¿Y «quién» gobierna y re
gula realm en te las conductas de los científicos fu era de las
instituciones y de las asociaciones profesionales voluntarias? Por ejem
plo, hay científicos deshonestos y grupos religiosos estrafalario s que,
por la gloria de clonar a seres hum anos, ya están compitiendo con otros
cuya investigación se a ju sta a e stá n d a re s aceptables debido a que
están em pleados en instituciones reconocidas. Desde u n a perspectiva
indígena, el «quién» en los comités de ética es representativo de grupos
de clase, religiosos, académicos y étnicos cerrados, an tes que u n reflejo
de la diversidad de la sociedad. Debido a que estos comités apoyan fun
dam entalm ente la investigación p a ra g en erar u n avance en el conocí-
m iento (y tienen asim ism o otros objetivos de alto nivel), su principal
ta re a es avanzar en la investigación, y no lim itarla. E n otras palabras,
su propósito no es neutral; es ayudar a las instituciones a llevar a cabo
la investigación (dentro de e stán d ares aceptables). Estos comités no
son los lugares donde deberían discutirse las grandes preguntas acerca
de los intereses de la sociedad; en general, son lugares donde se proce
san visiones ya d eterm inadas acerca de la investigación, fundam en
talm ente p a ra proteger a las instituciones. Los grupos m arginados y
vulnerables no se encuentran, por lo general, representados en dichos
comités. Si un grupo m arginal e stá representado, su voz es silenciada,
tom ada como u n a voz m ás de igual peso, pero no con igual poder. Por
consiguiente, si u n re p re se n ta n te de un grupo m arginado es incluido
en un comité de ética, el individuo puede no te n e r el apoyo, el conoci
m iento o el lenguaje p ara discutir el asunto con aquellos que aceptan
la visión occidental dom inante de la ética y la sociedad. E stas son cues
tiones difíciles de resolver pero que es necesario discutir de m anera
continua, como desafíos éticos que siem pre existen en las sociedades.
King, H enderson y Stein (1999) sugieren que hay dos parad ig
m as éticos: aquel que conocemos como principialista y uno potencial
m ente nuevo, en proceso de convertirse en p aradigm a como tal, que
tr a ta acerca de las relaciones. King, H enderson y Stein sostienen que
las regulaciones éticas en las que tra b a ja n actualm ente los investiga
dores se b asan en tre s factores:
A n á lis is d e la s re la c io n e s re le v a n te s (in d iv id u o s y g ru p o s)
B asadas en el contexto. ¿Cuáles son los contextos relevantes?
C ultura, género, raza/etnicidad, com unidad, lugar, otros
C u a d r o 5.1. P r e o c u p a c io n e s d e l p u e b lo m á o r í r e s p e c t o d e lo s
fo c o s d e in v e s t ig a c ió n e n c ir c u n s t a n c ia s e n q u e e l in v e s t ig a
d o r d e t e n t a e l p o d e r r e s p e c t o d e la in ic ia c ió n , lo s b e n e f ic io s ,
la r e p r e s e n ta c ió n , la le g it im a c ió n y la r e s p o n s a b ilid a d .
7 Irw in (1992a) sostiene que, con anterioridad a la firm a del T ratado de W ai
tangi y la colonización de A otearoa / N ueva Zelanda, existió «todo un sistem a educativo
máorí, de características brillan tes y complejas», cuya «visión, ta n to como sus procesos
educativos y sus resultados patentes», venía dada sim plem ente por «el desarrollo del
pueblo máorí» (pág. 9). La protección de este sistem a educativo fue g aran tizad a por el
Artículo 2 del T ratado de W aitangi, así como el A rtículo 3 garantizó a los m áoríes, en
tanto que ciudadanos de Aotearoa / N ueva Zelanda, el acceso equitativo a la educación.
Las prácticas que siguieron defraudaron estas prom esas, y el resultado de ello es la
crisis educativa actual (L. Davies y Nicholl, 1993; Jones y otros, 1990). El sistem a edu
cativo desarrollado en A otearoa / N ueva Zelanda tra s el Tratado, compuesto por las
escuelas m isioneras (Bishop, 1991a), las escuelas n ativ as (Simón, 1990) y las escuelas
norm ales de la actualid ad (Irwin, 1992a), fue incapaz de «validar exitosam ente el ma-
tau ran g a m áorí, dejándolo en u n estado m arginalizado y precario» (Irwin, 1992a, pág.
10). M ás aún, m ien tras que la escolaridad norm al no les sirve a los m áoríes (L. Davies
y Nicholl, 1993), las iniciativas escolares m áoríes como Te K ohanga reo (escuelas m e
dias prep arato rias m áoríes), K ura K aupapa M áorí (escuelas m edias p rim arias máo
ríes), W hare K u ra (escuelas m edias secundarias m áoríes) y W hare W aananga (insti
tuciones terciarias m áoríes), «desarrolladas desde el interior de la com unidad máorí
para in terv en ir activam ente en las crisis lingüísticas, culturales, educativas, sociales
y económicas que afro n ta la com unidad m áorí son exitosas desde el punto de vista de
los propios máoríes» (G. H. Sm ith, 1992, pág. 1. E nfasis añadido).
grupos o individuos en p articular. K aupapa m áorí no es propiedad de
ningún grupo, así como no puede definirse de acuerdo con criterios que
les nieguen a los m áoríes el acceso a su articulación» (pág. 8). E n otras
palabras, el análisis k au p ap a m áorí debe beneficiar, en sus principios
y en su práctica, a los m áoríes, de u n modo tal que se aborde produc
tivam ente la realidad actual de la m arginalización y la herencia del
colonialismo y del neocolonialismo.
W h a k a w h a n a u n g a ta n g a , el enfoqu e de la
in v estig a ció n kaupapa m áorí
W h akaw han au n gatan ga es el proceso de establecer relaciones
whánau (fam ilia extendida), en un sentido literal, a trav és de medios
culturalm ente apropiados, m ediante la identificación, la articulación
corporal, el involucram iento, la conectividad y, por ende, u n compro
miso no declarado, pero implícito, con el otro. Por ejemplo, un m ihim ihi
(una form a de presentación ritualizada) en el contexto de u n hui (una
reunión cerem onial m áorí) im plica que uno afirm e su propio whaka-
p a p a con vistas a e n tra r en relación con los anfitriones, los otros, las
visitas. Un m ihim ihi no identifica a la persona en relación con su t r a
bajo, su título o grado académico, etcétera. M ás bien, el m ihim ihi de
clara de dónde procede la persona, y de qué modo se puede conectar
9 Whánau es uno de los conceptos prim arios (una preferencia cultural) que sub-
yace a los relatos de la investigación k au p ap a m áorí. E ste concepto involucra a la vez
valores (aspiraciones culturales) y procesos sociales (prácticas culturales). La raíz del
térm ino whánau significa, literalm ente, «familia», en u n sentido amplio y expandido.
De cualq u ier m an era, w hánau se u tiliza cada vez m ás en u n sentido m etafórico
(Metge, 1990), como u n concepto genérico que subsum e otros subconceptos afines: wha-
naunga (parientes), whanaungatanga (relaciones), whakawhanaungatanga (el proceso
de tejer relaciones) y whakapapa (literalm ente, los medios p ara tejer relaciones). El
prefijo whaka significa «hacer», m ien tras que el sufijo tanga tiene u n a función sus-
tantivizan te.
con el resto de los presentes y con el lugar, tan to en el pasado como en
el presente.
P ara los máoríes, el proceso de w hakaw hanaungatanga identifica
el modo en el que n u e stra identidad procede de nuestro w hakapapa, y
cómo nuestro w hakapapa y su raranga kórero (las histo rias que des
criben a la gente y los eventos del w hakapapa) nos vinculan con todas
las otras cria tu ra s vivas e inanim adas, y con la m ism a tie rra que h a
bitam os. Somos n u e stra m ontaña, n u estro río, n u e stra isla. Somos
p a rte de ellos, y ellos son p a rte de nosotros. Lo sabemos de u n modo
corporal; m ás que en u n a declamación de nom bres, m ás que en los en
laces reales e n tre los nom bres, lo sabem os porque estam os atados a
ellos por sangre. E stam os hechos de su mismo hueso (iw i ) y de su
m ism a gente (iwi). C om partim os u n a m ism a p reg n an cia (hapü) y
somos de la m ism a subtribu ihapü). Somos de la m ism a fam ilia {w há
nau), la fam ilia en la que nacim os {whánau). Nos alim entam os de la
m ism a tie rra (whenua), de la m ism a placenta (w h en u a ). En este sen
tido, el lenguaje nos recuerda que formamos parte los unos de los otros.
Entonces, cuando un m áorí nos p resen ta como w hanaunga (pa
rientes), sea p ara iniciar u n a investigación o no, estam os p re sen tá n
dole u n a p a rte de uno a o tra del mismo «uno». Saber quiénes somos
im plica un reconocimiento somático de n u e stra conectividad y nuestro
compromiso con el entorno, hum ano y no hum ano. Por ejemplo, desde
esta posición sería m uy difícil em prender la investigación en u n sen
tido no somático y distanciado. Invocar la «distancia» en u n proyecto
de investigación m aorí im plicaría negarle su condición de proyecto de
investigación máorí, y fijarle objetivos distintos, no máoríes.
E stablecer y m an ten er relaciones w hánau, lo cual puede ser li
te ra l o metafórico en el marco de la práctica discursiva propuesta por
el enfoque de investigación k au p ap a m áorí, es u n elem ento in teg ral y
progresivam ente constitutivo de este enfoque. Conform ar u n grupo de
investigación como si fuera u n a fam ilia extendida es u n a form a de in
corporar el proceso de w hakaw han au n g atan g a como u n a estrateg ia de
investigación.
En un enfoque de investigación k au p ap a máorí, los grupos de in
vestigación constituidos como w hán au tra ta n de desarrollarse relacio-
nal y organizacionalm ente sobre la base de principios sim ilares a los
que ordenan u n w h án au en el sentido lite ra l o tradicional. M etge
(1990) explica que u tilizar el térm ino w h án au im plica identificar una
serie de derechos y responsabilidades, compromisos, obligaciones y
apoyos que re su ltan fundam entales p a ra la com unidad. Éstos son los
tikan ga (costum bres) del w hánau: interacciones personales cálidas,
m anifestaciones de la solidaridad grupal y de la responsabilidad com
p a rtid a e interpersonal, cooperación alegre con los objetivos grupales,
responsabilidad corporativa por la propiedad grupal, tem as y proble
m as m ateriales e in m a te ria les como, por ejemplo, el conocimiento.
Estos atributos confluyen en los conceptos de aroha (am or en su sen
tido m ás amplio, tam bién m utualidad), aw h i (am abilidad), m an aaki
(hospitalidad) y tia k i (orientación).
El w hánau es un lugar p a ra la comunicación, p a ra com partir re
sultados y p a ra construir perspectivas comunes y significados com par
tidos. Los individuos tienen la responsabilidad de cuidar y proteger a
los otros m iem bros del grupo, así como de a d h e rir al k a u p ap a del
grupo. El grupo a ctu a rá p a ra e v itar que los individuos p articu lares di
socien su atención del grupo, o que aquellos que todavía no re su ltan
exitosos en el trabajo grupal se autom arginen. Los resultados y ren d i
mientos del grupo son frecuentem ente colectivos, no individuales.10 El
grupo comienza y term in a cada sesión con u n a plegaria típica, y com
parte cada día la comida. Se tom an colectivam ente las decisiones im
portantes y luego se las somete al arbitrio del k au m átu a (ancianos res
petables de ambos sexos), con cuyo apoyo y aval el grupo actúa. Este
dispositivo reconoce la constitución m ultigeneracional del w hánau, con
los derechos, responsabilidades y obligaciones determ inados je rá rq u i
cam ente que le e stá n asociados.11
10 Por supuesto que esto supone grandes desafíos en lo que hace a la evaluación
en contextos educativos.
11 E n este punto es im p o rtan te en fatizar que el uso (literal y/o metafórico) de
las prácticas cu ltu rales m áoríes en la investigación puede llevar a quienes no están
fam iliarizados con Aotearoa/N ueva Zelanda, a p reg u n tarse qué ta n relevante re su lta
este modo de análisis con respecto a las realidades vitales del pueblo m áorí de hoy en
día. Dado que, a la fecha, los m áoríes constituyen u n a nación (o naciones, en el marco
de una entid ad mayor) del «Cuarto Mundo», es m ás u n a cuestión de grado la de saber
quién participa y cuándo. Por eso, m ás que ser capaces de cuantificar la fracción del
pueblo m áorí que todavía actúa de e sta m an era, quizás es m ás re alista decir que la
mayoría de los m áoríes lo hacen o lo hicieron alguna vez. P a ra algunos, sólo ocurrirá
en casos de bodas o funerales; otros vivirán todo el tiem po m ediados por estos ritos.
Por supuesto que estos últim os constituyen u n a fracción menor, pero cada vez son más
los m áoríes que participan, por ejemplo, de iniciativas educacionales k au p ap a máorí,
y éstas se efectúan com pletam ente en el marco de las costum bres máoríes. Por ende,
algunas personas tien en prácticas m áoríes a m enudo, otras siem pre, otras no ta n se
guido. Lo que re su lta im portante, en realidad, es el hecho de que la m ayoría de los
máoríes re su lta n capaces de en ten d er estas prácticas y, adem ás, tom ar p arte en ellas.
Se h a dicho mucho respecto del im pacto de la urbanización en el pueblo m áorí, de la
pérdida de las raíces trib ales en tre los jóvenes y la subsiguiente declinación de sus ca
pacidades lingüísticas y culturales con respecto a las prácticas m áoríes. Sin embargo,
la medida de la fuerza del w hánau (la fam ilia extendida) y de los lazos de sangre la da
el hecho de que, cuando los m áoríes se reúnen, se pone en práctica el hui (protocolo
formal del encuentro), casi como «característica por defecto», a p e sa r de m ás de un
siglo de colonialismo. C iertam ente, el hecho de que hay an sobrevivido m ás de 150 años
constituye u n índice de la fuerza de estos principios y prácticas culturales. Es a estas
fuerzas subyacentes a las que me dirijo p a ra en co n trar u n a inspiración p ara desarro-
D e te r m in a r b e n e fic io s : id e n t if ic a c ió n d e la s lín e a s d e
r e s p o n s a b ilid a d a p a r tir d e l u s o d e la m e tá fo r a m á o r í
12 La em inente estudiosa m aorí Rose Pere (1991) describe los aspectos centrale
del hui como «respeto, consideración, paciencia y cooperación. La gente necesita saber
alcan zar consenso, a rrib a r a u n significado construido en conjunto.
Esto lleva tiempo, días si es necesario, y a veces toda u n a serie de hui
se llevan a cabo p a ra que los m ayores puedan m onitorear los procedi
m ientos y d eterm in ar cuándo se h a llegado a la construcción de una
«voz».
que tiene el derecho y el tiem po p a ra exp resar su punto de vista. No siem pre uno va
a estar de acuerdo con los oradores, pero se considera m ala educación in te rru m p ir a
un orador que se en cu en tra hablando de pie. Es necesario esp erar el tiempo debido
para hacer com entarios. La gente puede ser todo lo franca que considere necesario al
responder en el hui, pero debe, en general, exponer su punto de vista de ta l form a que
la persona que recibe las críticas pueda ponerse de pie con dignidad en su derecho a
réplica. U na vez que todo se h a discutido exhaustivam ente y los miem bros h a n llegado
a cierto consenso, el hui concluye con u n a plegaria y u n a comida en común» (pág. 44).
ren, o no, volverse uno con los m an u h iri (visitantes) a trav és del pro
ceso del hóngi y el haruru (pellizcarse las narices unos a otros y darse
un apretón de m anos, respectivam ente). Sim bólicam ente, con el koha,
los anfitriones aceptan el kau p ap a de los invitados, al aceptar aquello
que los m anuhiri tra e n p a ra el debate y la mediación. En térm inos ge
nerales, de todas m aneras, es im portante a clarar que el k au p ap a que
los invitados dejan en el suelo es, a p a rtir de ese momento, propiedad
de todo el w hánau. Y la ta re a de todo el w h án au es, desde ese mo
mento, la de discutir los tem as y apropiarse de los problem as, preocu
paciones e ideas de un modo que resulte real y significativo, el modo
del w h akakotah itan ga (desarrollo de la unidad), en el que todos tr a
bajan por el m ejoram iento de la idea.
Al invocar estos procesos en sus im plicancias m etafóricas, el des
arrollo de la investigación k au p ap a m áorí se inscribe en el marco de
las prácticas culturales m áoríes. E n sentido figurado, el acto de dejar
en el suelo el koha como un medio p a ra iniciar la investigación, por
ejemplo, o p a ra ofrecer soluciones a u n determ inado problem a, cues
tiona la noción del em poderam iento, u n tem a cen tral de la investiga
ción contem poránea de cuño occidental, así como cuestiona lo que cons
tituye el «self» y lo «otro» en el pensam iento occidental. M ás que una
form a figurada de decir «te estoy dando poder» o «te estoy empode-
rando», el gesto de dejar el koha en el suelo y d ar u n paso a trá s, de
jando a los otros que consideren el regalo, im plica que el m an a de unos
y otros perm anece intacto, y que el poder de autodeterm inación está
siendo reconocido. E n los tre s proyectos de investigación a los que nos
hemos referido, los investigadores se en cu en tran planificando sus po
sibles contribuciones, o bien pidiéndoles a los p articip an tes que expli
quen lo que h an observado en las clases, o bien tratan d o de reconstruir
el sentido que los participantes les dan a sus experiencias como jóvenes
que asisten a escuelas secundarias. En cada uno de estos casos, los in
vestigadores indicaron que no ten ían el poder de com prender los even
tos o las experiencias solos y, de hecho, que no querían nad a de la re
lación que no fu era un producto de la relación. E n este sentido,
depende de los otros la posibilidad de operar, decidir si quieren «elegir
un tema», explicar los sentidos de sus propias experiencias en sus pro
pios térm inos. M ás allá de lo que hagan, ambos lados m antienen poder
a lo largo del proceso. Ambos lados tienen u n ta p u que es reconocido
por el otro.
E n este sentido, los investigadores en contextos k au p ap a máorí
se reposicionan de ta l modo que ya no necesitan tr a ta r de darle la voz
a los otros, em poderar a los otros, em ancipar a los otros, o referirse a
ellos como voces subyu gadas. Por el contrario, son capaces de escuchar
y tra b a ja r en colaboración con aquellos trad icio n alm en te «hechos
otros» como constructores del significado de sus propias experiencias
y agentes de conocimiento. No querer nada de la experiencia del propio
«self» es característico de lo que Schachtel (citado por H eshusius, 1994)
llam a «conocimiento alocéntrico». Sólo cuando no se desea n ad a p ara
el propio self, ni siquiera la capacidad de em poderar a otro, pueden
darse la participación y atención com pletas en térm in o s de «paren
tesco».
De este modo, los investigadores pueden participar de u n proceso
que h ab ilita el desarrollo en la gente de un sentim iento de sí mismos
como agentes de conocimiento dotados de voz autorizada. Pero esto no
surge porque el investigador lo perm ita o «empodere» a los p articip an
tes; el resultado se relaciona, m ás bien, con la función del contexto cul
tu ral en el cual los participantes están posicionados, negociando y con
duciendo la investigación.13 E n efecto, el contexto cu ltu ral posiciona a
los p articipantes m ediante la construcción de argum entos, m etáforas
culturales e im ágenes, tan to como el «pensam iento corriente», el len
guaje conversacional a trav és del cual se constituye la participación y
la relación investigador-investigado. En este sentido, el desarrollo con
junto de nuevos argum entos es un esfuerzo colaborativo. El investiga
dor y el investigado, juntos, reescriben las m etáforas constitutivas de
esa relación. Lo que hace de este proceso un proceso auténticam ente
máorí es, ju stam en te, el uso de la m etáfora m áorí en u n contexto cul
tu ral m áorí.14
Estos enfoques son esenciales p a ra mover la dinám ica de poder
de las relaciones de investigación, ya que, como decíamos antes, las re
laciones de poder diferenciales en tre los particip an tes, aunque sean
construidas y entendidas como participativas por p arte del investiga
dor, pueden, de todos modos, te n er como resultado que las preocupa
ciones y los intereses del investigador dom inen el modo en que se cons
truye significado. Esto puede ocurrir, incluso, en relaciones construidas
como recíprocas, si los resultados de la investigación siguen siendo de
term inados por el investigador como ejercicios de recolección de datos
A p r o x im a c io n e s a lo s p r o b le m a s d e a u to r id a d y v a lid e z
16 Donna A w atere (1981) y K athie Irw in (1992b) son dos investigadoras femi
n istas m áoríes que h a n asum ido este desafío en A otearoa/N ueva Zelanda, y lo h an
hecho de un modo que las h a diferenciado claram ente del feminismo blanco. Al activar
el feminism o m áorí, ellas h a n criticado la agenda m o dernista de investigación, desde
u n a m irad a m áorí y a trav és de procedim ientos igualm ente m áoríes. A w atere criticó
enfoque de investigación culturalm en te sensible hacia los afroam eri
canos, que hace foco en «el modo en que los afroam ericanos entienden
y experim entan el mundo» (pág. 4) y que prom ueve u n abordaje de la
investigación c u alitativ a en el cual «los p arad ig m as in terp retativ o s
ofrecen posibilidades m ás grandes con vistas al uso de marcos a lte r
nativos, la co-construcción de realidades y experiencias m últiples y el
conocimiento que puede llevar a m ejorar las oportunidades educativas
p a ra todos los afroam ericanos» (pág. 5).
H istóricam ente, las form as tradicionales de investigación no-re-
flexiva efectuadas en el contexto de lo que Lincoln y Denzin (1994) ca
racterizan como marcos de referencia positivista y neopositivista p er
p etú an el problem a del investigador externo decidiendo qué es válido
y qué no p a ra los m áoríes. B asta con que se utilicen convenciones y
m arcos metodológicos no m áoríes al producir y escribir investigación
p ara que este problem a aparezca. A título ejem plar, Lincoln y Denzin
afirm an que térm inos como «validez lógica, constructiva, in tern a, e t
nográfica, datos basados en textos, triangulación, fiabilidad, credibili
dad, fundam entación, indicadores n a tu ra listas, adecuación, coheren
cia, comprensividad, plausibilidad, verdad y relevancia [...] [sonj, todos
ellos, intentos de re a firm a r la auto rid ad de u n texto en el m om ento
pospositivista (Lincoln y Denzin, 1994, pág. 579).
Estos conceptos, así como los m arcos metodológicos en los cuales
operan, constituyen intentos de contextualizar los fundam entos de un
texto en el m undo empírico externo. «R epresentan esfuerzos por des
a rro lla r un conjunto de reglas y procedim ientos trascen d en tes por
fuera de cualquier proyecto de investigación específico» (Lincoln y D en
zin, 1994, pág. 579). E sta s reglas ex tern alizad as fijan criterios por
medio de los cuales se juzga la validez de u n texto. El a u to r del texto,
en esa m edida, re su lta capaz de p resen tar el texto frente al lector como
válido, reem plazando por completo la construcción de sentido y la voz
del investigado por las del investigador, al rep resen tar las experiencias
a las fem inistas m odernistas blancas por vocalizar de un modo hegemónico las preo
cupaciones de las m ujeres m áoríes, identificándolas con las preocupaciones de las m u
je re s blancas. Irw in (1992b) abordó críticam ente u n problem a que re su lta irrita n te
p a ra las fem inistas m odernistas no-máoríes: «¿Por qué las m ujeres no hab lan en un
marae?», a lo que respondió con o tras p reguntas como «¿Qué entendéis vosotros por
hab lar? ¿Un k a ra n g a no es hablar? ¿Q uién define lo que es hablar?» M ás que asum ir
u n a posición esencialista, Irw in afirm a que la validez de u n texto sobre las m ujeres
m áoríes «hablando» en u n m arae es entendible sólo en los térm inos que proveen las
reglas establecidas en el m arco de las prácticas culturales m áoríes asociadas con los
protocolos del m arae. E n este punto, Irw in no sólo aborda un problem a m áorí, sino
que tam bién discute el punto de v ista común de las fem inistas m odernistas en térm i
nos de u n cuestionam iento p o sestru ctu ralista de la noción de validez epistemológica.
de los otros m ediante el uso de un sistem a determ inado y dominado
por los códigos y las h e rra m ie n tas analíticas del investigador.
Refiriéndose al trabajo de Donmoyer, B allard (1994) sugiere que
los procedim ientos de investigación form ulaicos m uy ra ra m e n te son
útiles en la praxis como «norm ativas o prescripciones p ara la práctica»,
dado que la gente utiliza su propio conocimiento y su propio arco de
experiencias, sentim ientos e intuiciones «al poner en práctica nuevas
ideas, o al tra b a ja r en nuevos escenarios» (págs. 301-302). M ás en de
talle, el conocimiento y la experiencia personales pueden considerarse
cruciales en la aplicación de conocimiento nuevo, así como en el trabajo
en contextos desconocidos. Esto significa que la aplicación de los re
sultados de una investigación se filtra a través del conocimiento previo,
los sentim ientos y las intuiciones que ya tenem os. Donmoyer (citado
por B allard, 1994) propone que la experiencia com bina elem entos, y
que estas combinaciones proveen lo necesario p a ra que se produzca un
proceso de comprensión aun m ás complejo. La experiencia se construye
y reconstruye a sí m ism a y, como afirm a B allard, é sta es la razón por
la cual tienen tan to valor los colegas con experiencia, en el m undo pá-
kehá, y los k a u m átu as (ancianos), en el m undo máorí.
U n peligro sim ilar, y en algún sentido m ás complejo, que acarrea
referirse a u n a metodología de participación existente tiene que ver
con la tendencia eventual a co nstruir conjuntos de reglas y procedi
m ientos por fuera de proyectos de investigación específicos. De ser éste
el caso, los investigadores pueden tom ar el control sobre lo que consti
tuye conocimiento válido y legítimo, es decir, decidir qué autoridad se
reclam a p a ra el texto, con independencia de los p articip an tes. Con
estas recetas viene aparejado el peligro de que investigadores externos
controlen lo que constituye la realidad p a ra otras personas.
Es im p o rtan te ad v ertir, sin em bargo, que el enfoque k au p ap a
máorí no sugiere la total relatividad del conocimiento. Por el contrario,
como afirm a H eshusius,
S u b je tiv id a d e s y o b je tiv id a d e s
Manual de investigación
un contexto en el cual la investigación se constituye.
El proceso de colonización desarrolló u n modo de conciencia alie
nado y alienante y, en esa m edida, tra tó de alejar a los m áoríes de un
principio de vida fundam ental: el de no convertir la n a tu ra lez a en un
objeto, ni en un sujeto. A m edida que conocemos nuestro w hakapapa,
reconocemos n u e stra integración total, n u e stra conectividad y compro
miso con el m undo y la necesidad de q u ita r el foco del self. A prende
mos, así, un modo de conocimiento diferente del que se enseñó a los
colonizados en el m arco del modo de pensam iento occidental. A pren
demos un camino nacido del tiem po, la conectividad, el parentesco, el
compromiso y la participación.
cualitativa. Vol. I
Epílogo: m edios para evaluar el posicionam iento in-
v estigativo
E ste capítulo saca la conclusión de que los investigadores y los
participantes de u n a investigación necesitan de u n medio por el cual
puedan reflexionar críticam ente sobre los cinco tem as del poder iden
tificados en la F igura 5.1, figura que provee u n a serie de cuestiones
£
críticas que los investigadores tan to como los p articipantes pueden u ti
lizar p a ra evaluar las relaciones de poder an tes y d u ra n te la actividad
de investigación. El círculo exterior m u estra algunas de las m etáforas;
1 P a ra en con trar m ás detalles sobre este argum ento, véase C hristians, F erre y
Fackler (1993, págs. 18-32 y 41-44).
O bviam ente, uno puede llegar a la autonom ía partiendo del dua
lismo entre sujeto y objeto. E n la construcción de la cosmovisión ilu-
m inista, el prestigio de la ciencia n a tu ra l jugó u n rol clave p a ra que
las personas pudieran ser libres. Los logros obtenidos en m atem ática,
física y astronom ía les perm itieron a los hum anos dom inar la m ism a
n atu raleza que antiguam ente los hab ía dominado. La ciencia se reveló
como u n a evidencia insoslayable de que, m ediante la aplicación de la
razón sobre la n a tu ra lez a y los seres hum anos, la gente podía tener,
de modos claram ente palpables, la posibilidad de vivir vidas cada vez
m ás felices. El crim en y la locura, por ejemplo, no req u erían ya de ex
plicaciones teológicas represivas, y en su lu g ar podían recibir solucio
nes em píricas terrenales.
Del mismo modo, puede llegarse al se lf autónom o si se aborda el
problem a en térm inos de u n a discontinuidad radical en tre los hechos
duros y los valores subjetivos. La Ilustración puso los valores en riesgo
m ediante la disyunción en tre el conocimiento de lo que es y el conoci
m iento de lo que debería ser; el m aterialism o ilustrado, en todas sus
form as, aisló la razón de la fe y el conocimiento de la creencia. Como
afirm aba con tesón Robert Hooke en 1663, en la época en la que tr a
bajaba en la fundación de la Royal Society en Londres, «para m ejorar
el conocimiento de la natu raleza, esta Sociedad no se en tro m eterá con
las cuestiones de la divinidad, la m etafísica, la moral, la política ni la
retórica» (Lyons, 1944, pág. 41). A m edida que la facticidad ganaba
peso en la visión del m undo ilum inista, aquellas regiones del interés
hum ano que involucraban deberes, restricciones e im perativos, sim
plem ente dejaron de aparecer. E n efecto, quienes definieron la Ilu s
tración a p a rtir de la separación en tre hechos y valores identificaron
u n a dificultad central. Del mismo modo, los dominios del esp íritu pue
den disolverse fácilm ente en el terreno del m isterio y la intuición. En
la m edida en que el m undo espiritu al carece de toda fuerza de cohe
sión, cede ante las especulaciones de los teólogos, muchos de los cuales
aceptaron la creencia ilum inista en que los resultados de su búsqueda
serían finalm ente evanescentes.
Pero la doctrina de la autonom ía característica de la Ilustración
produjo el m ás grande de los daños. Y la autodeterm inación individual
aparece en el centro del problem a que la Ilustración nos legó, a saber,
la cuestión de la integración de la libertad h u m an a y el orden moral.
En p erm an en te lucha con las dificultades y acertijos que ab ría este
problema, la Ilustración se negó finalm ente a sacrificar la libertad p er
sonal. Si bien la cuestión resu ltab a particu larm en te urgente en el con
texto del siglo xvill, la resp u esta ilu m in ista no consistió en su resolu
ción, sino en la insistencia categórica con la autonom ía. Tomando en
cuenta los regím enes políticos despóticos y los sistem as eclesiásticos
opresivos propios del período, sem ejante p o stu ra re su lta entendible.
La Ilustración comenzó y term inó con la presuposición de que la liber
tad h u m an a debe distin g u irse del orden moral, y no in teg rarse signi
ficativam ente en él.
Jean-Jacques R ousseau fue quizás el defensor m ás franco de esta
noción de libertad radical. Su obra dio sustancia a la idea de la libre
determ inación de la personalidad h u m an a como el bien m ás elevado.
Sin embargo, R ousseau es u n a figura compleja; no re su lta posible si
tuarlo en el círculo del racionalism o cartesiano, la cosmología mecani-
cista de N ewton o el concepto del s e lf egocéntrico de Locke; tampoco se
conformó con sólo aislar y sacralizar la libertad, al menos no en su D is
curso sobre el origen de la d esig u a ld a d ni en su C ontrato social, donde
responde abiertam ente a Hobbes.
R ousseau rep resen ta el ala rom ántica de la Ilustración que, re
belada contra su racionalism o, supo g a n ar un amplio espectro de se
guidores en el curso del siglo xix debido a su defensa de valores in m a
n en tes y em ergentes, en lu g a r de valores dados y trascen d en tes.
Incluso adm itiendo la finitud y las lim itaciones propias de la n a tu ra
leza h um ana, Rousseau apostó por u n a libertad inm ensam ente amplia,
que im plicaba no sólo el desacoplam iento de los m andatos de Dios o la
Iglesia, sino tam bién la total libertad con respecto a la cu ltu ra o cual
quier autoridad dada. La autonom ía se convirtió, así, en el núcleo del
ser hum ano y el centro del universo. E n ella se basan, de hecho, las te
orías ro u sseaunianas de la igualdad, el sistem a social, el lenguaje, y
la axiología. Al reconocer las consecuencias de la autonom ía individual,
R ousseau fue m ucho m ás a stu to que quienes se confortaron con un
concepto débil de libertad negativa. La única solución tolerable que en
contró consistía en u n a idea del ser hum ano como n a tu ra lez a noble,
capaz de d isfru ta r beneficiosam ente de su propia lib e rta d y, por lo
tanto, capaz de vivir en arm onía, en un sentido m uy vago, con un de
term inado orden moral.
L a filo s o f ía d e la c ie n c ia s o c ia l d e M ili
2 M ichael Root (1993) es único en tre los filósofos de las ciencias sociales, por
vínculo que h a sabido establecer en tre la ciencia social y los ideales y las prácticas del
E stado liberal, con el fundam ento de que am bas instituciones «buscan la n eutralidad
e n tre concepciones en fren tad as de lo bueno» (pág. xv). Según explica, «si bien el libe
ralism o es p rincipalm ente u n a teo ría del E stado, sus principios pueden aplicarse a
cualquiera de las instituciones básicas de u n a sociedad, desde el m om ento en que uno
puede afirm ar que el tipo de vida que u n a persona desea p a ra sí no h a de ser dictam i
nado, o ni siquiera recom endado, por roles como los del médico, la em presa, la asocia
ción u n iv ersitaria o profesional. La n eu tralid ad puede servir así como u n ideal para
la operatoria de estas instituciones tan to como p ara el Estado. Su rol, podría decirse,
debería consistir en la ta re a de facilitar cualquier tipo de vida que u n estudiante, p a
ciente, cliente o m iem bro quiera alcanzar, y no en la promoción de un tipo de vida es
pecífico sobre otros» (pág. 13). Las interpretaciones del trabajo de Mili y W eber, ela
boradas por Root, son cruciales p a ra m is propios argum entos.
sea buena, y el E stado no debería dictam in ar qué tipo de vida debe
ten er la gente. Es preferible que un individuo elija m al por sí mismo a
que el Estado elija bien por él» (Root, 1993, págs. 12-13). Según afirm a
en su ensayo Sobre la lib erta d (1859/1978), p lan ear n u e stras vidas de
acuerdo con n u estras propias ideas y propósitos es fundam ental si que
remos ser autónomos: «el libre desarrollo de la individualidad es uno
de los ingredientes principales de la felicidad hum ana, y el fundam ento
del progreso individual y social» (pág. 50; véase tam bién Copleston,
1966, pág. 303, n° 2). E sta n eu tralid ad basada en la suprem acía de la
autonom ía individual es tam bién el principio fundam ental del U tili
tarism o (1861/1957) y del S istem a de la lógica in du ctiva y dedu ctiva
(1843/1893). P a ra Mili, «el principio de la utilidad exige que el indivi
duo disfrute de plena libertad, excepto de la libertad de ocasionar daño
a los demás» (Copleston, 1966, pág. 54). A dem ás de llevar el u tilita
rismo clásico a su máximo nivel de desarrollo y establecer las bases
del Estado liberal en sintonía con Locke, Mili delineó los fundam entos
del razonam iento inductivo como método p a ra la ciencia social. P e r
feccionó las técnicas inductivas, m odeladas por Francis Bacon, convir
tiéndolas en u n a metodología orientada a la resolución de problem as,
capaz de su stitu ir con éxito la lógica deductiva aristotélica.
De acuerdo con Mili, los silogismos no son capaces de aportarle
conocimiento nuevo al ser hum ano. C uando decimos que, dado que
todos los hom bres son m ortales, el duque de W ellington es m ortal en
virtud de su hum anidad, no estam os avanzando verdaderam ente m ás
allá de la prem isa (véase Mili, 1843/1893, II, 3, 2, pág. 140). Pues el
objetivo crucial no consiste en reordenar el m undo conceptual, sino en
distinguir el conocimiento genuino de la m era superstición. E n la bús
queda de la verdad, la generalización y la síntesis son necesarias p ara
avanzar inductivam ente de lo conocido a lo desconocido. M ás que por
certificar las reglas que otorgan consistencia form al al razonam iento,
Mili se esforzó por establecer e sta función de la lógica como inferencia
a p a rtir de lo conocido (Mili, 1843/1893). Es posible aproxim arse a la
certeza científica si se sigue con rigor el método inductivo, si las pro
posiciones se derivan de la em piria y el conocimiento se conforma m a
terialm ente a p a rtir de la experiencia.3 P a ra las ciencias físicas, Mili
establece cuatro modos de razonam iento experim ental: el acuerdo, el
desacuerdo, los restos, y el principio de las variaciones concom itantes
(Mili, 1843/1893, III, 8, págs. 278-288). Mili los considera los únicos
3 Si bien com prometido con lo que llam a «lógica de las ciencias morales» para
delinear los cánones o m étodos de inducción, Mili com partió con la ciencia n a tu ra l la
creencia en la uniform idad de la n a tu ra le z a y el presupuesto de que todos los fenóme
nos se som eten a relaciones de causa-efecto. Sus cinco principios de inducción reflejan
la cosmología new toniana.
métodos de prueba de la experim entación, al menos si se cree, con los
n a tu ra listas, que la n a tu ra lez a e stá e stru ctu rad a por uniform idades.4
E n el Libro VI del S istem a de la lógica, «Sobre la lógica de las
ciencias morales», Mili (1843/1893) desarrolla su program a del expe-
rim entalism o inductivo como método científico p a ra e stu d iar «los di
versos fenómenos que constituyen la vida social» (VI, 6, 1, pág. 606).
Si bien concibe a la ciencia social como u n a disciplina capaz de proveer
explicaciones causales del com portam iento hum ano, Mili se previene
contra el fatalism o de la plena predictibilidad: «las ciencias sociales
son hipotéticas, consisten de generalizaciones de base estadística que,
por su m ism a n aturaleza, adm iten excepciones» (Copleston, 1966, pág.
101; véase tam bién Mili, 1843/1893, VI, 5, 1, pág. 596). De este modo,
el conocimiento in stru m en tal confirmado em píricam ente sobre el com
portam iento hum ano tiene un poder predictivo m ayor cuando tr a ta de
m asas colectivas que cuando tr a ta de agentes individuales.
O bviam ente, el positivismo de Mili d eterm in a su trabajo sobre
la investigación experim ental.5 Sobre la base de la obra de A uguste
Comte, Mili definió la m ateria como «la posibilidad perm anente de sen
sación» (Mili, 1865, pág. 198); según su creencia, n ad a m ás podía de
cirse respecto de las sustancias m etafísicas.6 Con H um e y Comte, Mili
insistía en que las sustancias m etafísicas no son reales, y que sólo los
hechos sensibles existen verdaderam ente. Dado que no h ab ría esencias
o realidades finales m ás allá de las sensaciones, Mili (1865/1907, 1865)
y Comte (1848/1910) arg u m en tab an que los científicos sociales debe
ría n lim itarse a tra b a ja r con hechos particulares, como u n a fuente de
datos de la cual sería posible e x tra e r leyes validadas exp erim en tal
m ente. P a ra ambos, éste es el único tipo de conocimiento que provee
beneficios prácticos (Mili, 1865, pág. 242); de hecho, incluso la salva-
La n e u tr a lid a d a x io ló g ic a e n la o b r a d e M ax W eb er
7 Mili (1873/1969) específicam ente acred ita a Comte su uso del método deduc
tivo inverso o histórico: «Se tra ta b a de u n a idea com pletam ente nueva para mí, cuando
la encontré en Comte; y si no fuera por él, quizás n u nca hubiera llegado a ella» (pág.
126). Mili explícitam ente sigue a Comte en su distinción de la estática y la dinám ica
social. Mili publicó dos ensayos bajo la influencia de Comte en Westminster Review,
reeditados como Auguste Comte y el positivismo (Mili, 1865/1907; véase tam bién Mili,
1873/1969, pág. 165).
gen sobre la base de determ inados valores» en función de los cuales es
p eran que se rija su investigación (Root, 1993, pág. 33). Pero insiste
con que la ciencia social debe ser libre de valores en la presentación
de sus resultados. Los descubrim ientos no deben expresar ningún ju i
cio de carácter m oral o político; los profesores deben colgar sus valores
ju n to con sus abrigos al e n tra r en el au la de clases.
«Una actitud de indiferencia moral», escribe sin em bargo W eber
(1904/1949b), «no tiene relación alguna con la objetividad científica»
(pág. 60). El significado de esta puntualización alude claram ente a la
distinción en tre la autonom ía axiológica y la relevancia axiológica.
P a ra ser racionales y te n e r fines, las ciencias sociales deben e sta r su
je ta s a «valores relevantes».
cias sociales consistía en descubrir los encadenam ientos causales entre hechos sociales
y conducta personal (véase, por ejemplo, D urkheim , 1966, págs. 44 y 297-306).
9 Como u n ejemplo del abuso que resistió W eber, Root (1993, págs. 41-42) se
refiere al nom bram iento de Ludwig B ern h ard como profesor titu la r de economía en la
U niversidad de Berlín. A p esar de que B ern h ard no contaba con antecedentes acadé
micos, el m inistro de Educación le asignó el cargo sin que m ediara concurso (véase
Weber, 1973, págs. 4-30). Según Shils (1949), «una m asa de preocupaciones concretas
y p articu lares subyace a su ensayo [de 1917]: su recu rren te intención de p e n e tra r en
los postulados de la teo ría económica, su pasión ética por la libertad académ ica, sus
fervorosas convicciones políticas nacionalistas y su p erp etu a exigencia de integridad
intelectual (pág. v).
Mili. Aun así, la neutralidad axiológica de W eber refleja la autonom ía
ilustrada de un modo sim ilar. E n el proceso de m an ten er su distinción
entre la relevancia axiológica y la libertad axiológica, W eber separa los
hechos de los valores y los medios de los fines. Apela a la evidencia em
pírica y al razonam iento lógico enraizados en la racionalidad hum ana.
«La validez de un im perativo práctico como u n a norma», escribe, «y el
valor de verdad de u n a proposición em pírica son absolutam ente hetero
géneos en carácter» (Weber, 1904/1949b, pág. 52). «Una prueba científica
sistem áticam ente correcta en las ciencias sociales» puede ser difícil de
lograr por completo, pero esto se debe, probablem ente, a «datos defec
tuosos», y no a u n a im posibilidad conceptual (1904/1949b, pág. 58).10
P a ra Weber, como para Mili, la ciencia em pírica tra ta con cuestiones de
medios, y su advertencia contra la inculcación de valores morales y po
líticos presum e de u n a dicotomía en tre medios y fines (véase Weber,
1917/1949a, págs. 18-19; 1904/1949b, pág. 52).
Como concluye M ichael Root (1993), «el llam ado a la neutralidad
en ciencias sociales que formula John S tu art Mili se basa en la creencia»
de que el lenguaje de la ciencia «toma conocimiento de u n fenómeno y
se esfuerza por encontrar sus leyes» (pág. 205). Max Weber, de forma
sim ilar, «da por hecho que puede existir un lenguaje científico, u n a co
lección de verdades, que excluya todos los juicios de valor, reglas u orien
taciones de conducta» (Root, 1993, pág. 205). En ambos casos, el conoci
miento científico existe por y para sí mismo, con completa prescindencia
de cualquier orientación moral. P a ra ambos, la n eutralidad es deseable
pues «las cuestiones axiológicas no son resolubles racionalmente» y la
neutralidad en ciencias sociales se considera capaz de contribuir «al des
arrollo de la autonom ía personal y política» (Root, 1993, pág. 229). De
este modo, el argum ento weberiano de la relevancia axiológica no con
tradice el ideal ilum inista, de largo aliento, de la n eutralidad científica
entre distintas concepciones del bien que rivalizan entre sí.
L a é t ic a u t ilit a r is t a
10 Si bien las bases que perm itieron la creación del Consejo de Investigación en
Ciencias Sociales en 1923 tien en m uchas capas, es indudable que, en su intento de
vincular la experticia académ ica con la investigación política, tan to como en su prefe
rencia por la metodología científico-social rigurosa, estas bases reflejan, e implemen-
tan, las ideas de Weber.
Desde la perspectiva u tilita rista , u n a posición ética se valida a
p a rtir de la evidencia dura. Tomando como base la medición de la feli
cidad h u m an a que resu lta de uno u otro curso de acción, se elige final
m ente el que m u estra un total favorable mayor. La felicidad hum ana,
desde este punto de vista, es considerada como algo esencialm ente no-
problem ático desde el punto de vista conceptual, un dominio de hechos
científicam ente definido que perm ite dejar de lado todos los factores te
ológicos y m etafísicos que hacían que las cuestiones éticas fueran inde-
cidibles (Taylor, 1982, pág. 129).
C ódigos de ética
E n la ciencia social libre de valores, los códigos de ética son el
formato convencional que asum en los principios m orales en las asocia
ciones académ icas y profesionales. H acia 1980, las principales asocia
ciones académ icas ya te n ía n sus respectivos códigos, los cuales hacían
énfasis en cuatro puntos coincidentes vinculados a la conducción de
los medios de investigación inductiva, orientados a fines m ayoritarios.
m izar la felicidad, pero «todavía tratam o s de evaluar diferentes cursos de acción pu
ram en te en térm inos de sus consecuencias, con la esperanza de indicar todo lo que
valga la pena som eter a consideración en n u e stra s descripciones consecuenciales».
Como sea, incluso esta versión expandida del utilitarism o, en térm inos de Taylor, «to
davía legisla algunos bienes m ás allá de la existencia» (Taylor, 1982, pág. 144). Del
mismo modo, ésta es u n a definición restrictiva del bien que favorece el cálculo racional
y evita que abordem os seriam ente todas las facetas de la m oral y del pensam iento po
lítico norm ativo (Taylor, 1982). Como observa Yvonna Lincoln, el problem a inevitable
del utilitarism o es que «al abogar por la m ayor felicidad p ara la m ayor cantidad de
gente, los grupos pequeños de personas (todas las m inorías, por ejemplo) experim entan
el régim en político de la “tira n ía de la m ayoría”». Lincoln se refiere correctam ente a
«la tendencia del liberalism o a re in sta la r la opresión en v irtud del principio utilitario»
(comunicación personal, 16 de febrero de 1999).
12 D ada la n a tu ra le z a de la investigación positivista, Je n n in g s y C allaha
(1983) llegan a la conclusión de que sólo u n núm ero acotado de problem as éticos e n tra
en consideración, y que estos problem as «tienden a identificarse con los cánones de la
metodología científica profesional. [...] La honestidad profesional, la supresión de los
prejuicios personales, la recolección cuidadosa y la presentación adecuada de la infor
mación, la adm isión de los lím ites de la validación científica de estudios empíricos;
éstos h a n sido, centralm ente, los únicos problem as que era posible abordar. Desde el
m omento en que estas responsabilidades éticas no son p articularm ente polémicas (al
menos en principio) no es sorprendente que d u ra n te este período [la década de 1960]
ni quienes tra b a ja b a n sobre ética ni los científicos sociales se hay an tom ado m ucha
m olestia en analizarlos o discutirlos» (pág. 6).
1. Consentim iento inform ado. E n consonancia con su compromiso con
la autonom ía individual, la ciencia social en la tradición de Mili y
W eber insiste en que los sujetos que participan de las investigaciones
tienen derecho a e sta r informados sobre la n atu raleza y las consecuen
cias de los experim entos en los que tom an parte. El respeto que merece
la libertad h u m an a incluye, en general, dos condiciones necesarias: en
prim er lugar, los sujetos deben acordar voluntariam ente los térm inos
de su participación, esto es, sin que m edie coerción física o psicológica
de ninguna clase; en segundo lugar, su consentim iento debe e sta r b a
sado en información exhaustiva y de acceso irrestricto. «Los Artículos
del trib u n a l de N úrem berg y de la D eclaración de H elsinki afirm an
que los sujetos deben conocer de antem ano la duración, los métodos y
posibles riesgos, así como el propósito o m eta del experim ento del que
participan» (Soble, 1978, pág. 40; véase tam bién Veatch, 1996).
El carácter autoevidente de este principio no es puesto en discu
sión por la ética racionalista. Su aplicación significativa, sin embargo,
h a generado debates que siguen vigentes. Como observa Punch (1994),
«en distintos trabajos de campo no parece h ab er salida con respecto al
dilema de que el consentim iento informado (que implica la divulgación
de la id en tid ad y las m etas del investigador) puede p a ra liz a r to ta l
m ente un determ inado proyecto» (pág. 90). Fiel al predom inio de los
medios característico de un modelo de medios-fines, Punch llega a la
conclusión general de que los códigos de ética deberían serv ir como
guía p a ra el trabajo de campo, pero no inm iscuirse en el ám bito de la
participación, pues «una aplicación estricta de los códigos» podría lle
gar a «obstaculizar e impedir» u n a gran cantidad de investigaciones
«inocuas» y «no-problemáticas» (pág. 90).
*
Los C om ités In stitu cio n a les de C onducta E tica
Como condición p a ra el financiam iento, las agencias g u b ern a
m entales en varios países h a n insistido en la necesidad de que las ins
tituciones involucradas en investigaciones con sujetos hum anos e sta
blezcan órganos de revisión y monitoreo. Los Comités Institucionales
de Conducta É tica encarnan la agenda u tilita rista en térm inos de es
fera de acción, presupuestos y p a u tas metodológicas.
E n 1978 comenzó a funcionar la Comisión N acional de los E s ta
dos Unidos p a ra la Protección de los Sujetos H um anos en la Investi
gación Biomédica y del Com portam iento. Como resultado, en lo que se
dio a conocer como el «Informe Belmont» se desarrollaron tre s princi
pios, como está n d a re s m orales p a ra la investigación con sujetos h u
manos: respeto por las personas, beneficio social y justicia.
La crisis actu al
Mili y Comte, cada uno a su m anera, suponían que la ciencia so
cial experim ental e ra capaz de beneficiar a la sociedad m ed ian te el
descubrim iento de hechos desconocidos acerca de la condición hum ana.
D urkheim y W eber, por su parte, creían que el estudio científico de la
sociedad podría ayudar a la gente a en fren tarse con «el desarrollo del
capitalism o y la revolución industrial». La Asociación N orteam ericana
de C iencias Sociales fue creada en 1865 con la m eta de te n d e r un
puente en tre «el elem ento real de la verdad» y «los grandes problemas
sociales de hoy en día» (Lazarsfeld y Reitz, 1975, pág. 1). E ste m ito de
la ciencia benefactora quedó hecho trizas «con las revelaciones hechas
d u ran te los juicios de N úrem berg (respecto de los “experim entos m é
dicos” nazis en los campos de concentración) y con el rol que tuvieron
m uchos científicos destacados en el Proyecto M an h attan » (Punch,
1994, pág. 88).
La crisis de confianza se intensificó con el Experim ento Tuskegee
(sobre la sífilis) y el Experim ento Willowbrook (sobre la hepatitis). En
la década de 1960, el Proyecto Cam elot (una iniciativa del ejército es
tadounidense p a ra evaluar y prevenir procesos revolucionarios y fenó
menos de insurgencia) fue duram en te criticado a lo largo y a lo ancho
W é r l h a C e ci l i a Q u ü e r r r t 0■>
del mundo, por lo cual debió ser cancelado. El engaño a sujetos de in
vestigación involuntarios en las experiencias llevadas a cabo por S ta n
ley M ilgram (1974) y la investigación engañosa de hom osexuales en
un baño público y luego en sus casas de p a rte de L aúd H um phreys
(1970, 1972) provocaron escándalo por m a ltra ta r psicológicamente a
los sujetos investigados. Noam Chomsky, a su vez, reveló la complici
dad de ciertos científicos sociales con iniciativas m ilitares estadouni
denses en V ietnam .
La encendida preocupación por la ética de la investigación a p a r
tir de la década de 1980, el apoyo financiero procedente de fundaciones
y el desarrollo de los códigos de ética y del ap arato de los Comités In s
titucionales de Conducta É tica se justificaban como form as válidas de
sofrenar form as u ltraja n te s de m altrato. De cualquier m anera, las im
putaciones por fraude, plagio y tergiversación continuaron, aunque en
m enor escala, y generaron dilem as, enigm as y controversias constan
tes sobre el significado y la aplicación de las p a u tas éticas. Los profe
sores con actitud de em presarios que com piten por los escasos dólares
destinados a la investigación, generalm ente cum plen con los térm inos
que impone el control institucional, pero la vastedad del campo de la
investigación social dentro y fuera de la universidad hace que la su
pervisión exhaustiva sea imposible.
Por debajo de los pros y contras de la adm inistración responsable
de la ciencia social, se h an hecho visibles las deficiencias estru ctu rales
de la epistem ología que la su ste n ta (Jennings, 1983, págs. 4-7). U na
filosofía de la investigación social de cuño positivista insiste todavía
en la noción de n eu tralid ad respecto de definiciones sobre el bien, a u n
que la visión del m undo que im pulsa esta creencia esté ya m uy des
acred itada. El modelo ilu strad o que s itú a la lib ertad h u m a n a y el
orden m oral en u n a polaridad en fren tad a e stá francam ente en banca
rrota. Ni siquiera la versión m ás blanda de W eber, cen trad a m ás en
lenguajes contrastivos que en entidades opuestas, nos re su lta ría útil.
Tampoco re su lta ría dem asiado efectiva u n a reelaboración de los códi
gos éticos tendiente a volverlos m ás explícitos y menos m elodram áticos
en su discurso. La exigencia de tom ar cursos de ética p a ra los g rad u a
dos, así como el refuerzo de las políticas gubernam entales en e sta di
rección, son m edidas deseables, pero de im portancia m arginal. Por úl
tim o, u n a redefinición del proceso de revisión in stitu cio n al y u n a
reform ulación de la composición de los Comités que les perm itiera re
flejar el carácter p lu ra lista de la investigación académ ica actu al se
rían , tam bién, insuficientes.
E n el utilitarism o, el pensam iento m oral y los procedimientos ex
p erim entales se hom ogeneizan en un modelo unidim ensional de vali
dación racional. Los seres hum anos autónom os funcionan en este mo
delo como agentes clarividentes, capaces de a lin ear medios y fines, y
de objetivizar los m ecanism os que les perm iten com prenderse a sí m is
mos y al m undo que los rodea (véase Taylor, 1982, pág. 133). E sta de
finición restrictiv a de la eticidad responde por algunos de los bienes
que perseguim os, ta l como ocurre con la m inim ización de los daños,
pero aquellos bienes situados por fuera del cálculo u tilitario se exclu
yen rigurosam ente. Por ejemplo, «la em ocionalidad y la intuición» se
relegan «a u n a posición secundaria» en el proceso de tom a de decisio
nes, y no se le p resta la m enor atención a «la ética del cuidado» basada
en «particularidades concretas» (Denzin, 1997, pág. 273; véase tam bién
Ryan, 1995, pág. 147). El modo concreto en que el poder y la ideología
tienen influencia sobre las instituciones sociales y políticas es pasado
por alto; bajo la p á tin a retórica de la elección v o lu n taria y la ilusión
de la creatividad autónom a, el sistem a de medios y fines opera, fun
dam entalm ente, en sus propios térm inos.
E ste entorno restringido ya no nos p erm ite tr a t a r ad ecu ad a
m ente con los complejos problem as que enfrentam os día a día en el es
tudio del m undo social. Muchos científicos sociales se vuelven famosos,
ganan e sta tu s y prestigio. Es el caso de McGeorge Bundy en la época
de J. F. K ennedy, del cientista político H enry K issinger, y de Daniel
M oynihan, que fue senador. Sin embargo, el fracaso de la iniciativa co
nocida como «guerra contra la pobreza», las contradicciones respecto
del b ien estar y algunos estudios deficientes de la situación habitacio-
nal u rb an a h an vuelto dram áticas las lim itaciones del cálculo utilitario
que ocupa, hoy en día, la totalidad del ám bito ético.15
Es cierto que el grado de éxito o de fracaso es algo siem pre sujeto
a debate incluso en el m arco de las m ism as ciencias sociales. P a ra la
corriente em pirista, m ás p erturbado r y am enazante que los resultados
decepcionantes es el reconocimiento de que la n eu tralid ad no es plu
ra lista por n atu raleza, sino m ás bien im perialista. Si reflexionam os
sobre la experiencia pasada, la investigación d esinteresada en supues
tas condiciones de neutralidad axiológica es considerada, cada vez más,
como u n a reinscripción de facto de la agenda en los propios térm inos
de esta ideología. Procedim entalm ente, el em pirism o está comprome
tido con la n eu tralid ad del cálculo, con prescindencia del modo en que
los sujetos investigados pueden constituir, sustancialm ente, los fines
de la vida. Pero el experim entalism o no constituye u n punto de en
cuentro n e u tra l p ara ideas diferentes; an tes bien, es u n a «doctrina de
guerra» que impone sus propias ideas a los dem ás al tiem po que su
15 Según Taylor (1982), «el debate moderno acerca del utilitarism o no es sobre
si éste ocupa algo del espacio m oral, sino sobre si ocupa el espacio completo». «Consolar
a los moribundos» es u n im perativo m oral en la C alcuta contem poránea, incluso si
«los m oribundos se en cu en tran en u n a situación ta n extrem a que to rn a irrelevante el
cálculo [utilitario]» (pág. 134).
pone, acríticam ente, «la m ism a superioridad que potencia e sta impo
sición».16 E n térm inos m ás categóricos de Foucault (1979, págs. 170-
195), la ciencia social es un régim en de poder que ayuda a m an ten er
el orden social m ediante la norm alización de los sujetos en categorías
diseñadas por las autoridades políticas (véase Root, 1993, cap. 7). Un
liberalismo de la igualdad no es en modo alguno n eu tral, sino que m ás
bien rep resen ta un ala de ideas específicas, incom patibles, a su vez,
con otras concepciones del bien.
Este modelo no-contextual y no-situacional, que supone que «un
observador objetivo y m oralm ente n e u tra l accederá a los hechos ta l
como se producen», ignora «el carácter situacional de las relaciones de
poder asociadas con el género, la orientación sexual, la clase social, la
etnicidad, la raza y la nacionalidad». E ste modelo, por definición, es
jerárquico (asim etría en tre el científico-investigador y el sujeto-inves
tigado) y proclive al patriarcado. «Glosa el modo en que el observador-
etnógrafo está implicado e inscrito en el “aparato legal” de la sociedad
y la cultura». Los científicos «portan el cetro» de la autoridad de raíz
un iv ersitaria cuando se av en tu ran en la «comunidad local p ara hacer
investigaciones» (Denzin, 1997, pág. 272; véase tam bién Ryan, 1995,
págs. 144-145).17 No existe, pues, un cuestionam iento orgánico de la
experticia propia de los científicos en las sociedades dem ocráticas que
pertenecen, en principio, a ciudadanos que no com parten este conoci
miento especializado (véase Euben, 1981, pág. 120).
16 Esto rep ite la objeción fam osa al liberalism o democrático de los derechos in
dividuales: «El liberalism o no es u n espacio de encuentro posible p a ra todas las cultu
ras, sino la expresión política de u n rango p articu lar de culturas, m ás bien incom pa
tible con otros rangos. El liberalism o no puede y no debe arro g arse la n e u tra lid ad
cultural completa. En sí mismo, el liberalism o es u n a religión de guerra. Por su parte,
el m ulticulturalism o, ta l como se lo discute hoy en día, tiene u n a m arcada relación
con e sta imposición de algunas cultu ras sobre otras, y con la superioridad presupuesta
que potencia esta imposición. Las sociedades liberales occidentales son consideradas
suprem am ente culpables desde este punto de vista, en p a rte debido a su pasado colo
nial, en p a rte por la m arginalización de determ inados segm entos de la población que
proceden de o tras culturas» (Taylor y otros, 1994, págs. 62-63)
17 E n este pasaje, D enzin acred ita a Sm ith (1987, pág. 107) el concepto de «apa
rato gobernante».
tonom ía individual y de la suposición racionalista, am bas típicas de la
ética canónica (véase Koehn, 1998). Los paradigm as éticos de Agnes
H eller (1988, 1990, 1996, 1999), de C harles Taylor (1989, 1991, 1995;
Taylor y otros, 1994), de Carole P a term an (1985, 1988, 1989), de E dith
W yschogrod (1974, 1985, 1990, 1998), de Kwasi W iredu (1996) y de
Cornel W est (1989, 1991, 1993); así como la ética fem inista de Carol
G illigan (1982, 1983; Gilligan, W ard y Taylor, 1988), de Nel Noddings
(1984, 1989, 1990), de V irginia Held (1993) y de Seyla Benhabib (1992)
e stá n reconstruyendo la teoría ética de u n modo fundam ental (véase
Code, 1991). M ás que buscar principios n e u tra le s a los que p uedan
apelar todas las partes, la ética social se fundam enta aquí en u n a com
pleja visión del juicio m oral como elem ento in teg ran te de u n todo or
gánico hecho de diversas perspectivas (experiencia cotidiana, creencias
sobre el bien, sentim ientos de aprobación y rechazo), en térm inos de
relaciones hum anas y estructuras sociales. Nos encontram os, pues, con
un enfoque filosófico que sitú a el dominio m oral en el contexto de los
propósitos generales de la vida h u m an a que la gente com parte situa-
cionalm ente y a trav és de fronteras culturales, raciales, históricas y
de género. Idealm ente, e sta perspectiva h a de g en erar u n nuevo rol
ocupacional y un nuevo núcleo norm ativo p a ra las ciencias hu m an as
(W hite, 1995).
Carol G illigan (1982, 1983; G illigan y otros, 1988) caracteriza la
voz m oral de las m ujeres como u n a ética del cuidado; u n a dim ensión
del desarrollo m oral arra ig a d a en la prim acía de las relaciones h u m a
nas. La compasión y el cuidado resuelven las responsabilidades en con
flicto entre las personas; como tales, estos están d ares se en cu en tran
en las antípodas de la m era reducción de daños.18 E n su obra Caring,
Nel Noddings (1984) rechaza de plano las «éticas de principio, am bi
guas e inestables» (pág. 5) e insiste en que el cuidado hum ano debería
ju g a r el papel principal en el proceso m oral de tom a de decisiones. P ara
Ju lia Wood (1994), la ética del cuidado es sostenida por «un sentido in-
terdependiente del self», sentido con el cual nos m antenem os cómoda
m ente independientes al tiem po que «actuamos cooperativam ente, en
relación con otros» (págs. 108, 110). E n la obra de Linda Steiner, el fe
minism o aparece como u n a crítica de las convenciones de la im parcia
lidad y la form alidad en la ética y, al mismo tiempo, como u n análisis
preciso de la afectividad, la intim idad, el cuidado, la em patia y los pro
cesos igualitarios y colaborativos. La autoconciencia ética fem inista
tam bién identifica form as sutiles de opresión y desequilibrio, y nos en
U n m o d e lo c o m u n ita r io f e m in is t a
21 Root (1993, cap. 10) tam bién escoge u n modelo com unitario, alternativo a
paradigm a dom inante. E n su versión, la teoría crítica, la investigación participativa
y la ciencia social fem inista son tre s ejemplos del enfoque com unitario. E ste capítulo
ofrece u n a perspectiva m ás compleja del com unitarism o, desarrollada en la filosofía
política y la h isto ria intelectual, y no lim itada a la teoría social y la práctica política.
E n tre los com unitaristas filosóficos (Sandel, 1998; Taylor, 1989, W alzer, 1983, 1987),
Carole P atem an (1985, 1989) es explícitam ente fem inista, y su tópico de la prom esa
forma el eje p a ra el principio de la representación m ultivocal aquí descrito. En nuestro
modelo com unitario fem inista, la teoría crítica se integra con el tercer im perativo ético:
em poderam iento y resistencia. A p esar de esa diferencia de énfasis, estoy de acuerdo
con la conclusión de Root (1993): «las teorías críticas son siem pre críticas p a ra u n a co
m unidad p articu lar, y los valores que in te n ta n d esarrollar son los valores de esa co
m unidad. E n ese sentido, las teorías críticas son com unitarias [...]. P a ra los teóricos
críticos, el e stá n d a r p a ra elegir o aceptar u n a teoría social es la aceptabilidad reflexiva
de la teoría por los m iem bros de la com unidad p a ra la cual la teoría es crítica» (págs.
233-234). P a ra u n a revisión de la tem ática com unitarista en térm inos de Foucault,
véase O lssen (2002).
lugar de p re sta r atención m ínim a a la n a tu ra lez a social del se lf y d ar
por supuesto, sim ultáneam ente, un dualism o de dos órdenes inconci
liables, el com unitarism o en trelaza la autonom ía personal con el bien
estar com unitario. Las acciones m oralm ente apropiadas, por defini
ción, están dirigidas a la comunidad. Los valores m orales comunes son
elem entos intrínsecos a la existencia d iaria y a la identidad de u n a co
m unidad dada.
Por lo tanto, la m isión de la investigación en ciencias sociales es
la de ay u d ar a que prospere la vida de la com unidad, ofreciéndole a la
gente los instrum entos necesarios p a ra llegar a conclusiones comunes.
Lo que se tr a ta de lograr no es un excesivo volum en de información
per se, sino la transform ación de la com unidad. El lu g ar común sos
tiene que la investigación propulsa los intereses de la com unidad m e
diante el em poderam iento de la capacidad de razo n ar y de calcular de
cisiones del individuo. Pero la investigación a p u n ta a ser colaborativa
en su diseño y participativa en su ejecución. M ás que códigos de ética
sepultados en los archivos de los despachos universitarios e informes
de investigación preparados p a ra clientes, son los mismos p articip an
tes de u n a investigación de orientación com unitaria los que acceden a
un foro p a ra reactiv ar la p o lis en tre todos. E n contraste con el u tilita
rism o experim entalista, las concepciones sustanciales del bien que di
rigen el abordaje de los problem as reflejan la m irada de la comunidad,
m ás que la perspectiva experta de los investigadores o de las agencias
que los financian.
E n la investigación com unitaria fem inista, los p articip an tes tie
nen voz respecto de cómo debería llevarse a cabo la investigación y voto
p ara efectivam ente llevarla a cabo, «lo que incluye voz y voto respecto
de decisiones sobre los problem as que deberían ser estudiados, los m é
todos adecuados p a ra estudiarlos, los resultados a considerar válidos
o aceptables y el modo en que los descubrim ientos podrán u sarse o im-
plem entarse» (Root, 1993, pág. 245). E ste tipo de investigación hunde
sus raíces «en la com unidad, la gobernanza com partida [...] y la fra te r
nidad vecinal». Dado su m utualism o cooperativo, «sirve a la comunidad
en la que se efectúa, m ás que a la com unidad de productores de cono
cimiento y diseñadores de políticas» (Lincoln, 1995, págs. 280 y 287;
véase tam bién Denzin, 1997, pág. 275). La investigación com unitaria
en cu en tra su principio en la m áxim a de que «las personas son los á r
bitros de su propia presencia en el mundo» (Denzin, 1989, pág. 81).
P a ra el com unitarism o fem inista, los hum anos tien en el poder
discursivo de «articular reglas m orales situacionales b asad as en la co
m unidad local y el acuerdo grupal». El entendim iento m oral avanza
debido a que la gente «tiene la capacidad de com partir sus puntos de
vista en la situación social». El cuidado y el acuerdo recíprocos, a rra i
gados en la experiencia emocional, y no en el consenso formal, son la
base sobre la cual el discurso m oral es posible (Denzin, 1997, pág. 277;
véase tam bién Denzin, 1984, pág. 145; R einharz, 1993).
E n u n a com unidad local existen espacios sociales y m orales m úl
tiples; «cada acto m oral cuenta como un resultado contingente» medido
contra el fondo de los ideales de respeto universal por la dignidad h u
m ana, con prescindencia de la raza, el género, la edad o la religión
(Denzin, 1997, pág. 274; véase tam bién Benhabib, 1992, pág. 6). A tr a
vés del orden m oral, resistim os los valores sociales divisionistas y ex
clusivistas.
L a c u e s t ió n d e la s u f ic ie n c ia in t e r p r e t a t iv a
D is c e r n im ie n t o m o r a l
C onclusión
Como a rg u m en tan Guba y Lincoln (1994), los problem as de las
ciencias sociales deben vincularse, en ú ltim a instancia, con las visiones
del m undo que los abarcan. «Las cuestiones de método son menos im
p ortantes que las cuestiones de paradigm a, que definimos como el sis
tem a de creencias o la visión del mundo básica que guía al investigador
no sólo en sus elecciones metodológicas, sino tam bién en sus fu n d a
m entos ontológicos y epistemológicos» (pág. 105). La m irad a conven
cional, con su ética extrínseca, nos ofrece solam ente u n p aradigm a
trunco y rústico que necesita ser transform ado ontológicamente. E sta
perspectiva histórica de la teoría y la práctica indica la necesidad de
un modelo en teram en te nuevo de ética investigativa en el cual la ac
ción h u m an a y las concepciones del bien surgen de la interacción.
«Desde el momento en que la relación en tre las personas consti
tuye su existencia como personas, [...] la acción m oralm ente correcta
es [aquella] que se dirige a la comunidad» (M acM urray, 1961b, pág.
119). En el com unitarism o fem inista, el ser personal está atravesado
por el universo social. El bien com ún nos es accesible sólo en form a
personal; su fundam ento e inspiración residen en la ontología social
del ser hum ano.27 «La ontología debe ser rescatad a de su sum ersión
en las cosas y pensarse enteram ente desde la perspectiva de la persona
y, por lo tanto, del Ser» (Lotz, 1963, pág. 294). «Sólo hay verdadera on
tología donde las personas la piensan, y las personas sólo son personas
si son ontológicas» (Lotz, 1963, pág. 297).
Tal como ejem plifica este M an ual, así como otros cientos de li
bros y m iles de artículos en rev istas especializadas, la investigación
c u alitativ a no sólo h a logrado establecerse, sino que tam b ién se h a
consolidado como un b a lu arte en el ám bito de la educación y las cien
cias sociales y clínicas. El núm ero de conferencias nacionales e in te r
nacionales, grandes y pequeñas, dedicadas a la investigación cu alita
tiva y sus practicantes h a crecido exponencialm ente en años recientes,
y varias conferencias ya se encuentran, hoy en día, atravesando su se
gunda década.
Al m ismo tiem po, los métodos cualitativos se h a n expandido y
refinado, como lo h a n hecho tam bién m uchas perspectivas teóricas y
actitudes epistemológicas jóvenes: la teoría fem inista, los estudios ra
ciales y de la etnicidad, las epistemologías poscoloniales y subalternas,
la teoría queer, etcétera. A m edida que se desarrollaron ciertos lentes
in terp retativ o s nuevos (junto con el posm odernism o, p o sestru ctu ra-
lismo, etcétera), un creciente núm ero de investigadores y estu d ian tes
se sintieron atraídos por la prom etedora ética dem ocrática y p lu ralista
involucrada en la investigación cualitativa. La inclinación a la inclu
sión (M ertens, 1998) y la orientación hacia la justicia social (véase Den
zin, cap. 37 de este Manual', Lincoln y Denzin, 2000) de la nueva cien
cia social h a hecho florecer u n a cam ada fresca de teóricos de la
metodología comprometidos con u n a ciencia social ú til respecto de pro
pósitos democráticos y libertarios.
El resurgim iento del «alto modernismo» (Giddens, 1990) conlleva,
sin embargo, un retorno a una supuesta «edad dorada» de la pureza (o la
inocencia) metodológica, donde reinaba presuntam ente un consenso ge
neral sobre cuáles debían ser los elementos constitutivos de la ciencia.
C iertas voces de la comunidad biomédica (las Colaboraciones Campbell
y Cochrane, por ejemplo) y del campo de la investigación educacional in
dican u n a vuelta hacia un «conservadurismo metodológico» (Cannella y
Lincoln, 2004a, 2004b, Lincoln y C annella 2004a, 2004b).
De cualquier m anera, una serie reciente de acciones legislativas y
de cambios en las políticas públicas puede influir directa e indirecta
m ente sobre aspectos paradigm áticos y metodológicos, de modos no pre
vistos apenas u n a década atrás. A su vez, la investigación cualitativa
puede ponerse en riesgo o bajo am enaza por este nuevo conservadurismo
metodológico que se disem ina en nombre de la investigación basada en
la evidencia y la «investigación educacional con bases científicas».
A ctualm ente, la regulación de los Com ités In stitu cio n ales de
C onducta E tica sobre el empleo de nuevos paradigm as en los cam pus
restrin g e el trabajo de los investigadores cualitativos y los académicos
que dictan cursos sobre filosofías de investigación y métodos c u alitati
vos de cuatro modos diferentes:
(a) vigilancia creciente de la investigación con sujetos hum anos, como
u n a resp u esta a accidentes ocurridos en el curso de proyectos de in
vestigación biomédica,
(b) vigilancia del entrenam iento y de la investigación hecha en clase
que involucre métodos cualitativos y sujetos hum anos,
(c) em ergencia de nuevos discursos respecto de lo que constituiría la
llam ada «investigación basada en la evidencia»,
(d) efectos a largo plazo del informe del Consejo N acional de Investi
gación (NRC, 2002) respecto de lo que debería ser considerado inves
tigación científica.
En este artículo, tra s presentar una breve historia de los Comités
Institucionales de Conducta Ética, ofrezco u n a serie de sugerencias que
ayuden a los académicos a hacerle frente a estas limitaciones, tanto en la
investigación cualitativa como en la enseñanza de métodos cualitativos.
M a y o r v ig ila n c ia e n la e n s e ñ a n z a t e ó r ic a y p r á c t ic a d e lo s
m é to d o s d e in v e s t ig a c ió n c u a lit a t iv a
Ética al pedido de efectuar u n a investigación, negativa m otivada por lo que los miembros
del Comité consideran u n a metodología cuestionable. En un caso así, el Comité In stitu
cional le pide al investigador que añada «explicaciones adicionales», que pueden ir desde
cambios en principio triviales a revisiones mayores en los planes de investigación.
El punto central de gran p a rte del trabajo en clase es la p rep a
ración de estu d ian tes avanzados, científicos e intelectuales universi
tarios capaces de em prender exploraciones m ás avanzadas, con inde
pendencia de sus consejeros, como es el caso de m uchas universidades
y laboratorios alrededor del mundo. P a ra m uchos académicos, parece
poco razonable la idea de que e stu d ian tes graduados puedan recibir
entrenam iento en el manejo de reactores nucleares, aplicación de pro
tocolos médicos, técnicas de microscopía electrónica o cualquier otra
técnica que necesiten para continuar su formación sin som eterse a n in
gún tipo de intervención de p arte de los Comités Institucionales, m ien
tra s que los estu d ian te s que necesitan e n tre v ista r profesores en los
cam pus sobre su investigación p a ra fam iliarizarse con las técnicas de
entrev istad o n ecesitan el aval riguroso de esos m ism os Com ités. Si
bien hubo explicaciones parciales de las circunstancias en las cuales
un profesor puede u tilizar a los estu d ian tes como sujetos de investiga
ción, especialm ente estu d ian tes de su propio curso y cuando la inves
tigación concierne a la m ism a experiencia de las clases (DuBois, 2002;
H am m ack, 1997), existen m uy pocos lincam ientos respecto de las in
vestigaciones que los propios estu d ian tes pueden efectuar como parte
de su entrenam iento formal.
No me estoy refiriendo aquí al tipo de vigilancia que surge como
resultado de las batallas por la «corrección política» que actualm ente
tienen lugar entre la derecha académ ica y muchos profesores, basadas
en la percepción de p arte de los m iem bros de la derecha (la Asociación
N acional de Académicos, por ejemplo) de que las universidades y fa
cultades estadounidenses adoctrinan a sus estu d ian tes con ideología
izquierdista (B urris y Diamond, 1991; Giroux, 1995). E sa forma de vi
gilancia y supervisión tiene m ás que ver con el objetivo político de li
m itar la libertad académ ica (Benjamín, K urland y Molotsky, 1985) que
con la intención de supervisar concretam ente la investigación. E n sus
propósitos, este objetivo es inform al e intim idatorio. Como señala Gi
roux (1995), «muchos grupos subalternos arg u m en tan que el acto de
conocer se relaciona integ ralm en te con el poder de autodefinirse, el
cual necesita que se introduzcan en la curricula n a rra tiv a s e historias
m ás diversas. P a ra muchos conservadores, de cualquier m anera, se
m ejante inclusión rep resen ta un llam ado a politizar la curricula y la
práctica social que fom enta la desunión nacional y la decadencia cul
tural» (pág. 133).
Si bien la libertad académ ica e stá profundam ente im plicada en
este conjunto de discusiones, a punto ta l que los conservadores la con
sideran «una víctim a de este proceso» de politización y precarización
de los están d ares académicos, la realidad parece m o strar m ás bien lo
contrario. La lib ertad académ ica se e n cu en tra en riesgo debido al
asalto que rep resen tan las tácticas intim idatorias de la derecha: la de
nuncia pública, la publicación en páginas web de listas de profesores
«radicales», el m onitoreo (anunciado por Lynne Cheney) de determ i
nados profesores que no apoyan la gu erra en Irak, el ataq u e en los m e
dios contra la «corrección política», etcétera (Devine, 1996; Diamond,
1991, Teller, 1988). Por otro lado, los agitadores estu d ian tiles o ex ter
nos a los cam pus que g ritan ideas im populares rep resen tan u n riesgo
p a ra la lib ertad académ ica en la form a de u n a «am enaza interior»,
como Trow (1985) define agudam ente.
Pero, específicam ente, en este capítulo me refiero a la vigilancia
que rep resen ta el creciente activismo del ap arato de los Comités In s
titucionales de Conducta Etica. Por to m ar un ejemplo, a p a rtir de que
las exigencias de supervisión de p a rte de estos Comités se extendió de
la salud pública a toda form a de investigación con sujetos hum anos
con la Ley de Investigación N acional de 1974, «las p a u tas originales
d eclaraban sim plem ente que debía obtenerse consentim iento infor
mado de esos sujetos; [en cambio] las regulaciones actuales detallan
u n a lista de seis tópicos específicos que deben ser expuestos a los su
jetos» (Gray, 1978, pág. 35). La cuestión de la investigación llevada a
cabo dentro del contexto del curso, m ás específicam ente, como p arte
de las ta re a s del curso, pero no dentro del au la o con m iem bros de la
clase, es crítica. H echt (1995) etiq u e ta e sta cuestión del siguiente
modo: «¿Cuándo es docencia y cuándo investigación?» (pág. 9) El au to r
describe cómo la institución en la que él mismo tra b a jab a llegó a u n a
serie de definiciones y circunstancias que ahora h a n adoptado muchos
otros establecim ientos:
Dentro del marco de una clase [...] parece haber medios adecuados para
proteger los derechos de todos los involucrados. Tanto si se investiga
dentro del espacio físico de la clase como fuera de él, los profesores y
los estudiantes tienen una responsabilidad y una obligación académica
de comportarse como corresponde.
Semejantes protecciones, sin embargo, no se registran cuando un pro
fesor o estudiante se encuentra activamente con individuos que no
toman parte en la clase. Una persona de afuera se sentirá poco familiar,
muy probablemente, con los requerimientos del curso, una vez comple
tada la tarea particular, o los mecanismos de protección disponibles a
través de canales académicos. Además, si se trata de una actividad de
investigación (en la cual se procede a efectuar una observación siste
mática de seres humanos y a interactuar con ellos en condiciones na
turales o deliberadamente manipuladas), estos sujetos humanos pue
den ignorar por completo su participación. Por estas razones [...], los
Comités Institucionales de Conducta Etica definieron la docencia como
una actividad que tiene lugar exclusivamente entre alumnos y profe
sores. Si se trata de una actividad de investigación como la definida an
teriormente, pero a tener lugar sólo en el contexto de los estudiantes y
profesores, y como parte de un proceso educacional identificable, en el
cual tanto estudiantes como profesores conocen a pie juntillas el diseño
y propósito de la actividad (a través de un programa de estudios, por
ejemplo), ésta no será considerada investigación. Si, por el contrario, la
actividad ha de involucrar individuos que no sean estudiantes o profe
sores del curso, o si involucra procedimientos en los cuales los estudian
tes o profesores no son conscientes de su participación, como ocurriría
en el caso de que ciertos profesores estudiaran sistemáticamente la res
puesta de sus alumnos a ciertas condiciones manipuladas, la actividad
será considerada investigación y será sometida al proceso de revisión y
aprobación que dispongan los Comités Institucionales de Conducta
Ética (pág. 9-10).
E l s u r g im ie n t o d e n u e v o s d is c u r s o s a lr e d e d o r d e l te m a d e la
e v id e n c ia
L o s e f e c to s a la r g o p la z o d e l in fo r m e d e l C o n se jo N a c io n a l d e
I n v e s t ig a c ió n
Prim era restricción: vigilancia del entrenam iento de los gradu ados. Por
tom ar un ejemplo, a diferencia de lo que ocurre con los académicos que
enseñan metodologías de cuño estadístico, a quienes no se lim ita ni su
pervisa en nada, los profesores que enseñan métodos de investigación
cu alitativa deben p a sa r por un proceso exhaustivo de revisión, en el
cual el Comité Institucional local lim itará (quizás correctam ente) las
poblaciones con las cuales los e stu d ian te s podrán tra b a ja r, exigirá
abu n d an te papelerío p a ra verificar la n a tu ra lez a tan to de las pobla
ciones buscadas como de los estudios propuestos y/o realizados, antes
y después del momento de dictar los cursos. El m enor de los errores de
protocolo, en este punto, puede te n er el efecto de im pedir que un curso
preparatorio p a ra investigadores con nivel de graduados se dicte. Esto
puede te n e r un efecto p a ralizan te sobre las cuestiones que los e stu
diantes son capaces de p la n te ar en sus investigaciones y sobre el tipo
de discusión que norm alm ente tiene lu g ar en el aula, en torno a los
problem as que los e stu d ian tes en fren tan en sus com unidades, fuera
del campus. Aquí hay dos cuestiones d istin tas en discusión. E n prim er
lugar, si los profesores son capaces de en señ ar lo que consideran im
portante, o de abordar en sus clases áreas críticas p ara los estudiantes
que seguirán trabajando en la universidad como investigadores o do
centes. En segundo lugar, existe u n a lim itación sobre el tipo de e stu
dios que pueden efectuar los estudiantes, por ejemplo, en las escuelas,
si bien un g ran núm ero de e stu d ian tes de doctorado probablem ente
volverán a las escuelas a efectuar estudios, evaluaciones, pruebas y
otras form as de investigación, casi a diario. Si estos e stu d ian tes no re
ciben el entrenam iento adecuado de p a rte de profesores fogueados en
las cuestiones de ética y protocolos de investigación, ¿de quién van a
recibirlo? (Wolf, C roughan y Lo, 2002).
A ctualm ente, el proceso de aprobación de p arte de los Comités
Institucionales de C onducta E tica tam bién lim ita el tipo de investiga
ción, así como las metodologías que los estu d ian tes pueden u tilizar en
sus trabajos de disertación p a ra obtener el doctorado. E n algunas ins
tituciones, dichos Comités suelen desaprobar las estrateg ias de inves
tigación m ás innovadoras, como la investigación-acción, la investiga
ción participativa, o bien la investigación en el distrito o la escuela de
un profesor, incluso si el Comité de esa escuela o ese distrito aprueba
y ve positivam ente dicha investigación. E n u n trabajo anterior (Lincoln
y Tierney, 2004) he hecho constar un cierto núm ero de casos en los
cuales u n a investigación proyectada por estudian tes fue reprobada por
el Comité Institucional de C onducta E tica de u n cam pus, a p esar de
que la investigación había sido pedida por un distrito escolar y apro
bada por su respectivo Comité.
E n tre los im perativos federales respecto de cómo deberían diseñarse e
im plem entarse los proyectos de investigación, por un lado, y la vigi
lancia y desaprobación p erm anente de las form as no convencionales
de investigación de p a rte de los Comités Institucionales locales, por
otro, la investigación cualitativa está atravesando un momento de des
afíos críticos. La aciaga politización de la investigación y sus métodos
es sin dudas la m ayor am enaza sufrida por la investigación en los ú l
tim os cincuenta años.
Los investigadores comprometidos en esta problem ática pueden
u tilizar num erosas estrateg ias p a ra hacerle frente. E n prim er lugar,
deben com prom eterse a te n er un diálogo activo con sus propios Comi
tés, ya sea com unicándose regularm ente con sus m iem bros o hacién
dose m iem bros ellos mismos, como algunos colegas h a n hecho (C anne
lla, 2004). N ada parece funcionar ta n bien como cum plir con u n a
función educativa, no sólo p a ra los estudiantes, sino tam bién p ara los
colegas. Aquellos de nosotros que trabajam os en cam pus con grandes
complejos de ingenierías, agronom ía y ciencias d u ras nos enfrentam os
con Comités Institucionales dominados por miem bros que proceden de
esos ám bitos, y que a m enudo desconocen los métodos, los procesos, los
problem as y los paradigm as em ergentes de las ciencias sociales. Los
esfuerzos por au m en tar la conciencia de los m iem bros de los Comités
Institucionales respecto de los distintos paradigm as de investigación
científica son casi siem pre recom pensados con u n m ayor nivel de so
fisticación. Los investigadores que les ofrecen a sus colegas la oportu
nidad de conocer epistem ologías y métodos alternativos, así como pro
blem as especiales de la investigación internacional y la investigación
con indígenas, hacen que los Com ités In stitu cio n ales de C onducta
E tica posean un m ayor nivel de inform ación y responsabilidad sobre
los m últiples métodos y marcos de investigación actualm ente disponi
bles (por to m ar sólo un ejemplo, la Asociación de Antropólogos de los
Estados Unidos h a creado u n a im presionante base de datos de piezas
reflexivas sobre la ética en el trabajo con indígenas).
R e fe r e n c ia s b ib lio g r á fic a s