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IDEOLOGíA
Y OBRA LITERARIA
Henryk Markiewicz
(POLONIA)
En los escritos de Marx y Engels, “ideología” designa la mayoría de las veces una
conciencia deforme, falsa: ilusiones e incluso mistificaciones conscientes creadas por los
representantes intelectuales de las clases dominantes, y que de una u otra manera se
hallan al servicio de los intereses de éstas; en cuanto a su contenido, las mismas tienen un
carácter idealista y metafísico, no hacen caso de su condicionamiento material. También
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en los escritos del joven Lukács, Mannheim y Fischer, puede uno encontrar ese
significado peyorativo del término.
Plejánov le dio a la ideología un sentido aún más amplio, abarcando en ella todos los
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por ejemplo, de Pejes gordos (comedia de Balucki -N. del T.) es, con certeza, menor
que la saturación ideológica de las piezas de Zapolska o de Kisielewski. Ciertamente,
también en Balucki se puede encontrar cierto coeficiente ideológico, la obra respira
simpatía por el mundo burgués presentado, pero su función principal es la de distraer: la
broma benévola a propósito de la ingenua presunción de los viejos señores. La novela
policial puede sugerir determinarlas convicciones morales y sociales, pero eso es un efecto
secundario; en realidad, por lo regular se trata de la solución del enigma detectivesco.
Entre las distintas formas de la conciencia social existen vínculos de dependencia mutua
e intercambio. En más de una ocasión ocurre, pues, que la literatura toma o desarrolla
ideologemas elaborados en una apariencia discursiva en otras formas de la conciencia
social; decimos entonces que desempeña una función ilustrativa respecto de la filosofía, la
teoría social, la publicística política, etcétera. Pero en otras ocasiones los nuevos
contenidos ideológicos son una conquista propia de la literatura, surgen paralelamente a la
filosofía la ciencia o la publicística, pero independientemente de éstas, o en cooperación
con éstas. Por otra parte, se debe recordar que en la literatura se manifiesta no solamente
la ideología; que la literatura es, en considerable medida, una expresión fijada
sígnicamente de la mentalidad social, es decir, de aquellos sentimientos, disposiciones y
preferencias no conceptualizados de los que surge en parte la ideología y que constituyen
la envoltura de la misma en la conciencia social.
El modo más simple (pero también, por lo regular, el menos eficaz artísticamente) es la
declaración ideológica del autor engastada en una obra más amplia: por ejemplo, las
reflexiones sociales y de costumbres en la novela de tendencia o la declaración del
raisonneur de comedia o de novela, que tiene tras sí la sanción del creador de la obra.
Un paso adelante hacia la especificidad literaria son las transposiciones de las opiniones
discursivas a un estilo considerado como poético en el período dado, pero realizadas de un
modo meramente exterior, ornamental, lo que permite efectuar fácilmente y sin dudas la
traducción inversa. En los versos siguientes: Nie zdola ogien ani rniecz / Powstrzymac
mysli w biegu (No puede el fuego ni la espada / Detener el pensamíento en marcha), la
metonimia del fuego y la espada, la metáfora corriente de la marcha, y el yambo
hexapódico son todos ornamentos, de abajo de los cuales extraemos sin dificultad la
convicción del autor de que el progreso intelectual es más fuerte que las persecuciones.
Este es, por así decir, el principio de la “píldora edulcorada”en el proceder literario.
Estamos ante una plena transposición literaria de un enunciado ideológico sólo cuando,
gracias a la movilización de los múltiples medíos de que dispone el lenguaje poético -
desde la instrumentación fonológica, pasando por la disposición de las categorías
gramaticales, hasta los procedimientos figurativos-, surge del texto una totalidad semántica
tan rica y complicada -y, además, por lo regular cargada emocionalmente y dotada de la
capacidad de suscitar en el receptor asociaciones de imágenes- que ya no puede ser
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Sin embargo, esta vía interpretativa es muy resbaladiza. En primer lugar, las formas de
presentación distinguidas epistemológicamente, son polifuncionales (los rasgos
mencionados por Hopelsztand los encontramos también, por ejemplo, en el poema de
Norwid “Aplauso, teniendo la mano derecha hinchada...” En segundo lugar, este método
conduce al gnoseologismo en la concepción de la literatura, es decir, al examen unilateral
de ésta en el aspecto de los valores cognoscitivos. Por añadidura, es ésta una
gnoseología simplificada, que no toma en cuenta la posibilidad de que la obra haya de ser
un espéculo no en la realidad experimentada por el sujeto literario, sino precisamente en el
sujeto literario que la experimenta. (Pasamos por alto aquí el asunto de la valoración
gnoseológica de los diferentes horizontes cognoscitivos en la literatura: para Lukács era
sospechoso todo alejamiento respecto del narrador del siglo XIX, narrador que entendía de
la manera más perfecta posible su mundo presentado; para Umberto Eco, precisamente
ese narrador es un usurpador ridículo, y, en cambio, Eco acepta un modo tal de conformar
la obra, que constituye una “metáfora epistemológica” de la alienación y la perdición del
[10]
hombre en el mundo de hoy.)
En las obras de tipo lírico en que el sujeto enuncia ciertas convicciones generales, no
siempre se las puede atribuir al autor de la obra; a veces se trata solamente -Como se
decía antaño- de lírica de rol, de algo así como un monólogo de un personaje dramático,
un equivalente de cierta actitud hacia el mundo, que el autor del poema quiere sólo
mostrar, pero con la cual no se solidariza necesariamente. Sin embargo, a menudo la obra
no señala que ella es sólo una presentación que nos pone en conocimiento de cierto tipo
de sentimiento del mundo y no una expresión de la actitud del autor. Una prueba de que
esto no constituye una cuestión interpretativa trivial, es el debate acerca del carácter -
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expresivo o sólo presentativa- de los poemas líricos religiosos de Mickiewicz.
Por otra parte, la obra poética puede ser campo de confrontación de actitudes
investidas, de iguales derechos, en equilibrio y opuestas. En tales casos la nueva crítica
norteamericana habla de “ironía”; Lotman, de “juego” de diferentes sistemas semánticos.
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Aunque no lo parece, las obras definidas como realistas en el sentido de que nos
presentan la realidad en apariencias externas conformadas a semejanza de contenidos de
la experiencia corriente, ocultan, en sí dificultades similares. Ante todo, hay que recordar
que, en la obra literaria, totalidades como el carácter, el suceso y la fábula, no son dadas
directamente; las construye, a decir verdad, el receptor: es él quien reúne en un todo los
sentidos de las distintas oraciones, supone los contenidos que sólo han sido sugeridos por
el autor, hasta cierto punto les da nombres a los rasgos y acciones de los héroes y los
valora. El texto literario es algo así como un sistema piloteador, pero un sistema que deja
al lector cierta autonomía en el modo de realizar esas operaciones. La comunidad del
código de que se sirven los lectores de una misma cultura literaria, sólo elimina en parte
estas diferencias.
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recordemos siquiera la doctrina medieval acerca del sentido cuádruple de las obras
literarias (Iiteral, alegórico, moral y anagógico o místico), aplicada por el propio Dante a la
Divina comedia.
Con cierta libertad atribuimos en nuestros días una intención generalizadora a tales y
cuales componentes de la realidad presentada y no a otros, y establecemos el alcance
extrapolacional temporal o cuantitativo de la misma; como dice Lem, “los modelos de la
literatura no indican ni qué es propiamente lo copiado Por ellos ("qué es el original"), ni en
[14]
qué extensión son válidos (o sea, cuál es el intervalo de la semejanza). Y, ante todo, la
generalización ideológica depende de la categorización que el lector le impone a la obra.
Boldyn de Putrament puede ser leído literalmente como una novela sobre la guerra de
guerrillas, y parabólicamente -como querría el autor- en calidad de novela acerca de la
sobrecarga de poder y responsabilidad. La expansibilidad semántica de la obra literaria es
indefinida en muchos casos; Lotman afirma que es francamente universal:
La obra literaria, al modelar un objeto infinito (la realidad) con los medios
de un texto finito, sustituye con su espacio no una parte (más
exactamente, no sólo una parte) de la vida representada, sino a toda esa
vida en su conjunto. Cada texto individual modela al mismo tiempo un
objeto particular y uno universal.
Así, por ejemplo, la fábula de Ana Karénina presenta, por una parte, el destino de una
heroína individual, “el cual podemos comparar con el destino de las distintas personas que
nos rodean en la realidad corriente”. Pero, al mismo tiempo, el objeto de la presentación
literaria manifiesta una tendencia a la expansión: “el destino de la heroína puede ser
presentado como un reflejo del destino de toda mujer de una determinada época y de una
[15]
determinada esfera social, de toda mujer, de todo ser humano”. Esta universalidad es,
en opinión de Lotman, una propiedad inalienable del mundo presentado en la obra
literaria. Al primero de estos aspectos él lo llama aspecto fabular de la obra literaria; al otro
-al generalizador-, aspecto mitológico.
La potencia piloteadora de las diferentes obras es diferente. Era grande, por ejemplo,
en la novela de antaño, en la que intervenía un narrador que de manera autoritaria
valoraba los personajes y explicaba el comportamiento de éstos. Pero en la novela más
reciente la esfera de su competencia disminuye: o el lugar del juez bien informado de
antaño lo ocupa un observador impasible o limitado en sus conocimientos, o el narrador se
identifica con la perspectiva de uno o varios de sus héroes, o, en fin, deviene un narrador
no confiable: uno en cuyas opiniones y valoraciones no se puede caer totalmente. En la
novela más antigua, cuando aparecían discusiones ideológicas, el lector podía en general
orientarse fácilmente respecto a cuál de los personajes era porte~parole del autor y
cuándo lo era; la novela más reciente -llamada polifónica- introduce un diálogo en el que
las razones de las partes que disputan tienen pleno valor y gozan de iguales derechos.
Desde luego, también esa construcción de adversarios investidos de iguales derechos
tiene su sentido ideológico. El lector aquí puede optar por una determinada parte, pero
eso será resultado de las elecciones que él ha realizado anteriormente, de sus
[16]
convicciones extratextuales, y no de la influencia de la propia obra.
Las obras literarias devienen, pues, en un grado cada vez mayor, obras abiertas, que se
prestan a múltiples interpretaciones, a múltiples concretizaciones ideológicas. ¿Resulta de
esto que cada una de ellas es igualmente fundada e igualmente valiosa? No, sin duda
alguna, Tanto más fundada es la interpretación, cuanto mayores son las extensiones del
texto puestas en movimiento por ella y cuanto menos son los pasajes que no se someten a
ella, Tanto más valiosa es la interpretación, cuanto más abundantes son los valores -entre
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ellos, también los ideológicos- que gracias a ella se cristalizan en la recepción del lector.
Al hacer una caracterización ideológica de la obra literaria, debe recordarse una cosa
más: la ideología -como hemos dicho- es un sistema global de afirmaciones, valoraciones
y postulados, es una diagnosis y un programa sintéticos, y los distintos ideologemas, por el
contrario, pueden repetirse en ideologías divergentes. Ante todo, la parte diagnóstica de
diferentes sistemas ideológicos puede ser semejante; las mayores diferencias aparecen en
la parte postulativa.
Entretanto, la obra literaria aislada, por regla, no es más que un fragmento ideológico.
Hay que reconocer que las lagunas y las reticencias pueden poseer igualmente un sentido
[17] no obstante, esta fragmentariedad favorece en principio a la incompleta
ideológico;
definición ideológica de la obra. Agregaremos que en la literatura, por lo regular,
predominan los contenidos diagnósticos sobre los postulativos; a menudo la obra plantea
sólo preguntas, sin conducir siquiera indirectamente a respuestas ideológicas. Tampoco
tiene que ser un producto ideológicamente homogéneo, pueden aparecer en ella
contradicciones y fracturas internas, que resultan de la colisión de componentes de diversa
procedencia ideológica. Por estos motivos a veces no logramos identificar
ideológicamente (esto es, adscribir a una determinada ideología) algunas obras, y en otros
casos en que podemos hacerlo, comprobamos que la obra posee un contenido ideológico
de un alcance más amplio que su génesis comprobable. Un sencillo ejemplo: en el poema
“Bayoneta calada”, (obra de Broniewski -N. del T.) se halla cierto fragmento de la ideología
del comunista polaco en la víspera de la Segunda Guerra Mundial. Es éste un fragmento
con el que pudieron solidarizarse personas de toda la oposición democrática en Polonia,
muchos de los cuales, en cambio, no habrían aceptado otro poema de Broniewski, escrito
unos meses más tarde, “Hijo de un pueblo subyugado”.
Por otra parte, a veces sucede que reconocernos el valor global de una obra, al tiempo
que rechazamos su ideología. Ocurre así gracias a que aceptamos otras esferas de su
valor: la invención estilística, la perspicacia de observaciones caracterológicas o sociales
aisladas, etcétera. A veces, en fin, la ideología respecto a la cual nos distanciamos, puede
tener dentro de sí valores de madurez, de profundidad, de razón parcial merecedora de
nuestro interés y simpatía. Sin aceptarla, sabemos apreciar el hecho de que la obra
literaria nos la presentó, nos permitió tener contacto con ella y nos proporcionó de esa
manera una experiencia humanística importante.
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están de acuerdo con el mensaje de este poema, pueden convenir en que en él quedó
fijada de manera poética al menos una parte de una importante verdad acerca de los
conflictos que pueden surgir en las confrontaciones del ideal y Ia práctica, el maximalismo
y el realismo, Ia moral y Ia política.
He ahí las causas por las, cuales el radio de la creación literaria aceptado por el
receptor es, en lo ideológico, considerablemente más amplio que la ideología profesada
por él. Sin embargo, parece que para cada lector existe cierta “barrera ideológica”,
traspasada la cual un mecanismo del receptor rechaza la obra: la oposición de principio al
sentido ideológico imposibilita el reconocimiento y la vivencia del valor global de la
misma.
Sin embargo, es necesario decir que, en realidad, sabemos poco acerca de cómo
transcurre la recepción ideológica de la literatura artística por los lectores no
especialistas. Sólo hace poco se realizaron en nuestro país los primeros reconocimientos
[19]
en esta dirección.
detienen Resulta que los
de manera predominante en lectores confabular
el estrato educación primaria yde
y aparencial de laoficios se
novela,
entendido literalmente. Por otra parte, los lectores con educación superior, principalmente
humanística, perciben las bellas letras con una inclinación demasiado ideologizante,
confiriendo a veces a la obra sentidos totalmente errados, que no tienen contacto con la
realidad en ella presentada. Es, pues, sin duda, una urgente tarea -tanto de la escuela
como de la literatura de popularización- la elevación del nivel de la cultura de la lectura;
según resulta, ésta no sólo está débilmente sensibilizada a los valores artísticos de la
literatura (Io que en este momento no es objeto de nuestras reflexiones), sino que
también carece de destreza en la recepción ideológica de la obra.
[1]
Cf.J. Wiatr, Czy zmierzch ery ideologii, Varsovia, 1966, pp. 67-69 (capítulo “Pojecia ideologii”).
[2]
En cambio, para Goldmann, un rasgo fundamental de la ideología es su parcialidad, su
fragmentariedad, y para “la máxima conciencia potencial de una clase social”, él reserva el nombre de
“visión del mundo”(Nauki humanistyczne a filozofias, Varsovia, 1961, p. 117).
[3]
Cf. A. Folkierska, "Mentalnosc a ideología i swiatopoglad jako dwa aspekty swiadomosci spolecznej
w wybranych koncepciach socjologicznych", en: Osobowosc w spoleczenstwie i kuIturze, Studia
pedagogiczne, t. XXX, V@xsovia, 1974.
[4]
De estas dificultades dan testimonio también los capítulos correspondientes de los más recientes
manuales polacos: St. Kozyr-Kowalski y J. Ladosz, Dialektyka a spoleczenstwo, Varsovia, 1972; Z.
Cackowski, Glówne pojecia materializmu historycznego, Varsovia, 1974.
[5]
De esta metáfora se sirvió A. Hauser en Filozolia historia sztuki, Varsovia, 1970, p. 32.
[6]
Cf. V. Shcherbina "Ideologuiia, kul'tura", en: Pisatel' v sovremennom mire, Moscú, l973. Recordando la
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[7]
Cf. I. Opacki, "Julian Tuwin: Zadymka", en: Lirvka potska. Interpretacje, bajo la red. de J, Prokop y J.
Slawinski, 2 ed, Cracovia, 1970.
[8]
“La interpretación filosófica de la novela -escribe K. Pomian ("Powiesc jako wyporwiedz filozoficzna”,
en: Czlowiek posród rzeczy, 1973, p. 151)- debe consistir en hallar una red de relaciones o categorías que
corresponda a la realidad presentada, unos vínculos lógicos que correspondan a las dependencias causales,
y un sistema que corresponda a la fábula.” Cf. también K. Rosner, 0 funkcji poznawczej dziela titerackiego,
Varsovia, 1970.
[9]
D. Hopensztand, "Satyry Krasickiego", en: Stylistyka teoretyczna w Polsce, bajo la red. de K. Budzyk,
Lódz, 1946. p. 369.
[10]
Cf. U. Eco, "Sposób ksztaltowania jako wyraz swiatopogladu twórcy,", en: Dzieto otwarte,
Varsovia, 1973.
[11]
Cf. W. Kubacki, "Legenda o rzymskim pielegrzymie", en Zeglarz i pielgrzym, Varsovia, 1954.
[12]
Cf. Iu. M. Lotman, Struktura judozhestvennogo teksta, Moscú, 1970, p. 286.
[13]
Cf. C. K. Norwid, Dziela zebrane, t. 11: Wiersze. Dodatek krytyczny, elab. de J. W. Gomulicki, Varsovia,
1966, pp. 688-689
[14]
S. Lem, Filozolia przypadku, Cracovia, 1968, p. 127. Cf. También Iu. Lotman, Struktura judozhestvennogo
teksta, p. 258.
[15]
I. Lotman, ob. Cot., p. 258.
[16]
Cf. St. Elie, Siviatopoglad pow,iesci, Wroclaw, 1973.
[17]
El papel de estas absences es examinado por P. Macherey en: Pour une théorie de la
production littéraire, Paris, 1966.
[18]
Cf. J. Slawinski, "Tren Fortynbrasa", Míesiecznik Literacki, 1967, no. 1.
[19]
Cf. B. Sulkowski, Powiesc i czytelnicy Spoleczne uwarunkowaina zjawisk odbioru,
Varsovia, 1972.
[20]
Al tema «literatura e ideología» fueron dedicados en los últimos años dos grandes debates: un
coloquio en Cluny en 1970, publicado en un número especial de La Nouvelle Critiquee, y un ciclo de
artículos en New Literary History, 1973, no. 4.
(Con el presente artículo polemizó S. Dabrowski, "Z zagadnien “Ideologii y dziele literackim"', Teksty,
1975, nr, 5.)
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