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El comienzo del conflicto se suele situar en el 1 de septiembre de 1939, con la

invasión alemana de Polonia, cuando Hitler se decidió a la incorporación de una de


sus reivindicaciones expansionistas más delicadas: el pasillo de Danzig, que
implicaba la invasión de la mitad occidental de Polonia; la mitad oriental, junto
con Estonia, Letonia y Lituania fue ocupada por la Unión Soviética, mientras que
Finlandia logró mantener su independencia de los soviéticos (Guerra de Invierno).
El Reino Unido y Francia le declararon la guerra a Alemania, que esperaban como una
repetición de la guerra de trincheras (Guerra de broma) para la que habían tomado
toda clase de precauciones (Línea Maginot) que demostraron ser del todo inútiles.
Las maniobras espectaculares de la blitzkrieg (guerra relámpago) proporcionaron en
pocos meses a Alemania el control de Noruega, Dinamarca, los Países Bajos, Bélgica
y la propia Francia, mientras el ejército británico escapaba in extremis desde las
playas de Dunkerque durante la batalla de Francia. La mayor parte del continente
europeo estaba ocupado por el ejército alemán o por sus aliados, entre los que
destacaba la Italia fascista, cuya aportación militar no fue muy significativa
(batalla de los Alpes, guerra greco-italiana).

La batalla de Inglaterra, la primera completamente aérea de la historia, mantuvo


durante el periodo siguiente la presión sobre el nuevo gobierno de Winston
Churchill, decidido a la resistencia (sangre, sudor y lágrimas) y que finalmente
venció, entre otras cosas gracias a una innovación tecnológica (el RADAR) y al
decisivo apoyo estadounidense, que negoció en varias entrevistas con Franklin D.
Roosevelt (Carta del Atlántico, 14 de agosto de 1941).

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