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COMENTARIO AL TEXTO DE DEBORA TAJER

En una reflexión acerca del futuro del Psicoanálisis, Silvia Bleichmar afirmaba: “Un pensamiento
crítico es aquel que no da por supuesto que los enunciados que sostiene son últimos y verdaderos,
sino que están constantemente abiertos a la posibilidad de ser revisados de acuerdo a los
interrogantes que la práctica plantea. Interrogantes surgen de los límites que tiene la teoría para
dar cuenta de la realidad, sabiendo que, en sí misma, ni la realidad produce ideas ni la realidad
produce enigmas; se puede estar frente a la misma realidad sin formular una sola pregunta sobre
ella porque las certezas erróneas obturan todo interrogante, y ello más allá del fracaso al cual
estas ideas arrastran en la práctica tanto teórica como clínica”. Justamente, el texto de Débora
Tajer se despliega en una dirección que apunta a la configuración de un psicoanálisis crítico, capaz
de remover las formulaciones dogmáticas e interpelar sus prácticas a partir de las nuevas
experiencias subjetivas y vinculares. En este sentido, continúa un diálogo productivo que venimos
desarrollando hace tiempo y en donde confluyen inquietudes y compromisos compartidos. Que
ambos hayamos escogido la misma temática, exponiendo matices y acentuaciones personales, no
resulta azaroso sino producto de intercambios y preocupaciones que nos reúnen también en
nuestras referencias y filiaciones como psicoanalistas.
Su propuesta presenta una auténtica interpelación que nos invita a prolongar las reflexiones y
extraer las consecuencias que de ellas se derivan.
En primer lugar, advertir la incidencia de las perspectivas a-historicistas que, forjadas al calor del
estructuralismo formalista, ha ido cercenando las posibilidades de compresión de las
transformaciones y novedades que la dinámica histórico-cultural va gestando. Esta inmovilidad
nos parece tan tranquilizadora como asfixiante, y trata de resolver por medio de una
generalización la compleja tensión entre lo universal y lo particular. La presuposición de una
estructura a priori, inmutable y capaz de explicar el caso singular solo como actualización de las
posibilidades combinatorias previstas desde siempre, arroja lo inédito al campo de lo impensable.
Instalado ese límite, lo no pensable deviene no existente.
A partir de este paradigma, el entendimiento de las infancias trans no puede sino ser concebido,
por quienes se sitúan en este posicionamiento, como producto de una homotecia con el deseo
materno. El caso de la niña conocida como “Lulú” deviene, entonces, paradigmático de esta
operación que no solo culpabiliza a las madres –reproduciendo de manera extraordinaria la
organización del sistema sexo/género en desmedro de las mujeres, aun cuando se insista en su
carácter de función–, sino que también atribuye la constitución de las sexualidades disidentes al
llamado “estrago materno”. La patologización se dirige, por tanto, en ambas direcciones: a la
madre, como causa de la conformación del psiquismo infantil, y a niñas y niños por su alienación a
una identidad que no se armoniza con la diferencia sexual anatómica. Desde estos supuestos, los
tiempos de infancia devienen míticos, reconducibles al fantasma/deseo materno –siempre
narcisista, engolfante y fálico–, y las propuestas identificatorias que organizan la identidad de
género son expulsadas al campo de lo innato, tal como Débora advierte en la liquidación de lo
primario como fundacional en la constitución del psiquismo temprano.
Poner en primer plano el sufrimiento subjetivo que padecen las infancias trans, tanto por las
condiciones segregatorias del imaginario patriarcal heternomativo como por los discursos
patologizantes que subyacen a distintas prácticas clínicas, devuelve su espesor metapsicológico,
ético y político a esta problemática. Como rescata el texto, el impacto de las legislaciones actuales
y la ampliación de derechos no solo tiene un efecto pacificador sobre ciertas condiciones
sobreagregadas de padecimiento, sino que exige ampliar las condiciones de la escucha analítica
desde una perspectiva que sitúe a las subjetividades actuales tanto en su sujeción a lo inconciente
como a las determinaciones sociales que las sostienen.
Si hay mutación en los modos de los intercambios sexuales, en los emplazamientos sexuados y en
los sistemas de crianza es porque la sexualidad nunca se deja someter a las nomenclaturas y
representaciones restrictivas que pretenden fijarla a figuras estables e invariantes. Tanto en lo
individual como en lo colectivo, lo sexual se caracteriza por su dimensión de exceso, que pone en
jaque toda ilusión de dominio por más inexpugnable que parezca el clóset –epistemológico,
político, moral o analítico– en el que pretenda aprisionársela.
La apertura de la clínica psicoanalítica a nuevas perspectivas en salud mental que incorporen una
concepción ciudadana y una mirada poscolonial y pospatriarcal –tal como propone la autora–
resulta tan provocativa como necesaria. Nos lleva a recordar que el Psicoanálisis, en tanto
actividad práctico-poiética, comporta una dimensión política ineludible porque su praxis se
engarza con el magma de significaciones instituyentes de la sociedad. Por lo tanto, participa en la
creación de posibles relacionales y nuevos mundos animados por el deseo. En este sentido, como
se indica apropiadamente en el texto, la tarea de alojar a las infancias trans en los dispositivos
clínicos, educativos y sociales no es ajena a la construcción de herramientas que generen mejores
condiciones de intervención.
En una famosa indicación para quienes practican el Psicoanálisis, Lacan sostuvo que debía
renunciar quien no pudiera unir a su horizonte la subjetividad de su época. Esta apelación ha sido
entendida más como un esfuerzo por aplicar las concepciones establecidas a la explicación de las
problemáticas sociales que como una invitación a dejarse interrogar por las transformaciones
históricas y someter a revisión los propios enunciados. Una orientación de esta naturaleza ha
perpetuado la subordinación a los ideales e imperativos hegemónicos, tanto como esterilizado las
vías de enriquecimiento de nuestro pensamiento. Por ello mismo, las ideas que nos propone
Débora nos permiten pensar que el futuro del Psicoanálisis, paradójicamente, consista en hacerlo
realmente contemporáneo.

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