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El hombre en el huerto del Edén

4. Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron criados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los
cielos,

Estos son los orígenes. La palabra "orígenes" ["generaciones" en hebreo], toledoth, generalmente se usa con referencia
a la historia de la familia de un hombre, es decir, al nacimiento de sus hijos (cap. 5: 1; 6: 9; 11: 10, etc.). Esta es la única
vez en que esta palabra se usa para algo que no son relaciones humanas, es decir "de los cielos y de la tierra", frase que
hace recordar los pasajes de los caps. 1:1 y 2: 1. Un comentador sugiere que "orígenes" se refiere adecuadamente a "la
historia o relato de su producción". The Jewish Encyclopedia dice con referencia a esta palabra: "El proceso de creación
de los cielos y la tierra es considerado en el cap. 2: 4 como una historia genealógica" (art. "Generation"). "Cada día se
llama un origen [generación], porque Dios originó o produjo en él una parte de su obra" (PP 103).

Cuando fueron creados. Así termina el relato de la creación que comenzó con Gén. 1: 1. Estas palabras se han
interpretado de varias formas. Son una traducción de behibare'am, que no debiera traducirse "después de que fueron
creados", como se ha hecho a veces. Puesto que literalmente su significado es "en su creación", toda la cláusula "estos
son los orígenes", etc. tiene su mejor traducción así: "Esta es la historia del origen de los cielos y la tierra cuando fueron
creados".

El día. Estas palabras comienzan el relato de Gén. 2. Muchos comentadores se inclinan a considerar el pasaje del cap. 2:
4 a 3: 24 como un registro de la creación, segundo y diferente, que se originó en otra pluma en un tiempo posterior al
del cap. 1: 1 a 2: 4. Acerca de esta insostenible teoría, véase la Introducción al Génesis. Un estudio de los contenidos
aclara que, en ningún sentido, puede considerarse que el cap. 2 es otra versión del relato de la creación del capítulo
precedente. Su propósito es colocar a Adán y a Eva en su hogar en el huerto del Edén, y esto se logra proporcionando
información adicional, la mayor parte de la cual en realidad no pertenece al relato de la creación como tal. Describe el
hogar edénico después de que había sido creado. Sin esta información, no sólo sería tristemente incompleto el informe
que tenemos de esta tierra en su estado edénico, sino que los sucesos de Gén. 3, la caída del hombre, difícilmente serían
inteligibles. Este capítulo (Gén. 2) incluye detalles adicionales acerca de la creación del hombre, una descripción de su
hogar edénico, la prueba de su lealtad a Dios -o derecho moral a su hogar-, la prueba de su inteligencia -o idoneidad
mental para gobernar las obras creadas por Dios- y las circunstancias que rodeaban el establecimiento del primer hogar.

5. Y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese: porque aun no había
Jehová Dios hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra;

Toda planta. Los vers. 4-6 anticipan la creación del hombre descrita en el vers. 7, al detallar brevemente la apariencia de
la superficie de la tierra, particularmente con respecto a la vegetación, poco antes de que el ser humano fuera formado
en el sexto día de la semana de la creación. Aquí estaba el paraíso perfecto, pero faltaba alguien "que lo labrara". Toda
la naturaleza vibrante con expectativa, por así decirlo, esperaba la aparición de su rey, así como los miembros de una
orquesta sinfónico, con los instrumentos afinados, esperan la llegada de su director.

6. Mas subía de la tierra un vapor, que regaba toda la faz de la tierra.

Un vapor. La palabra hebrea traducida "vapor", 'ed, es de un significado algo dudoso porque, fuera de este texto,
aparece sólo en Job 36: 27. Algunos eruditos la han comparado con la palabra asiria edú, "inundación", y han aplicado
este significado a los dos pasajes bíblicos donde aparece. Pero la palabra "inundación" no cuadra con el contexto de
ninguno de estos pasajes, al paso que la palabra "neblina" o "vapor" encuadra bien en ambos casos. En traducciones
antiguas solía usarse la palabra "manantial", lo que revela que no se la entendía bien. La imposibilidad de que un
manantial pudiera haber regado la tierra, claramente muestra que "manantial" no puede ser la traducción correcta de
'ed. "Neblina" parece ser la mejor traducción y en este caso podemos pensar en "neblina" como un sinónimo de "rocío"
(PP 84).

El hecho de que la gente del tiempo de Noé se mofara de la idea de que la lluvia del cielo pudiera traer destrucción
sobre la tierra en un diluvio, y que Noé fuera alabado por creer "cosas que aún no se veían" (Heb. 11: 7), indica que la
lluvia era desconocida para los antediluvianos (PP 83, 84). Sólo Noé, con los ojos de la fe, pudo imaginar agua que
cayera del cielo y ahogara a todo ser viviente que no buscara refugio en el arca que él construyó. El hecho de que el
arco iris fuera instituido después del diluvio (Gén. 9: 13-16), y no parece haber existido antes, da mayor firmeza a la
observación de que la lluvia había sido desconocida antes de ese acontecimiento.

7. Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida; y fué el hombre en alma
viviente.

Cuando Adán salió de las manos de su Creador era de noble talla y hermosamente simétrico. Era bien proporcionado y
su estatura era un poco más del doble de la de los hombres que hoy habitan la tierra. Sus facciones eran perfectas y
hermosas. Su tez no era blanca ni pálida, sino sonrosado, y resplandecía con el exquisito matiz de la salud.

Dios formó al hombre.

Se presentan importantes detalles adicionales en cuanto a la creación de Adán. Se nos permite atisbar, por así decirlo,
dentro del taller de Dios y observar su mano que realiza el misterioso acto de la creación. La palabra "formar", yatsar,
implica el acto de moldear y dar una forma correspondiente en diseño y apariencia con el plan divino. Se usa esta
palabra al describir la actividad del alfarero (Isa. 49: 5, etc.), del orfebre que confecciona ídolos (Isa. 44: 10; Hab. 2: 18) y
de Dios que forma varias cosas, la luz entre otras (Isa. 45: 7), el ojo humano (Sal. 94: 9), el corazón (Sal. 33: 15) y las
estaciones (Sal. 74: 17).

Del polvo de la tierra.

La ciencia confirma que el hombre está compuesto de materiales derivados del suelo, los elementos de la tierra. La
descomposición del cuerpo humano después de la muerte, da testimonio del mismo hecho. Los principales elementos
que constituyen el cuerpo humano son oxígeno, carbono, hidrógeno y nitrógeno. Existen muchos otros en proporciones
menores. Cuán cierto es que el hombre fue hecho "del polvo de la tierra" y también que volverá "a la tierra" de donde
fue tomado (Ecl. 12: 7).

Aliento de vida.

"Aliento", neshamah. Proveniente de la Fuente de toda vida, el principio vitalizador entró en el cuerpo inerte de Adán.
El instrumento por el cual la chispa de vida fue transferida a su cuerpo se dice que es el "aliento" de Dios. El mismo
pensamiento aparece en Job 33: 4: ."El soplo [neshamah] del Omnipotente me dio vida". Impartido al hombre, el
"aliento" es equivalente a su vida; es la vida misma (Isa. 2: 22). En la muerte, "no quedó en él aliento [neshamah, vida]"
(1 Rey. 17: 17). Este "aliento de vida" en el hombre no difiere en nada del "aliento de vida" de los animales, pues todos
reciben su vida de Dios (Gén 7: 22; Ecl. 3: 19). Por lo tanto, no puede ser ni la mente ni la inteligencia.

Un ser viviente. Cuando a la forma inerte del hombre se le comunicó este divino "aliento" de vida, neshamah, el hombre
se convirtió en un "ser" viviente, néfesh. La palabra néfesh tiene una diversidad de significados: (1) aliento (Job 41: 21),
(2) vida (1 Rey. 17: 21; 2 Sam. 18: 13, etc.), (3) corazón, como sede de los sentimientos (Gén. 34: 3; Cant. 1: 7; etc.), (4)
ser viviente (o persona) (Gén. 12: 5; 36: 6; Lev. 4: 2, etc.), y (5) para hacer resaltar un pronombre personal (Sal. 3: 2; 1
Sam. 18: 1; etc.). Nótese que la néfesh es hecha por Dios (Jer. 38: 16) y puede morir (Juec. 16: 30), ser muerta (Núm. 31:
19), ser devorada (metafóricamente) (Eze. 22: 25), ser redimida (Sal. 34: 22) y ser convertida (Sal. 19: 7). Ninguno de
estos casos se aplica al espíritu, rúaj, lo que indica claramente la gran diferencia entre los dos términos. Por lo expuesto
se ve que la traducción "alma" dada a néfesh en la versión Reina-Valera, antes de su revisión de 1960, no es apropiada si
se quiere referir a la expresión comúnmente usada "alma inmortal". Aunque sea popular, este concepto es
completamente ajeno a la Biblia. Cuando "alma" se considera como un sinónimo de "ser", tenemos el significado de
néfesh en este texto.

8. Y había Jehová Dios plantado un huerto en Edén al oriente, y puso allí al hombre que había formado.

Todo lo que hizo Dios tenía la perfección de la belleza, y nada que contribuyese a la felicidad de la santa pareja parecía
faltar; sin embargo, el Creador les dio todavía otra prueba de su amor, preparándoles especialmente un huerto para que
fuese su morada. En este huerto había árboles de toda variedad, muchos de ellos cargados de fragantes y deliciosas
frutas. Había hermosas plantas trepadoras, como vides, que presentaban un aspecto agradable y hermoso, con sus
ramas inclinadas bajo el peso de tentadora fruta de los más ricos y variados matices. El trabajo de Adán y Eva debía
consistir en formar cenadores o albergues con las ramas de las vides, haciendo así su propia morada con árboles vivos
cubiertos de follaje y 28 frutos. Había en profusión y prodigalidad fragantes flores de todo matiz. En medio del huerto
estaba el árbol de la vida que aventajaba en gloria y esplendor a todos los demás árboles. Sus frutos parecían manzanas
de oro y plata, y tenían el poder de perpetuar la vida.

La creación estaba ahora completa. "Y fueron acabados los cielos y la tierra, y todo su ornamento." "Y vio Dios todo lo
que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera." (Gén. 2: 1; 1: 31.) El Edén florecía en la tierra. Adán y Eva
tenían libre acceso al árbol de la vida. Ninguna mácula de pecado o sombra de muerte desfiguraba la hermosa creación.
"Las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios." (Job 38: 7)

A los moradores del Edén se les encomendó el cuidado del huerto, para que lo labraran y lo guardasen. Su ocupación no
era cansadora, sino agradable y vigorizadora. Dios dio el trabajo como una bendición con que el hombre ocupara su
mente, fortaleciera su cuerpo y desarrollara sus facultades. En la actividad mental y física, Adán encontró uno de los
Placeres más elevados de su santa existencia. Cuando, como resultado de su desobediencia, fue expulsado de su bello
hogar, y cuando, para ganarse el pan de cada día, fue forzado a luchar con una tierra obstinada, ese mismo trabajo,
aunque muy distinto de su agradable ocupación en el huerto, le sirvió de salvaguardia contra la tentación y como fuente
de felicidad.

Están en gran error los que consideran el trabajo como una maldición, si bien éste lleva aparejados dolor y fatiga. A
menudo los ricos miran con desdén a las clases trabajadoras; pero esto está enteramente en desacuerdo con los
designios de Dios al crear al hombre. ¿Qué son las riquezas del más opulento en comparación con la herencia dada al
señorial Adán? Sin embargo, éste no había de estar ocioso. Nuestro Creador, que sabe lo que constituye la felicidad del
hombre, señaló a Adán su trabajo. El verdadero regocijo de la vida lo encuentran sólo los hombres y las mujeres que
trabajan. Los ángeles trabajan diligentemente; son ministros de Dios en favor de los hijos de los hombres. En el plan del
Creador, no cabía la práctica de la indolencia que estanca al hombre.

Mientras permaneciesen leales a Dios, Adán y su compañera iban a ser los señores de la tierra. Recibieron dominio
ilimitado sobre toda criatura viviente. El león y la oveja triscaban pacíficamente a su alrededor o se echaban junto a sus
pies. Los felices pajarillos revoloteaban alrededor de ellos sin temor alguno; y cuando sus alegres trinos ascendían
alabando a su Creador, Adán y Eva se unían a ellos en acción de gracias al Padre y al Hijo.

La santa pareja eran no sólo hijos bajo el cuidado paternal de Dios, sino también estudiantes que recibían instrucción del
omnisciente Creador. Eran visitados por los ángeles, y se gozaban en la comunión directa con su Creador, sin ningún
velo obscurecedor de por medio. Se sentían pletóricos del vigor que procedía del árbol de la vida y su poder intelectual
era apenas un poco menor que el de los ángeles. Los misterios del universo visible, "las maravillas del Perfecto en
sabiduría" (Job 37: 16), les suministraban una fuente inagotable de instrucción y placer. Las leyes y los procesos de la
naturaleza, que han sido objeto del estudio de los hombres durante seis mil años, fueron puestos al alcance de sus
mentes por el infinito Forjador y Sustentador de todo. Se entretenían con las hojas, las flores y los árboles,
descubriendo en cada uno de ellos los secretos de su vida. Toda criatura viviente era familiar para Adán, desde el
poderoso leviatán que juega entre las aguas hasta el más diminuto insecto que flota en el rayo del sol. A cada uno le
había dado nombre y conocía su naturaleza y sus costumbres. La gloria de Dios en los cielos, los innumerables mundos
en sus ordenados movimientos, "las diferencias de las nubes" (Job 37: 16), los misterios de la luz y del sonido, de la
noche y el día, todo estaba al alcance de la comprensión de nuestros primeros padres. El nombre de Dios estaba escrito
en cada hoja del bosque, y en cada piedra de la montaña, en cada brillante estrella, en la tierra, en el aire y en los cielos.
El orden y la armonía de la creación les hablaba de una sabiduría y un poder infinitos. Continuamente descubrían algo
nuevo que llenaba su corazón del más profundo amor, y les arrancaba nuevas expresiones de gratitud.
Mientras permaneciesen fieles a la divina ley, su capacidad de saber, gozar y amar aumentaría continuamente.
Constantemente obtendrían nuevos tesoros de sabiduría, descubriendo frescos manantiales de felicidad, y obteniendo
un concepto cada vez más claro del inconmensurable e infalible amor de Dios.

Dios plantó un huerto. Se desconoce la ubicación del Edén. El diluvio alteró de tal manera los rasgos fisicos originales de
la tierra, como para hacer imposible la ubicación actual de localidades antediluvianas. Comúnmente nos referimos a
este huerto como al "paraíso", palabra de origen persa que significa "parque". La palabra hebrea para paraíso, pardes,
aparece unas pocas veces en el AT (Neh. 2: 8; Ecl. 2: 5; Cant. 4: 13), pero con referencia a los árboles más bien que a un
nombre para el huerto del Edén. La palabra "paraíso", en griego parádeisos, fue aplicada originalmente al hogar de
nuestros primeros padres por los traductores de la LXX.

9. Y había Jehová Dios hecho nacer de la tierra todo árbol delicioso á la vista, y bueno para comer: también el árbol de
vida en medio del huerto, y el árbol de ciencia del bien y del mal.

El Señor plantó árboles de todas clases en ese jardín, para brindar utilidad y dar belleza. Algunos de ellos estaban
cargados de exuberantes frutos, de suave fragancia, hermosos a la vista y sabrosos al paladar, destinados por Dios para
dar alimento a la santa pareja. Había hermosas vides que crecían erguidas, cargadas con el peso, de sus frutos,
diferentes de todo cuanto el hombre haya visto desde la caída. Estos eran muy grandes y de diversos colores: algunos
casi negros, otros púrpura, rojo, rosa y verde claro. A los hermosos y exuberantes frutos que colgaban de los sarmientos
de la vid se los llamó uvas. No se arrastraban por el suelo aunque no estaban sostenidas por soportes, pero los
sarmientos se arqueaban bajo el peso del fruto.

Nuestros primeros padres, a pesar de que fueron creados inocentes y santos, no fueron colocados fuera del alcance del
pecado. Dios los hizo entes morales libres, capaces de apreciar y comprender la sabiduría y benevolencia de su carácter
y la justicia de sus exigencias, y les dejó plena libertad para prestarle o negarle obediencia. Debían gozar de la comunión
de Dios y de los santos ángeles; pero antes de darles seguridad eterna, era menester que su lealtad se pusiese a prueba.
En el mismo principio de la existencia del hombre se le puso freno al egoísmo, la pasión fatal que motivó la caída de
Satanás. El árbol del conocimiento, que estaba cerca del árbol de la vida, en el centro del huerto, había de probar la
obediencia, la fe y el amor de nuestros primeros padres. Aunque se les permitía comer libremente del fruto de todo
otro árbol del huerto, se les prohibía comer de éste, so pena de muerte. También iban a estar expuestos a las
tentaciones de Satanás; pero si soportaban con éxito la prueba, serían colocados finalmente fuera del alcance de su
poder, para gozar del perpetuo favor de Dios.

Dios puso al hombre bajo una ley, como condición indispensable para su propia existencia. Era súbdito del gobierno
divino, y no puede existir gobierno sin ley. Dios pudo haber creado al hombre incapaz de violar su ley; pudo haber
detenido la mano de Adán para que no tocara el fruto prohibido, pero en ese caso el hombre hubiese sido, no un ente
moral libre, sino un mero autómata. Sin libre albedrío, su obediencia no habría sido voluntaria, sino forzada. No habría
sido posible el desarrollo de su carácter. Semejante procedimiento habría sido contrario al plan que Dios seguía en su
relación con los habitantes de los otros mundos. Hubiese sido indigno del hombre como ser inteligente, y hubiese dado
base a las acusaciones de Satanás, de que el gobierno de Dios era arbitrario.

Dios hizo al hombre recto; le dio nobles rasgos de carácter, sin inclinación hacia lo malo. Le dotó de elevadas cualidades
intelectuales, y le presentó los más fuertes atractivos posibles para inducirle a ser constante en su lealtad. La
obediencia, perfecta y perpetua, era la condición para la felicidad eterna. Cumpliendo esta condición, tendría acceso al
árbol de la vida.

El hogar de nuestros primeros padres había de ser un modelo para cuando sus hijos saliesen a ocupar la tierra. Ese
hogar, embellecido por la misma mano de Dios, no era un suntuoso palacio. Los hombres, en su orgullo, se deleitan en
tener magníficos y costosos edificios y se enorgullecen de las obras de sus propias manos; pero Dios puso a Adán en un
huerto. Esta fue su morada. Los azulados cielos le servían de techo; la tierra, con sus delicadas flores y su alfombra de
animado verdor, era su piso; y las ramas frondosas de los hermosos árboles le servían de dosel. Sus paredes estaban
engalanadas con los adornos más esplendorosos, que eran obra de la mano del sumo Artista.
En el medio en que vivía la santa pareja, había una lección para todos los tiempos; a saber, que la verdadera felicidad se
encuentra, no en dar rienda suelta al orgullo y al lujo, sino en la comunión con Dios por medio de sus obras creadas. Si
los hombres pusiesen menos atención en lo superficial y cultivasen más la sencillez, cumplirían con mayor plenitud los
designios que tuvo Dios al crearlos. El orgullo y la ambición jamás se satisfacen, pero aquellos que realmente son
inteligentes encontrarán placer verdadero y elevado en las fuentes de gozo que Dios ha puesto al alcance de todos.

Todo árbol. En la preparación de la maravillosa morada del hombre se prestó atención al ornamento tanto como a la
utilidad. Se proporcionó toda especie de vegetación que pudiera servir para suplir las necesidades del hombre y
también para su deleite. Flores, árboles y arbustos regalaban sus sentidos con su fragancia, deleitaban sus ojos con sus
formas exquisitas y colorido encantador y satisfacían su paladar con su fruto delicioso. El Edén se convirtió para siempre
en el símbolo del concepto más elevado del hombre en cuanto a excelencia terrenal.

También el árbol de vida. El orden en que aparecen estas palabras, como si se tratara de una idea tardía, nos parece
extraño en el contexto de un idioma moderno. Esto ha inducido a algunos eruditos a sostener que la última mitad del
vers. 9 es o una adición posterior o una corrupción del original. Pero esta disposición, que parece extraña al traducirse
al castellano, es común en hebreo. No proporciona la menor excusa para dudar de la pureza del texto tal como lo
tenemos. Por ejemplo, el pasaje del cap. 12: 17 dice literalmente: "El Señor plagó a Faraón con grandes plagas y a su
casa". Otros ejemplos de esta misma construcción de las sentencias, aunque no son tan reconocibles en las versiones
castellanas, se pueden encontrar en Gén. 28: 14; Núm. 13: 23; Deut. 7: 14.

Al comer del árbol de la vida, Adán y Eva iban a tener la oportunidad de expresar su fe en Dios como el sustentador de la
vida, así como al guardar el sábado demostraban fe en su Creador y lealtad a él. Con ese propósito, Dios había dotado al
árbol con una virtud sobrenatural. Su fruto era un antídoto para la muerte y sus hojas servían para el sostén de la vida y
la inmortalidad. Los hombres continuarían viviendo mientras pudieran comer de él (MM 366; PP 44).

Uno de los árboles fue llamado el árbol de "vida", literalmente "la vida", hajayyim. El hecho de que esta palabra sea
plural en su forma, se explica reconociéndola como un plural de abstracción; el artículo definido indica que este árbol
tenía algo que hacer con "la" vida como tal. Es decir, que se obtendría o preservaría la vida al consumir su fruto. Sin
embargo, los otros árboles del huerto, siendo buenos "para comer" también estaban destinados a sustentar la vida. Si
un árbol se distingue de los otros por el extraordinario nombre de "árbol de vida", sus frutos deben haber tenido el
propósito de mantener la vida de una manera diferente de los otros árboles y con un valor resaltante. La declaración de
que comer del fruto de este árbol haría que el hombre viviera "para siempre" (cap. 3: 22) muestra que su valor difería
enteramente del de los muchos otros árboles útiles del huerto.

El nombre del segundo árbol es "el árbol de la ciencia del bien y del mal". El artículo "la" antes de la palabra "ciencia"
significa que el árbol no podía proporcionar cualquier clase de conocimiento, sino sólo un cierto y triste conocimiento
del "mal" en contraste con el "bien".

Los nombres de estos árboles son importantes. En ambos casos, la palabra "árbol" se relaciona con términos abstractos:
vida y ciencia. Esto no es una razón para declarar que estos dos árboles no existieron, sino que les atribuye más bien
derivaciones espirituales. Aunque el "arca del pacto" era una pieza real del mobiliario del templo, de todos modos
recibía un nombre que tenía importancia religiosa. La sangre del pacto derramada por el Salvador en favor de nosotros
también fue una sustancia muy real. De modo que los dos árboles deben ser considerados como árboles verdaderos con
propósitos importantes que cumplir; esos propósitos físicos y morales estaban indicados claramente por sus nombres.

10. Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro ramales.

Un río. Se han desplegado muchos esfuerzos de erudición procurando aclarar los vers. 10-14, pero posiblemente nunca
se hallará una explicación satisfactoria, porque la superficie de la tierra, después del diluvio, tenía poco parecido con lo
que había sido antes. Una catástrofe de tal magnitud como para levantar altísimas cordilleras y formar las vastas áreas
oceánicas, difícilmente podría haber dejado sin afectar accidentes geográficos menores, tales como los ríos. Por lo
tanto, no podemos esperar identificarlos en la actualidad, a menos que la Inspiración lo hiciera para nosotros (ver PP 95-
99).
11. El nombre del uno era Pisón: éste es el que cerca toda la tierra de Havilah, donde hay oro:

Pisón. Pisón, el nombre del primer río, no existe en ninguna fuente que no sea bíblica, y aun en la Biblia misma no se
menciona este río en ninguna otra parte. No tienen valor las opiniones de algunos eruditos que identifican este río con
el Indo o el Ganges, de la India, el Nilo de Egipto, o con ríos de Anatolia.

Havila, donde hay oro. En otros textos donde aparece este mismo nombre, se refiere a tiempos postdiluvianos. Esos
textos pues no ayudan para ubicar el " Havila" del cap. 2: 11.

12. Y el oro de aquella tierra es bueno: hay allí también bdelio y piedra cornerina.

Hay allí también bedelio. Según Plinio, el bedelio era la resina transparente y aromática de un árbol oriundo de Arabia, la
India, Persia y Babilonia. No sabemos si éste era el mismo bedelio de los días antediluvianos.

Onice. Debe ser una de las piedras preciosas o semipreciosas, probablemente de color rojo. Las versiones antiguas
difieren en su traducción entre ónix, sardónice, sardio y berilo. De ahí que no sea seguro que la traducción "ónice" sea
correcta.

13. El nombre del segundo río es Gihón: éste es el que rodea toda la tierra de Etiopía.

Gihón. Véase el comentario del vers. 10 y el del vers. 14.

14. Y el nombre del tercer río es Hiddekel: éste es el que va delante de Asiria. Y el cuarto río es el Eufrates.

15. Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y le puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.

La grata tarea de Adán y Eva consistía en formar hermosas glorietas con los sarmientos de la vid y hacerse moradas con
los bellos y vivientes árboles y el follaje de la naturaleza, cargados de fragantes frutos.

La tierra estaba revestida de hermoso verdor, mientras miríadas de fragantes flores de toda especie y todo matiz crecían
a su alrededor en abundante profusión. Todo estaba dispuesto con buen gusto y magnificencia. En el centro del huerto
se alzaba el árbol de la vida cuya gloria superaba a la de todos los demás. Sus frutos parecían manzanas de oro y plata, y
servían para perpetuar la inmortalidad. Las hojas tenían propiedades medicinales.

Para que lo labrara y lo guardase. Habiendo preparado Dios una morada para el hombre, a quien había creado, lo colocó
en ese huerto que era su hogar y le encomendó una misión bien definida: "Para que lo labrara y lo guardase". Esta
orden nos enseña que la perfección con la cual salió la creación de las manos de las manos de Dios no excluía la
necesidad de cultivar, es decir el trabajo humano. El hombre había de usar sus facultades físicas y mentales para
conservar el huerto en el mismo estado perfecto en que lo había recibido. El hecho de que el trabajo físico será una
característica deleitosa de la tierra nueva (Isa. 65: 21-23) indica que el trabajo no tuvo el propósito de ser una maldición.

La comisión dada a Adán de "guardar" el huerto quizá sea una velada insinuación de que amenazaba el peligro de que le
fuera arrebatado si no era vigilante. El verbo "guardar", shamar, significa "custodiar", "vigilar", "preservar", "observar" y
"retener firmemente". Ciertamente, parece irrazonable que se le pidiera a Adán que custodiara el huerto contra
ataques de animales feroces, como algunos comentadores han interpretado este texto. En la tierra, antes de la caída,
no existía enemistad entre los animales mismos ni entre el hombre y las bestias. El temor y la enemistad son los
resultados del pecado. Pero otro peligro muy real, la presencia de Satanás, amenazaba con arrebatarle al hombre su
dominio sobre la tierra y su posesión del huerto. Por otro lado, "guardar" el huerto quizá sencillamente sea un sinónimo
de "labrarlo".

Tenemos la seguridad de que Dios no hace nada que afecte al hombre sin informarle primero en cuanto a las
intenciones divinas (Amós 3: 7). Si Dios, que sólo hace lo que es benéfico para el hombre, estimó necesario informarnos
de sus propósitos, es seguro que debe haber mantenido informado a Adán del peligro que amenazaba a esta tierra (PP
34, 35).

16. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto comerás;
De todo árbol del huerto. La orden referida en estos versículos presupone que el hombre entendía el lenguaje que
hablaba Dios y la distinción entre "podrás" y "no podrás". La orden comienza positivamente, concediendo permiso para
comer libremente de todos los árboles del huerto; con la excepción de uno. El derecho a disfrutar sin reserva de todos
los otros árboles resalta por la forma idiomática intensiva: "comiendo comerás", 'akol to'kel; aun en toda prohibición
divina hay un aspecto positivo.

17. Mas del árbol de ciencia del bien y del mal no comerás de él; porque el día que de él comieres, morirás.

Árbol de la ciencia del bien y del mal. Era muy precisa la limitación de esta libertad. El hombre no debía comer del árbol
llamado "árbol de la ciencia del bien y del mal". (Ver com. del vers. 9.) Puesto que no ha sido revelado, es inútil
especular con la clase de fruto que daba. La misma presencia de este árbol en el huerto indicaba que el hombre era un
ser moral libre. No se forzaba el servicio del hombre; podía obedecer o desobedecer. El era quien debía decidir.

El fruto en sí mismo era inofensivo (Ed. 22). Pero la orden explícita de Dios de abstenerse de comerlo, colocaba aparte
ese árbol como el objeto de la prueba de la lealtad y obediencia del hombre. Como ser moral, el hombre tenía la ley de
Dios escrita en su conciencia. Pero se estableció una prohibición para aclarar los principios de esa ley al aplicarla a una
situación específica, haciéndola así una prueba justa de la lealtad del hombre a su Hacedor. Dios era el verdadero dueño
de todas las cosas -aun de las que estaban confiadas a Adán- y esto daba a Dios el derecho de reservarse cualquier parte
de la creación para sí mismo. No hubiera sido irrazonable que se reservara una gran porción de esta tierra y que hubiera
permitido que Adán sólo usara una pequeña parte de ella. Pero no era así: el hombre podía usar libremente de todo lo
que estaba en el huerto, excepto un árbol. Evidentemente, el abstenerse de comer del fruto de ese árbol no tenía otro
propósito sino el de mostrar claramente su lealtad a Dios.

El día que de él comieres. La prohibición estaba acompañada de un severo castigo de la transgresión: a saber, la muerte.
Algunos han pensado que las palabras que expresan el castigo requerían su ejecución en el mismo día en que se violara
la orden. Ven una discrepancia seria entre el anuncio y su cumplimiento. Sin embargo, el anuncio divino "el día que de
él comieres, ciertamente morirás" -literalmente, "muriendo, tú morirás"- significa que se pronunciaría la sentencia en el
día de la transgresión. El hombre pasaría del estado de inmortalidad condicional al de mortalidad incondicional. Así
como antes de su caída Adán podía estar seguro de la inmortalidad -que le era otorgada por el árbol de la vida-, así
también, después de esa catástrofe, era segura su mortalidad. Esto es lo que implica la declaración comentada, más que
una inmediata muerte física. Dios requería que el hombre hiciera una elección de principios. Debía aceptar la voluntad
de Dios y someterse a ella, confiando en que le iría bien como resultado; o bien, si por su propia elección hacía lo
contrario, cortaría su relación con Dios y, probablemente, llegaría a ser independiente de él. Pero la separación de la
Fuente de la vida, inevitablemente sólo podía traer la muerte. Todavía son válidos estos mismos principios. El castigo y
la muerte son los resultados seguros de la libre elección del hombre de dar rienda suelta a la rebelión contra Dios.

18. Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; haréle ayuda idónea para él.

El hombre no fue creado para que viviese en la soledad; había de tener una naturaleza sociable. Sin compañía, las bellas
escenas y las encantadoras ocupaciones del Edén no hubiesen podido proporcionarle perfecta felicidad. Aun la
comunión con los ángeles no hubiese podido satisfacer su deseo de simpatía y compañía. No existía nadie de la misma
naturaleza y forma a quien amar y de quien ser amado.

Ayuda idónea para él. Esto es, apropiada para sus necesidades; para complementarlo. Los animales habían sido creados
en multitudes o en grupos, pero el hombre fue creado como un individuo solitario. Sin embargo, no era el propósito de
Dios que él estuviera solo largo tiempo. Como la soledad sería perjudicial para el bienestar del hombre, Dios le iba a dar
una compañera.

19. Formó, pues, Jehová Dios de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y trájolas á Adam, para que
viese cómo les había de llamar; y todo lo que Adam llamó á los animales vivientes, ese es su nombre.

Después de la creación de Adán, toda criatura viviente fue traída ante su presencia para recibir un nombre; vio que a
cada uno se le había dado una compañera, pero entre todos ellos no había "ayuda idónea para él." Entre todas las
criaturas que Dios había creado en la tierra, no había ninguna igual al hombre. "Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el
hombre esté solo, haréle ayuda idónea para él." (Gén. 2: 18.)

Toda bestia del campo. El pensamiento expresado por varios expositores bíblicos de que Dios realizó varias tentativas
infructuosas para proporcionar al hombre una compañera mediante la creación de varios animales, es una falsa
interpretación del propósito de esta parte del relato. Lo que Moisés registra no es el tiempo, sino sencillamente el acto
de la creación de los animales. La inflexión verbal hebrea traducida "formó" en la VVR puede ser traducida
correctamente "había formado", refiriéndose así retrospectivamente a los actos creadores del quinto día y del comienzo
del sexto. De ahí que la primera parte del versículo se dé a manera de prefacio de lo que sigue inmediatamente.

Las trajo a Adán. Adán debía estudiar esos animales y ocuparse en la importante tarea de darles nombres apropiados,
para lo cual necesitaba una comprensión de ellos y de sus hábitos. Esto lo capacitaría o, quizá, demostraría que estaba
capacitado para gobernarlos. Al mismo tiempo, conocería la vida familiar de que disfrutaban y advertiría su propia falta
de compañía. Reconociendo también que Dios lo había creado infinitamente superior a los animales, comprendería que
no podía elegir una compañera de entre ellos. Para que la formación de la mujer respondiera plenamente al propósito
del Creador, Adán debía percibir que no estaba completo y debía sentir su necesidad de compañía. En otras palabras,
que "no" era "bueno" que permaneciera solo.

20. Y puso Adam nombres á toda bestia y ave de los cielos y á todo animal del campo: mas para Adam no halló ayuda
que estuviese idónea para él.

Puso Adán nombre a toda bestia. Es evidente que el hombre fue creado con la facultad del habla. Adán empleó esa
capacidad para expresar las observaciones hechas en su estudio de los animales. Así comenzó el estudio de las ciencias
naturales y al dar nombres a los animales empezó su dominio sobre ellos. En el texto hebreo se menciona primero "los
ganados", quizá porque habían de estar más cerca del hombre que otros animales en su relación futura. Las aves, que el
hombre ama tanto y de las cuales algunas especies habían de serle utilísimas, reciben el segundo lugar en la
enumeración. Es imposible descubrir cuáles fueron esos nombres pues no se sabe qué idioma hablaron Adán y el
mundo antediluviano.

No se halló ayuda idónea. El estudio de Adán de los animales creados le dio un conocimiento considerable, pero no
satisfizo su anhelo de compañía con otro ser que fuera su igual. Esto indica la clase de compañerismo que la mujer
debía disfrutar con el hombre. Ninguna verdadera compañera se pudo encontrar para Adán entre los seres inferiores a
él.

21. Y Jehová Dios hizo caer sueño sobre Adam, y se quedó dormido: entonces tomó una de sus costillas, y cerró la carne
en su lugar;

Dios mismo dio a Adán una compañera. Le proveyó de una "ayuda idónea para él," alguien que realmente le
correspondía, una persona digna y apropiada para ser su compañera y que podría ser una sola cosa con él en amor y
simpatía. Eva fue creada de una costilla tomada del costado 27 de Adán; este hecho significa que ella no debía
dominarle como cabeza, ni tampoco debía ser humillada y hollada bajo sus plantas como un ser inferior, sino que más
bien debía estar a su lado como su igual, para ser amada y protegida por él. Siendo parte del hombre, hueso de sus
huesos y carne de su carne, era ella su segundo yo; y quedaba en evidencia la unión íntima y afectuosa que debía existir
en esta relación. "Porque ninguno aborreció jamás a su propia carne, antes la sustenta y regala." "Por tanto, dejará el
hombre a su padre y a su madre, y allegarse ha a su mujer, y serán una sola carne." (Efe 5: 29; Gén. 2: 24)

Sueño profundo. Con el propósito de crear la compañera de Adán de su propio cuerpo, Dios lo hizo caer en un sueño
profundo que puede compararse con la inconsciencia producida durante una anestesia. Y ciertamente fue una
operación quirúrgica la que realizó Dios en Adán durante su sueño, al sacar una de sus costillas y llenar su lugar con
carne. La palabra hebrea tsela', que significa en otras partes de la Biblia "lado", "hoja de puerta", "ala" (de un edificio) y
"panel" (del revestimiento de una pared), tiene aquí el significado de "costilla". Esta traducción tradicional, tomada en
las Biblias modernas de la LXX y la Vulgata, ha sido confirmada posteriormente por los registros cuneiformes. En el
idioma asirio, que estaba íntimamente relacionado con el hebreo, la palabra para costilla era sélu.
22. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y trájola al hombre.

Eva no era tan alta como Adán. Su cabeza se alzaba algo más arriba de los hombros de él. También era de noble
aspecto, perfecta en simetría y muy hermosa.

Hizo una mujer. Moisés poseía un ágil dominio del idioma hebreo y sabía cómo usarlo para impresionar a sus lectores.
Para describir la actividad creadora de Dios, empleó en la narración del cap. 1 los verbos "crear" (1: 27), "hacer" (1: 26), y
"formar" (cap. 2: 7). Ahora añade a esos términos, más o menos sinónimos, el verbo "construir". Cada uno de ellos
tiene su matiz propio de significado. La costilla de Adán formó el material básico del cual fue "construida" su
compañera. La mujer fue formada para tener una unidad inseparable y compañerismo de toda la vida con el hombre, y
la forma en que fue creada sirvió para establecer el verdadero fundamento del estatuto moral del matrimonio. Ella
"debía estar a su lado como su igual, para ser amada y protegida por él" (PP 27). El matrimonio es un símbolo de la
relación de amor y vida que existe entre el Señor y su iglesia (Efe. 5: 32).

La trajo al hombre. Dios mismo celebró solemnemente el primer casamiento. Después de hacer a la mujer, la llevó a
Adán, que para entonces ya habría despertado de su profundo sueño. Así como Adán fue el "hijo de Dios" (Luc. 3: 38),
así también Eva podría ser llamada adecuadamente la hija de Dios; y como padre de ella, Dios la trajo a Adán y se la
presentó. Por lo tanto, el pacto matrimonial es adecuadamente llamado el pacto de Dios (Prov. 2: 17), nombre que
implica que el Altísimo fue el autor de esa institución sagrada.

23. Y dijo Adam: Esto es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne: ésta será llamada Varona, porque del varón
fué tomada.

Esto es ahora hueso de mis huesos. Adán, reconociendo en ella la compañera deseada, gozosamente le dio la bienvenida
como a su desposada y expresó su gozo en una exclamación poética. Las palabras "esto es ahora" reflejan su agradable
sorpresa cuando vio en la mujer el cumplimiento del deseo de su corazón. La repetición triple de "esto" (como está en
el hebreo) vívidamente señala a ella sobre quien -con gozoso asombro- descansaba ahora la mirada de él con la intensa
emoción del primer amor. Instintivamente, o como resultado de una instrucción divina, reconoció en ella una parte de
su propio ser. De allí en adelante debía amarla como a su mismo cuerpo, pues al amarla se ama a sí mismo. El apóstol
Pablo hace resaltar esta verdad (Efe. 5: 28).

Será llamada Varona. El nombre que Adán dio a su recién creada compañera refleja la manera de la creación de ella. La
palabra hebrea 'ishshah, "mujer", se forma de la palabra 'ish, "hombre", con la terminación femenina. La palabra inglesa
"woman" (del anglosajón wife-man [esposa-hombre]) tiene una relación similar con la palabra "man". Lo mismo sucede
en otros idiomas.

24. Por tanto, dejará el hombre á su padre y á su madre, y allegarse ha á su mujer, y serán una sola carne.

Dios celebró la primera boda. De manera que la institución del matrimonio tiene como su autor al Creador del universo.
"Honroso es en todos el matrimonio." (Heb. 13: 4.) Fue una de las primeras dádivas de Dios al hombre, y es una de las
dos instituciones que, después de la caída, llevó Adán consigo al salir del paraíso. Cuando se reconocen y obedecen los
principios divinos en esta materia, el matrimonio es una bendición: salvaguarda la felicidad y la pureza de la raza,
satisface las necesidades sociales del hombre y eleva su naturaleza física, intelectual y moral.

Dejará el hombre a su padre y a su madre. Las palabras de este versículo no pueden considerarse como una declaración
profética de Adán, sino más bien como las palabras de Dios mismo. Son parte de la declaración hecha por Dios acerca
de la ceremonia matrimonial (ver Mat. 19: 4,5; DMJ 57). Estas palabras expresan la más profunda unidad física y
espiritual del hombre y la mujer, y presentan la monogamia delante del mundo como la forma de matrimonio
establecida por Dios. Estas palabras no recomiendan el abandono de los deberes filiales y del respeto hacia el padre y la
madre, sino que principalmente se refieren a que la esposa ha de ser la primera en el afecto del esposo y que su primer
deber es para ella. Su amor por ella ha de exceder, aunque ciertamente no debe desalojar el amor debido a sus padres.
Serán una sola carne. La unión de esposo y esposa se expresa en palabras inconfundibles, existiendo como es en
realidad unión de cuerpos, comunidad de intereses y reciprocidad de afectos. Es significativo que Cristo use este mismo
pasaje en su vigorosa condenación del divordo (Mat. 19: 5).

25. Y estaban ambos desnudos, Adam y su mujer, y no se avergonzaban.

La santa pareja vivía muy dichosa en el Edén. Tenía dominio ilimitado sobre todos los seres vivientes. El león y el
cordero jugueteaban pacífica e inofensivamente a su alrededor, o se tendían a dormitar a sus pies. Aves de todo color y
plumaje revoloteaban entre los árboles y las flores, y en torno de Adán y Eva, mientras sus melodiosos cantos resonaban
entre los árboles en dulce acuerdo con las alabanzas tributadas a su Creador.

Adán y Eva estaban encantados con las bellezas de su hogar edénico. Se deleitaban con los pequeños cantores que los
rodeaban revestidos de brillante y primoroso plumaje, que gorjeaban su melodía alegre y feliz. La santa pareja unía sus
voces a las de ellos en armoniosos cantos de amor, alabanza y adoración al Padre y a su Hijo amado, por las muestras de
amor que la rodeaban. Reconocían el orden y la armonía de la creación que hablaban de un conocimiento y una
sabiduría infinitos. Continuamente descubrían en su edénica morada alguna nueva belleza, alguna gloria adicional, que
henchía sus corazones de un amor más profundo, y arrancaba de sus labios expresiones de gratitud y reverencia a su
Creador.

Estaban ambos desnudos. Adán y Eva no necesitaban vestimenta material, pues el Creador los había rodeado con un
manto de luz, un manto simbólico de su propio carácter justo que se reflejaba perfectamente en ellos. Cuando la
imagen moral del Hacedor se refleje otra vez en sus hijos e hijas terrenales, él volverá para reclamarlos como suyos (ver
Apoc. 7: 9; 19: 8; PVGM 52, 294). Este manto blanco de inocencia es el atuendo con el cual serán revestidos los salvados
de la tierra cuando entren por los portales del paraíso.

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