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1.

Economía del Estado


de Bienestar.
Los Estado del
Bienestar en la
encrucijada.

Yulaida Abdelkader Benali


5 de abril de 2017
INTRODUCCIÓN
Identificar y organizar los conceptos básicos relacionados con el Estado de Bienestar serán los
objetivos de este trabajo. Intentando abarcar sus diferentes modelos, ya que se desarrolla de forma
diferente en cada país o conjunto de países. Para poder tener una idea clara de todo lo que incluye el
Estado de Bienestar. El debate sobre el Estado de bienestar social en España ha sufrido diferentes
altibajos. En medio de los procesos de reformas estructurales y de modernización del Estado,
fuertes cambios han incidido sobre las concepciones, la organización y la dinámica de los sistemas
de protección social, sus políticas y programas. Finalmente, el notable avance de los estudios que
buscan sistema histórico comparado de los Estados y regímenes de bienestar social, y las
dimensiones faintegrar las dimensiones demográficas, familiares y de género en las teorías sobre el
Estado de bienestar social estimula los esfuerzos intelectuales en esta dirección. El trabajo examina
las contribuciones recientes de las teorías y debates sobre tres cuestiones decisivas para el
conocimiento del Estado de bienestar: el análisis integrado de la economía y de la política social; el
análisis histórico comparado de los Estados y regímenes de bienestar social y las dimensiones
familiares y de género en su estructuración.
RESÚMEN DEL TEMA
El estado de Bienestar es un grupo de manifestaciones, en primer lugar, del deseo de la sociedad de
sobrevivir como una totalidad orgánica y, en segundo lugar, del deseo expreso de todas las personas
en el sentido de contribuir a la supervivencia de algunas personas. (1)
Ya en los años cincuenta hubo intentos clasificatorios de los distintos sistemas de protección social
tomando unas u otras variables. Así, clásicos autores de la política social como Marshall (1950),
Richard Titmuss (1974), Wilensky (1975) , Flora (1986) han tratado de clasificar el Estado de
Bienestar. Ciertamente, los esfuerzos realizados en el Desarrollado de forma paulatina desde la
reforma social (1880-1913) a los seguros sociales (1913-1939), hasta llegar a un sistema de
Seguridad Social (1940-1963). Diseño de tipologías o tipos ideales no siempre han significado
avances fructíferos en la construcción de teorías explicativas del por qué, cómo y para qué del EB,
pero su éxito ha sido siempre notable como herramienta descriptiva y primera aproximación al
fenómeno. El reconocimiento de que el Estado de bienestar se ha manifestado en formas distintas en
los países avanzados no es nuevo. La tipología pionera fue elaborada por Richard Titmus (1958),
diferenciando entre los modelos residual o liberal, institucional o socialdemócrata y el radical o
socialista, siempre ha sido una referencia inicial en cualquier tipo de clasificación, según las
diferentes participaciones relativas del Estado, del mercado y de las familias en la previsión social.
En su forma original o modificada, los modelos de Titmus han constituido la única referencia
analítica de los estudios comparativos de sistemas de bienestar, incluidos los relativos a países de
América Latina, hasta casi fines de los años ochenta. Frecuentemente, se suma un cuarto
componente, genéricamente referido como “tercer sector” (o el sector voluntario, o la comunidad o
las organizaciones de la “sociedad civil”). Cierto modelo o estructura del sistema público de
políticas sociales, en general compuesto por los programas de seguridad social, servicios
educacionales y de salud (más o menos universales), programas de asistencia social y (eventuales)
auxilios monetarios a grupos sociales determinados. Los diferentes conjuntos de ideas, intereses y
fuerzas políticas dominantes en la sociedad en cada una de las distintas etapas de emergencia,
desarrollo y reformas de los sistemas nacionales de protección social. Condicionantes históricos e
institucionales peculiares, en el entendido de que el régimen es dependiente del derrotero (path-
dependency); es decir, está condicionado por estructuras pretéritas y capacidades estatales (policy
feedback) y refleja asimismo en cada momento del tiempo el poder relativo de diferentes intereses y
coaliciones políticas. Influencias, efectos e impactos del sistema internacional, sea mediante
procesos de difusión y aprendizaje institucional, o bien mediante impulsos, incentivos o vetos, que
favorecen o inhiben en países individuales el desarrollo, las orientaciones y los cambios de sus
sistemas de políticas sociales.
La tradición abierta por Titmus ha sido también el punto de partida de Esping-Andersen y su
conocida tipología de los tres regímenes de bienestar característicos de los países de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). La elaboración de
tipologías volvió a estar de moda nuevamente debido al trabajo seminal de Esping-Andersen con su
obra ya clásica de 1990 Los tres mundos del Estado de Bienestar. Desde su perspectiva un régimen
de bienestar es una combinación institucional de producción mixta de bienestar entre el Estado, la
familia, el mercado y la sociedad civil que depende de tres factores: la naturaleza de la movilización
de las clases sociales, las estructuras de coalición de la clase política y el legado histórico. A su vez
cada régimen es la consecuencia de dos fuerzas: del grado de desmercantilización (grado de
subsistencia sin dependencia del mercado) y del tipo de estratificación social (extensión de los
derechos de ciudadanía o solidaridad social). Así, según el citado autor, tendríamos tres regímenes
de bienestar:
• El Socialdemócrata o Escandinavo: Es un Estado que Esping-Andersen califica de solidario,
universalista y desmercantilizador. El Estado, a través de programas universalistas consigue una
elevada desmercantilización de las relaciones sociales en la que el individuo alcanza la máxima
independencia personal, emancipándose de la dependencia del mercado, con el reconocimiento de
una renta mínima ciudadana sin prueba de medios. Es un régimen propio de los países nórdicos.
• El Continental o corporatista: Los derechos sociales están vinculados a la clase y el status. El
Estado tiene un escaso impacto redistributivo cumpliendo un papel subsidiario con respecto a la
familia e interviniendo sólo allí donde el asistencialismo familiar no llega. Por lo tanto la
desmercantilización es modesta y la esfera de solidaridad es de tipo corporatista y familista. En este
modelo se incluiría a países como Alemania, Francia, Bélgica o Austria pero también a Italia y
España.
• El liberal: En este régimen (Estados Unidos, Canadá, Australia) el mercado es la estructura
fundamental y dominante de bienestar y el Estado se caracteriza por las ayudas a los pobres,
subsidios modestos a personas de clase baja, discretas transferencias universales y por limitar el
alcance de los derechos sociales mediante un acceso asistencial a prestaciones bajo carga de prueba
de medios o means test.
Esta tipología ha sido criticada posteriormente por algunos autores que hablan de un cuarto, e
incluso de un quinto modelo. Así, Castles y Mitchell (1990) sostienen que por ejemplo Australia,
Nueva Zelanda y el Reino Unido no son ejemplos de régimen liberal sino un tipo específico con un
sistema de asistencia social mucho más amplio e inclusivos que denominan como “modelo radical”.
Este modelo se caracterizaría por la lucha contra la pobreza y la igualdad de ingresos a través de
otros instrumentos redistributivos antes que por medio de altos niveles de gasto público social. Otra
carencia de la tipología de Esping-Andersen es la ausencia de un modelo específico para aquellos
países que desarrollaron tardíamente sus Estados de Bienestar como consecuencia de largos
períodos autoritarios y que están ubicados en el sur de Europa (España, Grecia, Italia o Portugal).
Estos países han sido encuadrados bajo diferentes denominaciones como Modelo Latino o del sur
de Europa, modelo tradicional (Goma, 1996), modelo católico (Abrahamson, 1995) o regímenes
post-autoritarios (Lessenich, 1996). Este modelo se fundamentaría en una baja tasa sindical y un
régimen de transferencias preferentemente contributivo conectado al nivel salarial. Los niveles de
gasto y de desmercantilización suelen ser bajos, España sería un caso específico de régimen de
bienestar Latino. De un lado, forma parte del proceso histórico de construcción de la reforma social
en la medida en que éste se ha construido, como en todos los países con Estado de Bienestar, como
una articulación entre la modernización capitalista, la construcción de la democracia política y las
demandas de las clases trabajadoras que también ha pasado por las tres grandes fases de la reforma
social: la asistencial, la seguridad social y el Estado de Bienestar a través de las cuales se han
extendido progresivamente los derechos sociales y políticos. Pero por otro lado es también un caso
específico, como Italia o Portugal, en la medida en la que este proceso ha tenido lugar en países de
modernización capitalista tardía (reforma agraria dilatada en el tiempo), escasa y débil sociedad
civil y sistemas políticos de populismo autoritario, conservador y particularista.
El debate sobre el Estado de Bienestar en los últimos años se ha centrado en dos problemas: por un
lado, hasta que punto la globalización económica no pone en entredicho la tradicional dinámica
nacional de los regímenes de bienestar; por otro lado, en que medida no está teniendo lugar una
cierta convergencia entre regímenes, sobre todo en el ámbito de la Unión Europea y si esta
convergencia facilitaría la creación de una política social común basada en los criterios de renta
mínima e integración sociolaboral. A este respecto resulta interesante considerar la evolución del
gasto en protección social en Europa entre 1991 y el 2000 y como varía en función del tipo o
modelo de EB. Así, Rodríguez Cabrero (2004) tomando como referencia los datos de Eurostat
(Oficina de Estadísticas Europeas) nos muestra como los países del modelo nórdico han tenido
tradicionalmente elevados niveles de gasto en protección social en relación al PIB. Por su parte, los
países de régimen continental apenas si han reducido el gasto social con la excepción de Bélgica y
Luxemburgo, si bien en el caso de Bélgica la reducción es casi simbólica. Las dificultades de la
integración social y económica posteriores a la unificación o el disenso político en materia de
política social y económica, explican en parte el problema de un crecimiento del gasto social que no
va unido a otros compromisos globales de tipo salarial y de empleo.
La expansión del Estado de Bienestar ha sido indudablemente uno de los rasgos más destacados en
la evolución del mundo capitalista durante el siglo XX. Junto a esta expansión surgió una nueva
sociedad en donde se llevó a cabo una transformación estructural en las relaciones de producción,
en las relaciones de poder y en las relaciones sociales producto de una crisis que hizo que el
capitalismo se reestructurara. Las sociedades occidentales son hoy en día muy diferentes: en las
estructuras por edades de la población, en el mercado del trabajo, en las estructuras familiares y en
las causas de la pobreza. Los Estados disminuyen su capacidad frente al mundo económico y la
economía es cada vez más globalizada y dinámica. Frente a este nuevo panorama parece
indispensable que el Estado de Bienestar debe reformarse con profundidad. Y es en estos albores
cuando aparecen las denominadas políticas de "terceras vías" que intentan plantear una renovación
de la socialdemocracia en un mundo en que las viejas ideas de la izquierda han quedado obsoletas,
mientras que las de la nueva derecha son inadecuadas. El gran dilema es cómo "humanizar" el
mercado de manera que produzca los buenos efectos que se esperan, sin producir los graves
inconvenientes que hasta ahora ha provocado. En la actualidad, el Estado de Bienestar crea hoy
tantos problemas como los que resuelve. Básicamente, Anthony Guiddens sostiene que la "tercera
vía" se refiere a un marco de pensamientos y política práctica que busca adaptar la socialdemocracia
a un mundo que ha cambiado esencialmente a lo largo de las tres últimas décadas. Es una tercera vía
en cuanto es un intento por trascender tanto la socialdemocracia a la antigua como el
neoliberalismo.
Con la implementación de las politicas económicas, asistimos a una cierta explosión del gasto
público durante este período, particularmente del gasto social: educación, salud, vivienda,
jubilaciones, pensiones y prestaciones de desempleo. El Estado de Bienestar asume la obligación de
suministrar asistencia y apoyo a aquellos que sufrieran necesidades y reconocía formalmente el
papel de los sindicatos en la negozación colectiva y en la formación de los planes públicos.
Durante la década del 60 las economías de los países occidentales vivían la mayor era de
prosperidad y crecimiento en la historia del mundo civilizado. Eran años de gran crecimiento
económico. Y es precisamente en ese contexto de expansión capitalista donde se va a gestar una
contracultura, un nuevo estilo cultural, que cuestiona básicamente las pautas tradicionales de la vida
occidental y los principales valores de la burguesía. El éxito del Estado de Bienestar residió en que
unió a los sindicatos, la agricultura y a los elementos del mercado en un "compromiso histórico". Es
decir, en una alianza socioeconómica en donde cada uno de los integrantes se comprometía a
cumplir con el pacto. Si bien esta coalición fue decisiva, esta varió según el tipo de régimen que se
dio en cada estado de Bienestar. Pero a fines de la década del `60 los altos salarios no compensaban
ya el trabajo intenso y monótono. Los obreros comenzaron a cuestionar los poderes de la patronal y
pronto la pérdida de autoridad dentro de las fábricas se tradujo en dificultades para la producción.
La expansión de la economía en 1970 entró en decadencia por un proceso inflacionario en
expansión, un déficit público norteamericano ingente y que exportaba, vía el aumento de masa
monetaria mundial, su carga inflacionaria al resto de la comunidad internacional. A ello se sumó el
hundimiento del sistema financiero de Bretton Woods (1971) y la suba en el prcio del petróleo en
1973. El crecimiento del P.B.I. mundial evidenció un menor crecimiento en comparación con las
décadas precedentes y el fordismo ya presentaba signos de agotamiento como modo de trabajo. Por
otro lado, surgió un nuevo centro de poder económico en el mundo. En los años setenta, los países
del sudeste y este asiáticos se convirtieron en la región económica más dinámica de la economía.
Esta nueva crisis también afectó al consumo. Al mismo tiempo erosionó a los altos salarios, el pleno
empleo, la expansión del Estado de Bienestar, es decir, la idea de que el capitalismo pudiera
asegurar un desarrollo justo para todos. Los 70 liquidan todo esto. Ante las dificultades del Estado
de Bienestar aparecen teoría de derecha e izquierda que pretendían terminar con la crisis que
afectaba a la mayoría de las naciones. El ataque más sostenido provino de la derecha y de la mano
de un nuevo diagnostico económico, que intentaba dar un marco teórico que permita enfrentar con
medidas conducentes la recesión económica de mediados de los setenta. El debate central giraba
entorno a la continuidad del Estado de Bienestar como modelo de sociedad para los principales
países de occidente. Y el principal adversario fue el neoliberalismo. Las políticas neoliberales
propugnaban una vuelta al mercado de muchos sectores que estaban administrados por el estado. El
neoliberalismo recuperaba la concepción del Estado propia del liberalismo clásico. Además,
acusaban al Estado de producir "efectos perversos" con sus intervenciones, lo acusaba de ser
ineficiente, lento con respecto a la adaptación y caro.
Los objetivos del Estado de Bienestar según Bandrés (1994) se pueden agrupar en tres bloques:
seguridad económica y social, reducción de la desigualdad y lucha contra la pobreza. Estos
objetivos son atendidos con diferentes intensidades según los regímenes dominantes analizados ya
que en gran medida la efectividad del EB acabará dependiendo de la concepción previa que se tenga
de cómo deben satisfacerse las necesidades sociales.
Desde el punto de vista de la seguridad económica el Estado de Bienestar está orientado a mantener
ciertos estándares o niveles de vida básicos a todos los ciudadanos para protegerlos de determinados
riesgos y contingencias derivados de las incertidumbres esperadas (vejez) o inesperadas
(desempleo, enfermedad o incapacidad...) sobre los flujos de ingresos de los individuos. Aunque la
consideración de estos estándares serán distintos según el régimen del que se trate (universalismo-
asistencialismo), en general tal protección suele canalizarse a través de varias vías como son las
prestaciones económicas de la Seguridad Social, que permiten la garantía de recursos económicos
(prestaciones por desempleo, pensiones, incapacidad temporal, ayudas familiares...), y de la
prestación de servicios públicos básicos (educación, sanidad, servicios sociales, vivienda, cultura...)
que contribuyen a la socialización evitando que ésta dependa únicamente de la provisión privada del
mercado. En cuanto al objetivo de la reducción de la desigualdad económico-social el Estado podría
modificar la estructura de la distribución de la renta, tanto por medio del sistema impositivo como
por la provisión pública de determinados bienes y servicios públicos con el fin de corregir las
externalidades negativas que el mercado no interioriza así como para mejorar la distribución de las
oportunidades vitales de los individuos. Sucede, empero que frente a la creencia y evidencia
empírica de que el Estado de Bienestar puede promover la igualdad social a través del gasto público
social (Tawney, Crosland...) se contraponen otros argumentos y evidencias que ponen en duda los
efectos redistributivos del Estado de Bienestar. Estas dudas tienden a respaldarse con varias
objeciones como son: o El llamado “Efecto Mateo” (Stigler, Le Grand, Tullock...) por el cual el
gasto social perdería su capacidad redistributiva ya que, fruto de la universalización de los servicios,
serían las clases medias y no las más pobres las que más se benefician de estos, entre otras cosas por
disponer de mayor información sobre su existencia. Su limitada verticalidad en la distribución de la
renta. Se argumenta que el gasto público transfiere renta “dentro” de las clase trabajadora
(redistribución horizontal) pero no de unas clases sociales a otras (redistribución vertical) con lo que
se quedarían al margen los extremos menos favorecidos de la sociedad. En cualquier caso, aunque
hay evidencias a favor y en contra de estos argumentos , la valoración de la capacidad del EB para
reducir la desigualdad depende de lo que se acabe esperando de éste. Así, si se parte de la
convicción que el EB debe alterar profundamente la distribución de la renta discriminando de
manera positiva hacia los sectores y grupos sociales menos favorecidos, la conclusión podría ser
que en ningún país el EB ha producido una alteración de tal magnitud y que por lo tanto en este
objetivo el EB ha fracasado. Ahora bien, si se acepta que la estructura de desigualdad hunde sus
raíces en la desigualdad de la propiedad, renta, estatus del mercado y que el EB no ha pretendido
en ningún caso alterarla radicalmente, sino gestionarla, entonces el EB habría sido relativamente
exitoso en la medida en que, sin hacer modificaciones radicales, ha contribuido a moderar las
desigualdades más graves y hacer aceptable la estructura de la desigualdad Rodríguez Cabrero,
2004). Por último, el objetivo de la lucha contra la pobreza pretende la integración social de los
excluidos a través de programas de protección social como las prestaciones o subsidios por
desempleo, prestaciones no contributivas, salario mínimo de inserción, servicios sociales o
protección a la familia.
El régimen de bienestar español tiene su propia historia innte impulsada por los imperativos
democráticos y de equidad social, bastante extenstitucional y social, pero no es menos cierto que
desde 1986 la entrada en la UE no solo determina nuestras políticas económicas y monetarias
(sobre todo después de la entrada en el Euro en 2000), sino que también condiciona nuestras
políticas sociales, tanto en su concepción como en su diseño. Y entre estas políticas están las de
inclusión social que se ponen en marcha a partir de la Estrategia Lisboa 2000. La singularidad del
caso español reside en la debilidad estructural del modelo económico adoptado a partir, sobre todo,
de la entrada en la unión monetaria y el euro, de un mercado de trabajo fuertemente segmentado y
con tendencias internas de polarización en cuanto a salarios y condiciones de trabajo y, finalmente,
un modelo de Estado de bienestar de amplia cobertura en servicios y prestaciones pero de baja
intensidad protectora, es decir, con una limitada capacidad para reducir la pobreza y la desigualdad.
La crisis ha tenido un impacto específico sobre las personas mayores en España. No obstante, desde
el año 2010 se han sucedido diversas reformas de las pensiones que han coincidido en reducir la
capacidad adquisitiva y la seguridad de las personas una vez que abandonan el mercado laboral. Por
ello cabe preguntarse en qué dirección seguirán evolucionando, juntamente con el recorrido de otras
prestaciones y programas sociales, a la hora de proporcionar no solo un envejecimiento activo y
autónomo, sino también lo que en estos momentos puede ya considerarse una de las principales
mallas de seguridad en nuestro país ante los devastadores efectos de la crisis económica. La reforma
sanitaria está teniendo un impacto negativo tanto en la cobertura del sistema como en su
configuración institucional, desplazando el gasto sanitario a los hogares y a las organizaciones
sociales, y penalizando especialmente a colectivos muy vulnerables como los inmigrantes
indocumentados, enfermos crónicos o jóvenes mayores de 26 años desempleados. Medidas todas
ellas que se han demostrado de dudosa eficacia en recaudación y demanda de servicios sanitarios.
En cuanto a la configuración institucional, la atención sanitaria asistencial para las personas sin
recursos, el aseguramiento privado y la atención informal vía ONG van ganando peso,
introduciendo en el sistema sanitario una polarización excluyente en función de la capacidad
adquisitiva. En el ámbito de la educación, las reformas de racionalización del gasto y de ordenación
del sistema educativo también están teniendo consecuencias en la equidad del sistema. En la medida
en la que los factores socioeconómicos de las familias tienen un peso sustantivo (que no
determinante) en el abandono escolar y en los resultados académicos y mientras no se incida
previamente en ellos, no se conseguirá que las familias más desfavorecidas lleguen en igualdad de
condiciones a las evaluaciones finales o «reválidas» que impone la LOMCE. En relación a los
servicios sociales públicos han tenido un desarrollo importante por medio de la aplicación de la Ley
de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a la Dependencia (LAPAD), así como por el
desarrollo de una última generación de leyes de servicios sociales autonómicos que garantizan una
serie de prestaciones con carácter universal. La crisis actual no solo es coyuntural ni solo afecta al
Estado de bienestar, sino que es estructural, un cambio de época, un rumbo nuevo en el curso
histórico de la reforma social. Esta afirmación viene corroborada por el amplio debate científico y
político sobre la crisis y por la intensidad de los cambios económicos, tecnológicos, sociales e
incluso políticos. Esto supone que al mismo tiempo que las sociedades europeas buscan salidas
pragmáticas a la crisis actual, que no reduzcan su bienestar ni el marco democrático en que tiene
lugar, también estén obligadas a mirar a largo plazo, a debatir sobre el futuro de la reforma social en
un contexto de mundialización de los problemas sociales y, por tanto, a diseñar el tipo de
instituciones que regularán los mercados de trabajo, las formas de consumo y las modalidades de
protección social. Mirada compleja, vertebrada por diferentes intereses e ideologías, por la senda de
la historia social de cada país y por los condicionantes del rumbo de la reforma social europea en su
conjunto. El Estado de bienestar español se encuentra en una encrucijada histórica de transición
hacia una nueva reforma social, condicionada por el Modelo Social Europeo. La cuestión social
clásica, conflicto y conciliación relativa entre capitalismo y democracia, entre necesidades del
mercado y necesidades sociales, es ahora diferente en la medida en que tiene lugar en un nuevo
marco global que lo condiciona, nuevos problemas sociales y una amplia variedad de actores, viejos
y nuevos, que operan tanto a escala local como a escala mundial. En la práctica, los avances en la
reforma social histórica han sido un entreverado de reivindicaciones, resistencias, conflictos
sociales, acción colectiva y pactos abiertos o relativamente implícitos entre capital y trabajo con la
mediación del Estado. Los pactos sociales, sean de gran calado (caso del Pacto de la Moncloa en
1977 o del Pacto de Toledo en 1995) o fruto del goteo de acuerdos puntuales en materias de
protección social (dependencia, desempleo, infancia y familia, etc.) han comprendido casi siempre
no solo transacciones entre los requerimientos del mercado y las demandas sociales, sino también
pactos en torno al perfeccionamiento de la democracia. La necesidad de un nuevo contrato social a
medio plazo reside en el interés de las grandes mayorías de ciudadanos para las que un trabajo
decente y una protección social eficaz es la garantía de una vida social digna. La crisis actual ha
provocado tanto una creciente desafección política por los impactos sociales de la crisis como por el
estilo impositivo de las reformas sociales y el incumplimiento de las ofertas electorales. Esta
realidad demanda que, como condición previa de pacto social, tenga lugar una reconstitución
democrática de las instituciones que canalizan las políticas sociales, sea mediante su reforma, sea
mediante la creación de otras nuevas. Pero el pacto o contrato social no es un acto único con
capacidad para crear las condiciones definitivas de la reforma social del siglo XXI, sino un proceso
complejo y de largo plazo que necesariamente estará vertebrado de muchos pactos, bloqueos y
conflictos a través de los cuales se construirá la reforma social futura. En el corto-medio plazo, el
pacto social deseable es aquel que concite acuerdos en favor de una salida de la crisis en la que el
crecimiento económico suponga creación de empleo de calidad, un sistema de protección social
eficaz y políticas redistributivas que reduzcan la pobreza y la vulnerabilidad y que se apoye en un
triple diálogo político, social y cívico.
Conclusiones
Teniendo como horizonte los sistemas de protección social, el presente trabajo revisa la literatura
contemporánea sobre los Estados de bienestar en tres campos específicos del debate: 1) el abordaje
integrado de la economía y de la política social; 2) el análisis histórico comparado de los Estados,
tipos y regímenes de bienestar social, y 3) las dimensiones de género y familia en la estructuración
del Estado de bienestar. También se comentan recientes postulados teóricos sobre las distintas rutas
de la transición hacia la modernidad y las raíces de las modernas estructuras de la política social.
Lejos de sugerir una pertinente o bien una inadecuada “aplicación” de conceptos, el objetivo del
trabajo ha sido explorar las potencialidades analíticas abiertas por la literatura contemporánea,
tratando de identificar conceptos y matrices analíticas que puedan nutrir nuevas lecturas de los
variados sistemas de bienestar, desde una perspectiva que considere su dinámica histórica y su
integración con los procesos de desarrollo económico y modernización social.
BIBLIOGRAFIA
Claus Offe. Contradicciones en el Estado de Bienestar. Madrid, Alianza, 1990, cap VII.
Durand Claude. El trabajo encadenado. Madrid, Blume ediciones, 1978, cap. IV, V, VI.
Esping-Andersen, Gosta. Los tres mundos del Estado de Bienestar. Madrid, 1993. * (1ra. Parte: 1,2
y 3)
Guiddnes Anthony. La tercera Vía: la renovación de la socialdemocracia. Buenos Aires, Taurus,
1999.
Guiddens A. Mas allá de la izquierda y la derecha. Madid, Cátedra, 1996, cap. V.
Guogh, Ian y otros. Competivdad económica y estado de Bienestar. Madrid, Ministerio de Trabajo y
Seguridad Social, cap. III.
Rodríguez Cabrero, G. (2004): El Estado de Bienestar en España: debates desarrollo, y retos;
editorial Fundamentos, Madrid.
NOTAS
1 Richard Titmuss, Essays on the Welfare State, Londres, George Alle and Unwin, 1963, p. 39.

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