Tú eres, Señor, el aceite y bálsamo en mis heridas, el árbol que me regala su sombra, el agua fresca en mis sequedades. Tú eres la mano que me levanta y sostiene, las raíces por donde empiezan a crecer nuevas flores, las alas que me hacen volar en libertad. El mundo anda enfermo y cabizbajo. Odio, injusticia, pobreza y violencia son sus principales dolencias. Sigue llamando a hombres y mujeres que tengan como vocación primera sanar: sanar tristezas, sanar historias, sanar familias, sanar la iglesia, sanar heridas, sanar la tierra. A ti levanto mis ojos, buen Médico del alma. En ti espero y pongo toda mi confianza.