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Dormiens

Author: Dryadeh 

Draco Malfoy es un prófugo perseguido tanto por el Ministerio como por los
mortífagos. No tiene a dónde ir ni en quien confiar pero por circunstancias del destino, se
verá obligado a aceptar la ayuda de Hermione Granger.

Capítulo 1: Reencuentro en las Sombras (Editado)

Hermione se repitió mentalmente la lista de las cosas que debía comprar mientras
se subía el cuello de su chaqueta marrón. Se frotó las manos congeladas y exhaló su
aliento sobre ellas tratando en vano de calentarlas. Sólo era agosto, pero en Londres las
temperaturas ya eran especialmente bajas ese año.

Reprimiendo un estremecimiento, echó un vistazo a la calle estrecha y angosta por


la que se había metido dándose cuenta de que no le resultaba familiar.

—Maldita sea—farfulló fastidiada. ¿Cómo era posible que hubiera vuelto a perderse?
Después de una semana en Grimmauld Place aún no estaba muy familiarizada con sus
alrededores a pesar de que sólo estaba a unos veinte minutos de la estación de King's
Cross. Definitivamente en esa callejuela, flanqueada por enormes edificaciones grises,
sucias y abandonadas, no iba a encontrar el supermercado muggle que estaba buscando.
Se abrazó a sí misma y siguió caminando, esperando encontrar alguna bifurcación en la
que poder vislumbrar una calle más llena de vida. La zona tenía toda la pinta de estar
abandonado hacía años. Las construcciones no eran más que antiguas viviendas obreras,
apiñadas, con materiales de poca calidad y escasa estabilidad. Las ventanas estaban rotas
y descuidadamente tapiadas en algunos casos. Las puertas roídas y las paredes
oscurecidas, posiblemente por el humo contaminado que alguna fábrica antiguamente
cercana una vez desprendió. Las diminutas aceras, apenas lo suficientemente anchas para
que una persona pudiera caminar sobre ellas, estaban llenas de suciedad y algunas hojas
arrugadas de periódicos viejos.

Hermione decidió que lo mejor que podía hacer era salir de allí. Todos los días se oían
noticias de drogadictos, mendigos y pandilleros que solían refugiarse en esas casas
abandonadas al caer la noche, y aunque llevaba su varita en el bolsillo y ya podía realizar
magia por haber superado la mayoría de edad mágica, no se sentía segura en ese lugar.

Decidió regresar por donde había venido, pero tras caminar durante unos cuantos
segundos, se dio cuenta de que no sabía cómo había llegado hasta allí. Había estado
demasiado distraía memorizando la lista de productos de limpieza que debía comprar para
limpiar la mansión Black.

Algo asustada e intranquila al comprobar que lentamente el cielo se iba volviendo violeta a
medida que llegaba la oscuridad de la noche, Hermione sacó su varita del bolsillo y decidió
realizar un encantamiento orientador. Extendió su mano izquierda, colocó la varita en
horizontal sobre su palma, cerró los ojos y recitó mentalmente el hechizo. Inmediatamente,
la varita comenzó a girar como si fuera una brújula hasta que se detuvo en seco,
apuntando una dirección hacia la derecha de Hermione. Aferrando la varita con fuerza,
Hermione resolvió tomar la primera calle que encontrara en esa dirección y en cuanto tuvo
la oportunidad así lo hizo.

La nueva callejuela era tan angosta y curva que no podía ver el final, y bastante más
estrecha. No tenía mucho mejor aspecto que la anterior, y el asfalto que la cubría estaba
lleno de baches, desgastado y abierto en algunos lugares. Hermione apretó su varita, y
continuó avanzando durante unos minutos, experimentando la creciente sensación de ser
observada.

Miraba constantemente por encima del hombro, a su alrededor o alguna de las ventanas sin
tapiar de los edificios que la rodeaban esperando encontrar a alguien, pero el lugar parecía
desierto y la noche estaba cayendo sobre ella.

Tratando de contener su nerviosismo, Hermione apretó el paso todo lo que pudo sin llegar
a correr. Ahogó un grito cuando un gato sucio, desgarbado y esquelético pasó corriendo
frente a ella, maullando estridentemente como si algo lo hubiera asustado. Respiró hondo e
investigó el lugar del que el gato había salido. Era la planta baja de un deteriorado edificio,
cuya "puerta" consistía en unas cuantas tablas de madera atravesadas y mal clavadas que
trataban inútilmente de impedir la entrada. Pero Hermione hubiera podido pasar tan sólo
con agacharse, si es que lo hubiera querido. Cosa que ciertamente no deseaba.

Lo único que quería era largarse de allí, cuanto antes a poder ser.

Se planteó seriamente la posibilidad de aparecerse en otro lugar pero no se le ocurría


ningún sitio que pudiera estar desierto y libre de muggles. Y por supuesto, Grimmauld
Place estaba hechizado contra apariciones, nadie podía aparecerse en su interior.

Decidió realizar de nuevo el hechizo orientador para saber si se había desviado mucho del
rumbo que quería tomar, pero ni bien movió su varita, escuchó un ruido, como de algo
pesado arrastrándose por el suelo a su derecha. Concretamente, dentro del edificio
abandonado del que había salido disparado el gato.

Hermione tuvo un extraño presentimiento que hizo que el vello se le erizara en la nuca y su
respiración se acelerara.

— ¿Hay alguien ahí? —preguntó. No obtuvo ninguna respuesta, pero tras unos segundos
volvió a escuchar ese sonido que parecía alejarse de ella apresuradamente por el interior
de la casa. Tragando en grueso, Hermione se dijo a sí misma que se estaba comportando
como una niña asustadiza, y que posiblemente lo que había asustado al gato, lo que había
dentro de ese lugar, no era más que otro felino. Puede que incluso un perro callejero.

O no.

Se mordió el labio inferior con inquietud, debatiéndose entre confirmar sus sospechas o
salir corriendo del lugar, pero su lado Gryffindor ganó. Tarareando interiormente una
canción para tranquilizarse, y con la varita fuertemente sujeta en la mano, Hermione se
acercó a la puerta tapiada y echó un vistazo con cautela al interior del edificio por encima
de un tablón de madera mal clavado.

La estancia era una especie de hall, lleno de suciedad, telas de araña y sumido en las
sombras. No había ni un solo mueble y la pintura de las paredes que algún día debía de
haber sido blanca, ahora estaba desconchada, revelando el tabique de hormigón en algunas
zonas.

Y entonces lo vio. Una sombra replegándose hacia la oscuridad que arrojaba una columna a
uno de los lados del hall.
Abrió la boca para preguntar quién estaba ahí, pero de algún modo supo que no obtendría
respuesta. Fuera quien fuera, o lo que fuera, que estuviera allí no iba a mostrarse ante ella.

En un ataque de valentía, o locura, según se mirase, se coló bajo los tablones atravesados
que franqueaban la entrada y se adentró en el lugar.

Caminó un par de pasos con la varita en alto, preparada para soltar un Petrificus Totallus a
la mínima que algo o alguien se moviera, pero lo que quiera que se había ocultado, no se
movió, ni mostró. Con cautela, Hermione avanzó hacia la columna, rodeándola a una
distancia prudencial para ver lo que ocultaba y sintió que el corazón se le paraba en seco
cuando vislumbró una figura oscura apoyada con aire indolente en el poste.

Una figura familiar. Muy familiar.

—¿Malfoy? —musitó Hermione con voz temblorosa. El susodicho giró el rostro hacia ella,
permitiéndole ver algo más que su perfil, y la escasa luz que se filtraba por la puerta
tapiada cayó sobre él.

Era él, sin duda. Draco Malfoy. Alto, delgado, oscuro, con el rostro más pálido y demacrado
que la última vez que lo había visto, el pelodespeinado y con una túnica negra, andrajosa,
desgastada y rota cubriéndole el cuerpo.

Parecía un mendigo en lugar del refinado y elegante Malfoy que ella había conocido. Todo
su aspecto había cambiado, desde su sucia ropa a su pelo descuidado y graso. Lo único que
permanecía igual, lo único en lo que ella reconoció al Malfoy que había sufrido durante años
era en el color de sus ojos. Azul iceberg, casi gris. Inconfundible.

Hermione hubiera jurado que habían pasado años desde la última vez en que lo había visto,
a pesar de saber que sólo habían transcurrido unos escasos meses. Tan sólo el verano les
separaba de aquel trágico día en el que los mortífagos habían irrumpido en Hogwarts, en el
que Snape había matado a Dumbledore y luego se había llevado a Malfoy con él.

En el que había descubierto que él era un mortífago.

Después del asesinato de Dumbledore, el mundo mágico había conocido una extraña y
tensa "paz". Voldemort no había vuelto a manifestarse, y su señal no había vuelto a verse
desde esa noche en la que flotó sobre el castillo de Hogwarts. No se había sabido nada de
los mortífagos, y por lo tanto, tampoco de Draco Malfoy.

Y ahora estaba ahí, erguido frente a ella como un príncipe mendigo. Harapiento, pero con el
mismo porte orgulloso.

—Veo que no has podido olvidarme, Granger —dijo arrastrando las palabras con tono de
superioridad.

El primer pensamiento de Hermione fue que le había enviado Voldemort para acabar con
ella, no obstante, no sintió todo el miedo que esa idea debería de haberle producido. Había
varias cosa que no encajaban, como el aspecto que él tenía por ejemplo. Y no iba vestido
como un mortífago.

—Malfoy... ¿qué...¿qué haces aquí?

—Yo podría preguntarte lo mismo —repuso él.


—Me he...perdido —contestó Hermione sintiéndose ridícula. ¿Qué hacía Malfoy con esas
pintas y en lugar como ese? —¿Tú?

—Estaba esperándote.

—Hablo en serio —replicó Hermione frunciendo el ceño ante la ironía que destilaba su voz.

—Lárgate de aquí, sangre sucia. Este no es lugar para ti. Vete y olvida que me has visto —
dijo él con su habitual tono de prepotencia. No obstante, Hermione percibió algo más en su
voz. ¿Miedo?

Mirándole, Hermione tuvo la extraña certeza de que Malfoy llevaba tiempo en ese lugar.
Echó un vistazo a su alrededor y descubrió una manta vieja, arrugada en un rincón y una
bolsa negra abultada, rodeada de algunos restos de comida en distintos estados de
descomposición.

Días. Malfoy llevaba días en ese lugar. Pero, ¿por qué? ¿Estaba ocultándose de algo? ¿De
alguien?

Draco se dio cuenta de la deducción a la que había llegado, y se incorporó de la columna


con brusquedad, con la intención de impedir que siguiera echando un vistazo a sus cosas, a
todo lo que le quedaba. Pero en cuanto despegó la espalda de la columna, un profundo
dolor le atravesó, haciéndole doblarse en dos. Tuvo que aferrarse con fuerza a la columna
para no caer de rodillas y arrugó el rostro en una mueca de dolor, sintiéndolo con
demasiada intensidad para importarle que la sangre sucia lo viera.

—¿Malfoy?

Escuchó su voz, apenas un murmullo asustado, atravesando las brumas del dolor que se
esparcía por su cuerpo. Aferrado a la columna, se dejó caer poco a poco hasta que sus
rodillas tocaron el suelo suavemente y respiró con desesperación, tratando de calmar el
dolor que le llenaba.

—¡Malfoy! —exclamó esta vez Hermione, arrodillándose a su lado con preocupación. ¿Qué
demonios le ocurría? —¿Estás herido?

—Déjame en paz, sangre sucia —repitió con todo el desprecio del que fue capaz. Hermione
le miró dolida, no obstante, no obedeció su orden sino que alargó una mano hasta él, y
antes de que Draco pudiera hacer nada para impedirlo, abrió su ajada capa revelando una
camisa verde botella llena de manchas oscuras.

—Sangre —susurró Hermione y le miró con gesto preocupación —Estás herido. Tengo que
llevarte a San Mungo... —dijo poniéndose en pie.

—No —se negó Draco mirándola desde el suelo. Detestaba esa posición, odiaba estar
arrodillado ante ella por lo que esa situación le recordaba. Estaba furioso porque le hubiera
encontrado y aún más porque le demostrara compasión a pesar de sus palabras hirientes.
Sólo quería que lo dejara en paz.

—Lárgate —siseó con amenaza, cubriéndose con la capa.

—Pero... —musitó ella sorprendida —Estás herido...tienes que ir al hospital...


—¿Es que no lo entiendes, Granger? ¿Por qué coño crees que estoy aquí? Si voy a San
Mungo, ellos me encontrarán —replicó, incapaz de contenerse.

—¿Ellos?

—Los mortífagos —respondió Draco entre dientes y se estremeció como si una corriente de
aire frío le hubiera lamido la nuca.

—¿Por qué no quieres que te encuentren? Eres uno de ellos.

—Ya no —respondió él sin atreverse a mirarla, y giró el rostro para que no pudiera ver su
expresión de modo que mechones de pelo despeinado y sucio le cayeron sobre los ojos.

—¿Por qué? —preguntó Hermione en voz baja.

—No es asunto tuyo, sabelotodo, pero mientras estés cerca de mí corres peligro. Así que si
sabes lo que te conviene, te largarás y no le dirás a nadie que me has visto.

—Pero... no puedo dejarte aquí herido...

—No quiero tu compasión, sangresucia —respondió él mirándola con desprecio —Tú y yo


nos odiamos. No me debes nada.

—Sé que no, pero no soy como tú —respondió ella sin mostrarse afectada por su
declaración de odio y el insulto que le dedicó —Si no quieres ir a San Mungo, puedo
acompañarte hasta tu casa o...

—Muy buena idea —la interrumpió él con voz cargada de ironía —Seguro que a ninguno de
ellos se les ocurriría buscarme en mi puta casa. ¿Crees que si pudiera estar allí hubiera
pisado este lugar inmundo?

—¿No tienes ningún sitio seguro al que ir? —preguntó la chica tratando de obviar el tono de
desdén que Malfoy usaba con ella.

—Te lo repetiré porque veo que tu reducido cerebro no te llega para entenderlo, ¿crees que
si pudiera estar en otro lugar estaría en esta mierda muggle?

Hermione apretó los labios. No había cambiado nada. Era un mortífago y el mismo gilipollas
prepotente de siempre. Tenía razón, ella no le debía nada. No tenía por qué intentar
ayudarle. Podría dejarlo ahí tirado y nadie le diría nada, de hecho, él lo prefería.

Había tratado de ofrecerle su ayuda y sólo había recibido a cambio desprecio. ¿Pero qué
esperaba? Un poco de suciedad y un refugio cochambroso no eran suficientes para volver
humilde a un Malfoy. Ni siquiera para volverlo un poco menos orgulloso, lo suficiente para
aceptar la ayuda que ella podría darle.

—Muy bien —dijo —Pues quédate aquí entonces. Muérete desangrado, de hambre o por
cualquier enfermedad que te contagien las ratas si es lo que quieres.

Le miró atentamente, esperando que la contradijera, pero él se limitaba a mirar a otra


parte, negándose a prestarle atención, haciéndole saber cuan indeseable le resultaba su
presencia. Furiosa por su rechazo, Hermione bufó, masculló un "Como quieras" y se alejó
de Malfoy. Se agachó para salir por la puerta y pronto se halló fuera el edificio.

Respiró hondo y se cercioró de que ya era prácticamente de noche. No podía perder un


segundo si quería llegar a casa cuanto antes.

Sí.

Pero por alguna razón no podía moverse del sitio. No importaba que Malfoy la hubiera
despreciado, insultado y rechazado una media docena de veces en cinco minutos. Tampoco
que fuera un mortífago que había estado intentado matar a Dumbledore durante todo sexto
curso. Simplemente no podía dejarlo abandonado a su suerte, sabiendo que estaba herido.
Y sospechaba que bastante más mal herido de lo que él había dejado ver.

Lanzando un bufido de resignación, volvió a entrar en el edificio, encontrando a Draco


arrodillado justo dónde lo había dejado. Estaba más encogido que antes, tenía la vista
pérdida y temblaba ligeramente.

Parecía próximo a un estado de shock.

—¿Malfoy? —le llamó Hermione asustada. Lentamente, él movió los ojos hacia ella, pero no
pareció verla.

—Te he dicho que te largues, Granger —logró decir con voz espesa.

Después se desmayó.

Capítulo 2: Cicatrices (Editado)

Hermione aporreó insistentemente la puerta negra y vieja, mientras trataba de impedir que
Malfoy se cayera al suelo. No era tarea fácil sostenerle con una sola mano, dado el estado
febril y próximo al delirio en el que él parecía encontrarse. Estaba ardiendo, temblando
frenéticamente y Hermione podía sentir en su túnica una creciente humedad cálida.
Sospechaba que era la sangre de Malfoy pero no quería investigar sobre ello, prefería no
saberlo.

—¡Abre, Harry! —gritó desesperada. Malfoy pareció reaccionar un poco al escuchar el


nombre de su enemigo e intentó mascullar algo entre dientes, pero no fue capaz de decir
nada coherente. Asustada, Hermione golpeó la puerta con tanta fuerza que ésta tembló por
completo, y volvió a hacerlo ignorando el dolor que ello le producía. Hasta que de pronto la
puerta se abrió y los nudillos de Hermione golpearon el aire cercano a la nariz de Harry.

—Hermione, ¿qué... —Harry se detuvo abruptamente al ver a la persona que se apoyaba


contra su amiga y parecía a punto de desfallecer.

—¡Ayúdame, Harry! ¡Está muy grave! —le exhortó Hermione con rapidez. Harry, en estado
de semi aturdimiento ayudó a su amiga a introducir a Draco Malfoy en Grimmauld Place y
entre los dos, lograron hacerle subir los escalones de piedra gastada que daban al vestíbulo
después de cerrar la puerta rápidamente.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó Harry buscando la mirada de su amiga por encima de la
cabeza de Draco —¿Qué le pasa?
—Luego te lo explicaré, ahora tenemos que acostarlo y hacer lo que podamos con sus
heridas —respondió rápidamente la chica.

—Pero, ¿no sería mejor que lo curaran en San Mungo? —preguntó Harry con la respiración
agitada por el esfuerzo.

—No puede ir allí. Ha huido de los mortífagos y por lo que sé, le están persiguiendo. No
quiere que lo encuentren.

—¿QUÉ DEMONIOS ESTÁ OCURRIENDO? —bramó la voz de la Señora Black desde su


retrato colgado en el vestíbulo —¿CÓMO OS ATREVÉIS A DEJAR ENTRAR A NADIE A MI
CASA? ¡IMPUROS! ¡TRAIDORES!

Por si los golpes de Hermione en la puerta no habían llamado la atención de todos los
habitantes de Grimmauld Place, los gritos de la Señora Black acabaron de hacerlo y
Hermione pudo ver a Harry, Ginny y los gemelos Weasley bajando las escaleras seguidos
de su madre y de Tonks.

—¿Qué pasa? —preguntó Ginny y abrió mucho los ojos y la boca al ver a Draco semi
inconsciente y sujeto por Harry y Hermione.

—¡TRAIDORES A LA SANGRE E IMPUROS EN MI CASA...

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Molly abriéndose paso entre sus apelotonados y asombrados
hijos —¡Tenemos que llevar al muchacho a San Mungo!

—Quizás sólo esté borracho —repuso Ron mirando a Malfoy con hostilidad —Además es un
mortífago, no debería estar aquí.

—Tiene razón, mamá —le apoyó Fred —Es nuestro enemigo.

—¡...BAZOFIA HUMANA MANCILLANDO EL HOGAR DE LOS BL...

—¿Podemos discutir eso luego? —preguntó Hermione exasperada, afianzando sus pies en el
suelo para que Draco no le hiciera perder el equilibrio con su peso.

—Oh, claro, cariño, tenemos que llevarlo a San Mun...

—No puede ir —acotó Hermione —tendremos que curarlo aquí.

La señora Weasley parpadeó un par de veces sorprendida, pero antes de que Ron pudiera
abrir la boca, sacó su varita y hechizó con ella a Draco de modo que quedó suspendido en
horizontal, levitando, a un metro del suelo. Lo subió rápidamente por las escaleras hasta
una habitación del tercer piso, y Hermione tuvo que abrirse paso entre un montón de
Weasleys para poder entrar tras Molly.

—Hermione, cariño, trae toallas y algo de ropa de Fred o George —ordenó la señora
Weasley, depositando con cuidado el cuerpo de Draco sobre la cama de roble cuya colcha
escupió un puñado de polvo cuando el mortífago inconsciente cayó sobre ella.

—¿Nuestra ropa? —se quejó George asomando la cabeza junto con sus hermanos y Harry
por la puerta —De eso nada. No pienso dejarle nada mío a ese mortífago oxigenado.
—Sí que lo harás —terció Molly lanzándole una mirada a George que no admitía discusión
mientras se sentaba en una silla junto a la enorme cama —Hermione, rápido.

La muchacha asintió y salió corriendo a toda velocidad seguida de Ginny.

—Yo cogeré la ropa de George, tu ve por toallas.

Hermione asintió agradecida y bajó corriendo los escalones hasta el primer piso donde
estaba el único baño acondicionado, lamentando que aún no hubieran llegado en su
limpieza hasta el tercero. Entró en el enorme baño y sin titubear, abrió de par en par el
armario de madera de caoba algo roída y sacó unas cuantas toallas blancas. Se las echó
sobre el hombro y subió corriendo hasta el tercer piso, encontrándose a Harry, Ron, Fred,
George y Tonks apelotonados ante la puerta cerrada.

—Mamá nos ha echado —explicó Ron con el ceño fruncido. Todos lucían expresiones
sombrías y por un instante, Hermione se sintió culpable por haber traído a Malfoy sabiendo
que todos le odiaban. Pero el instante de culpabilidad pasó rápido, ya que la vida de una
persona, aunque esa persona fuera Malfoy, importaba más que los recelos de sus amigos.
Sin apenas mirarles, abrió la puerta y entró en la habitación.

La señora Weasley estaba inclinada sobre Draco y le había desabrochado la túnica y los
botones de su elegante camisa verde botella. Hermione se apoyó sobre la puerta y contuvo
una exclamación al ver el aspecto de sus heridas. Todo el pecho estaba surcado de
profundas heridas alargadas y limpias, hechas sin duda por una varita. Tenía tres profundos
surcos, dos en horizontal y uno en diagonal atravesando los otros dos. Todos los cortes
tenían un aspecto terrible, con los bordes enrojecidos en una tonalidad cercana al morado,
profundos, sangrantes y supurantes.

—¿Es... grave? —preguntó asustada.

—Puedo cerrar las heridas, pero están infectadas... antes tenemos que desinfectarlas.

—¿Tenemos poción desinfectante? —inquirió la muchacha con un hilo de voz. De no ser así,
tardarían toda la noche en preparar y dejar madurar una. Toda una noche podía costarle la
vida.

—He enviado a Ginny a por ella —respondió Molly con un ligero temblor en la voz que
asustó más a Hermione que la terrible visión del pecho de Draco —En estos tiempos,
siempre ando con un poco de ella encima.

Hermione agradeció interiormente que la señora Weasley fuera tan precavida y se acercó a
uno de los postes de la enorme cama de roble sin quitar los ojos del rostro de Malfoy.
Agradecía que estuviera inconsciente pues suponía que el dolor debía de ser terrible. A
pesar de ello, tenía una expresión tensa y los labios arrugados en el rostro mortalmente
pálido.

Ginny irrumpió entonces en la habitación con un frasco que contenía una poción de verde
tóxico. Hermione pensó que no tenía muy buena pinta y después de que la señora Weasley
despachara a Ginny y ésta se fuera cerrando la puerta a regañadientes, tuvo la oportunidad
de comprobar que tampoco olía mejor.

—Hermione, cariño, ¿quieres hacerlo tú? Me temo que estoy demasiado nerviosa... —
susurró la Señora Weasley con los ojos brillantes —Sé que es un Malfoy... pero es tan
joven... como tú y Ronald... sólo de pensar que... —la voz de la Señora Weasley se quebró
y Hermione no supo muy bien de donde sacó las fuerzas para tomar el tarro de sus manos
y hundir los dedos en la poción. A pesar de su apariencia líquida, se trataba más bien de
una especie de masa ligera y elástica que se quedó pegada a sus dedos. Nerviosamente,
Hermione acercó sus dedos temblorosos al pecho de Draco y con toda la suavidad que fue
capaz, la aplicó sobre unos de los profundos surcos abiertos de su pecho después de que
Molly hubiera limpiado con cuidado la sangre de su piel.

Draco se estremeció visiblemente cuando ella rozó la herida con el ungüento y Hermione
pudo ver el destello de sus ojos azul iceberg entre las pestañas oscuras. Él parpadeó varias
veces hasta que logró enfocar a la Gryffindor, inclinada sobre él, hurgando en sus heridas.
Quiso gritarle que le quitara sus asquerosas manos de encima, pero no fue capaz de hablar
ni de moverse. El dolor era demasiado intenso para hacerlo, pero su última parte
consciente comenzó a sentir una extraña sensación de alivio que actuó como bálsamo. Se
relajó, cerró los ojos y volvió a sumirse en intranquilos sueños.

Después de que Hermione hubiera extendido generosamente poción desinfectante sobre las
heridas, la Señora Weasley que parecía ya repuesta de su momento debilidad, aplicó su
varita unos centímetros por encima del pecho de Draco, trazando la línea que formaban los
cortes mientras recitaba en voz baja un encantamiento que a Hermione le recordó a una
canción de cuna. Ante sus ojos, las heridas se fueron cerrando, como si la Señora Weasley
las hubiera cosido con hilo invisible.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Hermione mirando a la Señora Weasley con ansiedad.

—Sí, sólo necesita descansar. Le prepararé un poco de bálsamo de corteza de sauce para
aliviarle los dolores y bajarle la fiebre. En unos días estará como nuevo... —hizo una pausa
—O eso creo... sería mejor tratarlo en San Mungo.

—Ha escapado de los mortífagos y tiene miedo de que lo encuentren allí —le explicó
Hermione —No podemos llevarle... Estoy segura de que alguno de ellos... o su señor... le
hizo eso. Si les ha abandonado seguramente le estén buscando para acabar con lo que
empezaron.

La señora Weasley asintió mientras apretaba los labios.

—¿Le quedaran cicatrices? —musitó Hermione sin dejar de mirar al dormido Malfoy llena de
compasión.

—Según tengo entendido, si se toma Ditanny inmediatamente después de haber sido


herido, no quedan marcas pero por el aspecto de estas heridas... yo diría que llevan un par
de días abiertas —respondió Molly con aire grave.

Hermione asintió y sus ojos se volvieron de nuevo al chico.

—Bueno, ahora ya no hay nada que podamos hacer por él. Será mejor que lo dejemos
descansar —dijo Molly con tono enérgico dándole unas palmaditas en la mano a Hermione.

—Preferiría quedarme con él por si necesita algo.

—Creo que eso podrá esperar. Si no me equivoco, Harry y todos mis hijos querrán
explicaciones.
Hermione suspiró desanimada y bajó los hombros imperceptiblemente. Sabía que Malfoy no
era bienvenido en Grimmauld Place, y si le habían permitido entrar había sido únicamente
porque se encontraba moribundo, pero por otro lado, estaba demasiado preocupada y
alterada como para dar explicaciones y posiblemente pelearse con toda la familia Weasley y
su mejor amigo.

No obstante, la mirada que le dirigió la Señora Weasley le hizo saber que era mejor que
afrontara la situación cuanto antes, y suspirando, se puso en pie y siguió a Molly hasta la
puerta de la habitación.

—¿Cómo está? —preguntó Ginny ni bien abrieron la puerta, ninguno de sus hermanos ni
Harry se habían movido de ella.

—Creemos que se pondrá bien —explicó la Señora Weasley y antes de que Ron abriera la
boca añadió —Vayamos a la cocina, tenemos mucho de que hablar.

Tonks había cesado en su guardia en la puerta y había bajado a la cocina a encender el


fuego como si hubiera previsto que tarde o temprano todos terminarían yendo allí. Estaba
sentada en el extremo de un banco, frente a una taza de chocolate humeante y el brillante
pelo rosa chicle cayéndole en mechones rebeldes sobre la frente, a los que soplaba en un
intento de apartarlos.

—Hola chicos —les saludó jovialmente en un tono totalmente desacorde con las expresiones
de la comitiva que acababa de llegar —Os he preparado chocolate caliente, pensé que os
vendría bien.

—Ya está curado, ¿no? —preguntó Ron volviéndose con el ceño fruncido hacia Hermione y
su madre —Ya puede largarse.

—Necesita descansar —respondió Hermione —No puede irse todavía, dudo que pueda
mantenerse en pie.

—No es nuestro problema —terció Fred sentándose junto a George —Que vaya a San
Mungo.

—Ya os he dicho que no puede ir —replicó la chica lacónicamente.

—¿Se puede saber por qué? —inquirió Ron. Hermione se sentó con expresión cansada y
aceptó la taza que le acercó Tonks casi de manera inconsciente. Bebió un sorbo y les contó
toda la historia con pelos y señales, repitiendo las partes que le pedían y contestando a
todas sus preguntas con paciencia.

—Pues yo creo que es una trampa —sentenció Ron recostándose contra el respaldo del
banco y cruzando los brazos como si hubiera dicho su última palabra.

—¿Una trampa? —preguntó Molly sorprendida.

—Sí. Es un espía de los mortífagos —insistió Ron.

—Eso no tiene sentido —replicó Hermione exasperada —No creo que fingiera su huída, se
hiriera gravemente y se sentara a esperar en una casa abandonada que yo ni siquiera
conocía por si aparecía por ahí y lo traía al refugio de la Orden del Fénix.
—Quizás fue una casualidad —concedió Fred —Pero, ¿qué crees que hará en cuanto esté
bien? Volverá con los mortífagos a contarles donde estamos.

—Ahora que Dumbledore está muerto, el encantamiento Fidelius del que era guardián ya no
tiene validez —repuso George —Snape no puede rebelarles nuestra ubicación porque le
enseñaron Grimmauld Place cuando el Fidelius aún funcionaba, pero nada impedirá que
Malfoy lo haga.

—Estaba semiinconsciente cuando lo traje y me aparecí al final de la calle, te aseguro que


no tiene ni idea de donde estamos. Podrías ponerle una venda en los ojos y dejarlo en
King's Cross y él nunca sería capaz de regresar a Grimmauld Place —respondió Hermione
dolida. ¿Pensaban que ella expondría a sus amigos a semejante peligro? Se había
planteado muy bien todas las opciones antes de aparecerse en el extremo de la calle que
no tenía letrero después de haber barajado todas las posibilidades de que Malfoy pudiera
reconocer el lugar en el futuro.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —preguntó Ron. Harry a su lado, observaba la escena
en silencio, un silencio que sólo logró poner más nerviosa a Hermione. Después de todo
Grimmauld Place pertenecía a Harry, era su casa ahora que había cumplido la mayoría de
edad y se había "independizado" de los Dursley.

—Le lancé un hechizo no verbal para que no viera nada —musitó Hermione —y no murmuré
el contrahechizo hasta que la señora Weasley lo dejó en la cama. Y de todos modos, no
creo que tenga intención de regresar junto a Vo-Voldemort. Os recuerdo que está huyendo
de él. Ahora está de nuestro lado.

—No es lo mismo tener un enemigo común que estar del mismo lado —intervino Harry por
primera vez.

—Harry, sé que ésta es tu casa y te pido perdón por haberlo traído aquí sin antes haberte
pedido permiso, pero no sabía qué podía hacer. Hice lo que consideré mejor en el
momento, no podía dejarle allí a su suerte...

—El problema —respondió él —es qué haremos con Malfoy ahora.

—Yo voto por echarle a la calle en cuánto se sostenga en pie —propuso Ron y George y
Fred le secundaron con asentimientos. Hermione miró a la señora Weasley con
desesperación y ésta negó con la cabeza con tristeza.

—Es decisión de Harry, querida, después de todo es su casa —dijo.

Hermione volvió entonces sus ojos hacia Harry y le miró con súplica. No era muy
consciente de por qué pero su corazón latía violentamente ante la perspectiva de dejar a
Malfoy abandonado a su suerte. Sólo de imaginárselo malviviendo en ese agujero
abandonado, se le helaba la sangre. No se lo deseaba ni a su peor enemigo...que
posiblemente era él.

—¿Harry?

Harry observó los ojos suplicantes de su amiga y se removió en el asiento. Entendía que
Hermione hubiera traído a Malfoy, pues él mismo cuando lo vio apoyado en su amiga con
pinta de estar al borde de la muerte había sentido la necesidad de ayudarlo. Tampoco podía
olvidar que aquella trágica noche en la que Snape mató a Dumbledore, Malfoy no fue capaz
de hacerlo y bajó la varita. Posiblemente para rendirse y unirse a ellos. Durante las
semanas siguientes, cada vez que pensaba en ello, Harry no podía evitar sentir lastima por
él. Cuando se trataba de la vida y la muerte, cuando se trataba de la guerra, los triviales
enfrentamientos adolescentes quedaban atrás.

Y no podía obviar que la última vez que le había visto con tan mal aspecto, era él mismo
quien se lo había provocado lanzándole un sectusempra. Aún se sentía algo culpable por
aquello y echar a Malfoy cuando sabía que los mortífagos le perseguían no le haría sentirse
mejor al respecto.

—Puede quedarse... —murmuró y al ver la expresión de alivio contenido de Hermione y de


indignación el rostro de Ron, añadió —temporalmente. Más tarde ya decidiré que hacer con
él.

—¡Pero Harry... —comenzó Ron con la boca muy abierta.

—Harry ya ha tomado una decisión —le interrumpió la señora Weasley mirando a su hijo
con severidad, después volvió los ojos hacia Harry y su expresión se suavizó —Has hecho
bien, cariño.

Ginny asintió secundando las palabras de su madre.

—Gracias, Harry, yo responderé por él —aseguró Hermione.

—Recuerda lo que le pasó a la última persona que respondió por un mortífago—replicó


Harry en tono sombrío y salió del comedor.

Capítulo 3: En sueños (Editado)

Después de que Harry abandonara la cocina, el lugar se llenó de un incómodo silencio. Ron
se levantó a los pocos segundos, asesinó con la mirada a Hermione y después se fue. Fred
y George hicieron lo mismo, pero sin siquiera mirarla, de modo que se quedaron a solas la
Señora Weasley, Tonks, Ginny y ella.

—Has hecho bien, cariño.

La señora Weasley sonrió a Hermione y le dio unas palmaditas cariñosas en la mano.

—Por lo visto ahora eres lo único que tiene.

Hermione se puso lívida al oír esas palabras. ¿No era una gran ironía del destino que
precisamente la persona que le había amargado la existencia durante años, ahora
dependiera de ella? Porque, por mucho que no quisiera pensarlo, sabía que si Malfoy estaba
en Grimmauld Place era por ella. Ella lo había llevado allí y había insistido en que se
quedara.

—Nunca pensé que conocería a mi primo en estas circunstancias —dijo Tonks jovialmente
dando un sorbo a su taza que manchó la punta de su nariz de chocolate.

Hermione ni siquiera lo había pensado, pero en cierto modo, la casa de los Black le
pertenecía por sangre más que a Harry. Frunciendo el ceño, se dijo que tal vez él lograría
callar a la irritante Señora Black.
—¿No lo conocías aún? —preguntó Ginny.

—Bueno, lo he visto en un par de ocasiones cuando era más pequeño, pero Narcissa
siempre se cambiaba de acera cuando mi madre y yo nos los encontrábamos, por ejemplo
en el Callejón Diagon. Creo que temía que pudiera ser una mala influencia para el pequeño
Draco —explicó e hizo un gesto teatral para acentuar sus palabras, con el que golpeó la
taza de chocolate, salpicando gotas de su contenido por la mesa —Oh, demonios, siempre
igual —farfulló arrugando el ceño y su nariz manchada aún de chocolate.

—Deja, querida, lo recogeré yo —terció cariñosamente la Señora Weasley mientras se


sacaba la varita del bolsillo del delantal de cuadros rojos y blancos que llevaba. Ni a
Hermione ni a Ginny les pasó por alto que la mano aún le temblaba y ambas
intercambiaron una mirada de preocupación.

—Creo que voy a irme a dormir —dijo Ginny fingiendo un bostezo. La señora Weasley miró
su reloj sorprendida y se puso en pie rápidamente.

—Tienes razón, cielo, es tarde y hoy ha sido un día muy largo. Mañana os llamaré
temprano para seguir con la limpieza de la casa.

—Al final no compré nada de lo que había salido a buscar —dijo Hermione algo
avergonzada.

—Lo haré yo, mañana a primera hora —intervino Tonks poniéndose pie y estirándose como
un gato —Ahora me voy a la cama, chicas. Hasta mañana —dijo enérgicamente y
desapareció bostezando por las puertas de la cocina. La señora Weasley la siguió, pero
antes de salir se volvió hacia Hermione y Ginny y las señaló con el dedo índice de ese modo
que dominan a la perfección las madres.

—Y vosotras dos, no tardéis mucho.

—No, mamá —respondió Ginny y Hermione puso la expresión más inocente de la que fue
capaz.

La Señora Weasley las miró severamente unos instantes y después se alejó murmurando
por lo bajo y cerrando la puerta tras ella.

—Buena la has armado esta vez, Hermione —dijo Ginny imitando la voz y el tono de su
hermano Ron bastante acertadamente. Hermione sólo fue capaz de esbozar una frágil
sonrisa —Vamos, has hecho lo correcto. No podías dejarlo ahí tirado —añadió la pelirroja—
Ni siquiera los cabezotas de mis hermanos lo hubieran hecho por mucho que digan.

—Supongo que no. Pero, ¿qué pasará ahora, Ginny? ¿Qué vamos a hacer con él?

—No tenemos que preocuparnos por eso ahora, Harry dijo que le permitiría quedarse un
tiempo.

—Si es que Malfoy quiere quedarse —replicó Hermione con amargura —De lo cual no estoy
muy segura. Creo que no le gustará nada despertarse aquí rodeado de personas a las que
odia.

—Por lo menos está vivo. A lo mejor debería sentirse agradecido que no le dejaras tirado
en esa casa abandonada a su suerte.
Hermione soltó una risita irónica.

—Draco Malfoy no es de los que dan las gracias —dijo.

Hermione tomó el pomo de la puerta y cerró los ojos durante unos instantes reuniendo
fuerzas para entrar. Se había despedido de Ginny en el segundo piso, donde hasta
entonces dormían ambas, y había subido hasta el tercero, donde Malfoy reposaba. No
estaba muy segura de por qué pero había querido subir a comprobar cómo estaba el chico
y no tenía intención de dormir en el segundo piso. Posiblemente acondicionaría una de las
habitaciones contiguas a la de Malfoy y se quedaría allí hasta que él mejorara, por si
necesitaba algo. Pero, ¿por qué se estaba tomando tantas molestias? Sabía que él no lo
valoraría ni agradecería, sin embargo, no podía evitar sentirse preocupada y responsable
de él.

Suspirando, giró la perilla con suavidad y empujó la puerta sigilosamente, colándose en la


habitación por la pequeña abertura. Después cerró la puerta a sus espaldas y caminó
sigilosamente hasta la enorme cama de roble con los doseles verdes botella recogidos en
sus postes. Malfoy seguía ahí, durmiendo, a la escasa luz de una lámpara de aceite mágico,
adosada al cabecero labrado de la cama.

Hermione se acercó hasta uno de los postes de la cama y lo miró. Era extraño verle así. Ya
no había expresión de dolor en su rostro, ni de asco, superioridad o burla. Lo cual era algo
muy inusual en él.

Solamente dormía, parecía en paz. Tal vez más pequeño e inocente. Vulnerable.

Nadie diría que ese rostro pálido, de perfectas facciones y ese pelo platino, casi blanco,
pertenecían a un mortífago. Pero así era.

Un mortífago que odiaba a los muggles, a los sangre sucia y en especial a ella.

—Qué has hecho, Hermione —susurró mientras se giraba para abandonar la habitación,
pero entonces escuchó un gemido que la detuvo. Volvió el rostro lentamente, con los ojos
muy abiertos y se quedó paralizada.

La paz que antes había inundado al mortífago se había esfumado. Su rostro tenía una
expresión de terror, y lo giraba de un lado a otro, enterrándolo en la almohada con la boca
entreabierta. Gemía, balbuceaba cosas sin sentido y gritaba ahogadamente, removiéndose
con violencia bajo las mantas que la Señora Weasley había subido hasta su cuello y que
con tanto movimiento estaban ahora en la línea de su cintura. Hermione le observó durante
unos segundos sin saber qué hacer, y finalmente se acercó a la cama. No había duda de
que estaba teniendo una pesadilla y por la expresión de puro pánico que lucía, debía de ser
muy terrible.

Mordiéndose el labio inferior con angustia, Hermione resolvió despertarle. Apoyó una rodilla
en la cama y alargó las manos hacia él para calmarle, pero Malfoy las apartó de él y siguió
removiéndose histéricamente. Hermione intentó entonces coger sus manos para
tranquilizarle, mas Malfoy se puso a forcejear con ella, como si le estuviera atacando
mientras gritaba insistentemente con voz rota.

—¡No!¡No!¡No!
La chica trató de agitarle para sacarle de su pesadilla, pero Malfoy la sujetó por ambos
codos y tiró de ella con tanta fuerza que Hermione cayó en la cama sobre él. Malfoy giró
rápidamente de modo que en un segundo, la joven quedó de espaldas en la cama y con él
encima, aprisionándola con su cuerpo y sujetándole las muñecas contra el colchón. Sólo
entonces, Malfoy abrió los ojos.

En un primer instante pareció asustado de verla, pero después la observó con curiosidad,
como si fuera una desconocida. Entrecerró los ojos, como si quisiera forzarlos a ver a pesar
de la escasa luz. y se acercó aún más a su rostro.

Hermione cogió aire desesperadamente y se apretó todo lo que pudo al colchón. Estaba
asustada, pero tal vez no todo lo que debería estarlo teniendo en cuenta que un mortífago
la tenía a su merced. Sentía el peso de su cuerpo sobre ella y la respiración agitada de
Malfoy caía directamente sobre su boca. Pero los ojos grises que la observaban tan de
cerca, no eran los de un mortífago y parecían extrañamente velados, como si su dueño aún
estuviera dormido. Y Hermione sospechaba que así era.

—Malfoy —susurró —Sólo era una pesadilla. Ya pasó. Ahora debes dormir.

Malfoy escrutó su rostro por unos largos segundos más, y después, lentamente, le soltó las
muñecas y se apartó de ella, quedando tumbado al lado de la chica. Hermione respiró
hondamente y salió de la cama a toda velocidad, antes de que Malfoy decidiera cambiar de
opinión, pero no pudo alejarse más porque él le tomó la mano con firmeza, impidiéndole la
retirada.

Maldiciendo interiormente la hora en que decidió intentar sacarle de su pesadilla, Hermione


se volvió hacia él, comprobando que sus ojos grises relumbrando a la luz de la lámpara de
aceite, estaban fijos en ella. Como si esperara algo de ella.

—Duerme —le susurró Hermione, tratando de contener su impaciencia. Quería largarse de


la habitación de Malfoy y no pensaba volver a entrar. En cuanto él la soltara.

Malfoy la miró por unos instantes y finalmente, cerró los ojos. Hermione esperó sin
moverse durante aproximadamente un par de minutos, hasta que estuvo segura de que
Malfoy dormía por su respiración profunda y espaciada y la expresión tranquila de su
rostro. Entonces intentó escurrir su mano entre la del chico, pero él no había aflojado ni un
ápice la presión a pesar de estar dormido. Seguía sujetándola con la misma seguridad, con
la misma fuerza, con la misma imposición. Hermione probó a tirar de su mano pero no
consiguió liberarla de la de él por mucho que lo intentó.

Desesperada, intentó pensar en alguna manera de soltarse sin despertarle, pero la


perspectiva de que la Señora Weasley les encontrara en esa situación la asustó tanto que
decidió que le importaba poco si le despertaba o no. Quería su mano.

Agitó el brazo violentamente unas cuantas veces, pero Malfoy no la soltó ni se despertó, así
que decidió ayudarse con su otra mano para retirar la de él.

Inútil. Parecía haberle puesto unos grilletes invisibles que la adherían a Malfoy y sólo él
debía de tener la llave.

—Maldita sea —farfulló en voz baja. ¿Qué narices? No tenía ninguna razón por la que hablar
en susurros, de hecho, todo lo contrario. Si no podía despertarle por las buenas, lo haría
por las malas.
—Malfoy, ¡despierta! —le dijo al tono de voz más alto que se atrevió a usar para no
despertar al resto de la casa —¡Malfoy! ¡He dicho que te despiertes! —insistió con un tono
que no tenía nada que envidiar al que usaba la Señora Weasley para despertar a sus hijos
—¡Despiértate de una vez y suéltame!

Como quien oye llover. Malfoy no se inmutó ni un poco, ni dio la más mínima muestra de
haberla escuchado. O estaba muy profundamente dormido, o estaba burlándose de ella. La
segunda opción era bastante posible, pero a pesar de todo, Hermione la descartó. De algún
modo sabía que no se trataba de eso, además no creía que a Malfoy le interesara burlarse
de ella hasta el punto de sostenerle la mano considerando el asco que debía producirle el
tocar a una sangre sucia.

¿Y qué iba a hacer ahora?

No podía despertarle, no podía soltarse. Su única opción era quedarse. Sintió una oleada de
angustia al imaginarse lo que podría pensar la Señora Weasley o cualquiera de sus amigos
si la encontraban en esa situación, pero no tenía alternativa. Tendría que quedarse allí
hasta que el estúpido de Malfoy se despertara.

—Esto me pasa por ayudarle —masculló enfadada, aunque sabía perfectamente que
volvería a hacerlo si se viera en esa tesitura. Suspirando derrotada, Hermione decidió que
ya que tendría que quedarse, lo haría lo más cómoda posible. Consiguió enganchar la pata
de un sillón tapizado de chintz rojo con motivos persas con el pie y lo arrastró sobre la
polvorienta alfombra de Aubusson hasta que quedó al pie de la cama. Entonces se dejó
caer en él, con su mano firmemente atrapada por la del Slytherin, y trató de buscar una
postura cómoda en la que poder dormirse.

Recogió sus piernas y se acurrucó con las rodillas flexionadas mientras apoyaba su cabeza
en una de las orejeras del sillón. Se movió incómoda un par de veces durante los siguientes
minutos y masculló unos cuantos apelativos poco cariñosos hacia el individuo que reposaba
en la cama a su lado, pero finalmente se durmió, arropada por la sensación de una mano
grande y fría que la sujetaba como si por nada del mundo fuera a permitir que se alejara
de él.

Draco abrió los ojos muy despacio, sumido en un cómodo y cálido sopor. Se encontraba
bien, estaba en un colchón cómodo y no le dolía nada. No recordaba por qué pero sabía
que eso era extraño.

Y había algo más que también era extraño. Tenía algo en la mano.

Otra mano. Pequeña, cálida y que parecía adaptarse perfectamente a la suya. Y la mano
pertenecía a una chica, que estaba dormitando acurrucada en un sillón pegado la cama,
como si estuviera velando su sueño. Tenía la cabeza apoyada en una oreja del sillón y las
piernas recogidas y abrazadas con su mano libre, la otra pendía sobre el apoyabrazos
tendida y enlazada con la de él.

Como si le hubieran golpeado repentinamente, Draco recordó todo y soltó bruscamente la


mano de la chica. ¿Qué hacía ella allí? O mejor aún, ¿Qué demonios hacía él allí? ¿Dónde
coño estaba?
Lo último que recordaba era que la sabelotodo había descubierto su escondite y él había
tratado en vano de echarla. Después, todo era borroso. Sabía que había escuchado el
nombre de Potter en algún momento y que la sabelotodo le había hecho algo en el pecho.

Alargó instintivamente sus manos hacia su pecho, descubriendo que su camisa verde
botella había desaparecido para ser reemplazada por una camisa de franela desgastada y
remendada, a cuadrados verdes y blancos completamente ordinaria. Con una mueca de
desprecio, soltó los primeros botones para comprobar el estado de sus heridas y contuvo
un gemido de sorpresa al descubrir que estaban cerradas. Donde antes había habido tres
profundos cortes, sólo quedaban las marcas en relieve, finas y más blancas que el resto de
su piel.

Miró a la sangresucia y supo que le había curado. ¿Quién coño le había dado permiso para
tocarle? ¿Quién le había mandado curarle? Él no había pedido su ayuda así que no tenía
nada que agradecerle. La observó dormir y la miró con odio durante unos instantes. ¿A
dónde demonios le había llevado? Estaba seguro que no era su casa. No tenía pinta de ser
muggle.

De hecho, la robusta cama de roble en la que yacía no estaba nada mal. Los doseles eran
de terciopelo y tenían borlas doradas, y la colcha tenía bordados en oro. Aunque estaban
algo sucias y desgastadas, sus sábanas eran de seda. Y el sillón en que estaba la sangre
sucia estaba tapizado en una tela muy cara.

Se incorporó muy despacio por miedo a hacerse daño, pero ya no le dolía el pecho. Echó un
vistazo al resto de la habitación comprobando que las polvorientas alfombras eran de
Aubusson, que todos los candelabros eran de oro y que las paredes de la habitación
estaban forradas de paneles de madera de caoba. Había un pesado armario al fondo y una
cómoda con espejo que debía de tener un par de siglos de antigüedad. Las pesadas
cortinas que cubrían lo que suponía unos amplios ventanales, estaban roídas y arañadas
pero eran de terciopelo verde botella.

La habitación poseía una decoración antigua y soberbia, que aunque decrépita, mantenía
toda su majestuosidad. No estaba mal, después de todo no se diferenciaba tanto de su
propia habitación en la mansión Malfoy.

Pensar en su hogar le hizo preguntarse de nuevo dónde se encontraba y en cómo largarse


de allí. Con repentina alarma, cayó en la cuenta de que no tenía su varita con él. Buscó en
los bolsillos de su camisa, bajo la almohada y removió las mantas pero no había rastro de
ella.

Furioso, miró a la sangre sucia dormida a su lado. Seguro que ella sabía donde estaba su
varita.

Diciendo adiós a su idea de largarse de allí con sigilo, agitó bruscamente a la muchacha que
murmuró algo con los ojos aún cerrados, y se reacomodó en el sillón.

Draco soltó un taco y salió de la cama, para plantarse de pie frente a ella. Se inclinó sobre
la chica y le sacudió violentamente un hombro, hundiendo con fuerza los dedos en su tierna
carne. Esta vez, Hermione abrió los ojos bruscamente con una mueca de dolor y contuvo
una exclamación al encontrarse a Malfoy inclinado sobre ella. La miraba fijamente con sus
ojos grises pero de un modo muy diferente al de la noche, esta vez no cabía duda de que
estaba despierto. Y bastante enfadado a juzgar por su expresión y el hielo de su mirada
gris.
—Buenos días, bella durmiente —la saludó él con sarcasmo y desdén.

—Malfoy —murmuró ella bajando las piernas del sillón y tensándose por completo,
presintiendo lo que se avecinaba.

—¿Dónde está mi varita y dónde cojones estoy? —preguntó Draco a bocajarro, apoyando
ambas manos en los apoyabrazos de la butaca, impidiendo así cualquier tentativa de
escapar de la chica.

—Tu varita está a buen recaudo y en cuanto a dónde te encuentras, no puedo responderte
—respondió Hermione sin amilanarse por su tono.

Malfoy se inclinó aún más sobre ella con expresión amenazadora, y a su pesar, Hermione
no pudo evitar hundirse en el sillón.

—Dame mi varita, sangre sucia —ordenó él con su tono más autoritario y peligroso.
Hermione contuvo una mueca al escuchar su insulto, pero por lo demás permaneció
impasible.

—No.

Un tic vibró en la mejilla derecha de Draco y apretó con tanta fuerza los apoyabrazos del
sillón de Granger que sus dedos se blanquearon hasta los nudillos.

—No la necesito para hacerte daño, sabelotodo —siseó con odio.

—No te lo aconsejo, Malfoy —replicó ella con apariencia serena —Yo estoy armada —Draco
bajó la mirada lentamente del rostro de Granger y descubrió que la chica sostenía su varita
apuntándole al pecho. Cautelosamente, se retiró hasta quedar erguido frente a Hermione
con una mueca de rabia mal disimulada.

—Y además— Hermione se levantó el sillón de modo que quedaron frente a frente—


tampoco estoy sola.

—¿Qué quieres decir?

Ella sonrió de un modo que a Draco le heló la sangre, si eso era posible.

—¿No te lo había dicho? —preguntó con voz dulzona —Estás en la casa de Harry Potter.

Capítulo 4: Un mortífago (Editado)

—¡¿EN CASA DE POTTER? –gritó.

La Señora Weasley eligió el preciso momento en que Draco se planteaba la posibilidad de


estrangular a la chica para entrar en la habitación con una bandeja de plata llena de
tostadas, zumo y café.

—Oh —exclamó con sorpresa —Veo que ya estás despierto, querido, eso es bueno pero no
deberías haberte levantado todavía. Vamos, vamos, vuelve a la cama —dijo haciendo un
movimiento con la mano como si quisiera espantar a Draco hacia la cama —Necesitas
descansar y alimentarte bien. Estás pálido y demacrado.
Hermione se tapó la boca con una mano tratando de ocultar una risita al ver la cara de
estupefacción de Malfoy. Estaba claro que la Señora Weasley había decidido adoptarlo y
dudaba que a él le gustara que esa prácticamente desconocida le diera órdenes como si
fuera su madre.

Draco boqueó durante unos segundos completamente sorprendido y desconcertado.

—Soy... Soy un mortífago —creyó necesario aclarar, recobrando el aplomo y luciendo su


pose altiva, y él esperaba que amenazadora.

—Lo sé, lo sé —respondió la Señora Weasley mirándole casi con dulzura mientras se
acercaba a él con la bandeja del desayuno —Impresionante —añadió el tono adulador —
estoy realmente asustada, pero metete en la cama, cariño.

Hermione no pudo contener una risilla al ver la expresión de auténtica perplejidad y


estupor de Malfoy. Parecía haber recibido una impresión muy fuerte, demasiado para ser
capaz de reaccionar, por eso, a la chica tampoco le sorprendió que no opusiera resistencia
o dijera nada cuando la Señora Weasley le puso una mano en un hombro y amablemente le
obligó a sentarse en la cama, para luego colocarle la bandeja en las rodillas.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó después examinándole con ojo experto y


preocupado. Draco por su parte, abrió la boca pero no fue capaz de emitir ningún sonido.
¿Quién cojones era esa señora? ¿Por qué le hablaba como si fuera una madre bondadosa y
mandona preocupada por su hijo? ¿Cómo se atrevía a llamarle cosas
como querido o cariño? ¿Cómo osaba a darle órdenes?

Vio la expresión burlona y divertida de Hermione y abrió la boca dispuesto a maldecirla,


pero la Señora-que-se-creía-su-madre le interrumpió.

—Creo que sólo necesitas alimentarte bien y descansar, después estarás como nuevo —
comentó Molly observándole con aire distraído. Después se dio media vuelta y miró a
Hermione, que enrojeció por completo presintiendo lo que se avecinaba —Por cierto,
¿dónde has pasado la noche? Cuando pasé por tu cuarto y el de Ginny tu cama estaba
hecha y no había rastro de ti.

—Bueno, verá... yo... pensé que sería buena idea trasladarme al cuarto de al lado de
Malfoy por si necesitaba algo por la noche —explicó Hermione avergonzada.

Draco observó la escena sintiéndose por primera vez en mucho tiempo divertido, casi
alegre. No estaba muy seguro de quien era esa mujer, de dónde estaba o de qué había
pasado desde que la sangre sucia le había encontrado su escondite pero sí veía que tenía
una valiosa oportunidad de fastidiarla.

—En realidad, ha pasado la noche conmigo, señora... —comentó con malicia y le dirigió a la
chica una mirara pícara.

—Weasley —completó la susodicha por inercia. Draco recordó que ya la había visto en
alguna ocasión, y de no haber estado tan confuso y desconcertado, la habría reconocido
por ese pelo pelirrojo como una Weasley. No supo por qué, pero se sintió tremendamente
aliviado cuando la mujer desvió sus atenciones de él hacia la sabelotodo que parecía desear
que la tierra la tragara.
—No es lo que parece —se apresuró a explicar Hermione, mortificada —Sólo vine a ver
cómo se encontraba y él se abalanzó sobre mi, me tomó la mano y no pude hacer que me
soltara así que tuve que pasar la noche ahí —explicó señalando el sillón tapizado de chintz
con ansiedad —Eso ha sido todo, señora Weasley, lo juro —añadió compungida y después
lanzó una mirada asesina a Malfoy que esbozó una sonrisa de lado llena de satisfacción
perversa.

—No pasa nada —terció la Señora Weasley —Es normal que estés preocupada por él, pero
parece que el peligro ya ha pasado —Hermione enrojeció tanto que podría haber sido
tomada por una Weasley —Cámbiate y baja, el desayuno está listo —y dicho esto salió de
la habitación tranquilamente, dejándoles de nuevo a solas.

—Así que preocupada por mí, ¿eh, Granger? —preguntó Draco mordazmente, aunque había
un matiz de furia contenida en su voz que hizo que Hermione retrocediera prudentemente
cuando él apartó con desdén la bandeja del desayuno para ponerse de pie.

—No te hagas ilusiones. No pasé toda la noche en el sillón para contemplarte mientras
dormías. Lo que le he dicho a la Señora Weasley es verdad. Tú no me dejaste ir.

—Por supuesto —Draco dio un paso hacia ella y Hermione retrocedió otro —Te tomé de la
mano y te retuve para no sentirme solo —añadió con ironía.

—Eso parece, Malfoy.

Incapaz de contener más su furia, Draco la sujetó bruscamente por los hombros,
clavándole los dedos con tanta fuerza que Hermione contuvo un gemido. La acercó con
rudeza a su cuerpo hasta que casi rozaba la frente de la chica con la punta de su nariz y se
inclinó hacia ella para mirarla directamente a los ojos.

—Te dije que te largaras y eso es lo que debiste hacer —siseó aumentando aún más la
presión sobre los hombros de la muchacha.

—Si te hubiera hecho caso, ahora estarías muerto —replicó ella, tratando de liberarse del
apretón de Malfoy.

—Ese no es tu problema, Granger. No quiero tu compasión, ni tu ayuda —espetó —no


quiero nada de ti. No me importa dónde demonios estoy, pero tú vas a traerme mi varita y
entonces me largaré de aquí.

—No puedes irte —respondió Hermione con voz neutra.

—¿Cómo?

—Aún estás débil y no podemos permitir que te vayas. Podrías volver con los mortífagos y
delatarnos.

Draco lanzó una risotada que hizo que aflojara la presión en torno a los hombros de la
chica. Lo último que haría en el mundo sería volver a presentarse ante ellos. Sabía que eso
equivaldría a la muerte. Pero ella no tenía por qué saberlo.

—Y además, que yo sepa, no tienes ningún sitio a donde ir —apostilló Hermione y le miró
convencida de que había ganado un punto.
—Si piensas que voy a quedarme en casa de Potter...

—¿Qué alternativas tienes? Aquí estás más seguro que en ese edificio abandonado. Si te
pude encontrar yo sin siquiera buscarte, no creo que los mortífagos tardaran demasiado en
dar contigo. Sin contar con que aquí tienes una cama y comida caliente. Y no hay ratas.

—Eso es cuestión de opiniones, Granger —señaló mirándola con toda la intención. El


chispazo fugaz que vio pasar por los ojos de la chica le hizo saber que le había hecho daño.

—¿Sabes? Eres muy previsible —replicó ella caminando hacia la puerta con aire digno —
Sabía que no te sentirías agradecido porque te salváramos la vida y te acogiéramos aquí.
Sabía que te pondrías hecho una furia y probarías con amenazas e intimidación para
conseguir lo que quieres, pero te aconsejo que medites bien sobre qué es lo que realmente
deseas. No creas que a Harry ni a ninguno más de los que estamos en esta casa nos
agrada tenerte aquí. Y no todos tienen tanta paciencia como yo, Malfoy —añadió en un tono
que él no le gustó nada, antes de salir por la puerta y dejarle solo.

Hermione bajó las escaleras a zancadas hasta la habitación que compartía con Ginny. Entró
y sacó algo de ropa limpia que ponerse, mientras murmuraba por lo bajo una buena
cantidad de insultos hacia el imbécil de Malfoy. Después bajó hasta la cocina, donde
estaban reunidos el resto de los habitantes de la casa.

—Buenos días —les saludó Hermione, pero por el tono de su voz y su expresión se deducía
que de buenos tenían poco. Se sentó junto a Ginny y hundió su cuchara en el tazón de
cereales que la Señora Weasley le dio, bajo la mirada atenta de todos.

Harry carraspeó rompiendo el silencio tenso que de repente había llenado la cocina, pero no
dijo nada.

—¿Cómo está mi querido primo? —preguntó Tonks jovialmente.

—Como nuevo —respondió Hermione con voz neutra y tomó una cucharada de cereales.

—¿Qué le has dicho? —preguntó Ron con brusquedad.

—Poca cosa. Que está en la casa de Harry y que no pienso devolverle su varita. Se ha
puesto hecho una furia —guardó silencio durante unos segundos y finalmente añadió —y ha
dicho que quería irse.

—¡Genial! —exclamó George poniéndose en pie con alegría —Fred y yo le escoltaremos


hasta la puerta...

—Le he dicho que se lo pensara bien...

—Y no podemos dejarle ir —añadió Ginny —podría ser peligroso.

—Además no tiene a donde ir —terció la señora Weasley con compasión —No creo que sea
un mal muchacho en realdad, parecía tan asustado...

—¡ES UN MORTÍFAGO, MAMÁ! —graznó Ron.


—Sólo tiene tu edad y está confundido —replicó Molly fulminando a su hijo con la mirada.

—Está arriba y solo, podría largarse en cualquier momento sin que ninguno de nosotros nos
enteráramos —intervino Fred.

—Sellé la puerta al salir —explicó Hermione con voz cansada.

—Yo creo que si ya está bien, deberíamos ponerlo de patitas en la calle —dijo Ron.

—Ya hablamos de eso ayer, Ron —replicó Hermione exasperada —y Harry dijo que le
permitía quedarse aquí temporalmente. ¿Has cambiado de opinión, Harry?

De pronto toda la concurrida mesa se volvió hacia Harry, esperando su respuesta.

—No —dijo éste al cabo —mientras no moleste y no decidamos qué hacer con él, puede
quedarse.

—Pero aún no sabe nada, podríamos taparle los ojos y dejarlo a varios kilómetros de aquí
—propuso Fred ilusionado —y nos libraríamos de muchos problemas.

—No estamos seguros de que no sepa nada —intervino Tonks dando un sorbo a su taza de
café —y ya oíste dónde estaba oculto, no podemos devolverle a esa cueva en ruinas.

—Opino lo mismo —añadió Molly.

—Sí —confirmó Ginny asintiendo.

—Pues entreguémosle al Ministerio y que ellos decidan que hacer con él –sugirió Fred
malhumorado.

—Lo enviarían a Azkaban —dijo Molly con expresión de preocupación.

—¿Y el problema está en...? —preguntó George con ironía —Estoy seguro de que una
temporadita en Azkaban le bajaría los humos.

—Además se reencontraría con su querido, padre —añadió Fred con rencor.

—Malfoy será lo que quieras, pero no se merece ir a Azkaban —intervino Hermione.

—Es sólo una criatura — se estremeció Molly —Dejemos el tema, y comed algo o se os
enfriará el desayuno.

—No lleva ni un día aquí y todas las mujeres le quieren —murmuró Ron fastidiado mientras
hundía la cuchara en su puñado de cereales como si éstos le hubieran ofendido
gravemente.

Draco luchó durante un par de horas con la tentación de tocar el desayuno que esa rolliza
mujer, que parecía haberse auto nombrado su madre, le había traído. Tenía una pinta
tentadora y llevaba días sin comer nada decente, pero no pensaba tocar nada que una
traidora a la sangre le hubiera ofrecido. No pensaba aceptar ninguna limosna.
Era un Malfoy.

Un Malfoy sin dinero, sin hogar y sin nadie en quien confiar. Huido del Señor Oscuro y sus
secuaces.

No era estúpido y sabía que nadie abandonaba las líneas del Señor Oscuro así como así.
Era una vida de servidumbre o la muerte.

Pero él no estaba preparado para asesinar a sangre fría. Ni siquiera había cumplido aún los
dieciocho años, joder. Todo había ido de mal en peor desde que su padre había sido
encarcelado en Azkaban. El señor Oscuro le había elegido a él para ocupar el lugar de
Lucius, y aunque al principio se había sentido muy ufano y orgulloso, no tardó en darse
cuenta de que sólo le había escogido para vengarse de su padre.

No pretendía que fuera el reemplazo de Lucius Malfoy, sino un castigo por su


incompetencia.

Embriagado por la sensación de poder y superioridad que ser mortífago le producía, Draco
había aceptado gustoso, creyéndose capaz de comerse el mundo. Pero nada salió como él
pretendía.

Descubrió que no valía para aquella misión que le habían encomendado: matar al viejo
chiflado de Dumbledore. Lo intentó torpemente en un par de ocasiones y finalmente urdió
un plan para permitir a los mortífagos entrar en el castillo. Desarmó a Dumbledore y lo
tuvo a su merced durante minutos. Pero no fue capaz de matarle.

No quería hacerlo, y siempre lo había sabido, pero también sabía que si no llevaba a cabo
su misión, el Lord Tenebroso le mataría. Él no aceptaba fallos y nunca perdonaba. Cada
error tenía un precio y Draco había cometido uno.

Dumbledore había resultado muerto, pero no por su varita. El Lord Oscuro no olvidaba. Y él
lo había comprobado...

Le había castigado y dado un ultimátum, una misión que aún podría cumplir para encontrar
tal vez la redención...

Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos y sólo entonces se dio cuenta de que
estaba aferrado con ambas manos a uno de los postes de la cama. Temblaba levemente y
sentía el cuerpo tenso y engarrotado.

Sus tripas rugieron, pero Draco ignoró la bandeja con el desayuno y se acercó a la ventana.

Capítulo 5: El inodoro encantado (Editado)

Hermione subía las escaleras con Ginny, ambas con algunas manchas de polvo por el rostro
y ropa y expresión cansada.

—Cuando mamá se pone a limpiar y dar órdenes es implacable —suspiró Ginny pasándose
el dorso de la mano por la frente.

—Y ni siquiera hemos llegado al segundo piso —dijo Hermione desanimada.


—Fred y George se van mañana. Dicen que ya han ayudado bastante y que su tienda los
necesita, aunque sospecho que sólo es una excusa para no estar bajo el mismo techo que
Malfoy.

—¿Cuánto tiempo os quedaréis vosotras? —preguntó Hermione con cierta angustia en la


voz. No quería pensar en el momento en que Harry, Ron y ella se quedarían solos en
Grimmauld Palace con Malfoy. La estancia de los Weasley y Tonks en la mansión Black sólo
era temporal, mientras les ayudaban a volver a hacerla habitable después del tiempo que
había pasado desocupada.

—No estoy segura —dijo Ginny, mirando a Hermione con compasión, como si leyera sus
pensamientos —Pero mamá ha dicho que no mucho más. Papá ya lleva solo en casa unos
días, y además... —el rostro de Ginny se ensombreció y bajó imperceptiblemente los
hombros —a Harry no le gusta demasiado que esté aquí.

—No digas eso —dijo Hermione pasando un brazo sobre los hombros de Ginny para
reconfortarla —Sabes que lo hace para protegerte.

—Lo sé, y lo entiendo —suspiró ella cuadrando los hombros con expresión dura.

Ninguna de las dos volvió a decir palabra, y en silencio entraron en su cuarto y se


cambiaron para comer. Salieron de nuevo al pasillo pero al llegar hasta las escaleras,
Hermione se detuvo.

—¿No vienes? —preguntó Ginny.

—Creo que iré un momento arriba a ver cómo está Malfoy —dijo Hermione con tono
resignado. Ginny asintió y desapareció por las escaleras, con su melena pelirroja
agitándose tras ella, y Hermione emprendió su camino en dirección contraria con aire de
dirigirse a la horca.

Se detuvo frente a la puerta de la habitación de Malfoy, murmuró un alohomora y abrió


suavemente. Malfoy estaba frente a la ventana, de espaldas a ella, con las piernas
separadas y las manos enlazadas tras él. Aunque Hermione no podía verle el rostro, por su
postura parecía pensativo.

Después de titubear unos instantes, Hermione entró en la habitación con sigilo y echó un
vistazo a la bandeja del desayuno, intacta, sobre la mesita de noche.

—¿No tienes hambre? —preguntó. Draco se volvió lentamente hacia ella y le lanzó una
mirada acerada.

—No quiero vuestra limosna —dijo con sequedad.

—¿Sabes? Te consideraba más práctico —replicó la chica acercándose hacia la bandeja —


pasar hambre no va a ayudarte en nada y menos ahora que estás convaleciente.

—¿Acaso te importa? —preguntó él ácidamente.

—Después de que te hayamos acogido y curado, no me gustaría que te murieras de


hambre —Hermione frunció el ceño, recogiendo la bandeja y encaminándose de nuevo a la
puerta —Te traeré algo de comer —y después, se marchó.
Pero cuando la puerta de la habitación de Draco se abrió, no fue Hermione quien apareció,
sino una bruja joven, con el pelo rosa chicle y el rostro en forma de corazón que al chico le
resultó familiar.

—¿Qué hay? —preguntó jovialmente dejando la bandeja de plata cargada con un par de
platos, uno de ellos humeante, en la mesilla de noche.

—¿Quién eres tú? —la cuestionó Draco bruscamente.

—¿No me reconoces?

—¿Debería? —replicó él a la defensiva.

—Supongo que no, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos —explicó la
bruja haciendo un gesto con la mano como si quisiera espantar a algún mosquito —soy tu
Tonks, tu prima —y al ver la cara de desconcierto del muchacho, añadió —Nymphadora
Tonks, pero llámame Tonks.

Draco tardó unos segundos en reconocer el nombre y entonces todo encajó. Su madre no
tenía ninguna relación con su hermana Andrómeda desde que ésta se había fugado para
casarse con un muggle. El nombre del muggle en cuestión nunca le había sido dicho –su
madre siempre se había comportado como si su hermana Andrómeda nunca hubiese
existido, al menos desde que él podía recordar –pero sí había escuchado alguna vez que
tenía una hija llamada Nymphadora.

—¿Dices que nos hemos visto antes? —preguntó, midiendo a la bruja con la mirada. No
parecía mucho mayor que él y dado el llamativo color de su pelo, Draco pensó que la
hubiera recordado.

—Sí, pero entonces tú eras muy pequeño. Mi madre y yo nos topamos contigo y tus padres
en un par de ocasiones.

—¿Qué haces en casa de Potter? —la cuestionó el chico, mirándola con desconfianza.

—Le estoy ayudando a hacer la casa habitable —explicó la bruja jovialmente.

—¿Quién más hay aquí?

—Harry, Ronald, Hermione, Ginny —enumeró la chica con los dedos —los gemelos, la
Señora Weasley, tú y yo. Pero casi todos nos iremos pronto, en cuanto acabemos de
adecentar esto.

¿Eso significaba que se quedaría solo en la casa con Potter? ¿Granger también se iría?
Sintió el impulso de preguntárselo a Tonks, pero decidió no hacerlo. Si Granger se quedaba
o no, a él le importaba un pimiento.

—¿Y bien?¿Cómo te encuentras? —le preguntó Tonks examinándolo con una mirada —
Hermione me ha dicho que no tocaste el desayuno. Te aconsejo que comas, ya estás
bastante delgaducho.
Draco no contestó, pero miró a Tonks con otros ojos. Tal vez ella pudiera ayudarle...

—Sácame de aquí —dijo, y a decir verdad, era más una exigencia que una petición.

—Lo siento, primo, pero no puedo —dijo la bruja encogiéndose de hombros —además, por
lo que sé, en ningún otro sitio estarías más seguro que aquí. A Él nunca se le ocurriría
buscarte en la casa de Harry Potter, ¿no crees?

Tonks le guiñó un ojo alegremente y después se marchó, dejándole solo para meditar sus
palabras.

En algún momento de la noche, Draco decidió que Tonks y Granger tenían razón. La casa
de Potter era el último lugar donde hubiera pensado esconderse y precisamente por eso era
el más seguro. Ni el Señor Oscuro ni los mortífagos le buscarían jamás allí, además de que
hasta donde él sabía, todos ellos desconocían el hogar del cuatrojos.

No tenía ningún otro lugar a donde ir y nadie a quien acudir. No podía acercarse a su casa
ni pedirle ayuda a su madre porque temía que estuvieran vigilándola y pudieran hacerle
daño. Mientras menos supiera ella, mejor estaría.

Se había llegado a plantear la posibilidad huir a las montañas como Karkarov había hecho,
pero no había durado más de un año. Y eso ya había sido todo un record.

Además, tampoco podía acceder a su dinero ni tenía otros medios que la magia para
subsistir.

Granger tenía razón en una cosa: era práctico. Era orgulloso pero no idiota y sabía
aprovechar una buena oportunidad cuando ésta aparecía. Tenía la posibilidad –casi
impuesta –de quedarse en casa de Potter, a salvo, caliente y con comida. No le permitían
salir, pero eso tampoco le inquietaba. No pensaba arriesgar su cuello haciéndolo cuando no
tenía necesidad.

Era un Slytherin, y como tal astuto, y eso incluía saber acercarse al sol que más le
calentara. En ese caso, Potter y compañía. Aceptaría su "hospitalidad" pero ante ellos lo
negaría, ocultándose bajo el pretexto de que le tenían retenido.

Una vez tomada su decisión, Draco se sintió ciertamente aliviado. No tener que
preocuparse de lo que sería de él al día siguiente era un gran peso de menos en sus
hombros. Podría dormir tranquilo, sin estar alerta a cada sonido sabiendo que la muerte
podría llegarle en cualquier momento.

No tenía que convivir con ratas y tenía comida a su disposición.

Sus tripas rugieron ante ese pensamiento e incorporándose en la cama, cogió la bandeja
con la cena que había en la mesilla de noche, y empezó a comer con avidez.

Hermione, Ginny y Tonks se dejaron caer con aire cansado en el sofá tapizado de cuero
negro del Salón de los Black.
—Chicas —las reclamó la señora Weasley entrando en la estancia con un enorme plumero
en la mano— aún no hemos acabado con el segundo piso.

—Mamá, por favor, danos un respiro —pidió Ginny con expresión lastimosa —estamos
agotadas.

—Sé que estáis cansadas pero ahora que Fred y George se han ido, tenemos más trabajo
que hacer —respondió Molly ceñuda.

—¿Por qué no le decimos a mi querido primo que baje a ayudarnos? —sugirió Tonks
despreocupadamente, como si su idea fuera de lo más natural.

—No sé —Molly parecía contrariada—aún está algo débil y no quiero fatigarlo...

—¡Pero a nosotras no tienes problema en explotarnos! —replicó Ginny con enfado.

—Oh, está bien —cedió Molly— Hermione, querida, ¿por qué no vas a buscar a Malfoy y le
pides que venga a ayudarnos?

—No creo que quiera —respondió Hermione rápidamente.

—Eso no importa, ahora que está en casa de Harry deberá arrimar el hombro como todos.

—Creo que Harry preferiría que se quedara en su cuarto sin molestar.

—Tonterías —la señora Weasley desechó la opinión de Hermione con un ademán de mano y
la chica lució una expresión resignada —Y vosotras dos, venid a ayudarme con el baño de
la segunda planta.

—¿No estaban encargándose de él Harry y Ron? —preguntó Ginny arrastrando los pies con
desgana.

—Sí, pero el inodoro les ha atacado. Parece ser que Kreacher hizo de las suyas después de
que Sirius... —Molly se interrumpió, claramente incómoda —Vamos.

La Señora Weasley salió de la habitación y Ginny y Tonks la siguieron, resignadas.


Hermione las observó salir pensando que hubiera dado lo que fuera por enfrentarse al
inodoro asesino en lugar de a Malfoy.

Ya llevaba cuatro días en casa de Harry, encerrando en la habitación que le habían


asignado y claramente de un humor de perros. El único avance que había hecho era que ya
comía y tenía mejor aspecto, pero su carácter permanecía intocable.

Harry y Ron se habían negado en rotundo a subirle la comida, así que las chicas se
turnaban para hacerlo -Tonks no tenía inconveniente, a Ginny le era indiferente y Hermione
trataba de evitarlo por todos los medios –. La Señora Weasley se había ausentado una
tarde y había regresado con toda la ropa vieja de Fred y George que los gemelos habían
desechado ahora que podían permitirse prendas nuevas y caras. Las había remendado
amorosamente y después le había pedido a Hermione que se las llevara al mortífago.

Hermione recordaba la escena que había montado Malfoy cuando la vio aparecer con un
montón de vaqueros desgastados, camisas de cuadros y jerseys de punto dos días atrás.
—¿Qué demonios es eso? —había preguntando Draco con desdén. Aunque después de
curarle la Señora Weasley le había puesto la camisa de uno de sus hijos, Draco la desechó
y se puso la suya en cuanto Molly se la devolvió limpia y seca.

—Es la ropa vieja de los gemelos, la señora Weasley la ha arreglado y cree que te irá bien.
Tenéis más o menos la misma altura aunque tú tengas una complexión un poco más fuerte
—repuso Hermione a toda velocidad, deseosa de largarse de la habitación.

Draco había cogido con la punta de los dedos –como si temiera contraer alguna
enfermedad contagiosa si aumentaba el contacto –una camisa de franela, estampada con
cuadros rojos y blancos y la había mirado con tal expresión de asco, que a Hermione casi
se le había escapado una risotada.

—¿Piensas que yo voy a ponerme una de estas... de estas camisas de leñador?

Hermione no había sido capaz de ocultar su sonrisa, logrando únicamente enardecer al


chico.

—Quién sabe, quizás te favorezca —se burló la chica.

Malfoy le lanzó una mirada asesina mientras revolvía el montón de ropa, posiblemente
buscando algo minimamente decente según sus criterios.

—Esto es basura —había sentenciado después de su infructuosa búsqueda —No pienso


ponerme la ropa vieja y remendada de dos pobretones traidores a la sangre.

—Entonces puedes llevar la misma ropa todos los días, o tal vez podrías ir desnudo —
respondió Hermione mordazmente. Sabía que él no se sentiría agradecido por el favor que
le había hecho la señora Weasley, pero le indignaba su desdén después de que Molly se
hubiera tomado el trabajo de recoger la ropa y arreglarla para él.

—Estoy seguro de que eso te gustaría —había respondido él con una chispa de picardía en
la mirada.

Hermione puso los ojos en blanco y se encaminó hacia la puerta.

—Haz lo que quieras, Malfoy —dijo, y después se había marchado.

Mno sabía si finalmente Malfoy había claudicado y se había puesto la ropa de los gemelos,
pero no tenía ninguna gana de descubrirlo. Quizás en eso habría cedido porque no tenía
otra opción, pero la chica estaba segura de que no bajaría a ayudarles en la limpieza ni por
todo el oro del mundo. Sabía que era una perdida de tiempo si quiera proponérselo, pero la
señora Weasley se lo había ordenado y no veía como escabullirse.

Así que ahí estaba, frente a la habitación de Malfoy, con las mismas ganas de entrar que de
sacarse un ojo. Lanzó un hondo suspiro y después abrió la puerta.

Malfoy estaba sentado en el sillón tapizado de chintz, con las piernas estiradas y apoyadas
en la cama y los brazos cruzados. Miraba por la ventana franqueada de pesadas cortinas
con expresión de aburrimiento y desagrado y el flequillo platino le caía desordenadamente
sobre los ojos, ocultándole parcialmente el rostro. Hermione comprobó con sorpresa que
llevaba unos vaqueros descoloridos y con un roto en la rodilla derecha y una camisa de
franela azul marina. La chica pensó que su expresión de desagrado, se debía muy
probablemente a la ropa que llevaba.

—Malfoy.

Él volvió los ojos hacia ella, sin girar el rostro, ni moverse.

—¿Qué quieres? —preguntó con desgana.

—Bueno... —Hermione titubeó unos instantes buscando el mejor modo de abordar la


cuestión —nosotros... estamos limpiando la casa y ahora que Fred y George se han ido, no
nos vendría mal otro par de manos así que...

—Si estás pidiéndome que baje a ayudaros es que eres más inepta de lo que pensaba. No
pienso mover un dedo para limpiar la casa de Potter. ¿Es que no tiene elfos domésticos? —
preguntó con fastidio.

—Hay uno, pero no es un esclavo —replicó Hermione tensándose en el acto —Kreacher


hace lo que puede y nosotros colaboramos. Tiene los mismos derechos y obligaciones que
todos.

—Que enternecedor —respondió Draco con ironía —Pero yo tampoco soy vuestro esclavo.
Jamás en mi vida he limpiado ni una mota de polvo y no pienso hacerlo ahora, menos aún
para ayudar a Potty, a la comadreja o a ti.

—Harry te ha acogido en su casa y lo menos que puedes hacer...

—No me ha acogido, me está reteniendo contra mi voluntad —la acortó él exasperado —y


si crees que voy a mover un sólo dedo pierdes el tiempo, sabelotodo.

Hermione lanzó un bufido crispado poco elegante y apretó los puños. Malfoy conseguía
sulfurarla por completo.

—Muy bien —espetó antes de salir y cerrar de un portazo.

—¿Y Malfoy? —preguntó la señora Weasley al ver a Hermione adentrándose en el baño


sola.

—No ha querido bajar —explicó la chica con voz neutra.

En ese momento, el inodoro que Ron estaba limpiando con expresión de asco empezó a
temblar violentamente y el pelirrojo se hizo a un lado, salvándose por los pelos de un
chorro de algo parecido a pus que golpeó en el techo y salpicó todos los alrededores.
Hermione se parapeto tras el lavabo y cuando se incorporó comprobó que tanto Ron, como
Harry, Ginny y Tonks tenían manchas de pus grisáceo por su ropa. La Señora Weasley tenía
el delantal manchado por completo.

—¡Maldito inodoro! —farfulló Ron, sacudiéndose con asco un pegote de pus de su camiseta
desteñida.
—Mamá, ¿no podemos simplemente cerrar y aislar el baño? —sugirió Ginny usando un
paño para limpiarse las salpicaduras de un brazo —Ya lo hemos intentado todo y parece
imposible quitar el encantamiento que Kreacher le puso.

—Sí, sí, luego —replicó la Señora Weasley con aire distraído encaminándose hacia la salida
del baño.

—¿Dónde vas, mamá? —preguntó Ron extrañado.

—A buscar a Malfoy —respondió la Señora Weasley con el ceño fruncido. Ginny y Ron
intercambiaron una rápida mirada cuando su madre salió.

—Tres galeones a que hace que baje —dijo Ginny alegremente.

—¿Creéis que lo conseguirá? —preguntó Tonks con curiosidad.

—Desde luego, cuando mi madre frunce el ceño de ese modo no hay nada que se
interponga en su camino —dijo Ron —aunque yo preferiría que lo dejara en paz.

—Bueno —dijo Harry —a mí no me importaría ver a Malfoy perdido de pus.

Todos se echaron a reír, pero sus risas quedaron ahogadas por una nueva explosión del
dichoso inodoro.

—¡Dichoso inodoro! —masculló Ron, esta vez cubierto de pus de pies a cabeza.

Y encabezados por Ginny, todos volvieron a reír. Menos Ron, claro está.

Capítulo 6: La misión de Kreacher (Editado)

Si alguien se hubiera atrevido a apostar los tres galeones contra Ginny, los hubiera perdido,
ya que como la pelirroja había predicho, la señora Weasley regresó al cabo con un
enfurecido y avergonzado Malfoy pisándole los talones.

Esa era la primera vez que Draco salía de la habitación y veía a Potter y Weasley, y le
animó un poco notar que estaban llenos de un líquido asqueroso, viscoso y gris que al
parecer salía del inodoro.

—Bien —dijo la Señora Weasley aún ceñuda. Al parecer bajar a Malfoy le había costado lo
suyo —Ron, ¿qué te ha pasado? ¡Estás perdido de pus!

—Es el inodoro —murmuró el pelirrojo tan colorado que su sonrojo se percibía bajo las
salpicaduras de su rostro —no hay manera de arreglarlo.

Como para acompañar la explicación de Ron, el inodoro empezó a agitarse de nuevo y


vomitó un nuevo chorro de pus, pero Hermione, previéndolo, le lanzó un hechizo
rápidamente.

—¡Protego! —gritó y un escudo invisible los protegió a todos del apestoso y maloliente
líquido.
—Tonks, ¿de verdad crees que no hay nada que hacer? —preguntó la Señora Weasley
mirando a la bruja del pelo rosa.

—Hemos probado todo lo que se nos ha ocurrido y no hemos logrado que el inodoro deje
de echar pus —respondió Tonks en tono jovial, como si estuviera hablando de algo muy
divertido.

—Creo que será mejor sellar el baño —dijo Harry limpiándose los cristales de las gafas con
la camiseta —hay uno en cada piso, así que no lo echaremos en falta.

—Es tu casa, querido —apuntó la Señora Weasley.

—Entonces larguémonos cuanto antes —dijo Ron con evidente alivio y salió a toda prisa del
baño, rozando "accidentalmente" a Malfoy y pringando, sin querer evitarlo, al chico de pus.

—Ten más cuidado, pobretón —le espetó Draco rabioso y se tragó el resto de su ácida
replica al ver el ceño de la Señora Weasley. Harry salió tras Ron sin molestarse en
disimular su amplía sonrisa, y Ginny, Tonks y la señora Weasley les siguieron, dejando a
Draco y Hermione solos en el baño.

—Veo que finalmente decidiste bajar a echar una mano —dijo Hermione sin poder resistir la
tentación de burlarse de Malfoy.

—Esa señora pobretona me obligó —dijo él a todas luces furioso. Hermione soltó una risita
pero en ese instante el inodoro vomitó un enorme chorro de pus que salpicó todas las
paredes y el suelo. Como acto reflejo, Hermione se agarró al brazo de Malfoy y se ocultó
tras él para protegerse del ataque del inodoro. Afortunadamente, estaban lo
suficientemente lejos para que apenas les llegara alguna salpicadura.

—Suéltame, sangre sucia —replicó Malfoy zafándose de la mano de la chica. Primero esa
mandona y fofa señora le obligaba a bajar a limpiar, luego Granger se burlaba de él y ahora
le usaba como escudo para protegerse de una viscosa pus. Eso era demasiado.

Hermione le soltó como si de repente su brazo le hubiera quemado y retrocedió un par de


pasos con expresión dolida. Draco hizo una mueca de satisfacción mientras se frotaba la
zona del brazo que ella había tocado como si quisiera limpiarse de su contacto impuro,
aunque en realidad sólo trataba de apagar el cosquilleo inadmisiblemente placentero que
Granger había despertado bajo su piel.

—Será mejor que nos vayamos —murmuró Hermione observando fijamente cómo el chico
se frotaba el brazo como si se sintiera sucio por el mero hecho de que le hubiera tocado.
No esperó respuesta de él y se giró hacia la puerta, pero en ese mismo momento el inodoro
empezó a temblar de nuevo anunciando otra ráfaga de pus y ambos chicos se encaminaron
rápidamente a la puerta.

Sin embargo, el suelo estaba tan lleno del pestilente y pegajoso líquido, que Draco resbaló
y mientras perdía el equilibrio, agarró a Granger por la espalda de su camiseta en un vano
intento de evitar su caída. Cayó igualmente con un golpe seco y la chica se derrumbó sobre
él.

Draco se quedó paralizado unos instantes, con la respiración cortada por el golpazo que se
había dado y sintiendo sobre el tórax el inquieto peso de la antigua Gryffindor. La chica no
había perdido un segundo para intentar ponerse en pie, pero sus manos patinaron sobre el
resbaladizo suelo y su cuerpo cayó los escasos centímetros que había conseguido elevarse
sobre Malfoy de modo que su frente chocó con la barbilla de él.

—¿Quieres parar de moverte, joder? Me estás haciendo polvo —se quejó él aferrando la
cintura de Granger y apretándola con fuerza para que se parara quieta.

Hermione pataleó durante unos instantes e intentó liberarse de las manos –que más bien
parecían garras –de Malfoy hundiéndose en su cintura, pero él apretó con más fuerza y
finalmente se quedó quieta, rehuyendo desesperadamente el mirarle a la cara. Sabía que
debía de estar colorada, porque se sentía avergonzada e incomoda y sólo quería largarse
de allí. Nunca había estado tan cerca de Malfoy y era plenamente consciente de su olor, el
calor que trasmitía su cuerpo y el latido de su corazón, golpeando contra su clavícula
derecha.

—Shhh —susurró él con expresión de superioridad, como un domador que hubiera


conseguido convertir a una fiera en un dócil animalillo.

Hermione sintió el aliento de Malfoy acariciándole la frente y se tensó por completo. Estaba
muy nerviosa y su corazón latía como el de un cervatillo asustado. Furiosa consigo misma,
alzó el rostro para asesinar al chico con la mirada.

—¿Quieres soltarme de una vez? —le exigió ceñuda.

—Si paras de moverte...

—Si no lo hago, ¿cuál es tu plan? ¿Quedarnos aquí tirados eternamente?

Una imagen turbadora y erótica pasó fugazmente por la mente de Draco. Se quedó
paralizado durante unos instantes, impactado, y después soltó a la chica con brusquedad.
Entonces su olor, a algo dulce y tentador, le llenó la nariz y Draco casi pudo sentir cómo se
quedaba adherido a su piel y su ropa. Furioso, tanto con Granger como consigo mismo, la
empujó de malas maneras quitándosela de encima y se puso en pie todo lo elegantemente
que pudo tras patinar un par de veces.

Después, sin mirar a la chica que le observaba con sorpresa desde el suelo, salió a toda
prisa del baño.

—Draco, querido, ¿dónde estabas? —la voz de la Señora Weasley le interrumpió en pleno
pasillo. Al parecer, la mujer había decidido adoptarlo así que se creía en pleno derecho de
llamarle por su nombre y darle órdenes como si fuera su madre. Draco pasó ganas de
lanzarle un maleficio, pero no tenía varita y además la señora Weasley poseía un cierto aire
de autoridad que le cohibía.

—¿Qué? —preguntó ásperamente volviéndose hacia la mujer.

—¿Y Hermione?

Draco se encogió de hombros desdeñosamente y se metió las manos en los bolsillos de los
vaqueros rotos con indiferencia.
—Iré a buscarla, mientras tú puedes encargarte de la sala de estar del segundo piso.

—¿Y con qué se supone que voy a limpiar? —preguntó Draco de malas maneras —no tengo
varita.

—Oh, no te preocupes por eso, querido —dijo la Señora Weasley con una amplia sonrisa —
encontrarás todo lo necesario allí.

Unos minutos después, Draco se hallaba bajo el umbral de la puerta de una pequeña sala
de estar salpicada de sillones, canapés y puffs, observando la escoba, la fregona andrajosa,
los paños y las bayetas con las que se suponía debía limpiar el lugar, con repugnancia y
reticencia. Pensó que la Comadreja Madre –como había decidido bautizar a la Señora
Weasley –estaba realmente chiflada si creía que él iba a tocar ni uno de esos vulgares y
rudimentarios instrumentos muggles para limpiar.

Planeaba darse media vuelta y largarse a su cuarto, cuando vio aparecer a un elfo
doméstico al fondo del pasillo. La criatura llevaba tan sólo un paño viejo y sucio a modo de
taparrabos, estaba extremadamente delgada y tenía una luz febril en los ojos verdes
inyectados en sangre. No parecía haber visto a Draco por el modo en que hablaba por lo
bajo, farfullando y maldiciendo como si se creyera solo.

—Oh, sí, Kreacher les ha dejado una sorpresita en el baño. La ama estaría orgullosa de
Kreacher, sí, señor. Kreacher protege la casa del muchacho apestoso, la familia de
traidores a la sangre y la sangre sucia asquerosa. Kreacher bueno, sí...

Draco se dio cuenta de que ese era el elfo doméstico que Granger le había mencionado un
rato atrás y lo observó con un brillo calculador en los ojos.

—Kreacher —le llamó.

El elfo se detuvo en seco y miró a Draco con los ojos muy abiertos. Después dio un salto y
echó a correr hacia el muchacho, arrojándose a sus pies.

—¡Joven Malfoy! —exclamó con júbilo, acariciando los pies del chico con reverencia —¡Por
fin un digno ocupante de la casa! ¡Un auténtico Black, impecable sangre limpia! Kreacher
está a su servicio, señorito Malfoy, sí, Kreacher hará lo que usted quiera, señor.

Draco observó a la penosa criatura, besando el bajo de los vaqueros viejos que llevaba, y
pensó que por fin alguien le trataba como se merecía. Sonrió de lado con pereza, dándose
cuenta que Kreacher podría serle muy útil.

—Kreacher, tengo una orden para ti.

—Oh, sí, señor, Kreacher hará encantando lo que el joven Malfoy deseé.

—La sangre sucia me arrebató mi varita y quiero que tú me la devuelvas.

—Kreacher hará, señor, sí, Kreacher hará.

—¿Qué harás qué?


Draco se volvió bruscamente para encontrarse a Potter y Weasley al fondo del pasillo.
Kreacher se apartó del rubio para hacer una rígida reverencia a Harry, aunque sus ojos se
llenaron de odio.

—¿Qué te ha ordenado Malfoy, Kreacher? —repitió Harry seriamente.

Los labios de Kreacher temblaron y durante unos segundos, pareció que el elfo doméstico
forcejeaba con su propia boca.

—El joven Malfoy quiere que Kreacher recupere su varita, amo —dijo al fin con voz
estrangulada sin despegar los ojos del suelo —Y Kreacher hará cuando el apestoso amo
menos se lo esperé, Kreacher servirá fielmente al joven Malfoy —murmuró.

—Te prohíbo que recuperes la varita de Malfoy, que te comuniques de ningún modo con
nadie para decirle que él está aquí o que le ayudes a escapar, directa o indirectamente.

Kreacher levantó la cabeza para asesinar a su amo con la mirada, pero asintió
enérgicamente.

—Como el amo desee —dijo Kreacher con rabia.

—Bien, y ahora ve a limpiar el baño del segundo piso —le ordenó Harry secamente.

Kreacher asintió, hizo una reverencia y después se alejó murmurando insultos contra Harry
y Ron por lo bajo.

—¿Se te ha fastidiado el plan, eh, Malfoy? —se burló Ron, evidentemente contento.

—¿Qué coño queréis? —preguntó Draco, furioso.

—Mi madre nos ha enviado para ver cómo se te da limpiar a lo muggle —Ron echó un
vistazo al interior de la sala de estar, tan sucia como lo había estado el día anterior —Veo
que no sé te da muy bien, Malfoy.

—¿Por qué no ha venido tu madre a comprobarlo? ¿Es que está demasiado gorda para subir
las escaleras? —le provocó Draco.

—¡Te vas a enterar, capullo! —gritó Ron, completamente colorado, antes de abalanzarse
sobre Malfoy con las manos cerradas en puño. Draco, que ya esperaba esa reacción, le
propinó un puñetazo en el estomago, dejando momentáneamente al pelirrojo sin
respiración, pero Ron estaba tan furioso que logró sobreponerse y se echó sobre Malfoy,
cayendo ambos al suelo.

—¡Parad! —les gritaba Harry, pero tanto Malfoy como Ron estaban demasiado furiosos para
hacerle caso. Ambos rodaban por el suelo, forcejeando y golpeándose como podían, sin
dejar de insultarse, ajenos al resto del mundo.

Harry trató de separarles sin resultado y casi cayó al suelo cuando Malfoy y Ron chocaron
contra él. Harto, sacó su varita y apuntó a los chicos.

—¡Petrificus Totallus! —gritó. Justo en ese momento, la Señora Weasley, Ginny, Tonks y
Hermione aparecieron al fondo del pasillo, atraídas por el jaleo.
—¡Por Merlín! —exclamó la Señora Weasley corriendo hacia los dos muchachos petrificados
en el suelo. Malfoy estaba echado, con los ojos cerrados con fuerza y la cabeza girada hacia
un lado mientras que Ron, sobre él, tenía el puño suspendido a unos centímetros de la
mandíbula del otro. Sangraba por la nariz y Malfoy por una ceja.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Tonks observándoles con atención, como si fuesen una
estatua muy interesante.

—Malfoy... provocó a Ron —Harry decidió omitir el insulto que había dedicado a la Señora
Weasley —y después empezaron a pegarse. Intenté separarles pero como no encontré el
modo, tuve que petrificarlos.

En ese instante, Ron, que se apoyaba sólo sobre una mano, cayó rígido sobre Malfoy,
golpeando con su puño petrificado el suelo del pasillo.

—Hiciste bien, Harry —aprobó la señora Weasley con el ceño fruncido mientras sacaba su
varita del bolsillo de su delantal —Marchaos, yo me ocuparé de ellos.

Harry asintió y los cuatro se dirigieron a las escaleras, muy lentamente, con la esperanza
de enterarse de lo que iba a suceder, pero la señora Weasley esperó pacientemente hasta
que ellos desaparecieron tras el recodo para despetrificar a su hijo y a Malfoy.

Aún mientras bajaban las escaleras, a Harry, Tonks, Ginny y Hermione les llegaron los
gritos de la Señora Weasley.

—Quiero que se largue, Harry —masculló Ron sin dejar de dar vueltas por la habitación que
compartía con Harry. Hermione puso los ojos en blanco y cerró el libro que estaba tratando
de leer.

—Ron, ya sabes cómo es Malfoy...

—¡Insultó a mi madre y por su culpa ella me ha echado un buen sermón!

—No debiste pegarle, Ron —aseveró Hermione ignorando el tono ofendido de su amigo.

—¿Por qué no? Ya no estamos en Hogwarts y soy mayor de edad, puedo hacer lo que me
dé la gana —insistió el pelirrojo cruzándose de brazos.

—No se trata de eso, simplemente nunca se ha solucionado nada a golpes. Si yo pegara a


Malfoy cada vez que me insulta, me pasaría el día encima de él —dijo la chica. El recuerdo
de la escena en el baño, en la que había estado encima de él literalmente, se coló en su
mente y la hizo enrojecer.

—¡Pues yo no pienso aguantarle ni una! —Ron se volvió hacia Harry, buscando su apoyo—
¿Tú qué opinas? ¿Vas a aguantar que Malfoy nos insulte en tu propia casa?

—A mí tampoco me agrada que esté aquí —dijo Harry —además, está claro que no está ni
un poco agradecido porque le hayamos salvado el cuello y dado un lugar donde quedarse.

—Pero Harry, dijiste que podía quedarse... —comenzó Hermione.


—Dije que podía quedarse por un tiempo —acotó Harry —y si sólo va a darnos problemas...

—Exacto —Ron miró a Hermione con altivez —¿Lo ves, Hermione? No entiendo por qué
tienes tanto interés en que Malfoy se quede...

—No tengo ningún interés en que se quede —replicó Hermione ofendida —pero creo que
estáis pasando por alto que no podemos dejarle ir. A estas alturas ya debe de saber que
estamos en la mansión Black y podría darles esa información a los mortífagos.

—Ellos intentaron matarle, no creo que les vaya con el cuento.

—¿No crees que Vo-Voldemort... —Ron emitió un ruidito al escuchar el nombre y Hermione
le lanzó una mirada seca —¿No crees que Voldemort podría perdonarle si le lleva
información tan valiosa como el paradero de Harry? Snape lo dijo, Voldemort quiere
encargarse de Harry en persona y no dudes que está buscándole.

—La mansión está muy oculta y protegida —dijo Harry —Sirius dijo que era uno de los
lugares mágicos más seguros por eso era ideal como cuartel de la Orden del Fénix.

—Voldemort conoce magia oscura que nosotros desconocemos —señaló Hermione —


además, ¿vas a correr el riesgo tan sólo porque Malfoy sea un poco molesto?

—¿Un poco? —farfulló Ron.

—Muy molesto —cedió Hermione —pero de cualquier modo ya es tarde para echarle, si
queréis mi opinión.

—No debiste haberle traído —gruñó Ron. La estancia se quedó en silencio mientras el
pelirrojo y la chica miraban fijamente a Harry, esperando su veredicto. Harry se colocó bien
las gafas y meditó durante unos segundos.

—Creo que Hermione tiene razón, prefiero no correr el riesgo —dijo.

Ron se puso a despotricar en el acto y Hermione volvió a abrir el libro, ocultando su


expresión de satisfacción tras él.

Capítulo 7: La Señora Black (Editado)

Tonks dejó la mansión Black al día siguiente para retomar su trabajo como aurora en el
ministerio y la Señora Weasley pasó los días siguientes ultimando los preparativos para
volver a la Madriguera.

—Arthur ya lleva muchos días solo en casa —explicó Molly durante la comida de ese día —y
Bill y Fleur volverán pronto de su luna de miel a pasar una temporada en la Madriguera.

Bill y Fleur se habían casado un par de semanas después de que el curso terminara. Harry
había abandonado la casa de los Dursley el día antes de la ceremonia y se trasladó a la
Madriguera mientras duró la celebración. Hermione se reunió con sus amigos allí después
de haber pasado las vacaciones con sus padres en Italia –a donde los Granger se habían
mudado después que Hermione insistiera durante semanas en que ese país era más
seguro–, y todos celebraron la boda del hermano de Ron.
Fue una ceremonia discreta, en el jardín de la Madriguera especialmente engalanado para
la ocasión, con una radiante y bellísima Fleur y un muy recuperado Bill. Ginny y Gabrielle
habían sido las damas de honor y Viktor Krum figuraba en la reducida lista de invitados.

Hermione se había reencontrado con él después de tantos años y pudo comprobar que las
mariposas volvían a revolotear furiosamente en su estomago a pesar del tiempo pasado.
Viktor se había quedado un par de días en la Madriguera después de la boda, días que
ambos pasaron juntos. Charlaron, recordaron viejos tiempos, se besaron y después él se
fue como había venido.

A pesar de todo, Hermione sólo había contando lo sucedido a Ginny y se negaba con todas
sus fuerzas a hacerse demasiadas ilusiones respecto a él. Viktor entraba igual que salía de
su vida y ella se negaba a pasarlo mal cada vez que eso sucedía, así que una vez él se
hubo ido, Hermione no quiso volver a hablar del tema con Ginny y peleaba consigo misma
para no pensar en los días que había pasado con Krum. Quería seguir con su vida con
normalidad y ahora que estaba ayudando a Harry en la búsqueda de los Horrocrux tenía
cosas más importantes en las que pensar que sus preocupaciones amorosas.

No obstante, fue muy consciente de la mirada cómplice y fugaz que le dedicó Ginny cuando
su madre hizo mención a Bill y Fleur y su boda. También de la mirada ceñuda de Ron, pero
Hermione ignoró ambas.

Así, esa misma noche, la Señora Weasley y Ginny se despidieron de Harry, Ron y
Hermione. La Señora Weasley les abrazó a los tres a la vez, les besó en las mejillas, les
revolvió el cabello y les dijo que se cuidaran una media docena de veces. Ginny terminó
arrastrándola por la puerta –luego de su incómoda despedida de Harry –después de que
pasara unos quince minutos dándole todo tipo de indicaciones, sugerencias y explicaciones
a los tres de cómo llevar la casa.

Finalmente ambas desaparecieron, dejando a los tres chicos solos. Con Malfoy.

La vida sin la Señora Weasley en Grimmauld Place resultaba muy diferente para todos sus
habitantes. El mayor inconveniente era que ahora que la madre de Ron se había ido, ellos
tenían que cocinar por sí mismos.

Los tres sabían defenderse pero el problema estaba en la comida para Malfoy. Ron y Harry
se negaron en redondo a cocinar nada para él –Ron expresó con bastante claridad que si
dependía de él, Draco podía morirse de hambre –y al parecer, ambos consideraban que ya
que Hermione le había llevado a Grimmauld Place, bien podía encargarse ella de eso.

—No pienso hacerlo —respondió ceñuda —yo no soy su esclava. No me importa cocinar un
poco más para que él pueda comer de vez en cuando pero me niego a encargarme de eso
siempre.

—Pues entonces, que cocine él —dijo Harry.

—Para eso tendrías que permitir que saliera de su habitación —replicó ella. Desde que
Malfoy estaba en la casa, le permitían salir de vez en cuando para ir al servicio que había
en esa planta y las únicas ocasiones en que había ido más allá, habían sido para "ayudar"
en la limpieza –cosa que finalmente hizo bajo la supervisión de la madre de Ron–El resto
del tiempo había estado encerrado allí, para comodidad del resto de los habitantes.
Hermione lo comprendía y por un lado casi se alegraba porque así se evitaban problemas y
roces entre él y Harry o Ron, pero por otra parte, le parecía cruel tenerlo encerrado en una
sola habitación.

—¿Qué? —inquirió Ron enfadado —De eso nada, ya hacemos bastante permitiéndole
quedarse aquí como para que encima pueda vagar por la casa a sus anchas...

—Ya sabe dónde está, encerrarlo en su habitación no tiene ningún sentido —argumentó la
chica.

—Claro que lo tiene, estamos muy tranquilos sin él —continuó el pelirrojo.

—Pero es cruel enclaustrarlo en un cuarto durante...

—Sirius pasó años encerrado en una celda siendo inocente —replicó Harry —así que
considerando que Malfoy es un mortífago, me parece que tiene bastante suerte.

—Harry —suspiró Hermione —¿No sientes ni siquiera un poco de compasión por él?

—Si no la sintiera no le habría permitido quedarse aquí.

—Lo sé, pero incluso él se merece algo más que pasar los días encerrado en una habitación
sin nada que hacer. Recuerda lo mal que lo pasó Sirius recluido durante tanto tiempo en la
casa, estar en una sola habitación debe de ser aún peor.

—Él no es Sirius —se resistió Harry.

—No, tienes razón. Es sólo un muchacho de diecisiete años, solo, asustado, buscado por el
Ministerio para enviarlo a Azkaban y por los mortífagos muy probablemente para matarle.

Hermione ni siquiera estaba muy segura de por qué estaba defendiendo a Malfoy frente a
sus amigos para que le permitieran vagar por Grimmauld Place a placer, menos aún
considerando que aprovecharía su libertad, por lo menos parcialmente, para molestarla y
meterse con ella. Pero lo cierto es que le daba pena verle allí solo, aburrido y triste, perdido
siempre en sus pensamientos, sin duda muy lejanos a la mansión Black, cada vez que ella
le subía algo de comer.

—Está bien, está bien —cedió Harry malhumorado —pero que no moleste demasiado o...

—Lo sé, lo sé —le atajó Hermione tratando de disimular su sonrisa.

—¡Esto es el colmo! —farfulló Ron saliendo del salón a grandes zancadas —Hermione, ¡te
pareces a mi madre! ¡Siempre te sales con la tuya!

Y salió del salón cerrando de un portazo que hizo temblar la puerta. Harry se levantó y salió
detrás de Ron, dejando a Hermione sola en el salón.

Suspiró largamente y se frotó la frente con desaliento. Empezaba a cansarse de que Ron se
enfadara con ella cada dos por tres por culpa de Malfoy. Echó la cabeza hacia atrás y cerró
los ojos, tratando de relajarse, pero escucho un leve temblor. Abrió los ojos de golpe y
echó un vistazo al salón, pero no había nada allí vivo –al menos en apariencia. Podía
tratarse de algún objeto mágico o encantado, pero ya se habían desecho de todos dos
veranos atrás cuando la Orden del Fénix se había instalado en la mansión.

Volvió a escuchar el leve temblor y le pareció que procedía de un escritorio de madera


envejecida que estaba en frente del sofá. Lo observó fijamente durante unos cinco minutos,
pero no sucedió nada.

Estaba demasiado cansada para molestarse en investigar, así que decidió que fuera lo que
fuera, se lo había imaginado. Suspiró y abandonó el salón, como momentos antes habían
hecho sus amigos.

Hermione abrió la puerta de la habitación de Malfoy y le encontró junto a la cama,


poniéndose una camisa de cuadros de los gemelos. La chica apartó la vista de inmediato,
avergonzada, pero no antes de ver la fina línea de sus cicatrices atravesando su blanco
pecho durante unos fugaces segundos.

—¿Es que no sabes llamar? —preguntó él malhumorado —¿A qué has venido?

—Tengo novedades —explicó Hermione, aliviada al comprobar que Malfoy ya se había


abrochado por completo la camisa —Para empezar, la Señora Weasley y Ginny se han ido
y...

—¿Y a mí qué coño me importa eso? —preguntó Draco, sentándose en el sillón de chintz
con aire aburrido.

—Te importa por varias razones. Lo que has estado comiendo todos estos días lo cocinaba
la Señora Weasley y ahora que no está, tendrás que apañártelas tú.

Draco observó a la sabelotodo durante unos segundos sin expresión, después arrugó la
frente en un gesto de confusión. ¿Estaba diciendo lo que él creía que estaba diciendo?

—¿Qué? ¿Estás insinuando que me prepare yo la comida? —preguntó como si ella hubiera
dicho algo terriblemente absurdo.

—Exacto. Harry ha permitido que salgas de tu habitación cuando quieras, así que eres libre
de bajar a la cocina a prepararte algo cuando tengas hambre. Está en el sótano, por cierto.

Draco miró a Granger fijamente durante unos largos segundos, hasta que advirtió que ella
se sentía incomoda sosteniéndole la mirada y apartó los ojos de él, entonces echó la cabeza
hacia atrás y empezó a reírse sonoramente.

—En serio, Granger... —lanzó otra risotada —no sabía que tenías sentido del humor...

—Ríete cuanto quieras —respondió ella secamente —pero cuando tengas hambre y te des
cuenta de que nadie va a mover un dedo para traerte algo de comer, verás las cosas de
otra manera.

Y con aire digno, Hermione salió de la habitación.


Draco recordó las palabras de la repelente de Granger cuando llegó el mediodía. No había
desayunado y si se quedaba sentado en el sillón, al parecer tampoco comería.

Ahora podía salir cuando quisiera de la habitación pero la idea le atraía y le disgustaba a
partes iguales. Le atraía porque le gustaría explorar la mansión de los Black (su madre le
había hablado de ella en alguna ocasión) y poder salir de la dichosa habitación donde
pasaba las horas aburrido y pensativo, pero no encontraba nada interesante la idea de
convivir con Potty, Weasel y Granger.

Se tocó la ceja (el pobretón le había hecho un corte ahí cuando se pelearon) y maldijo al
estúpido pelirrojo, también al gilipollas de San Potter por haberles petrificado para
separarles. Al menos ahora no estaba la Comadreja Madre para echarle una sermón pero
estaba solo contra Potter y Weasley –Granger no le preocupaba lo más mínimo– y ni
siquiera tenía varita. Salir de la habitación era exponerse a más roces, peleas y situaciones
desagradables, y él ya no tenía a Crabbe y Goyle para cubrirle las espaldas.

No era imbécil y sabía que no le convenía tener problemas con el trío dorado, pero ¿podría
contenerse cuando estuviera con ellos, cuando no los soportaba?

Y por otro lado, ¿qué coño iba a comer? No tenía ni idea de cocinar, de hecho lo más cerca
que había estado de una cocina había sido en las ocasiones en las que Crabbe y Goyle
insistían en saquear las cocinas de Hogwarts –él accedía para molestar a los elfos
domésticos cuanto podía –. Tampoco tenía magia para intentar algo, jodida Granger.

Malhumorado, se levantó bruscamente del sillón y salió de la habitación. Echó un vistazo al


pasillo desierto y se dirigió a las escaleras. Había estado en el tercer y segundo piso, pero
no conocía el primero ni el bajo, tampoco la puñetera cocina.

Granger había dicho que estaba en el sótano y dado los rugidos que lanzaba su estomago,
decidió postergar su exploración de la casa para cuando hubiera comido algo. Bajó las
escaleras de dos pisos y se detuvo en el último tramo –el que daba al vestíbulo –para
contemplar una hilera de cabezas disecadas de elfos domésticos, colgados de la pared con
pequeñas placas de bronce en las que se leía sus nombres.

—Kreacher —murmuró con un brillo malicioso en los ojos, había tenido una idea —Kreacher
—llamó.

Como esperaba, el mugriento elfo doméstico se apareció al pie de los escalones y realizó
una pronunciada reverencia, rozando con la punta de su nariz, la raída alfombra.

—¿El joven Malfoy ha llamado?

—Sí —Draco observó con desprecio al asqueroso elfo, lleno de suciedad —Cocíname algo,
pero antes... lávate —ordenó.

—Sí, joven Malfoy. Kreacher hará lo que el joven Malfoy quiera —murmuró el elfo haciendo
otra reverencia.

—No tienes por qué hacerlo.

Draco alzó la vista para ver a Granger saliendo de una puerta del vestíbulo con el ceño
fruncido. Su indomable cabello estaba recogido en un moño flojo del que se escapaban
mechones rebeldes y castaños, dándole un aire casual e inocente. Draco se preguntó por
qué coño se había fijado en el pelo de escoba de esa sabelotodo insoportable y la miró
fríamente.

—La sangre sucia habla a Kreacher, se atreve a vivir en la honorable mansión Black —
farfulló Kreacher por lo bajo, después alzó el rostro y miró al chico —Kreacher hará lo que
el joven Malfoy quiera, Kreacher hará encantado.

Draco miró a la muchacha y le sonrió con suficiencia desde lo alto de las escaleras.

—¿Lo ves, sabelotodo? Kreacher se muere por servirme —dijo en un tono que indicaba que
ella estaba loca si no lo hacía también.

—¡Él no es tu esclavo! —replicó, acalorada.

—¿Ah, no? —preguntó con malicia —Kreacher, arrodíllate.

Inmediatamente, el elfo doméstico se dejó caer de rodillas y agachó la cabeza tanto que
aplastó la nariz contra el suelo ante la mirada impotente y angustiada de Hermione.

—Kreacher, no le obedezcas, él no es tú amo y tú... —comenzó.

—Kreacher, golpéate contra la pared —ordenó Draco con deleite y observó atentamente a
Hermione para ver su reacción cuando el elfo doméstico se puso de pie con celeridad y
empezó a aporrear la pared más cercana con su cabeza.

—¡Kreacher, para! —chilló Hermione desesperada, pero el elfo se golpeaba con tanta fuerza
que dudaba que pudiera oírle. Miró a Malfoy casi con suplica y la expresión de perversa
satisfacción de su rostro hizo que le dieran ganas de darle un puñetazo.

—¡CANALLAS!¡INMUNDICIA EN MI CASA!¡HEREJES Y TRAIDORES...

El retrato de la Señora Black, sin duda por culpa del jaleo, se había despertado, replegando
las cortinas que lo cubrían para dejar a la luz a la enfurecida anfitriona.

—¡Dile que pare, Malfoy!—exigió Hermione.

—...A LA SANGRE, BAJO MI TECHO...

—¿Por qué iba a hacerlo? Es...divertido —respondió en voz alta para hacerse oír.

—¿Qué?—preguntó Hermione con expresión confusa, no había escuchado nada con todo el
alboroto que montaba la señora Black.

—...HABITANDO EN NUESTRA GLORIOSA MANSIÓN...

—He dicho que...

—...LOS BLACK HEMOS CAÍDO EN DESGRACIA, LA BAJEZA Y LA...

—¡He dicho que...

—...HUMILLACIÓN! ¡DESHONRA!¡SANGRE SUCIAS ASQUEROSOS Y TRAI...


—¿Quiere callarse de una jodida vez, vieja sebosa? —espetó Draco con furia mirando al
retrato.

Asombrosamente, un tenso e increíble silencio llenó el vestíbulo. La Señora Black se quedó


boquiabierta e incluso Kreacher dejó de torturarse y observaba a su señora y a Malfoy de
hito en hito. Hermione por su parte estaba atónita, ni siquiera Sirius había sido capaz de
hacer callar a su madre por mucho que se lo hubiera ordenado.

—¿Quién eres tú?—preguntó imperiosamente la mujer, pero sin gritar por una vez.

—Draco Malfoy—respondió él con petulancia e irritación.

—¡Por fin! —exclamó la mujer con voz potente —¡Un auténtico Black! Acércate, muchacho,
deja que te vea. Sin duda eres un Black, tienes los mismos rasgos finos y la misma
constitución fuerte —murmuró la Señora Black con orgullo observando a Draco mientras él
descendía los últimos escalones, obviamente muy cómodo con las alabanzas de la
anfitriona.

Hermione le lanzó una mirada asesina y después se marchó, escaleras arriba, pisando cada
escalón con fuerza. Draco la observó desaparecer caminando con furia, sonrió de lado y
después se volvió hacia la Señora Black.

Hermione entró a la habitación que antes había compartido con Ginny y cerró de un
portazo, completamente alterada.

—Maldito Malfoy —farfulló apartándose un mechón de pelo que se le había salido del moño
de un manotazo brusco.

¿Cómo podía ser tan cruel y tiránico? Siempre había sabido que era un déspota –no en
vano habían tenido docenas de disputas desde que ambos eran prefectos porque abusaba
de su cargo de poder constantemente– presuntuoso y arrogante. Hermione lo atribuía a
que necesitaba sentirse superior a base de despreciar y humillar a los demás, y esa era una
actitud que le parecía muy triste.

Pero lo que había sucedido ese día había ido más allá de intimidar a unos alumnos de
primero o confiscar las golosinas de una muchacha de segundo. Había maltratado a un elfo
doméstico, únicamente porque sabía que eso la fastidiaría. Solamente para demostrarle
que podía hacerlo. ¿Si la Señora Black no hubiera "intervenido", que más habría sido capaz
de ordenarle a Kreacher que hiciera?

Hermione se había largado hecha una furia, pero ahora comprendía que era lo mejor que
podía haber hecho. No hubiera conseguido nada de él apelando a su bondad, pidiéndoselo
por favor o insultándole. El único modo de quedar por encima de él era ignorarle, y si ella
no estaba delante para ver como maltrataba a Kreacher, el hecho de hacerlo perdería todo
su interés para él.

Hermione, que era de naturaleza comprensiva y que no soportaba las injusticias, era lo
más opuesto a Malfoy.

—Le odio —murmuró. Y quizás, si hubiera podido ver la mueca de amargura que había en
su rostro cuando pronunció esas palabras, hubiera tenido algo más en que pensar.
Capítulo 8: Magia Oscura

Draco caminaba por el pasillo del segundo piso, abriendo todas las puertas para descubrir
qué había en cada habitación. Ya conocía el tercer piso y parte del segundo –los había visto
cuando se vio obligado a ayudar en su limpieza por la Comadreja Madre –pero había
algunas habitaciones a las que no había entrado. Tomó el pomo de la tercera puerta a la
derecha y abrió con brusquedad.

Granger estaba allí, sentada en una butaca con un libro en las manos y una bola de pelo –
Draco supuso que sería un gato –acurrucada en sus rodillas. La chica alzó sus ojos del libro
al verle bajo el marco de la puerta de su cuarto, porque esa era su habitación, y se puso en
pie con expresión enfurecida. No obstante, no abrió la boca, simplemente se dirigió hacia la
puerta e intentó cerrársela en las narices, sin embargo Draco lo impidió colando el pie.

—¿Qué haces, Granger? ¿No deberías estar consolando a Kreacher? Creo que está llorando
por algún rincón —la provocó.

Entonces se hizo un silencio espeso, profundo, cargado. Draco no podía ver el rostro de
Granger –ella estaba al otro lado de la puerta entornada, ejerciendo presión con su cuerpo
para que él no pudiera entrar –pero sabía que sus palabras le habían sentado como una
bofetada. Esbozó una sonrisa de lado esperando la explosión de la chica pero ella no dijo
nada. Draco frunció el ceño desconcertado y entonces lo sintió: un pisotón rabioso sobre los
dedos de su pie.

—¡Me cago en la... —masculló retirando el pie de la puerta en el acto, mientras sentía que
los dedos le latían de dolor. Hermione entreabrió la puerta lo justo para lanzarle una
mirada vengativa y desdeñosa, y después, alzando la cabeza con dignidad, le cerró en las
narices.

Draco soltó una buena cantidad de palabrotas y golpeó la puerta con fuerza, pero ella no
volvió a responderle. Fastidiado, se quedó al otro lado de la puerta, haciendo todo tipo de
comentarios hirientes con la intención de provocarla durante un buen rato pero sólo obtuvo
silencio.

Irritado, Draco regresó a su cuarto con una extraña sensación opresiva en el pecho. La
estúpida sabelotodo se había enfadado de verdad con él por lo sucedido con Kreacher.
Pensó que debería sentirse satisfecho pero la victoria le sabía amarga. Le gustaba
enfurecerla siempre que podía, meterse con ella y hacerla rabiar, pero Granger siempre le
respondía con comentarios ingeniosos o le ignoraba –aunque él sabía que había logrado
molestarla-. En cambio en esa ocasión, simplemente estaba tan enfadada que se había
negado a hablarle, incluso para insultarle o enviarle al infierno.

Dio un par de vueltas por su habitación, como un león enjaulado, sintiéndose incómodo y
confuso, y finalmente salió, decidido a buscarla para incitarla hasta que hablara. Regresó al
cuarto de la chica, pero cuando abrió la puerta comprobó que no estaba allí. Tampoco
estaba en la cocina, ni en el salón desde el que le llegaron las voces de Potter y Weasley.
No la encontró en ninguna de las habitaciones del segundo y tercer piso, así que decidió
subir por las escaleras que daban al siguiente piso, inferior al ático.

Nunca había estado en esa planta, por lo que Draco avanzó con cautela, atento a casa
sonido. Le pareció escuchar el sonido de pasos en la segunda habitación a su izquierda, así
que se acercó con cautela y giró con suavidad el pomo. Entreabrió la puerta lo suficiente
para mirar dentro y encontró una amplía estancia, ricamente decorada –aunque bastante
sucia y polvorienta- plagada de estantes de madera llenos de libros y libros de todos los
tamaños, colores y materiales. Había también una pequeña chimenea y frente a ella,
desperdigados por una alfombra, un par de sillones y taburetes acolchados.

Hermione estaba allí, paseando con aire especulativo y maravillado entre las hileras de
estanterías. Finalmente se detuvo en el último tramo de una estantería y se puso de
puntillas para coger un pesado libro forrado de cuero negro, del más alto de los estantes.
Tuvo que estirarse al máximo y realizar varias intentonas antes de conseguir sacar el tomo.
Después, lo cogió y observó con gravedad.

Quitó el polvo que cubría la cubierta con una mano para leer su titulo grabado en letras de
molde plateadas, pero desde su posición, Draco no pudo verlo. La chica se puso pálida y
avanzó hacia uno de los sillones con la vista clavada en el libro. Se sentó y lo colocó sobre
sus rodillas unos instantes, sin dejar de observarlo.

Draco pensó que parecía estar meditando algo serio y entreabrió un poco más la puerta
para poder observar por completo su perfil. Llevaba el pelo suelto y alborotado, por lo que
le cayó sobre el rostro, ocultándolo, cuando se inclinó más sobre el libro. Soltando un
bufido, la chica cogió una goma de pelo que llevaba en su muñeca y tomando su cabello
con ambas manos, lo juntó en lo alto y se hizo una coleta dejando al descubierto su cuello
y el hueco de su nuca. Draco observó hipnotizado como las manos de la chica se movían,
apresando ese indómito cabello en el recogido, y se dio cuenta, impactado, de que se le
había secado la boca.

Frunció el ceño y apunto estuvo de chascar la lengua, molesto, pero decidió entrar en la
biblioteca de los Black.

Hermione había abierto el libro tras unos momentos de vacilación y estaba tan concentrada
en él que no se dio cuenta de la presencia de Malfoy hasta que lo vio, una sombra en
vaqueros, leyendo el libro por encima de su hombro. Pillada de improviso, Hermione dio un
respingo y cerró el libro bruscamente para después asesinar con la mirada al intruso.

Abrió la boca para preguntarle qué hacía ahí, pero recordó a tiempo que no le hablaba, así
que le giró el rostro y volvió a abrir el libro, hundiendo la cara en él para que Malfoy no
pudiera leer ni una línea. Él hizo una mueca con los labios, rodeó el sillón de la chica y se
detuvo frente a ella sin dejar de mirarla.

—¿Tratado de Magia Oscura Ancestral?—recitó Draco, que había podido leer el título del
libro —Vaya, Granger, me sorprendes. ¿No estarás pensando abandonar a Potty y Weasel y
unirte al lado oscuro, verdad?

Hermione se ofendió tanto por la sugerencia del chico, que se olvidó de que no le hablaba.

—¡Por supuesto que no! –replicó con enojo— Sólo estoy...informándome. Investigando.

—¿Para qué? –preguntó Draco encogiéndose de hombros con desdén —No veo la utilidad
de estudiar magia oscura si no piensas usarla.

—Es importante conocer las armas del enemigo para derrotarle –recitó Granger en ese tono
de marisabidilla que Draco tanto odiaba. La observó irritado y las palabras de la sabelotodo
le llenaron la mente de recuerdos que no quería revivir.
—¿Crees que conocer alguno de esos maleficios te ayudara a defenderte de ellos? –
preguntó con fiereza— No tienes ni idea. Nada de lo que ponga en esos libros te prepara
para enfrentarte a Él.

Hermione guardó silencio, impresionada por el tono y la expresión del mortífago. Parecía
hablar de algo que conocía muy bien.

Por propia experiencia.

—Tal vez —dijo la chica tras unos segundos. No iba a entrar en detalles de hasta que punto
era importante conocer a Voldemort para poder destruirle.

—¿Tal vez? —repitió él exasperado acercándose a Hermione –El Señor Oscuro es


invencible, no hay modo posible de acabar con él.

—Hablas como uno de ellos —le espetó ella, mirándole con desdén.

Draco se inclinó, apoyando sus manos en el apoyabrazos del sillón en el que estaba
sentada Granger, y acercó su rostro al de ella hasta que quedó a unos centímetros.

—Soy uno de ellos —siseó, poniendo especial énfasis en el "soy".

—Un mortífago desertor —aclaró Hermione sin dejarse amedrentar y hundió su dedo índice
en el pecho del chico —así que si lo que intentas es intimidarme, olvídalo, no te tengo
ningún miedo.

—Deberías —amenazó él, furioso— podría hacerte cosas horribles.

Hermione echó el rostro hacia atrás, de modo que su boca quedó más cerca aún a la de
Malfoy, y rompió a reír.

—No lo dudo —replicó ella con indiferencia— Y ahora, ¿podrías apartarte y dejarme en paz?

—¿Es que te pongo nerviosa? —preguntó él con picardía.

—La verdad es que resulta muy irritante concentrarse en la lectura contigo revoloteando
por aquí.

—Yo no revoloteo.

—Ya lo creo que lo haces, ¿por qué no te buscas algo que hacer?

—Encuentro más divertido molestarte.

—Eso es muy triste.

—¿Triste? —preguntó él repentinamente furioso— Llevo días encerrado en esta puta casa,
sin poder salir, sin magia, disfrutando la compañía de la sabelotodo, el grandísimo Potter y
la Comadreja. No me hables de lo que es triste.
—Sé que esto no es fácil para ti, pero tampoco lo es para nosotros —replicó Hermione,
impasible —Y podrías mostrarte, aunque fuera un poco, agradecido porque te hayamos
salvado la vida.

—Yo no te pedí que lo hicieras. No quiero deberle favores a alguien como tú —espetó él
violentamente, acercando aún más el rostro al de la chica.

—¿Alguien como yo? —repitió ella.

—Sí. Una asquerosa sangre sucia —pronunció, vocalizando todo lo que pudo.

Draco pudo ver la mueca de dolor que surcó fugazmente el rostro de la aludida,
remplazada rápidamente por un ceño. Hermione cerró el libro bruscamente y se puso en
pie, obligándole a apartarse para no chocarse con ella.

—Pues entonces lárgate —le chilló enfadada.

—Lo haría si pudiera, créeme —replicó él con bravuconería.

—Bien —farfulló ella dirigiéndose hacia la salida de la biblioteca con el libro bajo el brazo.
Era evidente que pensaba que había dicho la última palabra.

—Genial —gruñó él.

—¡Estupendo! —gritó ella a pleno pulmón antes de salir y cerrar de un portazo. Salió al
pasillo, tan furiosa, que no vio a Kreacher escondido tras una estatua de mármol que había
cerca.

—¡Estúpido arrogante insensible! —masculló ofendida mientras empezaba a bajar en las


escaleras.

Los ojos verde barrosos de Kreacher, se iluminaron con un brillo vengativo.

—¿Encontraste alguna pista en el Valle de Godric? —preguntó Ron, repantigado en su


cama.

—No—respondió Harry. Hermione, sentada junto al pelirrojo (o más bien en la única


esquina libre de la cama que Ron no ocupaba) miró a Harry con preocupación —Visité la
tumba de mis padres y mi casa. Eso fue todo.

—Esperaba que allí encontráramos algo por dónde empezar a buscar el siguiente horrocrux
—dijo Hermione.

—Yo también, pero he estado pensando. Dumbledore creía que la clave para destruir a
Voldemort era conocer lo máximo posible sobre su vida. Sabemos lo que sucedió cuando
estuvo en Hogwarts y al poco de salir, pero después desapareció durante años y nadie sabe
a donde fue. Creo en ese período de tiempo puede estar la clave para averiguar dónde
pudo ocultar los demás horrocruxes.
—Tienes razón —dijo Hermione pensativa —además, de la predilección de Vo-Voldemort
por usar objetos ya valiosos de por sí para convertirlos en horrocruxes, por lo visto también
los ha dejado en lugares que tienen significado para él.

—El diario no —dijo Ron.

—Se lo dio a su mano derecha —razonó Harry —alguien con quien estaba vinculado. El
anillo de Salazar lo dejó en la choza de los Gaunt y el guardapelo en la cueva donde llevó a
aquellos niños a los traumatizó.

—Si uno de los horrocruxes es Nagini, Voldemort la ha de llevar con él —afirmó Hermione
—pero los demás, la copa de Hufflepuff y algo de Ravenclaw o Gryffindor, debe estar en
algún lugar relacionado con él.

Los tres amigos guardaron silencio, devanándose los sesos para tratar de averiguar dónde
podrían estar los horrocruxes faltantes. Al cabo, Ron habló.

—¿Y si interrogamos a Malfoy? Tal vez, después de todo, tenerle aquí podría sernos útil,
¿no?

—No creo que él sepa nada —dijo Hermione desechando la idea con un gesto. Además, la
idea de volver a verle después del enfrentamiento en la biblioteca del día anterior, no le
resultaba en absoluto atractiva.

—Pero es un mortífago —señaló Harry —debe saber cosas que nosotros ignoramos.

Ron asintió y Hermione bajó los hombros con un suspiro de resignación.

Malfoy estaba en su cuarto, comiendo lo que Kreacher le había preparado y llevado en una
bandeja de plata con el emblema de los Black. No eran los manjares a los que estaba
acostumbrado en Malfoy Hall, ni tampoco los suculentos platos de Hogwarts pero
considerando la situación, Draco no se quejaba. Bueno, no demasiado.

Mejor dicho, no tanto como debería.

Bebía un sorbo de agua de una copa de plata cuando el trío dorado irrumpió en su
habitación, encabezados por el pelirrojo –por supuesto sin llamar-.

—¿Qué demonios queréis? —preguntó, mientras se llevaba otro bocado de pollo asado a la
boca como si ellos no estuvieran allí.

—Verás, Malfoy, vas a ayudarnos o... —comenzó Ron.

—Vamos a hacerte algunas preguntas, y más vale que respondas —continuó Harry y los
dos se situaron a ambos lados del sillón en el que Malfoy estaba repantigado con expresión
amenazante.

—¿Y qué os ha hecho pensar que yo voy a colaborar? —preguntó Draco con burla, con los
ojos fijos en Granger, que esperaba bajo el marco de la puerta como si la cosa no fuera con
ella.
—Colaboraras o te meteré mi varita por el culo –anunció Ron —¿He sido bastante claro?

—Ron, no lo hagas —terció Hermione, y el pelirrojo se volvió hacia ella con expresión de
fastidio —así tendría una varita.

Ron miró a Hermione asombrado y luego se echó a reír, Harry también sonrió, e incluso
Hermione acabó por hacerlo ante la expresión furibunda de Malfoy.

"Toma ésa" pensó, "esto es por lo de ayer".

—Bien —continuó Harry tratando de ponerse serio —Tú eres un mortífago, así que debes
saber ciertas cosas que podrían sernos útiles.

—Sí, por ejemplo, ¿dónde os reunís? —preguntó Ron con los brazos cruzados y pose de
matón.

—No pienso responder a eso —replicó Malfoy cruzándose de brazos con expresión aburrida.

Sin decir nada, Ron y Harry sacaron sus varitas y le apuntaron al unísono. Draco miró a
Granger esperando que interviniera –era tan santurrona que seguramente le defendía por
estar en inferioridad de condiciones –pero la chica permaneció indiferente bajo el quicio de
la puerta.

Viendo que no tenía alternativa, masculló una maldición y arrugó los labios en una mueca
de rabia.

—Si respondo a eso, me matarán —reconoció entre dientes.

—Nosotros también podríamos hacerlo —aseguró el pelirrojo con lo que intentó que fuera
un tono intimidatorio. Draco le miró fijamente durante unos segundos y después se echó a
reír a carcajadas, dándose palmas en una rodilla enfáticamente.

Ron se puso colorado hasta las orejas de pura rabia y abrió la boca para decir algo, pero
Harry le interrumpió.

—Pero siempre podemos entregarte a las autoridades. ¿Te gustaría pasar una temporada
en Azkaban? ¿Tantas ganas tienes de reencontrarte con tu padre?

La risa de Malfoy se cortó en el acto. Hizo una mueca, como si le hubieran golpeado de
forma muy dolorosa y miró a los tres chicos con odio gélido.

—No tienen un punto de reunión prefijado —reconoció con rencor. Hermione no pudo evitar
reparar en que hablaba de los mortífagos como algo ajeno a él, como si ya no fuera uno de
ellos —van allá a dónde el Señor Oscuro los llame.

—¿Y donde es eso?

—Cada vez en un lugar distinto: un bosque, un cementerio, unas ruinas...Cualquier lugar


apartado y vacío.

—¿Qué está tramando ahora Voldemort? —preguntó Harry y Malfoy se estremeció


imperceptiblemente al escuchar el nombre de su señor.
—No lo sé.

Hermione le observó, pálido desde que Harry había nombrado a Voldemort y se dio cuenta
de cómo se llevaba las manos al pecho de manera inconscientemente, posiblemente para
palparse las cicatrices que lo atravesaban y que -Hermione estaba cada vez más segura de
ello –su amo le había provocado, y sintió compasión por él. Aunque quisiera disimularlo,
era evidente que estaba asustado.

—Vaya, así que el-que-no-debe-ser—nombrado no confiaba sus planes en su mano


derecha, eh —se burló Ron.

—Yo no era su... —comenzó Malfoy con cansancio. Aún no había recuperado el color.

—Lo suponía —lo atajó Harry con frialdad.

—¿Queréis dejarlo ya? —terció Hermione –Está colaborando, no es necesario que seáis
desagradables.

—No necesito que me defiendas, sangre sucia —espetó él con rabia.

—¡Retira eso!—gritó Ron enfurecido.

—No —insistió Draco, categórico, disfrutando de la mueca en los labios de Granger y la


expresión enfurecida de Ron y Harry —eso es lo que es. Una sangre podrid...

Pero Draco no pudo acabar de pronunciar la última palabra porque Potter le agarró con
fuerza por el cuello de su camina de leñador y le puso la varita en el cuello.

—Malfoy...—comenzó con voz amenazante.

—Harry, déjalo —dijo Hermione con voz suave, sin poder ocultar la tristeza en sus ojos —
no merece la pena. Sólo intenta provocaros y molestarlos. Creo que lo mejor será que me
vaya, así será más sencillo para todos.

Y antes de que Harry o Ron pudieran decir nada, Hermione se dio la vuelta y salió de la
habitación de Malfoy. Draco se quedó mirando el marco de la puerta por el que el
desordenado pelo castaño había desaparecido y sintió un extraño vacío y una sensación
incómoda en el pecho. Algo parecido a... desazón.

—¿Estás contento ya, Malfoy? —preguntó Ron con violencia.

Harry bajó la varita y soltó la camisa de franela de Malfoy con asco. Después le miró a los
ojos, todo seriedad y frialdad.

—¿Sabes? Es muy estúpido por tu parte tratarla así, Malfoy, sobre todo considerando que sí
te he permitido quedarte aquí en lugar de echarte a la calle o entregarte al ministerio ha
sido sólo porque Hermione ha insistido. Siente compasión por ti, pero no dudes que el día
que ella deje de apoyarte, yo no tendré ningún problema en librarme de ti, así que yo que
tú mediría mis palabras.

Capítulo 9: La llamada del Señor Oscuro (Editado)


Hermione entró en la habitación que antes había compartido con Ginny y se apoyó en la
puerta tras cerrarla. Cerró un instante los ojos y se preguntó por qué de repente se sentía
tan deprimida.

Sangre sucia, sangre podrida.

Bueno, eso no era ninguna novedad. ¿Por qué entonces ahora se lo tomaba tan a pecho?
Quizás simplemente estaba cansada, y nadie podría culparla por ello. Llevaba años
soportando sus insultos estoicamente pero ahora que tenía que oírlos bajo su propio techo
–bueno, el de Harry pero venía a ser lo mismo – y después de haberle salvado la vida, las
cosas eran un poco diferentes.

Esperar que él se mostrara agradecido siempre habría estado fuera de lugar, pero se sentía
estúpida y ridícula cada vez que él la insultaba después del modo en que le había defendido
delante de todos. Ron se enfadaba con ella cada vez que se hablaba de Malfoy y Harry no
estaba nada contento con la idea de tenerlo en su casa. Pero ella insistía porque sentía
compasión por él.

Compasión que por cierto no se merecía. Ni estaba agradecido, ni quería su ayuda, ni


perdía la oportunidad para quejarse por estar "secuestrado" en Grimmauld Place o de
insultarla con las palabras más hirientes que se le ocurrían. Molestarla parecía ser su única
fuerte de diversión y placer, y ella estaba cansada de ser su saco de boxeo para descargar
sus frustraciones y sentirse mejor.

Desanimada, se dejó caer sobre su cama y en el mismo instante en que su trasero tocó el
colchón, lanzó un grito agudo.

La cama empezó a vibrar bajo su peso, con violentos embates, como si estuviera poseída
por algo. Hermione intentó incorporarse, pero las acometidas eran tan fuertes que
constantemente se veía impelida hacia el colchón. Se aferró como pudo a la cabecera de la
estrecha cama, mientras ésta tomaba altura, elevándose al menos un metro del suelo.

Su varita se le escurrió del bolsillo del pantalón y cayó al suelo con un sonido apagado,
mientras la cama avanzaba por la habitación, levitando y balanceándose hacia los lados
como si quisiera arrojar a Hermione.

La chica se aferró con fuerza al cabecero y sopesó sus posibilidades. Podía dejarse caer
pero se daría un buen porrazo y no estaba muy segura de que la cama no intentara
aplastarla una vez estuviera en el suelo. Usar la magia estaba descartado pues no tenía
varita y la opción de esperar a que la cama se cansara de moverse como un toro mecánico
no le resultaba muy atractiva.

Por otro lado, tampoco quería interrumpir a Harry y Ron en su interrogatorio a Malfoy y
menos aún que la encontraran en una situación tan ridícula.

¿Qué podía hacer?

—¡Harry! ¡Ron! —gritó finalmente con resignación. Esperó un largo minuto antes de volver
a gritar –no quería parecer una histérica –pero justo cuando abrió la boca para llamar de
nuevo a sus amigos, Harry y Ron entraron en la habitación bruscamente y con expresión
preocupada.

—Hermione, ¿qué... —comenzó Harry.


—¿Qué le pasa a la cama? —preguntó Ron boquiabierto.

—No lo sé —farfulló Hermione avergonzada, se sentía estúpida, aferrada al cabecero de la


cama mientras ésta no paraba de dar botes —en cuanto me senté en ella se puso a dar
brincos como una loca y ¡aaaaaah!

La cama dio un bote especialmente fuerte y las piernas de Hermione se escurrieron fuera.

—Tenemos que bajarte de ahí —dijo Harry sacando su varita. Hermione le miró
esperanzada mientras intentaba volver a colocarse en el centro de la cama, y pudo ver a
Malfoy bajo el dintel de la puerta, observándola con expresión divertida. Le lanzó una
mirada asesina y apretó los dientes.

Durante los siguientez cinco minutos, Harry y Ron probaron todo tipo de hechizos,
encantamientos y contramaleficios para parar la cama, pero no consiguieron nada.
Hermione, cada vez más impaciente y cansada de aferrarse al cabecero, les sugería
algunos hechizos, frustrada.

—No hay manera —dijo Ron apesadumbrado.

—Hermione, tendrás que saltar de la cama —dijo Harry con seriedad.

—¡Qué gran idea! —exclamó ella con ironía, mientras la cama se sacudía de nuevo y Malfoy
soltaba una risa burlona.

—Vamos, nosotros te cogeremos —insistió Harry y él y Ron se acercaron a una distancia


prudencial con los brazos tendidos hacia ella. Hermione les miró unos instantes, resoplo
con enfado, y cerrando los ojos se lanzó a su suerte.

Pensó que se daría un buen castañazo pero aterrizó sobre unas cuantas manos y aunque
creyó que iba a escurrirse, Ron la sujetó con fuerza impidiendo que se cayera. Tomó pie y
se quedó ahí, parada unos instantes y aferrada a Ron como si la vida le fuera en ello,
recuperándose aún de la impresión.

Malfoy, bajo el marco de la puerta, borró en el acto su expresión de satisfacción


remplazada por una mueca desagradable, que no se aflojó hasta que la chica soltó a su
amigo. De repente, estaba de muy mal humor.

—¿Estás bien? —preguntó Harry poniéndole una mano en el hombro.

Hermione asintió vacilante y los tres miraron a la cama que por arte de magia, había
dejado de botar y se había posado en su posición original, como un inocente mueble más.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ron.

—Ya os lo dije, me senté en la cama y se puso a dar botes.

Harry se acercó al mueble con prudencia y tocó el colchón con una mano. De inmediato la
cama dio un brinco y volvió a caer al suelo, quedándose quieta en cuanto Harry se apartó.
Ron hizo la misma prueba en la cama que había en paralelo a la de Hermione, donde
tiempo atrás había dormido Ginny y ésta reaccionó del mismo modo.
—Vale, están encantadas —dijo—–George y Fred lo habrían encontrado muy interesante.

Hermione le lanzó una mirada asesina y se cruzó de brazos.

—Esta noche no les pasaba nada a las camas, alguien ha debido hacerles algo —dijo y de
inmediato los ojos de los tres amigos se fijaron en Malfoy.

Él alzó una ceja con arrogancia y se encogió de hombros.

—A mi no me miréis —masculló —no tengo varita, ¿cómo coño iba a embrujar las camas?
Aunque me hubiera encantado —añadió con malicia mirando a la chica, sentía la necesidad
de hacerla rabiar para librarse un poco de su mal humor.

—Pues si no ha sido Malfoy, ni ninguno de nosotros —dijo Hermione ignorando al rubio —ha
tenido que ser...

—Kreacher —dijo Harry enfadado —¡Kreacher!

En ese mismo instante se oyó un ¡plop! Y Kreacher apareció en el centro de la habitación.


Hermione observó con sorpresa que estaba más limpio de lo que lo había visto jamás. En
su época en Hogwarts durante el curso anterior no había dado muchas más señales de
higiene que la primera vez que ella le había visto. Después de lo sucedido con Dumbledore
y el cierre –por el momento provisional de Hogwarts –Harry se había visto obligado a
acoger de nuevo a Kreacher el Grimmauld Place –pues como Dumbledore le había dicho, el
elfo sabía demasiado, lo cual podría ser peligroso –y el elfo parecía encontrar alguna
retorcida satisfacción en ir completamente mugroso. Pero ahora eso había cambiado y
Hermione sospechaba que por influencia de Malfoy.

—¿El amo ha llamado Kreacher, señor? —preguntó haciendo una rígida reverencia y
mascullando insultos hacia Harry y sus amigos por lo bajo cuando su nariz rozó el suelo.

—Kreacher, las camas de esta habitación están embrujadas, ¿has tenido algo que ver? —
preguntó Harry con dureza.

Kreacher levantó la cabeza, rehuyó la mirada de Harry y fijó sus ojos en el rubio, como si
esperara ayuda de él.

—Kreacher no ha sido, ¿verdad que no, Kreacher? —dijo Draco con una leve sonrisa de
lado. Por supuesto que estaba seguro de que había sido Kreacher, pero quería fastidiar a
Potter. Sabía que Kreacher se sentía mágicamente obligado a obedecer a Potter (aunque
los elfos podían llegar a ser capaces de desobedecer a sus amos) pero si él –a quien
Kreacher se sentía en la obligación bastante bien aceptada de servir— le daba una orden
contradictoria a la de Potter, sería más fácil que desobedeciera a su auténtico amo.

—No, señor —dijo al cabo con voz extrañamente ronca.

—¿No lo has hecho tú? —insistió Harry lanzando una mirada mortal de soslayo al rubio.

—No, Kreacher no ha hecho —repitió.

—Entonces, no tendrás idea de cómo deshacer el Encantamiento que le han hecho a la


cama ¿Verdad? —preguntó Harry con ironía, incapaz de disimular su furia.
—Es sólo un elfo doméstico, ¿cómo iba saberlo? —preguntó Malfoy sin molestarse ya en
disimular su sonrisa.

—Tú te largas —le espetó Ron furioso y antes de que Malfoy pudiera hacer o decir nada, el
pelirrojo le cerró la puerta en las narices literalmente.

—Kreacher no sabe, Kreacher no sabe —dijo el aludido. Hermione le miró con compasión,
era evidente que había sido él pero no le culpaba por ello. El pobre estaba algo trastornado
y debían ser pacientes con él.

Harry suspiró exasperado y se acercó a Kreacher, furioso.

—Sé que has sido tú y te ordeno que no me mientas o...

—Déjalo, Harry, da igual —le calmó Hermione sujetándole con suavidad por un antebrazo
—Kreacher, puedes irte. No me importa que...

—La sangre sucia se cree con derecho a dar ordenes a Kreacher —comenzó a rezongar el
elfo doméstico a media voz, mientras se retorcía las manos con malicia —Kreacher la
ignora, oh, ñi,esa criatura inferior no puede mandar en Kreacher. Si la Señora...

—¡Basta! —gritó Harry —¡Kreacher, vete de esta habitación y no vuelvas a usar tu magia
para embrujar nada de esta casa!

El elfo desapareció con otro ¡plop!, no sin antes lanzarle una mirada asesina a su amo.

—Harry, cálmate —susurró Hermione —no tiene importancia. La casa tiene docenas de
habitaciones, me trasladaré a otra.

Harry se relajó bajo la presión de la mano de Hermione en su brazo, y lentamente asintió,


con el semblante aún adusto.

Lo cierto es que un par de horas después, parte de la paciencia y consideración de


Hermione se habían esfumado. Kreacher no había embrujado sólo su habitación, sino los
otros tres dormitorios de la segunda planta. La chica le justificaba pero no podía evitar
sentirse frustrada, sobre todo porque sólo le quedaba una opción que no le agradaba
demasiado.

Las habitaciones del segundo piso estaban inutilizadas, y en el primero sólo había dos
habitaciones, cada una ocupada por uno de sus amigos. Las habitaciones del cuarto piso
aún no eran habitables, así que todas las opciones apuntaban a que tendría que mudarse al
tercer piso, dónde dormía Malfoy.

Por si eso no era suficiente, la única habitación acondicionada además de la del mortífago,
era la inmediatamente contigua. Con resignación, Hermione había llegado a la conclusión
de que no tenía otra opción, así que a pesar de las quejas de Harry y Ron (¡Cómo vas a
dormir junto a Malfoy! ¿Te has vuelto loca! ¡Podría ser peligroso!), finalmente ahí estaba,
instalando sus cosas.
No tenía ningún miedo de Malfoy, pero la idea de dormir cerca de él no podría resultarle
más desalentadora. Si hasta entonces había procurado evitarlo con relativa suerte, ahora la
cosa estaba más complicada. Se lo encontraría constantemente –por no hablar de que
tendrían que compartir el baño –y le sería más difícil encontrar tranquilidad.

—En fin —suspiró. Siempre había sido una persona práctica y lo más práctico era mudarse
a esa habitación, así que dejó de darle vueltas y se puso a colocar todas sus cosas.

—Vaya, Granger, ¿Cómo tú por aquí? —preguntó Malfoy arrastrando las palabras con un
toque sensual, mientras se asomaba por la puerta abierta.

—Tengo novedades que seguro te encantaran —respondió ella asesinándole con la mirada—
me voy a instar aquí. No tengo otra opción. No hay habitaciones libres y habitables a parte
de ésta.

—Excusas —dijo Malfoy, que por alguna razón no parecía disgustado como ella había
esperado, sino divertido —Confiesa que lo que en realidad quieres es estar cerca de mí.

—Oh, Malfoy, ¡no sabía que fuera tan trasparente! –replicó ella llevándose las manos al
pecho con teatralidad. Después le lanzó una mirada asesina y siguió guardando su ropa en
el enorme armario —No creas que esto me hace ninguna gracia.

—No te molestes en disimular, ¿qué será lo siguiente? ¿Te colarás en mi cama por las
noches?

Hermione le miró con fuego en los ojos y muy a su pesar no pudo evitar ponerse colorada.
Recordó el bochorno que había pasado cuando la Señora Weasley descubrió que habían
dormido "juntos" –por decirlo de algún modo –y después ese momento en el baño en el
que había estado encima de él.

—¿Qué pasa, Granger? ¿Te avergüenzas de desearme? —preguntó él, apoyándose en el


marco de la puerta con pereza y fijando en ella sus increíbles ojos grises llenos de burla y
diversión.

Hermione se echó a reír ante la sola idea.

—Preferiría a Crabbe o Goyle antes que a ti, así que no temas, no pienso...meterme en...tu
cama mientras duermes —finalizó algo abochornada. Sólo de imaginarse en la cama con
Malfoy sentía escalofríos.

—¿A qué viene tanto pudor? —preguntó él. No parecía ofendido porque ella hubiera
rechazado tan enfáticamente la sola posibilidad de sentir atracción por él y Hermione lo
atribuyó a que esa opción resultaba inconcebible para él —¿Es que acaso eres virgen,
Granger? —añadió con malicia.

El modo en el que ella enrojeció, toda furia y vergüenza, y cómo le asesinó con los ojos,
reafirmó a Draco en su idea. Y no supo por qué, pero sintió una extraña alegría.

—Eso no es asunto tuyo, Malfoy —respondió ella con brusquedad y colocó una camisa
blanca en su percha con tanta fuerza que casi desgarró las costuras —¿Y por qué no te
largas?
—Así que eludes la pregunta, ¿es qué te tiras a Potter o Weasley? —la aguijoneó por el
mero placer de ver su expresión, aunque estaba seguro de cual era la respuesta —¿a cuál
de los dos? ¿A los dos tal vez?

Hermione le miró como si estrangularle fuera poco castigo y se acercó a él, hecha una
furia.

—Por supuesto –replicó altaneramente, sorprendiendo al mortífago –Nos llaman trío dorado
por algo, Malfoy. Buenas noches.

Y por segunda vez en esa tarde, a Draco le cerraron la puerta en las narices.

Hermione no podía dormir, daba igual cuantas vueltas diera bajo las mantas tratando de
encontrar la postura adecuada para descansar. Tampoco le servía de nada aporrear la
almohada, ahuecándola de diferentes maneras por si eso la ayudaba a conciliar el sueño.

Si había algo que Hermione Granger no soportaba, era no ser capaz de dormirse. Lo
consideraba una pérdida total y absoluta de tiempo. Gastaba las horas dudando entre
levantarse y ocupar el tiempo haciendo algo más útil, o esperar un poco más por si se
dormía.

Suspirando, apartó las mantas y se sentó en la cama. Se frotó los ojos secos y se pasó una
mano por el pelo aplastado y enredado. Tenía la garganta reseca así que, posó sus pies
descalzos sobre la alfombra persa y en silencio salió de su habitación después de alisar y
colocarse un poco el pijama.

El baño del tercer piso estaba al fondo del pasillo y para llegar a él, Hermione tenía que
pasar por delante de la habitación del mortífago. Fastidiada, caminó de puntillas con los
pies descalzos tratando de hacer el menor ruido posible, pero cuando pasó por delante de
la puerta de Malfoy, escuchó un sonido procedente del interior.

Como un quejido ahogado. Sorprendida, se detuvo y se acercó con sigilo a la puerta.

Otro gemido entre dientes.

Varias ideas pasaron por la mente de Hermione, que apretó la oreja contra la madera.
¿Estaría teniendo otra pesadilla?

Inconscientemente, alargó la mano hasta el pomo de la puerta pero se detuvo antes de


girarlo, preguntándose qué estaba haciendo exactamente. No quería que se repitiera otra
vez lo sucedido la primera noche que Malfoy había pasado en Grimmauld Place y por otro
lado, ella no tenía la obligación de despertarle de sus pesadillas. Después de todo la había
llamado sangre sucia varias veces ese mismo día y había despreciado su ayuda, cuando
intervino para que Harry y Ron no fueran tan duros con él durante el interrogatorio.

Si no podía dormir por las noches, sería porque tenía la conciencia intranquila.

Se dio media vuelta y decidió ir por el dichoso vaso de agua, pero el siguiente gemido fue
aún más fuerte y crispado, mezclado con una especie de silbido, como si Malfoy hubiera
soltado aire entre dientes. Y por mucho que lo intentó, no fue capaz de ir por agua y volver
a su cama.
Peleó silenciosamente por unos instantes, corazón contra razón, y finalmente con un
suspiro resignado, giró el pomo de la habitación de Malfoy y entró.

—Malfoy —musitó sorprendida.

Malfoy no estaba dormido como ella había pensado, sino que estaba arrodillado a los pies
de la cama, aferrándose con una mano la muñeca del brazo contrario –el izquierdo –y con
el rostro desfigurado en una mueca de dolor.

A la leve tenue luz de la lámpara de aceite mágico que iluminaba la estancia, Hermione
pudo distinguir con una mueca de miedo la Marca Tenebrosa en el antebrazo izquierdo y
pálido del muchacho, volviéndose negra.

Draco volvió sus ojos inyectados en sangre hacia la chica, con las mandíbulas tensas por la
fuerza con la que las apretaba, en un inútil intento de tratar de contener el dolor.

—¿Qué coño haces aquí? —espetó en un siseó, matizado de dolor —¡Lárgate, estúpida!

Hermione ignoró sus palabras y se acercó a él con pasos cautelosos y tranquilos.

—La Marca Tenebrosa —susurró, observándola con una especie de morbosa fascinación.

Draco, con gesto huraño, cubrió la marca con la manga de su odiosa camisa de leñador.

—¿Te...duele? —preguntó ella con suavidad.

—No, en realidad, es una auténtica fiesta —respondió él con sarcasmo.

—¿Te está...llamando? —inquirió ella asustada ante la idea.

—Nos está llamando —corrigió él y por mucho que lo intentó, no pudo contener un


escalofrío.

—¿Eso significa que esta noche van...a atacar a alguien?

—Yo qué coño sé —espetó él, evasivamente. Por supuesto que no iba a compartirlo con la
sangre sucia, pero estaba aterrorizado. No había vuelto a sentir la Marca Tenebrosa desde
la noche en que se escapó y esa nueva llamada no podría significar nada bueno. Quizás en
ese mismo momento, estaban buscándole...

Hermione miró a Malfoy con indecisión. Parecía tan indefenso, tan asustado y tan solo que
sintió la necesidad de reconfortarlo. Despacio, se arrodilló frente a él sobre la alfombra de
Aubusson y alargó una mano hacia el brazo del muchacho. Ni bien la yema de uno de sus
dedos rozó el antebrazo del chico, él lo apartó como si le hubiera quemado.

—¿Qué haces? —le gruñó violentamente asesinándola con la mirada. En la penumbra, el


gris de sus ojos inyectados en sangre, resaltaba mucho más, como una lúgubre sombra
rodeada de escarlata y Hermione sintió una sensación extraña en el pecho —¿Qué es lo que
quieres? ¿Examinar la Marca? ¿Estudiarla y analizarla? Debe ser una gran incógnita para ti
porque no aparece en ninguno de tus jodidos libros, ni siquiera en los libros de Magia
Oscura que ojeas últimamente, ¿no, Granger? Pues hazme caso, sabelotodo, esto no te
gustaría saberlo.
—Yo no...

—¿Tú no qué? ¿Cuándo demonios vas a aprender a obedecer cuando te dicen que
desaparezcas? Si me hubieras hecho caso la primera vez, ahora estaría...

—Muerto —respondió ella ofendida y furiosa. No estaba muy segura de porqué pero en ese
momento sentía un inmenso resentimiento contra Malfoy. ¿Cuánto tiempo iba a pasar
machándola por haberle salvado la vida? ¿No se suponía que esas cosas no funcionaban
así? ¿Es qué lo que él quería era haber muerto? La sola idea de que él pudiera preferir
haber muerto a aceptar su ayuda, hizo que la sangre le hirviera de enojo —Eres un egoísta,
Malfoy. Sólo piensas en ti y la verdad es que yo también debería empezar a hacerlo, al
menos cuando se trata de ti. No sé porqué me esfuerzo contigo, no vales la pena.

Le lanzó una mirada de enfado y salió de la habitación, cerrando la puerta con más
suavidad de la que cabía esperar.

Draco murmuró una maldición y comprobó asombrado que la Marca había dejado de
arderle.

Capítulo 10: De Snape y la muerte de Dumbledore  (Editado)

Hermione no fue capaz de volver a conciliar el sueño en lo que restaba de noche, si bien no
volvió a oír ningún otro quejido procedente de la habitación de Malfoy.

Se despertó a primera hora, con ojeras y expresión cansada pero completamente despierta.
En pijama, bajó a desayunar a las cocinas aunque no tenía demasiado apetito.

Se llenó el bol de cereales y se obligó a meterse un par de cucharadas en la boca. Estaba


inquieta, preocupada y algo más que no sabía definir.

No podía parar de pensar en la llamada de Voldemort. Había convocado a sus mortifagos y


estaba segura de que no era para nada bueno. Después de la muerte de Dumbledore, no se
conocían noticias de nuevos crímenes directos en los que se hubiera mostrado la Marca
Tenebrosa, aunque por lo menos una vez a la semana, El Profeta se llenaba de noticias
extrañas generalmente atribuidas al Señor Oscuro.

Unas semanas atrás, unos desconocidos se habían colado en el London Zoological Gardens
y habían soltado por Regent's Park docenas de criaturas peligrosas –entre ellas enormes
serpientes –que habían producido varios heridos, un par de muertes y muchos problemas.
El ministerio mágico, colaboró con el muggle para recuperar a todos los animales, pero tres
serpientes continuaban desaparecidas –sospechaban que se habían colado en las cloacas –.

—¿En qué piensas? —preguntó Harry. Hermione parpadeó un par de veces para comprobar,
sorprendida, que Ron y Harry estaban sentados a la mesa, justo frente a ella.

—¿Qué te ha pasado? Tienes un aspecto horrible —comentó Ron con su habitual tacto.

Hermione apenas frunció el ceño ni se molestó.

—He pasado mala noche. Estaba pensando en todas las cosas extrañas que han pasado
últimamente atribuidas a Voldemort...

—¿Cómo el accidente de London Eye? —preguntó Harry, sombrío.


—Por ejemplo —musitó Hermione, estremeciéndose al recordarlo. La mítica noria gigante
de Hyde Park había sido testigo, victima y a la vez verdugo de un trágico suceso. Apenas
un par de semanas después de la muerte de Dumbledore y aprovechando que la noria
estaba abarrotada de turistas muggles, alguien –probablemente los mortífagos enviados
por Voldemort –habían manipulado la atracción. Las autoridades muggles aún no había
podido explicar cómo las cápsulas cargadas de gente se habían quedado bocabajo más de
una hora, cómo la noria había empezado a girar a velocidades descomunales (para más inri
en el sentido contrario al habitual) y mucho menos, cómo finalmente alguna de las cabinas
se desprendieron y cayeron al suelo desde gran altura provocando varias docenas de
muertes.

—Y me temo que anoche, Voldemort ha vuelto a hacer algo... —susurró Hermione después
de un silencio cargado y triste.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Harry interesado.

—Anoche Voldemort convocó a sus mortífagos —y viendo la expresión interrogativa de sus


amigos, añadió —A Malfoy le dolía la marca y la tenía negra.

—Si eso es cierto...es muy probable que haya ocurrido algo —dijo Ron, pálido.

—He pensado que podría ir hasta el Callejón Diagon, comprar el Profeta y pasarme por el
Ministerio para ver si Tonks o...

—Mi padre, podríamos hablar con él, seguro que él sabe algo —propuso Ron.

Por cuestión de seguridad, Hermione había cancelado su suscripción al periódico, pues


podría ser peligroso para ellos que alguien viera a una lechuza dirigirse con asiduidad a una
casa inexistente por lo que, desde que estaba en Grimmauld Place, Hermione iba de vez en
cuando al callejón Diagon a comprarlo.

—Entonces vayamos cuánto antes —dijo Harry.

—¿Pero si vamos todos, qué hacemos con Malfoy? —preguntó Ron.

—Bastará con sellar la puerta —dijo Hermione removiendo los cereales en su tazón —no
tiene magia, así que no podrá salir.

Media hora después, Harry, Ron y Hermione abandonaron Grimmauld Place, sellando la
puerta mágicamente a su salida. Ninguno de los tres se había molestado en informar a
Malfoy de su marcha y era posible que el mortífago no se diera cuenta de su ausencia si no
salía de su habitación.

Tomaron el metro hasta el centro de Londres, atentos a las conversaciones de los muggles
que lo llenaban, pero todo parecía normal –relativamente normal considerando los tiempos
que corrían-. Había pocas conversaciones y todas ellas a media voz, a pesar de eso,
ninguno de los tres amigos escuchó nada sospechoso o fuera de lo normal.

Cuando bajaron del metro, resolvieron ir al Ministerio a hablar con el padre de Ron para
obtener información de primera mano –El Profeta no era una fuente excesivamente fiable–.
Se metieron en la cabina mágica, marcaron la contraseña y alegaron la necesidad de hablar
urgentemente con el empleado Arthur Weasley y finalmente entraron al vestíbulo donde
fueron examinados por el mago vigilante, que les dio unas chapas con sus nombres sin
dejar de observarles con curiosidad –en especial a Harry.

Los tres tuvieron ocasión de comprobar que habían reconstruido la fuente mágica y las
estatuas tenían un aspecto perfecto que jamás hubiera hecho ni imaginar de lo que habían
sido testigos. Tomaron el ascensor junto con unos cuantos aviones de papel de color violeta
–Harry explicó a sus amigos que eran Memorándus –y se detuvieron en el segundo piso.

Cuando las puertas doradas del ascensor se abrieron, escucharon la voz mecánica de una
mujer anunciando: "Segunda Planta. Departamento de Seguridad Mágica".

—¿Sabes dónde está el despacho de tu padre, Ron? —preguntó Hermione, incómoda ante
las miradas que de extrañeza que les lanzaban todos los trabajadores que iban de aquí
para allá, al parecer muy apurados.

—Ni idea —negó el pelirrojo —nunca he estado en esta parte del Departamento.

—Yo sí —dijo Harry —creo que recuerdo cómo llegar.

Harry en cabeza, los tres chicos avanzaron por un pasillo, doblaron en la esquina y pasaron
por unas gruesas puertas de roble que daban a una estancia espaciosa, dividida en docenas
y docenas de cubículos. Allí el clima era diferente, todos estaban ocupados pero hablaban a
media voz, como si temieran perturbar a alguien o estuvieran afligidos por algo.

—Me parece que tenemos que seguir por aquí —dijo Harry señalando otro pasillo. Durante
un par de minutos, tomaron varios pasillos, cruzándose ocasionalmente con algún mago o
bruja –siempre con prisa –hasta que llegaron a una zona más pequeña y mal ventilada –lo
cual era fácil de entender considerando que no tenía ventanas –con un letrero colgado que
rezaba "Oficina contra el uso indebido de objetos muggles".

—Es aquí —dijo Harry.

—¡Hijo! ¡Chicos! ¿Qué hacéis aquí? —preguntó el señor Weasley saliendo de un pequeño
cubículo con unos cuantos papeles en las manos —¿Ha ocurrido algo? —preguntó con
preocupación.

—No, señor Weasley.

—Papá, en realidad venimos a preguntarte lo mismo. ¿Podemos hablar?

—Bueno, debería... —el señor Weasley se rascó la incipiente calva con expresión pensativa
y hojeó sus papeles —puede esperar, venid a mi despacho, vamos.

Los tres chicos siguieron al señor Weasley hacia el interior de su reducido cubículo con el
espacio necesario para una mesa, una silla, y tres pares de pies apretados. Se sentó a la
mesa –en realidad no hubiera cabido de otro modo –y miró a los chicos con preocupación.

—¿Sabéis? Resulta curioso que hayáis venido, precisamente esta mañana Molly estaba muy
inquieta por vosotros.

—¿Por qué? —preguntó Ron.


—Bueno, ya sabes cómo es tu madre, no puede evitar preocuparse por todo —dijo el señor
Weasley, jugueteando con un enchufe muggle entre los dedos. Parecía nervioso por algo —
y después de lo que sucedió anoche, la verdad es que no es de extrañar...

—Señor Weasley... ¿Qué ocurrió anoche? —preguntó Hermione aferrándose


automáticamente al antebrazo de Harry. El señor Weasley les miró y pareció meditar algo.

—Tarde o temprano os acabaríais enterando de cualquier modo, así que supongo que es
mejor que os lo cuente yo... pero debéis guardar absoluta discreción. Algunas cosas de las
que voy a deciros ni siquiera el Ministerio las sabe y...

—Sí, sí, no diremos nada —le atajó Ron con impaciencia —Pero, ¿qué ha pasado papá?

—Anoche se volvió a ver la Marca Tenebrosa —explicó Arthur con tono sombrío. Harry, Ron
y Hermione intercambiaron una mirada asustada —más concretamente sobre la casa de
Kingsley Shackelbolt.

—¿Qué? ¿Está bien?

—Baja la voz, Harry —el señor Weasley se inclinó sobre su mesa y los chicos se acercaron
más a él —Kingsley está bien, un poco magullado pero nada grave. Precisamente he ido a
verlo a San Mungo hace un par de horas.

—¿Cómo... cómo fue? —preguntó Hermione.

—Por lo visto varios mortífagos se presentaron en su casa. Kingsley es muy buen mago y
auror, así que supongo que Voldemort envió por él: o bien para que se uniera a sus líneas o
bien para eliminarlo. Kingsley consiguió mantenerlos a raya hasta que llegaron los
refuerzos. Logró herir a Callahan y Carrows y fueron detenidos.

—¿Y de todo eso, qué es lo que no sabe el Ministerio? —preguntó Ron.

—En realidad, antes de ser atacado —el señor Weasley había bajado aún más la voz, así
que los tres chicos juntaron las cabezas sobre el escritorio —un mortífago intentó disuadirlo
mientras los otros hacían guardia.

—¿Quién?

—Snape.

—¿QUÉ?

—Harry, por favor, baja la voz –repitió el señor Weasley en tono calmo —Kingsley me contó
que Snape le dijo que el-que-no-debe-ser-nombrado le envió a él, y a un par más, para
convencerle de que se uniera a su causa o matarle, pero también le dijo algo más —añadió
al ver que un enfurecido Harry abría de nuevo la boca —le dijo que seguía perteneciendo a
la Ordén del Fénix...

—OH, SÍ, ¡ES EL MIEMBRO DE HONOR! —gritó Harry. Hermione le dio un apretón en el
brazo para recordarle que se comportara.
—Sé que lo que voy a deciros no os va a gustar, en especial a ti, Harry, pero bueno, ya sois
mayores de edad y...

—Papá... —le urgió Ron, bastante más pálido de lo normal.

—Bueno, Snape le dijo a Kingsley que... —al Señor Weasley se le escurrió el enchufe entre
los dedos, evidentemente muy nervioso —dijo que... había matado a Dumbledore por orden
de el mismo Dumbledore...

Durante unos largos segundos, se instauró un tenso silencio en el reducido despacho, los
tres chicos boquiabiertos. Después, Harry estalló.

—¡SÍ, CLARO! ¡SEGURO QUE...

—¡Harry! —le reprendió Hermione con suavidad.

—Si piensa que vamos a creerle... —terció Ron.

—Escuchad, escuchad, eso no es todo —dijo el señor Weasley —también le proporcionó a


Kingsley cierta información de los planes de su amo, que si es cierta, podría ser muy útil al
ministerio y podría salvar muchas vidas.

—¿Qué información? —preguntó Hermione en un trémulo susurro.

—Creo que ya sabéis suficiente —dijo el Señor Weasley, dudoso, y lanzó una mirada a
Harry que estaba colorado de rabia y parecía un toro a punto de embestir.

—Por favor, señor Weasley...

—En realidad, son cosas que ya sospechábamos –respondió Arthur manoseando


nerviosamente el enchufe –el-que-no-debe-ser-nombrado está intentado reclutar un gran
número de seguidores, cuantos más mejor, para hacerse con el poder. Lo cual significa que
intentará sacar a todos los mortífagos encerrados de Azkaban.

—¿ES ESA LA VALIOSA INFORMACIÓN DE...

—¡Harry! —aseveró Hermione tapando con una mano la boca de su amigo.

—Ya sospechábamos eso —dijo Arthur —pero no sabíamos cuando pensaban hacerlo y si
Snape no nos ha mentido, ahora conocemos cuándo pretenden atacar la prisión y así
podremos reforzar la seguridad.

—¿ACASO OS CREÉIS UNA SOLA PALABRA DE LO QUE ESE COBARDE...—consiguió gritar


Harry después de librarse de la mano de Hermione.

—Creo que ya sabéis suficiente —le interrumpió el señor Weasley poniéndose en pie —
ahora será mejor que volváis a casa. Molly pensaba comunicarse por la red Flu con
vosotros a eso del mediodía, si no os vais ya, podríais llegar tarde.
Harry, Ron y Hermione salieron del Ministerio en silencio. Harry iba en cabeza, furioso,
dando pasos tan enérgicos que sus amigos tenían dificultad para seguirle, y la verdad es
que no les importaba demasiado que hubiera un par de metros de distancia entre ellos y el
moreno. Durante todo el trayecto en metro, Harry no abrió la boca y Hermione y Ron
apenas intercambiaron un par de palabras murmuradas, a la vez que lanzaban miradas de
inquietud a su amigo.

Dejaron el metro y caminaron hasta Grimmauld Place en el mismo clima, pero cuando
entraron en la casa y la puerta se cerró a las espaldas del moreno, Harry explotó.

—¡ESE MALDITO TRAIDOR Y COBARDE! —gritó —¿CÓMO SE ATREVE A DECIR QUE AÚN
SIGUE FORMANDO PARTE DE LA ORDEN? ¿CÓMO PUEDE DECIR QUE DUMBLEDORE LE
ORDENÓ QUE LO MATARA? ¿Y AHORA SE ATREVE A...

—Harry, cálmate, por favor —le rogó Hermione —o la Señora Black...

—¿QUIÉN OSA A PERTUBAR LA PAZ DE ESTA CASA...

—Demasiado tarde —dijo Ron con expresión de resignación.

—...PANDA DE TRAIDORES, SANGRE SUCIAS Y...

—¡NO NOS LLAME TRAIDORES! —gritó Harry con tanta potencia de voz, que por un
momento, la Señora Black, pintada al óleo, se quedó callada con expresión de perplejidad.
Pero pronto volvió a la carga, aún más enfurecida si cabe, y chilló tanto que las cortinas
que flanqueaban su cuadro, se agitaron.

—¿CÓMO TE ATREVES, MOCOSO, A GRITARME EN MI...

—Harry, Hermione, vayámonos de aquí —rogó Ron tapándose las orejas con las manos —
esto es insopor...

—...CASA! TÚ, ESCORIA INMUN...

—¿Qué coño pasa aquí?

Hermione puso en blanco los ojos y suspiró resignada al ver a Malfoy al pie de las escaleras
con expresión indiferente pero a la vez, con los ojos grises impregnados de un brillo de
curiosidad.

—Vamos a las cocinas —dijo y cogió a Harry por la muñeca. Ron, tomó el antebrazo del
moreno, y entre él y Hermione, prácticamente lo arrastraron hacia las cocinas mientras la
Señora Black seguía chillando docenas de improperios y maldiciones.

Hermione se apoyó en la puerta de las cocinas para cerrarla, dejando a la Señora Black y a
Malfoy en el vestíbulo y suspiró con alivio. Tras unos segundos, los gritos de la dueña de la
casa dejaron de oírse.

Harry se soltó de la mano de Ron y se puso a caminar por la cocina, como un león
enjaulado, pisoteando el suelo de piedra con fuerza mientras apretaba los puños como si la
vida le fuera en ello.
—Harry —dijo Hermione con suavidad –sé que lo que el Señor Weasley ha dicho te ha
afectado mucho, pero tienes que tratar de calmarte.

—¿CALMARME? —gritó y derribó de un manotazo una jarra que había en la encimera de la


cocina —¡ESE COBARDE DE MIERDA HA...

—Lo sabemos, lo sabemos, Ron y yo también lo escuchamos —trató de apaciguarle


Hermione.

—Y los dos pensamos que es un cobarde y un traidor —añadió Ron rápidamente, deseoso
de demostrarle a Harry su apoyo para evitar posibles mal entendidos y reprimendas.

—¡ADEMÁS ESTÁ LOCO! ¿QUÉ PIENSA QUE VA A CONSEGUIR CON ESAS MENTIRAS?

Hermione y Ron guardaron silencio, incapaces de dar ninguna respuesta. Lo único que se
escuchaba era la respiración agitada y rabiosa de Harry, que poco a poco parecía ir
serenándose. Finalmente el moreno se dejó caer en una silla, con aire abatido.

—Harry —comenzó Hermione con indecisión —he estado pensando en por qué Snape ha
hecho esto —y al ver que Harry abría la boca, le hizo una seña con una mano, pidiéndole
que esperara —y te ruego que no me interrumpas hasta que acabe de hablar. Sé que lo
que te voy a decir posiblemente no te guste, pero sólo estoy tratando de ser razonable.

—Dilo de una vez, Hermione —la urgió Ron sentándose junto al moreno.

—Veréis, no puedo evitar pensar que las palabras de Snape podrían tener cierto sentido...

—¿SENTIDO?

—Harry, por favor... —ante la mirada de su amiga, Harry volvió a sentarse en la silla, pues
se había puesto en pie repentinamente —Esto sólo es una teoría pero...tú dijiste que
Dumbledore te confesó que sabía que Malfoy quería matarle desde hacía tiempo, y que
había actuado como si lo ignorara sólo para protegerle, ¿verdad?

—Sí.

—Pues es posible que lo supiera porque Snape se lo había contado, porque está claro que él
también lo sabía. En la fiesta de Navidad de Slughorn, tú escuchaste...

—Sí, lo sé, lo sé —atajó Harry con impaciencia cruzándose de brazos —entonces Snape lo
sabía y queríaayudar —remarcó esa palabra —a Malfoy a matar a Dumbledore.

—O tal vez, como todos pensamos...

—Yo no —gruñó Harry.

—...estaba tratando de sonsacarle información para transmitírsela a Dumbledore.

—¿A dónde quieres llegar? —la cuestionó Ron viendo la cara de Harry tornándose púrpura.

—Bueno, si mal no recuerdo, Dumbledore te dijo en primero que para las mentes
organizadas, la muerte sólo era un paso más. Dumbledore no temía a la muerte y siempre
dijo que había cosas mucho peores, así que es posible que le ordenara a Snape que en caso
de no tener alternativa...acabara él mismo el trabajo de Malfoy para salvarle la vida.

—¡PERO TENÍA ALTERNATIVA! —gritó Harry furioso —¡PUDO HABERSE ENFRENTADO A LOS
MORTÍFAGOS! ¡NADIE LE VIO LLEGAR!

—Tal vez tengas razón... sólo es una conjetura... pero es posible. Hagrid dijo que había
escuchado como Dumbledore y Snape discutían porque éste parecía haber cambiado de
idea a la hora de cumplir un trabajo que Dumbledore le había encargado...

—¿MATARLE?

—Es una posibilidad... a lo mejor a Dumbledore le interesaba más que siguiera con la
tapadera y salvara la vida de Malfoy que salvar la suya propia...

—Hermione, lo que dices es muy descabellado...Snape es...

—Un asesino —puntualizó Harry lanzando una mirada a su amiga que le hacía saber que no
iba a ceder lo más mínimo en ese punto.

—Sí —concedió ella —Supongo que si los mortífagos intentan atacar Azkaban el día que
Snape predijo, podríamos reconsiderar mi hipótesis...

—¡Yo no tengo nada que reconsiderar!

—Está bien, Harry —susurró Hermione y se dio media vuelta para salir de las cocinas.

—¿A dónde vas? —preguntó Ron.

—A hablar con Malfoy, tal vez él sepa algo que pueda sernos de ayuda.

Hermione lo encontró el vestíbulo, tratando de escuchar su conversación a través de la


gruesa puerta de madera de las cocinas. Durante un instante, su corazón latió con
nerviosismo ante la idea de que les hubiera escuchado, pero de haber sido así, la habría
oído decir que iba a salir y hubiera tenido tiempo de alejarse. Cerró rápidamente la puerta
a sus espaldas para que Harry y Ron no se dieran cuenta (sobre todo el primero) y le miró
con el ceño fruncido.

—¿Qué hacías? ¿Estabas intentado escuchar?

—Me aburría —respondió Malfoy con un elegante encogimiento de hombros.

—Por supuesto —respondió la chica con frialdad —te aseguro que no te gustaría que Harry
se enterara de que estabas espiándonos así que voy a hacerte un par de preguntas y
quiero respuestas.

—Oh —Draco se llevó una mano pálida y alargada al pecho en un ademán trágico —Eres
realmente intimidante cuando te lo propones, Granger.

—Snape conocía tu orden de matar a Dumbledore desde el principio, ¿verdad? —prosiguió


Hermione ignorándole.
Draco se tensó en el acto y pareció palidecer si es que eso era posible.

—¿Qué coño te importa? —espetó.

—Respóndeme —insistió Hermione.

—No pienso hacerlo.

Hermione suspiró con impaciencia y sacó su varita del bolsillo de sus vaqueros, pero se
limitó a sujetarla en la mano, apuntando al suelo.

—Mira, Malfoy, ya he tenido bastante paciencia contigo y no pienso volver a interceder por
ti. O me respondes a mí o le respondes a Harry y Ron, y te aseguro que ellos,
especialmente Harry, tendrán mucha menos consideración que yo.

Draco soltó aire entre dientes en un suspiro despectivo. Ella no le intimidaba, y tampoco
Potty o Weasel, pero...aún recordaba las palabras que San Potter le había dicho el día
anterior y a juzgar por los gritos que había dado al entrar en la casa, no estaba de muy
buen humor. No era el mejor momento para provocarle metiéndose con la rata de
biblioteca.

Si le respondía, era únicamente por eso, no porque hubiera algo en su rostro, una
expresión abatida y cansada que provocaba que los brazos le cosquillearan, como si
pidieran abrazarla.

—Sí —reconoció a regañadientes —sí lo sabía. El Lord Tenebroso se lo contó.

—Lo sospechaba —murmuró la chica, más para sí misma que para el rubio —y él se lo
contó a Dumbledore. Sospechabas que lo haría, por eso no querías su ayuda, ¿verdad?

—No serás tan estúpida de creer que Snape estaba de lado de Dumbledore —dijo Draco
mirándola con desprecio —siempre estuvo de nuestra parte. Él no le dijo una palabra de mi
misión a Dumbledore.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Sería muy necio por su parte considerando que quería matar a Dumbledore él mismo y
llevarse todos los méritos ante el Señor Oscuro —dijo con voz desapasionada y la mirada
perdida, como si estuviera vagando entre recuerdos —por eso le hizo la promesa
inquebrantable a mi madre.

—¿La promesa inquebrantable? —preguntó Hermione en un susurró. Malfoy parpadeó un


par de veces y la miró como si le sorprendiera que ella estuviera allí. De inmediato sus
facciones se tornaron dudas y lució una mueca de rabia.

—Sí, sabelotodo, él le juró a mi madre que acabaría el trabajo por si yo fallaba.

Hermione abrió la boca, sorprendida, y algo se agitó en su interior con fuerza. Su mano se
aflojó en torno a la varita y ni siquiera se percató de que Malfoy se había ido, dejando a
solas en el vestíbulo.

Bajo el peso de una terrible sospecha.


Capítulo 11: Guerra de orgullos y pasiones (Editado)

Hermione se quedó parada en el vestíbulo, aproximadamente durante cinco minutos


después de que Malfoy se hubiera ido.

No podía parar de darle vueltas a la Promesa Inquebrantable que Snape le había hecho a
Narcissa Black, por la cual, se vería obligado a matar a Dumbledore si Malfoy no era capaz.
Y exactamente así habían sido las cosas.

Si no hubiera cumplido la promesa, posiblemente Malfoy estaría muerto, lo indudable es


que Snape sí lo estaría. Romper la promesa conllevaba la muerte, de ahí el nombre.

Eso podría ser otro argumento a favor de la supuesta "inocencia" –por llamarlo de algún
modo –de Snape, pero Hermione decidió no decírselo todavía a sus amigos. Podía prever a
la perfección lo que sus amigos iban a decirle (¡PUES QUE NO HUBIERA HECHO ESA
PUÑETERA PROMESA! ¡NADIE LE OBLIGÓ!) y ella no encontraba ningún modo de rebatir
eso.

De cualquier modo, resolvió volver junto a sus amigos y en cuanto abrió la puerta de la
cocina, la voz de una mujer llegó hasta sus oídos. Era la Señora Weasley.

Hermione se había olvidado por completo que el Señor Weasley les había avisado que su
esposa trataría de ponerse en contacto con ellos por la chimenea.

—... lo sé —decía la Señora Weasley, su cabeza flotando en las llamas de la chimenea —el
pobre Kingsley, iré a verle esta misma tarde. Sin duda ha de estar conmocionado por lo
ocurrido... y con todas esas cosas que le dijo Snape, lo de Azkaban y lo de Rumania...

—¿Qué de Rumania? —inquirió Ron.

Hermione, colocándose al lado de sus amigos, pudo ver la expresión de la Señora Weasley.
La expresión de alguien que acababa de hablar demasiado sin quererlo.

—No es nada... —musitó la mujer.

—Papá no nos dijo nada de Rumania —dijo Ron contrariado —¿Tiene que ver con Charlie?

—No, no, por Merlín... —se apresuró a negar la Señora Weasley —o al menos no lo
creemos...

—¿Qué dijo exactamente ese cobarde de Snape? —inquirió Harry secamente.

—Arthur tenía una buena razón para no contártelo, Harry, tememos que sólo sea una
trampa...

—¿El qué?

—Bueno —la señora Weasley titubeó unos instantes —Snape le pidió a Kingsley que le diera
un mensaje para ti, Harry.

—¿Qué mensaje?
—"Dile a Potter que está en Rumanía. Allí hay uno".

—¿Un qué? —preguntó Ron confuso.

—No lo sé —dijo la Señora Weasley apesadumbrada —Snape no dijo nada más.

—Podría ser un horrocrux —dijo Hermione, media hora más tarde, sentada a la mesa de la
cocina con sus dos amigos.

—Pero Snape no sabía de su existencia ¿no? —recordó Ron.

—Tal vez sí, no sería tan descabellado pensarlo —reflexionó Hermione, pensativa —es
amante de las Artes Oscuras, y del mismo modo que Voldemort descubrió su existencia, él
podría haberlo hecho también.

—Aún así, aunque supiera de la existencia de los Horrocruxes, ¿sabría también que
Voldemort creó seis?

—Quizás sí.

—No creo que Voldemort se lo confiara —repuso Harry con rencor.

—Pero...¿y si fue Dumbledore quién se lo contó? Recuerda que fue Snape quien le atendió
después de que entrara en la casa de los Gaunt para coger el horrocrux del anillo de
Slytherin —señaló Hermione —pudo contárselo entonces.

—¿Y de ser así, qué? ¿Por qué iba a Snape a querer "ayudarme" en la búsqueda de los
Horrocruxes? —preguntó Harry secamente.

—Bueno...

—Si vas a decirme que lo hace porqué en realidad sigue estando de nuestro lado,
ahórratelo, Hermione —la atajó Harry con aspereza.

—¿Por qué no dejamos el tema de una vez? —intervino Ron —Creo que ya hemos tenido
bastante por hoy, ¿no?

Hermione asintió y miró a Harry, pero éste tenía la vista fija en la chimenea y la chica
sospechaba que rehuía su mirada. Sabía que estaba molesto con ella por haber sugerido si
quiera la posibilidad de que Snape no fuera tan traidor como habían pensando y no pudo
evitar sentirse algo dolida por ello. En silencio, dejó la mesa y salió de las cocinas.

Draco no podía dormir, el dolor de la Marca era demasiado fuerte en su antebrazo. La


calavera y la serpiente se habían ennegrecido por completo hasta ser prácticamente tan
sólo una mancha oscura, como si le hubieran quemado la piel. Y así se sentía.
La marca ardía, royendo su piel, horadando sus músculos y colándose hasta en sus huesos.
Era un dolor constante, lacerante y no importaba lo que hiciera, no podía librarse de él. El
dolor sólo se iba cuando se acudía a la llamada hecha por su Señor.

Pero él ya no lo haría. Prefería ese dolor a la muerte, y no olvidaba por qué poco –o por
quién –se había librado de ella.

Se incorporó en la cama y apoyó la espalda contra el cabecero de madera tallada mientras


se sujetaba el antebrazo de la Marca con su otra mano, hundiendo la piel en la muñeca
como si así pudiera detener el dolor.

Apoyó la cabeza contra el cabecero, mirando hacia el techo y apretó los dientes hasta que
sus mandíbulas se tensaron por completo. No pudo evitar que de sus labios se escapara un
gemido lastimero, pero no era capaz de soportar más la sensación. Se iba a volver loco
como continuara por demasiado tiempo.

Cuando creyó que iba a reventar de dolor, la puerta de su habitación se abrió y Granger se
asomó por ella con un exiguo camisón azul pálido. Entró en la habitación, con sus piernas
desnudas y visibles hasta un poco más allá de las rodillas por delante y Draco pensó que
nunca se había imaginado que la sabelotodo usara ese tipo de camisones, que le quedaran
así o que tuviera...un cuerpo humano y normal.

Y a juzgar por el modo en el que camisón se ondulaba en torno a sus muslos, los finos
tirantes dejaban a la luz sus hombros y el escote revelaba hasta más allá de las clavículas,
Draco podía apreciar que se trataba de un cuerpo...bonito.

La chica avanzó, con los ojos castaños fijos en él y se sentó en el borde de su cama. Draco
se tensó aún más si cabe.

—¿Qué quieres? —preguntó ásperamente y su voz sonó parecida al ladrido de un perro.

—¿Estás bien? —le cuestionó ella con suavidad, mirándole atenta y piadosamente.

—Veamos... —Draco simuló meditar profundamente —la jodida Marca me está destrozando
el brazo, no puedo dormir y tengo a una sangre sucia en mi cama...Sí, creo que estoy de
maravilla.

Draco esperó que el insulto y su tono desdeñoso bastaran para ahuyentar a la chica, pero
ella permaneció en el sitio y le miró con algo parecido a ternura. Como si atribuyera su
comportamiento al dolor que estaba sintiendo, y en su inmensa generosidad se lo
perdonara.

—¿A qué has venido, Granger? —preguntó irritado —¿A charlar un poco antes de domirte?
—se burló —recuerda que tú y yo no hablamos.

—Eso no tendría por qué ser así —susurró ella.

—¿Vas a proponerme que seamos amiguitos? —ironizó él —yo no tengo amigos impuros.
Están por debajo de mí.

Ella alzó el rostro orgullosamente hacia él y por el movimiento uno de los tirantes de su
camisón resbaló por su hombro derecho. Draco se apretó más al cabecero de la cama
automáticamente.
—¿Y quién no lo está, Malfoy? —preguntó ella ásperamente —te crees el Rey del Mundo,
caminando con tus aires de grandeza y esa expresión de que el resto están vivos sólo para
servirte, y en realidad no eres más que... —la chica se detuvo y le miró con decepción,
como si se hubiera dado cuenta de que no merecía la pena perder el tiempo con él. Se giró
e hizo ademán de ponerse en pie, pero Draco la sujetó por el brazo y la obligó a girarse
hacia él con tanta fuerza que sus rostros quedaron a unos centímetros.

—¿No soy más qué...? —preguntó él con voz amenazadora, aumentando aún más la
presión sobre el brazo de la chica. Obtenía un indigno placer de hundir los dedos en su piel,
placer que se multiplicó cuando vio como ella se esforzaba en reprimir una mueca de dolor
y le miraba como una leona orgullosa.

—No eres más que un naufrago —dijo ella —no fuiste lo suficiente valiente para tomar la
decisión correcta en su momento y unirte a nosotros, pero tampoco fuiste capaz de seguir
en el otro bando. Eres un cobarde, Malfoy, no eres uno de ellos pero tampoco uno de
nosotros. Estás en tierra de nadie.

Draco arrugó los labios, furioso, y titubeó unos instantes buscando algo que decirle. Como
no lo encontró, quiso hacerle daño y antes de darse cuenta, tiró de ella bruscamente hacia
él, y aferrándola por el pelo con la mano del brazo marcado, apretó sus labios contra los de
ella.

Al principio, no fue más que un choque de bocas, labio aplastándose contra labio, pero
Draco mantuvo la presión únicamente para castigarla –no tenía nada que ver con que los
labios de la chica fueran tan suaves y blandos y con que le despertaran una sensación
placentera –sin embargo cuando ella dejó de revolverse para intentar liberarse, no fue
capaz de apartarse.

Entreabrió los labios y acarició los de ella, humedeciéndolos con los suyos y con la punta de
su lengua, hasta que la chica finalmente se rindió y con un escalofrío que recorrió todo su
cuerpo, abrió su boca para él.

Entonces Draco hundió su lengua profundamente en la boca cálida de ella y la buscó. Se


encontró con la lengua de ella, aún reacia y la aguijoneó y provocó, hasta que la chica le
respondió furiosamente. El beso se tornó violento, rápido, delirante. Una guerra de orgullos
y de pasiones.

Él la aferró con más fuerza por el pelo y el hombro, atrayéndola aún más hacía sí y ella le
pasó una pierna por encima de la cintura, quedando sentada sobre él. Draco la besó con
fuerza mientras deslizaba la mano desde su hombro por la espalda, acariciando su piel
sobre la fina tela del camisón. Bajó y siguió bajando y entonces...se despertó.

—Coño —exclamó en cuanto abrió los ojos. Se quedó unos instantes tumbado, aturdido,
con la piel humedecida por la transpiración mientras las imágenes de lo sucedido se
pasaban una y otra vez por su mente, endureciendo su cuerpo.

Granger y él...no. Sacudió la cabeza y se incorporó, tratando de apartar rabiosamente de


su mente los recuerdos de ese sueño.

Joder.

¿Qué demonios había sido eso? ¿Él besando a Granger? O mejor dicho, ¿él soñando con
besar a Granger? ¿De ese modo?
Se llevó una mano a los labios de forma automática, como si quisiera encontrar en ellos
alguna prueba de que no había sido sólo un sueño. A mitad de camino, se miró las yemas
de los dedos y se preguntó qué diantres estaba haciendo.

Por Merlín, estaba desconcertado y aún tenía en su boca la sensación de estar besándola.
La mera idea debía producirle asco pero no había sentido nada ni parecido al soñarlo,
tampoco al recordarlo.

Se dijo que eso se debía a que había sido un sueño. En los sueños pasaban cosas ridículas
y extrañas y nadie sabía por qué. Lo sueños no significaban nada, eran simplemente
sueños.

Él y Granger...ridículo. Ella era una sangre sucia, Merlín, una criatura impura e inferior. Una
sabelotodo repelente, comelibros y fea. Además de Gryffindor y la amiga del alma de su
odiado San Potter. Eran miles de cosas las que hacían indeseable para él, y jamás había
reparado en ella como miembro del sexo opuesto. Era simplemente Granger, un ser
asexuado y molesto. Una empollona.

Y él jamás se fijaría en una sangre sucia.

Se obligó a recostarse de nuevo en la cama y le dio un puñetazo furioso a la almohada


antes de apoyar la cabeza en ella.

Dormido, se dijo. Estaba dormido, sólo una había sido un sueño.

Y menudo jodido sueño.

Crookshanks saltó sobre la mesa y se acercó al cuenco de leche que la chica se había
preparado para desayunar, olisqueando su contenido. Hermione dejó el libro de Magia
Oscura que estaba ojeando sobre la cama y miró a su gato, que la observaba junto al boll
pidiéndole mudo permiso para meter su hocico en él.

—Adelante —dijo la chica —olvidé subirte un poco de leche. Iré a por más.

Se levantó de la cama y salió de la habitación, masajeándose el pelo aún mojado después


de la ducha que se había dado media hora atrás para librarlo de la humedad. Se quedó
unos segundos distraída, bajo el dintel, tocándose el pelo hasta que un sonoro portazo la
sobresaltó.

Malfoy acababa de salir de su cuarto y por lo visto se había levantado con el pie izquierdo,
porque la expresión de su rostro denotaba enfado. La observó unos instantes, repasándola
de arriba abajo con sus ojos grises, y después frunció los labios con desagrado.

Hermione se sintió molesta al ver la mueca del chico y arrugó el ceño.

—¿Qué mosca te ha picado? —le preguntó.

—Tú —respondió él con sequedad.

—¿Y se puede saber que he hecho ahora?


—Existir.

—Pues si eso te supone un problema, Malfoy, peor para ti —le espetó ella ofendida, y se
alejó por el pasillo a zancadas. Draco la observó hasta que desapareció, fijándose en cierta
zona de su anatomía en la que hasta entonces no había reparado, sorprendiéndose al
comprobar que Hermione Grager tenía un culo precioso.

En el mismo instante en que el pensamiento se manifestó en su mente, agitó la cabeza


como si quisiera desentenderse de él. Las cosas se estaban descontrolando. Sus jodidas
hormonas se estaban volviendo locas.

Se apartó el flequillo de los ojos con rabia y trató de justificarse. El sueño... –mejor
dicho, pesadilla –había sido una simple casualidad. Había soñado con la sabelotodo igual
que podía haberlo hecho con Umbrigde y el hecho de que sus ojos se hubieran deslizado
hasta territorios desconocidos era sólo consecuencia de eso; el que lo hubiera encontrado
interesante se debía únicamente a esos ajustados vaqueros muggles –Merlin sabía que eran
un buen invento –.

Sí, eso era todo.

Hermione subía por la oscura escalera, franqueada por las cabezas disecadas de elfos
domésticos en una de sus paredes, sumida en sus pensamientos. Como acto reflejo,
pasaba pegada a la pared opuesta a los macabros adornos de los elfos domésticos, aunque
estaba demasiado abstraída para sentir el familiar escalofrío que la asolaba cada vez que
los veía.

Se detuvo al llegar al rellano del primer piso y echó un vistazo al vacío pasillo más por
costumbre que por otra cosa, antes de continuar descendiendo las escaleras. Pero un
sonido extraño, como una especie de llanto amortiguado, la hizo detenerse en el segundo
escalón.

Retrocedió y asomó la cabeza al pasillo del primer piso con cautela. Se mantuvo alerta
durante unos segundos, esperando escuchar algún sonido y no fue hasta que empezó a
relajarse, que oyó de nuevo un gemido estrangulado.

Asustada e intrigada, desanduvo sus pasos y se adentró en el pasillo, caminando con


cautela mientras sacaba su varita del bolsillo trasero de sus vaqueros.

Inconscientemente, su respiración se había vuelto tan agitada y sus latidos tan acelerados
que apenas podía oír nada más, pero el sonido se repitió, con más fuerza a medida que ella
se aproximaba al salón.

Con sigilo, alargó una mano hasta el pomo en forma de serpiente de la puerta del salón y lo
giró. Muy despacio, empujó la puerta lo suficiente para poder ver el interior del salón.

En un primer momento no vio nada que explicara los extraños sonidos, así que abrió un
poco más la puerta y ahogó un gemido.

Malfoy estaba en el salón, encogido contra las cortinas de terciopelo verde musgo, pálido y
con una mueca de horror en el rostro. Frente a él, arrojados sobre la polvorienta alfombra,
había dos cuerpos inertes.
Hermione reconoció a Lucius y Narcisa Malfoy, pálidos, con el cabello extendido de
cualquier manera por la alfombra, una mueca de pánico en el rostro y los ojos vacíos y
fijos. Estaban muertos.

Y entonces comprendió lo que estaba pasando.

—Un Boggart —susurró. Acababa de comprender qué era lo que se había agitado en el
cajón del escritorio un par de días atrás.

Draco se retorció y pareció querer fusionarse con las cortinas de tanto que se apretujó
contra ellas. Tenía el rostro húmedo por las lágrimas, deformado en una mueca de absoluto
terror, el pelo revuelto, los ojos rojos y un temblor en todo el cuerpo. Hermione se quedó
tan sorprendida al verle así que por unos segundos no pudo reaccionar. Jamás había visto a
Malfoy llorar y el descubrimiento la dejó completamente turbada. No es que lo considerara
un ser insensible –bueno, no del todo –pero una parte de ella siempre había creído que
nada podría afectarle hasta tal punto. Parecía siempre tan arrogante y seguro de sí mismo,
con palabras hirientes y venenosas a punto de salir por la boca y su imperturbable gesto de
superioridad pintado en el rostro que era realmente impactante descubrir que era un ser
humano más.

Antes de que Hermione lograra sobreponerse a la impresión y actuar, el Boggart cambio de


forma con un chasquido y ella ahogó un grito de horror.

Aunque nunca había tenido la ocasión de verle, Hermione lo reconoció en el acto. Era tal
como Harry lo había descrito y su mera visión la llenó de tal miedo que la paralizó.

Ahí estaba, ante ellos, Lord Voldemort con su capa oscura ondeando en torno a él
caprichosamente –a pesar de que no hubiera corriente –, la varita en alto y la muerte en
los ojos rojos de serpiente.

—¡No! —gimoteó Draco ocultando el rostro tras sus rodillas y cubriéndose la cabeza con las
manos al ver que el Señor Oscuro se aproximaba a él —Por favor...por favor...yo lo
intenté...

Sólo el ver a Malfoy en ese estado, saco a Hermione de su propio pánico y apuntó
rápidamente al supuesto Lord Oscuro con su varita.

—¡Riddikulo! —gritó.

De inmediato, el imponente Señor de las Tinieblas quedó reducido al tamaño de un


lapicero, como una especie de muñeco en miniatura, y comenzó a agitar sus puños y a
gritar con una voz estridente y chillona que curiosamente apenas era audible, antes de
desaparecer con un chasquido.

Hermione dirigió entonces su atención al chico, que continuaba encogido sobre sí mismo,
temblando y con los ojos húmedos, y sintió una profunda compasión por él. Mientras se
acercaba, Hermione pensó por primera vez que él debía de estar pasándolo horriblemente
mal, mucho más de lo que imaginaba. El Señor Oscuro y sus seguidores lo perseguían por
traición, su padre estaba encerrado en Azkaban y su madre sola, y sobre todos pesaba la
amenaza de la muerte y la sombra del Señor Oscuro. Hermione recordaba que Malfoy le
había confesado a Dumbledore que Voldemort había amenazado con matarle a él y a su
familia si no cumplía la misión que le habían encomendado. Y todos sabían que no lo había
hecho.
Cuando lo encontró en aquel edificio ruinoso, Hermione estableció vagamente una conexión
entre eso y el hecho de que él estuviera a las puertas de la muerte. Suponía que Voldemort
le había castigado por fallar en su misión pero hasta ese momento nunca se había
preguntando hasta donde se extendería su castigo. Y a juzgar por lo que acababa de ver,
Hermione supo que Malfoy temía por la suerte de sus padres.

Él ni siquiera parecía haberse percatado de que el boggart había desaparecido y que


estaban solos en el salón. Continuaba inmóvil y abrazado a sus rodillas, estremeciéndose
de vez en cuando. Hermione se arrodilló frente a él con expresión compasiva y despacio,
alargó una mano para tocarle un hombro. Draco se estremeció en cuanto sintió el contacto
de los dedos de la chica y trató de zafarse de su mano desesperadamente con una mueca
de horror en el rostro y los ojos cerrados, como si peleara a ciegas contra un fantasma.

Hermione apartó la mano, sintiendo como se le partía el corazón.

—Malfoy —susurró con suavidad como si estuviera hablándole a un animalillo herido —todo
está bien. Él se ha ido, estamos sólo tú y yo. No puede hacerte daño.

Draco respiró ahogadamente un par de veces y después se quedó quieto, muy quieto.
Despacio, alzó el rostro y pudo ver a Granger, arrodillada frente a él y mirándole con
lastima.

Entonces, poco a poco, regresó en sí y se sintió furioso, humillado y a la vez aterrado.


Aterrado por lo que acaba de suceder, furioso porque ella le hubiera visto en semejantes
condiciones y humillado por la compasión que veía en sus ojos.

Con rabia, se limpió las lágrimas del rostro y se puso en pie, recomponiéndose como pudo.
Hermione se levantó también del suelo y lo miró atentamente, como si temiera que fuera
derrumbarse, lo que sólo logró enervar más a Draco.

Se sentía tan avergonzado y ridículo, tan vulnerable y aterrado aún, que se puso en pie
rápidamente y apartó a la chica con brusquedad para salir corriendo de la estancia.

Hermione apenas tuvo tiempo de seguirle con la mirada antes de que la puerta del salón se
cerrara de un portazo.

Capítulo 12: Narcissa Black (Editado)

Hermione se quedó congelada en medio del salón mucho tiempo después de que Malfoy se
hubiera ido, impactada y afligida por lo que acababa de suceder.

Malfoy temía por sus padres –no sin razón –como ella había temido y temía por los suyos.
Se sintió extrañamente unida a él por sus miedos comunes, por su situación similar. Ambos
estaban lejos de sus padres. Él no podía verlos, ella tampoco.

Pero al menos estaban relativamente más seguros o en mejores condiciones que los
Malfoy. Estaban en un pueblecito costero italiano y Hermione hablaba con ellos muy a
menudo –se había comprado un móvil, aunque tenía que salir de Grimmauld Place para que
funcionara –, Malfoy en cambio tenía un padre en la cárcel y una madre a la que no podía
acudir.

Hermione recordó a Narcissa Black y se imaginó cómo debía de estar pasándolo esa mujer,
sin saber si su hijo estaba muerto o si vivía, y de ser así cómo se encontraba.
Inconscientemente se acercó al tapiz desteñido en el que estaba bordado con hilo dorado el
árbol genealógico de los Black y sus ojos se dirigieron hacia el nombre de la madre de
Malfoy.

A su izquierda había un manchón –que correspondía a la madre de Tonks –y junto a éste el


nombre de Bellatrix Black unido al de Rodolphus Lestrange. Los ojos de Hermione siguieron
vagando por el viejo tapiz hasta que algo llamó su atención.

Regulus Arcturus.

Hermione frunció el entrecejo sabiendo que había algo en esas letras en lo que debía
reparar pero su mente estaba demasiado centrada en Malfoy y la escena con el Boggart
para darle más vueltas. Se apartó del tapiz y se mordió el labio inferior preguntándose si
debía ir a hablar con Malfoy o no. Sabía que lo más posible era que lo último que le
apeteciera fuera verla pero...sentía la necesidad de cerciorarse de que estaba bien.

Contrariada aún, salió del salón.

Draco se limpiaba los ojos rabiosamente, para limpiar cualquier rastro de lágrimas. Losojos
no dejaban de picarle y no podía parar de estremecerse, con las imágenes de lo sucedido
en el salón grabadas en su retina.

Veía y volvía a ver a sus padres, fríos y rígidos, tirados en el suelo. Muertos.

Y después a Él. La muerte personificada apuntándole con su varita.

Automáticamente se llevó las manos al pecho para palpar las cicatrices, eterno recordatorio
de su error, de un castigo aún no pagado, de una misión pendiente. Él le estaba buscando,
lo sabía.

No era una de sus prioridades pero el Señor Oscuro nunca olvidaba una traición. No era
posible desertar, el único modo de escapar de sus líneas era morir.

Y Draco no quería morir. Joder, apenas había superado la mayoría de edad mágica.

Se aferró a uno de los postes de la cama, con la cabeza gacha de modo que el flequillo le
cubrió los ojos, ensombreciéndole el rostro. Un pálido rubor llegó hasta sus mejillas cuando
recordó la expresión de Granger, cargada de compasión.

Le había visto llorando como un chiquillo, había contemplado sus mayores miedos. Se
sentía vulnerable y avergonzado, humillado porque ella hubiera visto más dentro de él de lo
que nadie lo había hecho. Y no soportaba que Granger le tuviera lastima.

Ella a él. Una sangre sucia a un sangre pura.

Era degradante para un Malfoy. Él era demasiado orgulloso para soportar la compasión de
nadie, menos aún la de ella. La odiaba por haberlo encontrado en semejante estado, en su
único momento de debilidad. ¿Cómo podría enfrentarse a ella, mirarla por encima del
hombro, después de eso?
Después de que ella le hubiera salvado de nuevo.

Una suave llamada a la puerta le sacó bruscamente de sus desagradables pensamientos,


devolviéndole al presente. Se limpió los restos de lágrimas con la manga de su camisa y se
acercó a la puerta con desconfianza, adoptando su habitual pose de altivez antes de abrir.

—Malfoy... —murmuró Hermione al verle frente a ella. Volvía a ser el Malfoy de siempre,
imponente con su estatura y sus ojos grises, con la habitual expresión de arrogancia y
frialdad. Nada en él hacía sospechar lo que había ocurrido instantes antes, a excepción
quizás de sus ojos levemente enrojecidos y su rostro demasiado pálido incluso para él.

Bajo su mirada fría, implacable, Hermione vaciló preguntándose silenciosamente qué


demonios hacía ahí. Estaba más que segura de que no era una buena idea ir a verle en ese
momento, pero una parte de ella no podía soportar el saberle solo después del horrible
episodio que había vivido.

—¿Qué coño quieres, Granger? —preguntó, arrastrando las palabras como de costumbre,
pero con un cariz de rabia contenida en la voz.

—Bueno, yo...sólo quería asegurarme de que estabas bien —musitó. Retrocedió un poco al
ver el chispazo de furia brillando en los ojos del antiguo Slytherin.

—No quiero tu maldita compasión, Granger —le espetó a bocajarro.

En otras circunstancias, Hermione se hubiera sentido ofendida, pero estaba demasiado


conmocionada por lo que acababa de ocurrir.

—Escucha, Malfoy —dijo con intención apaciguarlo, sabía que él debía de sentirse muy
violento después de que ella le hubiera visto en semejante estado —sé que...

—¿Sabes? –la acortó él abruptamente —¡Tú no sabes nada! Para ti es muy fácil ser tan
perfecta, hacer siempre lo que debes, porque no tienes nada que perder. Crees que en tus
libros encontrarás respuestas a todo, pero no tienes ni idea de nada. No tienes ni idea de lo
que es ser yo, así que no me compadezcas ni me mires como si fuera uno de tus jodidos
elfos domésticos. Si quieres ayudarme, déjame en paz —espetó con rencor y antes de que
Hermione pudiera hacer o decir nada, Malfoy le cerró la puerta en las narices.

Las lámparas de gas mágicas se encendieron automáticamente cuando Hermione entró a la


biblioteca. En vista de que no era capaz de conciliar el sueño ni dejar de pensar en el
desagradable de Malfoy, decidió levantarse e ir a la biblioteca a leer un rato. Si no le
entraba así el sueño, por lo menos se distraería. Cogió un libro de historia medieval mágica
especialmente interesante que había empezado a leer unos días atrás y se acurrucó en un
sillón tapizado de cuero negro. Recogió sus pies descalzos y los cubrió con una manta de
cuadros escoceses que habían encontrado y lavado un par de semanas atrás. Los bordes
tenían borlas con las que Crookshanks solía juguetear, pero esa noche, el minino había
decidido acurrucarse frente a la chimenea –también encendida por arte de magia -.

Hermione leyó un capítulo antes de darse cuenta de que no se había enterado de nada. Su
mente estaba demasiado dispersa para concentrase y la imagen de Malfoy, acurrucado,
llorando y cubriéndose los ojos para no ver a sus padres muertos parecía haberse quedado
sellada en su retina. Mirara a donde mirara lo veía y no podía evitar sentir una extraña
desazón en el pecho.

Con un suspiro, cerró el libro y se recolocó en el sillón, buscando una postura cómoda. Se
subió la manta hasta el pecho y cerró los ojos tratando de encontrar un poco de paz. Pero
su tranquilidad no duró apenas un minuto.

—Maldita sea, Granger, ¿qué coño haces aquí? ¿Es que no tienes una puñetera cama?

Hermione abrió los ojos sobresaltada para ver a un enfadado Malfoy bajo el dintel de la
puerta. Estaba muy pálido y la tenue luz de la lámpara y la chimenea reflejaba sombras en
las afiladas y duras facciones de su rostro, sumiendo en la penumbra el gris de sus ojos. No
obstante, Hermione podía vislumbrar con nitidez la mueca de sus labios, fruncidos con
desagrado.

—No podía dormir —dijo con serenidad, mientras se frotaba los ojos para despejarse. Draco
siguió el movimiento de su mano, que la hacía parecer pequeña e indefensa, y algo dentro
de él se retorció. Molesto, apartó la vista.

—Y deduzco que tú tampoco —añadió ella, irguiéndose en el sillón. Draco se encogió de


hombros y se dio media vuelta para largarse.

—Espera —le pidió Hermione, levantándose del sillón. Draco se detuvo bajo la puerta, pero
no se giró hacia ella —¿Estás...¿estás preocupado por tu madre?

Hermione pudo percibir como Malfoy se tensaba y erguía la espalda, alzando el rostro
automáticamente. Se giró lo justo para que ella pudiera ver su perfil elegante recortándose
contra las sombras y habló.

—Te he dicho que me dejes en paz, Granger —dijo en tono cortante.

—¿Si...¿Si pudieras hablar con ella, qué le dirías? —preguntó la chica ignorando el tono de
amenaza de su voz. Llevaba horas dándole vueltas a una idea, pero antes necesitaba saber
algo.

—¿Qué te importa? —la interpeló él, volviéndose por completo para lanzarle una mirada
asesina.

—¿Crees que ella está en peligro, verdad?

Por el modo en que él apretó las mandíbulas, furioso, Hermione supo que había dado en el
clavo.

—Estás acabando con mi paciencia... —siseó entre dientes.

—¿Le dirías que se fuera lejos por su seguridad? —continuó ella con nerviosismo.

—Además de sangre sucia y repelente sabelotodo, ¿eres sorda?

—Sólo intento...
—Qué —la interrumpió él con sequedad —¿Ayudarme? ¿Es que no has oído nada de lo que
te he dicho? Por mi, tú y tu ayuda podéis iros al infierno.

Hermione apretó los labios, dolida, e hizo un ademán que indicaba que se daba por
enterada. Apartó la vista de él y se sentó de nuevo en el sillón con brusquedad de modo
que la manta quedó atrapada bajo ella. Con manos torpes, cogió uno de los extremos de la
manta y empezó a tirar de ella bruscamente para tratar de sacarla y poder así cubrirse con
ella.

Draco la observó, peleando en silencio con la manta con expresión de dolor y vergüenza,
como si la tela de cuadros escoceses tratara de burlarse también de ella. Rehuía su mirada
–aunque los dos eran conscientes de que él la estaba observando –avergonzada e
incómoda, y parecía sentir que el universo había conspirado contra ella para dejarla en
ridículo a juzgar por la forma en que tironeaba desesperadamente de la manta. Él sabía
que le había hecho daño y por alguna extraña razón ajena a él, no le gustaba la sensación
que eso le producía. No era placer ni superioridad, era algo...incómodo.

—Le diría que estoy bien y que no se mueva de Wiltshire —se oyó decir, y a decir verdad,
quedó tan sorprendido como la chica cuando escuchó sus palabras.

—¿Por qué? —preguntó ella, con expresión desconfiada aún.

— Porque está en peligro y sólo habría dos razones por las que mi madre se marcharía de
Malfoy Hall —al ver el rostro, ahora esperanzado de la muchacha, continuó a regañadientes
—para ponerse a salvo, sabiendo que yo estoy bien —explicó —o para encontrarse conmigo
en algún lugar. En ambos casos, la seguirían y...

No dijo una palabra más, pero supo que ella había comprendido las implicaciones de su
silencio.

—Entiendo —murmuró ella después de un largo minuto sin que nadie hablara en el que no
despegó los ojos de Malfoy. Él, incómodo, adoptó de nuevo su expresión distante y
altanera.

—Si ya has terminado con tu interrogatorio, me largo.

—No, quédate —pidió ella, Draco la miró como si se hubiera vuelto loca, y con una sonrisa
tenue, la chica se puso en pie —yo me voy a dormir. Puedes quedarte aquí si quieres.

Draco se apartó de la puerta para dejarla salir, seguida de su gato patizambo y


jodidamente feo. Antes de cerrar la puerta de la biblioteca, Granger le lanzó una mirada
que le hizo sentir incómodo, así que le dio la espalda y se quedó quieto hasta que sintió el
chasquido de la puerta al cerrarse. Después, se sentó en un sillón que había al lado del que
la muchacha había ocupado antes y cogió el libro antiguo que ella había dejado
abandonado allí. Lo abrió por la página que Granger había marcado y echó un vistazo
desganado a las primeras líneas, pero entonces un olor dulce y sutil llegó hasta su nariz.
Frunció el ceño y asesinó con la mirada a la manta escocesa. Olía a Granger.

La tomó, dispuesto a arrojarla lo más lejos posible de él, pero el olor que despedía –lo justo
para ser percibido por su olfato –le tentó unos instantes. Lanzando una mirada furtiva a la
puerta, hundió su nariz en la tela, inhalando ese aroma suave, elegante y dulce.
Todas las chicas que él había olido olían a algún tipo de flor, pero ella no. Olía como
a...caramelo.

Caramelo.

—Mierda —masculló y lanzó la manta al suelo mirándola como si ésta le hubiera injuriado
gravemente. Acababa de identificar el olor que lo había intrigado desde que lo
había olfateado en su primera clase de Pociones con Slughorn.

Hermione bostezó sin poder disimularlo, ya que tenía ambas manos aferradas a la barra del
saturado metro que la llevaría al centro de Londres. Aún era temprano, la hora en que la
mayoría de la ciudad se incorporaba al trabajo, pero la había escogido porque sabía que
Harry y Ron estarían durmiendo.

Había salido de la casa a hurtadillas obligada por las circunstancias. Si Harry o Ron se
hubieran enterado de que planeaba ir al centro –ya sin entrar en detalles de por qué –
hubieran insistido en acompañarla. Casi podía oír sus voces: "No es seguro que vayas por
ahí tú sola".

Pero el caso es que, seguro o no, lo que iba a hacer, debía hacerlo sola, más que nada
porque Harry y Ron se opondrían radicalmente a ello.

Se apartó un mechón de pelo del rostro con un movimiento de cabeza y echó un vistazo al
letrero digital que indicaba la siguiente parada, justo en la que ella debía bajarse. Con un
supremo esfuerzo, se fue acercando a las puertas automáticas, escurriéndose como podía
entre la gente y disculpándose cada vez que empujaba a alguien sin querer. Así, cuando las
puertas se abrieron, no tuvo que hacer nada para bajar del metro, simplemente se dejó
arrastrar por la corriente de personas que se apearon.

Una vez fuera del metro, salió de la estación y caminó por las calles del centro de Londres
hasta llegar a la cabina telefónica por la que se entraba al Ministerio. Entró, marcó la
contraseña y dijo su nombre, además del motivo de su visita: "Ver a Nympahora Tonks".

Entonces la cabina se convirtió en una especie de ascensor que se abrió cuando llegó al
Atrio. Se adentró en el vestíbulo y se acercó al mostrador que había a la izquierda, tras el
cual la esperaba el revisor, ojeando El Profeta.

Con desgana, la examinó y después le dio la chapa con su nombre y el motivo de su visita
que Hermione se prendió de la camiseta que llevaba.

Como unos días atrás, tomó el ascensor junto a un buen puñado de memorandums y se
bajó en la segunda planta. "Departamento de Seguridad Mágica" dijo una voz.

Hermione rehizo el camino por el que había llegado al despacho de Arthur Weasley pero se
detuvo tras franquear las gruesas puertas de roble que daban a una enorme estancia
plagada de cubículos, con un letrero que rezaba "Cuartel General de Aurores".

Caminó unos pasos, desorientada y buscando inútilmente a Tonks entre los aurores que
caminaban de cubículo en cubículo y atrapaban memoradums al vuelo. Suspirando con
resignación, se acercó con timidez al primer de los cubículos ocupado por una mujer
menuda, morena y pálida que revolvía unos papeles, los cuales cubrían toda la superficie
de su escritorio.

—Disculpe —dijo, y la mujer despegó los ojos de sus papeles para mirarla con curiosidad —
¿Sabe dónde puedo encontrar a Tonks?

—En el décimo noveno cubículo, sección B –respondió la bruja con voz eficiente, y después
volvió a sus asuntos, ignorando a Hermione. La chica murmuró un "gracias" apenas audible
y avanzó, contando los cubículos y sintiéndose más estúpida a cada paso que daba.

Tal vez no era una buena idea lo que pensaba hacer, de hecho podía ser peligroso. Y ni
siquiera estaba segura de que Andrómeda fuera a ayudarla, después de todo no tenía por
qué en vista de los hechos.

Pero antes de poder echarse atrás, llegó al décimo noveno cubículo y escuchó la
inconfundible voz de Tonks maldiciendo por lo bajo. Forzó una sonrisa serena –ya que
había llegado hasta ahí, no iba marcharse sin haber hecho nada –y se asomó al cubículo,
viendo a la joven aurora apuntando con su varita al puñado de papeles manchados de tinta
violeta, que a juzgar por el bote volcado sobre la mesa, había tirado sin querer.

—¡Hermione! —exclamó al verla y le tendió una mano llena de tinta —Espera un segundo –
pidió al ver que estaba manchada y después de hacer un par de movimientos con su varita,
limpió todo el estropicio —Siéntate.

Hermione tomó asiento en una silla al otro lado del escritorio de la aurora.

—Y bien, ¿qué te trae por aquí? —preguntó la bruja con curiosidad.

—Tonks —Hermione cogió aire y soltó —Necesito pedirte un favor. A ti y a tu madre.

Tonks abrió los ojos con sorpresa y se inclinó sobre el escritorio para acercarse más a
Hermione.

—¿Se trata de mi primo? —preguntó con un brillo de suspicacia en los ojos.

Hermione asintió.

—¿Dónde narices estabas?

Hermione dio un respingo cuando Harry y Ron le salieron al paso en el vestíbulo. Trató de
esconder la bolsa negra tras su espalda, pero sus amigos la habían visto.

—¿Qué es eso? —preguntó Ron con desconfianza.

—Un par de cosas que he comprado —respondió rápidamente.

—¿Fuiste al Callejón Diagon? —preguntó Harry.

—Sí —mintió la chica.


—¿Y por qué no nos avisaste? —farfulló Ron enfurruñado —Podríamos haber ido contigo.

—Sabes que es peligroso que vayas sola...

—Por Merlín, Harry, sólo es el Callejón Diagon. Es muy improbable que un mortífago
aparezca por allí conjurando la Marca Tenebrosa, y por si no lo sabíais, el Ministerio ha
puesto aurores para garantizar la seguridad de los visitantes.

—¿Y sé puede saber que has comprado que era tan urgente? —inquirió el pelirrojo.

—Pues... —Hermione puso una mueca de resignación —cosas para Malfoy.

—¿QUÉ? —preguntaron los dos chicos al unísono.

—Sólo es un poco de ropa...

—Ya tiene ropa —dijo Ron, ceñudo —la de Fred y George.

—Un poco más no le matará —dijo Hermione encogiéndose de hombros y pasó junto a sus
amigos, ignorando las maldiciones de Ron y la mirada de Harry clavada en su nuca. Subió
hasta el tercer piso y se detuvo frente a la puerta de la habitación de Malfoy reuniendo
fuerzas para entrar. Llamó suavemente –no quería volver a encontrarle a medio vestir –y
tras no recibir respuesta, abrió.

Echó un rápido vistazo cerciorándose de que Malfoy no estaba allí, y aflojando los hombros
inconscientemente con alivio, entró.

Colocó la bolsa negra sobre la cama con rapidez, dispuesta a largarse de ahí cuanto antes,
pero antes de poder siquiera volverse, escuchó el sonido de la puerta cerrándose a sus
espaldas. Y como sospechaba, cuando se giró, pudo ver a Malfoy, apoyado en ella con una
postura que denotaba superioridad y desenfado y los ojos, dos ranuras grises, fijos en ella
con una expresión que Hermione no acertó a identificar.

—¿Qué haces en mi cuarto? —preguntó él lentamente, sin arrastrar las palabras.

—Sólo he venido a traerte esto —respondió una tensa Hermione señalando la bolsa sobre la
cama con un gesto. Draco se incorporó con aire desconfiado de la puerta y se acercó con
prudencia a la chica, junto a su cama, desviando sus ojos desde la exgryffindor a la bolsa
negra.

—¿Qué es?

—Compruébalo tú mismo —respondió ella con voz neutra.

Con recelo, Draco soltó los cordones que cerraban la bolsa y echó un vistazo a su interior.
Incrédulo ante lo que sus ojos le mostraban, metió la mano y sacó una camisa de seda
negra. Una de sus camisas de seda negra.

—Son mis cosas —murmuró asombrado y después le lanzó una mirada afilada a la chica —
¿De dónde las has sacado?
—Tengo...contactos —respondió Hermione encogiéndose de hombros. Se dio media vuelta
para dirigirse a la puerta pero entonces las manos de Malfoy la sujetaron con violencia por
los hombros y la giraron hacia él bruscamente para dejar su rostro a unos centímetros del
de él, deformado por la furia.

—¿Has visto a mi madre? —le gritó, hundiendo con más fuerza sus dedos en los hombros
de ella —¡Eso ha sido una estupidez! ¡Puede que os hayan visto y seguido hasta aquí o que
desconfíen y la torturen para sacarle información o...

—No soy tan imprudente como crees —le respondió ella, tan furiosa como él o más. No es
que hubiera esperado que él se sintiera minimamente agradecido por el gesto que había
tenido, ni que valorara el que se hubiera ido hasta el Ministerio a pedirle a Tonks, que le
pidiera a su madre que se viera con su hermana Narcissa con la que no hablaba desde
hacía años, pero no se merecía que la insultara y lastimara así. Con la fuerza que le dio el
enfado, logró zafarse de sus manos y retrocedió unos pasos, mirándole secamente —No he
visto a tu madre, descuida.

—¿Entonces...

—Le pedí a tu tía Andrómeda, por medio de Tonks, que hablara con tu madre para decirle
que estás bien. Dijo que tu madre visita todos los miércoles a vuestro tío abuelo Marcus y
que allí podrían coincidir sin que nadie encontrara nada sospechoso en ello —dijo con
aspereza, y a ver como Malfoy abría la boca, añadió —No sabe dónde, pero sí que estás
sano y salvo. Tonks es la que me ha traído esto —y señaló la bolsa en la cama. Después le
lanzó una mirada dolida y digna al muchacho, y se dio media vuelta para salir de la
habitación. Tomó el pomo de la puerta, la abrió y se dispuso a salir pero justo en ese
instante, Malfoy apoyó una mano en ella, cerrándola en el acto en las narices de la chica.

Hermione retrocedió un paso y le lanzó una mirada colérica.

—¿Por qué? —preguntó él, mirándola como si quisiera entenderla. Hermione alzó los ojos
hacia él y durante unos largos segundos ambos se sostuvieron la mirada. Ella aparentaba
serenidad pero Draco podía ver algo más oculto en sus ojos, en cuanto a él...no sabía
definir cómo se sentía. Extrañamente... conmovido. Ella había hecho algo por él y Merlín
sabía que no tenía ninguna razón para hacerlo. Eso le intrigaba y cosquilleaba en su
estomago.

Hermione cerró los ojos unos instantes, suspiró y tomó de nuevo la perilla de la puerta.
Draco apartó la mano, sin dejar de taladrarla con la mirada mientras ella abría. La joven
dio un paso, se detuvo bajo el dintel y lanzando una fugaz mirada de reojo al chico,
murmuró:

— Porque ninguna madre debería ignorar si su hijo está vivo o muerto.

Después se fue.

Capítulo 13: Seducción y cabezas reducidas (Editada)

—Por cierto, hay un boggart en el cajón del escritorio del Salón —dijo Hermione llevándose
un vaso de agua a los labios.

—¿Otra vez? —preguntó Ron mientras se peleaba, armado con cuchillo y tenedor, con un
filete demasiado pasado que él mismo se había cocinado.
—Sí —dijo Hermione —Anteayer... —se detuvo con el tenedor a dos centímetros de la boca,
recordando de golpe el misterio de Regulus Arcturus —¡R.A.B.!

—¿Qué? —preguntó Harry confundido.

—¡R.A.B.! ¡Creo que ya sé quien es, Harry! ¡El hermano de Sirius!

—¿Regulus Black?

—¡Regulus Arcturus Black! R.A.B...todo concuerda...

—Sirius dijo que se había arrepentido de unirse a los mortífagos... —recordó Harry.

—No sé —dijo Ron pensativo —por lo que Sirius dijo era muy joven y algo estúpido...no
creo que él fuera capaz de conseguir el guardapelo...además, ¿cómo se enteró de la
existencia de los Horrocruxes?

—Era un mortífago —señaló Harry.

—Pero no parece que fuera precisamente la mano derecha de el-que-no-debe-ser-


nombrado.

—Tampoco creo que alguien que llegó a ser la mano derecha de Voldemort le traicionara —
dijo Harry.

—Además —intervino Hermione —que sepamos, Regulus es el único mortífago que desertó
(o lo intentó) de las líneas de Voldemort. Los demás murieron, fueron a la cárcel o fingieron
estar bajo el efecto de maldiciones cuando Voldemort desapareció. Sé que no es una teoría
muy sólida, pero es la única que tenemos...

Se hizo un silencio en el que los tres amigos pensaban en lo hablado y al cabo, Hermione
apuró todo el contenido de su vaso y se puso en pie.

—¿A dónde vas? —preguntó Harry.

—A la biblioteca, quizás encuentre algo sobre Regulus, después de todo vivió aquí —dijo y
se alejó.

—Igual que cuando estábamos en Hogwarts —comentó Ron con un suspiro de añoranza.

Hermione subió corriendo por las escaleras del primer piso, pegándose al lado de la pared
en el que no había cabezas disecadas de elfos domésticos y tomó nota mental de pedirle a
Harry que le permitiera retirarlas. Cuando llegó al tercer piso se detuvo para recuperar el
resuello antes de subir el último tramo de escaleras, pero unos pasos al fondo del pasillo
llamaron su atención. Levantó la vista para ver a Malfoy saliendo del baño que había al
fondo con unos pantalones negros y una camisa de seda del mismo color con los primeros
botones abiertos. Su pelo mojado, cayéndole sobre la cara, delataba que acaba de
ducharse y todo él emanaba un olor que aún desde el fondo de pasillo llegó a la nariz de
Hermione.
Su colonia. La reconoció en el acto, era el mismo aroma que dejaba a su paso cada vez que
se lo cruzaba por los pasillos de Hogwarts o se sentaban cerca en alguna clase. Hermione
detestaba a ese tipo de personas que se bañaban en colonia pero debía reconocer que la de
Malfoy olía odiosamente bien.

No sabría describir su olor y estaba segura de que no lo había olido en ninguna otra parte,
pero si tenía que definirlo con una palabra esa era elegante. Hermione estaba segura de
que era un perfume mágico carísimo, y a juzgar por el modo en que Draco Malfoy
empezaba a parecerse un miembro del sexo opuesto –y debía de reconocer que nada feo –
se preguntó si tendría alguna propiedad especial. Unas gotas de Amortentia quizás.

—Sé que soy irresistible, pero vas a gastarme de tanto mirarme, Granger —dijo él con una
medio sonrisa cargada de picardía. Hermione parpadeó y le miró ceñuda.

—Te encontraba más irresistible cuando parecías un leñador —mintió con tono remilgado.

—Eso es porque no tienes sentido del gusto.

—Ni tú de las cantidades. Te he olido antes que verte —replicó ella.

Draco pensó en darle alguna réplica cruel acerca de que usaba tanta colonia para no
percibir su olor a impura, pero por alguna razón, el comentario se quedó atascado en su
garganta. Las cosas habían cambiado entre ellos, al menos por su parte, después de que
ella se hubiera encargado de que su madre supiera que estaba bien y además le hubiera
conseguido algunas de sus pertenencias. Una diminutiva, nimia, casi inexistente y en voz
alta negada parte de él, se sentía ligeramente, muy ligeramente, a... agradecida.

—¿Acaso no te gusta, Granger? —preguntó, cambiando de táctica. Si no era capaz de ser


cruel, siempre podía tratar de torturarla por otros medios, por ejemplo, desconcertándola.
Y ciertamente le encantaba turbar a la mojigata y recta Granger. Se acercó por el pasillo
hacia ella y la chica se limitó a quedarse parada en el sitio, observándole con desconfianza.

—Empieza a dolerme la cabeza —respondió ella mordazmente. Draco soltó una carcajada y
se detuvo a un par de pasos de ella.

—¿Quieres saber cómo se llama mi colonia? —preguntó él, inclinándose apenas sobre ella
para dejar caer las palabras cerca de su oído. Hermione se tensó cuando sintió la caricia de
su aliento en la oreja derecha y frunció el ceño.

—¿Prepotente Vanidoso? –sugirió.

Draco rió de nuevo. Debía de reconocer que esa sabelotodo era ingeniosa. Y no se echaba a
temblar cuando él estaba cerca lo cual no sabía si le ofendía o le resultaba interesante.
Ambas cosas posiblemente.

—Eso son mi nombre y apellidos.

—¿Petulante entonces?

—Mi segundo nombre —dijo él, sonriendo muy lentamente de lado y se acercó un poco


más.
—¿Y bien? —le instó ella, claramente impaciente e incómoda. Ya se había pegado por
completo a la pared y lanzaba miradas fugaces a ambos lados como si buscara una vía
escapatoria.

—Seducción —dijo él con voz sugerente. Hermione le miró con incredulidad y después se
apretó un poco más contra la pared, incómoda. No le gustaba el cariz que estaba tomado la
conversación y no quería entrar en el trapo de las provocaciones. A ella no se le daban bien
esas cosas.

Miró a Malfoy, cohibida, dispuesta a murmurar algo y largarse corriendo, pero la sonrisa de
suficiencia y superioridad que vio en su rostro la enervó de tal modo, que se incorporó de la
pared y le desafió con el rostro.

—¿Y para qué te echas tanta entonces? ¿Para seducir a Harry o a Ron? ¿O tal vez a mí? —
le espetó, molesta. Draco se acercó un poco más de modo que sus labios quedaron unos
centímetros por encima de la punta de la nariz de Granger, apuntando hacia el techo de tan
alta que tenía la cabeza con gesto obstinado. La asesinó con la mirada, se acercó un poco
más y entonces...se echó a reír.

Hermione sabía que insinuar, aunque fuera en el contexto de una conversación como una
simple pulla más, que él podría querer seducirla era ridículo –y por cierto que ella no tenía
ningún interés en que lo hiciera –pero esa diminuta y no obstante imborrable parte de ella
que era su orgullo femenino se enfureció terriblemente porque la mera idea le resultara tan
graciosa.

—No es que me interesen tus atenciones —comenzó volviendo a su tono remilgado —pero
me limito a señalar a que soy una chica.

—No de mi especie —dijo él con su habitual desdén en la voz. Hermione cerró la boca,
apartó los ojos de los de él e hizo un ademán con la cabeza que indicaba que había recibido
el mensaje. Después, empujó a Malfoy con un hombro para poder pasar y se alejó de prisa,
escaleras arriba.

Draco se quedó parado hasta que el eco de sus pasos se extinguió y una sensación
angustiosa y desagradable se instauró en su pecho, como si se tuviera un nudo brumoso en
él. Se pasó una mano por el pelo mojado, desordenándolo y soltó una maldición antes de
encerrarse en su cuarto, dando un sonoro portazo.

Hermione se plantó en las escaleras que salían del hall, mirando las cabezas disecadas de
los elfos de la familia Black con aire decidido. Necesitaba hacer algo para distraerse del
curso que tomaban sus pensamientos desde lo sucedido con Malfoy el día anterior.

Desde el primer día en que Hermione pisó esa casa, esos macabros "adornos" la habían
escandalizado y erizado el vello. Siempre que bajaba las escaleras, se pegaba a la pared
opuesta e intentaba no mirarlos.

Hermione encontraba esa tradición familiar como salvaje y ofensiva, completamente


denigrante para los elfos domésticos. Un signo más del dominio y maltrato de los magos
frente a los elfos que les servían y cuidaban fielmente a cambio de nada.
Cuando la casa pertenecía a Sirius, Hermione no se había atrevido a hacer ningún
comentario al respecto pero ahora que Harry era su propietario y que ella pensaba pasar
una temporada indefinida en la mansión de los Black, decidió tomar cartas en el asunto.

Harry no mostró ninguna oposición cuando ella le habló de su intención de retirar las
cabezas disecadas, así que ahí se encontraba, dispuesta a quitarlas de la pared y darles un
entierro digno.

Decidió comenzar por la última de las cabezas, perteneciente al parecer al padre de


Kreacher, un elfo doméstico en su día llamado Hogg con la cabeza redonda, calva y una
prominente y retorcida nariz acabada en punta hacia abajo. Sus ojos redondos y oscuros
aún brillaban de un modo tétrico y Hermione sintió un escalofrío recorriéndole la espalda al
pensar que Hogg parecía observarla.

Desechó la idea con un suspiro despectivo y apuntó a la cabeza reducida con su varita,
murmurando el encantamiento apropiado. De inmediato, los tornillos con los que el marco
que rodeaba la cabeza estaba sujeto a la pared se aflojaron y cayeron sonoramente al
suelo. Hermione los hizo desaparecer rápidamente y conjuró una gran caja de cartón, que
quedó levitando a la altura de su cintura.

Armándose de valor, sacó la cabeza reducida de la pared y la dejó caer en la caja vacía con
un estremecimiento de repulsión. Debía de reconocer que esa tarea le helaba la sangre,
pero tenía que hacerlo. Los elfos domésticos se lo merecían.

—¡No! —chilló una voz estridente en lo alto de la escalera —¡No!

Hermione se volvió sorprendida a tiempo de ver como Kreacher bajaba por las escaleras,
con los brazos extendidos y expresión horrorizada.

—¡No! —gritó —¡Mi pobre padre! ¡La señora Black le otorgó el honor de colgarle en la pared
y ahora la apestosa sangre sucia lo retira! Inmundicia muggle se atreve a tocar con sus
manos asquerosas a mi honrado padre. ¡No! —y se echó a llorar un par de escalones por
encima de Hermione.

—Kreacher...yo... —murmuró ella abochornada. No había pensando en la reacción de


Kreacher y era evidente que lo había disgustado terriblemente —Kreacher, lo siento, pero
es lo mejor...

—¿Lo mejor? —espetó furiosamente, retirando sus pequeñas y delgadas manos de los ojos
que antes se había cubierto —Mi padre sirvió durante años a la honorable y sangre limpia
familia Black y ellos le pusieron en la pared. Kreacher quiere seguir los pasos de su padre.
Kreacher sabe que la ama se retorcería en su tumba si viera quienes habitan ahora en su
casa. Un amo apestoso que llena la ancestral y noble casa de los Black —Kreacher se sentó
en un escalón, se abrazó las rodillas y comenzó a balancearse adelante y atrás como un
niño en trance —de traidores a la sangre y asquerosas sangre sucia. Oh, sí, sangre sucia
que se cree con derecho a ordenar la casa —murmuró con los ojos cargados de veneno,
pero no miraba a Hermione, parecía ajeno a su presencia —Kreacher no quiere servir a su
amo pero tiene que hacerlo. Kreacher quiere servir al chico Malfoy, no al chico apestoso
amante de la sangre impura.

—Sólo voy a darles un sitio...más adecuado —dijo Hermione a la desesperada. Lo último


que había querido era disgustar a Kreacher, pues siempre intentaba que su vida fuera lo
más agradable posible dado lo desdichado que había sido y era.
—¡No hay! —gritó él incorporándose del escalón de un salto —¡Kreacher salvará a su padre!
¡Lo hará!

Y repentinamente, bajó los escalones restantes corriendo, empujó a Hermione y saltó sobre
la caja que la chica había hecho levitar mágicamente. Se aferró desesperado, con un
intermitente grito gutural, a una de las pestañas de la caja, pataleando con violencia en el
aire para tratar de darse el impulso necesario y así meterse dentro.

—¡Kreacher, por favor! —exclamó Hermione compungida y trató de sujetar al elfo


doméstico para que no se cayera, pero Kreacher se revolvió fieramente para librarse de las
manos de la chica como si le quemaran. Parecía una pequeña bestia salvaje y enloquecida,
aferrándose a la caja como si la vida le fuera en ello y murmurando frases por lo bajo que
Hermione no lograba entender.

—¿Qué coño pasa aquí?

Hermione alzó el rostro hacia Malfoy, que se hallaba en el rellano de las escaleras,
observando el alboroto sin expresión. No supo por qué pero le dolió verle y aún más que él
fuera testigo de esa violenta situación que ella misma había provocado.

—Yo...he intentado retirar las cabezas disecadas —explicó Hermione evitando su mirada y
mordiéndose el labio inferior con angustia cuando Kreacher logró entrar en la caja soltando
un grito de júbilo —y Kreacher se ha puesto como loco...

Justo en ese momento, Kreacher asomó el rostro, lanzó una mirada furibunda a Hermione y
salió de la caja de un salto, llevando consigo la cabeza disecada de su padre y corriendo
como si temiera que ella fuera a intentar arrebatársela.

—¡Kreacher! —lo llamó Hermione, pero el elfo no la escuchaba. Había visto a Draco en lo
alto de las escaleras y corría hacia él como si fuera un ángel bajado del cielo.

—¡Señorito Malfoy! ¡La sangre sucia está loca! ¡Ha retirado a mi padre de su legítimo lugar
pero Kreacher ha impedido que se deshaga de él! ¡Deténgala, señorito Malfoy! —rogó
esperanzado, arrodillándose a los pies del chico y bajando la cabeza en pleitesía — ¡Usted
es el sobrino nieto de mi amada Señora, usted puede! ¡Deténgala, por favor, señor!

Hermione sintió que las lágrimas acudían a sus ojos de pura frustración. Había querido
retirar las cabezas reducidas como un paso más hacia la liberación de los elfos, como un
acto simbólico para mejorar sus vidas –la de Kreacher la primera –pero sólo había logrado
el efecto contrario. Hacer aún más desdichado a Kreacher, deteriorar aún más su frágil
tranquilidad. Volverlo todavía más infeliz.

Y para colmo, Malfoy tenía que ser testigo de su estrepitoso y humillante fracaso.

Draco miró al patético elfo arrodillado a sus pies y después a la chica, unos escalones más
abajo, con los ojos llenos de lágrimas y sintió que algo se agitaba en su interior.

—Está bien, Kreacher —musitó ella con un leve temblor en la voz, rendida —Dejaré a los
demás en su sitio y si me lo permites, devolveré a tu padre a su lugar.

—¿Ha oído, mi señor? —dijo Kreacher sin despegar la nariz del suelo —La sangre sucia le
habla como si tuviera derecho a dirigirse a Kreacher, como si tuviera derecho a existir. Pero
Kreacher finge no escucharla, eso hace. Ella no es digna de pisar esta casa, ni de que
Kreacher la escuche. Oh, no, apestosa sangre sucia.

Hermione no pudo soportarlo más y después de hacer desaparecer por arte de magia la
caja de cartón, bajó atropelladamente los escalones y se perdió por la puerta que daba a la
cocina. Draco la observó marchar y tuvo el impulso de ir tras ella, pero se detuvo en cuanto
se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer. ¿Qué demonios le importaba a él que la
sangre sucia estuviera llorando en las cocinas? De hecho, debería regodearse en lo patética
que era al permitir que un insignificante elfo doméstico la hiciera llorar. Pero por alguna
extraña razón, no se alegraba lo más mínimo.

—La maloliente sangre sucia se ha ido por fin —murmuraba Kreacher —El joven Malfoy lo
ha conseguido, así no llenará nuestras narices con su olor a impure...

—¡Cállate, Kreacher! —le espetó con rabia y lo apartó de sus pies con brusquedad –
Piérdete por algún rincón y no vuelvas a molestarla.

Y dicho esto, bajó por las escaleras a zancadas, siguiendo los pasos de Hermione.
Disminuyó el paso a medida que se aproximaba a la puerta de la cocina, caminando con
sigilo, atento a cada sonido como si esperara escuchar un llanto. Pero al otro lado no se oía
nada.

No obstante, abrió la puerta todo lo silenciosamente que pudo y miró dentro de las cocinas.
Hermione estaba allí, sentada a la mesa, con la espalda rígida y la mirada pérdida. No
lloraba pero tenía una expresión tan triste y desolada que Draco sintió la necesidad de
reconfortarla.

—Disecar y colgar la cabeza de los elfos domésticos como trofeos es una costumbre muy
antigua en las familias sangre pura —dijo, adentrándose en la estancia. Hermione lo miró y
lanzó un resoplido despectivo, frotándose los ojos con rapidez por si se le había escapado
alguna lagrima.

—Pues es una tradición brutal y salvaje —dijo con el ceño fruncido. Después miró al chico
de reojo y añadió —¿En tu casa también...

—No. Mi madre lo encuentra desagradable.

Hermione asintió, deshaciendo el ceño y recuperando su aire triste en el acto. Y el modo en


que miraba tercamente al frente, como si prefiriera fingir que él no estaba allí, hizo que
Draco supiera que aún estaba dolida con él por lo que le había dicho el día anterior. Con
fastidio, sintió como el nudo de su pecho se apretaba aún más y caminó hasta detenerse
frente a ella, al otro lado de la mesa. Hermione desvió la mirada a otra dirección en el acto.

—¿Por qué te importa tanto? —preguntó él, sentía la necesidad de que ella le hablara.

—Porque está mal —replicó ella, enfadándose en el acto y mirándole peor de lo que la
Señora Pince había hecho jamás cuando arrugaba o abría demasiado alguno de sus
preciados libros —y porque no entiendo como la máxima aspiración de Kreacher puede ser
que cuelguen su cabeza de la pared.

—Kreacher está chiflado —replicó él con desprecio. Hermione le miró sorprendida. Había
esperando que Malfoy hiciera algún comentario sobre que Kreacher hacía bien en
considerarlo un honor o algo por el estilo, y no supo por qué pero el hecho de que no lo
hiciera la reconfortó extrañamente y se sintió un poco menos desdichada.

—Lo ha pasado muy mal —dijo ella al cabo.

—¿Por qué siempre lo defiendes? —preguntó Draco, exasperado —Te odia y no se molesta
en disimularlo, y siempre te insulta.

—Él cree que no le escucho —señaló ella con suavidad —Kreacher está un poco...afectado
por haber pasado tantos años solo en esta casa. No sabe lo que hace, así que debemos
tener consideración con él.

—¿Eso crees? —Draco apoyó las manos en la mesa frente a la chica, exasperado —No seas
ingenua, Granger, puede que esté chalado pero sabe perfectamente lo que hace.

—No es culpa suya que se comporte de ese modo. Ha estado durante años en esta casa
con la única compañía del retrato de la Señora Black, maltratándole y dándole ordenes.
Nunca ha conocido otra cosa que la sumisión y el desprecio. Tal vez si alguien le muestra
un poco de afecto y confianza, él...

—¿Cambiará? —completó Draco con ironía —No te engañes. Es un elfo doméstico, le gusta
que le ordenen y...

—¿Maltraten? —le atajó ella acalorada —Los elfos domésticos son seres vivos con raciocinio
y sentimientos tratados como esclavos por la comunidad mágica. Es... —guardó silencio
unos instantes, al parecer tratando de encontrar una palabra adecuada –vergonzoso y
medieval.

—Oh —Draco se llevó una mano al pecho e hizo un teatral gesto de afectación –La
defensora de las causas perdidas. Dime una cosa, Granger, ¿qué te importa más? ¿Tus
elevados ideales o su felicidad?

—¡Su felicidad, por supuesto! —chilló ella ofendida.

—Pues entonces, déjalos en paz. Ellos son felices sirviendo y cuidando a las familias a las
que pertenecen.

—¡Únicamente porquw les han lavado el cerebro para que vean las cosas así! Si se les
enseña que hay algo más, que pueden llevar otro tipo de vida, libre y digna, eso puede
cambiar.

—Muy bonito —replicó Draco con frialdad —Pero no encontrarás ni un elfo doméstico
dispuesto a escucharte.

—¡Sí lo hay! —gritó ella alterada —¡Y tú lo conoces muy bien! ¡Dobby!

Draco se incorporó de la mesa y se encogió de hombros con un gesto muy elegante.

—Dobby es una excepción y únicamente porqué está realmente loco.

—¿Cómo puedes decir eso? —Hermione le miró con fuego en los ojos y se levantó
abruptamente del taburete en el que estaba sentada —¡Tú no... —se interrumpió para
lanzar un bufido y asesinarle con la mirada —Olvídalo, es inútil discutir contigo —dijo y se
dirigió a la puerta de la cocina.

—Eso es, aprende a aceptar la derrota y olvida tu ridícula causa —remató él en voz alta
para asegurarse de que Hermione le escuchara por encima de sus furiosos pasos.

Hermione se detuvo bajo el marco de la puerta, se volvió hacia Malfoy, le lanzó una mirada
furibunda y después desapareció cerrando de un portazo.

Draco se quedó mirando el lugar por el que ella se había marchado durante unos segundos,
después una lenta sonrisa se dibujó en sus labios.

Capítulo 14: R.A.B. (Editado)

—¿Qué es eso? —preguntó Ron dejándose caer en la mesa de la cocina, junto a Harry.

—Es una carta para Hermione —explicó Harry observando el sobre sellado y abultado que
reposaba en la repisa de la cocina —llegó hace un rato. ¿Sabes si Hermione se ha levantado
ya?

—Creo que sí —dijo Ron, levantándose para examinar el sobre. Su único remite era una V
en la esquina inferior derecha, escrita con tinta azul marino y una caligrafía algo burda —
¿De quién será?

—No lo sé —Harry se encogió de hombros después de beber un sorbo de leche de su taza


humeante —¿por qué no llamas a Hermione? Así saldremos de dudas.

—Vale —dijo Ron encogiéndose de hombros, subió las escaleras de las cocinas que daban al
vestíbulo, abrió la puerta, lanzó un Muffliato a las cortinas que ocultaban el retrato de la
Señora Black y chilló a grito pelado —¡HERMIONE! ¿ESTÁS DESPIERTA?

Harry meneó la cabeza con expresión de "no tiene remedio" y soltó una risilla. Apenas un
par de minutos después, una somnolienta Hermione apareció en pijama, bostezando
mientras bajaba las escaleras.

—No, no estaba despierta —dijo lanzando una mirada seca a Ron —y si Malfoy dormía
también le habrás despertado.

—¿Y qué? —preguntó Ron encogiéndose de hombros mientras mordía una tostada
rebosante de mantequilla.

—Me extraña que no hayas despertado también a la Señora Black —rezongó Hermione
sirviéndose un poco de leche en un vaso —¿Y bien? ¿Dónde está el fuego?

—Hace un rato te llegó a esa carta —dijo Harry señalando con el cuchillo de untar el sobre
abultado. Hermione le lanzó un vistazo desconcertada pero de repente su rostro se iluminó
y se abalanzó sobre la carta antes de que Ron la cogiera para acercársela.

—Tranquila —murmuró el pelirrojo asombrado —¿De quién es?


—De Viktor —dijo Hermione con una sonrisa estúpida en el rostro. Ron puso los ojos en
blanco y Harry sonrió. La chica la estrechó entre sus manos, emocionada y después se dio
media vuelta y regresó por donde había venido.

—Pero, ¿a dónde vas? —inquirió el pelirrojo.

—¡A leerla! —exclamó Hermione con voz extrañamente chillona y desapareció por la
puerta. Subió las escaleras a toda velocidad rumbo a la biblioteca. Quería intimidad y un
lugar tranquilo donde leer, y le encantaba el olor a pergamino viejo de la biblioteca de los
Black.

Subió como un rayo los dos primeros pisos, y el tramo entre el segundo y el tercero
comenzó a disminuir el ritmo. Para cuando llegó al descansillo del primero, se detuvo un
instante para recuperar el aliento, a tiempo de ver a Malfoy saliendo por la puerta de la
habitación con una camisa de leñador arrugada puesta –Hermione dedujo que las usaba
para dormir –, el pelo revuelto y aplastado y expresión somnolienta.

—¿Se puede saber qué demonios pasa hoy? —preguntó él de mal humor —¿Qué coño
quería Weasel? ¿Y por qué corres escaleras arriba como una chiflada?

Draco frunció el ceño al ver la sonrisa radiante que le dedicó la chica, por alguna extraña
razón estaba muy contenta y sostenía en su mano derecha un sobre grueso. Era evidente
que había recibido carta, ¿pero de quién era que le hacía tanta ilusión?

—Buenos días a ti también, Malfoy —respondió risueña.

—¿Por qué estás tan feliz? —preguntó con desconfianza.

—Porque hace un día maravilloso —replicó y después de deslumbrarle con otra sonrisa
radiante, siguió subiendo las escaleras, descalza y con el amplio pijama levitando a su
paso. Draco tuvo una fugaz visión del sueño en que la había visto con ese camisón e
inmediatamente una serie de imágenes de la muchacha pasaron por su mente. Su trasero a
buen recaudo por los ajustados vaqueros que solía llevar, el modo en que se recogía el
pelo, cómo se frotaba los ojos cuando tenía sueño o la manera en que fruncía el ceño cada
vez que algo la desagradaba u ofendía.

Y ahora su sonrisa. Draco no recordaba la última vez que la había visto sonreír así, y desde
luego no a él. Volvió a preguntarse quién coño le había escrito una carta, y sintió un
extraño ataque de desagrado al plantearse la posibilidad de que fuera un chico. Mandando
todo al demonio, subió tras la chica con sigilo.

Hermione se arrojó sobre la butaca tapizada de cuero negro en la que solía sentarse y
rompió rápidamente el lacre de cera azul marina que sellaba la carta. Inmediatamente,
sacó del interior del sobre una gran extensión de pergamino pulcramente doblado lleno de
una escritura desgarbada y desigual, con trazos irregulares en tinta azul marina. La letra de
Viktor Krum.

Comenzó a leer la carta, tan ilusionada y concentrada, que no se dio cuenta de que la
puerta de la biblioteca se abría silenciosamente y dos ojos grises asomaban por la abertura
y la observaban.
La observaban mientras ella movía rápidamente sus ojos, línea tras línea y su sonrisa se
hacía más amplía, y más estúpida también. La observaban sintiendo un peso mudo en el
estomago, deprimente, opresivo. La observaban sintiendo que mientras ella se llenaba
paulatinamente de alegría, a él se le llenaba la boca de un sabor amargo y desagradable.

Cuando ella lanzó un suspiro anhelante, no pudo soportarlo más y abrió la puerta
bruscamente, llamando su atención.

—Malfoy, ¿qué...

—¿Por qué sonríes como una estúpida, Granger? —preguntó con rencor, adentrándose en la
biblioteca con gesto adusto.

—Eso no es asunto tuyo —respondió ella, sorprendida y dolida por su tono.

—¿Es que te ha escrito un admirador secreto desde San Mungo? ¿O Longbottom?


¿McMillian, quizás?

Hermione le miró con dignidad y dijo.

—Aunque no sea asunto tuyo y no veo por qué puede importarte, te diré que la carta es de
Viktor Krum.

—¿Pero ese troll de las cavernas sabe escribir? —preguntó con la rabia impregnando su
voz.

—¡No le llames así! —replicó ella, enfurecida.

Draco se encolerizó aún más al comprobar como Granger le defendía apasionadamente y el


saber que esos dos aún tenían algún tipo de relación –por la sonrisa de imbécil de Granger,
sospechaba que amorosa –después de tanto tiempo tampoco le ayudó a mejorar su humor.

—¿Por qué no? Eso lo que es.

—Eres tan... —Hermione boqueó, buscando un insulto lo suficientemente fuerte para


describirle.

—¿Sincero? —sugirió él en tono teatralmente solícito.

—Iba a decir imbécil —espetó ella, poniéndose rígida en el sillón.

—Oh —Draco fingió una mueca de dolor —me has ofendido, Granger, realmente eres muy
dura cuando te lo propones...

—¿Por qué no te buscas algo que hacer y desapareces?

—Encuentro más divertido molestarte. Entiendo que siendo una sangre sucia tienes unas
posibilidades muy reducidas pero pensé que buscarías a alguien con más neuronas que...

—¿Crabbe y Goyle? —le atajó ella con intención de ofenderle.


—Por ejemplo —dijo él encogiéndose de hombros —no sabía que te atraían los trolles
retardados...

—¡Pues para ser un troll retardado, como tú dices, bien que te pavoneabas cuando estuvo
en Hogwarts y se sentó a la mesa de Slytherin! —le gritó ella a pleno pulmón, había
enrojecido de pura furia.

—Me convenía que me vieran con él, eso no significa que pensara que era un troglodita
anormal —dijo y obtuvo un sádico y retorcido placer al ver como las aletas de la nariz de la
chica se hinchaba y dilataban y su respiración se agitaba de pura rabia.

—¿Sabes lo que creo? Que lo que te ocurre es que estás celoso —le espetó. Draco se quedó
lívido y abrió la boca un par de veces, incapaz de pensar en una réplica. Los latidos
acelerados de su corazón parecían habérsele subido a la cabeza, entorpeciendo sus
pensamientos —porque él sabe hacer el amago de Roski, cosa que tú no conseguirías hacer
sin comerte el suelo del campo de quiddtich —prosiguió ella, cruzándose de brazos.

Draco respiró hondo, aliviado y mucho más relajado, pero un tic de exasperación vibró en
su mejilla.

—Es Wronski, Granger —dijo irritado—Wronski. Me sorprende que ese inepto se haya fijado
en ti considerando que no sabes ni decir bien el nombre de lo único en lo que es bueno.

—A lo mejor te sorprendería menos si supieras que el amago de Wonki no es lo único que


hace bien.

Él abrió la boca y tardó unos segundos en contestar, no sabiendo si le irritaba más que ella
hubiera digo "amago de Wonki" o su insinuación acerca de Krum.

—¿Qué quieres decir? —preguntó al fin.

—Lo que he dicho, Malfoy —replicó ella, tozuda.

Crispado, Draco dio un paso hacia ella, tratando de intimidarla.

—Respóndeme —ordenó, categórico.

—No te importa lo que he querido decir o no. O al menos, no debería.

—Me trae sin cuidado —replicó él con desdeñosa indiferencia —es mera curiosidad.

—Estoy empezando a gustar que te gusta Krum —apuntó ella mirándole con desconfianza.

—Oh, sí, pero le llamo Wonki en la intimidad —replicó Malfoy con ironía.

—¿Wonki? —repitió ella hirviendo de furia, apretó la carta en su mano derecha y recogió el
sobre del sillón con la otra, antes de acercarse a Malfoy hasta que entre ellos sólo quedaron
unos centímetros —En cambio yo le llamo fiera —espetó, y con aire digno, salió de la
biblioteca, dejando a Malfoy momentáneamente paralizado y atónito.

—¡Granger! —la llamó, en cuanto fue capaz de reaccionar, y salió a zancadas de la


biblioteca, siguiendo a la chica. Quería alcanzarla, romper la jodida carta de Krum en
pedazos y zarandearla hasta que reconociera que todo lo que había dicho era mentira –
especialmente lo de que le llamaba fiera en la intimidad –y de paso que admitiera que
Krum era subnormal con avaricia, y que en realidad estaba profundamente enamorada de
él.

Joder.

Se detuvo un instante al ser consciente del curso final que habían tomado sus
pensamientos, y al cabo de unos segundos, renovó la marcha con renovada furia. Todo era
culpa de esa sabelotodo repelente y orgullosa.

—¡Granger! —la llamó viendo su pijama desaparecer al final de ese tramo de escaleras.
Escuchó los pasos de la chica detenerse y retroceder, deshaciendo lo andando para
asomarse de nuevo a las escaleras. Ella le miró furibunda y dijo:

—¡Vete a la mierda! —y después desapareció de nuevo, y desde donde estaba, Draco


escuchó el estruendo de su puerta al cerrarse.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry apareciendo por las escaleras que subían del segundo piso
seguido de Ron, ambos le observaban con censura y reproche, bajando hacia ellos.

—Y yo que sé coño sé —respondió Draco de malas maneras y acto seguido se encerró en


su cuarto con un gran portazo. Harry y Ron se miraron y el pelirrojo se encogió de hombros
antes de empezar a descender de nuevo las escaleras.

Cuando Hermione acabó de leer el resto de la carta de Viktor se sentía a partes iguales
alegre y desganada. Viktor le decía en la carta que pensaba regresar a Inglaterra a finales
del verano para verla –palabras textuales –y que entonces le preguntaría algo muy
importante.

Hermione prefería no hacer conjeturas acerca de ese algo que quería preguntarle en
persona, sobre todo porque si era alguna de las cosas que sospechaba, no sabría cual sería
su respuesta.

De cualquier modo debería estar feliz porque él le había dicho que la extrañaba y que
volverían a verse pronto, pero la discusión con Malfoy le había robado gran parte de la
alegría, volviendo la carta de Viktor extrañamente agridulce.

—Maldito Malfoy —farfulló y se recostó sobre las almohadas con un largo suspiro.
Crookshanks maulló y saltó a la cama para acurrucarse sobre la barriga de Hermione. Ella
alargó una mano para acariciar su suave pelaje y cerró los ojos tratando de encontrar paz.

Odiaba a Malfoy.

—¿Podemos dejarlo ya? Yo no encuentro nada y esto es muy aburrido.

Hermione cerró secamente un libro que soltó una nube de polvo. Tosió un par de veces y
fulminó a Ron con la mirada como si él hubiera tenido la culpa.
—No llevamos ni media hora buscando y...

—Pero ni siquiera sabemos qué estamos buscando exactamente —se quejó Ron
apoyándose contra una pesada y abarrotada estantería de la biblioteca de los Black.

—Ya te lo he dicho, algo relacionado con Regulus. Un diario, unas notas escondidas dentro
de algún libro, lo que sea...algo que nos dé una pista.

—No sé por qué eso es tan importante —continuó Ron —después de todo, destruyó el
horrocrux, ¿no? ¿Qué importa quién lo hiciera?

—Importa porque no sabemos si lo destruyó realmente, Ron, todo lo que sabemos es que
lo cogió, reemplazó por otro y que tenía la intención de acabar con él, pero es más que
posible que esté muerto y no sabemos si murió antes de hacerlo o no.

—Además, podría haber destruido más —dijo Harry apareciendo entre unos estantes con un
puñado de libros que posó sobre una mesita de madera en la zona de sillones.

Ron suspiró con resignación y se acercó al montón de libros que había traído su amigo para
examinarlos, mientras Hermione continuaba examinando uno de los estantes. Crookshanks
pasó a su lado y se enredó en su pierna para llamar su atención.

—Ahora no, Crookshanks, estamos ocupados —le explicó ella, distraída, mientras intentaba
bajar un tomo del estante más alto.

Crookshanks maulló y se alejó un par de metros de Hermione, siempre en paralelo al


estante. Al fin se detuvo y se quedó parado mirando fijamente un pequeño libro, semioculto
y estrujado entre dos más grandes. Lo tocó con las almohadillas de una pata y maulló de
nuevo.

—Crookshanks, ¿qué hay ahí? —preguntó Hermione acercándose a su mascota y


arrodillándose junto a ella. El gato maulló de nuevo y arañó con suavidad un pequeño
librito encuadernado en cuero. Hermione logró sacarlo con dificultad de entre los libros que
lo flanqueaban, entre los cuales parecía haberse metido a presión. Observó la portada,
vacía a excepción de unas pequeñas letras doradas en el margen inferior derecho que
rezaba R.A.B., y su corazón se detuvo.

—¡Chicos! —chilló para llamar su atención —¡Venid, rápido!

Hermione escuchó el frenesí de los pasos de Harry y Ron acercándose. Cuando los tuvo a
su lado, los tres intercambiaron una mirada de expectación y con manos temblorosas,
Hermione abrió el libro, que tenía toda la pinta de ser un diario. En la primera página,
amarillenta por el paso del tiempo, no había nada escrito, pero en la siguiente había unas
pequeñas anotaciones con tinta negra.

"Guardapelo (tachado).

C. de Bran (?)".

—¡Guardapelo! —exclamó Hermione —Eso significa que...

—Regulus es verdaderamente R.A.B. —dijo Harry.


—¿Veis? Lo destruyó —dijo Ron con aire de entendido señalando con el índice la palabra
tachada —de lo contrario no lo habría tachado. Así que un horrocrux menos por el que
preocuparnos.

—Bueno, esto no prueba que esté realmente destruido... —discrepo Hermione mordiéndose
el labio inferior, pensativa.

—¿Qué más necesitas? ¿Por qué sino iba a tachar la palabra guardapelo? —preguntó Ron
con una mueca de incomprensión.

—A lo mejor simplemente lo tachó porque consiguió el guardapelo —insistió Hermione


tercamente —no hay ninguna anotación que diga que lo ha destruido...

—¿Es que necesitas que ponga en paréntesis: "Sí, Hermione, he destruido el horrocrux"
para creértelo? —se burló el pelirrojo.

—Yo sólo digo... —comenzó Hermione ofendida.

—¿Queréis dejarlo ya? —terció Harry —Esté o no destruido, lo que más me preocupa ahora
es lo que pone debajo: "C. de Bran", ¿qué querrá decir eso?

Hermione y Ron reemplazaron sus muecas defensivas por una expresión pensativa.

—¿Puede ser...un nombre? —sugirió Ron —Charles de Bran por ejemplo...

—O un lugar —apuntó Harry.

—Me suena mucho... —murmuró Hermione.

—Sea lo que sea, es posible que esté relacionado con otro de los horrocruxes —expuso el
moreno.

Sus amigos asintieron en silencio.

Por mucho que los tres ojearon el diario de Regulus –como habían decidido llamarlo –no
encontraron ni una palabra más escrita en ninguna de sus hojas. En vista de ello, los tres
dedicaron los días siguientes a buscar cualquier información referente a la extraña
anotación de Regulus en la extensa biblioteca de los Black.

Hermione sugirió que buscaran en los libros de Magia Negra primero, pues suponía que era
más probable encontrar alguna referencia allí, si es que "C. de Bran" estaba relacionado
con un horrocrux. Después de todo, tratándose del Señor Oscuro, era lo más lógico.

El trabajo era tedioso y aburrido a pesar del tema de los libros que estaban leyendo –de
vez en cuando se detenían para comentar algún hechizo o maleficio especialmente horrible
–y Ron "amenizaba" el ambiente a menudo quejándose de que pasaba más horas en la
biblioteca que cuando estaban en Hogwarts.
Por el día, salían de la biblioteca lo justo para ir al servicio y prepararse algo de comer, y
por las noches, después de que Harry y Ron se hubieran ido a dormir, Hermione se
quedaba un rato más, buscando incansablemente a la luz de las lámparas de gas mágicas.

Esa noche en concreto, la falta de horas de sueño le pesaba sobre los párpados que
parecían bajársele por mucho que ella se esforzará por mantener los ojos bien abiertos.
Pasó otra página del pesado libro enfundado en cuero negro que estaba leyendo y se apoyó
la cabeza con la orejera del sillón con la intención de cerrar los ojos y descansar la vista un
momento. Normalmente eso la ayudaba a estar más despierta después, pero ese día
estaba tan cansada que sin darse cuenta, cayó en el reino de los sueños.

Draco entró en la biblioteca con la intención de leer algún libro para conciliar el sueño. No
había vuelto a ver a la sabelotodo desde su discusión por el anormal de Krum, y
extrañamente desde entonces no era capaz de dormir bien –aún teniendo en cuenta a que
se había reducido esa expresión desde que había huido de Voldemort –.

Pero en cuanto entornó la puerta, pudo ver a la chica acurrucada en un sillón, con la cabeza
apoyada contra una de las orejeras y un gran libro de cuero negro abierto por la mitad,
entre sus manos laxas.

Estaba dormida.

Draco se quedó inmóvil bajo el dintel y entreabrió un poco más la puerta, para poder verla
mejor, observándola en silencio con un brillo de avidez en los ojos grises.

Había algo en la expresión del rostro de ella, tan serena e inocente, en el modo en que su
recogido se había desecho liberando mechones de cabello indómito, en la curva de sus pies
descalzos y encogidos en una esquina del sillón, que la hacía parecer vulnerable e
indefensa. Las llamas que ardían en la chimenea arrojaban sombras y luces doradas que
titilaban sobre su rostro, ora alumbrándolo, ora oscureciéndolo.

Como si sintiera el peso de su mirada aún en sueños, Hermione se removió buscando una
postura más cómoda y el pesado libro se cayó de sus manos flojas sobre la alfombra que
ahogó el sonido. Suspirando, Hermione se abrazó a sí misma como si una repentina brisa la
hubiera estremecido y Draco sintió algo revoloteando en su pecho. Su piel cosquilleaba,
más sensible, y tenía una sensación extraña, incómoda. No sabía identificarla, pues nunca
lo había sentido, pero fuera lo que fuera, no le gustaba. Se sentía...débil, expuesto. Como
si esa sensación tuviera control sobre él y no al revés.

Trago saliva con dificultad pues su garganta parecía haberse vuelto de lija y se adentró en
la biblioteca con pasos medidos y suaves. Cuando se dio cuenta de que prácticamente
estaba conteniendo la respiración para no despertarla se preguntó qué demonios se
suponía que estaba haciendo. Lanzó una mirada inculpatoria a la chica y se sentó con rabia
en el sillón más alejado. Cogió el libro caído que Granger había leído con anterioridad y leyó
un par de párrafos antes de que sus ojos se desviaran involuntariamente hacia ella.

Observó cada detalle de su rostro y su cuerpo durante un par de minutos más antes de
maldecirla interiormente y tratar de retomar la lectura pero aunque sus ojos estuvieran
fijos en el papel, era tan consciente de ella, de cada una de sus respiraciones, que era
incapaz de concentrarse en una jodida palabra.

Rezongó más por lo bajo antes de resolver que tendría que irse a su cuarto o despertar a
Granger y echarla de allí para poder leer. Dudó unos instantes pero realmente no le
apetecía hacer ninguna de las dos cosas.
Había una tercera opción: llevar a Granger hasta su cuarto, dormida. Pero eso
implicaría tocarla.

Bueno, podría resistirlo aunque luego tuviera que ducharse y purgarse. Se puso en pie y se
acercó al sillón en el que Hermione descansaba, observándola por unos momentos con
indecisión. Definitivamente estar encerrado en esa casa le estaba volviendo loco, de otro
modo no estaría planteándose se siquiera la idea de bajar a una sangre sucia en brazos
hasta su cuarto.

Con el ceño fruncido, como si estuviera haciéndolo contra su voluntad, alargó sus manos
hacia ella y le pasó un brazo por la espalda y el otro bajo las rodillas. Contuvo la
respiración cuando ella se agitó, incómoda, y soltó un suspiro que hizo que algo se
revolviera al final de la espalda de Draco y subiera por su columna, estremeciéndolo.
Entrecerró los ojos, mirándola con hostilidad, molesto tanto con ella como consigo mismo,
y conteniendo la respiración, la alzó en brazos. Esperó inmóvil unos segundos, tenso ante
la perspectiva de que ella se despertara y se viera entre sus brazos, pero Hermione
simplemente se reacomodó y apoyó la cabeza en su pecho, concretamente sobre él corazón
de Draco, que empezó a latir tan fuerte y deprisa que pensó que forzosamente la sacaría de
sus sueños. Lanzando un suspiro de prudente alivio al comprobar que ella seguía
profundamente dormida, la alzó un poco más para poder sujetarla con comodidad y se
sorprendió de lo ligera que resultaba su carga. Justo en ese momento, una suave fragancia
a caramelo inundó los sentidos de Draco que apretó los dientes y tensó la mandíbula,
tratando de mantener la calma y de cortar en seco una serie de pensamientos que
comenzaban a formarse en su mente y que sabía que no debía tener.

Dio un paso hacia la puerta impelido por la necesidad de alejarla de él cuanto antes –por el
bien de ambos –pero entonces ella alargó una mano hasta su pecho y la cerró en torno a la
tela de la camisa negra que llevaba para dormir. Fue un gesto inocente, como el de una
niña que en sueños se aferra a su peluche, pero envió una corriente cálida al sur de la
cintura de Draco con tanta intensidad que por un instante sintió el impulso de soltarla y
dejar que cayera al suelo.

—Maldita Granger —masculló, enfadado. ¿Quién demonios le había mandando cogerla en


brazos? ¿Por qué no simplemente se había largado de allí o había pateado el sillón en el
que ella descansa para despertarla y echarla del lugar? Podría haber hecho cualquier cosa:
desde aprovechar que dormía para pintarle la cara con hollín o meterle el dedo en un vaso
de agua, a quemar su jodida manta de tela escocesa con olor a caramelo en la chimenea.

Cualquier cosa.

Pero no, claro que no. Tenía que haberle tocado y aunque lo más práctico sería arrojarla al
sillón y salir corriendo antes de que despertara, no quería soltarla. Rezongando y soltando
una ingente cantidad de palabras malsonantes, salió de la biblioteca con la muchacha
dormida en sus brazos y bajó las escaleras, pisando con prudencia en cada escalón. Ella
apenas se movió y continuó respirando profunda y lentamente con una mano aferrada a su
camisa. Su calor se le había contagiado y Draco pensó con fastidio que posiblemente su
aroma también. Ahora olía a Granger.

—Genial —gruñó.

Cuando al fin llegó frente a la puerta de la habitación de Hermione, se detuvo unos


instantes para lanzarle un último vistazo de soslayo a la luz de las lámparas de aceite
mágico que se habían encendido a su paso. Ahora sólo debía entrar y soltarla sobre su
cama como si de una patata caliente se tratara. Regresaría a la biblioteca, leería un rato y
después podría dormir al fin.

Pero cuando entró en la habitación, la depositó en la cama con suavidad y cierta secreta
reticencia, y en cuanto la soltó se sintió vacío y extraño. Como si le faltara algo.

Hermione se reacomodó de inmediato sobre su colchón con un suspiro de satisfacción y él


pensó que era el momento de irse. Pero no se movió.

—Joder —murmuró, ¿qué le pasaba?

Tenía que irse. Podía irse.

Suspiró y con impulso, se acercó hasta la puerta, pero no pudo evitar detenerse bajo el
marco para lanzarle otra rápida mirada a Granger que en ese instante se encogió en
sueños. Antes de ser consciente de ello ya estaba junto a su cama, tapándola con la manta.
Soltó la tela en el acto como si le hubiera quemado y decidiendo que ya había hecho el
gilipollas bastante por esa noche, salió de la habitación como una exhalación, cerrando con
la puerta con silenciosa brusquedad.

Capítulo 15: De olores y un biombo (Editado)

Hermione despertó bien entrada la mañana. Abrió los ojos lentamente y pestañeó un par
de veces para adaptarse a la luz que se colaba por el hueco entre las cortinas azul cobalto
de su habitación. Bostezó y se estiró como un gato debajo de las mantas.

Y entonces un pensamiento la golpeó con fuerza. No recordaba haberse metido en su cama,


de hecho no recordaba ni siquiera haber bajado de la biblioteca. Su último recuerdo era
haber cerrado los ojos unos segundos para descansarlos después de haber leído durante un
buen rato un libro de Magia Negra.

Apartó las mantas, mientras se decía que Harry o Ron debían de haberla llevado hasta su
cama y no le dio más importancia.

Cuando entró en la biblioteca un rato después, aún en pijama y bostezando, Harry y Ron ya
estaban en ella, el primero echado sobre la alfombra y el segundo manteniendo el equilibrio
precariamente sobre un puff.

—Buenos días —les saludó recogiéndose el pelo mientras se dirigía a su sillón.

—Hola.

—Por cierto, gracias por bajarme ayer hasta mi cuarto. Me debí de quedar dormida leyendo
—comentó, tomando asiento.

—Yo no te bajé —dijo Ron. Hermione miró entonces a Harry y éste negó con la cabeza con
gesto extrañado. Pálida, se percató de que el extraño aroma impregnado en su pijama –
que había decidido inusualmente no quitarse tan temprano – le resultaba muy familiar.

Seducción.

¿Había sido Malfoy? ¿Malfoy la había bajado hasta su cama, dormida?


No. Era imposible. Sin embargo, si no habían sido ni Harry, ni Ron...no quedaba otra
opción. Kreacher estaba descartado sin duda.

—¿Hermione? —la llamó Ron viendo la expresión de su rostro.

—Creo que...voy a bajar a darme una ducha, ¿de acuerdo? —dijo levantándose, pensativa y
salió de la biblioteca sin esperar que sus amigos le respondieran.

Hubiera sido Malfoy o no, no quería oler a él.

Draco no salió de su cuarto hasta que estimó que Granger, Potter y Weasley estarían en la
biblioteca haciendo Merlín sabe qué –como era su costumbre en los últimos días —. No
había logrado dormir demasiado, ni siquiera después de leer durante un par de horas en la
biblioteca. Sentía el cuello y la espalda rígida, y estaba de un humor de perros desde lo de
la noche anterior.

Había pasado varias horas en la cama, boca arriba, con los ojos grises abiertos en la
penumbra de la habitación, fijos en el techo sin dejar de pensar en Granger. Jodidamente
consciente de su olor a caramelo, que parecía entrelazado con cada fibra de su camisa de
dormir.

Le estaba pasando algo, y fuera lo que fuera, no le gustaba una mierda.

Se sentía extraño, como si su cuerpo y su mente no le pertenecieran y fuera un


simplemente espectador de sus movimientos y pensamientos. No controlaba la situación y
no podía soportar esa idea. Para empezar, debía deshacerse de esa maldita camisa que olía
a sangre sucia, aunque fuera de un modo tan sutil que apenas era perceptible –o eso, o ya
se había acostumbrado demasiado a esa aroma y apenas lo percibía -. El siguiente paso era
darse un buen baño para eliminar cualquier huella de su delito.

Mientras caminaba por el pasillo hacia el baño del fondo, se maldijo por milésima vez por
haber obrado como lo hizo la noche anterior. Un par de meses atrás, si hubiera encontrado
a la sangre sucia dormida hubiera aprovechado la ocasión para gastarle alguna broma
pesada en lugar de llevarla en brazos hasta su cama como si fuera una princesa y él su
cursi príncipe azul.

Puso una mueca de furia al pensar en ello, mientras se desabrochaba los primeros botones
de su camisa.

—Kreacher —llamó —Prepárame un baño —ordenó suponiendo que el elfo doméstico le


escuchaba. Después de todo, parecía estar al tanto de todo aunque rara vez se dejara ver,
así que Draco confiaba en que la escasa cordura que le restaba le permitiría llevar a cabo la
tarea. Recordó con anhelo a Deggens, el elfo doméstico que en la mansión de los Malfoy
tenía por completo a su disposición.

Apartó esa imagen de su mente y entró en su habitación para escoger algo de ropa que
ponerse después del baño. Abrió el enorme armario y sintió otro ataque de nostalgia y
frustración al comparar su interior, prácticamente vacío, con él de su habitación en la
Mansión Malfoy. Apartó con furia un par de perchas de las que colgaban unas tristes
camisas de leñador y unos vaqueros desgastados. Por supuesto de segunda mano y
pertenecientes a los pobretones.
Cogió con un par de prendas propias y se las echó al hombro mientras se quitaba los
zapatos ayudándose con los pies. Después se soltó el cinturón y se desabotonó por
completo su camisa, pero decidió no desnudarse más por si acaso se topaba con Granger.
Podría morirse de la impresión si veía un cuerpo de verdad acostumbrada al larguirucho de
Weasel y el canijo de San Potter.

Esbozó el amago de una sonrisa de lado al imaginarse la escena, salió de nuevo al pasillo y
caminó con los pies descalzos sobre las raídas alfombras con aire de ser el dueño de lugar.
Llegó hasta la puerta al fondo del pasillo, giró la manilla con forma de serpiente de plata y
entró en el baño. Se sorprendió gratamente al comprobar que la bañera estaba llena de
agua caliente que despedía visibles hélices de vapor. Kreacher había hecho bien su trabajo,
y rápido.

Con una mueca de satisfacción, posó la ropa sobre una silla y se quitó la camisa dándole la
espalda al biombo que había en una esquina. Después deslizó el cinturón por las hebillas
hasta quitárselo y se volvió hacia la bañera desabrochando el primer botón de su pantalón
negro. Fue entonces cuando la vio.

Hermione acababa de salir de detrás del biombo, completamente desnuda.

—¡Coño, Granger! —exclamó sorprendido repasándola con la mirada de arriba abajo. En su


exhaustivo examen, comprobó –como había sospechado –que la chica no tenía un cuerpo
desagradable y insulso precisamente...

Hermione se giró hacia él y lanzó un grito que podría haber hecho estallar todas las
lámparas y ventanas de la casa. Después intentó tapar su desnudez con sus brazos, pero
no sabiendo qué parte de su cuerpo ocultar, gritó de nuevo, y en cuestión de segundos, se
arrojó tras el biombo de cabeza.

Quizás en otra ocasión, Draco se hubiera reído y burlado de ella, pero no fue capaz de
moverse un pelo. Estaba conmocionado.

Había visto desnuda a la sabelotodo y no le había desagradado. Ni un poco. Más bien al


contrario.

Y fue ella misma la que le sacó de su trance asomando la cabeza completamente colorada y
enfurecida por encima del biombo.

—¿CÓMO TE ATREVES A ENTRAR AQUÍ? ¿ES QUÉ NO SABES LLAMAR, IMBÉCIL?—gritó a


pleno pulmón mientras forcejeaba con los pantalones de su pijama, tratando de embutirse
en ellos a toda velocidad. Se sentía avergonzada, furiosa, ultrajada y humillada a partes
iguales. También quería asesinar a Malfoy, aunque no sabía si le apetecía hacerlo porque la
había visto desnuda o porque él casi lo estaba. A pesar de la conmoción había visto
perfectamente su pecho desnudo, atravesado por las finas cicatrices de las heridas que una
vez ella había curado. Estaba delgado pero tenía los hombros anchos y el pecho moldeado
sutilmente. Y lo peor, al bajar la mirada, a través del pantalón desabrochado, había
vislumbrado una tenue sombra de vello que ascendía hasta su ombligo.

Quería morirse.

—No sabía que estabas aquí, sabelotodo —dijo él arrastrando las palabras con indiferencia.
Indiferencia que no sentía en absoluto, por cierto —Ordené a Kreacher que me preparara
un baño y si tú te colaste, es tu culpa que esto haya sucedido.
Hermione, que en esos momentos se estaba pasándose la parte de arriba por su pijama, no
pudo evitar responder aunque su voz sonó amortiguada por la tela.

—¡Kreacher no ha preparado el baño, lo hice yo! ¡Él ni siquiera se ha pasado por aquí! —
logró bajarse el pijama y lanzó un bufido de exasperación —¡Es tu culpa que... —
enronqueció de una mezcla entre enojo y pudor —... grandísimo estúpido!

—Oh —Draco fingió una mueca de afectación y se llevó una mano al pecho con gesto
teatral —Me ofendes, Granger —dijo con frialdad —No creas que para mi ha sido muy
agradable.

—Para mí tampoco —aseveró ella, intentando nerviosamente recogerse el pelo con una
goma.

Draco soltó una carcajada despectiva y altiva.

—Se me ocurren una docenas de chicas que pagarían por ver lo que tú has visto—aseguró
con petulancia.

Esta vez fue Hermione la que soltó una risotada desdeñosa.

—No creo que en San Mungo haya tantas internas con afectación cerebral —dijo Después,
completamente colorada, salió de la seguridad del biombo para comprobar que Draco no se
había movido ni vestido, así que se llevó rápidamente una mano a los ojos mientras
enrojecía aún más.

—¿Quieres vestirte de una vez? —le espetó evitando mirarle.

—¿Por qué, Granger?¿Es que te pongo nerviosa? —susurró él con voz suave y provocativa.
Hermione dio un respingo al sentir la voz tan cerca de ella y alarmada, apartó la mano sólo
para ver como Malfoy se aproximaba con una mirada perversa y felina en los ojos grises.

—¿Qué haces? —graznó ella, con voz más áspera de lo que pretendía, intentando
retroceder hasta que se topó con el obstáculo del biombo.

—Darle sentido a tu patética existencia —siseó él, sujetándola por la cintura para impedir
su retirada. Así que ella se creía indiferente a sus encantos. Ya lo comprobaría.

Y entonces, sin más preámbulos, sin más que una mirada fugaz a sus labios, la atrajo hacía
él y la besó en la boca. La sujetó por la cabeza, apretando sus labios contra los de ella
mientras con la otra mano la empujaba para juntar sus caderas.

Hermione se quedó tensa y paralizada por la sorpresa durante unos segundos, con los ojos
muy abiertos, viendo y sintiendo los labios de él deslizándose y frotándose con los suyos,
con cadencia y calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Humedeciéndolos con
cada caricia, hipnotizándola.

No podía pensar, ni tampoco reaccionar, era como una muñeca de trapo entre sus brazos,
resistiendo sus caricias como si su cuerpo no le perteneciera. Pero cuando él le pasó la
lengua entre los labios apretados, Hermione reaccionó.
Se revolvió y le empujó, tratando en vano de apartarlo, pero él la sujetaba con tanta fuerza
que apenas le movió. Furiosa y sintiéndose ultrajada, le golpeó en el hombro y abrió la
boca para insultarle.

Pero nunca debió hacerlo.

Porque Malfoy aprovechó la ocasión para deslizar la lengua entre sus labios y entonces
supo que estaba perdida. Peleó y forcejeó sin demasiado ahínco durante unos diez
segundos, pero poco a poco sus protestas fueron perdiendo fuerza hasta que se limitó a
aferrarse a sus hombros, cerrando los ojos con fuerza mientras la lengua de Malfoy
acariciaba la suya, incitándola a enfrentársele, arrasándola con oleadas de placer cada vez
que la rozaba. Concentró sus esfuerzos en resistirse, en no responderle, pero cuando él
presionó con fuerza en su espalda y hundió aún más la boca en la suya, no pudo soportarlo
más.

En el mismo instante en que Draco percibió con triunfo que ella le respondía, un escalofrío
lamió sinuosamente su espalda, ascendiendo hasta su cuello. Volviéndole loco.

Su intención al besarla había sido simplemente herirla, castigar, provocarla. Demostrarle


que nadie en su sano juicio podía resistirse a él, pero cuando comprendió que estaba
perdiendo el control, su sensación de triunfo se apagó.

En realidad, todo lo hizo, hasta que sólo quedó ella.

—Kreacher prepa... —la voz de elfo doméstico se cortó en seco cuando sus verdes y
sangrientos ojos se posaron en las dos figuras entrelazadas. Una en pijama, la otra a media
vestir.

La asquerosa sangre sucia y su adorable Malfoy sangre limpia.

Conscientes de la interrupción, ambos se separaron, como imanes repeliéndose, y volvieron


sus rostros agitados hacia el pequeño elfo, aferrando con rabia el pomo de la puerta que
acababa de abrir.

—Kreacher —murmuró Hermione en voz muy baja. Ahora que ya no tenía las manos de
Malfoy sobre ella podía pensar con claridad. Pensar en qué demonios acababa de hacer.

Avergonzada, incómoda, confusa y deseando que la tierra la tragara, salió a toda velocidad
del baño, casi arrollando al elfo doméstico en su huída. Sin mirar a Malfoy.

Hermione no dejó de correr hasta que entró en su cuarto y cerró la puerta con magia. Se
llevó una mano a la cabeza, respirando profundamente, tratando de asimilar y racionalizar
lo que había ocurrido.

Malfoy la había besado. A Ella. A la que rara vez llamaba por su nombre, sino que prefería
usar múltiples insultos: sangre sucia (su favorito), sabelotodo, comelibros, empollona,
dientes largos...

Y lo peor es que ella había empezado a responderle. Técnicamente se podría decir que se
habían besado.
Por Merlín, ¿ella y Malfoy? Era descabellado, sin embargo, aún podía sentir que sus labios
cosquilleaban, húmedos. Se llevó una mano a la boca, como si quisiera encontrar una
explicación palpando sus labios con los dedos. Cuando se dio cuenta de que se estaba
comportando como una estúpida enamorada, se frotó la boca con desesperación, como si
así pudiera borrar lo que había sucedido.

Ojala que pudiera.

Se arrepentía de lo que había hecho. Primero Malfoy la había visto completamente desnuda
y después habían acabado besándose contra el biombo. Él semidesnudo.

Sólo de pensarlo le ardían las mejillas y deseaba morirse o desaparecerse por completo.
Pero sin aparecer en ninguna parte. Simplemente dejar de existir.

¿Cómo iba a poder mirarle a la cara? ¿Y a Harry o a Ron? Tenía la sensación de que cuando
la miraran verían escrito en su frente algo así como "Culpable".

Dios, ¿qué habían hecho?

Necesitaba pensar, analizar y racionalizar todo, encontrar alguna explicación satisfactoria y


dejarlo aparte, pero allí no podía. No con Malfoy, el testigo de lo que habían hecho, y sus
dos mejores amigos cerca. Necesitaba salir de ahí para aclarar sus ideas.

Rápidamente, abrió su armario y cogió lo primero que encontró –se había dejado la ropa
que pensaba ponerse ese día en el baño –se vistió y quitó el hechizo de la puerta.

Nerviosa, giró el pomo y la abrió lo justo para comprobar que el pasillo estaba desierto.
Entonces, con sigilo, se deslizó fuera y corrió como si Voldemort la persiguiera por todo el
pasillo. Bajó las escaleras a toda velocidad, saltando varios escalones de cada vez, con una
mano apoyada en la pared para no perder el equilibrio en ningún momento hasta que llegó
al vestíbulo, donde aterrizo de un salto seco.

A zancadas, cruzó sobre la alfombra raída que cubría al suelo hacia la salida, pero en ese
instante una puerta se abrió a su izquierda y de ella salieron Harry y Ron. De las cocinas.

—¿A dónde vas tan deprisa? —preguntó Ron sorprendido.

Hermione les miró lívida, y con el corazón latiendo a toda velocidad. Debía irse de allí,
cuanto antes, aún no se sentía capaz de comportarse como una persona normal y cuerda.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry preocupado —¿Es que Malfoy te ha hecho algo?

—¡No! —chilló Hermione, y cuando se dio cuenta de que se había comportado como una
histérica, respiró hondo y trató de aparentar normalidad —No —repitió más calmada —sólo
voy a dar una vuelta.

—¿Para qué? —preguntó Ron con extrañeza —Hace tres días que no nos dejas movernos de
la biblioteca y ahora tú...

—Voy a buscar información —respondió ella con rapidez—por métodos muggles. Ya que
parece que la magia falla, tal vez la tecnología muggle pueda ayudarnos —añadió con tanta
credibilidad que se asombró a si misma. Con gesto eficiente, se dirigió a la puerta, y antes
de que Harry y Ron pudiera comentar nada, ya estaba fuera de Grimmauld Place número
12.

Hermione paseó sin rumbo durante un par de minutos. Pasear siempre la había ayudado a
pensar, a poner su mente en orden y en ese momento lo necesitaba más que nunca. A
faltar de los tranquilos terrenos de Hogwarts, Hermione decidió buscar un parque cercano.

Era justo mediodía cuando llegó a St. Lurleen Park, que estaba lleno de jóvenes y familias
comiendo sobre el césped, aprovechando el buen tiempo de ese día de Agosto. Buscó un
banco apartado a la sombra de una haya, y se dejó hacer en él, hundida.

Su plan era comprarse un bocadillo en algún puesto del parque, comer y después visitar un
cybercafé. Después de todo, buscar información era la excusa que le sabía dicho a sus
amigos, así que no podía regresar a Grimauld Place con las manos vacías.

Pero eso sería luego, en ese momento todo lo que le preocupaba era ese beso y Malfoy.
¿Por qué la había besado? Bueno, eso no era demasiado difícil de imaginar conociéndole
como lo conocía. Siendo tan vanidoso, sin duda se había sentido ofendido por la
indiferencia que ella había mostrado ante él –aunque tenía que reconocer que debería
haberle sido todavía más indiferente –así que para demostrar tanto a ella como a él, que
era irresistible y que ninguna fémina podría resistírsele, la había besado. Como un simple
instrumento para dominarla y castigarla. Para humillarla.

Posiblemente lo peor de todo había sido que ella había comenzado a responder. No fueron
más de cinco segundos antes de que Kreacher les interrumpiera – cada vez que lo
recordaba quería morirse –pero los dos sabían que lo había hecho. Y no entendía por qué.

Quizás todo se debiera a la simple curiosidad, a lo inverosímil de la situación que le impedía


pensar y comportarse como una persona razonable o tal vez simplemente a que Malfoy
besaba bien –no era tan hipócrita ni tan inepta como para negárselo –.

No es que ella tuviera muchos puntos referencia con lo que compararlo pero sabía lo
suficiente para darse cuenta de eso. Besaba de un modo totalmente diferente al de Viktor.
Él era mucho más delicado, cada vez que la besaba parecía tener miedo de romperla con
sus manos. Había algo en su torpeza a la hora de tocarla –como si temiera que ella pudiera
molestarse o sentirse violenta –que lo hacía increíblemente tierno. Viktor la tomaba por la
barbilla con su enorme mano y le alzaba el rostro con delicadeza. Entonces la besaba larga
y dulcemente.

Malfoy era completamente diferente. La sujetaba con fuerza, con violencia, la estrujaba
contra su cuerpo con total impudicia, imponiéndose más que compartiendo. Arrasaba su
boca y la provocada de formas indecentes con peligrosa habilidad.

Con Krum sentía muchas cosas, con Malfoy simplemente no podía pensar.

No pensar. Eso es lo que debería hacer aunque fuera en contra de su naturaleza. Después
de todo lo que había ocurrido con Malfoy, aunque horrible, no tenía ninguna importancia.
No significaba nada para ella, ni tampoco para él. Así que todo bien.

Sintiéndose un poco más relajada, se levantó, rumbo al primer puesto que viera.
Decidiendo convenientemente no entrar a analizar por qué la había llevado hasta su cama.
Cerró su blanca mano en puño sobre su cabellera de platino por milésima vez y dio una
patada furiosa a una de las patas de su sillón. Después chascó la lengua, y caminó,
inquieto, sobre la alfombra a los pies de su cama.

Se estaba volviendo loco. No podía parar de pensar en el que jodido beso que le había dado
a Granger. Esa vez no había sido un sueño.

Ni siquiera la había besado por el mero placer de hacerlo o porque lo apeteciera, sino para
demostrarle quien de los dos mandaba, para darle una lección por despreciarle. Para
empezar, meses atrás, no hubiera besado a Granger ni siquiera para mortificarla o hacerla
rabiar. Directamente no se le habría pasado por la cabeza, la sola idea le habría repugnado.
Y ahora, sólo de pensarlo, sentía unas indecentes ganas de volver a hacerlo.

Obligarla, imponerse, había sido divertido. Pero cuando ella le había respondido...

Oh, Merlín.

Su propia arma se había vuelto contra él.

Y para colmo, el inútil de Kreacher los había visto. Draco le había ordenado tajantemente
olvidar el incidente y nunca mencionarlo absolutamente a nadie, como si jamás hubiera
sucedido, pero había alcanzado a ver el brillo de desprecio de los ojos del elfo antes de salir
de los baños. De cualquier modo, no le preocupaba. Era una criatura penosa pero
inofensiva, y como estaba tan chiflada, si llegaba a mencionarlo delante de San Potter o el
Pobretón ninguno de los dos le creería. Y estaba convencido de que Granger no lo
mencionaría –por una vez le venía bien que ella fuera una mojigata.

¿Qué le estaba pasando? Desde que ella le había encontrado se había convertido en un
caos. No podía controlar sus pensamientos, mucho menos aún sus sentimientos. Le había
salvado la vida, le había curado y después, cuando le encontró en el gran Salón, reducido a
un niño lloroso y desconsolado, le había protegido del Boggart y había tratado de
consolarle. Se había arriesgado sólo para informar a su madre de que él estaba a salvo –y
para protegerla de cometer alguna imprudencia también –le había llevado sus cosas y como
Potter le había señalado, permanecía en la mansión Black, a salvo, gracias a ella. Por
mucho que una parte de él se sintiera humillada por toda la situación, había otra, retorcida
y antes oculta hasta el punto de que había olvidado su existencia, se sentía agradecida. O
algo así.

Nunca antes había experimentado ese sentimiento, así que no podía saberlo con seguridad.
Y odiaba eso, no estar seguro de nada –por Merlín, Draco Malfoy dudando de sí mismo –
sentirse débil y vulnerable por mucho que se esforzara en lo contrario y saberse de algún
modo unido a ella.

Se acercó a la ventana y miró por ella, con la sensación de que si seguía mucho tiempo en
esa casa, acabaría volviéndose loco.

Por ella, tal vez.


Hermione clickeó sobre el botón de búsqueda y de inmediato aparecieron una serie de
entradas en la pantalla, relacionadas con la referencia "C Bran". Echó un rápido vistazo a
los enlaces, comprobando con desanimo que la mayoría respondían a empresas o apellidos
de muggles.

Sinceramente, la chica no pensaba que C. de Bran se refiriera a un nombre, porque estaba


convencida de que tenía que ver con un horrocrux. Lo cual significaba que por fuerza debía
tratarse de un lugar.

Frustrada, después ojear las diferentes entradas durante cerca de media hora, decidió
rendirse. Después de todo, tal vez la idea encontrar algo relacionado con el emplazamiento
de un horrocrux por métodos muggles era descabellada.

Suspiró, dio el último sorbo a su taza de café y dirigió el ratón a la parte superior de la
página, para cerrarla. Pero entonces, la última entrada que se veía en la pantalla llamó su
atención.

Su corazón latió con expectación al darse cuenta de que lo había encontrado.

Ya sabía lo que significaba C. de Bran. Estaba segura.

Del mismo modo que lo estaba de que a Harry no le gustaría saberlo.

Capítulo 16: Vuelve (Editado)

—Oye, Ron...

El pelirrojo alzó su rostro ceñudo por la concentración del enorme libro –a todas luces
aburrido –que estaba "leyendo" en busca de algo relacionado con la pista de Regulus.

—¿Si? —preguntó mirando a Harry, con un par de pesados tomos sobre las rodillas.

—¿No has...¿no has notado algo raro en Hermione?

—¿A qué te refieres? —preguntó Ron cerrando su libro.

Harry pareció titubear, y se subió las gafas, incómodo.

—No lo sé exactamente...Desde que Malfoy está aquí...está...rara.

—Es una chica. Las chicas son raras —dijo Ron como si eso lo respondiera todo y fuera una
gran verdad universal que no intentaba entender.

Harry abrió la boca, pero volvió a cerrarla pensando que todo serían impresiones suyas. En
ese momento, la puerta de la biblioteca se abrió y el objeto de sus pensamientos entró por
ella con unos cuantos folios en la mano y el rostro agitado.

—¡Lo tengo! —exclamó cerrando la puerta y acercándose a zancadas hasta sus amigos,
evidentemente excitada.

—¿El qué tienes? —preguntó Ron.


—¡Ya sé lo que significa C. de Bran! —miró a sus amigos, expectantes, y sonrió satisfecha
—¡Castillo de Bran!

—¿Y eso dónde está?

El buen humor de Hermione se apagó un poco y lanzó una mirada de reojo a Harry.

—En Transilvania, una región de...Rumania.

Un pesado silencio se hizo en la biblioteca y tanto Hermione como Ron miraron a Harry. Él
estaba inmóvil y tenso en su sillón, y sus amigos sabían a la perfección lo que estaba
pensando.

Snape había dicho que en Rumanía había uno, y ahora no quedaba duda acerca de que en
realidad se trataba de Horrocrux. No podía ser otra cosa teniendo en cuenta la anotación de
Regulus.

Lo cual significaba que Snape sí intentaba ayudar a Harry, con las implicaciones acerca de
su verdadera lealtad que eso tenía.

—No —dijo Harry.

—¿No qué?

—No significa nada. Puede ser una simple casualidad o una trampa —dijo tercamente.

Hermione y Ron intercambiaron una mirada de entendimiento.

—Pero Harry, sé razonable. Lo más lógico es pensar que la pista de Snape era buena.
Regulus murió hace años, sabemos que consiguió un horrocrux y la anotación en su
cuaderno da a entender que conocía la localización de otro. No pudo ponerse de acuerdo
con Snape para engañarte. Y bueno...que sea una casualidad...sería muy poco probable.

—Entonces quizás quiera utilizarme para derrotar a Voldemort y quedarse él con su puesto
—dijo Harry con evidente furia en la voz y miró a Hermione y Ron con desafío, como
esperando que se atrevieran a contradecirle.

—Es una posibilidad —concedió Hermione, y aunque no creía que Harry tuviera razón, se
guardó de decirlo.

—Bueno... —intervino Ron, deseoso de distender el ambiente –el caso es que ya sabemos
donde está otro, ¿no? Ahora sólo tenemos que ir allí y destruirlo.

—No creo que sea tan sencillo —repuso Hermione mordiéndose el labio inferior —¿Os suena
de algo el Castillo de Bran? —ambos amigos negaron con la cabeza —Ese castillo perteneció
a Vlad el Empalador...o lo que es lo mismo, Drácula. El primer vampiro de la historia.

Ron pareció desinflarse lentamente, Harry en cambio parecía algo menos tenso.
Posiblemente porque ahora su mente se centraba en otra cosa en lugar de en Snape.

—Drácula también era mago, ¿no es así? —preguntó Harry.


—Sí —asintió Ron, pálido —el más carnicero de todos cuántos han existido.

—Supongo que Voldemort elegiría su castillo por eso —dijo Harry con desprecio —y porque
el lugar tendrá restos de su magia antigua.

—Sí —apoyó Hermione —debemos planear bien nuestro siguiente movimiento. He buscado
toda la información muggle que he podido encontrar al respecto, pero creo que también
nos será útil buscar la versión mágica, ¿no creéis? Es importante que conozcamos todo lo
máximo posible antes de...adentrarnos en la boca del lobo.

Ron lanzó un suspiro de desanimo, al más puro estilo de los que soltaba cada vez que les
mandaban una cantidad ingente de deberes en Hogwarts. Hermione sólo sonrió y se internó
entre las estanterías, en busca de algún libro útil.

Malfoy echó un vistazo a su reloj y chascó la lengua, irritado. Kreacher debería haberle
subido la comida hacía más de quince minutos. Por muy chiflado que estuviera, si algo
podía decir Draco en su favor, era que el elfo era impecablemente puntual.

Pero la noche anterior le había hecho esperar media hora para llevarle un filete mal hecho y
un puré de patata brumoso e insípido. Y ese día tenía pinta de seguir por el mismo camino.

Draco creía saber el porqué de ese cambio de actitud. Estaba claro que se debía a la escena
que había presenciado el día anterior: él, su idolatrado sangre limpia besándose con su
odiada sangre sucia. Draco no necesitaba tener el elfo un recordatorio de que lo que había
hecho era horrible y degradante para un sangre limpia. Sentía remordimientos y no podía
evitar preguntarse constantemente, qué pensaría su padre de él si supiera lo que había
hecho. O más bien, el modo en que le castigaría –porque no tenía duda de que lo haría –.

En realidad, prefería pensar en lo que pensarían los demás si supieran que había besado a
una sangre sucia que en lo que pensaría ella, o él mismo.

Eso era meterse en terrenos peligrosos porque tenía sentimientos encontrados y le


preocupaba, contra todo pronóstico, lo que ella sentía. No porque temiera haberla herido –
eso le importaba un pimiento –sino porque se moría de ganas por saber qué había
desatado en ella el beso. Quería saber si la había afectado de algún modo, si no podía parar
de pensar en él, si deseaba que volviera a besarla.

Se estremecía de vanidoso placer, sabiendo que el suyo era el mejor beso que le habían
dado jamás a esa pobre empollona sin vida social. El retrasado de Krum podría ser mejor
que él haciendo el "amago de Wonki" pero estaba seguro de que no le superaba en el arte
de besar.

Sonrió lentamente de lado, cargado de malicia y prepotencia. ¿Qué pensaría ese anormal si
supiera que suadorada comelibros le había besado? Sólo durante unos segundos, pero lo
había hecho, y Draco sintió una aplastante sensación de victoria al recordarlo.

De mejor humor, decidió bajar él mismo a meterle prisa a Kreacher.


Hermione abrió la puerta de las cocinas, pensativa. Durante la tarde anterior habían
encontrado varias referencias al Castillo de Bran y a la vieja magia que fluía por cada una
de sus piedras, magia oscura por supuesto. El lugar ideal para ocultar un horrocrux.

La información muggle acerca de la historia que había recogido, le hacía pensar que el
castillo estaba maldito, al menos de un tiempo a esa parte y sospechaba que por obra de
Voldemort.

Distraída, no se dio cuenta de que Kreacher estaba en la cocina hasta que casi lo atropelló.
Kreacher, que llevaba una bandeja de plata llena de un plato humeante de lo que parecían
ser un caldo espeso y viscoso con una pinta horrible, le lanzó una mirada llena de odio y
desprecio, y Hermione retrocedió un par de pasos.

Después de la escena con las cabeza disecadas, Hermione no había vuelto a verlo hasta
que irrumpió el baño el día anterior cuando ella y Malfoy... pero al verle, ahora estaba
segura de que la odiaba más que nunca y sintió una amarga tristeza llenando su pecho.

—Hola, Kreacher —le saludó con suavidad.

El elfo doméstico entrecerró sus ojos como si le hubiera ofendido gravemente por atreverse
a hablarle y sus pupilas brillaron de puro odio.

—La asquerosa sangre sucia le habla, le habla después de todo lo que ha hecho al pobre
Kreacher. La sangre sucia odia a Kreacher y se venga de él seduciendo al joven Malfoy, lo
único puro que le quedaba al pobre Kreacher...ahora ella lo ha ensuciado con su
impureza...

—Kreacher...

—...el joven Malfoy debe volver al camino adecuado, demostrando ser un auténtico Black o
la Señora se disgustara mucho...Mi pobre ama...se retorcería aún más en su tumba si
supiera...

—Kreacher —lo interrumpió Hermione de nuevo, con cierto tono de ruego en la voz. No
sabía qué hacer, no quería ser dura con él ni darle ninguna orden, pero no soportaba
escucharle hablar con tanto odio acerca de ella. Ella sólo quería cuidarlo y él la despreciaba
constantemente...

—Kreacher no escucha ni responde a aberraciones humanas... —masculló y escupió al


suelo, a un centímetro de la bandeja de plata que llevaba en las manos.

—¿Qué puñetas haces aún aquí, Kreacher? —preguntó la voz de Malfoy con un cariz de
furia. Hermione dio un respingo al escucharle a sus espaldas, pero no se atrevió a moverse
—Hace casi media hora que deberías haberme subido la comida, ¿y qué demonios es eso?
¿Crees que me voy a comer esa bazofia? —preguntó adelantando a Hermione y
plantándose frente al elfo doméstico.

—Kreacher... —comenzó el elfo.

—¿Kreacher qué? —le interrumpió el chico, cortante –Si piensas que voy a comerme esa
basura es que has perdido completamente la cabeza. Tira eso y prepárame algo decente si
no quieres que tenga unas palabras con tu ama.
—Malfoy... —terció Hermione mirándole con los ojos entornados. ¡No era nadie para
hablarle así a Kreacher!

—Kreacher podría hablar también con la ama...—siseó el elfo, con los ojos fijos en la
bandeja, como si en realidad hablara con ella.

—¿Me estás amenazando? —espetó Draco, furioso, y dio un manotazo a la bandeja que
cayó ruidosamente al piso, desperdigando el caldo y los cristales de la porcelana por todo el
suelo de la cocina.

—¡Malfoy! —chilló Hermione con los puños apretados.

—Tú cállate —le espetó Draco, sin molestarse en mirarla, los ojos fijos en el elfo —Ahora
vas a recoger eso y prepararme algo mejor. Más te vale que esté delicioso o hablaré con tu
ama. ¿Y a quién crees que va a creer? ¿A su adoro, Malfoy, la última esperanza de su
familia, o a su viejo y chiflado elfo doméstico?

Kreacher no se atrevió a mirar a Draco, se quedó parado, encogido en sí mismo como un


perro apaleado, y asintió enérgicamente.

Hermione sintió tanta rabia que los ojos se le llenaron de lágrimas. Malfoy era realmente
horrible, malvado y tiránico. ¿Cómo podía tratar a así al pobre y desdichado Kreacher? Era
cruel, odioso.

—Kreacher, no le hagas caso a este dictador insensible. No tienes por qué obedecerle y no
tengas miedo de las represalias, yo te protegeré si él... —pero se detuvo al ver que
lagrimas de rabia se caían de los ojos del elfo. Miró a Malfoy con reproche y odio, él había
hecho al pobre Kreacher llorar.

—La sangre sucia humilla a Kreacher ofreciéndole ayuda...Kreacher no puede caer más
bajo... —murmuraba con voz ronca el elfo.

Hermione abrió la boca sorprendida, con una mueca de dolor. De nuevo, ella intentaba
ayudarle y sólo obtenía desprecio y puede que incluso más odio si cabe. Apretó los labios y
asintió secamente, antes de darse media vuelta para desaparecer. No se atrevió a mirar a
Malfoy, sabiendo que encontraría victoria y desdén en sus ojos, y se dirigió a zancadas
hasta la salida.

No obstante, antes de cerrar la puerta de las cocinas tras ella, escuchó unas palabras del
slytherin.

—No te atrevas a volver a tratarla así, Kreacher, o te romperé el cuello con mis propias
manos.

Después, por el impulso con el que había tirado de ella, la puerta se cerró ante las narices
de una atónita Hermione.

Los días siguientes, Grimmauld Place vivió mucho movimiento. Los tres amigos se pasaban
las horas en la biblioteca o en el salón, haciendo vagos planes, debatiendo y compartiendo
información sobre el castillo de Bran. Hermione se acercó una tarde hasta el callejón
Diagon y trajo un par de libros más sobre el tema.
Todos estaban tan ocupados que nadie le hizo demasiado caso a Malfoy las pocas veces en
que se lo cruzaron por la casa. Hermione especialmente, le evitaba con todo el cuidado del
mundo. No sabía cómo comportarse ante él después de lo que había sucedido en los
últimos tiempos.

Primero la besaba y después la defendía ante Kreacher –porque suponía que eso era lo que
él estaba haciendo –. Y por muchas vueltas que le diera, no encontraba ninguna explicación
satisfactoria a eso último. Unas semanas atrás, cuando había ordenado a Kreacher que se
arrodillara y golpeara contra la pared solamente para demostrarle que mandaba sobre él,
se había reído de ella cuando el elfo la había insultado y hablado como si ella fuera basura.
Y esa imagen no encajaba con la de Malfoy ordenando a Kreacher que la dejara en paz,
bajo la amenaza de estrangularle –sólo de pensarlo le helaba la sangre. No sabía por qué
pero tenía sus dudas sobre si Malfoy no sería realmente capaz de hacerlo –.

Además, ella tenía cosas mucho más importantes en las que pensar.

Harry, Ron y ella se marcharían al día siguiente a Rumania, para buscar el horrocrux.
Hermione regresaba a su habitación para preparar una mochila con cosas que podrían
necesitar cuando vio a Malfoy saliendo por la puerta del baño, al fondo del pasillo.

Inmediatamente apartó la mirada y como una cobarde, corrió hasta la seguridad de su


cuarto. Una vez dentro, se sintió más segura y resoplando por su actitud infantil, abrió su
armario para coger la mochila.

No había metido más que un par de cosas cuando la puerta de su habitación se abrió a sus
espaldas. Pensó que se trataría de Ron o Harry, así que no se molestó en volverse y siguió
colocando las cosas con tranquilidad.

—¿Qué haces?¿Te largas?

Hermione dio un respingo, sobresaltada al escuchar la voz de Malfoy. Cerró los ojos unos
instantes reuniendo fuerzas y lentamente se volvió hacia él.

—No es asunto tuyo —respondió con voz trémula —¿Y qué haces en mi cuarto? No te he
invitado a entrar —y se volvió de nuevo hacia su mochila.

Draco la ignoró, y se acercó un poco más a ella, deteniéndose a un par de pasos de la


espalda de la chica.

—¿En qué andáis vosotros tres? Apenas habéis salido de la biblioteca en la última semana y
oí a la Comadreja mencionar algo de un viaje. ¿A dónde vais?

—No puedo decírtelo, Malfoy —respondió la chica, sin mirarle.

—¿Y qué demonios vais a hacer?

—Tampoco puedo responderte a eso.

Draco cogió aire con fuerza, irritado. Había olvidado lo repelente que podía llegar a ser la
sabelotodo. Sus ojos se movieron desde su cuerpo a la pequeña bolsa de plástico en la que
se leía la palabra "botiquín" que la chica estaba metiendo en la mochila en esos instantes.
De repente se sintió como si alguien le estuviera retorciendo el estomago y la temperatura
de la habitación hubiera descendido a bajo cero. ¿Un botiquín? Eso sólo podía significar una
cosa.

—¿Es...peligroso? —preguntó, tragando saliva en grueso.

—Si lo que quieres saber es si tienes posibilidades de librarte de mí, Malfoy —dijo la chica
colocando bien las cosas que había dentro de la mochila —...sí, las hay. Yo diría que
bastantes —añadió con un tono lúgubre que a él le heló la sangre, hasta que la sintió
paralizada y pesada en sus venas.

Un silencio espeso pareció haberse colado por la puerta de la habitación. Hermione dejó de
fingir que todo lo que había guardado en su mochila estaba desordenado después de
haberlo recolocado innecesariamente un par de veces, y tiró de los cordones para cerrarla.
Después la colocó sobre una cómoda de madera envejecida, y se quedó allí parada,
mostrándole su perfil a Malfoy.

—¿Por qué tienes que ir tú? —la interpeló él, con tono de enfado.

Hermione miró a Malfoy, sorprendida.

—Ron y yo estamos ayudando a Harry en algo importante. Eso es todo cuanto necesitas
saber —le explicó y después apartó la vista de él rápidamente.

—Osea que es problema de San Potter pero vosotros vais como apoyo, ¿no? —preguntó en
un tono fieramente burlesco, bajo el que no podía ocultar su rabia. Rabia que por cierto,
Hermione no entendía en absoluto.

—Somos sus amigos —le respondió desconcertada —así que también es nuestro problema.

—Psché —–siseó él entre dientes cargado de desdén.

Hermione fijó de nuevos sus ojos de nuevo en él, entrecerrados de enfado.

—¿Sabes qué? No sé porque estoy teniendo esta conversación contigo. Tengo muchas
cosas que hacer y quiero acostarme pronto, así si eres tan amable vete —y pasando de
largo al lado del chico, abrió la puerta.

—¿Cuándo vais a volver? —preguntó él sin moverse.

—No lo sé —suspiró ella y con un gesto le invitó a salir.

Draco no se movió, se quedó parada mirándola como si le hubieran lanzando un Petrificus


Totallus. De repente se sentía mal, inquieto e intrigado por las palabras de Granger. No
sabía en que andaban esos tres que ocultaban con tanto celo, pero estaba claro que era
algo peligroso. No es que le importara demasiado un pimiento lo que pudiera pasarles, ni
siquiera a ella, claro que no.

Pero no quería que se fuera. Eso era todo.

—Malfoy —insistió Hermione, incómoda bajo su mirada fija en ella.


Draco hizo una mueca pero no se movió. Abrió los labios como si fuera a decir algo, pero
ningún sonido salió de su boca. Titubeó un par de veces y finalmente cerró la boca.

No te vayas.

Pero no podía decírselo aunque las palabras le quemaran en la garganta y tuviera la


sensación de que explotaría si no lo hacía. Para empezar ni siquiera debería tener esos
pensamientos. ¿Qué le importaba a él lo que le pasara a la sangre sucia? Por él podía irse
al infierno, le traía sin cuidado.

Furioso, porque no era capaz de convencerse a sí mismo que el destino de Granger le daba
completamente igual, avanzó a zancadas hacia la puerta. Su intención era irse de allí, sin
molestarse en decirle adiós o lanzarle una sola mirada. Pero cuando llegó al dintel, se
detuvo, derrotado y frustrado. No podía irse así.

—Granger —gruñó con voz ronca.

—¿Qué? —preguntó ella desconcertada.

Draco se volvió hacia la chica, que sujetaba el pomo de la puerta abierta, y la miró
impotente, tratando de buscar las palabras. En un impulso, la sujetó por un brazo y tiró de
ella hacia él con tanta fuerza que Hermione soltó un pequeño gemido –tanto de sorpresa
como de dolor –y trató de apartarse, sorprendida y molesta por su rudeza. Pero Draco no
pensaba permitírselo y aumentó la presión de sus largos dedos en torno al antebrazo de la
chica, hasta que ella cesó de revolverse y gimió de dolor contra su voluntad.

Y en ese instante, Draco besó su gemido. Se aplastó contra su boca y hundió su lengua en
ella con fiereza, como esperando que Hermione se resistiera. Pero la chica no se movió ni
hizo ademán de apartarse, si bien tampoco le respondió. Al principio.

Porque cuando él soltó su brazo para sujetarla posesivamente por las caderas, Hermione se
sorprendió a sí misma respondiendo a su beso con timidez, con los brazos caídos como si
no le pertenecieran. Como si nada lo hiciera, ni siquiera su boca en la de él.

Draco en lugar de calmarse por la semirendición de la chica, se enardeció más, la estrechó


con fuerza y la besó con mayor violencia. Parecía como si necesitara algo de ella, algo que
sólo podía conseguir hundiéndose más en su boca, apretándola más y más contra él, con
silenciosa desesperación. Las tímidas y vacilantes respuestas de la chica no eran
suficientes. Quería más.

Quería que le echara los brazos al cuello y le respondiera como si el mundo se fuera a
acabar en unas horas. Porque eso no estaba tan alejado de la realidad. Sólo entonces
Draco fue realmente consciente de esa idea y sintió miedo. Miedo por ella, miedo por lo que
le hacía sentir. Bruscamente la soltó y se apartó de su boca.

Retrocedió unos pasos y ambos se miraron sorprendidos, respirando con agitación.


Entonces Draco endureció el rostro bajo el peso de su mirada interrogativa hasta volverlo
inescrutable. Se volvió dispuesto a salir, pero antes de desaparecer por la puerta se detuvo
un segundo y giró el rostro lo justo para que Hermione pudiera ver su perfil.

—Vuelve —exigió con frialdad, y después salió de la habitación.


Hermione se quedó tan impactada y conmocionada que no fue capaz de decir nada o
seguirle. Tan sólo se quedó allí, parada, tratando de asimilar lo que acaba de ocurrir.

Capítulo 17: En Bran (Editado)

Lo primero que sintió Hermione fue el gélido viento golpeando su cara. Se apartó un
mechón de pelo del rostro y elevó la vista hasta el imponente castillo de Bran alzándose en
lo alto de los montes Cárpatos. Harry, Ron y ella intercambiaron una mirada de nerviosismo
y expectación.

Ya sólo el castillo resultaba temible y lúgubre bajo las últimas luces del día. A pesar de que
el sol se ocultaba tras el castillo, el cielo estaba tintado de un extraño gris, parecido a una
indefinida neblina que caía con su invisible humedad sobre los tres amigos, llenando su
pecho de una sensación semejante al desazón.

—Bueno...vamos —dijo Harry y sus palabras sonaron ásperas y extrañas, como si en esa
región no se hubiera escuchado ninguna voz humana durante mucho tiempo.

En silencio, los tres amigos se pusieron en marcha, trepando por un escarpado sendero que
serpenteaba entre la roca cubierta de musgo y los frondosos árboles que rodeaban la
fortificación. Deliberadamente, habían esquivado el camino principal que llevaba al castillo
para no ser vistos y habían decidido aparecerse a una distancia prudencial de la
fortificación para familiarizarse con el terreno y aproximarse furtivamente.

Durante unos veinte minutos, los tres amigos siguieron ascendiendo en silencio,
aferrándose con manos y pies a la roca resbaladiza por el musgo hasta que llegaron a los
pies del castillo. Entonces se detuvieron, ocultos tras un pino especialmente frondoso, para
recuperar el resuello y meditar su siguiente paso.

—Para estar deshabitado no está tan mal ientras lanzaba otro comentó Ron echando un
vistazo al castillo entre las ramas del pino. Trató de imprimir a su voz un tono
despreocupado pero estaba mortalmente pálido y por la expresión de su cara era evidente
que estaba asustado.

—He estado investigando —dijo Hermione —El castillo no está realmente abandonado pero
su propietario no puede permitirse su manutención en perfectas condiciones. Al parecer su
familia ha sido dueña del castillo durante los dos últimos siglos pero el gobierno rumano se
lo arrebató durante la mitad del siglo pasado y se lo devolvió hace unos veinte años, pero
su heredero quebró por aquel entonces y desde ese momento está buscando un
comprador.

—Veinte años — murmuró Harry —seguramente Voldemort maldijo el castillo para que
nadie se instalara en él.

—Aún así, es posible que tenga algún tipo de cuidador — les recordó Hermione — el dueño
no puede mantenerlo en perfectas condiciones pero no significa que lo tenga
completamente abandonado. Tal vez deberíamos desilusionarnos.

—Pues yo no creo que haya nadie — apuntó Ron —No se me ocurre ninguna persona que
quisiera vivir en un lugar como este.

Tanto Harry como Hermione compartían su opinión a juzgar por el modo en que miraban el
castillo. Era realmente tétrico ahora que anochecía y el saber que había pertenecido al
primer vampiro de la historia, el cual había llevado a cabo terribles y sangrientas torturas
en ese lugar, no hacía más que alimentar la inquietud de los tres amigos.

—Creo que Ron tiene razón — dijo Harry al cabo —Dudo que Voldemort permitiera que un
muggle rondara cerca de su horrocrux a pesar de saber que no podría hacerle ningún daño.

Hermione no dijo nada aunque seguía sintiéndose inquieta por esa posibilidad.

Harry echó un vistazo al cielo y sacó su varita del bolsillo trasero de sus vaqueros.

—Ya ha oscurecido. Vamos, no tiene sentido retrasarlo más — dijo e hizo ademán de salir
de la protección del pino, pero Hermione le retuvo.

—Espera — susurró —¿Por dónde vamos a entrar? ¿Por la puerta principal?

—Bueno, no puede estar sellada mágicamente. De lo contrario el propietario del castillo no


habría podido entrar en él en los últimos veinte años y suponiendo que nuestras sospechas
de que el castillo esté deshabitado sean ciertas, me parece tan buena opción como
cualquier otra.

—Mi padre siempre dice que la opción más sencilla suele ser la solución más habitual de los
problemas — murmuró Ron.

Así pues, los tres amigos abandonaron la protección del pino y se encaminaron ocultos por
las sombras de la noche hacia la entrada principal del enorme castillo. Por fuera, estaba
bastante bien conservado y los portones eran de madera de roble para no romper la
estética de la construcción.

Harry y sus amigos se detuvieron ante las puertas e intercambiaron unas miradas rápidas.

—¡Alohomora! —pronunció Harry apuntando con su varita la entrada, y las pesadas puertas
de madera se abrieron con un espeluznante chirrido de goznes oxidados.

—No puedo creer que haya sido tan fácil —murmuró Ron excitado.

—Esto sólo es el principio —dijo Hermione amargamente.

Dada la escasa luz de la noche sin estrellas en que se encontraban, apenas eran capaces de
distinguir nada más que oscuridad a través de las puertas entreabiertas del castillo, así que
casi al unísono, los tres murmuraron la palabra "lumos" y de sus varitas surgió una llama
que iluminó los portones.

Los muchachos se adentraron en tensión, iluminando un enorme hall de piedra, desnudo a


excepción de algunos lienzos, armaduras y estatuas. Varias grutas salían desde el hall y
unas escaleras subían hasta el primer piso. Ante ellos se postulaban seis caminos a elegir.

—¿Y ahora qué? —preguntó Ron.

—Ya había pensando en esto — dijo Hermione con expresión eficiente mientras se quitaba
la mochila que llevaba a su espalda y la abría. Harry y Ron contemplaron asombrados como
su amiga sacaba una pequeña jaula en la que estaba encerrada una diminuta criatura,
parecida a una doxy pero sin tantos brazos y con los contornos menos definidos, dándole la
apariencia de ser una pequeña hada incorpórea, como si fuera de humo.

—¿Qué es eso? —preguntó Harry.

—Un demiguise —respondió Ron y ante la mirada interrogativa de Harry, añadió —Fred y
George las venden en su tienda.

—Y allí la conseguí —explicó Hermione, introduciendo un dedo entre las rendijas de la jaula
y acariciando lo que debía de ser un ala de la criatura.

—¿Y para qué lo queremos? —preguntó Harry confundido.

—Según Dumbledore la magia deja rastros, ¿no? —preguntó Hermione. Ron y Harry
asintieron —Si efectivamente Vo-Voldemort ha estado aquí y ocultado en algún lugar del
castillo un horrocrux, debe de haber dejado un gran rastro de magia. Y el demiguise —
explicó mientras abría la puerta de la pequeña jaula —nos ayudará a detectarla.

La pequeña criatura salió volando de la jaula y sus alas indefinidas y brumosas se


iluminaron con una luz rosada. Se elevó unos metros del suelo y revoloteó en círculos por
el enorme hall unas cuantas veces antes de descender. Quedó suspendida en el aire, como
una pequeña luz rosada frente a los cinco pasillos que partían del hall y finalmente se
internó por el cuarto contando desde la izquierda.

—¡Vamos! —instó Hermione a los dos chicos, mientras echaba a correr detrás del
Demiguise. Harry y Ron la siguieron y se internaron por el oscuro pasillo, con las varitas el
alto para iluminar sus pasos.

Hermione vio que el pasillo estaba lleno de antorchas apagadas, pero ni ella ni sus amigos
se atrevieron a encender ninguna por miedo a provocar algún tipo de reacción. Siguieron
en la penumbra a la criatura durante minutos y tomaron tantos pasillos que acabaron
completamente desorientados.

Finalmente el Demiguise se detuvo ante la puerta cerrada de una habitación flanqueada por
dos armaduras que parecían silenciosos y amenazantes centinelas. Una estaba armada con
una pesada hacha y la otra con una larga y brillante espada.

—Creo que tenemos que entrar —murmuró Hermione, observando la pequeña luz rosada
que era el Demiguise suspendida unos centímetros por encima de sus cabezas frente a la
puerta.

Harry probó a empujar la puerta de madera con su hombro, pero ésta no cedió ni un
milímetro. No tenía picaporte pero sí la argolla necesaria para colocar un candado, aunque
carecía de él.

Se apartó y Ron lanzó una alohomora a la puerta, pero ésta continuó sellada.

—¿Qué hacemos? —preguntó con nerviosismo.

—Cuando fui con Dumbledore a aquella cueva, tuvimos que pagar para que la puerta se
abriera. Con sangre —especificó.

—¿Crees que será igual con ésta puerta? —preguntó Ron, angustiado.
—No lo creo —señaló Hermione —en aquella ocasión la puerta no se mostró hasta que
pagasteis el precio. En cambio ésta es bien visible y no parece que Voldemort quisiera
ocultarla.

—¿Y por qué no se ha molestado en ocultar esta puerta? —inquirió Ron con el ceño
fruncido.

—Ocultar la otra puerta era una manera de defenderla, una protección...

—Así que debe haber algo que proteja ésta —completó Harry y miró con desconfianza a su
alrededor. No parecía haber marcas en la pared de piedra que los rodeaba que indicaran la
existencia de algún tipo de trampilla, y las armaduras permanecían quietas e inertes como
era de esperar. No obstante, Harry las observó con desconfianza.

—Ocupémonos de la puerta primero —dijo —después ya nos preocuparemos de lo que


provoquemos al hacerlo.

Ron tragó saliva sonoramente y miró alrededor alerta, Hermione a su lado se mordía el
labio inferior con tanta fuerza que parecía casi blanco.

—Si no podemos abrirla, tendremos que destruirla —comentó Harry con gravedad. Miró a
Hermione y Ron y ellos asintieron con la varita preparada.

—A la de tres —dijo Harry — Una, dos y...¡tres!

—¡Depulso! —gritaron los tres amigos al unísono y tres chorros de luz rojo fuego salieron
de sus varitas e impactaron fuertemente contra la puerta que se hizo pedazos en medio de
una gran nube de humo.

Hermione empezó a toser y entrecerró los ojos para protegerlos de la humareda que llenó
el pasillo. Escuchaba a Ron y Harry toser cerca de ella pero no podía verlos. Alargó una
mano para tratar de encontrarlos pero un sonido metálico la paralizó en el acto.

Era como si las armaduras hubieran estirado sus articulaciones de acero y los tres chicos
pudieron escuchar el sonido metálico de sus botas golpeando contra el suelo de piedra.

—Mierda —masculló Ron, retrocediendo aterrorizado hasta que se topó con la pared. El
humo se iba dispersando por lo que los chicos pudieron ver con nitidez a las armaduras,
que habían bajado de sus pedestales y avanzaban hacia ellos con sus pesadas y rústicas
armas en alto.

Antes de que ninguno de los tres pudiera ni pestañear, una de las armaduras lanzó un
hachazo hacia los tres amigos apretujados contra la pared que se incrustó en la piedra
exactamente el hueco que había entre las orejas de Ron y Hermione.

La chica soltó un gritito de terror y se apartó de un salto escuchando el silbido del hacha
cortando el viento justo por encima de su cabeza.

—¡Impedimenta! —gritó Harry y la armadura con el hacha salió volando por los aires y cayó
más allá de Hermione.

—¡Harry! —gritó ella histérica al ver como la segunda armadura sostenía la espada sobre la
cabeza de Harry lista para asestarle un violento mandoble.
Él se volvió rápidamente pero la espada le hubiera atravesado inexorablemente si Ron no
hubiera lanzando un Petrificus Totallus en el último momento, de modo que la armadura
quedó paralizada con su arma suspendida en el aire a un centímetro del hombro de Harry.

Hermione resopló con alivio pero entonces escuchó un sonido metálico a sus espaldas y se
volvió para ver la armadura del hacha a la que Harry había lanzado un maleficio
recomponerse como si el plaquín fuera un imán que atraía magnéticamente el resto de sus
partes hasta ponerse en pie de nuevo, con la gigantesca hacha en la mano articulada de
metal.

—¡Petrificus Totallus! —chilló y el chorro de luz de su varita paralizó la armadura cuando


empezaba a avanzar hacia ellos.

Harry, Ron y Hermione se miraron una y otra vez como para asegurarse de que todos
estaban enteros, con la respiración agitada y el corazón latiéndoles violentamente en el
pecho.

—¿Estáis bien? —preguntó Harry.

—Si —dijo Ron y se atrevió a esbozar una frágil sonrisa.

Hermione iba a decirles que se largaran de ahí cuanto antes, cuando vio como la armadura
de la espada que Ron había petrificado empezaba a moverse lentamente, como si peleara
silenciosamente contra el maleficio. Rápidamente miró atrás y vio que a la otra armadura le
sucedía lo mismo.

—¡Las armaduras! —chilló —¡Se están despetrificando!

Harry se volvió hacia la armadura que tenía detrás comprobando que efectivamente
comenzaba a moverse, con cierta torpeza, como si el hechizo aún la retuviera del algún
modo. Sin pensarlo le lanzó un impedimenta mientras Hermione y Ron hacían lo propio con
la otra armadura y ambas salieron volando en direcciones opuestas.

—¡Vámonos de aquí! —gritó Ron totalmente pálido, atravesando la puerta que habían
destrozado momentos atrás. Harry y Hermione le siguieron y ella se giró y apuntó
rápidamente a los restos de puerta que aún pendían de sus goznes.

—¡Reparo!

Mágicamente, todas las astillas y trozos de madera salieron volando hacia la puerta, que se
recompuso en cuestión de segundos como si alguien hubiera rebobinado la escena en la
que la destrozaron.

Mientras tanto, las armaduras ya se habían reparado y corrían hacia ellos, pero Harry y Ron
se lanzaron sobre la puerta a tiempo, cerrándola con un golpe seco en sus narices.

Los dos se quedaron apoyados contra la puerta, completamente lívidos y paralizados


mientras el Demiguise, que había entrado a la estancia antes de que empezara la pelea,
daba vueltas en círculos por el lugar.

Hermione estaba aterrorizada y las manos le temblaban frenéticamente en torno a la


varita. Se pasó una mano por el pelo tratando de contenerse para no lanzarse al cuello de
sus amigos y echó un vistazo a la estancia.
La habitación era circular –a Harry le recordó al despacho de Dumbledore- y extendiéndose
por pared de toda la estancia había un armario no más alto que Hermione, lleno de
pequeños cajones con pomos dorados y redondos, con dos brazos que se interrumpían tan
sólo para dejar hueco a la puerta, evitando que el mueble fuera perfectamente circular.

No había nada más en todo el lugar a excepción de una lámpara de araña cargada de velas
encendidas con una llama verdosa.

Que ninguno de ellos había conjurado.

—Bien —murmuró Ron — ¿Qué hacemos?

Todos miraron al Demiguise esperando que hiciera algo, pero el hada se limitaba a volar en
círculos por el lugar de una manera casi hipnótica.

—Supongo que hay demasiada presencia mágica aquí —explicó Hermione apesadumbrada
—así que no sabe qué camino tomar.

Harry abrió la boca para hablar, pero algo golpeó la puerta en la que él y Ron estaban
apoyados, con tanta fuerza que salieron disparados un par de centímetros. De inmediato
volvieron a escuchar el impacto –posiblemente de un hacha –contra la hoja de madera que
se estremeció por completo.

—Mierda, mierda —mascullaba Ron apuntando la puerta con su varita —Deben de ser las
dichosas armaduras.

Como si quisieran confirmar las palabras de Ron, la punta del hacha de una de las
armaduras se asomó a través de la madera con el siguiente golpe.

—¡Reparo! —exclamó Ron y de inmediato, la brecha que el hacha había abierto en la


madera se cerró.

Otro golpe más y la madera de la puerta volvió a ceder.

—Ron, repara la puerta constantemente —le ordenó Harry —Hermione y yo buscaremos


como salir de aquí.

El pelirrojo asintió con expresión grave y lanzó otro hechizo a la puerta mientras Hermione
y Harry contemplaban con atención el armario.

—Debe de haber una puerta o una trampilla en alguna parte —dijo Hermione —que lleve a
otra estancia. Aunque también es posible que el horrocrux esté aquí.

—No lo creo —respondió Harry —Cuando fui con Dumbledore sentí escalofríos cuando
estuve cerca de él...

—Posiblemente fuera por la cueva en sí, recuerda que no era un verdadero Horrocrux —
apuntó Hermione y su expresión se volvió aún más preocupada cuando vio el hacha
atravesar de nuevo la puerta de madera —Pero creo que tienes razón. El horrocrux es
magia negra avanzadísima y supongo que si estuviera aquí el Demiguise lo detectaría.

—¿Y si probamos a...invocarlo? —sugirió Harry —Cuando fui con Dumbledore lo hice.
Hermione asintió y Harry murmuró un "¡Accio Horrocrux!". Se quedaron en silencio –incluso
Ron lanzó el siguiente Reparo sin hablar – pero nada sucedió durante unos segundos.

Justo cuando ya habían perdido la esperanza escucharon un horrible gruñido reverberando


a través de las paredes de piedra del castillo, con tanta intensidad que todo pareció temblar
y los tres amigos se estremecieron.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Ron boquiabierto.

—No lo sé —musitó Hermione, asustada. Inconscientemente se acercó a Harry y se aferró


con fuerza a la manga de su jersey, tirando de él hacia ella.

—Supongo que...hay alguna...criatura vigilando el Horrocrux —dijo Harry.

Ron quedó tan impresionado que se olvidó de lanzar el hechizo a la puerta y ésa vez el
hacha la atravesó por completo, cortó el aire a sólo unos centímetros del pelirrojo y cayó
pesadamente a sus pies.

—¡Reparo! —gritó Harry y la puerta se recompuso en el acto.

Ron se agachó para coger el hacha, pero era tan pesada que no pudo más que arrastrarla
unos centímetros por el suelo.

—Bueno, al menos ahora lo tendrán más difícil para echar abajo la puerta —dijo.

Pero otro golpe les hizo saber que lo intentaban ahora con la espada.

—Será mejor que nos demos prisa —dijo Hermione volviéndose hacia el armario que se
extendía por toda la habitación, lleno de innumerables cajones.

—Si hay alguna especie de puerta tras el armario, supongo que tendremos que apartarlo o
destruirlo.

—Creo que será mejor que no lo destruyamos —rebatió Hermione observándolo con
expresión concentrada —es posible que sin él no podamos abrir la puerta.

Harry asintió y lanzó un Reducto al armario con la intención de reducir su tamaño, pero el
hechizo pareció ser absorbido por el mueble y no surgió ningún efecto. Hermione intentó
entonces transformarlo en otro objeto, pero su hechizo corrió la misma suerte que él de su
amigo.

El moreno probó a desplazar el armario pero no hubo manera.

—Vale, no podemos reducirlo, transformarlo, ni moverlo y destruirlo está descartado —


repasó Hermione con nerviosismo.

—Tendremos que averiguar entonces cómo funciona —dijo Harry, y se aproximó hasta el
armario, deteniéndose frente a una parte cualquiera. Alargó una mano para abrir un cajón
al azar, pero la voz de Hermione le detuvo.

—¡Espera! ¡No lo toques! —exclamó —¡No sabemos qué pasaría si lo hicieras!


—¿Entonces qué hacemos?

—Abrámoslo con magia —y acto seguido apuntó con su varita a un cajón cercano a Harry.
Éste se abrió lentamente y los chicos –incluido Ron –lo miraron con expectación esperando
que algo sucediera.

Nada pasó durante unos segundos así que Harry se asomó para ver su interior mientras
Ron y Hermione esperaban con expectación.

—Nada —dijo con una mezcla de decepción y alivio.

Pero entonces empezó a sonar un suave canto, en una melodía indescriptible. La voz era
seductora y cristalina y aunque cantaba en un idioma desconocido el mensaje era atrayente
y prometedor. Antes de que Hermione se diera cuenta, Harry y Ron –que había
abandonado su puesto protegiendo la puerta –avanzaban como hipnotizados hacia el cajón.

Hermione no se preguntó por qué el canto no parecía afectarla a ella, pero tenía la
sensación de que si Harry y Ron tocaban el cajón –como parecía que era su intención -algo
terrible les sucedería, así que sin pensarlo lanzó un hechizo y el cajón se cerró
bruscamente.

Harry y Ron se quedaron parados por un par de segundos, y después pestañearon como si
acabaran de salir de un sueño.

—¿Qué... —comenzó Ron, pero entonces otro cajón, en la punta opuesta del armario se
abrió y la melodía empezó a sonar de nuevo. De inmediato, Ron y Harry adoptaron una
expresión ausente y se dieron media vuelta como autómatas para caminar con los brazos
extendidos hasta el cajón.

Hermione apuntó al cajón con su varita, pero en ese instante, la armadura que aporreaba
la puerta con su espada intentando entrar, logró abrir una brecha. Frenética, lanzó un
Reparo a la puerta y después se volvió para cerrar el cajón en el mismo instante en que
Harry estaba a punto de rozarlo con la yema de los dedos.

De nuevo, Harry y Ron se vieron libres del hechizo del canto y se miraron confundidos.

Otro cajón se abrió, esta vez en el centro y el canto hipnótico llenó de nuevo la habitación
mientras la puerta continuaba sufriendo los embates de la espada. Hermione cerró el cajón
mediante un hechizo, pero casi de inmediato se abrió otro en otra parte del armario y Harry
y Ron se dirigieron hacia él.

Histérica, incapaz de cerrar todos los cajones y reparar la puerta a la vez, Hermione lanzó
un Petrificus Totallus a sus amigos, que de inmediato quedaron congelados con las manos
extendidas a unos centímetros del cajón. Acto seguido, reparó la puerta y después se volvió
hacia sus amigos con expresión culpable, mientras el canto –posiblemente de una sirena, lo
cual explicaría que a ella no le afectara dado que era mujer –continuaba resonando por la
estancia.

—Lo siento —murmuró a sus amigos aunque no estaba segura de que pudiera oírla pues
ambos continuaban con los ojos fijos en el cajón con expresión embelesada.

Tensa, nerviosa y presionada, Hermione se frotó la frente buscando desesperadamente una


solución. Si despetrificaba a sus amigos se lanzarían de nuevo hacia algún cajón y la chica
estaba segura de que les sucedería algo terrible. No podía continuar cerrando todos los
cajones que se abrían constantemente y además la puerta exigía continuas reparaciones.

Miró a sus amigos. Necesitaba una solución y rápido.

Tras meditar durante un largo minuto, Hermione probó a insonorizar el cajón y soltó un
suspiro de alivio cuando el canto cesó, pero su triunfo no duró más que unos segundos
porque otro cajón se abrió casi en el acto reanudando la melodía. Hermione lanzó un
vistazo desesperado al armario calculando que debía de tener unos trescientos cajones y
dedujo que podría pasarse horas insonorizándolos. Esa no era una opción.

Mientras lanzaba otro Reparo a la puerta, decidió lanzar un hechizo a sus amigos para que
no pudiera oír nada y despetrificarlos. No podría comunicarse fácilmente con ellos, pero al
menos podrían ayudarla.

Les lanzó un el hechizo de sordera y después formuló el contra hechizo de la maldición


Petrificus por lo que Ron y Harry recuperaron de nuevo la movilidad.

Ambos agitaron la cabeza como si quisieran despejar la mente, se frotaron los ojos y
después de mirarse entre ellos, miraron a Hermione con expresión confusa. La chica trató
de explicarles mediante gestos y vocalizaciones exageradas lo que había ocurrido y por qué
los había ensordecido, y después de un par de minutos, ambos asintieron.

Ron regresó a su puesto, arreglando la puerta, mientras Harry preguntó a Hermione con un
gesto qué hacer.

La chica arrugó la frente y se volvió de nuevo al armario tratando desesperadamente de


encontrar una solución.

En todos los cajones que se habían abierto, Hermione no había encontrado nada pero el
mismo canto había salido de todos. Era posible que el armario únicamente tuviera ese
hechizo pero la chica sabía que debía de haber alguna clave en él que les permitiera seguir
acercándose al Horrocrux. Harry por su parte, examinaba el armario con el ceño fruncido y
después de unos segundos, llamó a Hermione a gritos. Como no podía oír su voz, no sabía
si Hermione le escucharía así que gritó tanto que la chica dio un respingo. Se acercó
rápidamente a él, con el canto sonando de fondo, y observó lo que Harry le señalaba.

Era el pomo de uno de los cajones en el que había labrada una diminuta N. Después, Harry
señaló el pomo contiguo y Hermione distinguió una P en él.

Excitada, echó un rápido vistazo a los otros pomos comprobando que en cada uno de ellos
había una letra grabada. Trató de encontrar alguna combinación de letras que formara una
palabra conocida como si los cajones conformaran una especie de sopa de letras pero ni en
diagonal, ni en horizontal, vertical o invertidas, Hermione encontró ninguna palabra. Al
menos en ningún idioma que ella conociera.

Harry negó con la cabeza dándole a entender que él había hecho lo mismo sin ningún
resultado.

Pensativa, observó la inicial del cajón del que aún salía el canto. Era una M.

Hermione miró a Harry y supo que ambos estaban pensando lo mismo.


Se trataba de una contraseña. Si acertaban cual era, podrían encontrar la salida de esa
habitación y estarían más cerca del Horrocrux.

—Eme —murmuró Hermione. La contraseña evidentemente debía de estar relacionada con


Voldemort y debía ser algo que sólo él conociera para más seguridad. Hermione no tenía ni
idea de qué podía tratarse y Harry no parecía mucho más cerca de averiguarlo que ella.

Tras un par de minutos en silencio –sólo interrumpido por el canto de sirena procedente del
cajón y los golpes de la armadura que seguía intentando echar abajo la puerta –Harry se
adelantó unos pasos y apuntó a otro cajón en cuyo pomo estaba grabada la letra U.

Cuando Hermione vio que el siguiente cajón que su amigo abrió tenía la letra E supo de
inmediato cuáles eran sus intenciones y esperó sin demasiado convencimiento que algo
ocurriera cuando la palabra MUERTE estuvo formada por completo.

Como sospechaba nada sucedió y al cabo de unos segundos, todos los cajones –a
excepción el que inicialmente estaba abierto con la letra M— se cerraron de nuevo
dejándoles en el punto de partida.

Hermione relevó a Ron en la tarea de reparar la puerta cuando el pelirrojo empezó a dar
evidentes muestras de aburrimiento y durante diez minutos, los dos chicos probaron
diferentes palabras sin éxito. La muchacha se estrujaba la mente tratando de dar con la
solución pero no tenía la menor idea de cuál podía ser la palabra. Si al menos tuvieran
alguna pista de cuantas letras tenía...

De pronto, dio un respingo al darse cuenta de que el canto había cesado y miró a Harry y
Ron, los cuales observaban el armario con expectación. Había seis cajones abiertos en
diferentes niveles y columnas del armario, pero Hermione no tuvo tiempo de leer qué
palabra formaban antes de que el armario comenzara a rotar hacia un lado –de un modo
similar a como lo habían hecho las puertas del departamento secreto del ministerio -.
Hermione se apartó cuando el armario cubrió la puerta, liberándola al fin de la tediosa tarea
de arreglarla, y observó con expectación cada pedazo de pared que se iba descubriendo en
la rotación. Finalmente, la separación entre los dos brazos del armario se detuvo con un
sonido seco a ambos lados de una gran abertura en la pared.

Los tres chicos se miraron y Hermione se apresuró a librar a sus amigos del hechizo de
sordera que les había lanzado.

—¿Cuál era la contraseña? —preguntó rápidamente.

—Merope —dijo Harry y ante la cara de confusión de su amiga añadió —Así se llamaba su
madre.

Hermione asintió sorprendida de que Voldemort no hubiera puesto una contraseña más
rebuscada, aunque por otro lado, éste debía pensar que nadie conocía la identidad de su
madre.

Dejando a un lado esos pensamientos, se aferró a un brazo de cada uno de sus amigos y
miró por encima de sus hombros a través de la abertura de la pared. Desde donde estaban,
la luz verdosa de la lámpara de araña no caía sobre la abertura de modo que sólo veían
total oscuridad.
Harry y Ron se aproximaron –prácticamente arrastrando a Hermione que no se había
movido del sitio pero tampoco les había soltado los hombros –y se detuvieron a una
distancia prudencial para echar un vistazo. Harry adelantó la mano en la que llevaba la
varita y murmuró un Lumos que arrojó un haz de luz, disipando la oscuridad, de modo que
los tres pudieron ver el comienzo de una escalera de caracol.

Los tres se miraron entre ellos, sopesando su siguiente paso, pero el Demiguise que no
había dejado de revolotear por el techo de la estancia, se les adelantó y se adentró por la
abertura.

Después de comprobar que a la criatura no le había pasado nada, los tres la siguieron.

La escalera de caracol era de piedra, estrecha y estaba bastante deteriorada, tanto, que
algunos escalones eran prácticamente inexistentes y todos tenían una extensión demasiado
pequeña para que el pie de Ron cupiera entero. De hecho, apenas el de Hermione lo hacía,
por lo que todos apoyaban una mano en la pared para lograr mayor estabilidad en el
descenso.

Harry llevaba la varita en alto, para arrojar luz sobre los escalones mientras seguía el
destello rosa que era el Demiguise, siempre en cabeza. Los tres bajaron lo que les pareció
interminables escalones durante largos minutos, con algunos resbalones incluidos, hasta
que finalmente llegaron al final de la escalera.

Harry se detuvo en el último escalón, seguido de Ron y Hermione y murmuró unas palabras
que aumentaron las llamas de su varita y arrojaron más luz sobre el lugar, permitiéndoles
verlo.

Era una habitación pequeña, con paredes de tosca piedra y el suelo cubierto por una
espesa capa de polvo que indicaba que nadie había entrado en el lugar desde hacía varios
años. No había un solo mueble u objeto en el lugar a excepción de una especie de pedestal
de mármol.

Y sobre él había un objeto que Harry reconoció de inmediato. La Copa de Helga Hufflepuff.

—¡El Horrocrux! —exclamó Ron asombrado —¿Ya está?

—Aún no lo tenemos —señaló Harry lúgubremente mientras tomaba pie. Acercó el haz de
luz hasta una pared comprobando que estaba cubierta por enormes telas de araña, y al
verlo Ron perdió toda la alegría que había experimentado y puso una mueca que parecía
indicar que se había tragado algo asqueroso. Hermione le seguía, aferrada a los bajos de su
jersey, tratando de mirar el lugar por encima del hombro del pelirrojo, lo cual dado su
estatura, era ciertamente difícil.

El Demiguise revoloteaba frenéticamente en torno a la copa de Hufflepuff, hasta que


finalmente se posó sobre uno de los bordes. Hermione lo observó asombrada.

—Parece que no hay ningún embrujo que impida tocar la copa. Qué extraño —dijo.

—Creo que las armaduras asesinas, los cantos de sirenas y la contraseña ya han sido
bastante prueba —observó Ron.
Sin embargo, a Harry tampoco le encajaba que coger el Horrocrux fuera en apariencia tan
sencillo. La vez anterior, con Dumbledore, no fue especialmente difícil llegar hasta el
Horrocrux pero sí cogerlo, y a Harry le extrañaba que en esa ocasión fuera diferente.

Con cautela, los tres se aproximaron hacia el pedestal de mármol y se detuvieron


aproximadamente a un metro de él.

—Bueno —dijo Harry indeciso —¿Lo cojo?

Hermione abrió la boca pero volvió a cerrarla no encontrando ningún motivo razonable con
el que oponerse. No podía racionalizar la sensación de peligro inminente que sentía pero
estaba segura de que había alguna otra sorpresa desagradable esperándoles.

Harry esperó unos segundos, después echó un vistazo a Ron y Hermione y con expresión
grave y asustada alargó una mano hacia la copa.

No llegó a tocarla cuando el Demiguise remontó el vuelo y dio un par de vueltas por la
estancia, como un pequeño punto de luz rosa flotando en el aire. Recorrió el lugar unas
cuantas veces y finalmente se acercó a la pared que había junto a las escaleras y quedó
flotando frente a ella unos instantes, para después retroceder lentamente más y más lejos.

—Creo que ahí hay algo —señaló Ron tragando en grueso.

Hermione fijó sus ojos en la pared como si pudiera ver más allá de la gruesa piedra y un
estremecimiento la recorrió. Sabía, sentía, que tras ella había algo terrible.

Posiblemente eso que habían oído gritar una hora atrás, en la sala circular.

—¡Revelus! —exclamó Harry apuntando la pared. De inmediato se oyó una especie de


chasquido y fue como si una cortina se hubiera apartado. La pared de piedra gris y sucia
seguía estando ahí, pero los tres chicos podían ver a través de ella como si fuera
transparente.

—¡Oh, Dios mío! —gimió Hermione y estrujó el brazo de Ron con fuerza, mientras
retrocedía de forma intuitiva.

—Ostras —eso fue todo que Ron fue capaz de decir en aparente estado de shock.

El animal –o lo que quiera que fuera exactamente –que había tras la pared les observaba
fijamente como si estuviera esperando el momento adecuado para saltar sobre ellos y
despedazarlos. Y era evidente que podía hacerlo.

Los tres reconocieron de inmediato a la bestia que había causado auténticas masacres y
pavor en la comunidad tanto mágica como muggle durante siglos. Sus ojos oscuros y
asesinos estaban fijos en ellos y sus fauces entreabiertas. De su boca se escurrían finos
hilos de saliva entre los afilados dientes de su cabeza de león. El cuerpo de cabra, de
proporciones bastante más reducidas que la cabeza, parecía incapaz de sostener el peso de
la misma pero se veía compensando por una enorme cola escamosa, parecida a la de una
serpiente pero finalizada en varios cuernos aplanados y afilados como la del dragón
colacuerno húngaro al que Harry se había enfrentado una vez.

—Una quimera —dijo horrorizado.


—Pero ¿cómo es posible? —preguntó Ron con voz chillona por el pánico —hace años que se
creen extintas.

—Pues por lo visto queda una —apuntó Hermione, retorciendo más histéricamente el jersey
de Ron.

Harry retrocedió hacia el pedestal con el horrocrux sin quitar los ojos de la quimera y
alargó una mano hacia la copa. No llegó a rozarla pero eso fue suficiente para que la
quimera lanzara un horrible alarido gutural y la pared de piedra que la cercaba comenzara
a temblar y se elevara unos centímetros del suelo, lo suficiente para que el monstruo
asomara una de sus patas de cabra por debajo.

Harry apartó la mano rápidamente y la pared volvió a descender, dejando a la quimera de


nuevo encerrada.

—Bien...cuando cojamos el horrocrux la quimera será liberada.

Hermione emitió un gritito y pasó de apretujar el jersey de Ron a su brazo, sin despegar los
ojos de la quimera, con el rostro deformado por el miedo.

—Hermione, me estás haciendo daño —se quejó Ron, pero con los ojos fijos también en el
animal. Hermione asintió con la cabeza pero no soltó al pelirrojo, sino que siguió aferrada a
su brazo y paralizada.

Harry miró a sus amigos y tomó una decisión.

—Volved —dijo.

Hermione y Ron estaban tan asustados que tardaron unos instantes en comprender a
Harry, después los dos se volvieron hacia él con expresión decidida aunque asustada.

—De eso nada —respondió Ron.

—Vosotros no tenéis porque hacer esto y...

—Harry, ya lo hemos hablado. Estamos juntos en esto —sentenció Hermione.

—¿Habéis visto eso? —preguntó Harry señalando la quimera — sólo se conoce a un mago
que haya matado a una.

—¿Y crees que tú podrás acabar con otra solo? —inquirió Ron.

—Bueno, no...pero si me pasa algo...

—Ron y yo no nos vamos a ir.

—Pero...

—Déjalo, Harry, ya has oído a Hermione.

—Además, es posible que entre los tres tengamos más posibilidades.


Harry lanzó un hondo suspiro, dando por perdida la batalla, y él y sus amigos se sumieron
en un silencio reflexivo. Harry acercó la mano a la copa un par de veces más y la pared que
encerraba a la quimera volvió a temblar y levantarse unos centímetros.

—No entiendo por qué el Demiguise pudo posarse en la copa y Harry no puede acercarse —
dijo Ron.

—Supongo que el horrocrux detecta su magia. Los Demiguise apenas poseen magia, por
eso les gusta tanto los lugares donde la hay. En cambio, Harry es un mago adulto y
poderoso —explicó Hermione.

—¿Y si lo invoco de nuevo? —sugirió Harry.

—Posiblemente si consigues el Horrocrux, la quimera será liberada igualmente.

—Pero nosotros ya podríamos estar lejos.

—Hagamos la prueba.

Los tres chicos corrieron hacia las escaleras y subieron cuantos escalones pudieron sin
perder de vista la copa de Hufflepuff.

—Bien, yo invocaré el Horrocrux, vosotros tened las varitas preparadas por si la quimera se
suelta —dijo Harry. Ron y Hermione asintieron en silencio, con las varitas en alto fijas en el
hueco de la escalera.

Harry respiró hondo y gritó:

—¡Accio Horrocrux!

Pero la copa no se movió del sitio y en cambio la quimera pareció enfurecerse y se lanzó
contra la pared de piedra que la encerraba con un estruendoso rugido que hizo temblar las
paredes.

—Mierda —masculló Harry bajando de las escaleras seguido por sus amigos —Voy a tener
que tocarla.

—Supongo que eso es lo que Vo-Voldemort quería —apuntó Hermione con voz trémula.

Los tres jóvenes se sumieron después en un tenso silencio, lanzando miradas al horrocrux y
a la quimera alternativamente.

—Creo que tengo un plan —dijo Harry al cabo y Hermione y Ron le miraron esperanzados
—Tengo que tocar el horrocrux para cogerlo y cuando lo haga es inevitable que la quimera
se libere así que tendremos que enfrentarnos a ella. Vosotros dos podéis subir las escaleras
y...

—No vamos a irnos, Harry —le acortó Ron.

—Lo sé y no digo que lo hagáis sólo que subáis unos escalones y ataquéis desde ahí a la
quimera. Si mis suposiciones son ciertas, vendrá directamente por mí porque soy el que
tendrá el horrocrux y entonces vosotros podréis atacarla y aturdirla el tiempo suficiente
para que yo llegue a las escaleras con vosotros.

—Y después nos largamos, ¿no? —preguntó Ron muy pálido.

—Sí.

—Pero Harry...

—Escucha, Hermione, es lo mejor. Así tendrá que elegir entre atacarme a mí o a vosotros,
tenemos que aprovechar esa ventaja.

—Bueno... —cedió Hermione.

—Pues venga, no hay tiempo que perder.

Aún claramente indecisos, Ron y Hermione se dirigieron a la escalera de caracol y subieron


unos pocos peldaños. Después se volvieron, con las varitas en alto sujetas por manos
temblorosas mientras Harry se acercaba al pedestal con la copa de Hufflepuff.

—¿Listos? —preguntó Harry y lanzó un rápido vistazo a sus amigos que asintieron.

Harry respiró hondo y alargó rápidamente una mano hacia la copa. Ni bien la cogió y alzó
un par de centímetros del pedestal, la pared que cercaba a la quimera se levantó
rápidamente como si alguien hubiera tirado bruscamente de ella, y la bestia quedó libre.

Salió corriendo de su celda, con las fauces abiertas apestado a muerte, sus pezuñas
arrancando sonidos a la piedra en cada paso y la cola de dragón alzada como una serpiente
apunto de atacar.

Hermione gritó y acto seguido un chorro de luz roja golpeó el costado de la quimera que
estaba apunto de saltar sobre Harry, desplazándola apenas unos centímetros.

—¡Petrificus Totallus! —gritó Harry y su hechizo dio de lleno en las fauces del animal que se
lanzó sobre él. Se apartó a tiempo para ver a la quimera cayendo como una estatua, rígida
e inmóvil a unos centímetros de él.

—¡Corre, Harry! —gritó Ron. Harry no se lo pensó dos veces y echó a correr hacia las
escaleras en el mismo momento en que la cola de dragón de la quimera comenzaba a
agitarse enérgicamente mientras el resto de los miembros del animal iba recuperando su
movilidad.

Ni bien Harry pisó el primer escalón, Hermione lanzó un Impedimenta por encima de su
hombro y que golpeó en el rostro de león a la quimera, haciéndola retroceder
momentáneamente.

Después, en completo desorden, los tres amigos echaron a correr escaleras arriba,
mientras Harry lanzaba maleficios por encima de su hombro, sin apenas mirar, con los
gruñidos furiosos de la quimera cada vez más cercanos a ellos.

Hermione, que iba en cabeza, resbaló en un peldaño especialmente deteriorado y apoyó


una mano en la pared para no perder el equilibrio.
En el mismo instante en que la palma de su mano rozó la pared, sintió como si algo rígido y
duro le hubiera atravesado el brazo. Lo dejó caer con un gemido ahogado, y cayó de rodilla
sobre las escaleras.

—¿Hermione? —gritó Ron, frenándose para no arrollarla.

—¡Petrificus Totallus! —gritó Harry volviéndose hacia la quimera que les pisaba los talones,
enfrentándose a ella para ganar tiempo —¡Impedimenta! ¡Piernas de goma!

—¡Hermione! ¿Qué te pasa? —gritaba Ron, intentando levantar a su amiga que parecía
haberse quedado adormecida o ausente.

—No...toquéis...la pared —musitó con voz adormilada mientras Ron la ponía en pie a pulso.

—¡Vamos, tienes que andar! —le chilló, histérico.

—¡Depulso! —gritaba Harry.

Ron rodeó con su brazo a Hermione y la obligó a seguir subiendo las escaleras, aunque a
un ritmo mucho más lento que cuando la chica podía correr.

—Joder, Hermione, tienes que intentar darte prisa —la apremiaba Ron, cada vez más
nervioso por Harry que no dejaba de lanzar maldiciones, a cada instante con voz más
cansada y menos reflejos.

—¡Avada Kedavra! —gritó Harry a pleno pulmón. Harry nunca había ejecutado la maldición
mortal y sabía que estaba prohibida por el Ministerio pero en ese momento le importó un
rábano y supo a la perfección cómo debía hacerlo. No en vano había visto a Voldemort y
Colagusano perpetrar asesinatos mediante esa maldición.

Por eso, no se sorprendió cuando un chorro de luz verde salió disparado hacia la quimera
que subía furiosamente los escalones hacia ellos. El chorro le golpeó en la cola y la quimera
cayó en el acto y bajó rodando por los escalones.

—¿La has matado? —preguntó Ron con júbilo mientras arrastraba a Hermione escalones
arriba.

—No lo sé, creo que sí —dijo Harry con evidente alivio en la voz.

Pero un doloroso y furioso rugido les llegó desde el pie de las escaleras.

—¡Mierda! —exclamaron ambos amigos al unísono y Ron se dio más prisa en subir a
Hermione, ayudado por Harry.

Pronto los pasos de las pezuñas de la quimera rebotando sobre los escalones, les llegaron
desde el final de la escalera, así que Harry soltó a Hermione y se volvió hacia la quimera.
Esperó unos segundos y entonces la vio aparecer por la curva de la escalera. Avanzaba con
más torpeza y lentitud pero por lo demás parecía intacta y Harry se preguntó por qué el
Avada Kedavra no la había matado ni dañado en apariencia. Pero cuando le lanzó un
Petrificus Totallus, Harry se dio cuenta que la quimera recuperaba la movilidad en todo su
cuerpo a excepción de la cola de dragón. Ésta pendía pesada e inerte a sus espaldas, y la
quimera trepaba arrastrándola escalón a escalón.
Harry no entendía muy bien cómo, pero solamente había matado una parte de la quimera:
la cola.

—¡Ya casi estamos! —exclamó Ron extasiado al ver la luz verdosa de la habitación circular
en lo alto de las escaleras.

—¡Impedimeta! —y otro chorro de luz roja salió disparado de la varita de Harry hacia la
quimera que retrocedió un par de escalones y lanzó un rugido de dolor.

—Vamos, Hermione, ya casi hemos llegado —le susurró Ron a su amiga con la respiración
entrecortada por el esfuerzo de subirla escaleras arriba. Hermione, que había entrecerrado
los ojos, los abrió un poco y sonrió de forma ausente a Ron, pero al menos era consciente y
le escuchaba.

Ron, alentado por la sonrisa y la cercanía de la salida, alzó a Hermione con renovadas
fuerzas y así ambos salvaron los últimos escalones y entraron de un salto en la sala
circular.

—¡Petrificus totallus! —gritó Harry y después se lanzó hacia la habitación.

En el acto, oyeron un crujido y el armario empezó rotar de nuevo, tapando la abertura que
daba a las escaleras justo en el momento en que la quimera asomaba por ella, dejándola
irreversiblemente del otro lado.

—¡Sí! —exclamó Harry con triunfo.

—Larguémonos de aquí cuanto antes —murmuró Ron mirando a Hermione con expresión
asustada y preocupada —No sé qué le pasa.

La chica se apoyaba en Ron, con los ojos cerrados y la mano izquierda apretándose el
hombro derecho, como si ese brazo le doliera, que pendía inmóvil a su costado.

Harry se acercó a Hermione y le tomó la mano derecha. Estaba rígida y fría, como si
estuviera petrificada.

—¿Hermione? —la llamó con suavidad.

La chica abrió los ojos lentamente y miró a Harry, apañándoselas para dedicarle una
sonrisa somnolienta.

—Lo has conseguido.

—Lo hemos conseguido —la corrigió Harry.

—Yo esperaría a salir de aquí antes de cantar victoria —murmuró Ron lúgubremente al
escuchar un sonido metálico en el pasillo. Como el pelirrojo esperaba, cuando el armario
acabó de rotar y dejó al descubierto la puerta por la que habían entrado a la estancia,
comprobaron que estaba destrozada a espadazos. Y rápidamente, las armaduras
irrumpieron en la estancia para atacarles.

Harry apuntó con su varita a la pesada hacha que había en el suelo y la lanzó contra la
armadura desarmada justo cuando iba a cogerla, mientras Ron petrificó a la otra.
—¡Salgamos de aquí! —exclamó Harry y ayudó a Ron a llevar a Hermione hasta la salida,
aprovechando que una armadura estaba tirada en el suelo con una pesada hacha
atravesando el plaquín y la otra peleando silenciosamente contra la petrificación.

Los tres amigos salieron a toda prisa de la habitación y Harry se volvió para reparar la
puerta, dejando a las armaduras encerradas dentro. Después, sin perder un segundo, se
echó el brazo rígido de Hermione sobre el hombro y entre él y Ron la llevaron a toda prisa
por el pasillo durante unos minutos, hasta que se dieron cuenta de que estaban perdidos.

—¿Dónde demonios está el Demiguise? —preguntó Ron fastidiado.

—Debió de quedarse con la quimera o en la otra habitación –dijo Harry —de cualquier
modo no creo que nos hubiera ayudado, le atrae la magia así que no creo que se alejara de
ella.

—Brújula —susurró Hermione apenas sin voz.

—¿Qué? —preguntó Ron acercando su oído a la boca de su amiga.

—Encanta..miento brújula —logró murmurar.

—¡Eso es! — exclamó Harry y poniendo su varita en horizontal sobre la palma de su mano
extendida, murmuró unas palabras. De inmediato, la varita giró un par de veces y se
detuvo, apuntando un pasillo a la izquierda de los chicos.

—¡Vamos!

Ron y Hermione siguieron a Harry, y así, después de que la varita les indicara una y otra
vez que pasillo tomar para llegar las puertas, se encontraron en el hall del castillo.

—Salgamos —sugirió Harry —y una vez fuera nos podremos aparecer.

—¿Dónde?

—¿Podemos aparecernos en San Mungo? —preguntó Harry mirando a Hermione.

—Creo que sí —dijo Ron.

—Pues vayamos allí.

Capítulo 18: En San Mungo (Editado)

No tenía sentido. ¿Qué coño le importaba dónde se había metido Granger?

¿Qué le importa a él que hubiera desaparecido por la mañana con sus amiguitos y que
ahora que ya habían pasado horas desde la media noche aún no hubieran regresado?

Nada. O al menos así debería ser.

Una vez más, pateó la pata del sofá tapizado de cuero negro de la mansión Black y se llevó
las manos al pelo, para echárselo hacia atrás, molesto. Para ser sincero, se estaba
volviendo loco.
Se sentía encerrado en esa maldita casa pero por otro lado no sabría qué hacer si pudiera
salir. El día había pasado torturadoramente lento y cada hora caía sobre sus hombros como
un peso invisible. Progresivamente se iba sintiendo más y más amargado, más furioso, más
lleno de rencor hacia la estúpida de Granger.

No podía dejar de darle vueltas a la conversación del día anterior en la que le había dicho
que se iba a hacer algo muy peligroso, que era posible que se librara de ella. Desde
entonces no había dejado de preguntarse a dónde se habían ido, por qué y qué estaría
haciendo ella en cada maldito momento.

Por si fuera poco, tampoco podía sacarse de la cabeza el jodido beso de despedida que le
había dado a esa mojigata. Aún no estaba seguro de por qué lo había hecho, aunque sí
estaba seguro de que no quería saberlo. La había besado de nuevo, y no había sido un
simple beso, no, parecía que hubiera intentando beberle el alma por la avidez con que lo
había hecho. No trataba de entenderlo, lo único que sabía –y lo que más le mortificaba –
era que no había podido evitar hacerlo. Había escapado a su control de una manera fatal.

Tenía miedo de sus propios instintos y sentía remordimientos sólo de pensar en lo que
había hecho. Había besado a una sangre sucia no una, sino dos veces.

Y aunque no se atrevía a reconocérselo interiormente –ni siquiera se permitía pensarlo –


alguna parte de él, la más instintiva, básica y oculta, quería volver a hacerlo.

Pero eso no era lo que más le importaba en ese momento –así de grave era el asunto –sino
el hecho de que sentía algo remotamente parecido a preocupación. Draco conocía ese
sentimiento, por supuesto, pero sólo relacionado consigo mismo, con las consecuencias que
podrían tener para él alguno de sus actos.

La preocupación por algo más allá de él era algo que nunca había experimentado, pero si
alguna vez había sentido algo remotamente parecido a eso, era en ese momento.

Había vagado por toda la casa tratando de distraerse y de que ese sentimiento que no
debía albergar, desapareciera. Cotilleó en todas las habitaciones de la mansión –pasó un
buen rato revolviendo y riéndose de la ropa remendada, desgastada y de poca calidad de
Potter y Weasley. De la habitación de Granger huyó con premura –buscó su varita por
todas partes sin resultado e incluso echó una ojeada a las cajas y muebles inservibles que
se amontonaban en el ático. Pero nada, absolutamente nada, había logrado aliviar ni un
poco esa sensación de desasosiego, malestar y tensión reprimida que le llenaba todo el
cuerpo. No había comido apenas nada –su apetito parecía haberse ido junto con
la pelodearbusto –y ni siquiera dar ordenes y mortificar al elfo doméstico ahora que sabía
cuanto le desagradaba a Kreacher tener que obedecerle le había animado un poco.

Las horas seguían corriendo y él se iba sintiendo más y más angustiado. A menudo se
repetía que le importaba un pimiento todo, pero ni siquiera era capaz de creérselo durante
un segundo.

Ella había dicho que no sabía cuando volvería. Pero eso podía significar unas horas, un día,
incluso una semana, lo cual le irritaba y desesperaba aún más. Ni siquiera sabía si que
tardaran un día era preocupante o no. A lo mejor estaba volviéndose loco por nada.

De vez en cuando, cuando su desesperación e impaciencia llegaban a su punto álgido, se


ponía furioso consigo mismo por sentirse de esa manera y preocuparse por Granger. Joder,
él era Draco Malfoy, y eso significaba que no le importaba nadie más que él, menos aún
una sangresucia empollona y mojigata.
A él debería importarle un pepino que ella muriera, es más, debería desear que así fuera,
¿no? Una sangre sucia menos.

Pero sí le importaba. Trataba de justificarse diciéndose que eso se debía únicamente a que
no le convenía que a la marisabidilla le pasara algo. Después de todo, ella era la principal
razón por la que estaba en la Mansión Black, a salvo, con techo y comida así que le venía
mejor que estuviera viva. De ese modo, cuando se preocupaba por el destino de Granger,
en realidad estaba pensando en él y en su futuro, nada más.

Pero cuando la puerta del vestíbulo se abrió –frente a la cual él llevaba paseándose un
buen rato, como un león enjaulado después de volverse loco en el salón –y Potter y
Weasley entraron por ella, silenciosos y pálidos, Draco sintió cómo se le paraba el corazón.
¿Dónde demonios estaba Granger? ¿Le había pasado algo?

La sola idea, la expresión de derrota y preocupación del rostro de los muchachos, hizo que
Draco sintiera la sangre pesada en sus venas y el impulso apenas contenible de echarse a
temblar. De pronto su corazón latía desbocadamente, como si hubiera hecho un esfuerzo
muy intenso. Se sentía vagamente mareado.

—¿Y Granger? —preguntó con una voz tan estrangulada que no pareció suya.

Harry y Ron intercambiaron una mirada lúgubre.

—En San Mungo —dijo el pelirrojo, y después ambos echaron a andar hacia las escaleras,
sin intención de dar más detalles. Parecían abatidos y taciturnos.

Draco les observó pasar de largo en una especie de brumosa irrealidad, aturdido, como si
le hubieran dado un mazazo en pleno pecho.

En San Mungo.

¿Qué le había pasado? ¿Qué habían dejado que le pasara? ¿No pensaban decir nada más?
En San Mungo, ¿eso era todo? Él necesitaba saber más, maldita sea. No podían soltarle esa
bomba y después largarse sin más.

Abrió la boca para decir algo, pero la cerró, frustrado. No podía interesarse por la salud de
una sangre sucia. Ya era bastante malo que ella le preocupara, peor aún sería demostrarlo,
y menos aún delante de San Potter y su apéndice.

—¿Debo ir encargando una corona de flores? —preguntó finalmente, recuperando el toque


burlón y aburrido de su voz.

Harry y Ron se detuvieron a la vez, sobre el tercer escalón de las oscuras escaleras de la
Mansión Black. Ambos se volvieron lentamente, Ron colorado de furia, Harry con las
mandíbulas apretadas.

—¡Te vas a enterar, lechoso! —amenazó el pelirrojo, lanzándose escaleras abajo. Pero no
había descendido más que un par de escalones cuando Harry lo detuvo, poniéndole una
mano en el hombro.

—Déjalo, Ron, no merece la pena —dijo con frialdad y los ojos verdes, llenos de desprecio,
fijos en el rubio —Y tú, Malfoy, reza para que Hermione se recupere, sino tal vez seas tú el
que necesite una corona de flores o una plaza en Azkaban.
Y después se giró para continuar subiendo las escaleras. Ron, tras lanzar una mirada de
amenaza al mortífago, siguió a su mejor amigo.

Cuando Harry y Ron regresaron a San Mungo, la Señora Weasley y Ginny ya estaban allí,
junto a la cama de la inconsciente Hermione. Molly tenía los ojos humedecidos y Ginny,
mortalmente pálida, sujetaba con determinación la mano de su amiga.

—¿Hay alguna novedad? —preguntó Ron, ojeroso. Su madre negó con la cabeza.

—Los medimagos siguen buscando cual es el maleficio que la ha afectado —explicó Ginny,
mirando a Hermione con preocupación —dicen que nunca habían visto nada de estas
características y que es magia oscura muy avanzada.

Ron y Harry intercambiaron una mirada cómplice y culpable que la Señora Weasley captó.
Frunció el entrecejo de inmediato con la característica expresión de una madre que está
dispuesta a llegar al fondo de lo que ocultan sus hijos.

—¿Vais a contarme de una vez cómo se embrujó Hermione y qué estaba haciendo cuando
sucedió? —preguntó en un tono que daba entender que más les valía confesar su terrible
delito.

Ron tragó saliva y lanzó una mirada de socorro a Harry, que se tensó y volvió el rostro
inexpresivo.

—No puedo contárselo, Señora Weasley —dijo, y al ver que las dos cejas de la mujer se
fusionaban en una, añadió rápidamente —sólo puedo decirle que es lo que Dumbledore
quería que hiciéramos.

La Señora Weasley relajó la expresión, no obstante no perdió su aire de preocupación.

—Bueno...si Dumbledore lo dijo... —murmuró poco convencida y volvió a prestar su


atención a Hermione.

Harry y Ron también la observaron, dormida. Parecía una estatua de lo inmóvil y rígida que
estaba, y a los dos les recordó a cuando fue petrificada en segundo curso. Entonces habían
sabido que tenía solución, ahora el futuro de su amiga era incierto.

Esa madrugada, para cuando llegaron a San Mungo y los medimagos atendieron a
Hermione, su amiga ya estaba sumida en un estado de duermevela y apenas pronunciaba
un par de palabras por mucho que intentaran forzarla a conversar. Su brazo derecho
continuaba rígido e inquietantemente frío, como si fuera de mármol, y después de unas
horas, no había vuelto a hablar ni a abrir los ojos. Nadie sabía si podía escucharles o si
estaba realmente inconsciente, ni siquiera los medigamos, porque todos desconocían como
funcionaba ese misterioso maleficio.

—¡Mirad! —exclamó Ginny, señalando el rostro de Hermione. La muchacha, antes tensa


pero con expresión serena, arrugaba ahora los labios lentamente y fruncía el ceño como si
estuviera llorando, el rostro deformado en una expresión mezcla de terror y angustia. Y lo
que lo hacía realmente más tétrico era el hecho de que no emitía ningún sonido y no
derramaba una sola lágrima. Mirarla era como contemplar un sufrimiento mudo y doloroso.
—¿Creéis que le duele? —preguntó la Señora Weasley acariciando con aire maternal el
rostro de Hermione.

—Parece más bien como si estuviera teniendo una pesadilla —dijo Harry y se sintió
sorprendido de lo asustada que sonaba su voz. Para ser sincero, Harry se sentía
horriblemente culpable. La búsqueda de los horrocruxes y la destrucción de Voldemort eran
cosa suya y había permitido que sus amigos se implicaran. Nunca debía de haber
consentido que Ron y Hermione arriesgaran la vida por su culpa, ahora su mejor amiga
yacía en el hospital mágico victima de las heridas de una guerra que ni siquiera era suya. Si
hubiera podido volver atrás, Harry se hubiera negado en redondo a que le acompañaran y
no pensaba dejar que volvieran a hacerlo.

—Harry, ¿estás bien? —preguntó Ginny, observándole con una extraña comprensión, como
si supiera lo que estaba pensando. Harry la miró y se alegró de haberla apartado de su
lado, para no ponerla en peligro. Dejarla era lo único que había hecho bien. En cambio
había sido un egoísta con sus mejores amigos, arriesgando sus vidas.

—Sí —mintió.

—¿Creéis que deberíamos avisar a sus padres? —preguntó la Señora Weasley peinando con
dedos temblorosos el enmarañado cabello de Hermione.

—Sólo serviría para preocuparles —opinó Ron —aunque por otro lado tienen derecho a
saberlo.

—Tal vez deberíamos esperar a saber algo más antes de escribirles. Después de todo tiene
pinta de ir para largo —opinó Ginny con voz trémula. El resto asintieron.

—El mocoso apestoso y su amigo traidor a la sangre han regresado —anunció Kreacher con
la voz impregnada de desdén, mientras hacía un exagerada reverencia, con el cuerpo
rígido.

Draco arrugó los labios y miró al elfo con frialdad. Era consciente de que Kreacher le
despreciaba y no obstante se sentía obligado a servirle por ser sangre limpia, de la familia
de su señora y porque ésta así lo quería, y a pesar de haberle visto besándose con una
sangre sucia, lo prefería antes que a San Potter, el usurpador. Sin embargo, Draco sabía
que tenía el control sobre el elfo y no le preocupaban demasiado sus nuevos sentimientos
hacía él mientras hiciera lo que él quería. Y ahora tenía una misión importante para el elfo.

—Espíales, quiero que después me cuentes todo de lo que han hablado, ¿está claro?

—Sí, joven Malfoy —murmuró Kreacher y con un ¡plop! desapareció.

Draco se volvió de nuevo hacia la ventana a través de la cual estaba mirando sin ver nada,
y los nudos de angustia y tensión que parecían enredados con su pecho, temblaron de
esperanza.

Esperó y esperó durante minutos, horas tal vez, cada vez más y más desesperado. Potter y
Weasley se habían marchado unas horas después de haber regresado de sabía Merlín
donde sin Granger y no habían regresado hasta esa misma noche. Ahora Kreacher estaría
espiándoles y más valía que el elfo sarnoso descubriera algo sobre el estado de Granger.
O se volvería loco definitivamente.

No soportaba esa situación, se desesperaba, no sabía qué hacer. Se sentía inútil,


encerrado, angustiado y culpable. Culpable por sentir todo lo anterior. Y sobre todo porque
sólo habían pasado dos días desde la última vez que la había visto...y ya la echaba de
menos...

Soltando una maldición, apoyó la frente contra el frío cristal de la ventana intentando
vaciar su mente.

Hermione despertó sobresaltada en medio de la oscuridad. Tenía un nudo de angustia en el


pecho, sentía el corazón latir precipitadamente y respiraba de forma superficial.
Experimentaba la sensación de tener los ojos llenos de lágrimas y el rostro empapado en
sudor frío, y estaba completamente desorientada. Era consciente de que había estado
soñando algo horrible, pero no podía recordar qué exactamente. Y alguna parte de ella no
quería hacerlo.

Trató de dejar eso a un lado y se preguntó dónde demonios se encontraba. La cama en la


que estaba tumbada le era desconocida. Miró a su alrededor, parpadeando para
acostumbrar sus ojos a la penumbra y se encontró en una amplía estancia iluminada
tenuemente por lámparas de gas que alumbraban una serie de camas a su izquierda y en la
pared opuesta a la suya.

Sólo un par estaban ocupadas. En una había un hombre demacrado y ojeroso, encogido y
apretado contra el cabecero metálico. Tenía la mirada perdida y temblaba
inconteniblemente. Unas camas más allá, una mujer dormía o al menos eso parecía.

San Mungo. Estaba en San Mungo.

Miró rápidamente a su derecha y sintió alivio al ver a Harry y Ron durmiendo en un par de
incómodos sillones, junto a su cama. Ron tenía las piernas separadas y el cuerpo apunto de
escurrirse del sillón. Su cabeza pelirroja caía a un lado, apuntando hacia Harry, el cual
estaba rígidamente sentado, como si se hubiera quedado dormido sin querer, con la cabeza
caída sobre el pecho.

Contemplándoles, Hermione comenzó a recordar lo último que había hecho. Imágenes


difusas y fugaces pasaban por su mente: los rugidos de una quimera, la copa de Helga
Hufflepuff, unas escaleras deterioradas y oscuras, Harry y Ron arrastrándola por
laberínticos pasillos de piedra.

Ahora entendía qué hacía en San Mungo. Recordaba como había sentido una punzada de
dolor en un brazo cuando tocó la pared que flanqueaba las escaleras de caracol. Desde ese
momento el resto era borroso y apenas podía recordar nada.

Frustrada, trató de llevarse la mano a la frente y de paso secarse las lágrimas de los ojos,
pero no fue capaz de mover ni la mano ni el brazo derecho. Asustada, probó a mover el
brazo izquierdo y ambas piernas y sintió un enorme alivio al comprobar que podía hacerlo.
Lo único que sentía inútil –o más bien, que simplemente no sentía –era el brazo derecho,
parecía como si no le perteneciera.
No le dolía, pero tampoco era consciente de él. Se lo pellizcó con la otra mano, pero sintió
lo mismo que si hubiera pellizcado a otra persona: nada.

Nerviosa, intentó incorporarse, pero todo el cuerpo –a excepción del brazo derecho –le
dolía como si hubieran apaleado cada centímetro de su piel y se sentía débil y enferma. Se
recostó –o más bien dejó caer –de nuevo sobre los almohadones, desanimada.

Miró a sus amigos y deseó que no se despertaran todavía. Se sentía inusualmente ajena a
ellos, como si no formaran parte del mismo mundo.

Ellos parecían tan normales...como si nada hubiera sucedido. Pero sí lo había hecho. Tenía
conciencia de haber visto cosas horribles, y aunque no fuera capaz de recordarlas eso no
evitaba que se sintiera fatal. Se limpió las lagrimas con la mano izquierda, pensando que
no se sentía tan mal desde que los dementores la habían atacado a ella, Harry y Sirius a las
orillas del gran lago. Tenía la misma sensación de que no volvería a tener ninguna alegría
que entonces.

No era capaz de entender qué le sucedía exactamente pero alguna parte de ella había
cambiado, como si hubiera contemplado o vivido un sufrimiento tan grande que lo
cambiaba todo.

En ese instante, Ron se escurrió un poco más del sillón al tratar de reacomodarse y estuvo
a punto de caerse. Sobresaltado, dio un respingo y se despertó, mirando a todas partes
alerta.

Harry, cuyas gafas estaban a punto de resbalarle por la punta de la nariz y caer, abrió los
ojos de inmediato.

Hermione se las compuso para obsequiarles una frágil sonrisa.

—Hola, chicos —dijo en voz baja.

Ambos la miraron, parpadearon unos instantes como si no se pudieran creer que ella les
hubiera hablado, y a la vez, se arrojaron sobre su cama.

—¡Hermione!

—¿Cómo estás?

—Bien, creo —respondió, incómoda. No entendía por qué pero quería estar sola —Pero no
puedo mover el brazo derecho. ¿Sabéis que es lo que me pasa? —lo cual no le importaba
demasiado, pero creía que debía preguntarlo.

—Bueno... —comenzó Ron rascándose la nuca —los medímagos tampoco están muy
seguros. Dicen que te afectó un maleficio de magia oscura muy poderosa, nunca habían
visto nada igual.

—¿Entonces... —inquirió con voz y expresión neutra. Se sentía como si estuviera hablando
de una persona que no conocía y no de ella misma.

—Aún no saben nada —aclaró Harry —llevas tres días inconsciente. Han probado todo lo
que se les ha ocurrido y por lo visto algo ha salido bien.
—Pero aún no sabemos nada más.

Hermione asintió simplemente. No tenía ganas de hablar y no sabía cómo reaccionar ante
las miradas especulativas y preocupadas de sus amigos. No quería que le hicieran
preguntas ni hablar sobre lo ocurrido, así que cuando Harry abrió la boca, Hermione le
interrumpió de inmediato.

—¿Lo saben mis padres?

—No —dijo Ron —decidimos esperar a saber algo sobre tu estado.

—Mejor, no tienen por qué enterarse —expresó la chica.

—Pero, Hermione...

—No hay necesidad de preocuparles —respondió en el acto. Era cierto que no quería
preocuparles ni hacerles volver a Londres, pero la principal razón por la que no quería
avisarles de que estaba hospitalizada era que no tenía ganas de verlos a ellos tampoco.

Harry y Ron la miraron y se hizo un silencio incómodo. Buscando otro tema


desesperadamente, Hermione se fijó en que sus ropas estaban arrugadas y tenían aspecto
cansado. Debían de haber pasado los tres días que ella llevaba en San Mungo a los pies de
su cama.

—¿Cuánto tiempo lleváis aquí? —preguntó, más suavizada.

—Bueno, hemos ido a casa de Harry un par de veces estos días, para cambiarnos de ropa y
coger algunas de tus cosas.

Hermione les miró con algo que antaño habría sido dulzura y alargó su mano izquierda
hacia ellos. Harry y Ron la tomaron con cuidado, quedando sus tres manos entrelazadas.

—No teníais que hacerlo. Estoy segura de que os habéis aburrido mucho.

Harry y Ron negaron con la cabeza, pero Hermione sabía que era así. Sonrió débilmente.

—Debéis de estar agotados, ¿por qué no volvéis a Grimmauld Place y descansáis un poco?

—No queremos dejarte sola.

—Harry, soy perfectamente capaz de dormirme sin vuestra ayuda —insistió Hermione con
un atisbo de sonrisa en la voz. No obstante, su gesto era decidido —Id a casa y descansad,
y mañana podréis verme. Os aseguro de que no tengo intención de irme de aquí.

Ambos amigos se miraron, indecisos, pero la expresión resuelta de Hermione acabó por
convencerles. Despacio, soltaron su mano y se levantaron del borde de su cama, sin dejar
de lanzarle miradas de preocupación como si temieran que fuera a darle un ataque si no la
miraban durante un solo segundo.

Hermione se obligó a sonreír de nuevo y les hizo un gesto con su mano buena, indicándoles
que se fueran.
—Nos veremos mañana —les dijo.

—Que descanses —susurró Harry, deteniéndose junto al sillón vacilante.

—Si necesitas cualquier cosa hay varias enfermeras por aquí —le explicó Ron, recogiendo
su cazadora sin dejar de mirarla con ojos de cachorrillo abandonado.

—Estaré bien —insistió, y para obligarles a irse y cortar la conversación, se giró como pudo,
cerró los ojos y fingió intentar dormir.

Unos segundos después, escuchó los débiles pasos de sus amigos alejándose. No fue hasta
que se supo sola que rompió a llorar, aunque no entendía demasiado el porqué.

Lloró calladamente durante unos minutos, sin dejar de repetirse que se estaba
comportando como una estúpida, antes de lograr calmarse. Después abrazó la almohada
con su brazo sano y cerró los ojos con fuerza. No obstante, no quería dormirse. Tenía
miedo de volver a tener esos sueños horribles y tan reales que le hacían sentir desolada.

Sin embargo, un par de horas después ya no pudo seguir manteniéndose despierta y por
alguna extraña razón, la última imagen que flotó en sus pensamientos antes de rendirse
por el cansancio, fue la de una cabellera rubia platino y unos ojos grises.

Capítulo 19: Errores, noticias y reencuentros (Editado)

Draco apretó los dientes y sus mandíbulas se endurecieron. Apretó la nuca contra la
almohada en un vano intento de calmar el dolor de la Marca Tenebrosa en su brazo
izquierdo. Ardía, atravesando su piel y sus músculos hasta prender fuego a sus huesos,
produciéndole un dolor insoportable y constante.

Se removió bajo las mantas, frustrado y dolorido, conteniendo un gemido de dolor. Podría
gritar para desahogarse, pero había escuchado a Potter y Weasley regresar hacía un par de
minutos, en plena madrugada.

Ya conocía ese dolor y sabía que no se iría hasta que los mortífagos respondieran al
llamado del Lord Tenebroso. Y por el modo en que le taladraba la muñeca, con la calavera
negra como la noche, les reclutaba para una misión importante.

Mucho.

La lluvia caía violentamente, llevada en diferentes direcciones por ráfagas de viento que
agitaban los escasos árboles que se atrevían a crecer en el yermo acantilado contra el que
se lanzaban furiosas olas en esa noche cerrada. Una figura oscura, alta y delgada se alzaba
justo en el borde el abismo, con su capa negra rizándose y enrollándose en torno a su
cuerpo, sacudida por el viento.

La capucha se había retirado hacia atrás descubriendo una cabeza lisa, blanca, sin ningún
cabello, que encaraba la lluvia con impunidad, desafiando el temporal y las olas que
golpeaban la roca bajo sus pies.
Sus ojos rojos, de pupilas verticales, se habían achatado hasta ser sólo dos hendiduras del
color de la lava ardiente, fijos hacia el frente. Llenos de cólera.

Tres sombras se materializaron detrás de él, todas ellas vestidas con capas negras y
empapadas. Al unísono, se dejaron caer de rodillas al suelo y agacharon la cabeza,
temblando.

Aunque no por el viento, tampoco por la lluvia. Menos aún por la cercanía de un mar
embravecido. Sino por el ser que les daba la espalda.

—¿Y Backery, Cox, Wade y Kelson? —preguntó Él, y su voz sonó como un latigazo, áspero
y ronco entre el rugido de las olas, el viento y la lluvia.

—Capturados —respondió una de las tres figuras arrodilladas, cuya capucha había caído
revelando un cabello oscuro, largo y grasiento que el viento replegaba hacia atrás con
fuerza, despejando su rostro cubierto por una máscara de plata.

Se hizo un silencio tenso, expectante, peligroso, en el que el temporal pareció resonar con
más fuerza. Al cabo, el Señor Oscuro se volvió hacia sus servidores muy lentamente y clavó
sus ojos de serpiente en ellos, llenos de furia y crueldad.

—Orson, Yaxley, desapareced de mi vista —siseó.

—Sí, mi señor.

—Gracias, Lord Tenebroso —murmuró un segundo con voz asustada, y ambos se


desaparecieron al instante, claramente aliviados.

—Quítate la máscara, Severus —ordenó Voldemort con sequedad y el asomo de algo


parecido a una sonrisa cruel fluyó a sus labios finos y descoloridos durante un fragmento de
segundo. El mortífago obedeció y se retiró la máscara a la que a la luna arrancó un destello
plateado antes de ser depositada sobre el suelo de roca. Un rostro demacrado de piel
cetrina quedó a la vista, ausente de expresión. Los dedos finos y alargados del Innombrable
se cerraron en torno a su varita, y alargó el brazo, apuntando con ella a su siervo. Él no se
movió ni reveló expresión alguna en su rostro, sus ojos oscuros permanecían inalterables e
impenetrables, aunque había algo sutil, demasiado oculto para ser percibido a simple vista,
en la línea que formaban sus labios apretados.

—Me temo que has vuelto a fallarme, Severus, tendré que castigarte de nuevo, ¿no crees?
—la voz impasible como la muerte del Señor Oscuro acarició cada una de las palabras con
un deje juguetón, casi infantil que helaba la sangre, pero Severus permaneció arrodillado,
los ojos fijos en el suelo sin dar más muestras de haberle escuchado que un veloz
pestañeo.

—¡Crucio! —gritó la voz, elevándose por encima de la tempestad.

—Despierta de una vez, ¿no crees que ya has dormido bastante estos días?

Hermione parpadeó un par de veces y finalmente abrió los ojos. Durante unos instantes se
sintió desconcertada y angustiada, con el cuerpo rígido y una sensación de alerta
cosquilleando en su estomago hasta el punto de darle nauseas. Pero una cabellera corta de
color rosa eléctrico la sacó bruscamente de los restos de la pesadilla que había estado
teniendo –y que por supuesto no podía recordar-.

—Tonks —murmuró la chica con voz ronca y débil, mientras intentaba incorporarse sobre
los almohadones sin mucho éxito.

—Tranquila, yo te ayudaré —se ofreció jovialmente la aurora, y en unos segundos,


Hermione ya estaba sentada, apoyada en los almohadones. La muchacha echó un vistazo a
su alrededor, pero no había nadie más que Tonks y los otros dos enfermos en el pabellón
en el que se encontraba.

—Sólo estoy yo —respondió Tonks interpretando la mirada de la chica —pero aún es muy
temprano. He venido a verte antes de ir a trabajar.

—¿A trabajar? —repitió Hermione. Por las ventanas que había al fondo de la estancia, pudo
comprobar que aún no había amanecido —¿No es demasiado pronto?

—Sí, pero hoy hay mucho revuelo en la oficina. Se supone que esto es confidencial, pero
me juego algo a que sale en la primera plana de El Profeta.

—¿De qué estás hablando?

—Verás, esta madrugada...Azkaban ha sido atacado por los mortífagos.

—¡¿Qué?

—Como lo oyes —explicó Tonks dejándose caer en el sillón en el que hacía unas horas
había dormido Harry.

—¿Lograron liberar a los mortífagos detenidos? —preguntó Hermione, asustada ante esa
posibilidad.

—No —respondió la aurora y esbozó una sonrisa jovial y enigmática.

—¿Por qué sonríes? ¿Qué pasó? ¿Impedisteis que soltaran a los mortífagos?

—Verás, no lograron rescatarlos porque no estaban allí.

—¿Cómo que no estaban allí? —Hermione estaba cada vez más confundida y aún se sentía
amodorrada por el sueño y angustiada por lo que quiera que hubiera soñado.

Tonks acercó el sillón a la cama de Hermione, arrastrándolo y trabándose con la alfombra


un par de veces. Soltó una maldición y después de forcejear con el sillón por unos
instantes, logró dejarlo lo suficientemente cerca de Hermione para que sus cabezas
quedaran cerca si se inclinaba hacia delante. Se llevó una mano a la boca para ocultar sus
labios y lanzó una mirada precavida a su alrededor antes de responderle en susurros a
Hermione.

—¿No os dijo nada el Señor Weasley acerca de un supuesto soplo de Snape cuando fue a
atacar a Kingsley?
Hermione asintió con los labios apretados y las cosas comenzaron a cobrar sentido para
ella. El Señor Weasley les había dicho que Snape había alertado a Kingsley de que los
mortífagos pretendían atacar Azkaban para liberar a sus compañeros. No sólo eso, les
había dicho la fecha exacta.

¿Había acertado? ¿O habían retirado a los mortífagos presos mucho antes como medida de
seguridad?

—¿Dijo que...dijo que atacarían Azkaban anoche?

—Exacto —apuntó Tonks.

—Eso significa que...

—Está siendo espía para nosotros. Al menos por el momento. Creímos que podría ser una
trampa pero la verdad es que no pudo salir mejor para el Ministerio. Scrimgeour debe estar
dando saltos de contento.

—¿A qué te refieres?

—Hemos detenido a media docena de mortífagos. Como estábamos avisados, los aurores
les doblaban en número. Sólo lograron escapar tres.

—¿Snape...?

—Sí, él fue uno de ellos.

Hermione guardó silencio, pálida. Cada vez estaba más convencido de la verdadera lealtad
de Snape. Había dado una pista a Harry para encontrar el horrocrux de Rumania y un
chivatazo al Ministerio gracias al cual habían evitado la liberación de una docena de
peligrosos mortífagos. Todo ello en detrimento del Señor Oscuro y poniendo en gran riesgo
su vida.

No tenía por qué hacerlo...a no ser que no fuera el traidor que todos creían. Ya había
pensando en la posibilidad de que hubiera matado a Dumbledore porque él se lo había
ordenado para así salvar la vida de Malfoy y poder seguir manteniendo su tapadera. Si
Dumbledore había considerado que eso sería más útil para acabar con Voldemort que su
propia vida...Hermione le creía capaz de sacrificarse y pedirle a Snape que lo matara.

—Bueno, yo voy a irme ya. Quiero ver a Moody antes de regresar al Ministerio —la voz de
Tonks sacó a Hermione de sus pensamientos y miró a la aurora, que se ponía en pie y se
alisaba la túnica.

—¿A Moody?

—Sí. Después de la muerte de Dumbledore la Orden quedó un poco olvidada...todos


estamos algo perdidos sin él, pero Moody me ha pedido que le informe de cualquier
novedad. Ya sabes como es, alertapermanentey todo eso. Puede que pronto nos reunamos.
Ahora que Kingsley se ha recuperado y Remus ha vuelto...

—¿Vuelto?
—Sí, siguió con la misión que Dumbledore le había encomendado —explicó Tonks perdiendo
su expresión despreocupada —pero las cosas se han puesto muy feas después de su
muerte y era demasiado peligroso que continuara con los licántropos.

—Entiendo —murmuró Hermione.

—El caso es que debo irme. Volveré a verte en cuanto pueda aunque espero que pronto te
den en alta —Tonks le guiñó un ojo mientras se encaminaba a la salida —Que te mejores.

Hermione asintió y observó a Tonks alejarse, hasta que la aurora se detuvo bajo la jamba
de la puerta. Volvió lo justo el rostro para que Hermione pudiera ver su perfil –algo que le
recordó inmensamente a su primo –y sonrió.

—Por cierto, ¿cómo le va?

No dijo ningún nombre, no hizo ninguna alusión directa a él, pero Hermione supo de
inmediato que le estaba preguntando por Malfoy. El recuerdo de la última vez que le había
visto, del modo en el que la había besado, la hizo enrojecer y sintió algo más que amargura
por primera vez desde que había despertado. Algo cálido pareció escurrirse por su pecho y
pelear contra las espinas que la torturaban.

Suspiró, y miró a Tonks que la observaba de reojo con una curiosa expresión en el rostro.

—Bien. Al menos lo estaba la última vez que le vi —respondió la chica.

Tonks amplió su sonrisa.

—Lo imaginaba. Hasta otra, Hermione.

Y después salió, dejando a Hermione sola y pensativa.

—No...

—Harry...

—Es una trampa —se empecinó el moreno, dando vueltas furiosamente a los pies de la
cama de Hermione. Ron, sentado en un sillón, observaba a Harry con El Profeta arrugado
entre sus manos.

—Harry —insistió Hermione tratando de captar la atención de su amigo.

—Estoy seguro de que está actuando así por orden de Voldemort. Quiere ganarse de nuevo
nuestra confianza para después traicionarnos.

—Baja la voz —le recordó la chica echando un vistazo rápido a sus compañeros de
pabellón. La bruja continuaba dormida –a decir verdad, ni Hermione ni sus amigos la
habían visto nunca despierta –y el mago seguía temblando, acurrucado contra el cabecero
de su cama, con la mirada pérdida —Lo que estás diciendo, Harry, no tiene sentido. No
creo que Voldemort ordenara a Snape que nos diera pistas tan importantes para desbaratar
sus planes. ¿Por qué iba a enviarte a conseguir un horrocrux e iba a proporcionar al
Ministerio información que evitó que lograra recuperar a sus mortífagos?

—No lo sé —reconoció Harry, enfadado —pero no me fío de Snape.

Hermione miró a Ron pidiéndole ayuda, pero el pelirrojo se encogió de hombros con una
mueca.

—Yo tampoco creo en la inocencia de Snape —dijo Ron.

—Yo no estoy segura, pero al menos deberíamos concederle el beneficio de la duda, ¿no,
Harry?

—¿Por qué? Toda la gente querida a la que he perdido está muerta por haber confiando en
las personas equivocadas —replicó Harry con amargura —Pettigrew, Kreacher y Snape. No
voy a cometer su mismo error.

Hermione guardó silencio, incapaz de rebatir ese argumento, y se reacomodó entre los
almohadones, incómoda. Sinceramente, no tenía ánimos para discutir con Harry y hacerle
ver que era razonable cuestionarse la verdadera lealtad de Snape. Estaba cansada,
deprimida, y se sentía incómoda con sus amigos. El rato que había dormido después de que
ellos se fueran y antes de que Tonks llegara había vuelto a tener esos sueños que no podía
recordar y que tan mal la dejaban. Se despertaba más cansada de lo que había dormido,
con el cuerpo destrozado y los nervios alterados. Y no podía librarse de la sensación de
angustia y apatía hiciera lo que hiciera, pensara en lo que pensara.

Por si fuera poco, después de la marcha de Tonks los medimagos la habían visitado y
revisado, y no habían sabido explicarle qué le ocurría y por qué no podía mover el brazo
derecho. Le habían dicho que lo más prudente sería mantenerla ingresada hasta que
descubrieran cómo curarla y después la habían acosado a preguntas acerca de cómo había
acabado en ese estado. Hermione había respondido con monosílabos y evasivas, y ni
siquiera se había sentido culpable por mentirles o preocupada por si al ocultarles
información estaba evitando que descubrieran cómo curarla. No le importaba demasiado su
destino.

—Mirad esto —murmuró Ron extendiendo el periódico.

—¿Qué es? —preguntó Hermione con indiferencia.

—Es una noticia sobre Hogwarts. Dice que la escuela será reabierta el 1 de Septiembre.

—Así es —dijo una voz femenina desde la puerta. Ginny y la Señora Weasley acababan de
llegar. La joven llevaba un pergamino en la mano y su madre una enorme bolsa.

—Hermione, querida, ¿cómo te encuentras? —preguntó la Señora Weasley acercándose con


premura a la cama de la enferma.

—Estoy bien, señora Weasley —dijo forzando una sonrisa. Había dicho tantas veces esa
frase sin sentirla que ya le salía automáticamente. La Señora Weasley la observó con
preocupación y le puso una mano en la frente para tomar su temperatura como si no se
fiara de ella.

—Hmmm, no está mal. ¿Cómo está tu brazo?


—Igual.

—Te he traído algunas cosas —explicó la mujer sacando una enorme manta que parecía
hecha de trozos de diferentes telas remendadas. Había partes de tela escocesa, otras con
dibujos florales, algunas lisas y una salpicada de lunares en el centro. La combinación de
colores y estampados era muy extravagante y no obstante su conjunto tenía un aspecto
encantador. A Hermione le recordó a la Madriguera y los buenos momentos que había
pasado allí y su humor mejoró un poco.

La Señora Weasley le sonrió antes de extender la manta sobre sus piernas y remeterla por
debajo del colchón como cuando Hermione era pequeña y su madre hacía lo mismo para
evitar que se cayera de la cama. El recuerdo de su madre hizo que Hermione se sintiera
nostálgica y su humor volvió a apagarse mientras la Señora Weasley seguía sacando un
montón de cosas de su bolsa.

—Te he traído comida —explicaba mientras depositaba una serie de tuppers mágicos en la
mesilla de noche que había junto a la cama de Hermione —cuando Arthur estuvo ingresado
me di cuenta de que la comida en San Mungo no era muy buena. Y desde que estáis solos
en Grimmauld Place todos estáis más flacuchos. ¿Coméis bien?

—Bueno, hacemos lo que podemos —aseguró Ron, evitando la mirada acusadora de su


madre.

—Hablando de Grimmauld Place —intervino Ginny, sentándose el borde de la cama de su


amiga con una sonrisa —debéis de tener tres lechuzas esperándoos allí. Esta mañana me
llegó esta carta de Hogwarts —y extendió el pergamino enrollado que tenía en la mano —el
colegio se reabrirá el día 1 y McGonagall será su nueva directora.

—Vaya, no creí que fueran a reabrirlo —reconoció Ron ojeando El Profeta donde también lo
anunciaban —aquí pone que McGonagall dijo que es lo que Dumbledore hubiera querido.

—Pero habrán tenido que buscar dos nuevos profesores, ¿no es así? Para reemplazarla a
ella y a Snape —apuntó Hermione.

—Parece ser que el Ministerio ha ofrecido a un auror para enseñar Defensa contra las Artes
oscuras —respondió Ron leyendo el artículo —El Ministro considera positivo que la Escuela
permanezca abierta y alienta a los padres para que envíen a sus hijos al colegio.

—Sólo lo hace para aparentar normalidad y que no cunda el pánico —dijo Harry fríamente –
y seguramente ahora que no está Dumbledore, tratará de controlar el colegio.

—Me gustaría ver como lo intenta —apuntó Ginny —McGonagall no es precisamente un


hueso fácil de roer.

—Entonces, ¿el 1 de Septiembre volverás a la escuela? —preguntó Harry mirando a la


pelirroja. Ginny le sostuvo la mirada y se formó un momento tenso entre ambos. Hermione
y Ron miraron a otra parte, y la Señora Weasley parecía demasiado ocupada organizando
los tuppers para darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

—Sí —respondió Ginny con aire decidido —Tú no lo harás, ¿verdad?

—No —reconoció Harry.


La Señora Weasley acabó de colocar el último tupper y se volvió hacia sus hijos y
compañía.

—Harry, querido, ¿cómo es eso de que no vas a regresar a Hogwarts? Tienes que completar
tu formación mágica.

—No lo haré —respondió el moreno con tranquilidad —ya no me queda nada allí y tengo
otros planes.

—Yo tampoco volveré —añadió Hermione.

—Ni yo —aseguró Ron y al ver el ceño de su madre añadió —mamá.

—¿Y puedo saber por qué? —preguntó la Señora Weasley en tono peligroso.

—Soy mayor de edad, no puedes obligarme —se empecinó Ron cruzándose de brazos
mientras sus orejas se ponían coloradas —Además, Hermione y yo estamos ayudando a
Harry en algo importante. Más importante que nuestros estudios.

—Otra vez esa misión de Dumbledore, ¿no es así? —inquirió la mujer, ceñuda —Decís que
estáis haciendo lo que Dumbledore querría pero no creo que él quisiera que dejarais
vuestra formación escolar a medias y fuerais por ahí haciendo Merlín sabe qué y
poniéndoos en peligro. ¿Por qué no me contáis de qué se trata? Sois demasiado jóvenes
para encargaros de lo que sea vosotros solos. La Orden del Fénix podría ayudaros.

—¿Qué Orden? Sin Dumbledore ya no hay Orden —replicó Ron.

—Eso no es cierto —replicó la Señora Weasley enfadada.

—Señora Weasley —intervino Harry, muy serio —con el debido respeto, es una misión que
Dumbledore me confió y me dijo que sólo podía contársela a Ron y Hermione. Le prometí
que no se lo contaría a nadie más y no pienso faltar a mi palabra.

La Señora Weasley pareció contrariada, peleando entre su preocupación natural y su lealtad


a Dumbledore. Finalmente, relajó el rostro con expresión resignada y alisó las arrugas
imaginarias que la manta que le había echado por encima a Hermione tenía.

—Está bien —cedió la mujer. Ron soltó un disimulado suspiro de alivio.

Los días pasaban lentos y aburridos para Hermione en San Mungo. Los medimagos la
visitaban varias veces al día y le hacían beberse todo tipo de asquerosas pociones para ver
si lograba recuperar la movilidad del brazo derecho. También probaban encantamientos sin
demasiado éxito, e incluso invitaron a un reconocido medimago extranjero que estaba
visitando Londres para ver si él podía arrojar luz sobre el asunto, todo ello sin éxito.

Harry, Ron, Ginny y la Señora Weasley se pasaban la mayor parte del día allí y no se
quedaban por las noches tan sólo porque Hermione les obligaba a irse a casa. Pidió a los
medimagos que dieran pociones para dormir sin sueños y gracias a ello pudo descansar. Ya
no se despertaba con la sensación de haber visto cosas horribles y aunque el recuerdo de
ello aún permanecía en su interior, cada día se sentía un poco mejor. Además, había pedido
a la Señora Weasley que le comprara los libros reglamentarios de séptimo curso en
Hogwarts.

—¿Para qué? —había preguntado Ron extrañado —Si no vas a volver a Hogwarts.

—No, pero eso no significa que no pueda estudiar por mi cuenta lo que hubiéramos dado en
la escuela —le había explicado a su amigo.

—No tienes remedio —había respondido el pelirrojo agitando la cabeza.

Aunque Hermione no podía practicar los hechizos con su mano derecha ya que ésta estaba
inservible, simulaba los movimientos con la izquierda y cada vez que lograba acercarse
aunque fuera un poco a lo que pretendía se sentía un poco más animada.

Para mejorar la situación, alguna de las múltiples pociones que le dieron debió de hacer
algún efecto porque al despertar el quinto día, sintió un leve cosquilleó en la yema de los
dedos de su mano derecha y dos días después logró mover un poco los dedos.

Aunque era un avance mínimo, todos se sintieron muy animados y finalmente los
medimagos identificaron la poción que estaba logrando su mejoría. Así pues, dos días
después, accedieron a darle el alta mientras no hiciera esfuerzos y siguiera tomando la
poción para recuperar poco a poco la movilidad.

Esa misma tarde, con ayuda de Harry y Ron, Hermione recogió sus cosas y los tres
abandonaron San Mungo. Rumbo a casa.

Mientras regresaban en metro a Grimmauld Place, Hermione sentía como si se hubiera


tragado una culebra que no paraba de cosquillear y dar vueltas por su estomago. Estaba
hecha un manojo de nervios sólo de pensar que volvería a ver a Malfoy. Había pasado más
de una semana desde ese último beso aunque le pareciera que había transcurrido una
eternidad, y lo cierto es que le ponía nerviosa la perspectiva de volver a verlo.

En San Mungo se había descubierto pensando en él con recurrencia y tratando de


entenderlo pero no había avanzado mucho en eso. Tampoco en entenderse a ella.

Antes de partir hacia Rumania, Hermione no pensaba especialmente en Malfoy pero no


podía negar que desde ese primer beso su relación se había vuelto extraña. No sabía por
qué Malfoy la besaba y tampoco porque ella terminaba respondiendo. Él no le gustaba. A
ella le gustaba Viktor.

Él era su primer amor. Con él podía hablar o simplemente disfrutar del silencio. Podía
contarle sus sentimientos y preocupaciones sin sentirse ridícula y él la hacía sentir
protegida y especial.

Malfoy en cambio la insultaba a la primera de cambio y disfrutaba fastidiándola. No eran


capaces de mantener una conversación civilizada y eran más enemigos que amigos.
Hermione no lograba encontrarle ninguna virtud según su escala de valores y nunca había
entendido por qué tenía éxito con las chicas cuando estaban en Hogwarts. Podía reconocer
que era algo guapo. Y elegante tal vez, pero nada más.

No obstante, cuando Harry, Ron y ella llegaron a la calle Grimmauld Place, sus piernas
temblaban y su corazón latía tan rápido como cuando la quimera les había perseguido. Se
dio cuenta de que tenía ganas de verlo.
Y eso no le gustaba, en absoluto.

Draco estaba tirado en el diván del salón muerto de asco y aburrimiento. Casi había
perdido la cuenta del paso de los días y no sabía si estaban a lunes, martes o miércoles.
Tampoco le importaba demasiado.

Desde la última vez que había visto a Granger, desde que había sabido que estaba en San
Mungo, Potter y Weasley salían cada mañana –Draco presumía que rumbo al hospital –y
regresaban muy entrada la noche. Y así, día tras día.

No había obtenido gran información gracias a Kreacher. De cada docena de palabras que
murmuraba Kreacher, sólo podía aprovechar un par y únicamente había sacado en claro
que estaba inconsciente y que aún no sabían qué le ocurría. Unos días después, el elfo le
había dicho que la chica había despertado pero por lo visto aún no se encontraba en
perfectas condiciones y el apestoso de Potter –palabras textuales de Kreacher –había
comentado con el pelirrojo traidor que su amiga estaba muy extraña.

Draco había pasado por distintos grados de impaciencia y desesperación, alternando


períodos de preocupación, con períodos de furia y por último de apatía. Se despertaba
pensando en ella, preocupado por su estado. Para mediodía ya estaba cerca de volverse
loco y entonces era cuando se preguntaba qué demonios estaba haciendo y se enfurecía
consigo mismo por interesarse por el estado de una sangre sucia. Se maldecía y la
maldecía a ella una centena de veces, pateaba algún mueble de la casa y buscaba algo que
hacer con impaciencia.

A menudo se descargaba con Kreacher, dándole órdenes o torturándole de diversas formas.


Lo provocaba solamente para que el elfo se atreviera a hacer algún comentario en su
contra y así tener una excusa por la que castigarle. El día anterior, sin ir más lejos, Draco
había arrancado la cabeza disecada del padre de Kreacher y la había arrojado por las
escaleras porque el elfo le había dicho por lo bajo que estabacontaminado. Kreacher se
había pasado horas llorando al pie de las escaleras, abrazando la cabeza de su padre sin
dejar de murmurar incoherencias con un brillo febril en los ojos.

—¿Qué quieres? —preguntó Draco con tedio al ver a Kreacher entrar por el salón, con sus
ojos verdes y sanguinolentos entrecerrados en señal de rabia.

—El amo pidió que Kreacher le informara cuando el mocoso apestoso y su amigo llegaran a
casa.

—¿Ya están aquí? —inquirió el mortífago echando un vistazo al su reloj con desinterés —
Han vuelto más temprano de lo habitual, sólo es mediodía —y después volvió a mirar al
techo, aburrido.

Cuando se dio cuenta de que Kreacher no se había movido de la puerta, se incorporó en el


diván, alzando una ceja rubia.

—¿A qué coño esperas? Lárgate.

—Hay algo más, amo —murmuró el elfo entre dientes. Estaba claro que le remordía dentro
llamarlo así —la asquerosa sangre sucia está con ellos.
—No la llames sang... —se cortó en seco, como si le hubieran golpeado —¿qué? ¿está aquí?

Kreacher asintió, rabioso.

Draco ya se había levantando y arrollado a Kreacher para quitarlo de en medio antes de


darse cuenta. Fugazmente, se dijo que a él debería importarle un pimiento que la
sabelotodo hubiera regresado, pero realmente, lo único que le importaba un comino en ese
momento era lo que debería o no debería sentir. Quería verla.

Corrió como un desesperado para bajar las escaleras que daban al hall, pasando junto a las
cabezas disecadas de los elfos, pero se detuvo en seco al llegar a los últimos escalones.

Ella estaba allí, en el hall, con sus dos inseparables amigos. Rodaba los ojos y resoplaba
mientras Ron la ayudaba a quitarse la cazadora y Harry les observaba sonriendo. Draco
leyó en sus labios que le decía al pelirrojo algo parecido a que podía hacerlo ella sola
porque era como si le hubieran quitado el sonido a todo lo que no fueran los jodidos latidos
de su corazón, retumbando en su pecho, palpitando en sus oídos con fuerza, como si
estuviera debajo del agua.

Observó como hipnotizado cómo ella proyectaba su labio inferior hacia arriba, resoplando
mientras echaba atrás los hombros para que Ron pudiera retirarle más fácilmente la
chaqueta y sintió el impulso indigno de recorrer a zancadas la distancia que les separaba y
partirle la boca de un beso.

Dio un paso, pero se detuvo en seco, consciente de lo que iba a hacer. Él era Draco Malfoy
y ella Hermione Granger. No podía acercarse y besarla, tampoco podía demostrar la más
mínima alegría en verla o el más insignificante interés por su estado. Ni siquiera podía
mirarla como la estaba mirando, bebiendo y absorbiendo con avidez cada detalle de ella.
Recreándose en su imagen, reviviendo cada uno de sus recuerdos.

Vio como Weasley finalmente se hacía con su chaqueta y el modo en que ella respondía con
una sonrisa a algo que Potter le había dicho y de repente se sintió ajeno, extraño, fuera de
lugar. Ellos tres estaban en otro universo diferente al de él. Felices de estar juntos, en
casa.

Él sólo era un extraño que estaba allí de paso. Nunca sería nada más para ella, ni para ese
lugar. Sólo un huésped temporal de tránsito en su vida. Y esa certeza le hizo sentir de
pronto vacío, como un globo que se deshincha repentinamente.

Él no pintaba nada allí. Lo mejor que podía hacer era irse antes de que ninguno se
percatara de su presencia. Apretó los labios y se dispuso a dar media vuelta, pero los ojos
de ella captando su mirada le detuvieron.

De pronto su sonrisa empequeñeció lentamente hasta desaparecer y se quedó allí, parada,


en medio de sus dos amigos que decían algo que Draco no alcanzaba a oír ni entender,
ajenos a sus miradas encontradas. Se miraron, en silencio, durante lo que pareció un
espacio eterno y a la vez fugaz, en un momento cargado de algo que ninguno de los
alcanzaba a entender o nombrar.

Pero entonces Potter dijo algo y rozó el codo de la muchacha para llamar su atención.

—¿Qué decías, Harry? —preguntó distraída.


—Te preguntaba si quieras comer algo, cocinamos Ron y yo —ofreció el moreno.

Hermione esbozó una tenue sonrisa aunque ni siquiera había prestado demasiada atención
a su amigo, pero cuando volvió de nuevo su vista hacia las escaleras, Malfoy ya había
desaparecido.

Capítulo 20: La calavera y la serpiente (Editado)

Hermione no podía negar que se sentía un poco mejor por el regreso a Grimmauld Place.
Había añorado mucho la casa, su cuarto, la intimidad y la tranquilidad que allí se
respiraban, aunque tenía la extraña sensación de no encajar allí como antes. Después de
comer, había subido a su cuarto y puesto sobre la colcha de su cama la manta de
remiendos que la Señora Weasley le había dado. A decir verdad, ella había comenzado a
extenderla sobre la cama cuando aparecieron Harry y Ron para hacerlo por ella,
relevándola al plano de espectadora. Tampoco le habían dejado deshacer la bolsa que la
ropa que le habían llevado a San Mungo, ni colocar ninguna de sus cosas.

Aunque Hermione sabía que lo hacían con buena intención y se lo agradecía, encontraba
muy irritante encontrarles allá donde iba para hacer todo por ella. No podía usar su brazo
derecho pero no estaba impedida.

Al final había terminado por pedirles que la dejaran un rato sola en su cuarto. Había
recolocado todas las cosas a su manera –era una maniática del orden como su padre y sólo
se quedaba a gusto cuando hacía las cosas ella –y después se había echado en la cama,
pensativa.

Para ser sincera, estaba pensando en Malfoy. Su "reencuentro", por llamarlo de algún
modo, había sido un tanto extraño. No habían intercambiado una palabra pero esa mirada
había sido tan íntima...

Sacudió la cabeza, molesta, pero no pudo evitar preguntarse qué estaría haciendo él en ese
momento. Era posible que estuviera en su habitación y que sólo les separara un tabique.
¿Estaría él pensando en ella?

¿Pero qué estaba diciendo? ¿Qué le importaba?

Bueno, era simple curiosidad. Después de todo, antes de que se marchara a Bran, él le
había pedido que volviera, ¿no? Era normal que se preguntara si pensaba en ella.

Normal tal vez, pero peligroso. Era mejor no meterse en terrenos pantanosos y ocuparse
de otras cosas mucho más importantes. Por ejemplo el horrocrux que tenían, cómo
destruirlo y cómo encontrar más. Debería ir a la biblioteca a buscar más información, ya
había perdido demasiados días en San Mungo.

Abrió la puerta –con su mano izquierda –y salió al pasillo, agradecida de que Ron y Harry
no estuvieran esperando fuera para ofrecerle ayuda o escoltarla allí donde fuera. Echó un
rápido vistazo a la puerta de la habitación de Malfoy, pero estaba cerrada.

Sintió una leve desilusión que no quiso entrar a analizar, pero se quedó paralizada cuando
vio a Malfoy al final del pasillo, en lo alto de las escaleras que subían del segundo piso.

El corazón de Hermione comenzó a latir de expectación, pero apretó los labios peleando
contra sus sensaciones. No tenía que estar nerviosa por verle.
Desde luego él no parecía nada afectado por su presencia. Todo lo contrario, se acercaba
por el pasillo con total indeferencia, moviendo los hombros a cada paso con su
característica arrogancia, la cabeza alta y la mirada al frente. Enfocada hacia ella pero sin
verla, como si no estuviera allí, plantada junto a su puerta.

Cuando casi estuvo a su altura, Hermione abrió la boca para decir algo –aunque no estaba
segura de qué –pero Malfoy no le dio la oportunidad. Simplemente, abrió la puerta de su
habitación, entró y cerró sin decir una palabra y sin mirar a Hermione. Como si no
existiera.

Hermione cerró la boca en el acto y entrecerró los ojos, ofendida. ¿Qué demonios le pasaba
a ese estúpido? ¿Es que se había vuelto invisible de un momento para otro? ¿No se merecía
una mirada o una palabra, algo –lo que fuera— después de tanto tiempo sin verse?

Hubiera agradecido hasta un insulto, por lo menos así hubiera sabido que él se percataba
de su existencia. Maldito presumido.

La besaba, le pedía que volviera y después, cuando al fin regresaba, la ignoraba por
completo. Tenía que saber por fuerza que ella había estado más de una semana en San
Mungo, pero claro, eso a él le importaría un comino.

Lanzó un suspiro indignado, y se alejó a zancadas por el pasillo, rumbo a la biblioteca.

Draco se apoyó de espaldas en la puerta de su cuarto después de haberla cerrado en las


narices de Granger. Cerró los ojos y echó aire lentamente, relajándose.

Joder.

Aún tenía esa maldita sensación de vértigo en el estomago que se le había colado dentro
cuando la vio al fondo del pasillo. Tenía que evitarla, más ahora que estaba planteándose la
posibilidad de largarse de la Mansión Black. Sí, no tenía varita y ni puñetera idea de cómo
hacerlo, pero sabía que podía ser más peligroso para él quedarse allí que irse.

Por supuesto se trataban de peligros diferentes los que le aguardaban en la casa de Potter
a los que le esperaban fuera de ella, pero no estaba seguro de cuales le asustaban más.

No es que fuera un imprudente, amaba su pellejo, sólo su pellejo. Pero había empezado a


darse cuenta de que tenía síntomas de algo parecido a una enfermedad. Sí, esa era la
mejor palabra para describirlo. Enfermedad, virus y/o asociados.

Uno de los síntomas era pensar en ella. De hecho lo hacía tanto que parecía que no tenía
nada más en la cabeza, pero había algo aún peor. Lo que sentía. Podía tratar de mantener
algún tipo de vago control sobre sus pensamientos –o al menos mantenerlos en la
intimidad –pero no tenía el mismo poder sobre sus sensaciones. Cada vez le era más difícil
ocultaras y más fácil sentirlas. Pero no eran las sensaciones a las que estaba
acostumbrado. Eran antinaturales en él.

Sentía vértigo en el estomago cada vez que ella entraba en la habitación en la que él
estaba o en cada ocasión que se cruzaban en algún lugar de la casa, se ponía en tensión,
se le aceleraba el pulso y tenía ganas de comportarse como un gilipollas. Tenía que realizar
un gran esfuerzo para no hacerlo, para comportarse como si todo fuera normal, como si
sus jodidas hormonas no estuvieran rebelándose contra él.

Se incorporó de la puerta y se miró las pálidas palmas de sus manos. Cosquilleaban y él


sabía por qué.Quería tocarla.

Oh, Merlín. Definitivamente estaba enfermo.

A decir verdad, Hermione había esperado sentirse mejor al entrar de nuevo en su amada
biblioteca, pero estaba demasiado enfadada para disfrutar el reencuentro. Decidió enviar
todos sus pensamientos sobre Malfoy y sobre todo a él mismo a tomar viento, y aprovechar
su tiempo haciendo algo útil. Tenían un horrocruxes en sus manos pero hasta que no lo
destruyeran, su esfuerzo, su brazo inútil, no habrían servido de nada. Era vital averiguar
cómo hacerlo.

Aún no habían probado nada, pero Hermione dudaba de que un simple hechizo destructor
acabara con magia oscura tan poderosa y atroz. Sólo sabían cómo había sido destruido
realmente uno de los horrocruxes: con el veneno de un basilisco. Pero puesto que su cría
era ilegal y que el único basilisco que se había visto en Gran Bretaña en los últimos siglos
estaba muerto, esa opción estaba descartada. Existían muchas pociones corrosivas que
podrían tener un efecto similar, si bien no tan poderoso, pero Hermione sólo había oído
hablar de ellas pues no entraban en el temario de Pociones o DCAO de Hogwarts por
considerarse demasiado peligrosas y cercanas a la Magia Oscura. No había antídoto posible
contra esas pociones, así que no enseñarlas era una medida de seguridad.

Quizás en alguno de esos libros de Magia Negra de la familia Black encontrara algo sobre el
tema. Después de diez minutos de infructuosa búsqueda, Hermione maldijo su suerte por
que todos los libros de Magia Oscura solían estar en los estantes más altos a los que
llegaba con mucha dificultad. Había un libro en lo alto de una estantería en cuyo lomo
rezaba la inscripción "Pócimas de mal", que Hermione sospechaba que podía ser útil, así
que con resignación, se plantó frente a la estantería y se estiró al máximo tratando de
alcanzarlo.

No era demasiado alta ni hábil con su brazo izquierdo y no podía ayudarse del derecho ya
que por el momento lo único que podía hacer era abrir y cerrar un poco la mano.

Frustrada, se mordió el labio inferior unos instantes, y después dio un salto para tratar de
alcanzar el libro. Pero una mano blanca de dedos largos surgió de la nada, tomó el libro con
vergonzosa facilidad y se lo alcanzó.

Hermione reconoció su olor antes de mirarlo.

Seducción, Malfoy.

Ahí estaba, frente a ella, ofreciéndole el viejo y pesado libro que no había podido alcanzar
con expresión de engreimiento y una ceja arqueada burlonamente. Furiosa, Hermione le
arrebató el libro con su mano izquierda y lo sostuvo con dificultad. Era bastante pesado
para sujetarlo con una sola mano, así que lo apoyó contra su pecho y lo rodeó con el brazo
izquierdo. Malfoy siguió sus movimientos con la mirada, pero no dijo nada ni cambió de
expresión.
—No voy a darte las gracias si es lo que esperas —dijo ella, irritada —No necesitaba tu
ayuda, podría haberlo bajado yo sola.

—Oh, sí, ya lo vi —se burló él, apoyándose contra la estantería con los brazos cruzados y la
cabeza ladeada, los ojos fijos en ella.

—¿Qué pasa? ¿Es qué ahora eres amable? Hace diez minutos me ignoraste como si fuera
invisible y ahora me alcanzas un libro. ¿También te dedicas a recuperar los bolsos robados
a ancianas indefensas?

Draco aguantó una sonrisa pero no pudo evitar hacer una mueca con los labios. Sabía que
ella estaba enfadada y también sabía que era porque no le había prestado la menor
atención cuando estaban en el pasillo. Y a él le encantaba saber que a Granger le había
molestado eso.

—Y rescato gatos que se han subido a árboles demasiados altos. Soy una caja de
sorpresas, Granger —replicó él arrastrando las palabras con burla.

—Ya veo —respondió ella frunciendo el ceño —¿Por qué no buscas algún fuego que apagar
y me dejas tranquila? Tengo muchas cosas que hacer —y pasó de largo junto al chico,
rumbo a los sillones que había frente a la chimenea.

—¿Para qué quieres ese libro? ¿Buscas alguna poción con la que curarte el brazo?

Draco curvó los labios con satisfacción cuando ella se detuvo en mitad del pasillo.

—Déjame en paz, Malfoy —respondió Hermione sin volverse.

—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué acabaste en San Mungo? –preguntó él, sin poder
contenerse. Quería saber qué demonios le había sucedido, cual era la razón de que hubiera
estado más de una semana sin verla, sin apetito, sin poder dormir, muerto por saber cómo
se encontraba. Merecía una explicación.

Hermione se volvió lentamente hacia él y le miró con una expresión extraña, como si se
hubiera dado cuenta de algo que le resultaba difícil creer. Draco rehuyó sus ojos,
incómodo.

—¿Te importa? —inquirió ella, pero no había hostilidad en su tono, sino algo que sonaba a
esperanza e incredulidad mezcladas.

—Te he preguntado, ¿no? —respondió él esquivamente, fingiendo estar muy interesado en


los tomos de la estantería a su izquierda.

—Fui herida por un embrujo de Magia Negra —respondió ella —los medimagos no saben en
que consiste en realidad pero no puedo mover el brazo desde entonces. Y también tengo
sueños horrib... —se interrumpió abruptamente, consciente de que había estado a punto de
revelarle a Draco Malfoy algo que no había contado ni siquiera a sus mejores amigos.

Cuando se atrevió a alzar los ojos hacia él, Malfoy la estaba mirando, sus ojos grises
relumbrando en la penumbra de la oscura biblioteca. Había algo en su mirada que la hacía
sentirse entendida pero incómoda a la vez, una extraña sensación de comprensión.

—¿Fue Él, no? —preguntó, con las mandíbulas apretadas. Hermione asintió, despacio.
—¿Conoces el embrujo que...

—No es un hechizo ni un embrujo, Granger, es una maldición —respondió él en un tono


extraño, como si estuviera recordando algo particularmente desagradable que lo había
hecho palidecer aún más.

—¿La conoces? ¿Sabes cómo curar mi brazo? —preguntó ella esperanzada, aproximándose
a él. No era su brazo lo que más le preocupaba, pero sí esos sueños. Las pociones para
dormir sin sueños lograban que no se despertara con la sensación de angustia que la había
asolado al principio, no obstante, tenía conciencia de seguir teniendo esas pesadillas –o lo
que quiera que fueran-.

Draco la miró a los ojos unos instantes, después rehuyó su mirada y negó, agitando su
flequillo platino con el gesto. Apoyó una mano en la estantería y bajó la cabeza.

Parecía alterado.

—No sé qué maldición es. El Lord Tenebroso conoce magia oscura muy poderosa, y le gusta
usar las maldiciones. Los embrujos, los hechizos o los maleficios pueden anularse, tienen
contra hechizos. Las maldiciones no. Son la magia más poderosa y oscura, y siempre dejan
huella. Por eso los usa, no sé si lo has notado, pero tiene tendencia a dejar marca en lo que
es suyo –añadió él con un deje de ironía en la voz, y Hermione se dio cuenta de cómo cerró
en puño su mano izquierda, en cuyo antebrazo se encontraba la Marca Tenebrosa. En ese
instante, se sintió de nuevo inquietantemente unida a él.

Él era un elemento extraño en Grimmauld Place, lo había sido desde el principio, pero
ahora Hermione también se sentía así.

Había vivido algo que Harry y Ron no podían entender, que ella no podía explicar, pero
intuitivamente sabía que Malfoy sí lo comprendía. Tal vez porque él había experimentado
algo similar. Lo sabía, lo intuía, lo notaba por el modo en que palidecía, se encogía
inconscientemente y perdía de manera automática ese aire de dominar todo y ser el rey del
mundo. Entonces parecía más humano, más joven. Un niño asustado que había pasado por
una experiencia traumática, que se sentía solo y perdido, que quería olvidar.

Y sin darse cuenta, posiblemente por primera vez, habían tenido una conversación
civilizada sin insultarse o lanzarse pullas. Era algo nuevo.

No supo por qué pero sintió el impulso de acercarse a él. Pensó que él la detendría diciendo
cualquier cosa –posiblemente un comentario desagradable –que pasaría de largo o que se
apartaría, pero no se movió. Permaneció parado, rígido, observándola expectante y en
tensión.

Hermione se detuvo a sólo un paso de él y alzó la vista para mirarle a los ojos. La biblioteca
era un lugar oscuro, poco iluminado, y en la penumbra de la sala, sus ojos grises
relumbraban con una extraña luz antinatural y Hermione sintió que le si robaran el aliento.

Intentó dejar el libro en un hueco cualquiera de la estantería para liberar su mano buena,
la necesitaba. Pero el tomo era demasiado pesado y apenas podía con él, e
irremediablemente se le hubiera caído si Malfoy no lo hubiera sujetado con un movimiento
rápido y colocado entre otros dos libros. Su mano quedó allí, empujando con sus yemas el
lomo del libro, suspendida a poca distancia de Hermione.
Ella tomó aire bruscamente y se dio cuenta de que la respiración de él también era
superficial. El aire parecía cargado y espeso, impidiéndoles respirar.

Él la observaba, tenso, como si esperara su siguiente movimiento, pero estaba claro que
cuando Hermione alargó su mano para tocar suavemente el interior de su brazo, lo había
sorprendido. Las yemas de los dedos de la joven vagaron por el interior de su muñeca
izquierda, y despacio, retiró la mano de Draco del libro y la volvió hacía ella, revelando el
comienzo de su antebrazo. La Marca Tenebrosa estaba allí.

Pero no ennegrecida y desdibujada como la única vez que le había visto, sino nítida y en
color. La calavera y la serpiente.

Alzó los ojos hacia Malfoy y comprobó que él la observaba sin expresión, el flequillo platino
salpicando sus ojos grises, atentos a cada uno de sus movimientos. Parecía perfectamente
tranquilo e indiferente, pero Hermione escuchaba su respiración agitada.

Sabía que él sentía curiosidad por lo que iba a hacer, a decir verdad, ella también. No sabía
por qué había sentido el impulso de ver la marca, por qué ahora quería tocarla, pero lo
cierto era que no podía controlarse. Su pulgar parecía tener vida propia vagando por el
pálido antebrazo que dejaba al descubierto el puño abierto de su camisa de seda negra,
delineando la marca.

Él estaba marcado, ella también aunque su marca no fuera visible. Marcados por el mismo
mal, unidos a la vez.

—Hermione, ¿dónde estás? ¿Necesitas ayuda con algo?

La voz de Ron rompió el extraño momento. Hermione dio un respingo y soltó en el acto el
brazo de Malfoy, y pudo percibir como él se enderezaba y retomaba su habitual expresión
de superioridad y hastío. Su momento de vulnerabilidad, ese fugaz instante en que le había
permitido ver más dentro de él de lo que nunca había pensado, se había acabado. Volvía a
ser Draco Malfoy. Seguro, frío, intocable.

—¿Hermione? –esa vez era la voz de Harry.

Hermione se sintió extrañamente irritada con sus amigos, en ese momento se sentía como
si la hubieran arrojado de golpe de la realidad. Estaba desorientada. Retrocedió un par de
pasos sin dejar de mirar a Malfoy y con algo parecido a resignación, habló.

—Estoy aquí —dijo, pero no se movió para ir a su encuentro. Se quedó parada en el sitio,
observando a Malfoy, tratando de descifrar qué estaba pensando, si se sentía tan alterado
como ella. Pero al menos su fachada era la viva imagen de la total indiferencia. En unos
segundos, Harry y Ron aparecieron por la entrada pasaje y al ver a Malfoy, de inmediato
pusieron expresión de desconfianza.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Ron, ceñudo.

—Nada —respondió Hermione con sinceridad, y sacó de nuevo el pesado libro del hueco en
la estantería donde Malfoy lo había colocado.

—¿Te estaba molestando? —inquirió Harry esta vez —¿Te ha hecho o dicho algo que...

—Estoy bien –respondió ella ligeramente exasperada —soy capaz de arreglármelas sola.
—Pero ... —comenzó Rón.

—Como también soy capaz de quitarme la chaqueta, quitar las arrugas de una manta o leer
un libro, gracias —replicó sin poder contenerse —No necesito que me sigáis a todas partes
haciendo todo por mí. Sé que lo hacéis con buena intención pero...lo único que necesito
es...estar un rato sola, por favor.

Harry y Ron observaron boquiabiertos como su amiga pasaba de largo sin mirarles y salía
de la biblioteca.

—Pero, ¿qué mosca le ha picado? —preguntó Ron perplejo.

—Está aburrida de vosotros —respondió Malfoy con maldad avanzando por el pasillo.

—Cierra el pico, lechoso —aseveró Ron.

Malfoy sonrió con suficiencia y le empujó con un hombro al pasar, después salió por donde
la chica lo había hecho.

Mierda. Draco apoyó la frente contra la ventana de su habitación, apretó los dientes y
golpeó con fuerza el marco. Todo iba mal.

Todo se le escapaba de las manos. No se podía controlar, parecía una bestia en celo. La
inocente y eficiente Hermione Granger nunca sabría lo poco que le había faltado para ser
fruto de sus atenciones allí mismo, en el viejo suelo de la biblioteca Black. O contra una
estantería, qué más daba.

Jamás, jamás debería haberle permitido que viera y tocara su Marca. Ya la había visto una
vez, pero entonces le había pillado desprevenido y de cualquier modo, había hecho cuanto
había podido por ocultarla. Era una ironía que precisamente ella la viera.

Pero esa ironía no le causaba ni la más mínima gracia. Ya hacía tiempo que había
renunciado, que era un mortífago desertor, que había huido de las líneas del Señor Oscuro
pero de ahí a obsesionarse por Hermione Granger, a sentirse atraído por una sangre sucia
había un gran trecho.

Tal vez no fuera un asesino, pero desde luego no era un amante de los sangre sucia.

Aunque comenzara a parecerlo.

Eso tenía que acabar. No podía seguir viviendo con esa extraña mezcla de deseo,
desprecio, culpabilidad e inquietud. No quería sentirse cada vez más vulnerable, ni perder
el control de la situación, de sí mismo.

Su padre siempre le había dicho que debía someter sus sentimientos bajo un férreo control,
era la única manera de actuar con inteligencia, de no ceder ante las inherentes debilidades
humanas. Esa era una de las cosas que diferenciaba a un sangre pura de un sangre sucia.
Un sangre limpia era superior y actuaba en consecuencia con esa superioridad.
En cambio él actuaba como un completo gilipollas cuando se trataba de ella. ¿Qué sería lo
próximo? ¿Regalarle flores? ¿Cantar una serenata bajo su ventana?

No podía permitírselo.

Además ahora ella sufría los efectos de una maldición. Fuera lo que fuera en lo que esos
tres estaban metidos, era realmente peligroso. Y tenía algo que ver con Él. Draco se
estremeció al recordar la última vez que lo había visto, la suerte que había tenido de
escapar vivo de sus garras.

Pensándolo con detenimiento, la casa de Potter no era precisamente el lugar más seguro en
el que esconderse. El Señor Oscuro estaría buscándole y más si sospechaba que ellos
estaban tramando algo para destruirle. Él solo era un intento fallido de mortífago, no era
una de las prioridades del Lord Tenebroso encontrarle, en cambio Potter sí.

Estaría buscándole por todas partes, y cuando el Señor Oscuro se proponía algo, lo
conseguía. Tenía más posibilidades de vivir si estaba lejos de Potter. Pero no tenía varita,
¿podría sobrevivir en el mundo exterior sin magia?

No era estúpido. No duraría ni dos días ahí fuera sin ella. Ya estaba en situación de
desventaja frente al Señor Oscuro aún con magia, sin ella estaría tan indefenso como
cualquier muggle. Lo encontraría en dos horas y acabaría con él.

Sacudió la cabeza y miró por la ventana de su habitación. Tenía que encontrar un modo de
salir de la Mansión Black y desaparecer.

—Kreacher —llamó.

Hermione sopló la superficie espesa del chocolate caliente que se había preparado,
mientras subía las escaleras de vuelta a su habitación. Había decidido prescindir de magia –
y de Harry y Ron –ya que no era muy buena ejecutando hechizos con la zurda, y se sentía
bastante satisfecha de los resultados obtenidos por medios muggles.

No es que hubiera mucha dificultad en prepararse una taza de chocolate caliente, pero
después de pasarse días y días sin hacer nada por sí misma, era reconfortante hacerlo.

Tuvo un pequeño conflicto cuando quiso abrir la puerta de su habitación, pues su única
mano útil estaba sujetando la taza pero se resistió a pedirle ayuda a Harry y a Ron. Se
sentía un poco culpable por las palabras que les había dicho un rato atrás en la biblioteca
pero lo cierto es que se sentía agobiada por todas las atenciones que le habían dado desde
que se había despertado en San Mungo.

Lo único que le apetecía en esos momentos era sentarse con Crookshanks en sus rodillas,
tomarse el chocolate caliente y sumergirse en la lectura de un buen libro. Tal vez así podría
dejar de pensar en el extraño momento que ella y Malfoy habían protagonizado en un
rincón oscuro de la biblioteca.

Finalmente, después de un forcejeo, logró abrir la puerta de su habitación y entrar.


Crookshanks estaba sobre la cama, con la espalda curvada, las uñas hundiéndose en manta
de la Señora Weasley y el vello de todo el cuerpo erizado, dándole un aspecto mucho más
voluminoso. Parecía listo para atacar.
—¡Crookshanks! ¿Qué ocurre? —preguntó Hermione preocupada, dejando la taza sobre la
mesilla y acercándose al animal. Crookshanks se relajó poco a poco bajo las caricias de la
mano de Hermione, y finalmente, cuando ésta se sentó en la cama, corrió a acurrucarse en
sus rodillas.

Hermione se estiró para recoger de nuevo la taza y frunció el ceño mientras observaba su
mesilla de noche. Había algo extraño en la mesilla, algo que difería con la última imagen
que tenía de ella antes de haber bajado a las cocinas, pero en ese momento no era capaz
de darse cuenta de qué era lo que fallaba.

O faltaba.

Capítulo 21: De pesadillas y pistas (Editado)

Hermione comenzaba a sentir como sus párpados le pesaban cada vez más, y cada
pestañeó le suponía un gran esfuerzo. Se reacomodó en la cama, con la espalda pegada a
la pared y trató de fijar la vista en el texto azul marino del gran libro de pócimas que
estaba leyendo pero cada palabra se asemejaba más a un borrón azulado que a una
conjunción de letras. Enlazaba un pensamiento con otro con extrema lentitud y se sentía
abotargada.

Sabía que se estaba quedando dormida pero no quería hacerlo. Tenía miedo.

¿Volvería a tener esos sueños que no podía recordar pero lograban angustiarla por
completo o esos episodios habían quedado atrás? No había tomado la poción para dormir
sin sueños pero...era demasiado tarde, porque en unos segundos, sus ojos se cerraron con
un último aleteo de pestañas.

Estaba listo. La ventana de su habitación estaba abierta y Draco podía sentir la leve brisa
de ese atardecer junto con los últimos rayos de sol acariciándole la cara. Era una sensación
gratificante, un remanso de libertad después de tantas semanas encerrado en la casa de
los Black. Contemplaba de nuevo lo que había visto tantas veces a través del cristal: una
hilera de pisos grisáceos y antiguos que se hallaban en la calle siguiente a la de la Mansión
Black.

Fácilmente podría saltar y perderse por esa estrecha y deteriorada calle, sumida en la
penumbra que creaba la sombra de los edificios que la flanqueaban. Y después podría
simplemente desaparecerse.

No le importaba demasiado a donde ir, pero tenía la certeza de que sería algún lugar muy
lejano. Lejos de Londres, de la guerra mágica, de el Señor Oscuro y sus seguidores. De
ella.

Pero era lo mejor para todos. Debía irse antes de acabar enamorándose de Granger,
porque había llegado a la conclusión de que eso era lo que estaba haciendo. Darse cuenta y
aceptarlo era realmente aterrador para alguien como él. Y más si el objeto de ese
sentimiento tan cursi, ridículo e incontrolable englobado bajo el término "amor" era
Hermione Granger. La empollona, pelo de escoba y sangre sucia Granger.

Oh, su padre le mataría si lo sospechara. Y eso era lo único que le faltaba: que alguien más
quisiera matarle.
Toda esa situación le venía grande y entre las múltiples tretas que había aprendido y
gracias a las cuales aún continuaba vivo, estaba la que rezaba que una retirada a tiempo a
veces era una victoria. Es decir, más le valía poner su culo a salvo y preocuparse del resto
después.

Ese era el plan más inteligente, como también lo era largarse cuanto antes. Ya tenía
colgando del hombro una bolsa en la que llevaba algunas de sus pertenencias además de
provisiones que Kreacher había robado. Torció el gesto mientras se ajustaba la tira de la
bolsa sobre el hombro izquierdo. Había algo más en la bolsa, que ocupaba la mayor parte
del espacio pero no había podido resistirse a llevarlo con él. Quería tener algo, un recuerdo,
algo a lo que poder aferrarse cuando estuviera tan lejos.

Era una soberana estupidez, un acto de sensiblería repugnante y se despreciaba por ello,
pero el hecho es que había tomado y guardado la manta de tela escocesa que olía a
caramelo de la biblioteca. Que olía a ella.

Chascó la lengua y apretó los dedos de su mano derecha que sostenían con firmeza la
varita de Granger que Kreacher se había encargado de robarle. Había usado la magia para
abrir su ventana y una sensación vigorizante, poderosa, le había recorrido,
estremeciéndole. Magia.

Llevaba tanto tiempo sin usarla que ya casi había olvidado lo que se sentía al hacerlo.

Tenía todo, sólo le quedaba irse.

Cuanto antes se largara mejor, menos posibilidades habría de que lo descubrieran o –más
probable –de que él se arrepintiera. Si le daba demasiadas vueltas, sabía que renunciaría a
su huída o al menos querría despedirse de algún modo de ella. Un "Hasta nunca, Granger"
no habría estado mal.

Hasta nunca.

Sabía muy bien que si salía de esa casa, lo más probable era que no volviera a verla jamás.
Él trataría de alejarse de la guerra, Granger se quedaría para luchar en ella. Con sus
queridos Potty y Weasel.

Allá ella si era tan necia.

Él se largaba. A la de tres.

Uno. Draco subió un pie al alfeizar de la ventana y se agarró al marco con su mano libre.

Dos. Apoyó su peso en el pie, listo para tomar impulso y saltar.

Tres. Saltó y aterrizó...en el interior de la habitación.

Maldito fuera todo. No era capaz de irse por mucho que lo intentara. Su mente enviaba las
órdenes, pero su cuerpo iba por libre y hacía lo que le daba la gana, como devolverle al
punto de partida por ejemplo. ¿Qué demonios ocurría? ¿Por qué no podía irse?

Era desesperante. Si seguía peleándose consigo mismo, Granger terminaría por percatarse
de que le faltaba su varita y no tardaría mucho en ir a pedirle cuentas. Sabría de inmediato
que había sido él.
Del mismo modo que Draco sabía que si la veía una vez más no sería capaz de irse y
enviaría al diablo todas sus precauciones.

Frustrado y enfadado consigo mismo, comenzó a dar vueltas por la habitación pensando en
qué hacer pero al cabo de unos segundos, un sonido se filtró entre las brumas de su
desesperación, paralizándolo en el acto. ¿Eso había sido un sollozo?

Se acercó unos pasos a la pared que separaba su habitación de la de Granger pues le


pareció que de ahí provenía el sonido y se quedó allí, tenso, alerta a cualquier nuevo sonido
con la varita fuertemente apretada en su mano. Durante unos segundos no escuchó nada
pero justo cuando empezaba a relajar los hombros y bajar la mano, lo oyó de nuevo.
Alguien respiraba con dificultad, a trompicones, del modo en que lo hacen los niños que
lloran a pleno pulmón.

Estaba claro que el sonido provenía de la habitación de Granger. ¿Granger...llorando?

El corazón le dio un vuelco y de inmediato decenas de preguntas desfilaron por su mente.


¿Qué le ocurría? ¿Por qué estaba llorando? ¿Le había pasado algo? ¿Habría discutido con
Potter o Weasley? ¿Acaso había recibido una mala noticia?

Pero bueno, ¿a él qué demonios le importaba todo eso? Se iba a ir, ¿no? Lo que le pasara o
dejara de pasar a Granger no era asunto suyo, y aunque sintiera...curiosidad, no podía
permitirse ir a echar un vistazo. Que ella le viera supondría prácticamente renunciar a toda
posibilidad de huída.

"Lárgate, pronto. Hazlo ahora mismo u olvídate" se dijo.

Titubeó unos instantes, indeciso, y finalmente se movió. Pero no fue hacia la ventana, sino
hacia la puerta de su habitación. La abrió con brusquedad, maldiciendo y farfullando por la
bajo, y en dos pasos se plantó frente a la puerta de la habitación de Granger.

Se pasó una mano por el pelo con nerviosismo y soltó aire con brusquedad.

—Maldita sea —escupió y alzó la mano para aporrear la puerta con fuerza. Pero en el último
instante se detuvo, soltó otro taco y giró el pomo con violencia. Empujó la puerta e
irrumpió en la habitación de la chica como una tempestad. En un primer instante se detuvo,
desconcertado al no verla, pero pronto la divisó y se quedó helado.

Draco había visto –y hecho –llorar a bastantes personas, pero nunca había contemplado
algo así. Ella estaba sentada en la cama, con la espalda apoyada contra la pared y un libro
abierto en sus rodillas. Dormía, pero todo su cuerpo estaba rígido, cargado de tanta tensión
que parecía que alguien le había lanzado un Petrificus. Pero lo peor era su rostro. Estaba
deformado por el horror, por un sufrimiento mudo que casi lo volvía irreconocible.
Sollozaba cada poco pero no soltaba ni una lágrima, pareciera que sus pestañas estaban
tan apretadas que cortaban cualquier intento de liberarlas.

Draco se quedó paralizado por el miedo. Había algo perverso en ese callado llanto que
transmitía más dolor y sufrimiento que un millón de lágrimas. No soportaba verla así, tenía
que hacer algo para parar eso, lo que fuera.

Ella había dicho que tenía sueños horribles fruto de la maldición que la había afectado y
Draco sabía que eso era lo que debía de estar sucediéndole. Debía despertarla como fuera.
Nervioso, apoyó una rodilla sobre la cama y se inclinó sobre ella. Alargó una mano
temblorosa hacia la chica y le rodeó el hombro con ella, sorprendiéndose al comprobar su
dureza. Parecía hecho de pura piedra y eso sólo le asustó más.

Se pasó la lengua por los labios, inquieto, y la agitó, con más rudeza de lo que había
pretendido. Esperó unos segundos pero ella no dio ninguna señal de despertar o el más
leve movimiento. Parecía realmente una estatua, inmóvil, insensible.

—Granger, despiértate —le exigió a la desesperada y su voz sonó estrangulada, como si le


costara un gran esfuerzo hablar.

La sujetó con ambas manos y la sacudió con violencia una y otra vez. El cuerpo de la chica
se agitaba entre sus manos, entumecido, y su cabeza rebotaba con cada sacudida hasta
que finalmente cayó sobre su pecho, inerte.

Entonces él la soltó, asustado, y el cuerpo de la chica volvió a quedar apoyado contra la


pared, con la cabeza caída.

—Granger, joder —susurró casi sin voz.

Desesperado, le sujetó el rostro con las manos y apoyó su frente en la de ella, temblando.
Ella estaba templada y eso le devolvió un poco la esperanza. Acarició con sus pulgares las
mejillas de la chica y ambos permanecieron inmóviles, unidos durante segundos con los
ojos cerrados. Entonces ella sollozó y su cuerpo tembló. Draco abrió los ojos en el acto y se
apartó un poco para observarle el rostro y sintió que se quedaba sin aliento al ver como
ella arrugaba los labios y parpadeaba torpemente, tratando de liberarse de los restos de su
pesadilla.

De repente, Hermione abrió los ojos y Draco se sintió traspasado por un sentimiento. Algo
parecido a alivio vibró en su corazón, aumentando la velocidad de sus latidos hasta
hacerlos casi dolorosos.

Draco pudo observar como ella entrecerraba los ojos y lo miraba confundida. Entonces, se
quedó muy quieta y él vio como las lagrimas acudían a sus ojos, volviéndolos vidriosos y
brillantes.

Hermione aspiró una bocanada de aire, asustada y confusa, y sin pensarlo, se arrojó sobre
Malfoy. Le echó su brazo sano al cuello, hundió el rostro en su hombro y lo apretó con
fuerza contra ella, mientras sollozaba desesperadamente.

Se asió a él con fuerza, como si fuera su tabla de salvación, la única luz entre las tinieblas,
con una desesperación que nunca había conocido. Draco se quedó demasiado sorprendido
para reaccionar y se limitó a estarse quieto, sintiendo los latios del corazón de la chica
golpear contra su pecho, el temblor de su cuerpo estremeciéndose junto al suyo, la
humedad de sus lágrimas traspasando la seda de su camisa, su espesa mata de cabello
apoyada en la curva de su cuello.

Quería calmarla y reconfortarla, hacer que volviera a sentirse bien pero no sabía cómo. Él
lo desconocía todo sobre como consolar a la gente. ¿Qué se suponía que debía hacer?
¿Decirle algo?

"Eh, Granger, deja de llorar, joder" no le parecía una buena frase.


¿Entonces debía...abrazarla? Él no abrazaba a la gente. Tampoco nadie le abrazaba a él
para ser sinceros. No estaba acostumbrado a recibir ni dar muestras de afecto físico. Había
tocado a alguna que otra chica pero nunca de un modo...afectuoso. Un abrazo siempre le
había parecido demasiado personal –e innecesario –y se sentía incómodo –aunque
extrañamente feliz –al ser el objeto de uno.

No quería devolverle el abrazo, pero tampoco quería que le soltara. Sin embargo algo debía
hacer aparte de estar ahí parado como un estúpido. Indeciso, alargó una mano y la subió
hasta el hombro de la chica, pero aún sin tocarla.

Había visto a gente consolar a otros dándoles palmaditas en la espalda, o eso creía
recordar. No debía de ser tan difícil, ¿no?

Tragó saliva, tensándose cuando ella le rozó el cuello con la nariz y acercó su mano al
hombro de la chica. Le dio una palmada que hubiera lanzado al suelo al mismísimo Goyle y
apartó la mano de inmediato cuando ella soltó un quejido, dándose cuenta de que había
sido un bestia.

Ella aflojó un poco el brazo en torno a su cuello y se apartó, lo justo para mirarle a la cara,
sorprendida y confundida.

Cuando sus ojos se encontraron, Draco pudo ver todo el rostro de la chica surcado de
lágrimas. Él mismo había estado a punto de hacerle llorar más de una vez en el pasado,
pero nunca la había visto llorar realmente, o al menos no de ese modo.

No podía explicarlo pero se sintió fatal al ver las lágrimas bajando por sus mejillas y
uniéndose en su barbilla, para después caer, como gotas de rocío sobre la manta –que por
cierto, ahora que la miraba era jodidamente fea y hortera –como antes lo habían hecho
sobre su carísima camisa. Algo se retorcía, incómodo en su interior, pidiendo una de sus
sonrisas.

Ella tomó aire con varias inspiraciones cortas y seguidas, y pareció serenarse un poco.
Apartó los ojos de Malfoy, avergonzada por su arrebato y se limpió las lágrimas con la
manga de su camiseta. Se sentía ridícula por haberse lanzado a los brazos de Malfoy y
haberle empapado la camisa, seguramente la había arruinado así que no le extrañaba que
él le hubiera dado una cachetada en el hombro para hacerla reaccionar. Se encogió contra
la pared, con la vista fija en la colcha para evitar su mirada, deseando desaparecer o
fusionarse con la manta de la Señora Weasley pero un movimiento le llamó la atención.
Lanzó una mirada de reojo a Malfoy y casi se cayó de la impresión cuando se dio cuenta de
que él estaba desabrochando los botones de su camisa.

—¿Pero qué haces? —chilló asustada, alejándose todo lo que pudo de él hasta toparse con
el cabecero. Malfoy la observó con sus ojos grises y esbozó una lenta y sensual sonrisa de
lado mientras sus dedos largos y pálidos continuaban liberando botón a botón con
asombrosa habilidad. Viendo el tono que estaban tomando las mejillas de la chica, Draco se
hizo una idea aproximada de las cosas que se le estarían pasando por la cabeza y tuvo que
hacer un gran esfuerzo para contener una carcajada. Se retiró la camisa empapada con un
movimiento de hombros que tensó su pecho surcado por finas cicatrices y cogió la prenda
con una mano, hecha un bulto arrugado. Después se lo tendió a Granger que continuaba
arrinconada contra el cabecero, mirándole como si se hubiera vuelto loco.

—Ya la has echado a perder así que aprovéchala —dijo arrastrando las palabras como si
estuviera muy aburrido.
—¿Qué se supone que he de hacer con ella? —preguntó la chica, decidiendo si aún si se
sentía más sorprendida que desconfiada.

Draco soltó una risotada seca, más tenso de lo que le hubiera gustado, y le acercó más la
camisa.

—Sécate —dijo con un toque de ruda ternura en la voz.

Hermione le miró sorprendida y él le sostuvo la mirada unos instantes. Mantenía el rostro


inexpresivo, pero había algo vibrando en el iris gris de sus ojos, una luz que Hermione no
había visto antes allí. Frunció el ceño, pero él ya se había puesto en pie tranquilamente,
como si no estuvieran solos en la habitación de Hermione y él hubiera dejado su camisa
sobre la cama.

Se acercó a la puerta y la abrió pero la voz de la chica le detuvo.

—Gracias —dijo en un murmulló.

Draco se detuvo bajo el marco de la puerta y giró el rostro lo justo para poder lanzarle una
mirada de soslayo. Después, se encogió de hombros con elegancia y salió de la habitación,
dejándola de nuevo a solas. Hermione se quedó mirando durante unos instantes el lugar
por donde él había salido, con su camisa fuertemente apretada en su mano izquierda.

Y aunque en ese momento ella no era capaz de pensar con claridad, si se hubiera fijado en
su mesita se hubiera dado cuenta de que allí volvía a estar lo que un rato atrás le había
faltado.

Crookshanks maulló y se paseó sobre la manta, rozando con su peluda cola la cara de su
dueña, en un vano intento de llamar su atención. Pero Hermione apenas pestañeó y siguió
con la mirada perdida, echada sobre la cama con la camisa de Malfoy a unos centímetros
de ella. De vez en cuando le lanzaba alguna mirada de reojo y la tocaba con la punta de un
dedo, deslizando la yema por la suavidad de la tela, pero pronto apartaba la mano y se
reprendía a sí misma.

Lo cierto es que estaba confundida. En realidad, sentía tantas cosas a la vez que ni siquiera
podía analizarlas. En primer lugar, aún sentía los efectos de la pesadilla que había tenido,
quedaban huellas en su cuerpo y en su alma. Y por primera vez creía tener una vaga idea
de lo que había soñado.

Sólo sabía que se trataba de un bosque o algo por el estilo. Muy poblado, profundo y
oscuro. Un lugar cuyo solo e indefinido recuerdo le causaba pavor.

Después –y no menos importante –estaba Malfoy con todos sus derivados. Para empezar se
había echado sobre él como una histérica cuando había despertado de su pesadilla y le
había visto allí. Hermione se sentía mortificada de sólo recordarlo. Al mismo tiempo
pensaba que eso era una reacción estúpida considerando que él la había visto desnuda y
ella casi a él, y que se habían besado en más de una ocasión –en dos, concretamente –pero
posiblemente nada de eso había sido tan íntimo o personal como ese abrazo. Si es que se
podía llamar abrazo a echarle un brazo al cuello a una persona y que ella te diera un
manotazo en el hombro.
No es que no hubiera esperado algo similar así que no era eso lo que le inquietaba sino el
hecho de que mientras hundía la nariz en su cuello, había deseado con desesperación que
él la abrazara. Que la estrechara fuerte y le dijera que todo iba a ir a bien.

Por supuesto ese no era un comportamiento que Malfoy tendría y eso sólo hacía más
ridículo ese fugaz deseo. Debía tener cuidado si no quería perder el control de las cosas.

Su relación con Malfoy siempre se había basado en el desprecio mutuo y en lanzarse unas
cuantas pullas por cada pasillo en el que se encontraban. Si tenía un buen día, Hermione le
ignoraba y él ni la miraba. Se podría decir que su relación se basaba en ignorarse y picarse
a partes iguales.

Eran años de experiencia, el orden lógico de las cosas, y aunque nunca lo hubiera
disfrutado, al menos así sabía a que atenerse con él. Pero desde que él había llegado a
Grimmauld Place las cosas habían ido cambiando sutilmente. Habían llegado a besarse –
aunque Hermione prefería atribuirlo a un lapsus temporal conjunto –pero habían
compartido cosas aún más intimas que eso. Esa mirada en el hall, ese momento en la
biblioteca, ese casi abrazo...

Si no tenía cuidado podría acabar...¿qué?¿volviéndose loca por él? Hermione soltó una
risotada burlesca ante sus propios pensamientos. Malfoy no era su tipo y no podrían ser
más diferentes.

"Viktor, piensa en Viktor" se dijo. Prefería mil veces a Viktor.

Pero él no estaba ahí y Malfoy sí...

La muchacha dio un respingo cuando sintió unos golpes en la puerta.

—Hermione —dijo la voz de Ron al otro lado —¿podemos pasar?

Hermione escondió con rapidez la camisa de Malfoy debajo de la manta de la Señora


Weasley y se incorporó rápidamente, provocando que Crookshanks saltara de la cama y se
dirigiera a la butaca con aire ofendido.

—Claro —respondió.

Ron abrió la puerta y él y Harry se asomaron a su habitación con prudencia, como si


temieran que ella estuviera esperándoles para lanzarles un embrujo moco-murciélago.
Hermione vio sus expresiones precavidas y tuvo el suficiente ánimo para sonreír
fugazmente.

—¿Estás bien? —le preguntó Harry, cerrando la puerta.

Hermione se preguntó si sería tan evidente que no lo estaba, pero trató de disimularlo.

—Pues...

—Y no nos digas que no te pasa nada —acotó Ron —tienes los ojos rojos.

La chica miró a sus amigos, y leyendo la preocupación y el cariño en sus miradas, sintió
que algo en su interior se aflojaba, dejándole una vaga sensación de alivio. Era extraño,
pero después de haberse "desahogado" con Malfoy se sentía mejor y preparada para
decirles la verdad a sus amigos. Ellos se merecían saberlo. Les sonrió con expresión triste y
les invitó a sentarse junto a ella con un gesto. Ambos obedecieron, expectantes.

—Tengo que contaros algo —dijo con voz cansada —es algo que me viene pasando desde
que al tocar aquella pared fui maldecida.

—¿Maldecida?

—Sí. Lo que me afectó era una maldición y las únicas consecuencias no son un brazo inútil
—explicó con seriedad.

—¿Qué más te ocurre? ¿Te sientes mal? —preguntó Harry, tenso.

—Bueno, desde aquello...vengo teniendo pesadillas.

—¿Pesadillas? —repitió Ron —¿con qué sueñas?

—Ni siquiera puedo recordarlo pero siempre que me despierto me siento...fatal, como si
hubiera sufrido una tragedia horrible. Me siento angustiada, deprimida, triste...

—¿Se lo contaste a los medimagos? —preguntó Harry mirando a la chica con una mezcla de
seriedad y comprensión mientras tomaba su mano sana.

—Sí. Me dieron pociones para dormir sin sueños y la verdad es que me hacen bien. Sé que
sigo teniendo esas pesadillas horribles pero ya no me siento tan mal al despertar —
aseguró, apretando la mano de Harry.

—¿Por qué no nos lo dijiste antes? —preguntó Ron.

—No quería preocuparos —dijo, y eso era una verdad a medias. No quería preocuparles,
estaba asustada y simplemente, no había estado preparada para contárselo hasta ese
momento.

Se hizo un silencio natural, en el que todos estaban sumidos en sus pensamientos. Al cabo,
Hermione pudo sentir como Harry soltaba su mano y se ponía en pie.

—Esto es mi culpa —dijo.

—¿Qué? —preguntó Ron mirándole con confusión.

—Sí —continuó Harry comenzando a dar vueltas por la habitación —lo de los horrocruxes es
cosa mía, ninguno de los dos teníais porque haber ido conmigo a Rumania. Y yo nunca debí
permitirlo.

—Pero nosotros queríamos ayudarte, Harry —insistió Hermione, con una idea aproximada
de lo que pasaba por la mente de su amigo en esos momentos.

—Da igual. No pienso volver a permitiros que me acompañéis —replicó el moreno alzando
la voz.

—Harry... —comenzó Ron.


—Estoy bien, no hay nada que lamentar —le atajó su amiga.

—¿Qué estás bien, Hermione? Mírate, tienes el brazo derecho inútil y ni siquiera puedes
dormir en paz. Si yo no hubiera...

—Deja de echarte la culpa de todo, Harry —terció Ron —Hermione y yo sabíamos a qué nos
arriesgábamos cuando decidimos acompañarte. Queríamos y queremos ayudarte.

—Esto no es cosa vuestra. Es mi guerra.

—Claro que es cosa nuestra —le contradijo la chica con el ceño fruncido —Somos tus
amigos.

—Precisamente por eso no puedo seguir poniéndoos en peligro.

—¡No es tu decisión! —chilló Hermione exasperada.

—Harry, Hermione tiene razón —añadió Ron, más calmado que su amiga —Somos
Hermione y yo los que debemos decidir si queremos arriesgarnos o no.

—Eso es muy bonito —replicó Harry con ironía —pero esto no es asunto vuestro. No tenéis
por qué poneros en peligro sin necesidad. Si os hubierais quedado aquí, Hermione ahora
estaría sana.

—Pero Harry...

—¿Es que no lo entendéis? —gritó Harry, enfadado —No puedo salir a buscar otro horrocrux
con vosotros sabiendo que posiblemente alguno no volverá sólo porque os empeñáis en
meteros en mi guerra con Voldemort.

—Deja de hacerte el mártir —espetó Hermione secamente. La mandíbula inferior de Ron se


descolgó en el acto —Sé que tienes la mala costumbre de responsabilizarte de todo lo que
pasa a tu alrededor pero no me uses como excusa para enfrentarte solo a algo de lo que
tienes pocas posibilidades de salir vivo. Voldemort tiene a sus mortífagos y tú nos tienes a
nosotros. Ni siquiera él pudo hacer las cosas solo, ¿por qué crees que en tu caso sería
diferente?

Las últimas palabras de Hermione parecieron retumbar en el tenso silencio que se formó en
la habitación. Ron miraba a Hermione y Harry alternativamente como si estuviera
contemplando un partido de tennis muggle, sus amigos tan sólo se sostenían las miradas
en silencio.

Finalmente, Harry aflojó los puños y bajó los hombros, rindiéndose.

—Está bien, supongo que tienes razón —cedió.

—Como siempre —murmuró Ron por lo bajo.

Hermione les lanzó una mirada altiva a ambos y de haber podido, se hubiera cruzado de
brazos.

—Bien, porque creo que tengo una pista sobre el siguiente horrocrux —dijo.
Capítulo 22: Peleas en un pasillo (Editado)

—¿Una pista? —repitió Ron.

Hermione puso la típica expresión de sabihonda que lucía en clase cada vez que algún
profesor preguntaba algo que ella sabía.

—Eso creo. Hace un rato me quedé dormida mientras echaba un vistazo a un libro, por si
encontraba algo sobre como destruir los horrocruxes y cuando desperté —hizo una pausa
para sentirse culpable por su "despertar" —recordaba algo, lo cual es nuevo.

—¿Y qué era? —preguntó Harry, mirándola con atención.

—Un bosque —respondió —no tengo una imagen muy definida porque estaba muy oscuro,
pero era un bosque y creo que allí hay un horrocrux.

—Pues no es una pista muy buena, ¿no crees? Hay cientos de bosques ya sólo en Reino
Unido y si contamos también con los de fuera... –replicó Ron acabando la frase con un
soplido.

Hermione le lanzó una mirada asesina.

—Gracias por tu aportación, genio investigador —respondió ella con altivez y Harry disimuló
una sonrisa —pero eso no es todo. Creo que ese bosque está en Albania.

—¿En Albania? ¿No es allí donde desapareció Berta Jonkins? —preguntó pelirrojo.

—Exacto —apuntó Hermione.

—Un momento, ¡ahora lo recuerdo! —exclamó Harry excitado —¡También fue allí donde
Quirell se topó con Voldemort! ¡En los Bosques de Albania!

—Está claro que en Albania hay algo importante para Voldemort —comentó Hermione
pensativa —Huyó allí las dos veces que fue derrotado, ¿no? Cuando quedó moribundo
después de enfrentarte, Harry, y cuando tuvo que abandonar el cuerpo de Quirrell.

—¿Creéis que tiene una especie de...refugio allí? —preguntó Ron con cara de haberse
comido una gragea de Bertie Bott sabor a vomito.

—O algo parecido —respondió Harry, con el ceño fruncido de concentración —sería lógico
que hubiera ocultado un horrocrux allí.

—Si descartamos el diario, el guardapelo, el anillo de los Gaunt y la copa de Hufflepuff


quedan dos horrocruxes —recontó Hermione.

—Dumbledore dijo que sospechaba que uno de ellos era Nagini, ¿no? Así que lo que falta
debe de ser algo de Ravenclaw —apuntó Ron.

—Y ahora que lo decís creo recordar que se conoce a Albania como el país de las... —
comenzó Hermione.
—Águilas —interrumpió el pelirrojo y ante la mirada interrogativa de sus amigos, se
encogió de hombros con aire entendido —Charlie estuvo en Albania hace un par de años
buscando Bollas.

—¿Bollas?

—Es una especie de dragón albanés que se cree extinta.

Los tres amigos se quedaron en silencio unos instantes, meditando sobre la pista del
horrocrux, hasta que Hermione se puso en pie enérgicamente.

—Bueno, ¿a qué esperamos? —exclamó mientras se dirigía a la puerta.

—Pero, ¿a dónde vas?

—Querrás decir vamos —apuntilló saliendo por la puerta —A la biblioteca, a buscar


información.

Harry y Ron intercambiaron una mirada resignada antes de seguirla.

Draco cerró la ventana que volvió a sellarse mágicamente. No tenía sentido dejarla abierta
porque sabía que no iba a escapar, ya no. Había perdido su única oportunidad de hacerlo,
no sabía si volvería a tener otra. Pero tampoco le importaba demasiado.

Ya se había resignado a la idea de quedarse en Grimmauld Place porque aunque San Potter
le abriera la puerta de par en par y le regalara una docena de varitas, sabía que no se iría.

Y no es que no quisiera, es que no podía.

—Jodida Granger —masculló.

Era realmente irónico que ella fuera el motivo principal por el que quería irse y a la vez la
razón por la que finalmente se había quedado. Contradictorio, ¿no?

Como se había vuelto su puñetera vida en cuestión de meses. Y podría decirse que
realmente todo era culpa de ella. Todo.

Estaba claro que no servía para mortífago. Si no era siquiera capaz de escapar por una
ventana, varita en mano, menos aún sería capaz de matar. Era frustrante.

Estaba sumido en plena fase de despotricar y maldecir mentalmente todo lo que se le


ocurría cuando escuchó un ¡plop! a sus espaldas, y se volvió para ver a Kreacher. El elfo le
observaba con los ojos entrecerrados en una mirada acusadora, como si supiera que se
había quedado en Grimmauld Place porqueno podía separarse de Granger, la sangre sucia.

—¿Qué coño miras? —le espetó con sequedad. Lo único que le faltaba era que un patético y
chiflado elfo doméstico le pidiera cuentas.

—Kreacher está sorprendido de que el joven Malfoy siga aquí, Kreacher pensó que el joven
Malfoy se iría para no soportar a traidores y sangre sucias... —dijo el elfo con la vista fija
en el suelo en una pomposa reverencia. Aunque no le miraba, Draco percibió la inflexión
peligrosa de su voz cuando pronunció las dos últimas palabras.

—He cambiado de idea —dijo en un tono que daba a entender que por su bien no debería
hacer más preguntas.

—¿Kreacher puede saber por qué?

—No. Y ahora lárgate.

—Sí, señor —respondió el elfo repitiendo su reverencia, pero cuando su nariz tocó el suelo,
empezó a mascullar entre dientes —Kreacher no es estúpido, oh, no, Kreacher sabe que
Malfoy se ha quedado por la repugnante y maloliente sangre sucia. Kreacher ve cómo la
mira, Kreacher sabe que él estaba desesperado porque ella estaba en San Mungo. Kreacher
sabe muchas cosas, sabe que el joven Malfoy se ha corrompido y ya no es digno vivir en la
casa de mi honorable señora...El joven Malfoy se ha vuelto otro sarnoso traidor a la sangre,
¡qué decepción!, si la ama supiera...

—¡Basta! —espetó Draco, furioso. A él nadie le trataba así, menos aún un animalillo inferior
que ni siquiera era digno de limpiarle los zapatos —¿De verdad crees que nadie te escucha,
repugnante basura? ¿O es que en realidad quieres que te escuche? ¿Estás acaso
amenazándome? —a cada palabra avanzaba hacia el elfo, el cual parecía encogerse más y
más en sí mismo, aunque sin dejar de mirarle con odio. Draco era tan alto que el elfo
apenas le llegaba las rodillas y pensó con maldad, lo fácil que sería enviarle a las bodegas
de una patada como había visto a su padre hacer docenas de veces con Dubby, Dobbu o
como quiera que se llamara su antiguo elfo doméstico, pero se imagino la interminable
monserga que Granger le daría si se enteraba, y decidió no hacerlo —¿Por qué hablas en
tercera persona? ¿Es que te das tanto asco que no soportas recordar que Kreacher eres tú?
No te culpo, yo también sentiría repugnancia por mi mismo si fuera tú.

—Kreacher no quiere, Kreacher no quiere... —comenzó a decir el elfo histéricamente,


tapándose el rostro con sus manitas delgadas y sucias mientras gimoteaba tan
penosamente, que Draco se sintió repugnado por tan patético espectáculo.

—Escúchame bien, saco de huesos y suciedad —pronunció alejándose cuando Kreacher se


dejó caer al suelo de rodillas, ante la sospecha de que intentaría besarle sus pies. No quería
que ensuciara sus zapatos —me importa un pimiento lo que le cuentes o dejes de contar a
tu vieja y gorda señora. Es sólo un jodido cuadro chillón, ¿está claro? Ella no puede
hacerme ningún daño, pero yo a ti sí. Como vuelvas a hablarme así, a meterte en mis
cosas o a llamar a Granger sangre sucia, yo... —se detuvo un instante pensando en algo
especialmente aterrador para el elfo y sonrió con malicia —yo te daré la prenda, ¿me has
oído? Te daré la prenda y te echaré de tu querida Mansión Black.

—¡El joven Malfoy no puede! —chilló Kreacher, levantándose del suelo de un salto rabioso.
Sus ojos verdes y sanguinolentos destilaban puro odio y temeridad —¡El Joven Malfoy NO
es mi amo! —exclamó con un tono de desquiciado triunfo en la voz.

Draco cerró los puños con furia y se planteó seriamente la posibilidad de estrangular al elfo,
pero cuando dio un paso hacia él, Kreacher se echó a reír como un perturbado y se
desapareció con otro sonoro ¡plop!.
—¿Habéis encontrado algo? —preguntó Hermione desde detrás de un enorme y pesado
libro que tenía dificultades para sujetar con su única mano.

—Nos sería más fácil si supiéramos qué estamos buscando exactamente —se quejó Ron.

—Cualquier cosa sobre Albania que nos pueda ser útil, pero si lo encuentras aburrido,
podrías hacer otra cosa.

—¿Ah, sí? —preguntó el pelirrojo con el rostro iluminado, Harry sonrió.

—Sí —respondió la chica —Busca información sobre cómo destruir la copa de Hufflepuff.
Puedes empezar con pociones corrosivas, me quedé a medias con ese libro de ahí.

La ilusión se escurrió del rostro de Ron y pareció caer a sus pies.

—Más libros —farfulló.

—Es importante, Ronald.

—Hermione tiene razón —intervino Harry —no había pensando en cómo destruir la copa,
pero hasta que no lo hagamos no podemos descartarla como horrocruxes. Hasta ahora sólo
la hemos cambiado de lugar pero Voldemort sigue siendo igual de poderoso.

—No creo que ningún hechizo destructivo funcione —comentó la chica pensativa —sería
demasiado sencillo, pero no perdemos nada por intentarlo.

—¿Ahora? —preguntó Harry levantándose del sillón.

—¿Por qué no? —Hermione se encogió de hombros —por cierto, ¿podrías traerme mi
varita? Creo que está en mi mesita.

Harry asintió y salió de la biblioteca en busca de la copa y la varita de Hermione.


Reapareció un par de minutos más tarde y cerró y selló mágicamente la puerta de la
biblioteca.

—No quiero que nadie nos interrumpa o venga a escuchar —explicó lanzando un hechizo
insonorizador a la puerta. Estaba claro que ese "nadie" sólo podía abarcar a Kreacher o a
Malfoy y Hermione entendía su prudencia.

El moreno posó sobre una mesita de madera un bulto envuelto en una camisa vieja y
enorme –Hermione supuso que había pertenecido a Dudley –y cuando retiró la tela, la copa
de Helga Hufflepuff quedó al descubierto. Dorada, intacta, con pequeñas incrustaciones de
piedras preciosas. Toda una reliquia...que iban a intentar destruir.

—Bueno, ¿qué hacemos? —preguntó Ron incorporándose del sillón en el que estaba
sentado —¿Atacamos a la vez?

—Sí, probemos con un Bombarda —indicó Harry y los tres amigos se colocaron en torno a
la copa, varita en mano —A la de tres...uno —los tres amigos intercambiaron una mirada
expectante—dos... –tomaron aire sonoramente —y ¡tres!
Al unísono, tres chorros de luz roja surgieron de sus varitas hacia la copa con fuerza,
parecieron rebotar y salieron disparados a diferentes puntos de la biblioteca. Uno pasó
entre las cabezas de Harry y Ron para estrellarse contra una pared, otro impactó con la
puerta volándola en pedazos y el tercero destrozó una estantería.

—¡No! —exclamó Hermione, disgustada, corriendo hacia la estantería que


un Bombarda había hecho añicos junto con todos los libros que había contenido.

—Estamos bien, gracias por preguntar —masculló Ron colocándose el pelo que el impacto
del hechizo que pasó junto a su cabeza había revuelto. Harry por su parte, volvió a ponerse
las gafas en posición horizontal.

—Nos devuelve los hechizos —dijo Harry, decepcionado —Ya imaginé que no sería tan
sencillo. Lo único que hemos logrado es destrozar la biblioteca.

—Puede arreglarse —aseguró Hermione con el ceño fruncido y con cierta inseguridad,
apuntó con la zurda a los restos astillados de la estantería y susurró un Reparo. Al principio
pareció que no iba a pasar nada, pero tras unos segundos las astillas se elevaron
lentamente del suelo y se reunieron en un mismo punto, uniéndose poco a poco unas a
otras hasta formar la estantería, con todos sus libros, de nuevo, como si alguien hubiera
hecho al tiempo andar al revés a cámara lenta.

Hermione, algo decepcionada, procedió a arreglar el pequeño golpe de la pared, mientras


Ron reparaba la puerta. Harry se había quedado parado frente a la copa, mirándola
atentamente como si quisiera leer algo en su superficie dorada.

—No creo que podamos hacerlo —dijo con seriedad —no con ningún hechizo que nos hayan
enseñado en Hogwarts al menos. Si en ningún libro del colegio hacen más que nombrar a
los horrocruxes, mucho menos nos enseñarían allí el modo de destruir uno.

—Podemos seguir intentándolo —aseguró Ron posando una mano en el hombro de su


amigo para darle ánimo —pero desde detrás de algún mueble. No me apetece acabar en
San Mungo.

Durante la siguiente media hora, como Harry había supuesto, probaron todo tipo de
hechizos sin resultado. Sin excepción, la copa repelió todos como si tuviera un escudo
invisible que los hacía rebotar y volver hacia ellos. El mobiliario de la biblioteca casi al
completo acabó destruido y los tres amigos tuvieron que reconstruirlo una y otra vez.

A decir verdad, si había alguien que se sentía más frustrado que Harry, esa era Hermione.
Podía realizar algunos hechizos medianamente aceptables con la zurda, como por ejemplo
el reparo, pero se había dado cuenta de que era un desastre con la mayoría de hechizos.
Su Bombarda había sido el que únicamente había logrado hundir un poco la pared, con el
mismo efecto que si alguien le hubiera dado un puñetazo, mientras que los de Harry y Ron
habían hecho volar la estantería y una puerta de pesada madera. Con el resto de los
hechizos que habían probado, no había notado mucha diferencia. Cuando lograba apuntar a
la copa y no a la chimenea que tenía detrás, sus hechizos no eran nada potentes, de modo
que cuando rebotaban, a veces simplemente se extinguían antes de llegar a tocar nada.

Tan sólo uno de ellos llegó hasta el sofá tras el que se ocultaban para protegerse de los
hechizos y no logró más que hacer saltar algunas plumas de un cojín.
—Creo que ya lo hemos probado todo —dijo Ron, mientras reparaba por enésima vez una
de las patas del sofá.

—A mi tampoco se me ocurre nada —reconoció Harry, frustrado —y no creo que nada que
conozcamos nos sea útil.

—Bueno...podemos mirar en mis libros de Encantamientos y DCAO de séptimo curso, tal


vez allí venga algo —propuso Hermione sin demasiado esperanza.

—Dudo que en séptimo enseñen a destruir Horrocruxes —descartó Harry con un ademán.

—Me pregunto por qué Dumbledore nunca te explicó cómo destruir un horrocrux —comentó
el pelirrojo, pensativo.

—Supongo que si no lo hizo fue porque confiaba en que Harry encontraría la manera —
aseguró Hermione tratando de animar a Harry, a todas luces desanimado.

—Bueno, podríamos preguntarle a Malfoy, ¿no? —propuso Ron.

—No creo que él sepa nada sobre los horrocruxes —dijo el moreno —recuerda que ya le
interrogamos y que apenas sabía nada útil. Era el último en la jerarquía de mortífagos, creo
no le tomaban demasiado en cuenta y empiezo a pensar que Voldemort le ordenó la misión
de matar a Dumbledore como castigo porque su padre falló en el Ministerio sabiendo que
no podría cumplirla. Dumbledore lo pensaba.

—A lo mejor no sabe nada sobre los horrocruxes pero seguro que conoce más magia oscura
que nosotros —replico el pelirrojo —podría conocer algún hechizo prohibido o algo así
mucho más potente que un Bombarda.

—Sí, tienes razón —dijo Harry, pensativo. Hermione se mantuvo al margen, silenciosa y
confundida. ¿Eso significa que iban a volver a interrogar a Malfoy y a amenazarlo para que
hablara? Recordó lo pálido que se había puesto la vez anterior cada vez que nombraban a
Voldemort y se sintió incómoda.

—¿Entonces, qué?¿Lo interrogamos? —propuso Ron yendo hacia la puerta.

—¡No! —exclamó Hermione antes de darse cuenta. Cuando vio la expresión de sorpresa en
el rostro de sus amigos, deseo que la tierra la tragara —Quiero decir que...no es necesario.
Yo hablaré con él.

—¿Y crees que te va a decir algo así por las buenas?

—No pierdo nada por intentarlo, ¿no? —dijo ella encogiéndose de un hombro (ya que no
podía con los dos) —Si no lo consigo, podéis intentarlo vosotros, ¿de acuerdo?

—Como quieras —dijo Ron encogiéndose de hombros con una expresión que decía
¡Mujeres! a gritos.

Harry en cambio, se quedó mirándola durante unos segundos con un rastro de extrañeza
en los ojos verdes, pero finalmente asintió. Aliviada, Hermione se dirigió a la puerta de la
biblioteca y soltó un grito de sorpresa, al encontrarse a Malfoy justo allí.
—¡Malfoy! —exclamó, llevándose su mano buena al pecho, en un acto reflejo de intentar
calmarse —¿Qué haces aquí?

—¿Estabas espiando, Malfoy? —preguntó Harry, claramente enfadado, apareciendo tras


Hermione. Ron, se colocó a su lado, con la misma expresión hostil que su amigo.

—Curiosidad. Quería saber si alguno de vosotros había muerto —replicó con ironía.

—¿De qué hablas? –inquirió el pelirrojo con brusquedad.

—Parecía que estabais librando una guerra aquí dentro por el escándalo que montabais —
respondió el rubio —¿Estabais peleándoos o teniendo sexo desenfrenado? —preguntó con
una chispa de humor en los ojos grises que sólo Hermione entendió. Tuvo que hacer un
esfuerzo para contener una sonrisa al entender que él hacía referencia a aquella ocasión en
la que ella le había dicho que les llamaban Trío Dorado por algo.

Pero a Harry y a Ron les hizo ni pizca de gracia el comentario.

—¡Oye, lechoso...

—¡Malfoy! ¡T...

Harry y Ron trataron de salir de la biblioteca, pero como su amiga estaba en medio de la
puerta casi la arrollaron para llegar hasta Malfoy. La chica se tuvo que agarrar al marco con
su mano izquierda para no perder el equilibrio y les lanzó una mirada malhumorada a sus
amigos, que en su enfado ni siquiera se habían dado cuenta de que por poco la habían
derribado.

—Vaya —Malfoy se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones con total parsimonia,
como si Harry y Ron no estuvieran frente a él esperando que les diera un motivo más para
romperle la crisma —¿Por qué os ponéis así? ¿Es por qué he dicho sexo? —remarcó esa
palabra con desafío y malicia —Debí suponer que tratándose de vosotros, la razón de tanto
ruido no podía ser eso. Tenéis cara de pasar horas de soledad en el baño.

—¡Pedazo de...

—O tal vez no tanta soledad —comentó Draco con expresión pensativa, como si se le
acabara de ocurrir y estuviera meditándolo —¿Os hacéis compañía? —y les lanzó una
mirada maliciosa. Pero la expresión de su rostro cambió cuando vio las varitas de Potter y
Weasel apuntando a su pecho.

—¡Engorgio!

—¡Everte Statum!

Malfoy salió disparado contra la pared que había un metro por detrás de él cuando los
maleficios de Ron y Harry le dieron al unísono en pleno pecho. Se estampó contra la pared
y tras unos segundos resbaló por ella hasta llegar al suelo, quedando desmadejado e
inconsciente, como un muñeco de trapo.

—¿Os habéis vuelto locos? —chilló Hermione, corriendo hacia el chico desmayado.
—Bah, no es nada —dijo Ron desechando la preocupación de Hermione con un ademán —
sólo se hinchará un poco y despertará dolorido.

—¿Qué no es nada? —le gritó la chica, fuera de sí, al comprobar que la cara y las manos de
Malfoy empezaban a hincharse hasta hacerle prácticamente irreconocible.

—Usé el mismo hechizo con el que él me atacó en el Club del Duelo –dijo Harry, impasible
—no es para tanto, se despertará en un rato.

—¡Pero él no estaba armado y vosotros sois dos! —la voz de Hermione sonaba
extrañamente aguda, como si hubiera aspirado helio, pero estaba demasiado furiosa o
alterada como para reparar en ello.

—Que no nos hubiera provocado —respondió Ron, tozudo —él sabía que estaba en
inferioridad de condiciones y aún así nos insultó, tiene lo que se ha buscado.

Hermione no se molestó en contestar, les lanzó una mirada colérica y cargada de reproche
mientras se colocaba la cabeza –por momentos más y más grande –de Malfoy sobre las
rodillas ayudándose con su única mano.

—Hermione ... —comenzó Harry.

—¿Por qué no os largáis? —les espetó secamente —Yo me encargaré. Y tú, coge el
horrocrux, ¿o piensas dejarlo en la biblioteca para que Kreacher lo encuentre?

Tras unos segundos de vacilación, Harry entró en la biblioteca a buscar la copa mientras
Ron contemplaba el espectáculo que suponía ver a Malfoy con la cabeza del tamaño de una
pelota de playa apenas pudiendo contener una risilla.

—¿Podrías ir a reírte a otra parte, Ronald? —Hermione le lanzó una mirada helada y se
contuvo de añadir un "o acabaré estrangulándote". El pelirrojo puso gesto ofendido, y
cuando Harry salió de la biblioteca con la copa de Hufflepuff envuelta en su camisa vieja,
ambos se fueron. Antes de que desaparecieran por las escaleras, Hermione pudo escuchar
un "cuando se pone así me recuerda a mi madre" cargado de malhumor.

Apretó los labios, aún más exasperada y volvió a mirar a Malfoy –o lo que quiera que fuera
exactamente en esos momentos -. Cogió su varita y rogó mentalmente ser capaz de
formular los contra hechizos. Después de un par de intentonas, logró que la cabeza y las
manos del chico volvieran a su tamaño original, pero no lo tuvo tan fácil para despertarlo.

—¡Ennervate! —exclamaba una y otra vez apuntándole con su varita. Entonces aguardaba
un par de segundos esperando ver sus ojos grises de nuevo, pero no pasaba nada. A cada
momento se sentía más nerviosa, frustrada e inútil. No podía usar su brazo derecho y era
un auténtico desastre con la zurda. Aún le asombraba haber sido capaz de reducir la cabeza
del chico antes de que se convirtiera en un melón gigante.

—Despierta... —le rogó en un susurro. Sabía que los maleficios de Harry y Ron no eran
demasiado peligroso y que podrían haber empleado otros peores, pero aún así hervía de
furia cada vez que miraba a Malfoy, inconsciente sobre sus rodillas.

Finalmente resolvió intentarlo un par de veces más antes de traer a Harry o Ron para que
lo hicieran aunque fuera sujetos por la oreja, y casi soltó un gritito de júbilo cuando tras su
último intento, Malfoy comenzó a parpadear pesadamente. De pronto, abrió los ojos,
alerta...y se llevó las manos a la cabeza que le dolía como si fuera a partírsele en dos.

Trató de incorporarse, pero se sintió tan mareado sólo de inclinar un poco la cabeza que
volvió a dejarse caer sobre lo que quiera en lo que estuviera apoyado. ¿Dónde estaba?

Reconoció de inmediato ese dulce olor a caramelo envolviéndole y mirando hacia arriba
pudo ver el rostro de Granger, observándole con preocupación. Entonces miró a su
alrededor y al darse cuenta de que estaba tirado en mitad del pasillo del cuarto piso,
recordó todo.

Potty y Weasel le había atacado, los muy cabrones. Había disfrutado mucho provocándoles
y burlándose de ellos, pero no había creído que fueran a atacarle realmente. O tal vez sí. A
él le dolía la cabeza, pero estaba seguro de que a ellos su orgullo.

Hablando de orgullos, el suyo se sentía un poco maltrecho y humillado. Que el gilipollas de


Potter y su perrito faldero le hubieran hecho polvo con total facilidad y que su inseparable
Granger, hija de muggles, fuera quien le estuviera ayudando era humillante para Draco
Malfoy.

—No te muevas —le sugirió ella con suavidad.

Y lo cierto, lo peor, lo más espantoso, era que realmente no quería moverse, que no le
importaba tener ese taladrante dolor de cabeza mientras pudiera seguir cerca de ella. Lo
cual era jodidamente cursi. Vomitivo.

Por eso, se incorporó a pesar del enorme esfuerzo y el mareo que eso le supuso, y se
apartó de Granger. Ella le observaba con algo parecido a compasión en los ojos castaños, y
eso sólo hizo que Draco se sintiera más humillado, asqueado y ridículo.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Por un instante, Draco se sintió cómo cuando ella le había descubierto llorando cual niño
pequeño en el salón por culpa de un boggart. Con la misma sensación de vulnerabilidad
que entonces o aún peor. Odiaba su compasión, pero anhelaba su preocupación. Importarle
por algo más que por ser el cachorro desvalido de turno al que ella protegía.

Y eso era realmente aterrador para él. Por eso, cuando ella se acercó a él, Draco se apartó
y giró el rostro, enfadado consigo mismo, con ella y con la situación. Quería alejarla de él
antes de que se le metiera demasiado dentro. Aún más.

—Déjame en paz, sangre sucia, no necesito tu ayuda —le espetó con desprecio.

Hermione se quedó paralizada unos instantes, como si hubiera recibido un impacto muy
fuerte que le impedía moverse o reaccionar. Y después sintió dolor, en el pecho, y
humillación.

No sólo desdeñaba su ayuda después de que ella se hubiera desesperado por despertarle,
sino que volvía a llamarla sangre sucia. Como en los viejos tiempos.

Sólo que ahora esas dos palabras le dolían más que nunca.
Se sintió tan dolida y estúpida por dejar que algo de lo que él dijera le afectara, que se
puso en pie y le miró, enojada.

—Que te den, Malfoy —dijo, y después se alejó a zancadas por el pasillo.

Mientras desaparecía por las escaleras, a Draco le pareció ver el brillo de lágrimas en sus
ojos y se sintió aún peor.

Capítulo 23: Duerme (Editado)

No lo entendía. ¿Por qué tenían que importarle tanto sus palabras?

En realidad, ni siquiera había comenzado a hacerse ilusiones de que él hubiera cambiado,


¿no? Conocía a la perfección a Draco Malfoy desde prácticamente la primera semana de
curso. Orgulloso, narcisista, egoísta, ambicioso, con un gran complejo de superioridad y
una evidente carencia de afecto. Necesitaba pisotear a los más débiles para autoafirmarse
y tenía celos de los éxitos de los demás. También era elitista y se creía muy poderoso por
ser un sangre pura y tener una familia rica e influyente. Era superficial y arrogante.

La única virtud que Hermione podía destacar en él era su astucia y reconocía que era
inteligente. Pero nada más.

Y no obstante, la visión que tenía de él había sufrido graves vapuleos y transformaciones


desde que estaba en Grimmauld Place. Había descubierto que era humano, que estaba solo
y asustado, que tenía los mismos miedos que cualquier persona. Que era altanero pero no
insensible, y que en ocasiones, podía llegar a ser rudamente tierno.

La había besado, le había pedido que volviera y la había mirado de un modo indescriptible
cuando regresó de San Mungo. También le había alcanzado un libro y permitido tocar su
marca, y la había sacado de su horrible pesadilla. Le había dado su camisa para secarse las
lágrimas y había permitido que llorara en su hombro.

Y justo cuando empezaba a pensar que después de todo no era tan horrible, la rechazaba e
insultaba de nuevo.

Sangresucia, sangresucia, sangresucia. Oía una y otra vez ese insulto en su interior,
golpeándola con una fuerza invisible.

Enfadada, sacó la camisa de Malfoy de debajo de la manta de la Señora Weasley y la arrojó


al suelo de la habitación.

Malfoy era un idiota. Y Harry y Ron.

Y ella.

Con desgana, cogió una de las pociones para dormir sin sueños que los medimagos le
habían dado –no quería que se repitiera el episodio de esa tarde – y la bebió lentamente.
No había cenado nada –por no ver a sus amigos –pero había decidido acostarse para que
se acabara su largo y asqueroso día de regreso a Grimmauld Place. Se metió en la cama y
apoyó la cabeza en la almohada, subiéndose la manta de la señora Weasley hasta casi la
barbilla. Lo bueno de la poción era que la hacía dormirse en cuestión de un minuto, así no
tenía que pensar en bestias insensibles y arrogantes, ni en cómo le había dolido
ese sangresucia a bocajarro.
Cerró los ojos y pensó en cuanto odiaba a Malfoy. Poco después, se quedó dormida.

Sí, debería estar durmiendo, pero simplemente no podía. Tenía una sensación amarga en la
boca y se sentía mal, aunque el dolor de cabeza y la humillación hubieran pasado hacía
unas horas ya. Ya era más de media noche y hacía más de veinte minutos que había
escuchado a Granger pasar por el pasillo y meterse en su habitación. Seguramente ella ya
estaba dormida, en lugar de dar vueltas por la habitación estúpidamente.

Dormida.

¿Estaría teniendo pesadillas otra vez? No había escuchado nada, pero eso no tenía por qué
significa que todo fuera bien.

Quería verla y comprobar si le odiaba. Sabía que le había hecho daño al llamarla sangre
sucia y que se había encargado de romper la frágil tregua en la que parecía hallarse su
relación. Ella le había abrazado entre lágrimas y se había preocupado por él cuando los
imbéciles de sus amigos le atacaron. Él le había dado un golpe en el hombro y la había
insultado.

"Bien hecho, Draco" se dijo, con amargura. No podía seguir así, en completa lucha consigo
mismo, con sus instintos, con sus sentimientos. Primero se iba a largar, después no lo
hacía. La insultaba, después se arrepentía. La deseaba y una y otra vez se reprimía.

Él no estaba acostumbrado a negarse algo que deseara, de hecho, desde pequeño siempre
había tenido todo aquello que había querido. Dinero, poder, popularidad. Y también éxito
con las chicas.

Ahora no tenía un galeón, ni una pizca de poder –ni siquiera el jodido elfo doméstico le
respetaba –y la única chica que deseaba no podía ser suya.

O sí, pero no debía. Pero siendo realista, ¿qué importaba ya lo que debería o no debería
hacer? Ya no era el príncipe de Slytherin, ni un mortífago, y ser un Malfoy se había
convertido en algo peligroso. Su padre estaba en la cárcel, su madre vigilada y él en
búsqueda y captura por mortífago y desertor. Estaba en una situación en la que no le
quedaba nada que perder.

Estaba aburrido de estar encerrado e inactivo y su única satisfacción consistía en molestar


a Potter y Weasley y en estar con ella. Verla, oír su voz, discutir con ella...besarla.

Que el infierno le llevara, pero se moría de ganas por volver a hacerlo.

Seguramente se debiera a que llevaba demasiado tiempo sin compañía femenina. Desde


que él y los mortífagos huyeron de Hogwarts, la única mujer que había visto era su tía
Bellatrix y esa tal Alecto.. La única chica que tenía a mano era Granger y eso explicaba por
qué la había ido encontrando más y más atractiva. Tal vez no se estuviera "enamorando" ni
ninguna cursilería por el estilo. Simplemente eran sus hormonas que se conformaban con lo
único que tenían cerca.

Sí, eso era todo. Al llegar a esa conclusión se sintió inmensamente mejor. Era una
explicación satisfactoria que no le producía un conflicto con sus principios. Sólo se trataba
de sus instintos más primitivos y naturales.
Pero un sonido quebró su recién encontrada paz: un sollozo. No necesitó volver a
escucharlo para identificarlo, Granger estaba teniendo otra pesadilla. Antes de darse cuenta
ya estaba en el pasillo, frente a la habitación de la chica. Alargó la mano hasta su pomo y
se detuvo un instante.

Quería acostarse con ella, no implicarse emocionalmente. Debería importarle un pimiento


que ella tuviera pesadillas o que eso le hiciera sentir mal. No tenía ningún interés en
convertirse en su paño de lágrimas de nuevo o en tratar de reconfortarla. Lo único que le
importaba era su cuerpo.

Al diablo con sus pesadillas, él se largaba.

Dio un par de pasos y entró en la habitación. Pero no la suya, sino la de Granger.

Mierda.

La escasa luz que arrojaban las lámparas de aceite mágico por el pasillo, se colaban por la
abertura de la puerta y caían sobre su rostro y el comienzo de uno de sus hombros.
Dormía, pero con la misma expresión de sufrimiento que unas horas antes. Un dolor mudo.

Y observando la arruga de su entrecejo, sus labios entreabiertos como si quisieran gritar


pidiendo auxilio, se dio cuenta de que no podía largarse y dejarla así como si nada.
Maldiciéndose a sí mismo, a ella y a las jodidas pesadillas, se aproximó con cautela a la
cama de la chica.

Su cabello castaño y alborotado, se repartía por la almohada en guedejas de miel,


irradiando ese olor dulce. Estaba inmóvil, indefensa, atrapada en sus sueños y expuesta a
él. Podía mirarla y tocarla sin ella lo notara.

Con cautela, se sentó en el borde la cama y alargó una mano hasta el rostro dormido de la
muchacha. Extendió el índice y lentamente lo aproximó hasta su ceño fruncido. Lo acarició
suavemente durante unos segundos hasta que ella lo relajó, adquiriendo una expresión
más serena. Después bajó hasta sus labios plegados y los delineó pausadamente. Eran tan
suaves y estaban tan fríos que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no calentarlos con los
suyos. El impulso era tan fuerte que su dedo tembló sobre la boca de ella y apartó la mano
con brusquedad.

Debía dejarse de tanta mariconada y despertarla de una jodida vez. Rudamente, acercó su
mano hasta el hombro de la muchacha con la intención de darle una buena sacudida para
que despertara, pero cuando sus dedos se cerraron en torno a su piel, el impulso murió. En
lugar de sacudirla como un bestia, presionó un poco con sus dedos y la movió con
suavidad.

—Granger —susurró.

Esta vez, ella no tardó tanto en despertarse. Aspiró una bocanada de aire con fuerza y
abrió los ojos. Parecía tan asustada y aturdida, que Draco retiró la mano de inmediato y se
puso en pie.

Hermione tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba en su habitación y que la
figura alargada y oscura que había junto a su cama era Malfoy. Había tenido otra pesadilla,
aunque no tan intensa como la de esa tarde. No obstante, los restos de un miedo primitivo,
de una tragedia horrible, seguían calados en sus huesos. Tembló, se arrebujó bajo la manta
de la señora Weasley y reuniendo valor, miró a Malfoy a los ojos. A decir verdad, no podía
percibir su expresión o su estado de ánimo, la habitación estaba casi por completo a
oscuras y la tenue luz que llegaba del pasillo, sólo le iluminaba hasta poco más allá de la
cintura. Pero ella sabía que la había despertado, de nuevo.

Y volvió a sentir que las piezas de la ecuación Malfoy dejaban de encajar otra vez. Pero esa
sensación estaba sepultada bajo otra parecida a alivio y necesidad.

Cuando él se movió y Hermione comprendió que su intención era salir de la habitación,


sintió el impulso de gritar un sonoro no. Y aunque logró reprimirlo, no pudo evitar que unas
fatídicas palabras salieran de sus labios.

—Quédate conmigo. No quiero estar sola...

Draco se detuvo bajo el marco de la puerta, de espaldas a ella, por lo que no pudo ver
cómo la chica se llevaba la mano izquierda a la boca, como si quisiera borrar lo dicho o
impedirse decir algo más (o peor). Todas sus hormonas parecieron revolucionarse y
empezar a brincar y danzar por su interior, pero Draco las reprimió con amargura. Ella no
estaba haciéndole una invitación sexual –desgraciadamente –sólo le pedía que le hiciera
compañía porque estaba asustada.

Y esa era una demanda que él había rechazado veces en el pasado. Pero no de ella. A pesar
de saber que no era prudente ni recomendable quedarse, de que era algo demasiado
sentimental y de que si había renunciado a quedarse a dormir con cualquiera de sus líos en
el pasado era por una buena razón, no se fue. No, se dio media vuelta y volvió a
adentrarse en la habitación bajo el cobijo de las sombras.

Podía ver cómo ella le observaba con una mezcla de alivio y prudencia. Posiblemente se
había dado cuenta de que su petición podría resultarle peligrosa pero no le dijo que se
fuera y a esas alturas, él dudaba de que lo hubiera hecho por mucho que ella dijera. Se
acercó al sillón donde ella solía sentarse a leer con Crookshanks en sus rodillas y lo empujó
hasta dejarlo cerca de la cama.

Después se sentó y la miró de nuevo. Estaba seguro de que Granger apenas podía
distinguirle el rostro, no obstante, se sintió desnudo y vulnerable ante su mirada castaña e
intensa. Parecía tratar de entender sus motivaciones para quedarse y Draco sintió la
necesidad de justificarse.

—Si vas a tener otra pesadilla y empezar a lloriquear, volverás a despertarme. Estando
aquí podré darte un cojinazo en cuanto empieces a resultar molesta. Pero no te hagas
ilusiones, Granger, no pienso meterme en tu cama —aseguró tratando de disfrazar su
amargura de ironía.

—Vaya, qué decepción —dijo ella con humor. La verdad es que se sentía extrañamente bien
a pesar de haber tenido otra de sus pesadillas. Y aunque resultara irónico, se sentía
aliviada e insólitamente segura teniendo a Malfoy cerca. Algo más que añadir a su lista de
dudas sin resolver: ella misma.

Draco en cambio no estaba pasándolo nada bien. Definitivamente, Granger era una
insensata si bromeaba con algo así tan a la ligera. Demasiado inocente o demasiado
temeraria, no estaba muy seguro pero las dos opciones le atraían. Mierda.

No debía seguir con ese juego peligroso.


—Duerme —le ordenó con sequedad. "Duérmete antes de que te haga algo que no te
gustaría. O sí".

Hermione contuvo una sonrisa y cerró los ojos. Más tarde, en otro contexto, podría analizar
y pensar fríamente en lo extraño e irreal de esa situación, pero en ese momento todo le
parecía perfecto.

Draco no podía creérselo: Granger iba a dormirse. Así, tan tranquila. Estaba claro que ella
no estaba sufriendo una agonía insoportable por estar a solas con él en mitad de la noche,
en una habitación oscura y con una cama de por medio.

Maldita Granger.

Tenso, resolvió apartar esos pensamientos de su mente y echó un vistazo aburrido a la


habitación, pero un bulto oscuro le llamó la atención. Era su camisa, la camisa de seda
negra que él le había dado para que se secara las lagrimas unas horas atrás. Echó un
vistazo a Granger que parecía haberse sumergido en el mundo de los sueños de nuevo y
con sigilo, se puso en pie y recuperó su prenda del rincón en el que se hallaba. La sostuvo
en las manos y miró de soslayo a la muchacha dormida.

Podría jurar que sabía cómo había ido a parar su camisa al suelo. Posiblemente no había
ocurrido mucho después de que él la llamara sangre sucia.

Sintió algo incómodo en su interior, removiéndose como si intentara encontrar un sitio en el


que encajara. Fuera lo que fuera le era desagradable. Frustrado, colocó la camisa en el
respaldo del sillón y volvió a sentarse. Ella se removió, frotando con su rostro la almohada,
seguramente perdida en algún retazo de sus sueños y mirándola, Draco sintió que la
palabra sangresucia perdía todo su sentido y significado.

Era sólo una conjunción de letras, vacía, sin ninguna razón. Era capaz de recordar lo que
había significado tiempo atrás, algo malo, denigrante, inferior. Ahora no era nada,
solamente un arma que usaba de vez en cuando para alejarla de él ante su incapacidad de
hacerlo por otros medios.

Ella ya no le parecía un ser inferior, asexuado e insípido. Posiblemente todo fuera culpa de
su libido pero el hecho es que las cosas habían cambiado y que ya no obtenía ningún placer
de llamarla sangre sucia. Es más, se sentía inmundo cada vez que lo hacía porque sabía
que eso la lastimaba.

Ella soltó un pequeño suspiro y Draco la miró, sintiendo unas palabras brotar en su
garganta y trepar, intentando salir a la superficie.

—Lo siento —escupió a toda velocidad, como si el decirlo muy rápido quitara peso a sus
palabras. Pero no importaba, porque ella estaba dormida.

Un momento...¿estaba abriendo los ojos?

Oh, oh. Cazado.

—Sólo lo dije para probarte, quería saber si estabas despierta —dijo rápidamente
arrastrando las palabras con un estudiado hastío, como si no tuvieran ninguna importancia,
al ver los ojos castaños de la chica observándole de un modo tan intenso que parecía que
pudiera leer dentro de él.
Hermione no dijo nada, sólo sonrió. No había sido ninguna prueba, él había pensado que
estaba realmente dormida. Lo cierto es que casi lo estaba, pero esas palabras la habían
sacado de su estado de duermevela. Nunca jamás había pensado que oiría a Draco Malfoy
disculpándose, menos aún por decirle algo que años que antes parecía considerar su deber
semanal. Porque ella sabía que ese lo siento significaba en realidad "siento haberte llamado
sangre sucia" y eso hizo que algo en su interior se aflojara hasta desaparecer.

Sin poder borrar la sonrisa de su rostro, cerró los ojos cuando se dio cuenta de que él
empezaba a sentirse incómodo y parecía plantearse la posibilidad de practicar una huida
rápida. No quería que él se fuera. Se sentía bien teniéndole cerca. Tranquila a pesar de la
incertidumbre que suponía dormir.

Draco por su parte deseaba pegarse a sí mismo o retroceder en el tiempo, no estaba muy
seguro de que impulso prevalecía. La muy jodida no estaba dormida, sólo se lo hacía, como
si hubiera estado esperando algo similar. Estaba claro que no podía bajar la guardia nunca
tratándose de ella.

Ahora tenía una sensación horrible, similar a la que experimentaba de pequeño cuando su
padre le pillaba haciendo algo que no debería. Inseguridad, miedo, temor por haber ido
demasiado lejos, y no soportaba sentirse así. Tenía que hacer algo.

—Por cierto, Granger, ¿de dónde has sacado esa manta tan horrenda? —preguntó
refiriéndose a la manta de remiendos de la señora Weasley —¿se la robaste a un mendigo?

Pero Hermione no escuchó su ingeniosa frase, porque ya se había quedado dormida.

Hermione despertó muy entrada la mañana a juzgar por la cantidad de sol que se colaba
por la rendija entre las pesadas cortinas de su ventana. Parpadeó un par de veces y
bostezó. Entonces, como acto reflejo, miró hacia el sillón en cuanto recordó lo sucedido la
noche anterior. Pero Malfoy no estaba allí, sólo quedaba la camisa de seda que le había
dado el día anterior.

No había vuelto a tener ninguna pesadilla y había dormido maravillosamente bien. Además
se sentía extrañamente animada esa mañana y llena de energía, incluso se dio cuenta de
que sonreía como una boba.

Negándose a analizar las razones, se levantó de la cama y fue a descorrer las cortinas,
inundando la habitación de luz. Después se estiró y salió al pasillo. La puerta de Malfoy
estaba cerrada, y Hermione pensó que seguramente estaba durmiendo, así que fue al
servicio y después bajó a desayunar algo. Se encontró a Harry y Ron saliendo de las
cocinas con sus cazadoras puestas.

—¿A dónde vais? —le preguntó con extrañeza.

—A ver a mi padre —explicó Ron —vamos a preguntarle si sabe exactamente por que parte
de Albania desapareció Bertha Jonkins.

—Eso nos dará una idea aproximada de donde puede estar el refugio de Voldemort —
añadió Harry.
—Buena idea, no se me había ocurrido. ¿Por qué no me despertasteis? Quiero ir con
vosotros.

—Preferimos dejarte de dormir —dijo Harry —–aún no estás del todo repuesta y no creo
que sea buena idea que nos acompañes hasta el centro.

Hermione abrió la boca, irritada, pero Ron la interrumpió.

—¿Ya tomaste la poción vigorizante? —así era como se llamaba la poción que los
medimagos le habían dicho que tomara a diario para recuperar la movilidad de su brazo
derecho.

—Pues no pero...

—Tómatela y...

—Descansa —apostilló Harry, y después él y su amigo se dirigieron al hall dejando a la


muchacha sola y malhumorada.

—¡Ni que estuviera terminal! —murmuró con desagrado, bajando a las cocinas. Su humor
ni siquiera se ablandó un poco al ver que Harry y Ron le habían dejado preparado el
desayuno, pues sólo logró recordarle lo inútil que la consideraban por tener un brazo
inservible. Aunque por otra parte no podía culparles, después de la exhibición de magia con
la zurda que había hecho el día anterior había quedado probado que su nivel era el de un
estudiante de primer curso en Hogwarts. No había logrado realizar a la perfección ni uno de
los hechizos que había en los libros reglamentarios de séptimo y ni siquiera era hábil con la
mayoría de los que dominaba hacía años. Y para la eficiente Hermione Granger eso era
mucho más que frustrante, era alarmante.

Molesta, se dio cuenta de que se había olvidado la poción vigorizante en su habitación y


regresó a por ella. De paso, analizó las pociones para dormir sin sueños que le quedaban,
preguntándose por qué narices no le habían hecho efecto la noche anterior. ¿Se había
vuelto insensible a ellas?

Más malhumorada todavía, regresó a las cocinas y para terminar de alegrarle el día,
encontró a Malfoy bebiendo su café y comiendo sus tostadas que Harry o Ron se habían
encargado de untar pródigamente con mermelada de frambuesa.

—Ese es mi desayuno —dijo tratando de contener su incipiente malhumor, no quería


pagarlo con Malfoy después del modo en que se había portado con ella la noche anterior
pero en ese momento no se sentía especialmente generosa.

Él, como toda respuesta, se metió el resto de la tostada en la boca.

—¿Estás sordo? —le preguntó aproximándose a la mesa.

Draco no le prestó especial atención, estaba ocupado dando buena cuenta de las tostadas y
el café que quedaban. Después de todo, algo tenía que comer, ¿no? Kreacher no le había
hecho la cena el día anterior y sospechaba que nunca volvería a cocinar para él, por mucho
que lo amenazara. Y si lo conseguía, posiblemente Kreacher sazonara su comida con algún
que otro escupitajo. Ante esa perspectiva, había bajado hambriento a la cocina, y al
encontrarse un desayuno preparado –aunque sabía a ciencia cierta que no era para él –se
había puesto a comerlo.
—¿Por qué haces esto? —continuó la muchacha —¿es que ya no te gusta lo que te prepara
Kreacher?

—No me hables de ese inmundo elfo —espetó él, furioso sólo de recordar la escena del día
anterior.

Hermione le miró con desconfianza y apoyó una mano en la mesa.

—Ahora que lo dices, no le veo desde ayer. ¿Qué le has hecho?

—Lamentablemente nada —dijo dando un sorbo al café, que por cierto dejaba mucho que
desear —parece ser que ha decidido independizarse.

—¿Y eso qué significa exactamente? —preguntó ella, suspicaz.

—Significa que ha decidido servir únicamente a la foca arrugada de su ama —respondió con
evidente desprecio. Cuando miró a Granger, le sorprendió e irritó a partes iguales ver una
sonrisa de marisabidilla en sus labios.

—Así que Kreacher se ha cansado de servirte, ¿eh? Ha comprendido que no eres superior a
él y que tiene derecho a vivir dignamente, libre del yugo de...

—Antes de que te emociones con tus rollos de liberación de los elfos, déjame decirte que
Kreacher no ha dejado de servirme por eso —la cortó él, exasperado.

—¿Entonces, por qué? —–preguntó ella con el ceño fruncido.

—No es asunto tuyo —replicó Draco. Decirle que lo había hecho porque sospechaba que ella
le atraía estaba fuera de lugar. Antes muerto que reconocerlo.

Que se hubiera pasado más de dos horas observándola mientras dormía, no significaba
nada.

—Y a propósito de eso —continuó, antes de darle la oportunidad a la chica de hacer más


preguntas —a partir de ahora, cocinarás para mí.

Hermione le miró seriamente unos segundos, después rompió a reír mientras él


empequeñecía los ojos progresivamente.

—Eso ha sido muy gracioso, Malfoy —dijo. Vale que le estuviera agradecida, pero de ahí a
convertirse en su esclava había un gran trecho. No obstante, al ver la expresión ofendida
de él, una idea acudió a su mente – Aunque...

—¿Aunque...? —la alentó él, al ver que la chica se detenía.

—Te enseñaré a cocinar si tú respondes a unas preguntas.

—En primer lugar, yo no cocino. Eso es para elfos o en todo caso mujeres, y en segundo
lugar, no voy a decirte nada sobre Kreacher o mis experiencias sexuales.

Hermione apretó los labios, indignada y escandalizada a partes iguales.


—En primer lugar, tus experiencias sexuales me traen sin cuidado, y en segundo lugar, en
esta casa sólo hay un elfo doméstico y una mujer y ninguno de los dos está dispuesto a
servirte, así que si no quieres morirte de hambre, deberías plantearte la posibilidad de
aprender a cocinar. A no ser que comerse el orgullo alimente.

Tocado y hundido. Por mucha rabia e indignación que sintiera, Draco sabía que tenía todas
las de perder. Por supuesto, ordenarles a Potty o Weasel que cocinaran para él no era
opción, y si Kreacher y Granger se negaban a hacerlo, ya podía morirse de hambre. No
sabía ni prepararse un huevo frito y sus únicas incursiones en cocinas habían sido para
robar dulces y alcohol.

Por mucho tiempo que se tomara pensándolo, no encontraría otra solución que aceptar el
trato de Granger. Un Malfoy cocinando. Era completamente denigrante, pero después de
haber pasado hambre y penurias cuando huyó del Innombrable, no pensaba repetir la
experiencia. Después de todo, una características de los Slytherins era saber cuando
rendirse por mucho que le doliera en el orgullo.

—Está bien —masculló entre dientes.

—Bien —dijo Hermione con dignidad —pero antes necesito que respondas a mis preguntas.

Draco la asesinó con la mirada pero no dijo nada.

—¿Conoces algún hechizo destructor muy potente? Aunque sea de magia negra.

Draco la miró con auténtica curiosidad.

—¿Para qué? —preguntó.

—Soy yo la que hace las preguntas —dijo frunciendo el ceño con impaciencia —
Respóndeme.

—Conozco un par de hechizos, sí.

Su tía Bellatrix le había enseñado magia negra durante el verano anterior. Entre ellos el
hechizo con el cual habían logrado partir ese puente muggle en dos provocando docenas de
victimas.

—¿Y bien? ¿Qué hechizos son esos?

—¿La sabihonda e intachable Hermione Granger queriendo aprender magia negra? —la
aguijoneó él, meramente por el placer de hacerla impacientarse y para ganar tiempo. No le
gustaba ser el que llevaba las de perder en el trato.

—Soy muy capaz de saltarme las normas cuando la ocasión lo requiere —dijo ella
altivamente –o soy ninguna mojigata.

—Permíteme que lo dude —se burló él.

—Sé lo que pretendes y no voy a permitir que cambies de tema —replicó Hermione con
sequedad —Enséñame esos hechizos y yo te enseñaré a cocinar.
—No tengo varita.

—No la necesitas para nada. Yo tengo la mía, sólo indícame como hacerlo.

—¿Estás segura? —la provocó él —Podrías provocar un desastre haciendo magia con la
zurda, ¿no crees?

Hermione le fulminó con la mirada y se mordió el labio inferior, pensativa. Por poco que le
gustara reconocerlo, él tenía razón. Era tan posible que no lograra ni partir en dos una
cerilla como que hiciera un boquete considerable con la pared, no era capaz de controlar su
fuerza con la zurda ni de hacer movimientos complicados con su varita.

—Tú enséñame cómo hacerlo, no hace falta que lo ponga en práctica ahora mismo.

—Está bien —cedió él a regañadientes y se puso en pie. Durante los siguientes minutos,
Draco le explicó a Granger en que consistían los dos hechizos que su tía le había enseñado,
cual era la mejor forma de usarlos y cómo debía mover la varita. Esa última parte era
especialmente complicada dado que él no tenía varita con la que ejemplificarlo y Granger
no era muy hábil imitando sus indefinidas indicaciones, así que después de varias
intentonas, parecía que estaba cazando mariposas en lugar de lanzar un potente hechizo
destructor.

—No, no y no —dijo él exasperado —no es así.

—¡Pues entonces explícame correctamente cómo se hace! –replicó Hermione, exaltada. A


pesar de su mal humor, Draco tuvo que contener una sonrisa al darse cuenta de que
Granger lo estaba pasando realmente mal por no ser capaz de hacer los hechizos. Siempre
era la primera de la clase en entender todo y hacerlo a la perfección, y estaba claro que no
llevaba muy bien eso de ser mediocre por una vez, aunque se debiera mayormente a que
tenía que hacer magia con su mano izquierda.

—Si me dejas la varita de una jodida vez, tal vez...

—Olvídalo —le interrumpió ella —podrías intentar escaparte o Merlín sabe qué.

Draco se mordió la lengua para no decirle que si hubiera querido escaparse ya lo hubiera
hecho, seguido de unas cuantas palabras malsonantes. Irritado, se acercó a la chica, la
rodeó y se colocó a su espalda. Ella, desconcertada y alerta, trató de girarse hacia él, pero
Draco la sujetó por la cintura para inmovilizarla.

—¿Qué estás haciendo, Malfoy? —preguntó ella con una potencia de voz que podría haber
hecho estallar las vidrieras.

—Intento enseñarte, si te paras quieta de una puñetera vez, tal vez podamos avanzar algo
—replicó él con la voz áspera por la irritación y por que tener a Granger removiéndose en
sus manos le estaba volviendo loco. Ideas obscenas y tórridas pasaban con su cabeza en
relación a la muchacha y la sólida mesa de madera que había junto a ellos.

—¿Qué piensas hacer exactamente? —preguntó ella, inquieta y tensa, girando el rostro a
medias hacia él para hacerse escuchar. Tenso, Draco alargó una mano derecha y sin dejar
de sujetar con la otra la cintura de la chica, rodeó la mano de Hermione que sostenía la
varita. Su intención era simplemente guiar la mano de la chica para ejecutar correctamente
el movimiento, pero por alguna razón, se quedó estático en esa posición. Ella tampoco se
movía y permanecía totalmente rígida entre sus manos permitiéndole inhalar su maldito
olor a caramelo que le abría un apetito voraz, apetito de ella. Estaban tan cerca que sus
caderas y la parte superior de su pecho rozaban el trasero y los hombros de la chica que le
irradiaban su calor a través de la tela de su pijama como un manto invisible.

Le costaba horrores respirar y en su mente se sucedían una serie de pensamientos que


deberían estar prohibidos.

Hermione por su parte, estaba tan tensa que los músculos le dolían por la excesiva rigidez.
Le sentía e intuía a su espalda, casi envolviéndola con su cuerpo y su brazo derecho,
mientras las sostenía posesivamente por la cintura con su otra mano. Allí donde él la
tocaba, sentía un insoportable y retorcidamente placentero cosquilleo que le aceleraba la
respiración y el ritmo cardíaco y le calentaba la sangre. Se sentía expectante y a la vez
anhelante de algo, e increíblemente nerviosa. De no haber estado tan tiesa, posiblemente
estaría temblando. No era capaz de recordar la última vez que se había sentido así, de
hecho, casi podría decir que nunca había tenido una sensación tan... sensual.

Cuando Malfoy habló, sus palabras sonaron increíblemente ásperas junto al oído de
Hermione y su aliento le provocó una sensación tan potente como si la hubiera tocado algo
corpóreo.

—Se hace... —pronunció con dificultad y la mano que rodeaba la de la chica, se movió
rígidamente, realizando una floritura especialmente complicada con la varita —así.

Ni bien la última vibración de la "i" se apagó en el aire, Draco no pudo soportarlo más y
apretó los labios contra la curva del cuello de la chica que desde la posición en la que se
encontraban le quedaba expuesta. Después la aferró con ansiedad con ambas manos por
las caderas, oprimiéndola con la presión de sus dedos y pegándola más a su cuerpo.

Sentía el impulso incontrolable de tocarla, estrujarla y estrecharla contra él, de hundir los
dientes en su cuello y los dedos en su tierna carne. La sujetaba con fuerza, temiendo que
ella intentara liberarse o apartarle, pero Hermione no hizo ni el intento. Cuando sintió los
labios de Malfoy presionando, rozando y vagando por su cuello, se convirtió en el acto en el
equivalente a una muñeca de trapo, laxa, sin voluntad o intención de resistirse, un juguete
entre sus manos incapaz de oír el sonido de su varita cayendo al suelo.

Ahogó un gemido –a partes iguales de protesta y placer –cuando Malfoy la giró con
brusquedad entre sus manos para que quedaran frente a frente –o más concretamente
cuerpo a cuerpo— y cuando él la besó desenfrenadamente, su parte racional que hasta el
momento no había hecho ni intento de aparecer por su mente, desapareció totalmente ante
la pasión del beso.

Posiblemente para siempre.

Capítulo 24: Fin del verano (Editado)

Hermione se aferró al hombro de Malfoy con su mano buena, pero era más por una
necesidad de tocarlo que por mantener el equilibrio ya que él la sujetaba por la espalda con
tanta fuerza que le hubiera sido imposible moverse un milímetro fuera para alejarse o para
acercarse más. Con su otra mano, sostenía la nuca de Hermione, impulsándola hacia él
para tener pleno dominio de su boca, profundizando el beso todo lo humanamente posible.
La hostigaba con su lengua, provocándola e incitándola a seguirle. Esa vez Granger no era
tímida y vacilante, no respondía sutilmente, como si tuviera miedo de aventurarse
demasiado, si no que lo hacía con un ímpetu que poco podía envidiar al suyo propio y no
hacía más que alimentar y avivar más y más su propia locura.

Cuando ella soltó un gemido en su boca, Draco hubiera podido arrancarle en el acto su
antierótico y casto pijama, y tal vez el presentimiento, el inicio del descenso de la mano
que él tenía en su espalda o el aumento de la presión en su nuca fuera lo que la asustó y
devolvió bruscamente a la fría y desnuda realidad.

Dejó de responderle y trató de apartarse desesperadamente. Él la sujetaba tan firmemente


que le resultó difícil percatarse de su resistencia y de que estaba golpeándole en el pecho
con su mano buena, tratando de librarse de él. Draco tardó unos segundos en reunir el
suficiente autocontrol para soltarla y cuando lo hizo, la liberó con tanta brusquedad que la
chica casi perdió el equilibrio.

Hermione se aferró al borde de la mesa, logrando estabilizarse, mientras trataba


desesperadamente de recuperar el oxigeno, un ritmo cardíaco saludable y su cordura
transitoriamente perdida. Se atrevió a mirar a Malfoy y lo que vio en sus ojos grises la
asustó.

Deseo y furia a partes iguales. Estaba claro que a él no le había gustado un pelo que ella
hubiera querido poner fin al beso –si es que esa palabra podía acotar lo que habían hecho
–.

—Esto está mal — susurró con voz chillona y estrangulada. Había sentido la necesidad de
decírselo a él tanto como a ella misma, tal vez para ver si así era capaz de sentirlo.

Draco sintió tantos deseos de estrangularla como de volver a besarla, y no sabiendo cual
predominaba, decidió quedarse quieto. "Esto está mal", esa debería ser su maldita frase,
no la de ella.

No podía responderle como lo había hecho y después apartarse sin más si pretendía llegar
a la veintena. Él ni siquiera podía pensar con claridad aún, por no hablar de la dolorosa
frustración que experimentaba cierta parte de su anatomía. En ese momento le importaba
un pimiento si que ellos dos se besaran estaba bien o mal.

Temerosa de la reacción de Malfoy, Hermione decidió largarse cuanto antes a un lugar


seguro donde analizar y racionalizar lo que acababa de ocurrir, si es que eso era posible.
Rápidamente, recogió su varita del suelo y se dio media vuelta dispuesta a marcharse a
toda velocidad, pero la voz de Malfoy la golpeó como un latigazo, deteniéndola en el acto.

—¿Huyes? ¿Te vas a la biblioteca a esconder la cabeza? —preguntó con aspereza.

Hermione se sintió tan ofendida como asustada ante las palabras de Malfoy, así que
finalmente, se volvió hacia él.

—A mí me gusta Viktor —declaró como si fuera suficiente explicación para todo, aunque
eso no se lo creía ni ella.

—Me importa un bledo —espetó Draco, colérico.

Hermione abrió la boca para decir algo, aunque no tenía ni idea de qué, pero un
pensamiento repentino hizo que la cerrara en el acto. Draco Malfoy no le estaba montando
una escena de celos y acababa de comprender por qué la había besado. No sólo esa vez,
también las anteriores y además ahora sabía por qué en ocasiones era amable con ella. Las
piezas del puzzle Malfoy volvían a encajar a la perfección, de acuerdo con todo lo que ella
siempre había sabido de él.

Él siempre había sido popular con las chicas. Aunque su chica "oficial" fuera Parkinson,
Hermione sabía de la existencia e inclusivo le había llegado a ver con alguna más. Y no sólo
de Slytherin.

Si contaba el tiempo que llevaba huido de Hogwarts con el que llevaba encerrado en
Grimmauld Place sumaba al menos un par de meses sin chicas cerca. Y tenía toda la pinta
de seguir así una buena temporada. Ella era la única que tenía a mano, razón por la cual
había decidido bajar su listón y conformarse, después de todo si quería satisfacer apetitos,
no tenía más remedio. Del mismo modo que había acabado comiéndose su orgullo y
aceptando la comida que la Señora Weasley había hecho los primeros días o aceptado que
le enseñara a cocinar, lo había hecho con respecto a ella. Había decidido que en vista de
que no había nada más, podría resignarse a consolarse con ella. Aunque sangre sucia, pelo
de escoba y dientes largos era mejor que nada, ¿no?

Casi podía imaginarse todos sus pensamientos en la boca de él. Iba prodigándole pequeñas
muestras de fingida amabilidad o ternura aquí o allá, a fin de ablandarla, de lograr que
bajara la guardia para luego obnubilarla con sus besos y conseguir de ella lo que quería:
usarla mientras no encontrara nada mejor.

Ahora entendía por qué se había disculpado por llamarla sangre sucia como si realmente lo
sintiera y se había quedado con ella hasta que había logrado dormirse. Qué ingenua había
sido.

Él la había insultado, vejado y maltratado siempre que había podido durante años. Ni un
solo gesto había tenido en seis años como los que llevaba teniendo desde que estaba en
Grimmauld Place y ahora le encontraba el sentido. Era una auténtica estúpida.

Y pensar que había llegado a creer que Draco Malfoy tenía corazón.

Draco sintió que estallaba de furia cuando vio cómo ella le miraba, pensando Merlín sabía
qué. Le clavaba los ojos como si fuera él quien la había injuriado gravemente y no al revés.

—¿Y ahora qué coño te pasa? ¿Por qué me miras así? —preguntó a bocajarro.

—Pasa que acabo de entenderlo todo —replicó ella con la voz cargada de reproche —En
realidad yo no te atraigo en absoluto, pero como soy la única chica que tienes a mano has
decidido conformarte conmigo, ¿no? Ahora que no hay nadie más soy lo suficiente buena
para ti, ¿no? Después de haberme despreciado e insultado durante años.

Draco apretó los dientes, furioso tanto con ella como consigo mismo. Con ella por haber
adivinado con tanta facilidad el escudo que él mismo había elaborado para justificarse, con
él por comprender al oírlo de su boca que no era cierto. Esos sentimientos unidos a la
impotencia, a sus deseos frustrados y a la certeza de que la repelente Hermione Granger le
importaba demasiado, hicieron una mezcla explosiva.

—Exacto, sabelotodo —respondió con indiferencia. Quería hacerle daño, que se sintiera tan
despreciada y humillada como se sentía él, y por supuesto, que Granger jamás llegara a
intuir sus verdaderos sentimientos ni de lejos. Le había proporcionado la excusa perfecta
para sus comportamientos, y aunque él no pudiera creérsela, sí podía lograr que ella lo
hiciera.

Sólo había algo peor que estar enamorándose de una sangre sucia: que ella lo supiera.

—Eres despreciable —dijo Hermione, tratando de ocultar lo dolida que se encontraba. Podía
sentirse usada, ridícula y destrozada por dentro, pero no pensaba permitir que él lo notara
—pero eres tú quien está solo, yo tengo a Viktor.

Si su querido Viktor hubiera estado allí en ese momento, Draco lo hubiera cosido a golpes.
Odiaba a ese troll con escoba porque ella siempre tenía su maldito nombre en la boca. Por
eso, cuando vio que Hermione pretendía salir de la cocina dando por zanjado el asunto,
sintió el perverso deseo de no dejarla marchar meramente para castigarla y hacérselo
pasar mal.

—¿A dónde crees que vas? Tienes que cumplir tu parte del trato, ¿o es qué tienes miedo de
que te coma? Si necesitas ir a lloriquear a alguna parte, puedes usar la despensa, yo te
esperaré aquí.

—Ni lo sueñes —respondió ella, iracunda. Lo que más deseaba era perderle de vista –para
siempre a poder ser –pero no iba a permitir que él la humillara por ello. Si quería aprender
a cocinar, ella le enseñaría sin ningún problema porque él no le importaba ni afectaba en
absoluto.

—Bien —dijo guardándose la varita en el bolsillo de su pijama y acercándose a la cocina,


totalmente indiferente a la cercanía de Malfoy —¿Por qué empezamos? ¿Huevos fritos tal
vez? Así podrás desayunar algo tuyo la próxima vez. ¿Ves eso? —dijo con malicia,
señalando un delantal de cuadritos blancos y azules con el dibujo de un gallo de colores en
la parte de arriba —yo que tú me lo pondría.

Draco puso cara de haber chupado un limón al observar la prenda.

—No pienso ponerme eso ni aunque me echaras un imperius —dijo con desprecio.

Hermione sonrió secamente, apoyándose en la encimera de la cocina.

—Yo que tú me lo pondría si no quieres manchar tu cara camisa de aceite.

—¿Aceite?

—Sí, el aceite puede saltar y entonces...

—Ya lo he pillado —la cortó él con sequedad. Era evidente que Granger se lo estaba
pasando de vicio torturándole pero debía ser práctico. Kreacher ya no le lavaba la ropa y no
podía permitirse ensuciar una camisa cada vez que cocinara algo. Con expresión de asco y
odio hacia lo injusto que era el mundo con él, Draco cogió el delantal que había colgado de
un gancho de la pared con las puntas de los dedos, tratando de reducir al mínimo el
contacto. Los elfos domésticos no usaban delantal, pero su excéntrico tío Marcus solía
llevar uno encima de su bata de dormir, así que Draco sabía más o menos como ponérselo.
Cogió aire más cercano a llorar que en semanas y se pasó el delantal del más puro estilo
leñador metrosexual por la cabeza.

Hermione no hizo ningún esfuerzo por contener la risa.


—Te sienta realmente bien, Malfoy, un leñador amo de casa.

—Te voy a... —pero Draco tuvo que contener su impulso de estrangularla porque si lo
hacía, en un futuro próximo se moriría de hambre —¿Y ahora qué? ¿Esto va con algún
gorro ridículo o algo por el estilo?

—Podría combinarse, pero me temo que no tenemos ninguno —dijo la chica con pena,
examinado el aspecto de Malfoy. Aunque se veía el ridículo por el contraste entre el hortera
delantal y la sobria elegancia de su camisa y pantalón negros impolutos, Hermione debía
reconocer que si a alguien podía sentarle medianamente bien esa cosa que tenían por
delantal era a él, y le odió por eso —Ahora ve a por huevos, están en la despensa.

La siguiente media hora fue una auténtica prueba para los nervios de ambos. Malfoy no era
capaz de cascar el huevo en el borde la sartén y arrojarlo dentro, sino que al parecer
prefería eliminar intermediarios y freír el huevo directamente sobre el fogón. Aunque
Hermione lo encontraba divertido, también era irritante darle indicaciones y que a él le
entraran por un oído y le salieran por el otro. Al final, Hermione le dio un plato hondo y le
dijo que cascara y echara el huevo ahí, antes de arrojarlo a la sartén. Eso pareció funcionar
pero cuando llegó el momento de echar el huevo a la sartén, Malfoy lo hizo tan
bruscamente que parecía que el plato le quemaba en las manos y arrojó parte de la clara
en el fogón. Hermione le chilló, él la mandó a la mierda y el huevo empezó a freírse. A los
pocos segundos, la clara del huevo comenzó a formar algunas pompas de aire que al
estallar disparaban aceite en varias direcciones con los consiguientes juramentos en intento
de esquivarlos de Malfoy. Finalmente, el chico se parapetó detrás de la castaña sin dejar de
maldecir una y otra vez.

A la chica le llevó un buen rato convencerle de que el aceite no mataba a nadie y de que
volviera junto a la sartén que estaba empezando a quemar el huevo. Para cuando al fin lo
logró, la clara del huevo estaba por completo dorada, frita y crujiente, y después del
conflicto que supuso sacarlo de la sartén, Malfoy aseguró que preferiría comerse una mano
antes que probar eso.

—Pues es tu problema —le espetó frustrada y harta —Yo te he explicado cómo hacerlo pero
eres un inútil y un cobardica. ¿Tú te llamas mortífago y le tienes miedo a un poco de aceite
caliente?

—Quema —replicó él entre dientes —además tú eres un desastre enseñando a cocinar y


estoy seguro de que no se te da nada bien freír uno de esos huevos del demonio.

—Si intentas provocarme para que te prepare uno, lo llevas claro, Malfoy. No pienso perder
más tiempo contigo, en la despensa hay libros de cocina. Si crees que no soy capaz de
enseñarte a cocinar, inténtalo tú mismo por tu cuenta.

Draco sospesó si le interesaba más fastidiarla y seguir obligándola a "enseñarle" a cocinar o


hacerlo por sus propios medios y demostrarle que era una cocinera y maestra pésima. Si la
obligaba a seguir cumpliendo su parte del trato tendría que soportar que le chillara, diera
ordenes y le recordara lo inútil que era cocinando, y ya era bastante humillante tener que
prepararse su comida como para encima aguantar eso. No la necesitaba, aprendería por su
cuenta y después le daría en las narices con su habilidad culinaria. Después de todo, no
todo podía ser tan difícil como freír un jodido huevo.

—Seguro que un libro es mucho mejor maestro que tú —le espetó con desdén.
—Espero que sí, porque sino me temo que te morirás de hambre —replicó ella,
altaneramente —Suerte y procura no quemar la cocina —y dicho eso salió de la cocina con
la barbilla apuntando al techo.

Hermione entró en su habitación y cerró de un portazo tan brusco que Crookshanks maulló
en señal de protesta. La chica sólo hizo una mueca y se dejó caer pesadamente sobre su
sillón, mientras el gato se subía a sus rodillas.

Se sentía tan...no sabría ni decirlo. Su interior era un auténtico caos y eso la irritaba. Las
manos aún le temblaban, ambas. No era capaz de coger una servilleta con su mano
derecha pero sí le podían temblar los dedos. Perfecto.

Todo por culpa de ese estúpido arrogante de Malfoy. Se sentía mortificada y se estremecía
sólo de recordar el beso. Las veces anteriores apenas le había respondido, pero en esa
ocasión lo había besado como si no hubiera mañana. No era capaz de entenderlo y siendo
sincera, tampoco estaba segura de querer hacerlo. Algo en su interior, como una luz roja
de alerta, la avisaba de que era mejor no indagar en ello.

Total, Malfoy no le interesaba en absoluto. Le había dicho que a ella le gustaba Viktor y era
cierto. Viktor era un caballero, Malfoy un villano. Y Hermione no tenía el "síndrome del
chico malo". Admiraba más la bondad que la rebeldía sin causa.

Ella quería un chico que la cuidara y la hiciera sentir bien, no un mujeriego a quien le
importaba un pimiento. La razón por la que sentía tanto rencor hacia Malfoy por ser un
seductor no tenía ninguna importancia. Simplemente, a ella no le gustaban las personas
que se aprovechaban de los demás, y eso es lo que él hacía.

Pero no era eso por lo que se sentía tan dolida. Se sentía engañada y traicionada porque
había empezado a confiar en él, porque había empezado a pensar que era diferente a como
había creído todos esos años. Pero por supuesto, se había equivocado.

Él sólo quería usarla como un mero objeto para satisfacer sus necesidades, como si fuera
una más de esas muchachitas que lanzaban suspiros y sonrisillas tontas cada vez que él las
miraba. Como un pañuelo: de usar y tirar.

¿Se suponía que debía sentirse halaga por que él quisiera utilizarla mientras no encontrara
nada mejor? Seguramente según él, sí. Con toda probabilidad, en su retorcida mente
consideraba un auténtico honor que un sangre limpia se fijara en una hija de muggles
aunque fuera para que le limpiara los zapatos.

No es que hubiera pensado que él pudiera sentir algo por ella –la sola idea era ridícula y le
producía escalofríos –pero había llegado a pensar que tal vez él...la
encontraba...interesante. Un miembro del sexo opuesto simplemente.

Bueno, a decir verdad, eso sí era cierto. La consideraba un miembro del sexo opuesto,
el único. Podría decirse que él estaba en la fatídica situación en la que todas las mujeres se
habían extinguido y sólo le quedaba ella. Se tenía que conformar con eso.

Pero ella no y no pensaba hacerlo. Si Malfoy había pensando que se caería rendida a sus
pies en cuanto chascara los dedos, lo llevaba claro.
Maldita mujer. Draco rebuscaba en la despensa, apartando con violencia los alimentos que
no necesitaba mientras murmuraba entre dientes mil maldiciones e insultos hacia
su querida Granger.

Dejar las cosas en el punto en que ella las había dejado, debería estar prohibido. Estaba
seguro de que era malo para su salud, tanto física como mental.

Toda la culpa era de ella, él no tenía nada que ver. Por supuesto era una víctima de su
jodido olor, del tacto de sus labios, del sabor de su boca. Ella le había provocado y él era
humano, al final había caído en sus redes. Y ahora necesitaba una ducha fría.

Pero al mismo tiempo con su furia y su frustración, se entremezclaba algo más amargo. La
conciencia de haber dado un paso en falso. Ahora Granger estaba convencida de que él era
un cerdo insensible –y lo era –pero tenía la sensación de que eso le traería problemas en
un futuro.

Sin embargo, lo importante era que había salvado su orgullo y que Granger ni se imaginaba
lo que en realidad quería de ella. Quizás si lo supiera, se apartaría aún más de él.

Harry y Ron llamaron a la puerta, pero Hermione no les respondió. No obstante, sentían
ajetreo en la habitación, como si su amiga estuviera moviendo cosas de un lado para otro.
Los chicos intercambiaron una mirada, esperaron cinco segundos y finalmente abrieron la
puerta.

Hermione estaba en la habitación, de espaldas a ellos, removiendo el contenido de una caja


y arrojando uno tras otro, pequeños frascos de cristal que contenían una poción rosada a la
papelera.

—Pero, ¿qué haces? —preguntó Ron anonadado.

—Es la poción para dormir sin sueños –dijo Harry asombrado —¿Es qué ya no tienes
pesadillas?

—Sí que las tengo —respondió ella con voz extraña, aún sin volverse hacia ellos —pero
estas pociones no sirven para nada. Esta noche volví a tener esos sueños.

Y frustrada, arrojó el último par de las pociones a la papelera, que cayeron dentro con el
sonido de vidrio entrechocando. Después, se volvió hacia sus amigos y les miró con una
expresión que decía a las claras que más valía que tuvieran alguna razón de peso para
molestarla.

—Oye, ¿estás segura de que eso ha sido una buena idea? —inquirió el pelirrojo —Todas
esas pociones...

—No sirven —puntualizó la chica con frialdad —sólo valen para ocupar espacio.

—Entonces tal vez deberíamos ir a San Mungo a por pociones más potentes —sugirió Harry.
—Sí, podemos hacerlo antes de ir a La Madriguera...

—¿La Madriguera? —inquirió Hermione con algo de indiferencia. En ese momento le


importaba un comino Berta Jorkins, la Madriguera o lo que quiera que le pasara al mundo.

—Sí, Ginny se marcha mañana a Hogwarts así que mamá ha decidido hacer una cena en
casa para despedirla. Vendrán los gemelos, y Bill y Fleur.

Hermione guardó silencio. Se le había olvidado por completo que el día siguiente era 1 de
Septiembre. El verano se había acabado demasiado deprisa y Hermione sintió una punzada
de nostalgia al pensar que ya no volvería al colegio.

Agitó la cabeza y trató de pensar en otra cosa.

—Por mi vale —dijo —Por cierto, ¿habéis descubierto algo sobre Bertha Jorkins?

—Aún no —respondió Harry algo desanimado —pero el Señor Weasley ha prometido hacer
algunas averiguaciones. ¿Qué tal todo por aquí? ¿Has hablado con Malfoy?

—¿Con Malfoy? —preguntó Hermione tensa y su voz sonó más agresiva de lo que le hubiera
gustado —¿Por qué? ¿De qué tendría yo que hablar con ése?

Harry miró a Hermione, confundido, después abrió la boca.

—Ibas a preguntarle si conocía algún hechizo destructor de magia negra, ¿no?

—Ah, eso —Hermione sintió el impulso de golpearse la frente por su estupidez, pero se
contuvo —me ha enseñado un par de hechizos pero yo no puedo hacerlos con la zurda.

—Si nos dices cómo hacerlo, tal vez nosotros podamos —apuntó Ron, Harry seguía en
silencio, observando a su amiga —podríamos probarlos con la copa antes de irnos.

—Sí, buena idea, vamos —dijo la chica y salió rápidamente de la habitación, rogando por
que Harry no sospechara nada. Hermione y Ron subieron a la biblioteca, y unos segundos
después apareció Harry con la copa envuelta en la camisa vieja y enorme de su primo
Dudley. Posó la copa sobre la mesilla y la destapó después de que Ron sellara la puerta.
Aunque no habían visto a Malfoy desde su regreso a Grimauld Place, cualquier precaución
era poca.

Después Hermione, trató de hacer memoria y recordar las indicaciones de Malfoy.


Recordaba sus palabras pero la ejecución práctica de los hechizos era más complicada.
Había visto hacerla en el aire y sin varita, y ella no podía repetirla con la zurda. Además,
tratar de recordar los movimientos, implicaba rememorar las manos de Malfoy sobre su
cuerpo y eso lo dificultaba todo.

Luego de varias intentonas, Ron logró que salieran chispas granates de su varita y poco
después Harry partió por la mitad un sillón.

—¡Eso es! —exclamó Ron emocionando viendo cómo ambas partes del sillón caían, cada
una hacía un lado, revelando el interior de espuma —¿Cómo lo has hecho? ¿Así? —e hizo
una finta en el aire con su varita. Harry asintió mientras reparaba el sillón, pero Ron lo
rompió en el acto al lanzar el hechizo.
Hermione mientras tanto se alegraba de que sus amigos lo hubieran conseguido, aunque se
moría de ganas por hacerlo ella también. No obstante, sabía que lo más prudente era no
intentarlo. Ese hechizo destructor era muy potente, nunca lo había hecho y era una torpe
con la zurda. Seguramente cortara a sus amigos en dos en lugar de dar a algún objeto de
la biblioteca. Desanimada, se sentó en un puff a distancia prudencial de sus amigos,
mientras observaba cómo éstos ensayaban los hechizos una y otra vez, ganando en
precisión y potencia a cada intento.

—Yo creo que ya lo dominamos bien, ¿no? —dijo Ron, animado —¿Probamos con la copa?
Si esto no consigue destruir el horrocrux no sé que lo haría.

—Intentémoslo —asintió Harry mientras se alejaba de la mesita para tener un buen ángulo
de tiro. Ron le siguió y ambos apuntaron a la copa reluciente con sus varitas.

—A la de tres —intervino la chica, deseosa de participar de algún modo, en lugar de


limitarse a ser una simple espectadora —uno, dos y ¡tres!

Dos potentes y fluidos chorros de luz granate salieron disparados de las varitas de sus
amigos e impactaron contra la copa. Se oyó un crujido por unos segundos, pero tanto la
mesita como la copa parecieron intactos. Después la mesa de madera se agrietó y se
derrumbó sobre la alfombra, arrojando la copa a los pies de Hermione. La chica la recogió y
examinó esperanzada, pero estaba intacta.

Miró a sus amigos que la observaban con interrogación y negó con la cabeza,
decepcionada.

—Vaya mierda —dijo el pelirrojo, desmoralizado —Ese es el hechizo más poderoso que
conocemos y no le ha hecho un arañazo a la copa a pesar de que la mesita se ha roto sin
que apuntáramos a ella.

—Yo me esperaba algo así —respondió Harry después de un silencio, observaba la copa que
Hermione tenía en las manos con aire especulativo —En realidad, creo que debe existir
algún hechizo únicamente para destruir el horrocrux igual que hay uno para crearlo.

—Todo hechizo o conjuro tiene su contra hechizo, excepto las maldiciones, Harry —terció la
chica recordando las palabras del rubio.

—Pero que el horrocrux sea un elemento de Magia Negra no significa que sea una maldición
necesariamente —replicó el moreno —La maldición es el Avada Kedavra que Voldemort
lanza para matar a la victima y así fragmentar su alma. Pero después tiene que emplear
algún hechizo para meter su alma en un objeto. Y estoy seguro de que existe un
contrahechizo.

—Tiene sentido —murmuró Hermione, meditando las palabras de su amigo —El problema
es que el horrocrux es magia tan oscura que los libros apenas se atreven a tratarlo, así que
no sé donde podríamos encontrar su contrahechizo.

—Tiene que existir. Dumbledore lo usó, ¿no? —apuntó Ron. Harry y Hermione asintieron,
pensando en silencio —¡Ostras! ¡Mirad que hora es! Debemos irnos ya si queremos pasar
por San Mungo y llegar a la Madriguera a una hora decente. Mi madre nos matara si
llegamos tarde.
Después de ocultar la copa, los tres amigos salieron de la casa sin ver a Malfoy. No
obstante, al pasar por el hall, escucharon el ruido proveniente de las cocinas, como de
cacerolas chocando y después una serie de juramentos.

Al salir, pasaron por San Mungo y los medimagos le dieron a Hermione una docena de
pociones para dormir sin sueños de las más potentes que poseían. La chica no estaba muy
convencida de que fueran a dar resultado, pero era vital que lo hicieran. No quería que
Malfoy entrara en su cuarto para despertarla nunca más.

Se aparecieron en La Madriguera cuando ya casi había anochecido. La Señora Weasley les


abrió la puerta, llevando un delantal con el dibujo de un frutero que a Hermione le recordó
la escena de horas atrás con Malfoy y su humor se agrió un poco más. Molly abrazó y
examinó a todos detenidamente –parecía temer que murieran de inanición en Grimauld
Place –y se detuvo especialmente con Hermione.

Mientras Harry y Ron saludaban al resto de los Weasley y a Fleur, la Señora Weasley llevó a
Hermione aparté y le puso una mano en el hombro.

—¿Cómo te encuentras, querida? —le preguntó mirándola a los ojos de un modo que hizo a
Hermione sentirse incómoda.

—Bien —respondió evasivamente. Sólo hacía un par de días que no veía a la Señora
Weasley pero ella la observaba como si pensara que su cara iba a volverse azul de un
segundo para otro o algo por el estilo.

—¿Harry y Ron te cuidan bien? Les he dicho que eviten que hagas cualquier esfuerzo, pero
si ellos...

—Todo está bien, señora Weasley —la apaciguó Hermione con tono cansado. Se sentía algo
abrumada por las atenciones que todos le prodigaban desde que había despertado en San
Mungo.

—Está bien —cedió Molly, aunque no parecía muy convencida —¿Y cómo está Malfoy?

Hermione se puso tensa y sintió el impulso de preguntarle por qué la interrogaba a ella
sobre Malfoy, pero logró contenerse a tiempo.

—Como siempre —respondió prudentemente. Justo en esos instantes, apareció la melena


pelirroja de Ginny para salvarla del interrogatorio de su madre.

—Mamá, déjala tranquila un rato, ¿quieres? Acaba de llegar y los demás también queremos
saludarla.

Ginny saludó a Hermione con un beso y tomándola por su brazo bueno, la arrastró hacia la
mesa en la que ya estaban sentados el Señor Weasley, Bill y Fleur Delacour. Hermione,
como siempre, procuró no mirar descaradamente a Billy, pero le resultaba difícil. Su rostro
había quedado desfigurado después del ataque de Greyback. Tenía unas cuantas cicatrices
y una enorme hendidura debajo de un ojo, que le daban un leve aire más cercano a Ojoloco
Moody que al antiguo Bill. No obstante, cuando saludó a Hermione con una sonrisa
brillante, ella la reconoció de inmediato y se sintió más relajada. Seguía siendo Bill, y a
juzgar por el modo en que Fleur se enroscaba con su brazo felizmente, ella pensaba lo
mismo. Para terminar de completar el cuadro, Fred y George aparecieron en el comedor
con sus trajes de piel de dragón y maletines a juego. Bill sonrió, el Señor Weasley puso
cara de situación y Ginny rodó los ojos.

—¿Es necesario que vayáis con esos maletines a todas partes? —les preguntó la pelirroja,
exasperada —Desde que abristeis Sortilegios Weasley, veo más a los maletines que a
vosotros.

—Eso es difícil, considerando que nunca los sueltan —bromeó Bill.

—Somos hombres de negocios —respondió George dándose aires.

Fred colocó su maletín sobre la mesa y lo abrió, mostrando un surtido de diferentes


productos de la tienda.

—Siempre llevamos un surtido básico de Sortilegios Weasley a todas partes —añadió Fred
con aire eficiente y ante la mirada ceñuda de su madre, añadió —Todos sois clientes
potenciales.

Molly aumentó el ceño y George mostró una sonrisa encantadora.

—Pero para ti todo es gratis, querida madre.

—Quitad esas tonterías de la mesa —repuso la Señora Weasley espantando el maletín con
un ademán —es hora de cenar.

Todos comieron con gran apetito –especialmente Harry y Ron –mientras hablaban de
diversos temas. El Señor Weasley les contaba a Harry y Ron que había hablado con Ludo
Bagman para preguntarle acerca de Jorkins, pero no había obtenido demasiada
información.

—Ni siquiera recordaba con claridad a qué país se había ido Bertha —se lamentó el Señor
Weasley —me aseguró que estaba casi convencido de que se trataba de Lituania, cuando
aún hay carteles de Se Busca por la oficina donde dicen que fue vista por última vez en
Albania.

En el otro extremo de la mesa, Fleur estaba sumida en una disertación acerca de las
maravillas de Beauxbatons y las carencias de Hogwarts, a la que sólo Bill parecía prestar
atención. La Señora Weasley interrogaba a los gemelos sobre algún "artilugio de los suyos"
que según los rumores rozaba la ilegalidad, y Ginny y Hermione cenaban, cruzando unas
palabras de vez en cuando.

Hermione estaba demasiado cansada y afectada por todo lo que había sucedido ese día
para hablar demasiado, pero no se le escapaba que Ginny tampoco estaba de mucho mejor
ánimo. Lanzaba miradas furtivas a Harry, llenas de anhelo y tristeza, y la castaña sabía que
eran porque posiblemente no volvería a verle hasta Navidades. Deseó que Ginny y ella
estuvieran en otra parte donde tuvieran intimidad para tener una larga charla, pero la
abarrotada mesa no era un lugar apropiado para hacerse confesiones.

Cuando casi todos los platos de la mesa estaban prácticamente vacíos, Bill y Fleur se
levantaron y anunciaron que era hora de irse. La Señora Weasley trató de disuadirles de
que se quedaran a dormir, pero el matrimonio rehusó la invitación y después de despedirse
de todos, salieron por la puerta trasera y se desaparecieron en el jardín de los Weasley.
Si bien su hijo mayor presente y su nuera habían logrado escapársele, la Señora Weasley
no pensaba permitir que pasara lo mismo con el resto de sus invitados. Logró convencer –o
más bien, obligó –a los gemelos y a Harry, Ron y Hermione a quedarse a dormir, bajo el
pretexto de que era muy tarde y sugirió que al día siguiente fueran todos a Kings Cross a
despedir a Ginny. Como el Callejón Diagon y Grimauld Place estaban cerca, ninguno rehusó
la oferta y se quedaron hasta bien pasada la medianoche charlando a la mesa. Después, la
Señora Weasley envió a todos a la cama y Ginny y Hermione se retiraron a una habitación.

La pelirroja se dejó caer sobre la cama y miró a su amiga.

—Bien, suéltalo —–dijo sin más. Hermione aún tuvo suficiente energía para tratar de
disimular.

—¿El qué?

Ginny entornó los ojos y se apoyó sobre los codos.

—Lo que te pasa. Has estado más callada que el Barón Sanguinario esta noche. Ni siquiera
dijiste nada cuando Fred y George mencionaron la posibilidad de contratar algún que otro
elfo doméstico para que les ayudara con la tienda.

—¿Qué dijeron qué? —preguntó Hermione frunciendo el ceño.

—A buenas horas reaccionas —resopló la pelirroja —y ahora cuéntame qué te pasa.

—Preferiría que habláramos de ti.

—Yo no tengo mucho que contar. Quiero a Harry pero no puedo estar con él, mañana me
marcho a Hogwarts y es posible que pase meses sin verlo. Fin de la historia. No es
demasiado interesante. Ahora tú.

—Bueno... —Hermione ahuecó uno de los cojines de su cama, distraídamente –yo tampoco
tengo demasiado que contar.

Ginny le lanzó una mirada suspicaz y Hermione dejó caer el hombro con un suspiro.

—Malfoy me besó —dijo sin ambages —y me gustó.

Capítulo 25: Exstinctus anima (Editado)

Ginny Weasley parecía sufrir los efectos de un Petrificus Totallus, de hecho, a excepción de
su mandíbula descolgándose, no se movió en absoluto. Hermione apartó los ojos de su
rostro y se puso a hurgar en un agujero de la funda del cojín, tratando de calmar los
nervios. Ahora Ginny le preguntaría si estaba loca o si lo del brazo atrofiado se le había
extendido hacia el cerebro. Barajó muchas posibilidades, pero ninguna de ellas la preparó
para lo que la pelirroja le dijo.

—Siempre he pensado que debe besar de maravilla —expresó, recuperando su aire


desenfadado. Cuando Hermione se atrevió a mirar a su amiga, totalmente asombrada, vio
que Ginny la observaba con una ceja alzada con picardía.

—Pero...no me has entendido bien, Ginny. ¡Es Malfoy! —dijo angustiada —¡Draco Malfoy!
—Deja de presumir de una vez —se burló la pelirroja.

—¿Pre...sumir? —repitió Hermione con un hilo de voz.

—Es un gilipollas arrogante pero es guapo –Ginny se encogió de hombros con naturalidad
—Pero, ¿qué hay de Krum?

—¿Viktor? Lo mismo que antes, a mi me interesa él, no Malfoy —replicó, tensa.

—Hermione vas a cumplir dieciocho años y tu único amor está en otro país. Tienes derecho
a divertirte un poco, ¿no crees?

—Ginny, ¿has bebido algo? —preguntó Hermione con recelo. No podía creerse que su
amiga se tomara con tanta tranquilidad la noticia de que ella y Malfoy se habían besado
considerando que se odiaban desde el día en que se conocieron —Estamos hablando de
Draco Malfoy, es un prepotente, egoísta y abusón. Y me considera inferior por ser hija de
muggles.

—Yo diría que no tan inferior. Después de todo te ha besado. Además, no te estoy diciendo
que te enamores de él, sólo que vivas un poco el momento. Los chicos como Malfoy están
bien para pasar un rato. De hecho, eso es lo más inteligente que una puede hacer cuando
se trata de hombres —Ginny se tumbó, apoyándose en los codos con los ojos
ensombrecidos de tristeza —pasarlo bien y ya está. No esperar ni querer nada más.

Hermione entendió que la pelirroja hablaba de Harry y se sintió peor. Ella era la única que
sabía cuanto sufría Ginny por la ruptura, a pesar de que le había encajado con aparente
tranquilidad y entereza. La pelirroja entendía los motivos de Harry para dejarla, pero eso
no hacía que la situación fuera menos dolorosa. En silencio, Hermione se levantó y se sentó
junto a Ginny, para acariciarle el pelo con la zurda.

—Cuando todo esto acabe...

—¿Y cuándo será eso? —preguntó Ginny con impaciencia —¿Dos meses? ¿Cinco años? Sé
que voy a esperarle lo que haga falta, ¿no es lo que llevo haciendo toda la vida? Pero no
soporto estar con él ni tampoco no estarlo.

Hermione se retorció, incómoda, al escuchar la última frase de su amiga.

—¿Cómo lo haces tú? —preguntó la pelirroja.

—¿El qué?

—Sobrellevar lo de Krum.

—Supongo que estoy acostumbrada —replicó Hermione, pensativa —Lo paso mal al
principio, después todo vuelve poco a poco a la normalidad. Pero lo mío es diferente porque
siempre ha sido así.

—¿Te ha escrito?

—Sí, hace unas semanas. Me dijo que volvería al final del verano y que tenía algo que
preguntarme –Hermione casi se había olvidado de eso con todo lo que había sucedido en
los últimos tiempos y se sintió un poco culpable. No obstante, se moría de ganas de ver a
Viktor. Estaba segura de que cuando lo hiciera, dejaría de sentirse partida en todos y vería
las cosas claras.

—Menudas dos estamos hechas —dijo Ginny tratando de darle un toque de humor a su voz
—Yo enamorada de un chico que quiere salvar el mundo y tú de un jugador de quidditch
mundialmente famoso que vive muy lejos. Y no olvidemos a Malfoy.

—Pues yo preferiría olvidarlo. Sólo quiere utilizarme —ante la mirada interrogativa de


Ginny, añadió —Me lo ha dicho.

—Bueno, él es así —respondió la pelirroja sin darle importancia. Hermione frunció el ceño,
irritada. ¿Era tan simple como eso? ¿"Él era así" y ya estaba?

—No pienso dejar que me utilice por que no tiene a nadie más —respondió, dolida.

Ginny miró a Hermione seriamente durante unos segundos y después sonrió


enigmáticamente.

—Utilízale tú también y listo.

—Yo no soy así —respondió Hermione, enfadada. Se levantó de la cama de Ginny y se puso
a apartar las mantas de la suya para después meterse dentro. No sabía por qué estaba tan
enojada de repente, pero tampoco quería saberlo. Lo único que tenía claro es que las ideas
de Ginny eran ridículas.

—Buenas noches, Ginny —dijo y apagó la lamparita, sumiendo la habitación en la


oscuridad.

Ginny sonrió misteriosamente mientras se tapaba con las mantas.

A la mañana siguiente, la Señora Weasley las despertó y ambas amigas se reunieron en la


cocina con Harry, Ron y los gemelos que bostezaban frente al desayuno. Después de
desayunar, Molly les explicó que tendrían que ir en traslador hasta el Callejón Diagon. El
ministerio estaba muy ocupado como para prestarle un coche a Arthur así que lo habían
dispuesto todo para que usaran un traslador. En esa ocasión se trataba de un zueco de
madera con tacos desgastados que había en medio del jardín.

Los Weasley, Harry y Hermione lo sujetaron a la vez, y unos segundos después aparecieron
en medio del Callejón Diagon. Allí se despidieron de los Gemelos que se fueron a su tienda,
maletín en mano, y tomaron el camino que llevaba hacia el Caldero Chorreante. Como el
año anterior, el lugar estaba prácticamente desierto a excepción de un tipo con rostro
demacrado y profundas ojeras, sentado en una esquina con la mirada perdida. A Hermione
le recordó al tipo con el que había estado hospitalizada y sintió un ligero escalofrío al
rememorar su estancia en San Mungo.

Al salir de la posada, fueron caminando hasta la estación de King Cross. Harry, Ron y
Hermione acompañaron a Ginny y a su madre hasta el andén 9 y ¾, notablemente menos
abarrotado que el año anterior. Todos sabían por qué era: muchos padres tenían miedo de
enviar a sus hijos al colegio en esos tiempos, más ahora que Dumbledore estaba muerto.
No obstante, se encontraron a Neville Longbotton, Luna Lovegood y Ernie McMillan allí y
charlaron un rato. Los tres iban a seguir su formación mágica en Hogwarts y les contaron
cómo les había ido el verano. Después, cuando el Expreso empezó a dar los últimos pitidos
de aviso, se despidieron.

Ginny y Hermione se abrazaron con fuerza, después la pelirroja hizo lo mismo con su
madre y su hermano y por último se detuvo junto a Harry, titubeando. Hermione pudo ver
el brillo de lágrimas en sus ojos cuando la pelirroja echó a correr hacia el tren después de
haber dado un impulsivo y fugaz abrazo a Harry y susurrarle algo al oído.

Fuera lo que fuera lo que le dijo, Harry no abrió la boca en todo el camino hacia Grimmauld
Place. Cuando entraron en la casa todo parecía tranquilo y no había rastro de Kreacher o
Malfoy, pero en hall olía a comida. Olía a pasta cocida.

Ron y Hermione se extrañaron, pero Harry siguió de largo completamente indiferente y se


fue derecho a su habitación.

—¿Crees que está bien? —preguntó Ron, observando las escaleras por las que había
desaparecido con aire apenado.

—Lo estará —respondió Hermione con gesto triste —pero creo que le vendrá bien estar solo
un rato.

—Sí, tienes razón. Iré a la biblioteca a seguir buscando cosas —y el hecho de que se
ofreciera voluntario para respetar la intimidad de su amigo, era una muestra de cuanto lo
apreciaba —¿Vienes?

—Ahora voy, antes quiero ver a Kreacher. Malfoy y él se han peleado o algo así y hace un
par días que no le veo. Quiero saber cómo está.

—Pierdes el tiempo —dijo Ron negando con la cabeza mientras se marchaba escaleras
arriba. Hermione suspiró y agarró el pomo de la puerta de la cocina. Bien sabía que estaba
perdiendo el tiempo, pero no podía evitar preocuparse por Kreacher. Además debía de
reconocer que estaba intrigada por saber cual era la razón por la que había dejado de servir
a Malfoy –aunque estaba claro que ya había cambiado de opinión-.

Cuando abrió la puerta la cocina, un delicioso aroma a carne picada, salsa de tomate y
pasta la invadió. Pero al descender los escalones, Hermione se quedó petrificada al
comprobar que no era Kreacher quien estaba cocinando, sino Malfoy.

Frente a una olla burbujeante, sin delantal y rodeado de docenas de cacharos, platos y ollas
desperdigados por el fregadero, la encimera y la mesa, todos manchados de comida –y a
juzgar por el olor a quemado que desprendía alguno de ellos, lleno de algo carbonizado que
una vez había sido comestible-.

Malfoy no llevaba el hortera mandilón, sino que vestía una de las antiguas camisas de los
gemelos, de franela, a cuadros rojos y blancos y remangada hasta el codo, mostrando su
blancos antebrazos y la Marca Tenebrosa en el interior de su muñeca izquierda. Se apartó
el flequillo y miró a Hermione, aunque la chica no sabría definir que había en su mirada.
Era una mezcla de prudencia, recelo y algo más.

—¿Dónde os metisteis anoche? ¿Os fuisteis a un hotel? —la interpeló él con aire casual,
pero había algo oculto en su tono y en el gris de sus ojos, una ira latente —Puedes tirarte a
San Potter y el Pobretón aquí si quieres, Granger, por mi no te molestes. Veo que el mal
gusto te viene de fábrica.

Hermione abrió la boca y la volvió a cerrar ofendida. ¿Encima se atrevía a hablar de ese
modo después de lo que había sucedido el día anterior?

Pero Malfoy sintió una fiera satisfacción al ver su reacción. Los tres se habían largado el día
anterior sin molestarse en decirle que se iban. Muchos menos a dónde o cuando pensaban
volver. No es que le importara un pimiento lo que hicieran o dejaran de hacer Potter y su
acólito, pero había sido un tanto humillante y patético para él, reunir fuerzas parar ir al
cuarto de Granger –para evaluar hasta que punto estaba enfadada con él –y descubrir que
no estaba.

—No necesito tu bendición, Malfoy —respondió ella ofendida —En cuanto al mal gusto, creo
que tienes razón, ya que por un momento respondí a tu beso. Pero descuida, ya me he
purgado con bicarbonato.

Malfoy hizo una mueca y soltó la cuchara de madera con la que había removido los
espaguetis que estaba cociendo en la olla. Antes de que Hermione pudiera prever sus
intenciones, él la sujetó y la acercó a su cuerpo lo justo para que estuvieran a punto de
rozarse. Hermione intentó liberarse, pero sólo logró que él hundiera más los dedos en su
cintura, casi dolorosamente. Ofendida y frustrada, giró el rostro hacia un lado cuando él se
inclinó hacia ella, de modo que la boca de Malfoy quedó cerca de su oído.

—Repite eso —le susurró él amenazadoramente —Podría hacer que te murieras de placer
aquí mismo, ahora.

Todas sus palabras encerraban un reto y más que intimidarla, había algo en su voz, un
timbre seductor que la incitaba a retarle. Pero Hermione no se dejó conmover. Si bien era
cierto que se sentía incomoda y tensa al notar el calor de sus manos imprimiéndose en la
tela de su jersey de punto y su respiración pesada y superficial cerca del oído, rozando
ocasional y fugazmente su cuello como lenguas de aire caliente, las palabras dichas el día
anterior aún seguían resonando en su interior.

"Utilízalo tú también" le había dicho Ginny. Pero ella no podía, no era capaz de tratar a las
personas como objetos y tenía demasiada dignidad para permitir que se lo hicieran a ella.
Malfoy sólo quería embaucarla para conseguir algo que Hermione no quería darle. Y la
conciencia de que él no sentía ningún tipo de interés por ella más allá del hecho de ser una
hembra de su especie, le dolía en el orgullo y hacía que se sintiera humillada.

—No eres para tanto —dijo con sequedad, atreviéndose a enfrentarse con la mirada gris y
penetrante del chico. Apoyó su mano buena en el pecho de Malfoy para apartarle y no hizo
caso del breve instante en el que notó los latidos del corazón del él golpeando contra su
palma. Muy deprisa, como si ella le acelerara. Pero eso no era así, si había algo que le
alteraba era la emoción de la caza, de jugar con ella y derrotarla —Ya sé lo que puedes
ofrecerme y no me interesa.

Draco la soltó con reticencia, el rostro tenso e inexpresivo. Sabía que era mejor no
presionarla en ese momento, pero sus instintos, sus miedos, lo impulsaban a no soltarla, a
no dejar que se alejara de él. Tal vez se resistían porque sabían que no debería volver a
tocarla en un tiempo. Porque Draco había evaluado los daños de la escena del día anterior:
Granger estaba enfadada con él, y mucho. Y eso no era algo que se fuera a arreglar con un
par de palabras o besos. Había perdido la escasa confianza que había empezado a depositar
en él.
Recordó la sensación feroz pero reprimida que había experimentado dos noches atrás,
cuando ella le pidió que se quedara. Era una sensación eufórica y orgullo posesivo porque
había sentido que Granger le necesitaba. Y esa sensación le gustaba.

Pero ahora ya no iba a permitirse bajar la guardia con él. La había cagado, a pesar de saber
que si hubiera vuelto atrás, se habría comportado de la misma manera. Al menos había
logrado salvar su orgullo. Orgullo que estaba siendo golpeado por los pasos de Hermione
alejándose de él.

La chica caminó decidida hasta las escaleras de las bodegas, pero se detuvo con un pie en
el primer escalón y se volvió hacia él con expresión fiera.

—¡Y limpia todo esto cuando acabes! —le gruñó antes de marcharse dando un portazo.

Cuando la puerta de madera dejó de vibrar por el golpe, Draco soltó una maldición y se
llevó las manos al pelo.

Harry no salió de su habitación durante unas horas. No sabía donde estaban Hermione o
Ron, pero en esos instantes lo único que le importaba es que estuvieran lejos. No tenía
ganas de contacto humano, de hablar o de fingir que estaba bien. Cuando se asomó al
pasillo, únicamente tenía intención de ir al servicio, pero escuchó unos pasos subiendo las
escaleras y se quedó parado planteándose la posibilidad de regresar a encerrarse a su
cuarto. No obstante, decidió que ya era adulto para comportarse así y esperó
pacientemente a que alguno de sus amigos apareciera al final del pasillo.

Pero no se trataba de Ron o Hermione, sino de Kreacher. Subía los escalones, encorvado
sobre sí mismo y más sucio de lo que lo había estado jamás desde que Malfoy había llegado
a Grimmauld Place. Tenía un brillo febril, casi enfermizo en la mirada y apretaba
ansiosamente una serie de bultos que llevaba envueltos en un paño.

—¿Qué llevas ahí Kreacher? —preguntó Harry. No es que le interesara demasiado, pero
había algo sospechoso en el comportamiento del elfo, su manera de caminar y mirar a
todas partes, temeroso de que alguien le encontrara. Kreacher dio un respingo al escuchar
la voz de su odiado amo y sus ojos se entrecerraron cuando se toparon con los del chico.

—Kreacher no lleva nada —dijo con voz áspera, mientras se afanaba en ocultar el bulto con
sus brazos esqueléticos.

¿Había vuelto a robar algo? Cuando habían estado limpiando la mansión con Sirius –Harry
sintió una punzada al recordarlo –Kreacher había tratado de conservar varios objetos para
evitar que su dueño los tirara. Harry sintió el cosquilleo de la ira en el pecho. Ese elfo tenía
gran parte de la culpa de que Sirius estuviera muerto y encima robaba sus cosas para
llevarlas a su ratonera.

—Enséñame lo que llevas —ordenó con frialdad. Kreacher apretó los párpados hasta que
sus ojos fueron sólo dos líneas verdosas y con manos temblorosas y brazos tensos, como si
su cuerpo estuviera manteniendo una lucha interior, ofreció el bulto a Harry.

Éste se aproximó con prudencia y quitó los pliegues del viejo y roñoso trapo que los
ocultaba. Eran un montón de cachivaches, adornos y pequeños objetos que Harry había
visto en su nido de debajo del fregadero una vez. Parecía que estaba mudándose a otra
parte.

Se planteó durante unos segundos la posibilidad de arrebatarse todas esas cosas de Sirius
o dejarle adorarlas en su Madriguera, recordando viejos tiempos. Pero un destello dorado
llamó su atención. Entre un par de ceniceros de plata, una figura de porcelana y una vieja
baraja de cartas, asomaba una estructura con forma de ovalo de oro en el que había una
ornamentada S en relieve rodeada de marcas.

Harry sintió que se quedaba sin aliento durante unos instantes cuando comprendió qué era
ese medallón.

Kreacher, como si estuviera leyendo la mente de Harry, cubrió rápidamente los objetos con
el paño andrajoso y emprendió la retirada escaleras arriba.

—Kreacher, te ordeno que vuelvas aquí —dijo Harry, sin alzar la voz, pero había algo en su
tono mucho más imponente que un grito.

El elfo, incapaz de ignorar una orden tan directa, bajó los escalones lentamente, como si
cada paso le supusiera un esfuerzo inhumano. Cuando llegó hasta la altura de Harry, éste
le ordenó que le mostrara de nuevo lo que llevaba y el medallón quedó otra vez a la luz.

No había duda. Era el guardapelo de Slytherin, el que había llevado Merope Gaunt: el
horrocrux que Dumbledore y él habían creído recuperar.

Había estado ahí todo ese tiempo. Y al mirar a los ojos sanguinolentos del elfo, Harry se dio
cuenta de que Kreacher siempre lo había sabido. Quizás no tenía conciencia exacta de lo
qué era ese medallón, pero si sabía que era muy importante.

Harry sintió que la rabia le subía al cerebro como espuma y tuvo que hacer un gran
esfuerzo por no descargar su ira gritando y zarandeando a Kreacher. En un movimiento
rudo y rápido, cogió el medallón y el elfo ahogó un gemido.

—¿Cómo llegó esto a la Mansión Black? ¿Regulus lo trajo? —preguntó con la cólera
burbujeando en su voz.

Kreacher apretó los dientes y su rostro, deformado por una rabia que no trataba de
disimular, se desfiguró aún más, acentuando el enrojecimiento de sus ojos. Lentamente,
asintió, como si el aire fuera sólido y le tratara de impedirle cualquier movimiento.

Harry intentó abrir el medallón, pero estaba herméticamente sellado. Recordó que cuando
Sirius y el resto lo habían encontrado en el Salón, tampoco habían logrado abrirlo. Se
preguntó si eso era signo de que el horrocrux seguía intacto o de qué estaba destruido.
Cuando Dumbledore eliminó el horrocrux del anillo de los Gaunt, la piedra oscura que
llevaba engarzada se había partido en dos, pero el guardapelo parecía intacto a excepción
de estar sellado. Decidió que lo analizaría más tarde y miró a Kreacher gélidamente.

—¿Viste a Regulus con él?

El elfo asintió con movimientos rígidos.

— ¿Viste si le hizo algo?


Kreacher negó con la cabeza, pero el brillo de maldad que Harry vio en sus ojos, le hizo
desconfiar y recordó que el elfo siempre trataba de buscar la manera de trampear todas
sus respuestas o el cumplimiento de sus ordenes.

—Si no le viste...¿oíste o supiste de alguna manera qué hizo con el medallón?

Kreacher apretó los labios hasta que se le blanquearon por completo y lentamente asintió.

—Habla —le espetó Harry irritado.

—Kreacher vio a Regulus regresar una noche empapado y cansado. El Amo llevaba el
medallón en una mano cubierta de sangre y... —se detuvo para mirar a Harry con odio,
pero ante el gesto de éste, continuó, con los ojos empañados en lagrimas de rabia —
Kreacher preguntó al Amo si podía ayudarle en algo, pero el amo dijo que no...Kreacher
estaba preocupado por...

—Al grano —atajó Harry secamente.

Kreacher se estremeció de furia, antes de proseguir con su relato.

—El Amo fue a la biblioteca y se encerró allí. Kreacher fue a llevarle ropa seca, pero el amo
había sellado la puerta de la biblioteca —el elfo hizo una pausa, sudando copiosamente y
una lágrima de pura rabia se le escurrió de uno de sus ojos, pero Harry no se dejó
conmover y le lanzó una mirada acerada —Kreacher le escuchó gritar y vio una luz blanca
por debajo de la puerta. Kreacher se asustó porque las paredes y la puerta temblaron, y
usó la magia para abrir la biblioteca. El amo estaba en el suelo, inconsciente y tenía el
medallón en la mano.

—¿Y qué pasó luego?

—El Amo despertó, estaba agitado y nervioso, pero parecía satisfecho. Después cogió
algunas de sus cosas y Kreacher le vio abandonar la casa —Kreacher bajó los ojos,
cargados de tristeza y Harry se sintió algo incómodo. Nunca había imaginado que Kreacher
conociera ese sentimiento —Kreacher nunca volvió a ver al Amo.

Harry se removió un poco, abrumado por el descubrimiento de que Kreacher era capaz de
albergar algo más que sentimientos mezquinos. Después de todo era un ser vivo, por muy
odioso que le resultara.

—Kreacher...—vaciló unos instantes, pero endureció el rostro al ver la expresión iracunda


de Kreacher. Su momento de debilidad había pasado —¿Oíste lo que dijo Regulus en la
biblioteca? Me refiero a lo que gritó antes de que apareciera esa luz y las paredes
temblaran.

Kreacher apretó los dientes pero sus labios empezaron a temblar. Era evidente que si lo
había oído, no quería revelarle esa información a Harry, pero a la vez su naturaleza mágica
le impedía desobedecer una orden directa.

—Sí —espetó con un graznido.

—¿Y qué dijo? —le insistió Harry con impaciencia.


—Kreacher...no...recuerda —logró decir el elfo, pero su voz sonó deformada e inestable,
como si no tuviera aire para hablar y hubiera hecho un gran esfuerzo para pronunciar esas
palabras.

—Mientes —le acusó Harry —¡Dime qué dijo Regulus!

Kreacher empezó a temblar convulsivamente de pies a cabeza, con el cuerpo rígido por la
rabia y la impotencia, y una nueva cascada de lágrimas de frustración le llenaron los ojos.

—Exstinctus...anima —balbuceó a borbotones. Después se tapó la boca con una mano y


rompió a llorar ahogadamente, arrullando el bulto contra su pecho con ansiedad. Harry
sintió compasión por él y apartó los ojos de la penosa visión que el elfo ofrecía.

—Pues retirarte, Kreacher. Gracias —dijo.

El elfo ni siquiera se molestó en mirarle con odio antes de marcharse corriendo escaleras
arriba. Harry tomó aire, emocionado y se fue a buscar a Hermione y Ron.

Harry encontró a sus amigos en la biblioteca, ojeando libros con aire aburrido. Abrió la
puerta con tanta fuerza que rebotó contra la pared y entró en la sala como una exhalación,
ante la sorpresa de Hermione y Ron.

—Harry, ¿qué pasa? —preguntó Hermione.

—¡Lo tengo! —cerró de una portazo y se acercó a zancadas a sus amigos claramente
excitado.

—¿El qué?

—¡Ya sé cómo destruir el horrocrux! Bueno...casi —explicó dejándose caer en un sillón


junto al pelirrojo.

—Pero, ¿cómo...

—Kreacher —dijo entre dientes y arrojó el medallón dorado a las manos de Ron.

—¿Qué es esto? –preguntó Ron examinándolo —¿No será el...

—Guardapelo de Slytherin —completó Harry –Kreacher lo tenía, seguramente en su


madriguera, debajo del fregadero.

—¿Y de dónde lo sacó Kreacher? —preguntó Hermione boquiabierta.

—De Regulus. Regulus lo dejó aquí después de destruir el horrocrux, y Kreacher oyó cómo
lo hacía. Sé el nombre del hechizo que hay que usar...

—¡Eso es genial, Harry! —exclamó la chica levantándose del sillón para caminar en círculos
por la alfombra —¿Cuál es?¿Lo conocíamos?
—No. Se llama Exstinctus anima. Por lo visto es muy poderoso porque después de usarlo,
Regulus se desmayó. Kreacher dice que produjo una luz blanca. Creo que por eso el
medallón está sellado —dijo y Ron dejó de forcejear para intentar abrirlo.

—Exstinctus anima —murmuró Hermione —Sé que lo he visto en alguna parte. Creo que lo
leí en algún libro de esta biblioteca pero no pensé que...

—Más libros no...—rogó Ron.

Hermione no le hizo caso y se internó entre las estanterías murmurando algo. Harry y Ron
se miraron y se encogieron de hombros mientras escuchaban a Hermione remover en las
estanterías. Al cabo de unos segundos, la chica regresó con un pesado libro de cuero azul
marino en las manos y una expresión de triunfo en el rostro.

—Es éste, estoy segura —dijo posándolo en la mesita donde el día anterior habían
intentado destruir el horrocrux —Recuerdo que lo miré porque estaba junto al diario de
Regulus. En alguna parte de este libro está el hechizo.

Los tres se abalanzaron sobre el libro y empezaron a pasar páginas, leyendo cada uno una
parte a fin de ir más deprisa. Después de cinco minutos de búsqueda infructuosa, Ron dio
un respingo de alegría.

—¡Está aquí! ¡Mirad!

—Exstinctus anima. Este poderoso hechizo data de la época de los druidas antiguos. Se
consideraba un hechizo de magia negra por su capacidad de extinguir el alma o las
esencias de los elementos vivos, algo que atentaba contra los ideales druídicos. A raíz de su
prohibición, cayó en el olvido y sólo fue mantenido por una pequeña rama de los druidas
galeses. El hechizo se aplica semejando el movimiento de un látigo y hasta la fecha se
conocen pocos magos que hayan sido capaces de realizarlo correctamente —leyó Hermione.
El libro seguía con más datos históricos que la chica decidió omitir —¡Ya lo entiendo! ¿Cómo
pude pasarlo por alto? Fue la referencia a los elementos vivos lo que me confundió. Pero los
druidas amaban la naturaleza y consideraba que los árboles, los ríos, hasta las
piedras...que todos los objetos poseían una esencia, por lo que los consideraba elementos
vivos. Y si a eso le sumamos un alma humana...

—Tiene que valer —aseguró Harry —ahora sólo tenemos que aprender a hacerlo y
podremos destruir el horrocrux de la copa de Hufflepuff.

Los tres amigos se miraron, nerviosos e ilusionados con la idea.

—Ve a por el horrocrux, Harry, así podremos practicar —sugirió Ron. Harry asintió y salió
de la biblioteca para regresar poco después con la copa envuelta en la camisa de Dudley, y
como de costumbre la depositó en la mesita después de que Ron apartara el libro.

Hermione sintió que su euforia mermaba por segundos al darse cuenta de que ella, de
nuevo, tendría que limitarse a observar como sus amigos hacían magia. Intentarlo con la
zurda estaba fuera de lugar y menos con un hechizo tan poderoso. Si le daba a alguno de
sus amigos, en el hipotético caso de que el hechizo saliera bien, podría despojarles de su
alma con un efecto equivalente al del beso de un dementor.

Frustrada, se sentó en un sillón apartado y se limitó a mirar los intentos de Harry y Ron por
mover la varita como si fuera un látigo. De vez en cuando les daba indicaciones o
sugerencias, al principio bien recibidas, al final acogidas con irritación, de cómo deberían
mover la varita o que pronunciación debían darle a las palabras para que el hechizo saliera
bien.

Harry y Ron lo intentaban apuntando a la copa, pero después de cerca de una hora de
intentonas, juramentos y discusiones con Hermione alegando que los ponía nerviosos, no
habían logrado más que echar un pequeño rayo de luz blanca con sus varitas que temblaba
en el aire antes de tocar la copa y difuminarse.

—Tenéis que estar haciendo algo mal —dijo Hermione, impacientada.

—Eres de gran ayuda —murmuró Ron fastidiado.

—Si no te gusta lo que digo, no es mi problema. Ni siquiera...

—Dejadlo de una vez —terció Harry, previendo otra pelea. Ese día no estaba de humor para
aguantar las constantes discusiones de sus amigos —No vamos por mal camino si logramos
que haya salido algo de luz. Hermione, ¿en el libro no dan más indicaciones?

—Nada más aparte del movimiento de látigo —dijo la chica ojeando el libro por enésima vez
—pero también dice que pocos magos han logrado hacerlo. Supongo que es normal que...

—¡Exstinctus anima! —exclamó Ron. Estaba harto de las órdenes de Hermione, así que
decidió ignorarla y seguir por su cuenta. Pero algo debió de hacer diferente en esa ocasión
porque el otrora débil hilo de luz se convirtió en un grueso y potente rayo de luz blanca que
colisionó contra la copa con violencia extendiendo por la habitación una honda expansiva
que hizo al pelirrojo y a Harry retroceder un par de pasos y a la muchacha estrujarse
contra el respaldo del sillón.

—¡Lo conseguí! —exclamó Ron con una mezcla de alegría e incredulidad. Harry se acercó a
examinar rápidamente la copa dorada que se había volcado sobre la mesa.

—No es por ser aguafiestas, pero no creo que hayas destruido el horrocrux, Ronald —
apuntó Hermione —Regulus se desmayó y tú apenas te has movido...

—¿Y tú que sabes? —se defendió Ron, enfadado.

—Creo que Hermione tiene razón —terció Harry con voz serena, sostenía la copa de Helga
en las manos —la copa está intacta. El hechizo no tiene por qué destruirla físicamente pero
sí altera de algún modo su estado original. El guardapelo está sellado y la piedra del anillo
de los Gaunt se partió por la mitad, pero la copa está igual que antes.

—Bueno —gruñó Ron, enfurruñado —pero por lo menos fui capaz de hacer el hechizo.

—En eso tienes razón —reconoció Hermione y Ron aflojó un poco el ceño —no vi cómo lo
hacías pero debiste mover la varita de un modo diferente. Creo que ese es el modo de
hacer el hechizo pero no lo lanzaste con la suficiente intensidad. Con un poco de práctica y
tal vez si Harry y tú combináis vuestros hechizos...

Ron, evidentemente satisfecho de sí mismo, le daba indicaciones a Harry con el mismo tono
con el que Hermione se las había dado a él y que tanto le había molestado. Después de un
par de intentonas, Harry logró lanzar el hechizo igual que Ron y tumbar de nuevo la copa
con idénticos resultados.
A la vez siguiente, ambos lanzaron el hechizo a la vez, pero aparte de arrojar la copa al
suelo, no hubo cambios. Hermione les observaba intentarlo una y otra vez, y fracasar
mientras una idea comenzaba a forjarse en su mente.

—Chicos —les dijo al cabo, y ambos se detuvieron para mirarla —Creo que el fallo no está
en vuestra manera de lanzar el hechizo sino en vuestros sentimientos al respecto.

—¿Sentimientos? —preguntó Ron con extrañeza.

—Harry, ¿no te dijo Bellatrix Black en el ministerio que no podías lanzar una Avada Kedavra
porque no lo sentías realmente? No deseabas verdaderamente matarla o causarle dolor.

—¡Pero nosotros sí deseamos destruir el horrocrux! —alegó Ron.

—El horrocrux como objeto, pero no como alma cautiva. Tal vez si os concentráis en la
esencia en lugar de en la copa...

—Tiene sentido —dijo Harry, pensativo —intentémoslo de nuevo, Ron, concentrémonos en


destruir la parte de Voldemort que hay en la copa.

Los dos se plantaron, con las mangas subidas, las piernas separadas y expresión de
profunda concentración a un par de metros de la copa. Hermione les dio unos segundos y
después empezó a contar hasta tres, como siempre hacía, para coordinarles.

—Uno, dos y...¡tres!

—¡Exstinctus anima! —gritaron Harry y Ron al unísono.

En el mismo instante en que los chorros que salieron de las varitas de Harry y Ron
impactaron contra la copa, una luz del blanco más cegador inundó la biblioteca de los Black
como una honda expansiva arrollando todo lo que encontró a su paso. Las paredes
temblaron y un cuadro se descolgó.

Harry y Ron cayeron inconscientes al suelo y el sillón de Hermione volcó con ella encima,
dejándola momentáneamente sin respiración y con un fuerte golpe en la cabeza, apenas
amortiguado por la alfombra. Con un quejido de dolor, trató de levantarse ayudándose de
su brazo sano pero se quedó lívida al ver a Harry y Ron tirados en la alfombra, pálidos e
inmóviles con los ojos cerrados.

Asustada a pesar de saber que posiblemente sólo estaban momentáneamente


inconscientes, se acercó a ellos gritando sus nombres mientras se arrodillaba a su lado.

—¡Harry! ¡Ron! ¡Despertad! —les exhortó, turnándose para agitarles con la zurda. Al cabo
de unos segundos, ambos empezaron a reaccionar y abrieron los ojos, soltando algún que
otro lamento de dolor. Harry tanteó el suelo en busca de sus gafas que Hermione le acercó
con celeridad y se las puso mientras Ron se incorporaba, aturdido.

—¿Funcionó? —preguntó Ron frotándose los ojos.

—No lo sé —reconoció Hermione, levantándose de inmediato para buscar la copa. La


encontró en el suelo, junto a la mesilla volcada y la recogió por el asa. Todas las piedras
preciosas que una vez habían moteado la superficie dorado de la copa habían saltado o
estallado, dejando sólo los huecos ennegrecidos donde antes habían estado. Y un par de
centímetros a la izquierda del asa, se había abierto una gruesa y alargada grieta con
diversos hilillos finos bifurcándose.

—Yo diría que sí —dijo cuando sintió a sus amigos a sus espaldas —Si esto no ha
funcionado, nada lo hará.

—¡Lo logramos! —exclamó Ron, contento y dio una palmada en la espalda de Harry, que
parecía en estado de shock.

—¿Harry? —preguntó Hermione mirando a su amigo —¿estás bien?

—Sí —dijo al cabo, parpadeando un par de veces —Uno menos. Ahora nos vamos a Albania.

—¿Qué?

Capítulo 26: Años de razones (Editado)

—Ya lo habéis oído. Nos vamos a Albania, cuanto antes —anunció Harry.

—Pero si ni siquiera sabemos por que parte empezar a buscar —titubeó Ron.

—Aquí parados tampoco lo vamos a descubrir.

—Pero el Señor Weasley está investigándolo, ¿no? —terció Hermione, sorprendida por la
determinación de su amigo, aunque una parte de ella sospechaba que la escena de la
estación tenía que ver con la repentina prisa que parecía sentir Harry.

—Bagman no tiene ni idea —replicó Harry —A lo mejor sería más fácil ir a buscar a la
familia de Jorkins allí.

—Pero Harry, sé razonable, no puedes plantarte en cualquier ciudad de Albania y ponerte a


preguntar.

—Iremos al Ministerio de Magia Albanés. Estoy seguro que ellos también estaban buscando
a Bertha Jorkins y seguro que tienen más información que el Ministerio Inglés —dijo Harry
decidido.

—¿Y si...y si esperamos alguna noticia más de mi padre? Seguro que él puede descubrir
algo, dale un par de días.

Harry se lo pensó unos segundos, y finalmente asintió.

—Mientras tanto, podemos seguir informándonos sobre Albania, ¿no creéis? —preguntó
Hermione, animada. Echó a andar hacia las estanterías, pero la voz de Harry la detuvo,
como si la hubieran paralizado.

—Tú no vienes.

—¿Qué? —Hermione se giró rápidamente para mirar a la cara a su amigo.

—Hermione —comenzó Harry dando un paso hacia ella —Creo que lo mejor sería que te
quedaras aquí.
—Harry, esto ya lo hablamos y quedamos en que era decisión mía y de Ron el arriesgarnos
e ir contigo...

—Lo sé, pero esta vez es diferente. Tú estás herida, por mi culpa además. No puedo
permitir que vengas con nosotros en esas condiciones.

—No puedo usar la derecha pero no estoy anulada como persona —replicó Hermione,
ofendida.

—Si ya es peligroso que me acompañéis es óptimas condiciones aún lo es más teniendo el


brazo así, Hermione. Además, apenas puedes lanzar hechizos, no podrías ayudarnos.

—Puedo ayudaros de otras formas —se empecinó ella tratando de mantener la calma. No
podía creerse que Harry pretendiera dejarla aparcada como un mueble viejo después de
todo el empeño y trabajo que había puesto en su misión.

—Hermione, creo que Harry tiene razón... —terció Ron.

—¡No es justo! —replicó ella —Aunque no pueda usar la magia, puedo ayudaros
igualmente. ¿Quién se dio cuenta de que R.A.B. era Regulus? ¿A quién se le ocurrió lo del
Demiguise cuando fuimos a Albania? He hecho muchas cosas sin magia.

—Hermione, no estamos diciendo que no —dijo Harry, incómodo —pero eso no tiene nada
que ver. Podríamos encontrar el horrocrux y sabes que estará muy bien protegido. Y tú no
podrás usar la magia para defenderte...

—¿Insinúas que seré una carga para vosotros?

Se hizo un silencio abrupto y tan espeso que casi les zumbaba en los oídos. Ron miraba a
Harry y a Hermione alternativamente, esperando que alguno de los dos se atreviera a decir
algo antes de verse obligado a hacerlo él.

—Yo no he dicho eso —dijo Harry cuidadosamente después de unos largos segundos.

—Pero sí lo has dado a entender —replicó ella, implacable.

—Escucha, Hermione, simplemente prefiero que te quedes aquí, a salvo, y te cures. Lo


importante ahora es que te recuperes.

—Lo importante es el horrocrux —replicó ella, furiosa tanto con sus amigos como consigo
misma por no poder controlar las lágrimas de furia que comenzaban a enturbiarle la visión
—Y quedamos en que ir a por los horrocrux era decisión nuestra, no tuya. No puedes
impedirme ir.

—Te lo estoy pidiendo, Hermione —respondió el moreno, en uno tono mezcla de


condescendencia y determinación que hizo que Hermione se sintiera aún más insultada.

—Me da igual, pienso ir.

—Hermione —intervino Ron, estaba bastante pálido y parecía algo asustado por el curso
que estaban tomando las cosas —Yo también te lo pido. Harry y yo nos sentiremos mejor si
te quedas aquí, segura. Nosotros nos ocuparemos.
Hermione se rió secamente y encaró a sus amigos.

—Y tú te pones de su parte, como siempre.

—Hermione...

—No sé para qué me molestó en discutir por vosotros si ya habéis decidido por mí.

Oyó su nombre un par de veces mientras pasaba de largo junto a sus amigos y abría la
puerta de la biblioteca. Salió como una flecha por el pasillo y bajó las escaleras, sollozando
sin poder evitarlo. Se sentía ridícula por llorar como una niña rabiosa, pero era superior a
sus fuerzas. Harry y Ron habían decidido que ya no les servía para nada así que debía
quedarse en Grimmauld Place esperándoles mientras ellos investigaban y posiblemente se
jugaban la vida. Miró con rabia su brazo derecho y trató con todas sus fuerzas de mover la
mano, pero apenas logró estirar un poco los dedos engarrotados. No sería capaz de
sostener una varita a no ser que se la pegaran a las yemas. ¿Por qué tenía que haberle
pasado eso? ¿Se vería relegada a esperar toda su maldita vida a que su brazo decidiera
volver a ser útil? ¿Podría volver a abrocharse los pantalones sin magia o a abrir un libro sin
dificultad?

Desde que había despertado en San Mungo se sentía inútil e incapaz y ahora sus amigos
habían acabado de confirmarle que ya no servía para nada. Se marcharían a Albania y ella
se quedaría sola con Malfoy y Kreacher en Grimmauld Place. Genial.

Limpiándose rabiosamente las lagrimas, se detuvo al final de las escaleras tratando de


recuperar el resuello. Su pecho se convulsionaba de pura ira, obligándola a tomar
bocanadas de aire que parecían insuficientes para llenar sus pulmones. Enfadada, echó un
vistazo a la puerta de su habitación pero decidió irse a otra parte. Si Harry y Ron decidían
seguirla, su habitación era el primer lugar donde la buscarían y ella no deseaba verles.

Siguió bajando las escaleras hasta el segundo piso, y entró al alzar en una cualquiera de las
habitaciones deshabitadas que Kreacher había encantado. Como no podía sentarse en las
camas y no estaba segura de si los muebles eran de fiar, se sentó en el duro suelo, en
mitad de la estancia.

Genial. Eso la ayudaba enormemente a sentirse menos ridícula.

Tomó aire profundamente y trató de serenarse, limpiándose los retos de lágrimas con su
única mano útil. Sollozó un par de veces antes de que la puerta de la habitación se abriera
silenciosamente tras ella.

—Marchaos —dijo sin volverse porque sabía que Harry y Ron estaban a sus espaldas —No
tengo nada más que deciros. Quiero estar sola. Aunque como mi opinión no cuenta no
tenéis por qué hacerme caso, claro —añadió con ironía.

Pero no escuchó la puerta cerrándose y los pasos de sus amigos alejándose, sólo silencio.
Irritada, se volvió hacia la puerta y se quedó boquiabierta al ver a Malfoy allí, observándola
de un modo un tanto extraño. Sintió como sus mejillas se calentaban, posiblemente
enrojecidas ante lo violento de la escena. Malfoy era la última persona que quería que la
viera llorando, pero por supuesto, nada iba a salirle como ella quería.

—Sí, estoy llorando —dijo con franqueza —ríete cuanto quieras, pero déjame sola. No estoy
de humor para aguantarte.
Pero por supuesto, Malfoy no le hizo caso. Cerró la puerta y se acercó a ella, sin dejar de
mirarla mientras ella se afanaba en tratar de limpiarse las lágrimas y mantener su
dignidad.

—¿Qué te han hecho los estúpidos de Potty y Weasel? —preguntó él con tono fiero.

Hermione se quedó tan sorprendida que hasta se olvidó de llorar. Le miró boquiabierta
durante unos instantes, parado en medio de la habitación, frente a ella, pero pronto alzó
una ceja con desconfianza.

—¿Y a ti que puede importarte? —le soltó ella —Tú no eres mejor que ellos. Vivo rodeada
de un elfo que me odia y tres chicos que sólo me utilizan cuando les conviene y cuando no,
me dejan aparcada.

Hermione pudo ver cómo Malfoy apretaba los labios, como si estuviera conteniéndose de
decir algo. Decidió ignorarle y marcharse, así que se puso en pie apoyándose en su mano
buena. Se tambaleó unos instantes, desequilibrada, pero la mano de Malfoy rodeándole el
brazo derecho la estabilizó. Hermione le miró sorprendida, no sólo por que él la hubiera
ayudado sino por qué podía sentir el calor y la presión de su mano en el brazo. Y hacía días
que no sentía nada. Ni el tacto de la ropa, ni el dolor de ningún golpe. Ni siquiera un
cosquilleo como el que ahora él estaba provocándole.

—¿Qué? —preguntó él con suavidad al ver el modo en que lo miraba. Pero no la soltó.

—Mi brazo —dijo ella aturdida —siento...siento tu mano.

El jersey que ella llevaba era de punto y Draco casi podía sentir su piel bajo la palma de la
mano. Inconscientemente, aumentó un poco la presión de sus dedos en torno al brazo de la
chica, como si quisiera sentirla más, pero ella pronto se sintió incómoda y se removió,
tratando de soltarse. Draco se apartó y evitó mirarle el rostro húmedo por las lágrimas
para escapar de la necesidad de hacerlas desaparecer.

Joder, se estaba volviendo un cursi.

Cuando quiso darse cuenta, Hermione ya tenía una mano en el pomo de la puerta y la abría
para dejarle solo. Gracias a sus buenos reflejos, Draco la alcanzó en dos zancadas y
empujó la puerta con una mano, cerrándola en las narices de la chica, atrapándola entre su
cuerpo y la hoja de madera. Hermione se quedó muy quieta, como un animalillo asustado,
consciente de la presencia de Malfoy a su espalda. Un brazo pasaba junto a su hombro,
terminando en la mano que sellaba la puerta impidiéndole la retirada y aunque en ningún
momento la tocaba ni con él ni con su pecho, Hermione podía sentir el calor que irradiaba
el cuerpo de Malfoy fundiéndose con el suyo y su dichoso aroma. Seducción. Cuando Malfoy
inclinó la cabeza y su aliento cayó sobre la parte de la nuca y los hombros que dejaban a la
luz su jersey y su pelo recogido en un moño flojo, Hermione se tensó. Cada vez que él
soltaba aire, sentía un cosquilleo excitante e insoportable en la nuca que le daba ganas de
retorcerse. Pero no se atrevía. No se atrevía a moverse, ni a respirar. La presencia de
Malfoy, tan cerca, la inmovilizaba y anulaba. No podía hacer nada más que concentrarse en
no recostar su espalda en el pecho de él, buscando consuelo.

—Dime —susurró él a su nuca —¿Qué ha pasado con esos dos?

Hermione cerró los ojos con fuerza y apretó los labios. No podía pensar. No quería hablar,
pero se sentía hipnotizada por la cercanía, por el calor, por la voz de Malfoy en su nuca.
—Se marchan a...cumplir una misión. Y han decidido que yo me tengo que quedar aquí —
susurró con la cabeza gacha.

—¿Por tu brazo? —inquirió él con otra caricia de su aliento sobre la piel de ella.

—Eso dicen —reconoció —No me lo han dicho pero creen que seré una carga para ellos.
Dicen que no podré defenderme de los peligros que nos encontremos así que como según
ellos, no sirvo para nada allí, debo quedarme a salvo aquí.

—Qué cabrones.

—Lo sé —dijo ella, alentada por su apoyo —no les importa en absoluto lo que yo tenga que
decir y...

—Cómo se atreven a preocuparse por tu seguridad —susurró él con ironía.

Hermione se puso aún más rígida si cabe y alzó la cabeza obstinadamente.

—No necesito que se preocupen por mí. Sé cuidarme soli...

—¿De veras? —la interrumpió él con un matiz de burla en la voz —Podría quitarte la varita
del bolsillo del pantalón sin que te dieras cuenta y lanzarte una imperdonable antes de que
pudieras reaccionar. Y aunque lo hicieras, aunque estuvieras armada, seguramente lo más
peligroso que podrías hacer es provocar que me salieran ramilletes de margaritas por las
orejas. Me temo que sí serías una carga.

—Tal vez no pueda defenderme —reconoció Hermione dolida —Pero puedo ayudarles de
otras maneras. Soy algo más que una varita.

—Si piensas enfrentarte a peligros mágicos con la fuerza de tu mente, ya puedes ir


cavándote una tumba —replicó él fríamente —Además pondrías en peligro a tus adorados
amigos, porque estarían pendientes de protegerte y eso les haría más vulnerables a los
ataques.

Al escuchar sus palabras, Hermione se dio cuenta de que el maldito de Malfoy tenía razón y
le odió por eso. Y también por obligarla a ser lógica en un momento en el que no quería
serlo, por hacerla sentirse egoísta cuando se creía en su derecho de ser la parte ofendida.

¿De qué iba? Entraba en la habitación a la que había ido buscando intimidad, la obligaba a
decirle lo que le pasaba y después...después hacía que dejara de comportarse como una
niña enrabietada y fuera razonable. Tal vez no podía estar enfadada con Harry y Ron, pero
sí con él.

Él no tenía ningún derecho a opinar sobre nada de su vida. Sólo quería utilizar su cuerpo
mientras no encontrara algo mejor, como si fuera una de sus escobas: en cuanto se le
presentaba una mejor, dejaba aparcada la antigua.

—Déjame salir —dijo en el tono más pausado del que fue capaz. Si no la dejaba sola de un
momento a otro, Hermione no estaba segura de responder sus actos.

—Granger... —comenzó él y se acercó un poco más, hasta rozar la espalda de Hermione


con su pecho.
—He dicho que me dejes salir —repitió ella con una lentitud amenazante.

—Granger, no t... —el resto de sus palabras quedaron ahogadas por el brusco exabrupto
que soltó cuando la chica hundió su codo izquierdo en la mitad inferior de su estomago.
Draco apartó la mano con la que sostenía la puerta para llevársela al lugar dañado y ella
aprovechó ese instante para abrir y escurrirse al pasillo antes que él pudiera hacer nada
para impedirlo.

Draco se planteó la posibilidad de ir detrás de ella para estrangularla en lugar de dejarla


marchar impunemente, pero estaba demasiado dolorido. Granger había estado
peligrosamente cerca de cierta zona muy preciada de su anatomía y sabía que de haberlo
querido, le hubiera golpeado justo ahí, posiblemente acabando con todo futuro de la familia
Malfoy.

—Maldita Granger —gimió.

Hermione entró en su habitación, cerró la puerta y la selló e insonorizó después de varios


intentos. Estaba muy enfadada, pero no sabía con quien. Si con Harry y Ron, con Malfoy o
con ella.

Con todos posiblemente. O mejor aún, con Malfoy. Podía estar enfadada con él sin sentirse
culpable, total, a él le traía sin cuidado lo que pensara de él.

Necesitaba un respiro de testosterona. Estaba harta de que Harry y Ron fueran tan
protectores y de que Malfoy...bueno, de Malfoy en general. También lo estaba de ser una
inútil y de sentir que no valía para nada.

Suspirando, se dejó caer en la cama y Crookshanks corrió a acurrucarse sobre sus rodillas,
como siempre hacía. Hermione lo acarició con aire ausente, pensando que en esos
instantes, la única compañía que soportaba era la del gato.

Se sumió en sus cavilaciones durante unos largos minutos, hasta quedarse totalmente
abstraída a medida que se iba calmando. Parpadeó un par de veces cuando Crookshanks
maulló reclamando su atención, entonces Hermione se dio cuenta de que había dejado de
acariciarle.

Rascándole detrás de las orejas, Hermione se reconoció que por más que le repateara el
hígado, Malfoy, Harry y Ron tenían razón y ella estaba equivocada. Al menos parcialmente.

Seguía convencida de que podría ser de ayuda a sus amigos en Albania, pero comprendía
que podría ser más perjudicial que otra cosa al no poder usar la magia con normalidad, ni
siquiera para defenderse. Harry y Ron estarían todo el rato pendientes de protegerla y
bajarían la guardia con respecto a ellos mismos, quedando más expuestos a todos los
peligros que se pudieran encontrar. Y sólo había una cosa que Hermione soportaba aún
menos que sentirse impotente y preocupada por ellos al quedarse en Londres: ser la causa
de que Harry o Ron, tal vez los dos, salieran heridos...o peor.

El problema era que ahora que se había reconocido que Harry y Ron no eran unos
malvados egoístas que la consideraban una inútil redomada, debía reconocérselo a ellos. Y
para una persona tan acostumbrada a tener la razón, eso era bastante difícil.
Mientras se tomaba una poción para dormir sin sueños, Hermione resolvió que hablaría con
sus amigos al día siguiente. Después se metió entre las mantas, pensó en lo gilipollas que
era Malfoy y se durmió.

Como se había prometido, el día siguiente, después de vestirse y asearse, Hermione bajó a
la cocina donde sabía que encontraría a sus amigos. El hecho de que se callaran en el acto
cuando entró, hizo que la Hermione sospechara que estaban hablando de ella y se sintió
algo inquieta a la par que irritada.

—Hermione...—Harry hizo ademán de levantarse pero Hermione le indicó con una seña que
siguiera sentado y tomó asiento junto al pelirrojo.

—Tenemos que hablar —dijo ella con un largo suspiro —Entiendo vuestro punto de vista y
si es tan importante para vosotros que me quede, lo haré. Lo último que quiero es ser una
carga en tu misión, Harry.

—Nosotros no pensamos que seas una carga —se apresuró a aclarar Ron que miraba a
Hermione como si esperara que de un momento a otro su enmarañado cabello se
convirtiera en venenosas serpientes.

—No con esas palabras pero lo hacéis —dijo ella sin reproche —y tenéis razón. Si yo no
puedo defenderme, tendríais que ocuparos vosotros y eso supondría que todos corriéramos
un riesgo innecesario.

Se hizo un silencio en el que Ron y Harry miraron a Hermione con tanto cariño y alivio, que
la chica se sintió culpable por su reacción del día anterior.

—Y siento haberos chillado y dicho todas esas cosas que os dije —murmuró abochornada —
¿Qué os parece si cuando acabemos de desayunar vamos a la biblioteca a buscar más
información?

—Espera un momento —dijo Harry con un tono tan serio que Hermione se asustó —He
estado pensando. Cuando Ron y yo nos vayamos tú te quedarás aquí sola con Malfoy y no
me gusta nada la idea.

—Harry... —comenzó Hermione.

—A mi tampoco —continuó Ron, ignorando la intervención de la chica —Podría irse a la


Madriguera mientras nosotros no estemos. Estoy seguro de que a mi madre no le
importaría, además ahora que Ginny se ha ido está muy sola.

—No creo que sea necesario que...

—Podemos hablar con tu madre por la Red Flu y preguntárselo —sugirió Harry, pensativo —
Podríamos acompañar a Hermione hasta allí antes de irnos a Albania...

—Chicos...

—Sí —dijo Ron mirando el reloj —A estas horas seguro que mi madre anda cerca de la
chimenea...
—¡Chicos! —chilló Hermione, irritada —¿Queréis dejar de actuar como si yo no estuviera
aquí? —Harry y Ron la miraron sorprendidos —No pienso irme a la Madriguera. ¿Y dejar a
Malfoy solo aquí? Podría escaparse y...

—Pero es peligroso que te quedes aquí con él —explicó Ron como si Hermione estuviera
loca por no pensar como ellos.

—Malfoy no tiene varita y yo sí. Tal vez no pueda defenderme de la Magia Oscura de
Voldemort pero si puedo apañármelas con un mago sin varita. Y no pienso ceder en esto —
añadió al ver que Harry abría la boca para rebatirla. Hermione recordó ese momento del día
anterior en el que Malfoy le había dicho que era inofensiva y frunció el ceño aún más
decidida.

Sus dos amigos se quedaron en silencio unos segundos, abriendo la boca y volviendo a
cerrarla, indecisos. Estaba claro que no les gustaba un pelo la idea de que Hermione y
Malfoy se quedaran solos en Grimmauld Place –y posiblemente la creían incapaz de
defenderse de él, de ser necesario –pero Hermione se negaba en redondo a marcharse a la
Madriguera como si fuera una completa inútil o demasiado pequeña para quedarse sola en
casa. Y por supuesto, no pensaba darle el gusto a Malfoy.

—Está bien —cedió Harry a regañadientes —Quédate aquí si es lo que quieres.

Hermione sonrió satisfecha.

Pero por supuesto, Harry y Ron no pensaban dejar las cosas así. Un rato después, cuando
Hermione subió a la biblioteca, ellos alegaron que limpiarían la cocina y después se le
unirían, pero era una mera excusa para librarse de ella. En cuanto los pasos de Hermione
dejaron de resonar por las escaleras, Harry y Ron la siguieron sigilosamente, deteniéndose
en el tercer piso donde estaba su habitación y la de Malfoy.

Todo lo silenciosamente que pudieron, se acercaron a la puerta de Malfoy y entraron sin


llamar. Malfoy estaba sentado en su sillón tapizado de chintz, con las largas piernas
apoyadas en la mesilla y enfundadas en unos vaqueros desgastados de los Weasley, con un
viejo libro entre las manos. Alzó la vista hacia ellos y les miró con aire indiferente.

—¿A qué se debe el honor de la visita del bueno y el feo? —preguntó con burla.

Ron entrecerró los ojos, enfadado, pero Harry se acercó a Malfoy y le quitó el libro de las
manos con brusquedad, para arrojarlo sobre la cama de un modo que hubiera hecho que
Madame Pince hubiera sufrido un infarto de presenciarlo.

—Tenemos que hablar contigo, Malfoy, y más vale que prestes atención.

Draco puso los ojos en blanco con exasperación previendo uno de los momentos marca
"San Potter" en los que se metía en el papel de héroe estoico y sacrificado.

—Suéltalo de una vez, Potter, me aburres —replicó Draco arrastrando las palabras con su
habitual tono de hastío de vivir.
—Ron y yo nos marcharemos en breve durante una temporada. Hermione se queda —
explicó sin rodeos —No nos hace una pizca de gracia que se quede a solas contigo pero
más te vale que no intentes nada.

—¿O qué? —le increpó Malfoy, disfrutando enormemente de el abultamiento de la vena del
cuello del moreno.

—O te partiremos la cabeza cuando regresemos —intervino Ron, situándose junto a Harry


con aire amenazador.

—A la más mínima queja, al más insignificante comentario de que has hecho algo que no
debes por parte de Hermione y te convertiremos en una babosa por una semana —
amenazó Harry.

—Aún así sería más atractivo que vosotros —repuso Draco, por el mero placer de
molestarles —Pero descuidad, no le haré nada a vuestra querida Granger —y cuando
comprobó como los dos chicos relajaban la tensión de sus ceños, añadió con insinuación —
Al menos nada que ella no quiera.

—¡Serás ...—Ron dio un paso hacia Malfoy, pero Harry le detuvo extendiendo su brazo
frente al pecho del pelirrojo.

—Déjalo, Ron, si es por eso no tenemos nada de qué preocuparnos —aseguró Harry con
desdén y después se dio media vuelta, seguido del pelirrojo. Cuando cerraron la puerta de
la habitación tras ellos, Draco soltó una ristra de maldiciones. Ese último comentario le
había dolido más que todas sus amenazas.

Hermione abrió el grifo dorado del agua caliente y dejó el agua correr hasta que comenzó a
expulsar vapor al chocar con la superficie tersa del lavabo. Se miró unos instantes en el
espejo del baño y suspiró.

Tenía un aspecto horrible. Estaba considerablemente más delgada y su rostro tenía un aire
enfermizo, característico de las personas que habían estado o estaban convalecientes.
Ojeras violáceas se habían instalado bajo sus ojos como consecuencia de las pesadillas y ni
siquiera ahora que las nuevas pociones anti-sueños evitaban que las tuviera parecían tener
intención de irse.

Si seguía así acabaría pareciéndose más a un fantasma que a la antigua Hermione Granger.

Huyendo de su visión, dirigió sus ojos a su brazo derecho. En vano, trató de moverlo, más
por costumbre que por esperanza y concentrando todos sus esfuerzos logró extender un
poco los dedos. Se tocó el brazo y la mano con la zurda pero no notó nada. Como si
estuviera tocando un brazo ajeno en lugar del suyo propio.

Inquieta, frunció el ceño. No entendía por qué había podido sentir la mano de Malfoy el día
anterior. Tal vez su mano era especialmente cálida y sus debilitadas terminaciones
nerviosas habían podido sentirla. Por eso iba a llevar a cabo ese experimento.

Decidida, se agarró con la izquierda la muñeca del brazo opuesto, y colocó su mano
derecha bajo el chorro de agua ardiente del grifo. Todo su cuerpo se relajó bajo el contacto
del agua, simplemente porque no sentía nada: ni calor, ni humedad.
Frustrada, asomó un dedo de la mano izquierda bajo el grifo y lo apartó rápidamente
maldiciendo. El problema no era el agua, estaba claro que ardía. El problema era su
dichoso brazo insensible.

Cerró el grifo con furia, sintiéndose inútil e impotente, y su humor no mejoró al alzar los
ojos hasta el espejo y ver a Malfoy, apoyado en el quicio de la puerta del servicio,
mirándole con intensidad. Con un brillo de algo peligrosamente parecido a comprensión en
los ojos grises, como si supiera lo que ella quería comprobar.

—¿Es qué no sabes llamar? —le espetó ella con brusquedad. Estaba enfadada y mucho. No
entendía por qué podía sentirle a él y no al agua caliente, no soportaba su aire de
superioridad recordándole que él tenía razón respecto a lo de irse a Albania y ella no, y
odiaba su seductora elegancia que le recordaba que era un conquistador que pretendía
utilizarla y después dejarla tirada como una colilla.

—¿Qué haces? —preguntó él con un tono sorprendentemente suave que hizo que Hermione
estuviera segura de que sospechaba qué había estado comprobando.

—Nada —replicó demasiado rápidamente para ser creíble. Molesta, le asesinó con la mirada
—Si no te vas tú, lo haré yo.

Intentó escurrirse por el hueco de la puerta que Malfoy no ocupaba, pero él extendió un
brazo por delante de sus narices, taponando la salida.

—¿Se puede saber qué demonios te he hecho ahora? —inquirió él, y tras su aparente tono
de indiferencia, Hermione percibió algo parecido a cansancio.

—¿Por qué lo dices? —preguntó con recelo.

—Me miras como si quisieras matarme —dijo él con cierto brillo burlón en los ojos —y creo
que hoy todavía no he hecho nada para merecerlo.

—¿Es qué acaso necesito algún motivo especial para estar molesta contigo? —preguntó ella
con un tono que daba a entender que la pregunta en sí era ridícula de tan obvia que era su
respuesta. Sin más, trató de escurrirse bajo el brazo de Malfoy, pero él la sujetó por la
cintura para frenarla. Hermione forcejeó durante unos largos segundos para liberarse, pero
sólo lograba que Malfoy presionara cada vez más la mano en torno a su cintura, así que
finalmente terminó por quedarse quieta y dolorida, no sin antes echarle una mirada que
habría agriado leche.

—Aún estás enfadada por lo del otro día —dijo él. No era una pregunta, si no más bien una
afirmación incrédula, como si acabara de descubrirlo y eso le sorprendiera en demasía.

—¿Te refieres a cuando dijiste que sólo querías utilizarme como a un pañuelo? —preguntó
ella con una ironía que no era capaz de disfrazar lo dolida que estaba en realidad.

—Ya me diste un buen golpe ayer —dijo él con sequedad. Si era por eso, él también tenía
motivos para estar enfadado con ella. El día anterior había evitado que ella estrangulara a
Potter y Weasley (aún no estaba muy seguro de por qué) y después de la visita que esos
dos le habían hecho, Draco estaba seguro de que habían hecho las paces, y él tenía gran
parte en eso. Les había hecho un favor a los tres cuando no tenía ninguna razón. ¿Y qué
había recibido a cambio? Un golpe que había estado cerca de dejarle estéril. Y encima
era ella la que estaba enfadada con él, alucinante —¿No nos deja eso en tablas?
—Te mereces mucho más que un golpe —respondió ella con rencor. Draco hubiera
proferido una respuesta irónica e hiriente de no haber visto el chispazo de dolor en sus ojos
castaños. No estaba enfadada, bajo toda esa capaz de hostilidad en realidad estaba dolida
con él. Draco sabía que al echarle en la cara que si la había besado era únicamente porque
quería utilizarla en vista de que no tenía más mujeres a mano, la había cagado. Sabía que
había tirado por la borda la frágil tregua en la que se hallaba entonces su relación, pero
también sabía que era el único modo de salvar su orgullo. Y entonces había pensando que
Granger se sumiría en un berrinche ofendido, pero que pronto se le pasaría. Pero por lo
visto, le había hecho una herida más grande de lo que había pensado. ¿En su orgullo o más
adentro?

—No lo entiendo —aunque creía empezar a entenderlo —Tú me odias, ¿no?

—Por supuesto —respondió ella en el acto.

Draco sonrió como un ratón que hubiera atrapado a un gato.

—¿Entonces por qué te importa tanto lo que dije? —preguntó con malicia.

—No me importa —respondió ella con dignidad, pero asestó un manotazo tan fuerte a la
mano con la que el chico la sujetaba que sus palabras quedaron desmentidas y Draco se
vio obligado a soltarla, ahogando una maldición —Como ya dije, no necesito ninguna nueva
razón para odiarte. Tengo años de motivos.

Y salió del baño antes de que Draco pudiera reaccionar, golpeado por el dolor sordo que le
produjeron sus palabras.

Capítulo 27: Magia blanca (Editado)

Draco se quedó en el baño, apoyado junto al marco de la puerta, unos minutos después de
que Granger se hubiera ido, rememorando sus palabras una y otra vez. Tenía un sabor
amargo en la boca y una sensación desagradable en el pecho. Era la primera vez que
alguien que le importaba se enfadaba con él. Ninguna chica lo había tratado con desprecio
y si alguna vez había hecho el intento de montarle una escena, él las había hecho callar con
un beso. Pero no podía hacer lo mismo con Granger, ella era mucho más compleja. Si
quería que le perdonara tendría que hacer algo más que besarla.

Además, verla metiendo su brazo herido bajo el agua para comprobar si podía sentirlo
como el día anterior había sentido su mano, le daba que pensar. Era extraño que Granger
lo sintiera sólo a él, tan extraño como que el dolor hubiera desaparecido de su marca
después de que ella lo tocara aquella noche en que le descubrió desvelado por la llamada
de su Señor.

Había algo misterioso y mágico en eso, y después de las lecciones que su tía Bellatrix le
había dado sobre magia negra, su astuta mente comenzaba a formar una conclusión que le
asustaba. Tratando de apartar sus pensamientos del tema, regresó a su habitación,
decidido a darle a Granger un par de días para que se calmara.

—¡Ya ha llegado! —exclamó Harry entrando a toda velocidad en el salón donde Hermione y
Ron charlaban.
—¿El qué?

—La carta de tu padre sobre el paradero de Jorkins —respondió Harry excitado, mientras
desenrollaba con manos torpes un pergamino con el sello del Ministerio de Magia.

—¿Qué pone? —preguntó Hermione.

La expresión de Harry se endureció a medida que leía línea tras línea del poco extenso
pergamino. Finalmente, con gesto agrio, entregó el papel a sus amigos, que juntaron las
cabezas para leerlo a la vez.

"Es poco lo que he podido averiguar. Después de presionar a Ludo, conseguí que me
dejaran ver el expediente de Bertha. La única referencia a su familia en Albania son un par
de líneas que nombran a un tal Timoleo Jorkins pero no dicen nada de su ubicación
concreta. Escribí a su familia preguntándoles por Timoleo pero al parecer, después de la
guerra quedó un poco trastornado –su abuela dice que debería estar en San Mungo –, se
mudó a Albania y perdió la relación con casi toda la familia. Bertha fue a buscarle en sus
vacaciones para ver si lograba que regresara a Inglaterra, pero desapareció antes de que
supieran si dio con su primo o no. Eso es todo lo que he descubierto. Si..."

Hermione y Ron dejaron de leer y echaron un vistazo a Harry, que se había dejado caer
sobre uno de los divanes del Salón con aire abatido.

—Lo siento, Harry —murmuró Hermione.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ron, desanimado.

—Ir a Albania, cuanto antes —replicó Harry, decidido —Iremos al Ministerio Albanés a ver si
ellos pueden darnos alguna pista. Y buscaremos a Timoleo aunque nos lleve meses
encontrarlo. Cuando demos con él, estaremos más cerca del horrocrux.

—Pero ni siquiera sabemos si Bertha llegó a verle...

—Lo averiguaremos allí. Nos marcharemos cuanto antes, cuanto antes salgamos, antes
regresaremos —dijo Harry levantándose enérgicamente del canapé —Preparemos todo,
Ron, mañana por la mañana nos marchamos.

Como Harry había dicho, a la mañana siguiente, él y Ron estaban en el vestíbulo, listos
para partir. No habían dormido mucho, ninguno de los tres. Hermione se había pasado la
tarde y parte de la noche anterior sugiriéndoles qué cosas debían llevar, qué hechizos
podrían serles útiles, dándoles docenas de indicaciones y leyéndoles citas de algunos libros
con información sobre Albania hasta que Harry y Ron le habían dicho que por favor se fuera
a dormir.

No obstante, Hermione no pegó ojo durante toda la noche, inquieta, nerviosa y angustiada.
A la mañana siguiente sus dos mejores amigos se irían y no sabía cuando regresarían (o si
lo harían). Iban a enfrentarse a un gran peligro y ella tenía que limitarse a esperar que
salieran bien parados.

No sabía si podría soportarlo, como tampoco sabía si podría soportar el estar sola con
Malfoy Merlin sabía cuanto tiempo. Cierto era que llevaba un par de días sin verlo, desde lo
sucedido en el baño, pero eso no la aliviaba demasiado. Tenía la sensación de que él estaba
tramando algo y eso no le gustaba. Una vez sus amigos se hubieran ido, perdería la
protección que ellos suponían. Una y otra vez se le pasaba por la cabeza que hubiera sido
mejor aceptar la oferta de Ron de ir a pasar una temporada en la Madriguera, pero
inmediatamente después se recordaba que era una bruja adulta y que tenía que afrontar la
situación.

De cualquier modo, lo que le preocupaba en esos momentos, era el destino de Harry y Ron.

—Recordad todo lo que os he dicho —dijo mordiéndose el nudillo índice de su mano


izquierda con nerviosismo —¿Lleváis todas las cosas? ¿El demiguise, la varita? ¿Los mapas?
¿el libro de...

—Sí, sí...sí a todo —resolvió Ron después de contabilizar las preguntas de Hermione con los
dedos de una mano —tranquilízate, Hermione.

—Escribidme cuando lleguéis, ¿está claro? —insistió ella apretando su mano en puño —No
os olvidéis...

—Hermione, llegaremos dentro de media hora —repuso Harry con pragmatismo —lo que
tardemos en llegar al Ministerio inglés y aparecernos en el albano.

En cada Ministerio, había una sección reservada para apariciones de brujos desde países
extranjeros a fin de evitar que un mago viajante se apareciera en mitad de Trafalgar
Square o el Coliseo. Harry y Ron se aparecerían en la sección correspondiente al Ministerio
Albano.

—Da igual —se empecinó ella.

—Será mejor que te escribamos cuando tengamos algo que contar —señaló Ron —Además,
las cartas pueden ser interceptadas.

—Escribidlas de un modo que sólo yo pueda entenderlas. Pero escribidme —amenazó la


chica alzando su dedo índice frente a las narices de sus amigos —o tendré que ir a Albania
a buscaros.

—Lo haremos —prometió Harry en tono apaciguador —Ahora será mejor que nos vayamos
o tendremos que esperar al siguiente metro.

—Sí —suspiró Ron.

Y entonces los tres se sumieron en un silencio incómodo en que se miraban unos a otros
sin saber muy bien qué hacer. Era la primera vez que se despedían para algo que no fuera
unas inocentes vacaciones de Navidad o verano, y en esa ocasión no había certeza de que
volvieran a verse.

Finalmente, Hermione no pudo soportarlo más y se arrojó sobre Harry atrayendo a Ron con
su brazo bueno hasta casi poder abrazarlos a los dos. De inmediato sintió las manos de sus
amigos rodeándola con fuerza y tuvo que apretar los párpados con fuerza para que no se le
escapara ninguna lágrima traicionera. No quería dejarlos ir, no sin ella. No era capaz de
asimilar que no sabía cuando volvería a verlos o sí lo haría.
Apretó los labios y deseó con todas sus fuerzas que sucediera algo, lo que fuera, que
acabara con esa horrible guerra para que pudieran vivir en paz, como unos jóvenes de
diecisiete para dieciocho años debían hacer. Pero ningún milagro sucedió, y después de
unos largos segundos, sus amigos se apartaron de ella.

—Estaremos bien —aseguró Ron dándole palmaditas en el hombro a su amiga.

—Prometedme que volveréis —les rogó ella, secando con el perfil de un dedo la humedad
de sus lagrimales.

—Hermione...

—Prometedlo.

—Lo prometemos.

—Bien.

—Y tú prométenos que te cuidarás —exigió Harry —que tomarás las pociones revitalizantes
y las de dormir sin sueños y que tendrás cuidado con Malfoy.

—Y si te molesta demasiado, puedes ir a la Madriguera cuando quieras. He hablado con mi


madre y me ha dicho que cuando quieras le escribas y vendrá a buscarte para que pases
unos días allí.

—No os preocupéis por mi —Hermione esbozó una sonrisa débil y abrió la puerta de la
Mansión. No tenía sentido retrasar más lo inevitable y comenzaba a sentirse francamente
mal —Es tarde.

—Sí, será mejor que nos demos prisa.

Después de unos segundos de vacilación y unas últimas miradas de despedida, Harry y Ron
salieron por la puerta. Se despidieron con un gesto y Hermione se quedó bajo el marco de
la puerta durante unos largos segundos, viéndoles alejarse por la acera. Al cabo, respiró
hondo, retrocedió un par de pasos y cerró la puerta.

Y justo en ese momento, sintió como el mundo se caía a sus pies. Apoyó la espalda en la
puerta y trató de no ponerse tremendista y pensar que todo iba a ir bien. Si ya se sentía
sola e inquieta, no quería pensar en cómo estaría dentro de unos días.

Los labios le temblaban y sentía la humedad de las lágrimas en sus ojos, pero luchó
valerosamente por contenerse hasta que logró calmarse un poco, suspiró y se incorporó de
la puerta.

Entonces vio a Malfoy, al pie de las escaleras, observándola con una oscura comprensión en
sus ojos grises. Hermione se preguntó cuánto tiempo llevaría ahí y se sintió avergonzada e
irritada por la idea de que la hubiera visto en un momento de debilidad.

—¿Qué quieres? —lo interpeló con sequedad.


—¿Potter y Weasley se han ido? —preguntó con tono neutro. Hermione asintió y Malfoy se
aproximó a ella con un brillo misterioso en los ojos —Así que estamos tú y yo solos en
casa, ¿eh? Esto se parece a alguno de tus sueños húmedos, ¿verdad, Granger?

Hermione le asesinó con la mirada y alzó el rostro con orgullo.

—¿Recuerdas cuando me despertaste porque estaba llorando? Estaba soñando con esto —
replicó y después pasó de largo junto al chico con aire ofendido. Malfoy se quedó en el
vestíbulo mientras Hermione subía por las escaleras ruidosamente para hacerle notar su
enfado, y la observó con una sonrisa torcida.

Hermione se despertó sobresaltada, asustada y aturdida. Tardó unos segundos en darse


cuenta de que estaba en la cama de su habitación y unos largos minutos en dejar de
temblar y sentir una opresión en el pecho. Había tenido otra horrible pesadilla, lo sabía.
Recordaba el bosque oscuro y terrorífico que una vez había visto, pero esa vez Harry y Ron
estaban en él con ella. Y huían de algo.

Con dificultad, se incorporó en la cama y se frotó los ojos. Era una estúpida. En algún
momento se había quedado dormida sin darse cuenta después de arrojarse en la cama,
totalmente deprimida. Debido a ello no había tomado la poción para dormir sin sueños y
ahora se sentía mucho peor.

La conocida sensación de angustia había vuelto a ella y no parecía querer irse. ¿Estarían
Harry y Ron bien? ¿Qué había en ese bosque que la llenaba de un miedo primitivo?
¿Podrían enfrentarse a ello?

Había algo en ese bosque que había hecho que Voldemort lo convirtiera en su refugio y
forzosamente debía de ser algo oscuro, horrible y poderoso. Sintió miedo y su preocupación
por Harry y Ron se multiplicó junto con su impotencia.

Nerviosa, se levantó de la cama. Necesitaba hacer algo, enfocar sus energías en alguna
actividad o acabaría volviéndose loca. Sus tripas rugían pues no había comido nada desde
el desayuno, pero al mismo tiempo tenía un nudo en el pecho que prácticamente le impedía
tragar saliva.

No soportando más la tensión, decidió bajar a las cocinas y prepararse algo de comer,
aunque sólo fuera por matar el tiempo. Afortunadamente encontró la cocina vacía aunque
llena de cacharos usados aquí y allá e inundada por el olor de algo quemado con tintes de
fritura. Arrugando la nariz ante la peste, abrió las ventanas y maldijo a Malfoy por lo bajo.
Estaba claro que no pensaba "rebajarse" a limpiar todo lo que ensuciaba, ya se encargaría
de él.

Entró en la despensa y rebuscó entre los estantes. No tenía ganas de comer nada
especialmente sólido ni de cocinar, así que cogió una caja de cereales y se giró para salir.
Pero no calculó bien y golpeó con la caja un bol lleno de nueces que había al borde de un
estante.

Contuvo una maldición cuando vio el suelo lleno de cristales y nueces desperdigadas.

—Genial —farfulló. Lo que le faltaba. Molesta por su torpeza, sacó la varita del bolsillo de su
pantalón y después de pelearse con ella durante casi un minuto, logró conjurar
un reparo que reunió y pegó todos los pedazos del bol hasta que pareció que nunca se
había roto. Se agachó a recoger el bol y las nueces, pero algo en el suelo llamó su
atención. Había una rendija.

Hermione apartó un puñado de nueces y siguió la rendija con su índice izquierdo.


Entreabrió la boca, sorprendida, al darse cuenta de que había una trampilla en el suelo,
disimulada por la tosquedad de la piedra y la pata del estante lleno de alimentos. ¿Qué
habría ahí?

Llena de curiosidad, Hermione se las apañó para apartar la estantería y despejar así por
completo la trampilla, pero no había ninguna anilla o ranura por la que abrirla. Frunciendo
el ceño, conjuró un alohomoray después de intentarlo un par de veces, un chasquido de
piedra le hizo saber que lo había logrado. Lentamente, la trampilla comenzó a levantarse
revelando un hueco profundo y oscuro del que Hermione no atinaba a ver el fondo. Se
arrodilló junto a los bordes del agujero del suelo y conjuró un Lumos que apuntó hacia el
hueco oscuro.

—¿Qué... —murmuró, pero se interrumpió al comprender qué era eso. En una pequeña
estancia cuadriculada de un par de metros de hondo, se apilaban por sus paredes una serie
de estanterías llenas de botellas de vidrio con líquidos de diferentes colores. Estaban tan
polvorientas que Hermione dedujo que habían pasado años desde la última vez que alguien
había bajado ahí. Alargó el brazo y tomó una de las botellas cubierta de suciedad. Pasó un
dedo por la superficie retirando el polvo de la etiqueta de la botella que rezaba "Whisky de
fuego".

—¿Alcohol? —murmuró. Efectivamente la mayor parte de los estantes estaban llenos de


botellas similares a la que tenía en la mano, también pudo ver algo de ron, cerveza, licores
y una serie de botellas en las que le pareció ver algún tipo de criatura atrapada dentro.

Descorchó la botella que tenía en la mano y la olió. El whisky tenía un olor tan fuerte que
Hermione casi se sintió mareada. Apartó un poco la botella y la observó con aire pensativo.

Draco salió de la biblioteca, aburrido. Bajó por las escaleras y se detuvo en el pasillo del
tercer piso para echar un vistazo a la habitación de Granger. ¿Seguiría ahí encerrada?

Que él supiera, no había salido de la habitación desde que Potter y Weasley se habían ido
esa mañana. Sabía que posiblemente quería estar sola y por mucho que le repateara
hacerlo, había decidido respetar eso. Quizás en otras circunstancias habría ido a molestarla
y enfurecerla para que se olvidara de su tristeza, pero en esos momentos, las cosas entre
ellos no estaban demasiado bien como para provocar que ella lo odiara aún más.

Esa mañana, cuando la había visto hundida, con lágrimas en los ojos y los labios
temblando, se había sentido mal. No sabría definir exactamente la razón. Por un lado se
había sentido vacío al ver el modo en que a ella le había afectado la marcha de sus amigos.
Seguramente si se hubiera tratado de él, Granger hubiera montado una fiesta. No había
podido evitar sentir una oleada de celos hacia los dos palurdos de Potty y Weasel, ¿por qué
le importaban tanto? Si no eran más que un flacucho con complejo de Superhéroe y un
larguilucho que le seguía a todas partes como si fuera su sombra.

Pero a la vez, se había sentido extrañamente conmovido al verla tan vulnerable. No estaba
acostumbrado, sólo la había visto llorar una par de vecs. La primera en un momento de
debilidad a consecuencia de una pesadilla provocada por la magia negra y otras tras un
enfado con sus amigos.

En cambio esa mañana había sido diferente. La había visto luchar contra su dolor sin
demasiado éxito y se había sentido débil ante ella cuando se dio cuenta de que sentía el
insoportable impulso de consolarla. Lo que él decía, se estaba volviendo un cursi.

Molesto, siguió bajando las escaleras decidido a ignorar a Granger. Que se encerrara en su
cuarto a llorar si quería, a él le importaba un pimiento. Decidió bajar a la cocina para
prepararse algo de cenar. Debía de reconocer que no estaba del todo mal eso de cocinar,
estaba empezando a pillarle el truquillo aunque siguiera considerando el aceite como su
enemigo mortal. No obstante, había sido capaz de preparase varias cosas sin sartén y ese
mediodía había logrado freír un filete sin quemarse. Las manoplas moteadas de florecillas
de colores habían ayudado, debía reconocerlo.

Abrió la puerta de la cocina y se detuvo al final de los escalones, estupefacto. Granger


estaba allí, en el espacio entre la cocina y la gran mesa de madera, dando vueltas sobre si
misma mientras tarareaba una canción que sólo ella debía conocer. Tenía el pelo
enmarañado y suelto, las mejillas sonrojadas y los ojos vidriosos, y aferraba una botella
polvorienta llena hasta poco menos de la mitad en su mano izquierda.

Draco tardó unos segundos en asimilar que Granger estaba completamente borracha.

—¿Gran...ger? —murmuró. Hermione se paró en seco, sorprendida, miró a Malfoy y


después su rostro se iluminó con una enorme –y ebria –sonrisa.

—¡Pedo si ez Ddaco Malfoy! —exclamó con voz espesa y nasal a consecuencia de su lengua
entorpecida por el alcohol.

—Estás borracha —dijo él, anonado. ¿Granger borracha? Jamás lo hubiera creído.

—¿Qué paza? —le increpó ella con sequedad y agitó la botella con tanta brusquedad para
señalarlo con la boca que un poco de whisky de fuego salpicó el suelo —¿Ez que no puedo
emboddachazme? ¿Ez que creez que la sabelotodo de Hedmione Jane Granged nunca ze
emboddacha? Puez que sepaz que no ez la primeda vez.

—¿Ah, no? —atinó a decir él, aún demasiado impactado para burlarse de ella.

—Puez no —dijo Hermione con desparpajo y dio un largo trago de la botella, para
reafirmarse aunque la expresión de desagrado que puso al tragar arruinó un poco el efecto
—Hace trez nocheviejas bebí dos copaz de shampan...y... —se detuvo como si hubiera
olvidado lo que quería decir y frunció el ceño con frustración, de un modo que a Malfoy le
pareció encantador. ¿Encantador? La cosa iba de mal en peor.

—¿Y...? —la instó Draco. Se le estaba pasando el shock inicial y empezaba a encontrar la
situación bastante graciosa. Si contara en Hogwarts que había visto a la intachable y
mojigata Hermione Granger completamente borracha, nadie le creería.

—Y... —continuó ella con énfasis —me...madeé. Y al día ziguiente, me dolía la cabeza.
Mucho.

—Oh...me estás escandalizando, Granger —se burló él acercándose a ella.


—Pada que veaz —Hermione alzó la cabeza, satisfecha consigo misma —No zoy ninguna
zanturrona.

—Merlin me libre de pensar eso —repuso él con un toque de ironía en la voz y una sonrisa
torcida en los labios. Dio un paso más hacia ella con intención de quitarle la botella.
Granger ya había bebido lo suficiente considerando que posiblemente era la primera vez
que probaba el whisky, pero la chica retrocedió un poco.

—Quieto padao —le dijo alzando la botella entre ellos como si fuera un escudo protector —
¿Qué pdetendez?

—¿No vas a darme un trago? —preguntó él con tono inocente. Hermione lo miró con los
ojos entrecerrados, como si estuviera decidiendo si podía fiarse de él.

—Si quiedes whisky vete a buzcadlo, hay máz en la dezpenza, pedo esta botella ez mía,
encanto —aseveró con una chulería que no tenía nada que envidiar a la del chico. Draco
tuvo que contener una sonrisa. Definitivamente, Granger borracha era muy divertida.

—¿No crees que ya has bebido bastante?

—¿Tú vaz a dadme lecciones, Malfoy? —se burló ella, trastabillando al retroceder otro paso
a medida que él se acercaba —tuz boddachedas son muy conocidas en
Hoga...Hogüa...Hogtar...en el colegio —resolvió contrariada.

—Y la tuya va a serlo en la Mansión Black —repuso él en un tono que casi parecía afectuoso
—Dame la botella, Granger. Ya has bebido bastante.

—¿Y a ti que te impodta? —inquirió ella con tono fiero.

—No quiero que acabes vomitándome en los zapatos.

—¡Pues entonces ládgate! —chilló ella y Malfoy se sorprendió al darse cuenta de que
parecía estar a punto de llorar —¡Déjame zola! ¡No te necezito!

—Oye, Granger...

—¡Qué me de... —pero se interrumpió abruptamente al tropezar con sus propios pies
mientras intentaba retroceder y se hubiera caído al suelo si Malfoy no la hubiera agarrado
con rapidez. Se quedó paralizada, entre sus manos, mirándole con los ojos muy abiertos
mientras en su cabeza resonaba el estallido de la botella caída haciéndose añicos.

Ya había logrado equilibrarla y Draco sabía que lo más prudente sería soltarla. Estaba
demasiado borracha y él tampoco estaba seguro de poder responder de sus actos a pesar
de no haber probado una gota. Pero no quería soltarla. Quería acercarla a él y hundirse en
su boca.

—No lo entiendo —musitó ella, inmóvil.

—¿El qué? —inquirió él con voz ronca.


—Ni el frío o el caloh, ni el agua, ni el tacto de la dopa. Ni siquieda a Haddy o a Rrron. Zólo
te ziento a ti —murmuró aturdida, y Draco comprendió que estaba hablando de su brazo,
que él sujetaba con una mano.

La vio tan desconcertada que se sintió incómodo. ¿Debía contarle la conclusión a la que
había llegado? Era demasiado reveladora y cursi, pero por otro lado, era bastante probable
que ella no recordara nada al día siguiente.

—¿Hasta qué punto estás borracha, Granger? —la cuestionó él. Hermione frunció el ceño y
se tensó entre las manos de Draco.

—Zé lo que hago —respondió obstinadamente.

Negación. Cuarta fase de la borrachera después de la risa tonta, los cantos alegóricos
acompañados de logradas coreografías y la exaltación de los lazos de amistad. Estaba lo
suficiente borracha para no recordar nada al día siguiente.

—La magia negra puede combatirse con magia negra, un Avada puede igualar a
otro Avada pero ninguno doblegará al otro –—explicó con desgana, y Hermione asintió con
gesto de concentración. Estaba claro que le costaba mucho esfuerzo mantener la atención
en él —La magia negra no puede vencerse con magia negra…pero sí con magia blanca.

Hermione frunció más el ceño como si estuviera meditando profundamente sobre sus
palabras, pero su aire de meditación se vio interrumpido por un hipido. Draco tuvo que
hacer un esfuerzo para contener la risa.

—¿Cómo la madde de Haddy? —preguntó ella al cabo, tratando desesperadamente de


mantener su aire intelectual —Ze zacdificó pada salvah a su hijo.

—Exacto —murmuró él y no pudo contenerse y aumentó la presión de sus manos en torno


a los brazos de Hermione, como si quisiera sentirla más —Eso es magia blanca muy
poderosa —continuó, tratando de centrarse —por eso Potter sobrevivió al avada del Señor
Oscuro y salió disparado contra él. Por eso tu mano en mi marca me calma el dolor, por eso
mi mano en tu brazo te hace sentir. Magia blanca.

Hermione guardó silencio unos instantes, meditando las palabras del chico con gran
cuidado.

—Pedo ezo no tiene zentido —pronunció después de unos segundos.

—¿Por qué? —murmuró él con voz ronca.

—Pozque la baze de la magia blanca, su podeh, ez el amoz. Y nozotroz no noz quedemos.

Draco apretó los labios, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera besarla. Su boca
estaba tan cerca, tan expuesta, que sólo tendría que inclinarse para robarle un beso, para
probar el gusto del whisky en su boca, para emborracharse de ella. Su cuerpo continuaba
entre sus manos, confiado, dócil, maleable. Podría apretarlo contra el suyo con un breve
movimiento.

Alto. Debía parar en el acto ese tipo de pensamientos, antes de que acabaran con él. Su
cuerpo comenzaba a reaccionar a su cercanía, enviado oleadas de calor más allá de su
vientre y como siguiera teniéndole tan cerca, sintiéndola entre sus manos, no podría
contenerse.

La soltó mecánicamente y se alejó despacio, con los dientes apretados, como si tuviera que
realizar un gran esfuerzo contra barreras imposibles. Se apoyó en la encimera de la cocina,
débil y casi mareado, y se atrevió a mirar a la chica por entre los mechones de flequillo
platino que habían caído sobre sus ojos. Hermione lo observaba totalmente desconcertada
y cuando dio un paso hacia él, Draco se incorporó de un respingo y trató de recuperarse.

—Granger —dijo con la voz aún afectada y espesa —será mejor que te vayas a dormirla.

"Antes de que sea demasiado tarde. No sabes el peligro que corres" omitió decir.

—¡No quiedo dodmih! —se quejó ella haciendo un puchero —¡Quiedo bailaz! –y para
ejemplificarlo, giró sobre si misma en una pobre imitación de una bailarina de ballet que
hubiera acabado en un porrazo contra el fregadero si Draco no hubiera vuelto a sujetarla a
tiempo.

—Maldita sea —masculló él —Creo que no estás como para bailar —afirmó con sequedad y
ayudó a la chica a recuperar la verticalidad —Y ahora vamos, te acompañaré hasta tu
cuarto —al ver que la chica abría la boca para replicar, añadió —y te portarás bien o te
meteré la cabeza debajo del grifo.

Hermione abrió exageradamente la boca como si él hubiera dicho algo terrible.

—No —pronunció como si no pudiera creerse la amenaza del chico.

—Sí —aseguró él, arrastrándola hasta la puerta de la cocina.

—¡No te atrevedaz! —amenazó ella.

—Sí lo haré —aseguró Draco con amargura mientras la ayudaba a subir las escaleras que
daban al hall —y si es necesario te daré una ducha y me ducharé contigo.

—Oh —musitó la chica, enmudecida. Draco agradeció que se quedara callada durante el
resto del camino, pues debía concentrar todos sus esfuerzos en ayudarla a subir los tres
pisos de escaleras sin que ella se matara por el camino. A decir verdad, Hermione no ponía
demasiado de su parte, sino que dejaba su peso reposar contra el cuerpo de Draco, y de
vez en cuando, si estaba especialmente inspirada, subía un escalón por su propio pie.

Después de unos quince minutos, varias maldiciones y juramentos por parte de Draco y
risitas tontas por parte de Hermione, ambos llegaron al pasillo del tercer piso. Draco se
moría de ganas por abrir la puerta, arrojarla dentro y largarse. Había sido una tortura,
subirla casi a pulso escalón tras escalón, con su cuerpo pegado al suyo inocentemente.
Ahora el que necesitaba una ducha era él, no ella. Y muy fría.

Con dificultad abrió la puerta de la habitación de la chica y la empujó suavemente para que
entrara. Hermione, privada de su apoyo, se tambaleó y estuvo apunto de caerse, pero
Malfoy –ya más por costumbre que por reflejos –la sujetó a tiempo y ayudó a equilibrarse.
Inmediatamente se alejó a una distancia prudencial.

—Ahora acuéstate —dijo él y su voz sonó enronquecida —Mañana será otro día.
—¿De veddah tengo que hacedlo? —preguntó ella con un suspiro y el labio inferior
proyectado hacia arriba. Draco se preguntó si debía besarla o estrangularla y retrocedió
hasta la puerta.

—Sí —dijo con brusquedad. Como no se fuera pronto no respondería de sus actos.

—Malfoy —la voz de la chica le cortó en seco en plena retirada. Draco se detuvo bajo la
puerta, de espaldas a ella, pero optó por no volverse —¿No vaz a ayudadme?

Malfoy giró un poco el rostro, lo justo para poder mirar de reojo a Hermione, lleno de
desconfianza.

—¿Ayudarte en qué? —siseó. Aquello tenía que ser una trampa, de alguna manera, era una
trampa.

—Con ezto —explicó Hermione señalando los botones que cerraban sus vaqueros. A modo
de ilustración, trató de desabrocharlos con la zurda sin demasiado éxito, soltando risillas
ebrias cada vez que fallaba —no puedo zola.

Draco palideció tanto como si el Señor Oscuro le hubiera pedido un beso.

—No pongaz eza cada —dijo ella, agitando la mano como si así pudiera cambiarle el gesto
—total, ya haz vizto todo lo que hay bajo miz vaquedos antez.

Definitivamente, Draco estaba en el infierno. No podía haber otra explicación. Estaba


siendo castigado por todos sus pecados.

—Vamoz, hombde —lo exhortó ella con impaciencia —que no muezdo —y soltó una risotada
estúpida.

Draco tragó saliva y se pasó una mano por la frente para borrar las diminutas gotas de
transpiración que empezaban a cubrirla. Todos sus sentidos le alertaban que huyera pero
su mente se negaba. Era ridículo, ¿él huyendo de una chica borracha? Eso iba contra su
naturaleza.

Aunque esa chica fuera Granger y planeara acabar con su vida de seguir así. Irritado y
excitado, Draco se acercó a ella y agarró el borde de sus vaqueros con tanta brusquedad,
que Hermione tuvo que aferrarse a uno de sus hombros para no perder el equilibrio. Draco
estuvo a punto de tirarla sobre la cama cuando sintió la presión de los dedos de la chica
sobre su hombro y su calor traspasando la tela de su camisa de seda. ¿Por qué él, por
Merlín?

Con dedos torpes y engarrotados, Draco se peleó con los malditos botones de latón hasta
que consiguió soltarlos, huyendo como si fuera el demonio del leve fragmento de algodón
blanco que quedó al descubierto en la abertura de sus vaqueros. Después, la soltó con
brusquedad y se apartó rápidamente de la chica, asesinándola con la mirada por someterle
a tales tormentos.

Hermione endureció el rostro al verlo alejarse de ella como si tuviera la peste y se sintió
dolida. ¿Es qué tanto asco le producía la idea de tocarla que no soportaba estar cerca de
ella?

—El resto hazlo tú —gruñó él con hosquedad —no pienso volver a tocarte.
Por hoy, añadió una vocecilla malévola en su interior.

—No te hubieda pedido que me ayudadas de sabez que te depuznaba tanto tocadme, pedo
debí zuponezlo —expuso, resentida.

—¿Repugnarme? No sabes lo jodidamente cerca que estás de ser violada, Granger.

Hermione se quedó boquiabierta por la amargura y el veneno que destilaba su voz. Trató
de leer en sus ojos, pero todo estaba un poco borroso. No obstante, una parte de ella se
sintió extrañamente poderosa, satisfecha y retorcidamente excitada, y sólo por su
embriaguez era capaz de aceptarlo sin sentirse culpable.

—¿Ah, zi? —preguntó con tono sugerente.

—No me provoques, Granger —siseó él dando un paso hacia ella. Eso era más de lo que
podía soportar. El estaba hecho de carne y hueso, joder, y no estaba en su naturaleza
negarse lo que deseaba.

—¿O qué? —lo increpó ella. El aliento aún no había acabado de escapar de sus labios
cuando Draco llegó hasta ella y la sujetó rudamente por las caderas, pegándolas a las
suyas. El gritito de sorpresa de Hermione quedó amortiguado por los labios de Draco sobre
los suyos, por su lengua irrumpiendo en su boca. Él lo había intentando, Merlín sabía que lo
había hecho, pero no podía más. La estrujó con fuerza contra él, hundiendo los dedos en su
tierna carne, estrujándola, estrechándola con pasión. La besaba como si estuviera
hambriento de ella, desesperado, y así era en realidad.

Todos los deseos que había estado reprimiendo, fluían ahora, libres y salvajes.

Mordisqueó el interior del labio inferior de Hermione, llevándola a la difusa frontera entre el
placer y el dolor durante unos segundos, hasta que ella gimió quedamente. Después hundió
la lengua en su boca, deslizándola violentamente por el interior de sus labios, rozando su
paladar, incitando su lengua adormecida. Hermione reaccionó clavándole las uñas en el
omoplato, su cuerpo febril y su boca desesperada danzando contra la de él.

Draco la estrechó aún más contra él, profundizando el beso, y ella ronroneó de placer,
rendida. Sentía un calor desconocido en su vientre, su piel hipersensible y ardiente, su
corazón latiendo a tanta velocidad que parecía estallar. No podía respirar, le faltaba el aire,
pero no lo necesitaba si eso suponía separarse de él un solo instante. Se moría de placer al
sentir las manos de él explorando y tomando su cuerpo, su lengua desbastando su boca, su
calor anegándola.

Cuando Draco sintió las caderas de la chica revolviéndose contra las suyas, como si buscara
algo que ni siquiera comprendía, supo que podría hacerla suya. Supo que podría echarla
sobre la cama, terminar de desnudarla y hacerle el amor como nadie se lo haría en su vida.
Tuvo la certeza de que podría volverla loca de placer y hacerle gritar su nombre hasta
quedarse sin voz.

Pero también comprendió que al día siguiente ella lo odiaría. Cuando los efectos del alcohol
hubiesen quedado atrás, Granger pensaría que él la había utilizado y manipulado, que se
había aprovechado de ella para satisfacer sus necesidades y no podría perdonarle nunca.
Fue ese preciso instante, cuando entendió que prefería negarse un placer inmediato y
locamente deseado con tal de que ella no le odiara, el momento en que se dio cuenta que
estaba completamente enamorado de ella. Que la quería.

Y eso era aterrador.

Asustado, la soltó bruscamente y se liberó de la mano de la chica, para salir a toda prisa de
la habitación y cerrar de un portazo sin mirar atrás. Hermione se quedó aturdida y mareada
mirando la puerta hasta que escuchó el sonido del agua corriendo en el baño.

Capítulo 28: Celos (Editado)

Cuando Hermione despertó en la penumbra de la habitación sintió un penetrante dolor de


cabeza que parecía querer partirla en dos. Desorientada, se llevó una mano a la frente con
un tremendo esfuerzo, percatándose que cada parte de su cuerpo le dolía como si le
hubieran dado una paliza.

Se sentía enferma y tenía la boca seca y pastosa. Tenía mucha sed pero a la vez la idea de
pensar en beber agua le producía nauseas –además de que no estaba segura de poder
llegar hasta el baño para llenar un vaso de agua-.

Definitivamente se sentía enferma. Después de varias intentonas, logró incorporarse en la


cama a costa de que el dolor en su cabeza comenzara a latir y su estomago se revolviera.
Miró el reloj comprobando que era casi la una del mediodía. Ella nunca dormía tanto.

Un olor familiar llegó a su nariz y Hermione aspiró con fuerza tratando de identificarlo.
Parecía provenir de su camiseta –la camiseta que llevaba el día anterior y que
extrañamente no se había quitado para dormir –así que Hermione estiró la tela para poder
olerla.

—Puaj —masculló al reconocer el olor del whisky de fuego que le dio nauseas.

Ahora entendía lo que pasaba: tenía resaca. No era de extrañar con la cantidad de alcohol
que debía de haber ingerido el día anterior. Recordaba haber descubierto las reservas de
alcohol de los Black y comprobar por si misma si el whisky de fuego estaba pasado.
Después, todo era borroso.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Hermione se arrastró fuera de la cama. Cuando


consiguió ponerse en pie, notó que todo le daba vueltas y tuvo que apoyarse en la pared
para no ir a hacerle compañía a su alfombra.

Gran idea había tenido el día anterior cuando pensó que un par de tragos la animarían,
diciéndose que después de todo, si la gente solía ahogar sus penas en alcohol sería por
algo. Desde luego había conseguido olvidarse de Harry y Ron y de todo en absoluto. Tenía
un agujero negro en su memoria de varias horas. Sí, podía ser que se hubiera evadido de
la realidad por un rato pero eso no compensaba lo mal que se sentía en ese momento. ¿Por
qué se emborrachaba la gente si al día siguiente se sentía tan mal? Hermione no lograba
entenderlo, pero sí estaba segura de que en la vida volvería a acercarse a una botella de
whisky de fuego. Apreciaba su vida.

Tambaleándose, aún mareada, Hermione salió al pasillo y se dirigió al baño. Necesitaba una
buena ducha, aunque no estaba segura de poder mantenerse en pie el rato suficiente para
ducharse. Lo más probable es que acabara despatarrada en la bañera y no estaba como
para darse más golpes.

Entró en el baño y cerró la puerta tras ella. Después, con un esfuerzo sobrehumano, abrió
el grifo de la bañera y se dirigió al lavabo. Giró el grifo dorado y un chorro de agua helada
empezó a fluir, y sin pensarlo dos veces, Hermione metió la cabeza debajo de él.

Mientras sentía el agua fría correr por su cuero cabelludo y su rostro, un recuerdo fugaz la
asaltó.

"Te acompañaré hasta tu cuarto y te portarás bien o te meteré la cabeza debajo del grifo".

Hermione se asustó tanto que se incorporó demasiado deprisa y se dio un golpe contra el
grifo. Maldiciendo por la bajo, cerró el grifo y refugió su rostro empapado en una toalla.

Malfoy había dicho eso, luego la había visto borracha el día anterior. Por Merlín, ¿qué habría
hecho? Concentró todos sus esfuerzos en recordar lo que había sucedido el día anterior,
pero el persistente y punzante dolor de cabeza que tenía lo complicaba todo.

Recordaba vagamente que Malfoy había bajado a los cocinas cuando ella estaba en pleno
apogeo etílico. Sin duda la había visto borracha. Creía recordar que había tratado de imitar
a una bailarina de ballet penosamente y que Malfoy la había sujetado impidiendo que se
diera un buen golpazo.

Oh, Merlín, quería morirse. ¿Cómo podría mirarlo a la cara ahora?

Mortificada, Hermione dejó la toalla de manos y se desnudó con dificultad para meterse en
la bañera. Logró sacarse la camiseta con una mano, pero se quedó anonadada cuando se
dio cuenta de que después de quitársela, se la había pasado a la mano derecha. Y estaba
sujetándola con ella.

Hermione se asustó tanto que dejó la camiseta caer al suelo y miró su mano, impactada.
Ante sus ojos, abrió y cerró la mano –muy lentamente, eso sí –un par de veces a su antojo.
Le costaba un gran esfuerzo y no tenía demasiada fuerza, dudaba de poder sostener algo
más pesado que una ligera tela, pero al menos podía realizar el movimiento de pinza.
Cuando se cercioró de que también podía mover un poco el brazo y flexionar minimamente
el codo, Hermione estuvo a punto de dar saltos de contenta.

Temblorosa por la emoción, resolvió meterse en la bañera llena de agua caliente antes de
desmayarse. Apoyó la espalda contra el borde de la bañera y miró su mano derecha bajo el
agua. No tenía suficiente fuerza para subir el brazo, pero de un día para otro había
mejorado más que en dos semanas. No lo entendía.

Las palabras magia blanca aparecieron en su cabeza y se quedaron flotando por su mente


unos instantes.

—¿Magia blanca? —repitió. ¿A qué le recordaba eso?

"La magia blanca puede vencer a la negra. Por eso tu mano en mi marca me calma el
dolor, por eso mi mano en tu brazo te hace sentir. Magia blanca".

¿Malfoy había dicho eso? Oh, Merlín. Sí lo había dicho, ahora lo recordaba con claridad. Él
la había sujetado para impedir que besara el suelo y Hermione recordaba haber sentido su
mano en su brazo, cálida y sólida. Entonces le había preguntando cómo era eso posible y
Malfoy le había dado esa explicación: que era cuestión de magia blanca.

Pero Hermione tenía la misma duda que el día anterior. Si la base de la magia blanca era el
amor, si ése era su poder, ¿por qué funcionaba con ellos? Malfoy y ella no se querían. La
idea era ridícula.

No se querían pero sí se habían dado un beso que había sido más sexual que nada que
Hermione hubiera hecho o visto en su vida.

—Oh, dios —murmuró abochornada, y se llevó la zurda a la cara, para tratar de ocultarse
de sus fragmentados recuerdos. ¿Pero qué había hecho?

¡Había provocado a Malfoy para que la besara! Lo recordaba nítidamente. Sólo le había
faltado pedirle que le echara sobre la cama y la hiciera suya.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasarle eso a ella? No pensaba volver a emborracharse
nunca, esa no era ella. Por culpa del alcohol podría haber hecho algo de lo que se
arrepentiría seriamente ese día. Gracias a Merlín no había sucedido nada peor que un beso.

Mejor dicho, gracias a Malfoy. Él se había apartado –bien sabía que ella no había hecho
nada para interrumpir el beso –y se había marchado antes de que cometieran una locura.

Pero, ¿por qué? ¿No era eso lo que él quería? ¿Algo de sexo para satisfacer sus
necesidades? Él quería usarla, ¿no? Eso le había dicho. Entonces no entendía por qué no
había aprovechado la oportunidad, nunca lo hubiera tenido tan fácil como la noche anterior.
Ella estaba borracha, no iba a negarse. Es más, posiblemente hubiera colaborado
activamente.

Hermione se escurrió por la bañera hasta sumergir la cabeza debajo del agua. Quería
morirse. No quería pensar que tal vez Malfoy no era el cabrón insensible que aparentaba
ser. No quería reconocer que se había portado como un caballero con ella, decidiendo por
los dos, algo que ella no hubiera podido decidir.

No quería hacerlo porque eso le daba miedo. Si no le quedaba la hostilidad para defenderse
de él, ¿qué le quedaba?

Debía irse lejos. A Groenlandia por ejemplo. Se cambiaría de nombre y viviría


austeramente en un iglú. Seguro que los esquimales eran buena gente.

Hermione salió de nuevo a la superficie y aspiró una gran bocanada de aire. No podía huir,
tendría que enfrentarse a Malfoy y una parte de ella quería hacerlo para averiguar por qué
no se había aprovechado de la situación.

El que necesitaba una buena borrachera, era él. Una de esas que le dejaban
semiinconsciente durante un día entero. Si así no podía sacarse a Granger de su cabeza,
sólo le quedaría la opción de hacerse una lobotomía. O mejor, extirparse el cerebro. Total,
ya sólo le servía para pensar en ella.
Y ya de paso podría hacer lo mismo con su corazón. Se suponía que esa era el órgano del
amor, ¿no? –aunque hasta ese momento, Draco siempre había considerado que era otro –
así que fuera también.

Draco Malfoy enamorado. Insólito. Molesto, frustrante, enloquecedor.

Él no quería estar enamorado de Granger, joder. De nadie en realidad. No quería anteponer


los sentimientos de ella a los suyos, no quería que le importara lo que pensara o sintiera, o
vivir pendiente de su sonrisa. No quería desearla y no poder tenerla.

Toda esa situación le recordaba a una figura de vidrio que había en casa de su tío Marcus.
Parecía un rectángulo grueso de cristal que tenía atrapado en su interior la figura de una
sirena. De pequeño, Draco siempre se quedaba mirándolo cuando él y su madre visitaban a
su tío. Siempre le había intrigado cómo habían metido a la sirena ahí dentro los muggles y
siempre había deseado sacarla y poder tocarla. Pero a la vez sabía que para poder hacerlo
tendría que romper el vidrio y que así estropearía su belleza.

Era una tortura saber que para poder tocarla tendría que destrozarla. Y eso mismo le
ocurría con Granger. Tenía que mirarla a través de un cristal y limitarse a eso. Porque si iba
más allá, ella pensaría que la estaba utilizando y la perdería definitivamente.

Se suponía que estar enamorado hacía a la gente feliz, ¿no? Pues él nunca se había sentido
tan miserable. Pero Draco se lo había buscado, un sentimiento tan cursi no podía estar
hecho para él.

¿Qué se suponía que debía hacer ahora? Rezar por que Granger no recordara nada parecía
una buena opción. Y por su parte, cuánto más alejado de mantuviera de ella mejor para los
dos.

Hermione entró en la cocina, con la mano apoyada en la frente como si así pudiera calmar
su dolor. La cabeza le daba vueltas después de bajar tantas escaleras y se sentía débil,
pero tenía el estomago tan vacío, que había decidido comer algo, por poco que fuera, con
la esperanza de sentirse mejor.

Alcanzó la mesa y se dejó caer sobre una silla, decidiendo recuperar fuerzas antes de
buscar algo comestible en la despensa, pero en ese mismo instante, una figura alta y
oscura salió de ella. Hermione sintió que el corazón se le paraba para empezar a latir
furiosamente instantes después cuando reconoció a Malfoy.

—Mierda —murmuró él. ¿Cómo se suponía qué debía comportarse? ¿Cómo si no se hubiera
tenido que pasar un buen rato en la ducha –helada –por su maldita culpa? Posiblemente lo
más prudente era fingir que no había pasado nada, después de todo, si ella no lo
recordaba, mejor. Le bastaba con recordarlo él, una y otra vez.

—¿Resaca, Granger? —preguntó con su habitual toque de ironía en la voz mientras se


adentraba en la cocina.

—Si desear estar muerta es tener resaca, entonces sí —respondió ella apoyando la cabeza
sobre la mesa. Estaba nerviosa por la presencia de Malfoy, pero se sentía lo
suficientemente mal para que eso no le importara tanto como si hubiera estado sana —No
entiendo cómo la gente puede emborracharse si al día siguiente va a sentirse como si la
hubieran apaleado.

Draco se relajó lo suficiente para esbozar una sonrisa de lado. Ella no recordaba nada.

—Cuando aprendas a beber, no te sentirás tan mal —apuntó con cierto aire burlón.

—¿Cuándo aprenda a beber? No pienso volver a probar el alcohol en mi vida —aseguró ella
con su voz rebotando sobre la madera de la mesa.

—Eso lo digo después de cada borrachera. Forma parte del ritual de la resaca.

Hermione alzó la cabeza de la mesa, ignorando el profundo dolor que la asoló en el interior
del cráneo, para poder mirar a Malfoy con interrogación.

—¿Es qué hay un ritual? —preguntó.

—Por supuesto —repuso Draco, sentándose a la mesa frente a la chica. A cada segundo se
sentía más seguro de dominar la situación al saber que ella no recordaba nada —Hay fases.
Después de despertarte como si te hubieran dado una paliza, te pones a depurar
responsabilidades.

—¿Depurar responsabilidades? —repitió Hermione, confundida.

—Sí. Le echas la culpa a la mala calidad del alcohol, preguntas a ver quién fue el cabrón
que te echó algo en el vaso, dices que apenas habías comido y por eso te sentó mal...esas
cosas.

—¿Y después?

—Después empiezas a recordar (esto no ocurre siempre) y haces el recuento de daños.

—¿Recuento de daños? —repitió ella, aunque tenía una ligera idea de a que se refería.
Dignidad dañada, virginidad cerca de ser perdida, por ejemplo.

—Ya sabes —dijo Draco encogiéndose de hombros con indiferencia —¿Qué hice qué? ¿Qué
me enrollé con quién? ¿Quién demonios es esta chica que hay en mi cama?

Hermione le lanzó una mirada acerada, repentinamente molesta. ¿Se despertaría a menudo
con chicas de las que no recordaba el nombre en su cama? Seguro que sí, el muy cabrón.

—Y después, la última etapa —continuó él sin darse cuenta de cómo Hermione pretendía
asesinarle con la fuerza de su mirada —es cuando reniegas. Juras y perjuras que no
beberás nunca más, que tendrían que lanzarte un imperius para que volvieras a probar una
gota de alcohol...excusas varias, que mantienes hasta que te vueles a emborrachar. Ley de
vida.

—Qué bonito —replicó ella molesta —imagino que tú lo harás a menudo.

—¿Emborracharme? —preguntó él, ligeramente desconcertado por el tono fiero de la chica.

—Sí y despertarte con desconocidas en la cama.


Draco arrugó el ceño confundido, ¿qué coño le pasaba a Granger ahora?

—A veces —respondió desconcertado —cuando estaba en Hogwarts.

—Genial —repuso ella con aspereza. A continuación, se levantó con intención de salir de la
cocina y no hizo caso del mareo que casi la tumbó cuando echó a andar hacia las escaleras.
Se sentía tan mal que casi agradeció que Malfoy la sujetara aunque fuera para impedirle
marcharse, como tanto deseaba.

—¿Pero qué demonios te pasa? —preguntó él, sosteniéndola con firmeza cuando Hermione
se tambaleó.

—No me pasa nada, Malfoy —repuso ella, furiosa y mareada —El que tiene un problema
eres tú, ¿te crees que puedes ir por la vida utilizando a las chicas a placer?

Draco se quedó tan impactado por sus palabras que tardó unos segundos en reaccionar.
Pero cuando lo hizo, una enorme y sugerente sonrisa curvó sus labios.

—¿Estás celosa, Granger? —comenzaba a entender el lado bueno de estar enamorado, por
ejemplo, la violenta satisfacción que estaba experimentando al comprobar que,
efectivamente, Granger estaba celosa de sus pasadas conquistas.

—No seas ridículo —replicó ella, completamente ofendida —Simplemente siento lástima por
esas chicas que permiten que las trates si fueran objetos puestos en el mundo para que tú
los uses. ¿Te vale cualquiera, verdad? —cualquiera menos ella. Recordaba perfectamente
cómo se había largado de la habitación la noche anterior.

—Sí —repuso él simplemente para hacerla rabiar.

—¿Entonces por qué te fuiste anoche?

Se hizo el silencio. Un silencio insoportable. Hermione lo sentía zumbando en sus oídos y


acelerándole el pulso. ¿Por qué había dicho eso? Hubiera vendido su alma por tener un
giratiempo de nuevo y poder retroceder para no haber hecho nunca esa pregunta. No
quería saberlo, no quería que él supiera que recordaba todo. No quería que la mirara como
lo estaba haciendo, como si el hielo de sus ojos se estuviera derritiendo al contemplarla.

Se sintió como una presa acorralada, invadida por una sensación de peligro inminente,
cuando notó como Malfoy aumentaba la presión de los dedos en torno a su brazo y se
acercaba, hasta que sus cuerpos casi estuvieron pegados y sus bocas separadas por unos
centímetros.

—Cuando te haga el amor, Granger —susurró él con la voz ronca —quiero que lo recuerdes.

Y Hermione le odió porque apenas podía respirar al oír esas palabras, porque el corazón le
dolía a cada latido, porque toda su piel se había vuelto sensible a su tacto o al calor que
emanaba, porque su cuerpo se estiraba como una flor hacia el sol para acercarse a él.
Porque no podía negar que quería que la besara. Porque le daba miedo que lo hiciera.

Draco deslizó las manos por su espalda, quemando toda la piel que tocaba a través de la
tela de la camiseta de Hermione, y las colocó justo en la mitad, en la posición perfecta para
impedir que ella huyera. Hermione no se movió.
Y entonces, como si tuviera todo el tiempo del mundo, Draco se inclinó sobre la boca de
ella y la acarició fugazmente con la suya. Sólo un breve e inocente roce de labios,
demasiado fugaz para poder saborearlo que dejó a Hermione frustrada y débil. Se alzó
más, pidiéndole sin palabras que la besara, pero un sonoro golpe los interrumpió.

Otro golpe y otro más. Entre la resaca y las brumas cálidas en las que se había sumido la
mente de Hermione por la cercanía del chico, tardó unos largos segundos en darse cuenta
de que estaban llamando a la puerta. Despacio, como dos imanes separados contra su
voluntad, ambos se soltaron y alejaron unos pasos. Después, Hermione se dio media vuelta
y corrió hacia el hall.

¿Serían Harry y Ron? ¿Era posible que hubiera regresado tan pronto? No habían tardado
demasiado en Rumanía, pero entonces sabían donde estaba el horrocrux. ¿Habrían tenido
tanta suerte de encontrarlo? Hermione corrió hacia la puerta con el corazón en un puño y
abrió.

—Vaya, tienes mala pinta.

—¿Tonks?

—La misma —comentó la joven adentrándose en Grimmauld Place con naturalidad. Ese día
llevaba el pelo amarillo canario a juego con una camiseta de Las Brujas de McBeth del
mismo color y unos vaqueros rotos.

—¿Qué...haces aquí? —preguntó Hermione, cerrando la puerta.

—Molly me dijo que estabas sola con mi primo y me pidió que me pasara a echar un vistazo
de vez en cuando, para ver que cómo estabas —Tonks examinó a Hermione con ojo
experto —y a juzgar por tu aspecto, veo que no muy bien.

—No es nada, sólo...

—¿Te pillaste una buena anoche, eh? —preguntó Tonks con el inconfundible sonido de la
risa en su voz.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Hermione anonadada, ¿es qué llevaba un cartel que ponía
"Borrachera" en la frente?

—Soy joven —dijo como si eso lo explicara todo. En ese momento, la puerta de las cocinas
se abrió y Malfoy salió al hall, donde se quedó parado, observando a su prima con sorpresa
disimulada —Vaya, otro que le dio a la botella.

—¿Qué? —masculló Draco, irritado. ¿De qué hablaba esa tía?

—Tú tampoco tienes muy buen aspecto, primo. ¿Os emborrachasteis juntos anoche? Veo
que Molly no tiene nada de que preocuparse, en el fondo os lleváis bien.

Draco alzó una ceja con ironía y lanzó una mirada muy significativa a Hermione. Podía
afirmar con toda probabilidad que la Señora Weasley sí tenía de que preocuparse. Y
"llevarse bien" no era la expresión que él hubiera usado para referirse a su relación con
Granger.

—¿Por qué...no nos sentamos? —propuso Hermione deseosa de cambiar de tema —


Vayamos a las cocinas.

—Bien —Tonks se encogió de hombros y le guiñó un ojo a su primo mientras seguía a


Hermione hasta las cocinas. Draco se quedó parado unos instantes en el hall, después
subió las escaleras fastidiado por la interrupción. Como siguieran así, Granger iba a acabar
con él.

—Come chocolate.

—¿Cómo? —preguntó Hermione, agradecida de poder sentarse. El mareo y el dolor de


cabeza habían vuelto y como más intensidad.

—Es bueno para la resaca. Cualquier cosa dulce, en realidad —explicó la auror entrando en
despensa a buscar algo de chocolate. Regresó con una tableta empezada de chocolate
amargo que le arrojó a Hermione, después se sentó frente a ella —Y después, échate una
siesta. Te sentirás mejor.

Hermione mordisqueó una pastilla de chocolate sin demasiado convencimiento.

—¿Y bien? ¿Qué pasó anoche?

—¿Cómo que qué pasó? —preguntó Hermione a la defensiva.

Tonks arrugó la nariz de forma curiosa, mirando a Hermione muy fijamente.

—Ya sabes, cómo es que te emborrachaste y todo eso. Yo te imaginaba llorando por las
esquinas por la marcha de Harry y Ron.

—Y lo hice —repuso Hermione —pero después...

—Decidiste ahogar las penas en alcohol.

—Más o menos. Pero por la cuenta que me trae, no volverá a hacerlo.

—Eso lo decimos todas. Recuerdo una vez, en un concierto de Las Brujas de McBeth que
estaba tan borracha que cuando me subieron al escenario, me arrojé sobre el público.
Hubiera estado genial si no fuera porque nadie me cogió y me di un buen porrazo. Ahí
acabaron mis aspiraciones de dedicarme a la música y me pasé un par de semanas jurando
que jamás volvería a probar el alcohol.

—Mientras no te pongas a bailar ballet en la cocina y estés a punto de caerte en el


fregadero...

Tonks se echó a reír, dando palmadas en la mesa, en un gesto que a Hermione le recordó a
Malfoy. Se metió una gran pastilla de chocolate en la boca, diciéndose que empezaba a
estar realmente mal si ya todo le recordaba a él.
—Veo que no te aburres.

Hermione podría usar muchas palabras para definir su vida, pero aburrida no era una de
ellas.

—No demasiado.

—No obstante, mañana tengo el día libre. ¿Te apetece que vayamos de compras al Callejón
Diagon? Te vendrá bien salir un poco.

—Está bien.

Tonks tenía razón. Necesitaba salir de esa casa antes de volverse completamente loca.

—¿Qué hay?

Draco alzó la vista del libro que estaba leyendo –bueno, que intentaba leer –para dirigirla a
Tonks, apoyada en el marco de la puerta de su habitación.

—¿Qué quieres? —preguntó con desconfianza.

—Sólo vengo a ver como te va la vida —repuso Tonks entrando en la habitación como
Pedro por su casa.

—Podría irme mejor —respondió él con amargura.

—¿No vas a pedirme que te ayude a escapar? —preguntó Tonks, y por alguna extraña
razón, Draco tuvo la impresión de que sabía más de la cuenta y eso no le gustaba.

—¿Me ayudarías?

—Me temo que no —Tonks se encogió de hombros —Pero no es por eso por lo que no me lo
has pedido, ¿verdad?

—¿A dónde quieres llegar? —Draco cerró el libro y miró a su prima con recelo.

—Es sólo un comentario –—dijo ella, pero su habitual jovialidad se había esfumado y
parecía seria y preocupada —Escúchame, primo, Hermione no es como las otras chicas con
las que te has relacionado.

—¿Qué sabes tú de ellas? —inquirió él, molesto. ¿De qué iba a esa tía? —O de mí. Ni
siquiera me conoces.

—Eres un Malfoy, sé todo lo que necesito saber. No olvides que estamos emparentados —
Tonks relajó el gesto antes de continuar —Aunque siempre parezca muy segura de sí
misma y autosuficiente, en el fondo Hermione es muy inocente y vulnerable. Le harás daño
con facilidad.

—Claro, ella es la muchacha inocente y yo el seductor malvado, ¿verdad? —Draco casi


escupía las palabras. Era ella la que estaba volviéndole loco a él, joder. Era ella la que le
provocaba a besarla, cuando los dos sabían que no iría más allá de eso. Era ella la que se
metía en su cabeza, en su corazón, en todo, hasta que no quedaba una sola parte de él que
no la anhelara. Era ella la que había vuelto su autocontrol, sus principios, todo lo que
siempre le habían enseñado, del revés, dejándolo todo patas arriba. No sabía cómo actuar
o a qué atenerse.

Se sentía culpable, vulnerable y ridículo. El Gran Draco Malfoy enamorado de una hija de
muggles. Su padre le cortaría el cuello, los mortífagos querían matarle por ello, y ella a
veces se comportaba como si él le importara y otras como si le odiara.

—Primo...

—No me llames así, no somos familia. No me conocemos, no tienes ni puta idea de cómo
soy —espetó él con rabia —ni de lo que siento o de cómo lo estoy pasando. Pero claro, yo
soy el malo de la película, él que va a utilizarla y hacerle añicos el corazón cuando la
realidad es... —se interrumpió abruptamente, maldiciéndose. Había revelado demasiado,
joder.

—¿Cuándo la realidad es...? —le alentó Tonks y extrañamente no parecía ofendida por la
rabia y el rencor que habían destilado cada una de las palabras de su primo, sino que
incluso parecía estar contenta.

—La realidad es...que no es asunto tuyo —repuso Draco de malas maneras —¿por qué no
te largas y haces de faro? Con ese color de pelo seguro que brillas en la oscuridad y podrás
iluminar a varios barcos.

Tonks le miró fijamente durante unos instantes y después se echó a reír, haciendo que
Draco pensara que definitivamente estaba chiflada.

—¿De qué coño te ríes?

—¿Sabes? Mi madre me dijo exactamente lo mismo —Tonks se dirigió a la puerta con una
sonrisa en los labios —Hasta otra primo —y después salió, dejándole a solas.

Hermione siguió el consejo de Tonks y después de comer, se echó una larga siesta.
Despertó muy entrada la tarde porque algo estaba dando insistentes golpecitos en su
ventana. Hermione se incorporó con torpeza y corrió hasta la ventana. Cuando descorrió las
cortinas, vio un águila ratonera golpeando con su pico el cristal mientras agitaba sus
preciosas alas pardas para mantenerse en el aire.

Hermione reconoció inmediatamente el águila como una mensajera de Harry y Ron, y abrió
con rapidez la ventana. El águila entró volando provocando que Crookshanks bufará y se
erizara, y cuando al fin se posó sobre el armario, Hermione tuvo serias dificultades para
quitarle el rollo de pergamino que llevaba atado a una de las escamosas patas. En cuanto lo
hizo, el águila extendió sus alas y salió de nuevo por la ventana. Hermione ni siquiera se
molestó en cerrarla, demasiado nerviosa para preocuparse por eso. Se dejó caer en el sillón
y ayudándose torpemente de ambas manos –la derecha en menor medida –desplegó el
rollo de pergamino lleno de la descuidada caligrafía de Ron.

"Hermione:
Te escribo desde un hostal en Tirana –Capital de Albania –en el que vamos a pasar la
noche antes de iniciar nuestro viaje de nuevo. No encontramos demasiado información en
el Ministerio y nos llevó toda la mañana conseguir que nos dejaran ver el expediente de
Timoleo Jorkins. Al final encontramos un funcionario que había conocido a mi padre en los
Mundiales de Quidditch y él nos pasó extraoficialmente el expediente. Por lo visto, su
abuela tenía razón al decir que estaba pirado. Cuando se mudó a Albania tuvo un par de
altercados al usar la magia delante de muggles, por eso el Ministerio Albanés le tiene
registrado. Las últimas noticias que tuvieron de él fueron en el distrito de Elbasen, así que
mañana Harry y yo viajaremos hasta allí con la esperanza de encontrarle. El Señor Vath –el
funcionario conocido de mi padre –nos contó que Bertha estuvo allí hacía más de dos años
preguntando por lo mismo y que como nosotros se dirigió a Elbasan a buscar a Timoleo.
Nos ha indicado el camino más probable y ese es el que seguiremos.

Harry te manda recuerdos y dice que no te olvides de tomar las pociones. Y él dice, bueno,
los dos decimos, que le digas de nuestra parte a Malfoy que como te moleste ajustaremos
cuentas a la vuelta. Recuerda que puedes irte a la Madriguera cuando quieras, ¿vale?

Saludos,

Ron y Harry."

Hermione apretó el pergamino entre sus dedos, poseída por una fuerte oleada de nostalgia.
Se habían ido el día anterior y ya los echaba de menos. Como imaginaba, no habían
descubierto gran cosa y al parecer su viaje duraría aún bastante tiempo, a no ser que
tuvieran una suerte increíble y dieran con Timoleo enseguida. Lo cual no tenía pinta de
suceder.

Con un suspiro, volvió a meterse entre las mantas, decaída.

Algún día tendría que salir de su habitación, ir al servicio y comer. Cumplir con las
necesidades de su cuerpo aunque no tuviera ganas de hacerlo. Y también debía enfrentarse
a Malfoy tarde o temprano.

Le daba miedo el curso que estaba tomando su relación, pero sobre todo le daban miedo
sus propios sentimientos. Tenía claro que odiaba a Malfoy, pero su cuerpo parecía
discrepar.

Bueno, siendo sincera, el odio –si es que alguna vez había existido –había quedado atrás.
Esa mañana habían mantenido una conversación civilizada hasta que ella se había puesto
hecha una fiera sin razón. Ya sabía había visto a Malfoy con varias chicas en Hogwarts,
¿por qué reaccionaba así entonces al saber que solía amanecer después de cada borrachera
con una chica diferente?

Se mentiría a si misma si se dijera que le molestaba porque las chicas pudieran salir con el
corazón roto de sus aventuras con él. Los sentimientos de ellas le importaban un pimiento.
Es más, había decidido que le caían enormemente mal. Tenían muy poco amor propio si se
acostaban con un chico que ni siquiera las recordaría al día siguiente.

Pero eso no significaba que estuviera celosa como Malfoy había pensando. El podía hacer lo
que quisiera y con quien quisiera, simplemente le parecía de muy mal gusto que hablara de
sus conquistas con ella después de haberla besado. Sí, eso era. Le molestaba todo eso
porque una falta de respeto hacia ella.

Con un poco de práctica, tal vez podría creérselo.

No obstante, su preocupación inmediata era que el beso –o casi beso –de esa mañana no
volviera a repetirse. La noche anterior tenía le excusa de estar borracha pero, ¿esa
mañana? La resaca. Sí. Estaba segura de que la había trastocado.

Desmoralizada, se calzó y salió de la habitación. Por poco que le gustara la idea, necesitaba
hablar con Malfoy. Por suerte –o desgracia –lo encontró en su habitación, pasando las
páginas de un libro tan rabiosamente que parecía que éste le había afrentado gravemente.
Estaba tan concentrado en ello, que tardó unos segundos en darse cuenta de que Hermione
estaba bajo el marco de su puerta.

La miró con recelo desde el sillón preguntándose qué querría ahora esa enviada del
demonio para hacerle sufrir un infierno en vida. Lo mejor para su salud tanto física como
mental sería que se mantuviera alejado de ella.

—Oye, Malfoy...—comenzó ella, parecía nerviosa y se aferró al marco de la puerta como si


temiera que él fuera a obligarla a entrar en la habitación de un tirón —Mañana voy a ir al
Callejón Diagon con Tonks y me preguntaba si...quieres que te traiga algo de allí.

Draco estaba seguro de que ese ofrecimiento no incluía a una chica guapa y bien dispuesta,
así que se tomó unos segundos para pensar si necesitaba algo que no fuera eso.

—Colonia. Si no me traes más, pronto no podré intoxicarte con ella —respondió con un
toque de burla en la voz y la mirada. Observó cómo Hermone se relajaba un poco y asentía
con algo parecido a una sonrisa, y se maldijo. No quería bromear con ella, ni ser agradable,
ni hacerla sentirse mejor. Quería que lo pasara tan mal como él, pero a sabiendas de que
eso no era posible, se conformaba con destrozar sus nervios. Cosa que no parecía capaz de
hacer.

Eso tenía un nombre: estupidez crónica. O enamoramiento como dirían los cursis.

Molesto consigo mismo, ocultó el rostro tras el libro y fingió leer hasta que escuchó el
sonido de la puerta cerrándose.

Hermione se las apañó para escabullirse un momento de Tonks y entrar sola a Essentia, la
perfumería mágica del Callejón Diagon. Después de cómo la había ignorado el día anterior,
Hermione estaba convencida de que el imbécil de Malfoy no se merecía que le hiciera el
favor de comprarle su dichosa Seducción, pero no podía evitarlo.

Del mismo modo que tampoco pudo evitar destapar el elegante frasco lleno de líquido
verde agua marina para olerlo, a pesar de estar segura de que era el indicado. Cerró los
ojos, inundándose con el aroma y durante unos segundos, fue como si Malfoy estuviera
cerca. Casi podía sentirlo.

Pero él no estaba allí y ella estaba haciendo el ridículo a juzgar por la sonrisilla que lucía el
relamido dependiente que parecía gritar que sabía exactamente en lo que estaba pensando.
Sintiéndose violenta, posó el frasco sobre el mostrador y sacó algunos galeones. Como
había imaginado el perfume de Malfoy era carísimo, posiblemente el más costoso de toda la
tienda.

Pero merecía la pena. Torturada por lo peligroso de ese pensamiento, Hermione metió
rápidamente el perfume en la bolsa y salió del pequeño establecimiento. Tonks la esperaba
fuera con una expresión misteriosa.

—¿Por qué huiste de la tienda de los gemelos?

—Es que recordé que tenía que hacer un recado y parecías tan entretenida que no quise
distraerte —barbotó ella torpemente. Nunca se le había dado bien mentir y por la expresión
de Tonks supo que ella pensaba lo mismo.

—¿Qué llevas ahí?

Antes de que Hermione pudiera impedirlo, Tonks metió la mano en la bolsa y sacó el
refinado frasco de cristal.

—Seducción —leyó y sonrió pícaramente de lado, muy al estilo Malfoy —Debe de haberte
costado una fortuna...

—Bueno...—Hermione se interrumpió cuando una persona chocó contra ella logrando que el
frasco que acaba de recuperar de las manos de Tonks casi se cayera al suelo. Sorprendida,
se giró para ver a la persona que la había arrollado y se sorprendió al vislumbrar el rostro
blanco que se ocultaba tras una capucha que no lograba ensombrecer unos ojos de azul
muy pálido que la miraban pidiendo auxilio.

Aunque la figura pronto se volvió y siguió con su camino con toda celeridad, aunque sólo
había visto a aquella mujer en dos ocasiones, Hermione la reconoció en el acto.

Narcisa Malfoy.

Capítulo 29: Ataque en el Callejón Diagon (Editado)

—¿Esa no era...

—Sí —murmuró Hermione completando la frase de Tonks. Ambas habían reconocido a la


mujer que ahora se mezclaba con la acumulación de gente que pululaba por el Callejón. La
figura encapuchada se detuvo a unos metros y volvió el rostro para mirar otra vez a las dos
chicas. De nuevo, Hermione leyó en sus ojos una llamada de ayuda y el asentimiento fugaz
pero claro que la madre de Malfoy le envió, no le dejó duda de que quería algo de ella.
Duró sólo un segundo porque pronto Narcissa se giró y siguió caminando a toda prisa,
oculta en su capa, como si se escondiera de algo o alguien.

—¿Crees que quiere que la sigamos? —preguntó Tonks en un susurro. Hermione asintió y
ambas chicas echaron a andar tras los pasos de Narcissa Black con disimulo. Era evidente
que la mujer no quería contactar con ellas en público y debía tener una buena razón para
hacerlo.

Hermione sospechaba que la mujer había descubierto que su hijo estaba con ella. No en
vano había sido Andrómeda, la madre de Tonks, la que le había dado noticias de Draco y
ahora encontraba a su sobrina junto a Hermione comprando la colonia que él usaba. Sin
duda había atado cabos y quería preguntarles por Draco.
Tampoco olvidada que Malfoy le había dicho que su madre seguramente estaba vigilada por
los mortífagos y, al pensarlo, Hermione sintió que se le revolvía el estomago. ¿Estarían allí?
¿En el Callejón Diagon? ¿Habría alguno observándolas en ese momento?

Tratando de ignorar el estremecimiento que recorrió su espalda, Hermione vio cómo


Narcissa se adentraba en la tienda de túnicas de Madame Malkin, con el rostro bien oculto
por su capucha. Tonks y Hermione intercambiaron una mirada y después de contar
mentalmente aproximadamente un minuto, entraron en el establecimiento.

A primera vista, la reducida tienda parecía vacía a excepción de Madame Malkin que leía El
profeta tras su mostrador. Todo hubiera parecido muy normal de no ser porque la mujer
sujetaba el periódico del revés y lo apretaba con demasiada fuerza. Malkin dio un respingo
cuando la campanilla de la puerta anunció la entrada de las dos chicas y sus movimientos
torpes y apresurados, delataron su nerviosismo.

Tonks y Hermione intercambiaron una mirada cómplice mientras Madame Malkin se


acercaba a ellas.

—Ho-hola... ¿puedo ayudaros en algo?

—Sí, verá, necesito un par de túnicas para ir a trabajar —explicó Tonks sosteniendo a la
mujer por el codo con naturalidad y guiándola hacia unas horteras túnicas cubiertas de
lentejuelas y plumas que depositaban en un rincón, colgadas de perchas.

Hermione aprovechó la distracción de Madame Malkin para echar un rápido vistazo a la


tienda en busca de Narcissa. En un primer momento no vio rastro de ella, pero un resquicio
de capa negra asomando por el borde de un biombo, reveló la ubicación de la madre de
Malfoy.

Con rapidez, Hermione cogió la primera percha que encontró –de la que pendía una horrible
túnica con volantes –y se adentró tras el biombo. Sintió una mano aferrándose con
violencia su muñeca y se vio atraída hacia un rostro pálido y demacrado. El rostro de
Narcissa Black.

—¿Te ha seguido alguien? —preguntó la mujer en un susurro rápido e imperioso.

—Creo que no —murmuró Hermione, incómoda. Toda la situación le resultaba muy extraña
y Narcissa tenía algo que la cohibía. Sólo la había visto en dos ocasiones. Una en los
mundiales, donde la mujer la había ignorado, y la otra hacía poco más de un año en ese
mismo lugar, que había abandonado alegando que vendían a chusma –comentario que
claramente iba por ella-. Podía decirse que no tenían precisamente una relación estrecha.

Narcissa soltó la muñeca de Hermione lentamente, y amparándose en la capucha negra de


su túnica, echó un vistazo a la tienda a través de las tablillas del biombo. Pareció satisfecha
porque Hermione percibió cómo relajaba la tensión de sus hombros mientras se volvía
hacia ella.

—¿Tú sabes dónde está mi hijo, cierto? —preguntó la mujer clavando sus ojos claros e
incisivos en ella. Hermione se sintió como si hubiera hecho alguna travesura y estuviera
rindiéndole cuentas a su madre.

—Señora Malfoy...
—Las dos sabemos la respuesta, así que será mejor que no digas nada. Podría ser peligroso
—la acortó la mujer con un elegante gesto de su mano pálida. Observándola con más
atención, Hermione se dio cuenta de que su rostro estaba considerablemente más delgado
y demacrado desde la última vez que la había visto. Su piel pálida tenía un tono insalubre y
un cerco de oscuras ojeras se había asentado bajo sus ojos. De vez en cuando, echaba
miradas furtivas a través del biombo como si esperara que alguien fuera a irrumpir en la
tienda de un momento a otro y se notaba que estaba en tensión.

—Escúchame, muchacha —Hermione notó que las delicadas manos de la mujer temblaban
cuando tomó las suyas. El simple gesto turbó mucho a Hermione, pues podría asegurar que
la impecable Narcissa Black jamás había tocado a un "impuro" —quiero que le des un
mensaje a mi hijo. Quiero que...dile que le quiero. Nunca se lo dije —repuso la mujer sin
dramatismo. La frialdad de su tono parecía contradecir la carga emocional de sus palabras,
pero el temblor de sus manos no dejó dudas a Hermione de que realmente sentía lo que
decía. Es más, por su manera de hablar, parecía querer que le trasmitiera un mensaje de
despedida a Draco, como si de algún modo pensara que no iba a volver a verle.

—Señora Malfoy, no...

—¿Se lo dirás? —preguntó en un tono tan serio e imponente que Hermione asintió en el
acto —Bien. Y dile que pase lo que pase, no intente verme. Llevan semanas vigilándome.
No dejes que intente verme, muchacha, bajo ninguna circunstancia.

—Lo haré —prometió Hermione rápidamente. Comenzaba a sentirse realmente mal y no


sabía definir por qué. Por un lado, la situación le parecía inverosímil, pero por otro sentía
un pesar en el pecho y un gusto amargo en la boca que le confirmaba que eso estaba
sucediendo. Debía decirle a Malfoy que no podía ver a su madre, y a juzgar por las palabras
de Narcissa, posiblemente nunca más. ¿Cómo reaccionaría Malfoy si le ocurriera algo a su
madre? Hermione recordó cómo le encontró aquella tarde en el salón, llorando
desconsoladamente ante los cadáveres de sus padres y sintió que su apetito se iba para
siempre. Le destrozaría que algo le ocurriera a su madre.

Mientras Narcissa la contemplaba, sus manos no dejaban de temblar lo que hizo que
Hermione sintiera el impulso de reconfortarla.

—No dejaré que le ocurra nada malo, se lo prometo —aseguró en un susurro.

Narcissa asintió y sus finas manos apretaron las de Hermione con algo parecido a
agradecimiento a pesar de que su rostro permanecía impasible.

—Bien —dijo simplemente. Después soltó las manos de Hermione sin preámbulos y estiró la
capucha para que le ocultara más el hermoso rostro —Ahora debo irme. Esperad cinco
minutos antes de salir.

Y sin más, Narcissa se escurrió fuera del biombo con el leve sonido de la tela oscura de su
capa cortando el aire. Unos segundos después Hermione escuchó las campanillas de la
puerta agitándose y supo que la mujer había salido.

Se llevó una mano a la frente y se frotó el puente nasal. De repente le había subido un
dolor terrible a la cabeza, posiblemente fruto de la tensión vivida. Escuchaba a Tonks
parloteando con Madame Malkin y Hermione sintió la extraña sensación de que no podría
volver a sonreír. Esa sensación de depresión que había sentido después de que los
dementores asaltaran en el Expreso en tercer curso.
Tomó aire diciéndose que no eran más que bobadas y salió del biombo.

Justo entonces sucedió. Un rayo de color granate brillante atravesó el cristal de la puerta
de la tienda, agitando las campanillas e impactando de lleno en la espalda de Madame
Malkin.

Dos segundos después la mujer cayó al suelo, a los pies de una estupefacta Tonks.
Hermione hubiera jurado que transcurrió sólo una milésima de segundo desde que Tonks y
ella se miraron hasta que un segundo chorro, esta vez de color azul marino, impactó contra
el techo de la tienda, provocando una nube de polvo y astillas de madera.

Hermione cayó al suelo como consecuencia de la onda expansiva del poderoso hechizo y
comenzó a toser fuertemente por el polvo que flotaba en el ambiente. Durante unos
segundos sólo pudo oír el sonido de su propia y profunda tos, pero pronto una voz llegó a
sus sonidos.

—¡Hermione! ¿Estás bien?

—¡Sí! —gritó la chica hacia algún lugar indefinido de la tienda, donde había escuchado la
voz de Tonks. Había tal polvareda que Hermione dudaba de poder ver su mano si la agitaba
a unos centímetros de su nariz.

—¡Échate al suelo! —ordenó Tonks. Su voz sonaba más cerca. Hermione escuchó sus pasos
y un crujido de madera.

—¿Qué está pasando? —preguntó tratando de coger aire con normalidad mientras se giraba
para quedar bocabajo y poder deslizarse por el suelo.

—No estoy segura. Creo que hay mortífagos ahí fuera —explicó Tonks con tono eficiente y
cuando el humo se disipó un poco, Hermione pudo verla asomándose con precaución a la
cristalera del escaparate para echar un vistazo al exterior.

—¿Y Madame Malkin? ¿Está... —Hermione no fue capaz de acabar la frase al ver a la pobre
mujer inconsciente en el suelo, exactamente en la misma postura en la que había caído.

—No creo —murmuró Tonks —pero no sé si le habrán dado a mi tía. Acababa de salir
cuando el embrujó atravesó la puerta.

—Oh, Merlín —gimió Hermione arrastrándose penosamente por el suelo para tratar de
llegar a Madame Malkin. Escuchó una nueva explosión no muy lejos de la tienda y se
incorporó lo justo para ver la calle por encima del escaparate. Pudo contemplar a un
puñado de gente aterrada corriendo en distintas direcciones, algunos chocaban y caían y
los que seguían en pie les pasaban por encima. Constantes chorros de luz de diferentes
colores salían disparados aquí y allá, devastando los escaparates de las tiendas o
golpeando en personas inocentes. Se oían los gritos de las gentes mezclados con risas
macabras, nombres de hechizos y explosiones. Cuando vio a una persona salir volando por
los aires, Hermione se dejó caer al suelo, horrorizada. Por el rabillo del ojo vio cómo Tonks
sacaba la varita del bolsillo trasero de sus vaqueros y un intenso miedo la sacudió —¿Qué
vas a hacer? —preguntó con un hilo de voz.

—Escúchame, Hermione —Tonks se volvió hacia la chica con el rostro manchado de polvo y
una expresión de seriedad y eficiencia que ella nunca le había visto —esto es lo que vas a
hacer. Coge a Madame Malkin y llévala a San Mungo.
—¿No vienes conmigo? —preguntó Hermione llegando hasta la dependienta, aunque tenía
una idea aproximada de lo que su amiga iba a responderle.

—Yo me quedo. Hay algunos de los míos ahí fuera. Por lo que he podido ver los mortífagos
les superan en número. Debo ayudar.

—Pero...

—Es mi trabajo, Hermione —apuntó Tonks cortando en el acto la réplica de la chica —Date
prisa —ordenó, y después salió de la tienda empujando la maltrecha puerta. Hermione
sintió que lágrimas de angustia le acudían a los ojos y se obligó a dejarlas a un lado. Tomó
el brazo de Madame Malkin y ambas se desaparecieron.

Cuando se apareció en el suelo de la sala de espera de San Mungo junto con el cuerpo
inerte de Madame Malkin, el lugar estaba bastante tranquilo. Dentro de lo que podía
considerarse tranquilidad en el hospital mágico de Londres. Había un hombre de mediana
edad, sentado es una esquina con las orejas enormes y bastante activas a juzgar por el
modo persistente en el que daban palmas frente a sus narices. Unos cuantos asientos más
allá, una mujer con los brazos extremadamente largos trataba de desenredarlos soltando
palabras mal sonantes a cada intento fallido.

Extrañamente normal.

—¡Oh, por Merlín! —murmuró una voz femenina, y mientras trataba de poner boca arriba a
Malkin, Hermione pudo ver a una chica no mucho mayor que ella acercándose por el pasillo
con expresión alarmada. Vestía una túnica de color verde lima por lo que Hermione dedujo
que trabajaba en San Mungo a pesar de llevar un gorrito de lana encasquetado hasta la
línea de las cejas ocultando su cabello negro.

—¿Qué ha pasado? –preguntó arrodillándose rápidamente junto a la mujer inconsciente.

—Mortífagos, en el Callejón Diagon –murmuró Hermione y percibió como todas las


personas de la sala de espera se tensaban y después comenzaban a murmurar con rapidez.
La joven sanadora le tomó el pulso a Madame Malkin y pareció tranquilizarse al cabo de
unos segundos. Después echó un rápido vistazo a Hermione.

—¿Tú estás herida?

—No, estoy bien —murmuró ella un poco aturdida, observando cómo unos cuantos
medimagos acudían y depositaban a la señora Malkin sobre una camilla que hicieron
aparecer de la nada entre los murmullos agitados y nerviosos de la gente. El miedo se
notaba en el aire, en cada rápido murmullo, en cada mirada. Hermione se puso en pie con
ayuda de la joven y se planteó regresar al Callejón para tratar de ayudar, pero justo en ese
momento se aparecieron un par de personas. Y tres más, y otra allá, y una familia con tres
niños pequeños.

Todos parecían alterados, algunos estaban heridos y sangraban, otros tenían las túnicas
llenas de suciedad. Hermione sólo necesitó echarles una mirada para darse cuenta de que
venían del Callejón Diagon. De inmediato el bajo zumbido que suponían los murmullos de la
gente se multiplicó y docenas de medimagos empezaron a llegar a la sala de espera y a
llevarse a los recién aparecidos que a cada instante aumentaban en número. Hermione
permaneció allí, sobrepasada por la situación y empujada constantemente por la gente, en
una especie de semitrance hasta que la chica que había tomado el puso a Malkin la llevó
aparte, fuera del flujo de gente.

—¿Estás segura de que estás bien? ¿Quieres una poción tranquilizante? —ofreció la
muchacha. Hermione miró sus ojos marrones y sintió que volvía un poco en sí.

—Sí, estoy bien —murmuró sacudiendo la cabeza para despejarse —Ahora debo irme.

—Espera —la joven agarró a Hermione por el antebrazo como si sospechara sus intenciones
—¿No pensarás volver allí, verdad?

—Pues...

—Todos los civiles están huyendo, estoy convencida de que la gente del ministerio ya ha
controlado la situación pero no es seguro que regreses allí. Y menos con este brazo —la
chica pasó una mano por el interior del antebrazo derecho de Hermione. Ella no sintió
apenas nada, sólo un leve tacto —¿Cómo te llamas?

—Hermione Granger.

—Bien, Hermione, ahora vas a venir conmigo, te daré una poción tranquilizadora y después
te irás a casa.

—No, de verdad, debo irme ya —dijo Hermione decidida liberándose de las manos de la
medimaga. Antes de que ésta pudiera decir o hacer nada, Hermione ya se había aparecido.

Narcissa se escabulló por la estrecha callejuela a toda velocidad. Su capucha oscura había
caído sobre sus hombros revelando su cabellera rubio ceniza, que se ondulaba con el viento
a su paso. Aferraba con fuerza su varita, mientras el sonido de sus tacones golpeando la
piedra parecía retumbar en sus oídos rítmicamente, fusionándose con los agitados latidos
de su corazón.

Sabía que estaban siguiéndola y también sabía que la encontrarían. Sólo quería que fuera
lejos del bullicio y de personas inocentes. No quería espectadores.

Cuando vislumbró el final de la callejuela, comprendió que el alto muro de hormigón gris
cerraba cualquier salida y una extraña calma se apoderó de ella. Ni siquiera pensó en huir
pues sabía que eso sólo retrasaría lo inevitable, y no tenía ninguna razón para hacerlo.

Ellos al fin se habían decidido a acabar con ella y lo harían, los conocía lo suficiente como
para saberlo. Con paso tranquilo, caminó hasta el final del callejón y después se volvió para
encarar de frente a sus perseguidores.

A decir verdad, no se sorprendió demasiado cuando distinguió una sola figura al fondo de la
callejuela, acercándose a ella con parsimonia, sabiendo, como ella, que tenían todo el
tiempo del mundo.
—Cissa —canturreó la figura con una voz terroríficamente suave. Narcissa no necesitó que
se retirara la máscara de plata para saber que quien se ocultaba tras la túnica de un
mortífago era Bellatrix Black. Su hermana.

—Hola, Bellatrix —respondió con calma.

—Te he pillado, como siempre —Bellatrix sonrió con gesto amargo mientras apuntaba a su
hermana con su varita —Nunca fuiste demasiado buena escondiéndote.

—Nunca pretendí hacerlo —replicó fríamente.

—Ya veo —Bella inclinó la cabeza hacia un lado y entreabrió los finos labios, como si
estuviera meditando algo —No tengo tiempo que perder, así que habla y no te haré daño —
dijo al cabo — ¿Dónde está tu hijo?

—No lo sé —respondió la rubia y se arregló la manga de su capa con elegancia y gesto de


hastío, como si esa conversación la aburriera tremendamente.

Bellatrix soltó una risilla amenazadora con un deje trastornado.

—No quiero hacerte daño, hermana, pero ten por seguro que no me temblará la mano si he
de hacerlo.

—Lo sé muy bien. Para ti los lazos de sangre no son nada. No en vano mataste a Sirius...

—Sí —Bellatrix se pasó la lengua por los dientes, como si estuviera relamiendo el recuerdo.

—...y ahora piensas entregar a tu propio sobrino a una muerte segura —continuó Narcissa,
sin ningún tipo de inflexión en la voz. Parecía estar hablando de perfectos extraños, no de
ellas y su familia.

—No pretendas que sienta ninguna compasión por él —replicó Bella en un siseo —Draco
cometió un error y huyó como un cobarde. No sirve para los propósitos del Señor Oscuro.
Deshonra a nuestra familia con su cobardía.

—Sólo tiene diecisiete años, Bellatrix —repuso Narcissa y por un segundo pareció percibirse
cierta emoción en su voz —y ni siquiera Él se atrevió a enfrentarse a Dumbledore. No
puede culpar a mi hijo por...

—¿Qué insinúas? —la interrumpió la morena, enfadada —¿Qué el Lord Tenebroso temía a
ese vejete chiflado? En lugar de dudar de él, deberías sentirte orgullosa de que
encomendara una misión tan importante al endeble de tu hijo. No obstante, no fue por eso
por lo que el Señor montó en cólera. Le dio otra oportunidad, le encargó una misión
patéticamente sencilla para redimirse y el cobarde de Draco la rechazó. Ahora yo me
encargaré de cumplirla. Cuestión de familia. No siento ninguna lastima por él, cavó su
propia tumba.

Narcissa alzó una ceja rubia y miró a su hermana con frialdad.

—¿Y qué te pasará a ti si no encuentras a mi hijo? ¿Qué te ocurrirá si tú también fracasas?


—¡Eso no sucederá! —exclamó Bellatrix ofendida —Puedo ser muy persuasiva y lo sabes,
Cissa.

—Pues adelante —repuso la rubia encogiéndose de hombros con elegancia —No te diré
nada, Bellatrix.

Bellatriz entrecerró los ojos hasta que éstos fueron sólo dos ranuras oscuras y dio un par
de pasos para acercarse a Narcissa. Se detuvo a menos de un metro y la miró a los ojos
mientras realizaba un complicado movimiento con su varita. Narcissa pareció estar
paralizada por unos segundos, después se pasó la mano derecha extendida por delante del
pecho como si estuviera barriendo el aire y Bellatrix bajó su varita.

—Recuerda que nunca fuiste capaz de usar la Legeremancia conmigo, Bellatrix, ni siquiera
cuando éramos pequeñas. Tendrás que emplear otros métodos.

Bellatrix arrugó los labios con rabia y alzó su varita de nuevo, apuntando directamente al
pecho de Narcissa.

—No traiciones al Señor Oscuro, Narcissa —murmuró entre dientes con un tono cargado de
amenaza.

—¿Traicionarle? —Narcissa echó la cabeza hacia atrás y soltó una breve y delicada
carcajada. Cuando cesó, sus ojos azules estaban cargados de una desesperanza tal, que
Bellatrix retrocedió un paso —Yo no le debo lealtad. ¿Qué ha hecho Él por mí? Por su culpa
Regulus y Sirius están muertos, mi marido en la cárcel y mi hijo profugo. No me hables de
ese nombre como si le debiera algo —finalizó con sequedad.

—Que decepcionante —pronunció Bellatrix con asco, mirando a su hermana como si la viera
por primera vez —Soy la única en esta familia digna de llevar el apellido Black. Regulus un
desertor, Sirius un amante de los impuros, Andrómeda casada con un sangre sucia, mi
sobrino un intento frustrado de mortífago y tú...una traidora. Ninguno merecéis vivir y...

—Cállate de un vez —atajó Cissa con sequedad —No trates de justificar que te has vuelto
contra tu familia por tu obsesión por Él. No necesito escuchar más ridiculeces. Si vas a
matarme, hazlo de una vez, Bellatrix, porque no diré una palabra.

Bellatrix pareció enfurecerse por las palabras de su hermana, pero después arrugó los
labios y asintió bruscamente.

—Muy bien, Cissa, tú lo has querido. Eres testigo de que no deseaba llegar a esto —agitó
su varita y la apuntó hacia su hermana —¡Cruciatus!

Cuando Hermione se apareció en el hall de la mansión Black, su estado de aturdimiento


había quedado atrás. Se sentía completamente despierta y activa, como si una energía
incombustible la llenara. No podía dejar de preguntarse cómo estaría Tonks o si Narcissa
habría sobrevivido al ataque de los mortífagos. No soportaba no saber nada y tener que
limitarse a esperar.

Y temía la idea de tener que contarle lo ocurrido a Malfoy.


Una y otra vez se sentía culpable por haber huido como una cobarde dejando a Tonks allí, y
una y otra vez su parte racional le recordaba que alguien tenía que llevar a Malkin al
hospital y que además sería un estorbo con su brazo derecho inútil.

Frenética, decidió bajar a las cocinas y tratar de ponerse en contacto con la Señora
Weasley antes de volverse completamente histérica, pero sus planes se fueron al traste
cuando vio a Malfoy allí. Parecía rebuscar algún plato limpio entre el montón de ollas y
cacharros que había ensuciado el día anterior y que Hermione se había negado a limpiar.
Se detuvo con un tintineo de cacharros, como si hubiera sentido su presencia y sus ojos
grises de abrieron de sorpresa al verla.

—¿Qué demonios te ha pasado? ¿Estás bien? —preguntó y se acercó a Hermione en el acto,


sujetándole firmemente por los hombros como si temiera que fuera a desvanecerse de un
momento a otro.

—Había mortífagos en el callejón, lanzaban embrujos por todas partes, la gente corría y
Malkin estaba inconsciente —explicó a borbotones, gesticulando exageradamente con su
mano buena —entonces Tonks sacó su varita y salió a la batalla. Pero yo tuve que llevarme
a Malkin y...

—Chsst —susurró Draco de un modo casi sedante. Con delicadeza, guió a Hermione hasta
una silla de madera que había contra la pared y la obligó a sentarse encima. Después se
acuclilló frente a ella y tomó la mano izquierda de Hermione cuando ésta se la llevó a la
boca para morderse las uñas y la apretó con suavidad, enviando una descarga casi eléctrica
hasta el pecho de la chica.

—Malfoy...

—Por partes —dijo él en un tono tan sereno, que Hermione se calmó momentáneamente –
Empieza por el principio. Tú y Tonks fuisteis al Callejón...

—Sí, fuimos a comprar tu colonia. Pero entonces vimos a tu madre y...

—¿Mi madre? —preguntó él bruscamente y estrujó la mano de Hermione con la suya, pero
la chica no emitió ningún sonido. Casi agradecía el dolor que le producía porque
extrañamente, la ayudaba a sentirse más en contacto con la realidad.

—Sí, se chocó conmigo. Llevaba una larga capa negra y al principio no la reconocí. Nos hizo
gestos a Tonks y a mí para que la siguiéramos hasta la tienda de Madame Malkin. Cuando
entramos Tonks se puso a entretener a la señora Malkin y yo busqué a tu madre. Estaba
detrás de un biombo...

—¿Hablaste con ella? ¿Qué te dijo? ¿Se encontraba bien? ¿Qué...

—Sí —murmuró Hermione y se sintió infinitamente mal al ver la mezcla de esperanza y


preocupación en los ojos de grises de Malfoy. Estaba completamente tenso y seguramente
de seguir apretando tanto sus manos le trituraría los huesos, pero Hermione sólo percibía y
sentía su miedo y su anhelo. Cerró los ojos unos instantes y deseó con todas sus fuerzas
que la señora Malfoy estuviera bien —Me pidió que te diera un mensaje.

—¿Qué mensaje? —preguntó él con ansiedad. Cuando Hermione abrió los ojos, Draco pudo
ver el brillo de las lagrimas llenándolos y lo asoló un presentimiento tan terrible que no fue
capaz de moverse. Permaneció parado, con los músculos en dolorosa tensión como una
estatua de mármol.

—Me pidió que te dijera que te quería y que pasara lo que pasara no intentaras verla. Dijo
que la estaban vigilando y que sería peligroso.

—¿Pasara...lo que pasara? —repitió él con dificultad. Tenía las mandíbulas tan apretadas
que le costaba articular las palabras y el corazón parecía habérsele subido a la cabeza y
latirle en los oídos, aturdiéndolo.

—Sí. Después... salió de la tienda y... en cuestión de segundos un embrujo entró y golpeó a
Malkin. Ella se desmayó y antes de que Tonks o yo pudiéramos hacer nada, un segundo
hechizo dio contra el techo de la tienda y levantó una humareda terrible —Hermione siguió
explicándole a Malfoy lo que había sucedido, aunque tenía la clara sensación de que él no la
escuchaba. Parecía completamente perdido, como un niño pequeño a solas en un lugar
extraño. No se había movido un ápice pero la expresión de su rostro era tan desolada que
Hermione sintió el impulso de abrazarle para ofrecerle su consuelo. Se quedó el silencio y
observó al chico durante unos segundos.

De pronto, Draco soltó su mano y se puso en pie con el cuerpo rígido.

—¿Está...muerta? —pronunció con una voz nasal y extraña. Hermione se puso en pie para
mirarle a los ojos.

—No lo sé —murmuró —Tonks no vio su cuerpo cuando miró fuera de la tienda.


Seguramente escapó del embrujo que después le dio a Malkin.

Draco asintió lentamente y después, comenzó a subir las escaleras de la cocina con aire
decidido.

—¿A dónde vas? —preguntó Hermione siguiéndole rápidamente.

—A buscar a mi madre.

—¡No puedes! —Hermione sintió como el miedo volvía a apoderarse de ella. La sola idea de
que Malfoy fuera al callejón Diagon la aterraba. No podía permitirlo.

—Tengo que saber si mi madre está bien —dijo él con voz desapasionada y atravesó el hall
hacia la puerta.

—Escúchame —rogó ella alcanzándole y tomándole una mano, él ni siquiera pareció notarlo
—entiendo cómo te sientes pero...

—¿Qué lo entiendes, Granger? —masculló él y sus ojos la miraron con la frialdad de antaño
mientras se deshacía de su presa de malas maneras —¿Dónde están tus padres? Imagino
que en algún lugar de Europa, a salvo. Mi padre está en la cárcel y mi madre posiblemente
muerte. No digas que entiendes como me siento. Tú no tienes ni puta idea.

—¿Y crees que arreglarás algo yendo hacia una muerte más que probable? —le gritó ella,
desesperada —Sé que estás preocupado, pero hay otros medios para averiguar si tu madre
está bien...

—¿Cómo cuales?
—La Red Flu. Podemos hablar con la Señora Weasley, seguro que ella sabe algo. Su marido
trabaja en el Ministerio —Draco no respondió, pero tampoco hizo ademán de moverse y
Hermione se atrevió a tomar un poco de aire —Agotemos todas las vías alternativas antes
de cometer ninguna locura.

Draco la miró de reojo, tratando de aclarar el caos de su mente. Sólo había un pensamiento
que se imponía a los demás: encontrar a su madre.

—Por favor —rogó ella. Estaba completamente despeinada, con el rostro manchado de
polvo y la sudadera y los vaqueros que llevaba cubiertos de suciedad. Sus ojos marrones
brillaban por cargados de miedo y le tendía una mano como si fuera a derrumbarse si él no
la tomaba. Mirándola, Draco sintió como su revuelo interior se desenredaba y languidecía,
aplastado por un sentimiento irracional. Parecía tan vulnerable y preocupada, tan
desesperada que Draco no fue capaz de intentar largarse como sabía que debía hacer. En
lugar de eso, apretó los dientes y la miró con fingida impasibilidad, tratando de ocultar sus
propios miedos.

—Date prisa —–farfulló entre dientes.

—¡Señora Weasley! —gritó Hermione, arrodillada frente al chimenea de las cocinas, con la
cabeza dentro. Veía el salón de los Weasley al otro lado y el reloj mágico en la pared.
Todas las agujas, incluida la de la Señora Weasley, apuntaban perfectamente alineadas a la
opción "Peligro de Muerte". Hermione esperó unos segundos y justo cuando volvió a abrir la
boca para llamar a la madre de Ron, la susodicha apareció corriendo hacia la chimenea.

—¡Hermione! ¿Estás bien? —preguntó agitada y a la chica no le quedó duda de que ya


había oído algo de lo ocurrido en el Callejón.

—Sí, estoy bien. ¿Se sabe algo? ¿Tonks...

—Arthur me envió un telegrama urgente —explicó la Señora Weasley y Hermione se dio


cuenta de que apretaba un rollo de pergamino entre las manos —Me explicó que se estaba
librando una batalla en el callejón Diagon. El ministerio ha sido alertado y están enviando
refuerzos. No se conocen cifras de muertos ni heridos todavía... —la voz de Molly pareció
quebrarse y un par de lágrimas se escaparon de sus ojos —Precisamente ahora iba para
San Mungo. No sabemos nada de Fred y George...

—Tonks también está allí —explicó Hermione, angustiada —Estábamos allí cuando comenzó
el ataque. Madame Malkin resultó herida y tuve que llevarla a San Mungo. Mientras estuve
allí no vi rastro de los gemelos —dijo, aunque no sabía si eso era bueno o malo.

—Tengo miedo de que salieran a ayudar a los aurores...Ellos no están tan bien preparados
y si les hubiera pasada algo, yo... —se detuvo para enjuagarse las lágrimas con el borde
del delantal.

—Seguro que están bien —murmuró Hermione sin demasiado convencimiento. Con todo lo
sucedido, se había olvidado por completo de que los gemelos también estaban en el
Callejón. Y Sortilegios Weasley no estaba muy lejos de la tienda de Madame Malkin...

—Voy a ir a San Mungo. En cuanto sepa algo te avisaré, ¿de acuerdo? —Molly se puso en
pie y comenzó a desatarse el delantal con manos temblorosas.
—Señora Weasley, si viera a Narcissa Black en San Mungo, por favor, avísenos de
inmediato —y ante la mirada interrogativa de la matriarca de los Weasley, Hermione añadió
—–Estaba en el callejón cuando todo sucedió.

—Enviaré un telegrama urgente en cuanto sepa algo —aseguró la mujer. Hermione asintió
y después de despedirse, se apartó de la chimenea. Las rodillas le dolían de estar tanto
tiempo en contacto con el duro suelo de piedra, pero lo olvidó por completo al ver la
expresión de Malfoy.

—No voy a esperar. Me voy a San Mungo —anunció y antes de que Hermione pudiera hacer
nada, salió a toda prisa de la cocina. Asustada, la chica le siguió y le alcanzó de nuevo en el
hall.

—¡Malfoy! —le llamó —¡Sé razonable! ¡Es muy peligroso!

—Me da igual.

—Malfoy, no llegarías con vida a San Mungo —dijo, sujetándolo por el antebrazo. Draco se
volvió a medias hacia ella y arqueó una ceja.

—Un problema menos para ti —pronunció.

—¿Cómo puedes decir eso? —reclamó ella, dolida.

—Es la verdad —Draco se encogió de hombros, impasible —¿Por qué te iba a importar si
me pasa algo o no? Tú y yo no somos nada —espetó destilando una refinada mezcla entre
amargura y furia.

Hermione soltó el antebrazo del chico y su mano cayó pesadamente, como si se hubiera
quedado sin fuerzas.

—No necesito ningún motivo para desear que alguien no muera.

—Pero yo no soy alguien, ¿verdad? Yo soy Draco Malfoy, y ahora ábreme la maldita puerta
—Draco se volvió y se detuvo a unos pasos de la puerta, esperando que ella quitara el sello
mágico que la cerraba.

—No voy a hacerlo. No voy a permitir que te vayas de aquí —aseguró ella con gesto
decidido.

Draco dio un puñetazo rabioso a la puerta y después apoyó en la madera ambas manos y
bajó la cabeza, provocando que su flequillo platino le cayera sobre la frente,
ensombreciendo su rostro.

—Metete en tus jodidos asuntos, Granger, esto no es cosa tuya —masculló casi sin fuerzas.

—Sí lo es —Hermione dio un par de pasos hacia Malfoy y se detuvo a sus espaldas, a una
distancia prudencial —Porque no pienso quedarme de brazos cruzados viendo como te
lanzas a las manos de Voldemort o del Ministerio.

—¿A ti qué te importa? —siseó él de nuevo, con la voz amortiguada por su posición.
—Me importa —susurró ella y se acercó más a su espalda, hasta que sólo les separaron
unos diez centímetros —Le prometí a tu madre que te cuidaría.

Él apenas alzó un ápice la cabeza y la orientó ligeramente hacia ella.

—¿Por qué?

Hermione no se resistió y se aferró a la camisa de Malfoy con la zurda –e hizo el intento


con la derecha -. Después cerró los ojos con fuerza y apoyó la frente en la espalda de
Malfoy, inhalando su aroma. Suseducción, su esencia, su vida.

—Porque no podría soportarlo si te pasara algo —susurró.

Draco la sintió temblar a su espalda, su mano asiéndose a la tela de su camisa como si la


vida le fuera en ello mientras tiritaba de miedo. Notó el calor de sus manos y su frente
contactando con su espalda, su olor a caramelo invadiéndole como una película invisible.
Pero percibió algo abstracto pero tan fuerte que era casi sólido: su preocupación, su
angustia. Su miedo. Por él.

Y permaneció inmóvil, peleándose consigo mismo y con la sensación de vértigo que se


enredaba en su pecho y cosquilleaba por cada parte de su cuerpo al revivir sus palabras en
su mente una y otra vez. Le importaba, estaba preocupada por él, tenía miedo de que le
ocurriera algo.

Trató de luchar contra el remolino de sensaciones que se acumulaban y vibraban dentro de


él, intentó por todos los medios recordarse que debía irse, que era vital para él hacerlo,
pero cuando su cerebro envió la orden y su cuerpo no respondió, lo comprendió y se sintió
débil y estúpido. Comprendió que no podía negarle nada.

Hermione esperó temblando, aferrada a él con desesperación durante tantos segundos que
podrían formar tal vez minutos antes de comenzar a relajarse, comprendiendo que él no se
iría. No pudo contenerse y rodeándole con sus brazos, le abrazó con fuerza, pegando una
mejilla a su espalda.

—Gracias —murmuró con los ojos llenos de lágrimas. Draco apenas hizo un hosco
asentimiento —Te prometo que te ayudaré a encontrar a tu madre, Malfoy. Pero lo
haremos a mi manera.

Él no dijo nada, pero Hermione sintió una de sus grandes y frías manos cubrir las suyas y
estrecharlas con fuerza.

Capítulo 30: Gracias a Tonks (editado)

Ambos permanecieron en silencio, sumidos en un particular abrazo por largos minutos.


Hermione sólo sabía que no quería soltarle, que no quería que él dejara de estrechar sus
manos, que su corazón aún no latía a un ritmo normal por el miedo que había pasado a que
se fuera.

—Él me prometió que la cuidaría —dijo Draco al cabo, con voz estrangulada.

—¿Quién? —preguntó la chica, confundida.


—Snape. Él fue quien me ayudó a escapar del Señor Oscuro. Estaba torturándome cuando
mi tía Bellatrix llegó con noticias. El Lord salió de la habitación y dejó a Snape vigilándome.

—Y Snape te dejo libre —dedujo Hermione.

—Sí. Se hirió y después se ató para que pareciera que habíamos luchado, lo cual no era
muy creíble dado mi estado. Después me prometió que cuidaría de mi madre y huí por la
ventana. No se si aún estará vivo el muy inepto. No debió arriesgarse así por mi, el Lord
Tenebroso no perdona los fallos —hizo una pausa y su mano se aflojó en torno a las de la
muchacha —Y yo debí quedarme para pagar el mío. Si lo hubiera hecho...

—Estarías muerto —repuso Hermione con dureza.

—Pero mi madre estaría bien...

—Tú no tienes la culpa —aseguró la chica con firmeza —Y Snape está vivo, o lo estaba
después de que escaparas. Él y otros mortífagos atacaron a Shackelbolt, un auror del
ministerio, cuando tú ya estabas aquí. Pero imagino que no habrá podido proteger a tu
madre.

—La utilizan como cebo —replicó él con rabia, Hermione le sentía temblar levemente entre
sus brazos y deseó con todas sus fuerzas poder reconfortarle mientras hundía más el rostro
en su espalda —No la atacaron antes porque estaban seguros de que tarde o temprano yo
volvería a Malfoy Hall, así que se limitaban a esperar y vigilarla. Pero debieron hartarse...

—Lo que quieren es que te delates yendo a buscarla al Callejón Diagon, a San Mungo o a tu
casa.

—Pero tengo que saber cómo está —gimió él con desesperación.

—La Señora Weasley ya debe estar en San Mungo, pronto sabremos algo. Pero mientras
tanto... creo recordar que había una radio mágica en el salón cuando limpiamos la casa. Si
no me equivoco, debe estar en el ático con los demás trastos. No funcionaba muy bien,
pero tal vez podamos arreglarla. Así nos enteraremos de lo que está sucediendo ahí fuera.

Después soltó a Malfoy pero cuando él se giró, Hermione agarró con fuerza una de sus
manos y tiró de él hacia las escaleras, dejando en claro que no pensaba darle la más
mínima oportunidad de escaparse. Draco no se resistió y la siguió como un sonámbulo,
tramo tras tramo de escaleras.

Se sentía completamente aturdido y desesperado. Enlazaba un pensamiento con otro con


lentitud, impedido por el miedo y aterido por la preocupación. Su madre nunca le había
dicho que le quería, no era una mujer afectuosa como tampoco lo era él. Pero si se había
comunicado con Hermione a pesar de ser hija de muggles y le había transmitido tal
mensaje para él, debía encontrarse realmente desesperada. Y eso le preocupaba más que
el hecho de que hubiera salido de la tienda justo cuando se inició el ataque, porque de
algún modo presentía que su madre se estaba despidiendo al adivinar que algo malo le
pasaría.

Estaba tan sumido en sus desesperantes pensamientos que apenas lo notó cuando
Hermione se detuvo en el estrecho y oscuro pasillo del ático. Las veces que había subido
hasta allí para cotillear, Draco había encontrado una habitación enorme y ricamente
decorada y otra estancia usada a modo de trastero, llena de cajas, retratos mohosos y los
más curiosos cachivaches.

Hermione abrió la puerta de la habitación de los trastos y arrastró a Malfoy dentro. Estaba
un poco cambiada desde la última vez que la había visto, principalmente porque alguien
parecía haberse dedicado a apilar las cosas formando una especie de madriguera en la cual
se vislumbraban un montón de harapos y un cuerpo sucio y pequeño acurrucado en el
centro.

—Kreacher —murmuró Hermione con suavidad. No veía ni sabía nada del elfo desde que
Harry le había sacado la información sobre Regulus y de eso hacía casi una semana. Se
sintió algo culpable al reconocer que con todo lo que había sucedido apenas se había
preocupado por el elfo. Sin duda, éste había trasladado su madriguera del hueco debajo del
fregadero al trastero del ático, posiblemente para no encontrarse con ninguno de los otros
habitantes de la casa.

Decidió que ya pensaría en qué hacer con Kreacher más tarde y se movió sigilosamente
entre las cajas y trastos llevando a Malfoy tras ella. Se sintió aliviada al localizar la radio
mágica llena de polvo y parcialmente cubierta por unas sábanas roídas encima de una caja
de cartón.

—Es esa —musitó. Intentó alargar su mano derecha para cogerla pero su brazo aún estaba
muy débil. No había mejorado milagrosamente de un día para otro como lo había hecho
después de la borrachera. Antes de que Hermione abriera la boca para pedirle ayuda,
Malfoy destapó la radio y la cogió con su mano libre sin decir palabra. Hermione le dio
apretó sus dedos como agradecimiento y ambos salieron del ático sin perturbar los sueños
de Kreacher.

—¿A dónde vamos? —preguntó él con voz extraña.

—¿A la cocina? —sugirió Hermione —así estaremos más cerca de la puerta por si alguien
viniera.

Draco no lo dijo nada y la siguió dócilmente hasta las cocinas. Una vez allí, Hermione le
soltó la mano, le quitó la radio y lo obligó a sentarse. Después colocó la polvorienta radio
sobre la mesa y comenzó a mover la antena y algunas de las extrañas ruletas que tenía,
tratando de sintonizar cualquier emisora. De vez en cuando, la radio emitía algún sonido de
interferencias alternándose con el de un disco de vinilo rayado. Después de varios intentos,
Hermione sacó su varita con la zurda y golpeó el lateral de la radio. El volumen subió de
repente pero la calidad de los sonidos seguía siendo nula.

—Déjame a mi —ordenó Draco tendiendo la mano para que la chica le diera su varita.
Hermione lo observó con desconfianza como si pensara que él se daría a la fuga en cuanto
le prestara su varita, no obstante, al cabo de unos segundos, se la entregó.

Draco cerró la mano sobre la varita y dio tos toquecitos en el altavoz de la radio, y de
repente, la voz nítida del locutor llegó hasta sus oídos.

—"...evacuados del Callejón Diagon. Según nuestras informaciones, los mortífagos se han
retirado al verse multiplicados en número por los aurores del Ministerio dejando tras ellos
docenas de tiendas destruidas, una cantidad aún desconocida de heridos y casi una docena
de muertos. El hospital mágico de San Mungo, lleva casi una hora recibiendo heridos y
supervivientes del atentado. Su directora ha explicado que han tenido que doblar el número
de camas y personal para poder atender a todos las victimas. El ministerio ha informado de
que dos aurores han resultado muertos y varios más heridos. Por otra parte, tres
mortífagos han sido detenidos y uno ha muerto. El ministro ha declarado que...".

Unos fuertes golpes resonaron en la puerta de la mansión provocando que Draco y


Hermione dejaran de escuchar la radio. Draco bajó el sonido sintiendo que el corazón le
latía dolorosamente de anticipación, y siguió a toda prisa a la chica, que corría hacia el
vestíbulo.

Hermione abrió la puerta y una figura se adentró con rapidez en el hall de la casa y cerró
bruscamente. Cuando se quitó una capa oscura y polvorienta, ambos reconocieron a la
joven.

—¡Tonks!, ¿estás bien? —inquirió una alterada Hermione.

—Sí —respondió Tonks limpiándose el polvo de la barbilla con un brazo. Tenía el rostro
lleno de suciedad, la ropa rasgada y una herida muy fea y sangrante en un codo, pero por
lo demás parecía ilesa —Acabo de venir del Callejón. Estamos peinando la zona para buscar
heridos, pero he venido hasta aquí un momento porque... —hizo una pausa y miró a su
primo con infinita tristeza —hemos encontrado a tu madre.

Draco casi sintió físicamente como le daban un mazazo en el pecho, dejándole sin
respiración y mareándole por completo.

—¿Está bien? —preguntó Hermione corriendo a sostener a Malfoy como si intuyera que iba
a desmayarse de un momento a otro.

Tonks bajó la mirada y entrelazó los dedos de sus manos, cubiertas de arañazos y costras
de sangre seca.

—No —dijo. Draco dio un paso hacia atrás con una expresión de horror en el rostro y
Hermione lo sujetó con más fuerza —Está viva, pero no se encuentra muy bien.

—¿Está malherida entonces? —inquirió Hermione con un hilo de voz.

—No exactamente. No tiene ni un rasguño pero...creo que ha perdido el juicio —–dijo


Tonks con suavidad y su pena se percibía en cada palabra que pronunciaba —es como si la
hubieran torturado hasta volverla loca. La encontramos sentada al final de un callejón sin
salida, meciéndose como una niña pequeña y repitiendo frases sin sentido una y otra vez.
Acaban de llevarla a San Mungo.

Se hizo un silencio espeso, ese tipo de silencio que nadie sabe como romper porque todas
las palabras parecen ridículas y vacías. Hermione sólo apoyó la frente en el hombro del
chico y le apretó el brazo con fuerza. Draco ni siquiera se movió, pestañeó o hizo gesto
alguno.

Tonks recogió su capa del suelo, incómoda y apenada.

—Lo siento —murmuró con ojos brillantes. Después miró a Hermione —¿Cómo está Malkin?

—No lo sé, cuando la llevé a San Mungo vivía pero se la llevaron en seguida —murmuró la
chica.
—Voy a ver a mi madre —anunció Draco soltándose de Hermione y dirigiéndose a la puerta.
Tenía la varita de Hermione en la mano, así que ya no necesitaba que nadie le abriera. Se
aparecería en San Mungo y encontraría a su madre, y al diablo con las consecuencias.

—¡Malfoy! —Hermione lo adelantó y apoyó la espalda en la puerta, interponiéndose entre


ésta y el chico —No puedes ir. Si no son los mortífagos, la gente del Ministerio te atrapará y
te enviarán a Azkaban, y entonces no podrás ver a tu madre. Ella no querría eso.

—Ahora no importa lo que quería o no —repuso Draco con frialdad. Se sentía extraño,
como si se viera desde fuera, incapaz de sentir nada o de pensar lo que decía. Funcionaba
por puro instinto, su cerebro bloqueado.

—Escúchame, tengo un plan. Te llevaré a verla pero de una forma segura.

—¿Cómo? —preguntó él de modo automático, aunque no le interesaba un pimiento nada de


lo que ella pudiera decirle.

Hermione tomó aire y miró a Tonks pidiéndole auxilio.

—Tonks, necesitaré tu ayuda. ¿Puedes conseguir poción multijugos?

—Sí —dijo la chica al cabo —podría sacarla del Ministerio.

—Y nadie encontraría extraño que tú fueras a ver a tu tía, ¿verdad? Menos aún cuando la
encontraste...

—No —respondió Tonks lentamente —pero ahora no puedo hacerlo. Debo regresar al
Callejón para seguir ayudando.

—¿Cuándo podrías? —preguntó Hermione.

—¿De qué coño me sirve que Tonks vaya a verla? —explotó Draco —¡Quiero verla yo!

—Lo sé —repuso Hermione con serenidad —irás tú. Pero bajo la apariencia de Tonks.

Draco tardó unos segundos en comprender el plan de la chica. Parte de su mente estaba
sedada por el dolor pero el resto comprendió que Hermione quería la poción multijugos
para que él se convirtiera en Tonks y pudiera ir a San Mungo sin correr peligro. Era un plan
extravagante pero tenía sentido.

—Mañana a primera hora —respondió Tonks —hoy tengo demasiado trabajo que hacer.
Supongo que mañana temprano, antes de entrar en el Ministerio, podría venir.

—Necesitaremos que traigas las pociones y te quedes en casa mientras Malfoy y yo vamos
a San Mungo.

—No hay problema —repuso la chica y sacudió un poco la suciedad de su capa —ahora
debo regresar al Callejón.

—Bien.
Draco quería gritar y golpear algo, quería decirles que no tenían derecho a decidir por él, ni
a planear lo que haría o cuando lo haría. Pero no fue capaz de moverse cuando Hermione
se apartó de la puerta y Tonks salió por ella. Tampoco opuso resistencia cuando sintió la
cálida mano de la chica sobre la suya, retirándole la varita. Supo que había desperdiciado
su oportunidad de huir y se sintió rabioso, a la vez que extrañamente aliviado.

—Malfoy —musitó Hermione y se quedó en silencio, tratando desesperadamente de


encontrar unas palabras que pudieran ofrecerle algún tipo de consuelo. Tenía la frente
arrugada en un gesto de tristeza y le acariciaba un brazo rítmicamente con su mano buena,
sedándolo.

Draco sabía que sólo quería ayudarle, pero en ese momento no soportaba la compasión que
leía en sus ojos. No soportaba cualquier tipo de contacto humano. No soportaba ver
reflejados sus sentimientos en el rostro de ella. Necesitaba estar solo.

Y una buena cantidad de alcohol.

Sin mediar palabra, Draco se adentró en las cocinas y cerró de un portazo.

Hermione abrió el grifo de la ducha y observó el agua corriendo durante unos segundos con
expresión ausente. Se sentía agotada, completamente agotada y deprimida. No sabía qué
hacer y no soportaba esa incertidumbre. A ella siempre le había gustado saberlo todo para
tener la situación controlada, ahora sus manos parecían pequeñas para abarcar todo lo que
estaba sucediendo.

Intuía que lo mejor era dejar solo a Malfoy durante un rato para que asimilara la idea. Él no
era de ese tipo de personas que se sentían mejor cuando hablaban de lo que les sucedía,
tampoco de las que buscaban un hombro en que llorar. Era del tipo de personas que se
guardaban sus problemas y nunca los exteriorizaban hasta que les volvían locos.

De vez en cuando tenía momentos de debilidad en los que revelaba más de lo que después
le habría gustado –Hermione estaba convencida de ello –pero sólo lo hacía cuando él
quería. No importaba cuanto le insistiera o apremiara Hermione, si él no quería hablar no lo
haría.

Y sinceramente, tampoco creía que hablar sirviera de nada. No sabía que se suponía que
debía hacer ella en esa situación. ¿Decirle que lo sentía? ¿Asegurarle que todo iba a ir bien?
¿Darle un abrazo?

Desanimada, Hermione se desnudó y sintió que no era capaz de respirar cuando se dio
cuenta de que tenía un poco de sangre en la manga de su sucia sudadera. Y no era suya.

Supuso que alguno de los heridos que habían llegado a San Mungo y que se habían
chocado con ella habían dejado su huella en la tela, y el recuerdo de todas esas personas,
sangrantes, aturdidas, hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas. El locutor de la radio
había hablado de casi una docena de muertos civiles, más tres aurores y un mortifago.
Unas dieciséis personas muertas en unos minutos.

De golpe y plumazo, sin más. Los aurores y ese mortífago habían muerto luchando por una
causa, en cierto modo se podía decir que lo habían elegido. ¿Pero y todos esos civiles? ¿Ese
matrimonio con tres niños pequeños que no paraban de llorar que Hermione vio en San
Mungo? ¿Qué habían hecho ellos aparte de estar en el lugar y el momento equivocados
para merecer verse afectados por esa guerra?

La guerra los implicaba a todos, fueran cuales fueran sus creencias o bandos. No había
espectadores, todos formaban parte de esa horrible situación.

La Señora Black enloquecida, tanta gente herida, ninguna noticia de Fred y George...

Cuando Hermione se metió en la bañera estaba llorando. Pensó en Harry y Ron y se


preguntó cómo estarían y si les iría bien su misión. Ahora comprendía realmente hasta que
punto era importante que tuvieran éxito.

Porque miles de vidas dependían de ellos.

Hermione se frotó la nuca con una toalla para secarse la humedad y salió del baño con el
albornoz. Se detuvo unos segundos en silencio para ver si escuchaba algún sonido en la
habitación de Malfoy pero al no oír nada supuso que debía seguir encerrado en la cocina.
Con gesto triste entró en su habitación.

Estaba poniéndose el pijama cuando escuchó unos golpecitos en el cristal de la ventana.


Hermione dio un respingo y corrió a apartar las cortinas para ver a una lechuza grisácea
con un rollo de pergamino atado a una de sus patitas. Abrió la ventana con rapidez y la
lechuza se posó en el alfeizar y tendió una de sus patas a Hermione. Ella desató
rápidamente el pergamino y lo desplegó.

Era una nota de la Señora Weasley.

"Hermione,

Fred y George están bien. Tienen un par de rasguños pero nada más grave –gracias a
Merlín –. Como supuse, en cuanto escucharon el jaleo salieron a ayudar a los aurores pero
por suerte no les ocurrió nada. He visto a Madame Malkin y aunque estaba inconsciente los
medimagos me dijeron que se pondría bien. Tom, el del Caldero Chorreante, también salió
herido pero no tiene nada serio. He visto a varios conocidos aquí...la Señora Stone perdió a
su marido y los medimagos tuvieron que sedarla porque se volvió loca de dolor...

Todo esto es horrible... –había un manchón de tinta que Hermione interpretó como una
lagrima y a partir de ahí la caligrafía era irregular y temblorosa –No he visto a Narcissa
Black pero los gemelos estaban cuando la trajeron. Dijeron que parecía ida... pobre mujer y
pobre Malfoy...

Arthur se ha aparecido un momento y nos ha dicho que van a cerrar el Callejón Diagon al
público por una temporada mientras reparan los destrozos e instauran nuevas medidas de
seguridad así que Fred y George se vendrán conmigo a la Madriguera. Puedes pasarte por
la Madriguera cuando quieras, y Arthur y yo te pedimos que fuera de eso, salgas lo menos
posible de casa.

Te escribiré o contactaré por la Red Flu contigo cuando sepa algo más, ¿de acuerdo?

Cuídate y cuida del chico, ahora está realmente solo.


Atentamente, Molly Weasley."

Hermione se tapó los labios con una mano para que dejaran temblarle y se las apañó como
pudo para aguantar las lágrimas. La última frase de la Señora Weasley le había hecho
polvo.

Echó un vistazo a su reloj de pulsera y decidió que ya le había dejado a Malfoy bastante
intimidad. Y si no, no le importaba. Necesitaba verle.

Dejó la carta de la Señora Weasley sobre la mesilla de noche y salió de la habitación rumbo
a las cocinas. Cuando llegó al vestíbulo se detuvo para ver si escuchaba algún sonido
proveniente de las cocinas, pero sólo oyó silencio. Asustada y alarmada, Hermione irrumpió
en la cocina pero se quedó paralizada en el segundo escalón.

Malfoy estaba allí, no había huido como había llegado a pensar. Pero tenía un aspecto
horrible y en la mesa a la que estaba sentado, Hermione contó dos botellas casi vacías de
whisky de fuego más otra medio llena que sostenía precariamente con una mano.

—Malfoy —murmuró asombrada —¿estás...

—¿Trompa? —sugirió él, solícito, y Hermione se dio cuenta de que tenía los ojos
enrojecidos por el alcohol lo que resaltaba su increíble tono grisáceo. Por un segundo sintió
que se quedaba sin aliento —Lo estoy. Pero no demasiado, aún no te veo doble —se detuvo
unos segundos para dar un largo trago y mirándola con amargura añadió —Aunque es
mejor así. No creo que pudiera sobrevivir a dos Hermiones Granger.

Tenía el pelo completamente revuelto, como si se hubiera pasado la mano por él docenas
de veces. Los primeros botones de su camisa estaban desabotonados y se había subido las
mangas hasta el codo, descubriendo sus blancos antebrazos y la marca oscura de su
muñeca. Se sentaba en un taburete haciendo equilibrios sobre las dos patas traseras con la
espalda apoyada en la pared. A Hermione le recordó a Sirius y pensó que después de todo
si se parecían en algo.

—Dame la botella —dijo acercándose y tendiendo una mano para que él le entregara la
bebida —ya has bebido suficiente.

—¿Acaso me ves inconsciente? —repuso él arrastrando las palabras más de lo habitual


como efecto del alcohol. No obstante, pronunciaba perfectamente —Hasta que no lo esté no
habré bebido lo suficiente, gracias.

Hermione resolvió que era inútil tratar de razonar con un borracho, y más con un borracho
enloquecido de dolor, así que con un movimiento rápido, le quitó la botella logrando que
Malfoy perdiera su precario equilibrio y casi se cayera al suelo junto con el taburete.

Afortunadamente, se recuperó pronto y volvió a la posición anterior observando a Hermione


y la botella que sostenía con un brillo despiadadamente burlón en los ojos enrojecidos.

—Si vas a emborracharte, más vale que te alejes de mí —dijo —Hoy no estoy en
condiciones de apartarme de ti si me provocas, Granger.

Hermione se sintió como si le hubiera dado una bofetada y deseó que la tierra le tragara a
la vez. Se moría de vergüenza bajo su mirada descarada sólo de recordar la noche de su
borrachera y todo lo que había hecho. Y por si fuera poco, rememorar su comentario –
prácticamente amenaza –de que cuando le hiciera el amor quería que ella lo recordara, no
ayudaba mucho.

En esa frase iba implícita que eso sucedería tarde o temprano con total seguridad, y eso
más que irritarla por su presunción la asustaba. Tal vez porque tenía miedo de que fuera
posible.

Mortificada, se acercó al fregadero y vació el resto de ron que quedaba en la botella


ignorando al chico.

—¿No vas a beber? Qué decepción —la aguijoneó Malfoy, y Hermione tuvo que reunir todas
sus fuerzas para volverse hacia él como si no se estuviera planteado si sería posible
morirse de vergüenza —En ese caso, ya puedes lárgate. No necesito público.

—Mañana estarás hecho polvo cuando vayas a ver a tu madre —le regañó ella, luchando
desesperadamente por aparentar seriedad.

—¿Y qué? —preguntó él amargamente —¿acaso crees que lo notará?

—Tal vez ella no, pero sí todo el mundo que te vea haciendo eses y piense que eres Tonks.

—Un segundo —pidió él —¿Es que tengo cara de que me importe?

Hermione frunció el ceño, comenzaba a molestarse.

—Tonks te está haciendo un favor y tú...

—En realidad —la interrumpió Draco —te lo está haciendo a ti. Eres tú la que ha montado
todo eso.

—Pues perdóname por querer evitar que mueras o te encarcelen —replicó ella,
definitivamente enfadada.

—Oh —Draco se llevó una mano al pecho con artificio y arrugó los labios en una fingida
mueca de dolor —Deberían hacerte un monumento en agradecimiento a tu bondad, o mejor
aún, tendrían que canonizarte.

Hermione apretó los labios, dolida. Sabía que él lo estaba pasando mal, pero era realmente
desesperante intentar ayudarle y que él se burlara de sus esfuerzos.

—¿Sabes? Cuando estás borracho eres un auténtico cabrón —le dijo, herida.

Draco enlazó las manos detrás de su nuca y se balanceó en la silla con aire desafiante.

—El alcohol sólo acentúa, pequeña —dijo con jactancia —Lo soy siempre.

—No sé cómo puede soportarte la gente cuando estás borracho.

—Generalmente me soportan muy bien. De hecho, suelen gritar de placer mientras me


soportan —afirmó con desenfado y los ojos cargados de maldad fijos en la chica. Hermione
se sintió como si le hubiera dado un puñetazo justo en la mitad del pecho. El muy cerdo.
—Qué pena que yo no sea una de ellas porque no te aguanto —replicó y se dispuso a
abandonar las cocinas dignamente, pero antes de salir escuchó la voz de Malfoy.

—Lo serás.

La puerta se cerró sonoramente tras ella y Hermione se quedó parada en el hall,


sintiéndose estúpida por las lágrimas de rabia que habían acudido a sus ojos. Había sido
realmente cruel con ella.

Sabía que le molestaba que le hablara de sus conquistas y no sólo lo había hecho
jactándose de cuánto las había hecho disfrutar, sino que encima la había tratado como si
fuera una más de ellas. No sin antes burlarse de todos sus esfuerzos.

Trató de decirse que todo se debía al alcohol y al dolor que estaba pasando por lo que le
había sucedido a su madre. Eso justificaba que fuera tan desgradable con ella sin ninguna
razón. Pero no podía largarse y dejarle ahí, emborrachándose hasta perder el sentido.

Resuelta, se dio media vuelta y entró de nuevo en las cocinas. Malfoy regresaba de la
despensa con una botella de licor de manzana y alzó una ceja sarcásticamente al verla al
pie de las escaleras.

—¿Has cambiado de idea? —dijo con maliciosa ironía.

—No —Hermione se envaró, ofendida —He venido a llevarte a la cama.

—Qué directa —se mofó él quitando el tapón de la botella con los dientes y escupiéndolo
lejos. Después dio un largo trago y miró a Hermione con los ojos velados por el alcohol —
¿Se trata de uno de esos rollos feministas? ¿Me follarás tú a mí y no al revés?

Hermione sintió que el color subía a toda la piel de su rostro, posiblemente hasta la frente,
y lo miró escandalizada. ¿Cómo podía ser tan vulgar y tan...desagradable?

—No voy a... —titubeó y le miró de arriba abajo con aire remilgado —Te llevaré hasta tu
cama para que duermas la borrachera y después me iré. Vamos.

Hermione creyó que Draco se dirigía dócilmente hacia la puerta, pero en lugar de eso,
volvió a tomar asiento en el taburete y se propulsó hacia atrás para sostenerse sólo sobre
dos patas.

—No —dijo y dio un largo trago al licor de manzana.

Hermione sintió deseos de estrangularlo y lo asesinó con la mirada, analizando sus


opciones. Tratar de llevarle a la fuerza estaba descartado, él podría echársela al hombro sin
ningún esfuerzo y ella ni siquiera podía usar el brazo derecho. La magia tampoco le parecía
muy buena opción, en lugar de llevarlo levitando podría estamparlo contra el techo –lo cual
en esos momentos no le parecía muy mala idea – y desde luego, no pensaba rogarle.

Draco la miró con una sonrisilla maliciosa, como si supiera exactamente lo que estaba
pensando, y ese gesto fue precisamente lo que hizo que Hermione perdiera la poca
paciencia que le quedaba. Sin pensarlo dos veces le dio una patada a una de las dos patas
del taburete sobre las que se sostenía haciendo equilibrios el chico, que se volcó
arrojándolo al suelo. Draco se quedó despatarrado, boca arriba, y su botella de licor se
alejó rodando por el suelo de piedra. Hermione se colocó a sus pies con un brazo en jarra y
le lanzó una mirada severa.

—Levántate de una vez, venga.

Draco la miró durante unos segundos totalmente pasmado, como si no se creyera lo que
acababa de suceder.

—¿Me has... —comenzó.

—Sí, y volveré a hacerlo si me obligas.

Posiblemente sólo se debía al momentáneo impacto de que la mojigata de Hermione


Granger le hubiera arrojado al suelo, pero el hecho es que Draco se levantó semi aturdido y
cuando ella le agarró por la muñeca y tiró de él con autoridad, simplemente se dejó llevar
fuera de las cocinas.

La siguió dócilmente durante un tramo de escaleras antes de darse cuenta de lo que estaba
haciendo. Si ella quería llevarle a la habitación, dejaría que lo hiciera, pero no pensaba
ponérselo fácil. Para empezar, decidió que iba a tropezarse y fingió trastabillar en un
escalón y perder el equilibrio. Eso no hubiera tenido mayor importancia de no ser por que
para compensar su pérdida de equilibrio se agarró a una parte concreta de la anatomía de
Granger que quedaba a su alcance al estar ella un par de escalones por encima.

Hermione soltó un grito y se apartó de las manos de Malfoy como si le hubiera pinchado
con un clavo. Furiosa se volvió hacia élm que se había apoyado contra una de las paredes
de las escaleras para no caerse –su equilibrio no era demasiado bueno a pesar de haber
fingido el tropiezo –tratando de contener la risa y parecer inocente ante la expresión
colérica y escandalizada de la chica.

—¿Cómo... —cogió aire, demasiado furiosa para hablar —Tú...¡¿qué demonios haces?

Draco soltó una risilla al ver sus mejillas completamente coloradas y extendió las manos
con las palmas hacia arriba en un gesto de inocencia.

—Me caía —dijo llanamente.

—¿Y tuviste que agarrarte a mi...ahí? —le cuestionó ella con una expresión de ira tal, que
Draco se preguntó si no le enviaría escaleras debajo de una patada.

—Bueno, era lo que más sobresalía, ¿sabes?

Hermione lo asesinó con la mirada, con el puño apretado, mientras echaba aire por la nariz
como un toro apunto de embestir.

—Da gracias a que estás borracho y a que mañana no recordarás nada, porque sino te ibas
a enterar.

—Es el alcohol —Draco trató de adoptar una expresión compungida —me vuelve lujurioso
—y acompañó su frase de una mirada de arriba abajo por el cuerpo de la chica. Hermione
se sintió tan violenta que apunto estuvo de tratar de cubrirse con un brazo, pero optó por
darse media vuelta y seguir subiendo las escaleras con aire digno después de ladrarle un
"vamos".
Ascendió a zancadas casi un tramo de escaleras antes de darse cuenta de que Malfoy no se
había movido de la pared en la que estaba apoyado y sintió que sus más primitivos
instintos asesinos afloraban.

—¿A qué esperas? ¿Por qué no te mueves, Malfoy?

—No sé si lo has notado, pero no puedo subir las escaleras yo solo, Granger.

Hermione entrecerró los ojos para fulminarle con una mirada y comenzó a golpear el suelo
con la punta de un pie, llena de impaciencia y nervios. ¿Qué debía hacer? ¿Dejarle ahí y
largarse? Lo más posible era que acabara cayendo por las escaleras y descoyuntándose.

Haciendo de tripas corazón, Hermione deshizo lo andando y bajó hasta donde estaba
Malfoy.

—Está bien, te ayudaré —dijo entre dientes —pero las manos quietas, ¿está claro?

—Como el vozka —repuso él prestamente. Hermione le miró con desconfianza antes de


rodear su cintura con su brazo bueno. Draco le pasó un brazo sobre los hombros y posó
gran parte de su peso sobre la chica, disfrutando de hacerla empequeñecer unos
centímetros bajo su carga.

Hermione consiguió subir un escalón con gran esfuerzo, aunque le hubiera resultado más
sencillo dejarse aplastar por el chico. Malfoy se movía lo justo para que no se cayeran
escaleras abajo, por lo que después de cinco escalones, Hermione estaba agotada.
Tampoco le ayudaba demasiado el hecho de que él hubiera empezado a entonar una
tonadilla bastante obscena acerca del encuentro de un joven mago y una hermosa veela en
un bosque apartado, que le iniciaría en los "placeres mundanos". De vez en cuando, Draco
le explicaba alguna frase o palabra de la canción particularmente pornográfica por si ella no
lo había entendido.

Después de un tramo de escaleras, Hermione estaba completamente exhausta y


profundamente horrorizada por la picante canción. Harta, apoyó a Malfoy contra la pared y
sacó su varita. Después lo sujetó –o algo así –con su mano derecha y agitó la vara de
madera.

Malfoy contuvo una retahíla de tacos cuando ambos se aparecieron en su habitación, no


había contado con que ella usaría la magia. Claro, como él se veía obligado a vivir como un
jodido muggle... No obstante, decidió quemar su último cartucho, y se apoyó a ella como si
estuviera tremendamente mareado por la aparición y apenas pudiera sostenerse en pie.

Hermione se tambaleó y casi cayeron al suelo, pero al final consiguió arrastrarlo hacia la
cama. Su plan era arrojarlo allí, quitarle los zapatos y largarse, pero cuando se inclinó
sobre la cama para dejar caer a Malfoy, él no la soltó y se vio impelida hacia el colchón con
él.

Como si se hubiera caído en un lago de agua helada, Hermione intentó salir a toda
velocidad pero Draco la inmovilizó pasándole una pierna sobre las rodillas y un brazo por la
cintura. Por si fuera poco, apoyó la cabeza en su pecho como si fuera su almohada y cerró
los ojos.

—¡Malfoy! —chilló Hermione completamente tensa, enfada e incómoda —¡Quítate de


encima y déjame salir!
Sólo alcanzaba a ver la cabeza rubia del chico, pero a juzgar por el sonido profundo de su
respiración, Hermione se percató horrorizada de que él se había dormido. ¿Cómo era
posible que alguien pudiera dormirse tan rápido?

Pues al demonio con él y sus sueños. Si no podía quitárselo de encima por sus propios
medios, lo despertaría. Primero trató de apartarle el brazo, pero en cuanto logró retirarlo
unos centímetros, él la aferró con fuerza y la estrechó más contra su cuerpo,
reacomodándose en parte encima de ella.

Hermione se estaba volviendo loca de vergüenza por la situación. Aunque sabía que él
estaba dormido, eso no impedía que se sintiera increíblemente violenta. Era la primera vez
que estaba en la cama con un chico, aunque fuera en un sentido más literal que figurado. Y
ese chico era Draco Malfoy.

Borracho para más inri. Y ya le había metido mano, tenía razones para desconfiar.

A la desesperada, forcejeó con él tratando de quitárselo de encima, pero sólo lograba que
él la apretara y estrujara más y más, así que resolvió quedarse quieta.

Trató de tranquilizarse y analizar la situación fríamente. No podía quitárselo de encima y


sus intentos sólo lograban que la sujetara con más fuerza. Su varita se le había caído al
suelo cuando Malfoy se había apoyado sorpresivamente en ella, así que usar la magia
estaba descartado.

Tendría que despertarle, por mucho que una parte se negara. Necesitaba dormir después
de la fuerte noticia que había recibido y Hermione sentía tener que despertarle, pero no
pensaba quedarse toda la noche en su cama. Ni loca.

—Malfoy —siseó agitándole un hombro —Despiértate de una vez, por Merlín.

Pero él no se despertó, no. Simplemente emitió un ruidito placentero y se enredó más a


ella. La chica trató de despertarle de distintas maneras, desde gritando su nombre a
tirándole del pelo pero el resultado fue el mismo: nada.

Hermione se dio cuenta de lo rígida que estaba e intentó relajar un poco el cuerpo,
sabiendo que era inútil seguir intentándolo. Tendría que quedarse allí, durmiendo con él. Y
Merlín sabía que ella también necesitaba descansar. Su día había sido muy largo.

Cerró los ojos y las imágenes del hombre volando por los aires que había visto en el
Callejón Diagon la asaltaron. Volvió a recordar las explosiones, el rayo que golpeó a
Madame Malkin y la familia que vio en San Mungo y sintió como las lágrimas acudían a sus
ojos cerrados. Pero justo en ese instante, Malfoy se movió un poco y la sujetó con más
fuerza por la cintura, y Hermione se sintió extrañamente confortada. Allí, bajo el peso de
parte de su cuerpo, con la cabeza sobre su corazón y un brazo estrechándola, Hermione se
sintió protegida. Y cómoda. No podía negar que era agradable sentirle tan cerca y poder
olerle impunemente.

Tal vez fuera porque se estaba quedando dormida lentamente, tal vez consecuencia de
todos los fuertes sucesos de ese día, pero en esos momentos, Hermione era capaz de
reconocerse que sentía algo por Malfoy. Fuera lo que fuera.
Alargó la mano y le acarició el pelo con cariño un par de veces, hasta que el sueño la
venció. Cuando Draco sintió la mano de la chica detenerse sobre su pelo, supo que se había
dormido y sus labios se plegaron en una sonrisa de lado.

El amanecer les sorprendió dormidos.

Hermione abrió los ojos cuando los primeros rayos de sol comenzaron a colarse por el
hueco entre las pesadas cortinas verde botella de la habitación de Malfoy, cayendo sobre su
rostro. Parpadeó un par de veces y trató de desperezarse, pero entonces se dio cuenta de
que algo se lo impedía. Mejor dicho, alguien.

Al ver a Malfoy enredado en ella, Hermione sintió como el calor golpeaba sus mejillas,
enrojeciéndolas. Todo había parecido diferente la noche anterior cuando ella estaba tan
cansada y él tan borracho pero ahora, a la luz del día, ya no.

Porque tenía miedo y lo tenía porque se encontraba increíblemente a gusto así. Y porque
por un momento pensó que sería agradable despertar así cada día.

Se estaba volviendo loca. Debía ser culpa de esa colonia suya que olía tan condenadamente
bien. Pero por mucho que le hubiera quedado quedarse un rato más así, rodeada de su
aroma y su calor, no podía hacerlo. Tonks llegaría de un momento a otro.

Pensó en despertar a Malfoy pero decidió salir de la cama primero. Tal vez, si tenía suerte,
él no recordaría nada y ella actuaría como si eso nunca hubiera sucedido. Y todos felices.

Contuvo una exclamación de alivio cuando fue capaz de quitarse el brazo del chico de
encima. Después, lo más sigilosa y quieta que pudo, se arrastró por la cama hasta el borde
del colchón. Estuvo apunto de caer y darse un buen golpe, pero logró salir de la cama sin
ningún daño.

Una vez en pie, se frotó los ojos, se desperezó y alisó el pijama pensado en cómo despertar
a Malfoy y huir a la vez. Al final, cogió un cojín y se lo lanzó a toda la cara desde la puerta
de su habitación.

—¡Despierta, vamos! —le apremió con autoridad. Era fácil decirlo estando tan lejos de él y
con una vía de escape inmediata. Cuando escuchó las maldiciones que Malfoy comenzó a
soltar apartando el cojín de un manotazo, Hermione dio su labor por terminada y se fue a
su cuarto a vestirse.

Hermione y Tonks estaban desayunando en la cocina cuando Malfoy bajó recién duchado,
más pálido de la habitual y con los ojos enrojecidos. Tonks se dio cuenta de inmediato de
que había estado bebiendo, pero se cuidó de hacer ningún comentario.

—¿Estás listo? —preguntó echando un vistazo a su reloj —tengo que estar en el ministerio
dentro de poco más de una hora. Y de cualquier modo, sólo pude escaquear una poción
multijugos, así que tienes una hora para ir a San Mungo y volver.

Draco asintió con gesto inexpresivo. Hermione no podía leer lo que había en sus ojos
enrojecidos, pero parecían velados por una capa de escarcha.
Tonks sacó un frasquito con la poción, lo posó en la mesa y lo empujó con una mano hacia
donde estaba Draco. No apuntó bien y el frasco hubiera caído al suelo –a unos dos metros
de Draco –si el chico no hubiera tenido suficientes reflejos y lo hubiera cogido. La aurora se
encogió de hombros con un gesto de disculpa.

—Te he dejado algo de mi ropa en el salón —explicó.

—¿Tu ropa?

—Claro, no pensarás que voy a ir vestida a San Mungo como si fuera un capo de la mafia.

—¿Un qué? —gruñó Draco.

—Olvídalo —Tonks hizo un gesto con una mano como para barrer lo que había dicho —
Simplemente no puedo ir vestida de hombre. Y por cierto, cuando te transformes, no mires
nada que no debas —lo amenazó con un índice la chica.

Draco alzó una ceja con desdén.

—Descuida —dijo y desapareció con el frasco en la mano.

Hermione y Tonks se quedaron en silencio cuando ella –o él –entró de nuevo en las


cocinas. Llevaba unos vaqueros con rotos de Tonks y una camiseta ancha con un
estampado psicodélico muy hippie. Hasta ahí todo parecía normal, pero cuando uno se
fijaba en la expresión de enojo y humillación del rostro de la chica y su manera de andar –
un troll hubiera parecido más femenino –podía ver fácilmente a Malfoy bajo su apariencia
de mujer.

—Como digáis algo —dijo con la voz de Tonks pero manteniendo su inconfundible toque de
hastío —Os mataré, ¿está claro?

—Por supuesto —respondió la verdadera Tonks tratando de contener la risa sin mucho éxito
—pero yo no ando así.

—¿Así como? —espetó Draco a la defensiva.

—Pues como si estuviera pisando cucarachas y quisiera apartar a gente invisible con mis
movimientos de hombros.

—Yo no ando así.

—Sí lo haces.

—No lo hago.

—Pues yo creo...

—Chicas —intervino Hermione y tuvo que contener una risilla al ver la expresión de la falsa
Tonks al oír que le había llamado "chica" —chica y chico —añadió para apaciguarle —
dejadlo ya. Malfoy, Tonks tiene algo de razón. Deberías andar de un modo más...femenino,
¿entiendes? Y tampoco hables con voz tan grave, procura hablar como...
—¿Una nena? —sugirió él con aparente calma, aunque era evidente que ardía de furia. Lo
cual a Hermione le resultaba muy gracioso. Nunca había visto a "Tonks" enfadada y sus
expresiones de enojo era un reflejo que las de Malfoy. Pensó que ella le hubiera reconocido
bajo esa apariencia aunque no supiera nada. Ya conocía cada uno de sus gestos y
movimientos.

Y eso era preocupante.

—Ahora eres una chica, primo —le recordó Tonks con una amplia sonrisa —más
concretamente, yo, recuérdalo. De cada cuatro palabras que digo, tres no son tacos,
tampoco camino como si fuera la reina del universo ni hablo como si todo el mundo fuera
inferior a mí. Si ves a alguien que me conoce y te habla, dile que tienes prisa y que no
puedo revelar detalles sobre lo ocurrido ayer, que es confidencial. Y si es alguien del
ministerio, dile que nos veremos allí, ¿de acuerdo?

Draco no se molestó en contestar, y miró a Hermione ordenándole silenciosamente que se


diera prisa. La chica se puso en pie con celeridad y se acercó a él.

—Mucha suerte —les deseó Tonks y bostezó sonoramente —Creo que mientras me echaré
un sueñecito, no he dormido mucho esta noche.

—Usa mi habitación —le ofreció Hermione —Kreacher ha embrujado todas las demás y las
camas no se paran quietas.

—Vaya, que interesante. Veré si puedo arreglarlo. Y ahora daos prisa, tenéis menos de una
hora.

Hermione asintió y tomando a la malhumorada falsa Tonks por un hombro, ambos se


aparecieron.

Capítulo 31: Bellatrix y su misión (Editado)

San Mungo apestaba a desinfectante y a falsa tranquilidad cuando Draco y Hermione se


aparecieron en la sala de espera. Había sólo una anciana, encogida en un rincón y una
pareja que hablaba en voz muy baja, como si temieran perturbar el descanso de los
pacientes.

Completamente diferente a la tarde anterior, cuando Hermione había estado ahí. Para la
ocasión, habían colocado una ancha mesa de madera con archivadores que contenían las
listas de los pacientes y las respectivas habitaciones en las que estaban ingresados.
Hermione suponía que habían tomado esa medida para que los numerosos familiares que
acudieran de visita al hospital lo tuvieran más sencillo para encontrar a sus seres queridos
ingresados.

Draco se quedó mirando los registros, incapaz de dar un paso adelante, hasta que sintió
cómo Hermione le tiraba de la manga de su hortera camiseta de colorines y lo arrastraba
hacia allí. Contuvo la respiración mientras ella revisaba las listas, deslizando su índice
derecho de nombre en nombre.

Hermione había descubierto esta mañana que ya era capaz de mover los dedos derechos
con relativa habilidad, aunque no podía ejercer demasiada presión. Deliberadamente, se
obligó a ignorar la relación entre ese hecho y la noche pasada con Malfoy, mientras
buscaba el nombre de Narcissa Black.
—Aquí está. Habitación 1221, individual.

—¿Indivi...dual? —preguntó Draco con una voz tan áspera que no pareció la de Tonks.

—A mí también me extraña, cuando estuve aquí compartí habitación con más enfermos.
También el Señor Weasley. Alguien debe de haberle pagado una habitación privada.

Draco tenía una ligera idea de quién podía haberlo hecho, pero no tenía ganas de
compartirlo con Hermione. A decir verdad, no tenía ganas de hablar. Enlazar dos palabras
le costaría un esfuerzo sobrehumano.

Mientras caminaban hacia la habitación de su madre, Draco trató de no pensar en nada. De


lo contrario se volvería loco. Intentó centrarse en cosas que le irritaban para poder tener el
control sobre sus sentimientos. Por ejemplo esos jodidos pantalones vaqueros. No podía
imaginar cómo alguien podía caminar femeninamente con algo tan ajustado que de
habérselo puesto un hombre hubiera inutilizado su capacidad fecundadora para siempre.

Además, cada vez que veía "su reflejo" en alguno de los espejos que adornaban ciertas
paredes del hospital, Draco tenía que contener una mueca de desagrado al ver su pelo
rubio fosforito. ¿Acaso Tonks podía llevar algo más llamativo y vulgar?

Y a ella le sentaba mucho peor la resaca que a él. Las huellas de la borrachera se notaban
más en el rostro en forma de corazón de la chica que en el suyo. Por supuesto, aunque
tuvieran sangre en común, él era mucho más refinado. Para completar su aspecto ridículo y
extravagante, Draco se dio cuenta de que Tonks llevaba los restos de algo que
posiblemente había sido esmalte violeta en las uñas. ¿Es qué esa mujer no podía hacer las
cosas bien? O pintadas o despintadas. Su madre la encontraría muy ordinaria sin ninguna
duda.

Al pensar en su madre, Draco sintió que el pesado dolor de cabeza con el que se había
levantado, aumentaba. Se sentía como si durante el sueño le hubieran metido una bola de
plomo en el cráneo. Su corazón bombeaba sangre a un ritmo dolorosamente acelerado y su
respiración era superficial. Su estomago estaba revuelto pero no sabía si por la gran
cantidad de alcohol que había ingerido el día anterior o por los nervios. Estaba tenso y cada
paso que daba le costaba más.

Tal vez se debiera a que en el fondo tenía miedo de ver a su madre en esas condiciones.
Ella siempre había sido una mujer elegante, refinada, altiva. Perfectamente autosuficiente y
capaz.

Verla reducida a un cuerpo sano sin alma sería realmente horrible y doloroso. No se le
ocurrían palabras para describir la sensación de angustia que experimentaba. No sabía si
podría soportar ver a su madre trastornada sin derrumbarse.

Estaba tan hundido en sus lúgubres y desagradables pensamientos que se sorprendió


cuando Hermione le dio un apretón en la muñeca para indicarle que ya habían llegado a la
habitación 1221. Draco miró la puerta plateada sintiéndose mareado, débil y enfermo. No
podía hacerlo. No podría cruzar al otro lado y ver a su madre destruida.

Hermione había pensado acompañar a Draco hasta la habitación y después esperar fuera
para dejarle intimidad en el reencuentro con su madre, pero parecía tan aturdido y
desvalido que sintió el impulso de abrazarlo. Logró contenerse, pero no pudo resistirse a
tomarle una mano con fuerza, para tratar de imprimirle ánimos. Él la miró a través de los
ojos oscuros de Tonks con tal tristeza, que Hermione casi pudo vislumbrar su rostro bajo el
de su prima. Le dio un apretón afectuoso en la mano y decidió abrir ella la puerta, ya que él
no parecía muy capaz.

Lo primero que vieron fue a Narcissa, sentada en un elegante sillón de cuero negro en el
centro de la habitación. Parecía tranquila, inmóvil, con la vista perdida en algún punto
indefinido, como una estatua de carne y hueso. Pero no estaba sola. Junto a ella había una
joven con el uniforme verde lima de los sanadores y un gorrito de lana en la cabeza, que
cepillaba con esmero el sedoso cabello rubio ceniza de Narcissa. Al verles, dejó el cepillo en
una mesilla y se acercó a ellos.

—Hermione Granger, ¿verdad? ¿Me recuerdas?

—Sí —musitó Hermione reconociendo en ella a la chica que la había atendido el día anterior
cuando llegó al hospital —pero no recuerdo tu nombre.

—No te lo dije —la chica sonrió débilmente —Soy Devany Apeldty y me han encargado
cuidar a la Señora Malfoy. ¿Sois familiares?—preguntó.

—Tonks sí —explicó Hermione. Draco parecía completamente ajeno a la conversación, con


los ojos clavados en su madre y una expresión de dolor indescriptible. Hacía semanas que
no la veía y además de su aire ausente, su madre estaba bastante desmejorada. Más
pálida, más delgada, más envejecida. Y sabía que era por él.

—Tonks —murmuró Devany y se volvió hacia la chica —Claro, ahora lo recuerdo. ¿Te
acuerdas de mí?

Hermione tuvo que asestarle un suave codazo a Draco para que prestara atención a la
chica. La miró unos segundos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para rescatar las palabras
que ella le había dirigido segundos atrás.

—¿Debería? —dijo al cabo con un hilo de voz, bastante parecido a la voz real de Tonks.

—Bueno, íbamos a la misma casa cuando estábamos en Hogwarts. Pero tú ibas unos cursos
por delante de mí. No tiene importancia.

—¿Cómo está mi m...tía? —preguntó Draco con la misma voz estrangulada.

—Bueno... —Devany se acercó a Narcissa y apoyó las manos en el respaldo del sillón
mirándola con tristeza —fue una de las últimas en llegar después del ataque al Callejón. La
mayor parte del tiempo está ausente, otras veces se acerca hasta la ventana y mira por
ella como si buscara a alguien. De vez en cuando dice algo pero poco tienen sentido. No
responde cuando le hablo y la mayoría de las veces no parece notar que estoy aquí.

Hermione notó como la mano de Malfoy temblaba ligeramente entre la suya.

—¿Y qué han dicho los medimagos? ¿Tiene posibilidad de recuperación? ¿Le estáis dando
algún tratamiento? —preguntó Hermione, con un hilo de esperanza.

—Algunos medimagos especializados en los daños por imperdonables la revisaron pero...

—¿Imperdonables? —graznó Draco.


—Sí, creemos que está así por haber sido sobreexpuesta a varios Cruciatus —explicó
Devany y en ese instante, Narcissa se levantó y caminó hacia ventana como si fuera un
fantasma. Llevaba la túnica blanca de los enfermos de San Mungo, lo que le daba aún más
el aire de ser irreal —Como decía, varios medimagos la analizaron pero de momento creen
que no pueden hacer nada. No obstante, hay una sanadora africana que al parecer ha
tenido éxito con varios pacientes dañados por este tipo de hechizos. Llevamos meses
intentado contactar con ella para que revise a los Longbottom. Será difícil conseguir que
venga a Inglaterra considerando lo peligroso que se ha vuelto Londres...pero el señor
Marcus Black, el mismo que paga esta habitación, nos ayudará económicamente para
conseguirlo.

Draco sólo escuchó dos palabras del discurso de la medimaga: Cruciatus y Longbottom. Y
entonces lo supo con total seguridad: había sido su tía Bellatrix, ella había dejado a su
madre en ese estado.

Había torturado a su hermana hasta hacerla enloquecer –su especialidad –sin ningún tipo
de escrúpulos. Posiblemente para sacarle información acerca de su paradero o simplemente
para obligarlo a ponerse en contacto con su madre.

Draco se sintió lleno de una energía explosiva mezcla de ira y culpabilidad. Su madre
debería haber quedado al margen de esa guerra, pero había sido castigada ser esposa de
un mortífago y madre de otro. Por tener una hermana mortífaga, desequilibrada y obsesa
del Señor Oscuro. Una hermana que se había vuelto contra ella, que había traicionado a la
única familia que le quedaba para servir a su amo. Una hermana que merecía morir.

En silencio, Draco se juró que mataría a su tía Bellatrix aunque fuera lo último que hiciera
en su puta vida. Vengaría a su madre acabando con la persona que le había hecho eso.

Hermione sintió como la mano de Draco se convertía en puño entre la suya y percibió la
tensión de sus hombros y su mandíbula endureciendo los rasgos suaves de Tonks. Supo
instintivamente que ambos habían llegado a la misma conclusión y deseó más
desesperadamente que nunca poder hacer algo por él. Impotente, se volvió a Devany que
observaba a "Tonks" con compasión.

—Os dejaré intimidad —murmuró la medimaga dirigiéndose a la puerta.

Cuando Devany salió, Hermione apretó su mano en torno al puño de Draco para llamar su
atención y lo miró a los ojos oscuros y brillantes.

—Creo que será mejor que os deje solos. Estaré fuera, ¿de acuerdo? A no ser...a no ser
que quieras que me quede —añadió, aunque ya imaginaba la respuesta. Draco negó
bruscamente con la cabeza y después le dio la espalda para acercarse a su madre, que
continuaba mirando por la ventana, como esperando que alguien fuera a aparecer por ella.

Hermione apretó los labios apenada, y salió de la habitación.

Draco se quedó parado en la misma posición en la que había estado mucho tiempo después
de que Hermione se hubiera ido, con los ojos clavados en la espalda de su madre frente a
la ventana. Reunía fuerzas, reunía fuerzas para tener el valor de acercarse a su madre y
mirar en sus ojos ausentes. Esos ojos azul pálido que nunca permitían averiguar en qué
estaba pensando o qué sentía. Esos ojos seguros y altivos, capaces de helar a alguien con
una mirada o de conseguir lo que deseaban sin ninguna palabra.

Cuando fue capaz de dar un paso, Draco se dio cuenta de que temblaba por completo de un
modo incontenible. Decidió preocuparse de eso más tarde, pues si lo hacía en ese instante,
posiblemente se quedaría anclado en el lugar donde estaba diez minutos más. Dio un paso,
y luego otro. Enlazó pisada con pisada hasta que al fin, después de lo que le pareció una
insoportable eternidad, llegó hasta su madre.

Podía ver su perfil regio y elegante apuntando hacia el paisaje que se veía a través de la
ventana. Así, en esa posición, con las finas y blancas manos sobre el alféizar, parecía la
Narcissa de siempre.

Pero no lo era y Draco tenía que afrontarlo.

Rozó con la yema de sus temblorosos dedos una de las delicadas manos de su madre,
enlazadas grácilmente, pero ella no reaccionó. Draco tomó entonces su mano.

Narcissa no dio ninguna muestra de haberse percatado de su presencia.

—Madre —susurró con un temblor delator en la voz. Draco sintió rabia e impotencia al
escuchar la voz de Tonks saliendo de su boca. Tal vez si fuera él también en apariencia, su
madre sería capaz de reconocerlo, al menos inconscientemente. Pero no, estaba atrapado
en el cuerpo de una mujer prácticamente extraña para ella a fin de poder visitarla sin
correr peligro.

—Madre —repitió con más apremio, casi con desesperación. Narcissa giró el rostro hacia él
con un movimiento suave, pero su rostro no estaba inexpresivo como de costumbre, sino
simplemente vacío. Como sus ojos. Si antes no habían sido capaces de revelar sus
sentimientos, sí lo habían sido de suscitarlos. Ahora eran sólo dos fragmentos de agua
cristalina, velados e inanimados. Sin vida, inertes, exánimes.

—Mi hijo —dijo Narcissa mirando a Draco como si no lo viera en realidad —¿Dónde está mi
hijo?

—Estoy aquí, madre, soy...soy yo —respondió Draco inflamado por una repentina llama de
esperanza. Tal vez no estaba tan mal como Apeldty había dicho, tal vez...

Pero entonces Narcissa se liberó de su mano como si no hubiera oído su respuesta y


caminó de nuevo hacia el sillón. Se sentó allí, con las manos enlazadas sobre el regazo y la
mirada perdida, sin expresión.

Y Draco sintió, casi oyó resonando en su interior, el eco de su corazón partiéndose en mil
pedazos. Su pecho se sacudió, inundado por un estertor de llanto reprimido y los ojos
comenzaron a dolerle. Se acercó a su madre, su visión a cada instante más borrosa, y se
dejó caer de rodillas a sus pies.

—Madre —gimió.

Y entonces como no había hecho desde que cumplió los cuatro años, Draco hundió el rostro
en el regazo de su madre y rompió a llorar.
La habitación de la madre de Draco se encontraba al final de un largo corredor de la cuarta
planta. Junto a la puerta y frente a ella había una hilera de sillas, entre las que se alternaba
alguna que otra planta. En las paredes había posters de publicidad acerca de distintas
pociones curativas además de algunos lemas de salud.

Hermione tomó asiento en la primera silla junto a la puerta y se miró las manos,
impotente. Pensándolo bien, lo que le había sucedido a Narcissa era triste pero a ella no
debía afectarla especialmente. De cualquier modo, comprendía por qué se sentía tan
desanimada. No era por ella ni por Narcissa, sino por Malfoy. No soportaba verlo tan
destrozado, ya había sufrido bastante.

Primero su padre encarcelado, después él bajo el yugo y las amenazas del Señor Oscuro,
torturado hasta casi la muerte y encerrado durante semanas en la casa de la persona con
la que peor se llevaba en todo Hogwarts y ahora...su madre enferma, por decirlo de algún
modo.

Hubiera dado todo lo que tenía a cambio de que se borrara esa tristeza de sus ojos –los
ojos de Tonks, en realidad –y eso no le gustaba. Porque sentía algo por él y ya no podía
negarlo, ni siquiera a la luz del día. Era algo demasiado grande para fingir que no existía,
como tratar de no ver algo que estaba directamente plantado frente a tus ojos.

Tenía miedo porque no quería sentir eso. No quería volver a experimentar lo que el día
anterior, ese miedo paralizante que había sentido cuando él había estado tan cerca de
marcharse a encontrar una muerte segura o en el mejor de los casos un encarcelamiento.
Le había dicho que no podría soportarlo si le pasara algo y era cierto.

Era demasiado importante para ella. Demasiado.

¿Estaría...enamorada? No. Podía ser que encaprichada, atontada, loca. Pero enamorada no.

Se frotó el puente de la nariz con una mano y cerró los ojos, tratando de relajarse. Cuando
los abrió de nuevo, vio a la anciana que antes había estado en la Sala de Espera, sentada
en una de las sillas que había frente a ella. Tenía el pelo corto y rizado, oscuro pero
salpicado de canas blancas y brillantes para enmarcar un rostro arrugado. Vestía por
completo de negro, de pies a cabeza y una varita reposaba en su regazo. Hermione se dio
cuenta de que la anciana la estaba mirando así que esbozó una débil y fugaz sonrisa a
modo de saludo. Después se miró las rodillas, preguntándose qué estaría pasando dentro
de la habitación.

Contó los segundos hasta que se dio cuenta de que estaba totalmente rígida, entonces
echó la cabeza hacia atrás para estirarse y trató de relajarse. Sus ojos se cruzaron con los
de la anciana, negros y profundos, fijos en ella.

Hermione le sostuvo la mirada unos instantes hasta que sintió un escalofrío propagándose
por su espina dorsal. Repentinamente nerviosa, apartó los ojos, diciéndose que era ridículo
que el corazón le latiera tan deprisa sin razón y que prácticamente no se atreviera a
respirar.

Golpeó el suelo con la punta del pie tratando de relajarse y lanzó una mirada de soslayo a
la anciana. Ella continuaba mirándola fijamente, como si estuviera petrificada. Hermione se
sintió incómoda y decidió mirarla con disimulo durante los siguientes minutos para
comprobar si la vieja continuaba observándola.
Y siempre era así. No importaba cuantos minutos esperara, cuantas veces la mirara de
reojo, ella siempre estaba contemplándola con una fijeza atemorizante. Como si quisiera
dominarla, explorarla y rendirla con sus ojos negros como la brea.

Hermione comenzó a cambiar de postura en la silla con nerviosismo. Estaba inquieta y


ridículamente asustada. Era una ancianita y estaban en un hospital lleno de magos, ¿qué
razón tenía para asustarse?

Tal vez el aire extrañamente familiar que encontraba en la mirada oscura de esa mujer. Era
como si sus ojos no encajaran con el resto de su apariencia marchita y arrugada. Eran
demasiado oscuros, demasiado vivos para una persona de esa edad. Y la manera en que
acariciaba su varita depositada sobre la falda negra con sus dedos huesudos, como si
mimara a un cachorro, era realmente inquietante. No era una abuelita normal y corriente,
eso estaba claro.

Hermione cambió de posición por enésima vez y se cruzó de brazos, como si quisiera
protegerse de algo. Tenía la espalda totalmente rígida y los músculos de su cuerpo en
dolorosa tensión, pero no era capaz de relajarse con esa mirada sobre ella, segundo tras
segundo. Con lentos pestañeos que velaban sus pupilas momentáneamente para después
resaltar más su oscuridad al desparecer.

Miró su reloj tratando de ignorar el presentimiento de peligro inminente que la acosaba.


Intentó decirse que después del ataque en el callejón del día anterior, se había vuelto algo
histérica. Se juró que estaba exagerando y comportándose de un modo totalmente
irracional.

Pero el miedo que sentía, el estado de alerta en el que se hallaba su cuerpo no era algo
irracional. Era algo instintivo, primitivo.

Desistiendo de todo intento de fingir que no veía la incisiva y fija mirada de la mujer,
Hermione la enfrentó con sus ojos. Y cuando lo hizo se sintió horrorizada. En esos ojos vio
muerte, maldad, oscuridad pura. Como si la anciana hubiera leído su mente, sonrió. Una
sonrisa semidesdentada.

Pero cuando se pasó la lengua por los escasos y amarillentos dientes, Hermione sintió
auténtico pánico. Había visto antes ese gesto, como si se estuviera relamiendo un recuerdo
particularmente agradable. Lo había visto en alguien.

Poseída por un miedo primigenio, Hermione se puso en pie y entró rápidamente en la


habitación 1221.

El llanto desesperado e incontenible había cesado. Draco continuaba en la misma posición,


arrodillado y con el rostro apoyado en las piernas de su madre, poseído por una especie de
apatía sedante. Las lágrimas ya se habían secado en su rostro, pero su huella continuaba
en forma de humedad sobre la túnica blanca de enferma de su madre. Ella no se había
movido, no había separado sus manos ni le había acariciado el cabello en ningún momento.
Había acogido su llanto como lo habría hecho cualquier estatua, almohada o sillón.

No había reaccionado de ningún modo por mucho que Draco le había dicho con voz
desagarrada que él era su hijo, que estaba ahí, que tenía que recordarle. Ahora se había
quedado sin voz, posiblemente sin lágrimas también.
Sin esperanza, sin alegría, sin razón de ser. Estaba solo, completamente solo en el mundo.

Su padre encarcelado, su madre trastornada. Él perseguido y en peligro de muerte. No


tenía a donde ir, obligado a permanecer encerrado en la casa de su peor enemigo.
Enamorado de una hija de muggles que sólo sentía compasión por él.

Su vida era una auténtica mierda.

Atrás habían quedado todos sus sueños de grandeza, todas sus fantasías de convertirse en
alguien poderoso a quien todos temieran y admiraran a la vez. Atrás había quedado la
inocencia que algún día había podido tener, la despreocupación, los sentimientos. El deseo
de ser el mejor, de estar por encima de los demás y demostrarlo.

Todo eso parecía frívolo, insignificante y sin ningún sentido ahora. ¿Qué era eso comparado
con su actual situación? Nada. Recuerdos borrosos, tan absurdos en ese momento que
parecía mentira que alguna vez hubieran sido reales.

—Ella cumplirá la misión —murmuró Narcissa y comenzó a mecerse, de adelante a detrás,


obligando a Draco a retirarse. Se sorbió la nariz y miró a su madre con los ojos enrojecidos
e hinchados.

—¿Qué?

—Ella cumplirá la misión —repitió la mujer y se retorció las manos —Ella cumplirá la misión.
Cumplirá la misión. La misión. Ella...

Después guardó silencio y se puso en pie. Draco la contempló avanzar de nuevo hacia la
ventana murmurando las mismas palabras que le había dicho una y otra vez con voz
neutra, mientras una sensación de alerta comenzaba a atravesar las brumas de su dolor.

—Ella cumpli... —comenzó Draco, pero se interrumpió abruptamente, comprendiendo el


significado de la frase de su madre. Rápidamente, se puso en pie, con el corazón en un
puño. Tenía que encontrar a Hermione.

Por Merlín, a ella no. Eso no.

No.

Justo cuando iba a tomar el pomo de la puerta, ésta se abrió bruscamente y Hermione
irrumpió en la habitación. Cerró rápidamente y se quedó parada mirándole. Draco se dio
cuenta de que estaba asustada, y su miedo se multiplicó, enhebrado con tímido alivio.

—Malfoy...

—Tenemos que irnos —la apremió él, sujetándola con fuerza por los hombros. Agradeció
que ella no le hiciera ningún tipo de pregunta y sacara con rapidez su varita. En un
instante, Hermione la agitó en el aire y ambos se aparecieron.

Apenas cinco segundos después de que ellos se esfumaran, la puerta de la habitación 1221
se abrió y una anciana entró. Echó un vistazo a la estancia y sonrió, mostrando sus escasos
dientes.
Narcissa eligió ese momento para abandonar la ventana y regresar al sillón, donde se
sentó, serena e ida.

—Ella cumplirá la misión —murmuró. La anciana se acercó a ella y le tomó la barbilla con
sus manos llenas de arrugas y venas oscuras, ejerciendo una presión que no habría cabido
esperar de una persona de su avanzada edad sobre la piel de la mujer, para alzarle el
rostro hacia ella.

—Oh, sí que lo haré, Cissa. Sabes que lo haré —siseó con voz herrumbrosa a los ojos
inertes de Narcissa. Después soltó su barbilla y desapareció sin dejar rastro.

—Malfoy...

—Te lo explicaré luego —dijo él, soltándola. Su voz había sonado increíblemente extraña,
como una fusión de la suya propia y la de Tonks. Mirándole detenidamente, Hermione se
dio cuenta de que sus ojos se estaban aclarando progresivamente, pasando del negro más
oscuro al gris.

—La poción multijugos comienza a dejar de hacer efecto —murmuró —deberías ir al salón a
cambiarte.

Draco asintió sin decir nada y se alejó del vestíbulo, escaleras arriba. Unos segundos
después de que Malfoy hubiera desaparecido, Hermione vio a Tonks bajando las escaleras
mientras se desperezaba y bostezaba sonoramente.

—Vaya, ya habéis vuelto. ¿Qué tal todo? —preguntó Tonks frotándose los ojos con una
mano.

—Bien, supongo —musitó la chica. Hermione aún se sentía terriblemente asustada y tensa,
como si acabara de escapar de la misma muerte. Y algo en ella le decía que tal vez así
había sido —¿Qué tal todo por aquí? —se obligó a decir al ver que Tonks estaba apunto de
abrir la boca para preguntarle algo. No tenía ganas de dar respuestas, aún estaba
demasiado asustada como para poder relajarse.

—Bien, conseguí arreglar el entuerto que había montado Kreacher con las camas. No era el
difícil, el problema era que había utilizado una combinación de dos hechizos y si no se
usaban ambos contrahechizos, una tras otro, no hacían efecto. Después me he echado una
siesta.

Hermione asintió sin saber que decir mientras Tonks echaba un vistazo a su reloj.

—¡Ostras! ¡Qué tarde es! Llego tarde al Ministerio. Vendré otro día a por mi ropa, ¿de
acuerdo? Tengo que irme —habló a todo trapo, caminando con celeridad hasta la puerta.

Hermione apenas tuvo tiempo de decirle adiós con una mano antes de que la aurora
desapareciera tras la puerta, aunque a decir verdad se sintió aliviada de no tener que
esforzarse por mantener una conversación. Se miró las manos, comprobando que
temblaban levemente y respiró hondo, tratando de tranquilizarse.
No tenía hambre, pero decidió preparar algo de chocolate caliente para ella y Malfoy. Abrió
la puerta de la cocina y el sonido de unas voces llegó hasta ella, haciéndole dar un
respingo.

—Déjame más sitio, Harry.

—No hay más sitio, Ron, ya no puedo apartarme más.

—Debimos haber buscado una casa con una chimenea más grande.

—Esta fue la única casa que encontramos vacía, no estamos en condiciones de elegir.

—Bueno...

—¿Chi...cos?

—¡Hermione!

Efectivamente, esas eran las voces de Harry y Ron, saliendo de la chimenea de la cocina.
Hermione bajó los escalones de la cocina a toda velocidad y se arrodilló frente al hogar, en
el que se veían las cabezas apretujadas de sus amigos flotando sobre las llamas de un
fuego de color verde esmeralda.

—¿Estáis bien? —les preguntó, resistiéndose al repentino impulso de echarse a llorar.

—Sí, ¿y tú?

—Oímos lo del Callejón Diagon...

—¿Sabes algo de mis hermanos? Fred y George...

—Están bien —se apresuró a decir Hermione —Tonks y yo estábamos allí cuando se produjo
el ataque, en la tienda de Madame Malkin. Un hechizo perdido la golpeó y tuve que llevarla
a San Mungo —y a continuación se puso a relatarle a sus amigos todo lo que había
sucedido. Resultaba extraño hablar únicamente con sus cabezas, pero el hecho era que a
cada palabra Hermione se sentía más relajada y menos angustiada. Había echado mucho
de menos a sus amigos aunque sólo habían pasado unos días desde que se habían ido, y
todo se había vuelto tan difícil desde que ellos no estaban...

—Pero no lo entiendo —dijo Ron con el ceño fruncido —¿A qué viene ese ataque ahora? Y
más en el Callejón Diagon, estando tan lleno de aurores.

—Creo que sé por qué atacaron allí. Al menos una de las razones —explicó Hermione —
Llevaban tiempo vigilando a Narcissa Black, esperando que Malfoy apareciera por su casa,
pero ella se escapó al Callejón Diagon y la siguieron hacia allí. Creo que el ataque comenzó
cuando intentaron atraparla. De todos modos, atacar en un lugar tan supuestamente
seguro es una forma de sembrar el caos entre la población mágica. La gente ya no se
siente segura en ningún lugar y el Ministerio pierde credibilidad por momentos. No sé si el
Callejón Diagon volverá a abrir...dudo mucho que la gente vuelva a ir allí a realizar sus
compras.

—Será fatal para Fred y George...


—Se han ido a la Madriguera con tu madre.

—¿Y qué pasó con la madre de Malfoy? —preguntó Harry, mirando a Hermione fijamente a
través de sus ojos verdes.

—Creo que Bellatrix la encontró y la torturó para sacarle información sobre el paradero de
Malfoy. Tonks y los aurores la encontraron en una callejuela, ida. La he visto y está como
los padres de Neville —explicó la chica apenada, después miró a sus amigos con ojos
vidriosos —Tenéis que encontrar y destruir el horrocrux cuanto antes. Esto va de mal en
peor...

—Lo intentamos —aseguró Harry con gesto serio —pero no es fácil. Timoleo no está en
Elbasen capital y hasta esta madrugada no encontramos ninguna pista de en qué parte de
la región puede estar.

—¿Hasta esta madrugada?

—Sí —terció Ron —tuvimos que emborrachar a un tabernero para que nos diera
información sobre Bertha Jorkins. Los albaneses son muy desconfiados —añadió al ver la
expresión de censura de la chica.

—¿Y qué habéis descubierto?

—Que Bertha estuvo allí preguntando por su primo y que la enviaron al noreste de Konjuh.
Al parecer Timoleo está en una aldea perdida y oculta a los muggles de los restos mágicos
del pueblo arbanés.

—¿Arbanés? —repitió Hermione.

—Eran uno de los primeros pueblos que habitó Albania por lo que hemos podido descubrir.
Cuando los otomanos invadieron Albania, los brujos supervivientes se refugiaron en una
aldea en las montañas prácticamente inaccesible. El tabernero creé que es una leyenda,
pero el hecho es que allí fue el último lugar al donde supieron que se dirigía Timoleo.

—Y ahora vais de camino hacía allí, ¿no?

—Sí —asintió Harry —Vamos a aparecernos en la villa muggle más cercana al lugar donde
se supone que está la aldea y desde ahí iremos a pie. Si es verdad que existe, la leyenda
dice que es imposible aparecerse dentro de sus murallas.

Hermione se mordió el labio inferior, inquieta. Había leído mucho sobre antiguas culturas
mágicas indoeuropeas y si era verdad que un reducto había sobrevivido durante siglos,
aislado en las montañas, era posible que siguiera manteniendo sus costumbres bárbaras.

—Tened cuidado, puede ser peligroso —les rogó.

—Estaremos bien —aseguró Ron —¿Has seguido tomando las pociones?

—Sí —y Hermione esbozó una sonrisa débil mientras agitaba con torpeza su mano derecha
ante ellos.

—Vaya, has mejorado mucho —dijo Harry, contento.


—Sí, bueno...

—Eh, ¿has oído eso?

—¿El qué? —preguntó Hermione confundida.

—Creo que es de este lado —murmuró Ron.

—Hermione, tenemos que irnos —dijo Harry rápidamente con la cabeza vuelta hacia el
interior de la chimenea —Creo que los magos que viven aquí han vuelto. Tenemos que
marcharnos rápido o nos meteremos en líos.

—¡Ya nos comunicaremos contigo! —dijo Ron en un susurro, y segundos después,


Hermione vio como las cabezas de sus dos amigos se desaparecían, dejándola sola, con
una profunda sensación de vacío.

Malfoy entró en las cocinas y encontró a Hermione arrodillada frente a la chimenea, con
una expresión de profunda tristeza en el rostro. Parecía una niña pequeña y sola, a la que
la situación le venía demasiado grande.

Como a él.

Sólo de pensar lo que tenía que revelarle, sintió que su amargura y su rabia crecían e
inundaban todo su cuerpo sin remedio. ¿Por qué las cosas tenían que haber sido así?

Lo único que le faltaba, lo único que le podía ir a peor era su relación ella. No soportaría
que lo odiara otra vez, aunque sabía que posiblemente se lo merecía.

Y se quedó allí parado, observándola como un tonto, incapaz descubrirle todo y poner más
peso en sus hombros.

Hermione se sintió observada y giró el rostro, descubriendo a Draco al pie de las escaleras.
Ya era de nuevo él, con su ropa y sus rasgos. Y la expresión de su rostro era más
desgarradora aún si cabía. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados, resaltando más la
tonalidad gris pálida de su iris, con expresión de derrota y desolación. Sus labios eran sólo
una línea apretada, como si se los estuviera mordiendo por dentro para evitar decir algo.

Hermione se puso en pie rápidamente y se acercó a la cocina, para preparar algo de


chocolate. Necesitaba mantenerse ocupada para no pensar en todo lo que había sucedido
ese día.

—Siéntate —–le sugirió con suavidad —–no has desayunado. Te prepararé algo y...

—Déjalo —susurró él y Hermione sintió su voz detrás de ella, y su presencia imprimiéndose


en el aire que la rodeaba, su olor en el oxígeno que respiraba.

—Pero...

—Chsst —siseó él dejando escapar aire entre sus dientes que Hermione sintió colarse entre
su pelo y lamer su nuca, estremeciéndola. Tensó todo el cuerpo cuando él tomó su mano
para hacerle soltar el paquete de chocolate en polvo, pero después de lograr su objetivo, él
no se apartó. Ella tampoco.

—Tenemos que hablar —dijo Draco con voz espesa, retirando la mano lentamente.
Hermione se volvió hacia él, despacio, y tuvo que apoyarse en la encimera para no quedar
pegada a él dado el reducido espacio que le dejaba. Lo miró a los ojos esperando que
continuara, pero parecía que fuera lo que fuera que quería decirle, le resultaba muy difícil.
Hermione podía percibir las pequeñas contracciones de su mandíbula cada vez que hacía
ademán de despegar los labios para hablarle, y la tensión de sus hombros. Enternecida,
decidió ayudarle.

—¿Es sobre lo que ocurrió en San Mungo? —preguntó con voz suave —¿Es sobre esa
anciana tan extraña?

—¿Anciana? —inquirió él desconcertado. Hermione lo miró, confundida. No había tenido


mucho tiempo de pensar en lo sucedido, pero ahora que lo hacía caía en la cuenta de que
Malfoy no había visto a esa mujer. Él no sabía por qué había irrumpido de ese modo en la
habitación de su madre así que no entendía por qué le había dicho que debían marcharse
de San Mungo. Tal vez había tenido una sensación de peligro, como ella.

—Sí, había una mujer mayor en el pasillo —explicó Hermione tratando de centrarse —
Apareció de la nada, sentada frente a mí, y no dejaba de mirarme. Me resultaba familiar
aunque nunca antes la había visto. Tenía los ojos muy oscuros y...no sé, había algo en su
modo de mirarme, en la manera en que acariciaba su varita que... me asustó. Sé que
posiblemente me comporté como una histérica pero...

Draco apenas había oído sus últimas palabras. Aún cuando escuchó las palabras de su
madre en San Mungo y les dio sentido, no se había imaginado lo cerca que había estado de
perder a Hermione. Aterrado, la sujetó con brusquedad por los hombros, como si temiera
que ella fuera a desaparecer de un momento a otro. No era considerado, era rudo. No
pretendía acariciarla, sólo asegurarse de que no se fuera. Ella lo miraba con los ojos muy
abiertos, desconcertada ante su repentino arrebato y Draco se dio cuenta de que
posiblemente estaba haciéndole daño y mecánicamente, la soltó y se alejó.

Caminó hasta la mesa y la golpeó con un puño con todas sus fuerzas, haciendo que la
sólida estructura temblara. Se había hecho daño, sí, pero se lo merecía. La había expuesto
al peligro. Podría haberla perdido para siempre...

—Malfoy, ¿qué ocurre? —preguntó ella, asombrada —¿Quién era esa mujer?

Draco tomó aire con todas sus fuerzas y extendió la mano sobre la mesa, como si quisiera
arañarla.

—Era mi tía. Bellatrix.

—¿Tu...tía? —repitió Hermione con un hilo de voz. Recordó de nuevo el gesto de pasarse la
lengua por los dientes y se dio cuenta de que se lo había visto hacer a Bellatrix en su
encuentro en el Ministerio. Un escalofrío la recorrió. Había estado a solas en un pasillo con
una asesina trastornada durante minutos —¿Crees que estaba allí por si aparecías?

—En parte —respondió él, al cabo de unos segundos, mirando sin ver la superficie de la
mesa.
—¿En parte? ¿Qué otra razón podría tener? ¿Atacar...a tu madre?

—No lo creo.

—¿Entonces? —Hermione se acercó a Draco, y se detuvo junto a él, a los pies de la mesa.
Lo miró, pero él continuaba contemplando la mesa, aunque Hermione sospechaba que lo
hacía para rehuir sus ojos.

—Estaba ahí por ti —murmuró con voz estrangulada. Se incorporó de la mesa y se alejó de
ella, pasándose una mano por el pelo y estrujándolo entre sus dedos con fuerza.

Hermione se quedó parada, mirando su espalda fijamente sin comprender nada.

—¿Por mí? ¿Qué puede querer de mí?

Sólo obtuvo silencio. Draco apoyó su antebrazo en la pared y hundió la frente en él,
temblando disimuladamente. Sentía que todo daba vueltas a su alrededor y cuando habló,
su voz le pareció tan sólo un graznido incomprensible.

—Matarte.

Hermione esbozó el amago de una sonrisa de incredulidad. Sin duda, había oído mal.

—¿Has dicho... matarme? —repitió —No, ¿verdad?

Draco alzó el rostro y miró fijamente el techo con los labios apretados, tratando de reunir
fuerzas para continuar. Se volvió muy despacio, y la miró a los ojos cargados de confusión.

—Sí lo he dicho —dijo, y le dolió en el alma hacerlo.

—Pero... —Hermione dio un paso atrás, totalmente aturdida y desorientada —¿por qué?

Hermione sabía que estaban en guerra y que siendo una sangre sucia, Bellatrix Black no
tendría ningún reparo en matarla. Pero no lograba entender por qué razón la buscaría para
matarla expresamente a ella si no era nadie importante. Todas las muertes que los
mortífagos habían provocado se debían a alguna razón: conseguir algo o castigar a alguien.
Y ella no encajaba en ninguna de esas dos opciones.

La voz ahogada de Draco, sonó como un lamento, rompiendo el silencio.

—Porque yo no lo hice —dijo.

Capítulo 32: Una chica del montón (Editado)

Hermione se quedó paralizada mirando a Draco con los ojos muy abiertos como si no
pudiera creerse lo que acababa de escuchar. En realidad, no lo hacía.

Parecía todo una broma macabra y cruel.

No obstante, cuando Draco dio un paso hacia ella, mirándola con desesperación, retrocedió
instintivamente. No era capaz de organizar sus ideas ni analizar la situación, pero si tenía
algo claro: no quería que él se acercara. No todavía.
—Escúchame —pidió él y eso era lo más parecido a una súplica que le había dicho en su
vida —No fui capaz de matar a Dumbledore y... Él me castigó. Si no me mató, fue
únicamente por que Snape había acabado con Dumbledore y después de todo, su deseo se
había cumplido. Pero eso no significa que me perdonara, Él no conoce la piedad.

Draco temblaba tanto que hasta en su estado, Hermione podía percibirlo. Había palidecido
aún más y sus pupilas resaltaban fúnebremente entre la córnea enrojecida. Su expresión
era sobrecogedora.

—Me encomendó otra misión para ponerme a prueba —continuó él —matarte. Dijo que si
no había podido con Dumbledore...al menos debería poder contigo.

Hermione se estremeció y dio otro paso atrás. El brillo de angustia en los ojos de Draco
aumentó.

—Todos los seres queridos de Potter están en peligro —Draco tenía miedo de contarle todo,
pero al mismo tiempo, llevaba tanto tiempo guardándolo, tanto tiempo soportando el peso
solo que necesitaba sacárselo de dentro –Él quiere mataros para minar sus fuerzas. La
razón principal por la que quería eliminar a Dumbledore era porque sabía que era el mayor
apoyo de Potter, la única esperanza que tenía para poder enfrentarse a él. Ahora que lo ha
eliminado, el siguiente objetivo en vista de que no tiene familia importante, son sus
amigos. Me pidió información sobre vosotros...y Él te escogió a ti.

—¿Por qué? —musitó ella.

—No lo sé —Draco rehuyó su mirada, incómodo. Sí lo sabía. Ahora sí.

En un primer momento había creído que era porque era una sangre sucia, tal vez porque le
había dicho al Lord Tenebroso que era inteligente. Nunca había entendido por qué el Señor
Oscuro la había considerado una amenaza más seria que Weasley, siendo él un sangre
limpia.

Pero ahora que la quería comprendía las palabras del Lord Oscuro.

"Porque es peligrosa" había dicho. Peligrosa pero no para su Señor, sino para él mismo.

Tal vez el Lord, con su capacidad para ver dentro de las personas, lo había comprendido
antes que él mismo. Que la quería, y no sabía desde cuándo.

Ella estaba asustada, le tenía miedo en esos momentos. Draco podía verlo en sus ojos.
Quería acercarse y decirle que se mataría antes de hacerle daño, pero si daba un paso
hacia ella, Hermione retrocedía otros dos.

Draco se sintió partido en dos y la rabia por lo injusto de la situación, fluyó hasta su rostro
y su boca.

—Rechacé la misión —le escupió con rencor. Ya entonces había sabido que no sería capaz
de hacerlo. Si no había podido matar a Dumbledore, menos aún a ella —Le dije que no
podía hacerlo, por eso me torturó hasta casi matarme. De hecho, si Snape no me hubiera
ayudado a escapar estaría muerto, ¿entiendes? No te he matado y nunca he intentado
hacerlo, así que en realidad no tienes derecho a odiarme.
Había tanta amargura, tanta angustia en su voz, en su mirada, que Hermione retrocedió
aún más instintivamente.

—¿Sabes? Soy yo quien debería odiarte a ti en lugar de q...

Se interrumpió abruptamente, consciente de lo que había estado a punto de decir. Se pasó


una mano por la cara para tratar de tranquilizarse y dejar de hablar impulsivamente, pero
la cólera estaba ahí y no podía ignorarla. Él tenía razón. Hermione no tenía ningún derecho
a odiarle, debería odiarla él a ella. Por su culpa su vida estaba destrozada. Hubiera sido
más fácil aceptar la misión. Así él no habría estado a punto de morir, no estaría encerrado
en la casa de Potter y su madre no estaría en San Mungo, loca.

Con una mueca de rabia, Draco se dio media vuelta dispuesto a salir de la cocina y dejar a
Hermione ahí. Al demonio con ella.

Pero no llegó a las escaleras. Justo cuando se disponía a pisar el primer escalón sintió una
mano cerrándose sobre su muñeca, cubriendo su marca oscura hasta hacerla arder. Pero
no de un modo doloroso, sólo cálido.

Se quedó parado como si una flecha lo hubiera atravesado, perciibiendo a Hermione a sus
espaldas. Por un momento, sintió el impulso de liberarse e irse a algún rincón de la casa a
romper cosas, muchas cosas. Pero por otra, no era capaz de moverse y no quería irse.
Quería atreverse a mirarla y descubrir si le odiaba. Necesitaba saber que no lo hacía.

Experimentó un nuevo acceso de rabia al darse cuenta de que había comenzado a temblar
levemente, así que fastidiado, se volvió a la chica con aire desafiante. Pero no tuvo tiempo
de verle el rostro antes de que ella se aferrara a su camisa y hundiera el rostro en su
pecho, temblando tanto como él o más.

Draco se quedó tan sorprendido que durante unos segundos no fue capaz de reaccionar.
Titubeó unos instantes, completamente desarmado. Se había preparado para su odio, para
sus reproches o su miedo, pero no para esa rendición.

Incómodo, se preguntó que se suponía que debía hacer. ¿Abrazar...la? Él no abrazaba a la


gente. No obstante, cuando sus brazos cobraron vida y la rodearon con fuerza,
estrechándola contra él, se sorprendió al descubrir lo increíblemente bien que podía hacerle
sentir el mero hecho de tenerla cerca.

Y así, enlazados en un abrazo, cada uno apagó el temblor del otro, hasta que se quedaron
quietos y silenciosos, sumidos en el calor del gesto. Y de algún modo, ese abrazo era lo
más íntimo que nunca habían compartido.

—No te odio —musitó ella contra su pecho —solamente estoy asustada.

—Tienes que quedarte aquí —la apremió él, aumentando la presión del abrazo —Bellatrix
no sabe donde estamos, en la casa estás a salvo.

—Pero no puedo quedarme aquí encerrada eternamente —dijo ella contrariada,


apartándose él, y Draco se vio obligado a soltarla con reticencia para enfrentarse a sus
ojos.
—¿Es qué no lo entiendes? Yo no cumplí la misión y Bellatrix piensa hacerlo, lo considera
una cuestión personal. Seguramente se avergüenza de mí por no haber acatado las
órdenes del Lord Oscuro. La próxima vez que te encuentre, te matará.

—Tendré cuidado —dijo ella, tratando de aparentar más valentía de la que sentía. Tenía
miedo, pero también tenía claro que no iba a dejar que ese miedo le impidiera vivir. No
pensaba quedarse encerrada para siempre en Grimmauld Place mientras la gente que
quería se jugaba la vida en esa guerra. Seguiría ayudando a Harry y Ron en todo lo que
pudiera, y tarde o temprano eso exigiría salir de la Mansión. Y después de todo, en esos
tiempos, todos estaban en peligro.

—¿Que tendrás cuidado? —repitió Draco con amargura cargada de ironía —No sabes lo que
dices. A mí no me dejaste salir de aquí para ver a mi madre y tú pretendes hacerlo cuando
te apetezca como si no...

—Es diferente —lo interrumpió Hermione —A mí no me persigue el ministerio, ni tampoco


los mortífagos. Sólo Bellatrix.

—¿Sólo Bellatrix? —Draco apretó las mandíbulas, tratando de contenerse —No lo entiendes,
no la conoces. Está loca. Ya viste lo que hizo con mi madre y eso que es su hermana. No
tiene piedad, ni compasión. Está obsesionada con el Señor Oscuro y hará lo que haga falta
para cumplir sus órdenes y deseos. Conoce magia negra que tú no has oído ni nombrar. No
tendrías ninguna posibilidad frente a ella —finalizó con dureza. Hermione tenía que
entender.

—Es posible —replicó ella, con obstinación. Draco sintió ganas de sacudirla hasta que
entendiera lo peligroso de la situación.

—Granger, no... no puedes —finalizó con su tono más intimidante y autoritario. No pensaba
intentar razonar más con ella. Simplemente le ordenaba que no saliera jamás de la
Mansión.

—Te agradezco la preocupación, pero no voy a cambiar de idea —respondió ella alzando la
barbilla tercamente.

—¿Preocupación? —las manos de Draco se crisparon y una de las venas de su cuello se


hinchó, abultándose bajo su blanca piel —Llevo semanas encerrado aquí y esta mañana ha
sido la primera vez que me has permitido salir. Y únicamente por tratarse de una ocasión
especial. Los dos corremos peligro y en cambio, mientras quieres que yo permanezca aquí
a salvo, tú pretendes salir por ahí temerariamente cuando te venga en gana. Dijiste que no
lo soportarías si me ocurriera algo, pues yo tampoc...

Se silenció de nuevo al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir. Esa mujer le
volvía loco hasta tal punto de que perdía el control y no era capaz de medir sus jodidas
palabras. Y lo peor de todo era que, a pesar de no haber terminado la frase, ella
sospechaba lo que había callado. Lo veía en el brillo suspicaz de sus ojos marrones,
resplandeciendo intensamente fijos en él.

Draco se sintió violento, estúpido y desnudo. Parecía que ella podía ver dentro de él y no
podía hacer nada por evitarlo. Se alejó más y le dio la espalda, tratando de imponer una
distancia más emocional que física entre ellos.
Pero Hermione no estaba dispuesta a permitírselo, de hecho, lo rodeó y se plantó frente a
él para poder mirarle a los ojos de nuevo. Draco se quedó parado, observando el suelo
como si fuera tremendamente interesante y dejando los segundos correr. Esperando a que
ella dijera algo, porque sabía que lo iba a hacer.

—¿Tú tampoco... —lo alentó al cabo.

Draco negó con la cabeza, pero era más un gesto de resignación que una verdadera
resistencia. Apretó los dientes, se apartó el flequillo con nerviosismo y miró a otro lado,
evasivo. Pero al final habló.

—No quiero que te pase nada malo —–masculló entre dientes, entre una retahíla de
maldiciones e insultos que hubieran escandalizado al más pintado. Hermione apenas
escuchó con nitidez sus palabras de tan rápido y bajo las había dicho, pero las intuyó y se
sintió embargada por una sensación indecentemente dulce.

Se acercó y le sujetó el rostro con las manos para obligarlo a mirarla. Él se negó a hacerlo
por unos segundos, pero finalmente la enfrentó con sus ojos grises llenos de obstinada
resistencia.

Hermione sonrió, se puso de puntillas y entonces, lo besó.

El comienzo sólo fue un breve roce de labios, tímido pero decidido que aceleró a Draco por
mucho que lo odiara. Estaba enfadado con ella por ser tan cabezota y por haberle obligado
a reconocer algo que no quería que ella supiera, pero no podía resistirse a esos suaves
labios presionando los suyos tiernamente. Con una rudeza que contrarrestaba la suavidad
de la chica, Draco la sujetó y la estrechó más contra él, mientras hundía su lengua en la
boca de Hermione. Ella lo acogió sin reparos y ambos se envolvieron en el fulgor del beso.

Hermione lo besaba despacio, con dulzura, pero Draco era brusco, rápido y apasionado. La
embestía con su lengua con frenesí, como si necesitara sentirla desesperadamente, como si
quisiera castigarla y a la vez convencerla. Como si quisiera devorarla, abriendo su boca
para atrapar la de ella.

Las manos de Hermione reposaban en sus mejillas, pero a medida que se perdía en la
pasión del beso, las fue deslizando por su cuello hasta enlazarlas a su nuca. Draco
estrechaba su espalda con sus manos, lastimándola en su ímpetu, pero Hermione sabía que
lo necesitaba. Que necesitaba descargar todo lo que guardaba y retenía dentro en ella. Por
eso le permitió devastar su boca y estrujar su cuerpo hasta que Draco se fue calmando y
sintiendo más seguro.

El beso se tornó de frenético y delirante, a un suave baile de bocas fundidas más allá de
sus barreras, dejándolos extasiados. Draco se sentía débil, y casi mareado, no obstante se
negó al soltarla cuando escuchó unos golpecitos contra un cristal. Hermione se apartó un
poco, lo miró a los ojos y después miró a la ventana donde había un cárabo, golpeando con
su pequeño pico el cristal. La chica se dio cuenta de que llevaba un gran rollo de pergamino
atado a una pata, e intrigada, se liberó de Malfoy y se acercó a la ventana. Cuando abrió, la
hermosa ave se posó sobre la encimera de la cocina y le tendió su patita a Hermione para
que ella pudiera quitarle la carta. Después sacudió la cabeza, recolocando sus plumas, y
salió volando por la ventana. Hermione cerró con rapidez y observó la carta que tenía en
las manos.

—¿De quién es? —preguntó él con voz ronca.


El silencio que transcurrió antes de la respuesta de Hermione, le hizo saber que ésta no le
gustaría.

—De Viktor. Krum —añadió ella, incómoda. Hermione desplegó la carta rápidamente, no
porque tuviera muchas ganas de leerla, sino porque le proporcionaba una excusa para
evitar la mirada de Malfoy. Sabía que posiblemente estaría mirándola como si quisiera
matarla a juzgar por el silencio evidentemente ofendido en el que se había sumido.

—¿Y qué demonios quiere ahora ese palurdo volador? —preguntó expulsando furia con cada
palabra.

Hermione apretó los labios mientras leía las primeras líneas de la carta con rapidez. Sus
ojos saltaban de frase en frase y sus manos se crispaban más y más en torno a la carta. Al
final se detuvo, suspiró y miró temerosa al chico.

—¿Y bien? —la instó él con sequedad.

—Bueno...me ha dicho que se enteró de que estuve en San Mungo y que ha oído lo del
altercado en el Callejón. Y...que va a venir a Londres en unos días.

Draco entrecerró los ojos. Maldito cabrón, iba a matar a ese tío.

—Para verte, ¿no? —preguntó con un tono tan venenoso que estremeció un poco a
Hermione.

—Sí —musitó, no tenía sentido mentirle. Y ella no tenía por qué sentirse tan culpable.

—Pues dile que no lo haga. Tú no puedes salir y él no puede entrar en esta casa.

—No pienso hacer eso —respondió la chica, ligeramente indignada. Por supuesto que no iba
a llevar a Viktor a Grimmauld Place, no quería ni imaginarse lo que pasaría si él y Draco
estaban juntos en una habitación, pero eso no significaba que ella no pudiera salir y
encontrarse con él.

—¿Es qué no has oído nada de lo que te he dicho? No puedes salir —le espetó Draco,
enfadado —y menos para ver a ese memo prehistórico.

—No hables así de él —replicó Hermione, ofendida.

—Acéptalo de una vez, Granger, Krum es un gorila mononeuronal que sólo es bueno
montado en un palito.

—¡Pues te recuerdo que tu también juegas al quidditch! —Hermione alzaba la voz cada vez
más —¡Y él lo hace mucho mejor que tú!

Draco se encogió de hombros con una mueca de superioridad.

—Pero yo soy mejor en otras cosas, ¿verdad, Granger? ¿Vas a hacerle venir desde Bulgaria
para contarle que me has besado?

Hermione sintió como enrojecía de vergüenza y rabia.


—¿O es que pretendes jugar con los dos? —siguió aguijoneándole él –Quién lo diría, la
santurrona de Granger jugando a dos bandas. Pues si tanto te interesa ese troll con
escoba, quédate con él. A mí me trae sin cuidado —aseguró con una indiferencia que no era
capaz de maquillar sus celos y su ira.

Hermione se sentía asolada por tantos sentimientos diferentes y contradictorios que creía
que la cabeza le iba a estallar. Necesitaba tener tranquilidad para poner en orden todo lo
que sentía, él no paraba de atacarla y Hermione no sabía qué quería conseguir de ella.
Posiblemente castigarla simplemente. Se limitó a encajar sus palabras, afirmó con la
cabeza y gesto duro dándose por enterada y salió de las cocinas dejándole a solas.

Una vez en su cuarto, Hermione releyó la carta de Viktor en la que le preguntaba por qué
no le había dicho nada acerca de su estadía en San Mungo y se interesaba por lo que le
había ocurrido. Después le contaba que el atentado mortífago en el Callejón Diagon había
aparecido en los periódicos búlgaros y que había pasado un rato horrible leyendo las
esquelas y temiendo encontrarla. Finalizaba la carta informándole de que iría a Londres en
cuanto le fuera posible –calculaba que en menos de una semana –y que le preguntaría eso
tan importante de lo que ya le había hablado en su última carta.

Cuando acabó de releerlo todo detenidamente, Hermione dobló la carta cuidadosamente y


la posó en su mesilla de noche. Se levantó y caminó hasta su ventana, apartó las cortinas y
miró al exterior.

Había decidido que había llegado el momento de analizar en profundidad varios temas que
llevaba bastante tiempo eludiendo. Por ejemplo sus sentimientos por Krum, por Malfoy y
los sentimientos de ambos respecto a ella.

Se sentía en el medio de una especie de triángulo amoroso. Ella. Hermione Granger. Ella
que no solía ser considerada una chica, sino simplemente de una especie aparte: la de los
estudiosos –o empollones—. Krum había sido el primero en verla como una chica, el
primero en llevarla a un baile, el primero en besarla. Su primer amor, en definitiva.
Hermione estaba segura de que en alguna parte de ella, siempre guardaría un cariño
especial hacia él por eso mismo.

Pero en ese momento, no sabía qué sentía exactamente por él. Cuando se había marchado
a Bulgaria después de la boda de Bill y Fleur, Hermione estaba convencida de que le
gustaba. Incluso se había permitido un par de lágrimas y comentarios melodramáticos con
Ginny.

En cambio, ahora todo eso estaba en al aire. Parecía que habían pasado siglos desde la
última vez que lo había visto, cuando sólo habían transcurrido un par de meses. ¿Sentiría el
mismo vértigo en el estomago que había experimentado al verlo a comienzos de verano
cuando se reencontraran?

Una parte de ella deseaba que así fuera, así sería todo más fácil. A Ron no le caía muy bien
Krum, pero todos los demás lo aceptaban. Ella se sentía a gusto con él, Viktor podría
hacerle olvidar a Malfoy. Y todo sería mucho más sencillo.

No como las cosas con Draco Malfoy. Se habían odiado durante años y no podían estar
juntos más de media hora sin discutir. Eran tremendamente opuestos en todo y él se
consideraba superior a ella como le había demostrado durante su época en Hogwarts.
Además, era un mortífago y le habían ordenado matarla.
Aunque tal vez debería sentirse horrorizada por esa noticia, Hermione debía reconocer que
sólo le daba importancia al hecho de que él se había negado a hacerlo, aún sabiendo que
eso podría costarle la vida. Pero, ¿por qué se había negado? Posiblemente por la misma
razón por la que no había matado a Dumbledore: porque él no era un asesino.

Debía reconocer que no podía analizar su relación en base a todo lo que siempre había
pensado que era Malfoy. O había cambiado o bajo esa capa de altivez y egoísmo, Malfoy
era una persona especial. Ya sabía que no quería utilizarla por ser la única chica que tenía
cerca, se lo había demostrado de muchas maneras. Analizándolo con perspectiva, se podría
decir que en cierto modo había cuidado de ella. La había sacado de varias pesadillas, había
ayudado a entender a Harry y Ron cuando le habían dicho que no les podía acompañar a
Albania, la había llevado a su cuarto cuando se había emborrachado y no se había
aprovechado de la situación, y se había preocupado por ella cuando la vio aparecer llena de
polvo y aterrada después de ataque en el Callejón.

Hermione no quería reconocerlo, porque no le gustaba ese nuevo Malfoy. No le gustaba,


porque le gustaba demasiado en realidad. Ella también había cambiado respecto a él.
Siempre se preocupaba por él, por mucho que odiara hacerlo. Sentía la necesidad de
ayudarlo, protegerlo y hacerle sentirse mejor. Cuando él estaba mal, ella no podía evitar
sentirse contagiada de su estado de ánimo. Había sufrido por Narcissa, sólo porque él lo
hacía. Lo había sacado de Grimmauld Place para poder ver a su madre, exponiéndoles a
ambos a un gran peligro. Lo había besado.

Pero, ¿a dónde iba lo que ellos tenían (fuera lo que fuera)? A ninguna parte. Podía ser que
ambos experimentaran una especie de Síndrome de Estocolmo, es decir, una relación de
complicidad e incluso algo parecido a afecto entre secuestrado y secuestrador. Bueno, ella
no lo había secuestrado –técnicamente –pero para el caso, la situación era similar. Sí, eso
era. Ambos estaban trastornados psicológicamente.

Ahora sólo le faltaba creérselo. No es que dudara de que estaban mal de la cabeza viendo
el rumbo que habían tomado las cosas entre ellos, pero sabía que lo que les ocurría no era
ningún síndrome. Era una realidad. Se atraían. Y no sólo en el sentido físico de la palabra,
era algo más. Mucho más incómodo, más grande y más perturbador.

Y aún en el caso de que ambos quisieran estar juntos –y de que pudieran soportar estar en
esa tesitura más de un par de horas –lo suyo era algo imposible.

Para empezar, además de sus diferencias y de un pasado de maltratos y humillaciones de


Malfoy a ella y de desprecio de ella a él, Harry y Ron lo odiaban, y Hermione no podía decir
que no tuvieran razones para hacerlo. Pondrían el grito en el cielo si ellos llegaran a tener
algo.

Eso suponiendo que se lo creyeran, posiblemente se lo tomarían a broma. Al principio.

Nadie lo aceptaría. Nadie que les conociera.

El padre de Malfoy había tratado de matarla, a ella y a todos sus amigos, ya puestos.
Estaba en la cárcel por eso mismo, y había sido la mano derecha de Lord Voldemort. Las
torturas a muggles e hijos mágicos de muggles que había llevado a cabo desde que se
había dado a Voldemort por caído, eran un rumor a gritos que corría por todo Londres. A
saber a cuántas personas había matado.

Y Narcissa...bueno, ella no quería matarla al menos. Pero Hermione sabía que tampoco la
querría para Draco si tuviera su antigua capacidad de raciocinio. Él había sido criado y
educado para perpetuar la limpieza de sangre de su familia. Debía casarse con una sangre
limpia, tener más hijos sangre pura y enseñarles la importancia de la pureza de sangre. Si
sobrevivía a la guerra, claro.

Dejando de un lado todo eso, a sus propios padres le daría un infarto si Hermione les
explicara que estaba con un delincuente mágico, huido de la justicia y de su propia banda
de asesinos. Ni siquiera el blanco de sus dientes o la perfección en que el maxilar superior
montaba con el inferior, hubieran servido para que lo contemplaran ni por un segundo
como la persona ideal para su hija.

Resumiendo: tendrían en contra al mundo entero.

Cualquier tipo de relación –al menos duradera –entre ellos, era inconcebible.

¿Entonces qué debía hacer?

Hermione resolvió que por el momento, no haría nada. Esperaría a ver a Viktor y cómo iban
las cosas con él, antes de decidir si estaba enamorada, o algo así, de Draco Malfoy.

Cerró los ojos, y deseó que Viktor le hiciera sentir lo mismo que Malfoy. Lo deseó con todas
sus fuerzas.

La verdad es que su idea de no hacer nada, al menos con respecto a Malfoy no fue muy
difícil de llevar a cabo. Principalmente porque él se pasó tres días encerrado en su
habitación, y a juzgar por el modo en que se habían visto diezmadas las reservas de
alcohol de los Black, Hermione hubiera jurado que los había pasado borracho y bebiendo
sin parar.

Sin duda debía de haber subido a su cuarto todo el alcohol que había podido sin que
Hermione se hubiera dado cuenta, y una vez esto logrado, se había encerrado y había
taponado la puerta con algo muy pesado, posiblemente un armario.

Al final de su primer día de confinamiento, Hermione había ido a llamar a su puerta,


preocupada por el hecho de no haberle visto ni haber encontrado la cocina hecha un
desastre después de que él se hubiera preparado algo. No había obtenido ninguna
respuesta más allá del sonido de una botella de vidrio haciéndose añicos peligrosamente
cerca de la puerta tras la que ella se encontraba.

Molesta, Hermione se había largado a zancadas a su habitación, enviándole al infierno en


voz lo suficientemente alta para que él pudiera oírla.

El segundo día, la cosa había ido a peor. Posiblemente él estaría más borracho y Hermione
a cada segundo se sentía más preocupada. Había aporreado la puerta gritándole que dejara
de comportarse como un niño de cinco años y que la dejara entrar. Le había dicho que
necesitaba comer algo y que de seguir así acabaría en coma o en el mejor de los casos
enfermo.

—Vete a la mierda, Granger —le había gritado él desde el otro lado de la puerta, con ese
deje torpe en sus palabras que a Hermione le había confirmado que estaba bebido —¿Por
qué no te largas a mirar con la ventana? Tal vez veas aparecer a un gorila en escoba de un
momento a otro. Prepara los plátanos.
Hermione había apretado los labios con furia. Odiaba a Malfoy borracho. Era imposible
hablar con él y se volvía aún más cínico y ácido si era posible. Renunciando, la chica había
dado una patada a la puerta y se había vuelto a largar a su cuarto. Pero no había logrado
pegar ojo.

No porque no quisiera, si no porque aproximadamente a cada media hora, Malfoy lanzaba


una botella contra la pared que comunicaba sus cuartos, despertándola, sobresaltada.
Hermione sabía que lo hacía con toda la intención de fastidiarla y no dejarla dormir. Se
había planteado la posibilidad de usar la magia para quitar el armario de la puerta, entrar
en la habitación de Malfoy y ahogarlo con una almohada, pero estaba tan furiosa, que
decidió ignorarle. Él sólo quería llamar su atención.

No obstante, después de despertarse seis veces por el sonido de las botellas rompiéndose,
Hermione se levantó de la cama y comenzó a aporrear la pared y a llamarle de todo.

Cuando se hartó de dar golpes, pudo escuchar la risilla maliciosa de Malfoy y tuvo que
contener sus instintos asesinos. La verdad es que él se lo estaba poniendo fácil para elegir.
Viktor era mucho más maduro que él, nunca se comportaría de un modo tal infantil por
algo así.

Al principio, Hermione había creído que se había encerrado y emborrachado para


sobrellevar la noticia de lo sucedido a su madre, y aunque seguía pensándolo, sabía que
ella también tenía parte en su encierro etílico. Estaba celoso de Krum y molesto con ella,
eso estaba claro.

La mañana del tercer día, Hermione se levantó con un humor de perros. Se duchó,
desayunó y comenzó a plantearse seriamente la posibilidad de echar la puerta abajo y
quitarle todo el alcohol a Malfoy. No podía esperar a que decidiera salir cuando se le
hubiera acabado todo, porque eso podría llevar una semana.

Su mano derecha comenzaba a serle funcional, aunque Hermione sólo se había atrevido a
probar algunos hechizos muy sencillos con ella y sin demasiado éxito. Podía moverla, pero
lo hacía con torpeza. Podría decirse que no tenía una buena motricidad fina. Sentía su
brazo y su mano como si los tuviera dormidos o agarrotados por el frío permanentemente.
Por eso, lo ejercitaba de todos los modos que se le ocurrían. Entrenar con su brazo,
maldecir a Malfoy y enterarse de las noticias por la radio, era más o menos todo lo que
había hecho Hermione en esos tres días.

Tonks había vuelto por su ropa y para interesarse por el estado de su primo, dos días
después de la visita que habían hecho a San Mungo.

—¿Cómo está?

—En su habitación, borracho como una cuba. No me deja entrar y tampoco quiere salir.

—Dale un tiempo —le había aconsejado Tonks —supongo que es normal que reaccione así.
Si algo así le ocurriera a mi madre no sé qué haría.

Hermione había guardado silencio, pensativa.

—Por cierto —había proseguido Tonks —estuve hablando con mi tío Marcus, el que pagó la
habitación de Narcissa. Me dijo que había ido a Malfoy Hall a por ropa de Narcissa y que se
sintió observado. No le hubiera dado mucha importancia porque el tío Marcus está un poco
mal de la azotea, pero dijo que juraría que le siguieron hasta San Mungo. Creo que hay
mortífagos vigilando Malfoy Hall por si Draco aparece por allí, así que no permitas que lo
haga.

Hermione había murmurado un "descuida" y no había vuelto a decir nada más que
monosílabos hasta que Tonks se fue. Había decidido no contarle a nadie que Bellatrix Black
quería matarla, por varias razones. Por un lado, si la gente lo supiera, todos le insistirían
para que se quedara encerrada en Grimmaul Place y no contarían con ella para nada que
pudiera darse fuera de la Mansión. Hermione ya se había quedado demasiado tiempo
apartada por su dichoso brazo y no pensaba dejar que una loca trastornada fuera un nuevo
impedimento. Además tenía la ligera idea de que si Harry y Ron descubrían las razones por
las que Bellatrix quería matarla, culparían a Malfoy y ella no quería eso.

Además de la visita de Tonks, Hermione había hablado por la red Flu con la Señora Weasley
y la había tranquilizando informándole de que Harry y Ron estaban bien. No habían podido
conversar demasiado porque a cada poco se oían explosiones de fondo y la Señora Weasley
desaparecía a toda velocidad para regresar enfadada y enrojecida de gritarles a los
gemelos. Por lo visto, mientras el Callejón Diagon no fuera reabierto, los gemelos habían
decidido aprovechar el tiempo para crear nuevos artículos, experimentando en su
habitación con los consecuentes enfados de su madre.

Fuera de eso, las noticias sólo hablaban de las cifras de muertos definitivas y las nuevas
medidas de seguridad que estaba tomando el Ministerio. Por lo visto, en el Parlamento
mágico se había abierto un debate acerca de sí se debía reabrir el Callejón Diagon o no que
hasta el momento no había llegado a nada. Algunos de los vendedores del Callejón habían
decidido cerrar sus tiendas definitivamente y la mayoría del Londres mágico aseguraba que
no iba a regresar a realizar sus compras allí hasta que la guerra hubiera acabado, pero el
Ministerio, deseoso de aparentar tranquilidad y normalidad en esos tiempos difíciles era
partidario de reabrir el mercado mágico, prometiendo nuevas y mejoradas medidas de
seguridad. Tonks le había contado a Hermione que todos en el Ministerio andaban muy
nerviosos y que Scrimgeour estaba particularmente furioso por lo ocurrido.

Por otra parte, un par civiles muggles habían aparecido en la prensa mágica al jurar y
perjurar que habían visto a varios gigantes en la región de Stirling, Escocia. Hermione no
había podido evitar establecer cierta relación entre eso y la ubicación de Hogwarts. Sólo
sabía que estaba en algún lugar de Escocia, pero habiéndose visto gigantes por última vez
en West Country, al sur de Inglaterra, era un tanto sospechoso que ahora se encontraran
viajando hacia el norte.

De cualquier modo, la guerra, Malfoy y Harry y Ron no era las únicas preocupaciones de
Hermione. Llevaba la carta de Krum encima para releerla cada vez que los nervios la
asolaban. Especialmente leía las últimas frases en las que le decía que iría a Londres cuanto
antes y le escribiría una vez estuviera allí.

No es que Hermione releyera esas palabras porque obtuviera algún tipo de consuelo de
ellas, sino que lo hacía casi con la esperanza de haberse equivocado al interpretarlas. No
quería ver a Viktor y una parte de ella sabía que era porque se sentía culpable. No es que
alguna vez hubieran tenido algo serio, tampoco se habían prometido nada jamás, pero
Viktor le había dicho que volvería en cuanto pudiera para verla y mientras le esperaba,
Hermione había comenzado a encapricharse de otro. Y su relación con ese otro, Malfoy,
había superado el plano platónico, por decirlo de algún modo.

Se sentía en la obligación de contárselo a Viktor y no quería hacerlo. Del mismo modo que
tampoco había querido contarle a Malfoy de quién era la carta y qué decía.
Estaba sentada en las cocinas, releyendo de nuevo la carta cuando sucedió algo que
cambiaría irremediablemente el curso de las cosas.

—Hermione.

La chica dio un respingo al escuchar que la llamaban y miró a todas partes, antes de darse
cuenta de que la voz había salido de la chimenea. Harry y Ron estaban allí, con sus cabezas
flotando tranquilamente sobre el fuego esmeralda que les lamía la barbilla con sus llamas.

—¡Chicos! —exclamó ella corriendo a arrodillarse frente la chimenea —¿Dónde estáis? ¿Qué
ha pasado? ¿Habéis...

—De una en una —la interrumpió Harry con una sonrisa. Solamente el hecho de que Harry
sonriera, aflojó un poco los lazos de preocupación que le estrujaban el corazón —Estamos
bien. ¿Y tú?

—Bien, pero...

—Ya va —esta vez, fue Ron el que habló —Hemos encontrado a Timoleo.

—¿Sí? ¿Dónde está?

—Aquí —dijo Harry —de hecho estamos hablándote desde su casa.

—¿Estáis en la aldea secreta?

—No —explicó Ron —en realidad el tabernero tenía algo de razón. Esa aldea ya no existe, la
vimos desde arriba con la escoba de Harry y sólo son unas ruinas.

—¿Desde arriba? —preguntó Hermione confundida.

—Timoleo nos dijo que intentó entrar cuando la encontró pero tiene maldiciones y defensas
muy fuertes, por eso le echamos un vistazo subidos a mi Saeta.

En ese instante, Hermione escuchó a alguien cantando con voz áspera una especie de nana
que era más bien una hilera de palabras sin sentido y vio la mirada de complicidad y
resignación de Harry y Ron.

—Es Timoleo, anda por aquí, haciendo de las suyas —explicó Ron con indulgencia.

—¿Está...

—¿Chiflado? Chiflado es poco —aseguró el pelirrojo.

—Pero parece buena persona —continuó Harry —nos ha ayudado bastante. Bertha Jorkins
lo encontró cuando vino a buscarle hace dos años e intentó convencerle de que volviera a
Inglaterra. Timoleo se negó y acabaron peleándose, así que Bertha dejó la casa y se fue a
una taberna de las afueras. Fue lo último que su primo supo de ella, de hecho pensaba que
había regresado a Inglaterra y que estaba bien.

—Entonces...Pettigrew tuvo que encontrar a Bertha en esa taberna, ¿verdad?


—Eso creemos —respondió Ron —no hay ninguna más en la aldea. La verdad es que es un
lugar bastante pequeño y poco habitado. La mayoría de los muggles que vivían aquí se
mudaron antes de que Timoleo se instalara. Por lo visto era una aldea bastante grande
hace unos dieciséis años.

—¿Dieciséis años? —repitió Hermione —eso fue cuando Voldemort y cayó y fue a refugiarse
a algún...

—Bosque albanés —completó Harry —el tabernero ya estaba aquí cuando eso sucedió. Le
hemos interrogado y dice que la gente estaba intranquila y asustada porque la mayoría de
los animales que habitaban en el bosque cercano, el que rodea las ruinas de la ciudad
secreta, bajaron la montaña y se marcharon para nunca volver. Corrió el rumor de que
había algo maligno y peligroso en el bosque, además coincidiendo con la desaparición de
los animales se alternaron épocas de sequía con lluvias torrenciales que echaron a perder
todos los cultivos de la zona.

—Y en ese clima, mucha gente abandonó la aldea y nunca regresó. Quedaron sólo una
centena de habitantes y apenas llegan forasteros por aquí. La última persona que vino a la
aldea antes de nosotros fue Timoleo.

Hermione guardó silencio, pensativa. Pero sus meditaciones se vieron interrumpidas por un
grito agudo y chirriante, que era en realidad el intento de alcanzar una nota alta en la –
posiblemente inventada –canción que Timoleo no dejaba de cacarear de fondo. Harry y Ron
soltaron unas risillas al ver la expresión de susto de su amiga.

—Tranquila, te acostumbraras —dijo Ron —Fred y George no cantan mucho mejor.

—¿Con quién habláis? —dijo la voz áspera. Por arte de magia, Hermione vio a aparecer una
cabeza greñuda, barbuda y canosa entre las de sus amigos. Supuso de inmediato que ese
hombre con pinta de no haberse afeitado, peinado, ni lavado en años era Timoleo. Tenía los
ojos negros y brillantes, reluciendo bajo unas cejas tan pobladas que cada una de ellas
parecía un cría de gato persa recién nacida. La barba debía de llegarle hasta la cintura,
aunque Hermione no podía ver su final porque se perdía en las llamas verdosas del fuego. Y
su pelo encrespado y castaño estaba salpicado de guedejas blancas aquí y allá.

—Vaya, bonita potranca —murmuró mirando a Hermione. La chica, retrocedió un poco,


aprensiva, pero su sorpresa no impidió que se sintiera irritada al ver las risillas de Harry y
Ron.

—Perdone, señor —comenzó ella con todo remilgado —pero...

Hermione no acabó su frase, porque el hombre desapareció como había aparecido, dejando
de apretujar a Harry y Ron contra los bordes de la chimenea.

—Creo que le has gustado, Hermione —dijo Ron, con la sonrisa aún en los labios —tampoco
me extraña porque todas las mujeres que he visto en esta aldea tienen bigote y una ceja...

—Ron —le regañó Hermione con los ojos entornados.

—¿Qué? Es la verdad, díselo, Harry.

Pero Harry estaba distraído mirando la carta que Hermione sostenía en las manos. La chica
se había olvidado de ella por completo.
—¿Qué es eso? —preguntó Harry después de murmurar un Muflliato al interior de la
chimenea, posiblemente para que Timoleo no escuchara su conversación. Hermione sintió
el impulso de ocultar la carta y fingir que no sabía de qué hablaban, pero no tenía sentido
hacerlo.

—Bueno, es una carta de Krum.

—¿De Krum? —preguntó Ron borrando la sonrisa de su rostro para adoptar una expresión
desconfiada.

—Sí –repuso Hermione con cansancio —Va a venir a Londres de un momento a otro —al
ver que sus amigos abrían la boca para preguntar, decidió contarles todo de un tirón —está
preocupado por mí. Se enteró que estuve en San Mungo y va a venir a verme. Dice que
tiene algo importante que decirme. Y eso es todo lo que sé.

—¿Qué crees que quiere? —preguntó Harry.

—¿No es evidente? —repuso Ron con un soplido.

—Oye, Ron, si estás diciendo lo que creo que estás diciendo... —comenzó Hermione
enfadada.

—No le llevarás a Grimmauld Place, ¿verdad? —la interrumpió Harry.

—¿Qué? Por supuesto que no.

—Bien, porque podría ser un espía —apuntó Ron.

—Harry —Hermione decidió ignorar al pelirrojo y dirigirse directamente a Harry. Era él más
razonable de los dos —no creerás que...

—No lo sé, Ron tiene razón. Podría ser un espía.

—Recuerda que en Drumstrang estudian magia negra y Karkarov era un mortífago.

—Y tú recuerda que Karkarov está muerto y que Krum acabó en Drumstrang hace un par
de años —replicó Hermione, comenzando a alzar la voz.

—Nunca me dio buena espina —continuó Ron, obcecado.

—Además, es algo sospechoso que aparezca justo ahora —dijo Harry y ante la mirada
asesina que le lanzó Hermione, se explicó —Estamos en guerra. Hace unos días los
mortífagos atacaron en el Callejón Diagon y Ron y yo estamos fuera del país.

—Pero eso Viktor no lo sabe.

—O eso crees tú —murmuró Ron, airado.

—No sabemos si lo sabe. El hecho es que los mortífagos están deseando saber dónde nos
escondemos y ya usaron a Krum para sus propósitos una vez. No olvides que el falso
Moody lo embrujó en la última prueba del Torneo. Sabemos que los mortífagos están
reclutando gente por toda Europa, Charlie está vigilando el asunto en Rumania. Krum
podría serles útil aquí.

—Harry, de verdad, no me esperaba que tú te comportaras de un modo tan poco razonable


—repuso Hermione mirándolo con decepción —¿De verdad te resulta tan difícil de creer que
Krum venga a Londres sólo porque quiere verme?

—Vamos, Hermione —terció Ron con un resoplido despectivo —No pensarás que un jugador
de quidditch mundialmente famoso seguiría colado por una chica del montón después de
tanto tiempo, ¿no? Menos teniendo a centenas de fans enloquecidas en todas partes. Yo
siempre he pensado que quería algo de ti, que te usaba para llegar a Harry y creo que
ahora está más claro que nunca.

Se hizo un silencio muy profundo en el lugar, en el que al aire parecía haberse quedo
estancado.

—Harry —pronunció Hermione con voz extraña mirando al moreno —¿Tú también piensas
eso?

—No tiene nada que ver contigo —se apresuro a asegurar Harry, con mucho más tacto del
que Ron había tenido —pero no podemos fiarnos de nadie. Krum puede tener muchos
motivos para acercarse a ti.

—Claro —murmuró Hermione poniéndose en pie. Su voz sonó serena, como la calma que
precede a la tempestad —Y ninguno de esos motivos puede ser que quiera verme porque le
gusto, ¿no? Porque claro, ¿qué soy yo? Sólo una comelibros, sólo Hermione Granger —a
cada palabra su voz iba cobrando más fuerza y revelando más y más indignación,
decepción y enfado —No soy una chica la mayor parte del tiempo, sólo una empollona. Y si
me consideráis una chica, será... ¿cómo habías dicho, Ron? Ah, sí, una chica del montón.
No podéis si quiera concebir la idea de que a alguien le pueda gustar por mí misma y no
por ser vuestra amiga, por tener buena cabeza en los estudios o cualquier otra chorrada.
Porque, claro, ¿quién iba a fijarse en Hermione Granger? ¡Nadie! A no ser que sea un señor
chiflado que compone canciones y me llama potranca sólo porque todas las mujeres que
están cerca tienen bigote y una única ceja, ¿no? En ese caso sí es creíble. Pero cualquier
persona en su sano juicio jamás se fijaría en mi, ¿verdad?

—Hermione, nosotros no...

—¿No qué, Harry? ¿No queríais decir eso? ¿Qué más da que no quisierais decirlo si es lo
que habéis pensado siempre de mí? Aunque os resulte imposible de creer, atraigo a algo
más que a los libros —les espetó con dignidad, y sin darles oportunidad de replicar, salió de
la cocina y cerró de un portazo que hizo temblar las paredes.

Capítulo 33: Guerra y paz (Editado)

Draco salió del baño y se pasó una mano por el pelo húmedo para apartárselo de la cara.
Acababa de ducharse. Cuando la resaca le había permitido darse cuenta de que apestaba y
de que su habitación parecía una leonera, había decidido darse una tregua y una larga
ducha. El dolor de cabeza se había aligerado un poco pero aún se sentía algo débil. Era
normal considerando que llevaba días sin probar nada más que alcohol.

Se frotó los ojos enrojecidos y bostezó. No había dormido en toda la noche, ocupado en
lograr que Granger tampoco lo hiciera. Sonrió de lado mientras se alisaba la refinada
camisa que acaba de ponerse, pensando en todos los insultos que Hermione le había
gritado a través de la pared. Se miró los pies descalzos –no se había llevado calcetines ni
zapatos al baño –y sonrió con frialdad.

Que se jodiera.

Entonces alzó la vista y la vio aparecer el fondo del pasillo. Tenía lágrimas en los ojos y su
manera de caminar unida a su gesto arisco decían a las claras que estaba a furiosa. A
juzgar por la mirada asesina que le lanzó al descubrirle al fondo del pasillo, Draco supo que
tenía todas las papeletas para cargársela.

Y eso que él no había hecho nada. Bueno, sería más correcto decir que no le había hecho
nada desde hacía unas horas. Pero no podía estar tan furiosa por eso todavía.

Hermione se acercó a zancadas hasta Malfoy, enfadada por extensión con él. ¿Cómo podía
pasarse tres días sin comer, prácticamente sin dormir y tragando alcohol como si de un
colador se tratara y seguir teniendo buen aspecto? A excepción de los ojos enrojecidos, las
profundas ojeras y la palidez de su rostro seguía siendo el mismo. El mismo cabrón de
siempre.

—¿Y tú qué? —le espetó de bocajarro al llegar a él.

—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —preguntó Draco con desgana. Estaba de resaca
y hambriento, lo último que le apetecía era que Hermione se pusiera a soltarle un sermón o
algo por el estilo.

—¿Al final has decidido dejar de emborracharte y romper botellas contra las paredes,
Malfoy? ¿O es que se te ha acabado el alcohol? Quedan un par más de botellas en la
despensa. Cuando termines con ellas tal vez podrías poner frutas al sol para conseguir más
alcohol, ¿no te parece? Y así podrás pasarte meses borracho en lugar de afrontar tus
problemas.

—Si estás en tus días no es mi problema —repuso él desdeñosamente. Su puñetero dolor


de cabeza había regresado ante los gritos de la chica.

—¡No estoy en mis días!

—¿Entonces qué coño te pasa? —le gruñó, pero pronto se arrepintió y se encogió de
hombros— No, déjalo, en realidad no quiero saberlo, sólo quiero que dejes de gritar de una
jodida vez — Draco se tapó los oídos. Cada vez que ella chillaba sentía como si le estuviera
taladrando la cabeza.

—¿Que qué coño me pasa? ¡Qué coño te pasa a ti! ¡Todos los tíos sois iguales!

—Oye, Granger, no sé de qué va esto pero no me interesa —dijo mientras pasaba de largo
junto a ella. Era verdad. En ese momento lo único que le interesaba era tirarse en la cama
con una botella de whisky de fuego que le curara la incipiente resaca —Apúntalo en un
papel y enséñaselo a Krum. O mejor, leséelo, dudo que él sepa hacerlo —soltó por encima
de su hombro, sin dejar de caminar hacia su cuarto.

—¡Deja en paz a Viktor de una vez, Malfoy! ¡Él es el único chico que merece la pena! —le
gritó Hermione, girándose para chillarle a su espalda. ¿Cómo se atrevía a largarse así el
muy desconsiderado? Ella necesitaba gritarle a alguien y era la única persona que había en
la casa.

Draco sabía que era mejor ignorarla, encerrarse en su habitación y agarrarse una buena
borrachera de nuevo. Pero no podía largarse y dejar las cosas así. Era superior a sus
fuerzas. La sola mención de Krum hacía que la piel le ardiera y el corazón se le acelerara de
pura rabia. Merlín, cuando pillara ese tío iba a abrirle la cabeza contra la pared más
cercana. Total, no creía que se notara la diferencia si le hacían una lobotomía o le dañaba
una parte del cerebro.

—Si él único que para ti vale la pena es retrasado y tiene los brazos más largos que las
piernas, no quiero valer la pena —repuso con superioridad y antes de que Hermione abriera
la boca, posiblemente para insultarle o decirle que los brazos de Krum eran normales
aunque pudiera rascarse los tobillos sin necesidad de agacharse, decidió seguir atacando —
No obstante, ¿qué me dices de Potty y Weasel? ¿Ellos no cuentan? ¿Es que ya han salido
del armario?

—No me hables de ellos —respondió Hermione, enfadada.

Así que ahí estaba el problema, pensó Draco. Hermione se había peleado con sus
dos queridos amigos.

—Vaya, ¿qué te han hecho esos dos esta vez? ¿Ordenarte que no subas ni bajes escaleras
hasta que ellos no estén cerca para protegerte de posibles caídas? —se burló.

—Mejor aún —escupió con amargura —Me han dejado muy claro que soy tan del montón,
tan indeseable y horrible que sólo encuentran creíble que pueda fijarse en mi un hombre
chiflado que llama a las chicas potrancas y posiblemente críe cabras. Cualquier otra
persona sobre la faz de la tierra sólo se acercaría a mí para conseguir algo, por supuesto.
Algo de ellos a poder ser. Porque yo sólo soy la empollona asexuada que van con los dos
genios del quidditch.

—No eres asexuada —murmuró Draco mirándola intensamente. Una parte de él encontraba
ridícula la situación. Ella no era nada indeseable, por Merlín. De hecho, él la encontraba
muy deseable. Más de lo considerado bueno para la salud –Y yo no tengo cabras.

—Lo dices porque estás borracho —desechó ella, sin darle la más mínima importancia a sus
palabras —y en dos meses las únicas personas del sexo opuesto que has visto somos tu
prima, tu madre y yo. Aunque tuviera bigote y una única ceja empezarías a considerarme
por ser la única chica que tienes cerca. De hecho, tuviste la mejor oportunidad del mundo
cuando estaba borracha y al final te echaste atrás. Dijiste que era porque querías que lo
recordara, pero yo creo que es porque en el último momento te diste cuenta de que
estabas besando a la horrible e informe de Hermione Granger y...

—No tienes ni puta idea de lo que hablas, Granger —siseó él con un brillo peligroso en los
ojos. Definitivamente, se había vuelto loca. Estaba jugando con fuego, provocándole
demasiado, mucho más allá de la prudencia —Te dije que no me provocaras o...

—¿O qué? Está claro por qué te fuiste aquel día. Al Draco Malfoy que yo conozco le hubiera
importado un pimiento que una conquista potencial recordara todo al día siguiente —
Hermione pronunció en palabras lo que su orgullo se había atrevido a cuando bajó la
guardia.
Draco se quedó callado durante unos segundos. Mudo de sorpresa. Definitivamente,
Hermione Granger había perdido la cabeza.

—¿Crees que no me apetecería que lo hiciéramos sobre la alfombra ahora mismo? —


preguntó con un tono crudo y descarnado —Si me fui aquella vez fue porque no quería
aprovecharme de ti, joder.

—¿Es que ahora tienes conciencia? —se burló Hermione. Estaba demasiado furiosa,
demasiado dolida para ser racional o darse cuenta de que se estaba metiendo el la boca del
lobo, y haciéndole cosquillas en la lengua para más inri —¿Sabes? Eras más divertido
cuando no la tenías.

—Maldita sea, Granger, tú lo has querido.

Hermione soltó un gemido de sorpresa cuando Draco la empujó contra la pared y la aplastó
contra su cuerpo en un movimiento rudo pero fluido. No tuvo tiempo ni de coger aire antes
de que él apresara su boca con la de él y le mordiera los labios con habilidad hasta que
Hermione los separó. Entonces adentró la lengua en su boca y se apretó aún más contra
ella hasta que le aplastó dolorosamente los senos con su pecho y sus dientes
entrechocaron. Sus manos parecían cerrarse como garras, palpando y hundiendo sus
yemas por todo su cuerpo hasta casi hacerle daño.

Pero a Hermione no le importaba. En ese momento lo necesitaba, necesitaba que la


estrujara, apretara y tocara hasta hacerla sentir viva, mujer, deseable. En su boca, en sus
labios, en su lengua, había deseo. Un deseo fiero, tórrido e incontenible.

La sangre le ardía en las venas y su piel se calentaba bajo la presión de las manos de
Malfoy por su cuerpo. Su respiración era agitada en los breves instantes en los que se
atrevía a tomar aire, y su corazón latía con fuerza en pleno pecho. La cabeza le daba
vueltas. Vueltas de placer por cada caricia de lengua, por cada roce de sus labios, por cada
apretón de sus dedos.

Y si él era apasionado, ella no se quedaba atrás. Se sentía salvaje, temeraria y libre. Estaba
desatada, viva. Ya no había barreras, ni pudores, ni moral. Sólo algo primitivo, instintivo
que la llevaba a responderle con la misma avidez con la que él la tocaba. Parecían
hambrientos, alimentándose desesperadamente el uno del otro.

Hermione no opuso ningún tipo de resistencia y le rodeó la cintura con las piernas cuando
él le puso las manos en el trasero para alzarla. Se estrecharon, sin interrumpir el beso, con
los labios encadenados y los cuerpos unidos.

Draco comenzó a dar pasos de ciego con ella aferrada a él hasta que se chocó contra una
puerta. Ni siquiera sabía de qué habitación era pero tampoco le importaba demasiado. A
tientas, la abrió con una mano, subiendo una rodilla para ofrecerle un nuevo apoyo a
Hermione al privarla de uno de sus brazos.

Empujó la puerta con un pie mientras volvía a sujetar a la chica con ambas manos y entró
de espaldas a la habitación. Ella no le ayudó demasiado a orientarse, acoplada a su cuerpo
y a su boca como si fueran dos piezas de un puzzle que encajaban a la perfección.

Draco dio un par de pasos antes de golpearse las rodillas con el borde una cama. Hermione
ahogó su quejido de dolor y redobló la intensidad del beso, haciéndole olvidar por completo
algo tan banal como haberse partido las rotulas.
Se dejó caer de espaldas a la cama, con ella sobre él, sumidos, ahogados, en un beso
interminablemente caliente y carnal. Hermione se sentía febril y poseída por un ánimo
insaciable. Estaba tan plácidamente mareada que apenas se dio cuenta cuando él giró con
ella en lo alto para quedar encima y continuar besándola a placer.

Draco estaba a punto de perder la cabeza, cegado por la niebla oscura del deseo, pero un
antiguo vestigio de su razón aún se mantenía a flote, aferrado al último tablón de cordura.
Y sólo de él sacó las fuerzas suficientes para apartarse de la boca de Hermione.

Aunque debería ser al revés, en cuanto dejó sus labios, Draco sintió que se quedaba sin
aire. Por un momento olvidó todo aquello que iba a decir, poseído por la necesidad de
volver a besarla, pero su razón le echó un cable, convirtiéndose en palabras.

—Si vas a echarte atrás y dejarme a medias, Granger, hazlo ahora —su voz sonó como un
graznido cargado de amenaza y algo que podría ser tomado por súplica.

Como respuesta, Hermione se incorporó un poco para acceder a la línea de su mandíbula y


morderla con osadía. Draco gimió y se tensó por completo, y ella se sintió infinitamente
poderosa. No sabía desde cuando quería morderle ahí, sólo sabía que había sido
enormemente placentero.

Draco, rendido, toda consideración olvidada, estrujó su caderas entre sus manos y se
apartó de su boca, evitando sus juguetones mordiscos para rendir cuenta a su cuello. La
besó en el hueco oculto tras sus orejas y deslizó sus labios húmedos por la curva de su
cuello hasta morderla en ese punto en el que se unía con su hombro.

Hermione sintió cómo la piel de esa zona se calentaba como si le hubieran derramado agua
hirviendo por encima y contrajo el vientre, en una sacudida de deseo. Alargó las manos
hacía él y tiró de la tela de su camisa como si quisiera romperla.

Quería... quería algo. Ya.

Draco sintió su apremio y sonrió contra su cuello. Al contrario que Hermione, él no tenía
ninguna prisa. Quería ir tan despacio como le fuera posible, hasta que ella se retorciera de
necesidad. Iba a descubrir que se podía llorar de placer.

Despacio, muy despacio —lo que Hermione hubiera descrito como una eternidad inacabable
–Draco sembró besos por todo su torso, imprimiendo su calor en una línea descendente a
través de la tela de su camiseta. Cuando llegó hasta su vientre, al último borde de la tela y
aplicó sus labios allí, Hermione se arqueó sobre el colchón para acercarse más a su boca.

Esta vez, Draco no sonrió. Estaba demasiado tenso para hacerlo. En lugar de eso, comenzó
a retirar la prenda, descubriendo el abdomen de Hermione, amontonando la tela en
pliegues arrugados bajo su pecho. Tenía ante él la llanura de su abdomen, el pequeño
hueco del ombligo, el discreto lunar que lo adornaba. Draco pasó los labios, la lengua y los
dientes por la tersa superficie, deleitándose al sentirla contraerse involuntariamente de
placer. Delineó con ambas manos el perfil de su cintura y llegó hasta sus caderas. Con
dedos hábiles, desabrochó los botones de sus vaqueros y los retiró un poco, descubriendo
la parte de abajo de una ropa interior de color rosa pálido.

De un tirón seco, bajó los vaqueros hasta las rodillas de la chica y apartándose un poco, se
deshizo de sus deportivas y los calcetines. Hermione se encargó de liberarse el resto de sus
vaqueros dando patatas en el aire hasta que éstos cayeron sobre el suelo con un sonido
sordo.

Draco pasó entonces ambas manos por sus piernas, posesivamente. Las deslizó desde la
parte posterior de los muslos, hacia el hueco de detrás de sus rodillas y bajó hasta sus
tobillos. Hermione se estremeció y comenzó a retorcerse sobre el colchón cuando los dedos
de Draco comenzaron a deslizarse con suavidad por la cara interna de sus muslos.

No pudiendo soportarlo más, se aferró a la camisa de Draco y tiró de él para acercarlo a


ella. Quería tocarlo y sentirlo contra ella. Probó a deshacerse de los primeros botones de su
camisa, pero estaba tan entorpecida por el deseo, que apenas consiguió desabrochar un
par. Draco le tomó las manos, se las llevó a la boca y mordió las yemas de sus dedos,
acariciando la cúspide de sus almohadillas con la lengua hasta que Hermione olvidó todo
aquello que había pensado hacer, limitándose a simplemente, morir de placer. Cuando
Draco al fin soltó sus manos, Hermione se sentía completamente mareada, así que no
interfirió mientras él se soltaba los primeros botones. Pero esa tregua sólo duro unos
segundos, porque la joven agarró la camisa de negra de Draco y tiró de ella hacia arriba,
impidiéndole seguir desabrochándola. Draco se apiadó de ella –aunque en realidad tampoco
tenía gana ninguna de oponerse –alzó los brazos para facilitar que Hermione se la quitara.
Se la sacó por la cabeza y la envió lejos, condenándola a quedar olvidada en algún rincón
de la habitación.

Después se pegó inmediatamente a ella para volver a besarla y Hermione se dio el placer
de dejar vagar sus manos por la espalda de él. No era especialmente musculoso pero tenía
los hombros anchos y la espalda agradablemente torneada. Hermione podía sentir las
depresiones y elevaciones de sus músculos, la tensión en sus omoplatos, la suavidad de su
piel bajo las yemas de sus dedos. Sintió un vergonzoso placer al hundir en él sus cortas
uñas, enviando descargas enloquecedoras al sur del cuerpo de Draco.

Él quería ir despacio pero tenía sangre en las venas. Hermione no se lo estaba poniendo
nada fácil. Tenía que pelearse cada cinco segundos con el impulso de apartar rápidamente
cualquier barrera y hundirse en ella, pero como le había dicho una vez, quería que
recordara siempre cómo él le había hecho el amor.

Sin más dilación, se apartó de ella para retirarle la camiseta arrugada. Hermione estiró los
brazos y elevó la cabeza de inmediato para que él lo tuviera más fácil, hasta que se quedó
sólo cubierta por su conjunto de ropa interior. Draco sufrió un duro golpe en su aguante al
ver el modo en que ese inocente sujetador de color rosa pálido cubría y realzaba los
montículos de sus senos. Hundió su boca en sus curvas, besando, rozando, lamiendo la piel
que descubría la prenda.

Hermione gimió y le hundió las uñas en la espalda de forma refleja, acercando más sus
cuerpos. Draco paseó la lengua por debajo del límite superior del sostén, descubriendo
territorios ocultos y una piel increíblemente más suave y tersa.

Con sus dedos, bajó las tiras del mismo, deslizándolas por las curvas de sus hombros,
acariciando cada pedazo de piel con la cuenca de sus manos.

Hermione se aferró a él y apretó la boca contra su hombro desnudo cuando él la elevó un


poco para desabrocharle certeramente la prenda. Después volvió a recostarla y le retiró la
prenda en cuanto Hermione le soltó, revelando al fin sus senos. Apartó la prenda y procedió
a rendirles reverencia besando, succionando, presionando y humedeciendo cada pedazo de
piel. Desde la cúspide hasta el final de las faldas, ahondando el pliegue de piel donde los
senos se unían con el abdomen.
El momentáneo pudor de Hermione cuando sintió sus ojos grises sobre ella, quedó ahogado
por una oleada de placer que lo recogió en la orilla y lo arrastró hacia sus profundidades.
Alguna recóndita parte de ella pensó que eso debía de estar prohibido, antes de
volatilizarse y desaparecer como humo llevado por el viento.

Creía que ya no podía soportarlo más. Hervía de impaciencia, de necesidad por algo a lo
que no era capaz de poner nombre –y dudaba que esa sensación lo tuviera –sólo sabía que
él podía terminar con eso. Trató de liberarse a modo de protesta pero cuando vio el brillo
de malicia en sus ojos oscurecidos, Hermione decidió que debía hacer algo más. Poniéndole
una mano en el hombro, lo empujó y se lanzó sobre él, para quedar encima. Reprimió un
resoplido de triunfo y se inclinó sobre su pecho, para sondearlo con los labios y las manos.
Las finas cicatrices estaban allí. Dos en horizontal, una diagonal, formando algo similar al
signo matemático de "distinto a" en carne tierna y más clara.

De algún modo podría decirse que estaba marcado por su culpa y Hermione intentó
resarcirlo cubriendo las marcas de besos. No lo hacía mal a juzgar por el modo en que él se
tensaba, contenía la respiración y le apretaba las caderas con sus manos, pidiéndole más.

Draco sólo pudo aguantarlo cerca de un minuto. Él lo había intentando, pero si ella no se
paraba quieta, no podría soportarlo un segundo más. Las manos de Hermione erraron por
su abdomen hasta llegar al primer botón de sus pantalones. Le miró a los ojos, tanto los
suyos como los de ella velados por el deseo y por un momento fue consciente de lo que
estaba haciendo.

Draco percibió su titubeo, su repentina vergüenza, su miedo ante lo que estaba por llegar y
le acarició el rostro con cariño, antes de acercarla a su boca y besarla. Y ese beso, fue
completamente diferente a todos los que ante le había dado. Él no le exigía, no la
presionaba, no la aguijoneaba hasta volverla loca. Sólo la acariciaba.

Con una desidia, con una tranquilidad pasmosa. Como si no hubiera prisa, como si no
estuviera apunto de estallar de deseo. No quería urgirla, no le pedía nada. Sólo se ofrecía
para que ella tomara lo que creyera conveniente. Y entonces, todas las dudas de Hermione
desaparecieron.

Le estrechó con fuerza y apretó los labios contra los de él, profundizando el beso.
Haciéndole saber que estaba preparada. Draco giró y con cuidado de no aplastarla, quedó
de nuevo sobre ella. Se tomó todo el tiempo del mundo para besarla y acariciarla aquí allá
hasta que Hermione volvió a estar enloquecida de placer, clavándole las uñas en la espalda.

Sus ojos parecían miel derretida, lava líquida y Draco supo que ya era él momento. Se
apartó el tiempo justo para liberarse de sus últimas prendas y volvió a besarla largamente
antes de retirarle su última protección de tela. Ambos quedaron completamente desnudos,
entrelazados entre el lío de sábanas que era su cama.

La besó, mordió sus labios, su barbilla y sus hombros mientras acariciaba el interior de sus
muslos con una mano, despertando un cosquilleo ardiente en su piel sensible. Hermione se
estremecía cada vez que él la apretaba provocativamente con sus dientes, cada vez que
sus dedos caían entre sus muslos como si acariciaran los pétalos de una flor. Se sentía
impaciente, frustrada y a la vez deliciosamente bien.

Él le separó las piernas con suavidad y la miró a los ojos. Como toda respuesta a su muda
pregunta, Hermione apartó un mechón rubio platino de sus ojos y se lo peinó hacia atrás.
Y entonces se hundió en ella. Apretó los dientes, tenso, y cerró los ojos con culpabilidad
sabiendo lo que vendría. Empujó con más fuerza y acabó de adentrarse en ella
arrancándole un suave gemido que Hermione acalló apretando la boca contra su hombro.

Draco se detuvo, completamente rígido, sintiéndola tensa y dolorida bajo él, en torno a él.
Los segundos parecieron eternos y sólo cuando ella se aflojó un poco y comenzó a besarle
por el cuello, mientras le acariciaba la espalda con las manos, Draco se relajó lo suficiente
para volver a respirar.

Tardó unos instantes en ser capaz de volver a moverse, se sentía mal por haberla dañado,
pero los suaves besos que adornaban su cuello, la presión juguetona de los labios de
Hermione su piel, la caricia de sus manos en la espalda, volvieron a incendiarlo. Se retiró
un poco y entró en ella de nuevo con toda la suavidad de que fue capaz.

Fue tremendamente suave, Hermione no hubiera podido describirlo de otra manera. Jamás
hubiera imaginado que alguien como él pudiera pasar de una pasión casi violenta a algo tan
delicado, tan tierno, que hacía que los ojos casi se le llenaran de lágrimas.

Poco a poco, el dolor cedió y peleó con el placer en cada embestida, hasta que terminó por
desaparecer. Rodeó con sus brazos el cuello de Draco, hundió el rostro en él y dejó que la
llevara a cumbres inexploradas de sentimientos y placer.

Estrellas. Veía estrellas a pesar de tener los párpados fuertemente apretados, tal vez en un
intento inconsciente de controlar las sensaciones que la sacudían. Escuchó algún gemido y
la respiración agitada de él como si fueran muy lejanos. El oído parecía debilitado, la vista
le fallaba pero el tacto, oh, el tacto, lo sentía, en cada centímetro de su piel que estaba en
contacto con él. Y el olfato. Allí, con la nariz hundida en la curva de su cuello, podía inhalar
su aroma a Seducción a placer.

Por unos instantes, deseó quedarse así toda la vida, enlazada a él, ahogados en la caricia
más íntima. Después dejó de desear, de pensar, de ser. Sólo sentía.

Sentía un cosquilleo manando de las puntas de sus dedos, de cada rincón de su cuerpo y
fluyendo hacia la parte baja de su vientre, como si toda la energía de su cuerpo se
concentrara allí. Cada vez que él la llenaba, la energía temblaba, se concentraba aún más y
palpitaba hasta que al final explotó y se desbordó, como lava caliente, llegando a cada
rincón de su cuerpo.

Gritó y se estremeció en un temblor incontenible aunque ni siquiera era consciente de ello.


Draco la estrechó como si quisiera absorber cada vibración de su cuerpo, cada respiración y
cuando ella se quedó quieta y laxa entre sus brazos, la siguió al éxtasis con un gemido
ahogado en sus labios.

Después hundió el rostro en el cuello de Hermione y así permanecieron, quietos y


enlazados por unos largos minutos.

Draco era feliz, no se le ocurría otra palabra para definir su estado de ánimo. Considerarse
un tipo con suerte le parecía quedarse corto. Ya no tenía resaca, ni hambre, ni se sentía
débil. Había descubierto un remedio para la resaca mucho mejor que volver a
emborracharse: ella.

Joder, estar así, pegado a ella, pudiendo tocarla libremente, era el paraíso. Aunque la vida
le fuera en ello, no se habría movido. Sinceramente, no habría podido. Estaba demasiado a
gusto, demasiado saciado, demasiado cómodo como para que algo tan insignificante como
que los mismísimos mortífagos aparecieran en el piso de abajo llamara su atención.

Hermione, por su parte, volvía poco a poco en sí, como si en algún momento su mente
hubiera abandonado su cuerpo para hacer un largo viaje. Volvía a recuperar la memoria, la
cordura y la razón enredada al cuerpo de Malfoy había perdido. Pero ahora la realidad la
golpeaba de bruces.

Se sentía a la vez completa, colmada y extraña, rara. Tenía una vaga sensación de pérdida
pero su cuerpo, a pesar de estar dolorido se sentía relajado, increíblemente relajado. Como
si le hubiera dado una sobredosis de encantamientos relajantes o alguna droga.

Se sentía cómoda y cálida enlazada al cuerpo de él. Pero también se sentía culpable.

Culpable porque se daba cuenta de que acababa de hacer el amor con Draco Malfoy y no se
arrepentía. Se había vuelto loca, porque Merlín la ayudara pero lo que sentía por él era
serio. De lo contrario no podría sentirse tan mortificada y a la vez negarse a apartarse de
él, ni siquiera un poco.

Pero Harry y Ron la matarían si se enteraran. Cualquiera, hasta Kreacher, querría matarla.
Había perdido el norte. Draco Malfoy, el mismo que la aplastaba con el peso de su cuerpo,
desnudo entre las sábanas, y ella.

Intentó decirse que la había hechizado o que un súcubo la había poseído. Que las llamas
verdes de la chimenea despedían gas tóxico, que la había drogado o que se le había colado
alguna seta alucinógena en la comida. Pero todas eran excusas.

Se sentía partida en dos, completamente extraña. Como si algo en su interior se hubiera


desajustado. Su cuerpo y su mente iban por libre.

Cuando sintió la humedad de las lágrimas en sus ojos, un nuevo sentimiento se añadió a su
particular caos interior: patetismo. Se sentía ridícula por tener ganas de llorar y ni siquiera
saber por qué. Debía de ser la única persona del universo que lloraba después de haber
hecho lo que habían hecho y haberlo disfrutado.

Apretó los párpados con fuerza para tratar de contenerse, pero no pudo hacer nada por
evitar las convulsiones de su pecho. Draco la sintió temblar y pensó que debía de estar
aplastándola, así que recurriendo a sus últimas fuerzas después de tres días de borrachera,
inanición y un orgasmo, se apartó y se dejó caer boca arriba a su lado.

Durante unos segundos se quedó totalmente abstraído, mirando al techo, sumido en una
especie de ensimismamiento placentero en el que no pensaba en absolutamente nada. Pero
entonces, por el rabillo del ojo, la vio temblar de nuevo y se sintió intrigado. La miró con
más atención y se dio cuenta de que tenía los párpados apretados y las pestañas húmedas.
Arrugaba los labios y la frente en un gesto mudo.

¿Estaba... llorando? Cuando vio una lágrima escapándose entre los sus pestañas, Draco
sintió una sensación extraña y completamente desagradable. Como si alguien le hubiera
sacado del paraíso a palos por haber hecho algo tremendamente malo.

Sinceramente, ninguna chica se había puesto a llorar después de que se acostaran así que
no sabía como comportarse. Había oído después de la primera vez se producía un cierto
desajuste hormonal que provocaba que algunas chicas lloraran, pero siempre lo había
considerado una soberana gilipollez y solía burlarse de ello diciendo que el chico en
cuestión debía de ser un auténtico desastre.

Pero ese no era su caso. Ella había disfrutado, las marcas de su espalda lo atestiguaban.

¿Entonces qué demonios le pasaba? Tal vez la había lastimado demasiado. Sólo sabía que
no soportaba verla así, pero tampoco se atrevía a tocarla. No resistiendo más la situación,
se giró hacia ella, quedando de lado, y la miró directamente, con angustia oculta en sus
ojos de hielo.

—¿Te he...lastimado mucho?- sensible preguntó y su voz sonó increíblemente áspera.

—No, Malfoy- sensible respondió ella al cabo, limpiándose las lágrimas del rostro con
rapidez. Merlín, deseaba desaparecer, esfumarse, ser un caso de combustión espontánea.
No quería que él la viera llorar, se sentía avergonzada y estúpida. Posiblemente lo era.
Buscó a tientas las sábanas y se cubrió con ellas hasta la barbilla, como si pudieran
protegerla de la realidad.

—Creo que es hora de que me llames Draco -sensible repuso él, lentamente. Trataba con
todas sus fuerzas de mantener la calma y no sentirse herido por el hecho de que ella se
cubriera, se apartara disimuladamente de él y no se atreviera a mirarle a la cara. La verdad
es que no era muy halagador para su orgullo que alguien a quien acababa de hacerle el
amor se echara a llorar. Nada halagador.

—Está bien -sensible murmuró ella girando el rostro para que él no pudiera mirarla a los
ojos. Pero eso no impidió que Draco viera una lágrima deslizarse desde el ojo hasta una de
sus pequeñas orejas.

Ese gesto hizo que Draco renunciara a sus últimos resquicios de paciencia.

—¿Entonces qué cojones te pasa?

—No lo sé- sensible murmuró ella, encogiéndose sobre sí misma, arrebujada bajo las
sábanas como una niña pequeña a la que la situación le venía grande.

Pero Draco no sintió ternura por ella. Sería más justo decir que sintió ganas de asfixiarla
con la almohada. Nadie en su jodida vida había pisoteado su orgullo de una manera tan
rápida y letal. Ella se arrepentía de lo que acababa de suceder, no había duda. Porque él no
era suficiente para la perfecta y angelical Hermione Granger. Ella se merecía a un tipo
como Krum, retrasado pero bueno. Demasiado estúpido para matar una mosca a propósito,
demasiado hueco para tener maldad.

No como él. Un auténtico gilipollas, eso es lo que era.

Furioso, salió de la cama y recogió sus pantalones con un ademán brusco.

—Malfoy... ¿qué haces?- sensible preguntó Hermione, sorprendida, percatándose de que él


se estaba vistiendo.

Malfoy. Ni siquiera después de lo que habían hecho pensaba llamarse por su jodido
nombre. Tiró del pantalón con rabia para subírselo y decidió que estaba demasiado
enfadado para buscar su camisa o algo más. Sólo quería largarse de ahí. Poner distancia
entre él y esa mosquita muerta sólo en apariencia que le había hecho más daño que
ninguna otra chica.

—Malfoy, ¿a dónde vas?- sensible insistió ella con un matiz de angustia en la voz al verle
dirigirse decidido hacia la puerta. Se iba a marchar, la iba a dejar sola. Y aunque en ese
momento no entendía su cuerpo, su corazón, ni nada que tuviera que ver con ella misma,
sabía que no quería que él se fuera.

Draco tomó la manilla de la puerta y la abrió con gesto seco y las mandíbulas apretadas.

—Draco... —lo llamó ella con cierto temblor en la voz. Draco se detuvo con el brazo en
tensión, a punto de abrir la puerta. Lo tenía bastante fácil para irse, sólo tenía que dar un
tirón y un paso fuera y ya estaría en el pasillo. Pero no podía moverse, no podía —por
favor... no te vayas.

Draco se tensó por completo frente a la puerta y apoyó su peso en la mano que sostenía la
perilla. Bajó el rostro, peleando consigo mismo y el flequillo le cubrió los ojos grises.

Le estaba utilizando, lo sabía. Una parte de él, mayoritariamente dominada por su orgullo –
algo a tener en cuenta –se resistía, se rebelaba contra esa idea. Se suponía que era él el
que utilizaba a la gente, no la gente la que le utilizaba a él. No podía acostarse con él,
echarse a llorar y después pedirle que se quedara y realmente pensar que lo haría.

Pero otra parte de él –una parte que comenzaba a odiar –gritaba un fuerte y alegre "¿y
qué?" en su interior. A esa parte le traía sin cuidado que ella quisiera utilizarle o no, sólo le
importaba que lo quisiera a su lado.

Ambas partes pelearon en silencio con fiereza, aunque desde el principio Draco sabía cuál
iba a ganar. Con cierta resignación entremezclada con fastidio, empujó la puerta para
cerrarla por completo y soltó la perilla. Despacio, se giró hacia Hermione, que se había
incorporado en la cama, rodeándose las rodillas con los brazos, bien envuelta en la sábana.
Estaba completamente despeinada, ruborizada y sus ojos brillaban por las lágrimas y tal
vez algo más. Preciosa.

Su orgullo se retiró del rin, totalmente vapuleado, sabiendo que ya no había más asaltos en
esa batalla. No después de mirarla a los ojos y ver el caos que había en ellos, cargado de
tristeza.

Despacio, regresó junto a la cama desecha y la miró fijamente a los ojos.

—Me quedaré con una condición —expuso él.

—¿Cuál? —preguntó Hermione, confundida.

—Dame la sábana —le ordenó Draco tendiendo una mano para recibirla.

—¡No! —exclamó Hermione indignada y avergonzada, mientras se ocultaba aún más en


ella.

—Es mi habitación, es mi cama y es mi sábana —dijo con contundencia. Hermione lo miró


unos segundos preguntándose si era posible que estuviera tomándole el pelo, pero estaba
tan serio que no le quedó duda de que no era así.
—Esto es ridículo —farfulló ella, y Draco alzó una de las comisuras de sus labios, en una
sonrisa torcida al reconocer el principio de su rendición.

—Dame la sábana o me iré —su voz sonó implacable y Hermione le asesinó con la mirada
antes de claudicar.

—Está bien —cedió ella completamente colorada y ofuscada. Con reticencia se quitó el
escudo protector de tela y lo acercó a la mano de Draco.

Él cogió la sábana y la envió al fondo de la cama. Después se sentó sobre el colchón y


apoyó la espalda contra al cabecero de madera labrada de la cama. Hermione lo miró unos
instantes, sintiéndose curiosamente reconfortada y a la vez violenta. Pero cuando él palmeó
la almohada para indicarle que se acercara, lo hizo presurosa. Se acomodó en el hueco
entre sus piernas y apoyó el rostro en su pecho desnudo. Él la rodeó con sus brazos de
inmediato, atrapándola. Pero ella no tenía ninguna intención de huir.

Alzó el rostro con timidez para mirarlo a los ojos y él inclinó el suyo para rozarle la boca
con los labios en un segundo intenso y etéreo. No iba a pedirle nada más.

Ella volvió a refugiarse en su pecho y se quedó allí, acurrucada contra él, sintiéndose
pequeña, protegida y especial. Y que Merlín la asistiera, porque escuchando los latidos del
corazón de él contra su oído, Hermione se sintió embargada por algo increíblemente grande
e indefinible, y comprendió que estaba completamente enamorada de Draco Lucius Malfoy.

Y sintió miedo, pero también paz. Una sorprendente paz.

Capítulo 34: De preguntas y lluvia (Editado)

Hermione abrió los ojos en medio de la oscuridad. Realmente, la habitación no estaba por
completo a oscuras pero la luz grisácea del comienzo del amanecer apenas se filtraba por
las cortinas.

Tardó unos segundos en darse cuenta de dónde estaba y con quién. En concreto,
arrinconada en una esquina de la amplía cama de Malfoy, con él parcialmente encima,
prácticamente impidiendo que se cayera gracias a su brazo rodeándola y a la pierna que
había echado sobre las suyas.

En algún momento mientras él la abrazaba debía de haberse quedado dormida y después


de algún modo habían acabado tumbados en la cama y con las mantas por la cintura.

Y aunque él la aplastaba un poco, Hermione descubrió que se sentía bien. Sí, le dolía todo
el cuerpo –incluso zonas hasta entonces ignoradas –pero se sentía a gusto, cómoda y
cálida, satisfecha por el sueño reparador después de haber pasado la noche anterior en
vela por culpa de Draco.

Pero su mente también se había tomado un descanso y ahora volvía con renovadas fuerzas
para torturarla. Se habían vuelto locos, no había otra explicación.

Ella no podía querer a Draco Malfoy y él no podía sentir lo que quiera que sintiera por
Hermione Granger. Uno de los dos tenía que imponer algo de cordura y lógica en eso que
tenían –fuera lo que fuera-. Le quería, pero la situación seguía siendo la misma: no podían
estar juntos.
Por el bien de los dos, lo mejor sería que eso no se volviera a repetir. Por Merlín, el mundo
mágico en guerra, la gente aterrorizada y ellos... se le enrojecían las mejillas sólo de
pensarlo.

Debía salir de su cama cuanto antes e irse. Pero... era tan difícil. Como todo lo que tenía
que ver con ellos, pensó. Siempre había creído que enamorarse debía de ser maravilloso y
un motivo de felicidad. Pero no era tan sencillo casi nunca. Además, ¿cuánto tiempo
podrían soportarse? Se habían peleado antes y después de hacer el amor. Las cosas entre
ellos posiblemente siempre serían así.

Además, ese no era el único problema. Suponía que el hecho de que fuera un mortífago
perseguido tanto por el Señor Oscuro como por el Ministerio era algo a tener en cuenta.
Desde luego no era el tipo de persona que ningún padre querría para su hija.

Y había que sumarle el regreso de Harry y Ron. Ya estaban sobre la pista del horrocrux,
poniéndose en el mejor de los casos pronto lo conseguirían y regresarían ilesos a
Grimmauld Place. Se tensaba sólo de imaginarse a sus amigos, a Draco y a ella en la
misma casa.

Si descubrían lo que habían hecho, posiblemente intentaran tirar a Draco por una ventana o
algo por el estilo. Lo acusarían de haberla violado, hechizado o seducido. Y estarían seguros
de que lo había hecho sólo para sacarle información porque en el fondo era un espía del
Señor Oscuro como se habían olido desde el principio. Ya casi podía imaginarse sus
palabras textuales.

A Hermione no le extrañaría demasiado que quisieran ponerlo en la puerta y echarlo fuera


de una patada con ganas. Y por mucho que ella quisiera hacer, la casa era de Harry. No
podía obligarle si no quería que Draco se quedara. Lo único que podría hacer sería irse con
él.

Trató de cortar el curso de sus pensamientos antes de ponerse a dramatizar. Nada de eso
había pasado aún, y si sabía lo que le convenía, no permitiría que ocurriera. Después de
todo, Draco ya había conseguido lo que quería y ella más de lo que había esperado.

Se retiraría a un convento y en sus noches de soledad rumiaría el recuerdo de lo que


habían hecho, negándose la posibilidad de volver a tener ese tipo de "contactos" con él. Sin
duda eso sería lo más prudente, pero no podía escapar.

Tenía que quedarse en Grimmauld Place y...Viktor. Tenía que ver a Viktor.

Oh, Merlín, ¿cómo podría volver a mirarle después de eso? Estaba segura de que llevaría
escrito lo que había hecho en mayúsculas y con colores chillones en la cara. Él se daría
cuenta y... ella tendría que decirle algo. Se sentía en la obligación de informarle de sus
nuevos sentimientos.

Lo apreciaba, le tenía cariño, pero ya sabía que no estaba enamorada de él. Sólo podía
estarlo de una persona –o al menos con la intensidad con que ella lo sentía –y por más que
le pesara, esa persona era Draco Malfoy.

Que no pudiera tener nada con él no significa que tuviera vía libre con Viktor, él ya no le
interesaba de ese modo.
Decidió que debía salir de esa cama, escenario de su "pecado" cuanto antes, lo cual no era
nada sencillo considerando que él estaba prácticamente sobre ella. Ya debía haberse
imaginado que alguien como Draco Malfoy dormiría así siempre: tomando toda la cama y
dejándola a ella acurrucada en un rincón.

Con cuidado, se liberó del brazo con él que él le rodeaba la cintura y logró escurrirse bajo
su pierna sin caer sobre la alfombra. No quería despertarle ya que no sabría cómo
reaccionar si él la cazaba en plena huída. Andando descalza y presurosa, recogió sus
prendas desperdigadas y decidió que no iba a perder el tiempo poniéndoselas. Huiría
cuanto antes.

Recogió todo lo que pudo y se acercó de puntillas a la puerta. La abrió, pero antes de salir
no pudo resistirse a mirar a Draco, dormido. Parecía muy tranquilo, sereno, satisfecho.
Dormía de lado, orientado hacia donde ella había estado y extendiendo el brazo sobre el
hueco que había dejado.

Mirándole así, dormido, inocente, Hermione sintió una enorme oleada de cariño hacia él.
Acto seguido, sus sensores de alarma se encendieron indicándole que estaba adentrándose
de nuevo en zona peligrosa y decidió marcharse cuanto antes.

Salió al pasillo y cerró la puerta con sigilo.

Hermione se duchó, vistió y desayunó cuando aún no había acabado de salir el sol.
Después se sentó en el Salón y trató de escuchar alguna noticia en la radio mágica.

Oyó con horror la noticia de que en una pequeña población escocesa cerca de Dunalastair,
en la región de Perth and Kinross, media docena de niños habían sido mordidos por
hombres lobos. Cuatro de ellos habían muerto, otro estaba ingresado en un estado crítico
en San Mungo y el último, aunque no estaba herido de gravedad, había quedado infectado.
A continuación incluían conmovedores testimonios de algunos de los habitantes de la aldea
además de opiniones de figuras mágicas de importancia política sobre el asunto.

Mencionaban también que en la aldea se había convocado una manifestación al día


siguiente para reclamar al Ministerio la detención y/o vigilancia de todos los hombres lobos.
El Ministro aún no se había pronunciado pero la población, alarmada, reclamaba medidas
inmediatas y drásticas.

La Señora Weasley se comunicó con Hermione antes del mediodía al oír la noticia.

—Es horrible —dijo la mujer, temblorosa —Los Davinson y los McGowan van a sacar a sus
hijos de Hogwarts, y por lo que he oído no son los únicos. Ginny me ha dicho que han
juntado las clases de las cuatro casas de cada curso porque cada vez son menos. La gente
está asustada y quiere tener a los suyos en cerca. No les culpo... la verdad es que me
encantaría tener a todos mis hijos aquí. Fred y George apenas paran en en La Madriguera,
van a diario al Callejón Diagon para supervisar y ayudar en las reparaciones de las tiendas
y eso que ni siquiera se sabe si se va a reabrir el mercado mágico. Bill está atareado en
Gringotts, están redoblando las medidas de seguridad después de lo sucedido... y Charlie,
estoy tratando de convencerle para que regrese aquí, aunque es posible que esté más
seguro en Bulgaria. Y Ron y Harry por ahí...
—Están bien, ayer hablé con ellos —trató de tranquilizarla Hermione –—no creo que tarden
mucho en regresar. La... misión va bien.

—Y Percy ...—Hermione vio cómo la Señora Weasley retorcía un pañuelo humedecido en las
manos —No sé apenas nada de él. Arthur se lo cruza de vez en cuando por el Ministerio
pero...

—Seguro que está bien, Señora Weasley...

—También estoy preocupada por Remus. Temo que lo sucedido a esos pobres muchachos
tenga grandes repercusiones. La gente está muy asustada y tiene miedo por los suyos, y
en esas situaciones uno se vuelve irracional y quiere que alguien pague por lo que sucede.
Creo que el Ministerio querrá usar a los hombres lobos como cabeza de turco, para que la
gente vea que hacen algo.

—Las leyes que contra los hombres lobos desaparecieron hace años, Señora Weasley, estoy
convencida de que pronto la gente se calmará. Ahora está todo demasiado reciente...

—No lo sé, Scrimgeour parece un tipo implacable —discrepó Molly —Ojoloco anda inquieto.
Ayer Arthur tuvo que ir a resolver otro pequeño altercado. Esta vez con buzones. Dice que
la Orden tiene que volver a reunirse aunque Dumbledore no esté...

—Habrá que esperar a que Harry y Ron regresen antes de decidir nada.

—Sí, lo sé —murmuró Molly, arrugando el pañuelo distraídamente.

En ese instante, Hermione sintió el golpeteo del pico de un ave contra el cristal y sacó la
cabeza de la chimenea para ver a una lechuza, revoloteando al otro lado de la ventana. Se
despidió de la Señora Weasley se acercó casi temblando a la ventana, anticipando de quién
era la carta que la lechuza llevaba atada a la pata.

En realidad, no había muchas posibilidades, sin contar con que la lechuza llevaba una anilla
de platino en la pata con el sello de una lechucería mágica londinense bastante famosa. Le
quitó la carta de la patita pero la lechuza no se movió, haciéndole saber que tenía orden de
volver con una respuesta.

Cuando desplegó el rollo, descubrió la torpe caligrafía de Viktor.

"Hermione:

Estoy en Londres. Llegué está mañana. Me hospedo en el hotel Wizard Palace en St. James
Street. Querría verte cuanto antes. Espero tu respuesta.

Atentamente, Viktor".

Si algo se podía decir de Viktor es que no era persona de muchas palabras y no se andaba
con rodeos. Hermione se frotó el puente de la nariz tratando de poner un poco de orden en
sus ideas. Sabía que tarde o temprano tendría que verle pero no había contado con que
fuera precisamente ese día. Le hubieran venido bien unos cuantos más para asimilar la
situación y pensar cómo afrontarla antes de eso. Pero tampoco tenía sentido retrasarlo
más, por muy incomodo y difícil que fuera. No tenía nada inmediato que hacer y no era del
tipo de personas que daban excusas tontas.
Resignada, cogió una pluma de un bote que había encima de un armario y usó la parte
posterior del pequeño pergamino para responder que iría a verle a su hotel en unos
minutos. Consideraba que ese lugar sería más seguro que ningún emplazamiento mágico
de Londres donde cualquier mago –incluida Bellatrix Black –podría verles. Enrolló el
pergamino y se lo colocó de nuevo en la patita a la pequeña lechuza que de inmediato
remontó el vuelo.

Estaba cerrando la ventana cuando escuchó a Malfoy bajando las escaleras de la cocina y
sintió una angustia muda en el pecho. Enfrentarse a Draco y a Viktor el mismo día era más
de lo que podía soportar. Aseguró la ventana y se volvió lentamente hacia él.

Tenía una expresión relajada y satisfecha. Se había duchado y después de dormir, las
ojeras y la irritación de sus ojos habían desaparecido. Apestaba agradablemente a su
colonia y a jabón y Hermione sintió el deseo de acercarse para poder olerlo mejor pero se
detuvo. Si iban a mantener las distancias, lo mejor era hacerlo cuanto antes.

—¿Qué hacías en la ventana? —preguntó él con cautela. Estaban en un territorio pantanoso


y desconocido de aparente pero falsa normalidad. No tenía muy claro cómo habían quedado
las cosas entre ellos después de lo ocurrido la noche anterior pero haberse despertado solo,
en principio no parecía un buen presagio. Y desde luego, él no iba ir detrás de ella, ya había
cedido bastante el día anterior.

—Enviar una... carta —respondió ella al cabo y de inmediato rehuyó su mirada y se puso a
devolver la pluma a su lugar originario. Había algo en el nerviosismo de sus gestos que
inquietó a Draco. De repente empezó a sentirse malhumorado por la idea que se le acababa
de pasar por la cabeza.

—¿A quién? —preguntó con desconfianza.

En el fondo, Hermione se dio cuenta de que él ya lo sospechaba todo. Y tampoco tenía


ningún sentido mentirle, después de todo ella no había hecho nada malo por contestarle a
Viktor. Él ya iba a venir a verla mucho antes de que lo que quiera que fuera que había
entre ellos hubiera siquiera empezado a gestarse.

—A Viktor. Él me escribió —dijo escuetamente atreviéndose a mirarlo a la cara. Pudo ver la


leve contracción de uno de los músculos de su mejilla.

—¿Ya está en Londres? —masculló él sin poder ocultar su furia.

—Sí —murmuró Hermione alisándose innecesariamente el suéter que llevaba puesto —


Quiere que nos veamos —–añadió más para el cuello de su ropa que para Draco.

Él tuvo la seguridad de que si en ese momento hubiera tenido una varita en las manos, la
hubiera partido en dos. Aunque lo que le hubiera gustado partir sería una escoba, más
concretamente sobre la cabeza de nabo de Viktor Krum.

—¿Y vas a verle? —preguntó en un tono peligrosamente suave, apenas había un matiz de
ira en su voz como la onda de la primera gota de lluvia cayendo sobre un charco,
antecediendo a las siguientes.

—Sí. Iba a salir ahora —respondió Hermione tras aclararse la garganta. Resultaba curioso
cómo ahora se moría de ganas de irse. Brevemente, se replanteó la idea de retirarse a un
convento lejos de cualquier miembro del sexo opuesto.
—No.

Hermione le miró a los ojos, sorprendida. Sabía que a él no le haría ni pizca de gracia la
idea pero no esperaba una oposición tan abierta y descarada.

—Ha venido desde Bulgaria para verme —repuso tratando de razonar con él —No puedo
ignorarle.

—Lo que no puedes hacer es salir de aquí —replicó Draco con tono frío y autoritario.

—Ya te he dicho que voy a hacerlo —Hermione no tenía ganas de discutir con él. Con nadie
en realidad. Sólo tenía ganas de tener un poco de paz y tranquilidad si es que no era
mucho pedir —Es decisión mía.

—¿Vas a largarte con él? —siseó él, escupiendo veneno.

—¿Qué? —repitió ella sorprendida —Por supuesto que no. Sólo voy a verle. Y será mejor
que me vaya ya, tengo prisa...

—¿Vas a poner tu vida en peligro sólo para reunirte con un gorila mononeuronal?

Hermione comprendió que, además de celoso, estaba preocupado por ella aunque lo
ocultara bajo toda esa cólera apenas contenida, y eso la enterneció un poco.

—Tengo que hablar con él, pero tendré cuidado. Voy a aparecerme en su hotel
directamente.

—¿En su hotel? Genial, así tendréis una cama a mano para celebrar el reencuentro, ¿no?
¿También te echarás a llorar después? Lo bueno es que podrás usar su taparrabos de pieles
como pañuelo —le espetó él con rencor.

Hermione dio un paso atrás como si la hubiera golpeado físicamente. Draco vio que le había
hecho daño y se sintió a medias satisfecho, a medias despreciable. Por un lado quería
hacerle pagar lo mal que lo estaba pasando sólo de pensar que se encontraría con Krum,
por otro sentía la tentación de rogarle que no se fuera. Nunca.

—Volveré tarde —fue todo lo que dijo Hermione. Después pasó de largo junto a Draco sin
siquiera mirarle y se desapareció en el vestíbulo. Al darse cuenta de que se había quedado
solo en la casa, Draco soltó una maldición y pateó la mesa, lleno de rabia y
arrepentimiento.

Cuando Hermione se apareció en el vestíbulo del hotel Wizard Palace sentía unas ganas
ridículas de llorar. Estaba hecha polvo después de lo que el gilipollas de Malfoy –no
pensaba volver a llamarle Draco, ni siquiera mentalmente –le había dicho. ¿Cómo la misma
persona podía ser tan dulce como lo había sido la noche anterior y horas después tratarla
como una cualquiera y burlarse de sus sentimientos? Eso no hacía más que reafirmarla en
su idea de que ellos dos no podían estar juntos. No había aguantado ni cinco minutos sin
discutir y él la había herido con tres palabras. A la primera oportunidad que tenía de
ponerse celoso se volvía cruel e insensible y la trataba como si fuera basura.
¿Por qué tenía que querer a alguien así?

Parpadeó con fuerza y sacudió la cabeza tratando de despejar esas ideas de su mente. Miró
a su alrededor para encontrarse con un amplio y ricamente adornado hall. Había un
mostrador en una esquina en el que un mago con aire afeminado y una túnica de terciopelo
de color granate atendía a una pareja recién llegada. Al fondo se veía un ascensor mágico y
unas escaleras y por todas partes había pequeñas mesas redondas rodeadas de sillones de
cuero y salpicados de plantas de distintas especies. Hermione estaba pensando preguntarle
al mago del mostrador –posiblemente el gerente— cuando sintió que alguien pronunciaba
su nombre a sus espaldas con acento fuerte y torpe.

Se volvió para encontrarse a Viktor tal y como lo recordaba. Iba ligeramente menos
abrigado que el resto del mundo, pero suponía que comparado con el frío que hacía en
Bulgaria, un Londres casi otoñal no era nada para él. Se había cortado un poco el pelo
oscuro y sus ojos relucían al verla bajo las pobladas cejas.

Hermione sintió una calmada alegría a verlo, similar a la que había sentido al encontrarse
con Neville y Luna en King's Cross cuando fueron a despedir a Ginny. Ni revoloteo en el
estomago, ni aceleramiento del corazón, ni respiración agitada.

Viktor dio un paso hacia ella y con torpeza, la abrazó. Hermione no hizo nada para
resistirse al abrazo y se lo devolvió con gusto. En ese momento lo necesitaba. Necesitaba
una muestra de cariño para dejar de sentirse tan triste. No obstante cuando Viktor se
separó un poco de ella e intentó besarla en la boca, Hermione giró el rostro de modo que
los labios de él se posaron sobre su mejilla.

Viktor no dijo nada ni alteró en gran cosa su expresión cuando la soltó lentamente, pero
sus ceño parecía más profundo.

—¿Cómo estás? —le preguntó ella, forzando una sonrisa y tratando de aparentar
naturalidad.

—Bien —respondió él, pero parecía pensativo —¿Y tú? Parreces trriste.

—Estoy bien, sólo un poco cansada —murmuró y miró a su alrededor con cautela. Prefería
que Viktor y ella hablaran en un sitio más privado que ese enorme hall donde cualquier
podía verles. No la ayudó a tranquilizarse demasiado el hecho de que allí no hubiera
ninguna anciana —Oye, ¿podemos ir a un lugar más tranquilo?

—Podemos subirr a mi cuarrto si quierres, perro está algo desorrdenado aún.

—No importa —aseguró Hermione.

Tomaron el ascensor en silenció y Viktor no le hizo ninguna pregunta hasta que entraron a
su habitación. Después cerró la puerta y la invitó a sentarse en los sillones que había junto
a una mesilla con un mantel bastante hortera. Hermione tomó asiento y durante un rato se
pusieron al día acerca de lo que habían hecho en sus respectivos veranos –Hermione le
contó una versión censurada respecto a la misión en la que había salido herida y en ningún
momento nombró a Malfoy –y después pasaron a hablar de la guerra mágica. Viktor le
contó que en Bulgaria las cosas estaban más tranquilas aunque la gente estaba asustada
por la situación mágica británica. A pesar de ser temas desagradables, Hermione se sentía
relajada al no tocar el terreno personal. Siempre le había gustado hablar con Viktor, porque
aunque era una persona más bien callada, siempre tenía opiniones muy claras sobre las
cosas –al contrario de lo que el estúpido de Malfoy pensaba –.

Bajo esa apariencia ruda y algo torpe, Viktor era una persona inteligente y sensible,
simplemente era bastante retraído y serio, y la gente solía interpretar sus silencios como
síntoma de su incapacidad para mantener una conversación por su reducido intelecto.
Aunque en lugar de decir "la gente", Hermione pensó que sería más correcto hablar de
Malfoy o incluso Ron.

Cuando el tema de la guerra se acabó, se hizo un breve silencio. Pero esa era otra de las
cosas que a Hermione le gustaban de Viktor: con él podía estar simplemente en silencio sin
que la situación se volviera incómoda o violenta.

—Herrmione —Viktor la miró con gravedad y Hermione se tensó un poco en el sillón.

—¿Si?

—Hay algo que quierro prreguntarrte desde que estuve aquí en verrano. Es algo
imporrtante.

—Te escucho —dijo, aunque le costaba hablar. Estaba muy nerviosa y deseaba que ese
algo tan importante no fuera ninguna de las cosas que se le estaban pasando por la
cabeza.

—Quierro que vengas conmigo a Bulgarria —dijo con seriedad.

Hermione se sintió como si le hubieran dado una patada en el pecho de pura impresión. Se
removió incómoda en el sillón, buscando desesperadamente algo que decir. ¿Qué se
suponía que debía hacer en una situación así?

—Mi país es más segurro ahorra que el tuyo —continuó él —–en Bulgarria todo está más
tranquilo. No hay ataques ni masacrres a causa de los morrtifagos, ni gigantes ni ataques
de licántrropos. Allí estarrías bien, yo te cuidarría. No tiene porrque serr definitivo, sólo un
tiempo hasta que las cosas aquí se solucionen. Prrometiste venirr a verrme y crreo que no
hay mejorr momento que este.

—Pero Viktor... —balbuceó Hermione.

—Y así podrríamos estarr juntos.

Al oír sus palabras, Hermione se sintió profundamente miserable. No quería estar con
Viktor, no de esa forma, y tampoco quería irse a Bulgaria. Tenía motivos de peso para
ambas cosas, pero no sabía cómo decírselos sin herirle.

—Viktor —comenzó, vacilante —no puedo irme de Londres. Ya te conté que estoy ayudando
a Harry y a Ron en algo importante... no puedo marcharme.

—Saliste grravemente herrida la última vez que les ayudaste. Crreo que ellos querrían que
tú estés bien. Mucha gente está dejando Inglaterra, y en Bulgarria yo podrría protegerte.

—Pero no es tan sencillo como eso, además yo...


—No quierro que me respondas ahorra —la silenció él, sellándole los labios con uno de sus
grandes dedos —sé que tienes mucho que pensarr. Esperraré aquí a que tomes una
decisión.

Hermione sintió un nudo de angustia impidiéndole hablar. ¿Por qué tenía que pasarle eso a
ella? ¿Por qué tenía que hacerle daño a la única persona que siempre la había tratado bien?

Porque estaba claro que ella no podía irse a Bulgaria. No iba a huir de la guerra mágica
dejando a Harry y a Ron solos. Y tampoco quería dejar a Malfoy por muy dolida que
estuviera con él en ese momento. No podía alejarse de las personas a las que más quería
para irse con Viktor.

Tenía clara su respuesta y también tenía la sensación de que Viktor la sospechaba pero
pensaba darle tiempo con la esperanza de que cambiara de opinión. No obstante, Hermione
no quería darle falsas esperanzas. No iba a huir de la guerra y además estaba enamorada
de otro.

—Viktor, no quiero engañarte. Hay algo que debes saber...

—Hay otrro —murmuró él con triste entereza.

Hermione se quedó boquiabierta unos instantes.

—¿Cómo lo sabes?

—Estás diferente, lo noté en cuanto te vi... parreces más... —Viktor agitó las manos,
buscando la palabra adecuada —plena.

Hermione entrelazó las manos y las apretó entre sus rodillas para que dejaran de
temblarle. Por primera vez se sentía incomoda con Viktor. Incomoda no era la palabra, más
bien lo sería culpable. Pero él le sujetó con una mano por la barbilla y la obligó a mirarle.

—No es tu culpa. Veo que tarrdé demasiado —había dulzura en su mirada y tristeza en su
áspera voz. Una combinación que hizo que Hermione se sintiera aún peor por la situación
en la que se hallaban.

—¿Es Potterr o tu amigo pelirrojo? —preguntó él al cabo.

Hermione negó con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra y Viktor la soltó con suavidad.

—Entiendo —musitó él —piénsalo igualmente.

Ella asintió débilmente y se puso en pie. Necesitaba... no sabía lo que necesitaba, pero ya
no estaba a gusto allí. Viktor se puso en pie para acompañarla hasta la puerta en silencio y
no dijo nada cuando Hermione le besó en la mejilla y desapareció por el pasillo.

No podía hablar, porque en su interior sabía que la había perdido.

Cuando Hermione se apareció discretamente en un callejón con contenedores que salía del
final de Grimmauld Place, el cielo estaba completamente oscuro a pesar de que aún
faltaban un par de horas para que anocheciera. Se frotó los brazos para tratar de espantar
al frío, ya que con las prisas con las que había salido de la Mansión Black, se había olvidado
de coger su abrigo. Caminó distraída hacia el número 12. En realidad no tenía ninguna
gana de volver a la casa y ver a Malfoy pero no consideraba muy prudente dar un paseo
por Londres teniendo en cuenta la situación. No podía negar que estaba asustada –como
cualquier persona en su sano juicio –sabiendo que había una mortífaga loca que quería
matarla a ella en especial.

Echó un vistazo a todas partes antes de entrar en la casa y sintió cómo se relajaba al cerrar
la puerta a sus espaldas. Pero volvió a tensarse de inmediato al pensar en Malfoy. No
quería verlo y no quería que él supiera que había regresado a la casa, así que decidió
quedarse un rato en las cocinas, pensando. No creía que él estuviera allí en plena tarde.

Afortunadamente, sus suposiciones se confirmaron cuando encontró la cocina vacía. No


había cacharros sucios por todas partes ni olía a quemado, así que Hermione supuso que
no se había preparado nada para comer y muy a su pesar, se preocupó. Llevaba días sin
probar bocado.

Su preocupación aumentó al ver la puerta de la despensa abierta cuando ella había


cerrado. Se acercó para volver a cerrarla pero vio la trampilla del suelo levantada. Con un
funesto presentimiento se asomó a la bodeguilla y efectivamente comprobó que faltaban
unas cuantas botellas más.

No podía creerlo. Había vuelto a emborracharse.

No podía seguir a ese ritmo. Cuatro días seguidos emborrachándose y sin comer. Pronto
acabaría enfermo.

Irritada, resolvió ir a su cuarto, tirar la puerta abajo si hacía falta y quitarle todo el alcohol.
Además seguro que eso le fastidiaba mucho, y ella quería molestarle un poco. Subió a
zancadas hasta el tercer piso y se dirigió embalada hacia la habitación de Malfoy. Tomó la
manilla con su mano derecha –que ese día ya casi movía con la habilidad de antaño –y la
giró sin demasiadas esperanzas. Lo había hecho con tantas fuerzas convencida de que no
lograría abrir, que cuando la puerta se abrió, casi entró propulsada a la habitación.

Sintió que el alma y el enfado se le caían a los pies y se hacían añicos al comprobar que la
habitación estaba vacía. Por supuesto continuaba hecha un desastre, la cama era un lío de
sábanas y había un montón de cosas tiradas por el suelo, pero ni rastro de él. Hermione vio
una botella de whisky de fuego, de la que sólo quedaban unos milímetros del alcohol en el
culo, apoyada en la mesilla de noche. Había otra volcada sobre la alfombra y vacía.

Sin duda debía de estar borracho por algún lugar de la casa. Hermione recorrió toda la
tercera planta sin resultados, probó en la biblioteca, en el salón y en todas las habitaciones
de la casa sin éxito. Cada vez que abría una puerta y no lo encontraba, Hermione se sentía
más ansiosa y nerviosa. Mientras subía al ático, sentía como si el corazón se le hubiera
subido a la garganta, latiendo pesadamente e impidiéndole respirar. Trataba de decirse,
escalón tras escalón, que era imposible que hubiera salido de la casa porque la puerta se
sellaba mágicamente cada vez que alguien entraba y él no tenía varita. Todas las ventanas
poseían la misma protección mágica y no había más puertas. Tenía que estar en el ático, o
bien en la habitación de Sirius o en el trastero donde estaba Kreacher. No se le ocurría qué
podía hacer Malfoy allí pero considerando lo que había bebido tal vez estuviera cantándole
esa tonadilla subida de tono acerca de una veela y un mago a Kreacher.
Rezó por que así fuera al no encontrarle en la habitación de Sirius. Tomó el pomo de la
puerta del trastero, la última habitación de la casa que le quedaba por mirar, y rogó
silenciosamente que él estuviera allí. Abrió la puerta y por un segundo apenas vio nada,
dada la escasa claridad que se colocaba por el tragaluz. Tardó unos segundos en
acostumbrar sus ojos a la penumbra y echó un vistazo a la polvorienta habitación llena de
trastos. En un primer momento le pareció vacía, pero fijándose con más atención,
descubrió un bulto tembloroso, apretujado en un rincón bajo una sábana roída y llena de
suciedad.

Era demasiado pequeño para ser una persona, así que Hermione ya supo antes de
destaparlo que era Kreacher. Estaba encogido sobre si mismo, en posición fetal, con la
nariz hundida entre las rodillas y temblaba como si hiciera un frío terrible.

Hermione sintió compasión por él y a la vez enfado porque suponía que Draco tenía mucho
que ver en su estado.

—Kreacher —susurró con suavidad, rozándole un hombro. Kreacher se estremeció y se


encogió aún más, farfullando algo que quedó amortiguado por sus rodillas. Posiblemente
algún insulto hacia ella.

—Kreacher —insistió Hermione. Quería ser delicada pero necesitaba que le dijera dónde
demonios estaba Draco y si se había ido, cuánto hacía de eso. A esas alturas ya podrían
haberlo encontrado aurores del ministerio... o peor aún, los mortífagos. Histérica, sacudió a
Kreacher bastante más bruscamente de lo que había pretendido hasta que éste clavó en
ella sus ojos verdes llenos de desprecio.

—La sangre sucia se atreve a tocar a Kreacher... Kreacher se siente sucio, Kreacher quiere
lavarse, siente como le quema la piel su impureza...

Hermione soltó a elfo doméstico y le lanzó una mirada acerada. Estaba demasiado
preocupada para tener paciencia.

—No me interesa lo que Kreacher piense —le espetó fríamente —Quiero que me digas
dónde está Malfoy, ahora.

—Kreacher no sirve a la sangre sucia.

—Kreacher va a hablar o me hará enfadar —replicó ella imitando su manera de hablar con
aspereza —y tal vez cierre el ático y eche el huesudo culo de Kreacher de aquí si no me
responde. Además le recuerdo a Kreacher que Harry le dio la orden de obedecerme
mientras él no estuviera.

Los labios de la criatura mágica temblaron, mostrando momentáneamente sus dientes


pequeños y roñosos.

—Habla —insistió Hermione secamente. Y tal vez fue ese algo autoritario e implacable de su
voz, lo que hizo que Kreacher respondiera.

—Malfoy obligó a Kreacher a abrirle y se fue a la calle. Kreacher sabe que estaba borracho,
gritó a Kreacher y le dijo cosas horribles hasta que el pobre Kreacher le abrió.

—¿Cuánto hace de eso?


—Kreacher no está seguro —dijo el elfo tras un silencio que se hizo insoportable para
Hermione —veinte minutos, puede.

Ella no se molestó en darle las gracias o en decir adiós. Simplemente se puso en pie y salió
corriendo del trastero.

Hermione maldijo sus prisas cuando salió a la calle y comprobó que había empezado a
llover. Las nubes grises que se habían arremolinado sobre la zona cuando ella regresó a
Grimmauld Place, habían comenzado a descargarse sobre las calles ya vacías, oscureciendo
el cielo. De nuevo se había olvidado de coger algo de abrigo, pero le importaba. Le traía sin
cuidado todo lo que no fuera encontrar a Malfoy.

Pensó en Bellatrix, pero no preocupada por sí misma, sino por Draco. Matarla a ella era
algo que Bellatrix había decidido por sí misma, acabar con su sobrino una orden de
Voldemort y sabía lo suficiente de ella para estar segura de que moriría por cumplir lo que
él le mandara.

Además era posible que hubiera más mortífagos tras él. Tonks había dicho que estaban
vigilando Malfoy Hall y aunque Hermione no había llegado a trasmitirle esa información a
Draco, dudaba seriamente de que él hubiera decidido regresar allí. Debía sospechar que no
era un lugar seguro.

Pero, si no había ido a su casa –y Hermione sabía de sobras que no tenía ningún lugar
donde refugiarse —¿a dónde demonios había acudido? ¿Acaso había vuelto al edificio en
ruinas donde le había encontrado aquella primera vez?

Lo dudaba. Estaba convencida de que uno de los motivos por os que había salido tan
temerariamente de la Mansión Black era precisamente no verla, y escondiéndose en ese
lugar, había muchas posibilidades de que ella le buscara allí y lo encontrara.

Para cuando llegó al final de la calle, Hermione ya estaba completamente empapada. La


lluvia se le había calado hasta los huesos, le había empapado el pelo y le resbalaba por
toda la cara. Llovía con tanta fuerza que le costaba ver con claridad el final de la calle, no
obstante, se asomaba a cada bocacalle, a cada callejuela que se encontraba su paso.

Cada vez que miraba una calle y la encontraba vacía o únicamente transitada por algún
muggle que se dirigía corriendo a su casa para resguardarse o que se parapetaba encogido
bajo un paraguas, su miedo y su desesperación aumentaban.

Como el corazón continuara latiéndole a ese ritmo, lo más posible era que algo en él
estallara. Apenas podía respirar y sentía la dolorosa punzada del flato hundiéndose entre
sus costillas, pero no pensaba parar de buscarle. Ponerse a chillar su nombre sería algo
estúpido e inútil y sólo lograría llamar la atención de los muggles o de los magos que
pasaran cerca, pero era difícil no gritar de pura desesperación.

Mientras corría todo lo rápido que sus piernas podían, no podía dejar de imaginar en su
mente distintas escenas de Draco en peligro, muerto o detenido, a cada cual más horrible.
Estaba casi segura de que en cualquier momento lo encontraría tirado en un callejón,
muerto; tal vez rodeado de mortífagos o de aurores que lo detenían para enviarlo a
Azkaban para siempre.
Nunca en su vida había sentido tanto miedo, ni siquiera cuando ella, Harry, Ron, Neville,
Ginny y Luna estuvieron atrapados en el Ministerio con un montón de mortífagos asesinos.

Malfoy no corría peligros únicamente mágicos. Hermione dudaba de que supiera moverse
demasiado bien por el Londres muggle. ¿Y sí le atropellaba un coche? ¿Y si tropezaba en las
vías del tren? ¿Y si arrollaba a una anciana y la policía lo detenía por alteración del orden
público o algo por el estilo?

Por Merlín, iba a volverse completamente loca de desesperación como no le encontrara de


un momento a otro.

Una hora después, la lluvia había amainado un poco hasta ser únicamente una fina capa
casi invisible. La zona estaba tranquila y casi no se veía a gente por las calles por la
proximidad del anochecer. Las jornadas laborares habían acabado y la mayor parte de los
londinenses estaban recogidos en sus casas.

Una muchacha vagaba sin rumbo, completamente aterida de frío y de humedad. Parecía
desolada, y aunque las lágrimas se confundían con la lluvia en su rostro, era evidente que
estaba llorando.

Pero Hermione ni siquiera era consciente de ello. Se había quedado sin respiración, sin
dirección, sin fuerzas, sabiendo que cada minuto que pasaba estaba más lejos de encontrar
a Draco sano y salvo, y sin problemas. Lo había buscado en la zona de edificios
abandonados donde lo había encontrado malherido aquella vez, se había acercado a King's
Cross y podría decirse que se había pateado a medias corriendo a medias caminando toda
la zona que rodeaban Grimmauld Place. Él no estaba en ninguno de los sitios que Hermione
había mirado, ya fuera vivo o muerto.

Ahora vagaba por un barrio que le era desconocido pero en realidad no le importaba
demasiado. Estaba prácticamente segura de que él no había regresado a Grimmauld Place
y se negaba a volver a la casa para encontrarla vacía.

Por lo menos así, errando por las calles, tenía la vaga sensación de estar haciendo algo por
encontrarle. Estaba tan abstraída, tan sedada por la desesperación que no fue muy
consciente de que las casas habían empezado a escasear y de que estaba llegando a un
puente que cruzaba el Regent's Canal.

Siguiendo la acera en la que estaba, Hermione se adentró en el puente, agachando la


cabeza para rehuir la lluvia que comenzaba a caer con más intensidad. Lo hacía por puro
instinto, no porque le importara demasiado que le golpeara en la cara.

Tomó aire, sollozando, y se apartó un mechón de pelo de la cara con un movimiento de


cabeza. Fue sólo una mirada fugaz al fondo del puente, pero le pareció ver una figura
oscura y alargada inclinada sobre una de las barandillas.

Volvió a mirar hacia allí, repentinamente enérgica e inflamada por la esperanza y de nuevo
vio a la oscura figura al fondo. Sabía que había pocas posibilidades de que fuera Draco,
pero no pudo evitar echar a correr hacia esa persona. Posiblemente fuera un extraño que
se llevaría el susto de su vida al ver a una chica corriendo como una auténtica chiflada
hacia él, pero no le importaba. La esperanza, posiblemente pasajera y sin sentido que en
esos momentos le llenaba el pecho era la mejor sensación que había experimentado desde
hacia más de una hora.

A medida que se acercaba, la figura parecía más y más nítida, y a Hermione le resultaba
más familiar. Cuando estuvo lo suficiente cerca para distinguir su pelo platino, oscurecido
por la lluvia, sintió que el corazón se le paraba momentáneamente para después martillear
con fuerza en su pecho.

No estaba loca: era realmente él.

Pero se inclinaba sobre la barandilla del puente como si quisiera lanzarse de cabeza por él.
Hermione sintió tanto miedo que no pudo evitar gritarle.

—¡No! ¡No lo hagas! ¡No te tires!

Draco se frenó y volvió a recuperar la verticalidad, apoyando ambas manos en la barandilla


para mirarla a través de la lluvia.

Hermione ya casi había llegado hasta él y planeaba hacerle un placaje y después


aparecerse con el Grimmauld Place, cuando Draco despegó los labios humedecidos por la
lluvia y habló.

—¿De qué coño hablas? No iba a tirarme, sólo estaba intentando vomitar.

Hermione se frenó en seco justo cuando iba a lanzarse sobre él y tuvo que aferrarse a la
barandilla del puente para no perder el equilibrio. No podía creerlo. Había pasado más
miedo que su puñetera vida pensando que él iba a tirarse puente abajo en sus mismísimas
narices cuando sólo estaba intentando expulsar un poco de la gran cantidad de alcohol que
sin duda se había metido en el cuerpo.

¿Se podía desear estrangular y besar a alguien a la vez con la misma violencia? Hermione
descubrió que sí.

—¡¿Se puede saber qué demonios pasa contigo, grandísimo estúpido?! —le chilló,
desquiciada por los nervios —¿Qué haces aquí? ¡¿Tienes idea de lo que he pasado
buscándote por toda la maldita ciudad?! ¡¿Tienes idea del innecesario peligro que has
corrido y que corres?! ¿Te has dado un golpe en la cabeza o qué? ¿El whisky estaba
caducado o simplemente eres así?

—Nadie te mando venir a buscarme —replicó él secamente —No te necesito para nada,
Granger.

Hermione estaba tan exasperada, tan furiosa, que necesitaba descargarse de algún modo.
No se le ocurrió nada mejor que aporrearle el pecho con los puños mientras le insultaba
rabiosamente entre dientes. Quería hacerle daño, quería lastimarle, herirle. Quería que se
él sintiera, aunque fuera una mínima parte de lo mal que ella había pasado en esa hora. En
la peor hora de su vida.

Quería descargarse en él, castigarle, demostrarle cuanto le odiaba.

—¡Cabrón egoísta! —le gritó entre lágrimas, golpeándole con todas sus fuerzas en el pecho
—¡Gilipollas inconsciente! ¡Eres tan... —se detuvo durante unos segundos, buscando un
insulto lo suficiente grande para él. Pero no encontró ninguno. Todos los que ella conocía se
quedaban cortos para Draco Malfoy, así que optó por volver a pegarle —¡Capullo! ¡No
piensas en nadie! —le golpeó de nuevo, pero con más debilidad —¡Te odio! —chilló, pero su
voz era apenas un susurro ya, atenazada por las lagrimas. Le pegó sin fuerzas un par de
veces más antes de detenerse, con las manos cerradas en puño contra el pecho de Draco,
llorando como una criatura y sintiéndose increíblemente estúpida por ello.

Tampoco la ayudaba demasiado el hecho de que él no se hubiera movido ni hubiera


pronunciado palabra. No había hecho nada por evitar sus golpes ni tampoco por detenerla,
simplemente se había quedado allí parado, como una estatua bajo la lluvia, encajando sus
puñetazos con entereza.

Hermione no se atrevió a mirarle a la cara para ver qué demonios le ocurría, tenía los ojos
tan anegados de lágrimas que dudaba de que pudiera verle. Casi como acto reflejo y en
cierto modo para que él no pudiera verle la cara, apoyó la frente en el pecho de Draco,
aferrándose con las manos cerradas en puño a su camisa negra.

Le odiaba. Casi tanto como le quería.

Se envaró, sorprendida, cuando Draco la rodeó con los brazos y la estrechó contra él. Las
manos de Hermione aún cerradas en puño quedaron atrapadas entre ambos cuerpos y el
rostro acomodado en su pecho

Hermione lloró calladamente en sus brazos durante un par de minutos antes de empezar a
calmarse. De vez en cuando intercalaba sus hipidos y respiraciones entrecortadas con
algún cabrón, gilipollas o desgraciado a media voz, como si se hubiera quedado sin fuerzas.

Al contrario de lo que habría cabido esperar, a Draco no le ofendían sus insultos, ni siquiera
le molestaban un poco. Estaba borracho, pero no era estúpido y sabía que si le había
pegado e insultado así era porque la había vuelto loca de preocupación al largarse
precipitadamente de la mansión.

Posiblemente debería sentirse culpable por haberla hecho buscarle bajo la lluvia durante
más de una hora, pero no lo hacía. De hecho, se sentía tremendamente bien –incluso mejor
que la noche anterior cuando se había dormido con ella entre sus brazos –.

Porque Hermione acababa de demostrarle que le importaba más de lo que él hubiera


llegado a imaginar.

Capítulo 35: El puente y la torre

Cuando logró calmarse lo suficiente para poder respirar con relativa normalidad, Hermione
se apartó de los brazos de Draco y lo miró seriamente a los ojos. Había pasado la peor
tarde de su vida buscándole y el disgusto no iba a desaparecer con un simple abrazo.

—¿Se puede saber por qué hiciste algo tan estúpido como salir de la mansión? —le
preguntó, con la voz algo ronca aún por las lágrimas derramadas y sazonada por el enfado.

Draco se pasó una mano por el pelo empapado y aplastado contra el cráneo para apartar
algunos mechones de su frente. Después dio un paso atrás y se giró hacia la barandilla del
puente. Apoyó las manos sobre ella y miró la densa corriente de agua que corría bajo ellos,
perturbada por la lluvia que golpeaba sus cuerpos y cada rincón de Londres.
—Me apetecía estirar las piernas —dijo con ese tono burlón, despreocupado e hiriente a la
vez que ella tanto odiaba.

Hermione se mordió el interior de las comisuras de su boca para no chillarle algún insulto.
La lluvia caía con fuerza y las gotas resbalaban molestamente por su rostro. Se pasó la
manga empapada de su suéter por los ojos, para despejarlos un poco y acto seguido
asesinó con ellos a Malfoy. Ni siquiera la miraba, parecía contemplar el Regent's Canal con
infinito interés y Hermione sintió el impulso de patearle el trasero. ¿Cómo podía querer a
alguien tan tremendamente idiota?

—Malfoy, eres un auténtico gilipollas —le dijo con sentimiento —estoy helada, empapada y
cansada después de pasarme media tarde buscándote, preguntándome si estarías muerto,
herido o detenido por el Ministerio. Si no quieres explicarme por qué has hecho algo tan
enormemente idiota e insensato, tú mismo. Si quieres quedarte aquí vomitando, saltar por
el puente o correr a las manos de los mortífagos, a mí me da igual, haz lo que quieras.
Estoy harta de ti.

Sin dedicarle una última mirada, se dio media vuelta, dispuesta a marcharse por donde
había venido. Quería probarse que era capaz de irse y dejarle allí. Él era mayorcito, no
quería su preocupación, es más, le importaba un pimiento que ella casi hubiera muerto de
desesperación, asustada por él. A Draco Malfoy no le importaba nadie que no fuera él
mismo, y quizás debería seguir su ejemplo.

Pero sólo había dado unos pasos cuando sintió su voz, a sus espaldas, llevada por el viento
y por las gotas de lluvia hasta ella.

—No quería estar allí por si no volvías.

Hermione se quedó paralizada. Había esperado cualquier respuesta pero esa no. Despacio,
recelosa, se volvió hacia él. Pero Draco continuaba sin mirarla, mantenía la vista perdida en
el caudal del río. Tal vez fuera efecto de la lluvia, tal vez del tono gris del cielo contra el
que se recortaba su figura, pero el hecho era que parecía derrotado.

Como alguien que había dejado de pelear contra sí mismo y que se rendía a lo inevitable.

—¿Cómo no iba a volver? —preguntó Hermione, despacio.

—Si yo fuera Krum no hubiera dejado que lo hicieras —murmuró él, agachando la cabeza.

—Eso es una estupidez —desechó ella, negándose a permitir que sus palabras la
conmovieran —Los mortífagos y el Ministerio están buscándote, y es tremendamente
irresponsable por tu parte salir así a la calle. Y muy egoísta ponerte en peligro después de
todo lo que hemos hecho para que siguieras vivo y a salvo. Pensé que tendrías una buena
razón para hacerlo, pero veo que simplemente estabas tan borracho que...

—¿Y tú eres la mejor alumna de Hogwarts? —la interrumpió él, exasperado. Se incorporó
de la barandilla y la miró desapasionadamente con sus ojos grises enrojecidos —Soy yo el
que está trompa y lo veo muy claro.

—Pues tendrás que explicármelo —repuso ella secamente —–porque no sé de qué


demonios hablas.
Draco expulsó aire entre dientes, exasperado. Ella que siempre sabía todo, no era capaz de
darse cuenta de que si se comportaba como un idiota era precisamente por ella, porque la
quería. No entendía que si se había ido de la mansión era porque estaba desesperado,
porque no soportaba estar allí, viendo los minutos pasar y preguntándose a cada segundo
si volvería o si lo haría únicamente para decirle que ella estaba con Krum y debía olvidarse
de la mejor noche de su maldita vida. No entendía que lo había hecho porque se sentía tan
impotente, tan destrozado, que necesitaba hacer algo para no volverse completamente
loco. Que el alcohol ya no le servía, que no lograba adormilar sus sentimientos por ella.
Que se sentía mierda sin ella.

—Mírame —pidió, extendiendo ambos brazos como para reclamar la atención sobre él en un
gesto irónico, como si se riera de sí mismo y de las desgracias de su vida —Llevo cuatro
días borracho y ni siquiera cuando estoy semiinconsciente puedo sacarte de mi cabeza. No
puedo dejar de mirarte, ni de pensar en ti. En todo lo que hago cada jodido día, desde que
me levanto hasta que me acuesto, de un modo u otro estás tú. Y no creas que me gusta
que cada vez que me miras, me tocas o simplemente te acercas se me acelere el pulso.
Detesto tener esa maldita sensación de vértigo en el estomago cada vez que entras en una
habitación en la que yo estoy. Lo odio —aseguró con amargura —No lo puedo controlar,
cuando estás cerca me comporto como un estúpido, soy como un quinceañero atontado por
tu culpa. A mi no me pasan estás cosas, ¿entiendes? —apoyó ambas manos en la barandilla
y las cerró sobre ella, con furia, para escapar de la expresión de estupefacción del rostro de
Hermione —Se supone que esto no debería ser así —continuó con rabia y la miró
directamente a los ojos —Eres tú la que debería suspirar por mi y no al revés. Yo soy Draco
Malfoy. Podría tener a cualquiera. A cualquiera menos a ti, maldita sea.

Hermione estaba demasiado impactada por todo lo que acababa de oír para reaccionar.
Abrió la boca y volvió a cerrarla al no encontrar nada que decir ,y Draco sintió que su
interior se agriaba cada vez más. Quizás si no estuviera borracho, probablemente de
hecho, no le hubiera dicho nada de lo que sentía, pero le irritaba tanto que ella no se diera
cuenta, que pensara que la gilipollez de largarse de Grimmauld Place no tenía nada que ver
con ella, que decidió decirle la verdad.

—Vete con el gorila de Krum si quieres —le espetó él con rencor —A mí me trae sin
cuidado. ¿Sabes por qué? Porque odio ese tono de marisabidilla que pones siempre que
hago algo que consideras inmoral, odio el modo en que te largas con la nariz apuntando al
techo cada vez que discutimos. Odio como sonríes, sólo para el pobretón y el cabeza
rajada. Odio como encajas cada insulto de Kreacher aunque te haga daño. Odio como
sientes compasión por todos. Odio tu expresión de ensimismamiento cuando lees un libro o
cómo te muerdes el labio inferior cuando estás nerviosa. Odio tu manera de caminar, tu
manera de hablar, tu boca. Te odio, odio todo de ti... y odio quererte —finalizó con
desaliento.

¿Cómo describir lo que Hermione sentía en ese momento? Era como si una flor hubiera
florecido repentinamente entre las ramas opresoras de un zarzal, alimentada por un rayo
de sol inesperado. No podía moverse, sólo podía contemplarle y contemplarle, empapado
por la lluvia. Con expresión de estar vencido, y los ojos fijos en ella, sin esperar nada.

Ella intentó responderle, trató de pensar algo adecuado que decirle. Se preguntó cómo
debería reaccionar, debatió consigo misma. Pero antes de llegar a nada claro, su cuerpo
había tomado la decisión por ella. Y Hermione simplemente se dejó llevar por lo que sentía.

Se acercó a él, le acunó el rostro con una mano y se puso de puntillas para besarle. El olor
a tormenta se mezcló con su aroma. Su furia con su ternura. Su emoción con su enfado.
Una combinación explosiva de castigo y amor.
Draco se tambaleó unos instantes, tal vez por la borrachera, tal vez por sus sentimientos.
Pronto la aferró con fuerza y respondió a su beso, con la misma intensidad. Necesitaba
sentirla, estrecharla para saber que no era una fantasía producto de su borrachera. Pero
sus labios contra los suyos eran reales.

Se besaron por segundos, minutos, horas. Se besaron ausentes del tiempo. Se besaron al
margen de la lluvia, del frío, del puente. Se besaron.

Dos figuras envueltas en una caricia, bajo el arrullo de la lluvia en un puente gris.

—Qué enternecedor... voy a echarme a llorar de un momento a otro.

Hermione tembló al escuchar esa voz suave y a la vez cruel, llegando a sus oídos a través
de la lluvia. Se detuvo, paralizada, en los labios de Draco. Él tampoco se movió durante
unos instantes. Después se apartó y la estrechó aún con más fuerza, con los ojos cargados
de miedo. El brillo de los ojos de Hermione era un reflejo del de los suyos, y Draco supo
que ella estaba tan aterrorizada como él. Se habían olvidado de todo, del peligro, ahogado
por confesiones y besos. Despacio, ambos giraron el rostro buscando el origen de la voz.

Una figura envuelta en una capa oscura paseaba haciendo equilibrios sobre la resbaladiza
barandilla del puente. La punta de sus botas negras se asomaba bajo los pliegues de la
capa que el viento agitaba dibujando curiosas formas. La figura caminaba, arrancando un
sonido con sus tacones que se oía a través de la lluvia, rítmicamente. Pausado, tranquilo,
como si no tuviera prisa por llegar a su destino que porque sabía que éste continuaría
esperándole en el mismo sitio.

Como un cazador disfruta relamiéndose sabiendo que su presa no tiene escapatoria.

Cuando estuvo a unos metros de la pareja, saltó de la barandilla con un movimiento


elegante y apartó uno de los pliegues de su capa con su mano, replegándolo hacia atrás. La
lluvia había humedecido su pelo oscuro y las gotas se deslizaban por su rostro blanco.
Mientras caminaba hacia ellos, asomaba la punta de su lengua para recoger gotas de lluvia
de sus labios y sus comisuras, como si quisiera saborearlas.

Se detuvo a unos pasos y los miró con una sonrisa funesta. Draco sintió como se inflamaba
de odio, y casi sin darse cuenta, se puso delante de Hermione, ocultándola con su cuerpo
de su tía.

—¿Interrumpo algo? —preguntó Bella con tono inocente.

Hermione abrió muchos los ojos, y se aferró a la camisa empapada de Draco, vislumbrado
a Bellatrix por encima de uno de sus hombros. Terror. No podía encontrar otra palabra para
definir lo que sentía. Automáticamente comenzó a barajar sus posibilidades y sacó la varita
del bolsillo trasero de su pantalón. No creía que tuvieran ninguna oportunidad contra
Bellatrix: Draco estaba desarmado y ella aún no dominaba los hechizos con la diestra. Pero
tenían que hacer algo.

—¿Por qué pones esa cara, querido? —se mofó Bella riendo cruelmente —¿No te alegras de
ver a tu adoradatía? —una chispa brilló en los ojos negros de Bella y su expresión cambió,
a una de profundo desprecio —Ya tengo otra razón para odiar a Snape: dejarte escapar. Te
hubiera hecho un gran favor si te hubiera dejado morir a manos del Lord Oscuro. Al menos
así habrías muerto como un patético intento de mortífago, no como un patético intento de
mortífago amante de los sangre sucia. Me alegro de que tu madre esté demasiado... ¿cómo
lo diría? —fingió pensarlo durante unos segundos —¿ausente? —probó y después sonrió
maliciosamente, satisfecha —y no pueda ver lo bajo que has caído. Pero yo me encargaré
de "sacar la basura" de esta familia.

Bellatrix cerró los dedos sobre su varita con un movimiento elegante y la elevó el en aire,
fluidamente, para apuntarles. Hermione ahogó un gemido y trató de salir de la protección
que Draco le ofrecía, pero él echó un brazo hacia atrás, aferrándola por el suéter empapado
para inmovilizarla.

—Se bueno, querido sobrinito, y quítate del medio. Voy a matarla a ella primero, para que
tengas la satisfacción de ver tus misiones cumplidas, aunque no sea por tu mano...
¿verdad? —preguntó con malicia.

Draco la miró a los ojos, lleno de odio. Sabía que Bellatrix cumpliría su palabra. Los
borrachos, los niños y los locos como ella siempre decían la verdad. No tendría ningún
reparo en matarle después de haberse deshecho de Hermione, igual que no los había
tenido a la hora de torturar a su propia hermana hasta arrancarle la razón entre gritos de
dolor.

Recordó el vacío en los ojos de su madre, su imagen mirando por la ventana, buscándole a
él a pesar de tenerlo a su lado y sintió que la rabia anegaba cada gota de su sangre, cada
fibra de sus músculos, cada órgano, hasta que todo él era simplemente un recipiente de
odio, de rencor, de venganza.

Y su odio peleó con su miedo y lo aplastó. Ya no le importaba su seguridad, sólo le


importaba impedir que su tía acabara con la última, con la única persona que le quedaba.
Sólo le preocupaba acabar con el último aliento de vida de esa loca.

—¿Qué es eso? ¿Agallas? —Bellatrix rompió a reír con su particular deje de histeria.

—Te mataré.

Las palabras de Draco sonaron con una increíble calma entre la lluvia. No había ningún tipo
de inflexión en su voz, ninguna emoción. No había odio, no había venganza, no había
pasión. Era simplemente una constatación de un hecho, dicha con la misma emoción con la
que alguien hubiera comentado lo mucho que llovía. Y fue precisamente esa falta de
cualquier sentimiento, más que el mensaje, lo que hacía esa frase aterradora.

Draco sintió a Hermione estremecerse a su espalda, dejando de forcejear, reconociendo sus


palabras. Pero Bellatrix, rompió a reír de nuevo, convulsionándose nerviosamente en cada
carcajada.

—¿Crees que me das miedo, mocoso? —su mano temblaba en torno a la varita, pero no de
miedo, sino de excitación —¿Olvidas que soy yo la que te enseñó todo lo que sabes?
Además, no tienes lo que hay que tener para matar. Los dos lo sabemos.

—Nunca había tenido un motivo propio para matar —repuso él con frialdad.

El odio crepitaba en su interior, alterando su respiración y los latidos de su corazón,


impidiéndole ser racional a pesar de su apariencia indiferente. Su padre siempre le había
dicho que saber ocultar lo que sentía, lo que pensaba, era una gran ventaja sobre el
enemigo porque así éste nunca podía predecir cual sería su próximo movimiento. Él no lo
hacía conscientemente, del mismo modo que tampoco elegía respirar. Simplemente
sucedía. Era un ánimo extraño el que le poseía. Un deseo frío y a la vez abrasador de
venganza que le impedía sentir nada que no fuera el poderoso gusto del odio.

Por eso, le llevó unos largos segundos darse cuenta de que Hermione había rodeado una de
sus manos con la suya. Sintió el movimiento a su espalda y supo lo que iba a suceder,
antes de que tuviera lugar.

—Eso es —Bellatrix se pasó la punta de la lengua por los dientes en un gesto rápido —
Ódiame. Disfrutaré mucho arrancando el odio de tu última mirada —siseó entre dientes y
entonces alzó la varita para atacarle.

Pero antes de que pudiera lanzar el hechizo, Draco y Hermione, enlazados bajo la lluvia,
desaparecieron.

Hermione cerró la puerta de Grimmauld Place después de que ambos entraran en el


vestíbulo de la mansión y se apoyó sobre ella, temblando de arriba abajo. Miró a Draco,
pálido y afectado también, pero furioso. Parecía mirar a su alrededor buscando algo que
romper, y ciertamente así era.

No tenía varita y Hermione estaba de por medio. Draco sabía que hubiera sido una locura
tratar de enfrentarse a Bellatrix en esas condiciones. ¿Qué podría haberle hecho?
¿Salpicarla de barro?

Pero su odio no era racional, no era lógico. Y estaba desatado. Quería matarla más que
nunca. Pero no con magia, con las manos. Quería disfrutar de arrancarle el último aliento
de vida personalmente.

Quería... nunca llegó a saberlo porque Hermione se acercó, le abrazó y él dejó de pensar.
Seguía furioso, pero su cuerpo, se iba relajando ante su proximidad, ante su contacto, su
calor, su olor.

—Como vuelvas a salir así de Grimmauld Place seré yo quien te mate —le aseguró ella, con
la voz amortiguada contra su pecho. Draco la sintió temblar en sus brazos y supo que
estaba aterrorizada por lo que acababa de suceder. Por ella, pero más aún por él.

Y fue eso, posiblemente solamente eso, la única cosa que podría haberle calmado en esos
momentos. La rodeó con sus brazos y apoyó mejilla contra el pelo chorreante de Hermione.

Bellatrix quería matarla por su culpa y Draco sabía que ahora que les había descubierto
juntos, le había dado aún más motivos para asesinarla. Confraternizando con una sangre
sucia. Se le ocurrían palabras mejores –o peores según quien –para nombrar a lo que ellos
hacían, sólo sabía que cualquiera de ellas le metería en problemas. Con todo el mundo.

Con su familia, con los mortífagos, con Potter y Weasley.

En otras circunstancias, en otros tiempos, eso le hubiera preocupado más. Pero los
mortífagos ya querían matarle, sus padres "estaban fuera de combate" y la comunidad
mágica en general le tenía por un delincuente perseguido por el Ministerio. Ya no tenía
absolutamente nada que perder.
Sí, estaban locos, pero el mundo mágico era una locura. Y que se fueran todos al cuerno
porque él, mal que le pesara, la quería. Y era un cursi, pero no podía remediarlo.

Fue Hermione la que se apartó de él y Draco casi tuvo que reprimir un gruñido de protesta.

—Estamos empapados —susurró ella y tomó su varita. Draco se dio cuenta de que las
manos le temblaban y sintió el deseo de apretarlas entre las suyas, pero Hermione agitó la
varita y al instante ambos estuvieron secos y tibios. Incluso el cabello de los dos estaba
libre de humedad.

Después tomó a Draco por la muñeca y tiró de él rumbo a las cocinas.

—¿A dónde vamos? —preguntó él.

—Voy a prepararte algo de comer. Llevas días sin probar bocado —dijo ella, tratando de
dominar el nerviosismo de su voz. Draco se dejó llevar, comenzando a sentirse divertido
por el tono de censura con que ella había hablado. Obedeció cuando le indicó que se
sentara y se quedó parado, viéndola entenderse con la cocina.

—Te prepararé algo e iré a ducharme —dijo ella desde la despensa —y luego podrías hablar
con Kreacher. Le encontré temblando en el ático. No sé que le dijiste pero...

—No le dije nada que no se mereciera —repuso él, con aspereza.

—Lo dudo —replicó ella, de espaldas a él, preparando algo comestible —cuando estás
borracho eres muy cruel.

—No me quites méritos, también lo soy sobrio.

Hermione contuvo una sonrisa y se alegró de estar de espaldas porque así él no podía
verla.

—No tienes remedio —dijo tratando de sonar seria —Pero creo que los dos deberíamos
hablar con él. Yo también le dije algunas cosas... groseras.

Draco alzó una ceja y sus ojos brillaron con un brillo burlón.

—¿Groseras? ¿Tú?

—Bueno... —Hermione sacó cubiertos de un armario —estaba algo alterada, así que le dije
que si no respondía a mis preguntas sacaría suculohuesudo del ático —respondió a media
voz y muy rápido.

—Vaya, estoy impresionado —se burló él, pero no con crueldad.

Ambos permanecieron en silencio durante un minuto, Hermione ocupada en la cocina,


Draco ocupado observándola. Ahora que la furia y el miedo iban derritiéndose, volvían a
aparecer los celos. No sabía nada de lo que Hermione y Krum habían hablado –o hecho –y
dudaba mucho que ella sacara el tema. Quería preguntarle sobre ello con delicadeza, pero
después de devanarse los sesos por unos segundos, decidió enviar las buenas maneras al
infierno.
—Hablando de culos, ¿qué pasó con el culo pelado del gorila de Krum? —preguntó,
ensañándose con cada palabra.

Hermione se volvió para lanzarle una mirada acerada.

—No hables así de él —le dijo con tono severo.

—Y tú no cambies de tema.

—No hubo sexo de reencuentro si es lo que quieres saber. Y no llevaba taparrabos —añadió
Hermione con rencor, rememorando las palabras que él le había dicho esa mañana —Y si
vas a volver a tratarme como si fuera a una cualquiera, te aconsejo que te lo ahorres. Hoy
ya he tenido suficiente.

Después se volvió de nuevo hacia la encimera y siguió trabajando en un silencio ofendido.


Draco se dio cuenta de que las cosas no iban a ser tan sencillas como había pensado.
Hermione no era como las otras chicas con las que se había relacionado. Si alguna de ellas
se atrevía a montarle un numerito o se enfadaba, él no tenía nada más que besarlas.
Ninguna tenía ganas de gritarle después de eso.

Pero Hermione sí. Tal vez por eso le atraía, por mucho que le reventara.

Tragándose su orgullo, se levantó de la silla. Tenía que aprovechar que aún estaba un poco
borracho.

—Y no, no voy a irme a vivir a su choza o a su árbol —continuó ella, sin mirarle, al sentir
que él se acercaba —ni nada por el estilo si es lo que te interesa.

Draco se detuvo a sus espaldas y la sujetó por la cintura. Hermione se tensó, pero siguió a
lo suyo, ignorándole.

—¿Qué pasó? —preguntó él en un susurro cerca de su oído.

—No tengo ganas de hablar de eso —repuso ella, con ese todo digno que tanto irritaba a
Draco.

—Oye... —comenzó él incómodo —olvida lo de esta mañana.

—Oh, sí, por supuesto.

Draco hizo una mueca al escuchar su tono irónico. Ella no iba a ponérselo tan fácil.

—Estaba... bueno, ya lo sabes. Lo siento —gruñó como si las palabras se le atragantaran.

—Está bien —susurró ella relajándose entre sus manos.

—Entonces, ¿qué pasó? —insistió él, hoscamente.

—Bueno... Viktor estaba preocupado por mí y por todo lo que está pasando en Londres. Me
pidió que fuera a Bulgaria con él porque las cosas allí están más tranquilas y su país es más
seguro que Inglaterra en estos tiempos.
Draco crispó los dedos en torno a la cintura de Hermione pero se cuidó de hacer ningún
comentario. Prefirió concentrar sus esfuerzos en imaginar docenas de maneras de asesinar
a Krum.

—Y yo... le dije que no podía ir porque estoy ayudando a Harry y Ron en algo importante, y
bueno... —Hermione apoyó las manos en la encimera, inquieta. No quería hablar
demasiado. Draco le había dicho, o algo así, que la quería, pero Hermione no quería que
supiera que ella sentía lo mismo. No podían estar juntos —Le dije que además había
alguien y... él me pidió que lo pensara igualmente. Después me fui y... eso es todo.

A Draco le hubiera gustado que le hubiera dicho a ese gorila analfabeto que ese "alguien"
era él, pero sabía que eso no habría sido prudente. Aunque para ser sincero, eso le
importaba un bledo.

Despacio, sujetó a Hermione por los antebrazos para impedir que siguiera cocinando y la
sintió tensarse en sus manos. Sabía que le ponía nerviosa que él estuviera tan cerca y que
la tocara, y eso le encantaba. Despacio, la obligó a volverse hacia él, hasta que quedaron
frente a frente, ella arrinconada entre la encimera y él. Hermione casi temblaba y miraba
fijamente el codo izquierdo de Draco, para rehuir sus ojos. Tenía miedo de lo que fuera a
pasar, tenía miedo de hablar de lo sucedido la noche anterior. Tenía miedo de sus
sentimientos, de lo que él le hacía sentir.

Se estremeció como si le hubieran arrojado un caldero de agua por encima cuando sintió la
punta de la nariz de Draco acariciar su sien, lánguidamente. Trató de apretarse contra la
encimera para apartarse de él cuando lo siguiente que contactó con la piel de su pómulo
fueron los labios de él, en un breve y sensibilizador roce.

Hermione sabía que iba a besarla, y que en cuanto lo hiciera, olvidaría todas las razones
por las que eso les estaba prohibido, así que apoyó las manos en el pecho de Draco para
apartarle mientras apretaba los párpados, como rogando silenciosamente por tener
suficientes fuerzas para hacerlo.

—Draco... no —murmuró con un hilo de voz.

—¿No qué? —susurró él y su aliento cayó sobre el oído de Hermione cuando ella giró el
rostro para quedar fuera del alcance de sus labios.

—No a esto —dijo tratando de centrarse, lo cual era infinitamente difícil teniéndole tan
cerca, con las manos sobre ella —Está mal.

—¿Quién lo dice?

—Cualquier persona razonable —aseguró ella.

—¿Y qué dices tú?

Hermione lo miró a los ojos, sorprendida. Esa simple preguntaba entrañaba más de lo que
en un principio podía parecer, y los dos lo sabían. Del mismo modo que cuando Draco la
besó en la boca, los dos supieron que ella estaba perdida.
Harry se apoyó contra la pared de un edificio de adobe semi derruido, respirando
agitadamente. Ron simplemente se dejó caer sobre el suelo, sosteniendo débilmente una
venda contra su antebrazo lleno de arañazos. Tenía la ropa llena de desgarrones, barro y
suciedad, y toda la piel expuesta estaba cubierta por finos arañazos, rodeados de sangre
seca o húmeda aún.

Harry no tenía mucho mejor aspecto, además su mano izquierda sangraba constantemente,
por mucho que la cerrara en puño en torno a un pedazo de tela que trataba de cortar la
hemorragia.

—¿Estás bien? —preguntó Ron mirando a su amigo. Harry asintió con gesto serio y ambos
miraron a su alrededor. Se encontraban en el centro del poblado mágico abandonado.

Era cierto que allí no vivía nadie, pero eso no significaba que la aldea
estuviera abandonada. Quienes habían vivido allí, o quizás alguien que lo había hecho con
posterioridad, había dejado su huella. Un regalo para disuadir a futuros visitantes.

Además del difícil acceso al lugar, trepando más por un "camino" en la roca que por una
verdadera senda, la aldea estaba protegida de visitas indeseadas. Para empezar, la
rodeaba un espeso zarzal que no sólo estaba cubierto de afiladas espinas, formando una
imbricada red inexpugnable, sino que además poseía vida. Se mostró resistente a todos los
hechizos que Harry y Ron le lanzaron, así que resolvieron tratar de atravesarlo a la fuerza.

A juzgar por el aspecto de ambos, no había sido una buena idea. En cuanto se habían
adentrado en la maleza, abriéndose paso usando la varita como un hacha, las ramas del
zarzal habían tomado vida como la Tentáculos Venenosa y había tratado de atraparles
entre sus agujas. Una de las ramas se había enredado en torno a la mano izquierda de
Harry y posiblemente hubiera acabado desgarrándosela si Ron no hubiera cortado la rama
en dos con su varita. Después de eso, habían echado a correr, pisoteando y cortando la
maleza a partes iguales. Se habían arañado, caído y herido, pero habían logrado atravesar
la entrada a la aldea, vallada por un muro de adobe y piedra en deterioro. En cuanto
habían salido del alcance del zarzal, éste se había recompuesto automáticamente borrando
en el acto todo rastro de la "senda" que ellos habían creado.

La aldea tenía una planta circular y los distintos restos de edificaciones se orientaban como
en un coliseo, formando tres círculos concéntricos hasta el último, ocupado por una torre,
también circular, en ruinas. Harry y Ron habían tenido oportunidad de comprobarlo desde
el aire, cuando sobrevolaron el lugar en escoba, pero al nivel del suelo la cosa era
diferente. No había ningún camino recto en la aldea, cuyas casas y edificaciones parecían
haberse distribuido a propio intento para confundir a todo aquel que osara a pasear por sus
calles. Después de discutirlo mucho, Harry y Ron habían decidido que el horrocrux –si
estaba allí –debía de estar en la torre central. Voldemort no habría ocultado una parte de
su alma en cualquier casucha vulgar.

El problema era que las calles laberínticas no eran el único impedimento para llegar al
lugar. Los dos amigos se habían visto atrapados en una especie de campos de fuerza que
se originaban entre las vigas de las distintas casas, encerrándoles en un cuadrado, cuando
ellos se metían por determinadas calles. Entonces se creaba una especie de jaula de
energía, que les rodeaba, impidiéndoles salir. Harry había probado a lanzar una piedra
contra una de las paredes del campo mágico y había contemplado con estupefacción como
ésta se desintegraba hasta ser sólo polvillo. Después de probar todos los hechizos que
recordaban y de que Ron se quedara un rato inconsciente al tratar de desaparecerse fuera,
a Harry se le había ocurrido transformar los edificios colindantes al campo de energía en
piedras.
Como resultado, la jaula mágica había desaparecido del mismo modo que apareció. Desde
entonces habían repetido la operación con buenos resultados hasta llegar al último círculo
de la ciudad. Allí se elevaba una torre de base circular, con la cúpula destruida y las
paredes de piedra en distintos grados de deterioro, rodeada de nueve lápidas, situadas
todas a una la misma distancia del resto y de la torre.

—Esas tumbas me dan mala espina —murmuró Ron, observándolas totalmente pálido.

—Espero que no sea Inferus —dijo Harry, con el mismo aspecto de estar a punto de
vomitar que su amigo.

—Dumbledore dijo que había que combatirlos con fuego, ¿no? —preguntó Ron tratando de
sonar despreocupado mientras ambos se acercaban a la entrada de la torre. Las puertas, se
reducían de dos goznes metálicos y restos de madera roída, que se mantenían
precariamente sujetos a los pasadores. El ángulo en el que estaba situada la torre respecto
al sol, impedía que pudieran ver lo que había dentro del edificio por mucho que Harry y Ron
forzaran la vista mientras se aproximaban.

A simple vista, el interior de la torre parecía vacío y oscuro. Harry y Ron se adentraron con
cautela en la torre que iluminaron con un par de lumos. A la luz de sus varitas el lugar
parecía realmente tétrico y vacío. El suelo de piedra estaba desgastado y tenía boquetes
que mostraban la tierra. Había agujeros aquí y allá por los que la escasa luz del sol se
colaba y el techo estaba por completo derruido. Restos de lo que había sido se amontaban
aquí allá, roídos y vapuleados por el tiempo. Sólo había un sillón de piedra bastante
primitivo, semi derruido. Y sobre él, reposaba el horrocrux.

Un reloj de sol de oro macizo, con incrustaciones de zafiros brillantes. En el gnomon se


leían las iniciales "R.R.". Rowena Ravenclaw.

El último de los horrocruxes de los fundadores de Hogwarts.

El penúltimo de los horrocruxes.

Harry y Ron intercambiaron una mirada de excitación y júbilo contenido y se acercaron con
cautela al trono, pero se habían adentrado apenas un metro en la torre cuando escucharon
un sonido rasgando el tenso silencio. Como tierra removiéndose.

Ambos se observaron y después se volvieron hacia la entrada por la que parecía colarse el
sonido. Rápidamente, se asomaron a la salida y miraron fuera. De las tumbas, cavadas en
la tierra con sus correspondientes lápidas, brotaban manos esqueléticas, puro hueso
pegado a los últimos fragmentos de carne putrefacta. De todos los sepulcros que estaban a
su vista, salían cada vez más y más los cuerpos esqueléticos de aquellos que allí habían
sido sepultados. Los brazos, el cráneo, la pelvis y por último, las piernas, hasta ponerse en
pie y mirarles con sus cuencas vacías, pura oscuridad.

Sus esqueletos estaban apenas cubiertos por harapos y no llevaban arma alguna, pero
había algo en la manera en que extendían sus manos huesudas y muertas hacia ellos,
hediendo a muerte, que los hacía parecer mucho más terroríficos. Era como si en el fondo
de la oscuridad de sus ojos vacíos, se escondiera la firme misión de llevar a los chicos con
ellos al lugar de donde habían salido. Bajo tierra, a la muerte, al infierno quizás.

Harry y Ron retrocedieron instintivamente adentrándose de nuevo en la torre. Escucharon


un ruido a sus espaldas y vieron a otro esqueleto colándose por una de las enormes grietas
de la pared. En cuestión de segundos, nueve esqueletos se hallaban en el interior de la
torre, con ellos. Tendiendo hacia Harry y Ron sus manos. Hacia los vivos. Posiblemente
para robarles su vida.

—¿Y ahora qué? –murmuró Ron con un hilo de voz.

—¿Ya han llegado? —preguntó la voz fría, mortífera, cruel.

—Dentro de dos días, tres a lo sumo, estarán allí —respondió el mortífago, inclinándose en
pleitesía a los pies descalzos de su señor. Nadie podía hablarle mirándole al rostro, nadie
tenía ese derecho.

Nadie se atrevía.

El Lord asintió y mostró fugazmente sus dientes puntiagudos y sedientos, en un gesto que
podría haber sido interpretado como una sonrisa. Podría.

Hubo un movimiento en la puerta, y un hombre nervudo y corpulento, se adentró en la


habitación, permaneciendo al cobijo de las sombras. Sus ojos negros,
brillantes, animales refulgían en la penumbra. Su aliento, espeso, eternamente acelerado,
era audible en el silencio.

Él no se arrodilló. Era demasiado salvaje para hacerlo.

—¿Y tú? —siseó el Lord, y su voz sonó mortífera y sibilante —¿Qué novedades hay?

—Llegarán pronto —rugió la voz, ronca, densa.

—Más vale que no haya más... entretenimientos que puedan retrasarnos en el camino —
amenazó Él con una suavidad aterradora —Debemos aprovechar la luna llena.

El hombre en las sombras se removió, con cierto nerviosismo animal, pero no dijo nada.

—¿Algún problema? —lo instó el Lord con un tono cargado de velada amenaza. Se puso en
pie y el mortífago arrodillado se echó a temblar cuando su señor pasó a su lado, rozándole
con los bordes negros como de su capa para acercarse a las sombras en las que se
refugiaba el otro.

—Tenemos sed —repuso la voz gutural, que sonó más como un gruñido que como algo
humano. No obstante, el miedo se olía, se percibía, se notaba vibrar en cada partícula de
aire.

—Así es como os quiero, sedientos —dijo el Lord con algo parecido a excitación en la voz —


Será un baño de sangre y entonces podréis daros vuestro festín. Pero... —la entonación de
su voz cambió a algo más lento, más grave, más amenazante —hasta entonces, no os
saldréis de lo establecido. No nos conviene llamar la atención, ¿entendido? No aún —
finalizó espaciando cada palabra para exhalar su aliento sobre el rostro del corpulento
hombre, que se estremeció ligeramente y reculó.

—Sí, Lord.
—Bien.

Entonces, el Lord regresó a su sillón y sus dos siervos abandonaron la estancia. Nagini se
deslizó por uno de los flancos del sillón, restregándose contra él perezosamente y alzó su
cabeza escamada hacia el reposabrazos. Voldemort acarició la suave piel del animal con
aire ausente durante unos segundos, después miró a la serpiente y sonrió horriblemente.

—Unos días, Nagini, unos días y será mío.

Capítulo 36: La Orden del Fénix

La puerta de Grimmauld Place número 12 se cerró y dos figuras se adentraron en el


vestíbulo. Una de ellas apoyó su peso en la puerta, la segunda cayó sobre sus rodillas
acompañada de un sonido metálico que la polvorienta alfombra que cubría el suelo
amortiguó.

-Harry –murmuró Ron, haciendo un esfuerzo por no dejarse resbalar por la puerta hasta el
suelo -¿Estás...

-No lo sé –respondió el otro. Afirmado sobre sus rodillas y sus manos temblorosas, Harry
concentró todas sus energías en ponerse en pie pero estaba tan débil, tan cansado que
tenía la sensación de que si se movía se desmayaría. Miró su mano izquierda que formaba
una pequeña mancha de sangre que la alfombra absorbía y sintió que todo comenzaba a
dar vueltas a su alrededor.

Por detrás de él, Ron se rindió y su espalda resbaló por la puerta hasta acabar sentado a
sus pies, con las rodillas flexionadas, increíblemente pálido. Se llevó débilmente una mano
al cuello cubierto de sangre, notando su humedad casi pegajosa en la yema de los dedos.
Pero esa no era su mayor preocupación, sentía un profundo y punzante dolor bajo el
pulmón izquierdo, a consecuencia, sospechaba, de un par de costillas rotas.

-Hermione –llamó sin fuerzas.

En ese momento, los brazos temblorosos de Harry dejaron de sostenerle y cayó de bruces
sobre la alfombra. Usando sus últimas fuerzas, atrajo el reloj de sol hacia su cuerpo, antes
de sumirse en la inconsciencia.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Hermione creía haber oído algo en el vestíbulo pero no estaba segura de si sería una nueva
mala pasada de su imaginación. Habían pasado dos días desde que había hablado –o
discutido –con Harry y Ron por la Red Flu y desde entonces no había vuelto a tener noticias
de ellos. No había sido capaz de dormir esa noche –aunque Draco tenía parte de culpa en
eso –atenazada por la preocupación.

Se suponía que ya conocían la localización aproximada del Horrocrux ¿cuánto tiempo les
llevaría conseguirlo? Y si aún estaban en casa de Timoleo ¿por qué no habían intentado
comunicarse con ella? Cada vez que lo pensaba se sentía más culpable por no estar allí con
ellos intentado ayudarles y porque la última conversación que habían tenido había acabado
con ella dándoles figuradamente con la puerta en las narices. No soportaba no saber dónde
estaban y pensar que lo último que les había dicho era que se fueran al infierno –con otras
palabras –la llenaba de culpabilidad.
Posiblemente el ruido en el vestíbulo lo había hecho Kreacher que se había decidido a salir
del ático a por algo de comida. Aunque Hermione le había dejado una bandeja a la puerta
durante esos dos días, siempre que regresaba a comprobarlo, la comida que le había
preparado continuaba intacta. No obstante, pasados unos segundos, y al no oír suaves
pasos acercándose a la puerta de la cocina, Hermione decidió abandonar la despensa e ir a
echar un vistazo.

Recogió su varita de la mesa de la cocina y no exenta de cierta tensión, subió los escalones
de piedra y giró el pomo de la puerta de la cocina. No había muchas posibilidades, si Draco
seguía durmiendo y Kreacher no había bajado del ático sólo podían ser Harry y Ron o un
intruso –indeseado-.

Con el corazón latiéndole a toda velocidad empujó la puerta y se preparó para atacar. Se
quedó paralizada, con la varita en alto, al ver a Harry tirado sobre la alfombra y a Ron,
apoyado contra la puerta y lleno de sangre.

-¡Harry¡Ron! –exclamó corriendo hacia ellos.

Harry no se movió pero Ron esbozó algo parecido a una sonrisa al verla. Hermione miró a
Harry con horror y miedo, y después guió sus ojos hasta Ron en una pregunta silenciosa,
como si no se atreviera a comprobar por si misma sus sospechas.

-¿Está... –murmuró con un hilo de voz.

-No, se ha desmayado –logró decir Ron, mientras Hermione se arrodillaba


automáticamente junto a Harry y le acariciaba el pelo con afecto. Trató de despertarle
agitándole con suavidad un hombro, pero algo dorado bajo su mano derecha le llamó la
atención. Era un reloj de sol revestido de oro macizo y salpicados de zafiros.

-El horrocrux –murmuró, y Ron asintió con cansancio. Estaba tan pálido que Hermione se
preguntó si no iba a desfallecer o a vomitar de un momento a otro. Se acercó a él, aterrada
por la gran cantidad de sangre que parecía manar de su cuello y que había tintado la
pechera de su jersey -¿Y tú? –inquirió con ansiedad -¿cómo estás?

-Creo que tengo un par de costillas rotas –dijo el pelirrojo y cerró los ojos unos instantes,
como si apenas le quedaran fuerzas para volver a abrirlos. Cuando lo hizo, frunció el ceño –
Un momento¿esa camisa que llevas no es de Malfoy?

Pero antes de que Hermione pudiera responderle, Ron se desmayó.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Hermione caminó sigilosamente hasta la puerta de la habitación y se volvió bajo el marco


para mirar a Harry y Ron. Ambos dormían apaciblemente después de que ella les hubiera
dado un par de sus pociones para dormir sin sueños. Afortunadamente, aparte de un par de
huesos rotos y varias magulladuras y heridas poco profundas, ninguno de los dos tenía
nada grave. Hermione les había curado como buenamente había podido, agradeciendo que
la cosa hubiera sido más seria. Si alguno de los hubiera estado gravemente herido,
Hermione no hubiera sabido que hacer. San Mungo ya no le parecía un lugar seguro
después de haber visto a Bellatrix allí.

Agarró la manilla de la puerta y echó un último vistazo a sus amigos, llena de ternura. No
podía describir la sensación de alivio y alegría que había experimentado al verlos en el
vestíbulo. Estaban de nuevo en casa y habían logrado traer un horrocrux. Hasta ese
momento, Hermione no se había dado cuenta de que había pasado los días tensa y apenas
atreviéndose a respirar. Pero ahora estaba más esperanzada. Destruirían el horrocrux y ya
sólo les quedaría Nagini antes de ir por Voldemort.

En silencio, salió de la habitación y cerró la puerta con cuidado, sobresaltándose al


encontrar a Draco al fondo del pasillo. Había algo extraño en su mirada gris cuando se
acercó a Hermione, inundando su olfato con la mezcla del olor a jabón y el aroma de su
perfume. Hermione sintió que las piernas le temblaban un poco ante su proximidad y se
reprendió mentalmente por su debilidad.

Sintió el deseo de refugiarse en sus brazos y cerrar los ojos pero no se atrevió, todavía no.
Había tratado de ponerle mil nombres a lo que habían tenido desde que él le confesó sus
sentimientos en el puente, apenas dos días atrás. Después de que él la besara en la cocina,
Hermione le había dado docenas de razones sensatas y lógicas por las que no podían estar
juntos cada vez que él se apartaba de su boca. Pero entonces Draco volvía a besarla y
todos esos motivos se le antojaban ridículos y quedaban olvidados en algún rincón de su
mente para volver a flote en cuanto él le quitaba las manos de encima.

Se hallaban en un territorio nuevo y desconocido para los dos, frágil. Ambos temían dar un
paso en falso. Hermione aún se sentía culpable por quererle y tenía muchas dudas, quizás
si él la hubiera presionado demasiado, hubiera acabado alejándola. Pero no lo hizo.

Oh, sí, la besó hasta hacerla perder el sentido pero no le exigió nada.

-Quédate –le había susurrado lánguidamente a las puertas de su habitación. Había sido
más una súplica que una invitación. Hermione había titubeado y se había puesto rígida
entre sus manos, intuyendo todo lo que implicaba esa simple palabra. Y no estaba segura
de querer aceptar lo que eso conllevaba.

Pero él la había besado y antes de darse cuenta, la puerta se había cerrado tras ella,
sellando sonoramente su destino. Hermione se había tensado cuando ambos cayeron sobre
la cama y apenas había respondido a sus besos, nerviosa. Pero al contrario de lo que había
esperado, él no parecía tener intención de ir más allá. Simplemente la había abrazado,
estrechándola contra él como si fuera un cojín y había cerrado los ojos. Hermione había
tardado cerca de una hora en dormirse, esperando que en cualquier momento comenzara a
besarla o acariciarla, pero el sueño la había derrotado finalmente. Cuando volvió a
despertar, aún no había amanecido y estaba en una esquina de la cama, manteniéndose
precariamente sobre el borde. Todo estaba oscuro y por un segundo creyó estar en su
cama, y en su habitación, pero entonces escuchó un murmullo y el sonido de sábanas
removiéndose y recordó que estaba con Draco. Trató de vislumbrarle en la casi completa
oscuridad, pero sólo alcanzó a distinguir el contorno de su figura, retorciéndose y
murmurando cosas. Hermione creyó escuchar su nombre y el de Bellatrix, escapando de su
boca en forma de sonidos estrangulados y tuvo una ligera idea de qué era lo que estaba
soñando. Enternecida, se acercó al cálido bulto que era su cuerpo y le acarició el rostro con
una mano. El resultado fue casi inmediato. Él paró de removerse y se quedó quieto, muy
quieto, como la calma superficie de un lago después de haber absorbido las últimas ondas
de una gota.

Hermione casi soltó un gemido de sorpresa cuando sintió las manos de Draco atrayéndola
hacia él y aferrándola contra su cuerpo como si necesitara sentirla. La sujetaba con tanta
fuerza, apretándola contra él que Hermione apenas podía respirar. Pensó en despertarle,
pero decidió no hacerlo y se removió entre sus firmes brazos, buscando una posición más
cómoda. Su oído quedaba directamente sobre el pectoral izquierdo de Draco, que recubría
su corazón. Y con su rítmico latido, Hermione volvió a quedarse dormida.

Cuando había vuelto a despertarse ya estaba entrada la mañana, Draco seguía durmiendo.
Con dificultad, había salido de la cama, logrando no despertarle ni estamparse contra la
alfombra, pues como parecía su costumbre, él había vuelto a arrinconarla en el borde.
Después se había duchado y preparado algo para que ambos comieran. Cuando Draco bajó
a la cocina la besó, haciéndola olvidarse de todos sus nervios y dudas y después ambos
comieron juntos y mantuvieron algo parecido a una conversación civilizada. Para el postre
ya estaban discutiendo.

Hermione quería que Draco fuera a hablar con Kreacher y se disculpara por todas las cosas
que le había dicho el día anterior, bajo los efectos del alcohol, a fin de conseguir que el elfo
le dejara salir. Draco se negó en redondo, se chillaron un rato y finalmente Hermione
abandonó la cocina y subió a ver a Kreacher sola, llevándole algo de comer.

El elfo no le había dirigido la palabra a Hermione, oculto en su maloliente madriguera


formada por trastos y harapos, y se había negado a probar la sopa humeante que ella le
había llevado. Para cuando Draco irrumpió el trastero, bastante malhumorado, la chica
tenía el conocido brillo en los ojos que precedía a las lagrimas, y él se sintió desarmado por
completo.

-¿Qué te pasa? –le había preguntado demasiado bruscamente.

-¿Qué más te da? –había respondido ella disgustada, frotándose los ojos –Estoy
preocupada porque Kreacher no quiere comer y está famélico, pero ya sé que a ti te trae
sin cuidado lo que le pase a alguien que no seas tú.

Draco se había sentido herido por ese comentario, sobre todo después de lo que había
sucedido el día anterior en el puente pero no fue capaz de abandonar la estancia
dignamente, enfadado, como le hubiera gustado. Simplemente verla triste era algo superior
a sus fuerzas.

Podía soportar que estuviera enfadada con él, incluso que le gritara, pero no ver el asomo
de tristeza en sus ojos marrones. Contra su voluntad, irritado, sintiéndose vapuleado,
Draco se había acercado a Kreacher.

-Siento lo que te dije ayer, Kreacher –masculló entre dientes. Después miró a la
sorprendida Hermione con rencor y añadió -¿Contenta?

Hermione se había quedado boquiabierta durante unos segundos mientras una


resplandeciente calidez se instalaba en sus ojos, expulsando la tristeza. Aunque molesto,
Draco se había sentido mejor al verlo.

-Gracias –había murmurado ella con una suave sonrisa agradecida. Después, se había
girado hacia Kreacher y había empujado hacia él la bandeja con la sopa y un poco de pan –
Ya le has oído, se ha disculpado, Kreacher. Eres un elfo bueno ¿por qué no comes un poco?

Kreacher la había mirado fugazmente con sus ojos verdosos por encima de sus huesudos
bracitos y después le había echado una mirada recelosa a la bandeja. Draco se había dado
cuenta de que el elfo estaba muerto de hambre, pero se resistía a aceptar la comida que
Hermione le ofrecía.
Le recordaba a alguien y sabía muy bien a quien.

-¿Y tú te consideras un buen elfo doméstico? –le había espetado Draco -¿Crees que una
familia tan refinada como los Black tendría un elfo desnutrido y enclenque como tú?

-Draco...

-¿Crees que encerrándote aquí y negándote a comer estás cuidando el hogar y la memoria
de aquellos que fueron tus amos ¿Qué clase de elfo doméstico eres?

Kreacher había temblado un poco al escuchar a Draco pero finalmente había asomado su
nariz aplastada por encima de sus brazos, como si olisqueara el aroma que despedía la
sopa de Hermione. Se acercó la bandeja y alargó una mano hacia la cuchara que pacía en
medio del plato, pero se detuvo en seco y echó una mirada desconfiada a ambos jóvenes.
Draco había comprendido que podía haber capitulado respecto a la comida, pero no iba a
hacerlo bajo sus narices.

Le había hecho una seña a Hermione y los dos habían salido del trastero. Antes de cerrar la
puerta, Hermione pudo ver a Kreacher tomando con una mano temblorosa la cuchara y se
sintió mucho mejor. Miró a Draco enternecida, pero él parecía algo molesto aún.

-Draco.

-Qué –había murmurado él entre dientes, evidenciando su enfado.

-Siento haberte gritado antes –Hermione se había plantado frente a él para mirarle a los
ojos y en consecuencia, Draco había intentado sin éxito aferrarse a su enfado. Odiaba que
con una mirada, un gesto o una simple palabra le debilitara. Odiaba no poder estar molesto
con ella por mucho que lo intentara.

-Vale –había mascullado y se había dado media vuelta dispuesto a huir. Si lograba escapar
tal vez podría salvar un poco de su orgullo, pero supo que era tarde cuando Hermione le
tomó la mano y le obligó a volverse hacia ella, y poniéndose de puntillas le besó.

Desde entonces no se habían separado. Por supuesto, habían vuelto a pelearse y se habían
sumido en un silencio ofendido mientras escuchaban la radio mágica. La manifestación
contra los hombres lobo en la aldea cercana a Dunalastair había sido bastante numerosa,
de hecho habían asistido a la misma más habitantes de los censados, incluidos muggles.
Por supuesto ellos no conocían las verdaderas razones de la manifestación ni del ataque a
los niños de la aldea. La versión que les había dado a la población muggle era que un tigre
se había escapado de un circo cercano.

Y cuando alguien había corrido el rumor de que la manifestación era para pedir medidas de
seguridad al respecto al primer ministro, muchos muggles se habían añadido a la misma,
exigiendo junto a los demás que el Ministerio tomara medidas e hiciera cambios. La prensa
mágica esperaba disimuladamente junto al Ministerio para tratar de entrevistar a cada
trabajador que entraba o salía acerca de las posición del Ministro al respecto, obteniendo
silencio absoluto. No obstante se rumoreaba que los altos cargos se habían reunido en el
Parlamento Mágico para discutir la realización de un Decreto contra los Licántropos.

La otra noticia de ese día había sido el descarrilamiento de un tren muggle sin razón
aparente. Por suerte sólo había habido heridos y Scrimgeour había enviado un comunicado
a la prensa alegando problemas técnicos muggles y asegurando que no había magia de por
medio. El comentarista dudaba de la veracidad de esa información pero nunca llegaron a
conocer los motivos por los que lo hacía porque la emisión se cortó. Hermione aporreó la
radio con su varita, pero no logró volver a sintonizar la emisora a pesar de que las demás
funcionaban perfectamente, y al final ella y Draco llegaron a la conclusión de que la cadena
había sido censurada por el Ministerio.

-Libertad de expresión –había farfullado Hermione –y un cuerno.

-Scrimgeour quiere mantener la situación bajo control y darle sensación de seguridad a la


gente.

-Pero ¿qué pretende Volde... –se interrumpió al ver como Draco palidecía y se tensaba
visiblemente -¿qué pretende Quién-tu-ya-sabes con estos pequeños ataques¿Qué está
tramando¿Por qué apenas da señales de vida? Da la sensación de que sólo aparece de vez
en cuando para que recordemos que ha vuelto y nada más. No parece propio de él. Estoy
segura de que trama algo¿tú no...

-¿Si sé algo? No –Draco había resoplado, a medias irritado, a medias aliviado –A mi nadie
me contaba nada, ni contaban conmigo para nada. Él no me necesitaba, sólo me convirtió
para castigar a mi familia por el error de mi padre. Sólo lo vi dos veces en persona, no tuve
más contacto con mortífagos que con Bellatrix y Snape.

-Entiendo –había murmurado Hermione. Después de esa conversación, ambos se habían


olvidado de su enfado, pero Draco se había sumido en un silencio pensativo y serio.

Por la noche, Draco había vuelto a pedirle que se quedara y esa vez, Hermione había
accedido en lugar de simplemente dejarse llevar dentro de la habitación. Habían hecho el
amor mucho más despacio, más tiernamente que la vez anterior, y después se habían
quedado dormidos, abrazados.

Esa mañana, Hermione se había despertado sepultada por el cuerpo de él en la orilla de la


cama. Empezando a acostumbrarse, había logrado arrastrarse fuera y se había puesto una
de las camisas de Draco al no encontrar la parte de arriba de su pijama.

Había bajado a desayunar y había sido entonces cuando había escuchado sonidos en el
vestíbulo.

Y ahora estaba ahí, en el pasillo de la habitación de Harry y Ron, con Draco, mirándola
fijamente. Había temido ese momento, el momento en el que los cuatro volvieran a estar
juntos en la casa. Y por la gravedad, y algo parecido a miedo, que se leía con dificultad en
el iris gris como las nubes de tormenta de Draco, Hermione supo que él también lo sabía.

-¿Potter y Weasley han vuelto? –preguntó él con su tono habitual de aburrimiento.

-Sí –murmuró Hermione lanzando una mirada a la puerta cerrada de su habitación –están
durmiendo. Llegaron un poco... magullados, pero se pondrán bien.

-¿Qué vas a hacer?

-¿Con qué? –preguntó ella, aunque sabía perfectamente a qué se refería él. O más bien,
a quienes.
-Con nosotros –replicó Draco con una nota de exasperación en la voz - ¿qué pasará ahora
que tus adorados amigos han vuelto? ¿Me aparcarás y renegarás de lo que has hecho? ¿Les
dirás que te violé o te hechicé con una poción? ¿Les pedirás perdón por haberme tocado?

Draco no quería ser tan agresivo, pero no podía evitarlo. Había notado un cambio en ella a
pesar de que apenas se habían visto ese día. Le miraba de un modo diferente, como si
hubiera dado un paso atrás en lo que quiera que tuviera con él. Ahora que sus amigos
habían vuelto, posiblemente se sentiría tan culpable que le enviaría a tomar viento para
contentarles. Le repetiría lo mal que estaba cualquier cosa que pudiera haber entre ellos y
le diría que lo mejor sería que mantuvieran las distancias. Casi podía oír sus palabras
exactas en la mente. Porque, por supuesto, al lado de San Potter y la Comadreja pobretona
él no era nada. Sólo un gilipollas, demasiado cobarde para ser mortífago pero demasiado
malo para merecerla.

-Yo no... –Titubeó ella –no sé qué voy a hacer. Esto... no es fácil para mí, Draco.

-Para mí ha sido un camino de rosas –se mofó él –aún puedo olerlas.

-Harry y Ron no van a tomárselo bien –murmuró ella tratando de que le entendiera. Tenía
miedo y toda la situación la sobrepasaba. En un corto lapso de tiempo se había acostado
con Draco Malfoy, se había dado cuenta de que le quería, había rechazado a Viktor y Harry
y Ron habían regresado a Grimmauld Place. Tres días no eran suficientes para asimilarlo,
procesarlo y poner orden en su mente. Ella necesitaba hacer las cosas con calma, pensar
bien antes de actuar, pero no tenía tiempo de hacerlo.

-Tenía la impresión de que con quien me acosté anoche eras tú y no ellos –repuso él con
frialdad –me importa un bledo como se lo tomen.

-Pero a mí no –reconoció ella.

-Vaya, Granger, debo reconocer que me sorprendes –dijo él con sarcasmo, amargura y
aspereza mezclados en su voz, en la dureza de su expresión, en el brillo de sus ojos -¿así
que sólo he sido un par de polvos mientras Potter y Weasley no estaban?

-Sabes que eso no es así –replicó ella, herida.

-Lo que sé es que en cuanto tus amiguitos aparecen te echas atrás. Gran Gryffindor –
espetó con acidez e ironía.

-No soy una cobarde, sólo necesito un poco de tiempo para...

-¿Asustarte y esconderte tras las faldas de esos dos necios? –completó él.

-¡No me presiones! –exclamó, dolida. Sabía que no obtendría ninguna compresión de Harry
y Ron en cuanto se enteraran de lo que sentía por Draco y lo que habían hecho, pero al
menos esperaba que él la apoyara. Estaba claro que se había equivocado –Creí que lo
entenderías. Si esto hubiera sucedido en Hogwarts dudo mucho que hubieras ido corriendo
a contárselo a Crabbe, Goyle y el resto.

-Nunca lo sabremos –replicó él sin dejarse ablandar por sus palabras. Tal vez, más
adelante, cuando pudiera pensar con frialdad sería capaz de reconocer que Hermione tenía
algo de razón, pero en ese momento su furia, su miedo y su orgullo herido le cegaban.
-Se lo diré a Harry y Ron cuando esté preparada –anunció Hermione, obcecada.

-¿Y cuándo será eso? ¿Dentro de un mes? ¿Dos años, quizás? ¿Qué piensas hacer mientras
tanto conmigo? ¿Esconderme debajo de tu cama y sacarme cuando te apetezca?

-No te estoy utilizando –replicó Hermione con frialdad –creo que no te he dado ningún
motivo para pensarlo.

-¿Ah, no? –Draco soltó una carcajada cruel -¿no es suficiente motivo para pensarlo que en
cuanto Potter y Weasley aparezcan decidas volver a poner distancias y no pienses
mencionarles nada de lo que ha pasado? Nada de lo que hemos hecho. Dime la verdad,
Granger ¿por qué has estado conmigo? ¿Por pena? –estaba furioso, aunque su ira era sólo
la consecuencia de algo mucho más grande y amargo. ¿Era posible que ella hubiera
accedido a estar con él por lastima después de que le confesara lo que sentía? - ¿O es que
te aburrías? ¿Te cansaste de Krum y pensaste que yo estaría bien para pasar un rato? Por
qué, Granger, dímelo.

-No entiendes nada –le chilló ella –Te quiero, grandísimo estúpido.

Draco abrió mucho los ojos, casi tan sorprendido como Hermione por lo que acababa de oír.
Hermione no parecía muy contenta de haberse declarado, en cambio Draco sentía algo
indescriptible. Como si una energía poderosa le hubiera llenado el cuerpo y necesitara
descargarla de algún modo. Se sentía...extasiado. Retorcidamente feliz y satisfecho.

-¿Crees que si no lo hiciera hubiera... –Hermione se interrumpió, pudorosa, pero las


palabras no dichas eran evidentes para Draco. Como también lo era su molestia –Y ahora
¿podrías confiar un poco en mí y apoyarme?

-Como quieras –cedió él, aunque no era muy consciente de lo que decía y le costaba seguir
el hilo de la conversación. Posiblemente tenía pinta de retrasado, pero era demasiado feliz
para que eso le importara. Se hubiera echado a Hermione al hombro y la hubiera llevado
hasta su cama de no haber estado seguro de que ella le enviaría al cuerno –Pero retrasar
las cosas no hará que ninguna solución mágica aparezca. Lo digo por experiencia.

Hermione, pareció ablandarse por sus palabras y dejó caer los hombros, desanimada. Él
tenía razón. Cuanto más tardara en decírselo a Harry y Ron, en todo caso sería peor, nunca
mejor. Ello implicaría ocultarles la verdad y mentirles, lo cual sólo agravaría el hecho de
que se había enamorado de alguien a quienes odiaban y que se había acostado con ese
alguien mientras ellos se jugaban la vida en Albania. Derrotada, se acercó a Draco y apoyó
la frente en su pecho. Se sintió reconfortada cuando él la aferró con fuerza, demasiado
para ser delicado, pero a ella no le importaba.

Pronto les llegaría la hora de poner su relación a prueba.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Viktor se levantó de la cama al oír los suaves golpes en la puerta de su habitación. Había
dejado claras instrucciones al personal del hotel de que no le molestaran y la única persona
que sabía dónde estaba era Hermione. ¿Sería ella? ¿Habría tomado ya una decisión?

Nervioso, corrió hacia la puerta y la abrió de un rudo tirón. Pero no era Hermione la que
estaba al otro lado sino una anciana de pelo corto y oscuro, salpicado de canas que vestía
de pies a cabeza de negro. Viktor no la había visto en su vida.
-¿Quién es usted? –preguntó malhumorado, apoyando un brazo en el quicio de la puerta
para bloquearle el paso. Aunque ella no se había movido y le miraba fijamente con sus ojos
negros como la brea, inundados por un brillo malicioso.

-¿Viktor Krum? –preguntó con una voz herrumbrosa y ronca.

-Sí –contestó él, hoscamente.

-Bien –murmuró la anciana, después se pasó la lengua sobre los dientes amarillentos en
una cruel sonrisa.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Harry abrió los ojos y parpadeó un par de veces. Estaba en un sitio a primera vista
desconocido, oscuro y borroso. Buscó sus gafas a tientas mientras trataba de incorporarse.
Le dolía el pecho y la mano izquierda le escocía horriblemente. Sentía la sangre espesa en
sus sienes y en general tenía la sensación de que alguien le había dado una paliza
recientemente. Tardó unos segundos en recordar los esqueletos vivientes que en la aldea
mágica de Albania habían intentado matarle a él y a Ron. Se llevó una mano al cuello con
torpeza, palpándoselo con suavidad. Le dolía, no en vano unos huesos apenas revestidos
de unos cuantos jirones de carne putrefacta habían tratado de estrangularle.

Le llevó un par de segundos más darse cuenta de que él y Ron habían llegado a Grimmauld
Place y allí debía de estar. Sus heridas habían sido curadas como podía comprobar en las
vendas de su mano izquierda. Ahora sólo tenía que encontrar sus gafas...

-Harry –susurró una voz cercana -¿cómo te encuentras?

Harry reconoció la voz de Hermione y sintió sus manos cálidas rodear su diestra,
depositando sus gafas en la palma vacía. Se colocó las gafas, parpadeó un par de veces y
la imagen de Hermione se materializó a su lado. Sentada en la cama, observándole con una
sonrisa vacilante.

-Como si hubieran intentado matarme –respondió Harry y su voz sonó muy áspera. Se dio
cuenta de que le dolía hablar. Se llevó la mano vendada al cuello y sintió unos pinchazos de
dolor cuando trató de flexionar los dedos.

-Será mejor que no la muevas –le aconsejó Hermione sujetándole por la muñeca con
suavidad para apartar la mano –He curado las heridas pero no puedo hacer que cicatricen.
Supuran cada poco. Creo que lo que quiera que te hirió tenía algún veneno mágico. No
parece muy grave pero no puedo hacer más y no me pareció buena idea llevarte a San
Mungo –explicó con gravedad.

-No importa –Harry sonrió débilmente –No tengo ganas de ir a San Mungo.

-No es sólo eso, Harry, no es un lugar seguro. Vi a Bellatrix allí cuando fui a ver a la madre
de Draco.

Harry guardó silencio unos segundos no sabiendo por qué preguntar primero.

-¿Qué hacía Bellatrix allí¿Fuiste a ver a Narcissa Black¿Y desde cuando le llamas Draco?
-Fue Bellatrix la que atacó a Narcissa hasta hacerla enloquecer, sospecho que estaba allí
por si Draco aparecía –respondió ella, tratando de mantener una apariencia serena –Tonks
consiguió una poción multijugos para su primo, él se convirtió en ella y fuimos a visitar a
Narcissa. Fue entonces cuando la vimos –decidió que no tenía por qué contarle la parte en
la que Bellatrix intentaba matarla porque su sobrino no lo había hecho, siguiendo las
ordenes de Voldemort. Y la razón por la que llamaba a Draco por su nombre, podía esperar.
Quería decírsela a él y a Ron a la vez. No creía tener la fuerza de repetirlo más de una vez
–Y ahora, cuéntame todo sobre el horrocrux.

-¿Dónde está? –preguntó Harry mirando por la habitación.

-Ya me encargué destruirlo –Hermione señaló un bulto dorado en la alfombra. El reloj


estaba intacto a excepción del gnomon que se había partido y caía sobre los zafiros que
indicaban los números romanos –Guárdalo con la copa y el guardapelo. Ahora sólo falta
Nagini.

-Sí, sobre eso quería hablaros –dijo Harry subiéndose las gafas que se le habían escurrido
por el puente de la nariz con torpeza –Pero antes¿cómo está Ron?

Hermione señaló con la cabeza la cama que había en paralelo a la de Harry. Ron dormía
apaciblemente en ella. Sería más justo decir que roncaba a pierna suelta. Harry y Hermione
intercambiaron una mirada y sonrieron, mientras el pelirrojo soltaba un ronquido
especialmente sonoro. Fue tan intenso que se despertó a sí mismo, sobresaltado, como si
alguien hubiera hecho estallar una bomba a su lado. Parpadeó unos instantes y boqueó un
par de veces antes de ver a Hermione y Harry y tranquilizarse.

-Hey –dijo con voz espesa por el sueño -¿cómo estáis?

-Bien¿y tú? –preguntó Hermione mientras se sentaba en su cama para examinarle. Las
heridas del cuello ya estaban cerradas y le había reparado las costillas rotas.

-Bien, creo. ¿Qué nos hemos perdido? –preguntó acomodándose sobre los almohadones de
la cama. Hermione les contó las noticias mágicas que habían tenido lugar últimamente:
avistamiento de gigantes, ataques de licántropos, descarrilamiento de trenes, censura del
ministerio...

Harry se quedó bastante preocupado por el Decreto que podría estar preparando el ministro
contra los hombres lobos y durante un rato hablaron sobre el tema. Después Ron le contó a
Hermione con lujo de detalles todo lo que habían tenido que hacer para conseguir el
horrocrux, ilustrando su relato con las cicatrices y marcas de heridas que tenían él y Harry
por todo el cuerpo.

-Pero bueno, lo importante es que ya sólo queda Nagini –finalizó Ron recostándose contra
los almohadones con aire satisfecho.

-He estado pensado en eso –dijo Harry con seriedad –Creo que es hora de reunir a la
Orden del Fénix. Tonks me dijo cuando estabas en San Mungo que Ojoloco quería que
volviéramos a reunirnos y creo que ha llegado el momento.

-¿Vas a contarle lo de los Horrocruxes? –preguntó Hermione.


-No, pero sí puedo decirles que es vital que eliminemos a Nagini para poder acabar con
Voldemort. Además, tal vez sea hora de que nos enteremos que es lo que está tramando
Voldemort.

-Hablaré con la Señora Weasley –repuso Hermione -¿cuándo quieres que nos reunamos?

-Cuanto antes. ¿Cuánto tiempo hemos pasado inconscientes?

-Un día.

-Pues yo aún tengo sueño –aseguró Ron bostezando.

Harry echó un vistazo a su reloj, ya atardecía.

-Mañana al mediodía sería un buen momento.

-Le diré a Molly que habéis regresado –murmuró Hermione poniéndose en pie. No podía
negar que se aferraba a esa excusa para desaparecer antes de que Ron le preguntara
porqué el día anterior llevaba la camisa de Malfoy y Harry la cuestionara acerca de las
razones por las que ahora le llamaba Draco. Sí, había decidido contarles todo, pero no
podía evitar tratar de ganar tiempo para decidir como enfocarlo. Si les soltaba algo como
"Por aquí todo bien, me he estado acostando con Draco Malfoy y resulta que le quiero"
posiblemente ambos volverían a desmayarse. Y cuando despertaran querrían estrangular a
Draco y después a ella.

-Timoleo te manda recuerdos –dijo Ron con una risilla burlona cuando Hermione ya había
tomado el pomo de la puerta. Ella giró en redondo para mirar a su amigo severamente.

-No me interesa. Y espero por su bien que no dijera algo como "dadle recuerdos a esa
potranca" o algo por el estilo porque... –se interrumpió cuando Ron y Harry se echaron a
reír, sin duda, creyendo que lo hacían con disimulo.

-Dinos la verdad, Hermione¿has estado hablando con él? –bromeó Ron.

Hermione les giró el rostro malhumorada y abrió la puerta murmurando algo que sonaba
como "estúpidos tíos", pero la voz de Harry la detuvo esta vez.

-Hablando de estúpidos¿cómo se ha portado Malfoy?

Hermione se tensó bajo el marco de la puerta y su corazón empezó a latir a demasiada


velocidad. Se sentía repentinamente mareada cuando se volvió para enfrentarse a sus
amigos.

-Bien –murmuró cobardemente. No pensaba relatarles que se había pasado la mitad de los
días borracho, la otra mitad con ella y de paso que también había hecho una pequeña
escapada al Londres muggle que casi acababa con ambos muertos. Miró los rostros
inocentemente confiados de sus amigos y decidió que no podía seguir retrasándolo más –
Escuchad, tengo algo que contaros sobre Draco.

-¿Draco? –Ron alzó una ceja receloso.


-Sí. Es una larga historia –se tomó unos segundos para tratar de poner en orden sus ideas
y decidió que por el bien de todos no iba a ser una historia tan larga de contar a fin de
cuentas –sobre Draco y sobre mí en realidad.

-¿Draco y tú? –repitió Ron desconcertado.

Hermione asintió enérgicamente. Esas tres palabras eran suficiente información sobre el
tema.

-¿Cómo que Draco y tú? –volvió a decir tontamente el pelirrojo y miró a Harry, esperando
encontrar en el la misma confusión y tal vez su expresión "Hermione se ha vuelto loca,
pobrecilla" pero Harry estaba muy serio. Tan serio como si... –Eh, espera un momento –
Ron empezaba a enfadarse a pesar de que la idea sólo estaba empezando a formarse en su
cabeza -¿estás diciendo que Draco, que Draco Malfoy, y tú estáis –o habéis estado- juntos?

Hermione miró a Ron, miró a Harry, deseó morirse, se replanteó nuevamente lo de


mudarse a Groenlandia y suspiró, nerviosa, antes de responder.

-Pues... sí.

-¿QUÉ?

-No es una broma¿verdad? –preguntó Harry con frialdad. Hermione negó con la cabeza -¿Y
cuándo ibas a decírnoslo? –prosiguió. Ron parecía haber perdido la capacidad de hablar y
se limitaba a boquear como un pez fuera del agua –Lo de ir a convocar a la Orden del Fénix
era sólo una excusa para no tocar el tema¿verdad?

-Harry, entiende que...

Hermione sintió una mano apretando con suavidad su cintura y de inmediato percibió la
presencia, el olor, todo aquello que manaba de él. Una vibración en el aire, la reacción de
su cuerpo, el reconocimiento en los latidos de su corazón. Draco dio un paso más y
Hermione sintió el pecho de él, contra su espalda mientras su pálida mano se deslizaba
hasta su cadera en un gesto posesivo que decía a las claras que ella era suya.

Miró a sus amigos, estupefactos, incapaz de saber como se sentía. Todo parecía menos
difícil teniéndole cerca, prácticamente sosteniéndola, pero más complicado observando el
enfado, el sentimiento de traición en los ojos verdes y azules de sus amigos.

-Cierra la boca, Weasel o te entrarán moscas –dijo la voz de Draco junto al oído de
Hermione, arrastrando las palabras con el desdén de siempre –y antes de que os
desmayéis de la impresión, me soltéis un discurso moralista, o me acuséis de haberla
violado y similares, hay algo más que debéis saber. Quiero unirme a la Orden del Fénix.

Capítulo 37: El plan de Malfoy

El silencio caía como un eco pesado en la penumbra de la habitación antigua cuya única
iluminación procedía de la luz mortecina del día que se colaba entre los agujeros roídos de
las polvorientas cortinas color esmeralda. Había cuatro personas allí.

Tres sorprendidas, la otra aparentemente tranquila, expectante.


Hermione miró a sus boquiabiertos amigos y se dio cuenta de que ella estaba tan
estupefacta como ellos. Notaba los dedos de Draco hundiéndose en la curva de su cintura,
aumentando la presión, como si estuviera pidiéndole que no dijera nada. Confusa, giró el
rostro y le miró por encima de su hombro. Él estaba serio y muy pálido, pero se le veía
muy decidido, como si hubiera tomado una determinación final.

Y lo había hecho. Draco ya había oído hablar de la existencia de la Orden del Fénix y se
había dado cuenta de que la Mansión Black era su guarida. En realidad lo había sabido
desde que Kreacher se apareció dos años atrás en Malfoy Hall revelando con su presencia
lo que no se atrevió a decir con palabras. Sabía que el Señor Oscuro había interrogado a
Snape acerca de la ubicación de la casa escondida por el Fidelius y también sabía que él no
había podido decir nada, porque al morir el guardián secreto, el único que podía revelar la
ubicación de la casa era su heredero. Al principio se había sentido algo descolocado porque
sabía que había sido Hermione la que le había llevado a Grimmauld Place, pero aunque
todo era borroso para él, sabía que había sido Potter quien le había abierto la puerta,
revelándole así la casa.

Una vez dentro había creído que la Orden del Fénix se había disuelto después de la muerte
de Dumbledore porque las únicas personas que había visto en esa casa era a los Weasleys
limpiando, a Tonks en sus visitas esporádicas y a los tres amigos. Pero ahora, al acercarse
a la habitación del cabeza rajada y el pobretón lo había escuchado.

"No es una broma¿verdad¿Y cuándo ibas a decírnoslo? Lo de ir a convocar a la Orden del


Fénix era sólo una excusa para no tocar el tema,¿verdad?"

Entonces, en los cinco segundos que le había llevado recorrer la distancia que le separaba
de Hermione bajo el quicio de la puerta, lo había decidido. Hacía tiempo que navegaba
entre dos tierras, mortifago desertor en casa de la resistencia contra el que se suponía su
Señor. Su padre le había enseñado que lo mejor era mantenerse en el equilibrio entre dos
bandos el tiempo que fuera posible antes de decantarse por el más fuerte. Él lo había hecho
cuando el Señor Oscuro había caído, fingiendo haber sido victima de Imperius y lo había
vuelto a hacer cuando Él había regresado.

Draco había intentado seguir sus pasos hasta que había llegado a un Callejón sin salida. Se
había visto obligado a huir por su vida y llevaba demasiado tiempo limitándose a estar
escondido. Gracias a eso su madre estaba ahora en San Mungo y él ya no tenía nada que
perder.

Sólo le quedaba una persona y no hacía nada por protegerla quedándose encerrado en la
Mansión Black. Estaba acojonado pero le había llegado la hora de decidir ahora que aún
estaba a tiempo.

-Harry –dijo Ron rompiendo el espeso silencio -¿Sabes que creo? Que seguimos en la torre
y esto es un sueño. Una pesadilla, mejor dicho.

-¿Cuándo empezarás a afrontar tus problemas en lugar de dar siempre rodeos, Weasel? –
se burló Draco. Sabía que no era lo más prudente meterse con Weasley o Potter en ese
momento, pero su instinto natural no podía resistirse al ver la cara de subnormal que se le
había quedado al pelirrojo.

-¿Desde cuándo tú eres un experto en eso, Malfoy? –replicó Harry antes de que Ron
pudiera hacer algo más que ponerse colorado de furia.
-Eso estoy haciendo ahora. Quiero unirme a la Orden –repuso Draco con aparente
serenidad, Hermione cambió el peso de pie abriendo y cerrando la boca sucesivamente,
como si no estuviera segura de qué decir.

-¿Qué sabes tú de la orden, lechoso? –le gritó Ron, que se había incorporado violentamente
de los almohadones -¿Qué les has contado? –añadió mirando a Hermione con condena.

-Yo... –comenzó Hermione, pero Draco la interrumpió.

-Ella no me ha dicho nada, acabo de oír a Potter vociferarlo desde el pasillo. En cuanto a lo
que sé sobre la Orden es que os dedicáis a intentar derrocar al Lord Tenebroso –hizo una
pausa, torció la boca como si mantuviera una profunda lucha interna y finalmente añadió
de mala gana –y quiero ayudar.

-Si sigues llamándole Lord es que no has dejado de ser un mortífago –replicó Harry con
acidez, sosteniéndole la mirada a través de sus gafas con escepticismo.

-Sí –aseguró Ron asintiendo enérgicamente –además ¿por qué ibas a querer unirte a la
Orden?

-No sé –masculló Draco aumentando la presión en torno a la cintura de Hermione de pura


irritación –mi padre está en la cárcel, mi madre en San Mungo y a mi me buscan los
mortífagos para matarme. Tal vez incluso el corcho de botella de whisky de fuego que
tienes por cerebro alcance a comprender que tengo motivos suficientes.

-¡Repite eso, rubiales cobardica! –gritó Ron levantándose rápidamente de la cama. Se


detuvo con los pies sobre la alfombra y palideció de repente, como si se hubiera mareado.
Hermione se liberó de la mano de Draco para correr hacia su amigo, pero al verlo, Ron la
miró con tanto desprecio que a la chica le quedó claro que no quería su ayuda. Se detuvo a
los pies de su cama, mirando fijamente el suelo, intentando contener las lagrimas y la
angustia en su pecho mientras percibía los movimientos del pelirrojo sentándose de nuevo
en la cama con debilidad.

Draco se quedó unos instantes indeciso, bajo el marco de la puerta, decidiendo si partirle la
cara a la comadreja por haber mirado de ese modo a su lo-que-quiera-que-fuera o si
acercarse a ella y hacer algo, lo que fuera, para que dejara de parecer tan inmensamente
triste. Pero antes poder moverse, la voz de Potter le detuvo.

-Tal vez tengas motivos para querer que Voldemort caiga pero no entiendo por qué ahora
quieres jugarte el cuello. La valentía nunca ha sido una de tus virtudes, Malfoy.

Draco entreabrió los labios posiblemente para insultar a Harry, pero al final se contentó con
apretarlos con fuerza. No iba a explicarle que era un valiente de los que se enfrentaban sin
ninguna esperanza contra Voldemort, sin más pretensión que la de morir poniéndoselo
difícil, porque no lo era. No iba a contarle que en realidad se hubiera entregado al Señor
Oscuro para que le matara de haber sabido lo que le sucedería a su madre al huir él,
porque no estaba seguro de haberlo hecho si hubiera tenido la elección.

Él no era un valiente y nunca había pretendido serlo. Su padre le había enseñado que la
valentía era para los ignorantes y la astucia para los fuertes. Su única valentía, si es que
podía considerarse a eso como tal, estaba en no ser capaz de cumplir las ordenes de su
Señor. Por dos veces no había cumplido a sus misiones: no había sido él quien había
matado a Dumbledore y Hermione Granger vivía –y era evidente que él no tenía intención
de matarla-.

En esas dos ocasiones, cuando había comenzado a bajar la varita que apuntaba a
Dumbledore en la torre de Astronomía, cuando había sido capaz de murmurar a los pies de
su Señor que no podría matar a la sangre sucia Granger, lo había hecho sabiendo que
estaba firmando con bastante probabilidad su sentencia de muerte. Tal vez, para los que
sabían de eso, lo que había hecho implicaba algún tipo de valentía.

De cualquier modo, no le importaba. Sólo sabía que se había cansado de esperar, esperar
ordenes, esperar novedades, esperar que otros acabaran con Él y le salvaran el culo,
porque nunca había sacado nada bueno de eso: que el Señor Oscuro le torturara hasta casi
matarle y que su madre fuera atormentada hasta llegar a la locura.

Y ahora quería vengarse, dejar de ser una marioneta en manos de otros, dejar de tener
miedo. Hacer algo por una vez, verdaderamente algo, por proteger a su familia y a ella. A
su todo.

-Tengo muchas otras virtudes –dijo al fin, metiéndose las manos en los bolsillos después de
encogerse de hombros con elegancia.

-¿Tal vez la lealtad? –sugirió Ron con rabia –O quizás, Hermione pueda decírnoslas¿no? Ya
que se ha dedicado a retozar contigo mientras Harry y yo nos jugábamos la vida fuera.

-Eso no ha sido así, Ron –dijo Hermione abriendo la boca al fin, aunque su voz sonó menos
convencida de lo que hubiera deseado –y te recuerdo que fuisteis vosotros los que me
prohibisteis acompañaros.

-¡Pero para protegerte! –gritó el pelirrojo -¡No para que te enredaras con él¡Nunca creí que
harías algo así¡Por los pantalones de Merlín, mírale¡Es Draco Malfoy¡Un mortífago¡Él mismo
que se ha pasado años llamándote sangre sucia y jodiéndonos a Harry, a ti y a mi!

-Él...

-¿Él qué? –terció Harry con un tono tan frío que para Hermione era casi peor que los gritos
de Ron -¿Vas a decirnos que no le conocemos¿Qué en realidad es buena persona?

Harry se recordaba –cada vez que se topaba con Malfoy por la casa y se preguntaba a sí
mismo por qué demonios lo estaba protegiendo –que él no había matado a Dumbledore,
que nunca había querido hacerlo y que había empezado a bajar la varita, para aceptar la
protección del director antes de que Snape llegara y lo matara a sangre fría. Sabía que no
era un asesino, pero tampoco era una buena persona. Tal vez podía aceptar tenerlo en su
casa, darle la protección de su techo porque sabía que en el fondo no se merecía morir ni ir
a Azkaban pero de ahí a quererlo para su mejor amiga, había un largo recorrido. Sobre
todo porque no era capaz de concebir que él tuviera un interés bueno y decente en ella.

-Puede que no lo sea –dijo Hermione con voz queda, pero sin vacilación –pero quiero estar
con él.

Ron dejó escapar el aire entre dientes haciendo un sonido desagradable de pura mofa, pero
no fue eso lo que más encendió a Draco. No. Fue el modo en que Hermione miraba al
moreno como si le rogara que él, oh San Potter, le diera la absolución divina para poder
estar con él. Porque, por supuesto, él no era lo suficientemente bueno para la angelical
Hermione Granger, que en su inmensa bondad se había fijado en alguien inferior y ahora
rogaba la redención para él. Redención que por cierto, él no quería. Por lo menos no en
eso.

-¿Por qué tienes que decirlo con ese tono de mártir? –le espetó Draco –No tienes que
pedirles permiso a estos dos memos para estar conmigo.

-Tú no lo entiendes, Draco –repuso Hermione mirándole con ansiedad. No podía pelear con
todos, no podía perder a ninguno, pero todos esperaban algo distinto de ella y no podía
complacerlos a los tres.

-¿Qué no entiendo¿Qué tienes que postrarte y pedir perdón a tus perfectos amiguitos por
estar conmigo? Tú puedes hacer lo que quieras sin rendirles cuentas.

-Nosotros sólo nos preocupamos por ella porque somos sus amigos, Malfoy –intervino Ron
que llevaba un rato estrangulando la manta en vista de que por su debilidad no podía
estrangular a Malfoy personalmente –aunque como tú nunca has tenido amigos no espero
que lo entiendas.

-Por supuesto, tú sólo sientes preocupación de amigo ¿eh, Weasel? –comentó Draco con
maldad –Es preocupación y no celos lo que has sentido cuando me has visto tocarla.

-Tú... no... sabes... nada –escupió Ron, espaciando las palabras para ponerse más y más
rojo entre cada una de ellas.

-Si has sido tan gilipollas como para tenerla al lado todos estos años y dejarla escapar, no
es mi problema, Weasel. Púdrete de celos pero no finjas que esto lo haces por ella.

Ron intentó volver a ponerse en pie para lanzarse sobre Draco y posiblemente intentar
apalearlo, pero Harry fue más rápido y le sostuvo, tambaleantes ambos, mientras
Hermione corría hacia Draco para impedir que se pusiera al alcance del pelirrojo como
parecía que estaba intentando hacer.

Los cuatro se mantuvieron en silencio unos segundos en los que sólo se oía la respiración
superficial y acelerada de Ron. Harry lo sujetaba con toda la fuerza que le quedaba, y al
cabo de unos segundos, Ron dejó de hacer intentonas por liberarse, demasiado débil para
hacer algo más que tratar de tomar aire. Hermione les miró, aferrada a los brazos de
Draco, y se sintió completamente miserable.

Hiciera lo que hiciera, alguien iba a salir herido. Alguien además de ella.

Suspiró hondo, trató de reunir fuerzas y miró a Draco. Él la miró a ella, con el cuerpo
tenso, los brazos rígidos bajo su manos y una mueca de indiferencia. Esa mueca de no me
importa nada que sus ojos grises se encargaban de desmentir adquirieron la tonalidad de
una tormenta, ese brillo, próximo a descargar.

-Draco, por favor, déjanos solos.

Draco la miró fijamente unos segundos y Hermione sintió como los brazos de él se
endurecían más y más bajo las yemas de sus dedos. Tragó saliva, pero le mantuvo la
mirada.

-Pero... –comenzó él al cabo.


-Por favor –insistió ella arrugando las cejas en expresión suplicante.

Y Draco volvió a sentirlo, esa jodida sensación de vulnerabilidad total, de ser un pelele en
sus manos que no era capaz de negarle nada. Asintió con brusquedad y se apartó de sus
manos, furioso con ella pero sin poder rehusar a su súplica. Si quería que la dejara sola con
esos mamomes, allá ella. Tarde o temprano volvería a él, posiblemente llorándole.

Lanzó una mirada cargada de odio a Harry y a Ron, una de reproche a Hermione y salió de
la habitación, después de propinarle un puntapié a la puerta, andando, como Tonks había
dicho una vez, como si quisiera apartar a gente inexistente con sus pronunciados
movimientos de hombros.

Y aunque era lo que había querido, lo que sabía que sería mejor, Hermione sintió cuando
Draco hubo salido que la habitación se volvía más fría, más hostil, más grande, y ella más
sola, pequeña y cansada. Miró a sus amigos con tristeza y se sorprendió al ver la expresión
de Harry mientras ayudaba a Ron a sentarse. Estaba mortalmente serio y parecía
enfadado, pero no con ella exactamente. No la miraba con enojo, sino como si estuviera
comprendiendo algo que no le gustaba.

-Hermione –dijo tras obligar a Ron a tumbarse para regresar después cansinamente hasta
su cada y dejarse caer sobre el colchón con pesadez -¿Qué estás haciendo?

No había reproche en su voz, sino la intención de comprender algo que escapaba a su


entendimiento pero a lo que comenzaba a resignarse.

-No lo sé, Harry –reconoció ella, tratando de contener las lagrimas. Esa inesperada brizna
de comprensión, la conmovía más que todos los gritos lanzados –No sé a dónde nos llevará
esto, pero voy con él.

-¡Pero cómo puedes estar con ese capullo! –gritó Ron, reincorporándose de los
almohadones en los que Harry le había hecho reclinarse. Sintió un fuerte dolor en el cuello
y las costillas, pero lo ignoró. Estaba demasiado furioso como para que le importara algo
tan insignificante como las molestias de unas heridas. Furioso y destrozado. Se sentía
traicionado pero sobre todo increíblemente estúpido no sólo porque Malfoy estuviera con
Hermione, sino porque él le había dicho una dolorosa verdad -¿Qué crees que quiere de
ti¡Usarte¡Quiere sacarte información sobre la Orden y sobre lo que estamos haciendo para
ir a contárselo a quien-tu-ya-sabes¡Es un espía! –aseguró y después miró a Hermione de
arriba abajo como si le hubiera decepcionado por caer en la trampa más antigua del mundo
–Se lo ha montado bien y tu te has creído que siente algo por ti.

Hermione apretó los labios y asintió, dándose por enterada. Por supuesto él era un
espía¿qué iba a hacer sino con ella? No supo si reírse o llorar, y no intentó ninguna de las
dos cosas porque no creía poder hacerlas por separado. Se limitó a quedarse en la entrada
de la habitación, parada que había comprendido algo doloroso.

-Por supuesto, Ronald –dijo entre dientes –es imposible que yo pueda gustarle a nadie.
Siempre tiene que haber algo.

-Hermione –terció Harry con tono apaciguador –Ron no quería decir eso...

-¡Sí que quería decirlo! –aseguró Ron-¡Seguramente te ha estado sacando información


mientras nosotros dos arriesgábamos la vida en Albania!
-Te aseguro que hablar de vuestra misión, la Orden del Fénix o algo por el estilo no está en
la lista de cosas que hemos hecho, Ronald –comentó ella con sequedad, afanándose en
ignorar el picor de las lagrimas en sus ojos –Nunca me ha preguntando nada al respecto y
acabo de enterarme como vosotros de que sabía algo de la Orden y quería unirse. Si
quieres creer que me utiliza porque es la única razón por la que podría estar conmigo,
adelante, pero por favor, no me insultes hasta el punto de pensar que sería tan estúpida
como para decirle algo sobre los horrocrux o cualquier cosa que pudiera poneros en peligro.

Ron se quedó callado unos instantes, buscando algo que decir, pero finalmente se decidió
por mirar a Hermione en un silencio ofendido.

-Harry, me gustaría saber si tú también piensas que haría algo así –dijo ella con frialdad,
ignorando por completo a Ron para mirar al moreno.

-Sé que no, pero estoy preocupado, Hermione. Todo esto ha pasado demasiado rápido –
respondió el moreno con desazón –cuando nos fuimos Malfoy y tú os odiabais y él deseaba
que nos partiera un rayo, y ahora quiere entrar en la Orden, está contigo y... parece que le
importas.

Y eso era todo lo que estaba dispuesto a decir por el momento. Puede que fuera un
desastre en el terreno amoroso pero no era estúpido. Veía como la miraba Malfoy, sus
actitudes posesivas al tocarla, el modo en que se había plegado a la petición de Hermione,
la patada que le había propinado a la puerta para manifestar su enfado por dejarla sola con
ellos. Había algo en Malfoy, algo que tal vez ya había visto antes pero en lo que no había
reparado –o no había querido reparar-. Algo en él cuando estaba cerca de su amiga. Algo
incómodo pero real.

Algo que también había en ella. Miró a Ron, cruzado de brazos cabezonamente, con la
mirada clavada en sus pies con obstinación, y sintió pena por su amigo. Y cansancio,
mucho cansancio.

Estaba harto de ser El Elegido, de tener el peso de esa misión, de ser quien debía acabar
con Voldemort o morir en el intento. Estaba harto de no poder estar con la persona a la que
quería por ello.

Así que en alguna parte de él, no podía menos que alegrarse –y envidiar sanamente –que
alguien a quien apreciaba tuviera la oportunidad de tener lo que a él le estaba negado
hasta que cumpliera su misión.

-No tienes por qué preocuparte en eso –murmuró Hermione con gratitud –sé lo que hago,
sé que le importo. Ahora sólo preocúpate de descansar y yo hablaré con la Señora Weasley.

Harry asintió tras unos instantes de vacilación, mientras Ron bufaba desdeñosamente.
Hermione decidió ignorarle y tras examinar la venda de la mano de Harry –que había vuelto
a llenarse de sangre –y cambiarla por otra, dejó la habitación.

Partida en tres.

o0o0o0o0o0o0o0o0o

Ya sabía que él estaría en la biblioteca antes de comprobar que su habitación estaba vacía.
Estar en su cuarto podría darle la impresión de que estaba esperándola, y él estaba
demasiado enfadado con ella como para querer eso. Cuando abrió la puerta de la biblioteca
y no lo vio sentado en un sillón, se dio cuenta de que estaba realmente enfadado. Siguió el
haz de luz que caía sobre la alfombra, procedente de las cortinas separadas al final de una
de las hileras de libros de la biblioteca y lo encontró allí, de espaldas a ella, frente a la
ventana, mirando el cielo donde el atardecer y el anochecer se fusionaban como si quisiera
irse con ellos.

Hermione se acercó despacio, con calma y pasos comedidos, que ahogaban las alfombras
polvorientas del suelo hasta detenerse a sus espaldas. Draco no se movió para mirarla.

Ella le puso una mano en la espalda, como si quisiera llamarle la atención sobre su
presencia o tal vez obligarle a volverse, pero no lo hizo. Dejó la mano allí, sobre la tela de
su camisa negra, para cerrar los dedos atrapando la prenda. Se aferró a él con los dedos de
la otra y apoyó la frente en su espalda, en el hueco entre sus manos.

Draco la sintió temblar contra él mientras su enfado se convertía en volutas de humo y su


miedo se disolvía. Se había ido de la habitación, temiendo que Potter y Weasley pudieran
hacer que ella cambiara de opinión respecto a estar con él. Si ella no había estado
totalmente convencida antes de su llegada, que esos dos se opusieran podría haber logrado
que la perdiera. Pero no había sido así, lo sabía porque se había acercado y le había tocado.
Lo sabía porque estaba llorando calladamente en su espalda, lo sabía porque había ido a él
buscando consuelo, no para abandonarle. Simplemente lo sabía.

Despacio, se volvió hacia a Hermione y la rodeó con sus brazos. Ella hundió el rostro en su
pecho y allí, abrazados ambos, entre los primeros rayos de luna y las últimas luces del sol,
se dejó querer.

o0o0o0o0o0o0o0o0o

-Potter.

Harry se detuvo, en medio del pasillo, al escuchar la voz a sus espaldas llamándole.

-Malfoy –dijo con voz neutra mientras se volvía hacia el rubio.

-Tenemos que hablar –anunció Draco avanzando hacia él.

Harry no tenía ganas de hablar con él. Se había pasado cerca de una hora escuchando a
Ron despotricar sobre Malfoy y sobre la ingenuidad de Hermione, elaborando, una tras otra,
descabelladas y extravagantes teorías en las que Malfoy siempre era un espía o un enviado
del Señor Oscuro para acabar con ellos. Si le había dicho a su amigo que iba a darse un
baño era precisamente para tener un poco de tranquilidad y poder pensar las cosas sin
frialdad y sin que ni Ron ni Hermione le influyera. Y Malfoy seguía sin ser su persona
favorita, así que lo último que le apetecía hacer en esos momentos era tener una
conversación –que posiblemente derivaría en una pelea- con él.

-Ahora no –y sin esperar respuesta de Malfoy, Harry se volvió y siguió avanzando hacia el
baño del final del pasillo.

-No es para convencerte de que soy el hombre ideal para Hermione, ni alguien muy valioso
para la Orden del Fénix. Es algo importante.
Harry se detuvo y cerró los ojos instantes. De no haber notado ese tono de urgencia
enterrado bajo capas de hostilidad, orgullo y superioridad en la voz de Malfoy, Harry no se
hubiera vuelto hacia él para escucharle a pesar de lo cansado que estaba.

-Habla –concedió.

-Hermione está en peligro –dijo Draco con voz ronca –y no me refiero al peligro que corre
la población en tiempos de guerra, ni siquiera al peligro que corren los sangre sucia en
estos momentos.

-¿De qué hablas? –preguntó Harry sintiéndose como si le hubiera arrojado un caldero de
agua helada por encima.

-Bellatrix quiere matarla.

o0o0o0o0o0o0o0o0o

Hermione estaba en la cocina, preparando el desayuno para Harry y Ron cuando oyó los
suaves y apurados golpes en la puerta de entrada. Intrigada, dejó las tostadas recién
hechas sobre un plato y sacudiéndose las migas de los dedos, fue andando hasta el hall
donde encontró a Harry en pijama y con aspecto enfermizo.

-¿Qué haces levantado? –le regañó acercándose para comprobar que las vendas de su
mano estaban manchadas de sangre seca de nuevo–Iba a subiros el desayuno ahora.

Podía estar enfadada con Ron, pero ambos estaban todavía convalecientes y no pensaba
dejar que hicieran esfuerzos.

-Estoy bien –dijo Harry con un tono demasiado jovial para sonar natural. Hermione le miró
a los ojos de ese modo en que la Señora Weasley miraba a Ron cuando quería sacarle
información, así que Harry se escabulló de ella y fue a abrir la puerta.

-Kingsley –murmuró haciéndose unos pasos atrás para dejarle entrar. El auror no iba solo,
sino que le acompañaba una muchacha no mucho mayor que Hermione que llevaba un
pequeño maletín de cuero con el símbolo de una varita y un hueso cruzados en las manos y
un gorrito de lana que le cubría hasta las cejas en la cabeza.

-Hola, Granger. Potter –les saludó la chica entrando con timidez en el hall detrás de
Kingsley. Harry cerró la puerta tan sorprendido como Hermione y miró a su amiga con
interrogación. Kingsley captó el desconcierto de los chicos y sonrió mostrando su blanca
dentadura.

-Molly habló conmigo anoche. Me dijo que Hermione le había contado que tenías una herida
bastante fea –dijo el auror con su profunda voz.

-No es nada –dijo Harry algo incómodo, ocultando su mano vendada a la espalda.

-Creemos que San Mungo ya no es seguro, sospecho que hay varios cuidadores
bajo imperius para acabar contigo o cualquiera de la Orden si aparecéis por el hospital. Por
lo visto se enteraron de que Hermione estuvo allí.

-¿Cómo? –preguntó Hermione con nerviosismo.


-No lo sabemos –dijo Kingsley –Voldemort siempre se ha valido de muchos espías. El caso
es que si no podemos ir a San Mungo, tendremos que traer San Mungo a nosotros. Y ahí es
donde entra Devany Apeldty. Es una...

-Sanadora –completó Hermione recordando a la chica. Era la misma que la había atendido
cuando había llevado a Madame Malkin a San Mungo, la misma que se encargaba de cuidar
a Narcissa Malfoy.

-En prácticas –murmuró Devany con un hilo de voz, al tiempo que aferraba con fuerza el
maletín que había estado apunto de escurrírsele de los dedos temblorosos por los nervios.

-Precisamente por eso es más seguro para todos –dijo Kingsley con amabilidad –ella
examinará tu mano. Me atendió cuando estuve en San Mungo y es de mi entera confianza
–miró a Devany que parecía abrumada por sus palabras y le dio una palmada en la espalda
para animarla –conozco a su padre, un gran hombre. Ella cuidará de ti, Harry. Ahora debo
irme, regresaré al mediodía con el resto de la Orden.

Y después de darle un apretón de manos a Harry y a Hermione, el auror desapareció por


donde había venido.

Los tres jóvenes se miraron torpemente y ninguno parecía muy seguro de qué se suponía
que debía hacer.

-Estoy encantada de conocerte, Potter –dijo Devany bajándose aún más el gorrito de lana
sobre los ojos –aunque en realidad ya te conozco. Quiero decir, cuando acabé en Hogwarts
tú aún estabas en cuarto. A Granger ya la conozco.

Harry asintió algo incómodo y Hermione le dirigió una sonrisa de solidaridad a la chica.

-¿Cómo está la Señora Black¿Hay alguna novedad? –preguntó.

-No gran cosa –respondió la sanadora con aire triste –no reacciona ante nada, ni siquiera
cuando va a visitarla el Señor Marcus Black –se sumió en un silencio pensativo y luego
añadió –aunque cuando lo hace esa señora mayor parece alterarse un poco.

-¿Qué señora?

-No recuerdo su nombre, dice que es una vieja amiga de la familia pero nunca viene
cuando el Señor Black está allí.

Hermione supo en el acto que esa mujer era Bellatrix y sintió un profundo horror ante la
crueldad de esa mujer. Estaba segura de que se pasaba a ver a Narcissa para asegurarse
de que Draco no regresaba y de paso regodearse en su obra. Decidió que sería más
prudente que Draco desconociera esa información y a ver la mirada de Harry fija en ella,
trató de cambiar de tema.

-¿Por qué no examinas a Harry? He intentado curarle la herida con poción desinfectante,
díctamo y ditanny pero no he logrado nada.

-Veré que puedo hacer –dijo Devany y parecía más segura de si misma cuando aferró el
maletín con ambas manos -¿Dónde puedo examinarte?
-En el primer piso hay muchas habitaciones –sugirió Hermione empujando suavemente
para que guiara a la sanadora. Una vez se quedó sola, Hermione agradeció interiormente
que la Señora Weasley hubiera hablado con Kingsley. La noche anterior, después de la
discusión con Harry y Ron y de un rato en la biblioteca con Draco, Hermione había bajado a
la cocina para comunicarse con la Señora Weasley por la red Flu. Le había contado que su
hijo y Harry habían regresado y que estaban bien, pero que el segundo tenía una herida
que no era capaz de curar. Molly se había preocupado tanto o más que ella y le había dicho
que pensaría en algo.

Y ahora Kingsley les había conseguido a una sanadora de San Mungo.

Mientras volvía a la cocina sonriendo, Hermione se alegró al pensar que la Orden del Fénix
aún vivía.

o0o0o0o0o0o0o0o0o

Hacia las dos del mediodía el grueso de los miembros de la Orden del Fénix que aún vivían
se apiñaban en el hall de los Black, hablando por encima de los estridentes gritos de la
Señora Black que los insultaba con renovadas energías después del período de tranquilidad
que había supuesto que la casa estuviera casi vacía.

Allí estaban Tonks y Ojoloco –que no dejaba de vigilar la casa con su ojo mágico-, Bill y
Fleur, los Señores Weasley, los Gemelos, Mundungus –a una distancia prudencial de
Harry-, Hestia Jones hablando con Lupin, Kingsley Shackelbolt y finalmente Harry, Ron y
Hermione. Devany estaba encogida en un rincón, aferrando su maletín nerviosamente
como si se sintiera fuera de lugar, Draco, en lo alto de las escaleras, observaba el
concurrido hall con una mezcla entre recelo y curiosidad.

Potter y él no habían hablado de su petición de entrar a la Orden ni de lo que se suponía


que debía hacer cuado estos llegaran, así que se limitaba a vigilar y esperar, teniendo en
cuenta que había visto el ojo mágico de Moody fijo en él durante unos largos segundos que
evidentemente, dada su alertapermanente no se fiaba de él.

Después de que todos saludaran a Harry, le dieran palmaditas en la espalda y le


preguntaran unas tres docenas de veces si se encontraba bien, Molly sugirió que bajaran a
la cocina. Harry y Hermione se quedaron en el hall unos momentos cuando todos entraron,
excepto Devany que permaneció incómoda en un rincón y Draco que continuaba en las
escaleras.

-Potter, quiero unirme a la Orden –dijo Devany con timidez, pero parecía decidida.

-Es muy peligroso –respondió Harry, algo abrumado. No le gustaba que todo el mundo
recurriera a él para entrar en la orden –Te agradezco mucho que me hayas curado la mano,
pero creo que ya te has arriesgado lo suficiente viniendo aquí. Cuando menos sepas será
mejor.

-Potter –Devany alargó una mano para sujetarle por el hombro con desesperación –quiero
ayudar. Mi madre es muggle y mi padre es un squib.

-Apeldty...
-Por favor –murmuró la chica aferrándose con fuerza a él –hazlo por Cedric. Él era... mi
mejor amigo. Vol...Volde... Voldemort –se estremeció al decir el nombre –lo mató. Quiero
hacer algo. Lo necesito –añadió mirando con súplica a Harry.

Harry la miró unos segundos, indeciso y abrumado por la situación. Después miró a Malfoy,
en lo alto de las escaleras, que parecía esperar el momento adecuado para abordarle y
tomó una resolución.

-Esperad aquí, los dos. Ya os haré llamar –dijo y después se dirigió a las cocinas, seguido
de Hermione que después de lanzar una mirada apenada a Devany y a Draco, cerró la
puerta.

-Ya hemos esperado demasiado –aseveró Moody golpeando el suelo con su pata de
madera.

-No hemos estado cruzados de brazos, Alastor –aseguró Hestia con tacto –en el
ministerio...

-El ministerio sólo se ocupa de intentar tapar lo que está ocurriendo –dijo Fred con desdén
–están sobornando a los comerciantes del Callejón que no pensaban reabrir sus tiendas
para que lo hagan y mantengan la boca cerrada.

-Quieren que todo el mundo piense que todo está bien allí –añadió George –como si no
hubiéramos visto a gente morir en nuestras narices.

-También hace algo más que eso –dijo Kingsley con desagrado –el Decreto contra los
Hombres Lobos es un hecho. Mañana presentarán el primer borrador.

Hermione vio como Tonks enlazaba su mano con la de Lupin, que a pesar de tener aspecto
enfermizo, parecía sereno.

-Eso es lo único que saben hacer –refunfuñó la Señora Weasley –depurar responsabilidades
mientras la gente se muere y los mortífagos siguen creciendo en número.

-Ya sabemos que están en San Mungo y puede que incluso en Hogwarts –comentó Bill -
¿Qué sabemos del nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras? Lo puso allí el
Ministerio pero eso no significa que sea de fiar.

-Minerva dice que es un buen chico –aseguró Arthur –las cosas en Hogwarts están
tranquilas, aunque en la casa de Slytherin, hay muchos alumnos de séptimo curso que
faltan a menudo –y ante la mirada interrogativa de los tres chicos, Arthur continuó –
Crabbe, Goyle, Zabinni y Nott, entre otros.

-¿Creéis que son ... –comenzó Hermione.

-¿Mortífagos? –le atajó Lupin –sin duda. Posiblemente Voldemort les tenga allí para vigilar
el colegio e intentar reclutar a más gente.

-Bueno, si es por eso, no tenemos mucho que temer. Crabbe y Goyle nunca han sido muy
elocuentes ... –comentó Ron con burla.

-No lo necesitan, chico –aseguró el ex-auror abruptamente –pueden emplear otros medios.
Después de las palabras de Moody, toda la congregación se sumió en un silencio
meditabundo y preocupado, hasta que la Señora Weasley lo rompió.

-Bueno, creo que es hora de que nos contéis que habéis estado haciendo y por qué estáis
tan magullados –dijo mirando a su hijo y a Harry con preocupación. De repente, todos los
recién llegados volvieron su atención hacia Harry y en menor medida hacia Ron y
Hermione, sentados cada uno al lado del moreno. Los tres intercambiaron una mirada –
hasta que Ron recordó que estaba enfadado con Hermione y le giró el rostro –y después
Harry se puso en pie.

-Antes de morir, Dumbledore me encargó una misión importante en la que Ron y Hermione
me han ayudado. Me pidió que no sé lo contara a nadie más y creo que es mejor no
hacerlo.

-Entonces ¿paga qué nos hag gueunido? –preguntó Fleur exasperada.

-Porque tengo una misión para vosotros. Creo que no todos sabéis quien es Nagini –dijo
Harry y hubo asentimientos y negaciones entre los distintos miembros de la Orden –Es una
enorme serpiente que Voldemort lleva a todas partes. No puedo explicaros por qué pero es
muy importante para él. Y es clave para nosotros acabar con ella.

-Pero si va a todas partes con quien vosotros ya sabéis ¿cómo podremos acceder a ella? –
preguntó Mundungus, claramente asustado por las palabras de Harry -¿qué pretendes que
hagamos ¿buscar su morada y atacarle allí?

-Eso no estaría mal –dijo George meramente para molestar a Mungundos por
estar acojonado como él y Fred dirían –de hecho podríamos llevarle flores.

-O bombones –propuso Fred.

-No bromeéis con eso –les censuró su madre con el ceño fruncido.

-No descartéis la idea –dijo Kingsley pensativo –si no nos queda otra alternativa podríamos
tener que recurrir a eso.

-Pero no sabemos dónde se oculta Voldemort –comentó Tonks.

-Bueno, si mal no recuerdo, tenemos un mortífago viviendo en esta casa –dijo Fred
enlazando las manos en la nuca.

-No sabe nada –dijo Ron con una risilla desdeñosa –era el último mono entre los
mortífagos.

-Ya le interrogamos –intervino Hermione ignorando el comentario del pelirrojo –y no sabe


dónde puede esconderse Voldemort.

-Tal vez no usasteis las técnicas adecuadas –murmuró Ojoloco acariciando su varita con el
ojo mágico fijo en la puerta de la cocina y el otro entrecerrado, como si saboreara un
recuerdo agradable.

-Hermione no nos permitiría ser más disuasorios –apostilló Ron con rencor. Hermione le
hubiera intentado dar una patada por debajo de la mesa si no hubiera estado Harry de por
medio al ver las miradas de todos fijos en ella.
-¿Qué quieres decir? –preguntó Tonks mirando a Hermione de un modo, entre divertido y
picaron que le hacía sospechar que ya sabía perfectamente a lo que Ron se refería.

-Lo que el bocazas de Ron quiere decir no es algo a debatir en una reunión de la Orden –
respondió Hermione con dignidad. Estaba realmente enfadada con Ron por haberla puesto
en ese apuro, el muy capullo. No le bastaba con considerarla lo suficiente estúpida para
dejarse sacar información por Malfoy y lo suficiente horrible para que no pudiera concebir
que él estuviera verdaderamente interesado en ella, sino que además le retiraba la palabra
y pretendía poner su relación en tela de juicio ante toda la Orden.

-Veamos que tiene que decir él–dijo Alastor –por que está escuchando detrás de la puerta.

Y con un movimiento de varita, la pesada puerta de madera de la cocina se abrió con


estrépito y Draco se tambaleó un poco antes de equilibrarse, evidenciando que
evidentemente, había estado del otro lado, con la oreja pegada a la madera. Se irguió con
elegancia, adoptó su pose más altiva y descendió los escalones como si la Orden del Fénix
fueran sólo unos invitados más de las famosas fiestas en Malfoy Hall. Hermione reconoció,
con la boca repentinamente seca, que podía tener mucho aplomo cuando quería.

Se acercó a la mesa –siempre a una distancia prudencial de Ojoloco Moody- y les miró a
todos con altivez.

-Tenéis razón en algo. No sé donde se esconde el Señor Oscuro. Pero sí sé como podemos
averiguarlo o al menos saber qué trama.

-¿Ah, si? –preguntó George burlonamente.

-Sí –dijo Draco, más pálido de lo normal ahora pero decidido –tengo un plan. Pero antes
quiero entrar a formar parte de la Orden.

No estaba dispuesto a ser una marioneta del bando de los "buenos", iba a ayudar, iba a
jugarse el culo, pero no iba a permitir que volvieran a utilizarle.

-¿Y eso por qué? –preguntó Bill con desconfianza.

-Él me torturó hasta casi matarme, mi padre está en la cárcel por cumplir sus ordenes, mi
madre en San Mungo enloquecida a base de Cruciatus por no revelar donde me escondo y
mi tía Bellatrix se pasea por ahí, deseando matarme. Tengo bastantes motivos –dijo y sólo
Hermione se dio cuenta de la fuerza con la que se aferraba a los bordes de la mesa,
revelando su angustia y su miedo.

Todos se quedaron en silencio, con los fijos en él, analizándole, estudiándole, decidiendo
hasta que punto podían fiarse de él. Draco sabía que nadie allí, a excepción de Hermione y
puede que tal vez Tonks y la Señora Weasley confiaban en él, y que otros cuantos como los
chicos Weasley le odiaban a muerte, pero también estaba convencido de que la palabra
definitiva, la llave para entrar en la orden la tenía Potter. El jodido San Potter.

Por eso ignoró a los demás y fijó sus ojos en él, sosteniendo su mirada verde esmeralda en
un callado reto. No supo si pasaron sólo unos segundos o unos varios minutos mirándose a
los ojos, pero cuando al fin Potter pestañeó, Draco se sintió realmente cansado. Y
acojonado.
-Si quieres entrar en la Orden, tendrás que demostrar que podemos confiar en ti –dijo
Harry al cabo y se oyeron varios murmullos de desaprobación de cabezas pelirrojas,
Hermione tan sólo permanecía en silencio, pálida y expectante –Dices que sabes cómo
averiguar dónde se esconde o qué trama. Demuéstralo.

Ron hizo intento de objetar algo, pero su madre le lanzó una mirada de advertencia a él y a
sus hermanos y los tres Weasley cerraron la boca a regañadientes. El resto del grupo
permanecía a la espera, aunque por las expresiones de sus rostros se podía deducir su
opinión al respecto. Sobraba decir que la única que parecía abiertamente contenta era
Tonks.

-Bien, Potter –dijo Draco, relajándose de forma casi imperceptible –Este es el plan.

Capítulo 38: Cruciatus

-Bellatrix quiere matarme, torturó a mi madre para averiguar mi paradero y me apuesto


algo a que tienen Malfoy Hall vigilada por si yo aparezco por allí de nuevo.

Draco hizo una pausa y miró a la congregación allí reunida. Todos le miraban con atención,
algunos escépticos, otros realmente interesados. Hermione le observaba de un modo tan
penetrante, tan ansioso, que Draco se sintió incómodo al percibir que ella intuía a donde
quería ir a parar. Estaba asustada por él, podía verlo. Él estaba aún más asustado que ella
pero eso era algo que debía hacer. Bellatrix no cejaría en su empeño hasta que lograra
matarla al primer descuido que tuvieran, podrían esconderse un tiempo pero no
eternamente, y aunque tal vez él pudiera pasarse toda su miserable vida en la Mansión
Black con tal de saber su culo a salvo, ella no lo haría. Y Draco no podía vivir sabiendo que
en cuanto Hermione pusiera un pie en la calle –cosa que no dudaba que haría –
posiblemente nunca regresaría con vida.

-¿Y bien? –le instó Tonks con suavidad, devolviéndole al hostil presente. Draco se aclaró la
garganta y se aferró con más fuerza al borde de la mesa, hasta que sus nudillos se
blanquearon y las yemas de los dedos le dolieron, pero no le importó. Ese leve dolor le
mantenía en contacto con la realidad.

-En cuanto yo ponga un pie en Malfoy Hall, Bellatrix y más mortifagos aparecerán. Puede
que dos o tres –hizo una pausa, tragó saliva y añadió con sus últimos restos de arrojo –y
nosotros somos más.

-Espera un momento, chico –dijo Arthur asombrado -¿te estás ofreciendo como cebo?

De nuevo, Draco sintió todos los ojos fijos en él, pero se obligó a mirar únicamente a la
cara del Señor Weasley. No debía mirar a Hermione o se echaría atrás. Pálido, sacudió la
cabeza rígidamente.

-Eso es ... –comenzó Hermione con voz chillona.

-Una excelente idea, chico –dijo Moody mirándole con ambos ojos, mágico y humano como
si estuviera midiéndole –Podríamos capturar a algún mortífago e interrogarle. Es más
práctico y más rápido que averiguarlo por otros medios.

-Podríamos usar Veritaserum con ellos –comentó Tonks entusiasmada con la idea –Kingsley
y yo podemos conseguir un poco en el Ministerio.
-Sino Fred y yo nos ofrecemos para sacarles la información –sugirió George y él y su
hermano sonrieron de manera inocente.

-Somos hombres de negocios, ya sabéis, tenemos nuestros truquillos –apostilló Fred.

-O tal vez...

-No puedes hacer eso.

Bill se interrumpió a mitad de frase cuando la voz de Hermione se escuchó entre las demás
como un puño golpeando la mesa. Automáticamente, todos se quedaron en silencio,
intuyendo que debían mantenerse al margen.

Draco despegó los ojos de la superficie arañada de la mesa y se atrevió a enfrentar la


mirada de Hermione. Suplicante, dura y asustada a la vez, toda una combinación de
sentimientos, cada cual más atenazador para el corazón –o eso debía ser lo que se retorcía
y palpitaba en su pecho- de Draco. Sabía que Hermione iba a odiarle al final de ese día, y
eso que sólo sabía una mitad.

Sabía que tendría que recurrir a toda su fuerza de voluntad, a todo su aplomo y decisión
para llevar a cabo lo que había empezado. Sabía que era el único modo.

Soltó la mesa y miró a Hermione con las manos pendiendo a ambos lados de su cuerpo,
desprovistas de función porque no podían tocarla. No dijo nada, pero ella entendió.

-No –murmuró Hermione, más para ella que para cualquiera que quisiera escucharla.
Parpadeó un par de veces como si estuviera aturdida y se volvió hacia Harry –Harry, dile
que no puede hacerlo.

Harry miró a Hermione y sintió que él corazón se le caía a los pies. Le quería, ella quería a
Draco Malfoy de verdad. Y ahora le miraba a él, poniendo en sus manos su destino.
Suplicándole que impidiera a Malfoy llevar a cabo la única cosa buena que había salido
jamás de él. El único riesgo que iba a correr por alguien que no fuera él. Tenía que ser
juez, tenía que escoger entre el bien de la Orden, de su misión y la felicidad de su mejor
amiga.

-Es peligroso –fue lo que dijo. Harry podía haberse enfrentado a Voldemort, al Colacuerno
húngaro, a una araña gigante y un basilisco, podía haber arriesgado su vida, podía haberse
lanzado a la muerte. Pero no podía partir el corazón de su amiga.

-Lo es –intervino Lupin con cierto matiz de compasión en la voz, parecía saber
perfectamente qué estaba sintiendo Harry en ese momento –pero estar en la Orden es
peligroso. Si realmente quieres formar parte de ella, Malfoy, debes asumir ese riesgo.

Todos miraron de nuevo a Draco, pero él no los miró. Ya sabía por qué razón no era un
Gryffindor, por qué no era ningún valiente: era mucho más fácil no serlo.

-¿Ahora te vas a echar atrás? –se burló Ron –ya sabía yo que esto no podía durar mucho.
Si queréis mi opinión, lo mejor que podemos hacer es echarlo de aquí y seguir con la...

-No me he echado atrás, Weasel –espetó Draco. También era mucho más fácil ser orgulloso
que no serlo –He dicho que iré a Malfoy Hall como cebo y voy a hacerlo. Pero no soy
estúpido, quiero que todo se haga con todas las garantías de seguridad posibles. Pongo tres
condiciones.

-Me temo que no estás en posición de negociar –apuntó Fred.

-¿Qué condiciones? –preguntó Kingsley ignorando el comentario del pelirrojo.

-La primera es que estéis en los alrededores de Malfoy Hall para acudir en cuanto yo os dé
la señal. La segunda es que me deis una varita.

-Razonable –concedió Moody secamente -¿Y la otra?

-La última condición es que Hermione Granger se quedé aquí –pronunció. Y al cuerno con
las conclusiones que todos sacaran de ello.

-¿Qué? –preguntó Hermione elevando la voz, las lagrimas que hasta entonces habían
brillado en sus ojos, habían quedado rápidamente olvidadas –Si tú vas, yo también. No
pienso quedarme aquí.

-Hermione, cariño –intervino la Señora Weasley con tacto, no obstante parecía un poco
aturdida por el cariz que estaban tomando las cosas –aún no estás del todo recuperada de
tu lesión...

-Me encuentro perfectamente, Señora Weasley –aseguró Hermione con sequedad –ya
puedo ejecutar los mismo hechizos que antes con la diestra. Además, soy mayor de edad y
nadie puede prohibirme ir –sentenció, miró a todos los presentes con desafío y finalmente
posó sus ojos en Draco, enfurecida.

-Potter puede –Draco evitó los ojos furiosos de Hermione y miró a Potter con velada
súplica, pidiéndole que recordaran la conversación del día anterior –él es quien decide aquí.

-¿Qué opinas tú, Harry? –preguntó Hestia que parecía muy entretenida y miraba de Harry,
a Hermione y de Hermione a Draco continuamente.

Harry se colocó las gafas, tomó aire y evitando cuidadosamente el mirar a Hermione,
habló.

-Hermione se queda.

-¡No! –exclamó Hermione golpeando la mesa con enfado -¡No lo entiendo¿Por qué?

-Aún no estás del todo bien –arguyó Harry, aunque sabía que su argumento era demasiado
pobre. Simplemente no podía decirle la verdad, Malfoy se lo había hecho prometer.

-¡Sabes que no es cierto! Me encuentro mucho más que sana que Ron y que tú, sin ir más
lejos. ¡Y en cambio vosotros vais a ir!

-Yo no estaría tan seguro –dijo Ron haciéndose el misterioso –Vamos, creo que todos
estamos pasando algo por alto. Malfoy es un mortífago y está claro que quiere llevarnos a
Malfoy Hall para tendernos una emboscada. Es un espía de quien ya sabéis.
-La verdad es que es sospechoso –comentó George observando a Malfoy con repentino
recelo.

El ojo mágico de Moody seguía fijo en Draco, haciéndole sentir profundamente incómodo
por encima del miedo y la desdicha.

-Eso es una estupidez, Weasley –escupió Draco, redirigiendo sus frustraciones hacia el
pelirrojo –Sí fuera un enviado de Él, mi madre no estaría ahora en San Mungo ¿se te ha
ocurrido pensarlo, comadreja?

-Sabemos que está en San Mungo, pero ¿cómo podemos estar seguros de que en realidad
está loca? –dijo Ron acalorado -¡A lo mejor sólo está fingiendo estar chiflada! No me
extrañaría nada, ella es de la misma calaña que tú.

Fue sólo cuestión de un segundo. En un momento Draco estaba al final de la mesa, al otro
intentaba pegar a Ron. De hecho, si Harry no hubiera sido lo suficiente rápido para parar el
puño de Draco, posiblemente Ron yacería despatarrado en el suelo.

-¡Malfoy¡Ron¡Parad!

Hermione intentó apartar a Draco tirando de la parte de atrás de su camisa, pero él


forcejeaba e intentaba llegar a Ron una y otra vez con tanta fuerza que casi la arrastraba
tras él. Si Fred y George no hubieran intervenido, el primero frenando a Malfoy y el
segundo, colaborando con Harry para llevar a Ron a un rincón, ambos se hubieran liado a
golpes, pues el pelirrojo se revolvía tratando de hallar un hueco entre su mejor amigo y su
hermano para llegar al mortífago sin dejar de llamarle cobarde a gritos entre otras lindeces.

-¡Ya está bien! –chilló la Señora Weasley furiosa. Gritó tan alto que Ron se interrumpió en
sus insultos y Draco dejó de forcejear por unos instantes -¡Esto es absolutamente
vergonzoso¡Dos magos mayores de edad comportándose como dos niños salvajes!

-¡Empezó él, mamá, intentó pegarme! –se defendió Ron, colorado de rabia y humillación.

-¡Eso es! –le aguijoneó Draco asomándose por encima del hombro de Fred para mirarle –
Vete a lloriquearle a tu madre.

-¡Al menos yo puedo hacerlo, Malfoy! –gritó Ron.

Aunque Fred tenía más o menos la misma constitución y altura que Draco, aunque
Hermione se aferraba a su espalda como una lapa tratando de retenerlo, Draco forcejeó
con tanta fuerza que logró avanzar unos pasos hacia el pelirrojo. Ron, por su parte, hacía
sus intentos salirle al encuentro.

-¡Cabrón cobardica!

-¡Comadreja mimada!

-¡ALTO!

La Señora Weasley había ido más allá de los gritos. Se había puesto en pie y había lanzado
al aire un chillido que habría hecho temblar todo Hogwarts y que frenó en el acto a Draco y
a Ron, y a todos los que intentaban detenerles. Esa clase de aullido al que se someten
todos aquellos que lo escuchan porque la alternativa es una muerte lenta y dolorosa. Esa
clase de sonido que hace que tu vida pase ante tus ojos en unos segundos.

-¡ESTO ES DEMASIADO¿Y VOSOTROS QUERÉIS FORMAR PARTE DE LA ORDEN¡TAL VEZ


CUANDO DEJÉIS DE COMPORTAROS COMO NIÑOS DE TETA PODAMOS EMPEZAR A
PLANTEARNOS EL ACEPTAROS¡ES COMPL...

-Mamá –trató de frenarla Ron a la desesperada, con un hilo de voz.

-¡Cállate, Ronald Bilius Weasley¡Si no eres capaz de estar sentado y escuchar cómo las
personas maduras hablamos lo mejor será que salgas de aquí!

Ron enrojeció hasta las orejas, olvidando ya todo impulso belicoso. Bajó la cabeza,
sintiéndose profundamente humillado y furioso, y sin mirar a nadie, apartó a Harry y a
George de un empujón, pasó junto a Hermione y a Draco sin mirarles y salió de las cocinas
cerrando de un portazo.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

A Ron le hubiera gustado destrozar el hall –especialmente el cuadro de la Señora Black –


pegarse con las paredes y despotricar a media voz durante horas y horas, pero al mirar las
escaleras se dio cuenta de que no estaba solo. Había una chica allí, sentada en los dos
últimos escalones, abrazando sus rodillas y mirándole con aire asombrado con sus enorme
ojos oscuros por debajo de la línea de un gorrito de lana con un flor violeta pegada. Ron la
había visto en el hall antes de que comenzara la reunión de la Orden, pero como no
hablaba a Hermione y Harry parecía muy ocupado, no había preguntado quién era. Vio que
tenía un maletín desgastado, apoyado en el suelo junto a las puntas afiladas de sus botas
violetas y supuso que era sanadora al reconocer el símbolo de San Mungo en un lateral.

-¿Y tú quién eres? –preguntó con una brusquedad que la pobre chica no se merecía.

-Me llamo Devany Apeldty –repuso ella, algo sorprendida y cohibida –soy una sanador...

-De San Mungo, ya, ya –atajó Ron con impaciencia, hizo crujir sus nudillos conteniendo la
necesidad imperiosa de deshacer algo a puñetazos –La pregunta es, qué demonios haces
aquí.

Devany abrió la boca, asombrada y volvió a cerrarla un par de veces como un pez fuera del
agua. Era evidente que estaba demasiado impactada por la brusquedad de Ron para
responder.

-Bueno –murmuró al cabo, encogiéndose más sobre sí misma –Potter me dijo que esperara
aquí, no era mi intención molestarte. Pero supongo que puedo irme al Salón.

Ron se quedó observándola mientras se ponía en pie, recogía su maletín y tropezaba en el


primer escalón. Devany soltó una maldición avergonzada y trató de marcharse a toda
velocidad, pero con las prisas pisó el borde de su larga bufanda amarilla y apunto estuvo de
escurrirse escaleras abajo. Por unos momentos, Ron la contempló resarciéndose en el
placer de haber descargado una mínima parte de su frustración con alguien.

Con alguien que no tenía nada que ver con el motivo de su enfado. Con alguien que a
juzgar por el modo en que le lanzaba una mirada avergonzada, con todo el rostro visible
colorado y trataba de recomponerse con dignidad para continuar subiendo los escalones,
parecía sentirse tan sola, perdida e insignificante como él.

-Eh –empezó y no supo bien como seguir cuando la chica se volvió hacia él con expresión
cautelosa como si esperara que fuera a gritarle de nuevo. Ron se rascó la nuca, sintiéndose
culpable –no hace falta que te vayas –murmuró –yo... siento haberte gritado. Normalmente
no soy tan gilipollas.

-He debido pillarte en un mal momento –repuso Devany con una sonrisa vacilante. A Ron le
pareció que tenía una sonrisa dulce. En general toda ella emanaba una especie de inocencia
que hacia que dieran ganas de protegerla. Aunque fuera extraño, eso a Ron le hacía
sentirse cómodo.

-Yo soy...

-Ronald Bilius Weasley –repuso ella y ante la mirada interrogativa de Ron, añadió –Oí a tu
madre gritarlo.

-Ah, sí –murmuró Ron metiéndose las manos en los bolsillos. Ya no se sentía guay. Devany
le miró como si le comprendiera y Ron se preguntó cuánto se escucharía desde las
escaleras con la puerta de la cocina cerrada.

-¿Por qué no te sientas? –sugirió Devany señalando un hueco en el escalón continuo al que
ella ocupaba –Parece que a los dos nos tocará esperar un rato.

Sabiendo que tenía razón, Ron se sentó a su lado, resignado y mucho más calmado de lo
que había pensado.

-¿Sabes? –dijo –Una vez me atacaron unos cerebros gigantes¿quieres ver las marcas?

Devany asintió asombrada y Ron volvió a sentirse guay.

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-Bien –refunfuñó Molly Weasley volviendo a tomar asiento –bien –repitió. Fred y George
volvieron a sentarse, pero apartaron sus sillas disimuladamente del lado de su madre.

-Si ya habéis acabado con vuestras exhibiciones de testosterona, tal vez podamos seguir
con esta reunión –comentó Ojoloco con aspereza y miró a Harry, Draco y Hermione que
aún seguían en pie. Despacio, Harry y Hermione volvieron a sentarse y Draco regresó a su
posición original al pie de la mesa –Bien, el chico Weasley tiene algo de razón. No sabemos
si podemos fiarnos de ti. Padre mortífago, hijo mortífago... –clavó su ojo mágico de nuevo
en Draco y él se cuidó de hacer cualquier tipo de movimiento y de mantener una expresión
neutra en el rostro –sí, es cierto que tu familia ha sufrido las consecuencias de su elección,
pero eso no explica por qué vas a arriesgar tu vida. Si te pareces en algo a tu padre, te
echarías atrás cuando las cosas se pusieran feas.

-Es un riesgo que tenéis que decidir si estáis dispuestos a correr –repuso Draco con
frialdad. Estaba cabreado por lo que Weasley había dicho de su madre y por la manera sutil
en la que Moody había llamado a los Malfoy cobardes. Estaba cabreado porque por una
puta vez intentaba hacer algo bueno en su vida y no hacían más que ponerle pegas –Yo os
he dicho lo que hay y estoy dispuesto a arriesgar mi vida por la jodida Orden, pero sólo
tengo mi palabra para demostrarlo. Así que si queréis creerme bien, sino, es vuestro
problema. Podéis reuniros una vez por semana para tomar el té y hablar de todo aquello
que podríais hacer para acabar con el Señor Oscuro mientras la gente se muere, o podéis
hacer algo ya.

En momentos como ese, Hermione odiaba a Draco Malfoy porque le quería aún más. Le
odiaba porque a pesar de estar furiosa con él, a pesar de que pensaba arrojarse a las
manos de los mortifagos, a pesar de que había conseguido que la relegaran al papel de
esperar de nuevo en Grimmauld Place mientras los demás se jugaban la vida, a pesar de
haber intentado pegarle a Ron, no podía odiarle cuando decía cosas como esa. Porque se le
secaba la boca y se sentía henchida de una especie de orgullo de pareja cuando él se
comportaba con tal aplomo.

-Yo creo que mi primo tiene razón –opinó Tonks –tú mismo lo decías, Alastor, hemos
esperado demasiado. Es hora de que hagamos algo y creo que no tenemos ninguna
alternativa mejor que esta. ¿Tú que dices Harry¿Nos arriesgamos?

-Es una locuga –aseguró Fleur negando la cabeza, más con resignación que con oposición.

-Precisamente en eso está lo interesante –respondió George.

-No sé si es interesante o no, pero creo que no podemos hacer otra cosa –dijo Harry –
Cuánto antes mejor.

-Ahora mismo si queréis –ofreció Draco. Prefería que fuera cuanto antes para no tener
demasiado tiempo para pensárselo, darse cuenta de que iba hacia una muerte casi segura
y echarse atrás.

-Tenemos que volver a nuestros trabajos –dijo Arthur mirando su reloj –pero estaremos
fuera en digamos, cuatro horas. Podemos reunirnos de nuevo aquí e ir a Malfoy Hall esta
noche.

-Como queráis –cedió Draco entre dientes.

-Bueno –resopló Hestia poniéndose en pie –entonces, esta noche nos vemos.

-Sea –murmuró Moody.

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Cuando el número 12 de Grimmauld se quedó casi vacío, ya sólo Ron, Harry, Hermione y
Draco estaban en el hall. Hermione estaba enfadada con todos, Ron con todos menos con
Harry, Draco con él y Harry no sabía si intentar hablar primero con el pelirrojo o con la
castaña.

Hermione simplificó las cosas marchándose escaleras arriba después de lanzarle una
mirada asesina a los tres. Draco esperó unos segundos y se fue tras ella, y resoplando
cansadamente, Harry procedió a sentarse en las escaleras con Ron para escuchar una larga
sesión de gruñidos y quejas.

Draco alcanzó a Hermione justo cuando ésta se proponía cerrar de un sonoro portazo su
habitación. Logró colar un pie antes de que la puerta se cerrara y entró en la habitación
tras Hermione.
-Lárgate –le exigió ella, caminando furiosamente de un lado a otro por su envejecida
alfombra de Aubusson –No quiero hablar contigo.

-Sé qué estás enfadada conmigo...

-¡Qué perspicaz! –Se burló ella deteniéndose un instante en sus paseos para asesinarle con
la mirada –Se te dan realmente bien las mujeres.

-Oye, estoy haciendo esto por ayudar a la Orden –trató de defenderse él –me estoy
jugando el culo.

-Todo eso está muy bien, Malfoy –Hermione se cruzó de brazos con energía mientras le
miraba con el ceño fruncido –pero no explica por qué has pedido expresamente que yo no
vaya. Sabes que puedo usar la magia como antes, de hecho podría colgarte bocabajo del
techo ahora mismo antes de que pudieras decir "tiránico insoportable".

Draco se cuidó de no sonreír ante el comentario y la expresión enfurruñada de Hermione.


Arrugada la nariz de un modo jodidamente encantador y sus ojos brillaban de enojo.

-No lo pongo en duda. No es por eso por lo que he pedido que no vayas.

-¿Entonces? –le instó ella con aspereza -¿Es que quieres que me quede para prepararte la
cena?

-Es peligroso, Hermione, no sé qué trampas tendrán preparadas ni cuántos serán –dijo él
con seriedad.

-Claro, es peligroso para mí, pero no para ti –repuso ella –tú puedes ir y yo no. ¿Es qué me
consideras inútil o algo por el estilo?

-No, pero creí que eres algo más espabilada –dijo Draco perdiendo la paciencia. Hermione
se detuvo en seco en sus paseos y le miró con estupefacción. Abrió la boca, sin duda para
decirle cuatro cosas, pero Draco la interrumpió –Bellatrix va a estar allí. Y va a intentar
matarte.

-¿Y qué? – Repuso Hermione sin ablandarse -¿acaso no quiere matarte a ti también? Y sin
embargo tú vas a ir...

-¿Es qué no lo entiendes? –bufó Draco totalmente exasperado y la sujetó por los hombros
para impedir que siguiera paseando de un lado al otro y volviéndole loco –Ya perdí a mi
madre, no pienso perderte a ti también.

Hermione abrió mucho los ojos y se quedó completamente inmóvil entre sus manos. Y
entonces se rindió, desistió de tratar de darle mil razones lógicas por las que ella tenía
razón y él se equivocaba, olvidó seguir peleando. Porque no podía luchar con ese tono
de eres todo lo que tengo. Porque no podía luchar con esa mirada que se lo confirmaba,
con la forma en que la sujetaba como si pensara que se le iba a escapar.

Porque no podía ser racional después de entender que él se iba a jugar la vida pero había
hecho todo lo posible para asegurarse de que ella estaría bien; después de entender que la
había puesto por delante de él. Y sin poder contenerse, le besó.
Le besó con miedo, con angustia, con ansiedad. Le besó con amor, con pasión, con
desesperación. Le besó con las horas contadas antes de separarse. Draco le devolvió el
beso con la misma intensidad y la aferró por la cintura, hundiéndole la yema de los dedos
en su carne como si quisiera exprimir hasta la última gota de ella. Hermione le echó los
brazos al cuello y se estrechó contra él, y toda ella era miedo y anhelo.

Porque había resultado ser un valiente –posiblemente sólo ella entendía hasta que punto -,
porque quería acabar con su señor, porque quería algo mejor para ellos que pasarse la vida
encerrados en Grimmauld Place. Porque no sabía si después de esa noche volvería a verle,
porque sabía que había demasiadas cosas que podían salir mal.

Por eso cuando Draco se apartó de su boca lo suficiente para soltar los primeros botones de
su camisa, sacársela a toda prisa por la cabeza y arrojarla lejos, cuando coló sus frías
manos por debajo de su suéter mientras la guiaba hasta su cama, Hermione se entregó
ciegamente.

Porque podría ser la última vez.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Cuando Draco se apareció frente a la enorme verja negra rematada en puntiagudas


cabezas de serpiente, una oleada de reconocimiento y débil añoranza se hizo un hueco
entre el miedo que le llenaba. Estaba cagado de miedo, pero eso era algo que debía hacer.

Por su madre, por él, por Hermione.

Empujó la verja y no se sorprendió que se abriera con facilidad, en silencio. Los mortífagos
no tenían problema con que él entrara en Malfoy Hall, sólo con que saliera de nuevo. Tragó
saliva y sujetando la varita con rigidez, se adentró por el sendero de gravilla rodeado de
setos ahora descuidados hacia la imponente mansión que se alzaba frente a él. La hierba
estaba más alta de lo normal y los setos no habían sido podados recientemente. Draco se
preguntó qué habría sido de los elfos domésticos de la casa después de que su madre fuera
ingresada en San Mungo, aunque tampoco le importaba demasiado.

Comenzaba a anochecer y los únicos sonidos que llegaban a sus sensibilizados oídos eran
los que producía cada uno de sus pasos sobre la gravilla. Eran un sonido leve, casi
amortiguado, pero parecía retumbar en la antinatural quietud de ese atardecer que bañaba
las orgullosas facciones de la soberbia casa.

Se detuvo a unos metros del porche columnado de su hogar, con el corazón latiéndole a
toda velocidad. Posiblemente, si subía los escalones y entraba en la casa, el hall sería lo
último que vería. Estaba seguro de que dentro había alguien o algún hechizo preparado
para su regreso. Ahora que su madre no estaba allí, la casa misma no ofrecía ninguna
protección. Posiblemente Bellatrix ya había estado allí para colocar alguna trampa. Sí era
obra suya, seguramente las trampas sólo le detendrían o como mucho le herirían. Bella no
querría perderse la satisfacción de eliminarlo por sí misma.

Como había hecho con su propia hermana. Ese pensamiento inflamó de odio y venganza a
Draco, pero trató de calmarse en vano. Le convenía mantener la cabeza fría dentro de lo
posible, pero a la misma vez su rabia era la mejor defensa que tenía contra el miedo que le
atería. Inconscientemente, aferraba con fuerza su varita, recuperada después de tanto
tiempo. Tomó aire y repasó mentalmente el plan.
Dos grupos de la Orden estaban ocultos en los alrededores de la mansión. Una primera
avanzadilla más cerca, escondida entre el bosque y las praderas que se extendían en torno
a la magnifica mansión para acudir en cuanto él diera la señal. La segunda, el grupo de
refuerzo, permanecía a una distancia prudencial, y sólo entraría en juego en caso de que
las cosas se pusieran demasiado feas. Hermione se había quedado sola en Grimmauld
Place, a pesar de haber tratado de convencerle tanto a él como a Potter de que debía ir con
el resto a última hora. Después de recibir un no por parte de ambos, les envió al cuerno y
no volvió a hablarles, hasta que se despidió dándoles a ambos un abrazo interminable.
Hermione y él se habían fundido allí, en pleno hall de Grimmauld Place con toda la Orden
del Fénix como espectadora, sin importarles en absoluto la idea que pudieran llevarse de
ello. Cuando al final Harry carraspeó, Draco la soltó bruscamente y salió por la puerta sin
siquiera mirarla. Sabía que de haberlo hecho, no podría haberla dejado allí.

Ahora se repetía que ella estaba a salvo en la Mansión Black y que lo importante en esos
momentos era llevar a cabo el plan con éxito. Decidió que sería más seguro andar por los
terrenos de la mansión mientras esperaba que alguien apareciera y daba la señal a la
Orden del Fénix así que optó por rodear la casa para llegar al jardín trasero. A Draco le
gustaba ese jardín porque desde pequeño, siempre había encontrado a su madre allí.
Sentada elegantemente sobre uno de los bancos de piedra labrada con un libro entre las
manos, o paseando entre las hileras de lirios, narcisos y rosas que por arte de magia se
abrían a su paso. El pensar en su madre, llenó a Draco de tanto odio que por un momento
deseó que Bellatrix apareciera frente a él para poder matarla con sus propias manos.

Como si su tía Bellatrix hubiera escuchado sus pensamientos, Draco sintió el crujido delator
de la gravilla unos metros por delante suya. Justo al final de la senda que se abría entre las
flores. Y allí estaba ella, oscura, imponente, con una sonrisa histérica en los labios y los
ojos negros cargados de muerte fijos en él.

-Mi querido Draco –siseó apuntándole con la varita con una mano temblorosa de excitación
–que amable por tu parte acudir a esta pequeña reunión familiar. Podríamos traer a tu
madre¿no crees¿Piensas que lo notará si te mato frente a sus ojos?

A Bellatrix le gustaba jugar con sus presas, Draco lo sabía. Juguetearía con él hasta que no
lo resistiera más, como un gato lo hacía con un ratón.

Pero extrañamente, no estaba tan asustado como pensó que lo estaría. Tal vez se debiera
al hecho de que estaban solos, en su casa. Posiblemente la razón principal era que Bellatrix
había cometido el error de sacar a colación el tema de su madre y eso le inundaba de tal
cólera, de tal odio, que no quedaba demasiado espacio para el terror que otrora le había
producido.

-¿No dices nada, Draquito? –le aguijoneó ella. Draco casi podía ver a través de ella, podía
intuir lo que pensaba hacer. Quería provocarle para hacer que perdiera el control y tratara
de atacarla, entonces lo rechazaría con facilidad y le daría otra oportunidad para que se
lanzara contra ella, sabiendo tan bien como él que le superaba demasiado en habilidad
mágica, rapidez y falta de escrúpulos como para que Draco tuviera alguna oportunidad real
contra ella.

Por un instante se planteó enviar a la mierda el plan de la Orden y tratar de matarla por sí
mismo así le fuera la vida en ello, pero acto seguido recordó que él amaba demasiado su
pellejo para hacer algo tan estúpido y decidió jugar bien sus cartas.

-¿Dónde está tu pequeña sangre sucia, sobrinito¿La has dejado solita? –preguntó con una
fingida mueca de tristeza. Draco vio un brillo de euforia salvaje en los ojos de su tía y de
inmediato se sintió poseído por la sensación de que algo no iba bien, de que estaba
pasando algo que Bellatrix sabía y él desconocía en ese mismo momento.

Resistió el impulso de preguntarle de qué hablaba y decidió acelerar el plan. Sabía que
Hermione estaba segura en Grimmauld Place pero no podía evitar que las palabras de su tía
le hicieran sentirse inquieto y asustado.

-¿Por qué no te callas? –le espetó alzando su varita hacia su tía, frustrado porque su pulso
no era tan firme como hubiera deseado. Sabía que Bellatrix le daría una oportunidad, una
sola, para intentar atacarla antes de lanzarle algún hechizo, posiblemente un Cruciatus, que
lo dejara debilitado, minando sus fuerzas y sus posibilidades.

Se lo jugaba todo a una carta, no había margen para el error. Sin mirar, sin pensar, Draco
aferró con fuerza su varita e hizo un movimiento en el aire, apuntando con ella hacia el
cielo. Bellatrix se frenó a medio contraataque al comprender que lo que Draco había
lanzado no era ningún hechizo para atacarla, sino que las chispas blancas que se elevaban
hacia el cielo nocturno, estallando sonoramente y multiplicándose, habían sido enviadas
para delatar su posición.

-Eso ha sido muy estúpido por tu parte, Draco –aseveró Bella enfurecida, y agitando ágil y
mortíferamente su varita en el aire, le lanzó un Engorgio que envió a Draco varios metros
por el aire hasta que impactó contra la alta valla de piedra que rodeaba la casa. La mayor
parte del golpe lo llevó su espalda, pero también se golpeó la cabeza quedándose atontado
durante unos segundos. Todo lo que sucedió a continuación era un poco borroso para él,
ocupado en tratar de no hundirse en un dolor tan profundo que le daba ganas de llorar,
gritar y romper algo a la vez.

-¡Rápido!

-¡Expelliarmus!

-¡Rictusempra!

Draco escuchaba distintas voces, sentía el silbido de los hechizos surcando el aire hasta
llegar a su victima o a cualquier cosa que simplemente se topara en su camino, la gravilla
aplastada, sonidos sordos de cuerpos caídos y la risa desquiciada de su tía pero por mucho
que parpadeara, sólo podía ver luces y sombras confusas frente a sus ojos.

-¡Avada Kedavra! –gritó una voz que Draco conocía pero no acertaba a identificar. Tal vez
la furia con la que se pronunciaron esas palabras, la conciencia de que si ese hechizo había
acertado habría alguien muerto a unos metros de él, fue lo que logró que Draco saliera
poco a poco de su semiinconsciencia.

Intentó moverse pero la espalda le dolía demasiado y sintió como si le hubieran atravesado
el abdomen con dos espadas. Supuso que tenía un par de costillas rotas pero su
preocupación inmediata era recuperar su varita que había perdido con la caída para
averiguar qué coño estaba sucediendo.

Sintió revuelo no muy lejos de él y concentrando todos sus esfuerzos, logró discernir a tres
figuras enfrentadas. Bellatrix lanzaba hechizos y encantamientos escudos con tanta rapidez
que su varita parecía estar en todas partes, mientras alzaba su otra mano en el aire
moviéndose con cada hechizo como si estuviera dirigiendo su rumbo. Frente a ella, Tonks y
Bill resistían sus ataques, repeliéndolos con hechizos u ocultándose detrás de alguna de las
estatuas de bronce que representaban a los antepasados Malfoy que se repartían por el
jardín.

Más allá, otro mortífago, Orson, estaba rodeado por los gemelos Weasley y Hestia Jones, y
junto a la fuente de las serpientes Kingsley se enfrentaba a Yaxley.

Había dos cuerpos en el suelo. Uno caído sobre el banco de piedra en el que su madre solía
sentarse y aunque Draco no pudo reconocerlo, por su túnica negra supo que se trataba de
un mortífago. Dos metros más allá, aplastando los rosales de Narcissa, Ronald Weasley
yacía aparentemente inconsciente. Potter trataba de llegar hacia él, pero Snape
lanzaba Bombardas que pasaban peligrosamente cerca de él levantando docenas de
guijarros y gravilla, sin dejar de repeler los hechizos de Moody.

Draco se arrastró dolorosa y esforzadamente hasta su varita justo en el momento en que


Ojoloco Moody caía inerte a unos centímetros de él. Con un estremecimiento de horror,
Draco se preguntó si estaría muerto pero cuando iba a alargar una mano para comprobarlo,
los finos labios de Moody que hacían que su boca pareciera tan sólo una raja en la corteza
de un árbol, se movieron.

-¡No te descuides, necio! –gruñó -¡Alerta permanente!

Draco se sobresaltó al escuchar el áspero gruñido del anciano, pero reaccionó rápidamente
y tomando su varita, logró, tambaleante, ponerse en pie. Justo en ese instante, un chorro
de luz verde pasó tan cerca de él, que su cabello se agitó por la onda expansiva. Aterrado,
miró en dirección a Bellatrix que había logrado dejar fuera de combate a Bill y le dedicaba
una sonrisa rabiosa.

-¡Eres una vergüenza para la familia! –le gritó repeliendo un hechizo de Tonks sin mirarla
siquiera –pero limpiaré el nombre de las Black aunque para eso tenga que acabar con las
bastardas de mis hermanas y su denigrante prole.

Draco arrugó los labios con asco cuando escuchó la palabra bastarda en referencia a su
madre y se juró de nuevo que mataría a la zorra de su tía. Furioso, le lanzó un Cruciatus
con toda la rapidez y potencia de la que fue capaz, pero el esfuerzo, el dolor que se
expandió por su espalda y que parecía tratar de partirle la cabeza en dos no valió para
nada porque Bellatrix rechazó su ataque con un simple golpe de varita.

-¿Un Cruciatus? –preguntó Bella al tiempo que le lanzaba a Tonks un Sectusempra


dedicándole únicamente una mirada de soslayo –No tienes lo que hay que tener para usarlo
–acto seguido lanzó un Engorgio a su sobrina que le dio en un hombro. La varita de Tonks
salió por los aires y ésta calló al suelo de rodillas. A Draco le pareció oír la voz de Potter
gritando pero estaba demasiado tenso, preparado para atacar o morir como para reparar
demasiado en ello –tienes que desearlo, saborearlo, sentir los gritos mudos y las
convulsiones en tu pecho, su gusto dulce en la lengua. En cambio tú eres demasiado burdo,
demasiado endeble y cobarde como para...

-¡Cruciatus! –rugió Draco. Y Bellatrix, tan embebida en su discurso, no fue capaz de repeler
el hechizo por el margen de un segundo. La golpeó en el pecho y la hizo retroceder un par
de pasos, con una expresión de sorpresa en el rostro que parecía habérsele quedado fijada,
como una máscara. Draco concentró todos sus esfuerzos en retenerla, en causarle dolor,
pero no logró que a Bellatrix se le doblaran las rodillas o que la expresión de su rostro
cambiara.
La cabeza le dolía cada vez más y su mano temblaba como una rama de sauce sacudida
por el viento. Y entonces, con impotencia, Draco empezó a comprobar que las comisuras de
la boca de Bellatrix comenzaban a elevarse lentamente hacia arriba y que sus brazos
empezaban a moverse torpemente, luchando contra el hechizo.

Una explosión a unos metros de ellos destrozó por completo la fuente de las serpientes y
cuando Draco miró hacia allí como acto reflejo, Bellatrix rompió el hechizo, empujando los
brazos hacia fuera con energía, como si se hubiera librado de una camisa de fuerza
invisible. Soltó una risotada salvaje mientras alzaba su varita para apuntar a Draco.

-¿Eso ha sido todo? –Bellatrix río y su pecho se agitó convulsivamente –Realmente patético
y decepcionante. Te enseñaré como se hace.

Dolor. Antes de haber visto el rayo de luz acercándose hacia él, Draco ya casi lo pudo
sentir, horadando su piel, tironeando de su tendones, calándose en sus huesos, royendo
sus órganos. Un dolor punzante, constante, palpitante que parecía querer separar su
cuerpo en partículas con una lentitud insoportable. En medio de las brumas del dolor,
incapaz de gritar, incapaz de hacer algo más que convulsionarse, Draco recordó una escena
similar en la que era Voldemort el verdugo mientras caía al suelo como un saco.

-¿Te gusta, Draquito? Eso es lo que se siente cuando el...

-¡Cállate de una vez! –gritó Tonks y balanceó en el aire la pesada cabeza bronce de una
estatua caída que representaba al tatarabuelo de Draco para hacerla impactar contra la
espalda de su tía. Bellatrix cayó hacia delante, y se quedó extendida en el suelo, bocabajo,
boqueando desesperadamente. Tonks dejó caer la cabeza de la estatua con su brazo bueno
y ésta se hundió pesadamente en la gravilla cuando ella avanzó hacia Draco.

Lo primero que Draco pudo ver con claridad cuando las lagrimas que atiborraban sus ojos
se disiparon un poco, fue el jovial rostro de Tonks mostrándole una sonrisa.

-No sé a ti, pero a mi estaba poniéndome de los nervios con todo ese rollo del orgullo
familiar y los Cruciatus –dijo tendiéndole una mano para ayudarle a levantarse. Draco la
tomó, demasiado aturdido y dolorido para decirle que ponerse en pie era una de las últimas
cosas que le apetecían, y ayudado por su prima logró levantarse.

-¡Cuidado! –gritó Ron. Tonks le empujó y Draco volvió a caer el suelo ahogando una
maldición. Despatarrado, débil y mareado, vio como un rayo de luz verde pasaba volando
frente a sus narices y nos centímetros por debajo de la Tonks.

Ron se acercaba cojeando y lanzando hechizos a Bellatrix, que luchaba por ponerse en pie,
tambaleándose pero sin dejar de atacar a sus sobrinos. Fred acudió tras su hermano y
lanzó un Bombarda que apunto estuvo de arrancarle la mano de cuajo a Bellatrix. Viéndose
superada y sola –pues ahora que Draco se fijaba, no escuchaba el sonido de más batallas –
Bellatrix le lanzó una mirada de profundo odio y después, con la agilidad de un gato, se
arrojó por el hueco en la piedra de la valla que algún hechizo había hecho, saliendo fuera
de los límites de la Mansión. Antes de desaparecerse, mientras los hechizos de Fred y Ron
se colaban por el agujero tras ella, todos la oyeron gritar.

-¡Esto no quedará así!

Y el suave plop les hizo saber que Bellatrix ya no estaba allí.


-¡BASURA!

La pequeña congregación se volvió hacia el jardín al escuchar el desgarrador grito de Harry.


Siguiendo la dirección en la que él había empezado a correr, vieron a Snape alejándose a la
carrera por uno de los laterales de la casa. Orson y Yaxley estaban inertes en el suelo y
George cerraba con su varita las heridas del hombro de Bill. Kingsley, sentado contra el
muro, sangraba copiosamente por la frente pero parecía consciente.

-No pueden desaparecerse en la Mansión –comprendió Draco al ver a Snape dirigiéndose


hacia las cancelas de la entrada en la oscuridad. Pero Harry ya parecía haberse dado
cuenta de ello y corría como si la vida le fuera en ello tras Snape, como había hecho unos
meses atrás después de que éste matara a Dumbledore. Dolorido y próximo a desmayarse,
Draco echó a correr tras Potter para impedir que cometiera alguna locura.

No fue consciente, ni le importó demasiado, si alguien más le seguía. Su único objetivo era
evitar que Potter matara a Snape, porque Draco sabía –en realidad lo había comprendido
cuando le había dejado escapar de Voldemort –que Snape era uno de los "buenos". Seguía
siendo un espía, seguía sirviendo a Dumbledore a pesar de su muerte.

Aunque estaba hecho polvo, las zancadas de Draco eran más largas que las de Potter y
Snape parecía estar herido por el modo en que cojeaba mientras corría y por el hecho de
que no se molestara en repeler los hechizos de Harry, limitándose únicamente a
esquivarlos, así que a cada paso, les ganaba terreno.

Faltaban apenas un par de metros para que Snape llegara a las puertas de la mansión
cuando uno de los hechizos de Harry le golpeó en plena espalda, logrando que Snape se
desplomara en el acto sobre la blanda hierba.

-¡Potter! –llamó Draco, pero Harry estaba demasiado furioso para escucharle o detenerse.
Tenía a Snape al fin, lo tenía a sus pies, herido, sometido y con la varita fuera de alcance.

-¿Y ahora qué Snape? –increpó Harry a su antiguo profesor de pociones que se había vuelto
en el suelo para quedar boca arriba y poder mirar a Potter –Te tengo herido y desarmado a
mi completa disposición como tú tuviste a Dumbledore y debería matarte con la misma
sangre fría con la que tú acabaste con él.

-¡Potter! –repitió Draco llegando hasta él. Ese jodido de Potter para ser relativamente bajo
y tan flacucho, corría bastante rápido cuando quería. Él apenas si podía respirar.

-¿Qué quieres? –le preguntó Harry con sequedad sin quitar los ojos de Snape, que parecía
tranquilo e indiferente. De hecho les observaba a ambos como si se estuviera aburriendo.

-No le mates, Potter –dijo Draco con el tono más autoritario que pudo usar.

-¿Por qué no¿Qué harás si lo intento, Malfoy? –replicó Harry, furioso -¿Tú también eres un
traidor como Snape?

-No te enteras de nada, Potter –repuso Draco con acritud. Si hubiera sido un jodido traidor
seguramente en ese momento no tenía un par de costillas rotas, un chichón en la cabeza y
los rastros del dolor de una maldición imperdonable por el cuerpo –Snape está de tu bando.

-¡Él mató a Dumbledore! –gritó Harry colérico -¡Es un maldito asesino!


-No lo niego –siseó Snape desde el suelo, con una voz que el reflejo de la pura tranquilidad
y falta de remordimientos –pero a Dumbledore lo maté por qué él me pidió que lo hiciera,
aunque como tu padre, eres demasiado egocéntrico para ver más allá de tus narices.

-¡Mientes! –espetó Harry con violencia y apuntó con la varita al pecho de Snape -
¿Pretendes que me crea que Dumbledore te pidió que lo asesinaras?

Snape hizo una mueca de impaciencia y expulsó aire con hastío.

-¿Por qué crees que tenía tanta prisa en enseñarte todo lo que sabía? –Snape vio el brillo
de duda en los ojos de Harry y continuó hablando, con más fiereza salpicada de un toque
burlón y vengativo–Sí, querido Potter, sé todo lo que Dumbledore te mostró, los recuerdos
que te enseñó, sus conjeturas. Por eso, Dumbledore comprendió que era esencial que el
Señor Oscuro confiara completamente en mi, para así poder averiguar el paradero de más.
No olvides que te di una pista.

Para ser sincero, Draco no se había enterado de la mitad de lo que Snape había dicho, pero
Potter parecía sentirse afectado por sus palabras. Tenía toda la pinta de ser alguien a quien
se le estaba derrumbando un edificio frente a los ojos.

-Estás mintiendo –acusó, pero con tono más bajo esta vez –Dumbledore no se hubiera
sacrificado solamente para que tu señor confiara en ti...

-No se trataba sólo de eso, inepto –escupió Snape con desprecio –también de la vida de
Draco y de tu misión. Cuando te enseñó todo lo que sabía, Dumbledore supo que su misión
había acabado y que con su muerte ganaríamos más que con su vida.

-¿Y qué ganamos?

-La vida de Malfoy y la confianza definitiva del Señor Oscuro. Información sobre cómo
destruirle desde dentro. Algo que con su vida no hubiéramos podido lograr –miró fijamente
a los ojos a Harry y añadió –Se sacrificó para que pudiéramos ganar la guerra.

Harry se quedó en silencio unos minutos, tratando de luchar contra su lógica que le decía
que las palabras de Snape tenían sentido. No pensaba aceptarlas como ciertas, pero en su
fuero interno, una parte de él entendía que lo que decía era posible. No obstante, se animó,
aún había cosas que no encajaban.

-Si eso es verdad, si sabías todo lo que Dumbledore me contó¿por qué no has matado a
Nagini? Estoy seguro de que has tenido muchas oportunidades.

-Utiliza la cabeza para algo más que para llevar la cicatriz, Potter –farfulló Snape
poniéndose en pie con dificultad. Se tambaleó unos instantes pero finalmente quedó en
posición vertical, aunque parecía algo mareado. Draco vio que tenía una gran mancha de
sangre en un muslo –Nagini debe ser el último en destruirse, si yo hubiera acabado con ella
antes de que tú te deshicieras del resto, me habría descubierto y no hubiera podido seguir
recabando información. Cada cosa tiene su momento.

-Pues ya puedes hacerlo –replicó Harry con el mismo tono desdeñoso que Snape había
empleado para dirigirse a él –el resto han sido destruidos.
Snape miró fijamente a Harry como si quisiera leerle la mente para comprobar la veracidad
de sus palabras con un rictus amargo en la boca. Algo debió verle que hizo que se relajara
lo suficiente para llevarse una mano a la herida de la pierna y presionar allí.

-Vaya, Potter, he de reconocer que me has sorprendido. Pensé que te llevaría mucho más...
si es que lo lograbas –apostilló con malicia.

-No estás en condiciones de provocarme y salir bien parado, Snape –amenazó Harry con
frialdad –No confío en ti, ni tampoco me fío demasiado de Malfoy... pero si lo que dices es
cierto, mata a Nagini.

Podía ser que Draco no hubiera entendido de qué coño estaban hablando al decir que
habían sido destruidos y no sabía por qué Nagini era tan importante, pero captaba lo
suficiente para saber que si Snape mataba o intentaba asesinar a la serpiente, acabaría
muerto. Voldemort no se separaba de ella.

-Pero Snape –intervino Draco y notó con desagrado que sonaba casi tan angustiado como
se sentía –Él te matará.

Snape miró fijamente a Draco con un brillo recóndito oculto en los ojos, lo miró de un modo
que a Harry le recordó a un padre mirando a su hijo.

-La guerra exige sacrificios –dijo Snape, despacio.

Draco no dijo nada más pero Harry vio el dolor que su rostro no era capaz de ocultar y se
sintió incómodo. Tenía que tomar una decisión importante que hubiera necesitado días para
meditar, pero sólo disponía de unos instantes. Podía escuchar al resto de la Orden
acercándose, después de devolver a Yaxley a su inconsciencia. Si llegaban hasta ellos
tendría que dar explicaciones, responder a demasiadas preguntas y seguramente la lógica
acabaría imponiéndose a su intuición.

-Está bien –dijo –Mata a Nagini y tráeme su cuerpo y podrás refugiarte con nosotros. Ya
sabes dónde estamos. Volverás a formar parte de la Orden y contarás con nuestra
protección.

Snape y Harry se sostuvieron las miradas por un tiempo que a Draco se le hizo eterno
hasta que finalmente el primero asintió.

-Sea –dijo y se agachó para recoger su varita con dificultad sin que Harry hiciera nada para
detenerlo. Una vez armado, se dio media vuelta y echó a andar hacia la verja de la
Mansión, ignorando los gritos de alerta de los gemelos que se acercaban a toda velocidad
sin comprender por qué razón Harry estaba dejando escapar al traidor de Snape.

Como si hubiera cambiado de idea, Snape de detuvo a unos pasos de la entrada y giró el
rostro hacia Draco y Harry lo suficiente para mirarles de reojo.

-Por cierto, Potter, faltan dos días.

-¿Para qué? –preguntó Harry confundido.

-Para que Voldemort ataque Hogwarts.

Y sin decir más, Snape flanqueó la entrada de Malfoy Hall y desapareció en las sombras.
Capítulo 39: Imperius y Veritaserum

Hermione observó los fragmentos de porcelana desperdigados por la encimera de la cocina


con frustración. Con manos temblorosas de los nervios, sacó su varita del bolsillo trasero
del pantalón y recompuso la taza llena de tila que se le había caído.

Un vano intento de tranquilizarse al garete. Pensó en prepararse otra infusión para calmar
sus nervios, pero no se veía con la paciencia suficiente para esperar a que estuviera lista y
templada. Y ya había comprobado que eso no la distraía.

Limpiando con un trapo los restos de la bebida -prefería limpiar manualmente pues la
mantenía más ocupada que la magia- Hermione maldijo una vez más a Harry y a Draco,
para a continuación, pedirle a Merlín que volvieran a casa a salvo. Ellos y el resto de la
Orden.

Hacía unos diez minutos que los había visto salir por la puerta, uno a uno, sin saber si
volvería a verlos, quedando relegada a la misión de esperar en una enorme casa vacía a
excepción de un elfo doméstico que se había amotinado en el ático y que no la tenía en alta
estima.

Le dolían los músculos del cuello y la espalda de la tensión permanente en la que se


hallaba, las manos le temblaban leve pero constantemente y tenía la sensación de que le
faltaba aire a cada instante. Estaba más nerviosa y tensa que en su vida.

Por eso, cuando escuchó un sonido en la ventana, dio un respingo y el trapo se escurrió
entre sus dedos. Había una lechuza al otro lado del cristal con una nota de pergamino
atada a una de sus patas.

Con torpe celeridad, Hermione abrió la ventana y el ave entró revoloteando para posarse
sobre el grifo. Hermione reconoció la anilla de platino con la marca de la famosa lechucería
londinense que Viktor había contratado la vez anterior para enviarle el mensaje. Por eso,
cuando desplegó la nota, ya sabía que era él quien la había escrito.

"Hermione,
mañana regreso a Bulgaria, contigo o sin ti. Necesito verte ahora y conocer tu respuesta.
Es importante.
Viktor".

No había nada más en la nota, pero Hermione releyó las palabras de Viktor unas tres
veces. ¿Era su imaginación o parecía molesto con ella? Miró la lechuza, que continuaba
posada sobre el grifo enfocándola con sus enormes ojos, y se mordió el labio inferior con
ansiedad, preguntándose que se suponía que debía hacer.

En ese momento, cuando sólo podía pensar en lo que estaría sucediendo en Malfoy Hall,
Viktor no era una de sus prioridades. Pero por otra parte se sentía culpable por tenerle
esperando una respuesta que desde el principio había sabido, y aunque sospechaba que
Viktor también la intuía no podía dejarle irse así, sin una palabra. Por encima de todo era
su amigo y Hermione lo apreciaba.

Así que tenía dos opciones: irse a verle mientras la Orden estaba fuera y evitarse así dar
explicaciones, o esperar, atender a todos y pelearse con Draco para finalmente, no acabar
yendo.
Seguramente, la Orden tardaría un rato en regresar y si ella se aparecía en el hotel de
Viktor, hablar con él sólo le llevaría unos minutos.

Para ser sincera adoraba y detestaba a partes iguales la idea de marcharse. Una parte de
ella quería salir de ahí, de su ominoso silencio, de la lúgubre tranquilidad, del vacío que
hacía que cada pensamiento pareciera intensificarse y prolongarse en el espacio. Iba a
volverse loca. La otra parte, prefería quedarse allí porque no podía soportar la idea de que
la Orden regresara a la casa y ella estuviera fuera.

Miró el reloj muggle de su muñeca e hizo ademán de morderse el labio pero se dio cuenta
de que no había dejado de hacerlo. Desde luego, quedarse parada en medio de la cocina
como una mema no iba a ayudarla en nada, y cada segundo perdido la convencía más de
que lo mejor era quedarse.

Pero si lo hacía, era prácticamente imposible que pudiera ver a Viktor antes de que se
marchara. Y no sabía si podría vivir con eso porque se sentiría eternamente culpable si le
permitía irse de esa manera.

Tomando una resolución repentina, Hermione salió al hall, cogió su chaqueta del perchero y
se dirigió a la puerta.

o0o0o0o0o0o0o

No se molestó en hablar con el recepcionista cuando se apareció en el hall del hotel y


ninguno de los huéspedes que por allí pululaba pareció sentirse sorprendido por ver a
alguien materializarse junto a un tiesto. Decidida, entró en el ascensor mágico con un
matrimonio brujo y sus hijos, y prácticamente se arrojó fuera de él cuando llegó a la planta
de Viktor. Se acercó a la puerta, tomó aire y llamó.

Contó mentalmente seis segundos hasta que la puerta se abrió y Viktor quedó ante sus
ojos. Parecía normal, aunque estaba muy serio y la miraba lúgubremente. Hermione lo
atribuyó a que Viktor ya había adivinado cual sería su respuesta e ignoró el escalofrío que
lamió su columna vertebral cuando entró en la habitación y escuchó la puerta cerrarse tras
ella.

-Has venido rápido –dijo Viktor.

-Viktor... –comenzó Hermione con decisión, pero se interrumpió, buscando algo que decir –
en realidad, sólo estoy de paso.

-Lo sé –respondió él avanzando hacia ella. Hermione no pudo explicarse por qué, pero se
sintió extrañamente alarmada cuando vio a Viktor aproximarse. Bruscamente, se giró
cuando él estaba a un par de pasos de ella y se sentó sin invitación en el sillón donde había
estado la primera vez que entró en ese cuarto.

-Ya sabes a qué he venido –dijo a Hermione, a medio camino entre una afirmación y una
pregunta. Viktor asintió, parado de pie a menos de un metro de ella, pero Hermione tuvo la
sensación de que en realidad no la veía. Sin decir nada, él le dio la espalda y se acercó a
una cómoda que había no muy lejos de la cama, llena de útiles de aseo, pergaminos,
plumas y algún libro sobre quidditch.
Hermione suspiró y cerró los ojos por un momento. Podía ser que Viktor supiera que iba a
rechazar su proposición, pero estaba claro que no iba a ponérselo fácil. Ella iba a tener que
decírselo, palabra por palabra.

-Mira, yo... lo siento, pero no puedo aceptar tu propuesta. Te lo agradezco mucho, pero no
puedo marcharme de aquí y además, esa otra persona de la que te hablé... –hizo una
pausa para buscar fuerzas para seguir. Si Viktor la estuviera mirando en lugar de darle la
espalda, quizás le hubiera resultado más sencillo hablar en lugar de tener que hacerlo con
su nuca –bueno, estoy con él.

Silencio. Viktor seguía removiendo las cosas que había sobre su cómoda, sin dar ninguna
muestra de haber escuchado nada de lo que Hermione había dicho. De hecho, parecía
ajeno a la presencia de la chica en su habitación.

Hermione se preguntó si sería su modo de asimilar la noticia o si simplemente estaba


tratando de castigarla por no querer irse con él. Fuera como fuera, a cada segundo que
pasaba, se iba sintiendo más nerviosa. Parte de ella seguía en Grimmauld Place esperando
a que Draco y todos los demás regresaran sanos y salvos. ¿Habrían vuelto ya? No habían
pasado ni diez minutos desde que se había ido, pero era posible que hubieran regresado. Si
algo había ido mal...

Expectante, consultó su reloj y volvió a mirar a Viktor. Él seguía sin moverse y ella no tenía
más tiempo que perder, de hecho, comenzaba a pensar que nunca debería haber
abandonado la Mansión Black. Era evidente que allí la necesitaban más que en ese hotel.

-Viktor –dijo con decisión, poniéndose en pie –en realidad, tengo que irme. Así que si no
vas a decir nada, lo mejor será que...

-No –respondió él y se volvió al final hacia ella. Hermione se dio cuenta de que tenía la
varita en la mano y de que sus ojos eran más oscuros que nunca. Aún no era capaz de
comprender qué estaba sucediendo, pero sentía una incómoda sensación de alerta. De
peligro.

-¿No? –repitió la chica -¿No qué?

-No vas a irte –anunció él con una voz tan impersonal que a Hermione no le pareció la
suya.

-¿De qué estás hablando? Mira, Viktor, no tengo tiempo para...

-¿Morir?

Hermione se sintió como si alguien la hubiera arrojado de pronto a una de esas películas de
psicópatas desquiciados, en el centro del escenario perfecto para un crimen. Sola en una
habitación de hotel con alguien que acababa de preguntarle si tenía tiempo para morir.
Alguien con quien había tenido un romance unos meses atrás.

Su parte racional le decía que nada de aquello tenía ningún sentido. Era Viktor, Viktor
Krum. Su primer amor, su primer beso. Él nunca le haría daño.

Aunque sus ojos negros, crueles, lo desmentían. La miraban de manera impersonal, tan fría
y desapasionada como nunca lo habían hecho, ni siquiera antes de que hablaran por
primera vez. Y el hecho de que estuviera alzando la varita para apuntarle directamente
hacia el pecho no le daba precisamente una imagen de inocencia.

Si eso era una broma, no tenía ninguna gracia.

-Viktor –pronunció Hermione con voz temblorosa, mientras retrocedía instantáneamente un


par de pasos -¿de qué estás hablando¿qué es lo que pretendes?

-¿No es evidente? –repitió él con esa voz tan desapasionada, tan incapaz de transmitir
cualquier sentimiento que no parecía humana –Voy a matarte.

o0o0o0o0o0o0o

La puerta de Grimmauld Place número 12 se abrió y dos hombres vestidos con túnicas
negras, atados y encapuchados con sacos mágicos que les impedían oír y escuchar cayeron
sobre la polvorienta alfombra. Fred y George se abrieron paso sobre ellos, teniendo cuidado
de pisarles un pie o un codo. OjoLoco Moody, renqueando, pero rechazando la ayuda de la
Señora Weasley se adentró en el hall tras ellos, golpeando rítmicamente el suelo con su
pierna de madera astillada en la pelea.

Tras ellos, un Bill algo aturdido que se apoyaba en el brazo de su esposa Fleur precedió a
Arthur, que guiaba a Kingsley. Hestia Jones hizo aparecer un amplío sofá por arte de magia
en una esquina del hall y le lanzó una mirada asesina a Mundungus cuando se dejó caer en
él. No hizo falta que Lupin lo echara para hacerle un sitio a Tonks, la cual se agarraba el
brazo herido, pues Dung se puso en pie al ver la mirada ceñuda de Molly.

Devany entró después, acompañando a Harry y Ron, y se precipitó con rapidez sobre su
maletín, olvidado sobre el paragüero de pierna de troll, para examinar a los heridos.

Draco fue el último en entrar, casi arrastrándose y cagándose en todo. Los golpes que se
había llevado le dolían más ahora que el momento de tensión había pasado y él se había
enfriado. Molly acudió a cerrar la puerta por él después de que Draco tratara de hacerlo
apoyando en ella el peso de su cuerpo, y cuando la Señora Weasley le miró, Draco vio en
sus ojos un brillo desconocido. Algo así como orgullo.

-¿Te encuentras bien, cielo?

La Señora Weasley ya le había llamado antes cosas como cariño o querido, pero parecía
algo más automático que afectuoso. No obstante, esa vez a Draco le sonó diferente, como
si se lo hubiera dicho a uno de sus hijos, a Harry o a Hermione. Y se dijo que se estaba
volviendo un mariquita porque esa simple palabra le hizo sentir un poco mejor.

-Sí –respondió cuando se dio cuenta de que la mujer le observaba fijamente, seguramente
preguntándose si se había quedado retardado a consecuencia de algún golpe. Incómodo,
apartó la mirada y la fijó en la congregación de gente buscando a Hermione.

Ojoloco discutía con Devany en un extremo del diván de Hestia, alegando que se
encontraba perfectamente y negándose a las atenciones de la medimaga. A su lado, Bill
consentía pacientemente que Fleur le limpiara la sangre seca del cuello y el hombro,
sonriendo de vez en cuando al escuchar un par de palabras que sonaban mal hasta en
francés. Arthur apretaba un paño húmedo contra la herida de la frente de Kingsley
mientras le preguntaba cosas para asegurarse de que no tenía ninguna conmoción cerebral.
A su lado, Tonks tranquilizaba a Lupin sobre el estado de su brazo, y finalmente, apoyado
sobre el reposabrazos, Ron comprobaba las marcas que las espinas del rosal en el que
había caído habían dejado por su cuerpo. Harry y los gemelos vigilaban a los mortífagos
capturados. Se trataba únicamente de Orson y Yaxley, pues Whitty había muerto durante la
batalla.

Pero no había rastro de Hermione por ninguna parte.

-¿Dónde está Hermione? –preguntó Draco sintiendo que el corazón comenzaba a latirle
pesadamente en el pecho.

Era extraño que no hubiera aparecido todavía. De hecho, era demasiado raro que no
estuviera esperándoles en el hall o la cocina, atenta a cualquier sonido para acudir a ellos.

-A lo mejor está arriba –sugirió Devany, pero parecía ser la única que consideraba esa
opción posible.

-Habría bajado en cuanto nos hubiera oído –dijo Ron, pálido.

Las palabras de Bellatrix acudieron de nuevo a la mente de Draco como bofetadas "¿Dónde


está tu pequeña sangre sucia¿la has dejado solita?". Y un miedo terrible, paralizante,
doloroso, le dejó anclado en el suelo, incapaz de decir o pensar nada. Limitándole a sentir
pánico, reduciéndole a un amasijo palpitante de terror y urgencia.

Si le había pasado algo a Hermione, él...

-Tiene que estar en la casa –aseguró la Señora Weasley con un ligero temblor en la voz –
Fred, George, id a comprobarlo.

Pero no iban a encontrarla, Draco lo sabía ya mucho antes de que los gemelos regresaran,
pálidos y serios, interrumpiendo el tenso y ominoso silencio en el que la Orden se había
sumido.

-No está en ninguna parte.

-¡Pero eso no puede ser! –dijo Ron con enfado, mirando a Fred cómo si él tuviera la culpa
de la desaparición de Hermione -¡la dejamos aquí cuando nos fuimos!

-Tal vez salió a alguna pagte –sugirió Fleur con serenidad.

-¿Y a dónde coño iba a ir? –preguntó Draco con aspereza. Hermione no tenía ninguna razón
para salir de la casa.

-Kreacher –murmuró Harry –tal vez él sepa algo. ¡Kreacher! –llamó.

Durante unos segundos no pasó nada, pero de repente, el demacrado y maloliente elfo se
materializó en el centro del recibidor.

-Kreacher –dijo Harry con voz autoritaria -¿has visto a Hermione? Creemos que ha
salido¿sabes a dónde pudo haber ido?

-Kreacher no sabe nada –respondió el elfo desdeñosamente y continuó murmurando por lo


bajo –Kreacher no ha visto a la mugrienta impura desde hace días y no quiere verla.
Era pequeño, le odiaba y había llamado a Hermione mugrienta impura. Era todo lo que
Draco necesitaba para lanzarle una maldición.

-Repite eso, saco de basura –siseó apuntando con su varita al pecho esquelético del elfo
doméstico –e irás hacerle compañía a la sebosa de tu ama.

-Malfoy, cálmate –intervino Harry con voz autoritaria, bajando la varita de Draco con una
mano –Sé que estás preocupado, pero no ganarás nada maltratando a Kreacher –se volvió
hacia Kreacher, que les observaba encogido y añadió -Kreacher, márchate.

-Como el amo (el mocoso traidor) quiera –murmuró y desapareció con otro "¡plop!".

-Me voy a buscarla –anunció Draco y se dio media vuelta para abrir la puerta. No podía
pensar con claridad, y no le importaba lo que su deteriorada razón le decía. Tenía que
hacer algo para encontrarla.

-Malfoy, espera –Harry se apoyó en la puerta para cerrarla con el peso de su cuerpo
cuando Draco la había abierto apenas unos centímetros –estás herido y te recuerdo que no
puedes salir de la Mansión.

-¡Tampoco ella, maldita sea! –gritó Draco descargando el pie contra la puerta.
Posiblemente se fracturó un par de dedos, pero esa era la última de sus preocupaciones. El
dolor que sentía avivaba su rabia, y prefería sentirse rabioso antes que aterrado.
Necesitaba sentir algo, lo que fuera, que le impidiera pensar que Hermione podía estar
muerta en cualquier parte.

En un impulso desesperado, golpeó la puerta con una mano, como si estuviera llamando,
llamándola a ella en realidad. Pero no obtendría respuesta.

Derrotado, apoyó la frente contra la puerta, temblando rabiosamente.

-Escucha –dijo Harry, preocupado e incomodo por la manifestación de rabia del rubio –
Hermione ha debido salir por su propia voluntad, por alguna razón que desconocemos.
Nadie nuevo puede entrar a esta casa si yo no le abro la puerta, y todos los que tenemos
acceso estamos aquí a excepción de Snape. Y ya sabemos dónde estuvo él. Así que
podemos descartar un ataque. Seguramente le surgió algo, pero Hermione es muy
inteligente. No sé pondrá en peligro.

Las palabras de Potter sonaban muy bien, e incluso podría habérselas creído si no hubiera
visto a Bellatrix esa noche. Pero ahora no sabía nada. No sabía si creer a Potter, a su
intuición o a su miedo.

La había dejado sola para protegerla. Y tal vez, la había perdido para siempre por ello.

o0o0o0o0o0o0o

Hermione cayó de espaldas sobre la cama, con tanta fuerza que los muelles del colchón
chirriaron, y su cuerpo rebotó brevemente. Ahogó un gemido y automáticamente, giró
sobre si misma para tratar de incorporarse, pero sintió una mano grande y fría cerrándose
como una garra en torno a su brazo. Tironeó histéricamente, con los dientes apretados y
los ojos llenos de lagrimas, mientras gritaba pidiendo auxilio, hasta que Viktor la tumbó de
nuevo y la aplastó con el peso de su cuerpo.
-Ahorra, vas a callarrte, pequeña zorra –dijo Viktor con voz serena y acercó una mano
hacia el rostro de Hermione. Ella chilló y trató de resistirse, pero los dedos de Viktor
apretando su mandíbula la inmovilizaron. Presionó con ellos hasta que Hermione pudo
sentir cada yema hundiéndose en la carne y apretando el hueso en medio de una agonía
insoportable.

Ignoró el dolor y trató de gritar de nuevo, pero la presión de la varita de Viktor en su


cuello, le hizo saber que le había lanzado un encantamiento insonorizador. No importaba lo
que se esforzara, ni lo mucho que le dolieran los pulmones por ello, no era capaz de emitir
un sonido. Sólo podía boquear en el aire, como un pez sin voz fuera del agua.

Aterrada, trató de revolverse pero Viktor era tan grande y pesado que no lograba apartarle
ni un poco. Era como si le hubieran atado cada miembro al cuerpo con una camisa de
fuerza invisible, porque por mucho que se esforzara, no era capaz de desplazarle ni un
poco.

Privada de todo movimiento, de la capacidad de gritar, Hermione sintió cómo el pánico se


apoderaba de ella. Viktor iba a matarla, podía verlo en sus ojos. Podía sentirlo en la
determinación con la que hundía la varita en su cuello, podía percibirlo en su falta de
sensibilidad.

Su primer amor iba a asesinarla.

Pero ese no era Viktor Krum. Tenía su cuerpo, su apariencia, su acento. Mas no su mirada,
el timbre tosco de su voz, la torpeza de sus gestos. Era como si estuviera poseído.

O bajo los efectos de una imperdonable.

Los últimos rastros de razón de la mente de Hermione que no habían huido bajo el peso de
un miedo primigenio le chillaron la explicación. Viktor actuaba bajo los efectos de
un Imperius.

Por eso quería matarla, por eso sus ojos la miraban sin reconocerla. Hermione trató de
analizar fríamente la situación. No podía moverse y no podía hablar. Y no tenía tiempo.

-Serría más divertido si pudieras chillarr –dijo Viktor aumentando la presión sobre su
barbilla con el mismo tono que hubiera usado para afirmar que la Espada dorada era la
mejor escoba del mercado –Es una pena.

Su varita. Hermione necesitaba su varita. La había dejado guardada en el bolsillo trasero de


su pantalón y podía sentirla hundirse en la curva de su espalda. Sus manos estaban
atrapadas a cada lado de la cintura, aplastadas por el peso de Viktor pero aunque no podía
liberarlas, con esfuerzo, podría deslizarlas sobre la resbaladiza colcha de la cama.

Fijó sus ojos anegados de lagrimas en los de Viktor, aunque para ella sólo eran una mancha
negra. Sintió cómo él aflojaba la presión en su mandíbula y deslizaba la mano sobre su
rostro, para llegar a su pelo enmarañado. Entonces Viktor enredó los dedos en un mechón
y tiró de él con fuerza, haciendo que Hermione lanzara otro grito mudo.

Pero lo había logrado. Había aprovechado el movimiento de su cabeza al sentir el tirón para
disimular el de su mano, cerrándose en la varita, bajo su espalda.
No obstante, sacar la varita de su espalda para poder apuntar a Viktor era demasiado
arriesgado. Y no tenía tiempo para intentarlo. Tendría que embrujarse a ella misma.

-Adiós, Herrmione –murmuró Viktor hundiendo la varita en su cuello -¡Avad...

Wingardun leviosa. Hermione murmuró el hechizo en su fuero interno con todas las fuerzas
de que disponía. El resultado fue inmediato. Su cuerpo se elevó sobre la cama con tanta
fuerza que Viktor cayó sobre la mesilla arrojando la lámpara de noche al suelo.

Trató de ponerse levantarse, pero para cuando se volvió hacia Hermione, ella estaba en pie
sobre el colchón, apuntándole con el pelo revuelto y los ojos llenos de lagrimas que caían
discretamente sobre sus mejillas.

-Suelta la varita, Viktor –dijo con voz seca aunque temblorosa.

Viktor aferró su varita con más fuerza dirigiéndole una impasible mirada.

-He dicho que sueltes la varita, Viktor –repitió Hermione con más dureza –Tú no quieres
hacer esto.

Él no habló. Como toda respuesta, alzó su varita hacia Hermione y apuntó a su pecho.

-Debo a matarrte, Herrmione.

-No tienes que hacerlo –insistió Hermione, llorando más intensamente –Soy yo, Hermione,
y tú eres Viktor. Querías llevarme contigo a Bulgaria para protegerme, querías que
estuviéramos juntos.

Viktor la miró unos instantes, parpadeó y agitó la cabeza como si quisiera librarse de las
brumas de un sueño. Cerró los ojos unos instantes y volvió a abrirlos, enfocando a
Hermione. Sujetó la varita con más fuerza y tragó saliva.

Hermione podría haberle desarmado o atacado, pero no quería. Sabía que Viktor estaba
ahí, luchando contra la maldición para volver con ella, y si le atacaba no podría liberarle de
la imperdonable. Tenía que hacerlo él.

-Recuerda, Viktor –le instó ella con voz más calma –recuerda esos días de verano después
de la boda de Bill y Fleur... recuerda el Baile de los Campeones y aquella vez en qué te
sentaste a mi mesa en la biblioteca.

Viktor se golpeó la frente con una mano como si quisiera obligarse a centrarse. Sacudió los
brazos para relajarse y se frotó los ojos. Parecía confuso y perdido cuando volvió a mirarla
y Hermione tuvo la sensación de que sus ojos ya no eran tan oscuros.

-Viktor –repitió.

Y entonces él parpadeó, se miró las manos, la miró a ella y soltó la varita.

-Herrmione –gimió llevándose las manos a la cabeza.

o0o0o0o0o0o0o
El hall de la mansión Black parecía haber sido atacado por un tornado. La pesada y vieja
alfombra estaba arrugada y deformada en un rincón, el paragüero de pierna de troll caído y
el perchero se reducía a un montón de astillas de diferentes tamaños. Molly había tratado
de repararlo al principio, pero después de que Draco lo destrozara por tercera vez, desistió
en sus intentos y por mucho que su instinto maternal se negara, optó por dejarle solo y
reunirse con el resto de la Orden en las cocinas.

Y no es que hubieran pasado más de veinte minutos desde que habían regresado de Malfoy
Hall pero para Draco estaban siendo los más largos de su vida. La Señora Weasley y Tonks
finalmente le habían convencido de esperar una hora por si Hermione regresaba, después
de prometerle que si vencido el plazo ella no había vuelto, irían a buscarla. Él también.

Pero el tiempo parecía relativo y caprichoso en esos momentos. Se había lentificado para
joderle, para desesperarle. Para volverle loco.

Por eso cuando sintió la puerta de la mansión abrirse y vio a Hermione aparecer,
despeinada y temblorosa, creyó que estaba teniendo alucinaciones.

-¿Her...mione?

-Sí –murmuró ella aliviada al comprobar que estaba sano y salvo. Avanzó hacia él para
abrazarlo, pero algo en la mirada de Draco la detuvo. Parecía furioso.

-¿SE PUEDE SABER DÓNDE COJONES ESTABAS? –le gritó -¿A dónde fuiste¿Por qué has
salido¿Has perdido la maldita cabeza¡Joder! –se interrumpió histérico y se tiró del pelo con
una mano de pura impotencia y cólera -¡Maldita sea! –y a continuación, procedió a patear
el fragmento más grande de perchero que pudo encontrar, para luego aporrear la pared
con los puños soltando maldiciones y palabrotas a toda velocidad.

Hermione se quedó tan impactada por su reacción, que no fue capaz de articular palabra
durante unos segundos. La apertura repentina de la puerta de la cocina, la liberó de la
obligación de decir algo.

-¡Hermione! –gritó la Señora Weasley corriendo hacia ella con los brazos abiertos. Antes de
que la muchacha pudiera hacer o decir nada, se sintió envuelta y atraída hacia el pecho de
la mujer como si la Señora Weasley hubiera pensando que intentaría darse a la fuga.
Aturdida, se dejó acunar por Molly y sintió varios pares de manos tocándole el pelo y los
hombros.

-Nos has dado un susto de muerte –murmuró alguien a su derecha.

-Parece que está bien –dijo otra voz por detrás de la Señora Weasley.

Abrumada, Hermione echó una mirada a su alrededor para ver la mayor parte de la Orden
del Fénix. No había rastro de Ojoloco y Mundungus, y Ron esperaba bajo el marco de la
puerta de la cocina. Tampoco él parecía muy contento con ella.

-¿Estáis todos bien? –preguntó Hermione mirando a la Señora Weasley -¿ha habido
alguna... baja?

-Oh, no, querida, todos estamos bien. Ojoloco, Bill, Kingsley y Tonks están un poco
magullados pero nada serio. Y creo que Draco tiene un par de costillas rotas, pero no ha
permitido que Devany lo cure todavía.
Hermione miró a Draco, pero él no la miraba a ella. Había apoyado una mano en la pared y
tenía la cabeza bajada, los ojos ocultos tras la cortina platino de su flequillo.

-¿Dónde estabas? –preguntó Harry cogiéndola por un codo para llamar su atención.

-Es una larga historia, os la explicaré más tarde –repuso Hermione con tono cansado –
ahora, por favor¿podríais dejarnos a solas?

No dijo el nombre de Draco, pero todos sabían a quién se estaba refiriendo al hablar en
plural. A regañadientes, Harry asintió y se encaminó a las cocinas, seguido del resto de la
Orden.

-Cuando acabes –dijo George mirando a Draco con desconfianza y luego a Hermione con
reproche –baja a las cocinas. Tenemos reunión.

-Lo haré –prometió Hermione, con tono paciente. Finalmente George desapareció tras la
puerta de la cocina y el hall se quedó vacío a excepción de Draco y ella. Era curioso cómo
ahora que estaban a solas, el lugar le parecía enorme y hostil.

Estaba muy cansada y aún tenía los nervios destrozados, pero sabía que debía hablar con
Draco. Cuanto antes mejor.

-Draco –susurró a una distancia prudencial. Él no respondió, pero se apartó de la pared, le


dio la espalda y le arreó una patada al paragüero caído.

Hermione bajó los hombros y le miró afligida.

-Draco –repitió a media voz –tenemos que...

-¿Dónde estabas? –preguntó él, aún dándole la espalda. Hermione podía percibir la tensión
en su espalda rígida, en el modo en que sostenía la cabeza bien alta, en el tono acerado y
contenido de su voz.

-Al poco de que os fuerais recibí una carta –explicó. Sabía que Draco se iba a poner furioso
cuando supiera la verdad, pero no podía mentirle –era de Viktor. Me decía que mañana
regresaba a Bulgaria y que necesitaba verme antes de irse. Estaba preocupada y nerviosa,
no sabía que hacer... y pensé que no pasaría nada si iba un momento a despedirme de él.

Hermione hizo una pausa esperando que Draco dijera algo, lo que fuera, pero él
permanecía de espaldas, impidiéndole ver su rostro o saber lo que pensaba.

-Cuando llegué –continuó, incapaz de soportar más el silencio –noté que Viktor estaba
extraño. Apenas me habló y cuando quise irme me dijo que no podía hacerlo. Intentó... –la
voz de Hermione tembló un poco de la emoción y se apretó la boca con una mano tratando
de calmarse –intentó matarme. Tenía ordenes de hacerlo.

Hermione no quería dar detalles de lo ocurrido, pero ese silencio, el maldito silencio que
Draco mantenía, estaba volviéndola loca. Había esperado que la insultara, que le chillara o
la enviara al cuerno. O todo a la vez.

Pero no ese mutismo.


-Como habrás notado, no lo hizo. Logró reaccionar y sobreponerse al imperius que le
habían lanzado. Fue Bellatrix, Draco, ella lo hizo. Viktor me dijo que lo último que
recordaba era que una anciana vestida de negro se había presentado en el hotel. He estado
pensando cómo Bellatrix pudo saber que Viktor estaba en Londres o establecer relación
entre él y yo –hablaba a toda velocidad, desesperada por llenar el silencio –creo que fue
aquel día en el puente. Debió escucharnos decir su nombre.

Él asintió, mudamente, siempre dándole la espalda. Hermione se retorció las manos


angustiada, necesitaba que él le hablara.

-¿No...vas a decir nada? –preguntó vacilante.

Escuchó el aire que salió de la boca de Draco cuando él sonrió desdeñosamente, girándose
hacia ella para mirarla con unos ojos que a Hermione nunca le habían recordado tanto al
hielo. Duros y fríos.

-¿Qué quieres que te diga, Hermione? –preguntó él con voz seca y desapasionada -¿Qué
me he jugado la vida para protegerte y mientras tú has corrido a los brazos de
Krum¿Quieres que te recuerde las veces que te he advertido que no salgas de la mansión
porque estás en peligro¿Quieres que te explique con pelos y señales que he pasado la peor
media hora de mi jodida vida esperándote sin saber si estabas viva o muerta? No creo que
sea lo que quieres escuchar, porque todo eso ya lo sabes.

Estaba realmente enfadado con ella y Hermione no se veía con fuerzas para tratar de
razonar con él.

-Draco –murmuró –lo siento.

-¿Lo sientes? –se mofó él con agresividad -¿Lo sientes? –repitió subiendo el tono- ¡Pues no
me importa! –caminó de un lado al otro de la alfombra, furioso -¡Joder! –espetó con
violencia.

Hermione se acercó a él y se interpuso en su camino, para obligarle a frenarse. Draco la


miró como si quisiera besarla y estrangularla a la vez, y finalmente optó por rodearla, pero
Hermione se lo impidió agarrándole por un hombro. Draco no tuvo tiempo de desdeñarla
porque Hermione le echó los brazos al cuello y hundió la nariz fría por las lagrimas, en el
hueco de su garganta.

Durante unos segundos, Draco pensó en apartarla, pero temblaba tanto que se aferró a
ella, incapaz de soltarla. Inhaló con desesperación el olor a caramelo que desprendía la
maraña de su pelo, hundió los dedos en su espalda y trató de absorber el calor, la vida de
su cuerpo, porque él se sentía helado y mareado. Sentía tanto y tan intensamente, que aún
con los ojos fuertemente cerrados, notaba el hall dando vueltas a su alrededor. Quería
llorar, quería reír y quería gritar. Quería besarla y quería enviarla al demonio. Quería atarla
a él con unas esposas mágicas para asegurarse de que nunca volvería a hacer una gilipollez
semejante. Quería cargarse a Krum y torturar a Bellatrix hasta la muerte.

Quería... ni siquiera lo sabía. Pero sí estaba seguro de que no podría sobrevivir a otro susto
como ese.

-Perdonad la interrupción –dijo una voz cercana con timidez –pero me han enviado a
llamaros.
Draco notó como Hermione se removía entre sus brazos, pero no permitió que se apartara
de ella. Miró a Apeldty, la cual les observaba cohibida y colorada bajo el marco de la puerta
de la cocina y estrujó con más fuerza a Hermione.

-Diles que vamos ahora –dijo.

o0o0o0o0o0o0o

-¿Vas a decirnos por qué razón dejaste escapar al capullo de Snape? –preguntó Fred. Los
mortífagos capturados estaban encerrados en la despensa, el resto de la Orden se sentaba
alrededor de la pesada mesa de madera de los Black. Todos miraban a Harry, situado a la
cabeza.

-Hice un trato con él.

-¿Qué clase de trato¿le perdonaste la vida a cambio de que se lavara el pelo? –preguntó
George, claramente descontento.

-Le perdoné la vida a cambio de que él matara a Nagini.

-¿Qué? –balbuceó Ron apartando bruscamente el brazo que Devany le estaba examinando
para poder gesticular con él -¡Pero si él es un traidor, Harry!

-Snape tenía otra versión –explicó Harry con cansancio. Ahora que la tensión de la pelea
había pasado, empezaba a preguntarse si no había cometido una auténtica estupidez al
dejarle ir –dijo que Dumbledore le ordenó matarle para salvar a Malfoy y lograr que
Voldemort confiara plenamente en él. Así Snape podía averiguar cosas útiles para la misión
que Dumbledore me confío y...

-Un momento –le interrumpió Tonks -¿Snape conocía la naturaleza de la misión que
Dumbledore te encargó¿esa misión tan secreta que ni siquiera nosotros podemos conocer?

-Sí –respondió Harry, sintiéndose un poco menos inseguro. Snape sabía lo de los
horrocruxes y sólo podía saberlo si Dumbledore se lo había revelado. Y lo cierto es que le
había dado información sobre el paradero de la copa de Hufflepuff –de hecho, trató de
ayudarme a cumplir la misión.

-Yo no me lo trago –aseveró Fred, enfadado –ese tío es un asesino.

-Y un guarro –apuntó George.

-Eso no es relevante –señaló la Señora Weasley con el ceño fruncido, después se volvió
hacia Harry suavizando la expresión –Harry, querido¿estás seguro de que podemos fiarnos
de Snape?

-No –reconoció –pero no tenemos nada que perder.

-¿De verás lo crees, muchacho? –preguntó Moody que hasta entonces había permanecido
en silencio, clavando su ojo mágico en Harry, que cambió el peso de pie, incómodo –Si es
un traidor como las evidencias señalan, a estas alturas ya le habrá contado a su señor que
vamos tras Nagini. Y eso no nos conviene.
-Reforzara la seguridad –se lamentó Kingsley –y seguimos sin saber dónde se oculta o qué
trama.

-Sabemos algo –se defendió Harry, colocándose bien las gafas –Snape dijo que Voldemort
planea atacar Hogwarts en dos días.

La bomba había sido soltada. Inmediatamente, todos empezaron a murmurar y cuchichear


entre ellos, a excepción de dos personas. Harry y Draco.

-Eso es un tanto descabellado¿no creéis? –habló Hestia Jones con gesto altivo después de
haber estado murmurando con Arthur –Hogwarts es prácticamente el lugar más seguro de
todo Reino Unido, no creo que quien ya sabéis vaya a tratar de apoderarse del colegio.

-Desde luego, un puñado de mortífagos no podrían romper las barreras desde fuera –
comentó Bill.

-Y con las medidas de seguridad que ha puesto el Ministerio, sería una locura pretender
entrar por la fuerza en el colegio –apuntó Kingsley.

-Os recuerdo que hace unos meses los mortífagos entraron en el colegio –repuso Draco
malhumorado –y sí no creéis a Potter, en la despensa hay dos mortífagos que podemos
interrogar, a no ser que pretendáis dejarlos con las conservas eternamente.

Las palabra de Draco cortaron el chorro de quejas y murmullos de la Orden.

-El chico tiene razón –dijo Arthur, claramente alterado por la posibilidad de que Hogwarts
fuera atacado -¿Habéis traído el Veritaserum? –preguntó dirigiéndose a Tonks y Kingsley.

-Yo lo tengo –dijo Devany con timidez mientras rebuscaba en su enorme maletín –Kingsley
me lo dio antes de que saliéramos para Malfoy Hall –y posó dos redomas de cristal llenas
de una poción incolora.

Lupin se puso en pie y ayudado por Bill, se dirigieron a la despensa y sacaron a los dos
mortífagos atados y encapuchados, que se removían inútilmente tratando de liberarse.

-Guardad a uno –ordenó Ojoloco –será mejor interrogarles por separado. Hay métodos
para burlar unVeritaserum.

Lupin envío a un mortífago dentro de la despensa –y a juzgar por el sonido de tarros de


cristal rompiéndose dentro del reducido cuarto, el mortífago se había caído –y lanzó un
hechizo al otro para cegarle. Después, Bill le retiró la capucha y lo obligó a sentarse en un
taburete.

-Convendría que después modificáramos su memoria –dijo Kingsley –no creo que al
ministerio le guste saber que hemos interrogado a los prisioneros primero.

-Aún así, mejor que no vea nada –sentenció Ojoloco –los recuerdos se pueden recuperar.
Toda precaución es mínima.

Kingsley asintió y Bill cogió una de las redomas con Veritaserum. Sujetando a Yaxley por la
frente, Bill le echó la cabeza hacia atrás y le arrojó la poción en la boca. Yaxley tragó
sonoramente y después comenzó a toser bruscamente durante unos segundos.
Moody se puso en pie y se acercó con lentitud, marcando el paso con su pata de madera,
como los redobles de tambores previos a una ejecución. Yaxley, percibiendo su presencia,
dejó de toser y se tensó en el taburete, mirándole sin ver y con un rictus de terror en los
labios.

-Bien¿cómo te llamas? –preguntó Moody.

-Albert Thomas Yaxley –respondió el mortífago con una voz impersonal que no
correspondía con la expresión de miedo de su rostro. Parecía que sus labios se movían de
manera independiente al resto de él.

-¿Dónde se esconde Voldemort?

-Cambia de localización cada semana. Sólo unos pocos saben donde va –replicó Yaxley con
el mismo tono impersonal.

-¿Dónde está esta semana?

-No lo sé.

-¿Qué planea?

-Sólo sus más allegados conocen por completos sus planes. Los demás sólo conocemos
pequeños fragmentos. Yo sólo sé que está desplazando a un grupo de gigantes hacia
Hogsmeade. Llegarán mañana. A mi he encargado la misión de ir modificando la memoria
de las personas que los han visto.

-¿Qué pasará la noche del jueves?

-No lo sé, pero he oído que el Lord nos convocará a todos esa noche.

Moody hizo una mueca de molestia con la boca y después colocó la capucha de malas
maneras sobre la cabeza del mortífago. Se volvió hacia la Orden del Fénix y habló:

-Parece que Snape no mintió. Va a atacar el colegio con un ejercito de mortífagos y


gigantes dentro de dos noches.

-De cualquier modo, deberíamos interrogar al otro –dijo Mundungus después de tragar en
grueso –tal vez él sepa algo más y no sea Hogwarts su objetivo.

Moody clavó su ojo mágico en Mundungus que cerró la boca y se arrebujó bajo su
cochambroso abrigo plagado de bolsillos, y cojeando abrió la despensa, arrojó a Yaxley
dentro y sacó a Orson. Lo sentó en el taburete, le arrancó la capucha y le hizo las mismas
preguntas que con anterioridad le había hecho a Yaxley.

Orson no arrojó mucha más luz sobre los hechos, a excepción de una leve mención un
grupo de licántropos que Voldemort había enviado tras los pasos de los gigantes.

-¡Gigantes y hombres lobo! –exclamó la Señora Weasley consternada.


-Sí los licántropos atacan Hogwarts, el borrador de la Ley contra la licantropía que saldrá
mañana en el Ministerio será aprobado sin duda –dijo Tonks con angustia, tomando la
mano pálida de Lupin.

-Creo que tenemos preocupaciones más inmediatas –señaló Remus con suavidad, dando
una palmadita en la mano de Tonks –por lo pronto, debemos pensar qué hacer con esta
información. Deberíamos dar parte al Ministerio.

-Yo me encargaré –dijo Kingsley –pero no sé si lo tomaran en cuenta. Scrimgeour anda


muy nervioso últimamente, ha recibido varios falsos soplos y no creerá que Voldemort vaya
a atreverse a atacar Hogwarts.

-Tampoco creían que atacaría el Callejón y lo hizo –repuso Fred secamente.

-Pero hay evidencias de que lo que dijo Snape es cierto –comentó Hermione con angustia –
quiero decir, a parte del testimonio de los mortífagos sólo hay que mirar las noticias
últimamente. Los licántropos que atacaron a los niños de esa aldea estaban cerca de
Hogwarts, y los gigantes que fueron avistados por un par de muggles también.

-Es un poco difícil mover a un grupo de gigantes por toda Gran Bretaña sin que nadie los
vea –apuntó Ron.

-Ya oíste a Yaxley, Ron –replicó Hermione –él se encargaba de borrar la memoria de
quienes los habían visto. Sin duda viajaran de noche y ocultos por trucos de magia negra.

-Peguo¿paga qué iba a quegueg Voldemogt Hogwagts? Quiego decig, el colegio no es paga
tanto... –señaló Fleur.

-¿No lo entendéis? –intervino Draco, irritado –Si consigue hacerse con Hogwarts, el
baluarte de la seguridad británico, cundirá el pánico en la sociedad mágica. Será el terror.
Tendrá como prisioneros a todos los jóvenes magos del país y con ellos, la herramienta
ideal para extorsionar y chantajear al ministerio y a los padres de todos los estudiantes. Por
no hablar de un refugio seguro. Sería el golpe de gracia, el paso previo a la conquista del
Ministerio.

Todos se quedaron callados, meditando interiormente las palabras de Draco y las


repercusiones que tendría que Voldemort se apoderara de Hogwarts.

-Creo que lo primero será llevar a los mortífagos al ministerio –dijo Kingsley al cabo –le
contaré a Scrimgeour y averiguaré que piensa hacer al respecto. Pero si el ministerio no
hace nada, tendremos que encargarnos nosotros.

-Escribiré a Minerva alertándola –dijo Molly –así podrá reforzar las defensas de la escuela.

-Señora Weasley –habló Devany, colorada cuando todos los ojos se posaron en ella –
conozco al profesor de Artes Oscuras del Ministerio, es Sean Fawcett, un amigo mío. Es
auror y trabaja para el Ministerio, podría serle útil a McGonagall.

-Se lo diré a Minerva –aseguró Molly con voz trémula -¿creéis que deberíamos evacuar el
colegio? Hay tantos niños allí...
-McGonagall no puede tomar esa decisión sola –explicó Hestia –El Ministro tiene derecho a
voto en caso de emergencia. Evacuar el colegio o no dependerá de la credibilidad que le dé
Scrimgeour al ataque de quien ya sabéis.

-Pues encarguémonos de que se entere cuanto antes –gruñó Moddy –Kingsley, Tonks,
llevemos a esos dos al Ministerio. Scrimgeour era mi subordinado en el pasado, voy a tener
unas palabras con él.

-Esperad –pidió Hermione al ver que Tonks y Kingsley se dirigían a la despensa para coger
a los presos –hay algo que debéis saber. Bellatrix se está moviendo por Londres bajo el
aspecto de una anciana. Sabemos que ha visitado San Mungo para ver a Narcissa –y al ver
la mirada de interrogación y miedo de Devany, asintió –Devany la ha visto. Viktor Krum
vino a Londres hace unos días y Bellatrix descubrió dónde se hospedaba, le lanzó un
imperius y le ordenó... –titubeó al ver todos los ojos puestos en ella y sentir la rigidez de
Draco, sentado a su lado –matarme. Esta noche Viktor me dijo que necesitaba verme
urgentemente y bueno...fui –la Señora Weasley ahogó un ruidito –no sucedió nada, yo
estoy bien y él también. Le he enviado de nuevo a Bulgaria y le he dicho que se oculte por
una temporada. No creo que Bellatrix tenga interés en volver a utilizarlo, pero creí que el
Ministerio debía saber bajo que apariencia se oculta. Ella puede ser uno de los agentes que
rondan San Mungo por si alguno de nosotros va a parar por allí.

-¿Tú la has visto, Apedlty? –preguntó Hestia poniéndose en pie, la medimaga asintió –
entonces ven conmigo al Ministerio, haremos un retrato mágico de inmediato y lo
distribuiremos por todo el país.

-¿Y nosotros que hacemos? –cuestionó George viendo que parte de la orden se dirigía a la
salida.

-De momento esperar –respondió Kingsley desde la puerta de la cocina–mañana al


mediodía deberíamos volver a reunirnos y forjar en plan en base a lo que decida el
Ministerio. Si Scrimgeour no ayuda, lo único que se interpondrá entre Voldemort y
Hogwarts, seremos nosotros. La Orden del Fénix.

Y dicho esto, salió de las cocinas, dejando a todos sumidos en el peso de su última frase.

Capítulo 40: Planes y trasladores

-¿Ya te han convencido de que no te convengo?

Hermione cerró la puerta sonriendo y miró a Draco. Estaba de pie, de espaldas a ella,
absorto en la contemplación del paisaje nocturno que se vislumbraba a través de la
ventana de su cuarto. Las vistas reflejaban apenas una línea de apretados y envejecidos
edificios salpicados por la luz de diversas farolas. Nada interesante.

Pero un pretexto perfecto para no mirarla. Y Hermione sabía que bajo esa apariencia
tranquila e indiferente, bajo ese tono despreocupado e incluso burlesco, estaba inquieto y
posiblemente asustado. Y sin duda, todavía enfadado por su escapada al hotel de Viktor
Krum.

-Eso ya lo sabía cuando me metí en esto -respondió ella, avanzando hacia él. Draco no se
giró hacia ella, ni siquiera se movió cuando Hermione le abrazó desde atrás y apoyó la
frente en su espalda. No hizo nada para apartarse, pero tampoco le devolvió el gesto, ni
cubrió con sus manos las de Hermione en su cintura. Se limitó a tensar el abdomen allí
donde el calor de los dedos de la chica traspasaba la tela y parecía querer colarse entre su
piel, como su maldito aroma a caramelo -¿por qué no dejas que te eche un vistazo? –pidió
ella con suavidad, susurrando a su espalda.

-La Señora Weasley dijo que me curaría –repuso él con ironía, pero su voz sonaba
demasiado seria, demasiado dura. A Hermione no le resultaba complicado entender el
motivo.

Cuando casi toda la Orden se había ido al Ministerio o a sus respectivas casas, el Señor y la
Señora Weasley se quedaron un poco más en las cocinas.

-Draco, querido¿por qué no vas a esperarme a tu habitación? Iré enseguida a curarte –le
había dicho la Señora Weasley.

Draco había sabido tan bien como el resto de los presentes, que eso no era más que una
excusa para que pudieran quedarse a solas con Hermione. Sin duda, para darle una charla
acerca de las docenas de razones por las que no debería estar con él, salpicadas de unos
cuantos "no te merece" y aderezadas por un par de advertencias fúnebres de su futuro
juntos. Había salido de las cocinas enfadado y asustado, porque cada oposición, cada nuevo
obstáculo, podía quitársela. Sólo era cuestión de tiempo que ella se diera cuenta de que era
un miserable –como todos estaban encantados de recordarle –y acabara dejándole. Porque
él no era lo suficiente bueno para ella, y no importaba lo que hiciera, nunca lo sería.

Él no tenía nada que perder: ya lo había perdido todo. Pero Hermione tenía amigos que la
apreciaban y que se preocupaban por ella. Amigos que se oponían de plano a que ellos
estuvieran juntos y que podían obligarla a elegir. Amigos que tenían algo que darle cuando
él no tenía nada.

Mas, tal vez, si hubiera tenido unas orejas extensibles para escuchar por debajo de la
puerta lo que había sucedido en el interior de las cocinas, los miedos de Draco se hubieran
disipado. Porque Hermione había despachado con amabilidad la preocupación de los
Señores Weasley, les había asegurado que no había sido hechizada, drogada, coaccionada,
manipulada y/o condicionada por su soledad durante la ausencia de Harry y Ron, el miedo
y desconcierto constante en los que vivía la gente en tiempos tan aciagos como esos, o su
juventud. Había respondido con sequedad a las esporádicas intervenciones de un
malhumorado Ron y por último se había despedido de todos, y los había dejado allí, en las
cocinas, mientras ella iba en pos de Draco.

-La Señora Weasley se ha ido –murmuró Hermione devolviéndole al presente y soltándole –


me encargaré de curarte yo.

-¿Cómo se te da reponer fracturas? –preguntó Draco volviéndose hacia ella para mirarla
con una ceja alzada –Porque si no es tu fuerte, prefiero esperar a Apeldty.

-Puedo hacerlo yo –repuso ella, algo molesta. Draco sonrió de lado cuando ella le tomó un
brazo y tiró de él para sentarlo en la cama –Quítate la camisa.

-Ahora no tengo ganas de… -dijo socarrón y dejó el resto de la frase en el aire, pero
Hermione había comprendido a qué se refería. Para él era evidente que era una mentira:
siempre tenía ganas, pero ese simple comentario bastó para irritar a Hermione. Y no estaba
seguro de porqué, pero le apetecía hacerla rabiar, enojarla, fastidiarla. Tal vez, para que
sintiera una mínima parte del horror que él había vivido no sabiendo donde estaba, tal vez
para vengarse de ella por hacer caso omiso de sus advertencias y encontrarse con ese
gilipollas con escoba arriesgando estúpidamente su vida.
-Yo tampoco, idiota –repuso ella, ofendida –pero necesito que te quites la camisa para
examinarte.

-Vas a tener que hacerlo tú, me duele todo –dijo él con tono convincentemente inocente y
hastiado, mientras se recostaba un poco apoyando su peso en la palma de las manos.
Hermione dejó escapar aire entre los dientes con exasperación y acercó sus manos con
brusquedad a los primeros botones de la camisa de Draco. Pero fue increíblemente suave
colando cada botón de ébano labrado por el ojal, descubriendo progresivamente más de la
piel blanca del dorso de Draco. Estaba seria mientras soltaba un botón tras otro, más bien
tensa, como reflejaba la rigidez de sus hombros. Nerviosa a juzgar por el modo en que sus
dedos temblaban levemente al soltar cada botón, por el modo en que su respiración se
volvía más superficial cada vez que el pecho de Draco se henchía bajo sus manos. No le
miraba a los ojos porque sabía que él estaba mirándola, fijamente, sin pestañear,
esperando que se atreviera a enfrentar sus ojos para atraparla. Y entonces ella olvidaría
que debía curarle y que estaba molesta con él.

Cuando llegó a los últimos botones, Hermione ya estaba completamente rígida. Se trabó
con el último y tuvo que intentarlo cuatro veces antes de lograr pasarlo por el ojal. El muy
capullo parecía estar aliado con su dueño para hacerla sufrir. Demasiado nerviosa para
tener delicadeza, Hermione apartó la camisa abierta del pecho de Draco y la replegó hasta
la mitad de sus hombros con un par de tirones bruscos.

Draco no se movió, sabía que si lo hacía, si intentaba el movimiento más simple, sus
manos acabarían sobre el cuerpo de Hermione. Y aunque lo deseaba, una parte de él –más
débil cada vez –trataba de aferrarse a su rencor para seguir torturándola.

No obstante, tomó aire como si le hubieran golpeado en pleno pecho cuando sintió los
dedos cálidos de Hermione deslizarse por sus cicatrices, como si pudiera borrar las huellas
de su pasado tan sólo con su tacto. Las delineó y contuvo el impulso de besarlas, de
arrojarse sobre él y abrazarle, de estrecharle hasta acallar su temblor y calmar el miedo
que había pasado esa noche, por él, por ella, por la idea de que no volvieran a verse, pero
se recordó a tiempo que él era un terco insufrible y que estaba herido.

Recurriendo a toda su fuerza de voluntad, deslizó las manos hasta sus costillas y las palpó,
explorándolas hasta localizar el punto en su espalda en el que se habían roto. Draco no se
movió, ni emitió ninguna queja pero se mantenía tenso, con la respiración contenida, y
Hermione no sabía si era por ella o por el dolor. Nerviosa, apartó una mano para coger su
varita y golpeó suavemente con la punta allí donde el hueso había sido dañado. Un par de
chispas blancas manaron de la punta de madera y parecieron ser absorbidas por la piel.

Y de pronto, desprovista ya de toda función, Hermione se quedó paralizada. Él estaba


sentado, ella de pie, rodeándole con ambos brazos. Sólo hubiera tenido que alejarse un
poco y bajar la cabeza para besarle, y eso sería tan... Molesta consigo misma, se apartó.

-Ya está –murmuró Hermione y le sorprendió lo débil que sonó su voz, como si el ambiente
estuviera demasiado cargado para poder hablar.

-No –dijo él con voz ronca y Hermione se atrevió a mirarle a los ojos. Se veían más
oscuros, como el gris de una tormenta apunto de descargar, que hacía presagiar que tras
esa mirada se ocultaba un auténtico caos de violentos sentimientos.

-¿No? –repitió Hermione tontamente, estremecida por su mirada.

-No.
Draco se puso en pie en un movimiento enérgico y elegante, como una pantera, y antes de
que Hermione pudiera apenas ni coger aire, la atrajo hacia él y acalló su gemido de
sorpresa con su boca. La estrechó, apretándola contra él como si necesitara sentir sus
latidos golpeándole el pecho. La besó bruscamente al principio, acariciando el interior de
sus labios, buscando su lengua, mordiendo su boca. Y cuando Hermione se aferró a su
cuello, débil, mareada y dúctil, cambió el ritmo del beso a algo más lento, más sutil, más
provocador. A ese tipo de besos que nunca parecen saciar, que siempre dejan con ganas de
más.

Por eso cuando Draco la hizo girar sobre sí misma y la empujó con suavidad hacia la cama,
cuando cayó sobre ella y continuó besándola, Hermione apenas fue consciente. Era
sorprendente el modo en que dejaba de pensar, de analizar y racionalizar cuando él la
besaba, reduciéndola tan sólo a un ser elemental poseído por sus instintos.

Rendida, tanteó su espalda con las manos, deslizando las yemas por cada depresión, cada
curva, cada músculo en tensión, enviado descargas ardientes y electrizantes a través de la
columna de Draco. Él dejó su boca y cerró los ojos con fuerza, tratando de contenerse,
tratando de batallar con las sensaciones que ella, su cuerpo, sus manos, su boca, le
despertaban, anegando su mente. Porque la necesitaba.

La besó en la barbilla y bajó por su cuello rumbo a uno de sus oídos, simplemente porque
no podía resistirse a tocarla, pero concentraba todos sus esfuerzos en lo que tenía que
hacer.

-Hermione –llamó roncamente a su oído para después atrapar el lóbulo con los dientes y
presionar sobre la tierna carne. Hermione ahogó un gemido y se arqueó bajo él, hundiendo
los dedos en su espalda sin dar muestras de haberle oído.

-Hermione –repitió, esta vez con un tono más apremiante.

-Hmmm –logró musitar ella para hacerle saber que le escuchaba, pues en esos momentos,
era incapaz de hablar.

-Quiero que me prometas algo –murmuró Draco, deslizando una mano por la curva de la
cintura de la chica para buscar el final de su suéter y colarse bajo él.

-Qué –articuló Hermione enredando los dedos de una mano en su cabello.

-Prométeme que si la Orden va a Hogwarts la noche del ataque, tú te quedarás aquí, a


salvo.

Las palabras de Draco y sus implicaciones tardaron unos segundos en penetrar en la


plácida nube que oscurecía y enturbiaba la mente de Hermione, anulándola. Pero cuando al
fin comprendió lo que él le estaba pidiendo se sintió como si le hubieran arrojado agua fría
por encima, que mataba cruelmente la calidez en la que momentos antes había nadado.
Soltó a Draco y le miró a los ojos con los labios aún húmedos y las pupilas dilatadas.

-¿Qué? –repitió con incredulidad. Draco trató de volver a besarla, pero Hermione apartó su
boca y le miró con seriedad -¿qué es lo que has dicho? –insistió poniéndole las manos en el
pecho para apartarle.

-Quiero que te quedes aquí –dijo él con su tono más autoritario apartándose de ella para
tumbarse a su lado y mirarla, apoyado en un codo, con expresión irritada. Debió haber
supuesto que no sería tan sencillo convencerla, con ella nada era sencillo –Bellatrix estará
allí sin duda y ya ha intentado matarte dos veces. Hoy casi lo consigue.

Hermione se incorporó, quedando sentada en la cama, y miró a Draco con expresión


neutra.

-También ha intentado matarte a ti, Draco –dijo seriamente –y seguirá intentando


matarnos a ambos, pero no pienso quedarme aquí encerrada mientras la gente que quiero
se juega la vida. Hoy lograste que me quedara, pero no pienso volver a hacerlo.

-No lo entiendes –repuso él, enfadado, incorporándose también para quedar a la misma
altura que Hermione –No va a parar hasta matarte.

-En realidad, eres tú el que no lo entiende –dijo Hermione ásperamente –no puedes
encerrarme en una jaula de cristal eternamente. Estamos en guerra, todo el mundo está en
peligro. Y cualquier miembro de la Orden corre aún más peligro, pero es algo que
aceptamos al unirnos. La guerra no se acabara, Voldemort no caerá, si simplemente nos
mantenemos aquí escondidos.

-¡Ya lo sé, maldita sea! –espetó él, furioso. Se levantó de la cama y se llevó una mano al
pelo, desesperado y frustrado -¿Por qué sino crees que me he jugado el culo esta noche?

-Pues entonces, no entiendo tu petición –replicó Hermione sin conmoverse –esperas que
me quede aquí mientras tú arriesgas la vida. Sé que no quieres que me pase nada, pero yo
tampoco quiero perderte a ti y sin embargo no te chantajeo, manipulo u obligo a esperar
encerrado en Grimmauld Place mientras yo me enfrento a un grupo de mortífagos.

Draco abrió la boca para decir algo, lo que fuera, pero no encontraba ningún argumento
para contrarrestar el de Hermione. No era capaz de convencerla intimidándola,
coaccionándola o doblegándola por medio de ninguna artimaña. Ella estaba siendo lógica,
jodidamente lógica como siempre, pero él estaba demasiado loco por ella para poder ser
razonable.

-Pero yo no soy tú –escupió furioso. ¿Por qué no podía, por una puñetera vez, hacerle caso
sin discutir absolutamente todo? –No soy un héroe trágico como tu querido Potter, ni un
valiente como los miembros de la Orden. Me trae sin cuidado la guerra mágica y me
importan un bledo los muggles, los hijos de muggles y los traidores a la sangre. Lo único
que me importa es que tú y yo salgamos bien parados de esto, joder.

Hermione le miró de arriba abajo como si lo viera por primera vez, y era evidente que lo
que veía no le gustaba.

-Draco, yo soy hija de muggles –dijo con frialdad –y si es eso lo que piensas, supongo que
Ron tiene razón y no te mereces estar en la Orden. Puedes quedarte aquí, a salvo, y
esperar a que otros arreglen tus problemas. Yo no voy a pedirte nada.

Y sin decir nada más, salió de la habitación de Draco, dejándole a solas.

o0o0o0o0o0o0o

Estaba hecho polvo y sin embargo, Draco no fue capaz de pegar ojo esa noche. Estaba
demasiado furioso, demasiado herido y asustado para hacerlo. No podía dejar de dar
vueltas en la cama, buscándola inconscientemente aunque sabía que no estaba allí. Sólo
quedaban las sábanas que olían a ella como un cruel recordatorio de que Hermione dormía
en su propia habitación por primera vez en días.

Maldita fuera.

Sí, era una hija de muggles -¿en qué momento había dejado de usar la expresión sangre
sucia?- pero que la quisiera a ella no significaba que fuera un amante de los impuros. Ella
era una excepción, no era vulgar, ni ignorante, ni inferior como el resto de los hijos de
muggles.

Vale, ya no opinaba que había que exterminarlos, que eran el cáncer de la sociedad
mágica, ni que habían nacido para ser pisoteados por aquellos que les eran superiores. Su
tío Marcus siempre los había considerado inferiores pero a la vez sentía compasión por
ellos, razón por la que se había mantenido haciendo equilibrios sobre la frágil línea del
orgullo familiar y los ideales elitistas.

Draco se sentía en ese punto. Había visto a mortífagos torturando cruelmente, sin
remordimientos, a muggles e hijos de muggles, como si fueran cucarachas, y se había
sentido asqueado. No compartía la causa del Señor Oscuro, ni sus ideales. Empezaba a
sentirse incluso tolerante ante la idea de que los hijos de muggles recibieran la misma
educación mágica que los sangre pura porque a fin de cuentas, aunque inferiores y
molestos, eran magos.

Pero eso no significaba que estuviera dispuesto a arriesgar su vida por ellos. Y en realidad
no era una cuestión de prejuicios o ideales, tampoco se jugaría la vida por los puros. Le
importaban una mierda los ideales de cada bando, lo único que quería que se acabara esa
jodida guerra.

Quería, puestos a pedir, volver a poder salir a la puta calle, ver a su madre y que su padre
saliera de la cárcel. Quería volver a ser ese muchacho indolentemente despreocupado
cuyos mayores problemas consistían que rivalizar con el imbécil de Potter, tratar
inútilmente de superar a la sabelotodo de Granger y torturar a unos cuántos alumnos por
semana para mantener su fama de chico malo. Pero nadie le había preguntando lo que
quería, simplemente todos habían dado por sentado que haría lo que esperaban de él.

Ahora estaba actuando por libre, estaba tratando de salirse de las directrices que siempre
habían guiado su vida, pero joder, no era fácil. Porque ella lo complicaba todo.

Porque había aparecido en su vida para remover todos sus cimientos y dejarlo
desorientado, tambaleante. Porque estaba obsesionado con ella hasta tal punto que no era
capaz de conciliar el sueño sabiendo que estaba enfadada con él.

Hermione le había dicho que no iba a pedirle nada. No hacía falta que lo hiciera, porque él
ya se lo había dado todo.

o0o0o0o0o0o0o

-¿Qué pasa? –preguntó Hermione al entrar en la cocina y ver a sus amigos con las cabezas
pegadas para leer a la vez un pedazo de pergamino de color rojo tomate.

-¡Es un mensaje de Kingsley! –dijo Ron tan alterado, que hasta parecía haberse olvidado de
que estaba enfadado con Hermione –¡Dice que el primer borrador contra los Licántropos ha
sido aprobado!
-¿Qué? –repitió ella con incredulidad, acercándose a ellos con rapidez para echar un vistazo
a la carta.

-Si finalmente entra en vigor, los licántropos estarán controlados –dijo Harry con desprecio
–el Ministerio pretende ponerles un localizador mágico para saber dónde están en cada
momento y los días de Luna Llena deberán acudir a una de las cárceles del Ministerio donde
les encerraran hasta "que no representen una amenaza para la sociedad mágica y muggle"
–leyó.

-¡Pero eso es horrible¡Son personas, no animales! –exclamó Hermione indignada, y les


arrebató de las manos la carta para leerla con sus propios ojos como si no pudiera acabar
de creérselo. Pero la carta no contenía sólo información acerca de la Ley de Regulación de
la Licantropía, sino que añadía que era necesario convocar una reunión urgente de la orden
–Scrimgeour no ha creído a Kingsley –anunció Hermione con voz temblorosa –van a atacar
Hogwarts y el Ministerio no piensa hacer nada al respecto.

o0o0o0o0o0o0o

-Scrimgeour cree que es una pista falsa, una trampa. Piensa que Voldemort espera que
movilice todas sus defensas a Hogwarts y así deje desprotegida la cárcel de Montis
Occultus.

-¿La cárcel de Montis Occultus? –repitió Devany desconcertada.

-Es la nueva cárcel que habilitaron para trasladar a los mortífagos. Azkaban no era segura
como ya se demostró –explicó Kingsley –Scrimgeour sabe que Voldemort está tratando de
descubrir dónde se encuentra, si es que no lo sabe ya, para liberar a todos los mortífagos
que están presos y reforzar su ejército. El Ministro está obsesionado con que no escapen,
las detenciones de mortífagos hechas son lo único que aún da cierta sensación de
credibilidad y seguridad al Ministerio.

Hermione miró a Draco, que escuchaba la conversación desde un rincón de la cocina,


apoyado en una encimera, con los brazos cruzados y la cabeza agachada de tal modo que
el flequillo le ensombrecía la cara. Y a pesar de su aspecto indiferente, Hermione supo que
estaba pensando en su padre.

Y se sintió un poco más culpable por lo que le había dicho el día anterior. Él ni siquiera la
había mirado cuando ella había ido a informarle de que la Orden estaba reunida y no lo
había hecho ni una vez desde que había entrado en la cocina.

-Scrimegour nos llevará a la ruina –barbotó Ojoloco ofendido –ha sido imposible razonar
con él. Está desquiciado y no sería capaz de ver un dragón aunque apareciera y le mordiera
en el culo.

-Si no piensa defender Hogwarts, al menos evacuará el colegio¿no? –preguntó la Señora


Weasley angustiada.

-Precisamente ha partido hacia Hogwarts hace una hora –explicó Tonks –pero sin duda su
intención es vetar la evacuación del alumnado. Prefiere arriesgarse a perder Hogwarts
antes que darle a la población mágica la sensación de que realmente estamos en guerra.

-Ese canalla –escupió Fred –Mamá, tenemos que sacar a Ginny de allí.
Harry observó a los Weasley con el corazón latiéndole en la garganta.

-Ginny no va a querer abandonar el colegio –dijo George con desanimo.

-Iremos a buscarla –aseguró Molly frunciendo el ceño –Ginny es menor de edad, tendrá
que hacer lo que Arthur y yo digamos y Scrimgeour no puede impedir que los padres
saquen a sus hijos del colegio si así lo desean.

-Os acompañaré –gruñó Ojoloco –ayudaré a Minerva. Tenemos que preparar Hogwarts para
el ataque.

-Yo también voy –dijo Harry con seriedad. Y Hermione sabía que quería ver a Ginny y
asegurarse de que abandonara el colegio.

-También yo puedo acompañaros, tal vez pueda serle de utilidad a Minerva –se ofreció
Lupin.

-De eso nada –dijo Tonks con seriedad –acaban de aprobar el borrador contra los Hombres
Lobos, no creo que sea una buena idea que Scrimegour vea al licántropo que dio clase en
Hogwarts allí cuando éste está amenazado.

-Si quieres ayudar, ven conmigo –dijo Kingsley –he dado al Departamento de Rastreo de
Criaturas Mágicas el soplo de que los licántropos que mataron a esos niños de Dunalastair
se ocultan en los alrededores de Hogsmeade. Seguro que puedes sernos útil para
encontrarlos. Si damos con ellos antes del ataque, mejor que mejor.

-¿Y los demás que hacemos? –preguntó Harry.

-De momento, esperar, chico –dijo Ojoloco.

o0o0o0o0o0o0o

Cuando Tonks, Hestia y Arthur regresaron al Ministerio, Ojoloco, los Weasley y Harry
partieron rumbo a Hogwarts, Kingsley y Lupin hacia Hogsmeade y el resto regresaron a sus
respectivos hogares o trabajos, el número 12 de Grimmauld Place se quedó casi vacío. A
excepción de dos personas. Draco y Hermione.

Draco había abandonado las cocinas en cuanto los primeros miembros de la Orden
comenzaron a salir, sin decir una sola palabra. En realidad, no había abierto la boca
durante la reunión y tampoco había mirado a nadie. Se había mantenido silencioso y
taciturno en un rincón, como un mueble más.

Hermione quería hablar con él, pero no sabía que decirle. En realidad, él no le había dicho
nada que ella no supiera. Sabía que se había metido en la Orden principalmente por ella y
para vengarse por los perjuicios que los Malfoy se habían llevado en guerra. Tenía motivos
para desear que Voldemort cayera pero eso no significaba que hubiera renunciado a todas
las creencias que desde pequeño le habían inculcado. Continuaba creyéndose superior a
media mitad del universo, Harry y Ron permanecían sin duda en su lista negra y no se
podía decir que hubiera dejado de ser grosero e irónico.

Pero ella le quería a pesar de eso y sabía que él la quería a ella contrariamente a lo que
cabría esperar. Si había sido capaz de hacer una excepción con ella, tal vez, algún día sus
ideas podrían cambiar. No obstante, no iba a lograr nada presionándolo.
Y resultaba increíblemente aterrador que esa noche tan sólo hubiera sido capaz de dormir
entrecortada y superficialmente porque él no estaba para arrinconarla en una esquina de la
cama, únicamente con su brazo mediando entre ella y una caída inevitable.

Resuelta a no posponer más su conversación con Draco, Hermione se puso en pie y fue a
buscarle hasta su cuarto. Draco no estaba allí, ni tampoco en el salón, así que Hermione
subió hasta la biblioteca.

La puerta estaba entreabierta cuando llegó hasta allí y empujándola levemente, pudo ver la
figura alta y delgada de Draco, paseando entre los pasillos flanqueados de docenas y
docenas de libros con un par de ejemplares bajo el brazo.

Intrigada, Hermione se coló dentro de la biblioteca con sigilo. Draco se había detenido al
principio de una estantería y observaba con el ceño fruncido un par de tomos del estante
más alto. Lucía un gesto agrió y serio y un par de mechones del flequillo platino le caían
sobre un ojo.

Concentrado, alargó una mano y bajó uno de los libros, especialmente magullado por el
paso del tiempo como reflejaban las grietas y arañazos en la encuadernación celeste.
Hermione pudo leer con dificultad el titulo que atravesaba su lomo: "Lugares mágicos
ocultos de Gran Bretaña".

No necesitó más para saber que Draco estaba buscando información sobre el lugar en el
que estaba encerrado su padre y se sintió conmovida y aún más culpable.

Podía ser que él no luchara por grandes y nobles causas como la libertad e igualdad del
pueblo mágico. No obstante, él luchaba por otras más pequeñas pero no menos
importantes: los suyos.

-¿Qué quieres?

Hermione había estado tan concentrada observándole que no se había dado cuenta de que
él se había percatado de su presencia y la miraba seriamente. No parecía enfadado, sólo
cansado y triste.

-¿Estás buscando información sobre Montis Occultus en esos libros? –preguntó ella con
suavidad. Draco la miró unos instantes con los ojos grises inexpresivos y finalmente asintió
torciendo el gesto. Después se acercó a una mesilla donde posó los libros y se quedó
parado junto a un sillón, mostrándole su perfil a Hermione. Posó una mano sobre el
respaldo del asiento y Hermione vio como hundía las puntas de sus dedos en el relleno, con
las mandíbulas tensas.

-¿Crees… -se aclaró la garganta y endureció el gesto –¿Crees que allí habrá dementores? –
dijo.

Hermione se acercó hasta él con gesto triste y posó una de sus manos sobre el sillón, justo
al lado de la de él.

-Creo que no. El ministerio ya sabe que no son de fiar. Seguramente la cárcel esté
protegida únicamente por guardias y hechizos mágicos. Dentro de lo posible, tu padre
estará bien allí –murmuró.
-¿Bien? –repitió él con una sonrisa irónica –Sin contar con que lleva año y medio sin salir
de una celda y que ni siquiera ha de saber que mi madre ha perdido la razón, yo diría que
está genial.

-Draco…

-Seguro que está tan bien como tus padres, de vacaciones en algún lugar de Europa –
continuó cargado de hiriente sarcasmo –Es muy fácil ser noble y preocuparse por los demás
cuando los tuyos están a salvo, pero a mí lo único que me queda eres tú. Así que
perdóname por no querer que te pase nada.

-Draco –le llamó ella con tristeza, cubriendo su mano la de Draco que reposaba sobre el
respaldo del sillón –siento lo que te dije ayer.

-Si lo sientes, quédate –exigió él.

-Eso es chantaje emocional –señaló ella con cansancio –Escúchame, Draco, siento haberte
hablado de ese modo y haber dicho que no merecías estar en la Orden. Claro que lo
mereces y lo has demostrado pero yo también formo parte de ella y no puedo quedarme en
casa cuando suceda algo que requiera nuestra participación. Mañana iré a Hogwarts, lo
quieras o no, y no me gustaría marcharme estando tú enfadado conmigo.

-¿Es mi imaginación o eso ha sonado como si yo no fuera a ir? –preguntó él apartando su


mano de la de Hermione y retrocediendo un par de pasos para mirarla con enfado.

-Bueno, es evidente que tú no puedes ir –explicó Hermione con paciencia –El Ministerio te
está buscando y todos los alumnos de Hogwarts, piensan que eres un mortífago. Y si
testifican que te vieron con algún miembro de la Orden cualquiera de nosotros podría ser
culpado de esconderte y obstaculizar a la justicia.

-Eso me importa un rábano –dijo él con sequedad –Una horda de gigantes, licántropos y
mortífagos va a atacar Hogwarts y a ti te preocupa que algún miembro de la Orden o yo
acabemos en la cárcel. Deberías preocuparte primero de que salgamos vivos de esta.

-Pero…

-No pierdas el tiempo, si tú vas, yo voy –replicó él en un tono que decía a las claras que no
pensaba cambiar de opinión.

Hermione bajó los hombros derrotada y soltó un largo suspiro. Estaba claro que no iba a
lograr convencerle y no tenía ganas de seguir discutiendo con él. Lo único que quería era
abrazarle para tratar de aplacar un poco el miedo que la llenaba cada vez que pensaba en
lo que iba a suceder a la noche siguiente.

-Está bien –cedió y se acercó a él. Draco la observó con recelo mientras ella se aferraba a
su camisa y hundía el rostro en su pecho, y durante unos segundos, luchó denodadamente
contra el impulso natural de abrazarla. Pero cuando Hermione deslizó las manos por su
pecho para rodearle la cintura, Draco finalmente la estrechó con sus brazos.

Porque en el fondo, él también estaba asustado.

o0o0o0o0o0o0o
-¡ESE CABRÓN! –gritó Ron dándole una patada a la alfombra del hall -¿PERO QUIÉN SE HA
CREÍDO QUE ES¡NO PUEDE HACER ESO!

-Ya lo sé –masculló Harry cerrando la puerta de la mansión con tanta fuerza que podría
haberla hecho giratoria –Scrimgeour es un cobarde y un…

-¿Qué pasa? –preguntó Hermione bajando las escaleras a toda velocidad. Draco la seguía
con total tranquilidad y expresión indiferente.

-¿Que qué ha pasado? –bramó Ron ensañándose con la alfombra -¿Quieres saber lo que ha
pasado? –Hermione asintió enérgicamente -¡Harry, cuéntale lo que ha pasado!

-Scrimgeour no ha permitido que la Señora Weasley y los gemelos se llevaran a Ginny.

-¿Qué? –repitió Hermione sorprendida –Pero él no puede…

-¡ESO ES LO QUE YO DECÍA! –aulló Ron.

-De hecho, no se trata sólo de Ginny –continuó Harry ignorando la intervención de su


amigo –ha prohibido que los padres saquen a los estudiantes del colegio salvo en casos de
enfermedad grave o pérdida de algún familiar.

-Pero el Ministro no tiene poder para ordenar lo que se puede o no se puede hacer en
Hogwarts –dijo Hermione con el ceño fruncido –Es McGonagall la que…

-En realidad, sí puede –explicó el moreno con enfado –en caso de guerra el Ministerio está
autorizado a tomar la autoridad de Hogwarts.

-Pero no entiendo que pretende al encarcelar a los estudiantes…

-Si todo el mundo empezara a sacar a sus hijos del colegio, la comunidad mágica le daría
credibilidad al ataque del Lord Tenebroso a Hogwarts, y Scrimgeour está empeñado en
creer que ese rumor no es cierto –intervino Draco desde lo alto de las escaleras, apoyado
contra la pared en una pose de aburrimiento que no encajaba con su tono de irritación.

-Y por supuesto, habrá vetado la evacuación de los estudiantes –dijo Hermione enfadada.

-¡No lo dudes! –espetó Ron -¡Si fueran sus hijos o familiares los que estuvieran esperando
en el colegio a que quien ya sabéis y su ejército acaben con ellos seguro que vería las cosas
de otra manera¡Pedazo de mamón! –y a continuación el pelirrojo se sumió en una extensa
disertación que compendiaba todas las maldiciones y palabrotas que había escuchado
durante su vida, dedicadas a Scrimgeour.

-¿Pudisteis ver a Ginny? –preguntó Hermione en un susurro, a una distancia prudencial de


Ron.

-Sí –dijo Harry con las mandíbulas apretadas y gesto serio –nos dijo que no nos
preocupáramos. En realidad, antes de que Scrimgeour interviniera, dijo que no pensaba
abandonar Hogwarts –Hermione se percató de que su amigo apretaba la varita en su mano
derecha con tanta fuerza que tenía los nudillos pálidos como la nieve –dijo que quería
luchar.
Harry se quedó callado y Hermione pudo imaginar sin dificultad en lo que estaba pensando.

-…le metería una escoba por el culo si no se la hubieran metido ya en cuanto nació…-
barbotó Ron entre un montón de insultos más.

o0o0o0o0o0o0o

El día del ataque, el ánimo de los habitantes de Grimmauld Place era lúgubre. Lupin pasó a
visitarles a primera hora de la mañana para informarles de que después de horas de
rastreo, sólo habían encontrado a cuatro licántropos ocultos en una cueva cercana a la que
Sirius había usado una vez como refugio.

-Pero estamos seguros de que hay muchos más –había dicho Remus, serio y con aspecto
enfermizo –Kingsley ha tratado de interrogarlos pero los del departamento de Rastreo
apenas nos permitieron hacerles un par de preguntas antes de llevárselos al Ministerio. No
sé si serían los licántropos que atraparon a esos niños, pero a Scrimgeour no le importará
demasiado. Los enviará a la cárcel y dirá a la prensa que ha resuelto el caso.

Sobre el medio día, más miembros de la Orden comenzaron a llegar a Grimmauld Place y
se fueron reuniendo en las cocinas, tensos y serios. La Señora Weasley tenía los ojos
enrojecidos y los gemelos tenían pinta de necesitar asesinar a alguien urgentemente. Tonks
estaba preocupada por el débil aspecto de Lupin –esa noche era luna llena –y Ojoloco
estaba furioso porque Scrimgeour le había escrito para prohibirle expresamente regresar a
Hogwarts, sin duda informado de su visita a la escuela del día anterior.

-Ese inepto se cree que puede darme ordenes –masculló Ojoloco golpeando el suelo con su
pierna de manera –Yo le enseñé todo lo que sabe, pero está claro que ha olvidado la
lección más importante. ¡Alerta permanente! –gritó de repente y Draco y Ron dieron un
respingo en su asiento –no le enseñé a manipular a la gente y a ignorar el peligro.

-¿Y ahora que vamos a hacer, Señor Moody? –preguntó Devany, encogida en su taburete y
evidentemente asustada, como demostraban sus nerviosos ademanes para encajarse aún
más su gorrito de lana sobre las cejas.

-Por supuesto desoír las advertencias del insensato de Scrimgeour –dijo el ex-auror
arrojando una bota de goma vieja que parecía haber pasado varios años en el fondo del
mar sobre la mesa –iremos a Hogwarts.

-¿Eso es un traslador? –preguntó Hermione contrariada –En Historia de Hogwarts dice que
es imposible trasladarse…

-Dentro o fuera de Hogwarts –recitaron los gemelos y Ron al unísono. Hermione les dedicó
una mirada fulminante, pero Lupin sonrió con indulgencia.

-Y no se puede –dijo Ojoloco –normalmente. Minerva y yo lo preparamos todo para que nos
traslademos a su despacho en –echó un vistazo a su reloj –diez minutos.

-¿No es un poco pronto? –preguntó Hestia –se supone que Kingsley, Tonks, Arthur y yo
tenemos que estar en el Ministerio en media hora.

-Tendremos que faltar al trabajo, Hestia –explicó Arthur con amabilidad –no sabemos a qué
hora se producirá el ataque y tenemos que ayudar a preparar las defensas de Hogwarts.
Minerva y los profesores lo han estado haciendo en secreto, creemos que algunos
estudiantes de Slytherin informarían a Voldemort si se enteraran de que sabemos lo del
ataque.

-¿Peguo entonces los estudiantes no saben que Hogags va a seg atacado? –preguntó Fleur.

-No, Scrimgeour le prohibió a McGonagall hablar sobre ello –dijo Kingsley –y creímos que
mantenerlo en secreto sería lo mejor para evitar que se filtrara la información a los
mortífagos. De cualquier modo, McGonagall ha inutilizado la lechucería y confiscado
temporalmente las aves de los estudiantes. Por supuesto, todo ello después de que
Scrimgeour se fuera. Ha dejado a Fawcett, ese auror que da Defensa Contra la Artes
Oscuras, al cargo de informarle de cualquier inconveniente pero McGonagall cree que
podemos fiarnos de él.

Devany asintió fervientemente y Ron la miró de reojo. No parecía contento.

-Bien, entonces preparémonos –dijo la Señora Wealey sorbiéndose de la nariz. Todos los
miembros de la Orden se levantaron y apelotonaron en la mesa en torno a la bota de
goma, incluido Draco. Molly lo miró con preocupación, aunque nadie más pareció encontrar
nada extraño en que él fuera a Hogwarts.

-Draco, querido –dijo la mujer -¿no crees que sería mejor que te quedarás aquí? El
Ministerio te está buscando y no es muy prudente que te dejes ver por Hogwarts…

Palabras ácidas brotaron hasta la boca de Draco, pero se contuvo, incómodo. La Señora
Weasley parecía realmente preocupada por él, de un modo casi maternal. De un modo que
le abrumaba un poco.

-Eso ahora no tiene importancia –dijo finalmente incómodo.

Molly apretó los labios, evidentemente en desacuerdo, pero como nadie más dijo nada,
guardó silencio.

-Tocad el traslador –ordenó Moody con su áspera voz, un ojo puesto en el reloj y otro en la
bota. Todos obedecieron y el antiguo auror comenzó la cuenta atrás –Tres…dos… ¡uno!

Todos los miembros de la Orden sintieron la conocida sensación de sus pies se


despegándose del suelo y sus estómagos revolviéndose. Y entonces, con lo que a ellos les
pareció un gran estrepito, aterrizaron en el despacho de McGonagall.

Estaban en Hogwarts.

Capítulo 41: Héroes y castillos

-Bienvenidos a Hogwarts –dijo la firme voz de McGonagall.

Hermione se incorporó sobre su trasero y miró a su alrededor. Estaban en el despacho que


antes había pertenecido a Dumbledore; Harry, Draco, Ron, Devany y Tonks se hallaban
despatarrados por el suelo en el reducido espacio que el resto de los miembros de la Orden
no ocupaban. De pie, a la mesa de la directora, se encontraba Minerva McGonagall rodeada
por Sprout, Flitwick, Slughorn, Sinistra, Vector, Trewlaney y Hagrid. Había otro hombre allí
–Hermione supuso que se trataba del nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras
–pálido, con el cabello negro como la brea y rizado cayendo hasta la mitad de su espalda, y
vestido con una túnica oscura. No parecía mucho mayor que ella.
Él la estaba mirando desde sus profundos ojos verde amarronados, pero Hermione se vio
obligada a interrumpir el contacto visual cuando con cierta brusquedad, Draco le plantó una
mano bajo las narices para ayudarla a ponerse en pie. Aceptando su ayuda, Hermione se
levantó, sorprendida por la mueca de enfado del chico.

-Potter –dijo Minerva y con un asentimiento saludó al resto de la Orden –Para quienes no lo
sepáis este es Sean Fawcett, auror y profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, va a
ayudarnos a preparar a Hogwarts para el ataque –el aludido asintió con expresión
imperturbable y los ojos fijos en Hermione.

Minerva hizo un gesto con una mano para llamar la atención sobre una detallada miniatura
del castillo y los terrenos que reposaba sobre la mesa. Incluía el lago, el campo de
quidditch y la muralla que rodeaba la escuela.

-Bien, los puntos débiles para entrar a Hogwarts son las verjas y el lago –los señaló en la
miniatura con un dedo huesudo y levemente arrugado. Hermione se dio cuenta de que la
directora parecía haber envejecido diez años desde la muerte de Dumbledore –el calamar
gigante y los sirenios han sido alertados y colaboraran para proteger ese acceso. De
cualquier modo, Fawcett soltará gryndilows y otras criaturas marinas peligrosas. Pomona
ha preparado varias Tentácula Venenosa para ser trasplantadas en la orilla del lago y
Flitwick convocará un Encantamiento Barrera. En cuanto a las verjas, Horace ha conseguido
unas cadenas forjadas por gnomos para protegerlas y esta misma mañana Flictwick y yo
hemos lanzado varios hechizos que mantendrán ocupados a todos aquellos que intenten
entrar por ahí.

-Los puntos débiles están protegidos, Minerva –dijo Moody con su voz áspera –pero un
buen adversario ataca por donde más seguros nos creemos.

-No pueden entrar en Hogwarts si no es desde fuera –aseguró la directora –hemos


inspeccionado palmo a palmo el colegio con ayuda de los elfos domésticos, clausurado la
Sala de los Menesteres y Horace ha vigilado a los alumnos de Slytherin sospechosos de
trabajar bajo las ordenes de Voldemort. No volverá a repetirse lo de meses atrás –y lanzó
una dura mirada a Draco por encima de sus gafas cuadradas, que él soportó con aparente
indiferencia.

-No hablo sólo de eso, Minerva –continuó el ex –auror –deberíamos preocuparnos también
del resto de la muralla que protege Hogwarts. Tiene una alta seguridad mágica pero no
estaría mal reforzarla y colocar sensores de ataque.

-Buena idea –coincidió Flitwick, cuya calva apenas se veía asomar por encima de la mesa.

-El siguiente paso será colocar trampas y sorpresas en los terrenos de Hogwarts que
rodean el castillo –procedió McGonagall –el profesor Fawcett y Hagrid nos han prestado
amablemente sus ejemplares de una especie ilegal que han creado –lanzó una mirada de
censura al gigante que trató inútilmente de encogerse, enrojeciendo, y al auror, que
permaneció impasible y serio –que creemos, podrá sernos de gran ayuda. Pomona tiene
unas cuantas plantas en el Invernadero número 9 que podrán ser útiles. Dejando al lado las
entradas y los terrenos, en cuanto hayamos colocado todas las plantas, criaturas y hechizos
fuera del colegio, sellaremos mágicamente las Puertas de modo que sólo puedan abrirse
desde dentro y después de realizar laboriosos hechizos. Las ventanas del primer piso ya
han sido selladas durante la noche por los miembros del profesorado y esta mañana hemos
encargado a los prefectos y a alumnos de confianza de cada casa continuar con el trabajo
en el resto de los pisos y torres del colegio.
-¿Y qué vamos a hacer con los alumnos? –preguntó la Señora Weasley -¿no serán
evacuados?

-El Ministro ha vetado esa posibilidad –explicó McGonagall –pero evidentemente


evacuaremos al alumnado en caso extremo. Mientras tanto, he dado órdenes a los
prefectos de cada casa de cuidar que los alumnos permanezcan en sus salas comunes. En
cada una de ellas hemos habilitado un traslador que de ser necesario evacuará
inmediatamente a los alumnos al Ayuntamiento Mágico de Edimburgo, ya que al no contar
con la colaboración del Ministerio es imposible trasladarlos allí.

-¿Y qué pasará con los alumnos mayores de edad? –preguntó Hestia.

-No podemos obligarles a quedarse en sus Salas Comunes. Hace apenas una hora,
comunicamos la situación al alumnado y algunos alumnos de séptimo curso han
manifestado su intención de luchar.

-¿Y los elfos domésticos¿Qué será de ellos? –cuestionó Hermione angustiada.

-De momento estarán a salvo en las cocinas –dijo Minerva –pero pueden desaparecerse
fuera de Hogwarts cuando lo deseen.

-¿Y qué vamos a hacer dentro del castillo? –preguntó Fred con expresión inocente.

-¿Dentro del castillo? –preguntó McGonagall desconcertada.

-Sí, todas esas medidas de seguridad de las que ha hablado son para evitar que entren,
pero si lo hacen, tendremos que tener algo preparado¿no? –explicó George.

-Bueno, eso es cierto…

-No diga más, Minerva –la interrumpió Fred dándose aires mientras junto a su gemelo, se
abría paso entre la aglomeración de miembros de la Orden y profesores para llegar hasta la
mesa, donde cada uno depositó un abultado maletín, peligrosamente cerca de la miniatura
del colegio –Somos sus hombres.

-¿Qué es eso? –preguntó Sprout con curiosidad.

-La nueva gama de productos Weasley para casos como este –anunció George abriendo su
maletín de piel de dragón –Fred y yo hemos diseñado una nueva línea que creemos que
encontraréis bastante interesante…

-Bombas fétidas –enunció Fred sacando una bolsa llena de bultos que hizo un ruido
desagradable al ser depositada sobre la mesa.

-¡Fred! –le reprendió Molly -¿de verdad crees que son esos artículos de broma lo que
necesitamos ahora…?

-Mamá, no son simples artículos de broma –explicó Fred con tono condescendiente –estas
bombas fétidas no sólo apestan, sino que arrojan una nube de humo que hace imposible
ver ni un dragón a dos centímetros. Pero el humo mágico sólo ciega a las personas que
estén en el lado equivocado del pasillo donde se arrojen, no sé si me entendéis.
-Y esta maravilla –dijo George mostrando una hilera de algo parecido a posavasos de
pequeño tamaño –son discos mordedores. Cuando se arrojan hacia alguien le persiguen
hasta alcanzar su objetivo y cualquier hechizo que reciban, sólo hará que se multipliquen…
por ocho –añadió con aire soñador –son mis favoritas.

-¿Y quién recuerda nuestros maravillosos fuegos artificiales? –preguntó Fred sacando una
caja rectangular de color rojo escarlata –Pues los hemos mejorado. Ya no sólo dicen
obscenidades, sino que lanzan redes atrapadoras y paralizan a todo aquel que toque una
leve, diminuta e insignificante chispa.

-Y nuestra última ganga, es esto –George sacó una cesta de mimbre llena hasta arriba de
algo parecido a gominolas con forma de ratón –Son ratones explosivos, si los pones en el
suelo no pararan hasta encontrar al mortífago al que las dirijas para explotar
convenientemente bajo sus pies.

-Querido profesorado –Fred les saludó con un teatral asentimiento de cabeza –querida
Orden –repitió el mismo gesto acompañado por su gemelo –esta es nuestra pequeña
contribución a la causa.

-Sin duda muy… -McGonagall pareció buscar las palabras –didáctico y posiblemente útil –
después echó un vistazo rápido a su reloj –Bien, no nos queda mucho tiempo. En el hall
están esperando algunos alumnos que se han ofrecido voluntarios para ayudar en las
labores de protección del colegio. Filius, acompaña a Kingsley, Tonks, Remus y Alastor por
los terrenos para reforzar las murallas y las verjas. Pomona, llévate a Potter, Malfoy,
Mundungus, Bill y Fleur Weasley y a cuantos alumnos necesites para trasplantar las
Tentácula Venenosa en las orillas del lago y las demás plantas peligrosas por los terrenos.
Hagrid, Sean, llevaos a Ronald Weasley, Apeldty, Granger, Hestia y los Weasley para soltar
esos… esas criaturas por los terrenos. Horace, usted, Sybill y Sinistra supervisen el sellado
de las ventanas del resto de los pisos. Vector, acompañe a los Gemelos Weasley a repartir
sus… artículos entre los alumnos mayores de edad que quieran ayudar en la defensa del
colegio. Yo iré a buscar a Argus y a Pomfrey y convocaré a los fantasmas, cuadros y
armaduras. Nos reuniremos en el hall en cuanto hayáis acabado vuestras labores. Si a las
siete de la tarde no habéis finalizado con ellas, acudid al hall igualmente pues sellaremos
las puertas. Horace, ten preparada toda la Felix Felicis que puedas para entonces. Eso es
todo.

Inmediatamente, la pequeña aglomeración de profesores, aurores y antiguos estudiantes


del colegio, se puso en movimiento, apelotonándose en torno a la puerta. Hermione se
colocó tras Hagrid y dejó que él le abriera el camino, seguida del nuevo profesor que
hablaba con Devany Apeldty. Hermione recordó que la chica había mencionado que eran
viejos amigos, pero a pesar de todo, se sentía incómoda al tenerlo cerca pues tenía la
sensación de que él la miraba fijamente, a pesar de no poder verle. Cuando al fin llegó a
las escaleras, se sobresalto al sentir una mano sujetándola posesivamente por la cintura.
Draco se las había apañado para colarse entre la gente hasta llegar a su lado.

-Voy contigo –dijo él con sequedad, como toda respuesta a la mirada sorprendida de
Hermione.

-Pero, McGonagall ha dicho…

-Me importa un bledo lo que esa vieja haya dicho: voy contigo –insistió él hoscamente, y
miró al frente con determinación. Hermione se dio cuenta de que tenía las mandíbulas
tensas, endureciendo su rostro, y sus ojos grises habían adquirido esa tonalidad de cielo
tormentoso que advertía del peligro. Por alguna razón que Hermione no alcanzaba a
comprender, Draco estaba furioso.

Así que se tragó su tendencia natural a objetar y guardó silencio, porque en realidad, no
quería separarse de él. Aunque en teoría faltaban unas cuantas horas para el ataque,
Hermione sentía el corazón latiéndole nerviosamente en el pecho. Estaba de nuevo en
Hogwarts, pero no para estudiar, perderse en la biblioteca o charlar con Harry y Ron hasta
altas horas de la madrugada en la Sala Común. Allí había conocido la magia, sus amigos y
Draco. Los pilares de su vida actual.

Y ahora debía evitar su destrucción.

o0o0o0o0o0o0o0o

El grupo del profesor Fawcett y Hagrid en el que Hermione y Draco estaban, abandonó el
colegio y caminó por los terrenos de Hogwarts hasta adentrarse unos cuantos metros en los
terrenos del Bosque Prohibido. Después de andar unos cinco minutos, Hagrid se detuvo y
miró a Sean Fawcett, quien asintió imperceptiblemente. Hermione vio como el
guardabosque sacaba un tosco silbato de madera, que quedaba oculto bajo sus barbas y lo
soplaba. La chica empezaba a pensar que el silbato estaba averiado pues no emitió ningún
sonido audible, cuando sintió como la tierra comenzaba a temblar bajo sus pies con un
murmullo semejante al de docenas de enjambres de abejas zumbando.

-¿Qué coño… -comenzó Draco aferrando a Hermione para apartarla del temblor que parecía
hallarse frente a ellos, pero justo en ese momento, en el claro entre los árboles junto al
que se encontraban comenzaron a aparecer pequeño cráteres en la hierba. Toda la comitiva
se volvió hacia ellos y Ron tomó automáticamente la mano de Devany cuando vieron
aparecer las primeras criaturas.

Como setas brotadas de la tierra, unos extraños seres asomaron sus blanquecinas cabezas
de los hoyos que acaban de abrir, para arrastrase fuera, revelando parcialmente su cuerpo.
Tenían el aspecto de larvas gigantes cruzadas con medusas por el tono blanquecino y casi
brillante de su piel –o lo que quiera que fuera lo que recubría sus cuerpos-, pero cuando al
fin estuvieron al completo fuera de sus madrigueras, Hermione ahogó un gemido de horror.
Al final de sus cuerpos de larva, como un ramo de flores, brotaba un racimo de pequeños y
esqueléticos brazos con apariencia humana. Eran de color violeta intenso, pero tenían
articulaciones y estaban rematados en pequeñas manos cuyos dedos se semejaban a las
ramas retorcidas de un árbol viejo.

-Joder, son horrendos –murmuró Draco alejándose unos pasos con Hermione. Ron y
Devany, a su lado, parecían demasiado impresionados para moverse, pero Hagrid sonreía
feliz.

-¿No son preciosos? –preguntó acercándose a los seres que emitieron un chillido
desagradable pero que a juzgar por sus movimientos corporales, parecía ser algo así como
un maullido cariñoso.

Sean Fawcett sonrió misteriosamente al ver las caras de espanto los jóvenes y los Señores
Weasley.

-Tal vez no sean preciosos, pero son bastante útiles –dijo sacando algo parecido a unas
correas de hilo plateado del bolsillo de su túnica –necesitaremos esto.
-¿Es qué tenemos que ponerles una correa? –preguntó Ron con voz estrangulada,
apretando fuertemente la mano de la medimaga.

-Si queremos llevarlos hasta los terrenos del colegio, sí –respondió Sean agachándose junto
a una de las criaturas y poniéndole una correa plateada en torno a lo que debía de ser su
cabeza con un movimiento rápido y límpido. La criatura emitió otro estridente chillido y se
restregó cariñosamente contra los tobillos del auror, que sonrió de lado acariciando el
cuerpo alargado del ser.

-Pero¿qué demonios es eso? –preguntó Draco, irritado.

-Es cierto, no os hemos presentado –dijo Hagrid excitado mientras ponía correas a las
criaturas de dos en dos –se llaman Grassters. Tenéis que verlos en acción, son …

Draco contuvo su ácida réplica al sentir el leve apretón de Hermione en su muñeca e hizo
de tripas corazón para sujetar el montón de riendas que el gigante le ofreció con expresión
de ser un abuelo bondadoso repartiendo caramelos entre sus nietos. A su lado, Hermione
tomó otras cuantas riendas y se mordió el interior de los labios para no gritar cuando los
Grassters comenzaron restregarse con sus tobillos.

-¿Y qué es exactamente lo que vamos a hacer con esto? –inquirió la señora Weasley, lívida.

-Oh, es sencillo, sólo tenemos que llevarlos hasta los terrenos para que se entierren allí.

-¿Se…entierren? –preguntó Devany con un hilo de voz. Sean le dio un puñado de riendas y
un suave apretón en la mano. Ron se removió con expresión hostil a su lado.

-Son como topos –explicó Sean –hacen agujeros bajo tierra y se quedan allí, ocultos,
esperando el momento adecuado para salir.

Devany no pareció sentirse mucho mejor tras la explicación, pero no hizo más preguntas.

-¿Estáis listos? –preguntó Hagrid. Nadie respondió así que él se lo tomó como un sí y
comenzó a andar de regreso a los terrenos junto a Sean, llevándose con ambos un par de
docenas de Grassters, que se arrastraban increíblemente rápido por el suelo, aferrándose a
la hierba con sus reducidas manos como si fuesen patas.

Los Weasley, Ron, Devany, Hermione y Draco les siguieron tratando de mantener la mayor
distancia posible entre ellos y los Grassters. Después de unos minutos, los árboles
empezaron a ralear y ante ellos se irguió el castillo de Hogwarts con sus terrenos. Aquí y
allá había grupos de alumnos que orientados por profesores transportaban macetas con las
más extrañas plantas o jaulas en las que se agitaban diversas criaturas. A las orillas del
lago, un grupo trasplantaba Tentáculas Venenosas mientras el calamar gigante agitaba sus
tentáculos en el agua, como si estuviera saludándolos. Hermione pudo distinguir la cabeza
pelirroja de Ginny luchando contra la planta junto a Harry y sintió que el corazón le latía de
emoción. Hacía tanto que no la veía… Luna Lovegood y Neville se encargaban de otra
planta que parecía estar estrangulando al muchacho, pero un chico con la túnica de
Slytherin se acercó a ayudarlos. Draco reconoció a Theodore Nott a pesar de las distancias
y sintió una incómoda sensación de algo parecido a añoranza. No había rastro de Zabini,
Crabbe, Goyle o Pansy por los terrenos, y él estaba seguro de que no ayudarían en la
defensa de Hogwarts, pero Theodore estaba allí a pesar de que la mayor parte de Slytherin
le repudiaría por ello.
Como a él. Y le sorprendía descubrir que algo que en otro tiempo hubiera tenido tanta
importancia, ahora ya no era nada. Tenía otras cosas en las que pensar.

Como por ejemplo ese estúpido profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras y el modo en
que miraba a Hermione.

-Ahora repartíos e id soltando a un grasster cada par de metros –indicó Hagrid en voz alta
–tenemos que cubrir la mayor extensión de terreno posible.

El grupo obedeció y peinaron la zona, repartiendo Grassters aquí y allá que en cuanto eran
liberados de las riendas, comenzaban a escavar asombrosamente rápido con sus manitas y
se colaban por los agujeros en la tierra, que cerraban a continuación sin dejar rastro.

Cuando al fin terminaron de "enterrar" Grassters, comenzaba a atardecer. Las Tentácula


Venenosas reposaban en los límites del lago como silenciosas centinelas que esperaban
alerta para atrapar en sus redes a cualquier intruso. La superficie del lago estaba calmada y
los últimos rayos de sol se reflejaban sobre ella. Había jaulas repartidas por todos los
terrenos, esperando ser abiertas para liberar a diversas criaturas más o menos peligrosas.

Un último reducto de alumnos dirigidos por Sprout y Flitwick plantaba exóticos ejemplares
de flores venenosas, carnívoras, cargadas de esporas con sedantes, polvos paralizantes y
más trucos que darían guerra a los invasores. Hermione y el resto de su grupo se unieron
para ayudarles, equipados con guantes de piel de dragón que la Profesora Sprout repartía,
y charló con Luna, Neville y Parvati. Aunque Ginny estaba cerca, Hermione no se acercó a
hablar con ella, pues la pelirroja estaba junto a Harry. A pesar de que no hablaban,
Hermione podía notar perfectamente el modo en el que uno era consciente de cada uno de
los movimientos del otro y como se miraban cuando creían que el otro no lo hacía. De
pronto, Harry se acercó a la pelirroja como si hubiera algo que hacía rato que deseaba
decirle y al fin se hubiera decidido a hacerlo.

-Ginny –dijo –cuando entremos tienes que ir a la Torre de Gryffindor y quedarte allí.

-No voy a hacerlo –respondió ella con tranquilidad –quiero luchar.

-No eres mayor de edad, no puedes –insistió el moreno.

-Me escaparé –replicó la pelirroja encogiéndose de hombros con naturalidad.

-Escucha, Ginny…

-Escucha tú, Harry –dijo ella con gesto serio –me dejaste para protegerme, para que
Voldemort no viniera por mí, y respeté tu decisión porque no podía hacer otra cosa. Pero
luchar o no, lo decido yo, no tú, ni mis padres, ni ninguno de mis hermanos. Vosotros ni
siquiera estudiáis en Hogwarts y habéis venido a defenderlo, así que si alguien tiene
derecho a hacerlo soy yo y los que seguimos aquí.

Y después cogió una maceta con un extraño ejemplar de planta llena de espinas grandes
como colmillos y se alejó, dejando a Harry derrotado en el momento en que Sprout
anunciaba que era hora de regresar al colegio para sellar las puertas.

o0o0o0o0o0o0o0o
El colegio de Hogwarts se erguía en la inmensidad de sus verdes terrenos, como un faro en
lo alto de un acantilado que ilumina al mar. Los últimos rayos de sol perecían, velados por
las nubes oscuras que cubrían el cielo en ese punto intermedio entre el día y la noche,
augurando una trágica tormenta. La forma redonda y pálida de la luna se recortaba en la
última claridad del día, aguardando el momento adecuado para irradiar su luz.

El lago, el bosque y los terrenos estaban silenciosos, aguardando lo que se avecinaba. El


colegio, imperturbable, era un conjunto de piedras salpicadas de las titilantes lucecillas que
se colaban por sus ventanas. Allí, en un aula pérdida del primer piso de la que las mesas
habían sido retiradas, se hallaban dos jóvenes, de pie frente a una de las ventanas. En
silencio, alerta.

-¿Crees que tardarán mucho? –preguntó Hermione en un susurro, con los ojos marrones y
cargados de miedo fijos en la oscuridad creciente de los terrenos, como si esperara
observar movimiento en algún momento.

-Posiblemente no –dijo Draco, con voz tensa junto a su oído. Estaba a su espalda,
aferrándola por los hombros como si quisiera tranquilizarla, aunque en realidad lo hacía
para tratar de contener sus ganas de salir por piernas, con ella echada al hombro –En
cuanto el sol desaparezca, aparecerán. Y cuando lo hagan, bajo ninguna circunstancia te
alejes de mí.

-Está bien –murmuró ella débilmente. Draco sintió el impulso de pedirle que se largaran de
allí o cuando menos, que acudiera a la torre de Gryffindor y abandonara el castillo con el
traslador y los alumnos más pequeños en caso de ser necesario. Sabía que no serviría de
nada tratar de disuadirla, pero estaba casi más asustado por ella que por él. Tenía la
sensación de que moriría pronto si entraban en batalla, porque estaría tan atento a lo que
le sucedía a ella, que sería un blanco fácil.

Además, Bellatrix estaría allí, rabiosa y deseosa de eliminarles a ambos sin duda. Habría
gigantes, licántropos y al menos unos cincuenta mortífagos. El grueso de las fuerzas de
Voldemort. De poco les servirían las varitas recubiertas de plata por Flitwick para
intensificar el poder de los hechizos enviados a los hombres lobo, los consejos acerca de
que hechizos lanzar a los gigantes, la ayuda de los cuadros, fantasmas, armaduras y
estatuas del colegio. Los embrujos, las plantas y las criaturas no valdrían para mucho más.

Porque Él lo aplastaría todo, porque era imposible derrotarle.

-Draco –musitó ella volviéndose hacia él y sacándole de sus lúgubres pensamientos –¿crees
que tenemos alguna oportunidad?

Draco miró sus ojos marrones, cargados de miedo y temor, y sintió que alguien le metía
una mano en el pecho y estrujaba su corazón dolorosamente. Y mintió.

-Sí –dijo. Ella sonrió débilmente.

Porque era una Gryffindor y con esperanza o sin ella se quedaría para luchar.

-Estás mintiendo –respondió –pero sigues aquí, conmigo.

-Y no voy a irme –dijo él con resignación, acariciándole el embrollado cabello.

Porque él era un Slytherin y sin embargo, la seguiría allá donde ella fuera.


Y justo en ese momento, sucedió. Los últimos vestigios de la luz del sol se hundieron tras
las montañas, las nubes se movieron en la creciente oscuridad, desvelando la luna, y un
aullido animal se oyó en todo el colegio. Y como si esa fuera la acordada señal, se escuchó
un estruendo en las verjas del colegio.

Draco y Hermione se asomaron rápidamente a la ventana, forzando la vista para vislumbrar


lo que estaba ocurriendo. Por las ventanas de los primeros pisos de Hogwarts, aparecieron
otras cabezas, tratando de ver lo que sucedía.

Más allá, donde la luz metálica de las cadenas de plata de los gnomos se aferraba a la
puerta, media docena de gigantes, trataba de forzar las verjas para entrar en los terrenos
del colegio. Gruñían guturalmente, aporreando las verjas, repelidos por los hechizos que las
protegían. Los embrujos los apartaban y derribaban, enviándoles lejos, pero llegaban más y
más gigantes para ocupar el lugar de los que caían.

Entonces, se produjo una explosión de agua en el lago y los habitantes de Hogwarts


pudieron ver un par de tentáculos gigantes brillando bajo la luz de la luna, agitándose en el
aire. Docenas de barcas que en comparación con el calamar parecían apenas hormigas,
volcaron por las olas producidas por la bestia, arrojando a las oscuras y gélidas aguas a
aquellos a quienes trasportaban. Se escuchó un grito raspante y agudo, que hizo temblar la
superficie del lago al ritmo de las olas, y de las aguas surgieron las figuras de un grupo de
Sirenios, alzando al cielo sus tridentes dorados. Al mismo tiempo, algo estalló en la parte
de las murallas más cercana al colegio y Hermione pudo ver un rayo amarillo partir de una
de las ventanas de su piso hacia el lugar, arrancando un grito de lo que quiera que hubiera
tras las cercas.

-¡ATACAD! –se oyó resonar la voz severa de McGonagall por todo el colegio.

Por distintos lugares de las murallas de Hogwarts, se producían explosiones y ataques de


mortífagos que trataban de abrir una brecha en ellas, saltarlas o romper los hechizos
repelentes que las cubrían. Los alumnos, profesores y miembros de la orden repartidos por
todo el colegio, corrían de una a otra ventana, buscando el mejor ángulo para atacar.
Flitwick, encaramado al alféizar para poder apuntar mejor, sostenía el hechizo barrera que
varios Finite Incantatem de los mortífagos y los puños de unos cuantos gigantes trataban
de derrocar. En las ventanas continuas, Tonks, Remus y Kingsley le ayudaban, mientras
Ojoloco, Hestia, McGonagall y los Weasley apuntaban, a pesar de la distancia, a las verjas
de Hogwarts flanqueadas por los cerdos alados, que habían cobrado vida y volaban,
embistiendo a los gigantes.

En el lago, un grupo de mortífagos había logrado llegar a las orillas a pesar de los esfuerzos
del calamar y los sirenios, y empapados y desorientados, fueron víctimas de las ramas que
como serpientes furiosas agitaban las Tentácula Venenosas.

En algún lugar de la muralla, que desde el colegio no alcanzaban a divisar, una horda de
mortífagos encapuchados y cubiertos por plateadas máscaras que brillaban a la luz de la
luna, había logrado adentrarse en los terrenos, seguidos de cerca por varios hombres lobos
y un gigante.

Los grasster que Hermione y Draco entre otros habían ayudado a enterrar, hicieron su
aparición demostrando por qué Hagrid había dicho que debían esperar a verlos en la
acción. Sus docenas de brazos esqueléticos salían de la tierra como látigos encantados,
aferrándose a los pies de los mortífagos y las patas peludas de los lobos con una fuerza que
su delgadez contradecía. Los hacían caer, sorprendidos, y con un ruido de succión,
comenzaban a arrastrarles hasta los mismos cimientos de la tierra, colándolos en sus
mágicas madrigueras, como serpientes engullendo a sus presas que coleaban desesperados
tratando de liberarse entre gritos. Aquellos que lograban escapar de las manos de los
Grassters, resultaban heridos por las Atrapadoras venenosas, la Mirta Paralizante o alguna
otra peligrosa planta. Duendecillos de Cornualles y Caracoles Gigantes venenosos,
revoloteaban o se deslizaban por los terrenos en pos de los intrusos. Chorros de luz de
diferentes colores volaban desde Hogwarts en todas direcciones.

Y entonces, un rayo de luz verde se alzó hacia el cielo como un trueno en dirección inversa
y una calavera gigante de color esmeralda apareció contra las nubes, abriendo sus
mandíbulas para escupir una gigantesca y brillante serpiente que se enredaba en el humo
verdoso que rodeaba la figura.

La señal de Voldemort. El Terror.

-¡La Marca Tenebrosa! –se oyó gritar una voz en la clase contigua a la que Draco y
Hermione ocupaban. Draco apartó los ojos de la terrible señal, pálido, tenso y acojonado.
Ahora sí que había empezado la verdadera batalla. Por el rabillo del ojo vio a Bulstrode
pasar corriendo por el pasillo y una idea repentina llegó a su mente. Sujetando a Hermione
con brusquedad por una muñeca, tiró de ella mientras echaba a correr hacia la puerta.

-¡Draco! –exclamó Hermione siguiéndole por inercia -¿Qué haces¿A dónde vamos?

-¡Las puertas! –respondió arrastrándola por el pasillo hacia la escaleras -¡Todo el mundo
está repartido por las ventanas y las puertas están desprotegidas!

-Pero McGonagall y Flitwick las han sellado –respondió Hermione, jadeando –no podrán
abrirlas tan fácilmente y ni siquiera han llegado hasta ellas…

-¡No será fácil abrirlas desde fuera, pero sí desde dentro! –gritó Draco saltando los
escalones mientras tiraba de Hermione, tratando a la vez evitar que perdiera el equilibrio -
¡Zabini, Crabbe y Goyle siguen en Hogwarts!

No fue necesario dar más explicaciones, porque comprendiendo la situación, Hermione


aceleró tanto que Draco casi tuvo que ir tras ella. Giraron un recodo, atravesaron un pasillo
y al final llegaron a las escaleras que daban al hall. Desde lo alto de ellas, Draco y
Hermione pudieron ver la situación que se desarrollaba en el recibidor. Filch, inconsciente,
yacía en el medio del lugar, con la Señora Norris, erizada y furiosa a sus pies. De espaldas
a las puertas se erguía una figura delgada y solitaria vestida de negro y frente a ella otras
cuatro, tres de ellas bastante corpulentas.

Crabbe, Goyle, Bulstrode y Blaise Zabini, alzaban las varitas directamente hacia el pecho
del muchacho que se alzaba ante las puertas, sin duda tratando de protegerlas.

En ese mismo instante, se oyó un golpe en las enormes puertas de madera que las hizo
temblar violentamente de arriba abajo.

-¿Lo has oído, Theodore? –preguntó Zabini sonriendo de modo que sus blancos dientes
resaltaban ante la oscuridad de su piel –Ya están aquí. Apártate. O estás con nosotros o
contra nosotros.

-Creo que eso ya ha quedado claro, Blaise –repuso Theodore, serio pero tranquilo.
-Tú lo has querido –dijo Blaise encogiéndose de hombros. En ese momento, alzó la varita
para lanzarle un hechizo a Theodore, pero alguien le propinó un codazo en las costillas que
hizo que se doblara en dos. Millicent Bulstrode empujó a Zabini y este cayó al suelo, hecho
una bola. Crabbe y Goyle parecieron momentáneamente desconcertados por la escena,
pero después apuntaron sus varitas hacia la gruesa Slytherin dispuestos a atacarla.

-¡Desmaius! –gritaron al unísono Draco y Hermione bajando las escaleras. Los chorros de
luz que salieron de sus varitas golpearon en pleno pecho a Crabbe y Goyle, que cayeron
pesadamente hacia atrás a escasos centímetros de Filch. En guardia, Millicent alzó la varita
hacia Draco y Hermione, pero la voz de Theodore le detuvo.

-Déjalos, Millicent, están de nuestra parte –y movió su varita con increíble rapidez
apuntando a Zabini que sin que nadie se percatara, había recuperado su arma y estaba a
punto de lanzarles un hechizo -¡Desmaius!

La mano del Slytherin cayó inconsciente al suelo y la varita se escurrió entre sus dedos y se
alejó rodando por el suelo de piedra. Draco, Hermione, Millicent Bulstrode y Theodore Nott
se miraron entre ellos, entre los cuerpos inconscientes de tres Slytherins y Filch.

-¿Vais a quedaros a luchar? –preguntó Hermione mirando a Millicent y Theodore. Ambos


asintieron, incómodos. La situación era realmente extraña. Hermione y Millicent se habían
peleado en segundo curso en el Club del Duelo y la chica nunca había sido precisamente un
remanso de bondad. Y para Hermione, Theodore Nott era simplemente ese muchacho
callado que seguía a Malfoy y su pandilla. Nunca habría pensando que ninguno de los dos
se enfrentaría a sus amigos y a los mortífagos y se quedarían en Hogwarts, defendiendo el
castillo.

Pero a veces, el héroe que todos llevamos dentro sale a relucir en el momento menos
esperado.

Otro golpe resonó en la puerta y todos volvieron sus ojos hacia ellas. Pequeñas chispas de
luz, procedentes sin duda de hechizos lanzados desde fueran, se colaban entre las dos
hojas de madera maciza.

-¡Everte Statum–gritó una voz a espaldas del reducido grupo. Hermione apenas tuvo
tiempo de volverse antes de que el hechizo impactara contra su hombro y la arrojara al
suelo, como una marioneta a la que de repente le habían cortado los hilos.

-¡PARKISON! –rugió Draco enfurecido al ver la figura morena que se alzaba en pie al final
del pasillo que venía de las mazmorras con la varita en alto después de haber atacado a
Hermione.

-¡Traidor!¡Cobarde! –le chilló ella con lagrimas en los ojos-¡Expelliarmus!

Draco estaba tan colérico que apenas tuvo tiempo de reaccionar y si Theodore no le
hubiera empujado, el hechizo de Pansy le hubiera dado. Cayó al suelo, cerca del cuerpo de
Hermione, pero se puso en pie a toda velocidad, divido entre el deseo de estrangular a
Pansy Parkison y el de acudir junto a Hermione. Sin embargo, un rayo de color violeta pasó
por encima de su hombro antes de que pudiera decidirse y Pansy Parkinson cayó al suelo,
inconsciente.

Confuso, rabioso, asustado, Draco vio a Theodore apuntando aún el lugar en el que Pansy
había estado de pie y supuso que él la había atacado. Pero no se paró a pensarlo
demasiado, sino que corrió hacia Hermione y se arrodilló a su lado, desesperado. Ella yacía
tumbada, con los brazos extendidos y la varita precariamente sujeta entre sus dedos laxos,
su cabello enmarañado le rodeaba el rostro como una alfombra de color miel y su boca aún
estaba entreabierta en un congelado gesto de sorpresa. Draco la sujetó por los hombros y
se sintió horrorizado al ver el modo en que su cabeza se agitaba inerte cuando él la
sacudía, como si no fuera más que una muñeca de trapo.

-Se pondrá bien, sólo está inconsciente –dijo la voz de Theodore con tanta serenidad, que
por un instante, Draco se calmó. Desgarrado por la preocupación, mortificado por su
reacción al ver así a Hermione delante de dos Slytherins, apuntó al pecho de la chica con su
varita plateada y susurró con suavidad, casi con dulzura, como si estuviera despertándola
de un sueño un Ennervate.

Hermione abrió los ojos bruscamente y su pecho se hinchó cuando tomó una desesperada
bocanada de aire. Trató de moverse, desorientada, pero la suave presión, el tacto de las
manos de Draco y su aroma, la tranquilizaron ya antes de que pudiera verle inclinado sobre
ella.

-¿Estás bien? –preguntó él con voz ronca.

-Sí –respondió Hermione, pero su voz quedó ahogada por un nuevo golpe en la puerta que
hizo saltar algunas astillas.

-¡A las puertas, rápido! –gritó una voz que hizo eco en las paredes y pasillos del colegio.
Hermione se ponía en pie ayudada por Draco en el momento en que la mayor parte del
profesorado, la Orden y los alumnos de Hogwarts descendía en masa por las escaleras
hacia el hall. McGonagall iba a la cabeza, y se detuvo al ver los cuerpos Slytherins y el
conserje.

-¿Qué ha pasado? –preguntó Minerva mientras otro golpe hacía temblar las puertas del
colegio.

-Parkison, Zabini, Crabbe y Goyle intentaron abrir las puertas –dijo Theodore –aturdieron a
Filch.

-¡Slughorn, llévese a sus alumnos a las mazmorras¡Hagrid, llévate a Filch con Pomfrey!

Los aludidos obedecieron. Hagrid se echó a Filch sobre el hombro y desapareció por el
pasillo, rumbo a la Enfermería. Slughorn hechizó a Crabbe, Goyle, Zabini y Parkinson y
levitando desapareció con ellos hacia las mazmorras.

Dos golpes seguidos sacudieron las puertas en ese instante, que temblaron tan
violentamente que por un instante pareció que iba a partirse en dos. Minerva, Ojoloco y
Kingsley descendieron los últimos escalones y se plantaron en medio del hall, apuntando
con sus varitas hacia la puerta. El pequeño ejército que les seguía se situó junto a ellos
hasta que unas cien personas entre profesores, alumnos y miembros de la Orden se
hallaron congregados en el hall, encarando a las puertas, esperando silenciosa y
tensamente a que se abrieran. Hermione buscó a Harry y a Ron entre la marabunta y los
distinguió junto a Neville, Dean, Seamus, Parvati y Lavender. Todos los miembros del ED
que aún continuaban en Hogwarts estaban allí a excepción de Luna y Ginny. Había también
muchos Gryffindors, Hufflepuffs, un buen puñado de Ravenclaws y media docena de
Slytherins, con Nott y Bulstrode a la cabeza.
La puerta tembló de nuevo y se escuchó el sonido de la madera astillándose, pero la
congregación no retrocedió. Se olía el miedo, la angustia y la tensión en el aire, en cada
expresión, en la postura corporal de toda la guardia de Hogwarts. Pero también se sentía la
determinación, el valor, la firmeza.

Porque Hogwarts era más que un colegio. Era un hogar. Pertenecía a todos los que habían
estudiado allí y todos sus estudiantes le pertenecían. Y lucharían por él.

Se oyó un grito seguido de una explosión y la puerta del colegio tembló por completo para
estallar acto seguido en docenas de esquirlas de madera. Los defensores de Hogwarts
retrocedieron y se cubrieron con los brazos para evitar el impacto de las astillas y una nube
de humo inundó el lugar. Se oyeron rugidos, gruñidos y carcajadas crueles, se olió el
miedo, la locura y desesperación.

Un grupo de mortífagos encabezados por Bellatrix Black surgieron entre la humareda, como
sombras oscuras e imponentes, enmascarados, mortíferos. Los ojos brillantes, salvajes y
totalmente negros de un puñado de hombros lobos relucían entre la humareda y sus
respiraciones excitadas caían sobre el suelo de piedra y parecían hacer eco.

Todos los estudiantes de Hogwarts alzaron sus varitas hacia los recién llegados, pero
Minerva tenía el brazo extendido hacia un lado, indicándoles que aguardaran. Cuando las
brumas de humo comenzaron a despejarse lo suficiente y Bellatrix, sin máscara, se abrió
paso entre ellas hacia la congregación riendo temblorosamente de pura excitación y
salvajismo, la directora de Hogwarts gritó.

-¡AHORA!

Y con un enorme silbido, la guardia de Hogwarts atacó y se hizo el caos. Docenas de discos
mordedores marca Weasley salieron volando arrojados por los estudiantes y surcaron el
aire en busca de sus presas. Uno de los discos bordeados de dientes se lanzó sobre la cara
de Bellatrix cortando en seco su macabra sonrisa. Otros se enredaron en los peludos
rostros de los licántropos que enloquecidos y jadeantes, trataban de quitárselos con las
patas sin dejar de lanzar terroríficos crujidos. El resto buscaban el cuello de los mortífagos
que se protegían la cara con máscaras y trataban de apartar los discos a la desesperada.
Acto seguido, la segunda línea de la guardia, arrojó las Bombas Fétidas que inundaron el
lugar de una espesa y maloliente humareda. Increíblemente, Hermione, pegada a Draco,
podía ver a través de la niebla como si sólo fuera una fina capa de humo mientras que los
recién llegados apenas eran capaces de ver sus dedos aunque los agitaran frente a sus
ojos.

Los mortífagos gritaban, los licántropos gemían y gruñían, moviéndose a tientas,


chochando los unos con los otros, cayendo al suelo y retorciéndose entre la humareda,
mientras el valor y la expectación crecía dentro de cada palpitante corazón de Hogwarts.

-¡AL ATAQUE! –rugió Minerva con tanta fuerza y pasión que varios cabellos se escaparon de
su moño apretado dándole un aspecto inusualmente salvaje.

Y a la señal de su reina, Hogwarts respondió.

En cuestión de segundos, al caos se unió la brillante luz de docenas de hechizos de


diferentes colores, lanzados unos tras otros, sobre el grupo enemigo. En ese momento, un
pie descomunal envuelto en unas toscas y horribles sandalias de piel, asomó por la puerta
haciendo temblar el suelo. En un segundo, otro pie impactó contra el marco de piedra de
las puertas de Hogwarts, haciendo que parte de la pared se derrumbara y gigantes pedazos
de piedra salieran volando en todas direcciones. Un fragmento tan grande que podría
aplastar a una docena de personas salió disparado hacia el grupo de alumnos y profesores
de Hogwarts a toda velocidad.

-¡BOMBARDA! –gritaron tres voces femeninas desde las escaleras y el enorme pedrusco se
desintegró en miles de guijarros sobre las cabezas aterrorizadas de varios estudiantes.
Sorprendida, Hermione miró hacia el lugar de donde había salido el hechizo y vio a Luna
Lovegood, Ginny y Romilda Vane descendiendo las escaleras con las varitas en alto, que
gracias a su hechizo conjunto habían logrado demoler la piedra.

El gigante que había destruido la entrada de Hogwarts, se agachó para pasar por la enorme
grieta que había creado y entró en el hall del colegio, pisoteando por igual a hombres lobo
y mortífagos. Algunos estudiantes gritaron y todos retrocedieron cuando el gigante barrió el
lugar con una enorme porra –que parecía más bien el tronco de un árbol gigante –
arrojando a los lejos a mortífagos y a alumnos en distintas direcciones.

-¡Dispersaos! –gritó Hagrid que regresaba corriendo por un pasillo. Con el impulso de la
carrera, saltó sobre la enorme porra del gigante sobre la que él parecía tener el tamaño de
una pinta de cerveza, aferrándose a ella con sus manos. No obstante, nadie había esperado
a oír la orden de Hagrid pues los estudiantes y profesores habían salido corriendo
diferentes direcciones. La tercera parte del plan estaba preparada.

Un grupo salió corriendo escaleras arriba, otro hacia las mazmorras, un tercero por el
pasillo que había frente a la puerta y el resto hacia el pasaje contiguo. Draco, sin soltar a
Hermione, subió los escalones de dos en dos seguido por los gemelos Weasley, Ron,
Devany, Ginny, Luna, Romilda y un grupo más de alumnos.

-¡Al fondo del pasillo! –gritó Fred.

-¡Recordad el plan! –añadió George mientras el grupo corría a toda velocidad. Mirando por
encima de su hombro, Hermione pudo ver un lobo girando el recodo tras ellos, llenos de
arañazos, polvo y suciedad. Jadeaba sonoramente pero les ganaba terreno a cada paso
chorreando saliva desde sus fauces entreabiertas. Sin detenerse, Hermione lanzó un
hechizo por encima de su hombro y un gemido animal le confirmó que había logrado su
objetivo.

-¡Por aquí! –indicó Ron señalando la estatua de Alfred el Mocoso. Cuando llegaron a su
altura, la estatua de mármol con un dedo atascado en la nariz pareció cobrar vida y se
estiró con movimientos fragmentados y mecánicos en el momento en el que un grupo
nutrido de licántropos, algunos mortífagos los tobillos de un gigante, que se peleaba con la
estructura del colegio para tratar de colarse en el pasillo, aparecían al fondo.

-¡Avada Kedavra! –gritó la rabiosa voz de Bellatrix con el rostro ensangrentado y un ojo
hinchado que le conferían un aspecto salvaje y feroz. El chorro de luz verde salió
propulsado de su varita con la velocidad de un rayo, pero Alfred el Mocoso dio un salto y se
colocó en su trayectoria, impidiendo que ninguno de los alumnos saliera herido. La estatua
se tambaleó cuando la luz verde impactó contra ella y uno de sus brazos cayó al suelo con
un sonido pesado, pero se mantuvo en pie, hurgándose las narices con el brazo sano.

-¡Ahora veréis! –gritó la mortífaga alzando su varita como si fuera un lago para lanzar otra
maldición mortal.

-Ahora verás tú –dijo con sequedad George Weasley y en ese momento su gemelo
encendió la mecha. Un tremendo silbido tintineó en los tímpanos de los presentes como si
pretendiera hacerlos estallar y tres cohetes de rojo vivo cortaron el viento a través del
pasillo, directos hacia las huestes de Voldemort. Uno de ellos arrojó redes plateadas que se
extendieron sobre la cabeza de Callaham y Thorfinn, para después explosionar al impactar
contra los tobillos del gigante con un terrible olor a carne quemada acompañado de un
potente bramido de dolor. Un segundo cohete estalló sobre el grupo de licántropos y se
disolvió en chispas que caían sobre sus pelajes, prendiéndoles fuego allí donde les tocaban.
El tercer cohete voló en espiral en dirección a Bellatrix que logró esquivarlo por unos
centímetros, pero Travers, tras ella, no corrió la misma suerte y el cohete estalló contra su
cadera, inundándolo de llamas negras.

Draco no esperó para comprobar los caídos o asegurarse de que Alfred el Mocoso les
cortaba el paso a los lobos enloquecidos por las llamas, cogió a Hermione por el antebrazo,
hundiendo sus dedos como garras en su tierna carne y tiró de ella para arrastrarla a toda
velocidad por el pasillo. El resto del grupo los siguió cuando Bellatrix y Selwyn empezaron a
arrojar maldiciones hacia ellos. Hermione escuchó a una chica gritar, pero Draco no le
permitió detenerse para ver quién era o cómo se encontraba, sino que la obligó a girar el
recodo y seguir corriendo.

Un mortífago lanzó un poderoso Bombarda que hizo que la cabeza de Alfred el Mocoso


saliera volando por los aires. Impactó con Devany y la arrojó al suelo con la respiración
entrecortada. Romilda Vane tuvo que saltar sobre ella para no caerse y Ron, sin apenas
detenerse, la recogió del suelo y la puso en pie con una fuerza sorprendente. La muchacha,
aturdida y dolorida apenas podía caminar, pero Luna corrió a ayudar a Ron a llevarla
mientras Ginny se detenía para lanzar un Mocomurciélago a Thorfinn que les atacaba sin
dejar de pelarse con las redes plateadas que lo encerraban.

Se oyó una tremenda explosión y el suelo de piedra se abrió frente a los pies de Draco,
Hermione y los gemelos permitiéndoles ver la batalla que se desarrollaba bajo sus pies.

Allí, Harry, Remus y Tonks luchaban contra un grupo de mortífagos enmascarados.


Lavender Brown estaba tirada en el suelo, inerte y con el cabello lleno de sangre, mientras
un licántropo con el lomo lleno de quemaduras y calvas corría hacia ella. Draco ni siquiera
pensó, sólo movió su varita y apuntó.

-¡Duro! -gritó y un chorro de luz azulada brotó de su varita e impactó sobre el licántropo
que se convirtió en piedra y cayó pesadamente a unos pasos de Lavender.

-¡Cave Inimicum! –lanzó Hermione acto seguido. Una barrera transparente se instauró en
torno a Harry, Lupin y Tonks, haciendo que los hechizos de los mortífagos rebotaran.

-¡Ahí vamos! –gritó Fred y cuando Hermione miró a un lado, vio a los gemelos Weasley
tomando carrerilla con un brazo entrelazado con el del otro para saltar al piso inferior.
Ambos cayeron sobre un corpulento mortífago, derribándolo en el momento en que
entonaba la maldición mortal.

-¡Cuidado! –gritó Ginny y un par de rayos verdes y rojos pasaron volando cerca de la
pequeña comitiva que rodeaba el agujero en el suelo que daba a la planta baja. Hermione y
Draco se volvieron rápidamente para ver a Bellatrix, Selwyn y un par de mortífagos
apareciendo al fondo del pasillo en el que se hallaban.

-Estoy harta de vosotros mocosos –escupió Bellatrix y cuando sonrió cruelmente, sus
dientes estaban manchados de sangre, al igual que la mayor parte de su rostro –Sólo
necesitamos a unos pocos vivos, así que si sois lo suficiente inteligentes, dejaréis caer
vuestras varitas y os entregaréis.
-¿Sabes? –dijo Luna con su dulce voz y los enormes ojos azules clavados en la mortífaga –
tienes Elzoharis en el pelo.

Bellatrix titubeó unos segundos, estupefacta. Parecía no dar crédito a lo que acababa de
oír.

-Yo te los quito –se ofreció Ginny servicial -¡Everte Statil!

El hechizo golpeó a Bellatrix y la derribó, enviándola varios metros por el aire hacia atrás.
Los dos mortífagos que la acompañaban observaron sorprendidos en cuerpo de la mujer
volando por el aire, y esa leve distracción fue su perdición.

-¡Petrificus Totallus!

-¡Everte Statum!

-¡Impedimenta!

Media docena de hechizos brotaron de las varitas de los presentes e impactaron en los dos
mortífagos, dejándolos totalmente fuera de combate. Un rayo de luz amarilla se coló desde
abajo a través del agujero en el suelo y los jóvenes volvieron sus ojos a la escena que se
estaba desarrollando en la planta baja. Neville y Theodore Nott llegaban corriendo por un
pasillo, perseguidos por una docena de licántropos que se aproximaban al grupo en el que
se hallaban Harry, los gemelos, Remus y Tonks luchando con los mortífagos.

Sin pensarlo, Hermione se liberó del apretón de Draco y saltó al piso de abajo, cerca del
cuerpo de Lavender. Perdió el equilibrio y cayó de rodillas, pero echó hacia atrás el brazo y
atacó con potencia.

-¡Impedimenta¡Homorphus!

El grupo de lobos que le pisaban los talones a Neville y Nott se quedaron paralizados
momentáneamente, pero cuando la segunda tandada de Homorphus les tocó, los
licántropos cayeron al suelo y comenzaron a retorcerse, mientras sus extremidades se
ensanchaban y su pelaje comenzaba a desaparecer. Con una mezcla terrible entre aullidos
y gritos humanos, los licántropos regresaron a su forma humana mientras Neville y Nott les
lanzaban maleficios y embrujos para dejarlos fuera de combate.

Draco se arrojó por el agujero cerca de Hermione y volvió a sujetarla en cuanto hizo pie,
con expresión enfurecida.

-Te he dicho que no te alejes de mi –espetó, al tiempo que lanzaba un Desmaius a un


mortífago. El resto del grupo que había subido a la primera planta, se lanzó por el agujero
para ayudar en la batalla. En ese momento, McGonagall, Ojoloco y Kingsley aparecieron por
el fondo del pasillo seguidos de un grupo de estudiantes, y los mortífagos, doblados en
número trataron de escapar. Se dieron media vuelta y echaron a correr por el pasillo de
regreso al hall pero una figura delgada y alargada, envuelta en chales, se interpuso en su
camino. Mientras la mayor parte de los mortífagos cubrían la retirada, uno de ellos llamado
Robinson, se encaró con la adivinadora.

-¡Expelliarmus! –gritó y la varita de Sybill Trewlaney salió volando por los aires. No
obstante, la mujer no se mostró asustada como cabría esperar, sino que sus ojos,
amplificados por los gruesos cristales de sus gafas, se posaron en Robinson con
determinación -¿Y ahora que harás, hechicera? –se burló el mortífago a pesar de que una
comitiva de la guardia de Hogwarts le pisaba los talones a él y a sus compañeros.

-Esto –gritó la mujer y con un grito primitivo, Trewlaney hizo un movimiento parecido al de
algún arte marcial mientras enroscaba uno de sus chales con los dedos, para arrojarlo
como un látigo en torno a la cabeza de Robinson. El mortífago, desorientado y cegado, se
tambaleó unos instantes, pero tropezó con el pie alargado de la hechicera y cayó al suelo.

Justo entonces, Firenze, el centauro apareció por el pasillo y coceó a uno de los mortífagos
que se daba a la fuga, mientras el resto de la guardia de Hogwarts derribaba a los
restantes.

-¡HAGUI! –se oyó exclamar a una potente voz, más allá de las puertas del colegio.

Rápidamente, el grupo se dirigió hacia el hall, cubierto de fragmentos de madera, piedras y


cuerpos. En ese momento, una tropa de estudiantes capitaneados por los Señores Weasley
apareció por el pasillo que daba a las mazmorras. Ambos grupos se detuvieron unos
instantes para buscar caras amigas y después, siguiendo a McGonagall se abrieron paso por
el recibidor hasta el enorme agujero que una vez habían ocupado las puertas. En los
terrenos, un enorme gigante al que le falta media pierna, se había desplomado sobre la
hierba, manchándola de sangre mientras los últimos mortífagos y hombres lobos
presentaban batalla a Hagrid, Grawp, Bill y Fleur Weasley, Hestia Jones, Seamus Finningan
y Susan Bones.

El resto de los gigantes desaparecía por una de las grietas de la muralla para perderse en la
oscuridad de la noche mientras Buckbeack volaba por los aires, atacando a los mortífagos y
licántropos que intentaban seguirlos. Fang ladraba echando espuma por la boca frente a la
figura de un lobo, mientras Hagrid aporreaba con sus manazas a un mortífagos y Grawp
enviaba al quinto pino a unos cuantos licántropos a base de patadas.

-¡Desmaius! –gritó Ojoloco, lanzándose a la pelea a toda la velocidad que su pierna de


madera le permitía. McGonagall, con el pelo completamente suelto y salvaje, le siguió
gritando de manera fiera y el grueso de los estudiantes se lanzó a la batalla final.

En el cielo, una de las véngalas de los gemelos Weasley había dibujado con brillantes
chispas rojas un enorme "Cara curo" sobre la Marca Tenebrosa. Unos cientos de metros
más allá, una sombra encapuchada observaba la escena con sus pupilas verticales
despidiendo tanta rabia que parecía capaz de prender fuego a los terrenos. A su lado, una
enorme serpiente se retorcía, restregándose contra las faldas de la capa de su amo. Una
tercera figura, esperaba unos metros por detrás, con el rostro oculto por las sombras de los
árboles del Bosque Prohibido.

-Todos están huyendo, mi Señor –dijo la voz de Severus Snape entre las sombras.

-Ya lo veo, Severus –repuso Voldemort con furia y apretó su varita con tanta fuerza que a
punto estuvo de partirse en dos -¿Cómo es posible? Son sólo una tropa de profesores
envejecidos y mocosos debiluchos. Y sin embargo, han derrotado a veinte gigantes y casi
cien mortífagos y licántropos.

-Han tenido suerte, mi señor.

-¿Suerte? –espetó Voldemort volviéndose hacia Snape, colérico –Yo diría que han tenido
algo más que suerte. Estaban preparados, sabían que atacaríamos. ¿Cómo crees, Severus,
que es eso posible? –preguntó, con voz repentinamente acariciadora, mientras sus pupilas
infernales se clavaban en el rostro cetrino del mortífago como si quisiera arrancarle la piel y
demolerle los huesos, hasta llegar a su cerebro y estrujarlo.

-Capturaron a Orson y Yaxley hace unos días en la Mansión Malfoy, ellos debieron hablar.

-Recuérdame que los mate cuando ataquemos Montis Occultus –siseó Voldemort echando


una última mirada rabiosa al colegio –Ahora vámonos, Hogwarts ya no me interesa.

Snape asintió y las tres figuras desaparecieron en la negrura del bosque.

En ese instante, por encima de la espesura de los árboles y las agrietadas murallas del
colegio, una serie de bultos que despedían un brillo plateado, aparecieron volando,
adentrándose en los terrenos de Hogwarts.

-¿Qué es eso? –preguntó Slughorn por encima del estruendo de la batalla, al vislumbrar las
figuras grises que en escoba, se aproximaban a ellos.

-Aurores–dijo Sean Fawcett en voz alta, lanzando un potente Impedimenta a uno de los


últimos mortífagos que se mantenía en pie, que se desplomó en el acto. Y mientras Draco
sin soltar a Hermione abatía a un licántropo, lo supo.

Capítulo 42: Aurores y caídos

El Ministerio había llegado.

-¡Draco, corre! –exclamó Hermione con los ojos muy abiertos, clavados con miedo en el
cielo, donde las figuras plateadas de los aurores se iban haciendo cada más nítidas y
cercanas -¡Regresa al despacho de Dumbledore y usa el traslador! –añadió girándose hacia
Draco, que no la había soltado -¡No deben verte!

Draco la miró, pálido, en medio del fulgor del último enfrentamiento. Sabía que si los
aurores le pillaban en Hogwarts, acabaría en Montis Occultus, haciéndole compañía a su
padre. Tampoco estaba demasiado seguro de que Sean Fawcett o cualquier alumno no
fueran a delatarle y a cada segundo que esperaba, la huída se complicaba más. La batalla
prácticamente había terminado, y podía aprovechar la confusión de los últimos coletazos de
la lucha para escabullirse hasta el castillo sin ser visto. Él y Hermione estaban vivos y
habían ganado. Era hora de preocuparse de otras cosas como salvar su culo de la cárcel.

-Ven conmigo –exigió tirando de Hermione hacia el castillo.

-¡No! –se negó ella, deteniéndose en seco y forcejeando con él para liberar su mano –Yo
me quedó, volveré a Grimmaul Place en cuanto sea posible. Aún hay mucho que hacer
aquí.

Justo en ese instante, un chorro de luz granate pasó volando a unos centímetros de ellos e
impactó contra un licántropo que trataba de huir. Ron lo había lanzado y les observaba
disimuladamente a una distancia prudencial.

Draco miró al pelirrojo, después miró a Hermione y titubeó, frustrado. Tenía que irse
cuanto antes, pues los aurores ya estaban prácticamente sobre ellos, pero sabía que
Hermione no iba a marcharse con él. Tenía el pelo enmarañado y lleno de suciedad, el
rostro cubierto de arañazos y la ropa polvorienta pero le miraba decidida, con la resolución
de una leona. Y aunque se resistía a dejarla allí, sabía que Weasley y Potter la protegerían
en vista de que no había tiempo ni modo de convencerla.

-Está bien –cedió irritado, pero no iba a bajar la cabeza e irse sin más. No era su estilo.
Agarró a Hermione, la atrajo hacia él con brusquedad y la besó brevemente pero con una
fuerza y una furia que casi la dejaron mareada. Después se separó de su boca y la soltó en
un mismo movimiento, y sin decir más, comenzó a andar hacia las puertas del colegio con
tranquilidad, como si a unos metros no se desarrollara una pelea y algo más allá, los
primeros aurores hubieran aterrizado ya.

o0o0o0o0o0o0o

Un negro crespón ondeaba en las cuatro torres del castillo, enlazándose con el viento, en
un último adiós. El tapiz con el escudo de Hogwarts donde los cuatro animales se movían,
también era negro, pendiendo sobre la mesa de los profesores. El resto de las mesas
habían desparecido del Gran Comedor, restando sólo sus largos bancos de madera,
apoyados contra la pared donde los heridos se sentaban esperando atención.

Nadie había abandonado Hogwarts, ni alumnos ni elfos domésticos, y ahora pululaban por
el Comedor, mezclándose con los supervivientes. Los alumnos de los primeros cursos
buscaban a aquellos seres queridos que se habían quedado para luchar y se interrogaban
unos a otros, tratando de reconstruir lo que había sucedido. Los elfos domésticos atendían
a los heridos, ayudando a Pomfrey y Devany. También había aurores y personal del
Ministerio que entraban de vez en cuando, trayendo a nuevos héroes de Hogwarts, dañados
en la batalla.

Sólo se oían murmullos y llantos, como si nadie se atreviera a elevar la voz.

Al fondo de la sala, un gran corro de estudiantes y algún que otro miembro del
profesorado, se amontaban como una silenciosa guardia, en torno a la mesa de los
profesores. Un mantel negro y brillante la cubría, con pequeños escudos de Hogwarts aquí
y allá, y salpicado de plateadas estrellas que le hacían parecer un reflejo del cielo que les
cubría. Y sobre él, descansaban los cuerpos fríos e inertes de los caídos, como si en
realidad durmieran en el manto de la noche.

La profesora Vector, pálida y con las manos ensangrentadas, encabezaba la mesa, fallecida
al bloquear con su cuerpo un Avada Kedavra que iba dirigido a uno de sus alumnos. Eric
Edgecombe, hermano pequeño de Marietta, yacía a su lado, como un muchacho dormido
por polvos de ángel en medio de la batalla. Una chica de Hufflepuff y un muchacho de
Ravenclaw seguían la fúnebre lista. Eleuteria Donovan, compañera de habitación de
Hermione, Parvati y Lavender, estaba junto a ellos, asesinada mientras trataba de devolver
a los alumnos de Gryffindor menores de edad que se habían escapado, de nuevo a su torre.
Ernie McMillan, con los brazos cruzados sobre el pecho y un hilo de sangre coagulada desde
la comisura de su boca hasta la barbilla, se hallaba también allí, muerto al ser golpeado por
la porra del gigante que entró en Hogwarts. Mundungus Fletcher, el bueno de Dung,
asesinado cruelmente por un licántropo. Dos gryffindors, uno de sexto curso y otra de
cuarto, reposaban con las manos laxas pero unidas, y cerrando la hilera de prematuras
hojas marchitas, se encontraba Millicent Bulstrode, que había sido asesinada al tratar de
impedir que los mortífagos accedieran a la Sala Común de Slytherin.

Muertos defendiendo su colegio y los que habitaban en él.

Todos ellos plenos, fuertes, valientes, podados sin piedad del jardín del Edén.
Pero siempre serían recordados por cada piedra de Hogwarts, por cada estudiante. Por la
oportunidad que a costa de sus propias vidas, habían dado a los demás de vivir. De vencer.

En el dolor de sus pérdidas no había casas, ni rivalidades. Slytherins lloraban junto a


Gryffindors, y Huflepuffs y Ravenclaws lo hacían con ellos.

Porque aunque habían vencido, todos habían perdido.

Pomfrey tenía los ojos húmedos mientras reparaba huesos rotos, cerraba heridas y repartía
pociones sanadoras ayudada por los elfos. Devany Apeldty, lloraba calladamente, limpiando
las heridas a partes iguales con pociones desinfectantes y sus lágrimas.

De vez en cuando, aquellos alumnos que estaban atentos, veían pasar a personal del
Ministerio con camillas que levitaban sobre el suelo en una marcha mortal, llevando sobre
ellas cuerpos cubiertos por túnicas negras y máscaras caídas, rotas. También había
hombres desnudos, arañados, llenos de quemaduras y heridas, que una vez habían sido
licántropos. Y los mortífagos y licántropos supervivientes, caminaban en hilera, con esposas
mágicas y los ojos vacíos, de la manera innatural de quien está hechizado, manejado por
hilos que otros mueven.

En total en la batalla de Hogwarts había muerto un gigante y treinta y tres mortífagos y


licántropos, parte de ellos pisoteados por sus propios gigantes o heridos por sus propias
maldiciones. No se había encontrado rastro de Bellatrix Black.

Una profesora, un miembro de la Orden del Fénix y ocho estudiantes de Hogwarts nunca
volverían a recorrer sus pasillos.

Y a todos los que pululaban por el Gran Comedor les faltaba algo. Alguien.

Parvati y Lavender, lloraban abrazadas en un rincón de la mesa, mientras Seamus le


peinaba los cabellos a Eleuteria Donovan. La profesora Sinistra, apretaba un pañuelo contra
su boca, con los ojos velados por las lagrimas y fijos en su compañera Vector. Theodore
Nott parecía congelado al fondo de la mesa, contemplando el cuerpo de Millicent como si no
diera crédito a lo que sus ojos veían, hasta que una figura pequeña con una larga cabellera
rubia y ojos del azul del cielo, tomó su mano y se lo llevó lejos.

Hermione ayudaba a caminar a Susan Bones que lloraba desesperadamente repitiendo el


nombre de Ernie entre murmullos, con los ojos anegados de lágrimas también. Harry
estaba siendo acosado por un grupo de aurores con portafolios y plumas, y Ron, sumido en
un silencio sepulcral, se frotaba el brazo que Devany le había curado.

No había expresiones de victoria, sonrisas, ni alegría. Habían sobrevivido pero habían


pagado un alto precio que nadie olvidaría nunca.

Aurores recorrían el Comedor interrogando a los combatientes para reconstruir lo sucedido


mientras los profesores se encargaban de reparar las murallas de Hogwarts y recoger las
criaturas soltadas por los terrenos, porque a pesar de que el dolor amenazaba con partiles
en dos, no podían simplemente, echarse a llorar.

-Le juro que Draco Malfoy estaba en el colegio –contaba Pansy con lágrimas en los ojos a
un auror y a un grupo de Slytherins que había con ella –Crabbe, Goyle y Zabini también lo
vieron –dijo –incluso el traidor de Nott. Mírelo, ahí viene con esa chiflada de Lovegood.
El auror, un tipo gigantesco con una larga melena castaña sujeta en una coleta baja, se
volvió hacia el Slytherin que caminaba, pálido, junto a una muchacha rubia que le hablaba
serenamente a media voz.

-¿Es eso cierto, Nott? –preguntó el auror, con expresión contrariada, echando un vistazo a
la libreta que tenía en las manos. Theodore se enderezó, deteniéndose junto al par de
Slytherins que se habían quedado a luchar con él y Millicent, y se encogió de hombros con
indiferencia.

-Si estuvo aquí, nadie lo vio. Al menos nadie que yo conozca –dijo Theo, tranquilamente.

-Yo vi Elzohairs- aseguró Luna solemnemente y el auror se removió en el sitio incómodo,


pasando hojas en su libreta como si no supiera que responder a eso.

-¡Mentiroso! –chilló la morena alterada y se volvió hacia el auror, aferrándose a la manga


de su túnica plateada –pregúntele a Crabbe, Goyle y Zabini, ellos lo corroborarán.

-Estaba aquí –gruñó Crabbe cuando el auror le miró.

-Con esa sangre sucia de Hermione Granger, nos atacaron –añadió Zabini con rencor.

-Pues yo no vi nada –dijo uno de los Slytherins que acompañaba a Nott y se volvió hacia el
grupo de alumnos de diferentes casas que se estaba acercando, llenos de curiosidad -
¿vosotros? –todos negaron con la cabeza, especialmente Luna y los que habían plantado
especies peligrosas en los terrenos junto a Draco Malfoy.

-¡Todos mient…

-¿Qué ocurre, Milton? –preguntó Sean aproximándose al ver el revuelo, el auror se volvió
hacia él con gesto aliviado.

-Fawcett –le saludó con un movimiento de cabeza –un par de alumnos afirman haber visto
al chico de Lucius Malfoy aquí, con los mortífagos. ¿Tú sabes algo?

Sean guardó silencio unos instantes y su mirada vagó entre la multitud hasta fijarse en su
melena castaña, después contempló fijamente a su compañero auror.

-Draco Malfoy no ha estado aquí –dijo con voz impersonal –al menos ningún miembro del
profesorado lo ha visto.

-Y si no está entre los detenidos, ni muertos –añadió Ginny uniéndose al grupo,


acompañada por unos cuantos miembros del ED –no tenemos más que el testimonio de un
puñado de Slytherins que trataron de vendernos a los mortífagos –finalizó mirando a
Parkison y sus amigos con desprecio.

Porque Hogwarts protege a aquellos que lo protegen. Porque siempre dará asilo a aquellos
que realmente le pertenecen.

-Bien… -murmuró Miltón rascándose la barbilla con la pluma –supongo que todo es un
malentendido. Fawcett¿puedo hablar contigo? –inquirió echando a andar y haciendo un
ademán al profesor para que le acompañara –El Ministro querrá un informe… -dijo mientras
los pasos de ambos aurores se perdían entre la marabunta.
-¡No puedo creerlo! –exclamó Pansy, limpiándose las lágrimas con furia -¡sois un grupo de
traidores mentirosos y…

-Tú sí que eres una traidora –la atajó Ginny con sequedad –has traicionado a todos tus
compañeros y a tu colegio. Espero que McGonagall te expulse a ti y a vosotros tres –abarcó
a Zabini, Crabbe y Goyle con un gesto –porque si no me encargaré personalmente de
haceros la vida imposible durante el tiempo que os queda en el colegio.

-¿Crees que nos das miedo? –la encaró Zabini con tono despectivo –no eres más que una
traidora a la sangre…

-Pero no está sola –dijo Neville situándose al lado de Ginny y mirando a los Slytherins
traidores con aire amenazador.

-¿Recordáis el Ejército de Dumbledore? –preguntó Dean dándose un paso al frente junto


con un puñado de antiguos miembros del ED –bien, pues ahora la Brigada Inquisitorial
somos nosotros, así que andaros con cuidado.

Zabini soltó un bufido despectivo con una mueca burlesca, y Crabbe y Goyle trataron de
imitarle, pero sólo alcanzaron a bufar pobremente. Pansy les miró enfadada pero asustada,
hasta que sus ojos se posaron en las dos figuras que se aproximaban.

-¿Qué pasa aquí? –preguntó McGonagall llegando hasta el grupo de alumnos junto con
Slughorn, aún no se había rehecho el moño y el profesor de pociones tenía la túnica rajada
y sin botones, además de la mitad del bigote chamuscado.

-Señora directora –se apresuró a intervenir Pansy con expresión quejumbrosa –este grupo
de estúpidos nos ha amenazado con..

-Yo no he oído nada¿verdad, Horace? –la cortó McGonagall con sequedad, volviéndose
hacia su compañero.

-Me temo que no, Minerva –replicó Slughorn atusándose el carbonizado bigote.

-Pero ya que estamos aquí –continuó severamente la directora antes de que Pansy pudiera
replicar –tengo algo que deciros a vosotros cuatro, Parkinson, Zabini, Crabbe y Goyle.
Vuestro comportamiento esta noche ha sido realmente vergonzoso y rastrero. Aturdisteis a
Filch, atacasteis a vuestros compañeros y tratasteis de abrir la puerta a un grupo de
mortífagos y hombros lobo, no sólo poniendo en riesgo vuestra seguridad sino la vida de
todos aquellos que vivimos en este colegio. No daré parte al Ministro, quien por cierto está
por llegar, porque a pesar de todo considero que sois demasiado jóvenes para ir a la cárcel
–los aludidos parecieron encogerse poco a poco –pero si no os expulso para siempre del
colegio es únicamente porque creo que estaréis más seguros aquí que fuera. No obstante,
Horace y yo hemos convenido un castigo apropiado para vosotros cuatro, que no os dejará
tiempo para confabular contra vuestros propios compañeros. Pero ya hablaremos de ello
más tarde –se interrumpió mirando el reloj –Scrimgeour llegará en seguida –no obstante,
antes de volverse y desaparecer caminando majestuosamente, Minerva McGonagall,
directora de Hogwarts: colegio de magia y hechicería, miró duramente a los cuatro
Slytherins y añadió –Vuestros compañeros lucharon con honor. Deberíais aprender de ellos.

Después, ella y Slughorn se fueron ante las sonrisas maliciosas de la guardia de Hogwarts.

o0o0o0o0o0o0o
-Hermione.

Hermione dejó el frasco de poción tranquilizante que acababa de darle a Susan Bones sobre
una mesilla atiborrada de pociones y se volvió hacia Ron. El pelirrojo tenía una expresión
extraña en el rostro, indescifrable. Parecía derrotado.

-¿Si, Ron? –preguntó ella con cautela. Si bien en momentos de tensión y riesgo, como
podía ser una batalla, sus diferencias quedaban olvidadas, Hermione sabía que las cosas
entre ellos distaban de andar bien. Desde que Ron había vuelto de Albanía, sólo había
dirigido la palabra a Hermione cuando era imprescindible o cuando estaba tan alterado que
se olvidado de lo enfadado que estaba con ella. Y Hermione por su parte, tampoco había
hecho demasiados intentos por acercarse a él, herida por sus insinuaciones de que Draco la
estaba usando para sacarle información.

-¿Estás bien? –preguntó él con torpeza, al tiempo que se rascaba la nuca, incómodo.

-Sí¿y tú? –respondió ella, insegura y triste.

-Supongo que sí –Ron se encogió de hombros evitando mirarla –oye –dijo con repentina
brusquedad, alzando sus ojos azules hacia ella –quería que supieras que ya no pienso…
esas cosas que te dije –añadió muy rápidamente, como si le costara horrores pronunciar
esas palabras –Supongo que después de todo, Malfoy no es taaan horrible –capituló con
reticencia–y bueno… -titubeó, abochornado, ante la intensa mirada de Hermione –tú le
gustas, él te gusta… -gesticuló con las manos como si tratara de buscar fuerzas para
continuar –ya sabes lo que quiero decir¿no? –gruñó finalmente con gesto hosco –así que no
insistas.

Hermione contuvo una sonrisa, tan conmovida, que no hizo ninguna mención al hecho de
que ella no le había insistido ni presionado en ningún momento. Entre esa maraña de
pausas, titubeos y coletillas, Hermione había sacado en claro el mensaje de Ron: Draco no
le gustaba, pero aceptaba que estuvieran juntos. Es más, aceptaba que a Draco pudiera
gustarle simplemente por ser ella. Y para alguien tan testarudo como Ron –a Hermione le
recordaba a alguien –eso era un gran logro.

-Oh, Ron –gimió emocionada, y se arrojó sobre él para abrazarle. Ron no le devolvió el
abrazo en un primer instante, pero finalmente la rodeó con sus brazos y la estrechó con
fuerza, cerrando los ojos. Porque esa noche, en medio de la batalla, mientras veía como la
chica que le gustaba desde hacía años y el tío más repelente de todo Hogwarts se besaban,
Ron Weasley había madurado. No era algo premeditado, ni siquiera algo que le hubiera
gustado hacer, simplemente había sucedido. Había comprendido que esos dos se querían y
que él no pintaba nada allí. En cierto modo, se lo tenía merecido por ser tan gilipollas, así
que no podía culparla a ella –aunque sí a Malfoy. Había madurado, pero sin pasarse-. Y se
había dado cuenta además, de que si seguía con esa actitud, podría perder a su amiga
también. Y ante todo, Hermione había sido su amiga durante años y quería que siguiera
siéndolo. Ella estaba por encima de su orgullo y de sus celos.

Al cabo, Hermione le soltó y le besó en una mejilla, mirándole con agradecimiento. Después
se fijó en el pobre Harry, rodeado por un grupo a aurores que le acosaban a preguntas y
sonrió.

-¿Qué me dices? –preguntó mirando al pelirrojo -¿Vamos a rescatarlo?

-Ve yendo –dijo él, irritado por el color rojizo que había subido hasta sus orejas, podía
sentirlo –yo iré en seguida.
Hermione le miró unos instantes, asintió y sonriendo, se alejó a buscar al niño que vivió.
Ron se quedó parado, observándola alejarse y diciéndose que ser maduro, adulto, o lo que
quiera que él fuera, era una auténtica mierda.

-Sé cómo te sientes –dijo una voz con suavidad, a su espalda. Ron se volvió para
encontrarse con Devany, parada en medio del comedor, mirándole. Se había quitado por fin
su gorrito de lana, manchado de sangre –no sabía si suya o ajena- y su pelo castaño oscuro
estaba alborotado. Tenía los ojos hinchados y la punta de la nariz colorada de haber estado
llorando, y no obstante observaba a Ron con comprensión y algo parecido a ternura, que
hizo al chico sentirse incómodo y vulnerable.

-¿Ah, sí? –preguntó. Le hubiera gustado que su ¿ah, sí? sonara brusco y seco, de modo que
diera a entender a la muchacha que no creía que supiera cómo se sentía, que no
necesitaba un hombro donde llorar y que no tenía humor para aguantar consejos
sentimentales, pero, aunque ignoró por qué, su voz sonó mucho más suave de lo que
pretendía.

-Me pasé toda la vida enamorada de Cedric Diggory sin saberlo, y cuando me di cuenta, ya
era tarde –repuso ella con un aire increíblemente triste. Ron se sintió incómodo y algo
cosquilleó en su pecho. Era cierto que siempre había notado una oculta tristeza en sus ojos
dulces y luminosos, ese nosequé que hacía que se sintiera protector con ella, pero nunca
había sabido a qué se debía exactamente.

-A veces cometemos errores que no tenemos ocasión de reparar –continuó la chica,


sorbiéndose la nariz –pero la vida suele darnos una segunda oportunidad para repararnos a
nosotros mismos.

Ron no estaba seguro de por qué, pero sus palabras le parecieron muy ciertas. Miró a
Hermione que había logrado rescatar a Harry de los aurores y lo alejaba de ellos, y no se
sintió tan mal como había esperado, lo cual era muy sorprendente.

-Devany –murmuró mirándola.

-¿Si?

-¿Te has mirado ya el golpe en la espalda? –preguntó él, ceñudo –te golpeó una piedra
enorme…

-Pues en realidad, no creo que…

-Vamos –aseveró él cogiéndola por un brazo y tirando de ella hacia Pomfrey.

En ese momento, Rufus Scrimgeour entró cojeando, bastón en mano, en el Gran Comedor.
Aunque el lugar estaba atiborrado de estudiantes, se produjo un cambio en la atmosfera
que se propagaba de persona en persona extendiendo el silencio. Pronto, todos los ojos se
volvieron hacia el Ministro de Magia, el cual, con expresión malhumorada, se abría pasado
entre los alumnos, buscando a alguien. Pronto quedó claro que la persona a la que estaba
buscando era Harry, a juzgar por el modo en que fue directo hacia él en cuanto lo divisó
junto a Hermione.

-Potter, tenemos que hablar –dijo, inclinándose tanto hacia Harry que casi invadía su
espacio personal con la clara intención de intimidarlo.
-Le escucho –respondió Harry sin retroceder un milímetro.

-Aquí no, lo que tenemos que hablar es privado.

-Pues yo creo que no –dijo Harry, impasible.

-Muchacho –Scrimgeour apretó los dientes –no me desobedezcas o haré que te detengan
por obstrucción a la justicia mágica.

-Harry –musitó Hermione dando un apretón en la mano a su amigo –ve con él, será lo
mejor.

Harry sostuvo fríamente la mirada de Scrimgeour durante unos largos segundos, y


finalmente echó a andar hacia las puertas del Comedor, seguido del Ministro. Poco a poco,
el silencio tenso se rompió y todo el mundo comenzó a murmurar y a juntarse en grupos
para hablar de lo ocurrido.

-Hermione –dijo Ginny apareciendo al lado de la castaña –por fin te encuentro –sonrió,
aunque su sonrisa era triste –vamos, creo que tienes muchas cosas que contarme –añadió
con picardía –Por ejemplo¿quién es ese rubio tan guapo que te creció del brazo?

o0o0o0o0o0o0o

Scrimgeour salió por las destrozadas puertas de Hogwarts, golpeando el suelo con rabia
con su bastón de madera. Evidentemente estaba enojado, casi tanto como Harry. La
conversación –o más bien discusión- que habían mantenido no había dejado contento a
ninguno de los dos. El Ministro había tratado de convencer a Harry para que "retocara" un
poco la verdad y saliera ante la prensa declarando que había ido a Hogwarts para
protegerlo del ataque por orden del Ministerio. Harry, furioso, se había negado y le había
echado en cara no haber hecho caso de las advertencias del ataque a Hogwarts,
abandonado a los alumnos a su suerte. Después de varios fútiles intentos, tentativas de
intimidación por parte del Ministro y respuestas secas por parte de Harry, Scrimgeour se
había ido no sin antes prohibirle hacer declaraciones a la prensa. Harry no tenía ninguna
intención de hacerlas y sospechaba que de haberlo intentado, sus declaraciones habrían
sido censuradas, pero le ofendía terriblemente que el Ministro en lugar de reconocer su
error se empeñara en taparlo.

Cansado y enfadado, Harry se apoyó contra una de las paredes del hall que habrían
sobrevivido relativamente indemnes al ataque.

-¿Yo también tengo que pedir audiencia para hablar contigo? –preguntó Ginny,
sobresaltando al moreno.

-Ginny –murmuró él, sintiendo que el cansancio se multiplicaba y caía sobre sus hombros
como un peso imposible al verla, sola, en medio del pasillo. Porque en ese momento, en
ese jodido momento, lo único que le apetecía hacer en el mundo era abrazarla y hundir la
nariz en las guedejas de fuego de su pelo, para respirar su aroma a flores y tal vez, sentir
que todo podría salir bien. Pero no podía. Mejor dicho, no debía. Porque tenía una odiosa
cicatriz en la frente y una responsabilidad, y no podría descansar hasta que se encargara
de ella.

-Sé que no debo preguntarte acerca de la misteriosa misión en las que andáis metidos tú,
mi hermano y Hermione –dijo la pelirroja, sin acercarse –y tampoco voy a tratar de
convencerte de que vuelvas conmigo porque sé que no ha cambiado nada desde junio. En
el andén te dije que te esperaría, pero ¿me está permitido al menos preguntar cómo van
las cosas?

Harry se incorporó de la pared y se movió, como si quisiera acercarse a la chica, pero


finalmente se detuvo en el sitio. Sería más prudente mantener las distancias.

-Sólo queda la última fase de la misión y podremos destruir a Voldemort –dijo con voz
neutra.

-Genial –murmuró Ginny, pero del tono de su voz y de la expresión de su rostro se deducía
que nada eragenial. Harry sabía que podía perderla en la espera y que posiblemente no
volvieran a verse en mucho tiempo. Y decidió, por un solo minuto, olvidarse de su misión,
de los demás, lo que todos esperaban de él, y fue egoísta. Por una vez.

Porque recorrió la distancia que le separaba de Ginny, la sujetó por la nuca y la besó sin
que ella hiciera nada para impedirlo. Porque se abandonó en su boca y reposó en ella todos
sus problemas, toda su tristeza, toda su carga. Porque olvidó la cicatriz, su nombre, su
historia y que alguna vez había conocido a Lord Voldemort. Porque, joder, después de todo
era un adolescente, aunque la mayor parte del tiempo se sintiera un adulto contra su
voluntad.

Porque necesitaba a Ginny Weasley.

Después de lo que podría haber sido una hora o diez segundos, Harry se apartó de su boca
y la miró a los ojos marrones.

-Cuando la guerra acabe, volveré a por ti –dijo soltándola, y después, silenciosamente,


regresó al Comedor, siendo de nuevo elniñoquevivió.

o0o0o0o0o0o0o

Eran casi las tres de la madrugada cuando el trío regresó a Grimmauld Place, cansado y
sucio. La muralla y el castillo habían sido reparados, los alumnos enviados a dormir, los
cuerpos recogidos y los heridos atendidos. Los tres amigos cerraron la puerta en silencio, y
después de una despedida silenciosa en el primer piso, Hermione continuó subiendo las
escaleras hasta el tercero. En realidad, ya antes de llegar al pasillo donde se encontraba su
habitación y verle plantado en medio, había sabido que Draco estaría despierto,
esperándola. Tenía el mismo aspecto que cuando había dejado el castillo: el pelo revuelto –
más si cabe-, un rasguño en la mandíbula que evidentemente no se había mirado, manchas
de polvo en el rostro y suciedad en la camisa negra y arrugada. Los ojos grises
relumbraban en el rostro sucio y marcado, observándola desde el marco de la puerta de su
habitación.

Hermione trató de esbozar una sonrisa, pero fracasó en el intento. Ahora que al fin había
dejado de curar a los heridos, consolar a sus compañeros y ayudado a reparar el desastre
en el que se había convertido Hogwarts, no sabía qué hacer consigo misma para que las
terribles imágenes de sus compañeros muertos, de su profesora de Aritmancia, de
Mundungus, no la derribaran.

Incapaz de hablar, cruzó el pasillo hasta Draco y le abrazó. De inmediato, él olvidó su


expresión de irritación y molestia, y la rodeó con sus brazos, absorbiendo con su cuerpo
cada vibración, cada estremecimiento del de Hermione contra su pecho. Ella comenzó a
llorar calladamente, por la guerra, por los caídos, por el miedo que había pasado.

Él la estrechó con fuerza, apretó los labios contra su pelo enmarañado y esperó. Esperó
hasta que ella logró tomar el control de sus emociones y serenarse, entonces la soltó y
Hermione se apartó un poco para poder mirarle a los ojos, con los suyos húmedos aún.
Draco le sujetó el rostro empapado con las manos y la besó brevemente en los labios.

-Hermione –susurró mirándola fijamente.

-¿Sí?

-Estás horrible –dijo con sentimiento. Ella río calladamente y sus ojos brillaron.

-Gracias, Draco –murmuró con humor –sin duda, sabes cómo halagar a una chica. En
cambio, tú estás guapísimo.

-Soy guapísimo –la corrigió –y ahora vamos.

-¿A dónde? –preguntó Hermione desconcertada, mientras él la guiaba hacia el fondo del
pasillo.

-A bañarnos.

-¿Bañar…nos? –repitió ella enrojeciendo. Lejos de irritarle, a Draco le encantó ese tono
mojigato y el rubor puritano en sus mejillas. No se molestó en responderle, tan sólo se giró
lo justo para lanzarle una mirada que era toda una declaración de intenciones, y después
continuó andando hacia el baño, llevándola tras él.

Hermione le siguió en silencio, avergonzada.

El agua caliente caía sobre la superficie de la bañera de cobre con patas labradas con la
forma de serpientes, emitiendo un suave halo de vapor. El espejo del tocador estaba
empañado, opacándolo por completo con la única excepción de un rayón de una humedad.
Como si alguien hubiera pasado una mano sobre el cristal.

En el fragmento libre de vaho se reflejaban dos figuras entrelazadas, con las bocas unidas.
Una completamente oscura, la otra en vaqueros y con un jersey granate arrugado sobre el
abdomen. Había algo salvaje, casi rudo en su manera de tocarse, de tirar de la ropa como
si fuera un inútil invento, un simple estorbo en el contacto entre sus cuerpos. Había algo
dulcemente desesperado, amorosamente ansioso en el modo en que las bocas se buscaban
y encontraban, hundiéndose la una en la otra como si quisieran traspasar las barreras
físicas para fundirse en un solo ser.

Cuando Hermione había regresado a la mansión Black, lo último que había pensado hacer
era acabar besando a Draco del modo en que lo estaba haciendo, pero lo cierto era que
cuando él la tocaba, todo lo demás parecía alejarse y quedar apartado hasta que volvía a
soltarla y pasaban unos segundos. Y después de la batalla, después del caos, del miedo, de
la tristeza, necesitaba olvidar. Necesitaba estar con él, tocarle, y saber que había estado a
su lado en todo momento, que se había enfrentado a todo con ella. Por ella.

Él tiró de su polvoriento jersey y Hermione se apartó de su boca el tiempo necesario para


que Draco le sacara la prenda por la cabeza. Volvieron a besarse y las manos de la chica se
aferraron a los botones de su camisa, desabrochándolos y haciéndolos saltar a partes
iguales. Pronto, la prenda quedó abierta y Hermione coló sus manos bajo la tela,
acariciando el pecho blanco y firme, surcado por cicatrices. Deslizó la palma de sus manos
desde el abdomen, por los pectorales y subió hasta los hombros, apartando la camisa.
Draco estaba mareado, apenas podía respirar si ella le besaba y le tocaba a la vez, pero la
asfixia no era algo que le preocupara en esos momentos. Echó los hombros hacia atrás y
tironeó de las mangas de su camisa, enviándola a algún lugar del cuarto de aseo. Qué
importaba.

Sus manos blancas de dedos largos se colaron por la cintura del pantalón de Hermione y su
boca ahogó el gemido que la chica soltó al sentir el contacto con su piel. Y ése,
exactamente ése, fue el punto de inflexión.

Los últimos rastros de cordura, conciencia o suavidad, desparecieron. La locura, la pasión y


la desesperación ocuparon su lugar, y desabrocharon, tironearon, rasgaron y arrancaron las
últimas prendas que los separaban que pasaron a formar parte de la decoración del baño.
Gimiendo, él la alzó tensando los músculos de sus brazos, y Hermione se enredó con él
automáticamente, rodeándole con brazos y piernas.

Draco caminó a ciegas, sosteniéndola, besándola, estrechándola, guiado tan sólo por el
sonido del agua cayendo, hasta que sus rodillas se toparon con los bordes de la bañera. La
soltó y Hermione tomó pie dentro de la tina, sintiendo el agua lamer su piel hasta casi las
rodillas.

Se sentía delirante y temblorosa, anhelante, enajenada, deseosa. A duras penas pudo


contener el impulso de aferrarse a él mientras Draco entraba en la bañera. Él se arrodilló y
con las manos húmedas y cálidas, la cogió por las caderas y tiró de ella. Hermione quedó
arrodillada frente a él y Draco le hundió las manos en el pelo, besándola, instigándola con
su lengua hasta que ella le hundió los dedos en la espalda, temiendo perder el equilibrio.
Se besaron, se exploraron y acariciaron, extendiendo el agua caliente y humeante sobre
sus cuerpos, humedeciendo cada rincón seco, purificándose, librándose de los rastros de la
batalla, de la maldad, de los bandos.

Draco la hizo recostarse contra el respaldo de la bañera y la besó en la barbilla, lamió su


cuello y saboreó sus pechos, arrancándole gemidos y estremecimientos, contrayendo su
abdomen hundido bajo el agua mientras con las manos recorría el interior de sus piernas,
sumergidas. Hermione estaba completamente mareada, apenas podía ver nada a través de
sus pestañas entrecerradas, pero tenía la clara sensación de que todo daba vueltas a su
alrededor. Apenas era capaz de moverse o hacer algo más que dejarse querer y reaccionar
a las caricias de Draco. Por eso cuando él la incorporó y la alzó para colocarla sobre él,
Hermione apenas fue consciente. Hasta que unieron.

Las cálidas aguas ondeaban entorno a sus cuerpos fundidos, brillantes por la humedad bajo
la titilante luz de las lámparas de gas. Se apartaban y se volvían a encontrar, aferrados el
uno al otro, encajados como dos piezas de un puzzle.

Hermione tenía los ojos fuertemente cerrados, pero cuando los abrió, estremecida, se
encontró con los grises de él, mirándola como si quisiera hacerle el amor también con ellos.
Y se sintió poseída por un sentimiento, por una energía tal, que sintió la necesidad de
estrecharlo, de tocarlo y apretarlo hasta dejarlo sin respiración. Enfebrecida, le arañó la
espalda, le besó en los labios y mordisqueó la línea de su mandíbula sin dejar de moverse a
su mismo compás. Draco ahogaba suspiros roncos que la enardecían y hacían que tuviera
la sensación de que de un momento a otro estallaría. De placer, de amor, de sentir.
Y un cuando el clímax llegó, fue tan desbordante, tan violento y apasionado, que Hermione
hundió los dientes en el hombro de Draco, intentando no explotar. Él la siguió con un
último movimiento de caderas, ahogado por el placer, excitado por el dolor, abrumado por
las sensaciones.

La superficie de agua se calmó, meciendo dos cuerpos desnudos y abrazados. Hermione


tenía los ojos húmedos, al borde de las lágrimas, extenuada, colmada y lánguida. Sus
brazos se habían aflojado en torno al cuello de Draco y apoyaba la frente en su hombro
para sostenerse. Él, recuperándose aún, deslizaban rítmicamente su mano por la espalda
de la chica, delineando cada una de sus vertebras.

Se mantuvieron así, abrazados en silencio, durante unos momentos eternos y efímeros.

-Te quiero –murmuró ella y Draco le besó una oreja, ahogado por una rabiosa alegría
posesiva.

No volvieron a hablar durante unos minutos, posiblemente porque ninguno se sentía


capacitado para decir nada coherente, pero poco a poco, Draco comenzó a volver en sí y
deseó hacerle todas las preguntas que se había hecho a sí mismo mientras la esperaba con
impaciencia y miedo.

-¿Qué pasó cuando me fui? –murmuró. Hermione tardó unos segundos en contestarle pero
cuando lo hizo le relató cómo habían acabado con la última resistencia ayudados por los
aurores del Ministerio. Le explicó que parte de éstos habían desaparecido persiguiendo a los
mortífagos, licántropos y gigantes que se habían dado a la fuga mientras el resto se
ocupaba de detener a los supervivientes. También le habló de aquellos que habían caído,
de la aparición de Scrimgeour y las declaraciones que según Ginny, Parkinson había hecho
a los aurores.

-Esa zorra –masculló Draco, furioso.

-No digas eso –le censuró Hermione, acariciándole el hombro con su aliento –imagino cómo
debió sentirse al vernos juntos. Ella siempre estuvo loca por ti.

-Pansy nunca fue nadie –dijo él con crueldad, aferrándose aún más a Hermione.

-De cualquier modo –prosiguió Hermione ignorando deliberadamente sus palabras y la


extraña sensación de algo parecido a retorcida alegría que sintió –todos los demás negaron
haberte visto. Y Sean Fawcett zanjó el tema.

Draco se tensó al oír a Hermione mencionar ese nombre y apretó los dientes, marcando sus
mandíbulas.

-No quiero deberle nada a ese gilipollas.

-¿Lo conoces? –inquirió Hermione apartándose para mirarle a los ojos con extrañeza.

-No más que tú –dijo él hoscamente –pero él parece interesado en conocerte a ti.

-¿De qué hablas?

-Te miraba demasiado –gruñó Draco. Hermione le miró, no sabiendo si sentirse irritada o
divertida.
-Draco, eso es una tontería.

-No lo es.

-¿Estás celoso de alguien con quien ni siquiera he hablado?

Draco la miró, molesto por ese tono que le indicaba que no estaba siendo razonable. Pero
lo que Hermione le entendía era que cuando se trataba de ella, él no podía ser racional ni
lógico.

-No –mintió, con el orgullo herido por el modo en que ella le miraba. Hermione sonrió y le
besó en los labios suavemente.

-Así me gusta –murmuró abrazándole de nuevo. Volvieron a quedarse callados durante un


buen rato, mientras el agua se templaba a su alrededor. Draco irritado aún, Hermione
enternecida.

-Draco –murmuró al cabo.

-Qué –masculló él.

-Gracias por venir conmigo a Hogwarts.

Draco la besó en el cuello sin decir nada, no era necesario. Porque con ella iría al fin del
mundo.

Capítulo 43: De licántropos y reyertas

La mañana siguiente al ataque a Hogwarts, la Señora Weasley se presentó en la Mansión


Black, blandiendo un ejemplar de El Profeta con enfado. Aparte de besar en la mejilla a
todos –incluido Draco que se sintió tremendamente violento cuando la mujer se disculpó
por haberle manchado de pintalabios y frotó su mejilla con un pañuelo como si fuera un
niño pequeño –no dijo palabra hasta que se sentó en un taburete de las cocinas.

-¿Qué es lo que pasa, mamá? –preguntó Ron, que también tenía una mancha de carmín en
la mejilla izquierda.

-Esto es lo que pasa –respondió la Señora Weasley arrojando el ejemplar de El


Profeta sobre la mesa. Hermione lo cogió adelantándose a sus amigos y miró la primera
página. Había una gran fotografía que ocupaba la mayor parte de la primera plana en la
que el cuerpo de Aurores del Ministerio, ataviado con sus túnicas plateadas, posaba con
gesto duro y eficiente. Sobre ellos, en letras grandes y gruesas, se leía el titular: "El cuerpo
de Aurores del Ministerio: los héroes de Hogwarts".

Normalmente, Hermione hubiera leído en voz alta el artículo para que Harry, Ron y Draco
se enteraran también, pero la indignación que sintió la dejó sin habla. Básicamente, el
artículo narraba una muy distorsionada versión de la realidad en la que los Aurores habían
salvado Hogwarts del ataque de las huestes de Lord Voldemort. Según el reportaje,
previendo el ataque, el cuerpo de Aurores se había trasladado al colegio por orden del
Ministro, donde habían preparado todo lo necesario para evacuar al alumnado en caso de
ser necesario y habían protegido el castillo y sus terrenos con poderosos encantamientos y
criaturas. Finalmente, relataba el modo en el que los Aurores habían aplastado a los
mortífagos y licántropos y habían hecho huir a los gigantes. Resaltaba el número de
detenidos y mortífagos muertos, y recalcaba el hecho de que el Ministerio no había sufrido
ninguna baja. Y a excepción de una muy breve mención a una profesora muerta de la que
ni siquiera decían su nombre, en ningún momento hablaban de Mungundus o los ocho
alumnos que habían fallecido protegiendo el colegio.

-¡Todo esto es mentira! –exclamó Hermione enojada, y lanzó el periódico a la mesa de


nuevo. Harry y Ron, tras un breve forcejeo, empezaron a leerlo sujetándolo cada uno por
un extremo mientras Draco les observaba con desdén, tratando disimuladamente de leer
por encima de ellos.

-¿Qué los Aurores salvaron Hogwarts? –repitió Ron, colorado de rabia a medida que sus
ojos se movían por el papel-¡pues yo sólo vi cuatro aurores en la batalla: uno del colegio y
otros tres de la Orden!

-Pero Scrimgeour no iba a perder la oportunidad de atribuirse el merito –repuso Harry con
frialdad –no sólo no ha reconocido su error que pudo haber costado docenas de vidas, sino
que además se aprovecha del ataque a Hogwarts para que su imagen salga reforzada.

-Exacto –dijo la Señora Weasley, enfadada –Según Arthur, el Ministro supervisó


personalmente la edición deEl Profeta antes de que saliera publicada para asegurarse de
que no aparecía ni un poco de lo que realmente sucedió en el colegio. Ha enviado
comunicados de presa a las emisoras mágicas, advirtiéndoles de lo que deben contar y ha
preparado panfletos informativos que el Ministerio repartirá entre la población hablando de
los logros de Scrimgeour y sus aurores.

-Toda una farsa –masculló Hermione arrugando la nariz con enfado de ese modo que tanto
le gustaba a Draco –Si la cárcel del Ministerio está llena de mortífagos es gracias a
nosotros. En todo caso, lo único que ha hecho Scrimgeour es censurar a los medios de
comunicación, manipular la opinión pública y desoír las advertencias del ataque a
Hogwarts. Parece colaborar con Voldemort en lugar de proteger al pueblo.

-¿No estará… bajo un Imperius? –preguntó Ron vacilante.

-No lo creo, Scrimgeour es así de gilipollas de forma natural –apuntó Draco con desprecio.

-De todos modos, no sé a quién piensa que va a engañar con esta basura –continuó
Hermione indignada –ocho alumnos han muerto y la gente lo sabe, por mucho que El
Profeta "se olvide" de mencionarlo.

-Cierto –dijo la Señora Weasley con tristeza –y eso puede traer problemas al colegio,
algunos padres ya han acudido a sacar a sus hijos de Hogwarts. Ya no lo consideran un
lugar seguro.

-Pues Hogwarts es el único sitio donde sus hijos podrían defenderse de un ataque –dijo
Harry –y ya se ha demostrado.

-Minerva me ha dicho que mientras algún alumno quiera estudiar, Hogwarts permanecerá
abierto. Ginny quiere quedarse y me ha dicho que los alumnos de séptimo, mayores de
edad, se han negado a marcharse. Supongo que aunque sea con un puñado de alumnos, el
colegio seguirá en marcha.

La Señora Weasley tenía razón. En los días que siguieron al ataque a Hogwarts, los padres
de los alumnos, alertados por ellos de lo que verdaderamente había sucedido, acudieron en
masa a sacar a sus hijos del colegio. Algunos alumnos lograron convencer a sus padres
para quedarse, los mayores de edad permanecieron en el colegio ejerciendo su libre
elección, y otros se negaron tan obstinadamente a marcharse que sus progenitores
desistieron. El Ministro, empeñado en continuar aparentando normalidad y eficiencia,
designó a un grupo de aurores para proteger permanentemente el colegio, lo que
tranquilizó a unos cuantos padres. Finalmente, Hogwarts acabó con la mitad de estudiantes
que había tenido el año anterior, pero aunque las clases de las cuatro casas se juntaron, el
colegio siguió adelante.

A pesar de los folletos del Ministerio y de las noticias manipuladas, el pueblo mágico era
consciente de que las cosas en Hogwarts no habían sucedido tal y cómo las habían contado
y podía hablarse de un descontento general. Los padres pedían medidas más fuertes y la
opinión pública presionaba al Ministro para que reforzara la seguridad y cambiara de
estrategia. La gente, cansada de vivir asustada esperando un nuevo ataque, exigía al
Ministerio que pasara a la acción y atrapara a Voldemort en lugar de limitarse a repeler sus
ofensivas.

En medio de este clima de miedo, descontento y frustración, el Decreto contra la


Licantropía entró en vigor. Después de la participación de los hombres lobos en el ataque a
Hogwarts, el odio y miedo hacia los licántropos se había multiplicado en la población
mágica, por lo que la gran mayoría de la gente acogió la noticia con agrado. Los licántropos
debían acudir al Ministerio para ser registrados y marcados. Así como antiguamente los
muggles habían marcado a los piratas con una P en la muñeca o los granjeros marcaban el
ganado, el Ministerio decretó que los licántropos debían llevar una L tatuada en el
antebrazo para que la gente reconociera de inmediato a aquellos que eran hombres lobo.
Además, debían llevar pulseras localizadoras, que mediante un mecanismo similar al del
Mapa de los Merodeadores, indicaba en qué punto de Gran Bretaña se encontraba cada
licántropo con exactitud. Las noches de luna llena debían acudir a una prisión del Ministerio
preparada exclusivamente para este fin, donde los hombres lobos eran encerrados para "no
ser un peligro para la comunidad mágica y muggle, ni para ellos mismos" según testimonio
del un tal Marsden, portavoz del Ministro.

Aunque surgieron voces de protesta y hubo un par de dimisiones en parlamento mágico de


políticos que no estaban de acuerdo con esta medida, la mayor parte del mundo mágico
apoyaba el nuevo decreto. Harry, Ron y Hermione mantuvieron intensas conversaciones
sobre el tema, que Draco solía escuchar en silencio.

-¡La gente se ha vuelto loca! –solía exclamar Ron, indignado.

-Todos estamos asustados, pero eso no es razón para tratar como si fueran animales de
circo a personas afectadas por algo que no pueden controlar –decía Hermione.

-Es como cuando metieron a Stan Shumpike en la cárcel diciendo que era un mortífago –
apuntaba Harry –la toman con personas inocentes para aparentar que hacen algo.

-¿Inocentes? –dijo Draco una noche que no pudo aguantar más escuchar los mismos
comentarios ineptos –Yo no diría que un licántropo sea inocente, y muchos menos
inofensivo. ¿Acaso no conocéis a Greyback?

-Los tipos como Greyback son excepciones –replicó Hermione.

-¿Y qué son entonces todos los licántropos que casi nos echan el diente en
Hogwarts¿Dóciles perritos? –repuso él con sarcasmo –la gente está asustada y con razón.
Los licántropos son muy peligrosos…
-Ellos no tienen la culpa de lo que les pasa –terció Harry con sequedad –y no es algo que
puedan controlar.

-Precisamente por eso –respondió Draco –necesitan ser controlados, si es que eso es
posible. Hay tipos como Greyback que logran convertirse cuando quieren, no sólo cuando
hay luna llena. E id a decirles a las familias de esos niños que devoraron que los hombres
lobo son sólo víctimas de su condición, seguro que os dan la razón.

-Es cierto que hay licántropos asesinos –cedió Hermione –pero otros son sólo personas
normales que una vez al mes son poseídos por un animal. No es justo que paguen por
crímenes que ellos no han cometido.

-Además, a mi hermano Bill le mordió Greyback, pudo haberle matado, pero no por eso
vamos exigiendo que envíen a todos los licántropos a la cárcel –señaló Ron con gesto
triunfal.

-Pero no todo el mundo es tan… benevolente como tu familia, Weasel –repuso Draco con
altivez –hay gente que desea venganza y otros que tienen miedo a los licántropos. Y sí
queréis mi opinión, hacen bien en temerles.

-Lupin es un licántropo y jamás le ha hecho daño a nadie –dijo Harry fríamente –luchó en
Hogwarts contra los hombres lobo y ha ayudado a salvar la vida de cientos de personas.

-Lupin en sí no es peligroso pero una parte de él sí lo es –replicó Draco con aspereza –y


aunque su parte humana sea todo bondad, su parte animal no dudaría en devorarte si
tuviera la oportunidad. Acéptalo, Potter.

-Lo mismo podría decir de ti, Malfoy. Hoy estás de nuestro lado pero mañana podrías
intentar traicionarnos, y en cambio no te he enviado a la cárcel.

Harry y Draco se observaron mutuamente, en un duelo de miradas. Draco estaba furioso


aunque nada en su rostro lo delataba. Alguien que no le conociera demasiado lo habría
tomado como un ejemplo de indiferencia y aburrido desdén, pero Hermione podía ver el
brillo furioso en los ojos, la tensión en los dedos blancos que se aferraban a la mesa de la
cocina, la rigidez de sus mandíbulas.

-¿Y a qué esperas, Potter? –le increpó levantándose del taburete en el que hasta entonces
había estado sentado.

-Realmente no lo sé –replicó Harry con gesto adusto y las facciones endurecidas.

-Chicos … -intervino Hermione con tono angustiado, pero ninguno de los dos pareció
haberla oído.

-¿Qué se siente, Potter? –continuó el rubio -¿Qué se siente al saber que si San Potter ha
salvado Hogwarts ha sido gracias al ruin Draco Malfoy? Porque, reconócelo, sino me
hubiera ofrecido como cebo en Malfoy Hall, no hubierais sabido lo del ataque a Hogwarts. Y
todavía mejor¿qué se siente al delegar el trabajo sucio en el despreciable de Snape?¿Qué
se siente al enviarle a una misión suicida?¿Al estar en vilo sin saber si te traicionará o no?
Nunca habéis considerado a Snape lo suficiente digno para confiar en él, pero sí es lo
suficiente bueno para que se juegue el culo por ti¿verdad, Potter?

-Yo no le he obligado a nada –se defendió Harry fríamente –él hizo su elección.
-¿Cuál era la alternativa¿La cárcel o tal vez una muerte rápida? –replicó Draco crudamente
–Te crees una especie de héroe trágico, el baluarte de la bondad, oh, San Potter, el elegido
que se sacrifica por los demás, cuando en realidad siempre has hecho lo que todos
esperaban que hicieras, cuando nunca has tenido que elegir, cuando no tienes ni puta idea
de lo que es ir por libre.

Harry se limitó a observarle impasiblemente. Draco, cabreado, salió de la cocina dando un


gran portazo que amortiguó el llamado de Hermione. La chica, dividida y acongojada, se
dispuso a seguirle cuando la voz de Ron la paró.

-¿Vas a irte con él? –preguntó con tono acusador. Hermione se volvió y miró a sus amigos,
Harry no la miraba pero Ron la observaba con claro reproche en los ojos. Y se preguntó con
cansancio, cuantas veces tendría que elegir entre la persona a la que amaba y sus mejores
amigos desde que era una niña.

-Creo que él me necesita más –respondió con cautela y miró a Harry esperando que dijera
algo, pero el moreno se limpiaba las gafas con tanta furia que ni siquiera parecía haberla
oído.

-Muy bien, entonces márchate–dijo Ron con enfado –nosotros no te necesitamos.

Hermione observó a Ron con algo parecido a súplica en los ojos, pero el pelirrojo
simplemente se giró en su taburete hacia Harry, dándole la espalda. Bajando los hombros,
Hermione salió de las cocinas para buscar a Draco sin pronunciar palabra.

Podía ser que sus amigos aceptaran que estuviera con Draco, pero eso no significa que lo
aceptaran a él. Y para ser sinceros, Draco tampoco les profesaba un gran afecto.

Harry y él se ignoraban la mayor parte del tiempo, pero Ron y Draco solían pelearse una
docena de veces al día por cualquier tontería, y obligaban a Hermione a ejercer de juez o a
tomar parte. Ella trataba de escabullirse como buenamente podía, pero siempre había
momentos, como ése, en los que no podía evitar tomar partido implícitamente. A veces
tenía la sensación de que si los cuatro seguían viviendo juntos en la misma casa, alguno
acabaría muerto. Posiblemente ella, cansada de estar partida en dos.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Draco no estaba en la habitación, sino en la biblioteca, lo que le dio a Hermione una idea de
lo enfadado que estaba. Subiendo hasta la biblioteca le había dejado claro que no tenía
ganas de hablar y que quería estar solo, pero a pesar de saberlo, Hermione no podía evitar
tratar de reconfortarle.

Él estaba sentando en un sillón, observando con furia el fuego que ardía en la chimenea,
fuego que él había encendido momentos antes. Y se sentía colérico. Porque estaba harto,
hasta los huevos de tener que demostrar día a día que no era un traidor, de estar a prueba
de manera permanente. De las dudas y recelos que en todos surgían cuando él proponía
algo, de la manera disimulada en que ciertos miembros de la Orden le vigilaban.

¿Traicionarles¿Cómo coño iba a traicionarles? No le convenía, y aunque quisiera hacerlo,


sencillamente no podría. Para empezar, si intentara comunicarse con algún mortífago o con
Voldemort, acabaría muerto antes de poder abrir su maldita boca. Era un desertor, estaba
la lista negra de todos. Y además, estaba Hermione. A esas alturas, todos deberían haberse
dado cuenta ya de que era como un quinceañero enamorado, de que nunca haría nada que
pusiera en peligro la seguridad de la chica. Y aunque no tenía ninguna intención de
hacérselo saber a todos, aunque prefería la imagen de cabrón insensible que tenían de él a
la de tonto enamorado, sentía rabia porque sabía que nunca le considerarían lo suficiente
bueno para Hermione. Porque sabía que todos esperaban que le hiciera daño y se portara
como un cerdo con ella para poder darle palmaditas en la espalda y decirle "te lo dije".

-¿A qué has venido? –preguntó con brusquedad, volviéndose hacia la chica que caminaba
silenciosamente hacia él.

-Pensé que te vendría bien hablar –murmuró ella con cautela.

-Pues pensaste mal –resopló él –Vete a consolar a Potty, sin duda él lo necesitará más.

-Oye, Harry no piensa realmente que vayas a traicionarnos. Simplemente estaba molesto
por lo que dijiste de Lupin y…

-Perdona –la interrumpió él con acritud- pero¿acaso tengo pinta de que me importe lo que
ese retaco desnutrido piense? Y lo mismo va para ese zanahorio mendigo con el que
comparte su media neurona.

-Draco, no hables así de ellos –le pidió Hermione con paciencia.

-¿Vas a negármelo acaso? Si gritaras dentro de sus cabezas sólo oirías eco.

-Escucha –dijo Hermione, comenzando a molestarse –sé que Harry y Ron no te gustan, del
mismo modo que tú tampoco les gustas a ellos, pero te voy a pedir que no hables así de
ellos delante de mí.

-¡Eso es! –exclamó Draco con rabia –Ponte de su lado. Dime¿tú también piensas que soy
un traidor?

-No me estoy poniendo de parte de nadie –dijo ella secamente –y tu pregunta es ridícula.
¿Crees que si pensara eso estaría contigo?

-Tal vez no me consideres un traidor, pero sí piensas que no soy lo suficiente bueno para ti
–aseguró con rencor –Vi cómo me mirabas cuando dije que los licántropos debían ser
controlados. Del mismo modo que cuando dije que me importaban un pimiento los hijos de
muggles o que los elfos domésticos están en el mundo para servir a los magos. Te crees
moralmente superior a mí¿verdad? Me juzgas de acuerdo con tu bondadosa y
desinteresada escala de valores y siempre llevo las de perder.

-Eso son estupideces –replicó Hermione ofendida –y sinceramente, no entiendo a que viene
todo esto.

-Viene a que tu querido Potter me ha insultado y tú no has abierto la boca para defenderme
ni quitarle la razón, en cambio yo no puedo decir nada de tus adorados amigos sin que la
remilgada que llevas dentro salga a la luz.

Hermione abrió la boca para coger aire, afrentada.

-¿La remilgada que llevo dentro? –repitió con indignación -Traté de intervenir en la
discusión pero ni tú ni Harry me hicisteis caso, además, no me pareció que necesitaras
ayuda para defenderte. Y te recuerdo que he venido detrás de ti en lugar de quedarme con
Harry y Ron, tan sólo para intentar que te sintieras mejor.

-¿Te he pedido ayuda? –replicó él impasible –No necesito consuelo, ni hablar sobre el tema.
Eres tú la que ha venido aquí a molestarme cuando era evidente que quería estar solo así
que por mí bien puedes irte con ese par de imbéciles.

-Bien, pues quédate solo si tanto lo deseas. Te libro de la remilgada que llevo dentro –
espetó ella con enfado, y dándose media vuelta, salió de la biblioteca cerrando de un
portazo tan violento que uno de los cuadros de la pared tembló y se cayó al suelo. Cuando
sintió sus sonoros pasos descendiendo las escaleras, Draco soltó una maldición.

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Hermione y Draco no volvieron a hablarse durante el resto del día. De hecho, Hermione no
habló con nadie. Ron estaba molesto con ella, Harry indiferente, Hermione estaba enfadada
con Draco y él posiblemente también con ella.

No bajó a cenar y durmió sola en su habitación esa noche. Aunque hablar de dormir, sería
exagerar. Más bien se limitó a dar vueltas entre las sábanas, tratando de contener las
ganas de llorar.

No había manera posible de salir airosa de un enfrentamiento entre Draco y sus amigos. Si
se quedaba con Harry y Ron, Draco se enfadaba, y si se iba con Draco, Harry y Ron hacían
lo propio. Además, ni siquiera irse con uno o con otros le garantizaba buenas relaciones con
ninguno de los tres. Draco tenía la desagradable costumbre de pagarlo con ella cuando se
encontraba malhumorado, deprimido o enfadado, al igual que Ron. Y la fría indiferencia de
Harry no era mucho mejor. Estaba harta de estar en medio y pagar los platos rotos de
todos.

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La comida siguiente fue de lo más tensa. Esa mañana, la Señora Weasley se había pasado
a llevarles noticias y algo de comida casera –"estáis quedándoos en los huesos" había
dicho- por lo que los cuatro se vieron obligados a comer al mismo tiempo y en el mismo
lugar, antes de que el pollo asado se enfriara. Molly les había contado que en el Ministerio
andaban bastante inquietos porque uno de los guardias deMontisOccultus había
desaparecido, y se habían producido dos detenciones de licántropos que se había negado a
acudir al Ministerio para ser marcados.

La mención a los licántropos había hecho que los ánimos de los cuatro jóvenes volvieran a
enturbiarse, recordándoles lo sucedido el día anterior. Ninguno había hablado demasiado en
presencia de la Señora Weasley, pero cuando la madre de Ron se fue, el enfado y la
animosidad se hicieron patentes en el ambiente. La tensión era tal, que Ron parecía temer
darse un cabezazo con ella si se movía, a juzgar por la rígida inmovilidad con la que comía.
De vez en cuando, lanzaba miradas desdeñosas al antiguo Slytherin. Harry parecía
completamente abstraído, como si su mente no dejara de dar vueltas a la noticia de las
detenciones. Draco ignoraba a todos, centrado en su plato, y Hermione se sentía obligada a
hacer algo para romper ese ambiente enrarecido. Aún estaba molesta por lo sucedido el día
anterior, pero encontraba la situación ridícula e insoportable.

-Chicos, creo que tenemos que hablar –dijo después de unos minutos de absoluto silencio.
-Yo no tengo nada que decirle a ese lechoso egoísta –farfulló Ron.

-¿Lechoso yo¿Tú te has mirado a un espejo, Weasel?¿o eres tan pobre que te miras en los
charcos? –replicó Draco.

-Malfoy, déjale en paz o… -comenzó Harry.

Hermione abrió la boca, no estaba segura de si lo hacía intención de poner paz o de


enviarles a todos a la mierda, pero en ese momento se oyeron unos fuertes y rápidos
golpes en la puerta de entrada, que ahogaron su voz. Todos se miraron unos instantes, y
después Harry y Ron se levantaron para ir a abrir. Hermione lanzó una mirada a Draco que
la observó impasible, y se fue tras sus amigos. Llegó al hall en el momento en el que los
gemelos entraban, llevando a rastras un cuerpo maltrecho. Hermione tardó unos segundos
en darse cuenta de que la persona que estaban sosteniendo a pulso, era Remus Lupin.
Tenía una gran costra de sangre seca cerca de la coronilla, un ojo completamente hinchado
y amoratado, y sangraba por la boca y la nariz, con el rostro lleno de cortes y cardenales
que Hermione no hubiera podido decir si estaba consciente o no.

-¡Remus! –exclamó Harry acercándose a toda prisa a los gemelos para ayudarles a
sostenerlo. Fred tenía el pelo revuelto y George lucía un labio partido. Ambos tenían
aspecto desarreglado y alterado, con las ropas sucias y estiradas, y los rostros tensos,
mientras sostenían como podían al hombre.

-¿Qué ha pasado? –preguntó Hermione, asustada, cuando Lupin soltó un gemido ahogado
que le hizo saber que estaba consciente a pesar de todo.

-Un puñado de magos gilipollas le dieron una paliza en el Caldero Chorreante –dijo Fred con
desprecio.

-¿Qué¿Por qué? –preguntó Ron, lívido. Draco se quedó bajo el dintel de la puerta de la
cocina, observando la escena con aparente indiferencia.

-¿Podemos contároslo luego? –propuso George, recolocando a Lupin para que no se le


escurriera –será mejor que lo acostemos en alguna cama.

Harry asintió y los gemelos llevaron al antiguo profesor hasta una habitación de primer
piso, libre ya del encantamiento de las camas saltarinas de Kreacher. Lo depositaron con
cuidado sobre el colchón y Hermione colocó cariñosamente las almohadas para acomodar
mejor la cabeza del licántropo.

-¿A dónde vas? –preguntó Ron al ver que su hermano George se dirigía hacia la puerta de
la habitación.

-A buscar a Devany, necesitamos que alguien le cure y San Mungo ya no es seguro. Menos
aún para un hombre lobo en estos tiempos.

-Tú quédate, estás herido. Iré yo –propuso el menor de los Weasley. George asintió y
lanzando una última mirada de preocupación a Remus, Ron salió de la habitación,
chocándose voluntariamente con Draco que había aparecido por la puerta.

Se hizo un silencio espeso en el que nadie habló. Harry lanzó una mirada seca a Draco,
como si estuviera desafiándole a hacer algún comentario sobre el herido, pero el rubio
permaneció en silencio, inexpresivo. Hermione hizo aparecer un trapo y una palangana
llena de agua y se sentó en el borde de la cama para limpiar el rostro del profesor, pero
Harry le dio un apretón en un hombro, para relevarla en la tarea. Se sentó junto a Remus
Lupin, el último de los Merodeadores, cansado, débil y apaleado, y comenzó a limpiarle la
sangre seca de la cara con gesto grave. De vez en cuando, Remus soltaba algún quejido
doloroso, pero en líneas generales permanecía semiinconsciente e inmóvil por el dolor
mientras Harry iba volviendo su rostro lentamente reconocible.

-¿Y vosotros cómo estáis? –preguntó Hermione, incómoda, como si Draco, los gemelos y
ella se estuvieran inmiscuyendo en una escena íntima y familiar.

-No tenemos nada, un par de rasguños –dijo Fred encogiéndose de hombros con gesto
duro. Era evidente que estaba furioso.

-¿Qué pasó exactamente? –les interrogó ella, se dio cuenta de que Harry atendía a la
conversación. Draco también.

-Bueno, no sabemos con exactitud cómo empezó todo, pero nos hacemos una idea –dijo
George –sabíamos que Remus estaba en el Callejón Diagon porque vino a visitarnos a
nuestra tienda esta mañana.

-Los ánimos estaban bastante caldeados –continuó Fred –la gente no paraba de hablar de
las detenciones de los licántropos que se habían resistido a la justicia mágica.

-Y no es ningún secreto que Remus es un hombre lobo, no después de que Snape lo soltará
alegremente a medio Hogwarts. Algunas personas lo miraron mal cuando entró en la tienda
y los menos empezaron a murmurar por lo bajo, asustados e indignados porque Remus no
llevaba la pulsera localizadora ni tampoco parecía llevar la L tatuada.

-Lo siguiente que supimos fue que Tom, el del Caldero Chorreante, vino corriendo a
llamarnos diciendo que en su pub estaban teniendo problemas. Mencionó algo de Lupin, los
hombres lobo y el padre de uno de los chiquillos a los que mató un licántropo. De inmediato
supusimos que las cosas andaban mal, dejamos a Verity encargada de la tienda y salimos
corriendo para allí.

-Cuando llegamos, había un gran corro en la parte trasera del Caldero Chorreante, ya
sabéis, frente a la fachada donde está la entrada al Callejón. Había un grupo de magos,
rodeando a alguien que no podíamos ver. Le insultaban y abucheaban. Fuimos apartando a
gente a empujones y poniéndonos de puntillas pudimos ver a Remus, arrinconado contra
una pared, encajando insultos e incluso escupitajos sin moverse.

-Y entonces un tipo esmirriado y más alto que George y yo, le dio un puñetazo, y todo se
volvió un caos. La gente empezó a empujarse y a gritarse, unos cuantos arremetieron
contra Remus y George y yo empezamos a repartir golpes tratando de abrirnos camino
hasta él.

-Dejamos fuera de combate a unos cuantos antes de conseguir llegar hasta Remus, pero
cuando le alcanzamos ya estaba así, en ningún momento hizo nada para defenderse –
explicó George con tristeza –lo cogimos y escapamos como pudimos de allí, cuando los
primeros aurores de los que patrullan el Callejón desde el ataque comenzaron a llegar.

-No sabíamos a donde llevarlo –dijo Fred mirando con compasión al herido –y estamos
seguros de que después del altercado, el Ministerio intentará detenerlo para marcarlo y
ponerle un localizador. Eso si no envían una temporada a la cárcel especial para
licántropos.

-¿Y vosotros? –preguntó Hermione observando las huellas de la pelea en la que se habían
metido -¿Creéis que el Ministerio os dará problemas?

-No les conviene –dijo Fred secamente –a Scrimgeour le conviene que nuestra tienda
permanezca abierta, es una de las pocas que aún está concurrida. No creo que se meta con
nosotros.

-Y en caso de que lo haga, estaremos encantados de presentarle algunas de nuestras


últimas invenciones –dijo George con una sonrisa maliciosa.

Nadie volvió a hablar en un rato y los gemelos terminaron por sentarse, inquietos. Draco se
fue por donde había venido como si el asunto hubiera perdido todo interés para él y Harry
dejó de pasar el trapo humedecido por el rostro de Remus, después de haberlo limpiado
innecesariamente una docena de veces. Miraba alternativamente al reloj y a Lupin,
preguntándose cuando demonios regresaría Ron con Devany, sin dejar de darle vueltas a lo
sucedido en el Callejón.

Sabía que la gente estaba asustada, que todos vivían con el temor de ver la Marca
Tenebrosa aparecer en el cielo o el pánico a sufrir un ataque en el lugar menos esperado. El
Callejón Diagon y Hogwarts ya habían sido atacados, por no mencionar los
descarrilamientos de trenes, el terrible episodio de la noria de Hyde Park, las
desapariciones de funcionarios y los asesinatos de niños. Al no haber crecido en el mundo
mágico, Harry no comprendía muchos de los prejuicios que la población de magos tenía.
Podía comprender, no obstante, que la gente temiera a los licántropos pues a él mismo se
le heló la sangre cuando Remus se convirtió aquella fatídica noche de tercer curso en la que
encontró a Sirius y perdió a Pettigrew, pero las personas afectadas por la licantropía sólo
resultaban peligrosas una vez al mes. Y en la actualidad existían pociones para evitar la
conversión y aliviar los síntomas.

Remus no tenía la culpa de haber sido mordido por un hombre lobo cuando sólo era un niño
y sin embargo era algo con lo que había tenido que cargar toda la vida. Le había sucedido a
él del mismo modo que podría haberle ocurrido a cualquiera de los que le habían increpado
a la salida del Caldero Chorreante. Era un hombre bueno que se había pasado la vida
atormentado por esa maldición. Era una persona que jamás haría daño a nadie
intencionadamente. La prueba estaba en que ni siquiera se había defendido de los insultos
o los golpes, que no había respondido a las provocaciones. Y Harry sabía que en el fondo,
Remus entendía y perdonaba las reacciones de sus atacantes.

¿Merecía él ser marcado como el ganado y controlado como un criminal? No, pero eso a
nadie le importaba. La gente estaba tan aterrorizada que no era razonable, se volvía
primitiva y despiadada en su intento por sobrevivir. La guerra estaba acabando con todos.

Ron y Devany aparecieron en la habitación para sacar a Harry de sus descorazonados


pensamientos. La muchacha parecía nerviosa y afligida, y las manos le sudaban tanto
cuando vio a Remus que el maletín se le escurrió entre los dedos. Lo recogió, avergonzada,
y le pidió a Harry que le dejara espacio para trabajar.

-¿Cómo está? –preguntó el moreno con impaciencia mientras Devany palpaba el cuerpo del
hombre que se hallaba inconsciente.
-Creo que tiene un hombro dislocado y se ha dado un fuerte golpe en la cabeza, pero lo
demás son sólo magulladuras y arañazos. Se pondrá bien.

-No te preocupes, Harry –dijo Fred poniendo una mano en el hombro del muchacho –ya me
encargué del ese tipo esmirriado y malhumorado. Me atrevería a decir que soñará con
pelirrojos durante un tiempo.

-Un nuevo miembro para nuestro club de fans –apostilló George, sonriendo a pesar del
dolor que eso le produjo debido a su labio partido.

-Posiblemente ese era el padre de uno de los niños muertos en aquella aldea escocesa –
murmuró Hermione, que había estado muy silenciosa –la gente, cuando está destrozada
por el dolor, reacciona forma irracional. No significa que sea un mal tipo.

-Pero Lupín no tiene nada que ver en lo que le sucedió a esos niños –dijo Ron –yo no
intenté pegarle después de que Greyback casi matara a Bill.

-Te repites, Weasley –dijo una voz, con tono hastiado. El pelirrojo miró furibundo hacia la
puerta, donde había aparecido Draco. Pero no estaba solo.

Una bala de pelo azul eléctrico irrumpió en la habitación a toda velocidad y se situó,
desesperada, tras Devany.

-Remus –murmuró Tonks con el conocido temblor de las lágrimas en la voz.

-Va a ponerse bien –explicó Devany con serenidad –sólo está magullado.

-¿Cómo supiste que Remus estaba aquí? –preguntó Harry mientras Devany aplicaba
Dittany sobre los rasguños del rostro de su amigo.

-Mi madre me envió una lechuza. Un par de aurores se han pasado por mi casa para
preguntar por Remus y Milton regresó al Ministerio para dar parte de una pelea entre
magos y un licántropo en el Callejón Diagon. Sabía que Remus había ido allí a comprar
algunos ingredientes para la poción Matalobos así que até cabos. Y con el Ministerio
persiguiéndole, no había muchos lugares donde podría ocultarse.

-Creo que sería prudente que Remus no se dejará ver durante un tiempo –dijo Hermione,
lógica como siempre –ya sabes que el Ministerio está buscándole. Si detuvieron a esos dos
licántropos por no presentarse en el Ministerio el día fijado, sin duda arrestarán a Remus
por esa pelea, aunque él no hiciera nada.

-No puede volver a su casa ni tampoco a la mía –dijo Tonks, angustiada –ya le han buscado
allí.

-Puede quedarse aquí el tiempo que quiera –aseguró Harry. Tonks le miró con los ojos
brillantes de emoción.

-¡Gracias, Harry! –exclamó y se arrojó al cuello del muchacho para darle un abrazo. Harry,
evidentemente incómodo, dio unas torpes palmaditas en la espalda de la aurora hasta que
Tonks se calmó. Se apartó de él, se limpió las lágrimas de las pestañas con un nudillo y
forzó una sonrisa.
-Lo ha estado pasando muy mal últimamente¿sabéis? Con todo este asunto de la Ley
contra la Licantropía. Aunque nunca me lo ha dicho claramente, creo que siempre se ha
sentido como una especie de monstruo, y está ley se lo ha reafirmado.

-Será sólo temporal –aseguró Hermione con más convicción de la que sentía –no creo que
Scrimgeour siga mucho tiempo en el cargo y no pueden poner a ningún Ministro más
estúpido que él. Seguro que el siguiente será mucho más razonable.

-Yo no estaría tan segura –dijo Tonks con una expresión sería muy poco común en ella –
aunque no es oficial, en el Ministerio todos sabemos quién sería el sustituto de Scrimgeour
si él es depuesto o dimite. Se llama Marsden y a su lado, Scrimgeour parece una abuelita
bondadosa. Es el portavoz, consejero y guardia personal de Scrimgeour y uno de los
máximos precursores del Decreto contra los hombres lobo. No le gusta nadie, es cruel y
cree firmemente que el fin justifica los medios. Está a cargo del cuerpo de aurores desde
que Scrimgeour es Ministro y me odia desde que se enteró de mi relación Remus. Para él
sólo hay una cosa peor que los semihumanos: las personas que los quieren y defienden.
Después de leer el informe del ataque a Hogwarts, el informe verdadero, se mostró furioso
ante la idea de que Grawp y Hagrid, un gigante y un semigigante, estuvieran en un colegio.
Hasta el momento Hagrid y su hermano se han librado porque Scrimgeour anda ocupado
con cosas mucho más importantes, pero estoy segura de que Marsden no dejará pasar el
tema.

-Papá nos ha hablado de ese tipo alguna vez –dijo Ron pensativo –creo que recordar que
no tiene en gran estima a los muggles.

-Yo le conozco –dijo Draco sin adentrarse en la habitación –tenía trato con mi padre. Le
caía bien porque según mi padre, era el único del Ministerio que no se había convertido en
un amante de los muggles y los hijos de muggles.

-Ahora que lo dices, creo que es amigo de Umbrigde –dijo George con una mueca de asco –
tenía una foto con él en su despacho.

-Scrimgeour empieza a caerme inexplicablemente mejor –apuntó Fred con aspereza.

Después de eso, nadie volvió a hablar en un rato, de modo que lo único que rompía el
silencio era la dulce voz de Devany susurrando algunos encantamientos sanadores. Las
heridas estaban cerradas, cubiertas por ditanny sobre la piel blanda, el hinchazón del ojo
había desaparecido hasta ser simplemente una mancha violácea en torno al ojo y la herida
entre el cuero cabelludo estaba reparada. Remus despertó en algún momento del proceso,
pero permaneció inmóvil, con los ojos entrecerrados, evitando todo intento de hablar o te
establecer contacto visual con nadie, como si se sintiera avergonzado. Cuando acabó de
sanarle, Devany le hizo beber una poción y el licántropo se durmió. Entonces Tonks le quitó
la túnica manchada, los zapatos y le tapó con dulzura, con un rostro tan marcado por el
dolor que parecía varios años mayor.

-Ahora es vuestro turno –dijo Devany dirigiéndose a los gemelos.

-Estamos bien –dijo Fred desechando la idea de ser curados con un gesto de mano –hace
falta mucho más que un grupo de magos histéricos para acabar con los Weasley.

-Igualmente –insistió Devany con seriedad mientras obligaba a George a sentarse –quiero
echaros un vistazo.
George se encogió de hombros y dejó que la medimaga le curara el labio, mientras Ron
observaba la escena, molesto. Bueno, algunas personas hubieran dicho que se sentía
celoso, pero él lo negaría fervientemente.

Como Fred había dicho, él y su hermano no tenían más que un par de rasguños. Después
de que Devany los examinara y se diera por contenta con los resultados, los gemelos se
marcharon diciendo que ya habían dejado a la pobre Verity al cargo de la tienda demasiado
tiempo.

-Yo también debería irme –dijo Devany guardando las últimas pociones en su maletín –me
marché de San Mungo alegando una urgencia, estarán preocupados.

-Te acompaño –se ofreció Ron con presteza.

-Yo me encargo –dijo Tonks sin dejar de mirar a Remus –me marché del trabajo sin decir
nada. Seguro que Marsden me estará esperando. Lleva tiempo buscando una excusa para
despedirme, supongo que estará encantado –suspiró y soltando la mano del licántropo
dormido, se dirigió hacia la puerta seguida de Devany –volveré esta noche.

-Yo también –murmuró Devany, enrojeciendo por alguna extraña razón –para ver cómo ha
evolucionado –aseguró aunque miró a Ron de reojo.

Después, ambas jóvenes se despidieron y dejaron Grimmauld Place número 12.

Ron, Harry, Hermione y Draco se quedaron solos en la habitación con Remus después de
que las dos chicas se fueran. Ahora que habían desaparecido los gemelos, Devany y Tonks,
la tensión volvía a vibrar en el aire. Hermione les observaba a los tres, cansada y apática.
No soportaba esa situación, pero cuando había intentado arreglarlo, todos se habían puesto
a discutir. Tal vez debería hacerse a la idea de vivir enfadada con las personas que más
quería. Fuera como fuera, no tenía fuerzas para tratar de poner paz.

-¿Ya estás contento? –preguntó Harry dirigiéndose a Draco, que llevaba un buen rato bajo
el quicio de la puerta, sin moverse, en silencio.

-Harry –le reprendió Hermione sorprendida.

-¿Quieres saber si me alegro de que le haya pasado esto a Lupin? –dijo Draco con fiereza –
Te encantaría que lo hiciera¿verdad? Así tendrías una excusa para descargarte conmigo,
para justificarte. Pues no voy a darte el gusto, Potter. No me alegro de que esto haya
pasado, pero era predecible.

-Desde luego que lo era si todo el mundo piensa como tú –intervino Ron, colocándose al
lado de Harry –todo ese rollo de controlar a los licántropos es lo que ha llevado a ese gente
a darle una paliza a Lupin.

-Si un licántropo hubiera matado a alguien a quien quiero, también yo querría acabar con
todos. No es justo, pero tampoco lo es que mueran inocentes –repuso Draco, indiferente.

-¿Ahora vas de justiciero? –lo atacó Ron –No eres el más indicado¿sabes? –se burló –Por
mucho que Hermione diga lo contrario, sé que la Orden te importa un pimiento, sólo te has
unido a nosotros porque te convie…
-¡Basta ya! –exclamó Hermione pateando la mesilla de noche que había entre ambas
camas. Todos se volvieron hacia ella sorprendidos -¡Estoy harta de esta situación! Todos
estamos tensos y nerviosos, pero esa no es razón para que os paséis el día peleándonos.

-El rubito es el que ha empezado todo esto…

-¿Por qué, Ron¿Por exponer su opinión? Puede que no piense lo mismo que nosotros, pero
eso no justifica que Harry y tú os tiréis a su cuello cada vez que pasa algo y desconfíes de
él. Sé que no os gusta pero ha demostrado sobradamente que está de nuestro lado.

-A él la Orden le trae sin cuidado –se empecinó Ron –y la opresión a los hijos de muggles,
los licántropos o quien sea.

-Tal vez tenga otros motivos para unirse a la Orden –respondió Hermione, cuando Draco
abría la boca para hablar –pero eso no le hace menos válido ni un traidor.

-Claro, tú le defiendes¿lo ves, Harry? Te lo dije.

-¡Déjalo ya, Ron! –exclamó Hermione furiosa -¿No os dais cuenta? Siempre que os peleáis
me metéis en medio y me obligáis a tomar partido. Si me voy con Draco, automáticamente
estoy dándole la razón, y si me quedo contigo y con Harry, él piensa que me pongo de
vuestro lado. Haga lo que haga, alguno de vosotros siempre acaba enfadado conmigo y no
puedo opinar sin salir mal parada. Tengo opiniones propias¿sabéis? Es posible que a veces,
como ahora, todos me parezcáis unos idiotas. Si queréis seguir peleándonos y tirándoos
cosas a la cabeza cada vez que os crucéis por un pasillo, hacedlo, pero olvidaos de mí.

Y apartando bruscamente a Draco del marco de la puerta, Hermione salió de la habitación


de Remus, dejando a tres muchachos enfadados y al licántropo dormido a solas.

Capítulo 44: La tregua y el caos

En cuanto Hermione dejó la habitación, la tensión pareció espesarse e intensificarse. Draco


miró a Harry y a Ron. Harry y Ron le miraron a él. Y entonces, volvieron a empezar.

-¿Felices? Mirad lo que habéis conseguido –les espetó Draco molesto. Era más fácil echarles
la culpa a ellos que echársela a él.

-¿Y tú qué, Malfoy¡Tú también tienes parte en esto! –replicó Ron acalorado.

-Yo no he sido el que ha discutido con Hermione.

-¡Pero hemos discutido con ella por tu culpa!

-Oh, estoy a punto de echarme a llorar de la aflicción, Weas…

-Chicos –les interrumpió Harry con tono pacífico, que hasta entonces les había observado
silencioso –creo que Hermione tiene razón y echándonos las culpas los unos a los otros no
solucionamos nada –se frotó el puente de la nariz con aire cansado y miró a los dos chicos
–creo que es hora de que nos comportemos como adultos.

-¿Crees que Weasel podrá? –inquirió Draco mirando al pelirrojo con maldad. Ron enrojeció
hasta las orejas y frunció el ceño, furioso.
-¡Te voy a…

-Ron –Harry sujetó a su amigo, extenuado –no podemos seguir así, Hermione lo está
pasando mal.

Lo sabía, hacía tiempo que lo sabía, pero estaba demasiado ocupado pensando en otras
cosas para darle la importancia que se merecía. Harry podía imaginarse cómo se sentía
Hermione cada vez que él y Ron se peleaban con Malfoy, más o menos del mismo modo
que él se sentía al verse en medio de las frecuentes peleas entre sus amigos. Dividido,
partido en dos. Además, debía reconocer que, al menos en esa ocasión, había atacado a
Malfoy para descargarse por lo que le había sucedido a Remus. Se sentía impotente,
rabioso e indignado, pero no podía hacer nada para ayudar al licántropo o para vengarse de
los que le habían hecho eso, así que lo más fácil había sido descargarse con Malfoy. Y podía
ser un capullo orgulloso y déspota, pero esa vez no se lo merecía.

-Está bien, está bien –se relajó Ron, liberándose de la mano de su amigo para estirarse el
jersey de lana con dignidad -supongo que podré hacer un esfuerzo e ignorar a Malfoy.

A Ron no le gustaba eso de ser maduro, pero si ya había aceptado que Hermione estuviera
con ese… con Malfoy, intentar tolerarle no debía de ser tan difícil. Ni doloroso.

-Siento lo que te dije antes –se disculpó Harry –y en realidad, sé que estás de nuestro lado
–reconoció. Y aunque quería mucho a Hermione, eso era todo cuanto estaba dispuesto a
decir.

Los dos gryffindors le miraban, y Draco sabía que ahora todo dependía de él. Desde que se
había peleado con Potter y Weasley, y con Hermione más tarde, Draco se había aferrado a
su orgullo porque era lo único que le quedaba. Pero el orgullo no le abrazaba en sueños ni
apoyaba la cabeza en su pecho, el orgullo no olía como Hermione, ni sabía como ella. Y
sobre todo, el orgullo no le libraba de la desagradable sensación de haberse comportado
como un auténtico capullo con ella.

Merlín sabía que esos dos le caían fatal y él tampoco era una de sus personas favoritas,
posiblemente así siguiera siendo siempre. Pero eran los amigos de Hermione y además
vivía con ellos, tenía que aguantarlos forzosamente, y aunque por él podría pasarse la vida
puteándoles y pinchándoles, no podía hacerle eso a Hermione. Otra de las putadas de
querer a Hermione: soportar a sus estúpidos amigos.

-Bueno –dijo Draco –entonces procuraré no volver a llamarte Potty, ni San Potter, ni héroe
trágico o cabeza rajada, ni me burlaré de tus gafas de culo de vaso…

-Malfoy…

-Y a ti Weasley, no te llamaré Weasel. Ni tampoco comadreja, ni te recordaré que eres un


zanahorio, ni me meteré con tus calcetines con remiendos ni tus camisas de leñador…

-Vale, ya lo he pillado, no hace falta que sigas –le interrumpió Ron, malhumorado.

-Bien –cedió Draco, aguantándose una sonrisa maliciosa. No había podido resistirse a
gastar su último cartucho de ironía y burla con esos dos –entonces estamos en paz.

Hubo un momento de violenta vacilación, en la que los tres se miraron sin saber que más
añadir. Harry movió una mano como si fuera a tendérsela a Draco, pero la mirada del rubio
que decía a las claras algo como "mariconadas las justas" le disuadió de inmediato. Una
cosa era que hubieran pactado tolerarse y no insultarse, y otra muy diferente darse la
mano. ¿Qué sería lo siguiente?¿Un afectuoso apretón en el trasero?

-Yo… bueno… -Draco carraspeó y se irguió varonilmente –será mejor que vaya a hablar con
Hermione.

Harry y Ron emitieron una especie de grave gruñido afirmativo, posiblemente el


equivalente de un viril "vale, tío", y el rubio dejó la habitación.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Ese era sin duda un día negro para Hermione, un día de esos que le costaba definir sin usar
palabras malsonantes. Y ahí estaba, encarcelada en un pasillo de la biblioteca de los Black,
rodeada del aroma a libros viejos y mirando con melancolía una calle gris llena de charcos
a través de una ventana. En circunstancias normales, Hermione hubiera salido a dar un
paseo para tranquilizarse, poner sus pensamientos en orden y meditar a solas. Pero nada
de eso era posible en los tiempos en lo que se hallaban, y se sentía prisionera de la
mansión y sus habitantes.

En esos momentos, a Hermione le encantaría poder poner tierra de por medio entre ella y
esos tres recipientes de testosterona que eran sus amigos y su novio –o lo que quiera que
fuera Draco-. Necesitaba darse un respiro, perderles de vista, ser egoísta por una vez. Pero
con ello sólo conseguiría que se liaran a golpes en hall, para resolver "civilizadamente"
quien tenía la culpa de que ella hubiera salido imprudentemente de la casa. Y prefería
ahorrarse las tiritadas y recriminaciones.

Pero, como había supuesto, era imposible tener un momento para ella en la Mansión Black.
Porqué sintió, escuchó y olió a partes iguales la presencia de Draco en la biblioteca, por
culpa de esa especie de sensor que se le activaba cuando él estaba cerca, dándole un
vuelco a su estomago, como un vértigo repentino. Un engorro.

-Si me pongo frente a una de las ventanas de la biblioteca significaba que te vayas a la
mierda¿no? Tú inventaste esto –dijo sin molestarse en volverse hacia Draco. No tenía
ganas de verle, ni de comprobar si tenía signos de haberse liado a golpes con Harry y Ron.
No le interesaba. Bueno, sí le interesaba, pero estaba demasiado enfadada para permitirse
hacerlo. Y no quería mirarle a los ojos, porque no sabía cuánto tiempo podría permanecer
furiosa si lo hacía.

Draco la observó, de espaldas a él, aferrada al alféizar de la ventana, con la espalda recta y
la cabeza alta. Le había dado un golpe bajo y él sabía que se lo merecía. Debía reconocer
que se había portado como un gilipollas, la había tratado mal cuando sólo quería ayudarle y
había pagado con ella sus propias inseguridades. Estaba hecho todo un galán, sin duda. Y a
ese paso, no podía culpar a nadie por no quererle para Hermione.

-Hermione… -vale, ya había dicho su nombre, ahora venía la disculpa. Pero pedir perdón no
era lo suyo¿cuántas veces lo había hecho en su vida¿Dos? Y en ambas ocasiones, con
Hermione –yo… ayer… bueno…no quería… no era mi intención… -la miró desesperado,
anhelando que dijera algo o al menos le mirara a la cara, lo cual no parecía que fuera a
suceder próximamente. Maldito fuera todo –ya sabes lo que quiero decir¿no? –finalizó,
irritado.

-Por supuesto –repuso ella con ironía, sin dejar de mirar a través de la ventana –pero no
querría interrumpir tu elocuente discurso. Dime¿Harry, Ron y tú os habéis abierto la cabeza
con el borde de la cama de Remus?¿O habéis tenido la decencia de salir al pasillo¿Tal vez
os habéis retado a un duelo?

-Hermione –volvió a murmurar él sintiéndose un estúpido. Ella estaba realmente cabreada,


tan rígida que parecía temer que si se relajaba un ápice se derrumbaría. O le patearía el
culo. Necesitaba algo más que una disculpa para dejar de sentirse así.

-Pott…Potter, Weas..ley y yo hemos hecho las paces –la informó, aproximándose. Sus
pasos quedaban amortiguados por la descolorida alfombra que cubría el suelo del pasillo,
pero Hermione sabía que estaba más cerca. Y eso no le gustaba.

-¿Y eso que significa exactamente? –preguntó sin ablandarse.

-Hemos acordado soportarnos en la medida de lo posible –otro paso cauteloso.

-Me alegro –murmuró, pero seguía envarada y fría.

Otro paso, inspiración forzada y abatimiento de hombros. Rendición.

-Lo siento –barbotó entre dientes –sé que me comporté como un estúpido.

-Sigue –le instó Hermione relajándose un poco, lo suficiente para no desmenuzar el alféizar
de la ventana entre sus dedos.

-Y un capullo malhumorado. Ayer no pensaba lo que te decía –continuó él. Después de ver
cómo le había defendido, se había dado cuenta de que lo que le había echado en cara era
ridículo.

Hermione dejó caer los hombros, más relajada, y Draco se aproximó hasta llegar a su
espalda.

-Y no eres una remilgada –dejó caer en un susurro sobre a la oreja derecha de Hermione.
Estaba tan cerca de ella que le podía acariciar el pelo con la punta de la nariz, lo que le
daba libre acceso a su aroma. Caramelo. Dulce, tentador.

-¿Ah, no? –la voz de Hermione sonó mucho más suave, aunque algo nerviosa. No le
gustaba que él estuviera tan cerca, impidiéndole estar justamente enfadada con él. Tan
sólo sentir el calor que emanaba de él lamiéndole la espalda y su olor envolviéndola,
bastaba para anularla como persona. Y para alguien tan dueña de sí misma y con tendencia
a mandar como Hermione, eso no era muy agradable. La hacía sentirse débil. Y lo más
preocupante es que no le importaba demasiado.

-Un poco –susurró él y a Hermione le llevó unos segundos recordar de qué estaban
hablando. De repente la fría biblioteca parecía haberse caldeado –Pero… eso me gusta –
añadió.

Y entonces, Draco la atacó doblemente. Por un lado, deslizó sus manos por la cintura de
Hermione, colándolas bajo su suéter para explorar su abdomen. Por otro, sus labios se
posaron en el hueco que había justo detrás de la oreja de la chica, un lugar que sabía
vulnerable.

Para entonces, Hermione ya no tenía fuerzas ni para revolverse y se conformó con cerrar
los ojos y morderse los labios mientras él vagaba por su cuello.
-Sigo…muy… enfadada contigo… Draco –musitó aunque sus palabras no tenían ninguna
fuerza. Sólo representaban un vago intento de reivindicarse.

-Por supuesto –murmuró él con la voz tomada, mientras la giraba para que quedaran
frente a frente. Sin darle tiempo a reponerse, hundió rudamente las manos en la maraña
de cabello castaño y acercó el rostro de Hermione al suyo para morderle el labio inferior.
Ella se aferró a sus hombros como si le faltara equilibrio y atrapó a Draco entre sus labios
mientras él la mordía. Sus bocas se apartaron brevemente para volver a unirse y Draco la
sujetó por la cintura y la subió al alféizar. Hermione abrió los ojos sorprendida y
avergonzada al comprender sus intenciones.

-Draco, aquí no –logró decir entre besos. Ella subida al alféizar, él encajado en el hueco
entre sus piernas.

-Por supuesto –repitió Draco.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Hermione bajaba las escaleras, aferrándose con fuerza a la barandilla como si temiera que
sus fuerzas fueran a fallarle. Llevaba el cabello sujeto en un recogido flojo del que se
escapaban mechones de pelo alborotado y su suéter había cedido como si alguien hubiera
tirado de él. Tenía las mejillas enrojecidas, los ojos brillantes y expresión abstraída.

Draco descendía tras ella, bajando los escalones con total tranquilidad, una mano metida
en uno de los bolsillos de su pantalón negro y los primeros botones de la camisa
desabrochados. Se pasó la otra mano por el pelo para peinárselo con una sonrisa de
satisfacción en el rostro.

Hermione pisó un escalón y una de sus rodillas se dobló, débil, de modo que la chica tuvo
que agarrarse con fuerza a la barandilla para no escurrirse. Se irguió, molesta consigo
misma y con Draco, al escuchar la risilla maliciosa que lanzó a sus espaldas.

-Si quieres puedes agarrarte a mi –se ofreció él con tono inocente bajando hasta el escalón
en el que se encontraba Hermione y tendiéndole el brazo.

Ella le dirigió una mirada fulminante.

-Aléjate de mí, Draco Malfoy, ya has hecho bastante –dijo con severidad.

-No recuerdo que te quejaras –repuso él, ufano.

-Sí lo hice, antes y después –farfulló Hermione, pegándose a la pared para poner la
máxima distancia posible entre ambos.

Draco sonrió vanidosamente y se inclinó sobre ella, invadiendo su espacio personal.

-Pero no durante –dijo con tono insinuante. Hermione le miró con los ojos entrecerrados,
debatiéndose entre besarle o enviarlo rodando escaleras abajo. Qué insoportable podía ser
cuando quería. Y qué sexy, el muy capullo.

-Di lo que quieras –replicó Hermione girándole el rostro y bajando otro escalón con cautela
–pero todavía estoy enfadada contigo.
-En ese caso, tendremos que volver a hacer las paces –murmuró Draco, siguiéndola.

Hermione le miró escandalizada y Draco se echó a reír de nuevo.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Harry y Ron le pidieron disculpas a Hermione por su comportamiento y los tres amigos
pasaron un rato charlando en voz baja, a los pies de la cama de Remus. El licántropo había
dormido desde que Devany le dio una poción para que descansara. Hermione creyó verle
con los ojos entrecerrados durante un segundo, pero cuando volvió a mirarle el licántropo
estaba apaciblemente dormido.

Antes de la cena, la Señora Weasley les envió una lechuza para interesarse por la salud de
Remus y Devany y Tonks reaparecieron en cuanto salieron de sus trabajos. Finalmente
Tonks no había sido despedida pero Marsden la había interrogado sobre el paradero de
Lupin y la había amenazado con ponerlo en Busca y Captura.

-Lo hará igualmente –les explicó Tonks con desánimo –mañana su retrato estará por todas
partes.

Tonks no se equivocaba y al día siguiente, la Señora Weasley se presentó con otro ejemplar
de El Profetadonde salía la foto de Remus Lupin junto a un artículo en el que se ofrecía una
recompensa a aquellos que lo entregaran al Ministerio, argumentando que se trataba de un
licántropo peligroso que había atacado a un grupo de ciudadanos muggles a la salida del
Caldero Chorreante.

Harry no tuvo el valor de contárselo a Remus cuando despertó ese mediodía y le llevó un
buen rato convencerle de que bajara a comer con todos. El hombre lobo parecía deprimido
y abstraído y apenas probó bocado. Después de discutir en voz baja sobre el asunto con
Harry, Hermione decidió resignada, informarle de la situación.

-Remus –dijo con suavidad. Él la miró con aire ausente y ojos tristes –el ministerio ha
enviado aurores a tu casa y a casa de los padres de Tonks, después del incidente de ayer
están… bueno, están buscándote –esperó a que Remus dijera algo, pero él permaneció
silencioso e inexpresivo, como si no hubiera oído en realidad lo que Hermione le había
dicho –creemos que lo mejor será que te quedes aquí hasta que la situación mejore.

-Tal vez debería entregarme –murmuró Lupin con voz neutra después de unos segundos de
silencio en los que todos se preguntaron si había escuchado a Hermione.

-¿Qué? –barbotó Harry. Ron parecía estupefacto y Hermione angustiada. Draco comía el
estofado que la Señora Weasley les había llevado con aparente indiferencia, aunque de vez
en cuando observaba al que había sido su profesor con algo parecido a compasión.

-Sólo digo que tal vez tengan razón –repitió Remus con tristeza –Soy peligroso, es posible
que fuera lo mejor para todos que me vigilaran y encerraran las noches de luna llena.

-No puedes hablar en serio –dijo Ron anonado.

-Eres un buen hombre, Remus –añadió Harry apasionadamente–y tomándote la


poción matalobos ni siquiera te conviertes. No hay razón para encerrarte, ni ponerte un
localizador como si fueras un delincuente o un animal salvaje.
-Pero eso no es infalible, Harry, tú lo sabes –repuso el hombre con cansancio –cuando
pienso en todas las cosas horribles que podría haber hecho cada vez que me he
convertido…

-¡Pero no las has hecho!¡Nunca has hecho daño a nadie! Así que no hay nada que lamentar
–Harry había alzado la voz, alterado.

-Hablas como tu padre –Lupin se frotó los ojos hundidos, uno de ellos amoratado –pero las
cosas no son así de fáciles.

-Remus, si te entregas estarás dándole la razón a todos los que piensan que los licántropos
son monstruos–intervino Hermione con tono razonable –y eso no es así. Las nuevas leyes
son injustas, abusivas y tiránicas, y bajo ningún concepto debemos acatarlas.

-Escondiéndome aquí tampoco hago nada para cambiar esas leyes –dijo Lupin, derrotista.

-Pero la Orden te necesita –aseguró Ron –si te quedas aquí podrás ayudarnos, en la cárcel
no.

-La Orden se apañara bien sin mí.

-Tienes razón –terció Draco, y todos lo miraron, sorprendidos –no sé para qué necesitamos
a un hombre que se pasa el día lamentando su aciaga suerte, autocompadeciéndose y
lloriqueando por las esquinas.

Harry le miró seriamente y por un momento Hermione pensó que iban a volver a pelearse.

-¿Sabéis? Estoy de acuerdo con Malfoy –dijo el moreno –si prefieres ir a la cárcel para
darles la razón a todos los que tienen prejuicios contra los hombre lobo, adelante. En la
Orden necesitamos gente que esté dispuesta a luchar contra ese tipo de cosas.

-No soy un cobarde –repuso Remus enfadado, pero por lo menos parecía haber salido de su
estado de penitencia y depresión –yo estaba en la Orden antes de que ninguno de vosotros
hubiera nacido y… -el hombre se detuvo y miró a Harry y Draco como si hubiera
comprendido a qué estaban jugando –sé lo que pretendéis, pero os daré el gusto. Me
quedaré aquí y seguiré ayudando a la Orden en todo lo que pueda, aunque no sea gran
cosa.

Hermione le miró y el cansado y triste hombrelobo le recordó a Sirius, sentado a esa misma
mesa, desesperado por poder hacer algo por la Orden. Y comprendió por lo que el último
de los Black debía de haber pasado al tener que limitarse a esperar, igual que ahora le
pasaba a Remus.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Los días siguientes, las cosas estuvieron más ajetreadas en Grimmauld Place y en la
sociedad mágica en general. Tonks venía a comer o cenar a la Mansión Black siempre que
el trabajo se lo permitía, y Devany se pasaba de vez en cuando para comprobar el estado
de Remus –aunque ya estaba completamente bien, en opinión de muchos-. Ron siempre la
acompañaba a San Mungo o a su casa y regresaba con una cara de tonto que ponía a
Draco en serios aprietos porque ya no podía burlarse de él. Tonks le hacía preguntas
incómodas a Draco cada vez que lo pillaba a solas, acerca de su relación con Hermione,
guiñándole un ojo e interrogándole sobre cuando se casarían y cuántos hijos pretendían
tener. Sobra decir que Draco se escabullía malhumorado siempre que podía.

Pero aparte de visitar a Remus, torturar a Draco con sus comentarios burlescos ("deberías
ver la cara de bobo que se te queda cuando la miras" o "Romeo¿dónde has dejado a
Julieta?") la aurora también les traía información. A parte de un cuerpo especial de aurores
designado por Marsden para la "caza" de licántropos que no acudían a sus citaciones,
habían surgido varios caza recompensas –o cazalobos como habían empezado a llamarles
en los periódicos –que atrapaban licántropos por medios poco ortodoxos y los llevaban a
Ministerio para cobrar la recompensa. Varios licántropos habían sido encarcelados por
resistirse, en las prisiones especiales del Ministerio.

Scrimgeour conseguía mantenerse haciendo equilibrios en el cargo de primer Ministro pues


la mayor parte de los padres de los alumnos que habían sido sacados del colegio y de los
que aún estudiaban en él, se habían unido en una asociación para denunciar las mentiras
que el Ministerio había contado sobre lo sucedido en Hogwarts. El Ministro perdía
credibilidad y se apoyaba en el Decreto contra los Hombres Lobo para tratar de lavar su
imagen.

La población seguían intranquila por el mes de relativa calma transcurrido desde el ataque
a Hogwarts y sus miedos se vieron confirmados, cuando una terrible noticia asoló Gran
Bretaña. Un colegio muggle del sur del país había volado por los aires causando centenares
de muertes de alumnos y profesores. Nadie había sobrevivido. Aunque la explicación oficial
del Primer Ministro Británico para el mundo muggle fue la de una explosión fortuita en los
conductos de gas que pasaban bajo el colegio, el mundo mágico era consciente de que
había sido obra de Voldemort. Había arrancado de raíz las vidas de la mayoría de los niños
muggles de una pequeña comunidad, sembrado el terror en el pueblo mágico y no mágico,
vengado su ataque frustrado a Hogwarts y dando un duro golpe al mandato de Scrimgeour.
Aunque para algunos –como Marsden –el suceso no tenía especial importancia, el pánico
había cundido en la sociedad mágica. Más alumnos fueron retirados de Hogwarts, algunos
comercios cerrados, y la gente apenas se atrevía a salir de sus casas. Los muggles parecían
contagiados de ese clima de miedo y tensión típico de la guerra, y las calles londinenses
nunca se vieron tan vacías.

Hermione se echaba a llorar cada vez que oía algo sobre la noticia en la radio o el
periódico, así que Draco, Harry y Ron terminaron por prohibirle leer la prensa y escondieron
la radio. Los tres chicos se toleraban como buenamente podían, pero aunque se peleaban
con bastante frecuencia, los enfados no les duraban días y procuraban ocultarles las
discusiones a Hermione. Y de algún modo, la presencia de Remus parecía actuar como
elemento pacificador porque posiblemente como residuo de la época en la que fueron sus
alumnos, se sentían cohibidos a la hora de decirse de todo delante de él.

Distintos miembros de la Orden se pasaban para traer noticias, y aunque Harry les
preguntaba a todos si tenían alguna novedad sobre Snape, la respuesta siempre era la
misma. Un no.

Había pasado más de un mes desde que Harry le había encomendado la misión de matar a
Nagini, y cada día le hacía dudar más de su decisión. A veces pensaba que se había
comportado como un estúpido por dejar escapar a Snape, y aún más por haberle contado
que los otros horrocruxes estaban destruidos. En otras ocasiones, tenía la sensación de que
había hecho lo correcto, pero eran las menos. Y era angustiante pensar, que ahora todo
dependía de Snape.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o
Devany tomó el cepillo con empuñadura de plata y peinó un mechón de cabello rubio
ceniza. Narcissa ni siquiera se movió, permaneció sentada e impasible mientras la
muchacha le cepillaba diestramente su largo y sedoso cabello.

En San Mungo reinaba la tranquilidad, hacía un par de horas que se habían superado la
medianoche y todos los enfermos dormían o lo intentaban. A Devany le había tocado el
turno de noche y aunque pudiera parecer extraño, ella estaba acostumbrada a cepillar el
cabello de la señora Malfoy a esas horas. La ayudaba a dormir las noches que estaba
demasiado alterada, como esa.

Esa noche no había luna, así que Narcissa no había logrado ver nada a través de la ventana
–su lugar favorito –y Devany sospechaba que esa era la razón de su inquietud. O eso le
gustaba pensar. Pero cuando Narcissa la sujetó por la muñeca con brusquedad y la miró a
los ojos mudamente, como si quisiera gritarle algo, se asustó. Por un momento, la mujer le
pareció lúcida y aterrada, pero cuando se levantó de la butaca y volvió a acercarse a la
ventana como una autómata, Devany se obligó a tranquilizarse.

-¿Y mi hijo? –preguntó Narcissa en un lamento vacío. Devany siempre se sentía conmovida
cada vez que la Señora Malfoy llamaba a su hijo y deseaba explicarle que ella lo veía a
menudo y que se encontraba bien, pero sabía que eso sería una pérdida de tiempo.
Narcissa no la escuchaba, y si lo hacía, no entendía lo que ella le decía.

Suspirando, Devany decidió que era hora de tratar de acostar a la mujer, pero cuando se
acercaba a la ventana oyó un tremendo ruido que hizo temblar los cimientos del edificio.

-Ella –murmuró Narcissa, aferrándose con fuerza al alféizar de la ventana, pero


manteniendo el rostro inexpresivo. Devany, desconcertada y alerta, sacó su varita del
bolsillo de la bata de sanadora y se acercó corriendo a la puerta de la habitación. Las
cabezas de medimagos y enfermos asomaban por las demás puertas del pasillo, sin duda
todos despiertos por el descomunal sonido, todos confusos.

-¿Qué está ocurriendo? –preguntó Devany a Hickman, uno de los medimagos de guardia
que estaba dos puerta más allá.

-No lo sé –murmuró el hombre -¡Señor Wickand, quédese en la cama! –gritó y volvió a


internarse en la habitación, sin duda para impedir que el señor Wickand se calzara sus
babuchas y saliera cojeando a ver qué ocurría.

Devany miró a Narcissa, que continuaba aferrada a la ventana, ajena a todo, y decidió salir
a investigar. Cerró sigilosamente la puerta y caminó de puntillas hacia el fondo del pasillo.
Un par de personas la llamaron por su apellido, preguntándole si sabía lo que ocurría, pero
Devany no se paró a contestarles. Tenía un mal presentimiento. Llegó a las escaleras que
bajaban al siguiente piso y descendió corriendo los escalones hasta llegar al rellano. Lo
primero que vio fue un potente rayo de luz verde volando hacia ella. Se asustó tanto que
resbaló y cayó al suelo, librándose por los pelos de ser golpeada por la maldición mortal.
Aterrorizada, se arrodilló en un escalón y lanzó una mirada fugaz a la escena que se estaba
desarrollando en el pasillo. Había un grupo de hombres vestidos de negro y enmascarados.

Mortífagos. En San Mungo.

A lo largo del pasillo se libraba una encarnizada batalla entre el grupo de mortífagos y la
guardia de aurores permanente que había en el Hospital mágico. El anciano señor Benson
yacía en el suelo, con los brazos doblados en un ángulo antinatural y los ojos cerrados, y
Devany rezó con los ojos húmedos porque no hubiera muerto. Dos niños aterrorizados, se
refugiaban bajo una de las camillas que había por el pasillo, quemada y humeante por
algún hechizo. Un auror se desplomó cuando corría hacia las escaleras y Devany vio con
horror, como el hombre la dirigía una última mirada exánime antes de desplomarse
prácticamente a sus pies. Horrorizada, Devany trató de retroceder, pero los escalones
golpeaban en su espalda. Tenía que ponerse en pie si quería moverse. Debían evacuar a los
enfermos del segundo piso.

Tomando aire con fuerza, con el corazón bombeando violentamente sangre a su cuerpo, sin
pensar, Devany se puso en pie y echó a correr escalones arriba. Oyó el silbido de hechizos
cortando el viento cerca de ella, pero no se detuvo a pensar. Sólo corrió y corrió escaleras
arriba.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Hermione se despertó sobresaltada al escuchar unos golpes fuertes e insistentes en algún


lugar de la casa. Abrió los ojos bruscamente y a punto estuvo de caerse pues como de
costumbre, se hallaba arrinconada al borde de la cama, con el brazo de Draco por encima
de su cintura, evitando que se diera un porrazo. Chascó la lengua algo aturdida y trató de
quitárselo de encima cuando una nueva tandada de golpes se escuchó retumbando en las
paredes.

Draco se despertó esta vez, abrió apenas los ojos y miró a Hermione adormilado y
desconcertado. Sus ojos eran sólo dos rendijas grises y brillantes en la penumbra del
cuarto, y tenía el pelo rubio aplastado y revuelto. De no haber escuchado otra tandada de
golpes, Hermione se hubiera quedado atontada mirándolo.

-¿Qué coño pasa? –preguntó él con voz pastosa.

-No lo sé –murmuró Hermione, tratando de centrarse –creo que alguien está llamando a la
puerta.

Acto seguido, se escucharon pasos acelerados por el pasillo y después pisadas


descendiendo los escalones, sin duda, encaminadas al hall. Librándose al fin del brazo de
Draco, Hermione salió de la cama, cogió su varita y se calzó las zapatillas de dormir que su
abuela le había regalado las Navidades pasadas –zapatillas de las que Draco se burlaba
porque tenían el dibujo de una zanahoria -. Abrió la puerta y salió corriendo por el pasillo
hasta tomar las escaleras. Si alguien aporreaba la puerta a esas horas de la noche –miró el
reloj para comprobar que eran más de las dos de la madrugada –sólo podía significar que
había pasado algo grave. Asustada, voló por los tres pisos de escaleras que la separaban
del hall y encontró a Remus, Harry y Ron en el hall, hablando con un agitado Kingsley.

-¿Qué pasa? –preguntó agarrándose inconscientemente al pijama de Harry.

-San Mungo, los mortífagos están atacándolo –dijo Kingsley alterado –acabo de alertar al
Ministerio pero…

-¿Y Devany? –preguntó Ron lívido.

-Ha sido ella la que me ha avisado, se puso en contacto con su padre y él me lo comunicó.
Di la alerta en el Ministerio pero no hay muchos aurores disponibles, la mayoría están
repartidos por diversos puntos, necesitamos refuerzos. La Orden…

-Vamos –dijo Harry caminando hacia la puerta decidido.


-¿Qué demonios pasa aquí? –inquirió Draco bajando las escaleras, evidentemente molesto
por haber sido despertado a esas horas. Llevaba el pantalón negro de su pijama caído y
una camisa arrugada que no se había molestado en abrochar.

-Draco, están atacando San Mungo –le explicó Hermione acercándose a él angustiada.

-¿San M… ¡Mi madre¡Ella está allí! Tengo que…

-No puedes ir –Hermione le agarró por los hombros –el Ministerio está allí, te detendrán…

-¡Me importa un comino! –dijo él, soltándose del apretón de la chica para dirigirse a la
puerta bajo la que se encontraban Kingsley, Harry y Ron.

-Chico, tienes que quedarte aquí –dijo Kingsley con tono duro, no obstante, el brillo de la
compasión chispeaba en sus ojos –yo me encargaré de poner a salvo a tu madre si no la
han evacuado ya. Tonks está en el Ministerio, habilitando una zona exclusivamente para
eso.

-A estas alturas, los inútiles del Ministerio ya estarán muertos y posiblemente mi madre
también –replicó Draco fríamente. Se notaba que estaba furioso y aterrado, y no obstante,
su rostro era una máscara de impasibilidad.

-Aún así, tú y Remus tenéis que quedaros aquí. Sois prófugos de la justicia. Si queréis
hacer algo útil, avisad al resto de la Orden –replicó tajantemente el auror –ahora vámonos,
cada segundo cuenta.

Se dio media vuelta y sin darle oportunidad a Draco o a Remus de replicar, se perdió en la
oscuridad de la calle. Ron le siguió sin mirar atrás, pero Harry lanzó una mirada
comprensiva al licántropo y el mortífago antes de salir con ellos.

-Draco, por favor, hazle caso a Kingsley –le rogó Hermione, pero él no parecía ni verla. Se
había quedado mirando el punto por el que Shackelbolt había desaparecido como si fuera
una estatua de sal.

-Yo me encargo –le aseguró Remus, resignado, cuando Hermione se volvió hacia él
pidiéndole auxilio. La chica asintió, besó a Draco en la mejilla y se marchó corriendo,
cerrando la puerta de Grimmaudl Place tras ella.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Podía oír las palabras de su Señor flotando en su cabeza una y otra vez mientras hacía
señas al grupo de mortífagos para que le siguieran sigilosamente bajo la lluvia. Sabía
exactamente qué camino debían tomar y que embrujos protegían la entrada a cada uno de
los niveles que guardaban la prisión. La cárcel deMontisOccultus, como su propio nombre
indicaba, se hallaba situada en lo alto de una alta montaña de la isla de de Guemsey. La
prisión se situaba en el nivel superior, protegida por trece niveles amurallados, cada uno
con la puerta orientada hacia una dirección diferente. El funcionario de la prisión al que
habían capturado, hablaba de peligrosas criaturas vagando en cada nivel, preparadas para
atacar a cualquiera que se perdiera por el laberinto que se extendía entre una puerta y
otra. Los embrujos que protegían cada puerta eran tan poderosos que el funcionario había
asegurado que sólo podían ser abiertas desde dentro. Pero él sabía que eso no podía ser
cierto. Siempre había varias maneras de abrir una puerta.
o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Algunos funcionarios del Ministerio llamaban a aquello celda. Para Lucius no era más que
un inmundo agujero negro. Las paredes parecían embardunadas de brea, de un negro más
denso que la propia oscuridad, apenas iluminadas por dos diminutos y efímeros haces de
luz se colaban por un par de grietas en la pared muy de vez en cuando. La estancia
apestaba a humedad, humanidad y aire viciado. El suelo estaba húmedo por la lluvia que
caía copiosamente desde hacía unas horas y que se colaba por algún lugar indeterminado.
Hacía frío, siempre hacía frío, o al menos Lucius siempre se sentía congelado en ese
apestoso calabozo. Tal vez fuera por la calma antinatural que siempre llenaba ese lugar,
como si estuviera solo en esa jodida isla. No había visto a ningún ser humano, preso o
trabajador, en ese maldito lugar desde que lo habían trasladado de la cárcel de Azkaban.
¿Cuánto hacía de eso¿Semanas? Lucius diría que meses, pero al pasar la mayor parte de su
miserable tiempo en la más completa oscuridad, había perdido el concepto del tiempo, los
días y las noches. Había dejado de tratar de orientarse por las horas en las que la comida
aparecía mágicamente con un suave plaf en un rincón de la celda. Siempre en una bandeja
gris, siempre pan duro y cualquier otro tipo de alimento, posiblemente en deplorables
condiciones higiénicas. Pero también hacía tiempo que Lucius había perdido los escrúpulos.

Como también las esperanzas. Le habían llegado vagos rumores del mundo exterior, pero
sabía que Fudge había sido depuesto y que Scrimgeour le había sustituido. No en vano, el
nuevo ministro había ido a interrogarle poco después de conseguir el puesto para sacarle
toda la información posible sobre Voldemort y su gente. A Lucius no le gustaba Scrimgeour.
No era un idiota manipulable como Fudge y no hubiera podido comprarle ni con toda su
riqueza y poder de antaño. Lucius sabía que le vigilaba desde hacía años cada vez que iba
al Ministerio, del mismo modo que sabía que el ministro le detestaba. Tal vez eso tuviera
que ver con asqueroso hoyo donde le habían metido. Y Scrimgeour no iba a dejarle salir. Si
de él dependía, se pudriría en aquel lugar.

Una parte de Lucius ya se había hecho a la idea, la otra luchaba por no hundirse en
remolinos de evasión que le llevarían a la locura. Y fue precisamente esa parte la que le
hizo creer que se había vuelto definitivamente loco cuando le pareció vislumbrar una luz en
la oscuridad que se colaba entre los barrotes mágicos de su celda. Se frotó los ojos secos y
cegados por la ausencia de luz, pero volvió a ver el resplandor acercándose más y más a él.
Estaba tan cerca que a Lucius le dañaba los ojos, aunque sabía que realmente era una luz
poco más que insignificante. No obstante, no parpadeó aunque se le llenaron de lágrimas,
pues temía que la visión desapareciera si lo hacía.

Escuchó pasos, murmullos y una risotada de excitación salvaje que le resultó extrañamente
familiar. Entonces un chorro púrpura salió disparado del resplandor hacia Lucius. El
mortífago retrocedió y se apretó contra la pared tratando de esquivarlo, pero el potente
hechizo no le tocó, ni siquiera impactó con la pared cerca de él. Quedó atrapado en los
barrotes, recubriéndolos de la brillante luz púrpura hasta que el metal mágico empezó a
temblar y a retorcerse, derritiéndose para gotear espesamente sobre el suelo y formar un
charco plateado. Un pie pateó los últimos restos de los hierros que aún quedaban en su
sitio y la varita iluminada alumbró el esquelético y demacrado rostro de Lucius Malfoy.

-¿Se…Severus? –preguntó con la voz estrangulada después de tanto tiempo sin usarla,
mientras se esforzaba en distinguir el hombre que había frente a él, protegiéndose los ojos
de la luz con las manos.

-Lucius –le saludó el hombre con voz ronca y grave, sazonada con un toque burlesco.

-Merlín –gimió Lucius débilmente -¿eres realmente tú?


-Así es, Lucius –Snape se inclinó sobre el preso y Lucius pudo ver su piel cetrina a la luz de
la varita –he venido para sacarte de aquí.

-Bien –fue todo lo que dijo Lucius.

Capítulo 45:¿Traición?

Cuando Kingsley, Harry, Ron y Hermione –los tres últimos en pijama –se aparecieron en el
hall de hall de San Mungo, en lugar era un auténtico caos. Civiles corrían tropezando y
empujándose hacia la puerta que había tras los recién llegados, arrollando a los que
cojeaban o a los más pequeños en su huída desesperaba. Al fondo del pasillo se
escuchaban crueles carcajadas seguidas de destellos de colores que siempre hacían blanco
entre los indefensos enfermos.

Hermione se vio separada de inmediato de sus amigos, arrastrada por las personas que
intentaban alcanzar la salida. La golpearon con fuerza en un hombro y no pudo evitar ser
llevada por la marea de personas durante un par de metros. Oía la voz de Harry
llamándola, gritos de pánico y risas macabras. Aferrando su varita con fuerza, Hermione se
colocó de lado para ocupar el menor espacio posible y trató de caminar en dirección
contraria al río de enfermos que escapaban, aterrados. Logró avanzar un par de metros y
se puso de puntillas a tiempo de ver como un rayo de luz verde golpeaba a un hombre con
la cabeza envuelta en vendas, robándole la vida. Conmocionada, logró salir de la
marabunta llegando al extremo del pasillo donde Kingsley y Harry luchaban contra cuatro
mortífagos enmascarados. Ron en cambio, había sorteado a los combatientes y corría
escaleras arriba llamando a Devany a gritos.

-¡Relaskio! –lanzó un mortifago con un poderoso mandoble. Un rayo de luz anaranjada salió
directo hacia Kingsley.

-¡Salvio Hexia! –conjuró el auror y un escudo invisible se irguió con una película
transparente y acuosa frente a él, absorbiendo el hechizo del mortífago.

Otro chorro rojo fuego voló como una fecha hacia Harry, que logró esquivarlo lanzándose
hacia un lado. La maldición impactó contra la pared cercana a Hermione horadando el
hormigón y llenando el pasillo de esquirlas y polvo. Hermione se vio arrastrada por la onda
expansiva contra una camilla con ruedas que había junto a las escaleras. Irguiéndose
rápidamente, esquivó un Avada y apuntó a la camilla.

-¡Agachaos! –gritó y descargó su varita como si fuera una espada en dirección a la camilla -
¡Oppugno!

Con un chirrido, la camilla se elevó por los aires y salió volando hacia los mortífagos. Pasó
por encima de la cabeza de Harry, rozó una de las orejas de Kingsley, e impactó de lleno
contra tres magos tenebrosos estampándolos contra la pared. El cuarto mortífago, viéndose
superado en número, echó a correr hacia las escaleras pero un Petrificus Totallus de
Kingsley, lo hizo caer como una piedra sobre los peldaños. Rebotó rígidamente por los
escalones hasta quedar extendido al pie de las escaleras. Hermione lo saltó a la carrera
para subir al siguiente piso, seguida de Harry y el auror. Subió el primer tramo de
escaleras, voló sobre el rellano y tomó los últimos diez peldaños llegando a la primera
planta del edificio. Por el impulso de la carrera, Hermione irrumpió corriendo en el amplío
pasillo de la planta y un Desmaius perdido le hubiera dado de pleno en el pecho si una
mano no hubiera tirado de su camisa –la camisa de Draco en realidad –arrojándola al
suelo. Ahogando un gemido, Hermione cayó sobre el suelo brillante que despedía un fuerte
olor a desinfectante y miró al hombre que había a su lado. Era un señor de mediana edad,
con el pelo canoso y despeinado, redondos ojos marrones que a Hermione le resultaron
familiares, y un chándal acompañado de unas sandalias con calcetines.

-Muchacha¿has visto a Devy? –la interpeló el hombro, sujetándola por los hombros con
desesperación –mi hija trabaja aquí, no lo logró encontrarla.

Algún lugar de la mente de Hermione asoció sus palabras con la medimaga. Debía ser el
padre de Devany, pero si la memoria no le fallaba, el hombre era un squib. No podía usar
la magia para pelear, ni siquiera para defenderse.

-Acabo de llegar –dijo Hermione viendo por el rabillo del ojo como Harry pasaba corriendo a
su lado y volcaba una camilla, colocándola frente a ellos para protegerles de los hechizos y
maleficios que volaban en todas direcciones –pero seguro que su hija está bien. Yo iré a
buscarla, usted salga de aquí lo antes posible…

-No sin mi hija –dijo el hombre decidido. En ese momento, un hechizo golpeó la camilla,
abriendo un gran boquete en el centro, como si le hubieran arrojado algún ácido corrosivo.
Hermione comprendió que no disuadiría al padre de Devany y que no tenía tiempo para
intentarlo, así que decidió encargarse de protegerlo. Sujetando su varita con fuerza, se
asomó por encima de la camilla y lanzó un Everte Statumapuntando al primer mortífago
que vio. Volvió a agacharse para ocultarse tras la precaria protección que ofrecían los
restos de la camilla y miró al padre de Devany.

-Escúcheme bien, tenemos que salir de aquí –le dijo con seriedad –no se aparte de mi y
esté atento.

El hombre asintió sin decir palabra y Hermione le hizo señas para que la siguiera. Lanzando
una mirada fugaz al pasillo, corrió hacia una habitación con la puerta abierta que tenían a
la derecha. El squib la siguió en el momento en el que un Bombarda hacia añicos lo que
quedaba de camilla. Entró en la estancia vacía detrás de Hermione, con sus calcetines
blancos destellando tras las sandalias. Sin perder tiempo, Hermione se asomó a la puerta
para evaluar la situación. El pasillo estaba lleno de aurores y mortífagos, y algunos
enfermos que trataban de alcanzar la salida y o las escaleras al siguiente piso. Uno de ellos,
afectado sin duda por algún maleficio, se movía por el pasillo agitando los brazos en
círculos como si estuviera nadando, golpeando por igual a mortífagos y a aurores. No había
rastro de Ron, pero Kingsley y Harry se habían mezclado con los aurores de túnicas
plateadas y les hacían frente a los mortífagos.

-Devany no está en esta planta –murmuró la chica volviéndose hacia el señor Apeldty –lo
que significa que ha de estar en la segunda o más arriba. Trataré de llevarle sano y salvo
hasta las escaleras, tenga cuidado.

El Señor Apeldty asintió con una fregona que debía haber encontrado en el servicio de la
habitación en las manos. Preocupada, Hermione se preguntó si estaría haciendo lo correcto,
y sin pararse a pensarlo, salió de nuevo al pasillo.

-¡Incarcerus! –gritó sin dejar de correr hacia el grupo que batallaba. Unas gruesas sogas
blancas aparecieron de la nada y ataron a uno de los mortífagos, que cayó pesadamente al
suelo, inmovilizado -¡Lacarnum Inflamarae! –apuntó y una línea de llamas surgió del suelo
y prendió la túnica de un mortífago. En un primer momento, el mago oscuro no se percató
pero las llamas treparon con rapidez por su túnica hasta llegarle a la cintura. Lanzando un
alarido de dolor, el mago salió corriendo, chocándose con otro mortífago al que contagió de
fuego. No obstante, no se detuvo y siguió corriendo a toda velocidad hacia Hermione y el
Señor Apeldty. Ella alzó su varita pero antes de poder atacar al mortífago, el señor Apeldty
ya lo había derribado de un golpe seco con la fregona. Una vez en el suelo, el padre de
Devany se lió a fregonazos con el mortífago caído.

-¡Esto te enseñará a no molestar a mi hija, sarnoso! –gritaba el Señor Apeldty enfurecido,


descargando la fregona, que parecía un arma mortal en sus manos, sobre la espalda del
mortífago en llamas. Decidiendo que el padre de Devany no necesitaba ayuda, Hermione se
centró de nuevo en la pelea. Un chorro azul voló en su dirección, pero lo detuvo en seco
con un encantamiento escudo. Unos metros más allá, Kingsley luchaba solo contra tres
mortífagos, procurando no pisar los cuerpos inertes de dos aurores. Harry, había logrado
dejar fuera de combate a un mortífago y se enfrentaba a otro, ayudado por una anciana
que lanzaba orinales desde la puerta de su habitación, llamando a los mortífagos
"sinvergüenzas y alborotadores".

-¡Cruciatus!

-¡Carpe retractum! –gritó Hermione a la vez que se agachaba para esquivar la maldición.
Su hechizo lanzó por los aires al mortífago que la había atacado, que tiró al suelo a uno de
los que luchaba contra Kingsley, abriendo un hueco hasta las escaleras del segundo piso.

-¡Señor Apeldty! –le llamó Hermione. El squib seguía aporreando al pobre mortífago -
¡Sígame!

El hombre asintió gravemente con el rostro sudoroso por el esfuerzo de apalear al


mortífago, e irguiendo su fregona chamuscada como una lanza, echó a correr detrás de la
muchacha, derribando a todos cuantos se pusieron al alcance de su improvisada arma.

Hermione pisó la mano de unos de los mortífagos caídos que trataba de recuperar su varita
y saltó sobre los primeros peldaños de la escalera. El Señor Apeldty hundió la fregona en el
rostro del mago tenebroso y después comenzó a ascender tras la chica. A medida que
subían los escalones, Hermione podía escuchar gritos y explosiones en el piso superior. Lo
primero que vio al salir disparada al pasillo fue a un grupo de niños amontonados tras un
grupo de camillas que hacían las veces de barricada, llorando y temblando
desesperadamente cada vez que un hechizo golpeaba la barrera.

-¡Cave Inimicum! –gritó Hermione haciendo una floritura en el aire y un manto invisible
pareció caer sobre el grupo de niños, como una protección transparente que absorbía los
hechizos. Buscó con la mirada al mortífago que atacaba a los niños, pero el Señor Apeldty
se le había adelantado y corría hacia el hombre enarbolando su humeante fregona.

-¡Señor Apeldty! –chilló desesperada e alzó su varita para atacar al mortífago, pero antes
de empezar a murmurar el hechizo, supo que no le daría tiempo a frenar al mago
tenebroso -¡Desm…

-¡Petrificus Totallus! –gritó otra voz. Un cuerpo cayó al suelo petrificado, pero no era el del
Señor Apeldty, sino el del mortífago. Asombrada, Hermione vio a Ron apareciendo tras el
caído, con la varita firmemente sujeta en una mano y el pantalón de su pijama rojo y
demasiado corto, desgarrado en las rodillas.

-¡Ron! –exclamó Hermione corriendo hacia él -¿estás bien?

-¡Chico! –el Señor Apeldty ya había llegado junto al pelirrojo -¿Has visto a mi hija¡Se llama
Devany y…
Ron asintió silenciosamente, con el rostro arrugado en una mueca de dolor y apuntó una
habitación a su izquierda. El Señor Apeldty siguió la dirección del dedo de Ron y miró la
puerta entreabierta, paralizado por el miedo. Algo le había pasado a Devany.

-Ron¿qué… -murmuró Hermione mientras el padre de la chica arrojaba la fregona y corría


hacia la habitación, blanco como la tiza.

-Estaba evacuando a unos niños –dijo Ron con la voz estrangulada. Hermione se dio cuenta
de que tenía los ojos llenos de lágrimas y temblaba nerviosamente –cuando un mortífago la
atacó por la espalda…yo… no pude hacer nada…no llegué a tiempo…

Hermione abrió la boca, sin el valor suficiente para preguntarle si la muchacha estaba
muerta.

-¡Avada Kedavr…

-¡Everte Statum! –gritó una voz y el mortífago que estaba lanzando la maldición mortal
colisionó contra la pared más cercana, agrietando la pintura. Sobresaltada, Hermione vio a
Sean Fawcett corriendo hacia ellos con el rostro inexpresivo pero los ojos ardiendo de furia
-¡Este no es el mejor lugar para charlar!

Reaccionando, Hermione agarró a Ron por la muñeca y tiró de él para llevárselo a un lado
del pasillo, apartándolo de la línea de fuego. Empujó al pelirrojo dentro de la habitación
donde estaban Devany y el Señor Apeldty, y pudo ver fugazmente a la muchacha tendida
sobre una camilla, con el rostro oscurecido por el polvo de alguna explosión y una mano
pendiendo inerte por un costado de la cama. El Señor Apeldty la agitaba por los hombros,
sin duda tratando de hacerla despertar. Negándose a interiorizar lo que acababa de ver, se
volvió de nuevo hacia la batalla y rabiosamente, comenzó a lanzar maleficios codo con codo
con el profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.

-¿Qué hace usted aquí? –preguntó, esquivando un hechizo que pasó tan cerca de ella que
su melena se agitó.

-Soy auror y no andamos sobrados de personal precisamente –respondió él realizando un


complicado movimiento de varita en cuatro fases que envió una potente bola de luz violeta
a los mortífagos que había al fondo del pasillo, derribándolos.

En ese momento, se oyó un plop en un rincón del pasillo y los gemelos Weasley y Tonks
aparecieron.

-¡Montis Occultus! –gritó Tonks agachándose para salir de la trayectoria de una maldición -
¡Están atacandoMontis Occultus¡San Mungo es un señuelo!

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Remus abrió los ojos lentamente y miró hacia la puerta de las cocinas. Llevaba un buen
rato montando guardia en el hall para evitar que Draco Malfoy saliera de la casa y sabía
que tarde o temprano lo intentaría. En un primer momento, después de que Kingsley se
llevara a los tres muchachos, Malfoy le había enviado al cuerno cuando se negó a dejarle
salir de la mansión sin presentar pelea, y después había desaparecido escaleras arriba.
Remus había aprovechado la ocasión para conectarse a la Red Flu y alertar a los Weasley
del ataque al hospital mágico. También se había puesto en contacto con Bill y Fleur, Hestia
y Ojoloco. Posteriormente, había salido de nuevo al recibidor, convencido de que tarde o
temprano, Malfoy intentaría salir de la casa de nuevo. Estaba seguro de que la única salida
era la puerta de entrada, porque se había ocupado de embrujar la mansión para impedir la
huída en cuanto se había quedado a solas. Pero al verle, Malfoy se había limitado a mirarle
con odio y los ojos sanguinolentos, y había entrado en las cocinas cerrando de un portazo.

De eso había pasado al menos una hora. Remus tenía una idea aproximada de lo que el
muchacho estaba haciendo ahí dentro, pero por respeto a su dolor no intervino. Después de
todo sabía perfectamente lo que se sentía al tener que quedarse en la casa cuando todos
los demás salían a pelear y a arriesgar sus vidas, incluida la mujer a la que quería.
Además, la madre del chico estaba en San Mungo y no tenían ni idea de si estaba viva o
muerta.

Por eso, cuando la puerta de las cocinas se abrió y Draco apareció bajo su umbral, Remus
se limitó a mirarle con compasión, recostado contra la puerta de entrada -y salida –de la
mansión Black.

-Apártate de la puerta, Lupin –dijo Draco. Tenía los ojos inyectados en sangre y brillantes
como si momentos atrás hubieran estado llenos de lágrimas, teñidos de un gris casi
translucido. El pelo rubio estaba revuelto como si se hubiera tirado de él y los nudillos
estaban en carne viva, posiblemente debido a los golpes que Remus había escuchado.

-No puedo dejarte salir, Malfoy –respondió el licántropo serenamente.

-¿Sabes? No eres el único que muerde –le amenazó Draco, dando un paso tambaleante
hacia él. Se apoyó contra la pared mascullando un taco, sin lugar a dudas mareado, y la
camisa negra sin abrochar que llevaba se abrió aún más, mostrando las cicatrices de su
pecho.

-Los aurores te buscan desde hace meses y San Mungo está plagado de ellos, ir allí sería
como personarse en el Ministerio. No durarías ni cinco minutos antes de ser detenido o algo
peor.

-Me da igual –replicó Draco con tono desgarrado y a la vez infantil. Se irguió de nuevo, y
dio un par de pasos hacia la puerta, enfocando a Remus con dificultad –yo no soy un
cobarde y no pienso quedarme aquí como un perro dócil –le espetó con desprecio. Aún
desde la distancia, a Remus le llegó al olor a whisky de fuego de su aliento - Mi madre y
Hermione están allí.

-También Tonks lo está –repuso Remus, sereno y triste –pero tenemos que quedarnos
aquí. No podemos comprometer a la Orden, es algo que aceptamos cuando nos unimos a
ella.

Sintió una punzada de dolor en el pecho porque esas mismas palabras se las había dicho
innumerables veces a Sirius cuando vivía y se pasaba los días encerrado en la Mansión,
reducido al papel de esperar y esperar. A pesar de las diferencias físicas, por unos
instantes, a Remus le pareció ver los orgullosos rasgos de su amigo muerto en las facciones
del muchacho.

-Por mí, la Orden y tú podéis iros a la puta mierda –anunció Draco con sentimiento,
deteniéndose frente al licántropo –y ahora vas a apartarte y dejarme salir, o tendré que
quitarte de en medio yo mismo.
-No puedo permitir que salgas –repuso Remus lentamente –y Hermione quiere que te
quedes aquí.

-¿Hermione? –se mofó Draco con los ojos húmedos –Me importa un bledo lo que ella
quiera. Me prometió que no se separaría de mí y se ha largado. Voy a ir a San Mungo, así
que hazte a un lado.

-No.

-Tú lo has querido –Draco se encogió de hombros, cerró la mano en puño y lanzó un golpe
apuntando a la barbilla del hombre lobo. Afortunadamente, su puntería estaba entorpecida
por el alcohol y Remus se apartó sin dificultad de la trayectoria del puño del chico, que
golpeó el aire. Draco se desequilibró por el golpe errado y cayó pesadamente contra la
puerta de entrada. Furioso y aturdido por el alcohol, se giró de nuevo hacia el licántropo y
lo miró con odio.

Tomó impulso y se arrojó sobre él para darle un puñetazo. Remus tan sólo tuvo que ladear
la cabeza para evitar el golpe pero Draco cayó sobre él por el impulso tomado. El hombre
lobo retrocedió un par de pasos hasta que logró estabilizarse y sujetó con fuerza al
muchacho para evitar que se escurriera y cayera al suelo. Se tensó, preparado para
esquivar otro golpe, pero Draco se quedó inmóvil, atrapado en esa especie de abrazo, con
sus brazos apoyados sobre los hombros del licántropo y las manos laxas. Derrotado.

Remus aflojó el apretón cuando lo sintió temblar frenéticamente y comprendió incómodo,


que el chico estaba llorando. Draco hundió el rostro en su propio brazo, sobre el hombro
izquierdo de su antiguo profesor, y rompió a llorar. Su pecho se agitaba convulsivamente y
de vez en cuando aspiraba desesperadas bocanadas de aire, como si se quedara sin
respiración. Remus le dio suaves y rítmicas palmaditas en la espalda, recordando escenas
similares sucedidas tiempo atrás con Sirius. Y de algún modo, esa noche sintió que Sirius
Black volvía a estar en su casa.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Una calma sepulcral se había apoderado de San Mungo. El hospital había quedado
seriamente dañado, las tres primeras plantas semiderruidas, las paredes agujeradas por
hechizos perdidos, los suelos cubiertos de astillas, polvo, pedazos metálicos de camillas y
cuerpos. Un reducido grupo de aurores ayudaba al personal de hospital y a todos aquellos
magos que habían acudido a colaborar al oír la noticia del ataque, a recoger a los heridos y
a los caídos. Alguien había hecho un montón con los cuerpos de los mortífagos muertos al
que nadie prestaba atención. Los supervivientes trabajaban en silencio, tratando de
acomodar a los heridos y enfermos en las habitaciones que habían sido menos dañadas. De
vez en cuando, desde la sala de espera, se organizaban grupos de enfermos que eran
trasladados a un hospital Saint Kevin en Gales.

Hermione caminaba silenciosamente por los corredores, acompañada por los gemelos,
buscando supervivientes entre los escombros. Harry se había quedado con Ron, en la
habitación de Devany, la cual iba a ser próximamente trasladada a Galés, herida pero
estable. Antes de ser atacada, la joven medimaga había conseguido evacuar a un grupo de
enfermos al ministerio, entre los que se encontraba Narcissa Black y los Longbottom.
Hestia Jones le había asegurado a Hermione que la madre de Draco se encontraba en
perfectas condiciones, pues ella había estado en el Ministerio, recibiendo a los evacuados.

No obstante, Hermione sentía una profunda opresión en el pecho que apenas le dejaba
respirar. En el ambiente flotaba el luto, la pérdida y la desesperación. A esas alturas, ya
todos sabían que el ataque a San Mungo había sido una mera distracción, una manera de
dirigir la atención del Ministerio y la población mágica mientras la verdadera batalla había
tenido lugar en Montis Occultus. De vez en cuando, llegaban a San Mungo aurores que
trasmitían noticias a Kingsley y a Tonks, todas ellas aciagas. Una veintena de mortífagos
habían quedado atrapados en los laberintos y diversas trampas que protegían la prisión,
pero un grupo había llegado hasta el último nivel y había liberado a todos los presos, ya
fueran mortífagos, hombres lobo o simplemente delincuentes. Dada la obsesión de
Scrimgeour con la protección de la prisión, a pesar de las medidas de seguridad impuestas
había designado a gran parte de la elite de los aurores al lugar. Las noticias hablaban de
masacre y de la presencia del mismo Voldemort en la cárcel. Aún no se conocían los
nombres de todos los mortífagos que habían logrado escapar, pero de algún modo,
Hermione presentía que Lucius Malfoy lo había hecho. Oyó el nombre de Snape en los
labios de Sean Fawcett –el cual había abandonado con celeridad San Mungo para ayudar en
Montis Occultus –y llegó a la conclusión de que el mortífago había estado en el ataque a la
prisión. Estaba demasiado aturdida y afectada por todo lo ocurrido esa fatídica noche para
profundizar en el asunto, pero una parte de ella pensaba que si Snape hubiera estado
realmente de su lado, hubiera tratado de avisarles del ataque a la prisión para que
pudieran impedirlo. Vagamente, se preguntó qué pensaría Harry al respecto, pero su mente
funcionaba lentamente, como si estuviera sedada, así que no dio más vueltas al tema.

Buscó heridos como una autómata en cada habitación del hospital, durante horas, perdida
ya toda noción temporal. De vez en cuando escuchaba a gente hablar a su alrededor, pero
no era consciente de lo que decían. Por eso, se llevó una gran sorpresa cuando se dio
cuenta de que ya había amanecido. Alguien le puso una mano en el hombro, y volviéndose,
Hermione vio a la Señora Weasley con los ojos llenos de lágrimas. La mujer la abrazó y
Hermione sintió su calidez, horadando la capa de extenuación emocional y shock
traumático en la que parecía hallarse inmersa. Sabía que Molly le estaba hablando en tono
maternal y cariñoso, pero Hermione no era capaz de entender lo que decía, sólo oía
palabras sueltas. Cuando la mujer la soltó, Hermione vio a Harry, abatido, con el rostro
manchado de polvo y surcado de estelas limpias allí por donde las lágrimas habían caído.
Murmuró algo sobre volver a casa y a Hermione asintió, aún atontada.

-Ron –murmuró, buscando al pelirrojo con la mirada.

-Se ha ido al hospital de Saint Kevin con Devany y el Señor Apeldty –dijo Harry que estaba
junto a la Señora Weasley–aquí ya no hay nada que podamos hacer.

Hermione no dijo nada y tomando la mano que el moreno le tendía, ambos desaparecieron.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Harry y Hermione se encontraron a su antiguo profesor dormido en el último peldaño de las


escaleras que daban al hall de Grimmauld Place. Tenía la cabeza apoyada contra la pared,
la boca levemente entreabierta y expresión atormentada. Dio un respingo y abrió los ojos
sobresaltado cuando la puerta de la mansión se cerró, y miró a todas partes, alerta, hasta
que encontró a los chicos.

-¡Harry!¡Hermione! –se puso en pie rápidamente y se acercó a ellos -¿estáis bien?¿Qué ha


pasado?

Hermione dejó que fuera Harry el que le explicara lo sucedido al licántropo, y


silenciosamente, comenzó a subir las escaleras en busca de Draco. Lo encontró en su
habitación, tirado en la cama, bocabajo, con el rostro ladeado sobre la almohada y un
brazo colgando hacia la alfombra. Un profundo olor a alcohol llegó hasta a Hermione
mientras cerraba la puerta de la habitación y se aproximaba silenciosamente a él. Las luces
del alba se colaban entre los pesados cortinajes permitiéndole vislumbrar el perfil del
muchacho. Tenía los ojos cerrados pero Hermione podía percibir los párpados hinchados y
las manchas grisáceas que había bajo ellos. Aún conservaba sus lustrosos zapatos negros
puestos, como si se hubiera caído en la cama y dormido instantáneamente. Hermione lo
descalzó con cariño y después le apartó un par de mechones rubios del rostro dormido.
Finalmente, demasiado cansada para ducharse, se encogió en el espacio de la cama que
Draco no ocupaba, con el cuerpo orientado hacia él y la frente apoyada en su espalda, y se
quedó dormida rápidamente, tan extenuada que no tuvo tiempo de pensar en los horrores
que había presenciado horas atrás.

Sumida en sus pesados sueños, Hermione sintió una presión dolorosa en las muñecas y
cómo alguien le subía las manos por encima de la cabeza. Se removió, incómoda y aún
dormida, cuando alguien le mordió el labio inferior, hundiendo los dientes en él. Una mano
ávida bajó por su cuerpo, apretando y tocando, tomando a placer, y una boca se apretó
contra la suya rudamente. Semidormida, aún sin abrir los ojos, Hermione reconocía su
tacto, su manera de tocarla, la dureza de sus labios. Inconscientemente abrió la boca y una
lengua se introdujo violentamente en ella, buscando la suya con urgencia. La encontró,
lamió y atacó, devastándola, revolviendo algo en las entrañas de Hermione.

-¿Y mi madre? –preguntó él contra su boca, lamiéndole los labios.

-Está bien –logró articular Hermione antes de que volviera a besarla.

Trató de tocarle, pero él le sujetaba las manos con la suya, ejerciendo una presión
constante y dolorosa. Las aplastaba con su cuerpo impidiéndole cualquier movimiento más
allá de los de la lengua en su boca. La dominaba, la tocaba sin que ella pudiera
retribuírselo. Y justo en el momento en que Hermione suspiró en su boca, rendida, él se
apartó. La soltó y salió de la cama, dejándola aturdida y mareada. Desconcertada,
Hermione abrió los ojos y vio la silueta alta y alargada de Draco recortándose contra la
brillante luz que entraba por la ventana. Vio sus ojos grises, inexpresivos y tormentosos
fijos en ella, tan fríos, tan gélidos y enrojecidos, que Hermione se estremeció levemente.

-No vuelvas a largarte sin mí –le ordenó con un tono autoritariamente aterrador. Hermione
se incorporó, demasiado abrumada para responder, y le miró. Titubeó unos instantes,
librando una silenciosa lucha interior. ¿Debía darle la noticia de la fuga en masa de los
mortífagos de Montis Occultus¿Debía decirle que su padre había escapado aunque aún no
estuviera totalmente segura?

-Draco –murmuró –tenemos que hablar de algo. Será mejor que te sientes.

Él se mantuvo inexpresivo, pero se sentó en una butaca tapizada de terciopelo verde


botella. Hermione abrazó sus rodillas, reuniendo fuerzas para hablar, con los ojos fijos en
los dedos de sus pies.

-El ataque a San Mungo era sólo una trampa, una manera de distraernos de lo
verdaderamente importante. Mientras un grupo de mortífagos atacaba el hospital, otro
entró en Montis Occultus y liberó a casi todos los presos –alzó los ojos hacia Draco que
estaba pálido pero impasible –todavía no sabemos con exactitud quienes han huido pero…
es bastante probable que tu padre sea uno de ellos.

La noticia pareció obrar un efecto extraño en Draco. De repente había cuadrado los
hombros, sentado rígidamente en la silla, con el porte típico de los Malfoy y el rostro afilado
y duro. La miró con una frialdad y una falta de sentimientos tal, que a Hermione le recordó
al Draco Malfoy que la llamaba sangre sucia cada vez que se la cruzaba por uno de los
pasillos del colegio.

-Déjame solo –dijo secamente, como si ella fuera un molesto elfo doméstico y él su señor.
Hermione salió de la cama tratando de mostrarse comprensiva y no sentirse dolida. Él
estaba afectado por la noticia y era normal que quisiera estar solo para asimilar lo
sucedido. Le daría tiempo, esperaría a que quisiera compartir lo que sentía con ella. Se
acercó a él, con intención de besarle levemente y desaparecer, pero Draco giró el rostro
hacia la ventana y se comportó como si ella no estuviera allí.

Hermione apretó los labios dándose por enterada y salió de la habitación, cerrando la
puerta tal vez demasiado fuerte.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

El agua caía cálida y purificadora sobre la espalda y el rostro de Hermione. Sentada en el


suelo de la bañera, las gotas se mezclaban con sus lágrimas. No estaba segura de si
llevaba diez minutos o una hora encerrada en el baño pero no le importaba demasiado. Se
sentía totalmente desolada. Su pecho acumulaba y contenía tantas sensaciones diferentes
que apenas podía respirar. Se sentía hueca y vacía, como aquella ocasión en la que los
dementores irrumpieron en el Expreso. Imágenes de lo sucedido se repetían en su mente
como si estuviera viendo una película. Hechizos, explosiones, gritos, muertes, heridos. Y al
final, la última imagen de cada secuencia, la ocupaba el rostro duro e inexpresivo de Draco,
que la miraba como si de repente fueran extraños.

Entonces escuchó unos golpes en la puerta y volvió su mirada hacia allí.

-La Orden está aquí, tenemos reunión –le gritó la voz de Harry desde el otro lado de la hoja
de madera.

-Ahora salgo –musitó ella, en voz tan baja que posiblemente Harry no la escuchó. Fuera
como fuera, el muchacho no volvió a llamar a la puerta y Hermione salió de de la bañera
lentamente. Se secó, se vistió y se frotó el pelo con una toalla para quitarle la humedad,
pero no se molestó en peinarse. Salió al pasillo y pasó por delante de la habitación de
Draco que seguía herméticamente cerrada. Sintiendo un peso mudo en el corazón,
Hermione bajó las escaleras para llegar a la cocina donde se hallaba reunida la Orden. Ron
y Devany no estaban entre los presentes, pero el resto de la Orden se encontraba allí,
reunida a la mesa. Hermione les saludó con un movimiento de cabeza y tomó asiento junto
a Harry.

-Scrimgeour no durara mucho –estaba diciendo Kingsley –en esos momentos en


Wizengamont se encuentra reunido para formalizar su deposición y nombrar un nuevo
sustituto para el cargo.

-Que sin duda será Marsden –dijo Tonks con desprecio –mañana a estas horas ya será
Ministro oficialmente.

-Ese hijo de mala bludger –masculló Ojoloco –si Scrimgeour es un imbécil esperad a
conocer a éste.

-Pero… ¿no hay otros candidatos? –preguntó Molly.


-En tiempos de guerra, el Wizengamont es el encargado de decidir quién sustituirá al
Ministro depuesto, dimitido o muerto –explicó Kinsgley –y la mayor parte de sus miembros
son amigos de Marsden. Son un montón de antiguallas con ideologías conservadoras que
han estado de acuerdo con todas las medidas propuestas por Marsden. Ahora que casi
todos los presos se han fugado de Montis Occultus están nerviosos y asustados, necesitan
un líder con carisma que impida que cunda el pánico y sin duda consideran a Marsden el
más adecuado.

-¿Qué va a pasar con Montis Occultus?¿Y con San Mungo? –preguntó George.

-Los pocos detenidos que conservamos o que atrapamos en los ataques de anoche han sido
trasladados provisionalmente a unas de las cárceles habilitadas para los licántropos
mientras se reconstruye la prisión de Montis Occultus. A pesar de haber demostrado no ser
inexpugnable, por el momento es el lugar más seguro que tenemos.

-Pues si eso es seguro… -masculló Fred por lo bajo.

-¿Ya se sabe qué mortífagos han escapado? –preguntó Hermione débilmente. Kingsley la
miró con comprensión.

-Todos los que capturamos en Hogwarts, en distintas incursiones y en el Ministerio, hace


dos años. Dolohov, Rookwood, Malfoy, Goyle, Crabbe, Nott…

Hermione asintió en silencio. Ya tenía la respuesta que había buscado, que había presentido
desde el principio.

-En cuanto a San Mungo –intervino Tonks –hoy mismo han comenzado las obras para
reconstruir y reparar el hospital y devolver allí a los enfermos.

-¿Cómo está Devany? –inquirió George.

-Ron ha escrito –explicó Arthur –dice que se pondrá bien pronto. Seguramente él regresará
a Londres esta noche.

-¿Y qué hay de Snape? –preguntó Fleur, apoyada contra una de las encimeras de la cocina
-¿No estaba en el ataque a Montis Occultus?

-Sí.

-¿Eso significa que es un tgaidog?

Todos miraron a Harry esperando que él emitiera una sentencia. Estaba claro que cada
miembro de la Orden ya había tomado una decisión respecto a las verdaderas lealtades de
Severus Snape, pero puesto que era Harry el que le había dado un voto de confianza,
esperaban su opinión.

-No lo sé –reconoció el muchacho, cansado. Harry se sentía culpable y abrumado. Cada día
que pasaba el número de muertes aumentaba y no podía evitar sentirse responsable de
ellas. Había encomendado la misión de destruir el último horrocrux a alguien que podría
salvarles o venderles. El futuro de la población mágica estaba en manos de alguien que en
quien no sabía si podía confiar.
-Que haya formado parte del grupo que atacó Montis Occultus no tiene por qué significar
que no cumplirá con su palabra –dijo Remus, posando una mano en el hombro de Harry
alentadoramente –después de todo, tiene que hacer creer a Voldemort que está de su
lado¿no?

-Sí, pero¿por qué no nos avisó? –cuestionó Bill –se las apañó para avisarnos del ataque a
Azkaban y a Hogwarts. Anoche se produjeron dos de los ataques más graves desde que la
guerra comenzó, si nos hubiera alertado podríamos haber salvado muchas vidas…

-Tal vez el riesgo fuera demasiado grande –sugirió Hestia, pero a nadie parecía convencerle
demasiado esa opción.

-Sea un traidor o no, no hay nada que podamos hacer al respecto –murmuró Hermione.

-Pero si lo es, le he dado información que le será útil a Voldemort –masculló Harry
llevándose las manos a la frente, arrepentido.

-El tiempo lo dirá –dijo la Señora Weasley sabiamente.

Cuando la reunión de la Orden del Fénix se disolvió, Remus preparó algo de comer para él y
los muchachos. Harry apenas probó bocado y Hermione se limitó a jugar con la comida,
removiendo las espinacas con desidia de un lado a otro por el plato.

-¿Y Malfoy? –preguntó Remus.

-No creo que baje a comer –respondió Hermione, clavando la vista en las espinacas. Y
aunque miraba fijamente los vegetales, sabía perfectamente que Remus y Harry la habían
mirado para después intercambiar una mirada de compresión. No obstante, agradeció que
no le hicieran más preguntas.

Después de un rato, cansada de fingir que comía, Hermione se retiró de la cocina, dejando
a su amigo y al hombre lobo comentando la nueva edición de El Profeta a media voz. Subió
las escaleras pesadamente y se detuvo frente a la puerta cerrada de la habitación de
Draco, debatiéndose entre dos opciones. Sabía que a Draco no le apetecía verla y Hermione
quería darle su espacio porque comprendía que deseara estar solo, pero por otro lado, se
moría de ganas de ver cómo estaba, de abrazarle y tratar de ofrecerle consuelo.
Suspirando, Hermione dejó caer los hombros y se marchó a su habitación, decidida a darle
más tiempo.

Una parte de ella se sentía inquieta respecto a la reacción que Draco podía tener si ella
entraba en la habitación. Desconocía que sentía Draco exactamente acerca de la fuga de su
padre de la cárcel, pero intuía que era un tema muy delicado y profundo. Lucius estaba
ahora en el bando de los mortífagos, Draco en la Orden del Fénix. En ejércitos contrarios de
una misma batalla.

El padre de Draco había dejado de estar al margen, ahora era un peón más en el tablero.

Capítulo 46: Castigo y perdón

Pero Draco no fue a buscarla en toda la tarde, ni dio señales de vida. Hermione, se
asomaba de tanto en tanto al pasillo para comprobar que la puerta de la habitación de
Draco continuaba cerrada, y regresaba a su propio cuarto, desanimada y deprimida. Tenía
una sensación opresiva en el pecho de la que no era capaz de librarse. Y no obstante,
esperó pacientemente hasta la hora de cenar.

Después de que Harry, Remus y ella mantuvieran una silenciosa cena, y en vista de que
Draco no parecía tener intención de bajar, Hermione le preparó algo de comer cuando se
quedó a solas. Lo colocó sobre una bandeja de plata con el emblema de los Black y lo subió
cuidadosamente hasta el tercer piso de escaleras.

Con el corazón encogido, se plantó frente a la puerta de Draco y llamó suavemente con los
nudillos. Esperó unos segundos, pero no obtuvo respuesta.

-Draco –le llamó, golpeando de nuevo la puerta –Si no quieres hablar, no te molestaré.
Sólo te he traído algo de cena.

Al otro lado de la puerta, Draco se arrastró fuera la cama y cayó pesadamente sobre la
alfombra de Aubusson con un golpe seco. No le importó demasiado, había bebido suficiente
alcohol como para que le doliera. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, se aferró a uno de
los postes de madera labrada de su cama con doseles y se levantó, mareado. Aguardó unos
instantes hasta que la habitación dejó de dar vueltas alrededor de él y caminó hacia la
puerta tambaleándose. Apoyó la frente en ella y cerró los ojos. Pero no abrió.

-¿Draco? –repitió la voz de Hermione -¿Estás ahí?

Draco colocó las manos sobre la hoja de madera, como si así pudiera absorber las
vibraciones de la voz de Hermione, y esperó, apretando más los párpados. Durante unos
largos segundos ella no habló, él no se movió, esperando, aguardando ambos.

-Está bien –murmuró Hermione con tristeza y bajó los hombros después de un par de
minutos–dejaré la bandeja aquí fuera por si cambias de opinión.

Y Draco pudo escuchar los leves pasos de Hermione sobre la crujiente madera y la puerta
de su habitación cerrándose, como una barrera más interpuesta entre ellos. Sintiendo que
algo en su interior se moría un poco.

Furioso consigo mismo, con ella, con el mundo, Draco se apartó de la puerta y pateó la
butaca tapizada de chintz que había justo a su cama, volcándola sobre la alfombra. Sentía
el impulso de destrozarlo todo, de volver astillas la madera, espuma el colchón,
desgarrones las cortinas, piedra su corazón. Le dio un puñetazo a uno de los postes de la
cama, posiblemente fracturándose un par de dedos y soltó una maldición. Sentía un fuerte
dolor, pero ni eso era suficiente para distraerle por un segundo del caos que pacía en su
interior, dejándolo todo del revés, en ruinas. Desolado, se dejó caer sobre el colchón
cubierto por una maraña de mantas y sábanas y hundió el rostro en la almohada, como si
así pudiera dejar de oír sus pensamientos.

Se sentía miserable por haberla apartado así de su lado, pero al mismo tiempo se sentía
incapaz de verla. Y la considerable cantidad de alcohol que había ingerido de su kit de
emergencia –consistente en una botella de whisky medio vacía y fácilmente rellenable
oculta al fondo del armario –no le había hecho ver las cosas desde otra perspectiva. Sentía
que la situación le superaba y Draco se refugiaba en la bebida para tratar inútilmente de
olvidar quien era él, quien era ella. Y por qué eso era tan importante.
Durante todo ese tiempo, desde que huyera del Señor Oscuro, Draco se había sentido un
naufrago en tierra de nadie, formando parte de dos mundos pero sin pertenecer realmente
a ninguno.

Pero ahora su apellido, su familia, su pasado habían regresado a buscarle. Su padre había
salido de la cárcel, liberado por los mortífagos y el Lord Tenebroso. Y Draco tenía la
seguridad de que ahora estaría con ellos, atrapado en ese bando, lo quisiera o no.

No podía evitar torturarse con preguntas dolorosas que no le llevaban a nada claro. A esas
alturas, su padre ya debería saber lo que le había sucedido a su esposa, ya debía estar
enterado de que Bellatrix la había torturado hasta la locura para averiguar el paradero de
su hijo. El miserable de su hijo que había huido como un perro apaleado del bando oscuro,
incapaz de cumplir una misión. Llamado para ocupar su lugar pero fracasado
estrepitosamente en el intento de reemplazarle. Una decepción como mortífago.

Lucius había educado a Draco para que siguiera sus pasos, le había marcado unas
directrices, desde una disciplina férrea con exigentes expectativas. Lucius siempre había
sido su ejemplo a seguir, su modelo, le había enseñado todo por lo que se había regido, le
había criado para ser ambicioso, para valerse de su astucia como medio para alcanzar el
poder, para comportarse con la altivez con la que se debía tratar a aquellos que les eran
inferiores. Durante todos los años precedentes, Draco había intentado estar a la altura de
las expectativas que su padre tenía para él, y había sido duramente castigado cuando lo
había decepcionado. La fascinación que Draco sentía por su padre era sólo equiparable al
temor que le provocaba. Lo había educado en los ideales elitistas de la sangre pura y el
poder, para algún día ocupar su lugar. Pero Draco no había podido salirse más de la senda
que él le había marcado desde que lo encarcelaran. Al principio lo había intentado, se había
esforzado por ocupar su lugar, por recuperar el buen nombre de los Malfoy entre los
seguidores del Lord Tenebroso. Se había desesperado intentando lograr que su padre
estuviera orgulloso de él, pero había fracasado estrepitosamente. Se había salido del
camino, había escapado, se había refugiado en la casa de Potter, unido a la Orden del Fénix
y enamorado de una sangre sucia.

Y ahora que su padre había vuelto a "aparecer" en su vida, Draco sentía miedo,
culpabilidad y vergüenza. ¿Le culparía a él del estado de su madre¿Le culparía por huir, por
no estar a su altura como servidor del Señor Oscuro¿Le despreciaría por haberse
enamorado de una sangre sucia¿Por haber entrado a formar parte de la Orden del Fénix?

Tenía miedo de que su padre le odiara y le despreciara. Sabía que él no aceptaría a


Hermione porque representaba todo lo que le había enseñado a odiar. Y por si fuera poco,
no era una sangre sucia cualquiera, era la sangre sucia que siempre quedaba por delante
de él en las clases, para profunda humillación de su padre. Además estaba viviendo en casa
de Harry Potter, por quien, indirectamente, había acabado en la cárcel. Unido a la Orden
del Fénix que había ayudado a atraparle. Le había traicionado en todos los sentidos posibles
y estaba acojonado ante la reacción de su padre al recibir toda esa información junta.

Al mismo tiempo, le aterrorizaba la idea de que el Lord Tenebroso hiciera pagar a su padre
las faltas que él había cometido. El Señor Oscuro no conocía la piedad. Había castigado a
Lucius por un fallo, por un único fallo, sacrificando a su hijo. Bellatrix había enloquecido a
su propia hermana por lealtad –o locura –hacia su señor. Y ahora su padre estaba con
ellos, obligado implícitamente a matarle a él y a Hermione. Porque eran sus enemigos.
Porque eran su vergüenza y su castigo.

Porque para los mortífagos, ambas sangres no debían mezclarse.


Por mucho que para el sangre pura Draco Malfoy, una sangre sucia fuera todo lo que tenía
y quería.

o0o0o0o0o0o0o0o

Hestia cerró la pequeña cancilla del jardín y se adentró por el sendero de grava rodeado de
rosales que daba a la puerta de su pequeña casita en las afueras de Londres. Miró
precavidamente a su alrededor y comprobando que la tele del Señor Elfman seguía
sonando varios decibelios por encima de lo normal y que la Señora Whittemore ya había
sacado la basura, extrajo su varita mágica del bolsillo de su pesado chaquetón y
murmurando unas palabras, apuntó a la puerta de su casa con ella. Se oyó un amortiguado
"crick" y Hestia empujó la puerta con suavidad. El acogedor aroma de su casa y la tibia luz
de la lámpara que había dejado encendida junto a su sillón de leer, la tranquilizaron de
inmediato. Desde que estaban en guerra había tomado la costumbre de dejar siempre una
luz encendida para no entrar en casa a oscuras. Realmente no era una gran medida de
seguridad, pero a ella le reconfortaba. Se quitó los zapatos de tacón bajón dando un par de
patadas al aire y se calzó sus zapatillas de andar por casa mientras encendía el tocadiscos
y Frank Sinatra comenzaba a caldear la instancia con su voz. Ese había sido un día largo y
cansado con todos los cambios que Marsden pretendía realizar en el Ministerio, y a Hestia
únicamente le apetecía sentarse en el sillón a leer un rato con una taza de humeante
chocolate caliente en las manos para después irse a dormir.

Pero cuando avanzó hacia la cocina, se dio cuenta de que había algo diferente en el salón.
En un primer momento no supo identificar de qué se trataba pero después se dio cuenta de
que le había sucedido algo extraño a la foto enmarcada que había bajo la lámpara. En ella,
la última vez que la había mirado, salía Hestia mostrando orgullosa el contrato que había
firmado en el Ministerio cuando entró a trabajar allí, años atrás. Pero ahora, en el lugar en
el que debería estar el rostro de Hestia sólo había una mancha negra y borrosa, como si
alguien hubiera quemado ese fragmento de fotografía de modo que su cuerpo continuaba
moviéndose para mostrar el diploma en una retorcida pantomima de un decapitado
viviente. Hestia se puso en tensión de inmediato con la lacerante sensación de que no
estaba sola en la casa. Miró hacia el aparador donde había posado la varita junto con sus
zapatos y se maldijo por su estupidez. Sólo la separaban unos cinco metros de ella, pero de
algún modo, Hestia ya sabía que no llegaría a coger su varita. En lugar de moverse,
escudriñó las sombras sobre las que la tenue luz de la lámpara no lograba penetrar y le
pareció percibir un movimiento. Segundos después, una figura negra se colocó en el radio
de luz permitiendo a la funcionaria del Ministerio reconocerla.

-Bellatrix Black–murmuró sin aliento, abriendo los ojos desmesuradamente.

-La misma, querida –respondió la mortífaga con un tono tan dulce que ella misma encontró
gracioso y rompió a reír histéricamente. Hestia lanzó una mirada fugaz a su varita, pero
otro movimiento tras Bellatrix llamó su atención. Había una segunda persona en el salón, si
no más.

-¿Qué es lo que quieres? –preguntó la aurora con una tranquilidad que en absoluto sentía.

-Tengo unas cuantas preguntas que hacerte. ¿Tendrías la amabilidad de sentarte? –y sin
esperar respuesta, Bellatrix apuntó con su varita a Hestia. Tras un estallido de luz azulada,
Hestia salió disparada contra el sillón con un sonido sordo. La mujer ahogó un gemido y
trató de moverse, pero antes de poder hacerlo, Bellatrix ya había agitado su varita y una
serie de cuerdas blancas empezaron a rodearla y atarla al sillón hasta que lo único que
podía mover eran los dedos de los pies y la cabeza.
-Bien –Bellatrix soltó una risotada y se relamió los labios –Vamos a jugar un poco.

Se acercó al sillón donde Hestia estaba atrapada y se sentó en el apoyabrazos, cruzando


las piernas juguetonamente. Con uno de sus finos dedos rematados en uñas largas y
puntiagudas, Bellatrix jugueteó con el pelo de la mujer, sonriendo macabramente.

-Yo te haré unas preguntas y tú me responderás sinceramente –pasó una de sus uñas por
las sonrojadas mejillas de la mujer –o tendré que hacerte daño –puso una mueca de fingida
tristeza –y no queremos que eso pase¿verdad, Hestia?

Hestia trató de hablar, pero Bellatrix debía de haberle hecho un hechizo silenciador no
verbal, porque de su boca entreabierta no salió ningún sonido. No podía moverse, no podía
hacer magia y no podía hablar. Estaba completamente indefensa, a merced de una loca
mortífaga. Y de algún modo sabía que iba a morir.

-Son preguntas muy sencillas –continuó Bella con tono meloso e infantil –sobre mi querido
Snape. Bien¿sigue perteneciendo a la Orden¿Se ha reunido con vosotros¿Os ha pasado
información?

-Espera un momento, Bellatrix –pidió una voz grave, y Hestia contempló con horror como
una segunda figura embozada en una capa negra, salía de la oscuridad. Avanzó
elegantemente hasta situarse a la espalda de la butaca que había frente a Hestia y apretó
con sus dedos largos e insanamente delgados el respaldo del asiento. La luz de la lámpara
arrancaba sombras y luces a su rostro, ocultándolo y mostrándolo a partes iguales, pero a
pesar de ello, Hestia pudo reconocerlo.

Lucius Malfoy.

Su paso por Azkaban y más tarde por Montis Occultus, le había conferido el aspecto de
poco más que un muerto viviente. Estaba tan demacrado y delgado que su cara estaba
chupada y sus rasgos hundidos, a excepción de los marcados pómulos que ahora parecían
más prominentes que nunca. Los ojos, de un sereno gris, parecían vacíos, perdidos, como
si no tuviera conciencia ni lucidez. Pero los labios finos y resecos se apretaban en una
mueca dura de desprecio idéntica a la que había lúcido antes de ser encarcelado.

-Antes de que la mates quiero preguntarle un par de cosas –dijo y ante la mirada
interrogante de la mortífaga, añadió –sobre mi hijo.

Bellatrix sonrió maliciosamente y asintió.

o0o0o0o0o0o0o0o

Hermione despertó con un gusto amargo en la boca y una sensación desagradable en el


estomago. Notaba los ojos secos y los párpados hinchados por haber llorado antes de
dormirse. Tampoco es que hubiera dormido demasiado porque se sentía extraña en su
cama, pequeña y sola. Desolada, para ser más concretos, deseando con todas sus fuerzas
que la puerta se abriera y Draco entrara por ella. Sin decir nada, sin hablarle, no hacía
falta. Simplemente para abrazarla y que ella sintiera así que todo iría bien.

Hermione podía enfrentarse a muchas cosas. A la mudanza de sus padres a los que no veía
desde hacía meses por su seguridad, a perderse el último curso de su formación mágica, a
compartir sobre sus hombros el peso de la misión de Harry. A mortífagos y hombres lobo, a
la guerra, a sus amigos, a la gente a la que quería. Incluso podía enfrentarse a ella misma.
Pero no podía enfrentarse a lo que tenía lugar dentro de Draco, lejos de ella. Al otro lado de
una pared que ahora parecía una muralla entre ellos dos. Una muralla que él se encargaba
de construir y ampliar a cada segundo.

Porque ella le necesita y él no quería verla. Porque necesitaba saber qué estaba pasando
por su cabeza, porque sabía que ella estaba en el eje de todo lo que a él le atormentaba.
Porque tenía miedo, tenía tanto miedo a que las cosas cambiaran ahora que Lucius Malfoy
estaba fuera que no era capaz de respirar hondamente, como si la misma mano del
mortífago le oprimiera los pulmones.

Porque sintió cómo el alma se le caía a los pies cuando vio la bandeja con la cena que había
preparado para Draco intacta, en el mismo lugar en el que la había dejado el día anterior.
Sintiendo la humedad en sus ojos, Hermione la recogió y bajó las escaleras sin molestarse
en llamar a la puerta de Draco.

o0o0o0o0o0o0o0o

Ron regresó a media mañana, pálido, nervioso y sonriendo tontamente ante cualquier
comentario, por falto de gracia que este fuera. Posiblemente, en realidad se dedicaba a
sonreír todo el tiempo, sin interrupción. Según sus noticias, Devany estaba estable y no
corría ningún peligro.

-Le darán el alta a principios de la próxima semana –les explicó Ron embobado –Mike se ha
quedado con ella.

-¿Mike? –preguntó Harry confundido.

-Ya sabéis, el Señor Apeldty –respondió obviamente, como si el padre de Devany fuera un
amigo de la infancia de Harry, Hermione y Remus –un gran tipo ese Mike.

En circunstancias normales, Hermione hubiera esbozado una sonrisa, pero en ese día en
concreto, sus ganas de sonreír se habían ido a un mundo mejor. Mientras Ron seguía
relatándoles lo que los medimagos habían dicho del estado de Devany, Remus se levantó y
fue a abrir la puerta para que Tonks se uniera a la comitiva. La aurora, con el pelo tan
negro como la brea y mágicamente largo hasta la espalda, entró en las cocinas con
expresión enfurecida, seguida de Remus.

-Traigo noticias –dijo tropezando con un taburete en su intento de tomar asiento. Se frotó
una rodilla, soltó una maldición y se dejó caer sobre un asiento pesadamente –tenemos
nuevo ministro –y arrojó unos panfletos impresos en folios de color verde sobre la mesa.
Hermione recogió uno de ellos y lo desplegó para ver una foto en movimiento de un
hombre de mediana edad, alto y delgado y con una espesa melena castaña, cayendo
enmarañada en su espalda. Tenía barba y bigote recortados de un tono más oscuro que el
de su pelo y los ojos verde oscuro y penetrantes miraban a través de la fotografía como si
quisieran controlar todo. Una enorme sortija llamaba la atención en el dedo índice de su
mano derecha, de la que sobresalía un pedrusco de color púrpura. Sobre la foto se leía el
titular: "Edgar Marsden: nuevo Ministro de Magia Británico".

-Así que el Wizengamont ya lo ha nombrado Ministro –comentó Remus pausadamente,


observando con desanimo un ejemplar del panfleto.

-Así es, como era de esperar –resopló Tonks –el nombramiento acaba de realizarse en el
Ministerio por ese grupo de viejos seniles y decrépitos que nos llevaran a la ruina. Marsden
no ha perdido un segundo para distribuir estos panfletos con las noticias y encerrarse en su
despacho para poner en marcha nuevas medidas, entre ellas un endurecimiento de la Ley
contra la Licantropía. Corren rumores de que está elaborando un comunicado para la
prensa para tranquilizar a la población mágica prometiendo medidas más duras y
"adecuadas" a las circunstancias.

-¿Y qué será ahora de Scrimgeour? –preguntó Harry.

-Bueno, esta mañana ha recogido todo y ha dejado el ministerio. Marsden presumía de ser
su consejero y mejor apoyo pero no le ha dado un mísero puesto en el Ministerio, ni
siquiera en la Oficia de Aurores. Además por lo que Kingsley ha oído, Marsden piensa hacer
un programa de reclutamiento de Aurores, especialmente entre los magos nacidos de
muggles, para ampliar el cuerpo de Aurores.

-¿Especialmente entre los nacidos de muggles? –repitió Hermione.

-Oh, sí, ya sabes, un pelotón de segunda orden al que enviar a misiones suicidas. Marsden
desprecia a los hijos de muggles, pero está dispuesto a utilizarlos ahora que las cosas están
crudas porque son prescindibles. Para él cien hijos de muggles muertos no valen la muerte
de un auror sangre pura. Bazofia elitista –dijo con desprecio -Antes de que la guerra
comenzara, era un apasionado defensor de la prohibición de la entrada al cuerpo de
aurores de "sangre sucia". Consideraba que no tenían el nivel mágico necesario para
encargarse de la seguridad del país y de la lucha contra magos tenebrosos. Podéis ver
cuánto ha cambiado de opinión ahora que las cosas se ponen feas.

-Nunca creí que diría esto pero… prefería a Scrimgeour como Ministro –declaró Ron, a quien
las noticias recientes parecían haber sacado de sus nubarrones de atontamiento.

-Dale unos días y todo el mundo pensará como tú –vaticinó Tonks. Se hizo una silencio
aciago en el que todos reflexionaron sobre la noticia, hasta que la aurora lo rompió
apartándose el pelo de la cara –Por cierto¿ha pasado Hestia por aquí?

-No –negó Remus -¿por qué?

-No ha venido a trabajar hoy –comentó la chica frotándose la nariz –es extraño, Hes
siempre era de las primeras en llegar. Le envié una lechuza antes de venir para saber si se
encontraba bien pero aún no me ha contestado –se encogió de hombros –supongo que no
es nada.

o0o0o0o0o0o0o0o

Durante el par de días que transcurrieron tras el nombramiento de Marsden como ministro,
Hermione apenas comió, ni durmió, ni hizo nada productivo. Llamó un par de veces a la
puerta de Draco, pero en ambas ocasiones obtuvo silencio como única respuesta y decidió
ignorarle. Si él no quería verla, ella no iba a insistirle.

No obstante, su digna decisión no hacía que se sintiera ni un poco mejor, cada vez más
convencida de que Draco estaba replanteándose todo al respecto de ellos dos. Después de
todo, ahora que su padre había salido de la cárcel, él ya tenía algo que perder por estar con
ella. Hasta ese momento, había sido Hermione la que había tenido que enfrentarse a las
consecuencias de estar con él, soportar el enfado de Ron y las miradas de desconfianza y
recelo de casi todos. Y no obstante, había defendido su relación y sus sentimientos por
Draco. Por eso, no podía evitar sentirse herida y decepcionada porque él, al primer
obstáculo en su camino, se encerrara en su habitación y se olvidara por completo de ella.

Y a la cuarta noche durmiendo sin él, Hermione decidió que no le importa que él no quisiera
verla, porque ella tampoco quería verle a él.

-¿Ha venido Hestia por la mansión? –preguntó Arthur posando en la mesa la cocina todas
las fiambreras mágicas que Molly le había mandado llevarles, llenas hasta los topes de
comida.

-No –respondió Remus -¿No ha vuelto al trabajo o respondido a ninguna lechuza?

-Hace tres días que no se pasa por el Ministerio y todas las lechuzas que le enviamos han
vuelto con las patas vacías -el Señor Weasley se quedó distraído unos instantes con la
mirada perdida –es… extraño.

-¿Qué piensas, papá? –preguntó Ron preocupado.

-Seguro que no es nada, posiblemente esté enferma… -aseguró Arthur haciendo un gesto
con la mano para restarle importancia –de todos modos le diré a Tonks que se pase por su
casa esta tarde.

-Puedo hacerlo yo –se ofreció Remus, deseoso de salir a la calle.

-Eh, no, no, Tonks lo hará, será mejor que no salgas de aquí –el padre de Ron miró
gravemente a todos antes de continuar –Marsden ha añadido un nuevo artículo a la Ley…
los licántropos con algún antecedente violento en su historial serán enviados a prisiones
preventivas… Y el incidente del Callejón Diagon, aunque tú seas la victima… sería suficiente
para que te metieran en la cárcel, además de no haberte personado en el Ministerio cuando
te correspondía.

-¿Qué será lo siguiente? –gruñó Harry, indignado -¿encerrar a Ojoloco por hacer volar un
contenedor?

-No lo digas demasiado alto, no me extrañaría tal y como están las cosas –dijo Arthur –de
hecho, Marsden quiere que el Ministerio se haga con el control de la Red Flu y revise el
correo por lechuzas, argumentando que es por el bien de la población mágica, para su
seguridad. Hoy ha interrogado a Tonks y a Kingsley sobre la Orden del Fénix, a partir de
ahora tendremos que tener más cuidado a la hora de programar nuestras reuniones.

-Pero la Orden no está haciendo nada malo o ilegal, no tienen nada contra nosotros –
argumentó Hermione.

-Marsden quiere tener todo bajo control y no le agrada la idea de que exista una
organización no ministerial luchando contra Voldemort. Con más resultados que el
Ministerio, cabe decir. Ya viste que después de salvar Hogwarts, el Ministerio ocultó nuestra
implicación y se quiso llevar todos los laureles. Hacedme caso, cuanto menos sepa sobre la
Orden, mejor.

o0o0o0o0o0o0o0o

Tras un breve forcejeo con la cancilla, Tonks logró adentrarse en el sendero que atravesaba
el jardín de la casa de Hestia. Que la cancela no hubiera sido forzada y el jardín no
mostrara signos de lucha, no significaba nada. Si los mortífagos habían atacado a Hestia,
no se habrían molestado en llamar a la puerta…

Tratando de sacudirse el estremecimiento que la hizo temblar a medida que se acercaba la


puerta cerrada y pintada de azul, Tonks se echó el pelo oscuro y largo hacia atrás con un
movimiento de cabeza. Las puntas de sus botas violetas se detuvieron alineadas, sobre el
felpudo marrón de Hestia. Tonks tomó aire y llamó dos veces a la puerta, golpeando con
los nudillos.

No le sorprendió que nadie abriera y que no se escuchara ningún sonido al otro lado. De
algún modo, lo había presentido. Cada vez más nerviosa y angustiada, Tonks sacó su varita
disimuladamente y ocultando la cerradura con su cuerpo, susurró un Alohomora. Se oyó un
crick y la puerta se abrió levemente con un suave sonido. Tonks la empujó con la punta de
dos dedos y la varita en alto, alerta a cualquier movimiento. La casa estaba en penumbra,
iluminada por las luces que se colaban por las rendijas de la ventana y la bombilla de una
lámpara. El salón parecía en orden a excepción de un par de zapatos negros de tacón
ancho, tirados en el suelo a unos cuatros centímetros el uno del otro. Había alguien
sentado en el sillón, junto a una lámpara encendida. Tonks podía ver unos pies calzados en
zapatillas de dormir junto a las patas de la butaca y una mano de un blanco azulado,
pendiendo por un costado del reposabrazos, con una esclava de oro brillando en la muñeca.

Tonks sintió que el corazón le latía pesadamente, como una piedra en mitad del pecho y
que el aire se había vuelto sólido y no le llegaba hasta los pulmones, mientras avanzaba
trastabillando hacia el sillón, sabiendo de antemano lo que iba a contemplar.

Allí estaba Hestia, con el rostro ladeado y semioculto por el cabello oscuro y rebelde, la piel
de una tonalidad casi azulada y los labios amoratados. Los brazos y las piernas caídos,
como los de una marioneta a la que hubieran cortado los hilos.

Ahogando un gemido, Nymphadora Tonks se llevó una mano a la boca y empezó a llorar.

o0o0o0o0o0o0o0o

Ron hablaba de Devany y Mike durante la cena. Estaba contando alguna anécdota graciosa
en relación a Mike que Hermione había dejado de escuchar en algún momento que no podía
definir. Se dedicaba a mover errantemente su cuchara en las profundidades del plato de
sopa que tenía bajo sus narices, despidiendo olorosas hélices de vapor. La chimenea estaba
encendida caldeando la estancia y calentando a los cuatro comensales. Alguna parte de la
mente de Hermione aún funcionaba y pensaba vagamente en que ya habían entrado en
Diciembre hacía unos días. En unas semanas sería Navidad. Navidad en guerra si todo
seguía como hasta entonces.

Justo en ese momento, se oyeron unos golpes en la puerta. Ron, emocionado con su
historia, no los escuchó, pero Remus se levantó presto y desapareció por las escaleras.
Hermione recogió una cucharada de sopa y jugó con ella antes de devolverla a su plato, no
tenía hambre. Depositó la cuchara con cuidado junto al plato, dispuesta a retirarse a su
habitación para evitar la nueva tanda de interrogaciones sobre ella y Draco y lo que quiera
que les sucediera a la que, según leía en los ojos de Harry, su amigo planeaba a someterla,
cuando escuchó una voz agitada y rota en el hall. Miró a Harry, que se había puesto alerta
como ella e ignoraba el último comentario de Ron que al pelirrojo le parecía especialmente
gracioso, y se levantó rápidamente. Hermione le siguió por las escaleras y escuchó
vagamente un ¿pero a dónde vais? de Ron, mas continuó ascendiendo. Tonks estaba en el
hall, con el rostro enterrado en el cuello de Remus, y él la rodeaba amorosamente con sus
brazos.
-¿Qué ha pasado? –preguntó Harry, acercándose a la pareja progresivamente más pálido.

-Hestia –sollozó Tonks sin alzar el rostro y se sumió en una nueva oleada de
estremecimientos y estertores entre lágrimas. Harry miró a Remus con asustada
interrogación.

-Tonks ha ido hasta su casa –explicó Remus con voz serena, aunque tenía el rostro
demudado y parecía más viejo que de costumbre –Hestia lleva un par de días muerta.

-No –balbuceó Hermione vagamente. Ron llegó hasta ella y le puso una mano sobre el
hombro con expresión de haberse tragado algo de un desagradable sabor.

-Debe de ser obra de mortífagos –comentó el licántropo acariciando la larga cabellera


oscura de Tonks de manera metódica y calmante –seguramente buscaban información
sobre la Orden o sobre el Ministerio.

Nadie dijo nada más, y en el hall sólo se oían los leves sollozos de Tonks. Incapaz de
soportar más la atmosfera cargada, opresiva y descorazonada del recibidor, Hermione se
desentendió de la mano de Ron y subió los escalones, rápidamente sintiendo el conocido
escozor de las lágrimas en los ojos.

No es que Hermione hubiera tenido demasiado relación con Hestia, pero era un miembro de
la Orden, una mujer competente y valiente que había muerto como Mundungus, la
profesora Vector o Ernie McMillan: sin ninguna razón. Siempre había sido amable con ella,
incluso con Draco también, desde el principio.

Y cada día de esa guerra, cada muerte, pesaba más y más. Los mortífagos estaban por
todas partes, atacando, destrozando y asesinando, sin que nadie pudiera evitarlo. La Orden
se veía reducida a tratar de frenar sus ataques mientras esperaba sin demasiado esperanza
que Snape hiciera la última parte del trabajo, para que tuvieran alguna posibilidad contra la
Orden.

Estaba cansada, igual que Harry, igual que Ron, igual que todos. Porque pronto sería
Navidad y ellos estarían en guerra, porque los niños no se atreverían a salir a la calle a
jugar con la nieve y la guerra cenaría con cada familia, en cada hogar. Porque Hestia ya no
estaría allí para celebrarlo con ellos.

Porque estaba al otro lado de una jodida pared y le traía sin cuidado lo que a ella le
ocurriera. Porque se sentía sola, perdida y tan madura como nadie diecisiete años debería
sentirse.

Sin mirar si quiera a la puerta de Draco para comprobar que como siempre continuaba
cerrada, Hermione entró en su habitación y cerró de un portazo.

o0o0o0o0o0o0o0o

Draco despertó de la siesta semiconsciente en la que se había sumido por octava vez ese
día al escuchar la puerta de Hermione cerrándose con fuerza. Por un instante, se sintió tan
atacado por sus ganas de verla, tocarla y escuchar su voz, que no fue capaz de moverse.

Trató de adormecer esos pensamientos, al igual que llevaba días tratando de hacer con
todo lo que se le pudiera pasar por la cabeza. Pero a decir verdad, no había obtenido gran
éxito en esa empresa. Se sentía aún más miserable que al principio, un cabrón y un
auténtico desdichado desde que ella había dejado de llamar a su puerta. Se estaba
autodestruyendo y la estaba destrozando a ella, pero se hallaba tan sumido en su espiral
de autocompasión, culpabilidad y miedo que no era capaz de dar un puñetero paso fuera de
su habitación.

Pero entonces lo escuchó, un sollozo apagado al otro lado de la pared que comunicaba su
cuarto con el de Hermione. Siendo sincero, Draco sospechaba que Hermione había llorado
alguna vez durante esos días, pero nunca la había escuchado como lo hacía ahora. ¿Lloraría
por él¿Habría sucedido algo?

No lo sabía, sólo sabía que a pesar de su estado anímico y de todo el alcohol ingerido,
seguía sin poder soportar oírla llorar.

Sin pensarlo, se puso en pie y tuvo que apoyarse en la pared y cerrar los ojos para que las
cosas dejaran de dar vueltas a su alrededor. Sentía la cabeza pesada y el pulso latiéndole
espeso en las sienes. Veía puntos negros mirara donde mirara y en su estomago el alcohol
parecía estar bailando una giga, pero el sonido del llanto de Hermione le guiaba como un
faro a un barco en medio de la oscuridad. Trastabillando, logró llegar hasta la puerta y
después de soltar una maldición, le quitó el hechizo que la bloqueaba y logró salir al pasillo.
Pegado a la pared, se arrastró hasta la puerta de Hermione y la abrió tras un breve
forcejeo con la manilla de bronce.

El llanto cesó.

Draco empujó la puerta con un hombro y entró en la habitación de Hermione,


tambaleándose levemente. Ella estaba acurrucada en su cama, con el rostro apoyado en la
almohada y las pestañas salpicadas de gotas cristalinas, como rocío sobre briznas de hierba
al amanecer.

Ante esa visión, Draco se sintió como si le hubieran golpeado en pleno pecho –o quizás en
otra parte más preciada y sensible de su anatomía –y a la vez supo que se lo merecía, eso
y mucho más. Y se sintió como un auténtico gilipollas, por haberle estado dando vueltas a
algo que desde el principio había sabido y de lo que no debía de haberse permitido dudar.

Hermione se incorporó en la cama y se apresuró a sentarse en un borde, limpiándose las


lagrimas con ambas manos. Después se sorbió la nariz, cuya punta se hallaba
graciosamente enrojecida, y miró a Draco con los ojos hinchados y semihúmedos aún.

-¿Qué quieres? –preguntó con la voz rota, y con un matiz que era sin duda un intento
fracasado de sonar seca y molesta.

-¿Qué… -Draco carraspeó cuando su voz sonó como el maullido de un gato estrangulado -
¿Qué te pasa? –preguntó con voz suave esta vez, mientras se acercaba a ella, con los ojos
apretados para tratar de que su imagen dejara de desdibujarse ante él.

-¿Acaso te importa? –preguntó ella recuperando el dominio sobre su voz. No obstante, sus
labios comenzaron a temblar peligrosamente cerca del llanto.

Draco llegó hasta Hermione y se detuvo frente a ella, con la cabeza inclinada para mirarla,
sentada como una niña en la enormidad de su cama.

-Sabes que sí –susurró él con la voz de nuevo enronquecida. Mas esta vez, no era por no
haberla usado en días. Hermione le miró, pálido, ojeroso y con aspecto de haber pasado
una semana metido en un agujero sin comida ni bebida –aunque bien sabía que esto no era
cierto –y algo en su interior se ablandó, por mucho que una parte de ella se rebelara contra
ello.

-Hestia… -murmuró e hizo una pausa para tratar de sosegarse –Tonks encontró a Hestia
Jones muerta, en su casa –logró decir de un tirón, antes de que las lágrimas volvieran a
escaparse de sus ojos.

Y después, ante su impotencia, rompió a llorar de nuevo. Draco, que había evolucionado
bastante desde aquella vez en que le aporreó un hombro tratando de consolarla, reaccionó
instintivamente. Le pasó un brazo por la nuca, le acercó el rostro a su cintura, y la abrazó,
guiado por su instinto de consolarla y sus propias ganas de tocarla. Hermione hundió el
rostro en la tela de su camisa sin poner resistencia, y poseída por una fuerza de llanto
tempestuosa, lloró como no lo hacía en días. No calladamente, con miedo de ser oída,
reprimiéndose. Sino como llora una niña después de despellejarse una rodilla cuando su
madre le ofrece consuelo. Como llora alguien que sólo puede hacerlo en los brazos más
queridos.

Draco le acarició el pelo, eternamente enredado, del color de la miel, con olor a caramelo
fundido, y esperó. Tras lo que pudieron ser minutos o tal vez una hora, Hermione sintió que
se quedaba sin lágrimas y que la angustia que antes había abnegado su pecho,
estrangulándola, parecía haberse apagado. Poco a poco, tras unas cuantas respiraciones
agitadas, lágrimas diminutas y sorbidas de nariz, se sintió lo suficientemente dueña de sí
misma para apartarse de él. De hecho, en el mismo momento en el que lo soltó y apartó el
rostro de su cintura, se sintió llena de furia, de dolor, de decepción.

-Ya estoy bien, puedes irte –dijo secamente, girando el rostro a un lado para no
verle. Porque él la había abandonado, porque la había dejado sola en eso.

Como Draco no se movió, Hermione puso en pie en el breve espacio que le dejaba y caminó
hasta la ventana, dándole la espalda, y esperando simplemente a que desapareciera.

-Hermione –la llamó él con voz insistente.

-En serio, no tienes de qué preocuparte –respondió Hermione con voz impersonal, mientras
observaba el frío viento azotando los edificios que había a espaldas de la mansión Black –
eres perfectamente libre de encerrarte en tu habitación una semana más para decidir que
ahora que tu padre ha salido de la cárcel, teniendo en cuenta que yo soy la última persona
en la faz de la tierra que él hubiera elegido para ti, quieres acabar con lo "nuestro", por
llamar de algún modo a nuestra relación estos últimos días.

Draco nunca había sido una persona especialmente perceptiva, principalmente porque le
traía sin cuidado lo que los demás pudieran sentir o pensar, pero no necesitaba ser un
genio para saber que la había cagado al apartarla así de su lado para asimilar una noticia
que había hecho temblar sus cimientos. Sí, su padre lemataría por estar con ella, pero,
maldita sea, la quería, estuviera Lucius Malfoy en la cárcel o fuera de ella. Y no podía
engañar a nadie, ni siquiera a sí mismo, pensando que era capaz estar sin ella

Le importaba lo que su padre pensaría al respecto, pero no lo suficiente. Porque le gustara


o no, nada erasuficiente para apartarle de ella. Ni siquiera él mismo.

-Hermione –murmuró acercándose hasta que la punta de su nariz prácticamente rozaba la


coronilla de Hermione.
-Preferiría que te fuer…

-Te quiero –dijo, poniéndole las manos en los hombros para estrecharla instintivamente.
Hermione se mantuvo en silencio, aunque Draco podía sentir cómo le afectaba su presencia
por el modo en el que se había tensado e inclinado hacia él. Impaciente por su silencio,
Draco le dio un apretón en los hombros. Necesitaba que ella le dijera algo, lo que fuera.

-Vale –musitó al cabo, sin ninguna entonación en la voz, sin moverse. Y Draco comenzó a
desesperarse. Esa vez no estaba cabreada con él por haberse metido con Potter o Weasley,
no estaba molesta por que quisiera obligarla a quedarse a salvo cada vez que había alguna
pelea, era algo más serio, más grave, más doloroso. Estaba herida y decepcionada.

Y Draco no sabía cómo arreglar eso, porque sospechaba que un lo siento no era suficiente
esa vez.

Frustrado, asustado, arrepentido y embrutecido por el alcohol, Draco la hizo girar hacia él
con rudeza. Hermione le miró sorprendida, con el rostro endurecido aún por el enfado, pero
se resistió a decir nada, con los labios apretados. Mas Draco tampoco había esperado que
lo hiciera.

Bruscamente, le inmovilizó dolorosamente los brazos hundiendo los dedos en su carne y se


precipitó sobre su boca con violencia. Sus labios toparon con los de Hermione, pero ella los
apretó con más fuerza, cortando cualquier posible avance. Demasiado impaciente y
enloquecido por el miedo, Draco le mordió el labio inferior logrando que Hermione abriera
la boca para gemir de dolor. Y entonces se apoderó de ella. La empujó contra la ventana, la
aplastó con su cuerpo y le introdujo la lengua en la boca, para que su cuerpo le dijera todo
lo que su mente, sus palabras, no podían. Le buscó la lengua y la asedió, picándola y
hostigándola hasta que Hermione reaccionó con rabia. Entonces él soltó sus brazos y le
sujetó el rostro, para hundirse más profundamente en su boca. Ella se aferró a su camisa
devolviéndole el beso furiosamente, apretándose contra él con igual ímpetu. Por unos
minutos, sus lenguas hablaron por ellos, en una callada lucha de poder y redención. Y
cuando al fin Draco se apartó de su boca, como si alguien lo hubiera arrancado de ella,
Hermione se sentía totalmente devastada y excitada. Pero Draco no le dio tregua, no le
permitió reponerse, y hundiéndole una mano en el pelo, para enredar algún mechón en
torno a sus dedos, se acercó a su boca y habló sobre ella, haciéndole el amor con su
aliento.

-Dime que me quieres –le exigió. Aunque Hermione sabía que más que dándole una orden
despótica, Draco estaba suplicándole.

Le miró a los ojos y vio la violenta desesperación que anidaba en ellos, como una
impetuosa tormenta. Y algo dentro de ella se aflojó y cayó a sus pies, inservible.

-Te quiero –murmuró suavemente. Draco hundió el rostro en su cuello, temblando


irreprimiblemente, y musitó con la voz ahogada contra su piel:

-Mi padre, y todos, pueden irse al cuerno.

Hermione simplemente le rodeó con los brazos, poseída por un sentimiento tan fuerte, que
sobraban las palabras.

Capítulo 47: Sangrienta Navidad


La niebla flotaba como lágrimas evaporadas en el cementerio de Stone's Garden,
arremolinándose sobre las tumbas, los vivos y los muertos. En el centro de los amplios
jardines se alzaba una fuente, en cuyo pedestal se erguían las figuras de dos jóvenes
magos con sus varitas alzadas al cielo de las que pedían dos negras banderas, ondeando
lúgubremente a pesar de la ausencia de viento.

A su alrededor la hierba era verde y álamos y crisantemos se dispersaban entre las tumbas
de piedra y las estatuas de mármol con forma de hadas y niños magos. En un rincón, una
pequeña comitiva se apiñaba en torno a una tumba de piedra tierra fresca, en la que un
mago del Ministerio grababa con cuidada caligrafía, a golpe de varita, el nombre de una
mujer fallecida.

Hestia Jones.

Hermione, arrebujaba en su abrigo de pana, con las manos cálidas por el contacto de la
mano de Harry y la de la Señora Weasley en las suyas, observaba como la fecha de
nacimiento y más tarde la de defunción, aparecerían progresivamente talladas en la piedra
negra. Devany, débil aún, se apoyaba en Ron, mientras contemplaba la escena llorosa.
Había abandonado el hospital dos días antes de lo que los medimagos le habían
recomendado, tan sólo pasara asistir al funeral.

Más allá, al lado de una seria Tonks, una mujer mayor lloraba, los ojos ocultos por el velo
de red negra que pendía de su sombrero de terciopelo oscuro. Tonks le apretaba el brazo
afectuosamente, como si tratara de imprimirle serenidad. En realidad, la mujer mayor era
la verdadera Tonks que había recurrido a la metamorfosis para que Lupin pudiera asistir al
funeral bajo su apariencia, tras haber tomado una poción multijugos con uno de sus
cabellos dentro. Detrás de ellos, como una guardia silenciosa, se ubicaban Kingsley,
Ojoloco y Arthur. Los gemelos Weasley, completamente formales, estaban a la derecha de
Bill y Fleur, de Ojoloco y de un pequeño grupo de funcionarios del Ministerio.

Todo el grupo se mantenía en un silencio respetuoso y triste. Despidiéndose con la mirada


de la mujer que de algún modo había afectado lo suficiente sus vidas como para que
estuvieran allí, diciéndole adiós con lágrimas en los ojos.

Nadie habló, contemplando en silencio como el juez trabajaba la lápida, hasta que algo
pareció alterar la atmosfera melancólica, como una vibración diferente en el aire. La gente
comenzó a hacerse a un lado para dar paso a una figura alta y rígida que desataba
murmullos disimulados entre los presentes.

Mirando hacia atrás atraída por el persistente murmullo, Hermione pudo distinguir la frente
ancha y despejada de una cabeza cubierta por una espesa melena castaña que le resultaba
muy familiar. Otra figura más pequeña, con un gorro puntiagudo encasquetado en la
cabeza, le seguía sumisamente. Cuando el hombre alto se acercó un poco más, Hermione
le reconoció por la fotografía que una vez Tonks les había enseñado: Edgar Marsden,
primer ministro mágico.

El hombre clavó sus ojos verde oscuro en ella como si no tuviera derecho a existir y
después dirigió una torva mirada al grupo. Analizó con desagrado a Harry, a Tonks y más
tarde a los Weasley. Luego cruzó los brazos con movimientos marcados y rígidos y se
mantuvo en silencio, a la espera de que la ceremonia finalizara, con evidentes signos de
impaciencia. El acompañante del Ministro llevaba una libreta de piel de dragón en las
manos y parecía inquieto a jugar por el modo en que atusaba las hojas del cuaderno y
cambiaba el peso de un pie a otro. A pesar del sombrero puntiagudo que ocultaba casi por
completo su cabello, Hermione reconoció el cabello pelirrojo e inevitablemente Weasley.
Percy se subió las gafas de carey por el puente de la nariz y miró furtivamente a su madre,
para después fijar su rostro en la libreta como si en ella hubiera algo muy interesante.

Hermione sintió como la mano de la Señora Weasley temblaba en la suya, pero la mujer no
se movió ni dijo nada.

Los gemelos Weasley por su parte, miraron a Percy como si desearan partirle la cara a
escobazos –lo cual posiblemente hacían –y Arthur lanzó una mirada cautelosa a su hijo,
pero se mantuvo inexpresivo.

Poco a poco, los murmullos se fueron apagando a medida que el Juez finalizaba la
ceremonia y grababa unas últimas letras en la lápida de Hestia Jones.

-Una víctima más de la guerra. Un nuevo grito clamando paz. Esperamos que en la muerte
encuentres lo que no hallaste en vida –dijo el juez, y con esas palabras de consuelo, dio
por finalizada la ceremonia. Con pesada lentitud, la gente comenzó a dispersarse, no
exentos de cierta reticencia por la sensación general de que el Ministro de Magia y su ayuda
no estaban allí únicamente para manifestar su pesar por la pérdida de una funcionaria del
Ministerio.

Y mientras la marabunta se alejaba, ningún miembro de la Orden se movió. Tampoco


Marsden ni Percy Weasley lo hicieron.

Hermione sabía que Marsden no había acudido al funeral por deferencia a la miembro del
personal del Ministerio caída, sino que sospechaba se había presentado allí para hablar con
Harry y/o averiguar algo de la Orden del Fénix.

El Ministro miró a los miembros de la Orden y los miembros de la Orden le miraron a él con
idéntica hostilidad. Después, Marsden carraspeó y se acercó hasta Harry, Hermione y la
Señora Weasley. Observó con repugnancia la mano con la que Harry tomaba la de
Hermione y sus labios se arrugaron hasta desaparecer bajo su recortado bigote.

-Imagino que sabrás quien soy, Potter –dijo secamente. Percy, detrás de él, escribió algo
en su libreta.

-No –respondió Harry, meramente por el placer de irritarle. El primer Ministro apretó los
labios y miró a Harry duramente, como si fuera un chiquillo insolente que se había atrevido
a faltarle al respeto.

-Veo que no estás muy bien informado. Soy Edgar Marsden, el nuevo Ministro de Magia
Británico. Tu nuevo ministro –remarcó con voz fría.

-Ya veo.

Marsden alzó una ceja poblaba y observó a Hermione y a la Señora Weasley como si fueran
molestos insectos.

-Vas a tener una conversación conmigo, chico, a solas –y sin esperar respuesta, tomó a
Harry poco amablemente por un brazo y tiró de él para apartarlo unos metros del grupo.
Harry no ofreció resistencia, si bien no puso nada de su parte para caminar, de modo que
el Ministro prácticamente tuvo que llevarlo a remolque. Obviamente furioso, se volvió hacia
Harry, estirando y encogiendo sus delgados dedos.
-Bien, muchachito, ya es hora de que comparezcas ante el Ministerio Mágico. Sé que tú y
tus amiguitos estáis metidos en una especie de secta libertina llamada la Orden del Fénix,
la misma Orden que metió sus narices en el Ministerio hace un par de años y que ocultó al
asesino Sirius Black…

-¡Sirius Black no era un asesino! –respondió Harry embravecido, y sólo al ver el brillo de
triunfo en los ojos verde musgo del Ministro, supo que le había dado una valiosa
información.

-Vaya, veo que entonces estás al tanto de su historia y de la existencia de la Orden¿no es


así?

-¿Y si fuera así, qué? –repuso Harry secamente.

-Pues en ese caso, como mago Británico y por lo tanto leal al Ministerio Mágico, estás
obligado a revelarme toda la información concerniente a ese… grupo –escupió con
desprecio.

-Yo no he jurado lealtad al Ministerio y mucho menos a usted –dijo el moreno, impasible.

-Muchacho –Marsden sonrió mostrando una hilera de dientes amarillento entre el bigote y
la barba castaña oscura -¿sabes que puedo hacer que te envíen a Montis Occultus con
chascar los dedos?

-¿Al ícono de la resistencia? –preguntó Ojoloco que se había acercado tranquilamente.

-¿Al héroe de la primera guerra?-le apoyó Fred.

-¿Al Elegido?¿La última espeganza de la población mágica? –inquirió Fleur. Marsden


despegó los ojos de Harry y observó con mal disimulada furia a todos los miembros de la
Orden del Fénix que le habían seguido hasta el lugar al que se había llevado al muchacho.
Todos se erguían alrededor del Ministro y el niño que vivió como silenciosos centinelas, que
observaban cada movimiento listos para intervenir de ser necesario.

-Me gustaría verlo –aseguró Ron con desparpajo, sin dejar de rodear a Devany con un
brazo.

-Vosotros –barbotó el Ministro con desprecio, Percy se acercó presuroso a su jefe –sé que
andáis en algo, sé que pretendéis desprestigiar al Ministerio, minar su credibilidad y
haceros con el poder, pero no permitiré que eso suceda. Algunos trabajáis en el
Ministerio¿no es así, Arthur? –sonrió de forma desagradable –Podría hacer que te
despidieran¿y entonces cómo alimentarías a tus hijos? Según sé –observó la túnica de
invierno con algún que otro remiendo que lucía el patriarca de los Weasley con evidente
descrédito –no te sobra el dinero.

Fred y George abrieron la boca al unísono, pero su padre les hizo un gesto como la mano
indicándoles que se tranquilizaran y aguantó la mirada despectiva del Ministro con
indiferencia.

-También podría echarte a ti, Nymphadora –Marsden se giró hacia la joven y el desprecio
que sentía por ella se hizo evidente- y tendrías que ir a hacerle compañía a tu amada bestia
a algún agujero inmundo.
-¿Piensas despedirme a mí también? –preguntó Kingsley adelantándose un paso,
impertérrito –sé que el Wizengamot barajó mi nombre antes de elegirte como Ministro,
Edgar, y soy el mejor Auror del Ministerio por mucho que le hayas dado a Gawain el puesto
de Jefe de la Oficina de Aurores. ¿Qué les dirás a los miembros de Wizengamot si me
echas?

-Tal vez no me sea tan fácil el librarme de ti, Shackelbolt –la sonrisa vengativa del ministro
había desaparecido, reemplazada por una mirada mortífera en sus pupilas –pero si no
confesáis y disolvéis la organización anárquica que habéis montado… Weasley y Tonks, no
os molestéis en acudir al Ministerio mañana. Nadie pondrá problemas, sois perfectamente
prescindibles.

-¿Pues sabe que le digo? –chilló la anciana en la que se había convertido Tonks, quitándose
el sombrero y el velo negro y arrojándolo al suelo con enfado -¡Qué me importa un
pimiento!

-¿Y usted quién es? –preguntó Marsden observando con suspicacia a la señora y a la
supuesta Tonks alternativamente.

-No es asunto suyo –murmuró la anciana, hiperventilando y agarrando el rígido bolso que
colgaba de su brazo con aire amenazante –pero es usted un sin vergüenza.

-Lo que usted diga, anciana –desdeñó el Ministro y después lanzó una mirada despectiva al
grupo- Acabaréis como la Señorita Jones si seguís jugando a ser héroes, recordad mis
palabras –y dicho esto, echó a andar con ademanes furiosos –Vámonos, Percival, despídete
de tu padre en paro.

Posiblemente, si Bill no hubiera detenido a los gemelos, George hubiera acabado


estampando un pie en el trasero del ministro y Fred otro en el de su hermano Percy cuando
éste se limitó a seguir a Marsden, avergonzando e incapaz de mirar a ningún miembro de la
Orden del Fénix.

-Sí, chupaculos –le gritó Fred con rabia, liberándose de la mano de Bill que lo anclaba al
suelo con increíble fuerza -vete con tu adorable jefe.

-Fred, George –les reprendió su madre con lágrimas en los ojos observando la espalda de
Percy que en ningún momento miró atrás.

-¿Qué, mamá? –se encogió de hombros George –eso es lo que es. Primero fue el perro
faldero de Scrimgeour y ahora lo es de Marsden. Han despedido a papá y ni siquiera ha
dicho nada…

-No importa, hijo –dijo el Señor Weasley con cansancio, pasando un brazo por encima del
hombro de su esposa –ya preveíamos que podría suceder algo así. Y al menos seguimos
teniendo a un miembro de la Orden en el Ministerio.

-Os aseguro que mi hermano se arrepentirá y regresará con nosotros–dijo Bill convencido
mirando los ojos llenos de lágrimas de su madre.

Y mientras Hermione observaba Percy Weasley alejarse tras el Ministro con la cabeza baja
y la espalda encorvada, desaparecido todo rastro de su típica apostura pomposa, se
preguntó si no lo habría hecho ya.
o0o0o0o0o0o0o0o

Después del funeral de Hestia, las cosas transcurrieron con relativa tranquilidad. Tonks
pasaba gran parte del día en Grimmauld Place con Lupin ahora que ya no tenía trabajo y
Ron salía todas las tardes a visitar a Devany. Como Hermione y Draco se pasaban la mayor
parte del tiempo juntos, Harry se sentía a menudo solo y fuera de lugar. Tenía demasiado
tiempo para pensar y eso le estaba volviendo loco. No podía dejar de darle vueltas al
asunto de Snape. Sabía que encontrar el momento adecuado para matar a Nagini no debía
ser fácil, pero ya había pasado mucho tiempo desde que le había encomendado la misión.
Desde entonces, Hogwarts y San Mungo habían sido atacados, los mortífagos liberados de
Montis Occultus y Hestia Jones había muerto.

Cada vez más convencido de que Snape no era de confianza, Harry trataba de elaborar
planes alternativos para destruir a Nagini, pero no tenía ni idea de dónde se ocultaba
Voldemort o de cómo podrían descubrirlo. Todos los mortífagos con los que habían podido
hablar desconocían la ubicación de Voldemort y sus testimonios apuntaban a cambiantes
refugios que sólo unos pocos conocían. Harry estaba convencido de que Snape y Bellatrix
Black eran unos de esos pocos mortífagos que sabían dónde se ocultaba su señor. Bellatrix
no iba a ayudarle y parecía evidente que Snape tampoco.

Y a medida que los días del calendario de Diciembre corrían, aproximándose a la Navidad,
Harry se desesperaba más y más.

-¿Harry?

Harry alzó los ojos del plato de alubias que había estado removiendo con su tenedor y miró
a Hermione.

-¿Estás bien? –insistió ella.

Harry asintió incómodo. Había vuelto a quedarse absorto en plena comida.

-¿En qué piensas? –le preguntó Ron llevándose un bocado rebosante a los labios.

-En Snape –reconoció Harry subiéndose las gafas por el puente de la nariz y depositando el
tenedor junto a su plato para rehuir las miradas de sus amigos.

-¿Crees que nos ha traicionado? –le cuestionó Remus lanzándole una mirada comprensiva.

-Otra vez –apuntó Ron por lo bajo.

-No lo sé…

-No lo ha hecho –dijo Draco secamente, y todos le miraron sorprendidos –Si Snape ha
dicho que matará a ese bicho, lo hará.

Y miró a todos fieramente, como instándoles a que le contradijeran. Nadie dijo nada, pero
de algún modo, la fe ciega de Malfoy en Snape, ayudó a Harry Potter a creer un poco más
en su antiguo profesor de pociones.

o0o0o0o0o0o0o0o
Tonks habían acudido a cenar a Grimmauld Place la noche en la que todo sucedió. Remus
preparaba la cena, mientras Tonks y Hermione decoraban un pequeño abeto mágico
colocado en un rincón de la amplía cocina. Draco observaba a ambas chicas con aire
aburrido, pero cada vez que éstas colocaban un nuevo ornamento, movía la varita con
disimulo descolocando, pintando de colores cítricos o convirtiendo en hortalizas cada
adorno.

-Draco –le censuró Hermione al percatarse de que una de las bolas doradas que ella había
colocado era ahora una coliflor. Él sonrió maliciosamente y se encogió de hombros,
mientras Harry y Ron contenían una sonrisa cómplice. Ese tipo de sonrisas de solidaridad
masculina que intercambian los chicos cuando algo hace rabiar inocentemente a una chica.

Justo en ese momento, cuando Hermione miró con censura a los tres muchachos, cuando
Tonks pisó una bola plateada y sólo la mano Remus impidió que cayera al suelo, ocurrió.

Un golpe fuerte sonó como si algo hubiera caído pesadamente con la puerta de la Mansión,
tan bruscamente que todos se interrumpieron en sus actividades.

-¿Esperáis a alguien más? –preguntó Tonks apartando la bola que casi la había hecho caer
al suelo de una patada.

-No –dijo Harry, que ya estaba camino de las escaleras. A pesar de lo tranquilo que había
estado todo en la cocina, a pesar de que nada hacía indicar que algo muy importante
estaba a punto de suceder, todos dejaron lo que estaban haciendo y subieron al hall detrás
de Harry.

El niño que vivió giró el pomo con forma de serpiente de la puerta y dos bultos cayeron
sobre la alfombra deshilachada y desteñida. Hermione ahogó un gemido y Draco la hizo
atrás con un brazo cuando uno de los bultos, decapitado y sangrante se agitó
convulsivamente, dando sus últimos coletazos de vida.

-¡Snape! –gritó Draco cuando reconoció la figura vestida de negro y cubierta de sangre que
yacía en el suelo, con un brazo aferrado al mutilado cuerpo de una serpiente. Se arrodilló
junto a su mentor, tendido boca abajo sobre la alfombra, y descubrió con alivio que estaba
consciente, aunque por la insana palidez de su rostro y las manchas de sangre, tal vez
propia, tal vez ajena, en su cuello y en su pelo, no sabía cuánto duraría así.

-Draco… -murmuró el mortífago al verle y su brazo se aflojó en torno al cuerpo de la


muerta Nagini como si al fin pudiera rendirse. Harry se había quedado tan impactado por la
aparición que fue Remus quien cerró la puerta después de mirar alerta el exterior. Tonks
apartó los restos de la serpiente de una patada enviándola contra la pared, donde se quedó
encogida, temblando en los estertores finales. Después se puso de rodillas junto a su primo
que parecía paralizado y giró suavemente a Snape, dejándolo boca arriba. Todos pudieron
ver el brillo de sus ojos negros entre las pestañas y el rictus de dolor de su boca. Gimió
levemente cuando Tonks le palpó el pecho lleno de sangre.

-Vale –musitó la joven aurora –creo que está herido, tenemos que avisar a Devany, me
parece que esta es sangre suya.

-Voy a buscarla –dijo Ron, lívido y corrió hacia la puerta, deseoso de salir de allí.

-Será mejor que lo subamos a una habitación –dijo Remus reaccionando y sacó su varita
para apuntar al herido. En silenciosa procesión, todos siguieron a Remus y al cuerpo de
mortífago escaleras arriba hasta una habitación del primer piso, donde el licántropo posó
cuidadosamente a Snape sobre una cama. Hermione, pálida, se aferró a la mano de Draco
tratando de desterrar de su mente el rastro de sangre que su antiguo profesor había dejado
por las escaleras.

Remus se sentó en el borde de la cama donde yacía Snape y frunció el entrecejo al ver una
creciente mancha rosada apareciendo en la colcha, justo junto a la cabeza del hombre.

-¿Qué te han hecho? –murmuró apenado, apartando mechones sucios y ensangrentados


del rostro sudoroso del hombre. Snape movió los labios como si quisiera hablar, pero no
emitió ningún vocablo, tan sólo una respiración superficial y sibilante. Sus ojos oscuros se
posaron en Draco.

-Haz algo, que alguien haga algo –dijo Draco imperativamente soltando a Hermione para
acercarse a los pies de la cama apretando los puños con impotencia.

-Ron traerá a Devany pronto –aseguró Harry con voz ronca, pero no despegó los ojos de
Snape, con una expresión de horror en el rostro. Snape había cumplido, había matado a
Nagini. El último horrocrux había sido destruido, y no obstante, victoria o alivio eran dos
sensaciones que en ese momento Harry estaba lejos de sentir. No estaba preparado para
descubrir que su odiado profesor de Pociones, el asesino de Dumbledore, el traidor…era en
realidad el miembro más valiente de la Orden, el más leal a su desaparecido líder. Y no
soportaba la conciencia de haber descubierto algo tan importante cuando posiblemente ya
era tarde.

Nadie volvió a hablar durante unos pocos minutos. Snape hacía un esfuerzo por respirar,
rompiendo el silencio con inspiraciones que sonaban como roncos silbidos y mantenía los
ojos cerrados. Remus, trataba de limpiarle un poco la sangre del rostro con un paño
húmedo mientras Tonks le observaba. Harry parecía congelado en su rincón, los ojos
clavados en Snape, y Hermione contemplaba con tristeza a Draco, vagando de un lado a
otro de la habitación como una bestia encerrada. Se apartaba el pelo del rostro con gestos
bruscos, resoplaba, miraba de reojo a Snape y apretaba más y más los puños, como si
quisiera gritar o golpear algo. Posiblemente todos hubieran acabado volviéndose un poco
locos si Ron no hubiera llegado con Devany rápidamente. La muchacha entró con aire
decidido en la estancia, agarrando firmemente su enorme maletín. Ron la seguía, blanco
como la tiza.

-¿Qué te ha pasado? –preguntó Tonks asustada al ver que Devany tenía manchas de
sangre en las rodillas cubiertas por medias de lana gris y en las botas de piel.

-No es nada –aseguró posando el maletín en la mesita de noche con una mano también
ensangrentada. Todos miraron a Ron con interrogación.

-Se cayó en el hall –explicó el chico –se asustó al ver a Nagini y tropezó. Y bueno, todo eso
estaba lleno de… -no acabó la frase, pero nadie necesitó que lo hiciera. Remus se levantó
del borde de la cama y se hizo a un lado para dejarle espacio a Devany. Con aire eficiente,
ella comprobó la temperatura de la frente de Snape y le pidió que abriera los ojos si podía
hacerlo. Los párpados de Snape temblaron como las alas de una mariposa y finalmente se
abrieron, liberando la oscuridad de sus ojos.

-Gracias –murmuró Devany posándole el paño húmedo que Remus había usado en la
frente. Después cogió su varita y rasgó la túnica negra del mortífago. Heridas sangrantes
ocupaban su pecho y dos profundas incisiones con un aspecto realmente desagradable se
encharcaban en su hombro.
-Merlín –musitó Hermione impresionada y horrorizada. Había tanta sangre y las heridas
parecían tan graves que Hermione estaba sorprendida de que Snape aún continuara con
vida.

-Ahora debéis marcharos –les pidió Devany seriamente –necesito tranquilidad para
trabajar.

-Pero …-comenzó Draco.

-He dicho que os vayáis –replicó Devany con una dureza nunca vista en ella. Draco apretó
los labios y salió de la habitación a zancadas. Todos le siguieron, completamente en
silencio.

o0o0o0o0o0o0o0o

Cuando Hermione entró en la habitación de Draco, él se encontraba muy ocupado


pisoteando la alfombra y pateándola, tan pálido que parecía a punto de desmayarse. Alzó la
vista cuando Hermione entró en la estancia y aunque trató de ocultarlo, ella pudo ver en su
mirada todo el dolor que sentía. Despacio, se acercó hacia él y Draco se detuvo,
quedándose muy quieto. Parecía tan vulnerable, como un niño asustado, que Hermione
sintió el impulso de abrazarle pero se contuvo.

-Todo es culpa de Potter –masculló él rabiosamente, como si quisiera disfrazar su miedo de


rabia para sentirse menos frágil.

-Sabes que no es así –le aseguró ella con paciencia, acariciándole una mejilla.

-Sí lo es. Se vanagloria de ser un héroe cuando manda a los demás a hacer su jodido
trabajo sucio –escupió Draco con rencor.

-Snape no es el único que se ha jugado la vida, y él aceptó la misión.

-Tú no lo entiendes –se quejó él agarrándola por los hombros –Snape me salvó la vida.

Hermione le tomó el rostro entre las manos con cariño y le miró a los ojos.

-Y Harry también lo hizo cuando te permitió quedarte aquí –le explicó suavemente. Draco
rehuyó la mirada de Hermione y arrugó los labios, en una especie de contenido mohín.

-No quiero que se muera –dijo al cabo con un significativo temblor en la voz.

-Devany hará todo lo posible por salvarlo –afirmó Hermione y abrazó a Draco, dejando que
la estrechara contra él.

o0o0o0o0o0o0o0o

Devany no salió de la habitación de Snape hasta pasadas casi dos horas. Harry lo sabía
porque no se había movido de la puerta y mirar el reloj había sido su único
entretenimiento. Todos se habían pasado unas cuantas veces durante ese tiempo a
preguntar si había novedades pero la respuesta siempre había sido la misma. Por eso,
cuando sintieron la puerta abriéndose y el sonido de pasos, Remus, Tonks, Ron, Draco y
Hermione aparecieron como por arte de magia.
-¿Cómo está? –preguntó Harry incorporándose de la pared en la que había estado apoyado.
Se sentía un poco mareado y tenía una sensación de angustia tan fuerte en pleno pecho
que sentía que no podía respirar.

Devany tiró de las mangas de su jersey para ocultar sus manos manchadas de algo azul y
soltó aire lentamente.

-Está muy grave –dijo –la serpiente le hirió superficialmente en el pecho, pero las
incisiones en el hombro son muy profundas. Ha perdido mucha sangre…y como la serpiente
no tiene cabeza no he podido averiguar qué tipo de veneno le ha infectado.

-Nagini mordió a mi padre una vez –intervino Ron que parecía bastante afectado por la
noticia –sus heridas tardaron mucho en curarse porque el veneno no dejaba que se
cerraran.

-Lo sé –respondió Devany con pesar –no he podido cerrarlas con magia así que he tenido
que vendarlas. He conseguido aminorar considerablemente el flujo de sangre y le he dado
tres antídotos diferentes pero no he logrado nada. No sé qué más puedo hacer –sollozó y
los ojos se le llenaron de lágrimas –me temo que sólo podemos esperar.

-Ve a San Mungo, pregúntale a alguien –exigió Draco con frialdad –haz lo que quieras, pero
haz algo.

-No hay nada más –murmuró Devany y arrugó los labios incapaz de contener las lágrimas –
o al menos nada más que yo conozca…lo siento…

Draco abrió la boca para responderle que le importaba una mierda que lo sintiera, pero
Hermione le dio un apretón en la mano, indicándole que se contuviera. En ese momento,
Ron se acercó a Devany y la rodeó con los brazos en un gesto protector.

-No te preocupes –le aseguró con tono tranquilizador –tú no tienes la culpa. Has hecho
cuánto has podido.

-¿Qué posibilidades tiene de salvarse? –preguntó Remus con suavidad. Devany alzó la
cabeza del hombro de Ron y miró al licántropo con pesar.

-No lo sé. No sé hasta qué punto el veneno ha infectado su sangre. Ahora todo depende de
él.

o0o0o0o0o0o0o0o

Tres días después, restando cuatro para Navidad, las cosas no habían cambiado demasiado
en Grimmauld Place. Snape continuaba moribundo, alternando períodos de consciencia,
delirio e inconsciencia. Devany pasaba a verle dos veces cada día para limpiarle las heridas,
darle pociones contra la fiebre y probar nuevos antídotos sin éxito. Siempre salía de la
habitación con los ojos enrojecidos y todos sospechaban que lloraba porque estaba
convencida de que iba a morir. Y aunque cuando Snape le dio clases en Hogwarts no
tuvieron una relación especialmente estrecha, Hermione intuía que la joven se sentía
culpable por no poder salvarle.

Harry se pasaba la mayor parte del día en la habitación del mortífago, observándole pelear
silenciosamente con la muerte, y en su mente se arremolinaban cientos de pensamientos.
Voldemort era mortal gracias a Snape y posiblemente, él que se había jugado tanto para
derrotarle, no llegaría a verlo. A menudo se sentía culpable, y terriblemente incómodo
cuando escuchaba el nombre de su madre en los labios de Snape mientras éste deliraba.
Remus, Ron y Hermione le acompañaban de vez en cuando en su vigilancia, como una
triste guardia.

Draco en cambio nunca se acercaba a la habitación. Aunque interrogaba constantemente a


Hermione y Devany sobre el estado de Snape, parecía no atreverse a verle otra vez.
Porque una parte de él temía que si entraba en su habitación, Snape se despediría de él y
moriría.

Como si se mantuviera vivo tan sólo para poder decirle adiós.

o0o0o0o0o0o0o0o

A pesar de la guerra, las pérdidas y el miedo, la Señora Weasley se negó a permitir que no
celebraran la Navidad. Dado el estado de Snape, le pidió permiso a Harry para celebrar la
cena de Navidad en Grimmauld Place y él aceptó, convencido de que a Sirius le hubiera
gustado.

Así pues, la mañana del día de Navidad, Molly se adueñó de la cocina y echó a todos de
ella. Arthur la había acompañado, y Harry sospechaba que si Ginny no lo había hecho,
había sido precisamente para evitarle a él. La guerra aún no había acabado y las palabras
dichas, el beso dado en el último encuentro, aún pesaba demasiado entre los dos.

Tonks iba de un lado a otro de la casa cantando un villancico que Harry le había escuchado
entonar a Sirius –Hacia Belén va un hipogrifo –colgando muérdago –para ver si el parado
de Ron al fin besa a Devany, le había dicho a Hermione –y cintas de colores. Remus y
Arthur habían encendido la chimenea del salón y charlaban con un ejemplar de El
Profeta entre las manos, mientras Harry y Ron jugaban al snap explosivo.

Draco, sentado en un sofá junto a Hermione, observaba un bulto de lana verde botella que
había en sus rodillas, como si no supiera muy bien qué hacer con él.

-Podrías ponértelo –sugirió Hermione con una sonrisilla en los labios. Draco la asesinó con
la mirada y cogió el jersey de lana con una D tejida que la Señora Weasley le había
confeccionado. Aunque dadas las circunstancias, no se habían hecho regalos, Molly se había
plantado en la mansión con un arsenal de jerséis tejidos a mano para todos. Draco, que se
había burlado de los famosos jerséis de la Señora Weasley durante años, se había sentido
profundamente avergonzado –y algo más que aún no había identificado –cuando Molly le
ofreció cariñosamente un paquete envuelto.

-Yo… -comenzó a replicar a Hermione, pero se detuvo abruptamente. Normalmente, Draco


habría jurado que tendrían que lanzarle un Imperius, maltratarle durante años o encerrarlo
en Azkaban una buena temporada para que él se pusiera semejante prenda, pero por
alguna razón no se sintió capaz de hacer un comentario tan despectivo. Vale, el jersey era
horrendo, casi más que las camisas de leñador de los gemelos Weasley, pero la Señora
Weasley lo había tejido para él. Como hacía para sus hijos, para Potter, para Hermione.

Como si él fuera uno más de los suyos. Y en algún pequeño, diminuto, insignificante y
humillante rincón de su corazón, eso le conmovía extrañamente.

-En otra ocasión –gruñó finalmente, incómodo por la sonrisilla de Hermione que decía a las
claras que sabía que lo que él sentía.
Por la tarde, cuando todos los invitados comenzaron a llegar llenando el perchero del hall
de abrigos, bufandas y gorros, y despertando a la Señora Black con el jaleo, Hermione le
subió algo de comer a Kreacher como hacía a diario. Siempre le dejaba una bandeja
rebosante de comida frente a la puerta del trastero y cuando volvía por ella horas más
tarde, estaba vacía, con el plato reluciente y los cubiertos perfectamente colocados.

Hacía semanas que Hermione no veía a Kreacher, pero saber que estaba al otro lado de la
puerta, oírle roncar de vez en cuando y ver la bandeja vacía de comida, hacía que se
sintiera tranquila. Ese día, el día de Navidad, Hermione le dejó un pequeño paquete junto
con la bandeja. En realidad, no se trataba de un regalo en toda regla porque Hermione no
lo había comprado y tampoco le pertenecía, pero en una de sus frecuentes visitas a la
biblioteca, había encontrado una foto de la familia Black al completo en un fino
portarretratos de plata con el cristal estallado, oculto entre las páginas de un voluminoso
tomo sobre la transfiguración. Hermione lo había reparado y había pulido la plata
oscurecida hasta que el emblema de los Black fue visible en un rincón. Walpurga y Orión
Black aparecían en la fotografía junto a sus dos hijos, cuando ni siquiera Sirius había
cumplido la edad necesaria para ir a Hogwarts. En un rincón de la fotografía, casi
desapercibido entre los muebles del salón, un Kreacher mucho más joven, pulcro y feliz,
observaba a su familia con devoción.

Ahora, muchos años después, de esa foto sólo quedaba un envejecido y desgraciado elfo
doméstico, y aunque sospechaba que recuperar la fotografía le traería muchos recuerdos,
bastantes de ellos tristes, Hermione sentía que Kreacher debía tenerla.

Y mientras bajaba las escaleras, después de haber depositado el regalo y la comida en la


puerta del trastero, escuchó al elfo gritar de dolor y júbilo. Llorar y reír a la vez.

-Feliz Navidad, Kreacher –murmuró Hermione para sí.

o0o0o0o0o0o0o0o

La mesa de las cocinas de la mansión Black estaba tan atestada de comida que a pesar de
lo numeroso de los invitados, parecía imposible que se comieran todo. Harry encabezaba
un extremo de la mesa y Ojoloco otro. En los lados se sentaban los señores Weasley, los
gemelos, Bill y Fleur, Remus y Tonks, Draco y Hermione, Kingsley y su esposa, Charlie que
había regresado de Rumanía, Ginny, los padres de Devany, Devany y finalmente Ron. Este
último bastante colorado después de que los gemelos le hubieran pescado besando a
Devany bajo el muérdago.

A pesar de que las muertes de las recientes muertes y el estado de Snape que todos tenían
presente, la cena transcurrió animada. La vieja radio de los Black fui instalada en la
encimera, llenando la estancia de villancicos navideños. La chimenea estaba encendida,
caldeando la cocina. Las bolas de Navidad que Draco no había convertido en puerros y
pimientos destellaban con brillos dorados y plateados. Hedwig y Pigwideon picoteaban
chucherías lechuciles mientras Crookshanks se colaba entre las piernas de los comensales,
maullando para que le dieran un poco de pavo después de haberse acabado su cena. Tonks
llevaba el pelo rojo para la ocasión y los Gemelos Weasley lucían gorros de Santa Claus que
a mitad de la cena se quitaron para sacar caramelos de ellos. Uno de los caramelos
convirtió a Ron en un pelicano rosa hasta que lo escupió en su plato. La Señora Weasley se
puso colorada de tanto gritar a los gemelos, pero George subió la voz de la radio
disimuladamente y la voz suave de Celestina Warbeck eclipsó la de su madre, cantando un
villancico sobre calderos llenos de dulces y regalos.
Mientras todos charlaban, la Señora Weasley regañaba a los gemelos y Ron le aseguraba
con aire estoico a Devany que se encontraba bien, Draco observó la ruidosa mesa y se
sintió extraño. No incómodo, tampoco fuera de lugar, sino simplemente diferente.

Su vida había dado un giro de 360 grados desde las últimas Navidades, silenciosas y
deprimentes en Malfoy Hall. Con su padre en la cárcel, Draco había pasado las Navidades
con la única compañía de su madre y su excéntrico tío Marcus, los tres sentados en una
mesa tan grande que los separaban varios metros. Apenas habían hablado si no se
contaban las historietas de juventud algo subidas de tono que su tío Marcus les había
relatado a él y a su madre después de haber hecho desaparecer –y no por parte de magia
precisamente –una botella de caro champagne francés.

Ahora su madre estaba relativamente cerca pero no podía verla, y dudaba que aún en el
caso de que pudiera visitarla, ella fuera a verle a él. Su padre había huido de la cárcel y se
encontraba escondido de la justicia. Como él.

Sin embargo, Draco no estaba solo. Hermione cenaba a su lado dando pequeño sorbos a su
copa de cava y riéndose de algo que los gemelos habían dicho, la Señora Weasley le
echaba más y más comida en plato alegando que estaba famélico y Lupin hablaba con él
con el mismo tono amistoso que empleaba con cualquiera de los demás. Podía ser que los
miembros de la Orden del Fénix no fueran sus amigos, pero le aceptaban y de algún modo,
Draco sabía que darían la cara por él, tal vez por el invisible lazo de camaradería que se
había formado entre todos al pelear en el mismo bando.

Snape iba a ponerse bien –tenía que ponerse bien –y por lo que Draco había deducido, la
caída del Señor Oscuro estaba más próxima. Y cuando empezaba a pensar que tal vez las
cosas no pintaban tan oscuras como lo hacían una semana atrás, la voz de Celestina se
interrumpió bruscamente en la radio. En un primer momento, nadie se percató, su ausencia
apagada por el bullicio del resto de voces y de los cubiertos sobre la porcelana, pero al
ambiente ya era diferente.

-¿Qué le pasa a este chisme? –farfulló Moody alargando una mano para coger la antigua
radio y sacudirla delicadamente –maldito trasto…

-Tal vez se haya averiado –sugirió Mike Apedlty mordisqueando un palillo con aire
satisfecho.

-No me extrañaría, ese cacharro…

-"…de última hora. El Ministerio de Magia está siendo atacado por las facciones mortífagas.
Las primeras noticias hablan de una aparición en masa de los seguidores de quien ya
sabéis, forzando las diversas entradas, públicas y privadas al Ministerio. Se cree que
los aurores que realizaban la guardia esta noche, la noche de Navidad, han muerto a
manos de los mortífagos cuando estos han irrumpido en el Ministerio, para tomar posesión
del mismo. Todos los aurores del cuerpo ministerial se están desplazando hacia el
Ministerio y se habla además de la presencia magos civiles que acudenpara ayudar…"

-¿Qué? –balbuceó Ron aprovechando una interferencia.

-"Repetimos: El Ministerio de Magia está siendo atacado".

# Batalla Final - Parte I


Capítulo 48: Justicia Poética

-Lucha campal…Ministerio…final…-la voz del interlocutor se entrecortaba por el sonido de


interferencias -…muertos…Caos.

Y con una especie de chasquido, la señal se interrumpió y la cocina de los Black quedó
sumida en un incrédulo y expectante silencio. Ojoloco miró la radio con ambos ojos y
después la agitó violentamente tratando de recuperar la transmisión sin demasiado éxito.
Mascullando por lo bajo giró la ruleta de sintonización de canales y cuando ni siquiera
aporrear la radio llamándola por lo bajo "inútil armatoste" funcionó, la posó en la mesa y
dejó una mano arrugada como la corteza de un árbol sobre ella. Se echó hacia atrás en su
silla, apretó los labios hasta que se convirtieron en una delgada línea en la maltratada cara
y escrutó los estupefactos rostros de los presentes con su ojo mágico, como si pudiera leer
en ellos. Nadie se atrevió a moverse ni a hablar.

La bomba había sido soltada y ninguno de los presentes parecía saber qué hacer. Draco,
paralizado al lado de Hermione, no hizo nada cuando ella buscó su mano y la apretó. No es
que la noticia del ataque al Ministerio le afectara del mismo modo que a los demás. Claro
estaba que sabía lo que significaría que el Ministerio cayera: Él, Voldemort, ganaría la
guerra, se haría con el control de país. Pero más allá de la guerra mágica, Draco tenía otra
principal preocupación.

Su padre.

Sabía que estaría allí, en el Ministerio, luchando junto con los demás mortífagos. Y si Draco
iba, acabaría enfrentándose a él inevitablemente. Eso, si no le mataban antes, claro.

Pálido, apretó la mano de Hermione tomando una silenciosa decisión.

-Bueno –dijo Moody con tranquilidad, perforando con su herrumbrosa voz el tenso silencio
creado –ya ha comenzado la batalla final.

Y ante las miradas atónitas de todos los presentes, Ojoloco se puso en pie con dificultad y
comenzó a cojear hacia las escaleras que salían de las cocinas.

-Ojoloco –le llamó la Señora Weasley conmocionada -¿a dónde vas?

-Voy al ministerio a echar una mano, Molly –explicó él antiguo auror, subiendo su pata de
madera al primer escalón con total tranquilidad.

-¡Nosotros también vamos! –aseguraron los gemelos al unísono, poniéndose en pie


enérgicamente.

-¡Y yo!

-Sí, queremos ayudar…

La señora Weasley abrió los labios para hablar, pero su voz quedó apagada por el sonido de
una quincena de taburetes y sillas arrastrándose por el suelo entre murmullos de
aprobación y exaltadas declaraciones de batalla.

-Un momento –exigió Molly con tono amenazador, y la comitiva que avanzaba hacia las
escaleras se detuvo para mirarla. Poniendo los brazos en jarra, la Señora Weasley miró al
grupo –No tan deprisa. Remus, Draco, vosotros no podéis presentaros en el Ministerio,
estáis en busca y captura…

-En este momento los aurores tienen otras cosas que atender, Molly –explicó Remus con
paciencia –no van a detenernos.

-Y si el Ministerio cae, ya no habrá nadie para hacerlo –masculló Draco al ver que la
matriarca de los Weasley tenía intención de objetar. Y era verdad. Esa noche no había
medias tintas ni prudencia posible. Esa noche se decidiría el futuro de toda la población de
Gran Bretaña. Era todo o nada. Y no pensaba esperar a que todo pasara debajo de la cama.

-Está bien –claudicó la Señora Weasley después de abrir y cerrar la boca sucesivamente
como un pez fuera del agua, sin duda buscando algo que objetar –Pero tú, Ginny, te
quedas –aseveró la mujer mirando a la menor de sus hijos que ya estaba pisándole los
talones a Ojoloco y trataba de confundirse entre la multitud.

-No puedes obligarme –dijo decidida, volviéndose hacia su madre.

-Claro que puedo, jovencita –Molly estaba pálida pero señalaba a su hija con el dedo índice
cargado de amenaza –aún eres menor de edad y mientras lo seas, eres responsabilidad de
tu padre y m…

-Me escaparé –le anunció Ginny con desparpajo –ya lo hice en la batalla de Hogwarts. Así
que puedo ir con vosotros y así al menos podréis vigilarme, o puedo ir por mi cuenta
cuando todos os hayáis marchado.

-Hija –intervino el señor Weasley en tono suplicante –tu madre y yo nos sentiríamos más
tranquilos si supiéramos que estás aquí a salvo…

-¿Y cómo se supone que he de sentirme yo cuando toda mi familia está peleando y yo
tengo que esperarles en casa sin saber nada? –replicó la pelirroja con sequedad.

-Esto no es una discusión, Ginevra –la Señora Weasley tenía el conocido brillo en los ojos
que precedía a las lágrimas. Los gemelos miraron a otra parte, incómodos–sólo tienes
dieciséis años ¡y he dicho que te quedarás! -dijo tajantemente.

-Deirdre se quedará con ella –ofreció Mike Apeldty pasando cariñosamente un brazo por
encima de los hombros de su esposa –es muggle, no puede ir al Ministerio. Se quedará
aquí cuidando de Ginevra y el Señor Snape.

-Tú tampoco vas, papá –Devany se plantó con decisión frente a su padre y se ajustó su
inseparable gorrito de lana en la cabeza –eres un squib, no puedes hacer nada en la
batalla…

-La última vez supe apañármelas –se defendió Mike quitándose el palillo de los labios.

-¿Piensas atacar a las fuerzas del Seños Oscuro con una fregona? –replicó Devany
angustiada –Te matarían en menos de un minuto.

El Señor Apeldty soltó lentamente a su mujer, y separó las piernas para afianzarse en el
suelo, observando a Devany con cabezonería y preocupación.

-Si piensas que voy a dejar que vayas allí sola, Devy, es que…
-Señor Apeldty –intervino Ron tomando la mano de la chica con tímidez. Ella se aferró a él
con fuerza –yo cuidaré de ella, se lo prometó.

El Señor Apeldty miró a Ron y Ron le miró a él, y en silencio mantuvieron un callado
diálogo. Nadie dijo nada, pero Draco puso los ojos en blanco y Hermione tuvo que darle un
apretón en la mano para que no hiciera ningún comentario.

-Está bien, está bien –se rindió el Señor Apeldty pasándose una mano por la barba de un
par de días –te confío a mi tesoro, Ronnie, no me falles.

Ron asintió solemnemente y Devany se atrevió a sonreír con debilidad.

-Bien –intervino Kingsley –entonces los Apeldty y Ginevra se quedaran en la mansión con
Snape. Esta es la última oportunidad para el resto para decidir si realmente quiere ir al
Ministerio o por el contrario prefiere quedarse, nadie debe sentirse obliga…

-Vámonos de una vez –resopló Tonks barriendo el aire con una mano como si quisiera
quitarle importancia a las solemnes palabras del auror –no hay tiempo que perder –dijo con
entusiasmo.

Ginny, enfurecida, bajó los dos escalones que ya había ascendido y pasó al lado de sus
padres sin siquiera mirarles. Llegó a Harry que estaba situado entre los gemelos, lo cogió
por el cuello de la túnica y le plantó un beso en los labios sin importarle el público. Fred y
George sonrieron picaronamente y lanzaron silbidos, mientras Harry, demasiado violento
por la situación, apenas fue capaz de reaccionar antes de que la pelirroja se apartara y le
observaba con ojos brillantes de sentimiento.

-Ten cuidado –le dijo. Harry la miró fijamente durante unos segundos, sin decir nada.
Después, simplemente asintió y rehuyendo las miradas de todos, se dirigió al hall. Los
gemelos le siguieron, sin duda haciendo un esfuerzo sobrehumano para no tomarle el pelo,
y Draco y Hermione fueron tras ellos. Mientras subía las escaleras con la Orden del Fénix al
completo, Hermione pudo ver a la madre de Devany, una mujer rubia de pelo rizado y
rostro bondadoso, rodeando el hombro de Ginny con aire compasivo. Antes de que la
castaña llegara al hall, Ginny Weasley le guiñó un ojo.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Normalmente, un grupo de diecisiete personas no aparecía de la nada en medio de la


nevada acera de St. Penny's Street en plena noche de Navidad. Pero esa noche no era
normal.

La calle estaba a oscuras, las farolas apagadas, la nieve que cubría las aceras surcada de
pisadas, tan sólo iluminada por la media luna y las estrellas. No había tráfico, ni tampoco
peatones.

De hecho, la calle estaba tan tranquila que parecía imposible creer que una batalla pudiera
estar teniendo lugar cerca de allí. Hermione buscó con la mirada la cabina telefónica que
era en realidad una entrada al Ministerio y soltó aire asombrada al comprobar que tan sólo
quedaba su estructura chamuscada y enroscada como las patas de una araña a un lado de
un enorme agujero en el suelo.

-Por ahí –les indicó Kingsley –han forzado la entrada pública.


Todos cruzaron la acera sin molestarse en mirar, dejando sus huellas en la capa de nieve
blanda que recubría el suelo. En torno al lugar en el que antes se había alzado la cabina, no
había nieve sino un líquido negro como la brea que despedía un pestilente olor a quemado.
Un cráter de unos tres metros de diámetro se abría en mitad del suelo, revelando unos
cuantos metros más abajo el suelo de la primera planta del Ministerio. El Atrio.

-¡Espongificación!-gritó Moody y apuntó con su mano nudosa el interior del cráter. Un


chispeante rayo de luz de color crema bajó disparado a través del cráter y golpeó el suelo
de madera pulida del Ministerio. Al instante, una especie de hongo gigante brotó de la
madera y comenzó a hincharse como una enorme colchoneta.

-¡Las damas primero! –gritó Tonks y sin más, se arrojó a través del agujero. Fred y George
se miraron el uno al otro, sonrieron y se lanzaron tras Tonks murmurando algo como qué
bien me cae esa tía. Ojoloco, Kingsley y su esposa Jada les siguieron en silencio, pero
cuando Hermione puso un pie en el borde del cráter, una voz familiar la detuvo.

-Hola chicos.

Luna Lovegood se acercaba trotando alegremente sobre la nieve con sus pendientes de
muérdago balanceándose en sus orejas y una bufanda amarillo fosforito cubriéndole el
cuello. Por lo visto había aparecido de la nada unos segundos atrás.

-¡Luna! –exclamó Harry sorprendido. Draco la miró pensando que definitivamente Lovegood
estaba como una regadera¿era posible que se hubiera enterado de que estaban en guerra
después de todo ese tiempo? Y si era así¿qué coño hacía correteando por la nieve como si
fuera a recoger florecillas?

-He oído lo del ataque por la radio –explicó Luna con los ojos muy abiertos, miró a Draco y
la mano con la que tomaba la de Hermione hasta que el chico se sintió incómodo. Después
sonrió levemente y volvió a prestar su atención a Harry, parpadeando como si acabara de
salir de un sueño –mi padre se quedó dormido en el sofá, demasiada leche de plimpy –
negó con la cabeza con aire indulgente –así que he venido a ayudar –añadió encogiéndose
de hombros.

Sin duda, Luna Lovegood era un arma mortal, pensó Draco. Distraería a los mortífagos
diciéndoles que les había entrado una polilla invisible por un ojo, que había elzohairs o
cómo coño se llamaran haciéndoles trenzas de espiga en el pelo o que un Snydanpú estaba
intentando chuparles un codo. Y entonces los mortífagos se asustarían y los miembros de la
Orden les atacarían y acabarían con ellos en cuestión de segundos. Sería una victoria
aplastante.

-Pues vamos –dijo Harry volviéndose de nuevo hacia el cráter, con expresión de haber
pensado lo mismo que Draco.

-Un momento –les pidió Luna con aire soñador –os vendrá bien esto –y sacó un puñado de
lo que parecía harina del bolsillo de su trenca multicolor. Extendió la mano con el montón
de harina en su palma y sopló dispersando los polvos por la cara de Harry, Ron, Devany,
Draco y Hermione.

-¿Qué coño … -masculló Draco entre toses.

-Polvos de cuerno de snorklack, os protegerán de los bullebys –les explicó Luna


evidentemente satisfecha, después echó a andar hacia el cráter -¿Por dónde vamos¿Por
aqu.. –la Ravenclaw no acabó su frase, simplemente continuó andando hasta que el suelo
desapareció bajo sus pies y ella lo hizo en el agujero con una risita soñadora.

-Maldita chiflada –despotricó Draco limpiándose la harina de la cara. Tosió un par de veces
y le pareció ver a unos cuantos magos corriendo con sus túnicas festivas hacia ellos, pero
no se detuvo a comprobarlo. El resto de la Orden, exceptuando a Potter, Apeldty, Weasley,
Hermione y él ya habían bajado al Ministerio, y Draco estaba harto de esperar. Sin decir
palabra, tiró de Hermione y ambos cayeron por el agujero.

Hermione ahogó un gemido cuando rebotaron sobre el enorme hongo y fueron enviados un
par de metros hacia delante sobre el suelo de madera pulida del Atrio. Se incorporó con
intención de levantarse, pero Draco tiró de su mano volviéndola a arrojar al suelo, en el
mismo momento en que un chorro azulado pasaba volando por encima de la cabeza de
Hermione.

Echando una rápida mirada a la primera planta del Ministerio, Hermione vio el mostrador de
recepción sobre el que yacía un hombre probablemente muerto. A sus pies, una mujer con
el uniforme plateado de los aurores, parecía muerta también. Más allá, cerca de la fuente,
un grupo de mortífagos peleaba con un puñado de aurores y magos civiles, lanzándose
chorros de luz de todos los colores. Hermione pudo ver a un mortifago con la cabeza dentro
de la fuente de los magos y las criaturas mágicas. Al lado, la estatua del sonriente elfo
doméstico tenía el rostro salpicado de sangre dándole un aspecto siniestro.

Al fondo, ascensores dorados subían y bajaban incesantemente entre chispazos de luz. Un


ascensor tintineó al llegar hasta el Atrio y sus puertas se abrieron automáticamente,
mostrando a un pasajero sentado contra una esquina con el rostro lleno de sangre y los
ojos velados por la muerte. Magos y mortífagos se enzarzaban por toda la planta.

Los miembros de la Orden se habían dispersado y unido a la batalla. Fred y George se


encargaban de dos enmascarados mortífagos después de haber enviado a un tercero contra
las coces del centauro de la fuente. Kingsley se enfrentaba a un mortífago con la máscara
rota que Hermione reconoció como el padre de Theodore Nott, y a su espalda Ojoloco y
Tonks luchaban con dos más especialmente corpulentos que debían de ser Crabbe y Goyle
padre.

De las chimeneas empotradas en las paredes brillantes del Ministerio aparecían


constantemente magos y brujas civiles que acudían a ayudar, uniéndose en el acto a la
batalla.

Draco y Hermione se levantaron del suelo con prudencia en el mismo momento en el que
Harry aparecía por el agujero y rebotaba con la "colchoneta" improvisada de Moody,
saliendo disparado hacia ellos. Hermione ahogó un gemido y Harry se hubiera empotrado
con la chimenea que había a la izquierda de ellos si Draco no hubiera alargado un brazo
para sostenerlo. El moreno se aferró a él hasta lograr equilibrarse y después ambos se
soltaron como si tuvieran la peste. Intercambiaron un par de miradas incómodas y luego
Harry se estiró el jersey y Draco carraspeó rudamente.

-Gracias –masculló Harry. Draco se limitó a asentir y se agachó para evitar un rayo dorado
que casi le da de pleno. Los tres se dispersaron para unirse a la batalla, aunque Draco
pisaba los talones de Hermione. Un mortífago obeso les salió al encuentro sonriendo
macabramente y Hermione se percató horrorizada de que su máscara plateada estaba
salpicada de sangre. No propia.
-¡Cruciatus! –gritó con voz aguda el mortífago. Hermione empujó a Draco hacia un lado y el
hechizo pasó volando entre ellos y le dio a un mortífago que había aparecido a sus
espaldas, que cayó al suelo, retorciéndose silenciosamente.

-¡Alarte Ascendere! –Draco agitó su varita con rabia y un chorro plateado impactó en el
pecho del mortífago, elevándolo hacia el techo como si una bomba hubiera explotado a sus
pies. El hombre se estrechó contra las runas doradas que aparecían y desaparecían en el
techo y cayó al suelo con un sonido pesado. Una diminuta mortífaga que caminaba dando
tumbos y girando sobre sí misma, tropezó con su compañero y cayó al suelo con una
risotada, sin duda víctima de un Confundus. Draco y Hermione echaron a correr hacia un
grupo de combatientes, rodeándoles, y por preocupación, la chica lanzó un Desmaius a la
mortífagada confundida, que quedó en el acto inconsciente.

Tom del Caldero Chorreante, Madame Malkin y la dependienta de la tienda de animales que
le había vendido Crookshanks a Hermione, luchaban contra un par de mortífagos
empapados. Una bandada de aves que Madame Malkin había hecho aparecer revoloteaba
furiosamente sobre las cabezas de los magos tenebrosos, lanzándoles picotazos y
arañándoles el rostro con sus patas. Draco le dio una patada a uno de los mortífagos al
pasar por su lado, que cayó al suelo e inmediatamente se vio cubierto de pájaros.

Unos metros más allá, Devany resbaló con un charco de agua cercano a la fuente y quedó
sentada sobre su trasero a los pies de dos mortífagos. Empezó a retroceder nerviosamente,
incapaz de levantarse en el resbaladizo suelo, mientras uno de los magos oscuros se
quitaba la máscara para mostrar una cruel sonrisa de dientes amarillos y roídos.

-Una pequeña sangre sucia lista para morir –siseó apuntando a Devany con su varita. Su
compañero rió gravemente –Adiós, impura. ¡Avada K…

-¡CARPE RETRACTUM! –bramó una voz y la estatua del brujo de la fuente salió volando por
los aires, girando sobre sí misma, y se llevó por delante a los dos mortífagos que rodeaban
a Devany, estampándolos contra las verjas de unos de los ascensores con un desagradable
sonido de huesos rotos. Ron apareció corriendo, enfurecido, cogió a Devany por un brazo y
la levantó del suelo casi a volandas, obligándola a correr tras él.

Cerca de las chimeneas, Remus peleaba contra los hermanos Lestrange, incapaz de hacer
algo más que resistir sus ataques. Una figura delgada y más bien bajita, con una larga
cabellera rubia, se plantó tras los hermanos y apuntó a uno de ellos con su varita.

-¡Deprimo! –susurró alegremente. El suelo comenzó a temblar bajo los Lestrange que se


miraron el uno al otro. La madera comenzó a resquebrajarse bajo sus pies y de pronto, un
gran agujero se abrió en el suelo, tragándose a los dos mortífagos.

-Oh –musitó Luna sonriendo dulcemente y se asomó por el agujero para decirles adiós a los
mortífagos con una mano.

-Bien hecho, Lovegood –dijo Remus apuntando con su varita a través del agujero -¡Duro! –
gritó y de su varita salió un chorro azulado que impactó con los hermanos tirados en el
suelo de la primera planta del Ministerio, volviéndolos de piedra.

Justo en ese momento, en la chimenea que había tras Luna y Remus, una figura con la
cabeza cubierta por una mantilla apareció, encorvada. Recomponiéndose con pomposidad,
la profesora Trewlaney recolocó sus chales y miró a la muchacha y el licántropo a través de
los gruesos cristales de sus gafas que amplificaban sus ojos.
-Hola, queridos –dijo con tono misterioso –sabía que volveríamos a encontrarnos.

-Profesora Trewlaney –Luna sonrió, risueña -¿qué hace usted aquí?

-Bueno, mi ojo interior me informó de lo que estaba sucediendo en el Ministerio, y decidí


venir a ayudar –aseguró la profesora, alisándose uno de los chales cubierto de lentejuelas
doradas.

-En realidad, lo oímos en la radio –McGonagall acababa de aparecer detrás de su


compañera y se sacudía el polvo de su túnica de gala verde esmeralda con gesto grave.
Instantes después, Flitwick, Slughorn, Sinistra, Fawcett y Sprout surgieron de las
chimeneas contiguas.

-En plena cena de Navidad –farfullaba Slughorn haciendo temblar los botones de su túnica
en los ensanchados ojales en torno a su gruesa figura –no respetan nada… -y sacando su
varita, petrificó a un mortífago que corría tras Lavender Brown y su madre.

Neville y su abuela cayeron sobre la colchoneta después de lanzarse por el cráter y el


sombrero de la anciana salió volando por los aires. Cayó cerca de los pies de George, el
cual lo recogió sin dejar de lanzar hechizos a un mortífago, y se lo puso en la cabeza con
aire divertido.

-¡George! –le regañó su madre después de atar a un mortífago con cuerdas que hizo
aparecer mágicamente -¡quítate eso de la cabeza!

-¡Furnunculus! –lanzó Dean Thomas contra Alecto Carrows. La máscara de la mujer cayó al
suelo y su rostro comenzó a llenarse de espantosas ampollas que la mortífagaba trataba de
quitarse a arañazos. Seamus Finnigan la libró de su sufrimiento con un
acertado Desmaius y la mortífaga cayó al suelo junto al cadáver de un mago anciano.

Docenas y docenas de magos civiles no dejaban de llegar por las chimeneas y el cráter
donde antes había estado la cabina telefónica, alertados por la radio del ataque sufrido. Los
mortífagos, cada vez más superados en número en esa planta, corrían hacia los ascensores
para descender y reunirse con sus compañeros en los pisos inferiores.

Draco y Hermione luchaban contra Mullciber, arrinconándole contra la fuente del Ministerio.

-¡Mimblewimble! –lanzó Hermione, pero Mulciber gritó un Impedimenta y bloqueando el


hechizo.

Fastidiada, Hermione alzó su varita hacia el techo y comenzó a agitarla en círculos como si
removiera el aire.

-¡Salvo Hexia! –invocó extendiendo una especie de burbuja transparente en torno a Draco
y a ella.

-¡Cruciatus! –gritó el mortífago, pero su hechizo rebotó contra la barrera y le golpeó a él,
haciéndole caer de rodillas al suelo entre espasmos de dolor. Satisfecha, Hermione bajó su
varita y la burbuja desapareció.

-¡Everte Statum!
Draco apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el hechizo le golpeara lanzándolo
varios metros por los aires. Aterrizó sobre el suelo y rodó un par de metros hasta las
puertas abiertas de un ascensor ocupado por un cadáver. Tosiendo y mascullando por lo
bajo mientras se palpaba la dolorida espalda, Draco trató de recuperar su varita que había
rodado un par de metros lejos de él. Arrastrándose penosamente por el suelo, consciente
de que estaba indefenso y de que era un blanco fácil, Draco sentía el corazón latiéndole en
la garganta. La varita estaba ya a tan sólo a unos centímetros de su brazo extendido, sólo
tenía que esforzarse un poco más y la alcanzaría. Haciendo un esfuerzo sobrehumano,
Draco se arrastró un poco más y estiró el brazo hasta que sus dedos rozaron la punta de su
varita. Apretó los dientes, ignorando el dolor que sentía por todo el cuerpo, latiendo en
cada músculo, y se estiró un poco más.

-Permíteme que te ayude, querido –dijo una voz femenina y cruel y Draco sintió el tacón de
aguja de una bota puntiaguda y negra clavándose en la muñeca de su mano extendida.
Gimió de dolor cuando el tacón atravesó la piel y se hundió en el hueso hasta fracturarlo, y
los ojos se le nublaron, llenándose de lágrimas.

-¿Duele? –Bellatrix rió histéricamente y removió el tacón en la herida abierta, relamiéndose


de placer.

-¡CISTEM APERIO! –bramó alguien y un rayo de un tono metálico impactó contra Bellatrix,


arrojándola dentro del ascensor abierto que había junto a ella. La mortífaga chocó contra la
pared y tomó aire bruscamente, como si se hubiera quedado sin respiración.
Rabiosamente, se incorporó de la pared, boqueando y lanzando chispas por los ojos.

-¡Tú! –escupió sin voz al ver a Neville Longbottom corriendo hacia ella.

-¡Te mataré! –anunció Neville y por la furia desatada y el odio que había en sus ojos
habitualmente tranquilos, en su rostro bonachón, parecía perfectamente capaz de hacerlo.

-¿Ah, sí? –Bellatriz rió y su pecho tembló agitadamente. Alargó una mano de uñas largas y
sucias hacia los botones del ascensor y pulsó uno –Entonces, tendrás que venir a por mí,
pequeño ratón.

Las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse y Bellatrix se despidió con una mano del
colorado muchacho que se esforzaba inútilmente por llegar a tiempo. Traqueteando, el
ascensor empezó a descender y Bellatrix besó la palma de su mano, y después sopló con
una risotada, enviándoles el beso a Neville y Draco. Luego, desapareció.

-Eh, Longbottom –le llamó Draco retorciéndose en el suelo, apenas podía ver nada por las
lágrimas que tenía en los ojos y el dolor era tan fuerte que tenía la sensación de que se
desmayaría de un momento a otro. No obstante, había algo dentro de él que impedía que
perdiera la consciencia, que se rindiera al dolor, que abandonara su misión. El odio. La
venganza –ayúdame, quieres.

Neville corrió a ayudar a Draco y logró ponerle en pie, aunque el rubio se sintió tan
mareado que tuvo que aferrarse a él durante unos segundos. Después, le pidió a Neville su
varita y cuando la tuvo en la mano –afortunadamente, Bellatrix le había roto la muñeca
izquierda –se arrastró penosamente hacia el ascensor junto al que había caído.

-¿A dónde vas? –le preguntó Neville.


-A buscar a Bellatrix –masculló dejándose caer dentro del ascensor, sin importarle que
hubiera un cadáver allí. Neville se coló dentro antes de que las puertas se cerraran y miró
la mano cubierta de sangre de Draco.

-¿Estás bien?

-No –Draco apretó los dientes, tratando de no echarse a llorar como un niño –pero a quién
le importa.

Neville no dijo nada y los dos guardaron silencio, mientras el ascensor descendía dando
tumbos hacia la primera planta del Ministerio. Hacia Bellatrix Black.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Hermione miraba a todas partes, desesperada. Rookwood había lanzado a Draco por los
aires y Hermione no lograba encontrarlo entre toda la gente que batallaba. Cada vez
quedaban menos mortífagos en el Atrio, replegándose hacia otras plantas o huyendo por
las chimeneas, pero no había rastro de Draco por ninguna parte. Un par de Avadas habían
pasado cerca de ella y uno la hubiera matado si Oliver Wood no le hubiera apartado de un
tirón de su trayectoria. El equipo de Gryffindor que había ganado la copa en el tercer curso
estaba allí al completo, también los miembros del Ejercito de Dumbledore, sus familias,
todo el personal del Ministerio y docenas de aurores que abandonaban sus puestos en San
Mungo, Montis Occultus o donde quiera que estuvieran, para acudir a la batalla final.

Los ascensores bajaban y subían del Atrío, cargados de mortífagos y los magos que les
seguían, pero Hermione no había visto a Draco usar ninguno. La gente corría por todas
partes, en todas direcciones. Hechizos surcaban el aire, gritos y conjuros se oían en cada
rincón. El suelo estaba cubierto de caídos y heridos.

Pasó andando junto a un cuerpo inerte, mirándolo sin verlo, y gritó cuando una mano
cubierta de sangre se aferró a su tobillo con las últimas fuerzas que le restaban.
Horrorizada, Hermione miró al rostro enmascarado de un mortífago que había creído
muerto y vio sus dientes cubiertos de sangre a través de la abertura de la máscara.
Instintivamente, Hermione le apuntó con su varita.

-Petrificus Totallus –musitó y el mortífago se quedó paralizado y rígido como una estatua.


Tirando de él, Hermione logró sacar su tobillo de las garras del mago tenebroso, se volvió y
entonces lo vio.

Un mortífago vestido de negro, con capucha y máscara, se erguía a unos metros de ella
apuntándola con la varita. Hermione le observó asustada mientras el hombre sacudía la
cabeza haciendo que la capucha cayera sobre sus hombros. El pelo largo, platino y lacio
quedó libre. Con una floritura, su mano izquierda retiró la máscara y la arrojó al suelo. Los
ojos grises, tan parecidos a los de su hijo, pero a la vez tan insensibles, tan fríos, miraron
directamente a Hermione, trasmitiéndole su gélido desprecio. Su rostro estaba chupado,
como si el encierro, los años, le hubieran despojado de la carne. Tan sólo la fina piel cubría
sus marcadas y altivas facciones.

Lucius Malfoy.

Hermione retrocedió instintivamente sin atreverse a alzar la varita. Lucius Malfoy seguía
cada uno de sus movimientos con los ojos y sabía que si intentaba atacarle, posiblemente
acabaría muerta en menos de lo que cantaba un gallo. Y tampoco quería usar la magia
contra él. Era el padre de Draco.

Y ella era Hermione Granger, la sangre sucia que siempre superaba a su hijo en los
estudios. La inseparable amiga de Potter, la muchacha de la que según Hestia Jones,
estaba enamorado su hijo. Lucius Malfoy no había querido dar crédito a las palabras de
Bellatrix cuando ella le contó con todo lujo de detalles que había visto a Draco besando a
esa muchacha. Menos aún había hecho caso a las suposiciones de su cuñada de que ella
estaba dándole refugio a Draco.

Pero lo cierto era que Draco se había negado a matarla, que varios mortífagos les habían
visto juntos en la batalla de Hogwarts, y que Hestia Jones había dicho una y otra vez –y en
realidad había sido lo único que habían logrado sacarle –que su hijo quería a esa chica. No
había dado detalles, no había hablado de dónde se escondían, no había dicho una sola
palabra en relación a Snape por mucho que Bellatrix se cebó con ella. Nada.

"Tu hijo la quiere, Lucius Malfoy".

Lucius había rumiado esas palabras en su mente una y otra vez desde que habían salido de
prisión, y ahora la tenía en frente, esa impura, deshonra para su familia, indefensa ante él.
Alzó la varita, la miró con frialdad y despegó los resecos labios.

-Avada Kadavra –murmuró.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Ginny Weasley cruzó la calle desierta hundiendo los pies en la nieve. Había un gran agujero
en el suelo donde antes había estado la cabina telefónica y una muchacha morena con
rasgos orientales, observaba el cráter con prudencia junto a otra de pelo rizado, con unas
extrañas marcas en la cara.

-Chang –murmuró Ginny y Cho Chang alzó los ojos y miró a la pelirroja, incómoda –
Edgecombe –añadió con rencor al reconocer a la amiga de Chang: Marietta Edgecombe, la
misma que había delatado al ejército de Dumbledore.

-Hola…¿Weasley? –murmuró Chang.

Ginny asintió sin prestarle atención y miró por el agujero. Al fondo, después de una caída
de unos cinco metros, una especie de colchoneta cubría el suelo, sin duda para amortiguar
el salto. Ginny no se sentía muy orgullosa de haber usado la magia para dejar a los Apeldty
encerrados en la habitación de Snape sabiendo que Deirdre era muggle y Mike un squib,
pero las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas. Su familia, sus amigos
y el chico del que estaba enamorada estaban jugándose el cuello en el Ministerio y ella no
pensaba quedarse esperando en casa únicamente porque le faltaban unos meses para ser
mayor de edad. Y después de todo, ya había avisado a sus padres de sus intenciones.

Miró a Cho y a Marieta que parecían titubear, indecisas, y cuadró los hombros.

-Yo bajo, vosotras haced lo que queráis –le dijo Ginny y sin esperar más, se lanzó por el
agujero.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o
Neville y un tambaleante Draco salieron del ascensor en la primera planta del Ministerio. Un
cartel anunciaba el "Departamento de Entrada en Vigor de la Ley Mágica" y más allá otro
letrero señalaba en qué dirección se encontraba el despacho del Primer Ministro Mágico.

Se encontraban en una enorme estancia llena de mesas con sus correspondientes sillas y
papeleras y las paredes llenas de corchos, anuncios y memorándums sujetos con
chinchetas. El cuerpo de un auror estaba despatarrado sobre una de las mesas y otro caído
sobre una silla de ruedas. Había otro cuerpo envuelto en una túnica plateada en medio del
pasillo, y dos más apoyados en una estantería. Bellatrix Black les esperaba al fondo del
pasillo, con una sonrisa cruel en los labios y la varita alzada hacia ellos.

-Qué encantador –dijo y se echó a reír histéricamente, temblando de pies a cabeza –


Longbottom y mi querido sobrino quieren reunirse con sus mamaítas. Si cerráis los ojos y lo
deseáis con fuerza, os enviaré con ellas.

-¡Engorgio! –lanzó Neville corriendo hacía Bellatrix.

-¡Impedimenta! –recitó ella con aburrimiento, y el chorro de chispas que salió de su varita,
absorbió el hechizo de Neville. Realizó una ágil floritura con la varita y la lanzó hacia
delante velozmente -¡Finite Incantato!

Su hechizo surcó el aire como una bala en dirección a Neville. El chico, se arrojó detrás de
un escritorio para protegerse, que estalló por los aires cuando el conjuro de Bellatrix le dio.
Neville se vio arrastrado un par de metros por la onda expansiva, y Draco, demasiado débil
para soportarlo, cayó de espaldas sobre una mesa escuchando las desquiciadas carcajadas
de su tía.

En ese momento, una campana sonó y un segundo ascensor llegó hasta el primer piso.
Arthur Weasley cayó al suelo inerte, empujado por Travers. Selwyn y Macnair salieron tras
ellos.

-Las cosas arriba se han puesto feas –explicó MacNair ante la mirada interrogativa y
molesta de Bellatrix.

-Id con los demás, estúpidos –les ordenó Bellatrix moviendo la cabeza hacia atrás para
indicarles la dirección –Marsden se ha encerrado en su despacho y no logran entrar. Sabéis
que el Amo lo quiere muerto.

Los tres mortífagos asintieron dócilmente y pasaron corriendo junto a Bellatrix. Draco,
aprovechando su distracción, apuntó a su tía y gritó.

-¡SECTUSEMPRA!

Su hechizo golpeó de pleno a Bellatrix, arrojándola al suelo con un grito agudo de dolor.
Los tres mortífagos se detuvieron cuando la mortífaga cayó, y Macnair se acercó corriendo
a ella. Mientras tanto, Neville había logrado ponerse en pie, con el rostro ennegrecido por la
explosión y el pelo electrificado, y apuntó al grupo con su varita.

-¡Incendio! –una llamarada salió disparada de su varita y llegó hasta Travers y Selwyn,
pasando por encima de McNair que se había agachado junto a Bellatrix. La mortífaga movía
las manos en el aire, retorciéndose de dolor, mientras de los diversos cortes que se habían
abierto superficialmente en su cuerpo, manaba la sangre, formando un charco alrededor de
ella.
-¡Cave Inicum! –conjuró Macnair para protegerles a él y a Bellatrix, mientras Travers y
Selwyn ardían, corriendo en todas direcciones, bramando de dolor y liberando un
desagradable olor a carne quemada.

Draco y Neville se incorporaron, ambos tambaleantes, y avanzaron hacia Bellatrix a la que


McNair estaba curando aceleradamente.

-¡Duro!

-¡Engorgio!

-¡Depulso!

Draco y Neville lanzaba hechizos sin cesar que la barrera que Macnair había conjurado
absorbía, temblando y debilitándose más cada vez. Fastidiado, el verdugo, dejó de curar a
Bellatrix y les lanzó un Desmaius que ambos jóvenes lograron esquivar. Bellatrix se
removió en el suelo y recuperó su varita con el rostro y la túnica ensangrentada. Había
tanta furia en sus ojos que casi parecían rojos. Esquivó el hechizo que Neville lanzó y
escuchó con indiferencia el grito que soltó McNair al ser alcanzado, antes de caer en la
inconsciencia.

-¡Niños malos! –les regañó Bellatrix poniéndose en pie con dificultad. Sonrió cruentamente
y se limpió la sangre del rostro con la mano, logrando únicamente extenderla más –Draco,
le has hecho pupa a tu tía Bellatrix¿qué pensaría tu mamá de esto? –soltó una risotada
feroz y dio un pasó tambaleante hacia los dos muchachos –Ah, lo olvidaba, no puede
pensar.

-¡Incárcero! –rugió Draco con rabia y sogas blancas y alargadas surgieron de su varita y
comenzaron a enredarse en torno a Bellatrix, pero ella las cortó con un movimiento brusco
de su varita. Las cuerdas cayeron al suelo, inmóviles.

-¿Eso es todo? –le provocó la mortífaga acercándose más a ellos.

-¡Lacarnum Inflamarae! –lanzó Neville y llamas surgieron de su varita y se deslizaron por el


suelo hacia Bellatrix, la cual las apagó con un rápido Aguamenti.

-Mis pequeños –Bellatrix extendió las manos hacia ellos en una cruel imitación de una
madre –voy a tener que castigaros –y agitó la varita hacia ellos -¡Mobilicorpus!

Draco y Neville fueron alzados en el aire, como marionetas movidas por los hilos de
Bellatrix. La mujer rió moviendo la varita en el aire de modo que Draco y Neville flotaban
hacia donde ella los guiara, hasta que finalmente, hizo un movimiento como si descargara
una espada en el aire y los dos chicos salieron despedidos contra una pared cercana.
Riendo ferozmente, Bellatrix corrió tras ellos, dispuesta a no darles tregua. Draco y Neville
apenas habían tenido tiempo de recuperar la respiración, doblados en dos por el dolor,
cuando la mujer llegó hasta ellos y los pateó con la afilada punta de sus botas de cuero
negras.

-Ahora, quiero oíros llorar –susurró como si estuviera entonando una canción infantil.

Justo en ese momento, se oyó el traqueteo de un ascensor descendiendo y las puertas se


abrieron. Bellatrix se giró hacia él ascensor y sonrió ampliamente, con los labios y los
dientes tintados de sangre, al ver la figura oscura que se apeó de él.
-Lucius –dijo mientras el hombre avanzaba hacia a ellos, mirando fríamente a su hijo –el
último invitado a nuestra fiesta –y se estremeció de placer.

Lucius Malfoy se detuvo cerca de su hijo y le miró a los ojos. Draco, a pesar del dolor que
casi le paralizaba, se las apañó para apoyarse en la pared y enfrentarse a su padre con el
rostro erguido.

Hacía más de un año y medio que no le veía, y Draco notó a su padre mucho más
desmejorado. Parecía más viejo, más delgado, menos vivo. Sus ojos eran absolutamente
fríos, incapaces de cualquier matiz aportado por un sentimiento. Le miraba como si fuera
un extraño, sin mostrar ninguna señal de reconocimiento. Su rostro, demacrado, ojeroso,
parecía el de alguien a quien un dementor le hubiera robado el alma.

Y Draco sintió miedo, pero curiosamente no tanto como hubiera esperado sentir. Tal vez la
muñeca rota, las costillas fracturadas y los múltiples golpes, hubieran adormilado su
capacidad para sentir, pero el hecho era que ya no se sentía como un niño asustado
esperando la regañina de su padre. Había crecido, era un hombre, los dos lo eran. Había
visto demasiados horrores para que la simple figura de su padre le inspirara pavor y
adoración.

Eran sólo dos hombres, luchando en la batalla final, en bandos opuestos, diferentes. Un
padre y un hijo enfrentados, convertidos en extraños, en enemigos por las circunstancias.

Dos luchadores en una guerra. Iguales.

-Mira a quién tenemos aquí –rió Bellatrix –a nuestro adoro y valeroso Draco. Basura que
ensucia mi apellido y el tuyo –añadió con desprecio –Pero te diré lo que haremos, Lucius.
Yo me encargo de Longbottom, lo enviaré a San Mungo con sus padres y volverán a ser
una familia feliz…y tú te encargas de Draco. Matarás a tu hijo y enmendarás así tus errores,
y volverás a recuperar tu puesto junto al Señor Oscuro –se relamió la sangre de los labios y
sonrió mirando a Lucius -¿no es realmente dramático que un padre mate a su hijo? –
Bellatrix rompió a reírse inconteniblemente, su mano temblando en torno a la varita, los
delgados hombros agitándose convulsivamente –Creo que podríamos llamarlo… justicia
poética.

Pero Lucius no sonrió, no respondió a las palabras de Bellatrix. Se mantuvo


espeluznantemente inexpresivo y alzó su varita en el aire.

Miró a los ojos de Draco y Draco miró a los ojos de él.

Lucius despegó los labios y habló.

-¡AVADA KEDAVRA!

El rayo de luz verde surcó el aire cegando los ojos de Neville. Impactó violentamente contra
el cuerpo que quedó tendido en el suelo, exhalado ya el último halito de vida.

Se hizo un silencio profundo, punzante. Nadie habló.

Lucius avanzó hacia el cuerpo tirado en el suelo y las puntas de sus botas se detuvieron,
alineadas, junto a él.
-Justicia poética, Bellatrix –dijo, y miró con desprecio a su cuñada muerta, con el rostro
ensangrentado, deformado en un gesto de fatal sorpresa. Los ojos negros, vacíos de vida,
la sonrisa congelada en sus delgados labios. Las manos que a tantas personas habían
torturado, las manos que le habían arrebatado a su esposa, a su amor, laxas.

Bellatrix Black había muerto.

Travis y Selwyn, que habían logrado apagar el fuego que Neville les había lanzado, se
aproximaban a Lucius y los dos muchachos, quemados y llenos de ampollas. Travis cayó al
suelo tras tropezar con una papelera y no volvió a moverse, pero Selwyn les apuntaba con
su chamuscada varita.

-¡Traidor! –escupió mirando a Lucius.

Lucius miró al mortífago con indiferencia y le apuntó con su varita.

-¡Avada Kedavra!

Y antes de poder decir nada más, el hombre cayó muerto al suelo, envuelto en los últimos
rastros de chispas verdes.

Draco miró a su padre con los ojos muy abiertos y titubeó antes de tomar la mano
enguantada que él le ofrecía. Finalmente, comprendiendo que su padre había decidido ya
en qué bando pelear, tomó su mano y dejó que le ayudara a ponerse en pie, por mucho
dolor que moverse le produjo.

Se oyó un click y las puertas de un nuevo ascensor cargado de mortífagos, se abrieron.


Rápidamente, Lucius levantó al impactado Neville en volandas y lo empujó junto con su hijo
hacia delante.

-¡Corred, rápido! –les ordenó inflexible, alejándoles de los ascensores.

Un nutrido grupo de mortífagos salió al hall del Departamento de Entrada en Vigor de la


Ley Mágica. Dos segundos después, otro ascensor llegó al mismo piso, y de él bajaron
Kingsley, su esposa Jada, Molly, Charlie, Ojoloco, Fawcett y Remus, además de un puñado
de civiles que de inmediato se enzarzaron en una lucha con los mortífagos.

-¡Arthur! –exclamó Molly arrodillándose junto a su marido, tirado a medio camino entre dos
ascensores. Charlie conjuró un hechizo protector en torno a sus padres y estampó al primer
mortífago que pilló contra la pared de un certero puñetazo, rugiendo de furia.

Kingsley y Jada derribaron a otro mortífago y echaron a correr hacia el fondo de la sala,
siguiendo la estela de cuerpos.

-El ministro –gimió uno de los aurores que había apoyado en una estantería cerca del
pasillo. Kingsley corrió hacia él y se arrodilló a su lado, para escuchar el débil hilo de su voz
–quieren al ministro, está…en su…despacho.

-Gracias, Milton –Kingsley le puso una mano en el hombro y observó con compasión las
graves heridas de su cuello –Jada, intenta hacer algo por él.

La mujer de Kingsley asintió y conjurando un hechizo protector sobre ambos, se dispuso a


tratar de salvarle la vida a Milton. Kingsley llamó a Ojoloco y Fawcett con un gesto,
indicándoles la puerta que había al fondo del departamento, que tras un largo pasillo
salpicado de oficinas, daba al despacho del Ministro.

-Marsden está atrapado –les informó Kingsley.

-Deberíamos dejar que se las apañará solo –masculló Ojoloco y no obstante, echó a correr
a toda la velocidad que su pierna de madera le permitía. Otro hombre siguió a los tres
aurores, desentendiéndose de la batalla que se estaba librando junto a los ascensores.

Un hombre que buscaba venganza.

Justicia Poética.

# Batalla Final - Parte II

Capítulo 49: La rata, el lobo y el niño que vivió

Ginny rodó por el suelo ágilmente y se puso de rodillas, con la varita en la mano presta a
atacar.

-¡Moco murciélago! –gritó enviando su famoso hechizo al rostro enmascarado de uno de los
pocos mortífagos que quedaban en el Atrio. Se incorporó rápidamente y divisó a los
gemelos, peleando codo con codo con la furiosa abuela de Neville. Por alguna extraña
razón, George llevaba su sombrero con un cuervo disecado en la punta.

-¡Ginny! –gritó Fred al verla, empujando a un aturdido mortífago dentro de la fuente del
Ministerio -¿Qué haces aquí?

-¿No es evidente? –Ginny se agachó para esquivar un Cruciatus perdido y pisoteó la mano


de un mortífago caído que trataba de coger una varita tirada en el suelo. Después lo dejó
inconsciente con un Desmaius.

-Alguien se la va a cargar –canturreó George alegremente. Justo en ese momento, un


hechizo le golpeó en el sombrero, prendiéndole fuego. George se lo quitó rápidamente y lo
arrojó a la fuente para apagarlo.

-¡MI SOMBRERO! –bramó Augusta Longbottom y el mortífago que había lanzado el hechizo
no supo si era más mortífera con su varita o con el bolso, cuando empezó a aporrearle con
él. Fred, compadeciéndose de su sufrimiento, lo dejó fuera de combate con un Desmaius.
Refunfuñando por lo bajo, la abuela de Neville recuperó su chamuscado y empapado
sombrero de la fuente, y secándolo con un hechizo, se lo puso de nuevo con orgullo.

Ginny se dirigía hacia un grupo de mortífagos que luchaban con McGonnagall, Sprout y
Sinistra, cuando una mano la agarró por un brazo como una garra.

-Harry –musitó la pelirroja asombrada, bajando la varita con la que había estado a punto
de atacarle.

-¿Qué demonios haces aquí? –le preguntó el muchacho aparentemente calmado, pero sus
mandíbulas se marcaban duramente y en sus ojos se notaba el enfado que sentía, por no
hablar de la fuerza con la que la sujetaba. Ginny se sintió tan molesta que ni siquiera se
preocupó por el corte que Harry tenía en la cabeza ni por el desgarrón en el jersey con una
H que su madre le había regalado esa mañana.
-He venido a pelear –le explicó secamente -¿vas a llevarme de vuelta a Grimmauld Place?

-No –gruñó Harry tras un breve silencio.

-Pues entonces, suéltame y haz algo útil –Ginny liberó su brazo del apretón de Harry y se
introdujo en la batalla. El moreno se quedó abatido durante unos instantes hasta que
alguien gritó su nombre.

-¡Harry! –chilló Cho aterrorizada, y como acto instintivo, Harry se echó al suelo,
apartándose así de la trayectoria un Avada que le hubiera matado. Cho Chang y Marieta
Edgecombe, que acababan de aparecer en la colchoneta, petrificaron al mortífago que
había atacado a Harry y corrieron a ayudar a Flitwick a dejar a otro fuera de combate
mientras Harry se ponía de nuevo en pie.

Más allá, Tonks y Hermione se enfrentaban a Avery y Dolohov. Tonks podía ser algo torpe
con los pies, pero tenía grandes reflejos y movía la varita en el aire a toda velocidad,
bloqueando ataques y lanzando otros nuevos casi al unísono.

-¡Impedimenta¡Depulso! –gritaba constantemente, repeliendo los hechizos de Avery y


contraatacando acto seguido.

Hermione, a su lado, intentaba apañárselas para que Dolohov no la matara. Todavía estaba
demasiado alterada por su encuentro con Lucius Malfoy, como para pelear en óptimas
condiciones. La Gryffindor se había quedado tan paralizada al ver el Avada volando hacia
ella, que se sorprendió cuando el chorro de luz pasó por encima de su hombro y golpeó
algo a sus espaldas, que cayó con un ruido sordo al suelo. Instintivamente, Hermione se
volvió hacia el caído viendo el cuerpo exánime de Amycus Carrows, con la varita aún sujeta
en la mano tirado a un metro de ella y comprendió que el mortífago había tratado de
matarla. Rápidamente, se volvió hacia el hombre que le había salvado la vida, pero Lucius
Malfoy ya no estaba frente a ella y no lo volvió a ver. Hermione había esperado muchas
cosas de su encuentro con Lucius Malfoy, pero la realidad había superado su imaginación.

-¡PAPÁ! –bramó desgarradoramente una voz. Esquivando una maldición de Dolohov,


Hermione se giró a tiempo de ver a Percy Weasley corriendo hacia un ascensor que se
cerraba con Arthur y tres mortífagos dentro. Percy llegó a las rejas cuando la cabeza de su
padre desaparecía junto a los tres encapuchados y empezó a aporrearlas con puños y pies,
gritando el nombre de su padre una y otra vez. Continuó golpeando las verjas hasta que
sus nudillos quedaron en carne viva y sus manos se cubrieron de sangre, hasta que la voz
se le enronqueció de tanto gritar, y sólo se detuvo cuando Bill apareció por detrás y lo
apartó del vacío ascensor.

-¡Déjame! –gritaba Percy luchando desesperadamente por librarse de las manos de su


hermano -¡tengo que ayudarle!

-También te necesitamos aquí –le dijo Bill calmadamente, aumentando el apretón en torno
al delgado cuerpo de su hermano hasta que éste dejó de agitarse, sin fuerzas. Bill lo soltó
lentamente y Percy se escurrió entre sus manos como un muñeco roto, quedando de
rodillas sobre el suelo. Se tapó las gafas de pasta dura con las manos y rompió a llorar.

-¡Percy! –gritó la Señora Weasley acercándose a su hijo, con los ojos húmedos. Molly llegó
hasta él y arrodillándose su lado, lo abrazó. Él ocultó el rostro en el pecho de su madre,
llorando como un niño pequeño y balbuceando frases llenas de incoherentes disculpas. Bill
se acuclilló junto a ellos, y Ginny, Ron, los gemelos y Charlie se acercaron, ignorando la
batalla que su alrededor se tejía, llevados por la llamada de su familia. Y allí, en medio del
Atrio destrozado del Ministerio, en medio de la batalla final, los siete hermanos Weasley y
su madre se reunieron.

Fleur les cubría, bloqueando los hechizos de que los mortífagos lanzaban a los Weasley con
conjuros protectores. Por su parte, Devany, Penélope Clearwatter, Sean Fawcett y las
gemelas Patil se encargaron de ocupar sus lugares en la lucha, enfrentándose a los últimos
mortífagos. Grupos y grupos de ellos huían hacia los ascensores, bajando a otros pisos para
tratar de reagruparse, mientras que miembros de la Orden, del ED, del cuerpo de aurores,
del país británico en general, les perseguían y eliminaban.

Hermione logró dejar inconsciente a Dolohov y segundos después Tonks hizo lo propio con
Avery. El mortífago cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza con el borde de la fuente, para
no volver a despertar.

-¡Vamos! –le indicó Tonks a Hermione corriendo hacia los ascensores. Pero justo en ese
momento, un grupo de mortífagos apareció por las chimeneas que había tras, con sus
oscuras túnicas, y sin máscara. Hermione se sintió horrorizada al volverse y reconocer los
rostros de la docena de magos tenebrosos que acaban de llegar. La mayoría habían ido a la
escuela con ella: Flint, Montague, Zabini, Crabbe, Goyle, Parkinson, Warrington…y
capitaneándoles iba Fenris Greyback.

-Vaya, vaya –el licántropo se relamió los infestos dientes –que jugoso manjar –gruñó
mirando a Hermione, mientras su respiración superficial se volvía superficial por la
excitación.

-¡Avis! –conjuró ella apuntando hacia el techo con celeridad. Un puñado de aves surgió de
la punta de su varita y empezó a revolotear sobre su cabeza, esperando órdenes -¡Opugno!
–gritó acto seguido y disparó su varita hacia delante, lanzando la bandada de pájaros
contra los mortífagos recién llegados.

Tonks, se frenó a medio camino de los ascensores al escuchar la voz de Hermione y


regresó rápidamente junto a ella. Se detuvo a su lado con la varita apuntando directamente
al licántropo y sus ojos oscuros relumbraron llenos de odio.

-Ese es el cabrón que mordió a Remus –masculló. Greyback ni siquiera la había visto,
ocupado en apartar a los pájaros que le picoteaban la cabeza con manotazos casi animales
-¡Depulso!

Y el licántropo se vio empujado por el hechizo de Tonks, empotrándose contra una


chimenea y rompiéndose sin duda varias costillas en el acto. Cayó al suelo como un
muñeco desmadejado y se quedó allí, encogido e inmóvil. Mientras tanto, el grupo de
mortífagos noveles corría en todas direcciones escapando de las aves, indefensos ante
posibles ataques. Hermione, que no quería dañar realmente a ninguno, les lanzaba
maldiciones que durante años los estudiantes de Hogwarts habían intercambiado por los
pasillos cuando sus profesores no miraban.

-¡Tarantallegra! –lanzó a Zabini, el cual, sin detenerse en su huída despavorida, empezó a


bailar velozmente con los pies, como si estuviera saltando a la comba a una velocidad tres
veces superior a la normal. Tropezó con un cuerpo, cayendo al suelo, pero aún así sus pies
siguieron agitándose en el aire impidiéndole levantarse.

-¡Rictusempra! –envió Hannah Abott corriendo a ayudar a Hermione, y el chorro plateado


que salió de su varita golpeó a Flint haciendo que el antiguo capitán de quidditch empezara
a desternillarse de la risa, a pesar de que un gran pájaro le estuviera picoteando ambas
manos hasta hacerle sangrar.

-¡Babosas! –chilló Susan Bones, embrujando a Pansy Parkison de modo que la chica
comenzó a tener arcadas y a escupir babosas continuamente, arrodillada en el suelo.

Montague y Goyle, que habían logrado deshacerse de los pájaros momentáneamente,


atacaron a las chicas.

-¡Serpensortia¡Serpensortia! –gritaban sin parar, haciendo brotar alagadas serpientes


negras de la punta de sus varitas, que caían al suelo y se enroscaban amenazadoramente,
sacando la lengua bífida con los ojos fijos en Hufflepuffs y la Gryffindor.

-¡Evanesco! –chilló Susan histéricamente, retrocediendo. Su hechizo impactó contra una de


las serpientes y la hizo desaparecer entre una diminuta nube de humo. Tonks, más
práctica, usó la punta de su bota como cuña y envió a una de las serpientes de una patada
al rostro de Goyle.

-Chúpate esa –dijo sonriente.

-¡Densaugeo! –lanzó Hannah y los dientes de Crabbe comenzaron a crecer a toda velocidad
de manera exorbitante hasta que finalmente se clavaron en el suelo con tanta firmeza, que
el mortífago, anclado, no podía moverse.

Fred y George, retomando su cordial relación con Montague, reaparecieron en ese


momento para petrificarlo y meterlo de cabeza en una chimenea. El resto de mortífagos, la
mayoría menores de edad, huyeron despavoridos por las chimeneas, perseguidos hasta el
último momento por los fieros pájaros.

-Fred –dijo George sacudiéndose el polvo de su chaqueta de piel de dragón.

-George –replicó su gemelo alisándose las mangas de la suya.

-Ya hemos limpiado esta planta –indicó George señalando el Atrio con una mano como si
estuviera presentando a las chicas uno de sus nuevos productos. Y a decir verdad, George
tenía razón.

Los últimos mortífagos habían huido por las chimeneas o habían bajado a pisos inferiores,
seguidos de tres cuartos de sus combatientes. El suelo del Atrio estaba cubierto de cuerpos
que Ginny, Luna Lovegood y Romilda Vane ataban mediante Incárceros para asegurarse de
que no les dieran problemas en un futuro. Hannah y Susan sumían en la inconsciencia a los
recién llegados.

Ahora la batalla estaba en el primer piso, con el Primer Ministro.

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Cuando Tonks, Hermione, Susan Bones, Hannah Abott, Romilda Vane, Luna, Ginny y los
gemelos llegaron al primer piso, por el lugar parecía haber pasado un tornado. Las mesas
estaban volcadas, había cuerpos y papeles tirados por todas partes, y diversos grupos de
mortífagos y magos y brujas peleaban aquí y allá. El profesor Flitwick se había subido
encima de una mesa y saltó sobre los hombros de un mortífago que pasó corriendo delante
de él. Trewlaney trataba de asfixiar a una bruja tenebrosa con uno de sus chales y la
profesora Sprout, que debía haber perdido su varita a manos de un Expelliarmus, les tiraba
sillas, papeleras y grapadoras mágicas a todos los mortífagos que pillaba. Collin Creeve que
de algún modo que todos desconocían había llegado allí, ayudaba a Neville Longbottom y
Theodore Nott a arrastrar a los heridos detrás de una barricada de mesas, protegidas por
un ProtegoHorribilis que Flitwick les había lanzado. El Señor Weasley, Jada Shackelbolt,
Seamus Finnigan, Michael Corner, Tom el del Caldero Chorreante y la profesora Sinistra
entre otros, estaban allí, heridos en distintos grados de gravedad.

La camisa de Charlie que su madre había planchado con tanto esmero, estaba tan
desgarrada que apenas era un par de girones de tela sobre el torso y los brazos
musculosos, cubiertos de quemaduras. El mayor de los Weasley combinaba hechizos con
puñetazos y dos o tres mortífagos caídos eran prueba de su efectividad. Fleur, que tenías
las puntas de su cabello chamuscadas y despidiendo humo, lanzaba rabiososRelaskio al
grupo de mortífagos que rodeaba a Bill, Ron y Devany.

-¡Salvo Hexia! –gritó la señora Weasley y una burbuja traslucida brotó a los pies de sus dos
hijos y la joven medimaga, protegiéndoles de los ataques.

Hermione salió del ascensor junto al grupo y petrificó a un mortífago que luchaba contra
Marietta Edgecombre, sin dejar de mirar a todas partes buscando a Draco. Había
comprobado rápidamente que no estaba entre los caídos en el Atrío, así que Hermione
sabía que debía de estar en esa planta. Esquivó un par de hechizos y tropezó con un auror
muerto mientras le buscaba. Incorporándose, vio a Theodore Nott arrastrando el cuerpo
inerte de Zacharias Smith hacia la seguridad de una barricada de mesas y corrió hacia él.
Tomó una de las mangas de la túnica de Smith y ayudó a Nott a llevarlo detrás de los
escritorios apilados. Hermione contuvo una exclamación de miedo y alivio a partes iguales
al comprobar que Draco no estaba allí. Pero sí lo estaban el Señor Weasley, la esposa de
Shackelbolt, Seamus, Alicia Spinnet… Neville apareció por el otro rincón con Katie Bell,
ambos ayudaban a una mujer anciana herida en un hombro a caminar.

-Hermione –la saludó el muchacho que tenía el rostro ennegrecido y el pelo de punta.

-Neville, Nott¿habéis visto a Draco? –les preguntó desesperada.

-Creo que ha ido hacia el despacho de Marsden –respondió Neville con gesto grave –con su
padre –añadió.

Hermione miró alrededor como si esperara ver a los dos hombres, altos y rubios,
caminando tranquilamente entre la batalla. Pero no había rastro de ellos.

-El despacho está tras esa puerta –le señaló Theodore, apuntando a una puerta
entreabierta que había al fondo de la sala. Dos auroras con túnicas plateadas ayudadas por
Dean Thomas y Lavender Brown luchaban contra un grupo de mortífagos que sin duda
intentaba cruzar la puerta. Hermione asintió decidida y salió de la seguridad de la mesas,
corriendo entre los grupos de personas que batallaban. Se agachó para evitar unRelaskio,
pisó la espalda de un mortífago que se removía en el suelo y sorteó a unos cuantos
combatientes antes de llegar al grupo que peleaba en la puerta. Aterrada, desesperada por
ver a Draco, Hermione alzó su varita apuntando a un escritorio.

-¡Carpe retractum! –chilló a pleno pulmón. La mesa se elevó en el aire y siguiendo el


movimiento violento de la varita de Hermione se lanzó sobre los mortífagos que batallaban
con las dos auroras y sus antiguos compañeros de clase. Los barrió de en medio,
empotrándolos contra la pared, y cuando los mortífagos empezaron a resbalar hacia el
suelo, Hermione hizo que la mesa cayera sobre ellos.
-¡Bien hecho! –la felicitó Dean, pero Hermione no se paró a escucharle. Pasó entre él y
Lavender a toda velocidad y cruzó la puerta.

Al otro lado de ella, un largo pasillo blanco se extendía, con varias puertas a cada lado.
Había un hombre tirado en el suelo, enfundado en una túnica negra. Una máscara plateada
yacía a su lado, con una gran grieta en el medio, flotando sobre un charco de sangre.

Conteniendo unas repentinas nauseas, Hermione se pegó a la pared contraria para pasar lo
más alejada posible del muerto y siguió caminando. Había recorrido unos diez metros
cuando los gritos y el sonido de las explosiones comenzaron a llegar hasta sus oídos, como
un leve murmullo. Aumentó el paso hasta casi correr y giró el recodo del pasillo, ahogando
un grito cuando hechizo perdido voló hacia ella. Se agachó y se cubrió la cabeza para
protegerse de las esquirlas de pintura y hormigón que saltaron sobre ella cuando el hechizo
hizo un gran agujero en la pared. Tosiendo, se puso en pie y echó un vistazo al final del
pasillo. Al terminar éste, se extendía una gran sala salpicada de escritorios, algunos en
llamas, otros derribados o agrietados. No quedaba una silla en pie y en el pasillo central
que formaba la red de escritorios batallaba un nutrido grupo de personas. Al fondo, tres
mortífagos trataban de hacer saltar por los aires una puerta maciza de roble con una placa
dorada. Hermione no podía leer el nombre que allí estaba escrito, pero no lo necesitaba
para saber que se trataba del despacho del Ministro. Sin duda, Edgar Marsden estaba allí,
al otro lado de esa puerta. Y aunque a Hermione no le gustaba un pelo ese hombre, sabía
que su muerte podría significar la derrota.

Llegó al final del pasillo y pegándose a la pared para evitar un chorro rojo, Hermione alzó
su varita.

-¡Expelliarmus! –gritó desarmando a Rookwood, el cual acababa de dejar inconsciente a


una bruja. Su varita salió volando por los aires, directa a la mano de Hermione. El
mortífago, viéndose desarmado, echó a correr para confundirse en la batalla, pero un pie
se interpuso en su camino haciéndole tropezar. Cayó al suelo sobre su barriga y antes de
poder pestañear, Draco le aplicó un Desmaius dejándolo fuera de combate.

-¡Draco! –chilló Hermione corriendo imprudentemente hacia él.

-¡Protego!

Hermione se detuvo en seco cuando el escudo surgió ante ella, absorbiendo una maldición
violeta que alguien le había lanzado. Mirando a un lado, Hermione pudo ver a Harry con la
varita apuntando hacia ella aún, después de haber conjurado el encantamiento protector
que la había salvado, pero no tuvo tiempo de agradecérselo con la mirada antes de que una
mano la enganchara por la túnica y tirara de ella, prácticamente arrojándola como un saco
de patatas detrás de un escritorio.

-¿Se puede saber qué demonios hacías? –Draco estaba sobre ella, con el pelo revuelto y
lleno de polvo y una costra de sangre seca en la barbilla. La miraba como si quisiera
matarla -¡Podrías haber muerto!

-Estás bien –fue todo lo que dijo ella, aferrándose a él. No le importaba que estuvieran en
medio de la batalla, que un hechizo acabara de golpear la mesa tras la que se ocultaban
haciéndola temblar, que corrieran peligro. Él estaba vivo, con ella. Podía sentir su corazón
latiendo insanamente rápido contra ella, podía sentir el calor de su cuerpo envolviéndola.

-Sí, pero vas a romperme las costillas que aún conservo si no me sueltas pronto –gruñó él
aunque no hizo ni el amago de soltarla. Hermione sonrió.
-¿Qué te ha pasado en esa muñeca? Déjame verla –le exigió con el ceño fruncido.

Remus y Tonks aparecieron al fondo del pasillo, uniéndose a la batalla. Harry, rodeado por
un puñado de mortífagos, peleaba codo con codo con Ojoloco y Kingsley. Amos Diggory, el
padre de Cedric, tenía las gafas rotas y el rostro deformado por una mueca de dolor y
rabia, y atacaba a dos mortífagos sin darles cuartel. Lucius Malfoy luchaba entre las mesas
con Evan Rosier, esquivando Avadas e ignorando los insultos del mortífago. Más allá, Sean
Fawcett lanzaba maleficios a los mortífagos que trataban de forzar la puerta del despacho
del Ministro.

Desapercibida, una figura llegó a la estancia y se deslizó cojeando y apoyándose en un


bastón, tratando de no hacerse notar.

A unos metros de la entrada, un mortífago, pequeño y rechoncho se escondía tras una


mesa, lanzando maldiciones mortales por encima del escritorio que de vez en cuando
hacían blanco. Sus ojos redondos brillaban de miedo y el sudor perlaba su rostro. Su
respiración era agitada.

-¡Confringo! –gritó Harry y Wilkes salió volando por los aires y cayó cerca del escritorio tras
el que se ocultaba el mortífago.

-¡Sagitta! –bramó una mortífaga.

-¡Cave Inicum! –conjuró Ojoloco, pero fue demasiado lento y el chorro de luz con forma de
flecha atravesó su incompleto escudo y le golpeó en el pecho. El antiguo auror retrocedió
un par de pasos por el impulso, su pata de madera resbalando sobre el suelo empapado de
agua por un hechizo anterior. Su ojo mágico se volvió hacia el interior de su cabeza
mostrándose absolutamente blanco y el otro se cerró. Se mantuvo en precario equilibrio
unos segundos, meciéndose hacia delante y hacia atrás como una hoja agitada por el
viento y finalmente cayó de espaldas al suelo con un sonido seco, como un fardo.

-¡OJOLOCO! –gritó Harry, volviéndose hacia él. No se movía.

La mortífaga que le había atacado, una tal Kers, se echó a reír macabramente.

-Después de todo, Moody no era para tanto –aseguró a través de su máscara. Harry,
furioso, arremetió contra ella enviándole una tandada de poderosos conjuros, uno tras otro.

-¡DURO¡DESMAIUS¡RELASKIO¡ALARTE ASCENDERE!

Kers, olvidándose ya de reír, alzaba la varita como si dirigiera una orquesta, conjurando
hechizos barrera y embrujos protectores para rechazar los ataques de Harry, retrocediendo
paso a paso a medida que la furia del niño que vivió crecía y crecía como fuego ayudado
por el viento.

Wilkes, el mortífago al que Harry había hecho saltar por los aires, se removió en el suelo y
se apoyó en una silla para levantarse, con un gruñido doloroso. Sacudió la cabeza, aturdido
por el golpe y recogió su varita del suelo. Se giró hacia la batalla y vio como Harry Potter
arrinconaba a Serena Kers, totalmente concentrado en ella. Wilkes sonrió hoscamente y le
apuntó con su varita dispuesto a lanzarle la maldición mortal. Acabaría con el niño que vivió
y sería el héroe, la mano derecha de su Señor.
-¡Avada Kedavra! –gritó, pero el mortífago agazapado tras él escritorio se arrojó contra él,
desviando la trayectoria del hechizo. El rayo de luz verde surcó el aire como una flecha y
golpeó en la cara enmascarada de Kers. La máscara de plata cayó al suelo, revelando el
rostro congelado en una mueca de sorpresa, los ojos vacíos, la vida extinguiéndose. La
mujer soltó su varita, después cayó al suelo convirtiéndose en un bulto oscuro sobre las
baldosas azuladas.

-¡Idiota! –bramó Wilkes volviéndose hacia su compañero -¡Mira lo que has hecho,
Pettigrew¡Rata inútil!

-Lo siento –barbotó Peter Pettigrew torpemente, aunque había un brillo desafiante en sus
ojos –tropecé…

-¡Tenía al chico! –continuó el otro hecho una furia- ¡Lo iba a…

-¡Relaskio! –gritó Harry. Su hechizo embistió a Wilkes a mitad de frase y lo llevó por
encima de las mesas y de las cabezas de los luchadores, hasta estrellarlo contra la pared.

Entonces, Harry Potter y Peter Pettigrew se miraron en medio de la batalla, en medio de los
hechizos, los gritos, las explosiones, y las palabras una vez dichas resonaron en la cabeza
del niño que vivió.

"A Voldemort no le gustará tener a su servicio a alguien que te debe la vida, Harry".

"Cuando un mago salva la vida de otro, se crea una deuda mágica, les guste a los
implicados o no".

Y Harry comprendió que Peter Pettigrew había cerrado el ciclo, había pagado la deuda.

Pero no su traición, la muerte de sus padres, el injusto encarcelamiento de Sirius. Los


asesinatos, la cruel muerte de Cedric… Y aunque tal vez Harry podría llegar a sentir
compasión por ese infeliz, había otra persona que no. Había una persona a la que había
arrebatado algo más importante que sus padres, su padrino, la felicidad de tener una
familia. Porque había una persona a la que Peter Pettigrew le había quitado su hijo, su
orgullo, su esperanza. Su vida.

Amos Diggory no podía perdonarle eso, por eso había seguido a los tres aurores a la Oficina
de secretarios, para encontrarle. Para buscar venganza. Porque aquel día, el día de la
prueba final del Torneo de los Tres Magos, Amos se había despedido de su hijo Cedric,
henchido de orgullo paternal. Y su hijo, su adorado Ced, le había sido devuelto frío, los ojos
velados, el pulso extinguido. Muerto.

-¡Tú! –le increpó apareciendo junto a Harry. Los cristales de sus pequeñas gafas de
montura al aire estaban estallados pero a Amos no le importaba demasiado, sus ojos
estaban tan llenos de lágrimas que le ardían en las pestañas que no podía ver nada con
claridad, hubiera gafas de por medio o no –Tú mataste a mi hijo.

Peter retrocedió instintivamente y un tic hizo temblar sus labios, mostrando sus horribles
dientes, otorgándole un aire de una rata desnutrida. Su cabello raleaba y la piel de su
papada colgaba, vacía. Se encogía como un ratón asustado bajo el peso de la mirada dolida
de Amos Diggory, rehuyendo sus ojos como si realmente se sintiera culpable de sus
acciones pasadas.
-Mi Señor me lo ordenó –balbuceó con voz quejumbrosa y empezó a lloriquear
lastimosamente. Su mano apretó disimuladamente la varita que sostenía –¿Qué podía
hacer?

-¿Qué podías hacer? –repitió Amos a viva voz -¿Pretendes justificar el haber asesinado a mi
hijo?

-Señor Diggory –terció Harry, aunque no sabía que más decir. Justo en ese momento,
percibió un movimiento brusco por parte de Pettigrew y demasiado tarde comprendió sus
intenciones -¡Señor Dig…

-¡Avada Kedav…

-¡AVADA KEDAVRA!

La mano de Amos Diggory cayó pesadamente y soltó su varita. Frente a él, Peter Pettigrew
se derrumbó y quedó extendido en el suelo, los ojos abiertos sin ver. Y mientras observaba
su cuerpo caído en una ridícula postura, Harry pensó que tal vez, en algún lugar de él,
Peter se había arrepentido durante años de haber traicionado a los Potter, de haber
enviado a Sirius a prisión, de haber matado a Cedric Diggory. Tal vez por eso, en la batalla
final, había salvado la vida al niño que vivió, como si supiera que ya había hecho
demasiado mal, como si a pesar de todo, no deseara que Voldemort venciera, que la
maldad derrotara a la bondad. Pero al final, lo que perdió a Peter Pettigrew fue que siempre
valoró su vida por encima de las de los demás, y con remordimientos o sin ellos mató a
muchas personas para salvarse él.

Demasiado cobarde para ser bueno, demasiado miserable para ser malvado.Harry observó
con desprecio y compasión el cuerpo encogido del que había sido amigo de sus padres por
última vez. La corrompida sombra de ese muchacho que una vez lo tuvo todo y que todo lo
perdió.

En ese momento, el señor Diggory se tambaleó a su lado como si fuera a desmayarse de


un momento a otro y Harry lo sostuvo con rapidez. Devany apareció de la nada y ayudó a
Harry a sentar al padre de Cedric en una silla, conjurando hechizos de protección alrededor
de ellos.

-Yo me encargaré –le aseguró a Harry y él vio que la chica tenía los ojos marrones y
bondadosos llenos de lágrimas.

-Lo he matado, Devy –murmuró el señor Diggory, como si no pudiera creérselo –ya no
podrá quitarle su hijo a nadie más.

-No, señor Diggory, no lo hará –murmuró Devany y un par de lágrimas cayeron de sus ojos
mientras apretaba la mano del padre de Cedric.

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Una figura envuelta en negras capas de ropa se materializó a los pies de una de las
chimeneas del Atrio y oteó el lugar. Sus pupilas eran verticales como colmillos de lobo, su
iris rojo, rojo como la sangre.

Sus labios tan delgados que parecían inexistentes se plegaron mostrando unos dientes
afilados y puntiagudos, como los de un tiburón. El rostro insanamente blanquecino,
aplanado, liso como el de una serpiente se deformó en una mueca de rabia y su mano larga
de afiladas uñas se cerró furiosamente en torno a la varita al comprobar el desastre.
Avanzó, los bajos de su capa arrastrándose sobre el brillante suelo, sus mangas negras
ondeando en torno a las manos.

Un bulto desmadejado se removió a un par de metros del recién llegado y Voldemort giró
su rostro bruscamente hacia él. Se abrió paso hasta el hombre tirado en el suelo,
apartando con los pies los cuerpos muertos o inconscientes de siervos y enemigos por
igual. El hombre herido gruñó de nuevo y trató de incorporarse, atontado aún. Pero
entonces le vio, y su rostro salvaje se encogió en una mueca de sorpresa y terror.

-Greyback –siseó la voz de Voldemort, áspera, cruel como un graznido –Potter está aquí¿no
es así?

Y dilató las dos rendijas que eran su nariz, como si husmeara en el aire tratando de captar
su olor. El licántropo tuvo la prudencia de bajar la mirada, y temblando levemente, asintió.

-Veo que tendré que hacerlo todo yo –espetó, furioso. Alargó su mano con los dedos rígidos
y extendidos hacia el rostro de Greyback y éste empezó a temblar, temerosos de un
castigo. En el mismo instante en que las yemas heladas del Señor Oscuro se hundieron en
su frente y su cráneo, Greyback sintió un desgarrador dolor, como si sus músculos
quisieran atravesar la piel y salir fuera de él, como si quisieran volverle del revés. Las
nauseas subieron a su garganta y gritó guturalmente.

Voldemort despegó sus dedos de la cabeza del hombre y se apartó un poco para observarle
con sádico placer. Greyback se encogió sobre sí mismo, llevándose las manos a la cabeza
entre gemidos cada vez más roncos. Las sucias uñas de sus dedos se alargaron y curvaron
sobre sí mismas como garras, el cabello pareció replegarse hacia el interior de su cráneo y
un vello espeso y oscuro le brotó de la nuca, de los hombros, de los brazos y las piernas.
Su cuerpo mutó, desgarrando la túnica negra que lo retenía, las extremidades se hicieron
más finas y almohadillas aparecieron en la palma de sus manos y sus pies. Un cola
poderosa y cubierta de pelaje grisáceo brotó del final de su espalda, y sus ojos se volvieron
amarillos. Rugiendo, en el lugar en el que antes había estado el cuerpo de un hombre,
había un feroz lobo que se volvió hacia Voldemort en actitud violenta.

El Señor Oscuro, el mago que había sembrado el terror durante dos décadas, le dirigió una
seca mirada y el lobo dejó de gruñir y se encogió sobre sí mismo, con la cola entre las
piernas, gimoteando como un perro asustado.

-Y ahora llévame con él –ordenó imperioso el Señor Oscuro.

El lobo echó a correr hacia los ascensores.

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El Departamento de Regulación de la Ley Mágica estaba prácticamente desierto cuando las


puertas del ascensor se abrieron y el lobo y su amo se adentraron en él. Había cuerpos y
heridos por todas partes, los muebles estaban volcados y las paredes agujereadas por los
hechizos. Un montón de mesas formaba una especie de barricada en un rincón tras la cual,
Voldemort podía escuchar a personas gemir, heridas. Más tarde, cuando Potter y Marsden
hubieran muerto, cuando el Ministerio fuera suyo, Voldemort les prestaría la debida
atención pero en ese momento tenía otras cosas que pensar. Greyback por su parte, se
había acercado a un auror moribundo y estaba hundiéndoles las fauces en el cuerpo,
arrancándole desagradables gritos de dolor.
-Ahora no –siseó Voldemort con un matiz de amenaza en la voz que al lobo no le pasó
desapercibido. Como un perro al que hubieran regañado, Greyback se apartó del hombre,
chorreando sangre por su hocico, y siguió hacia delante, con la cabeza gacha y la cola
caída. Husmeó el suelo con su desarrollado olfato y caminó entre los cuerpos hasta llegar a
una puerta abierta que daba a un pasillo blanco. Para entonces, Voldemort ya sabía dónde
se encontraba Potter. Según la información que le habían sacado a ese desgraciado
funcionario mestizo, al fondo de ese pasillo se encontraba la Oficina de Secretarios del
Ministro y su protegido despacho. Sin duda, Potter estaría tratando de protegerlo del
ataque de los mortífagos, ese irritante e inepto muchacho con complejo de héroe.

A medida que el lobo y él se acercaban por el pasillo, Voldemort escuchaba los hechizos
recitados, las explosiones, los chillidos inconfundibles de una batalla librándose más allá. Su
capa ondeó a su paso cuando el Lord Tenebroso giró el recodo y contempló la batalla que
se desarrollaba al fondo del pasillo.

Sus últimos mortífagos luchaban contra críos, un puñado de aurores y magos civiles con
sus ridículas túnicas de gala, sacados sin duda de sus navideñas cenas con las barrigas
llenas de pavo y vino. Otro mortífago lanzaba Bombardas contra la puerta del despacho del
Ministro, que parecía absorber los conjuros sin dejar rastro de ellos. Sin duda, el Ministro
estaba escondido dentro.

Barriendo el lugar con una rápida mirada, Voldemort vio a Potter luchando contra un
mortífago y una poderosa furia llenó al cuerpo del Señor Oscuro. De nuevo ese muchacho,
ese insignificante mocoso y su panda de mediocres amigos estaban frustrando sus planes.

El Lord mostró sus puntiagudos y oscuros dientes y recorrió el último tramo de pasillo.
Greyback, excitado por el olor a sangre, por la adrenalina de la batalla, se lanzó a la
carrera hacia los luchadores, gruñendo salvajemente. Ron y Percy se apartaron del lobo de
un salto pero Greyback consiguió derribar al pequeño profesor Flitwick y abrió la boca para
morderle.

En ese momento, dos poderosos hechizos surcaron la oficia del secretariado como saetas y
colisionaron contra el lobo, haciéndolo volar por los aires en medio de una explosión. El
cánido pareció quedar suspendido en el aire durante unos largos segundos, giró varias
veces sobre sí mismo y finalmente cayó pesadamente a los pies de Flitwick, las patas
dobladas en ángulos imposibles, la lengua sangrienta asomando lánguidamente fuera de la
boca entreabierta.

Fleur y Tonks relajaron el brazo con el que habían apuntado al licántropo y se miraron con
complicidad.

-Nadie muegue a nuestgos hombges –declaró Fleur sacudiéndose la melena chamuscada.

Voldemort, irritado, entró en la instancia observando con desprecio el espectáculo, y la


lucha iba cesando a su paso. Poco a poco, intuyendo la presencia del mal superior, todos
dejaban de pelear para observar con pánico o admiración al mago tenebroso más grande
de todos los tiempos, abriéndose paso entre los cuerpos y destrozos hacia el niño que vivió.
Harry avanzó a su encuentro y se detuvo de espaldas al despacho del Ministro, enfrentando
firmemente al asesino de sus padres. Todo el mundo se hizo a un lado, las pequeñas
batallas olvidadas, los corazones acelerados, las respiraciones agitadas, el miedo flotando
en el aire. El duelo final se aproximaba.

-Que nadie intervenga, esto es entre él y yo –pidió Harry, al ver a los miembros de la
Orden del Fénix abriéndose paso entre la gente hasta la primera fila de los espectadores.
-Siempre tan heroico, Potter –se mofó Voldemort, su voz una extraña mezcla entre la seda
y un silbido –pero dime¿quién crees que iba a intervenir por ti? Ya no te queda familia ni
ningún viejo chiflado que te defienda –se acercó unos pasos más a Harry y varias personas
temblaron -¿Seguirás siendo igual de valiente ahora, Harry? –y paladeó el nombre en sus
inexistentes labios, envolviéndolo en burla y salpicándolo de amenaza.

-¿Tú hablas de valentía, Tom? –replicó Harry, alzando la varita para apuntarle directamente
al pecho. No tenía miedo porque no le importaba morir con tal de derrotar a Voldemort. El
momento había llegado, la espera, la desesperación, había acabado. Esa noche todo
acabaría para él o para Tom Riddle.

-¡No me llames Tom! –siseó fieramente el mago oscuro.

-Tú que has enviado a tus mortífagos a hacer tu trabajo sucio –continuó Harry ignorando su
réplica –y has aparecido únicamente cuando te has dado cuenta de que ellos solos no
podrían hacerse con el Ministerio.

-¿Me estás llamando cobarde, Potter? –Voldemort alzó una mano inhumanamente delgada
y blanquecida, extendió los dedos y miró a Harry fijamente -He hecho cosas que tu
mediocre mente ni siquiera ha llegado a imaginarse, he superado los límites de la vida –
enumeró a medida que cerraba su mano en puño progresivamente –he vencido a la muerte
y usado magia que ningún mago se había atrevido a emplear y menos en esas
proporciones…

-¿Y de qué te ha servido? –le increpó Harry –a pesar de todo eso eres un simple mortal.

Voldemort miró a Harry, bajó su mano cerrada en puño y se echó a reír incrédulamente. Su
risa sonaba cruel, sonaba a huesos rompiéndose, sonaba a dolor y sufrimiento, a sangre.
Sonaba a muerte. Y no obstante, aquellos que se atrevieron a mirar a sus ojos, aquellos
que fueron lo suficientemente perspicaces, pudieron ver una breve chispa de miedo.

-Soy el mago más poderoso de todos los tiempos –respondió Voldemort apasionadamente.

-Pero puedes morir como cualquier mago ordinario, como cualquier muggle –repuso Harry
con frialdad –Todos tus horrocruxes han sido destruidos, Tom, Nagini era el último. Hace
días que eres mortal.

-¡Eso no es cierto! –bramó Voldemort mostrando sus dientes afilados y oscuros.

-Sí lo es, Regulus Black consiguió el primero. El guardapelo de Slytherin –Harry percibió
como el rostro de Voldemort se crispaba, arrugando sus planas facciones –yo eliminé el
segundo, tu diario, cuando abriste la Cámara Secreta. Dumbledore destruyó el anillo de los
Gaunt. Ron, Hermione y yo conseguimos la copa de Hufflepuff y el reloj de sol de
Ravenclaw –miró a sus amigos, que aguardaban silenciosamente, enviándole ánimo,
fuerza, valor -… y Snape, Severus Snape, mató a Nagini.

-¡No! –chilló Voldemort y hundió los dedos de una mano en su frente, como si tratara de
aplacar algún insoportable dolor de cabeza -¡Es imposible¡Tú no puedes! –agitó la mano
con la que sostenía la varita con tanta furia que chispas negras brotaron de ella -¡Nadie
puede¡Nadie sabía…

-Dumbledore lo sabía. Y ahora puedes morir.


"Ninguno de los dos vivirá mientras el otro no muera". Esa frase, esas palabras,
aparecieron en la mente de ambos rivales aunque nadie más pudo oírlas. La profecía se
recitaba en el interior de ambos, como una melodía que nota tras nota revelaba el curso de
su historia. Y desde el principio conocían su final.

Voldemort lo sentía, sabía que el asqueroso niño tenía razón. Había subestimado al
decrépito Dumbledore y a su estúpido discípulo. Sus horrocruxes, su alma, su grandeza,
parte de su poder habían sido descubiertos y aniquilados. Ahora podía morir, como
cualquier otra persona.

Pero él, Lord Voldemort, no era uno más. ¡Mortal o no seguía siendo poderoso! Y se lo
demostraría a todos matando al niño que vivió.

-¿Y vas a matarme¿Tú, Potter? –le increpó con desprecio y emitió una pequeña carcajada
seca y sibilante, estremecedora -¿El héroe mágico se manchará las manos?

-Sí –Harry le apuntó con la varita, impasible, serio. Decidido.

-¿Y si fallas¿Y si eres tú el que muere? –siseó Voldemort y Harry no supo que responder. El
mago tenebroso sonrió, sus labios sólo eran una línea en torno a los feroces dientes entre
los que se escurría el aliento de la muerte. La oficia de secretarios pareció volverse más
oscura, como si alguien hubiera atenuado las luces y la sombra anidó en los corazones de
todos los presentes que no eran mortífagos.

-¡Por los pantalones de Merlín, entonces te mataré yo! –exclamó McGonnagall rompiendo el
ambiente opresivo.

-¡Y nosotros! –se apuntaron los gemelos.

-¡Yo también! –gritó Amos Diggory, que se había puesto en pie y se había acercado a la
primera fila. Más voces surgieron de los combatientes, exaltadas, valientes, y los
mortífagos parecieron encogerse, la duda empequeñeciéndolos.

Pero de nuevo la risa fiera y despectiva del Señor Oscuro fluyó en el aire, enviando
desesperanza a unos, temeridad a otros.

-Maté a sus padres en menos de cinco minutos y acabaré con él del mismo modo –rió,
aunque la risa no llegaba a sus ojos -Y cuando él muera, todos os rendiréis asustados y
pediréis clemencia, suplicando por vuestras miserables vidas –se volvió hacia los
espectadores y asomó su delgada lengua entre los dientes afilados -Disfrutaré
asesinándonos uno a uno, como insectos.

-Eso lo veremos –le desafió Harry apretando su varita.

Voldemort le miró, su risa extinta, y alzó rápidamente la varita. Dos veloces movimientos,
dos gritos, dos rayos rompieron el aire.

-¡AVADA KEDAVRA!

Siempre se había dicho que los Avadas mataban a sus víctimas antes de que éstas
pudieran siquiera pestañear. Pero esa noche de Navidad, en aquella oficina del Ministerio,
ante todos los presentes, el tiempo se ralentizó caprichosamente, el oxígeno desapareció
absorbido por la ansiedad de los testigos del duelo, los latidos se paralizaron en la espera.
Los dos rayos de luz verde se deslizaron lánguidamente por el aire, como si las propias
varitas que los habían enviado quisieran retenerlos. Harry, con las piernas separadas y el
brazo extendido hacia delante, veía a cámara lenta como el rayo se aproximaba,
volviéndolo todo verde. Su esperanza, sus recuerdos, sus seres queridos. Porque aquella
noche la muerte era verde.

De pronto, alguien se alzó su varita como si hubiera roto el hechizo de inmovilidad, de


silenció. Y gritó.

-¡PROTEGO!

Harry ni siquiera escuchó el grito, tan sólo vio aparecer de la nada un escudo traslúcido,
como una fina capa de agua flotando ante él. Y luego surgió otro, y otro más. La capa de
escudos crecía, uno tras otro, a medida que el verde Avada avanzaba hacia Harry, y de
algún modo, él supo que iba a morir. Pero Harry Potter, el elegido, el niño que vivió, no
cerró los ojos, sino que los mantuvo abiertos hasta el final. Hasta que el rayo verde
atravesó el primer escudo como si fuera de mantequilla, cuando rompió el segundo y
destrozó el tercero. Cuando horadó el cuarto y el quinto tembló unos segundos antes de
desaparecer. Los mantuvo abiertos de modo que pudo ver cómo nuevos escudos surgían
unos tras otros, ralentizando la inevitable llegada del rayo verde, batallando
silenciosamente contra él, debilitándolo, minando sus fuerzas cada vez que alguien,
Hermione, Ron, Ginny, Molly, los gemelos, Devany, Neville…, lanzaban nuevos hechizos
protectores, sosteniéndolos con su esperanza, con su amor por Harry.

Los escudos se fusionaban y enriquecían, se hacían uno flotando como un ángel guardián
ante Harry. ElAvada, cada vez más delgado, más lento, más débil, derretía lentamente los
escudos, internándose en ellos, horadando capa tras capa. Cada vez que una nueva
desaparecía, una docena de varitas conjuraba nuevos escudos, volviendo la capa más y
más impenetrable, tan cercana a Harry que casi le rozaba la punta de la nariz. El rayo de
luz verde se fue afinando en el interior del bloque de Protegos, como un hilo atrapado en
un cúbito de hielo. Tras unas delirantes décimas de segundo, la flecha verde tembló y
desapareció cuando un extremo amenazaba con tocar la nariz del chico. Los escudos
estallaron en una invisible explosión y Harry cayó al suelo empujado por la fuerza
intangible de su detonación.

Al otro lado de la sala, el Avada Kedavra de Harry avanzaba ineludiblemente hacia Tom


Riddle. Pero no fue el único. Tres varitas más apuntaron al Señor Oscuro. La de Lucius
Malfoy, la Scrimgeour, la de Augusta Longbottom.

No obstante, fue la maldición de Harry la primera que impactó contra su pecho,


golpeándole por debajo del brazo extendido, colisionando con el Mago Oscuro más grande
de todos los tiempos. Sus ojos de serpiente se abrieron hasta sus límites y se congelaron,
como si un charco de sangre rodeara el negro colmillo de sus pupilas, sus labios
blanquecidos se despegaron exhalando su último aliento de vida y muerte, sus manos
esqueléticas se aflojaron soltando la varita, y el cuerpo, el cuerpo del mal, se elevó en el
aire girándose sobre sí mismo por la intensidad de la maldición mortal. Las capas de tele
negra revoloteaban como oscuras alas a su alrededor y se enredaban como hiedra con él
cuando tres avadas más, uno detrás de otro, le golpearon. Voldemort se agitó en el aire,
como un frágil muñeco sacudido por despiadadas manos y finalmente cayó con un gran
sonido sobre el frió suelo.

La muerte encontró a Lord Voldemort, Tom Riddle, el muchacho mestizo y huérfano que
una vez la superó, y se lo llevó con ella, dejando tan sólo su cadáver.
Nadie se movió durante un largo minuto, como si se hubieran convertido en un ejército de
estatuas de sal. Todos los ojos miraban la figura tirada en el suelo, el rostro aplastado
oculto por la capa, y la mano blanca y raquítica extendida con la palma hacia arriba,
inmóvil y laxa como si su amo hubiera fracasado en su último intento de aferrarse a la vida.

En medio de la quietud, de la expectación, del asombo, una muchacha pelirroja echó a


correr hacia el niño que vivió. Se arrodilló a su lado mientras Harry se incorporaba
trabajosamente y la miraba por encima de sus gafas torcidas sobre la nariz.

-Dijiste que cuando la guerra acabara vendrías a buscarme, pero soy yo la que ha venido
por ti, Harry Potter –dijo Ginny con una sonrisa. Harry sonrió lentamente y tiró de ella para
abrazarla.

-¡Harry! –gritaron Ron y Hermione y corriendo hacia él. La señora Weasley, los gemelos,
Neville, Luna, Devany y muchos más les siguieron, rodeando al elegido.

Así, esa noche, en el Ministerio, Harry Potter volvió a ser el niño que vivió. Tom Riddle,
Lord Voldemort murió porque jamás en su vida pudo comprender que el poder del amor, es
más fuerte que el de la destrucción.

Capítulo 50: Despedida

En el caos que siguió a la muerte de Lord Voldemort, mientras todos se apiñaban en torno
a Harry Potter o ayudaban a los heridos a acercarse, mientras los mortífagos huían
aprovechando la confusión perseguidos por los aurores del Ministerio, dos hombres se
quedaron inmóviles en sus posiciones, mirándose a los ojos.

La batalla final había acabado y ninguno de los dos iba a huir. Lucius Malfoy miró a su hijo,
sucio, herido y despeinado, y sin embargo vio en él una fuerza, una madurez que antes no
había conocido. Draco había cambiado mucho desde la última vez que lo había visto, por
dentro y por fuera. Y él también lo había hecho. Porque cuando había salido del agujero
que era su celda, primero en Azkaban, luego en Montis Occultus, el único anhelo de Lucius
Malfoy había sido reunirse con su familia. Pero había regresado a la "libertad" para
descubrir que su mujer y su hijo estaban perdidos. Narcissa internada en San Mungo, su
mente dañada, su cuerpo sano. Su razón robada por su propia hermana con la que Lucius
debía colaborar en su servicio al Lord Oscuro. Su hijo desaparecido, perseguido por aquel a
quien debía lealtad, sabiendo que encontrarle sería firmar la sentencia de muerte de Draco.
Él atrapado en el lado oscuro, por mucho que el encierro, las pérdidas, le hubieran dejado
en un plano gris.

Lucius había defendido durante toda su vida la pureza de la sangre, había luchado por tener
poder, había sido ambicioso. Pero después de verse reducido a malvivir en un oscuro y
maloliente agujero, después de no poder estar con su familia, sus prioridades habían
cambiado. Tiempo atrás había creído en los ideales del Señor Oscuro, ávido de poder y
gloria, pero nunca había estado dispuesto a ir a la cárcel por ellos. No había querido
sacrificar a su familia por esas ideas.

Porque Lucius no podía culpar a Draco por no haber estado a la altura de unas expectativas
que ni él mismo pudo cumplir. Porque sabía que lo habían convertido en mortífago para
castigarle a él, para destrozar su familia. Sabía, aunque nadie se lo hubiera contado, que el
castigo del Señor Oscuro había recaído en Narcissa, privada de su marido y con un hijo
amenazado de muerte. Había recaído en Draco, extorsionado para asesinar a uno de los
magos más grandes de la época siendo apenas un niño, so pena de muerte. Y en última
instancia había recaído en él.
Habiendo huido de la cárcel, sus posibilidades eran nulas. O estaba con el Señor Oscuro con
la protección que ello podía ofrecerle, o estaba contra él, en peligro de muerte y perseguido
por el Ministerio. Por eso Lucius, siempre astuto, había aguardado el momento preciso para
vengar a su amor, a su hijo, a su familia, víctima de la guerra de Voldemort. No creía en la
igualdad mágica entre puros e impuros, no le importaban los muggles, ni los licántropos, ni
la justicia o la ética. Sólo le importaba su familia, y por ella había luchado contra los
mortífagos, contra su Señor, en la última batalla. Por eso había salvado a esa muchacha
impura a la que Draco quería, esa muchacha que a pesar de ser sangre sucia había
ocultado y protegido a su hijo puro. La misma que había irrumpido en la oficia de
secretarios del Ministerio buscando a Draco desesperadamente, la misma que se había
expuesto insensatamente al encontrar a su hijo, la misma que él había apartado de la pelea
para ponerla a salvo.

Por mucho que todas sus creencias y sus prejuicios elitistas le quemaran, por mucho que la
idea le repugnara, su hijo quería a esa chica. A Lucius le habían arrebatado a su
amor cruelmente, no podía hacerle lo mismo a su hijo.

-Tu madre –dijo Lucius con tono frío -¿la…has visto?

-Sí –respondió Draco lentamente y a pesar de la apariencia siempre majestuosa e impasible


de su padre, supo que él estaba sufriendo, deshaciéndose de dolor por dentro. Draco nunca
había podido percibir el dolor, ni siquiera la furia en las facciones de su padre, pero ahora
era transparente para él. Tal vez porque Lucius había sufrido más dolor del que podía
ocultar, tal vez porque Draco había conocido demasiado bien el sufrimiento como para que
le pasara desapercibido –el tío Marcus ha cuidado de ella.

Lucius asintió rígidamente, apretando los labios sin decir más. En ese momento, la puerta
mágica del despacho de Marsden se abrió y el Ministro se asomó cautelosamente por ella,
como si temiera que algún hechizo fuera a volar hacia él en cualquier instante. Vio el
cuerpo inerte de Voldemort, los mortífagos retirándose, el pelotón de gente jubilosa
aglutinándose en torno a Harry Potter. Y vio a los dos hombres, los dos mortífagos, rubios,
orgullosos y altos plantados impasiblemente en el lugar donde antes habían estado un par
de escritorios, ajenos a todo lo demás.

-¡Aurores, detenedlos! –bramó señalando a los dos Malfoy -¡rápido!

Un par de aurores titubearon y el grupo que rodeaba a Harry, se volvió hacia el Ministro,
asombrado.

-¿No me habéis oído? –gritó Marsden imperiosamente -¡Detenedlos!¡Son mortífagos,


asesinos!

Lucius Malfoy no se movió ni dio muestras de haber oído al Ministro o de ver a un puñado
de inseguros mortífagos aproximándose. Escuchó un agudo y femenino No en alguna parte,
pero no hizo demasiado caso. Simplemente extendió la enguantada mano dejando caer la
varita con la que tantos compañeros habían asesinado y esperó, inalterable, que los magos
de túnicas plateadas se acercaran. Su hijo estaba vivo, Voldemort muerto. Y eso era todo lo
que le importaba.

Draco se colocó junto a su padre mientras el círculo de aurores se cerraba a su alrededor,


enfrentándolos con la mirada.

-¡Detenedlos de una vez! –chillaba Marsden agitando la mano en la que llevaba el enorme
anillo.
-¡No! –gritó de nuevo Hermione y rompió el círculo de aurores, colándose entre dos de ellos
para llegar a Draco. Le abrazó con ansiedad y él le devolvió el abrazo, cerrando
brevemente los ojos. La Señora Weasley, Lupin y Ron se acercaron también, seguidos por
algunos curiosos.

-No pensaréis realmente detenerlos –aseveró Molly con el ceño fruncido, mirando a los
aurores como si fueran niños traviesos.

-El Ministro… -comenzó uno de los abochornados aurores.

-El Ministro puede irse a la mierda –resopló Ron -¿dónde estaba él mientras todos nos
jugábamos el culo? Escondido en su despacho¿no?

-¡Detened a los mortífagos! –repitió Marsden furioso, abriéndose paso a empellones hacia
el grupo -¡Detenedlos u os despediré a todos¡Son prófugos de la justicia!

-Pero han servido al Ministerio –señaló Lupin con tono calmo –han luchado de nuestro lado.

-¡Siguen siendo mortífagos! –bramó el Ministro empujando a Neville y Dean Thomas para
seguir avanzando –Y tú eres un licántropo –añadió con desprecio, en el mismo tono que
hubiera empleado para decirle que era un monstruo inmundo.

-Edgar –intervino una voz. Todos se giraron hacia Scrimgeour que había aparecido en la
batalla a última hora y había lanzado un Avada a Voldemort. El hombre se acercó hacia los
Malfoy, cojeando, se apoyó en su bastón, les dirigió una mirada seca y después desvió los
ojos hacia Marsden, que ya estaba casi con el grupo –han luchado de nuestra parte, no
creo que…

-¿Qué te hace pensar que me importa lo que creas o dejes de creer? –replicó Marsden con
crueldad –Tú ya no eres nadie, Rufus. ¡Detenedles! –ordenó dirigiéndose a los magos de
túnicas plateadas.

En ese momento, mientras los aurores dudaban, mientras el Ministro se acercaba


furiosamente al grupo, mientras los presentes protestaban y los aludidos aguardaban, un
hombre entró corriendo a la Oficina de Secretarios con la pata rota y astillada de una silla
de madera sujeta a modo de arma.

-¡Devy! –llamó agitando en el aire la pata mientras miraba a todas partes, sin duda
dispuesto a darle un buen porrazo al primer mortífago que viera.

-¡Papá! –Devany se apartó del grupo y corrió hacia el encuentro de su padre -¿Qué haces
aquí¡Te dije que…

-¡Lo sé, lo sé¿estás bien?–preguntó nervioso.

-Sí, pero…

–Espera, Devy, es importante. He venido a buscar al chico Malfoy¿dónde está?

Viendo a su padre tan alterado, Devany no hizo más preguntas y sujetándole por la manga
de su jersey de rombos, la medimaga le guió hacia el grupo que discutía con Marsden. Mike
Apeldty, pata de madera en mano, se adentró en la muchedumbre, ajeno a las discusiones,
y llegó hasta Draco y Hermione. Miró fugazmente a Lucius Malfoy con desconfianza, ignoró
a Marsden y Scrimgeour que discutían acaloradamente ayudados por la Señora Weasley y
Tonks, y después se volvió hacia los jóvenes.

-Chico, tienes que volver a la casa –le explicó rápidamente –Snape ha empeorado, no para
de llamarte… no creo que aguante mucho más.

-¿Qué? –dijo Draco con voz más aguda de lo que le hubiera gustado. Hermione se apartó
un poco pero no le soltó, mirándole con comprensión.

-Tenemos que irnos –insistió Mike –he venido en taxi, ya sabes que soy un squib, y en
estas fechas es casi imposible encontrar uno en Londres. A estas alturas ya puede ser
demasiado tarde… no hay tiempo que perder.

Draco miró al Señor Apeldty y a su padre alternativamente. La batalla había acabado,


Voldemort había muerto y sin embargo, Draco no se había sentido tan asustado en esa
noche como lo estaba en ese momento. Tenía miedo, tenía miedo de llegar a Grimmauld
Place y que Snape estuviera muerto. Tenía miedo de llegar y que estuviera vivo, esperando
para morirse en su presencia.

Tenía miedo.

Y no quería separarse de su padre cuando todo apuntaba a que iban a detenerle. Y a él


también después de todo.

-Vamos –le apremió Mike agitando la pata de madera nerviosamente. Hermione le estrechó
una mano y Draco se volvió hacia su padre.

-¡Haré que los detengan! –gritaba Marsden -¡No me importa lo que …

-¡Es usted un sinvergüenza! –replicó la Señora Weasley acalorada.

Lucius apretó imperceptiblemente los labios, pero mantuvo su expresión inalterable por lo
demás.

-Ve –dijo simplemente. Draco asintió con el corazón encogido y se dio media vuelta para
irse, pero la voz de su padre le detuvo unos instantes –Haz que Marcus lleve a tu madre de
vuelta a Malfoy Hall. Es allí donde debe estar.

No había nada en su expresión, en el timbre de su voz, en la fría cadencia de sus palabras


que hiciera vislumbrar ningún sentimiento. Y tal vez, precisamente por eso, Hermione se
dio cuenta de que Lucius Malfoy sentía demasiadas cosas para expresarlas.

Draco asintió con gesto adusto y aferrando con fuerza la mano de Hermione, comenzó a
andar detrás de Mike, la gente haciéndose a un lado para dejarles pasar.

-¡Agarrad al chico! –bramó Marsden enfurecido al percatarse de su huida -¡No dejéis que
escape!

No supieron si los aurores se negaron a obedecer o si la gente los detuvo, el hecho es que
Draco, Hermione y el Señor Apeldty dejaron el destrozado Ministerio, rumbo a Grimmauld
Place.
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Mientras subía los escalones hacia la habitación de Snape, Draco se sentía tan mareado y
aterrado que no sabía si lo que escuchaba eran sus pisadas o sus latidos. Las cabezas
disecadas de los elfos domésticos desfilaban a su lado a medida que ascendían como
grotescas máscaras anunciando un lúgubre final. Las lámparas mágicas parecían pelear
contra las sombras en la penumbra.

Hermione caminaba delante de él, tomándole la mano en un suave pero firme apretón,
guiándole escaleras arriba como si él no pudiera ver. Mike Apeldty cerraba la marcha, en
silencio.

-Deirdre y el elfo, Kreacher, están con él –murmuró Mike como si no pudiera soportar más
el silencio –La chica de los Weasley nos encerró en la habitación de Snape para ir al
Ministerio y Kreacher nos liberó.

Draco ni siquiera escuchó sus palabras, pero Hermione asintió suavemente. Llegaron a lo
alto de las escaleras y la chica pudo ver a Kreacher bajo el marco de la entrada a la
habitación de Snape, con la cabeza gacha y las orejas caídas. Parecía no atreverse a ir más
allá de la puerta y cuando vio a los recién llegados, se apartó a un rincón del pasillo,
escondiéndose detrás de una figura de mármol negro y esperó.

Hermione fue la primera en entrar en la habitación. Snape continuaba tumbado en su


cama, empapado en sudor, pálido y con dificultades para respirar. Deirdre, la madre de
Devany, estaba sentada a su lado limpiándole el rostro con un paño húmedo con expresión
de profunda tristeza. Se puso en pie cuando vio a los dos jóvenes y a su esposo, dejó el
paño húmedo en la pequeña palangana de la mesita y con discreción, salió de la habitación
para reunirse con el Señor Apedlty.

Hermione estaba tan impactada por el terrible aspecto de su antiguo profesor que no se dio
cuenta de que Draco no había entrado tras ella. Estaba bajo el umbral de la puerta, en el
lugar que antes había ocupado Kreacher, tan pálido como Snape, temblando como un niño
pequeño bajo una manta. Sus ojos grises miraban dentro de la habitación como si no
pudiera ver nada y una mano manchada de sangre se aferraba al marco de la puerta, para
sostenerle en pie.

-Draco –murmuró Hermione con lágrimas en los ojos.

Fue entonces cuando Snape pareció percibir que había otras personas en la habitación. Con
un esfuerzo abrió los ojos negros y su vista errática recorrió la habitación sin detenerse en
nada. Hermione se dio cuenta de que no podía ver y sintió algo retorciéndose
dolorosamente en su interior. Se volvió hacia Draco y se acercó a él lentamente.

-Draco –volvió a llamarle –tienes que entrar –le instó acariciándole el rostro con una mano.
Draco apartó los horrorizados ojos de Snape y la miró a la cara pidiéndole auxilio.

-No puedo –gimió como un niño a punto de echarse a llorar.

-Sí puedes –le alentó Hermione mordiéndose las comisuras de la boca para no derrumbarse
ella también –te está esperando.
-Draco –musitó Snape con voz tan débil que los dos jóvenes apenas le oyeron –Draco –
repitió con más potencia de voz y tomó una sonora bocanada de aire, como si hubiera
perdido la respiración por el esfuerzo.

-Vamos –le apremió Hermione tirando suavemente de Draco hacia el interior de la


habitación. Él la siguió dando tumbos hasta la silla donde se había sentado la Señora
Apeldty. Hermione le obligó a sentarse en ella y se acercó a Snape para ponerle el paño
húmedo en la frente.

-Está a su lado, profesor Snape –dijo suavemente, pasando el paño con delicadeza por el
rostro marchito. Hacía meses que Snape no era su profesor, pero Hermione no podía
llamarlo simplemente por su apellido. Snape había sido el nombre por el que le había
llamado todo el tiempo que le había creído un traidor, y en realidad era un héroe.

Draco vio cómo la mano delgada y débil del hombre se movía sobre las sábanas,
temblando. En un impulso la tomó con firmeza, reprimiendo un sollozo. Era consciente de
que parecía una niña sensiblera, pero joder, Snape, su padrino, su protector, iba a morir.

Lo sabía, y eso le destrozaba.

-Estoy aquí –le dijo y la voz le tembló tanto que pareció que en cualquier momento se le
rompería y no podría hablar más –Voldemort ha muerto, Potter lo mató.

Los delgados labios de Snape tiritaron y finalmente se contrajeron en el leve rictus de una
sonrisa. Hermione, sintiéndose fuera de lugar, dejó el paño y se apartó para salir de la
habitación.

-No –susurró Draco al verla –quédate –le pidió. Hermione se detuvo a unos pasos de la
puerta y tratando de disimular las lágrimas que resbalaban por sus mejillas regresó junto a
él y le puso una mano en el hombro.

-¿Es…tás…bi-bi… -comenzó Snape con un hilo de voz, su respiración se volvió un ronco


silbido. Draco apretó su mano con más fuerza y los ojos se le humedecieron por completo,
volviéndolo todo borroso y oscuro.

-Sí –replicó.

-¿Pott..er?

-También –respondió Draco tras unos segundos. Le dolía tanto la garganta de contener las
lágrimas que apenas podía hablar sin que eso le supusiera un sufrimiento. No quería
hablar, no quería respirar, no quería quedarse. No quería irse. No quería que él se fuera.

Snape dejó escapar aire, como si sonriera. Su mano se relajó entre la de Draco y su
respiración se volvió más leve, como si ya pudiera descansar.

-Snape –le imploró Draco cuando le vio cerrar los ojos lentamente, sus párpados
rindiéndose al cansancio. En ese momento, Hermione escuchó pasos acelerados por el
pasillo y unos segundos después, Harry apareció por la puerta con el pelo lleno de sangre
seca, el jersey destrozado y los pantalones manchados de polvo. Miró a Snape y su rostro
se apenó.

-¿Está…
-Aún no –respondió Hermione.

Snape reaccionó unos instantes al oír la voz de Harry, tomó aire con suavidad y despegó
los labios.

-Lily –dijo en un susurro. Y así, con el nombre de la única mujer que amó en los labios,
Severus Snape murió.

Había tanto silencio en esa habitación, que las voces de los presentes, parecían haber
muerto con él. Ninguno de los tres se movió por lo que parecieron horas, velando el cuerpo
de héroe caído. Severus Snape había muerto por destruir a Voldemort y si embargo, todo
el mundo iba a recordarle como el asesino de Dumbledore. En silencio, apretando los puños
con rabia, Harry se prometió que limpiaría el nombre de su profesor, del más leal a
Dumbledore, del miembro de la Orden.

Draco por su parte, no había soltado la mano de Snape por mucho que ésta aguardara
inerte entre la suya. Lo miraba, atento a sus facciones, rogando desesperadamente porque
hiciera el más mínimo gesto, porque le diera la más insignificante señal de que no le había
dejado solo después de tanto tiempo protegiéndole en las sombras. Aunque en el fondo
sabía que eso no iba a suceder.

Una pequeña figura se coló dentro de la habitación pasando al lado de Harry, avanzó hasta
la cama y se detuvo a sus pies con los ojos verdes agrandados por las lágrimas.

Se puso de puntillas para observar a Snape y después bajó la cabeza apenado. Un par de
lágrimas resbalaron hasta la punta de la nariz y cayeron cerca de sus sucios pies.

-El Señor Snape era bueno con Kreacher –murmuró meciéndose hacia delante y hacia atrás
mientras se abrazaba a sí mismo –trataba bien a Kreacher. Kreacher siente que haya
muerto.

Se acercó con reverencia a Snape y tocó los bajos de su túnica con una manita pequeña y
sucia, frotando la tela con la yema de sus dedos. Después se sorbió la nariz, y cabizbajo,
salió de la habitación.

Hermione apretó suavemente los hombros de Draco, fallando en su intento de contener las
lágrimas. Él observaba a Snape, sin expresión pero con los ojos oscurecidos por una
profunda pena. Harry, desde el marco de la puerta, se sentía impotente y desdichado.

-¿Podéis… dejarme solo? –pidió Draco sin moverse, con tono neutro.

Hermione asintió aunque estando a su espalda él no podía verla. Harry simplemente salió
de la habitación y Hermione le siguió en silencio después de acariciar el pelo revuelto de
Draco con cariño. Se detuvo en la puerta y antes de cerrarla echó un último vistazo a
Snape. Draco se había inclinado sobre él y lo cubría con la sábana despacio, como si
quisiera memorizar sus facciones antes de ocultarle, tal vez para siempre.

Los labios de Hermione temblaron, cerró los ojos unos instantes, conmovida, y cerró la
puerta. La misión por la que había vivido durante años había acabado, Voldemort había
sido derrotado, el hijo de Lily vivía. Severus Snape ya había podido morir en paz.

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Hermione y Harry se reunieron en las cocinas con los Apedlty y los dos agradecieron que el
matrimonio no les hiciera preguntas. Deirdre, comprendiendo por sus expresiones lo
sucedido, se puso en pie y comenzó a preparar té mientras cantaba a media voz una triste
canción irlandesa llamada El viento que agita la cebada. Todos la escuchaban en silencio,
con los rostros apenados.

Pocos minutos después, con las tazas de té ya servidas y templadas, se oyeron unos golpes
en la puerta de la casa y Harry se levantó pesadamente para abrir. Tonks entró en el hall
bastante acelerada, sucia y llena de rasguños.

-Han detenido a Lucius Malfoy y a Remus –explicó mientras bajaba las escaleras a
zancadas. Llegó hasta las cocinas y vio las caras largas de los presentes. Miró de nuevo a
Harry percatándose de su expresión desolada. No tenía pinta de estar feliz por haber
ganado la guerra y derrotado a Voldemort -¿Qué ha pasado?

-Snape –murmuró Hermione –ha muerto.

-Oh –Tonks se dejó caer en una silla cansadamente, la excitación nerviosa que le había
poseído, apagada. Nadie habló durante un par de minutos, guardando luto por Snape. Al
final, Harry carraspeó y endureció el rostro.

-¿Qué noticias hay?¿Dices que han retenido a Malfoy y a Lupin?

-Sí –respondió la aurora volviendo a enfurecerse –se montó un gran revuelo cuando os
fuisteis. Marsden quería detenerlos pero mucha gente protestaba y los aurores no sabían
qué hacer. Al final Marsden detuvo él mismo a Lucius Malfoy y después, la mayoría de los
aurores le obedecieron cuando les ordenó detener también a Remus. Ah, y han apresado a
Scrimgeour.

-¿Scrimgeour¿Qué tienen contra él? –preguntó Harry.

-No tenían nada, pero Scrimgeour se oponía a las detenciones así que Marsden lo detuvo
por "obstrucción a la justicia mágica" y no sé qué tonterías más. Lo hizo para servir de
ejemplo a los demás y lograr que la gente se asustara y dejara de quejarse. Los han
enviado a prisión en espera de juicio y ha puesto a mi primo en Búsqueda y captura. Aún
no han acabado de trasladar a los heridos y caídos en el Ministerio y ya ha mandado a El
Profeta escribir una crónica amañada de lo sucedido y a los funcionarios empapelar Londres
con fotos de Draco. Está obsesionado por acabar con todos los mortífagos ahora que
Voldemort ha muerto.

-Ese patán –masculló Mike dando un puñetazo en la mesa –ahora que por fin nos libramos
de quién ya sabéis… tiene que quedar él para seguir amargando a la población mágica.

-¿Y cómo está el Señor Weasley?¿Y los demás? –preguntó Hermione envolviendo la taza de
té con sus manos. Se sentía congelada, extenuada y tremendamente triste.

-Molly y los chicos han ido a San Mungo con él –explicó Tonks –parece que se pondrá bien.
También Jada, la mujer de Kingsley, y un puñado de alumnos de Hogwarts y magos civiles
han sido trasladados gravemente heridos. Tom el del Caldero Chorreante ha muerto,
además de unos cuantos civiles y un chico…creo se llamaba Michael Corner o algo por el
estilo…

Harry y Hermione intercambiaron una mirada triste por su compañero caído.


-Y bueno… -el labio inferior de Tonks tembló y ocultó las manos bajo la mesa –luego está
Ojoloco. Sé que se sentiría orgulloso de ti, Harry, y que ahora que Voldemort ha
desaparecido, pensaría que su tiempo había terminado. Pero…

No hizo falta que Tonks continuara la frase, todos entendían demasiado bien todos
los peros que su silencio guardaba.

Habían vencido a Lord Voldemort, pero no había finales felices ni caras sonrientes, porque
en una guerra el precio de la victoria siempre era alto. Demasiado.

-¿Qué ha pasado con mi padre? –preguntó Draco, y todos se volvieron sorprendidos hacia
la puerta de la cocina, en la que él se encontraba. Estaba muy serio, pero tenía los ojos
secos y su voz sonaba neutra.

-Lo han detenido –explicó Tonks –y ahora Marsden va a por ti. Tiene a Remus y no creo
que lo haya detenido por lo sucedido en el Callejón Diagon, ni tampoco para marcarle y
ponerle el localizador de licántropos, o bueno, al menos no sólo por eso… Creo que quiere
darle Veritaserum para sacarle información sobre tu paradero y sobre la Orden del Fénix.
Sabe quiénes formamos parte de ella…y Remus es el único contra el que tiene algo real y al
que puede detener sin que la opinión mágica se le eche encima.

-Pero¿esta casa no estaba bajo un Fidelio? –preguntó Mike rascándose la cabeza –pensaba
que el Veritaserum no servía de nada si no eras el guardián del Fidelio.

-Y así es –respondió Hermione con el mismo tono que usaba para responder a la pregunta
de un profesor –pero Dumbledore, que fue quién conjuró el Fidelio, ha muerto. Así, todos
los que sabíamos dónde estaba la casa somos guardianes, aunque Harry es el único que
puede mostrar realmente Grimmauld Place. Remus puede indicarles la posición exacta de la
Mansión Black, pero si Harry no les abre la puerta, nunca podrán verla.

-En ese caso, la Mansión sigue siendo un lugar seguro –dijo Mike con alivio. Hermione no
dijo nada, sólo miró a Draco. Él no se había movido ni hecho ningún gesto ante las
revelaciones de Tonks. Parecía tranquilo, como si todo eso le diera igual o ya se lo
esperara. No supo por qué, pero Hermione sintió un escalofrío al ver sus ojos grises tan
oscuros que casi parecían negros, y una extraña ansiedad se instaló en su pecho.

-Voy a entregarme –anunció Draco, y sin más, se dio media vuelta y salió de las cocinas.
Hermione se puso en pie rápidamente y salió tras él, con el corazón acelerado, ignorando la
estupefacción de los Apeldty, Harry y Tonks. No podía, él no podía…

-Draco –le llamó cuando al fin lo alcanzó, entrando en su habitación. Draco se volvió hacia
ella, rígido, con la cabeza alzada, el pelo revuelto y la cara sucia, y parecía tan decidido,
tan seguro, que Hermione sintió que el mundo se le caía a los pies. Se acercó a él y lo
abrazó impulsivamente, tratando de contener las lágrimas.

-Draco –susurró de nuevo –no lo hagas.

Él no dijo nada, pero sus manos cubiertas de arañazos y sangre seca se cerraron en torno a
la cintura de Hermione y hundió la nariz en su cuello, aspirando su olor a caramelo. Allí,
solos, en su cuarto, con ella en sus brazos, las cosas parecían muy diferentes. El mundo no
parecía deshacerse a pedazos, resultaba imposible creer que Snape había muerto, que su
padre estaba de nuevo entre rejas y que a él le buscaban más que nunca. Que Lord
Voldemort había muerto y Bellatrix también. Que la guerra había terminado.
Porque a pesar de la victoria, lo suyo no era un final feliz.

Porque no podía quedarse en Grimmauld Place, abrazado a Hermione, ni besarla y tocarla


cada día. No podía seguir aprendiendo a usar la varita para hacerse algo comestible que no
supiera a cenizas ayudado por ella. No podía dedicarse a ignorar a Potter y a Weasley, o
hablar con ellos de vez en cuando como si no se odiaran. No podía permitirse ser feliz.

En el pasado se había equivocado, y aunque no se arrepentía, debía pagar las


consecuencias. Si se quedaba en Grimmauld Place, tendría que pasar el resto de su vida
escondido. Y obligaría a Hermione a esconderse con él. Nunca podrían regresar a Hogwarts,
ni ir al Callejón Diagon, a Hogsmeade… a ninguna parte en realidad. Tendrían que quedarse
en esa casa toda su vida, o huir lejos, lejos de todo y de todos.

No podía pedirle que se fuera con él y tampoco él quería hacerlo. Quería quedarse cerca de
su madre, de su padre, de toda la gente que le había llegado a importar durante su
estancia en la Mansión Black.

Estaba cansado de esconderse y esperar a que las cosas se solucionaran, y no iba hacerlo
más.

-Tengo que hacerlo –susurró acariciándole el pelo con ternura.

-No –gimió ella y Draco la sintió temblar en sus brazos y sollozar en su hombro mientras le
estrechaba más y más, como si así pudiera impedir que se fuera. Hermione no quería que
se fuera, no podría estar sin él. Si los días en los que habían estado enfadados, cada uno
encerrado en su habitación, se le habían hecho eternos, no podría soportar estar sin él.
Sabiéndole encerrado en la cárcel, privado de la magia, de la libertad, del contacto
humano. Tan sólo por tener una marca en el antebrazo, una marca impuesta como castigo
por los fallos de su padre. Y aunque fuera un mortífago, lo único de lo que se le podía
acusar era de haber dejado entrar a los suyos en Hogwarts aquella noche en la que
Dumbledore murió. Y lo había hecho bajo amenazas. No había matado a Dumbledore ni
tampoco a ella, había huido del bando tenebroso, había ayudado a la Orden del Fénix a
derrotar a Voldemort. Luchó en Hogwarts y luchó en el Ministerio. Era un héroe más de esa
guerra, no un enemigo.

Pero a Marsden no le importaría. Sólo le importaría su apellido y la marca tenebrosa,


limpiar la sociedad mágica de todos aquellos que fueran diferentes, librarse de cualquier
supuesta amenaza y en definitiva, hacer lo que le diera la gana. Sabía que si Draco se
entregaba, no tendría un juicio justo. Posiblemente le negarían la posibilidad de defenderse
y lo enviarían a la cárcel sin miramientos. Habían encerrado a Sirius Black a pesar de no
tenía la marca, de que no era su varita la que había ejecutado el hechizo que mató a los
muggles y supuestamente a Pettigrew también, y de que el Veritaserum les hubiera
revelado la verdad si le hubieran dado la oportunidad de tomarlo. Haría lo mismo con Draco
para sentirse seguro, para dejar de sentir un miedo que él mismo se había creado.

-Hermione…

-No –le interrumpió ella apartándose para mirarle a los ojos, los suyos llenos de lágrimas –
no quiero que te vayas. Tienes que quedarte aquí, aquí estarás seguro…

-Hermione –comenzó él, pero le faltaba la voz. No podía soportar verla así, destrozada, con
las lágrimas cubriéndole el rostro, los labios arrugados, los ojos cargados de dolor. Le
estaba rompiendo el alma, no aguantaba verla llorar.
-Por favor –le rogó Hermione sollozando y le sujetó el rostro con las manos –no te vayas.
Tómate un tiempo para pensarlo…puede que las cosas cambien. No creo que Marsden dure
mucho como Ministro después de lo de esta noche y cualquier otro ministro entendería tu
situación, te dejaría en libertad.

Draco suspiró, cubriendo con las suyas las temblorosas y frías manos de la chica. La miró a
los ojos con tristeza y se inclinó sobre ella para besarla. Hermione tenía los labios húmedos
por las lágrimas y temblaban cuando él se posó en ellos. Le acarició los labios con los suyos
con una suavidad próxima a la devoción, rodeándole cuidadosamente el cuello con una
mano para acercarla más a él. Hermione se estremeció, toda ella temblando por lo que él le
hacía sentir. Se aferró a sus hombros y cerró los ojos, para frenar las lágrimas, para olvidar
el miedo, el dolor, la desesperación. Para sentir la paz que sus caricias le daban. Su
corazón latiendo apresurado, como las alas de un ave batiéndose en el aire, retumbando en
la madera de una caja de música. Dictando las notas que sus manos, sobre el cuerpo del
otro, seguían. Sus pechos se tocaban, como si la misma llama, el mismo latido, los
impulsara. Él le acariciaba la espalda, colando sus manos por debajo del jersey para
explorar el tacto de su piel. Ella lloraba, las lágrimas, brotaban de sus ojos como la sangre
de una herida y como hojas marchitas caían por sus mejillas, mientras buscaba el final de
la camisa negra y polvorienta de Draco. Y no importaba que ambos estuvieran cansados,
magullados, sucios y tristes. Simplemente se necesitaban. Porque esa noche no existía un
mañana.

Se besaron en una dulce batalla, danzando unidos hacia la cama. Cayeron en ella, él sobre
ella, y continuaron besándose sin pausa. Las manos de él se deslizaban por su cuerpo,
encendiéndola, desnudándola, consumiéndola. Ella tiró de su camisa hasta que consiguió
apartarla y enviarla lejos sollozando. Draco dejó su boca y recogió las lágrimas con sus
labios, sellando cada una con un beso, tan cálido que Hermione sentía su pecho henchido
de poderosa emoción. Volvió a besarla y Hermione notó en su boca el gusto salado de sus
lágrimas, como si los dos lloraran. Porque no querían separarse.

La tela desapareció entre besos, caricias y tirones, silenciosa testigo del acto de amor. Él
besó cada parte de ella que desnudaba mientras Hermione lloraba calladamente,
acariciándole el pelo. Las sábanas se arrugaron y se enredaron con ellos, y sus cuerpos se
encontraron. Draco entró en ella y deseó quedarse siempre allí, estrechándola, sintiéndola,
tocándola, teniéndola. Y una parte de su alma se rompió porque no sabía si después de esa
noche podría volver a verla.

Se apartaba y regresaba despacio, muy despacio, como si quisiera congelar el tiempo,


alargar el momento por siempre. Hermione le abrazaba como si no quisiera soltarle
nunca, porque no quería. Y lloraba y gemía en su cuello, de amor y de dolor. De lenta y
placentera agonía.

Cada segundo era un regalo, una oportunidad, una despedida. Un paso más hacia la
vorágine de sentimientos que clamaban, se retorcían y gritaban sin voz dentro de ellos.
Hasta que las sensaciones fueron demasiado fuertes para que sus cuerpos pudieran
contenerlas y simplemente explosionaron. Primero en ella, luego en él, tensándoles,
endureciéndoles. Y como las olas retirándose de la costa, la explosión de placer, el éxtasis,
se calmó lentamente, abandonándoles con languidez, como si en realidad no quisiera irse.
Dejándoles solos, abrazados, sudorosos.

Draco enterró el rostro en su cuello, respirando agitadamente, temblando aún. Hermione se


mordió el labio inferior para tratar de contener las lágrimas y le acarició el pelo platino,
oscurecido por la por la transpiración. Intentó hablar, pero sólo único que salió de su boca
fue un ahogado sollozo.
Él la besó en el cuello con amor y Hermione sintió aún más ganas de llorar, pero se
contuvo.

-¿Te…te quedarás conmigo? –le pidió, la voz frágil y estrangulada.

Draco no se movió ni respiró durante unos segundos, tocado por el peso de sus palabras.

-Sí –dijo contra la curva de su cuello. Hermione sonrió jugueteando con su pelo y sintió
ganas de llorar, de alegría esta vez, pero no lo hizo. Él estaba con ella y no iba a irse.
Sentía su cuerpo sobre el de ella, el calor de su piel mezclándose con el suyo, su cabello
bajo la yema de sus dedos, su respiración golpeándole el cuello. El rítmico latido de su
corazón contra el pecho.

Los párpados le pesaban así que decidió cerrar los ojos unos segundos, sólo unos pocos
segundos. Pero el cansancio pareció apoderarse de cada miembro de su cuerpo, relajándolo
y durmiéndolo. Sintió vagamente como Draco se apartaba de ella y medio dormida, se
removió para apoyarse en su pecho. Él la rodeó con un brazo y le acarició el pelo, como
solía hacer cada noche para ayudarla a dormir.

Parecía una niña pequeña perdida en dulces sueños, así, acurrucada contra él, inocente,
lejos de todo lo demás. Y Draco sintió un punzante dolor en el pecho al saber que tenía que
irse, que debía dejarla. Le había mentido, la había engañado, pero de otro nunca podría
marcharse, nunca podría hacer lo que sabía que debía hacer. Porque si ella no dormía, si le
miraba con los ojos húmedos y brillantes, si le pedía una vez más que se quedara, él lo
haría, por mucho que supiera que eso estaba mal. Lo enviaría todo al cuerno egoístamente,
los condenaría a ambos.

Y no pensaba hacer eso. La miró a pesar del dolor que eso le producía, como si quisiera
aprenderse cada curva, cada parte de su rostro y de su cuerpo, por si no volvía a verla. La
maraña de su pelo, las cejas marcadas, las pestañas oscuras, la suave nariz, los labios
relajados y carnosos, la forma redondeada de su barbilla, el lunar en su hombro, la
delgadez de sus muñecas y sus tobillos, sus pequeños pies. Memorizó todo para no
olvidarlo nunca, para reconstruirla cuando no pudiera verla y después, conteniendo la
respiración, los latidos de su corazón, se apartó suavemente de ella. Salió con sigilo de la
cama y se vistió, observándola removerse entre las sábanas, posiblemente buscándole. No
se molestó en ponerse calcetines o en abrochar cada botón de su camisa, porque cada
segundo, cada instante que permanecía en esa habitación, luchaba contra él, contra su
determinación. Corrió hacia la puerta, giró el pomo y la abrió. Pero antes de salir, antes de
cruzar el umbral, el punto de no retorno, se volvió para mirarla.

Hermione alargó una mano, en sueños, hacia el hueco donde minutos antes había estado
él. Su mano pequeña, de dedos delgados con alguna que otra dureza de escribir con pluma,
con una cicatriz de niñez entre dos nudillos, palpó las sábanas recogiendo los restos de su
calor, buscándole. Pero él no estaba allí,no estaría allí.

Draco tragó saliva y apartó la vista de ella, y sin más, salió de la habitación. Iría a visitar a
su tío Marcus para pedirle que llevara a su madre de regreso a Malfoy Hall y después se
entregaría.

Esa noche de Navidad, mientras el mundo mágico recibía la noticia de que Lord Voldemort
había sido derrotado definitivamente, una figura oscura salió de Grimmauld Place y
desapareció entre la nieve.
Porque el valor no tiene color, ni casa, sólo circunstancias. Porque en algunos
momentos, todos somosvalientes.

o0o0o0o0o0o0o0o0o

En una guerra hay vencedores y vencidos, pero nadie gana, todos pierden. Las heridas de
una guerra permanecen como edificios derruidos en ciudades fantasmas por las que los que
sobrevivieron caminan. Monumentos al recuerdo de los que cayeron, de los que murieron
luchando por su causa, de los que se quedaron sin ellos.

Los supervivientes son los que tienen en sus manos construir algo nuevo, no en orillas
opuestas de un mismo río, sino con las mismas piedras al pie del mismo camino.

El único modo de curar las heridas de una guerra, de superar las huellas del horror, es
perdonar.

Capítulo 51: La promesa

Lo supo en cuanto las últimas nubes de los sueños se esfumaron. Lo supo antes de abrir los
ojos comprobando que la cama estaba vacía. Lo supo antes de extender la mano para
palpar su frío lugar.

Él se había ido.

Le había mentido, la había dejado sola para enfrentarse a su destino.

Mientras las lágrimas acudían a sus ojos y se encogía sobre sí misma, enredándose en las
sábanas como si quisiera percibir el tacto de él en ellas, Hermione trató de odiarle. Sintió
una repentina arcada, como si el corazón quisiera salírsele por la boca, demasiado afectado
para seguir funcionando. Intentó tomar aire desesperadamente, pero sus pulmones no
parecían llenarse y sus dedos se cerraron rígidamente sobre las sábanas. Sentía el pulso
latiéndole en las sienes y tenía los ojos nublados por lágrimas que sabía, él no hubiera
deseado que derramara. Pero eso ya le daba igual, porque Draco ya no estaba con ella.

Hundió el rostro en la almohada y sollozó su nombre. Y trató de culparle por su decisión,


por abandonarla. Por dejarla sola.

Pero sencillamente no podía porque sabía que había hecho lo correcto, porque había
aprendido a no esconderse de sus problemas en lugar de afrontarlos. Porque había sido un
valiente.

Pero esa vez, sólo por esa vez, ella hubiera preferido que no lo fuera.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Hermione no salió de la habitación de Draco en todo el día. Se negó a bajar a comer y no


tocó la bandeja que Harry le llevó. La idea de probar bocado le daba nauseas y sentía que
su estomago se había cerrado para siempre. Sus ganas de contacto humano eran nulas, y
lo único que quería era echarse en la cama y llorar y llorar hasta que Draco regresara a su
lado.

Hacia la tarde, Harry, Ron y Ginny se plantaron en su habitación contándole y tratando de


consolarla diciéndole que Draco quedaría en libertad. Pero Hermione estaba convencida de
que no sería así. Conocía lo suficiente a Marsden y la política de actuación del Ministerio con
los prisioneros de guerra. Crouch había encarcelado sistemáticamente a docenas de
mortífagos y Marsden no parecía ser mucho más blando que él. Después de que sus tres
amigos se quedaran sumidos en un silencio incómodo al no saber cómo ayudarla, Hermione
les pidió que la dejaran sola.

Cogió la butaca donde tantas veces se había sentado Draco, donde había dormido ella
aquella primera noche del rubio en Grimmauld Place, y la arrastró junto a la ventana por la
que él solía mirar, como si de algún modo esperara verlo reflejado en el cristal, o tal vez
caminando por la calle.

Él no estaba allí, pero las calles no estaban en absoluto tranquilas. Familias enteras de
magos vestidos con túnicas y gorros puntiagudos, corrían sobre la nieve lanzando chispas
doradas al cielo con sus varitas. Alguien llevaba una corneta mágica que no paraba de
sonar y arrojar confeti sobre las blancas aceras. Los magos abrazaban a los peatones
muggles que se encontraban por la calle, cruzaban la acerca sin mirar para encontrarse con
amigos o conocidos y gritaban jubilosos que Lord Voldemort había caído. La población
mágica estaba de fiesta, y Hermione comprendió que el mundo seguía adelante aunque
para ella se hubiera acabado, y la arrastraba con él lo quisiera o no.

El Profeta había publicado la noticia de que Draco Malfoy se había entregado a la justicia y


había sido encarcelado de inmediato en Montis Occultus al igual que su padre. Distintos
miembros de la Orden, en especial Kingsley, Tonks y Molly se pasaban por la casa para
traerles noticias varias veces al día.

Al Señor Weasley y a Jada Shackelbolt les darían el alta en un par de días, y Kingsley
estaba presionando a algunos amigos miembros del Wizengamot para que liberaran a
Remus Lupin. Si bien el licántropo no había sido llevado a Montis Occultus como todos los
mortífagos supervivientes, Marsden había ordenado encerrarle en las prisiones preventivas
para hombre lobos donde lo marcarían con la famosa L para indicar su condición.

A Grimmauld Place no dejaban de llegar lechuzas cargadas con cartas y regalos de


agradecimiento para Harry por haber derrotado al Señor Oscuro. Por supuesto, ninguna de
ellas mencionaba a la Orden del Fénix a excepción de las de algunos compañeros del
colegio que habían estado en la batalla. A Harry no le extrañó demasiado pues en todas las
tiradas de El Profeta, los panfletos y los libretos informativos que comenzaron a publicarse
masivamente acerca de la batalla final y la caída definitiva del Lord Oscuro, no se
mencionaba jamás la existencia de la Orden del fénix y su contribución en la lucha. Apenas
nombraban a Harry y en líneas generales aseguraban que Lord Voldemort había caído
gracias a los esfuerzos conjuntos de los distintos miembros del cuerpo de Aurores, las
medidas de seguridad del Ministerio y la pequeña colaboración de algunos funcionarios y un
insignificante puñado de civiles. Marsden, por supuesto, había tenido un papel
determinante en la victoria liderando a su equipo de aurores. Sobra decir que Ginny quemó
unos cuantos ejemplares en la chimenea de Grimmauld Place y que los gemelos usaron sus
hojas como papel de regalo para envolver sus productos.

La radio mágica hablaba a todas horas de la noticia y los magos salían a las calles
olvidándose de la discreción y montando juergas improvisadas para celebrar la desaparición
del mago tenebroso. Los funcionarios del ministerio vieron multiplicado su trabajo al tener
que modificar las mentes de muchos muggles que presenciaron demostraciones de magia,
pero la reconstrucción del Ministerio avanzaba a pasos agigantados gracias a la
colaboración de los magos y brujas voluntarios.

Y dos días después del fin de la guerra tuvieron lugar los funerales.
o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Hermione lloró cuando el juez recubrió mágicamente la tumba de Ojoloco Moody, aunque
no estaba segura de si había parado de hacerlo desde que Draco se había ido. Todos los
miembros de la Orden, un buen puñado de alumnos y casi el pleno del cuerpo de Aurores
acudió al funeral del hombre que tanto les había enseñado. Luna Lovegood dejó un puñado
de flores silvestres sobre su tumba y Scrimgeour, que había sido liberado por Marsden ante
la disconformidad del Wizengamot con su detención, dio un discurso sobre Alastor, el mago
que había adiestrado a varias generaciones de aurores y detenido a más mortífagos que
nadie a lo largo de las dos guerras. Después, todos se retiraron lentamente, hasta que sólo
quedaron los miembros de la Orden, aguardando a Tonks. La aurora discípula de Ojoloco,
su favorita, la hija que nunca tuvo, se arrodilló junto a su lápida y le dijo unas palabras de
despedida que nadie oyó, llorando y sonándose la nariz ruidosamente hasta que Molly fue a
buscarla.

-Anímate –le había dicho George –estará por ahí, con los otros héroes caídos, haciendo
estallar contenedores de basura celestiales o algo por el estilo.

Y aunque sólo fuera fugazmente, Tonks sonrió, porque en el fondo creía firmemente que
George estaba en lo cierto.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Esa misma tarde se celebró el entierro de Severus Snape. Nadie se había atrevido a tocar
el cuerpo desde que Draco lo cubrió con una sábana y después de mucho pensarlo, Harry
decidió que su antiguo profesor debía ser enterrado en Hogwarts, junto a Dumbledore, a
quien tanto sirvió. Así pues, la Orden del Fénix, los miembros del profesorado, Grawp, Nott
y un par de alumnos más de Slytherin le dieron su último adiós en los terrenos del colegio
en el que tantos años de su vida pasó.

Hagrid sollozaba ruidosamente en un enorme pañuelo lleno de remiendos y a Ron le


pareció percibir el brillo de lágrimas tras las gafas cuadradas de McGonnagall, pero la
directora se las apañó para permanecer templada. Harry, con su mano enlazada con la de
Ginny, observó como el juez colocaba la lápida sobre el lugar en el que yacía el héroe y
cuando el pequeño mago dio por finalizada la ceremonia, soltó a su novia y se acercó a la
tumba. Sacó su varita del bolsillo y grabó unas palabras que le salieron del alma.

"Severus Snape, leal a Dumbledore más allá de la muerte".

Después regresó junto a Ginny, le tomó la mano y por alguna razón sintió el impulso de
mirar al cielo. Aunque sólo fue durante unos segundos, a Harry le pareció ver un ave de
colorido plumaje atravesando las nubes y pensó en Fawkes. De algún modo supo que
Dumbledore había enviado a su fénix allí para despedirse de Snape, y volviendo su vista
hacia Hogwarts, Harry prometió que lograría que todos sus alumnos recordaran al profesor
de pociones como lo que había sido: un héroe.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Los acontecimientos que siguieron fueron sólo una maraña confusa para Hermione. Siguió
enclaustrada en la habitación de Draco, negándose a probar bocado y llevando siempre
puesta alguna de sus camisas que olían a él. Cerraba los ojos hinchados por el llanto y
jugaba a imaginar que él estaba a su lado. Podía percibir su aroma y sentir cosquilleando
en el estomago la sensación que la poseía cada vez que le veía. Pero la ilusión sólo duraba
unos segundos y cuando abría de nuevo los ojos, él no estaba allí. Y entonces volvía a llorar
y se sentía estúpida, y le odiaba por marcharse. Por momentos sentía accesos de rencor
hacia él hasta que la razón se imponía y le decía que él había hecho lo que debía hacer.
Pero simplemente le echaba tanto de menos que no sabía qué hacer sin él, parecía faltarle
una parte de ella y no sabía cuando la iba a recuperar. No era capaz de conciliar el sueño y
se limitaba a dormitar, soñando que Draco regresaba, que nunca se había ido, para
despertar de nuevo a la dura y solitaria realidad.

En ese clima, Hermione apenas fue capaz de alegrarse cuando una emocionada Tonks fue a
verla para contarle que Remus había sido puesto en libertad, a pesar de llevar la pulsera
localizadora dictada por la ley y la L tatuada. Al día siguiente, un día antes de fin de año,
Kingsley llamó a su puerta y entró en la habitación, con expresión seria y disgustada.
Hermione escuchó, apática y entristecida, como el auror le informaba que al día siguiente
tendría lugar el juicio contra los Malfoy. No habría jurado mágico y no se permitía la
asistencia de civiles ni funcionarios, tan sólo la de Marsden y los miembros de la cúpula del
Wizengamot. Tampoco aceptarían declaraciones de testigos, ni defensores.

-No será un juicio justo –le había dicho Kingsley y Hermione ya había sabido, antes de
verlo en los ojos marrones del auror, que Draco no volvería junto a ella esas Navidades.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

A pesar de saber que no le permitirían asistir al juicio, Hermione decidió presentarse en el


ministerio a la hora pactada para la vista de los Malfoy. Harry, Ron, Ginny, Tonks y la
Señora Weasley la acompañaron.

Así, el día de fin de año, se personaron en el Ministerio de Magia, bajaron en ascensor


hasta la novena planta, pasaron frente al departamento de Misterios y accedieron al pasillo
donde se encontraban las Salas del Tribunal. Dos aurores apostados a ambos lados de una
rústica puerta de madera oscurecida delataron la Sala en la que tendría lugar el juicio. Las
paredes del pasillo en el que se encontraban eran de piedra y el lugar estaba iluminado por
antorchas que ardían con fuego mágico. No había sillas ni bancos para esperar, así que
Hermione permaneció en pie, plantada frente a la puerta de los Aurores con el corazón
latiéndole en el pecho, la garganta y las sienes. Estaba histérica a pesar de tener el
presentimiento de que Draco no quedaría libre, pero demasiado deprimida para moverse de
un lado a otro como lo hacía Ron. Harry y Ginny esperaban discretamente en un rincón,
Tonks trataba de sacarles información a los aurores y la Señora Weasley, se aferraba a su
bolso lanzando a Hermione miradas de preocupación.

Después de unos largos minutos en tenso silencio, Molly se acercó a Hermione y le pasó un
brazo sobre los hombros acercándola a su pecho con aire maternal. Ella deseó que no lo
hubiera hecho porque el nudo de lágrimas que le impedía hablar pareció disolverse y fluir
hasta sus ojos, y pensó en su madre y en lo que daría por poder abrazarla en esos
momentos. Se quedó allí parada, rodeada por los amorosos brazos de la Señora Weasley,
con su abrigo de vestir, medias y zapatos negros, como si asistiera a un funeral. Y en cierto
modo, un pálpito en su pecho parecía redoblar por ello.

Los aurores de la puerta le dijeron a Tonks que el juicio había comenzado unos minutos
atrás y que el Ministro, los miembros del Wizengamot y los Malfoy estaban dentro. No
soltaron prenda por mucho que Tonks trató de sonsacarles información, así que al final, la
aurora se unió a Ron en sus frenéticos paseos de un lado al otro del pasillo. El sonido de
sus pisadas era lo único que se oía en los pasillos de piedra. De vez en cuando, Ginny se
acercaba a la puerta y trataba de escuchar algo disimuladamente, pero la sala debía estar
insonorizada y los aurores que la guardaban le lanzaban miradas poco amistosas.
El tiempo parecía haberse distorsionado y funcionar en otra dimensión. Los minutos no se
componían de segundos, sino de horas, y las horas de días. El corazón le dolía tanto que
Hermione sentía que se iba a desmayar. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que
aparecieron en el Ministerio, pero cuando la puerta de la Sala del Tribunal se abrió,
Hermione sintió como si alguien tirara de ella para devolverla al presente.

Marsden salió en primer lugar con gesto satisfecho y miró a Hermione y a la Señora
Weasley con desagrado. Le seguían de dos magos ancianos del tribunal y tras ellos cuatro
aurores rodeando a un hombre. Lucius Malfoy era más alto que todos ellos y su cabeza
erguida sobresalía entre las de los aurores. Caminaba rígido y altivo, con las manos sujetas
por unas esposas doradas y el rostro endurecido e imperturbable. Miró a Hermione, pero se
mantuvo inexpresivo cuando ella le devolvió la mirada, y siguió caminando guiado por los
aurores hacia el fondo del pasillo. Dolores Umbridge salió de la sala después y a
continuación otro grupo de aurores rodeando a un segundo preso.

-Draco –susurró Hermione y cuando vio sus ojos grises mirándola a ella como si estuvieran
acariciando cada una de sus facciones, regresó a la vida y olvidó su letargo.

Él también tenía esposas en las manos y un auror le sujetaba por cada brazo como si
temieran que fuera a huir, pero Draco no se removió. Al contrario, caminaba tranquilo, con
la serenidad que le daba hacer lo correcto. Su ropa no estaba inmaculada y su pelo estaba
revuelto, la piel más pálida de lo normal marcada por la oscuridad de unas ojeras. Pero su
expresión era de paz.

Porque la miraba a ella.

-Draco –repitió Hermione y se apartó de la Señora Weasley para acercarse a él. Sorteó a
Umbridge y a un par de aurores, pero un tercero agarró por un brazo, impidiéndole
acercarse más al chico. Él trató de aproximarse, pero los aurores lo sujetaron con más
fuerza y le obligaron a andar hacia el fondo del pasillo, en dirección contraria a Hermione.

-¡Suélteme! –exigió Hermione enloquecida al auror que la sujetaba, tirando de su brazo


para poder correr detrás de Draco.

-Es un criminal, chiquilla –dijo el auror con tono condescendiente pero sin aflojar un ápice
la presión en torno al brazo de Hermione –ha sido condenado a cinco años de prisión por su
militancia como servidor de quien ya sabes.

Hermione dejó de forcejear momentáneamente, aplastada por el peso de sus palabras. La


voz del auror se repetía en su mente como un cántico. Cinco años, cinco años, cinco años…

-Suéltala, Dowd –Tonks se plantó frente al auror y le miró con expresión desafiante. El
auror titubeó –siempre fuiste algo imbécil¿sabes? Mi primo es inocente y ni siquiera ha
tenido un juicio justo.

-Yo lo sólo cumplo órdenes –se excusó el auror irguiéndose, incómodo.

-¿Y nunca las cuestionas¿Eres un mago o un mono adiestrado? –le aguijoneó la chica, y el
auror soltó a Hermione, enrojeciendo. Ella salió de su sopor y no se paró a mirar a Dowd o
a Tonks, simplemente se giró y echó a correr hacia Draco, que ya desaparecía al fondo del
pasillo, arrastrado por los aurores. Tenía que alcanzarle, tenía que impedir que se fuera…
No podían separarles así…
-¡Draco! –le llamó gritando. Él se revolvió por primera vez y forcejeó con los aurores, no
para liberarse, sino simplemente para volverse hacia ella. La miró, sereno y grave,
firmemente asentado en el suelo a pesar de los tirones y forcejeos de los aurores, y
Hermione supo que se estaba despidiendo de ella. Y sintió tanto dolor que todo comenzó a
dar vueltas a su alrededor y las lágrimas llenaron sus ojos.

-¡Hermione!

Ella oyó como Harry, o tal vez Ron, la llamaba, pero no sabía quién de los dos había sido, ni
lo cerca o lejos que se encontraban de ella. Por eso, se sintió aturdida cuando unas manos
la sujetaron gentil pero firmemente, frenándola en su carrera.

-¡No! –gimió, pero su voz no tenía fuerza. Unos brazos la rodearon, deteniéndola por
completo, y Hermione se rindió, incapaz de seguir luchando. Se dejó sostener por Harry y
hundió el rostro en su pecho, llorando ahogadamente. No podía soportarlo más.

-Conseguiremos sacarle de allí –le susurró la voz de Ron desde algún lugar cercano a ella –
te lo prometo.

Hermione cerró los ojos y deseó creerle con todas sus fuerzas.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Parecía lógico pensar que inmediatamente después de ganar la guerra vendrían tiempos
mejores, pero todos en Grimmauld Place, en la sociedad mágica en general, comprobaron
que las cosas no eran tan sencillas. Marsden llenaba toda Gran Bretaña con periódicos
comprados y folletos propagandísticos ensalzando la labor del Ministerio para vencer a Lord
Voldemort, ocultando información y modificando descaradamente la realidad. La población
mágica dudaba, pero no tenían otras fuentes de información que les rebatieran.

Ginny había regresado a Hogwarts y el número 12 de Grimmauld Place estaba


relativamente tranquilo. Hermione ya no salía de la habitación de Draco, así que Harry
había empezado a ocuparse de llevarle algo de comer a Kreacher. Había descubierto que el
elfo salía a menudo del trastero aunque nunca bajaba a las plantas inferiores de la casa
para no encontrarse con nadie. Después de darle muchas vueltas al asunto, Harry había
tomado una decisión respecto a qué hacer con él ahora que la guerra había acabado y ya
no era peligroso no tenerlo en Grimmauld Place.

-Kreacher –le saludó, entrando en el trastero. El elfo escondió rápidamente a su espalda


algo que había estado observando cuando Harry abrió la puerta. El chico se quedó mirando
a la pequeña criatura sintiendo compasión por ella y tratando de encontrar la mejor manera
de comunicarle su decisión.

-La joven hija de muggles llora cada noche, Kreacher la oye –murmuró el elfo y Harry pudo
ver como el elfo escondía con cariño una foto en un marco de plata dentro de su
madriguera, creyendo que él no le veía.

-Lo sé –respondió el muchacho, notando que el elfo la había llamado "hija de muggles" y
no "asquerosa impura" como solía hacer. Notó una punzada en el pecho al darse cuenta de
que hasta Kreacher había sentido pena por su amiga. Incómodo y deprimido, Harry
carraspeó –Verás, Kreacher, he venido para proponerte algo.

Kreacher se volvió hacia él, esquelético y sucio, y le miró a los ojos, nervioso.
-Sé que eres infeliz aquí –comenzó Harry –y Narcissa, una de los últimos Black, está
enferma. La han trasladado a Malfoy Hall, ya sabes dónde está…y bueno, he pensado que
tal vez te gustaría ir con ella para cuidarla. Si lo deseas, te liberaré –finalizó incómodo.

Kreacher tomó aire y Harry pudo ver como sus pupilas verdes se amplificaban por las
lágrimas mientras se retorcía el viejo paño que usaba como ropa, emocionado.

-Harry Potter es el amo de Kreacher –dijo el elfo sorbiéndose la nariz e hizo una
pronunciada reverencia. Pero esta vez no murmuró por lo bajo improperios ni palabras
despreciativas, simplemente se irguió de nuevo y miró a Harry, con algo que de no tratarse
del elfo, podía haber tomado como agradecimiento –Kreacher sirve a su amo… pero si el
amo quiere que Kreacher cuide a la Señora Black, Kreacher hará. ¡Sí¡Kreacher hará!

-Muy bien, Kreacher, eso es lo que quiero que hagas. Ve a Malfoy Hall y cuida de Narcissa
Black –dijo Harry, aliviado.

Kreacher asintió e hizo otra reverencia, y Harry, algo incómodo por la situación, abrió la
puerta del trastero dispuesto a marcharse. Antes de salir, se volvió hacia el elfo.

-Pero recuerda que esta es tu casa, Kreacher, puedes volver cuando quieras –dijo.

El elfo asintió enérgicamente y en sus ojos las lágrimas se multiplicaron. Algo violento,
Harry salió del trastero y tiró de la puerta. Antes de que ésta se cerrara pudo escuchar el
¡plop! que hizo Kreacher desapareciéndose rumbo a Malfoy Hall. Rumbo a una vida mejor
para él.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

-Tenemos que hacer algo cuanto antes –murmuró Devany dejándose caer en uno de los
taburetes de la cocina. Ron, a su lado, asintió apenado y le tomó una mano, ofreciéndole
consuelo. Devany se puso colorada, pero la apretó con fuerza y se miraron con la extraña
timidez que les poseía desde que Ron le había pedido que saliera con él y ella había
aceptado. Lo cual resultaba curioso teniendo en cuenta que Ron se había declarado en San
Mungo, delante de toda su familia, cuando Devany había ido a interesarse por su padre.
Sobra decir que Fred y George no se cansaban de representar la escena una y otra vez.

-¿Cómo está? –preguntó Molly con preocupación. El resto de la Orden del Fénix, incluido el
Señor Weasley que ya había dejado San Mungo, Charlie que había decidido quedarse una
larga temporada en la Madriguera y Percy que había dimitido y regresado a casa con su
familia, estaban reunidos en las cocinas.

-De momento no es nada grave, pero si Hermione sigue sin comer y sin dormir, terminará
enfermando. Le he traído pociones para dormir sin sueños, pero no sé si se las tomará.

-Aún está todo demasiado gueciente –dijo Fleur negando con la cabeza.

-Yo digo que actuemos cuanto antes –Tonks dio un puñetazo en la mesa, enojada –ya han
pasado dos semanas y el Ministerio no ha aceptado el recurso que Kingsley presentó para
que se repitiera el juicio de los Malfoy. Por la vía legal no van a dejarnos hacer nada.

-Además, el Callejón Diagon está lleno de esta basura –Fred arrojó sobre la mesa un taco
de panfletos de distintos colores ilustrados con fotos de los mortífagos detenidos en la
guerra, encabezados por los Malfoy, detallando las condenas y crímenes de cada uno.
-La gente no es tonta –dijo Lupin –ya no creen la mayoría de las cosas que dice el
Ministerio, pero siguen sin saber la verdad.

-Si El Profeta no estuviera comprado… –se lamentó el Señor Weasley.

-Bueno¿qué hay de El Quisquilloso? –preguntó Ron mirando a Harry –ya funcionó una vez.
Seguro que al padre de Luna no le importaría publicar un par de verdades entre sus
investigaciones sobre la localización de los snorklacks de cuerno arrugado.

-Ese periódico no tiene demasiada credibilidad –señaló Bill, dudoso.

-Pero es lo único que tenemos –Harry se puso en pie y comenzó a caminar de un lado a
otro de la cocina, pensando –cuando Voldemort regresó y Fugde se encargaba de tapar
todas las noticias, El Quisquillosopublicó una entrevista donde yo contaba la verdad. No
todo el mundo me creyó, pero sí les hizo dudar y con el tiempo se demostró que yo no
mentía y que Voldemort había vuelto.

-Entonces¿cuál es tu plan? –preguntó Charlie, animado.

-Bueno, se supone que yo soy o era el Elegido¿no? Puede que por una vez eso me sirva de
algo. Además si unimos a mi declaración las de Shackelbolt, Tonks o el Señor Weasley,
trabajadores y ex trabajadores del Ministerio, tendremos más credibilidad. Y hay docenas
de magos que estuvieron en la batalla final y saben la verdad, además de todo el
profesorado y el alumnado de Hogwarts. Tal vez a mí solo no me crean, pero a unas cien
personas más sí. Contaremos toda la verdad sobre Marsden, sobre los Malfoy, Snape y la
guerra. Ya es hora de que el mundo mágico se entere de lo que realmente ha pasado.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

La primera tirada de El Quisquilloso y "La verdadera historia de la guerra mágica" salió al
mercado tres días después. Se vendió en menos de una hora y todo el mundo en el
Callejón Diagon, Hogsmeade e incluso el Ministerio parecía estar leyendo el periódico.
Marsden, furioso, envió a los aurores a confiscar todos los ejemplares que se encontraban
en el quiosco de prensa del Callejón Diagon, pero los gemelos siguieron vendiendo el
periódico en su tienda a escondidas del Ministerio, y centenares de lechuzas surcaban los
cielos llevando El Quisquilloso a los hogares de todas las familias de brujos de todo el país.
El Señor Lovegood fabricó ocho tiradas más y publicó un nuevo número para añadir
testimonios de más estudiantes y civiles que estuvieron en la última batalla, que cada vez
se animaban más y más a hablar. Con el tiempo, la radio mágica se hizo eco de la noticia y
en el Canal del Ministerio se prohibió a la población mágica leer el periódico, lo que sólo
logró que aumentaran las ventas del Quisquilloso. La credibilidad de Marsden se minaba por
momentos, la gente se sentía engañada y manipulada por él, y las primeras voces de
protesta se alzaban contra el Ministro.

El Ministro, enfurecido, irrumpió en la casa de los Lovegood, confiscó el equipo de


impresión mágico de Xenophilius Lovegood y le envió una citación para una vista por
"injurias y calumnias contra el gobierno mágico". Eso fue la gota que colmó el vaso. La
población mágica empezó a pedir la cabeza del Ministro, y finalmente, el 8 de Febrero,
Edgar Marsden fue destituido a petición general.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o
Su mano se deslizaba sobre la sábana, palpando el lado de la cama que él había ocupado
tiempo atrás, como si esperara recoger los restos de un calor que hacía mucho que se
había apagado. La almohada había dejado de oler a él y sus camisas perdían su aroma por
el uso. No era suficiente, no había suficiente fragancia en el frasco de su colonia para poder
olerle durante cinco años. No había suficiente medida para cuantificar su dolor. No tenía la
suficiente fortaleza para soportar echarle tanto de menos.

Llorando otra vez, Hermione se giró en la cama, dando la espalda al hueco de Draco como
si estuviera enfadada con él. Y lo estaba. Enfada y desolada, y hundida y furiosa.

Fijó los ojos en la ventana y observó la oscura noche a través de las cortinas. Podía ver un
par de estrellas lejanas, tan lejos como Draco estaba de ella. A años luz.

Sabía que no podía seguir así, encerrada, incapaz de probar bocado o de dormir más de un
par de horas seguidas, llorando sin parar y pensando en él todo el día. Harry y Ron se
pasaban medio día con ella, tratando de animarla y distraerla, pero Hermione no tenía
ganas de hablar, ni de escuchar, ni de jugar al snap explosivo o leer un libro. Su
concentración era tan nula que ni siquiera podía leer un párrafo sin perder el hilo e incluso
su magia estaba empezando a fallarle a veces. Desde que Ginny había regresado a
Hogwarts, Devany iba a verla casi a diario, Tonks y la Señora Weasley también, pero eran
visitas cortas e incómodas. Hermione no tenía ganas de estar con nadie, ni siquiera de
estar consigo misma.

Resultaba extraño cómo podía echarle tanto de menos, hasta el punto de que sus
sentimientos casi se convertían en algo físico. Extrañaba despertarse arrinconada en el
borde la cama, con el brazo de Draco impidiendo que se cayera sobre la alfombra.
Extrañaba que la abrazara antes de dormirse y que le acariciara el pelo cuando le constaba
conciliar el sueño. Extrañaba que la besara y que discutieran a menudo por cualquier
tontería. Extrañaba oírle decir palabrotas y su manera irónica de expresarse. El modo en
que caminaba como si el mundo le perteneciera o el gesto que solía hacer para apartarse el
flequillo de la cara.

Y no podía dejar de preguntarse cómo estaría, encerrado en una celda, solo.

Hermione se secó las lágrimas con una mano y cerró los ojos fuerza, tratando de detener
su llanto. Se aferró a las sábanas e intentó dormirse para obtener, aunque sólo fueran por
un rato, un poco de evasión. Por eso cuando escuchó la manilla de la puerta girando y
pasos en la habitación, supo que estaba soñando. Así no prestó atención a las pisadas que
se acercaban a la cama, al chirrido del colchón, ni al sonido de zapatos cayendo al suelo.
Por eso le pareció natural sentir un cuerpo pegado al suyo y una mano deslizándose por su
cintura, buscando la suya. Le parecía normal que esos dedos se enlazaran con los suyos y
que alguien le rozara el hombro con una nariz, inhalando su aroma. Porque estaba
soñando, y en sus sueños, él estaba con ella.

Y, oh, era tan mágicamente real. Su aroma ya no era tan sutil y efímero, era más
penetrante y la envolvía como una segunda piel. El calor de su cuerpo se le contagiaba y su
respiración le caía en la nuca y la curva de un hombro, despertando un agradable
cosquilleo. Y entonces él la estrechó más y Hermione abrió los ojos, porque ya no sabía si
estaba dormida o despierta.

-¿Es esto otro de mis sueños? –preguntó en voz baja, porque tenía miedo de despertarse si
dormía.
-Eso suelen pensar todas las chicas cuando las toco –respondió él y Hermione no pudo
evitar sonreír. Porque su voz vibraba, saboreaba las palabras y las dejaba ir lentamente,
dando la sensación de arrastrarlas hasta sus labios. No estaba ligeramente desdibujada
como en sus sueños.

-No quiero despertar –murmuró con melancolía, como si el sueño estuviera perdiendo
intensidad para dejarla de nuevo sola y triste en una cama vacía.

-Pues yo no quiero dormir –replicó él y la besó en el cuello. Y fue entonces, en ese justo
momento, cuando Hermione se dio cuenta de que no estaba dormida, de que él estaba allí
en realidad. Delirante, se giró hacia él y le vio ahí, a su lado, tocándola, ocupando el lugar
que tanto tiempo había estado vacío. Más delgado, más mayor, más pálido, más ojeroso
pero él. Los mismos ojos grises, la misma mandíbula marcada, la misma curva en los
labios. Draco.

Con ella.

Él sonrió, esa típica sonrisa de lado, sin mostrar apenas los dientes que decía a las claras
"sí, nena, estoy aquí y soy real. Un sueño hecho realidad, dirían muchas" y Hermione le
tocó el rostro, como si fuera incapaz de creérselo.

-¿Eres de verdad? –le preguntó con un hilo de voz.

-Sí.

Y ya no pudo preguntar nada más, simplemente le abrazó y se echó a llorar como una
idiota. Lloró como los días precedentes o tal vez más, pero lo hizo de un modo diferente,
porque ya no lloraba de dolor, sino de alegría. De pura felicidad.

Draco la estrechó contra él con cierta ansiedad y le besó el pelo, enredando sus dedos de
él, como tantas veces había soñado en sus horas de encierro.

-¿Cómo… –sollozó Hermione entre lágrimas -¿cuándo…

-No has salido mucho de aquí¿eh? –murmuró él con cariño. Tenía la certeza de que no lo
había hecho –Marsden ha sido depuesto por el Wizengamot. Desde hoy, Kingsley
Shackelbolt es el nuevo Ministro de Magia. Me ha sacado de la cárcel y a mi padre también,
y Lupin me dijo algo sobre la Ley Regulación de Licantropía… creo que Kingsley convocará
un consejo mañana para abolirla.

Hermione asintió, y después de unos minutos abrazándole, sintiendo su calidez y sus


balsámicas caricias, dejó de llorar. Tomó aire entrecortadamente como una niña pequeña
que había perdido la respiración por el llanto, arrancado un par de sonrisas torcidas a
Draco, y finalmente logró serenarse.

De repente se sentía cansada y satisfecha, como si hubiera echado fuera todo el dolor que
había estado acumulando y ahora pudiera seguir sin él. Sus músculos se habían aflojado,
reconociendo la familiaridad del cuerpo de Draco, rindiéndose al consuelo de sus brazos.
Los párpados le pesaban tanto que Hermione cerró los ojos unos instantes. Pestañeó con
fuerzas al cabo de unos segundos, se obligó a abrir los ojos y se los restregó con una mano
tratando de despejarse como una chiquilla somnolienta. Y Draco sintió algo removiéndose
en su pecho, como una emoción prácticamente sólida subiéndole a la garganta, al ver ese
gesto tan inocente y a la vez tan dulce. La sujetó con suavidad por la barbilla y le alzó el
rostro para poder besarla. Y sólo entonces, cuando coló la lengua entre sus labios y
encontró la de ella, esperándole con amor, Draco se sintió de nuevo en casa.

Porque el encierro había merecido la pena a cambio de poder volver a Grimmauld Place con
ella, a cambio de no tener que esconderse más. Ya no había señor oscuro, ni mortífagos, ni
Ministro despiadado que le impidiera estar con ella, que le impidiera hacer nada.

Era libre.

Y por primera vez en mucho tiempo, feliz.

El beso acabó y los dos se miraron a los ojos, diciéndose cosas que las palabras no podían
abarcar. Después Hermione posó la cabeza en su pecho, él la rodeó con un brazo y ninguno
de los dos habló, porque sencillamente no lo necesitaban.

-Duerme –murmuró él cuando Hermione bostezó por tercera vez.

-Tengo miedo –confesó ella.

-¿De qué?

-De que no estés cuando despierte.

-No volveré a irme –musitó Draco, hundiéndole los dedos en la cintura como si quisiera
acercarla aún más a él.

-¿Lo prometes? –preguntó Hermione infantilmente.

-Lo prometo –aseguró él con una sonrisa presuntuosa asomándole a los labios. Y Hermione
se durmió de nuevo en sus brazos, segura de que él cumpliría su promesa.

o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o

Porque un sentimiento puede permanecer dormido durante años y, cuando menos lo


esperas, despertar. Porque una persona puede cambiar para siempre la vida de otra.

Porque en el fondo, siempre fueron ella y él, y el resto de la gente.

Epílogo: El jardín de los narcisos

Un pequeño elfo doméstico correteaba entre las flores, radiante, con su impoluta funda de
cojín de tela de damasco y borlas doradas, a modo de vestidura. Seguía a una esbelta
figura que portaba una elaborada canasta de mimbre, ataviada con una túnica tan blanca
como los narcisos que cimbreaban despidiendo su floral aroma a su paso. Cada vez que la
mujer se agachaba y alargaba una de sus delicadas manos hacia cualquier flor, el elfo
doméstico chascaba los dedos y las espinas desaparecían y los tallos se desprendían con
facilidad. Entonces la mujer tomaba la flor y la colocaba cuidadosamente junto a las demás,
en la cesta. Lirios, narcisos y rosas, todos blancos. Siempre blancos.

La imponente y opulenta mansión Malfoy se erguía orgullosa a sus espaldas, como el


castillo de la dama y su lacayo. La luz del sol se reflejaba en los altos ventanales que
cubrían la fachada y una sombra oscura observaba a la mujer a través del cristal, opaca
tras la claridad. Líneas de nostalgia suavizaban el duro rostro y los ojos grises cálidos por la
añoranza.

Como un silencioso centinela vigilaba, en silencio, a la espera.

En el jardín, Narcissa ocultó la punta de su fina nariz en una rosa blanca y aspiró su aroma,
cerrando los ojos. Después, con la cesta de las flores colgando de su brazo, se acercó a uno
de los bancos de piedra labrada que adornaban el jardín y se sentó allí con elegancia,
depositando la rosa blanca en un rincón, sobre la piedra, alejada del resto de sus retoños.

Más tarde, Lucius iría a recoger la rosa porque sabía que Narcissa la dejaría allí, como cada
tarde. Lo sabía porque la observaba desde una de las ventanas que daban al jardín cada
vez que ella iba allí a recoger sus flores. Entonces, como si fuera una pactada señal, Lucius
bajaba a recoger la rosa y le rozaba las manos fugazmente. Pero no aún, no todavía.

Sus ojos tristes se movieron hacia las dos personas que, con las manos dadas, aparecían
por el sendero de gravilla que daba al jardín de los narcisos. Él era más alto que ella y su
mano ocultaba por completo la de la muchacha, apretándola con ansiedad. Lucius sabía
que al llegar al jardín, la joven se detendría y sonreiría al muchacho, infundiéndole ánimos.
Él titubearía unos instantes, y finalmente caminarían juntos hasta Narcissa.

Llegados a ese punto, Lucius abandonaba la ventana y se alejaba, perdido en sus


pensamientos. Si se hubiera quedado, hubiera podido contemplar cómo Hermione se
sentaba en el banco de piedra junto a su esposa y guardaba silencio. Draco se detenía al
lado de Hermione y observaba a su madre con una mezcla de ahogada esperanza y
silenciosa desesperación. Pero Narcissa nunca le miraba.

Ella permanecía abstraída, observando la canasta de mimbre llena de flores. De vez en


cuando desprendía los pétalos de una rosa y los sostenía en la palma de su mano hasta que
la brisa se los llevaba. Kreacher los perseguía entonces, riendo infantilmente, y trataba de
atraparlos con sus manitas, para guárdalos en un tarrito de cristal porque olían como su
ama.

Draco y Hermione aguardaban en silencio durante minutos que a veces se alargaban hasta
formar horas. Y entonces, tarde unos días, temprano otros, sucedía. Narcissa orientaba el
rostro hacia Hermione y la observaba como si realmente la viera, a ella, sólo a ella. Como
si en alguna parte de su mundo de sombras y luces, guardara, arraigado en el pequeño
cofre de la razón, el recuerdo de la muchacha. Tal vez porque una parte de ella aún sabía
que Hermione, la última persona que había visto antes de que Bellatrix le arrancara la
cordura, cuidaba de su hijo.

-¿Y mi hijo? –preguntaba, y algunos días tomaba la mano de Hermione, aguardando su


respuesta.

-Está conmigo, está bien –respondía siempre ella con serenidad.

Y como si realmente la entendiera, Narcissa sonreía, soltaba su mano y poniéndose en pie,


regresaba junto a las flores. Entonces Hermione se levantaba del banco y le daba a Draco
la mano que su madre había tocado, como si de algún modo así pudiera regalarle su tacto.
Él la besaba en la palma y observaba a Narcissa con tristeza durante unos segundos.
Después, abrazados, ambos se alejaban silenciosamente por el sendero que salía de Malfoy
Hall.
o0o FIN o0o

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