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El demonio de Maxwell
Parte I. Paraíso
Minna contempló de nuevo su reloj. Era la quinta vez que lo revisaba en los
últimos cuarenta minutos; suspiró impaciente y se arregló por centésima vez el vestido.
Miró con hastío el cuarto en donde se encontraba, como si en los últimos dos minutos
algo hubiera podido cambiar de sitio, pero todo se encontraba exactamente donde lo
recordaba: la mesa de café con revistas atrasadas de Mundo Científico y Ciencia de
Materiales, el otro sillón cuyo tapizado hacía juego con el que ella ocupaba, los cuadros,
afiches de congresos y eventos científicos que adornaban las paredes, inclusive la
enorme planta de género indefinido que adornaba de forma sombría la esquina… Sí –
pensó Minna para sus adentros – era una habitación harto diminuta y aburrida.
Minna suspiró resignada, ya llevaba más de una hora esperando; luego pensó,
tratando de convencerse a sí misma que éste era el precio que se tenía que pagar cuando
se trataba de entrevistar a alguien demasiado famoso y ocupado. Para pasar el tiempo,
revisó una vez más que la pequeña grabadora que llevaba en su bolso tuviera pilas y
funcionara de forma adecuada y luego realizó un repaso mental de la información que
había investigado como preparativo a su entrevista.
Luego, cuando todo parecía relegado al olvido, ocurrió una terrible tragedia. Un
extraño accidente en el acelerador de antipartículas había destruido gran parte del
laboratorio del Profesor Folly y acabado con las vidas de más de la mitad del grupo de
investigadores. El mismo Profesor Folly había fallecido en el incidente.
- ¿Señorita Ramsey? – preguntó una voz al otro lado de la puerta – El Dr. Andrews
ya se encuentra disponible, por favor pase. Minna se arregló de nuevo el vestido y
respirando hondo, pasó a la siguiente habitación.
Pero aparte de lo que esperaba encontrar, lo que sorprendió a Minna fueron los
objetos que no esperaba encontrar: varios móviles y péndulos de acero que captaban su
atención con sus rítmicos traqueteos y chasquidos, cuadros Ukiyo-e e inclusive algunas
figuras de origami que junto con uno que otro colorido alebrije, cual fantástico zoológico
de madera y papel, animaban la habitación. Minna rectificó su opinión, era la oficina de un
desordenado y caótico pero creativo genio.
En ese momento, el Dr. Andrews entró por la otra puerta de la habitación y Minna
no pudo evitar sorprenderse una vez más. Se podría decir que el Dr. Andrews no era ni
remotamente como se lo hubiera imaginado. La persona que entró en la oficina era de
considerable estatura y fornida constitución; tanto que la primera impresión que tuvo
Minna era la de un rabino como salen en las películas, de largos e intrincados rizos
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Tal vez el Dr. Andrews, en sus tiempos mozos hubiera sido de complexión atlética,
pero años de trabajar en la investigación teórica y descuidar el ejercicio habían dejado su
marca. Minna no pudo evitar pensar que tenía la complexión de un enorme oso de
peluche y sonrió ligeramente; ahora entendía la razón por la cual no le gustaba su primer
nombre. Minna ocultó rápidamente la sonrisa que había aflorado a sus labios y
extendiendo profesionalmente la mano dijo:
- Buenos días Dr. Andrews. Soy la señorita Wilhemina Ramsey, vengo de parte del
periódico Times para entrevistarlo acerca de la investigación que realiza.
Esa era otra sorpresa que Minna no se esperaba. La voz del Dr. Andrews era
extraordinariamente dulce y suave, como si hablara siempre disculpándose de las cosas
que ocurrían a su alrededor. En su subconsciente una idea comenzó a tomar forma.
Minna se sorprendió un poco por el carácter introvertido del Dr. Andrews y no pudo
evitar pensar que se veía como un niño perdido y asustado al cual su instinto materno
compelía a proteger y cuidar. Esto cimentó un poco más la idea que había venido
revoloteando de forma subconsciente desde que inició la entrevista.
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Luego, se quedó pensando un rato y tuvo una idea, soltó la mano con la cual
sujetaba la del Dr. Andrews y le dio unas palmaditas en el dorso de su mano, en un signo
de complicidad, al tiempo que le decía:
- Ya sé lo que vamos a hacer Hank. ¿Sabías que me escogieron para este trabajo porque
aparentemente ambos estuvimos en la misma escuela preparatoria?. Somos egresados
de la misma escuela, ex compañeros, ¿qué te parece?.
El Dr. Andrews volteó a verla, con una extraña expresión de nostalgia en los ojos y
le dije:
Minna sonrió de forma forzada, sabiendo que tenía que ser sincera con él y le dijo:
- Bueno… eh, en realidad no recuerdo que hubiéramos tomado juntos alguna clase… es
más ni siquiera estoy segura que estuvimos en la escuela al mismo tiempo ¿sabes?... yo
creo que si lo hubiéramos hecho me acordaría, ¿no lo crees?.
- Tomábamos pre-cálculo juntos – le dijo el Dr. Andrews – con la señora Zeytzvina, no ¿lo
recuerdas?.
- ¿Esa bruja maldita? – le interrumpió Minna – si todavía recuerdo como nos hacía sufrir
la muy descarada. Me mandó a curso extraordinaria… la muy… desgraciada…
- No digas eso – le dijo el Dr. Andrews con expresión ceñuda – Nadie la entendía
realmente. Era muy estricta, pero en realidad solo buscaba que aprendiéramos… a mí me
gustaban sus clases…
- Bueno, claro – dijo Minna – pero tú eres todo un genio de las matemáticas, ¿no Hank?. –
Mientras decía esto, el Dr. Andrews se ruborizaba notablemente.
- Pero dime una cosa Hank, ¿en realidad estábamos en la misma clase?... es que no
puedo recordarte, en serio – le comentó Minna.
- ¡HANK! Calla, ya no sigas con eso – le dijo Minna mientras se sonrojaba – que horror, ya
no me acordaba de los harapos que solía ponerme en ese entonces. Pero… la verdad, lo
siento, yo no me acuerdo de ti en clase. Perdóname…
El Dr. Andrews dio un largo suspiro mientras miraba fijamente hacia abajo, como si
quisiera encontrar, entre las grietas del escritorio, alguien que lo recordara en sus años de
bachillerato. Minna, al sentirse ligeramente culpable de no recordarlo, se aclaró la
garganta y le dijo, tratando de animarlo:
- Pero oye Hank, escucha, no vas a creerlo, pero antes de venir aquí estaba trabajando
en un reportaje sobre la guerra de pandillas en la costa este y ¿a quién crees que me
encontré por allá trabajando en la jefatura de la unidad de vicio del departamento de
policía?. ¿Te acuerdas de Leonard? – continuó Minna sin darle tiempo de responder – El
que solía traer su ridículo peinado ese de pelos tiesos, Carter o Karcher… o ¿cómo se
llamaba?.
- Lo siento Hank – le dijo Minna, recordando vagamente que Leonard si era famoso por
que en la escuela solía ser el terror de un grupo de geeks a los que nadie más les
hablaba – pero oye, después de eso, no todo fue malo o sí, en la universidad fue cuando
conociste al profesor Folly, ¿no?.
El Dr. Andrews miró hacia arriba, como suspirando y alargando una mano tomó un
retrato de un estante en el mueble de libros detrás de él.
- Ah. El Profesor Arthur – dijo el Dr. Andrews – no sabes cómo echo de menos al viejo,
Minna.
En la foto que sostenía, podía verse al mismísimo Dr. Andrews algunos años más
joven, bastante más delgado, sin su característica barba, sonriendo mientras abrazaba
de forma efusiva a su maestro y mentor. El Profesor Arthur Ian Folly parecía sacado de
una vieja película de vaqueros. De pelo rubio y grandes bigotes, con una mirada
penetrante y aguda, Minna no pudo evitar pensar que sólo le faltaba la estrella de
comisario en el pecho para parecer que era una foto de Wyatt Earp quien la veía desde
ese marco. Ambos hombres se encontraban retratados contra una máquina enorme en el
fondo. La fecha era de unos 6 años antes.
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- ¿Es el Profesor Arthur, verdad Hank? – le preguntó Minna – Se ve que eran muy buenos
amigos.
- El viejo era más que eso Minna, era casi como mi padre… El creyó en mí cuando nadie
más lo hizo y me invitó a formar parte de su grupo de investigación. Esta foto que ves nos
la tomaron cuando completamos exitosamente la primera prueba de nuestro acelerador
de antiprotones.
- ¿Un acelerador de… anti… que dijiste Hank? – le preguntó Minna confundida.
- ¿Esa fue la máquina que causó el accidente verdad Hank? – le preguntó Minna, dejando
momentáneamente que su entrenamiento como reportera venciera a su sentido común. El
Dr. Andrews la volteó a ver pero no dijo nada, mientras las lágrimas se agolpaban
visiblemente en sus ojos. – Lo siento Hank – le dijo Minna – yo no pensé…
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Arthur’s folly en Inglés. Un obvio juego de palabras entre el nombre del profesor y el hecho de que el
acelerador de antipartículas era su proyecto especial y su cruzada personal.
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Minna notó el cambio en la expresión del Dr. Andrews mientras éste revisaba los
indicadores y monitores en la consola, la excitación, la emoción que lo desbordaba, casi
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Arthur’s Folly too. Un juego de palabras a su vez con el término ‘Arthur’s Folly II’.
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como si se tratara de un niño con un juguete nuevo. A Minna le dió gusto que el Dr.
Andrews ya no estuviera triste por haber recordado la muerte del Profesor Folly.
El Dr. Andrews consultó rápidamente su reloj y dijo – Ah, pero ya casi es hora, vas
a necesitar unos de éstos – le decía mientras estirando la mano, tomaba de la pared unos
lentes de seguridad negros como los que él mismo traía al cuello – tómalos – le dijo
mientras se los ofrecía a Minna.
Esperaron así unos cuantos minutos y cuando Minna estaba a punto de preguntar
‘¿Y qué estamos esperando Hank?’ una sirena comenzó a sonar de repente, la tiempo
que las luces de seguridad del cuarto comenzaron a parpadear. Minna se asustó,
recordando el accidente que le había costado la vida al Profesor Arthur y preguntándose
si no estaba a punto de repetirse la historia cuando el Dr. Andrews se acercó y le susurró
al oído, asegurándose de ser escuchado entre el ruido de las alarmas – Descuida, es el
procedimiento normal de seguridad – y luego le indicó que mirara al interior del cuarto, a
través de los grandes vidrios obscuros.
Minna se esforzó por mirar dentro del cuarto, tarea por demás imposible
considerando que a parte de los obscuros ventanales que lo protegían, ella misma llevaba
puestos unos lentes de soldador, los cuales hacían que de por sí, casi no pudiera ver
nada a su alrededor. En ese momento, un enorme destello de la más blanca luz emergió
del cuarto que estaban observando.
La luz era de la más enceguecedora brillantez y casi lastimaba los ojos de Minna.
Ahora comprendía el porqué de los obscuros vidrios y las gafas negras de seguridad. El
destello duró casi un minuto y tan repentinamente como había iniciado, cesó. A los pocos
segundos, las sirenas dejaron de sonar y las luces de seguridad se apagaron. Minna se
quitó las gafas y a sus ojos el mundo exterior era solo una mancha borrosa, como cuando
uno está mucho tiempo al sol y pasa a un lugar obscuro. En lo que sus ojos se adaptaban
a la cantidad de luz normal del cuarto, le preguntó al Dr. Andrews:
- Hank, ¿pero qué rayos fue eso? – Minna todavía veía manchas obscuras ante sus ojos,
incluso cuando los cerraba.
- Eso – dijo el Dr. Andrews – mientras se restregaba sus propios ojos con los puños – es
el legado del Profesor Arthur… verás Minna… El viejo siempre estuvo buscando toda su
vida la forma de producir antimateria, esa era su meta pero no su sueño. El sueño de su
vida era algo todavía más grande.
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- ¿Pero si lo logró antes de morir, no Hank?, tú me dijiste que la foto de tu despacho era
de cuando tuvieron su primera corrida exitosa del viejo acelerador de antipartículas, ¿no
es así?. – le replicó Minna.
- Claro, claro… verás…desde el siglo XIX se conoce que al tener una unión o junta de dos
materiales semiconductores, al hacer pasar una corriente eléctrica por dicha junta era
posible generar un gradiente de temperatura entre los semiconductores – explicó el Dr.
Andrews.
- Pues verás Minna – le contestó el Dr. Andrews – existe un cierto tipo de antimateria
llamada materia especular. El universo en su totalidad – se apresuró a continuar el Dr.
Andrews al ver que Minna empezaba a poner de nuevo cara de consternación – puede
presentar simetrías a nivel cuántico, esto es a nivel subatómico. Esas simetrías las
llamamos simetrías CPT por Carga, Posición y Tiempo.
- Ok… - dijo Minna no muy convencida – pero aún no entiendo que tiene que ver eso con
tu investigación en semiconductores, Hank.
- Minna – le contestó el Dr. Andrews – el sueño de toda la vida del Profesor Arthur era el
más grande y noble que algún hombre su hubiera atrevido a soñar en esta tierra. El viejo
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quería un mundo donde tuviéramos una fuente infinita de energía. Un mundo libre de
contaminación y pobreza… una utopía.
- ¿Entropía y Segunda Ley?... ¿cómo en las clases del Dr. Shabola, Hank?... yo odiaba
sus clases. – Le contestó amargamente Minna – nunca le entendía a nada.
- Si Minna – se rió el Dr. Andrews – pero no es tan complicado. Verás, la Segunda Ley
nos dice que siempre que realicemos una transformación de la energía útil, parte de ésta
siempre va a dispersarse y no podrá ser aprovechada. Así, por definición, estamos
condenados a nunca poder obtener eficiencias perfectas en cualquier máquina o
proceso… y de igual forma estamos destinados a existir en un universo donde poco a
poco la cantidad de energía que podamos usar vaya disminuyendo hasta que no quede
nada… nada, Minna.
- ¿Pero no podemos restituir esa energía, Hank?, ¿hacer que la energía que no podemos
aprovechar se vuelva útil de nuevo? – le preguntó Minna.
- No, Minna – le contestó el Dr. Andrews – eso es lo más devastador de la Segunda Ley.
Nos dice que como en todo proceso o transformación se dispersa algo de energía,
siempre tendremos que gastar más energía que la que podamos producir. El efecto total
es que siempre perderemos energía útil, sin importar lo que hagamos.
- Nosotros no, Minna – le contestó el Dr. Andrews – pero existe alguien o algo que si
puede. En 1871, en su libro ‘Teoría del calor’ James C. Maxwell ideo una criatura, que fue
llamada para fines prácticos ‘el demonio de Maxwell’ (en su honor) que era capaz de ir en
contra de la Segunda Ley de la Termodinámica. Un ser que al estar en una división en un
cuarto lleno de moléculas de un fluido a diferentes velocidades, sólo permitía el paso de
las más rápidas hacia uno de los cuartos y el de las más lentas hacia el otro. El efecto
final es que era capaz de producir una diferencia de temperaturas sin consumir trabajo y
por tanto violaba la Segunda Ley.
- ¿Y ese también era el sueño del Profesor Arthur, Hank? – preguntó Minna.
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- No solo era su sueño, Minna – le contestó el Dr. Andrews – sino su más grande logro,
aún cuando él no haya vivido lo suficiente para verlo… fue su más grande regalo hacia mí
y toda la raza humana. Verás Minna, la Segunda Ley no puede ser violada, no existen los
demonios de Maxwell, pero el ideó una forma de ‘evitar’ la Segunda Ley y crear un
dispositivo que en efectos prácticos sería lo más parecido a un demonio de Maxwell que
pudiera existir en éste universo.
- El Profesor Arthur – prosiguió el Dr. Andrews – tenía la teoría de que a través del uso de
materia especular y la interacción y mezclado entre fotones convencionales y fotones
especulares; era posible crear una máquina capaz de mantener de forma perpetua una
temperatura extraordinariamente baja, que fuera capaz de generar energía eléctrica,
consumiendo energía del universo especular en el proceso. De allí la importancia de mi
investigación en efectos termoeléctricos. Esto es, una máquina que produce energía en
nuestro universo, absorbiendo y disipando energía en el universo de la materia especular.
- Eso es lo que acabas de ver Minna – le dijo el Dr. Andrews – ese fue el destello de luz,
la interacción entre fotones y fotones especulares. Hemos logrado hacerlo de forma
controlada en el laboratorio… por desgracia no podemos evitar todavía la aniquilación de
pares y la desintegración absoluta de la muestra en el reactor, pero hemos dado un gran
paso.
- Si… - dijo de forma queda el Dr. Andrews – para lograr producir las cantidades de
materia especular que necesitamos para arrancar este pequeño reactor, se requería un
método capaz de producir antimateria en cantidades muchísimo mayores a lo que
teníamos en ese entonces. Todo dependía de ello. El accidente… el viejo estaba
trabajando en algo que lo hizo posible, es una lástima que no haya vivido lo suficiente
para ver su sueño realizado – al decir esto ocultó la cara pero Minna no pudo evitar notar
que una lágrima caía por su rostro. Sin saber bien que hacer, puso su mano en el hombro
del Dr. Andrews.
- Hank, pero tú estás aquí – trató de animarlo Minna - Tú vas a continuar sus sueños. El te
dejó todo esto, toda su investigación para que tu pudieras hacerlo todo realidad. El estaría
tan orgulloso de ti Hank.
- Gracias Minna, no sabes lo que esto significa para mí – y luego de limpiarse las lágrimas
con la manga de su bata continuó – nadie lo entendía al viejo… el siempre me decía
‘Piensa Hank, energía ilimitada para todos, un mundo donde ya no se requiriera destruir la
naturaleza ni contaminarla, un mundo de riqueza ilimitada… si es capaz de hacer tantas
cosas tan buenas y maravillosas, ¿porque lo llamaban ‘demonio’ Hank?’… sólo él sabía
Minna, sólo él sabía…
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- ¿Sabes Hank? – le dijo Minna – mucha gente quería al Profesor. No lo había recordado
antes, pero decían que era un gran jugador y coleccionista de cartas, de esas que juegan
los muchachos hoy en día en las convenciones de comics y demás…- el Dr. Andrews
asintió en silencio, luego Minna continuó - incluso jugaba con uno de mis jefes de
redacción. El también era un fanático de ese juego. Poco antes del accidente donde
falleció, le envió a Mac, el jefe de redacción, unas cartas de regalo… esto lo recuerdo
porque en aquél entonces él se encontraba de vacaciones y cuando volvió se enteró de la
trágica muerte del Profesor… recuerdo que dijo que esas cartas eran algo así como un
regalo de despedida y el último deseo del Profesor.
El Dr. Andrews agachó la cabeza y aún cuando Minna no pudo ver su rostro, ya que se
encontraba de espaldas a ella, pudo imaginar como el dolor se dibujaba en su semblante.
- Y esas cartas Minna… ¿qué pasó con ellas? – le preguntó de forma insegura el Dr.
Andrews.
- Pues… - dijo Minna tratando de hacer memoria – Mac falleció unos meses más tarde…
un accidente cubriendo la guerra en Oriente… un caso lamentable de fuego amigo.
Supongo que las cartas han de seguir en la redacción del periódico, hubo una caja con
sus cosas que como no supimos que hacer con ellas, se guardaron en la bodega.
- Pues no te prometo nada Hank – le interrumpió Minna – tengo que revisar si aún siguen
en el periódico. Pero si sí – continuó al ver la cara de tristeza en el rostro del Dr. Andrews
– supongo que podría traértelas, digo no es como si alguien las hubiera reclamado estos
últimos dos años.
- Gracias Minna – el rostro del Dr. Andrews se iluminó – muchísimas gracias. No sabes lo
que significa para mí.
- No hay de qué Hank, pero oye – dijo Minna al observar su reloj – ya tengo que irme, me
gustaría quedarme y seguir hablando contigo pero creo que por hoy hemos terminado.
Tengo la impresión de que este artículo será un gran éxito, no te preocupes, déjalo todo
en mis manos.
Y así, luego de despedirse y de prometerla al Dr. Andrews de que lo vería un día de estos
para tomarse un café y recordar viejos tiempos de la escuela, Minna partió contenta con el
resultado de su entrevista.
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- ¿Sabes? – Le dijo Gary con ese extraño tono lento y pausado que lo hacía parecer que
ronroneaba – Yo me he llegado a preguntar si no estarás ya perdiendo el toque Minna.
Gary cerró los ojos un momento y tomó un largo suspiro antes de contestarle:
- Generalmente cuando escribes Minna, se puede sentir cierta ferocidad, una agudeza
característica que te permite llegar a la verdad detrás de cualquier historia. Por eso eres
tan buena reportera… pero en esto – dijo Gary mientras tocaba de forma ligeramente
despectiva el reportaje de Minna – no lo veo. Es casi como si lo estuvieras defendiendo…
cuidando…
- No, déjalo así – le dijo Gary – creo que servirá. Como ya te dije el artículo es bueno, sólo
me preocupaba que estuvieras volviéndote suave con la edad… considera que tu próximo
trabajo va a ser muy difícil y necesito que te encuentres al ciento por ciento enfocada, que
seas la reportera ruda y desalmada que tanto me agrada.
- Si – le contestó Minna – mi vuelo sale hoy en la tarde; de hecho ya preparé mis maletas
y las traigo en el coche, de aquí mismo me voy a la terminal aérea.
- Pues entonces que tengas suerte Minna – le dijo Gary – si no hay nada más que pueda
hacer por ti…
- De hecho Gary – dijo Minna de repente acordándose de la promesa que le había hecho
al Dr. Andrews – me gustaría revisar algunas cosas de la bodega, ¿me podrías firmar la
autorización?.
Minna pensé que no tenía mucho sentido platicarle a Gary sobre las cartas que el
Profesor Arthur había enviado a Mac. En primer lugar no sabía si siquiera pudieran
encontrarse allí y en segundo lugar, si lo estaban, no le permitirían sacarlas tan
fácilmente. Por eso había inventado el pretexto de las viejas ediciones en microfilm.
- Claro que sí – le dijo Gary al tiempo que firmaba la solicitud de Minna – no veo porque
no. Ahora si hay algo más que necesites…
- No gracias Gary, eso sería todo. Nos estaremos viendo pronto – y diciendo esto, Minna
salió de su oficina.
Minna consultó de nuevo su reloj e hizo a un lado la taza de café que estaba
tomando para hacerle sitio a la pesada carpeta que extrajo de su maleta de viaje. Todavía
faltaban algunas horas para que saliera su vuelo y quería revisar de nuevo la información
con la que contaba.
Al abrir la carpeta, el sobre con las cartas del Profesor Arthur cayeron sobre la
mesa. Minna apenas había tenido tiempo de buscarlo en la bodega y al encontrarlas, las
había guardado descuidadamente entre sus otros papeles.
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Cuatro cartas salieron del sobre. Todas tenían un dibujo que ocupaba la mitad
superior de la carta, con un texto en la mitad inferior; algunos números y símbolos
enmarcaban la imagen. En su parte posterior, las cartas tenían un bonito dibujo
geométrico. Minna no conocía nada del juego al cual pertenecían pero los nombres y
dibujos llamaron su atención.
Las cartas se llamaban ‘Tierras imperecederas’, ‘Mundo detrás del espejo’, ‘Aliento
divino’ y ‘Desplazamiento dimensional’. Los textos de las cartas hacían alusión a mitos y
leyendas, hablaban de poderes mágicos, árboles de maná y cosas así; los números y
símbolos eran un completo misterio para Minna.
Tal vez fuera su curiosidad como reportera o tal vez simplemente no le gustaba
encontrarse con algo de lo que no supiera nada, pero recordando que a escasos minutos
del aeropuerto se encontraba un centro comercial, Minna encaminó decidida sus pasos en
esa dirección.
En el mostrador de la tienda, Minna pudo ver a dos jóvenes jugando con cartas
parecidas a las que ella llevaba. Uno de ellos era alto, de cabeza rapada y nariz ancha y
aplastada; vestía de camiseta negra sin mangas y traía unos pants y tenis del mismo
color. Lucía una argolla en la nariz y varios tatuajes y cadenas adornaban su cuerpo.
En oposición, el muchacho al otro lado del mostrador era muy delgado, de tez
pálida y ojos verdes, vestía como varios skaters que Minna había visto por su calle.
Llevaba una especie de gorra que parecía un enorme calcetín gris, amarrado en la parte
superior.
- Ahora si, Madness – dijo el joven de la argolla de toro en el tabique nasal – bajo a mi
‘Espectro hambriento’ y activo la habilidad de mi ‘Doppelgänger’ para hacerte… uno, dos,
tres puntos de daño. Toma eso.
- Espera J. P. – le dijo el muchacho a quién éste había llamado Madness – recuerda que
tengo activa la habilidad de mi ‘Dragón de huesos’ y puedo bloquear tu ataque y eliminar
una de las cartas en tu mano…
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Minna se espero un rato más a que terminaran de jugar antes de hacerles algunas
preguntas.
Después de varios intentos fallidos de parte del Madness por comprarle las cartas
por fin había podido hacer sus preguntas; había anotando sus impresiones en una hoja de
papel. Era el viejo hábito de anotar todo para no perder nada de información, en el fondo
Minna no podía dejar de ser una reportera. Miró de nuevo el papel que tenía ante sí:
Hablar con los muchachos de la tienda de comics había resuelto algunas de las
interrogantes de Minna pero la había dejado con muchas más. ¿Por qué le había dejado
esas cartas el Profesor Arthur a Mac?, eran cartas demasiado valiosas. Minna se negaba
a pensar que fuera una simple casualidad o regalo; su instinto de reportera le decía otra
cosa.
(mana) muy distintos entre sí, eso tuvieron que explicárselo a Minna más de una vez
porque no entendía muy bien lo de los colores de los mana.
A Minna le había caído bien el Madness, todavía recordaba los aspavientos que
había hecho cuando le enseñó la carta de ‘Tierras imperecederas’, había balbuceado
como niño cuando le había tratado de explicar porque era una carta tan valiosa ‘¡Es
muchísimo mana!, es como, es como… energía infinita para hacer lo que quieras’.
- Espera – se dijo Minna a sí misma - ¿qué no mencionó Hank algo sobre la materia y el
universo especular?, ¿no dijo algo que era como un universo paralelo al otro lado de un
espejo?... – Minna pensó que era imposible que esto fuera una simple coincidencia y
empezó a trabajar febrilmente acomodando y reacomodando las cartas.
Media hora más tarde Minna se detuvo y observó las cartas alineadas en la mesa.
Una sensación de aprensión corría por su cuerpo. Tomando apresuradamente sus cosas
se levantó y salió de la terminal aérea. Su viaje a la costa este tendría que esperar.
- ¿Bueno, si? – Contestó el Dr. Andrews desde el otro lado del auricular - ¿Quién es?.
- ¿Hank?, soy yo – dijo Minna – Oye, no tengo mucho tiempo para explicarte, voy
conduciendo, pero antes de salir para mi otro trabajo, el de las pandillas en la costa este,
el trabajo del que te había hablado antes, tuve tiempo de buscar las cartas que me
pediste.
- Hank – continuó Minna – creo que al final, el Profesor Arthur había descubierto algo con
respecto a su investigación… algo muy grave. No estoy segura pero creo que el
accidente… creo que murió tratando de corregir ese error.
Del otro lado de la línea no se escuchaba nada más que un absoluto silencio.
- Hank, no estoy muy segura… quiero revisarlo contigo, creo que puedo estar equivocada
porque yo no sé mucho de esas cartas, pero es importante que nos veamos.
- No Hank, eres la primera persona a quien le pregunto, creo que tu mejor que nadie
podrías decirme si estoy equivocada a no… yo voy para allá Hank, ya sé que es noche,
pero ¿estás todavía en el M.I.T.?.
- Si – le dijo el Dr. Andrews – ya me iba a retirar pero aquí te espero. Mientras llegas deja
preparo y reviso la vieja investigación del Profesor Arthur.
- Muy bien Hank – le contestó Minna – nos estamos viendo por allá en una media hora.
Minna llevaba más de una hora hablando con el Dr. Andrews. Era ya bastante
noche y aparentemente eran las únicas dos personas que quedaban en el edificio. El Dr.
Andrews le había dicho que era común para él quedarse a trabajar solo, tenía una
dispensa especial porque a veces sufría de insomnio. Minna ya casi había terminado de
ponerlo al tanto en todo lo que había pasado:
- Y fue así Hank – le dijo Minna – que pensé que tal vez las cartas que el Profesor Arthur
le había dejado a Mac eran una especie de código, algo que solo Mac entendería por su
conocimiento del juego. Estuve probando varias combinaciones con las cartas y esta es
una de las que más sentido hace…
Pero eso significaría –continuó Minna – que el Profesor Arthur sospechaba que los
experimentos que estaban realizando dañaban de algún modo a las personas de ése
mundo paralelo o universo especular como tú lo llamaste. ¿Es eso posible Hank?.
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Bueno Minna – le contestó el Dr. Andrews – creo que has visto demasiadas
películas de ciencia ficción si piensas que el universo especular es como una dimensión
alterna donde existen copias de nosotros que son exactamente iguales pero ligeramente
diferentes. Cuando hablé de un universo ‘al otro lado del espejo’ me refería a un universo
donde aplicaban las mismas leyes de la física que en el nuestro, pero que se encontrara
‘invertido’ en su posición. Un electrón que aquí gira a la izquierda, allá lo haría a la
derecha…
- ¿Sabes Minna?, puede que el viejo tuviera razón. Todavía no tengo pruebas suficientes
para demostrarlo – continuó el Dr. Andrews – pero es probable que nuestros
experimentos puedan estar afectando de forma negativa el universo especular…
- Creo que por eso el era mi maestro… - dijo el Dr. Andrews – mientras bajaba tristemente
la cabeza – no solo pensaba en el bien de este mundo, sino en el de los demás… y creo
que el accidente que le costó la vida sucedió en un intento de reparar el daño que había
causado, eso lo explicaría todo…
- Animo Hank – le dijo Minna para animarlo – seguro que habrá algo que se pueda hacer.
- Si – le dijo el Dr. Andrews – habría que re calibrar la matriz de mezclado de anti fotones,
supongo que eso nos llevará algunos años, pero no es un obstáculo que no pueda
superarse… en cierto modo es como si el viejo siguiera cuidándonos… incluso después…
- Oye, Minna… mañana hay una prueba programada, es un experimento muy importate
para probar a mayor escala el reactor. No podría dormir tranquilo sabiendo lo que sé
ahora, tengo que cancelar la prueba y detener el procedimiento de preparación, pero
necesito alguien que me ayude… no tardará más de unos minutos, ¿me ayudarías por
favor?, ¿me ayudarías a hacer verdad el último deseo del viejo y proteger ambos
universos?.
- Claro que sí Hank – le dijo Minna – para que están los amigos.
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Minna entró en la cámara del reactor de anti fotones. El Dr. Andrews le había dicho
que se necesitaban dos personas para detener el procedimiento. Era parte del protocolo
de seguridad estándar, él se quedaría afuera porque necesitaba introducir la clave de
confirmación y ella tenía que confirmar la secuencia en la consola interna del reactor.
Minna se asomó por los obscuros ventanales y apenas pudo distinguir a la figura
del Dr. Andrews trabajando en la consola. Golpeo varias veces el cristal y la puerta al
tiempo que le gritaba, pero el parecía no escucharla.
En ese momento el Dr. Andrews volteó a verla y Minna detuvo sus gritos,
sorprendida. Todo rastro de simpatía y calidez había desaparecido del rostro del Dr.
Andrews. Éste se había quitado los lentes y el efecto era aterrador, a través del vidrio sus
ojos parecían dos obscuros puntos de negra frialdad carentes de toda vida. En ese
momento Minna comprendió todo lo que había ocurrido.
- Fuiste tú, ¿verdad Hank? – le increpó Minna – tú sabías lo que había descubierto el
Profesor Arthur, que iba a detener las experimentos… por eso su investigación se
estancó… y tú… pero… ¿cómo pudiste hacerlo si era tu amigo y tu maestro?... por eso
dejó las cartas… a Mac, que trabajaba en el diario… por si le pasaba algo… él ya lo
sospechaba. Fue una suerte para ti que Mac muriera en la guerra… ¿no Hank?.
- ¿Suerte? – Le gritó el Dr. Andrews a través del sistema de altavoces – La suerte no tuvo
nada que ver. Yo le prometí al departamento de seguridad nacional y los militares los
avances que Arthur no se atrevió a realizar. A cambio me ayudaron a desaparecer a
Mac… ‘fuego amigo’ en verdad… y a enterrar la investigación del sabotaje al primer
acelerador.
- Pero Hank… ¿cómo pudiste hacerlo? – Le dijo Minna – era tu amigo y toda esa gente
inocente que murió…
- No Hank, no. – Le rogó Minna – yo sé que no quieres hacer esto Hank. Soy tu amiga, sé
que no quieres.
- Si realmente eres mi amiga Minna – entonces querrás que sea por fin feliz y estarás de
acuerdo conmigo… seguridad nacional tendrá que arreglar otro accidente… lástima que
tu siguiente trabajo fuera uno tan peligroso… no me dejas otra alternativa…
En ese momento empezaron a sonar las alarmas y las luces de seguridad iniciaron
su parpadeo. Minna recordó las palabras del Dr. Andrews: ‘Hemos logrado hacerlo de
forma controlada en el laboratorio… por desgracia no podemos evitar todavía la
aniquilación de pares y la desintegración absoluta de la muestra en el reactor, pero hemos
dado un gran paso’. Ella supo con terrible exactitud qué es lo que iba a pasar…
- Lo siento Minna – se escuchó la voz del Dr. Andrews, aparentemente estaba llorando –
me dio mucho gusto verte después de tanto tiempo… en verdad, desde la escuela yo…
pensé que tal vez…
Minna goleó la puerta, lastimándose las manos, arañando y sangrándose las uñas.
Gritaba y sollozaba mientras el sonido de las alarmas subía de intensidad y fue en ese
momento que recordó las palabras del Profesor Arthur:
‘Piensa Hank, energía ilimitada para todos, un mundo donde ya no se requiriera destruir la
naturaleza ni contaminarla, un mundo de riqueza ilimitada… si es capaz de hacer tantas
cosas tan buenas y maravillosas, ¿porque lo llamaban ‘demonio’ Hank?’… ahora Minna lo
sabía.
R. Taro.