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1. La palabra reino viene de rey, pues como rey viene de regir, así reino viene de rey.
2. Todas las naciones en sus tiempos tuvieron su reino, como los asirios, medos, persas, egipcios, griegos, mudándolos el tiempo
de tal manera que a veces eran sustituidos por otros. Entre todos los reinos de la tierra se conocen principalmente dos como más
gloriosos: el de los asirios, primero, y después el de los romanos, distintos y ordenados entre sí con relación al tiempo y lugar.
3. Pues el de los asirios fue anterior y el de los romanos posterior, y en las postrimerías de aquel tuvo sus comienzos este. Los
demás reinos y los demás reyes se pueden considerar como satélites de estos.
4. La palabra rey viene de regir, y no rige el que no corrige. Los reyes, pues, conservan su nombre obrando rectamente y lo pierden
pecando, de aquí aquel proverbio entre los antiguos: Rex eris, si recte facias; si non facias non eris.
5. Dos son las principales virtudes reales: la justicia y la piedad, y más se alaba en los reyes la piedad que la justicia, que de por sí
es severa.
Etimologías, Lib. 9, III, 1 a 5
Quien rectamente usa del poder de reinar, de tal modo ha de comportarse con todos que cuanto más brille la excelsitud del honor,
tanto más se humille a sí mismo en su mente, proponiéndose como ejemplo la humildad de David, que no se engrió de sus méritos,
sino que rebajándose humildemente dijo: “como vil andaba y más vil apareceré ante Dios que me eligió (Reyes, II, 6, 22). Quien
rectamente usa del poder real establece el dechado de la Justicia más con actos que con palabras…Dios confió la preeminencia a
los príncipes para el gobierno de los pueblos, no nocivo; no debe oprimir mandando, sino ayudar condescendiendo para que
verdaderamente sea útil este poder insigne, y se sirvan de este don de Dios en defensa de los miembros de Cristo. Porque
miembros de Cristo son los pueblos fieles, a los que con el poder que reciben, rigiendo óptimamente restituyen con buena
correspondencia lo que les ha concedido Dios.
Libri Sententiarum, 3, 49. Ed. A. García gallo, Manual de Historia del Derecho Español, II, Madrid, 1979, pp. 421-422
Si alguien dio armas a un bucellario, o le donó alguna cosa, si persevera en el servicio (obsequio) de su patrono, lo que le fue dado
permanezca en su poder. Pero si eligió otro patrono, tenga facultad para encomendarse (commendare) a quien quisiere, pues no
se puede prohibir a un hombre libre (ingenuus) el hacerlo, porque está en su derecho, pero devuelva todo al patrono que
abandona. Obsérvese la misma norma respecto a los hijos del patrono o del bucellario: que si estos quieren servir a aquellos,
posean lo donado, mas si decidieron dejar a los hijos o nietos del patrono, devuelvan todo lo que el patrono donó a sus padres. Y
si el bucellario adquirió alguna cosa estando en el servicio del patrono, quede la mitad de todo ello en poder del patrono o de sus
hijos y obtenga la otra mitad del bucellario que lo adquirió.
Á. D’Ors, El Código de Eurico Á. D’Ors (ed.), El Código de Eurico, Roma, CSIC, 1960
Que los fieles de los reyes no sean defraudados por los sucesores en el trono en el derecho de las cosas recibidas en “stipendium”
del servicio que prestan. Con igual providencia se da nuestra sentencia para los fieles de los reyes que, si alguno sobreviviere al
príncipe, en las cosas justamente recibidas o adquiridas de la largueza del príncipe no deba haber perjuicio, pues si caprichosa o
injustamente se perturba la merced de los fieles, nadie se decidirá a prestar pronto y fiel obsequio, en tanto todo quede en lo
incierto y se tema la causa de discriminación en el futuro. Al contrario, la piedad del príncipe debe proteger su salud y bienes, pues
por el ejemplo se incitará a los demás a la fe, cuando no se defraude a los fieles en la merced.
A. García Gallo, Manual de Historia del Derecho Español, Madrid, 1979, vol. II, p. 407