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TPor todos los dioses...! Ramén Garcia Dominguez Iustraciones de Marfa Fetnanda Osorio y Juan Carlos Nicholls JNorma vo kapelucrora.comar Buenos Aires, Coraeas, Guntemala, féxco, Panam, Quito San Jus, Santiago de Chie Contenido Que me cuenten historias. Homero y yo ‘Una dieta olimpica: nectar y ambrosfa Zeus y su gran y enrevesada familia Hera, Venus, Paris y la manzana El Talén de Aquiles la guerra de Troya Apolo, la serpiente pitén, el monte Parnaso Liras contra flautas Tres historias de amor Los mil y un naufragios de Ulises Héroes y aventureros i 17 25 3 39 9 59 0 7 89. Que me cuenten historia Es lo que a mf més me gusta y me ha gustado siempre. Pero que me las cuenten de viva vor: mi abuelo, mi padre, un amigo, el profe, cualquiera a quien le apetezca y sepa contatlas Por eso imaging asf este libro: cerré los ojos, agucé los ofdos de la fantasfa y escuché la voz del viejo poeta Homero narrando las iis extraordinarias leyendas y aventuras que hayan podido ocurrie jamés. Seguro que sabes de sobra quién es Hometo, pero aun y todo, 4 mismo tiene la gentileza de presentarse en el primer capftulo y hasta va a pedirte que td también te presentes, pues le gusta saber siempre a quién cuenta sus historias. : i Yo me he limitado a reunitos a los dos, a tiya dl, en las paginas de este libro, para que puedas escuchar directamente de sus labios las mas fantisticas narraciones de la mitolo- fa clésica. Las epopeyas, andanzas, maravi Ilas, venturas y desventuras de los dioses y de Jos héroes de la antigiiedad. Nadie como Hometo para contértelas. Ya lo hizo hace cientos y cientos de afios en so- noros versos inmortales, y ahora lo va a tepe- tir con palabras y maneras de hablar de hoy. ‘Aguza ti también los oidos de la fantasta, imagina que ests sentado junto al gran poeta al amor de la lumbre, si es invierno, 0 a la sombra de una frondosa higuera si hace ca- lor, y escucha con suma atencién, sin perder palabra ni gesto, las historias ms bellas jamais contadas. Pasa la pégina y observa atentamente: aquel viejo apacible sentado junto al camino, con un cayado y una lira junto a él, es el poeta Homero. Acéreate con toda confianza... Homero y yo —iPor todos los dioses del Olimpo!, iquién anda ahi? Noto una presencia humana muy cerca, iquién est a mi vera, quién? Me gusta saber si alguien me escucha o hablo s6lo para el viento. Y ahora sé que alguien esta oyendo mi voz, son ya muchos afios aguzando el ofdo yy hasta el olfato como para equivocarme. Seas quien seas, ven, acércate, no tengas ningtin temor. El viejo Homero no se come a nadie. Al viejo y ciego Homero sélo le gusta que lo escuchen, que alguien, sea hombre o mujer, oiga con gusto sus versos y sus historias. Incluso si es un muchacho como ti. Que 6- mo sé que lo eres? Mas de un mancebo me ha acompafiado, como lazarillo, a To largo de los caminos y los dias. He tenido de todo, ‘sabes? Picaruelos que se aprovechaban de mi cegue- ra y nobles jovencitos que guiaban mis pasos salvaguardandome de obstéculos y peligros. Tuve uno en Esmirna a quien le gustaban con locuta mis versos y mis leyendas. Se lla- maba Nicémaco. Cuando yo cantaba, él con- tenfa el aliento y permanecfa mudo y quieto como una estatua, tanto que yo interrumpia de pronto mi epopeya para cerciorarme de que Nicmaco seguia a mi lado, iY vaya si segiua..! Junto a mi siguié hasta que el dios Apolo lo hizo también cantor y poeta, y se ech a recorrer como yo los caminos de la Tie- rra recitando las aventuras de los dioses y de los héroes. Aventuras que también a mf me gusta- fa escuchar ahora de tus labios, divino Ho- mero. —iDivino yo? No me hagas reir, mucha- cho, no me hagas reir! También el filésofo Platén me llamé “divino poeta” y hasta hubo quien dijo que yo era la personificacién de Or feo, a quien Apolo regal6 su lira ya quien en- sefiaron a cantar las propias musas. No, por todos los doses, ésas son exageraciones. iYo nunca amansé a las fieras con mi canto, como Orfeo, ni consegui, como él, que las rocas y los étboles danzasen al son de mi miisica y mis Claro que tampoco soy un don nadie, co- mo se han atrevido a decir ciertos comentaris- tas de mis dos grandes obras La Iiada y La Odi- sea. “De Homero no sabemos nada. Es sélo un nombre”, tuvo la osadia de escribir un pro- fesorete de tres al cuarto Ilamado Glotz. ih, no, sefior mio, de eso nada! Homero existié y existe, pues los poetas nunca mueren del to- do, por si usted no lo sabfa iSe han dicho de mi tantas cosas y tan con- tzovertidas, muchacho...! (Quieres saber que hasta siete ciudades griegas se disputan el ho- nor de ser mi lugar de origen? Se ha escrito {que soy jonio, que nact en Esmima, vivi en la isla egea de Qufo y mort en fo. AY cuales la verdad de todo ello? —iLa verdad? Todas y ninguna, mucha- cho, deja que las historiadores y eruditos di- gan y desdigan acerca de mi persona, Home- 10, el ciego Homero, el cantor de Agamenén, de Aquiles, de la bellisima Helena de Troya, de Ulises el intrépido, de.. Pero, un momento, Zy ti.quién eres? Joven- ito, hablo contigo: ino vas.apresentarte? An- da, acércatey dime tu nombre, al viejo Home- ro le gusta saber con quién habla y a quién cuenta sus fabula —Soy un... ino vas a burlarte si te lo di- go? —Burlarme, ‘por qué? Es que a lo mejor no lo crees. —IYo creo todas las historias y todas las fantasfas, muchacho, por muy estrambéticas que parezcan! (Bs que acaso tu identidad va a 2 set més rara que la de los compafteros de Uli- ses, convertidos en cerdos por la bruja Cire —iOh, no, no, claro que no! Yo sdlo soy un chico de finales del siglo xx a quien le gus- tarfa conocer un poco la mitologia, las leyen- das y mitos de los dioses y héroes de la anti- giiedad clasica. —iUn chico de finales del siglo xx, dice: Por Zeus y todos los dioses del Olimpo, esto s{ que es asombroso! —iLo ves? Ya te habia dicho que no ibas a creerme, —iClato que te creo, muchacho, claro que te creo! Pero vuelvo a decirte que me resulta asombroso, y sobre todo halagador, que una persona, qué digo, que un jovencito como lo fue Nicéimaco —irecuerdas que te hablé de El? se interese por los hexdimetros del viejo ¥ cieger Homero casi veintinueve siglos des- pués de que yo los compusiera. —iMe interese por los qué. —Huy, perdéname, ya me puse en plan ccursi y me parece que a ti eso no te va. Hexé- metro es el tipo de verso en que compuse mis grandes epopeyas, Zcomprendes? Pero olvidemos eso. {Dices que te intetesa Ja mitologia, las historias de los dioses y de los grandes héroes? (Cusnto me place que ast sea ¥y con qué gusto el viejo y ciego Homero va a tomar de nuevo su lira y va a ponerse a can- tar otra vez, como en los mejores tiempos, las aventuras y desventuras de..! {Pero no, no se- x4 con la lira! Se me antoja que la ret6rica y el estilo ampuloso no es precisamente lo que se usa en tu siglo, ime equivoco? iPues mira, muchacho, esto también me agrada sobrema- nera! He de confesarte que Ilegé a hartarme la seriedad y pomposidad con que siempre me vi obligado a narrar mis historias. iPero con- tigo podré explayarme a gusto, lo sé! No les restaremos ni un 4pice de importancia ni de hermosa solemnidad a ninguno de los mitos de los que nos ocupemos, no faltarfa mas. Se- tfa traicionarlos y traicionarme a mf mismo. Pero eso no quita que podamos tranquila- mente desarrugar el cefto y echarle al tema unos granos de sal y pimienta, de humor y hasta de desenfado, a fin de que las historias y leyendas de la antigtiedad clisica, como tt mismo la has llamado antes, resulten un poco més comprensibles y atractivas para una men- talidad y unos gustos como los tuyos. ‘Ademés, te diré una cosa: las historias de los dioses y de los héroes se prestan al relato més encumbrado y sublime y a la par al mas ameno y divertido. ‘Sabes por qué? Porque su comportamiento es a la ver excelso y vulgar, divino y humano, virtuoso unas veces y cica- ter0 0 depravado otras. Yo pinté a Ulises, en La Odisea, como un héroe aventurero y sagaz. A Aquiles, en La liada, como un dechado de vvirtudes caballerosas. Y lo fueron sin duda, Pero también el primero fue uno de los mas grandes embrollones de todos los tiempos y 16 cl ligero y valeroso Aquiles se ports como un ruin y un villano con el cadaver de su enemi- go Héctor, Los olimpicos, amigo mio, son tanto mas dlignos de admiracién y de sorpresa cuanto su comportamiento esta mas cerca del nuestro. —iLos olimpicos, dices? —En efecto, los olimpicos, los habitantes del Olimpo. —Es que en mi tiempo lamamos olfmpi- co al deportista que participa en las olimpia- das. — Hablando se entiende la gente, mucha- cho, y me agrada que seas asf de curioso. Sa- bras que las olimpiadas nacieron en la ciudad ariega de Olimpia y atletas olimpicos eran, en efecto, fos que en ellas participaban. Pero cuando yo empleo este término me estoy re- firiendo a los moradores del monte Olimpo 0 Cielo, es decir, alas divinidades de la mito- logfa Oye, se me est ocurriendo una idea. (Q te parece si, para empezar con buen pie, nos atrevemos a escalar este excelso monte y sor prendemos a los dioses en su propio elemen- to? Conoceremos asf su fabuloso palacio de oro fabricado por Hefesto, y te iré presentan- do a Zeus, a Atenea, a Apolo, a Afrodita, a Eros, a Urano.. WTe tienta mi proposicién? (St? Una dieta olimpica: nectar y ambrosia —Con todo, antes de iniciar nuestra aven- tura he de advertirte que no es cosa sencilla trepar hasta la cumbre del Olimpo. No, no oes. Los dioses son muy celosos de su intimi dad y hay que pillarlos de buen talante para que admitan a un humano en sus dominios sin irtitarse. {Porque cuando se itritan...! Mas adelante te contaré la historia de fearo, que se fabric6 unas alas y quiso ascender, volan- do, hasta los altos cielos. iPobre infeliz! Su final fue de lo mas tragico. Los dioses y los roes de la mitologga nunca vieron con buenos ojos a los inérusos que se acercaban a ellos inreverentemente 0 con énimo altivo. Y a propésito: Zcon gué énimo o intencién te acercas té, muchacho? {Qué buscis o pien- sas encontrar en el conocimiento de los gran- des mitos de la antigiiedad, si puede sabers —No lo sé muy bien, Homero, Puede que. sea la curiosidad mi primer impulso, pero qui 24 tG puedas, mejor que nadie, hacerme ver otras razones o motivos por los que merece la pena que un hombre de mi tiempo conozca la rmitologia y su significado, —El significade de los mitos. Ifo muchacho! iClaro que me gustaria que pu- dieses calar en el significado de las historias de los dioses y héroes, sin quedarte tan s6lo en lo anecdético, en el simple y més o menos divertido relato de sus hazafias, venturas y desventuras! Porque todasellas, amigo mio, todas, encie- ran una ensefianza, un simbolo, una alegorfa, tun oculto significado de cualquier misterioso fendmeno de la navuraleza, de un comporta- miento humano, una respuesta a cuestiones profundas sobre el origen del hombre y de la vida, sobre el principio y el fin, sobre el desti- no y sobre la libertad humana. No nacieron los mitos porque sf, ni yo can- té las hazatias de los dioses tan s6lo para diver- tir al auditorio que me escuchaba. Los mitos nacieron, tanto los griegos y romanos, como cualquier otra mitologis antigua o moderna —pues también en tu tiempo hay mitos y hé- 108s mitolégicos, no vayas a pensar que no—, imenudo todos los mitos nacieron, digo, para dar res- puesta a las mas intimas y misteriosas prequn- tas del coraz6n de! hombre. ‘Ademés, dificilmente podré entenderse la historia, la literatura, ef arte y la cultura antigua si se desconoce la mitolagia. Incluso «gran parte de la llamada cultura occidental a la que td y yo pertenecemos, tanto la antigua como la moderna, esté inspirada en mitos clé- sicos. En el arte es donde més claramente se demuestra: cuadros, bajorrelieves, esculturas de todas las épocas, copian no sélo las formas bellas de las obras maestras clasicas, sino que toman no pocas veces de la mitologia los te- mas que representan. Los grandes mitos han inspirado siempre a los mas encumbrados escritores y artistas. Yo te los contaré con el estilo més atracti- vo de que sea capaz y hasta con cierto y res- petuoso humor, como antes te decia. Pero deberas ser tu quien ejercite [uego la imag- rnacién y desentrafe cada mito para dar con el meollo y encontrarle su sentido y hasta su posible leccién 0 moraleja, como decian los contadores de fabulas. Pero volvamas a las laderas del Olimpo, donde nos quedamos a punto de iniciar la escalada. En la cumbre del monte viven los doses, en un palacio de metales preciosos cu- yos aposentos han sido trazados por la mano experta del dios office llamado HefestooV ul- cano. nn Un palacio de asombro y maravilla. Ningéin otro paraiso de cualquier mitologia de antes 6 después puede compararse con el Olimpo. iNinguno! El Olimpo es el reino de la belleza y de la armonfa. Y sobre todo de la luz. El sol se enciende cada mafiana en su cumbte con Ja mirada félgida de los dioses inmortales y la Juna céndida baria cada noche sus laderas co- piando la mirada de ensuefio de las diosas. Las unas y los otros, diosas y dioses, pasan los dias en medio de festejos y embelesados con miisicas celestiales, mientras la joven co- pera Hebe, hija del gran Zeus, les sitve am- brosfa como manjar y exquisito néctar como bebida —Néctar y ambrosfa, un mend como para cchuparse los dedos. —Sin duda alguna, muchacho. Un ment ‘olimpico, el ment de la inmortalidad. —Y una dieta muy estimulante para un atlera olimpico, digo yo. Seguro que quien lle- ase a ingerir tan s6lo unos gramos de néctar y ambrosia —ly siempre que no le practicasen. el control antidoping!— lograrfa ganar todas las pruebas. —No lo dudes. Pero ningéin mortal consi guid nunca arrebatar su manjar a los dioses —ya te dije que eran muy celosos de sus co- sas, Unicamente un semidiés, Tantalo, hijo del propio Zeus y de la ninfa Pluto, se atrevi6 una vez a hacerlo, y el castigo divino fue ful- minante y terrible. —iPor qué no me lo cuentas? Ya me de- jaste antes colgada la historia de fearo y mi curiosidad est a punto de estallar. —La historia de Tantalo es la historia de la frustracién, amigo mio, de los deseos nunca satisfechos. —Pues por lo que veo, poco més 0 menos igual que la de [earo, ino? —Siy no. Te narraré brevemente las dos historias para que ti mismo saques tus con- clusiones, Tantalo era un prvilegiado de los dios un mimado de los habitantes del Olimpo. Par- ticipaba en todas sus fiestas y hasta se sentaba a su misma mesa, —Es decir, que comia ambrosia y bebia néctar. —Exactamente, y estos manjares divinos fueron los que lo perdieron. Sus amigos de la Tierra le dijeron un dia: “Oye, ipor qué no nos traes néctary ambrosta del Olimpo? iTam- bién a nosotros nos gustarfa ser inmortales!” Téintalo les hizo caso y robs los celestiales manjares para dérselos a los humanos. Los dio- ses, enfurecidos, se reunieron en consejo y el gran Zeus hablé en nombre de todos: “iHay que castigar severamente a Téntalo; no po- demos permitir que los hombres pretendan arrebatar los privilegios de los dioses! iTal ambicidn y osadia es el mayor pecado que un mortal puede cometer! Por eso, el castigo de Téntalo sers ejemplar, un verdadero escar- 2 miento. iSabrii lo que es desear algo y no po- der aleanzarlo jams!” Y asi fue. Sumergieron los dioses a Téntalo cen las aguas frescas de una cristalina fuente. El agua le llegaba hasta los hombros, hasta el cuello, hasta la barbills.. Y cuando ya la sed Je quemaba la garganta y parecia que el agua iba a llegarle a los labios, descend brusca- mente de nivel y Téntalo no lograba probar una sola gota. Otras veces, colgaban delante del reo ramas de exquisitos frutales. El ham- bre lo acuciaba y estiraba sus manos ansiosas para atrapar una manzana, una breva con st zgotita de mie... Justo en ese momento, un gol- pe de aire elevaba las ramas y Téntalo apreta- ba sus pufios vacfos con rabia. Y, para colmo de males y suplicios, estas continuas frustraciones le sucedian a nuestro reo, mientras una roca descomunal pendia sobre su cabeza amenazando desplomarse en cualquier momento y aplastatio. —iSeguro que no le quedarian més ganas de robar otta vez los manjares de los dioses! —Y que lo digas, muchacho. Como tam- poco a {caro le hubieran restado dnimos, de haber sobrevivido, para emprender de nuevo Ia hazafia que le costé la vida. Y, también, en st caso fue la ambicién desmedida o la osadia de llegar mas allé de lo permitido a los morta- les, lo que lo perdi6. Vuelvo a decirte que los dioses son mary celosos de sus privilegios, pero uy celosos. fearo habfa sido encerrado en el laberinto de Creta juntamente con su padre Dédalo, arquitecto del propio laberinto. Nadie haba logrado salir de allf y todos habfan sido devo- rads por el terrible minotauro. Pero Dédalo era un ingenioso inventor. Tomé cera de un panal que habia en una hendidura del muro y, con ella, fabticé para él y para fearo sen- dos pares de alas con las que lograron huir volando de aquella cfrcel. Dédalo se poss en Ja cumbre de una montafia cercana, pero de pronto vio que su hijo segufa volando cielo arriba, agitando sus alas como un loco. —ilcaro le grité—, desciende, no seas insensato! —iQuiero llegar hasta el Sol, padre, hasta el mismisimo Sol! —respondié el joven, sin dejar de volar desenfrenadamente. Su padre volvié a gritarle que sus alas eran de cera, pero esta advertencia, para su des- iracia, ya no logré ofrla fearo. Fue la terrible realidad la que lo hizo ver su error y su atrevi- miento: el propio Sol, poderoso y vengativo, derritié sus alas y el joven se precipits hacia el abismo, hecho un mufieco de trapo, para ir caer y ahogarse en el profundo mar, que des- de entonces se llamé de Icaria en su honor. —Una triste pero al mismo tiempo bellisi- ma historia, al menos a mf me parece. —Lo es, muchacho, lo es. Casi toda la mi- tologfa es trgica pero belisima a la par. Las historias de los dioses y semidioses... —Un momento, Homero, y perdona que te interrumpa. Acabas de decir dioses y semi- dioses, e incluso antes has citado la palabra héroe. Cuando me contaste la aventura de Téntalo, lo definiste precisamente como un semidids, ino es eso? (Es que allé arriba, en el Olimpo, ademas de dioses... de primera cate- gorfa, por decirlo de alguna forma, viven tam- bién otros dioses de menos jerarqufa, 0 sélo dioses a medias? Zeus y su gran y enrevesada familia —Eres avispado y curioso, muchacho, ya io vengo notando, ‘Te gusta la claridad de ideas. Por eso, va- mos a comenzar por el principio, precisamen: te para que no ocurra en tu cabeza lo que ‘curri6 al comienzo del mundo, en que ir mente reinaba el caos, es decit, la confusién vel desorden, Del caos surgieron el Cielo y la Tierra, los nnomibres y toxias las cosas del universo, ¥ ios lioses del Olimpo se encargaron de velar por jias Y el padre y setor de todos los dio cabeza de familia del Olimpo, por asf decitlo, ra el gran Zeus o Jépiter Tonante. Alto abi. maestto, Zo el uno 0 el otro —IQué quieres decir? ~Quiero decir que si el padre de los dio- ses eta Zeus o Jupiter. —Ay, perdéname, muchacho, tienes ra- 26n, tenfa que haber comenzado por aclararte también esto: Zeus y ipiter son un solo dios. Sf, una tinica divinidad pero nombrada de dlos formas diferentes. Zeus es el nombre que le dabamos nosotros, los griegos, y Jipiter es cel que le otorgaron después los romanos. —Claro, entonces de ahi viene la expre- sin “iPor Jipiter!”, similar a la que té em- pleas invocando a Zeus. —Justo. Pero vamos a dejar una cosa bien sentada desde el comienzo: los nombres au- ténticos de los dioses son los nuestros, los de la mitologia griega. La mitologia romana es tuna copia servil de la nuestra, y en lo tinico que se molestaron los césares, sacerdotes y se- nadores romanos fue en cambiar los nombres a los dioses para que el plagio no resultara tan palpable. iEn eso estriba toda su originalidad, yavves Pero ocuttié fuego una cosa: como ellos fueron unos guerreros empedernids y con- quistaron medio mundo, impusieron su reli BiGn y sus dioses —que, en realidad, eran los ruesttos— a los venciclos, y de ahi que los nombres de las divinidades romanas resulten mas conocidos y familiares en la historia que los nombres auténticos de las divinidades he- lenicas. | | ‘Te acuerdas que al hablarte del palacio lel Olimpo te conté que habia sido labrado vor Hefesto o Vulcano? Hefesto es el nombre sriego. Vuleano, el que los romanos le dieron il mismo dios, Y lo cierto es que Vuleano se ha quedado para la posteridad; hasta el pro- pio pintor Velazquez, cuando lo representa trabajando el metal en su forja, titula el lienzo “La fragua de Vuleano”, iGajes de la historia! Se apropian de nues- t70s dioses, les cambian de nombre para que no se note el hutto, y luego son estos nombres los aque perduran. Pero, tampoco vamos a hacer de esta nimiedad una cuestién de vida 0 muerte, ino te parece? Zeus o Jipiter, Jipiter o Zeus, el padre de los dioses siempre seta el padre de los doses, y toda la familia olimpica lo reconocers como tal sin disputarle jams a primacta Zeus esté en el més alto trono del Olim- o, y asus pies estén los tronos de los demés dioses. iQue son legién en la mitologia elasi- ca, muchacho, legidnt “No hay hombre en el mundo”, decta Hesfodo, otro poeta épico co- mo yo, “que sea capaz de recordatlos todos”. Habia dioses para personificar todas las vir- tudes y todos los vicios, cada fenmeno de la Tierra y del Cielo, cada arte y cada profesién Las grandes ciudades y las pequefias aldeas te- nian, también, su dios o diosa protectores. Pero toda esta pléyade de divinidades es- ‘aban debidamente jerarquizadas en grupos © ategorias: 28 Primero, los grandes dioses 0 dioses supe- riores, en ndimero de veintidés, de los cuales doce formaban la corte olimpica 0 celeste y tenfan voz y voto en las deliberaciones, Los seguifan los dioses inferiores, que eran los protectores espectficos de los campos, de las familias, de las ciudades, asi como las di- vinidades domésticas y las alegoricas, entre ‘otras muchas. Finalmente, y ya sin derecho a morar en el Olimpo a no ser que el Consejo de los doce grandes lo permitiese, estaban los semidioses © héroes, como lo fue el desdichado Téntalo. Se denominaba asf a aquellos hombres naci- dos de la unién de un dios con una mujer mortal o bien de un mortal con una diosa. A lo largo de esta historia irén saliendo nue- vas aventuras de famosos héroes mitol6gicos. iQue son tantos o mis que la pléyade de los doses, figirate! —Pero siempre Zeus o Jipiterrigiendo to- da esta larga y complicada familia, ino es eso? —Exactamente. Y, sin embargo, fijate qué detalle mas curioso. No es él el primero de los doses, cronol6gicamente hablando. —Ah, ino? —No. Te contaré brevemente su origen y ‘c6mo consiguié implantar su seftorfo tinico € incuestionable en la cima del Olimpo. Creo haberte dicho que al principio de los tiempos sélo existéa el caos. De él surgieron Urano, dios del Cielo, y Gea, diosa de la Tie- ra, divinidades ambas las més primitivas de toda la mitologia. Gea y Urano forman, pues, la primera pare- ja divina y engendran a los titanes, extrafios e indomables monstruos de cincuenta cabezas y-cien manos cada uno. Urano, al verlos tan horvibles, monta en célera y os encierra a to- dos en las entrafias del Tiirtato. O sea, en el inerno. Pero Gea es una madre y las madres ‘dolatran y protegen a sus hijos, sean feos bellos. Asf que se pone de parte de ellos e in- cluso incita al primogénito, Cronos —deno- minado luego Saturno por los romanos—, a que destrone a su padre y se deshaga de él co- ‘mo sinico medio de que todos sus hermanos puedan quedar libres. Cronos ocupa el trono divino de su padre y se casa con Rea. Pero hete aqui que pronto empieza a suftir negras pesadillas y presagic vaticindindole que quiza sus hijos puedan ha- cer con él lo mismo que él hizo con su padre, Urano, Ni corto ni perezoso —esté visto que cen esta familia el amor paternofilial no era la virtud mas cultivada— decide deshacerse, tuno a uno, de cuantos véstagos vaya dindole su esposa Rea. Y de nuevo es la madre la que pone orden cen esta trégica historia, Profundamente deso- Jada por la suerte de sus hijos, decide un dia no entregarle ni un recién nacido mas a Cro- nos-Saturno. Nace Zeus y Rea lo esconde en la isla de Creta, donde es amamantado por una cabra y alimentado con la miel de las do- radas abejas de la joven y hermosa Ida. Pasa el tiempo. Zeus (Jipiter para los roma- 1nos, no lo olvides) es ya un mancebo apuesto y aguerrido que se siente predispuesto a ocupar el trono de su padre Cronos o Saturno, tanto ms cuanto que éte sigue atentando contra la vida de sus propios hijos, es decir, los herma- nos de Zeus. Comienza por resucitar a todos aquellos que su padre habia ido matando al nacer, y con ellos declara la guerra a Cronos ya todos los hermanos de éste, a los terribles ¥ monstruosos titanes, Ayudan, también, a Zeus los cfclopes, que otorgan al joven dios el trueno y el rayo, simbolos ya para siempre de su autoridad y de su omnipotencia, La batalla es formidable, mucho més que las que yo luego contarfa en mi liada entre grie- 0s y troyanos. iVersos labrados en oro serfan precisos para narrar aquella divina epopeya! Finalmente vence Zeus, arroja a Cronos- Saturno y a os titanes a las profundidades del Téttaro, y se proclama rey y sefior del Olim: po para siempre, repartiéndose el dominio del ‘mundo con sus hermanos Poseidén y Hades (Neptuno y Plutén para los romanos). Al pri- mero le otorga el mar y al segundo el tene- broso mundo subterréneo o también llamado infierno. —Una extraordinaria historia. Peto muy violenta, maestro, no me digas ti que eso de ue los dioses anden liquidéndose los unos a los otros 0 monten guerras entre ellos como si fueran, —.-.como sifueran simples mortales quie- res decir, ino es eso? Es que como tales se comportan no pocas veces, muchacho, creo habértelo dicho ya an tes. Y Ia razdn es muy sencilla: a pesat de ser dlioses, a pesar de dirigir c intervenir en la for- tuna o infortunio de los hombres, nada pue- den hacer contra su propio eirrevocable desti- 10. Bl mismo Zeus Olimpico, padre y sefior de todas las divinidades, se halla sometido a los hados caprichosos que pueden zarandearlo a su antojo. Hados que fueron, sin duda, quie- res empujaron a Cronos, como acabamos de ver, a rebvlarse contra su padre, Urano, a ma- tar luego a sus propios hijos y a ser, inalmen. te, derrotado por uno de ellos: Zeus, Tan solo el amor mateo, como habrés po- dido comprobar, puede més y vence a los ha- los y al destino. Tanto Gea como Rea, abue- lay madre de Zeus, imponen su voluntad en esta trégica historia, El amor, en la mitologta sriega y romana, y yo dirfa que en todas las mitologfas y religiones del mundo, siempre es mas poderoso que el ciego destino, que el mal y que la misma muerte, Lo podris comprobar en otras historias de dioses y de héroes, amigo Ahora, habfamos dejado al gran Zeus 0 ji- piter recién instalado en su trono del Olimpo, ino es asf? Todos los dioses y todos los hom- bres, todos los estados y ciudades lo recono- cieron de inmediato como el ser supremo. El es quien mantiene el orden y la justicia en el mundo. A la puerta de su palacio del Olimpo, segtin cuento yo en mi Ilfada, tiene dos jarro- nes de oro brunido: uno contiene el bien y el otro el mal, Zeus disteibuye a cada hombre el contenido de ambos recipientes por partes més o menos iguales. Aunque algunas veces hace uso tinicamente de una de las anforas, y entonces, iay!, el destino de ese mortal es del todo venturoso o completamente trigico. ee: ee a IGG Hera, Venus, Paris y la manzana —Tan trégico como el destino de fearo, ino? Seguro que para él Zeus sélo hizo uso del jarrén de los males. —Puede que si. Como, sin dada, ocurris también con el pobre Paris, uno de los héroes de la guerra de Troya. Pero en su caso fue mis bien la diosa Hera quien marcé su trigico des- tino. —iLa diosa Hera? —Eso he dicho, la diosa Hera, llamada lue- go Juno por los romanos. Hera fue una de las esposas de Zeus, la mas importante de todas ellas, la que el propio dios coroné, junto a él, como reina y sefiora del Olimpo. Zeus y Hera —Japiter y Juno en version romana— son las dos grandes divinidades de la mitologé Las bodas de ambos fueron esplendorosas, propias de dioses, como podris suponer. Tu- vieron lugar en el paradisfaco Jardin de las Hespérides, donde fructifican las manzanas de oro y donde las fuentes manan ambrosia de inmortalidad. Las siete hespérides 0 ninfas del ocaso prepararon el escenario para una bo- da de ensuefto. Ellas mismas danzaron dia y noche en tomo a las mégicas fuentes, y al fi nal de la danza, una a una, fueron entregando sendas manzanas de oro a la recién desposada Hera. —Una boda de pelicula, vaya. éPero qué tiene que ver Paris en todo esto? —No, Paris aparece en escena mucho mis tarde, cuando ya Hera reinaba con Zeus en el palacio del Olimpo. Resulta que un dia, el padre de los doses organiz6 un soberbio ban- quete con motivo de las bodas entre Tetis y Peleo € invité a cast todos sus compaiieros olimpicos, pero excluysa Bride, diosa de la dis cordia y madre de Lete (el olvido), Limos (el hambre), Algos (el dolor) y Ponos (la pena). La siniestra diosa, como venganza, se pre- sent6 inesperadamente a los postres y lanzé sobre la mesa una lustrosa manzana con un rotulito que decfa: “Otérguese a la més her- ‘mosa de las diosas aqui presentes” EY sabes quignes eran las tres diosas presen tes? Pues ni mas ni menos que Hera, reina del Olimpo y esposa de Zeus; Atenee (llamada después Minerva por ya sabes quiénes), diosa del poder y de la sabidurfa, y Venus (denomi nada Afrodita por los griegos), diosa de la be- lleza y del amor. —iCémo, como, cémo...? Querris decir Venus, denominada Afrodiea por los roma- —No, no, he dicho bien, muchacho. Afro- dita fue el nombre griego, el auténtico nom- bre de ladiosa. Pero es que en este caso el ape- lativo romano se ha impuesto de tal modo, se ha hecho, ademés, tan famoso, que hasta yo mismo voy a emplear el nombre de Venus en esca historia. Te deefa, pues, que eran tres las diosas en litigio. 'Y vaya diosas! Tan altivas las tres, que ninguna acepté, por principio, que cualquiera de las otras dos pudiese ser la mas hermosa. Cada una arrogaba para sf el privilegio de lle- varse la manzana de la discordia Los propios dioses comenzaron a dividirse en bandos y a ponerse del lado de una w otra de las candidatas. {La mas hermosa es Hera! iNi hablar, Atenea es mucho més bella! (Pe- ro es que no tenéis ojos en la cara? iNadie en el Olimpo gana en hermosura a la divina Venus! iOye, porlo que me cuentas, aquello fue ‘como un concurso de belleza de los que se ce- lebran ahora! iLa eleccién de Miss Olimpo! —Algo parecido. Y fue tal el desconcierto ala hora de la eleccién, que Zeus se vio obli- gado a poner orden y a nombrar un juez que dirimiese el asunto. Un juez 0 arbitro que no tuviese nada que ver con el Olimpo ni con la familia divina, ya que asf no habria intereses © preferencias de ningiin orden que determi- nasen la eleccién, Y Zeus penss en Paris, un joven, valeroso ¥ apuesto principe troyano. iMenudo susto se llev6 cuando Hermes, el heraldo del Olimpo, le comunicé ta decisién del padre de fos dio: ses! Peto cuando de veras empezé a temblar de los pies a ta cabeza fue cuando se presents ante él la primera candidata. Hera aparecié en su maximo esplendor y le prometi6 a Paris ue lo haria reinar sobre toda Asia, Legs luego Atenea, diosa de la sabiduria y de Ia fuerza, y prometis a Paris dotarlo de ambos carismas, ademas de no ser derrotado jams por sus enemigos, si era. ella a quien le otorgaba la manzana. iParis estaba hecho un mar de dudas! Has- ta ahora la eleccién no podia ser més compli- cadla: las dos aspirantes eran hermosas y las dos le ofrecfan reyalos a cual mas tentador. Pero faltaba Venus (Afrodita). Reflexiona- ba Paris mirando al mar, cuando de pronto, surgiendo de una ola brillante de espumas, aparecié la diosa del amor y de la belleza, EI joven se quedé absorto, embelesado, Diosa de la belleza la lamaban y fe que res- pondia con creces a tal nombre. Jamas Paris habia visto tanta hermosura ni tanta armonfa en un cuerpo de mujer. Venus se acereé al Principe y le solicité para ella la mancana, —LY qué me dards a cambio? —contesté Paris—. Las otras diosas me han prometido... —Sé que amas la belleza por encima de todo, oh gentil principe de Troya —lo atajé Venus—. Por ello yo no te prometo ni poder ni riquezas; si me eliges a mf, te otorgaré el amor de la mujer mas bella entre las moztales: Helena de Esparta, Paris no dudé ya ni un momento. Se pre- senté ante el padre de los dioses, se incliné profundamente ante él y se expres6 asi: —Ya tengo la decisién tomada, oh gran Zeus. —Que comparezcan, entonces, ante mi presencia las tres diosas candidatas. Asi lo hicieron y nuevamente Paris, al ver- Jas reunidas, sintio un sudor frio que le corria por la espalda. Pero la decisién era bien firme. Tomé la manzana, irguié el pecho y camind con paso decidido. Todos los dioses olfmpicos contuvieron el aliento. El joven principe se acere6 al trio de diosas, se detuvo un instante frente a ellas y con un gesto enérgico pero al mismo tiempo Hleno de galanterfa, enttegé el fruto a Venus. ‘Ella era la elegida, ella era la mas bella de las divinidades del Olimpo! —Vuelvo a opinar —con todos mis respe- tos a la mitologia— que parece un concurso de belleza de ésos que abundan en las lama- das “revistas del corazén”. 38 ~Lo que ocurre es que en este caso el fi- nal no fue color de rosa, —Ah, ino? —Trigico como pocos en a historia del mundo. La decisién del joven Paris, aparen temente inocente, trajo como consecuencia tuna de las guerras mas encarnizadas de la an tigliedad —iUna guerra por una manzana? —Justamente, muchacho. Al entregérsela ala diosa Venus, Paris estaba desencadenan- lo la famosa guerra de Troya, la cantada por mf en los versos de La Ilada, la guerra entre atiegos y troyanos a causa de la belleza de He- lena de Esparta. El Talén de Aquiles y la guerra de Troya —Por una manzana y por una mujer... Me parece que no es la primera vez que aconte- cen grandes males en la historia del mundo por causas semejances. —Veo que no se te escapa nada, mucha- cho. Ya te dije al comienzo que ti mismo dlebes sacar tus propias conclusiones de cutan- to vayas oyend. —Pero dime una cosa, Homero: ies que también la manzana de la diosa Discordia era imaldita, como la del paraiso cerrenal? No. Fue la eleceiéin de Paris al entee- gar la fruta a Venus la que desencadens el conflicto, la guerra, Vers emo ocurrié. La diosa habfa prometido al principe troyano ° entregarle a Helena de Esparta como premio, drecuerdas? Pero Helena estaba casada con el rey Menelao y Venus euvo que urdir una estra- tagema para raptar a la bella reina. Aprove- chando una ausencia del esposo, Venus pres- 16 a Paris la figura y el porte de Menelao y lo plants en palacio como si fuese el propio rey, que regresaba de viaje para llevarla consigo. Yse la llevs, en efecto, pero a Trova. Pronto los griegos enviaron embajadores reclamando a la raptada, peto todos fracasa- ron en su empefio. Los reyes troyanos Pria- mo y Hécuba, padres de Paris, que habtan quedado también prendados de la belleza de Helena, se negaron a devolvera la que ya con- sideraban como auténtica esposa de su hijo, Fue entonces cuando estall6 la guerra. Agotados todos los recursos diplomaticos, Menelao acude a pedir ayuda a su hermano Aegamendn, rey de reyes entre los griegos, y éte convoea a los principes y ejércitos de los distintos reinos, que se concentran en Aulida dispuestos a atacar a Troya, ‘También los troyanos se aprestan al com- bate, capitaneados por Héctor, primogénito del rey Priamo y hermano mayor de Paris. Los dos bandos, pues, estan ya formados y en pie de guerra. Qué digo los dos, ilos tres! —éCémo que los tres? —Eso he dicho, los tres: el bando de los artiegos, el de los troyanos y el de los dioses, que se dividen a favor de los unos o de los otros. La diosa Venus o Afrodita encabe: a los que van a favor de su protegido Paris y de los troyanos; y Hera y Atenea se ponen del lado de los enemigos de quien las haba menospreciado en el concurso de la manzana, es vcr, a favor de Agamensn y los griegos. —Y ya todo dispuesto, empieza la guerra wet cuentas en La Itada, ino es eso? Asi es. Aunque he de aclararte una cosa: yo en mi Tliada no narro toda la guerra de Trova, sino solamente un episodio ocurri do en el décimo y diltimo aio. —iDiez aitos uraron los combates? —Ni uno més ni uno menos; los ejércitos de Agamenén cercaron y sitiaron la ciudad de Troya, exigiendo la devolucién de Hele- na, y el asedio dur6 diez afios. Pero, como te decfa, yo en mi poema épico solo cuento tun episodio acaecido poco antes del asalto final de la ciudad. Una reyerta entre Agame- nidn, jefe méximo, como sabes, de las tropas griegas, y Aquiles, uno de sus principales cauailos. —iUna pelea entre los propios griegos? —Bueno, més bien una disputa. Algunos comentaristas de mi epopeya han dicho que el tema fundamental de La Iiada es la edlera de Aquiles, y en cierto modo tienen razén. En el poema se cuentan multitud de aconte- cimientos, pero todos en torno a la célera de Aquiles, el héroe de los alados pies a — Pero por qué se enfadé Aquiles, si pue- de saberse? —Porque Agamendn, en un capricho de mandamés, le habia quitado a su esclava Criseida. Entonces el héroe monta en eélera Y se niega a seguir peleando, Una terrible decisiér: para las tropas griegas. Tan terrible, ue la victoria empieza a ponerse del lado de 4os troyanos y algunos capitanes del ejército invasor piensan ya en reembarcar sus tropas y levantar el cetco. —iTanto era el valor de Aquiles? —Aauiles, muchacho, es uno de los mas grandes héroes de la mitologta. Hijo del rey Peleo y de a diosa Tetis, ésta us6 todos sus poderes divinos para hacer que su hijo perdie- se su parce humana y se convirtiese en inmor. tal como ella. Para conseguitlo lo untaba con ambrosfa durante el dia y lo purificaba con fuego porla noche. Pero el padte, consideran- do que con tal proceder podta abrasat a Aqui. les, lo arrebaté de las manos de Tetis cuando adn no estaba consumado el experimento, y el nifio qued6 con los huesos del pie derecho quemados e inutilizados. Fue entonces cuan- do el centauro Quirén, experto en medicina ¥ a quien se habia encomendado la educa- in guerrera de Aquiles, lo curé injertindole los huesos del pie del gigante Damiso, veloz, en vida, como el propio viento huracanado, Nuestto héroe heredé esta misma ligereza de ‘movimientos y de ahi que yo en La Tada lo nombre siempre como “el de los pies ligeros” 0 “el de los alados pies”. —Pues volvamos a La Iiada, site parece Me contabas qu? sin Aquiles las tropas grie- as habfan comenzado a perder terreno... —Asies. Ten en cuenta que Aquiles, ade- ma: de veloz como el rayo, era un intrépido fi for. Su fuerza capitén y un aguerrido lucha era proverbial. Y se atribufa también a la edvcacién y adiestramiento del centauro Qui- ron, quien lo habia acostumbrado a comer solamente carne de animales salvajes Por eso su ausencia del campo de batalla era decisiva. Y por eso también el resto de los capitanes griegos le suplican que vuelva a la lucha si no quiere que ln guerra se pierda, Patroclo, su més fntimo amigo, le pide que, al menos, lo dee usar a él sus armas para pelear contra los troyanos. Accede el héroe y Patroclo se presenta en el campo de batalla disfrazado de Aquiles de pies a cabeza. La noticia corre entre los troyanos y con la noti- cia el pénico: “iAguiles ha vuelto, Aquiles, el de los pies ligeros, emputia de nuevo su pica veloz y su espada poderosa!” Los ejércitos griegos avanzan de nuevo invencibles. Pero hete aqui que otra vez inter- vienen los dioses: Apolo —el més grande después de Zeus— est de parte de Troya y revela a Héctor Ia identidad del camuflado Patroclo, ayudéndole, incluso, a derrotarlo y darle muerte Cuando Aquiles recibe la noticia de que st amigo ha muerto a manos del caudillo tro- ‘ano, su corazén se lena de amargura y lanza un grito de dolor tan terrible que los ejércitos enemigos comienzan a temblar. “En los hom- bres se turbé el énimo”, cantan mis versos en La liad, “y hasta los potros de erines esplén- didas se encabtitaron sobresaltados. ‘Tres veces grité el divino Aquiles y doce de los zis bravos guerreros de Troya murieton bajo los carros y heridos por sus propias lanzas” Ahora sf que Aquiles vuelve al campo de batalla. Se lo ha pedido su jefe Agamensn, devolviéndole antes a su esclava Criseida, pero a él lo empuja, sobre todo, el deseo de vengar a su amigo Patroclo, Eldios Hefesto le forja nuevas y mas pode- tosas armas y la diosa Atenea —que est a favor de los griegos, recuérdalo— pone en st frente un fulgor que deslumbra y atemoriza a tos enemigos. Aquiles se lanza con un impetu atrollador al combate. Y entre las apretadas filas de los troyanos, busca ansiosamente a Héctor, culpable de la muerte de su amigo. Se encuentran frente a frente. Los dos ejéreitos detienen la guerra para contemplar {a singular pelea. Hasta los dioses del Olimpo contienen ef aliento, Jamas dos contrincantes libraron duelo tan enearnizado como el del troyano Héctor, de brillante casco, yel ariego Aquiles, de alados pies. Uno y otto pelean con furia irrefrenable A la espada poderosa de Héctor responde la lanza veloz de Aquiles. Y es ésta, al final, la que va a clavarse mortalmente en la garganta del joven capitan troyano, que cae en tierra entre el alarido de vietoria y los ayes lastime- 0s de uno y otro ejército. pero Alen ad ade nthfecho, Ata el cadaver de Héctor a un tiro de caballos y Jo hace arrastrar en tomo a las murallas de la ciudad de Troya durante doce largos das. Un escarnio impropio de un héroe mitolégico, creo habértelo comentado casi al comienzo de nuestra chatla. La sed de venganza por la muerte de su amigo Patroclo ciega a Aquiles y lo empuja a cebarse en el enemigo venci- . icas de un padre logran abl: Slo las suplicas de un padre logran ablan- dora conssh amos pte de eco de Paris, implora con ligrimas a Aquiles que le devuelva el cadaver de su hijo y el hétoe grie- go cede al fin. Y con Jo solemnes funerales de uno y otto ejército en honor de sus dos grandes guerre- ros muertos, Héctor y Pattoclo, cierto yo el canto de mi Iliad. no cuentas el final de Aquiles? No, no lo cuento. Pero lo narraron ‘otros poetas posteriores a mfy yo voy ahora a contértelo para que conozeas en su totalidad la vida y andanzas del mas afamado de los héroes de la mitologia, como antes te cfe 6 6 Aquiles murié del mismo modo como él habia matado a Héctor: de un flechazo. Pero no en la garganta, sino en un talén, in-un tal6n? {Bromeas, maestro? —No, no bromeo, muchacho. Murié de un flechazo en el talén derecho en un nuevo combate ante las murallas de Troya y antes de que ésta fuera asaltada definitivamente. Pero volvamos a retomar la historia casi des- de el principio para que la entiendas mejor. Mecuerdas a Tetis, la diosa madte de nues- to héroe? ZY recuerdas sus experimentos para hacerlo inmortal? Pues agin sometié a su hijo a otro que no te he contado, Las aguas del rio Estigia transmitfan el don de la invul- nerabilidad a quienes en ellas se baaban, y alli sumergié la diosa al pequefio Aquiles. Pero para ello agarré y sostuvo al ni por el tal6n derecho, de moclo que fue esta minisct- la parte de su cuerpo la Ginica que no tocaron las aguas y por ende In nica vulnerable. Y mira por dénde habia de ir a clavarse la fle- ccha que le quité la vida junto a las murallas de Troya. Bien es verdad que los hados ya habjan vaticinado la temprana muerte de nuestro héroe. Y fue pot eso por lo que su madre Tetis, cuando Agamenén comenzd a orga- nizar la expedicién griega para atacar a Troya, escondié a su hijo en la corte de Licomedes, rey de Esciros, disfrazandolo de muchacha para que conviviera con las hijas del monarca. La guerra comienza y los ejércitos griegos van de derrota en derrota. Un ordculoles reve- la que mientras Aquiles no participe seguirin perdiendo, y es entonces cuando Ulises —el protagonista de La Odisea, mi otro gran poe- ‘ma— se encamina a Esciros para convencer a Aquiles de que se incorpore a la lucha. Entra en palacio vestido de mercader y ensefia a todas las doncellas preciosas joyas entre las que mezcla disirmuladamente algunas armas. Todas se lanzan sobre los collares y brazale- tes y s6lo Aguiles se inclina por los putales y dardos... Al astuto Ulises le ha salido bien Inartimanta. “Aquiles”, le dice, “los griegos te necesitan. En nombre de Agamenén y todos sus ejércitos te suplico que intervengas en la guerra”, La diosa Tetis intenta atin retener a su hijo: “Si vas a Troya®, le dice con légrimas en los ojos, “tu fama sera grande pero breve tu vida. Si te quedas, por el contratio, vivités largos y gozosos afios”. Deno sin loi” espodis resueeamen- te Aquiles. Nuestro héroe no lo duda: escoge la vida corta pero gloriosa y parte para Troya, =Y alli muere, de un flechazo en el talén. —Exacto. Muchos héroes y valerosos sol- dados perecieron en aquella famosa y triste guerra. | —iTriste dices, maestro? —iAcaxo no lo son todas la guerras? En el canto xvut de la propia Iliada lo proclamo yo con estos versos: “iOjalé la discordia Perezca entre dioses y hombres y con ella la ira que al hombre cuer- do enloquece...!” —La diosa Discordia que provoeé la gue- rra_con la manzana y la ira de Aquiles que causé tantas desdlichas, Zno es asi, maestro? —Asi es, en efecto, muchacha, asf es. —Oye, pero dime una cosa: équién fue el que abatié al valeroso Aquiles, clavandole un. flechazo en su famoso talén? —INo te lo he dicho? Fue Paris, el raptor de Helena, en venganza por la muerte de st hermano Hector. Aunque segtin otros, quien dispars la flecha mortal contra el héroe de los alados pies fue el dios Apolo, protector de los ejércitos troyanos. Apolo, la serpiente pitén, el monte Parnaso —O sea, que Apolo cuvo parte en la muer- te de Patroclo y en la de Aquiles. No cabe du- da de que los troyanos tenfan un buen aliado. —Peto de poco les sirvis. A los diez atios dle acoso, Troya fue asaltada y sagueada por los gtiegos. Y hasta podria decitse que fue el propio Apolo el responsable del desastr. —IDe la destruccién de Troya? Indirectamente si. Resulta que el dios se habfa enamorado de Casandra, hija del rey Priamo y hermana de Héctor y Paris. Y como regalo de amor le habia concedido el don de la profecia, de adivinar el porvenir. Pero Casandra fue infiel a Apolo y éte, como castigo, la maldijo con estas palabras: 8] “Seguirds adivinando Io que ha de ocurtir en el futuro, pero nadie creerd en tus profectas" Y asi fue. Casandra vaticins el desastre de su ciudad y todos sus convecinos lo tomaron en broma descuidando, incluso, la defensa de [a muralla. Y la muralla de Troya, que habia sido construida por el propio Apolo cuando fue desterrado del Olimpo, fue asaltada de la forma mas grotesca, —Con el famoso caballo de maders ino? —Veo que la raitologfa no te resulta tan desconocida, muciiacho. En efecto, con el famoso y descomunsl caballo de madera, Yo narro la historia en el canto vin de mi Odisea. Los griegos, impulsados por el astu- to Ulises, construyen un caballo de madera tan alto como las propias murallas y eapaz de albergar en su vientre a un batallén arm do, Hacen luego correr el rumor entre los troyanos de que levantan el sitio de la ciu- dad dando por terminada la guerra, y que precisamente el caballo es una ofrenda a la diosa Atenea para que los proteja durante el retorno a su tierra. Los troyanos dudan en principio. Los jévenes, goz0s0s porque la contienda ha terminado y con ganas de divertirse, quieren meter el enorme “jugue- te” en la ciudad, pero el sacetdote Laocoon- te recela y pide que sea arrojado al mar o uemado en la playa, @Le haran caso? Ahf esta de nuevo Ulises para que tal no ocurra. Vuelve a aguzar su ingenio y desde las naves griegas, que han simulado marcharse pero que, en realidad, estén escondidas tras un islote cercano, envia a la ciudad al soldado Sinén, disfrazado de peregrino, que asegura a los troyanos haber visto alejarse por alta mar la escuadra griega. *ZY sabgis por qué han construido ese caballo tan gigantesco?”, revela luego al rey Priamo en plan confidencial. “Para que no podis introcucirlo en la ciudad. Porque si conseguis meterlo, los griegos ya no volverdin a atacat més a Troy, po el contaio, voxtros odréis conquistar sus ciudades " iQue arimatia més bien tramada, este. Ulises era un astuto! Ya lo creo, muchacho; el plan dio pleno resultado. Los croyanos se tragaron el anzuelo y se apresuraron a meter el caballo en la ciu- dad. “iPero si no cabe por las puertas”, dijo Laocoonte, tratando atin de disuadir a sus conciudadanos.“iPues se tumba un trozo de muralla!”, respondieron los mas decididos. Y asf se hizo. Se abrié una gran brecha en el muro, metieron el caballo y organizaron en torn estas, ales y brrachers Mientras tanto, la flota griega, al amparo de la noche, se acerca de nuevo a la ciudad. Los troyanos, vencidos por la fatiga y el vino, han cafdo en un profundo sopor, circunstan- cia que aprovecha Sinén para liberar a los trescientos soldados que viajan en el vientre St 52 del caballo. Ocupan los puestos estratégicos Y¥ a.una sefal de trompeta el grueso del ejérci- to griego irrumpe en la ciudad por la brecha abierta en Ia muralla y Troya es arrasada, saqueada y destruida para siempre. —Sin que Venus ni Apolo, protectores de Jos troyanos, hicieran nada por impedirlo. —En efecto. —Pero aclétame una cosa, maesi-o, En un punto de tu relato has dicho que Apolo fue uno de los constructores de la mutalla de Troya, durante el tiempo que estuvo desterta- dlo del Olimpo. ‘Un dios desterrado, como si fuese un indeseable? —Ya ves ti. Y atin resulta mis extrafio si tienes en cuenta que era hijo del propio Zeus Y yo dirfa que la més importante de las divis nidades de la mitologia después de él. Desde ‘su nacimiento fue un mimado de su poderoso Padre. Apenas su madre, Leto, lo dio alu en la luminosa isla de Delos, Zeus lo colmé de dones y privilegios. Le regalé un casco 0 mitra de oro, un carro tirado. Por cisnes y una lira. Pero, sobre todo, lo hizo ef mas bello y puesto de la gran familia de los dioses. De Tostto hermoso y noble, porte majestuoso, espesa cabellera negra, voz profunda y mirada altiva, Apolo es considerado como el prototi- Po ideal de fa belleza varonil. Hasta su propia hhermana gemela Artemis —la Diana Cazado- ra de los romanos —qued6 eclipsada por la majestad y atractivo del dios —Dices que Artemis es la Diana de los romanos, /y cémo bautizaron éstos a Apolo? —Pues mira qué curioso: fue tal la impor- tancia de este dios mital6gico en todas las épo- as, que es el tinico caso en que no cambis de nombre. Apolo se Ilamé entre los griegos y Apolo siguieron llaméndolo los romanos. Pero prosigamos con su historia, Es tam- bign una de las més bellas de la mitologta, tan bella como el propio dios. Te he dicho ya que nacié en la isla de Delos, cuyo suelo se cubrié de oro para real- zar el acontecimiento. Y en el carro tirado por cisnes que le regal6 su padre, Zeus, se traslad6, ya adolescente, primero al pafs de los misteriosos hiperbéreos, donde nunca es de noche, y luego a la ciudad de Delfos, que se convertiria ya para siempre en la ciudad de Apolo. Aqui comienzan sus aventuras. Hefesto —o Vuleano— le habia regalado un haz de flechas y el joven dios las estrené dando muerte ala serpiente Pit6n, un monstruo que habitaba en una cueva de la montafia y que asolaba toda la regién destruyendo cosechas y devorando animales y gentes para saciar su hambre. Los habitantes de Delfos proclama- ron a Apolo como su libertador y erigieron en Ia gruta de Ja serpiente un templo en honor suyo, estableciendo el dios en su recinto un oraculo, el que ya para siempre serfa el famo- so oriculo de Delfos. 3 Atendialo la pitonisa Pitia, que respondia en nombre de Apolo a cuantos acudian de toda la Tierra a consultar el porvenit 0 la voluntad de los dioses. —iPeto por qué la lamaban pitonisa? —Pues precisamente porque Apolo habia forrado con la piel de la sexpiente Pitdn el trono de oro donde ella se sentaba para pro- nunciar sus ordculos, Y mientras Pitia, con vor semejante al ftueno, respondia a las preguntas de los mortales, ef hello dios Apolo se entregaha a su pasion favorita: la misica, el canto y |i poesfa. CY dénde ejercitar mejor estas aft ciones que en el monte Parnaso, morada de las nueve musas? All ascendia cada tarde con la lita que le regalara su excelso padre, ¥en compara de las nueve herinanas, hijas también de Zeus, pasaba largas veladas cul tivando todas las artes imaginables, de las que cada una de las jévenes diosas era y es la protectora, Inspira la musa Calfope a los poetas épicos y ellos componen los sonoros versos de las epopeyas. —Ella es, entonces, tu musa, ino es as Homero? —Cierto. Fue Calfope, al son de la herdl- dica trompeta que lleva en sus manos, quien me dict6 los cantos dle La Iliada y La Odisea Clos la musa cle la historia. Ella mantie- ne frescos, en la mente de quienes los escri- ben, los hechos heroicos de los hombres y los pueblos. Melpomene, con su aire triste y severa mirada, inspira la tragedia. Los grandes escri- tores trigicos griegos, Euripides, Sofocles y Esquilo, compusieron sus obras a su dictado, Talia, por el contrario, musa de la come dia, inspird las graciosas obras de teatro de Arist6fanes, uno de nuestros comediantes mas divertidos y burlones. Urania es la musa protectora de la astrono- mia y de las ciencias exactas. Los poetas liticos, aquellos que cantan al amor, lo hacen inspirados por Erato, musa coronada de mirto y rosas, que recita sus versos al son de una lira semejante a la de Apolo, "Todos los moradores del Parnaso hacen coro, extasiados, cuando ambos actéian jun- tos. (Qué especticulo, muchacho, qué mara- villa! La musa y el dios taiien al unfgono sus instrumentos y a su compés baila la alegre Terpsicore, musa de la danza; interpreta sus melodiosas canciones Polimnia, protectora del canto y la oratoria, y realza tan extraordi- nario concierto Euterpe, musa de la misica, haciendo sonar su flauta melodiosa. 'Y asém- brate de que hasta el mismisimo Eolo, dios de los vientos y furiosos huracanes, reprime aun Ja ms leve brisa para escuchar y contemplar tanta belleza y armonia! —Por lo que cuentas, el monte Parnaso Poco tenfa que envidiar al Olimpo. No te falta razén. Y mas, si sabes que alfombraban su cumbre todas las flores ima. ginables, que de sus fuentes, Hipocrene y Castalia, fluye el agua Pura de la inspiracién de los poetas y que el propio caballo alado, Pegaso, pasta y retoza en sus verdes praderas. El Olimpo y el Parnaso son los dos grandes Paraisos de la mitologia. Pero de uno y de otro desterré Zeus un dia a su hijo predilecto, envindolo a la Tierra y sometiéndolo a las ‘mismas penalidades que a los hombres. —iPero por qué? —Pues verds. Resulta que Apolo tuvo un hijo, amado Asclepio, y confié su educacién al sabio centauro Quirsn. —IAL mismo que curs y educé a Aquiles? ~Justamente. Quiron enseiié a Asclepio el arte de la medicina y fue tal su aprovecha- tmiento que pronto superé al maestro, curan- do toda clase de enfermedades y legando, incluso, a resucitar a fos muertos, Esto alarmé al dios Hades, que corrié a quejarse a Zeus: —iMe confiaste el reino subtérraneo de los muertos y resulta que Asclepio, hijo de Apolo, devuelve a la vida a cuantos deberfan atravesar mis fronteras! Me estoy quedando sin clientes! El gran Zeus, que opinaba Por su parte que s6lo los dioses son duefios de la vida y la muer- tede los hombres, e eres y lanz6 su rayo mor- tal contra Asclepio. Enfurecido Apolo por la muerte de su hijo, se encaminé al pais de los ciclopes, que eran quienes forjaban los rayos del gran Zeus, y trabé con ellos descomunal batalla, maténdolos a todos, uno a uno. Asclepio, llamado luego Esculapio por Jos romanos, quedarfa ya para siempre como dios y protector de la medicina, pero su pace Apolo fue castigado por su venganza y enviado a la Tierra a trabajar como esclavo de los hombres. Primero particip6 en la cons- truccidn de la muralla de Troya, como antes te dije, y nego pas6 a cuidar los rebafios de bueyes y vacas del rey de Tesalia. —iUn dios pastor de vacas? —Un dios pastor, en efecto. Pero fijate que hasta en este humilde oficio sigue Apolo deslumbrando por su hermosura y su ingenio de miisico y poeta. Precisamente por su expe- riencia pastoril serfa también nombrado dios protector de los campos y de los animales. Y te diré mas: en sus correrfas campestres protagoniz6 Apolo algunas de las mas bellas leyendas de la mitologia cli Liras contra flautas —iQué hermosas som las verdes praderas y umbrosos bosques mitolégicos, muchacho, amigo mio! Por ellos corrié Apolo durante su placen- tero destierro entre los hombres, recitando melodiosos versos y haciendo sonar su lira. Las nueve musas, que bajaban del Parnaso a consolar al dios en su destierro, entonaban céinticos excelsos, y las ninfas de los bosques y las fuentes danzaban en corro coronadas de jacintos Y alo lejos, sonaba la flauta de Pan La lita y la flauta son los dos instrumentos mitoldgicos por excelencia. De su miisica estan Tlenas todas las leyendas y fabulas de la mitologia. La lira de siete cuerdas, regalo de su padre Zeus, era la preferida del dios Apolo. Su miisi- cca era dulce como ninguna. Un dia la escuchs Orfeo, hijo de la musa Caliope, y se prendé de su armonfa. Apolo le ensefié a manejarla y hasta le regal6 una. Orfeo, entusiasmado, aita- di6 al instrumento dos cuerdas més, en honot de las nueve musas del Parnaso, y consiguié superar en destreza interpretativa a su propio. maestro. iLa misica de Orfeo james ha sido ni serd superada! Las fieras salvajes se tornaban mansas cuando la escuchaban y hasta los rfos detenian su cotriente y los vientos su carrera Para extasiarse con la lia de Orfeo. Los mismfsimos monstruos del infierno © Tértaro quedaron hechizados con su son. cuando alli descendi6 nuestro divino masico cn busca de su esposa Euridice, muerta por Ja picadura de una serpiente. Tafiendo fa lira apacigué Orfeo a Cancerbero, que custodia- ba la puerta del abismo; tafiendo la lira calms a las furias que querfan devoratlo; tafiendo la lira convencid al dios Hades para que le evolviese a su esposa, si bien hubo de acep- tar una pequefia condicisn: la de no mirarla a la cara hasta llegar al reino de los vivos, {Pero eran tantas las ansias de contemplar otra vez la belleza desu amada, que Orfeo le levants el velo que le cubria el rostro y Euridice se convirtié en humo, esfuméndose en el aire Para siempre! ¥ la tira de litico masico quedé muda también para siempre jams, Pero siguis sonando Ia del dios Apolo, maravillando a cuantos la escuchaban, y has- ta haciéndolos llorar de emocién. Como ocu- rid en el desafio musical que sostuvo con el sitiro Marsias, inventor de la flauta de doble tubo, Tan orgulloso estaba de su instrumento y-de lo bien que lo tocaba que un dia ret6 a Apolo, poniendo como jueces a todos los habi- tantes de la ciudad de Nisa. El propio Marsias fue el primero en comenzar la competencia musical; su flauta sonaba melodiosa, alegre, imitando el trinar de los pajaros, el murmullo de las olas, el rumor de las fuentes, la furia del hhuracén y el tenue sifbido de la brisa El piiblico aplaudié con enorme entusias- mo, pero Apolo no se arredré: templé su lira, certé los ojos, invocd a todas las musas del Parnaso, amigas suyas, y comenzé a tafier su_ dorado instrumento mientras entonaba una cancién nostilgica, con historias de amor y desengatios. A los habitantes de Nisa se les sobrecogis, el coraz6n. Rompieron en dulces kigrimas y dieron el premio del certamen al dios Apolo por completa y aplastante unanimidad. ero hay que afadir, en honor a la verdad, que al dios le agradé tanto el sonido de la flauta de Marsias que, en cuanto tuvo oca- sién, consiguié una igual y aprendié también a tocarla con maestria, ¥ la ocasién se le pre- senté cuando el joven Hermes, hijo de Zeus y de la pléyade Maya, robs los bueyes que 61 Pastoreaba Apolo y los encerré en una cueva EI dios acudié furioso a rescatar su rebatio, pero hete aqui que, al legar a las cercantas de la gruta, un dulce son lo hace detenerse, absorto. (Qué es lo que suena tan melodio. samente? Ni més ni menos que la sitinga o flauta de Pan, tocada por el joven Hermes, Apolo queda tan prendado de la mésica que acepta, sin pensarlo dos veces, el trato que aqueél le propone: “Te cambio las vacas por la siringa”, “De acuerdo”. Y desde entonces, el dios Apolo fue ya consumado maestro en los dos instrumentos mitol6gicos por excelencia: la lira y lo flauta, —Pero al insttumento que le dio Hermes 16 Jo has llamado siringa o flauta de Pan, —Justamente. Porque fue el dios Pan quien la invents. Su leyenda es una de las mais bonitas de cuantas acontecieron en los bosques micoldgicos. Pan era un dios de exten figura: la mitad superior de su cuerpo era humana y Ia infe- Hor de macho cabrio, con pezuias en vez de pies. Pero a pesar de sur aspecto era un dios juguetin y enamoradizo. Un dia que sestea- ba a la sombra de una higuera silvestre vio pasar cerca a la ninfa Siringe. Se enamors de inmediato de ella y se puso a petseguitla por bosques y valles. Cansada la ninfa de tanto correr, invocé a los dioses que viniesen en su ayuda y éstos, compadecidos, la convirtieron en alta y cim. breante eafia de las que erecen a la orilla de los lagos. Pan se abraz6 a ella y suspiré de tris- teza. La cafia, mecida por el viento, suspird también con sonido melodioso. Y entonces el dios cort6 varios troz0s de su tallo y can ellos construyé la siringa o caramillo de los pasto- res, en cuya miisica puede atin adivinarse el triste lamento de la ninfa Sixinge. —Una bellisima historia, ya lo creo que sf —Casi todas las relacionadas con las nin- fas lo son. Pero iquiénes son las ninfas, maestro? Fata apareciendo repetidamente en tu rela- toy me gustaria, —Las ninfas son las divinidades femeni- nas de la naturaleza, Ellas producen la fecun- dlidad de la tierra y reciben distintos nombres segin el lugar donde moran: néyades si viven cn los rios y fuentes, nereidas si en el mar, oréades si en las montafias y alseides si pue- bilan los bosques sagrados. Por su extraordinaria belleza son requeri- das de amor por los dioses y los hombres y no es la nina Siringe, de la que acabo de hablar- te, la tinica que se transforms en algtin ele- mento de la naturaleza para librarse del acoso de sus pretendientes, Otro ejemplo es Dafne, que se convirtié en laurel ante la persecucién amorosa de Apolo. También esta leyenda es hermosfsima, verds Resulta que Apolo, arrogante siempre, se habfa reido un dia de Eros 0 Cupido, dios del amor, haciéndolo queda mal ante la Bente por no saber manejar el arco con el ae lanzaba sus flechas amorosas. Y Cupido, ara demostrarle todo lo contratio, afin sn Punterfa y clavé un dardo en el cotazén del propio Apolo y otzo en el de labellisima ning Dafne. Solo que el primero era de amor apa. sionado y el segundo de odio y desdén, iY otra vez la tragedia del amor no corres- pondido! Mientras el dios se lanza como un loco en busca de la ninfa, ésta huye despre. ciando sus requerimientos, Y de nuevo se tepite la historia de Pan: a Punto esté Apolo de alcanaarla y abrazarla, cuando los disses, compadecidos, Ia convierten en un verde laurel, que es precisamente lo que significa dafne” en la lengua griega. El dios arranea amorosamente una de sus ramas y se corona con ella la frente, estableciendo que sea el laurel, desde entonces, la recompensa de los buenos poetas. —Oye, Homero, pero porlo que me cuen- tas, poco éxito parece que tenia Apolo en las cosas del amor: ni Casandra, la princess de Troya, ni la ninfa Dafne prestaron demasiada atencién a la belleza del dios Tienes razén, muchacho. No fue Apolo muy afortunado en sus relaciones amorosas. Pero es que tampoco lo fue en sus amistates Amigo fntimo del joven Jacinto, jugaba un dia con él a lanzarse el disco ofimpico, cuan- do Cero, aue estaba celoso de esta amistad desvié el juguete golpeanda mortalmente la sien del muchacho, cuya sangre regé la tierra. Apolo, inconsolable, hizo brotar de ella la flor azul que levaria para siempre el nombre de su amigo muert. A Ciparis, otro de sus intimos amigos, y por su propio deseo, lo convertirfa Apolo en ciprés, érbol que simboliza la amarga tristeza, cuando el joven dio muerte, sin querer, a un. hermoso ciervo que cuidaba y queria entrati blemente. —iLa mitologia esté llena de transforma ciones de personajes en plantas! —En plantas, en animales o en rfos y fuen- tes, ya te lo comenté al hablar de las ninfas. Es lo que en mitologfa se denomina metamor- fosis. El poeta latino Ovidio eseribi6 un libro dedicado totalmente a este tema. ¥ entre las metamorfosis mis célebres de la mitologta estan, sin duda, las del propio padre de los dioses, Zeus 0 Jipiter. El se convirti6 en toro para conseguir a la princesa Europa, y en cis- ne para enamorar a la reina Leda. Son dos historias « cual més curiosa Europa era hija del rey de Fenicia, Age- nor, y sobresalfa entre todas las mujeres por su belleza deslumbrante. Jugaba Europa un dia con sus compafieras en un prado cercano a la playa, cuando la vio Zeus y se enamor6 apasionadamente de ella “jPero qué hacer para conquistarla?”, se pregunitaba el padre de los dioses. “Sime pre- 6

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