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El Estado

Si hubiese estado contando, se habría dado cuenta que solo le faltaban dos vueltas más en la cama
para completar las 100 en una hora. Mientras rebuscaba en la oscuridad de su habitación, nuestro
bastardo se preguntaba como carajos era posible que tras 19 horas de trabajo, a su mente aun le
quedaran energías para seguir haciéndole la vida miserable justo cuando necesitaba descansar. De
momento, se lamentaba de no tener ningún vicio para en defecto de dormir y pasar el rato
mientras se consumía un poco la vida. Buscando acomodo, levantó los brazos sobre su cabeza
pero sintió el dolor atravesando agudamente sus hombros… los bajó de inmediato, maldijo con
todas sus fuerzas y sacudiendo compulsivamente sus pies bajo las sabanas se sumió de nuevo en
el pequeño haz de luz de luna escurridizo que dibujaba opacamente una línea en la pared.

Una hora antes de que saliera el sol, ya el espejo del baño estaba reflejando un rostro pálido,
demacrado y con una profunda mirada de desprecio. La ducha ni siquiera se usó en el proceso; un
simple chapotazo de agua en la cara bastó para ponerse en movimiento. Con el cepillo de dientes
aún en la boca, pensaba por milésima vez en eso que ya había pensado hace cinco minutos y cinco
días antes desde hacía cinco semanas atrás. Salió a la calle lo más silenciosamente que pudo
hacerlo, sin desayuno en el estómago sentía que era más ligero y más sigiloso.

Eran las 5:18 de la madrugada y Cali ya tenía fiebre a 40. Una figura solitaria totalmente cubierta
de pies a cabeza y sin rostro caminaba en la misma dirección, al mismo paso y con la misma
determinación de todos los días; de nuevo recogiendo su gigante piedra para empujarla hasta
arriba.

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