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“LA OBRA DEL E.S.

EN EL MUNDO”
MATERIA: PNEUMATOLOGIA # 04
EMPO: “ESCUELA MINISTERIAL PARA OBREROS”
Lic. Th. Oscar Huacca L.
TEXTO: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no
vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de
justicia y de juicio” Juan 16:7-8
INTRODUCCION
Para determinar y considerar, con algún grado de aproximación, la extensa obra que el Espíritu Santo adelanta
sobre el mundo, para vislumbrar, de alguna manera, el ministerio actual del Espíritu de Dios, y su presencia
inequívoca en el corazón del justificado por la obra salvífica de Jesucristo, partimos por señalar que
justamente esta era, la de la gracia, ha sido designada como la era de la “DISPENSACIÓN DEL ESPÍRITU”.
Dispensar es absolver de la falta ya cometida, o de lo que se quiere considerar como tal.
De manera que la obra del Espíritu Santo se divide en tres (2) aspectos esenciales: 1. El Espíritu como
controlador del mundo; 2. El que Redarguye a los pecadores
I. EL ESPÍRITU COMO CONTROLADOR DEL MUNDO
Veamos entonces un pasaje sobre la obra controladora del Espíritu Santo, cómo el Espíritu de Dios asume el
control de los eventos que suceden y que involucra al gobierno divino sobre las fuerzas del mal que operan en
el mundo.
Esas fuerzas dirigidas por Satanás adelantan el ministerio de la destrucción del hombre y se nutren de la
intención de dar al traste con la obra de la salvación y la fe de los hombres en la Gracia de Dios.
“Ahora bien, hermanos, en cuanto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, les
pedimos que2 no pierdan la cabeza ni se alarmen por ciertas profecías, ni por mensajes orales o escritos
supuestamente nuestros, que digan: «¡Ya llegó el día del Señor!» 3 No se dejen engañar de ninguna manera,
porque primero tiene que llegar la rebelión contra Dios y manifestarse el hombre de maldad, el destructor por
naturaleza. 4 Éste se opone y se levanta contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de adoración,
hasta el punto de adueñarse del templo de Dios y pretender ser Dios. 5 ¿No recuerdan que ya les hablaba de
esto cuando estaba con ustedes?6 Bien saben que hay algo que detiene a este hombre, a fin de que él se
manifieste a su debido tiempo.7 Es cierto que el *misterio de la maldad ya está ejerciendo su poder; pero falta
que sea quitado de en medio el que ahora lo detiene.8 Entonces se manifestará aquel malvado, a quien el
Señor Jesús derrocará con el soplo de su boca y destruirá con el esplendor de su venida.9 El malvado vendrá,
por obra de Satanás, con toda clase de milagros, señales y prodigios falsos.10 Con toda perversidad engañará
a los que se pierden por haberse negado a amar la verdad y así ser salvos. 11 Por eso Dios permite que, por el
poder del engaño, crean en la mentira.12 Así serán condenados todos los que no creyeron en la verdad sino
que se deleitaron en el mal” 2 Tesalonicenses 2:1-12
Pocos pasajes involucran tantas verdades vitales que conciernen al futuro. Fíjense que aquí declara el
Apóstol Pablo que el día del Señor, el reino de los mil años, no llegará antes de haber experimentado la
apostasía final y haya aparecido el hombre de pecado, a quien aquí se le identifica como aquel que
perversamente pretende asumir las prerrogativas de Dios.
El ministerio de esa iniquidad prevista desde los días del Apóstol y provocada por Satán se hubiera
consumado en tiempos más cercanos si no hubiera sido restringido, sino hubiera sido limitado o
atajado. El que Impide continuará restringiendo hasta que el que Impide sea quitado de en medio.
Es decir, hay alguien que detiene al hombre de pecado para que solo se manifieste a su debido tiempo, hay
algo que impide que la perversidad se revele, lo que eventualmente ocurrirá, pero solo cuando así lo disponga
la voluntad del Soberado.
Entonces esta tarea colosal, sobrenatural, estupenda de detener al hombre de pecado e impedir que se
manifieste su ministerio de iniquidad está a cargo de algo y ese algo es el soplo de la boca de Jesús, el
esplendor o resplandor de su venida, el agente activo de la Trinidad en este mundo, de manera que es una
conclusión bien establecida que el que Impide es el Espíritu Santo de Dios, no puede ser otro que la tercera de
las Personas de la divinidad.
Está claro entonces que si no hubiere este impedimento en el mundo, la ola de iniquidad se elevaría
hasta niveles incomprensibles e insoportables de maldad. Bien cierto es que la naturaleza humana es
pecaminosa, plagada de perversidad; la verdad es que no hay ni uno solo bueno o justo y si no tuviera
contención la maldad y la ambición del hombre, seguro que abríamos desaparecido de la faz de la tierra desde
hacía mucho tiempo.
Recordemos lo que nos dice la Palabra de Dios en Efesios 2: 1-2 1 “En otro tiempo ustedes estaban
muertos en sus transgresiones y pecados, 2 en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se
conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en
la desobediencia”
Se refiere Pablo, indudablemente, a los cristianos, lo que deja por fuera a los incrédulos, que serían los que
aún hoy están muertos en las transgresiones y pecados, y los que todavía andan conforme a los poderes de éste
mundo y se conducen según el que gobierna las tinieblas.
Pero tenemos y contamos con la Persona que controla que la maldad del mundo se salga de las proporciones
adecuadas para que se cumplan los designios de Dios y el propósito de su obra salvífica, entregada al hombre
por la gracia de Dios y esta Persona es el Espíritu Santo de Dios, la tercera de las divinas personas.
Algunos contradicen esta posición arguyendo que el hombre solo necesita educación, cultura y
refinamiento para despojarse de la maldad intrínseca a su naturaleza, pero creo que todos hemos visto
que no hay condición humana capaz de elevarnos por encima de las leyes naturales.
Cuando el que Impide sea quitado de la tierra, se demostrará la verdad de la Palabra de Dios con
respecto a la corrupción del corazón del hombre.
La remoción del Espíritu es el reverso de Pentecostés, de manera que aquí nos tropezamos con una
hermosa paradoja: El que ya estaba en el mundo por ser infinito y omnipresente, vino el Día de Pentecostés
y el que será quitado aún será omnipresente.
Pero he aquí que ahora viene lo bueno: En cuanto a que la Iglesia es la morada del Espíritu Santo en el
mundo, eso lo sabemos, en tanto sabemos que al recibir a Cristo en nuestro corazón Él nos deja al eterno
consolador, al Espíritu Santo, y también sabemos que nosotros los creyentes conformamos el cuerpo de
Cristo, la Iglesia que Él vino a crear.
Así las cosas, es de suyo inferir, dentro del contexto general de las enseñanzas del Nuevo Testamento, que, al
ser quitado el Espíritu de Dios del control sobre la maldad del mundo, también será necesariamente removida
su Iglesia.
Cada uno de los cristianos es habitado por el Espíritu Santo y de allí surge el hecho unificador respecto
a la Iglesia, en tanto sus miembros son poseídos de la naturaleza divina, la que es impartida por la obra
del Espíritu Santo de Dios. La presencia del Espíritu Santo constituye el sello, sello que lejos de ser
intermitente o temporal es permanente, “hasta el día de la redención”.
Para corroborar lo dicho, fíjense en esto: Si el Espíritu Santo saliera de la Iglesia, ésta dejaría de ser lo que
es y ello es una noción anti bíblica, ya que sus miembros estaríamos vacios del Espíritu Santo de Dios y
pasaríamos por la gran tribulación, en contradicción con una de las más preciadas promesas de Jesús,
escondida en Juan 14: 16-17 16 Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro *Consolador para que los acompañe
siempre:17 el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero
ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes.
Y como el mismo Juan dice en 1 Juan 2:27 27 En cuanto a ustedes, la unción que de él recibieron
permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Esa unción es auténtica —no es falsa— y les
enseña todas las cosas. Permanezcan en él, tal y como él les enseñó.
No hay, ni se ha considerado por Dios, separación entre el Espíritu Santo y el creyente, ni ahora ni
nunca. Cuando sea quitado el Espíritu Santo la iglesia será arrebatada o removida con Él, será llevada por Él,
no puede ser dejada atrás.
El alcance de la restricción del Espíritu en cuanto al sistema mundanal no ha sido revelado, pero puede
someramente calcularse cuando vemos en las relaciones más o menos civilizadas, el reconocimiento, la
defensa, promoción y promulgación de los derechos humanos, la defensa del derecho a un medio
ambiente sano y el derecho a la vida de los animales y las plantas del planeta.
Se demuestra, también, en la forma como a través de la Iglesia, se predica el evangelio, la Palabra de Dios y se
divulga por los confines del mundo; se restringe, además la blasfemia contra el Espíritu de Dios, no hay en el
lenguaje humano ni un solo juramento en el nombre del Espíritu Santo y esa restricción no se debe a
deficiencias humanas sino a la obra restrictiva del Espíritu. Las restricciones se seguirán dando hasta cuando
el Espíritu Santo sea quitado y será entonces cuando los poderes desenfrenados de las tinieblas se
enseñorearán sobre la tierra y sobrevendrá el terror de la gran tribulación.
La Iglesia debe partir con el Espíritu Santo cuando Él sea removido de su lugar de residencia en el
mundo. Él llevará consigo su morada: El corazón de los creyentes.
II. EL ESPÍRITU QUE REDARGUYE DE PECADO, DE JUSTICIA Y DE JUICIO:
“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a
vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y
de juicio” Juan 16:7-8
Dentro de la divina empresa de ganar a los perdidos no hay factor más vital que la obra del Espíritu
Santo en la que Él convence o reprueba al sistema mundano respecto al pecado, justicia y juicio.
El hombre natural está incapacitado para dar una respuesta favorable a la invitación del Evangelio; considerar
lo contrario es contra las enseñanzas de la Biblia, es limitar la obra del espíritu y dar rienda suelta a una
ilimitada vanidad humana, que nos lleva a creer que somos capaces de cumplir con los términos del
Evangelio, en tanto que las Escrituras nos enseñan que nadie es capaz de adoptar una decisión inteligente
respecto a aceptar a Cristo como Señor y Salvador, separado de la obra iluminadora del Espíritu Santo.
El problema para el evangelista no es provocar una confesión pública de parte del perdido de que cree en
Jesucristo como señor y Salvador, el problema es producir una clara concepción en la mente y el corazón del
hombre de la gracia salvadora de Dios.
Es desconcertante para el método de ganar almas del predicador o el evangelista el tener que afrontar una
situación sobrenatural arbitraria sobre la cual ni él ni el inconverso a quien se pretende convertir tienen ningún
control; de manera que ni el evangelista convence ni el perdido tiene la opción de elegir si continúa en esa
condición u opta por salvarse.
La obra del Espíritu en esta esfera es soberana. Es el punto en el que la divina elección se ejercita y se
demuestra.
Es cierto que solo los elegidos son salvos y también es cierto que solo Dios, precisamente mediante su
Espíritu Santo, es capaz de inspirar dentro del creyente aquella oración que ha de ser un factor esencial en la
obra de inducir a los perdidos a aceptar a Cristo como Salvador.
Pero la oración no determina la elección de los hombres, sino que estará sujeta a la soberanía del Espíritu si se
ora en la voluntad de Dios.
También se afirma claramente que no puede haber salvación aparte de una iluminación preparatoria del
inconverso por parte del Espíritu Santo y esto se hace evidente, que se requiere de la obra del Espíritu, a la luz
de ciertas Escrituras que demuestran la incapacidad de los inconversos.
Veamos algunas: 1 Corintios 2:14 14 El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de
Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente.
En el contexto de este versículo el hombre natural es el no regenerado y su incapacidad es inherente. Él
no tiene control sobre esa incapacidad y ninguna instrucción humana puede alterar esa incapacidad.
Solo la intervención del Espíritu Santo tiene la virtualidad de alterar esa incapacidad; es decir, el hombre es
incapaz de recibir, percibir o comprender las cosas del Espíritu y para él son locura, es incapaz de entenderlas
y permanece en esa impotencia hasta cuando es movido por el Espíritu Santo y su mente es influenciada por la
unción divina y a su corazón se ha revelado, en lo secreto, se ha mostrado y ha visto a Jesucristo como Señor
y Salvador.
Veamos 2 Corintios 4:3-4 “3 Pero si nuestro evangelio está encubierto, lo está para los que se pierden.4 El
dios de este mundo ha cegado la mente de estos incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de
Cristo, el cual es la imagen de Dios”
No solo se dice aquí que los inconversos están cegados al Evangelio de la salvación por gracia, sino que
tal ceguera es impuesta sobre sus mentes por Satanás, precisamente por que él a propósito esconde el
Evangelio para que no los alcance. Ninguna apelación humana puede remover ese velo de la mente del que
no cree.
Consideremos también Juan 14: 16-17 “16 Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para que
los acompañe siempre: 17 el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo
conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes”
Aquí declara Jesús que el mundo no puede aceptar al Espíritu de verdad porque no lo ve ni lo conoce y esa
condición lo incapacita para volverse a Dios con fe salvadora.
Y en Juan 6: 44 dice: “44 Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en
el día final”
Está claro, entonces, que nadie llega a Jesús si no es traído a Él por el Espíritu de Dios, de donde
podemos afirmar que nosotros no vamos a Jesús, voluntaria y conscientemente, por nuestros propios
medios y mediante una decisión personal, independiente de cualquier influencia sobrenatural, ya que
estábamos incapacitados para percibir las cosas del Espíritu, sino que fuimos llevados a Él, por Aquel que nos
eligió, que nos seleccionó para aceptar a Cristo como Salvador y ser salvos por su gracia y misericordia.
III. EL ESPÍRITU CONVENCE
A. Pecado:
Esta iluminación del Espíritu Santo no es de pecados personales; si así fuera podría ir acompañada de
profundo arrepentimiento y vergüenza y no proveería ninguna curación.
La iluminación se refiere a un pecado: El fracaso de no recibir a Cristo y su salvación. Esto implica que el
camino de la vida a través de la fe en Cristo ha sido aclarado a los que han sido iluminados y con esa
develizada hubo revelación del nuevo pecado, un pecado que antes de la muerte de Jesucristo no podía
haberse cometido, el pecado de la incredulidad en Cristo y la Salvación que Él ha consumado.
Creer en Jesús y en su obra salvífica y reconocerlo como Señor satisface a Dios como el sacrificio de su Hijo
en la cruz. No creer en Él, es una afrenta a la gracia de Dios, en tanto significa el desprecio por la obra de
Jesús.
B. Justicia:
En esta ocasión se habla de la justicia imputada, mediante la cual Dios justifica al impío. La justicia que
se hizo en la persona de Cristo, que pagó siendo inocente, con su sacrificio en la cruz, por los pecados de los
culpables.
Esta justicia se imputa a los miembros del cuerpo de Cristo como a Él mismo, tanto, así como que el creyente
es uno con Él, así como Él es uno con el Padre y el Espíritu Santo de Dios.
Es real y legítimo que cada creyente recibe la parte de justicia que le corresponde por que siendo un miembro
del cuerpo de Cristo el creyente es por absoluta necesidad lo que Cristo es: Justicia de Dios.
Dice la Palabra de Dios en Romanos 5:17 “17 Pues si por la transgresión de un solo hombre reinó la muerte,
con mayor razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en vida por medio de
un solo hombre, Jesucristo”
Y en Romanos 3:22 “22 Esta justicia de Dios llega, mediante la *fe en Jesucristo, a todos los que creen. De
hecho, no hay distinción”
Es evidente, desde luego, que al poner la confianza en Cristo se debe abandonar toda confianza en sí mismo y
considerar que todo lo que un pecador condenado siempre necesitará ante Dios ha sido provisto y le está
esperando en Cristo Jesús, quien es la misma justicia de Dios.
C. Juicio:
La iluminación respecto al juicio está provista. Este ministerio del Espíritu Santo es algo que ya Cristo
llevó a cabo en su muerte.
No es una advertencia con relación a alguna futura manera de acabar con el mal, sino que se refiere al más
grande de todos los juicios que jamás se han efectuado o se hayan de efectuar, especialmente cuando Cristo ha
sido hecho el sustituto del hombre al llevar la condenación que el Padre debe imponer al caído y pecador.
La persona bien puede recibir por sí misma, al ser aprehendida y llevada ante el tribunal del juicio divino, al
ser justamente sentenciada a muerte y ser sacada fuera y ejecutada, a menos que otro haya tomado su lugar y
haya sido ejecutada en vez del pecador.
La ejecución pertenecía exclusivamente al pecador, pero por la muerte de Cristo éste es puesto al otro lado de
su propia condena. Aunque vivo e ileso el creyente pecador puede mirar hacia atrás a su propia ejecución
como que ya se ha efectuado. Habiendo creído en Cristo y por la fe fue incluido en el alcance de Su muerte y
el juicio que se ha efectuado una vez sobre Cristo no puede ser repetido contra aquel por quien Cristo murió.
Nos enseña l Palabra en 2 Corintios 5:14 14 El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de
que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron.
CONCLUSIÓN:
Así se ve que el Espíritu Santo revela a los inconversos, a los que llama, lo más esencial del Evangelio de la
Gracia divina – La muerte sustitutoria de Jesucristo – como algo que ya ha sido cumplido, juntamente con el
pecado de la incredulidad en aquel que ha sido muerto por dichos pecados. Igualmente revela esa perfecta
base provista en la cruz, la cual es nada menos que la justicia de Dios imputada al pecador.

En Cristo,

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