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Hoy abundan las imágenes. Nunca se habían representado y mirado tantas cosas. Las
apariencias son registradas y transmitidas, rápidas como el rayo. Pero esto ha venido a
cambiar algo, inocentemente. Se las solía llamar apariencias físicas porque pertenecían a
cuerpos sólidos. Hoy las apariencias son volátiles. La innovación tecnológica permite separar
fácilmente lo aparente de lo existente. Convierte las apariencias en refracciones, como si
fueran espejismos. En consecuencia, lo existente, el cuerpo, desaparece, vivimos en un
espectáculo de ropas y máscaras vacías.
Hasta hace poco, la historia, todas las memorias personales, todos los refranes, las fábulas, las
parábolas planteaban lo mismo: la lucha, perenne, atroz y ocasionalmente hermosa, de vivir
con la Necesidad; la Necesidad que es el enigma de la existencia y que, tras la Creación, no ha
dejado de aguzar el espíritu humano. La Necesidad produce la tragedia y también la comedia.
Es aquello que besas y aquello contra lo que te golpeas de cabeza. Hoy ha dejado de existir en
el espectáculo del sistema, y ya no se comunica ninguna experiencia. Lo único que se comparte
es el espectáculo, ese juego en el que nadie juega y todos miran.
Toda imagen pintada anuncia algo. Lo que anuncia es: Yo he visto esto; o, cuando la creación
de la imagen estaba incorporada a un rito tribal: Nosotros hemos visto esto. El esto se refiere a
lo que está representado. El arte no figurativo no es una excepción. La pintura es, en primer
lugar, una afirmación de lo visible que nos rodea y que está continuamente apareciendo y
desapareciendo. Posiblemente, sin la desaparición no existiría el impulso de pintar, pues
entonces lo visible poseería la permanencia que la pintura lucha por encontrar. La pintura es,
más claramente que cualquier otro arte, una afirmación de lo existente, del mundo físico al
que ha sido lanzada la humanidad. El impulso de pintar no procede de la observación ni
tampoco del alma, sino de un encuentro: el encuentro entre el pintor y el modelo, aunque este
sea una montaña o un estante de medicinas. Cuando una pintura carece de vida se debe a que
el pintor no ha tenido el coraje de acercarse lo suficiente para iniciar una colaboración.
Acercarse significa olvidar la convención, la fama, la razón, las jerarquías y el propio yo.
También significa arriesgarse a la incoherencia, a la locura incluso.
La ilusión moderna en relación con el arte (una ilusión que la posmodernidad no ha hecho
nada por corregir) es que el artista es un creador. Pero es más bien un receptor. Lo que parece
una creación no es sino el acto de dar forma a lo que se ha recibido. Lo que el pintor quiere
encontrar es la cara de lo que busca, persigue que la cosa le devuelva la mirada, persigue su
expresión: un signo por pequeño que sea de su vida interior. A las fotos, los vídeos, las
películas no se les encuentra nunca la cara: no la tienen; como mucho se encuentran
recuerdos de apariencias y de parecidos. La cara, por el contrario, siempre es nueva: algo que
no has visto nunca, pero que, sin embargo, te resulta conocido. (Conocido porque, dormidos,
soñamos con la cara del mundo entero, el mundo al que fuimos lanzados atropelladamente al
nacer.) Solo vemos las caras que nos miran. Un perfil nunca es una cara, y las cámaras
convierten todas las caras en perfiles.
Lugar. Lugar en el sentido de lieu, luogo, ort, mestopolojenie. Un lugar es más que una zona,
es la extensión de una presencia o la consecuencia de una acción. Un lugar es lo opuesto a un
espacio vacío, es donde sucede o ha sucedido algo. El pintor está siempre intentando
descubrir, tropezarse con ese lugar que contiene y rodea su acto de pintar en ese momento. El
lugar se halla en algún lugar de la frontera entre la naturaleza y el arte. Es semejante a un
agujero en la arena dentro del cual se ha borrado la frontera. Comienza con una práctica, con
algo que se está haciendo con las manos, las cuales buscan luego la aprobación del ojo, hasta
que el cuerpo entero está contenido en el agujero. Entonces hay una posibilidad de que este
se convierta en un lugar.
La noción renacentista de la perspectiva, que favorece el punto de vista exterior, tuvo oculta
para muchos durante varios siglos la realidad de la pintura como un lugar. En vez de ello, se
decía que un cuadro representaba una «vista» de un lugar. El pintor, en su soledad, sabe que
lejos de ser capaz de controlar el cuadro desde fuera, tiene que habitarlo, dejar que este lo
cobije. La luz de tu estudio cambia al caer la tarde, y los lienzos se transforman más que
cualquier otra cosa de las que se ven. ¿Qué es lo que cambia exactamente en ellos? Es difícil
saberlo. La temperatura, tal vez, y la presión del aire. Pues como pinturas esta luz no los
cambia. Cada uno de ellos cambia como un terreno conocido al otro lado de una puerta
abierta.
Cuando un cuadro se transforma en un lugar, hay la posibilidad de que aparezca en este la cara
de aquello que el pintor está buscando. Esa «mirada» que el pintor espera, anhela, que le
devuelva el lienzo nunca es directa, solo puede llegarle a través de un lugar. Si la cara llega a
aparecer realmente, será, en parte, pigmento, polvo coloreado; y, en parte, formas dibujadas,
corregidas una y otra vez. Pero lo más importante será el proceso, el proceso de que llegue a
existir lo que está buscando. Lo que toca toda pintura verdadera es una ausencia, una ausencia
de la que, de no ser por la pintura, no seríamos conscientes. Y eso sería lo que perderíamos.
Su espacio no tiene absolutamente nada en común con el de un escenario. Los expertos que
pretenden ver en estas pinturas el «origen de la perspectiva» caen en una trampa profunda.
Los sistemas pictóricos de perspectiva son arquitectónicos y urbanos: dependen de la ventana
y de la puerta. La «perspectiva» nómada es una perspectiva de la coexistencia, nunca de la
distancia. Todo el drama que en el arte posterior se transforma en una escena pintada sobre
una superficie con bordes, se comprime aquí en la aparición que ha atravesado la roca para ser
vista. La roca caliza se abre al efecto, prestando aquí un abultamiento, allí una oquedad, una
profunda grieta, un labio sobresaliente, un lomo hundido. La aparición llegaba casi
imperceptiblemente al artista, arrastrando un sonido inmenso, distante, irreconocible, y el
artista daba con ella y localizaba dónde empujaba o presionaba la superficie, la superficie
delantera, en la que permanecería visible incluso después de haberse retirado y vuelto al uno.
Unidad 3
Para una sociología de las emergencias
Los seres humanos viven dentro y fuera de la historia. Hacemos historia en la medida en que
resistimos a lo que la historia hace de nosotros. Vivimos lo que ya fue vivido (el pasado nunca
pasa o desaparece) y lo que aún no ha sido vivido (el futuro es vivido como anticipación de lo
que en realidad nunca será vivido por nosotros).
La forma de capitalismo que hoy domina, conocida como neoliberalismo, al inculcar con
creciente agresividad que no hay alternativa al capitalismo y al modo de vida que impone,
configura una propuesta necrodependiente, una economía, sociedad, política, convivencia,
vicio de ver en la muerte ajena la prueba más convincente de que estamos vivos. A pesar de
que todo lo que existe en la historia tiene un principio y un fin, resulta hoy difícil imaginar que
el capitalismo, que tuvo un principio, tenga fin. La dificultad es superable, pero para ello es
necesario des-pensar mucho de lo que hasta ahora ha sido pensado como cierto, sobre todo
en el Norte global (Europa y América del Norte).
El primer des-pensamiento consiste en aceptar que la comprensión del mundo es mucho más
amplia y diversificada que la comprensión occidental del mundo. Entre los mejores teóricos del
pensamiento eurocéntrico de la transición del siglo XIX al siglo XX, hubo siempre una gran
curiosidad por el mundo extraeuropeo, pero siempre estuvo orientada a comprender mejor la
modernidad occidental y a mostrar su superioridad. No hubo nunca el propósito de apreciar y
valorar en sus propios términos las concepciones del mundo y de la vida que se habían
desarrollado fuera del alcance del mundo eurocéntrico. Todo lo que no coincidía con la
cosmovisión eurocéntrica dominante era considerado atrasado y peligroso y, según los casos,
objeto de catequización, represión, asimilación. En el momento en que el mundo eurocéntrico
da evidentes signos de agotamiento intelectual y político, se abre la oportunidad para apreciar
la diversidad cultural, epistemológica y social del mundo y hacer de ella un campo de
aprendizajes que hasta ahora ha sido bloqueado por el prejuicio colonial del Norte global: el
prejuicio de, por ser más desarrollado, no tener nada que aprender con el Sur global.
El segundo des-pensamiento es que esa diversidad es infinita y no puede ser captada por
ninguna teoría general, por ningún pensamiento único global capaz de abarcarla
adecuadamente. Los saberes que circulan por el mundo son infinitos. La aplastante mayoría de
la población mundial gestiona su vida cotidiana según preceptos y sabidurías que difieren del
saber científico. La ciencia moderna es más preciosa cuanto más se disponga a dialogar con
otros conocimientos. Su potencial es mayor cuanto más consciente sea de sus límites. Del
reconocimiento de esos límites y de la disponibilidad al diálogo emergen ecologías de saberes,
constelaciones de conocimientos que se articulan y enriquecen mutuamente para, a partir de
una mayor justicia cognitiva (justicia entre saberes), permitir que se reconozca la existencia y el
valor de otros modos de concebir el mundo y la naturaleza y de organizar la vida que no se
basan en la lógica capitalista, colonialista y patriarcal que ha sostenido el pensamiento
eurocéntrico dominante. No hay justicia social global sin justicia cognitiva global. Solo así será
posible crear la interrupción que permita imaginar y realizar nuevas posibilidades de vida
colectiva, identificar alternativas reprimidas, desacreditadas.
Spinoza, su distinción entre natura naturata y natura naturans, y su teología basada en la idea
Deus sive natura (Dios, o sea, la naturaleza). La concepción spinozista tiene afinidades de
familia con la concepción de naturaleza de los pueblos indígenas, no sólo en Oceanía sino
también en las Américas. Estos últimos consideran la naturaleza como Pachamama, Madre
Tierra, y defienden que la naturaleza no nos pertenece: nosotros pertenecemos a la
naturaleza. La concepción spinosista fue suprimida porque solo la concepción cartesiana
permitía concebir a la naturaleza como un recurso natural, transformarla en un objeto
incondicionalmente disponible para la explotación de los humanos. Al final esta era una de las
grandes razones, o mayor razón, de la expansión colonial, y la mejor justificación para la
apropiación no negociada y violenta de las riquezas del Nuevo Mundo. Y para que la
apropiación y la violencia fuesen plenas, los propios pueblos indígenas fueron considerados
parte de la naturaleza.
Las innovaciones jurídicas no surgen de concesiones generosas de las clases dominantes y las
elites eurocéntricas. Son la culminación de procesos de lucha de larga duración, luchas de
resistencia contra la explotación capitalista y colonial, contra modelos de desarrollo que solo
benefician a los explotadores. Su carácter de emergencia reside en el hecho de ser gérmenes
de otra relación entre humanos y naturaleza que puede ser potencialmente decisiva para
resolver los graves problemas ambientales que afrontamos. Son emergencias porque sirven no
solamente a los intereses de los grupos sociales que las promueven, sino también a los
intereses globales de la población mundial ante problemas como el calentamiento global y las
dramáticas consecuencias que de ello derivan. Para darles a estas emergencias el crédito que
merecen, necesitamos un pensamiento alternativo de alternativas, al que vengo denominando
epistemologías del Sur.
En cada proceso de transición se lleva a cabo una re-escritura completa del contrato social en
el que la existencia política de un cuerpo puede ser afirmada o negada. Una persona en
transición elabora poco a poco una cartografía de supervivencia que distingue espacios
transitables o intransitables, lugares en los que puede existir o en los que su existencia se ve
constantemente contestada, hasta constituirse con éxito una red de sujeción que permita dar
existencia material a la ficción política de su género. Lo que aprendemos de la transición es
que la soberanía de cualquier sujeto político no viene dada de antemano sino que se hace y se
deshace constantemente a través de un amplio soporte social e institucional: si a cualquiera de
ustedes les fuera retirado el documento de identidad, el pasaporte, si no se aceptara llamarle
por su nombre o utilizar un pronombre determinado para referirse a usted, si le fuera retirado
el saludo... su existencia social, sexual y política se vería erosionada o incluso destituida.
Nuestra soberanía no está hecha de anatomía, sino de un andamiaje de ficción, una suerte de
exo-esqueleto social que nos mantiene vivos: no hay nada de “real” en un nombre, o en un
adjetivo, o en un documento de identificación.