DUUUUVUUUUUVUUUUUUTUUUTUUUUUUUUUUU
iam Blake and the Moral Law, 1993) y en The Romantics.
England ina Revolutionary Age (1997), notas péstumas pu-
blicadas por su esposa Dorothy. Thompson cerré asf el
circulo iniciado con William Morris retornando al tema
que tanto le apasion6. En cualquier caso, historia y lite-
ratura vivirian un matrimonio feliz alo largo desu obra
posterior. Asimismo, la preocupacién de Morris por
un arte popular tendria miiltiples voces en los actores
sociales que recreé Thompson en sus siguientes libros y
ensayos. Evidentemente, como el historiador recono-
cié, Morris habia encontrado a su intérprete contem-
pordneo,
v
EXPERIENCIA, ACCION Y LIBERTAD
En 1950 Braudel echaba en falta una “obra maestra de
la historia marxista que hubiera servido de modelo y
punto de reunién; atin la estamos esperando” (La histo
ria: 127). Esta legaria bajo el nombre de La formiacin de
la clase obrera en Inglaterra, el segundo libro de E. P.
Thompson, descrito por Hobsbawm como
[...Juna especie de volcan hist6rico en erupcién de ocho-
cientas cuarenta y ocho paginas que fue acogido inme-
diatamente como un libro de importancia capital por
los historiadores profesionales, y que de la noche a la ma-
ana conquist6 al pitblico de jovenes lectores radicales
de ambos lados del Atlantico, y poco después, a los so:
ci6logos y especialistas en historia social de la Europa
continental (Arias: 201-202)
Sin embargo, este “volcan” no habia nacido en tierra
yerma, tenia algunos antecedentes de importancia que
nos proponemos enunciar en la primera seccién de este
capitulo a manera de contexto historiogréfico. Fue, a la
vez, la culminacién de la “historia desde abajo”, asocia~
da fuertemente con la historiograffa marxista preceden-
te, inglesa y francesa en especial, y el prometedor inicio
de la nueva historia social. Es decir, como todo libro de
época, fue un parteaguas entre lo que entonces habia y
Jo que estaba por venir. En Inglaterra hizo escuela. En
7Estados Unidos “cambié la naturaleza del discurso en
el estudio de la historia americana de la clase obrera”
(Eley, “E. P. Thompson” 65). En Espafia y América Lati-
na se ley6 con devocién y desperté algunas vocaciones
aletargadas por la historiografia tradicional. Sociélo-
0s y antrop6logos miraron hacia una historia que ponia
a prueba los conceptos.
La “historia desde abajo”
Antes de la profesionalizacién de la historiografia con el
aleman Leopold von Ranke, quien dot6a la disciplina de
cierto rigor metodolégico, definié su campo de estudio
y seleccioné las fuentes para hacerse de datos fidedig-
nos, el romanticismo generé una preocupacién hist6-
rica, literaria e incluso politica por el sujeto social por
antonomasia del siglo xix: el pueblo. Jules Michelet de-
dic6 todo un volumen para hablar de éste. Los autores
contemporaneos ven en él al ancestro decimonénico de
la historia de la gente comiin conocida como “historia
desde abajo” (Hobsbawm, Sobre: 207)
Mas cercano a nuestro tiempo podria mencionarse al
historiador francés Georges Lefebvre, quien desbroz6
este terreno con El gran pinico de 1789 (1932), aludiendo
con ello las expectativas, actitudes y conducta campesi-
- na ante la Gran Revolucién. Albert Soboul (1914-1982), su
discipulo mas avezado, dice que el trabajo de Lefebvre
cambié la perspectiva con la que se habfa abordado el
fenémeno revolucionario al mirarlo “desde abajo” (So-
78| boul, La Revolucién: 30). Este tiltimo, por su parte, des-
plazé el interés del mundo rural hacia la ciudad y reali-
26 una espléndida caracterizacién del movimiento po-
pular del Afio II, el de los sans-culottes, una amalgama
socialmente compleja de artesanos, desempleados, pe-
quefios propietarios y todo tipo de gente menuda que
defendié el control de los precios y practicé la demo-
cracia directa en 1793.
En Inglaterra, los estudios sobre la historia de la clase
obrera tienen una deuda con la tradicién liberal radical
y socialista (los Hammond, los Webb, Tawney Cole, en-
ire otros). En 1946 Maurice Dobb publicé sus Estudios
sobre el desarrollo del capitalismo que, si bien no eran una
historia acerca de aquella clase, daban una explicacién s6-
lida acerca de la Revoluci6n industrial y las transforma-
ciones del mundo del trabajo. Seis aos después, como
mencionamos en el segundo capitulo, comenz6 a publi-
carse Past and Present, revista que otorgé un papel ceri-
tral a la historia social, enfocada esencialmente bajo la
lente marxista. ‘
Tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, y como
décadas atrés habia ocurrido en Francia, la historia se
aproximaba cada vez mas a la ciencias sociales. La con-
vergencia de la historia con estas disciplinas recibié el
nombre de “historia social” y més adelante, en Estados
Unidos, el de “sociologia histérica”, para subrayar el
desplazamiento de los socidlogos hacia la historiogra-
fia (Casanova, La historia social: 84). Hacia 1970 —sefala
Hobsbawm—, la historia social tenia tres connotacio-
nes distintas 0, més exactamente, englobaba tres objetos
de estudio: las clases subalternas, la cultura y las men-
UUUUUUUUUUUUUU uuu uuu uuu
79UUUUUUUUUUUUNUUUU
talidades, y las formaciones econémico-sociales. La tilti-
ma, de mayor interés para el historiador briténico, lo mo-
tiv6 a preferir usar el término “historia de la sociedad”
(Hobsbawm, Sobre: 84-85). Hace una década, se miraba
todavia con optimismo “la cada vez més estrecha relacién
entre la historia y la teorfa social” (Burke, Historia: 30).
El padre moderno de la versi6n radical de la historia
j social, conocida como “historia desde abajo”, es George
. Rudé (1910-1993). Nacido en Oslo y avecindado desde
nifio en Inglaterra, conocié en Paris en 1949 a Lefebvre y
Soboul, poco después de realizar una incursi6n tarda en
la historiografia —inicialmente habia estudiado letras
modernas en Cambridge—, retrasada avin més por la gue-
rra, en la que participé en el servicio contra incendios.
Diez afios después publicé su primer libro, La multitud
en la Revoluci6n francesa, donde esboz6 su aportacién fun-
damental a la disciplina: la historia de los movimientos
‘populares. El ibro es una anatomia del pueblo bajo que
participé en la gesta revolucionaria, En trabajos poste-
riores abriria el abanico temporal hacia buena parte del
siglo xv y la primera mitad del xix, y extenderia el and-
lisis hacia la isla briténica, comparando la protesta po-
pular en ambos paises en La multitud en la historia (1964)
¥,El rostro de la multitud (1988), 0, junto con Hobsbawm,
elaborando el atin insuperado estudio sobre la revuelta
rhral de 1830: El capitén Swing (1969).
Rudé rompié con el paradigma dominante (proceden-
te de la historiograffa, la ciencia politica y la psicologia
social del Diecinueve y principios del siglo xx), segiin el
§o| Cal la protesta popular no obedecia a patrones raciona-
UUULTUUUUUUUUUUU
les y,carecfa de propésitos mas alld de Ja violencia y la
destruccién. La tipologia que elaboré exhibié la légica
interna de estos movimientos e identifics claramente sus
objetivos, normalmente la reparacién de un daiio ola res-
taurdcién de un estado de cosas rebasado o puesto en pe-
ligro por factores externos. Esto en cuanto se refiere a los
movimientos tradicionales 0 premodernos (encabeza-
dos frecuentemente por el artesanado), pues encontré un
quiebre en las revoluciones roménticas de 1848, donde
se perfilaron demandas més articuladas, grupos organi-
zados y nuevos métodos de lucha. Los liderazgos colec-
tivos y anénimos fueron cediendo el lugar a otros mas
visibles y personalizados. ;
Dentro dela perspectiva de Rudé, la accién colectiva™
no puede explicarse sin tomar en cuenta de las ideologias
que la sustentan. Con tal fin, hizo una distincién entre
Jos componentes mas simples e inmediatos, y los mayor-
mente elaborados, complejos y provenientes de fuera
A los primeros los denominé “creencias inherentes”, las,
cuales surgen de la vida diaria y refieren a cuestiones ele-
mentales de justicia, derechos adquiridos, usos y costum-
bres, libertades tradicionales, etcétera. A los otros les dio
el nombre de “ideas derivadas”, y los relacioné con sis-
temas de pensamiento més complejos e ideologias es-
tructuradas. La mezcla final que se oper en el seno de
Jos movimientos populares no s6lo dependié de lana
turaleza de unas y otras, sino de las circunstancias y expe-_'!
riencias concretas de éstos (Rudé, Revuelta: 46). ——""
Laamplia y variada obra de Eric J. Hobsbawm (1917),
que va desde la historia del movimiento obrero hastael | g,82,
jazz, de las grandes etapas histéricas a los momentos
coyunturales, de la economia al estudio de las tradicio-
nes y la iconografia del trabajo, comparte muchas de
las premisas tedricas de Rudé. Sus vidas y biografias
intelectuales también presentan paralelismos significa-
tivos: padres de distinta nacionalidad que sus cényu-
es, interrupcién de los estudios por la guerra, militancia
comunista, carencia durante un buen tiempo de una céte-
dra permanente, trabajo en universidades periféricas, una
obra historiografica iniciada en la madurez y, a partir
deallf, una produccién amplia y de gran repercusion den-
tro del campo (en el caso de Hobsbawm, también fuera
de éste, hasta convertirse algunos de sus libros en ver-
daderos best-sellers publicados en més de veinte lenguas).
Desde su aparici6n en el firmamento historiografico con
Rebeldes primitivos (1959) hasta Afios interesantes (2002),
los textos del historiador nacido en Alejandria no han
dejado de venderse, no obstante salir de la pluma de un
marxista ortodoxo.
Rebeldes primitivos y Bandidos (1969) apuntaron en la
misma direccién analitica y comparativa que Rudé al
distinguir entre los movimientos sociales arcaicos y mo-
demos. Aquéllos son impulsos restauradores y justicie-
Tos ante una situacién nueva y adversa que socava los
valores antiguos y el andamiaje cohesivo de la comuni-
dad. No intentan propiciar un cambio radical dentro del
statu quo, ni mucho menos dar lugar a-una revoluci6n,
sino hacer a un lado los factores disruptivos que amena-
zana la sociedad agraria tradicional. Es decir, pugnan
Por volver a tn pasado idilico en que las cosas hipoté-
ticamente eran diferentes y mejores. En este sentido son
conservadores y prepoliticos, ala vez que cuentan con una
base popular y son expresién de sus demandas. Los mo-
dernos, por su parte, surgen en la segunda mitad del si-
gloxx, poseen ideologias definidas, los articulan grupos
organizados (sindicatos y partidos), cuentan con lideraz-
g0s visibles, gozan de un cardcter secular, tienen finali-
dades politicas y, eventualmente, se plantean objetivos
revolucionarios. Apuntan para adelante. Hacia ese se-
gundo micleo problematico dirigieron sus baterias Tra-
bajadores (1964), Revolucionarios (1973) y El mundo del
trabajo (1984).
La formacién de la clase obrera
A grandes rasgos, éste era el panorama de la historia
“desde abajo” cuando aparecié el libro de Thompson.
Este se compone de tres partes. La primera (“El arbol de
Ja libertad”) trata de las tradiciones populares y de las
ideas que modelaban la mentalidad popular del siglo
xvmt. Ideas que sufrian transformaciones y mentalida-
des en donde arraig6 la disidencia religiosa. Viejos c6-
digos y nuevos significados coexistiendo en un mismo
sitio. Tradiciones, habitos y sociabilidades atejos apun-
talando formas de organizacién modernas. Ideas reno-
vadoras que dan voz a derechos antiguos y legitimidad a
prcticas reprimidas 0 canceladas, pero nunca olvidadas.
La segunda (“La maldicién de Addn”) trata del im-
pacto de la Revolucién industrial sobre el conjunto de
los trabajadores (rurales, urbanos, calificados y no cali-
83ficados). Transita de lo subjetivo a lo objetivo. Cambia
de esfera: de la cultura a la economia y a la vida social.
Muda de escenario: de la taberna y la iglesia, al taller y
la fabrica. Modifica la cronologia: se desliza del siglo
xvitial x1x. Las estructuras de dominacién aparecen con
toda su fuerza. Sin embargo, la “accién humana”, como
sefiala con raz6n Giddens, no cumple ningtin papel en
el cambio de las relaciones sociales, y las transforma-
ciones del trabajo y de los procesos de produccién, pro-
piciadas por la incorporaci6n de nuevas tecnologfas, no
se abordan suficientemente (Giddens, “Fuera’: 155 y ss).
Aunque ambas cuestiones debilitan su anélisis no
lo invalidan, porque la problematica central del libro es
otra. La Revoluci6n industrial interesa a Thompson en
tanto que experiencia y como un elemento del didlogo
entre el ser y la conciencia de clase: se ocupa de ella en
funcién de la modificacién de la cultura, de las formas
institucionales, y de los comportamientos y précticas pre-
existentes. Es un momento de la contradicci6n que, en
latercera parte (“La presencia de la clase obrera”), mos-
traré como sintesis con la exacerbacién del conflicto so-
cial, el surgimiento de una clase obrera disciplinada, la
aparicién de la ideologia obrera y la emergencia dela con-
__ciencia de clase.
Thompson combatié el economicismo de los historia-
dores y pensadores marxistas que ofrecfan una version
muy simplificada del surgimiento de la clase obrera, la
cual quedaba adecuadamente resumida en la ecuacién:
“energfa de vapor + sistema industrial = clase obrera. Cier-
g4| '@clase de materias primas, como la ‘afluencia de campe-
OUUUUUUUUUUUUUU UU UU UCU uuu
sinos a las fabricas’, se elaboraban como para producir
cierta cantidad de proletarios con conciencia de clase”
(rece: 295). De acuerdo con él, los trabajadores mismos t
tuvieron un papel activo en su conformacién como cla~
se social; la participacién consciente en este proceso (lo
cual no implica un control sobre los resultados, ni algiin
tipo de ingenieria social) los convirtié en sujetos de su
propia historia, y no en simples instrumentos o vectores,
de la estructura econémica de la sociedad industrial 0}
en funciones del “modo de produccién capitalista”. En
esta medida,
[...]Ia formacién de la clase obrera es un hecho de his-
toria politica y cultural como econémica. No nacié de
generacién esponténea del sistema fabril. Tampoco .
debemos pensar en una fuerza externa —“la Revolucién.
industrial’— que opera sobre una materia prima de la
humanidad, indeterminada y uniforme, y la transforma,
finalmente, en una “nueva estirpe de seres” (O11: 203)
‘Thompson distinguié a la clase social en tanto que cate-
goria histérica, la cual es una entidad objetiva ala que
no hay que concebir estiticamente como lo hace la s0-
ciologia, de la clase como categoria heuristica o analiti-
ca, que sirye para organizar la evidencia empirica. Al
respecto lanz6 afirmaciones provocadoras:
[...] la clase cobra existencia cuando algunos hombres;
de resultas de su experiencia comunes (heredadas 0 com-
partidas), sienten y articulan la identidad de sus inte | 3.UUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU
8
reses a la vez comunes a ellos mismos y frente a otros
hombres cuyos intereses son distintos (y habitualmen-
J te opuestos a) los suyos. La experiencia de clase esta
| ampliamente determinada por las relaciones de produc-
“ f cidn en las que los hombres nacen, o en las que entran
4 de manera involuntaria, La conciencia de clase es la
| forma en que se expresan estas experiencias en térmi-
‘nos culturales: encamadas en tradiciones, sistemas de
ivalores, ideas y formas institucionales (For, I: XIV),
Estas escuetas tesis, planteadas al inicio de La formacién
de a clase obrera en Inglaterra, constituyen no sélo las pre-
misas para el anélisis de la formacién de la clase, sino
también una ruta critica del libro. Thompson emplea
‘tres categorias basicas relacionadas reciprocamente: cla-
5e, experiencia y conciencia de clase, La primera supone
intereses comunes, procesados por medio de la expe-
riencia cotidiana, Dichos intereses no surgen al azar, ya
que se encuentran directamente asociados con las rela-
ciones productivas en donde los individuos estan in-
sertos, es decir, tienen como soporte una materialidad
social y se objetivan por la via de la experiencia, la cual
transforma a conglomerados humanos particulares en
clases sociales. Desde esta perspectiva, la clase existe a
través de su propia experiencia, Esta no solamente existe
como hecho practico, también es un acto autorreflexivo
de aquélla y conlleva un proceso cognitivo, por ser ésta
la marca dejada por el ser social en la conciencia colec-
tiva. En consecuencia, el puente entre la clase y la con-
«| eCiencia de clase se llama experiencia; ambas se objetivan
por medio de ela:“no podemos poner ‘clase’ aqui y con-
ciencia de clase’ alli, como dos entidades separadas,
consecutivas la una de la otra, ya que ambas deben de
tomarse juntas” (MT: 166-167). A través de la experi
cia “la estructura se transforma en proceso y el sujet
vuelve a ingresar a la historia” (mr: 262).
Después de estas definiciones teéricas, las cuales han
dado lugar a una discusién amplia entre seguidores y cx-
ticos, Thompson entra a la materia propiamente hist6-
rica del volumen. Aqui también su presentacién resulta
primera vista desconcertante, aunqueno tanto si toma-
‘mos en cuenta la categoria de experiencia y las observa-
ciones anteriores acerca de la inviabilidad dela ecuacién
“energia de vapor + sistema industrial = clase obrera”.
Elproblema objeto de "ELarbol de la libertad”, y de aqut
él desconcierto, no es la Revolucion industrial y sus efec-
tos en Ja vida de los, trabajadores (tema de la segunda
parte del libro), sino Ja politica, la religién y Ja cultura.
Fs decir, el contexio particular desde el.cual.se experi.
ment6 aquélla.
“Artesanos y trabajadores independientes forman la So-
ciedad de Correspondencia de Londres en 1792, porque
se dan cuenta que, siendo la mayorfa de la poblacién,
carecen de representacién politica. Estos “inrumerables
miembros” del ejército del trabajo discutfan en la taber-
nay ala salida de la iglesia acerca de su situacién, y da
ban forma a sus expectativas de remontarla. No pocos
sabfan leer y habjan entablado relacién con la palabra
escrita, ya fuera en materia de religién (donde se mul-
tiplicaban las sectas disidentes) o leyendo las ideas po-QVUUUUUUNUUNUUUUUUUU
Iticas de Thomas Paine, extraordinariamente difundi-
das en los talleres a través de la compra y el préstamo de
mano en mano de sus panfletos.
Una cosa no era independiente de la otra. Elmetodis-
mo habja educado a estos hombres en la organizacién,
el cumplimiento de las responsabilidades colectivas y
la cotizacién, elemento indispensable para financiar més
adelante a las agrupaciones y sociedades de auxilios mu-
tuos. La obra de Paine (El sentido comin, 1776; Los dere-
chos del hombre, 1791; y La edad de la razén, 1794) les habia
aportado algunas verdades sencillas acerca de la liber-
tad y los derechos ciudadanos, haciéndolos desconfiar
del dogma religioso 0, cuando menos, someterlo al exa-
men de la raz6n.
Sin embargo, no era del todo cierto que los panfletos
de Paine les abrieran los ojos repentinamente. Desde la
Edad Media, en la que el rey suscribié la Carta Mag.
na, la gente comtin asumja que era libre por nacimien-
to. Durante el absolutismo, y después con la Revolucion
del siglo xvn, se reconocieron derechos individuales
en oposicisn al Estado, de tal manera que aquélla no
estaba indemne ante la monarquia. Por eso, la lectura
de Paine no hizo sino dar expresién y forma a algo que
fotaba en el ambiente, Eran libres, si, pero su opinion y
ntimero no contaban. Solamente eran titiles sus bra-
208... mientras estuvieran en buen estado.
Pero no todo era orden. En el campo y la ciudad la
poblacién padecia el efecto de la escasez y el aumento
de precios de las mercanefas. La economia de mercado
gg| €ra inclemente con los Pequefios consumidores, quie-
UUULTUUUUUUUUUUU
nes tinicamente aspiraban a que en esta materia las co-
sas fueran como antes, pugnando por reestablecer un
orden econémico en que el trabajo diario alcanzara para
comprar loindispensable y darse algunos pequefios gus-
tos los domingos y en las fiestas (esto se trataré mas am-
pliamente en el sexto capitulo al hablar de la economia
moral). Muchas veces, eran las mujeres las que acaucilla-
ban los actos de protesta, que basicamente consistian
en poner los productos a disposicién del publico pa-
gandolos al precio justo. La ciudad estaba infestada de
desempleados, contrabandistas, malvivientes y pros-
titutas (“Los baluartes de Satan”), a quienes dirigian al-
gunas encendidas diatribas parrocos y predicadores.
Cuando el castigo eterno no bastaba, la fuerza publica
aplicaba métodos mas expeditos, respondiendoa la pre-
ocupacién “de la mayor parte de hombres y mujeres con
propiedad [quienes] sentian la necesidad de poner en
orden las casas de los pobres” (For, I: 46). De vez en cuan-
do éstos se amotinaban y entonces el problema aleanza-
ba otra dimensién:
El afio culminante de esos “motines” fue 1795, un afio
de hambre europea o de extrema escasez, en que la vie-
ja tradicién popular se endureci6 debido a la conciencia
jacobina de una minorfa. A medida que los precios sedis:
paraban, la accién directa se extendia por todo el pats.
En Nottingham, las mujeres “fueron de una panaderfa
a otra, fijaron su propio precio para las existencias qué
alls habfa, y dejando el dinero sobre la mesa, se lo lle-
varon” (FCO!, I: 57).UVUUUUUUUUU UU UU UU UP UUU UU uuu
90.
El ejemplo de la Sociedad de Correspondencia de Lon-
dres, concebida en la taberna “La Campana” por Thomas
Hardy y sus compafeeros artesanos en enero de 1792, cun-
dié en toda laisla y, en poco tiempo, abundaban socieda-
des locales de distinto signo, no obstante que en la época
clasociacionismo trabajador estaba frecuentemente prohi-
bido. Europa vivia en guerra y la monarquia briténica
temfa que la Revolucién francesa contagiara su territo-
rio, por lo que endurecié su politica hacia las clases popu-
Jares. Un personero del ministro de Guerra fue enviado
a Sheffield para tomarle el pulso a la situacién. Soné el
tono de alarma cuando en aquella ciudad no vio a una
comunidad de artesanos cuchilleros trabajando pacien-
temente, encontrandose por el contrario a un
[.] “centro de todas sus maquinaciones sediciosas”
dos mil quinientos “de los trabajadores manuales mas
bajos” estaban inscritos en la principal asociacién par-
tidaria de la reforma (la Sociedad Constitucional): “ahi
lefan y comentaban las publicaciones més agresivas, ast
como su correspondencia no sélo con las sociedades que
dependian de ella, en las ciudades y pueblos vecinos,
sino con aquellos que estaban [...] en otras partes del
reino” (FcO1, I: 100).
Este mundo de agitaci6n y represi6n tenia un trasfondo
yes el que nos muestra Thompson en “La maldicién de
Adan”. La realidad de la explotaci6n del trabajo cam-
bié la vida de los artesanos independientes, socavé los
lazos comunitarios y violenté las costumbres. Si el libre
juego de la oferta y la demanda lastims alos consumi-
asalariado,modificé las rutinas cotidianas, la cultura y
los valores. La relacion entre tiempo y trabajo se estre-
ché con la introduccion de la disciplina fabril, donde el
tiempo era dinero y ambos pértenecian al patr6n. La fa-
milia perdié cohesién al extenderse el trabajo asalariado
hacia mujeres y nifios. Crecié la inmigraci6n del campo a
la ciudad, y de las colonias al centro del imperio, prove-
yendo la demanda de fuerza de trabajo poco calificada.
“Los baluartes de Satan" tenian nuevos candidatos y las
iglesias habfan de vérselas con una inmigracién caté-
lica procedente de Irlanda que incluia a sus propios ofi-
ciantes.
A pesar de todo, la agitacién tenia fundamento. La
convergencia dela opresién politica y la explotacién eco-
némica habia abonado el terreno para la insurreccién,
como veinte afios después lo harian notar los hu
E] hecho que los obreros sintiesen estas injusticias de
alguna manera —y que las sintiesen de forma apasio-
nada—es suficiente en si mismo para merecer nuestra
atenci6n. Y nos recuerda, a la fuerza, que algunos d
los conflictos més asperos de aquellos aftos versaron
sobre temas que no estén englobados por las series del
coste-de-la-vida (FoI, I: 212)
Estos temas tenfan que ver con las costumbres, la inde-
pendencia, la seguridad y la justicia. Incluso también lsUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUT UU uuu uuu
92
con el honor y la autoestima. El artesano independiente
habia perdido el control del tiempoy del trabajo, el desem-
pleo crecia con la mecanizacién de los oficios y la fami-
lia entera, antes reunida en la casa-taller y que compartia
la mesa, ahora estaba dispersa en las naves industriales
de las fabricas. :Podia soportar una cultura paternalista
‘Ia independencia relativa alcanzada por las mujeres asala-
riadas? Sf, pero no sin respingar, sobre todo cuando el
jefe de familia vefa disminuida su autoridad, los hora-
‘rios no coincidian y la mujer ganaba un espacio de so-
‘cializacién més alla del ofrecido por la parroquia. Sin
embargo, el trabajo femenino e infantil era indispensable
‘para asegurar la subsistencia familiar, porque los sala-
‘rios oscilaban hacia la baja cuando crecia el desempleo,
esto por no mencionar la presién adicional que significé
la incorporacién de mujeres y nifios que se contrataban
por menos que los hombres adultos.
Elhonar tenia también que ver con el trabajo. Los ofi-
cios/antes regulados por un estricto aprendizaje, abrian
sus puertas ahora a trabajadores inexpertos y poco cali-
icados. El virtuosismo del artesano cedié el asiento a
\s criterios de eficiencia, productividad y ganancia. Para
asegurar la subsistencia habia entonces que trabajar mas,
hacerlo por menos y terminar més répido. El descanso
y las obligaciones comunitarias sufrian las consecuen-
cias de la tiranfa del tiempo de la sociedad industrial. To-
marse una cerveza con los amigos, comer carne de vez
en cuando, ir bien vestido a la misa dominical también
formaban parte de ese c6digo del honor que prescribia
lo que habfa de entenderse por una vida digna:
i
Lasacostumbradas tradiciones de la artesania trafan nor-
malmente consigo rudimentarias ideas del precio “equi,
tatiyo” y del salario “justo”. En las primeras discusiones
de las trade unions eran tan destacados los criterios so-
cialés y morales —Ia subsistencia, la dignidad, el orgullo,
de ciertos valores de la artesania, las retribuciones tradi-
cioriales para ciertos grados de destreza—, como los at-
gumentos estrictamente “econémicos” (For, I: 253). {
Los hiladores, primero, y los tejedores, después, figura-
ronentrélas primeras victimas del desarrollo fabril. De
hecho, en un principio, la mecanizacién del hilado in-
crementé enormemente la produccién y los tejedores
manuale§ tuvieron trabajo abundante y bien pagado.
Fue una &poca dorada, motivo de orgullo para ellos y
de envidia para el préjimo. El primer aviso de que esto
pronto llegarfa a su fin legé con las guerras napoled-
nicas, que les redujeron el empleo e hicieron caer los
ingresos. El segundo y definitivo vino con la expansién
de los telares mecénicos, que los golpe6 duramente. El
oficio se degradé y cualquiera con una calificacién me-
nor podia ocuparse de é!. La Revolucién industrial, pone
derada por los historiadores econémicos como un gran
salto dentro del progreso humano, para quienes la ex-
perimentaron en carne y hueso (los protagonistas del
libro) tuvo connotaciones menos felices: .
Si contemplamos el trabajo de los tejedores de telar
‘manual [...] era verdaderamente penoso y obsoleto, y
cualquier transicién, por muy lena de sufrimiento queVUUUUUUUUUUUUUUU UU UU UU uuu
94
estuviese, estaria justificada, Pero éste es un argumen-
to que desestima el sufrimiento de una generacién a
cuenta de las ganancias del futuro. Para quienes sufrie-
ron, este consuelo retrospectivo no sirve de nada (FCO1,
1: 346).
Enel campola situacién también se complicaba. La pro-
piedad privada, representada por los cercados 0 en-
closures, continuaba extendiéndose a expensas de los
terrenos comunales y, con la mecanizacién agricola, ren-
tistas y asalariados rurales perdian el empleo o dejaban
de ser competitivos ante quienes explotaban la ventaja
tecnolégica ofrecida por la trilladora mecénica. La re-
vuelta del Capitin Swing de 1830, diseminada en los
condados del sur de la isla britanca, daria cuenta del ta-
maiio de su hartazgo.
Lasegunda parte de La formacién de la.clase obrera en
Inglaterra culmina con una presentacion de lo que eran
la vida comunitaria, los lazos de solidaridad y los valo-
res compartidos. Aquf Thompson lanza la tesis de que
el metodismo-y.el_utilitarismo, tomados én conjunto,
conformaron-la-ideologia.de la Revolucién industrial.
Aquél hizo a los trabajadores escrupulosos, disciplina-*
dos y respetuosos de las jerarquias; éste a los patrones
avezados en el célculo, la maximizacién de las ganan-
cias y, sobre todo, despojé de cualquier prurito moral al
individualismo egoista. ,No habia acaso mostrado Man-
deville que la btisqueda del beneficio personal ayuda-
rfa a alcanzar la felicidad colectiva? A fin de cuentas, no
era sino el traslado al ambito de la filosofia moral lo que
habia comprobado Adam Smith en el terreno de la eco-
nomia,a saber, que la libre iniciativa individual condu-
cia al bien comin:
Las presiones tendientes a la disciplina y el orden se ex-
tendian desde la fabrica, por una parte, y la escuela
dominical, por otra, a todos los aspectos de la vida: el
ocio, las relaciones personales, la forma de hablar, los
modales. Junto con la mediacién disciplinaria de las fé-
bricas, lasiglesias, las escuelas, y los magistrados y milita-
res, se establecieron medios cuasioficiales para reforzar
una conducta moral ordenada (C01, I: 448).
De otro lado, la propia necesidad de contender contra’
la degradacién de los oficios, la falta de trabajo y la de-
preciaci6n del salario condujoa la organizacién. En ci
ta medida, ésta fue una vuelta a la comunidad perdida
con la irrupcién del capital y la produccién fabril a gran
escala. Aqui el metodismo mostré su otra faz y capacité
a un ejército disciplinado para la lucha, consciente ade-
més de que cualquier tentativa colectiva requeria del
esfuerzo econémico individual, la cooperacién y el sa-
ctificio. No obstante, como cada fenémeno tiene por 16
menos dos caras, “es un error considerar que ésta era
la tinica ética ‘obrera’ auténtica. Las aspiraciones ‘aris
tocraticas’ de los artesanos y los trabajadores manua-
les, los valores de la ‘ayuda a sf mismo’ o la delincuencia
y la desmoralizacién, también estaban ampliamente ex-
tendidos” (rco1, I: 471).DUUUUUUUUUUUUUUUUUUUTUUUUUuuuUUU0
96.
“La presencia de la clase obrera” ftercera:parte del,
‘tibrGfes la apoteosis de la historia y es donde también
la narrativa thompsoniana alcanza su mayor fuerza y
belleza. El punto de partida aqui son la politica y las
elecciones, no para recordarnos la aspiracién trabajado-
raa la participacién, sino para presentarnos el funcio-
namiento de la maquinaria politica nacional y local, la
timida extensién del derecho al sufragio, sin la conse-
cuente supresi6n de su cardcter censitario, y la continua-
da frustracién de las clases trabajadoras ante un sistema
politico excluyente.
Aparece de nueva cuenta el fantasma de la Revolu-
cin francesa encarnado ahora en la figura de loslliiditas
("Un ejército de reparadores”). Este es uno de los capf-
tulos més brillantes y emotivos del libro, donde ade-
mas Thompson tealiza una interpretaci6n totalmente
nueva del movimiento. Contra la caracterizacién domi-
nante, segtin la cual los luditas eran artesanos resenti-
dos por el desplazamiento de las maquinas, por lo cual
emprenden una batalla campal e irracional contra es-
tos instrumentos modernos (con la cual la posteridad los
recuerda todavia como los tipicos “enemigos del pro-
greso”), aquél los muestra como los artifices de una re-
ci6n_frustrada, ademas de hacer una asombrosa
reconstrucci6n hist6rica utilizando los informes de los
espfas infiltrados en las células de la organizacién:
En Inglaterra habia, ciertamente, dos culturas. En los
centros de la Revolucién industrial surgian nuevas ins-
tituciones, nuevas actitudes, nuevas pautas de compor-
{ tamiento comunitario que, de forma conciente o incon-
ciente, estaban configuradas para resistir la intrusién
del magistrado, el patrono, el parroco o el confidente.
La nueva solidaridad no era sélo una solidaridad con,
también era una solidaridad contra (Fcoi, II: 50).
Hacia 1811 el ludismo hizo acto de presencia y lo com-
ponfan aquellos artesanos que habfan visto degradarse
sus oficios. Tejedores y tundidores fueron en primera
fila. Como todos los movimientos de la sociedad pro-
toindustrial, posefa objetivos especificos y la violencia
estaba acotada; no iba dirigida hacia las personas sino
a las cosas: en Lancashire a la destruccién de telares
mecanicos; en Yorkshire a liquidar las tundidoras me-
cénicas. Las acciones eran acompatiadas por cartas
amenazadoras suscritas por el general Ludd, lo que su-
ponia cierto grado de alfabetizacién de quienes estaban
al mando. =
El ludismo posefa una organizacién clandestina en
toda regla, con células que no estaban conectadas ho-
rizontalmente y recibjan instrucciones a través de los di-
rigentes (esto con el propésito de prevenir los estragos
causados por una posible delacién). Habia grados, cla-
ves, pseudénimos, insignias y juramentos, tomados en
su mayor parte dela tradici6n irlandesa (parte de la sim-
bologia que heredarian las organizaciones nacionalis-
tas y revolucionarias de los dos siglos posteriores), Los
luditas —nos cuenta Thompson— “iban enmascarados 0
disfrazados, tenfan centinelas y correos,
ban con otros por medio de un santo y sefa, y el dispa-vuuuuy
ro de una pistola o escopeta en general es una sefial de
peligro o retirada’” (Fco1, II: 130).
Elconflicto evidenciado con el ludismo erael de una
sociedad en transicién donde, ala par de las reivindica-
ciones restauradoras, aparecfan otras dirigidas hacia el
futuro, dentro de un estado de cosas en el que la biis-
queda del beneficio personal quedara subordinado a la
satisfaccién de las necesidades humanas:
En distintos momentos sus demandas incorporaron un
salario minimo legal; el control de la “explotacién” de
mujeres y j6venes; el arbitraje; el compromiso, por parte
de los patronos, de encontrar trabajo para aquellos tra-
bajadores cualificados que hubiesen perdido su puesto
de trabajo debido a la maquinaria; prohibicién de la pro-
duccién de infima calidad; el derecho a la organizacién
legal de las trade unions (cor, H: 127).
La represi6n, las delaciones y las dificultades de coor-
dinacién acabaron por liquidar al ludismo hacia 1817.
De todos modos, éste abrié el camino para ensanchar,
aunque fuera un poco, la ruta del sufragio popular, por
donde ahora también podria circular un segmento de
Ja clase media. El movimiento cartista, encabezado por
Fergus O'Connor detoné en 1832 (afio donde concluye
el libro de Thompson), volviendo a asumir la demanda
del derecho al sufragio. O'Connor habia recorrido los
distritos textiles durante aquellos afios difciles.
El colapso del udismo no acabé con el naciente mo-
98] Yimiento trabajador, més bien sirvi6 para trazarle otro
UUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUY
i
cauce y volearlo hacia la protesta callejera. Antes de fina-
lizar la década de 1810, se sucedieron movilizaciones en
demanda de salarios justos y derechos politicos. Era un
contingente cada vez mas organizado el que recorria lag
calles, la muchedumbre del siglo xvmi, desordenada, festi-
vaeirreverente, habria paso a la disciplinada clase obre~
ra del siglo xxx, pues “es esta conciencia colectiva de sf
mismos, con su correspondiente teorfa, instituciones, dis-
ciplina y valores comunitarios, lo que distingue a la clase
obrera del siglo x1x de la multitud del siglo xvm" (co1,
471). Este cambio denaturaleza volvié a reavivar el recu-
rrente temor cerval de las clases propietarias y del Estado
burgués-aristocratico hacia la movilizacién masiva, mas
si ahora contaba con “la evidencia de la transformacién
de la chusma en una clase disciplinada” (Fcol, II: 279)
éterlo0 (16 de agosto de 1819) fue la respuesta:
No hay otras palabras para calificar estos hechos que
guerra de clases. Pero lamentablemente era guerra sélo
de un lado. El pueblo, apretujado y pisotedndose unos
a otros en el esfuerzo por escapar [del cerco tendido por
la caballerfal, no hizo nada por desquitarse hasta que
estuvo en los mismos limites del campo, desde alli unos
pocos que quedaron atrapados [...] lanzaron trozos de
ladrillos a sus perseguidores. Once personas fueron
asesinadas o murieron por las heridas. Aquella tarde,
se podian ver heridos por todas las carreteras de salida
de Manchester (#01, Il: 284).
La noticia de la masacre corri6 como reguero de pélvo-
ray larabia y el resentimiento se apoderaron de las con-
99VUUUUUNUUUNUUUUUUY
ciencias trabajadoras y de la gente corriente, del “inglés
libre de nacimiento”, que crefa en la libertad de expre-
sin, en el juego limpio entre las partes y consideraba
tabii el ataque a los indefensos. La clase obrera no retro-
cedi6 en sus demandas e incluso algunos grupos se ra-
dicalizaron al punto de planear una sublevaci6n. Eran
otra vez los distritos de los tejedores, donde poco antes
habfa enraizado el ludismo. Con este clima acabé la dé-
cada.
El capitulo que cierra el libro aborda la conciencia de
clase. En otras palabras, completa el recorrido histérico
que va del ser social a la conciencia. Este trayecto es jus-
; tamente la experiencia:
} "De este modo los obreros se formaron una imagen de la
organizacién de la sociedad, a partir de su propia expe-
riencia y con la ayuda de su educacién desigual y a du-
ras penas conseguida, que era, sobre todo, una imagen
politica. Aprendieron a contemplar sus propias vidas
como parte de una historia general del conflicto [...] Des-
de 1830 hacia delante, maduré una conciencia de clase
't (Fcor, Il: 314).
La experiencia de clase (explotacién, represién, rebeli6n,
aprendizaje, organizacién, movilizacion, etcétera) per-
mite ahora arribar a la conciencia de sus intereses espe-
cificos expresada en el socialismo owenita, un modelo
social que puso al trabajo en el centro de la reproduc-
cidn de la vida econémica, destacé la educacién infantil
100| ¥ los derechos de la mujer, rompi6 con la religién, com-
batié la especulacién, e impulsé la ayuda mutua y la
cooperacién. Al final del camino, la ideologia de la Re-
volucién industrial (metodismo + utilitarismo) abre en
el campo obrero el espacio para una propia, en la que
los valores se han transformado radicalmente. De algu-
na manera, el owenismo recre6 en un orden nuevo (Ja
sociedad industrial) los viejos valores comunitarios 0,
més bien, los actualiz6 dandoles alguna viabilidad en
la 6poca del capitalismo liberal:
El owenismo constituy6 siempre para ellos [los traba-
jadores] una influencia constructiva. De él habjan apren-
dido a considerar al capitalismo, no como una serie de
sucesos discontinuos, sino como un sistema. Habjan apren-
dido a proyectar un sistema de solidaridad ut6pico al-
ternativo [...] Habfan comprendido la importancia de la
educacién y dela fuerza del condicionamiento ambien-
tal (co, Il: 422),
UUULTUUUUUTNUUUU
4"