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ESCUELA SECUNDARIA TÉCNICA # 38


“José María Morelos Y Pavón”
Clave: 13DST0040N

PROYECTO MAX SHEIN 2011


E-BOOK

NOMBRE DEL EQUIPO:


Mecatl “Lazo de unión”

INTEGRANTES:

Hernández Estrada Tania Elizabeth 3 “D”

Huerta Hernández Carolina 3 “D”

Martínez García Angélica 3 “D”

Pérez Reyes Guadalupe Yanine 3 “D”

NOMBRE DEL PROFESOR:


María de Lourdes Vázquez Flora

C.C.T.:
13DST0040N

CORREO ELECTRÓNICO:
est38@hotmail.com

TELÉFONO:
01 771 71 39555

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Prólogo

Oscar Fingal O´ Flahertie nació en Dublín el 16 de octubre de 1854 su padrea sir


William Wills un médico especialista en oftalmología y otorrinolaringología. Su
madre era aficionada a los libros, por lo que recibía en su casa a artistas,
escritores y a todo aquel que tuviera algo interesante que decir para deleitarse de
una amena conversación.

El 2 de abril de 1857 nació su hermana Isola Francesca, que murió cuando tenía
nueve años a causa de una severa fiebre.
En honor a su difunta hermana, varios años después escribiría el primer poema
Requiescat, en el cual expresaba su desconsuelo por aquella perdida. Como tenía
una gran habilidad para traducir obas del griego al lati, en 1870 ganó el premio
Capemte de griego y en 1871 recibió una beca para estudiar en el Trinity College
de Dublín, la universidad más prestigiosa de Irlanda.

Wilde residió en Oxford desde los últimos meses de 1874 hasta el verano de 1878,
logo una reputación en el ámbito universitario, por sus pintorescos gustos. En los
que ya se vislumbraban sus preferencias estéticas e, incluso, sus tendencias
sexuales.

Osca mandaba poemas a las actrices de teatro más prestigiosas ensalzando sus
atributos y hermosura.
Wilde creció como artista y en junio de 1881 publico su primer libro de poemas.

En mayo de 1895 osca Wilde fue condenado a dos años de cárcel por cometer
actos sumamente indecentes con otras personas de sexo masculino, y fue
liberado el 19 de mayo de 1897 tras cumplir íntegramente su condena. Murió en
parís en 1900 en un mísero hotel.

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LA TRAGEDIA DE MI VIDA

Prisión de Reading

Querido Bosie:

Tras una espera prolongada e inútil quise ser yo quien te escriba para tu interés
como para el mío pues he pasado dos años interminables en la cárcel sin haber
recibido de ti una sola línea, ni noticias ni siquiera un mensaje, como no sean los
que tanto me apesadumbraron.

Nuestra trágica y lamentable amistad ha acabado, pero el recuerdo de esa antigua


amistad me causa una inmensa tristeza, mi corazón antes colmado de amor ahora
esta envenenado por maldiciones, angustias y humillaciones.

En esta carta escribo respecto a tu vida y la mía, sobre nuestro pasado y futuro,
de cosas dulces que se han convertido en amargura, habrá muchas cosas que
habrán de sangrar tu vanidad hasta lo más profundo. Si resulta de esta manera,
lee esta carta una vez y otra hasta que destruya tu vanidad totalmente.

Si descubres una culpa injustamente recuerda que debemos agradecer que exista
una falta cuya culpa recaiga sobre nosotros sin que la hayamos cometido. Y si
algún párrafo logra sacar lágrimas de tus ojos, llora como lloramos aquí en la
cárcel ya que el día al igual qué la noche están reservados para ese menester.

Es lo único que puede salvarte. Pero si vas a quejarte con tu madre para que te
mime y te arrulle, que te tranquilice y te devuelva a tu nube habitual, estas perdido.
Si tienes una excusa que te ayude en ese momento volverás a ser absolutamente
el mismo de antes.

¿Sigues afirmando en tu respuesta a robbie, que te imputó “intenciones


vergonzosas”? ¡Ah!, si nunca tuviste intenciones vergonzosas. Solo quisiste jugar.
¿Continuas asegurando que eres demasiado “joven” cuando comenzó nuestra
amistad?

Habías dejado ya muy atrás la etapa de la juventud. Con sinceridad habías


pasado del romance a la realidad. Ya eras preso del arroyo y de todo cuanto vive
en sus aguas, ese fue el motivo que te obligo a solicitar mi ayuda y yo que
insensatamente te ayude por prudencia.

Debes leer esta carta desde el comienzo hasta el final, aunque cada palabra que
contiene te consuma como fuego.

Así que yo peque durante mucho tiempo, y tu también. Abandona ese camino. No
temas: el vicio supremo es la superficialidad.

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Así mismo, no olvides que, por intenso que sea el dolor que sientas al leer mis
palabras, más lo sentí yo al escribirlas. La vida ha sido piadosa contigo te ha
permitido ver las extrañas formas de vida que adopta, has avanzado siempre libre;
mientras que a mi me han despojado del hermoso mundo del color y del
movimiento.

Para empezar te diré que me hago terribles recriminaciones mientras permanezco


sentado en esta celda umbrosa sintiéndome cada día mas infeliz y arruinada, es a
mí mismo a quien culpo por haber consentido una amistad no intelectual; una
amistad cuyo propósito principal era la creación y contemplación de lo bello.

No querías comprender que el valor de la obra dependía de la fuerza interior de su


personalidad, pudiese necesitar para el desarrollo de su arte, la compañía de las
ideas y la atmósfera intelectual llena de silencio, paz y soledad.

En fidelidad absoluta a los hechos, al recordarte que durante todo el tiempo que
pasamos juntos no escribí ni una sola línea; mi vida fue, mientras estuviste a mi
lado, infructuosa. Y salvo a escasas interrupciones, estuviste siempre junto a mí.

Cuando estábamos juntos teníamos una rutina: a las once y media llegaba todas
las mañanas a la plaza de Saint James

Así transcurrió mi vida durante tres meses día a día, salvo a los cuatro que
estuviste en el examen. Para un hombre como yo esta situación es trágica, seguro
ya lo has comprendido, tu carácter te hace reclamar con gran insistencia la
atención y tiempo de los demás.

Cuando comparo mi amistad contigo, con la que sostuve con dos jóvenes
hombres, me avergüenzo. Mi vida real se enriquecía cuando estaba con ellos. No
disertar ahora sobre los resultados de nuestra amistad. Solo pienso en las cosas
buenas mientras duro en el ambiente intelectual resulto ser indecente para mí.

No pudo reemprender mi amor ni labor ni acabar las dos obras que tenia que
perfeccionar. Supongo que ahora has publicado un libro de poemas. Mientras
permaneciste junto a mi me arruinaste mi arte; pero soy yo quien debe culparse y
avergonzarse por haber permitido que te interrumpieses entre mi arte y yo. No
eras capaz ni de entenderme ni de valorarme. Tus intereses estaban concentrados
en tus comidas y cambios de humor, tus deseos se reducían a diversiones y a los
placeres menos comunes. Tendría que haberte impedido la entrada a mi amor, mi
debilidad fue la culpable de todo; media hora en compañía del arte significo mas
para mi que todo un ciclo vivido contigo, nunca nadie se había interesado en mi y
fue por eso que para un artista como yo la debilidad fue un crimen. Me acuso de
haberte permitido que provocases mi completa ruina financiera.

Tu madre me hablo de tu carácter, me rebelo tus principales de efectos: tu vanidad


y lo que ella califico de “total equivocación en cuestión de dinero”.

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Llegaste a creer que tenias pleno derecho a vivir a mis expensas entre el lujo al
cual no estabas acostumbrado.

En otoño de 1892 hasta el día de mi reclusión he gastado contigo más de cinco mil
libras en efectivo además de las deudas contraídas.

La “vida sencilla con pensamientos elevados” era, en todo caso un ideal que tu
no hubieses sabido comprender; llevaste a tus extravagancias a un extremo que
acarreo a ambos la desgracia.

La base del carácter humano es el poder de decisión, la voluntad; y mi fuerza de


voluntad se vio totalmente sojuzgada por la tuya. Tal ves estas palabras suenen
grotescas, sin embargo entrañan una verdad. La única opción que me quedaba
era doblegarme a tus caprichos.

Había cometió un error psicológico de proporciones gigantescas. Siempre se


había creído que someterme a tu voluntad en las nimiedades carecía por
completo de importancia.

En realidad en la vida no existe nada pequeño ni grande: todo tiene igual valor e
iguales proporciones.

Una vez conseguido la orden de arresto, tu voluntad fue naturalmente lo que


gobernó todo.

Al volver a Londres, aquellos amigos míos, quienes realmente me querían, me


rogaron que huyese al extranjero para no tener que enfrentarme a un juicio
imposible. Tú me obligaste a quedarme y a comparecer ante los tribunales
ostentando, utilizando el perjurio.
Desde luego yo debí haberme librado de ti, debería haberte expulsado de mi vida.
Pero tal ves mi error no estriba en no haberme separado de ti, si no hacerlo con
demasiada frecuencia, he dado por terminada mi amistad contigo. Decidí
irrevocablemente no dirigirte más la palabra, ni permitir, sin ningún pretexto que
siguieses permaneciendo a mi lado.

Acepte verte de nuevo, te perdone y me suplicaste que te llevara al Savoy. Aquella


fue una visita fatal para mí.

Siempre me afligió mucho el verte victima de ese espantoso temperamento, sentía


por ti un enorme aprecio.

Estoy convencido de que en aquella época eras ya todo un sabio en francés o por
lo menos conocías la lengua bastante bien por que eras ya un estudiante de
Oxford.

Pero la verdad es que lo desconocías: en una de las rudísimas cartas que me


enviaste, me comentabas que no te hallabas conmigo “en una deuda espiritual de
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ninguna clase”; leí esta frase y pensé que era lo único verídico que había salido de
tu mente. Y conté que estas palabras no son consecuencias de la amargura, sino
de la comprobación de algunos hechos
De nuestra relación.

Yo no quise ser el primero en desanimarte o poner un freno a tu carrera literaria


sabia perfectamente que ninguna traducción podría plasmar el color y la cadencia
de mi obra en la medida apropiada.
Al día siguiente de una tarde en que viniste a mi casa huía yo literalmente al
extranjero para escapar de ti tuve que dar a mi familia una excusa absurda para
justificar mi súbita partida y por miedo a que salieses a buscarme le deje a mi
criado una dirección falsa.

Durante una semana estuve reflexionando, interrogándome a mi mismo en los


últimos días de aquella semana tu madre me envió una carta en la que me
expresaba todas y cada una de las sensaciones que me habían estado
martirizando. Hablaba de tu ciega e inmoderada soberbia, que te obligaba a
menospreciar tu propio hogar y de tu temperamento que tanto la exasperaba en
diversos aspectos de la perversión y cambio en ti. Y le implore que tuviese la
piedad de retenerte, guardarte ahí y esto por lo menos durante dos o tres años y
ello en tanto en tu interés como en el mío.
Mientras tú te dedicabas a escribirme en cada correo que salía de Egipto. No
respondí ninguna de tus cartas. Las leía y luego las hacia añicos. Me había
propuesto no tener ya contigo ninguna relación.
Llegaste a París un sábado por la noche, y encontraste una breve carta mía
diciendo que no quería verte.
El sufrimiento -por curioso que esto pueda parecerte- es el medio por el que
existimos, y es el único medio por el que somos conscientes de existir; y el
recuerdo del sufrimiento es como garantía o evidencia, de nuestra identidad.
Si nuestra vida juntos hubiera sido como el mundo se la imaginaba, una vida tan
sólo de placer, disipación y risas, yo no sería capaz de recordar ni uno solo de sus
pasajes. Es porque estuvo llena de momentos y días trágicos, amargos, siniestros
en sus avisos, grises o tremendos en sus escenas monótonas y violencias
indecorosas.
Hice todo para complacerte, como cuando estábamos en Worthing, me pediste
que te llevara al Grand Hotel de Brighton; esa misma moche caíste enfermo y no
tengo que recordarte cómo te atendí y te cuidé, no sólo con todo lujo de frutas,
flores, regalos, libros y todas esas cosas que pueden comprarse con dinero, sino
con ese afecto, ternura y amor que, pienses tú lo que pienses, no se compran con
dinero. A los cuatro o cinco días te recuperas, para entonces yo tengo una fiebre
terrible, y el médico descubre que me has contagiado la influenza. Los dos días
siguientes me dejas completamente solo, sin cuidados, sin asistencia, sin nada.
Yo te necesitaba peo tu, cuando estaba con fiebre en la cama, te abalanzaste
sobre mí con palabras atroces te pudieron sugerir un estado descontrolado y una
naturaleza indisciplinada y sin educación, me faltaste al espeto y hui de ti a otra
habitación. Tuve una sensación de horror.

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Tu absoluta confianza en que yo siempre te perdonaría era realmente lo que
siempre me gustó más de ti, quizá lo mejor que había en ti. Creí que ibas a pedí
perdón peo no lo hiciste y a decir excusas. Lejos de eso, empezaste a repetir la
misma escena con nuevos ímpetus y expresiones más violentas. Solo tomaste
dinero y saliste con tu equipaje. El hecho de que la separación fuera irrevocable
me daba paz. No supe mas de ti hasta el día de mi cumpleaños me enviaste una
cata en ella te mofabas de mí con vulgaridades. Tu única satisfacción en todo el
asunto, decías, era verme abandonado.
Concluías tu carta diciendo: Cuando no estás subido al pedestal no eres
interesante. La próxima vez que estés enfermo me iré inmediatamente. Cuántas
veces han vuelto a mí esas palabras en la triste celda solitaria
Que tú me escribieras eso, cuando la propia enfermedad y la fiebre que sufría las
había contraído por cuidarte.

En una ocasión abrí casualmente el periódico y vi en él un telegrama donde decía


que tu hermano mayor, el verdadero cabeza de familia, el heredero del título, el
sostén de la casa, había sido hallado muerto en una acequia, con el arma
descargada a su lado.
Lo que tú habías sido para mí en mi enfermedad no podía yo serlo para ti en tu
duelo. Al momento te telegrafié mi condolencia y en la carta subsiguiente te invité
a venir a mi casa, viniste enseguida a mí con dulzura y sencillez, vestido de luto y
con los ojos empañados de lágrimas. Buscabas consuelo y ayuda. Yo te abrí mi
casa, mi hogar, mi corazón. Hice también mía tu pena, para ayudarte a soportarla.
Nunca, ni con una palabra, aludí a tu comportamiento conmigo,

En toda pequeña circunstancia en la que los caminos de nuestras vidas se


cruzaron; en todo punto de importancia grande o aparentemente trivial en que
acudiste a mí buscando placer o buscando ayuda.

Tú me llevaste a la ruina y a la cárcel.

Lógicamente me doy cuenta de que no acabare pidiendo limosna en las carreteras


y si alguna noche me acuesto sobre la hierba fresca será para hacerle sonetos a
la luna. Cuando abandone la cárcel tendré dinero para sostenerme por lo menos
un año y medio. Tiempo suficiente para leer buenos libros, eso me ayudara a
recuperar mis facultades creativas.

Pero si no me quedase ni un solo amigo en el mundo; si nadie me franquease, ni


siquiera por piedad, la entrada en su hogar, mientras esté libre de rencor, crueldad
y desprecio me sentiré con fuerzas para enfrentar la vida con mucha más
tranquilidad y confianza de cómo lo haría si mi cuerpo estuviera cubierto de
púrpura y lino y mi alma permaneciese carcomida por el resentimiento.

Además, no tendré dificultades. Cundo de verdad buscas siempre lo encuentras


esperándote. Queda mucho por recorrer. Y tengo que hacerlo todo yo solo. Ni la
religión ni la moral ni la razón pueden ayudarme.

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La moral no puede ayudarme: Estoy hecho para las excepciones, no para las
normas. Pero aunque opine que no hay nada de malo en lo que hacemos, veo que
si hay algo de malo en lo que nos convertiremos.

La religión no puede ayudarme: La fe que otros tienen en lo invisible, yo la tengo


en aquello que puedo palpar y contemplar. Mis dioses se alojan en templos
hechos con manos. Me gustaría fundar una orden nueva para los que no
consiguen creer; la confraternidad de los no creyentes. Para las celebraciones
crearía un altar sin cirios ardientes, al que ascendería un sacerdote sin paz en su
corazón, para consagrar un pan sin santificar y un cáliz vació de vino.

La razón no puede ayudarme: Me revela que las leyes que me han condenado son
erróneas e injustas, y que estoy sufriendo por las leyes. Pero, de algún modo,
tengo que hacer que ambas cosas sean justas y acertadas para mí. Y así como en
el arte únicamente se preocupa uno por de lo que es un objeto determinado en un
determinado momento, de la misma manera ocurre con la evolución ética del
carácter. Yo tengo que hacer que todo lo que me ha sucedido sea bueno para mí.

El rígido camastro, la comida asquerosa, las cuerdas ásperas que convierto en


esparto hasta que las puntas de los dedos se me adormecen de tanto dolor, los
menesteres serviles con los que comienza y finaliza cada nuevo día, las ordenes
categóricas que la rutina parece necesitar, el horripilante traje que hace grotesco
el dolor, el silencio, la soledad, la vergüenza: todas y cada una de esas cosas las
tengo que transformar en experiencia espiritual. No hay ni una degradación del
cuerpo que no esté obligado a procurar convertirla en una espiritualización del
alma.

Quiero llegar al punto de poder decir simplemente, sin afectación, que los dos
grandes puntos de inflexión de mi vida fueron cuando mi padre me mando a
Oxford y cuando la sociedad me envió a prisión. No quiero decir con ello que el
haber entrado a prisión sea lo mejor que me podía haber ocurrido, pues esto
implicaría una amargura excesiva contra mí mismo. Preferiría decir, o que se
dijera de mí, que fui tan hijo de mi época que en mi obstinación, y por esa
terquedad, convertí las cosas buenas de mí en mal, y las cosas malas de mi vida
en bien.

Sin embargo, poco importa lo que yo diga o digan los demás. Lo esencial de la
tarea que tengo ante mí si no quiero desgarrar, mutilar y echar a perder el poco
tiempo de vida que me queda, es absorber en mi todo cuanto se me ha hecho,
convertirlo en una parte de mi mismo, aceptarlo sin reproches, reticencias ni
quejas. El vicio supremo es la superficialidad. Todo lo que se aprende está bien.

Cuando ingrese en la cárcel muchas personas me aconsejaron que procurara


olvidarme de quien era. Fueron consejos infaustos. Solo dándome cuenta de lo
que soy he encontrado consuelo de algún tipo.

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Ahora hay quien me aconseja también que, inmediatamente de que sea puesto en
libertad, intente olvidar que he estado en prisión. Sé que eso sería igualmente
funesto. Significaría estar siempre obsesionado por un sentimiento intolerable de
desgracia, y que todo cuanto ha sido creado tanto para mí como para los demás.
El lamentar la propia experiencia es como impedir el propio desarrollo; el negar su
propia experiencia es como sellar con una mentira los labios de su propia vida. No
es menos que intentar renegar de su propia alma.

Porque igual que el cuerpo lo absorbe todo, tanto lo vulgar e indecente como lo
que ha sido purificado por el sacerdote o la visión, y lo convierte en fuerza o
velocidad, en el juego hermoso de los músculos, en las formas de la carne
luminosa, en los tonos y redondeces de las cabelleras, los labios y los ojos, así el
alma, a su vez, tiene también sus funciones nutritivas, y puede transformar en
estados de pensamientos nobles, y pasiones de alto valor, lo que en si es bajo,
cruel y degradante: más aun puede encontrar en eso sus modos mas augustos de
afirmación, y a menudo alcanzar su revelación más perfecta mediante aquello que
iba orientado a profanar o a destruir.

El hecho de haber sido preso común de un presidio común yo lo tengo que


aceptar abiertamente, y por raro que parezca, una de las cosas que debo
enseñarme a mí mismo es a no sentir vergüenza por ello. Debo aceptarlo como un
castigo: y, si uno se avergüenza de haber sido castigado, de poco le ha servido el
castigo. Verdad es que fui condenado por muchas cosas que no había hecho,
aunque también por muchas cosas que si hice, y un número todavía mayor de las
cosas de las que nunca fui inculpado siquiera.
Y como los dioses son extraños y no castigan tanto por lo más humanitario y
positivo como por lo más abyecto que hay en nosotros, debo admitir la idea de
pagar por el bien y por el mal que he hecho. No me cabe duda de que esta en
razón de que así sea. Esto ayuda, o al menos debería ayudar a considerar
sensatamente ambas cosas, y a no ufanarse demasiado de ninguna de las dos,
así es que si, en vista de ello, yo no me avergüenzo de mi castigo-y espero
lograrlo-podre pensar, caminar y vivir con toda libertad.

Muchos hombres excarcelados sacan consigo la prisión al aire, la ocultan como


una infamia secreta en el corazón y finalmente, como pobres cosas envenenadas,
se arrastran a morir en un rincón. Es descorazonador que actúen de esa manera;
y lo que me parece lamentable del todo es que sea la sociedad la que les obligue
a hacerlo. La sociedad se atribuye el derecho de infligir castigos crueles al
individuo, pero también tiene el vicio supremo de la superficialidad, y no llega a
comprender la verdad de lo que hace.

Naturalmente se que en ciertos aspectos las cosas aun de ser para mi mucho más
difíciles que para otros; dada la naturaleza de mi caso así ha de ser.

A mí “el mundo se ha reducido a la anchura de una mano”, y dondequiera que


vaya mi nombre está escrito con plomo sobre las peñas.

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Los demás tienen que adoptar conmigo una postura u otra, así que han de
juzgarse tanto así mismo como a mí.

Los únicos con que me interesaría estar es con los artistas y las personas que han
sufrido: los que saben lo que es la belleza, y los que saben lo que es el dolor.
Fuera de ellos, ya nadie me interesa. Luego tendré que aprender a ser feliz.

Recuerdo que, en mi primer semestre de Oxford, leí en El Renacimiento Dante


colocaba en lo más profundo del infierno a aquellos que viven en la tristeza por su
propia voluntad. Fui a la biblioteca de la facultad en busca del párrafo de la Divina
Comedia donde aparecen debajo de la deprimente ciénaga, aquellos que viven en
la tristeza por su propia voluntad.

Veo que sería desagradecido y malo si cuando mis amigos vienen a verme
pusiera una cara tan larga que ellos tuvieran que ponerla más larga aun para
solidarizarse: o si quisiera recibirlos, invitarlos a sentarse en silencio a come
hierbas amargas y asados funerarios.

La verdad en el arte es la unidad de la cosa consigo misma; lo exterior hecho


expresivo de lo interior; el alma encarnada; el cuerpo movido por el espíritu. Por
eso no hay verdad que se compare con el dolor me da la impresión de ser la única
verdad.

Recuerdo haber disertado una vez acerca de este tema con una de las
personalidades más hermosas de cuantas he conocido: una mujer cuya simpatía y
noble bondad hacia mi antes y después de la tragedia de mi reclusión sería
imposible describir, que verdaderamente me ha ayudado, aunque ella no lo sabe,
a tolerar el peso de mis desgracias más que nadie en el mundo: y todo por el
simple hecho de su existencia. Una persona para quien la belleza y el dolor
caminan de la mano y tienen el mismo mensaje. En la ocasión que ahora tengo
presente recuerdo exactamente haberle dicho que en una sola callejuela de
Londres había amargura suficiente para demostrar que Dios no amaba al hombre,
y que donde quiera que hubiera dolor, aunque solo fuera el de un niño pequeño
por una falta que hubiese o no cometido, la entera faz de la creación quedaba
desfigurada por completo.

El arte es un símbolo, porque el hombre es un símbolo.


Si soy capaz de alcanzar plenamente, la realización ultima de la vida artística.
Porque la vida artística es simple autodesarrollo. La humildad en el artista es su
aceptación franca de todas las experiencias, lo mismo que el amor en el artista es
simplemente ese sentido de la belleza que revela al mundo su cuerpo y su alma.

Yo veo un nexo mucho mas fraternal e inmediato entre la verdadera vida de Cristo
y la verdadera vida del artista, y no es únicamente que en Cristo se describa esa
unidad estrecha de personalidad y perfección que es lo que realmente distingue el
arte clásico del romántico y hace de Cristo el verdadero fundador del movimiento

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romántico en la vida, sino que la propia base de su naturaleza era la misma que la
de la naturaleza del artista, una imaginación intensa y ardiente.

Es verdad que el sitio de Cristo esta con los poetas. Toda su concepción de la
humanidad energía directamente de la imaginación y solo se puede realizar con
ella. Para mi sigue habiendo algo casi increíble en la idea de un joven campesino
de Galilea que imagina poder llevar sobre sus hombros la carga del mundo entero:
todo lo que ya se había hecho y sufrido. Y todo lo que quedaba por hacer y sufrir.

Y sin embargo la vida de Cristo es realmente un idilio, aunque cabe aunque acabe
con el velo del templo desgarrado, las tinieblas cubriendo la faz de la tierra etc.
Y por encima de todo Jesucristo es el más supremo de los individualistas. La
humildad, como al aceptación artística de las experiencias vividas, es tan solo una
forma de manifestación. Es el alma del hombre lo que Cristo andaba siempre
buscando.
Vivir para los demás como objetivo concreto y deliberado no era su credo. Cuando
decía aquello de “perdonad a vuestros enemigos”, no pretendía que actuásemos
por el bien de dichos enemigos, si no por el nuestro propio, porque el amor es más
hermoso que el rencor. Cuando implora el joven que amo con verle:”vende todo lo
que poses y dárselo a los pobres”, no es en el estado de los pobres en lo que está
pensando, si no en el alma de el joven, el alma noble que la riqueza estaba
destruyendo.

Para el artista la expresión es el único medio posible de concebir la vida. Para él lo


mudo está muerto. Pero Cristo era distinto. Con una imaginación tan vasta y tan
portentosa que casia aterra, el tomo por reino suyo el mundo entero de lo que no
se expresa, el mundo sin voz de la pena, y se hizo su portavoz eterno.

Siempre me he visto obligado a cargar sobre los hombros el peso de lo que tu


hiciste y responder por ti. Pero en cualquier caso fui a parar a la cárcel por culpa
de la revista estudiantil de tu amiga y de un “Amor que no se atreve a llamarse
por su nombre”. En el último y terrible momento, cuando, burlado e impulsado por
tus continuos insultos me vi llevado a emprender acción judicial contra tu padre
para que lo arrestasen, el único recurso al que podía aferrarme en mis denodados
y desesperados esfuerzos por escapar a tu influencia y a mi aniquilación era argüir
que los gastos que comportaba un proceso eran excesivos. No tenía un céntimo a
mi disposición. Mis palabras eran, verdaderas. Afirmaste que tu propia familia se
sentiría honrada de contribuir pagando cuanto fuera necesario. El abogado acepto
tu proposición de inmediato, y yo me vi literalmente arrastrado hacia la comisaría
de policía. Como era de esperar, tu familia no pago nada en absoluto y mi quiebra
definitiva fue motivada por causa de tu padre y por los gastos en que había
incurrido, mi mujer enemistada conmigo por la importante cuestión, estaba
preparado nuestro divorcio, para el que requerían nuevas pruebas. Yo solo
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conocía el nombre del testigo sobre cuyo testimonio los abogados de mi mujer
iban a apoyar su causa. Era su sirviente de Oxford.
A veces tengo la sensación de que tú has sido tan solo una marioneta cuyos hilos
han sido movidos por una mano secreta dispuesta a provocar accidentes terribles
con consecuencias más terribles todavía.
Recuerdo bien que estabas convencido de que dedicarte a mí en exclusiva,
excluyendo de tu existencia a la familia, una prueba suficiente de tu gran afecto
por mí y de lo que me valorabas. Algo más que te ligaba a mí: el lujo, la vida
despreocupada, el placer ilimitado, el dinero sin restricciones. Tu familia te aburría.
Tal vez logres comprender ahora hasta qué punto estoy sufriendo, un periódico,
escribía el ensayo general de una de mis obras teatrales se refería a ti como la
sombra que me acompañaba a todas partes.
Nada de lo que sucedió en aquellos malhadados años se ha borrado de este
cerebro. Tengo presente el eco de tu vos rabiosa, las convulsiones y movimientos
bruscos de tus manos inquietas, el sonido de tus palabras amargas y rus frases
depravadas.
Sé que me has querido; que durante los dos años y medio en que los destinos de
ambos tejieron un diseño con los hilos de nuestras vidas, no dejaste de quererme.
Sentí yo siempre que tú en lo más recóndito de tu corazón realmente me amabas.
Tú también, como yo, has tenido que tolerar una tragedia atroz en la vida, aunque
de índole totalmente contraria a la mía. El odio que siempre ha pesado en tu
corazón as que el amor. El odio que tenías a tu padre era tan inmenso, que
rebasaba, destrozaba y eclipsaba tus sentimientos hacia mí.
Tu falta de imaginación, el defecto más nefasto de cuántos posees, era
consecuencia del odio que se anidaba en ti. Aquella pasión iba carcomiendo tu
naturaleza lentamente.
El odio te ofuscaba. Lo único que atraía tú pensamiento era la absurda obsesión
de comprarte una ridícula pistola que luego fue a disparársete en Berkeley en
circunstancias que provocaron el pero escándalo en que jamás oíste hablar. Tras
aplastarme como particular en privado y como hombre público públicamente,
decidió por fin emprender su ataque definitivo, el más cruel de todos: denigrarme
como artista en el sitio donde se escenificaba una obra mía. Se aseguró una
butaca de platea para la noche del estreno de una de mis obras teatrales y planeo
interrumpir la presentación y pronunciar un impúdico discurso contra mi ante el
público, vilipendiar a mis actores, arrojarme proyectiles ofensivos y obscenos
cuando al finalizar la función fuese llamado a saludar y en definitiva recurrir a
cualquier acción infame para arruinarme a través de mi arte. ¿No te das cuenta de
que deberías haberte percatado de cuanto estaba sucediendo, tomar cartas en el
asunto y afirmar que no estabas dispuesto a tolerar que el fruto de m creación
quedase arruinado por causa tuya? Sabías que mi arte era para mí la nota
fundamental con la que me había revelado la gran pasión de mi vida; el amor
supremo. Yo me encontraba en un callejón sin salida; no podía presentarle mis
excusas a tu padre después de nueve largos meses de tolerar sus injurias y sus
pavorosas persecuciones, ni alejar mi vida de la tuya. Había tratado de romper
contigo, de librarme de ti numerosas veces; incluso había abandonado Inglaterra y
escapad al extranjero con la ilusión de huir definitivamente. Tú eras el único que
hubieras podido ayudarme pero desperdiciaste la mejor oportunidad que se te
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presentó de corresponder al amor, cariño y atenciones que te había prodigado con
tanta generosidad.
Estabas obsesionado tramando formas posibles de hacer encerrar a tu padre,
pues bien, tus deseos fueron complacidos. El odio te ayudaba a conseguir
cualquier anhelo. Durante dos días pediste deleitar tu vista con el espectáculo que
ofrecía tu padre de pe en el banquillo de los acusados. Al tercer día paso yo a
ocupar su lugar ¿qué había ocurrido? En nuestro espantoso juego de odios, tú
habías jugado mi alma y habías resultado perdedor, me veo obligado a contarte tu
vida para que tomes conciencia de ti mismo. Ignoro donde recibirás esta carta, si
es que algún día llega a tus manos. Permitirás que la lectura de esta carta terrible
provoque en ti una gran crisis y un punto re reflexión en tu vida, como el escribirla
lo es para mí.
Ni el espectáculo que ofrecía mi persona tras las rejas pudo estimular esa
naturaleza tuya. No se te ocurrió pensar que eras el verdadero autor de aquella
repugnante tragedia.
Aunque recuerdo con que orgullo me mostraste una carta sobre mí que habías
publicado en un periódico mediocre y superficial. Era un escrito muy sensato,
templado, en ella aparecías como un autor respetuoso con los tópicos
establecidos. Apelabas al “sentido británico del juego limpio”, para un hombre que
había “caído en desgracia”. Tú estabas convencido que era fantástica. La
considerabas casi una muestra de caballerosidad.
Recuerdo igualmente que cuando se adueñaron de mi casa y confiscaron mis
libros y muebles para venderlos, previa publicidad; es decir, cuando mi quiebra
estaba próxima, te escribí para contártelo. Para ti no significa nada en absoluto
que tuvieran que venderse todos mis tesoros: mis dibujos de Burne – Jones, mi
porcelana, mi biblioteca, la colección de volúmenes de casi todos los poetas de mi
época, las bonitas ediciones encuadernadas de las obras tanto de mi padre como
de mi madre, su Fantástico conjunto de premios universitarios y escolares; sus
editions deluxe. Lo único que se te ocurrió decir fue que era un fastidio tremendo.
¿Crees deberás que eras digno de haber merecido el cariño que entonces te
demostré? ¿Crees verdaderamente que yo he pensado un solo momento que tú lo
merecías? ¿De verdad estas convencido de que durante el tiempo que duro
nuestra amistad fuiste merecedor de mi aprecio?, o que yo por un solo momento
pensé que lo eras.
Yo tenía la certeza de que nunca lo habías merecido. Tú fuiste mí enemigo, l pero
que pueda tener un ser humano, yo te di mi vida y tú la tiraste para satisfacer las
más viles y despreciables de todas las pasiones: el odio, la vanidad y la codicia.
Estaba dispuesto a no odiarte. Me esforcé por creer que por fin había caído la
venda de tus ojos. Los abogados de tu padre me habían mostrado un certificado
de quiebra. Se me declaro insolvente públicamente y se ordenó fuese conducido
ante el juez. Eras absolutamente responsable.
El pasante del abogado, el día que vino a tomar mi confesión, se inclinó sobre la
mesa, me dijo en vos baja: “príncipe Fleur de Lys desea ser recordado por usted”.
No comprendía el significado de aquellas palabras. “el señor se encuentra ahora
en el extranjero”. Al escuchar estas palabras la verdad me ilumino como a un
relámpago, y todavía recuerdo que reía por primera y última vez en prisión. ¡El
príncipe Fleur de Lys! Comprendí inmediatamente. A tus ojos seguían siendo el
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príncipe gentil de una comedia trivial, no la figura sombría de un espectáculo
trágico.
Sin duda hacías muy bien el comunicarte conmigo bajo el nombre supuesto.
La elección de un hombre era simbólica.
Seis semanas después. Fui sacado del hospital, para recibir, por conducto
del director de la prisión un mensaje tuyo particular. Me leyó una carta que le
habías dirigido en la que proponías publicar un artículo “sobre el caso del
señor Óscar Wilde” y tenías mucho interés en obtener mi permiso para
publicar extractos y selecciones de… ¿Qué cartas? Las que te había escrito
desde la prisión de Holloway; ¡las que habrían tenido que ser para ti secretas
y sagradas por encima de cualquier cosa en el mundo!
Estoy aquí por haber querido enviar a tu padre a la cárcel. Mi audiencia no
podía por menos de fallar. Mis propios abogados tiraron la toalla. Tu padre
volvió completamente contra mí y me llevo a la cárcel, y aun me tiene en ella.
Ese es motivo de que me vea obligado a cumplir cada día, cada hora, cama
minuto de esta horrorosa condena. Por eso se han impugnado mis
apelaciones.
Mis esfuerzos incesantes por romper con una amistad que me arruinaba
como artista, hombre de posición e incluso miembro de la sociedad no
tendrían por qué haber sido relatados aquí con todo lujo de detalles. Para
cuando te escribí creía que tanto para ti como para mí sería bueno, seria
propio; por eso te suplique que recapacitases y escribieses algo más
próximo a la verdad. Po lo menos habría sido mejor para ti que garabatear
para los periódicos franceses acerca de la vida doméstica de tus padres.
¿Acaso les interesaba a los franceses que tus padres fuesen o no felices en
su intimidad?
No se concibe un tema que menos les pudiera interesar. Cuando los
abogados de tu padre, habidos por atraparme en una contradicción,
presentaron como prueba inesperada una carta que te había enviado en
marzo de 1893, en la que te decía que antes que permitir se produjesen los
terribles escándalos que, estaba dispuesto a “dejarme chupar la sangre por
cualquier chantajista de Londres”.
Tu imaginación estaba tan aprisionada como yo. La vanidad había puesto los
barrotes en las ventanas y el guardián se llamaba odio.
El tiempo no progresa, gira. Parece dar vueltas y más vueltas alrededor de
un núcleo de dolor.
En la celda siempre es atardecer, como en el corazón es siempre media
noche.
Pasaron otros tres meses y mi madre muere. Su muerte fue tan terrible para
mí que yo, que en otros tiempos fuera señor del lenguaje, no hayo ahora
palabra para expresar mi vergüenza y mi pena. Mi padre y ella que habían
heredado un nombre que habían ennoblecido y honrado no solo en el mundo
de la literatura, el arte, la arqueología y la ciencia si no la historia publica de
mi país en su evolución como nación. Por siempre de deshonor este nombre
y lo habían convertido en una infamia injuria entre los hombres más
perversos. Lo que sufría entonces y aún sigo sufriendo es algo que ni la
pluma puede escribir ni el papel reflejar. Mi mujer, vino, a pesar de estar
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enferma, de Geovana a Inglaterra para participarme ella misma una perdida
tan terrible, tan irremediable.
El dolor es una herida que sangra en cuanto la rosa cualquier mano que no
sea la del amor y que sangra, aunque ya sin sufrir cuando esta la toca.
Cuando me llevaron desde la cárcel al tribunal de quiebras, con un policía de cada
lado, Robbie me estuvo esperando al final del largo pasillo con el propósito de,
ante la multitud que se sumió en un respetuoso silencio al ver su actuó tan dulce y
sencillo, quitarse el sombrero con gran gravedad al verme pasar por delante del
esposado y cabizbajo.
A mis amigos, apenas si se les ha permitido visitarme e incluso no han podido
hacerlo. Sin embargo, mis enemigos han tenido paso franco a mí siempre.
No te escribo esta carta para colmar tu corazón de sufrimiento, si no para vaciarlo
del mío. Por mi propio bien debo perdonarte. No puede uno mantener una
serpiente viva devorándole el corazón ni levantarse todas las noches a sembrar
espinas en el jardín del alma.
Perdí el control de mí mismo y el timón de mi espíritu, sin advertirlo. Consentí que
el ansia del placer me dominase. Y termine en una espantosa desgracia. Solo hay
una cosa en mi favor: mi absoluta humildad.

“Lo siento por usted es más penoso para los que son como usted que para los
que son como yo” ¿ni si quieres tiene la suficiente imaginación para entender la
terrible desgracia que supo para mí conocer a tu familia?, ni uno solo de los
miembros adultos de tu familia dejó de contribuir a mi ruina.

Te he hablado de tu madre como cierta angustia y te aconsejo insistentemente


que le muestres esta carta; me preguntarás de qué manera contribuyó tu madre a
mi destrucción, te lo diré, tu madre se esforzó en trasladarme todas sus
responsabilidades morales con respecto a ti; ¿ de que serviría que tu madre me
mandase numerosas notas, con la palabra “ primado “ en el sobre, suplicándome
que no te invitara tantas veces a comer, y que no te diera dinero, y acabando
siempre con la ansiosa posdata: “ que por nada del mundo se entere Alfred de que
le he escrito”.

No sabía que responde, había intentado acabar con nuestra amistad de todas las
formas posibles, llegando incluso abandonar Inglaterra, con la ilusión de destruir
de una vez por todas un lazo que se había convertido en insoportable, odioso y
perjudicial para mí.

Una separación gradual contigo no habría servido de nada, aunque hubiese sido
factible; me fascinaba la idea de que yo también tu única idea de la vida, tu única
filosofía.
Si alguna filosofía se te puede atribuir, era que todo lo hicieras debía pagarlo otra
persona: no quiero decir únicamente en el sentido financiero eso no era más que
la aplicación práctica de tu filosofía en la vida cotidiana, si no en el sentido más
amplio y más pleno de la responsabilidad transferida.

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El mundo te considera un buen hombre que fue astutamente tentado al pecado y a
la ignominia, por un artista perverso y deshonesto, pero que rescatado; algún día,
tendrás que reflexionar acerca de tu comportamiento y someterte a tu propio
juicio. En lo más profundo de tu ser te avergonzaras de tu conducta.
También tu madre tendrá que arrepentirse a veces de haber procurado tras ladrar
sus grandes responsabilidades a otros hombros, que ciertamente ya están
doblados por el peso de otras cargas.

La última ocasión que vi a mi mujer -hace catorce meses-, le dije que iba a tener
que ser padre y madre para Cyril; le describí la manera de tratar que tenía tu
madre. Le narré la razón de las incesantes notas con la palabra “privado “. Le
rogué que no sea para Cyril lo que tu madre ha sido para ti, buscase la ayuda de
alguien de confianza, y me satisface comprobar que lo hizo. Eligió a Adrian Hope.

Sé que me imputa a mí toda la culpa, de hecho ¿qué había en tu personalidad


que pudiera recibir mi influencia? ¿Tu cerebro? No está desarrollado. ¿Tu
imaginación? ¿Está muerta? ¿Tu corazón? Aún no había nacido; de todas las
personas que han pasado por mi vida tú eres la única a la que no podía influir en
ningún sentido.

Cuando estaba abstraído en mi actividad literaria dando cuerpo a comedias, por


diversas cualidades no tuve sobre ti la suficiente influencia para que me dejases
trabajar en paz y sin interrupciones.

La “influencia que un adulto puede ejercer sobre un joven”, es una teoría excelente
hasta que llega a mis oídos.

La verdad es siempre dolorosa tanto para quien la oye como quien la dice. Sin
embargo, no te hizo variar tus puntos de vista ni tu estilo de vida.

Solo una persona buena hasta la estupidez o totalmente irresponsable, habría


actuado como yo, yo era una combinación de armas cosas.

Me afirmas que la pensión que le pasaba tu padre resultaba insuficiente, lo cierto


es actuabas, y creo que sigues haciéndolo, como un perfecto sentimentalista,
porque sentimentalista es sencillamente el que quiere darse el lujo de una
emoción sin pagarla, crees que pueden tener emociones gratis, hasta las
emociones más nobles y más abnegadas hay que pagarlas. Y recuerda que el
sentimentalismo siempre es un insolente en el fondo, la verdad es que el
sentimentalismo no es sino un cinismo.

Confieso que me duele escuchar lo que tu madre piensa de mí, si fuera tú, le
mostraría los párrafos relacionados con tu vida.

Si yo estuviera en tu lugar no me interesaría ser amado en general, sin embargo


un entrañable amigo me visito, nuestra relación a durado más de una década. Me
consideraba inocente y que estaba convencido de que haría sido víctima de una
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conspiración infame. Le revele que a aunque en los cargos que pesaban sobre mi
había gran parte de mentira y que se me habían atribuido por perversidad, mi vida
había estado regida en ocasiones por placeres desparvados.

Te he dicho antes que decir la verdad resulta a veces doloroso. Verse obligado a
mentir es peor todavía.

Y de pronto se me ocurrió pensar. “¡Que esplendido seria que fuera yo el que


estuviera diciendo todo eso sobre mi!”. Vi inmediatamente que lo que se diga de
un hombre no es nada. Lo que importa es quien lo diga. Sería mucho más feliz si
tu madre supiera por lo menos un poco de tu vida dicho por ti.

Tal vez mis palabras te parezcan con frecuencia demasiado dolorosas, pero no
puedes negar los hechos. Todo sucedió como yo lo he expuesto, si has leído esta
carta, no te ha quedado más remedio que enfrentarte a ti mismo.
Te escribo, para que tomes conciencia de los tres años que sostuvimos nuestra
nefasta amista, y también durante el tiempo que he pasado en la prisión
cumpliendo mi sentencia, que concluirá dentro de dos luna.

En cuanto a estas últimas y a las erratas, son resultado de mis pensamientos.


Siempre trató de expresar mejor mis impresiones, de encontrarle un equivalente
exacto a mi estado de ánimo.

Acepto que esta es una carta rigurosa, sin embargo, no debes olvidar que has sido
tú mismo quien se ha subido a la báscula. Fue la soberbia la que te hizo elegir las
pesas del equilibrio y te obligo aférrate a ellas. El error psicológico de nuestra
amistad fue su desproporción.

No deberías haber salido de tu esfera. No había nada de reprobable en ti: pero el


obligarme a mí a pagar tú deslice supuesto la desdicha para ambos. Tu deseo de
tener un amigo con quien pasar el tiempo desde la mañana hasta la noche resulta
seductor. No había nada de malo en que pensaste muy seriamente que el modo
más perfecto para aprovechar una velada era una cena con champán; sin
embargo, no tenías derecho a exigirme que fuese yo quien proveyese todos esos
placeres.

No hay error más común que el de pensar que quienes son causa u ocasión de
grandes tragedias comparten un sentir adecuado a lo trágico; no hay error más
funesto que esperarlo.

Las grandes pasiones son para los grandes de alma, y los grandes hechos solo
los que ven a una altura con ellos; desde el punto de vista del arte, ni más
sugestivo por Rosencrantz y Guildenstern y Hamlet.
Le traen recuerdos de los días felices que han pasado juntos.

Juega con la acción como juega un artista con la teoría. Se convierte en espía de
sus propios actos y cuando se escucha así mismo sabe que no hace más que
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pronunciar “palabras, palabras, palabras”. En vez de tratar de ser héroe de tu
propia historia, intenta ser espectador de tu tragedia.

La grandiosidad de lama no se contagia. Los altos pensamientos, las altas


emociones están aislados por su propia existencia. Hay una amplia diferencia
entre vosotros, lograste absorber mi vida entera, no supiste hacer nada mejor con
esta vida que romperla en pedazos, mi encuentro contigo era peligroso para mí.

Hay algunas cosas más que debo decir, hace unos días me entere, de que ya es
demasiado tarde para que tu familia le liquide la deuda a tu padre; sería ilegal.

Me dice Morey Adey en su carta que el verano pasado expresaste en más de una
ocasión deseo tu deseo de volverme “un poco de lo que había perdido contigo”,
como ya contaba en mi respuesta, lo que he perdido ha sido mi arte, mi vida, mi
nombre, mi lugar en mi historia; aunque tu familia dispone de la riqueza, la belleza
y la buena posición, no me pagarías ni una decima.

Sobre los rubíes que yo mismo diseñe, están pendientes de cobrar, pero creo que
los vendiste hace algunos meses por una canción.

De lo contrario puedes morir si haber comprendido, y entonces, ¡qué vida tan


mezquina, vana y carente de imaginación habrás llegado!, si no logras
entenderme habla del tema con alguien mas, siéntate con calma y reflexiona, todo
aquello que se asume se supera, habla con tu hermano; Percy será tu mejor
concejero. Déjale leer esta carta para que conozca nuestra amistad.

Lo segundo de lo que tengo que hablar se refiere a las condiciones, circunstancias


y lugar de nuestro encuentro cuando mi plazo de reclusión se haya concluido, si
todo trascurre bien, recuperare mi libertad a finales de mayo y pienso viajar con
Robbie y More Adey a algún pueblecito.
Espero estar por lo menos un mes con mis amigos, y poder tener, en su sana y
cariñosa compañía, paz, y equilibrio, en un corazón menos agitado y un estado de
ánimo mas risueño. Tiemplo de placer cuando pienso en el día que salga de la
cárcel.

Si me siento capaz concertare una cita contigo a través de Robbie; espero que
nuestro encuentro sea como debe de ser, después de lo ocurrido; el abismo que
se interpone entre nosotros ahora es el dolor.

No hay prisión en el mundo entero en que el amor no consiga filtrarse. En lo


referente a tu respuesta a esta carta si en esta ay alguna mentira o alguna verdad
tergiversada, la detectare enseguida por el tono.

En mi prolongado culto a la literatura me he hecho:

Avaro del sonido y de la silaba, no menos que midas y de sus monedas.

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A ti, solo me queda una cosa por decirte: no le temas al pasado. Las cosas son,
en esencia, lo que nosotros queremos que sea; todo depende de la visión
particular de cada uno.

El futuro que esperaba lo perdí de forma irreparable. Lo que tengo ahora enfrente
es mi pasado. Y eso no puedo ignorarlo, despreciarlo ni negarlo lo único que
puedo hacer es admitirlo.

Y aunque que soy incompleto e imperfecto, puedes aprender mucho de mí. Viniste
a mí para ejercitarte en los placeres de la vida y el arte. Tal vez allá sido elegido
para enseñarte algo más fascinante: el significado del dolor, y su belleza.

Tu amigo que te quiere:

Oscar Wilde

Fin.

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