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Desafíos transatlánticos

Mercaderes, banqueros y el Estado en el Perú virreinal, 1600-1700

Margarita Suárez

Editor: Institut français d’études andines


Año de edición: 2001 Edición impresa
Publicación en OpenEdition Books: 2 juin ISBN: 9789972832079
2015 Número de páginas: XIII-528
Colección: Travaux de l’IFÉA
ISBN electrónico: 9782821845879

http://books.openedition.org

Referencia electrónica
SUÁREZ, Margarita. Desafíos transatlánticos: Mercaderes, banqueros y el Estado en el Perú virreinal,
1600-1700. Nueva edición [en línea]. Lima: Institut français d’études andines, 2001 (generado el 04
julio 2016). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/ifea/4039>. ISBN: 9782821845879.

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1

A partir del análisis de los mecanismos usados por los mercaderes y bancos de Lima para lograr
una posición ventajosa dentro de la sociedad colonial, este libro ofrece una explicación sobre la
naturaleza de las relaciones entre el Perú y el imperio español en el siglo XVII. Este siglo es
particularmente interesante como período histórico por el marcado contraste entre España y sus
posesiones de ultramar. Mientras la primera sufría una profunda crisis, los territorios
americanos -especialmente México y Perú- fueron capaces de diversificar sus economías y
alcanzar cierto grado de autonomía en su relación con la Península. Fueron varios los síntomas
de la fragilidad de España en América: la mayor parte de las ganancias del tráfico atlántico
recayeron en manos de franceses, ingleses, holandeses y mercaderes americanos; una fracción
importante de los ingresos estatales se retuvo en el espacio virreinal; la burocracia dio síntomas
de ineficiencia y, finalmente, milicias -y no un ejército regular-se encargaron de la defensa del
territorio. ¿Por qué, entonces, se mantuvo el nexo colonial?
Una probable respuesta es que España delegó funciones y compartió el poder con las élites
criollas. Así, si el nexo colonial se mantuvo en el siglo XVII, fue debido a la debilidad de la corona,
que permitió que las élites virreinales participaran crecientemente del poder y la riqueza
americana. Basado en una exhaustiva e innovadora investigación documental, este libro analiza
cómo se articuló la élite mercantil y financiera de Lima, y en qué términos se relacionó con el
estado virreinal en el siglo XVII. Son dos los temas centrales que se desarrollan en la presente
obra. En primer lugar, el crédito, que fue el que posibilitó la formación de grandes consorcios
mercantiles en el interior del virreinato y, en consecuencia, la consolidación de un sector
emergente de la sociedad peruana; una de las grandes contribuciones de este libro es que
demuestra la existencia de siete bancos en Lima, de manera que la capital virreinal fue la única
plaza americana que contó con estas entidades financieras en el siglo XVII. En segundo lugar, la
intervención de los mercaderes y bancos en las funciones del estado, que les permitió tomar
decisiones políticas que los llevarían a defender sus propios intereses y a socavar el régimen de
flotas y galeones.

MARGARITA SUÁREZ
Margarita Suárez es doctora por la Universidad de Londres (University College London),
en donde estudió bajo la dirección del conocido americanista John Lynch. Realizó sus
estudios de bachiller y licenciatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú, entidad
en la cual se desempeña actualmente como profesora asociada y coordinadora de la
sección de Historia. Es miembro ordinario del Instituto Riva-Agüero, del consejo de
redacción de la revista Histórica y del Advisory Board de la revista norteamericana Colonial
Latín American Review.
Especializada en historia del comercio, el crédito y el estado virreinal, ha dictado cursos y
conferencias en diversos países. Actualmente participa en el proyecto de investigación
que lleva el título de Empires, Sociétés, Nations. Amérique latine et Méditerranée accidentale
(UMR 8565), dirigido por Serge Cruzinski de la École des Hautes Études en Sciences Sociales
(París). Ha publicado Comercio y fraude en el Perú virreinal. Las estrategias mercantiles de un
banquero (Instituto de Estudios Peruanos - Banco Central de Reserva del Perú, 1995), y
numerosos artículos sobre estos temas.
2

ÍNDICE

Agradecimientos

Abreviaturas

Introducción

Primera parte. Los laberintos del crédito

Capítulo Uno. Bancos públicos


Finanzas espirituales
A falta de patacones
Surge la banca privada
Banqueros y fiadores

Capítulo Dos. ʺDelinqüenza máximaʺ: el banco de Juan de la Cueva


Un mal día: 16 de mayo de 1635
Manejo de cuentas
Ventajas, a pesar de todo
Instrumentos de crédito
El interés

Segunda parte. “Arroyo de dádivas”

Capítulo Tres. Los préstamos


Hombres del rey
Hombres laboriosos
Hombres de arriba
El crédito estatal
El crédito privado

Capítulo Cuatro. Un banco para mercaderes


En busca de un lugar en la sociedad
Redes y circuitos: el consorcio de Cueva
Lima es una feria
Surcando los mares
Cuzco y Potosí
Aventuras de ultramar

Capítulo Cinco. Negociando con el rey


Entre el poder privado y el poder público
El carrusel de los préstamos
Los beneficios de la guerra: el situado de Chile
Los beneficios de la miseria: las minas de Huancavelica
Armas de doble filo: los asientos del Consulado
3

Tercera parte. Repercusiones atlánticas

Capítulo Seis. Problemas en Tierra Firme


Un camino difícil
La guerra de las cargas

Capítulo Siete. El precio del indulto: hacia el comercio directo


Panamá: la “espina” del comercio
Problemas en casa
El fin de la “justicia del pacto”: sabotaje a las ferias

Capítulo Ocho. Epílogo

Apéndices

Apéndices 1. Préstamos a particulares de los conventos de Lima (1638-1644) (en pesos de


ocho)

Apéndice 2. Relación de fiadores de los bancos públicos

Apéndice 3. Préstamos de Juan de la Cueva: fuentes y metodología

Apéndice 4. Relación de dueños y maestres de navíos vinculados a Cueva

Bibliografía

Índices
4

Agradecimientos

1 Alo largo de esta aventura he contraído numerosas deudas, casi tantas como las de los
banqueros de Lima del siglo XVII. De modo que sólo agregando un apéndice más podría
nombrar a todos los amigos y colegas que de una u otra manera me ayudaron en esta
empresa, de cuyos errores soy la única responsable. La deuda más grande la tengo con
John Lynch, quien con una inagotable paciencia y delicadeza manejó mis vaivenes
intelectuales y fue un interlocutor preciso de las copiosas interrogantes que encontré en
el camino. Gracias a su respaldo intelectual y personal esta investigación logró realizarse.
Franklin Pease G.Y. fue otro de los grandes acreedores de esta operación; leyó los
manuscritos y, como buen maestro, me colocó ante diversos retos profesionales.
2 Este libro no se hubiese podido realizar sin el apoyo de varias instituciones, archivos y
bibliotecas. En Londres, la British Library y, sobre todo, el Institute of Latin American Studies
(ILAS) y el Institute of Historical Research fueron parte de mi vida cotidiana, después de
Nansen Village. En el ILAS, dirigido en ese entonces por John Lynch, compartimos ideas con
Luis Henrique Días Tavares, Leslie Bethell y Olivia Harris. Fátima Gouvea, Hazel Aitken y
Roberto Escalante fueron compañeros inigualables, así como Dominique y Satie Searle,
Carlos Fishman, Angielina Trelles, Jack Schneider y Edith Goldenberg.
3 En el Instituto Riva-Agüero, Archivo Arzobispal de Lima, Archivo General de la Nación (Perú),
Archivo de la Municipalidad de Lima, Instituto de Estudios Peruanos, Archivo de la Casa de Moneda
de Potosí y el Archivo Nacional de Bolivia encontré abundante información y sus trabajadores
e investigadores me acogieron con gran amabilidad. En Sucre tuve la suerte de conocer a
don Gunnar Mendoza, quien escuchó con entusiasmo mis intereses. En Sevilla, recibí una
cálida acogida en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos y en el Archivo General de Indias.
En la Escuela encontré la amistad de José Hernández Palomo, María Cristina García Bernal
y una excelente biblioteca. El contacto con amigos y colegas fue muy enriquecedor. Con
Wendy Kramer, Karen Powers, Nancy van Deusen, Sascha y Noble David Cook, Margot
López, Fernando Cajías, Serena Fernández, Juan Manuel Pérez y los demás amigos
mexicanos, compartimos ideas y varias copas de jerez. Allí conocí también a John TePaske
y Peter Bakewell, quienes discutieron con entusiasmo el tema de mi investigación. Con
Santiago Tinoco pasamos largas horas de fructífero diálogo, inmersos en nuestra mutua
afición por la historia de los bancos públicos. Debo agradecer también a Sir John Elliott,
quien me invitó a participar en su “Seminario de Historia de España” en el verano de
1999. Los comentarios del gran especialista en la banca española, Felipe Ruiz Martín, y los
5

de Anthony MacFarlane, Serge Gruzinski, Kenneth Mills y Carlos Álvarez Nogal fueron
sustanciosos y me ayudaron a perfilar mejor mi visión del Perú del siglo XVII.
4 En Lima, María Rostworowski, Mariana Mould, Patricia Portocarrero, Gabriela Ramos,
Pedro Guibovich y Carlos Gálvez me ofrecieron su respaldo. Colegas y autoridades de la
Pontificia Universidad Católica del Perú me brindaron un enorme apoyo. Quisiera
agradecer especialmente a Jeffrey Klaiber, Liliana Regalado, Margarita Guerra, Raúl
Zamalloa, Pepi Patrón, Cecilia Monteagudo y Dolly Trujillo. En la Universidad también me
encontré con la energía y generosidad de varios alumnos —especialmente de Magally
Alegre, Erika Goya, Leticia Quiñones, Martín Ueda, Giovanna Valencia, llana Aragón y
Giuliana Miranda—, quienes emprendieron la titánica tarea de ayudarme a poner en
orden las numerosas tomas de microfilm del Archivo de Indias y estuvieron siempre
dispuestos a colaborar conmigo de múltiples maneras. Su ayuda ha sido invalorable.
5 Javier Flores me acompañó muy de cerca en la parte final de esta aventura y fue un crítico
sagaz y certero. Víctor Cuadra y Francisco Celaya me asistieron en la ardua tarea de
ingresar y cuantificar la información proveniente de los registros notariales y de las Cajas
reales, mientras que Marco Millones elaboró los mapas. Debo agradecer especialmente a
Ada Arrieta Álvarez, quien estuvo a cargo de la edición, a Martha Solano Ccancce por la
elaboración del índice onomástico, y a Claudia Valdivieso, quien enfrentó algunos de los
cuadros. José Cárdenas fue un dedicado corrector de estilo. El apoyo financiero del Central
Resarch Fund (University of London), British Council, Banco de España, y del Instituto Francés de
Estudios Andinos fue fundamental para las distintas etapas por las que atravesó mi
investigación. Jean Joinville Vacher, director del IFEA, me brindó su generoso apoyo para
la edición de este libro.
6 Durante la redacción de esta investigación hube de enfrentar varios retos. Mi madre,
María Eugenia Espinosa, me acompañó un tiempo, pero se fue poco antes de su
culminación. A pesar de las circunstancias adversas, no vaciló hasta el final en darme
fuerzas para continuar. A ella le debo varias lecciones de vida y una buena lección de
muerte. Pero, sobre todo, José Mauricio, mi hijo, y Rafael Varón, mi esposo, —a quienes les
dedico este libro— estuvieron a mi lado y debieron sobrellevar las consecuencias de todo
el tiempo que dejé de compartir con ellos.
6

Abreviaturas

1 AAL Archivo Arzobispal de Lima


2 ACC Archivo de los Condes de Canilleros (Cáceres)
3 ADAY Archivo Departamental de Ayacucho
4 AGI Archivo General de Indias
5 AGN Archivo General de la Nación del Perú
6 AGS Archivo General de Simancas
7 AHL Archivo Histórico y de Límites del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú
8 AHML Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima
9 AHCMP Archivo Histórico de la Casa de Moneda de Potosí
10 ANB Archivo Nacional de Bolivia
RC Reales Cédulas, ANB
CACh Correspondencia de Charcas, ANB
EC Expedientes de la Audiencia de Charcas, ANB
LAACh Libros de Acuerdos, ANB
11 APS Archivo de Protocolos de Sevilla
12 ARCHV Archivo de la Real Chancillería de Valladolid
13 BIRA Boletín del Instituto Riva-Agüero
14 BN Biblioteca Nacional del Perú
15 BNB Biblioteca Nacional de Bolivia
16 BL British Library
17 CODIAO Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y
organización de las posesiones españolas de América y Oceanía
18 CODIHE Colección de documentos inéditos para la historia de España
19 HAHR Hispanic American Historical Review
20 JBLA Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft, und Gesellschaft Lateinamerikas
21 JDC Juan de la Cueva
22 LCL Libros de Cabildos de Lima
7

Introducción

1 En enero de 1650, Francisco Gómez de la Rocha, vecino de Potosí, fue condenado a muerte
por el visitador don Francisco de Néstares Marín. Según las fuentes orales que recogió
Arsanz de Orsúa, en 1705, luego de un frustrado intento de envenenar al visitador y de
haberse comprobado su participación en la falsificación de la moneda potosina, Rocha fue
apresado y sometido a tormento. Puesto el reo en el potro y comenzando a ajustar los
cordeles, Rocha habría permanecido con la cara radiante y habría dicho: "Ea, señora, sea
en satisfacción de mis pecados este tormento". Los presentes sacaron sus propias
conclusiones: se le había aparecido la Virgen. Finalmente, una vez confesado como buen
cristiano, se le dio garrote en la casa del visitador, se colocaron tres palos en la plaza y
amaneció, un viernes en la mañana, allí colgado, con una sotanilla de luto, ante la mirada
estupefacta de todos los habitantes de la Villa2.
2 En España, las noticias sobre la falsificación de la moneda en Potosí provocaron
reacciones verbales muy violentas. El licenciado Francisco Pérez Manrique, en un
memorial al rey, decía que, mediante la emisión de los pesos falsos, los peruanos —
ladrones, traidores y enemigos de la humanidad— habían perturbado el comercio de toda
Europa3. La falsificación fue, en realidad, la gota que rebasó el vaso. No era la primera vez
que llegaba moneda adulterada del Perú. En 1635 hubo un enconado pleito entre los
mercaderes de Lima y los compradores de plata de Sevilla, quienes consideraron que
debían rebajar el precio de las monedas y de las barras peruanas por no estar ajustadas "a
toda ley"4. Pero ahora la falsificación había sido escandalosa y coincidía con una
coyuntura en la cual España atravesaba momentos muy difíciles. A los desengaños
políticos, militares y económicos en Europa se le había sumado el caos en el comercio con
América. Y en este marco, particularmente en los problemas del comercio, los mercaderes
del Perú habían sido colocados —junto a los comerciantes "extranjeros" en el puesto más
alto de las quejas.
3 La práctica de los peruleros de comprar directamente en Sevilla a mercaderes extranjeros
y diferir los pagos a América era considerada "no de los [asuntos] más dañosos y
perjudiciales" del imperio. Los peruanos fueron acusados de ser los zánganos del
comercio y aliados de los enemigos de España. Alguno declaró en una plaza pública que
los "peruleros prevaricatos" debían ser castigados con rigor. Varias veces el Consulado de
Sevilla pidió, "por amor a Dios", que dejaran de llegar peruleros a Andalucía. Incluso en
1680 llegó una carta anónima al Consulado de Sevilla, firmada por "el buen amigo", en
8

donde se decía que el Consulado de Lima no era de fiar5. También fueron acusados de
traficar intensamente por la ruta asiática, tanto es así que Lima parecía la "feria de
Pequín"6. De modo que, durante el siglo XVII, los recelos contra los mercaderes de Lima
alcanzaron proporciones considerables.
4 Este libro se propone contribuir a la explicación de los mecanismos internos que
permitieron a los mercaderes de Lima consolidarse dentro del virreinato y el modo como
este proceso influyó en sus relaciones con el estado colonial y el imperio hispánico. Como
es sabido, monopolio comercial, flotas estacionales y férrea fiscalización constituyeron los
pilares más importantes sobre los que se basó la política mercantil diseñada por España
para obtener la mayor cantidad de recursos de sus posesiones americanas. El régimen de
flotas y galeones impuso un ritmo a los circuitos económicos tanto de España como del
Perú. En la Península, las flotas determinaron, entre otras cosas, el funcionamiento del
sistema de crédito. Asimismo, el comercio español con Europa para alimentar América
tenía como contrapartida un movimiento enorme de letras de cambio, créditos a la
corona o pagos de juros, cuyos plazos y condiciones eran fijados exclusivamente teniendo
en cuenta el arribo de las flotas de América7. El Perú como colonia eficiente debía, a su
vez, imponer un ritmo interno que estuviese a la altura de las exigencias, urgencias y
expectativas del erario español y de los mercaderes metropolitanos. Así, la Armada del
Mar del Sur —creada en 1581, luego del ataque de Drake—debía navegar en coordinación
con la del Atlántico para que los mercaderes pudiesen intercambiar sus productos en
Nombre de Dios (hasta 1597) y, luego, en las famosas ferias de Portobelo.
5 Los mercaderes exportadores del Perú, al igual que los españoles, usaban este ritmo para
imponer sus plazos de pago. En el interior, los plazos se fijaban para el momento en que
se encaminasen a Lima las recuas o navíos; en la capital, dichos plazos se fijaban por el
despacho de la armada a Tierra Firme, por el zarpe del navío a Acapulco y por los tercios
de San Juan y Navidad. De esta manera, las exportaciones y el tributo indígena
configuraron los parámetros de los pagos en el virreinato. Los complejos mecanismos que
hacían confluir en Lima el dinero de las cajas reales y el que pertenecía al comercio
inevitablemente resultaban en desfases en la partida de la armada hacia Panamá. Así,
subordinar el ciclo de la armada del Mar del Sur a la del Mar del Norte —que esperaba
encontrarse en Tierra Firme en marzo— o, lo que es lo mismo, imponer al tráfico atlántico
el ritmo de las necesidades metropolitanas, se convirtió en un engranaje particularmente
importante en las relaciones coloniales.
6 Estos "relojes atlánticos" tenían, entonces, como finalidad recolectar los metales
preciosos de la corona y lograr que los mercaderes peninsulares hiciesen lo mismo a
través del intercambio de productos europeos. Las ferias de Portobelo se convirtieron en
sinónimo del esplendor del sistema de flotas en la región sur del continente. Dice Loosley,
apoyado en un texto de Bernardo de Ulloa, que las ferias fueron el resultado de un
acuerdo, confirmado por la corona, entre los mercaderes peruanos y españoles que
estableció que las compañías mercantiles debían encontrarse en Tierra Firme sin invadir
mutuamente las áreas correspondientes8. Sea como fuere, el hecho es que los mercaderes
sevillanos, por lo menos durante el siglo XVI, lograron controlar y participar
mayoritariamente de los beneficios de este sistema.
7 Sin embargo, la aplicación de este modelo —pensado exclusivamente en términos del
beneficio metropolitano— ya desde el siglo XVI presentó obstáculos. La economía española
había sido el eje integrador de una extensa área de la economía occidental, pero desde el
último cuarto del siglo XVI la expansión de la economía española había cesado y se
9

produjo un gradual deterioro en el que intervinieron procesos que aún están en debate
(¿refeudalización?, ¿dependencia?, ¿reajustes?)9. Simultáneamente, el vínculo con
América se debilitó y hubo de ser reformulado en virtud de la creciente autonomía de los
virreinatos americanos.
8 Las remesas americanas financiaron la ambiciosa política exterior española de fines del
siglo XVI e inicios del XVII. Si bien los envíos raras veces excedieron el 20 % de los ingresos
de la hacienda castellana, resultaban de vital importancia porque eran fácilmente
negociables en los desembolsos con los acreedores del estado fuera de la Península 10. Los
mercaderes andaluces también lograron amasar grandes fortunas por el lugar
privilegiado que ocupaban dentro de este tráfico. Pero, en el siglo XVII, la llegada de
metales preciosos de América a España bajó. Para el caso de la región andina, esta
disminución no se debió a la existencia de una ˝crisis general". Indudablemente hubo
cambios en el comportamiento atlántico, la producción potosina presentó fluctuaciones,
la población indígena mermó y se formaron haciendas, pero estos hechos no obedecieron
a una crisis que habría afectado severamente el territorio sudamericano. Más bien, tanto
la caída de remesas oficiales como los cambios del movimiento comercial muestran la
progresiva pérdida de la capacidad de España y de la hacienda imperial de obtener
ingresos del virreinato del Perú11. Así, por un lado, en el Perú la presión fiscal fracasó y la
mayor parte de los gastos públicos fueron retenidos en América. Por el otro, la economía
americana se diversificó y los mercaderes limeños encontraron diversos canales mediante
los cuales lograron conectarse con los abastecedores "extranjeros" y participar
crecientemente de las ganancias atlánticas.
9 Así, lo primero que se rompió fue el monopolio comercial —si es que alguna vez lo hubo—,
mientras que el sistema de flotas y galeones perduró hasta las primeras décadas del siglo
XVIII.

10 De modo que en el siglo XVII se mantuvo el régimen de flotas —aunque más espaciado—
pero no el monopolio comercial. El papel desempeñado por los mercaderes limeños en
este proceso reviste una importancia fundamental. Es cierto que en las primeras décadas
de la colonización las compañías mercantiles que operaban en el Perú se limitaron a ser
simplemente sucursales de las casas sevillanas, pero probablemente las características de
la navegación Sevilla-Lima —interrumpida por el istmo de Panamá— marcaron la
necesidad de cierta especialización: las compañías sevillanas se encargaron de cubrir el
tramo Sevilla-Tierra Firme y las limeñas, del circuito Tierra Firme-Lima. Sin embargo,
esta diversidad de funciones no significaba necesariamente que fueran compañías
mercantiles distintas. En el siglo XVI, los "mercaderes indianos" eran agentes de
compañías sevillanas que, una vez hecha fortuna, regresaban al terruño12. Por lo tanto, la
formación de un grupo mercantil en Lima significó no sólo que aparecieran comerciantes
que operaran en las ferias de Portobelo y Lima sino, sobre todo, la aparición de un grupo
local que comenzara a controlar la producción, distribución y exportación de plata en su
propio beneficio y que, por este motivo, edificara una serie de intereses económicos
distintos y muchas veces contrapuestos a los de las compañías metropolitanas.
11 La pugna por esquivar los precios monopólicos impuestos por el comercio de Sevilla y por
controlar las rutas se tornó entonces evidente. Respaldados por el acceso directo a las
fuentes de producción minera, esto es, por el control del mercado interno, los
comerciantes del Perú establecieron diversas estrategias para participar crecientemente
de las ganancias del tráfico atlántico y entraron en escena los llamados "peruleros". Estos
peruleros eran mercaderes del Perú o agentes de éstos que, evitando las ferias de
10

Portobelo, acudían a España para comprar a proveedores extranjeros, burlando de esta


forma los circuitos de las compañías sevillanas.
12 Llevando grandes sumas en efectivo, lograban a su vez obtener grandes cantidades de
mercaderías a crédito que serían pagadas con letras de cambio en Lima o Tierra Firme 13.
Según algunos observadores del siglo XVII, la feria de Portobelo se estaba convirtiendo en
una feria de papel, es decir, en una feria de pagos más que una feria de productos. Ya en
1624 únicamente el 11 % de las mercaderías llegadas en las flotas fueron vendidas en la
feria, pasando el resto directamente a la feria de Lima14. Los mercaderes sevillanos, por su
parte, trataron infructuosamente de detener a los peruleros en Tierra Firme. En 1592
apareció la primera cédula real que prohibía se vendiesen las mercaderías fiadas a pagar
en Indias y que fue reiterada en las primeras décadas del XVII15. Sin embargo, el grupo
limeño en Sevilla mantuvo su presencia a lo largo del siglo (e incluso en el siglo XVIII) y
son estos intereses los que explican el por qué, cuando la avería se transformó en indulto
(1660), los limeños aceptaran pagar la mayor parte de los costos de mantenimiento del
tráfico atlántico.
13 Hay dos factores claves que permitieron a los mercaderes de Lima jugar un papel decisivo
en el tráfico atlántico y que serán objeto de análisis del presente libro: 1) el crédito, que
fue el que posibilitó la formación de grandes consorcios mercantiles en el interior del
virreinato y por tanto, la consolidación de la élite mercantil, y 2) la intervención de los
mercaderes y bancos en las funciones del estado, que les permitió tomar decisiones
políticas que los llevarían a defender sus propios intereses y a socavar el régimen de
flotas y galeones.
14 A lo largo de este libro se discutirán directa e indirectamente varios tópicos que han sido
erróneamente asumidos por la escasa historiografía que existe sobre el comercio y la
banca en Lima del siglo XVII. En primer lugar, la relación entre los mercaderes de Lima, el
sistema de flotas y el monopolio comercial andaluz. Ha sido una idea ampliamente
aceptada que el comercio de Lima era una prolongación del comercio sevillano. Obligados
a intercambiar la plata por mercancías en Portobelo, los limeños habrían reproducido al
interior del virreinato el sistema de escasez y precios altos impuesto por los mercaderes
sevillanos. Así, éste habría constituido un circuito "cerrado" que unía Sevilla, Panamá y
Lima16. Esta asociación de los comerciantes de Lima como "aliados y defensores de las
flotas y, por lo tanto, del sistema monopólico", es aún más directa en el siglo XVIII. Se
afirma que el poder de Lima sobre el mercado interno era posible sólo en la medida en
que España mantuviese el monopolio. La debilidad de la metrópoli y la competencia
extranjera a través del contrabando supusieron la imposibilidad de conservar el sistema.
El contrabando, entonces, habría implicado el resquebrajamiento del sistema de flotas-
monopolio y la consiguiente caída de Lima como centro mercantil. Los comerciantes de
Lima, muchos de ellos peninsulares o de "ideología peninsular" y escasamente ligados con
el interior del país, consideraban el contrabando como un "horrendo crimen" y, al ver
amenazado el sistema, comenzaron a defender celosamente el régimen de flotas. La
introducción de mercaderías francesas, inglesas e incluso españolas por canales distintos
a los de las flotas favoreció a los "mercados intermedios" y "periféricos" y rompió de este
modo el abusivo aislamiento en que había mantenido Lima a las provincias. El desarrollo y
competencia de ciertas regiones se hizo, entonces, inevitable. Buenos Aires se convirtió
en el punto de apoyo del contrabando y en un feroz rival en el control del mercado del
Alto Perú. La creación del virreinato del Río de la Plata (1776) y la instauración del
llamado "Comercio Libre" dos años después, es decir, la pérdida de Potosí y de las
11

esperanzas de recuperar el monopolio, terminaron de arruinar por completo el poder


económico de Lima. A partir de entonces, la mayor parte del comercio atlántico se habría
orientado hacia Buenos Aires y el Consulado de Lima se habría dedicado a escribir
innumerables memoriales en los que pedía la restauración del antiguo sistema de flotas 17.
15 Por el contrario, aquí se propone que en el siglo XVII hubo flotas, pero no monopolio
comercial, y que la ruptura del monopolio y del régimen de flotas y galeones se debió,
entre otros factores, a la directa intervención de los comerciantes de Lima. La táctica
perulera erosionó el monopolio desde fines del siglo XVI. El boom minero de 1570 —
seguido por la diversificación productiva en gran escala y la formación de una complicada
red mercantil— permitió que los noencomenderos y, entre ellos, los mercaderes, pudiesen
participar más directamente de las riquezas provenientes de las minas. Así, la producción
de plata diversificó la economía, creó mercados, expandió el consumo18 y permitió la
formación de un grupo mercantil que se opuso a las exigencias sevillanas. Luego, la
confluencia de una serie de factores adversos —problemas en Panamá, el tener que
asumir los costos de mantenimiento de dos armadas y los gastos de defensa, todo esto
justo cuando ya se habían establecido los canales del comercio directo—, habría llevado a
los mercaderes a evitar las ferias y a abastecerse por rutas directas, con lo cual el régimen
de flotas habría llegado finalmente al colapso en las primeras décadas del XVIII. Así, la
acción corrosiva del Consulado de Lima, que investigadores como Walker, Malamud y Dilg
han resaltado para las primeras décadas del XVIII19, en realidad fue un proceso que
maduró a lo largo del siglo XVII y estalló el siglo siguiente. De modo que hubo una serie de
factores que causaron el derrumbe del sistema, como la autosuficiencia del Perú, el
aumento del costo de la ruta o los problemas que surgieron en Panamá, éstos últimos
medulares en la decisión perulera de boicotear y abandonar el sistema de flotas.
16 De todos ellos, el tráfico clandestino por Buenos Aires fue un factor más, pero su
importancia no era mayor que la que podía tener el tráfico en el Caribe. En realidad, el
régimen no colapso por la competencia de Buenos Aires, sino porque los mercaderes de
Lima decidieron abandonar un sistema que presentaba numerosas dificultades.
17 El segundo de los tópicos concierne al problema del crédito en el Perú virreinal. Los pocos
trabajos que hay para el Perú atribuyen un caracter "tradicional" a las operaciones
crediticias, que habrían estado controladas firmemente por la iglesia mediante la
imposición de censos sobre las principales tenencias agrícolas de la región. Por mucho
tiempo se ha considerado que la iglesia fue "el banco" del período colonial y que no
existieron otras entidades financieras de importancia20. En este libro se propone que, en
la primera mitad del siglo XVII, se produjo un amplio desarrollo del crédito mercantil y de
la banca, cuyas funciones fueron distintas a las desempeñadas por el crédito eclesiástico.
Mediante el análisis detenido de los préstamos del banco de Juan de la Cueva 21 se
demuestra que la función de los bancos fue consolidar a los grandes consorcios
mercantiles del Perú, cuyas cabezas se encontraban en la ciudad de Lima.
18 El tercer problema que aborda esta investigación es el de la delegación de poder del
estado en los mercaderes, tema que ha sido tratado previamente por K. Andrien y M.E.
Rodríguez Vicente22 y, de una manera general, por los que han analizado el letargo
político de la administración de los Habsburgo23. Aquí se propone que en el período
colonial hubo un oscilamiento entre el poder privado y el poder público, y que, cada vez
más, la administración recayó en manos privadas durante el siglo XVII. Esto sucedió tanto
cuando hubo administración indirecta —"asientos"—, como cuando la administración era
directa y conducida por funcionarios reales. En ambos casos, la hacienda peruana estuvo
12

peligrosamente endeudada y vinculada financieramente a las élites locales. Sin embargo,


fue en la segunda mitad del siglo XVII cuando aumentaron dramáticamente las
concesiones administrativas al comercio. En dicho contexto, el rey prefirió recibir
contribuciones pecunarias, que administrar un estado que era sistemáticamente
defraudado. En consecuencia, el Consulado administró los principales impuestos,
confirmándose aquí también que la "edad de la inercia" se había establecido. Por último,
en este libro se examina el tópico relacionado con la llamada "crisis del siglo XVII". Como
se verá, en el transcurso de la investigación se ha intentado contribuir de alguna manera
a alimentar esta discusión por medio de la afirmación de que los mercaderes de Lima
fueron protagonistas en la destrucción del sistema comercial español, lo cual,
obviamente, no se puede entender sin el fortalecimiento social, político y económico de
las élites americanas.
19 Para llevar a cabo esta investigación se han consultado fuentes primarias de diversos
repositorios. A través de las series notariales del Archivo General de la Nación (Perú) se
pudo reconstruir minuciosamente los préstamos y demás actividades del banquero Cueva.
24
Además de este archivo, se ha trabajado largamente en el
20 Archivo Arzobispal de Lima, el Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima, el Archivo
Histórico y de Límites del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, el Archivo General
de Indias (Sevilla), el Archivo Nacional de Bolivia y el Archivo Histórico de la Casa de
Moneda de Potosí. También se exploraron los fondos de la British Library, del Archivo de
la Chancillería de Valladolid y del Archivo General de Simancas, aunque sin tanto éxito
como el obtenido en los primeros repositorios.
21 El libro está dividido en tres partes. En las dos primeras se establece la relación que hubo
entre los bancos públicos y la consolidación de la élite mercantil de Lima, mientras que en
la última se explora las repercusiones atlánticas de semejante proceso. El primer capítulo
se dedica a discutir las diferencias entre el crédito eclesiástico y el bancario, y a explicar
cómo surgieron los bancos en el Perú. Los capítulos 2, 3, 4 y 5 se concentran en el estudio
del banco de Juan de la Cueva. El segundo capítulo cuenta los avatares de la quiebra y
describe los diversos instrumentos de crédito usados en esta época. Los siguientes tres
capítulos que conforman la segunda parte están destinados a analizar la estructura de los
préstamos del banco de Cueva. El tercer capítulo presenta de una manera general la
orientación de los préstamos y analiza tres sectores: los préstamos a funcionarios y
miembros de la administración, los préstamos a la producción y la relación financiera con
Potosí. En el cuarto capítulo se explica de qué manera este banco, creado para satisfacer
las necesidades de los comerciantes, logró financiar un gran consorcio mercantil que
abarcó un área muy extensa del territorio americano y de ultramar. En el quinto capítulo
se analizan los mecanismos a través de los cuales los mercaderes y bancos intervinieron
en ciertas funciones del estado —como el mantenimiento del ejército de Chile y las minas
de Huancavelica—; asimismo, se explican las condiciones impuestas por el Consulado para
pactar y celebrar asientos con la administración virreinal. El sexto capítulo examina los
problemas que surgieron en Tierra Firme, mientras que el séptimo está destinado a
explicar por qué los asientos con el rey no funcionaron, cuál era la situación del comercio
hacia la segunda mitad del XVII y, por último, cuáles fueron las causas que llevaron a los
mercaderes a optar por el comercio directo y destruir el régimen de flotas y galeones.
Finalmente, en el octavo capítulo se hace un balance general del papel desempeñado por
los mercaderes en el sistema de flotas, en el mercado interno, y en la relación con el
estado y el imperio español.
13

NOTAS
2. Ibid. 129-131.
3. Citado en Earl Hamilton, El tesoro americano y la revolución de los precios en España,
1501-1650, (Barcelona: Ariel, 1975), 83, n. 124; Guillermo Lohmann Villena, "La memorable crisis
monetaria de mediados del siglo XVII y sus repercusiones en el virreinato del Perú", AEA, 33
(1976), 638.
4. AGI Contratación 827.
5. AGI Consulado 313. Carta de Diego de Santorce al Consulado. Cartagena, 15 11616; AGI
Consulados 50, f. 8r-9v; AGI Consulados 85-bis. Carta del buen amigo al Consulado. Lima, 2 VI
1680. Cf. también John Lynch, Los Austrias (1598-1700), (Barcelona: Crítica, 1993), 261.
6. AGI Lima 1545, f. 6r.
7. Cf. el estudio de Antonio-Miguel Bernal, La financiación de la Carrera de Indias (1492-1824).
Dinero y crédito en el comercio colonial español con América, (Sevilla: Fundación El Monte,
1992), especialmente cap. II al V.
8. Allyn Loosley, "The Puerto Bello Fairs", HAHR, XIII(1933): 314-335; Bernardo de Ulloa,
Restablecimiento de las fábricas, tráfico y comercio marítimo de España, [1740] (Madrid, 1883)
9. Cf. I.A.A. Thompson y Bartolomé Yun Casalilla, eds., The Castilian Crisis of the Seventeenth
Century: New Perspectives on the Economic and Social History of Seventeenth-Century Spain,
(Cambridge: Cambridge University Press, 1994); Lynch, Los Austrias (1598-1700).
10. Carla Rahn Phillips, Seis galeones para el rey de España. La defensa imperial a principios del
siglo XVII. (Madrid: Alianza, 1991), 33; I.A.A. Thompson, Guerra y decadencia. Gobierno y
administración en la España de los Austrias, 1560-1620, (Barcelona: Crítica, 1981), 354-356.
11. Una extensa discusión bibliográfica sobre este tema la hemos hecho en Margarita Suárez, "La
‘crisis del siglo XVII’ en la región andina", Manuel Burga, ed., Historia de América andina.
Formación y apogeo del sistema colonial, (Quito: Universidad Andina Simón Bolívar, 2000) vol. 2,
289-317. Los clásicos en el debate sobre la crisis del XVII en América son Earl Hamilton, El tesoro
americano; Pierre y Huguette Chaunu, Séville et l'Atlantique, 1504-1650, 8 vol. (París: SEVPEN,
1955-59) y Sevilla y América, siglos XVI y XVII, (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1983); Woodrow
Borah, New Spain's Century of Depression, (Berkeley: University of California Press, 1951);
François Chevalier, Land and Society in Colonial Mexico, (Berkeley: University of California Press,
1966); John Lynch, Los Austrias, 1598-1700 y Bourbon Spain, 1700-1808, (Oxford: Basil Blackwell,
1989); Ruggiero Romano, "Tra XVI e XVII secolo. Una crisa económica: 1619-1622", Rivista Storica
Italiana, vol. LXXIV (1962), parte III; y "Encore la crise de 1619-1622", Annales E.C.S., No.l (1964);
Michele Morineau, Incroyables gazettes et fabuleux métaux: les retours des trésors américains
d'aprés les gazettes hollandaises (16ème-18ème siècles), (London; New York : Cambridge
University Press; Paris: Maison des sciences de l'homme, 1985); John TePaske, "The Fiscal
Structure of Upper Peru and the Financing of Empire", en Karen Spalding, ed., Essays in the
Political, Economic and Social History of Colonial Latin America, (Delaware: University of
Delaware, 1982), 69-94; John TePaske y Herbert Klein, "The Seventeenth-Century Crisis in New
Spain: Myth or Reality?, Past and Present, 90 (1981):116-135; Henry Kamen y otros, "Debate. The
Seventeenth Century Crisis in New Spain", Past and Present, 97 (1982):144-161; Jonathan Israel,
"México y la "crisis general" del siglo XVII", en Enrique Florescano (comp.), Ensayos sobre el
desarrollo económico de México y América Latina, 1500-1975, (México: FCE, 1979), 128-153; Henry
Kamen, "The Decline of Spain: A Historical Myth?, Past and Present, 81 (1978): 39 y ss; Herbert
Klein, Las finanzas americanas del imperio español, 1680-1809, (México: Instituto de
14

Investigación José María Luis Mora, 1994); Peter Bakewell, Minería y sociedad en el México
colonial, Zacatecas (1546-1700), (México, Madrid: FCE, 1976); David Brading y Harry Cross,
"Colonial Silver Mining: Mexico and Peru", HAHR, LII (1972): 545-579. Murdo MacLeod, Spanish
Central America. A Socioeconomic History, 1520-1720, (Berkeley, Los Angeles: University of
California Press, 1973) y "Spain and America: the Atlantic Trade, 1492-1720", The Cambridge
History of Latin America, Colonial Latin America, (Cambridge: Cambridge University Press, 1984)
I: 341 y ss. Kenneth Andrien, Crisis and Decline. The Viceroyalty of Peru in the Seventeenth
Century, (Albuquerque: University of New México Press, 1985); Lawrence Clayton, "Local
Initiative and Finance in Defense of the Viceroyalty of Peru: The Development of Self-Reliance",
HAHR, May (1974): 284-304; Lutgardo García Fuentes, El comercio español con América,
1650-1700, (Sevilla: EEHA, 1980); Antonio García-Baquero, "Andalucía y los problemas de la
carrera de Indias en la crisis del siglo XVII", Coloquios de Historia de Andalucía, (Córdoba, 1980), I,
533-615; Ruggiero Romano, Coyunturas opuestas. Las crisis del siglo XVII en Europa e
Hispanoamérica, (México: FCE, 1993).
12. James Lockhart, El mundo hispanoperuano, 1532-1560, (México: FCE, 1982), 101-114.
13. Cf. Margarita Suárez, "Monopolio, comercio directo y fraude: la élite mercantil de Lima en la
primera mitad del siglo XVII", Revista Andina, 22 (Dic. 1993): 487-502; y Comercio y fraude en el
Perú colonial. Las estrategias mercantiles de un banquero, (Lima: IEP - BCR, 1995), 29 y pássim.
Este libro está basado en la tesis de bachiller: "Las estrategias de un mercader: Juan de la Cueva,
1608-1635" (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1985). Gran parte de la inspiración la
encontré en los trabajos de Pierre y Huguette Chaunu, Séville et l'Atlantique y el de John Lynch,
España bajo los Austrias. Luego han aparecido más trabajos que confirman la importancia del
fenómeno "perulero" en el comercio, cf. Bernal, La financiación de la Carrera de Indias, 223 y ss.;
Julián Ruiz Rivera y Manuela Cristina García Bernal, Cargadores a Indias, (Madrid: MAPFRE,
1992), 114-115; Lutgardo García Fuentes, "Cambios en la demanda y oligopolio de la oferta: un
nuevo enfoque de las relaciones comerciales entre España y las Indias (1580-1630) ", Hespérides.
Anuario de Investigaciones, I (Granada, 1993): 545-560; "La articulación de las Antillas al mercado
hispalense a finales del siglo XVI", Archivo Hispalense, (Sevilla: 1993): 11-32 y, sobre todo, Los
peruleros y el comercio de Sevilla con las Indias, 1580-1630, (Sevilla: Universidad de Sevilla,
1997).
14. Enriqueta Vila Vilar, "Las ferias de Portobelo: apariencia y realidad del comercio con Indias",
AEA, 39 (1984): 275-340. Esta autora, sin embargo, llega a la insólita conclusión de que los
"peruleros" eran sevillanos.
15. Eufemio Lorenzo Sanz, Comercio de España con América en la época de Felipe II, (Valladolid:
Servicios de publicaciones de la Diputación de Valladolid, 1979) 1,108. La real cédula de 1608 está
incluida en un pleito contra Gaspar Ramallo y otros portugueses, AGI Escribanía de Cámara 1013-
C.
16. Ver Clarence Haring, Comercio y navegación entre España y las Indias, (México: FCE, 1979),
115; Manuel Moreyra Paz Soldán, Estudios Históricos, (Lima: PUCP-IRA, 1994) vol. I, 255 y ss;
María Encarnación Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado de Lima en la primera mitad del
siglo XVII, (Madrid: CSIC, 1960), 223 y pássim; Javier Tord y Carlos Lazo, Hacienda, comercio,
fiscalidad y luchas sociales (Perú colonial), (Lima: PUCP, 1981), 110.
17. Cf. Guillermo Céspedes del Castillo, "Lima y Buenos Aires. Repercusiones económicas y
políticas de la creación del virreinato del Río de la Plata", AEA, 3 (1946): 677-874; Sergio
Villalobos, "Contrabando francés en el Pacífico, 1700-1724", Revista de Historia de América, 51
(1961): 49-80; Comercio y contrabando en el Río de la Plata y Chile, (Buenos Aires: Eudeba, 1965);
y El comercio y la crisis colonial, (Santiago de Chile: Universidad de Chile, 1968); Valentín
Vázquez de Prada, "Las rutas comerciales entre España y América en el siglo XVIII", AEA, 25(1968):
197-221; cf. el "Prólogo" de María Encarnación Rodríguez Vicente en Manuel Moreyra Paz Soldán,
ed., El Tribunal del Consulado de Lima. Cuadernos de Juntas (1721-1727), tomo II, (Lima: Lumen,
15

1957), VII-XXXIII; Heraclio Bonilla y Karen Spalding, "La independencia en el Perú: las palabras y
los hechos", Heraclio Bonilla (et al.), La independencia en el Perú, (Lima: IEP, 1971), 33-35; Alberto
Flores Galindo, Aristocracia y plebe. Lima, 1760-1830, (Lima: Mosca Azul, 1984), 69, 81. Para una
interpretación similar del caso mexicano véase Joaquín Real Díaz, "Las ferias de Jalapa", AEA, 16
(1959): 167-314.
18. Carlos Sempat Assadourian, El sistema de la economía colonial. Mercado interno, regiones y
espacio económico, (Lima: IEP, 1982), cap. III y IV; Demetrio Ramos, Minería y comercio
interprovincial en Hispanoamérica, (Valladolid: 1970); Chaunu, Séville et l'Atlantique, VIII.
1,1129-1135; Juan Carlos Garavaglia, Mercado interno y economía colonial (México: Grijalbo,
1983), 383 y pássim, y Zacarías Moutoukias, Contrabando y control colonial en el siglo XVII,
(Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1988) para la articulación de las regiones de
Paraguay y Buenos Aires. Cf. también Suárez, Comercio y fraude; Murdo MacLeod, "Aspectos de la
economía interna de la América española colonial: fuerza de trabajo, sistema tributario,
distribución e intercambios" y Magnus Morner, "Economía rural y sociedad colonial en las
posesiones españolas de Sudamérica", Leslie Bethell, ed., Historia de América Latina, (Barcelona:
Cambridge University Press, Crítica, 1990), III, 122-175; Robson B. Tyrer, Historia demográfica y
económica de la Audiencia de Quito, (Quito: BCE, 1988), especialmente cap. 6; Sergio Villalobos,
ed., Historia de Chile,(Santiago: Editorial Universitaria, 1974), 157 y ss; Romano, Coyunturas
opuestas, 124 y ss; Lynch, Los Austrias (1598-1700), 281 y ss.
19. Geoffrey Walker, Política española y comercio colonial, 1700-1789, (Barcelona: Ariel, 1979);
Carlos Malamud, Cádiz y Saint Malo en el comercio colonial peruano (1698-1725), (Cádiz: Excma.
Diputación Provincial, 1986); George Robertson Dilg, "The Collapse of the Portobelo Fairs: A Study
in Spanish Commercial Reform, 1720-1740", (PhD diss. Indiana University. Ann Arbor, Michigan:
University Microfilms, 1975).
20. Cf. Guillermo Lohmann, "Banca y crédito en la América española. Notas sobre hipótesis de
trabajo y fuentes informativas", Historia (Santiago de Chile), 19 (1969), 289-307. Véase también
Brian R. Hamnett, "Church Wealth in Perú: Estafes and Loans in the Archidiocese of Lima in the
Seventeenth Century", JBLA, 10 (1973): 113-132; Alfonso Quiroz, Deudas olvidadas. Instrumentos
de crédito en la economía colonial peruana, 1750-1820, (Lima: PUCP, 1993).
21. Sobre Juan de la Cueva existen los trabajos de María Encarnación Rodríguez Vicente, "Una
quiebra bancaria en el Perú del siglo XVII", Anuario de Historia del Derecho Español, XXVI (1956):
707-740; "Juan de la Cueva: un escándalo financiero en la Lima virreinal", Mercurio Peruano, 454
(1965): 101-119; y Suárez, Comercio y fraude, en donde examino exclusivamente las operaciones
atlánticas del banquero.
22. Andrien, Crisis and Decline; Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado, cap. 8.
23. Lynch, Los Austrias, 1598-1700 y John Lynch, ed., Latin American Revolutions, 1808-1826. Old
and New World Origins, (Norman, London: University of Oklahoma Press, 1994), especialmente
Parte I: "Imperial Recovery: From Consensus to Control", 41 y ss; Fernando Muro Orejón, "La
reforma del pacto colonial en Indias. Nota sobre instituciones de gobierno y sociedad en el siglo
XVII", JBLA, 19 (1982): 47-68; Mark A. Burkholder and D.S. Chandler, De la impotencia a la
autoridad. La corona española y las Audiencias en América, 1687-1808, (México: FCE, 1984),
29-118; John Elliott, "América y el problema de la decadencia española", AEA, 28(1971): 1-23;
Murdo MacLeod, "The Primitive Nation State, Delegations of Functions, and Results: Some
Examples from Early Colonial Central America", Spalding, ed., Essays in the Political, 53-68.
24. Cf. apéndice 3.
16

Primera parte. Los laberintos del


crédito
17

Capítulo Uno. Bancos públicos

1 El crédito fue un elemento clave que permitió a los mercaderes ampliar sus recursos y
fortalecer su posición dentro de la economía virreinal en el siglo XVII. Desde las primeras
décadas de la colonización, el desarrollo de mecanismos crediticios permitió el
funcionamiento de las empresas de descubrimiento y conquista y, posteriormente,
favoreció el asentamiento de la población española en el Nuevo Mundo. Gran parte del
éxito de las campañas militares llevadas a cabo por los primeros conquistadores se debió
a la existencia de una complicada red de agentes y abastecedores que usaron largamente
el crédito en sus transacciones, resguardados por las futuras entradas de metálico.
2 Una vez concluida la etapa de la conquista, el crédito siguió siendo usado extensivamente
por diferentes sectores sociales y productivos. Pequeños y grandes comerciantes,
funcionarios, viudas e incluso curacas prestaban sumas —a corto o mediano plazo—, ya
sea para satisfacer hábitos de consumo o para cubrir algún déficit de las arcas fiscales 1.
Otras entidades, como las cajas de censos de indios, las cofradías, los conventos, el Santo
Oficio y demás instituciones eclesiásticas, fueron fuentes constantes de crédito durante
todo el período virreinal.
3 Hasta qué punto este conjunto de agentes crediticios tuvo una presencia significativa e
influyó en la economía favoreciendo —o no— a determinados sectores sociales, son
aspectos todavía oscuros. Sin embargo, y a pesar de la ausencia de pruebas documentales,
la imagen que se ha ofrecido es la de una economía cuyas limitaciones descartaban la
necesidad de desarrollar mecanismos "modernos" de crédito, de modo que la actividad
financiera quedaba en manos de la iglesia. Para algunos historiadores, el crédito habría
sido poco importante durante el período virreinal debido a la presencia de una economía
esencialmente "natural", con empresas pequeñas sin urgencias monetarias y con hombres
cuya mentalidad era adversa a las especulaciones financieras. Además, la abundancia de
monedas de plata habría hecho innecesario recurrir a complicados sistemas de crédito 2.
4 Para otros, por el contrario, el crédito se habría usado extensamente en el período como
base primordial para suplir la escasez estructural de moneda y para satisfacer las
necesidades locales de inversión. Existiendo obstáculos para el desarrollo del crédito
bancario, éste habría sido controlado casi en su totalidad por la iglesia. Así, el crédito
colonial —hasta 1750— habría sido un crédito básicamente eclesiástico y "tradicional". En
consecuencia, habría estado atado a prácticas económicas pre-modernas vinculadas a la
18

renta de la tierra y a la transferencia forzada de caudales; fue utilizado más para


satisfacer necesidades de consumo de deudores privilegiados que para financiar
actividades productivas; y, finalmente, habría cumplido la función de facilitar la
exportación de metales y se habría ajustado, de este modo, a prácticas laborales forzadas
y rentistas, a la formación de un mercado coaccionado y a una circulación monetaria
interna escasa en razón del traslado del excedente colonial a Europa3.
5 Es cierto que la iglesia, a través de los censos, debió cumplir un rol importante dentro del
mercado crediticio peruano, aunque lamentablemente todavía no se cuente con un
soporte documental sólido que precise las formas y magnitudes4. Pero, sin duda, el papel
jugado por las instituciones eclesiásticas en el Perú ha sido sobredimensionado 5 y se ha
dejado de lado la función cumplida por el crédito mercantil y bancario. En realidad, éstas
eran fuentes de crédito que articulaban redes diferentes y, en consecuencia, cumplían
funciones distintas dentro de la economía colonial6. Las redes mercantiles emplearon
sofisticados y enmarañados mecanismos de crédito que se plasmaron en las escrituras de
cambios y riesgos marítimos, factorajes, ventas al fiado, obligaciones, deudos, cesiones,
retrocesiones, poderes y cartas de pago, además de diversas cédulas no notariales como
los pagarés, libranzas, etc. A lo largo de todo el período colonial estos instrumentos se
usaron extensivamente por el sector mercantil para canalizar sus operaciones
financieras.
6 No obstante, desde fines del siglo XVI algunos mercaderes de Lima comenzaron a recibir
depósitos y practicar operaciones crediticias en sus casas mercantiles que, con el tiempo,
adquirieron el título de Bancos públicos. Así, durante las primeras décadas del siglo XVII se
fundaron siete bancos públicos7 en Lima: el de Baltazar de Lorca, Juan Vidal, Juan López
de Altopica, Diego de Morales, Juan de la Plaza, Bernardo de Villegas y Juan de la Cueva.
La ciudad de Los Reyes se convirtió, pues, en la única plaza americana que contaba con
este tipo de entidades financieras y, sin duda, la consolidación de la élite mercantil de
Lima no puede ser cabalmente entendida si no se tiene en cuenta que eran ellos los
beneficiarios y, a la vez, los prestamistas de buena parte del dinero disponible en el
virreinato. De este modo, el control ejercido por los mercaderes de Lima rebasó la mera
compra y venta de mercaderías importadas y la obtención de grandes ganancias. Fue una
verdadera expansión de inversiones en actividades productivas o terciarias que
determinó que, en la primera mitad del siglo XVII, los mercaderes capitalinos tuviesen en
sus manos, junto con la iglesia, el dominio financiero del virreinato.

Finanzas espirituales
7 Un examen detenido de los diversos sectores productivos y mercantiles, así como de los
agentes de crédito, ofrece una imagen dinámica de las actividades crediticias en el Perú
del siglo XVII. Es cierto que se pueden encontrar diversas ordenanzas que prohibían
expresamente todo aquello que implicase "usura", pero generalmente estas restricciones
sólo quedaban en el papel. El mismo jurista don Juan de Solórzano y Pereyra reconocía
que, si bien algunos podían poner en duda su salvación debido a ciertas transacciones, no
era posible "condenar del todo" este tipo de ganancias, pues si alguien hacía un contrato
que públicamente se solía hacer "aunque tenga algún sabor o color usurario, no por eso se
le puede tener ni castigar como tal"8. Y si los concilios de México y Lima condenaron
abiertamente las "ganancias ilícitas", no cabe duda que la iglesia fue, precisamente, una
de las entidades crediticias de más larga trayectoria del período colonial.
19

8 En efecto, al margen de la objeción religiosa a la usura y del largo debate medieval sobre
la legitimidad de los intereses impuestos a los préstamos, ya desde el siglo XVI la iglesia
aceptó oficialmente la imposición de un 5% de interés sobre los préstamos considerados
riesgosos (damnum emergens) o en los casos en que el acreedor dejaba de ganar por haber
prestado su dinero (lucrum cessans)9, y sancionó así la práctica establecida por los
banqueros católicos. Además, existía una serie de instrumentos (como los censos) que
podían ser empleados para canalizar las operaciones de crédito sin que jurídicamente
implicasen usura. De este modo, el clero secular y regular, los organismos anexos a la
iglesia (Inquisición, cofradías y hermandades), las órdenes femeninas y los clérigos a
título personal estuvieron envueltos en actividades crediticias.
9 Muchas veces estas actividades no eran muy distintas de las prácticas cotidianas de los
hombres de negocios y combinaban tanto el préstamo de dinero como el comercio en
géneros. Las operaciones mercantiles estaban ampliamente difundidas entre los clérigos y
fueron expresamente prohibidas repetidas veces por la corona10 y por los concilios
limenses de 1567 y 1583. Como es de suponer, los clérigos no acataron estas restricciones,
luego de haber apelado a Roma las disposiciones de los concilios "por decir que era cosa
dura y rigurosa quitarles lo que en aquellas provincias era tan usado y que no podrían
pasar ni sustentarse de otra manera y les ocasionaría censura este perpetuo desasosiego
de sus conciencias"11. Así, algunos clérigos lograron involucrarse en aventuras de gran
envergadura. El licenciado Alonso Rodríguez Hidalgo, por ejemplo, formó una compañía
mercantil con el mercader Juan Franco de Lusón, quien viajó a Tierra Firme con la gruesa
suma de 100 mil pesos pertenecientes al presbítero. Una vez en Lima, Franco de Lusón
instaló una tienda con las mercaderías de Rodríguez y del mercader Andrés Martínez de
Amileta, la cual mantuvo en funcionamiento durante los años 1619 y 162012. El licenciado
Jerónimo Díaz, cura de la doctrina de Pararin, había formado un circuito para la
comercialización de la ropa del obraje de su doctrina, muías y diversos artículos, que
abarcaba lugares como Cajamarca, Lambayeque, Saña, Huaylas, Santa, Huaraz, Pativilca y
Lima; además, tenía un chacra de panllevar en Paramonga cuya mano de obra obtenía en
la misma doctrina de Pararin13.
10 Otro clérigo, Manuel Cabral, se dedicaba de una manera más directa al préstamo de
dinero y cobraba crecidos intereses a sus deudores. Juan Pérez tuvo que pagarle 18.5% de
intereses sobre un principal de 700 pesos y su fiador, Diego Hernández, se vio obligado a
pagarle un censo de por vida. Otro deudor, Marcos Revelo, —quien arrendó el obraje de
Jalma gracias a un préstamo de 4 mil pesos—, se comprometió notarialmente a pagar un
total de 5,025 pesos y a cederle a Cabral la mitad de las ganancias del obraje hasta el
momento en que cancelase el principal14. Pedro Ordóñez Flores, inquisidor del Tribunal
de Lima entre 1594 y 1611, constituye un ejemplo más de la combinación clérigo-hombre
de negocios. Enviaba dinero a España para ser colocado en censos, tenía cuenta corriente
en el banco de Baltazar de Lorca, actuaba como prestamista de comerciantes e, incluso,
fue acusado de emplear el dinero inquisitorial en negocios privados. En 1611, el valor
total de su patrimonio era de 180 mil pesos y el inventario de sus bienes revela el grado de
refinamiento y lujo alcanzado por el inquisidor15. Otro caso notable es el del licenciado
Juan de Robles, receptor del Santo Oficio y mayordomo de la catedral de Los Reyes,
aunque es difícil deslindar qué actividades efectuaba personalmente con aquéllas que
llevaba a cabo a nivel institucional. Gran parte de sus operaciones estuvieron relacionadas
con el manejo de una red mercantil interna basada en la comercialización de los diezmos
16
. Posiblemente estas transacciones, sumadas a las que implicaban sus cargos, hicieron de
20

él un activo agente de crédito que participaba en la fundación de conventos y prestaba


sumas a la real hacienda17.
11 Por supuesto, la iglesia y las diversas dependencias religiosas también efectuaron
operaciones crediticias a nivel institucional. La tendencia de las entidades religiosas a
destinar sus fondos al crédito y, sobre todo, las cargas sobre las propiedades en favor de
dichas instituciones han llamado intensamente la atención de los historiadores. Según el
virrey conde de Chinchón, las instituciones religiosas habían ganado control sobre las
mejores tierras del reino mediante los censos impuestos sobre ellas18. Esta situación fue
bastante común en el transcurso de todo el período colonial, y sólo en muy pocas
ocasiones se puede encontrar propiedades que no tuviesen algún tipo de carga censal 19.
En el siglo XVIII algunas zonas agrícolas y urbanas acumularon tantas obligaciones que sus
dueños imploraron la disminución de los réditos anuales del 5 al 2-3%20.
12 Recurrir a estos préstamos a largo plazo bajo la forma de ventas de rentas fue muy común
y no era de ningún modo un recurso privativo de la iglesia. El éxito de los censos
consignativos como un medio para canalizar operaciones crediticias en el siglo XVI se
debió a que, además de ser un instrumento más flexible que los censos medievales, eran —
jurídicamente hablando— una compra-venta y, por lo tanto, escapaban a las pragmáticas
contra la usura21. El censo consignativo redimible o al quitar era un contrato mediante el
cual una persona vendía a otra por una cantidad determinada el derecho a percibir
réditos anuales sobre una finca propia, con la posibilidad de cancelar el contrato cuando
el vendedor devolviera el principal22. De este modo, personas privadas e instituciones
recibían préstamos a largo plazo y gravaban a sus propiedades con el pago anual de una
renta. Estas rentas podían ser redimidas, vendidas y traspasadas, gracias a lo cual se
creaba un activo mercado de censos.
13 Desde fines del siglo XVI, las instituciones eclesiásticas realizaron una sistemática
colocación de sus crecientes fondos en rentas seguras y, por tanto, muchas de estas rentas
censales pasaron a su control, ya sea en forma directa o por medio de traspasos.
Asimismo, muchas veces estas instituciones recibieron estas rentas a través de mercedes
o donaciones. Los capellanes de la Capilla real, por ejemplo, compartían con los "propios y
rentas" del cabildo de Lima unos censos impuestos a los solares del nuevo barrio de San
Lázaro, por una merced que les hiciera el virrey Marqués de Cañete. Al cabildo le
correspondían las dos terceras partes de las rentas y a los capellanes el tercio restante 23.
Sin embargo, como se ha subrayado reiteradas veces para otras áreas de Hispanoamérica,
ha existido una gran confusión en cuanto a la interpretación de la naturaleza de estas
rentas, al punto que se han confundido los censos-gravámenes con los censos-préstamos.
De este modo, al asumirse que todas estas rentas tenían su origen en préstamos, la iglesia
aparecería como una virtual acaparadora del mercado crediticio, que prestaba enormes
sumas a aquellos que tuvieran propiedades, es decir, a la clase criolla con tierras 24. Según
Bauer, es posible que tan sólo un porcentaje mínimo de estos ingresos procediera de
préstamos a interés que hubieran concedido previamente las instituciones eclesiásticas.
La iglesia, pues, aparecería más como una captadora de rentas que como un enorme
agente crediticio que desembolsara dinero pidiendo a cambio un interés25.
14 Investigaciones para el caso mexicano han comprobado que, en algunos casos, los censos
en favor de la iglesia no provenían mayormente de censos-gravámenes y, por lo tanto,
ésta no habría tenido un rol tan pasivo como el atribuido por Bauer26. Para el caso
peruano no existe nada comparable a las investigaciones mexicanas, y mientras no se
tenga más información sobre la naturaleza y proporción de las rentas eclesiásticas, así
21

como del destino de los desembolsos, no se podrá saber con exactitud cuál fue el rol
jugado por la iglesia en la economía peruana. Estudios realizados para algunos casos
regionales han arrojado que las instituciones eclesiásticas, por medio de los censos,
habrían desempeñado tanto un rol activo como parasitario en proporciones difíciles de
medir27 o se habrían beneficiado muy parcialmente de los intereses de estos censos,
siendo, en realidad, instrumentos usados por la élite terrateniente para asegurar a su
descendencia28. En este sentido, las órdenes femeninas jugaron, al parecer, un papel nada
despreciable en el habilitamiento de capitales líquidos, y todo indica que los monasterios
femeninos de Lima siguieron los pasos de los conventos novohispanos29.
15 En 1664, por ejemplo, los conventos de la Concepción y Santa Catalina decidieron prestar
fuertes sumas al Consulado de Lima para engrosar el envío de dinero a Portobelo y
España, luego de asegurarse de que el gremio de mercaderes ofrecía las garantías
suficientes para el pronto reembolso del principal. En diciembre del mismo año, ocho
abadesas de los principales conventos de Lima escribían al rey para informarlo acerca de
un arreglo financiero entre sus conventos y los oficiales reales, con la finalidad de cubrir
ciertos gastos y asegurar así la remisión de plata para el monarca, y ponían como
condición el puntual cumplimiento de los pagos, puesto que de otra manera difícilmente
podrían sostenerse30.
16 Durante el siglo XVII, la mayor parte de los préstamos a la real hacienda efectuados por los
conventos fueron hechos mediante la compra de juros de los años 1639, 1640 y 1641. Estas
tres ventas de juros proporcionaron a la caja de Lima más de 2 millones de ducados,
siendo los principales compradores las instituciones religiosas y las cajas de comunidades
de indios31. Sin embargo, y a pesar de su activa colaboración, los conventos de religiosas
fueron objeto de presiones pues las autoridades virreinales consideraron que estas
instituciones debían apoyar exclusivamente las necesidades estatales. Así, en 1644, el
arzobispo de Lima, don Pedro de Villagómez, ordenó una investigación para averiguar por
qué los conventos de la ciudad de Los Reyes no habían comprado una cantidad mayor de
los juros puestos en venta por el virrey Mancera. Las autoridades habían sido informadas
de que los conventos habrían estado dando préstamos a particulares y que, por este
motivo, habían dejado de comprar los juros a las cajas reales. Como resultado de esta
pesquisa se supo que los conventos de Lima habían desembolsado —entre 1638 y 1644—
casi medio millón de pesos y habían destinado el 63% al sector público y el resto al sector
privado, como se puede apreciar en el cuadro 1.1.
22

Cuadro 1.1. Préstamos de los conventos de Lima, 1638-1644 (en pesos de ocho reales)

FUENTE: AAL. Sección Censos, leg 6, año 1644

17 A pesar de que la mayor parte de los fondos conventuales fueron colocados en la real
hacienda, las autoridades no quedaron satisfechas. Para evitar que los fondos se desviaran
hacia canales privados, argumentaron que buena parte de los préstamos a particulares
habían sido situados en forma de censos sin contar con respaldo seguro y, en muchos
casos, las operaciones habían sido llevadas a cabo de forma fraudulenta por los empleados
de los conventos. Si se comparan los ingresos y egresos de los monasterios (cuadro 1.2), se
puede ver que prácticamente en todos ellos los gastos anuales eran mayores que sus
ingresos. Dentro de los ingresos se contaban las dotes de las religiosas, los pagos anuales
de los censos y los principales redimidos, pero no las donaciones. En los gastos se
consignaban los desembolsos por alimentos, construcciones, reparaciones, pago de
diezmos, compras de casas, pagos y redenciones de censos, y las compras de juros y
censos.
23

Cuadro 1.2. Total de ingresos y gastos de los conventos de religiosas, 1638-1644 (en pesos de
ocho reales)

FUENTE: AAL Sección Censos, leg6, año 1644

18 De estas cifras se puede deducir que la política de las instituciones femeninas en estos
años fue la de invertir proporciones considerables de sus ingresos y también de sus
fondos totales acumulados en juros y censos redimibles, como se puede apreciar en el
cuadro 1.3.

Cuadro 1.3. Proporción de préstamos con respecto a los ingresos y gastos de los conventos,
1638-1644 (en pesos de ocho reales)

FUENTE: AAL Sección Censos, leg. 6, año 1644

19 Los particulares beneficiados por estos préstamos a largo plazo fueron,


fundamentalmente, miembros de la élite limeña que tenían la posibilidad de imponer
censos redimibles sobre sus propiedades y pagar la tasa habitual del 5% anual (ver
apéndice 1). Este hecho, ciertamente, reducía el número de posibles deudores de los
monasterios, además de que éstos debían pertenecer al estrecho círculo de amigos de las
24

religiosas o sus mayordomos y, cuando no, debían presentar múltiples fianzas suscritas
por aquellos que sí gozaban de la confianza conventual. De este modo, el comportamiento
de las órdenes femeninas sería similar al de las órdenes novohispanas, en el sentido de
que los préstamos no sólo eran baratos, sino también muy selectivos: eran otorgados
sobre la base del parentesco para recompensar a familias generosas con la iglesia o para
asegurar adhesión política y/o protección32.
20 Así, por ejemplo, don Antonio Guerra de la Daga y Vargas33 y su hijo, don Juan de la Daga y
Vargas —parientes de la fundadora del convento de Santa Catalina, doña Lucía Guerra de
la Daga34 — fueron los más favorecidos, recibiendo de los monasterios de Santa Catalina y
de las Descalzas de San Josephe la fuerte suma de 45,100 pesos en 1638. El censo comprado
por el convento de Santa Catalina (cuyo principal era de 33,100 pesos) fue impuesto sobre
"todo su vínculo", pero especialmente sobre 35 mil pesos "que están impuestos a censo en
su favor sobre la chacra que vendió al convento de San Agustín junto a la calera", sobre
sus casas de morada y otras que compró de Diego de Segura, y sobre las haciendas de
Quipico y Churín. El contador Hernando de Santa Cruz y Padilla35 recibió 3,500 pesos del
convento de la Concepción y los impuso sobre sus casas de morada y otras accesorias,
sobre su chácara de Lurigancho y sobre las casas que recibió de sus suegros en San
Marcelo. Miembros del cabildo y de la audiencia, como los regidores doctor Tomás de
Avendaño, Diego Núñez de Campoverde36 y el oidor don Dionisio Manrique 37, también
estuvieron entre los deudores. Núñez de Campoverde recibió 3 mil pesos que repartió de
la siguiente manera: 1,625 pesos fueron impuestos sobre las casas del licenciado Francisco
Cano, cuyos bienes administraba como albacea; y con los 1,375 pesos restantes "cedió y
traspasó" al convento de Santa Clara un censo que tenía en las propiedades de Pedro de
Santa María.
21 Otras instituciones religiosas, como la Compañía de Jesús y la iglesia del Callao,
igualmente resultaron favorecidas. La Compañía de Jesús impuso los 12 mil pesos que
recibió de La Encarnación "por especial hipoteca" sobre sus haciendas de Chancay, San
Juan, Ica y Nazca y, "en general", sobre todas sus demás propiedades. Entre los
mercaderes se encuentran —además de Núñez de Campoverde y Hernando de Santa Cruz,
quienes eran acaudalados comerciantes— Pedro de Castillo y Guzmán38 y Jerónimo de
Soto Alvarado. El capitán Alonso Sánchez39 —gran hacendado en Lima y Cañete— y sus
hijos, el regidor Juan Sánchez de León y Andrés Sánchez de León, recibieron la suma de 16
mil pesos. Fue impuesta sobre sus casas principales, sobre todas sus haciendas de Cañete
("asi tierras como hatos, estancias y casas y demás bienes"), sobre los censos que le
pagaban Diego Gómez de Saavedra, Juan Núñez Carvallo, Juan Álvarez y los herederos de
Pedro de Vera y, finalmente, sobre el oficio de regidor que tenía Juan Sánchez de León.
22 Además, son muchas las mujeres que recibieron préstamos de los monasterios, sobre todo
viudas; doña Sebastiana Muñiz, viuda del doctor Ramos Galbán40, recibió ocho mil pesos
de los conventos de la Santísima Trinidad y Descalzas; doña Mariana de Peralta, viuda del
secretario Francisco Bravo de Laguna, recibió mil; doña Ana de Verdugo, esposa del oidor
y presidente de Quito, don Alberto de Acuña, y su hijo, el regidor Gabriel de Acuña 41,
recibieron 6 mil. Muchos de estos censos se compraban a cuenta de las dotes de algunas
monjas, tal como lo estipulaban las constituciones conventuales42. Así, a doña Isidora de
Illescas y a doña Angela Zambrano, religiosas de La Encarnación y herederas del
licenciado Antonio de Illescas, se les compró un censo de 2 mil pesos sobre las casas de
doña Leonor de Faxardo43. Por último, también aparece como deudor Francisco Lorenzo,
carpintero, propietario de ocho negros oficiales, una tienda y dos pares de casas sobre las
25

cuales impuso el censo. Lorenzo pertenecía al grupo de artesanos prominentes de la


ciudad, pues se le encuentra incluso como fiador del banco de Bernardo de Villegas en
1636 (ver apéndice 2).
23 De este modo, las órdenes femeninas limeñas beneficiaron preferentemente a un sector
reducido de la élite limeña, compuesto por viudas de alcurnia, letrados, altos
funcionarios, hacendados y algunos grandes mercaderes en pleno ascenso social. La
actividad financiera de los monasterios, unida a las demandas propias de la economía
conventual, tuvo hondas repercusiones, y el impacto del movimiento económico de los
conventos de Lima sobre el resto de la sociedad fue considerable. Los monasterios de
monjas no sólo se convirtieron en importantes prestamistas para la real hacienda y
ciertos sectores privados, sino también eran una fuente de empleo (criadas, mayordomos,
transportistas, albañiles, carpinteros, artesanos, etc.) y grandes consumidores de bienes.
No hay que olvidar que aproximadamente el 20% de la población europea y femenina de
Lima vivía en los conventos, sin contar las sirvientas y esclavas que incrementaban
notablemente la población total de estas ciudadelas44. Si bien sus chacras podían
abastecerlos de alimentos, las cuentas conventuales registran continuas y elevadas
compras de trigo y carne para el consumo diario. Por tanto, las decisiones económicas —y
también políticas— de las órdenes femeninas tuvieron consecuencias inmediatas en los
extramuros. Así, el mundo secular se halló indefectiblemente ligado al conventual 45.
24 Pero si ciertos grupos de la élite terrateniente podían encontrar rápidamente en las arcas
eclesiásticas el dinero para cubrir sus necesidades, no sucedía lo mismo con los otros
sectores de la sociedad. El minero potosino que debía comprar azogue y hierro para el
funcionamiento de sus minas, el mercader que necesitaba un préstamo urgente para
cumplir con sus obligaciones en un punto lejano de su ciudad o el corregidor que quería
pagar los gastos que ocasionaba el ejercicio de sus funciones, todos ellos no podían
esperar el selectivo trámite que suponía un préstamo de la iglesia y, en la mayoría de los
casos, no eran ni siquiera aptos para conseguirlo. Sin duda, siempre existieron redes
crediticias distintas de las religiosas y desvinculadas de la tierra para satisfacer a aquellos
sectores con fuertes e inmediatas demandas monetarias, y no es sorprendente que las
mercantiles y bancarias desempeñaran un papel primordial en el habilitamiento de
capitales.

A falta de patacones
25 La expansión de la economía peruana desde el último tercio del siglo XVI no hubiese sido
posible sin un crecimiento de los medios de pago. Desde la más simple compra de pan
hasta los grandes desembolsos del estado virreinal implicaban el uso de dinero. Esta
situación, en teoría, no tendría que haber sido un problema en el Perú, considerado por
muchos como "la metrópoli de la plata" y, en realidad, había períodos de abundancia de
plata. Sin embargo, y a pesar de la espectacular producción potosina, el Perú sufría de
ausencias periódicas de circulante46.
26 Dichas ausencias obedecían a muchas razones. Por supuesto, una buena parte del metal
producido en el virreinato iba a Europa, ya fuera a través del comercio o a través de las
remesas periódicas al rey o a los familiares peninsulares. A su vez, parte del comercio
exterior de España descansaba en el empleo del numerario perulero, de tal modo que en
Francia, Flandes, Italia y hasta en Turquía, circulaba la moneda potosina, que era
altamente estimada47. El comercio con México y Filipinas también era una continua
26

sangría de metales; ciertamente, la mayor parte era enviada a Manila, pero una cantidad
nada despreciable quedaba en territorio novo-hispano. Además, el Perú abastecía de
circulante a Panamá y Centroamérica; todas las transacciones centroamericanas se hacían
en "patacones peruleros" y un eventual traspiés en el comercio con esta región
significaba una inmediata asfixia monetaria. Chile es otra de las áreas que se alimentaba
del metal peruano. Algunas transacciones internas se hacían allí en cobre no troquelado,
pero tanto el comercio con el Perú como las remesas del situado se hacían con plata
peruana. La economía de la audiencia de Quito, igualmente, pasó a depender del
circulante potosino, a pesar de haber explotado el oro en el siglo XVI. Y, finalmente, el
área de Buenos Aires también se alimentaba del metal altoperuano, el cual, a su vez,
terminaba en Brasil y en los circuitos de comercio portugueses que del mismo modo
absorbían numerario peruano por la trata de esclavos.
27 Al drenaje de metales por vía comercial o fiscal, habría que agregar el desgaste, el
atesoramiento y la orfebrería —que también consumían la especie metálica— y los
problemas suscitados por las prácticas de amonedamiento. El boom minero estuvo
acompañado de una caótica política monetaria. Antes de 1568, el circulante estaba
compuesto por pedazos de plata y oro, tejos y barretones (quintados o sin quintar), que
recibían el nombre de "plata corriente" y se contaban en pesos y tomines; a éstos se le
agregaban tomines de cobre y plomo, que ser empleaban en áreas marginales del
virreinato o en el sector indígena48. Solamente con la fundación de las casas de moneda
apareció el disco acuñado. En 1568 se fundó una Casa de Moneda en Lima, que funcionó de
manera muy irregular hasta 1588, cuando fue clausurada, y quedaron entonces las
funciones de acuñación exclusivamente en manos de la ceca potosina49. Fue, pues, la Casa
de Moneda de Potosí (que comenzó a funcionar en 1574) la que controló la acuñación del
virreinato peruano durante la mayor parte del siglo XVII. Aquí se acuñaban discos de
metal y se quintaba y marcaba la plata en barras, de tal modo que el metal que pasaba por
la Casa de Moneda salía ya sea en forma de barras o en moneda50. Pero la cantidad de
monedas producidas estaba muy por debajo de la demanda. Según Lazo, en el siglo XVI se
labró tan sólo el 13% de la plata oficial producida por las minas de Potosí, mientras que
entre 1634 y 1661 se habría acuñado el 75%, sin contar el mineral producido fuera del
Cerro Rico, que bajaría el porcentaje a 50% aproximadamente51. Había, por tanto,
problemas con el abastecimiento de moneda fraccionaria.
28 Para complicar aún más las cosas, se manejaban diversas unidades monetarias
simultáneamente. Las unidades monetarias de plata propiamente peruanas eran el peso
de doce reales y medio (del "rey" o de "tributos"), el peso ensayado de trece reales y un
cuartillo (o pesos ensayados de "mercaderes"), el peso de nueve reales (llamado también
peso "corriente") y el peso de ocho reales (o "patacón"). Pero en las cuentas comerciales o
fiscales se podían encontrar, además de estas unidades, pesos de buen oro, ducados,
coronas, etc., de tal modo que se usaban también unidades monetarias cuyos orígenes e-
ran distintos. Y, por último, circulaba también plata "labrada" y "piña", que era plata no
quintada cuyo valor se determinaba calculando el valor de cada marco en pesos
ensayados y de allí a pesos de ocho.
29 La única moneda que existía físicamente era el peso de ocho reales, siendo todas las
demás unidades de cuenta. Las cajas reales llevaban sus cuentas con pesos ensayados,
pesos de ocho y pesos de oro de diferentes quilates. Los mercaderes manejaban sus
cuentas fundamentalmente en pesos ensayados (que era la unidad de cuenta que se usaba
para las barras de plata) y en pesos de a ocho reales; y para convertir los pesos ensayados
27

a pesos de a ocho (y viceversa), empleaban los pesos de a nueve reales. Según Moreyra,
esta costumbre de emplear otra unidad monetaria para las conversiones, el peso de nueve
reales, fue impuesta por el virrey Toledo52. Probablemente el motivo de crear una unidad
de cuenta más era agilizar la solución de los problemas matemáticos que surgían en el
momento de hacer las conversiones monetarias. La "reducción" o equivalencias de
monedas se llevaba a cabo mediante el cálculo del valor y peso del metal expresados en
términos de maravedíes. Pero esta reducción estaba, a su vez, sujeta a las fluctuaciones
del mercado monetario y a los intereses, que usualmente estaban encubiertos en el
cambio. Así, no había una sola tasa de cambio. Convertir pesos ensayados a pesos de ocho
resultaba muy complicado puesto que no se usaban fracciones decimales, sino tan sólo
quebrados53. Al usar los pesos de nueve reales se simplificaban enormemente los cálculos,
pues permitía usar tasas de conversión: 144%, 143%, etc., que significaba que 100 pesos
ensayados valían 144 ó 143 pesos de a nueve respectivamente54. Y de allí la conversión a
pesos de a ocho reales era bastante sencilla55.
30 Había, pues, un verdadero enjambre monetario que complicaba extremadamente llevar
unas simples cuentas56, a lo que se agregaba la gran demanda de monedas fraccionarias y
el drenaje periódico de circulante. En determinados períodos del año había una
extraordinaria abundancia ("largueza") de circulante; en otros, había barras de plata pero
no reales. Y, finalmente, había temporadas —como la partida de la armada a Tierra Firme
o el navío de México— en donde había una escasez aguda ("estrechez") de medios de
pago: la real hacienda se encontraba sin reservas, el mercader sin liquidez y las ciudades
sin reales. En dicho contexto, la única manera de remediar esta situación era recurrir a
quien tuviese fuertes cantidades de numerario o al crédito. A la par, se creó un genuino
mercado monetario controlado por los especialistas del crédito: los bancos.
31 La actividad bancaria nació asociada con la negociación mercantil y con el ingreso de los
comerciantes a la escena política. Hacia 1600 ya habían quedado atrás los tiempos en
donde los empeños económicos de los mercaderes no reportaban ningún éxito con
respecto a su vinculación con los grupos aristocráticos y las esferas de poder 57.
Ciertamente la euforia económica de estos años los benefició, como a todos los demás
sectores sociales. No obstante, también hay que reconocer que los mercaderes fueron
bastante creativos en el momento de desarrollar estrategias para controlar un comercio
que iba a atravesar por muchas fluctuaciones.
32 Detrás del fortalecimiento de los mercaderes como grupo social se hallaron sus recursos
económicos, pero también la posibilidad de ampliarlos en cualquier momento. Las redes
mercantiles que se articularon en las rutas terrestres y marítimas del virreinato peruano
emplearon diversos métodos e instrumentos crediticios que permitieron que las
distancias, la estacionalidad de las flotas, la escasez periódica de circulante o las
diferentes unidades monetarias no fueran obstáculos para el intercambio. Así como el
crédito mercantil —vender al fiado— y financiero —préstamos y cambios— fueron, _en
palabras de Bernal, el "nervio" de la negociación mercantil en la Carrera de Indias 58, del
mismo modo, constituyeron la médula de los circuitos mercantiles que se formaron al
interior del virreinato. Ser fuente de crédito y tener acceso a él fueron, pues, dos
elementos claves en el éxito de las empresas de los comerciantes peruanos del siglo XVII.
33 Juan de Solórzano y Pereyra, gran conocedor de las prácticas mercantiles y financieras de
la época, explica que había una extraordinaria difusión de "mohatras, dineros a logro,
compras de escripturas o ventas de mercaderías fiadas en bajos precios, préstamos a
mineros a pagar en pinas de plata, contratos en cadenas de oro en que pierden de una
28

mano a otra los que las toman parte del peso... y otras baratas y negociaciones a este
modo que se han inventado y se llevan a título de intereses y lucro cessante y sin correr
riesgo alguno"59. Incluso reconocía que, en realidad, muchas veces necesitaba el comercio
"de estos ensanches y que aún en la corte de España se permite llevar a ocho y más por
ciento por el dinero que se pone en las casas de hombres de negocios, con libertad de
volvérselo a pedir y sacar quando al que lo puso le pareciere"60. Así, el crédito era
canalizado a través de una serie de instrumentos, —algunos relativamente simples, otros
extremadamente enmarañados— que, a su vez, eran usados por una diversidad de agentes
financieros. Éstos, claro está, pasaban por varios niveles que iban desde el simple agiotista
al mercader-banquero, o desde la iglesia con sus censos hasta llegar a los bancos
propiamente dichos. De todos ellos, eran los bancos los que, por excelencia, actuaban
como un verdadero nexo entre la oferta monetaria —constituida por quienes tenían
disponibilidad monetaria— y la demanda de dinero, convirtiendo, de esta manera, el
ahorro en inversión, y privilegiando en su camino a ciertos grupos sociales y a
determinados sectores de la economía.
34 La aparición de los bancos significó un paso más en el desarrollo de los mecanismos de
crédito. Sin duda, había diferentes agentes financieros en el Perú colonial. Sin embargo,
existe una diferencia entre el crédito bancario y los demás tipos de transacciones
crediticias, pues el crédito bancario tiene una característica que no comparten los demás:
el crear dinero bancario. Sería, pues, conveniente deslindar cuál es el más simple agente
de crédito que puede llamarse legítimamente un "banco". Ya A.P Usher definió
claramente la diferencia entre un banco y los demás agentes crediticios. Según Usher, el
préstamo de dinero, con o sin interés, únicamente transfiere poder de compra de una
persona a otra. Asimismo, la aceptación de depósitos en moneda no supone una actividad
bancaria, aún si el dinero es usado en el comercio pues, igualmente, es tan sólo una
transferencia de poder de compra. Por otro lado, el cambio de monedas no supone el uso
del crédito, a pesar de que muchos banqueros fueron originalmente cambistas. El
fenómeno bancario se origina cuando los préstamos son hechos a través del crédito
bancario, y esto sólo es posible cuando los depósitos nominal-mente pagables en efectivo
pueden ser usados efectivamente mediante un sistema de transferencias en libros y canje
("clearance").
35 Al suceder esto, el banquero puede usar algunos de los depósitos para hacer préstamos o
invertir en el comercio, sin privar a los depositantes del libre uso de sus depósitos. La
premisa para que exista crédito bancario, por tanto, es que un número considerable de
cuentas corrientes puedan ser usadas simultáneamente. Así, los depósitos se convierten
en un medio de pago que es independiente de la especie metálica, puesto que las
transacciones efectuadas pueden ser compensadas en libros sin usar el metálico. De esta
manera, los depósitos se convierten en dinero bancario. La expresión "pagado en el
banco" y la existencia de libros separados para las cuentas corrientes serían fuertes
indicadores de que nos encontraríamos ante la presencia del fenómeno bancario61.
36 En el Perú, la aparición del crédito bancario fue precedida y acompañada por una
expansión del crédito mediante censos, libranzas, vales, cédulas y obligaciones notariales.
Los cambios y préstamos marítimos fueron los instrumentos de crédito más usados en el
comercio colonial desde España62, mientras que las letras de cambio tuvieron un uso
restringido en el tráfico atlántico63. Dentro del territorio colonial, sin embargo, las
libranzas o letras fueron usadas ampliamente como medios de pago e instrumentos de
crédito, aunque sin contar con los formulismos —por ejemplo, "a ocho días vista" o
29

"pagará por esta primera de cambio"— que sí tenían las letras de cambio usadas en el
comercio exterior europeo.

Surge la banca privada


37 No se puede deslindar con total nitidez en qué momento los hombres de negocios de Lima
empezaron a actuar como bancos privados sin licencia. Desde la última década del siglo
XVI, algunos mercaderes de Lima comenzaron a recibir depósitos y a difundir el servicio
de pesar y hacer cambios de barras y monedas, para lo cual cobraban una supuesta
"limosna" de un real por barra. Según algunos contemporáneos, la proliferación de estas
personas que tenían "peso de contraste" se debía a que los vecinos de Lima pagaban a
"forasteros" quienes, para evitar engaños, acudían a cambistas privados64. En 1602, el
cabildo de Lima ordenó que ningún mercader pesase barras y "llevase interés en ello", y
prohibió especialmente las operaciones que efectuaba Juan de Liano Salcedo en su tienda,
por donde pasaba —se decía— una gran cantidad de plata65. En 1606, sin embargo, era de
común conocimiento que Baltazar de Lorca realizaba operaciones bancarias, que emitía
vales a la orden (pagarés)66 y que, incluso, hasta el propio cabildo depositaba los fondos
municipales en su banco67.
38 Años más tarde, en 1608, esta práctica se hallaba extendida. Baltazar de Lorca, Juan Vidal,
Juan López de Altopica y Diego de Morales venían haciendo cambios y recibiendo
depósitos en sus tiendas "a manera de vanco", sin tener el respaldo y las fianzas "que para
semejantes tiendas y vancos es necesario"68. Según el alcalde don Juan de la Cueva, estas
prácticas podían tener consecuencias muy graves. Vecinos, moradores y forasteros
estaban poniendo sus haciendas en estas tiendas de mercaderes, "por cuya causa las
barras que se ban a pesar a ellas, por averse de emplear algunas y otras pagar, las dejan al
tal mercader en confianza a guardar, demás de que llevan ynterés por el pésalas, cosa
prohibida por leyes y pregmáticas de Su Magestad"69.
39 El cabildo tuvo una reacción ambivalente con respecto al problema y emitió autos
contradictorios. Unos ordenaron la clausura de estas tiendas hasta que sus dueños diesen
las fianzas del caso y con esta medida autorizaron tácitamente el funcionamiento de los
bancos70. Otros, por el contrario, mandaron que el peso y cuenta de las barras fuese
efectuado únicamente por el contraste de la ciudad y prohibían que los mercaderes
pudiesen hacerlo. Aparentemente la presión de los hombres de negocios de la ciudad
contribuyó a que el cabildo se decidiera, finalmente, por permitir el funcionamiento de
estas tiendas. El procurador de la ciudad, don Martín Pizarro, y los mercaderes de Lima
sostuvieron que el oficio de contraste estaba relacionado con la ley y quilates de los
metales, mas no tenía "curso ni espiriencia del uso de las barras ni reducción ni quenta
dellas...y no tiene casa a propósito ni sabe contar". Así, un grupo de mercaderes pidió que
Juan Vidal, "hombre de fidelidad y confianza", pudiese seguir pesando y contando la plata
71. Juan Vidal declaró que, desde 1598, tenía en su tienda

peso, en que ordinario se pesan y hacen las reducciones y quenta della sin que por
ello haya llevado ynterés ninguno porque si algo daban era limosna para las
ánimas...y se seguiría yncomodidad al comercio si se ubiesen de llevar las barras a
su casa, lo qual cesara teniendo yo el peso dellas; y el despacho de la armada será de
mucho efecto por la facilidad con que pesa y hace la quenta en mi tienda, como se
acostumbra en todas las ciudades deste reyno, en las cuales está el peso entre
mercaderes72.
30

40 El cabildo permitió que Vidal continuara con el oficio sin presentar fianzas, pero obligó a
otros, como Baltazar de Lorca, a cumplir con las exigencias municipales. El 3 de
noviembre de 1608, Lorca pidió al cabildo se le diera licencia para poder tener
"libremente el dicho banco como lo he tenido hasta aquí" y presentó una relación de
fiadores que respaldaban su actividad bancaria por la cantidad de 100 mil pesos
ensayados (ver apéndice 2). Las fianzas fueron dadas "en razón de la siguridad de agena
que en mí entra como banco"73, obligándose los fiadores con escrituras firmadas ante el
notario del cabildo. El municipio accedió a que el banco funcionara y siguiera recibiendo
"en confianza" partidas de plata, exigiendo un juramento del banquero y el compromiso
de tener libros, "quenta y razón" de las partidas ingresadas en su poder. Lorca juró actuar
honestamente y tener libros especiales "con dia, mes y año, deve y a de aver, con partidas
claras y distinción, dando y pagando y entregando a cada una de las personas que en el
dicho banco pusieren barras y reales lo que les perteneciere y hubiere de haber conforme
a los dichos libros que para este efeto a de tener"74.
41 La insistencia municipal en pedir fianzas a estos negociantes fue producto de presiones
provenientes de las más altas esferas del gobierno. En España, las quiebras y
endeudamientos de financistas y mercaderes habían sido adjudicados al elevado precio
del dinero y, en consecuencia, hubo un recrudecimiento de la severidad legal contra los
préstamos y cambios. Por este motivo, el 1 de mayo de 1608 se dictó una "Nueva
Pragmática" contra todos los contratos y negociaciones que se hicieran exclusivamente
con dinero, y posteriormente se ordenó su ejecución y pregón en las Indias75. En diversas
ciudades de la Península, como Sevilla, estas disposiciones generaron diversos
expedientes por usura, pues los deudores aprovecharon las circunstancias para no pagar
sus obligaciones. En el Perú estas medidas no tuvieron mayor repercusión, salvo la
exigencia de fianzas a los mercaderes que negociaban con dinero. La real cédula, que fue
enviada al virrey Montesclaros en 1608, expresaba los daños que ocasionaban los tratos y
contratos con "dinero seco"76, y que se efectuaban bajo la ficción de depósitos en casas
mercantiles o en compañías, no siendo en realidad más que prácticas usurarias y cambios
ilícitos. El virrey ordenó el cumplimiento de esta cédula contra las transacciones a interés
en 1610 y forzó a las autoridades edilicias a exigir de los mercaderes un mayor respaldo
de sus actividades77.
42 Así, en 1612, Diego de Morales y Juan Vidal debieron formalizar sus actividades bancarias,
aunque intentaron por todos los medios de demostrar que en sus transacciones no había
interés sino tan sólo "buena obra". Morales se desempeñaba como banco desde 1606, pero
hasta la fecha había esquivado presentar fiadores78. El 2 de marzo se presentó diciendo
que estaba mandado que "los mercaderes de tiendas que resciven dineros de personas
particulares den fianzas", pero que hasta el momento no se había determinado cuál sería,
en su caso, el monto por ofrecer. Morales pedía al cabildo considerar que sus negocios no
correspondían a los penalizados en las pragmáticas, pues él no tenía correspondencia con
ningún otro banco, no daba cédulas ni libranzas en el reino ni fuera de él, ni "aseguraba
moneda por la mar" como hacían los demás bancos. Según Morales, él simplemente
recibía el dinero que las personas le daban voluntariamente, y "los ponen oy y sale
mañana", de tal modo que en época de armada y del navío de México ninguna persona
dejaba dinero en su tienda. Teniendo en cuenta que los oficiales reales daban una fianza
de 10 mil pesos y el depositario general de 12 mil, pedía al municipio poder presentar 20
mil pesos de fianzas. No obstante, el cabildo ordenó que diera fianzas por 50 mil pesos
ensayados, las cuales presentó el 9 de abril de 161379. Juan Vidal también intentó reducir
31

al mínimo las fianzas, pero sin buenos resultados. Argumentó que era una persona "sigura
y abonada", y que la cantidad de plata que quedaba en su tienda no era mucha; además, el
funcionamiento de su tienda sería por tiempo limitado, pues pretendía "alzar tienda" e
irse a los reinos de España80. Pero, igualmente, le fue impuesta una fianza de 50 mil pesos
ensayados81.
43 Los sueños de Vidal de regresar exitoso a España luego de su empresa americana
fracasaron. Ese mismo año, Vidal y Morales estaban quebrados y presos, junto con
muchos de sus fiadores82. Año y medio después, en mayo de 1615, Juan de la Cueva,
mercader con tienda en la ciudad, entablaba un pleito con el procurador de la ciudad con
motivo de las contrataciones en dinero que hacía en su tienda. Según Cueva, él era una
persona ʺyntilixente, de mucha quenta y razón", de tal modo que tenía muchos amigos
que dejaban en su tienda, voluntariamente, reales y barras cuyos montos anotaba en un
libro,
donde les hago bueno la cantidad que cada uno tiene y deudores de lo que gastan en
mercadurías que me compran y de la que llevan en plata y libran a otras personas,
sin que en esto aya siguros por la mar, cambios y recambios como se haze en España
de unas ferias a otras, de manera que lo que aquí hay es sólo poner hoy la plata en la
dicha mi tienda y llevarla mañana, de forma que quando llegan los aprestos de
armada e navíos de México nunca en semexantes tiendas suele quedar cantidad
considerable y en recibir la dicha plata se haze buena obra 83.
44 Cueva afirmaba que no quería recibir esas cantidades, pero sus amigos lo forzaban. Por
ello, para asegurar las cantidades que depositaban, ofrecía dar una fianza de 30 mil pesos
de ocho reales. El procurador de la ciudad, doctor Gutiérrez Velázquez Altamirano, señaló
que Cueva debía cumplir con una serie de condiciones, pues por "no haberse hasta agora
guardado la devida solemnidad que se requiere en el oficio de banco público" habían
ocurrido muchos pleitos y daños contra los vecinos de la ciudad. Así, el procurador exigía
que Cueva: a) se obligase por escritura pública a recibir y tener en buena custodia todos
los depósitos en barras, reales, objetos y joyas que cualquier persona le dejase en su
tienda; b) que diera fianzas "sanas" por un monto de 50 mil pesos ensayados; c) que
tuviese un libro encuadernado de "deve y a de aver", que incluyera únicamente las
partidas de entrada y salida de los depósitos; d) que tenga un local especial para los
depósitos en la plaza mayor o en la calle Mercaderes, y en donde no pueda vender
mercaderías; e) que haga un juramento de ejercer el oficio sin dolo ni fraude, y f) que
pudiese ser removido del oficio si es que la mayoría del cabildo lo decidía así 84.
45 Cueva no quiso aceptar estas condiciones y se retractó en el pedido alegando que él no era
banco y que, por lo tanto, no estaba afecto a las cláusulas de la "Nueva Pragmática".
Según Cueva, estas leyes no se podían aplicar ni al Perú ni a su caso, porque acá no ay
bancos ni cambios, y el banco es que tiene crédito y correspondencias de Sevilla en
Madrid, Granada, Valladolid, Roma y Francia y otras partes, para que con los dineros que
recibe a pagar en otras partes los asigura con pólizas que da y crédito que tiene y fianzas y
siguridad por muerte y vida; y cambios son los que recibe en dinero para darlos en feria
por plazos o quando se los piden con contratación de interés que tiene, y ésto es lo que la
ley del reino manda se asegure85.
46 Por el contrario, Juan de la Cueva afirmaba que en el Perú sólo se hacían contrataciones
de dos tipos: de compra-venta de barras a reales, "ques mercadería que se compra y
vende y crece y mengua, y a este contrato no tubo estensión ni se comprehende la dicha
ley real"; o el contrato de depósitos, que es la custodia voluntaria de "los dineros...sin
limitación de tiempo ni horden de libranza por correspondencia en otra parte y sin
32

ynterés del que lo da ni recibe", de manera que es un depósito de cosas en especie que se
devolverá en el mismo género y tampoco está considerado en la ley. En consecuencia, esta
ley no podía ser aplicada ni a él ni a ninguno de los mercaderes de la ciudad, y prohibirles
la contratación de barras sería ir contra el "contrato de derecho de las xentes"; en
realidad, sería como sancionar al que quisiera, por ejemplo, guardar trigo y, de hecho,
para los depósitos judiciales había un depositario general cuya existencia no era
cuestionada por nadie. En vista, pues, de que la "ley que trata de bancos es penal y
esorbitante", pedía que no se le fuese aplicada.
47 El cabildo aceptó la renuncia de Cueva, pero le negó el permiso para contratar con barras
y recibir depósitos, pues consideró, y con razón, que pretendía ejercer las funciones de
banco sin dar las seguridades necesarias. Cueva apeló ante la audiencia, la cual ratificó lo
acordado por el municipio y le exigió una fianza de 40 mil pesos ensayados. Se le exigió
recibir los depósitos que cualquier persona quisiese poner en su banco y, a pesar de lo
dispuesto por las leyes, le fue permitido seguir tratando y contratando con mercaderías 86,
pues se entendía que el tipo de cambios que hacía Cueva no estaban contemplados en las
nuevas pragmáticas87. El procurador de la ciudad contradijo el permiso para seguir con el
tráfico de mercaderías "por el riesgo de ocupar los dineros que tubiere en su poder, lo
qual es fácil de presumir". Cueva respondió al procurador ante la audiencia, y objetó que
era imposible impedir a una persona comerciar sólo por guardar dineros sin interés,
además de intentar rebajar las fianzas a 40 mil pesos de a ocho. Finalmente, la audiencia
confirmó su auto anterior y le pidió 40 mil pesos ensayados de fianzas 88 (véase apéndice
2). El 12 de octubre de 1615 Cueva firmó una obligación ante notario y se comprometió a
usar bien su "oficio y contratación de banco" y cambio público; a recibir todas las barras,
reales, oro y joyas "que se acostumbran recibir en los tales bancos" y registrarlas en
libros; a devolver los depósitos cada vez que sus dueños lo pidieran, y en la
"cantidad...que fueren y constare por mis libros ...o por cédulas y vales que yo hubiere
dado y libranzas de personas"; y, por último, a no emplear el dinero depositado en
negocios personales89.
48 Al año siguiente, el 2 de mayo de 1616, Bernardo de Villegas, otro acaudalado
comerciante, se presentó ante el cabildo para pedir licencia para funcionar como banco.
Al igual que los demás, aseguró que tan sólo pesaba y guardaba el dinero de sus "amigos".
El cabildo le otorgó la licencia y le exigió una fianza de 40 mil pesos ensayados y las
mismas condiciones que se le pidieran a Juan de la Cueva90. Por estos mismos años, Juan
López de Altopica funcionó como banco, aunque quebró antes de 161991. El 8 de mayo de
1620 otro mercader, Juan de la Plaza, se presentó ante el cabildo y alegó que por tener
caudal suficiente estaba dispuesto a poner un banco y dar las fianzas que le pidieren. El
municipio aceptó92, pero fue al año siguiente que formalizó su situación. Así, en 1621, Juan
de la Plaza —mercader vizcaíno, "persona lega, llana y abonada de crédito conocido"— fue
admitido por el cabildo para funcionar como banco público, a pesar de que el Consulado
se opuso oficialmente a su nombramiento93. Años más tarde, en 1631, Manuel Gómez
Fariñas, portugués, intentó poner un banco "en la forma y manera que al presente tiene
Juan de la Cueva" y para ello ofreció las seguridades del caso y el respeto a las condiciones
que se le impusiesen94. La mayor parte de los miembros del cabildo aceptó el
funcionamiento del nuevo banco, pero el regidor Gonzalo Prieto de Abreu sugirió
aumentar el monto de las fianzas por considerar que "quando se nombró a Juan de la
Cueva entraba menos cantidad de dinero en su poder del que agora entra en poder de los
33

bancos"95, y que la decisión final fuese tomada por la audiencia, instancia que, al parecer,
no permitió su funcionamiento96.
49 Así, en la primera mitad del siglo XVII se fundaron siete bancos en Lima, aunque su
funcionamiento no fue uniforme ni simultáneo (ver cuadro 1.4). En realidad, la vida de
estos bancos fue muy azarosa, al igual que la de la mayoría de bancos privados europeos
de los siglos XVI y XVII97. Diego de Morales y Juan Vidal quebraron en 1613, probablemente
a causa de la mala coyuntura comercial del año anterior. En el caso de Morales, casi todos
sus fiadores terminaron en la cárcel intentando probar que la quiebra se había producido
por juego98. Juan López de Altopica, quien desempeñara un rol muy importante como
banquero hacia fines del siglo XVI, quebró antes de 1619 debiendo más de 150 mil pesos99.
El banco de Juan de la Plaza quebró apenas a los dos años de haber iniciado su
funcionamiento oficial, aunque se sabe que Plaza continuó con sus actividades
mercantiles100. Pero las quiebras más sonadas llegaron después. Villegas quebró dos veces,
en 1630 y 1640, y fue encarcelado en repetidas ocasiones por sus actividades ilícitas. Y
Juan de la Cueva alcanzó celebridad por su espectacular quiebra en 1635, que trajo
consigo una larga secuela de desgracias personales. El único que, al parecer, no quebró
fue Baltazar de Lorca, quien se retiró públicamente de las actividades financieras antes de
1616, cuando Juan de la Cueva ocupó su lugar.
50 Todos estos bancos fundados en las primeras décadas del siglo XVII eran bancos públicos, es
decir, eran organismos que tenían la obligación de recibir y devolver depósitos y podían
hacer cambios de moneda (trueque), bajo la garantía de un conjunto de personas
"abonadas" (fiadores) y, en teoría, bajo la estrecha vigilancia y control de las autoridades
municipales (de ahí el calificativo de público). Tal como sucediera con los bancos públicos
sevillanos del siglo XVI, estos bancos eran estrictamente privados101 y, por tanto, su
carácter se diferenciaba del de las entidades públicas que funcionaban en ciertas plazas
fuera de Castilla.
34

Cuadro 1.4. Períodos de funcionamiento de los bancos públicos de Lima

Fuente: LCL, XIV, XV, XVII, XVIII, XXII, XXIII; AHML, Libro V R.C.; AGN, Sección Notarial; AGI Escribanía
de Cámara 502 A y B; Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado.

51 El origen de los "bancos públicos" europeos (no castellanos) fueron los monti di pietá
italianos y los huisen van leening de los Países Bajos, fundados por los municipios para
apartar a los pobres de las manos de los usureros. Posteriormente, el desarrollo del
comercio entre ferias trajo la necesidad de contar con bancos en donde los comerciantes
pudiesen depositar sus fondos y hacer transferencias sin correr los riesgos a los que se
veían expuestos en los bancos privados. Así, el Banco di San Giorgio de Genova, las Taules de
Canvi aragonesas que operaron en Barcelona, Valencia, Gerona y Zaragoza, el Banco della
Piazza di Rialto de Venecia y otros, fueron entidades que se fundaron por iniciativa
municipal para satisfacer las necesidades de los comerciantes de la ciudad. Estos nuevos
bancos públicos podían recibir depósitos y hacer transferencias de dinero, pero todo esto
estaba garantizado y fuertemente controlado por las autoridades ediles102.
52 En Castilla, por el contrario, los cambiadores, prestamistas y arrendadores de rentas
reales que desempeñaban funciones crediticias debían contar con la autorización de un
"señor y juez de los cambios". Estos financistas ya eran diferenciados, desde fines del siglo
XV, entre cambiadores "de trueque", que hacían operaciones de cambio, y "de libro", que
eran aquellos que recibían depósitos y hacían operaciones de carácter propiamente
bancario. Según Tinoco, de estos últimos derivarán, en el siglo XVI, los "bancos" o
"cambios públicos" que, por orden de los Reyes Católicos, pasaron a depender del cabildo
tan sólo para la obtención de licencias103. Así, las ciudades y villas castellanas tuvieron
varios bancos particulares liberados de la tutela concejil y que funcionaron sin más
formalidad que la de constituir fianzas en el momento de abrir104. En consecuencia, —y a
diferencia de los bancos públicos de otras áreas, que eran bancos que funcionaban bajo la
35

garantía municipal— los bancos públicos de Castilla y los del Perú fueron bancos privados
que funcionaron con el respaldo de fiadores particulares, los cuales asumieron los riesgos
de las operaciones financieras del titular del banco por un determinado número de años.

Banqueros y fiadores
53 Los bancos públicos, pues, fueron fundados por una serie de presiones gubernamentales
que obligaron a los hombres de negocios a presentar respaldo y dispersar los riesgos de
las actividades financieras que venían desarrollando desde tiempo atrás, aunque es difícil
establecer en qué momento dejaron de ser mercaderes que aceptaban depósitos para
convertirse en bancos privados sin licencia. Hasta 1615 la actividad crediticia estuvo
repartida entre varios de los grandes hombres de negocios de la ciudad, entre los cuales
destacó Baltazar de Lorca. Con el fracaso de éstos, las operaciones financieras fueron
acaparadas por Juan de la Cueva y Bernardo de Villegas, cuyo giro fue inicialmente
comparable al de los primeros bancos, pero que luego adquirieron mayor envergadura. Al
recibir la confianza de los vecinos y al vincularse financieramente con el estado, estos dos
bancos lograron asentarse y recibieron el franco apoyo de las altas esferas del gobierno y
de las instituciones más importantes del virreinato.
54 ¿Quiénes eran los titulares de los bancos? De la identidad de los primeros banqueros,
como Vidal, Morales y Al tOpica, no se cuenta con mucha información. Baltazar de Lorca
—sin duda, el que tuvo más éxito— era español, natural de Cuenca e hijo legítimo de Julián
de Lorca y María Alonso. Lorca se casó con la limeña doña Jerónima de Solís, con quien
tuvo cinco hijos: Julián de Lorca, luego regidor del cabildo de Lima; fray Damián de Lorca,
que ingresó a la orden de Santo Domingo; y Lorenza, Leonarda y Mariana de Lorca, casada
esta última con el mercader Diego Correa de Castro, futuro ensayador mayor de la Casa de
Moneda de Sevilla105.
55 Baltazar de Lorca fundó, junto con López de Altopica, una de las casas financieras con más
movimiento crediticio de la ciudad. Según los libros de cuentas de Miguel Ochoa, perulero
y luego prior del Consulado de Lima, las tiendas de Lorca y Altopica recibían depósitos
sistemáticamente. En los libros de cuenta corriente de Ochoa con Alonso Martín Cano se
puede apreciar la función cumplida por Lorca:
"Debe
-Alonso Martín Cano debe en 22 de agosto l,333p 3r de a 9 el peso que le libré en
latienda de Baltazar de Lorca, el qual se los pagó por mí
l,333p 3r
A de aver - A de aver en 29 de marzo l,333p 3r por 1500 patacones que me dio
prestados en la tienda de Baltazar de Lorca en reales
l,333p 3r"106
56 Eran muy frecuentes estos contratos mercantiles de cuenta corriente. En ellos, dos personas
se hacían una remesa recíproca de valores sobre los que adquirían libre disponibilidad,
con la condición de que su importe figurase como crédito pasivo (debe) en la cuenta del
que lo recibía y como activo (haber) en la que lo remitía, hasta que las obligaciones
mutuas se extinguiesen. Todas las cuentas de Ochoa estaban en pesos de a nueve reales,
con lo cual el mercader se defendía de las posibles fluctuaciones del precio del dinero y,
eventual-mente, ganaba con el cambio. Los libros muestran claramente cómo estas casas
depositaban, cambiaban, transferían y prestaban dinero a sus depositantes.
36

57 A partir de estos mismos documentos se puede apreciar que Lorca, López y Ochoa se
encontraban dentro de un grupo mercantil en donde figuraban también Antonio de la
Cueva (hermano del banquero Juan de la Cueva), Juan de la Fuente Almonte (más tarde
venticuatro de Sevilla), Bernabé de Munibe y prominentes mercaderes de Sevilla como
Francisco, Domingo y Tomás de Manara, Julio Anfriano y Juan de Zavala, entre otros.
Miguel Ochoa colocaba todo el dinero que recibía como factor en las tiendas de Altopica,
Lorca o en su propia vivienda, y desde allí efectuaba todos sus pagos y liquidaciones 107.
58 El testamento de Lorca muestra que, al morir, tenía una situación bastante acomodada. Le
debían alrededor de 20 mil pesos por escrituras (encontrándose entre sus deudores el ex-
banquero Diego de Morales, a quien le hizo "espera"), tres de sus hijos recibieron 140 mil
pesos como adelanto de legítima y fray Damián recibió una capellanía108. En España tenía
50 ducados de renta y una casa heredada de su hermana María de Lorca, cuyos fondos
eran administrados por su yerno residente en Sevilla, Diego Correa. Además, tenía en su
casa 19 esclavos (catorce negros y cinco chinos), alrededor de cincuenta cuadros y
muchos objetos de plata y joyas, cuyo albaceazgo fue encomendado a sus hijos Julián y
Lorenza, a su mujer y al banquero Juan de la Cueva109.
59 Que Juan de la Cueva fuese albacea de Lorca no es coincidencia pues, en cierta forma,
Cueva fue su sucesor. Los hermanos Cueva —Juan, Antonio, Esteban, Alonso, fray
Francisco y Ana— habían nacido en Sevilla, siendo sus padres Custodio Rodrigo y Catalina
de la Cueva. Tanto Antonio como Juan de la Cueva formaban parte de una misma red
comercial entre Sevilla y el Perú, constituida por Lorca, Correa, los corsos Mañara, Ochoa
y Juan de la Fuente Almonte, entre otros. Así, Cueva trabajó en sus inicios como agente de
los Mañara y de Diego Correa (el yerno de Lorca), con quienes mantuvo una estrecha y
cordial relación110. Pero, como se verá luego con más detenimiento, los negocios de Cueva
alcanza-ron dimensiones y formas insólitas, de tal modo que fue, junto con Villegas, el
banquero más importante de la primera mitad del siglo XVII.
60 Bernardo de Villegas era español, natural de Córdoba, y llegó al Perú en el año 1600,
cuando tenía aproximadamente catorce años. Por algún tiempo se desempeñó como
"cajero" del comerciante Hernando de Montoya y casó luego con su hija, la toledana doña
Marcela de Montoya111. En 1613 fue fundador del Consulado y en 1616 ya era banco
público. Villegas tuvo una vida muy agitada y, a pesar de sus quiebras y prisiones, logró
colocarse en una buena posición social. El banquero fue mayordomo y restaurador de la
iglesia y el hospital de los naturales de Santa Ana, cuya refacción fue celebrada, en 1629,
"con gran solemnidad... en que mostró muy bien su ánimo generoso el capitán Bernardo
de Villegas"112. Labor similar cumplió en la iglesia de La Merced. En 1628, se comprometió
a reconstruir todo el templo, motivo por el cual le fueron entregadas dos capillas en
calidad de "recompensa, paga y agradecimiento", en una de las cuales se encuentran
actualmente sus restos113.
61 Asimismo, en 1628 también fue nombrado mayordomo de la cofradía del Santísimo
Sacramento114. Su hija, doña Ana de Villegas, se casó con el almirante don Andrés de las
Infantas y Mendoza, caballero de Santiago, luego de dar —según Suardo— la exhorbitante
suma de 180 mil pesos de dote115.
62 No obstante su éxito (o precisamente por ello), Villegas fue un personaje con muchos
enemigos. El rey recibió sendas misivas en donde se le denunciaba como "facineroso y
atropellador de las leyes" del reino116. Alonso de Villarroel, quien trabajó en la casa del
banquero, lo acusó de haberse enriquecido a costa de "logros" y usurpando las haciendas
37

de personas modestas: si hoy es un hombre poderoso, replicaba, "ayer era muy humilde
criado de un mercader de muy poco caudal". Según el denunciante, en 1621 Villegas
exportó clandestinamente más de 100 mil pesos entre caudales suyos y "ajenos de los
tesoros questaban consignados en su banco, y al enterarse los depositantes terminaron
enfrentados en una gresca pública con armas blancas. Además, era "público y notorio"
que había enviado mucho dinero del Perú a "reinos estraños", tras lo cual había
introducido 300 mil pesos de ropa de contrabando que vendió públicamente y, por
supuesto, sin pagar derechos. En 1625, "atravesó en esta ciudad más de 450 mil pesos de
ropa de Castilla" y puso dos tiendas públicas, una en la calle de Mercaderes y otra en su
casa, contraviniendo las leyes que prohiben que "los bancos ni cambios que son una
misma cosa... no puedan tratar ni contratar ni tener compañía en ningún género de
mercaderías" so pena de pérdida de la mitad de sus bienes y el destierro de todos los
reinos. Para esto lo habían ayudado sus cajeros, Francisco de Tejada y Miguel de Oxirando
(luego cónsul del Tribunal), "que miden y cobran y escriben como mozos asalariados".
Concluía Villarroel afirmando que las artimañas de Villegas eran también practicadas por
los demás bancos de la ciudad, motivo por el cual habían quebrado y causado la ruina de
los vecinos pobres.
63 Villarroel dejaba traslucir un gran resentemiento contra estos ricos protegidos por el
virrey príncipe de Esquilache y la audiencia, e incluso los calificaba de cobardes: "ningún
rico en estas partes arriesga la vida ni hacienda en la ocasión [de enemigo], y si alguno en
la ocasión pasada ha hecho alguna demostración son los pobres que los ricos harto hacían
en el esconder sus haciendas"117. Según el denunciante, Villegas y sus cómplices,
corredores de lonja y mercaderes118, eran conocidos públicamente por sus atropellos, a tal
punto que "se publica en los pulpitos por escándalo y logro manifiesto" e, incluso,
acusaba a los miembros de la audiencia de estar implicados en el tráfico de más de 30 mil
cabezas de ganado con la intervención del banco. Para controlar la situación, Villarroel
pedía nada menos que "apartar" al virrey y a los demás jueces del reino119.
64 Las especulaciones de Villegas fueron tan escandalosas que, en diciembre de 1629, fue
mandado prender por el nuevo virrey, el conde de Chinchón, "por haver atravesado un
navío de brea que vino de Nicaragua y subido el género a muy excesivo precio"120. Al año
siguiente lo quisieron asesinar debido a la quiebra del mercader potosino Pedro
Rodríguez de Mendoza121 que, al parecer, tuvo relación directa con la quiebra del propio
Villegas, acaecida el 10 de junio de 1630. Ese día, según el diarista Suardo, Villegas "alzó el
banco público que tenía en esta ciudad y mandó fixar en las puertas de él un cartel, para
que los que tuviesen que negociar acudiesen a su casa"122. El banquero logró
"componerse" con sus acreedores, pero tres años más tarde se estaba refugiando en la
iglesia de La Merced por una ejecución de 70 mil pesos que el Consulado había
despachado en su contra. Villegas terminó preso, luego que se presentara
voluntariamente en la cárcel de la ciudad y se le mandara "asentar por preso en ella" 123.
65 Sin embargo, la carrera de Villegas no terminó allí. Un año después de la catastrófica
quiebra de Juan de la Cueva, Villegas logró obtener licencia para ser nuevamente banco
público. En abril de 1636, se presentó ante el cabildo y declaró que había "mucha
necesidad ...[en] esta república de banco para faselidad y comodidad de las
contrataciones"124. Los regidores estuvieron de acuerdo en que era importante contar con
un banco, pero le pidieron una detallada declaración de sus bienes. Villegas, entonces,
presentó una relación jurada de bienes, cuyo monto ascendía a 240,263 pesos de ocho
reales, repartidos de la forma que aparece en el cuadro 1.5.
38

Cuadro 1.5. Memoria de bienes de Bernardo de Villegas, año 1636. (en pesos de ocho reales)

FUENTE: LCL, XXIII, 347 y ss.

66 Esta relación no incluía propiedades ni los bienes que le correspondían a su hija Ana de
Montoya por su dote y como heredera de doña Marcela de Montoya125. Resulta claro que
Villegas había continuado con sus actividades comerciales y financieras, teniendo un
radio de acción muy amplio que iba desde Lima a Sevilla, Chile, Potosí, Cuzco, Arequipa,
Huancavelica y otras ciudades. Los miembros del cabildo emprendieron muchas
diligencias antes de otorgarle el permiso, "por el justo recelo con que esta república se
halla de conceder semejante licencia por la gran quiebra de Juan de la Cueva" 126. Por fin,
estuvieron de acuerdo en dársela, pero con una serie de condiciones: a) las fianzas debían
ser de 80 mil pesos ensayados, b) no podía seguir "tratando y contratando", c) los libros
debían ser muy claros —sin mezclar contrataciones— y debían señalar las libranzas con
día, mes y año, pues "no se le recibirá en quenta la cantidad que diere sin libranza, ni de
la libranza que no tuviere día, mes y año", y d) cada año, después de la salida de la
armada, sus libros serían revisados por unos comisarios nombrados especialmente por el
cabildo.
67 Villegas protestó por dos de las condiciones de su "asiento" de banco, la que le prohibía
continuar comerciando y la que no permitía que las libranzas fuesen hechas simplemente
"por escrito o a boca" del depositante. Con respecto a sus tratos, Villegas consideraba que
ya estaba demostrado que las leyes habían sido "dispuestas para los bancos que hacían
cambios con crecidos intereses, pero no [eran aplicables] en los bancos que carecen dél y
antes tienen crecida costa sin premio del trabajo y servicio público a que están expuestos
con todo que mi intento es servir a la república... [y] ya que en esto no tengo ni puedo
tener ynterés alguno, no pierda el que puede tener si se me prohibe el contrato con mi
hacienda, pues fuera rigurosa cosa que no sólo no tubiere ganancia sino pérdida conocida
en no contratar, pues no puedo tener otro oficio y exercicio con la dicha mi hacienda" 127.
68 El cabildo aceptó las razones de Villegas y señaló que cuando se hablaba de "no tratar ni
contratar", se entendía que era para con la plata de los depósitos, pero no afectaba a sus
caudales; y en lo que se refería a las libranzas, sólo era preciso darlas en las "partidas de
salida"128. Así, el 23 de diciembre de 1636, Villegas presentaba fianzas por una cantidad de
101 mil pesos ensayados y contaba con el respaldo de 45 fiadores, entre los que se
encontraban comerciantes de distintas categorías y muchos artesanos. Pero, como
siempre, sus negocios no siguieron un curso tranquilo. El 15 de noviembre de 1638 hubo
pánico y un conato de quiebra, cuando la audiencia le exigió ciertas garantías "con cuya
novedad se ocasionó el comercio sacar la plata que tenían puesta en él la qual enteró
39

cumplidamente"129. En 1640, finalmente, Villegas quebró sin que esta vez se pusiera de
acuerdo con los acreedores y se refugió, nuevamente, en la iglesia a la vez que sumía en
un estado de "granconfusión" a toda la ciudad130. En 1642, se le siguió una causa "en
rebeldía" y fue condenado a la horca por los alcaldes del crimen, quienes precavidamente
sugirieron se le diese tormento antes de la ejecución para que confesara los bienes que
había ocultado131.
69 Junto a los dos grandes bancos, se fundó otro en la década de 1620 —el banco de Juan de la
Plaza— que intentó romper el monopolio crediticio de Cueva y Villegas aunque, como ya
se indicó, su aventura duró tan sólo dos años. Plaza era vizcaíno y, cuando se presentó
para pedir licencia, contó con la fuerte oposición del Consulado. Al intentar justificar la
necesidad de un tercer banco en la ciudad, Plaza explicó que de esta forma se dispersaría
el riesgo, "respeto de que la plata que avia de estar en dos se repartiría en los dichos tres
y serían tres los obligados con sus personas y caudales y las dichas fianzas mayores y más
gruesas pues vendrían a ser de 120 mil pesos ensayados las que agora eran de 80 mil en los
dichos bancos que avía"132.
70 Pero los bancos de Cueva y Villegas y sus allegados no querían compartir ni los riesgos ni
las ganancias. El Consulado, apoyando abiertamente a los dos banqueros establecidos,
declaró que éstos aumentarían las fianzas 40 mil pesos más, de tal modo que no habría
necesidad alguna de fundar otro banco. Plaza entonces acudió al virrey Esquilache, quien,
súbitamente, juzgó que los argumentos de Plaza eran "fuertes y convenientes al bien
público". Así, el 30 de julio de 1621, obtuvo el permiso del virrey con condiciones
similares a las de los otros bancos, pero con la obligación de afianzarse con la crecida
suma de 80 mil pesos ensayados133.
71 La oposición del Consulado a Plaza se sustentaba en posibles problemas jurídicos: las leyes
establecían que el banquero debía ser una persona "llana" y abonada en su persona y en
sus bienes. Plaza no era una persona llana porque era vizcaíno y, por lo tanto, de
condición noble134 y no podía ser preso por deudas, pues "le hera concedido el privilegio
de que gozaba aquella tierra en ser excepcionados los moradores del"135. Plaza replicó esta
interpretación de que la palabra "llana" excluía a los nobles. Según el vizcaíno, la ley
pedía que "el banco fuese hombre llano en sus contrataciones y sin trampas ni marañas,
llano en tratar verdad en los negocios y guardar puntualidad en los tratos, llano en
proceder con fidelidad en todas las cosas concernientes al uso del oficio y en sus libros y
quentas con las partes y que no fuese cabildoso sino que de palabra y por escrito se
hallase siempre en él y en todas sus apciones y proceder mucha llaneza y puntalidad" 136.
72 Para Plaza, interpretar que la ley excluía a los nobles del oficio de banco era como decir
que la ley proponía que los bancos fuesen "ignobles", lo cual sería de "gran repugnancia a
todo buen discurso", porque si se está buscando "verdad y puntualidad en [las]...
contrataciones, semexantes partes y calidades se hallarían mejor en los nobles por sus
obligaciones que en los plebeyos y no avia de admitir la dicha ley a éstos y excluir a
aquéllos para el caso de que se trataba demás que fuera decir que los dichos requisitos se
hallarían en los dichos ignobles y que carecían dellos los dichos nobles, cosa que no se
podía imaginar"137. Una prueba de ello sería que en Sevilla habían funcionado bancos
como el de Pedro de Morga, Miguel de Jáuregui, Pedro de Vera, Juan y Martín de Zavaleta,
Juan de Aguirre, Juan Martínez de Lescano, Juan de Olarte y Juan López de Arana, quienes
además de ser vizcaínos eran caballeros hijosdalgos, sin que nadie se opusiera a su
designación. Además, era sabido que siempre los reyes de España habían elegido "para
40

semexantes negocios... [a los] de la dicha nación vizcaína por averse hallado... en ellos
puntualidad, verdad y fidelidad"138.
73 El discurso de Plaza puede ser entendido como una intrépida manera de entender la
nobleza pero, en realidad, muestra hasta qué punto para los oriundos de Vizcaya y
Guipúzcoa no había antagonismo alguno entre ser noble y burgués al mismo tiempo. Ya
que todos los comerciantes vascos eran nobles, desarrollaron un peculiar orgullo que los
llevó a ensalzar el trabajo y la obtención de ganancias, sin que esto perjudicara su
condición de tales139. Esta combinación entre orgullo aristocrático y las actividades
mercantiles fue una de las principales características de los vascos en América y uno de
los motivos por los cuales despertaron tantas resistencias entre castellanos y criollos 140.
Por ello es bastante razonable suponer que en el trasfondo de este rechazo a aceptar a
Plaza como banco se hallara el hecho de que éste era vizcaíno y, como tal, representara a
un determinado grupo de mercaderes vinculados fuertemente por lazos étnicos y
familiares y que, ya en otras partes del reino como Potosí, estaban a punto de causar
serios problemas141. Resulta notorio que muchos de los comerciantes que firmaron para
brindarle su apoyo (ver apéndice 2) eran eran o vascos o vizcaínos o de alguna región
cercana, como Diego de Otazu, Juan de Ocadiz Salvatierra, Pérez Gordezuela, Alonso
Vizcaíno, Igor, Gárate, Atienza, Ruiz de Ibarra y Urrutia, entre otros. El caso más
relevante es el de Juan de Urrutia, quien era el líder de la cofradía vascongada, costeó la
edificación del altar de Nuestra Señora de Aránzazu de San Francisco y fue repetidas
veces cónsul o prior del Consulado142.
74 Y es que, como es de esperar, los titulares de los bancos no actuaban solos, sino que eran
parte de una densa red de relaciones comerciales, financieras y sociales que elevaron a la
cúspide (y también a la ruina) a ciertos agentes de la economía virreinal, muchos de los
cuales pasaron a controlar el Consulado de Lima. Si bien los titulares de los bancos
manejaban casi todas las decisiones financieras, actuaban en concordancia a los intereses
de un conjunto de personas, entre las que se encontraban sus fiadores, quienes, además
de asumir los riesgos del banco, eran parte beneficiada de las operaciones crediticias de
los bancos y, en algunos casos, formaban también parte del mismo consorcio financiero-
mercantil.
75 Los fiadores de los bancos firmaban una obligación ante notario en donde garantizaban,
por una determinada cantidad de plata y por un tiempo limitado, que el titular del banco
ejercería bien el oficio de banco, que tendría libros con cuentas claras, y que devolvería a
todos los depositantes —o "a las personas en quien hicieren libranzas"— su dinero cuando
le fuera requerido; si el banco no cumplía, el fiador se obligaba con sus bienes presentes y
futuros a pagar la cantidad estipulada en la obligación143.
76 La mayoría de los fiadores de los bancos hasta 1636 fueron grandes mercaderes o
cargadores; además, había un pequeño grupo de personas vinculadas estrechamente al
mercado urbano, al cabildo y a la recolección de diezmos, como el alcalde don Juan de
Valencia, el regidor Juan de Salinas, Diego Núñez Campoverde, Melchor Malo de Molina,
Juan Caballero de Tejada, Juan Sánchez de León, el capitán Alonso Sánchez, Pedro
Sánchez Garcés, el corredor de lonja Tristán de Morales y el depositario general de la
ciudad, Jerónimo López de Saavedra (ver apéndice 2). Algunos de los fiadores eran
partícipes de los negocios privados del banquero y habían crecido con él 144. Otros eran
mercaderes ya establecidos, fundadores del Consulado y que, más bien, aceptaban ofrecer
su respaldo a los banqueros, probablemente a cambio de algún beneficio pecuniario o de
41

una participación favorable en los negocios del banco, y por este motivo se les encuentra
afianzando a más de un banco a la vez o sucesivamente145.
77 Los garantes que presentó Bernardo de Villegas en 1636 rompieron, en cierta forma, con
el circuito cerrado que había tenido hasta entonces la nómina de fiadores. Aparecieron
ahora fiando a un banco artesanos —sederos, carpinteros, cereros, panaderos, olleros,
rastreros y hasta el famoso escultor Pedro de Noguera—, mercaderes vinculados al
comercio interior y propietarios de fincas urbanas. El motivo de la apertura podría
obedecer al hecho de que Villegas tuvo que duplicar el monto de la fianza, pero resalta la
escasa participación de los cargadores con respecto a los años anteriores. Es más probable
que los grandes mercaderes se vieran muy afectados por la quiebra de Cueva, dejando de
confiar en los bancos, en general, y de Villegas, en particular. Al no poder contar el
respaldo de los cargadores, Villegas se habría visto obligado a recurrir a un número
mayor de pequeños fiadores dedicados al tráfico interno. Así, Villegas dispersó el riesgo
de sus negocios con la participación de artesanos y tratantes quienes, probablemente,
pensaron que el sueño del banco propio se había hecho realidad. Sea como fuere, la
aventura de estos bancos públicos terminó con la quiebra de Villegas. Luego de él, los
bancos desaparecieron y el crédito se dispersó entre varios hombres de negocios.

***

78 En resumen, no cabe duda de que el crédito fue un ingrediente esencial en la economía


peruana colonial. La iglesia, como es sabido, fue uno de las agentes crediticios de más
larga trayectoria, tanto a nivel de sus miembros como a nivel institucional. Muchas de las
transacciones de los clérigos no eran muy distintas a las prácticas de los hombres de
negocios y combinaban tanto el préstamo de dinero como el comercio de géneros, a tal
punto que algunos de ellos fueron llevados a los tribunales por "usura" y "logros". A nivel
institucional, la iglesia también estuvo presente en el mercado crediticio, aunque todavía
no hay suficientes investigaciones que permitan ver con claridad la magnitud de su rol en
la economía peruana. Dentro del conjunto de instituciones religiosas, las órdenes
femeninas jugaron un papel muy importante. El análisis de los censos colocados por los
conventos de Lima entre 1638 y 1644, permite deducir que las órdenes femeninas
desembolsaron fuertes cantidades que favorecieron al estado y a un sector reducido de la
élite terrateniente, compuesto de viudas de alcurnia, letrados, hacendados y algunos
mercaderes vinculados con los grupos superiores.
79 Pero la iglesia no fue el único y, probablemente, tampoco el más importante agente de
crédito. El crédito eclesiástico era muy delimitado: era un crédito barato, de largo plazo,
vinculado a la tierra y al cual no se podía tener acceso fácilmente. Para satisfacer a
aquellos sectores con fuertes e inmediatas demandas monetarias se hallaban las redes de
crédito relacionadas al comercio, cuyos miembros eran prestamistas profesionales por
excelencia que empleaban en sus transacciones complicados y sofisticados instrumentos
de crédito. Desde fines del siglo XVI, algunos mercaderes de Lima comenzaron a realizar
operaciones bancarias en sus casas mercantiles y obligaron al cabildo a exigir a sus
dueños un respaldo, con lo cual se convirtieron en bancos públicos. De los siete bancos
fundados en Lima desde 1608 hasta 1642, fueron los de Juan de la Cueva y Bernardo de
Villegas los que alcanzaron mayor envergadura. Los titulares de los bancos eran
miembros del gran comercio de exportación y fueron respaldados, a su vez, por
42

cargadores muy poderosos vinculados al Consulado y, en menor escala, por miembros de


los grupos superiores de la élite.
80 Los bancos de Lima eran de carácter estrictamente privado, y fueron —institucionalmente
hablando— una herencia de los bancos públicos que funcionaron en Castilla. Eran
organismos autorizados a recibir y devolver depósitos, hacer trueques y realizar
transferencias de dinero, todo esto bajo la garantía de un conjunto de personas abonadas
y bajo la vigilancia de la autoridad municipal. Así, pues, las regulaciones, en teoría,
convertían a estas entidades en bancos de depósito y la mayor parte de los banqueros
insistieron en declarar que ellos se limitaban a cumplir con un servicio público. Sin
embargo, el negocio de los bancos no era el de ofrecer servicios bancarios, sino el de
colocar el dinero depositado en sus arcas en sectores con fuertes demandas monetarias.
Aunque por un período de tiempo limitado, estos bancos cumplieron funciones muy
precisas, que beneficiaron a ciertos sectores de la economía y a determinados grupos de la
élite colonial, como se verá a través del examen detenido del banco de Juan de la Cueva.

NOTAS
1. Sobre las actividades de los curacas cf. Silvia Rivera, "El Mallku y la sociedad colonial en el siglo
XVII: el caso de Jesús de Machaca", Avances, 1, (La Paz: 1978); Franklin Pease, "Las relaciones entre
las tierras altas y la costa sur del Perú: fuentes documentales", Shozo Masuda, ed., Estudios
etnográficos del Perú meridional, (Tokio: Universidad de Tokio, 1981) y Curacas, reciprocidad y riqueza,
(Lima: PUCP, 1992), cap. 4.
2. Lohmann, "Banca y crédito".
3. Alfonso Quiroz, Deudas olvidadas, 28 y ss.; y "Reassessing the Role of Credit in Late Colonial
Peru: Censos, Escrituras, and Imposiciones", HAHR, 74,2 (Mayo 1994): 193-230.
4. Hay, sin embargo, trabajos pioneros como el de J.B. Lassegue, "Censos, capellanías y
laicaización en el convento dominico de Huancavelica en 1799", J.B. Lassegue, ed., Extracto de las
escrituras públicas que contienen los censos y capellanías de este convento de Santo Tomás de Aquino de
Huancavelica, año de 1799, (Lima: Seminario de Historia rural andina, 1977); Hamnett, "Church
Wealth in Peru", 113-132; D. Gibbs, "The Economic Activities of Nuns, Friars and their Conventos
in Mid-Colonial Cuzco", The Americas, XLV, 3 (1989): 343-362; Kathryn Burns, "Apuntes sobre la
economía conventual. El monasterio de Santa Clara del Cuzco", Allpanchis, 38 (1991): 67-95;
"Convents Culture Society in Cuzco, Peru, 1550-1865" (PhD Dissertation, Harvard University 1993)
y Colonial Habits. Convents and the Spiritual Economy of Cuzco, Peru, (Duke: Duke University Press,
1999), especialmente cap. 5. Alfredo Tapia ha hecho una minuciosa investigación de los fondos de
censos y capellanías del Archivo Arzobispal de Lima. Un primer resultado se puede ver en "Análisis
histórico institucional del censo consignativo en el Derecho peruano", Tesis de Bachiller, (Lima:
PUCP, 1991); cf. especialmente la segunda parte en donde se analizan los mecanismos de crédito
en la práctica colonial.
5. Para una crítica extrema a la visión de la iglesia como agente de crédito cf. Arnold Bauer, "La
Iglesia en la economía de América Latina, siglos XVI al XIX", Arnold Bauer, ed., La Iglesia en la
economía de América Latina, siglos XVI al XIX, (México: INAH, 1986), 13-57.
43

6. Margarita Suárez, "Crédito eclesiástico y crédito mercantil: apuntes para un debate sobre los
mecanismos financieros en el Perú colonial", Historia y Cultura, 22, (Lima: INC, 1993): 257-263.
7. Aquí se usa el término "banco" porque, además de ser éste el término utilizado por los
contemporáneos, estas entidades cumplían la mayor parte de las funciones propiamente
bancarias de la época: aceptaban depósitos, transferían fondos, usaban sus propios instrumentos
de crédito (parcialmente negociables) y, por último, otorgaban créditos en plata o a través de sus
libros.
8. Juan de Solórzano y Pereyra, Política indiana, (Madrid: Francisco Ramírez de Valenzuela, Cia.
Iberoamericana de Publicaciones, 1930), IV, 73.
9. Bauer, "La Iglesia en la economía", 45; Valentín Vázquez de Prada, "El crédito particular en
España. Formas y controversias", Leonor Ludlow y Jorge Silva Riquer, eds., Los negocios y las
ganancias. De la Colonia al México moderno, (México: Instituto de Investigación José María Luis Mora,
1993), 17-36.
10. Un ejemplo de ello es la real cédula dirigida al arzobispo de Los Reyes y fechada en Madrid, el
18 de febrero de 1588, en donde el rey expresaba que había sido informado de "que en el distrito
de ese arzobispado hay muchos clérigos tratantes y que, demás de ser cosa indecente que
personas dedicadas a tan alto ministerio se ocupen en mercancías ni semejantes granjerias,
resulta de ello escándalo y mal ejemplo y tenerlos en menos estimación de la que se requiere
/... / Y porque es justo que este exceso se reforme, os ruego y encargo que porveáis y deis orden
cómo los dichos clérigos sacerdotes no puedan ser factores de los encomenderos ni de otras
personas, ni tratar ni contratar en ningún género de mercancías por sí ni por interpósitas
personas, castigando con mucho rigor y demostración a los que hicieren lo contrario... " en
Richard Konetzke, ed.,
Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810, 5 vols.
(Madrid: CSIC, 1953-1962), I: 589.
11. Solórzano, Política indiana, IV, 65. El virrey Toledo también reconocía que "mucha cantidad de
clérigos y frailes con nombre de que iban a predicar, enseñar y doctrinar a los indios, y en
realidad de verdad pasaban muchos de ellos a enriquecerse con ellos, pelándoles lo que podían
para volverse ricos... " Memorial de Francisco de Toledo al rey sobre el estado en que dejó las
cosas del Perú, Ricardo Beltrán y Rózpide, ed., Colección de memorias, I, 72. Según el cronista León
Portocarrero, en Potosí los "frailes teatinos y monjas y clérigos no pueden faltar, que siempre
acuden al olor de la plata y donde hay mucha fortuna", Boleslao Lewin, ed., Descripción del
Virreinato del Perú, (Rosario: Universidad Nacional del Litoral, 1958), 99.
12. AGN Real Tribunal del Consulado. Contencioso, leg. 131 y 132. Autos seguidos por Alonso
Rodríguez Hidalgo, presbítero, contra Juan Franco de Lusón, sobre rendición de cuentas.
13. AAL Causas Civiles, leg. 20. Alonso Fernández de Rivera contra el licenciado Jerónimo Díaz,
cura de doctrina, año 1620, f. 5v.
14. AAL Causas Civiles, leg. 30. Antonio Gil Pantoja contra Manuel Cabral por dar dinero a logro,
año 1627. El padre Cabral continuó con este tipo de actividades, como se puede ver en el proceso
seguido contra el cura y vicario de Guacaybamba, el doctor Juan Sánchez de Almaraz. AAL Causas
Civiles, leg. 38, año 1631. Información adicional sobre los negocios de Cabral y otros curas
doctrineros se puede encontrar en Antonio Acosta, "Los clérigos doctrineros y la economía
colonial (Lima, 1600-1630) ", Allpanchis, 19 (1982): 117-149 y "Religiosos, doctrinas y excedente
económico indígena en el Perú a comienzos del siglo XVII", Histórica, VI (1982): 1-34; Bernard
Lavallé, "Las doctrinas de indígenas como núcleos de explotación colonial (siglos XVI-XVII) ",
Allpanchis, 19 (1982): 151-171.
15. Ordóñez Flores estaba vinculado comercialmente con figuras muy activas del comercio de
Lima como la familia Correa, Francisco Galeano, Felipe Gil y el banquero Juan López de Altopica.
Ver Gabriela Ramos, "La fortuna del inquisidor. Inquisición y poder en el Perú (1594-1611) ",
Cuadernos de Historia de la evangelización en América Latina, 4 (1989): 97. Otro personaje vinculado a
44

la Inquisición que hizo una gran fortuna en el comercio con Filipinas fue el fiscal Alcedo de la
Rocha, cf. Carlos A. González Sánchez, "Cultura y fortuna de un fiscal del Santo Oficio. El fiscal
Alcedo de la Rocha", Rábida, (Huelva) 1988: 24-36.
16. 16 Ramos, "La fortuna del inquisidor", 102. El minucioso análisis que hace Ramos de las
actividades de Robles muestra que sus redes comerciales y financieras estaban localizadas en
toda el área del arzobispado de Lima y fuertemente vinculadas a las de los grandes comerciantes
profesionales como Gonzalo Hernández de Heredia, Pedro Ruiz de Ibarra, Gonzalo Dávila y
Rodrigo Arias de Alarcón, cf. Gabriela Ramos, "Diezmos, comercio y conflictos sociales a inicios
del siglo XVII (Arzobispado de Lima): 1600-1630", Gabriela Ramos, comp., La venida del Reino.
Religión, evangelizarían y cuitara en América, siglos XVI-XX, (Lima: CBC, 1994): 229-281.
17. Robles prestó el 4 de julio de 1616 a la caja real de Lima 16 mil pesos para que ésta pudiese
cumplir con el pago de la mita de Huancavelica. AGI Contaduría 1706, f. 37-50. Sus contrataciones
lo llevaron más de una vez a litigios. Don Alonso Niño de Guzmán, vecino de Lima, entabló un
pleito con Robles por haber cobrado dos mil con sus intereses de los bienes de Francisco
Basualdo, mercader que quebró. AAL Causas civiles, leg. 14-15, años 1615-17. En 1627, el propio
doctor Feliciano de la Vega, canónigo y procurador de la catedral de Los Reyes, interpuso una
causa contra Robles por sus tratos y contratos. AAL Causas civiles, leg. 31, año 1627. En 1628 el
Santo Oficio pidió recoger información sobre los negocios que habría realizado Robles durante 30
años, AGN Inquisición, Contencioso, leg. 11 (1622). Juan de Robles aparece como habilitador en la
fundación del convento de Santa Catalina en la década de 1620, cf. Manuel de Mendiburu,
Diccionario Histórico Biográfico del Perú, (Lima: Gil, 1933-1934), VI, 148.
18. AGI Lima 143. Carta de Chinchón al rey. Los Reyes, 26 de abril, 1636. Libro II, f. 32-34.
19. Cf. Madelaine Glynn Evans, "The Landed Aristocracy, 1600-1680", PhD Dissertation (London:
University of London, 1972); Susan Ramírez, Patriarcas provinciales. La tenencia de la tierra y la
economía del Perú en el poder colonial, (Madrid: Alianza, 1991), 129 y ss; Bauer, "La Iglesia en la
economía", 38-39 y pássim.
20. Cf. Quiroz, "Reassessing the Role", 201 y ss. En la sesión del 13 de enero de 1789, el cabildo de
Huamanga expresaba "el daño irreparable en que se hallaban sumergidos todos los propietarios
de la capital y... la ruina en que se hallan muchos... por la carga inmensa de los censos en razón
de 20 mil el millar de que han resultado clamores continuos, tantas desgracias, remates y
desolación de las familias más ilustres y que es necesario tratar la restricción de los censos
existentes al rédito anual de un 3% como ya se practica en otros pueblos". ADAY Libro de Actas
Capitulares de Huamanga, 1785-1800. Agradezco a Jaime Urrutia la referencia.
21. Cf. A.P Usher, "The Origins of Banking: The Primitive Bank of Deposit, 1200-1600", The
Economie History Review, IV (1932-34): 399-428; Vázquez de Prada, "El crédito particular en
España", 17; Felipe Ruiz Martín, "La banca en España hasta 1782", José Luis Sampedro, et. al., El
banco de España. Una historia económica, (Madrid: Banco de España, 1970), 139 y ss.
22. María del Pilar Martínez López-Cano, "Mecanismos crediticios en la ciudad de México en el
siglo XVI", Ludlow y Silva Riquer, eds., Los negocios y las ganancias, 46; Giselle Von Wobeser, "El
crédito y la agricultura novohispana del siglo XVI al XVIII", Marie-Noelle Chamoux, et al., Prestar y
pedir prestado. Relaciones sociales y crédito en México del siglo XVI al XX, (México: CIESAS, 1993), 53 y ss.
23. En 1629 los capellanes entablaron pleito contra los bienes y mayordomos de la ciudad por la
manera en que se habían llevado estas cuentas. Se hizo un seguimiento detallado de las
operaciones llevadas a cabo por los mayordomos del cabildo y se encontraron con que habían
redimido una cierta cantidad de censos, cuyos principales no fueron, nuevamente, "impuestos a
censo como se contiene en la dicha merced". LCL, XXI, 185-189.
24. Cf. por ejemplo, Linda L. Greenow, "Spatial Dimensions of the Credit Market in Eighteenth
Century Nueva Galicia", D. Robinson, ed., Social Fabric and Spatial Structure in Colonial Latin America,
(Siracuse: Siracuse University Press, 1979), 227-279.
45

25. Bauer, "La Iglesia en la economía", 33, 42 y ss. Otros, por el contrario, han planteado que
también otras cargas —como los censos enfitéuticos y reservativos— implicaban préstamos, pero
que las ordenanzas contra la usura obligaban a oscurecer el verdadero carácter de las
transacciones; por lo tanto, se habría sobredimensionado el carácter rentista de los censos "por
no prestar atención a los detalles de la legislación de la época y uso diverso de los censos",
Quiroz, Deudas olvidadas, 32-33. Para un descripción de los diferentes tipos de censos ver Giselle
Von Wobeser, La hacienda de San Carlos de Borromeo, (México: UNAM, 1980), 88 y ss; y El crédito
eclesiástico en Nueva España, siglo XVIII, (México: UNAM, 1994).
26. A. Jiménez Pelayo, "El impacto del crédito en la economía rural del norte de la Nueva Galicia",
HAHR, 71, 3 (1991): 501-529; John Frederick Schwaller, Origins of Church Wealth in Mexico.
Ecclesiastical Revenues and Church Finances, 1523-1600, (Albuquerque: University of New Mexico
Press, 1985), 135; M. Martínez López-Cano y G. del Valle Pavón, comp., El crédito en Nueva España,
(México: Instituto Mora, El Colegio de Michoacán, El Colegio de México, INAH, 1998).
27. Chantai Caillavet, "Los mecanismos económicos de una sociedad minera: intercambios y
crédito. Loja: 1550-1630", Revista Ecuatoriana de Historia Económica, 3, (1988): 19-62.
28. 28 La mayor parte de las "hipotecas" gravadas sobre la tierras de Piura tuvieron su origen en
capellanías que beneficiaron fundamentalmente a los fundadores y a sus descendientes, Jakob
Schlupmann, "Le crédit à l'époque coloniale: une affaire de l'Église? Cens et chapellanies à Piura,
nord du Pérou, XVIIème-XVIIIème siècles", Histoire et Sociétés de l'Amérique Latine. Revue d'Histoire, 4
(1996) : 127-147. Para el caso de Chile en el siglo XVIII cf. Juan Guillermo Muñoz y Claudio Robles,
"El censo como mecanismo crediticio. El convento de La Merced y la expansión económica de la
región de La Serena en el siglo XVIII", Dimensión Histórica de Chile, 9 (1992):47-68.
29. Según Bauer, las únicas instituciones eclesiásticas que otorgaron préstamos de manera
importante durante el período colonial fueron las órdenes femeninas, La Iglesia en la economía, 41;
Asunción Lavrin, "El capital eclesiástico y las élites sociales en Nueva España a fines del siglo XVIII
", Estudios Mexicanos, 1:1 (1985). Martínez López-Cano, "Mecanismos crediticios", 53. El trabajo de
Kathryn Burns probaría que en el Cuzco los conventos de monjas participaron activamente en la
circulación de riqueza, "Convents Culture", 158-156; cf. también Margarita Suárez, "El poder de
los velos. Monasterios y finanzas en Lima, siglo XVII", Patricia Portocarrero, ed., Estrategias de
desarrollo: intentando cambiar la vida, (Lima: Flora Tristán, 1993), 165-174.
30. José Luis Martin, Daughters of the Conquistadores. Women of the Viceroyalty of Peru, (Albuquerque:
University of New Mexico Press, 1983), 267-68.
31. Andrien, Crisis and Decline, 49-50,157; y "The Sale of Juros and the Politics of Reform in the
Viceroyalty of Peru, 1608-1695", Journal of Latin American Studies, 13 (1981): 1-19.
32. Bauer, "La Iglesia en la economía", 46-47.
33. Antonio Guerra de la Daga "vecino de la ciudad y muy emparentado", casó con una hija del
oidor Juan Páez de Laguna, luego de que este último pidiera permiso al Consejo. Cf. Pedro
Rodríguez Crespo, "Sobre parentescos de los oidores con los grupos superiores de la sociedad
limeña a comienzos del siglo XVII", Mercurio Peruano, 8 (1964): 447-450.
34. Cf. Mendiburu, Diccionario, t.VI, 147-149. Las fundadoras del convento fueron asesoradas y
"ayudadas con sus haberes" por el mencionado licenciado Juan de Robles.
35. 35 Santa Cruz y Padilla era un criollo notable, comerciante y fundador del Tribunal de
Consulado. Fue fiador del banco de Juan de la Cueva en 1615, familiar del Santo Oficio y sucesor
de Francisco López de Caravantes en el cargo de contador del Tribunal de Cuentas. Casó con doña
María de Hinojosa, hija del acaudalado comerciante Alonso Martín Cano (también fiador del
banquero Cueva), cuya dote ascendió a 250 mil pesos. Sus dos hermanas, Jerónima y Floriana
Santa Cruz y Padilla, casaron con el oidor Luis Merlo de la Fuente y con Juan de los Ríos, titular de
un mayorazgo. Sus descendientes alcanzaron la cúspide social. Cf.
Mendiburu, Diccionario, X, 60-61; Rodríguez Vicente, El tribunal, 192; Ronald Escobedo, Control fiscal
en el virreinato peruano. El Tribunal de Cuentas, (Madrid: Alhambra, 1986), 66; Andrien, Crisis and
46

Decline, 106; Fred Bronner, "Peruvian Encomenderos in 1630: Elite Circulation and Consolidation",
HAHR, 57,4 (1977): 645; Rodríguez Crespo, "Sobre parentescos", 7-8, 10-11; AGN Carrión, #269, f.
197r y ss.
36. Información adicional sobre Avendaño y Núñez de Campoverde se puede encontrar en
Guillermo Lohmann, Los regidores perpetuos del Cabildo de Lima (1535-1821), 2 tomos, (Sevilla: Excma.
Diputación Provincial de Sevilla, 1983); Mendiburu, Diccionario; Bronner, "Peruvian
Encomenderos".
37. Según el libro de entradas, el 19 de mayo de 1638 se sacaron 6 mil pesos del convento de Santa
Clara y se dieron a censo a doña Teresa de Contreras, con poder de su marido, el oidor Manrique.
El censo fue impuesto sobre sus chacras en Huachipa; actuó como fiadora doña Blanca de Zúñiga,
su madre, quien hizo "hipoteca... de siete pares de casas que son las de su vivienda y las
accesorias". AAL Censos, leg. 6, "Razón de las partidas de plata que se han sacado de la caxa de
Monasterio de Santa Clara". El oidor, quien era además caballero de la orden de Santiago, fue
nombrado presidente de Charcas en 1646 y capitán general del Nuevo Reino de Granada en 1654.
Recibió el título de marqués de Santiago en 1660 y desposó en segundas nupcias a doña Juana
Camberas Hurtado de Sotomayor.
38. Fue miembro del Consulado y dueño del ingenio de la pólvora en Lima. Rodríguez Vicente, El
tribunal, 383. Castillo y Guzmán tuvo que dar una fianza especial al convento de Santa Clara, que
fue suscrita por otro mercader, Jerónimo de Soto Alvarado.
39. Fue fiador del banco de Villegas en 1636, LCL, XXIII, 397-399.
40. El doctor don Francisco Ramos Galván, natural de Lima, fue abogado, catedrático de prima de
leyes, rector de la Universidad de San Marcos, y fiscal y oidor de la audiencia de Charcas.
Mendiburu, Diccionario, IX, 315.
41. Cf. Rodríguez Crespo, "Sobre parentescos", 6; Evaristo San Cristóbal, Apéndice al Diccionario
histórico-biográfico del Perú, (Lima: Imprenta Gil, 1935), 1:4.
42. Burns, "Convents Culture", 167.
43. La cual, a su vez, fue respaldada por doña Elvira de León, doña Leonor de Illescas y doña
María Isidora de León, quienes se "obligaron al saneamiento".
44. Sobre población conventual ver Bernard Lavallé, Recherches sur l'apparition de la conscience
créole dans la vice-royaute du Pérou: L'antagonisme hispano-créole dans les ordres religieux (XVIème-
XVIIème siècles),(Bourdeaux: Université de Bordeaux, 1990), 1:25-28; Martin, Daughters, 172.
45. Suárez, "El poder de los velos"; Martin, Daughters.
46. Sobre la relación entre los períodos de "largueza y estrecheza" y la dinámica de los cambios
en Europa véase Felipe Ruiz Martín, Pequeño capitalismo, gran capitalismo. Simón Ruiz y sus negocios
en Florencia, (Madrid: Crítica, 1990), 82 y ss; y Henri Lapeyre, Une famille de marchands: les Ruiz.
Contribution à l'étude du commerce entre la France el l'Espagne au temps de Philippe II, (París:
S.E.V.P.E.N., 1955).
47. Lohmann, "La memorable crisis", 588 y ss.
48. Cf. Moreyra Paz Soldán, Estudios históricos, III, 126 y ss.; Carlos Lazo García, Economía colonial y
régimen monetario. Perú: Siglo XVI-XIX, (Lima: BCR, 1992), 1,180-182. En el siglo XVI, Juan Diez Freyle
elaboró un útil Sumario compendioso de las quentas de plata y oro que en los reynos del Pirú son
necesarias a los mercaderes y todo género de tratantes. Con algunas reglas tocantes al Arithmética,
[México: 1556], ed. facsimilar (Madrid: ICI, 1985).
49. La Casa de Moneda de Lima volvió a funcionar efímeramente a mediados del XVII hasta que,
en 1683, reabrió sus puertas con la reforma monetaria del virrey duque de la Palata. También
funcionó una ceca en La Plata entre 1573 y 1574. Cf. Lazo García, Economía colonial, I, 184; Carlos
Lazo García, José Torres Bohl y Luis Arana, "Las primeras acuñaciones de oro de la Ceca de Lima",
Cuadernos de Historia Numismática, I (Lima: BCR, 1990): 1-6 y "La Hornaza: taller colonial de
acuñación de macuquinas", Cuadernos de Historia Numismática, III (1991): 7-77; Eduardo Dargent
Chamot, "Condicionamientos geográficos para el establecimiento de las cecas peruanas en el siglo
47

XVI", Gaceta Numismática, (Barcelona: Asociación numismática española), 90 (1988); "La moneda en
la América española", Cuadernos de Historia Numismática, IV (1993): 89-97. Freeman Craig, "Coinage
of the Viceroyalty of Perú. An Overview" y Eduardo Dargent Chamot, "The Early Lima Mint
(1568-1572), William L. Bischoff, ed., The Coinage of El Perú, (New York: The American Numisma tic
Society, 1988), 1-20, 43-50.
50. Los metales producidos en las minas del "Bajo Perú" eran marcados y quintados en la caja de
Lima.
51. Lazo García, Economía colonial, II, 124.
52. Moreyra Paz Soldán, Estudios Históricos, III, 94.
53. Esto se desprende de los manuales de aritmética del siglo XVII. Además, había varias maneras
de realizar las mismas operaciones matemáticas como sumar, restar, multiplicar o dividir. Cf.
Diego de Morillas, Arismética peruana (1693), (Lima: Seminario de Historia Rural Andina, 1984).
54. 54 Desde finales del XVI se imprimieron en Lima manuales con tablas de conversión para
facilitar las cuentas de los mercaderes como, por ejemplo, el Libro general de las reducciones de plata
y oro de diferentes leyes y pesos de Juan de Velveder (1597), el Libro de plata reducida de Francisco
Juan de Garreguilla (1607) o las Tablas para la reducción de las barras de plata de todas leyes de Pedro
de Saldias (1637). Los dos primeros contienen tablas de conversión entre pesos de ocho, de nueve,
ducados, castellanos y ensayados a diferentes "intereses", que van desde el 20 hasta el 60% de
interés.
55. El cronista León Portocarrero explicaba las conversiones de la siguiente manera: "Los pesos
ensayados del rey valen doce reales y medio, no suben ni bajan. Los pesos ensayados de
mercaderes valen trece reales y un cuartillo. Estos pesos ensayados son de cuenta de barras, que
en el Perú no hay tal moneda. La moneda que se labra y corre en el Perú y Tierra Firme son 8
reales y cuatro, dos y uno y medio. [Los] Pesos corrientes son de nueve reales. También es cuenta
de barras, que de marcos se reducen a pesos ensayados, y de ensayados a corrientes, y de
corrientes a 8 reales, y es cuenta fácil", Descripción, 42.
56. Los mismos contemporáneos reconocían la complejidad del problema. El virrey Palata decía
lo siguiente: "Habiendo reparado en esta variedad, no pude dejar de reparar también en la
confusión que necesariamente había de causar en la calculación de cuentas, y en el peligro de
errarlas con un leve descuido en la reducción a maravedís sobre cuatro géneros de pesos, que
tomando unos por otros puede diferenciar tanto la cuenta". "Relación de Gobierno", Lewis Hanke
,ed., Los virreyes españoles en América durante el gobierno de ¡a casa de Austria. Perú, (Madrid: Atlas,
1978-1980), VI, 197 y ss. Ya en 1619 el rey había enviado una cédula exigiendo una solución al
problema; propuso usar como unidad el maravedí, pues al tomarse las cuentas "a las personas
que las deben dar en estas provincias por pesos de diferente valor, resultan muchos
inconvenientes y dilaciones en su ajustamiento y averiguación" R.C. Madrid, 12 de diciembre,
1619. Ibid., 198-199.
57. Sobre la situación social de los mercaderes en el siglo XVI véase Lockhart, El mundo
hispanoperuano, 101 y ss.
58. Para un examen extenso y minucioso del crédito en el tráfico atlántico ver Bernal, La
financiación de la carrera, capítulos 2 al 5.
59. Solórzano, Política indiana, IV, 72.
60. Ibid., 73.
61. Usher, "The Origins of Banking", 399 y ss. La bibliografía sobre historia de la banca europea es
muy extensa. Cf. también A.P. Usher, The Early History of Deposit Banking in Mediterranean Europe,
vol. I, (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1943); Felipe Ruiz Martín, "La banca privada"
2da parte. Quarta Settimana di Studio: "Credito, Banche e Investimenti, secolo XIII-XX", (Prato:
Instituto Internazionale di Storia Economica "Francesco Datini", 1972), 1-22; Frederic Lane,
"Venetian Bankers, 1496-1533: A Study in the Early Stages of Deposit Banking", The journal of
Political Economy, XLV: 187-206; Raymond de Roover, Money, Banking and Credit in Medieval Bruges:
48

Italian Merchant-Bankers, Lombards and Money-Changers, (Cambridge, Mass: The Medieval Academy
of America, 1948), "New Interpretations of the History of Banking" journal of World History, IV
(1954): 38-76 y "Le rôle des Italiens dans la formation de la banque moderne", Revue de la Banque,
XVI (Bruselas, 1952): 640-663; Reinhold Mueller, "Les Preteurs Juifs de Venise au Moyen Age",
Annales ESC, (Nov-Dic, 1975): 1277-1302; Geoffrey Parker, "El surgimiento de las finanzas
modernas en Europa (1500-1730) ", en Carlos Cipolla, ed., Historia económica de Europa (2). Siglos XVI
y XVII (Barcelona: Ariel, 1979).
62. Un extenso análisis de la evolución de los instrumentos de crédito y cambio monetario en la
Carrera de Indias se puede ver en Bernal, La financiación de la Carrera, 109 y ss.
63. Sobre letras cf. Enrique Otte, "Letras de cambio en América", Moneda y Crédito. Revista de
Economía, 145, (junio 1978): 57-66 y Bernal, La financiación de la Carrera, 114, 172-174 y pàssim.
Bernal explica de qué manera los cambios y riesgos marítimos —y no las letras de cambio—
fueron los instrumentos crediticios idóneos para la peculiar estructura del comercio colonial.
64. LCL, XIV. Declaración de Alvaro López, 89.
65. El cabildo mandó notificar a Salcedo y a los demás que efectuaban estas transacciones que "no
lleben ninguna cosa ni ynterés a los dueños dellas [barras] ni personas que las entregan ni
resciben, so color de que sea para limosna ni en otra manera alguna". LCL, XIV, 89,90-91.
66. Cuando don Francisco de la Cueva redimió un censo en favor del cabildo de Lima (de 1,400
pesos corrientes de principal), pagó mediante la presentación de una "cédula" emitida por el
autodenominado "banco" de Baltazar de Lorca que decía lo siguiente: "Tengo en mi poder que
daré luego a letra vista a quien ésta me diere por el señor don Francisco de la Cueva 1,400 pesos
de a nueve reales los quales son por otros tantos que le libró en mi banco don
Juan de Arraya de la Cámara como parece por mi libro. [Firmado] Baltazar de Lorca". LCL, XV,
280.
67. En efecto, el cabildo depositaba el dinero de las sisas en la tienda de Lorca. El 7 de mayo de
1607, para impedir que Lorca empleara esos fondos, se le mandó notificar "que la plata que
tubiere en su poder de lo procedido de las sisas no acuda con ella ni parte a persona alguna si no
fuere a la persona queste cabildo hordenare". LCL, XV, 402.
68. LCL, XV, 702-703.
69. LCL, XV, 702.
70. LCL, XV. Auto del 3 de noviembre, 1608, 702-703.
71. LCL, XV, 720-723. La relación de los mercaderes que apoyaron a Vidal se puede ver en el
apéndice 2.
72. LCL, XV, 722-723.
73. LCL, XV. Petición de Baltazar de Lorca, 704-705. AGN Carrión, # 269, f. 202r.
74. Ibid.
75. Bernal, La financiación de la Carrera, 281.
76. El cambio seco era un préstamo encubierto en una transacción en donde se desembolsaba
dinero contante contra una letra, cédula u obligación fingida que, al no poderse cobrar, debía ser
pagada por el deudor con el precio de cambio y de recambio.
77. En 1610 el virrey informaba al soberano que este tipo de especulaciones eran también
frecuentes en Nueva España: "reciví la provisión inserta la premática que prohibe las
contrataciones de sólo dinero y se mandó pregonar en esta ciudad donde y en todas las demás del
reino se guardará como V.M. lo manda; presumo que debió de ir duplicado a la Nueva España y en
duda e querido advertir en este capítulo que ay notable necesidad en aquel reyno,
particularmente en México, de prevenir los daños que resultan de lo contrario, porque están
introducidos logros y usuras conoscidas, paliado con nombre de tratos lícitos y usados". AGI Lima
35, #35, lib. III, f. 54r-v. Cf. también Lohmann, "Banca y crédito", 293. En México los depósitos eran
una manera usual de conseguir préstamos a corto plazo, cf. Louisa Schell Hobermann, Mexico's
49

Merchant Elite, 1590-1660. Silver, State and Society, (Durham & London: Duke University Press, 1991),
61.
78. LCL, XVII, 46-47.
79. LCL, XVII, 91.
80. LCL, XVII. Petición de Juan Vidal, 74-75.
81. LCL, XVII, 190-191.
82. LCL, XVII, 471; AGN Consulado 186, año 1613.
83. AGN, Alonso Carrión, #269. Obligación de banco, f. 197v.
84. Ibid., f. 199v.
85. Ibid., f. 201r.
86. La ordenanza XXXVI del Tribunal del Consulado establecía que aquellos que tuviesen tiendas
de mercaderías no podían ser bancos: "Por quanto en esta ciudad algunos mercaderes teniendo
tiendas han usado juntamente oficios de depositarios y Bancos Públicos, afianzándolo, y como
tales han recibido gruesas cantidades de oro, barras de plata y reales, lo cual ha demostrado la
experiencia ser en manifiesto daño del comercio y seguirse de ello grandes quiebras y faltas, así
en perjuicio de los acreedores de ropa, como de banco y fiadores, confundiendo entre sí los
derechos y el un trato al otro y conocimiento de los que ejercen que con las ocasiones del banco y
ropa parecen de más rica hacienda de lo que realmente tienen, y hacen paga de las mercaderías
con los dineros de los depósitos y banco, y asientan por tales los libros de partidas que proceden
de mercaderías con dolo y fraude... Ordeno y mando que ningún mercader que tenga tienda de
mercaderías pueda tener ni usar oficio de banco público", en Rodríguez Vicente, El Tribunal del
Consulado, 351.
87. AGN, Carrión, #269, f. 202v.
88. Ibid., f. 203v-205v.
89. Ibid., f. 206r-207v.
90. LCL, XVIII, 93-94. Para los fiadores de Villegas véase apéndice 2.
91. Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado, 387. No hemos encontrado ninguna referencia en
donde aparezca López de Altopica como banco público autorizado.
92. LCL, XVIII, 852-853.
93. AHML, Reales Cédulas, Libro V. Título de banco de Juan de la Plaza, f. 191 v-
195r.
94. LCL, XXII, 23-25.
95. LCL, XXII, 25.
96. LCL, XXII, 38.
97. Parker, "El surgimiento de las finanzas", 418; Santiago Tinoco, "Mercaderes, banqueros y
bancos públicos. Aproximación a la problemática del trato y la banca en la Sevilla del siglo XVI",
Revista d'Historia Moderna, l(Barcelona, 1981): 352.
98. AGN Consulado 186, año 1613, f. 503r y ss.
99. AGI Escribanía de Cámara 502 A y B; Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado, 387.
100. Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado, 390.
101. Según Tomás de Mercado, los bancos de Sevilla "son en substancia como unos tesoreros y
depositarios de los mercaderes, porque, venida la flota, cada uno pone en banco todo lo que le
traen de Indias, dando primero ellos fianzas a la ciudad serán fieles y tendrán perfecta cuenta y
darán entera razón de lo que recibiere de sus dueños; los cuales, puesta allí la moneda, irán
librando y sacando, y los otros, como pagan, van haciendo su cargo y descargo. Negocio cierto
hidalgado entre mercaderes...aunque pretenden en esta liberalidad grandes intereses", Suma de
tratos y contratos, Nicolás Sánchez Albornoz, ed., (Madrid: Instituto de Estudios Fiscales -
Ministerio de Hacienda, 1977), vol. 2, 381-382.
102. Cf. Tinoco, "Mercaderes, banqueros y bancos públicos", 348; Parker, "El surgimiento de las
finanzas", 417, 426-427.
50

103. Tinoco, "Mercaderes, banqueros y bancos públicos", 348.


104. Felipe Ruiz Martín, "La banca en el proceso económico-social de España durante los siglos ,
XVI y XVII", V Congreso Internacional de Historia Económica, (Moscú: 1970), 2 y ss.; "La Banca en
España hasta 1782", Sampedro, et al., El Banco de España, 13 y ss.
105. AGN Cívico, #324. Testamento de Baltazar de Lorca, año 1628, f. 894r-897v.
106. AGI Escribanía de Cámara 502-A y 502-B. Autos contra Miguel Ochoa, mercader, 3 pz.
107. 107 En los libros se puede ver que Lorca era, a su vez, agente de Mañara. Así que todo el
dinero que Ochoa le debía a Mañara, lo colocaba en la tienda de Lorca titulando las partidas "A
Lorca por Mañara". AGI Escribanía de Cámara 502-A y 502-B. Lorca también estuvo involucrado
en la recolección de diezmos. En 1613 lo vemos
desembolsando 3,266 pesos por la compra de los diezmos de Chachapoyas y Moyobamba. El
remate se hizo por un año, desde la navidad de 1613, y se le rebajaron de 2,450 pesos ensayados a
2,300, que reducidos al 142% dieron 3,266 pesos de ocho reales. AGN Sánchez Vadillo, #1731.
Obligación y declaración. Baltazar de Lorca al arzobispo y cabildo, f. 1312r-1313v.
108. Su hijo Julián, el regidor, recibió 70 mil pesos como legítima; Leonarda, casada con don
Felipe Sarmiento de Villandranda, recibió 50,400 pesos; y Mariana, casada con su socio Correa,
recibió 20 mil. A fray Damián le dejó una capellanía de 100 pesos de renta anual impuesta sobre
una casa y dos tiendas en la calle de las Mantas, cuyo patrón era Julián. AGN Cívico, #324, f.
894r-897v.
109. Juan de la Cueva desistió de su función de albacea en 1629, por estar muy "ocupado en sus
negocios"". Ibid.
110. El examen detallado de las redes mercantiles atlánticas de Juan de la Cueva se puede ver en
Suárez, Comercio y fraude.
111. En 1625 hubo un pleito entre los herederos de Montoya, sus acreedores (Antonio de Ureña,
Andrés de Rojas, Baltazar Fernández de la Coba, Alonso de Hita y don Diego de Ayala) y Josephe
de Godoy Delgadillo, quien había comprado las 200 fanegas de tierras que tenía Montoya en
Pativilca. AGI Escribanía de Cámara 505-B. Del inventario de bienes de Montoya se desprende que
era un amante de la pintura y de las esculturas religiosas; en 1616 le debían cerca de 28 mil pesos
vecinos de Lima, Barranca, Arica, Guamalíes, Chucuito, Chuquisaca, Potosí, Coquimbo, Valdivia,
etc. Montoya intentó cobrar 20% de interés a los deudores y para ello se preguntó a los testigos si
sabían "que si el dicho Hernando de Montoya por ser mercader y tratar con su plata hubiera
ganado con ello 20 por ciento", Ibid., f. 535v.
112. Juan Antonio Suardo, Diario de Lima (1629-1639), (Lima: Imprenta de Carlos E. Vásquez, 1936) I,
17. En 1626, Villegas había pedido al rey le diese al hospital de Santa Ana la merced de las rentas
de la nieve que se consumía en la ciudad, puesto que el local estaba inhabitable y sin medicinas.
AGI Lima 156. Carta de Villegas al rey. Lima, 28 de febrero, 1626.
113. Una de las capillas es la llamada "Capilla de las Vírgenes"; la otra está entre la sacristía y la
entrada al camarín de la iglesia, conocida ahora como la "Capilla de Villegas". Los muros y el
techo tienen unos frescos atribuidos a Mateo Pérez de Alessio, notable pintor italiano. En uno de
ellos se encuentra el escudo de Villegas con ángeles tenantes. Cf. Saúl Peredo Meza, La Merced.
Basílica y Convento, (Lima: 1973); Juan de Mesa y Teresa Gisbert, El pintor Mateo Pérez de Alesio, (La
Paz: 1972), 121-126.
114. AGN Sánchez Vadillo, #1765, f. 153r.
115. Suardo, Diario, I, 281; LCL, XXIII, 520. Esta era una dote muy elevada, comparable a la fortuna
de cualquier vecino importante de la ciudad. La dote de la esposa de Lorca, por ejemplo, fue de
tan sólo 4 mil pesos ensayados. AGN Cívico, #324, f. 894r-897v. Villegas estaba muy relacionado
con las altas esferas de gobierno. El 28 de mayo de 1630 murió el obispo de Arequipa, cuyo cuerpo
estuvo en la "huerta" de Villegas hasta que luego fue llevado al convento de San Agustín. Suardo,
Diario, I,77. La mujer del alcalde del crimen de la audiencia, doctor Matías de Solís, se "recogió" en
51

la casa de Villegas luego de que éste muriera y fuera enterrado en la capilla de Villegas de la
iglesia de La Merced. Ibid., I, 204.
116. AGI Lima 156. Carta de Alonso de Villarroel Quiroga al rey. Lima, 23 de febrero de 1626 y 28
de febrero de 1626.
117. AGI Lima 156. Carta de Alonso de Villarroel Quiroga al rey. Lima, 23 de febrero de 1626 y 28
de febrero de 1626.
118. Villarroel denunció como cómplices a los corredores de lonja y mercaderes siguientes:
Tristán de Morales, Torres Volpe, Diego de Olarte, Diego Osorio, Manuel Fernández, Justo de
Porras, Francisco Vásquez Cortés, Gonzalo Barrasa, Sebastián de Tapia, Rodrigo Albar, Francisco
de Eguiguren, los Orozco, Antonio Anfriano, Diego Segura de Urbina, Juan Arias de Valencia. Los
interesados en las barras embarcadas en contra de su voluntad fueron: Jacome de Quesada,
Gonzalo de Avila, Juan Arias de Valencia, Francisco Palencia, Miguel y Jerónimo Flores, Gregorio
de Ybarra, el contador Aguirre y Pedro Arias. AGI Lima 156. Carta de Alonso de Villaroel Quiroga
al rey. Lima, 23 de febrero de 1626 y 28 de febrero de 1626.
119. Además de esto, Villarroel acusaba a Villegas de haber violado a la que ahora era su mujer y
de estafar a pobres como él. AGI Lima 156. Carta de Alonso de Villarroel Quiroga al rey. Lima, 23
de febrero, 1626.
120. El virrey le puso su casa por cárcel. Suardo, Diario, I, 41.
121. Suardo, Diario, I,80-81.
122. Suardo, Diario, I, 80. Meses antes, en marzo, un navío de Villegas que venía de Pisco cargado
con 3,700 litros de vino "por quenta de diferentes personas" varó en tierra y se perdió el
cargamento. Se calculó la pérdida en 45 mil pesos. ibid., I, 59.
123. Suardo, Diario, I,294. Meses antes Juan Arias de Valencia y Jacome de Quesada habían
intentado apresarlo, pero el virrey "tomó la mano en componerlos". Diario, I, 281.
124. LCL, XXIII, 346.
125. LCL, XXIII, 347 y ss. Doña Ana de Villegas declaró que su padre ya le había dado los bienes
que "por gananciales" de su madre y por la promesa de dote le correspondían.
126. LCL, XXIII, 356.
127. LCL, XXIII, 358.
128. LCL, XXIII, 359.
129. Suardo, Diario, II, 194.
130. AGI Lima 50. Carta de Mancera al rey. Callao, 8 de junio, 1641, f. 248r.
131. AGI Lima 51. Carta del virrey al rey. Lima, 14 de junio, 1642, f. 192r-v. No sabemos si se
cumplió con la condena.
132. AHML R.C. Libro V, f. 191v-195r.
133. Además, se prohibió con penas que los miembros de la audiencia, cabildo y demás justicias
pusiesen impedimento para su funcionamiento. AHML, Reales Cédulas, Libro V. Título de banco
de Juan de la Plaza, f. 194r.
134. En 1526 se declaró la hidalguía general de los vecinos de Vizcaya por no haber allí
labradores pecheros ni sujetos a servidumbre. Las leyes castellanas, pues, reconocían la nobleza de
cualquier persona que probara ser descendiente directo de linajes vizcaínos o guipuzcoanos y no
tener mezcla de sangre, cf. Miguel Angel Ladero Quesada, España en 1492, (Madrid: Hernando,
1978), 40; Jonathan Israel, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial, 1610-1670, (México:
FCE, 1980), 118 y ss.
135. AHML R.C. Libro V, f. 191v-195r.
136. AHML R.C. Libro V, f. 191v-195r.
137. AHML R.C. Libro V, f. 191v-195r.
138. AHML Libro V, f. 191 v-195r. Efectivamente los vascos controlaron el mercado financiero de
Sevilla a través de sus actividades como compradores de oro y plata, y como hombres de negocios
52

involucrados en operaciones de crédito, descuento y giro. Hacia mediados del XVII lograron
colocarse en los altos puestos del Consulado. Cf. Bernal, La financiación de la Carrera, 248.
139. Las ordenanzas del Consejo de Ordenes del siglo XVII, por el contrario, prohibían
expresamente que aquél que fuese banco público pudiese ser miembro de ellas, Antonio
Domínguez Ortíz, Orto y ocaso de Sevilla, (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1981), 125. En Sevilla, la
reformulación del concepto de nobleza debido al hecho de convertirse en un centro internacional
de negocios no afectó los principios básicos de organización social existente. Los nobles
consideraron los negocios como "un mal menor" e hicieron algunas concesiones, pero, según
Antonio García-Baquero, no por ello se puede hablar de un aburguesamiento de
la nobleza, cf. "Aristócratas y mercaderes", Carlos Martínez Shaw, ed., Sevilla, siglo XVI. El corazón de
las riquezas del mundo, (Madrid: Alianza, 1993), 123-136.
140. Israel, Razas, clases sociales, 119.
141. Cf. Alberto Crespo Rodas, La guerra entre vicuñas y vascongados, (La Paz: 1969).
142. Rodríguez Vicente, El Tribunal, 392.
143. AGN Carrión, #269. Fianzas del banco de Juan de la Cueva, año 1615, f. 208r y ss.
144. De los fiadores de Lorca, sabemos que Correa y Ochoa eran compañeros de negocios. Cueva
tenía como fiadores a mercaderes que eran parte de su mismo consorcio (Lorenzo Cuadrado,
Melchor Malo, Pedro Ruiz de Ibarra, Antonio de Rosas, Jerónimo López, Alonso González, etc.), e
incluso hasta a los cajeros que trabajaban en su banco (como Andrés de Zavala). Antes de 1636
Villegas tenía, como fiadores a su cajero Miguel de Oxirando, a su hermano Lucas y a Tristán de
Morales, con quien mantenía una estrecha relación comercial. Cf. por ejemplo, AGN Nieto
Maldonado, #1222. Declaración de Tristán de Morales a Bernardo de Villegas, f. 2594r-v.
145. Tal vez por esta razón no era fácil para los bancos cubrir con todas las fianzas, como se
desprende del continuo incumplimiento de éstos en presentar las fianzas ante e5 dy cabildo.
53

Capítulo Dos. ʺDelinqüenza máximaʺ: el


banco de Juan de la Cueva

Todo el reino ha quedado al presente de un


latrocinio de los mayores que a sucedido en la
Cristiandad con daño general i común de todas
estas provincias que obligan a andar por las calles
clamando y dando voces, y algunos se han vuelto
locos y otros se han muerto de repente por averse
visto descansados y con caudal y averio perdido en
un día1.
Antiguamente los hombres vivían 200 y 300 años y
los pleitos duraban un instante... y en las Yndias es
el revés, que los hombres viven el instante y los
pleitos duran el siglo2.
1 La mayoría de los bancos privados hasta el siglo XVIII, cuando surgió la banca central,
tuvieron un fin dramático. En Europa, el único banco que logró sobrevivir desde el siglo
XVII al XVIII fue el Banco de Amsterdam, fundado en 1609, pero cuyas características —la
de ser un banco de depósito municipal—, lo alejaban de los bancos públicos que
funcionaron en Castilla y el Perú.
2 Y es que, en realidad, la vida de los bancos privados pendía de un hilo muy delgado. La
premisa para que estos bancos no pasaran apuros era que un número no muy grande de
depositantes y de receptores de crédito acudieran simultáneamente a pedir su dinero en
especie, puesto que, de otro modo, inevitablemente el banco no podría cumplir con los
pagos. Fue por esta razón que muchas de las quiebras de estos bancos se debieron al
pánico, cuando corría el rumor de que el banco no se hallaba en capacidad de satisfacer a
sus depositantes.
3 Pero, además, el banco podía realizar malas inversiones al prestar el metálico de los
depósitos originales a personas que luego no podían pagar los créditos o, simplemente,
excediéndose en la tentación de invertir grandes sumas en el comercio, comprar
propiedades o ayudar a sus amigos con sólo escribir unas cuantas líneas en sus libros. Y
esto fue más o menos lo que le sucedió a Cueva. Luego de 1625 sufrió grandes pérdidas en
54

sus negocios con Potosí (sus socios quebraron), España (el rey le confiscó su dinero) y
envió una gran suma de dinero a México en un mal momento. Además, su más fiel eslabón
atlántico, su hermano Antonio, murió en el río Chagres devorado por los caimanes y el
experimentado banquero cayó en manos de factores inescrupulosos. Así que, de allí en
adelante, las cosas no fueron iguales para el banquero en el negocio comercial.
4 Pero Cueva no era el único negociante susceptible de ser afectado por los vaivenes
comerciales, sino también todos aquellos que de una u otra forma estuviesen vinculados a
estas redes, muchos de los cuales, a su vez, habían recibido préstamos del banco. Fue
entonces cuando Cueva se encontró con una cartera muy grande de ʺmalas deudasʺ, como
él mismo y varios testigos declararon ante la justicia. Ya desde 1632 la situación del banco
era alarmante. Cueva había comenzado a pedir préstamos y había reducido sus créditos al
mínimo. Que un banquero pida plata prestada es claro indicio de que la situación no podía
ser menos que preocupante. Finalmente, en 1635, cuando se pregonó la salida de la
armada del Mar del Sur hacia Tierra Firme, Cueva no pudo cumplir con ciertos pagos y se
generó el pánico. Así, de la noche a la mañana, los depósitos, las libranzas, las cédulas y
los billetes del banco se volvieron inservibles y las perspectivas de los depositantes
negras.
5 Ciertamente no sólo los depositantes se vieron afectados. Es probable que los precios
cayeran estrepitosamente y arruinaran también a todos aquellos que tuviesen pagos
pendientes y bienes para vender. Y es que es presumible que la euforia de la banca limeña
haya producido un aumento indiscriminado de los préstamos que haya producido, a su
vez, una inflación de los precios, por lo menos en Lima. Cueva movió, como mínimo,
nueve millones y medio de pesos en veinte años y, si a esta suma se le agregan los
capitales manejados por los otros bancos, no resulta apresurado suponer que el cese
repentino de la actividad bancaria tuviera efectos depresivos. La caída de Cueva, sumada a
la de los bancos que lo precedieron, debió provocar una drástica reducción de los medios
de pago y consecuentemente una vertical caída de los precios. El fugaz intento de Villegas
de continuar con el negocio bancario al año siguiente de la quiebra de Cueva fue, en cierto
sentido, una manera de negar lo evidente: el fin de la banca comercial en el Perú colonial.

Un mal día: 16 de mayo de 1635


6 Cuando el 16 de mayo de 1635 —día de la quiebra del banco de Juan de la Cueva— el cónsul
Martín de Igor, el escribano Diego Pérez Gallego, los cajeros Martín de Zavala, Francisco
Caballero, Pedro Martínez de Soto y Miguel de Medrano y demás acompañantes entraron
a la casa de Cueva a hacer un inventario, sabían que la tarea encomendada les iba a tomar
algún tiempo. Ese mismo día, a las seis de la mañana, el mercader Juan de Butrón había
ido al banco y se había topado con Cueva, quien bajaba apresuradamente las escaleras del
segundo patio en ʺdonde se hacía el despacho del bancoʺ. Dictó instrucciones a sus
ayudantes para que el banco funcionara normalmente, sacó unos zurrones de plata,
atendió al capitán Lope de Larrea y a Pedro Ramírez, y le dijo a Butrón que no podía
detenerse más porque el virrey lo había mandado llamar3.
7 Serían ya las seis y 45 minutos cuando Cueva, finalmente, salió en busca del virrey
Chinchón para decirle que no podía cumplir con sus obligaciones ʺy que de ninguna
manera podía pasar adelante por faltarle muy gran cantidad para elloʺ4. El virrey quiso
ayudarlo y preguntó a Cueva qué amigos y confidentes podían socorrerlo y sacarlo del
aprieto. Cueva consideró que Andrés de Zavala, Juan Martínez de Uceda, Diego López,
55

Juan Arias de Valencia, Alonso Bravo, el judío portugués Manuel Bautista Pérez —su
compadre—, Juan de Medina Ávila y Pedro Ramírez podrían estar en condiciones de darle
una mano. El virrey, entonces, juntó a los amigos de Cueva y a las autoridades del
Consulado para encontrar una solución. Pero no podían hacer nada. Los negocios no
estaban bien y, para empeorar las cosas —dice el virrey—, Cueva no sabía exactamente
cuánto debía. Otras versiones dicen que Cueva pidió 120 mil pesos para cubrir sus
necesidades inmediatas, pero que no quisieron ayudarlo5. Así, pues, ʺabría de correr la
quiebraʺ.
8 Al mediodía, cuando llegaron los encargados de hacer el secuestro de bienes al banco de
Cueva, en la calle Mantas, ya había cundido el pánico. La noticia había corrido por toda la
ciudad y desde las diez de la mañana —hora oficial de la quiebra—6 se había formado un
gran tumulto de gente en la puerta del banco que exigía, en voz alta y enérgica, la
devolución de su dinero. A Marcos de Agurto, quien tenía tienda en la calle de
Mercaderes, le avisaron a las once de la mañana de la quiebra de Cueva y le aconsejaron
que fuera rápidamente a sacar su dinero7. Alonso de Hita —mercader de 68 años y exprior
del Consulado— había ido al banco a las diez y media sin saber nada y allí se encontró con
la sorpresa de la quiebra y con ʺmucha gente alborotadaʺ. Cuando se dirigió a la esquina,
donde confluían la plaza mayor y la calle de Mercaderes, ʺhalló muchos corrillos donde se
decía que el dicho Juan de la Cueva había quebradoʺ8.
9 Los encargados de hacer el inventario entraron al banco. Éste no siempre había
funcionado en la calle de las Mantas. Primero se había instalado debajo de los portales de
los sombrereros (hoy Pasaje Olaya), justo donde se encontraba antes el banco de Lorca 9, y
luego había pasado a la calle del Correo. Pero, desde hacía un tiempo, Cueva había
decidido que su banco funcionara en los bajos de su casa. Era más fácil vigilar y cuidar los
depósitos, estaba cerca de su familia (e, incluso, así entrenaba a su hijo mayor, Juan de la
Cueva, en los negocios financieros) y, además, estaba frente a la casa de su buen amigo
Diego López, regidor perpetuo del Cuzco, quien siempre lo ayudaba en el despacho del
banco. En el escritorio encontraron, como un verdadero símbolo de su negocio, un ʺpeso
grande con sus pesasʺ, varias barras de plata pertenecientes a Rodrigo de Oçio y de las
cuales no había ʺpartida escrita en ningún libro ni entradaʺ, pedazos de plomo,
marquetas de cera y dos candelabros de plata. Uno de los candelabros tenía un papel ʺque
dice que son de don Rodrigo Niño y debe 50 pesosʺ; el otro era de doña Leonor de Arroyo,
quien le debía a Cueva 50 pesos por una ʺpiñaʺ de plata que le había entregado. También
había papeles y 202 botones de oro envueltos en un papel que decía ʺdon Alonso de
Mendoza Ponce de León los embía en prenda de 250 pesosʺ10.
10 Asimismo, en el almacén del patio, en otro repositorio que estaba junto a la cochera y en
la cochera misma, se encontraron muchas barras de plata, libranzas, talegas de pesos,
piñas de plata, cajones de herraje, espadas, resmas de papel y una serie de objetos dejados
en prenda. Había, por ejemplo, diez láminas atadas en un paño con un papel que decía
ʺson láminas de doña Isabel Manrique, debe 100 pesos en 27 de enero de 1631ʺ. Don Pedro
de Osma le había dejado una taza ʺsobredoradaʺ por un adelanto de 60 pesos 11. Cuando
subieron al segundo piso, que era donde vivían los propietarios, encontraron otro
escritorio, en donde había más talegos, objetos de plata y joyas. Allí doña Fulgencia, la
esposa del banquero, explicó que la mayor parte de los objetos procedían de empeños: un
escultura de la Magdalena del tamaño de una persona, perlas, diamantes, camafeos, un
cintillo de oro con ʺpiedras de minasʺ, láminas de bronce, alfombras ʺturquescasʺ, cojines
de terciopelo, candelabros, tazas, azucareros, fuentes, fuentecillas, ʺtembladerasʺ,
56

cubiertos, bacinillas, espuelas, cadenas de oro, mosquetes, y hasta encontraron cuatro


colchones, algunos vestidos viejos, capas, jubones, y calzones y ropilla que, según dijeron,
pertenecían al mayordomo que estaba preso12.
11 La sala de la casa era imponente. Tenía muchos objetos de plata y oro, además de muebles
de madera y ʺvaquetaʺ. Cueva, como cualquier vecino de Lima que presumiera ser un
hombre de prestigio, tenía muchos cuadros. En las paredes colgaban doce óleos grandes
que representaban los meses del año, un cuadro grande de San Sebastián, ʺtrece países al
templeʺ, otros seis cuadros pequeños y, finalmente, un mapa grande de Sevilla, su ciudad
natal, pintado al óleo13. En la ʺcuadraʺ había 26 cuadros (que por ser ya de noche no
pudieron describir), un cuadro grande de Nuestra Señora de la Consolación, cuatro
imágenes grandes de la Virgen y diez láminas de bronce, además de juguetes, escritorios-
contadores de la China y México y cojines de terciopelo, algunos de los cuales pertenecían
a doña Juliana de Obregón, viuda de Antonio de la Cueva (quien vivía desde la muerte de
su marido en unos cuartos altos, con su ʺgente y criadosʺ). En el corredor había diez
cuadros más ʺde paísesʺ, y en el dormitorio encontraron catorce cuadros pequeños ʺde
devociónʺ, una lámina de Santa Catalina guarnecida de carey y oro, y una ʺencomiendaʺ
del Espíritu Santo de cristal en su caja. También encontraron en el dormitorio un
escritorio de nogal con gavetas de ébano, porcelanas chinas y muchas joyas: sortijas,
zarcillos y gargantillas de oro, diamantes, perlas, rubíes y esmeraldas; granates de
ʺSebadillaʺ y de la China. En el ʺescaparateʺ estaban los vestidos, muchos de ellos eran de
tafetán con telilla de plata, otros tenían sevillanetas y pasamanería de oro e incluso había
un ʺvestido, ropa, jubón y saya de tafetán negro... con 48 botones de oroʺ. Hallaron tres
camas en la habitación. Dos de ellas decoradas con colores carmesí y amarillo, y que
tenían cinco cortinas, cielo de brocates y alamares de oro; la otra era una cama dorada,
con cortinas de damasco carmesí y cenefa. Todas ellas llevaban sobrecamas de seda de la
India. En ese momento doña Fulgencia —a quien Cueva le había dado instrucciones de no
ocultar nada— aclaró que también tenía un apretador de perlas y oro, unos zarcillos de
diamantes y un sobrecama de damasco carmesí que había prestado ʺa una monja de la
Encarnación que tenía a cargo sus hijasʺ14.
12 Los esclavos fueron llamados para el inventario. Se presentaron todos menos Ana Bran,
quien no estuvo presente por ser muy vieja. En total, tenía en su casa 18 esclavos, todos
negros con excepción de Isabel, Juana y un niño llamado Juan, que eran indios araucanos.
Cuando fueron al patio encontraron el coche de Cueva con sus mulas15 y, en un aposento
cercano, más joyas dejadas en prenda. Allí se hallaban, por ejemplo, las pertenencias
dejadas por doña Francisca de Lozano, mujer del panadero Juan de Morales, por un
préstamo de cien pesos: una sortija de oro y zarcillos, un lagarto y un crucifijo de oro y
esmeraldas. Pero la mayor parte de los empeños eran de personas de alcurnia,
relacionadas a la audiencia o al virrey16.
13 El inventario de las libranzas tomó mucho tiempo, hasta la una de la madrugada del día
siguiente. Había mucha confusión. Cuando los miembros del Consulado entraron a hacer
el embargo, no habían permitido que se asentara ninguna entrada más en los libros y,
estando Cueva en la cárcel, tuvieron que trabajar con los cajeros, quienes no estaban al
tanto de todas las transacciones que se hacían en el banco. Encontraron muchas ʺcédulasʺ
sueltas. Según declaración del cajero Martín de Zavala, algunas habían sido asentadas en
el libro Manual y otras ya estaban en los ʺlibros mayor largo y de cifrasʺ. Así que
seleccionaron únicamente aquellas que no habían sido trasladadas a los libros. Incluso
encontraron libranzas que no se sabía si estaban ʺbuenas y pagadasʺ, pero que se decidió
57

incluirlas en las cuentas del banco17. Entre ellas se encontraron también algunos de los
ʺbilletesʺ que acompañaban a los préstamos otorgados con garantía prendaria18.
14 Junto al banco, Cueva tenía un almacén que estaba a cargo de Diego de Sosa. En él se
encontró valumen —sobre todo herrajes y clavos— y una buena cantidad de cueros
curtidos de Panamá, que Sosa declaró los tenía en compañía con Andres Meléndez y que,
por tanto, no eran propiedad de Cueva19. Mientras se hacía el inventario, se procedió a
interrogar a las personas que trabajaban con Cueva. Era importante saber si en los días
próximos a la quiebra había habido salida y ocultación de bienes, y si tenían conocimiento
de las razones de la quiebra. Simultáneamente, mucha gente se presentó ante el prior y
cónsules para ver los libros de banco y reclamar su dinero. El tribunal hubo de pedir
permiso a las autoridades eclesiásticas para trabajar en los días de fiesta porque había
demasiada gente que quería su dinero para enviarlo a emplear en la armada20. Incluso el
Santo Oficio participó activamente en el operativo persiguiendo y apresando a deudores.
Pero pronto se dieron cuenta de que no podrían atender a tanta gente... y que tampoco
podrían pagarles rápidamente.
15 En efecto, conforme se fue haciendo una lista de los acreedores, se encontraron con que el
volumen de la quiebra no tenía precedentes. Algunos hablaban de tres millones de pesos,
otros de un millón. Luego se supo la cifra exacta: 1'068,284 pesos tres reales repartidos
entre 629 acreedores21. Es decir, Cueva quebró con un monto equivalente al 65% de las
remesas peruanas enviadas al rey ese año22. En cualquier plaza una quiebra de esta
magnitud podía causar una conmoción. El banquero sevillano Juan Castellanos de
Espinosa —quien era depositario general de los bienes de difuntos de Indias y encargado
de la labranza de monedas de plata de toda España— quebró con la mitad y dejó, a pesar
del apoyo del Consejo de Hacienda y de la Casa de Contratación, a muchos acreedores
impagos y a sus fiadores italianos en problemas23. En el caso de Cueva, el Consulado pidió
a las partes evitar un pleito y que la causa fuese vista por ʺjueces... arvitradores y
amigables componedoresʺ pues, de otra manera, el litigio contencioso jamás tendría fin 24.
Así, se formó una comisión representante de los acreedores, conformada por los
mercaderes Juan Delgado de León, Alonso Sánchez Chaparro y Luis Díaz Navarro,
mientras se cobraban a los deudores de Cueva y se remataban sus bienes.
16 A lo largo de los años, Cueva había adquirido muchas propiedades (véase cuadros 2.1, 2.2
y 2.3)*, sobre todo en la década de 1620. Pero dos años antes de la quiebra ya había
comenzado a vender algunas de ellas y se había visto obligado a adquirir otras que
pertenecían a algunos deudores difíciles, como las propiedades de Cajamarca del
corregidor don Nicolás de Mendoza y Carbajal. En el momento de la quiebra, Cueva
tendría alrededor de 250 mil pesos entre casas, bodegas, tierras, navíos y negros, sin
contar propiedades muebles25. Además, tenía muchos deudores tanto por sus negocios
comerciales como por el banco. El virrey calculó que la masa activa de la quiebra era de
600 mil pesos, parte de la cual se fue cobrando por el Consulado, luego que algunos de los
deudores de Cueva asentaran escrituras ante el escribano Diego Pérez Gallego26.
17 Sin embargo, las cosas no fueron fáciles para los acreedores, ni para sus descendientes, ni
para los descendientes de los descendientes. Algunas de las propiedades quedaron en
manos de la familia Cueva, como las casas de la calle Mantas, la capilla y entierro de la
catedral y las propiedades de Cajamarca, con excepción de Llaucán27. Con respecto a los
deudores, las cuentas no estaban cerradas y el propio Cueva tuvo que ayudar a revisar los
libros. El banquero se hallaba en la cárcel de corte —con dos causas sobre él, una civil y
una criminal—, atado a dos pares de grillos28, a los que se agregaron una cadena de hierro
58

por la noches y su supervisión estrecha por un escribano que debía dar fe, todos los días,
de que Cueva estaba en el calabozo más seguro de la cárcel29. Con ayuda de sus libros, el
banquero comenzó a cerrar las cuentas que tenía pendientes, pero no era tarea fácil.
Según Cueva, tenía cuentas con más de 1,200 personas y muchas de ellas eran imposibles
de ajustar sin la presencia de las partes, ʺy esto no se a podido vencer porque ninguno
quiere venir a hazer esto a la cárcel, y en particular los que saben que a de resultar
alcanze contra ellos porque no les apremien a pagarʺ. Además, sólo estaba recibiendo
ayuda de un amanuense, de tal modo que ʺestando como estoy cargado de prisiones de
día y de noche, enserrándome a la oración en un calabozo cosa que con ningún preso no
se hace que me tiene el apremio bien rendido y luego desde las 7 de la mañana hasta
mediodía y desde las 2 de la tarde hasta cerca de la oración que me buelben a encerrar,
estoy trabajando en la dicha memoria... constándoles a los mismos jueces que es
imposible cumplir lo que me mandanʺ30.

CUADRO 2.1. Propiedades de Juan de la Cueva: casas, solares, tiendas y bodegas (en pesos de
ocho)

* Estas propiedades fueron adquiridas junto con Llaucán por 64,000 pesos.
59

CUADRO 2.2. Propiedades de Juan de la Cueva: haciendas, estancias, obrajes y minas (en pesos de
ocho)

* Otorgó poderes. No se han encontrado las escrituras de compraventa.

CUADRO 2.3. Propiedades de Juan de la Cueva: navíos (en pesos de ocho)

FUENTE: AGN Juan de Zamudio #2044, f. 737r-738r; #2046,f. 1609r-1610v, f. 1611r-1623. Nieto
Maldonado #1210, f. 1332v-1334v; #1218, f. 1771r-1772v, f. 2055r-v, f. 2187v-2188r; #1220, f.
2155r-2159v; #1221-1222, f. 222r-223r, f. 3659r-3660v; #1232, f. 1383v-1385v. González de Balcázar
#774, f. 194r-v. Bartolomé de Cívico #324, f. 77r-v. AGI Escribanía de Cámara 509-D.

18 Para 1639 se habían hecho sólo dos prorratas, de la quinta y la octava parte de la deuda 31.
A la lentitud en las cuentas se agregaron las influencias y los intereses personales. Cueva
era un hombre poderoso y continuamente había dado muestras de generosidad que lo
había convertido, como la mayoría de los grandes mercaderes de Lima, en un importante
60

mecenas. Como mayordomo del hospital del Espíritu Santo de los Mareantes había
realizado numerosas refacciones en el hospital y en la iglesia32. Asimismo, había mandado
hacer el retablo, el tabernáculo y la imagen de la capilla de Nuestra Señora de la Antigua
de la catedral, que fue inaugurada ʺcon grande aparato y rico adorno, a que concurrió
toda la ciudadʺ33. También había colaborado con la real hacienda. Sus méritos lo llevaron
a pedir oficios, cargos públicos y rentas, de tal modo que, desde 1633, ya firmaba con el
cargo militar honorario de ʺcapitánʺ34. Por esta razón, inicialmente el rey envió una
cédula en la que ordenaba ʺdar al fallido con la mayor equidadʺ por haber servido a las
urgencias del estado con un millón 915,515 pesos sin cobrar interés alguno35. Pero luego,
conforme pasaban los años, cambió de actitud. Ya algunos habían acusado al banquero de
haber repartido medio millón de pesos entre sus amigos antes de quebrar 36 y de haber
detectado movimientos extraños en el banco días antes de la quiebra. En dicho reparto se
involucraba a Manuel Bautista Pérez, Diego López y al suegro de Cueva, el licenciado
Duarte Fernández37. Así, para 1640, el monarca se sorprendía de que, habiendo sospechas
de ocultación de bienes por parte de Cueva y su mujer, no se hubiese hecho ningún tipo
de averiguación en profundidad. La mujer de Cueva, amparándose en su dote, andaba en
ʺcarroza con muy grande ostentaciónʺ y los acreedores estaban desconsolados38.
19 El virrey Mancera confesó al rey que el caso Cueva lo tenía ʺen notable perplejidadʺ
acerca de lo que debía hacerʺ39. Era muy difícil encontrar jueces que no estuviesen
implicados en la quiebra y, aunque emprendió diligencias para castigar severamente al
banquero, hubo, finalmente, discordia en la sentencia: Cueva fue condenado a estar preso
en la cárcel hasta que pagase a sus acreedores sin que pudiese ejercer el oficio de banco ni
de mercader y, una vez pagados los acreedores, debía salir desterrado del reino. Según el
virrey, esta sentencia fue mal acogida y
causó notable desconsuelo... quando se esperaba un castigo de gran demostración y
escarmiento, y yo confieso a V.M. que e quedado con particular sentimiento de ver
que no se aya podido encaminar este negocio a la dirección de la justicia que tanto
convenía executarse, quedándose los acreedores sin sus haciendas y la vindicta
pública tan perjudicada y Juan de la Cueva gozando a título de dote de su mujer,
haciendo bastante para vivir con ostentación y muy descansado, pues la prisión
vendrá a ser sólo quando el alcalde de la cárcel quiera40.
20 509-D. Cf. también, AGI Lima 107. Carta del Consulado al rey. Lima, 30 de mayo, 1635. Una
de las principales críticas al Consulado desde su fundación era que veía las causas de
mercaderes y bancos públicos, AGI Lima 144. Carta de Blas de Torres Altamirano al rey.
Lima, 6 de abril, 1614. Con motivo de la quiebra de Cueva, el cabildo envió una larga carta
explicando la nefasta intervención del Consulado, ʺpues a la sombra del dicho Consulado
y con la confianza... de los buenos sucesos que los fallidos han tenido ocultando grandes
cantidades de bienes en perjuicio de sus acreedores... [y] cada año an faltado a su crédito
personas muchas y de gruesos caudales... con ocultación de haciendas que les tienen
confiadas, siendo la quiebra menos cuantiosa de uno sólo de 100 mil pesos cuando son
otras de 200, 300 y 400 mil pesos sucedidas sin causa, pérdidas, ni naufragioʺ; del mismo
modo, afirmaba el cabildo, se presumía que Cueva estaba ocultando la mayor parte de lo
que debía. AGI Lima 109. Carta del cabildo al rey. Lima, 1 de junio, 1635.
21 En 1646, Cueva pedía al rey librarlo de la prisión por ʺhaber estado aherrojado 10 años
continuos en una cárcel donde él mismo se presentó y el tener 66 años de hedad y muchos
achaques en pies y piernas causados de tan largas prisionesʺ41. Pero el virrey, que era el
que debía tomar la decisión final, no se conmovió. El tiempo transcurrió y, en 1651, ya se
habían perdido los libros en donde se encontraban los bienes embargados y el concurso
61

con las sentencias de preferidos. Sólo se sabía de un censo de 55 pesos que pagaban unas
casas de Cueva rematadas a doña Francisca Mora y del arrendamiento de la hacienda
Llaucán en 2 mil pesos. Para 1763 se habían pagado sólo 518,865 pesos y los 549,418 pesos
restantes se terminarían de pagar en el siglo XIX con los ingresos generados por el
arrendamiento de la hacienda Llaucán42.
22 El impacto de la quiebra de Cueva fue profundo43. Cristóbal de Montana, del Santo Oficio,
decía, en 1636, que la quiebra del banco y la confiscación de bienes de los portugueses
habían paralizado todo el sistema de crédito del virreinato: parecía que se estuviese
acercando el fin del mundo44. Incluso todavía en la década del 1640 el cabildo de Panamá
hablaba de las consecuencias nefastas de las quiebras de los bancos de Lima, que habían
dejado a muchas personas sin sus haciendas y sin forma de recuperarlas 45. El nombre de
Juan de la Cueva fue inmortalizado en coplas, calles, farsas y tradiciones 46. Y sin duda es
difícil entender la resonancia de la quiebra sin entender hasta qué punto el banquero
manejó diversas esferas de la vida económica del Perú del siglo XVII.

Manejo de cuentas
23 Lamentablemente los libros del banco de Cueva se perdieron. Por esta causa, se ha tenido
que recurrir a fuentes notariales, judiciales y hacendísticas para ofrecer un perfil de las
funciones del banco. Un esbozo de la manera como se llevaban las cuentas del banco de
Cueva se puede extraer de las declaraciones de testigos luego de la quiebra y otros
documentos judiciales. El banquero era asistido por una serie de ʺoficialesʺ en el
despacho del banco. Había dos cajeros asistentes —Diego de Sosa (encargado del almacén
de hierro de Cueva) y Pedro Marcelo (cajonero)— que ayudaban en época de armada a
contar los reales47. Otro dos —Pedro Martínez de Soto y Francisco Caballero— atendían en
el mostrador del banco en donde recibían y entregaban dinero48. Juan de la Cueva, junto
con los cajeros Miguel de Medrano y Martín de Zavala (quien en el momento de la quiebra
tenía 34 años y trabajaba desde 1626 en el banco), llevaba los libros.
24 Era costumbre entre los banqueros ajustar todas las noches las cuentas contando el
dinero y anotando las transacciones en diferentes libros49. Según se desprende de los
documentos, había un libro ʺpequeñoʺ en donde se anotaban las barras dejadas en
depósito, que eran guardadas en la cochera. Si las barras eran compradas por el banco se
llevaban al escritorio o al almacén de Cueva50 y se asentaban en otro libro ʺlargoʺ. Según
declaró el cajero Pedro Martínez de Soto,
en el dicho libro [largo] se escrivian y asentavan todas las barras que compraba el
dicho Juan de la Cueva, porque... en el otro libro [pequeño]... se escrivian solamente
las barras que se dejaban a guardar para que no se dispusiese dellas hasta que le
ordenase su dueño; y así, todas las partidas de barras que estan escriptas en el dicho
libro de compra de barras, al pie de cada una está hecha la quenta de los que balen
al precio que se conciertan con el mesmo dueño, y luego puesto debajo de cada
partida el número de la foxa del libro [de caja] donde se le hace buena la dicha
cantidad51.
25 Se encontró uno de estos libros ʺlargosʺ de compras de barras titulado: ʺ1629 por suma.
Libro tercero de compra y entrada de barras de plata y tejos de oro del banco de mi Juan
de la Cueva, Los Reyes 3 de abril de 1629ʺ52. Así, cuando algunos clientes del banco
intentaron aprovechar el pánico de la quiebra para reclamar barras que ya habían sido
compradas por el banquero, se encontraron con la evidencia irrefutable de los libros.
Francisco Martínez Serrano, por ejemplo, reclamó unas barras que había vendido al
62

banco, so pretexto que las había dejado en depósito. Según aclaró el cajero Zavala, en el
libro grande de compra se asentaron dos partidas y
tiene por cierto [que] por estar escritas en el dicho libro de compra de barras deste
presente año se las dio vendidas reducidas al 144% como lo dicen las dichas partidas
y porque este año pasado de 634 el dicho Francisco Martínez Serrano entregó al
dicho Juan de la Cueva otras 28 barras hendidas al 144% como parece por el dicho
libro de barras a foxas 125 del dicho libro, las quales pagó el dicho Juan de la Cueva
como consta de la quenta corriente con el dicho Francisco Martín Serrano en los
libros largos del año 1634 a foxas 7 y en el de este presente año a foxas 161
reducidas las dichas barras a 139% donde se ajustó la quenta y está firmada del
dicho Francisco Martín Serrano53.
26 Del mismo modo, las barras que había llevado el regidor Juan de Figueroa fueron
compradas por el banco ʺy su balor [fue] hecho bueno al dicho Juan de Figueroa en su
quenta corrienteʺ54. Y cuando Marcos García llevó el 14 de mayo ocho barras (que
reducidas a 143 pesos seis tomines por ciento daban 10,870 pesos seis reales), ʺla dicha
cantidad se le hizo buena al dicho... en su quentaʺ, aunque después hubo de devolvérselas
por no haber reales en el banco55.
27 De este modo, junto a los libros de depósito y compra de barras, había varios libros ʺde
cajaʺ en donde se llevaban las cuentas corrientes, las cuales eran firmadas al margen por
los clientes cada cierto tiempo. Al parecer, el banco no usaba libros borradores. Las
cédulas, vales y libranzas eran registrados directamente en un libro manual y luego eran
trasladadas al libro mayor ʺlargo y de cifrasʺ, en donde se hallaban los resúmenes de las
cuentas corrientes56. El cajero Miguel de Medrano trabajaba en la parte alta del banco
ʺescribiendo en el Manual las partidas y libranzas que le remitían Martín de Zavala,
Francisco Caballero y Pedro Martínez de Soto, que en la parte del patio segundo de la
dicha casa asistían, entregando y recibiendo la plata que entraba y salía en el dicho
bancoʺ57.
28 Las partidas y libranzas se aceptaban ya sea escribiendo en ellas la ʺcifra Β si eran
buenasʺ —es decir, si el pago se hacía mediante la anotación en el ʺhaberʺ del cliente—, o
escribiendo la ʺcifra Pʺ en caso de que se le hubiese pagado en efectivo 58 o con un ʺvaleʺ.
En caso necesario, el banquero recurría a una carta de pago notarial para asentar la salida
del dinero depositado, aunque ésta fue una medida más bien excepcional. Así, cuando
Cueva entregó 412 pesos a Ambrosio Ortiz del depósito de Juan de Solís San Martín,
canónigo de la catedral de Trujillo, exigió una carta de pago notarial 59. Igualmente, el
cargador Francisco de Madariaga le firmó una carta notarial a Cueva por recibir 8,886
pesos de la cuenta de un mercader quebrado, el capitán Lope de Larrea, cuyos fondos
(11,086 pesos) había depositado el Consulado en el banco para pagar a los acreedores 60.
Juan Castillo de Benavides también entregó carta al banquero cuando recibió 12,477 pesos
seis reales por una libranza a su favor girada por el tesorero de la Santa Cruzada de
Trujillo, Juan Martínez de Escobar61. Y cuando Amador Pérez recibió 3,850 pesos de la
cuenta de Juan de Buendía, recolector de alcabalas de Ica, firmó una carta en donde se
daba ʺpor contento y entregadoʺ62.

Ventajas, a pesar de todo


29 La oferta bancaria, constituida por quienes tenían disponibilidad monetaria, era muy
variada. Cuando Juan de la Cueva quebró, el banco tenía 629 acreedores, entre los que
figuraban grandes, pequeños y medianos mercaderes, funcionarios de la administración,
63

el Santo Oficio, hacendados, dueños de recuas, mineros, artesanos, dueños de obrajes,


soldados, viudas, monjas, entre otros63. El cabildo no exageraba demasiado cuando le
escribía al rey que ʺel reino enteroʺ tenía su dinero en el banco, ʺsiendo el común crédito
y la guarda más fiel de los tesoros... que... venían primero de Potosí, Oruro, Cuzco y
Guancavelica y demás partes que los producen, siendo la puerta por donde se
encaminaban a la real caja, y donde virreyes, audiencias, tribunales, justicias, conventos,
religiones, mayorazgos, caballeros, personas privadas ponían así sus haciendas como las
agenasʺ64.
30 La Inquisición, por ejemplo, era acreedora de 259,652 pesos, aunque esta situación no se
refleja en la lista elaborada en 1635. Parte de la deuda era porque algunos acredores de
Cueva cayeron en la pena de la confiscación, como los judíos portugueses apresados en la
ʺgran conspiraciónʺ de 1636. Pero además, sus ministros y la propia Inquisición a nivel
institucional depositaban su dinero en el banco. En 1631, el Santo Oficio depositó los
bienes confiscados a Garcí Méndez de Dueñas en el banco65. Y es que el banco de Cueva se
había convertido en una entidad que gozaba del apoyo y confianza de la población. Según
Francisco de Carranza, hermano del hospital de Santa Ana, se ponía el dinero del hospital
en el banco ʺpor no haber depositario y ser el banco el erario público donde todos los del
reyno ponían su dinero y este testigo tenía el suyo... juzgando que estaba más seguro que
en su casa y toda la ciudad corrió con esta buena fe y esto es notorioʺ66.
31 Según el mercader Martín Giraldo de Antesaña, el banco ʺera la parte más segura y donde
común y generalmente se hacían depósitos y consignaciones de plata... y todos acudían a
por su dineroʺ67. Así, siendo la calidad de los depósitos tan versátil, desde indios y mulatos
hasta oidores y gobernadores usaban de los servicios del banco. María Francisca, india,
tenía un depósito de 190 pesos, junto a los 55 mil que podía tener un mercader como
Miguel de Oxirando68. Muchos vecinos de provincias guardaban su plata en Lima; doña
Bernardina de Otazu, por ejemplo, vivía en el ʺvalle del Cóndorʺ y tenía 3,350 pesos
depositados en el banco69; el bachiller Pedro Muñoz Modroñedo vivía en Quito, pero tenía
una cuenta en el banco con la cual pagó 14 mil pesos mediante libranzas a su pariente
Francisco Jiménez Modroñedo, residente en Lima70. El mismo depositario general de la
ciudad, Jerónimo López de Saavedra —encargado de custodiar los bienes en litigio—
depositaba en el banco el dinero que se le confiaba71. Y la audiencia frecuentemente
recurría al banco para depositar bienes mientras se resolvían los pleitos. El 8 de marzo de
1632, por ejemplo, la sala del crimen de la audiencia le ordenó a Cueva pagar a Juan
Doblado de Solís once mil pesos que había embargado al mercader Miguel Ochoa, a quien
se le había acusado de sacar mercaderías de una tienda72. En cierta ocasión, el propio
virrey Chinchón ordenó al banco pagar 12 mil pesos que se habían depositado por la
justicia por unos ʺcapítulosʺ puestos contra el alcalde del crimen Alonso Bravo de Saravia
y contra el oidor Juan Jiménez de Montalvo73. Incluso el monasterio de Santa Clara
depositaba las dotes de las religiosas y cobraba a sus deudores por intermediación del
banco74. Había, pues, depósitos con características distintas. Algunos eran condicionales,
es decir, depósitos que el banquero debía entregar en la misma ʺespecieʺ y en
determinados plazos, como por ejemplo, las dotes, fianzas o bienes en litigio. Los demás
abarcaban un espectro muy amplio, desde ahorros que no tenían mucho movimiento
hasta los depósitos más activos de los comerciantes.
32 Es curioso que la gente tuviese tanta fe mientras veía cómo uno por uno estos bancos
quebraban. ¿Por qué confiaban los ahorristas en estas entidades frágiles y de dudosa
reputación? Esta interrogante sólo se puede explicar por los servicios (y los créditos) a
64

que tenían acceso, puesto que no se tienen evidencias de que el banco pagase intereses
por los depósitos consignados. Por el contrario, estos bancos se presentaban como
sacrificados servidores públicos, quienes no sólo colocaban a buen recaudo el dinero de
sus depositantes sino que, además, no cobraban nada por este servicio ni por el manejo de
sus cuentas. En este sentido, los depósitos de los bancos de Lima no serían equivalentes a
los llamados ʺdepósitos irregularesʺ de México, que eran préstamos a corto plazo, con un
interés del 5 al 7%, respaldado por una hipoteca o garantía prendaria o por fiadores 75.
Sólo en ciertos casos es presumible que el banco pagara intereses por los depósitos:
cuando el banquero no podía entregar al depositante el dinero por falta de liquidez o
cuando éste tomaba barras de plata que, usualmente, tenían la marca del dueño. Entonces
el banquero firmaba una escritura de obligación en favor del depositante. Así, por
ejemplo, Cueva se obligó en favor de don Alonso de Valencia por 5,400 pesos ʺque le debo
y son por razón de otros tantos pesos de la dicha plata que quedan en mi poder y banco de
resto y ajustamiento del dinero que en él a tenido hasta el día de oy de los cuales me hago
y constituyo por líquido y verdadero deudorʺ76. Igualmente, Cueva firmó una obligación
notarial por 10 mil pesos en favor de Domingo Rodríguez Muñoz cuando tomó diez barras
que tenía depositadas77. Normalmente, sin embargo, el banco disponía libremente de los
depósitos sin dar previo aviso a sus dueños. De este modo, para el banco era un negocio
excepcional recibir estos depósitos pues, a cambio de una serie de servicios, podía usar
con liberalidad el dinero ajeno y prestarlo a interés a los mismos depositantes.
33 Por supuesto, una de las mayores comodidades que ofrecía el banco era el cambio de
barras a monedas y viceversa lo cual, considerando los problemas de abastecimiento de
moneda, eran una gran servicio (aunque, como se verá después, estas operaciones no
siempre eran simples trueques, sino que suponían el cobro de cierto interés). Incluso la
real hacienda efectuaba sus pagos considerando las tasas de cambio establecida por los
bancos y se apoyaba ampliamente de éstos cuando debía pagar los situados, a los mineros
de Huancavelica o a los soldados de la armada.
34 Además, el banco ofrecía sus servicios para cobranzas y pagos. Juan Leal Palomino, vecino
de Lima, vendió en Guatemala a Francisco López Cortés —vecino y alcalde de la Santa
Hermandad de la villa de la Santísima Trinidad, provincia de Guatemala— la mitad de un
navío y le adeudó la suma de 4,125 pesos. López le envió un poder a Cueva para cobrar los
pesos a Leal Palomino; cien pesos fueron entregados por orden de López a Antonio
Domínguez de Balcázar, escribano de secuestros del Santo Oficio; el resto fue entregado a
Pedro Paveo de Mendiolaza78. Sancho Dávila, mercader de Lima, debía al oidor de La Plata,
don Diego Muñoz de Cuellar, 17,995 pesos; Cueva los cobró, los depositó en el banco y
luego, por libranza del oidor, los entregó a Cristóbal Millán, vecino de Lima 79. Don
Francisco de la Presa —escribano mayor de la Mar del Sur y regidor perpetuo de Lima— le
concedió a Cueva la facultad de cobrar a la caja de Lima los tres mil pesos que recibía de
ʺrenta y juroʺ; una parte debía entregarla al cabildo y la otra la cargaría a su cuenta del
banco80.
35 Gozando de la confianza de los vecinos, Cueva recibió muchos poderes para cobrar
deudas. El 9 de enero de 1624, por ejemplo, Agustín Barraza y Andrés Dávila le dieron
poder a Cueva para cobrar una deuda de 4 mil pesos a Juan Gómez Chacón, residente de
Arequipa, cuyo primer plazo de pago vencía a fines de febrero de ese mismo año 81. Don
Francisco Melgarejo, corregidor de Saña y Chiclayo, le dio poder a Cueva para cobrar sus
deudas, comprar y vender mercaderías al contado o a crédito en su nombre, fletar navíos
al ʺprecio que le pareciere y obligándome a la pagaʺ y, por último, para representarlo en
65

cualquier juicio que tuviese82. Fernando Félix de Porras, corredor de lonja, le otorgó un
poder para cobrar del corregidor de Vilcabamba, don Diego de Ludeña, 2,429 pesos
ensayados83. El capitán don Fernando Altamirano, encomendero y vecino de Lima,
nombró al banquero su representante para cobrar 1,905 pesos al corregidor de Canta y a
ʺlos caciques principales, cajas de comunidad, llaveros y quipocamayos del repartimiento
y pueblo de Guamantajaʺ, quienes le debían por los tributos correspondientes al tercio de
San Juan84. El capitán Esteban de Villafana, mercader y dueño de navíos, le otorgó a Cueva
mayores facultades. Le entregó un poder para cobrar y confiscar a sus deudores en
cualquier parte del Perú; asimismo, para cobrar de la caja real una suma, ʺen virtud de
una libranza y otros recaudos que dexo en poder de Juan de la Cuevaʺ; para cobrar los
fletes que le debía la caja por el traslado del dinero del rey de Arica a Lima; para vender
sus mercaderías y quedarse con el dinero; y, finalmente, para fletar su navío, el ʺNuestra
Señora de la Alta Graciaʺ, hacia donde le pareciere conveniente85.
36 El banco podía servir de intermediario en movimientos de fondos complicados. El jesuita
Roque de Cepeda, residente en Chile, tenía una cuenta en el banco que engrosaba
mediante el envío periódico de su dinero a través de Lorenzo Cuadrado (mercader,
asentista del situado y uno de los principales agentes de Cueva). El gobernador de Chile,
don Luis Fernández de Córdoba, le envió una libranza a Cueva sobre la cuenta del jesuita,
para pagarle a Juan Pérez de Armas, minero de Santiago de Guadalcázar, quien, a su vez,
le otorgó un poder a Jerónimo Pérez de Anticona para cobrarlo del banco. Cueva aceptó
pagar ʺen virtud de una carta del dicho hermano Roque de Cepedaʺ86. El banco constituía
también un medio eficaz para transferir dinero a provincias o al exterior y, a la inversa,
otras veces eran los vecinos de Sevilla quienes usaban el banco para sus cobranzas en
Perú87. El 1 de abril de 1631, Cueva envió a Quito dos mil pesos a través de Francisco de
Montenegro ʺen virtud del orden que Gabriel de Vilán, vecino de la dicha ciudad de Quito,
le da para que me las entregue por carta misiva firmada de su nombre, su fecha en el
puerto de Otavalo en 30 de enero de 1631ʺ88. El exvirrey Montesclaros, en ese momento
presidente del Consejo de Indias, percibía unas rentas procedentes del arrendamiento de
ʺobraxes y ganadosʺ y de un repartimiento en la provincia de Conchucos. Los
arrendadores, Domingo de Astorga y Josephe del Rincón Cano, se comprometieron a
entregar el dinero ʺen el banco de Bernardo de Villegas o en el de Juan de la Cueva en la
ciudad de los Reyes a su costa y... cuenta y riesgoʺ; de allí, el dinero sería remitido a
España89. Cuando el dinero se enviaba a España, el banco cobraba una comisión que podía
oscilar entre el 1 y el 4%, además de los costos de tramitación90.
37 Los comerciantes eran los mayores usuarios del banco. La ʺcuenta corrienteʺ de la
compañía (no la del banco) que tenían Melchor Malo de Molina —mercader y regidor— y
Marcos de Vergara —mayordomo de los propios y rentas del cabildo de Lima— muestra
que todas sus operaciones se hacían usando los servicios del banco91. Alonso Ruiz de
Rivera, mercader de Potosí y agente de Cueva, le remitía periódicamente plata para que
Cueva cumpliese con sus pagos en la capital. Así, por ejemplo, Cristóbal de Tapia cobró 7
mil pesos de la cuenta de Ruiz, de una remesa de ʺ10 barras de plata que este presente
año... Ruiz de Rivera le envió... de Potosí con que pagase dellas ciertas libranzas... y
proceden de la quenta corriente de su libroʺ92. Pedro de Fonseca también enviaba dinero
desde Arica, algunas veces actuando en nombre de otros comerciantes. En 1625 le envió a
Cueva 2,298 pesos con el maestre del navío ʺSan Juanʺ (propiedad de Cueva) que
pertenecían a otros dos mercaderes —Juan de Ugarte y Domingo de Pontaza—. Cueva pagó
unas libranzas por orden de los últimos y entregó luego el dinero restante a sus dueños 93.
66

El capitán Lázaro de Ormaguirre, quien viajaba de Lima a Tierra Firme, extendió un poder
a Cueva y Gaspar de Guerra (factor de Cueva y tratante de negros) para cobrar del general
Juan de Salas de Valdés 1,706 pesos; una vez cobrados, Cueva los debía guardar en su
banco y recibiría, además, cien pesos (casi el 6%) por su ʺtrabajoʺ94. Otro caso es el de
Diego Yáñez Dávila, ʺestanteʺ en Lima y de partida para Tierra Firme, quien otorgó un
poder a Cueva, Francisco Caballero y Juan de Barrena (cajeros del banco) para cobrar a sus
deudores y para que puedan cobrar de maestres y dueños de recuas ʺy otras personas
qualesquier partidas de mercaderías, reales y otras cosas, que yo les embiare y consignare
y que a mi van consignados de qualesquier parteʺ95.
38 Cueva tenía una serie de sucursales, agentes y corresponsales en Huancavelica, Cuzco,
Potosí, Santiago de Chile, Arica, Panamá y otras partes del virreinato, y poderosas
conexiones en Sevilla (ver cuadro 2.4). En algunos casos, si no eran agencias propias a
cargo de miembros o clientes de la familia, el banco utilizaba otros canales ya establecidos
para agilizar sus transacciones. Por este motivo, muchas veces aquellos que tenían deudas
para cobrar en provincias u otro lugar recurrían al banco para ʺdescontarʺ la deuda 96.
Pedro Camino Delis, dueño de recuas, le cedió a Cueva una deuda de 6,400 pesos contra
Francisco de Montemayor y Juan Bautista de Quiñones, vecinos de Potosí; Cueva, a su vez,
extendió un poder a sus agentes en Potosí —su hermano Alonso de la Cueva, Alonso Ruiz
de Rivera y a su cuñado Jacinto de Obregón— para cobrar el dinero97.
39 Muchas veces las cobranzas se hacían yuxtaponiendo redes comerciales y financieras. El
corregidor de Arica, don Bernardino Hurtado de Mendoza —quien era uno de los
principales agentes de Cueva en esa región— había recibido un poder de don Pedro de
Mercado de Peñaloza —vecino feudatario de La Plata y morador en Cochabamba— para
cobrar dos barras de plata de su propiedad que tenía Alonso Sánchez Chaparro (ʺvecino
de Lima, persona abonada y que tiene correspondencia en Españaʺ); Sánchez Chaparro las
había recibido, a su vez, de Sebastián de Zurita, quien llevaba los negocios del
encomendero. Siendo Cueva corresponsal de Hurtado de Mendoza, recibió un poder de
éste para cobrar las barras a Sánchez; una vez en sus manos, Cueva las remitiría a España,
para entregarlas a don Antonio de Mendoza, secretario del rey y hermano del corregidor 98
. El virrey saliente, marqués de Guadalcázar, había hecho un acuerdo con Diego López —
regidor del Cuzco e importante agente de Cueva— para que éste cobrase de don Gabriel de
Ipárraga, corregidor de los aymaraes, las rentas de los indios ʺcollana aymaraʺ
pertenecientes al hijo del virrey, don Francisco Fernández de Córdoba. López debía
vender ʺlas especies de los dichos dos terciosʺ y remitir el dinero a Lima. Como es de
esperar, López enviaba el dinero al banco de Cueva, ya sea en metálico o a través de
libranzas99.
67

CUADRO 2.4. Agentes de Juan de la Cueva

* Corregidor, oficial real, alguacil, regidor o alcalde.


FUENTE: AGN Sección notarial.

40 Una de las instituciones que más utilizó Cueva para realizar sus cobranzas fue la iglesia. El
cura vicario de Pisco, doctor Juan López de Alarcón y Toledo, fue un fiel agente de la
68

familia Cueva. Compraba vino para el banquero, era intermediario en la venta de negros y
cobraba todas sus deudas100. Pero el caso más notable es el de la Compañía de Jesús, la cual
tenía una activa cuenta corriente en el banco. En diferentes ocasiones el banquero otorgó
poderes al procurador de la Compañía en el Perú, Alonso Fuertes de Herrera, y al de
Potosí, Pedro de Huéscar, para que cobrasen sus deudas. Pedro de Huéscar debía cobrar a
todos sus deudores y remitirle el dinero a Lima. Del mismo modo, el procurador del Cuzco
enviaba también dinero al banco, el cual luego se encargaba de hacer los pagos para la
Compañía. En 1633, por ejemplo, el procurador del Cuzco le envió a Cueva dos mil pesos
pertenecientes al corregidor Gaspar de Barros, los cuales entregó en Lima al ex-
corregidor del Cuzco, don Manuel de Zamudio101. Cueva, a su vez, vendía a la Compañía
esclavos, mercaderías, le ʺdescontabaʺ cesiones y era el encargado de hacer todas las
remisiones de su dinero a España. Entre 1608 y 1629 Cueva envió 275,702 pesos a Panamá
y Sevilla por cuenta del padre Alonso Fuertes, de los cuales 13,285 fueron para comprar
mercaderías en Portobelo102.

Instrumentos de crédito
41 En el banco de Cueva se usaban diversos tipos de ʺvalesʺ, ʺcédulasʺ y ʺlibranzasʺ que
cumplían la doble función de ser medios de pago y/o instrumentos de crédito103.
Usualmente el vale era un papel mediante el cual un individuo se obligaba a pagar a una
determinada persona o a su cesionario o al portador, una cierta cantidad de dinero. La
cédula era un documento en donde un deudor reconocía la obligación contraída. La
libranza era una orden de pago que se daba contra alguien que tenía fondos en favor del
que escribía la libranza, la cual, cuando estaba ʺa la ordenʺ, equivalía a una letra de
cambio104. No obstante, algunas veces estos términos se usaban indistintamente (sobre
todo las cédulas y vales) y podían cumplir diferentes funciones. Algunas veces las
libranzas podían ser órdenes escritas al banquero que autorizaban una transferencia de
una cuenta corriente sin señalar término de pago, es decir, ʺchequesʺ, aunque el término
pueda parecer anacrónico105. Otras veces, se trataba de certificados en papel sobre los
depósitos o cartas de crédito o, incluso, vales ya no contra un depósito, sino contra el
banco mismo con lo cual estaríamos ante la presencia de un primitivo billete de banco.
42 Ejemplo de un cheque (llamado también ʺcarta de pagoʺ) sería el siguiente:
ʺLibranza-chequeʺ
Señor Juan de la Cueva. Mande V.Md. dar al señor Pedro Tubino 4 barras que truxe
al señor Juan de Figueroa de que me tiene dada carta de pago. Fecho en Lima a 10 de
mayo de 1635. Alonso de Quirós106.
43 Del centenar de libranzas que se encontraron el día de la quiebra, se puede ver que
algunas se cancelaban en metálico, mientras que otras eran hechas ʺbuenasʺ en las
cuentas. Asimismo, en los libros las libranzas eran ʺcargadasʺ o ʺhechas buenasʺ. Por
ejemplo, cuando Cristóbal de Chávez libró al sargento Diego Fajardo mil pesos, se hicieron
ʺbuenosʺ en la cuenta de Fajardo y se ʺcargaronʺ en la cuenta de Chávez. Algunas de las
libranzas que se hallaron el día de la quiebra no estaban anotadas en los libros. De este
modo, algunas habían quedado de la siguiente manera: ʺJorge de Andrada libró a Juan
Alonso, bodeguero del Callao, 400 pesos y el dicho dio contenta a Miguel Fernández de
Larco, la qual está cargada en su quenta al dicho Jorge de Andrada y no le está hecha
buena al dicho Miguel Fernándezʺ107. Don Fernando de Padilla se consideró pagado
cuando Cueva ʺle hizo buenaʺ en los libros del banco una libranza de 1,101 pesos girada
69

por Francisco Cano de Pastrana (mercader, residente en ese momento en Panamá) 108. En
algunos casos los libramientos se hacían de palabra. En otros, las libranzas se
intercambiaban entre los cuentacorrentistas para cumplir con sus pagos. Cuando el
mercader Jacinto de Vargas compró dos barras de plata en el banco, pagó una parte con
los 1,700 pesos que guardaba en su cuenta y el resto con una libranza de 900 pesos
firmada por otro mercader, Alonso de Hita109.
44 Era de uso común transferir el pago a través del endoso o ʺcontentaʺ. El 20% de las
libranzas encontradas en el momento de la quiebra habían sido endosadas, de tal modo
que ya se había introducido la práctica de la negociabilidad aunque, ciertamente, de
manera restringida110:
ʺCheque endosado o contentaʺ
Señor Juan de la Cueva. Mande V.Md. dar al señor Pedro de Gárate 4 barras que
tengo apartadas desta marca del margen. Fecho en Lima a 10 de mayo de 1635.
[Firmado] Alonso de Quirós.
A las espaldas dice: entreguese por mí a Francisco de Heras ques fecho en Lima a 10
de mayo de 1635. Pedro de Gárate111.
45 Muchas veces la exhibición de un vale o cédula de banco negociable era suficiente para
satisfacer los pagos (ver ilustración 1):
ʺVale o cédula de bancoʺ
Tiene en mi poder y banco el señor Marcos Pacheco 8,000 patacones los quales o
parte dellos daré a la persona que el susodicho los librare a las espaldas de esta
cédula ante escribano los quales tiene en mi poder de resto de su quenta. En Los
Reyes a 11 de setiembre de 1634 años.
Son 8,000 patacones Juan de la Cueva112.

ILUSTRACIÓN 1

46 En algunas ocasiones, Cueva debía exhibir esta suerte de certificados de depósitos


negociables a instancia de las autoridades, pues era usual que el banco guardase fianzas,
dinero en litigio ante la audiencia, el Consulado o el cabildo, o aquel que recolectaban
ciertos funcionarios y arrendadores de impuestos. Así, por ejemplo, el 5 de diciembre de
1633 Cueva recibió una orden de pago del alcalde de corte y juez de la provincia de Lima
—don Juan Bueno de Rojas— para que diese a Antonio Mejía (receptor general de penas de
70

cámara de la audiencia) 4,225 pesos del depósito de los bienes del capitán don Pedro
Gutiérrez de Mendoza y, ya que el banquero había dado ʺuna cédula de banco por la qual
se obligó a pagar los dichos pesos al dicho don Pedro o a quien el susodicho los hubiere,
agora yo [Antonio Mejía] me obligo de que por razón de la dicha cédula de banco no se le
pedirán ni pagará [nada]ʺ113.
47 De esta manera, gran parte del movimiento de fondos se hacía exclusivamente a través
del uso de libros y vales sin emplear metal amonedado. Cueva podía satisfacer sus propios
pagos certificando que los había ʺhecho buenosʺ en los libros del banco. El 28 de
noviembre de 1628, por ejemplo, Alonso Pacheco (cesionario del licenciado Francisco
Clavijo), le dio a Cueva una carta de pago notarial por haberle pagado 700 pesos
haciéndoselos ʺbuenosʺ en los libros 114. Igualmente, Cueva le prestó 8,750 pesos a Antonio
de Cáceres, vecino de Huánuco, y declaró que se los tenía ʺfecho buenos en el libro de mi
bancoʺ115. A su vez, el banco, en lugar de entregar metálico, se podía obligar con ʺvalesʺ
que se aceptaban como medio de pago al punto que circulaban como cuasi-dinero. En este
caso, el banquero emitía un vale contra el propio banco, ya no contra una cuenta
corriente:
ʺBillete de bancoʺ
Pagaré a letra vista a la persona que este vale me entregare dos mil pesos de a ocho
reales. Fecho en Los Reyes a 25 de julio de 631 años.
2,000 pesos Juan de la Cueva
Pagado en 11 de agosto al bachiller Tomás de la Torre 116.
48 Estos vales podían ocasionar problemas al banquero ya sea si se cometía un error al
escribir el vale o al registrar las transacciones en los libros o, por último, si las cédulas se
falsificaban. En 1634, por ejemplo, fue arrestado un hombre ʺque 4 veces sacó del banco
de Juan de la Cueva diferentes partidas de plata... con libranzas falsas que llevaron negros
no conocidos con firma contrahecha de un mercader desta ciudadʺ117. En 1631 el
banquero sostuvo un pleito contra el presbítero Tomás de la Torre por haber retirado 400
pesos de más debido a un error en un vale. De la Torre había ido al banco a cobrar una
libranza de dos mil pesos. Cueva le dio 900 pesos en reales y el saldo de 1,100 pesos le fue
pagado con otro billete de banco (ver ilustración 2) pues, según De la Torre, al banco ʺle
faltaba siempre dineroʺ:
Pagaré a letra vista a la persona que este vale me entregare un mil y quinientos
pesos de a ocho reales. Fecho en Los Reyes a 11 de agosto de 631 años.
1,500 pesos Juan de la Cueva
Pagado al Lcdo. Carrasco en 1 de setiembre118.
49 Según Cueva, la diferencia de 400 pesos se debió a un ʺerror de plumaʺ. Según el
presbítero, él sólo recibió 500 pesos en reales y no podían haber testigos que lo
contradijeran. Además, si hubiese sido un error, en el ajustamiento nocturno de ese
mismo día se hubiesen dado cuenta, ʺy echara de ver luego el herror que dice avía hecho
y aver dado el de 1,500 que era fuerza asentarlo y no aguardar a pedirlo, que mal me pide
al cabo de dos meses, pues nunca jamás se ha entendido que en los bancos públicos se da
más cantidad de la librada, pues hay tantos que repasando los libros y escriben y que
pesan y quentan el dineroʺ119. Sin embargo, Cueva encontró testigos y ganó el pleito. Los
reales habían sido sacados de una talega de mil pesos que había traído don Gabriel de
Igarza para pagar a Juan Arias de Valencia y se contaron en su presencia. Era absurdo
pensar que el error se hubiese podido detectar el mismo día, pues en los libros se había
anotado la cifra correcta, y ʺno se cayó ni pudo caer en el hierro hasta que la persona a
quien se entregó el vale la truxo y se halló ser de 1,500 pesos con que el de 2,000 pesos que
71

primero trujo se ajustó y excedió en los dichos 400 pesosʺ120. Así, De la Torre tuvo que
restituir los pesos, pagar los costos del proceso y quedar públicamente como una persona
de pocos escrúpulos.

ILUSTRACIÓN 2. Billete de banco

50 Obviamente, no siempre el que emitía la libranza tenía fondos en su cuenta. Cueva tenía
una serie de clientes a quienes les ofrecía una línea de crédito en sus libros, les aceptaba
libranzas sin fondos, les daba vales de crédito o, por último, les entregaba dinero en
efectivo. Cada cierto tiempo, pues, se realizaba un ajuste de cuentas entre el banco y el
deudor. Sebastián de Zurita, mercader ʺcargadorʺ, explicaba a las autoridades del
Consulado que había sacado seis mil pesos la mañana de la quiebra y ʺlos dichos 6,000
pesos hicieron cargo a este declarante a quenta de lo que se le debía en el dicho banco por
no tener ajustada la quenta como persona que tenía entrada y salida en el dicho banco y
va a Españaʺ121. Cuando se le enseñó su cuenta corriente, se encontraron con que sólo
tenía dos mil pesos en ella y le fue preguntado por qué, entonces, recibió seis mil pesos, si
ʺes cierto que los hombres de negocios tienen escrita la quenta que tienen con el banco y
en qualquiera hora según la quenta que tienen saben lo que deben o le deben al bancoʺ.
Zurita alegó que ʺacudió al banco porque tenía necesidad de hacer unos caxones de reales
y recibió los dichos 6,000 pesos ... sin ajustar la quenta con el dicho banco pareciendo que
le debía la dicha cantidad y más que como persona que iba a España y que todos los días
lleva libranzas, como aquel día las llevó, sacó el dicho dinero para ajustarse cuando se
fuera, como es costumbre entre todos los cargadores, y hasta que se ajustase con el dicho
banco no podía saber si él debía o no...ʺ122.
51 De esta manera, era usual que el banco otorgase créditos a través de ʺsobregirosʺ,
siempre y cuando el titular del banco aprobase el crédito. Cuando el cliente resultaba
deudor luego de hacer el ʺajusteʺ de cuentas, podía obligarse ante el banco a través de
una ʺcédula de débitoʺ como la siguiente:
72

Digo yo Martín Moreno Bravo de partida para el reino de Chile que debo al señor
Juan de la Cueva 244 patacones y 5 reales de resto y ajustamiento de la quenta que
he tenido en su banco hasta oy, los quales dichos pesos me obligo a pagarlos al
susodicho o quien tuviere su poder o remitírselos de Chile a mi costa y riesgo para
del día de la fecha en 4 meses puestos en esta ciudad. 26 de marzo, Los Reyes, 1635 123
.
52 Normalmente, sin embargo, las partes acudían al notario para formalizar sus
obligaciones. Gracias a esta práctica se han podido reconstruir los créditos otorgados por
Juan de la Cueva a particulares ante los notarios de Lima entre 1615 y 1635. Además, se
han podido rastrear algunos créditos otorgados en Potosí y Huancavelica mediante
fuentes notariales y fiscales. Y, por último, se ha reconstruido la totalidad de los
empréstitos al estado mediante el análisis de las cuentas de la caja real de Lima (ver
cuadro 2.5)124.

CUADRO 2.5. Préstamos totales de Juan de la Cueva, 1615-1635 (en pesos de ocho reales)

FUENTES: AGN Sección Notarial; AGI Contaduría 1707, 1708, 1709, 1710,1711, 1712, 1713, 1714;
AHCMP Barrionuevo leg. 57, 58, 59, 60, 61a, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70.

53 Estas cifras contienen, además de los préstamos al estado y algunos créditos dados a los
mineros de Huancavelica, todas las obligaciones notariales en favor de Juan de la Cueva
registradas en Lima (1,018 transacciones) y un muestreo de las obligaciones notariales
registradas en Potosí (91 transacciones), ya sea por préstamos de dinero o por crédito en
mercaderías, puesto que Cueva era también la cabeza de un gran consorcio mercantil. Se
puede observar que entre 1616 y 1631 fue el período de mayor actividad y a partir de 1632
comenzó la caída que terminaría con la estrepitosa quiebra en el año 1635. Los préstamos
en dinero ocuparon la mayor parte de las actividades crediticias de Cueva, con un 85.4%
(3'713,772 pesos) del valor total de 4'347,999 pesos de ocho reales. Por la naturaleza de las
fuentes, todos los créditos registrados notarialmente fueron otorgados al sector privado,
73

aunque en algunos casos la caja real resultara deudora debido a una serie de traspasos de
deudas. El importante peso porcentual de los empréstitos a la caja de Lima (44.5%),
además de reflejar una sólida conexión entre el banco y la real hacienda, podría estar un
poco distorsionado porque sólo en este caso podemos afirmar que contamos con cifras
totales. Para el caso de los préstamos privados, sin duda, el volumen debió haber sido
bastante mayor, pues no todos los créditos se asentaron en los notarios, muchas
obligaciones fueron contraídas fuera de Lima, algunos registros notariales importantes se
perdieron y por último, de algunos notarios sólo se realizó un muestreo en el momento de
recoger la información. Sin embargo, estas cifras y la naturaleza de las transacciones
ofrecen un perfil bastante completo del radio de acción del banco.
54 Los créditos privados se registraban en contratos notariales de diversa naturaleza:
obligaciones o deudos, lastos, cesiones, retrocesiones y baratas. Las obligaciones o deudos
resultaron las escrituras más usadas para asentar las operaciones de crédito con más del
80% del total de 1,018 transacciones crediticias llevadas a cabo en Lima. Las obligaciones
eran contratos en los cuales el deudor se comprometía a pagar al acreedor una cierta
cantidad en un plazo y lugar determinados. En caso de que se hubiese prestado dinero,
por lo general se incluía la cláusula de que el acreedor había adelantado la suma ʺpor
hacer amistad y buena obraʺ y a ruego del deudor (para eludir la acusación de usura) y,
en algunos casos, se especificaba el uso del dinero prestado. Así, por ejemplo, Bartolomé
González de Aranzamendi, minero de Santiago de Guadalcázar, recibió 10,906 pesos del
banco ʺque por me hacer amistad y buena obra me presta a el presente para el avío de las
minas, yngenio y metales que yo y mis hermanos tenemos de compañíaʺ125. Cuando el
tesorero Juan Martínez de Uceda firmó una obligación por la elevada suma de 40 mil
pesos, declaró que los adeudaba por otros tantos ʺque por mí ha suplido y pagado de su
hacienda hoy, en este día, en virtud de mi libranza a Jerónimo López de Saavedra,
depositario general desta corte por la razón contenida en la dicha libranza; y aunque los
libré en su banco y no tener yo en él plata alguna de mi quenta, el dicho Juan de la Cueva
por me hacer amistad y buena obra... suplió y pagóʺ126.
55 Igualmente, Juan Vásquez y Juan de Eraso —maestre y escribano respectivamente del
navío San Josephe, de partida para Saña— se obligaron a reembolsar a Juan de la Cueva
dos mil pesos ʺpor tantos que a nuestro ruego y persuasión se obligó de dar y pagar a la
persona o personas a quien yo el dicho Juan Vásquez los librare como consta de una
cédula firmada de su nombre ante el presente escribanoʺ. Los pesos serían puestos y
pagados en Lima al costo y riesgo de los deudores, dentro de seis meses 127. Del mismo
modo, cuando don Diego Enriquez, corregidor de Arica, firmó una obligación de cuatro
mil pesos en favor del banquero en febrero de 1630, declaró que la deuda era ʺpor razón y
de resto de todas las quentas, dares y tomares que entre ambos a dos hemos tenido de los
pesos que e enviado e remitido hasta el día de hoy de la dicha ciudad de Arica e libranzas
que por mí a pagado a diferentes personas como de otras contrataciones que hemos
tenidoʺ. El corregidor haría el pago en Arica, al maestre de la nave Capitana, al mes
siguiente128. Doña Francisca de Herrera y Sanabria —viuda del contador Leandro de
Valencia— firmó una obligación de mil pesos ʺpor razón de otros tantos pesos de la dicha
plata que le debo de resto de ajustamiento de quentas... de préstamos que me a echo por
cédulas, vales y libranzasʺ129. Y la compañía formada por Francisco Muñoz Cañoli y el
corregidor del Cuzco, Juan González de Vitoria, se obligó por 6,840 pesos; 3,714 pesos dos
reales ʺpor tantos que a suplido... de su banco por la compañíaʺ y el resto por herrajes y
valumen130.
74

56 La obtención de cédulas o vales de banco (cartas de crédito) fue un mecanismo muy


frecuente para la obtención de préstamos. El gobernador don Luis de Mendoza y Rivera y
su fiador, Pablo Moya de Contreras, ambos vecinos de Lima, firmaron una obligación de
dos mil pesos ante notario, pues el banquero ʺa nuestro ruego y persuasión por cédula
firmada de su nombre hoy día de la dicha fecha desta, se obligó de pagar a la persona a
quien yo el dicho governador los librare, como por la dicha cédula pareceráʺ. Los
deudores se obligaron a pagar en un mes o a entregar la cédula si no la empleaban 131. Otra
deudora, doña Inés de Mieses, viuda del contador Lorenzo López de Games, recuperó unas
casas de su propiedad que habían sido rematadas por deudas de su marido, porque
yo el dicho Juan de la Cueva por cédula que di de crédito y bancaria firmada de mi
nombre ante el presente escribano... me obligué a pagar a letra vista a quien fuese
mandado por el dicho visitador los dichos 17,300 pesos de a ocho que declaro en
llano me obligué y quedé a pagar por la dicha doña Inés...; lo cual hize yo el dicho
Juan de la Cueva supliendo la dicha cantidad de mi hacienda 132.
57 Juan de Aróstegui hubo de firmar una obligación notarial debido a que Cueva ʺ[me] dio a
mí... un vale en confianza acreditándome en su banco en 300 pesos de a nueve reales
porque los daría a quien se lo llevase con mi libranza; y abiéndomelo pedido el dicho Juan
de la Cueva no se lo he podido dar por avérseme perdidoʺ133.
58 Y cuando Bartolomé González —prior del Consulado y fiador del virrey Esquilache— fue
amenazado con la pena de cárcel por el licenciado Antonio Fernández Montiel —oidor de
Charcas y juez de la residencia del virrey—, pagó los tres mil pesos de la fianza mediante
la ʺexhibiciónʺ de un vale del banco que se fue cobrando por los jueces y ministros que
habían participado en la pesquisa134.
59 Un caso más complejo es la obligación que firmó Francisco Lorenzo de Sosa —vendedor de
trigo y ropa— en favor de Cueva el 7 de noviembre de 1622. El origen de la deuda es una
libranza sobre Cueva que giró Francisco Gómez de la Torre —dueño de recuas, mercader,
arrendador de obrajes y miembro importante de la red comercial y financiera de Cueva—
en favor de la abadesa del monasterio de la Concepción, cuyo convento arrendaba una
tierras a Gómez. Éste emitió una libranza para que Cueva, banco público, le pagase mil
pesos a cuenta de lo que Gomez debía a la abadesa,
y que el dicho Juan de la Cueva se los prestase para el dicho efecto al dicho
Francisco Gómez de la Torre; y el dicho Juan de la Cueva aceptó la dicha libranza y
se obligó de pagarla a 8 del mes de octubre pasado del año de la fecha desta, y al pie
de la dicha libranza y aceptación la dicha abadesa consintió y ordenó que los dichos
1,000 pesos de a 8 reales se me diesen a mí [Francisco Lorenzo de Sosa] para en pago
de 200 hanegas de trigo que yo di para sustento de las monjas 135.
60 La libranza se perdió y, por tanto, Cueva le hizo firmar a Francisco Lorenzo una escritura
de obligación por los mil pesos; este último se comprometió a entregarle la libranza (si la
encontraba) o a obligar a Gómez de la Torre a pagarle a Cueva para la navidad de 1622.
61 Los lastos y cesiones fueron escrituras usadas para transferir notarialmente las deudas
con un 4.3% y 13.2% respectivamente del total de transacciones en Lima. Tanto los lastos
como las cesiones implicaban una traspaso de deuda con la única diferencia de que en el
lasto el fiador del deudor original se convertía en acreedor al asumir las obligaciones de
éste. Unos ejemplos pueden ilustrar las formas que adquirían este tipo de operaciones. El
23 de marzo de 1621, don Pedro de Bedoya Guevara, vecino de Lima, contrajo una
obligación de 3,945 pesos en favor del banco, cuyo pago lo hizo cediendo la deuda contra
el general don Pedro de Lispergue y Francisco de Acosta136. En junio del mismo año, Cueva
—como acreedor de Lispergue y Acosta— cedió, a su vez, la deuda en favor de Simón
75

Cascos de Quiroz quien, de este modo, se convirtió en acreedor de éstos137. Otro caso es el
del citado Francisco Gómez de la Torre, quien le cedió al banco la cobranza de 8,700 pesos
que le debía Antonio Fernández Vega, vecino de Huancavelica. Según declaró Gómez, la
cesión la hacía para pagar, con una parte, las deudas que tenía en el banco; el resto sería
para que Cueva ʺlo tome bueno en el banco para futuras deudasʺ138. Don Francisco de la
Presa, regidor del cabildo de Lima, hizo una cesión similar; le cedió a Cueva una deuda de
tres mil pesos contra la caja real para que ʺcobrado que aya los dichos tres mil pesos
acudirá a pagar con ellos a Alonso Pacheco, vecino desta ciudad, los dichos 2,240 de ocho
que yo como principal y el dicho JDC como mi fiador... le debemos pagar... y lo demás que
restare me los hará buenos en su libro del bancoʺ139. El 30 de enero de 1624, el escribano
Juan Bernardo de Quiroz —quien viajaba a Trujillo con el juez ʺpesquisidorʺ Juan de la
Celda— se endeudó con Cueva por 500 pesos; además de reconocer esta deuda, el
escribano le cedió a Cueva la cobranza de 500 pesos que le debía Pedro Gutiérrez, vecino
de Pisco, y dictaminó que ʺlos tome para sí el dicho Juan de la Cueva que los a de aver los
250 pesos dellos para en quenta e parte de pago de 350 pesos de a 8 reales que le debo de
resto de escrituras de mayor quantía... y los otros tantos pesos que me a dado... para mi
avío y despacho a la ciudad de Truxilloʺ140.
62 En otros casos las cesiones aparecen más como ʺdescuentosʺ, sobre todo cuando era la
caja real la que debía satisfacer el pago. La caja real de Lima, por ejemplo, le debía a Juan
Bautista Querirí —mercader, vendedor de bizcocho de la armada del Mar del Sur— 4,015
pesos; el mercader le ʺcedióʺ (vendió) la deuda a Juan de la Cueva, de tal modo que Cueva
se convirtió en acreedor de la caja. Tal como se verá más adelante, el banco usualmente
accedió a hacer estos adelantos a personas acreedoras de la real hacienda y, como es de
esperar, el ʺdescuentoʺ que se hacía en la cesión no se consideraba en la escritura 141.
Diego de Sarria, racionero de la catedral de Lima, se obligó con Cueva por 355 pesos
cuatro reales para pagar ʺla mesada de su raciónʺ y cedió la deuda a la misma iglesia
catedral, que le debía esa cantidad a cuenta de su salario142. El cabildo también recurría al
banco para recibir dinero anticipado sobre sus rentas. En 1628, por ejemplo, el banco le
prestó dinero para cubrir con los gastos de la fiesta de bienvenida para el nuevo virrey
conde de Chinchón. El municipio, ʺcediendo derechos por tantos que por hacer buena
obra a prestado a esta ciudadʺ, le otorgó un poder para cobrar a los corredores de lonja
(Tristán de Morales, Manuel Fernández, Diego Osorio, Jerónimo Justo de Porras y Gonzalo
Barrasa) 1,500 pesos que debían a la ciudad; finalmente Marcos de Vergara, como
mayordomo de las rentas municipales, se obligó a pagar la suma143.
63 Por lo general, los lastos se hacían cuando se vencía el plazo de pago o éste se hacía fuera
del lugar de pago convenido; el fiador del deudor, entonces, debía correr con la
obligación. Así, por ejemplo, en 1631 Jerónimo de Melo —mercader residente en México,
como deudor principal— y Francisco Carranza su fiador contrajeron una deuda con Cueva
en México por un préstamo de 842 pesos de oro común; habiéndose vencido el plazo el 4
de diciembre de 1632, Carranza le pagó en Lima al banquero convirtiéndose, de este
modo, en acreedor de Melo144. Del mismo modo, Melchor Malo de Molina —mercader,
dueño de recuas y regidor del cabildo de Lima— se convirtió en acreedor de Marcos de
Vergara cuando, como fiador de éste último y vencido el plazo, le pagó a Cueva los 10,800
pesos que Vergara le debía145.
64 Un número indeterminado de escrituras daban por efectuada una operación que, en
realidad, no se había llevado a cabo con la finalidad de asegurar los riesgos del
prestamista o cobrar crecidos intereses (ʺcambio secoʺ) o, simplemente, por descuido. El
76

carácter ficticio de ciertas escrituras ya había sido subrayado por Solórzano, quien decía
que era muy frecuente hacer ʺmohatrasʺ, compras de escripturas (cesiones, lastos,
ʺdescuentosʺ), baratas y negociaciones146 . La ʺretrocesiónʺ, por ejemplo, era una
operación abiertamente ficticia a través de la cual una persona A cedía a Β el cobro de una
deuda a C bajo la premisa de que Β le había adelantado la suma; no habiendo habido en
realidad ningún desembolso de Β a A, entonces Β volvía a ceder la deuda al acreedor
original. Así, por ejemplo, el procurador general de la Compañía de Jesús, el padre Alonso
Fuertes de Herrera, le firmó a Antonio de la Cueva (hermano del banquero) una escritura
donde declaraba que Antonio le había dado una cesión para cobrarle al capitán Cristóbal
Sánchez Zorrilla 1,090 pesos cinco tomines ensayados, puesto que el jesuita le había
adelantado esa suma; pero ʺla verdadʺ era que ʺno le di ni pagué los dichos pesos ni parte
alguna dellos y que la dicha cesión fue en confianza y se me dio tan solamente para que
por mi orden se hiciese dilixencia en razón de la cobranzaʺ. De este modo, el padre
Fuertes de Herrera volvía a ceder la deuda en Antonio de la Cueva147.
65 Asimismo, no siempre las cesiones eran suficientes para satisfacer los riesgos que
eventualmente podía correr el banquero. Por este motivo, en algunos casos el banco
exigía —además de la cesión notarial— la firma de una obligación por parte del deudor
original. Tal es el caso del deudo firmado por Pedro Camino Delis, dueño de recuas, en
favor de Cueva por 7,814 pesos. Camino Delis le debía al banco 9,814 pesos ʺde
ajustamiento de cuenta que conmigo tiene [JDC] armada en un libro de banco...
procedidos ansí de plata que me a prestado como pagas que por mis libranzas a fecho a
diferentes personasʺ; y aunque a cuenta de esta deuda tenía hechas dos cesiones ante
escribanos, Camino Delis se reconocía como legítimo deudor148. Algo similar ocurrió con
una libranza de 3,200 pesos girada por Jerónimo Jamez de Echevarría en favor del jesuita
Francisco de Figueroa, del Colegio de San Martín de Lima. Cueva les exigió a ambos la
firma de obligaciones notariales pues, según declaró Figueroa, ʺel dicho JDC no ha
querido darme los dichos pesos sino es mediante que yo otorgue en su favor la presente
escrituraʺ149.
66 En ciertas ocasiones podía haber descuidos. Cuando Cueva quebró, Alonso Pacheco
reclamó 350 pesos de nueve reales que le debía el banco por una cesión que le hizo el
clérigo Francisco Clavijo por una capellanía que pagaba Cueva. Pero las autoridades se
opusieron a incluirlo en la lista de acreedores, pues Pacheco había firmado una carta de
pago en que declaraba haber recibido esa cantidad. El infortunado acreedor presentó
como testigo a Francisco Caballero, cajero del banco, quien aseguró que, efectivamente,
no se le había pagado a Pacheco y Cueva debía el dinero ʺporque aunque el susodicho dio
la dicha carta de pago fue en la fe de que se le havían de hacer buenos en su quenta, lo
qual no se pudo hacer porque se reservaban éstas y otras muchas cosas para hacerlas
despacio y particularmente para ver si se ofrecían algunas dudas, por lo qual y por las
muchas ocupaciones y negocios del dicho banco que tan continuos tenía de ordinario no
hubo lugar de asentar la dicha partida y hacerla buenaʺ150. No obstante, el representante
de los acreedores del banco dijo que la petición de Pacheco era improcedente, que no se
podía dar una carta de pago ʺen confianzaʺ y que, por último, no había forma de probarlo
151.

67 Efectivamente, el no poder probar la autenticidad de una transacción era el mayor


problema de las escrituras simuladas. Juan González de la Canal, minero de Santiago de
Guadalcázar, acusó a Martín González de Aranzamendi de haber sacado plata de la mina
ʺLas ánimasʺ durante cinco años sin repartirle ningún ʺfrutoʺ. Según González de la
77

Canal, su socio había extraído mineral y lo había llevado a quintar a la caja de Lima en piñ
as ʺpor interpósitas personas... y tenía ocultos y en cabezas de diferentes personas en
confianza más de 150 mil pesos y los trae debajo de la misma confianza y no sé ante qué
escribano o escribanos pasan las escripturas de las dichas sus contrataciones ni las
contraescripturas de las dichas confianzasʺ152. No teniendo cómo probar la estafa,
Aranzamendi acudía al poder de persuasión de la iglesia para que amenazara con la
excomunión a aquellos que no declararan la verdad. Incluso el banquero Bernardo de
Villegas fue demandado por Pedro de Monroy, dueño de recuas, por dos escrituras en
favor del banquero que eran ʺfingidas y simuladasʺ153. Así pues, muchas escrituras se
firmaban con la confianza en lo que se iba a hacer después, aunque no siempre con
buenos resultados.

El interés
68 El tomar ʺdinero a dañoʺ se reconocía como una práctica usual y generalizada. En una
declaración al cabildo, el depositario general Jerónimo López de Saavedra afirmaba que
ʺquando a menester algún dinero se bale del medio universal y común de que usan todos
los hombres de negocios que es tomar dinero a daño pagando los intereses que corren por
entoncesʺ154. Según Pérez Gallego, escribano del Consulado, el interés (daño) cobrado por
los hombres de negocios era del 10%155. En algunos contratos de Cueva se ha podido
encontrar que el interés fluctuaba entre el 10 y el 35%, si bien normalmente no se
especificaba el interés cobrado por un préstamo156. Es difícil, asimismo, esclarecer cuál era
el criterio para cobrar diferentes tasas, aunque es presumible que el banquero cargara
pesados intereses cuando el deudor no cumplía con el plazo convenido. Los plazos de
pago eran casi siempre los mismos: la gran mayoría se fijaban para la fecha del pregón de
salida de la armada (finales de febrero); el resto era fijado o para la fecha del pregón del
navío de Acapulco (finales de septiembre u octubre)157 o para Navidad; por último, un
número menor de escrituras podía tener como plazo la fiesta de San Juan, una semana,
cinco años, etc.
69 Las escrituras que hacen alusión explícita al interés son ilustrativas. El presbítero
Francisco Gutiérrez, por ejemplo, le hizo una cesión a Cueva para cobrarle a Camilo
Bonfante, vecino del Callao, 1,400 pesos; si no se le pagaba al plazo convenido (no dice
cuál), Cueva debía recibir 1,860 pesos, es decir, 33% más158. El 4 de diciembre de 1625,
doña Elvira de León Garavito firmó una obligación por 1,750 pesos para pagar la dote de
su hermana, deuda que pagaría en 15 meses; en la escritura se consideró por entregada y
ya que ʺlos 250 no parecen de presenteʺ, renunciaba a ʺla excepción, leyes de la numerata
pecunia, prueba de la paga y entregaʺ. Es decir, Cueva sólo le dio 1,500 pesos, cobrándole
16.6% de interés, pues de otra manera hubiera especificado que se los haría ʺbuenosʺ en
los libros del banco159. Fernando Félix de Porras, como principal deudor, y Cueva, como su
fiador, se obligaron por 350 pesos en favor de Pedro de Uberichaga; cumplido el plazo,
Cueva ʺlastóʺ y pagó como fiador, y se convirtió en acreedor de 384 pesos cinco reales
que ahora le debería pagar Félix. En este caso se hizo un recargo del 10%160. Simón Cascos
de Quiroz adquirió un préstamo del banco para dos vecinos de Arequipa, el alférez real
Pedro de Ovando y Gonzalo Ibáñez, por cuatro mil pesos. Inserta en la obligación se
incluyó una escritura mediante la cual los arequipeños le daban poder a Cascos para
ʺpedir de la persona o personas que hallare y se consertare 4,000 pesos corrientes de a 8
reales a daño en la cantidad que es costumbreʺ. Cueva les cobró 12% de interés, de tal
78

modo que la obligación se hizo por un total de 4,480 pesos161. Si el dinero prestado era
para invertir en el comercio exterior Cueva cargaba crecidos intereses; Juan de Buitrón,
por ejemplo, hubo de pagar 35% de interés más 10% anual (si no pagaba a tiempo) por un
préstamo que recibió en México (de mano de su hermano Esteban de la Cueva) para pagar
en Lima162. Usualmente, sin embargo, se cobraba 20% por estos préstamos o lo que hubiese
ganado el prestamista si hubiese invertido él mismo el dinero en el comercio.
70 No obstante, lo mas frecuente era escribir directamente la suma adeudada, que incluía el
interés, o el interés se encubría en el cambio. Así, muchas obligaciones eran contraídas en
pesos de nueve reales, que era una unidad de cuenta. O se declaraba que el préstamo se
había hecho en ʺreales de contadoʺ que, ʺreducidosʺ a corrientes, arrojaban una suma en
pesos ensayados (otra unidad de cuenta). Otras veces se especificaba la tasa de cambio
empleada. Doña Mariana de la Bandera recibió un préstamo en reales, ʺque reducidos al
139%ʺ daban 319 pesos seis tomines ensayados163. El oidor don Diego de Armenteros y
Henao recibió 3,150 pesos de ocho reales, pero la deuda la contrajo por dos mil pesos
ensayados ʺreducidos al 140%ʺ164. Aquí el banquero ganaba con el interés, y con la
diferencia entre la tasa ʺnormalʺ de cambio de 144% (que era la más cercana a la
equivalencia en maravedís) y la que él estipulaba.
71 Además de estas tasas explícitas, los contratos notariales incluían una serie de factores
que eventualmente podían aumentar el monto total del préstamo, como por ejemplo,
tener que pagar salarios para el cobrador, los costos de la escritura, efectuar el pago en el
lugar donde señalara el acreedor (a costa y riesgo del deudor) o finalmente, si se daba
poder para hacer ʺbarataʺ. La barata era una forma usual de cargar intereses sobre los
deudores y consistía en la facultad que daba el deudor para que el acreedor pudiese
comprar mercaderías a crédito en su nombre, las cuales, vendidas a menor precio, diesen
la cantidad adeudada; el deudor, por tanto, debía pagar el costo normal de los géneros.
Usualmente el remate se hacía a través de un corredor de lonja, quien cobraba 3% por su
intermediación. Sebastián Cano, vecino del Cuzco, le debía 1,500 pesos a Melchor
Gutiérrez Ibáñez y Diego Ponce Moreno; no habiendo pagado, los últimos compraron
mercaderías a Juan de la Cueva por un monto de 1,750 pesos, de tal modo que Cano hubo
de pagar por el préstamo 16.6% de interés165. Cueva obligó al gobernador de Chile, don
Francisco Lazo de la Vega, a pagar 5,490 pesos por unas mercaderías que compró a crédito
de Juan de Haroz para cubrir 5,226 pesos de una deuda mayor de 10,826 pesos que tenía
en su cuenta corriente; esta vez el gobernador hubo de pagar un cómodo interés del 5%166.
Pero cuando el capitán Pedro Rico, dueño del ʺSan Juan Bautistaʺ, hizo una barata para
cobrar 4,500 pesos que le debía Pedro de San Martín —maestre de viaje a Santiago—, lo
obligó a pagar 5,600 pesos a Cueva con lo cual la deuda arrojó un interés del 24.4%167.
72 Otras veces el acreedor exigía una hipoteca o prenda sobre el préstamo, o que el pago se
hiciese en algún lugar determinado, corriendo con los costos. Francisco Díaz, maestro
albañil, hipotecó su esclavo por cien pesos168; Baltazar González y su hijo hipotecaron una
recua de muías con sus aparejos y una casa en la calle nueva del Cuzco169. El alcalde mayor
de las minas de Potosí, Antonio Romero Lugones, se obligó a pagarle a Cueva 619 pesos en
Arica, a sus agentes Camilo Bonfante o Pedro de Fonseca170. Diego Bernal, dueño de
recuas, debía pagarle a Cueva los 807 pesos dos reales que le debía (más el precio de
traerlos a Lima) en el Cuzco, a Diego López171. Francisco Ordóñez de Mendoza, vecino de
Cajamarca, le pagaría a Cueva 1,100 pesos, más el salario de un cobrador a razón de cuatro
pesos diarios172. Doña Brianda de Luna y Zúñiga se endeudó con Cueva por 2,200 pesos
ʺque... pagó a don Bartolomé de Benavides, canónigo desta Catedral, por libranza mía y
79

aceptada por el dicho Juan de la Cueva del precio de una carroza que le compré a mi hijoʺ;
la viuda le firmó una carta notarial por 2,662 pesos (21% de interés) y se obligó a pagarlos
en donde Cueva le indicase, a su costo y riesgo, le otorgó un poder para hacer barata, se
obligó a pagar salario para el cobrador y, finalmente, pagar los costos de las escrituras 173.

*****

73 De esta manera, el banco de Juan de la Cueva cumplía diversas funciones. Recibía una
amplia gama de depósitos y era reconocido como un depositario ʺseguroʺ del dinero de
los vecinos. Además, el banco cobraba deudas, hacía ʺdescuentosʺ de obligaciones, y
realizaba pagos y transferencias de dinero gracias a la enorme red de agentes y sucursales
que había desplegado en territorio americano (y fuera de él). Además de sus hermanos,
clientes y colegas, Cueva se apoyaba en funcionarios, miembros del Santo Oficio y en la
Compañía de Jesús para tejer sus redes por todo el Perú. Vales, cédulas, libranzas (letras
de cambio) y escrituras notariales fueron los instrumentos más usuales a través de los
cuales el banco prestó, por lo menos, cuatro millones 347,999 pesos durante 20 años. Los
vales, cédulas y libranzas eran endosables y podían cumplir distintas funciones. Algunas
veces las libranzas podían ser ʺletras de cambioʺ (aunque sin los formulismos usados en
Europa), o podían ser ʺchequesʺ; las cédulas y vales podían ser cartas de crédito,
certificados de depósitos o ʺbilletes de bancoʺ. Los créditos se hacían ya sea mediante la
aceptación de ʺsobregirosʺ en el banco, o mediante la entrega de cartas de crédito,
ʺbilletes de bancoʺ o dinero en efectivo, y cobraban un interés que podía oscilar entre el
10 y el 35% de acuerdo con los testimonios que se han podido encontrar.
74 Muchas personas acudieron al banco por préstamos. Pero, ¿quiénes fueron los grandes
receptores privados del crédito del banco? ¿cuál fue el uso que se le dio al ahorro captado
por estos bancos? ¿emplearon los mercaderes los préstamos para fortalecer sus empresas
comerciales o, por el contrario, para adquirir bienes raíces e inmuebles que les
permitieran escalar la pirámide social, o ambas cosas? Por supuesto, no fueron los
comerciantes los únicos receptores de los créditos bancarios, sino también hacendados,
mineros, dueños de obrajes; pero, ¿en qué términos se estableció la relación acreedor-
deudor? ¿fue ésta un incentivo para la continuidad y aumento de la producción o, por el
contrario, conllevó la ruina de los productores sofocados bajo el peso de las deudas?
Ciertamente, algunos receptores de crédito sobreestimaron sus fuerzas y se vieron
sofocados por las deudas. Pero otros, como los comerciantes y el mismo Cueva, lograron
crecer y afianzar su posición económica gracias a la posibilidad de ampliar sus recursos
en cualquier momento.

NOTAS
1. AGI Lima 162. Carta de Juan de la Rua y otros al rey. Los Reyes, 20 de mayo, 1635.
2. Diego Pérez Gallego, ʺAlguna parte del acertado y prudente gobierno que tuvo en los reynos
del Pirú el Excmo. Señor Conde de Chinchón, virrey desde el año de 1629 hasta el de 1640ʺ, en
80

José Luis Muzquiz de Miguel, ed., El Conde de Chinchón, virrey del Perú, (Madrid: CSIC, 1945),
295-326.
3. AGI Escribanía de Cámara 509-D. Declaración de Juan de Butrón y de Diego López, f. 234r, 288v.
y ss.
4. AGI Lima 46. Acuerdo sobre quiebra de banco.
5. Según el licenciado Gómez Garrido, receptor del Santo Oficio en 1795, Cueva habría
congregado la noche anterior a cinco amigos para juntar 120 mil pesos que necesitaba para el
despacho de la armada. Juan de Medina, uno de los convocados, lo habría publicado ʺa toda la
ciudad, poniendo a los interesados en constitución de presentarseʺ. El Santo Oficio contra los
bienes dejados por el banquero Juan de la Cueva. AGN Inquisición, Contencioso, 61, cuad. 7090,
año 1793, f. 45r. AHL, LTC-1. Testimonio sobre la quiebra del banquero. Madrid, 28 III 1636.
6. AGI Lima 107. Carta del Consulado al rey. Lima, 30 de mayo, 1635.
7. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 297v y ss.
8. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 305r y ss.
9. AGN González de Balcázar, #764, f. 154r-v; #763, f. 180r-v; Pedro Juan de Rivera, #1616, f. 187r-
v.
10. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 63r-66v, 77r.
11. Ibid., f. 67r-77r.
12. Ibid., f. 67r-85v.
13. Ibid., f. 87v-88v.
14. Ibid., f. 85v-92r.
15. Un coche de lujo, con forros de terciopelo y guarniciones con sevillanetas de oro, podía costar
alrededor de 2,500 pesos, sin contar las muías. AGN Carrión, #270, f. 641 r-v.
16. AGI Escribanía de Cámara 509-D, 93r-100v.
17. Rodríguez Vicente, erróneamente, ha concluido que por esto —y por la manera en que se
hacían ciertas transacciones— ʺen el banco había una desorganización grandeʺ, y que la quiebra
de Cueva podría ser atribuida a la mala administración del banco, ʺUna quiebra bancariaʺ: 721; y
ʺJuan de la Cueva: un escándalo financieroʺ : 116.
18. Se encontraron, por ejemplo, las siguientes cédulas: ʺBillete de don Alonso de Mendoza Ponce
de León. Mi Señor. El portador lleva a V.M. 202 botones de oro que suplico... se sirva de tener en
prenda de los 250 patacones que pedí a V.M. y remitiré en llegando a mi oficio ... estimando que
en él se ofrece en que serviré a V.M. en aquella provincia y guarde Dios como deseo su muy
servidorʺ. Doña Luisa Delgadillo, quien estaba en apuros, le envió el siguiente ʺbilleteʺ: ʺMi
Señor, ya sabe V.M. que no tengo más bien que el que seguro [sic] de la merced que me hace y así
me atrevo siempre a importunarle, suplico V.M. me perdone y me la haga de enbiarme 100
patacones sobre esas dos canasticas de plata, una grande y otra más pequeña, que yo las sacaré lo
más breve que pudiere. A mi señora doña Fulxencia beso las manos en cuya vida guarde Dios V.M.
como desea su mayor servidoraʺ, Ibid., f. 114r y 115v. Según Tapia, estos préstamos con prendas
fueron muy frecuentes, Análisis histórico institucional, 56-57.
19. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 150r-153r.
20. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 271v-272r.
21. AGN Consulado, leg. 19, libro 84. ʺLibro donde se han puesto todas las cuentas de los
acreedores de Juan de la Cueva, banco público que fue desta ciudad que faltó a 16 de mayo, según
su relación jurada y libros y otros autos del Tribunal del Consulado... Hecho para mayor
inteligencia por el auto de los señores Prior y Cónsules Antonio de Rosas, Juan Delgado de León y
Miguel de Oxirando por don Luis Navarro Diez, juez que fue de la quiebra del dichoʺ, año 1635.
22. Rodríguez Vicente, ʺUna quiebra bancariaʺ, 715.
23. Castellanos y Mortedo quebraron con 142 millones 451,208 maravedís contra 290 millones
573,248 maravedís de Cueva. Sobre Castellanos cf. Emelina Martín Costa, ʺLa Casa de
81

Contratación, garante de un banquero en quiebra: Juan Castellanos de Espinosaʺ, IX Congreso


internacional de Historia de América, (Sevilla: AHILA, 1992).
24. AGI Lima 107. Carta del Consulado de Lima al rey. Lima, 22 de junio, 1635. AGN Alonso Jacome
Carlos #955. Acuerdo de acreedores de Juan de la Cueva, f. 207r-217r. Agradezco a Fred Bronner
esta última referencia.
25. En junio de 1635 comenzó la almoneda de los bienes raíces, luego de haberse emitido un auto
en donde se darían ʺmuy grandes comodidades... a quien descubriere bienesʺ del banquero.
Suardo, Diario, II, 87.
26. AGI Lima 45. Carta de Chinchón al rey. Lima, 17 de junio, 1635; AGN Pérez Gallego, #1441 y
#1442.
* FUENTE DEL CUADRO 2.1: AGN Cristóbal de Vargas #1992, f. 990r-992v. Sánchez Vadillo #1771,
976r-989r; #1778, 2196v-2207v, 2369r-2375v; #1779, f. 49r-50v; #1782, f. 969r-977v. Nieto
Maldonado#1215, f. 220r-221v, 222r-v; #1216, f. 1551r-1553v, 1554r-V. #1217, f. 1247r-1253r;
#1218, f. 1663r-1665v, 1701r-1704v, 2197r-v; #1222, f. 1895r-1899v; #1228, f. 134r-135r; #1233, f.
1824r-1826v; #1234, f. 2625r-2626v, 2681r-2682r; #1235, f. 571r-572v. Juan de Valenzuela #1963, f.
583r-591v. Bartolomé de Cívico #321, f. 2456v-2461r; #322, s/fol. Antonio de Trevejo #2075, f.
989r-992v. AGN Casa de Moneda legajo 1.
FUENTE DEL CUADRO 2.2: AGN Valenzuela #1948, f. 724r-725v, f. 984r-985r; #1949, f. 3r-4v; #1963, f.
583r-591v. Sánchez Vadillo #1783, f. 1387r-1432v. Francisco de Acuña #10, f. 359r-360v. Nieto
Maldonado #1212, f. 1495v-1496; #1216, f. 2194v-2195; #1218, f. 2433v-2434r; #1219, f. 98v-99r. AGI
Escribanía de Cámara 509-D.
27. Todo pasó a manos de doña Fulgencia de Lugo. Incluso la hacienda Llaucán, con cuya renta se
fue pagando a los acreedores, fue arrendada por doña Fulgencia y su hijo, Agustín de la Cueva,
entre 1654 y 1699. En 1706 otro descendiente, Joseph Felipe de la Cueva, arrendaba Llaucán. AGN
Real Tribunal del Consulado, Concursos, leg. 232.
28. Suardo, Diario, II, 80-81.
29. Ibid., II, 97. En 1636 se le mandó hacer una jaula especial en un calabozo, ʺcon mangles de dos
varas y quarta de largo y dos de ancho para encerrar en ella a Juan de la Cuevaʺ, Ibid., II, 135.
30. AGI Lima 47. Memorial de Juan de la Cueva. Lima, 24 de febrero, 1636.
31. AGI Lima 49. Carta de Chinchón al rey. Lima, 9 de mayo, 1639, f. 55r-v; Suardo, Diario, II, 200.
32. Era mayordomo desde el 15 de junio de 1628 (nombramiento ante el escribano Juan de
Tamayo y Mendoza). Véase diferentes ʺconciertosʺ para obras de carpintería, albañilería y
pintura en AGN Francisco Hernández #839, f. 878r y 881r; Nieto Maldonado #1222, f. 3028r-3029v;
#1225, f. 3542v-3543r; #1228, f. 377v-378v.
33. Suardo, Diario, I,19. El retablo fue hecho por el escultor Pedro de Noguera, quien sostuvo luego
un pleito con Cueva por ʺlas demasíasʺ que le mandó hacer, cf. AGN Antonio de Trevexo #2075, f.
1257r-1258v; Torres de la Cámara #1897, f. 143r-144r. El concierto para el tabernáculo lo hizo con
el escultor Pedro de Mesa, Valenzuela #1946, f. 988r-989v.
34. Poder de JDC al contador Juan Gabriel Rodríguez, secretario del rey, y al bachiller Francisco
de Loyzaga y a Miguel de Orellana, residentes en la corte de S.M. AGN Nieto Maldonado #1232, f.
1381v-1382r. Poder de JDC a fray Francisco de la Cueva, residente en Sevilla. Valenzuela #1967, f.
431r-v.
35. AGN Consulado 232. R.C. del 30 de enero, 1636. Inserta en el Cuaderno de prorratas. Concurso
de Juan de la Cueva, f. 90r y ss. AHL, LTC-1. Testimonio de cédula de sobre quiebra de Juan de la
Cueva. Madrid, 30 de enero, 1636 y AHL, LTC-1, 4 de noviembre, 1639.
36. AGI Lima 162. Juan de la Rua y otros al rey. Lima, 20 de mayo, 1635.
37. AGI Escribanía de Cámara 509-D. Declaración de Pedro Alvarez de Hinostroza, f. 308v y ss.
Duarte Fernández fue, en 1626, visitador oficial del arzobispado, AGN Nieto Maldonado #1217, f.
99r-v.
82

38. AGI Lima 572. Libro de oficio. R.C Madrid, 4 de abril, 1640, f. 136r-137r. También se acusó al
Consulado de no proceder correctamente y la audiencia intentó entrar en su jurisdicción. Por
este motivo, el Consulado se vio obligado a enviar al Consejo una copia de lo actuado, que es el
expediente de AGI Escribanía de Cámara
39. AGI Lima 51. Carta de Mancera al rey. Lima, 17 de mayo, 1643, f. 6r-v.
40. AGI Lima 52. Carta de Mancera al rey. Callao, 26 de junio, 1644, f. 19r-22v. De los jueces,
Antonio de Villela y Juan de Peñafiel lo condenaron a muerte; Diego Gómez de Sanabria, Martín
de Arriola, Antonio de Catalayud y el doctor Jacobo de Adaro lo condenaron al destierro. En otra
carta, el virrey afirmaba que la opinión sobre Cueva estaba dividida: ʺunos [lo] tienen... por reo
de muerte y otros le dan todo lo que él puede desear en el estado en que se hallaʺ. AGI Lima 51.
Carta de Mancera al rey. Lima, 13 de junio, 1642; y también, AGI Lima 50. Carta de Mancera al rey.
Lima, 8 de junio, 1641, f. 160r.
41. AGI Lima 25. Carta de Juan de la Cueva al rey. Lima, 17 de agosto, 1646.
42. AGN Consulado, leg. 19, libro 84. Cf. también AGN Inquisición, Contencioso, leg. 61. Informe
del receptor del Santo Oficio, licenciado Francisco Garrido, año 1793, f. 10r y ss. Garrido hizo en
1795 una relación detallada de la manera como se fue pagando a los acreedores, luego de revisar
ʺlos 7 cuadernos de que se compone el procesoʺ. Como bien dice, aunque llevan como título
ʺConcursoʺ, en realidad son disputas en torno a la administración y arrendamiento de la
hacienda Llaucán. Algunos de ellos todavía se conservan. AGN Consulado, leg. 35, libro 137. ʺLibro
ajustamiento de la caja de este Consulado en que está la plata de los efectos de Juan de la Cuevaʺ,
1650-1652; AGN Consulado, leg. 53, libro 197. ʺLibro tercero de junta de los bienesʺ, 1671-1808;
AGN Consulado, leg. 232. Concurso de Juan de la Cueva, 1637-1821; y AGN Cámara de Comercio,
leg. 37. Concurso de Juan de la Cueva. Expedientes sobre la hacienda Llaucán, 1825-1852.
43. El escribano González de Balcázar (#782), consternado por los acontecimientos, escribía al
final del abecedario de sus registros del año 1635: ʺSubçesos que han sucedido en esta ciudad de
los Reyes este año de 35: la quiebra del banco, lo de Rafael de San Pedro [Juzgado de bienes de
difuntos], la cobranza del donativo, lo del depositario general, lo del receptor general de penas de
cámara, el secuestro de los franceses, la prisión de los judíos, el estanco de la nieve, el estanco de
solimánʺ.
44. AGN Inquisición, Contencioso 61, cuad. 709, f. 45r y ss.
45. AGI Panamá 2. Relación del Consejo de Indias. Madrid, 28 de junio, 1646. Según el licenciado
Pedro Ramírez del Águila, en Chuquisaca, hacia 1639, el negocio de dar ʺdinero a dañoʺ estaba
ʺescarmentado por las malas pagas que hayʺ, Noticias políticas de Indias y relación descriptiva de la
ciudad de La Plata. (Sucre: Imprenta Universitaria, 1978), 66.
46. Cf. Suárez, Comercio y fraude, 45 y ss.
47. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 132r.
48. Francisco Caballero estaba a cargo del escritorio que había en el segundo patio. Martínez de
Soto trabajaba con Cueva desde 1617, cuando llegó de España; luego se fue a hacer negocios en
Tierra Firme y regresó en 1627; en realidad, estaba todo el tiempo de viaje y cuando podía lo
ayudaba en el despacho del banco. Ibid., f. 210r. Juan de Barrena aparece como cajero (ʺoficial
mayorʺ) del banco en 1631. ʺJuan de la Cueva contra el Bachiller Thomás de la Torre, presbítero,
por 400 pesosʺ. AAL Causas Civiles 38, año 1631.
49. AAL Causas Civiles 38. Declaración de Juan de la Cueva, año 1631, f. 15v. Es muy difícil
encontrar libros de mercaderes para esta época. Una excepción son los libros confiscados por la
Inquisición a los judíos portugueses, cf. AGN Inquisición [Contencioso] y Archivo Nacional de
Santiago; véase con respecto a los fondos de este último archivo, Teodoro Hampe, ʺLa Inquisición
peruana en Chile. Catálogo de los documentos existentes en el Archivo Nacional de Santiagoʺ,
Revista Andina, 27 (1996):149-195; Pedro Guibovich Pérez, En nombre de Dios. Estudios y documentos
sobre la Inquisición de Lima, (Lima: Ediciones del Congreso del Perú, 1998). Para un estudio sobre la
forma en que se llevaban los libros, ver Joseph Vlaemminck, Historia y doctrinas de la Contabilidad,
83

(Madrid, 1961); José María González Ferrando, ʺLos libros de cuentas de la familia Ruiz,
mercaderes-banqueros de Medina del Campo (1551-1606)ʺ (manuscrito); Juan de Hevia y Bolaños,
Laberinto de comercio terrestre y naval, (Lima, 1617), libro II, cap. 7 y 8, en donde resume lo legislado
acerca de la forma de llevar, los libros de comercio y rendir cuentas.
50. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 201r-v, 203r.
51. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 204r-205r.
52. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 189v-190v, 203v.
53. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 190v-192v.
54. En el libro de compras decía lo siguiente: ʺbarras que entregó por su quenta Juan de Figueroa
en 5 de mayo y su valor se le hizo bueno al dicho Juan de Figueroa en su quenta corriente en el
libro largo del año pasado de 634 a foxas 204 donde se ajustó la dicha cuenta y el resto se pasó al
libro deste año de 35 a foxas 101ʺ, AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 192v-193v.
55. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 195r-196v.
56. Se ha encontrado un traslado de la cuenta corriente de Fernando Farfán (del año 1635) en el
banco de Cueva. El escribano Diego Pérez Gallego cotejó los libros mayor y manual. El ʺhaberʺ
tenía partidas como las siguientes:
ʺFernando Farfán.
- Ha de aver a foxas 195 [del Mayor]; 350 pesos. Y en el Manual a la dicha foxa en 3 de marzo del
mismo año de 1635 está una partida del tenor siguiente:
Pedro de Chavarría deve 350 pesos que libró por cédula a Fernando Farfán ...
- Ha de aver a 195; 100 pesos. Y en el dicho Manual a la dicha foxa y en el dicho día está la partida
siguiente:
Juan de Ocadiz Salvatierra deve 100 pesos que libró por cédula Thomás de Arteaga por alcovaras?
que le compró y por contenta del dicho los hago buenos a Fernando Farfán.
- Ha de aver a 205; 40 pesos. Y en el dicho Manual en la dicha foxa está una partida del tenor
siguiente:
Pedro de Valladolid deve 40 pesos que libró por cédula a Fernando Farfán por hilo de fierro que le
compró...
- Ha de aver a 212; 140 pesos. Y en el dicho Manual... Francisco Ordónez de Mendoza deve 140
pesos que libró por cédula a Alejandro Vajel por mercadurías y por contenta del dicho los hago
buenos a Fernando Farfán y buenos al dicho /.../ʺ.
AGN Audiencia de Lima, Causas Civiles, leg. 96. Autos seguidos por Fernando Farfán contra
Bartolomé González de Aranzamendi por cantidad de pesos, año 1635, f. 66v-71v.
57. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 278r-v.
58. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 279r.
59. AGN Juan de Zamudio, #2038, f. 1585r.
60. AGN Juan de Zamudio #2044, f. 1238r-1238v. Ocho días después, el comerciante Juan de Ocadiz
Salvatierra le firmaba otra carta de pago por haber recibido una barra de los ahora 18 mil pesos
que habían en la cuenta de Lope de Larrea. AGN Juan de Zamudio #2044, f. 1244r.
61. AGN Sánchez Vadillo #1771, f. 972r-974v.
62. AGN González de Balcázar #778, f. 15r. A veces, estos pagos se hacían a terceros. Alonso
Vizcaíno, morador de Lima, sacó 900 pesos del banco de la cuenta de Juan Báez de Suárez,
mercader, actuando en nombre de Fray Francisco Guerra, comendador del convento de La
Merced de Camaná (Arequipa). AGN Juan de Zamudio #2027, f. 1699r-1700r.
63. Rodríguez Vicente transcribió la lista de acreedores que encontró en AGI Escribanía de
Cámara 509-D en ʺUna quiebra bancariaʺ, 725-739. En los archivos de Lima hay otra copia en AGN
Consulado, leg. 19, libro 84, año 1635.
64. AGI Lima 109. Carta del cabildo al rey. Lima, 1 de junio de 1635. Prácticamente todos los
notarios de este período contienen escrituras en las cuales participó Cueva, ya sea como principal
o intermediario de transacciones.
84

65. Cf. AGN Inquisición, Contencioso, leg. 18. ʺMemoria de la plata que a entrado en poder de
Juan de la Cueva por quenta de Garcí Méndez, relaxado por este Santo Oficio desde el día de su
prisiónʺ, f. 326r-330v; ʺDeclaración de Juan de la Cuevaʺ, f. 377r; ʺPartida del bancoʺ, f. 381;
ʺMemoria de la plataʺ, f. 417; ʺJuan de la Cueva. Certificado de depósitoʺ f. 429 y ss., año 1631;
también AGN Inquisición, Contencioso, leg. 11 (año 1622-23). Una relación detallada de los
deudores titulares se puede ver en AGN Inquisición, Contencioso, leg. 61. ʺCopia simple de las
cantidades de pesos que le pertenezen al Real Fisco del Santo Oficio... en el concurso formado a
los bienes del banquero Juan de la Cuevaʺ, año 1793. Ver también AGN Inquisición, Contencioso,
leg. 21. ʺCorrespondencia del Inquisidor al Consejo Superior General de Españaʺ, letra J, año
1633-34; y leg. 23 (año 1634-35); leg. 24, cuad. #2 y #13 (año 1635); leg. 29 (año 1635), leg. 31, 32 y
33 (año 1635), leg. 34 (año 1635-36), leg. 39 (año 1636) y leg. 82 (año 1642) para diversos reclamos
de depositantes. Sobre las actividades de los portugueses, quienes dominaban la trata de eslavos
y el tráfico de joyas, cf. Frederick Bowser, El esclavo africano en el Perú colonial, 1524-1650, (México:
Siglo XXI, 1977), capítulos 2 y 3; Germán Peralta Rivera, Los mecanismos del comercio negrero, (Lima:
Kuntur, 1989); y Susie Minchin Leme, ʺLa vida de un converso en la Lima de principios del siglo
XVII: Manuel Bautista Pérezʺ, (Lima: Memoria de bachiller inédita, PUCP, 1993), quien estudia el
caso de uno de los más importantes comerciantes portugueses, amigo estrecho del banquero Juan
de la Cueva.
66. AGN Audiencia, Causas Civiles, leg. 96, f. 125r.
67. AGN Audiencia, Causas Civiles, leg. 96, f. 126v.
68. AGN Consulado, leg. 19, libro 84; AGN Bartolomé de Cívico #332, f. 1286v.
69. AGN Valenzuela #1955, 809r.
70. AGN Cívico #333, f. 2678r-2679v; Nieto Maldonado #1232, f. 78r-v.
71. Cf. p.e. AGN Juan de Zamudio #2044, f. 1219r, 1325r.
72. AGN Pérez Gallego #1440, f. 29r-v.
73. AGN Valenzuela #1951. Provisión del virrey a Juan de la Cueva, f. 249v-252v. Asimismo,
muchos albaceas depositaban en el banco los bienes dejados en herencia o los jueces los
colocaban allí si estaban en litigio; en 1631, por ejemplo, la justicia ordenó el pago de 5,140 pesos
a los herederos de doña Bernarda de Lagos, AGN Aguilar Mendieta #64, f. 191. Muchas personas
encargaban expresamente al banquero ser albacea y colocar el dinero en el banco; Gaspar Ortiz le
encargó de esta forma la custodia de 10,195 pesos que dejó luego de su muerte, AGN Valenzuela
#1948, f. 577r-v. Otras veces los depósitos podían ser por causas extraordinarias. El mercader
Domingo de Olea —quien había sido herido a traición— pregonó que había depositado en el banco
cuatro mil pesos como recompensa para la persona que le dijese quién le había herido. Suardo,
Diario, II, 67.
74. El 8 de octubre de 1625, Cueva se obligó a entregar al convento cien pesos mensuales de la
dote de doña Francisca de Villalobos de los dos mil pesos ensayados del total de la dote que
estaban depositados en el banco. Además, como diputado del Colegio de Doncellas de la Caridad,
Cueva debía entregar 600 pesos que le debían al convento, junto con más dinero que debía cobrar
de diversas personas. AGN Valenzuela #1943, f. 778v-781r. Doña Luisa María Franco, monja de La
Encarnación, le dio poder a Cueva para cobrar del depositario general los 1,500 pesos que tenía de
los bienes de sus abuelos, que luego le entregaría en su cuenta, AGN Aguilar Mendieta #60, f.
41r-42r.
75. Cf. Hobermann, Mexico's Merchant Elite, 61-62; y especialmente Von Wobeser, El crédito
eclesiástico, 43-48,133-144; y Jean-Pierre Berthe, ʺContribución a la historia del crédito en la
Nueva España (siglos XVI, XVII, XVIII)ʺ, Chamoux, et al., Prestar y pedir prestado, 30 y ss.
76. AGN Jerónimo de Valencia #1920, f. 524r-v.
77. Las barras valieron 12,350 pesos 7 reales de a ocho; la diferencia de 2,350 pesos siete reales ya
la había pagado Cueva. AGN Nieto Maldonado #1233, f. 1638r-1639r. El presbítero Francisco de
85

Virues también recibió una obligación en su favor cuando el banquero tomó 5,400 pesos de su
depósito. AGN Pedro Juan de Rivera #1627, f. 35v-36r.
78. AGN Nieto Maldonado #1218, f. 2135r-2137v.
79. AGN Juan de Valenzuela #1964, f. 110r-114v.
80. AGN López de Mallea #979, f. 523v-524v.
81. AGN Nieto Maldonado #1224, f. 37r-v.
82. AGN Sánchez Vadillo #1765, f. 174r-176v.
83. AGN Antonio de Xibaja #733, f. 328r-329r. Además le permitía tomar para sí 1,785 pesos por
dinero que le había prestado para satisfacer sus ʺnecesidadesʺ.
84. Luego agregaba que los tomara para sí por ʺotros tantosʺ que le había prestado en su banco.
AGN Torres de la Cámara #1896, f. 984r-985r.
85. AGN Nieto Maldonado #1210, f. 931v-934r.
86. AGN Pedro Juan de Rivera #1625, f. 600r-v.
87. En 1624, Pedro Laynes, vecino de Sevilla, debía cobrar una deuda de 1,500 pesos que le había
cedido María de Salazar contra Jerónimo de Miranda, minero de Castrovirreina. Laynes le
extendió un poder a don Juan Fermín, vecino de Lima, para cobrar los pesos; y éste, mediante una
ʺsustituciónʺ, le entregó un poder a Cueva para cobrarlos. AGN Valenzuela #1941, f. 824r-826v. En
una escritura posterior, Cueva declaró que los 1,500 pesos pertenecían a Fernando Félix de
Porras, corredor de lonja, pues éste se los había pagado a Fermín en el banco, Ibid. f. 819r-v.
88. AGN Nieto Maldonado #1228, f. 589v-590r. Montenegro debía entregar los pesos en Quito a
Vilan y, en el término de un mes, remitir a Cueva todas las escrituras que certificasen la entrega.
89. AAL Causas Civiles, leg. 33, año 1628.
90. Suárez, Comercio y fraude, 67. Allí se puede ver cómo una fracción menor de las remesas de
Cueva a España las efectuaba como agente intermediario.
91. La compañía se había formado para la venta de negros. Marcos de Vergara tenía en su debe
116,938 pesos y en su haber 108,974 pesos, por tanto le debía a Melchor Malo 8,200 pesos y tantos
reales. AGN Nieto Maldonado #1221, año 1629, f. 1210r-1214v.
92. AGN Nieto Maldonado #1216 (9-9-1625), f. 1838v-1839r. Otro mercader potosino, Juan
Clemente de Fuentes, hacía los mismo, remitiéndole plata de las ʺprovincias de arribaʺ y girando
libranzas contra el banco, AGN Nieto Maldonado #1220, f. 1821r-1822v.
93. AGN Nieto Maldonado #1215, f. 745r-v.
94. AGN Pedro Juan de Rivera #1625, f. 375r-v.
95. AGN Nieto Maldonado #1226, f. 684r-685r.
96. En 1627, por ejemplo, el factor Céspedes de Huerta le cedió a Cueva los 400 pesos de la merced
que el virrey Guadalcázar le había dado en Saña; Cueva recibió una libranza del corregidor de
Saña, don Josephe de Castro, contra Rodrigo de Ávila, quien le pagó la suma al banquero. Cueva
terminó dando una carta de pago a don Jerónimo de Campoverde, regidor, quien formalmente
hizo el pago por el corregidor Castro. AGN Pedro Juan de Rivera #1624, f. 284v.
97. AGN González de Balcázar #773, f. 173r-174v.
98. AGN Nieto Maldonado #1217, f. 39v-61v.
99. De los 10,643 pesos que entregó Cueva a Guadalcázar, 5,500 fueron entregados por libranza de
López desde el Cuzco. AGN Valenzuela #1953, f. 642r-v. Al mes siguiente, Guadalcázar recibía
otros 5,432 pesos del banquero de la venta que hizo López de un ʺbraseroʺ de plata en el Cuzco;
esta vez el marqués dejó instruccciones expresas para que todo su dinero fuera remitido al banco
de Cueva, quien lo debería guardar hasta que supiese su lugar de residencia en España. Luego se
lo enviaría a la Península con una persona ʺseguraʺ. AGN Valenzuela #1952, f. 80r-81r.
100. AGN Nieto Maldonado #1216, f. 2185v-2186v; #1217, f. 46v-47r; #1218, f. 2491v-2492r; #1222, f.
2743r-v; #1225, f. 1844v-1845r. AGN Pedro Juan de Rivera #1619, f. 1290r-v;
101. AGN Nieto Maldonado #1215, f. 663v-665r; #1219, f. 687v-689r; #1220, f.l762r-v; #1221, f.
1549v-1550v; #1232, f. 416r-v; Cristóbal Rodríguez de Limpias #1654, f. 129r-v. Incluso el padre
86

Huésear le recomendó a Cueva anular los poderes para cobrar que había dado a otras personas en
Potosí, para así poder actuar con más facilidad, AGN Nieto Maldonado #1220, f. 1804r-v.
102. AGN Nieto Maldonado #1212, f. 1586r-v; #1215, f. 663v-665r. En 1626, por ejemplo, Cueva le
ʺdescontóʺ una cesión al padre Alonso Fuertes, y le cargó 1,090 pesos ensayados en su cuenta;
Cueva debía luego cobrarlos al corregidor de Abancay, don Cristóbal Sánchez Zorrilla, Nieto
Maldonado #1218, f. 1973r-1974r. Para las remisiones cf. Suárez, Comercio y fraude, anexo X, 115.
103. Al parecer el uso de estos papeles se hallaba difundido. En una real cédula del 4 de junio de
1641, por ejemplo, el rey mandaba no hacer novedad en escribir ʺlos vales de dévitos y otros
contratos en papel ordinarioʺ (y no en papel sellado) y que pudiesen presentarse así ante los
jueces. AGI Lima 52. Carta del virrey a S.M. Lima, 18 de abril, 1644.
104. Según el Diccionario de la Real Academia, ʺA la ordenʺ es una expresión que denota ser
transferible, por endoso, un valor comercial. Para Nueva España, Thomas Calvo ha encontrado en
ciertas obligaciones notariales ʺverdaderas letras de cambio rudimentariasʺ, ʺUn mercado
monetario: Guadalajara en el siglo XVIIʺ, Chamoux, et al., Prestar y pedir prestado, 74. La mayoría de
estudios sobre letras de cambio ha sido hecha para México de los siglos XVIII y XIX. Según David
Brading, en la Nueva España del siglo XVIII la libranza era una letra de cambio que sólo se
empleaba en el comercio interno, a menudo servía como circulante y no tenía la formalidad de
los instrumentos internacionales; además, no llevaba fecha límite para su liquidación y era
endosable, cf. Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), (México: FCE, 1975), 143.
Pedro Pérez Herrero coincide con Brading al afirmar que el uso de la letra de cambio se
generaliza en México en la segunda mitad del siglo XVIII, y la única diferencia que encuentra
entre libranzas y letras de cambio es que las libranzas se usaban sólo localmente, cf. Plata y
libranzas en la articulación comercial del México borbónico, (México: El Colegio de México, 1988), 222 y
ss. El trabajo de Francisco Javier Cervantes Bello para el siglo XIX también considera ambos
términos como sinónimos: ʺLa letra o libranza fue un documento que permitió diferir los pagos
en el tiempo y lugar (a veces también con cambio de moneda), a la vez que utilizar créditos a
favor para cubrir deudas en contra. Por lo tanto, actuaba como medio de circulación y crédito.
Para pagar una deuda, un comerciante (girador o librador) emitía una orden de pago a través de
la letra a favor de su acreedor (beneficiario o tomador) para pagarse en una fecha y lugar
convenidos. El documento iba dirigido a quien debía pagarlo, un deudor del girador. El
beneficiario podía cobrar la libranza o endosarla y utilizarla para pagar una deudaʺ; ʺLas letras
de cambio en Puebla (1848-1856). Un estudio a partir de los protestosʺ, Ludlow y Silva Riquer,
eds., Los negocios y las ganancias, 60-82. Para el caso argentino cf. Samuel Amarai, ʺLas formas
sustitutivas de la moneda en Buenos Aires (1813-1822)ʺ, Cuadernos de Historia Numismática y
Ciencias Históricas, vol. VII (1981): 37-61; y ʺMedios de cambio no metálicos en Buenos Aires a
principios del siglo XIX. Letras de cambio y letras secasʺ, Cuadernos de Historia Numismática y
Ciencias Históricas, vol. IX (1982): 45-55.
En el comercio atlántico la letra también recibía el nombre de cédula o libranza, según se
desprende de un pleito entre Manuel Martínez y Francisco Marroquí por incumplimiento del
pago de la letra, ʺcédula o libranzaʺ siguiente: ʺPagará V.Md. Señor capitán Francisco Marroquí a
Manuel Martínez marinero que bino de Santo Domingo por tal marinero de mi navío 776 reales
de plata que se los devo por su soldada que biene ganando en el dicho mi navío y póngalos V.M.
por quenta de los fletes que e de aver de las mercadurías que truxe registradas en el dicho mi
navío que con esta y su carta de pago serán bien dados. Fecha en dos de junio de 1614 años. /Son
776 reales de plata/a 8 días vista/ Andrés Montalvo./Acetada para de oy en 15 días de la fecha
desta ques antes de tres de junio 1614 años y se pagará a tiempo. Firmado: Francisco Marroquíʺ.
AGI Contratación 789, f. 2r.
105. Para ejemplos de algunos ʺchequesʺ véase Henri Lapeyre, ʺLos orígenes del endoso de letras
de cambio en Españaʺ, Moneda y Crédito, Revista de Economía (Madrid) (marzo, 1955): 3-19.
106. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 114r-115v.
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107. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 105r.


108. Padilla recibió la ʺdicha plata que el dicho JDC me tiene fecho buenos en el libro de su
bancoʺ. AGN Nieto Maldonado #1232, f. 620v.
109. AGN Nieto Maldonado #1232, f. 147r.
110. El endoso fue una práctica frecuente en España sólo en la última década del siglo XVI y se
aplicó a diversos documentos como letras de cambio, cartas de crédito y cheques. Cf. Lapeyre,
ʺLos orígenes del endoso de letras de cambioʺ.
111. Escribanía de Cámara 509-D, f. 114v-115r. Una partida del libro manual del banco refleja las
múltiples transferencias que se hacían: ʺHa de aver a foxas 242; 400 pesos. Y en el dicho Manual
en la dicha foxa en 14 de marzo del dicho año está una partida del tenor siguiente: Juan de la
Cerna deve 400 pesos que libró por cédula a Marcos de Vergara que se los da por libranza de
Cristóbal Gómez? ... y por contenta del dicho los hago buenos a Fernando Farfánʺ. AGN Audiencia
de Lima, Causas Civiles 96, f. 66v.
112. AGN González de Balcázar #785, f. 276r. Otra ʺcédula de bancoʺ decía lo siguiente: ʺEstán en
mi poder y banco 4,000 pesos de a ocho reales que exibió Francisco de Estrada mayordomo del
hospital de Nuestra Señora Santa Ana para que se le den por el tanto las mejoras de unas casas de
por vida que se remataron en Francisco de Urquizu por bienes de Bartolomé González de
Aranzamendi cuya propiedad es del dicho hospital los quales pagaré a quien mandare la justicia
bolbiéndome esta cédula original. Fecha en Lima a 11 de mayo de 1635 años. Juan de la Cueva.ʺ
AGN Audiencia de Lima, Causas Civiles, leg. 96, f. 87r. Del mismo modo, cuando el arzobispado
mandó poner en depósito ciertas sumas en la causa de divorcio entre María de Santa Ana y
Gabriel de Espinosa, exhibieron un vale del banco de Cueva por 653 pesos, con lo cual las
autoridades quedaron satisfechas. AAL Registros y fianzas, leg. 1, 27 de marzo, 1632.
113. AGN González de Balcázar #780, f. 475r-476v.
114. AGN González de Balcázar # 776, f. 388v-389r.
115. AGN Nieto Maldonado #1234, f. 1957r-v.
116. AAL Causas Civiles leg. 38, f. 2r.
117. Suardo, Diario, II, 38.
118. AAL Causas civiles, leg. 38, f. 3.
119. AAL Causas Civiles, leg. 38, f. 8r-v.
120. AAL Causas Civiles, leg. 38, f. 14v-15v.
121. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 283r.
122. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 284r. Una vez ajustada la cuenta se supo que Zurita debía
al banco 3,164 pesos, que fueron cobrados luego por la Inquisición.
123. AGI Escribanía de Cámara 509-D, f. 251r-v. Fueron testigos los cajeros del banco.
124. En el apéndice 3 se explica la metodología empleada.
125. AGN Nieto Maldonado #1221, f. 168r-v.
126. AGN Nieto Maldonado #1230, f. 3097r-v. Martínez de Uceda se comprometió a pagarle los
pesos en cualquier momento, puestos y pagados a su costa y riesgo.
127. AGN Nieto Maldonado, #1226, f. 1328r-v.
128. AGN Cristóbal Rodríguez #1642, f. 294v-295v.
129. AGN Jerónimo de Valencia #1920, f. 713r-v.
130. AGN Nieto Maldonado #1229, f. 1981v-1986v.
131. AGN Nieto Maldonado #1227, f. 2539v-2540v.
132. AGN Sánchez Vadillo #1767, (1628), f. 2209r-2219r. Las casas quedaron ʺtácita y
espresamente obligadas e ypotecadas...a pagar a mí el dicho Juan de la Cueva los dichos 17,300
pesos de ocho reales hasta en tanto que me los pagase y que no las avía de poder vender enaxenar
ni traspasar a ninguna personaʺ. Para pagar a Cueva, doña Inés pidió al maestro don Alonso de
Coca, clérigo presbítero, ʺque le de a censo sobre las dichas casas 12,000 pesosʺ, los cuales se
entregaron al banquero como parte de pago. En 1630, doña Inés vendió las casas al doctor Luis
88

Merlo de la Fuente en 20,300 pesos, de los cuales 5,300 fueron entregados a Cueva. AGN Sánchez
Vadillo #1771, f. 990r-998v.
133. AGN Bartolomé de Cívico #333, f. 2513r-v.
134. AGN Bernardo de Quiroz #220, f. 260r-261v. Otro caso es la obligación por 1,887 pesos
firmada por Juan de Esquivel, vecino de Lima, a quien Cueva le ʺprestó [4,887 pesos] para efecto
de los exhibir ante el señor Provisor Arzobispado para satisfacer la segunda paga de la cantidad
en que compré unas casas en esta ciudadʺ. AGN Nieto Maldonado #2537v-2538r.
135. AGN González de Balcázar #770, f. 901r-v.
136. AGN Juan de Valenzuela #1935, f. 435r-436r.
137. AGN Juan de Valenzuela #1935, f. 1212r-v.
138. AGN Nieto Maldonado #1219, f. 770r-v.
139. AGN Nieto Maldonado #1219-1220, f. 197r-198r.
140. AGN González de Balcazar #772, f. 49r-50v.
141. AGN Gonzáles de Balcázar #763, f. 643v-644v.
142. AGN Pedro Juan de Rivera #1626, f. 438v-439v.
143. AGN Carrión #272, f. 136r-137r; Nieto Maldonado #1222, f. 3026v-3027v. En 1626 el cabildo le
dio poder al banco para cobrar a Juan Pérez de Prado y Sebastián de Meneses 1,444 pesos de
ʺrenta de la mojonería desta ciudad y del puerto del Callaoʺ, Carrión #271, f. 142v-143v.
144. AGN Juan de Zamudio #2047, f. 1414r-v.
145. AGN Nieto Maldonado #1213, f. 725v-726v.
146. Solórzano, Política indiana, IV, 72. Cf. también Berthe, ʺContribución a la historia del
créditoʺ, Chamoux, et al., Prestar y pedir prestado, 35-36, quien, brevemente, describe alguna de
estas prácticas en México.
147. AGN Nieto Maldonado #1222, f. 2300r-v.
148. AGN Nieto Maldonado #1216, f. 1980r-1981v.
149. AGN Pedro Juan de Rivera #1627, f. 355r-v; Sánchez Vadillo #1774, f. 2714r-2715v.
150. AGN Consulado, leg. 232, 9v.
151. AGN Consulado, leg. 232, f. 12r. Diego Jiménez Nuño le fletó unas muías a Baltazar González
para llevar ropa al Cuzco por dos mil pesos; González le cedió la deuda a Cueva diciendo que ʺno
embargante que por el dicho fletamiento declaro estar pagado de los dichos fletes la verdad es
que se me deben y no se me a pagado cosa alguna dellosʺ. AGN Nieto Maldonado #1215, f.
674r-675r.
152. AAL Causas Civiles, leg. 38, año 1631. Aparecieron varios testigos que declararon que,
efectivamente, Aranzamendi sacó plata de las minas, que tenía varios mayordomos y que colocó
indios para trabajar en las vetas. Coincidentemente, Cueva tenía tratos con Aranzamedi y sus
hermanos; en 1628, por ejemplo, el minero firmó una obligación en favor de Cueva por 7,848
pesos por ciertos ʺmarcos de plata blancaʺ (no quintada) que le entregó Cueva, al precio de siete
pesos y medio el marco. AGN González de Balcázar #775, f. 195r-196r. Asimismo, Cueva aparece
quintando barras en la caja de Lima, AGI Contaduría 1708, año 1619-20, f. 1-4; año 1621-22, f. 1-5;
Contaduría 1709, año 1622-23, f. 1-8; Contaduría 1710, f. 1-4; Contaduría 1711, año 1626-27, f. 1-7;
Contaduría 1712, año 1627-28, f. 1-14; Contaduría 1713, año 1628-29, f. 1-7.
153. Se entiende que ya habían saldado las cuentas, pero que había firmado anteriormente dos
obligaciones ficticias en favor de Villegas para asegurar los pagos; a pesar de ello, Villegas
pretendía cobrarlas. El arriero presentó varias escrituras de ʺfiniquitoʺ para su descargo. Había
un finiquito entre éste y Gonzalo Dávila, en donde declaraban que habían tenido por mucho
tiempo ʺdares y tomares ansi de dineros que por el uno el otro a cobrado y pagas que se han
hecho en los bancos e otras quentas que han tenido como de cantidades de pesos que han tenido
por escrituras de obligaciónʺ. AGN Audiencia de Lima, Causas Civiles, leg. 73, Pedro de Monroy
contra Bernardo de Villegas por nulidad de unas escrituras, año 1627.
154. LCL, XXIII, 221.
89

155. ʺAlguna parte del acertadoʺ, en Muzquiz, El conde de Chinchón, 309.


156. Incluso se suscitó el caso de una obligación en donde se decía que el préstamo se otorgaba
ʺsin interés algunoʺ, AGN #Nieto Maldonado #1222, f. 2553r-2555r.
157. Se entendía que el plazo era el pregón de salida de los navíos y que éste podía sufrir
modificaciones. Así, por ejemplo, el 15 de febrero de 1630, Juan César, mercader de La Plata, se
obligó junto con Esteban Sanguineto a pagar 5,776 pesos cinco reales para finales de septiembre
de 1630, ʺy entiende cumplirse el dicho plazo si antes se pregonare en esta ciudad navío con
registro de plata para el puerto de Acapulcoʺ. AGN Nieto Maldonado #1226, f. 260r-262v.
158. AGN Nieto Maldonado #1212, f. 1630r-1631v.
159. AGN González de Balcázar #774, f. 12r-v.
160. AGN Francisco de Acuña #14, f. 31v-32r.
161. AGN Bartolomé de Cívico #324, f. 508v.
162. AGN Nieto Maldonado #1230, f. 3250r-3251v. Cueva cobró 4,748 pesos de los cuales 1,231 eran
intereses. Buitrón protestó por este recargo y entabló una causa ante el Consulado; sin embargo,
luego pactó con Cueva, de tal modo que el banquero se obligó a pagarle ciertas deudas
pendientes, igualmente, ʺcon los mismos intereses de los dichos 35% como lo a pagado más a 10%
de interés en cada un año de la cantidad que montare lo que ubiere devolver desde el dicho díaʺ.
Buitrón, a su vez, si después del ajustamiento resultaba deudor, se ʺobligó de los pagar... en
qualquier cantidad que sea con más los dichos 35% de ynterés sobre la dicha cantidad y demás
dello a razón de los dicho 10% de principal e ynterés en cada un año el tiempo que retuviese la
dicha pagaʺ.
163. AGN Antonio de Xibaja #730, f. 1139r-v.
164. AGN Pedro Juan de Rivera #1614, f. 672r-v. Cuando los mercaderes que llegaban de Potosí
debían entregar barras de plata, muchas veces hacían el pago en reales, reducidos al 3, 4 ó 5%.
Así, por ejemplo, Alonso de la Cueva entregó a Alonso Díaz 3,550 pesos seis reales por tres barras
de plata (2,069 pesos un tomín ensayado) ʺreducidas al 5% como costaron en la villa de Potosíʺ.
AGN Nieto Maldonado #1219, f. 619r-620v; cf también f. 359r-v, 378v-379r, 414r-v.
165. AGN Nieto Maldonado #1214, f. 1031r-1032v. En realidad, la cadena de pagos era más
compleja. Luis Guerra, vecino del Cuzco, le fletó unas muías a Melchor Gutiérrez, dueño de
recuas, por 1,500 pesos; Guerra le cedió la deuda a Sebastián Cano, ʺy por la dicha cantidad la avía
de cobrar de Andrés de Mesa por libranza del padre maestro fray Luis Cornexo, provincial de la
orden de predicadores desta provincia... y por no haber tenido efecto la dicha cobranza avemos
fecho la dicha compra y ventaʺ en virtud del poder para barata de Sebastián Cano.
El licenciado Juan de Robles, del Santo Oficio, se obligó a pagar 10 mil pesos a Cueva el 4 de
septiembre de 1624. El banquero le otorgó un poder al arzobispo, don Juan de Ocampo, para que
obligase a Robles ʺpor compra de mercaderías... hasta en cantidad que baste para que vendidas
de contado queden libres y horros de todas costas, pérdidas y daños 10,000 pesos de 8 realesʺ, si
no pagaba la deuda a fines de marzo de 1625. AGN Sánchez Vadillo #1757, f. 1411r-v, 1412r-v.
166. AGN Nieto Maldonado #1228, f. 964v., 969r.
167. AGN Jerónimo Bernardo de Quiroz #221, f. 43r-48r.
168. AGN González de Balcázar #777, f. 550r-v.
169. AGN Nieto Maldonado #1215, f. 588v-589v.
170. AGN González de Balcázar #771, f. 573r-574r.
171. AGN González de Balcázar #775, f. 386r-v.
172. AGN Valenzuela #1964, f. 881r-883r.
173. AGN López de Mallea #979, f. 508r-510v. Otras veces Cueva era muy generoso. Sabiendo que
el regidor Julián de Lorca, hijo del banquero Baltazar, estaba en apuros, le concedió cinco años de
plazo para pagar 500 pesos que le debía. AGN Valenzuela #1955, f. 409r-v.
90

Segunda parte. “Arroyo de dádivas”


91

Capítulo Tres. Los préstamos

1 Los receptores privados del crédito del banco de Juan de la Cueva fueron personas de
diversos sectores sociales y áreas geográficas. Con su sede central en Lima y sucursales y
agentes en Arica, Cuzco, Potosí, Cajamarca o Huancavelica, el banco tenía un radio de
acción muy amplio que le permitía colocar préstamos en todo el territorio. A su vez,
habitantes de provincias depositaban su dinero en el banco y desde Quito, Arequipa y
otros lugares llegaban funcionarios, mercaderes y clérigos a pedir préstamos. Algunos
necesitaban el dinero para satisfacer necesidades básicas; otros para obtener lo que
consideraban era imprescindible para llevar una vida digna, como un vestido, un coche o
inmuebles. Y un último grupo, por el contrario, recurrió al banco para llevar adelante sus
empresas productivas o comerciales. Ciertamente es muy difícil saber con exactitud cuál
fue el uso final de todos los préstamos pedidos al banco. En algunos casos, las obligaciones
notariales especificaban para qué se estaba pidiendo el préstamo. Pero la mayoría de
escrituras no hacen mención de esto. Para complicar aún más las cosas, que el banco
prestase, por ejemplo, a un comerciante, no significaba necesariamente que éste iría a
invertir el dinero en el comercio, pues podría con ese dinero comprarse una casa o pagar
una dote. Del mismo modo, un hacendado podía pedir un préstamo para emprender una
aventura en ultramar. No obstante, el mismo hecho que el banco prestase más a los
comerciantes que a los terratenientes sería significativo, pues de una u otra forma estaría
apoyando la capacidad de maniobra de los comerciantes como grupo.
2 Así, si bien el banco tuvo una amplia gama de deudores, de hecho favoreció a
determinados individuos que se dedicaban a ciertas actividades específicas. Claro que
pedir préstamos al banco no siempre tenía buenos resultados. A veces el banco cargaba
un préstamo con 35% de interés si se pagaba en el plazo fijado; pero si se ampliaba debía
pagar, además, 10% anual. El escribano Pérez Gallego ya había hecho notar que,
no es de menos incombeniente el escusar los logros a quien se dio en esta tierra
nombre propio, pues lo llaman Plata de Año [ó a daño], que estas... cosas son las que
destruyen y consumen las contrataciones de los comercios, particularmente este
don de los hombres ricos del no emplear, y dan cada año la plata que tienen con
diez por ciento de interés, esto a mucho de los que van a emplear, que después de
haber navegado no vienen a ser las ganancias para poder pagar el interés del
dinero, y hallándose imposibilitados de pagar, buelven a tomar dinero ansí el
dinero, añadiendo interés a interés, con que a pocos años quiebra 1.
92

3 Siendo estos préstamos de corto o mediano plazo, con intereses altos y con condiciones
que intentaban evitarle riesgos al prestamista, no siempre resultaban convenientes, a
menos que el deudor se dedicara a una actividad tan lucrativa como el comercio... y si no
sufría ningún percance. Si el deudor era un minero o un estanciero las cosas podían ser
muy distintas. De este modo, algunos deudores se vieron asfixiados por las deudas o sus
empresas tuvieron que funcionar dependiendo del ″avío″ del banco.
4 De modo que el banco de Cueva —y todos los demás— fue un banco comercial que, como
se verá después, también funcionó como ″banco de corte″. Este banco financió
preferentemente a los comerciantes y cumplió así un rol importante en la recomposición
de la élite en el siglo XVII al impulsar el protagonismo de los mercaderes dentro de la vida
económica, social y política del Perú virreinal. En el camino, el banco también sustentó
determinadas actividades productivas y se vinculó financieramente con el estado y la
administración, aunque el costo de esta aventura fuera, a final de cuentas, el
sometimiento de ciertos sectores a la dependencia financiera del banco y la ruina de
muchas personas.
5 Fuentes notariales y fiscales han arrojado que en los veinte años que funcionó, el banco
prestó por lo menos cuatro millones 347,999 pesos de ocho reales (unos 1,128 millones y
medio de maravedís), incluyendo los préstamos privados y al estado (ver cuadro 3.1). Su
primera colocación importante la hizo al año siguiente de su fundación, en 1616, cuando
prestó 412,232 pesos. Durante los dos años siguientes las colocaciones fueron modestas y,
desde 1619 hasta 1631, los préstamos se mantuvieron en un nivel alto. El año 1625 fue el
año récord, pues prestó más de medio millón de pesos (579,429 pesos). Como se muestra
en el gráfico 3.1, los préstamos del banco tuvieron un comportamiento oscilante, cuyo
período de mayor actividad es el que va desde 1616 hasta 1631. Las fluctuaciones de los
préstamos podrían indicar que el banco no hacía fuertes desembolsos hasta recibir los
pagos pendientes procurando, de esta manera, no caer en la insolvencia. De todos modos,
es claro que a partir de 1632 el banco redujo al mínimo sus funciones financieras, aunque
todavía en el año 1634 colocara varias decenas de miles de pesos.
93

CUADRO 3.1. Créditos totales otorgados por Juan de la Cueva (en pesos de ocho)

AGN Sección Notarial; AGÍ Contaduría 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714;
FUENTES:
AHCMP Barrionuevo leg. 57, 58, 59, 60, 61a, 62, 63, 64,65, 66, 67, 68, 69, 70.

GRAFICO 3.1. Préstamos totales de Juan de Cueva 1615-1635

FUENTES: AGN Sección Notarial; AGI Contaduría 1707, 1708, 1709, 1710,1711, 1712, 1713, 1714;
AHCMP Barrionuevo leg. 57, 58, 59, 60, 61a, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70.

6 El interés financiero de Cueva en los primeros años estuvo volcado hacia el sector público.
Sin embargo, ya desde 1620 el banquero comenzó a colocar sus préstamos en el sector
privado y, por tanto, éste se convirtió en el rubro más importante a partir de 1622 (ver
gráficos 3.2 y 3.3). Los créditos privados incluyen también las ventas al fiado, con un peso
del 29.3% (688,693 pesos) de un total de dos millones 352,848 pesos. Si comparamos
únicamente los créditos en dinero, tendríamos que las colocaciones al estado superaron a
las privadas (un millón 949,509 contra un millón 664, 155). No obstante, considerando que
94

sólo las cifras estatales están completas, es presumible que también en este caso los
préstamos privados hayan sido más elevados que los empréstitos al estado.

GRAFICO 3.2. Préstamos privados y al Estado

GRAFICO 3.2. Préstamos privados y al Estado

FUENTES: AGN Sección Notarial; AGI Contaduría 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714;
AHCMP Barrionuevo leg. 57, 58, 59, 60, 61a, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70.
95

Grafico 3.4. Préstamos privados por sectores

FUENTES: AGN Sección Notarial; AHCMP Barrionuevo, leg. 57, 58, 59, 60, 61a, 62, 63, 64, 65, 66, 67,
68, 69, 70.

7 La agrupación de los préstamos privados por ocupaciones identificadas (cuadro 3.2) nos
muestra claramente que fueron los comerciantes los más abiertamente favorecidos por
las colocaciones del banco, con más de un millón de pesos de ocho reales. Les siguen en
importancia los dueños de recuas, los corregidores, la caja real (por cesiones de personas
vinculadas al gobierno y la administración) y los mineros. Si se agrupan estas ocupaciones
por sectores (ver gráfico 3.4)2, tenemos que, igualmente, fue el sector comercial el más
favorecido por las colocaciones, con un 53% de los préstamos; en segundo lugar se ubican
los miembros del gobierno y la administración (23%) y, en tercer lugar, estarían aquellos
vinculados a la producción y manufacturas (7%).
96

CUADRO 3.2. Préstamos privados por ocupaciones (en pesos de ocho reales)

FUENTES: AGN Sección Notarial; AHCMP Barrionuevo, leg. 57, 58, 59, 60, 61a, 62, 63, 64, 65, 66, 67,
68, 69, 70. AGI Contaduría 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714.

8 0: Sin datos
9 1: Mercader
10 2: Cajonero
11 3: Dueño recua
12 4: Dueño navío/maestre
13 5: Dueño de bodegas
14 6: Caja real por cesión
15 7: Oficial real
16 8: Corregidor
17 9: Gobernador
18 11: Oidor
19 12: Militar/milicia
20 13: Guardia virrey
21 14: Otros funcionarios
22 15: Cabildo
23 16: Miembro del cabildo
24 20: Minero
25 21: Hacendado
97

26 23: Dueño de obrajes


27 2: Cajonero
28 24: Encomendero
29 30: Profesional
30 35: Artesano
31 40: Viuda
32 45: Otros
33 50: Religioso/a
34 Según los registros notariales de Lima, una sóla transacción crediticia podía oscilar entre
los 40 y los 50 mil pesos. El 45% de los préstamos se encuentra en el rango que va de uno a
4,999 pesos, lo cual demuestra que el banco, en alguna medida, difundió pequeños
préstamos. No obstante, el 55% de los préstamos fueron cantidades más considerables
(cinco mil pesos o más) colocadas a personas específicas que, de una u otra forma, se
hallarán vinculadas a las redes de Cueva. De tal modo que el banquero, a través de sus
redes crediticias, formó un gran consorcio que articuló intereses económicos, sociales y
políticos.

Hombres del rey


35 Un examen más detenido de los deudores revela quiénes fueron los receptores de créditos
del banco. En el sector administrativo y de gobierno, los corregidores, gobernadores,
oidores y los miembros del cabildo recibieron la mayor cantidad de préstamos (ver cuadro
3.3), muchos de los cuales, en particular los de menor cuantía en ese sector, fueron
pedidos para el consumo. Don Gabriel Gómez de Sanabria, por ejemplo, se endeudó en dos
mil pesos ensayados ″para el gasto hordinario de mi casa″3. El general don Francisco
Ordóñez de Valencia, vecino y encomendero de Lima, solicitó 300 pesos para cubrir con
los gastos de su hija monja4. El tesorero Alonso Ruiz de Bustillos y su mujer pidieron mil
pesos para ″redimir mis necesidades y sustento de mi casa″5. Las dotes siempre
constituían una fuente de endeudamiento para los padres que querían ver bien casadas a
sus hijas. El contador mayor del Perú, Alonso Martínez de Pastrana, pidió diez mil pesos al
banco para pagar deudas y cumplir con la dote de su hija6. Igualmente, el capitán Lorenzo
de Zárate, de la Compañía de Lanzas y Arcabuces, se endeudó por la suma de diez mil
pesos para cubrir los veinte mil de la dote de su hija7.
98

CUADRO 3.3. Deudores que ocupan cargos en el gobierno y la administración* (con más de 3 mil
pesos)

* Incluye miembros del cabildo


** Ver códigos de ocupación en cuadro 3.2 o on el apéndice 3.
FUENTES: AGN Sección notarial, apéndice 3.

36 Las deudas mayores, por lo general, suponían créditos para funcionarios que estaban
involucrados en alguna actividad productiva o en el comercio. Teóricamente, los
miembros de la administración debían estar desvinculados de la sociedad criolla, es decir,
no podían casarse ni estar relacionados económicamente con los intereses locales. La
intención de estas regulaciones era mantener la lealtad de los servidores hacia los
intereses metropolitanos o reales, para garantizar una eficiente supervisión de los
colonos y evitar un posible desequilibrio de poder en las colonias. Pero —como bien
señala Lohmann— cumplir con los requisistos de la legislación ″era una proeza
prácticamente inasequible″ para cualquier funcionario8. Así, estos últimos ingresaron a
las redes matrimoniales que enlazarían a los cargos públicos con la tierra, el comercio y la
antigua élite de encomenderos. Los matrimonios entre ″beneméritos″ o ″feudatarios″ y los
miembros de la burocracia fueron una práctica común que desafió constantemente las
leyes. Incluso los más altos funcionarios casaron con integrantes de la antigua élite de
encomenderos. El presidente del Consejo de Indias, por ejemplo, desposó a la hija de un
encomendero, la cual contrajo segundas nupcias con el oidor don Blas de Torres
Altamirano; y el presidente de la audiencia de Quito, don Antonio de Morga, desposó a
Ana María de Rivera Verdugo, ″feudataria″ de La Paz. A su vez, ″beneméritos″ y
funcionarios entablaron redes con miembros del comercio o terratenientes, de tal modo
que la élite peruana, a inicios del XVII, era un grupo en proceso de recomposición,
renovada por nuevos elementos y, por tanto, relativamente abierta9.
99

37 Asimismo, y no obstante la legislación indiana, el sistema burocrático estaba diseñado


para recurrir al uso de poderes establecidos (como, por ejemplo, los curacas). Una parte
de la administración del estado se llevaba a cabo indirectamente10, a través de asientos
que entregaban a manos privadas determinadas funciones del estado como la recolección
de almojarifazgos, alcabalas o el abastecimiento de la armada. A su vez, la venalidad de los
oficios y la ″venta de nombramientos″ llevó a miembros notables de la élite criolla hasta
altos puestos de la administración a lo largo del siglo XVII11. Pero, además, el propio
sistema burocrático había convertido al cargo público en una inversión más de la cual se
debían esperar sustanciosas ganancias. El desempeño o la adquisición de un puesto
público implicaba un desembolso que sólo podía ser compensado con las ganancias que se
esperaban obtener en el ejercicio del cargo y, de hecho, este sistema permitió que los
funcionarios pudiesen contrarrestar su pequeño sueldo con las llamadas ″grangerías″,
aunque sin excederse demasiado. De allí que se acuñase la frase de que si el rey no atendía
a sus funcionarios, a éstos les era ″lícito procurar por otra vía″12. Así, la burocracia, que
debía representar tan sólo los intereses de la monarquía, se convirtió en un ″sistema
mixto″, dentro del cual algunos funcionarios veían su oficio como un servicio público del
que debían extraer ganancias, otros como un mecanismo para potenciar sus negocios y
otros, por último, simplemente como una manera de obtener un salario13. En
consecuencia, los miembros de la administración, ya sea por redes familiares, por
negocios o por nacimiento, se vincularon directamente a los intereses locales.
38 Los funcionarios más conocidos por sus actividades mercantiles son, sin duda, los
corregidores. Había 88 corregimientos que eran otorgados por el virrey o directamente
por el monarca, según una distribución preestablecida de acuerdo con la importancia
económica y política de la jurisdicción, y según se tratara de un corregimiento de
españoles o de indios14. Al asumir el cargo, los corregidores debían presentar una serie de
fiadores, los cuales de un modo u otro participarían de las ventajas de ser cliente o patrón
de un funcionario. Ser corregidor tenía ventajas económicas manifiestas. Además de estar
investidos de autoridad gubernamental y judicial, y de supervisar a los cabildos, estos ″
ángeles custodios de los indios″ (en palabras de Solórzano) tenían a su cargo la
administración de los trabajos compulsivos y la recaudación de ciertas rentas fiscales
(como los tributos indígenas) que luego se entregaban a las cajas reales. En el interin, los
corregidores comercializaban los tributos, vendían en tambos y pulperías, hacían
compañías con los curacas y financiaban sus ″trajines″ con el dinero del rey15. Así, los
corregidores manipulaban el dinero real, usaban las conversiones de monedas en su
beneficio e, incluso, una vez entregado este dinero a las cajas reales lo tomaban ″prestado
″ para sus propios negocios16. Además, las redes que formaban con sus lugartenientes las
usaban también los mercaderes, de tal modo que la simbiosis resultaba inevitable. Por tal
razón, muchos corregidores tuvieron problemas en sus juicios de residencia o fueron a la
cárcel. Los corregidores de la audiencia de Charcas, por ejemplo, tenían crecidas deudas
de los tributos que no ingresaban a la caja real17. Los corregidores de Ica (quienes también
eran nombrados por el rey) lograron fama por sus tratos con vino y ″demás grangerías″.
Uno de ellos, Diego de Cárdenas, traficaba con mercaderías prohibidas de la China, se
hallaba envuelto en prácticas monopólicas en alianza con el limeño Juan Arias de
Valencia y el banquero Villegas y, además, era un famoso jugador18.
39 Otro corregidor, Pedro Laynes (allegado del virrey Chinchón) integraba el consorcio del
banquero Villegas y fue acusado ante el rey por sus ″tratos y contratos″19.
100

40 No sorprenderá, pues, que varios corregidores fueran, además de agentes, clientes


importantes del banco de Cueva. El corregidor don Diego de Enríquez era corresponsal del
banquero en Arica. En 1630 firmó una obligación en favor de Cueva por cuatro mil pesos,
por un ajuste de las cuentas de los ″dares y tomares que entre ambos a dos hemos tenido
de los pesos que e enviado e remitido hasta el día de hoy de la dicha ciudad de Arica e
libranzas que por mí a pagado a diferentes personas como de otras contrataciones que
hemos tenido″20. Otro funcionario, el general don Fernando de Córdoba y Figueroa,
gobernador y corregidor de Huancavelica, hacía sus tratos en ultramar a través de Cueva;
el año 1623 envió 7,555 pesos ensayados a México en barras que compró Cueva con los
depósitos en reales que guardaba en su banco21.
41 El banquero también tenía vínculos con don Pedro Osores de Ulloa, miembro notable de la
administración imperial. Nacido en Valladolid, en 1554, Osores había servido al rey en
Italia, Lepanto y había estado cautivo en Argel. Viajó al Perú en 1584, cuando el rey lo
nombró corregidor de Potosí, cargo que ocupó durante quince años. Fue dos veces
gobernador de Huancavelica, gobernador de Castrovirreina y capitán general de Chile. En
diferentes ocasiones asumió cargos especiales, como el de general de las fronteras de
Charcas, almirante de la armada o el de juez visitador de Huancavelica. Fue nombrado
maese de campo general del Perú y, por tanto, general del Callao hasta 1606 22. Pedro
Osores de Ulloa era, además, caballero de Calatrava y recibió encomiendas en Pampacolca,
Viraco, Ancoyo, Cabinas y Chimba23.
42 Osores mantenía cuenta en el banco desde 1617, cuando cumplía las funciones de
gobernador de Huancavelica24. Este cargo de gobierno era uno de los más importantes del
Perú, al concentrar en una sóla persona muchas funciones, pues el gobernador se
desempeñaba, al mismo tiempo, como alcalde de minas, supervisor de los mineros,
inspector de la caja real y corregidor de Huancavelica y Angaraes25. Como es de esperar,
Osores tuvo tenaces enemigos, quienes se encargaron de sacar a la luz algunas de sus
negociaciones. Fue acusado de usar el cargo en su propio provecho, de emplear el dinero
del fisco en sus negocios, de movilizar subrepticiamente mitayos y de haber permitido la
entrada de los mercaderes a las minas, de tal modo que la venta de azogue parecía una ″
feria franca″. Según los cálculos del mismo Osores, entre los años 1613 y 1614 se sacaba
aproximadamente el 25% del azogue fraudulentamente de las minas, con la complicidad
de los mineros, con la activa participación de los veedores y, sin duda, con la del propio
gobernador26.
43 Entre 1620 y 1624 Osores recibió 20,004 pesos del banco ante los notarios de Lima (ver
apéndice 3). Según estos registros, en 1617 Cueva le había prestado 2,008 pesos en su
cuenta corriente, de modo que Osores ordenó ″a sus agentes de la villa de Potosí para que
remitiesen al dicho Juan de la Cueva la plata procedida de sus haciendas y que sin
embargo que alguna o algunas partidas dellas viniesen en cabeza y por quenta de otras
personas, avia de ser del dicho general para pagar a Juan de la Cueva.″ 27 Osores utilizaba
agentes y testaferros para llevar a cabo sus negocios, probablemente para evitar
eventuales problemas en su futura ″residencia″28. Eugenio de Sotomayor, quien era el
mayordomo de sus minas en Potosí, entregaba el dinero a otros agentes, los cuales se
encargaban de llevarlo a Lima. Así, Alonso López de Arredondo llevó cuatro barras de
plata de Potosí a Lima y declaró luego que ″en verdad″ pertenecían a Osores de Ulloa 29.
44 En 1621, cuando se le designó gobernador de Chile, Osores nombró al banquero
administrador general de sus bienes y su representante en todo el virreinato y le otorgó,
101

además, la facultad de cobrar su sueldo de gobernador en la caja real 30. Asimismo, se


obligó por 6,500 pesos de ocho reales por plata que le prestó para su ″avío″ al reino de
Chile. También le extendió poder para cobrar el dinero de la venta de la mitad del ingenio
y minas que tenía en Castrovirreina en compañía con Juan de la Cruz, para cobrar las
rentas del repartimiento de Viraco y Pampacolca y, finalmente, para cobrar el dinero
procedente del arrendamiento y administración de sus minas en Potosí31.
45 A otros no les iba tan bien en sus negocios con el banco. Don Diego Gómez de Sandoval —
caballero de Santiago, capitán de la guardia del virrey Chinchón y corregidor de la
provincia de Aymaraes— recibió 16,555 pesos del banco entre 1629 y 1630. En abril de este
último año, ya le estaba dando poder a Cueva para que lo represente en sus juicios, cobre
sus deudas, pero —lo peor de todo— para que lo pudiese endeudar por compra de
mercaderías o dinero prestado ″en la cantidad que le pareciere sin limitación alguna″ ( la
temible ″barata″); Cueva podía comprar —al precio que le pareciere— casas, chácras,
esclavos, mercaderías ″y otro qualesquier bienes muebles y raíces″ y, una vez comprados,
los podría vender para recuperar presumiblemente el principal más los intereses 32.
46 Pero el caso más notable es el del corregidor don Nicolás de Mendoza y Carbajal —el
mayor deudor de Cueva—, quien terminó asfixiado por las deudas al banco. Según los
notarios de Lima, Nicolás de Mendoza y su familia recibieron un total de 114,930 pesos
entre 1619 y 1633. Don Nicolás —caballero de Santiago, casado con doña Petronila de
Guzmán y Tovar, hijo de don Juan de Avalos33— era vecino de Lima, encomendero de
Chimba34 y corregidor del Cuzco. Gran estanciero y obrajero (y también comerciante), el
corregidor poseía grandes extensiones de tierras en Cajamarca e inmuebles muy
simbólicos, como el llamado ″fuerte del inca″ (el supuesto cuarto del rescate de
Atahualpa) en la ciudad de Cajamarca; además, tenía minas en Santiago de Guadalcázar,
cerca de Lima. Las tierras de Cajamarca eran un complejo ganadero y textil, conformado
por varias haciendas. La mayor era ″San Francisco de Llaucán″, estancia de ″ganado
mayor″; junto a ella había otra, ″San Antonio de Llaucán″, en donde se criaban ovejas;
había una tercera estancia llamada ″Sunchobamba″, en donde se criaban muías y caballos,
y, por último, unas tierras denominadas ″Huacarrí″. Había además, un obraje y
sementeras para alimentar el ganado y junto a la ciudad de Cajamarca contaba con más
tierras dedicadas al sembrío de alfalfa35.
47 Los registros notariales de Lima muestran que, desde 1619, cuando Mendoza partía para
el Cuzco, el banco apoyó al corregidor ya sea como garante en una serie de operaciones o
prestándole dinero. En 1620, por ejemplo, pagó 8,888 pesos ensayados al mercader Alonso
Sánchez Chaparro, como fiador de una deuda que había contraído Mendoza en noviembre
del año anterior36. En diciembre de 1619, Cueva le prestó 14,860 pesos, parte de los cuales
debía pagarlos en ensayados al 140%37. En marzo del año siguiente, Mendoza, al no poder
cumplir con los pagos, extendía poder a Juan de la Cueva, Juan de la Plaza, Bartolomé
González y a Francisco de Villanueva para hacer ″barata″; éstos lo podrían endeudar en 35
mil pesos, ya sea ″tomándola [plata] a censo sobre mis bienes y hazienda, o por
mercaderías de Castilla, México o de la tierra″; luego podrían vender las mercaderías al
contado38. Mendoza fue obligado a pagar 20,900 pesos por dinero que les prestó el
mercader Rodrigo Arias de Alarcón y 12,242 pesos por 161 quintales ocho libras de cera
que le compraron al doctor Gaspar Sánchez de San Juan, canónigo de la catedral de Lima,
con lo cual pagó sus deudas al banquero39.
102

48 En 1625 y 1626 Cueva siguió garantizando los negocios de Mendoza40. Pero, ciertamente,
las cosas marchaban mal. El ajuste de cuentas que hicieron en 1628 mostró la situación
crítica del corregidor: debía a Cueva 45,810 pesos, de los cuales 22,729 procedían de
sobregiros en la cuenta corriente del banco. Así, don Nicolás hubo de cederle a Cueva
cuatro años de la producción de ropa del obraje de Cajamarca. Según la escritura que
firmaron, el administrador del obraje, Francisco Ordóñez de Mendoza, debía darle cada
año 24 mil varas de cordellates (incluyendo 1/4 de bayetas surtidas), 500 frazadas blancas
y las varas de sayas suficientes para arpillar los géneros41.
49 Pero al año siguiente, en 1629, don Nicolás ya había muerto y fueron doña Petronila y sus
hijos los que hubieron de manejar los bienes y las deudas42. Cueva siguió prestándoles
dinero y en sólo tres escrituras pagó por ellos 32,900 pesos43. Los herederos del
corregidor, pues, tuvieron que seguir cediéndole al banquero la producción de sus
haciendas y, esta vez, le entregaron el total de la producción ganadera de las estancias de
Cajamarca44. Mientras tanto, Cueva designó a uno de sus agentes de mayor confianza,
Basilio de Vargas, para que se encargara de sus negocios en Cajamarca45. En 1631, Vargas
recibió 7,174 pesos del banquero para pagar los jornales de los indios que trabajaban en el
obraje de Llaucán, quienes no habían recibido ninguna paga desde hacía un buen tiempo 46
. Igualmente, le entregó tres mil pesos y libranzas por un valor total de 11,161 pesos
cuatro reales, con los cuales debía también pagar jornales y comprar carneros de Castilla.
Además, Vargas debía recoger el ganado de Llaucán, comprar ocho mil carneros y 400
novillos y venderlos en Lima. Así, de la noche a la mañana Cueva empezó a comerciar con
ganado47.
50 En octubre de 1633, finalmente, Cueva compró las haciendas de Cajamarca por 64 mil
pesos, aunque, en realidad, más que una compra fue un pago de deuda, pues sólo
desembolsó 11,536 pesos48. Una vez propietario, Cueva envió a Basilio de Vargas para que
administre las estancias y el obraje49. Cueva le asignó a su nuevo mayordomo, Basilio de
Vargas, 500 pesos de salario anual y le dio instrucciones para criar ganado de cerda y
sembrar cebada para el sustento de los animales. Vargas debería enviar el ganado a Lima
y se repartirían las ganancias líquidas en partes iguales50. Al mismo tiempo, Cueva vendió
ganado en la zona y, como es de esperar, negoció libranzas y prestó dinero a algunas
personas51.
51 El caso de don Nicolás de Mendoza permite observar hasta qué punto el espiral de deudas
podía llevar a la ruina a un prominente miembro de la nobleza virreinal. También podría
indicar que el banquero había decidido consolidar su prestigio con posesiones compradas
a miembros notables de la aristocracia (aunque en el caso de Llaucán, en cierta forma, se
viera obligado a hacerlo). No sólo compró Llaucán, también había adquirido, en 1628, unas
tierras en el valle de Late (Lima) que habían pertenecido al oidor Francisco Carrasco del
Sanz. Y en 1634 compró, por nueve años, parte de las tierras vecinas pertenecientes a don
Francisco Josephe de Ysásaga, encomendero de Mojos y Conima (provincia de Paucarcolla
y Omasuyo), a través de una artimaña que las desvinculaba de su mayorazgo52. Claro que
lo hizo en un mal momento. Probablemente estas compras aceleraron la ruina del
banquero pues, por más comercializables que fueran los productos de estas haciendas
(que, efectivamente, lo eran), las ganancias de estas actividades nunca serían comparables
a las que se podían obtener del comercio de ultramar o del crédito. Si bien una hacienda
podía elevar súbitamente a un mercader en la escala social53, desde el punto de vista
económico siempre, o casi siempre, daba malos resultados. No obstante, su ″rentabilidad
social″ era muy alta y, por esta razón, comerciantes y hombres de negocios invirtieron en
103

tierras para consolidar su posición en la sociedad, para elevar su status o para cambiar de
giro. No obstante, si de negocios se trataba, mercaderes y financistas preferían participar
de las ganancias de la producción mediante el crédito.

Hombres laboriosos
52 Las unidades productivas adolecían de un punto vulnerable: el acceso a los mercados. Ya
sea para conseguir insumos o para vender sus productos, el productor necesitaba de un
enlace que permitiera que las distancias no fueran un obstáculo para el funcionamiento
de sus empresas. Dado que Lima controlaba gran parte del comercio de importación e
interregional (por ejemplo, controlaba el abastecimiento de esclavos, hierro, acero, papel,
velas, brea, paños, cordobanes o carbón), difícilmente un productor de mediana escala
podría llevar adelante sus empresas sin pasar por las redes de un comerciante. Fue así que
el mercader se convirtió en una bisagra medular, al proporcionar al productor los
insumos que necesitaba y tener la posibilidad de llevar al mercado su producción. De este
modo fue que llegaron los paños de Quito a Potosí y la brea de Nicaragua a los viñedos de
Ica. Como es fácil suponer, este vínculo colocó al productor en una situación de
dependencia, por lo que, usualmente, se estableció una relación acreedor-deudor entre
comerciante y productor. Así, el adelanto de dinero o de insumos, sin intervenir
directamente en la producción, resultó una forma cómoda y menos riesgosa de compartir
los frutos de las unidades productivas54.
53 Debido a las fuentes empleadas y a la forma en que se han agrupado los préstamos en este
trabajo, las cifras presentadas como préstamos a la producción están subestimadas en una
proporción difícil de medir. Como resulta evidente, tanto los funcionarios como las viudas
o los comerciantes usaban también los préstamos para invertir en sus tierras, obrajes o
estancias. Así, este 7% de los préstamos privados del banco destinados a aquellos que se
dedicaban a actividades productivas (como ocupación principal), —como artesanos,
mineros, obrajeros y terratenientes— constituye tan sólo una muestra del vínculo entre el
banco y los sectores productivos (ver apéndice 3).
54 Según los notarios de Lima, los artesanos recibieron 29,124 pesos, sin contar las sumas
cedidas a la caja real por los abastecedores del estado. Desde fines del siglo XVI había
habido un aumento del número y variedad de artesanos, tanto de los que trabajaban
afiliados a los gremios artesanales como de los que lo hacían en forma independiente. En
Lima, por ejemplo, de cuatro oficios que habían en el XVI se pasó a doce oficios
agremiados a inicios del XVII. De la clásica división entre aprendices, oficiales y maestros,
eran sólo los maestros los que podían tener tienda pública y los que gozaban de una buena
posición55, al punto que algunos de ellos aparecieran como fiadores del banco de Bernardo
de Villegas en 1636.
55 Los artesanos necesitaban financiamiento para instalar sus tiendas, comprar
herramientas, insumos y pagar salarios. Usualmente el banco, en Lima, adelantaba dinero
a aquellos artesanos vinculados al abastecimiento de la armada, pues fácilmente podía
luego recuperar su dinero directamente de la caja real. De esta forma Gaspar de
Leguizamón, arcabucero, recibió 700 pesos del banco para ″pagar a los oficiales que me an
ayudado a hacer los arcabuces para la real armada y para pagar otros materiales
necesarios″56. Y Alejo de Tejeda se endeudó con Cueva por un adelanto de estaño ″para
labrar la artillería″57. Juan Rodríguez Meléndez, maestro calderero y residente en Lima,
104

solía traer carbón de Puerto Bermejo, cuyo transporte lo financiaba Cueva en su navío ″
Nuestra Señora de las Nieves″58.
56 Otras veces, ″aviadores″ y productores formaban compañías que implicaban una
asociación más duradera59. El interés de Cueva no se orientó exclusivamente a las áreas
productivas de Lima, sino hacia productos que se obtenían a más larga distancia, como
brea y añil de Nicaragua, tabaco de Centroamérica y Puerto Viejo, sedas de México y, por
supuesto, azogue y plata producidos en las minas de Canta, Huancavelica y Charcas. El
tráfico de tabaco desde Puerto Viejo (norte de Guayaquil) a Potosí puede ilustrar de qué
modo operaban estas compañías. En 1625, el capitán Pedro Ángel Sandarte —residente en
Puerto Viejo y productor de tabaco— formó una compañía con Juan de la Cueva para la
distribución y venta de este producto por un lapso de tres años. La compañía se inició con
196 petacas de tabaco (500 ″manojos″) que Ángel exportó al Callao y con un adelanto de
3,783 pesos que le pagó Cueva por la mitad del embarque (49 mil ″mazos″ de tabaco).
Pedro Ángel correría con los riesgos de la navegación entre el puerto de Manta y el Callao;
Cueva se encargaría de enviar el tabaco a Potosí a riesgo de la compañía, venderlo, llevar
las cuentas y repartir las ganancias equitativamente. A su vez, Ángel se comprometía a
enviar en los próximos tres años 300 mil manojos adicionales de tabaco que compraría
con su dinero; Cueva debería recibir el tabaco y pagarle la mitad a razón de 21 maravedís
cada ″mazo″; luego lo vendería en las ″provincias de arriba″ y se repartirían las ganancias
líquidas por partes iguales. Ángel no podría celebrar compañía con nadie más, de tal
modo que ″el dicho Juan de la Cueva como persona que desde luego adquiere derecho por
esta compañía en toda la cantidad de mazos de tabaco que yo [Pedro Ángel] adquiriere
durante el dicho tiempo, ansí de mi cosecha como en otra manera″60. Si Ángel no cumplía
con el envío, le pagaría a Cueva ″por el daño y menoscabo que por ello se le recreciere y
dexare de ganar″, es decir, con intereses61.
57 Con el paso de los años, Cueva le fue adelantando dinero sobre futuros envíos y
repartiendo las ganancias de la compañía. El dinero era enviado directamente a través de
maestres o por intermediación del general Josephe de Castro o de Andrés Morán Buitrón,
ambos vecinos de Guayaquil y agentes de Cueva62. La compañía entre Pedro Ángel y Cueva
fue duradera. Un litigio que sostuvo el banquero en la audiencia de Charcas, en 1629,
prueba que habían entregado una gran cantidad de mercaderías (incluyendo tabaco) a
Diego Ponce Moreno (gran cliente de Cueva), por un valor de 21,664 pesos de ocho y 779
pesos ensayados63. Y en 1630, cuando naufragó el navío de Cueva, ″Nuestra Señora de las
Nieves″, en la bahía de Caraques, le extendió poder a Ángel para recoger los esclavos,
velas y demás pertrechos que habían sido recuperados64.

Hombres de arriba
58 Obviamente, la forma más ″directa″ de conseguir metales era a través del crédito a la
propia minería, aunque éste es un tema todavía poco explorado para el siglo XVII65. No
cabe duda de que la minería, por sí sola, difícilmente hubiese podido llevar a cabo ni
siquiera las tareas iniciales de exploración. Esta era un actividad que requería de grandes
inversiones fijas y de capital de trabajo suficiente como para cubrir los gastos en insumos
y salarios durante todo el ciclo minero. Siendo de vital interés metropolitano, el gobierno
virreinal llevó a cabo una deliberada política de subsidio y protección a la producción
minera, que se tradujo en el abastecimiento compulsivo de mano de obra (la mita) y el
105

monopolio estatal de la comercialización del azogue de Huancavelica. No obstante, los


demás insumos indispensables para la minería, como la sal, hierro, cera, plomo, madera,
agua o el combustible, debían ser abastecidos por el sector privado. Del mismo modo,
cualquier eventual inversión para el mejoramiento de cada una de las minas debía ser
financiado por capitales particulares, aunque las grandes obras —como la reparación de la
laguna de Cari Cari— corrieran a cargo del estado.
59 A pesar, pues, de la decidida protección estatal, siempre hubo participación del capital
privado, sobre todo cuando las vetas se hicieron más profundas y hubo que invertir más o
iniciar exploraciones en otros asientos mineros66. De este modo, la minería altoperuana
osciló entre el financiamiento estatal y el privado. El apoyo estatal consistía en asegurar
la provisión de mano de obra y garantizar el adecuado abastecimiento de mercurio,
además del otorgamiento de una serie de privilegios a los mineros como, por ejemplo, que
no pudiesen ser presos por deudas o que sus minas no pudiesen ser enajenadas 67. Pero a
inicios del siglo XVII comenzaron a suscitarse serios problemas con el crédito estatal, que
obligaron a los mineros a recurir más al crédito privado. Esta situación, en teoría, tendría
que haber hecho ingresar de una manera definida a los comerciantes de Lima en el
financiamiento de las minas. Pero todo parece indicar que la participación financiera de
Lima en Potosí fue indirecta, a través del comercio y del financiamiento a los ″aviadores″
locales.

El crédito estatal
60 El suministro de mano de obra a través de la mita se alteró a fines del XVI, cuando la
frecuencia de los turnos se aminoró debido a la caída demográfica y los movimientos
migratorios, y cuando aparecieron los llamados ″indios de faltriquera″, es decir, los indios
que pagaban una suma en metálico (que era luego entregada al minero) para eludir la
mita. Así, la mita llegaba ″quebrada y falta″ a Potosí, pues los indios eran acogidos y
amparados en otras provincias68. Una de las consecuencias más graves de esto fue que
muchos mineros se convirtieron en rentistas; y aquellos que quisieron continuar con la
producción tuvieron que recurrir a mano de obra asalariada, con el consiguiente aumento
de los costos de producción. Según Bakewell, ya hacia 1603 casi los dos tercios de la mano
de obra estaban constituidos por ″mingas″, es decir, asalariados, cuyos salarios
quintuplicaban el de un mitayo69.
61 Acompañando a los problemas con la mano de obra, el crédito directo del estado, a través
de la venta del mercurio, también comenzó a presentar dificultades. El abastecimiento de
azogue a las minas, sobre todo en Potosí, no parece haber sufrido interrupciones serias, y
cuando la producción de Huancavelica comenzó a fluctuar en la década de 1620 se
importó azogue de las minas de Almadén. Además, había un importante mercado ″negro″
de azogue. El problema, entonces, no residió en el abastecimiento o no de mercurio, sino
en la pésima administración y en la incapacidad de los mineros de poder asumir los costos
del insumo.
62 La administración de la distribución del azogue en Potosí era caótica. En 1617, por
ejemplo, los oficiales reales de Potosí mandaron a los almaceneros llevar un libro de
contabilidad... pues se dieron cuenta de que éstos no seguían detalladamente las entradas
y salidas de azogue de los almacenes reales, ni tampoco tenían las cuentas claras con los
arrieros que lo transportaban desde Arica70. Además, el criterio de ″cuenta corriente″ que
106

tenía el estado con los mineros fue objeto de muchas especulaciones y malos manejos.
Hacia fines del XVI, cuando la producción de Huancavelica alcanzó topes altos, hubo tanto
caos en la distribución del mercurio que, según el virrey Luis de Velasco, ″el que quería
pagar a sus acreedores o comprar oficio, casa o heredad, casar la hija o mudarse de allí a
otra parte, y aún para jugar, si no tenía dinero sacaba la cantidad de azogues que le
parecía con qualquier fianza que daba y hacía barata″71.
63 Los más beneficiados por la ineficiencia administrativa fueron los ″tratantes″, quienes
manejaron varios cientos de miles de pesos en este espectacular negocio y, obviamente,
los mineros, quienes se apoyaron ampliamente en los créditos de azogue del estado. Por
su parte, el estado se vio perjudicado al acumular y asumir las crecientes deudas de los
mineros. Pronto, sin embargo, se dieron cuenta en el Consejo de Indias de que había que
poner orden en las cajas. Así, los verdaderos problemas se presentaron cuando el estado,
al ver sus arcas disminuidas, decidió no asumir más este tipo de deudas.
64 En 1609 se comenzaron a enviar órdenes desde Madrid para ir cobrando a los deudores de
la caja de Potosí. Pero fue desde 1617, con la visita de Alonso Martínez de Pastrana, que se
comenzaron a tomar medidas efectivas. En 1617 se prohibió a los oficiales reales entregar
más azogue a crédito y se les ordenó hacer una relación de los deudores a la real
hacienda, exigiendo, bajo pena de cárcel, el pago de las deudas72. La lista que se elaboró al
año siguiente acusa que no había mejorado demasiado la situación; incluso algunos
mineros, como Pedro Osores, debían más73. Sin embargo, hacia marzo de 1619 se había
logrado recolectar 213,509 pesos de los 860,318 pesos ensayados (1′393,715 pesos de ocho)
que debían los mineros por azogues. El total de la deuda acumulada en la caja,
(incluyendo azogues, arrendamientos, venta de oficios, tributos, alcabala y naipes)
ascendía a dos millones 465,889 de pesos ensayados, es decir, casi cuatro millones de
pesos de ocho reales. Según el visitador, el origen de semejante deuda lo constituía la
mala administración de los oficiales reales, quienes no habían cobrado a tiempo las
deudas y habían tenido ″mano larga″ con los mineros al haberles permitido pagar las
deudas con ″negociaciones″. Sugería tomar en arrendamiento las minas sin intervención
de los oficiales y extraer directamente la mitad de las ganancias, para con ello cancelar la
enorme deuda a la caja, pues los mineros estaban tan endeudados que sería imposible que
pudiesen pagar. Además, sugirió que se llevara a cabo la provisión de que ningún deudor
de la real hacienda pudiese ejercer cargo público74.
65 La intervención de Pastrana provocó muchos conflictos75. En el informe que hizo en 1620,
ya anticipaba al rey que muchas de las deudas no se podrían cobrar porque eran
demasiado antiguas. Los mineros que sustentaban el cerro eran sólo 30, pues los demás no
trabajaban sus minas, sino que arrendaban los indios a precios excesivos o los daban ″en
confianza″. Como la mayoría estaba endeudada, sugería bajar el precio del azogue de 70
pesos a 60 ó 50 pesos el quintal para aliviar los costos de los mineros. A los corregidores,
por otro lado, había que llamarlos al orden. Estos funcionarios estaban coludidos en el
negocio de los indios de faltriquera y en el tráfico de los tributos. Los tributos no eran
ingresados en la caja porque los corregidores tenían ″tratos y contratos″ con los indios;
incluso algunos habían tomado la plata que traían los indígenas para pagar el tributo
como parte de pago de sus ″repartos″ de ropa y vino. Pastrana proponía cobrar a los
corregidores y a sus fiadores el alcance de lo que debieran a la caja, o enviarlos a pelear
con los araucanos. El resultado de la visita se tradujo nada menos que en 68 cargos contra
los tres oficiales reales: el factor Bartolomé Astete de Ulloa, el tesorero Juan del Uno y el
107

contador Juan Bautista de Ormaegui. Este último ya se había ido a España con más de 100
mil ducados, cifra imposible de alcanzar con un salario de contador76.
66 Las autoridades potosinas intentaron convencer al monarca de que era prácticamente
imposible dejar de otorgar créditos en azogue a los mineros. En 1617, los oficiales reales
justificaron su postura al señalar que los quintos habían bajado por la caída de la
producción en el cerro y que la única forma de continuar con la producción sería
permitiendo que los mineros pudiesen tener más utilidades (bajando, por ejemplo, el
precio del mercurio). Los mineros estaba pobres y habían entrado en un espiral de
deudas, de tal modo que ″todo corre en ellos... a modo de mo[h]atra, [que] para pagar una
deuda causan otra mayor″. Además, los que podían extender créditos se rehusaban a
hacerlo y, por tanto, los mineros se estaban afianzando unos a otros con lo cual
difícilmente se podría cobrar deuda alguna. Y, por último, los indios —″nervio principal″
de la minería— estaban pagando para esquivar la mita. En consecuencia, la orden de que
se pagase el azogue al contado y las deudas con intereses sólo había logrado que los
mineros ″pasaran fuera de la caja″ (es decir, entraran al tráfico ilícito), lo que les había
obligado a seguir entregando el azogue a crédito77.
67 En 1618, los azogueros presentaron un memorial en el que declaraban que, debido a la
falta de lluvias, habían empeñado el azogue que tenían y vendido las ″joyas y preseas de
su casa″, y que la real orden de pagar al contado el azogue ″sería la total ruina″ de Potosí.
Además de haber escasez de azogue, los mineros habían cancelado cerca de medio millón
de pesos a la real hacienda por concepto de deudas de mercurio. Y si esta medida había
aliviado a la caja potosina, no había aliviado a los mineros, pues la deuda con el estado
había sido trasladada a los prestamistas particulares, de tal modo que ahora todos estaban
endeudados y sin salida, y al ″pasar la dicha deuda que se debía a S.M. a los particulares
cargando sobre ellos aquella misma cantidad [de 500 mil pesos], imposibilitándolos a que
no pudiesen hacer adelante los dichos socorros y ayudas que solían hacer y
desacreditando a los dichos azogueros, de manera que por el mal suceso y poca ley a que
an venido los metales no se les hayan podido pagar ni tengan esperanza para el remedio″
78
. Así, pues, los mismos ″aviadores″ estaban saturados por las deudas de los mineros.
Según los azogueros, dada la baja en la ley de los metales y la situación general de Potosí,
era ″justo″ que el rey no sacase tantos quintos como cuando la ley del mineral era alta, y
que las medidas que estaba tomando arruinarían por completo la minería. Instaban a que
la real hacienda invierta en la minería, pues
de la misma manera que los labradores no aguardan coger muy grandes cosechas si
no an sembrado al mismo respecto, ni el mercader en sus empleos se puede
prometer grandes ganancias si no es aviendo puesto muy grandes caudales, asi ni
más ni menos se a de entender que según el estado presente... no pueda tener S.M.
muy grandes rentas ni aumento de su real hacienda sino haciendo el dicho socorro,
porque la que tiene cada año es con muchas más ventajas que los dichos labradores
y mercaderes porque aquellos arriesgan sus haciendas y se ponen a punto de
quedar muy pobres, y S.M. no corre ningún riesgo en lo que le deben... porque para
la paga tienen hipotecadas sus haciendas y las de sus fiadores, de manera que no se
puede perder un sólo peso sino es que se pierda y acabe esta villa 79.
68 Todas las instancias de gobierno en Charcas discutieron sobre qué actitud tomar con
respecto a las órdenes del rey. Finalmente, el presidente de Charcas, don Diego de
Portugal, decidió seguir otorgando créditos en azogue80. Así, el estado no pudo salir tan
fácilmente de estas deudas. Incluso el mismo Pastrana sugirió al rey que debería dar
siempre un millón de pesos a crédito, pues los mineros estaban endeudados, llenos de
108

pleitos y debían invertir en reparar los ingenios. Reconocía que la deuda por azogues
crecía cada vez más, pero de ella dependía la producción de plata y la cobranza de los
quintos, que era la ″mayor gruesa″ de la caja de Potosí81.
69 Estos vaivenes con respecto al crédito en azogues generaron un fuerte malestar entre los
mineros. La decisión de hacer efectiva la prohibición de que las personas que tuvieran
deudas con la real hacienda pudiesen ser candidatos a la alcaldía de Potosí, ni tener voto
en las elecciones, fue —contra los pronósticos del visitador, quien la consideraba la
medida más suave que se podía encontrar82— el detonante de los violentos
enfrentamientos entre vicuñas y vascongados (entre 1622 y 1625)83. Las medidas
favorecieron a los odiados vascos, quienes paulatinamente tomaron el control político de
la ciudad. Según una certificación de los oficiales reales de 1621, los miembros del cabildo
de Potosí, casi todos ″vicuñas″, adeudaban a la caja por azogues, oficios y alcabalas la
suma de 299,830 pesos de ocho reales84. Los mineros morosos habían enviado previamente
un memorial al rey en el que sustentaban por qué los azogueros deberían ser elegidos
corregidores u ocupar cualquer oficio, así tuviesen deudas por azogues en la caja.
Consideraban que su situación era crítica. Después de haber invertido una gran cantidad
de hacienda para poder ″aviar las labores del cerro y los ingenios″, estaban hoy ″tan
desacreditados... que no hallan un real prestado, por cuya causa tienen pedido ...que se les
mande dar fiado el azogue... fiándose unos a otros. Y... ningún azoguero hallará fiadores
con que puedan asegurar la deuda de los azogues que deve″85. Ya que no podían conseguir
avíos, una forma de aliviar la situación era ejercer cargos públicos,
porque sustentándose con los salarios que les dan y aprovechamientos vistos que
tienen los dichos oficios se hallarán más desembarazados para que todo lo que
sacaren de las minas sea para la paga de los dichos azogues, lo cual no pueden hacer
si se les quita este recurso de poder ser elegidos por corregidores y alcaldes... y así
la mayor seguridad... es que dejen bien aviados sus ingenios, o que vuestros oficiales
reales los arrienden mientras durare la ausencia del azoguero que fuere elegido en
algún oficio86.
70 Esta irónica propuesta de los azogueros se hallaba plenamente respaldada por el gran
negocio que implicaba tener corregimientos, pues con éstos era posible una rápida
capitalización a costa de los indios y de la caja real. La deuda de tributos era de un millón
de pesos ensayados y, aunque se amenazó a los corregidores con la privación del cargo y
el destierro por seis años a Chile, éstos siguieron en sus tratos87. Alonso de Alvarado,
corregidor de Porco, debía 33,527 pesos a la caja; Diego Mesía Venegas debía 38,095 pesos;
y Fernando de Vera y Padilla, corregidor de Carangas, debía 22,680 pesos. Pastrana
intentó cobrar las deudas, pero Alvarado se fue a Lima para que el virrey le consiguiese
otro puesto; Mesía fue a la cárcel y rápidamente huyó; y Vera y Padilla era hermano de
Manuel de Castro, oidor de Lima, y de Antonio de Castro, vicario de Potosí, de modo que
los oficiales reales no pudieron hacer ninguna diligencia en contra de sus bienes 88.
71 Era muy difícil, pues, que la corona pudiese recolectar sus deudas rápidamente o que
pudiese desembarazarse del compromiso crediticio con los mineros. En 1623, la caja real
de Potosí arrojaba un déficit de tres millones 577,018 ducados, la mayor parte procedente
de deudas de los mineros por las ventas fiadas de mercurio y por los retardos de los
corregidores en entregar la plata de los tributos89. Y en 1626 la deuda ascendió a 4′567,196
pesos ensayados (más de cinco millones de ducados), de los cuales 1′523,614 pesos
pertenecían a la deuda de los mineros90. Aún así, el estado continuó con la política de
intentar cortar las deudas por azogue. En 1631 los azogueros escribieron una carta al
monarca, en donde se comprometían a velar por los reales quintos, siempre y cuando el
109

virrey Chinchón desistiera de su empeño de cobrar el azogue al contado. Alegaban que, si


pudiesen, ya habrían dejado las minas, pero como estaban tan cargados de deudas no
podían hacerlo porque tenían que encontrar la manera de cancelar sus obligaciones 91. No
obstante los lamentos, el virrey Chinchón se mantuvo firme. En 1636 el virrey aprobaba la
conducta de los oficiales reales quienes, contradiciendo al presidente de la audiencia de
Charcas, habían dispuesto la venta al contado92. Los mineros enviaron un nuevo memorial
donde sostenían que almacenar cuatro mil quintales de azogue y no repartirlos a los
mineros era absurdo, pues esta medida sólo contribuía a disminuir, cada vez más, los
quintos reales93.
72 Al año siguiente, en un abierto enfrentamiento con el virrey, el presidente de la audiencia
mandaba romper los cerrojos de los almacenes para dar 1,500 quintales de mercurio a los
mineros94. En 1639, las presiones siguieron, incluso con amenazas. Se envió una cédula al
presidente de Charcas en donde se le advertía que si no enviaba el dinero del azogue,
tendría que pagarlo de su propio bolsillo. Lizarazu protestó, pues afirmaba haber hecho lo
imposible para enviar la mayor cantidad de dinero al rey... endeudando la caja de Potosí
con empréstitos por 300 mil pesos, haciendo viajes por la región a su costa y, más aún,
prestando él mismo dinero a los mineros, ″[aventurando su] crédito muchas veces con
anticipar al azoguero la plata que deve por no destruirlo″; había entregado a crédito 15
mil quintales de azogue y había cobrado 400 mil; además había buscado prestados 400 mil
pesos adicionales, con lo que había aliviado al rey al ahorrarle ″los grandes intereses que
en España podían costar″, aún en desmedro de su salud95.
73 Los mineros buscaron la manera de enfrentarse a las presiones gubernamentales. Se
suponía que el estado les debía vender el azogue al precio de costo puesto en Potosí. Sin
embargo, los mineros denunciaron que se les había estado vendiendo el insumo a un
precio excesivo, de modo que el estado tendría que restituirles todo lo que habían pagado
en exceso desde 1609 hasta 1631, esto es, debería darles dos millones 141,223 pesos de
ocho reales96. La única respuesta del monarca fue afirmar que la comprobación sería ″
larga y dudosa″97. Más tarde los mineros pedirían ocho mil quintales de azogue gratis, a
cambio del compromiso de rendir dos millones y medio de pesos en quintos 98. No
obstante, la adulteración de la moneda potosina a mediados de siglo terminó de
desacreditarlos, con lo que se agudizó aún más la situación de los mineros. En 1654, el
visitador Francisco de Néstares Marín volvió a prohibir la venta de azogue al fiado pero,
además, prohibió que los mineros pudiesen ser fiadores de ningún cargo o actividad
relacionada a la real hacienda y anuló las fianzas en donde aparecieran, pues ya no tenían
crédito algun99. Así, la relación financiera entre los mineros y el estado había llegado a un
punto crítico y sin vías rápidas de solución.

El crédito privado
74 Los problemas con el crédito estatal llevaron a los mineros a tener que alternar con el
crédito privado, ya fuera éste en dinero o en insumos, incluyendo el azogue, que comenzó
a circular en proporciones crecientes fuera del canal estatal. Este es un tema difícil de
rastrear por la oscuridad de las fuentes documentales. Muy confusa se presenta, también,
la intervención del capital limeño en la zona altoperuana. Los ″avíos″ privados eran
otorgados ″a daño e interés″ en especie o en dinero, usualmente a cambio de la entrega
del mineral en ″piñas″ (que era el metal quemado, no quintado ni acuñado)100. Esta fue
una práctica frecuente en Potosí, incluso entre los no mineros, debido a que esta plata no
110

incluía los costos de acuñación, ni quintos, ni la comisión del mercader de plata. Así, esta
plata obtenida por ″contratos en piñas″ era altamente estimada pues resultaba ideal para
circular por los canales ilegales de exportación. Cueva, por ejemplo, prestó a Alonso de
Trigueros, minero, y a Diego de Padilla, su fiador, 20,937 pesos por medio de sus agentes
en Potosí; Diego de Padilla, minero, recibió 1,124 pesos; otro azoguero, Francisco de
Velasco, recibió mil pesos que debía pagar en plata blanca. Nicolás de Zavala se endeudó
por 12,525 pesos; una parte debía amortizarla con una rueda de ingenio y plata labrada y
el resto con libranzas sobre Lorenzo Remón, alguacil mayor, y sobre otros. Alonso de
Astete y Ulloa se endeudó con dos mil pesos; Alonso Ruiz de Valencia con cuatro mil pesos
por dos mil varas de ruan que le vendió a crédito; y Pedro Monroy Gómez de la Mora,
minero de Nuevo Potosí, debía 250 pesos que se pagarían en plata blanca requemada 101.
Para el caso de otras minas, como las de Santiago de Guadalcázar, el interés del banquero
fue más directo, probablemente por la cercanía de los asientos. Cueva prestó a los
hermanos Aranzamendi la suma de 24,425 pesos entre 1627 y 1631 (ver apéndice 3),
además de haber tenido la intención de comprar minas en esa área y en Jaén de
Bracamoros102.
75 No obstante estos préstamos, Cueva intervino cautelosamente en el avío directo a los
azogueros de Potosí, a pesar de tener allí una sucursal permanente y de haber estado
estrechamente vinculado a mineros, como Pedro Osores de Ulloa. Las minas estaban lejos
de la capital y se habían formado, desde el siglo XVI, intereses locales en la región sur-
andina, de tal modo que el mercado potosino era difícil y complejo. Muchos ″aviadores″
eran grandes mineros ó mercaderes locales que, además, ocupaban cargos públicos, y la
mejor combinación era ser las tres cosas a la vez. Es posible que a inicios del XVII el avío
privado no haya sido muy elevado, pues la ley de los metales era alta y la caja corría con el
crédito del azogue; mas cuando el estado decidió restringir los créditos, los mineros
tuvieron que recurrir en proporciones crecientes a ″aviadores″ privados, cuyo peso habría
sido mayor que el crédito estatal. Hacia 1635, el gremio de azogueros declaraba que,
además de las deudas por un millón de pesos a la real hacienda, debían ″a daño″ más de
cuatro millones de pesos a particulares ″de avíos y empréstitos, con que cesando éstos por
la dicha pérdida [por el mal reparto de indios] se deteriora el comercio y trato de piñas
que tan importante a sido″103.
76 Conseguir habilitadores en Potosí no era muy fácil, pues éstos debían compartir no sólo
las ganancias, sino también las pérdidas de los mineros. Según los oficiales reales, en 1628
los mineros estaban en la miseria pues no habían aviadores ″que les puedan suplir el
dicho entero como en otras ocasiones lo solían hacer″104. En 1634 los mineros estaban
desesperados, pues tenían ″poco crédito″ y ″no hallan quién los avíe por estar este cerro
tan desacaecido y falto de labor... y que por la mucha costa que tienen hasta reducirlo a
piña de plata vienen a perder, no sólo el trabajo y tiempo, sino quanto tienen en sus casas
y lo que sus aviadores les an dado para aviarse″105.
77 Según las autoridades de Charcas, la mayor parte de los aviadores eran los ″contrastes″
(cambistas), fundidores y ″otras personas deste lugar″, cuyo crédito había resultado muy
dañino porque cobraban en ″piñas a 40 días, perdiendo el interés los azogueros a 5%,
conque por todos los caminos vienen a imposibilitarse más″106. Y es que prestar a los
mineros de Potosí era un negocio muy riesgoso, más aún considerando que estos
aviadores estaban cargando sobre el hombro las deudas de los mineros que el estado ya
no quería asumir. Los únicos que podían, a su vez, prestar a los aviadores locales eran los
111

grandes hombres de negocios de Lima. Según un informe del virrey Mancera, suscrito en
1643, los problemas en el comercio de Lima y en el de Potosí, traían como consecuencia la
suspensión ″de las ganancias y el avío de los particulares″107. Así, los mercaderes de Lima
resultaban, más bien, financistas de los habilitadores locales. Por tanto, lo que había era
una articulación de redes financieras que unían los circuitos regionales, interregionales y
los de ultramar, y el nexo entre ellos eran los grandes bancos y mercaderes de Lima, de
modo que el éxito o el fracaso de cualquiera de ellos se encontraba íntimamente
relacionado.
78 Los financistas ″naturales″ de los mineros eran los compradores de plata, quienes se
encargaban de ″rescatar″ la plata en pasta y de ingresarla a la Casa de Moneda para su
acuñación. Dada la escasez crónica de capital de los mineros, usualmente ellos
adelantaban dinero o insumos108; además, los garantizaban cuando pedían azogue a
crédito en el almacén real. Estos mercaderes de plata, pues, debían disponer de grandes
cantidades de plata líquida para prestar a los mineros, para adelantarles insumos o para
pagar a la caja si el minero no cumplía. Quiénes fueron los individuos que se dedicaron a
estas actividades en la primera mitad del siglo XVII es una interrogante que requerirá de
mayor investigación, aunque hay indicios de que fueron comerciantes y funcionarios de la
región quienes se dedicaron a dar estos adelantos. Ciertamente, el hecho de que la Casa de
Moneda estuviese en Potosí y no en la capital (como en México) determinó que los
aviadores fueran personas vinculadas a los circuitos regionales o mercaderes que después
de amasar fortuna en el comercio de exportación se avecindaban en la villa109. El
corregidor don Fernando de Saavedra, por ejemplo, (quien recibió cuatro mil pesos del
banco en 1627), traía muías de Córdoba, compradas al alcalde de esa ciudad, el sargento
mayor Miguel de Ardiles. Todos sus negocios los hacía a través de Pedro de Lagunas por
cuya ″mano an corrido todos los aumentos de hacienda del dicho corregidor en los avíos
de azogueros, fundiciones de barras y en dádivas en lo tocante a la administración de
justicia″110. El vecino y regidor del Cuzco, Cristóbal Camberos, le prestó 14,500 pesos al
minero Juan Bautista de Jáuregui, para lo cual firmaron una escritura de obligación;
cuando Camberos le exigió el pago, Jáuregui declaró que la escritura había sido ″simulada
y en confianza por no averie entregado reales algunos y que sólo hizo la dicha obligación
por averie prometido avío para sus haziendas y quando caso negado le aya dado algunas
cantidades, se las tiene satisfechas... respeto de averie entregado más de 170 mil pesos en
piñas de plata sin ynterés alguno corriendo en esta villa al tiempo que se las entregó más
de 10% de ynterés″111.
79 Uno de los grandes aviadores fue don Rodrigo de Mendoza Manrique, hermano de don
Nicolás de Mendoza y Carbajal —el gran deudor del banco de Cueva— quien recibió, según
los notarios de Lima, 6,133 pesos prestados en el banco (ver apéndice 3). Don Rodrigo,
caballero de Calatrava, era vecino feudatario del Cuzco, se desempeñó como gobernador
de Chucuito y alcalde ordinario de Potosí en 1628,112 y en 1630 se casó con su cuñada, doña
Petronila de Guzmán y Tovar. El nombre de Mendoza aparece repetidamente en la
documentación potosina. En la década de 1620, por ejemplo, don Rodrigo cumplía el papel
de aviador de las minas de don Pedro Osores de Ulloa. Según órdenes de Osores, Cueva
debía administrar todos sus bienes en el Perú, pero era necesario contar con alguien que
administre sus propiedades localmente. Todavía vivo, el gobernador había hecho un
contrato con Felipe de Bolívar, quien tendría el arrendamiento de la mina por algunos
años. Cuando Osores murió, su viuda, doña Francisca de Campuzano, hubo de manejar las
minas y, como es lógico, sus acreedores comenzaron a demandar su dinero. Así, Jerónimo
112

López de Saavedra (depositario general de Lima y fiador del banco de Cueva), Juan
Sánchez de Hinojosa (minero y alcalde de Potosí) y otros empezaron a pedir más de 40 mil
pesos de ocho reales, que era la deuda del gobernador. Así, don Rodrigo y Bolívar
iniciaron el pago de las deudas: 12 mil pesos a Cristóbal de Camberos y Juan Díaz de
Vargas por coca que habían traído del Cuzco; otras más pequeñas, como los 305 pesos
para Bartolomé Hernández113.
80 Al poco tiempo Bolívar y Mendoza estaban disputando la paternidad de los créditos y la
administración y frutos de las minas. Según Bolívar, el ″avío″ le pertenecía sólo a él, pues
había tenido que ″entrar″ a la administración con una inversión de 24 mil pesos: 18 mil
para cancelar a Toribio Ruiz del Valle (por compra de hierro) y lo demás para que doña
Francisca pagara sus deudas y pudiera sustentarse. Según el contrato, Bolívar
administraría las minas por cuatro años y contrataría a los asalariados que necesitase,
compraría insumos (sal, hierro, tejos, almadanetas, cobre, etc.) y, además, podría sacar
azogues fiados del almacén real e hipotecar los frutos de las minas. Doña Francisca debía
aceptar estas condiciones ″en consideración de que el dicho Felipe de Bolívar entra
prestando y supliendo de sus propios bienes a esta hacienda muy gran suma de plata
como son 18,403 pesos... e otros 10,000 pesos corrientes que remite en libranza a la dicha
doña Francisca... los 4,000 pesos dellos para pagarlos a Bernardo de Villegas a quien debe
la dicha... y los 6,000 pesos restantes [para pagar otras deudas]″114. Además, remitía una
libranza en favor de doña Francisca a razón de 60 pesos semanales contra el banco de
Villegas y varias libranzas por un total de diez mil pesos contra el de Juan de la Cueva 115.
Por último, doña Francisca no podría remover a Bolívar del puesto hasta que éste cobrase
el préstamo y las inversiones que en adelante hiciese en las minas116. No obstante, doña
Francisca debía a Mendoza 103,594 pesos, de modo que hubo de cederle sus ″derechos y
acciones″ por nueve mil pesos ensayados al año117.
81 En la década de 1640 Mendoza ya era, junto a Gómez de la Rocha, uno de los aviadores
más importantes de Potosí. Francisco de Peñaloza, por ejemplo, arrendó la mina de Juan
de Lázaro y Juan Vásquez por 12 mil pesos anuales, motivo por el cual sacó 30 quintales de
azogue de la caja; a los dos meses, sin embargo, entró don Rodrigo de Mendoza (y Gómez
de la Rocha) ″como su aviador″, cediéndole la administración a éste118. A mediados de
siglo, los herederos de Mendoza entablaban pleito contra los bienes de Francisco Gómez
de la Rocha, aviador y mercader de plata, por 44,800 pesos que don Rodrigo había
prestado a Rocha119.
82 El capitán Francisco Gómez de la Rocha fue, sin duda, el gran habilitador de Potosí en la
década de 1640, aunque parte de su éxito proviniera de ser uno de los responsables de la
más grande falsificación de moneda de la historia del Perú, probablemente la única
manera rápida e irresponsable que encontraron los financistas de compensar las pérdidas
en la producción minera. Rocha había vivido en Paucartambo durante 16 años, donde
poseyó una chacra de coca (″Antibamba″) y se desempeñó como teniente del corregidor
de Paucartambo, don Gaspar de Garroz. También había sido ″matachunchos″ al participar
en varias escaramuzas en los valles de Tono y Pilcopata. Sus negocios fueron bastante
bien, pues de allí se trasladó a Potosí, en donde logró ser alcalde y provincial de la Santa
Hermandad de Potosí y Porco. Además, se convirtió en prestamista de la caja real de
Potosí, en aviador de los mineros e, incluso, dando muestras de un espíritu aventurero,
había sufragado los costos de la leva de 150 soldados para ″la jornada de Valdivia″ y para
Buenos Aires. Rocha se consideraba un gran servidor del rey pues, a riesgo de ″perder su
hacienda″, había prestado a los mineros que estaban ″pobres e imposibilitados″. Según la
113

probanza de méritos que envió al rey pidiendo un título nobiliario, en cinco años (entre
1641 y 1646) había prestado 295,538 pesos de ocho reales a la caja de Potosí y 303,650
pesos a los mineros, sin contar los avíos a los azogueros de Oruro, Tomaque, Carangas,
Lipes, Chichas, Guariguari, Tabaco y Nuño. Como resultado, tenía más de 600 mil pesos ″
todos arriesgados por la pobreza que tienen los más azogueros y mineros, dando los
dichos pesos de antemano prestados, con que se avía este dicho cerro y los demás dichos
asientos″120. No obstante, esta aventura terminó mal. Rocha fue ajusticiado y el Perú
ingresó en unas de las décadas más difíciles del siglo XVII, en parte debido a este
escándalo. De allí en adelante, la composición de los aviadores se modificó y los créditos
se volvieron escasos y caros durante la segunda mitad de la centuria121.

***

83 Así, pues, la participación del banco, en particular, y de los comerciantes de Lima en la


minería potosina resulta compleja y no se presenta de una manera muy nítida en la
documentación. Gran parte del crédito a la minería estaba en manos del estado, el cual
suministró mano de obra y créditos en azogues a los mineros. La evasión de la mita, el
aumento de los costos de producción y las presiones gubernamentales por el déficit de las
cajas mineras obligaron a los mineros a acudir en mayores proporciones al crédito
privado. Los ″aviadores″ eran funcionarios y comerciantes de la región que, a su vez,
mantenían fuertes conexiones con Lima. Así, si bien hubo crédito directo a los mineros
desde la capital, todo apunta a que Lima prefirió intervenir indirectamente. El banco de
Cueva financió a mineros, pero sobre todo a personas que estaban vinculadas al complejo
comercial y financiero regional de Charcas (grandes mineros, funcionarios o
comerciantes) que, a su vez, se dedicaban a prestar a los azogueros. Los funcionarios del
estado, especialmente los corregidores, fueron unos de los más grandes clientes (y
agentes) del banco, recibieron fuertes sumas que fortalecieron sus empresas mercantiles
o los llevaron a la ruina, y que los colocaron así en una situación de dependencia
financiera similar a la de las empresas productivas. Sin embargo, —y no obstante la
estrecha vinculación del banco con los miembros de la administración y los sectores
productivos— lo cierto es que Cueva prefirió colocar la mayor parte de sus créditos
privados en el comercio ya sea en el atlántico, en el de las costas del Pacífico o en el de la
región sur-andina, al instalar sucursales en Arica, Cuzco y Potosí, prestar a comerciantes
locales y, además, financiar a todos aquellos que se dedicaban al trajín en el área, la
mayoría de los cuales trabajaron conjuntamente y formaron un gran consorcio mercantil
y financiero. De este modo, el comercio y el crédito a los mercaderes regionales se
constituyeron en las vías por excelencia a través de las cuales el banquero se conectó con
el área altiplánica y con el resto de la economía andina, y es que el banco de Cueva era un
banco para mercaderes.
114

NOTAS
1. Pérez Gallego, ″Alguna parte del acertado″, Muzquiz, ed., El conde de Chinchón, 309.
2. Las agrupaciones de las ocupaciones por sectores se han hecho de la siguiente manera (ver
códigos en cuadro 3.2):
A. Gobierno y administración (códigos 6-16)
B. Comercio y transporte (códigos 1-5)
C. Producción (códigos 20-23, 35)
D. Otros (códigos 0,24,30,40,45,50)
3. AGN Jerónimo de Valencia #1922, f. 436r-v.
4. AGN González de Balcázar #776, f. 850r-v.
5. AGN Jerónimo Bernardo de Quiroz #221 (29-1-1624), f. 69r-71v. Incluso la viuda del contador
Jerónimo de Pamones hubo de pedir 262 pesos al banco ″para con ellos comprar lutos y hacer las
honras del dicho difunto″, AGN Nieto Maldonado #1225, f. 3582r-v.
6. AGN Pedro Juan de Rivera #1625, f. 163r-164r.
7. AGN López de Mallea #977, f. 834r-836v.
8. Guillermo Lohmann, Los ministros de ¡a Audiencia de Lima (1700-1821), (Sevilla: EEHA, 1974), XXI.
Cf. también Andrien, Crisis and Decline, 103 y ss.; José de la Puente Brunke, ″La burocracia en el
virreinato del Perú. (Apuntes para los siglos XVI y XVII)″, Mercurio Peruano, 501 (1991): 49-62.
9. El oidor Núñez de Avendaño, por ejemplo, tenía un obraje de sombreros, AGI Escribanía de
Cámara 576-A, años 1595-1599. Cf. Bronner, ″Peruvian Encomenderos″, 643-659; ″Church, Crown,
and Commerce in Seventeenth-Century Lima: A Synoptic Interpretation″, JBLA, XXIX
(1992):75-89; y ″Urban Society in Colonial Spanish America: Research Trends″, Latin American
Research Review, XXI:1 (1986): 7-72; Rodríguez Crespo, ″Sobre parentescos″; José de la Puente
Brunke, ″Los oidores en la sociedad limeña: notas para su estudio (siglo XVII)″, Temas Americanistas
(Sevilla), 7(1990): 8-13. Cf. también Evans, ″The Landed Aristocracy″.
10. Sobre los sistemas ″directos″ e ″indirectos″ de administración cf. I.A.A. Thompson, Guerra y
decadencia, y capítulo 5.
11. Mark A. Burkholder y D.S. Chandler, De la impotencia a la autoridad, 29-118; Kenneth Andrien, ″
The Sale of Fiscal Offices and the Decline of Royal Authority in the Viceroyalty of Peru″, HAHR,
LXII:1 (1982): 49-71.
12. Cf. Jaime Vicens Vives, ″Estructura administrativa estatal en los siglos XVI y XVII″, Coyuntura
económica y reformismo burgués y otros estudios de historia de España, (Barcelona: Ariel, 1969),
especialmente 135 y ss, que si bien es una reflexión sobre la administración en las monarquías
absolutas, sobre todo la española, proporciona valiosos instrumentos para el análisis de la
administración indiana.
13. John Lynch, ″The Institutional Framework of Colonial Spanish America″, Journal of Latin
American Studies, 24 (1992), (Quincentenary Supplement), 70. Cf. también Margaret E. Crahan, ″
Spanish and American Counterpoint: Problems and Possibilities in Spanish Colonial
Administrative History″, Richard Graham y Peter Smith, eds., New Approaches to Latin American
History, (Austin: University of Texas Press, 1974), 36-70.
14. Juan Bromley, ″La ciudad de Lima en el año 1630″, Revista Histórica, XXIV (1959): 268-317;
Guillermo Lohmann, ″El gobierno y la administración″, Historia del Perú, (Lima: Brasa, 1994), vol.
V, 72 y ss; y El corregidor de indios en el Perú bajo los Austrias, (Madrid: CSIC, 1957). Los corregidores
de españoles siempre eran nombrados directamente por el rey, tal como hiciera Isabel la Católica
115

cuando fundó esta institución, cf. Marvin Lunenfeld, Keepers of the City. The ′corregidores′ of Isabela I
of Castile (1474-1504), (Cambridge: Cambridge University Press, 1987). Según Bronner, el virrey
Chinchón controló la entrega de 60 corregimientos, con los cuales hizo 250 nombramientos en los
casi diez años que duró su mandato, ″Peruvian Encomenderos″, 648.
15. Sobre este último punto cf. Luis Miguel Glave, Trajinantes. Caminos indígenas en la sociedad
colonial, siglos XVI/XVII, (Lima: Instituto de Apoyo Agrario, 1989), 153-154 y pássim; y Alfredo
Moreno Cebrián, El corregidor de indios y la economía peruana del siglo XVIII (Los repartos forzosos de
mercancías), (Madrid: CSIC, 1977), cap. II y III; Javier Tord Nicolini, ″El corregidor de indios en el
Perú: comercio y tributos″, Historia y Cultura, 8 (1974): 173-214, para el siglo XVIII.
16. Muchos corregidores tomaban ″prestada″ la plata a cuenta de su salario. Según un papel
(escrito en Los Reyes, sin fecha ni firma), la única solución a este problema sería prohibirles a los
corregidores tomar adelantos y poner a personas ″abonadas″ en los cargos de oficiales reales,
pues como se estaba dando los oficios a hombres ″pobres... que no tienen de qué pagar y sí hacen
lo que quieren... y estando en hombres ricos por guardar su hacienda mirarán y guardarán la de
S.M.″, AGI Contaduría 1787, #2. La confusión en las conversiones de monedas en provecho de los
corregidores fue advertida por los oficiales reales, AGI Lima 35, #35, libro III. Carta del Tribunal
de Cuentas al virrey. Lima, 27 de noviembre, 1608, f. 76.
17. AGÍ Charcas 36. Carta de Pastrana al rey. Potosí, 1 de junio, 1621. Pastrana sugirió destituirlos
de sus oficios y desterrarlos a Chile, pues ″todos tratan en primer lugar de sus grangerías más que
de cobrar las tasas de V.M.″, AGI Charcas 36. Carta de Pastrana al rey. Potosí, 22 de marzo, 1622.
18. Cárdenas fue acusado, además, de sembrar en tierras de indios y de hombres pobres; de
comprar vino de desecho a cuatro o cinco reales y venderlo a 24 reales a los pulperos, de
extorsionar a los productores de vino y monopolizar su distribución. Calcularon que había ″
atravesado″ 30 mil botijas de vino en Pisco, en las bodegas del capitán don Lorenzo de Zárate,
doña Elena Mesía de Mora, don Nicolás de Ávalos y doña Petronila de Guerrero. Lo encontraron
culpable en casi todos los capítulos. AGI Escribanía de Cámara 507-B, año 1631. En Ica pagaban los
jornales de los indios en vino, AGI Lima 36, año 1611; AHML, Libro X. ″Auto del virrey para que los
corregidores no vendan vino a los indios″, 79v.
19. AGI Lima 161, año 1632.
20. AGN Cristóbal Rodríguez #1642, f. 294v-295v.
21. El dinero fue entregado al factor Felipe de Mieses, regidor perpetuo del cabildo de Lima, con
una memoria para emplear el dinero en cualquier parte de México, AGN Nieto Maldonado #1212,
f. 2394r-2397v.
22. AGI Escribanía de Cámara 507-A. Probanza de Pedro Osores de Ulloa; Guillermo Lohmann, Las
minas de Huancavelica en los siglos XVI y XVII, (Sevilla: EEHA, 1949), p. 181-183 y pássim. Osores murió
siendo gobernador de Chile, AGI Lima 40.
23. AGN Nieto Maldonado #1209, f. 2409r-2410r; José de la Puente Brunke, Encomienda y
encomenderos en el Perú. Estudio social y político de una institución colonial, (Sevilla: Excma. Diputación
Provincial de Sevilla, 1991), 339, 343, 418, 422, 504. Cuando murió, su mujer, doña Francisca
Campuzano, entabló pleito con el fiscal por sus encomiendas, AGI Escribanía de Cámara 507-A.
24. Lohmann, Las minas de Huancavelica, 109.
25. Incluso en 1609, Osores fue gobernador de Huancavelica y de Castrovi-rreina
simultáneamente, Lohmann, Las minas de Huancavelica, 109 y ss, 231 y ss.; cf. también Carlos
Contreras, La ciudad del mercurio. Huancavelica, 1570-1700. (Lima: IEP, 1982), 31.
26. El virrey ordenó una pesquisa secreta para averiguar los excesos en las minas, Lohmann, Las
minas de Huancavelica, 238, 241 y pássim.
27. AGN Nieto Maldonado #1207, f. 722r-723r.
28. En la anterior residencia, exigida por el virrey Esquilache, había habido muchas quejas contra
Osores, Lohmann, Las minas de Huancavelica, 241.
116

29. Cueva fue pagado por Arredondo en 1620. AGN Nieto Maldonado #1207, f. 722r-723r.
30. AGN Nieto Maldonado #1209, f. 2410v-2411v.
31. AGN Nieto Maldonado #1209, f. 2409r-2410r.
32. AGN González de Balcázar #772, f. 148r-150v.
33. AGI Lima 35, Carta del virrey a S.M. Callao, 12 de abril, 1608, f. 62r-v. Hubo problemas con el ″
regimiento″ de Lima que tenía Mendoza, pues Montesclaros le escribía al rey que ″la venta del
regimiento de Lima que tiene don Nicolás de Mendoza e suspendido hasta suplicar a S.M. se sirva
entender que don Nicolás es hijo de don Juan de Avalos, caballero del ábito de Calatrava,
emparentado con toda le gente principal del reyno″.
34. Cf. Puente Brunke, Encomienda y encomenderos, 418.
35. AGI Lima 41; AGN Valenzuela #1963, f. 583r-591v. En 1611 el rey fue informado de que los
indios del obraje de don Nicolás eran maltratados y ordenó al virrey castigar los excesos, AGI
Lima 36, f. 83r-v. A fines del XVIII un prominente minero de Hualgayoc, Miguel de Espinach,
arrendó Llaucán. En ese momento contaba con 33,531 ovejas y 4,260 cabezas de ganado vacuno. ″
Cuenta del ganado vacuno de la hacienda Llaucán″ (1782-1799). AGN Consulado, Concursos #232.
Sobre Espinach véase, John Fisher, Minas y mineros en el Perú colonial, 1776-1824, (Lima: IEP, 1977),
78; Carlos Contreras, Los mineros y el Rey. Los Andes del norte: Hualgayoc, 1770-1825, (Lima: IEP, 1995),
45.
36. AGN González de Balcázar #766, f. 1420r-1421r.
37. AGN González de Balcázar #767, f. 2r-3v.
38. Poder dado en el Cuzco ante Francisco Hurtado, inserto en AGN Nieto Maldonado #1207, f.
927r-928r.
39. AGN Nieto Maldonado #1207, f. 927r-930r; Sánchez Vadillo #1749, f. 438v-441 r. Cueva le
otorgó carta de pago a Francisco de Villanueva, apoderado del corregidor, por la deuda de 35,774
pesos que Mendoza había satisfecho. La escritura contiene la relación detallada de las deudas,
AGN Nieto Maldonado #1207, f. 788v-789v.
40. El 3 de octubre de 1625, por ejemplo, fue su garante en un préstamo de 17,440 pesos que pidió
al capitán Antonio Zapata, AGN Nieto Maldonado #1216, f. 2261r-v; asimismo, el 26 de febrero de
1626 fue su fiador en un préstamo que pidió a don Pedro Ramírez de Valdez, AGN Xaramillo
#1998, 425r-v.
41. El valor asignado a los cordellates sería de cinco reales y medio la vara, y de cuatro pesos y
medio cada frazada. Si después de los cuatro años la deuda no era saldada, don Nicolás se
comprometía a pagar la diferencia al contado. AGN Nieto Maldonado #1222, f. 2376r-2378r.
42. Al año siguiente, doña Petronila se casaría con don Rodrigo de Mendoza, su cuñado, caballero
de Calatrava, quien había sido gobernador de Chucuito, alcalde ordinario de Potosí (1628) y un
importante ″aviador″ de los mineros, como se verá más adelante. Uno de los hijos de Petronila se
llamaba también don Rodrigo de Mendoza; dos hijos, primos hermanos, quisieron contraer
nupcias, por lo cual pidieron permiso a Roma, Suardo, Diario, I:76, 243. En 1632 don Rodrigo de
Mendoza, hijo de don Nicolás, pedía nombrar un curador para que administre su hacienda, Ibid,
I:246.
43. Obligaciones en favor del capitán Antonio Zapata, don Francisco de Arellano y de doña María
Flórez de Vera, viuda del doctor Melchor de Urbina, AGN Nieto Maldonado #1224, f. 1594r-1595r,
2010r-2011r; Nieto Maldonado #1226, f. 676r-677r.
44. En mayo de 1630, doña Petronila le entregó una ″libranza en Antonio Hernández″, quien
había recogido muías de las haciendas de Cajamarca y las había llevado a Guamantaja. Hernández
debía darle a Cueva 250 muías chucaras (a 23 pesos cada una) y 90 muías mansas (a 25 pesos),
AGN Valenzuela #1955, f. 1014r-v. En mayo del siguiente año le daba otra libranza para que
pudiese sacar de Llaucán 600 novillos, 4 mil carneros y 200 muías, AGN Valenzuela #1958, f. 892r-
v.
117

45. El 15 de abril de 1629 le otorgó poder a Vargas (y como sustitutos a Antonio de Aradillas y a
Baltazar Hurtado del Águila) para cobrar de Francisco Ordóñez la ropa del obraje y se la remitiese
a Lima, AGN Nieto Maldonado #1223, f. 1044r-1045r.
46. Ya desde el año anterior Cueva pagó salarios y cobró los tributos que debían los indios, AGN
Valenzuela #1968, f. 353r-354r.
47. AGN Nieto Maldonado #1230, f. 2665r-2666v; Valenzuela #1958, f. 506r-507v. El 2 de enero de
1632 Cueva vendió, en Lima, a Blas y Sebastián Rodríguez, mil cabezas de ganado vacuno y 30
caballos a once pesos dos reales cada uno. Todo el ganado venía de Cajamarca y debía ser
entregado en las lomas de Chaclla (Canta), AGN Nieto Maldonado #1231, f. 33r-35v. Al mes
siguiente estaba vendiendo 185 muías al capitán Pedro Fernández de Córdoba y a Matías Méndez,
a 23 pesos cada una, AGN Valenzuela #1960, f. 598v-600v. Asimismo, Cueva comenzó a comprar
muías en Lima, AGN Cívico #335, f. 2412v.
48. En efecto, los herederos debían a Cueva 52,464 pesos. Cueva no fue el único acreedor, pues al
remate de las haciendas se presentaron también Alonso Bravo (quien ofreció 61 mil pesos) y Juan
García de Otarola (quien ofreció 62 mil). Cueva, sin embargo, era el mayor acreedor (se suponía
que con los ingresos efectivos los herederos pagarían todas sus deudas), AGN Valenzuela #1963,
f.583r-591v.
49. Además, compró tres mil ovejas a Juan Caballero Cortés y Cristóbal Cortés, estancieros de
Cajamarca, por 2,250 pesos. El pago lo hizo por adelantado en Lima, en octubre de 1633, y el
ganado se entregaría el 15 de noviembre, en las ″pampas de Caxamarca como es costumbre″. Si
Cueva o Vargas no acudían el día fijado, correrían con los gastos; si no acudía el estanciero, Cueva
podría comprar ganado a crédito a través de una ″barata″. AGN Valenzuela #1965, f. 560r-562v.
50. Cueva desembolsó 2,500 pesos; 1,500 por tres años del salario de Vargas y mil para ″dar
principio a la cria del dicho ganado de serda″. AGN Nieto Maldonado #1233, f. 2241v-2242v.
51. Cueva vendió ganado de Llaucán a Alonso Benito, vecino de Cuenca, por 6,432 pesos cuatro
reales. AGN Nieto Maldonado #1235, f. 496r-v. Ciertas libranzas entregadas a su agente Vargas
muestran que Cueva ya estaba negociando las deudas en esta área; algunas se giraron contra tres
vecinos de Trujillo —el arcediano Luis de Paz, Juan Pérez de Marquina y Juan Martínez de
Otiniano— y se las endosó el mercader Pedro Ruiz de Ibarra; otra era una cédula contra don
Francisco Gutiérrez de Guevara, corregidor de Cajamarca, por una deuda contraída con Cueva,
AGN Nieto Maldonado #1230, f. 2665r-2666v. Varios hacendados como Josephe Ruiz de Arana
(también escribano) o Melchor de Céspedes (hacendado de Santiago de Cajamarca, la grande),
entre otros, recibieron préstamos, pero los montos no fueron de consideración, AGN Valenzuela
#1967, f. 395v-396r; Nieto Maldonado #1234, f. 1686r-v; González de Balcázar #781, f. 336r-v, 420r-
v. A Ruiz de Arana le pidió el pago en novillos o muías.
52. AGN Valenzuela #1948, f. 984r-985r; Sánchez Vadillo #1783, f. 1387r-1432v.
53. Cf. a este respecto Evans, ″The Landed Aristocracy″, quien analiza, entre otros, el caso del
mercader Pedro de Gárate, quien compró tierras de los indios de Magdalena y Pachacamac en
1615. En 1666, Pedro López de Gárate, su hijo, era unos de los grandes abastecedores de ganado
vacuno de Lima, seguía poseyendo las tierras de su padre en Pachacamac y había obtenido el
título de caballero de la orden de Santiago, AHML Libro XII, f. 242.
54. La producción textil fue financiada casi en su totalidad por el comercio. Según Manuel Miño
Grijalba, desde el siglo XVIII al XIX el sector comercial fue la ″columna vertebral de la organización
textil″, La protoindustria colonial hispanoamericana, (México: FCE, 1993), 166 y ss. Sobre obrajes y
sector comercial cf. también Miriam Salas, De los obrajes de Canaria y Chincheros a las comunidades
indígenas de Vilcashuamán, siglo XVI, (Lima, 1979), cap. II, IV y VI; Rocío Rueda Novoa, El obraje de
San Joseph de Peguchi, (Quito: Abya Yala-TEHIS, 1988).
55. Francisco Quiroz, Gremios, razas y libertad de industria. Lima colonial, (Lima: UNMSM, 1995),
14-24, 36-37.
56. Cesión de Leguizamón contra la caja real, AGN González de Balcázar #772, f. 28r-v.
118

57. AGN Nieto Maldonado #1218, f. 1847r-v.


58. Fue así que se endeudó por 5,555 pesos por 6,342 ″sacas″ de carbón que trajo en el navio de
Cueva en 1627 y 1628. AGN Nieto Maldonado #1220, f. 2695v-2696r, 1776r-1777r; #1221, f.
733r-734r; Cívico #322, f. 1480r-v. Pedro Martín, cerrajero, prefería usar el carbón de Huarmey.
En 1624 fletó el navio ″San Juan Evangelista″, de propiedad del banquero, para traer ″todo el
carbón que pueda″, pagando un flete de nueve reales por cada ″saca″ de romana, ″como es
costumbre″. En 1627 se endeudó por 773 pesos cuatro reales de fletes. AGN Valenzuela #1941, f.
929r-930r; Nieto Maldonado #1220, f. 2696v-2697r.
59. Para el caso de compañías con artesanos ver Quiroz, Gremios, razas, 71 y ss.
60. Al parecer, Pedro Ángel ya había estado colocando el tabaco en Potosí, pues las 196 petacas
que ponía ahora en compañía con Cueva iban consignadas a Pedro de Fonseca, mercader de Arica,
en el navio ″San Juan Evangelista″, de propiedad del banquero. Ángel otorgó poder a Cueva para
disponer del cargamento. AGN Nieto Maldonado #1216, f. 2526r-v.
61. AGN Nieto Maldonado #1216, f. 2312r-2315v.
62. AGN Nieto Maldonado #1216, f. 2527r-v; González de Balcázar #775, f. 405r-v.
63. ANB E.C. 1632.11. Juan, Alonso y Antonio de la Cueva y Pedro Ángel contra don Rodrigo de
Mendoza y Cristóbal de Sotomayor.
64. AGN Nieto Maldonado #1226, f. 923r-v.
65. Una excepción es el trabajo de Peter Bakewell sobre Antonio López de Quiroga, que analiza las
funciones crediticias de este personaje para la segunda mitad del siglo, Plata y empresa en el Potosí
del siglo XVII. La vida y época de Antonio López de Quiroga, (Pontevedra: Excma. Diputación Provincial
de Pontevedra, 1988); cf. también del mismo autor, ″Los determinantes de la producción minera
en Charcas y en Nueva España durante el siglo XVII″, HISLA, VIII(1986):3-11; y ″La minería en la
Hispanoamérica colonial″, Bethell, ed., Historia de América Latina. América Latina colonial: economía,
(Barcelona: Cambridge University Press, Crítica, 1990), vol.3,76 y ss. Enrique Tandeter ha
investigado sobre el crédito en Potosí en la primera mitad del siglo XVIII, Coacción y mercado. La
minería de la plata en el Potosí colonial, 1692-1826, (Cusco: CBC, 1992), especialmente el cap. 4. Para el
caso de las minas de Hualgayoc en el siglo XVIII, el capital circulante fue provisto por el estado a
través de créditos en la venta de insumos, mientras que el capital de inversión también estuvo a
cargo del estado, mediante el levantamiento de obras de infraestructura y la creación de bancos
de rescates. Sin embargo, éste se fue retrayendo en estas funciones, dejando el crédito en manos
privadas, las cuales a través de la habilitación, compañías ó empréstitos lograron controlar la
producción minera, y compartir sus ganancias y sus pérdidas. Contreras, Los mineros y el Rey,
31-69; Kendall Brown, ″La crisis financiera peruana al comienzo del siglo XVIII, la minería de plata
y la mina de azogues de Huancavelica″, Revista de Indias, 182-183(1988):349-382; Fisher, Minas y
mineros, 202 y ss. Para el caso de México del siglo XVIII, es evidente que este capital fue financiado
largamente por grandes comerciantes de la ciudad de México que, a través de ciertas prácticas mercantiles
y del uso de enlaces matrimoniales con los mineros más destacados, lograron dominar el mercado de
capitales y, por tanto, constituirse en los mayores beneficiarios de la producción minera, Brading, Mineros y
comerciantes, 139 y ss, 357 y ss.
66. Bakewell, ″La minería en la Hispanoamérica colonial″, 77.
67. AGI Charcas 32. Expediente seguido por la villa de Potosí, 1605, f. 4r.
68. AGI Charcas 32. Carta del cabildo al rey. Potosí, 5 de febrero, 1631, f. 3r. Sobre el problema de
las migraciones cf. Nicolás Sánchez Albornoz, ″Mano de obra indígena en los Andes coloniales″,
Revista Ecuatoriana de Historia Económica, 3 (1988): 67-81; Noble David Cook, ″Migration in Colonial
Peru: an overview″, Brian Evans, ″Migration Processes in Upper Peru in the Seventeenth Century
″, Ann Wightman, ″...residente en esa ciudad...: Urban Migrants in Colonial Cuzco″ y Karen
Powers, ″Indian Migrations in the Audiencia de Quito: Crown manipulation and Local Co-optation
″, David J. Robinson, ed., Migration in Colonial Spanish America, (Cambridge: Cambridge University
119

Press, 1990), 41-61, 62-85, 86-112, 313-323; Thierry Saignes, ″Ayllus, mercado y coacción colonial:
el reto de las migraciones internas en Charcas (siglo XVII)″ y Ann Zulawski, ″Forasteros y
yanaconas: la mano de obra en un centro minero en el siglo XVII″, Olivia Harris, Brooke Larson y
Enrique Tandeter, comps., La participación indígena en los mercados surandinos, (La Paz: CERES,
1987), 111-158, 159-192.
69. Peter Bakewell, Miners of the Red Mountain. Indian Labor in Potosí, 1545-1650 (Albuquerque:
University of New Mexico Press, 1984), cap. 1 y 6; Jeffrey Cole, The Potosí Mita, 1573-1700.
Conmpulsory Iridian Labor in the Andes, (California: Standford University Press, 1985) y Tandeter, Coacción
y mercado, para la evolución de este problema en el XVIII.
70. AHCMP CR 153, años 1614-1621, f. 73r-v.
71. Hanke, Los virreyes españoles, II: 49-50.
72. Los oficiales elaboraron una lista especial de los deudores por azogues, entre los que figuraba,
como deudores mayores, don Pedro Osores de Ulloa (con 22,089 pesos ensayados, unos 35,784
pesos de ocho), Hernán Carrillo de Córdoba (17,602 pesos ensayados), Domingo Beltrán (23,619
pesos e.), Martín de Bertendona (23,906 pesos e.) y Cosme López del Castillo (23 mil pesos e.).
AHCMP CR 153, f. 63r-67v.
73. AHCMP CR 153. En 1618 Osores debía 24,193 pesos ensayados, f. 101r-105r.
74. AHCMP CR 153, f. 108r; AGI Charcas 36. Carta de Pastrana al rey. Potosí, 8 de marzo, 1619 y del
24 de marzo, 1620.
75. El cabildo de Potosí, por ejemplo, pidió su destitución. AGI Charcas 32. Carta del cabildo de
Potosí al rey. 26 de marzo, 1619. El mercader Diego Núñez de Campo-verde lo demandó, AGI
Escribanía de Cámara 567-A, año 1626-31. Otro pormenores de la visita de Pastrana se pueden ver
en Escobedo, Control fiscal, 115 y ss. Cf. también el estudio preliminar de Guillermo Lohmann a
Francisco López de Caravantes, Noticia General del Perú, (Madrid: BAE, 1985), tomo CCXCII; y Lewis
Hanke, ″La producción de plata en Potosí″, Hanke y Mendoza, eds., Arsanz de Orsúa y Vela,
Historia de la Villa Imperial de Potosí, vol. 3, 488-491.
76. AGI Charcas 36. Carta de Pastrana al rey. Potosí, 24 de marzo, 1620; AGI Escribanía de Cámara
505-A, año 1623.
77. AHCMP CR 153, f. 81r-82v.
78. AHCMP CR 153, f. 128r-129r. Sobre las cantidades cobradas, AGI Charcas 36. ″Certificación del
escribano Francisco García Barroso″, año 1622.
79. AHCMP CR 153, f. 130r.
80. Los oficiales reales, incluyendo al factor Bartolomé Astete de Ulloa, no quisieron tomar una
decisión que iba directamente contra la orden real. El gobernador don Francisco Sarmiento de
Sotomayor fue del parecer que se vendiese el azogue fiado, pues los mineros estaban demasiado
endeudados con los aviadores y obligados a hacer ″contratación de piñas″ y ″baratas″ con el
azogue. Por último, el contador Alonso Martínez de Pastrana decidió cobrar al contado hasta que
el virrey dictaminase otra cosa. AHCMP CR 153, f. 132v-136v.
81. AGI Charcas 36. Carta de Pastrana al rey. Potosí, 8 de marzo, 1619.
82. AGI Charcas 36. Carta de Pastrana al rey. Potosí, 15 de enero, 1622.
83. Sobre los pormenores de la guerra entre mineros ver Alberto Crespo Rodas, La guerra entre
vicuñas y vascongados; Gunnar Mendoza, Guerra civil entre vascongados y otras naciones de Potosí.
Documentos del Archivo Nacional de Bolivia (1622-1641), (Potosí: SVR, 1954).
84. AGI Charcas 36. Certificación de deudas de capitulares, 1 de junio, 1621.
85. AGI Charcas 32. Impreso de azogueros.
86. Ibid.
87. AGI Charcas 36. Carta de Pastrana al rey. Potosí, 22 de marzo, 1622.
88. AGI Charcas 36. Carta de Pastrana al rey. Potosí, 1 de junio, 1621.
120

89. AGI Charcas 32. En 1629 la deuda era de 2′234,784 pesos ensayados, siendo la mayor parte de
azogues. AHCMP CR 229, 12v. Los azogueros enviaron varias cartas al rey explicando que era
normal que ellos debieran plata a la caja, AGI Charcas 32. Carta del cabildo al rey, 1624.
90. AGI Lima 156. Carta de Pastrana al rey. Lima, 1626.
91. AGI Charcas 32. Carta del cabildo al rey. Potosí, 5 de febrero, 1631.
92. AHCMP CR 229, f. 20r.
93. ″...demás que si se considera bien, no es mucho que con tan siniestros sucesos como han
tenido los dichos azogueros devan millón y medio desta deuda de azogues, demás de 17 millones
que han recibido, particularmente constando que todo este azogue le han consumido en el
beneficio de sus metales... y que todos los que han tratado en este ministerio han muerto
pobrísimos y adeudados en más de 100 y 200 mil pesos. Y el riesgo que corren estas ditas y el
fiarse unos azogueros a otros, no es más que dilación en la paga, porque en estando crecida la
deuda se les arriendan sus ingenios y cobran los oficiales reales destos arrendamientos lo que se
deve a la Rea! hacienda.″ AGI Lima 162. Memorial impreso del doctor Don Sebastián de Sandobal y
Guzmán, procurador general de la villa de Potosí y gremio de azogueros, año 1636. Ese mismo año
el presidente de Charcas, don Juan de Lizarazu, le escribía al rey que por la falta de crédito de
azogue la mayor parte de las moliendas se habían malogrado, de modo que todos los mineros
estaban endeudados y debió buscar 200 mil pesos prestados para enviar a España, 25 de marzo,
1636. AGI Lima 47.
94. AGI Lima 48, #1, Libro 1. Carta de Chinchón al rey. Lima, 8 de marzo, 1637, f. 324r-324v.
95. El presidente protestó por ″este gravamen mayormente por premio de la más pesada y grave
negociación que se ha encargado a ministro alguno; todos los años se reparten más de 400 mil
pesos de azogue... al fiado porque de otra manera es imposible que pueda sustentarse″ la minería.
AGI Charcas 21. Carta del presidente de Charcas al rey. La Plata, 4 de marzo, 1639.
96. ANB Colección René Moreno 856. Doctor Francisco de Valenzuela, fiscal de la audiencia de
Lima, ″En defensa de la Real Hacienda contra el gremio de los azogueros de la villa imperial de
Potosí″. Impreso, 10 de septiembre, 1646. Los comentarios del virrey sobre este punto en, AGI
Lima 53. Carta del virrey a S.M. Lima, 8 de julio, 1646.
97. ANB Ruck, #575, t. de abril, R.C. Aranjuez, 28 de abril, 1650. Cédula al conde de Salvatierra
sobre lo que se ha de hacer en cuanto a la pretensión del gremio de azogueros de Potosí de que se
les vuelva el exceso que por error habían pagado de más en el precio del azogue desde 1609 hasta
1631 o que se impuse (sic) a cuenta de ese exceso lo que deben de azogues retrasados, f. 466-470.
98. Petición del 16 de abril de 1650, en Clara López Beltrán, Estructura económica de una sociedad
colonial. Charcas en el siglo XVII, (La Paz: CERES, 1988), 96.
99. AGI Charcas 32. Auto de Néstares Marín. Potosí, 9 de septiembre, 1654. En 1664 el rey daba
una cédula mediante la cual ordenaba a la audiencia de Charcas sacar de la cárcel a los mineros
presos por deudas de azogue. Buen Retiro, 24 de julio, 1666. ANB Reales Cédulas #465.
100. AGI Charcas 32. Carta de Pastrana al rey. Potosí, 24 de marzo, 1620.
101. AHCMP Barrionuevo #60, (26-3-1624), f. 894r y ss; #61 a, f. 1031r y ss; #65, f. 3297 r; #57, f.
3125r y ss; #66, f. 1891v; #68, f. 4025r. El ensayador mayor de Potosí, Juan Sánchez Mejía, se
endeudó con 700 pesos, AHCMP Baltazar de Barrionuevo #65, f. 3370r y ss.
102. En 1625 y 1626 Cueva otorgó poderes a Gaspar de Guerra, Diego Mesía, Juan Pérez de Armas,
Francisco de Villanueva y al capitán Pedro de Reinalte, residentes o de partida a Canta, para que
puedan ″registrar... ansí en las minas que están descubiertas hasta el día de oy... como en las que
se descubrieren... qualesquier minas de oro u plata y otros metales, poniendo estacas en ellas y
echando a labor las dichas minas a usanza de mineros y... pidan se les repartan sitios, cuadras y
solares para hacer yngenios y casas para el beneficio y labor de las dichas minas″, AGN Nieto
Maldonado #1216, f. 2194v-2195r; #1218, f. 2433v-2434r; Antonio de la Cueva hizo lo mismo. Ya en
1623 Cueva le había dado poder al capitán don Pedro de Cabrera Tello para que le registre minas
en Jaén de Bracamoros, AGN Nieto Maldonado #1212, f. 1495v-1496r. En 1627 volvieron a
121

extender poderes a Pedro Negrillo, don Fernando Falcón y al padre mercedario Gabriel Negrillo
para que les registren minas en ″cualquier parte″, AGN Nieto Maldonado #1219, f. 96r-99r.
103. AGI Lima 47. Carta del gremio de azogueros al rey. Potosí, 9 de agosto, 1635. Decían además
que estas medidas habían afectado a los más beneméritos (como Pedro Osores de Ulloa, Francisco
de Oyanume, Pedro Rodríguez de Varas, Jerónimo Corso, Manuel de Guevara y otros), quienes
estaban muy empeñados.
104. AHCMP CR 229, f. 20r.
105. AHCMP CR 229, f. 123r.
106. AHCMP CR 229, f. 123v. Habían varias tiendas de ″contraste″ en Potosí. El cabildo les pidió
fianzas por 25 mil pesos, pero los mercaderes, como Alonso Cano y Jaime Balaguer, ofrecieron 21
mil y 22 mil pesos respectivamente, ANB CPLA, t. 12, f. 284, 286r-v, 304.
107. AGI Lima 51. Carta de Mancera al rey. Callao, 16 de junio, 1643, f. 55r y ss. AGI Lima 51. Carta
de Mancera al rey. Callao, 16 de junio, 1643, f. 55r y ss.
108. Sobre los mercaderes de plata en Potosí véase Lazo García, Economía colonial, II, 91 y ss; López
Beltrán, Estructura económica, 97 y ss. Un minucioso análisis de la función de los compradores de
oro y plata sevillanos se puede ver en Rafael Donoso Anes, El mercado de oro y plata de Sevilla en la
segunda mitad del siglo XVI. Una investigación histórico-contable, (Sevilla: Excmo. Ayuntamiento de
Sevilla, 1992).
109. Un ejemplo es López de Quiroga, cf. Bakewell, Plata y empresa. Este autor ha planteado que el
hecho de que la Casa de Moneda durante la mayor parte del siglo XVII haya estado en Potosí, y no
en Lima, sería una de las causas por las que los aviadores de Potosí fueran tratantes locales y no
de la capital; así, el funcionamiento del crédito sería distinto al caso mexicano, en donde la Casa
de Moneda se hallaba en la ciudad de México y, por tanto, los aviadores eran mercaderes
capitalinos, cf. ″Los determinantes de la producción minera″, 7.
110. ANB Minas 143. Jacinto de Obregón, agente de Cueva en Potosí, atestiguó contra Lagunas.
111. ANB Minas 144, año 1648, f. 33v y ss.
112. Según Mendiburu (Diccionario, VII, 321), Mendoza era caballero de Santiago y sobrino del
virrey Montesclaros; estuvo al mando de la armada cuando atacó Spielberguen.
113. ANB Minas IX, #1, cuad. 1.
114. ANB Minas X, #2, f. 31v-34v.
115. ANB Minas X, #2, f. 40v.
116. ANB Minas X, #2, f. 34v.
117. Luego que llegara a un acuerdo con Bolívar. Mendoza sacó 10 mil quintales de metal,
entablándole luego un pleito doña Francisca por las cuentas. ANB Minas X, #2, f. 22v y ss; 82r-v.
118. ANB Minas 114, #4.
119. Esta suma fue cedida a don José Pardo de Figueroa. ANB Minas 17, #2, f. 166r y ss. y pássim.
120. AGI Lima 53. Expediente de servicios de Francisco Gómez de la Rocha, año 1646. El
espediente tiene dos probanzas; una del Cuzco y la otra de sus actividades en Potosí.
121. Sobre este punto cf. Bakewell, Plata y empresa.
122

Capítulo Cuatro. Un banco para


mercaderes

-¿Son bien ganadas las haciendas tratando?


-Si lo fueran, más desocupado estaría el infierno.
-¿Por qué camino he de tentar a los mercaderes?
-Procurando que lo sean y dejándolos.
-¿Luego no se retira el que ha ganado lo que le
basta?
-No, porque son amigos verdaderos del oficio
(como dicen)
hasta la muerte.
-¿Con qué se grangea mejor hacienda en las Indias?
-Con dos varas, la una de juzgar y la otra de medir.
Quiero decir, siendo corregidores o mercaderes (si
bien todo es uno).
Juan Mogrovejo de la Cerda,
La endiablada1.

En busca de un lugar en la sociedad


1 En el siglo XVII Lima era una ciudad que podía satisfacer las expectativas de ascenso de los
colonos españoles. Los últimos libros, las modas e, incluso, algunas novedades científicas
llegaban, aunque subrepticiamente, a la ciudad. Asimismo, relaciones prematrimoniales,
poligamia, nacimientos ilegítimos y affaires clandestinos entre laicos y religiosos fueron
un componente significativo de la vida colonial2. La ciudad era un espacio relativamente
nuevo, abierto y que permitía, a su vez, una cierta movilidad social, sobre todo si se había
logrado amasar una fortuna acompañada de una buena reputación y se contaba con el
apoyo de patrones importantes. Sin duda, el dinero no constituía el único factor de
estratificación social, pues se partía de criterios estamentales y étnicos bastante
definidos. Para ser miembro de la élite, además de riqueza, había que contar con títulos,
hidalguía, trayectoria personal y familiar honorables, probados servicios a la monarquía y
un determinado estilo de vida3. No obstante, la élite "benemérita", formada por los
123

conquistadores y sus descendientes, había sufrido duros reveses en el siglo XVI: las glorias
militares habían sido ensombrecidas por las guerras, el control de la corona y sus
funcionarios, y también por el desprecio de los peninsulares hacia los criollos y por la
crisis de las encomiendas. Así, obligados a renovar sus filas, en las primeras décadas del
XVII se estaba llevando a cabo una recomposición de la élite de poder, en donde los
nuevos ricos y poderosos estaban siendo atraídos por las viejas familias mediante el
vínculo matrimonial, considerado por Mogrovejo como "la postrera mohatra que ha de
hacer un hombre de bien"4.
2 Incluso en los espacios públicos, en donde tradicionalmente se debían dejar bien claras las
diferencias sociales, no se podía distinguir a simple vista la separación de estamentos. No
habiendo un acatamiento serio a las pragmáticas sobre los vestidos —que intentaban
diferenciar visualmente a las personas—, las fiestas eran la ocasión ideal para demostrar
lo que se era o lo que se pretendía ser. La vida ceremonial de Lima era intensa, al punto
que, como promedio, hubo 150 días de fiesta al año a lo largo del siglo XVII. Esta tendencia
a las celebraciones trajo grandes problemas a los comerciantes, tanto que obligó al
arzobispado a seguir causas contra todos aquellos que no guardaban las fiestas
debidamente5. Como es obvio, en estas ocasiones se hacían grandes esfuerzos por
sobresalir. En 1630, con motivo de la celebración del nacimiento del príncipe Baltazar
Carlos, los tratantes minoristas hicieron plantar árboles en toda la plaza mayor para que
pareciera un bosque por el cual pasearían figuras mitológicas. Los grandes cargadores,
por su lado, organizaron las corridas de toros, que transformaban la plaza mayor en una
arena taurina por donde desfilaban toreros, rejoneadores y saltimbanquis, como el "negro
de la pica" o el "chino del tinajón"6. De este modo, los españoles de Lima hacían una
notoria ostentación de lujo, "que no se puede en un día de fiesta conocer por el pelo quién
es cada uno; porque todos nobles y los que no lo son, visten costosa y ricamente ropa de
seda y toda suerte de galas"7. Así, estar ubicado en un asiento preferencial en las fiestas
oficiales era importante para demostrar el lugar que se ocupaba en la sociedad. Según
Cobo, si esta gente moderara más sus gastos, podría vivir "sin el afán y congoja que traen
en sustentar esta vana pompa, con tan gran menoscabo de sus haciendas, expendiéndolas
en sustentar más lustre y autoridad que ellas sufren ni pueden llevar"8.
3 En el caso de los mercaderes, una exitosa operación comercial los podía colocar en la
posibilidad de competir socialmente, aunque el costo fuera muy alto. Los mercaderes de
Lima se hicieron famosos por su destreza en los negocios, pero también por su tendencia
al despilfarro y a tener que demostrar constantemente su solvencia. Inmersos en una
cultura visual (y verbal), los mercaderes se encontraron obligados a hacer sustanciosas
inversiones "sociales" y "espirituales" que compensasen su dudosa pureza de sangre y la
incierta fama de sus apellidos. Sin duda, la instalación del Tribunal del Consulado brindó
una serie de privilegios sociales a los mercaderes. Los priores y cónsules, por ejemplo,
podían caminar por la ciudad acompañados por negros armados con espadas y una injuria
contra estos jueces podía conducir a la cárcel9. Pero esto no los eximió de realizar
espectaculares esfuerzos personales que podían comenzar con la compra de tierras y
terminar con la adquisición de una buena tumba en un convento o en la catedral. Diego de
la Cueva, mercader con obraje de sombreros, dotó a su hija con 210 mil pesos y 39 mil
solamente para el ajuar, "el más rico que se ha dado nunca"; Alonso González de la Canal
reedificó la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate y sufragó todos los gastos de la fiesta
de reapertura; Francisco de Oyague gastó un total de 338 mil pesos en dotes para sus hijas
124

en la segunda mitad del XVII. Y en el caso de Cueva, algunos testigos aseguraron que la
quiebra se debió al oneroso tren de vida del banquero10.
4 La obtención de cargos y títulos fue parte importante de la carrera por la búsqueda de un
buen lugar en la sociedad. El cabildo fue una de las primeras instituciones tomadas por los
mercaderes, cuando se pusieron a la venta los oficios municipales, permitiéndose
abiertamente que también el dinero fuese un vehículo de ascenso social. En algunos casos
hubo cierta resistencia, como cuando fue nombrado regidor, en 1614, Julián de Lorca —
hijo del banquero Baltazar de Lorca—, calificándolo un sector del cabildo como "hombre
humilde y de humilde nacimiento y trato como lo es su padre, que lo más que a alcanzado
a ser [...] a sido banquero"11. Pero, según Lohmann, ya desde fines del siglo XVI el perfil
genérico del origen de los concejales era de "gente de lustre" destacada por su
laboriosidad y ahorro, de manera que entre 1630 y 1660 se produjo el apogeo de la
presencia de los hombres de negocios en el cabildo. Juan de Figueroa —mercader,
astrólogo y, más tarde, ensayador mayor de Potosí— tomó el puesto de regidor del cabildo
de Lima luego que llegara de Potosí con 150 mil pesos de caudal12. Junto a él, desfilaron
por los pasillos municipales Melchor Malo de Molina, Juan Sánchez de León, Francisco de
la Presa, Juan Arias de Valencia, Pedro Sánchez Garcés, Felipe de Espinosa y Mieses, Juan
de Salinas, Pedro del Castillo Guzmán, Diego Núñez de Figueroa y, su sobrino, Diego
Núñez de Campoverde13 y Juan Caballero de Tejada, entre otros, quienes ocuparon los
puestos de regidores o alcaldes. Otros mercaderes, como Jerónimo López de Saavedra,
ocuparon puestos claves, como el de depositario general de la ciudad, quien actuaba como
banquero informal.
5 Ser miembro del Santo Oficio también estuvo entre las miras de los comerciantes.
Gregorio de Ibarra, gran cargador, fue familiar y receptor general de la Inquisición14.
Además de Ibarra, fueron familiares Francisco Gutiérrez Coca, Luis Díaz Navarro, Pedro
Rodríguez de Mendoza, Miguel Ochoa, Pedro de Saldías, Juan Lozano, Bartolomé Larrea,
Pedro de Gárate, Santa Cruz y varios más15. Obtener títulos militares honorarios —como el
de "capitán"— fue frecuente en estas primeras décadas. Los títulos nobiliarios se
comenzarán a obtener en la década de 1630 y, sobre todo, en la segunda mitad del XVII,
cuando los mercaderes entraron de una manera más decisiva en las más altas esferas del
poder. De los priores y cónsules del Consulado de Lima, Antonio Mioño, Pedro de Saldías,
Juan Antonio de Céspedes, Toribio de la Vega, Juan de Urdanegui, Francisco de Oyague y
Juan de Murga fueron caballeros de Santiago; Pedro Diez Zorrilla, Francisco de Rosas y
Cristóbal Calderón, caballeros de Alcántara; Alonso Jiménez fue caballero de Calatrava y la
lista continuó incrementándose en las primeras décadas del XVIII16.
6 Esta élite en recomposición también buscó nuevos elementos de identidad. Según van
Deusen, una de las formas por excelencia a través de la cual esta nueva élite se articuló
fue mediante una singular reinterpretación de los límites entre lo sagrado y lo terrenal.
Para ello utilizaron dos vías: la educación —como un medio para reforzar el status
familiar y la competitividad matrimonial— y la "inversión" en recogimientos, como un
intermediario simbólico entre el cielo y la tierra. Así, durante el siglo XVII y, sobre todo,
entre 1670 y 1713, hubo una decidida inversión de la élite en instituciones religiosas 17.
7 Ya en el siglo XVII los españoles americanos despertaron una profunda desconfianza entre
los peninsulares. Don Rodrigo de Vivero y Velasco, conde de Orizaba, declaraba
abiertamente que "al paso que hoy se camina, España quedará sin gente i a riesgo de
perder las Indias. El zapatero es allá cavallero, el labrador no toma azada en mano; todos
se hacen haraganes y malos... tanta gente ociosa i de varias naciones y creencias en Indias
125

causa grandísimos males"18. La percepción recíproca entre los españoles americanos y los
peninsulares estuvo cargada de muchas tensiones. Los colonos americanos, por su parte,
se vieron forzados a demostrar que el vivir en la zona tórrida no los convertiría en indios
ociosos, ni a los carneros en llamas; por el contrario, elaboraron su propia interpretación
acerca de las bondades del clima y las estrellas australes que los hacían seres más
virtuosos que los mismos europeos19. Fray Buenaventura de Salinas y Córdova, en una
verdadera inversión de los argumentos esgrimidos por Vivero, se admiraba que en estas
tierras
todos en general salgan de ánimos tan levantados, que como sea nacido acá, no ay
alguno que se incline a aprender las artes y los oficios mecánicos que sus padres les
trajeron de España; y así no hallará criollo zapatero, barbero, herrero...porque este
cielo y clima del Pirú los levanta y enoblece los ánimos y pensamientos; y tiene
tanta fuerza la tierra, que causa estos efectos en la diferencia y variedad de las
naciones que pasan a estos reynos: porque en llegando al...mar del Sur los bautiza y
pone un Don a cada uno; y en llegando a esta ciudad de Reyes todos se visten de
seda, decienden de don Pelayo y de los Godos y Archigodos...y mandan decir misas
por el alma del buen Cid20.
8 Esta reelaboración del espacio terrestre y estelar unido a la exaltación criolla no sólo
constituyó una respuesta frente a las suspicacias metropolitanas con respecto a los
americanos, sino también la expresión de una élite que se había ido transformando y se
encontraba buscando nuevos elementos de identidad. En este proceso, el grupo mercantil
jugó un rol decisivo al dar aliento financiero a los antiguos "beneméritos" venidos
económicamente a menos y al establecer vínculos familiares y financieros que se
enlazarían luego con la administración del estado.

Redes y circuitos: el consorcio de Cueva


9 La proyección social y cultural de los mercaderes no hubiese sido posible sin una sólida
base económica que permitió a los hombres de negocios abrirse un camino dentro de la
alta sociedad virreinal. El boom minero había beneficiado a pobladores de diversas áreas
del virreinato. Pero los mercaderes de Lima, en particular, concentraron muchas ventajas,
de modo que Los Reyes no sólo fue el mayor centro meridional de la economía atlántica,
sino también un punto medular del mercado interno colonial e intercolonial. Sin
embargo, las condiciones del mercado americano en el siglo XVII obligarían a los
comerciantes de Lima a hacer un verdadero despliegue de recursos para lograr un control
efectivo del mercado interior.
10 En la primera mitad del siglo XVII hubo serios cambios en el mercado americano con
respecto a los productos europeos, cuyos síntomas fueron la disminución de ganancias
comerciales, saturaciones periódicas del mercado y las bajas súbitas de los precios de los
géneros importados. Estas condiciones se agravarían aún más con las presiones
metropolitanas (como el cierre del comercio con México), las confiscaciones y el
incremento de impuestos. Todos estos cambios se reflejaron en la necesidad de formar un
gremio privilegiado con fuero propio —el Tribunal del Consulado— y en la agresiva
política comercial externa de los mercaderes de Lima, pero también en el decidido interés
por acaparar los circuitos económicos internos21 No cabe duda de que la minería generó lo
que Assadourian denominó "efectos de arrastre" sobre el conjunto de la economía andina,
pues estableció conexiones entre regiones muy distantes22. Si bien no hay información
estadística para el siglo XVII, está comprobado que en el siglo XVIII tan sólo el 20% del
126

comercio potosino estuvo constituido por mercancías importadas y el resto productos


eran "de la tierra". La región de Charcas, por tanto, generó una gran demanda de bienes
producidos localmente, mas no de productos europeos que eran los que, en teoría,
necesariamente debían pasar por manos limeñas. No obstante, si la minería tuvo
inicialmente esta cadena de efectos sobre la producción virreinal, también resulta claro
que durante el siglo XVII se produjo una creciente autonomización de las zonas
productoras y los circuitos mercantiles con respecto a los mercados mineros, de modo
que — como afirma Tandeter— no se puede establecer una relación simple entre demanda
minera y circulación de bienes23.
11 Los efectos de la coyuntura atlántica y de la particular configuración del mercado andino
sobre los mercaderes limeños se tradujeron en la necesidad de articular una extensa red
de circuitos y financiamientos en un espacio sumamente amplio, de modo que
difícilmente un gran mercader de Lima se dedicaba a una sola línea comercial, a una sola
ruta o actuaba fuera de un grupo. Los plazos de retorno de las inversiones atlánticas eran
muy largos, tal vez 5 ó 6 años, de manera que un hombre de negocios no restringía sus
actividades exclusivamente a este rubro, sino también invertía en mercancías cuya salida
era más rápida —como los géneros chinos o los productos de la tierra— y que se
consumían masivamente, ya sea por las condiciones favorables de los precios y los
mercados o por la paulatina formación de un mercado compulsivo (como el comercio de
los corregidores). Así, los mercaderes combinaron el comercio atlántico, el comercio en el
Pacífico, el tráfico terrestre y la propiedad de medios de transporte, patrón que se
seguiría hasta el siglo XVIII24. Los bancos de Lima fueron impulsores de estas versátiles
empresas mercantiles, a las que ubicaron en una mejor posición con respecto a aquellas
que no tenían el apoyo y el financiamiento del banco. Esto tuvo varias consecuencias. En
primer lugar, los mercaderes vinculados a cada uno de los bancos lograron competir
exitosamente en el mercado interno, crearon una red de fidelidades y se impusieron
sobre aquellos que no tenían acceso al crédito. Además, el hecho de que se formaran
grandes consorcios internos dificultó que los mercaderes españoles recién llegados
pudiesen llevar con éxito sus operaciones sin el apoyo de estos grupos, ya que se hallaban
en la necesidad de pasar por su intermediación o de establecer nuevas alianzas. Y, por
último, al tener el control del mercado interno estos grupos obtuvieron amplias ventajas
en el tráfico atlántico y consiguieron, a su vez, el financiamiento de la colonia extranjera
de Sevilla.
12 En el caso del banco de Cueva, las cifras son elocuentes. Participando del 53% de los
préstamos, el comercio (incluyendo el transporte) fue el sector más favorecido por el
banco, con un un millón 268,165 pesos. Como se puede ver en el cuadro 4.1, 37 mercaderes
(o arrieros o navieros) recibieron préstamos totales de más de 10 mil pesos, que sumaron
un total de un millón 27,516 pesos, es decir, el 81% de los préstamos identificados al
comercio. De estos mercaderes, por lo menos 19 eran agentes o clientes permanentes del
banquero, de modo que sólo un reducido grupo de comerciantes fue el mayor receptor de
créditos del banco. Fue así que se formaron grandes "consorcios" mercantiles en la
primera mitad del siglo XVII, cuya cohesión no estaba dada por la formación de una sóla
compañía, sino por la articulación de actividades de de ellas25. Así, un banco, varios
mercaderes regionales, ciertas compañías de transporte y determinados productores
operaban conjuntamente por varios años con la ventaja de tener una red comercial
establecida y acceso al crédito inmediato. Sobrevivir, pues, al margen de estos consorcios
127

fue muy difícil, de modo que a través de estas redes los mercaderes de Lima lograron
controlar eficazmente el mercado interior.

CUADRO 4.1. Comerciantes y transportistas deudores de Cueva


(con más de 10 mil pesos de ocho reales)

*Obligación compartida con Jacinto de Obregón.


FUENTE: AGN Sección notarial; AHCMP Barrionuevovarias

13 El consorcio Cueva estaba formado por una extensa red de financiamientos e


intercambios que articulaban las rutas de comercio terrestres o marítimas y los medios de
transporte, ya sean navios o recuas de muías (ver ilustración 5). Las rutas marítimas
vinculaban las zonas productoras del Pacífico, desde Chile a Acapulco. A estas redes se les
superponían otras, las que conectaban por tierra a los diversos centros productivos con
los puertos, y las que conectaban a Lima con los circuitos regionales de la costa y de la
sierra central, norte y sur, siendo, sin duda, el mercado sur andino el más importante del
consorcio Cueva. Finalmente, estas redes desembocaban en el comercio de ultramar, que
vinculaba al Perú con Europa y Asia. En la cabeza de este complejo estaba el banquero
quien, además de financiar a otros comerciantes, participaba activamente en el tráfico
mercantil y en la propiedad de medios de transporte. Frecuentemente los clientes eran
también agentes del banquero, algunos de los cuales comenzaron como protegidos o
asalariados de Cueva y habían terminado estableciéndose como sólidos mercaderes.
Ciertos agentes se especializaron en rutas determinadas, como Antonio de la Cueva, quien
se desplazaba en la ruta atlántica, o Jacinto de Obregón, quien residió permanentemente
en Potosí. Otros, por el contrario, transitaron por casi todas las rutas, como Basilio de
Vargas y los hermanos de Cueva, Esteban y Alonso. De esta manera, a través del comercio,
el transporte y el crédito, los bancos y los mercaderes de Lima participaron de los
beneficios que generaron los mercados mineros y urbanos.
128

ILUSTRACIÓN 3. Distribución geográfica de los préstamos otorgados a comerciantes (con deudas


de más de 10 mil pesos de ocho)

* Los números corresponden a los comericantes y transportistas deudores que figuran en el cuadro
4.1
Fuente: Cuadro 4.1
Concepto: Margarit Suárez
Cartografía; Marco Millones

Lima es una feria


14 El centro indiscutible del comercio virreinal era Lima y, su puerto, el Callao. Si bien es
cierto que la ciudad de Los Reyes era una plaza mercantil permanente (ver cuadro 4.2),
había ciertas épocas, sobre todo antes y después que arribaban los cargadores con
mercancías de México o Europa, en las cuales el movimiento era mayor. Según el
contador Hernando de Valencia, los mercaderes de Lima negociaban cada año, como
mínimo, unos cinco millones de pesos en géneros europeos. Los grandes cargadores
llegaban de Sevilla o Tierra Firme y desde los navios o los almacenes del Callao vendían
directamente a los mercaderes que tenían tiendas en la ciudad.
15 Estos vendían a los cajoneros quienes, a su vez, abastecían a los mercachifles, "que son
unos hombres que andan por las calles como los que [hay] en Madrid, [y] venden hilo
portugués y otras cosas"26. Además, los productos de la tierra que llegaban por la ruta
marítima también se vendían primero en el Callao y luego pasaban a Lima. Así, el puerto
del Callao había adquirido vida propia, pues se había formado un núcleo de poder
vinculado estrechamente a los comerciantes, armadores y almaceneros, motivo por el
cual intentó insistentemente salir de la jurisdicción limeña27.
129

CUADRO 4.2. Consumo anual de la ciudad de Lima, circa 1630

FUENTE: Salinas y Córdova, Memorial de la Historias, 248 y ss. Elaborado en base a un informe de
Tomás de Paredes, regidor del cabildo de Lima.
x* sin especificar cantidades

16 Las ferias de Lima —que fueron creciendo en importancia en la medida en que decayeron
las de Portobelo— se montaban en plazas abiertas y frecuentemente intervenían los
corredores de lonja28. Según León Portocarrero, los corredores compraban y vendían al
por mayor, y agregaban un porcentaje determinado a los costos de Castilla o México o
usaban una tasa fija en pesos ensayados que se comparaba con los precios que corrían en
el mercado en el momento de hacer las compras, "y reducidas ambas cuentas en [pesos]
corriente[s] luego se echa de ver si se puede ganar o perder, y las propias retazas y
cuentas hazen los señores que venden, y conforme sube de la tasa o baja estas
mercaderías, ansí compran a tantos por ciento más o menos de la tasa y después de
concertados envían los fardos como vienen de España en casa del comprador y allí le van
entregando todo por cuenta y razón"29.
17 A las ferias de Lima llegaban factores de provincias en busca de géneros y créditos, o se
compraba por intermediación de los mercaderes de Lima. Así, por ejemplo, Juan Clemente
de Fuentes —mercader de la ruta Lima-Oruro-Potosí y receptor de 30,155 pesos del banco
—, le envió un poder a Cueva para endeudarlo por 50 mil pesos. El maese de campo y
alcalde de Guayaquil, Toribio de Castro, le extendió poder al capitán Eugenio de Ávila
para que lo pudiese obligar en Lima por dinero o mercaderías por un valor de dos mil
pesos. Y Francisco Sánchez de Alvarado y Antonio González, vecinos de Quito, llegaron a
Lima con un poder de Juan Romero para que lo endeudaran por cinco mil pesos que le
remitirían a Quito en metal acuñado30. Ya en 1596 la ciudad había pedido que se hiciese
una feria franca en el mes de enero y un mercado franco una vez por semana, aunque el
pedido no fue acatado31. Cobo calculaba que la ciudad tendría 150 tiendas y oficinas
130

colindantes a la plaza mayor, todas ellas manejadas por los grandes mercaderes de la
ciudad. En teoría, los "cargadores" —es decir, aquellos que importaban las mercaderías—
no deberían vender en tiendas; en la práctica, sin embargo, lo hacían mediante
compañías, y colocaban a un "bolsero" que se encargaba de vender los géneros. Además,
había alrededor de 250 "pulperías" (es decir, "tienda[s], taberna[s] de vino y de cosas de
comer", llamadas también "casas de gula") que eran manejadas por una gran variedad de
mercaderes y tratantes españoles y extranjeros32. Los "cajoneros", en cambio, eran
vendedores ambulantes y ocupaban la plaza mayor y las calles aledañas33.
18 El "valle" de Lima34 y los valles cercanos tenían una importante producción agrícola-
ganadera, gran parte de la cual estaba en manos de los vecinos de Lima y las órdenes
eclesiásticas. Estas últimas habían logrado controlar grandes extensiones de tierras cuyos
productos eran comercializados en la ciudad. El virrey Montesclaros no ocultaba su
disgusto cuando le informaba al rey que, con motivo de la caída del puente de Lima, los
religiosos no habían querido colaborar, siendo "el estado eclesiástico el más interesado...
por la grosedad de sus contrataciones en ganados i frutos de la tierra, que todo viene a
parar a Lima donde tiene su salida y consumo"35. La Compañía de Jesús poseía grandes
propiedades en lea —el mayor centro productor de vinos y aguardientes y el gran dolor de
cabeza de los cosecheros españoles— buena parte de cuya producción pasaba por sus
manos36. Gozando del privilegio real desde 1600, las órdenes no pagaban almojarifazgo de
ningún producto que entrara a Lima con su nombre, así viniese de Guayaquil o de
Nicaragua, de manera que era usual que los comerciantes y financistas actuaran a través
de la intermediación religiosa37. Incluso en 1650 se produjo un gran escándalo cuando el
curaca de Surco, don Juan Tanta Chumbi, y sus atalayas descubrieron un circuito
clandestino de exportación de plata que tenía como punto de apoyo la hacienda Villa, de
propiedad del colegio jesuita de San Pablo38.
19 Además de las órdenes, los vecinos de la ciudad eran los grandes propietarios de
haciendas en los valles costeños. En 1590 el fiscal de la audiencia había advertido que
todos los miembros del cabildo eran dueños de las "chácaras" que abastecían a la ciudad,
de modo que los precios eran fijados a su antojo, sin haber "postura ni tasa...cuyo precio
está sólo a la voluntad de los vendedores que son criados de los que gobiernan la ciudad".
Esta situación perduró durante el siglo, tanto que, en 1635, el rey envió una cédula para
intentar poner orden a semejante corruptela. Incluso en 1626 hubo un tumulto de la plebe
limeña, cuando se enteró de que ciertos regidores habían estado especulando con los
precios de la carne; los indignados pobladores asaltaron la audiencia pidiendo castigo y en
la noche quemaron en efigie a los acusados39. No obstante, el problema resultaba difícil de
resolver debido a que, precisamente, una de las grandes ventajas de la compra de un
puesto del cabildo era acceder al control del mercado limeño. Así, Núñez Campoverde era
dueño de viñas en Pisco, Prieto de Abreu lo era de cultivos de trigo, Sánchez de León se
había convertido en un gran ganadero de Cañete y Malo de Molina —fiador y vecino de
Cueva en Late— era un gran productor de "panllevar" en sus tres fundos; Avendaño
poseía un ingenio y Delgadillo Sotomayor tenía tierras en Chancay40.
20 A la producción de las haciendas de los vecinos se le agregaban todos aquellos productos
provenientes de los diezmos del arzobispado de Lima, los cuales también se
comercializaban por personas que pertenecían al cabildo de la ciudad o que estaban
estrechamente vinculados a él y a los grandes mercaderes y bancos de la ciudad. Es
evidente que muchos diezmeros eran agentes de éstos y habían obtenido el puesto gracias
a sus fianzas, y viceversa. Pedro de Azaña, regidor, garantizó a Alvaro Alonso Moreno
131

cuando se le remataron los diezmos de Huánuco, Huaylas, Cajatambo y Tarma. Rodrigo


Arias de Alarcón, gran recolector de diezmos en Nazca, Ica, Pisco, Cañete, Chancay,
Huaura y Trujillo, fue fiador y socio mercantil de Cueva. Arias, a su vez, garantizó o
recibió fianzas de regidores como Tomás de Paredes, quien era uno de los hacendados
más notables de Lima, fue procurador del cabildo y estuvo implicado en oscuras
negociaciones relacionadas al abastecimiento de carne para la ciudad. El varias veces
mencionado licenciado Juan de Robles era un importante diezmero con sólidas
vinculaciones con los grandes mercaderes de la ciudad. Juan de la Cueva, por ejemplo,
enviaba a Potosí cordellates, bayetas, arpilleras y frazadas que le vendía el clérigo 41.
Finalmente, miembros del cabildo, como Marcos de Vergara —mayordomo de los propios
y rentas— y Melchor Malo de Molina —fiador de los bancos de Cueva y Villegas— eran
socios en diversas empresas mercantiles, y recibieron préstamos del banquero (ver
apéndice 3). De este modo, se había formado en Lima un grupo de poder que giraba
alrededor de un circuito financiero y mercantil que unía a eclesiásticos, hacendados,
regidores y grandes mercaderes.

Surcando los mares


21 Parte de la producción de los valles del Pacífico llegaba a Lima por mar a través de "navios
" y "barcos" que conformaban la flota mercante del Mar del Sur. La armada se componía
de sólo cuatro o cinco navios agrupados en torno a la Capitana y la Almiranta, las cuales
se encargaban de transportar los tesoros y de la defensa del territorio42. Junto a ella había
una flota mercante, bastante mayor, encargada de efectuar los intercambios propiamente
americanos. Según Clayton, de los 35 ó 40 navios que había en 1590 se pasaron a alrededor
de 72 durante todo el siglo XVII y se duplicó también el tonelaje. El análisis de Helmer de
los libros de entradas y salidas de embarcaciones del Callao (1615-1618) muestra que
existían 52 navios y 23 barcos. La distinción entre las naos no se hacía por el tipo de
transporte, sino por el género de cabotaje. Los navios podían viajar a larga distancia y
englobaban a la armada y a las naos mercantes que podían ser fragatas, zabras, galeones o
balandras. Los barcos sólo podían navegar 180 millas al norte o al sur del Callao aunque,
en la práctica, navegaban hasta Arica. Además, junto al tráfico de españoles había un
activo movimiento de balsas de totora que conectaba los mercados indígenas43.
22 Así, el Callao estaba conectado con más de 24 puertos distintos del Pacífico. Había un
tráfico de "microcabotaje" que iba de norte a sur desde Huambacho (hoy Samanco, en
Nepeña) a Nazca y pasaba por Casma, Huarmey Puerto Bermejo, Barranca, Huacho,
Chancay, Cañete, Chincha, Pisco, Morro Quemado y Caballas. Éste se complementaba con
el tráfico de gran cabotaje que iba desde Acapulco hasta Concepción, que comprendía los
puertos de Sonsonate, Realejo, Panamá, Manta, Guayaquil, Paita, Saña, Trujillo, Lima,
Chincha, Arica, Coquimbo, Valparaíso y Concepción (ver ilustraciones 4 y 5). Juan de la
Cueva se involucró en todos los puntos del tráfico marítimo. Sus navios —"Nuestra Señora
de las Nieves", "San Juan Evangelista", "San Francisco", "San Josephe" y "Santa Bárbara
"— surcaron todos los puertos del Pacífico, con excepción de los chilenos, ya que el tráfico
con Chile usualmente era manejado por los asentistas del situado, quienes representaban
a los grandes mercaderes limeños en las transaciones y financiamiento de los mercaderes
y soldados de la región. Era muy frecuente que el banquero otorgara créditos a los
comerciantes mediante el pago trasferido de los fletes44. Además, el banco financió a
varios armadores, como Esteban de Villafaña, Esteban Sanguineto (genovés), Pedro Rico
132

(francés)45, Simón Cascos de Quiroz, Juan de Castro, Bartolomé Cordero, Lorenzo


Cuadrado, Hernando de Palacios, Manuel Rodríguez, Pedro Sánchez de Tebo, Bartolomé
Verdugo y el capitán Francisco de la Fuente Velasco (cf. apéndice 3 y cuadro 4.1). Los
armadores compraban en Lima hierro, clavos, brea y cera, y además necesitaban dinero
líquido para el pago de salarios y para cubrir los demás gastos del navio 46. La adquisición
de un navio también podía requerir de financiamiento, aunque a veces por testaferros y
caminos difíciles de comprender. Cueva y Cristóbal Grasso de Herrera, por ejemplo,
convencieron a Martín López Caballón para que fuera garante del capitán Francisco de la
Fuente Velasco en la compra de "dos partes" del navio "San Bernabé" a Cristóbal Muñiz
Ruiz; pero a través de una escritura de "resguardo”, se obligaban ellos a pagar la cantidad
de 14,333 pesos (y no López Caballón) en caso de que Fuente no cumpliera con el pago 47.

ILLUSTRACIÓN 4. Comercio de cabotaje en la costa central

Fuente: Cuadro 4.2


Concepto: Margarita Suárez
Cartografiá: Marco Millones
133

ILLUSTRACIÓN 5. Rutas comerciales; siglo XVII

Concepto: Margarita Suárez


Cartografίa: Marco Millones

23 Los armadores, Simón Cascos48, Lorenzo Cuadrado, Francisco de la Fuente y Pedro Rico
eran miembros del "consorcio" Cueva en Chile. Lorenzo Cuadrado —receptor de 29,781
pesos del banco— se estableció en el Perú alrededor de 1617 para trabajar bajo la
protección de Cueva quien, además, era su paisano. Ese mismo año, Cuadrado y Cueva
formaron una compañía por dos años con un capital de 15,570 pesos, de los cuales sólo
2,700 pertenecían a Cuadrado. Este último sería el "bolsero", y debería invertir el dinero
en mercaderías y venderlas en una tienda que habían arrendado especialmente en la calle
de Mercaderes. Cuadrado debía trabajar en la tienda "poniendo industria y cuidado de
manera que siempre vaian en aumento los dichos puestos" y su sustento debía correr a su
cargo, "ansí de comida como de vestido"49. Además, debía tener libros con cuentas claras,
no podía vender a crédito sin el previo permiso de Cueva y las ganancias líquidas o las
pérdidas ("que Dios no quiera") serían repartidas en partes iguales. La asociación resultó
exitosa. En poco tiempo, Cuadrado se convirtió en uno de los más importantes agentes de
Cueva y al cabo de unos años ya era asentista del situado de Chile y había comprado el
oficio de tesorero de la Santa Cruzada50.
24 Los productos traficados por mar eran diversos: suelas de Panamá, brea, tabaco y
cochinilla de Nicaragua, Guatemala y Sonsonate; sedas de México; jabón de "los valles";
vinos de Ica; bayetas y cordellates "de la tierra"; carbón de Casma y Huarmey; sal de
Huacho51 ; cacao, madera, mangles, cañas, tabaco y paños de Quito en los puertos de
Guayaquil y Manta. Por Manta también se exportaba una gran cantidad de "jarcias y
cables" para los navios, mientras que Guayaquil era el astillero del Mar del Sur, el puerto
de salida de los textiles de Quito y el gran abastecedor de madera y cacao del Perú 52.
134

Cueva confiaba este comercio a agentes cercanos o a sus maestres. Los maestres —que a
veces eran también dueños o pilotos de las naves— debían contratar a la gente y llevar las
cuentas de los fletes y alimentos, de modo que usualmente eran, además, mercaderes
experimentados. Basilio de Vargas, por ejemplo, navegó todo el Pacífico como
administrador de los navios y negocios de Cueva. Otro maestre, el capitán Luis García,
recibió en 1629 un poder de Cueva para que lo endeudara por la compra de dos mil cargas
de cacao de Guayaquil. Los paños de Quito eran también obtenidos por agentes (como
Benito Orozco, mercader del Cuzco o Pedro de Mendoza) que llevaban dinero del
banquero para comprar al contado o, por el contrario, los textiles eran enviados por
corresponsales del banquero en Quito, como Nicolás y Gabriel Vilan, quienes se
encargaban de comprar a crédito los paños para pagar en Lima. A cambio, se llevaba
plata, esclavos, mercaderías importadas, cordobanes, vino, aceite y aceitunas 53.
25 Más al norte estaba Panamá que, además de ser el puente atlántico del Perú, era un gran
consumidor de los productos de los valles costeños: aceitunas, miel, frutos verdes, jabón,
sal, conservas, loza y, sobre todo, vinos, harina y azúcar; también se enviaban cordobanes
de Chile y Saña, y se traían suelas curtidas y zurrones de Panamá54. Al igual que en el caso
de Quito, Cueva utilizaba a sus maestres y consignatarios de confianza para sus negocios.
En 1628 nombró a Jacome Pérez como maestre y piloto de su navio "San Juan Evangelista"
. Pérez debía llevar el navio a Panamá luego de haber pasado por Trujillo y Saña; después
debería volver a Trujillo "sin venir al dicho puerto del Callao" y regresar a Panamá con el
cargamento. Los gastos del navio debían ser cubiertos por Antonio de Aradillas o Cristóbal
Pérez de Herrera, quienes manejaban el dinero que el banquero obtenía de las ventas de
harinas en Panamá. Al mismo tiempo, Cueva instruía a Cristóbal Pérez de Herrera y a
Matías de Herrera, mercaderes residentes en Panamá, para que recibieran la harina "y
otras cosas a mí pertenecientes para bender y beneficiar por mi quenta en la dicha ciudad
" que estaba enviando en su navio "San Juan Evangelista"55. En 1630, los maestres Juan de
Valverde y Cristóbal Larríos recibieron 6,451 y 11,039 arrobas de harina respectivamente
para que las vendiesen al contado en Panamá. Las ganancias o pérdidas se repartirían en
partes iguales y el dinero de las ventas se entregaría a Francisco Cano de Pastrana, factor
de Cueva en la ruta atlántica56.
26 La exportación de harina generó problemas con el abastecimiento interno, pues gran
parte de la producción local estaba volcada hacia el mercado centroamericano cuyos
precios eran bastante más elevados. Casi todos los valles costeños estaban vinculados al
tráfico de harinas hacia Panamá: Saña, Trujillo, Barranca, Pativilca, Santa, Huarmey,
Chancay Lima, Mala, Cañete, Chincha y Pisco. Incluso los corregidores de Trujillo fueron
acusados de monopolizar la producción de trigo que luego iba a Panamá57.
27 En reiteradas ocasiones las autoridades limeñas intentaron restringir el tráfico. En 1629
emitió una provisión para que no se exporte trigo ni harina de Barranca, Huaura y
Chancay hacia Tierra Firme. Asimismo, a mediados de siglo el virrey Alba de Liste atribuía
la subida de precios del trigo en Lima a su casi total exportación a Panamá, y en 1660 el
cabildo tuvo que fijar los precios del trigo y de la brea de Nicaragua y, además, pidió que
se pusiesen tasas al sebo y a los cordobanes chilenos58. Sin embargo, la exportación de
harina peruana sólo cesaría en la segunda mitad del siglo XVII (sobre todo después de
1680), cuando la espectacular subida de los precios del azúcar convirtió a las haciendas
productoras de trigo en ingenios azucareros y se comenzó a importar trigo de Chile 59.
28 El consumo de vinos peruanos en Tierra Firme también causó problemas, pero con el
Consulado de Sevilla. Ya en 1568 se había hecho una junta especial del Consejo para
135

prohibir que se plantasen viñas y se confeccionasen paños en las Indias, y en reiteradas


ocasiones los virreyes llegaron con instrucciones expresas de ejecutar la prohibición para
que "las Indias tuviesen necesidad precisa de España y no pudiesen comerciar sin ella y el
trato fuese continuo y sin disminución"60. El boom de la producción vitícola peruana fue
una constatación de que los temores metropolitanos no eran infundados. El vino peruano
no sólo había saturado el mercado andino, sino que también había invadido Tierra Firme,
Centroamérica y parte de Nueva España. Los portavoces de las élites locales eran
conscientes de que, a estas alturas, sería absurdo "prohibir a los vasallos la facultad de
sembrar en sus tierras lo que quisiere[n] "61. Pero las pérdidas privadas y fiscales por la
competencia peruana eran grandes y el problema se discutió durante varias décadas.
Según el contador Hernando de Valencia, hasta el año 1580 habían llegado de España más
de 200 mil botijas que significaron un ingreso anual de 115 mil pesos al fisco. Habiendo
cesado este tráfico, se habían perdido, entre 1580 y 1633, unos seis millones 95 mil pesos,
y esto sin tener en cuenta el aumento del consumo por el incremento de la población
española y mestiza, y sin considerar los impuestos que se estaban dejando de recolectar
en Jerez, Cazalla y Aljarafe62.
29 No obstante, los intentos de cortar el tráfico fueron tan insistentes como infructuosos y
sólo incrementaron el contrabando y la especulación. A fines del XVI los mercaderes
sevillanos se habían aliado con los regidores de Panamá para prohibir la entrada de vinos
a Tierra Firme. La coincidencia de intereses era muy clara: el reemplazo del vino español
por el peruano estaba dañando a los cosecheros españoles y la recolección de impuestos,
pero también había producido una disminución del número de barcos, recuas y casas de
alquiler en el istmo. De modo que el rey envió, en 1600, la primera cédula que prohibía la
introducción de vinos peruanos so pretexto de que causaban enfermedades a la
población. La audiencia, sin embargo, revocó la ordenanza en 1620. Según los oidores, el
vino perulero eran "tan bueno o alguno mejor que lo de Castilla", así que esgrimir como
argumento la mala calidad de los vinos peruanos era improcendente. La prohibición
estaba enriqueciendo a los maestres, mercaderes y pulperos, pues se calculaba que
entraban más de 12 mil botijas al año en armadas y navios sueltos, con la alianza de los "
ricos" y los religiosos, quienes escondían en sus conventos las botijas. No pudiéndose
vender abiertamente, lo mezclaban con el vino español, de manera que era prácticamente
imposible diferenciarlos; así, el vino peruano se vendía al precio del vino español —esto
es, a diez pesos de nueve reales—, en lugar de venderse a cuatro o cinco pesos por botija 63.
Pero tanto la prohibición como el tráfico clandestino se mantuvieron. En 1649, Felipe IV
volvía a enviar una cédula que sancionaba el comercio de vinos, e instaba a los
mercaderes españoles a enviar cada año veinte mil botijas para reemplazar al vino
peruano64.
30 Las regulaciones contra los vinos también afectaron el comercio con la audiencia de
Guatemala. La mayor parte de la brea y añil que se consumía en el Perú procedía de
Centroamérica que, además de recibir vinos, consumía cacao de Guayaquil, harina,
aceitunas y plata. Incluso algunas naos de la flota peruana se fabricaban en Nicaragua,
como el navio "San Martín" que mandaron fabricar Andrea Leonardo y Juan de la Cueva
(el piloto) para el tráfico de harinas con Realejo y Panamá65. El comercio peruano era vital
para la economía centroamericana, pues era así que se abastecía de los medios de pago
indispensables para el normal funcionamiento de los intercambios internos y del
comercio exterior. Por este motivo, la política metropolitana en contra del comercio
intercolonial causó gran malestar. En 1615 el comercio de vinos con Guatemala fue
136

prohibido a causa del empleo de esta ruta para el tráfico de mercaderías asiáticas, con lo
que se activó el comercio ilegal y se generaron múltiples protestas que no cesarían hasta
que se reestableciera formalmente el tráfico entre 1685 y 171366. En esta ruta los
comerciantes solían vincularse en "encomienda", que era la forma habitual de asociación
para el comercio a larga distancia. Cueva almacenaba la brea de Nicaragua en las bodegas
que Martín López Caballón67 o Pedro de Soto tenían en el Callao, y era frecuente que se
formasen compañías sólo con la finalidad de vender algún embarque. En 1620, Cueva
formó una compañía con Rodrigo Arias de Alarcón (diezmero y fiador del banco), quien se
encargaría de vender la brea que tenía Cueva en los almacenes del Callao y recibiría parte
de las ganancias68. Tanto la brea como el añil constituían insumos importantes para las
unidades productivas y el transporte. La brea se empleaba en los navios y era necesaria
para impermeabilizar barriles o las botijas que transportaban mercurio o vino. Y el añil
servía como tinte en obrajes y "chorrillos". Una fracción de estos productos, así como de
todos los demás que se obtenían del tráfico de cabotaje, se consumía o vendía en Lima. La
capital, a su vez, actuaba como una gran plaza redistribuidora, pues la mayor parte de la
demanda de estos productos "de la tierra", que navegaban grandes distancias, no se
hallaba en el mercado urbano limeño, sino en los centros urbanos y productores del
interior y, sobre todo, en el importante mercado meridional del Bajo y el Alto Perú.

Cuzco y Potosí
31 Indudablemente los mercados sur andinos desempeñaron un rol importante en el
complejo financiero y mercantil de Cueva. Las colocaciones de créditos del banco (cuadro
4.1) muestran que la mayor parte de los comerciantes favorecidos por los préstamos
residía en el Cuzco, Huancavelica, Arica y Potosí (ver ilustración 3). El sur estaba
vinculado a la capital por mar a través del puerto de Arica y por tierra a través del
llamado "camino real". Este último subía de Lima a Jauja por la vía de Cieneguilla y
Huarochirí; de allí pasaba por Huancavelica (teniendo una desviación a Castrovirreina),
Huamanga, Abancay, hasta llegar al Cuzco. El puente o "laja" de Apurímac resultaba uno
de los pasos más peligrosos de esta ruta con escarpadas quebradas unidas por un puente
colgante. Por este motivo, todos los fletamientos entre Lima y Cuzco exigían que los
fardos se transportaran en los hombros de indios o negros69.
32 Cueva trabajó con varios de los dueños de recuas de esta ruta (ver cuadro 4.3), algunos de
los cuales —como Francisco Gómez de la Torre, cuyo caso se examinará conjuntamente
con Huancavelica— eran importantes comerciantes y financistas regionales.
Simultáneamente, otros dueños de recuas, como Baltazar y Juan González, Pedro de
Monroy, Melchor Gutiérrez, Francisco Merino, Garcí Núñez Vela, Juan Muñoz, Juan López
Aguas y Juan Salgado Paniagua recibieron constante financiamiento del banco. Los
arrieros consumían herrajes, clavos, arpilleras y debían pagar salarios e invertir
periódicamente en ganado; además, siendo también mercaderes, procuraban obtener
créditos en dinero o en géneros para hacer sus negocios. Usualmente Cueva les
adelantaba dinero, "descontaba" libranzas, les financiaba el mantenimiento de sus recuas
o los garantizaba. El capitán Pedro de Monroy y Melchor Gutiérrez Ibáñez, por ejemplo,
dieron poder a Cueva para endeudarlos por 5,500 pesos "por compra de mercaderías o
dinero prestado". Otros contraían deudas pequeñas, como Bartolomé Díaz que compró a
crédito diez docenas de herrajes y cuatro mil clavos; los 150 pesos cuatro reales debía
pagarlos en cuatro meses, a su regreso del Cuzco. Pedro de Mesa y Baltazar González, por
137

el contrario, eran asiduos clientes y tenían cuenta corriente en el banco. En 1625,


González le pagó a Cueva parte de sus deudas con 506 quintales de plomo "bueno, de dar y
recibir" que llevó a Lima en compañía con Francisco Gómez de la Torre70.

CUADRO 4.3. Fletamientos de recuas de Lima a Cuzco

FUENTES: AGN González de Balcázar #764, f. 954v-956v; #766, f. 1102r-v, 1177v-1178r, 1178v-1179r,
1179v-1180r; #769, f. 1032r-v, 1244r-v; #775, f. 367r-v, 389r-v; Pedro Juan de Rivera #1617, f. 823r;
#1621, f. 345v-346v; Nieto Maldonado #1212, f. 1584v-1585v, 1594v-1595r, 2357r-2358v; #1213, f.
130v-131v, 252r-253r, 417v-419r; #1216, f. 2077v-2081r, 2156v-2157v, 2387v-2388r; #1219, 326r-327r,
327v-328v; #1220, f. 2203r-2204r, 2679r-2680v, 2691r-2692r; #1223, f. 339r-340r; #1224, f. 2426r-v,
2427r-v; #1225, f. 1077r-1078v, 3193v-3194v, 3195r-v, 3196r-3197r, 3369r-3370v; #1226, f. 215r-216r,
1109r-1110r, 1438v-1439v; #1227, f. 2696r-2697r; #1228, f. 1085r-1086r, 1086v-1087v; #1229, f.
2496r-2497v, 2498r-v; #1229, f. 2937v-2938v; Francisco de Acuña #6, f. 70r-v.
Nota: Sólo hay un fletamiento a Andahuaylas de 53@ de papel, herraje y clavos, pertenecientes al
corregidor de los aymaraes, don Diego Gómez de Sandoval.
Códigos de nombres:
DL Diego López JO Jacinto de Obregón
JZ Juan de Zamora A1DC Alonso de la Cueva
DZ Diego de Zamora HC Hernando Centeno
AS Andrés de Salinas JC Juan de Contreras
NE Nuño Estacio AS Ángel Suárez
DRMJ Diego Rodríguez Matajudíos JM Juan de Medrano
DJ ó DJN Diego Jiménez Nuño JS Juan de Sandoval
FR Francisco de Rivera don RE Don Rodrigo de Esquivel
LPN Lorenzo Pérez de Noguera don DV Don Diego de Valgas, de la catedral
don FVZ Don Femando de Vera y Zúñiga

33 La región del Cuzco consumía productos de la tierra como jabón, tabaco, paños de Quito,
cordobanes, sombreros y, por supuesto, mercaderías importadas como hierro, cera y
telas, procedentes estas últimas de Europa o de Filipinas; además, también circulaba por
aquí parte del tráfico clandestino de azogue hacia el Alto Perú. A cambio, el Cuzco enviaba
directamente plata y loza a Lima. En 1634, por ejemplo, el Consulado pidió el retraso de la
partida de la armada pues no habían llegado la recuas del Cuzco, que transportaban más
138

de 700 mil pesos de particulares71. Y cuando había noticias de piratas se trasladaba


íntegramente la plata desde Charcas a Lima por esta ruta. Asimismo, frecuentemente se
efectuaban los pagos mediante libranzas en Potosí o a través del envío de mercaderías
cuzqueñas al centro minero. Las exportaciones cuzqueñas a Charcas estaban compuestas
fundamentalmente por coca, cuyo consumo era calculado por Solórzano en medio millón
de pesos72. Para ello se usaba el camino del sur, que pasaba por Puno, La Paz, Chuquisaca y
de allí llegaba a Potosí, para continuar luego a Tucumán, Córdoba y Buenos Aires. El
centro minero, a suvez, estaba conectado al mar por un camino de 80 leguas que conducía
al puerto de Arica, desde donde se vinculaba marítimamente Charcas con el resto del
virreinato. Al tener este contacto con Potosí, parte de las exportaciones cuzqueñas
pasaban a manos limeñas, ya sea como pago de deudas o a través de los agentes
cuzqueños de Lima, quienes enviaban los productos directamente de la capital incaica a
Potosí; una vez allí, se entregaban a los consignatarios de los mercaderes limeños, quienes
se encargaban de remitir el dinero a Lima por el puerto de Arica. Asimismo, parte del
comercio limeño al Cuzco se hacía por Potosí, aprovechando los costos menores de la ruta
marítima y la infraestructura de la "carrera Cuzco-Potosí". Por este motivo, la mayoría de
los agentes potosinos estuvo estrechamente vinculados al Cuzco, y viceversa, y se
estableció un circuito que unía a Lima con Cuzco, La Paz, Oruro, Potosí y Arica, que
articulaba rutas terrestres y marítimas, y conectaba agentes y consignatarios en una
misma red.
34 En la ciudad del Cuzco fueron Diego López, Juan de Zamora, Juan de Medrano, Diego
Jiménez Nuño, Benito Orozco y Juan de Contreras los agentes más activos del consorcio,
aunque también desfilaron por allí agentes potosinos como Jacinto de Obregón, Alonso de
la Cueva y Tomás de Espinola (ver cuadro 4.1). Diego López —vecino y regidor del Cuzco,
quien aparece como deudor de 50,060 pesos al banco— fue, sin duda, uno de los soportes
más firmes del banquero. Incluso tenía casa en Lima frente al banco y ayudaba al
banquero en sus cuentas. Aparentemente López lideraba el grupo cuzqueño y los demás —
Zamora, Jiménez, Contreras y Medrano— se alternaban como agentes o compañeros.
López y Zamora, por ejemplo, fueron compañeros durante mucho tiempo. En 1631,
Zamora llegó a Lima y se endeudó en favor de Cueva (en nombre de la compañía) por la
compra de 19,565 pesos de mercaderías europeas; en 1633 regresó para comprar cera de
Castilla y paños de Quito. A su vez, Cueva le fue enviando por su cuenta hierro, jabón y
paños de Quito para que se los vendiera en el Cuzco. Además, Cueva era un buen eslabón
para obtener productos de Filipinas. Es muy posible que las cargas que no especifican el
contenido (cuadro 4.3) hayan sido de géneros ilícitos. En 1629, López, Juan de Sandoval y
Juan de Medrano —otro regidor del Cuzco— obtuvieron a crédito cerca de 45 mil pesos de
géneros de la China y Mexico a través del banquero, quien los garantizó ante los
vendedores, Bartolomé González (prior del Consulado en 1623, 1628 y 1635) y Domingo de
Olea (cónsul en 1632 y 1633)73. Los otros mercaderes, como Benito Orozco —cuyos bienes
pasarían luego a manos del Santo Oficio—, también estaban interrelacionados. En 1620,
Orozco formó compañía con Juan de Contreras y le compró a Cueva hierro y ruan por casi
33 mil pesos, para lo cual le pidió luego un préstamo por 15 mil pesos para "el avío y
despacho de nuestras cargazones"74.
35 Pero, ciertamente, Diego López era el hombre principal de Cueva en el Cuzco. No sólo
recibió crecidos préstamos del banco, sino también se encargó de recolectar las deudas y
representar al banquero, actuando como una verdadera sucursal. En 1625 firmaron un "
finiquito" mediante el cual ambos declaraban que habían tenido muchos
139

dares y tomares, tratos y contrataciones, entradas y salidas, así en razón de


mercaderías de Castilla y de la tierra, jabón y otros géneros quel dicho Juan de la
Cueva a enviado... a la dicha ciudad del Cuzco al dicho Diego López para vender por
mi quenta, como cobranzas que yo el dicho Diego López por el dicho Juan de la
Cueva en virtud de sus poderes i cantidades de barras y pesos que e enviado y
remitido al dicho Juan de la Cueva en diferentes tiempos y con diferentes arrieros
así procedidas de las dichas mercaderías y cobranzas como de mi quenta para pagar
en esta ciudad a diferentes personas75.
36 Por medio de este contrato ambos cerraban sus cuentas y declaraban que no quedaban
deudas pendientes, con la excepción de algunos saldos de jabón y de unas cuantas
escrituras y cédulas por cobrar. Del mismo modo, Cueva declaraba que López, luego del
ajustamiento de los libros del banco, tenía en su haber 8,016 pesos un real, "de los quales
el dicho Diego López a de poder disponer como cosa suya... por quanto se declara que este
resto no entra ni se comprehende en el dicho finiquito por ser, como es, cosa distinta y
separada del"76. Así, había una clara diferencia entre la cuenta corriente mercantil y la
bancaria.
37 López usó ampliamente las redes de Cueva para hacer sus cobranzas en Portobelo,
Panamá y España. Además, Cueva lo representó en sus negocios, como cuando tomó
cuentas a Sebastián de Zurita y otros factores, quienes habían viajado a España con el
propósito de comprar mercaderías para el regidor77. También era usual que el banquero le
consiguiera préstamos de terceros. En 1630, por ejemplo, Cueva (como garante de López)
firmó una escritura de obligación por 14,300 pesos en favor de Alonso de Quiroz Arguello,
quien depositó los pesos en la cuenta bancaria de López78. Pocos meses antes de la
quiebra, en enero de 1635, Cueva y López hicieron otro finiquito, tanto de libranzas y
contrataciones internas como de la plata que había exportado Cueva a México y España en
nombre del regidor. El resultado revela que las cosas estaban marchando bastante mal
para Cueva desde 1632. Cueva le debía a López por las cuentas del banco 29,687 pesos; y
López, a su vez, tenía una deuda con el banquero de 55,413 pesos de ocho y 3,367 pesos
ensayados, procedentes de mercaderías por un valor de 65,040 pesos que Cueva le había
vendido a López tres años atrás, de modo que prácticamente la venta había sido un
fracaso79.
38 La producción cuzqueña estaba orientada a satisfacer las necesidades regionales, pero,
ciertamente, no podía dejar de vincularse al mercado altoperuano, que le proporcionaba
sustanciales ganancias y, al mismo tiempo, los medios de pago necesarios para hacer
posibles las transacciones internas y acceder a Lima y al comercio de exportación 80.
Paralelamente a los mercados se tejieron también complejas redes de agentes
comerciales, de manera que los hombres de negocios de Lima actuaban con agentes en
Cuzco y Potosí que, a su vez, estaban conectados entre sí. En la ciudad minera los agentes
o clientes permanentes del banquero fueron indistintamente Diego Ponce Moreno, Jacinto
de Obregón, Alonso de la Cueva, Tomás de Espinola, Juan Clemente de Fuentes, Basilio de
Vargas y Alonso Ruiz de Rivera (cuadro 4.1)81. De todos ellos, Basilio de Vargas, Alonso de
la Cueva y Jacinto de Obregón (cuñado de Antonio de la Cueva) trabajaron casi
exclusivamente para el banquero (o para Antonio), mientras que los demás combinaron
estas actividades con sus propios negocios.
39 Basilio de Vargas fue un fiel servidor de Cueva desde sus primeros años en el Perú. Ya
desde muy temprano, en 1615, aparece Cueva afianzándolo ante el alcalde de corte, quien
lo había encarcelado por una deuda contraída con Juan de Quesada. Vargas viajó por todo
el Pacífico como maestre de sus navios y estuvo como agente en Quito, Manta, Huarmey,
140

Arica, Cajamarca y Potosí. Cueva, además, le confió las operaciones más delicadas, como la
administración del obraje en Cajamarca o las transacciones clandestinas. Así, Vargas se
convirtió en una pieza clave del banquero. En 1617 Cueva le confió un cargamento de
mercaderías a Potosí por un valor de 82,163 pesos tres reales, que fue acompañado por
2,622 pesos tres reales pertenecientes a Vargas, y por sedas y hierro que le envió luego
con Luis González y Andrés de Madariaga. Las ganancias serían repartidas de acuerdo con
la participación de cada uno y, además, Vargas recibiría el 30% de las ganancias de Cueva
por su "encomienda, ocupación y trabajo". Las cuentas que presentó Vargas al año
siguiente pueden ilustrar las condiciones de una operación considerada exitosa. Se habían
vendido 103,133 pesos seis reales, de los cuales 94,020 pesos pertenecían a Cueva y 9,113
pesos a Vargas; de esta cantidad, 55,204 pesos se habían obtenido al contado, pero los
47,929 pesos restantes se habían colocado a crédito entre arrieros, mercaderes y mineros
de Potosí. Vargas había encargado la cobranza de la escrituras a don Diego de Ayala y
había dejado sin vender un lote compuesto de medias, mantas, bayetas, granates, clavos y
sedas de la China. Cinco años después, en 1621, se habían cobrado 40,312 pesos de las
ventas a crédito y probablemente el resto fue considerado como parte de los costos, de
manera que, en el mejor de los casos, las ganancias debieron estar entre el 15 y el 20% 82.
40 Confiado en el éxito de sus empresas potosinas, en 1618 Cueva volvió a realizar un "
factoraje" con Vargas y le encargó en esta oportunidad 62,722 pesos de ocho y 4,206 pesos
ensayados de mercaderías. Esta vez el envío aparece detallado y contiene productos de la
tierra (tabaco, paños de Quito, textiles), de China y de Europa, desde hierro y terciopelos
hasta estampas, vihuelas y cinco docenas de "obras de fray Luis". Además, el banquero no
tuvo ningún reparo en declarar abiertamente en el contrato notarial que el registro para
el pago de almojarifazgo había sido burlado, pues "no embargante que en los registros
que delias tengo fechos se declaran ser otras mercaderías... son las comprehendidas en
esta escritura"83. Vargas debía embarcar las mercaderías en el patache "San Andrés" de
Gonzalo Pinto con destino a Arica, llevarlas a Potosí y venderlas al mejor precio. Cuatro
años después, en 1621, Vargas se declaraba deudor de 19,995 pesos por el saldo de esta
asociación, habiendo colocado varias mercaderías a crédito que todavía no habían sido
canceladas84.
41 Posteriormente los encargados de representar al banquero en Potosí fueron Jacinto de
Obregón, su hermano Alonso de la Cueva, el genovés Tomás de Espinola, Diego Ponce
Moreno, Alonso Ruiz de Rivera, Juan Clemente de Fuentes y la Compañía de Jesús.
Probablemente la finalidad de alternar o usar varios agentes a la vez —además de intentar
evitar los riesgos por accidente o muerte del factor— era la de fiscalizar y evitar la
desmesurada concentración de poderes en una sóla persona, de modo que
constantemente el banquero ordenaba a sus agentes que se tomaran cuentas entre sí. Los
agentes representaban legalmente al banquero, otorgaban créditos, recolectaban sus
deudas, vendían mercaderías y se encargaban de remitir el dinero a Lima. Al mismo
tiempo, el banquero llevaba los negocios de éstos en la capital y se encargaba de hacer sus
pagos85.
42 Entre Lima y Potosí había otra red de agentes vinculados a la "carrera de Arica",
compuestos por dueños de recuas, corregidores o alcaldes de Arica y, finalmente,
maestres de navios, que cumplían la doble función de asegurar la remisión puntual de la
plata a Lima y de supervisar las mercaderías que eran enviadas a Potosí y Oruro 86. El
eslabón más importante del banquero en esta ruta fue su hermano Alonso. Sin embargo,
también empleó extensamente a otros agentes que tenían sólidas vinculaciones en el
141

mercado sureño. Así, por ejemplo, Alonso Ruiz de Rivera —mercader de Potosí— estaba
asociado en la propiedad de recuas en la "carrera de Arica" y en el comercio de vino y
carneros con el capitán Antonio de Aguilar Bilicia —alguacil mayor de Arica—; y ambos
eran agentes y corresponsales de Cueva87.
43 Jacinto de Obregón —cuñado de Antonio de la Cueva— era conocido por ser un jugador
empedernido y la "persona que acude y hace los negocios de los dichos Juan y Antonio de
la Cueva y que se dice tiene poder de los susodichos"88. Aparentemente Obregón y Alonso
de la Cueva llegaron juntos a Potosí, en 1623, cuando Cueva los envió como factores con
43,153 pesos en mercaderías para vender en "las provincias de arriba". Los agentes
viajaron por tierra a Cuzco, Oruro y Potosí con parte del cargamento; y el resto fue
enviado por mar, con el maestre Luis Simón de Lorca89. Obregón arrendó una tienda en la
plazuela de la Cruz y otra en la calle de los Sastres y se convirtió en una suerte de sucursal
del banco en Potosí que se encargó, no sólo de recolectar deudas, sino de otorgar créditos
en mercaderías y en dinero en nombre del banquero90. Un muestreo del notario potosino
Baltazar de Barrionuevo (cuadro 4.4) arrojó un número considerable de créditos
otorgados por Obregón en nombre de Cueva en Potosí. La mayor parte de las colocaciones
identificadas se dirigió a mercaderes, aunque también aparecen mineros potosinos (como
Alonso de Trigueros, Francisco de Velasco, Alonso Ruiz de Valencia), mineros de Nuevo
Potosí (Pedro Gómez de Mora), arrieros de la ruta Arica-Potosí y hasta curacas, como don
Diego Cusi Quispe —capitán de los Pacajes— y su tío, Gabriel Cusi Quispe, quien fuera
encarcelado en 1626 por una deuda en favor de Obregón91.

CUADRO 4.4. Créditos colocados en Potosí, 1623-16281 (en pesos de ocho)

FUENTES: AHCMP Baltazar de Barrionuevo #57, 58,59, 60, 61a, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70.

44 Ciertamente, los clientes más notables en Potosí —de acuerdo con fuentes limeñas y
potosinas— fueron Ponce Moreno, Espinóla y Juan Clemente de Fuentes. El alférez Diego
Ponce Moreno era "vecino" del Cuzco y tenía una casa en la calle de Limapampa, junto a
la de Juan de Contreras. Propietario de recuas en la "carrera" del Cuzco a Potosí, se
estableció en el asiento minero en la década de 1620 y se convirtió en uno de los
mercaderes más respetados de la villa. Allí entabló amistad con Alonso de la Cueva y
Jacinto de Obregón, con quienes compartía una casa en donde "vivían juntos y de
camaradas... y comían y cenaban juntos"92. La tienda de Ponce Moreno se consideraba una
de las mejores de la villa, tasada en más de 40 mil pesos; además, guardaba en su casa oro
y objetos por un valor de 20 mil pesos93. En 1627, sin embargo, la asociación con el
genovés Tomás Espinola lo conduciría a la quiebra y afectaría también a la familia Cueva.
142

45 En 1626, Ponce Moreno y el capitán Tomás de Espinola se asociaron por cinco años para la
compra y venta de "cualesquier mercaderías de Castilla y de la tierra", con un capital
inicial de 102,182 pesos. De éstos, 72 mil fueron puestos por Espinola (68 mil en
mercaderías y el resto en deudas por cobrar), mientras que el aporte de Ponce consistió
en 30 mil pesos de libranzas ("ditas") que le debían pagar para la armada de 1627. Moreno
sería el "bolsero", mientras que Espinola se encargaría de las compras en Lima 94. Las
escrituras potosinas muestran que la compañía tenía un radio amplio de operaciones, que
abarcaba también los demás distritos mineros y el Cuzco. Ponce Moreno aparece
enviando agentes para cobrar libranzas y barras de plata en Oruro, y mandando cobrar en
el Cuzco —a Juan de Contreras— el dinero procedido de pimienta, telas y anís que había
remitido, desde Potosí, con Tomás de Espinola; además, Moreno también vendía muías del
Cuzco en Potosí95. Pero las ventas no estuvieron a la altura de sus expectativas. En octubre
de 1626, los compañeros debieron sacar 33 mil pesos de la compañía para pagar sus
obligaciones en Lima, de los cuales 25 mil fueron buscados a crédito, compartiendo "la
pérdida e ynterés"96. Parte del crédito fue facilitado por don Rodrigo de Mendoza —el
gran aviador de Potosí— y su cuñado, don Cristóbal de Sotomayor, quienes les entregaron
dinero y una cantidad de botijas de vino que fueron vendidas en "barata" para obtener la
suma. A cambio, Sotomayor exigió participar como socio de la compañía. Esta última,
formada ahora por tres socios, se endeudó con Alonso de la Cueva —apoderado de Juan y
Antonio de la Cueva en Potosí—, quien le vendió mercaderías por un valor de 34 mil pesos
97. Desafortunadamente, el mercado altoperuano no estaba pasando por un buen período;

no sólo habían surgido problemas por la falta de capital, sino que, además, las
inundaciones de 1626 habían afectado severamente la industria minera. En abril de 1627,
Ponce Moreno, advirtiendo el mal término de sus negocios, traspasó su tienda "en
confianza" a Obregón y se refugió días después en el convento de San Agustín con lo cual
le ocasionó a Cueva su primer serio traspiés en Potosí98.
46 Textiles, tabaco, cera y hierro fueron los productos enviados por Cueva a Potosí. El hierro
se vendía, en Lima, a mercaderes potosinos o, por el contrario, se enviaba directamente a
los consignatarios de la villa imperial99. De todos los insumos mineros, la cera (que servía
para alumbrar las minas) y el hierro se importaban y pasaban necesariamente por las
manos de los cargadores de Lima. En consecuencia, una de las tácticas mercantiles más
frecuentes para extraer grandes ganancias en Potosí se basó en especular con los precios
y el abastecimiento del hierro y el acero, lo cual obligaba a los mineros a endeudarse.
Desde inicios del siglo XVII los mineros pidieron al rey se rebajasen los derechos que
pagaba el hierro y que los mercaderes de Lima tuviesen obligadamente que cargar hierro
y acero para las minas o, en su defecto, que la misma ciudad o el rey se encargaran de
importar el hierro100. La corona respondió quitando la avería y el almojarifazgo al hierro,
pero no se comprometió a obligar a los mercaderes a abastecer forzosamente a las minas,
pues eran los mismos mineros quienes debían "buscar quién se quiera encargar de
proveer yerro y azero"101.
47 Las especulaciones de los mercaderes obligaron a las autoridades a intentar controlar los
precios y poner tasas, lo que, tarde o temprano, afectaría aún más el normal
abastecimiento de estos insumos. En 1626, por ejemplo, el virrey Guadalcázar debió
enviar una provisión para que el corregidor de Potosí impidiera la subida desmesurada de
los precios del acero, hierro y madera, luego que se produjera la inundación de la laguna
de Caricari, que destrozó muchos ingenios102. Pero fueron los mismos azogueros los que
insistieron en encontrar una solución al abastecimiento de hierro. En la década de 1630,
143

don Lope de Andrade Sotomayor, procurador de los mineros, pidió al rey crear un "
Consulado de azogueros"103. Los mineros argumentaban que el hierro —ya sea en
almadanetas, barretas y el bruto (en planchas y bergajón)— era lo que más se consumía en
las minas. El hierro era llevado por "lastre" y no pagaba avería ni alcabala por privilegio
real. Usualmente el precio de cada quintal era de 20 a 30 pesos y cuando no había flota
subía a 40 pesos. Sin embargo, en los últimos años el precio había subido a 80 pesos por
cada quintal, "que es una cosa la más subida que jamás se ha visto", simplemente debido a
la especulación de los mercaderes de Lima. Según los mineros, Juan de Monte, mercader
de Lima, había hecho "estanco" del hierro en Potosí "para por este camino necesitar a los
sudictos [sic] se los compren a los precios que él quisiere". Por consiguiente, los
azogueros pedían que se fijaran los precios, por lo menos, a los mercaderes
intermediarios104. El corregidor mandó depositar el hierro que tenían los mercaderes de
Potosí y fijó los precios, lo que provocó una respuesta agresiva por parte de los
comerciantes. Baltazar Alvarez de Freitas alegó que había traído el hierro en compañía de
Juan Clemente de Fuentes (agente y miembro de la red de Cueva) y, como éste era "
mercaduría de acarreto", le había demorado transportarlo de España a Potosí ocho años y
había pagado mucho dinero "asegurándola en tantos mares". Por esta razón consideraba
improcedente que se impusiera una tasa y, en caso de hacerlo, sugería que el rey trajese
por su cuenta el hierro desde España105.
48 En 1657, los azogueros de Potosí intentaron escapar del control limeño y pidieron que el
mercurio y el hierro se remitiese a la villa imperial desde Sanlúcar o Cádiz vía Buenos
Aires, ya que se hallaban sin la posibilidad "de continuar en la lavor de las minas por no
tener caudales con qué suplir tan grandes pérdidas ocasionadas de la carestía del azogue
y de los ynstrumentos de fierro"106. Pero la respuesta del Consulado de Sevilla, la Casa de
Contratación y del Consejo de Indias fue unánime: no se aceptaría la navegación por
Buenos Aires pues, además del peligro del contrabando, el tramo terrestre era demasiado
largo como para que saliese más barato que la ruta por Tierra Firme107. Así, las
especulaciones con el abastecimiento de hierro duraron un buen tiempo, hasta que éste
pasara en el siglo XVIII a manos de los comerciantes de Buenos Aires. El control limeño
sobre el mercado sur andino se mantuvo a través de consorcios mercantiles y financieros
que acapararon gran parte del comercio interregional y regional, lo cual, sin duda, los
colocó en un lugar privilegiado en el comercio de larga distancia.

Aventuras de ultramar
49 El comercio de ultramar fue siempre una de las vías más rápidas de enriquecimiento en el
período colonial y son numerosos los casos de hombres que se iniciaron como simples
factores y terminaron instalándose como grandes mercaderes en la capital. Cueva es un
buen ejemplo de ello. De factor de Diego Correa — ensayador mayor de la Casa de Moneda
de Sevilla— y de Tomás de Mañara, se convirtió en el banquero más importante del Perú
y, probablemente, de toda hispanoamérica. Su entrada al Perú, sin embargo, no fue
fortuita. Correa era suegro del banquero Baltazar de Lorca y Mañara era el heredero de
una dinastía de corsos (los Corzo, Lecca, Espinola y Vicentello) que había tenido una larga
trayectoria en el Perú desde mediados del siglo XVI y que había controlado durante varias
décadas el mercado peruano108.
50 En realidad, si bien hubo casos de individuos que hicieron fortuna aisladamente en el
siglo XVII, en la práctica era bastante improbable tener éxito si no se tenían vinculaciones
144

con el mercado interior. De este modo, enfocando la situación desde Lima, no era fácil
tener éxito en el comercio atlántico si no se tenían buenos contactos internos o si no se
era miembro de un consorcio mercantil dentro del Perú y viceversa. La estructura de los
préstamos del banco es muy clara: Cueva financió a los miembros de su consorcio en el
interior del virreinato, pero para el comercio exterior fue muy selectivo. El único "
perulero" ajeno a la familia Cueva que aparece recibiendo fuertes préstamos es Juan
Martínez de Uceda, quien fuera denunciado por Balbas en 1624109. Incluso los propios
miembros del consorcio Cueva debían pasar por el banquero, sus hermanos o por sus
factores de confianza para acceder al comercio exterior. En consecuencia, la mayoría de
las redes internas de comercio que desembocaban en las redes ultramarinas debían pasar
por las manos de un reducido número de "cargadores" que actuaban como enlaces entre
el mercado interno y externo. Los cargadores, a su vez, iban ellos mismos o enviaban a sus
factores de confianza a México, Tierra Firme y Sevilla, de manera que el gran comercio
era controlado por hábiles mercaderes profesionales que tenían un manejo excepcional
de las grandes rutas de comercio.
51 Este comportamiento es bastante lógico si se tiene en cuenta que los márgenes de
ganancias eran lo suficientemente bajos como para intentar cometer el absurdo de
fortalecer a un potencial competidor. Usualmente los contratos notariales calculaban la
ganancia de un "empleo" en España en un 20% ó 30% (que era el interés que debería pagar
el factor si no cumplía con las condiciones del contrato), mientras que los "recibos" a
México lo calculaban en 35%. Dentro del virreinato, una venta en Potosí con una ganancia
alrededor del 15-20% —obtenida en 5 años— era considerada un éxito. Pero podía ser
bastante menor. En 1617, por ejemplo, la compañía entre Miguel Ochoa y Gonzalo Barrasa
colocó (aparentemente en el mercado limeño) 133,052 pesos en mercaderías, que luego se
vendieron en 145,768 pesos, es decir, se obtuvo un 9.5% de ganancias brutas; si a esto se le
resta un 13% de costos (tasa estimada de costos operativos sobre ganancias brutas), se
tiene que la compañía sólo obtuvo 8.3% de ganancias líquidas (ver cuadro 4.5).
Obviamente, estos márgenes variaban de acuerdo a las condiciones del mercado interno y
a los costos de las mercaderías puestas en Lima. En el cuadro 4.6 se puede ver claramente
que los géneros procedentes de México y Filipinas tenían un lugar preferencial en los
márgenes de ganancia, lo que se reflejó directamente en el interés de Lima en mantener
este tráfico y en el de Sevilla por suprimirlo.

CUADRO 4.5. Cálculos de ganancias de la compañía entre Miguel Ochoa y Gonzalo Barrasa

FUENTE: AGN Nieto Maldonado #1206, f. 307r y ss.


145

CUADRO 4.6. Márgenes de ganancia bruta por mercaderías, 1617*

FUENTE: AGN Nieto Maldonado #1206, f. 307r y ss.


*Porcentajes aproximados, sin considerar costos operativos.

52 Los altos márgenes de utilidad eran la contraparte de los bajos precios de los géneros
asiáticos y de los cortos plazos de retorno de las ganancias. Además, esta ruta era el
complemento perfecto del tráfico de cabotaje. El comercio con México era una suerte de
prolongación del comercio con Panamá y Guatemala; los navios viajaban al norte con
pasas, conservas, aceitunas, sal, estaño, mercurio y, sobre todo, cacao, vino, vinagre y
plata110, y regresaban con mercaderías asiáticas, europeas (obtenidas en la ciudad de
México) y con productos de la tierra (brea, madera, añil, sedas mexicanas, bálsamo y palo
de Campeche). No obstante, esta ruta presentaba algunas dificultades. La navegación por
el Pacífico era especialmente complicada, sobre todo en las costas de México y América
Central, que presentaba vientos encontrados, al punto que los pilotos consideraban la
navegación Acapulco-Manila más fácil y más corta que aquella con el Perú111. Asimismo, a
fines del siglo XVI los mercaderes peruanos habían intentado establecer una ruta legal
directa entre Lima y Manila, y lo único que obtuvieron fue la paulatina obstaculización
del tráfico y la férrea oposición del Consulado de Sevilla112. Ciertamente, la legislación no
impidió que este comercio continuara. Incluso hay evidencias que los mercaderes
peruanos siguieron enviando dinero para emplear directamente en Filipinas en el siglo
XVII. En 1615, por ejemplo, el navio San Andrés, de propiedad de Lope de Munive, viajó del
Callao a Panamá, México y las islas Filipinas, y muchos de los factores que viajaban a
México desaparecían sospechosamente durante un tiempo113. Pero al restringirse el
desembarco de productos asiáticos sólo al virreinato de Nueva España, se colocó a los
mercaderes mexicanos en una posición intermediaria privilegiada. Probablemente —y
éste es un tema que merece mayor estudio— fue por este motivo que a los mercaderes del
Perú no les afectó tanto el cierre del tráfico como a los mercaderes mexicanos. Por el
contrario, al menos en el corto plazo y ya que no se podía cerrar totalmente el contacto
por el intercambio de funcionarios y mercurio, la prohibición favoreció a los funcionarios
146

de aduanas —que cobraban cohechos por pasar los géneros prohibidos— y a los
comerciantes peruanos, que lograron imponer sus reglas de juego a los mercaderes
mexicanos. Según Diego Pérez Gallego, "en ningún tiempo se vieron más [géneros
asiáticos] en esta tierra" que cuando se cerró el comercio con México en 1634 114. Además,
la flota mercante del Pacífico era financiada por mercaderes de Lima, quienes muchas
veces se veían obligados a entregar sus naos en Acapulco a la real hacienda para enviar el
situado a Filipinas115. El comercio del cacao sería otro buen indicador de la influencia
mercantil de Lima en Nueva España. A pesar de ser un producto nativo, muy pronto la
gran demanda mexicana estimuló la importación de cacao de Guatemala; paulatinamente,
sin embargo, el tráfico limeño afectó este comercio, al colocar en el mercado
centroamericano cacao de Guayaquil, cuyos precios y calidad no ofrecían competencia 116.
Por tales motivos, es posible que, lejos de significar un problema, la restricción del tráfico
con Nueva España haya favorecido a los cargadores limeños, quienes de este modo
pudieron controlar mejor el flujo oriental y encubrirlo bajo el comercio con Guatemala y
Panamá.
53 El comercio con México, así como el atlántico, estaba en manos de los grandes cargadores
limeños117, aunque también intervinieron regidores del cabildo y funcionarios públicos.
Según las fuentes notariales, entre 1618 y 1631 Cueva envió a México 196,593 pesos,
incluyendo los 32 mil pesos en poderes para contraer obligaciones (cuadro 4.7). Pero, sin
duda, Cueva debió enviar una mayor cantidad de plata en sus navios —el "San Juan
Evangelista" y el "San Francisco"—, que fueron en repetidas ocasiones a México como
navios de "permiso". El "San Francisco", por ejemplo, zarpó a México en diciembre de
1629. El banquero nombró como piloto a Juan de la Cueva Pacheco, quien debía ir a
Acapulco con el "San Francisco" y regresar con el "San Juan Evangelista", que había
llevado Luis Simón de Lorca el año anterior118. Según Suardo, en noviembre ya se sabía
que "aunque el permiso no es de más de 200 mil duros de Castilla... hay 70 cargadores que
pretenden yr a emplear a México". Antes que el navio zarpara, se cerró el puerto del
Callao para "prevenir que no se lleve más plata... pero sin embargo la común opinión es
que llevará más de un millón". Finalmente, cuando el barco se hizo a la mar, se calculó
que llevaba más de dos millones de pesos119. A su vez, las noticias sobre desembarcos
clandestinos de ropa de la China eran rutinarias y frecuentes. En 1628, por ejemplo, hubo
una gran denuncia y decomiso de 41 cajones de ropa de la China que se encontraron, nada
menos, que en la casa de Basilio de Vargas, el agente de Cueva, y de Martín de Ybarra 120.
147

CUADRO 4.7. Exportaciones de plata

FUENTE: AGN Sección Notarial

54 Al igual que en el tráfico atlántico, los factores siempre eran mercaderes cercanos al
banquero (ver cuadro 4.8). Pedro Martínez de Soto era cajero del banco y Simón de Lorca
solía ser maestre de sus navios (y factor en Tierra Firme); Antonio Rodríguez de Acosta
era un portugués amigo de Manuel Bautista Pérez, quien, a su vez, era compadre de
Cueva. Algunos —como Domingo de Olea, (cónsul del Tribunal), Felipe de Mieses (regidor),
Lorca, Martínez de Soto y Esteban de la Cueva— también estaban vinculados al comercio
con Europa.

CUADRO 4.8. Factores de Cueva en el comercio con México, 1617-1631

FUENTE: AGN Sección notarial


* En pesos de ocho reales
148

55 Esteban de la Cueva, el factor más importante de Cueva en el tráfico con México, era
hermano del banquero y había trabajado durante un buen tiempo en la ruta atlántica al
lado de Antonio de la Cueva, otro de los hermanos121. En 1629, Esteban viajó a México y
permaneció allí hasta 1635, en donde se encargó de los negocios de Cueva y actuó como
corresponsal de los mercaderes limeños. Parte de la plata que recibió Esteban pertenecía
al banquero, pero también había una fracción que éste enviaba en nombre de terceros. El
gobernador de Huancavelica, general don Fernando de Córdoba y Figueroa, envió casi
diez mil pesos ensayados, así como también Juan Arias de Valencia (regidor de Lima), el
licenciado Duarte Fernández (suegro de Cueva) y don Pedro de la Vega122.
56 Los contratos revelan que los factores podían negociar no sólo en Acapulco, sino en
cualquier parte del territorio novohispano. En 1629, el banquero extendió varios poderes
a Esteban para representarlo en toda la Nueva España y para cobrar a otros factores —
Andrés Dávila y Francisco de Carranza— el dinero que les había entregado en 1628;
además, también le otorgó facultad para cobrar a Simón de Lorca los 158 quintales de
estaño que "de mi quenta llevó para vender en las dichas provincias en 274 planchas y
emplear su procedido en mercaderías"123. En 1631, cuando Juan de Buitrón, maestre del "
San Francisco", llegó a Acapulco con dinero para Esteban, no pudo hallarlo pues había
viajado a la ciudad de México124 . Igualmente, Manuel Bautista Pérez y Juan de la Cueva
otorgaron poder a Antonio Rodríguez de Acosta para los pudieran endeu-dar hasta en
diez mil pesos en cualquier parte de México125. Además, de también se puede ver que
vecinos mexicanos encargaban cobranzas al banquero126 y que, por el contrario, los
peruanos tenían ciertos corresponsales de confianza en México: Juan Pretel de los Cobos y
Cristóbal de Bonilla Bastidas, ambos vecinos de México; Domingo López de Campana?, "
encomendero" de Michoacán y Guadalajara; o Pedro de la Requena, vecino de México y "
encomendero de Acapulco"127 y sobre todo, Melchor de Cuéllar, son los nombres que
aparecen repetidamente en la documentación.
57 Todo parece indicar que Melchor de Cuéllar y su hermano, Bernardo, estuvieron muy
involucrados en el tráfico con el Perú. Los Cuéllar eran hijos de un médico de Cádiz,
habían llegado a Nueva España como factores y se instalaron luego de diez años como
grandes cargadores en la ciudad de México128. Melchor se convirtió en el magnate de la
cochinilla y, en 1610, compró el oficio de ensayador y fundidor mayor de la Casa de
Moneda de México por la fabulosa suma de 150 mil pesos de oro común129. En 1627, el
banquero Cueva —como garante de Juan Clemente de Fuentes— le pagó 12 mil pesos a
Juan de Urrutia, representante de Cuéllar en Lima130. Ese mismo año, el banquero envió
seis barras de plata a México con Pedro de Melgar, quien debería entregarlas a Melchor de
Cuéllar o a Antonio de Urtarte? en caso que no pudiese cumplir con el factoraje131. En
1635, Esteban de la Cueva enviaba desde Lima un poder a Lucas de Medina y al capitán
Bernardo de Cuéllar, "encomendero de Filipinas", para que envíen a cobrar a Manila los
tres mil pesos que remitió con Alonso Suárez en 1630132. Melchor también tenía
conexiones con el consorcio de Bernardo de Villegas. Juan Leal Palomino le entregó plata
y mercaderías al factor Jerónimo Gómez Bacelar, quien debía vender las barras y entregar
7,061 pesos de ocho reales a Cuéllar en la ciudad de México; los pesos procedían de una
libranza cobrada por el capitán Diego de Villegas en el banco de Bernardo de Villegas, su
hermano133.
58 No obstante las grandes ganancias del comercio transpacífico, usualmente el esquema de
inversiones colocaba a la ruta atlántica en un lugar preferencial, probablemente por la
ausencia de una flota regular hacia Filipinas y por la ofensiva perulera, que otorgó
149

ventajas adicionales al comercio con Europa (gráficos 4.1 y 4.2). Como se ha examinado
más detenidamente en otro trabajo134, la estrategia atlántica del banquero consistió en ser
eslabón con el mercado exterior, invertir fuertes sumas al contado, obtener una suma
equivalente o mayor a crédito —proporcionado por la colonia extranjera de Sevilla— y,
finalmente, transferir los pagos a América. Según fuentes notariales, la familia Cueva
habría manejado un millón 813,886 pesos en esta ruta: 942,688 de exportaciones a nombre
del banquero y 871,198 de dinero que los Cueva recibieron como factores; si a esto se le
agrega la plata exportada a México, se tendría un mínimo total de 2'010,479 pesos
envueltos en el comercio exterior. Los factores de Cueva en el Atlántico fueron agentes de
su más entera confianza, usualmente miembros de la familia, quienes se encargaron de
llevar a cabo los negocios de Cueva y de los demás miembros del consorcio peruano:
compraban en España, vendían en las ferias de Portobelo o, simplemente, enviaban
directamente las mercaderías al Perú. Los peruleros no sólo adquirían géneros en Sevilla,
sino que también circulaban por otras partes del mercado europeo. En 1629, por ejemplo,
el banquero y Juan Clemente de Fuentes entregaron 19,456 pesos ensayados a Esteban
Navarro de Mora, quien podría ir directamente a Vizcaya a comprar hierro. Asimismo,
Clemente de Fuentes, que estaba en Oruro, le otorgó poder a Cueva para que le comprara
mercaderías y enviara a sus factores "a los reinos de España, Portugal y señorío de
Vizcaya y Génova y Milán"135.

GRÁFICO 4.1. Exortaciones totales de plata

FUENTE: AGN Sección notarial


150

Gráfico 4.2. Exportaciones de plata, por destino

FUENTE: AGN Sección notarial

59 El contacto con los mercaderes extranjeros de Sevilla colocó a los grandes consorcios
americanos en un lugar preferencial. Además, por el Atlántico también estaban los
circuitos de comercio portugueses, que fueron una vía alternativa adicional para el
comercio con Europa. Los portugueses suministraron esclavos y joyas, y estuvieron
conectados financieramente con los mercaderes de Lima. Juan y Antonio de la Cueva
fueron también traficantes de esclavos desde Tierra Firme (cuadro 4.9) y tuvieron una
estrecha relación con varios de los portugueses que serían acusados luego de ser "judíos
judaizantes" e integrantes de "la gran conspiración" internacional contra España.
Mercaderes como Jorge Fernández Gramajo, Felipe Rodríguez, Julián Enríquez, Francisco
Gómez Barreto y Luis Gómez Barreto, su padre, Sebastián Duarte y, por supuesto, Manuel
Bautista Pérez, tuvieron continuos negocios con los Cueva, tanto en Lima como en Tierra
Firme136. Y cuando se elaboró la lista de acreedores del banco luego de la quiebra, el Santo
Oficio figuró como uno de los más importantes debido al dinero que los portugueses
habían colocado en el banco.
151

CUADRO 4.9. Compra-venta de esclavos, 1612-1635* (en pesos de ocho reales)

FUENTE: AGN Sección notarial


Transacciones hechas por Juan y Antonio de la Cueva

60 No obstante, todo este imperio se derrumbó. Tanto los movimientos de las exportaciones
como el de los préstamos eran cíclicos (ver gráfico 4.4), lo cual indica que el banquero
esperaba recuperar el capital antes de hacer una nueva inversión. Los ciclos de las
exportaciones eran más largos que los de los préstamos, obviamente por las condiciones
inherentes al comercio de larga distancia. El gráfico 4.4 sugiere que los movimientos de
ambos ciclos eran opuestos: los años que Cueva hacía fuertes préstamos, no exportaba
una gran cantidad de plata, y viceversa. Sin embargo, esta dinámica se distorsiona luego
de 1625, tanto por problemas externos como por la forma en que el banquero llevó sus
negocios.
61 La desastrosa feria de Portobelo de 1624 obligó a los mercaderes sevillanos a viajar a Lima
y rematar sus cargamentos. Inicial-mente esto favoreció a los mercaderes limeños, que
aprovecharon la coyuntura para comprar a precios muy bajos y, de hecho, el año 1625 es
el año record de ventas a crédito de Cueva. Pero al año siguiente surgieron serias
dificultades en el mercado sur andino. Los problemas estatales con la venta de mercurio
traspasaron a los aviadores locales una pesada carga financiera y, además, en 1626 se
produjo el embalse de las lagunas que destrozó la mayoría de los ingenios. En
consecuencia, el mercado sur andino se contrajo: los deudores de Cueva no pagaron o
quebraron y las mercaderías no se vendieron. El banquero Villegas sintió rápidamente los
efectos, probablemente por la manera caótica e inescrupulosa en que de llevaba sus
negocios. Y cuando Cueva reaccionó ya era muy tarde. Precisamente en estos años el
banquero había decidido hacer sustanciosas inversiones en el Atlántico y en México. Para
empeorar aún más las cosas, las inversiones de ultramar sufrieron duros reveses: el rey
confiscó las remesas particulares, un navio que llevaba plata de Cueva naufragó en La
Habana y su hermano Antonio, el eslabón de confianza con Europa, murió. Poco después,
un navio de Cueva naufragó en Caraqués y Esteban de la Cueva, quien había ido a México,
tardó demasiado en regresar. El banquero entonces, hubo de pedir préstamos (gráfico 4.3)
y apoyarse en sus amigos Manuel Bautista Pérez, Diego López, Pedro Ramírez y Lorenzo
Cuadrado137, mientras esperaba que la situación mejorara. Pero no fue así. Sus deudores
dejaron de pagarle y, luego de un conato de recuperación en 1632, los préstamos, las
ventas y las exportaciones se redujeron al mínimo y llevaron al banquero a la quiebra
poco tiempo después.
152

GRÁFICO 4.3 Deudas de Juan de la Cueva

FUENTE: AGN Sección notarial

GRÁFICO 4.4 Préstamos, exportaciones y deudas

FUENTES: AGN Sección Notarial; AGI Contaduría 1706, 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713,
1714, 1715, 1716, 1717, 1718, 1719; AHCMP Barrionuevo leg. 57, 58, 59, 60, 61a, 62, 63, 64, 65, 66, 67,
68, 69, 70.

***

62 A pesar de las quiebras, la aventura de los bancos públicos de Lima logró consolidar
económicamente a los mercaderes de la capital. Desde 1590 hasta fines de la década de
153

1630, la expansión de los medios de pago y de los mecanismos de crédito fue medular en
el fortalecimiento de la élite mercantil de Lima. Pioneros de la banca americana,
intrépidos en la ruta atlántica, durante las primeras décadas del siglo XVII los hombres de
negocios lograron tener un control muy amplio de las redes mercantiles internas y
externas. La quiebra del último banco, el de Villegas, terminaría de una vez por todas con
la banca comercial peruana, que no reaparecería sino hasta el período republicano.
Ciertamente, el fracaso de los bancos trajo consigo una serie de quiebras y dramas
personales. A mediados del XVII, otro suceso, la adulteración de la moneda, haría pasar
por momentos muy difíciles al comercio exterior y, en general, a toda la vida económica
del virreinato peruano. Sin embargo, y a pesar de los momentos difíciles, ni la economía
ni la élite mercantil colapsaron. Probablemente los grandes consorcios de las primeras
décadas desaparecieron, pero los mercaderes siguieron teniendo un lugar destacado
dentro de la economía peruana e, incluso, se consolidaron social y políticamente. Así, si
en la primera mitad del XVII se produjo el indiscutible fortalecimiento económico de los
mercaderes, la segunda parte de la centuria presenció su decidido ingreso a las más altas
esferas sociales y de poder. Parte del éxito de los mercaderes se explica no sólo por sus
estrategias mercantiles y financieras, sino también por la particular relación que
establecieron con el estado virreinal. En el transcurso del siglo XVII, el estado fue
delegando paulatinamente su administración en los mercaderes y en el Consulado de
Lima. El resultado fue el continuo debilitamiento del estado frente a las élites locales y, en
particular, frente a los mercaderes. Estos tomaron en sus manos las funciones del estado e
intentarían imponer sus propias reglas de juego, lo que, finalmente, los llevó a socavar el
sistema comercial que había establecido España para sus colonias.

NOTAS
1. "Diálogo entre Asmodeo, diablo gachupín, y Amonio, diablo acriollado", en Raquel Chang-
Rodríguez, El discurso disidente. Ensayos de literatura colonial peruana, (Lima: PUCP, 1991), 153 y ss.
2. María Emma Manarelli, Pecados públicos. La ilegitimidad en Lima, siglo XVII, (Lima: Flora Tristán,
1993). Incluso un oidor, Juan Velásquez de Espina, fue acusado de adulterio, causando gran
escándalo público, AGI Escribanía de Cámara 567-A.
3. Cf. Paul Rizo Patrón, "La aristocracia limeña al final de una era: precisiones conceptuales y
estimaciones patrimoniales" (Manuscrito inédito, p. 2).
4. Mogrovejo de la Cerda, en Chang-Rodríguez, El discurso disidente, 157; James Lockhart, "
Organización y cambio social en la América española colonial", Bethell, ed., Historia de América
Latina, vol. 4, 65; Puente Brunke, Encomienda y encomenderos, 273 y ss. El rol de las mujeres de la
élite fue medular, cf. Clara López Beltrán, "La buena vecindad: las mujeres de élite en la sociedad
colonial del siglo XVII", Colonial Latin American Review, 5 (1996): 219-236. Sobre el concepto de "
élite de poder", cf. José Antonio Maravall, Poder, honor y élites en el siglo XVII (Madrid: Siglo XXI,
1979) 173 y ss.
5. AAL Causas Civiles, leg. 27. Expediente seguido por no guardar fiestas, año 1625. AAL Papeles
importantes, leg. 9, años 1625-1630. A Hernando del Pozo, barbero, se le siguió una causa especial
por trabajar en días de fiesta, (años 1625-26).
154

6. Sobre fiestas cf. Luis Millones, Nuestra Historia. Perú colonial, (Lima: Cofide, 1995), 169 y ss;
Rodrigo de Carbajal y Robles, Fiestas de Lima por el nacimiento del príncipe Baltazar Carlos, [1632],
(Sevilla: CSIC, 1950); Juan Bromley, "Fiestas caballerescas, populares y religiosas en la Lima
virreinal", Revista Histórica, XXVII (1964): 200-220. En 1639, el limeño Juan de Valencia, quien se
reclamaba sucesor de Alfonso el Sabio, escribió, en Madrid, un "Tratado sobre el arte de torear".
7. Bernabé Cobo, Historia de la fundación de Lima, (Lima: Imprenta Liberal, 1882), 78. Según León
Portocarrero, la gente de armas "se adornaban más de galas que de valentía... que lo más que
saben tirar es un arcabuz"; los hombres "son galanes y bizarros. Todos generalmente traen
buenos vestidos de seda y finos paños de Segovia y cuellos ricos con puntas costosas de Flandes.
Todos calzan medias de seda"; las mujeres, igualmente, "vístense... de seda y muy ricas telas y
terciopelo de oro y plata fina, tienen cadenas de oro grueso, mazos de perlas, sortijas,
gargantillas y cintillos de diamantes, rubíes, esmeraldas... y otras piedras...; tienen sillas de mano
en que las llevan los negros cuando van a misa... y tienen carrozas ricas y muy buenas y muías y
caballos que las tiran y negros cocheros", Descripción, 39, 43. En 1659 el virrey dio un bando por
medio del cual se prohibía el comercio de telas de Francia, Inglaterra y Portugal, que incluyó una
reforma del vestido, AHML Libro X, f. 268r.
8. Cobo, Historia de la fundación, 79. Según el cronista, de las cuatro o cinco carrozas que habían en
Lima en 1599, se pasaron a más de 200 hacia 1629, todas ellas "guarnecidas de seda y oro con gran
primor".
9. AHL, LTC-2, f. 106; Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado, 77-78.
10. Sobre la inversión en tierras cf. Evans, "The Landed Aristocracy"; Ramírez, Patriarcas
provinciales, 119 y ss; Suardo, Diario, I, 164, 241, 245; AGI Escribanía de Cámara 509-D; James Jensen
de Sousa Ferreira, "La descendencia de don Mateo de Oyague en el Perú", Revista del Instituto
Peruano de Investigaciones Genealógicas, XV, 25 (1970): 189-251. La situación social de los
mercaderes en la élite cuzqueña de fines del XVII se puede ver con claridad en Bernard Lavallé, El
mercader y el marqués. Las luchas de poder en el Cuzco (1700-1730), (Lima: BCR, 1988). Acerca de la
importancia de las tumbas, Michele Vovelle, Ideologías y mentalidades, (Barcelona: 1985), 107 y ss.
Para la proyección social de los mercaderes mexicanos en el XVII, cf. Hoberman, Mexico's
Merchant Elite, 223 y ss.
11. En Lohmann, Los regidores perpetuos, I, 200.
12. Suardo, Diario, II, 31. Sobre el tratado de astrología en medicina de Figueroa ver Margarita
Suárez, "Ciencia, ficción e imaginario colectivo: la interpretación de los cielos en el Perú colonial"
, Moisés Lemlij y Luis Millones, eds., Historia, memoria y ficción, (Lima: BPP-SIDEA, 1996), 312-319.
13. AGI Escribanía de Cámara 1977-A. En 1611, Diego Núñez de Campoverde aparece comprando
un navio en Sevilla.
14. Posteriormente su hijo tomó posesión de la "ración entera" de la catedral, Suardo, Diario, I,
262.
15. Véase Lohmann, Los regidores, I, 198; Harry Cross, "Commerce and Orthodoxy: A Spanish
Response to Portuguese Commercial Pénétration in the Viceroyalty of Peru, 1580-1640", The
Americas, XXXV, 2(1978): 151-167. Cross sostiene que a través de la Inquisición los mercaderes de
Lima lograron eliminar la amenazante presencia portuguesa en las colonias. Sin embargo, los
mercaderes portugueses fueron uno de los mejores aliados de los cargadores limeños. Es más
plausible que las motivaciones de la expropiación hayan estado relacionadas a la situación
peninsular y a la crítica condición de las arcas del Santo Oficio. Sobre este último punto cf.
Maurice Birckel, "Recherches sur la trésorerie inquisitoriale de Lima", Mélanges de la Casa de
Velázquez, 5 (1969): 223-307 y 6 (1970): 309-357; Alfonso Quiroz, "La expropiación inquisitorial de
cristianos nuevos portugueses en Los Reyes, Cartagena y México, 1635-1649", Histórica, X, 2(1986):
237-303.
16. Mendiburu, Diccionario, XI, 417 y ss. La audiencia de Lima batió el récord en la obtención de
títulos nobiliarios desde el XVI al XIX: 230 de la orden de Santiago, 96 de Calatrava, 33 de
155

Alcántara, 8 de Montesa, 42 de Carlos III y 2 de Malta. Varios americanos descendientes de


mercaderes obtuvieron títulos. Recibieron nombramiento de la orden de Santiago: Pedro de
Corbet y Cea, nacido en Lima (1633), hijo de Roberto Corbet, quien se dedicó activamente al
tráfico atlántico y fue un factor importante de Juan de la Cueva; Melchor Malo de Molina Ponce
de León, hijo del mercader Melchor Malo; Domingo de Oyague y Beingolea y su hermano,
Francisco de Oyague y Beingolea, ambos hijos de Francisco de Oyague; José Féliz de Urdanegui,
hijo de Juan de Urdanegui. Los descendientes de Hernando de Santa Cruz y Padilla también
fueron incluidos en las filas nobiliarias. Cf. Guillermo Lohmann, Los americanos en las órdenes
nobiliarias, (Madrid: CSIC, 1993), I, LXXIV, 109-110, 304-305, 420; II, 126-128. Sobre Roberto Corbet,
cf. Suárez, Comercio y fraude, 114.
17. Conspicuos letrados como Larrinaga Salazar, Antonio de León Garavito, Diego de Avendaño y
otros pertenecían a familias de la "burguesía" prominente, Lohmann, Los regidores, I, 201; Nancy
van Deusen, Between the Sacred and the Wordly: The Institutional and Cultural Practice of 'Recogimiento'
in Colonial Lima, (Stanford, California: Stanford University Press, 2001), 107 y ss., 139 y ss.
18. "Tratado económico político de lo que concierne a los gobiernos de España. Por don Rodrigo
de Vivero y Velasco, quien fuera capitán y presidente de la audiencia de Panamá entre 1620 y
1628", CODIHE, (Madrid: 1936-57), V, 13-14.
19. Cf. David Brading, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, (México:
FCE, 1991), especialmente cap. XV y XVI; Bernard Lavallé, Las promesas ambiguas. Criollismo colonial
en los Andes, (Lima: PUCP-IRA, 1993), 105 y ss; Israel, Razas, clases sociales, 86 y ss; ver también
Suárez, "Ciencia, ficción".
20. Fray Buenaventura de Salinas y Córdova, Memorial de las Historias del Nuevo Mundo Piru, [1630],
(Lima: UNMSM, 1957), 246.
21. Suárez, Comercio y fraude, I parte.
22. Assadourian, E¡ sistema de la economía, 114-115.
23. Enrique Tandeter, V. Milletich y R. Schmit, "Flujos mercantiles en el Potosí colonial tardío",
Jorge Silva Riquer, J.C. Grosso y C. Yuste, eds., Circuitos mercantiles y mercados en Latinoamérica,
siglos XVIII-XIX, (México: UNAM, 1995), 13-55; y "El mercado minero de Potosí a fines del siglo XVIII"
, en Harris, Larson y Tandeter, eds., La participación indígena, 379-424. Assadourian, sobre la base
de la "Descripción de la villa y minas de Potosí" de 1603, ya había planteado que un porcentaje
menor de la demanda minera era de productos importados (sólo el 11%), "La producción de la
mercancía dinero en la formación del mercado interno colonial. El caso del espacio peruano, siglo
XVI", Enrique Florescano, comp., Ensayos sobre el desarrollo económico de México y América Latina,
1500-1975, (México: FCE, 1979), 233 y ss. Cf. también Carlos S. Assadourian, Heraclio Bonilla, A.
Mitre y T. Platt, Minería y espacio económico en los Andes, (Lima: IEP, 1982).
24. El estudio de Cristina Ana Mazzeo confirma la diversificación de las actividades de los
mercaderes en el siglo XVIII, El comercio libre en el Perú. Las estrategias de un comerciante criollo, José
Antonio de Lavalle y Cortés, 1777-1815, (Lima: PUCP, 1994).
25. Las asociaciones entre mercaderes, además de los lazos familiares, se establecían a través de
contratos que los unían por un tiempo determinado para efectuar una o varias operaciones
mercantiles. Los más frecuentes fueron el "recibo" (para el tráfico atlántico o pacífico), la "
compañía", el "factoraje" y el "fletamiento" (para el comercio interno) y otros contratos como "
conciertos", "permisión" y "finiquito". Una explicación más detenida de las primeras formas de
asociación se puede ver en Suárez, Comercio y fraude, 58-59.
26. AGI Lima 162. Carta del contador Hernando de Valencia al rey. Lima, 1634.
27. AHML, Libro VII, año 1631, f. 26v-27r; Libro VI, f. 102, 115. En el siglo XVI, todos los "
bastimentos así para Lima como para todo el Perú" pasaban por el tramo Lima-Callao, de modo
que aquellos que tenían en sus manos el transporte sacaban buenas ganancias. Hacia 1584 habían
5 ó 6 hombres "ricos" que controlaban este camino, al punto que hubo propuestas para darlo en
arrendamiento estatal, "Memorial de Miguel Sánchez Parra" [1584], CODIHE, tomo 104, p. 280. En
156

el siglo XVII la población del puerto creció al punto que se nombrara un alcalde del Callao. Sobre
el movimiento de navios en el Callao cf. Marie Helmer, "Le Callao, 1615-1618", JBLA, 2 (1965):
145-195.
28. "Feria" de Lima es un término usado frecuentemente, sobre todo en la segunda mitad del
XVII. En 1653, por ejemplo, el Consulado de Sevilla hablaba del "mal estado que tubieron las
ferias de Puertovelo y Lima", AGI Consulados 52, Carta del Consulado al rey, 18 de junio, 1653, f.
31r-v. El corredor de lonja era un agente intermediario en las operaciones de compra-venta, cf.
Antonia Heredia Herrera, "Los corredores de lonja en Sevilla y Cádiz" Archivo Hispalense, 159
(1970): 183-197.
29. León Portocarrero, Descripción, 60-61. La tasa mencionada era una tasa actualizada de la que
elaboró, en el siglo xvi, "el Corso que fue el mayor mercader y el más rico que ha tenido el Perú
que sus hijos son marqueses de Santillana", Descripción, 59. Según Vila Vilar, se trata de Juan
Antonio Corzo, Los Corzo y los Manara, 69; según Vargas Ugarte, Mendiburu y Lewin, el cronista se
refería a Nicolás Corzo.
30. AGN Nieto Maldonado #1222, f. 2181r-2185v; Pedro Juan de Rivera #1620, f. 924r-926r;
Cristóbal Rodríguez #1642, f. 321r-v. Incluso algunos pedían prestado para prestar, como Sancho
de Ávila que pidió 2,082 pesos para prestar al oidor de Lima, don Juan de Loayza Calderón, AGN
Sánchez Vadillo #1771, f. 586v-587v.
31. AHML, Libro II, Cédulas y provisiones, f. 148r.
32. Las tiendas eran visitadas dos veces al año por el cabildo, AHML, libro IV, f. 68v; Cobo, Historia
de la fundación, 78. En un interrogatorio, de 1633, los testigos afirmaron que habían en Lima entre
240 y 250 pulperías; no obstante, sólo 180 de ellas pertenecían a gente de "caudal". AGI Escribanía
de Cámara 507-B. El fiscal contra Alonso de Carrión, f. 24r. Un informe del cabildo (sin fecha)
decía que "por ser tan grande el consumo de las cosas comestibles en las pulperías... se han
introducido a tenerlas soldados de a pie y de caballo de las guardas del virrey y... con pretexto de
gozar del fuero militar se escusan de pagar los derechos que por arancel está dispuesto", AGI
Lima 109. Sobre la composición de los mercaderes, marineros y tratantes de Lima cf. Lawrence
Clayton, "The Maritime Trade of Peru in the Seventeenth Century", The Mariner's Mirror,
(Londres) 72, 2 (1986): 159-177; y María Encarnación Rodríguez Vicente, "Los extranjeros en el
reino del Perú a finales del siglo XVI", Economía, Sociedad y Real Hacienda en las Indias Españolas,
(Madrid: Alhambra, 1986), 284 y ss.
33. Los cajones para mercachifles y fruteras se habían instalado en la plaza con el permiso del
virrey marqués de Salinas y se colocaron en dos hileras, frente a los portales. Los vecinos
protestaron y los cajones fueron clausurados. En 1617, Esquilache volvió a dar permiso, esta vez
para que se coloquen frente a las casas reales (AHML Libro VI, f. 69r; y libro V, 159r.), de modo
que hacia 1644 habían 42 cajones que daban una renta de 6,700 pesos al cabildo. El virrey
Mancera reconocía la "deformidad" que causaban estos cajoneros y el desmesurado crecimiento
de las "fruteras y vendederas", de modo que le parecía improcedente intentar aumentar los
ingresos reales por medio de este tipo de arrendamientos, como habían sugerido algunos
funcionarios, AGI Lima 52. Carta de Mancera al rey. 7 de junio, 1644, i. 143r-145r. En 1624 los
cajoneros intentaron no pagar los arrendamientos al cabildo y argumentaron que con ocasión de
la llegada del holandés "Perchelingue" habían cerrado los cajones; firmaron un total de 24, AGN
Carrión #271, f. 170r-171r. Algunos cajoneros eran portugueses. Entre 1635 y 1636 varios
cajoneros portugueses, como Manuel Luis de Matos, Gaspar Fernández, Melchor de los Reyes y
Pascual Núñez fueron arrestados, Suardo, Diario, II, 92, 109, 113, 125. Cf. también Fernando
Iwasaki Cauti, "Ambulantes y comercio colonial: iniciativas mercantiles en el virreinato peruano"
, ¡BLA, 24 (1987): 179-211.
34. El "valle de Lima" comprendía, en realidad, varios valles, según la división del
encabezamiento de alcabalas: Surco, Ate o Guanchiguaylas, Lurín y Pachacamac, Lima,
Magdalena, Maranga, Legua, Bocanegra, Carabayllo y Luringancho, cf. Rodríguez Vicente,
157

Economía, sociedad, 310-315; cf. también Ileana Vegas de Cáceres, Economía rural y estructura social
en las haciendas de Lima durante el siglo XVIII, (Lima: PUCP, 1996). Sobre el reparto de agua cf.
Nicanor Domínguez, "Aguas y legislación en los valles de Lima. El repartimiento de 1617", BIRA,
15(1988): 119-154.
35. AGI Lima 36, f. 180v-181r. Además, el cabildo pidió que la Inquisición y la Cruzada no se "
entremetan a sacar ningunos géneros de abasto de la parte donde estuvieren", AHML, libro VI, f.
91r.
36. Nicholas P. Cushner, Lords of the Land: Sugar, Wine, and Jesuit Estates of Coastal Peru, 1600-1767,
(Albany: State University of New York Press, 1980); cf. también Pablo Macera, "Instrucciones para
el manejo de las haciendas jesuitas del Perú (s. XVII-XVIII) " , Nueva Coránica, 2(1966); Kendall
Brown, Bourbons and Brandy. Imperial Reform in Eighteenth-Century Arequipa, (Albuquerque:
University of New Mexico Press, 1986), 40 y ss. y "Jesuit Wealth and Economie Activity Within the
Peruvian Economy: The Case of Colonial Southern Peru" The Americas, XLIV , 1(1987), 23-43.
37. AGI Lima 50. Carta del virrey al rey. Lima, 30 de mayo, 1640. Sobre almojarifazgos de vinos y
las órdenes religiosas. AGI Lima 50, f. 156r y ss. Cuando se creó la Unión de Armas, se produjo un
descenso de los almojarifazgos del vino, gran parte del cual fue comercializado a través de las
órdenes, AGI Lima 50. Carta del virrey al rey. Lima, 28 de mayo, 1640, f. 164r y ss. Los jesuitas
fueron los más tenaces en su enfren-tamiento con los oficiales reales y especialmente contra el
virrey Mancera. Cuando se intentó imponer una nueva sisa a la carne y al azúcar (para la
fortificación del Callao), los jesuitas se resistieron, al punto que el padre Alonso Mejía escribió un
"Informe que hace el colegio de la Compañía de Jesús que prueba no deber ser molestado en sisas
e imposiciones, en especial con la de azúcar de que se pagan para la obra del cerco del Callao
cuatro reales en cada arroba y dos reales en cada carnero que en defensa de su derecho se le
deben guardar las excempsiones que tienen los eclesiásticos y en especial los que la religión
tienen por sus privilegios". El virrey Mancera se vio obligado a elaborar una larga y erudita
respuesta pues, presuntamente, la muralla sólo se había edificado para satisfacer sus intereses
privados. AGI Lima 50. Carta del virrey al rey, Callao, 8 de junio, 1641, f. 197r y ss.
38. AGI Escribanía de Cámara 514-A. Pedro Ruiz del Campo contra el fiscal sobre plata que le
embargaron en el asiento nombrado de Villa, año 1660, f. 5v y ss.
39. Cf. Lohmann, Los regidores, I, 220-221. Según la cédula, las haciendas de 22 regidores "
consisten en grangerías del campo, guertas, chácaras, viñas...de manera que los bastimentos de
pan, vino, aceite y frutas que se gastan en ella son de sus cosechas y de sus deudos, con que hacen
las posturas a los precios que quieren, de que se sigue perjuizio a los vecinos", Ibid. 222.
40. Lohmann, Los regidores, I, 222. Para el caso de la ciudad de México cf. José F. de la Peña,
Oligarquía y propiedad en Nueva España, 1550-1624, (México: FCE, 1983), 155 y ss.
41. AGN Nieto Maldonado #1206, f. 1567r-1576v. Este es un tema que amerita un estudio especial.
Un cotejo minucioso de la relación de fiadores de los bancos (apéndice 2), los recolectores de
diezmos (Ramos, "Diezmos, comercio", 268 y ss.), los regidores del cabildo (Lohmann, Los
regidores) y los receptores de créditos del banco (apéndice 3) podría arrojar correlaciones muy
interesantes.
42. Guillermo Lohmann, Historia marítima del Perú, (Lima:1981), vol. IV, 229-230; Pablo Emilio
Pérez-Mallaina y Biviano Torres, La Armada del Mar del Sur, (Sevilla: CSIC, 1987).
43. Lawrence Clayton, "Trade and Navigation in the Seventeenth-Century Viceroyalty of Peru",
Journal of Latín American Studies, 7, no. 1 (1975), 6; Helmer, "Le Callao", 160 y ss; Lohmann, Historia
marítima, 227-228; Nils Jacobsen, "Trade of Colonial Goods in Callao de Lima, 1629-1630",
(manuscrito inédito, 1973); María Rostworowski, "Testamento de don Luis de Colán, curaca en
1622", Costa Peruana Prehispánica, (Lima: IEP, 1989), 175-209. En Chincha también habían balsas
indígenas que transportaban el mercurio desde la orilla a los navios.
44. Cf. por ejemplo, AGN López de Mallea #978, f. 696r-697r; AGN Valenzuela #1957, f. 557v-558v,
para el crédito a mercaderes que traían vino de Pisco en los navios de Cueva.
158

45. En 1618, Pedro Rico, nacido en Marsella, casó con Francisca Gómez en la parroquia de San
Sebastián de Lima; Esteban Sanguineto desposó en la misma parroquia con doña Florentina
Montero en 1617. AAL, Matrimonios, Parroquia de San Sebastián, f. 97r, 101r.
46. AGN Nieto Maldonado #1210, f. 835r-836v; #1226, f. 307r-v; #1229, f. 2447v-2448v; #1220, f.
2755r-2759v; AGN Francisco Hernández #838, f. 1283r-1285r; #840, f. 1063r-1065v; AGN Pérez
Gallego #1438, f. 368r-v; Bartolomé de Cívico #326, f. 1135r-v.
47. AGN Nieto Maldonado #1225, f. 3364v-3366r.
48. En 1632 Cascos llevó su navio a México; según Suardo, "fueron en él muchos empleantes y se
dize que lleva más de 1 millón, aunque en el registro no se enteraron los 200 mil ducados de
permiso", Diario, I, 252, 255.
49. Con esta condición renunciaba a la ley "que dice que el bolsero de la compañía pueda sacar de
los vienes della la cantidad que fuere necesaria para el sustento de su persona, casa y familia",
AGN Nieto Maldonado #1204, f. 361r-363v.
50. AGN Nieto Maldonado #1204, f. 361r-363v. En 1620 ambos daban un crédito de mil pesos a Luis
Taón, mercader de partida a Quito, por una partida de mercaderías europeas, AGN González de
Balcázar #767, f. 126r-127v. En 1621 daban un poder a Lorenzo Pérez de Noguera para vender 500
botijas de vino de Arequipa en el Cuzco y remitir el dinero a Lima; el mismo poder lo dan varios
meses después a Juan de Zamora y Diego Jiménez Nuño, mercaderes del Cuzco, AGN Nieto
Maldonado #1208, f. 1208; #1209, f. 2475r-v. En 1632 el maestre Francisco Martín Flores les daba
poder para cobrar a sus deudores, AGN Bartolomé Torres de la Cámara #1896, f. 1083r-1085r; AGN
Nieto Maldonado #1215, f. 433v-434v.
51. En 1609 el virrey Montesclaros hizo un detallado informe sobre las salinas del Perú, AGI Lima
35. Carta del virrey al rey, Callao 27 de marzo, 1609, f. 87r-v. Previamente se había intentado
hacer un estanco de la sal, pero fracasó debido a la abundancia de las salinas en el territorio y la
participación indígena en este mercado, cf. María Rostworowski, Recursos naturales renovables y
pesca, siglos XVI y XVII, (Lima: IEP, 1981), 74 y ss.
52. Pedro Juan de Rivera #1624, f. 481r-v; Nieto Maldonado #1225, f. 1627r-2631r. Los libros de
cajas reales contienen una valiosa información sobre el tráfico de cabotaje. Agradezco al profesor
Nils Jacobsen el haberme alcanzado una transcripción de la sección "Almojarifazgos" de
productos de la tierra de la caja de Lima (AGI Contaduría 1714), que luego revisé extensivamente
para otros años. Allí se pueden ver diversos pagos hechos por Cueva y otros mercaderes. Sobre la
"carrera de Lima-Quito" y la función intermediaria de Piura, cf. Susana Aldana, Empresas
coloniales. Las tinas de jabón en Piura, (Lima: IFEA-CIPCA, 1988), 46 y ss. Casi toda la madera para
construcciones y muebles venía de Guayaquil, cf. Lawrence Clayton, Los astilleros de Guayaquil
colonial, (Guayaquil: 1978). En 1643, los comerciantes fueron acusados de "atravesar"
(monopolizar) y vender a excesivos precios la madera, AHML, Libro VIII, f. 22r. También se
traficaba con madera de Chile, Tierra Firme y Nueva España, de donde se traía "cedro de
granadillo y de otros géneros preciosos para labrar puertas [y] balcones", Cobo, Historia de la
fundación, 52; AGN Nieto Maldonado #1224, f. 2285v-2286r; León Portocarrero, Descripción, 21, 53,
114. El uso del tabaco se hallaba muy difundido. Según León, en el Perú "se gasta mucho en polvo
y humo", siendo el mejor tabaco el de Jaén de Bracamoros. Ibid, 24.
53. Cueva, a su vez, vendía los paños en Lima o los enviaba a Potosí y Cuzco, AGN Nieto
Maldonado #1214, f. 1692r-1693v; #1219, f. 518r-519v; #1221, f. 1818r-1819v; #1225, f. 3627r-v;
#1227, f. 2729r-v; AGN González de Balcázar #764, f. 958r-v; #768, f. 1169r-v; AGN Nieto Maldonado
#1223, f. 870r-872v.
54. En 1628, por ejemplo, Diego Fernández de Medina envió cordobanes de Chile para vender en
Tierra Firme; Esteban de la Cueva cobró las ganancias y empleó 450 pesos en cueros curtidos,
AGN Nieto Maldonado #1222, f. 2639v-2640v; #1215, f. 426r-v.
55. AGN Nieto Maldonado #1221, f. 220r-221v, 222r-223r.
159

56. AGN Nieto Maldonado #1227, f. 1676r-1678r, 1894v-1897r. Igualmente enviaba un poder a
Cano de Pastrana y a Francisco de Madariaga para que le tomaran cuentas a Cristóbal Pérez por
las harinas que habían entrado en su poder, f. 3043r-3044r. En 1631 le dio otro poder a Cano para
que terminara de vender las harinas "y las pueda dar y traspasar a qualquier personas a trueque
de mercaderías, plata, esclavos u otros géneros", #1229, f. 1371r-1372v. Ese mismo años Cristóbal
Larríos cedía a varios vecinos de Panamá la deuda de 3,110 pesos que tenía con Cueva, #1229, f.
2004r-2005v; AGN Francisco de Acuña #4, f. 538r-539r.
57. Según una cédula de Felipe III del 21 de marzo de 1621, los corregidores solían hacer "estanco
y las remiten por su mano sin permitir ni dar lugar a que las personas que tienen este trato
traigan por su cuenta, mandamos a los virreyes que no consientan a los corregidores estancar el
trigo o harina... para que no falte el sustento en Panamá". CODIAO, tomo 17, 261-264. Cf. también
Ramos, Minería y comercio, 155.
58. AHML, Libro VI, f. 149r; "Memoria de Alba de Liste", Hanke, ed., Los virreyes españoles, IV, 113;
AHML, Libro VI, f. 93r.
59. Sobre la producción de las haciendas de la costa norte y el boom azucarero cf. Ramírez,
Patriarcas provinciales, 102 y ss. y cap. 6. Sobre la discusión acerca de la "crisis" del trigo ver Flores
Galindo, Aristocracia y Plebe, 21 y ss; Demetrio Ramos, Trigo chileno, navieros del Callao y hacendados
limeños entre la crisis agrícola del siglo XVII y ¡a comercial de la primera mitad del XVIII, (Madrid: CSIC,
1967); Guillermo Céspedes del Castillo, Lima y Buenos Aires, (Sevilla: CSIC, 1947), 54.
60. AGI Lima 162. Parecer del contador Hernando de Valencia, año 1633.
61. AGI Charcas 32. Memorial impreso del doctor don Sebastián de Sandobal y Guzmán,
procurador de Potosí, al rey, 14 de febrero, 1633. El Consejo intentó regularizar la situación de los
cosecheros americanos a través del pago de una composición por cada viña y olivo que se
poseyera. Sin embargo, la reacción del Consulado de Sevilla fue enfática. En 1664, le respondieron
al Consejo que los 30 millones que esperaban conseguir por la composición se harían a costa "de
los más bien fundados y establecidos estatutos del gobierno de las Yndias, es que por ninguna
manera se puedan plantar viñas ni olivares... [que es lo único que produce España] para poder
proseguir el comercio con Yndias, y lo contrario fuera quitar el medio y unión de entre ambas
partes", AGI Consulados 52. Informe sobre la proposición de que se de licencia para viñas y olivos
en Indias, 24 de diciembre, 1664.
62. AGI Lima 162. Parecer del contador Hernando de Valencia, año 1633.
63. AGI Consulados 313. Carta del cabildo de Panamá al Consulado de Sevilla, 1620; AGI Panamá
30. Expediente sobre los vinos del Perú; Informe de la audiencia, Panamá, 20 julio, 1621; Sesión
del cabildo del 12 de junio, 1620 y del 3 de abril, 1618, f. 11r, 14v. y ss; f. 37r y pássim; f. 41r y ss.
64. R.C. Madrid, 1 de julio, 1649. CODIAO, 17, 283.
65. AGN Francisco Hernández #838, f. 1968r-1972v.
66. Para una detallada explicación cf. MacLeod, Spanish Central America, cap. 14 y 15; Ramos,
Minería y comercio, 235 y pássim; Pedro Rodríguez Crespo, "Aspectos del comercio Perú-Méjico en
la administración del virrey Marqués de Montesclaros (1607-1615), Cuadernos del Seminario de
Historia, #8 (Lima: IRA, 1965-67), 11-33.
67. En 1645 López Caballón ya era "don" y muy estimado entre los cargadores, AGI Panamá 70.
Carta del presidente Juan de Vega Bazán al rey.
68. Así, la compañía aparece vendiendo 150 quintales al depositario Jerónimo López, "para el avío
y beneficio de las haciendas de viñas de Pablo Núñez de Paredes y de Hernando de Santa Cruz y
Padilla, AGN González de Balcázar #763, f. 781r-783v; #767, f. 224r-v, 231v-232r; #770, f. 540v-541v;
#772, f. 172v-173r, 181r-182r, 479v-480v; AGN Pedro Juan de Rivera #1623, f. 510r y ss; Valenzuela
#1939, f. 2149r-2150v.; AGN Nieto Maldonado #1207, f. 236r-237v. Simón Cascos de Quiróz formó
una compañía para la venta de brea con Juan del Moral y Pedro de Ledesma, moradores en
Collaguas. Cascos compraría 500 quintales de brea en Lima o en el Callao y la remitiría a los
puertos de Quilca o Islay, AGN Sánchez Vadillo #1760, f. 1803r-1816v.
160

69. Cf. por ejemplo AGN Nieto Maldonado #1211, f. 822r-824v.


70. AGN Valenzuela #1947, f. 715r-716v; AGN González de Balcázar #775, f. 89r-v, 90r-v, 442r-v;
AGN Nieto Maldonado #1219, f. 488r-490r; y f. 1283r-1284v. El plomo venía de las minas de la "isla
" del Marañón, en Huamanga. León Portocarrero, Descripción, 86; Cueva aparece comprando y
vendiendo plomo en Lima, AGN Nieto Maldonado #1215, f. 662r-663r, 536r-v; #1216, f. 1556r-v;
AGN González de Balcázar #775, f. 30, 416v-417v.
71. Suardo, Diario, II, 24.
72. Solórzano y Pereira, Política indiana, I, 214; cf. también Laura Escobari de Querejazu, Producción
y comercio en el espacio sur andino, siglo XVII: (La Paz, 1985). Ciertamente, todavía el Cuzco no se
había convertido en un centro manufacturero importante, como lo sería hacia la segunda mitad
del XVII, cuando Charcas se constituyó en el principal mercado de los textiles cuzqueños, cf. Neus
Escandell-Tur, Producción y comercio de tejidos coloniales. Los obrajes y chorrillos del Cuzco, 1570-1820,
(Cuzco: CBC, 1997), especialmente cap. V.
73. AGN Nieto Maldonado #1225, f. 3306r-3309v, 3324r-3325v, 3351r-3353v, 3354r-3356v, ; #1228,
f. 652r-656v; #1233, f. 1829v-1830v, 1832v-1836r; #1235, f. 216v-217v; #1235, f. 215r-216r. Diego
Jiménez Nuño también aparece como compañero de Andrés Pérez de Castro (en la compra de
añil) y de Juan de Medrano; además, actúa como cobrador de Cueva, AGN González de Balcázar
#770, f. 439v-443v, AGN Nieto Maldonado #1215, f. 775r-v, #1221, f. 1252r-1256v.
74. AGN González de Balcázar #768, f. 1039r-1040r, 1040r-1041v, 1168r-v; la compra de hierro de
hizo en 1627, AGN Nieto Maldonado #1220, f. 2520v-2521v.
75. AGN Nieto Maldonado #1216, f. 1803v-1805v.
76. AGN Nieto Maldonado #1216, f. 1803v-1805v; #1222, f. 2082v-2083r; #1227, f. 2466r-v; AGN
Pedro Juan de Rivera #1621, f. 425r-v; #1626, f. 420r-v.
77. AGN Nieto Maldonado #1222, f. 2301r-v; #1223, f. 1795v-1797r.
78. AGN Nieto Maldonado #1226, f. 1170r-1173v.
79. Declararon también que la escritura de obligación por 24,639 pesos ensayados que firmaron
mancomunadamente en favor del mercader Sebastián Salgado era deuda exclusiva de Cueva, AGN
Nieto Maldonado #1235, f. 209v-213v. Este finiquito revela que las cifras notariales de préstamos
del banco y créditos mercantiles son la punta de un iceberg que sólo se podría compensar con el
hallazgo de los libros de los comerciantes y del banco.
80. Sobre el mercado regional del Cuzco y su relación con el Alto Perú, sobre todo desde la
segunda mitad del XVII, cf. N. Escandel-Tur, Producción y comercio, 251 y ss.
81. En 1623, Diego López aparece en Potosí enviando plata a Oruro, AHCMP Barrionuevo #57, f.
2692r-v. Ponce Moreno tenía compañía con su tío, Sebastián Cano, quien residía en el Cuzco;
Clemente de Fuentes se declara en 1627 vecino del Cuzco y en 1629 vecino de Oruro, AGN
Valenzuela #1943, f. 309r-314v; AGN Nieto Maldonado #1219, f. 1342r-v.
82. AGN González de Balcázar #764, f. 50r-v, 54r-55v; AGN Nieto Maldonado #1206, f. 1403v-1406v,
1567r-1576v; #1209, f. 2241r-v; #1222, f. 2991r-2992r.
83. La memoria indica que la mayor parte de los géneros fueron comprados en Lima: 19,233 pesos
compró al contado de "diferentes" personas; 9,134 pesos aportó Cueva "de su razón"; 6,286 pesos
de ropa de la tierra que compró al licenciado Juan de Robles; 17,239 pesos de géneros que le
vendió Juan de la Fuente Almonte; y el resto fue de mercaderías compradas al contado o a crédito
a Juan de Sotomayor, Andrés de Zavala, Juan Marmolejo y Miguel Ochoa. AGN Nieto Maldonado
#1206, f. 1567r-1576v, f. 1621r-1623r, 1623v-1624v; AGN González de Balcázar #768, f.
1281v-1282v.
84. Además, reconocía una deuda de 4,014 pesos por libranzas giradas contra el banco y por el
sustento de su familia el tiempo que estuvo en Potosí, AGN Nieto Maldonado #1208, f.
1909v-1913r, 2000r-2001r.
161

85. Los "fletamientos" de plata de Potosí a Lima muestran claramente que estos mercaderes
remitían el dinero al banco de Cueva, AHCMP Barrionuevo #60, f. 590, 710, 739, 1015; #62, f. 253,
303, 353; #63, f. 3723; #66, f. 2234; #67, f. 36, 201, 551, 614, 623, 659, 715, 721, 953; #69, f. 1890, 2741
86. AGN Pedro Juan de Rivera #1620, f. 778r-v; AGN Nieto Maldonado #1216, f. 2184v-2185r, 1612r-
v; #1216, f. 1747r-v, 1764v-1765v; #1218, f. 2078r-2079r, 2079v-2080v; #1219, f. 624r-625r; #1221, f.
912r-v. En 1625 Diego González Caballero pidió "avío" al banco; el pago se lo debía hacer, en
Arica, al corregidor don Bernardino Hurtado de Mendoza (luego general de la armada), a Alonso
de la Cueva o a Pedro de Fonseca, AGN Cristóbal Rodríguez #1640, f. 113r-v. El capitán Antonio de
Aguilar Bilicia y Pedro de Fonseca eran agentes de Cueva y alguaciles mayores de Arica, AGN
Nieto Maldonado #1215, f. 62v-63v, 66r-67r. Pedro Camino Delis era dueño de recuas y alguacil
mayor; actúan como agentes Miguel de Urrutia y Diego Hurtado Melgarejo, AGN Pedro Juan de
Rivera #1624, 554r-v. El contador Antonio Pérez de las Cuentas, oficial real, debía cobrar las
deudas de Cueva en Arica, AGN Nieto Maldonado #1233, f. 2046v-2047r. Otro oficial, Agustín de
Torres, debía cobrar en Arica unos créditos recibidos en Potosí, AGN González de Balcázar #766, f.
789r-v. En 1626 Cueva daba poder a Hurtado Melgarejo y a Andrés García de Velazco para que le
arrienden las bodegas que compró a Esteban de Villafaña, AGN Nieto Maldonado #1218, f. 2243r-
v; #1222, f. 1692v-1693r; #1225, f. 3274r-v; #1232, f. 419r-v; AGN González de Balcázar #776,
774v-775r; #780, 202r-203v.
87. AHCMP Barrionuevo #68, f. 3907. El banquero le enviaba a Alonso Ruiz tabaco y le encargaba
cobranzas; en 1627, Alonso Ruiz envió plata con Alonso de la Cueva para el banquero, procedidas
de sus negocios, AGN Nieto Maldonado #1220, f. 1608r-v.
88. ANB EC 1632.11, f. 343r. Es posible que también tuviese negocios propios; en 1627, por
ejemplo, le daba poder a Diego de Peralta, mercader de Potosí, para que lo endeudara en Lima
hasta en 30 mil pesos, aunque no se sabe si lo hacían en nombre de los Cueva, AHCMP
Barrionuevo #69, f. 2923. Obregón se obligó notarialmente a no jugar naipes ni dados durante
cuatro años, bajo pena de entregar sus bienes al rey, al Santo Oficio y al denunciador, AHCMP
Barrionuevo #61a, f. 179v.
89. AGN Nieto Maldonado #1211, f. 632v-638v. Antonio de la Cueva también envió cargamentos,
AGN Nieto Maldonado #1211, f. 639r-643v; #1216, f.l751r-1752v.
90. AHCMP Barrionuevo #61a, f. 125v; #62, f. 1055. Obregón tenía vínculos con el corregidor de
Tomina y con diversos puntos del Alto Perú, #69, f. 2231, 3979, 3288; repetidas veces dio poderes a
los hermanos Cueva para que lo representen, #59, f. 2637; #64, f. 5232; #67, f. 1404; #68, f. 3024,
3027, 3079.
91. Cf. por ejemplo, AHCMP Barrionuevo #60, f. 894r; #61a, f. 1030r; #65, f. 2786r, 2853r-v, 3297r-v.
92. ANB E.C. 1632.11, f. 340r.
93. ANB EC 1632.11. Los Cueva contra don Rodrigo de Mendoza, f. 339v.
94. AHCMP Barrionuevo #64, f. 5105r y ss. Para la compañía arrendaron una tienda de la cofradía
de La Cruz por cuatro años, a 350 pesos anuales, #65, f.4005r y ss. Los Espinola o Spínola tuvieron
una presencia comercial importante en Sevilla desde fines del siglo XV, cf. Enrique Otte, Sevilla y
sus mercaderes a fines de la Edad Media (Sevilla: Fundación El Monte, 1996), 109.
95. AHCMP Barrionuevo #64, f. 5305r y ss; f. 5766; vende 50 muías "de recua" a 6,500 pesos. Ponce
también es fiador del contador Pedro de Torres, en una deuda en favor de don Rodrigo de
Mendoza Manrique, por casi diez mil pesos de la compra de 1,045 "carneros de la tierra", AHCMP
Barrionuevo #67, f. 1443.
96. AHCMP Barrionuevo #64, f. 6002r y ss.; ANB E.C. 1632.11. f. 364v-365r.
97. AHCMP Barrionuevo #67, f. 862, 1455. AGN Nieto Maldonado #1221, f. 115r-117v, 980v-981r;
ANB E.C. 1632.11, f. 340r.
98. La quiebra de Ponce originó un pleito entre los acreedores, don Rodrigo de Mendoza,
Sotomayor y los hermanos Cueva; don Rodrigo intentó probar que la deuda de Ponce a los Cueva
162

ya había sido saldada y que habían simulado las cuentas para que él no pudiese cobrar sus
deudas, ANB E.C. 1632.11.
99. En 1623 aparece el cajero del banco —el sevillano Andrés de Zavala y compañía— vendiendo al
banquero 15,400 pesos de hierro. En Lima compraron Pedro Rodríguez de Mendoza, Francisco
Romero, Francisco López de Cepeda, Juan López Muñoz y Juan César; a su vez, Cueva envió hierro
a Alonso Ruiz de Rivera, Antonio Hurtado de la Palma, Alonso de la Cueva y Jacinto de Obregón.
También le compraron hierro y realizaron diversas operaciones con el banquero mercaderes de
Oruro, como Agustín Gutiérrez y Juan Clemente de Fuentes. Cf. AGN Nieto Maldonado #1212, f.
1904r-1905r; #1213, f. 873v-874r; #1219, f. 506r-510v; #1220, f. 2346v-2350v; #1221, f. 9r-12v; #1222,
f. 1601r-1605v; #1223, f. 1141r-1145v; #1224, f. 1183v-1187v, 2150v-2151v; #1227, f. 2648r-v; #1230,
f. 3289r-3290r; AGN Sánchez Vadillo #1733, f. 1789r-1791v; AGN Zamudio #2038, f. 563v-564r; AGN
Torres de la Cámara #1894, f. 592r-595r. AHCMP Barrionuevo #57, f. 2692; #62, f. 1032; #64, f.
5294r.
100. Se planteó importar llevar directamente hierro de Viscaya a Potosí, ANB Minas 121, #8. La
audiencia al rey. La Plata, 1 II 1610, f. l
101. "Expediente seguido por la villa de Potosí para que se mande a los mercaderes del Perú y
Tierra Firme que carguen de aquí en adelante mercadurías para aquellas partes y lleven con ellas
hierro y acero". AGI Charcas 32, f. lv y ss. Pedían, además, pagar el diezmo en lugar del quinto,
escribir directamente al rey sin consultar ni a las audiencias ni al virrey, que trajeran ingenieros
alemanes o italianos y que ningún minero pudiera ser preso por deudas, entre otras cosas.
102. BNB Ruck, #7, f. 73.
103. ANB, ACH, R.C. #356.
104. ANB Minas 121, #10. Petición del procurador general de Potosí, don Lope de Andrada de
Sotomayor, al rey. Inserta en el pleito entre Baltazar de Freitas y Luis Sánchez Bejarano y otros
azogueros por el hierro que les vendió, f. 3r y ss.
105. ANB, Minas 121, f. 5r y ss, 13v y ss. La audiencia fijó luego el precio en 50 pesos el quintal de
fierro platina y en 65 pesos el de almadenetas.
106. AGI Charcas 32. Consulta sobre la pretensión de los azogueros de Potosí, 3 de febrero, 1657.
Felipe de Obregón (¿hijo de Jacinto?) presentó el memorial ante el Consejo en el que se pedía
llevar el hierro por Buenos Aires, el 6 de febrero de 1657. AGI Charcas 32. Informe de la Casa de
Contratación, 15 de mayo, 1657.
107. AGI Charcas 32. Informe del Consulado, 13 de abril, 1657, y Consulta del Consejo, 3 de
febrero, 1657. En 1673 el capitán Miguel López de Ibatao, procurador de los azogueros de la
provincia de Chucuito, pedía la excepción de la alcabala a todos los insumos de la minería, ANB
Minas 132, #2. En 1690 la escasez de géneros (cera, hierro) fue severa. Las autoridades visitaron
las tiendas de mercaderes y constataron que el precio del hierro oscilaba entre los 75 y los 90
pesos el quintal, ANB EC 1690.35.
108. Suárez, Comercio y fraude, 51 y ss; Vila Vilar, Los Corzo y ¡os Mañara; García Fuentes, Los
peruleros y el comercio de Sevilla, 206 y ss. En 1624, por ejemplo, el tesorero de Potosí, Luis Hurtado
de Mendoza, le enviaba a Juan Frate de Lecca Vicentello, mercader residente en Sevilla y que "
antes residió en Potosí", casi diez mil pesos ensayados; en su ausencia los recibirían Francisco de
Acosta Brandon, Juan de la Fuente Almonte o doña María Hurtado de Mendoza, AHCMP
Barrionuevo #58, f. 1396.
109. AGI Panamá 1, "Sumario general".
110. AGN Bartolomé de Toro #1867. Memoria de mercaderías enviadas a México, f. 614r y ss;
Woodrow Borah, Early Colonial Trade and Navigation between Mexico and Peru (Berkeley: University
of California Press, 1954), 93. El Japón también estaba involucrado en el comercio del galeón de
Manila, cf. Juan Gil, Hidalgos y samurais. España y Japón en los siglos XVI y XVII, (Madrid: Alianza,
1991), 81 y ss.
111. Borah, Early Colonial Trade, 29.
163

112. Sobre la primera navegación transpacífica cf. Fernando Iwasaki Cauti, Extremo Oriente y Perú
en el siglo XVI, (Madrid: Mapfre, 1992).
113. AGN Consulado, Contencioso, leg. 130. Según León Portocarrero, los mercaderes de Lima "
envían sus dineros a emplear a España y a México y otras partes, y hay algunos que tienen trato
en la gran China", Descripción, 59. Asimismo, los plazos de pago de muchas deudas se fijaban para
el pregón de la naos a Acapulco.
114. Pérez Gallego, "Alguna parte del acertado", Muzquiz, ed., El conde de Chinchón, 307.
115. Los "conciertos" entre los dueños de las naves y los pilotos incluían una cláusula en caso de
que el rey "tomase" la embarcación para Filipinas, cf. por ejemplo, AGN Nieto Maldonado #1222,
f. 3659r. En 1630 se supo que el rey había tomado los dos navios que habían ido a Acapulco,
Suardo, Diario, I, 179.
116. El cacao de Soconusco era vendido a 30 pesos la carga, mientras que el de Guayaquil a 15 ó 18
pesos la carga, cf. Ramos, Minería y comercio, 224-225. Luego este tráfico sería reemplazado por el
consumo de cacao de Venezuela, aunque recién en 1695 se prohibió formalmente la entrada de
cacao de Guayaquil, Ibid, 182.
117. Y no como ha planteado Rodríguez Vicente, que estaba en manos de mercaderes menos
acaudalados, El Tribunal del Consulado, 249.
118. El piloto debería surcar los puertos de Realejo y Sonsonate si es que el maestre, Simón de
Lorca, o Esteban de la Cueva, se lo indicaba. Por su trabajo recibiría 850 pesos, alimentación,
aposento en Acapulco y podría regresar con dos cajas de ropa, AGN Nieto Maldonado #1222, f.
3659r-3660r. El piloto testó a su regreso de México, en el navio "San Agustín", de propiedad de
Alonso Prieto Tovar; allí declaraba que tenía consigo los fletes de 140 cargas de cacao de Esteban
de la Cueva, que era deudor del banquero y que entre sus bienes tenía "un chino llamado Andrés
Díaz, natural de la China en los reinos de Filipinas que compré en el puerto de Acapulco", AGN
Valenzuela #1963, f. 1205r-1206v.
119. Suardo, Diario, I, 36, 39, 46. En 1632 también fue una gran cantidad de plata sin registro,
cuando salieron los navios de Simón Cascos de Quiroz y del portugués Jorge o Manuel Rodríguez
de Lisboa; luego, en 1633, se supo por cartas que llevó a Paita el mercader Felipe de Mieses, que el
navio del portugués se había ido "a pique" en Acapulco, Ibid. 1, 192, 195, 203, 252, 255, 281.
120. AGI Contratación 5737. AGN Juan de Zamudio #2025, f. 969r-v. Dos años más tarde se supo de
la llegada de un navio con mercaderías prohibidas a Cañete en donde estuvo involucrado el
corregidor Diego González Montero, quien fue luego enjuiciado y desterrado del Perú. Suardo,
Diario, I, 133, 135, 145. El año anterior un sargento y tres soldados recibieron soborno de unos
mercaderes que habían llegado de noche al Callao con ropa de la China; el oidor Blas de Torres
Altamirano, juez privativo de la ropa de contrabando, se encargó del caso, Ibid. I, 27, 128.
121. Cf. Suárez, Comercio y fraude, 89-91 y anexo IX. De la plata exportada por el banquero por la
ruta atlántica, el 40% fue entregada a sus dos hermanos, Antonio y Esteban.
122. AGN Nieto Maldonado #1212, f. 2394r-2397v, 2411r-2413v; #1225, f. 3899r-3902v; f.
3903r-3905v; f. 3909r-3911v.
123. AGN Nieto Maldonado #1225, f. 3866r-3868v. El banquero nombró como sustitutos de
Esteban a Felipe de Espinosa y Mieses y a Pedro Martínez de Soto, #1225, f. 3907v-3908v. Esteban,
además, realizó una serie de operaciones para enviar cacao de Guayaquil en su calidad de maestre
del navio, #1225, f. 3519r-v.
124. Por no entregar el dinero fue penado por los Cueva con un interés del 35%. Buitrón pidió
garantías a Juan de Herrarte y Juan de Aranguren, en Acapulco. AGN Pérez Gallego #1440, f.
148r-151v; AGN Nieto Maldonado #1230, f. 3250r-3251v.
125. En 1617, Cueva le otorgó un poder a Juan Leal Palomino para comprar en cualquier parte de
México "mercaderías a los mejores precios que pueda hallar y que otorgue la mejor ganancia". La
paga se haría en Lima "y no en otra parte", AGN Nieto Maldonado # 1205, f. 162r-163r. Cuando
Domingo de Olea llevó dinero del banquero, éste le impartió instrucciones para comprar seda
164

torcida "beneficiada en México"; el empleo se haría en cualquier parte de México, y el factor


recibiría 20% las ganancias líquidas cuando se terminasen de vender las mercaderías, #1206, f.
2247v-2250r. Lo mismo sucedió con las instrucciones que le dio a Felipe de Mieses, #1212, f.
2391r-2393v.
126. En 1631, Cueva cobró mil pesos en Lima pertenecientes a Pedro de Melgar; a esta cantidad le
descontó 38 pesos de comisión y gastos, AGN Nieto Maldonado #1231, f. 104r-106v.
127. AGN Nieto Maldonado #1225, f. 3617r-3619r, 3806r- 3809v, 3875r-3877v. AGN González de
Balcázar #770, f. 28v-29r.
128. Cf. Hobermann, México's Merchant Elite, 48, 87-89 y pássim.
129. ACC, Asuntos de Trujillo, leg. 30, libro 3. Cuéllar reemplazó en el cargo a Luis Núñez Pérez. "
Memorial de Melchor de Cuéllar, ensayador y fundidor de la Casa de Moneda de México, sobre el
uso y aprovechamientos del oficio de fundidor. " Impreso.
130. AGN Nieto Maldonado #1220, f. 2906r-2908v. Al año siguiente, en 1628, Cueva compraba en
nombre de Clemente de Fuentes 6,809 pesos en mercaderías chinas, AGN Nieto Maldonado #1222,
f. 2291r-2295r.
131. AGN Nieto Maldonado #1220, f. 2960r-2963v.
132. Suárez había muerto en Manila, AGN Nieto Maldonado #1236, f. 3101r-3102r. Esteban
también declaró que los pesos pertenecían a Juan de Barrena, cajero del banco. Al parecer,
Esteban volvió a salir, pues el 16 de abril de 1635 les otorgaba un poder a Pedro Martínez de Soto
y a su hermano Juan para que lo representen ante las diferentes personas que le habían dado
plata en 1629, #1235, f. 958r-959v.
133. AGN Bartolomé de Toro #1867, f. 614r-617v.
134. Cf. Suárez, Comercio y fraude, segunda parte.
135. AGN Nieto Maldonado #1224, f. 2362r-2370v. En los poderes que extendió el banquero a sus
factores, especificaba dónde se podían comprar las mercaderías a crédito; muchas veces estos
créditos fueron pedidos para la compra de hierro. Algunas veces el contrato precisaba que podían
endeudarlo en cualquier parte de España o sólo en Sevilla, cf, por ejemplo, AGN Nieto Maldonado
#1206, f. 1431r-v, 1859r-1860r; #1207, f. 1047r-1048r.
136. Cf. por ejemplo, AGN Nieto Maldonado #1211, f. 679r-v; #1218, f. 1556r-v; #1221, f. 1452r-v;
#1224, f. 1332v-1333r; la mayoría de las compras de esclavos del año 1625 fueron hechas a Manuel
Bautista Pérez.
137. Cf. por ejemplo, AGN Zamudio #2048, s/f; AGN Nieto Maldonado #1233, f. 1638r-1639r; AGN
Pedro Juan de Rivera #1627, f. 35v-36r; AGN Jerónimo de Valencia #1920, 524r-v.

NOTAS FINALES
1. Según muestreo de un notario potosino.
165

Capítulo Cinco. Negociando con el rey

Las verdaderas armas ofensivas y defensivas con


que se sustentan los ejércitos e reynos es el dinero1
.
El Comercio de Lima encierra en sí toda la
sustancia del Perú, porque hay pocos que no estén
dependientes del trato para las conveniencias que
aquí pueden tener; y así, procurar el alivio de los
mercaderes es mirar por la causa pública, por la
conservación del reyno y por el servicio del rey2.

Entre el poder privado y el poder público


1 La presencia española en el Perú estuvo marcada por un oscilamiento entre el poder
privado y el poder público. Sin duda, la colonización temprana estuvo en manos de
empresas privadas —legitimadas y fiscalizadas por el monarca— cuyas desmedidas
pretensiones y conflictos internos determinaron una acción enérgica por parte de la
corona castellana en los años centrales del siglo XVI. Una vez sometidos los
conquistadores, el rey logró imponer su autoridad y articular una maquinaria
administrativa cuyos principales lineamientos fueron volcados en las profusas
ordenanzas dictaminadas durante el gobierno del virrey Francisco de Toledo. Hasta cierto
punto se podría decir que el sueño de Felipe II —el de un imperio burocrático español,
unido por una sola fe, por un solo monarca y sostenido por el sistema de consejos,
virreinatos, funcionarios, letrados, oficiales reales y una cantidad abrumadora de papel—
se había consolidado. Felipe II se reafirmó en la creencia de que los intereses de España
eran los de Dios ("Dios es español") y demostró que la monarquía contaba con una
administración sofisticada, la única en Europa capaz de gobernar territorios tan vastos,
garantizar un drenaje injente de metales y mantener la lealtad de sus colonos 3.
2 Sin embargo, y a pesar de estas consideraciones, lo cierto es que el estado español sufría
de serias limitaciones, algunas de ellas inherentes a las monarquías absolutas recién
formadas. La administración española en América era lenta, precaria y corrupta 4. La
llegada de un nuevo virrey debía renovar constantemente los pactos y arreglos con los
colonos, cuyos intereses usualmente nocoincidían ni con las pretensiones metropolitanas
166

ni con las aspiraciones de lucro del virrey y sus allegados. No existiendo un ejército
regular que pudiese controlar por la fuerza la oposición interna, el gobierno virreinal
difícilmente se hubiese podido sostener por mucho tiempo sin el otorgamiento de
privilegios y sin el apoyo y concenso de la élite de poder local, conformada tanto por
criollos como por peninsulares arraigados en el Perú5. De modo que en el siglo XVII,
cuando el rey se halló agobiado por las guerras, las presiones de la aristocracia, los
problemas de la economía castellana y la creciente autonomía de América, el ejercicio del
mando en las colonias implicó, cada vez más, la cesión de la administración a los nativos
en América y el traspaso del poder público a la esfera privada. Así, si el nexo entre España
y América se mantuvo en el siglo XVII, fue porque la monarquía reformó el "pacto
colonial" y delegó las funciones administrativas a las élites americanas, todo esto a
cambio de contribuciones pecuniarias: la edad de la inercia se había establecido 6.
3 Como es ampliamente conocido, una manera directa y evidente de acceder al poder fue la
obtención de cargos públicos. A inicios del siglo había habido un común "desconsuelo"
por la prohibición de ascenso y premios a los criollos7. Sin embargo, esto se fue
modificando cuando se implantó la venalidad de los oficios y cuando las exigencias de los
españoles americanos se incrementaron por los aportes pecuniarios prestados a la
corona. Mercaderes obtuvieron cargos en la contaduría y recibieron corregimientos8; y,
entre 1687 y 1712, las ventas de cargos habían colocado a los criollos peruanos en una
situación excepcional en las audiencias americanas, incluyendo la propia audiencia de
Lima9. Pero además, existían otras vías mediante las cuales los miembros de la élite —y, en
particular, los mercaderes— podían ejercer influencia política e intermediar las
decisiones del gobierno. Lazos familiares, compadrazgos rituales y negocios comunes con
miembros de la burocracia fueron instrumentos frecuentes. Préstamos y donativos al
estado también tenían un alto poder persuasivo10. Asimismo, y siguiendo la práctica
peninsular, en el manejo de ciertas funciones del estado —como la guerra, la recolección
de impuestos, el mantenimiento de la armada, el envío de situados o el monopolio del
mercurio— se combinaban dos tipos distintos de administración. La "administración
directa", llevada a cabo por funcionarios y oficiales reales, y la "administración
indirecta", dirigida en nombre del rey por contratistas particulares que actuaban sobre
una base comercial, los "asientos"11. La segunda incluía, además, los "encabezamientos",
que eran conciertos por los cuales los municipios se encargaban de entregar una suma a
la real hacienda que luego se repartía entre los vecinos; y, por último, también
consideraba el uso de poderes pre-existentes, como el de los curacas, sin cuya mediación
las relaciones entre el estado y la población indígena hubiesen resultado muy difíciles.
4 Para el caso de España se ha discutido acerca de las implicaciones políticas de optar por
un método u otro, las cuales nos informarían incluso acerca de la naturaleza misma del
estado absoluto. Según Thompson, la administración directa era una operación
netamente gubernamental en la que participaban burócratas que eran pagados a tiempo
completo por el rey y que debían rendir cuentas muy precisas. En cambio, la
administración indirecta —sobre todo los asientos— suponía efectuar contratos que
confiaban las funciones públicas a hombres de negocios que no establecían relaciones de
subordinación con el monarca, sino, más bien, que colocaban al rey y al asentista como
individuos particulares que se obligaban mutuamente. El agente privado se encargaba de
realizar ciertas operaciones para el estado colocando a sus propios agentes y gozando de
privilegios sin tener que rendir más que cuentas muy generales al tesoro público. Así, el
167

asiento significaba, en la práctica, no sólo una escisión entre el gobierno y el control


ejecutivo, sino también una abrogación de la soberanía12.
5 Por el contrario, Carla Rahn Phillips —quien ha estudiado el financiamiento de la
construcción naval— considera que la subrogación de las funciones públicas por sí misma
no constituiría una renuncia de la soberanía, sino, más bien, la eventual falta de control
del gobierno sobre los contratistas. A inicios del siglo XVII el gobierno castellano ejerció
una férrea supervisión de los asentistas encargados de la construcción de las naves
militares. De modo que la delegación de funciones, lejos de implicar una disminución de
la soberanía, constituyó la manera más eficaz de eludir costos y desviar los riesgos y las
molestias hacia los contratistas privados. Por tanto, aunque la administración directa
siguió siendo el ideal, triunfó la política, más práctica, del asiento13.
6 Para el caso del virreinato del Perú la situación se presentaba bastante compleja. La
lejanía y amplitud de los territorios conllevaban mayores peligros para lograr un control
efectivo, incluso si la administración se ejercía directamente y se depositaba en manos de
funcionarios peninsulares. La continua obsesión de los Austrias de dispersar el poder
entre las diversas instituciones de gobierno —para evitar así la excesiva concentración de
poder en alguna instancia— había tenido como resultado la aparición de fisuras que
fueron aprovechadas por los colonos para ignorar las directivas reales14. Resulta
ilustrativo que en 1643, por ejemplo, el cabildo de Lima se quejara de que la "jurisdicción
real y ordinaria" había desaparecido debido a la existencia de cuatro fueros especiales y
privilegiados: el militar, el de la Inquisición, el de la Santa Cruzada y el del Consulado 15.
Las medidas tomadas para mejorar la administración indiana —creación de tribunales de
cuentas, visitas o residencias— no mermaron sustancialmente ni la ineficiencia ni la
corrupción de los funcionarios16. Y cuando en la segunda mitad del XVII se instauró la
práctica del "indulto" —es decir, el pago de una suma al rey para infringir una ley— los
controles resultaron virtualmente inoperantes.
7 Tal vez el mejor ejemplo de la debilidad del control lo cosntituya la vulnerabilidad del
tesoro público. Siendo el Perú el gran exportador de plata en el siglo XVII, la real hacienda
enfrentó problemas de liquidez, una cartera considerable de deudores y una similar de
acreedores, incluso cuando todavía no se había producido una crisis fiscal severa.
Ciertamente, la hacienda peruana no quebró y la mayor parte de los préstamos se
pagaron puntualmente y con intereses, por lo menos hasta la década de 1650. Sin
embargo, este hecho tampoco puede ocultar que los hombres de negocios lograron
aprovechar hábilmente los problemas financieros del estado, la pésima administración y
la corrupción de sus funcionarios para obtener grandes beneficios. Y cuando la crisis de
las cajas mineras se hizo patente, la caja de Lima se sostuvo prioritariamente de los
ingresos aportados por el Consulado a través de asientos y donativos.
8 De modo que, como se verá a continuación, incluso habiendo administración directa y
peninsular, manos privadas estaban involucradas en el manejo de la hacienda. En ambos
casos, ya sea con la administración directa, ya con la indirecta, intereses particulares
ejercían algún tipo de control sobre el erario. Aunque, claro, también existían diferencias.
En la administración directa los intereses privados tenían que compartir las ganancias
con los funcionarios e invertir fuertes sumas en cohechos y sobornos; las ventajas que
ofrecía eran el atractivo de la evasión (y la consiguiente especulación) y el dejar al estado
con la responsabilidad y con los costos del fraude. La administración indirecta colocaba
en manos privadas las funciones del estado, con lo que se formaba una suerte de
burocracia privada paralela que gozaba de privilegios y exenciones. Pero debían cumplir
168

con el estado y cualquier problema —como, por ejemplo, la caída de la recaudación— los
afectaba directamente, pues sus obligaciones con el estado no se extinguían. En el Perú,
diversos factores llevaron a los mercaderes a ampliar su intervención en la
administración indirecta del estado, de modo que hacia la segunda mitad de la centuria la
participación de los comerciantes en el poder había alcanzado dimensiones considerables.

El carrusel de los préstamos


9 El largo memorial que escribió Juan de Velveder en los primeros años del siglo XVII17
puede ilustrar la precariedad de una administración considerada exitosa. En este
documento Velveder proponía una reforma global de la real hacienda para aumentar los
ingresos fiscales. El móvil de Velveder era su indignación ante el catastrófico estado del
imperio "y ver a España cómo a sido señora de las gentes [y] cómo esta sola y
descuydada". La monarquía universal, columna de la iglesia, que había desplegado
grandes ejércitos y armadas en Italia, Francia, Alemania, Flandes e Inglaterra, que había
sometido a vasallos rebeldes y ahuyentado a los enemigos del Africa y que, por último,
había implantado la fe en estos "nuevos mundos orientales", se hallaba ahora exhausta y
afligida por las "usuras" de sus enemigos. Así, Velveder consideraba que el rey debía
valerse de sus legítimas rentas a través de reformas que controlasen el "atroz
atrevimiento" y el descuido de los oficiales reales18.
10 Los 38 puntos del memorial abarcaban los temas que Velveder consideraba cuestiones
esenciales para lograr una fiscalización efectiva: era urgente mandar quintar todos los
metales labrados y ampliar este impuesto al cobre, estaño y al plomo. Los ensayadores
deberían dar una razón detallada de las barras que ensayasen y marcasen, mientras que
todo el metal exportado tendría que ser acuñado en España. El tráfico clandestino del
azogue de Huan-cavelica debía ser interrumpido y se debería cobrar a los numerosos
deudores de las cajas con intereses. Además, era necesario ejercer un mayor control sobre
los gastos públicos, teniendo especial cuidado en las cuentas de reparación de las casas
reales de Lima y el Callao; las medicinas, aceite, vino y cera que se donaban a las órdenes
mendicantes debía cesar.
11 El comercio debía ser vigilado persistentemente, ya que "es usanza muy antigua y
guardada en todos los mercaderes del orbe el procurar con toda instancia la usurpación
de derechos"19. Las consignaciones de plata no deberían ir en nombre de terceras
personas ni en "confianza" para evitar su desvío a extranjeros. Además, ya que "consta
por evidencia muy clara y patente que en este reyno del Pirú y Mar del Sur y como se hace
en la Mar del Norte de Tierra Firme o Sevilla y de la India, Brasil y Guinea a Lisboa el no
registrarse la tercera parte del tesoro [privado]", proponía ingresar los tesoros peruanos
en la caja de Panamá, para de allí entregar la plata a sus dueños20. Recomendaba fundar
un Consulado y revisar de ahora en adelante los contratos privados de los mercaderes,
tanto los suscritos en Lima como en Panamá, para tener un conocimiento exacto de las
exportaciones de plata; igualmente, se debería hacer un recuento basado en la
información notarial de las cantidades exportadas a España en los últimos 30 años.
12 El uso de sedas chinas tendría que ser radicalmente prohibido y se debía exigir el pago de
almojarifazgos a toda la ropa traída ilegalmente desde México. Obviamente, el comercio
por el puerto de Buenos Aires debía cortarse y, adelantándose a la política borbónica,
Velveder proponía instalar aduanas y puertos secos en los términos de los principales
reinos y ciudades de las Indias. En el punto 37 —la "advertencia muy considerable"—
169

Velveder establecía que la variada producción local era la mayor amenaza para el tráfico
con España. Así, se debería hacer un catastro de los productores de vino, azúcar y
aceitunas para evitar el aumento de la producción; hacer una composición con los
obrajeros para que paguen una suma determinada al año y se comprometan a no fabricar
productos que compitan con los españoles; se debería hacer estanco del jabón, jarcias,
brea y de los manantiales; y, por último, se debería exigir una composición a todos
aquellos que trabajasen con el cobre, estaño, plomo, pasamanos de seda y oro, cueros,
vidrio, loza y botijas.
13 Finalmente, Velveder advertía que en el Perú el rey también sufría los daños que
experimentaba en otras partes del imperio. Se cometían toda suerte de "fraudes y
colusiones encubiertas" en los gastos públicos: en las pagos y compras de los ejércitos y de
la armada; en los presidios, "bastimentos", armas, artillería y municiones; en las
reparaciones de navíos, castillos, baluartes, ciudadelas, trincheras y aduanas. Las cuentas
estaban disfrazadas y ninguna debidamente justificada. Los contadores y comisarios eran
sobornados y, por último, se cometían irregularidades en los "cambios, asientos,
recambios, logros y usuras"21.
14 El memorial de Velveder causó un fuerte impacto en España. Otro vecino de Lima, Martín
de Ocampo, había enviado una carta que confirmaba el diagnóstico y adjuntaba una copia
del memorial. Tanto en 1607 como en 1609 el rey pidió a Montesclaros que informase
sobre los puntos tratados en la relación22. No sabemos si la respuesta llegó, pero lo cierto
es que durante estos años se enviaron visitadores y se creó el Tribunal de Cuentas para
intentar remediar la caótica situación. La corona era perfectamente consciente de que
había evasión, que la capacidad de fiscalización era limitada y que los oficiales de
hacienda eran de poco fiar. Pero que la administración fuese tan abiertamente irregular
en momentos tan difíciles para el imperio no podía más que exacerbar la susceptibilidad
del monarca.
15 Se podrían citar algunos ejemplos de las noticias que recibía el rey. En 1634 fue informado
de que se les daba menos comida a los marineros de la armada y de que se robaba
abiertamente la plata al punto que, en 1650, se ordenó una visita a la armada del Mar del
Sur23. También se informó que las cuentas de las cajas se hacían en diferentes unidades
monetarias, cuyas erróneas conversiones ocultaban malversaciones y sueldos cobrados en
exceso24. En Potosí, urgía la revisión de la caja y de la Casa de Moneda, pues había
demasiadas deudas, préstamos y problemas con la ley de las monedas 25. Los propietarios
de minas cercanas a Lima defraudaban constantemente a la hacienda26, mientras que los
oficiales reales de Cailloma aumentaban el valor de las barras solapadamente en alianza
con los mercaderes de Lima27.
16 En 1610, por ejemplo, el rey ordenó al virrey Montesclaros llevar a cabo una investigación
acerca de las irregularidades que se habían cometido en la venta de más de 130 negros de
la real hacienda. Los oficiales habían tomado dinero prestado de "tributos vacos",
"residuos" y otros rubros del tesoro para construir un puente sobre el río Apurímac. Una
vez concluida la obra, se le confió la venta al oidor Pérez Merchán, quien los vendió a
17,569 pesos de nueve reales (es decir, se usó una unidad de cuenta para la transacción).
El dinero fue depositado en el banco de Juan López de Altopica quien, a su vez, debía
entregarlos a las cajas reales. Los oficiales acusaron recibo de una parte (10,220 pesos),
pero el dinero nunca fue ingresado. Y cuando se hicieron las averiguaciones, resultó que
el oidor había cobrado 20,567 pesos de nueve reales por los negros. Luego del escándalo el
rey prohibió que el dinero de la hacienda fuese colocado en poder de "persona
170

particular", y que las libranzas fuesen hechas directamente a la caja, como siempre se
había hecho28.
17 Sin embargo, el funcionamiento de la caja estaba demasiado comprometido con los
intereses privados como para que esto se pudiese cambiar radicalmente. En la caja de
Lima únicamente los gastos de defensa se incrementaron del 16.5% del total de la "Data"
en 1607-10, al 43% en 1681-9029 y éstos implicaban compras de víveres, vestidos,
contrucción de navíos y fortalezas, armamento, transporte de situados que, obviamente,
exigían una participación privada. Así, a lo largo de la centuria el tesoro estuvo cada vez
más comprometido con los intereses económicos de los potentados, sobre todo los
limeños. Pero además de los gastos militares, el endeudamiento fue otra forma de
vincular al estado con los intereses de la élite mercantil y financiera. Durante todo el
siglo, las formas más frecuentes de endeudamiento en la caja de Lima fueron la venta de
juros, los censos (la mayoría tomados de la "cajas de censos de indios") y los empréstitos 30
. Los miembros del gobierno, tanto en España como en Indias, sabían perfectamente los
riesgos que se corrían con el endeudamiento de la caja: se desviaban capitales que podían
emplearse productivamente y los futuros ingresos de la hacienda quedaban empeñados.
Pero las emergencias financieras habían obligado al rey a sobreseer los peligros y
permitir que se vendiesen juros en 1608, a pesar de la oposición del virrey y del Consejo.
Y, no obstante la promesa de no volver a recurrir a este tipo de préstamos, la caja volvió a
vender juros en 1639, 1640 y 1641.
18 Los juros, sin embargo, fueron una parte pequeña de las deudas. Según Andrien, entre
1607 y 1690 el 6.9% de los ingresos públicos provino de empréstitos, donativos y juros y
censos31. De todos ellos, los empréstitos ocuparon el lugar más importante en los gastos
de la caja (ver cuadro 5.1). Es altamente probable que estos porcentajes sean más altos,
pero saberlo con exactitud implicaría la titánica tarea de dejar a un lado los sumarios de
las cajas y hacer un minucioso estudio de cada una de las entradas de los diferentes ramos
para toda la centuria. Y es que trabajar con los sumarios de las cajas acarrea una serie de
dificultades. La resistencia de la administración a llevar una contabilidad de partida doble
—que hubiese permitido un mayor control—, no permite ver con claridad las operaciones
entre los distintos ramos de cada caja ni entre las cajas entre sí 32. Según la revisión que
hemos hecho de veinte años de la caja de Lima, se observa claramente que algunos
préstamos eran intencionalmente ingresados en los ramos de "Trueques de barras" o
"Extraordinarios" para que las cuentas no reflejasen los endeudamientos. El "trueque de
barras" en sí mismo era una operación de cambio, pero si la caja no entregaba el dinero a
tiempo obviamente se convertía en un préstamo. Un problema adicional de trabajar con
los sumarios está en que los criterios de organización de las entradas cambiaban de
acuerdo con los oficiales de turno. Así, hay años en que se diferencian "Empréstitos",
"Trueque de barras" y "Extraordinarios"; pero hay años en que aparecen ramos como
"Empréstitos y Trueque de barras" o "Trueque de barras y extraordinarios". En
consecuencia, es preciso desagregar la información mediante una suerte de auditoría de
cada una de las partidas dentro de cada ramo para no confundir las operaciones 33. Además
de esto, hay partidas en el "Cargo" que están repetidas. Algunas veces un préstamo
efectuado en barras debía ser cambiado a monedas para poder pagar, por ejemplo, el
subsidio a las minas de Huancavelica. Así, la entrada aparece dos veces o más: en el ramo
de "Empréstitos", en el de "Trueque" e, incluso, en "Extraordinarios"34. De modo que hay
serios problemas en tomar los totales del "Cargo" de la caja como "ingresos del estado" 35.
Identificar el "cargo" de las cajas como ingresos ha llevado a historiadores, como H. Klein,
171

a sostener que los gastos totales se movieron de acuerdo a los ingresos. Así, la corona sólo
habría gastado lo que tenía y cuando este ingreso desapareció bajaron sus gastos: por
tanto, no hubo un déficit financiero desenfrenado36. Por el contrario, una lectura contable
de los mismos resúmenes de las cuentas hacendísticas arroja que las remesas a España se
hacían a costa de un endeudamiento interno que habría estado alrededor de los 22
millones de pesos desde que se fundaron las cajas hasta 170037. Todo esto nos lleva a la
conclusión de que el endeudamiento debe haber sido bastante mayor al que se registra
usando los sumarios de las cajas.

CUADRO 5.1. Porcentaje de empréstitos, juros y censos en los gastos de la caja real de Lima
(1633-1669)

FUENTE: K. Andrien, "The Sale of Juros", 16.

19 ¿Por qué el tesoro público estaba endeudado? Hay múltiples respuestas, aunque todavía
se necesita elaborar una investigación más profunda del tema. Por un lado, es obvio que la
administración era ineficiente y corrupta. Pero, además, había otros problemas. Si bien la
caja de Lima entró en una abierta crisis a partir de 1664 (por la caída vertical de las
transferencias de las cajas mineras), ya desde tiempo atrás tenía problemas financieros.
Andrien sitúa el inicio de los impases en la década de 1620, cuando se comienza a producir
una disminución de las remesas del Alto Perú que forzó a los oficiales reales a buscar más
fuentes de ingresos en préstamos, nuevos impuestos, composiciones de tierras y en la
venta de cargos públicos. Esta situación coincidió con un incremento de la presión fiscal
en la década de 163038. El resultado habría sido un aumento sustancial de la presión sobre
sectores que no se dedicaban a la minería: comerciantes, terratenientes y algunos
sectores de la iglesia39.
20 Existen evidencias de que el endeudamiento venía desde tiempo atrás pero, de cualquier
modo, se puede coincidir con Andrien en que la caja fue incrementando seriamente su
dependencia financiera con los hombres poderosos del virreinato a lo largo del siglo. Los
préstamos y donativos se pedían usando diversas herramientas persuasivas. Se ordenaba,
por ejemplo, que los predicadores, confesores y doctrineros convencieran a los habitantes
de la necesidad de acudir con "liberalidad y largueza" al auxilio de la hacienda 40. En 1611,
los oficiales reales le escribían al rey que enviaban un millón 117,675 ducados; de esta
cantidad se habían conseguido prestados casi 160 mil, "mediante un arbitrio que el virrey
dio de que daría registro para la Nueva España de la cantidad que cada uno prestase en los
primeros navíos que se despachasen prefiriéndolos a otras personas"41. Un donativo —
como el de 50 mil pesos para la defensa de Valdivia— hacía que el virrey apoyara
abiertamente a los mercaderes ante el monarca42. De este modo, era usual que la "junta de
hacienda" —compuesta por los oficiales reales y el virrey— hiciese arreglos e
172

intercambios de favores con los prestamistas, ya sea para pasar por alto los intereses,
para reducir las tasas de interés o para obtener el mismo auxilio.
21 La revisión de las cuentas de la caja de Lima revela que, en la primera mitad del siglo XVII,
banqueros y grandes hombres de negocios estuvieron envueltos en estas actividades,
junto con funcionarios, allegados del virrey, conventos, el Consulado, la caja de bienes de
difuntos43, la caja de censos de indios y algunos clérigos negociantes, como el tantas veces
mencionado Juan de Robles. Martín de Acedo, por ejemplo, era "camarero y criado" del
virrey Esquilache y oficial real. Fue prestamista de la caja de Lima, encargado de hacer las
compras para el situado de Chile y de pagar a la infantería del Callao. En 1631 fue
condenado por el Consejo, entre otras cosas, a devolver al ramo de "tributos vacos" casi
cinco mil pesos ensayados por los salarios cobrados en demasía cuando fue factor y
contador de la caja de Lima44.
22 Pero, sin duda, fueron los bancos los que acapararon las operaciones de cambio y
préstamos durante el tiempo en que funcionaron. Entre 1599 y 1612, el banquero Baltazar
de Lorca prestó a la caja más de 600 mil pesos,45 es decir, el 33% del total de "empréstitos"
registrados en los sumarios46. Y entre 1615 y 1634 los bancos de Juan de la Cueva y
Bernardo de Villegas prestaron un total de tres millones 137,690 pesos, sin contar los
cambios de moneda, que ascendieron a dos millones 582,262 pesos de ocho (ver cuadros
5.2 y 5.3). Una comparación aproximada con las cifras de las cajas nos arrojaría que estos
dos bancos aportaron el 76% de los préstamos y "trueques" y, por lo menos, el 41% de los
préstamos47.
23 De modo que un análisis detenido de estas operaciones arroja información importante
acerca de la magnitud de los intereses privados en el manejo de la real hacienda. Con
algunas excepciones, la mayoría de préstamos privados se cargaba con intereses, aunque
esto no se refleja claramente en las cuentas, porque —al igual que en los notarios— se
ingresaban las cantidades incluyendo el interés. Pero quedaba implícito que lo hacían.
Entre 1621 y 1622 aparece una partida oscura en el "Cargo" (ramo "Extrordinarios"), en
donde se ingresan 424 pesos cinco reales "por los intereses de cinco meses y dos días que
anticiparon la paga de diez mil pesos que hicieron al almirante Juan de Lea Plaza a cuyo
cargo estuvo el asiento de la real armada", conforme a una de las condiciones del asiento
que estipulaba que se le daría 10% de interés al año48. En 1629 no había dinero en las cajas,
de modo que se dictaron instrucciones a los oficiales para que "buscasen hasta en
cantidad de cien mil ducados en reales con el menos daño que fuese posible de la real
hacienda"49. En la junta de hacienda que se realizó el 14 de junio de 1632, por ejemplo, el
virrey Chinchón reconocía que los préstamos implicaban "pérdida y menoscabo de su
Hacienda, como se había experimentado en otras ocasiones". Así, decía el virrey, era
necesario buscar dinero de las cajas de censos o de los bienes de difuntos, o que los
oficiales reales dejasen en la caja de Lima más dinero, esto es, que se remitiese menos
plata a España50.
173

CUADRO 5.2. Préstamos a la real hacienda

FUENTES: AGN Sección Notarial; AGI Contaduría 1706, 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714,
1715, 1716, 1717, 1718, 1719; AHCMP Barrionuevo leg. 57, 58, 59, 60, 61a, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68,
69, 70.

CUADRO 5.3. Trueques a la real hacienda

FUENTES: AGN Sección Notarial; AGI Contaduría 1706, 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714,
1715, 1716, 1717, 1718, 1719; AHCMP Barrionuevo leg. 57, 58, 59, 60, 61a, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68,
69, 70.
174

24 Las maniobras que se hacían en los cambios de moneda sí aparecen con claridad en las
cuentas fiscales. En 1630, por ejemplo, la caja asentó tres préstamos del banco de Cueva: el
28 de septiembre la caja acusó recibo de 28,414 pesos seis reales de ocho, por un pago
hecho en 23 barras que valían 17,913 pesos un tomín, para el que se empleó una tasa de
cambio de "141 pesos de a 9%"; en octubre la entrada es de 130,500 pesos tres reales de
ocho por barras convertidas al 142%; y en diciembre la tasa usada para justificar los
121,266 pesos tres reales de a ocho debidos a Cueva fue de 142 l/2%51. Estas tasas suponían
una diferencia pequeña que oscilaba entre el 2 y el 5%. Ciertamente, el valor de las barras
variaba de acuerdo con la salida de los navíos a México o a Europa52. Lo interesante es que
eran los bancos los que fijaban las tasas usadas por la real hacienda. En 1616, el ex-
tesorero de la Santa Cruzada, Antonio de Ureña, vendió mercaderías para el situado de
Chile; se le pagaron 39,488 pesos siete tomines ocho granos ensayados por 63,527 pesos
siete reales de a ocho, cambiados a una tasa del 143% "ques al precio que por certificación
de Baltazar de Lorca y Juan de la Cueva bancos desta ciudad constó valer" 53. Las partidas
de la cajas indican que los bancos de Cueva y Villegas actuaban, en algunos casos,
coordinadamente y efectuaban transferencias entre sí. En octubre de 1629, por ejemplo,
Cueva entregó 183,176 pesos de ocho reales en trueque por 115,069 pesos siete granos un
tomín ensayados reducidos al 141 1/2%. En la carta de pago, Cueva declaró que "sin
embargo que el remate se hizo en su cabeza", parte del trueque le pertenecía a Bernardo
de Villegas, de modo que la caja debería pagarle 119,926 pesos de ocho54.
25 Otras veces las operaciones resultaban aún más complicadas e implicaban "cambios y
recambios". Martín de Acedo prestó 13,812 pesos ensayados; se les deberían devolver
"reducidos a 143% y buelto a reducir el corriente dellos... al dicho ensayado a 140%" 55.
Cueva recibió de la caja 15,211 pesos cinco tomines un grano por 13,789 pesos nueve
granos ensayados "que prestó reducido al 144% y buelto a reducir el dicho corriente a
40%"56. La diferencia entre las tasas cobradas en un préstamo y un "trueque" se puede
sacar de dos partidas que aparecen seguidas en la caja en el año fiscal de 1622-23. Cueva
recibió 20,031 pesos dos tomines cuatro granos ensayados por 32 mil pesos que prestó
reducidos al 142%; mientras que Villegas recibió 18,613 pesos tres tomines ocho granos
por la misma cantidad de 32 mil pesos que cambió a la caja57. Aquí la diferencia entre el
interés pagado por el préstamo y la tasa de cambio es de 7%; si a esto se le agregan los 2 a
5% de la tasa de cambio, tenemos que Cueva cobró alrededor de 10% de interés por el
préstamo.
26 El banco de Cueva tuvo una participación mayor en la caja de Lima que el banco de
Villegas, lo cual no es de extrañar ya que el banco de Cueva era de mayor envergadura.
Como se observa en los gráficos 5.1, 5.2, 5.3 y 5.4, los préstamos y cambios tuvieron una
gran actividad hasta 1631, y de allí sufrieron una abrupta caída. Los préstamos se
mantuvieron hasta 1629; luego, la mayor parte de las operaciones entre los bancos y la
caja consistió en cambio de moneda. Si se comparan sólo los préstamos privados y
públicos del banco de Cueva (gráfico 4.2), se puede observar que hasta 1625 los
empréstitos ocuparon un lugar preferencial en las colocaciones del banco, para luego ser
superados por los préstamos privados. Así, todo parece indicar que el banco de Cueva
mantuvo los préstamos al estado hasta 1631; los cambios, por el contrario, tuvieron un
comportamiento estable hasta 1634, el año anterior a la quiebra de Cueva.
175

Gráfico 5.1. Préstamos de los bancos a la real haciendat

FUENTE:AGI Contaduría 1706, 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714, 1715, 1716, 1717,
1718, 1719

Gráfico 5.2. Préstamos a la real hacienda, por bancos

FUENTE:AGI Contaduría 1706, 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714, 1715, 1716, 1717,
1718, 1719
176

Gráfico 5.3. Trueques totales a la real hacienda

FUENTE: AGI Contaduría 1706, 1707,1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714, 1715, 1716, 1717, 1718,
1719

27 Las cuentas revelan claramente que las mayores emergencias financieras del tesoro eran
la guerra y el subsidio a las minas de Huancavelica: había que comprar armamento,
alimentar y pagar los sueldos de los soldados del Callao, abastecer y construir los navíos
de la armada, pagar el situado de Chile y, por último, pagar la mita de Huancavelica cada
dos meses. Usualmente todos estos pagos estaban atrasados y obligaban a los acreedores
del estado a depender de prestamistas para sobrevivir mientras el estado, a su vez,
buscaba quién le prestase dinero. Así se generaba un doble endeudamiento que,
usualmente, desembocaba en un solo punto: los que prestaban al estado y los que
prestaban a los acreedores del estado eran los mismos agentes financieros. De modo que
si bien es cierto que el cumplir con las remesas del rey forzó a los oficiales a endeudarse
internamente, también resulta notorio que la mala administración y la corrupción de los
funcionarios del estado fue un magnífico negocio para mercaderes y financistas.
177

Gráfico 5.4. Trueques a la real hacienda, por bancos

FUENTE: AGI Contaduría 1706, 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714, 1715, 1716, 1717,
1718, 1719

28 Era frecuente que la gente vinculada a la caja de Lima pidiese préstamos a los bancos y
que luego otorgara cesiones notariales o girara libranzas contra la caja de Lima. Según los
registros notariales, Cueva recibió cesiones por un valor de 160,780 pesos; es decir que el
6.7% de los préstamos privados del banco se destinó a personas vinculadas de diversas
maneras con el estado: funcionarios, abastecedores de la armada, soldados del Callao,
artesanos, constructores de armas e, incluso, asentistas (ver cuadro 3.2). El maestro Alejo
Tejeda, artillero oficial, era financiado constantemente por el banco al que después cedía
sus cobranzas58. El obraje de la condesa de Lemos, en Huaylas, era aviado por el banco
para que cumpliese con el abastecimiento de cuerdas de arcabuz para los soldados 59. El
contador Miguel de Cortavarría, oficial real de las minas de Santiago de Guadalcázar,
pedía a Cueva su salario adelantado, quien luego lo cobraba directamente a la caja de
Lima, obviamente con todos los descuentos que implicaba el salario del cobrador, la firma
de escrituras y la "buena obra" del prestamista60.
29 Un rubro especialmente importante al cual estuvo vinculado Cueva fue la construcción y
abastecimiento de navíos de la armada y de la marina mercante. La armada debía renovar
constantemente sus naos, así que cada cierto tiempo los virreyes mandaban construir
nuevas unidades en los astilleros de Guayaquil. El general Josephe de Castro Guzmán —
encargado de construir el galeón "San Diego del Milagro" en los astilleros de Guayaquil—
fue financiado por Cueva, quien no sólo le prestó dinero para la construcción del galeón y
pagar los salarios de los marineros, sino también para fabricar otro navío, el "San
Ambrosio"61. El capitán Juan Ordóñez extendió poder al banco para que le cobre su sueldo
por haber sido capitán y maestre del patache "San Francisco"62. El almirante Pedro de
Salinas, abastecedor de la armada, también era financiado por el banco63. Bartolomé
Verdugo, abastecedor de bizcocho y tocino de la armada, tenía cuenta corriente en el
banco y constantemente daba cesiones para que el banco cobrase directamente su dinero
de la caja64.
178

30 Los asentistas para la construcción de navíos de guerra trabajaron estrechamente con


Cueva. Cuando el virrey Esquilache decidió establecer un contrato con el almirante Juan
de Lea Plaza y Lorenzo de Medina, el banco de Cueva intervino abiertamente. Los
contratistas firmaron un asiento con el virrey Esquilache para la fabricación de varias
unidades de guerra; el estado les daría durante cuatro años 390 mil pesos anuales, 370 mil
sacados directamente de la caja de Lima y los 20 mil restantes serían proporcionados por
la renta de la avería del Mar del Sur65. Cueva financió a los contratistas repetidas veces; la
suma más grande fue dada en 1622, cuando les prestó 50 mil pesos "para el avío y
despacho de la dicha real armada y dar carena a las naos... y para comprar velas, jarcia y
otras cosas de que an tenido necesidad y para pagar a la jente de mar"66.
31 Resulta evidente que un estudio detenido de los gastos de guerra podría mostrar
resultados fascinantes acerca las conexiones entre el poder privado y el poder público, y
podría ofrecer una imagen más completa acerca del impacto del gasto público en la
economía peruana del siglo XVII67. Aunque es posible, esta tarea es particularmente difícil
pues requeriría el análisis exhaustivo de las cuentas de gastos de guerra, que contienen
una abrumadora información. Pero una primera aproximación a los circuitos económicos
de los hombres de negocios de Lima, con tan sólo el empleo de dos de los rubros de gastos
del estado —el situado de Chile y la mita de Huancaveliva—, revela hasta qué punto el
manejo de la hacienda dependía de la esfera privada.

Los beneficios de la guerra: el situado de Chile


32 Ciertamente la situación de Chile en el siglo XVII no era envidiable. La guerra permanente
contra los araucanos había convertido al territorio chileno en una zona inestable y muy
peligrosa. La frontera meridional tenía una connotación negativa para los, en
contraposición, tranquilos y pacíficos habitantes del Perú. Incluso se usaba a "Chile" para
amenazar a un funcionario improbo, para obligar a un hijo a profesar la religión o para
desterrar a la soldadesca. Los cosmógrafos sabían muy bien que la presencia de Marte en
conjunción con la Luna o el paso de un cometa hacían esperar una revuelta de los indios
araucanos68. Así pues, ir a Chile se consideraba un castigo. La frontera era temida y
evitada por los pobladores comunes, con excepción de los mercaderes de Lima, para
quienes la guerra en Chile constituyó una fuente excepcional de ingresos.
33 La sublevación araucana de 1598 y la definitiva destrucción de las ciudades españolas del
sur habían hecho ver al monarca la necesidad de formar un ejército permanente69. La idea
inicial era cargar a la caja de Lima por unos cuatro años con una suma que permitiría
mantener un ejército de mil soldados que acabarían rápidamente con los indígenas. Pero
pronto la soberbia se convirtió en desesperación. Los indios araucanos no fueron
derrotados y la defensa de Chile se convirtió en un drenaje anual de los ingresos de la caja
de Lima hasta 1687, cuando pasó a la caja de Potosí. El monto anual asignado al situado
ascendió a 212 mil ducados, cifra que se mantuvo estable por lo menos desde 1606 en
adelante. Se debería enviar todos los años esta suma para cubrir los salarios y el
mantenimiento del ejército, y para pagar a los altos funcionarios. La remisión se haría
mediante un asiento con dueños de navíos privados, quienes se encargarían de llevar el
dinero y las mercaderías necesarias para el sustento del ejército a la caja de Concepción;
los asentistas debían aportar dos navíos, uno para el situado y el otro para el uso del
gobernador70.
179

34 Pero el mantenimiento del ejército en Chile presentaba muchos problemas. Para


comenzar, en las estimaciones de los gastos no se había considerado los costos de
renovación de armamento, levas de soldados, construcción de fuertes, ni ninguna
eventual emergencia. Y los virreyes fueron muy enfáticos en no permitir un incremento
de la cantidad asignada. Así, del envío se descontaban los pagos de fletes, levas,
préstamos, gastos extraordinarios, salarios, armas, pólvora y el dinero que se enviaba a
las misiones jesuitas. De modo que no se enviaba todo el dinero, sino que se hacían
notables "descuentos" en Lima, que podían oscilar entre el 15 y el 54% del total del
situado, con excepción de algunos años, en donde el descuento fue menor71. Además,
parte del situado se enviaba en mercaderías. Obviamente, las compras se realizaban a
crédito a los mercaderes de Lima quienes, a cambio de su generosidad, cobraban crecidos
intereses que oscilaron entre el 25 y el 40% entre 1607 y 1682 (teniendo como promedio
un 30% de interés). En consecuencia, nunca se enviaron efectivamente más de 113,203
pesos (38.63% del situado) a Concepción72, y esto sin considerar los descuentos privados
que hacían los asentistas. Otros problemas eran la falta de liquidez de la caja y la
impuntualidad en los pagos. Usualmente la caja o no tenía fondos o no tenía monedas
acuñadas. Por tanto, debía recurrir a prestamistas que pudiesen adelantar dinero o
cambiar las barras a reales. Los créditos solicitados eran tanto en dinero como en
mercaderías. A veces se solicitaba un préstamo en dinero con el cual se compraban
mercaderías al mismo prestamista o a alguno de sus testaferros. Un muestreo de los
agentes involucrados en el manejo de fondos del situado (cuadro 5.4) revela que éste
estaba financiado por un número reducido de hombres de negocios que podían prestar
dinero líquido a la caja, vender mecaderías, participar en el asiento y ser miembros del
consorcio de Cueva, todo esto al mismo tiempo. El uso de testaferros en las operaciones
con el estado era muy frecuente. En 1630, por ejemplo, Pedro de Garibay vendió 48,768
pesos en mercaderías para el situado; al año siguiente le daba una cesión a Cueva para que
cobrase el dinero de la caja y se quedase con 32,368 pesos que el banquero le había
prestado73. De modo que se había formado un círculo vicioso financiero que era muy
difícil de romper debido a las urgencias de la caja y a la corrupción de los funcionarios.
35 En el interín, el envío del dinero y de las mercaderías a Chile no llegaba. Como es de
esperar, el resultado fue que los soldados y funcionarios estaban en un permanente
estado de endeudamiento. En el año fiscal 1628-29, los oficiales reales de Concepción
afirmaron que la caja se encontraba en una situación crítica pues, con la falsa noticia de la
llegada del enemigo holandés, el situado había tardado un año en llegar a su destino 74. Al
año siguiente hubo impases entre el procurador general de Chile y los oficiales de la caja
de Lima. El procurador exigió un aumento de la cuota del situado y lo único que obtuvo
fue una airada respuesta de los oficiales, quienes declararon que los oficiales de
Concepción habían gastado por cuenta del situado una gran cantidad de dinero y que,
además, había habido un "crecimiento y más valor que se echa a la ropa y otros géneros
que se llevan"75. En 1630, cuando fue nombrado gobernador de Chile don Francisco Laso
de la Vega, se confirmó que la situación de Chile era desastrosa. La caja estaba empeñada
en 300 mil pesos "procedidos de los muchos gastos forzosos que se ofrecieron en aquella
guerra que no se a podido escusar y del sueldo que se paga a los soldados donde hay 1,818
plazas efectivas de españoles y 145 de indios amigos", cuyos sueldos montaban al año
291,107 pesos de ocho reales. Pero los reales nunca llegaban. Así, el gobernador invocaba
más justicia para los soldados de Chile, quienes con "tantas incomodidades y pobreza"
servían al rey76. El tesorero de la caja de Concepción, por su parte, solicitó más dinero,
180

pues las "necesidades de aquel real ejército son grandes por las muchas costas que se
avían causado por la leva de gente, de navíos, municiones, bastimentos, que todo se fue
cargando al dicho situado de que resultara hallarse más de 200 mil de empeño y tan sin
crédito aquella real caja que en ninguna manera había quién la socorriese". Pero de los 30
mil pesos sólo le dieron 12,487 pesos, y en mercaderías77.

CUADRO 5.4. Conexiones entre mercaderes y financistas del situado de Chile

FUENTES:AGI Contaduría 1706, 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714, 1715, 1716, 1718,
1719. AGN sección notarial.

36 Los mercaderes y bancos de Lima aprovecharon hábilmente la crítica situación del


ejército y financiaron a Chile a través de los asentistas del situado. El comercio con Chile
estaba en manos de un grupo selecto de mercaderes que alternaban sus actividades
sirviendo al rey y dedicándose al tráfico del cobre, cordobanes, jarcias y sebo, que luego
se llevaban a la capital del virreinato para su distribución y consumo. En la primera mitad
del siglo XVII la mayor parte de las estancias chilenas dedicó sus esfuerzos a la producción
de sebo y cordobanes. En retribución, recibían textiles, hierro, papel y diversos productos
del Perú78. Algunos mercaderes chilenos viajaban a Lima para comprar mercaderías
respaldados por los asentistas. En 1626, por ejemplo, varios mercaderes de Concepción —
Alonso Alemán, Juan Méndez de Chávez y Bernardo Cerrato— compraron géneros a
Antonio de la Cueva. Pedro de Portillo, residente en Santiago, llegó a Lima para comprar
paños de Quito en compañía de Cristóbal Grasso y Cristóbal de Tapia, armadores limeños.
Incluso varios mercaderes chilenos tenían cuenta corriente en el banco, como Juan de
Ugarte, Francisco de Perea y Alonso de Alemán79.
37 En Chile, los únicos que podían adelantar dinero o géneros al ejército eran los
mercaderes, quienes directa o indirectamente estaban vinculados a los asentistas del
situado. Y estos últimos, a su vez, eran miembros de los grandes consorcios de Lima. Entre
181

1624 y 1625, por ejemplo, el ejército de Chile se endeudó de emergencia con comerciantes
privados "por los bastimentos y otros géneros que se les tomó para socorro de la gente de
guerra". Entre los acreedores se encontraban nada menos que Cristóbal Grasso, Pedro
Rico, Lorenzo Cuadrado y los banqueros Juan de la Cueva y Bernardo de Villegas 80. Los
asentistas eran dueños de navíos que trabajaban con el apoyo (o en nombre) de los
magnates de Lima. Desde 1621 hasta 1634 dos personas tuvieron el asiento del situado:
Lorenzo Cuadrado de la Serna y Francisco de la Fuente Velasco (1629-1634). Como se
expuso en el capítulo anterior (ver cuadro 4.1), tanto Lorenzo Cuadrado como Francisco
de la Fuente figuran dentro de los mayores receptores de créditos del banco de Cueva.
Estos asentistas, a su vez, eran garantizados por armadores como Pedro Rico, Cristóbal
Grasso, Martín López Caballón, Simón Cascos de Quiroz, Cristóbal de Tapia, Juan de
Esquivel (y el propio Juan de la Cueva): todos ellos, en algún momento, o recibieron
préstamos del banco o tenían cuenta corriente o habían sido agentes del banquero81.
38 El capitán Francisco de la Fuente Velasco, asentista desde 1629, recibió alrededor de 19
mil pesos del banco de Cueva (ver cuadro 4.1). En noviembre de 1629 extendió poder a
Cueva y a Martín López Caballón para que cobrasen a todos sus deudores y, en especial, a
la caja de Lima por la cantidad que le debieran por el asiento del situado de Chile 82. Al
parecer sus negocios no marcharon muy bien. En el año fiscal 1632-33, Francisco de la
Fuente pidió adelanto a la caja para "acudir al despacho y avío del navío en que se había
de llevar el situado por hallarse con algunos empeños"83 y no tuvo tiempo para
recuperarse, pues en julio de 1634 De la Fuente murió repentinamente; lo enterraron en
el convento de Santo Domingo y quedó con 80 mil pesos de deudas84.
39 Pero es en el caso de Lorenzo Cuadrado de la Serna en donde se puede apreciar con más
nitidez la conexión entre el banco de Cueva y el situado de Chile. Lorenzo Cuadrado había
sido "bolsero" en una compañía con Cueva y había trabajado bajo su protección desde que
llegó al Perú (ver cap. 4). Cuadrado tuvo a su nombre el asiento por lo menos desde 1621
(y es altamente probable que lo hiciera como testaferro del banquero) y recibió, por lo
menos, casi 30 mil pesos del banco en 20 años (ver cuadro 4.1). El 1 de octubre de 1623
renovó su contrato por seis años más y se comprometió a colocar dos navíos en las costas
de Chile con una capacidad de carga de nueve mil a diez mil arrobas cada uno; por este
servicio la caja de Lima debería abonarle 14,500 pesos anuales85. Las operaciones de
Cuadrado estuvieron constantemente relacionadas al banquero. En 1624, Cueva le otorgó
poder a Cuadrado —dueño del navío "Nuestra Señora de la Limpia Concepción"— para que
cobrase a sus deudores en Chile86. En 1627, Cuadrado envió poder a Cueva y a Pedro
Ramírez para que lo endeudaran por 20 mil pesos por compra de mercaderías o plata
prestada87. Cuadrado, a su vez, actuaba como eslabón entre los residentes en Chile y el
banco. En 1626, por ejemplo, Cuadrado fue garante de Antonio Pérez de Acosta —dueño
del navío "La Trinidad"—, quien compró mercaderías de Castilla a los Cueva para llevar a
Chile; el pago debía hacerlo a Cuadrado, en Concepción o en Valparaíso88. El propio
gobernador de Chile, don Luis Fernández de Córdoba, compartía con Cuadrado las
garantías para ciertas operaciones. Así fue cómo el capitán Alonso de Molina, residente en
Concepción, pidió, en 1629, un préstamo al banco con la fianza de Cuadrado y con el ruego
del gobernador89. El siguiente gobernador y presidente de la audiencia de Chile, don
Francisco Laso de la Vega, tenía cuenta corriente en el banco; el 10 de noviembre de 1629
recibió 10,826 pesos, y contó con Cuadrado, Francisco de la Fuente y Pedro Bermúdez
como fiadores90.
182

40 La confianza que Cuadrado le guardaba al banquero se puede apreciar en una serie de


poderes que otorgó en diciembre de 1625, antes de partir a Chile. Cuadrado, natural de
Sevilla, le concedía poder a Cueva para que lo represente después de morir; el banquero
podría testar en su nombre y lo podría enterrar en Santo Domingo o en la iglesia mayor;
sería también su albacea en compañía con Pedro Ramírez; finalmente, Cuadrado dejaba
como "heredera universal a su alma", pues no tenía ningún familiar en el Perú. Ese mismo
día Cuadrado extendió más poderes a Cueva: podría cobrar a sus deudores, vender sus
esclavos, navíos y demás bienes muebles y raíces, y lo representaría en sus pleitos;
además, cobraría de la caja de Lima los 14,500 pesos que se le deben anualmente por el
servicio del situado de Chile91.
41 En 1625, Cuadrado se asoció con Pedro Rico92 para cumplir con las obligaciones del
situado. Se comprometieron a realizar los viajes a Chile y repartirse los fletes y las
ganancias de los géneros enviados. La compañía empezó con entusiasmo. En abril de 1625,
ambos otorgaron poder a Juan de la Cueva, Martín López Caballón y a Rodrigo Arias de
Alarcón para que les compraran una navío "de porte de seis a siete mil arrobas con todos
sus peltrechos y aparejos", bajo las condiciones que los agentes considerasen
convenientes93. No obstante, la asociación no prosperó. En agosto de 1626, Cuadrado y
Pedro Rico firmaron un compromiso notarial mediante el cual se obligaban a cumplir con
las decisiones de los intermediarios — Cristóbal Grasso y Asencio de Zavala—, quienes
serían los árbitros en las diferencias que tuvieron en las cuentas del navío "Nuestra
Señora de la Limpia Concepción", cuya propiedad compartían94. Cuadrado resultó deudor
de 5,915 pesos que se los pagó a Rico en el banco de Cueva95.
42 Una vez cancelada la compañía con Rico, Cuadrado siguió trabajando con Cueva. En 1629,
Cuadrado se endeudó por 11,772 pesos por la compra de mercaderías para llevar a Chile 96.
El 2 de diciembre de ese mismo año la mujer de Cuadrado, doña Isabel Flores, le vendió a
Cueva la mitad del navío "San Francisco" por 8,500 pesos, que serían pagados en Acapulco
a fin de mes97. Finalmente, cuando Cueva quebró, Cuadrado —quien ya era tesorero de la
Santa Cruzada— fue arrestado por deberle, según Suardo, una cantidad "considerable" de
plata al banquero98.

Los beneficios de la miseria: las minas de


Huancavelica
43 Huancavelica constituye otro de los casos en donde la deficiente administración se
convirtió en un gran negocio de los mercaderes capitalinos. Al igual que en el
mantenimiento del ejército en Chile, el envío de dinero del estado a las minas para
cumplir con los asientos sufrió un continuo retraso que volcó a los mineros a depender
del financiamiento de mercaderes y banqueros.
44 La explotación de las minas de Huancavelica pasó por momentos muy difíciles. El caos
técnico y administrativo llevó a Constantino de Vasconcelos a afirmar, a mediados del
XVII, que estas minas no habían sido "labrada[s] por hombres racionales sino por brutos"
99. A pesar del afán del estado por controlar la producción y comercialización del azogue

—a través de la incautación de las minas y el monopolio de la distribución del mercurio—,


la administración se había visto obligada, sin embargo, a establecer asientos con
particulares, tanto para la explotación de las minas como para el traslado del mineral al
Alto Perú. En el siglo XVI se habían concertado asientos con compañías privadas que, con
183

su propio capital, se encargaban de comprar el mercurio a los mineros y transportarlo a


Potosí por vía marítima. No obstante, la desastrosa experiencia con los asentistas —en
especial con la compañía de Juan Pérez de las Cuentas— obligó a los virreyes a buscar una
nueva forma de administración100.
45 La fórmula que se encontró consistió en cargar a la caja con el peso financiero de la mina
y establecer, no uno, sino varios asientos de transporte, para evitar así la excesiva
concentración de funciones en un mismo contratista. En primer lugar, el virrey hacía un
asiento con los concesionarios de las minas de Huancavelica. En éste se fijaba la cantidad
de indios que se asignarían a cada minero y, por tanto, la cantidad de azogue que debería
producir. Además, se fijaba un precio por cada quintal de azogue, el cual sería comprado
directamente por el estado. El desembolso de dinero para pagar a mitayos y comprar el
azogue a los mineros lo hacía la caja de Lima. De modo que el estado debía hacer dos
asientos adicionales. Uno para enviar la plata de la caja de Lima a la de Huancavelica y el
otro para transportar el mercurio desde Huancavelica hasta Potosí a través de los puertos
de Chincha y Arica. De manera que tanto el dinero como el mineral involucrados en este
"monopolio" del estado pasaban por muchas manos. El "trajín" del azogue a Potosí, por
ejemplo, debía ser enviado primero por tierra desde Huancavelica a Chincha; allí debía ser
embarcado en balsas indígenas a los navíos de otros asentistas, que usualmente eran
también los encargados dellevar el situado a Chile101 y de llevar el mercurio de Almadén
desde Callao hasta Arica; una vez en Arica, el azogue era enviado por los oficiales de Arica
a Charcas mediante un arreglo con los dueños de recuas quienes, finalmente, debían
entregar el azogue a los oficiales reales de Potosí102.
46 La pretensión del estado de ejercer un férreo control sobre la producción mediante la
celebración de asientos con mineros y transportistas muy pronto se estrelló con la dura
realidad de que, virtualmente, Huancavelica se les había escapado de las manos. El
sistema de asientos presentaba tantos problemas que rápidamente los mineros cayeron
en manos de aviadores. La caja de Lima debía enviar dinero cada dos meses a
Huancavelica para pagar a los indios mitayos o para comprar el azogue producido por los
mineros. El problema era que este dinero nunca llegaba a tiempo. La insolvencia de la caja
de Lima, ya se ha visto, la forzaba al endeudamiento o al cambio de barras por monedas.
Los prestamistas de la caja son ya conocidos. De hecho, una gran parte de los préstamos
de los banqueros Cueva y Villegas al estado sirvió para cumplir con las obligaciones de la
caja de Lima con Huancavelica. Mientras se hacía el pregón para el remate de las barras o
se entablaban las negociaciones para obtener los préstamos pasaba un cierto tiempo. Una
vez obtenido el dinero, éste era entregado a los asentistas del "trajín" de Huancavelica,
conocidos por ser uno de los engranajes más nefastos en la administración de las minas de
azogue.
47 En efecto, una de las tácticas más frecuentes de los prestamistas de la caja y de los
asentistas fue dilatar el pago para, de este modo, obligar a los mineros a endeudarse,
pagar con azogue ilegal y formar así un mercado paralelo de mercurio103. Ciertamente, —
al igual que lo que sucedió en Potosí— parte de las deudas de los mineros la asumía el
estado. El virrey Montesclaros intentó liquidar estas deudas que se contraían cuando los
mineros —a cuenta de las futuras entregas de mineral— extraían dinero de la caja de
Huan-cavelica. Incluso apareció la "guatancha", que era el equivalente a los indios de
faltriquera en el Alto Perú; así, los mineros cobraban los sueldos de mitayos que no
trabajaban efectivamente104. Pero en Huancavelica el dinero del fisco sufría de severas
malversaciones vinculadas directamente con los financistas limeños. La clave en estas
184

conexiones eran los mercaderes y dueños de recuas de la ruta Lima-Huancavelica. Los


dueños de recuas o eran parte de las casas comerciales de Lima (las mismas que prestaban
dinero a la caja para cumplir con sus pagos) o eran financiados por alguna de ellas. La
corruptela más frecuente se tejió sobre la base de emplear el dinero de la real hacienda en
mercaderías, venderlas en Huancavelica y, luego de todo este operativo, pagar con retraso
a los mitayos y mineros con la complaciente alianza de los oficiales reales 105. El resultado
fue que los mineros se comenzaron a endeudar y se volcaron a la venta ilícita del
mercurio. Y, en ambos casos, los mercaderes y bancos de Lima fueron los beneficiados.
48 El hecho de que el estado no pagase a tiempo fue aprovechado por los comerciantes y
banqueros de Lima para adelantar insumos y dinero a los mineros, y muchas veces los
mismos transportistas actuaban como sus agentes en estas operaciones. De modo que no
se enviaba toda la plata al centro minero, sino que una parte era descontada en Lima para
satisfacer las deudas que habían contraído los mineros, en Huancavelica, con sus
aviadores limeños. El pago de estas deudas se organizó de dos maneras. Se enviaba una
orden de pago a la caja de Lima en favor del acreedor (una cesión) o se vendía el azogue
subrepticiamente. Así, un porcentaje indeterminado del dinero enviado por la caja a las
minas nunca llegó efectivamente al bolsillo de los mineros. Una parte se fue a alimentar
los canales clandestinos de comercialización del azogue. La otra se quedó en Lima para
pagar a los prestamistas de los mineros... que eran, a su vez, los mismos que prestaban
dinero a la caja para pagar a los mineros. De esta manera, los mercaderes y bancos de
Lima prestaban con intereses por una mano y recibían simultáneamente el mismo dinero,
pero con más intereses, por la otra. Gracias a la inusitada minuciosidad de algunos de los
contadores de la caja de Lima, se han podido calcular las cesiones hechas por los mineros
a los dos banqueros entre 1619 y 1626 (ver cuadro 5.5), que confirma el continuo vínculo
financiero que había entre los bancos de Lima y Huancavelica.
49 Por supuesto, las cifras fiscales son tan sólo una muestra de la intervención de los bancos
en el financiamiento de las minas. La información notarial de Lima revela que los
circuitos eran más complejos. Los sucesivos asentistas del "trajín" de la plata de Lima a
Huancavelica, por ejemplo, estuvieron estrechamente vinculados al consorcio Cueva. Los
contratistas eran mercaderes y dueños de recuas con sólidas conexiones en la sierra
central y el área de Huamanga; en realidad conformaban un grupo cuyos miembros se
turnaban entre sí la firma del asiento. Desde 1617 hasta 1629, Francisco Gómez de la Torre
y Mateo Solier tuvieron en sus manos el trajín. Después de 1629, aparecen
indistintamente Antonio Fernández Vega, Marcos Yñíguez de Mesa y Ruy de Viera (o
Rodrigo Diez de Viera) recibiendo el dinero para la mita de Huancavelica. Y todos ellos
eran miembros del consorcio Cueva106.
185

CUADRO 5.5. Cesiones de mineros de Huancavelica a los bancos, 1619-16261 (en pesos de ocho)

FUENTE: AGI Contaduría 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1711, 1713, 1714

50 Francisco Gómez de la Torre fue, sin duda, el hombre de Cueva en este circuito. Tenía
cuenta corriente en el banco y recibió un financiamiento de más de 43 mil pesos. Gómez
se desempeñaba como comerciante, dueño de recuas y, por lo menos durante cuatro años
(desde febrero de 1622), administró la hacienda de Xapallanga (Jauja), un complejo
ganadero y textil que era propiedad del convento de la Concepción107. En 1623, Gómez
nombró a Cueva su administrador: podría cobrar a sus deudores, ajustar todas sus
cuentas, podría endeudarlo con la compra de mercaderías en su nombre y podría,
asimismo, vender al precio que le pareciere conveniente sus muías y aparejos 108. Al año
siguiente, el 30 de julio de 1624, Gómez extendía otro poder a Cueva, pero esta vez para
que tomara en su nombre el trajín de Huancavelica. Así, Cueva celebró el asiento con el
virrey, oidores y oficiales reales, y el trajín le fue entregado a Gómez en reemplazo del
anterior asentista, Mateo Solier109. Gómez ya había ganado una amplia experiencia en este
negocio. Había sido fiador de Mateo Solier en el asiento anterior y desde tiempo atrás
había estado manejando el transporte, recibiendo el dinero de la caja y financiando el
trajín. Cuando Mateo Solier fue nombrado asentista por seis años, en 1619, trabajó desde
el inicio con Gómez de la Torre. En 1621, por ejemplo, Solier y Francisco Gómez de la
Torre habían formado una compañía, en Huancavelica para el trajín de la plata de la caja
real: Gómez aportaría 60 muías y cuatro negros y las ganancias de los fletes serían
repartidas por igual110.
51 Los confusos movimientos de fondos entre Lima y Huancavelica se pueden apreciar en un
curioso concierto notarial que suscribió Solier con Pedro Sánchez de Santa María, minero
de Huancavelica, bajo la garantía del banquero Juan de la Cueva. En esta escritura, Solier
se comprometía a recibir "en cada uno de los viajes que hiciere con la requa y trajín de
186

Huancavelica" mil pesos de ocho reales del minero en libranzas contra la caja real; si no
tenía libranzas, el minero se comprometía a entregarle dinero en efectivo. Las libranzas
debían ser llevadas a Lima, cobradas por Solier y entregadas a los acreedores en el
término de 15 días; la cobranza a las cajas reales sería de exclusiva responsabilidad de
Solier y de su fiador, Juan de la Cueva111. Así, el endeudamiento de los mineros era una
sistema ya establecido y que actuaba por canales regulares.
52 Las transacciones entre Cueva y Gómez se prolongaron por mucho tiempo. En 1625,
Gómez —quien residía en ese momento en Jauja— le pagó a Cueva 8,290 pesos por ajuste
de su cuenta corriente en el banco112. Un tal Miguel Flores aparece vendiendo mercaderías
a crédito a un vecino de Huamanga, Cristóbal de Moya, cuyos pagos los debía hacer por
medio de Gómez de la Torre; como Moya no cumplió con todos los pagos, Gómez hizo
barata y lo obligó a pagar 6,593 pesos (por los 5,593 pesos que le debía) a Antonio de la
Cueva113. Y en 1633, Cueva garantizó a Francisco Gómez, como principal, y a Diego Bernal
y Antonio Fernández Vega, sus fiadores, en una obligación que contrajeron en favor del
capitán Sancho Dávila, por siete mil pesos114.
53 El gran interés que tenía Cueva en Huancavelica se refleja también en las propiedades que
poseía en el centro minero —seis tiendas y una casa pequeña—, las cuales compró en 1625
y 1628 (ver cuadro 2.1). Estas eran arrendadas por la compañía de Marcos Yñíguez de
Mesa y Antonio Fernández Vega, quienes le pagaban 1,600 pesos al año115. Los vínculos
comerciales entre éstos y los hermanos Cueva eran sólidos y, junto con Gómez de la Torre,
actuaban como corresponsales del banco en el centro minero. En 1626, por ejemplo,
Jerónimo Pereyra y Antonio Fernández Vega116 firmaron una obligación a favor de
Antonio de la Cueva por 1,869 pesos117. En 1628, Antonio Fernández Vega endeudó a
Cristóbal de Orejón —minero y regidor de Huancavelica— en favor de Cueva, por 4,860
pesos en mercaderías compradas en barata118. Ese mismo año, la compañía de Fernández e
Yñíguez compraba a los Cueva paños de Quito y arpilleras para "el beneficio y avío de la
compañía"119. El 26 de febrero de 1627, Antonio Fernández Vega ejecutaba una nueva
barata contra el minero y regidor Cristóbal de Orejón por una deuda de tres mil pesos 120.
En 1629 y 1630, Orejón, Fernández e Yñíguez se volvieron a endeudar con Cueva para
financiar sus compañías121. Pero los negocios no le iban muy bien a Fernández. Según
Suardo, en abril de 1630, Fernández "trajinero de Guancavelica", se refugió en una iglesia
para eludir a sus acreedores, a quienes les debía cerca de 80 mil pesos 122 y todo indica que
las obligaciones no fueron canceladas con prontitud. Tres años después Cueva otorgaba
un poder para que Francisco de Rivera y Fernando Gómez —alcalde ordinario de
Huancavelica— cobraran las deudas que le tenían pendientes Cristóbal de Orejón, Antonio
Fernández Vega y Marcos Yñíguez123.
54 Pagar con azogue las deudas fue una de las modalidades por medio de las cuales se
organizó todo un sistema de comercialización paralela del mercurio, que iba a parar a los
pequeños centros mineros o a abastecer en Potosí a aquellos que ya no recibían azogue de
la real hacienda por tener obligaciones pendientes. En 1617, el presidente de Charcas, don
Diego de Portugal, le había informado al rey que existía un tráfico ilegal de azogue en
Potosí, el cual se vendía a un precio más cómodo que el de los almacenes reales 124. Incluso
un mercader limeño, Pedro del Castillo Guzmán, le sugirió al rey, en 1634, que si se diera
licencia a los mercaderes de Lima, éstos invertirían en el tráfico de mercurio 125. La venta
ilícita de mercurio fue adquiriendo proporciones considerables. Ya Juan de Velveder
había hecho notar que se sacaba mucho cinabrio "descaminadamente" y que los mineros
pagaban salarios de mayordomos y criados, deudas, "bastimentos", herramientas y hasta
187

calzados con mercurio126. En 1632, el doctor Juan de la Celda — oidor de Lima y corregidor
de Huancavelica— entabló juicios contra las personas que "extraviaban" mercurio en
Huancavelica: se acusó a Lucas de Salinas y Gaspar de Guerra, quienes enviaban azogue a
Castrovirreina; a Tomás de Serpa, Gregorio González Gallego y otros, por ser "tratantes de
azogue para extraviarlo". También fueron sentenciados Marcos Yñíguez de Mesa y
Antonio Fernández Vega (del consorcio Cueva) y algunos negros, mulatos e indios
arrieros. Finalmente, Juan de Vargas, "trajinero", fue acusado "por haber tenido de
muchos años a esta parte trato en hacer estravíos de azogue con capa de traxinero,
trayendo vino a esta villa y de vuelta sacando cantidad de azogue en sus carneros...
llevando a su miche y estancia que tiene cuatro leguas desta villa adonde más del azogue
ques ocultado de los dichos estravíos, a encubierto a otras muchas personas que an
benido a hacerlos"127.
55 A mediados de siglo el tráfico ilegal de mercurio alcanzó, según los observadores
contemporáneos, dimensiones insólitas. Hacia 1657 la corona debía cerca de un millón de
pesos a los mineros, de modo que éstos ya se habían volcado casi totalmente al mercado
ilegal128. En 1662, el rey enviaba una cédula en donde recriminaba seriamente a las
autoridades peruanas por los flagrantes fraudes que se cometían contra la real hacienda.
A pesar de que todos los años eran distribuidos entre seis y siete mil quintales de azogue
de Huancavelica, los quintos habían descendido considerablemente y la cantidad de
azogue "extraviado" era "infinito"129. Una causa seguida contra don Pedro de Montoya,
corregidor de Arica (1667), revela que, en efecto, el tráfico ilegal era intenso. Con la
complicidad del funcionario, un trajinero —don Diego de Mazariegos— repartía
sistemáticamente azogue a diversos centros mineros y, por supuesto, lo que se conducía
al retorno eran metales sin quintar, que luego se transportaban a la ciudad de los Reyes.
El azogue tenía como destino las minas de Carangas, Lipes, Sicasica, San Antonio de
Esquilache y Potosí, y parte del "extravío" se realizaba adulterando las cuentas de los
azogues del rey. Gaspar de Oviedo, alférez de Arica, declaró que por orden de Mazariegos
había viajado a Potosí con la instrucción de hacer un arreglo con el oficial mayor de la
caja para que "hiciese buenas las faltas que hubiese en las partidas de azogue que
ynbiaba" y, a la vez, pudiese cobrar los fletes completos. A cambio, el alférez recibiría
1,700 pesos y un regalo. En el momento de hacer las cuentas, se encontraron con que
faltaban 60 quintales y el oficial consideró que debía recibir, por lo menos, unos cuatro
mil pesos. Como el cohecho era excesivo, Oviedo buscó 30 quintales de azogue prestados
para entregar a la caja, que fueron habilitados por el capitán Antonio López de Quiroga,
vecino de Potosí y mercader de plata. En la medida en que siguieron las investigaciones,
se confirmó que las negociaciones fraudulentas en la región eran considerables. Todo el
azogue que llegaba a Sicasica era "extraviado". No había una sóla carta-cuenta de cinabrio
que llegase a Potosí completa, de modo que cuando a las autoridades judiciales se les
ocurrió hacer un inventario, se encontraron con que faltaban nada menos que 900
quintales en los almacenes del rey130.
56 La contrapartida al comercio ilegal de mercurio fue el tráfico de metales que no habían
pagado derecho alguno. En 1634, los oficiales reales advirtieron que de las minas de
Chichas, Lipes y Chocaya se sacaban grandes cantidades de mineral sin quintar, que eran
exportados en piñas de plata por Arica, Tucumán, Chile y Buenos Aires131. En Tacna y
Arica había lugares especiales acondicionados para recibir el azogue y almacenar la plata
ilegales, que luego se embarcaban a Lima. Así, este metal, extraído fuera de cualquier
188

control fiscal, resultaba idóneo para las exportaciones fraudulentas y su itinerario


desembocaba directamente en las redes clandestinas del tráfico atlántico.

Armas de doble filo: los asientos del Consulado


57 La evasión fiscal y el contrabando fueron dos grandes problemas que hubo de enfrentar la
administración imperial en sus posesiones americanas. La imposibilidad de manejar el
comercio en el marco de los canales legales y del monopolio condujeron a la monarquía a
modificar su política comercial y a desarrollar una notable tolerancia con las élites
mercantiles. Uno de los indicadores de esta nueva política fue el traspaso de funciones
públicas a los Consulados —especialmente la recolección de los gravámenes comerciales—
a través de los asientos de avería, almojarifazgo y alcabalas. La corona optó por el pacto y
el consenso: se aceptó el pago de una suma fija a cambio de delegar la recolección de sus
impuestos en manos privadas, las cuales no sólo no debían presentar cuentas que
justificaran sus ingresos sino que, además, formaron una burocracia paralela que estuvo
constantemente enfrentada con los funcionarios reales.
58 En el Perú, la relación entre la administración indirecta del estado y el Consulado se
consolidó de modo definitivo en la segunda mitad del siglo XVII. Sin embargo, ya desde
tiempo atrás el gremio mercantil había asumido intermitentemente diversas funciones.
Las alcabalas eran cobradas desde 1591 por el cabildo; sin embargo, en la primera mitad
del XVII el Consulado tuvo en sus manos la administración en 1619-21, 1622, 1623-31 y
1632-40. El Consulado firmó asientos con el virrey para la recolección de almojarifazgos
en 1621-24, 1635-37 y en 1649-51; éste último incluyó también la recaudación de la Unión
de Armas. Estos contratos gozaban de una serie de ventajas. El Consulado no
desembolsaba dinero a nivel institucional, pues estos asientos se hacían mediante la
colaboración financiera de los miembros del Consulado de modo que, a lo sumo, el pago
que ha-cían los comerciantes-fiadores no excedía los tres mil pesos. Los asientos evitaban
trámites engorrosos y ahorraban los cohechos a los oficiales reales. Además, estos
contratos suponían la concesión de privilegios a los asentistas: el Consulado podría
nombrar a sus propios maestres de plata, decomisar las mercaderías llegadas
subrepticiamente e inspeccionar los navíos que venían de cualquier punto del Pacífico.
Asimismo, los comisarios del Consulado podían abrir los fardos sospechosos de
contrabando —cosa que nunca se les permitió a los oficiales reales— y, detalle importante,
podían portar armas. Incluso en el asiento de 1635, el virrey accedió a que los mercaderes
pudiesen manifestar géneros prohibidos o llegados de contrabando en el Callao así que,
mediante el pago de una suma, las mercaderías podían ser ingresadas legalmente en el
virreinato132.
59 Sin embargo, el Consulado no siempre acogió con entusiasmo la celebración de estos
asientos, pues se exponía a correr los riesgos de cualquier alteración en el tráfico y, sobre
todo, porque conocía perfectamente las ventajas de los canales ilegales de
comercialización. Recolectar impuestos en un período en el cual la evasión era la norma
era un contrasentido. Así que, en realidad, estos asientos constituían el pago de un grupo
selecto de comerciantes —representados por el Consulado— al estado, para obtener a
cambio una serie de privilegios en materia de política comercial.
60 Como es sabido, la evasión fiscal en el tráfico mercantil alcanzó niveles exorbitantes en el
siglo XVII. Según Morineau, entre 1630 y 1660 se habría producido el fraude bajo la
189

modalidad del no registramiento masivo, apoyado por la complicidad de la


administración; pero a partir de 1660 se produjo el fraude absoluto (como el de las drogas
actualmente) en Tierra Firme133. Sin duda, el estado era consciente de este problema. Ya
en 1626, —y a raíz de la denuncia de Balbas— el Consejo de Indias reconocía que siempre
se había sabido que se eludían los registros, pero "nunca se había juzgado que el exceso y
atrevimiento huviese podido llegar a tanto"134. El mismo Consulado de Sevilla se había
dirigido al conde-duque de Olivares expresando que el asunto de los fraudes "es cosa que
S.M. no ignora y que tácitamente lo permite y disimula"135. Incluso un almirante de la
armada, don Alonso de Mujica, fue acusado, en 1634, de recibir plata fuera de registro;
algunos justificaron su comportamiento diciendo que el almirante recibía este dinero
"por ver que muchos de los peruleros se bolbían a Panamá con su plata, de modo que
registrando les quitarían mucho más de lo que ellos tenían de interés"136.
61 Ciertamente, los peruleros estaba directamente involucrados en el fraude. Repetidas
veces el Consulado de Sevilla instó al de Lima a terminar, "por amor a Dios", con la
presencia de los peruleros en Sevilla137. Pero las estrategias limeñas para participar
favorablemente en las ganancias del tráfico atlántico y los circuitos ilegales de comercio
ya estaban firmemente establecidas. Los factores de las compañías limeñas pagaban en el
Callao un 4% del valor de sus tesoros a los oficiales reales para poder embarcar la plata
fuera del registro; en Panamá la "tarifa" acordada era del 2%, y en el Boquerón y en
Portobelo debían pagar algo similar138. La razón de la existencia de este sistema
impositivo ilegal se justificaba porque, tanto en Portobelo como en España, los
mercaderes que vendían los géneros rehusaban correr el riesgo de aceptar plata
registrada o, si la aceptaban, entonces le rebajaban el precio. Lo cual quiere decir que
existían dos redes paralelas en este tráfico: la de la plata registrada y la de la plata por
registrar (ilegal), cuyo valor era bastante más alto que el de aquella que entraba en los
canales legales. Según el virrey Palata, de esta desigualdad nació también "la de las
compras, porque las que se hacían con plata de registro eran a precios excesivos, y con la
de por alto se minoraba mucho, y de unas a otras solía llegar la diferencia de un 30 ó 40
por ciento"139.
62 El establecimiento de este doble mercado requería no sólo del soborno a las autoridades
sino de la existencia de todo un sistema que permitiese un flujo de plata ilegal
ininterrumpido. La mayoría de los navíos sueltos que transportaban harinas a Panamá
llevaba plata, de tal manera que éstos regresaban cargados de mercaderías europeas. Este
comercio directo, que funcionaba bajo los esquemas de otro "reloj" comercial, fue el
motivo de los intentos de prohibir la introducción de harinas peruanas en el istmo a
mediados del siglo XVII. Otra modalidad consistía en registrar la plata en el Mar del Sur
como si su destino fuese Panamá, cuando en realidad era plata que pasaba directamente a
las flotas o a los canales caribeños de comercio directo140.
63 Tanto el Consulado como las autoridades gubernamentales del Perú explicaron repetidas
veces al monarca y al Consejo el porqué de este fraude masivo. En 1638, el virrey
Chinchón había enviado una comunicación al rey explicándole los graves daños que
causaban las confiscaciones de plata de particulares: los mercaderes dejaban de enviar el
dinero; si lo enviaban, lo hacían fuera de registro y, por tanto, aumentaba la avería y el
valor de la plata registrada era menor; el pago con juros e intereses podría beneficiar a
"los que viven en España, [pero no a]... los que ... ocupan [la plata] en sus tratos, y así casi
la juzga por perdida y les es fuerza vender esas consignaciones con notable pérdida" 141. La
desconfianza era tal, que los virreyes debían convencer a los mercaderes de enviar dinero
190

a España, como en 1644, cuando Mancera les aseguró que el rey se había comprometido a
no tomar el dinero. No obstante, el rey no cumplió, y el último secuestro de plata se
produjo en 1656, afectando seriamente a los mercaderes limeños142.
64 En 1654, el Consulado de Lima envió un extenso informe al rey sobre los motivos de la
drástica disminución del registro. El tribunal se quejaba de que los mercaderes del Perú
estaban en un estado "miserable" y que sus continuos reportes habían sido
sistemáticamente ignorados en España. Las causas del caos en el comercio eran múltiples.
Las continuas confiscaciones de plata desde el año 1620 habían obligado a los mercaderes
a eludir el registro; el aumento de la avería suponía, como mínimo, un incremento en los
costos del 20%; como el registro era muy bajo, los pocos ingenuos que habían registrado
habían pagado hasta 51% de avería en la década de 1650, de modo que este sistema estaba
"castigando a los obedientes". La entrega de juros por parte del rey los había obligado a
tener que venderlos en España a mitad de precio y, cuando el pago se había hecho en
vellón, habían perdido automáticamente 25% de su capital; el registro por "vía
imaginaria"143 había sido exagerado al exonerar a los que no participaban en el indulto; y
cuando había habido emergencias, igualmente éstas habían recaído sobre los que
registraban. Asimismo, la Casa de Contratación tardaba tanto en entregar la plata que
llegaba por canales legales, que la plata "extraviada" a Francia y Holanda llegaba más
rápido. Así, con la demora, los mercaderes no tenían tiempo de hacer bien sus
negociaciones, no podían regresar a Portobelo y, entretanto, tenían que colocar la plata
en préstamos en España, con lo que se perjudicaban los comerciantes limeños. Por último,
nadie quería registrar la plata porque cuando llegaba a Portobelo se depositaba en un
maestre nombrado por las autoridades panameñas y no hallaban quién quisiese venderles
mercaderías "por dinero registrado, aunque sea perdiendo la avería del Mar del Norte" y
cobrando intereses; así que muchos pensaban que era mejor quedarse en Lima y prestarla
con interés antes que enviarla registrada.
65 Según el Consulado de Lima, todos estos problemas traían, a su vez, una serie de
consecuencias. El metal llevado fuera de registro era plata labrada que no había pagado
derechos al rey y se intercambiaba directamente en Cádiz con los navíos extranjeros. Así,
los galeones llevaban más plata a los extranjeros que a los comerciantes españoles o al
rey, y la prueba evidente de ello era la considerable cantidad de metales que iba a
Inglaterra. Asimismo, y ya que los mercaderes del Perú se hallaban obligados a pasar "por
alto" a España y los mercaderes de España no querían comprar con plata registrada, no
montaban ferias en Portobelo. Una vez llegados a España, los mercaderes del Perú habían
enfrentado serios problemas con los ensayadores quienes, argumentando que la plata no
tenía la debida ley, les habían hecho perder más de un millón de pesos; portanto era
mucho mejor tratar con los extranjeros, que ofrecían mejores precios144. Y para empeorar
las cosas, había ocurrido una serie de graves problemas en el Perú en la década de 1650.
La baja de la moneda decretada luego del fraude de Gómez de la Rocha había causado una
pérdida de más de cuatro millones de pesos al comercio de Lima; además, los dos millones
de pesos entregados en préstamos en los últimos cinco años a mercaderes de Potosí y
Chile no habían podido ser recuperados, so pretexto del problema de la adulteración.
Incluso en Potosí habían "muerto a estancadas a tres personas deste comercio que
diligenciaban las cobranzas". Por último, había habido varias pérdidas de navíos. Todas
estas desgracias habían ocasionado la pérdida de más de ocho millones de pesos.
Finalmente, a esto habría que agregar la muerte de los más grandes comerciantes de
191

Lima, de modo que casi cinco millones de pesos que antes estaban envueltos en el
comercio se hallaban fuera de él145.
66 A pesar del exagerado dramatismo del Consulado, lo cierto es que el marco operativo del
sistema comercial debía ser modificado, por lo menos para colocar a la monarquía en una
posición más digna. Los problemas se habían estado arrastrando durante varias décadas y
se había llegado a un punto crítico. Pero fue recién a mediados de siglo, y con la severa
crisis de la avería, que la corona decidió reformular el sistema impositivo de las flotas,
cuando entre 1653 y 1655 el 99% del gravámen recayó en las arcas reales146. En 1660
fueron suprimidos los impuestos ad valorem que recaían sobre las exportaciones
americanas y se conservó el almojarifazgo para las mercaderías con destino a América. La
última modificación del sistema impositivo ocurriría en 1680, cuando los métodos de
tasación usados para la cobranza de los almojarifazgos se cambiaron al hacerse los
cálculos en función del volumen ocupado en palmos cúbicos y no tanto en su valor; éste
fue el nacimiento del derecho de palmeo, que se usaría extendidamente en el siglo XVIII147.
Según el sistema que se implantó en la década de 1660, cualquier persona podía llevar sus
caudales a España sin necesidad de registrarlos ni tendrían la obligación de ingresarlos a
la Casa de Contratación para conseguir, así, "el libre comercio de las Indias con España sin
el abuso del fraude de la falta de registro que con tanta frecuencia se ha practicado estos
años". Asimismo, no habría ningún libro oficial en donde figurasen las cantidades
transportadas y el Consulado del Perú podría mantener en secreto las cantidades
repartidas entre sus miembros148. La avería del Mar del Norte se convirtió, entonces, en
una contribución fija de 790 mil ducados (un millón 86,250 pesos de ocho), que se
distribuyó de la siguiente manera: los comerciantes del Perú pagarían 350 mil ducados;
los de México, 200 mil; Nueva Granada aportaría 50 mil ducados y, finalmente, la real
hacienda participaría con 150 mil ducados. La ausencia inicial de Sevilla en este asiento se
justificó porque, eventualmente, este comercio cubriría "las contingencias que se
pudiesen ofrecer en los viajes". Así, el mayor peso del mantenimiento de la armada en el
Atlántico recayó sobre el comercio limeño, "por ser el más grueso y de mayores
negociaciones"149.
67 El Consulado sostuvo largas reuniones con el virrey y, entre 1662 y 1664, se suscribieron
varios asientos que finalmente colocaron en manos del Consulado de Lima la
administración de la avería del Mar del Norte, la avería del Mar del Sur y la
administración de los almojarifazgos, alcabalas y Unión de Armas (las averías, por un
tiempo de diez armadas y las demás contribuciones por diez años). Ciertamente, el
desembolso era grande. El comercio de Lima debía pagar en cada armada 350 mil ducados
de avería del Mar del Norte, 102,500 pesos de avería del Mar del Sur y 127 mil pesos
anuales por concepto de los demás impuestos. A esto habría que agregar que el
Consulado, "graciosamente", se comprometió a aportar 60 mil pesos más en cada armada
y a prestar 150 mil pesos anuales. Por el contrario, en otras partes de América hubo
problemas en el cumplimiento de las cuotas. El Consulado de Sevilla protestó porque la
avería que supuestamente debían pagar los de Nueva España estaba recayendo en los
mercaderes peninsulares; y los comerciantes de Cartagena y Nueva Granada no pagaron.
De modo que, en 1667, se hizo un nuevo repartimiento mediante el cual el Perú y la real
hacienda se mantenían con la contribución de los 350 mil y 150 mil ducados
respectivamente; Nueva España pagaría sólo 90,909; Sevilla, 109,091 ducados; los
comercios de Nueva Granada y Cartagena, 20 mil ducados cada uno; y el saldo de 50 mil
ducados serían cobrados de los géneros llevados de España a Tierra Firme 150.
192

68 Sin duda, los mercaderes del Perú aceptaron estos pagos porque se sentían en la
capacidad de afrontarlos. Pero, además, las contribuciones tuvieron como contrapartida
concesiones administrativas de tal magnitud que el Consulado se convirtió en una suerte
de organismo para-estatal. El comercio del Perú se comprometió a pagar sus cuotas de
averías del Mar del Norte y del Mar del Sur en la caja real de Panamá quince días después
de la llegada de los galeones a Portobelo. En el primer asiento de la avería del Mar del
Norte (1662), el gremio limeño se encargaría de nombrar los comisarios y guardias
necesarios para la cobranza del dinero; dos comisarios serían vecinos de Panamá y los
otros dos irían a Tierra Firme con la armada. El dinero sería recolectado en el Boquerón
(Tierra Firme) mediante una prorrata que se haría a "arbitrio de buen varón". Todos los
metales y las mercaderías que pasaran por Tierra Firme pagarían los derechos estipulados
por el Consulado, incluyendo a los eclesiásticos e incluyendo también aquello que se
traficara fuera del tiempo de armada y "entre año en las fragatas de Nicaragua". Si el
monarca hacía alguna innovación, el contrato sería revocado. Todas las autoridades de
Panamá —el presidente, la audiencia y los oficiales reales y militares— estarían obligados
a auxiliar a los comisarios del comercio; por el contrario, los primeros sólo podrían
intervenir en caso de que fueran llamados expresamente por los representantes
consulares, porque en todo lo tocante a "conducción, cobranza y pasaje de la plata" los
agentes consulares eran los únicos autorizados. Los comisarios debían rendir cuentas al
tribunal de Lima, emitirían sus propias boletas y colocarían a sus ayudantes. El virrey se
comprometía a informarle al monarca que este asiento resultaba oneroso para el
comercio limeño y, por tanto, sería conveniente establecer una alternancia de dos años a
las armadas151.
69 En el segundo asiento (1664), el Consulado se mostró más exigente en las condiciones. El
Consulado nombraría a los administradores en el Callao y en Tierra Firme, y entrarían
únicamente dentro del fuero consular, de modo que ningún juez ni persona alguna podría
entrometerse. Se puso especial hincapié en que el virrey debía hacer cumplir las
condiciones del asiento en Tierra Firme y no permitir que las autoridades panameñas
pudiesen interferir en la administración. La contribución afectaría a los caudales y
mercaderías que se hallaren en Panamá; por tanto, ningún comerciante podría ser
obligado por su persona o caudales en el Perú. Además, como el rey había dado permiso
para que entrasen navíos de registro por Buenos Aires, se debían cobrar allí también los
derechos para incluirlos en las obligaciones del Consulado. Por último, el Consulado
aclaraba que, a pesar de que los comerciantes del Perú estaban pagando el mantenimiento
de la armada del Mar del Norte, este asiento no era de su competencia, pues ellos ya
estaban pagando los costos de la armada del Mar del Sur y, llegando a Portobelo, los
metales cambiaban de "dominio". Así, se debería considerar el gran esfuerzo que estaban
haciendo los peruanos para servir al rey152.
70 El asiento de la avería del Mar del Sur (1662) concedía más prerrogativas al Consulado. El
tribunal se reservaba el derecho a exigir que esta contribución estuviese considerada
dentro de los 350 mil ducados de la avería del Mar del Norte. Los comerciantes podrían
embarcar su dinero con quien quisieren; todos estarían afectos al pago (incluyendo la
plata de bienes de difuntos), con excepción de la de redención de cautivos y Jerusalén.
Asimismo, toda la plata y mercaderías que estuviesen en Panamá y Portobelo en tiempo
de armada, incluyendo la de los vecinos de Panamá, de "los valles", Guayaquil y otras
partes, debían contribuir. Los comisarios para la recolección de la avería del Mar del Sur
tendrían los mismos derechos que los de la Avería del Mar del Norte y sólo debían rendir
193

cuentas al Consulado; además, podían poner guardias en los navíos "en la misma forma
que lo hazían los oficiales reales" y tendrían "toda la facultad y jurisdicción que los
oficiales reales tenían para esta execución y cobranza". Los capitanes de mar deberían
entregar fianzas, "pues oy con la nueva forma de avería no es preciso haber partidas de
registro y se ha de asegurar la suma grande que ha de ir en su poder"153. El segundo
asiento de averías del Mar del Sur (1664) se firmó con la condición expresa de que les
fuera concedida también la administración de alcabalas, almojarifazgos y Unión de Armas
por diez años, a razón de 127 mil pesos anuales. Así, en total, el Consulado estaba
aportando 538 mil pesos más por los impuestos y dando préstamos por 150 mil pesos al
año154.
71 De modo que los comerciantes del Consulado de Lima se convirtieron en los principales
contribuyentes de la hacienda americana. En la segunda mitad del siglo XVII los
mercaderes aportaron entre préstamos extraordinarios y donativos más de seis millones
de pesos, mientras que en la primera mitad dieron tan sólo 277 mil 155. La crisis financiera
de la real hacienda, por otro lado, los convirtió en los principales prestamistas del estado.
Si los juros fueron comprados en su mayor parte por la órdenes religiosas, los préstamos
—que fueron cantidades mucho más grandes— siguieron siendo parte de las inversiones
de los grandes mercaderes, como en la primera mitad de la centuria. La diferencia, sin
embargo, era que ahora el estado, debido a la crisis de las cajas mineras, sí dependía
exclusivamente de este apoyo. En 1661, las deudas de la real hacienda ascendieron a dos
millones 418,528 pesos; veinte años más tarde, éstas habían alcanzado los cinco millones
783,783 pesos156. Estas contribuciones tuvieron como contrapartida el otorgamiento de
numerosos privilegios. Además de administrar los impuestos que recaían sobre el
comercio, fueron eximidos de pagar ciertos impuestos y de pagar los gastos de invernada
de la armada. Lograron el tratamiento de "señoría" para los miembros del tribunal y
mejores sitios en los actos públicos y, por lo menos, 17 mercaderes fueron nombrados
caballeros de la orden de Santiago, cuatro de Calatrava y otros cuatro de la de Alcántara 157
.

*****

72 En el transcurso del siglo XVII los mercaderes lograron paulatinamente incrementar su


participación dentro de las funciones del estado y las decisiones del gobierno. A pesar de
todos los esfuerzos, la ilusión metropolitana de controlar burocráticamente al Perú a
través de funcionarios leales y probos había fracasado. Los funcionarios estaban
vinculados a las élites locales, la corrupción se había extendido, los criollos habían
obtenido cargos públicos y la administración financiera del estado dependía seriamente
del endeudamiento interno. Incluso antes de 1660, cuando todavía no se había producido
una crisis severa de los ingresos de las cajas mineras, el estado descansaba
peligrosamente en los hombres de negocios de Lima. Así, funciones como la de
administrar el ejército de Chile o asegurar el buen funcionamiento de las minas de
Huancavelica cayeron en manos de financistas privados, que lograron amasar grandes
fortunas a costa de la falta de escrupulosidad en el manejo de los gastos públicos. Después
de 1660 la monarquía se encontró ante la dramática necesidad de reformular sus
relaciones con las élites mercantiles americanas, sobre todo la peruana, cuyo peso en el
comercio transoceánico era decisivo. Los diversos asientos que se firmaron entre 1660 y
1665 fueron acogidos, a la vez, con recelo y entusiasmo por parte de los peruleros. Con
194

recelo, pues no se sabía muy bien cómo iba a funcionar el nuevo sistema. Pero, sin duda,
la posibilidad que se abría a los mercaderes de administrar todos los impuestos que ellos
mismos debían pagar, de tener las prerrogativas de los funcionarios reales y por último,
de establecer condiciones que les permitían tomar decisiones relativas a la política
comercial, eran las vías más directas para asegurar su posición dentro del virreinato. La
euforia los llevó, incluso, a ofrecer más de lo que había pedido el rey, y a colaborar con
más donativos, préstamos y con el incremento de las sumas de los asientos. Sin embargo,
una serie de factores adversos confluyó en la segunda mitad del siglo XVII y convirtió a los
asientos en una pesada carga que terminaría de una vez por todas con el sistema de flotas
y galeones. De todos ellos, Tierra Firme era uno de los más serios.

NOTAS
1. AGI Lima 143. Memorial de Juan de Velveder.
2. Relación de gobierno del virrey Alba de Liste, Hanke, ed., Los virreyes españoles, IV, 134.
3. Sobre las empresas privadas en la conquista del Perú cf. Rafael Varón, La ilusión del poder.
Apogeo y decadencia de los Pizarro en la conquista del Perú (Lima: IEP, 1996). Un análisis sobre el papel
desempeñado por la monarquía absoluta española en la formación del estado en las colonias se
puede encontrar en Horst Pietschmann, El Estado y su evolución al principio de la colonización
española de América (México: FCE, 1989); John Elliott, "La conquista española y las colonias de
América" y "España y América en los siglos XVI y XVII", Bethell, ed., Historia de América Latina,
vol. 1:125-169, vol. 2: 3-44. Reflexiones sobre el estado y la sociedad se pueden encontar en Stuart
B. Schwartz, "State and Society in Colonial Spanish America: An Opportunity for Prosopography",
Graham y Smith, eds., New approaches to Latin American History, 3-35. Sobre la administración
española cf. Lynch, Los Austrias (1516-1598), 231 y ss; John Elliott, La España imperial, 1469-1716
(Barcelona: Vicens-Vives, 1983), 173-191; España y su mundo, 1500-1700 (Madrid: Alianza, 1991), I
parte; Geoffrey Parker, Felipe II (Madrid: Alianza, 1989), 44-59; Rosario Villari y Geoffrey Parker,
La política de Felipe II. Dos estudios (Valladolid: Secretariado de Publicaciones e Intercambio
Científico, Universidad de Valladolid, 1996), 91.
4. El fenómeno de la corrupción ha sido estudiado por Horst Pietschmann, "Burocracia y
corrupción en Hispanoamérica colonial. Una aproximación tentativa" Nova Americana (Torino), 5
(1982): 11-37, y en El Estado y su evolución, 163-181; Kenneth Andrien, "Corruption, Inefficiency
and Imperial Decline in the Seventeenth-century, Viceroyalty of Peru", The Americas, 41 (1984):
1-20. Para una visión de conjunto sobre la burocracia cf. Puente Brunke, "La burocracia en el
virreinato del Perú".
5. Sobre el acomodamiento de la población indígena a las pautas de poder español hay una
extensa bibliografía. Para el siglo XVII cf. el libro de Ana María Lorandi, De quimeras, rebeliones y
utopías. La gesta del inca Pedro Bohorques, (Lima: PUCP, 1997), especialmente cap. 1. Los problemas
que atravesó la administración en otras áreas del imperio, como Italia o Flandes, son ilustrativos.
Cf. Helmut G. Koenigsberger, La práctica del imperio (Madrid: Alianza, 1989); Rosario Villari, La
revuelta antiespañola en Nápoles. Los orígenes (1585-1647), (Madrid: Alianza, 1979), cap. 1; Geoffrey
Parker, El ejército de Flandes y el camino español, 1567-1659 (Madrid: Revista de Occidente, 1976); y los
artículos de Geoffrey Parker, "España, sus enemigos y la rebelión de los Países Bajos, 1559-1648" y
Jonathan Israel, "Un conflicto entre imperios: España y los Países Bajos, 1618-1648", en John
195

Elliott, ed., Poder y sociedad en la España de los Austrias (Barcelona: Crítica, 1982), 115-144 y 145-197.
Para una discusión sobre el surgimiento del estado moderno véase Charles Tilly, ed., The
Formation of National States in Western Europe (Princeton, New Jersey: Princeton University Press,
1975), cap. 1, 2 y 9.
6. Lynch, Los Austrias (1598-1700), 21-24, cap. 8 y pássim; Spanish American Revolutions, 1808-1826
(New York, London: Norton, 1986, 2da ed.), 7; "The Institutional Framework"; Muro Orejón, "La
reforma del pacto colonial en Indias"; Spalding, ed., Essays in the Political, especialmente Karen
Spalding, "Introduction", vii-xx y Murdo MacLeod, "The Primitive Nation State", 53-68.
7. AHML, Libro VI, f. 124r; AGI Lima 109, f. 16r.
8. En 1670 se dio una real cédula para que el virrey no admitiese a los mercaderes cargadores en
los corregimientos sin haber satisfecho previamente sus deudas, AHML, Libro X, 11.
9. Burkholder and Chandler, De la impotencia a la autoridad, 29 y ss; Andrien, "The Sale of Fiscal
Offices" y Crisis and Decline, 103 y ss.; Escobedo, Control fiscal, 63, 83 y ss; John H. Parry, The Sale of
Fiscal Offices in the Spanish Indies under the Habsburgs (Berkeley: University of California
Press,1953).
10. Cf. Andrien, Crisis and Decline, 60 y "The Sale of Juros". Las monarquías europeas conocían muy
bien los peligros que acarreaba recurrir a financistas, cf. Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros
(Barcelona: Crítica, 1977), 2 tomos; Ruiz Martín, "La banca en España hasta 1782", Sampedro, ed.,
El Banco de España; Henri Lapeyre, Simon Ruiz et les "Asientos" de Philippe II, (París: Armand Colin,
1953); James C. Boyajian, Portuguese Bankers at the Court of Spain, 1626-1650, (New Brunswick, New
Jersey: Rutgers University Press, 1983). Para el caso francés cf. Julian Dent, Crisis in Finance. Crown,
Financiers and Society in Seventeenth Century France (Newton Abbot: David & Charles, 1973).
11. Para un extenso análisis sobre la administración de la guerra en España véase I.A.A.
Thompson, Guerra y decadencia.
12. I.A.A. Thompson, Guerra y decadencia, 314-315.
13. Phillips, Seis galeones para el rey de España, 53-54.
14. Cf. Elliott, "España y América", 7. Sobre la capacidad de las instituciones indianas de tomar
decisiones a pesar de las instrucciones peninsulares cf. John Leddy Phelan, "Authority and
Flexibility in the Spanish Imperial Bureaucracy" Administrative Science Quarterly, 5 (1960): 47-65.
15. AGI Lima 109. Carta del licenciado Pedro de Azaña, regidor y procurador del cabildo, a la
reina. Lima, 1668.
16. Andrien, Crisis and Decline, 133-134; Lynch, "The Institutional Framework".
17. AGI Lima 143. "Memorial y apuntamiento sumario de algunos casos muy importantes al
reparo y aumento de las rentas reales de su magestad para estos reinos del Perú y España que
piden reformación, orden y concierto en su administración". El memorial revisado tiene como
fecha el año 1612. Sin embargo, en 1608 el virrey Montesclaros le informaba al rey que había
estado buscando los papeles que Velveder le había dado al conde de Monterrey. AGI Lima 35.
Carta de Montesclaros al rey. Callao, 11 de abril, 1608.
18. AGI Lima 143, "Memorial", punto 4.
19. Ibid. punto 24.
20. Ibid. punto 26.
21. Ibid. punto 38.
22. AGI Lima 143; AGI Lima 35. Carta de Montesclaros al rey. Callao, 11 de abril, 1608; AGI Lima
570, f. 284v. Cf. también Pedro Rodríguez Crespo, "Fichero de cédulas reales (1607-1615)"
Cuadernos del Seminario de Historia, (Lima: IRA, 1970), 10: 79; y Manuel Moreyra Paz Soldán, "Cuatro
cartas de Marqués de Monstesclaros referentes a las minas de Huancavelica", Revista Histórica,
XVIII (1949): 86-105.
23. AGI Lima 162. Carta de Clemente de Silva al rey. Lima, 1 de mayo, 1634; AGI Escribanía de
Cámara 568-B.
196

24. AGI Lima 114. Carta de los oficiales reales de Lima al rey. Lima 4 de mayo, 1622. Este problema
fue constante en todo el siglo XVII, hasta que Palata intentó remediar la situación, AGI
Contaduría 1780-A. En 1623 se llevó a cabo un proceso contra el Tribunal de Cuentas del Perú, AGI
Escribanía de Cámara 505-A.
25. AGI Lima 52. Carta del virrey al rey. Callao, 20 de junio, 1644, 176v. Se le advertía al monarca
que la revisión de esta caja debía hacerse con mucho cuidado para evitar los desmanes de la
década del 1620, cuando los mineros gritaron "Ahora es tiempo [de] que el rey nos a menester."
26. Jacinto y Pedro Manrique, descubridores de las minas de Conchucos, defraudaban a la
hacienda, cambiaban los hitos y se quedaban con las vetas más ricas. AGI Lima 51. Del Virrey al
rey. Lima, 3 de julio, 1643, lib. I, f. 73r-76r; Lima 52, lib. III.
27. AGI Escribanía de Cámara 515-C.
28. El rey envió dos misivas el mismo día. AGI Lima 571. Carta del rey al virrey Montesclaros.
Valladolid, 13 de marzo, 1610, lib. 17, f. 56-57v, 58v. Cf. Rodríguez Crespo, "Fichero de cédulas",
88-89.
29. Andrien, Crisis and Decline, 33-34, Table 7,67; cf. también Peter Bradley, "The Cost of
Defending a Viceroyalty: Crown Revenue and the Defense of Peru in the Seventeenth Century",
Ibero-Amerikanisches Archiv, 10, no.3 (1984): 267-289; y B.H. Slicher van Bath, Real Hacienda y
economía en Hispanoamérica, 1541-1820, (Amsterdam: CEDLA, 1989), 100 y ss.
30. Cf. Andrien, Crisis and Decline, 49-50. La propia caja de Potosí se apoyaba en los préstamos para
enviar las remesas a Lima. En 1643, por ejemplo, el virrey Mancera se quejaba que la política de
las autoridades de Charcas de no permitir los empréstitos a la caja para, de este modo, dejar que
la plata privada fluya con más normalidad, había ocasionado que la "plata se a detenido más que
nunca y al contrario en otros años los empréstitos eran grandes y la plata salía más temprano".
AGI Lima 51. Carta de Mancera al rey. Callao, 16 de junio, 1643, 56r-v. Cf. cap. 4.
31. Andrien, Crisis and Decline, Tabla 3, 54-55.
32. Franklin Pease y Héctor Noejovich, "La cuestión de la plata en los siglos XVI-XVII", (Lima:
manuscrito inédito, 1992), 5; Van Bath, Real Hacienda y economía, 57 y ss.
33. Para el caso de los bancos, ya que era un período corto, sí se ha hecho esta inspección
minuciosa, cf. apéndice 3.
34. AGI Contaduría 1706, 1707, 1708, 1709, 1710, 1711, 1712, 1713, 1714, 1715, 1716, 1717, 1718,
1719. El ramo de "Extraordinarios" es una verdadera caja de Pandora y se encuentran no sólo
préstamos, sino también multas cobradas por contrabando o composiciones e, incluso,
información anecdótica. En 1635, por ejemplo, el virrey pidió animales feroces para enviar al
monarca, quien estaba formando un zoológico: el famoso escultor Pedro de Noguera hizo las
jaulas por lo que recibió un pago en la caja de Lima, AGI Contaduría 1719, 497.
35. La publicación de las cuentas de las cajas reales por John TePaske y Herbert Klein, The Royal
Treasuries of the Spanish Empire in America, 3 vol., (Durham: North Caroline, 1982) y su
interpretación como indicadores de la actividad económica, cf. "The Seventeenth-Century Crisis
in New Spain", han dado lugar a un largo debate. Para los problemas que suscita el manejo de las
cifras fiscales, cf. las críticas de Henry Kamen y Jonathan Israel, "Debate. Seventeenth Century
Crisis in New Spain"; Samuel Amaral, "Public Expenditure Financing in the Colonial Treasury: An
Analysis of the Real Caja de Buenos Aires Accounts, 1789-91", HAHR, 64, no.2 (1984): 287-295;
David Brading, "Facts and Figments in Bourbon Mexico", Bulletm of Latin American Research, 4, no.l
(1985): 61-64; Javier Cuenca Esteban, "Of Nimble Arrows and Faulty Bows: A Call for Rigor", HAHR,
64, no .2 (1984): 297-303; Van Bath, Real Hacienda y economía, 6, 142. Un balance del conjunto de
objeciones se puede encontrar en Herbert Klein y Jacques Barbier, "Recents Trends in the Study
of Spanish American Colonial Public Finance", Latin American Research Review, XXIII, no. 1 (1988):
35-62.
36. Klein, Las finanzas americanas, 52, 145 y pássim.
37. Pease y Noejovich, "La cuestión de la plata", 26-27.
197

38. Fred Bronner, "La Unión de Armas en el Perú. Aspectos político-legales", AEA, XXIV (1967):
1133-1171.
39. Andrien, "The Sale of Juros", 6; Crisis and Decline, 56-60. A conclusiones similares llega Slicher
van Bath, cuando afirma que la producción de plata bajó y con ella los ingresos del gobierno
después de 1640; pero no fue una "crisis general" pues se produjo un leve crecimiento en el
comercio, Real Hacienda y economía, 141.
40. AGI Indiferente General 2511, f. 12v.
41. AGI Lima 113. Carta de los oficiales reales al rey. Lima, 25 de abril, 1611.
42. AGI Lima 52. Carta del virrey Mancera al rey. Lima 25 de enero, 1644 y 16 de julio, 1644.
43. Sobre los bienes de difuntos cf. Carlos Alberto González Sánchez, Dineros de ventura: la varia
fortuna de la emigración a Indias (siglos XVI-XVII), (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1995).
44. AGI Contaduría 1707, "Empréstitos", "Extraordinarios", "Situado de Chile", "Gastos de
Guerra" años 1617-18, 1618-19; Contaduría 1716, 1631-32, "Extraordinarios".
45. Lohmann, Los regidores perpetuos, I, 200.
46. TePaske y Klein, The Royal Treasuries, 1, 296 y ss.
47. Se habla aquí de comparación aproximada porque los sumarios no tienen separados
claramente los empréstitos de los trueques y están ordenados por años fiscales. Aquí se
agruparon los préstamos de los bancos por años cronológicos para, en el caso del banco de Cueva,
poder establecer una comparación con los préstamos privados.
48. AGI Contaduría 1708, 1621-22, f. 37v. Aquí, o ha habido un error de los oficiales —que
colocaron la partida en el "Cargo" en lugar de en la "Data"—, o es que el manejo de las cuentas es
mucho más confuso de lo que uno se imagina y se están colocando en la "Data" las partidas de
intereses, de modo que al hacer la suma total no aparezca una exagerada diferencia entre el
"Cargo" y la "Data".
49. AGI Contaduría 1714, empréstitos, f. 93-97.
50. AGI Contaduría 1717, f. 104. Censos y juros se colocaban a una tasa baja de 5%, mientras que
los préstamos tomados de algunas cajas, como la de bienes de difuntos, usualmente no cobraban
interés alguno, Andrien, Crisis and Decline, 73.
51. AGI Contaduría 1715, f. 119 y ss.
52. El 6 de noviembre de 1631, por ejemplo, los oficiales reales hicieron una consulta al virrey y
"dixeron que por falta de reales estaban detenidas algunas pagas y era necesario vender barras
que avia en ella y que entonces tendría valor el ensayado respecto del despacho del navio de
México", AGI Contaduría 1716, 1631-32, f. 504.
53. AGI Contaduría 1706, 1615-1616, f. 155. El mismo año hay otra partida en la "data" que dice
que el cambio se hizo a 142 1/2% "ques a como corría entonces en esta ciudad conforme a la
condición de Baltazar de Lorca y Juan de la Cueva banqueros", f. 119.
54. AGI Contaduría 1714, Cargo, empréstitos, f. 93-97.
55. AGI Contaduría, 1618-19, Data, empréstitos, f. 135-145.
56. AGI Contaduría 1707, Data, extraordinarios, f. 138-149.
57. AGI Contaduría 1709, Data, f. 183-184.
58. AGN Nieto Maldonado #1216, f. 1796r-1797v
59. AGN Sánchez Vadillo #1765, f. 1020r-1021r.
60. AGN Gonzáles de Balcázar #774, f. 483r-484r.
61. AGN Nieto Maldonado #1226, f. 1530v-1531v. Castro firmó un asiento con el virrey
Guadalcázar para fabricar un galeón que reemplazase al "Jesús María", que luego de 22 años ya se
encontraba en una situación irreparable. Concertaron el precio en 76 mil pesos y estando en
construcción el galeón fue destruido por los holandeses. El virrey Chinchón lo obligó a entregar
un nuevo navio. Castro terminó en manos de Cueva, a quien incluso le vendió unas propiedades
que tenía en Lima, cf. Francisco López de Caravantes, Noticia general del Perú, I, 137, 168.
62. AGN Jerónimo de Valencia #1922, f. 594r-v.
198

63. AGN Pedro Juan de Rivera #1621, f. 80r-82v, 114r-v. Según el licenciado Cacho de Santillana, el
gasto de la armada era excesivo; sugería que se mandase "que los generales y oficiales della no
sean parientes ni criados de los virreyes ni de los ministros de la Audiencia" y que si se tomase un
asiento se vería claramente los excesos en los gastos. AGI Lima 143. Carta del licenciado Cacho de
Santillana al rey. Lima, 14 de mayo, 1613.
64. AGN Nieto Maldonado #1226, f. 826r-827v.
65. Según Caravantes, en los últimos nueve años se había gastado en la armada 450 mil pesos de
ocho por año, de modo que la oferta de Lea Plaza y Medina era favorable a la hacienda. Los
contratistas debían pagar sueldos y raciones de la gente de mar y de la "gente de guerra";
asimismo, debían dar raciones a los 200 infantes que acompañaban las remesas que llegaban
desde Arica y llevarlas a Panamá. Por último, debían cubrir los gastos de carena de los navios.
Cuando se les dio en "aldahala" el cobro de la avería "que le solía valer a S.M. doce mil pesos
ensayados", los oficiales calcularon que en manos privadas este derecho ascendería a 40 mil,
López de Caravantes, Noticias, I, 149-150. Cf. también Lohmann Villena, Historia marítima, t. IV, 75.
No obstante las expectativas, este asiento fue un completo fracaso y al cabo de cuatro años de
asiento el estado de la armada era desastroso, cf. Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado, 188
y ss.
66. Si Cueva no podía cobrar de la caja, le daban poder para hacer barata, asumiendo todos los
costos, AGN Nieto Maldonado #1210, f. 805r-807v.
67. Cf. para el siglo XVIII el trabajo de Lyman L. Johnson, "Los efectos económicos y políticos del
gasto militar en el Buenos Aires colonial", HISLA, 9 (1987): 41-57. Sobre el situado de Buenos Aires
en el siglo anterior cf. Zacarías Moutoukias, "Power, Corruption, and Commerce: The Making of
the Local Administrative Structure in Seventeenth-Century Buenos Aires", HAHR, 68, no. 4(1988):
771-801.
68. Cf. Suárez, "Ciencia, ficción", 316-17.
69. Cf. Armando de Ramón y José Manuel Larraín, Orígenes de la vida económica chilena, 1659-1808,
(Santiago: Centro de Estudios Públicos, 1982), 44; Juan Guillermo Muñoz Correa, ed., Instituciones y
funcionarios en Chile colonial, (Santiago: Universidad de Chile, 1992).
70. AGI Contaduría 1716, año 1631-32, f. 440.
71. Cf. Juan Eduardo Vargas Cariola, "Financiamiento del ejército de Chile en el siglo XVII",
Historia (Santiago), 19 (1984): 159-202.
72. Vargas Cariola, "Financiamiento del ejército", 180; cf. también Armando de Ramón,
"Mercaderes en Lima, Santiago de Chile y Buenos Aires, 1681-1696", Historia: problema y promesa.
Homenaje a Jorge Basadre, (Lima: PUCP, 1978), I, 164.
73. AGN Nieto Maldonado #1228, f. 875r-v.
74. AGI Contaduría 1713, año 1628-29, f. 537. En la mayoría de los casos estas falsas noticias eran
intencionalmente provocadas con el fin de especular. Cuando Chinchón llegó al virreinato ordenó
la salida individual de los navios del Callao, para así evitar su confusión, el alboroto del reino y
gastos excesivos en la real hacienda, López de Caravantes, Noticia general, I, 199.
75. AGI Contaduría 1714, año 1629-30, f. 397. Era de común conocimiento que la real hacienda era
defraudada en la caja de Concepción, AGI Contaduría 1716, años 1631-32, f. 440.
76. AGI Contaduría 1715, año 1630-31, f. 595.
77. AGI Contaduría 1715, año 1630-31, f. 566.
78. Ramón y Larraín, Orígenes, 254 y ss. Las mercaderías enviadas por el situado de Chile
consistían en: valumen, bayetas, brea de Nicaragua, cordellates, jabón, lona, medicinas, medias de
lana, paños de Quito y de Segovia, papel, seda, tafetán, cañones, aceite, agujas, azúcar, azafrán,
aguardiente, cuchillos, hilo, plomo, tijeras, cobre, estaño, ropa de Castilla, armamento, espadas
de Alemania, Génova y Francia, frazadas, sal y ropa confeccionada. AGI Contaduría 1707-1719.
79. AGN Nieto Maldonado #1217, f. 685v-687r, 954r-956r, 1039r-1040r, 1041r-v; AGN Nieto
Maldonado #1221, f. 1187r-1188r, 1194r-1195r; AGN Nieto Maldonado #1219, f. 603v-606v. En
199

noviembre de 1626, Antonio de la Cueva le extendió poder a Cuadrado para cobrar a sus deudores
en Chile, AGN Nieto Maldonado #1218, f. 2333r-v; Francisco Rodríguez Riso también compró
mercaderías a Cueva para llevar a Chile, #1219, f. 780r-782r. Don Pedro Arias de Molina, tesorero
de la caja de Concepción, tenía cuenta corriente en el banco, AGN Nieto Maldonado #1218, f.
2407r-v. En 1631 el capitán Andrés de Zeraín, residente en Santiago, le compró hierro a Cueva; en
1633 Cueva le daba poder a él y a Francisco Ortiz, ambos mercaderes de Santiago, para que
cobrasen a sus deudores, AGN Nieto Maldonado #1228, f. 1104v-1106v; #1232, f. 411r-v.
80. AGI Contaduría 1711, años 1626-27, f. 195-215.
81. AGI Contaduría 1714, año 1629, f. 403.
82. AGN Nieto Maldonado #1225, f. 3295r-3297r.
83. AGI Contaduría 1717, f. 474.
84. Suardo, Diario, II, 34.
85. AGI Contaduría 1708, años 1621-22, f. 90-98; AGI Contaduría 1711, años 1626-27, f. 195-215.
86. AGN González de Balcázar #772, f. 83-84r. En abril de 1624, Cueva le vendió diez quintales de
brea a Marcos Antonio de Aguilar para llevarlos a Chile; el pago se haría en Chile, a Lorenzo
Cuadrado, AGN Valenzuela #1942, f. 590r-v.
87. Cueva lo endeudó con Melchor Malo de Molina (11 mil pesos) y con doña Leonor de
Sotomayor (4,235 pesos). AGN Nieto Maldonado #1219, f. 1122r-1125v, 1337r-1340v.
88. AGN Nieto Maldonado #1218, f. 2479r-2480r.
89. AGN González de Balcázar #776, f. 929r-930r. El gobernador le pedía a Cueva por carta
"misiba" que les prestase el dinero.
90. AGN Nieto Maldonado #1225, f. 3397r-3398v. En 1643 hubo un litigio entre la audiencia de
Lima y los albaceas de don Francisco Lasso, por partidas de oro que el fiscal encontró sin quintar
en el colegio de la Compañía de jesús. AGI Lima 51. Carta del virrey al rey. Lima, 26 de mayo, 1643,
f. 68r-69v.
91. AGN Nieto Maldonado #1213, f. 303v-304v, f. 305r-v, 306r-308v.
92. En 1619 Pedro Rico fue a Chile como encomendero de Cueva para comprar sebo, AGN
González de Balcázar #766, f. 1185r-v. Más tarde, Cueva le dio una cesión a Pedro Rico para que
cobrase en Chile a Pedro de San Martín, residente en Concepción, 5,600 pesos que Rico lastó como
fiador de San Martín. Rico, a su vez, le dio cesión a Cuadrado para que los cobrara y se quedase
con el dinero, como parte de los seis mil pesos que le debía por la compra del navio "La
Concepción" que habían comprado a medias, AGN Nieto Maldonado #1218, f. 2419v-2420v.
93. AGN Nieto Maldonado #1215, f. 446v-447v.
94. AGN Nieto Maldonado #1218, f. 1827v-1829r.
95. La compañía realizó dos viajes y luego fue disuelta sin ajustar las cuentas de los fletes y
"demás aprovechamientos" de los viajes. En el finiquito declararon que en el saldo no se
comprendían los aprovechamientos del navio "San Juan" que arrendaron a Andrés de Urain (?),
cuyas cuentas debían ser rendidas por los maestres Francisco Andrea y Pedro Díaz de Santiago;
tampoco entraba la deuda de seis mil pesos que le debía Rico a Cuadrado por la venta del navio
"Nuestra Señora de la Concepción"; fueron testigos Juan de la Cueva y Francisco de Villanueva,
AGN Nieto Maldonado #1218, f. 2416r-2417v. Este último recibió el cargo de receptor de avería en
compensación por seis mil ducados que había prestado al rey; pero su cargo fue luego vendido y
provocó un pleito, cf. Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado, 183.
96. AGN Cristóbal Rodríguez #1642, f. 255r-256r.
97. AGN Nieto Maldonado #1225, f. 3619v-3625v.
98. Suardo, Diario, II, 96.
99. AGI Lima 52, f. 126r-131r.
100. Los asentistas entablaron pleito con la real hacienda. La compañía de Pérez de las Cuentas
argumentó que había pagado todas "las mitas de verano e invierno sin falta ni disminución
alguna, y muchos de los mineros no cumplieron con el entrego del azogue", de modo que había
200

una deuda de 70,750 pesos ensayados en favor de los asentistas, AGI Escribanía de Cámara 502-A,
año 1600, f. 1r-v. Para un estudio detenido de los avatares de estas compañías cf. Lohmann, Las
minas de Huancavelica, cap. VII y pássim; y Carlos Contreras, "El azogue en el Perú colonial
(1570-1650)" (Lima: Tesis de bachiller, PUCP, 1981), 88-127.
101. En 1629 se hizo asiento con Francisco de la Fuente Velasco —asentista del situado de Chile—,
para que transportara en sus navios "San Bernabé" y "Nuestra Señora de la Alta Gracia" el azogue
desde Lima-Chincha a Arica; fueron sus fiadores, Martín López Caballón, Lorenzo Cuadrado,
Cristóbal de Tapia y Juan de Esquivel. AGI Contaduría 1714, f. 403.
102. Una carta-cuenta del azogue entregado en Arica a los dueños de recuas revela los nombres
de aquellos que estaban involucrados en el trajín Arica-Potosí: Pedro Camino Delis (consorcio
Cueva), Juan de León, Juan Francisco de Acuña, Baltazar Vicente Barreto, Bartolomé Ruiz Majano,
Sebastián Martínez, Gabriel Campos, don Diego Mazariegos (consorcio Cueva), Marcos Enríquez,
Francisco González de la Espada, Diego Bernal (consorcio Cueva), Pedro Vélez y Francisco
Hernández Corbacho. AHCMP, CR 229, 138r-v.
103. En la época de Carlos Corso (1580) ya lo hacían. No entregaban el dinero a las cajas para que
éstas no pudiesen pagar y los mineros se vieran obligados a vender ilícitamente el mineral,
Lohmann, Las minas de Huancavelica, 108-109.
104. Lohmann, Las minas de Huancavelica, 211, 217, 222 y pássim. Según Lohmann, los mineros "o
retenían el dinero, en cuyo caso disfrutaban prácticamente de una renta vitalicia a costa de los
naturales, o con esa misma suma contrataban los servicios de voluntarios. Como éstos no
figuraban en los padrones oficiales, el mineral que extraían evadía todo control fiscal, pudiendo
ser expendido de matute, sin ninguna dificultad, en los asientos mineros aledaños a
Huancavelica, donde tenía gran aceptación, puesto que su precio era inferior al que ofrecía el
estado y la plata que con el mismo se beneficiaba, también escapaba a cualquier intervención
gubernativa, con la consiguiente elusión de impuestos en todos los puntos", Ibid. 259.
105. Cf. Lohmann, Las minas de Huancavelica, 361 y ss.
106. AGI Contaduría 1714, f. 433-440. En 1630, Rodrigo Diez de Viera aparece comprando herrajes
a Cueva. AGN Nieto Maldonado #1226, f. 44r-v.
107. La propiedad contaba con un obraje provisto de telares para frazadas, costales, jergas y
alforjas; tenía también tornos, pesas y un buen stock de lana. Además de los sembríos de cebada y
trigo, la hacienda poseía ganando: había yeguas, muías, 2,208 ovejas, 388 cerdos y 3,246 cabezas
de ganando vacuno. El convento recibía la suma de 8,500 pesos de ocho anuales por el
arrendamiento. AGN Sánchez Vadillo #1747, f. 456r-466v.
108. AGN Nieto Maldonado #1212, f. 2492r-2493v,
109. AGN Nieto Maldonado #1214, f. 1098r-1100r.
110. La asociación funcionaría desde el 22 de junio de 1621 para transportar la plata de la "mita
de dos meses para la paga de los indios"; se deberían reemplazar las muías que muriesen, se
deberían llevar libros y ninguna de las partes podría abandonar la compañía. Al finalizar el
contrato con el virrey, la compañía debería intentar prorrogarlo. Esta compañía contrajo una
deuda con el tesorero Pedro Bermúdez en Lima, en la cual apareció como fiador Juan de la Cueva.
Se hizo una escritura de deudo y resguardo mediante la cual Solier declaraba que Cueva no
pagaría nada en caso de que no cumpliese con el tesorero, AGN Nieto Maldonado #1210, f.
353r-359v.
111. AGN Torres de la Cámara #1890, f. 670r-672r.
112. AGN Nieto Maldonado #1215, f. 669v-670v.
113. AGN Sánchez Vadillo #1762, f. 566r y ss.
114. Cueva terminó pagando por ellos y le fueron cedidas deudas incluso en Potosí. AGN Nieto
Maldonado #1233, f. 2777v-2578v.
201

115. AGN Nieto Maldonado #1233, f. 2383v-2384v. En 1631 le debían a Cueva el arrendamiento
desde 1627. Marcos Yñíguez de Mesa hizo postura cuando se vendió el cargo de alguacil mayor de
Huancavelica, en 1628. AGI Escribanía de Cámara, 507-B.
116. Estos eran portugueses. En 1636 Fernández Vega fue apresado por la Inquisición, cf. Suardo,
Diario, II, 130. Sobre la "conspiración portuguesa" de Huancavelica, en 1611, cf. Lohmann, Las
minas de Huancavelica, 237.
117. AGN Nieto Maldonado #1217, f. 832r-833v.
118. AGN Nieto Maldonado #1221, f. 403r-409v. Se incluye un poder de Orejón para hacer barata
por una deuda de cuatro mil pesos; Fernández Vega podría endeudarlo "con el interés que le
pareciere". Le cobraron 21.5% de intereses.
119. El registro notarial incluía un poder de Yñíguez para que Fernández lo pudiese obligar hasta
en 50 mil pesos en compra de mercaderías o en dinero prestado, AGN Nieto Maldonado #1221, f.
375r-378r.
120. Se inserta una escritura en donde Orejón le da permiso para que "tome los dichos pesos tres
mil pesos en dinero a daño a qualesquier personas con el ynterés y ganancia que le pareciere de
modo que fuera del dicho daño queden libres los dichos tres mil pesos, obligándome a que siendo
en el dicho dinero pagaré el dicho principal e ynterés del dicho daño". AGN Nieto Maldonado
#1219, f. 452r-456v.
121. AGN Nieto Maldonado #1225, f. 2732r-2735v; #1227, f. 1835r-1838r.
122. Suardo, Diario, I,72.
123. AGN Nieto Maldonado #1233, f. 2383v-2384v. Pero no sólo los trajineros tenían relación con
el banco. El 26 de octubre de 1626, el gobernador de Huancavelica, don Francisco Sigoney y Lujan,
le extendía poder a Cueva para que cobrase de la caja de Lima 6,492 pesos y para que lo tomase
para sí, por cantidad de pesos que le debía. AGN Jerónimo Bernardo de Quiroz #222, f. 430r-v.
124. AGI Charcas 19. Carta de Portugal al rey. 23 de febrero, 1617. Además, era público que los
"trajineros" no entregaban todo el mercurio que se les entregaba, aduciendo mermas en el
transporte, AGI Charcas 36. Carta de Pastrana al rey. Potosí, 1 de junio, 1621.
125. AGI Lima 162. Carta de Pedro del Castillo al rey. Lima, 12 de mayo de 1634.
126. AGI Lima 143. Memorial de Juan de Velveder, punto 6b y 7a.
127. AGI Lima 161. Certificación del doctor Juan de la Celda, 20 de marzo, 1632.
128. Lohmann, Las minas de Huancavelica, 453-455. Según Brading y Cross, el consumo de mercurio
se mantuvo alto hasta 1680; cf. sus estimaciones en "Colonial Silver Mining".
129. ANB, C 1867. Sandia, 26 de marzo, 1666.
130. AGI Escribanía de Cámara 516-A, "El fiscal contra don Pedro de Montoya", año 1667-1671, f.
5r y ss; Ibid. "Testimonio de... los fraudes del azogue", f. 2r y ss, 6r, 12v, 15r, 22v, 114r y ss.
131. AHCMP, CR 229, f. 127r-128v. Se notificaron a todos los mineros de Chocaya: don Alonso de
Ortega, Gonzalo Díaz Montero, Miguel de Mendizaval, Nicolás de Larando, Agustín de la Valle,
Francisco de Bolívar, Pablo de Espinosa, Fernando Ortiz de Medina, Josephe Hernani y Andrés de
Castro.
132. AHL, LTC-2, f. 23, 33, 36, 52, 53, 69, 54. Para una explicación pormenorizada de los asientos
en la primera mitad del XVII, cf. Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado, 174-178, 185-211.
133. Morineau, Incroyables gazettes, 560-562.
134. AGI Panamá 1. Relación del Consejo. Madrid, 21 de marzo, 1626. En el Perú, los virreyes
oscilaron entre prohibir terminantemente la exportación de plata sin registro o permitir su
declaración mediante el pago de un diezmo. AHML, Libro IX, 65v-67v; AGI Lima 51. Carta del
virrey al rey. 15 de junio, 1643, f. 66r-v; AGI Lima 53. Carta del virrey al rey. Callao, 14 de julio,
1646, f. 217r-218r. Algo similar sucedió con las mercaderías no declaradas. Hacia 1640 el visitador
Juan Gutiérrez Flores había prohibido las manifestaciones; el virrey envió una carta al rey en la
que explicaba que no era conveniente para la real hacienda tomar esta medida, sino más bien
hacer una composición con los mercaderes. AGI Lima 50. 30 de mayo, 1640, f. 113r-114r.
202

135. AGI Consulados 50. Carta del Consulado de Sevilla al conde-duque de Olivares. 7 de abril,
1626.
136. AGI Escribanía de Cámara 1023-C. "Contra los interesados en las barras que reclutó el
almirante Alonso de Moxica para traer en confianza", f. 35v.
137. AGI Consulados 50. Carta del Consulado de Sevilla al de Lima. 18 de abril, 1626.
138. Cf. la "Relación de gobierno" del duque de la Palata, Hanke, ed., Los virreyes españoles en
América, VI, 184. Hacia 1652, el auditor don Josephe de Ruesga Maldonado describía la situación
de la siguiente manera: "Paréceme conveniente representar los intereses que rinde la plata que
sin registro traen desde Portobelo a España que es de esta manera: si es de la que benía registrada
y se le saca del registro pagan los dueños a los que se la dan libre de registro a 8% y al que se la
lleva le da 4 ó 5% que son 12 ó 13%. Más si es plata que bino libre de registro hasta Portobelo no
pagan más que los 4 ó 5% de pasarlo a España. Y si es plata que procede de averse cobrado de
deudores o de ropa que se a vendido pagan los dueños el dicho interés de llebarlo a España y 2%
más por razón de encomienda". AGI Panamá 21. Informe de don Josephe de Ruesga, 33 fol.
139. "Relación" del duque de la Palata, Hanke, ed., Los virreyes españoles en América, VI, 185; cf.
también la "relación de gobierno" de Alba de Liste, IV, 114. En 1650 el fiscal Mansilla elaboró un
informe sobre el problema del registro. Allí explicaba que la plata llegaba del Perú consignada a
vecinos de Panamá y que los mercaderes no querían dar una composición fija. Los comerciantes
del Perú no querían registrar porque los mercaderes europeos habían dicho públicamente que no
querían plata registrada o sino darían los peores géneros a 10 ó 12% más de su valor normal; y,
por último, que todas las medidas para evitar el contrabando tanto en España como en el Perú
ofrecían muchas dificultades. AGI Panamá 70. Informe del fiscal Mansilla. Portobelo, 30 de agosto,
1650.
140. Una real cédula de 1648 explicaba estas tácticas: "...se a entendido que muchos de los
mercaderes que baxaron de las provincias del Perú a las provincias de Tierra Firme el año pasado
para sacar su plata de la quenta del registro de los navios en que bino la consignación a personas
supuestas, unos criados suios no conozidos que fácilmente desaparecieron, y otros en algunas
naos de las que vinieron, que con la buelta no pudieron ser habidos, y otros en personas
eclesiásticas y religiosas y algunos vecinos y mujeres de Panamá, que con decir era dinero suio, y
que no era para benir a estos reynos, conseguían el intento de estraviarlo del registro y guias que
se daban para bajar la plata desde ella a la de Portobelo..."; CODIAO, tomo 17, 281-282. En 1655 el
doctor Paniagua, relator del Consejo, quería obligar a que toda la plata que llegara a Panamá
fuese obligatoriamente llevada a Portobelo para que no se permita "que con pretesto del
comercio de Tierra Firme con el Perú que se percibe a lo que que se puede entender se defrauda
todo el registro del Mar del Sur, siendo cierto que toda la plata que viene del Perú no buelbe allá
y pasa a España las más veces o todas por alto, y que para conseguir mejor los fraudes se dejan
para el comercio de Panamá y Cartagena grandes sumas". AGI Panamá 21. Resolución del Consejo.
10 de junio, 1655.
141. AGI Lima 49. Carta del virrey al rey. 23 de febrero, 1638, f. 87r-88r.
142. En 1632, el Consulado de Sevilla pedía a los Consulados del Perú y México que enviasen sus
caudales, que el rey no se los iba a expropiar. AGI Consulados 51. Carta del Consulado de Sevilla.
19 de octubre, 1632. El 10 de junio de 1643, Felipe IV envió una real cédula en donde prometía no
volver a tomar el dinero de particulares, CODIAO, 17, 249-252. AGI Lima 52. Carta del virrey al rey.
Lima, 1 de mayo, 1644, #14; AGI Lima 52. Carta del virrey al rey. Callao, 24 de junio, 1645, f.
168r-170r. En esta última carta el virrey afirmaba que los mercaderes habían tomado con
entusiasmo la promesa de no cobrar más del 12% de avería del Mar del Norte. Sobre el secuestro
de 1656, cf. Rocío Caracuel Moyano, "Los mercaderes del Perú y la financiación de los gastos de la
Monarquía, 1605-1700", Actas y memorias del XXXVI Congreso Internacional de Americanistas, 1964,
vol IV, (Sevilla, 1966): 335-343.
203

143. En 1651 el virrey del Perú hizo en el Callao una innovación para aumentar los ingresos
reales, que consistió en hacer un cálculo "imaginario" de las cantidades que no estaban
registradas y sobre la base de ello pedir una suma determinada (un "indulto") y dejar pasar
libremente a los mercaderes; la suma acordada fue de 600 mil pesos. Sin embargo, según el
gobernador, cuando llegaron a Panamá los mercaderes no quisieron pagar. AGI Panamá 66, año
1653, f. 3r y ss. En la segunda mitad del siglo XVII el indulto se convertiría en una práctica
frecuente en España.
144. Este problema fue confirmado luego por el mismo Consulado de Sevilla. AGI Consulados 52.
Informe del Consulado de Sevilla a la Casa. 19 de junio, 1656.
145. AGI Consulados 313. Carta del Consulado de Lima al rey. 30 de diciembre 1654. Se envió una
copia al Consulado de Sevilla. También hubo quejas del cobro de excesivo precios por parte de los
extranjeros a los peruleros en Sevilla; los habían amenazado diciendo que ellos podían ir al Perú
directamente sin la necesidad de pasar por ellos. AGI Lima 169. Carta de don Juan Fermín de Yzu
al rey. Lima, 20 de noviembre, 1657.
146. Hamilton, El tesoro americano, 49.
147. Cf. Antonio García-Baquero, Cádiz y el Atlántico (1717-1778). El comercio colonial español bajo el
dominio gaditano, 2 vols. (Sevilla: EEHA, 1976), I, 190.
148. AGI Escribanía de Cámara 516-A. Impreso. Real cédula del 30 de marzo, 1660, sobre el indulto
y la forma de la paga de averías, f. 13r y ss. Con respecto a la ausencia de conocimiento de las
remesas enviadas, el rey afirmaba que "sin que se llegue a saber ni manifestar en lo público la
plata que cada uno trajere... sin duda les será de mayor satisfación por no publicarse acá ni allá
las cantidades que embían, [y] sólo lo podrán manisfestar a las personas que eligieren para el
dicho repartimiento", f. 15r.
149. AGI Escribanía de Cámara 516-A. Resumen del lo que contienen las escrituras celebradas por
el comercio del Perú. Impreso, s/f, lv, 14r.
150. AGI Escribanía de Cámara 516-A; AGI Lima 281.
151. AGI Escribanía de Cámara 516-A. Impreso, f. 2r-4v.
152. AGI Escribanía de Cámara 516-A. Todas estas condiciones fueron aprobadas por el rey el 20
de mayo de 1666, f. 4v-7v.
153. AGI Escribanía de Cámara 516-A. f. 7v-9r.
154. Ibid. f. 12r y ss.
155. Caracuel, "Los mercaderes del Perú", 343.
156. Andrien, Crisis and Decline, 165 y ss; Caracuel, "Los mercaderes del Perú".
157. Caracuel, "Los mercaderes del Perú", 342-343.

NOTAS FINALES
1. Sólo se ha podido extraer información de estos años porque los demás contadores no
especifican las cesiones cobradas en la caja.
204

Tercera parte. Repercusiones


atlánticas
205

Capítulo Seis. Problemas en Tierra


Firme

1 La navegación desde Lima a Tierra Firme estaba favorecida por los vientos, de tal modo
que en catorce o veinte días se llegaba a Perico, un puerto acogedor y seguro distante tan
sólo dos leguas de la antigua ciudad de Panamá. La ciudad vieja, fundada en 1519 por
Pedradas Dávila, era el asentamiento español más antiguo de Tierra Firme, y su
importancia inicial como núcleo de apoyo de la colonización de América fue seguida por
la ventaja de ser la ruta más corta al virreinato peruano y por la decisión metropolitana
de realizar periódicamente ferias comerciales en su costa atlántica. El istmo estaba
formado por una franja de tierra que separaba el Mar del Norte (océano Atlántico) del
Mar del Sur (océano Pacífico) de tal manera que, virtualmente, el tráfico entre Sevilla y el
Callao se realizaba por vía marítima, si exceptuamos las escasas 18 ó 25 leguas que
separaban ambos mares.
2 Pero al convertirse en el paso terrestre obligado de la ruta atlántica peruana, este
pequeño cruce adquirió una gran importancia: definió el carácter terciario de la economía
de la región y, a la vez, colocó al istmo en una posición estratégica tanto a nivel comercial
como militar1. Con el tiempo, las ventajas del istmo panameño cedieron ante la
acumulación de dificultades que transformaron a este pobre, pero medular territorio, en
un verdadero obstáculo del comercio colonial y en uno de los puntos más vulnerables del
sistema defensivo americano. Es así que Tierra Firme fue uno de los problemas más serios
que hubieron de enfrentar la administración virreinal y los comerciantes peruanos a lo
largo del siglo XVII.

Un camino difícil
3 No cabe duda de que la ruta panameña contaba con ciertas condiciones que la convertían
en el circuito más rápido, más seguro y menos costoso que había para conectar el Perú
con España. La vía marítima directa por el estrecho de Magallanes o el cabo de Hornos
resultaba más larga y muy peligrosa. Los cambios de presión, las corrientes y la
accidentada geografía convertían esta travesía en un laberinto mortal para los barcos de
vela. Incluso cuando se superaron ciertas limitaciones técnicas y de navegación hacia
206

fines del XVII, el cruce por esta ruta nunca dejó de ser una aventura riesgosa y aleatoria.
Por estas razones, por mucho tiempo se consideró la zona del estrecho como una barrera
natural entre los océanos y la información cartográfica del Pacífico —desde Acapulco
hasta Magallanes— permaneció como un secreto militar, sólo compartido por un pequeño
grupo de especialistas vinculados al piloto y al cosmógrafo mayor del reino2. La ruta por
el puerto de Buenos Aires ofrecía una doble dificultad. Tenía un tramo terrestre largo,
costoso y desprotegido entre Charcas, Tucumán y Buenos Aires, y un tramo marítimo
demasiado cercano a las costas brasileñas, frecuentemente visitadas u ocupadas por
holandeses. Por último, el otro camino posible, que era la ruta por Nicaragua, no ofrecía
ninguna ventaja comparativa con respecto a la vía panameña.
4 En consecuencia, de las posibles alternativas ninguna ofrecía mayores beneficios que la
ruta elegida. Era más fácil de controlar desde el punto de vista administrativo y militar;
era más corta y, además, brindaba —por lo menos en teoría— la posibilidad de la
navegación conjunta de las flotas de Nueva España y del Perú, de tal manera que,
eventualmente, podría significar un ahorro sustancial de los gastos de defensa 3.
5 Pero, ciertamente, esta ruta presentaba ciertas dificultades. La primera de ellas era su
clima tropical, ambiente ideal para el desarrollo de microbios y virus que llegaban junto
con las personas y las cargas. Para colmo, a las adversidades naturales se sumaban las
condiciones caóticas de los emplazamientos urbanos españoles4. Siendo un lugar de
tránsito y sin una buena infraestructura sanitaria el istmo era, pues, el lugar ideal para el
brote de enfermedades endémicas y un caldo de cultivo para aquéllas traídas por mar
desde Sevilla, las costas africanas, Lima o Acapulco. El sarampión, la fiebre amarilla, la
malaria, el tabardillo, la viruela y las pestes se intercambiaban junto con los terciopelos,
los herrajes, los esclavos y la plata. El paso marítimo de la peste podía tener lugar en
cualquier momento y llegar con un pasajero infectado o ratas con pulgas portadoras de la
enfermedad. La viruela también era fácilmente transportable, ya sea por personas
enfermas como por las costras ocultas en el cargamento, que era protegido de la excesiva
radiación o del calor5.
6 Así, el istmo no era un lugar bien visto por los viajeros. Según Cieza de León, en Panamá
"el sol es tan enfermo, que si un hombre acostumbra andar por él, aunque no sea sino
pocas horas, le dará tales enfermedades que muera; que así ha acontescido a muchos 6. Los
registros sobre muertes en la zona son elocuentes. Un reporte hablaba de 45 mil muertos
—sólo en Nombre de Dios— entre 1519 y 15887. Según Alsedo y Herrera, la viruela y otras
enfermedades azotaban Portobelo cada siete años "con la entrada de las ropas y de las
mercaderías, que encerradas por el curso de su transporte en las arpilleras de los
fardos...se penetran del calor en las bodegas de los bajeles, y despiden al abrirse malignos
vapores que engendran las tintas de los colores, de cuyo principio han sucedido...las
funestas ruinas de armadas enteras"8. Por ello, la estadía en Portobelo era efímera. Según
Jorge Juan y Antonio de Ulloa, hasta los ingleses se abstuvieron, en el XVIII, de mantener
ocupado el puerto por temor a quedar sepultados allí, de tal modo que el clima era su
"mayor defensa...contra los enemigos"9.
7 Además de ser una trampa mortal, otro de los problemas de Panamá era la precariedad de
su economía. Al botín, la encomienda, las explotaciones de oro y perlas los habían
acompañado el colapso de la población indígena y la destrucción de los patrones de
producción, de tal modo que hacia mediados del siglo XVI la geografía panameña se
hallaba completamente alterada. Se despobló, desaparecieron las rutas locales y la selva
devoró los espacios productivos conquistados con mucho esfuerzo por las tres docenas de
207

tribus que habitaban la región antes de la conquista10. Si bien se siguieron explotando las
pesquerías de perlas y había una modesta producción de maíz, Panamá dependía
crónicamente de otras regiones para su abastecimiento, sobre todo de Nicaragua,
Cartagena, Lima y Sevilla11. Por tanto, la opción más inmediata de los vecinos panameños
fue vivir de los recursos derivados de su estratégica situación dentro de la ruta atlántica,
esto es, del comercio, el transporte o el servicio al estado.
8 La mayor parte de la escasa población de la audiencia vivía en Panamá, ciudad cuyo
número de vecinos osciló entre los 200 y los 550 españoles entre 1570 y 1676. Sin
población aborigen, los españoles debieron reemplazarla por esclavos que, ya en 1607,
constituían el grueso de la población panameña12. Portobelo, célebre por las ferias era, sin
embargo, un lugar de tránsito cuyos habitantes vivían en construcciones burdas o en
plazas militares. Cuando se mudó Nombre de Dios a Portobelo había 52 vecinos, sin contar
tratantes ni pulperos. En 1618 el número de vecinos era de 26, de los cuales siete tenían
casas y barcos, nueve sólo tenían casa y diez no la tenían. A éstos habría que agregar 14
dueños de casas que vivían en Panamá, algunos de los cuales también poseían barcos. En
1630 se reportaron 88 "vecinos" en Portobelo sin especificar más detalles sobre su
situación13.
9 El istmo era, pues, un territorio casi desierto, cuyos habitantes entraban en un nuevo
ritmo cuando llegaban las flotas. De Lima llegaban a Panamá los cajones de plata, que eran
luego transportados a Portobelo. Del mismo modo, una vez celebrada la feria, las
mercaderías debían ser trasladadas a Panamá y de allí eran llevadas por mar al Perú. Dos
caminos conectaban Panamá y Portobelo (ver ilustración 6). Uno de ellos se conocía como
el camino real, que era un tedioso tramo terrestre de 18 leguas con "muchos malos pasos y
algunas cuestas y muchos ríos"14, cuyos costos de mantenimiento eran sufragados por un
impuesto, la avería de camino. Al estar protegido naturalmente de las incursiones piratas,
por aquí se hacía el traslado de la plata y los cargamentos valiosos, a pesar de que las
ciénagas, las sierras, los mosquitos y los cimarrones lo convertían en un camino caro y
riesgoso, sólo transitable en invierno. En los meses de lluvia era preferible usar el otro
camino, aquél que iba de Panamá a Cruces por tierra; una vez en Cruces, se hacía el
traslado en embarcaciones (bongos o chatas) por el río Chagres hasta la costa atlántica.
Esta ruta era más larga pero, a la vez, más rápida, más barata y menos agreste que el
camino real. Su gran desventaja estaba en su vulnerabilidad ante un eventual ataque
enemigo, ya sea en el mismo río o en el trayecto entre la desembocadura del Chagres y
Portobelo. Por este motivo, ambos caminos fueron mantenidos simultáneamente15, hasta
que con el cierre de las ferias el camino terrestre se abandonó completamente16.
10 En el trayecto había una serie de hospedajes o ventas para los viajeros. Las ventas más
importantes estaban en Pequení, Chagres y Boquerón que, de acuerdo con los registros de
la época, eran lugares caros, incómodos y desabastecidos. En teoría, los precios se fijaban
de acuerdo con un arancel que debía ser renovado anualmente17.
208

ILUSTRACIÓN 6. Rutas comerciales en Panamá

Fuente: Ward, Imperial Panamá, 69 Concepto; Margarita Suárez Cartografía: Marco


Millones

11 No obstante, los dueños de las ventas especulaban al ser los únicos que podían ofrecer
alojamiento y comida en lugares inhóspitos, y ganaban "mucha suma de plata y
[quedaban los viajeros] ... muy gastados por la variedad de viajes"18. En los períodos de
actividad, las ganancias podían ser muy altas. En 1647, por ejemplo, los dueños de recuas
calculaban las ganancias de las ventas del camino real en 500%, "por trajinar oy más de
1,500 muías de cavallería y de carga que hacen 13 a 14 caminos al año por conducir por
tierra las flotas de verano... o por temor del enemigo que infesta el mar del norte" 19.
12 El trajín por tierra se hacía en recuas de muías conducidas por esclavos negros y su
mantenimiento implicaba un verdadero despliegue de recursos dentro y fuera del istmo.
Las bestias debían ser alimentadas, avitualladas y mantenidas en estancias panameñas
durante todo el año para brindar un servicio estacional. Además, no había criaderos de
muías en Panamá, de tal modo que éstas debían ser importadas de Centroamérica,
especialmente de las estancias situadas alrededor de la bahía de Fonseca y, sobre todo, de
Granada (Nicaragua). Las muías debían recorrer un accidentado trayecto de casi dos mil
kilómetros antes de llegar a su destino y, como es fácil suponer, la mortandad era alta y
las ganancias pequeñas20.
13 Los vecinos de Panamá no sintieron demasiado los vaivenes del negocio del transporte
pues combinaban la propiedad de recuas y barcos con la actividad comercial y el manejo
de ciertas decisiones políticas. Los vecinos más ricos se desempeñaban como factores de
las casas sevillanas que supervisaban, desde el istmo, las transacciones en las ferias o los
negocios en el Perú21. Otros ya se habían independizado y actuaban con capital propio
como intermediarios entre Sevilla y Lima22. A esta fuente de ingresos —sin duda, la más
209

importante—, se le agregaban la propiedad de recuas, el acaparamiento de los cargos


municipales y la participación en las actividades ilícitas de la administración. El resultado
fue la creación de una complicada red de amistades y favoritismos que vincularon a la
élite panameña con la esfera gubernamental, de tal modo que —ya desde el siglo XVI— la
corrupción sería uno de los rasgos distintivos de la sociedad panameña colonial 23.
14 Sin embargo, varios factores distorsionaron algunas de las vías mediante las cuales se
había sostenido la élite y toda la sociedad panameña. Desde fines del XVI se modificaron
las pautas mercantiles y los panameños fueron marginados progresivamente del comercio
atlántico, quedándoles tan sólo la posibilidad de participar de él a través del transporte y/
o de los impuestos. Pero, al mismo tiempo, la irregularidad y espaciamiento de las flotas
en el siglo XVII afectaron seriamente al trajín. Y, por si fuera poco, los ingresos fiscales
sufrieron las consecuencias de los impases de la economía panameña, la corrupción
administrativa y la evasión tributaria. Fue entonces que comenzaron los problemas.

La guerra de las cargas


15 En 1599, el cabildo de Panamá declaró que los mercaderes estaban confeccionando sus
fardos, cajones y baúles con un peso excesivo, tomando como pretexto la escasez de muías
y negros para el trajín. Los mercaderes, a entender del municipio, habían aumentado el
tamaño de las cargas para ahorrar en el costo de los fletes y el resultado era que "se avían
muerto muchas muías y otras se quedaban encalmadas y los negros molidos" 24. Por tanto,
de allí en adelante el cabildo fijaba en ocho arrobas y media el peso máximo de las cargas
que debían trasportar las muías. Esta medida, aparentemente coyuntural, sería, en
realidad, la primera de una serie de disposiciones que conducirían a los mercaderes de
Lima a un áspero y prolongado conflicto con los vecinos y dueños de recuas de Panamá, y
cuya solución sólo llegaría con el abandono mismo de la ruta transístmica en el siglo XVIII.
16 La situación de Panamá a fines del siglo XVI no era muy buena y, si hemos de dar crédito a
ciertos informes de la época, era francamente patética. La citada ordenanza de 1599
afirmaba que la audiencia de Panamá se sustentaba del trajín de las muías, cuya
propiedad estaba en manos de hombres ricos puesto que era preciso contar con mucho
caudal para poderlo sustentar y administrar. Sin embargo, en los últimos años los dueños
de recuas se habían empobrecido debido a "la tardanza de las flotas, guerras e yncendios
que ha avido" y debido al exceso de las cargas25. En 1600, el gobernador Alonso de
Sotomayor explicaba que la tierra estaba en ruinas porque los mercaderes ya no residían
en el istmo y sólo llegaban a Panamá en época de flotas. Pocos años después, en 1606, le
informaban al rey que la situación había empeorado. De los 30 ó 40 factores de compañías
sevillanas y limeñas que había en Panamá ya no quedaba ninguno, sobre todo desde que
los mercaderes del Perú enviaban a sus propios factores a España. Según un extenso
informe de la audiencia (1607), la ciudad se encontraba en una situación crítica. El
comercio había quebrado, el Perú era auto-suficiente, el tráfico con Filipinas desviaba los
recursos y, paralelamente, se habían agotado el oro de Veragua y las perlas. Por tanto, se
había llegado al punto en el que los ingresos fiscales ya no alcanzaban para pagar los
sueldos de los funcionarios. Así, "la ciudad, con fuerças tanto menores, a de sustentar
cinco monasterios y un hospital como quando podía mucho... De todo se ha seguido que la
ciudad no tiene de tercio en vezinos, ni en haziendas que solía y en todo decrece cada día"
26.
210

17 Los lamentos de Panamá no cesaron durante el siglo XVII. Dejando de lado la posible
exageración de estos informes, no cabe duda de que, efectivamente, la situación del istmo
había cambiado. Es cierto que Panamá nunca fue precisamente un lugar atractivo para los
mercaderes, cuyas pretensiones de ascenso social los llevaban más bien a lugares como
México, Lima o de regreso a Sevilla. Pero la situación de Panamá, en lugar de mejorar,
empeoró con el tiempo y provocó la huida de aquellos que buscaban mejores
oportunidades de vida. A la pobreza de su economía se le sumó el malestar social:
abundancia de negros, presencia de aventureros fugados del Perú, disturbios provocados
por marineros y, sobre todo, el asentamiento de piratas en el Caribe27. Así, Panamá
terminó siendo una ciudad modesta y sin muchas pretensiones, en donde los mercaderes
se quedaban el tiempo necesario para hacerse ricos y se marchaban28. Incluso un
testimonio de 1663 decía que hasta los dueños de recuas eran chapetones y que por este
motivo hacían "ganancia sin tiempo e ynmoderadamente"29, para luego mudarse a otro
lugar.
18 Pero, además, las ferias comenzaron a adquirir una nueva función en donde no había
mucho lugar para una eventual intermediación panameña. La estrategia perulera de
enviar agentes a España desplazó también a aquellos panameños que solían realizar
operaciones en las ferias de Portobelo. La mercancías que cruzaban el istmo iban
acompañadas por los factores peruanos y, cuando se traían de España géneros a crédito,
las deudas se pagaban en Lima, una vez que las mercaderías habían llegado a la capital 30.
De tal modo que, a lo sumo, los panameños se podían encargar sólo de transacciones
secundarias relacionadas con el abastecimiento de los viajeros y de la ciudad 31 y con el
transporte. Así, el trajín se convirtió en la única fuente segura y continua de ingresos para
los vecinos de Panamá, y se configuró una economía básicamente terciaria en el istmo 32.
En el siglo XVII era evidente que "el mayor trato es... de requas y barcos para el trajín de la
ropa de Puerto Velo aquí, hasta embarcalla en las naves para Lima, y desembarcar y llevar
la de Puerto Velo para España"33.
19 Pero dedicarse únicamente al transporte ofrecía una serie de problemas. Significaba
hacer una inversión grande en muías, negros, aparejos y alimentos, para luego sacar
todas las ganancias posibles en los 20 a 40 días que podía durar el trajín de las flotas... y
esperar hasta la siguiente. En el siglo XVII, la frecuencia de las flotas se hizo cada vez más
larga, de tal modo que el llamado tiempo muerto (es decir, el tiempo que había entre la
llegada de una flota y la siguiente), se hizo cada vez más grande. Después de 1580-1628 —
la "época de oro" del comercio en el istmo—, los galeones de Tierra Firme se distanciaron
progresivamente hasta llegar, en la segunda mitad del siglo, a un promedio de una flota
cada tres años y a "vacíos" especialmente prolongados, sobre todo después de 1680 34. Esto
quiere decir que los dueños de recuas debían hacer fuertes desembolsos para mantener o
comprar una cantidad determinada de muías y negros, con el fin de extraer luego el
grueso de las utilidades durante sólo un mes cada cierta cantidad de años. Es cierto que el
trajín no quedaba totalmente paralizado entre feria y feria, puesto que igualmente debían
trasladarse los tesoros en las armadas. Pero, sin duda, los ingresos más sustanciosos eran
percibidos cuando llegaban los navíos mercantes35.
20 Para empeorar las cosas, los costos fijos —en lugar de disminuir— subieron36, de tal modo
que aumentaron los costos justo cuando se alargaron los plazos de retorno de las
ganancias. De ahí que los arrieros trataran de reducir al mínimo sus gastos. En
consecuencia, siempre, o casi siempre, el número de muías se mantuvo por debajo de las
demandas de transporte. Asimismo, al disminuir el volumen de las flotas en el siglo XVII,
211

también hubo de reducirse el número de muías y barcos, con lo cual bajaron también los
ingresos por conceptos de fletes. Como es lógico, la única forma de revertir
favorablemente esta situación era aumentar los precios. Y esto fue lo que, efectivamente,
sucedió. Los fletes más caros de América eran aquellos que se pagaban en el cruce del
istmo. Se pagaba 13 veces más por kilómetro que en la ruta Huancavelica-Potosí; de 11 a
16 veces más que en la ruta Mendoza-Santiago de Chile; 14 veces más que en Punta
Arenas-Cartago y, finalmente, era 44 veces más caro que el flete de Acapulco a Veracruz 37.
Algunos contemporáneos afirmaban que salía más caro este paso por tierra, que toda la
travesía por mar desde Sevilla a Lima38.
21 Pero mantener una política de precios altos implicaba una acción coordinada por parte de
los vecinos panameños. Es así que durante el siglo XVII los habitantes del istmo trataron
sistemáticamente de mantener el control de los medios de transporte, a la vez que los
mercaderes de Lima intentaron quebrarlo por todos los medios. El resultado fue la
creación de un clima de extrema tensión entre los usuarios de las muías y el "mundo
temido y temible de los arrieros", un mundo —en palabras de Chaunu— "rudo,
extraordinariamente inculto y brutal, seguro de su fuerza y dueño de la situación, a pesar,
incluso, de su escaso número"39. De este modo, las relaciones entre los mercaderes de
Lima y los vecinos de Panamá, en el siglo XVII, se resumieron en el intento de los primeros
de quebrar el monopolio del transporte y en el afán de los segundos po mantenerlo. La
pugna entre estos dos grupos ha sido resaltada por aquellos historiadores —como Dilg y
Walker— que han estudiado las décadas finales del sistema de flotas, entre 1700 y 1740 40.
Sin embargo, el conflicto nació con bastante anterioridad y se prolongó por más de una
centuria: Tierra Firme se convirtió en uno de los puntos más débiles de la ruta atlántica y,
más aún, en una de las razones por las cuales esta ruta hubo de ser reemplazada.
22 Luego de que el cabildo promulgara la ordenanza de 1599, ésta hubo de ser confirmada
varias veces en vista de las múltiples dificultades que surgieron para ponerla en práctica 41
. En 1616, la audiencia emitió un auto mediante el cual se estipulaba el precio de las 500
primeras cargas en siete pesos de a ocho reales, siempre y cuando éstas pesasen las ocho
arrobas y media de la ordenanza. Según los arrieros, como las cargas pesaban más,
entonces decidieron desconocer el auto y fijar el precio libremente42. Pero los mercaderes
de Lima acusaron a éstos de haber hecho "liga y monopolios" y de haber puesto en manos
de dos personas todos los contratos de fletamiento, y elevaron sus quejas ante el Consejo 43
. Por su parte, los dueños de recuas protestaron porque los mercaderes, después de haber
aceptado sus condiciones, habían exigido el descuento del peso de las arpilleras que se
colocaban para proteger la ropa de la lluvia44.
23 En 1619 se dispuso que todas las cargas que iban de Cruces a Panamá debían ser pesadas
por su alcalde, considerando a aquellas que pesasen seis arrobas como carga entera y las
de menos de seis como media carga. Pero esta medida no satisfizo ni a los mercaderes ni a
los dueños de recuas. Según los mercaderes del Perú, pesar todos los fardos demoraría
unos dos meses, "de lo qual se seguiría no yr nosotros al Perú a tiempo que pudiésemos
hallarnos al despacho de la Armada y no vendiéndose en ella esta ropa no vendría la plata
procedida della a este reyno para yr a Castilla"45. Mientras que para los arrieros,
considerar los bultos de menos de seis arrobas como una sola carga era, virtualmente,
considerar como una carga aquella que en realidad era una carga y media; con lo cual, se
perjudicaban ellos y se defraudaba la avería46.
24 En 1624 las autoridades panameñas dispusieron, nuevamente, que las cargas no debían
exceder las ocho arrobas y media y que el tercio debía ser de cuatro arrobas y libras bajo
212

severas penas. Los mercaderes del Perú volvieron a protestar y sostuvieron que la
confirmación de la ordenanza se había basado en una relación "siniestra", que suponía
que el aumento del peso de las cargas implicaba una disminución de los derechos reales,
de la avería de camino y de los ingresos para la fortificación de Portobelo. Sin embargo,
los limeños afirmaban que jamás se habían pagado derechos para el rey por el paso desde
la Casa de Cruces a Panamá, mientras que la avería sólo la pagaba la plata que venía de
Lima. Además, el camino entre Portobelo y Panamá ya había sido arreglado por los
mercaderes47 y en otras partes más accidentadas —como en la ruta de México-Acapulco,
Quito-Guayaquil o Lima-Cuzco— se trajinaba con cargas de más de 14 arrobas sin poner
ningún obstáculo. Tampoco había escasez de muías, puesto que entre todos los arrieros
habría 600 muías mansas, a las que se les podría agregar otras mil que habían en los
ejidos. Si los mercaderes se vieran obligados a deshacer sus fardos para que su peso se
ajuste a la ordenanza no tendrían tiempo de bajar a Lima. Por lo tanto, la ordenanza no
tenía ninguna justificación y pedían que se fijara el peso en diez arrobas y media la carga 48
.
25 Pero las noticias sobre la presencia de piratas en Jamaica obligaron a tomar medidas de
emergencia, dejando de lado —una vez más— la ordenanza. El gobernador don Rodrigo de
Vivero ordenó que se cargara la ropa sin pesar y que en dos días los dueños de recuas
tuviesen las muías listas en Cruces para trasladar las mercaderías. Esta vez fueron los
arrieros los que protestaron. Llevar las muías a Cruces suponía gastar en su
mantenimiento hasta que fueran fletadas y, si los mercaderes dilataban la decisión, se
verían obligados a bajar los precios. En consecuencia, si los arrieros llevaban las recuas a
Cruces sin haber fijado el precio previamente, "en breve tiempo... vendremos a perder, lo
qual es muy probable y contingente pues los mercaderes no quieren fletar ni hacer
precio"49. Para resolver las diferencias se propuso nombrar a una tercera persona cuya
opinión fuera acatada por ambas partes, pero no dio resultado: los mercaderes se negaron
a proponer algún nombre. Los dueños de recuas explicaron que no sorprendía la conducta
de los mercaderes, porque era frecuente que se unieran "sólo a fin de sus
aprovechamientos particulares, y fletan barcos, navíos y requas a su modo...por el precio
que han querido". Y como los dueños de muías eran todos pobres, tenían que acomodarse
a la situación, así terminaran endeudados o quebrados. Los mercaderes abusaban tanto de
los arrieros, que esta vez habían hecho cargas de más de doce arrobas y por ello, una vez
hecho el traslado, habían muerto más de 300 muías de las 850 que se habían empleado.
Asimismo, una vez en Cruces, los mercaderes habían bajado aún más los precios 50, a pesar
de que habían sido fijados en seis pesos ensayados por carga51.
26 En 1630 se volvió a repetir la ordenanza y los mercaderes volvieron a tomar las mismas
medidas contra los dueños de recuas. Los mercaderes, afirmaban los arrieros, "sólo han
pretendido vernos empeñados haciendo costa y...que les traygamos las cargas a precios
tan bajos que vengamos a quedar perdidos"52. El gobernador Alvaro de Quiñones dictó,
entonces, una medida enérgica. Fijó el precio en nueve pesos y medio de a ocho reales y
ordenó que las recuas fueran inmediatamente a Cruces a cargar, y si "no se las dieren los
dichos mercaderes...se les pagará el flete de vacío, como si verdaderamente trujeren la
dicha ropa"53. No obstante, los dueños de recuas tampoco acogieron favorablemente esta
decisión. Insistían en que los precios habían de fijarse sin intervención del gobernador y
antes de enviar las muías a Cruces. El estado de los propietarios era crítico por los grandes
costos que debían afrontar, tanto por la muerte de muías y esclavos, como por el hecho de
tener que traerlos "de más de 500 leguas, y por nueve pesos y medio en que Vuestra
213

Señoría ha tasado una carga se arriesga una mula que vale cien pesos"54. Al final, ni los
arrieros ni el gobernador lograron sus objetivos. Gregorio de Ybarra, en nombre de los
mercaderes peruanos, logró la suspensión de la orden y el libre tránsito de las cargas sin
pesar55.
27 Los mismos problemas se presentaron en 1635, pero esta vez los mercaderes entablaron
pleito ante la justicia contra los dueños de recuas y contra el alcalde de Cruces, quien
pretendía cobrar camaraje en los depósitos. Apenas llegaron los mercaderes del Perú con
la plata, los arrieros pretendieron limitar el peso de los cajones de cuatro a tres barras por
carga, de tal modo que era preciso deshacer todas las cajas de plata para ajustarías a las
nuevas exigencias. Los comerciantes alegaron que la real cédula de las cargas afectaba
sólo a las mercaderías que pasaban de Portobelo a Panamá, pero no a la plata que iba de
Panamá a Portobelo. Además, pidieron que no se cumpla una disposición de la audiencia
que exigía tener una licencia especial para poder conducir la plata a la costa atlántica 56.
Después de la feria se reanudaron los problemas, cuando los arrieros se negaron a llevar
las bestias al puerto de Chagres. Según los comerciantes, las razones esgrimidas por los
panameños para no acudir a Cruces eran "frivolas" pues, en realidad, lo prioritario era no
descoordinar las flotas57. Los testigos presentados por los comerciantes aseguraron que
los mercaderes habían estado en la Casa de Cruces durante varios días tratando de fletar
la ropa que iba al Perú y los arrieros se habían negado y habían conspirado en el hato de
campo de Juan Pérez de Guadamuz "para hacer esta consulta y conçierto de no querer
trabajar"58. El acuerdo había sido no fletar si no se fletaban todas las cargas a la vez,
pidiendo precios verdaderamente desmesurados. Incluso habían impedido que los
"arrieros pobres" y los negros pudiesen fletar por su cuenta, tanto que llegaron a
amenazar a Bartolomé Tello y a Juana Baptista, morena libre, con cortarles las piernas si
llegaban a algún acuerdo. Era, pues, obvio que los dueños de recuas habían hecho
"monopolio" contra los cargadores59.
28 Los arrieros fueron puestos en prisión el 10 de octubre de 1635. Para éstos, las
declaraciones de los testigos eran interesadas, puesto que la mayoría eran dueños de
navíos —o sus amigos y paniaguados—, hombres por demás "odiosos y sospechosos". Los
navieros ya tenían hechos sus contratos con los mercaderes y, por este motivo, querían
apresurar el despacho de las cargas. Los arrieros pidieron salir de la cárcel y gozar de los
privilegios reales que tenían los dueños de recuas de otras partes (como Potosí y Arica),
cuyas muías no podían ser confiscadas "por ser tan útiles al real servicio". Finalmente,
alegaron que las medidas tomadas los estaban afectando seriamente: sus acreedores
tenían la costumbre de cobrar las deudas en época de trajín y, estando en la cárcel, no
podrían cumplir con sus obligaciones60. Buscando una salida, la audiencia instó a ambas
partes a ponerse de acuerdo bajo la amenaza de enviar un informe negativo al Consejo y a
los Consulados. Fue así que, por fin, los mercaderes nombraron como terceros a Francisco
de Ávila y a Pedro de Soria y se comprometieron a aceptar sus condiciones y a transportar
las 1,400 cargas que tenían manifestadas en Cruces.
29 En 1636, los cargadores del Perú y de España61 residentes en Panamá presentaron una
petición ante la audiencia. La real cédula —decía el papel— tenía muchos inconvenientes
y era anacrónica. La ordenanza de 1599 fue hecha pensando en la conservación de las
muías, efectivamente agobiadas en aquella época porque las flotas eran grandes y venían
cargadas de vino, aceite, jabón, paños baratos y otras cosas voluminosas. Pero ahora, —
que sólo se transportaban lienzos, sedas, paños finos y cosas poco voluminosas (que
ocupaban tan sólo cinco o seis naos)—, había poca carga, el trajín se hacía en un tiempo
214

muy breve y no había necesidad alguna de moderar el peso, sencillamente porque las
muías hacían pocos viajes. En realidad, la única intención de los dueños de recuas era
obligar a los cargadores a pagar más por los fletes. Así, pedían que no se aplique la real
cédula y que la audiencia fijara las cargas en diez arrobas. Pero la audiencia no quiso
contradecir ni las disposiciones reales, ni a los arrieros. Mediante un auto de noviembre
de 1636 se confirmó la cédula, que no fue acatada por los mercaderes a pesar de las penas
que les fueron impuestas62.
30 Dos años más tarde, en 1638, el Consulado de Lima se dirigió al rey y le solicitó poner
punto final a los agravios que estaban sufriendo los comerciantes en el istmo por los
"monipodios que allí hacían los dueños de recuas y barcos"63. Los panameños estaban
limitando el número de muías y barcos, deteniendo el tránsito y obligando a los
mercaderes a pagar precios exorbitantes. Si las cosas seguían así, los mercaderes no iban a
poder cumplir con sus obligaciones y terminarían completamente destruidos; más aún
considerando que las autoridades panameñas —como el oidor don Sebastián de Sandoval
— eran poco afectas al comercio64. En 1639 volvieron a insistir y aseguraron que la pérdida
de tiempo y los gastos que ocasionaban las maniobras de los arrieros estaban arriesgando
sus créditos: no estaban llegando a tiempo para embarcarse en los navíos, y los estaban
obligando a postergar las ventas65.
31 A pesar de las continuas quejas, la administración no logró encontrar una salida y, ya en
1643, las posiciones de ambos bandos se habían radicalizado aún más. En noviembre de
ese año, el virrey Mancera pidió a los comerciantes viajar inmediatamente a Lima pues se
había tenido noticia de una incursión holandesa en Chiloé. Aprovechando la emergencia,
los dueños de recuas "maliçiosamente largaron todas las muías çesando el trajín que ya
había comenzado"66. Luego hicieron "monopolio" y nombraron como "cabeças de vando"
a Nicolás de Navarro, Alonso Tolosano, Martín Fernández Tristán y al veinticuatro Pedro
de Segura, de tal modo que ningún "pobre" se aventuró a fletar por su cuenta. Dada la
gravedad de la situación, los mercaderes pedían considerar la conducta de los dueños de
recuas como traición al rey, responsabilizándolos de todos los daños que se pudiesen
ocasionar67.
32 Las autoridades se vieron forzadas a dictar un decreto para que los arrieros alistasen sus
recuas y los mercaderes ofrecieron pagar, tan sólo, cinco reales por arroba68. Como era de
esperar, los arrieros protestaron. Ellos no estaban haciendo ningún monopolio;
simplemente habían llevado sus muías a alimentarse pues estaban exhaustas de tanto
trabajo. En cuanto al precio por el otro camino, aseguraban que había estado entre los 26
y los 21 pesos por carga y no menos, como aseguraban los mercaderes. Finalmente,
reclamaron su derecho a nombrar representantes para acordar los términos de los
fletamientos. En última instancia, argumentaban los arrieros, los verdaderos abusos en
Tierra Firme los cometían los comerciantes: no abrían precios en la feria para comprar
más barato, no les querían vender herrajes, no había negros porque no los querían traer,
no querían "aviar" arpilleras ni hilo para el alcalde de Cruces y, por último, los ultrajaban
tratándolos "como a moros y cristianos" o como "esclavos, siendo personas libres" 69.
33 Una vez más, se promulgó un decreto que obligaba a ambas partes a cargar
inmediatamente, fijando el precio de cada arroba de ropa de caja en seis reales (lo que
indignó a los arrieros) y de cada caja de cera y papel en cinco reales y medio 70. Los
arrieros se quejaron: la mayor parte de los mercaderes de ese año eran "chapetones [e] hi
çieron la ropa tan desacomodada de peso que no se han podido pasar dos fardos en una
caxa"71.
215

34 Por su parte, los comerciantes de Lima y Sevilla presentaron síntomas de hastío. El


Consulado de Lima instó al de Sevilla a tomar alguna medida seria para defenderse de las
extorsiones de los barqueros y arrieros72. Los mercaderes de Sevilla estuvieron de acuerdo
en que los accidentes en Tierra Firme "recreçen cada día... por donde somos defraudados
así los que estamos en esta ciudad como los cargadores de la ciudad de Lima" 73. Fue así
que extendieron un poder conjunto al procurador de la audiencia de Panamá, don
Francisco Enríquez de Castro, para que vaya al Consejo de Indias a ver la causa 74.
35 A estas alturas, el conflicto ya se había prolongado a la esfera gubernamental, en la que se
formaron dos bandos. Por un lado, estaban los dueños de recuas apoyados por el
gobernador don Juan de Vega Bazán; por el otro, los mercaderes de Lima respaldados por
el virrey del Perú, quien escribió un informe sobre la situación de Panamá favorable a los
intereses mercantiles75. Los arrieros insistieron en que los mercaderes hacían sus
cargamentos con "malicia" y se aprovechaban de su pobreza. Casi todos estaban
endeudados por las pocas ganancias y los altos costos, de tal modo que por "no averse
[g]obiernado con puntualidad la dicha ordenanza an obligado a algunos con anticipación
de pagos a que por salir de algún a[h]ogo y comer ayan pasado las cargas de muy grande
peso"76. Para colmo, los mercaderes habían llegado al extremo de averiguar los nombres
de los acreedores de los arrieros y usar testaferros para controlar sus deudas, y los
obligaron luego a pagar o a aceptar baratas con un descuento del 25 al 30%77.
36 Según los dueños de recuas, el precio de las cargas no era fijo, sino que fluctuaba según el
tamaño de la flota o el volumen de plata. En 1645 el precio de las cargas se había elevado
de cuatro pesos de ocho reales a nueve pesos el fardo porque las cargas habían excedido
las diez arrobas y, además, la flota había sido bastante grande, y "es tanta verdad que el
tiempo es que da o quita el balor o flete de las cargas como a las demás cosas que por aver
baxado este año poca plata en la armada del Pirú y haver tenido mucho espacio los
cargadores para enviarla a Portobelo por la tardanza de la flota an fletado a 14 pesos
carga, siendo muy hordinario precio el de 25 a 35 "78. Los grandes especuladores en Tierra
Firme eran los mercaderes quienes, aprovechando la tardanza de las flotas, pasaban las
cargas de plata a los precios que querían. Además, —sugiriendo la existencia de un
verdadero complot contra ellos—, en las minas del Perú se estaban fabricando las barras
muy grandes, perjudicando a los arrieros y a la real hacienda79.
37 Pero los arrieros no pudieron conseguir ese año la aplicación de la cédula. La pérdida de
la nave capitana del Mar del Sur forzó al gobernador a ser benigno con los mercaderes, a
pesar que muchos de los cajones de plata habían llegado con un peso de 16 arrobas 80.
38 Fue entonces que los arrieros, aliados con el gobernador, ofrecieron una contribución de
cuatro mil pesos para que se cumpla la cédula real, la cual fue nuevamente confirmada en
septiembre de 164881. No obstante, los mercaderes no acataron la disposición real. En
1654, los dueños de recuas elevaron la suma a ocho mil pesos pagaderos en las tres
siguientes flotas, cuyas condiciones fueron rápidamente aprobadas por la audiencia de
Panamá el 13 de octubre del mismo año. Los transportistas pidieron el fiel cumplimiento
de la cédula, tener la facultad de nombrar a cuatro representantes para pesar las cargas y
cobrar las penas en caso necesario. Además, no podría salir ninguna carga sin el sello de
los arrieros y, finalmente, se habrían de imponer dos reales por carga para cubrir este
servicio82.
39 Los mercaderes mantuvieron su posición y esta vez adujeron la "libertad natural de los
contratos" y que las decisiones de los dueños de recuas habían sido tomadas sin tener en
216

consideración la opinión de los comerciantes83. En 1656, los dueños de recuas declararon


que por las continuas concesiones dadas a los mercaderes "no ay dueño de requa que
guarde ni cumpla ninguna de las condiciones", y que las medidas fueron tomadas en
presencia de mercaderes, quienes fueron "vencidos en contradictorio juicio"; además que
si "se diera lugar a que cada vez que hubiese nuevos comerciantes se innovasen los
institutos de la ciudad nunca tuvieran cumplimiento ni firmeça"84. A entender de los
arrieros, las condiciones del istmo confirmaban la necesidad de mantener la ordenanza.
Los precios se habían disparado85 y la situación de
40 Panamá era sumamente crítica. Todos los vecinos estaban pobres o habían quebrado y la
única forma de conservarlos era protegiendo a los dueños de recuas, "pues es el género de
haçienda de que se compone todo este Reyno sin tener otro género de aprovechamiento"
86.

41 Pese a las quejas, un año más tarde la audiencia dispuso que el trajín se hiciese
libremente, dejando que la decisión final fuese tomada por el Consejo87. En 1660 los
arrieros decidieron no fletar ninguna carga de plata a menos que se cumpliese la real
cédula y se aceptase un precio fijo. Incluso algunos dueños de muías temieron fletar con
sobrepeso por miedo a las represalias, a pesar de que los precios habían subido tanto que
estaban alrededor de los 21 reales la carga. Pero la audiencia volvió a conceder libertad en
el peso de las cargas e insistió en que era el Consejo de Indias el que debía pronunciar la
última palabra88.
42 Pasaron algunos años hasta que llegó la esperada respuesta de Madrid: la audiencia
debería decidir las medidas a tomar. Así, en enero de 1663, el gobernador de Panamá, don
Fernando de la Riva Agüero, volvió a confirmar la cédula en favor de los dueños de recuas
e instó a las partes a acordar un precio en 24 horas. Como no se pusieron de acuerdo, el
gobernador lo ajustó en 29 pesos y medio la carga, controló también el precio del maíz,
herrajes y mantas y, por último, amenazó con severas penas a los infractores 89. Los
mercaderes —por intermediación de don Pablo de Lucen y los comisarios encargados de
representar al Perú en el nuevo asiento de avería— declararon que las condiciones del
asiento los obligaban a evitar gastos innecesarios en la Armada del Mar del Norte y, por
tanto, no podían permitir que el pasaje de la plata por el istmo se dilatase simplemente
por la "dureça de los dueños de requas". Ellos estaban dispuestos a pagar los fletes, así
fueran regulados, con tal que se fijaran a precios más justos. Era evidente que el móvil de
los arrieros se dirigía a buscar ganancias exorbitantes, pues sus costos no habían subido y,
de hecho, cuando en la flota pasada se bajó el precio de 29 pesos a 22 y 24 pesos la carga,
ninguno había sufrido pérdidas90. Pero para los arrieros nunca se podía "sujetar a ejenplar
ni inferir consequençias de otros años pues bariados los precios sujetos a la abundancia o
penuria de los géneros es preçiso se baríe este efecto" 91. Según éstos, el costo de
mantenimiento de una mula en cada viaje era de 42 pesos que, sumados a los 15 pesos del
"jornal" de cada muía "que es lo que queda en poder de los dueños", el precio justo por
cada carga resultaba en 57 pesos, por muy excesivo que pareciera.
43 Cuando se promulgó el auto que fijaba el precio en 26 reales la arroba, los dueños de
recuas protestaron, se negaron a cargar y exigieron que se les pague, por lo menos, 27
pesos cinco reales la carga (suma que se hallaba muy por debajo del supuesto precio
justo). Una vez más, los panameños terminaron en la cárcel"92. Los mercaderes declararon
que habían estado tolerando los abusivos precios de los arrieros para no descoordinar las
flotas. Pero esta vez los panameños se habían excedido. Cuando los mercaderes llegaron
de Lima, los fletes estaban alrededor de los 14 y los 17 pesos por carga. Sin embargo,
217

apenas llegó la flota del general don Enrique Enríquez habían puesto obstáculos y dilatado
los contratos; incluso algunos enviaron las muías de regreso a sus estancias o cobraron
precios que alcanzaron los 50 pesos por carga. Evidentemente, los arrieros estaban
especulando y dando informaciones falsas sobre sus costos para "vestir sus inmoderadas
pretençiones"93.
44 Luego de algunos años, los arrieros lograron colocar —con el apoyo de las autoridades
panameñas—, unos "comisarios" en Portobelo, Pequení y Cruces con el fin de fijar precios
y pesar las cargas. Como los vientos no eran muy favorables, el virrey del Perú sugirió a
los comerciantes no excederse de las nueve arrobas por carga. En una junta del Consulado
de 31 de marzo de 1678, los mercaderes decidieron tomar precauciones: moderar el peso
de las cargas para evitar "se le impute al comercio que por su causa de las cargas se
detiene el tráfico" y, además, evitar el envío de "plata blanca" (a pesar de que muchos
aseguraron que por estar prohibido nunca lo habían hecho)94.
45 Pero, ciertamente, los dueños de recuas estaban abusando del respaldo metropolitano y el
rey tuvo que enviar un duro freno al gobernador don Alonso Mercado y Villacorta. Los
arrieros y el gobernador estaban cometiendo gravísimos excesos. Los "comisarios" se
habían convertido en una suerte de burócratas informales que actuaban como jueces y
parte, y extorsionaban a los mercaderes con pagos indebidos y cohechos en cuatro
lugares distintos del istmo95. En la armada pasada de 1675, la resistencia de los arrieros a
cargar había tenido como resultado el haber estado paralizada la plata en Panamá
durante 22 días, habiendo más de ocho mil muías y habiéndose fijado un precio razonable
de 26 reales la arroba; cuando decidieron empezar a cargar, lo hicieron tan lentamente
que pasaron tres meses entre la llegada de la plata de Lima y la partida de los galeones a
España. Y los mismos problemas se repitieron con el transporte de las mercaderías de
Portobelo a Panamá, sin que los oficiales pusiesen remedio a la "conspiración que se hace
en semejantes ocasiones"96.
46 Los diputados del comercio de Lima, en un extenso informe al Consulado, expresaron que
el pasaje de la plata por el istmo se había convertido en uno de los más graves
inconvenientes para el despacho de la armada en Tierra Firme, sobre todo después de lo
ocurrido en 1675. La única solución sería que el virrey del Perú interceda por ellos ante el
gobernador de Panamá y ante el rey. A entender de los diputados, los arrieros deberían
acomodar las cargas libremente, pues en ninguna parte de América existía un "cuerpo,
cabeza o tribunal" de dueños de recuas. Lo que estaba sucediendo en Panamá es que se
había formado un monopolio "entre aquella gente y contra el comercio", que obligaba a
los comerciantes a volverse al Perú a distribuir los caudales y dilataba la permanencia de
los galeones en Centroamérica97.
47 Pero para los dueños de recuas la historia era distinta. Los mercaderes de Lima habían
tergiversado los sucesos de 1675 98. El nombramiento de los comisarios se hizo con la
finalidad de representar a los arrieros frente al gobernador y para pesar las cargas pues,
de otra manera, jamás se cumpliría con la disposición de las ocho arrobas y media.
Ninguno de los comisarios era dueño de muías y era imposible probar que recibieron
dinero para "disimular el exceso de las cargas". Los arrieros, pues, retaban a los
comerciantes a decir "a quién se detubo, quién le detubo y qué daño recibió con la
detenzión". Y en cuanto al supuesto tributo de un real por carga que se le había impuesto
al comercio, "es cosa tan extraña que no es posible aya avido quién tal pagase por su
quenta" porque, en realidad, eran los arrieros los que voluntariamente lo pagaban a los
pesadores para garantizar el peso justo99.
218

48 A entender de los arrieros, quitar a los comisarios y pesadores sería destruir lo que había
costado imponer 79 años. Y volvían a añorar los tiempos pasados. Antes habían hombres
ricos, con 70 u 80 recuas y cuantiosas ganancias. Pero entre 1675 y 1678 había disminuido
el número de recuas de 48 a 30 por la extrema pobreza de sus dueños, "unos por averse
muerto... tan pobres, que sus herederos no han podido componerlas ni aviarlas; y otros
porque sus acreedores se las han vendido por no tener con qué pagarles 100. Estimaban
que la deuda total de los dueños de muías ascendía a 300 mil pesos y sus acreedores eran
los vendedores de mulas, negros, maíz, herrajes, clavos y aparejos101.

CUADRO 6.1. Situación de los dueños de recuas entre 1675 y 1678 (en pesos de ocho)

* Los datos entre paréntesis son de la Petición.


FUENTE: AGI Panamá 80, "Petición de los dueños de recuas (1678)" f. 22r-29r; "Memoria de las recuas
que se han consumido desde el trajín de la flota de 1675", f. 61r-64r.

49 La situación descrita por los panameños era, en verdad, conmovedora (ver cuadro 6.1).
Ante el colapso, varios arrieros habían muerto y otros, huyendo de sus acreedores, se
habían "ido al monte"; los demás habían salido del reino "mendigando" y alguno que otro
había tenido que entrar a trabajar como "mandador" en la recua de algún sobreviviente 102
. Los arrieros consideraban que responsabilizarlos por la demora en el cruce era
incorrecto, pues el origen del problema se hallaba en el desembarco de la plata, en lo cual
ellos no estaban involucrados. Los dueños de recuas no habían levantado conspiración
alguna en 1675. Por el contrario, éste había sido uno de los peores años del negocio, "de
que resultó no ganar con qué pagar a sus acreedores, y llegaron a valer 20, 18 y 15 pesos,
quando cada mula había tenido de costo 24...para su avío /.../ y éstos los pagaron algunos
mercaderes la mitad en ropa por precios muy subidos, y la otra mitad en reales y otros se
hicieron fiados a pagar en Lima por tener que hazer, en que tubo el dueño de requa
grande pérdida para reducirlo a dinero"103.
50 Según los arrieros, los dos comercios debían ser los más interesados en la conservación de
las recuas, "pues no hay otro medio para conducir y trajinar su plata y mercaderías ... y
porque si no las hubiese ...cesarían todos sus empleos"104. Así, ofreciendo una visión
apocalíptica, los arrieros pedían a los comerciantes ser conscientes de que estaban pobres
y endeudados "por la tardanza de las flotas, valiéndose para sus avíos de las personas que
les fian ... para poder trabajar y pagarles al tiempo de las armadas, conque si no equivalen
los fletes para conseguir este fin se acavarán del todo, pues faltando la correspondencia
no abrá quién las preste respecto de estar tan pobres"105.
51 El comisario del Consulado de Lima, Francisco de Velaocha-ga, propuso entonces las
condiciones de los comerciantes. Que los comisarios panameños, la imposición de un real
y el peso público se quitasen y quedaran los arrieros libres de pesar las cargas en sus
219

propias casas; que el precio se fije por arrobas y que sea el mismo para la plata y las
mercaderías, "con advertencia de que sólo en la plata les puede ser lícito a los dichos
dueños de requas el exceder del peso de las ocho arrobas y media por la imposibilidad que
tiene el poder ajustar en barras o caxones el dicho peso"; finalmente, pedían que el precio
se deje al arbitrio de los contrayentes y se mantenga durante un período razonable de
tiempo"106.
52 Con este fin, se celebraron tres juntas entre los comerciantes y los 23 dueños de recuas de
Panamá, los días 9, 10 y 11 de octubre de 1678, en las que se decidió por el libre precio
entre los contrayentes107. Pero el 13 de octubre se habían hecho muy pocos fletamientos,
lo que obligó al presidente de Panamá a fijar el precio en 26 reales por arroba. Los
arrieros se negaron a aceptar las condiciones del presidente, quien encarceló a los más
rebeldes y los amenazó con enviar a sus mandones a cargar. Cuando se enviaron soldados
a averiguar dónde estaban las recuas, se llevaron con la sorpresa de que habían sido
soltadas en el prado, lo que llevó a las autoridades a apresar a más arrieros. Y los que ya
habían hecho contratos, como el arriero Jorge Antonio de Prado, se negaron a cumplirlo
hasta que se llegara a un acuerdo con todos los dueños de muías108.
53 Para los arrieros el precio fijado era inaceptable, por lo que exigieron el aumento a cuatro
pesos por arroba o, en su defecto, que sea fijado libremente. Aseguraban que los
comerciantes estaban ganando a su costa "por no ser excesivos los fletes, por cuya causa
se experimenta concurren más personas en estas últimas flotas, y principalmente a la
presente con la esperanza del lucro", y estaban armando las cargas de plata con un peso
de diez arrobas y media109. El costo de las muías era de 29 pesos, sin contar el sustento de
los propietarios ni los gastos en la "fábrica de caballerizas"110; estaban en la cárcel y con
muchas pérdidas. Como no veían ninguna solución, los panameños ofrecieron todas sus
recuas aparejadas al comercio del Perú, para que ellos la administrasen, "corriendo por su
quenta... los gastos, daños y pérdidas como los aprobechamientos que de ellos
resultaren... sin que nosotros tengamos... aprovechamiento alguno, porque sólo
pretendemos librarnos de las molestias y prisiones que padecemos y quedar libres de
todos los peligros, gastos y pérdidas que consigo traen necesariamente la administración
de haciendas tan ruinosas y costosas"111.
54 El depositario de Panamá pidió, entonces, la liberación de los arrieros por ser un asunto
vital para el istmo: la quiebra de los dueños de recuas sería la quiebra de la ciudad 112.
Finalmente, el 19 de octubre los arrieros salieron de la cárcel113, quedando los
comerciantes contentos con el precio y los dueños de recuas "muy quejosos"114.
55 Para asegurar su posición, el comercio del Perú ofreció un donativo de 150 mil pesos; 80
mil se pagarían en Portobelo inmediatamente y los 70 mil restantes en la próxima
armada. A cambio, se debía respetar una serie de condiciones, entre las que figuraba que
el monarca escribiera al presidente de Panamá y le ordenra hacer cumplir a los arrieros
las formas acordadas para el alivio de los comerciantes. Conmovido por el generoso
donativo, el 11 de marzo de 1680, el rey envió una real cédula al presidente de Panamá, en
que le recordaba la ordenanza que había en favor de los mercaderes115.
56 Pero no siempre las disposiciones reales coincidían con las decisiones tomadas en los
consejos. Dando un excelente ejemplo de caos administrativo, cuatro meses después —el
17 de julio de 1680— se envió otra real cédula mediante la cual se informaba que los
dueños de recuas habían ganado el pleito que sostenían contra los mercaderes ante el
Consejo. Cuando el obispo-gobernador don Lucas Fernández de Piedra Hita decidió
ponerla en práctica, los mercaderes intentaron impedir su ejecución. El gobernador
220

entonces intervino y ajustó el precio en 27 reales la carga, aunque —en palabras del
mismo obispo— quedaran "quexosos unos y otros, los del comercio por costumbre y los
dueños de requas por necesidad"116.
57 Para el gobernador de Panamá la situación estaba muy clara: aplicar la real cédula no iba
a resolver lo esencial del problema por la dependencia financiera de los arrieros con
respecto a los mercaderes. Según don Lucas Fernández, "por mucho que se trabaxe en que
el precio de las arrobas resulte en alguna conveniencia de dichos dueños de requas, ha de
ser imposible el que se consiga respecto de que estando éstos por el tiempo de feria
cargados de deudas de plazo cumplido, no tienen recurso para redimir la vexación de los
acreedores, sino el de valerse de los comerciantes rebaxando en secreto o en público los
precios asignados porque les den los pagos adelantados"117 . De esta manera, el
gobernador proponía, para evitar más problemas y más daños, dejar que las partes
ajustasen el precio libremente.
58 Sin embargo, los problemas no cesaron. En 1683 los miembros del Consejo recibían una
carta de los comerciantes en donde les recordaban que en 1678 se había despachado una
cédula para que no se detuviese a los mercaderes limeños en Tierra Firme y que no se
había cumplido "sólo a fin de aflixir y destruir [a] los comerciantes" 118 . Cuando se hizo la
ordenanza de 1599 la situación era distinta. Ahora el camino de Panamá a Portobelo
estaba reparado y con la edificación de la nueva ciudad había dos leguas menos de
trayecto; asimismo, antes había pocas muías que costaban 150 pesos y hoy en día
entraban por tierra seis mil muías cada año que se vendían entre 30 y 40 pesos las más
caras. De modo que había más de 3,500 muías disponibles para el trajín y ocho mil en las
caballerizas, por lo que en sólo dos viajes los arrieros podían recuperar sus gastos.
Además, entre armadas se cargaban por mula entre 16 y 18 arrobas a 14 ó 15 pesos, "y lo
solicitan con empeño para tener qué trabajar". Pero en época de armada no aceptaban
estos precios con la finalidad de cobrar derechos duplicados a costa de los comerciantes,
con lo que se hacía más penosa y dilatada la conducción. Una vez más, los comerciantes
pedían que los arrieros no se excedieran en el precio119.
59 Pero los problemas en Tierra Firme, en realidad, no tenían solución. Los fletes caros eran
producto de la particular situación de la economía panameña, pobre de recursos y ávida
de participar —de cualquier manera— de la economía atlántica. Siendo un paso obligado
de la ruta comercial entre el Perú y España, los vecinos panameños no podían dejar de
intentar participar de los ríos de plata que circulaban por su modesto territorio. Así,
aprovechándose de su estratégica posición comercial y militar, Panamá extorsionó a los
comerciantes de varias maneras. Sus vecinos lograron controlar la oferta de transporte,
de tal modo que tenían en sus manos los medios para especular en su propio beneficio. No
obstante, la situación empeoró cada vez más en el istmo. Los cambios en los circuitos
comerciales, la nueva función de las ferias y el espaciamiento de las flotas deterioró
gravemente la situación de Panamá. El enfrentamiento con los comerciantes no fue fácil
y, a pesar del apoyo metropolitano, los arrieros cayeron, finalmente, en las redes del
endeudamiento crónico. El transporte transístmico entró en un espiral de deudas que lo
ató progresivamente a los créditos del comercio peruano. Y, en estas circunstancias, la
batalla estaba virtualmente perdida.
60 Sin embargo, Panamá contaba con más herramientas para extraer frutos de este comercio
que pasaba, desafiante, cada cierto tiempo delante suyo: la autoridad. La aparición de
enemigos de España en el Caribe, su asentamiento y sus escasos pero certeros ataques,
convirtieron a la región en un punto particularmente vulnerable de las posesiones
221

americanas españolas. Panamá debía defenderse, armarse y fortificarse, pues de ello


dependía la conservación de América y la seguridad de las remisiones metálicas a España.
Para cubrir los crecientes gastos, claro está, se necesitaban recursos con los cuales,
obviamente, Tierra Firme, no contaba. Pero para eso estaba el virreinato del Perú.

NOTAS
1. Alfredo Castillero Calvo, Economía terciaria y sociedad. Panamá, siglos XVI y XVII (Panamá: INAC,
1980).
2. Véase Jorge Ortiz Sotelo, ed., Derrotero General del Mar del Sur del capitán Pedro Hurtado de
Mendoza, hecho por el capitán Manuel Joseph Hurtado en el puerto del Callao. Año de 1730 (Lima:
Dirección de Intereses Marítimos, 1993), xiii; Ortiz Sotelo, "Gabriel de Castilla y la expedición de
1603", Revista de Marina, Dirección de Intereses Marítimos, (Enero-Febrero 1994): 14-27. Cf.
también, Henry Ballandé, Le premier Cap-Hornier (Francia: Pen-Duik & Editions Ouest, 1989).
3. Christopher Ward, Imperial Panama. Commerce and Conflict in Isthmian America, 1550-1800
(Albuquerque: University of New Mexico Press, 1993), 189-190.
4. María del Carmen Mena García, La ciudad en un cruce de caminos. Panamá y sus orígenes urbanos
(Sevilla: EEHA, CSIC, 1992), 61-85, 240-241.
5. Mucha gente optaba por mudarse de este malsano lugar. En 1600, el cabildo de Panamá
declaraba que habían aparecido nuevas enfermedades como la "esquinencia", viruelas,
sarampión, "dolor de costado", tabardillo, "postemas" y "granos" y "aviendose por los médicos
buscado las causas destas enfermedades hallaron causarse de el vino que se ha traido de las
probincias del Pirú". Los médicos, siguiendo la teoría humoral, dictaminaron que el vino peruano
causaba los daños siguientes: "Muchas calenturas ardientes e podridas, muchos dolores de
costado, cámaras de sangre, romadizo y otras indisposiciones de calor y humedad por ser esta
tierra muy caliente y húmeda...e por serlo tanbién el vino del Pirú muy caliente y húmedo, por
cuya raçón hierbe dentro de las venas humedeciendo el cerebro causa[ndo] baguidos y las dichas
enfermedades arriba referidas y granos e viruelas y sarampión i ronchas". AGI, Panamá 30.
"Expediente sobre los vinos del Perú, 1620-1625". Panamá, 11 de abril de 1600.
Sobre los mecanismos de transmisión de las enfermedades cf. Noble David Cook y W. George
Lowell, "Unraveling the Web of Disease", en Noble David Cook y W. George Lowell, eds., Secret
Judgments of God. Old World Disease in Colonial Spanish America, (Norman & London: University of
Oklahoma Press, 1991): 213-242; Noble David Cook y José Hernández Palomo, "Epidemias en
Triana (Sevilla, 1660-1865)", Annali della Facoltà di Economia e Commercio della Università di Bari,
Nuova Serie, XXXI, (Bari: Cacucci Editore, 1992): 53-81, especialmente pp. 70-71.
6. Pedro de Cieza de León, La crónica del Perú [1a parte] (Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1945), 36.
7. En Ward, Imperial Panama, 29.
8. Dionisio de Alsedo y Herrera, "Aviso histórico, político, geográfico" [1740], en Piraterías y
agresiones de los ingleses y otros pueblos de Europa en la América española desde el siglo XVI al XVIII, J.
Zaragoza, ed., (Madrid, 1883), 107-108.
9. Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Noticias secretas de América [1747], Luis J. Ramos Gómez, ed.,
(Madrid: Historia 16, 1991), 627-628.
10. Un cálculo conservador estima la población de 1510 en 350 mil personas; hacia 1603 sólo se
contaba con 70 aborígenes. Sobre Panamá pre-hispánico y en la primera mitad del XVI cf.
222

Castillero Calvo, Economía terciaria, 9-10; Ward, Imperial Panama, 36-47; María del Carmen Mena
García, La sociedad de Panamá en el siglo XVI (Sevilla: Excma. Diputación Provincial de Sevilla, 1984).
11. Mena García, ibid., 148 y ss.; Chaunu, Séville el l'Atlantique, VIII, 1,1: 952-958.
12. Ward, Imperial Panamá, 32 y ss.; Castillero Calvo, Economía terciaria, 35; Mena García, La sociedad
de Panamá, 313 y ss.
13. AGI, Panamá 32. "Memoria de los vecinos que de presente ay en Portobelo" (1618). "Memoria
de los vecinos que tuvo Puertobelo cuando se mudó de Nombre de Dios". "Memoria y lista de
vecinos de Portobelo" (1630).
14. León Portocarrero, Descripción, 118.
15. Según una probanza de los dueños de recuas, en la década de 1640 la mayor parte del tránsito
se hacía por la ruta terrestre debido a que las flotas llegaban en verano y por el miedo a los
piratas. "Luisa de Torres, dueña de la venta de Pequení, con los arrieros y dueños de requas"
(1649). AGI Escribanía de Cámara 452-B, f. 522v-526r.
16. Sobre las rutas transístmicas cf. Roland Dennis Hussey, "Spanish Colonial Trails in Panama",
Revista de Historia de América (México), 6, (agosto, 1939), 47-74; Manuel Moreyra Paz Soldán,
"Portobelo y la travesía del istmo en la época colonial", Estudios Históricos, I, 121-145; Mena
García, La ciudad en un cruce de caminos, 203-224; Haring, Comercio y navegación, 227 y ss.; Ward,
Imperial Panama, 55-60.
17. Un arancel para la ventas del Boquerón (circa 1647) fijaba los siguientes precios:
"Primeramente 1 almud de maíz en 8 reales; 1 medida de miel y otra de vino a real cada una; 1
gallina asada, 24 reales; 1 pollo asado, 12 reales; 1 pan de toda harina que pese 8 onzas, 1 real; 2
bollos de maíz de a 12 onças cada uno, 1 real; 1 libra de bizcocho blanco, 4 reales; 12 aceitunas
gordales, 1 real; 16 aceitunas mançanillas, 1 real; 1 libra de queso de Panamá, 4 reales; 8 plátanos,
1 real; 1 manojo de tavaco de Nicaragua, 2 reales; 2 velas que tengan 8 onças de sebo, 1 real;
cavalleriza cubierta con pesebre y candil, cada mula 1 real; de cada persona, 1 real; de 1 cama con
colchón, sábanas y almohadas, 8 reales; 1 plato de carne o pescado pequeño a 1 persona, 1 real.
Yten avéis de tener agua caliente para lavar los pies a los pasajeros. Yten tener luz / .../". AGI
Escribanía de Cámara 452-B, f. 561v-562v.
18. Los pasajeros se quejaban de que vendían la comida muy cara, alimentaban mal al ganado
"diciendo que [el maíz] se lo comió el ratón" y, encima , cobraban un real por cada mula que
pasaba. Ibid., f. 512v-514r.
19. Ibid., f. 516r-v.
20. MacLeod, Spanish Central America, 218, 227 y 274; Castillero Calvo, Economía terciaria, 24.
21. Lorenzo Sanz, Comercio de España, I: 289-423; Mena García, La sociedad de Panamá, 280 y ss.
22. Todavía en 1607 se afirmaba que la principal ocupación de los vecinos era el comercio. Mena
García, La sociedad de Panamá, 242.
23. Ibid., 242-245.
24. AGI, Escribanía de Cámara 454-A. "Declaración de Juan Pérez de Aller en nombre del
Consulado del Perú". Madrid, 25 de mayo de 1662, f. 202r; Traslado de ordenanza de 1599, f. 272r-
v.
25. AGI, Escribanía de Cámara 454-A, f. 272r-v.
26. Vila Vilar, "Las ferias de Portobelo", 276-278; Chaunu, Séville et l'Atlantique, VIII 1,1, 947.
27. Cf. Mena García, La sociedad, de Panamá, 300-309.
28. Según Cieza, "los vecinos que agora ay son contratantes y no piensan estar en ella más tiempo
de cuanto puedan hacerse ricos; y así, idos unos, vienen otros, y pocos o ningunos miran por el
bien público", La crónica del Perú, 36.
29. AGI Escribanía de Cámara 454-A. "Petición de don Pablo de Lucen y demás comisarios".
Panamá, febrero de 1663, f. 22-r-v.
30. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 341r-v.
31. Chaunu, Sevilla y América, 146.
223

32. Castillero Calvo, Economía terciaria.


33. Citado en Chaunu, Séville et l'Atlantique, VIII 1,1, 948.
34. García Fuentes, El comercio español, 164 y ss; Ward, Imperial Panama, 106-111.
35. Castillero Calvo, Economía terciaria, 27.
36. Ibid., 31-32.
37. Castillero Calvo, Economía terciaria, 29-31, especialmente el cuadro 7.
38. Cf. Suárez, Comercio y fraude, 71.
39. Chaunu, Sevilla y América, 144.
40. Dilg, "The Collapse of the Portobelo Fairs"; Walker, Política española.
41. Hasta 1662 la ordenanza había sido confirmada, ya sea por las autoridades panameñas o
peninsulares, en los años 1614, 1622, 1624, 1630, 1634, 1636, 1647, 1648 y 1652. AGI Escribanía de
Cámara, 454-A, pz. 1, Declaración de Juan Pérez de Aller. Madrid, 25 de mayo de 1662, f. 202r y ss.;
CODIAO, 17: 267-269.
42. AGI Panamá 74, pz. 2. "Expediente promovido por los dueños de recuas de Panamá sobre
cumplimiento de ordenanza, año de 1647", s/fol.
43. El rey envió luego una real cédula exigiendo una averiguación acerca del exceso de los fletes
en Panamá, pues había sido informado que "el año pasado de 616 se confederaron y hicieron
monipodio los dueños de barcos y requas, y subieron el precio de sus fletes excesivamente en que
los mercaderes i cargadores recibieron notable agravio". CODIAO, 17: 299-300.
44. El peso de la arpillera era de aproximadamente una arroba y media. AGI Escribanía de Cámara
454-A, pz. 2, f. 278r., 289r.
45. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, "Petición de los mercaderes del Perú (1622)", f. 341r-v.
Firman como "mercaderes cargadores del Perú": Jacinto de Obregón, Juan Alarcón de Herrera,
Juan de Guevara, Juan López de Arguinizan, Diego de Berraza, Francisco del Castillo, Gaspar de
Ubera, Martín de Tobalina, Nicolás de Guadalupe, Diego Martín, Juan Ortiz, Baltazar Malo de
Molina y Domingo de Olea.
46. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 333r, 350v-351v.
47. En 1621 los dueños de recuas de Panamá habían pedido arreglar ellos mismos el camino, pues
se hallaba muy maltratado y se mojaban las mercaderías "por tener siete u ocho charcos en que
llega el agua encima de las enxalmas". AGI Escribanía de Cámara 467-A, "Autos sobre la toma de
cuentas a Simón de la Torre, receptor de las aberías de los caminos de los años de 621 hasta el de
625 por el gobernador don Roque Chávez y Osorio", f. 429r. y 711r.
48. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2. Petición de Francisco de Eguiguren, Miguel de
Oxirando, Jerónimo de Cisneros y Domingo de Cortavarría en nombre de los mercaderes del Perú
(1624), f. 354v-357v.
49. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 373r.
50. Según los arrieros, "aviendo conocido los dichos mercaderes la poca sustançia y haçienda de
algunos de los dichos dueños de requa, jamás se han querido juntar a tratar remedio, ni a abrir
plaza como se suele y acostumbra haçer en las dichas requas, barcos y navíos, antes con algunas
raçones dan a entender que pagaran a como la dicha plaza se abriere y a color de esto han traydo
algunos y luego se haçen afuera prometiendo menos precios del concertado". Destacan también
la arrogancia de los cargadores, "que públicamente se ja[c]tan y alavan que ha de ser lo que ellos
quisieren como ha sido siempre y que han de traer las cargas a como ellos les pareçiere y se lo
han de rogar y traerlos de qualquier peso que tengan". AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2,
Petición de los dueños de recuas. Panamá, 3 de diciembre de 1624, f. 378v-381r; sobre el
nombramiento de un tercero, f. 374r-375v.
51. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 391v-392v.
52. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2. Petición de los dueños de recuas. Panamá, 26 de
septiembre, 1630, f. 396v.
53. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 398 r, 402v.
224

54. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2. Petición de los dueños de recuas, 8 de octubre, 1630 y
11 de octubre, 1630, f. 416r-419r; 410r-411r.
55. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2. Petición de Gregorio de Ybarra, f. 406 y ss. En esta
ocasión los dueños de recuas volvieron a protestar por el exceso de peso.
56. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 447r-478r.
57. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2. Poder de mercaderes a Tomás de Puelles, 8 de octubre,
1635, f. 423r-427v.
58. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2. Información de testigos. 9 de octubre, 1635, f.
428r-436v.
59. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 423r-436v.
60. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2. Petición de los dueños de recuas (1635), f. 485v-486r.
61. Los problemas con los arrieros de Panamá hicieron que los mercaderes de Lima buscaran
apoyo en el Consulado de Sevilla, que se hallaba más próximo a las autoridades gubernamentales.
Fue así que se enviaron dos representantes del comercio a Madrid, Pedro de Villarroel y Juan de
Ybarra. AGI Consulados 313. Carta del Consulado de Lima al de Sevilla. 30 de junio, 1637.
62. AGI Escribanía de Cámara 467-A, pz. 2, f. 490v-496r.
63. AGI Lima 107. Carta del Consulado al rey. Lima, 28 de mayo, 1638.
64. Ibid.
65. AGI Lima 107. Carta del Consulado al rey. 10 de junio, 1639; AHL, LTC-2, f. 206.
66. AGI Escribanía de Cámara 467-A, pz. 2, f. 500 y ss.
67. Ibid.
68. Considerando que por las 2 mil cargas de ropa que habían pasado por el camino real habían
pagado entre 14 y 21 pesos, calculaban que el precio por Cruces estaría en el orden de los 4 pesos
y medio la carga. AGI Escribanía de Cámara 467-A, pz. 2, f. 500 y ss.
69. Para los dueños de recuas era evidente que los mercaderes no tenían ningún interés en llegar
a un arreglo. AGI Escribanía de Cámara 467-A, pz. 2, f. 500 y ss., f. 505v-511v, 515v.
70. AGI Escribanía de Cámara 467-A, pz. 2, f. 500 y ss., f. 515r, 518v.
71. AGI Escribanía de Cámara 467-A, pz. 2, f. 500 y ss., f. 524r.
72. AGI Consulados 313. Carta del Consulado de Lima al de Sevilla. Lima 20 de junio, 1644.
73. AGI Escribanía de Cámara 454-A, f. 521r-545v.
74. Los comerciantes exigieron, además, que los arrieros cubriesen los fardos con una manta y
que su peso no estuviese sujeto a la paga de flete. AGI Escribanía de Cámara 454-A, f. 521r-545v.
75. Este informe sirvió de sustento para el pedido de los mercaderes de que se revocara la real
cédula que confirmaba la ordenanza municipal. AGI Escribanía de Cámara 454-A, f. 552r-v.
76. AGI Panamá 74, pz. 1. "Expediente promovido por los dueños de recuas de Panamá sobre
cumplimiento de ordenanza, año de 1647". Petición de los dueños de recuas (1646), s/fol.
77. AGI Panamá 74, pz. 1. Información de testigos presentada por los dueños de recuas de
Panamá. Declaración de Esteban de Basurto, escribano, s/fol.
78. AGI Panamá 74, pz. 1. Los arrieros afirmaron que ese año los fletes de los navíos también
subieron de siete u ocho tomines a 17 y 18 tomines la arroba, s/fol.
79. AGI Panamá 74, pz. 1. Carta del conde de Chinchón. 5 de abril, 1631, s/fol; CODIAO, 17: 267-268.
80. AGI Panamá 74, pz. 2, f. 592v-598v.
81. El rey dio cédulas en favor del los dueños de recuas en 1614, 1636 y 1648. CODIAO, 17: 267-269.
Pero luego enviaba otras favoreciendo al comercio, AHL, LTC-l. R.C. del 24 V 1650.
82. Este nuevo reparto, en teoría, debían ser pagado por los mismos arrieros. Se nombraron como
comisarios a Alonso Hernández Toledano, Toribio de la Vega, Lope Sánchez del Saz y Alonso
Muñoz Callado. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 573r-581v.
83. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 614r, 619v.
84. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 609v, 619v.
225

85. Según los arrieros, el precio al contado de los negros había subido de 300 a 700 pesos; el del
maíz de dos a doce pesos la fanega; el precio del herraje era elevadísimo por la falta de flotas y,
por último, las muías costaban entre 60 y 70 pesos (porque las que costaban 25 ó 30 eran las
"chucaras" que sólo compraban los criadores). AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f.
621v-622v.
86. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 621v-622v.
87. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 626v-627r.
88. AGI Escribanía de Cámara 454-A, pz. 2, f. 650v-665v.
89. AGI Escribanía de Cámara 454-B, "Los comisarios del Perú con los dueños de requas de
Panamá sobre lo que se les debe pagar por carga desde Panamá a Portobelo (1663)", f.
1020r-1022r.
90. AGI Escribanía de Cámara 454-B. Petición de don Pablo de Lucen y demás comisarios del
comercio del Pirú. 19 de enero, 1663, f. 1025r-1026r.
91. AGI Escribanía de Cámara 454-B, f. 1029r y ss.
92. Los dueños de recuas presentaron una memoria de costos y una información en donde
atestiguaron, entre otros, don Jorge Antonio de Prado, el alguacil mayor de la audiencia, y el
capitán don Juan Cortés de la Serna, depositario general y alcalde ordinario. En la "memoria de
costos" (año 1663) presentada se explicaba que cada recua se componía de 45 piaras de muías
gobernadas por un mandador; cada piara, a su vez, estaba compuesta por seis muías y dos negros.
El cálculo sobre el costo de la piara era el siguiente:
"- Las dichas 6 muías... an menester para su sustento cada viaje 6 fanegadas de maíz que al precio
corriente de 12 pesos fanega montan 72 pesos.
- Estas dichas muías que van cargadas de plata es forçoso que para que les lleven estas 6 fanegas
de maíz se ocupen otras seis que las lleven y otras tres fanegas para que éstas coman siendo igual
el costo de los que llevan la plata como las que llevan comida y aunque estas 12 muías según las
quentas de arriba harían menester 12 fanegas no se ponen las de nueve que van dejando en el
camino conforme ban gastando y aquellas muías se buelben conque al costo de las primeras seis
fanegas... se le añaden tres a los dichos 12 pesos montan 36 pesos.
- Estas dichas seis muías de piara necesitan de dos mozos o dos negros...y lo mismo las que son
cargadas con el maíz conque a los primeros se les carga a cada mozo a 15 pesos que es lo que gana
y a los segundos que lleban el maiz la mitad y cuatro pesos y medio para sustento; y a los
segundos...por averse se volver en el camino, 58 pesos.
- De pasadas tienen de costo dicha piara y muías de maíz, 9 [pesos].
- De herrar estas 12 muías y clavo y herraje para el camino... 48.
- Yten un peso de vela...
- Yten de lo que toca a la dicha piara...prorrata de lo que gana el mandador, a quien se le da 1
mula en que vaia y el flete de otra que al precio corriente de la flota pasad de 40 pesos montan las
dichas dos muías 80 pesos, y de éstos a cada piara...15 pesos.
- Yten de costo de atos y menoscabos de ellos se le debe cargar a cada mula dos pesos cada viaje...
12 pesos.
- Yten de lo que toca a las dichas seis muías de lizençia y del derecho de camino dos reales a cada
una así de las que van cargadas de plata por la buelta de vacío como las que llevan el maíz que se
modera en 18 reales, dos pesos dos reales." AGI Escribanía de Cámara 454-B, f. 1029r y ss.
93. Según los mercaderes, los negros valían 550 pesos, las muías 45, el herraje diez pesos a crédito
y ocho al contado, el clavo 13 pesos, la lona y la jerga dos y cinco reales la vara respectivamente;
el maíz, en efecto, estaba a 12 pesos por fanega, pero "lo mismo valió el año pasado
conduciéndose las cargas de plata a 23 y 24 pesos". Por el contrario, según los dueños de recuas
los negros valían 800, las muías 55-60 pesos, el herraje 16, los clavos 16 pesos, la lona cinco reales
la vara y la jerga cuatro reales la vara. En los único que había coincidencia era en el precio del
maíz. AGI Escribanía de Cámara 454-B, f. 1038v y ss.
226

94. AGI Panamá 80, "Expediente sobre el precio y el peso de las cargas que se conducen de
Panamá a Portobelo en tiempo de Armada y derechos que solicita el Consulado de Lima
(1677-1688)". Junta del Consulado de Lima. 31 de marzo, 1678, f. 6v-7r.
95. El rey había sido informado que "pesando todas las cargas y hallando que algunas excedían de
las ocho arrobas y media, no se les permitía el paso, aunque los arrieros no se quejasen; y como
no es posible el peso sea tan ajustado, era preciso redimir con dinero la molestia de la detención,
que se repetía en los dicho cuatro sitios, pues aunque los arrieros llevasen pasaporte de esa
ciudad, hazían en cada uno de ellos que se descargasen los fardos para volverlos a pesar". AGI
Panamá 80. Carta del rey a don Alonso Mercado y Villacorta. 8 de marzo, 1678, f. 10r y ss.
96. AGI Panamá 80, f. lOr y ss.
97. AGI Panamá 80. Los diputados del comercio al Consulado. Lima, 5 de agosto, 1678, f. 12v-17r.
98. AGI Panamá 80. Memorial de los dueños de recuas, f. 20v-21v.
99. AGI Panamá 80. Petición de los dueños de recuas (1678), f. 22r-29r.
100. Ibid.
101. Ibid.
102. AGI Panamá 80, f. 61r-64r.
103. AGI Panamá 80. Petición de los dueños de recuas, f. 22r-29v.
104. Ibid.
105. Ibid.
106. AGI Panamá 80. Propuesta del comisario, f. 32r y ss.
107. AGI Panamá 80, f. 35r-43r.
108. AGI Panamá 80. Memorial de los cargadores Pedro de Zumárraga, don Matheo de Uriarte,
Francisco Sánchez de Tagle y Phelipe del Castillo, f. 72r-v.
109. AGI Panamá 80, f. 44r-58v.
110. AGI Panamá 80. "Memoria de los costos que tiene cada mula de las que han de cargar plata a
Portobelo en este trajín de 678", f. 79r-80r.
111. AGI Panamá 80. Petición de los dueños de recuas, f. 76v-77r.
112. AGI Panamá 80. Petición de don Diego Carcelén Fernández de Guevara, f. 91r y ss.
113. AGI Panamá 80, f. 99r.
114. AGI Panamá 80. Carta del presidente de Panamá al Rey. Portobelo, 14 de diciembre, 1678, s/
fol. AHL, LTC-3, f. 32, 64, 98, 108.
115. AGI Panamá 80. R.C. al presidente de Panamá. 11 de marzo, 1680, s/fol.
116. AGI Panamá 80. Carta del obispo de Panamá. 10 de diciembre, 1681; AGI Panamá 80, s/fol.
"Expediente sobre el precio y el peso de las cargas que conducen de Panamá a Portobelo en
tiempo de Armada y derechos que solicita el Consulado de Lima (1677-1688)".
117. Ibid.
118. AGI Panamá 80. Carta del Consulado de Lima al rey. Recibida en el Consejo el 24 de
septiembre, 1683; y AGI Panamá 80. Memorial de los comisarios del comercio del Perú. Portobelo,
19 de febrero, 1682, s/fol.
119. AGI Panamá 80. Carta del Consulado de Lima. Recibida en el Consejo el 24 de septiembre,
1683, s/fol.
227

Capítulo Siete. El precio del indulto:


hacia el comercio directo

No hay ley ni estatuto que no admita moderación y


reforma con el tiempo; deroga la abundancia las
que estableció la necesidad; la paz las que
introdujo la guerra; las circunstancias del tiempo
los derechos que por no haverse prevenido los
accidentes que sobrevienen se dispusieron1.
1 El aumento de la presión bélica europea en América en el siglo XVII, ya sea a través de los
ataques de piratas y corsarios, ya a través del asentamiento permanente de holandeses,
ingleses y franceses en el Caribe, obligó a los americanos a emprender medidas para
defender el territorio. Proteger un área tan vasta que era atacada esporádicamente creaba
una serie de problemas. Si bien los ataques no eran tan frecuentes como uno se podría
imaginar, una sola victoria podía tener consecuencias nefastas. Por lo tanto, —y, sin duda,
esto estaba considerado dentro de la estrategia de desgaste de los enemigos de España—,
había que hacer un verdadero despliegue de recursos para defenderse de estos
esporádicos pero certeros ataques: había que fortalecer los puestos militares, ampliar la
protección naval, aumentar el número de soldados y armas y, en caso de alguna desgracia,
era preciso enviar “socorros” especiales. Por tales razones, la presencia europea en las
costas del Pacífico y en el Caribe generó un fuerte aumento de los gastos de defensa.
2 Gran parte del peso de estos gastos hubo de ser soportado por el virreinato del Perú. La
escasez de recursos en lugares estratégicos para la defensa, como Valdivia, Cartagena y
Panamá (y por un tiempo también Buenos Aires), forzó a la caja de Lima a asumir estos
gastos. El examen de los gastos de la caja de Lima entre 1607 y 1690 arroja que la defensa
implicó un desembolso del 16.5% del presupuesto en los años 1607-10, mientras que en
1681-90 éste había ascendido al 43%2. El tener que afrontar la protección del territorio
tuvo varias consecuencias. En primer lugar, se produjo una disminución de las remesas a
España: entre 1607-10 se envió el 51% de los egresos hacia Europa; en 1661-70 representó
el 14.9% y, finalmente, en 1681-90 sólo se remitió el 5% de los egresos 3. En segundo lugar,
y ya que en la segunda mitad del XVII la crisis de las cajas mineras era evidente, la real
hacienda tuvo que recurrir a los mercaderes de Lima para el pago de situados, socorros,
mantenimiento de la armada y fortificaciones.
228

3 La real hacienda no podía hacer mucho para remediar su dramática situación. En 1661-62
la caja de Lima estaba endeudada en un millón 200 mil pesos por el aumento de los gastos
de guerra y la caída de los derechos mineros4. Las propuestas para aumentar impuestos
(se quería, por ejemplo, poner impuestos a la chicha, al jabón y al tabaco en polvo) fueron
rechazados por los miembros del Consejo: debido a la variedad y “mezcla de humores”
que habían en las Indias, concluyó la junta, “no convenía hacer experiencia del amor ni
del respeto de los vasallos, así no era de parecer se pusiesen en ejecución los medios
propuestos”5. Así, —como reconoció el virrey conde de Santisteban— no había otra
manera de asegurar las rentas reales que delegar en el comercio la administración de los
derechos y esperar su cooperación6. La contrapartida de la dependencia de la hacienda a
la buena voluntad de los mercaderes fue la soberbia actitud de éstos en sus relaciones con
los miembros del gobierno virreinal. Incluso dejaron ya las conversaciones exclusivas con
el virrey y decidieron tratar directamente sus problemas en el Consejo de Indias por
medio de un procurador, don Diego de Villatoro7. La intervención del Consulado llegó a
ser tan decisiva que logró, mediante donativos, mantener la presencia de determinadas
autoridades y permisos para traficar con plata labrada8. Del mismo modo, también logró
la destitución de un virrey, el conde de Castellar, cuando éste se atrevió a tomar medidas
que atentaron contra los intereses de los mercaderes.
4 Pero a pesar de que ahora sí eran escuchados, el rey no tuvo una posición incondicional y,
sin duda, habían problemas que no se podían manejar tan fácilmente en favor de los
mercaderes de Lima. El monarca le negó al Consulado la posibilidad de rehusar la
renovación de los asientos. Los mercaderes protestaron repetidas veces, pues estaban
manteniendo dos armadas, la del Mar del Norte y la del Mar del Sur. A esto habría que
agregar la poca frecuencia de las flotas, la evasión del pago de la contribución en el
Boquerón y la permisividad de navíos de registro por el puerto de Buenos Aires. Para
colmo de males, las urgencias militares forzarían al estado a recurrir al confiscamiento de
caudales o a pedir pesados donativos. Las autoridades panameñas tomaron alguna que
otra vez vez el dinero de la armada del Mar del Sur y de la avería —recolectado por el
Consulado— para cubrir sus necesidades; pero, sobre todo, se dedicaron sistemáticamente
a extorsionar a los mercaderes peruanos, quienes consideraron que el problema de
Panamá era una causa perdida que debía ser solucionada drásticamente. Y, por último, los
mercaderes tuvieron que organizar y costear la defensa marítima y adaptar sus navíos a
las necesidades bélicas9. Lo cual quiere decir que el costo de los asientos y de la defensa
del virreinato eran demasiado altos en un momento en que, precisamente, el comercio
directo en territorio americano se estaba haciendo viable. El entusiamo inicial con el cual
el Consulado asumió las funciones estatales pronto se convirtió en un pesado lastre. Así,
los mercaderes se negaron a pagar las contribuciones de los asientos, dejaron a los
galeones de Tierra Firme plantados en Cartagena y, finalmente, decidieron sostener
relaciones directas en América con los mismos distribuidores que los abastecían en Cádiz.
Así, en la práctica, el régimen de flotas y galeones había colapsado.

Panamá: la “espina” del comercio


5 La defensa de Panamá no sólo era un problema militar y burocrático, sino también un
problema económico. El modesto aparato defensivo del siglo XVI —dos castillos en
Portobelo con 200 hombres, un fuerte en la boca del río Chagres con 28 hombres, otro en
el río Gatún con 25 soldados y unos treinta soldados más en Panamá— debía ser
229

mantenido con los ingresos de almojarifazgos de las ferias. Pero ya desde el siglo XVI la
precaria fiscalización había empujado a la caja panameña al endeudamiento. En 1599 la
caja debía 216 mil pesos a mercaderes y prestamistas particulares, y las deudas
permanecieron al punto de obligar repetidas veces a los funcionarios panameños a tomar
el dinero procedente de la caja de Lima para cubrir los gastos de guerra10.
6 La ofensiva de la piratería en el Caribe a mediados del siglo XVII supuso una reformulación
de las estrategias bélicas en el istmo. Se debieron remodelar las fortalezas y ampliar la
dotación de soldados. Por este motivo, en enero de 1664 se aprobó la creación de un
situado para Panamá de 105,150 pesos que debería ser pagado por la caja de Lima. Según
Castillero, esta medida convirtió definitivamente a Panamá en el istmo del Perú 11. Poco
después, cuando Morgan destruyó Portobelo (1668), Chagres (1668) y arrasó con la ciudad
de Panamá (1670), el situado hubo de ser aumentado a 275,314 pesos para mudar la ciudad
a un nuevo emplazamiento y reconstruir las fortalezas. Incluso en 1684 los gastos
ascendieron a más de 400 mil pesos. Pero la caja de Lima no estuvo dispuesta a enviar
estas cantidades, como se puede ver claramente en el cuadro 7.1. Así, Panamá osciló entre
el endeudamiento, la confiscación de las remesas del rey —en 1708 tomaron 400 mil pesos
del monarca— y la extorsión a los comerciantes de Lima. Los soldados, a su vez, se
hallaron endeudados, desprotegidos, sin armamento y siempre dispuestos al motín y la
deserción12.

CUADRO 7.1. Situado de Panamá en la caja de Lima, 1664-1730

FUENTE: Castillero Calvo, “Estructuras funcionales”, 380.

7 Las fricciones entre el Consulado y las autoridades panameñas fueron tan frecuentes
como las quejas contra los arrieros. La corrupción de los funcionarios se conocía
ampliamente en el Consejo y repetidas veces se habló de la necesidad de hacer una visita
para poner orden13. En 1646, por ejemplo, el Consejo recibió amargas quejas de la
audiencia de Panamá contra el presidente don Juan de Vega Bazán. Este había colocado en
los puestos públicos a sus parientes y criados y no aplicaba una sóla de las cédulas que
enviaba el monarca; había otorgado permiso para que ingrese vino del Perú, para lo cual
había cobrado cohechos so pretexto de que eran para el sustento de la gente de guerra.
Además, se había enfrentado a los comerciantes, les había impuesto limitaciones en el
peso de las cargas y en el operativo había logrado extraer ganancias que ascendían a más
de 30 mil pesos.
8 La visita a Panamá (1645-1655) confirmó que el istmo era tierra de nadie. Toda la
burocracia estaba implicada en el fraude; los oficiales reales ganaban alrededor de 30 a 40
mil pesos “por lo que llaman buen pasaje del Mar del Sur al del Norte”. El fiscal informó
que, incluso, don Antonio de Toledo —hijo del virrey Mancera y general de la armada del
230

Mar del Sur— había introducido vinos peruanos en complicidad con el presidente Vega
Bazán. Los agravios que recibían los mercaderes eran “tantos y tan continuados con
extorsiones que a ninguna parte se volverán los ojos en que no se descubran”. El
presidente acusó al obispo y al fiscal de querer destituirlo y, en el caso de los pagos del
comercio, se justificó alegando que los mercaderes habían aceptado voluntariamente
hacer las contribuciones, como la del pago de nueve reales por el romaneaje de las cargas.
En 1644, los mercaderes pagaron 100 mil pesos de “composición” por las mercaderías que
habían llegado en los galeones. Según el presidente, se había cobrado medio real a cada
fardo para refaccionar los almacenes en donde se descargaban las mercaderías 14.
9 La muerte de Bazán exacerbó los problemas jurisdiccionales entre el virrey del Perú y la
audiencia de Panamá. La audiencia —liderada por dos oidores “movidos por la ambición
de governar y mandar”— se opuso a que el virrey Mancera nombrara al gobernador. Los
oidores fueron acusados de haber sido cegados por su “natural ambición” de criollos 15 y
de permitir la evasión del registro, para lo cual cobraba 2% a los reales y 4% a los
barretones y piñas a través del prior del convento de Santo Domingo, fray Domingo de
Cabrera. Cuando, finalmente, fue nombrado gobernador don Diego de Orozco, las cosas
empeoraron aún más. Los comerciantes del Perú expresaron públicamente que no
llevarían su plata a Tierra Firme ni a España hasta que el gobernador no cesara de entrar
a sus casas y abrir sus cargamentos16. Lo acusaron de haber llegado al extremo de pegar
un papel en la plaza pública, en el que se leía que aquél que quisiera pasar “plata por alto”
debía buscar al fraile Domingo de Cabrera, cómplice del gobernador17.
10 La corrupción de los funcionarios en Tierra Firme resultaba verdaderamente alarmante.
Don Juan Méndez aseguraba que en las Indias se violaba la correspondencia dirigida al rey
y se abrían los cajones “porque la censuras no obran efecto en las Yndias y aseguro a V.M.
que tienen anchas las conciencias”18. Según un informe del doctor Matías Guerra de
Latras, los “primeros descaminos obligaron a que el discurso malicioso se animase más, y
como la sagrada hambre del oro no ay pecho de diamante que no ablande, ni roca que no
mueva, el remedio único a sido el interés para que los ministros enriquezcan y vuestro
real haber disminuya”19. En una junta del Consejo se supo que, en 1654, habían llegado a
Panamá seis millones de pesos sin registrar y fuera de la época de armada. Y sólo en esta
operación el presidente don Pedro Carrillo de Guzmán había ganado alrededor de 400 mil
pesos por sobornos20.
11 Según el licenciado Jerónimo de Viga, a mediados de la década de 1650 pasaban millones
de pesos en Panamá que remitían los peruanos fuera de época de armada y flota, “que se
vieron algunas veces fragatas cargadas della y echándola en tierra se volvían sin tomar
punto y la gente que venía en ellos estaba escondida”21. El relator del Consejo, doctor
Paniagua, instó a las autoridades panameñas a no permitir que con el pretexto del
comercio con el Perú se llevase plata sin registro a Tierra Firme22. Desesperados por la
evasión del registro se intentó obligar, no sólo a los mercaderes del Perú, sino también a
los vecinos de Panamá, a registrar todos sus caudales y enviarlos a Portobelo.
Obviamente, la medida generó airadas protestas y el Consejo hubo de retroceder. Se
reconoció que habían muchos inconvenientes porque, ciertamente, parte del metal era
aquel que se usaba para las transacciones locales e, incluso, algunos lo prestaban a los
mercaderes de Lima “con el interés ordinario y corriente de ocho o diez más o menos por
ciento... que forzosamente tienen que tomarlo para pagar los fletes de mar y tierra y
costearropa de sus empleos hasta el Perú”, porque se quedan sin efectivo al regreso de
España o Portobelo23. No obstante, el fraude había llegado a un nivel tal, que ni siquiera se
231

podía confiar en las escrituras notariales, pues éstas se fraguaban para evitar que las
operaciones pagasen derechos24.
12 La falta de recursos obligó a los gobernadores de Tierra Firme a tomar reiteradas veces el
dinero perteneciente al rey que se enviaba del Perú a España. En 1656, el presidente
Carrillo de Guzmán explicó que habían llegado en la nave Capitana un millón 200 mil
pesos del rey y que había tenido que valerse de parte de este dinero para pagar gastos de
defensa en Santo Domingo, Punta de Araya, Santa Catalina y Cartagena. Hacía dos años
que se les pagaba la mitad de los sueldos a los soldados y, además de las deudas usuales, el
propio gobernador había tenido que buscar “a su crédito” 97 mil pesos. Por esta razón se
habían quedado “sin un real” y sólo le habían podido remitir al monarca medio millón de
pesos25. En 1657, el Consulado de Lima aprovechó la coyuntura para acusar al presidente
de Panamá y al general de la flota de no respetar la ley y obviar las directrices del virrey
del Perú26. De modo que se hizo una investigación sobre la retención de caudales del rey
en Panamá en los años 1656, 1659 y 1660. Los resultados no sorprendieron a muchos: los
oficiales reales habían defraudado descaradamente a la hacienda y las cuentas de los
salarios de soldados, precios de bastimentos y otras cosas habían sido colocadas a su
antojo. En 1656, por ejemplo, los oficiales habían pagado 538,824 pesos por empréstitos
hechos a la caja; pero no había manera de comprobar a quiénes se les habían hecho los
pagos porque los oficiales, intencionalmente, habían eliminado la información 27.
13 Cuando los mercaderes firmaron los asientos se enfrentaron con más firmeza a las
autoridades panameñas y comenzaron los pleitos interminables relativos al
incumplimiento de las condiciones estipuladas en los asientos. En 1660, por ejemplo, Riva-
Agüero, gobernador de Panamá, había publicado un auto que obligaba a los mercaderes ‐
de Lima a desembarcar únicamente en la “Tosca” de la ciudad, bajo pena de
confiscamiento. Según el gobernador, los mercaderes del Perú solían desembarcar en
Lancón, Paitilla y otras caletas “de noche y de día, con cuidado y secreto para llevarlas
ocultas a estancias o entrar a Panamá”28. Esta medida fue interpretada por el Consulado
como una interferencia al libre movimiento del comercio y, en consecuencia, como una
medida contraria al espíritu de los asientos. En 1665, el Consulado sostuvo un nuevo
juicio, esta vez contra los oficiales reales de Panamá, quienes no habían pagado los fletes
del traslado de los 350 mil ducados de Panamá a Portobelo29. Poco después entablaron
otro pleito con los mismos funcionarios cuando éstos intentaron seguir cobrando la
avería de camino —que se descontaba de la plata que antes iba registrada—, pues cobrar el
impuesto, decían los mercaderes, implicaba volver al sistema de registro30. Un año
después, en 1666, las autoridades panameñas intentaron nombrar sus propios comisarios
para la cobranza de dinero en el Boquerón, con lo cual desafiaron, una vez más, al
Consulado y provocaron un contencioso adicional31.
14 Los enfrentamientos continuaron en los años siguientes. En 1668, los comisarios del
Consulado tuvieron un enconado pleito con el teniente de escribano mayor de minas y
registros de Panamá, don Juan de Ysasi, en razón de los derechos que debía cobrar por su
oficio. El escribano se había visto afectado por el “indulto” —es decir, el nuevo asiento de
avería— y no tenía forma de recuperar todo lo que había invertido en la compra de su
oficio. Incluso no dudó en declarar que, si hubiese colocado los 23 mil pesos que le costó el
oficio en el comercio, habría extraído una ganancia del 30% anual... y eso era lo mínimo
que debería obtener de ganancias del oficio, como siempre había sido costumbre. Así,
pues, el escribano se consideraba estafado por la nueva situación32. Ese mismo año, y para
evitar la interferencia panameña, el Consulado de Lima intentó tomar en asiento las
232

alcabalas de Tierra Firme, pretensión que fue rechazada enfáticamente por el Consejo y el
Consulado de Sevilla33. En 1674, los diputados del comercio del Perú sostuvieron un nuevo
pleito con los oficiales reales y el fiscal sobre el cobro de derechos de almojarifazgo para
la lana de vicuña y el añil y, en 1682, los comerciantes de Lima lograron que el Consejo los
exonerara de pagar almojarifazgo y Unión de Armas sobre el cacao que entraba a Tierra
Firme34.
15 La actuación del presidente don Juan Pérez de Guzmán constituye un buen ejemplo del
grado al que habían llegado las fricciones con los mercaderes y hasta qué punto éstas
también alcanzaron a los virreyes del Perú. Guzmán era conocido por su mal carácter y su
conducta arbitraria, que lo llevó a un abierto enfrentamiento con la audiencia, el clero,
los comerciantes de Lima y los oficiales reales de Panamá. Anteriormente había servido
como gobernador de Cartagena y se le había puesto cargos en su residencia por permitir
la llegada de navíos holandeses e ingleses35. En cuanto llegó a Panamá, Guzmán se
enfrentó a los funcionarios, acusó a oficiales reales de querer envenenarlo, los destituyó y
nombró como contador interino a don Francisco de Terán, uno de sus incondicionales. Al
poco tiempo, en 1667, llegó a Tierra Firme el recién electo virrey del Perú, el conde de
Lemos, quien apenas tocó tierra fue informado de los excesos de Pérez de Guzmán: los
criados del gobernador pasaban plata privada “por alto” de Panamá a Portobelo
aduciendo que era plata del rey y se estaban evadiendo todos los impuestos y
contribuciones que cobraba el comercio por los asientos. Cuando fueron llamados algunos
supuestos cómplices para comprobar la “picardía”, éstos se desentendieron pues temían
las represalias del temperamental gobernador. Terán declaró que las barras pertenecían
al monarca y que tenían las marcas borradas porque las había comprado en Panamá. Don
Diego Quin, comisario del Consulado, alegó que nadie compraba barras en Panamá pues su
precio allí era mucho más alto (se compraban al 147.5%), y menos el rey, para quien la
cotización usualmente era del 142%. Terán, furioso, había puesto “la mano en la barba y
les juró que lo avía de pagar el comercio, queriéndoles meter terror y espanto con esta
amenaza”36.
16 Los diputados del comercio de Lima protestaron formalmente en mayo de 1667. Ya que
estaba comprobado que el presidente era cómplice en la evasión de los impuestos que el
Consulado debía recolectar y que éste “era uno de los negocios más graves que se pueden
ofrecer en orden al real servicio”, el comercio se hallaba “imposibilitado y ... libre de la
obligación” del asiento. Además, ya que se había corrido la voz de que ellos estaban
implicados en el fraude, exigían una satisfacción pública37. En este momento ya el “reino
entero” estaba “turbado”. Comenzaron a aparecer declaraciones en donde se acusaban
como cómplices de este fraude, no sólo a los oficiales reales y al presidente de la
audiencia, sino también a los comisarios del Consulado38. El capitán Pedro de Segura,
proveedor y pagador general de la armada del Mar del Norte, ofreció un panorama
desolador y declaró que en ningún gobierno anterior se había visto tanta desfachatez: en
1665, el presidente había exigido a los comerciantes que llegaron en la armada del Mar del
Sur 25 mil pesos por el traslado de plata sin quintar a Portobelo y, aunque siempre se
sabía que ocurrían estas cosas, nunca había sido tan público. La recolección de alcabalas
en Portobelo era un fraude total a la hacienda. El presidente había tomado 41 mil pesos de
la plata del rey y la había prestado a interés (”la dio a daño”) 39, impuso como alcalde
ordinario a Francisco Gómez Salgado (un mercader) y todos los que ocupaban algún cargo
debían darle un pago. Destituyó a los comisarios nombrados por el Consulado de Lima y
nombró nuevos diputados, con la condición de que le dieran 25 mil pesos y, además, tres
233

reales por cada marco de plata blanca que pasara por el istmo, y todo este escándalo se
“acomodó y calló”. Además, pidió préstamos para la hacienda que nunca ingresó en la
caja o cuyo desembolso se efectuó en reales sencillos. El obispo de Panamá era
constantemente insultado por Pérez de Guzmán, pues lo llamaba públicamente “viejo de
amuçeta”. Por último, a los arrieros les cobraba una tasa personal. En conclusión, Tierra
Firme se iba a despoblar, pues era muy difícil soportar por mucho tiempo a “sujetos [de]
un natural tan áspero como el del dicho señor Presidente”40.
17 Otros testigos declararon que el enfrentamiento con los mercaderes de Lima había sido
bastante más violento. Apenas llegaron a Panamá, Pérez había revocado el nombramiento
de los comisarios y a los nuevos les había exigido 45 mil pesos y el “pacto” de poner
gabela a la plata blanca, pues de otro modo la decomisaría; al final, acordaron que
recibiría 25 mil pesos el presidente, cinco mil el fiscal y se cobrarían tres reales por marco
de plata blanca41. La tensión llegó a tal extremo que el gobernador mandó llevar las piezas
de artillería a su casa y las dirigió contra la población “muchos días, en descrédito y
deshonor de [la] antigua lealtad” de la ciudad. En estas circunstancias incluso hubo una
revelación divina: un religioso escuchó a Dios decir que en 20 ó 30 días se acabaría la
tiranía.
18 En efecto, mediante un auto del conde de Lemos, Pérez de Guzmán fue suspendido como
presidente y gobernador de Panamá, y debía ser llevado preso al Callao. Pérez huyó al
castillo de Portobelo y se llevó algunas compañías de soldados y el dinero de las cajas, con
el que pagó a la infantería del puerto; luego amenazó con ir a Panamá “con 200 infantes a
echar al señor conde de Lemos a cuchilladas y hacerlo embarcar a todo correr”. El conde
de Lemos, por su parte, llamó a más soldados y les ofreció doble salario. Finalmente,
viendo la causa perdida, Pérez se rindió. El fin de la aventura se festejó con vítores, misas
y música, y el conde de Lemos fue nombrado “restaurador de la República”. Sin embargo,
y no obstante la euforia popular, el Consejo dictaminó poco después que el conde de
Lemos había actuado sin tener jurisdicción, pues todavía no había entrado a la ciudad de
Lima y, por lo tanto, no tenía prerrogativas contenciosas cuando llegó a Panamá. Así, ante
el estupor de la opinión pública, Pérez de Guzmán fue restituido en el cargo y Lemos
obligado a pagarle todos los gastos de viaje de su propio bolsillo42.
19 Los conflictos en Panamá no terminaron aquí. En la armada de 1675, los oficiales reales de
Panamá y los comisarios del Consulado del Perú entablaron pleito ante el presidente de
Panamá debido a que los primeros no querían recibir el dinero del asiento de avería en
barras ni en pesos de columnas, sino tan sólo en discos acuñados de ocho reales. El
presidente apoyó a los oficiales, obligó al comercio a entregar el dinero en Portobelo (y no
en Panamá) y, por último, ordenó a los comisarios tomar razón de la plata que se estaba
transportando. Las quejas de Lima fueron inmediatas: estas medidas atentaban
directamente contra los asientos. El Consulado no se había comprometido a entregar el
dinero en pesos de ocho reales, pues los cargadores empleaban barras en el comercio de
ultramar. El pago en barras no afectaba a la real hacienda porque los oficiales pagaban a
los “libranzistas en la misma especie sin reparo alguno”. Y, finalmente, se había
convenido que los comisarios debían transportar los metales del asiento a Portobelo,
siempre y cuando los fletes fuesen pagados por la caja de Panamá, cosa que el presidente
no estaba cumpliendo43. Los oficiales reales justificaron la exigencia de la entrega en
reales “porque las barras no es moneda igual y corriente, sino especie de mercancía que
en los contratos de ventas de mercaderes les dan el valor que ajusta a sus conveniencias”
44
. El rey decidió apoyar al comercio, no a sus oficiales. Envió una cédula que ordenaba que
234

el Consulado se encargaría de trasladar el dinero de la real hacienda a Portobelo —a costa


de la caja de Panamá— para evitar, así, que los oficiales cometieran “fraude de este
contracto” y pasasen gruesas cantidades de plata del Perú, invitando a los comerciantes
de Lima a abandonar el asiento. De manera que los funcionarios debieron entregar todo el
dinero a los comisarios de Lima45.
20 Hacia 1680 ya se había llegado a un punto de saturación. Según los oficiales del istmo,
cada vez que llegaba una armada había problemas con el comercio del Perú, quienes se
consideraban “ministros reales” sin serlo y denominaban “real administración” a la
cobranza del indulto46. En 1682, el Consulado de Lima explicó muy bien de qué modo
Tierra Firme se había convertido en un verdadero obstáculo para el normal
desenvolvimiento del comercio. Los comerciantes habían esperado pacientemente con “la
esperanza del remedio, y como nunca llega teme el Tribunal que pase a la línea de
imposible y ... reconociendo quanto sirve el comercio a S.M. en el tráfico de Tierra Firme y
que no tiene en aquel reyno asistencia alguna, arrancará las espinas que cierran y hacen
horrible su carrera, mandando al señor presidente y demás ministros traten a los
comerciantes como vasallos de S.M.”. En efecto, los comerciantes se quejaban de que el
paso por Tierra Firme era un verdadero martirio. Los mercaderes del Perú eran mal
acogidos, “ya sea por la natural constelación y destemple de aquel reyno o, lo que es más
cierto, porque sus vecinos y ministros que lo gobiernan tienen cifradas todo el año las
esperanzas de su convalecencia en las pensiones de los forasteros”. Los ministros
fomentaban el abuso a los peruleros, por lo que el Tribunal consideraba que, en estas
condiciones, sería casi imposible que se repita un viaje más a Panamá. Los cargadores
estaban optando por quedarse con sus caudales en la “quietud de sus casas que
exponerlos a la contingencia del viaje y a la certidumbre de perderlos del todo, con más el
costo de las molestias y vejaciones que les causan en Tierra Firme”47.
21 Apenas llegaban a Panamá —alegaba el Consulado— se convocaba una junta de
hacendados y regatones para subir los precios de los alimentos y hospedajes, de modo que
los trataban como “extranjeros o enemigos de su Católica Monarquía”. Como los
mercaderes se encargaban de la recolección de los impuestos de avería del Mar del Norte,
los funcionarios habían perdido parte de sus “grangerías” y, en orden a reponerlas, no
perdonaban diligencias ni pleitos para engrosar sus derechos; obstaculizaban la
administración de los comisarios del Consulado, quebrantaban las capitulaciones de los
asientos y sólo obedecían las cédulas si con ellas podían perjudicar a los peruanos. Los
arrieros habían fijado el precio y peso de las cargas sobre la base en una vieja cédula e
inventaban derechos nuevos. Habían prohibido la entrada de pequeñas embarcaciones
provenientes de Cartagena por no pertenecer a los vecinos y funcionarios panameños. Los
peruleros eran mirados con odio, que
les causaba horror, que aún el nombre sólo del viaje se tiene por ominoso, y así
tiene el Tribunal justos recelos de que se interrumpa y pause... Pues no es verosímil
que ninguno medianamente cuerdo aventure la vida y el caudal con tanto afán
adquirido, repitiendo la tormenta de que salió lastimado sino perdido. El despacho
de la armada pasada fue difícil hallar quién quisiese ir por comisario y se vio que
muchos abandonaron las esperanzas de sus conveniencias quedándose en esta
ciudad48.
22 En 1684, don Diego de Villatoro presentaba un memorial en el Consejo mediante el cual
reafirmaba los daños que sufrían los peruleros en Panamá. Debían contribuir para el
“navío de comboi” de las costas de Portobelo49 y con una serie de gabelas creadas por los
oficiales; habían inventado un estanco para las embarcaciones y se les cobraba derechos
235

por la exportación de cacao; en Chagres se había impuesto un gravamen por el uso de


bodegas, incluso si no se almacenaban allí las mercaderías; se les estaba cobrando una
“avería de camino” en Panamá, que estaba arrendada a particulares que habían dejado de
reparar la ruta; los dueños de recuas seguían presionando con el peso de las cargas y,
además, debían pagar los costos de conducción de la plata del rey a Portobelo
injustamente. Asimismo, el presidente de Panamá, don Alonso de Mercado, había
introducido una nueva licencia para salir de la ciudad que debía llevar su firma, previo
pago50; igualmente, se había aliado con el corregidor de Guayaquil para pasar metales por
“la otra costa”, de modo que éstos no pagaban la contribución que recolectaba el
Consulado. Por último, las cédulas que enviaba el rey para perdir algún servicio o
donativo a través de las autoridades panameñas se utilizaban para extorsionarlos 51. Así,
pues, la situación en el istmo era insostenible.

Problemas en casa
23 Los asientos del Consulado también causaron un gran malestar entre los oficiales reales y
los demás miembros de la administración en el Perú. En cuanto se firmaron los asientos,
los oficiales reales de Lima —don Francisco Guerra y don Francisco Colmenares—
entablaron pleito ante el Consejo para que se anulen. Se quejaban de haber quedado
desacreditados con sus fiadores porque no habían terminado el período de cuatro años en
que se les había dado los oficios. No había habido competencia en el remate de los
asientos, de modo que el virrey Alba de Liste había decidido arbitrariamente otorgar los
asientos al Consulado. Las condiciones tenían “cautela y fraude”, como el de no dar
cuentas y tenerlo en arrendamiento por diez años. El famoso empréstito de 150 mil pesos
no lo había desembolsado, en realidad, el Consulado, porque lo habían sacado de
diferentes depósitos que estaban en su poder (como el de la alcabala del viento), de modo
que era dinero que estaban prestando al rey procedente del dinero sobrante de lo
recolectado por los asientos.
24 En cuanto a las alcabalas, resultaba claro el fraude. El Consulado estaba pagando 139,500
pesos, mientras que los oficiales habían ofrecido entregar 160 mil, dar cuentas detalladas
y respetar la equidad en el pago entre los vecinos. El Consulado, por el contrario, estaba
gozando de “privilegios e indulgencias”; los puestos de prior y cónsules se rotaban entre
los “diez y doce más ricos y poderosos, en que están las mayores y más gruesas
contrataciones del reyno, siendo a un mismo tiempo jueces para repartir y partes para la
contribución, con que el que debe diez se reparte uno, gravando para el entero del
arrendamiento a los gremios que de ordinario se compone de... gente pobre y miserable...
que teme el gastar en el seguimiento de la causa y recelan como pleitean los poderosos el
subceso”52.
25 Según los oficiales, el fraude a la hacienda se demostraba porque en un año de flota se
negociaba en Lima, por lo menos, diez millones de pesos, que deberían arrojar unos 400
mil pesos por alcabala de la primera venta. De manera que la diferencia iba directamente
al bolsillo de los hombres poderosos del Consulado. Algo similar sucedía con los
almojarifazgos y las averías. Sumando los tres derechos, el Consulado estaba pagando
561,250 pesos, cuando sólo la avería del Mar del Sur reportaba unos 200 mil; y en la avería
del Mar del Norte se estaban entregando de menos 367 mil pesos al año. Considerando
que los problemas habían sido originados por el mismo comercio —que había evadido el
registro y provocado el colapso del regimen impositivo—, resultaba inadmisible que se
236

hallara libre y sin ninguna entidad superior que lo pudiese fiscalizar. Por último, los
oficiales habían caído en descrédito general en todo el reino, pues habían quedado
expuestos “a la nota y censura”53. Los mercaderes respondieron que la petición de los
oficiales no era legítima y, lo que es peor, que con sus cálculos se descubría que éstos
habían estado lucrando a costa de la hacienda, cuando les estaba prohibido cualquier
trato y comercio54.
26 Los ataques posteriores al Consulado se centraron en la ausencia de fiscalización y
rendición de cuentas55. El 22 de octubre de 1663 se celebró una junta de hacienda
encabezada por el virrey conde de Santisteban en la que se resolvió pedir al Consulado
que exhiba sus libros y que aumente las alcabalas a 240 mil pesos anuales 56. El Consulado
convocó a los recolectores de alcabalas57 y decidieron que no podían pagar más de los 124
mil pesos estipulados: la situación del mercado era difícil, habían demasiadas mercaderías
en Lima, incluso traídas desde Buenos Aires... así que, si querían, podían rematar las
alcabalas en otras personas. Se hicieron 30 pregones y nadie se presentó, ni siquiera los
oficiales reales. Luego de este suceso, los mercaderes intentaron, incluso, reducir la
cantidad: nadie se había presentado a hacer postura por la mala situación económica; el
decreto del virrey suponía que el comercio había aumentado en los últimos años, pero —y
se remitían hasta la década de 1630— no tenía en consideración ni las prisiones del Santo
Oficio de 1636, ni las quiebras de los bancos, ni las pérdidas en el mar, ni el fraude de la
moneda. Además, muchos cargadores estaban enviando directamente sus mercaderías a
Charcas —y, por tanto, no pasaban por Lima— y en el Alto Perú los negocios no andaban
bien debido al comercio de los navíos de permiso de Buenos Aires. Por último, el tráfico
con España se había reducido, al punto que habían arribado muchos mercaderes desde
España y habían saturado el mercado58.
27 El virrey Santisteban no se conmovió con el dramático relato de los comerciantes. Insistió
en que el Consulado aumente los derechos y enseñe sus libros, pero éste se negó
reiterando al mismo tiempo su fidelidad al rey59. En la junta de hacienda del 18 de febrero
de 1664, el virrey volvió a insistir en que el Consulado cobre 4% de alcabalas y aumente la
partida, pues los libros —que finalmente el Consulado exhibió— mostraban claramente
que sí se podían aumentar los derechos. El Consulado propuso un incremento de 50 mil
pesos de la alcabala, pero con la condición de que se le diesen todos los demás asientos
por diez años60. Ante esta altiva actitud, el fiscal Nicolás de Polanco decidió, entonces,
amenazar al comercio. Era “verdad sin disputa” que los derechos valían mucho más de lo
que los comerciantes estaban pagando y deberían tener en cuenta la benignidad con la
cual se les estaba tratando. Si no subían las contribuciones, sus fraudes se les
descubrirían, se permitiría abrir sus fardos, baúles y cajones, tendrían que descargar en
un aduana especial, los arrieros serían fiscalizados, ningún escribano podría esconder sus
transacciones y, finalmente, se volvería al sistema de registro en Panamá. Aquel escribano
que simulase una venta como si fuera una escritura de préstamo sería perseguido y, por
último, se aceptarían las denuncias públicas.
28 Las amenazas siguieron con el nuevo fiscal, don Francisco Antonio Mansolo. Se
mandarían ministros a las tiendas y se haría inventario de sus existencias, con lo cual se
conseguiría una fuerte contribución, pues entre la calle de Mercaderes, Mantas y el
Callejón habría cerca de cien tiendas “y que no será fuera de camino el suponer que una
con otra benderá en cada año 250 mil pesos, conque habrán de pagar de alcabala cada una
mil pesos y luego los cajones, almacenes y chácaras y otras heredades será en mucha
cantidad”. Mansolo calculaba que para aumentar la contribución era “menester que se
237

contraten tres millones y 500 mil pesos así de primeras como de segundas ventas, y
siendo el trato de esta ciudad tan grande, opulento y rico como es notorio a todos”, el
Consulado ya no podía negarse a aceptarlo61. El licenciado Josephe Suárez de Figueroa
propuso que la administración recayese nuevamente sobre funcionarios reales. En medio
del debate, los oficiales reales, apoyados por el virrey Santisteban, decidieron ir al Callao
para abrir los cajones de plata e inspeccionar los almacenes62. La respuesta del Consulado
fue decir que si la administración recaía sobre los oficiales, el comercio se destruiría y el
gobierno se llenaría de quejas. Dispuestos a poner en jaque a los mercaderes, mediante un
acuerdo de hacienda del 2 de octubre de 1664, se decidió entregar la administración a los
oficiales reales63. Al poco tiempo, sin embargo, llegó una cédula del monarca que instaba
al virrey a pactar con los mercaderes, de modo que, finalmente, éstos retuvieron la
recolección, con lo que quedó demostrado que la política interna era ajena a la imperial.
29 Pero tal vez el enfrentamiento más grave en este período fue aquél que se produjo con el
virrey conde de Castellar, quien fuera destituido debido a las presiones internas,
encabezadas por los mercaderes de Lima. Los conflictos políticos que generaron las
medidas que tomó Castellar en el Perú son todavía un tema para profundizar, más aún
considerando la gigantesca documentación que generó su controversial gobierno. Todo
parece indicar que Castellar fue un hombre que llegó al Perú con la mira puesta en
incrementar su patrimonio personal y en calmar las exigencias pecuniarias
metropolitanas, por lo que desde un inicio tuvo enfrentamientos serios con la élite
virreinal, incluyendo a la iglesia. Incluso acusó al arzobispo Melchor de Liñán y Cisneros
de disminuir los envíos a España para cubrir las necesidades de monasterios, cátedras,
hospitales y para reconstruir la ciudad que había sido destrozada por un fuerte
terremoto. Estas medidas, para Castellar, eran inconcebibles. Por el contrario, su política
fiscal fue drástica. Persiguió a los deudores de la real hacienda en todas las cajas del
virreinato y ordenó tomar cuentas a la caja de Lima, que resultó endeudada en tres
millones 534,792 pesos. La caja de Potosí mantenía el déficit generado por la venta de
azogue a crédito, así que volvió a prohibir la entrega fiada del insumo. Además, muchos
compradores de cargos no habían pagado la media anata y fueron perseguidos hasta que
pagasen. En la caja de Lima, el virrey supervisó personalmente los pagos de modo que
ninguna operación podría pasar sin su firma. Así, no es de sorprender que esta férrea
“fiscalización” haya causado un profundo malestar entre los propios funcionarios de la
administración.
30 No obstante su aparente probidad, el virrey era un hombre ambicioso y cometió un error
de cálculo al no buscar el consenso de la élite de poder. Además de enfrentarse con la
iglesia y la administración, las relaciones con los comerciantes fueron tirantes desde un
primer momento. Los deudas pendientes de los asientos les fueron exigidas con severidad
en un momento en que los mercaderes ya se habían acostumbrado a tomar decisiones. El
nuevo virrey ordenó a los comisarios limeños en Panamá que restituyan el impuesto que
habían cobrado en el Boquerón (el 7% del asiento) a los salarios de los funcionarios del
Consejo y los penó con una multa. Además, intentó restringir la participación del
Consulado en los decomisos64.
31 Pero el enfrentamiento alcanzó tonos más graves. A espaldas del Consulado —y
favoreciendo a sus propias empresas—, el virrey autorizó el desembarco en el Callao de
navíos procedentes de México cargados con mercaderías asiáticas, hecho que desató la
indignación del gremio al punto que Castellar los considerase, de allí en adelante, como
enemigos “capitalísimos”. Fue entonces que comenzaron a llegar reportes negativos sobre
238

el virrey a España. El Consejo leyó un informe en donde se afirmaba que la condesa recibía
constantes regalos para colocar a las personas en los oficios que proveía el virrey. Los
comerciantes sostenían que el virrey había dado un “buen golpe de plata” en Panamá, a
pesar de que fue advertido de abstenerse de contratar por su condición de autoridad.
Castellar había hecho “estanco” de las harinas en el Callao y en todos los puertos del valle
por intermediación del juez Alvaro de Ibarra, por lo que no había dejado salir ningún
navío del Perú a Panamá que no fuese aquel que transportaba sus propias harinas. Había
pedido prestado dinero “para pagar los empeños que traía crecidos a la medida de su
vanidad” y, además, había conseguido 300 mil pesos a crédito para negociar en la feria de
Portobelo. Esto último dañaba a los financistas porque era usual conseguir plata para la
feria con un interés del 16%, y el virrey la quería “a valde o con premio muy tenue”, así
que los “pobres” prestamistas quedaban en “miserable” estado. Además, la plata que
enviaba el virrey no pagaba el indulto, de modo que usurpaba los derechos que el
comercio estaba obligado a pagar al rey. Antes de llegar la noticia del arribo de la armada,
Castellar había enviado una fragata a Guayaquil con gran cantidad de plata y azogues (en
complicidad con el gobernador de Huancaveliva), cuya carga traspasó a otro navío en la
isla de Puná para navegar hasta Acapulco. Esta operación la había efectuado a través de su
testaferro, el cosmógrafo del reino Francisco Ruiz Lozano —un “mestizo estrellero”
allegado a la corte—, con la escusa de enviar socorros a México65.
32 Don Baltazar Bueno le confirmó al rey que Castellar pedía plata prestada para sus
negocios. So pretexto de dar aviso de enemigos o de enviar azogue legal, había mandado
dos navíos a Acapulco con su plata y más de tres millones en azogues sin pagar derechos
de entrada ni salida; había estancado los navíos de Guatemala y sólo llegaban las
mercaderías que él enviaba a esa plaza; estaba vendiendo licencias para salir a los puertos
a precios muy subidos; todos los géneros que eran vendidos a la real hacienda para el
ejército del Callao, Valdivia y Chile eran suyos, subiéndolos a 50 y hasta el 60%; había
colocado en diferentes plazas a sus criados; tenía monopolizada la venta de la carne y
había impedido a los criadores vender por su cuenta bajo amenazas de destierro; no había
enviado dinero a Huancavelica para pagar a los mineros y mitayos, por lo que el asiento se
hallaba más endeudado que nunca; no se les estaban pagando los sueldos a los ministros;
había anulado las votaciones que no habían sido de su agrado; había pedido a los
tribunales informaciones fraguadas mediante amenazas; y, por último, pedía una parte de
las ganancias de los corregimientos que repartía entre sus criados66.
33 La presión que ejerció el comercio ante el Consejo fue eficaz, probablemente por las
amenazas de dejar los asientos y por el aumento de los donativos. Sin siquiera ser
escuchado, el virrey fue destituido de su cargo, que fue tomado por el arzobispo de Lima,
don Melchor de Liñán y Cisneros, el 7 de julio de 1778. Según algunos, la resolución fue
injusta. La orden de San Francisco defendió al depuesto virrey, alegando que había sido el
gran celo de este ministro en poner en “orden a este comercio [lo que] ha ocasionado el
desafecto y la pasión que no ha acabado hasta conseguir una novedad de tan gran lástima
67
. Pero la destitución tenía causas más profundas relacionadas a la cruda política colonial
implantada por Castellar, a su falta de sensibilidad frente a los problemas locales y, por
último, a su poco discreta afición por el dinero. Todo esto fue considerado una afrenta y
generó una amplia gama de odios. Incluso hubo intentos de asesinarlo, como cuando el
ex-oficial real Juan de Villegas, desterrado por Castellar, regresó al Perú disfrazado de
clérigo para matarlo. No obstante el escándalo que desató, y siguiendo la tradición,
239

cuando llegó Castellar a España fue absuelto de todos los cargos y quedó como miembro
del Consejo de Indias hasta 168668.

El fin de la “justicia del pacto”: sabotaje a las ferias


34 Si la delegación de poder a través de los asientos creó un fuerte malestar entre los
funcionarios y el Consulado, los efectos de la presencia extranjera en territorio americano
terminó de colocar en manos privadas las decisiones más importantes, como la defensa
del territorio y la frecuencia de las flotas. Desde 1680 la ofensiva de piratas y bucaneros se
intensificó en América y la falta de ingresos fiscales condujo al estado a una gradual
parálisis que sólo pudo ser compensada por la intervención privada. Entre 1684 y 1686 dos
tercios de los navíos mercantes fueron capturados por los bucaneros y, por lo menos,
media docena de ciudades fue atacada69. Cansados de la inoperancia de la armada, se
organizó una compañía privada para defender las costas —”Nuestra Señora de la Guía”—,
que fue financiada por capitales pertenecientes a los magnates del comercio limeño. La
iniciativa estatal, cuando la hubo, fue rechazada. Así, cuando el monarca quiso aumentar
un 2% más el impuesto del Boquerón para cubrir los gastos de defensa, los comerciantes
de Lima se negaron pues sospechaban que el dinero iría a parar, no a la defensa de las
Indias, sino a España. Por esta razón, ofrecieron, en cambio, la construcción de tres navíos
y una fragata por un valor de 300 mil pesos70.
35 La inestabilidad condujo a los mercaderes a incrementar sus exigencias. Era cierto que no
se estaba cumpliendo con las condiciones del asiento en Panamá. Había habido graves
impases con las autoridades peruanas. Las leyes de los metales estaban decayendo, por lo
que las inversiones de capital en las minas ya no eran compensadas con las ganancias 71.
Los mercaderes de Lima estaban financiando el mantenimiento de dos armadas y estaban
contribuyendo con donativos, préstamos e indultos. Y, para colmo, el rey permitía el
tráfico por Buenos Aires y el asiento de negros, que sumados al asentamiento de
holandeses, franceses e ingleses en el Caribe, habían sentado las bases del comercio
directo. En estas circunstancias, intentar mantener el régimen de galeones no sólo era
demasiado costoso, sino absurdo, por lo menos para los intereses del Consulado de Lima.
36 En el momento en que estos factores confluyeron, el sistema de flotas o, más bien, lo que
quedaba de él, entró en un deterioro irreversible. Si los peruleros habían combatido
exitosamente el monopolio comercial español dentro de la ruta comercial establecida
desde finales del siglo XVI, ahora había llegado el momento de buscar una ruta
alternativa. Así, el comercio directo se presentó como la mejor solución y, poco a poco, se
irá produciendo el abandono de la ruta tradicional y su reemplazo por la ruta del Cabo de
Hornos. La estrategia seguida para socavar las flotas y galeones fue muy simple:
1. argumentar que las condiciones del asiento no se estaban cumpliendo y, por tanto, no tenían
por qué pagar las contribuciones;
2. no ir a las ferias o dejarlas invernando; y 3. abastecerse mediante canales directos de
comercio.

37 Desde que se firmaron los asientos, el Consulado se había reservado el derecho a exigir la
modificación de ciertos puntos y de no pagar si es que no se cumplía con todas las
condiciones estipuladas. Los comerciantes atribuyeron al terror que les había infundido el
virrey Santisteban —de que si no pagaban la avería del Norte se les consideraría como
traidores de la monarquía— el haber aceptado algunas condiciones, como, por ejemplo, la
240

de mantener sobre sus hombros los costos de dos armadas. Según el Consulado de Lima,
esta contribución debería ser tratada con los comerciantes “particulares del Mar del
Norte, los quales al mismo paso gozan de la conveniencia de quedar excemptos de pagar
las averías y demás derechos que llegarán a más del 12%, [y] sin necesidad ya de hazer
registro es preciso que sean los que únicamente hayan de satisfacer la contribución deste
nuevo ajuste sin haber causa para que recaiga ninguna cantidad en el Consulado del
comercio del Perú”72. Parte del argumento era que en Tierra Firme la plata y mercaderías
cambiaban de manos. Sin embargo, como era evidente que los peruanos viajaban también
a España, propusieron una salida intermedia: se pidió que dentro de la contribución de los
350 mil ducados se incluyese también la avería del Mar del Sur73.
38 Durante dos décadas los pasillos del Consejo de Indias fueron transitados repetidas veces
por don Diego de Villatoro, procurador del Consulado de Lima, para pedir al rey la
autorización para abandonar los asientos. Los mercaderes del Perú presentaron las
dificultades desde muy diversos ángulos en los interminables memoriales y cartas que
enviaron al Consejo en este período. Según el Consulado de Lima, el viejo sistema de
registro se había suprimido debido al fraude generalizado y a la forma en que había
recaído sobre el rey el mantenimiento de la armada, cuando las arcas fiscales debieron
asumir entre el 31 al 99% del costo de mantenimiento de la flota. Habiendo reconocido el
rey que uno de los principales problemas de este sistema había sido la obligatoriedad de
enseñar los caudales transportados —porque, así, el rey los tomaba “por la necesidad
urgente de los tiempos”—, se propuso una reforma general del sistema impositivo, el
“indulto”, en la cual el monarca aseguraba que por ningún motivo los mercaderes
tendrían la obligación de registrar o declarar a cuánto ascendían sus remesas. Asi el rey
había empeñado “su fe y palabra real de no levantar el homenaje, ni dar orden para la
manifestación, teniendo presentes, no sólo los daños públicos... sino los particulares de la
negociación y comercio de sus vasallos, que contratan muchas veces más con el crédito
que con el caudal, y atravesándose la buena fe de las confianzas particulares” 74.
39 Los comerciantes de Lima, demostrando su profundo “amor” a la monarquía, habían
aceptado pagar la avería del Mar del Norte —que, en realidad, debían pagarla los
mercaderes de España— y cumplir con el pago aun en el caso de que no se recolectara en
Tierra Firme la cantidad suficiente para cubrir los 350 mil ducados. Todo ello siempre y
cuando se respetase el “secreto y libre paso” de sus caudales. Incluso en 1667 se agregó
una cláusula que decía que los comisarisos podrían destruir los papeles, sin que nadie les
pudiese tomar cuenta de ello75. El comercio consideraba que su actuación había sido
impecable. En ocho armadas, el comercio del Perú había pagado cuatro millones 331,250
pesos de avería del Mar del Norte (que no debía pagar); 820 mil por averías del Mar del
Sur; un millón 855,091 por almojarifazgos; y dos millones 621,500 pesos por alcabalas. Es
decir, había contribuido con un total de nueve millones 627,841 pesos. Además, había
servido con 75 mil pesos para la fortificación de Panamá y había pagado ocho mil para la
construcción de la aduana. En 1681 había prestado 150 mil pesos al monarca y en 1682
había colaborado con 40 mil para los gastos del “casamiento”. El permiso para conseguir
el libre tráfico de la plata labrada había costado 50 mil pesos y desembolsaron 150 mil
pesos más para la reconstrucción de Portobelo. Es resumen, habían otorgado donativos
por un valor de 423 mil pesos.
40 Asimismo, el Consulado había prestado 960 mil pesos, sin intereses, para aumentar las
remesas del rey y pagar los situados. Para cumplir con estos compromisos, el Consulado
se había endeudado en más de medio millón de pesos, debiendo hasta el momento 270 mil
241

incluyendo intereses. Además de todo esto, el Consulado había sostenido la defensa del
reino pagando el tercio del comercio y manteniendo la guarda de las costas del Callao. Del
mismo modo, con sus propios caudales muchos comerciantes habían pagado la leva y los
situados de Chile, habían comprado armamento para Tierra Firme y habían pagado los
sueldos de los soldados76.
41 Pero, desgraciadamente, no se estaba cumpliendo con las condiciones de los asientos.
Siendo la “piedra angular destos asientos y la más capital e irritante condición” que no se
les pueda exigir la declaración de sus caudales, “ni publicar acá ni allá la plata que se
envía”, se estaba intentando revisar las cuentas de los mercaderes en Panamá y en
España, so pretexto de que se estaba defraudando a la real hacienda al traficar con
metales sin quintar. Según el Consulado, el extravío de metales no se podía controlar.
Pero si ellos habían estado cumpliendo con sus contribuciones, el extravío no podía ser
usado como pretexto para revisar sus petacas y baúles77. En resumen, el Consulado
consideraba que se había alterado “la justicia del pacto”.
42 Algunos ministros habían declarado que los comerciantes del Perú estaba interesados en
la administración del indulto porque había la sospecha de que llegaban veinte millones a
España desde el Perú; de modo que el impuesto del Boquerón tendría que dar de ingresos
un millón 400 mil pesos y no los escasos 350 mil ducados que estaba pagando el Perú. Así,
los peruanos estaban defraudando a la hacienda. Según el Consulado, afirmar que los
veinte millones venían sólo de Lima era incorrecto. Luego de pasar por el Boquerón, los
comerciantes iban a Cartagena en donde se celebraba otra feria con comerciantes de
Nueva Granada en la que se negociarían alrededor de cuatro millones más; además, a
Cartagena también llegaba el patache de la isla Margarita y los navíos procedentes de
Venezuela y, luego de esto, viajaban a la Habana. En consecuencia, no toda la plata que
llegaba era del Perú, “aunque sea parte tan principal porque se compone el todo de las
demás partes que constituyen el grueso del caudal para llegar a España”78.
43 El Perú, según las cifras de los quintos, sólo estaba produciendo cinco millones de plata al
año. Considerando que había un intervalo de tres años entre armada, se podría suponer
que entonces habría 15 millones para exportar. Pero la plata fluía por muchos canales y,
obviamente, no toda iba a parar a España. Una parte se iba para Buenos Aires, pues las
cajas de Potosí pagaban el situado y no estaba de más decir que allí también llegaba
navíos de permiso. Por más que se había intentado colocar aduanas secas y restringir el
comercio con extranjeros, este comercio estaba desviando plata que antes pasaba por
Lima; la reciente ocupación portuguesa de la isla San Gabriel había intensificado el tráfico
y la orden de que los oficiales reales de Buenos Aires cobrasen derechos para incluirlos
dentro de la avería del Mar del Norte habían sido infructuosos79. Y el Consulado tenía
razón. Entre 1648 y 1702 entraron al puerto de Buenos Aires 124 navíos extrajeros y
españoles, de los cuales sólo el 21% era los navíos de permiso; del resto, 50% eran naos
holandesas, el 24% portuguesas, un 9% inglesas y 5% francesas80.
44 Además de Buenos Aires, había un tráfico regular en las costas del Pacífico que llegaba a
Centroamérica y, muchas veces, hasta Acapulco. Las prohibiciones habían invitado al
fraude y, por tanto, por aquí circulaba plata que no pagaba ningún derecho. Por esta ruta
también circulaban mercaderías europeas que venían de Centroamérica y luego eran
introducidas por tierra desde Paita hasta Lima, bajo el disfraz de proceder de la feria de
Portobelo. Tampoco pagaba contribución alguna el gran comercio de muías que había
desde Nicaragua hasta Panamá, que estaba directamente vinculado al tráfico atlántico.
Por otra parte, el tráfico de paños y bayetas con Quito también consumía metales, y la
242

mayor parte de esta plata se estaba exportando directamente, a través del río Magdalena,
hacia Cartagena, de modo que ésta tampoco entraba al pago de derechos81. Asimismo, el
asentaniento de extranjeros en el Caribe había dado origen a un activo comercio. Así, por
los ríos Choque, Chepo y Chagre llegaban mercaderías procedentes de Curazao y Jamaica.
En 1663, cuando se hizo el asiento de negros con Grillo y Lomelin, la compañía se estaba
abasteciendo de negros, no en el Africa, sino en Jamaica, Barbados, Virginia o en la isla
Dominica, en donde ingleses, franceses y holandeses los abastecían82. Así, entre armadas,
había un intenso tráfico que aprovechaba la ausencia de custodia83.
45 Por último, era muy difícil desarraigar la antigua costumbre de los ministros y oficiales
panameños de involucrarse en el fraude, pues ésta era la única manera que tenían de
poder amasar alguna fortuna. Así, había mucha plata que “pasaba por alto” y sobre la
cual, afirmaba el Consulado, no tenía ningún control. En consecuencia, los limeños no
estaban obligados a pagar ninguna suma adicional por concepto de avería del Mar del
Norte, ni pagar ningún otro indulto a su llegada a España. Todos los informes divulgados
en contra el Consulado eran inciertos y, a pesar de que éste había tratado de cumplir, se
hallaba ahora imposibilitado por la cantidad de obstáculos que encontraban en el camino.
Así, pedían dejar los asientos mediante el pago de cien mil pesos al rey 84.
46 No obstante, el rey se negó a colocar nuevamente en manos de oficiales la recolección de
derechos. Fue entonces que comenzó el sabotaje. En 1678, los mercaderes se negaron a
despachar los navíos mercantes hacia Tierra Firme y luego trataron de pagar 150 mil
pesos para aplazar su partida. En 1681, la flota del marqués de Brenes tuvo que invernar
porque los mercaderes de Lima no habían llegado al istmo; la feria se celebró recién... al
año siguiente. En 1684, se negaron igualmente a enviar sus caudales a Panamá y adujeron,
primero, que habían recibido noticias de piratas; y después, que en realidad sus caudales
eran muy pequeños y que una de las condiciones del asiento de avería del Mar del Norte
debía ser modificada. Como resultado, la flota tuvo que invernar dos años en Tierra Firme
hasta que, por fin, los mercaderes decidieron enviar sus caudales85.
47 No es casualidad, entonces, que desde las últimas décadas del siglo XVII aparecieran en el
Pacífico los mercaderes de Saint Malo, y que las compañías envueltas en esta aventura
fueran, precisamente, las mismas que abastecían a los limeños en Cádiz. Entre 1695 y 1726
navegaron en las costas del Perú 148 barcos mercantes franceses, que abastecían
directamente a los grandes del comercio limeño en el Callao o en Pisco86. Lo que sucedió
después de esta experiencia de comercio directo fueron los últimos intentos por
mantener un régimen que ya no se ajustaba a las nuevas condiciones comerciales 87. Si
algunos defendieron el sistema de flotas, no fue tanto porque les proporcionara buenas
ganancias, sino porque —pensaban ellos— de alguna manera se frenaba así la intrusión
francesa en mares peruanos. Pero el sistema, finalmente, colapso. En 1739, luego de la
toma de Portobelo por el almirante Vernon, se aboliría el régimen de flotas y galeones
para el Perú y se instauraría una nueva época, la de los registros sueltos, y con ella nuevos
problemas.
243

NOTAS
1. AGI Lima 281. Informe del Consulado al virrey. Lima 24 de noviembre, 1682.
2. Andrien, Crisis and Decline, 67, tabla 7. Según Rodríguez Vicente, entre 1651 y 1739 el 30% de los
ingresos de la real hacienda se destinaron a gastos militares, y sólo el 20% fue remitido a España,
“Los caudales remitidos desde el Perú a España por cuenta de la real hacienda. Series estadísticas
(1651-1739)”, Actas del XXXVI Congreso Internacional de Americanistas, vol IV, (Sevilla, 1966), 329.
3. Andrien, Crisis and Decline, 67, tabla 7; Peter Bradley, “The Cost of Defending a Viceroyalty”.
Para una visión completa de la entrada de europeos a mares peruanos cf. Peter Bradley, The Lure
of Peru. Maritime Intrusion into the South Sea, 1598-1701, (Londres: Macmillan, 1989).
4. GI Contaduría 1780-A, libro #3.
5. Junta del Consejo, 1677. CODIAO, 19, 254-256.
6. AGI Lima 281. Carta del virrey al rey. Lima 5 de abril, 1664. En 1626, cuando el juez Francisco
Manso y Zúñiga visitó el despacho de la plata de Tierra Firme, aseguró que a los 20 días que llegó
a Panamá quedaron “tan amigos [con los mercaderes] que pareciese haverme ellos ganado a mí
con su poder y yo rendido a ellos con el de S.M.”. AGI Panamá 1. Relación de los registros de los
galeones y flota de Tierra Firme. Sevilla, 28 de diciembre, 1626.
7. Villatoro aparece mencionado varias veces en relación a nombramientos en Indias, Ricardo
Magdaleno, ed., Títulos de Indias, (Valladolid: 1954
8. Cf. Caracuel, “Los mercaderes del Perú”, 338.
9. Sobre este último punto cf. Clayton, “Local Initiative and Finance”.
10. Alfredo Castillero Calvo, “Estructuras funcionales del sistema defensivo del istmo de Panamá
durante el período colonial”, Memoria del III Congreso Venezolano de Historia (1977), tomo 1, (Caracas,
1979), 349-384.
11. Ibid. 364.
12. Ibid. 368-369; cf. también Guillermo Céspedes del Castillo, “La defensa militar del istmo de
Panamá a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII”, AEA, 9 (1952): 235- 275.
13. AGI Panamá 2. Relación del Consejo. Madrid, 22 de abril, 1630. En esta ocasión se nombró al
licenciado Fernando de Liermo como visitador.
14. AGI Panamá 2. Relación del Consejo. Madrid, 31 de julio, 1646. AGI Panamá 2. Consulta al rey,
2 de mayo, 1651. AGI Panamá 70. Carta de don Juan Coronado y Ulloa al rey. Panamá, 9 de
noviembre, 1645, y pássim. AGI Panamá 70. Carta de Vega Bazán al rey. Panamá, 6 de diciembre,
1646
15. Incluso de sugirió que se mandasen a todos los letrados criollos a España, por el “gran
escándalo de semejante resolución por dos oidores licenciados criollos de las yndias”. AGI
Panamá 70. Carta del licenciado don Juan Méndez de la Vega al rey. Panamá, 28 de diciembre,
1647
16. AGI Panamá 70. Carta del licenciado don Juan Méndez de la Vega al rey. Panamá, 28 de
diciembre, 1647
17. AGI Panamá 70. Carta de Diego de Soldevilla al rey. Panamá, 12 de enero, 1648
18. AGI Panamá 21. Carta de don Juan Méndez de la Vega al rey. Panamá, 1 de enero, 1648.
19. AGI Panamá 70. Carta del doctor Matías Guerra al rey. Panamá, 17 de diciembre, 1647. Hay
que tener en cuenta que los ingresos de la ciudad de Panamá eran muy reducidos: 28 mil y tantos
pesos de aduanas en seis años (1645-50), casi tres mil de la correduría de lonja y siete mil por la
renta de la casa de Cruces. AGI Panamá 21. Relación de los propios que tiene esta ciudad de
Panamá, 1645-1650.
244

20. AGI Panamá 71. Relación del Consejo. 2 de mayo, 1656. El licenciado Diego de Valverde se
opuso firmemente a Carrillo, quien los destituyó de su cargo. Valverde acusó al presidente de
negligencia y corrupción; a pesar de que habían “grandes contrataciones” la real hacienda no
recolectaba nada, “y hoy apenas vale algo los navios del puerto de Panamá para el Pirú y los que
vienen de allá casi no traen ni llevan registro... y comunmente se dice que se les hecha un
repartimiento que llaman de buena negociación que se divide entre cuatro o cinco personas”. AGI
Panamá 71. Carta del licenciado Valverde al rey. Nata, 20 de agosto, 1656. El presidente fue luego
destituido del cargo, mas no por las acusaciones de Valverde quien, a su vez, fue acusado por el
Consejo por adulterio, oposición al gobernador, contrabando de vino del Perú y cohechos. AGI
Panamá 71. Relación del Consejo, 13 de abril, 1656.
21. AGI Panamá 21. Carta del licenciado Jerónimo de Viga al rey. Panamá, 17 de abril, 1655.
22. AGI Panama 21. Resolución del Consejo. 10 de junio, 1655.
23. AGI Panamá 21. Expediente sobre el registro de dinero del Perú en Portobelo. Carta de la
audiencia al rey. 19 de octubre, 1652. El cabildo envió sendas cartas protestando por la medida: la
mayoría de los panameños tenían negocios con el Perú, pues no había otro “modo de vivir ni otro
comercio... y para ello lo buscan y toman a daño con grandes yntereses obligándose a la paga
como es costumbre en aquella ciudad a buelta de armada”. AGI Panamá 21. Carta del cabildo al
rey. 8 de mayo, 1649, 8 de junio, 1649 y 20 de noviembre, 1651.
24. AGI Panamá 21. Carta de don Pedro Carrillo de Guzmán al rey. Panamá, 1 de octubre, 1654.
25. AGI Panamá 21. Carta de Pedro Carrillo de Guzmán al rey. Panamá, 8 de noviembre, 1656.
26. AGI Consulados 313. Carta del Consulado de Lima al de Sevilla. 12 de julio, 1657.
27. AGI Panamá 76, pz. 1, f 1r y ss; pz. 2, f. 3r.
28. AGI Escribanía de Cámara 516-A, año 1667, f. 2r-4r.
29. AGI Escribanía de Cámara 515-B. El Consulado contra las cajas reales de Panamá, 1665.
30. AGI Escribanía de Cámara 454-B, f. 1384r-85r, 1388r-v; AGI Consulados 313. 30 de julio, 1663
31. AGI Escribanía de Cámara 455-B. Junta del Consulado de Lima, f. 51r y ss.
32. AGI Escribanía de Cámara 455-B. f. 4r-6v.
33. AGI Consulados 53. Carta del Consulado de Sevilla a la Casa de Contratación. 7 de marzo, 1668
34. Según los comerciantes de Lima, estos géneros no deberían pagar almojarifazgo en Panamá.
AGI Escribanía de Cámara 455-B, año 1674; y Escribanía de Cámara 456-B. AHL, LTC-3, f. 19, 20, 21,
35, 37, 45, 52, 46, 48, 54.
35. AGI Escribanía de Cámara 467-A, pz. 6, f. 28r, 31r.
36. AGI Escribanía de Cámara 467-A, f. lr-25r.
37. AGI 467-A. Petición de los diputados del Comercio del Perú. Mayo de 1667, f. 44v y ss.
38. AGI 467-A. Petición de los diputados del Comercio del Perú. Mayo de 1667, f. 55r y ss.
39. Un oidor declaró que prestó 40 mil pesos “a daño, al corriente de la feria que fue de 40%”, AGI
Escribanía de Cámara 467-A, f. 95r.
40. AGI Escribanía de Cámara 467-A, f. 66r y ss, 73v-76v.
41. Otro testigo declaró que algunos mercaderes se habían opuesto al nombramiento de
comisarios que había hecho el Consulado y que el presidente “los oyó y por sí solo dio sentencia”
y los destituyó. El convenio fue a cambio de 45 mil pesos, versus 20 mil que le ofrecieron los
destituidos comisarios —Juan Zorrilla, don Josephe de Valverde, Nicolás Navarro y Lorenço de
Anquier—; el dinero se daría “puesto en España”. Ibid. 125r
42. Cf. Jorge Basadre, El conde de Lemos y su tiempo, (Lima: Huascarán, 1948), 50-53; Guillermo
Lohmann, El Conde de Lemos, virrey del Perú, (Madrid: CSIC, 1946).
43. AGI Panamá 80. Carta de Diego de Villatoro al rey. Revisada en el Consejo el 10 de octubre,
1677.
44. AGI Panamá 80. Informe de los oficiales reales. Portobelo, 11 de septiembre, 1675. Según el
Consulado, el pago en barras (que es “especie permitida”) no les afectaba en nada porque al
“tiempo presente estan pagando dichos oficiales reales en barras al mismo precio que el
245

comisario entrega el indulto y de la misma suerte reciben los pagos de galeones las barras por el
precio que es corriente en la caja real”. AGI Panamá 80. Respuesta del Santiago de Alcedo,
comisario del comercio del Perú, a los oficiales reales.
45. AGI Panamá 80. R.C. a la audiencia de Panamá. 9 de junio, 1668. En 1678 el rey envió otra
cédula permitiendo que los mercaderes entregaran el indulto en diferentes unidades monetarias.
AGI Panamá 80. R.C. Madrid, 28 de enero, 1678.
46. AGI Panamá 80. Carta de los oficiales reales al rey. 10 de enero, 1679. AGI Lima 287, año 1678.
En 1681 la audiencia de Panamá informó sobre la pretensión del comercio de Lima de bajar los
derechos en un 50%, tal como se había hecho en México. AGI Consulados 62. Sevilla, 7 de
noviembre, 1681. Las quejas adquirieron dimensiones ridículas. En 1677 el Consulado se quejó
ante el Consejo porque con la presencia de los piratas se había formado una compañía de
mercaderes, y como era la más “lucida” de toda la ciudad se la llamaba para todos los festejos,
procesiones y actos públicos, obligándoles a hacer todos los alardes del caso y desviándolos de su
verdadero oficio que era el de atender sus tiendas y negocios. Así, pedía que sólo actuaran en caso
de ataque enemigo. AGI Panamá 80. Relación de Diego de Villatoro al Consejo. 10 de diciembre,
1677.
47. AGI Lima 281. Informe del Consulado al virrey. Lima, 24 de noviembre, 1682
48. Ibid.
49. AGI Panamá 75. Expediente sobre el convoy de las costas de Portobelo (1651-1682).
50. AGI Panamá 80, 10r y ss.
51. AGI Lima 281. Memorial de don Diego de Villatoro al rey, 1684. En 1693 se volvía a enviar un
memorial en protesta, AGI Lima 281. En 1690 el Consulado sostuvo otro contenciosos con los
oficiales reales por un taller que usaba el comercio que se hallaba en las murallas de la ciudad
nueva. Según el Consulado, éste tenía derechos sobre aquél porque había financiado con su
dinero la construcción de las murallas, pero el oficial real alegaba que pertenecía al rey. AGI Lima
1626. Año 1690.
52. AGI Escribanía de Cámara 515-A, pz. 1. Petición de Juan Pérez de Aller en nombre de los
oficiales reales. 12 de noviembre, 1665, f. 3r-4v.
53. AGI Escribanía de Cámara 515-A, pz. 1. Petición de Juan Pérez de Aller en nombre de los
oficiales reales. 12 de noviembre, 1665. La viuda del juez de descaminos, Domingo de Arvizu,
también reclamó parte de los decomisos de plata sin quintar que se hicieron luego de los asientos
del Consulado. Pero se le respondió que la plata había sido “manifestada”, no decomisada. AGI
Escribanía de Cámara 515-C. Año 1666, f. 48v.
54. AGI Escribanía de Cámara 515-A, pz. 1, f. 121r-122r. Se incluyó un informe del virrey Alba de
Liste en donde justificaba el porqué de entregar al Consulado los asientos: luego de hacer las
cuentas, sólo quedaba que se podía remitir a España medio millón de pesos; además, habían casi
tres millones de pesos de empeños por censos, salarios y sueldos atrasados; y que se había hecho
esfuerzos inimaginables para cobrar las deudas de la hacienda. Así, la única solución viable había
sido el celebrar los asientos.
55. AGI Escribanía de Cámara 515-A, pz. 2. Consulta al virrey sobre la forma en que han corrido
las alcabalas, f. llr-15r.
56. AGI Escribanía de Cámara 515-A, f. 28r-32v.
57. En el reparto se incluían a los siguientes grupos: cargadores, calle de Mercaderes, gremio de
chácaras, calle de las Mantas, cajoneros, cajoncillos, gremio de “vecinos”, rastros, matanza de
ganado de cerda, gremio de cereros y confiteros, gremio de veleros, herreos, obrajeros,
carpinteros, olleros, roperos, sederos, zurradores, pesadores de carneros, “toqueros”, curtidores,
zapateros, herradores, carroceros y pulperos, AGI Escribanía de Cámara 515-A, f. 34v-41r.
58. AGI Escribanía de Cámara 515-A, pz. 2. f. 49r-54r. Al drama externo, el Consulado agregaba el
interno: los oficios de sederos y gorreros estaban aniquilados y en manos de indios que no
pagaban alcabalas. Los zurradores también estaban afectados, y lo que se hacía ahora era traer de
246

Chile los zurrones y venderlos al por mayor “con que faltan las segundas ventas de que se
causaba considerable alcabala”. Los pasamaneros también se habían extinguido porque ahora
eran tan sólo oficiales que trabajaban por un jornal para los mercaderes, quienes eran los que
daban a “hacer la obra”. Silleros y zapateros también eran indios. Los pulperos no eran personas
estables y no se podía hacer una composición fija. El gremio más considerable —el de los
“chacareros”— estaba en un “miserabilísimo estado” por la falta de negrose indios de mita y por
la grandes posesiones que había adquirido la Iglesia, que no pagaban impuestos.
59. AGI Escribanía de Cámara 515-A, f. 65v y ss.
60. AGI Escribanía de Cámara 515-A, f. 65v y ss, 81v-85r.
61. AGI Escribanía de Cámara 515-A, pz.2, f,127r-v, 386v-387r
62. AGI Lima 281. Carta del capitán Juan de Urdanegui, administrador general de los
almojarifazgos, al rey. Lima, 8 de diciembre, 1664.
63. AGI Escribanía de Cámara 515-A, pz. 2, f. 132v, 461r-v.
64. Mendiburu, Diccionario, IV, 302 y ss.; Hanke, ed., Los virreyes españoles, V, 37 y ss.
65. AGI Lima 284. Expedientes de la residencia del conde de Castellar. 1682, s/ fol.
66. AGI Lima 284. Carta de don Baltazar Bueno al rey. Lima, 15 de mayo,1678.
67. AGI Lima 284. Carta de la orden de San Francisco al rey. Lima 21 de agosto, 1678.
68. AGI Lima 285. Testimonio de sentencia absolutoria. 15 de mayo, 1680.
69. Cf. Céspedes del Castillo, “La defensa militar”; Clayton, “Local Initiative and Finance”, 295.
70. Clayton, “Local Initiative and Finance”, 298 y ss. La compañía estuvo al mando de Nicolás de
Igarza y Dionisio de Artundiaga; participaron también Agustín de Cauzuegui, Bernardo de
Gurmendi, Francisco Paredes y Domingo de Cueto, cf. Alsedo y Herrera, “Aviso histórico, político,
geográfico”, 165. Sobre el donativo, cf. Caracuel, “Los mercaderes del Perú”, 341.
71. Relación del duque de la Palata, Hanke, ed., Los virreyes españoles, VI, 206.
72. AGI Lima 281. Carta del Consulado del Perú al rey. Lima, 17 de junio, 1664.
73. El fiscal declaró que el comercio del Perú no debía ser oído; “en lo tocante a las averías del
Norte el mesmo comercio debe pagarlos pues es el interesado en que vaian las armadas y la
misma plata que baja del Perú y géneros que causa la avería del Sur causa y debe nueva avería del
Norte, por ser distinta la una de la otra conque no tiene fundamento todo lo que se alega”, AGI
Lima 281. Carta del Consulado del Perú al rey. Lima, 17 de junio, 1664.
74. AGI Lima 281. Memorial del Tribunal del Consulado del Perú. Impreso. Lima, 20 de enero,
1684, f. lv.
75. AGI Lima 281. Memorial del Tribunal del Consulado del Perú. Impreso. Lima, 20 de enero,
1684, f. 2r.
76. AGI Lima 281. Memorial del Tribunal, f. 2v-3r.
77. AGI Lima 281. Memorial del Tribunal, f. 4v-5r.
78. AGI Lima 281. Memorial del Tribunal, f. 6r.
79. AGI Lima 281. Memorial del Tribunal, f. 6r-7r.
80. Sobre el comercio por Buenos Aires en este período cf. Moutoukias, Contrabando y control
colonial, especialmente cap. IV
81. AGI Lima 281. Memorial del Tribunal, f. 8v.
82. AGI Consulados 313. Carta del Consulado de Lima al de Sevilla. Lima, julio de 1663.
83. AGI Lima 281. Memorial del Tribunal, i. 8r.
84. Ibid. Cf. también AGI Lima 281, Memorial impreso. Lima, 2 de abril, 1684, en donde se hacía
una sustentación jurídica del abandono de los asientos.
85. AGI Lima 281. Testimonio del comercio del Perú sobre la imposibilidad de embarcarse en esta
ocasión de armada. Lima, 3 de mayo, 1685; Respuesta del virrey, 12 de marzo, 1685. Cf. también
Caracuel, “Los mercaderes del Perú”, 336. El virrey Palata relata muy bien los pormenores de la
armada de 1686, Hanke, ed., Los virreyes españoles, VI, 268-285.
247

86. Cf. Carlos Malamud, “España, Francia y el comercio directo con el espacio peruano
(1685-1730), J. Fontana, ed. La economía española al final del Antiguo Régimen, vol. III, (Madrid:
Alianza, 1982); y Cádiz y Saint Maló, especialmente cap. VI
87. Para un análisis de las últimas décadas del régimen de flotas, cf. Walker, Política española, y la
excelente tesis de Dilg, “The Collapse of the Portobelo Fairs”. Véase también Manuel Moreyra
Paz-Soldán, El tribunal del Consulado de Lima. Cuadernos de Juntas (1706-1720), (1721-1726), 2 tomos,
(Lima: Lumen, 1956-1957).
248

Capítulo Ocho. Epílogo

1 La ruptura del sistema comercial diseñado por la España de los Habsburgo para obtener
ingresos de sus colonias americanas fue el resultado de un largo proceso en el cual los
mercaderes de Lima jugaron un rol activo y protagónico. Contrariamente a los que
muchos historiadores han sostenido, el Consulado de Lima tuvo un papel medular en la
destrucción de este sistema. Aquellos que han estudiado las últimas décadas del régimen
de flotas, desde 1700 en adelante, han podido ver con claridad de qué manera los
mercaderes de Lima ejercieron una constante acción corrosiva que, finalmente, provocó
el colapso del sistema1. En 1734, cuando se discutía la manera de reformar el comercio con
América, los diputados del comercio de Andalucía adjudicaban el fracaso de las ferias al
contrabando y a los comerciantes americanos, quienes se habían acostumbrado a
abastecerse en España en perjuicio de los andaluces. Los americanos, por el contrario,
culpaban a los españoles de no medir sus cargamentos y de saturar, así,
innecesariamente, al mercado. La cédula del 21 de enero de 1735 declaraba expresamente
que de allí en adelante, no sólo se surtiría a Portobelo y Cartagena con navíos sueltos, sino
que ningún mercader de México o del Perú podría remitir sus caudales directamente a
Europa. Este artículo generó una verdadera tormenta entre los mercaderes americanos. El
rey decidió retroceder un poco y estableció que los mercaderes podrían enviar sus
caudales, siempre y cuando fuesen consignados —metales y géneros— a de los
comerciantes matriculados en Cádiz. Un poco más tarde, el 20 de junio de 1749, y ante la
insistencia de los comerciantes americanos, se derogó la disposición de modo que éstos
podrían seguir comerciando directamente con Europa, como siempre lo habían hecho.
2 La época de los registros sueltos, sin embargo, no fue favorable para los mercaderes
limeños, acostumbrados a tomar decisiones y a controlar a su antojo el mercado interno.
Los Borbones trajeron la autoridad y también nuevas olas de inmigrantes —compuestas,
sobre todo, por mercaderes vascos y catalanes— que inundaron el territorio americano.
Ya en 1731, luego de que los limeños boicotearan la feria de Portobelo, las autoridades
metropolitanas permitieron a los desesperados mercaderes peninsulares internarse
libremente por todo el territorio americano. Una vez en Lima, en 1734, los españoles
decidieron fundar su propio Consulado para defenderse de las hostilidades de los
comerciantes peruanos, pero el virrey Castelfuerte se opuso protegiendo firmemente al
comercio del Perú2 Como es previsible, cuando las flotas fueron suprimidas el Perú fue
invadido por nuevos mercaderes peninsulares que distorsionaron los mecanismos ″
249

normales″ del tráfico y emprendieron una verdadera ″reconquista comercial″3. Así,


aunque resulte paradójico, cuando tiempo después los mercaderes de Lima clamaban por
el retorno al sistema de flotas —que ellos mismos habían destruido—, en realidad estaban
añorando el tiempo en el cual el contrabando y la evasión, el manejo del mercado interno,
una distancia prudencial con los extranjeros y, sobre todo, la escasa injerencia de los
mercaderes peninsulares en territorio peruano, predominaba.
3 El enfrentamiento entre mercaderes peninsulares y peruanos no comenzó en el siglo XVIII,
sino que había nacido desde mucho tiempo atrás, a fines del siglo XVI, cuando los
primeros peruleros aparecieron en España. De modo que prácticamente desde que se
instaló el sistema de flotas surgieron las vías para destruirlo. Pero, sin duda, fue en el
siglo XVII cuando el fraude y el comercio directo se convirtieron en la respuesta
americana a la imposición de un sistema comercial concebido únicamente en función de
los intereses metropolitanos. La ruptura de las fronteras mercantiles por parte de los ″
peruleros″ y, por tanto, el declive del sistema de ferias, fue la expresión ″hacia afuera″ de
una consolidación más profunda e interna de la élite mercantil de Lima. Así, la alianza
crediticia con mercaderes extranjeros no puede ser cabalmente entendida sin tener en
cuenta que eran ellos los beneficiarios y, a la vez, los prestamistas, de gran parte del
dinero disponible en el virreinato del Perú.
4 El crédito fue un ingrediente esencial en el funcionamiento de la economía virreinal
peruana. La iglesia, como es sabido, fue uno de los agentes crediticios de más larga
trayectoria, tanto a nivel de sus miembros como a nivel institucional, al punto que ha sido
considerada por muchos historiadores como el ″banco″ del período virreinal. Dentro del
conjunto de instituciones religiosas, las órdenes femeninas —al igual que en México—
jugaron un papel muy importante. El análisis de los censos colocados por los conventos de
Lima, entre 1638 y 1644, permite deducir que las órdenes femeninas colocaron fuertes
cantidades que favorecieron a un sector reducido de la élite terrateniente, a algunos
mercaderes vinculados a la élite ″benemérita″ y al estado. Pero para el caso peruano la
magnitud del crédito eclesiático es un problema que aún no está resuelto. Su función, sin
embargo, parece bastante clara: era un crédito barato, de largo plazo y al cual sólo tenían
acceso el estado (a través de los juros), los terratenientes (a través de los censos) y todos
aquellos vinculados a las redes eclesiásticas. Así, la iglesia no era un agente crediticio que
pudiese satisfacer las demandas financieras de todos los sectores productivos o
comerciales. Para colmarlas existían las redes de crédito tejidas por los comerciantes,
quienes empleaban en sus transacciones la mayor parte de los instrumentos de crédito
usados en Europa en ese momento.
5 El boom de fines del siglo XVI estuvo acompañado de una expansión de los medios de pago
y del crédito que permitió la aparición de bancos públicos en Lima, la única plaza en
América que contó con este tipo de entidades financieras durante todo el período
colonial. De los siete bancos fundados en Lima desde 1608 hasta 1642, fueron dos —el de
Juan de la Cueva y el de Bernardo de Villegas— los que alcanzaron mayor envergadura.
Estos bancos eran de carácter estrictamente privado y eran, institucionalmente hablando,
similares a los bancos públicos castellanos: estaban autorizados a recibir y devolver
depósitos, hacer cambios de moneda y realizar transferencias de dinero. Para poder
funcionar debían ser garantizados por personas ″abonadas″ y estar bajo la jurisdicción y
fiscalización de la autoridad municipal. En teoría, estas regulaciones convertían a los
bancos en ″bancos de depósito″. Sin embargo, el gran negocio de los bancos no fue ofrecer
servicios, sino colocar el dinero depositado en sus arcas en sectores con fuertes demandas
250

monetarias. Así, estos bancos fueron los grandes prestamistas en la primera mitad del
siglo XVII.
6 El estudio detallado del banco de Juan de la Cueva muestra que este banco cumplía
diversas funciones. Recibía depósitos, ″descontaba″ obligaciones, cobraba deudas, y
realizaba pagos y transferencias de dinero. Todo ello se hacía posible gracias a una amplia
red de agentes y sucursales que el banquero había desplegado en diversos puntos del
territorio americano y en España. Los agentes estaban vinculados al banquero por lazos
familiares y de clientelaje, pero también usaba redes pre-establecidas, como la de los
gobernadores, corregidores, miembros del Santo Oficio o la Compañía de Jesús. Vales,
cédulas, libranzas (letras de cambio) y escrituras notariales fueron los instrumentos más
usados para efectuar los créditos. La mayoría de ellos eran endosables y podían cumplir
distintas funciones. Algunas veces las libranzas podían ser ″letras de cambio″ o podían ser
″cheques″; las cédulas y vales podían ser cartas de crédito, certificados de depósitos o ″
billetes de banco″. Los créditos se hacían ya sea mediante la aceptación de ″sobregiros″ en
el banco, o mediante la entrega de cartas de crédito, ″billetes de banco″ o dinero en
efectivo. Por ellos se cobraba un interés que podía estar entre el 10 y el 35%, de acuerdo
con los testimonios que se ha podido encontrar. La reconstrucción de los préstamos del
banco —a través de fuentes notariales y fiscales— arroja que el banco prestó, por lo
menos, cuatro millones 347,999 pesos de ocho reales durante veinte años.
7 Muchas personas acudieron al banco por préstamos. Los funcionarios del estado,
especialmente los corregidores, fueron grandes clientes (y agentes) del banco y recibieron
sumas que fortalecieron sus empresas mercantiles o los llevaron a la ruina. Artesanos,
mineros y hacendados también recibieron financiamiento del banco al punto que se
estableció en muchos casos una situación de dependencia financiera. Con respecto a la
minería en Potosí, la participación del banco de Cueva y de los comerciantes de Lima es
compleja y no se presenta de una manera muy nítida en la documentación. Gran parte del
crédito a la minería potosina estaba en manos del estado, el cual suministró mano de obra
y créditos en azogues a los mineros. La evasión de la mita, el aumento de los costos de
producción y las presiones gubernamentales por el déficit de las cajas mineras obligaron a
los mineros a acudir en mayores proporciones al crédito privado. Los ″aviadores″ eran
funcionarios y comerciantes de la región que, a su vez, tenía fuertes conexiones con Lima.
Así, si bien hubo crédito directo a los mineros desde la capital, todo apunta a que Lima
prefirió intervenir indirectamente: el banco financió a personas que estaban vinculadas al
complejo comercial y financiero regional de Charcas que, a su vez, se dedicaban a prestar
a mineros. Sin embargo, —y no obstante la estrecha vinculación del banco con los
miembros de la administración y los sectores productivos—, lo cierto es que Cueva
prefirió colocar la mayor parte de sus créditos privados en el comercio, ya sea en el
atlántico, en el de las costas del Pacífico o en el de la región sur-andina. El banco instaló
sucursales en Arica, Cuzco y Potosí, prestó a comerciantes locales y, además, financió a
todos aquellos que se dedicaban al trajín en el área, formando, así, un gran consorcio
mercantil y financiero. De este modo, el banco de Cueva fue, esencialmente, un banco
para mercaderes.
8 Los bancos públicos de Lima, como se ve claramente en el caso del banco de Cueva,
lograron consolidar económicamente a los grandes consorcios mercantiles de la capital. A
pesar de las quiebras e impases, desde 1590 hasta fines de la década de 1630 la expansión
de los medios de pago y de los mecanismos de crédito fue medular en el fortalecimiento
de la élite mercantil de Lima. Pioneros de la banca americana, intrépidos en la ruta
251

atlántica, durante las primeras décadas del siglo XVII los hombres de negocios lograron
tener un control muy amplio de las redes mercantiles internas y externas. Fue de esta
manera que lograron controlar el mercado interno y establecer sus propias reglas de
juego en el tráfico internacional.
9 No obstante, la aventura de los bancos públicos tuvo un fin dramático, como el de la
mayoría de los bancos privados europeos hasta el siglo XVIII, cuando surgió la banca
central que brindó cierta estabilidad al sistema financiero. La vida de los bancos privados
pendía de un hilo muy delgado, pues la premisa para que estos bancos no pasaran apuros
era que un número no muy grande de depositantes y de receptores de crédito acudieran
simultáneamente a pedir su dinero en especie, puesto que, de otro modo, inevitablemente
el banco no podría cumplir con los pagos. Fue por esta razón que muchas de las quiebras
de estos bancos se debieron al pánico, cuando corría el rumor de que el banco no se
hallaba en capacidad de satisfacer a sus depositantes. Pero, además, el banco podía
realizar malas inversiones al prestar el metálico de los depósitos originales a personas
que luego no podían pagar los créditos o, simplemente, excediéndose en la tentación de
invertir grandes sumas en el comercio, comprar propiedades o ayudar a sus amigos con
sólo escribir unas cuantas líneas en sus libros. Y esto fue más o menos lo que le sucedió a
Cueva. Luego de 1625 sufrió grandes pérdidas en sus negocios con Potosí, España y
México. Además, su más fiel colaborador atlántico, su hermano Antonio, murió ahogado
en el río Chagres y el experimentado banquero cayó en manos de factores inescrupulosos.
Así que, de allí en adelante, las cosas no fueron iguales para el banquero en el negocio
comercial. La contracción del mercado potosino agravó aún más su situación y la de todos
aquellos vinculados a este mercado, muchos de los cuales, a su vez, habían recibido
préstamos del banco. Fue entonces cuando Cueva se encontró con una cartera muy
grande de ″malas deudas″, como él mismo y varios testigos declararon ante la justicia. Ya
desde 1632 la situación del banco era alarmante y, finalmente, en 1635, cuando se pregonó
la salida de la armada del Mar del Sur hacia Tierra Firme, Cueva no pudo cumplir con
ciertos pagos y se generó el pánico. Así, de la noche a la mañana, los depósitos, las
libranzas, las cédulas y los billetes del banco se volvieron inservibles y las perspectivas de
los depositantes negras.
10 La experiencia de los bancos públicos no se volvió a repetir en el período colonial, asunto
que merecería una investigación adicional. Pero, sin duda, el comercio siguió usando
instrumentos de crédito y varios mercaderes actuaron como mercaderes-banqueros. El
fracaso de los bancos, es cierto, generó la aparición de serios problemas en el sistema
financiero del Perú y numerosas tragedias personales. Más tarde, hacia 1648, la
adulteración de la moneda haría pasar por momentos muy difíciles al comercio exterior y,
en general, a toda la vida económica del virreinato peruano. Las drásticas medidas
correctivas implicaron la pérdida del 25% del valor del dinero que manejaban los
usuarios. Los intentos de sacar del mercado la moneda mala, resellar la buena y emitir
nuevas piezas sólo contribuyeron a crear más confusión. En consecuencia, la moneda
peruana estuvo mal vista en los siguientes quince años, lo cual forzó a los exportadores a
usar exclusivamente las pastas y a especular en el mercado interno con los discos
acuñados. Para empeorar aún más las cosas, en la década de 1650 hubo varios naufragios
y el rey volvió a incautar los tesoros privados. No obstante, si bien todos estos factores
afectaron a los comerciantes, a final de cuentas los más seriamente afectados fueron los
ingresos imperiales y el propio sistema de flotas. Es posible que los grandes consorcios de
las primeras décadas desaparecieran, pero el poder de los mercaderes se mantuvo e,
252

incluso, adquirió nuevas dimensiones, al tener acceso al poder y al consolidarse


socialmente. Así, si en la primera mitad del XVII se produjo el indiscutible fortalecimiento
económico de los mercaderes, la segunda parte de la centuria presenció su decidido
ingreso a las más altas esferas sociales y de poder.
11 En la segunda mitad del siglo XVII el Consulado obtuvo el tratamiento de ″señoría″,
mejores lugares en las fiestas públicas y, por lo menos, 17 de sus miembros fueron
nombrados caballeros. Simultáneamente, se le delegaron ciertas esferas importantes de la
administración del estado, tanto a los mercaderes, como al Consulado a nivel
institucional. El resultado fue el continuo debilitamiento del estado frente a las élites
locales y, en particular, frente a los mercaderes. Así, la ilusión metropolitana de controlar
burocráticamente al Perú a través de funcionarios leales y probos —el sueño de Toledo—,
había fracasado. Los funcionarios estaban vinculados a las élites locales, la corrupción se
había extendido, criollos habían obtenido cargos públicos y la administración financiera
del estado dependía seriamente del endeudamiento interno. Incluso antes de 1660 —
cuando todavía no se había producido una crisis severa de los ingresos de las cajas
mineras-, el estado dependía financieramente de los hombres de negocios de Lima. El
análisis de ciertos gastos del estado, como el del situado de Chile o las minas de
Huancavelica, muestra que la administración del ejército en el Sur y la producción del
mercurio se hallaban en manos de financistas privados, los cuales usaron a su favor la
ineficiencia, la corrupción y los impases fiscales del estado.
12 Cuando se decidió, finalmente, reformar el sistema impositivo del comercio atlántico a
través del ″indulto″, el rey debió también reformular su relación con la élite mercantil
peruana, que era la mayor contribuyente del comercio transoceánico. Los diversos
asientos que se firmaron entre 1660 y 1665 se tomaron con ambigüedad por parte de los
mercaderes. Las ventajas eran obvias: podían imponer sus propias condiciones, recolectar
todos los impuestos que ellos mismos debían pagar y, por fin, sacar del medio a los
oficiales reales. De modo que el Consulado no sólo aceptó los asientos, sino que decidió
aumentar sus contribuciones y donativos con tal de hacer prevalecer sus condiciones. Sin
embargo, muy pronto una serie de factores adversos confluiría y convirtiría los asientos
en una pesada carga que terminaría de una vez por todas con el sistema de flotas y
galeones.
13 De todos ellos, Tierra Firme fue uno de los problemas más serios que hubo de enfrentar
tanto la administración virreinal como los comerciantes peruanos a lo largo del siglo XVII.
Mucho más que Buenos Aires, al cual un sector de la historiografía le ha atribuido una
importancia que, en realidad, no tenía. Ciertamente el comercio bonaerense incomodó a
los comerciantes limeños, pero las quejas contra Buenos Aires nunca estuvieron a la
altura de las quejas contra los arrieros y las autoridades de Panamá, al menos durante el
siglo XVII. Por el contrario, al convertirse en el paso terrestre obligado de la ruta atlántica
peruana, el istmo panameño adquirió una gran importancia: definió el carácter terciario
de la economía de la región y, a la vez, colocó al istmo en una posición estratégica tanto a
nivel comercial como militar. Con el tiempo, sin embargo, las ventajas del istmo
panameño cedieron ante la acumulación de dificultades que transformaron a este pobre,
pero medular territorio, en un verdadero obstáculo del comercio colonial y en uno de los
puntos más vulnerables del sistema defensivo americano.
14 Aprovechándose de su estratégica posición comercial y militar, Panamá extorsionó a los
comerciantes de varias maneras. Sus vecinos tenían el control de la oferta de transporte,
de modo que especularon exageradamente con el precio de los fletes. Al empeorar la
253

situación en el istmo, se agudizaron también los conflictos con los mercaderes peruanos.
Los cambios en los circuitos comerciales, la nueva función de las ferias y el espaciamiento
de las flotas deterioraron gravemente los ingresos de los vecinos panameños. El
enfrentamiento con los comerciantes no fue fácil y, a pesar de que contaron con el apoyo
metropolitano, los arrieros cayeron, finalmente, en las redes del endeudamiento crónico.
Así, el transporte transístmico entró en un espiral de deudas que lo ató progresivamente a
los créditos del comercio peruano. Sin embargo, Panamá contaba con más herramientas
para enfrentarse al comercio del Perú: la autoridad. La aparición de enemigos de España
en el Caribe convirtió a la región en un punto demasiado vulnerable, de cuya protección
dependían la conservación de América y la seguridad de las remisiones metálicas a
España. Para cubrir los crecientes gastos, claro está, se necesitaban recursos con los
cuales, obviamente, Tierra Firme, no contaba. De manera que estos costos debieron ser
asumidos por el Perú.
15 Proteger un área tan vasta que era atacada esporádicamente creaba una serie de
problemas: había que fortalecer los puestos militares, ampliar la protección naval,
aumentar el número de soldados y armas, y en caso de alguna desgracia, había que enviar
″socorros″ especiales. La escasez de recursos en lugares estratégicos para la defensa, como
Valdivia, Cartagena y Panamá (y por un tiempo también Buenos Aires), forzaron a la caja
de Lima a asumir estos gastos, lo cual tuvo dos consecuencias: 1) se produjo una
disminución de las remesas a España por el aumento de los gastos militares, y 2) la real
hacienda tuvo que recurrir a los mercaderes de Lima para el pago de situados, socorros,
mantenimiento de la armada y fortificaciones, debido a que en la segunda mitad de XVII
la crisis de las cajas mineras ya era evidente. La real hacienda no podía hacer nada para
remediar su dramática situación. Así, —como reconoció el virrey conde de Santisteban—
no había otra manera de asegurar las rentas reales que delegar en el comercio la
administración de los derechos y esperar su cooperación. Este fue el período en el cual el
Consulado desplegó abiertamente su influencia política. Envió a un procurador al Consejo
para que velara por sus intereses, ofreció donativos para que se mantuvieran ciertas
irregularidades —como la de enviar plata labrada— y, por último, también se permitió el
lujo de intervenir en la destitución de un virrey, el conde de Castellar, cuando a éste se le
ocurrió enfrentar a los mercaderes.
16 Los mercaderes del Perú contaban con potente arma persuasiva frente al monarca: la
plata. Pero, aún así, se presentaron una serie de condiciones adversas que llevaron a los
mercaderes a erosionar el sistema. Una de ellas fue que el rey le negó al Consulado la
posibilidad de dejar los asientos; la otra, que Lima debía pagar el mantenimiento de dos
armadas (la del Mar del Sur y la del Mar del Norte), lo cual era considerado excesivo;
asimismo, el rey no había aceptado cerrar el tráfico por Buenos Aires sino, por el
contrario, había otorgado permiso para que vayan registros sueltos. Para colmo de males,
las urgencias militares forzarían al estado a recurrir al confiscamiento de caudales o a
pedir pesados donativos, de modo que, nuevamente, los propios mercaderes estaban
evadiendo el pago de la contribución en el Boquerón (que ellos mismos recolectaban). En
esto jugaron un papel importante las autoridades panameñas. Alguna que otra vez
tomaron el dinero de la armada del Mar del Sur y de la avería —recolectado por el
Consulado— para cubrir sus necesidades. Pero, sobre todo, se dedicaron sistemáticamente
a extorsionar a los mercaderes peruanos, quienes consideraron que el problema de
Panamá era una causa perdida que debía ser solucionada drásticamente. Y, por último, los
mercaderes tuvieron que organizar y financiar la defensa marítima y adaptar sus navíos a
254

las necesidades bélicas. Lo cual quiere decir que el costo de los asientos y de la defensa del
virreinato r