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La Caricia de La Oscuridad.2 - A Touch of Ruin
La Caricia de La Oscuridad.2 - A Touch of Ruin
Un Toque De Duda
Un Toque De Duplicidad
***
Un Toque de Injusticia
***
Un Toque de Advertencia
Tratamiento Real
Pelea de Amantes
Tregua
Secuestro
Un Toque de Veneno
Dios de la Música
Desenmarañamiento
***
***
~Virgilio, la Eneida
XII
El Descenso al Infierno
Un Toque de Pánico
Iniquidad
***
Punto de Ruptura
Las Furias
Diosa de la Primavera
Competencia
Un Toque de Traición
***
***
***
Un Toque De Locura
***
Perséfone despertó en el cuarto de la reina, su rostro se
sentía hundido y le dolía la cabeza. Mantas de felpa acunaban
su débil cuerpo, y una luz brillante se filtraba por las
ventanas. Le tomó un momento recordar cómo había llegado
allí, pero tan pronto como sus recuerdos regresaron, su
mente cayó en una pesadilla.
Lágrimas se formaron en sus ojos y se deslizaron por el
costado de su rostro.
—No llores, querida —dijo Hécate.
Perséfone giró la cabeza y encontró a la diosa sentada
junto a la cama.
Perséfone se frotó los ojos, tratando de hacer desaparecer
las lágrimas, pero solo sollozó más fuerte.
Hécate tomó su mano.
—Respira, querida. Lo que viste no era real.
Perséfone respiró profundo varias veces y miró a su amiga.
—¿Qué estás diciendo?
—Caminaste por el Bosque de la Desesperación,
Perséfone. Lo que viste fue la manifestación de tu miedo más
grande.
Perséfone se quedó en silencio por un momento, tratando
de entender lo que estaba diciendo Hécate, pero el terror de
esos recuerdos estaba incrustado en su mente.
Hécate suspiró.
—Y veo que el encantamiento no se ha desgastado aún.
—¿Encantamiento?
—Creemos que es como terminaste en el bosque —dijo.
—¿Crees que alguien me embrujó? —Perséfone frunció el
ceño—. ¿Quién?
La diosa le dio una pequeña sonrisa, pero no había nada
gracioso en ello.
—Hades está de cacería.
Se estremeció. Solo podía imaginar lo que eso significaba,
recordando cómo se veía en el bosque después de que ella
quedó agotada. Aun así, no pudo evitar tener la esperanza de
que encontrara a quien había hecho esto, porque lo que había
visto anoche fue una tortura.
Perséfone se sentó, recostándose contra el cabecero de la
cama, su cabeza giró.
—¿Por qué Hades tendría un lugar tan horrible en el
Inframundo?
—Bueno, es una extensión del Tártaro —dijo Hécate—. Y
tú no deberías haber estado allí.
Perséfone empujó las mantas y trató de levantarse, pero se
sintió muy débil.
—Quiero ir fuera —dijo.
Hécate la ayudó a levantarse y caminar fuera. Era tarde, y
Perséfone se sintió aliviada cuando vio que el Inframundo era
exuberante y verde.
De repente, estaba frenética.
—¡Las almas! Hice…
Usó mucho poder, sacudió el suelo y fracturó el cielo, sin
importarle que la gente saliera lastimada.
—Todo el mundo está bien, Perséfone —aseguro Hécate—.
Hades a restaurado el orden.
Perséfone cerró los ojos y soltó un suspiro.
Gracias a dios, pensó.
Entraron al jardín y encontraron un lugar donde sentarse
bajo la glicina púrpura.
—Demostraste un enorme poder en el bosque, Perséfone
—dijo Hécate. No pudo ubicar el tono de la diosa, pero sintió
una mezcla de admiración y miedo.
Miró a la diosa.
—¿Tienes… miedo?
—No tengo miedo de ti —dijo—. Tengo miedo por ti.
Las cejas de Perséfone se juntaron, y Hécate suspiró,
mirando a sus manos.
—Es un miedo que tengo desde el momento en que te
conocí, que ibas a ser terriblemente… poderosa.
Perséfone negó.
—Yo… no entiendo. No soy…
—Detuviste la magia de Hades. Usaste su magia contra él,
Perséfone. Es un dios antiguo, bien entrenado. Si el Olimpo se
entera…
—¿Si se enteran…? —La animó a continuar cuando la voz
de Hécate se desvaneció.
Fue su turno de negar.
—Supongo que cualquier cosa podría pasar. Tal vez
quieras que te conviertan en un Olímpico, o…
—¿O?
—Pueden percibirte como una amenaza.
Perséfone no pudo evitarlo, se burló, pero con una mirada
hacia Hécate se dio cuenta de lo seria que era sobre el tema.
—Eso es ridículo, Hécate. Apenas puedo controlar mi
poder, y aparentemente no puedo mantener mi fuerza.
—Aprenderás que el control y la fuerza vienen con la
práctica —dijo Hécate—. Marca mis palabras, Perséfone, te
vas a convertir en una de las diosas más poderosas de
nuestro tiempo.
Perséfone no se rio.
Se quedaron tranquilas por un tiempo después de eso, y
Hécate se levantó para irse.
—Tengo que marcharme. Le prometí a Yuri que
tomaríamos el té. No creo que estés lista para eso.
Perséfone sonrió. La diosa estaba en lo correcto, no se
sentía muy fuerte. Estaba exhausta e inquieta por los
acontecimientos que se habían desarrollado la noche anterior.
Hécate se inclinó y besó el cabello de Perséfone antes de
irse.
Sola, sus pensamientos regresaron a Hades. Pensó que su
mayor miedo se había manifestado cuando casi perdió a Lexa,
nunca pensó que la traición de Hades podía ser tan horrible.
Todavía sentía ese dolor insondable cuando pensó en Leuce y
Hades juntos, a pesar de la explicación de Hécate sobre lo que
había visto en el Bosque de la Desesperación.
Suspiró y se puso de pie, vagando por el jardín de Hades,
deteniéndose cuando el dios apareció a la vista desde la
dirección opuesta. Estaba en su forma divina, su fuerte
cuerpo cubierto con túnicas, y su largo cabello estaba
envuelto en un moño desordenado. Sus cuernos eran como
cortes negros, subiendo al cielo. Se veía exhausto, pálido y
hermoso.
Sostuvo la respiración en su presencia, sintiendo como si
hubiera océanos entre ellos.
—¿Estás bien? —preguntó.
La pregunta siempre la calentaba, pero esta vez la
incendió. Sintió tanto por él en un momento, que difícilmente
le pudo dar sentido, amor, deseo y compasión.
—Lo voy a estar —contestó.
Hades la miró por un momento, buscando.
—¿Puedo acompañarte en tu paseo? —preguntó.
—Este es tu reino —respondió.
Hades frunció el ceño, pero no dijo nada, y a medida que
avanzaban se colocó junto a ella. No se tomaron de las manos
ni juntaron sus brazos, pero aquí y allá sus dedos se rozaron,
y la sensación fue eléctrica. Cada pulgada de su piel se sentía
como un nervio abierto. Era tan extraño, después de todo lo
que habían pasado los últimos días, su cuerpo todavía
respondía a él como si no hubiera pasado nada.
Se preguntó si a Hades le pasaba lo mismo, entonces notó
que su puño se cerraba a un costado.
Tomó eso como una confirmación.
Caminaron en silencio hasta el límite del jardín, donde
Perséfone estaba anoche antes de aventurarse en el Bosque
de la Desesperación. Finalmente, Hades se giró hacia ella y
habló.
—Perséfone. Yo… no sé lo que viste, pero tienes que saber,
tienes que saber, que no era real.
Sonaba tan roto, tan desesperado porque entendiera.
—¿Te digo lo que vi? —susurró las palabras, y aunque no
se sentía enojada, también quería que él entendiera—. Te vi a
ti y a Leuce juntos. La sostenías, te movías dentro de ella
como si estuvieras hambriento por su cuerpo.
Tembló mientras hablaba, y sus uñas se enterraron en
sus palmas.
—Tomaste placer de ella. Saber que fue tu amante es una
cosa, verlo fue… devastador.
Cerró los ojos ante la pesadilla mientras lágrimas se
deslizaban por su rostro.
—Quería destruir todo lo que amas. Quería que me vieras
destrozar tu mundo. Quería destrozarte.
—Perséfone… —Hades susurró su nombre, y sintió sus
dedos en la barbilla, le inclinó la cabeza hacia arriba y sus
ojos se encontraron—. Tienes que saber que eso no fue real.
—Se sintió real.
Hades pasó las puntas de sus dedos por su piel,
limpiando sus lágrimas.
—Tomaría esto de ti si pudiera.
—Puedes —dijo, acercándose—. Bésame.
Hades presionó sus labios con los de ella. Su lengua probó
sus labios antes de meterse en su boca colisionando con la
suya. Fue brutal y brusca, probó ahumado y dulce, y
mientras exploraba, sus manos buscaban, moviéndose por los
duros planos de su estómago y agarrando su pene a través de
la túnica.
Un gruñido antinatural salió de su boca y la alejo, su
mirada ardiendo en la suya.
—Ayúdame a olvidar lo que vi en el bosque —dijo,
respirando fuerte—. Bésame, ámame, arruíname.
Chocaron, desgarrando la ropa del otro hasta que ambos
quedaron desnudos contra el pálido cielo del Inframundo. Sus
labios se estrellaron, sus lenguas probaron, sus alientos se
mezclaron. La mano de Hades acunó su cabeza, la otra se
movió hacia abajo, sobre su abdomen y dentro del nido de
rizos entre sus muslos. Ella gimió mientras sus dedos se
hundían en su carne caliente. Por un momento, se perdió en
su placer, en el dolor de su centro.
Cuando Perséfone no pudo aguantar más, Hades se
arrodilló con ella. La recostó hacia atrás, acunada entre sus
túnicas mientras él se sentaba en sus talones, mirando su
cuerpo desnudo, con los ojos como el fuego del Tártaro.
—Hermosa —dijo—. Si pudiera, nos mantendría en este
momento para siempre, contigo abierta frente a mí.
—¿Por qué no avanzar rápido? —dijo—. ¿A cuando estés
dentro de mí?
Hades sonrió
—¿Hambrienta, querida?
—Siempre.
Presionó un beso en el interior de su rodilla, y siguió
bajando por su muslo hasta que su boca se cerró sobre su
centro, su lengua juguetona, antes de separar su hendidura y
lanzarse. Se movió contra él, y Hades empujó sus rodillas,
abriéndola más. Podía sentir cómo se apretaba alrededor de
él, con su excitación acentuada, fue doloroso, incluso.
Ella se corrió, diciendo su nombre, enredando los dedos
por su cabello empujó su cuerpo para besarlo. Sus labios
chocaron con los de ella, viajando por su cuello, sus senos, su
lengua girando alrededor de cada punta, haciéndolos roca
sólida.
—No hay mayor tortura que sentir tu angustia —dijo—.
Sabía que era responsable de alguna manera, y no podía
hacer nada al respecto.
Presiono sus dedos contra sus labios hinchados.
—Puedes hacer algo al respecto.
Bajó la mano, donde la polla dura como el acero de Hades
se movía contra su pierna. Lo guio hacia su centro. Se
movieron juntos viciosamente. Las caderas de Hades
empujaron entre las suyas y su polla se abrió paso dentro de
ella, deleitándose con el dolor de él llenándola y estirándose.
Su cabeza se movió hacia atrás, presionándose contra el
suelo, se arqueó contra él, y un quejido gutural escapó de su
boca. Hades se inclinó para besarla, capturando el sonido.
Ella no podía encontrar un lugar para sus manos. Sus dedos
se cerraban en las túnicas de seda, en la hierba, y luego en
sus brazos.
—¡Joder!
Tal vez maldijo porque lo arañó, no estaba segura, pero,
de cualquier forma, fijo sus muñecas sobre su cabeza. Sus
ojos estaban salvajes y sin enfoque, y su ritmo aumentó
mientras perseguía su orgasmo, golpeándola más fuerte que
nunca.
Se corrieron juntos y Hades colapsó sobre Perséfone, su
cabeza descansando en el hueco de su hombro. Estaban
cubiertos de sudor, y sus respiraciones salieron en duros
jadeos. Después de un momento, Hades se levantó en sus
codos, y retiró el cabello de Perséfone de su rostro.
—¿Estás bien?
—Sí —susurró.
—Yo te… —dudó—. ¿Te lastimé?
Sonrió con la pregunta porque nunca se había sentido
mejor.
—No. —Tocó su rostro, trazando sus cejas, su nariz, sus
labios hinchados, y susurró—: Te amo.
Una sonrisa tocó los labios de Hades.
—No estaba seguro de si escucharía esas palabras de
nuevo.
La admisión de Hades la lastimó.
Sus ojos comenzaron a inundarse.
—Nunca dejé de hacerlo.
—Shh, mi amor… —La mirada de Hades era tierna—.
Nunca pierdo la fe.
Pero ella lo había hecho, y la verdad casi la destruyó.
La levantó en sus brazos y la llevó hasta su cama. Allí, la
besó, sacándola de su oscuridad. Separó sus piernas con sus
rodillas, y cuando estaba preparado para consumirla otra vez,
golpearon la puerta.
Perséfone se congeló, y para su sorpresa, Hades le dijo a
la persona en la puerta que entrará.
—¡Hades!
El dios rodó fuera de ella y se sentó en la cama, con su
pecho desnudo expuesto. Perséfone se sentó detrás de él,
sosteniendo las sábanas contra su pecho mientras Hermes
entraba a la habitación.
—Hola, Sefi —dijo, dándole una sonrisa inocente.
—Hermes. —Hades llamó su atención.
—Oh, sí —dijo—. Encontré a la ninfa, Leuce.
—Tráela —ordenó Hades.
Perséfone le dio a Hades una mirada interrogante
mientras Leuce aparecía en medio de la habitación. Había
pasado un tiempo desde que vio a la ninfa, y parecía cansada
y asustada. Sus ojos se abrieron y todo su cuerpo se sacudió.
Cuando su mirada cayó en Hades y Perséfone, un horrible
sollozo explotó en su garganta.
—Por favor…
—Silencio —ordenó Hades, y fue como si Leuce perdiera
su habilidad para emitir sonido—. Le vas a decir la verdad a
Perséfone. ¿La enviaste al Bosque de la Desesperación?
Lágrimas se derramaron por el rostro de Leuce y asintió.
El vino, se dio cuenta Perséfone. Bebe, el vino sabe a
frambuesas y atardecer. El instinto de Perséfone era sentirse
traicionada, pero algo parecía… apagado.
—¿Por qué? —preguntó.
—Para separarlos —respondió.
No había una pizca de veneno en su voz, y Perséfone
encontró eso extraño. Si la ninfa de verdad quisiera eso, ¿por
qué se veía tan… arrepentida? Se movió, acercándose al final
de la cama.
—¿Por qué? —preguntó Perséfone.
Los ojos de Leuce se abrieron y negó, rehusándose a
hablar.
—Vas a hablar —dijo Hades.
Perséfone no creyó que fuera posible para Leuce llorar
más fuerte, pero lo hizo, y en esta ocasión la ninfa colapsó de
rodillas.
—Ella va a matarme.
—¿Quién?
—Tu madre —dijo Hades.
La revelación debió sorprender a Perséfone, pero no lo
hizo.
—¿Es verdad? —preguntó, girándose hacia Leuce.
—Mentí cuando dije que no recordaba quién me dio la
vida —admitió—. Pero tenía miedo. Deméter me recordó una y
otra vez que ella podía quitármela si no la obedecía. Lo siento
mucho, Perséfone. —Leuce levantó su rostro—. Fuiste muy
amable conmigo y te traicioné.
Perséfone agarró las sábanas alrededor de ella y se
levantó, ignorando el hecho de que dejó a Hades desnudo en
la habitación. Se acercó y arrodilló junto a Leuce.
—No te culpo por tener miedo a mi madre —dijo
Perséfone, y cuando habló, Leuce la miró—. También le tengo
miedo, hace mucho tiempo. No voy a permitir que te lastime,
Leuce.
La ninfa colapsó contra Perséfone, y la diosa la sostuvo
por un rato, hasta que fue capaz de componerse.
—Hermes —dijo Perséfone—. ¿Puedes llevar a Leuce a mi
habitación? Creo que merece algo de descanso.
—Si, milady. —Se arqueó de manera exagerada y sonrió.
Una vez se fueron, Perséfone se giró hacia Hades, que
tenía una mirada peculiar en el rostro.
—¿Qué?
Negó, y una sonrisa creció en su boca.
—Solo te estoy admirando.
Ella se distrajo temporalmente con su comentario y luego
dijo:
—Supongo que vamos a convocar a mi madre al
Inframundo.
Las cejas de Hades se levantaron. Claramente no esperaba
que dijera eso.
—¿La llamamos ahora? —preguntó—. Tal vez deberíamos
hacer el amor para que no tenga ninguna razón para
sospechar que su plan funcionó.
—¡Hades! —dijo Perséfone, pero también sonrió.
XXV
Coleccionando Piezas
***
***
Un Toque de Serenidad
***
***
Empoderamiento
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***
1 La defensora.
XXVIII
Un Toque de Ruina
(Hades&Perséfone 2.5)
Septiembre 2021