senos cálidos, aromados en silencios perforadores como ladridos y lejanos lamentos. Me invitó a la huida suicida condenada por la inercia vital hundiéndose en el magma de los sueños. ¿Qué devastadora anemia diluye las venas resquebrajadas de este valle tendido bajo las incontables pupilas titilantes de la oscuridad sin luna? ¿Qué oculto anatema dormita en la rugosa piel de sus caminos? Acaso vuelva un día a poner la palabra como flor ardiente sobre mi boca, radiante de soles implacables y espesas soledades fermentando en profundas quebradas como llagas volcánicas. A este momento sólo le queda el inconfesable deseo de sí mismo, devorándose sin remedio con el asfixiante boquear del pez moribundo aferrado a la calidez de una roca oscura. ¿A dónde vas noche sin luna, sin memoria, sin figuras ni contornos que apacigüen tus temblores de pasiones que hieden a fantasmas de tantas bocas tras la hora del festín estéril? En este valle, en la noche astral y milenaria que circunda vida y muerte con la indiferencia de una diosa fulgurosa de portentos, alguien hurga la membrana insidiosa de la afonía sideral para bruñir una plegaria como metal furioso contra el azar de todos los mares del tiempo. Y se duerme, y se aquieta, urdiendo una esperanza con los girones de un átomo estancado en la nada.