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ASTRALOPITHECUS

por Horacio Lobos Luna

Me embrujó la noche con sus amables


senos cálidos, aromados en silencios
perforadores como ladridos y lejanos lamentos.
Me invitó a la huida suicida condenada
por la inercia vital hundiéndose en el magma
de los sueños.
¿Qué devastadora anemia diluye las venas
resquebrajadas de este valle tendido bajo las incontables
pupilas titilantes de la oscuridad sin luna?
¿Qué oculto anatema dormita en la rugosa piel
de sus caminos?
Acaso vuelva un día a poner la palabra
como flor ardiente sobre mi boca,
radiante de soles implacables y espesas
soledades fermentando en profundas quebradas
como llagas volcánicas.
A este momento sólo le queda el inconfesable
deseo de sí mismo,
devorándose sin remedio con el asfixiante
boquear del pez moribundo
aferrado a la calidez de una roca oscura.
¿A dónde vas noche sin luna,
sin memoria, sin figuras ni contornos
que apacigüen tus temblores
de pasiones que hieden
a fantasmas de tantas bocas
tras la hora del festín estéril?
En este valle, en la noche astral y milenaria
que circunda vida y muerte con la indiferencia
de una diosa fulgurosa de portentos,
alguien hurga la membrana
insidiosa de la afonía sideral
para bruñir una plegaria
como metal furioso contra el azar
de todos los mares del tiempo.
Y se duerme, y se aquieta,
urdiendo una esperanza
con los girones de un átomo estancado
en la nada.

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