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La gran Gilly Hopkins +12 “< __ Tlustracin de cubierta Richard Zela 3 Gilly Hopkins tiene once afios. Desde muy pequefia 2 havivido con diferentes familias adoptivas. Debido a su cardcter inmanejable, todos los intentos de adopcion han fracasado. jSi tan solo pudiera encontrar a su madre! Solamente asi podria escapar de su nueva y horrorosa familia la sofocante sefiora Trotter, el consentido hermanastro y el insoportable vecino. Ganadora del National Book Award de 1979 y llevada al cine, esta novela presenta la desafiante pero conmovedora historia de una nifia desesperada por encontrar un sitio al cual poder llamar hogar. loqueleo Ssantuana La gran Gilly Hopkins ‘Katherine Paterson supidoH Amp ups6 07, uosraqeg SUaNpEY 978, del texto: KATHERINE PATER: © 1982, de a traduccién: ALONSO CARNICER MCDERMOTT 015, dela cubierta: RICH. 2015, EDITORIAL SANTILLANA, S.A. D Av. Rio Mixcoac 274, piso 4 Col, Acacias, México, D.F., 03246 Deesta edi 2017, EDICIONES Av. Leandro N. Alem 72 ind (revisada y corregida): (c1001AaP) auit6noma de Buenos Aires, Argentina ISBN: 978. Hecho el dep: 46. Primera edicion: abril de 2017 Diveccién editorial: MARIA FERNANDA MAQUIEIRA Tustracién de cubierta: RICHARD ZBL Direccién de Arte: Josi CResPo ¥ Rosa Manin Proyecto grafico: MARISOL Det. BURGO, RUBEN CHUMILLASY JULIA ORTEGA Patereon, Katherine Lagan Gilly Hoping Kathe ‘Buenos Aires: Ssntlans, 017 208 p;20% 1A em aul Traduccién de; Alonso Camicer MeDermot 15BN978-950-46:5240-3 1LNarrativa Juvenil. 1 Caricer McDermott, Alonso, tad. I Tilo. cp tea.s2a3 Todas los derechos reservados, Esta publicacion no puede ser reproducida, te todo nin parte ni registrada en, o transmitida por, un sistema derecuperacién de informacién, en ninguna forma ni por ningin medio, ea mecénico, fotoqut mica, eleeteGnico, magnéticeelactrosptco, por fotocopia, cualquier otro, sin el permiso previa por escrito dela editorial [ESTA PRIMERA EDICION DE 3.000 SIEMPLARES SE-TERMING DE IMPRIMIR BN EL MES DE ABRIL DE 2017 BN ARTES GRAFICAS COLOR EPS, PASO 192, AVELLANEDA, BUENOS ‘AIRES, REPOBLICA ARGENTINA. La gran Gilly Hopkins Katherine Paterson Dustracién de cubi loqueleo Para Mary, de su madre auténtica y adoptada, con cari. = Bienvenida a Thompson Park —Gilly —dijo la sefiorita Ellis, sacudiendo sus largos cabellos rubios hacia la pasajera del asiento de atras—, necesito saber que estds dispuesta a hacer un pequefio esfuerzo. Galadriel Hopkins desplaz6 el chicle hacia la parte ante- rior de la boca y empez6 a soplar suavemente. Soplé hasta que apenas podia percibir ya, a través del globo color rosa, el contorno de la cabeza de la asistenta social. —Este ser tu tercer hogar en menos de tres afios. —La seftorita Ellis sacudié su melena rubia de i quierda a derecha y a continuacién empez6 a girar el volante hacia la izquierda, en una cuidadosa manio- bra—. No seré yo quien diga que ha sido todo culpa tuya. El que los Dixon se trasladaran a Florida, por ejemplo, simplemente, mala suerte. Y el que la sefiora Richmond tuviera que ingresar en el hospital —a Gi- lly le pareci6 advertir una pausa larga y pensativa an- tes de que la asistenta social prosiguiera— a causa de sus nervios. iPafl La sefiorita Ellis dio un respingo y lanzé una mirada al retrovisor, pero siguié hablando con su voz serena y profesional mientras Gilly recuperaba los trocitos de chi- cle que tenia pegados en sus cabellos desalifiados, en las mejillas y en el mentén: —Deberiamos habernos informado mejor acerca de su estado de salud antes de concederle la tutoria de cual- quier nifio adoptivo. Fui yo quien debfa haberme infor- mado mejor. ‘“Diablos!", pensé Gilly. “Aquella mujer se lo estaba tomando en serio de verdad. {Qué palizal”. —No intento echdrtelo en cara, Gilly. Es solo que nece- sito, que todos necesitamos, tu cooperacin para que esto vaya adelante —otra pausa—. No puedo imaginar que a ti te guste todo este trajin de ac4 para alla —los ojos azu- les en el retrovisor comprobaban la reaccién de Gilly—. Pero esta madre adoptiva es muy diferente de la sefiora Nevins. Tranquilamente, Gilly desprendié con dos dedos una bolita de goma de mascar que tenia en la punta de la nariz. Era inatil pretender arrancar el chicle pe- gado al pelo. Se recosté en el asiento e intenté mascar el trozo que habia logrado rescatar. Se le pegaba a los dientes en una delgada capa. Del bolsillo de los jeans sacé otra bola de chicle, quiténdole la pelusa con la ufia del pulgar antes de metérselo en la boca con mucha ce- remonia. —Hazme un favor, Gilly. Procura empezar con el pie derecho, gde acuerdo? Gilly se imaginé a si misma haciendo piruetas por la sala de estar de su casa adoptiva sobre un solo pie, como una patinadora sobre hielo, Con el otro pie estaba dan- dole en plena boca ala préxima madre adoptiva. Palades su nueva racién de chicle con fruicién. —Y hazme otro favor, gquieres? Puedes deshacerte de ese chicle antes de que leguemos alli? Complaciente, Gilly sacé el chicle de la boca mien- tras los ojos de la sefiorita Ellis permanecfan fijos en el retrovisor, Luego, cuando la asistenta social desvi6 de nuevo su atencién hacia el tréfico, Gilly extendié el chi- cle cuidadosamente en la parte inferior de la manivela de la puerta izquierda, como una sorpresa pegajosa para la préxima persona que fuera a abrirla. Dos seméforos més allé la sefiorita Ellis pasé hacia el asiento posterior una toallita de papel. —Toma —le dijo a Gilly—, mira a ver si puedes hacer algo con esa porqueria que tienes en la cara antes de que leguemos. Gilly se pasé apresuradamente el pafiuelito mojado por la boca y seguidamente lo dejé caer en el suelo. —Gilly... —suspiré la sefiorita Ellis, manipulando el elegante cambio de marchas de su coche—, Gilly... —Mi nombre —dijo Gilly entre dientés— es Galadriel. La sefiorita Ellis parecié no haber ofdo. 10 —Gilly, le darés una pequefia oportunidad a Maime Trotter, verdad? Es realmente una persona encantadora. “Pues entonces si que estamos fritos”, pensé Gilly. Al menos nadie habia acusado al sefior 0 a la sefiora Nevins, sus padres adoptivos mas recientes, de ser “encantado- res”, La sefiora Richmond, la que estaba mal de los ner- vios, también habfa sido declarada “encantadora’. La familia Newman, que no podia tener en su casa a una nifia de cinco afios que se hacia pis en la cama, también era “encantadora’. “Bien, ya tengo once afios, amigos, y por sino se han enterado ain, ya no me hago pis en la ca- ma. Pero no soy encantadora. Soy un genio. Me conocen allo largo y ancho del pais. Nadie quiere lios con la gran Galadriel Hopkins. Soy demasiado espabilada y dificil de controlar. La horripilante Gilly, me llaman’. Se apoy6 cé- modamente en el respaldo. “Aqui vengo, Maime, mutieca, estés preparada para ello o no”. Habfan legado a una zona de altos Arboles y casas viejas. La asistenta social aminoré la marcha y paré el coche junto a una cerca de color blanco bastante su- cia. La casa que circundaba era vieja y de color pardo, con un porche que daba a la casa un cierto aspecto panzudo. De pie en el porche, y antes de lamar al timbre, la sefiorita Ellis sacé un peine. —,Por qué no intentas pasarte esto por el pelo? | | | Gilly sacudi6 la cabeza: —No puedo. —Vamos, Gilly.. —No, no puedo peinarmelo. Voy por el récord mun- dial de no peinarse el pelo. —Gilly, por el amor de Dios... —iBh, hola! Ya me parecfa a m{ que habia parado un coche. —La puerta se habia abierto, y una mujer grande como un hipopétamo ocupaba toda la entrada—. Bien- venida a Thompson Park, Gilly, carifio. —Galadriel —murmuré Gilly, aunque no tenia espe- ranzas de que aquel barril de grasa fuera capaz de pronun- iar su verdadero nombre. ;Caray, tampoco hacia falta que la colocaren con semejante fenémeno de feria! La mitad de una cara diminuta, rematada por una ca- bellera de color marrén fangoso, y enmascarada tras unas gruesas gafas de marco metélico, asomaba detras de la cadera gigantesca de la sefiora Trotter. La mur miré hacia abajo: —Ay, perdona, vida mia. —Rodeé la cabeza con el brazo como para atraerla hacia adelante, pero la cabe- za se resistia—. Quieres conocer a tu nueva hermanita, gno? Gilly, este es William Ernest Teague. La cabeza desaparecio en un abriry cerrar de ojos detras dela masadela sefiora Trotter. Esto no parecié preocuparla: —Pasa, pasa. No te quedes abi en’ el porche como si fueras 2 venderme algo. Ahora estas entre los tuyos. 11 12 —Retrocedié por el pasillo. Gilly podia sentir en la es- palda los dedos de la sefiorita Ellis, que la empujaban suavemente hacia la puerta y dentro de la casa. El interior estaba oscuro y atiborrado de trastos. Aquello pedia a gritos que se pasara un plumero. —William Ernest, cielo, gquieres ensefiarle a Gilly dénde esta su habitacién? William Ernest, negando con la cabeza, se agarré ala bata floreada de la sefiora Trotter. —Bueno, ya nos ocuparemos de eso més tarde. —Los condujo por el pasillo hasta la sala de estar—. ¥ ahora tate, que ests en tu casa. —Dedicé a Gilly una sonrisa tan ancha como su cara, como en los anuncios sobre métodos para adelgazar donde aparecian dibujados un “antes” y un “después”; un cuerpo de “antes” con una sonrisa de “después”. El sofa era marrén y bajo, con un montén de coji- nes apilados en un extremo y cubiertos de encaje gri- saceo. En la parte opuesta de la habitacién se vefa un silln desvencijado, también de color marrén, que ha- cia juego con el sofa. De la nica ventana, situada entre ambos muebles, pendian unas cortinas de encaje gris; junto a la ventana habfa una mesa negra, y sobre ella descansaba un televisor antiguo con antena en forma de V. En casa de los Nevins tenian televisi6n a color. En la pared de la derecha, entre la puerta y la butaca, ha- bfa un piano vertical con un polvoriento banco de color marrén. Gilly tomé uno de los cojines del sofé y con él borré hasta el iltimo rastro de polvo antes de sentarse en el barco. Desde el sillon los ojos de la sefiorita Ellis se clavaban en ella con una mirada furibunda y poco profesional. La sefiora Trotter aposentaba lentamente su mole sobre el sofé y asentfa con una risita: —Bueno, ya nos hacia falta tener por aqut a alguien que cambiara un poco el polvo de sitio, verdad, William Ernest, cielo? William Ernest, encaramandose en el sofa, se tumbé tras la espalda de la enorme mujer como si fuera una al- mohada, asomando la cabeza de vez en cuando para lan- zar una mirada furtiva hacia Gilly. Gilly aguardé a que la sefiora Trotter y la sefiorita Ellis estuvieran hablando, y entonces, mirando al pequetio. W. E., puso la cara més espantosa de todo su repertorio de miradas horripilantes, una especie de combinacién del conde Drécula y Godzilla. La pequefia cabeza de pelo fan- goso desaparecié mas deprisa que el tapén de un tubo de dentifrico al colarse por el desagiie de un lavabo. Gilly no pudo contener una risita. Las dos mujeres se dieron vuelta para mirarla. Adopté inmediatamente y sin dificultad su expresién de “Quign, yo?”. La sefiorita Ellis se puso de pie: —Tengo que volver a la oficina, sefiora Trotter. Ya me avisard... —se dirigié a Gilly con dardos en sus 13 44 grandes ojos azules—, me avisarA si surge algin pro- blema, gverdad? Gilly obsequié a la seforita Bllis su mejor sonrisa de tiburon. Entretanto la sefiora Trotter se izaba penosamente sobre los pies. —Usted no se preocupe, sefiorita Ellis. Gilly, William Emnest y yo casi somos amigos ya. Mi pobre Melvin, que en paz descanse, siempre decfa que para m{ no habia nin- giin extrait, y si hubiera dicho ningiin nitio extrafio, ha- bria tenido todavia mas raz6n. Nunca he conocido una criatura con la que no haya hecho buenas migas. Gilly no habia aprendido atin a vomitar adrede, pero de haber sido asi le habria encantado devolver al ofr aquello. Asf pues, como no podia dar la respuesta que la situacion requeria, levanté las piernas y, gitando sobre elasiento del piano hasta quedar de cara al teclado, em- pez6 a aporrear una tonada con la mano izquierda y otra diferente con la derecha. William Ernest bajé gateando del sofé para seguir a las dos mujeres, y Gilly se quedé sola con el polvo, el piano desafinado y la satisfaccién de haber empezado realmente con el pie derecho en su nuevo hogar. Podia aguantar cualquier cosa, se dijo, una tutora desagrada- ble, un nifio estrafalario y una casa fea y sucia, con tal de mandar ella. Y ya habia iniciado adecuadamente el camino. El hombre que viene a cenar La habitacién a la que la sefiora Trotter condujo a Gilly era aproximadamente del tamaiio del coche furgoneta nue- vo de los Nevins. La estrecha cama llenaba gran parte del espacio, e incluso una persona tan delgaducha co- mo Gilly tenfa que arrodillarse sobre la cama para po- der abrir los cajones de la cémoda que habia enfrente La sefiora Trotter ni siquiera intenté entrar, sino que se quedé enel umbral de la puerta sonriendo y meciéndo- se de un lado para otro, resollando atin después de subir laescalera —{Por qué no metes tus cosas en la cémoda y te ins- talas? Y luego, cuando te apetezca, bajas a ver la tele con William Ernest o a charlar conmigo mientras preparo la cena. “Qué sonrisa tan horrible tiene’, pens6 Gilly. “Hasta le faltan dientes”, Gilly dejé caer la maleta sobre la cama y se senté al lado, golpeando con los pies los cajones dela cémoda, —Si necesitas algo, caritio, se lo dits a Trotter, ede acuerdo? 16 Gilly sacudié bruscamente la cabeza asintiendo. Lo que de veras necesitaba era que la dejaran sola. Desde Tas entrafias de la casa le legaba la cancién del programa Plaza Sésamo. Su primera misién seria mejorar los gustos de W. E, en materia de televisién. De eso no le cabia la ‘menor duda. —Todo ir bien, carifio. $é que ha sido duro para ti estar siempre de un lado para otro. Me gusta moverme —Gilly tiré de uno de los cajo- nes de arriba con tanta safia que estuvo a punto de caér- sele sobre la cabeza—. Es aburrido estar siempre en el mismo sitio. —Si, —La enorme mujer empez6 a volverse y luego titube6—. Bueno... Gilly se deslizé de la cama, planté la mano izquierda sobre la perilla de la puerta y la mano derecha sobre la cadera. La sefiora Trotter bajé la mirada hacia la mano dere- cha apoyada en la empufiadura de la puerta. —Bueno, desde ahora estas en tu casa. {Me oyes? Gilly certé la puerta tras ella de un portazo. jSanto Dios! Escuchar a aquella mujer era como lamer helado derretido del envase. Comprobé con el dedo la consisten- cia de la capa de polvo sobre la c6moda y a continuacion, poniéndose de pie sobre la cama, escribié en enormes le- tras cursivas con volutas y florituras: “Sefiora Galadriel Hopkins”. Contempls las preciosas letras que acababa de trazar antes de plantar la mano sobre ellas y borrarlas por completo. La casa de los Nevins era cuadrada, blanca y sin polvo, como todas las demas casas cuadradas, blancas y-sin polvo de la urbanizacién desprovista de arboles en que vivian. Ella, Gilly, habia sido el tnico elemento perturbador en aquel lugar. Bien, pues ahora Hollywood Gardens estaba impecable de nuevo; se habfan librado de ella. No, en realidad ella se habia librado de ellos, de toda aquella gente asquerosa. A Gilly siempre le habia parecido una pérdida de tiempo sacar sus escasas pertenencias de la maleta ma~ én. Nunca sabia si iba a estar en un sitio el tiempo sufi- ciente como para que valiera la pena hacer aquel trabajo. ‘Aunque por otra parte era una forma de pasar el rato. Habia dos pequefios cajones arriba y cuatro mas grandes abajo, Puso la ropa interior en uno de los pequetios, y las camisas y jeans en uno de los grandes; luego tomé la fo- tografia del fondo de la maleta. Los ojos marrones de la mujer refan como siempre desde la fotografia con marco de cartén y a través de la cubierta de plastico. El pelo moreno y brillante caia sua- vemente ondulado, sin un solo cabello fuera de lugar. Parecia una estrella de television, per nv lv era. Mira. Justo aqui en la esquina habia escrito: “Para mi preciosa Galadriel, siempre te querré”. “Eso lo escribié para mi”, se dijo Gilly, como cada vez que miraba la foto. “Para mi 47 18 sola”, Dio vuelta el marco. Atin estaba alli el trocito de cinta con aquel nombre escrito: “Courtney Rutherford Hopkins’. Gilly alisé sus propios cabellos de color pajizo con una mano mientras giraba de nuevo la fotografia, Hasta los dientes eran hermosos. No tenfan que parecerse las hijas a sus madres? La palabra “madre” provocé en Gilly una reaccién en la boca del estémago, y como conocia bien aquella seftal de peligro, meti6 bruscamente la foto debajo de una camiseta y cerré de golpe el cajén de la cmoda. No era el momento indicado para empezar a derretirse como gelatina caliente. Se fue para abajo y entré en la cocina. —Ah, estés ahi, carifio —Trotter giro la cabeza desde lapileta de la cocina para saludarla—. ,Queé tal si me das una mano con esta ensalada? —No. —Oh. Uno a cero a favor de Gilly. —Bueno... —Trotter desplaz6 el peso de su cuerpo al pie izquierdo, los ojos fijos ahora en las zanahorias que estaba raspando—. William Ernest esta en la sala de es- tar viendo Plaza Sésamo. Diablos! Se debe creer usted que soy retrasada 0 algo ast. —gRetrasada? —Trotter fue hasta la mesa de la co- cina y empez6 a cortar las zanahorias sobre una pequefia tabla redonda. Lela, idiota —Jamés me pasé por la cabeza. —Entonces, spor qué demonios cree que voy a querer ver un programa para retrasados mentales como ese? —Esciichame bien, Gilly Hopkins. Desde ahora mis- mo, que quede bien claro: no permitiré que te burles de ese chico. —Si no me burlaba de él. —gDe qué estaba hablan- do aquella mujer? No habia mencionado al chico para nada. —Bl que una persona no sea tan espabilada como tt no te da ning’in derecho a despreciarla. —iY a quién he despreciado yo, si puede saberse? —Acabas de decir —Ia gorda iba levantando la voz, y el cuchillo que tenia en la mano cafa vengativamente so- bre las zanahorias—, acabas de decir que William Ernest —su voz bajé de tono hasta convertirse en poco més que un susurro— es un retrasado mental. —iPerc no! Si ni siquiera conozco a ese nifio tonto. No lo habia visto en mi vida hasta hoy. Los ojos de Trotter atin centelleaban, pero su mano y su voz estaban bajo control. —Ha tenido una vida muy dificil, pero ahora esté con Trotte:, y mientras el Seftor quiera que permanezca en esta casa, no permitiré que nadie le haga dao. En nin- gun sentido. ‘ —Santo Dios... solo trataba de deci 19

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